61170046 nancy fraser nuevas reflexiones sobre el reconocimiento

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    Durante las dcadas de 1970 y 1980, las luchas a favor del reconocimien-to de la diferencia parecan estar cargadas con la promesa de la emanci-pacin. Muchas de las personas que se agruparon en torno a las banderasde la sexualidad, el gnero, la etnicidad y la raza no slo aspiraban a afir-mar identidades hasta el momento negadas, sino a incorporar, adems, unadimensin lateral ms rica a las batallas en torno a la redistribucin de lariqueza y del poder. Con el cambio de siglo, las cuestiones relativas al reco-nocimiento y la identidad se han hecho an ms centrales, aunque muchasadoptan ahora un cariz diferente: desde Ruanda hasta los Balcanes, lascuestiones de identidad han alimentado campaas a favor de la limpiezatnica e incluso del genocidio, as como movimientos que se han alzado ensu contra.

    No slo ha cambiado el carcter de estas luchas, sino tambin su escala. Lasreivindicaciones a favor del reconocimiento de la diferencia impulsan en laactualidad muchos de los conflictos sociales en el mundo, desde las cam-paas en pro de la soberana nacional y la autonoma subnacional, a lasbatallas en torno al multiculturalismo, pasando por los movimientos nueva-mente en alza en favor de los derechos humanos, que aspiran a promovertanto el respeto universal por la humanidad comn como la consideracinhacia la especificidad cultural. Tambin se han hecho predominantes en elseno de movimientos sociales, tales como el feminismo, que anteriormentehaba dado prioridad a la redistribucin de los recursos. En realidad, estasreivindicaciones abarcan una amplia gama de aspiraciones, desde las msabiertamente emancipatorias hasta las ms rotundamente rechazables(situndose la mayora, probablemente, en algn lugar intermedio). A pesarde todo, su apelacin a una gramtica comn merece ser tenida en cuenta.Por qu en la actualidad, tras la cada del comunismo de corte sovitico yla aceleracin de la globalizacin, son tantos los conflictos que adquierenesta forma? Por qu son tantos los movimientos que expresan sus reivindi-caciones mediante el lenguaje del reconocimiento?

    Plantear esta cuestin supone tambin advertir el declive relativo de lasreivindicaciones en pos de una redistribucin igualitaria. El lenguaje de la

    NUEVAS REFLEXIONES

    SOBRE EL RECONOCIMIENTO

    NANCY FRASER

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    distribucin, en el pasado la gramtica hegemnica de protesta poltica, esen la actualidad menos significativo. No es que los movimientos que haceno mucho tiempo exigan enrgicamente un reparto equitativo de los recur-sos y de la riqueza hayan desaparecido totalmente. Sin embargo, gracias a lacontinua ofensiva retrica neoliberal contra el igualitarismo, la ausencia decualquier modelo creble de socialismo factible y las dudas generalizadassobre la viabilidad de la socialdemocracia basada en el Estado keynesianofrente a la globalizacin, su papel se ha visto reducido en gran medida.

    Nos enfrentamos, por consiguiente, a una nueva constelacin en lo que serefiere a la gramtica segn la cual se articulan las reivindicaciones polti-cas, una gramtica que resulta inquietante en dos aspectos. En primerlugar, este desplazamiento desde la redistribucin hacia el reconocimientose produce a pesar o quiz a causa de una aceleracin de la globa-lizacin econmica, en un perodo en el que nos hallamos ante un capita-lismo agresivamente en expansin que est exacerbando de forma radicalla desigualdad econmica. En este contexto, los planteamientos a favor delreconocimiento estn sirviendo ms para marginar, eclipsar y desplazar lasluchas en favor de la redistribucin que para completarlas, complejizarlasy enriquecerlas. Me referir a esta cuestin como el problema del despla-zamiento. En segundo lugar, las luchas en favor del reconocimiento de hoyen da se producen en un momento de una tremenda y creciente interaccintranscultural, en el que la migracin en aumento y los flujos mediticosglobales estn tornando ms hbridas y plurales las expresiones culturales.Aun as, los rumbos que toman dichas luchas a menudo no contribuyen apromover la interaccin respetuosa en el seno de contextos cada vez msmulticulturales, sino a simplificar y reificar de manera drstica las identida-des de grupo. Tienden, por el contrario, a promover el separatismo, la into-lerancia, el chovinismo, el patriarcado y el autoritarismo. Me referir a estacuestin como el problema de la reificacin.

    Ambos problemas el desplazamiento y la reificacin son extremada-mente serios: en la medida en que la poltica del reconocimiento desplazaa la poltica de la redistribucin, puede promover, de hecho, la desigual-dad econmica; en la medida en que reifica las identidades de grupo, correel riesgo de aprobar la violacin de los derechos humanos y congelar losmismos antagonismos que trata de mediar. No es de extraar, por consi-guiente, que muchas personas sencillamente se hayan lavado las manoscon respecto a la poltica de la identidad o hayan propuesto abandonartotalmente las luchas culturales. Para algunas, esto puede significar volvera conceder prioridad a la clase social por encima del gnero, la sexualidad,la raza y la etnicidad. Para otras significa resucitar el economicismo. Aunpara otras, esto puede significar rechazar sin ms todas las reivindicacionesminoritarias e insistir en la asimilacin con respecto a las normas mayori-tarias en nombre del laicismo, el universalismo o el republicanismo.

    Dichas reacciones resultan comprensibles; as como profundamente err-neas. No todas las formas de la poltica del reconocimiento son igualmen-

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    te perniciosas: algunas representan respuestas genuinamente emancipato-rias frente a injusticias graves que no pueden ser remediadas nicamentemediante la redistribucin. La cultura, por otro lado, constituye un terrenode lucha legtimo, incluso necesario, un mbito en el que se asienta lainjusticia por derecho propio y en el que sta aparece profundamenteimbricada con la desigualdad econmica. Las luchas en favor del recono-cimiento, adecuadamente concebidas, pueden contribuir a la redistribu-cin del poder y de la riqueza y pueden promover la interaccin y lacooperacin entre abismos de diferencia.

    Todo depende de cmo se aborde el reconocimiento. Me gustara defen-der a continuacin que necesitamos un modo de repensar la poltica delreconocimiento, de manera que pueda ayudarnos a resolver, o al menos amitigar, los problemas de desplazamiento y reificacin. Esto suponeconceptualizar las luchas a favor del reconocimiento, de modo que puedanintegrarse con las luchas en pos de la redistribucin, en lugar de despla-zarlas y socavarlas. Significa, asimismo, desarrollar una concepcin delreconocimiento que pueda dar cabida a toda la complejidad que presentanlas identidades sociales, en lugar de una que promueva la reificacin y elseparatismo. En este texto me propongo abordar dicha reconsideracin delreconocimiento.

    El modelo de la identidad

    El enfoque habitual de la poltica del reconocimiento, que denominarmodelo de la identidad, se inicia con la idea hegeliana de que la identi-dad se construye de manera dialgica, a travs de un proceso de recono-cimiento mutuo. De acuerdo con Hegel, el reconocimiento designa unarelacin recproca ideal entre sujetos, segn la cual cada uno contempla alotro simultneamente como a un igual y como a alguien distinto de smismo. Esta relacin es constitutiva de la subjetividad: se llega a ser unsujeto individual nicamente cuando se reconoce y se es reconocido porotro sujeto. El reconocimiento de los otros, por lo tanto, es esencial para eldesarrollo del sentido de s. No ser reconocido o ser reconocido inade-cuadamente1 supone sufrir simultneamente una distorsin en la relacinque uno mantiene consigo mismo y un dao inflingido en contra de lapropia identidad.

    Los defensores del modelo de la identidad transponen el esquema delreconocimiento hegeliano al terreno cultural y poltico. Sostienen quepertenecer a un grupo infravalorado por la cultura dominante equivale asufrir una falta de reconocimiento, a sufrir una distorsin en la relacin queuno mantiene consigo mismo. Los miembros de un grupo despreciado, araz de repetidos encuentros con la mirada estigmatizante del otro cultu-

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    1 El trmino misrecognition alude tanto a la falta de reconocimiento en sentido estricto comoa un reconocimiento inadecuado.

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    ralmente dominante, interiorizan representaciones negativas de s mismosy se sienten imposibilitados a la hora de desarrollar una identidad propiaculturalmente saludable. Desde esta perspectiva, la poltica del reconoci-miento aspira a remediar el propio trastorno interior, oponindose a laimagen degradada del grupo que sustenta la cultura dominante. Propone alos miembros de los grupos reconocidos de forma inadecuada que recha-cen tales imgenes en favor de nuevas autorrepresentaciones producidaspor ellos mismos, librndose de las identidades negativas interiorizadas yagrupndose colectivamente con el fin de producir una cultura autoafir-mativa propia que, al hacerse valer en el mbito pblico, logre alcanzar elrespeto y el aprecio de la sociedad en su conjunto. El resultado satisfacto-rio de este planteamiento es el reconocimiento: una relacin no distor-sionada con uno mismo.

    Sin duda, este modelo de identidad introduce algunas contribuciones degran valor en relacin a los efectos psicolgicos del racismo, el sexismo, lacolonizacin y el imperialismo cultural. Sin embargo, resulta terica y pol-ticamente problemtico. Al establecer una ecuacin entre la poltica delreconocimiento y la poltica de la identidad fomenta tanto la reificacin delas identidades de grupo como el desplazamiento de la redistribucin.

    El desplazamiento de la redistribucin

    Consideremos en primer lugar los modos en los que la poltica de la iden-tidad tiende a desplazar las luchas redistributivas. El modelo de la identidad,en gran medida silencioso con respecto a la cuestin de la desigualdadeconmica, aborda la falta de reconocimiento como una ofensa culturalindependiente: muchos de sus defensores simplemente ignoran la injusti-cia distributiva por completo, centrndose exclusivamente en iniciativasencaminadas a transformar la cultura; otros, por el contrario, consideran lagravedad de la distribucin desigual y les gustara realmente remediarla.No obstante, ambas corrientes terminan desplazando las reivindicacionesredistributivas.

    La primera corriente considera la falta de reconocimiento como un proble-ma de desprecio cultural. Las races de la injusticia se sitan en las repre-sentaciones degradantes; sin embargo, no se considera que stas tenganuna base social. Para esta corriente, lo esencial del problema son losdiscursos que circulan libremente, no las significaciones y normas institu-cionalizadas. Al hipostasiar la cultura, simultneamente abstraen la falta dereconocimiento de su matriz institucional y ocultan su entretejimiento conla injusticia distributiva. No logran comprender, por ejemplo, los lazos(institucionalizados en los mercados de trabajo) entre, por un lado, lasnormas androcntricas que infravaloran las actividades codificadas comofemeninas y, por otro, los bajos salarios de las trabajadoras. Asimismo,pasan por alto los lazos institucionalizados que se dan en el seno de lossistemas de bienestar social entre, de una parte, las normas heterosexistas

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    que deslegitiman la homosexualidad y, de otra, la negacin de recursos ybeneficios a gays y lesbianas. Ocultando dichas conexiones despojan a lafalta de reconocimiento de sus cimientos socioestructurales, equiparndo-la a una identidad distorsionada. Una vez que la poltica del reconoci-miento se ha visto as reducida a la poltica de la identidad, la poltica de laredistribucin queda desplazada.

    La segunda corriente de la poltica de la identidad no se limita a ignorar ladistribucin desigual de este modo. Esta corriente advierte que las injusti-cias culturales a menudo estn vinculadas con injusticias econmicas; sinembargo, no alcanza a comprender el carcter que las vincula. Los defen-sores de esta perspectiva, adscritos de hecho a una teora culturalista dela sociedad contempornea, suponen que la distribucin desigual es mera-mente un efecto secundario de la falta de reconocimiento. Para ellos, lasdesigualdades econmicas son simples expresiones de jerarquas cultura-les; en este sentido, la opresin de clase es un efecto superestructural de ladesvalorizacin cultural de la identidad proletaria (o, como se dira en Esta-dos Unidos, del clasismo). Lo que se desprende de esta perspectiva esque toda distribucin desigual puede ser indirectamente solucionadamediante una poltica de reconocimiento: revalorizar las identidades injus-tamente desvalorizadas equivale simultneamente a atacar las causasprofundas de la desigualdad econmica; no hace falta una poltica redistri-butiva especfica.

    De este modo, los defensores culturalistas de la poltica de la identidadsencillamente invierten las reivindicaciones de una forma primitiva deeconomicismo marxista vulgar; permiten que la poltica del reconocimien-to desplace a la poltica de la redistribucin, justamente del mismo modoen que, en el pasado, el marxismo vulgar permiti que la poltica de laredistribucin desplazara a la poltica del reconocimiento. De hecho, elculturalismo vulgar resulta tan inadecuado a la hora de comprender lasociedad contempornea como lo fuera el economicismo vulgar.

    Indudablemente, el culturalismo podra tener sentido si viviramos en unasociedad en la que no existieran mercados relativamente autnomos, y en laque los modelos de valoracin cultural regularan no slo las relaciones dereconocimiento, sino tambin las de distribucin. En dicha sociedad, ladesigualdad econmica y la jerarqua cultural estaran unidas sin fisuras; eldesprecio de la identidad se traducira perfecta e inmediatamente en injus-ticia econmica, y una poltica del reconocimiento que lograra poner remedioa la falta de reconocimiento se enfrentara al mismo tiempo a la distribu-cin inadecuada. En consecuencia, ambas formas de injusticia podran serremediadas de un golpe, y una poltica del reconocimiento que remediaracon xito la falta de reconocimiento se enfrentara asimismo a la distribu-cin desigual. Sin embargo, la idea de una sociedad puramente culturalsin relaciones econmicas, idea que ha fascinado a generaciones deantroplogos, se aleja bastante de la realidad actual, en la que la mercanti-lizacin en buena medida se ha hecho dominante en todas las sociedades,

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    desligando, al menos parcialmente, los mecanismos econmicos de distri-bucin de los modelos culturales de valor y prestigio. Los mercados,parcialmente independientes con respecto a dichos modelos, se guan poruna lgica propia, ni totalmente constreida por la cultura ni subordinadaa ella; esto genera desigualdades econmicas que no son meras expresio-nes de jerarquas de identidad. En estas condiciones, la idea de que sepuede poner remedio a toda distribucin desigual mediante una poltica dereconocimiento resulta profundamente engaosa: en lo nico en quepuede acabar este planteamiento es en el desplazamiento de las luchas afavor de la justicia econmica.

    La reificacin de la identidad

    Sin embargo, el desplazamiento no es el nico problema; el modelo delreconocimiento de la poltica de la identidad tiende, asimismo, a reificar laidentidad. Al insistir en la necesidad de articular y expresar una identidadcolectiva autntica, autoafirmativa y autogenerada, ejerce una presinmoral sobre los miembros individuales con el fin de que estos se ajusten ala cultura de un grupo determinado. En este sentido, la disidencia culturaly la experimentacin son desalentadas, cuando no sencillamente equipa-radas, con la deslealtad. Lo mismo sucede con la crtica cultural, incluyen-do las iniciativas de explorar divisiones intragrupales tales como las degnero, sexualidad y clase. Por lo tanto, lejos de celebrar el escrutinio, porejemplo, de las ramificaciones del patriarcado en el seno de una culturasubordinada, el modelo de la identidad tiende a tachar a dicha crtica deinautntica. El efecto general es el de imponer una identidad de gruponica y drsticamente simplificada que niega la complejidad de las vidas delas personas, la multiplicidad de sus identificaciones y de las fuerzas entre-cruzadas que operan en sus diversas afiliaciones. Irnicamente, por lotanto, el modelo de la identidad se convierte en un vehculo de la falta dereconocimiento: al reificar la identidad de grupo acaba ocultado la polticade la identificacin cultural, las luchas dentro del grupo por alcanzar laautoridad y el poder para representarlo. Manteniendo dichas luchas fuerade la vista, este enfoque enmascara el poder de las fracciones dominantesy refuerza la dominacin intragrupal. El modelo de la identidad, por lotanto, se inclina con demasiada facilidad hacia formas represivas de comu-nitarismo, favoreciendo el conformismo, la intolerancia y el patriarcado.

    Adems, paradjicamente, el modelo de la identidad tiende a negar suspropias premisas hegelianas. Aunque comienza asumiendo que la identi-dad es dialgica y construida por medio de la interaccin con otro sujeto,acaba valorando el monologuismo y dando por supuesto que las gentesque son inadecuadamente reconocidas pueden y deben construir su iden-tidad por s solas. Asume, por otro lado, que un grupo tiene derecho a sercomprendido nicamente en sus propios trminos, que nadie est justifi-cado en ningn caso para contemplar a otro sujeto desde una perspectivaexterior o disentir de la interpretacin que otro realiza de s mismo. Sin

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    embargo, una vez ms, esto contradice la perspectiva dialgica, haciendode la identidad cultural una autodescripcin autogenerada que alguienpresenta a otras personas a modo de obiter dictum. Con el fin de dispen-sar a las autorrepresentaciones colectivas autnticas de todo posible cues-tionamiento en la esfera pblica, este tipo de poltica de la identidadfomenta escasamente la interaccin social entre diferencias; por el contra-rio, alienta el separatismo y los enclaves de grupo.

    Por lo tanto, el reconocimiento del modelo de la identidad es profunda-mente inadecuado. Este modelo resulta tericamente deficiente, as comopolticamente problemtico; equipara la poltica del reconocimiento con lapoltica de la identidad y, por este motivo, alienta tanto la reificacin de lasidentidades de grupo como el desplazamiento de la poltica redistributiva.

    La falta de reconocimiento como subordinacin de status

    Voy a proponer, por consiguiente, un enfoque alternativo que consiste entratar el reconocimiento como una cuestin de status social. Desde estaperspectiva, lo que precisa de reconocimiento no es la identidad especfi-ca de grupo, sino el status de los miembros individuales de un grupo comoplenos participantes en la interaccin social. La falta de reconocimiento,por lo tanto, no significa desprecio y deformacin de la identidad degrupo, sino subordinacin social, en tanto que imposibilidad de participarcomo igual en la vida social. Para remediar esta injusticia sigue siendonecesaria una poltica de reconocimiento; no obstante, de acuerdo con elmodelo del status, sta deja de reducirse a una cuestin de identidad;implica, por el contrario, una poltica que aspire a superar la subordinacinreestableciendo a la parte no reconocida como miembro pleno de la socie-dad, capaz de participar a la par con el resto.

    Permtaseme que explique lo que quiero decir. Considerar el reconoci-miento como una cuestin de status significa examinar los modelos devalor cultural institucionalizados en la medida en que afectan a la posicinrelativa de los actores sociales. En el caso de que dichos modelos confor-men a dichos actores como iguales, capaces de participar a la par unos conotros en la vida social, entonces podremos hablar de reconocimiento rec-proco e igualdad de status. Cuando, por el contrario, dichos modelosconformen a determinados actores como inferiores, excluidos, absoluta-mente otros, o simplemente invisibles, en otras palabras, no como a plenosparticipantes en la interaccin social, entonces podremos hablar de falta dereconocimiento y subordinacin de status. Desde este punto de vista, lafalta de reconocimiento no constituye ni una deformacin psquica ni unaofensa cultural independiente, sino una relacin institucionalizada desubordinacin social. No ser reconocido, por consiguiente, no equivalesimplemente a ser considerado como alguien criticable, despreciable o a

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    ser infravalorado a travs de las actitudes, creencias o representaciones deotros. Equivale, por el contrario, a no ver reconocido el status de participan-te de pleno derecho en la interaccin social como una consecuencia de losmodelos de valor cultural institucionalizados que construyen a una personacomo comparativamente indigna de respeto o estima.

    Por otro lado, de acuerdo con el modelo del status, la falta de reconoci-miento no se transmite por medio de representaciones o discursos culturalesque circulan libremente. Es perpetrada, tal y como hemos visto, mediantemodelos institucionalizados; en otras palabras, por medio del funcionamien-to de las instituciones sociales que regulan la interaccin de acuerdo connormas culturales que impiden la igualdad. Entre los ejemplos de ello cabraincluir las leyes matrimoniales que excluyen a las parejas del mismo sexo alconsiderarlas ilegtimas y perversas, las polticas de bienestar social queestigmatizan a las madres solteras considerndolas como oportunistassexualmente irresponsables y las prcticas policiales tales como los archivosraciales, que asocian a las personas racializadas con la criminalidad. En cadauno de estos casos, la interaccin es regulada por medio de un modelo devalor cultural institucionalizado que constituye a ciertas categoras de actoressociales como normativas y a otras como deficientes o inferiores: lo heteroes normal, lo gay, perverso; los hogares con un varn al frente son correc-tos; los hogares con una mujer al frente, no; las personas blancas sondecentes; las negras, peligrosas. En cada caso, el resultado consiste ennegar a algunos miembros de la sociedad el status de plenos participantes enla interaccin, capaces de participar en pie de igualdad con el resto.

    Tal y como sugieren estos ejemplos, la falta de reconocimiento puedeasumir formas diferentes. En las sociedades complejas y diferenciadas dehoy en da, los valores que impiden la igualdad se institucionalizan enentornos institucionales diversos y en modos cualitativamente diferentes.En algunos casos, la falta de reconocimiento ha adquirido forma jurdica,est expresamente codificada en normas de rango legal; en otros casos, seha institucionalizado a travs de polticas gubernamentales, cdigos admi-nistrativos o prcticas profesionales. Tambin puede institucionalizarseinformalmente, en modelos asociativos, costumbres arraigadas desde hacemucho tiempo o prcticas sociales sedimentadas de la sociedad civil. Sinembargo, sean cuales sean las diferencias en la forma, el ncleo de la injus-ticia sigue siendo el mismo: se trata en cada uno de los casos de un mode-lo institucionalizado de valor cultural que constituye a determinados acto-res sociales como inferiores frente a los miembros de pleno derecho de lasociedad, impidindoles participar como iguales.

    As pues, de acuerdo con el modelo del status, la falta de reconocimientoconstituye una forma de subordinacin institucionalizada y, por consi-guiente, una violacin grave de la justicia. Siempre que se d y sea cual seasu forma, es pertinente una reivindicacin a favor del reconocimiento. Sinembargo, es preciso advertir lo que esto significa: sta ha de aspirar, no avalorizar una identidad de grupo, sino, por el contrario, a superar una

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    subordinacin; de acuerdo con esta perspectiva, las reivindicaciones enfavor del reconocimiento aspiran a que la parte subordinada logre partici-par plenamente en la vida social y pueda interactuar con otros en pie deigualdad. En otras palabras, estas reivindicaciones pretenden desinstitucio-nalizar los modelos de valor cultural que impiden una participacin iguali-taria y reemplazarlos por modelos que la favorezcan. Remediar la falta dereconocimiento significa, en este sentido, transformar las institucionessociales o, ms concretamente, transformar los valores que regulan la inte-raccin e impiden una participacin igualitaria en todos los mbitos insti-tucionales correspondientes. Cmo se realice esto exactamente dependeren cada caso del modo en el que la falta de reconocimiento se haya insti-tucionalizado. Las formas jurdicas requerirn cambios legales, las formaspolticas establecidas harn necesarios cambios polticos, las formasasociativas requerirn cambios asociativos, etc.; tal y como ocurre en elentorno institucional, el modo y la forma de accin varan. No obstante, entodos los casos, el objetivo es el mismo: remediar la falta de reconoci-miento supone reemplazar los modelos de valor institucionalizados queimpiden la participacin igualitaria por otros que la permitan y favorezcan.

    Consideremos nuevamente el caso de las leyes matrimoniales que impiden laparticipacin igualitaria a gays y lesbianas. Tal y como he explicado anterior-mente, el origen de esta injusticia es la institucionalizacin legal de un mode-lo de valor cultural heterosexista que construye a los heterosexuales comonormales y a los homosexuales como perversos. Remediar esta injusticia pasapor desinstitucionalizar dicho modelo de valor y reemplazarlo por uno alter-nativo que promueva la igualdad. Sin embargo, esto puede realizarse devarios modos: un modo sera garantizar a las uniones de gays y lesbianas elmismo reconocimiento del que hoy disfrutan las uniones heterosexuales,legalizando los matrimonios entre personas del mismo sexo; otro sera desins-titucionalizar los matrimonios heterosexuales, desvinculando derechos talescomo la seguridad social del estado civil y asignndolos en funcin de otrosprincipios, como por ejemplo la ciudadana. Aunque existen buenas razonespara optar por un enfoque en lugar de otro, en principio ambos promoveranla igualdad sexual y remediaran este tipo de falta de reconocimiento.

    En general, por lo tanto, el modelo del status no se decanta a priori enfavor de ningn tipo especfico de solucin a la falta de reconocimiento;permite, por el contrario, distintas posibilidades, dependiendo precisa-mente de lo que los grupos subordinados necesiten para poder participaren igualdad de condiciones en la vida social. En algunos casos, necesitarndesprenderse de diferenciaciones adscritas o construidas; en otros, que setome en consideracin lo que contina estando insuficientemente recono-cido. Aun en otros casos precisarn desplazar el foco de atencin hacia losgrupos dominantes o favorecidos, exponiendo la diferenciacin, inade-cuadamente presentada como universal, de estos ltimos; alternativamen-te, puede ser necesario que se destruyan los propios trminos sobre losque hoy en da se elaboran las diferencias atribuidas. En cada caso, elmodelo del status confecciona la solucin en funcin de las condiciones

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    concretas que impiden la igualdad. Por lo tanto, a diferencia del modelo dela identidad, no privilegia a priori los enfoques que valorizan la especifici-dad de grupo. En realidad, admite en principio lo que podramos denomi-nar un reconocimiento universalista y un reconocimiento deconstructivo,as como un reconocimiento que afirme la diferencia. El punto crucial, unavez ms, reside en que de acuerdo con el modelo del status, la poltica delreconocimiento no se detiene en la identidad, sino que aspira a generarsoluciones institucionales que pongan remedio a ofensas institucionaliza-das. Esta poltica, centrada en las formas socialmente fundadas de la cultu-ra (en contraposicin con las formas que circularan libremente), aspira asuperar la subordinacin de status transformando los valores que regulanla interaccin, e instaurando nuevos modelos de valor que promuevan laparticipacin igualitaria en la vida social.

    Abordando la distribucin desigual

    Existe adems otra diferencia fundamental entre el modelo del status y el dela identidad. De acuerdo con el modelo del status, los patrones de valor cultu-ral institucionalizados no constituyen los nicos obstculos que impiden laparticipacin igualitaria. Por el contrario, la participacin igualitaria es, asimis-mo, impedida cuando algunos actores carecen de los recursos necesariospara participar como iguales con respecto a otros. En dichos casos, la distri-bucin desigual constituye un impedimento para la participacin igualitariaen la vida social, y, por lo tanto, una forma de subordinacin e injusticiasocial. Por consiguiente, a diferencia del modelo de la identidad, de acuerdocon el modelo del status, la justicia social abarca dos dimensiones analtica-mente diferenciadas: una dimensin de reconocimiento, que se refiere a losefectos de las significaciones y las normas institucionalizadas sobre las posi-ciones relativas de los actores sociales, y una dimensin distributiva que serefiere a la asignacin de los recursos disponibles a los mismos2.

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    2 En realidad, debera decir al menos dos dimensiones analticamente diferentes en previsinde otras posibles. Se me ocurre especficamente un tercer tipo de obstculos en contra de laparticipacin igualitaria que, en contraposicin a los econmicos o culturales, podran serdenominados polticos. Dichos obstculos incluiran los procedimientos en la toma de deci-siones que marginan sistemticamente a algunas personas an en el caso de que no se d unadistribucin desigual y una falta de reconocimiento; por ejemplo, las reglas electorales quehacen posible que el candidato vencedor se haga con toda la representacin en un nicodistrito, negando la voz a las minoras cuasipermanentes. (Para un anlisis revelador en rela-cin a este ejemplo, vase Lani GUINIER, The Tyranny of the Majority, Nueva York, 1994.) Laposible existencia de este tercer tipo de obstculos polticos en contra de la participacinigualitaria pone de manifiesto la importancia de mi deuda para con Max Weber, especial-mente para con su Class, Status, Party, en From Max Weber: Essays in Sociology, Hans H.Gerth y C. Wright Mills (eds.), Oxford, 1958. En el presente texto establezco una relacin entre unaversin de la distincin entre clase y status propuesta por Weber y la distincin entre distri-bucin y reconocimiento. Aun as, la distincin de Weber era tripartita y no bipartita: clase,status y partido. En este sentido, de hecho, Weber dej abierta la posibilidad de teorizar untercer tipo de obstculo en contra de la participacin igualitaria, el poltico, que podra serdenominado marginacin o exclusin poltica. Sin embargo, no me propongo desarrollar

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    Por lo tanto, cada dimensin est asociada con un aspecto del orden socialanalticamente diferente. La dimensin de reconocimiento concierne alorden de la sociedad segn el status, es decir, a la constitucin, mediantemodelos sociales de valor cultural establecidos, de categoras de actoressociales culturalmente definidas o grupos de status, cada uno de los cualesse distingue de acuerdo con el honor, el prestigio y el aprecio relativo delque disfruta en relacin a otros. La dimensin distributiva, por el contrario,se refiere a la estructura econmica de la sociedad; por lo tanto, a la cons-titucin, por medio de regmenes de propiedad y mercados de trabajo, decategoras de actores econmicamente definidas o clases, que se diferen-cian en funcin de los recursos de los que disponen3.

    Adems, cada una de estas dimensiones est asociada con formas analtica-mente diferentes de injusticia. La injusticia asociada a la dimensin de reco-nocimiento es, tal y como he explicado, la falta de reconocimiento. Por elcontrario, la injusticia correspondiente a la dimensin distributiva es ladistribucin desigual, segn la cual, las estructuras econmicas, los regme-nes de propiedad y los mercados de trabajo privan a los actores de los recur-sos necesarios para una participacin plena. Por ltimo, a cada dimensinle corresponde una forma analticamente diferente de subordinacin: a ladimensin de reconocimiento, tal y como he explicado, le corresponde unasubordinacin en el status fundada sobre modelos de valor cultural institu-cionalizados; a la dimensin distributiva, por contra, le corresponde unasubordinacin econmica, fundada sobre rasgos estructurales del sistemaeconmico.

    En general, por lo tanto, el modelo del status sita el problema del reco-nocimiento dentro de un marco social ms amplio. Desde este punto devista, las sociedades se conforman como campos complejos que incluyenformas culturales, adems de formas econmicas de ordenacin social. Entodas las sociedades, estas dos formas de ordenacin estn imbricadas. Noobstante, en condiciones capitalistas, ninguna se reduce por completo a laotra. Por el contrario, la dimensin econmica se desliga relativamente dela dimensin cultural, en la medida en que los mbitos mercantilizados, enlos que predomina la accin estratgica, se diferencian de los no mercan-tilizados, en los que predomina la interaccin regulada por el valor. El

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    esta posibilidad aqu, sino que me limitar a abordar la distribucin desigual y la falta de reco-nocimiento, dejando el anlisis de los obstculos polticos que impiden la participacin igua-litaria para otra ocasin.3 En este texto, empleo deliberadamente una concepcin de clase weberiana y no marxiana.En este sentido, entiendo la posicin de clase de un actor en trminos de su relacin con elmercado y no de su relacin con los medios de produccin. Esta concepcin weberiana de laclase, en tanto categora econmica, se adecua a mi inters por la distribucin como unadimensin normativa de la justicia, a diferencia de la concepcin marxiana de clase comocategora social. No obstante, no pretendo rechazar la idea marxiana del modo de produc-cin capitalista en tanto totalidad social. Por el contrario, la considero til en la medida enque proporciona un marco global en el que cabra situar la perspectiva weberiana sobre elstatus, as como sobre la clase. En este sentido, rechazo la visin comn que considera a Marx

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    resultado es una desvinculacin parcial de la distribucin econmica conrespecto a las estructuras de prestigio. En las sociedades capitalistas, porconsiguiente, los modelos de valor cultural no dictan las asignacioneseconmicas en sentido estricto (en contra de la teora culturalista de lasociedad); asimismo, las desigualdades econmicas de clase no reflejansimplemente las jerarquas de status; lo que sucede, en realidad, es que ladistribucin desigual se desliga parcialmente de la falta de reconocimien-to. Por lo tanto, de acuerdo con el modelo del status, no todas las injusti-cias distributivas pueden remediarse nicamente mediante el reconoci-miento. Es necesaria tambin una poltica redistributiva4.

    En las sociedades capitalistas, sin embargo, distribucin y reconocimientono estn ntidamente separados la una del otro. De acuerdo con el mode-lo del status, las dos dimensiones estn imbricadas e interactuan entre s deforma causal. Cuestiones econmicas tales como la distribucin de losingresos cuentan con subtextos relativos al reconocimiento: modelos devalor institucionalizados en los mercados laborales pueden privilegiar acti-vidades codificadas como masculinas, blancas, etc., por encima de lascodificadas como femeninas y negras. Y a la inversa, cuestiones de reco-nocimiento, por ejemplo, juicios de valor esttico, cuentan con subtextosde tipo distributivo: el acceso limitado a los recursos econmicos puedeimpedir la participacin igualitaria en la produccin artstica5. El resultadopuede acabar en un crculo vicioso de subordinacin, en la medida en queel orden del status y la estructura econmica se interpenetran y refuerzanmutuamente.

    As pues, a diferencia del modelo de la identidad, el modelo del statusconsidera la falta de reconocimiento en el contexto de una comprensinms amplia de la sociedad contempornea. Desde esta perspectiva, lasubordinacin de status no puede entenderse al margen de las condicio-nes econmicas, del mismo modo que el reconocimiento no puede abstra-erse de la distribucin. Por el contrario, nicamente considerando ambasdimensiones simultneamente es posible determinar qu es lo que impidela participacin igualitaria en un caso determinado; nicamente poniendoa prueba las imbricaciones complejas entre status y clase econmica sepuede determinar cul es el mejor modo de remediar la injusticia. El mode-lo del status, por lo tanto, opera en contra de las tendencias que desplazan

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    y a Weber como dos pensadores contrapuestos e irreconciliables. En relacin a la definicinweberiana de clase, vase Max Weber, Class, Status, Party, cit.4 Para un debate detallado acerca de la irreductibilidad respectiva entre distribucin desigualy falta de reconocimiento, entre clase y status en las sociedades capitalistas contemporneas,vase Nancy FRASER, Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo: una respuesta aJudith Butler, NLR 2 (mayo/junio de 2000), pp.123-134, y Social Justice in the Age of IdentityPolitics: Redistribution, Recognition and Participation, en Tanner Lectures on Human Values,vol. 19, Grethe B. Peterson (ed.), Salt Lake City, 1998, pp. 1-67. 5 Para un anlisis exhaustivo, si bien algo reduccionista, sobre esta cuestin vase PierreBOURDIEU, Distinction: A Critique of Pure Taste, trad. Richard Nice, Cambridge, MA ,1984 [ed.cast.: La distincin, Taurus, Madrid, 1991].

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    las luchas a favor de la redistribucin. Al rechazar la idea de que la falta dereconocimiento es un dao cultural independiente, entiende que la subor-dinacin de status a menudo est vinculada a la injusticia distributiva. Sinembargo, a diferencia de la teora culturalista de la sociedad, evita limitarla complejidad de estos vnculos: al considerar que no todas las injusticiaseconmicas pueden ser superadas nicamente mediante el reconocimien-to, aboga por un enfoque que integra explcitamente las reivindicacionesde reconocimiento y las redistributivas y, por lo tanto, mitiga el problemadel desplazamiento.

    El modelo del status evita, asimismo, reificar las identidades de grupo; taly como he explicado, de acuerdo con esta perspectiva, lo que precisa dereconocimiento no es la identidad especfica de grupo, sino el status de losindividuos en tanto plenos participantes en la interaccin social. Esta orien-tacin ofrece varias ventajas. Al centrarse sobre los efectos de las normasinstitucionalizadas sobre las capacidades de interactuar, este modelo evitahipostasiar la cultura y sustituir la transformacin social por la ingenieraidentitaria. De igual modo, al no privilegiar las soluciones a la falta de reco-nocimiento que valorizan las identidades de grupo existentes, evita esen-cializar las configuraciones actuales y extinguir la posibilidad de la trans-formacin histrica. Por ltimo, al hacer de la participacin igualitaria unestndar normativo, el modelo del status somete las reivindicaciones afavor del reconocimiento a procesos democrticos de argumentacinpblica, evitando, por consiguiente, el monologuismo autoritario de lapoltica de la autenticidad y valorizando la interaccin transcultural, encontraposicin al separatismo y los enclaves de grupo. En este sentido,lejos de alentar el comunitarismo represivo, el modelo del status milita ensu contra.

    Resumiendo: las luchas a favor del reconocimiento de hoy en da asumena menudo el talante de la poltica de la identidad. En su aspiracin aoponerse a las representaciones culturales degradantes de los grupossubordinados, abstraen la falta de reconocimiento de su matriz institucio-nal y rompen su vinculacin con la economa poltica y, en la medida enque proponen identidades colectivas autnticas, sirven ms para reforzarel separatismo, el conformismo y la intolerancia que para promover la inte-raccin entre diferencias. Los efectos tienden a ser doblemente desacerta-dos: en muchos casos, las luchas a favor del reconocimiento desplazan alas luchas en pos de la justicia econmica al tiempo que fomentan formasrepresivas de comunitarismo.

    Sin embargo, la solucin no pasa por rechazar la poltica del reconoci-miento tout court. Esto supondra condenar a millones de personas a sufrirgraves injusticias que slo pueden ser remediadas mediante algn tipo dereconocimiento. Lo que hace falta, por el contrario, es una poltica delreconocimiento alternativa, una poltica no identitaria que pueda ponerremedio a la falta de reconocimiento sin fomentar el desplazamiento y lareificacin. Tal y como he explicado, el modelo del status proporciona las

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    bases para llevarla a cabo. Entendiendo el reconocimiento como una cues-tin de status, y examinando su relacin con la clase econmica, sepueden dar pasos, si no para solucionar totalmente el desplazamiento delas luchas por la redistribucin, s para mitigarlo; y evitando el modelo de laidentidad, se puede comenzar a reducir, si no a disipar totalmente, la peli-grosa tendencia a reificar las identidades colectivas.

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