67 entrega de "libros de clm"
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67 entrega de "Libros de Castilla-La Mancha" de Almud, Ediciones de Castilla-La ManchaTRANSCRIPT
LIBROS Y NOMBRES
DE CASTILLA-LA MANCHA
SEXAGÉSIMOSÉPTIMA ENTREGA
67. Año III/ 10 de mayo de 2012
Escalona 1083-1554
Oscar López Gómez y otros
Ayuntamiento de Escalona, 2012
Como muchos de ustedes saben, en mayo
de 2010 comenzamos una andadura
investigadora en este pueblo a la que su
gente en todo momento nos ha respondido
con simpatía y entusiasmo, como
acreditamos también hoy; lo que, desde
luego, nos anima a seguir por la senda
marcada. Dos años después de haber
iniciado los estudios sobre los documentos
y la historia de Escalona, ¿cuál es el
balance? Sin duda, es positivo, y el libro
que aquí se presenta es una evidencia. Se
trata de una publicación en papel, revisada
y mejorada, de los textos que se editaron en
formato digital en el DVD que se presentó
hace un año en este mismo sitio, en el que
se resaltan algunas de las peculiaridades
históricas de Escalona, que la hacen, si no
única, sí al menos muy especial.
La primera peculiaridad es el trabajo
impagable con que los responsables
históricos de su archivo municipal, los
escribanos del Ayuntamiento, custodiaron
sus escritos, lo que ha hecho que, a pesar de
los expolios, tengamos hoy mucha
documentación antigua.
Una segunda peculiaridad es el carácter de
Escalona como escenario histórico. Por este
pueblo pasaron algunos de los personajes
más conocidos de nuestra historia, sobre
todo en lo siglos XIV, XV y XVI: desde
don Juan Manuel, escritor y guerrero, hasta
el rey Juan II y su célebre valido, don
Álvaro de Luna; desde el astuto marqués de
Villena hasta Lázaro de Tormes, personaje
literario, sí, pero de una rotundidad casi de
carne y hueso. Personajes que dejaron una
huella evidente, o no tanto; como Juana
Manuel, esposa de Enrique II de Trastámara
y señora de este pueblo; o Juana la
Beltraneja, que estuvo en el castillo de
Escalona durante un tiempo. Personajes casi
anónimos, como los monjes del monasterio
que hoy no se conserva, que estaba enfrente
del colegio, cuyas ideas atrevidas hicieron
de su institución uno de los primeros focos
de iluminados de toda España,
convirtiéndolos en antecesores del
luteranismo.
Y por si fuera poco, Escalona, y en concreto
su castillo, fueron durante el siglo XV
emblema del poder de los nobles más
poderosos, además de la cabeza de un
señorío que actuaba como un verdadero
estado cuasi-independiente. (… … …)
El libro que hoy se presenta es el más
completo publicado hasta ahora sobre la
historia de Escalona, y además, su edición,
sin duda, está a la altura de su contenido.
Hay que agradecer el esfuerzo realizado por
la Diputación de Toledo y el Ayuntamiento
de Escalona a la hora de sacar un libro de
tal calidad. Del mismo modo, tenemos que
agradecer el trabajo de la Editorial DB
comunicación, responsable de la
elaboración de la obra.
Con respecto a su contenido, nunca tantos
especialistas, y de ramas tan diferentes
(medievalistas, modernistas, paleógrafos,
arqueólogos, archiveros), habían
participado en un proyecto de análisis sobre
la historia de Escalona. El libro que hoy se
presenta es, sin duda, un paradigma de
trabajo interdisciplinar.
Mi propia aportación a esta obra lleva por
título “Control político y relaciones de
poder en una villa de los marqueses de
Villena: Escalona, 1477-1489”. Empezaré
refiriéndome a las fechas: 1477-1489. ¿Por
qué esas fechas? Se trata del intervalo
histórico que abarca el libro de actas
municipales más antiguo de la villa, es
decir, el primer tomo que se conserva sobre
las actas de las reuniones de los dirigentes
de Escalona. Dicho con otras palabras:
conocemos todo lo que trataron los
gobernantes de Escalona desde 1477, lo
cual es verdaderamente extraordinario.
Piensen que para una ciudad de la
importancia de Toledo no se conservan
actas municipales seriadas hasta bien
entrado el siglo XVI, y lo mismo ocurre con
otras ciudades como Madrid.
Además, esta documentación municipal se
ve acompañada en el archivo de este pueblo
por otra documentación ingente de la época
en torno a la definición del término
municipal, el uso de tierras comunales, el
tráfico de ganado, el urbanismo, la hacienda
pública, etcétera, que nos ofrecen un
panorama ciertamente próximo a la realidad
de otros siglos.
La documentación, por tanto, es enorme, y
a mi entender hay que estudiarla desde dos
puntos de vista:
- Uno puramente empírico, es decir,
con la finalidad de conocer nuevos
datos sobre la historia de Escalona.
En este sentido, la labor es
apasionante. A día de hoy no es
fácil toparse con archivos
prácticamente vírgenes, como el de
este pueblo, en los que poder
analizar decenas y decenas de
documentos inéditos. Los datos que
se desconocen son muchísimos, y
están ahí, recogidos en la
documentación conservada; una
documentación de una valía tal que
puede decirse, sin reparos, que a día
de hoy, a 28 de abril de 2012, la
historia de Escalona está aún por
conocerse.
- El otro punto de vista sería más
teórico. Por sus características
Escalona es un banco de pruebas
excepcional para la aplicación de
las novedosas directrices de la
historiografía contemporánea. Su
documentación ofrece la
posibilidad de estudiar temáticas de
reciente desarrollo que en los
últimos tiempos están modificando,
yo diría que de forma radical, la
percepción de muchos hechos del
pasado. En Escalona se pueden
estudiar cuestiones como las redes
clientelares del señor de la villa, la
cultura pactual que favorecía la
resolución sosegada de los
conflictos, las formas de ver la vida
de los pecheros, las reglas del poder
señorial o, en fin, las estructuras de
poder en que actuaban los
dirigentes de la villa. Sobre esto
último, precisamente, es sobre lo
que versa mi aportación al libro.
Escalona en el pasado estaba dividida en
dos grandes sectores, en los que el poder se
ejercía de forma diferenciada: el sector
militar, el castillo, lo que la documentación
llama los alcázares de la villa; y el sector
civil, el resto del pueblo. Ambos sectores
incluso estaban separados por un foso.
En el sector militar gobernaba directamente
el duque de Escalona, que delegaba su
dominio en un alcaide con una hueste de
soldados. Los alcaides eran hombres leales
a su señor hasta el extremo. A fines del
siglo XV hubo dos cuyos nombres se
hicieron célebres en toda Castilla: Juan de
Luján, cuyas insubordinación frente a Isabel
la Católica precisamente en este pueblo
hizo que la reina le despreciara durante
años; y Pedro de Baeza, que antes de llegar
a Escalona también sublevó Trujillo frente a
la reina Isabel, y que fue el principal
responsable, y este es un dato muy curioso;
el principal responsable nada más y nada
menos que de la muerte del poeta Jorge
Manrique. Fue ese hombre, la persona que
comandó la tropa que acabó con la vida del
poeta, la que estuvo de alcaide de Escalona
desde 1479 hasta más allá de 1500.
En el otro sector del pueblo, en el sector
civil, gobernaba el poder vecinal, si bien de
forma delegada, es decir, con el beneplácito
del señor de la villa. El gobierno en
Escalona y su comarca se ejercía desde tres
instituciones: el Ayuntamiento, que tenía el
poder ejecutivo; el Concejo, formado por
los hombres de Escalona, que era reunido a
petición del ayuntamiento, preferiblemente
en domingo, para tratar asuntos
importantes; y la Junta de la villa y tierra,
una reunión de carácter mensual o
trimestral que tenían los dirigentes de
Escalona con los dirigentes de los catorce
pueblos que pertenecían a su condado; en
especial con los de los cuatro más
importantes: Almorox, Cadalso, Nombela y
Cenicientos.
Pues bien, algunas de las preguntas que me
hago son: ¿quiénes eran esos hombres que
controlaban Escalona y sus tierras a finales
del siglo XV? ¿Cómo se habían hecho con
ese control? ¿Cómo ejercían su dominio?
¿Cuál era su relación con el duque, con el
señor de la villa? ¿Era respetada su labor
por sus vecinos?
Les adelantaré algunas de las respuestas. La
sociedad de Escalona a fines del siglo XV
estaba dividida en dos grupos: por un lado
los hidalgos, es decir, los descendientes de
los caballeros que habían venido a defender
el pueblo en los siglos XI y XII, cuando las
luchas con los musulmanes. Los apellidos
de estas familias, algunos de los cuales se
conservan aún, eran los Nava, Sepúlveda,
Zazo, Tolosa, Gotor o Verdugo. El otro
grupo de la población lo conformaban el
resto de vecinos, a los que los documentos
denominan el común, con apellidos muy
variados. Los dos grupos participaban en el
gobierno de la villa de distinta manera,
aunque todos sus representantes
conformaban una oligarquía, es decir, una
élite política y social, cuya labor era
controlada por el duque de forma
silenciosa; sin que se viese demasiado, a
través de los alcaides.
Intervención de Óscar López Gómez en
la presentación del libro en Escalona
Patrimonio monumental y minero
de Almadén
Rafael Sumozas García Pardo
Biblioteca de Autores Manchegos,
Ciudad Real, 2012
Antes y después
En 1593 se produjo el „Informe secreto’
redactado por Mateo Alemán en su
condición de Juez visitador,
comisionado por el Consejo de las
Órdenes Militares y que vio la luz por
manos de Germán Bleiberg. Informe y
visita del autor del „Guzmán de
Alfarache’ que arrojaba luz tanto sobre
los precedentes literarios de la obra de
Alemán, como de la realidad de la
minería del azogue en la ciudad del
cinabrio a finales del siglo XVI.
Informe, además tendente a clarificar
los abusos de los trabajos forzosos y
otras irregularidades de los forzados,
que acontecían en las Minas de
Almadén, cuyos arrendamientos
disfrutaban tanto los Fugger como los
Xedler. Motivando todo ello, la estancia
de Mateo Alemán en Almagro entre 24
de enero y el 4 de febrero; día en que
Alemán en compañía del escribano Juan
de Cea, emprenden viaje a Almadén,
donde se enfrenta con Luys
Herbruguen, contador de los Fugger en
la „fabrica minera’.
410 años más tarde, la Dirección
General de Bellas Artes a través del
Instituto del Patrimonio Histórico
Español (IPHE), formulaba el llamado
„Plan de Patrimonio Industrial’, cuya
finalidad era la “salvar 49 bienes
históricos de una ruina segura”. Y entre
esos bienes que serían salvados,
aparecían muy destacadamente el Canal
de Castilla y „el conjunto minero de
Almadén’. Del que se señalaba en 2003
que “La empresa pública Minas de
Almadén y Arrayanes acaba de
terminar el plan director, con la
asesoría técnica del IPHE, que va
afectar al conjunto de sus instalaciones
productoras en la comarca de Almadén,
ante el cierre definitivo de las minas en
2004…Ahora se platea una acción
social para que se visiten las galerías
de acceso y castilletes, las viviendas del
pueblo, el hospital y la escuela de
minas”.
En los años transcurridos, Almadén ha
pugnado por la declaración de
Patrimonio Mundial de la UNESCO y
ha proseguido con el esfuerzo de
difusión sobre su Patrimonio Industrial;
aunque aún no cuente con alguna
protección específica de las
contempladas en la Ley del Patrimonio
Histórico de Castilla-La Mancha, y
sólo se contemple ese dominio bajo la
figura vacilante e imprecisa de „Parque
Minero’. Baste recordar, por otra parte,
que no todo arranca en 2003, en 1986
ya publiqué en la revista „Mancha‟ una
reflexión de urgencia que denominaba
„La huella del paisaje industrial‟. De
fechas posteriores son diferentes
trabajos que indagan en la misma onda:
desde lo general como fuera el capítulo
„La minería’ en „Arquitectura para la
industria en Castilla-La Mancha’ de
Rafael Villar Moyo (1995), hasta
„Arquitectura industrial y ferroviaria
en Castilla-La Mancha. 1850-1936’ de
Herce Inés (1998); hasta lo particular
del trabajo colectivo „La casa
Academia de Minas. 225 años de su
fundación’ (2002). Ese arco temporal
describe con precisión la puesta en
valor de la llamada „Arqueología
industrial’ y de sus productos
edificados hoy en acelerado proceso de
desaparición. Describe con precisión la
extinción de ciertos modelos
industriales, que dieron pie a los usos y
abusos de las primeras
transformaciones industriales y fabriles
de España y, subsidiariamente, de
Castilla-La Mancha.
Ese relato ya fue esbozado en la
recensión del trabajo de 1995
„Arquitectura para la industria en
Castilla-La Mancha‟, publicado en el
número 10 de la revista „Añil‟ en 1996,
bajo la denominación „El drama de la
ciudad industrial’, donde podía leerse:
“El perfil y la definición de la edilicia
industrial, no sólo no estaba
suficientemente estudiado, sino que
carecía de instrumentos jurídicos de
protección. La aparición primero y la
consolidación conceptual después de la
Arqueología Industrial, nos permite
asumir sin ningún tipo de conflicto
cultural las aportaciones edificatorias
industriales que hoy mayoritariamente
están en desuso en unos casos y presas
de un abandono evidente en otros.
Circunstancias ambas que dificultan la
permanencia de las piezas; si su
vigencia eficiente carece hoy de
relieve, no podemos decir lo mismo de
su valor cultural. Valor que podemos
asumir en relación tanto con la
Historia Industrial como con la
historiografía de la Construcción e
incluso de la Arquitectura. La matriz
de tal abandono, de tal decrepitud y de
tal obsolescencia no es idéntica a la
que percibimos en presencia de las
ruinas romanas de Segóbriga o ante
los restos de Calatrava la Vieja. Aquí y
allá hay un claro peso de la Historia y
un fuerte determinismo cultural. Su
valor conceptual no se cuestiona,
aunque la práctica de conservación sea
otro cantar. Por contra la visión del
Martinete de los Pozuelos de Calatrava
o de los molinos harineros del
Guadiana en Daimiel, plantea diferen-
tes interrogantes. Son en origen insta-
laciones o estructuras o construcciones
o edificios o acaso arquitecturas
- todas esas acepciones se utilizan por
los autores, sin aclarar su continuidad
entre el las- fabriles. Están dictadas y
así edificadas, para satisfacer una
clara necesidad material: obtener
metal, moler trigo, elevar agua. Esta
clara servidumbre con lo necesario,
produjo no tanto una noción de valor
como una noción de uso. Su interés,
desde esta perspectiva, será más
antropológico que artístico”.
El trabajo reseñado trata, por tanto, de
ser una apretada puesta al día de los
diferentes trabajos que en torno al
binomio „Almadén/patrimonio minero’
se han producido. Para lo cual, el relato
se estructura en tres apartados
temáticos: Las minas propiamente
dichas; el ciclo de la
minería/metalurgia, con sus
aportaciones propias como ocurriera en
los hornos Bustamante; y las trazas de
todo ello en la Arquitectura y en la
ciudad. Trazas que ya fueron
tempranamente estudiadas en 1974, por
el profesor Antonio Bonet en su trabajo
de la revista „Goya‟. La historia del
mercurio y del azogue abre el primer
apartado genérico y algo breve. El
segundo epígrafe está referido a la
historia particular de los pozos de
explotación de Almadén, su
configuración administrativa y la
„germanización‟ técnica del siglo
XVIII, con nombres como Köehler,
Hoppensak y Störr; frente a la
germanización técnica, habría que
contraponer la difusión británica de
1775 de William Bowles y su excelente
trabajo „Introducción a la historia
natural y a la geografía física de
España‟, para dar cuenta de la
„internacionalización de la minería
española desde sus orígenes‟. Para
cerrar con el tercer apartado, referido ya
al recuento edificado de la ciudad;
donde no sólo se pormenorizan los
avatares de la minería, sino que se
engloban otras presencias diversas, al
dar cabida a cuestiones alejadas de la
bocamina y del pozo. Para describir
finalmente, el tránsito de la extinción
industrial, a la manera ya citada de que
“El drama de la ciudad industrial es el
de destruir - c o m o Saturno devoraba a
sus hijos- sus propios resultados y pro-
ductos”. Y ese es el recuento final:
contar una extinción o una desaparición.
Para admitir, con Antonio Machado que
“se canta [y se cuenta] lo que se
pierde”.
José Rivero Serrano
La batalla de Almonacid 1809
Leopoldo Stampa Piñeiro Almena Ediciones;
Madrid, 2012; 88 pags.; 14 €
Ilustraciones de Claudio Fernández
Cuando los ejércitos imperiales
cruzaron el Bidasoa, en París se pensó
que con la ocupación de Madrid y el
desguace de la monarquía borbónica,
los asuntos de España estarían resueltos
en cuestión de semanas. Sorprendió la
resistencia en la capital y el fenómeno
que paulatinamente se fue extendiendo
en el territorio peninsular. Y en un
primer momento, incluso, llegó a
infravalorarse. A pesar de las
desgarradoras imágenes que Goya nos
dejó, síntesis del sacrificio y también la
impotencia de los españoles ante la
represión francesa, el balance de la
primera parte del año 1808 no fue tan
malo para los que se alzaron contra la
ocupación. Cierto es que hubo alguna
batalla, como la de Medina de Rioseco,
de arrollador triunfo francés, pero éste
quedó compensado por el fracaso de los
imperiales ante Valencia, en junio, y por
las derrotas que sufrieron en Mengíbar y
Bailén al mes siguiente. Los ejércitos
imperiales terminaron por retirarse
prudentemente al otro lado del Ebro en
espera de tiempos mejores. Nunca lo
hubieran pensado. "Les affaires
d'Espagne" se complicaban. Sin
embargo apartir del otoño las tornas
cambiaron. Napoleón en persona se
dirigió a España para tomar las riendas
de la campaña. Zornoza, Gamonal,
Espinosa de los Monteros, Somosierra,
Tudela y Madrid son nombres de
batallas que jalonaron los triunfos
imperiales y las derrotas de los ejércitos
españoles. Ante ese desgaste, 1809
empezaba con los peores augurios. Y
los peores augurios se cumplieron en
Almonacid de Toledo. Leopoldo
Stampa, experto en el estudio de la
Guerra de Independencia Española,
vierte en estas páginas sus profundos
conocimientos sobre el conflicto. La
Batalla de Almonacid tuvo lugar
durante la Guerra de Independencia el
11 de agosto de 1809 junto a Almonacid
de Toledo. Enfrentó a una Grande
Armée francesa de unos 14.000
soldados al mando del mariscal
Sebastiani con otro español de unos
22.000 infantes, 3.000 caballos y 29
piezas de artillería al mando del general
Venegas. De la web de Marcial Pons
Escaramuzas del poeta
saturniano
(Antonio) Martínez Sarrión dio a su
primer diario el título taurino de Cargar
la suerte y se autorrecomendó, para
evitar "el irresponsable, estéril, frívolo y
superficial elitismo", una buena dosis de
"independencia, apartamiento alerta,
ironía o humor en toda la gama y
llaneza". El segundo volumen,
Esquirlas, evocaba las astillas que se
desprenden de lo que se fractura a
fuerza de golpes contra algo más duro:
la estupidez ajena o la historia, supongo.
Y se encomendaba allí al
"adelgazamiento expresivo, economía,
transparencia [...], indicios de que un
escritor ha logrado la madurez y la
maestría". En Escaramuzas, el tercero
de los diarios, se acoge a la "claridad,
concisión, elegancia y una punta de
humor", mientras que el título parece
que evoca no tanto el combate como la
esgrima ágil y reiterada.
De todas estas cosas -lances de lidia,
esquirlas y escaramuzas- hay en este
tenaz heredero de Juan Benet (la
impresión de su muerte abría Esquirlas)
y, por supuesto, también están todas
esas virtudes del estilo que buscan sus
autorrecomendaciones. Del "gran estilo"
benetiano queda el empaque
sentencioso a lo Quevedo -de quien
Martínez Sarrión es fidelísimo-, así
como el arrimo a cierto desgarro culto
más que popular. Y, sin embargo, hay
una permanente renuncia a la
frondosidad divagatoria que no era
ajena a Benet. El apunte tiende a ser
más esquemático que otra cosa; se
prefiere la enumeración de nombres
propios a la efusión de adjetivos; la
mención escueta de un estado de ánimo
o un paisaje al deliquio rememorativo.
Supongo que por eso se cita a menudo
al lacónico Pío Baroja con encomio. Y
el escritor confiesa que, si pusiera mano
a una ficción en prosa, le gustaría "ser
un Baroja sin su extremado nihilismo o
un Pla menos cínico. Por ahí".
Por supuesto, desde el diario de 1995 -
cuyas anotaciones nos llevan de 1968 a
1992- hasta el actual, con textos de
2000-2010-, el talante del escritor se ha
hecho más adusto porque el horno no
está para bollos y la irritación salta más
a menudo. No siempre se comparten los
términos de esta: no es lo mismo
Camilo José Cela que Vargas Llosa, ni
Francisco Umbral que Félix de Azúa,
por ejemplo, y quizá fuera deseable que
se aplicara a alguno de los zaheridos -
Espada, Juaristi o Savater- la misma
piedad que a Ernst Jünger o a Jorge Luis
Borges. Pero es norma que vale para los
diarios y una prerrogativa de la sátira
moral que sus críticos nos atengamos a
la coherencia expresiva y no entremos
en la discrepancia ideológica. Por lo
demás, el lugar personalísimo desde el
que se libran las "escaramuzas" del
último diario queda perfectamente
delimitado. Con mucha razón, su autor
nos recuerda que unos años convulsos
en la vida de Francia (la víspera de la
guerra de 1939) nos legaron La náusea
de Sartre, La conspiración de Nizan,
Gilles de Drieu la Rochelle, El tiro de
gracia de Yourcenar y Tierra de
hombres de Saint-Exupéry. No es mal
paisaje literario en lo que toca a la
pugna de las ideas y los sentimientos...
Y en lo que concierne al motor moral de
una poética, recordemos que este
escritor -al que Benet llamaba "el
moderno"- vindica todavía la memoria
de aquella "absoluta radicalidad
estética" que parece "palpar ese extremo
de lo expresable con sentido": allí están
los suyos, desde Cézanne, Rimbaud y
Mallarmé hasta Joyce, Faulkner, Paul
Celan y John Cage. Sin olvidar a Robert
Bresson y a Andréi Tarkovski.
En algunas anotaciones de este diario se
apuntan títulos de posibles libros que
son muy reveladores -Sin anestesia,
Paradero desconocido, Victoria del
desollado...- porque hablan de
aislamiento, resistencia o daño. El
último poemario de Martínez Sarrión,
sin embargo, se llama Farol de Saturno,
lo que también tiene su miga: nos trae
una luz aunque sombría y menciona al
patrón mitológico de los grandes
creadores melancólicos y algo
malhumorados. El farol epónimo
alumbra dos notables conjuntos de
composiciones aparentemente dispares
y, sin embargo, complementarios:
'Hábitos de los discípulos de Buda' es
una serie de sátiras morales acerca de la
sobrevivencia y la segunda parte, sin
título, es un inventario de motivos
campesinos, modestos y desvencijados
recuerdos de la infancia pero
profundamente enraizados en la vida,
que parecen ser las recompensas de
aquellos primeros discípulos de Buda
que esquivaron la vida consuetudinaria,
callaron casi siempre y procuraron no
participar de las injusticias.
La apelación a Buda es lo de menos,
aunque sirva para subrayar el sesgo
laico y utilitario de estos consejos y
observaciones. Martínez Sarrión y los
discípulos de Gautama son, en rigor,
mucho más romanos, de la secta de
Juvenal y también sobrinos de Lucrecio,
el materialista, y de Séneca, el estoico.
No los quieren en los empleos que
piden "agresividad, tesón, /
disponibilidad fuera de horario, / bien
rasurado, polos de Lacoste / y, en
cualquier trance, positividad" y, desde
luego, son alérgicos al "teléfono móvil
de los huevos, / que hoy se utiliza tanto
para un roto: / intercambiar cuatro
sandeces / sincopadas sin arte, / como
para un descosido: / navegar por la Red
o dedicarse al 'zapping".
El último de los poemas de esta serie
nos descubre a dos "claros poetas" que
avanzaron por aquella misma senda y
"que yo quería faros o atalayas /
guiando en plena noche nuestras torpes
derivas": Robert Graves y Jorge
Guillén. Ninguno de los dos son mala
recomendación y, en efecto, bastantes
de los poemas campesinos de la
segunda parte tienen ecos de la avidez
vital de Graves, de la serenidad
demorada de Guillén y no poco de la
unción emotiva de Claudio Rodríguez,
otro poeta apreciado por el autor y
varias veces presente en sus diarios.
Pero Martínez Sarrión prefiere acercarse
sin muletas filosóficas, ni coartadas
líricas, a ese mundo en que hay
escarabajos, ratas, una jornada de pesca,
una hoguera de pastor bien calculada o
la carta de una enamorada iletrada. En
'Carretera que serpentea sobre la colina'
evita que las "sendas perdidas" tengan
que ver con "las que recorría aquel
filósofo / de palabra exigente y política
errada" (Holzwege, de Heidegger) e
incluso prefiere que los "claros del
bosque" no recuerden los de "cierta
vieja dama / con algo de sibila y
pitonisa" (María Zambrano).
Y en 'Pequeña alquería', la tentación de
pensar en los paisajes mágicos y
levitantes de Joan Miró, le lleva a
acumular por el contrario los nombres
de otras cosas que prefiere: "petróleo o
queroseno, / ropa fuerte y barata, buenas
botas / para el agua y el barro" y, sobre
todo, "una de esas barajas / que, por lo
abarquillada y lo mugrienta, / han
dejado de usar en al casino". Cuando en
el cierre canta el último grillo del otoño
("sin más propósito ni más postulación
de un yo ridículo"), el poeta zumbón y
corrosivo piensa que "celebra lo que fue
/ su conexión al Todo, / que se verificó
con el mínimo coste". Esta diminuta
fábula es una joya concentrada de las
que sólo la madurez y la maestría
producen de cuando en cuando.
José-Carlos Mainer en Babelia (El
país) 14 de enero de 2012
El color de la tinta (Poesía 1962-
2012)
Nicolás del Hierro
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2012
Pese a pertenecer a la que él mismo
denomina una generación nacida a flor
de bala, Nicolás del Hierro es un poeta
que ha permanecido siempre al margen
de esos ficticios, confusos y a veces
interesados mapas que son los cuadros
generacionales. La suya es la obra de un
poeta forjado a sí mismo, que ha ido
creciendo a lo largo de cincuenta años
bajo sus propios impulsos creativos, y
cuya voz, cimentada sobre el yo
autobiográfico, ha estado siempre
marcada por un fuerte acento
confesional e intimista. Voz que, salvo
en la etapa central de su lírica, aparece
desnuda de ornato, depurada de todo
artificio, y estremecida por una intensa
vibración emocional. Una poesía
definida por Carlos Murciano como
recia y tierna a un tiempo (...)
humanísima, conmovida en sus posos,
en sus hondas raíces, y, por ello,
conmovedora.
Su obra se inicia desde una actitud
ética y rehumanizadora, y desde el más
sincero compromiso de solidaridad con
el hombre. En sus tres primeros libros,
Profecías de la guerra (1962), Al borde
casi (1965) y Cuando pesan las nubes
(1971), fluctúa entre su visión crítica de
un mundo deshumanizado, y su fe
inquebrantable en un futuro de
solidaridad, amor, dulzura. Dos
impulsos esenciales de su lírica, y dos
ejes temáticos que, unidos a un
desolado universo existencial,
constituyen el armazón de su primera
etapa poética.
A partir de Este caer de rotos pájaros
(1979) se inicia un viraje estético en la
obra del poeta, que abandona su
sobriedad expresiva para situarse en una
línea más innovadora y más atenta al
poder de sugestión de las imágenes.
Etapa central de su trayectoria poética,
que habrá de prolongarse en sus dos
libros de tema amoroso, Lejana
presencia (1984) y Muchacha del Sur
(1987), y a la que también pertenece su
cuaderno Los rojos ríos de tus noches,
muy tardíamente publicado en 2005. A
partir de Cobijo de la memoria (1995)
comenzará un nostálgico viaje de
regreso a sus orígenes, que se verá
interrumpido por sus dos siguientes
libros: Lectura de la niebla (1999), que
ahonda introspectivamente en el más
oscuro desengaño, y Mariposas de
asfalto (2000), donde recupera de nuevo
su actitud comprometida y solidaria;
pero ese viaje de regreso a los gratos
paisajes de la memoria hallará
continuidad posteriormente en El latir
del tiempo (2004) y Dolor de ausencia
(2005).
Sus dos últimos poemarios inéditos,
Desde mis soledades y El color de la
tinta, recogidos por el autor en este
volumen, suponen un regreso a su
estética coloquial y a su característico
confesionalismo, en un proceso de
fuerte carga intimista donde la reflexión
metapoética, el desencanto o el vacío
existencial son el triple reflejo de una
actitud cada vez más desengañada ante
la literatura y ante la vida.
Pedro A. González Moreno
(Fragmento del prólogo del libro)
Tras las murallas de Cuenca
Michel Muñoz García y Santiago
David Domínguez Solera
Consorcio de la Ciudad de Cuenca, 2012
Se trata de un libro de estudio y
consulta sobre las Murallas de Cuenca,
realizado por dos arqueólogos de
reconocido prestigio: Michel Muñoz y
Santiago Domínguez. Todo un mundo
por descubrir tras sus páginas...
Como ejemplo del contenido del libro
veamos el capítulo 5 del mismo, que
comienza exponiendo el significado
urbanístico, fiscal, higiénico... y por
supuesto militar que tenían las cercas de
las ciudades cristianas.
Hace luego un repaso a la fortificación
del reino de Castilla durante el siglo
XII, una centuria muy mal conocida en
cuanto a fortificación se refiere. Las
palabras no son mías sino de Javier de
Castro
Por último contextualizamos la obra de
la muralla entre las obras defensivas que
se dan en la frontera oriental del reino
castellano. Frente a los paramentos
ciclópeos de Ávila, Plasencia o Bejar,
en esta parte los mampuestos son
livianos. Su tamaño era el adecuado
para ser manejado por un solo alarife, lo
cual revela un método constructivo
mucho menos sofisticado que el
empleado en las anteriores villas reales
El acto de presentación estuvo presidido
por el alcalde Cuenca Juan Ávila
El libro es un encargo del Consorcio de
de Cuenca a los arqueólogos Santiago
David Domínguez Solera y Michel
Muñoz García
Publicado por PAZ RISUEÑO
VILLANUEVA en su página web
En defensa de la biblioteca
pública
Juan Sánchez Sánchez
Almud ediciones de CLM, Biblioteca Añil
nº 54; Ciudad Real, 2012; 240 pags.
Juan Sánchez Sánchez presentó en la
Biblioteca de Castilla-La Mancha una
nueva selección de textos publicados
por Almud Ediciones dentro de su
colección Biblioteca Añil
Munición para los defensores de
las bibliotecas públicas
En defensa de la biblioteca pública, de
Almud ediciones (Biblioteca Añil), es la
segunda parte de la trilogía de Juan
Sánchez Sánchez dedicada «a resaltar
los valores de las bibliotecas públicas y
a expresar la lucha personal que, como
ciudadano o desde puestos
profesionales», este autor viene
manteniendo desde hace muchos años
«para colaborar en la mejora de este
servicio público en España».
Combates por la biblioteca pública en
España, que Almud publicó en 2006,
fue el primero de ellos. Consistió en una
recopilación de trabajos, conferencias y
artículos publicados en prensa entre los
años 1978 y 2006. El segundo es una
novela juvenil, Rebelión en la
biblioteca, que muy pronto verá la luz y
que describe cómo la directora de una
biblioteca es cesada en su puesto y
trasladada a dirigir una residencia de
ancianos, y cómo un grupo de jóvenes
usuarios de esa biblioteca inicia un
movimiento de apoyo que consigue
concienciar a toda la ciudad, incluidos
los más diversos sectores sociales y
culturales.
En defensa de la biblioteca pública, por
último, es una selección de textos
recientes -en buena medida publicadas
en La Tribuna de Toledo y el resto de
cabeceras de este grupo en la región-,
«artículos, ficciones, relatos, poemas y
propuestas». En otras palabras,
munición -y empleamos la palabra con
absoluto convencimiento, en los
tiempos que corren- para quienes
consideren una parte de sí mismos esas
instalaciones que, en contra del sentir de
muchos (algunos políticos incluidos), ni
muerden ni se alimentan del aire.
A la selección de artículos de opinión
publicados en prensa siguen cuatro
relatos que Juan Sánchez Sánchez
publicó entre 1992 y 2010, „El niño que
acumulaba libros‟, „El corazón de la
lectura‟, „Y la Biblioteca cerró sus
puertas‟, y „La mordaza y el miedo‟.
Las denominadas „Ficciones
institucionales‟, dos poemas y la
presentación del personaje de Mateo
Gómez, en cierta manera un álter ego
del autor, creado en 2005 para expresar
públicamente sus ideas, completan el
bloque „Literatura al servicio de las
bibliotecas‟.
La tercera parte del libro se denomina
„Nuevas investigaciones y proyectos‟.
Este apartado es de especial interés para
los profesionales de las bibliotecas,
tanto por sus conclusiones como por la
metodología empleada y por su reciente
elaboración.
Juan Sánchez Sánchez (Toledo, 1952)
es licenciado en Geografía e Historia.
Fue jefe del servicio regional del Libro,
Archivos y Bibliotecas de Castilla-La
Mancha entre 1991 y 2006. Trabajó en
la Biblioteca Pública del Estado y
Centro Coordinador Provincial de
Bibliotecas de Toledo en los años
setenta. Durante el periodo 1984-1990
fue director de gabinete de los
consejeros de Educación y Cultura y de
Relaciones Institucionales, así como del
vicepresidente del Gobierno de Castilla-
La Mancha. En la actualidad, es jefe del
servicio de Enseñanza Universitaria en
la Consejería de Educación.
Adolfo de Mingo, en La Tribuna de
Toledo, 4 de mayo 2012
José María Alonso Gordo (coord.)
El Ocejón y sus juegos populares, 2.ª ed. corregida y aumentada,
Asociación Serranía de Guadalajara,
2011, 32 pp.
El presente trabajo se editó con motivo de
la celebración del IV Día de la Sierra, que
tuvo lugar en Majaelrayo, el día 15 de
Octubre de 2011 y cuya organización corrió
a cargo de la Asociación Serranía de
Guadalajara. La primera edición se efectuó
muchos años antes, en 1985, con motivo del
Primer Día del Ocejón, que también se
celebró en Majaelrayo, los días 29 y 30 de
junio.
En la Introducción, que firma Raúl Conde
Suárez como Presidente de la Asociación
mencionada, se le indica al posible lector
con qué se va a encontrar páginas adentro,
es decir, cual es el esquema cultural de la
obra, que resume en los capítulos dedicados
al estudio o por mejor decir, a la
descripción, de los juegos de bolos, la
calva, el tiro de la barra, el chito y la burria,
así como el de la estornija, el hinque, el de
la pelota (o pelota a mano) y el borreguero,
detallandose en cada uno de los apartados
su reglamento, vocabulario y variantes
observadas.
Son, por lo general, juegos claramente
rurales, que solían practicar los pastores y
los cazadores serranos en sus momentos de
asueto y siempre de una forma utilitaria, a
modo de entrenamiento cara al desarrollo
de sus propias actividades laborales,
procurando despertar el ingenio, la destreza,
la puntería, etc., amén de la diversión.
Al parecer, muchos de estos juegos tuvieron
unos orígenes tan ancestrales y recónditos
que llegaron a perderse en la noche de los
tiempos; en algunos casos se dice que ya
fueron practicados por grupos de población
autóctonos, anteriores a la dominación
romana, cosa que quizá pudiera explicarse
con cierta claridad a través del análisis de
las palabras que suelen usarse durante su
práctica, como “birle”, “cinque”, “micha”,
“cajo”, “chito”, “burria”, etcétera; otros
puede que fueran traídos -y posteriormente
incorporados o asimilados- por grupos de
repoblación provenientes de las tierras del
norte peninsular; de algunos se sabe con
certeza que fueron practicados durante la
Edad Media, como así se pone de
manifiesto en el Sínodo de Salamanca, de
1451.
Veamos, a continuación, los juegos que se
incluyen en la presente publicación, así
como la autoría de sus correspondientes
fichas, que recogen los siguientes datos: el
nombre más utilizado (o por el que es más
conocido) el juego de que se trate, sus
orígenes o procedencia y otros lugares
donde se practiqua, la descripción de los
elementos que se emplean en él (bolas,
bolos, tipo de la cancha, calva, calvo, barra,
chito, tejo, burria, estornija, hinque, pelota,
borreguero...), las normas o reglamento por
el que se rige, a veces el vocabulario que se
emplea en su desarrollo, las posibles
variantes que se han observado...
Octavio Mínguez -“posiblemente, el
serrano que más y mejor conoce los
entresijos del Valle del Ocejón”, según
palabras de Raúl Conde- trata del Juego de
los Bolos, cuya implantación en la Sierra se
debe, probablemente, a los pastores que la
repoblaron en el siglo X y cuyas diferencias
con otros juegos de León, Asturias o
Cantabria son muy notables.
Hablando de las reglas del juego de bolos
que se practica en los pueblos del Ocejón,
señala que hay cuatro que son comunes a
todos ellos: que el jugador no pueda mover
el pie del sitio exacto de la “manda” (o el
“birle”), en tanto no pare la bola o pase del
“cinque”; que tampoco pueda apoyarse en
ningún sitio con el brazo libre, a la hora del
lanzamiento de la bola; que la bola debe
sobrepasar -en la tirada de ida- la línea del
“cinque”, y que no podrá cruzar de carrera
o calle al tirar desde la “manda”. Otras
reglas aunque no son universales están
bastante generalizadas, como el que no se
contabilicen los bolos derribados por otro
bolo (en la tirada de ida), o cuando la bola
tirada desde la “manda” rebote en la madera
del fondo y retroceda hasta entrar en el área
de los bolos. A veces surgen también tipos
especiales de “manda”, es decir, que
implican obligatoriedad en su cumplimiento
y cuya infracción constituye “micha”
(falta). Sigue un escueto vocabulario donde
aparecen palabras como “birle”, que es la
zona o espacio de la “cancha”, entre la raya
del “cinque” y la madera (siendo “cinque”
la línea marcada en el suelo de la “cancha”,
a lo ancho, que debe sobrepasar la bola en
la primera tirada), y las variantes
observadas.
José M.ª Alonso -que junto a José Fernando
Benito es uno de los dos “guardianes del
extensísimo legado cultural de Valverde”
(Conde dixit)- trata del Juego de la Calva,
que -según indica- parece tener una base
práctica relacionada con las tareas del
campo, puesto que los pastores ejercitaban
su fuerza y puntería lanzando piedras a un
cuerno colocado en el suelo, con la punta
hacía arriba. A la descripción del mismo
sigue la relación de los elementos que lo
componen: los equipos, la “calva” o
“calvo” y el “barrón” o “calvo”, la
“cancha”, el “calvero” o árbitro, la “manda”
y las partidas o “cajos”, para finalizar con el
desarrollo del juego y sus reglas especiales.
El mismo José Mª Alonso Gordo analiza el
Tiro de la barra, tan extendido a lo largo de
la geografía española. José Antonio Alonso
escribe acerca del Juego del Chito, quizá
uno de los más populares en la provincia de
Guadalajara, donde también es conocido
con los nombres de “tanguilla”, en
Palazuelos; “ahíta”, en Alustante; “galiche”,
en Miralrío; “tango”, en Rebollosa de
Jadraque y Luzaga; “tejo” o “lita”, en
Robledo de Corpes, y “tanga”, en la zona de
Tierzo, en el Señorio de Molina (que
Santiago Araúz de Robles recoge en su
interesante y agotadísimo libro Los
desiertos de la cultura). Juego este del
“chito” en el que se utilizan dos elementos
principales: el propio “chito”, en cuya parte
superior se depositan las monedas
estipuladas por los jugadores, y el “tejo”
(pieza más o menos discoidal) que había
que arrojarle desde una distancia convenida
para intentar derribarlo y poder ganar
aquellas monedas que hubiesen caído más
cerca del mismo.
José Fernando Benito, -el otro guardián de
los valores culturales valverdeños- describe
brevemente el Juego de la Burria que, según
indica, recuerda al hockey sobre hierba,
aunque sustituyendo las porterías por un
único hoyo en el que los dos equipos
contendientes tratarán de meter una bola de
unos siete centímetros de diámetro. Un
juego del que no se conserva regla alguna y
cuyo palo recuerda claramente a una garrota
o cayado pastoril.
Un apartado final, que firman J. M. Alonso
Gordo, J. A. Alonso y J. F. Benito trata de
Otros Juegos, y en él se recogen el de la
“estornija” (un palo de unos sesenta
centímetros que debía lanzarse lo más lejos
posible al golpearse con otro palo más
largo); el “hinque” (que en otros lugares
conocemos como el “clavo”); el “juego de
pelota” (o pelota a mano), actualmente
desbancado por el frontenis, y el
“borreguero”, del que tan pocas referencias
existen dada su primitiva sencillez, puesto
que consiste en colocar en el suelo una
piedra alargada, pina, para desde cierta
distancia -marcada con una raya- lanzar
cada jugador una piedra que, para ganar,
debe caer lo más cerca posible de aquella.
Completa el trabajo una breve bibliografía
así como la referencia a algunos sitios web
en los que pueden encontrarse datos acerca
de estos juegos.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
RECUPERACIONES
CIEN LIBROS CONVENIENTES (PARA MEJOR CONOCER CUENCA) José Luis Muñoz Decir “cien” es una cifra convencional que
tiene mucho de artificio rebuscado, como
sucede de manera repetida en distintos
sectores. Periódicamente se votan las cien
mejores películas de la historia, se eligen
las cien mujeres más elegantes o guapas o
sofisticadas del mundo, nos apabullan con
la lista de los cien hombres más ricos, se
señalan con mejor o peor criterio los cien
momentos culminantes de la humanidad o
se invita (a los famosos, claro) a elegir los
diez libros que se llevarían a una isla
desierta. Por no recordar aquel libro
antológico que nos acompañó en los inicios
de nuestra andadura lectora, “Las mil
mejores poesías de la lengua castellana”.
Todo es convencional, claro. Podría ser otra
cifra cualquiera o incluso ser una relación
abierta, de más o menos, pero parece que la
referencia a cien tiene un cierto atractivo,
incluso con su componente ligeramente
morboso: ¿dónde se acabará esa centena?
Es un lugar común decir -a veces sin mucho
conocimiento de causa- que en Cuenca se
edita mucho. Es verdad, pero no es tanto, si
buscamos parámetros comparativos. El
repertorio bibliográfico conquense es muy
abundante aunque, por desgracia, en ese
amplio contenido no todo lo que existe es
merecedor de ser valorado ni tenido en
cuenta pues, por desgracia, encontramos en
ocasiones aprendices de escritor que acuden
a fuentes nada recomendables con las
consecuencias imaginables, al enlazar un
disparate con otro como en una ristra de
chorizos.
El trabajo que sigue responde a un criterio
absolutamente personal, el de quien lo
firma y que por ello mismo asume, desde la
primera línea, la responsabilidad inherente a
los comentarios, sean censuras o elogios,
que pueda recibir y que, con toda seguridad,
responderán a criterios igualmente
personales, desde luego respetables.
He intentado desbrozar, entre la maraña de
títulos publicados sobre Cuenca (ojo:
“sobre”, no “de” conquenses, que es otra
materia), aquellos cien que habiéndome
sido provechosos a mí, pienso que lo serán
también a cualquiera interesado en conocer
las cosas de esta tierra. El catálogo abarca
un amplio espectro: historia, arte, geografía,
paisajes, viajes, literatura, miscelánea,
temas locales, etc., es decir, aquellos libros
que pueden aportar un nivel apreciable de
conocimiento sobre la generalidad de la
provincia o un sector específico de ella. No
se han tenido en cuenta las biografías
personales, los catálogos de exposiciones
(salvo un par de excepciones que se
comentarán en su momento) ni las obras de
creación literaria, que merecen tratamiento
diferenciado ni tampoco los folletos en
forma de memorias, programas y demás.
Mención aparte merece el prolífico tema de
las “historias” locales (y el recurso a las
comillas avanza ya una cierta
predisposición del autor), de las que están
apareciendo docenas en los últimos años.
En su mayor parte, son un modestísimo
repertorio de costumbres, relación de
nombres y apodos o acumulación de
documentos sin orden ni concierto, sin que
falten los de estructura poética (aunque con
escasa poesía interior), libros destinados a
satisfacer el ego de los alcaldes de cada
lugar y la pequeña vanidad de los vecinos
citados en el texto. Es, desde luego, un
esfuerzo y una inversión económica
desperdiciados. Sólo unos pocos, muy
pocos títulos, entre ellos, aportan alguna
noticia de verdadero interés sobre los
respectivos pueblos. Eso explica, de otro
lado, el abrumador predominio de títulos
sobre la ciudad de Cuenca, que sí ha
generado (aparte, por supuesto, su propia
importancia intrínseca) un considerable
número de títulos meritorios. Sería muy
deseable que en el futuro quienes financian
y promocionan este tipo de obras
(Diputación y Ayuntamientos, de manera
singular) mostraran alguna preocupación
por seleccionar mejor la calidad de los
productos pues, en contra de lo que pudiera
parecer, no todo vale siempre.
Concluida la introducción pasamos al
contenido, señalando que el plan de trabajo
impuesto prevé la incorporación de un
nuevo título cada semana, y así, paso a
paso, iremos elaborando esta relación de los
cien libros que, a mi juicio, son necesarios y
convenientes para mejor conocer la historia
y la realidad de la provincia de Cuenca:
EN LA WEB DE LA BIBLIOTECA
MUNICIPAL DE CUENCA
http://bibliocuenca.blogspot.com
Memorias Históricas de Cuenca y
su Obispado. Mateo López. Edición de Ángel González Palencia
Instituto Jerónimo Zurita del
CSIC/Ayuntamiento de Cuenca, 1949.
Biblioteca Conquense, vols. V y VI.
En el año 1787, la Sociedad Económica
de Amigos del País de Cuenca convocó
un concurso destinado a seleccionar la
mejor obra presentada que ofreciera una
visión total (histórica, geográfica, civil
y eclesiástica) de la provincia de
Cuenca. Sólo se presentó un trabajo,
firmado por Mateo López (Iniesta,
1750-Cuenca, 1819) y para él fue el
premio de 300 reales (más 100 añadidos
por “cierta persona”) pero no se
concretó el galardón sin duda más
esperado y deseado por el autor: la
publicación de la obra. Con alguna
maldad -propia en todo lugar entre los
escritores envidiosos- Muñoz y Soliva
insinuará, casi un siglo más tarde, que la
no publicación de la obra se debió a su
mediocridad, lo que no impidió a ese
mismo autor entrar a saco en ella y
utilizar generosamente sus materiales
para escribir su propia Historia de
Cuenca, cosa que pudo hacer (como
algunos otros después) dando por
supuesto que, como estaba en
manuscrito, nadie podría conocerla ni
reprochar los plagios. Y así hubiera sido
si en 1949 no apareciera Ángel
González Palencia, benemérito
intelectual por muchos conceptos, para
sacar de los archivos el manuscrito de
don Mateo y darlo a la imprenta.
Gracias a tan singular iniciativa,
propiciada por el Ayuntamiento de
Cuenca en tiempos felices, el trabajo de
Mateo López está hoy a nuestra
disposición en algunas bibliotecas.
Se trata de una apabullante colección de
datos y noticias, algunas de ellas con
carácter totalmente inéditos y otras
(como muchas de las que remiten a
documentos del archivo diocesano)
imposibles hoy de comprobar por haber
desaparecido los originales. Pero no es
un libro si atendemos al significado real
de este concepto. Las Memorias no
tienen una estructura coherente ni
siguen una metodología razonable que
justifique una elaboración ordenada,
sistemática, atenta a un plan previo y un
desarrollo cohesionado. El autor fue
recogiendo noticias dispersas que fue
agregando una tras otra, sin atender a
criterio alguno e incluso olvidó uno de
los requisitos de la convocatoria:
“deberá comenzar desde su fundación y
terminará con buen orden de cronología
en los tiempos presentes”, pues todos
los materiales aparecen mezclados y por
ello pasa de un tema a otro que
introduce otros distintos, sin orden ni
concierto.
Desde este punto de vista, el propósito
de la Sociedad de Amigos del País
quedó, evidentemente, frustrado y quizá
por ello renunciaron a llevar adelante la
edición, condenando al texto a
permanecer inédito. Pero para nosotros
el trabajo, recuperado por González
Palencia sí ofrece un extraordinario
interés porque en él aparece una enorme
cantidad de datos que son
imprescindibles para incorporar, desde
nuestra perspectiva (siglo XXI) multitud
de datos y observaciones, a lo que ahora
se escribe. En especial, tienen un gran
valor los que se refieren a la época en
que vivió Mateo López (que era, en esos
momentos, maestro mayor de obras del
Ayuntamiento de Cuenca y del
obispado y, por tanto, testigo
excepcional de la evolución urbanística
de la ciudad).
En otros casos, las muchísimas páginas
que dedica a las ciudades hispano
romanas de Segóbriga, Valeria y
Ercávica carecen de suficiente validez,
porque la investigación posterior ha
desbordado y mejorado aquellas
imprecisas noticias.
Las Memorias históricas de Cuenca y
su obispado son un texto de excepcional
valor, como fuente directa para conocer
nuestra provincia.
José Luis Muñoz en la web de la
Biblioteca Municipal de Cuenca
http://bibliocuenca.blogspot.com