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Cincuenta meses en Moscú

Ignacio Torres Giraldo

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Universidad del VallePrograma Editorial

Título: Cincuenta meses en MoscúAutor: Ignacio Torres Giraldo

ISBN: 958-670-Primera edición

Rector de la Universidad del Valle: Iván Enrique Ramos CalderónDirector del Programa Editorial: Víctor Hugo DueñasDirector de la Colección Clásicos Regionales: Darío Henao RestrepoEditora de la Colección Clásicos Regionales: Ida Valencia OrtizDiseño de carátula: Andrés Téllez SaavedraDiagramación: Andrés Téllez SaavedraImpresión y terminado: Impresora Feriva S.A.

© Universidad del Valle© Ignacio Torres Giraldo

Universidad del ValleCiudad Universitaria, MeléndezA.A. 025360Cali, ColombiaTeléfonos: (57) (2) 3212227 - 339 2470E-mail: [email protected]

Este libro o parte de él no puede ser reproducido por ningún mediosin autorización escrita de la Universidad del Valle.

Cali, ColombiaOctubre de 2005

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El autor resume estos relatos así:“Lo que yo vi, oí y entendí en la Unión Soviética”

Y Como el autor vivió, estudió, trabajó y además ocupódestacada posición política en el gran País de los Soviets,

sus relatos tienen singular importancia.

Los editores

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IgnacioTorres Giraldo: un veteranodirigente obrero

(síntesis autobiográfica)

Torres Giraldo nació en Filandia (Viejo Caldas),el 5 de mayo de 1893.

Al iniciarse el año de 1911 entré como aprendizde sastrería en la ciudad de Pereira, cabecera de laentonces provincia de Robledo. En tal año asistí auna reunión de obreros y artesanos que tuvo lugaren un taller de carpintería, para conmemorar –porprimera vez en Pereira– el primero de Mayo, comodía mundial de los trabajadores. Daba yo el primerpaso del campo liberal tradicionalista al frente declase del proletariado. Leía ya autores socialistasfranceses e italianos y algunos ensayos de argenti-nos y chilenos, que por lo menos expresaban interéspor los problemas sociales. Discutía con los mucha-chos inconformes de mi generación y, con sobradatemeridad, escribía en los pequeños periódicos dellugar. Desde entonces empecé a participar en acti-vidades obreras.

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Conocí la conferencia dictada por el general UribeUribe en el Teatro Municipal de Bogotá en 1.904,sobre Socialismo de Estado (que daba informacio-nes interesantes sobre el movimiento obrero en Eu-ropa), y diversas páginas escritas por el Dr. MurilloToro a mediados del siglo XIX, en controversia conlos elementos retrógrados que se oponían en esaépoca al progreso económico, social y político delpueblo colombiano.

En 1914 me impresionó profundamente el asesi-nato vil del líder socialista francés Jean Jaurés, ycuando estalló, en aquel año, la primera guerraimperialista mundial, me sentí afiliado al pacifismoyoreísta. Es decir, a un socialismo utópico, un socia-lismo sin salida revolucionaria de las masas, sinperspectiva en el plano del sistema capitalista encrisis. Pero de todos modos, el socialismo que yoempezaba a conocer.

El 15 de Octubre de 1.916 fundé y dirigí en la ciu-dad de Pereira, el periódico liberal-populista de ten-dencia obrera llamado El martillo en el cual, ayu-dado por escritores de izquierda libré recias campa-ñas a favor del pueblo; sostuve mi posición pacifis-ta frente a la guerra, y en todo momento clamé porla beligerancia de las masas en los problemas nacio-nales.

Al evocar el recuerdo del periódico El martillo,me considero obligado a mencionar los nombres delas personas que conmigo estuvieron más vincula-das a él: Benjamín Tejada Córdoba, pedagogo, es-critor, miembro de la Academia de Historia deAntioquia; Antonio Uribe Piedrahita, ingeniero; JuanB. Gutiérrez, médico; Alonso Restrepo, ingeniero;Antonio Isaza Palacio, carpintero y ebanista, hom-

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bre culto y escritor activo; Juan Bolívar, obrero sas-tre; Ricardo Sánchez, fotógrafo. El martillo publicóla primera producción de Luis Tejada, el magníficocronista nacional que fue de los primerosdivulgadores del comunismo en Colombia y el másfino aunque muy necrólogo de Lenin, precisamentecon motivo de la muerte del pensador uruguayo JoséEnrique Rodó y por mucha insistencia mía que fuisu amigo como sigo siéndolo aún de su familia.

El martillo fue rudamente hostilizado por losgamonales de Pereira en aquella época, al punto deverme obligado a suspenderlo en 1.917 para emi-grar hacia tierras del Cauca. Al final de tal año co-nocí, alborozadamente, las noticias de la gran Revo-lución victoriosa del pueblo ruso. Sin embargo, unainformación que me pudiera dar el panorama realde aquella batalla decisiva de la Historia, no la po-dría obtener sino en la marcha del tiempo. Con todo,desde aquel momento fui un partidario sin vacila-ciones del camino ruso-soviético de la Humanidad.

En 1.918, unido a un grupo de personasradicalizadas al impulso de los acontecimientosmundiales, participé en la organización de un lla-mado Directorio Socialista del Cauca, con sede enPopayán. Este comando que obedecía más al des-contento popular, que a la existencia de un movi-miento revolucionario en marcha, pretendía hacer-se fuerte en el litoral Pacífico, con miras a unirsecon los focos similares que agitaban a las masas enel interior del país y en las costas del Atlántico. Cla-ro que las personas que llevaban entonces la divisade socialistas en el Cauca, no componían propia-mente un colectivo proletario. Allí estaban Francis-co José Valencia, radical-socialista de principios e

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influencias franceses; Esteban Rodríguez Triana,estrictamente radical, y diversos profesionales, pe-queños empresarios, artesanos y obreros de peque-ños talleres. Pero este Directorio» –que llegó a tener260 afiliados inscritos en 1.919– fundó el periódicosemanal La ola roja, cuya principal tarea consistíaen popularizar el sistema soviético que, según nues-tra expresión habitual, venía de las estepas rusascomo una ola sobre el mundo.

En aquellos años de 1918 y 1919, leí por primeravez a Carlos Marx en El capital que abrevió Deville,El origen de la familia, la propiedad privada y elEstado de Federico Engels, y diversas obras de au-tores también notables, gracias a mi amistad con elmaestro del verso, Guillermo Valencia, cuya esplén-dida biblioteca me surtía de selectas lecturas.

Desde 1913 existía en Bogotá una organizaciónque simbólicamente usaba una denominación obre-ra nacional. Dicha organización se había hecho fi-lial de la Federación americana del trabajo, y en1919 nos consultó a Popayán sobre la convenienciade enviar un delegado de su seno a un llamado Con-greso panamericano que debía tener lugar en la ciu-dad estadounidense de Texas. Nosotros hicimos al-gunas objeciones a dicho primer acto internacionalde divisa obrera colombiana, debido a que aquellaentidad que convocaba el Congreso no era amiga delRégimen Soviético instaurado por el pueblo ruso. Sinembargo, admitimos el envío del delegado –que lofue un señor Albarracín de Bogotá–, considerandoque su presencia en Texas nos podría iniciar rela-ciones proletarias de carácter internacional.

En 1.919 y 20 escribí y publiqué, bajo seudónimodos folletos de agitación de ideas: Prosas Libres yGritos de Rebelión.

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Mi posición en la serie de huelgas, manifestacio-nes, actos protestativos de las masas –incluso cam-pesinas– que vivió el país en la crisis de la primerapost-guerra; mis escritos, discursos y sobre todo mipapel de organizador y dirigente de huelgas en laindustria del carbón y en los transportes ferrovia-rios del occidente colombiano, me dieron cierta no-toriedad en la ciudad de Cali.

En 1922 viajé de incógnito a Guayaquil, Ecua-dor, por insinuación de un grupo de cooperativistasllamado Solidarismo, con cuyas luces ayudé a or-ganizar algunas cooperativas en 1925, en Cali y enMedellín una en 1927.

En 1923 me radiqué en Cali, y por el término decuatro años participé en la organización de variossindicatos, y en la preparación y dirección de dife-rentes huelgas. En 1924 pertenecí a la redacción delperiódico semanal El obrero del Valle, y al mismotiempo dirigía un centro comunista clandestino fun-dado en aquella región, que luego entró en relacio-nes con centros similares que nacían en Medellín,Cartagena, Ciénaga, Santa Marta y otros lugares.Estos embriones de comunismo que tenían más uncarácter de información teórica, estaban centraliza-dos en Bogotá, en donde un grupo de revoluciona-rios encabezados por Tomás Uribe Márquez, PepeOlózaga, Silvestre Zawisky y no pocos obreros y es-tudiantes influenciados por los Soviets, empezaba adifundir las primeras ideas.

En 1.925 asistí a un Congreso obrero nacionaldel cual se me hizo presidente. Allí sostuve la nece-sidad de vertebrar el movimiento proletario que sedesarrollaba en el país, creando un organismo inde-pendiente de dirección centralizada y naturalmente

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definiendo por completo su orientación clasista.Sobra decir que había diferentes tendencias en aquelCongreso; pero encima de ellas estaba el interés uná-nime de crear los vínculos de la unidad de los traba-jadores colombianos. Como es obvio, los dirigentesde las tendencias nos hicimos concesiones, y llega-mos a la conclusión de fundar la Confederación obre-ra nacional (La con), de la cual se me eligió primerSecretario general. La con, tendría sede rotaria decongreso a congreso entre las capitales de los de-partamentos que adquirieran mayor impulso en laorganización y la lucha de las masas. La con, a soli-citud mía, pidió su adhesión a la Internacional sin-dical roja, que tenía su sede en Moscú, liquidandode hecho la afiliación que la organización de Bogotátenía en la Federación americana del trabajo, ins-trumento ya muy evidente de la política del imperia-lismo yanqui en este continente.

Obstruido por la reacción (que lo sitió por care-cer de imprenta) el periódico El obrero del Valle, elmovimiento proletario que con otros revolucionariosdirigía yo en Cali, Los iguales –grupo pro-marxistacreado en 1.923– creó una sociedad tipográfica, ad-quirió una modesta empresa editora, y pudo así sa-car a la luz el semanario de combate La humani-dad, utilizando el nombre de L´humanité, órganocentral de publicidad del Partido Comunista Fran-cés, fundado por Jean Jaurés en los mejores tiem-pos del socialismo en Europa. Este semanario lo di-rigí hasta 1.928.

Vinculado estrechamente con los más activosagitadores, propagandistas, organizadores y dirigen-tes del movimiento popular en Colombia, principal-mente con la extraordinaria agitadora de la incon-

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formidad proletaria, María Cano; con el insupera-ble saturador de la mística revolucionaria, TomásUribe Márquez, actúe con decisión y energía en casitodas las acciones importantes del pueblo trabaja-dor, en un período caracterizado por grandes accio-nes de masa en el país.

En 1.926 –como Secretario de La con– estuve enPanamá, informándome discretamente de algunosproblemas. A raíz de este viaje, y con la ayuda dellíder estudiantil cubano, Julio Antonio Mella y delmarinero Boliviano, José González Arce (que estu-vo en Colombia), contribuí a organizar la Seccióncolombiana de la Liga mundial anti-imperialista,de la cual fui su dirigente.

En 1.926, cuando nos movíamos dentro de unacurva ascendente y la fuerza de los hechos nossituaban frente a situaciones difíciles, reunimos unnuevo Congreso obrero nacional el cual presidí enBogotá, donde además de las representaciones di-rectas de los organismos de masa y de clase, teníaen su seno, con carácter de invitados especiales, aclaros exponentes de todas las fisonomías de izquier-da, incluso de antiguos militares liberales que se sen-tían atraídos por el oleaje del pueblo. Presidí tam-bién este Congreso que realmente era una conven-ción nacional-revolucionaria del pueblo, desde lue-go insuficientemente preparada y confusamente di-rigida.

En dicho Congreso, como era lógico, se revela-ron diferentes tendencias, que no eran ya las mis-mas que operaron en 1.925: radical-socialista,anarco-sindicalista, pro-soviética y puramente libe-ral-obrerista. Aquí se trataba de tendencias paranosotros nuevas, en lo general. Estas tendencias que

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pugnaban por imprimirle fisonomía al Congreso –oquizás más exactamente– sus puntos de vista a lasdelegaciones, tenían no obstante una idea común:la de crear un partido político del pueblo. Un hechointeresante que debe ser subrayado, es que no exis-tía en ninguna delegación ni dirigente el espírituelectorero, y por consiguiente se podía discutir, in-cluso para caer en errores, en la más absoluta segu-ridad de honestidad y buena fe.

Yo, personalmente, me inclinaba a la fundaciónde un partido comunista en Colombia. Pero vacila-ba por temor de vernos reducidos numéricamente.Expresé, en círculos de amigos, la posibilidad de queadoptáramos el nombre de Partido Obrero. Pero ungrupo compuesto por delegados principalmente deBogotá, que no tenía la vocería de ninguna organi-zación de empresa grande, de ningún sector funda-mental del pueblo trabajador de las ciudades o delcampo, insistió con tal violencia sobre la idea de crearel partido comunista conforme a las normas de laTercera Internacional, que me hizo desechar, por elmomento, el honor de usar ostentosamente la divi-sa comunista. Y, por consiguiente, la importanciade acogernos a un nombre de transición, que nopodía, en ese instante, ser otro que aquel que reco-giera el pensamiento socialista que flotaba en el paísdesde hacía varios años, y el revolucionario que im-pulsaba las acciones crecientes de las masas.

Y fue así como nació –por iniciativa de Franciscode Heredia– el Partido socialista revolucionario(PSR), de cuyo secretariado hice parte. No voy a juz-gar aquí sino únicamente a decir que yo propuse suadhesión a la Internacional Comunista, adhesiónque aceptó el Congreso Mundial de 1.928, previas

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importantes recomendaciones, como aceptó en con-diciones semejantes un partido socialista del Ecua-dor, y varias otras organizaciones partidistas depaíses coloniales y semi-coloniales agitados por lacrisis general del sistema capitalista y por sus pro-pios problemas.

En 1927 estábamos abocados a una implacablereacción. Había pasado la segunda huelga desas-trosa de los campos petroleros de Barrancabermeja,hecho que inevitablemente tenía que contrarrestaren el panorama nacional, en mucha parte, los nue-vos éxitos obtenidos en varios frentes de la lucha,sobre todo entre los ferroviarios que acababan deganar una espléndida victoria en las líneas del Pací-fico. Acababa de cumplir mis primeras prisiones,iniciadas en Tunja y continuadas luego en Cali yManizales; María Cano, Tomás Uribe Márquez yotros destacados dirigentes del pueblo habían sidosacados, mano-militar, del departamento de Boyacá;el caudillo anarco-socialista, entonces popular en elpaís y muy prestigioso a lo largo del río Magdalenay sobre todo en las petroleras, Raúl EduardoMahecha, estaba en la cárcel junto con un grupo desus colaboradores. En esta situación que seagudizaba más a cada día, creció y llegó a predomi-nar en los cuadros de dirección del socialismo revo-lucionario, la tendencia insurreccional que no veíaotra salida que no fuera la de un levantamiento enarmas.

Tal era, a grandes rasgos trazado, el panoramadel medio en que vivíamos en el citado año de 1.927,cuando se reunió, en la entonces población de Ladorada, la primera Convención del socialismo re-volucionario (PSR), con el propósito de lanzar un

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programa de partido, y también para elegir una de-legación fraternal del pueblo trabajador colombianopara que asistiera a la celebración del décimo ani-versario de la Gran revolución soviética triunfanteque debía realizarse en Moscú en los días 7 y 8 deNoviembre. Esta Convención se instaló bajo la di-rección de un presidium, destacándose en él TomásUribe Márquez quien había sido su principal orga-nizador, y que era al mismo tiempo el adalid de latendencia insurreccional del socialismo.

La primera vez que yo intervine en la citada Con-vención, para plantear un vasto problema de cam-pesinos-colonos que sufrían la coyunda de una oli-garquía latifundista denominada Sociedad de Burilacon sede a la sazón en Manizales y cuya figura prin-cipal, Dr. Daniel Gutiérrez y Arango, era nada me-nos que gobernador en el departamento de Caldas,fuimos asaltados, de noche, por fuerzas de policía(previa y sigilosamente concentradas en la regiónpor el gobierno nacional) y los convencionistas con-ducidos en masa a una inmunda prisión, sin el me-nor respeto y consideración siquiera para MaríaCano que procedía de un hogar eminentísimo deAntioquia, y que con méritos sobresalientes repre-sentaba a la mujer colombiana en el movimiento deliberación.

Sin embargo, el socialismo revolucionario teníatodavía el prestigio de su fuerza, y gracias a ese pres-tigio y con la intervención de parlamentarios de iz-quierda (estaba entonces reunido el Parlamento),obtuvimos la libertad en el curso de una semana. Y,de todas maneras, parte elaboradas en la cárcel yparte fuera de ella, la Convención adoptó las siguien-tes principales decisiones: 1) la creación de unaComisión conspirativa central que organizara, en

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cooperación con los militares revolucionarios libe-rales, el levantamiento en armas proyectado, bajo laresponsabilidad política de Tomás Uribe Márquez.2) la Comisión que redactara un proyecto de pro-grama del partido, de la cual se me hizo responsa-ble. 3) la elección de un Comité central ejecutivo delsocialismo con atribuciones, entre otras, de desig-nar la delegación a Moscú.

De paso, doy aquí algunos de los nombres de je-fes liberales que intervenían en la tendenciainsurreccional del Partido Socialista Revolucionario:general Cuberos Niño, por los Santanderes; generalSalazar, por Cundinamarca; general Socarrás, porel Magdalena y varios generales del Tolima, de loscuales trasladamos al departamento de Antioquia auno de apellido Trujillo, muy vinculado con amigosde armas a lo largo del río Magdalena, principal-mente en Honda, La dorada, Barrancabermeja yPuerto Wilches. En Santa Marta y Barranquilla, asícomo en Pasto, Neiva y otros centros de importan-cia, existían comandos militares que obedecían aBogotá y sobre todo al general Cuberos Niños.

El Comité Central Ejecutivo que eligió la Conven-ción de La dorada, encontró serias dificultades ensus labores, por falta de personas, sino preparadasa las menos relativamente entrenadas en la lucha.Además, porque fue rápidamente desintegrado porla prisión de algunos de sus miembros. No obstan-te, en sus primeros días de trabajo, acogió un ante-proyecto de programa que yo elaboré, dándole uncarácter esencial de material de agitación y que lue-go fue publicado sin una necesaria discusión, en-tiendo que no por la dirección sino por la personaencargada de la propaganda (y digo esto porque a

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la sazón me hallaba nuevamente en la prisión). ElComité central, designó asimismo la delegación fra-ternal a Moscú, siendo de anotar aquí que no huboentonces ningún espíritu de turismo en las perso-nas que dirigíamos el movimiento, y por consiguienteninguna candidatura postulada en miembros des-tacados de la dirección nacional.

Poco después de pasada la Convención de Ladorada, el movimiento de masas en Colombia, Lacon, el PSR y la red conspiradora, pasó a ser dirigi-do por «hombres de confianza», no solamente a cau-sa de que la reacción desintegraba y destruía loscolectivos dirigentes, sino –y principalmente– por-que la tendencia insurreccional había absorbido parasí todas las funciones de comando que no ejercíasino por medio de «sus hombres». A este propósito,debo señalar un fenómeno lógico que consistía en elhecho de que, mientras los «conocidos agitadores»de las masas estábamos de ordinario en las cárce-les, los presuntos golpistas se podían mover en elpaís envueltos en sus capas de «personas de orden»,a veces rodeados de garantías, y naturalmente ali-gerados en el estilo del trabajo clandestino.

Desde 1.926 hasta mediados de 1.929, estuve yohabitando, la mayoría del tiempo, diferentes prisio-nes. Esta situación explica que muchos actos, cam-bios y modificaciones que se operaron en la direc-ción central, sobre todo a partir de 1.927, fueran paramí conocidos a mucho tiempo después y a veces sólode manera fragmentaria. Por ejemplo: tanto el PSRcomo La con enviaron delegados a congresos inter-nacionales que tuvieron lugar en Moscú durante elaño de 1.928, sin que yo tuviera de ello el menor co-nocimiento previo.

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Por aquel tiempo no se me permitió volver a Calien donde yo tenía mi base principal de trabajo, eincluso mi familia. Intenté llegarme por la vía delQuindío y fui detenido en Armenia y luego amarra-do y conducido por un pelotón de fuerza armada através de Zarzal, Cartago y Pereira a la cárcel deManizales. Esta detención en Armenia fue utilizadapor la policía para detener en el mismo día y nochea 117 trabajadores acusados de tener conexionesconmigo. A pesar de todo, en los pequeños interva-los de libertad, viajaba a zonas de actividad, y fueasí como estuve en asocio de María Cano y otrosdirigentes, en diferentes lugares de Santander, el ríoMagdalena y los tres departamentos del Atlántico.Y debo subrayar aquí, que la fuerza política princi-pal que movilizaba al pueblo por la senda revolucio-naria, era la propaganda que hacíamos al sistemasoviético instaurado por los trabajadores rusos ensu país.

A fines de 1928 preparábamos la huelga de lostrabajadores de la Zona Bananera, que sabíamossería un acontecimiento nacional, no sólo por sucarácter anti-imperialista sino porque, dada la si-tuación del momento, conmovería profundamenteel frente revolucionario del pueblo colombiano. Estahuelga, según algunos dirigentes, debía coincidir ymás aún, servir de fondo, de factor de impulso yextensión al movimiento popular por la toma delpoder, hecho que suponíamos podría verificarse en1929. Naturalmente, estos esquemas en mucho ar-tificiales, se veían contrariados por hechos que de-mostraban, entre otras cosas, el caos que crecía enlos comandos centrales. En algunas partes los cau-dillos liberales menores se adelantaban en acciones

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descabelladas, inspiradas únicamente en el interésde sobresalir en la escena insurreccional; en otraseran los líderes de masas, celosos de perder sus po-siciones directivas los que jugaban a la aventura.La huelga de la Zona Bananera fue una gran bata-lla precipitada por Mahecha contra expresas direc-tivas que había recibido: 1) para organizar en comi-tés seccionales de lucha a la mayoría de los trabaja-dores que estaba desorganizada. 2) para crear unfondo de resistencia que no existía. 3) para fortale-cer la dirección central en la región. 4) para coordi-nar la solidaridad en el país.

Yo estaba en Bogotá rindiendo un informe sobrela situación en las bananeras, cuando leí, extraordi-nariamente sorprendido, el estallido de la huelga.Me trasladé a Medellín y allí, en asocio de María Canoy los dirigentes departamentales, traté de influir enla opinión popular y en las organizaciones proleta-rias, actos de solidaridad. Luego del fracaso pasé aocupar una celda de la prisión, igual que muchoscamaradas medellinenses, entre los cuales estabatambién María Cano.

Seis meses después de la histórica huelga obtuvelibertad provisional y secretamente me trasladé a laZona Bananera con instrucciones de reconstruir lasorganizaciones proletarias en condiciones clandes-tinas y por todos los medios alentar a la masa. Perola situación era medrosa. El terror de las fuerzasarmadas puestas al servicio de la United FruitCompany, me obligaba a moverme bajo la sombrade la noche y de las plantaciones, y cuando viajéocultamente a Santa Marta para conectar allí la di-rección del trabajo, fui delatado y con gran desplie-gue de fuerza hecho prisionero.

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Sin embargo, desde el primer día de calabozo(como me había sucedido en los todas las cárceles)pude servirme de algunos guardianes y policías paraestablecer comunicación con los camaradas libres.Y como aquella prisión podría acarrearme una con-dena más o menos larga, convinimos en sostenerque yo iba con el propósito de tomar un barco paratrasladarme a Panamá. (Realmente, nos pareció elmedio más eficaz de volver al país, entrando porBuenaventura para actuar en mi base de Cali). Elpropio comandante de la policía departamental megestionó los papeles de emigración. Y, después deunos días, con escolta dirigida por el mismo coman-dante, al filo de la media noche del 25 de agosto de1929, subí al puente de una nave. Esta nave no tocóen ningún puerto del continente. Luego de muchoinvestigar, supe que mi pasaporte lo llevaba el capi-tán y que, por haberse negado a visarlo el cónsulpanameño y con él todos los representantes de lospaíses centroamericanos residentes en Santa Mar-ta, el encargado de negocios de Holanda lo habíavisado. Más tarde he sabido que todo este hilo lomanejó un personaje de apellido Páramo que obra-ba por cuenta de la United Fruit Company, comosupe en alta mar que viajaba en una embarcaciónfrutera perteneciente a esa poderosa compañía.

Después de 24 días de navegación llegué a Ho-landa. Y muy a pesar de que viajaba sin ningunacredencial, me dirigí a Berlín, donde tenía su sede laLiga mundial antiimperialista. Obraba lógicamen-te, puesto que desde 1925, en contacto con el líderestudiantil cubano Julio Antonio Mella, y gracias ala colaboración de un emigrado boliviano de apelli-dos Gonzáles Arce, había dirigido, desde Cali, la

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organización de la Liga anti-imperialista de Colom-bia como una sección de la Liga mundial. Y comonuestra labor en ese frente tuvo alguna repercusión,era razonable que podría identificarme en la supre-ma dirección.

Una vez en Berlín, supe que la Internacional sin-dical roja, en su Congreso de 1928, luego de reco-nocer a La con como su sección, me había elegidomiembro de su Comité ejecutivo mundial –de suPresidium– y que, precisamente, en diciembre de1929 dicho Comité celebraría una reunión especial.Entré, era obvio, en contacto con Moscú, y fue asíque pude contestar a lista el 15 de diciembre en elPalacio del Trabajo, a orillas del río Moscova.

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(En rigor como se verá en estos relatos, estuve enMoscú 53 meses; y en mayor rigor todavía, no lospasé todos en Moscú sino también en viajes de es-tudio por la parte europea de URSS, como se veráasimismo en los relatos).

Al lector:Después de muchos años de haber escrito mis

relatos sobre la URSS, he vuelto a pasar los ojos através de los originales de primera mano, y muy apesar de que son ellos la fotocopia de la Unión So-viética en el período excepcionalmente tormentosodel primer Plan Quinquenal (1929 a 1934), es decir,ya lejano en la marcha de la historia y el espléndidodesarrollo del Mundo Socialista, conservan toda sufidelidad, vigor y colorido, al punto de verse en ellosla Unión Soviética de 1958 en la misma fotocopiaapenas ampliada para el tiempo.

Estos relatos sobre la URSS no pierden actuali-dad jamás, porque no son apuntes bonitosliterariamente, ni fugaces de turismo frívolo, sinoenfoques de pulso firme y plena luz natural a la fazde grandes realidades históricas, que bien pueden

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desagradar a muchos teóricos y políticos tradicio-nalistas, pero que son hechos lógicos en la transi-ción que vive la humanidad a partir de 1917, y queyo presento aquí limpiamente por los cauces del de-sarrollo hacia el futuro.

No hay en estos relatos ninguna tesis propia, nin-gún diseño de arquitectura social nueva, ningunateoría sobre el nuevo tipo humano que forja la revo-lución proletaria, porque todo esto vive y marcha enla URSS, y porque sobraría —como simple pedante-ría intelectualista— el intento de crear lo creado: lateoría de la revolución. Mi tarea se limita —despuésde ver, oír y entender— a decir la verdad, la desnu-da verdad, objetiva y subjetivamente, como puedecomprobarla y decirla, honorable y sinceramente,quienes, como yo, vivan, trabajen y estudien en laUnión Soviética, con criterio independiente de gen-te emancipada de la vieja mentalidad tradicionalis-ta, dogmática, patronal.

Ordené y escribí estos relatos —con base en misapuntes y recuerdos— en los años 1938 y 1939. En1942 les agregué una «Posdata» y, además, confec-cioné un prólogo que ahora creo importuno publi-car en una primera edición, por lo cual decidí am-pliarlo así, brevemente, con esta nota al lector. Elcitado prólogo —que podría ser guía de mayor com-prensión ideológica de mi comportamiento en laURSS—, no es, en rigor, necesario al lector, más in-teresado en la Unión Soviética, en sus múltiplesfacetas, que en la historia de las ideas sociales y po-líticas en que intervine yo, antes de ir a Moscú.

Medellín — 1958Ignacio Torres Giraldo

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Mis primeras impresionesen la tierra de los Soviets

Salí de Berlín en un tren internacional dotado decoches cana, tripulado hasta Riga, capital deLetonia, por trabajadores alemanes. En esta ciudadtrasbordé un tren ruso, de ruedas más altas, tripu-lado por trabajadores soviéticos. Habiendo ya pa-sado la línea fronteriza de varios países y natural-mente llenando los requisitos de rigor, llegaba a lalínea de los Soviets. ¡Me di buena cuenta de elloporque la masa de viajeros se agitó, y porque, co-rriendo la cortina de la ventanilla, pude ver, a travésdel vidrio, un majestuoso arco rojo que cubría, a re-gular altura, las diferentes vías férreas que cruza-ban la estación de aduana, y porque sobre el arcoflameaba la Bandera del Martillo y la Hoz! Sentí granalegría. Y quizás estaría ensimismado ante el mun-do que tenía delante, porque me sorprendió la vozde un empleado que venía por mi equipaje.

Llevaba yo una maleta de regular especto surti-da en Berlín con ropa de invierno y el inseparable

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maletín de cuero con los enseres de urgencia y laslecturas indispensables. En un vasto salón de laaduana estaban los equipajes alineados, abiertas lasmaletas y diseminada la gente. Aquello parecía unmercado. En tres escritorios trabajaban tres emplea-dos envueltos en gruesos abrigos color de hoja seca.En presencia de éstos, parejas de revisores realiza-ban el chequeo, provistas de papeles que iban regre-sando a sus dueños. Realmente era minucioso. Lle-garon a mí, me entregaron el pasaporte abierto en lapágina donde estaba el sello de la visa, metieron lasmanos por los extremos de la maleta, me miraronde modo agradable y siguieron a otra parte. Pocodespués, un mismo revisor alzó mi equipaje y mar-chando a mi lado lo instaló en el coche correspon-diente; me dijo algo en ruso que no entendí pero quesentí como de cariño; le extendí la mano.

Llegué a Moscú en pleno invierno. Entonces es-taba amaneciendo a eso de las nueve de la mañana.En la estación me esperaba un colombiano con unautomóvil oficial. Me condujo al hotel Brístol quedespués se llamó Hotel Unión. Allí me tenían uncuarto amoblado. Luego fui, acompañado por unintérprete que me habían enviado, al Palacio del Tra-bajo, a la Secretaría de la Internacional Sindical Roja.Una empleada que frisaba posiblemente los 30 años,me recibió. Tenía aspecto de mujer sufrida, y cuan-do me enfocó con una mirada dulce, le vi los ojosclaros de agua marina en su cara de rosa un pocomarchita.

—¿Siente usted frío?, me interrogó (El intérpretetradujo rápidamente).

—No, camarada, le contesté.—¿Ya se desayunó usted? (Eran las 10 de la

mañana)

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—Sí, camarada.—¿Le pareció bonito el cuarto?—Sí, camarada.Y, girando con gracia sobre los tacones, se dirigió

a una trabajadora que cerca de nosotros escribía;tomó unos papeles y me los entregó, a tiempo que ledecía algo al intérprete. Y mirándome otra vez metendió su mano diciéndome:

—Usted volverá con frecuencia por aquí.El intérprete me entregó los papeles: un carné,

una tarjeta y cinco billetes. —Este carné— me dijo—es una especie de carta que lo acredita a usted comoresidente soviético y le confiere todos los derechosde nuestra ciudadanía. Esta tarjeta es su credencialde miembro del Comité Ejecutivo de la Internacio-nal Sindical Roja. Estos cinco billetes —de a cincorublos cada uno— son el estipendio o parte de susgastos personales, estimados a razón de cinco rublosdiarios…

—Pero —le interrumpí— en ¿qué debo gastar eldinero?

—Un momento. En primer lugar, en alimentos yluego en complementarios de menor importancia. ElHotel se ocupa sólo de su alojamiento y del arreglode su ropa blanca. Claro que no tendrá problemas:aquí mismo hay restaurante.

Mientras tanto, bajamos una escalinata de muchoesplendor que naturalmente atraía mi atención. Elintérprete se dio cuenta y creyó del caso explicarme:

—Este palacio fue construido por el zarismo, nohace mucho tiempo como puede usted observarloen el estilo, para internado de señoritas de la aristo-cracia, principalmente de la casta militar. Diseñadopara 3 mil alojamientos, tiene, además, espacios queocupaban las religiosas ortodoxas que lo regenta-

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ban, oratorios particulares y una capilla tan ampliaque ahora se utiliza como salón de actos de los sin-dicatos.

Más tarde, haciendo la siesta del primer almuer-zo moscovita en una cama regia, repasaba lo nuevoque se estaba imprimiendo en mi mente como enuna placa fotográfica. La historia del Palacio delTrabajo se reflejaba ante mis ojos como un episodiológico de la revolución triunfante. Pero algo muchomás simple y no por ello de menos trascendencia,revoloteaba en mi cerebro como una mariposa es-parciendo el oro de sus alas. Yo había llegado amuchas ciudades de América y Europa, en todasme habían recibido siempre con estas interrogacio-nes:

— ¿Tuvo usted un viaje feliz?— ¿Le parecen muy bellas nuestras playas?— ¿Qué impresión ha recibido usted de la ciu-

dad?— ¿No le parece muy hermoso este panorama de

mar y de cielo?En Moscú encontraba un lenguaje diferente, un

lenguaje que no había sido arreglado para turistas,un lenguaje que tenía la virtud de enfocar los pro-blemas del hombre en forma human y que natural-mente tenía un contenido de sinceridad fraternal.

—¿Siente usted frío?—¿Cuál podría ser la cuestión para un

suramericano que llegaba a Moscú en pleno invier-no? —¿Ya se desayuno usted?—

¿Qué podría ser, en su orden, el hecho de mayorimportancia para hallarme debidamente alimenta-do? Ahora, ¿estar bien alojado, no era, en síntesis,enfocar los problemas de la vida humana?

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El intérprete debía venir por mí para la instala-ción del pleno que habría de iniciarme en las prime-ras horas de la noche. Pero yo tenía, entonces, unatarde libre y mucho interés de ver a Moscú. Salí a laplaza inmediata y de allí, una vez observados lospuntos de orientación, avancé hasta el final del Bu-levar de Pushkin. Regresé al punto de partida y lue-go me tracé una recta por la calle Máximo Gorki,recorrí 6 ó 7 cuadras deteniéndome en cada esquinapara mirar los edificios, los expendios y la gente.

De nuevo en el hotel representaba en mí mente loque había visto, o tal vez más exactamente lo que nohabía visto. Realmente era Moscú una ciudad dife-rente. No estaban las calles repujadas de gente; noestaban los cuatro bares, iglesias y cafés en cadaesquina; no rodaban tantas llantas por el pavimen-to. ¿En dónde estaban los cuatro millones demoscovitas? Estaban trabajando, estudiando, prac-ticando deporte, disfrutando de sus teatros, es de-cir, viviendo.

Para un «caimán» intermediario de los que olfa-tea negocios, para un pequeño rentado, para un es-critor de alquiler, para un tabernero cesante, paraun aventurero en acecho, para un vago tolerado yen general para toda esa masa de zánganos que lle-nan como enjambre rumoroso nuestros cafés, ba-res, cantinas y prostíbulos, Moscú resultaría detes-table desde su primera mirada. Para mí era admira-ble, sencillamente humano.

El único hecho mortificante para mí —y qué lofue durante mucho tiempo— consistía en el idioma.No sabía una palabra de ruso. Hablaba un mal fran-cés y un poco de alemán, pero de nada me podíanservir estos rudimentos en la vida práctica. Mi tra-

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ductor me asistía solamente en actos sociales. Elidioma castellano constituía un caso raro desde lafrontera franco--alemana. En Moscú residían cua-tro españoles únicamente: un funcionario del Parti-do Comunista Español, de apellido Trillas, que tra-bajaba en el Kominster; el famoso ex-anarquistaRamón Casanellas, exiliado político que trabajabaen la aviación, y dos jóvenes, de apellidos Uribe yArroyo, que unidos a un grupo francés estudiabanen Moscú (Uribe ocuparía el puesto de ministro deAgricultura en el Gabinete Republicano Español de1936 a 1938). Claro que muchos sabios filólogos yespecialistas rusos conocían el idioma de Cervantes.Incluso varios estudiantes latinoamericanos, entreellos dos colombianos, se hallaban por ésa época enMoscú. Pero la diferencia de nuestras funciones nonos ponía en contacto sino muy raramente.

Del pleno de la Internacional Sindical Roja a miprimer viaje por el Volga

En el que fuera capilla del internado de señoritasaristócratas, se instaló el Pleno de la organizaciónmundial de los sindicatos clasistas. Cerca de mí ocu-paba sitio un líder del Brasil. El negro norteamerica-no Ford estaba en el presidium así como el alemánHeckell, un chino y un ruso. Un representante espa-ñol se acercaba a dos franceses. En general, la casitotalidad de los asistentes se componían de jefes eu-ropeos y asiáticos. Como era obvio, de los países quetenían las mayores masas de trabajadores organiza-das en los sindicatos de clase. En primer lugar laUnión Soviética, Alemania, Francia y China.

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Según el temario, el pleno debía examinar la nue-va situación creada entre las masas trabajadoras delos países capitalistas con motivo de la terrible cri-sis económica que acababa de estallar, y naturalmen-te trazar las consignas de la resistencia en armoníacon posibles salidas revolucionarias de la gran he-catombe.

Lozovsky, jefe máximo de los sindicatos rojos, hizouna extraordinaria intervención de la cual tomé cui-dadosos apuntes. En primer lugar, destrozó las teo-rías de los ideólogos del capitalismo que sostuvie-ron, a raíz de la primera guerra mundial, no sola-mente un nuevo auge o reflorecimiento del sistemacapitalista, sino la entrada a una etapa de estabili-zación planificada que acabaría con la crisis y porconsiguiente cerraría el camino a la revolución. Es-tas teorías que trataban de diseñar un súper impe-rio coordinado en el mundo, y que lograron desper-tar y estimular tendencias derechistas en ciertos gru-pos y dirigentes pequeño burgueses derrotistas, aca-baban de sufrir una derrota estruendosa, empezan-do precisamente por donde se consideraban másinvulnerables, esto es, por los Estados Unidos deNorte América.

En segundo lugar, Lozovsky, planteaba el con-traste con el sistema Soviético que no solamentequedaba fuera de la crisis, sino que iniciaba, en mar-cha triunfal, la realización de un gran programa deconstrucción de la nueva sociedad en el primer PlanQuinquenal. Y subrayando el contraste entre lasmasas trabajadoras, citaba estadísticas de origenburgués según las cuales pesaba sobre el mundocapitalista una cifra de más de cuarenta mil millo-nes de trabajadores. En solo Alemania estas cifras

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pasaban de nueve millones. En cambio, en la UniónSoviética hacían falta trabajadores.

Lozovsky indicó la necesidad de que los sindica-tos rojos de los países capitalistas se convirtieranen ejércitos de derecha para impedir que los patro-nos y sus Estados les echaran todo el peso de la cri-sis sobre los hogares proletarios. Destacó las tareasprincipales de la presente etapa, y terminó advir-tiendo que los imperialistas buscarían salidas de susituación no sólo contra sus propias masas sino tam-bién contra los pueblos coloniales y semicolonialespor ellos explotados, y finalmente impulsarían lasfuerzas más agresivas del fascismo con miras al asal-to a la Unión de Republicas Soviéticas.

Los problemas planteados por Lozovsky fueronextensamente analizados por países y grupos depaíses. En alguna oportunidad hablé para decir: 1.Que la crisis la crisis había empezado en Colombiadesde 1928 cuando los prestamistas yanquis sus-pendieron los empréstitos y por tal causa se sus-pendieron las obras públicas y millares de trabaja-dores quedaron cesantes. 2. Que nuestro país su-fría, desde tiempo atrás, una profunda crisis agra-ria que nos obligaba a consumir productos agríco-las de procedencia extranjera. 3. Que la catástrofefinanciera de los Estados Unidos de Norte Américaestaba trayendo como consecuencia, la reducción enlos precios de nuestros artículos de exportación, ypor consiguiente el aumento de la miseria en nues-tro pueblo. 4. Que las masas trabajadoras colom-bianas, luego de un auge en la lucha por sus intere-ses, habían sufrido recientemente la masacre oficialorganizada por el imperialismo yanqui en la zonabananera del Magdalena, etc.

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El tercer día del Pleno, es decir, el 17, al abrirse laprimera sesión, se acercó a mí pupitre el traductorde los jefes alemanes y me leyó, el texto en ruso, unsaludo a Stalin con motivo de sus 50 años. Tomé elpapel y lo pasé a mi traductor para que me lo leyeraen castellano. Era demasiado sencillo ese lenguaje;además estaba escrito a mano y para colmo en unahumilde hoja de papel imprenta, incluso ajada. Real-mente no me agradó. Pensé escribir algo vibrantepara que luego lo tradujeran y pasaran a máquinaen un papel fino. Pero observé que aquel «pergami-no» tenía ya varías firmas. ¡Y qué firmas! ¡Sin cali-grafía, algunas a lápiz y casi todas ilegibles! —No sepreocupe— me dijo el intérprete y agregó —aquí esotro mundo en donde no existen apariencias sincontenido. Para el camarada Stalin, nuestro Jefe in-superable, este saludo es elocuente así porque es sin-cero—. Aplanado por la lección de quien no era unlíder de masas sino un modesto funcionario, tracésobre la humilde hoja de papel mi firma en rojo, y dipor liquidado el «incidente».

Al finalizar el Pleno, luego de adoptar una seriede conclusiones de forma unánime, se convino enconvocar, para mediados de 1930 que pronto se ini-ciaba, el V Congreso Mundial de Sindicatos Rojos,previendo que la crisis se agudizaría y las masas severían abocadas a grandes batallas en las cualesjugarían sus organizaciones un papel decisivo. Parapreparar el V Congreso en todos sus aspectos, secreó una comisión en la cual fui incorporado comorepresentante de América Latina. Esta decisión, pro-longaba mi estancia en la Unión Soviética.

Pasado el Pleno, los organizadores sindicales deMoscú nos ofrecieron un acto en la celebre Sala de

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las Columnas que fue por la época del zarismo unclub de nobles y que después de la Revolución pasóa ser el salón de los obreros moscovitas. Allí pro-nuncié un discurso en el cual decía que lastrasformaciones en 1917 en Rusia, tenían tal signifi-cación mundial, que los pueblos incluso sin expe-riencia en las luchas modernas de clase, como elcolombiano, sentían que la Humanidad había dadoun gran paso adelante, no con las piernas de la bur-guesía sino con las duras y templadas del proleta-riado. En este discurso subrayé mi experiencia en elhecho de que nada movilizaba tanto a las masasoprimidas y explotadas de los países capitalistas ysus colonias, como la divulgación de los extraordi-narios éxitos del pueblo soviético.

En este acto de fraternidad internacional, conocía una joven estudiante de ingeniería que fue por untiempo mi noble amiga, y que recuerdo aquí porquemás adelante debo explicar cómo se conciben y sedesarrollan los diferentes aspectos de la amistad yel amor en el país de los Soviets, tema éste que tala-dra los cerebros tropicales y que más de mil vecesme ha sido planteado.

Debo advertir, al iniciar esta síntesis de mis ex-periencias en la Unión Soviética, que no fui a Moscúen condiciones políticamente ventajosas. Es decir,no fui en período de auge de nuestro movimiento demasas que realmente declinó en 1928; no fui a raízde una batalla victoriosa; no fui después de habercontribuido a clarificar una posición política mar-xista frente a los problemas colombianos. Llegué aMoscú con el bagaje de mis confusiones teóricas,con mis rudimentarias concepciones en materia deestrategia y táctica comunista, con una espesa igno-

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rancia ante el método del análisis creado por Marxy Engels, Lenin y Stalin. Llegué después del fracasode la zona bananera que significaba al mismo tiem-po el fracaso del socialismo revolucionario. Lleguécomo un caudillo derrotado. Esta situación, encon-traba cierta prevención en algunos elementos quepensaron ver en mis actos una explicación de loserrores cometidos en Colombia, dejando de lado eltrabajo del análisis histórico objetivo de lo que real-mente pasaba en el complejo de los problemas na-cionales y de clase. Debo decir que no estaba en áni-mo de ningún dirigente soviético esta prevención yque por el contrario me sentí muy estimulado porellos. Fue principalmente un turista sindical francésde apellido Rebatee que vino a nuestro país a finalesde 1928, que no estuvo con los obreros y que sacóuna impresión falsa del panorama de nuestra lu-cha, quién había impreso en las mentes de algunasimaginaciones Latinas, un extraordinario menospre-cio a nuestras masas y sus dirigentes.

A pesar de todo, no salí mal librado en los exten-sos informes que rendí, durante varios años, prime-ro ante la Secretaria General de la Internacional Sin-dical Roja, es decir, ante Lozovsky y sus inmediatosayudantes, y luego ante la Internacional Comunis-ta, o sea ante su jefe inmediato, camaradaMunuitsky, y sus secretarios. De paso debo deciraquí que Munuitsky fue quien más me estimuló enMoscú, incluso otorgándome cargos y distincionesque lo habían recaído antes en ningún líder latino-americano.

A mediados de 1930, la temperatura en Moscúoscilaba en 30 y 35 grados bajo cero centígrados.Sobre el cauce del río Moscova estaban en plenitud

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los deportes de invierno; pistas de esquiadores quevolaban sobre las alas de madera; suelos de nievecristalizados en donde hacían filigrana de movimien-to los patinadores: rubias en traje de lana blancaque sonreían con sus caras de durazno maduro, jó-venes atléticos que rasgaban con el vigor de sus vi-das la atmósfera helada. En esos días conocí la pri-mera fábrica soviética. La fábrica metalúrgica de lacual salió Lenin en 1918 para ser víctima del atenta-do que seis años más tarde extinguió su existencia.

Los obreros de aquella fábrica, como en generaltodo el pueblo soviético, organizaban una campañade solidaridad con los trabajadores del mundo ca-pitalista, con los hogares hambrientos de los des-ocupados y los luchadores que caían en las prisio-nes, precisamente en aquel período de las crisis enla que las acciones de clase conducían a batallas deproporciones a veces parecidas a la guerra civil. Re-unida la gran masa proletaria, el dirigente del sindi-cato anunció mi presencia. Me eligieron al presidiumy luego de un aplauso prolongado, tomé la palabra.

Gracias a mi práctica en la improvisación, logréconstruir un discurso de agitación que produjo in-terés, aunque consideré que no podía desarrollar uncuadro de la vida colombiana con éxito en aquelmomento, porque juzgué la tarea de traducción si-multánea muy difícil, ya que la masa que tenía de-lante de mí no estaba familiarizada con los proble-mas de mí país. Tomé algunas escenas que habíavivido recientemente en el pueblo alemán, y el mis-mo intérprete tuvo la bondad de aplaudirme. Enseguida se aprobó una proposición pidiéndome quevolviera un día a conocer la fábrica y a participar enuna reunión del sindicato. Finalmente, se suscribió

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una colecta que tuvo mucho éxito y los obreros meacompañaron hasta la calle.

Al día siguiente me hizo llamar la camaradaStásova, secretaria general del Socorro Rojo Inter-nacional, para decirme que había sido incorporadoa una delegación que viajaría en seguida por el Volgaen una campaña de solidaridad con los trabajado-res perseguidos de los países capitalistas. Quisedecirle que mi aceptación debía consultarla conLozovsky, pero me dijo que ya estaba consultado.Una noche después, y pareado con mi traductor, lle-gaba a una estación de ferrocarril en donde cuatrocamaradas más nos esperaban: un italiano, un po-laco, un francés y un alemán. Era la primera vezque los veía. No hubo presentación. Subimos al co-che, nos instalamos en grupo, y pronto el italianoabrió su maletín y repartió queso, pan y mermelada.El polaco preparó té para todos. El alemán aportójamón y desayunamos opíparamente.

Por instrucciones recibidas, conversamos poco enel coche, y, cuando lo hacíamos, tenía que ser en tor-no de cosas del lugar y del momento. Por razón delidioma, mis compañeros me tomaron por español.El polaco hablaba un poco el ruso, el italiano un pocoel francés y el francés un poco el italiano. El alemánera cerrado en su lengua. Yo chapuceaba algo el fran-cés y también el alemán. A veces nos enredábamosen tal forma que sólo el intérprete que sabía polaco,alemán, francés, italiano y castellano (a demás deportugués, inglés, rumano, ruso y hebreo) lograbaalinearnos.

Según el programa, solamente yo iba para la re-pública alemana del Volga. Al terminar el primer díade ferrocarril y después de una noche en que asisti-

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mos a un mitin celebrado en un club obrero en elcual hablamos el italiano, el alemán y yo. Los cama-radas polaco e italiano tomaron otra vía: el polacohacia una región donde había exiliados de su país yel italiano a otra que tenía trabajadores de su patriaigualmente exiliados. Seguimos la ruta del ferroca-rril el alemán, el francés y yo. A mediodía dejamos eltren para entrar a una ciudad en la cual habrían decelebrarse varios mítines en fábricas, y por la tarde—estando bastante cansado— llegaron dos trineostirados por caballos negros para nosotros. Y, ¿porqué dos trineos? —pregunté al intérprete.

—Ah, uno es para el alemán que se dirige a unlugar en el cual hay quienes conocen su idioma y lopueden traducir. El otro es para nosotros.

Y total, ocupé mi sitio y el trineo empezó a desli-zarse sobre la nieve. Cruzamos una estepa blanca,desierta. De cuando en cuando el postillón produ-cía un chasquido en el aire con su látigo. El enormecaballo esparcía de sus fosas nasales un chorro devaho como si fuera una caldera. Yo quería dormirpero también quería ver ese paisaje que jamás habíasoñado. El sol se estaba muriendo sobre una lejaníade oro; su resplandor jugaba en una espuma de hie-lo produciendo un sortilegio de colores como si aque-llo fuese fuego de algas o el mismo fondo del marvestido con sus conchas. Un sol frío como si fuera laluna; un sol muy cercano que ya empezaba a reco-ger su capa púrpura para dormir. Hundido estabayo en éste como éxtasis de la tarde en las estepas denieve, cuando sentí una parada en seco del trineo.El postillón dijo algo y el intérprete le contestó. Lue-go este me explicó:

—Aquí hay un cruce de vías. Por la una se llega a

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un poblado, arriba del Volga, por la que llevamos setoma el cauce del río, bajando.

Y realmente, pronto estuvimos marchando sobreel cauce cubierto de hielo. Llegamos, ya de noche, auna población ribereña. Se nos condujo a un come-dor y luego a un club. Había mucha gente. Una pe-queña orquesta entonó una marcha. La curiosidadpor conocernos era enorme. En un extremo del sa-lón, sobre una plataforma en estilo de escenario,había una mesa vestida con una carpeta roja, ungran busto de Lenin a su lado, al otro un pequeñoobelisco sosteniendo un haz de banderas y en el fon-do pendiendo de la pared, un retrato en oleografíade Stalin. Sonó una campanilla y se apagó el voce-río. Un hombre, joven todavía, anunció nuestra pre-sencia, explicó el objeto de nuestra visita y leyó «elorden del día» de la asamblea, según la cual habría-mos un español y un francés. Después se suscribi-ría una colecta a favor de los proletarios persegui-dos por sus luchas en el mundo capitalista, y final-mente habría un acto artístico.

Pasados los discursos y hecha la inscripción de lacolecta con mucho éxito, empezó el acto de varieda-des. Cantos y bailes de la región; exhibición de unhumorista que hizo reír con la representación de uninglés excéntrico en tierra de tártaros. Finalmente,cantó la masa en coro diferentes himnos revolucio-narios, y salimos del club al filo de la medianoche.

Al día siguiente, no muy temprano, vi llegar otravez dos trineos y repetí mi pregunta al intérprete:¿para qué dos trineos?

—Ah, el uno es para usted. El otro para nosotros.—Ahora sí, no entiendo nada, —le dije.—Bueno, la organización del Socorro Rojo en la

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región introdujo esta variante en el plan: como us-ted habla un poquito de alemán, tendrá quienes leentiendan su poquito. Mientras tanto, el francés yyo nos desviamos hacía un sector muy importante,y dentro de tres días nos reuniremos nuevamenteaquí para regresar a Moscú.

—Exacto: pero ¿cómo juzga usted que puedapronunciar yo discursos en alemán para que me lostraduzcan al ruso?

—Ese no es problema. Su discurso de anocheestuvo muy bien. Quince minutos bien planeados.Yo lo he tomado textualmente y ya está escrito amáquina, con tres copias. El tema es el mismo, us-ted hable quince minutos y el director del Socorroleerá el discurso sin ninguna dificultad.

—Claro que lo leerá sin ninguna dificultad, peroentonces ¿qué papel hago yo?

—El mismo que pudo haber hecho anoche. Aquínadie sabe castellano. Usted hable. El papel resideen su presencia. Los obreros lo aplauden, se fortale-ce el espíritu internacionalista de nuestro pueblo yse hace la suscripción de la colecta.

Acepté semejante razonamiento, pero salí preocu-pado. En el coche, a mi lado, viajaba un ruso muyamable. A veces me hablaba creyendo que un idio-ma es una simple cuestión de fonética, silababa laspalabras y les daba una entonación dramática ymusical. Claro que no entendía nada. En algunoscasos sacaba de su bolsillo un recipiente con whiskyy luego un cigarrillo rubio del caucaso, y entonces sinos entendíamos rápidamente.

Paramos en una población, a eso de las tres de latarde. Almorzamos y después fuimos a una fábricade porcelanas. Realmente estuve maravillado. Pero

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no podía conversar con nadie y esto me mortificaba.Algunas obreras me rodearon y querían que las en-tendiera por el «sistema» de silabar las palabras ypronunciarlas fuertemente; por último apareció unhebreo con quien, por afinidad entre su idioma deorigen y el alemán, podíamos encontrar una que otrapalabra para entendernos. Pero terminó la tarde,vino el mitin en el salón de la fábrica y resultó comoel intérprete me había dicho. Es decir, hubo entu-siasmo, aplausos y buenos resultados en la colecta.

Muy al amanecer del nuevo día, acompañado deotro camarada ruso, marché en trineo de carga tira-do por dos caballos. Nos dirigimos a una estaciónde máquinas agrícolas que servía a un vasto circui-to de granjas colectivas. Llegamos antes del medio-día. Almorcé en compañía de una veintena de trac-toristas llegados de Leningrado, en una mesa pre-parada exquisítamente. De nuevo un hebreo encon-traba diez ó doce palabras que coincidían con miescaso vocabulario alemán. A las dos celebramos unbuen mitin, y a las tres salía en el mismo trineo ha-cía la ciudad final de mi tarea.

Llegué temprano. Acepté un té y salí rápidamen-te a un teatro en donde se iba a realizar una granasamblea. El éxito fue tan espléndido que la genteterminó danzando en masa por los amplios pasi-llos. Bastante cansado, reflexioné esa noche bajo unfino edredón: ¡Qué genio el de los rusos para orga-nizarlo todo! ¿En dónde había vivido o siquiera leí-do que se pudiera realizar una campaña política contanta precisión, incluso en los más pequeños deta-lles, sin saber el idioma?

Mi estadía en Moscú hasta el Congreso de la In-ternacional Sindical Roja

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Siendo que mi estadía en la Unión Soviética esta-ba ya determinada en medio de medio año aproxi-madamente, no podía continuar viviendo en formatan individual, hecho que me creaba ciertas dificul-tades, incluso para conocer por dentro el sistemaeconómico y social, la vida del pueblo y la organiza-ción del Estado. Se convino, entonces, en agregar-me a un grupo de lengua francesa de una institu-ción internacional. Era un grupo que hacía un cur-so preparatorio de nueve meses pero que ya teníamás de la mitad realizado. Un grupo también inter-nacional que no tenía realmente ni un solo francés.Lo francés en el grupo era el idioma. De siete cur-santes, tres eran belgas, uno de ellos flamenco, unajoven alsaciana, un luxemburgués, un libanés y unadama turca muy elegante. De todos ellos únicamen-te el flamenco era obrero, minero de profesión, pococonocedor del idioma francés.

Mi tarea en dicho grupo no era la de cursantesino la de asistente, no tanto a las clases de teoríascomo en las de carácter práctico. Este cambio en mísituación trajo por consecuencia que ocupara uncuarto en el Instituto y en general gozara de los pri-vilegios de los estudiantes. Se me admitió comomiembro del Partido Bolchevique y escogí como la-bor especial mi asistencia y contribución al trabajopolítico de la fábrica metalúrgica del barrio de Lenin,en donde había estado ya varias veces. Trabajabaen la Comisión Organizadora del Congreso Mun-dial de los Sindicatos, y al mismo tiempo escribíalos capítulos que me correspondieron en una obrarelativa al imperio bananero de la United FruitCompany en ocho países latinoamericanos, por cuen-ta del Instituto Internacional Agrario que creó paraese fin un colectivo de autores.

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El trabajo de los bolcheviques aumentaba cadadía en magnitud y responsabilidad. Era necesarioatender simultáneamente muchos frentes. Las gran-des tareas del primer plan Quinquenal, que natu-ralmente encontraban dificultades muy serías. Lasfrecuentes provocaciones guerreras que por enton-ces hacían los imperialistas japoneses y las camari-llas militares de la china reaccionaria. Los proble-mas teóricos que en muchos aspectos se agudizaban,ya sobre el ala de los derechistas que dudaban de lacapacidad del pueblo soviético, ora sobre los brotesextremo-izquierdistas inspirados en lo general porel trotskismo contrarrevolucionario. De todos mo-dos, el Bolchevique tenía que crecer en la movilidadde una amplia escena, poniéndose al nivel cada vezmás alto de la energía popular en desarrollo.

Con motivo de la cruzada del socialismo en elcampo iniciada en 1929, sobre la base de la produc-ción de tractores y en general de máquinas agríco-las, la lucha contra la capa de la burguesía agrariallamada Kulak estaba en esa primera mitad de 1930muy violenta. El crecimiento de la industria soviéti-ca y con ella la trasformación fundamental del anti-guo carácter agrario del país, había señalado ya de-finitivamente la victoria de los elementos socialistassobre los fuertes restos de la vieja sociedad. Liqui-dar al Kulak como clase devenía en una tarea inme-diata decisiva no sólo para la implementación delsocialismo en el campo sino para la consolidacióndel sistema soviético en toda la Unión.

Fui movilizado a diferentes regiones agrícolaspara estudiar a fondo el problema. Sabía, natural-mente, que la tierra era patrimonio nacional desdeel 8 de noviembre de 1917, según el histórico decre-

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to que escribió Lenin. Sabía que los comités de tie-rras y luego los Soviets de las aldeas la habían dadoen posesión a quienes desearon trabajarla. Sabía,en fin, que no se traficaba con la tierra, es decir, queno se podía comprar ni vender. Sabía que la nuevapolítica económica que sucedió al comunismo deguerra de 1922, tenía que dar como resultado ente-ramente previsto, no sólo la formación y cierto de-sarrollo de intermediarios de productos agrícolas yartesanales (llamados mepmas), sino dedetentadores de tierra y por consiguiente explota-dores de mano de obra (llamados Kulak). Pero,¿cómo se liquidaba el Kulak como clase?

No era ciertamente tarea sencilla porque los Kulakno estaban solos. Detrás de ellos estaba la reacciónimperialista mundial; estaban sobre todo losboyardos rumanos y los panis polacos que los veíancomo pichones de terratenientes emplumados. ElKulak era el centro de la esperanza de la restaura-ción del sistema capitalista, y por consiguiente lafuerza de atracción de todos los rezagos de la viejasociedad en el interior país. Los voceros de la bur-guesía internacional clamaban por la vida de susadorados Kulak que, según ellos iban a ser «liqui-dados» oficialmente. Claro que no se trataba de unaliquidación física sino de clase. El Kulak era, exac-tamente, un burgués agrario que retenía o explota-ba diez o veinte obreros. Es obvio que pagaba lossalarios y además era obligado a cumplir un ampliomargen de prestaciones sociales. El Kulak pagabaobligaciones del Estado y en general era sometido alcumplimiento de la ley. Pero es obvio también quetodo esto, en esencia, era una concesión de ordensocial capitalista.

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¿Porqué se permitían los Soviets esta larguezacon los Kulak? Porque hasta 1929 no existía unaproducción industrial de máquinas agrícolas, deobreros tractoristas y en general de medios técnicospara llevar el socialismo al campo, y esto permitíaque una parte de la población campesina se dejarallevar por el Kulak convertido para ella en guía, comouna imagen del pasado que había conocido. Perollegó el momento, y el Soviet Supremo de la URSSexpidió un decreto ley prohibiendo el empleo demano de obra asalariada. Ese acto de justicia quepodía tener ya un sentido real, que significaba ba-rrer un obstáculo en el campo para la organizaciónsocialista de la agricultura, era exactamente el actoque liquidaba al Kulak como clase ¿Qué significabaesto en la práctica?

Significaba que los Kulak se quedaban sin obre-ros, claro que no se les ahorcaba, ni se les amones-taba siquiera sobre el nuevo género de vida que te-nían que adoptar. La cuestión era clara: allí dondeel Kulak extendía sus tentáculos, se redistribuía latierra. Se le asignaba —o dejaba— una parcela quepudiera trabajar con su familia. Y los obreros reci-bían, en parcelas, el resto de la tierra que fueradetentaba por el Kulak, más la extensión comple-mentaria que necesitaban. Pero esto no era todo: losobreros que pasaban a tener la posesión real de latierra y que por este hecho se igualaban a los cam-pesinos eran en conjunto organizados en koljósesesto es, en granjas colectivas con una estructura ju-rídica de cooperativas agrícolas.

Naturalmente, los Kulak no aceptaban de la mis-ma manera este acto progresista del sistema sovié-tico. Algunos, los menos ricos, los menos

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influenciados por la propaganda soterrada de lasoñada restauración capitalista, cedían con facili-dad ante la evidencia; incluso se mostraban inteli-gentes y decían que, en las condiciones de la vidasoviética nueva, era mejor ser trabajador que explo-tador. Y, como esto sí era una verdad concreta, ce-saba con ellos la pelea. Otra cosa sucedía con losKulak «bravos», con los que se anticipaban a des-truir las cosechas, a incendiar los campos, a organi-zarse en cuadrillas, a cometer asesinatos, es decir,con los que trataban de crear el caos, con los queobedecían consignas antisoviéticas de dentro y fue-ra del país. El trato para estos Kulak en rebelión eramedido por la magnitud de los hechos: si se les ha-llaba en juntas conspiradoras se les disolvía, arrai-gaba y vigilaba en sus parcelas; si entraban en acti-vidades subversivas, se les expulsaba del lugar; sicometían delitos definidos en las leyes penales seles castigaba.

La categoría de los Kulak expulsados de las re-giones agrícolas fue en realidad la que mejor sirvióa la propaganda antisoviética en el extranjero. Pu-diendo, como en realidad podían, establecerse enpueblos y barriadas a reorganizar sus vidas, pudien-do recibir nuevas tierras en otras regiones y trabajarhonestamente, se dedicaron durante algún tiempoa vagar en caravanas por los caminos, a formarmontoneras en las estaciones ferroviarias, y en ge-neral a exhibirse miserablemente en los lugares fre-cuentados por extranjeros. Naturalmente, esta mo-dalidad antisoviética, también estaba inspirada ydirigida por los técnicos de la soñada contrarrevo-lución, dentro y fuera del inmenso país.

Los Kulak «bravos», ayudados por algunos popes(clérigos ortodoxos) organizaron campañas de sa-

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botaje por la base en forma muy hábil: recogieron yocultaron la moneda pequeña, de uno dos, tres, cin-co, diez y quince kopes (el kope es el céntimo delrublo). Naturalmente, hubo tales dificultades en lasmenudas transacciones, que fue necesario emitirtiquetes provisionales supletorios que circulabanúnicamente en círculos cerrados. Esto es, si una coo-perativa devolvía pequeña moneda en tiquetes, és-tos circulaban sólo en la red de cooperativas; si eltranvía daba «su moneda» significaba que allí seempleaba, como sucede con las etiqueteras que ven-den en Medellín, Pereira y Bogotá, las empresastranviarias.

En algunos de mis discursos —pronunciados araíz del asesinato de un dirigente comunista en laregión— subrayé la necesidad de hacer más dura lalucha contra los Kulak convertidos en bandas deasesinos. Luego se me dijo que no era necesario de-cir eso, que lo importante residía en explicar a lasmasas el significado económico y social de la liqui-dación de los Kulak, como premisa indispensablepara la colectivización.

De nuevo en Moscú, trabajé con el grupo de idio-ma francés en diferentes actividades. En primer lu-gar, en el estudio de las fábricas; en el examen obje-tivo de la situación real de los obreros y empleadosde la producción; en el conocimiento minucioso delos sindicatos, de su vida en las empresas, de supapel concreto; en la función de guía y generadorde energía del Partido Bolchevique en la participa-ción de la masa en el Gobierno de los Soviets. Enfin, en todo aquello que para mi constituía la basefundamental de mis conocimientos marxistas-leninistas.

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Como terminara el invierno, me toco ver el pri-mer deshielo. Moles como montañas blancas semovían de sus sitios, y queriendo deslizarse se des-pedazaban para precipitarse en borrascas enormes.La tierra quedaba lavada, los árboles volvían a mos-trarse desnudos como los últimos días de otoño. Lasuperficie en general se veía vacía. Un aire nuevoempezaba a circular en la primavera que llegaba.Ocho soles y ya los campos estaban verdes comoobra de encantamiento. Tres semanas y el trigo su-bía a las rodillas. Un mes y los bulevares estabanflorecidos. La gente era ahora más esbelta y más ágil.Los pesados trajes de invierno se cambiaban por li-vianos, los tonos oscuros por colores claros, y losmismos semblantes que llevaban sus óvalosenmarcados en pieles, resplandecían con el renaci-miento de la naturaleza.

Con el grupo de idioma francés que terminaba elcurso con una excursión de estudio, salí en ruta aLeningrado. Grata fue mi sorpresa al subir a unvagón de ferrocarril acondicionado como casarodante: pequeña sala-comedor, cocina, baño, sani-tario, lavamanos, y compartimentos de dos y cuatrocamas. En mis viajes anteriores había llevado pro-visiones suplementarias; esta vez todo estaba cen-tralizado en la casa, un vagón que manejaba unadama, entrada en años, a la cual obedecían dosmuchachas que juntas preparaban y servían alimen-tos. En esta bonita casa rodante, además de los ochoextranjeros y de las tres empleadas, viajaban tam-bién un profesor que dirigía la excursión y el exper-to traductor de nueve idiomas que varias veces hemencionado.

Los ferrocarriles rusos —como en lo general loseuropeos— son de doble línea y, en las estaciones,

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además de las líneas usadas para cambios y manio-bras de trenes, existen las llamadas «líneas muer-tas» o sea vías derivadas en donde puedenestacionarse por tiempo indefinido los vagones deestudiantes y turistas. Según el plano de la excur-sión, nuestra casa rodante se detenía en los sitiosque ordenaba el profesor, y cuando se trataba decontinuar la marcha, era suficiente izar una bande-rita en el techo para que nos enganchara el primertren que llevara nuestra ruta.

Luego de breves demoras, en el tránsito, durantelas cuales conocimos algunos montajes eléctricos,fábricas y koljóses, llegamos a la ciudad de Lenin.Ante todo visitamos las grandes empresas metalúr-gicas, el Astillero del Báltico y las residencias de lostrabajadores. Después, estuvimos en institutos y la-boratorios; en Smolny, desde donde Lenin, Stalin,Sverdovsk, Jerziski, Frunse y sus compañeros, diri-gieron la gran revolución triunfante de 1917, en elasalto al Palacio de Invierno que nace como una molade piedra y mármol en el propio cause del suntuosorío Neva. Pasamos por el Ermitae, extraordinariomuseo de arte, por la famosa Avenida Lovski y engeneral por los lugares históricos de la antigua ca-pital occidental del imperio de los zares, y por últi-mo, subimos a la espléndida cúpula de la iglesia delPatriarca Isaac y desde allí, a 120 metros sobre lasuperficie, contemplamos el ancho panorama de laheroica ciudad.

Fuimos a la pintoresca aldea en donde Catalinala Grande formó su residencia privilegiada. Admi-ramos ese palacio de cristal, jardínes y fuentes quela voluptuosa emperatriz hizo construir: el salón deespectáculos con sus abovedados sonoros; las sa-

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las de recepciones ricamente decoradas, los pasillosdecorados con verdaderas joyas de arte en mármolblanco, las alcobas con derroches de oro y marfil…Paseamos el bosque en plena floración de primave-ra, los prados y, por último, las residencias aleda-ñas que fueron ocupadas por la aristocracia corte-sana, una de las cuales fue refugio de Nicolás II en1917.

En Leningrado estuve las noches blancas de 1930.Desde la ventanilla de mi compartimiento, en la casavagón, al caer la tarde, presenciaba los encuentrosde fútbol en un campo cercano. En las noches del22 y 23 de junio, tuve la oportunidad de ver comolos días solares casi se sucedían sin interrupción. Alas 11 de la noche se reclinaba el sol rojo, esplen-dente. Venía luego un gris amarillento, que se torna-ba gris opaco, y poco después empezaba a clarear-se, a crearse la luz hasta que cuajaba en oro claro laplenitud de la aurora. No había, realmente, ni unsolo instante de oscuridad completa. Una noche es-cribí, a pluma, sobre la mesita que daba a la venta-nilla en esa como «hora gris», una carta para Co-lombia. Otra noche ordené y copié mis apuntes.

De la ciudad de Lenin salimos para la RepúblicaBielorrusa. Llegamos a Minsk, su capital, y demo-ramos allí muy pocos días. Nuestro primer objetivofue el Gobierno Central. Teníamos programado es-tudiar en el terreno la Cuestión Nacional. Esto es, loque había sido la nacionalidad Bielorrusa bajo elimperio zarista, en su condición de minoría nacio-nal oprimida, como pueblo tratado como coloniaanterior, y de la Nación Libre en el concierto de pue-blos soviéticos federados. ¡El contraste era admira-ble! La población tiranizada por los terratenientes,

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humillada por las castas militares y en general so-metida al yugo del régimen imperial, era ya una po-blación prospera, vigorosa y optimista. El auge delprogreso sorprendía a sus propios moradores. Portodas partes se trabajaba impetuosamente. Los cam-pos estaban cubiertos con una exuberante cosecha;nuevas ciudades se construían; nuevas fábricas;nuevas plantas eléctricas. La instrucción popular,profesional y universitaria acusaba un crecimientosorprendente. Y todo aquello, gracias a que las ener-gías nacionales se habían desarrollado con la liber-tad; gracias a la solidaridad y ayuda en la Unión deRepúblicas Socialistas Soviéticas; gracias a que exis-tía una suprema dirección genial que presidía Stalin,gracias a que se cumplían y sobrepasaban las cifrasdel primer Plan Quinquenal.

Minsk fue una de las ciudades rusas que mássufriera en el periodo de la gran revolución. Una delas últimas bases de operaciones abandonada porlos ejércitos alemanes del tiempo de Guillermo II.Una de las urbes más azotadas por las fuerzascoaligadas de la contrarrevolución. Minsk fue pormuchas veces escenario de luchas encarnizadas. Pormucho tiempo se alternaron allí los gobiernos de lasdos divisas, hasta que finalmente triunfaron las gue-rrillas del pueblo. En Minsk estaban las tumbas delos primeros comisarios rojos que se batieron en esefrente. En Minsk, en los puestos más elevados delgobierno, fue donde primero vi hombres y mujeresauténticamente del pueblo. Personas sin ceremonias,hombres y mujeres que trataban los graves proble-mas de su Nación con tanta sencillez como seguri-dad. Gente que fue con nosotros a las empresas, alas instituciones docentes, a los nuevos barrios de

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la ciudad y en todas partes se les trataba con el mis-mo lenguaje de las fábricas. Esto naturalmente, mesatisfacía tanto, que sólo deploraba no poder obte-ner fotografías para decir en Colombia: ¡he aquí alos trabajadores que gobiernan una nación!

De la ciudad de Minsk salimos a Kiev y luego aHarkov, principales centros de Ucrania. Estudiamosallí los objetivos principales, pasamos aDniepropetrovski, base industrial de las cabecerasdel río Sniéper, sin detenernos en Postieva. En lafábrica metalúrgica de Dniepropetoski —que teníaentonces cerca de 4 mil trabajadores— demoramosdos días conociendo la organización interna, la si-tuación concreta del personal y la densidad de lalucha por cumplir y sobre pasar las cifras señaladasallí por el Plan Quinquenal. Bajando el río Dniéper,cerca de cien kilómetros, tocamos en Dniepostroi(después de Dnieprogrés) en donde se construía lagran represa y con ella la poderosa central eléctricallamada a redimir la extensa zona hullera del Don yen general a transformar la región deConstatinoslava. Fuimos al circuito minero y des-pués pasamos a Rostov, ciudad del Caucaso, de don-de continuamos a Kierachi y, por el estrecho de losmares Negro y Azoe, a la península de Crimea. De-moramos un poco en Cinferópol, su capital, y des-pués llegamos al histórico Sebastopol, término denuestra ruta.

Desde la salida de Minsk me he abstenido de re-señar nuestra labor, porque habiendo estado en es-tos mismos lugares en 1931, 1932 y parte de 1933,me resulta indicado reunir mis apuntes y dar unasola síntesis de ellos en el momento mejor indicado.Debo, sin embargo, subrayar desde ahora, que la

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República Soviética de Crimea es el objetivo masapropiado —en la Rusia europea— para estudiar afondo la solución que los bolcheviques dieron al pro-blema nacional, en un territorio que constituye unaverdadera gama de núcleos étnicos de origen histó-rico muy diverso.

De nuevo en Moscú, promediando el mes de agos-to, me entregué completamente a los últimos toquespreparatorios del Congreso Mundial de los Sindica-tos Rojos. Pronto empezaron a llegar delegaciones.El continente americano, desde Argentina hasta elCanadá, envió numerosos delegados. Al instalarseel Congreso, en la suntuosa Sala de las Columnas,cerca de sesenta países estaban representados. Al-rededor de ochocientos dirigentes de masa ocupa-ban allí sus asientos. Desde luego, las más numero-sas delegaciones, después de la rusa, eran la alema-na, la francesa y la china. Italia y España teníandelegaciones considerables así como Estados Uni-dos, Argentina y México. La delegación colombianaera pobre. Fuera de un «adaptado» argentino que laorganizó y que naturalmente valía por su prepara-ción teórica y su experiencia en las luchas, fuerondos enviados que no representaban casi nada. Uno,estudiante de Cartagena que apenas ligaba con lostrabajadores, que demostraba entusiasmo y deseode servir a la causa proletaria, no podía, como esobvio, hacer papel de algún relieve en Moscú. Otro,obrero artesanal que no tenía más antecedentes quehaberse hallado coincidencialmente en Ciénaga (en-trada a la Zona Bananera) en el periodo de la heroi-ca huelga, sincero y entusiasta revolucionario, peroen etapa tan elemental de orientación que la presen-cia de la Unión Soviética y la magnitud del Congre-so lo abrumaron completamente.

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En este Congreso, lógicamente, se hallaban lasfiguras revolucionarias más importantes del mun-do. Y, como es natural, se trataba de los problemasmás trascendentales: de la crisis cíclica del mundoburgués que se unía y se desarrollaba en los marcosde la crisis fundamental del sistema capitalista; delcontraste entre el mundo del capitalismo incapaz dedar solución humana y social a los problemas desus pueblos, el mundo de las oligarquías financie-ras que se debatían en sus contradicciones, dandocomo fruto la desocupación y el hambre y como pers-pectiva la implantación de regimenes terroristas nazi-fascista y la guerra, y el mundo del socialismo don-de no había crisis, ni desocupación, ni hambre, don-de los países liberados construían una nueva socie-dad. En este Congreso se verificaba un análisis rea-lista de la situación en el mundo del capitalismo y,en esa situación, la posición políticamente justa delas masas, su estrategia y su táctica.

Y como creó necesario destacar mi consistenteactuación y a la vez subrayar cierto ambiente de hos-tilidad que tuve en algunos elementos latinos yamencionados, debo exponer aquí las bases de unincidente. En las conclusiones que se adoptaban, fi-guraba la famosa Resolución de Estrasburgo, sobreestrategia y táctica votada en una conferencia quetuvo lugar en la capital de Alzarías en 1929. DichaResolución estaba publicada en la revista La Inter-nacional Sindical Roja que yo conservaba luego dehaberla estudiado seriamente. Cuando hice uso dela palabra, diseñé brevemente la situación colom-biana, expresé mi total acuerdo con la tesis que sehabía planteado y, al referirme a la Resolución deEstrasburgo, dije que al votarla en su conjunto, con-

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sideraba, sin embargo, necesario hacer de ella unestudio posterior relacionado con su adaptación ala realidad latinoamericana. Alguien me interpeló:—¿Por qué?— y entonces agregué que la Resoluciónestaba justamente calcada en la estructura indus-trial europea y norteamericana. Pero que para paí-ses de pequeña industria y principalmente para unpanorama de empresas imperialistas de tipo colo-nial, era preciso examinar más concretamente elproblema de la estrategia y la cuestión de la tácticade las huelgas, puesto que éstas, además de luchaseconómicas y políticas de clase, asumían natural-mente proporciones de combates por la soberaníacolonial.

Inmediatamente que bajé de la tribuna, subió aella un funcionario de buró, venezolano, a quién pocodespués consideré como simple provocador en elfrente revolucionario, y me atacó fuertemente. Meacusó de nacionalista, de caudillo que sólo veía laparcela de mi patria, de «excepcionalita», es decir,de personaje imbuido en la creencia de que Colom-bia era diferente al mundo y por consiguiente habíaqué configurar una política sui géneris, etc. ¡Inclu-so, llegó a compararme con Raúl Haya de la Torre!,a tildarme de «revisionista» del marxismo, de reacioal internacionalismo leninista, etc.

Mientras hablaba este burócrata desorbitado, to-maba yo mis apuntes para rebatirlo, y al mismo tiem-po observaba los alegres movimientos de algunoslíderes que creyeron llegada la hora de darme unalección con garrote. Terminada la intervención demi atacante, subió a la tarima otro latinoamericanoy repitió casi textualmente lo que dijo el anterior, cir-cunstancia que subrayaba en mis apuntes, cuando

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el prestigioso jefe mexicano Campa, que ocupabasitio a mi lado, me preguntó:

—¿Tiene usted aquí la Resolución deEstrasburgo?

—Sí, camarada. Y agregué: ¿no la conoce usted?—No, aquí la he oído mencionar.Mientras habría el maletín para entregarle a

Campa la revista que contenía la Resolución, penséque aquel orador que repetía lo que había dicho elanterior, tampoco conocía el documento en mención.Decidí verificar la situación, y dirigiéndome alpresidium, solicité que se preguntara a los delega-dos latinoamericanos si habían leído la citada Reso-lución de Estrasburgo. Losovsky, que dirigía la se-sión, dijo:

—Los delegados de América Latina que hayanleído la Resolución de Estrasburgo, sírvanse levan-tar el brazo.

Y cinco delegados entre cuarenta, alzamos nues-tros brazos. Losovsky, entonces, obrando con habi-lidad, se dirigió a nosotros, diciéndonos:

—En vista de que pasado este Congreso tendre-mos una Conferencia Sindical dedicada a los pue-blos de América Latina, debe suspenderse el debateque se inicia. Naturalmente, esto significa que losdelegados que no han leído la Resolución deEstrasburgo deben dedicar a esa tarea su mejor áni-mo de estudio.

Campa guardó la revista que le preste y de la cualestaba tomando notas. El Congreso volvió a su pla-no de altura. Se votaron las decisiones finales, seeligió el nuevo Comité Central Ejecutivo de la Inter-nacional Sindical Roja, y se clausuraron las sesio-nes con un espléndido discurso del jefe de la dele-gación alemana, camarada Heckel.

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Empezaba el otoño de 1930. Grupos de dirigen-tes revolucionarios extranjeros salían a diferenteslugares de la Unión Soviética a estudiar los aspec-tos más importantes del Nuevo Estado Proletario.Algunos líderes europeos y asiáticos de mayorsignificancia regresaban rápidamente a sus países.Nosotros, los latinoamericanos, nos reuníamos enconferencia especial para estudiar los problemasnuestros. Losovsky instaló la conferencia en unmagnifico discurso en el cual señalaba la importan-cia que asumían las naciones de América Latina enla lucha ínter imperialista, principalmente a partirde la primera guerra mundial cuando el imperialis-mo yanqui había desatado una ofensiva general con-tra Inglaterra para adueñarse de las materias pri-mas, de la mano de obra barata y de los mercados.Destacó Losovsky las condiciones de inferioridadmaterial y cultural en que las potencias extranjeras—apoyadas en las camarillas reaccionarias nati-vas— mantenían a nuestros pueblos, y la necesidadde crear y fortalecer movimientos de masa capacesde hacer frente y defender los intereses populares.Subrayó, en fin, la responsabilidad de los dirigentesproletarios ante la situación política que nos creabala crisis.

Como yo dirigía la sección inaugural, contesté aLosovsky, diciendo que aquella Conferencia tenía porobjeto el estudio de los más eficaces medios de apli-car, en los países de América Latina, las decisionesque acababa de adoptar el Congreso Mundial de losSindicatos Rojos. Subrayé, con evidente mención, elhecho muy frecuente de querer aplicar mecánica-mente en forma de clisé, las tesis de orientaciónmundial sin tener en cuenta el análisis concreto del

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medio, de las condiciones y de las perspectivas. Fi-nalicé afirmando que haríamos una labor de clarifi-cación teórica en muchos de los aspectos de nues-tros problemas de América Latina todavía muy con-fusos. Terminando mi discurso Losovsky se despi-dió dejándonos en completa libertad.

Acto seguido se eligió un presidium que dirigíhasta el fin de la conferencia. No recibimos pautaespecial de nadie, ni consigna alguna, ni sugerenciade ninguna clase. Discutimos con entera indepen-dencia y en general con magnífico espíritu de com-pañerismo. Mis previsiones sobre un fuerte debateentorno a la Resolución de Estrasburgo resultaronfallidas, no sé porque mis impugnadores quisieronretirar el tema o porque otras cuestiones igualmenteimportantes invadieron el tiempo. De todas mane-ras, considero que fue una falla no haber tratado elasunto a fondo.

En esta conferencia conocí a más prestigiososcaudillos: los cubanos muy activos, los mexicanosun poco engreídos, los argentinos y uruguayos másreflexivos, los chilenos muy fraternales, los brasileroscon tendencias a aislarse, los paraguayos altivos, losperuanos recelosos, los colombianos y panameñostímidos, los ecuatorianos confiados, los bolivianosaudaces, los costarricenses y otros centroamerica-nos optimistas. Los argentinos y uruguayos me in-vitaron a regresar a Colombia después de una per-manencia en sus países; el jefe de la delegación chi-lena, camarada Elías Laferte (bondadosos y gentilcomo ninguno) me insistió mucho para que fuerasu compañero en Santiago y Valparaíso. Todo esto,porque estábamos convencidos de que yo regresa-ría inmediatamente a Suramérica.

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De la Conferencia Latinoamericana de Moscú ala caída de la monarquía en España

Terminada nuestra conferencia, los delegadoslatinoamericanos salieron en corta excursión a cau-sa de que avanzaba el otoño y todo indicaba un próxi-mo invierno muy fuerte. Yo no salí en esa excursión.Se me agregó a un grupo europeo de diferentes idio-mas dedicado a una campaña relacionada con lacolectivización. Primero fue cierta actuación en lasfábricas y clubes obreros de Moscú para la movili-zación de varios equipos de mecánicos tractoristasque debían ir al campo en calidad de contingentevoluntario de ayuda a los campesinos que se orga-nizaban en koljóses.

Marx había escrito que se borrarían las fronterasentre la ciudad y el campo; que los obreros de laindustria moderna, como clase de vanguardia en latrasformación de la sociedad, irían al campo, y consu ayuda la producción agrícola devendría en unavariedad de la economía general industrializada. Ylos obreros de Moscú se disponían a cumplir esatarea. La industria socialista producía ya los tracto-res, las máquinas sembradoras, las máquinas parasegar y trillar, etc. Pero ¿cómo iban los obreros de laciudad a los campos?

En primer lugar, iban como voluntarios. Es decir,se abrían inscripciones en las fábricas para organi-zar equipos de número determinado. Por ejemplo:yo estuve en una fábrica que debía elegir quince trac-toristas. Se inscribieron alrededor de cincuenta obre-ros, luego se escrutaron los quince. Estos quince tra-bajadores se ausentaban por el término de seis me-

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ses, pero seguían perteneciendo a la empresa que aveces les acordaban una especie de sobresueldo oprima especial, conforme fuera la región que les co-rrespondiese. En esta forma, el obrero de la ciudadno pesaba, ni por concepto de alimentación ni enninguna otra condición sobre los campesinos que lorecibían. Y las máquinas, ¿cómo iban al campo?

Los tractores y en general las máquinas agríco-las iban al campo de dos maneras: la principal con-sistía en equipar las Estaciones del Estado Socialis-ta en diferentes regiones constituidas en epicentrosde la colectivización, desde las cuales servían —so-bre condiciones que más adelante expondré— a loskoljóses y Soljoses. Secundariamente, iban a loskoljóses ya constituidos y que, por su origen econó-mico fuerte, los compraba directamente a las fábri-cas, a plazos, por sistema de amortización, con pre-cios del 75% del costo de producción. El 25% lo apor-taba un fondo de fomento agrícola del Estado.

Pasada esta cierta actuación nuestra en las fá-bricas y clubes obreros de Moscú, salimos a la re-gión de Riasán y luego a Saratov —entre los ríosDon y Volga— a participar y, naturalmente a estu-diar, en la tarea bolchevique de la colectivización.En general nos correspondió ver los koljóses en pe-ríodo de consolidación. Es decir, entidades en mar-cha. Pero era el otoño, por una parte se recolectabala cosecha de verano y por otra, se preparaban lastierras para sembrar los cereales que acumulabanla savia en el invierno. La gente estaba trabajandojornadas de diez horas. Hombres y mujeres se mo-vían en el campo: en algunos frentes segando el tri-go con sus hoces, en otros con palas de maderasdesenterrando las papas y haciendo con ellas pilas.

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Hombres y mujeres alzando la cosecha en caminohacia las trojes.

Habíamos llegado antes del medio día al primerkoljós de nuestro itinerario. Era el momento de inte-rrupción de la jornada. Estábamos en un comedor rús-tico con angostas pero largas mesas, con banquetasde tabla a ambos lados, en espacioso salón con ciertaforma de campamento, que tenía en un extremo unaespecie de mostrador ancho tras del cual operabandiferentes personas: varias campesinas, en edad ma-dura, trajinaban frente a una hornilla en donde gran-des ollas exhalaban olores apetitosos; algunos campe-sinos que recorrían el mostrador atendiendo al públi-co, se inclinaban como juncos y sacaban de cajones ybarriles frutas frescas, pepinos en salmuera y aren-ques en salsa. Los koljósianos recibían en el mostra-dor la sopa hirviendo, el pan moreno y su plato com-plementario, y en fila, como un ejército, ocupaban sussitios en el comedor. Nosotros hicimos esto mismo: nospusimos en fila, recibimos el almuerzo y nos sentamoscon orgullo de trabajadores en las duras banquetas.

En este primer comedor colectivo que conocía yo enel campo, tenían sitio cerca de doscientas personas.Pero no estaban sino los trabajadores, la masakoljósiana activa. Naturalmente, todas las miradasse venían a nosotros. Y cuando terminaron los despa-chos de mostrador y los cucharones se aquietaron enlas ollas, el presidente del koljós, un viejo de barbaespesa y bigotes regados, que vestía rubaske (camisaque se lleva por fuera del pantalón, ceñida a la cinturacon una correa, abotonada, un poco hacía la izquier-da, y ajustada al cuello en forma militar) negra y gorroturco, alzó la voz y dijo, aproximadamente:

—Koljósianos: ha llegado hasta nosotros unadelegación de obreros extranjeros que viaja por nues-

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tro país estudiando nuestra nueva vida, nuestro sis-tema soviético. Nosotros sabemos que la tarea deconstruir el socialismo y, en esta tarea la obra ex-traordinaria de la colectivización, es algo que noscoloca bajo todas las miradas del mundo. Los pue-blos extranjeros miran hacía la Unión Soviética, ysaben que nuestros éxitos son el mejor estímulo parasus luchas. Para todos nosotros es muy grata la vi-sita que nos hacen, no solamente porque ellos po-drán ver y comprender nuestra situación, sino por-que podrán decirnos como es que viven y trabajanlos obreros de sus países.

El presidente del koljós finalizó diciendo que, ter-minada la jornada, tendría lugar, en ese mismo si-tio, una asamblea en la cual, después de los saludosque los delegados portábamos, cada koljósista po-dría formularnos las preguntas que deseara, y almismo tiempo responder a las que nosotros tuvié-ramos a bien hacerles. Hubo muchos aplausos. Di-ferentes grupos se nos acercaron. Algunos hacíancomentarios a grandes voces, y, pasándonos los ojoscon cierta novedad, salían a su trabajo.

El presidente del koljós y cuatro personas másque constituían con él la directiva, se quedaron connosotros. En un ángulo del comedor, en el «Rincónde Lenin», había una mesita y dos bancas. En uncajón, frente al retrato del creador de los Soviets,crecía una palmera. A un lado estaba una oleografíade Stalin, a otro la estampa desafiante de un anti-guo guerrillero que perteneció a la región.

Nuestro grupo, un rumano, un francés, unyugoslavo, un alemán, un italiano y un suramericano,tenía la dirección de un profesor del Instituto Inter-nacional Agrario, que hablaba, además del ruso, elrumano, el yugoslavo y el alemán. Una ex-actriz que

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había trabajado en Paris y en Roma era nuestra tra-ductora de francés e italiano. Como se ve, yo no es-taba favorecido, lo que lógicamente me perjudicabaen muchos detalles idiomáticos que no podía toda-vía captar del francés, que para mi era en esa oca-sión el idioma que debía usar.

Sin ningún preámbulo, el presidente del Koljósinició la historia de la región y de la empresa. Enaquella región no había muchos campesinos y me-nos aún Kulaks. Por consiguiente la colectivizaciónencontró menos problemas. Bastó con que se plan-teara la gran tarea y que viniera al lugar un organi-zador, para empezar inmediatamente. Como es na-tural hubo incomprensiones, hubo cierto núcleo másretrasado que se mostró desconfiado, receloso, enun principio. La psicología individualista no se cam-bia en un instante. Por inteligente que sea la masaes claro que los hechos son el mejor argumento paraconvencerla de la eficacia de una política. Se plan-teó la cuestión: cada campesino conservaría su vi-vienda familiar y junto a ella su cultivo casero; loscampesinos del sector convendrían en asociarse paratrabajar en forma colectiva una extensión determi-nada de tierra, y poder así, gracias a la organiza-ción, recibir ayuda del Estado en maquinaria, abo-nos, semillas y dirección técnica; cada miembro delkoljós tendría una libreta de chequeo de las horastrabajadas, y conforme a estas horas que serviríande unidad en la medida del trabajo, recibiría la dis-tribución correspondiente de la cosecha; el koljós,como entidad de derechos podría emprender y rea-lizar las obras que beneficiaran a su población deacuerdo con los estatutos que definían el carácterde la organización y sus finalidades.

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Este sector, en el cual predominaba el campesinopobre, emprendió su tarea. Algunos preguntaban: ¿ypor qué nuestro Estado Socialista no ayuda con má-quinas, abonos, semillas y técnicos a los campesinosindividualmente? La respuesta era sencilla. En pri-mer término, el plan. Claro que no podría el Estadoelaborar un plan de economía aislada, porque planesno se hacen sino juntando, coordinando y dirigiendodiferentes fuerzas. Y, cómo es obvio, el Estado nopodría entregar a cada campesino un equipo de má-quinas, un personal técnico, etc. Los elementos másretrazados no entraban al koljós inmediatamente.

Pero se construye la entidad: viene el agrónomoa dirigir los trabajos; los tractores y los tractoristasrompen hondo la tierra. Pasan algunos días y severifica lo siguiente: somos doscientos campesinos,¿cuánta tierra, en promedio, araba una familia tra-bajando toda, incluso niños y ancianos, aportandoa veces su caballo y su viejo arada? cinco hectáreas,digamos. Es decir, mil en total. Bueno: estos mis-mos doscientos campesinos hemos arado ahora cin-co mil hectáreas o sea cinco veces más, sin el traba-jo de los niños y de los ancianos y sin el aporte decincuenta energías que se ocupan en construccio-nes, etc. Más claro, con diez o veinte aprendices demáquinas; diez o veinte que trabajan en limpieza detractores; treinta o cuarenta que abren canales deregado; treinta o cuarenta que realizan trabajos com-plementarios, etc.

Pasan unos días. Ahora tenemos la primera co-secha colectiva de trigo y verificamos otra cuestión:¿cuánto trigo por hectárea producía la tierra ante-riormente? ¿Una tonelada? (es apenas un ejemplo)Bien, ahora produce dos toneladas. ¿Por qué? sen-

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cillamente porque el tractor ara más hondo y extraemayor savia de la tierra; porque se abona con sus-tancias orgánicas que la hacen más fecunda; por-que las semillas son seleccionadas en los laborato-rios agrícolas; porque los agrónomos aplican la cien-cia del cultivo a nuestra labor. Esto es de tal eviden-cia que convence a los recelosos, a los retrazados, alos escépticos.

Y bien, podemos ya extraer las primeras conclu-siones: si una familia campesina (trabajando mu-cho más) obtenía, digamos, cinco toneladas de trigoen la cosecha, podrá obtener en el koljós ¡cincuen-ta! Esto es, cinco veces más de lo que las máquinasle prepararon, cinco veces más extensión territorial,y sobre esta extensión, una vez más en razón a ladoble productividad de la tierra mejor arada, ade-cuadamente abonada, sembrada con mejores y me-jor asistida por el agrónomo especializado. Siendoesto así, el koljós puede entregar a cada familia treso cuatro veces más de lo que recolectaban en suscosechas anteriores, devolver al Estado el serviciode la máquinas, incluso lubricantes y combustibles;entregar la justa participación que asigné el Gobier-no como impuesto en porcentaje de la cosecha, etc.,y reservarse una gran parte para mejorar las condi-ciones materiales de su población.

—Según hemos entendido, interrumpió el alemán,al distribuir la producción no se hace sobre la basede igualdad entre los koljistas, ni sobre el principiode mayor cantidad a los que tienen familias másnumerosas. ¿Cómo resulta, en la práctica, la distri-bución según las horas de trabajo invertidas?

Otra cuestión, planteaba el italiano:—¿Qué hace el koljós con la parte de cosecha

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que se reserva después de hacer las diferentes par-ticipaciones de ella?

—Aprovecho —dije yo— para conocer un puntomuy interesante: en ¿que condiciones emplea lasmáquinas el koljós?

El presidente del koljós nos miró, con cierto ses-go en los ojos que significaba concitación a nuevaspreguntas, y subrayó lentamente:

—Estaré muy complacido en darles a ustedestoda clase de información que les interese.

—Encantado —dijo el yugoeslavo y preguntó—¿qué cambios se han producido en la vida familiarde la región?

—Oh —exclamó el rumano— ¿cómo ve el pro-blema de la educación?

—¿Cómo trabajan aquí los comunistas? —pre-guntó el alemán.

En estos momentos llegó una campesina cuaren-tona, atada la cabeza con pañuelo rojo, rozagante ysimpática, y colocó sobre la mesa una bandeja convasos para té. Tras de ella, un viejo sonriente lleva-ba un samovar (en toda entrevista, reunión de estu-dio, etc., es ritual tomar té con galletitas y sándwichesde queso, jamón, mortadela o caviar. Esta vez, el téiba solamente con casquitos de manzana). Despuésde un breve intervalo, el presidente del koljós iniciólas respuestas que todos copiamos en nuestras li-bretas, y que yo resumo aquí:

—El koljós distribuye la producción en relaciónal trabajo. El que más trabaja tiene derecho a más.Es decir, conforme a la cantidad y la calidad de suaporte al conjunto social de la producción. Esta noes todavía la sociedad comunista; es una etapa desu transición, en la cual percibe cada uno según su

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trabajo y no según sus necesidades. Claro que a lasfamilias numerosas les toca más, puesto que ellasreciben de la colectividad: 1. Sustento y tranquili-dad para los ancianos; 2. subsidio especial para lasmadres; 3. protección para la infancia; 4. educaciónescolar para los niños; 5. enseñanza de segundogrado, técnica y profesional para los jóvenes entu-siastas y capaces. En el koljós no puede regir untipo de jornada. Pero sí podemos hacer una normade promedio anual. En períodos de siembra y cose-cha, trabajamos diez horas, si es necesario trabaja-mos doce. En otros períodos trabajamos muchomenos.

Un poco más sobre este primer punto: ¿cómoharía el pueblo soviético que iniciaba apenas la trans-formación del hombre, la creación de una nuevasociedad, si estableciera un igualitarismo románti-co en la distribución de la producción? ¿Cómo seharía el hombre a mayor iniciativa, a mayor prepa-ración, a más elevada organización profesional ytécnica? Si un obrero raso recibiera en salario o es-pecies igual que un ingeniero, ¿qué interés, qué fuer-za social la impulsaría al estudio, a la capacitación,es decir, a su propio desarrollo y perfeccionamien-to? Lenin dijo que una sirvienta podría ser una fi-gura de Estado. Todo dependería de la sociedad, quetenía que descubrir su talento y estimularlo. Si lasociedad soviética no tuviera el régimen actual de ladistribución, no tendríamos en nuestros koljós vein-ticinco aprendices de tractoristas y en general demáquinas agrícolas; doce estudiantes de cienciasagrícolas; cinco normalistas y cuatro muchachas quehacen estudios de enfermería y nodrizas, todo porcuenta de nuestra empresa colectiva, y naturalmen-

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te con la ayuda del Estado.Creo haber contestado, en parte la segunda cues-

tión. Pero debo agregar, que, además de las inver-siones enumeradas, el koljós ha construido: 1. estecomedor; 2. la escuela; 3. una presa para subir elagua a los canales de regadío; 4. una sala para cui-dado de los niños. Además está construyendo y tie-ne en plan: 1. una sala de maternidad; 2. una es-cuela más; 3. varias habitaciones; 4. una troje mo-derna; 5. mejoras en las vías locales; 6. un local parabiblioteca y club.

—La tercera cuestión es un poco extensa. Sinembargo, daré a ustedes una idea general que des-pués concretarán. Este koljós recibe los servicios dela Estación de Tractores organizada por el gobiernoen la región y que simultáneamente atiende a variasempresas. Según el reglamento, nuestro koljós paga,por concepto de máquinas, una norma correspon-diente al desgaste, cuidado y conservación paralubricantes, combustible y otros gastos adicionalessobre precios de costo. Este pago de servicios se haceen dinero o en especies. Por lo general, nuestra pro-ducción disponible se remite a las cooperativas deRiasán y allá se llenan los compromisos. Los tracto-ristas los pagan las fábricas que los envían. En estecaso corresponde al koljós aportar ayudantes,aprendices y personal de braceo. El agrónomo lopaga el Estado, pero el koljós lo aloja y lo alimenta.

Los cambios que se operan en las familias estánapenas en su etapa inicial. Sin embargo, ellos sonya muy visibles: 1. se ha liberado a los niños del tra-bajo hasta la edad de 14 años, a los ancianos, a lasmujeres en edad de crianza; 2. se tiene en la escuelala mayor parte de los niños, y no están todos porque

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nos hacen falta locales y maestros; 3. se tiene unaorganización de madres que atiende la sala dondese cuidan los bebés, con lo cual, naturalmente, seintroducen nuevas condiciones en las viejas tradi-ciones familiares; 4. se ha introducido un espíritude solidaridad en los hogares que mina el egoísmo ycambia rápidamente la vieja mentalidad campesi-na; 5. las relaciones y vínculos entre hombres y mu-jeres, empiezan a encontrar una base nueva, realis-ta, humana y por consiguiente mucho más sólida;6. la gente tiene confianza en su Estado, en sus diri-gentes, en su porvenir.

El problema de la educación tiene sus dificulta-des. Hasta 1929, al iniciarse nuestro primer PlanQuinquenal, sólo la mitad de la población en edadescolar recibía enseñanza, a causa de que la escuelavieja (el local) estaba en malas condiciones, y tam-bién porque los muchachos, por lo regular, teníanque trabajar con sus padres. Se construyó la nuevaescuela pero el problema no será resuelto completa-mente hasta el año entrante, cuando se construya elnuevo local y la normal pueda enviarnos otro maes-tro y más útiles de estudio. Cómo les decía antes,varios jóvenes han sido enviados este año a cursarestudios en Riasán por cuenta del koljós.

Y finalmente: los comunistas trabajamos aquícomo udarniks, es decir, delante de todas las tareas,aportando energía y venciendo obstáculos. Nuestracélula se compone de veintisiete personas. Al ladode la célula y bajo su dirección, están los jóvenescomunistas en número de treinta y dos, y el grupode simpatizantes del Partido que sube actualmentea dieciséis. En la directiva del koljós estamos dosbolcheviques y tres sin Partido.

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—Bueno, camaradas —dijo uno de la directiva—ahora podemos ir a un frente de trabajo.

Pero antes de salir, tomamos otra vez té. Era yabastante tarde. Pasamos por un campo en donderecolectaban papas. La tierra estaba blanda. Laspalas de madera se hundían con facilidad y luegorebotándolas con cierta maestría salían los tubércu-los de sus nidos. Detrás iban los cajones recogién-dolas para formas pilas de donde las alzaban loscamiones. Cruzamos una acequia por un puente detablas y entramos a una extensa hondonada en don-de los reflejos de un sol de atardecer bañaban el orodel trigo maduro. Llegamos al frente. Hombres ymujeres segaban con sus hoces las espigas, forma-ban haces, los arrojaban hacia atrás y seguían cor-tando con una velocidad asombrosa.

Equipos de hombres y mujeres recorrían el campouniendo los haces en simétricas pilas. Nos entusias-mó el trabajo, y todos nos dimos a recoger el trigo.

Ya obscureciendo regresamos al comedor. Loskoljosistas estaban contentos con nosotros. Nos ha-blaban, nos hacían preguntas. Nos golpeaban concariño los hombros, y algunos viejos nos apretabanlas masas de los brazos y decían: —¡bien, muy bien!—

Comimos algo muy semejante al almuerzo. El co-medor estaba iluminado por dos grandes lámparasde gas. En el «Rincón de Lenin» sobre la mesita habíauna jarra con agua y cuatro vasos. El presidente delkoljós anunció que nosotros les íbamos a presentarlos saludos de los trabajadores de nuestros países, yque luego les haríamos preguntas. Que también ellosdebían preguntarnos lo que desearán saber.

En previsión del tiempo, hablaron solamente elalemán y el francés. Luego hicimos una serie de pre-guntas, de las cuales cito aquí algunas:

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1. ¿Cuáles son las mayores dificultades que tie-nen ustedes ahora? 2. ¿Qué consideran ustedes queles hace mayor falta, entre las necesidades inmedia-tas? 3. ¿Cómo se realiza el Plan Quinquenal en elkoljós? 4. ¿Consideran ustedes decisiva la colecti-vización para el progreso y trasformación del país?5. ¿Qué consideran ustedes como lo más visible enlos cambios que se operan en la Unión Soviética?

Las respuestas fueron dadas por diferentes per-sonas, algunas veces en forma relativamente exten-sa. Resumiéndolas, un joven habló de la falta de pre-paración técnica. Una mujer entrada en años dejoclaro que nos hacían falta productos, puesto quenadie los estaba guardando, nadie los derrochaba,era porque no había suficientes: —Bueno, sabemosque todos lo tendremos, para eso estamos trabajan-do.

Otro joven dijo que el koljós estaba realizando ysobrepasando el Plan Quinquenal Estalinista. —Al-gunas veces se hacen brechas, pero en seguida lastapamos. En general, nuestro koljós está a la cabe-za de los que existen en estás regiones.

Un hombre posiblemente de cuarenta años dijoque sin colectivización no habría producción agrí-cola socialista y por consiguiente sería imposibleconstruir la nueva sociedad. —El cambio— afirmóun viejo, antiguo guerrillero —que se ve más fácilconsiste en este fenómeno: las ciudades se llenande gente que salen del campo, las nuevas industriastrabajan con manos campesinas, el país que antesfue agrario se convierte en país industrial, y sin em-bargo, el campo produce ahora más que antes. Estoquiere decir que ya empezamos a trabajar la tierracon máquinas.

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Todos aplaudimos la elocuencia del antiguo gue-rrillero. Pero en seguida dijo nuestro profesor —¿Qué preguntas tiene ustedes?

Hubo un momento de silencio. El presidente delkoljós, como animando al colectivo nos preguntó:

—¿Cómo ven en los países de ustedes a la UniónSoviética?

Empezaba a contestar el francés pero fue inte-rrumpido por una voz varonil que salía del fondodel comedor:

—Oí que usted es francés. Díganos ¿qué hacenlos generales rusos blancos que fueron echados deaquí?

Otra voz:—¿Quién sostiene a los desocupados y a sus fa-

milias en América?—¿Cuánto pan le corresponde a cada obrero en

Francia?, preguntó una voz de mujer.Otra voz de mujer:—Dígannos ustedes, ¿cómo viven los campesi-

nos en sus países?Un joven que ocupaba un sitio cerca de nosotros,

se puso de pie y preguntó:—¿Por qué, teniendo tantas máquinas en Améri-

ca no colectivizan el campo?—Sabemos que los obreros que dirigen huelgas y

luchan en los sindicatos de los países capitalistasson detenidos en la cárcel. ¿También existen perse-cuciones contra los campesinos que luchan?— inte-rrogó una voz de hombre.

En total nos plantearon veinticuatro cuestiones.Pero, en vista del tiempo que se necesitaba par con-testarlas, aún en forma, muy sintética, selecciona-mos las que aquí trascribo, que contestamos en elsiguiente orden:

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El francés dijo —Los países capitalistas ven laUnión Soviética de diferentes maneras. Los obrerosorganizados como clase; los campesinos que luchanpor sus interés, y los sectores más radicalizados delas capas medias urbanas, ven la Unión Soviéticacomo una esperanza, como el comienzo en desarro-llo de la revolución proletaria mundial, como la fuerzapopular que ocupa las posiciones de vanguardia enla lucha contra la explotación capitalista, como elcamino que debemos seguir los luchadores de la li-bertad, la seguridad y la paz del pueblo. Los capita-listas ven la Unión Soviética como a su enemigomortal, y naturalmente tratan por todos los mediosde combatirla y exterminarla, primero negándole suséxitos, después calumniándola y, finalmente, prepa-rando contra ella la guerra.

En la Francia de los banqueros, de los grandesfabricantes, de los opresores de pueblos coloniales,de los empresarios de las guerras que les producengrandes ganancias, están bien acogidos los genera-les contrarrevolucionarios rusos blancos, porquetales camarillas oligárquicas, obrando con sus se-mejantes de Londres, Berlín y Washington, inclusi-ve de Tokio, los aprovechan ahora para inventarleyendas contra la Unión Soviética, y piensan des-pués servirse de ellos en la guerra. Pero el proleta-riado francés como el de todo el mundo, sabe muybien que los generales rusos blancos son tambiénenemigos.

Contesto ahora —prosigue el orador francés—la pregunta del pan. En Francia no existe, como enningún país capitalista, una norma mínima de ali-mentación que garantice la subsistencia de sus hi-jos. Una poca gente tiene pan de sobra; una gran

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masa de población obtiene una parte del pan quenecesita; hay numerosas personas que no puedenadquirir un pedazo de pan. Una distribución racio-nal y humana de los alimentos no se puede obtenersino en la Unión Soviética, debido a que sólo los tra-bajadores como gobierno reivindican a la humani-dad sus necesidades esenciales.

El profesor me indicó que respondiera las cues-tiones relacionadas con América. Ante todo deboconsignar aquí que la idea general existente enton-ces entre las masas soviéticas de menor cultura, re-ducía el término continental de América a los Esta-dos Unidos. Por consiguiente, yo debía referirmeconcretamente a ese país, lo que hice tan brevemen-te casi como el resumen que doy a continuación:

—En los Estados Unidos de Norte América, noexiste una ley que ayude en algo a los desocupadosy sus familias, como existe, por ejemplo en Alema-nia (en la Alemania anterior al régimen nazi). Eldesocupado, en lo general, pasa sobre el obrero oempleado que trabaja aún, como es obvio, despuésde haber agotado sus ahorros sí los tiene y de habervendido o empeñado sus propias prendas de usopersonal. La familia del desocupado se disgrega conmucha frecuencia, y los jóvenes, principalmente lasmujeres, caen con extraordinaria facilidad en losantros de corrupción que la sociedad capitalista fo-menta e incluso convierte en fuente de ingresos parael Estado. Para mayor escarnio, en Norte Américael país de los archimillonarios, organizan campañasde solidaridad para socorrer a los desocupados,pero, desde luego, con fines políticos y religiosos deproselitismo.

En los Estados Unidos de Norte América tieneny producen muchas máquinas agrícolas, pero no

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pueden emprender la colectivización campesina,porque allá existe un régimen económico basado enla propiedad privada, en el sistema individualista.La colectivización, tal como se realiza en la UniónSoviética, no es posible sino en un país de economíasocialista, es decir, en donde las tierras sean nacio-nalizadas y convertidas en medio social de produc-ción, en donde el Estado, con base en la producciónde máquinas agrícolas y con el aporte de científicos,abonos y semillas de selección, emprenda la tareade trasformar el campo en beneficio de toda la so-ciedad. En algunos países en etapa de transición,bajo regímenes nacionales revolucionarios, es posi-ble realizar planes de relativa extensión para evolu-cionar la vida campesina, dando impulso a la pro-ducción en grande, lo cual podría ser realista sola-mente en forma cooperativa.

El italiano dijo —la vida de la población campe-sina, hablando de Europa, presenta diferentes ma-tices. Hay un reducido porcentaje, compuesto deburgueses agrarios, y resto de nobles terratenientesque viven por períodos en el campo, como parásitoschupa sangre de los pobres. Los campesinos me-dios tienen épocas de cierta holgura que los haceambiciosos y conservadores, pero tienen tambiénépocas de crisis y dificultades que los desespera, quelos inclina al campo revolucionario. El campesinomedio, en general, vive endeudado y con frecuenciaenvuelto en la crisis que le resulta de los gastos fijosy las ganancias inestables. La inmensa mayoría dela población campesina, incluyendo los obreros agrí-colas, vive muy mal. No solamente por razón de ladesigualdad económica en que está colocada y comoconsecuencia de las formas diversas de explotación

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a que está sometida, sino también por las malas co-sechas, y por la condición temporaria de un laboreosin organización ni plan. El campesino pobre está enun proceso de franca degradación, de real descom-posición que no podrá impedir sino la revolución.

Lógicamente, los campesinos, su parte másradicalizada, organizados y con frecuencia dirigidospor los obreros agrícolas, luchan y por consiguientetienen la misma suerte de los luchadores en los puer-tos, fábricas y ciudades. Es decir, son perseguidos,encarcelados y tratados a veces con métodos de te-rror semejantes a los que emplea el imperialismo ensus colonias de África.

Terminada esta asamblea, fuimos repartidos adiferentes casas. Guiado por una lámpara y treskoljosistas, caminé tal vez doscientos metros hastallegar al tibio hogar que me fue asignado. Subimostres gradas de tabla. Pisamos sobre un corredor es-trecho. Una anciana nos abrió la puerta. Entramosa una especie de salita que tenía una mesa: en unángulo una estufa de ladrillo apagada, en un extre-mo unos cajones y encima de ellos un saco de lonaque parecía contener papas. Había una banqueta ydos taburetes de madera. Se produjo una espera deminutos, durante la cual un joven me hablaba sinque yo le pudiera entender. Pero me daba cuenta quela anciana preparaba mi cama en una piecita conti-gua que bien podía ser la de los esposos. Lamenténo poder explicarme, pero lo justo hubiera sido ins-talarme en la mesa. Hice derroches de las pocaspalabras de mi repertorio, pero todo fue inútil. Creoque varias personas durmieron en la salita.

Me levanté temprano, por costumbre y tambiénporque habíamos planeado visitar varias casas en

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la montaña. Ante todo, debo describir brevementeel nuevo panorama: un colombiano en la Unión So-viética encuentra el campo muy diferente. No sólopor las estepas, océanos blancos en invierno y ver-des en primavera, sino por la estructura demográfi-ca. El campesino colombiano vive diseminado. Aorillas de los caminos, en las mesetas, cerca de losríos, en su labranza. Contemplar un paisaje de cul-tivos en Colombia, permite ver un suelo irregulartachonado desigualmente de chozas que por la ma-ñana respiran humo azul. En Rusia, el campesinoha vivido en pequeñas constelaciones aldeanas, cer-ca de una fuente, en medio de árboles y como regue-ro de casitas en torno de una diminuta iglesia blan-ca, frecuentada en la cosecha por los clérigos orto-doxos. Este hecho de tradición campesina en Rusia,conservó en las familias vínculos humanos de cier-ta solidaridad en sus miserias y dolores, y razona-blemente constituyó un factor favorable para la co-lectivización.

Las casitas campesinas eran construidas, por logeneral, con el siguiente plano, un cuadro más omenos grande en paredes de madera redonda ce-rrada para unirla con una mezcla de grada y pajapicada. Estas paredes enlazadas en los cruces deesquinas por acilillados en forma de cola de pato,suben regularmente y luego reciban el techo cons-truido también en madera, sobre el cual descansa eltejado. Este cuadro que suele tener sólo una puertaen el fondo del corredor, tiene divisiones interiores ypequeñas ventanas que a veces parecen simples tra-galuces. Estas casitas se construían en algunos lu-gares todavía. Pero lo nuevo, lo que cambiaba la fi-sonomía al campo, en esta materia, consistía en las

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construcciones en ladrillo y cemento, naturalmentedotadas de servicios modernos.

La electrificación del campo, la organización dela producción agrícola en grande, sobre la base demáquinas, en las unidades colectivas de los koljós,supuso los cimientos para una estructura demográ-fica nueva. Se construyeron habitaciones campesi-nas también colectivas, que sin ser comunales pro-piamente, permitían instalar las familias en seccio-nes o apartamentos libremente, y disfrutar de servi-cios adecuados. Se construyeron escuelas, talleres,clubes, comedores y casas de salud y descanso, conlas condiciones que se acercaban a la población enuna nueva vida de comunidad civilizada.

Una característica tradicional del campesino ruso—que lo hacía diferente del campesino colombiano—era que no solamente labraba la tierra sino que tam-bién era un competente artesano. Los crudos y pro-longados inviernos hacían de la vida campesina unavariedad. Y entorno de la estufa que les daba calor,las mujeres tejían suntuosas alfombras, pulidos ta-petes, encajes finos y cubre camas espléndidos. Loshombres trabajaban el cuero en botas militares, ma-letines y carteras; la madera en muebles; el hueso,el cuerno, la cera, el cuarzo y otras materias en va-riados objetos de utilidad y de ornamentación. Hom-bres y mujeres decoraban vasijas, pieles y telas; losexpertos labraban y pintaban miniaturas, cuadrostípicos y en general obras de arte que recorrían elmundo en los baúles de los turistas.

Esta admirable producción artesanal del campe-sino ruso, era organizada en modernos talleres y sa-cada en la primavera a las cooperativas de arte quefuncionaban en las grandes ciudades como seduc-tora atracción para extranjeros.

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Visitamos siete casitas en la mañana. El aspectointerior era muy semejante. Siempre una especie desalita o lugar de todos: la mesa, el samovar, la estu-fa, cajones y sacos de lona. En algunos se veíancuadritos pendientes de la pared, y en casi todos unreloj de una sola rueda con un pavo real luciendo enel muestrario y una pesa de metal tirada de una ca-denita. Los suelos estaban limpios, las camas cu-biertas con mantas, en los aparadores era frecuentever tejadas de sandia y canastas con manzanas. Lasancianas bordaban, tejían croché y con largas agu-jas hacían medias y sacos de lana. Frente a una ven-tana, estaba una viejecita con el pelo de ámbar y lacara de canela. Nos miró por encima de los ante-ojos, se puso de pie y avanzó con pasos menuditoshacia nosotros preguntándonos:

—¿Son ingleses, los señores?El profesor le explicó, uno por uno nuestra pro-

cedencia, y nuestro propósito de estudio en la UniónSoviética. La viejecita se quitó los anteojos, y hablan-do lentamente nos dijo:

—Lástima que no hubieran venido hace veinteaños y que volvieran ahora. Así podrían ver cuantoha cambiado nuestro país.

Después del mediodía, instalados en una trocha,salimos hacia una región que pertenecía a la pro-vincia o el antiguo Gobierno de Saratov. Llegamosbastante tarde al centro de una aldea. Se nos recibióen una escuela que servía, de noche, para reunio-nes. Allí se nos tenía preparado alojamiento y ali-mentos. Había mucha gente y nos presentamos in-mediatamente en escena. El presidente del Sovietlocal nos dio la bienvenida en un discurso que me-reció un aplauso cerrado. A nombre de la delega-

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ción habló el alemán que fue también muy aplaudi-do. En vista de que la noche avanzaba, nuestro di-rector leyó únicamente el siguiente programa, y ex-plicó un poco lo que haríamos allí.

Primero; al día siguiente escucharíamos un in-forme, con la interpelación del presidente del Soviet.Segundo escucharíamos, así mismo, una informa-ción amplia de tres koljós que convergían en la al-dea. Tercero: en la noche tendríamos una reuniónde preguntas y respuestas. Al tercer día, visitaría-mos uno de los koljós, y el cuarto y quinto día traba-jaríamos en la recolección de papas. Luego saldría-mos a la ciudad de Saratov y de allí regresaríamos aMoscú.

Este programa fue cumplido. Pero no debo deta-llarlo aquí, porque todo lo que tuvo de nuevo lo re-petí después, una, dos y hasta tres veces, de donderesulta lógico que debo reunir mis apuntes y dar deello una síntesis mucho más adelante.

Al regresar a Moscú, entrando ya en mi segundoinvierno, cuando se hallaban en marcha los progra-mas de opera, ballet y grandes conciertos, tuve lapena de saber que mi noble amiga, la bella joven es-tudiante de ingeniería, había salido para Leningrado,en donde terminaría sus estudios en un curso prác-tico, en los astilleros del Báltico bajo la dirección dela Academia Naval. Me dejó en mi cuarto una boni-ta carta escrita en ruso, con intercalados de pala-bras y frases en francés, alemán y castellano. Esdecir, en el complicado lenguaje que usábamos ennuestras pláticas, en la noche de luna sobre los ar-cos del puente del río Moscova.

Creí, con fundamento, que se acercaba ya mi re-greso a Suramérica. Asistí a diferentes asambleas

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del Partido, en instituciones superiores y fábricas.Una noche pronuncié un discurso en un festival ce-lebrado en la casa central del Ejército Rojo, sobre eltema del servicio militar obligatorio en Colombia. Allívolví a encontrar mi primer intérprete, el hebreoZénklin, gracias a lo cual pude hablar en castellano.Al día siguiente recibí la invitación para concurrir aunas maniobras militares, y en la tarde me presentéal cuartel indicado.

Aquí empezaron para mí una serie de sorpresas.Me presentaron a un albanés y un húngaro que tam-bién habían sido invitados a las maniobras. Pero nolos volví a ver. Fuimos repartidos en diferentes pa-bellones. Una vez en el mío, entré a un ropero y mecambié de traje. Pantalón breeche y chaqueta mili-tar de paño color de musgo, gorra del mismo color,con fuerte víscera y estrella roja de cinco puntas,altas botas de caballería y un pesado capote quedescendía de los hombros hasta la garganta de lospies. En semejante uniforme, es posible que ni elhúngaro ni el albanés me hayan vuelto a ver.

Al entrar la noche salí con una compañía de arti-llería. Marchamos hasta el amanecer. En la vía seunieron a nosotros diferentes divisiones, que al pa-recer, habían salido adelante. Acampamos en un bos-que. Luego de comer un poco dormimos hasta elmediodía. Las botas hicieron sangrar mis pies. Nopodía manejar debidamente la faja que a modo devendaje y en lugar de medías, subía de las plantasde los pies hasta las rodillas, tanto a causa de mibisoñada como por haberme acicalado un modelodemasiado grande. Al entrar nuevamente la nochecontinuamos la marcha, pero esta vez iba yo insta-lado en un nido de paja que «mi comandante» mearregló en la cureña de un cañón.

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De nuevo se nos unieron divisiones en la marcha.Muy avanzada la noche, hicimos alto para comer ydescansar muy cerca de una aldea de la cual nos lle-gaba un resplandor de luz. Estábamos en una colina.Y mientras las cocinas de campaña cuadraban fren-te a los grupos que recibían sopa caliente, sobre lamisma cureña de mi nido de paja el comandante enjefe explicaba el plan de las maniobras. Por lo que yoentendí y después consigné en mis apuntes, nosotrosíbamos a un punto de la frontera con Polonia, en lasaliente geográfica de la confluencia de Letonia yBielorrusia. Allí, nuestro ejército —que sería comorealmente fue— muy reforzado en la marcha, ocupa-ría una extensa línea defensiva. Otro ejército, cuyascaracterísticas no se daban, nos atacaría.

El viaje duró varios días o, más exactamente, va-rias noches. En todo caso, al anochecer, en lugar demarchar en el orden de rigor, se produjo un despla-zamiento, para mí extraño. El comandante de artille-ría desplegó sus divisiones. Pasadas unas horas, juntocon dos ayudantes, me invitó a recorrer el campo afin de verificar la eficacia de los enlaces. Era prohibi-do fumar y encender lumbre. Marchando sobre lanieve, a distancias desiguales, a veces hasta de kiló-metros, encontrábamos excavaciones y en ellas gue-rreros instalados con baterías eléctricas, teléfonos ymapas que se podían ver con lámparas que enfoca-ban la luz hacia lo más hondo de las cuevas.

Pese a la extraordinaria preparación y vigilanciadel terreno, tengo la impresión de que fuimos sor-prendidos, a eso de las cuatro de la mañana, no pro-piamente por el ataque sino por la simultaneidaddel asalto en tres frentes. Por lo que entiendo —apun-té en mi libreta— se trataba de envolvernos con fuer-

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zas numéricamente superiores, en las primeras olea-das del combate, aprovechando con habilidad el fac-tor de la sorpresa. Pero realmente yo no entendíanada. Nuestro comandante quería dar esa impre-sión al «enemigo», pero en realidad el ataque fuerechazado y rápidamente pasamos a la contra ofen-siva. A los once días, sobre una planicie, coronamosla victoria.

Regresamos a Moscú por diferentes vías, parte enautomotores y parte en trenes. Yo estaba realmentecansado. Al día siguiente recibí la putionka, especiede carta de viaje, para ir a la costa del Mar Negro,por el término de un mes. Pero no pude salir de Mos-cú porque me atacó una neuritis tan fuerte que meparalizó completamente el brazo derecho. Corría di-ciembre y la temperatura oscilaba entre los treinta ytreinta y cinco grados centígrados bajo cero. Los mé-dicos me internaron en una enfermería, y estuve tanmal que se llegó a pensar en una parálisis. Logré re-cuperar la salud sólo a finales de febrero. Y penséllegado el momento de mi regreso a Colombia…

Pero Maunilsky me comprometió a participar enun curso de nueve meses en el Instituto Internacio-nal Leninista, lo que naturalmente era muy impor-tante. Y, empezaba esta nueva etapa, cuando cayóla monarquía en España, hecho que introdujo a misactividades en Moscú extraordinaria variedad.

Un año tormentoso

El año de 1931 se inició como decisivo para elcumplimiento del Plan Quinquenal. Los éxitos al-canzados hasta la fecha en el frente de la Construc-

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ción Socialista, no sólo aumentaban el entusiasmoen las masas soviéticas, sino que impulsaban a lasfuerzas del capitalismo en crisis (que habían recibi-do con burla las cifras de producción creadora delprimer quinquenio estalinista) hacía la formación degrupos quintacolumnistas dentro del territorio de losSoviets.

En Ucrania trataban de reagrupar los elementosde una vieja tradición nacionalista burguesa, queinfectados por las concepciones derechistas fomen-tadas por Kámenef, Zinóviev, Tómski, Bujarin yotros, desconfiaban de la capacidad de las masasfrente a las dificultades de crecimiento propias de laUnión Soviética en esos momentos históricos, y so-bre todo, desconfiaban de los grandes jefes que ma-nejaban los timones del Estado. La tendencia na-cionalista de la derecha ucraniana llegó a convertir-se en el mejor terreno para la conspiración de nacio-nales y extranjeros, al punto que la misma primerafigura de la nacionalidad y del Partido, camaradaPetróf, llegó a ser por lo menos víctima de la pasivi-dad que engendran las vacilaciones.

Por esos mismos días se descubrió una agresivaagrupación de Kulak que comandaba un talKondratiev, a la cual fue preciso tratar sin miramientoalguno, no sólo porque se trataba de cabecillas sininfluencia de masas, sino porque aplicaban méto-dos de bandidaje odioso a toda la población. EstosKulak incendiaban las cosechas de los koljós, des-truían los puentes comarcales, regaban noticiasalarmistas en las aldeas, y colaboraban en la des-trucción de los ganados, labor criminal ésta que di-rigieron hábilmente los saboteadores infiltrados en-tre los veterinarios.

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El sabotaje organizado, planificado y dirigidodesde sitios camuflados, llegó a ser el arma princi-pal esgrimida por las fuerzas de reacción en 1931.Con énfasis de adelantados «bolcheviques» se pre-sentaban al campo Kulak amaestrados para decir alos campesinos que ya no era necesario tener caba-llos ni arados viejos porque «nuestro gobierno» es-taba dando tractores. Lo que daba por resultado quelos campesinos abandonaban en realidad sus caba-llos y sus arados, cuando todavía no se producíansuficientes tractores, creando así las condicionespara luego fomentar el descontento. Los expertoscriminales disfrazados de veterinarios caían simul-táneamente a las regiones ganaderas, y derrochan-do un lenguaje de adhesión al Gobierno y propa-gando al Partido de Lenin, vacunaban el ganado deforma que poco después era devorado por la peste.Esta labor de la contrarrevolución produjo la inme-diata escasez de leche por lo cual se vieron sin ali-mento muchos niños. La mantequilla, el queso, lacarne y las grasas entraron en crisis.

Entrando este año decisivo, se descubrió el fa-moso «Partido industrial», cuadrilla de ingenieros yantiguos especialistas del régimen zarista que pen-saron destruir el país de los Soviets en forma «téc-nica». El jefe de estos bandidos, ingeniero Riezánov,fue persona de la confianza del Soviet Supremo y dela Comisión Central de la Planificación. Gracias aesta posición, pudo convertirse en un enemigo peli-groso. A estos «jefes» del llamado Partido industrialcorrespondía diseñar las nuevas fábricas, hacer pla-nes para centrales eléctricas, calcular materiales, etc.Su consigna aparentemente revolucionaria era: «enlugar de las fábricas —prisiones de los países capi-

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talistas— palacios en la Unión Soviética». Y diser-taban de lo lindo del aire, la luz, el paisaje y las lí-neas que las nuevas fábricas socialistas debían con-jugar para la salud, la comodidad y el deleite de lostrabajadores.

Oculto bajo ese lenguaje de fronda burguesa, es-taba el saboteador técnico. Los edificios tenían ci-mientos con el doble de capacidad del peso que reci-bían. Las paredes de cemento armado tenían un 40% más de espesor necesario, y muy esbeltas, es de-cir, con un 60% más de su altura indispensable, lascolumnas interiores, las estructuras de metal, lostechos y en general las «fábricas palacios» tenían unrecargo de un 70 al 80% más de su costo normal.Sobre tales condiciones la nueva sociedad de cons-trucción tenía que pagar casi el doble por el costo desus obras, lo que constituía una terrible sangría alheroico pueblo, sobre todo en esos momentos, y almismo tiempo aportaba material «técnico» a losideólogos del capitalismo para escribir y charlar enLondres, Roma, París y Tokio, Berlín, Washington,Managua y Bogotá sobre el «fracaso del Quinque-nio Soviético» o el «Desastre planificado».

La extraordinaria actividad de los gruposantisoviéticos internos; los progresos del nazismoen Europa y las continuas provocaciones por partede los imperialistas japoneses y los generales chi-nos, embargaban, naturalmente, una parte conside-rable de la energía directriz Soviético comunista, loque en cierto modo, era un éxito parcial de la con-trarrevolución mundial. Mucho más si se conside-raba que por causa de semejante situación, fue ne-cesario introducir modificaciones al Plan Quinquenalen sentido de producir cifras adicionales en los ma-

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teriales de guerra para la defensa, afectando así enlo inmediato, renglones muy importantes del planoriginal, en la producción de artículos de consumoinmediato.

Apropósito de los procesos contra lossaboteadores, que los hubo no sólo en Moscú sinotambién en Leningrado, Harkov, etc., leí novelas delos que escriben contra la Unión Soviética en lascuales se decían que los prisioneros eran torturadospara que confesaron sus delitos (e incluso para obli-garlos a confesar delitos que no habían cometido) yque la policía de seguridad aplicaba a «sus víctimas»drogas para deprimirlos, para aterrorizarlos, con locual caían en una especie de delirio, después quelos funcionarios escribían para exhibirlos en plenaprueba, como parte de una confesión. Todo esto es-taba inspirado en la única regla que no tiene excep-ción, o sea «el ladrón juzga por su condición». Perose preguntaba la gente honesta, ¿por qué confiesansus delitos los conspiradores antisoviéticos y a ve-ces se convierten en acusadores de otros y de ellosmismos? Esto no es un misterio.

El proceso contra los saboteadores «técnicos delPartido industrial se llevó a cabo en la gran Sala delas Columnas. Tupidas masas de obreros y emplea-dos asistían a las audiencias. Yo estuve en varias deellas y vi y oí a los acusados, en algunos casos ha-ciendo explicaciones que atenuaban sus faltas, perotambién a muchos que no solamente aceptaban loscargos que se les hacía sino que ampliaban esos car-gos en convexidad con otros delitos y personas queno figuraban en la acusación. ¿Por qué procedía estagente así? Según algunos, para liberarse del tiro enel cogote, lo que seguramente era un factor, en va-

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rios casos. Pero la causa fundamental de tal proce-der hay que hallarla en el carácter de la sociedad enla que se cometían los delitos.

En una sociedad dividida en clases y subdividi-da en grupos, las acciones y los hechos de las perso-nas pueden ser juzgadas como delitos para unos ysimultáneamente como lícitos y como meritorios paraotros. Por ejemplo: si una camarilla oligárquicadetenta el poder y desde él sirve los intereses de cla-se de los ricos, es claro que todo lo que mine eseorden de cosas puede ser mirado como crimen porlos usufructuarios del régimen, y como meritorio porlos desposeídos, explotados y oprimidos. En unasociedad de clases, incluso los llamados delitos co-munes se juzgan conforme la naturaleza de la socie-dad, porque los códigos, en general, tienen comofuente de origen el tipo, el carácter y la esencia deesa sociedad.

En el mundo capitalista, entonces, las acciones ylos hechos de las personas entran en contradicción.Y por consiguiente, los juicios que se forman estánsaturados de influencias muy diversas, incluso porla complicidad que suele ser una expresión propiadel ambiente social. Si un hombre se roba un terne-ro, es juzgados por los jueces de los hacendados. Eldelito será considerado tan grave que no tendrá de-recho a excarcelación provisional el acusado. Peroun acaparador monopoliza la leche, la encarece ypor esa causa se reduce más aún el alimento básicode los niños pobres y naturalmente mueren muchosde ellos. Sin embargo ese acaparador ni siquiera esconsiderado como delincuente.

En la Unión Soviética, los delitos definidos en loscódigos no pueden ser materia de contradicción,

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porque son delitos contra la sociedad. No estandola sociedad dividida en clase y subdividida en gru-pos, es lógico que todo lo que atente contra las nor-mas establecidas, consentidas y aplaudidas por elconsenso social, constituye un hecho antisocial, undelito contra la comunidad que toda persona honestatiene el deber de custodiar y defender. En estas con-diciones, cuando cae el delincuente, entra en un cír-culo sin salida. En primer lugar, porque no existeuna «justicia» de «otra» clase para refugiarse en ella.En segundo lugar, porque no encuentra un ambien-te de complicidad.

Cuando el delincuente se presenta en audienciaspúblicas, está desnudo, transparente, sin una solasombra en la que pueda ocultarse. No puede impre-sionar a nadie a través de un discurso, ni con efec-tos de agilidad mental para emotivos, ni con posesde contrición para beatos. Si trata de deslizarse desu plano de realidad, la gente lo ve como un pez enun acuario de cristal. En tal situación, el delincuen-te habla: 1. para demostrar si esta en uso de susfacultades mentales; 2. explicar por qué, en qué con-diciones y previos, qué factores, circunstancias ypersona pudo haber participado en el delito; 3. paraatenuar, si es el caso, la gravedad de su culpa. ¿Quéotro camino le queda a un reo, que no es un ham-pón, un imbécil, ni un niño?

El Instituto Internacional Leninista, que ya co-nocía yo, tuvo que afrontar y resolver una serie detareas que la situación mundial planteó. Las condi-ciones del pueblo español después del 14 de abril,tendían a complicarse. Las masas entraban en ac-ción. Las tendencias partidistas de la burguesía bus-

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caban el camino del poder para frenar la revolución.Los grupos de la extrema derecha aristocrática y cle-rical aprovechaban la falta de unidad democráticapara conservar, sin la corona real, el poder de suscastas. La lucha del pueblo necesitaba dirigentes, ylos proletarios soviéticos que tenían su poderosoPartido podían ayudar solidariamente a preparar-los en el Instituto Internacional.

La necesidad de dirigentes proletarios se hacíasentir en todas partes. A medida que la crisis capi-talista se ahondaba, las masas se batían en la de-fensa. En tal momento, el Instituto InternacionalLeninista era insuficiente. El problema de tener cua-tro idiomas únicamente, ruso, alemán, inglés y fran-cés, reducía la entrada a sus claustros de proleta-rios de habla castellana, italiana, portuguesa, etc.En vista de tales condiciones, un profesor soviéticoque aprendía el idioma de Castilla, aprovechandola presencia de un líder de masas del Perú que fueexiliado en Norteamérica y que a la sazón estudiabael sector de habla inglesa, y contando naturalmentecon mi colaboración, inició y obtuvo la creación deuna parcela idiomática en el Instituto.

Poco tiempo después nos llegaron siete estudian-tes españoles, que junto con un brasilero y yo, conti-nuamos el sector de habla castellana. Complicadofue solucionar el problema de los materiales de es-tudio, porque no sólo se trataba de traducirlos deotras lenguas sino de nacionalizarlos, es decir, deadaptarlos en lo posible a la fisonomía propia de lospaíses de mediano y retrazado desarrollo histórico.Sin embargo todo se solucionó.

A raíz del 14 de abril en España, Radio Centralde Moscú, institución de los sindicatos que funcio-

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naban en el Palacio del Trabajo, organizó un pro-grama diario en castellano, del cual fui yo su únicolocutor —con breves interrupciones— durante unaño. Este programa, que se trasmitía de once a docede la noche, en tiempo de verano, y de doce a una eninvierno, correspondía en Cádiz a la hora de siete ymedia a ocho y media, y consistía en: 1. obertura ogran orquesta: 2. 30 minutos de lectura de una con-ferencia de información sobre los temas de mayoractualidad; 3. concierto de selecciones musicalesespañolas y rusas; 4. cierre del acto con una mar-cha marcial.

Los programas para España eran elaborados así:1. para la parte musical, cantos de solistas y coros,del Conservatorio de Moscú; 2. texto de conferen-cia, del Buró del Plan Europeo de Información deRadio Central. Al principio tuve problemas en estosprogramas, no sólo por mi total ignorancia en cues-tiones de radiodifusión, sino por mi escasa erudi-ción en cuestiones de música y compositores, asícomo del elenco de artistas cantantes cuyos nom-bres tenía que anunciar. Otra dificultad consistía enque los textos de las conferencias me venían en fran-cés y yo debía traducirlos, cosa que tuve que hacerdiferentes en ocasiones frente al micrófono a causade mi extraordinario recargo de trabajo. Estos pro-gramas se convertían en sólo conciertos musicalescuando yo estaba fuera de Moscú. Deploro tener queser tan breve en estos relatos, lo cual me impide daraquí excelentes observaciones que luego consigna-ba en mis apuntes.

Mi trabajo en la radio para España, mis estudiosy los mismos hechos que se sucedían me dieron rá-pidamente el carácter de «especialista en cuestiones

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españolas». Y, en tal carácter, fui movilizado frecuen-temente a las fábricas de Moscú, a los clubes obre-ros, a diferentes regiones fabriles y agrícolas. Inclu-so se me siguió tomando como español, y por últi-mo tuve que arreglármelas diciendo que era de Bil-bao y hasta dando referencias de familia, profesióny otros detalles que en ocasiones me preguntaban.A estas alturas de la situación, recibí dos distincio-nes. La primera consistió en hacerme dirigente polí-tico del Sector de habla castellana en el Instituto,cargo que conservé durante mi presencia en la UniónSoviética, y la segunda en hacerme miembro en ejer-cicio del Secretariado Latinoamericano de la Inter-nacional Comunista, posición que retuve asimismohasta mi salida de Moscú.

Este último cargo me obligó a trasladar el centrode mi trabajo al Komintern. Y debo decir aquí, quéera el Komintern, es decir, la sede de la Internacio-nal Comunista, el lugar de trabajo de los dirigentesmáximos de los Partidos Revolucionarios del mun-do. Un gran edificio sobre una plaza, y en él cerca demil funcionarios, no todos comunistas. El Kominternse dividía en secciones; en cada sección había unsecretariado de dirigentes compuesto de tres líde-res, uno o varios empleados auxiliares conforme lacategoría de la sección y una secretaría técnica. Na-turalmente, el Partido Comunista Soviético tenía lasección más importante. Le seguían en su orden, lade los partidos alemán, chino, francés y polonés. Lospartidos comunistas de los Balcanes tenían una sec-ción conjunta, así como algunos latinos. En cuantoa los europeos estaban el italiano, el español y elportugués. Los latinoamericanos tenían su sección.El inglés, el norteamericano, y el canadiense teníana la vez la suya, como el japonés y el coreano, etc.

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La secretaria técnica de cada sección tenía comofunción: 1. proporcionar material de información yestudio a cada funcionario; 2. hacer traducir a losidiomas indicados la producción escrita de la sec-ción y, una vez controlada su fidelidad, colocarla enlos conductos del caso; 3. servir con intérpretes ytaquígrafos en las reuniones que lo requerían; 4. ser-vir de ligazón e intermediario a los funcionarios ensus relaciones políticas dentro del Komintern; 5. lle-var el control del plan de trabajo adoptado en la sec-ción y el horario de labor correspondiente a cadafuncionario.

El día que inicie mis actividades como miembrodel Secretariado Latinoamericano pasé por la secre-taria técnica para efectos de información personal.Se me pidió la lista de los materiales de informaciónrelativos a los 6 países bolivarianos que me corres-pondieron en el plan. Sobre Colombia pedí El tiem-po de Bogotá, la Revista del Banco de la República,el mensaje presidencial y las memorias de los minis-terios; la revista Colombia que salía entonces enNueva York y los últimos informes de la FederaciónNacional de Cafeteros que presidía a la sazón el Dr.Mariano Ospina Pérez. Además de los citados ma-teriales —que llegaban regularmente a través de unaagencia especial de enlace que funcionaba en Lon-dres— recibía El colombiano de Medellín, aunquede manera muy irregular.

Decía antes que no todos los trabajadores delKomintern eran comunistas, y debo precisar estainformación. Desde luego, los miembros de secreta-riados tenían que ser no sólo miembros sino diri-gentes, en algún grado de su desarrollo, y natural-mente personas con alguna estructura ideológica

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marxista. Pero la gran mayoría del personal estabacompuesto de funcionarios auxiliares y técnicos, y,entre auxiliares y técnicos, la mayoría no tenían Par-tido o pertenecían a las juventudes comunistas. Detodos modos, la Célula del Partido en el Kominternrepresentaba, numéricamente, algo así como 35 ó40% de todos los trabajadores.

Mi trabajo en el Secretariado consistía en estu-diar los materiales, en relacionar éstos con las infor-maciones y, una vez seleccionados por países y ma-terias, sistematizar los procesos, descubrir los fac-tores históricos que obraban en sus bases y los he-chos que los podían impulsar, frenar o hacer retro-ceder, y sobre tales elementos hacer una ponenciaamplia cada ocho días. Estas ponencias podían sermás frecuentes cuando se presentaban situacionesespeciales, y generalmente ocasionaban preguntasaclaratorias y discusiones más o menos amplias,que, o bien terminaban con recomendaciones a milabor, o resoluciones con respecto a los Partidos osus directivas.

Cuando se presentaban problemas políticos se-rios dentro de los Partidos, se trataban en las sec-ciones respectivas, algunas veces con ayuda solici-tada de jefes de otras secciones. Sino se llegaba asituaciones satisfactorias, entonces era preciso lle-var tales problemas al Secretariado de la Kominternque, una vez estudiado a fondo, reunía al personaldel caso en el Salón de actos, llamado Salón Rojo,para discutir y tomar decisiones finales. En nuestrasección estuvo varias veces el jefe de la sección chi-na, camarada Ban-Min, cuando se discutieron pro-blemas relacionados con el carácter de la reformaagraria en México y Brasil. En el Salón Rojo asistí,

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entre otras, a la discusión de una vieja división exis-tente en el Partido norteamericano; al estudio y di-visión de un problema fraccionalista en el Partidoalemán; al análisis de divergencias internas en elPartido español.

Promediaba el año de 1931. Nuestro grupo dehabla castellana en el instituto tenía ya dieciochopersonas, entre ellas dos jóvenes dirigentes cuba-nos, tres obreros mexicanos, un panameño, dos ar-gentinos, y un uruguayo. El profesorado se compo-nía de un economista, camarada Harkov; de un so-ciólogo e historiador, camarada Jonson; del líderperuano que daba clases diversas, y de un hebreode Odessa que había trabajado en la legación sovié-tica de México, que dictaba un curso de organiza-ción de partidos. En las conferencias de extensiónactuaban diferentes profesores, entre ellos un jefebolchevique que fue comisario de Comunicacionesen el primer Gobierno que organizó Lenin, y tam-bién el primer diplomático soviético enviado a Méxi-co. Este viejo bolchevique tenía ciertas funciones deobservación política en el Instituto Internacional, ycomo mereciera yo su confianza, llegó a otorgarmecomisiones especiales con respecto a observación decamaradas españoles.

En esos días, es decir, dieciocho meses despuésde residir en Moscú, conocí personalmente a Stalin.Varias veces antes tuve la posibilidad de ir al Kremliny estrechar su mano. Pero tales veces sucedían cuan-do delegaciones extranjeras tenían alguna misiónespecial, y como yo no tuve ninguna que me autori-zara para atraer su atención, no juzgue necesarioquitarle ni un minuto del tiempo que tanta falta lehacía. Esta actitud mía no puede, honestamente,

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considerarse como indiferencia hacia el primer aban-derado de la lucha revolucionaria mundial, en la cualyo tenía un modesto lugar. En mi concepto, era unpoco de mi natural modestia que me retuvo siempreen el plano que me correspondía, en donde siemprepercibí el espíritu satanlinista a través de los eslabo-nes políticos que unían nuestra distancia. Pero,¿cómo conocí a Stalin? Esta pregunta se me ha he-cho en Colombia a cada minuto.

Una noche, reunidos en una sala teatro unos ocho-cientos o mil estudiantes y funcionarios, soviéticosy extranjeros, pertenecientes a los institutos e insti-tuciones de carácter internacional, nos disponíamosa escuchar un informe relacionado con la lucha porel cumplimiento del Plan Quinquenal. Los asisten-tes estábamos situados en zonas idiomáticas, en lascuales había mucho entusiasmo: los alemanes can-taban Rote Front, los francés la Carmañola, los ita-lianos Bandiera Rossa, etc. No sabíamos quien ibaa hacer el informante. Se nos había dicho que unmiembro del Politburó. Y como los rusos son exac-tos, la hora indicada se acercaba. En medio de lasvoces del canto, había también expectativa. Alguiendijo, con admiración: ¡el camarada Stalin! Se corta-ron las voces y nos pusimos de pie. Alzamos lospuños; un grito en alemán: ¡Viva el camarada Stalin!Un cerrado «hurra» estalló y luego entonamos laInternacional, en los diversos idiomas allí congre-gados.

Stalin pasó por el medio de la sala con direcciónal escenario. Dos camaradas le seguían, igual queStalin, saludaban las diferentes filas, con leves in-clinaciones de cabeza y ambas manos a la altura dela cara. Ninguno de nosotros se movió de su sitio.

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Una vez en el escenario Stalin y sus acompañantesestuvieron de pie hasta que terminamos el himnomundial de los trabajadores. En seguida, nos hizoStalin ligera venia y ocupó la tribuna. Nos saludó enforma estimulante, y luego, sin entonación de dis-curso, en forma muy sencilla pero elocuente, hablodurante diez minutos relevando la significación in-ternacional del Plan Quinquenal. Subrayó la impor-tancia histórica de la construcción del Socialismoen la Unión Soviética, y lo que semejante tarea im-plicaba para nosotros, que más temprano o más tar-de, sobre el modelo de los bolcheviques que forjóLenin, tendríamos que afrontar y realizar tareas se-mejantes. Destacó con mucho énfasis, que no sólohabía que trabajar heroicamente en el frente de lanueva creación de la sociedad, sino luchar contralas fuerzas que se oponían a su realización victorio-sa. Finalmente indicó la desesperada actividad delas corrientes antisoviéticas frente a los pueblos deURSS, y la necesidad de redoblar nuestra lucha con-junta para destrozar los focos de conspiraciónantirrevolucionarias que preparaban el asalto de lasfronteras de la patria proletaria.

En medio de grandes aplausos descendió Stalinde la tribuna y salió del recinto seguido por uno delos camaradas que lo acompañaban. El otro ocupóla tribuna y empezó diciendo. —Comisionado parapresentarles a ustedes un panorama realista delPlan Quinquenal de la URSS, tuve a bien invitar alcamarada Stalin para que dijera algunas palabras amanera de introducción. Y, como acaban de oírlo, loha hecho en forma tan brillante como es propio deél. Ha tenido que retirarse inmediatamente porquetiene que participar en una reunión muy importan-

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te, pero me recomendó presentar a ustedes excusasy decirles que en otra oportunidad podrán verse mástiempo—. Terminada esta explicación el magníficoexpositor inició su extenso informe indicándonos lasignificación de la economía planificada, y en quécondiciones, y bajo qué tipo de sociedad era posible,cuando se trataba de dar conciencia a todas las fuer-zas creadoras en armonía con una concepción deconjunto. Pasó luego revista a una situación inter-na y externa en que se cumplía combativamente elPlan, y terminó fijando las tareas principales que sedebían cumplir, en el terreno político, tanto en lasmasas soviéticas como en las avanzadas revolucio-narias del extranjero.

Esta reunió finalizó muy cerca de la medianoche.Y, una vez en mi cuarto, escribí en mí cuaderno denotas: «Stalin es una persona agradable. Hombre alnatural, sin afectaciones, incluso piensa uno que nose percibe él de toda su importancia. Nadie puedesentirse cohibido en su presencia porque inspiraconfianza. Al verlo la primera vez, se siente la sen-sación de haberlo conocido mucho antes. Sencilla-mente se mueve sin producir vacíos que pudieranaparecer como cosa estudiada aunque fuesen ape-nas descuidos. Su voz es firme, su mirada es fami-liar, y también cree uno que él piensa haberlo visto auno mucho antes. Viste muy sencillo, igual al trajeque me acicalé para las maniobras militares, excep-ción de la gorra, porque la que usa generalmenteStalin es de vaqueta de color canela, en forma seme-jante a la que usan los aviadores en sus trajes deparada. Es de buena estatura (cerca de 1.70 centí-metros), cuadrado, con estilo militar, muy seguro desí mismo. Ahora comprendo mejor la actitud de las

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masas soviéticas hacia Stalin: es afecto, confianza,respeto, amor. Afecto al hombre-símbolo de la pa-tria que siéndolo no deja sencillamente de ser hu-mano, limpio, recto, respetuoso. Confianza en eldoble sentido de la mistad y la trascendencia de laépoca histórica que dirige. Respeto a todas sus deci-siones que todos consideran las síntesis del granlaboratorio del pensamientos de la URSS. Amor alhombre que ama la causa de la redención de loshombres y la sirve con lealtad, con capacidad y fir-meza. Stalin no era un ídolo a semejanza de los con-ductores de pueblos que la historia conocía. Era elnuevo guía de la nueva humanidad que irradia elmundo. Stalin tuvo sólo un antecesor: Lenin».

Como yo continuaba mis relaciones con la fábri-ca metalúrgica que primero conocí en Moscú —y enla cual dictaba un curso de información sobre Amé-rica Latina—, fui enrolado en el equipo de oradoresque debía orientar la elección de diputados a losSoviets locales. Esta campaña estaba planeada enel extenso país, bajo el ángulo de llevar a la repre-sentación popular los mejores trabajadores, los queocupaban los primeros sitios en la emulación socia-lista por cumplir y sobrepasar las cifras de la pro-ducción. En esos momentos había sido adoptada laconsigna de realizar un plan de cinco años en cua-tro, y simultáneamente había sido enarbolada labandera de la lucha por la calidad, es decir, la luchapor la formación y desarrollo de los equipos técni-cos de los especialistas. Pero en la base de toda estacampaña estaba la cuestión de la elevación rápidade todos los niveles ideológicos y políticos, porque amedida que la creación del socialismo crecía, cre-cían también las fuerzas que pretendían destruirlo.

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Moscú estaba dividido en diez zonas quefederaban los barrios. Y conforme la estructura delpoder político, en cada una de estas zonas había unsoviet y en el centro de cada uno de ellos uno espe-cial compuesto por delegados de zona que servíacomo coordinador, orientador y dirigente del PlanMunicipal en su conjunto. Según la ley, cada zonaelegía su soviet en proporción al número de pobla-ción y al mismo tiempo su delegado correspondien-te al Soviet central de Moscú. El barrio de la fábricamencionada —barrio Lenin— elegía nueve miem-bros para su Soviet y uno para el central.

De acuerdo con la ley, la población votaba en loslugares de trabajo y también en los circuitos resi-denciales. Es decir, el día de la votación se instala-ban las urnas en las fábricas, institutos e institucio-nes y también en los sitios residenciales. El trabaja-dor y el estudiante mayor de 18 años, hombre o mujer,votaban en su lugar de trabajo y estudio. En los si-tios residenciales votaban las personas hábiles paraello, que no estuvieran incorporadas a las empresasde la producción moderna ni a los estudios paraadultos, o que por razón de ocupación domésticaestuvieran en los hogares.

La escogencia de candidatos se hacía de la si-guiente manera (como se hizo en la fábrica): des-pués de un periodo de actividad preparatoria, cuan-do se sabía perfectamente quienes podrían repre-sentar con brillo el barrio, se procedió a elegir oncecandidatos que luego pasarían a la comisión que losescrutaría en un plebiscito abierto, del cual saldríala lista definitiva. Se colocó un gran tablero en elescenario del club. El presidium designó a uno desus miembros para inscribir los candidatos. Este

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preguntaba: «¿quién postula un candidato?». Todoquien quería daba su nombre. El tablero se llenó entres columnas. Hubo en total 57 candidatos. Unodel presidium explicó: «haremos una elección detres vueltas, es decir, votaremos en el orden en quefueron inscritos los candidatos. Colocaremos luegocada candidato con el número de votos que hayaobtenido, en forma descendente. Descartaremos 17de abajo hacia arriba y contraeremos así la votacióna 40. Verificada la segunda vuelta, repetiremos elorden de los resultados, descartaremos otros 17 deabajo hacia arriba contraída la votación a 23, dare-mos la tercera vuelta y escrutaremos de arriba haciaabajo los 10 candidatos definitivos».

En cada vuelta se contaban los votos a fin de ve-rificar las abstenciones que no las hubo. Terminadala votación, los miembros del presidium se pusieronde pie lo que todos hicimos inmediatamente. El di-rector del debate —que ocupaba sitio en el presidium— preguntó con mucha solemnidad: —¿Declara laasamblea conformidad con la elección que se hahecho?— Todos levantamos el brazo afirmativamen-te. Volvió a preguntar: —¿Quiénes están en con-tra?— Ningún brazo se alzó. Interrogó por fin:«¿Quiénes se han abstenido de votar?» Nadie ha-bló. El director del debate se sentó y todos lo imita-mos, menos un trabajador que se quedo de pie y pi-dió la palabra. Todas las miradas se clavaron en él,que, con voz emocionada dijo:

—Siendo que me hallo investido del mando queme otorgó la fábrica en el Soviet que todavía no haterminado su período, y habiendo sido candidato enesta votación como lo fueron mis dos compañeros(por su numeroso personal esta empresa tenía tres

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puestos en el Soviet), considero como una censuraa mi labor el hecho de haber sido eliminado desde lasegunda vuelta. Reconozco, es verdad, como enotras ocasiones lo he hecho, que mi trabajo no hapodido ser completamente satisfactorio, pero ello seha debido a causas enteramente ajenas a mi volun-tad que bien conocen los camaradas. Pido que seconsidere el caso de rendir mi mandato.

El director del debate explicó el punto diciendoque, no había censura al trabajo que otras veceshabía sido juzgado. Pero que subsistiendo aún lascausas que le impedían dar un rendimiento mayoren el Soviet, era lógico que sus compañeros desea-ran descargarlo de una obligación que no podía cum-plir en la medida que él y sus votantes lo desearan.En cuanto a retirarle del mandato, no lo creía delcaso.

El asunto terminó allí y la asamblea se levantó.Por lo que supe después el obrero era un magnificotrabajador comunista que se había recargado de tra-bajo y que, como sucedía en muchos casos, no eratodavía bastante organizado y sistemático en su planindividual para ejecutarlo. Su pedido para que seconsiderara la rendición de su mandato obedecíamás a su orgullo proletario que creyó herido en elmomento. Claro que la representación popular enla Unión Soviética es cosa muy seria. En primer lu-gar no es una carrera en la cual el ungido por losvotos populares puede colocarse por encima de suselectores. El representante al Soviet sigue pertene-ciendo a su empresa y de ella sigue recibiendo regu-larmente su estipendio. La empresa, por su parte lecede todo el tiempo del horario que requiera su la-bor de diputado. El diputado, a su vez, está obliga-

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do a rendir informe periódico de su actividad en elcumplimiento del programa que recibe de susmandantes, los cuales tienen el derecho de retirarel mando (la credencial) cuando no consideren sa-tisfactorio el trabajo. En estos casos, asiste el su-plente respectivo, o se elige un nuevo diputado parallenar las vacantes.

Por estos mismos días hubo una elección en elbario de Lenin para escoger una delegación que de-bía participar en la conferencia del segundo año debalance del Plan Quinquenal en la región de Moscú.En esta elección fui escogido —entre otros— comorepresentante de la fábrica. Naturalmente me sor-prendió esta distinción, pero luego supe que variosextranjeros, entre ellos un negro norteamericano yotro de Liberia, dos húngaros, un francés, un italia-no y dos poloneses habían sido electos diputados avarios Soviets en la capital. (Así mismo tenía la ci-fra exacta del acto porcentaje de mujeres que fue-ron electas diputadas a los Soviets de Moscú y de laUnión Soviética en general, pero mis apuntes, quehan trajinado mucho, aquí como en otras partes, sehan hecho ilegibles).

Cumplida mi delegación en la Conferencia, en lacual hice un informe muy amplio basado en las ci-fras que me dio el administrador de la fábrica, salíde Moscú en compañía de cinco extranjeros, la ex-actriz traductora y un profesor, hacia un centro tex-til de Ivavosnezennski. Allí no sólo podríamos estu-diar los diferentes aspectos de la producción de hi-lados y tejidos, sino también las «fábricas-palacios»dado que esta famosa concentración industrial ha-bía sido «favorecida» con todo un «plan» de prefe-rencia acordado por los saboteadores. Claro que las

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«fábricas-palacios» eran realmente bellas. Lástimaque el delito se pueda revestir de tanto esplendor.Los inmensos salones de máquinas que cubrían va-rios centenares de metros en línea recta, que abríanescuadras amplias y simétricas, tenían un derrochede luz y cristales que fascinaba. La primera «fábri-ca-palacio» que visitamos me recordó el suntuosoedificio Bertha de la plaza de Postdan en Berlín, endonde funcionaba un almacén universal en 1929,con todo el lujo del más grande imperio comercialde Europa. Pero el Berhta tenía tres elevadas plan-tas y la «fábrica-palacio» solo una.

Me abstengo todavía de escribir aquí los datos yobservaciones del interior de la fábrica, porque másdelante he vuelto a ver empresas textiles. Y en gene-ral, porque debo hacerla, en el lugar apropiado, loresumo solamente todo lo relacionado con las fábri-cas, su naturaleza, su organización, y el papel realde sus trabajadores. Por el momento consigno ape-nas algunos apuntes, que pueden ser típicos, y algosobre el contraste de las «fábricas-palacios» que exis-ten en la localidad desde la época del imperio y las«fábricas-palacios» que de todas maneras hablan elidioma de otro mundo.

Ante todo la región de Ivanovosnezenski fue des-de los inicios de la industria capitalista del imperiozarista, un centro algodonero y de cierta manera unafortaleza textil: el Manchester de Rusia. El régimensoviético, aprovechando la experiencia y la existen-cia allí de obreros especializados, de campesinosproductores de la fibra y en general de la poblaciónvinculada a la industria de los hilos y tejidos, reor-ganizó sobre bases nuevas el trabajo, logrando unamoderna y muy extensa base textil.

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Antiguamente yacían aquí muy cerca dos pobla-ciones congeladas, es decir, dos pequeños cascosurbanos que no crecían. Pero la instalación de la in-dustria textil que absorbía personal de una y otrapoblación, fue acercando los dos municipios hastaque Ibanov y Vosnezenski se unieron. Con el impul-so extraordinario del progreso soviético, ahora esuna sola pero grande y rica Manchester proletaria.

Un turista superficial de los que abundan en to-das las direcciones del mundo, vería como cosa depropaganda la existencia en Ivanovosnezenski de«fábricas-prisiones» que más parecen «fábricas-tum-bas», al lado precisamente de las espléndidas «fá-bricas-palacios». ¿Por qué estaban allí esas viejastumbas, en donde todavía hombres y mujeres tra-bajaban con métodos anticuados? Porque realmen-te impresionaban: hondas y estrechas galerías quetenían tragaluces o huecos en los muros frente a lossitios de las máquinas, cerrados techos marcados alargos tramos por pequeñas claraboyas, suelos entierra húmeda, interrupciones de palancas de ma-dera, bandas de cuero, ejes y ruedas en todas lasdirecciones. Lo único nuevo de estas viejas prisio-nes consistía en la instalación de luz eléctrica y desenderos de tabla donde se paraban los obreros.

Un empleado nos explicó —Estas eran las fábri-cas de los primeros industriales rusos, en las cualesexplotaban a los siervos que libertó la reforma agra-ria de 1861. Naturalmente debieron haber desapa-recido. Pero las fábricas nuevas, no obstante ser tangrandes y numerosas, son aún insuficientes paraabsorber la población que se incorpora a la produc-ción moderna. Además, esas viejas instalaciones tie-nen algo que dar todavía. Algunas máquinas traba-

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jan bien, su rendimiento no es mucho pero su cali-dad satisface. En esta forma, esas fábricas tienentambién su plan. Desde luego, allí trabaja un perso-nal adecuado, y en algunos casos sólo en función deenseñar algunos procesos, ligados al aprendizaje quese hace en nuestros institutos técnicos.

De las muchas e importantes cosas que vimos enIvanovosnezenski, nos llamó poderosamente la aten-ción la fábrica de alimentos. Aquí no se trataba yaúnicamente de una cocina moderna, de un comedorbien acondicionado. Era una señora fábrica, casi un«palacio», dividida en secciones, manejada por unpersonal, casi todos hombres. La directora de estaestupenda fábrica, una dama culta que más parecíaprofesora de una normal de señoritas, nos explicó laorganización de sus dominios. En muchos aspectosesta fábrica era su propia iniciativa, su propio plan.—En primer lugar —nos dijo— aquí se producen ali-mentos como en seguida se producen hilazas y másallá telas. Nuestras materias primas son productosagrícolas e industriales. Tenemos buenos depósitosque se surten directamente de carne, pescado, leche,queso, trigo, avena, remolacha, grasas, té, azúcar, yen general, cuanto necesitamos…

—A propósito, —la interrumpió uno de los nues-tros —¿reciben ustedes productos déficit en canti-dades apreciables?

—Ahora en nuestro país los productos déficit sonprincipalmente, la carne de res, las grasas, el azú-car, la leche y sus derivados. Claro que no recibimosmantequilla, por ejemplo. La carne representa sóloel 50% de nuestra demanda, pero completamos lacifra con pescado. Leche y queso tenemos al míni-mo de la norma. Azúcar recibimos suficiente en es-

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tos días, aunque antes tuvimos un período de mu-cha escasez.

Luego nos explicó el profesor, al tiempo que ladirectora acentuaba con la cabeza —Como sabenustedes, la mantequilla, como producto, ahora in-suficiente para la demanda del país, se entrega depreferencia a los que realizan trabajos muy pesados,nocivos a la salud o que se desgastan mucho men-talmente: a los mineros, a los obreros químicos, alos maestros, etc. También se atienda a los hospita-les, casas de salud y madres en estado de gestacióny lactancia. El problema del azúcar está siendo yaresuelto. Hubo una mala cosecha de remolacha y elproducto escaseó durante unos meses. Con respec-to a la carne, están en marcha una serie de medidasque nos permitieran salir rápidamente de la situa-ción de déficit.

Durante los días de permanencia enIvanovosnezenski, asistimos a tres asambleas quese caracterizaron por la extraordinaria abundanciade preguntas, y a un acto público en el cual hablésobre lo que estaba pasando en España. Las tresasambleas no estuvieron previamente planeadas. Seprodujeron porque se nos plantearon muchos pro-blemas en la primera lo que nos obligó a que conti-nuáramos dando respuestas en una segunda, quetampoco nos fue suficiente y que a juicio de nuestroprofesor y los dirigentes del lugar acreditaban unareunión final. Las principales preguntas fueron lassiguientes:

—¿A qué edad empiezan a trabajar los jóvenesen España?

—¿Qué diferencia tienen en la vida, los hijos na-turales y los legítimos, en los países de América?

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—¿De qué se componen los alimentos de una fa-milia obrera en Alemania?

—Cuando un trabajador y una trabajadora secasan, ¿cómo se distribuyen los gastos?

—Aquí sabemos que existen sala-cunas en lospaíses capitalistas, dígannos ustedes, ¿esta presen-tación tiene un carácter amplio para las obreras?

—¿A qué dedican su tiempo los desocupados, enBerlín, por ejemplo?

—¿Cuál es la edad fijada para la jubilación delos obreros en Francia?

—¿Qué porcentaje de su salario paga un traba-jador por concepto de alquiler de su vivienda enSofía?

—Si resulta más ventajoso para los patronos eltrabajo de sus obreros al destajo, tarea, metraje, etc.,¿por qué no trabajan todos de esa manera?

—¿Qué relación tiene el salario del aprendiz conel salario medio del obrero textil de Alemania?

—¿Tienen sus clubes los obreros en las fábricasde España?

—¿Las personas de edad, no jubiladas, cómo vi-ven en los países de ustedes?

Sería excesivamente extenso dar aquí siquierauna síntesis de cómo dimos respuesta a las pregun-tas transcritas, que, como dije antes, son apenas lasmás importantes. Asimismo, debo renunciar a citarlas cuestiones que planteamos nosotros porque es-tas notas de mi residencia en la Unión Soviética tie-nen que ser realmente muy breves. Dejo constanciaeso sí, que tanto en Ivanovosnezenski como en losotros lugares que visité, los trabajadores nos pre-guntaron con absoluta libertad cuanto quisieron, yque contestamos —como en todas partes contesté—

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sin ninguna pauta, si ninguna indicación ni suge-rencia. También nuestras preguntas fueron aquí —como las muchísimas que hice en otras ocasiones—absolutamente libres de la más leve sugerencia.

No tengo en mis notas la fecha. Pero en este año,a tiempo que se aplastaba el sabotaje en todos losfrentes, a tiempo que se liquidaban los grupos deresistencia, contrarrevolucionarios de los Kulak ypor toda la faz de la tierra soviética se luchaba con-tra los espías y provocadores, se produjo en Moscúy simultáneamente en todo el país una extraordina-ria discusión política que duró varios meses, y quesirvió para elevar la capacidad teórica del pueblo yconsolidar ideológicamente los éxitos alcanzados enla realización del Plan Quinquenal. Esta discusiónse presentó de la siguiente manera:

El conocido historiador Emiliano Yarolavski, pre-sidiendo un colectivo de especialistas en la materia,había sido encargado de escribir un texto superior,La Historia Contemporánea Rusa, naturalmenteSoviética. Dicho texto comprendía, como es lógico,el período prerrevolucionario, la toma del poder po-lítico por el pueblo en 1917 y la organizacióncombativa del gobierno obrero y campesino. Un tomode dicha obra salió a la luz y Stalin lo leyó. Inmedia-tamente dirigió una carta abierta a la Revista Bol-chevique, órgano teórico del Partido ComunistaRuso, señalando una serie de tergiversaciones y fal-sedades de típica procedencia trotskista. Stalin acu-só de «liberalismo podrido» a los historiadores so-viéticos que toleraban tales tergiversaciones y false-dades, o al menos, faltos de vigilancia puesto quepermitían que se filtrara el contrabando del trots-

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kismo contrarrevolucionario, es decir, la falsificaciónde la verdad en los propios campos encomendadosen su defensa.

La carta de Stalin y los apartes de la «historia» aque se refería fueron llevados a todos los organis-mos del Partido bolchevique y luego a toda la masa,inclusive a los altos institutos e instituciones. No erauna cuestión de Partido sino de toda la URSS, y poresto era del Partido, como lo son todas las cuestio-nes que defienden los comunistas rusos. El PartidoComunista Ruso no es una fuerza separada del pue-blo y ni tiene otra línea política que no sea la queconviene a los intereses y aspiraciones del pueblo.El Partido es la fuerza más progresista en el país delos Soviets y su prestigio principal se cifra en serabanderado del progreso. El Partido es el timón dela gran nave, el guía insuperable del pensamiento ysu proletariado. Y comprendiendo plenamente supapel histórico, el Partido Bolchevique se colocó ala cabeza de una profunda discusión teórica quehabría de sacar las más ondas raíces ideológicas dela contrarrevolución enmascarada en siluetas ydesfiguraciones de la historia.

El proceso del método para esta discusión se de-sarrollo de la siguiente manera: 1. Se hacían y dis-tribuían copias de los materiales en cuadernillosmimeografiados, desde luego en idiomas extranje-ros para los institutos e instituciones de carácterinternacional; 2. una vez estudiados tales materia-les, lo que a veces se hacía ampliando los conoci-mientos consultando informes, libros y archivos seoía una ponencia o exposición que orientaba el aná-lisis histórico hacía su contenido principal de fon-do; 3. oída la ponencia de la cual se tomaban notas

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—cuando no se estenografiaba—, se habría la dis-cusión, en la cual participaban los asistentes en elorden en que se inscribían; 4. en el curso de las in-tervenciones o exposiciones interpretativas de lamateria, el profesor o ponente tomaba notas porcada orador y terminadas las intervenciones, el pro-fesor hacía una estimación crítica de cada una deellas, y luego extraía las principales conclusiones,en el orden teórico y político; 5. las conclusiones tam-bién se discutían y sobre ellas se hacían resolucio-nes en las cuales se expresaba el pensamiento delcolectivo.

Un breve resumen de la trascendental discusión,podía ser el siguiente: algunos historiadores miem-bros del equipo que redactó el texto de historia so-viética, prevalidos de la confianza que depositó enellos, Emiliano Yarolavski, entregaron capítulos desu trabajo directamente a la casa editora. Y comofueron o estuvieron influenciados por el trotskismo,lógicamente pudieron introducir su contrabando.

Este contrabando consistía en: 1. atribuirle a cier-tos hechos importantes del períodoprerrevolucionario y de la Revolución misma influen-cia, decisión y hasta iniciativa de León Trotski, cuan-do en realidad no era cierto; 2. acomodar pasajesfundamentales de la historia a las falsas concepcio-nes, ideas y opiniones de Trotski y sus amigos; 3.velar con sutilezas el juego y las figuras de elemen-tos antibolcheviques que, disfrazados de marxistasortodoxos, alentaron siempre toda oposición contraLenin y después contra Stalin. Desde luego, era ne-cesario arrancar de los primeros días del presentesiglo, y en las condiciones concretas de cada época,analizar políticamente a León Trotski, sus concep-

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ciones teóricas, sus esquemas ideológicos, su acciónen los hechos de la historia y las consecuencias detal acción.

Trotski era un intelectual de tipo occidental radi-cal. Paranoico, tenía en su mente las concepcionesfijas que no dejó evolucionar por su vanidad, porese apasionado narcisismo que le hizo ver peque-ños a todos los hombres de su tiempo. Como escri-tor de fronde y orador preciosista, había ganado entrelos intelectuales greco-latinos una extensa reputa-ción de «inteligencia revolucionaria», lo que natu-ralmente les hizo ver a muchos letrados «izquierdis-tas» al «cerebro» de La Gran Revolución Soviéticaen él. Trotski no fue nunca un bolchevique; no pudoo no quiso ser un intelectual proletario, es decir,marxista. Los intelectuales de escuela burguesa,metafísica, idealistas en el sentido filosófico, dog-máticos y místicos en esencia, no conciben laintelectualidad, como la expresión ideológica de lasclases sino como la espuma de la sociedad, toman-do esta sociedad en forma general y abstracta. Paraestos intelectuales, Trotski siguió siendo su congé-nere, su hermano del Olimpo.

Trotski expresó, durante algún tiempo, el estadode ánimo, la inconformidad, la ira, incluso el estalli-do de ciertas zonas pequeño burguesas radicalizadas,compuestas de personas que eran o presumían serintelectuales, jóvenes estudiantes, artesanos desorien-tados, anarquistas sin matrícula.

Como actitud lógica, Trotski fue menchevique enel período de la lucha de Lenin por forjar el PartidoBolchevique, es decir, el Partido proletario. Trotski ysus satélites concebían y luchaban en la oposiciónpor un Partido pequeño burgués, esto es, por una

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agrupación espontanista, pero en todo caso bajo la«orientación» y comando de los intelectuales peque-ño burgueses. Para Trotski y sus amigos, un Parti-do obrero uníclasista era impensable, inadmisible laestructura celular, el trabajo en los organismos debase, la disciplina conciente y voluntaria pero deacero, el centralismo democrático y en general, losproblemas de organización y los métodos de la lu-cha de masas.

Para Trotski, la revolución como él la concebía,tenía que ser la obra de grupos de «selección» inte-lectual. Para él, la masa era poco menos que unacosa amorfa, algo así como la cola que sigue a loscometas, es decir, a los astros como se juzgaba él.Bajo esta concepción, y con semejantes esquemas,resulta lógico que fuera Trotski cabecilla de grupo,primero como menchevique y después como trots-kista.

Durante la primera guerra mundial, Trotski en-cabezaba un grupo de «internacionalistas» que ha-blaba de la «revolución» pero que no se ocupaba deorganizarla en ninguna parte concretamente. Mien-tras Lenin, Stalin y en general los lideres Bolchevi-que saturaban con las ideas al pueblo ruso y organi-zaban su vanguardia, incluso en los frentes de gue-rra; y mientras, siguiendo los acontecimientos polí-ticos y militares, veían la posibilidad de aprovecharlas contradicciones ínterimperialistas en el viejo ycarcomido imperio zarista, para el asalto final alpoder. Trotski y sus amigos continuaban haciendogargarismos con las palabras extremo-izquierdistas.

Naturalmente, Trotski y su grupo, como gentesque expresaban el estado de animo de sectores pe-queño burgueses radicalizados, entraron a formar

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parte del frente popular o alianza democrática quelos bolchevique organizaron para oponerse victorio-samente al zarismo feudal y militar, y también a lasegunda fuerza de la reacción burguesa imperialis-ta que rodeó a Kerenski, creyendo así desviar la re-volución obrera y campesina. En dicha coaliciónparticiparon grupos, Partido y corrientes que des-pués tomaron diferentes caminos, algunos inclusolos de la conspiración y el atentado personal contraLenin.

Trotski, estimulado por la fuerza creciente de losbolcheviques, solicitó su ingreso al Partido. Para loscreadores de la prestigiosa vanguardia del proleta-rio ruso, el arribo de Trotski a sus cuarteles podíaser visto como un verbo y una pluma que ganaba elfrente de la revolución. ¿Por cuánto tiempo? En estohabía diversas opiniones desde luego con fundamen-to como se demostró más adelante, cuando trots-kistas de «escuela» que se afiliaron al Partido se con-virtieron en bolcheviques, y trotskistas —como elpropio Trotski— regresaron a sus viejas posicioneso se crearon otras, incluso en la primera línea de lacontra revolución.

Desde luego, Trotski no podía ocupar un sitio defila en el Partido Bolchevique, sobre todo en el pe-ríodo de mayor actividad del bloque. Y, como unapluma y un verbo, se le hizo vistosamente Comisa-rio de Guerra. Esto no significaba —como sus ami-gos lo propagaron en el extranjero— que se le con-virtiera en artífice creador del Ejército Rojo. Estemérito pertenece a Lenin, Stalin, Sverdlocski, Frunse,Krylenko, Zhadanov y otros destacadosbolcheviques. Trotski fue aprovechado como mas-caron de proa en la nave del Ejercito Rojo que nacía.

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Y se le sostuvo allí cuanto fue necesario, advirtien-do que no hubo una situación difícil que supierasortear, ni como político y mucho menos como mili-tar. Un ejemplo de lo afirmado aquí es su actitudfrente al comando alemán en el tratado de la pazseparada de Brest-Litov. ¿En qué consistió esta ac-titud? Veámoslo en pocas palabras:

La consigna principal de los bolcheviques era ter-minar la guerra. Y para ello se requería firmar unapaz separada con los alemanes que, victoriosos entodo el frente oriental, tenían su estado mayor en laciudad polonesa de Brest-Litov y sus líneas muchomás adelante de Minsk. Aceptada esta paz en prin-cipio, el Gobierno Obrero y Campesino, era presidi-do por razones obvias, por el Comisario de Guerra.Una vez frente a los mariscales del Káiser, Trotskicontestó al primer planteamiento de conjunto, de lasiguiente manera.

—Nosotros no queremos ni la paz ni la guerra:queremos la revolución.

Los alemanes, en presencia de semejante dislate,carente de sentido en ese momento y que realmentecerraba el camino a las negociaciones, despidierona los plenipotenciarios del nuevo gobierno para queprimero se pusieran de acuerdo y definieran su po-sición. Lenin y sus inmediatos colaboradores se in-dignaron ante la actitud del «Comisario Rojo» y, unavez más establecido que había firmar un tratado depaz con los alemanes, seguramente muy desventa-joso pero que otorgaba una tregua, se prescindió deTrotski, se puso a la cabeza de los plenipotenciariosa un bolchevique y se concluyó la negociación.

Y, a propósito de las posiciones de principio, LeónTrotski fue siempre antibolchevique: 1. Mecanizan-

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do el marxismo y congelando las consignas, habla-ba de la revolución permanente, sin miramiento al-guno a la ley del desarrollo desigual del capitalismoy por consiguiente a los factores de la revolución,que, descubrió Lenin; 2. sin el menor sentido de laestrategia bolchevique, Trotski rechazaba el aliadoprincipal del proletariado, es decir, al campesinado,estereotipando absurdamente el desvío de los cam-pesinos franceses en 1851; 4. Trotski tenía un es-quema idealizado de la revolución, según el cual lospueblos —o para él mas concretamente los obreros—, debían rebelarse sin miramiento a fronteras, desdeluego sin análisis de las respectivas situaciones his-tóricas, 5. según Trotski, el socialismo como períodode transición hacia el Comunismo, no era posibleen un sólo país, incluso si ese país era la extensa yrica por naturaleza Unión de Repúblicas Soviéticas.

En tal mundo de concepciones arbitrarias, es ló-gico que Trotski pasara a partir de 1922 a un campode oposición a los bolcheviques. La nueva políticaeconómica, que constituía un paso atrás genial parapreparar dos adelante, y que produjo en el capitalis-mo internacional la ilusión del regreso de losbolcheviques a las fronteras ideológicas de Kerenski,sirvió de ocasión a Trotski para volver a poner eltraje antibolchevique que había guardado en 1917.

En 1922 inicia Trotski su lucha, abierta unas ve-ces y soterrada otras, contra la unidad política delpueblo soviético, desde luego enmascarado en suvieja pose extremo-izquierdista. En algunas partespretendió apoyarse en sectores obreros a quienesinfundía un falso orgullo vanguardista que condu-cía al menosprecio del campesinado, es decir, hacíael debilitamiento de la alianza que tenía el poder y

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por consiguiente contra el poder mismo. Trotski bus-có y en cierta medida consiguió respaldo entre elrezago de los intelectuales de la Rusia zaristas y dealgunos estudiantes influenciados por él. Y por estecamino que llamaba de «Libertad de discusión» yque era realmente el camino de la contrarrevolución,Trotski llegó a hablar del «Termidor» soviético y deun «hombre a caballo» que naturalmente sería él:esto es, en lugar de Napoleón Bonaparte, LeónTrotski.

Muerto Lenin en 1924, Trotski pensó (como pen-saron sus congéneres y como piensan aún ahora conrespecto a Stalin) que caído el creador de los So-viets, sus colaboradores y discípulos pelearían porrepartirse el legado; que tal pelea de caudillos frac-cionaría al pueblo en grupos, Partidos y corrientes,y que, el genio y mago de los destinos del universo,tomaría las riendas del soñado caballo napoleónico.Ignorando como ignoran sus congéneres del mun-do capitalista que la gran Revolución Soviética triun-fante dio nacimiento a un nuevo hombre, a un hom-bre-pueblo que se desarrollaba en cada dirigente, aun hombre-producto que se hacía al mismo tiempoque otros muchos, a un hombre que yendo adelantecon una bandera, se le remplazaba con otro cuandocaía; ignorando la naturaleza marxista de la nuevaSociedad y la estructura bolchevique del nuevo hom-bre, Trotski pensó que, muerto Lenin, él sería jinetedel caos.

Desde luego la lucha de los bolcheviques contralas concepciones y actitudes de Trotski, se hizo mu-cho más recia en 1925 debido a que, en tal año, sediscutió hasta definir la orientación estructural dela economía socialista de la URSS. Esta discusión

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se desarrollaba de la siguiente manera: 1. ¿Seguiríala concepción clásica de ser un extenso campo agrí-cola que surtiera su población de trigo y vendiera alos mercados occidentales de Europa su cantidadsobrante, ampliando a su vez una pequeña indus-tria suplementaria de consumo interior? 2. ¿Opta-ría por una orientación nueva basada en la creaciónde la industria, esto es, en la producción de mediosde producción, grandes máquinas y montajes mo-dernos, transformando simultáneamente el camposobre la línea técnica agroindustrial y la colectiviza-ción de su población? Estos dos caminos, natural-mente, daban mucho material de discusión, y per-mitieron el surgimiento de una peligrosa tendenciaderechista, que planteó a los bolcheviques la luchaen dos frentes: contra el trotskismo camuflado deizquierda y la derecha disfrazada de «buen sentido».

Para los bolcheviques, dirigidos por Stalin (suce-sor natural y continuador lógico de Lenin) no existíaninguna duda y por consiguiente ninguna vacilaciónrespecto a la adopción del camino estructural de laeconomía de la URSS que significaba su plena inde-pendencia del mundo capitalista y desde luego la pre-misa esencial del socialismo. Este camino tenía queser el de la creación de la industria pesada, industriafundamental que sirviera de base a la industrializa-ción del país, incluyendo la variedad agroindustrial delcampo. La tendencia o desviación de tipo derechistaalejaba el temor de que, sin una rápida y amplia pro-ducción de artículos de consumo, surgiría el descon-tento de las masas. Pero semejantes argumentos, enlas condiciones concretas, significaban realmente des-confianza en las masas, menosprecio a su capacidadcreadora, miedo ante la magnitud de la tarea.

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Como es obvio, la tendencia derechista llevabatambién agua al molino del trotskismo que se sentíaestimulado ante la ilusión de que surgiera el caos enel frente bolchevique. Y, por el momento político enque podría retardar y hasta echar a perder los pla-nes de la construcción del socialismo en la URSS, ypor coincidencia con las tendencias derechistasarchi-demócratas del mundo capitalista, seducidaspor el ascenso de la producción que siguió a la crisisde la posguerra, la desviación capituladora que ins-piraban Kámemef, Zinóviev, Bujárin, Tómski, yotros, se convirtió en el peligro principal, para laUnión Soviético y la revolución mundial.

En esta lucha de dos frentes, los bolcheviquescondujeron hasta 1927 la discusión con Trotski. Ylo que más caracterizó a éste fue su papel de simu-lador. Destruidas sus «tesis», pulverizadas sus ideasde oposición, aceptaba con falsa dignidad revolu-cionaria la decisión final y se obligaba a trabajardentro de la línea política general trazada por elComité Central del Partido. Pero inmediatamentedespués reanudaba sus actividadesantibolcheviques. Trotski clamaba por la «libertadde oposición», por el «derecho a la existencia de gru-pos y fracciones» dentro del Partido, como si la URSSfuera igual al imperio británico y el Partido bolche-vique semejante a cualquier Partido liberal burguésy terrateniente. Pero realmente, lo que Trotski de-seaba era no dejarse despegar del Partido de Leniny Stalin porque allí veía su mejor campo de opera-ciones disolventes.

En el citado año de 1927, Trotski pretendió exhi-bir en Moscú una manifestación paralela el 1 deMayo, contando para ella con algunos estudiantes y

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personas de origen pequeño burgués que teníainfluenciadas y, en algunos casos, organizadas como«grupos de oposición». Ante hechos tan insólitos, elComité Central del Partido Comunista planteó alcontumaz desorganizador de la energía popular so-viética, el último dilema; o aceptaba y cumplía ho-nestamente la tarea que se le asignaba en un sitioestratégico de oriente, o ¡salía del territorio de losSoviets! Trosky no aceptó la tarea que se le dabacomo oportunidad para que demostrara su fibra re-volucionaria, diciendo que se le quería «desterrar»alejándolo de Moscú; y prefirió salir de la UniónSoviética, declarándola «invivible».

El trotskismo como es sabido de todos, no fuesolamente un problema para la URSS y su Partidobolchevique, sino también para los Partidos comu-nistas del extranjero. En Alemania, por ejemplo, elPartido de los proletarios revolucionarios llegó averse dominado por el trotskismo, a tal grado, quetuvo a la cabeza la más fiel imagen del propio Trotski,Ruth Fischer, que luego sirvió como espía yprovocadora fascista. Otro ejemplo sería el heroicoPartido comunista chino, desviado casi en bloquepor el líder Lili-Siam que mezcló las concepcionestrotskistas que con tipo de aventurismo asiático quepudo haber jugado la revolución popular de la Chi-na a favor del imperialismo feudal y militar del Ja-pón, exactamente cuando el Mikado preparaba elasalto a la Manchuria, si los dirigentes del Komiternno intervienen para evitarlo.

Finalmente, la discusión puso en claro: 1. Queno tenía fundamento alguno la idea por algunostrotskistas propagada, consistente en hacer apare-cer a Stalin y Trotski en una lucha personalista por

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el comando soviético y mundial de la revolución. 2.Que la forma frecuente en los países capitalistas —de colocar a Trotski al lado de Lenin—, pretendien-do establecer un paralelo imposible, era propia de laburguesía que deseó siempre rodear de «prestigiorevolucionario» precisamente a quien consideró in-dicado para minar el poder Soviético. 3. que Trotskifue el cabecilla de una oposición antibolchevique enla URSS y por consecuencia de una fracción en elmovimiento revolucionario internacional, hasta1927, pero que de éste año a 1930, se convirtió encontrarrevolucionario dedicado a forjar armas con-tra el poder de los Soviets. 4. que Trotski había lle-gado al campo de los peores enemigos de la existen-cia de la URSS, en consecuencia se ocupaba en latarea de colaborar con los propios fascistas en lapreparación de la guerra antisoviética. 5. que la bur-guesía mundial era trotskista en la medida que po-día utilizar a Trotski en su lucha contra los movi-mientos contrarrevolucionarios de las masas en suspaíses, y en cuanto le sirviera como atizador de laguerra contra los Soviets.

Corrían los, primeros días del otoño cuando fuidesignado para rendir un informe sobre España enuna gran fábrica de caucho, situada en las cerca-nías de Moscú. Estuve a la hora prefijada en la es-cena de una amplísima sala teatro de la misma em-presa. Iluminada profusamente, con aire acondicio-nado y varios altoparlantes, estaban ocupadas to-das sus sillas que no eran menos de diez mil. Comoen todo acto semejante, el programa se componíaen una parte política y otra artística. En la partepolítica figuraba yo únicamente. De pie ante unamesita con carpeta roja que tenía una jarra con agua

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y un vaso, hablé sobre los principales aspectos de lasituación española. Senklim hizo una magnífica tra-ducción. Cuando bajé de la escena se corrió el telón.Pensé salir inmediatamente para regresar a Moscú,pero recibí un billete escrito en español en el cual unartista me pedía subir a su camarín.

Obviamente acudí a la solicitud. Se trataba de unacantante ucraniana que había estado en España ytambién en Argentina y Uruguay, que me había es-cuchado directamente y tenía entusiasmo de cono-cer «el orador español». Tan pronto terminó el en-treacto, me pidió que asistiera a la parte artística,prometiéndome un sitio en el automóvil de los ar-tistas para regresar hasta mi propia residencia delboulevard Boljonka. Claro que accedí. La artistaucraniana cantó dos canciones que gustaron mu-chísimo. En general fue muy brillante el acto que ter-minó al cruce de la media noche.

Pero los artistas no me condujeron directamentea mi residencia. Primero tuve que acompañarlos atomar té en su club. Se portaron conmigo en formafraternal. Tal vez eran ya las tres de la mañana, cuan-do abrí la puerta de mi cuarto, no sin antes guardaruna tarjeta que tenía impreso el nombre de la damaucraniana: Margarita Mirónnova Tersánova, su di-rección en Moscú, y luego un agregado a lápiz indi-cándome la hora de la tarde en que me esperabapara tomar el té y conversar de España. Cita quecumplí a título de caballero. Bueno, me fue tan cor-dial, tan humana, que me empezó a interesar. Pero,en mí existía una contradicción. Romántico, senti-mental, demasiado sensible en achaques de amor,me sentía impulsado a la hoguera como las maripo-sas. Pero amargado con cierto sedimento de dolor

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en mi vida pasional, sentía recelo, miedo de vermeen una red como un pez con sus alas cautivas. Ja-más he sido hombre de aventuras fugaces y por otraparte, la mujer soviética, aunque Margarita no erade la última generación, estaba ya lejos de la irres-ponsabilidad propia de la juventud de los paísescapitalistas.

Y debo hacer aquí una explicación sobre las rela-ciones de amistad y de amor que anuncié muy atrás,basado no solamente en mi propia vida, sino y prin-cipalmente en mis asiduas observaciones. Pero an-tes cito mi primer «caso»: Eugenia (que tal era elnombre de la joven estudiante de ingeniería) me es-cribió dos cartas de Leningrado. Mi situación eramuy difícil. A pesar de que llegué a Moscú con unallama encendida en Berlín, amé a Eugenia porquetuvo para mí una actitud de hermana buena, por-que puso sobre las alas quemadas de mi corazón,no las brasas de otra pasión sino el aceite de su dul-ce amistad. Eugenia me miraba tal vez como un niñosalido de una selva de dardos, herido y amargado.Y, quizás por eso, me trataba muchas veces con unabella entonación profesoral.

De todos modos Eugenia se divertía entrando depuntillas a mi trabajo para taparme los ojos con lasmanos sin que yo la viera. Y muy quedita me decíaal oído en ruso que me quería. Se reía como una gra-nada reventada en el sol cuando yo balbuceaba misprimeras palabras en el idioma de Púshkin. ConEugenia asistí a las primeras óperas y conciertos deMoscú. Juntos paseamos los jardines del parquecultural Máximo Gorki, y como dos siluetas vaga-mos muchas veces en la noche por las riberas delMoscova. Sobre los puentes acodados en las baran-

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das, viendo correr el agua y reflejarse la luna en losremansos, hablamos de nuestras vidas, de nuestrosanhelos, de nuestras ambiciones. Limpia y rubiacomo una espiga de trigo, le acompañé siempre hastasu casa.

¿Qué hacer? Eugenia me planteó la situación —Usted queda conmigo en la URSS o yo voy con us-ted al extranjero. Unidos o separados. No quieropensar siquiera que nuestro amor engendre una tra-gedia. El abandono, el olvido. Eugenia hablaba conuna solemnidad que hacía sentir frió.

Realmente yo no podía quedarme en la URSS, yni siquiera soñar con que pudiera viajar con ella alcontinente americano. El impasse se metió a mi ca-beza, como un martillo para golpearme día y noche.Y debajo de la cabeza estaba el corazón, tan oprimi-do como una colonia inglesa.

Su viaje a Leningrado me creó un vacío inmenso,su ausencia me rodeaba de una soledad medrosa.Pero, ¿no era, al fin, una salida heroica del impas-se? Sin embargo, yo no podía decir esto. Porque laquería, porque la sentía ya viviendo en mí como unaesperanza. Por todo esto, contesté su primera carta,así, como un hombre que lucha para vencer un obs-táculo. Pero el trabajo me absorbió, salí de Moscú,me alejé de los sitios impregnados de su imagen, desu voz, de su risa. La vida me puso delante de losojos de muchos paisajes. Pasaron los días y cuandorecibí su segunda carta no le contesté. ¿Qué podríadecirle? Y quizás fue esta la manera de ser franco.Ella me comprendía exactamente, y yo sé que leyómi silencio con exactitud: No puede quedarse en laURSS y ni siquiera soñar en que pudiera viajar con-migo al continente americano.

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Margarita era otra personalidad. No era jovenci-ta. Había vivido más de un amor. Fue la esposa deun escritor comunista, que viajó a Turquía en 1922 yjamás se volvió a saber de él. En 1928 se unió a unoficial que viajó también al extranjero y cuando re-gresó, en ambos estaba apagada la llama de la pa-sión.

Decidieron separarse y seguir siendo apenas ve-cinos de la vida, que, cuando se veían, se pregunta-ban por las cosas de las casa, por las novedadesque pudieran tener alguna importancia.

Yo no pude amar a Margarita intensamente. Erabuena, inteligente, culta. Al piano me hacía vivirmomentos de dulzura inefables. Cuando cantaba sellevaba mi espíritu a través del mar, arrullado en lasolas. Con Margarita conocí los epicentros del arteen Moscú. A su lado absorbí las grandes operas dePúshkin: Eugenio Oneguin, Boris Godunov, El pri-sionero del Caucaso. A su lado estuve en el conser-vatorio central de Moscú en los más espléndidosconciertos, en la consagración de solistas brillantes,de coros estupendos. En su compañía conocí resi-dencias de artistas, historia, anécdotas. Margaritallenaba en mí una parte de la vida, mi amor al arte.Pero no llenaba completamente mí corazón, algohabía entre nosotros que se alzaba como zarza. Ensus ojos una mirada de recelo que me decía: «¿Cuán-do te vas?» En los míos un resplandor donde se veíatraslúcida la imagen de otra mujer.

Sin embargo, menos enamorados que amañados;amigos mucho más para vivir la realidad presenteque para planear ambiciones del futuro; sin tantofuego pasional que ardieran nuestras vidas, ni tan-to frío que pudiera helarlas. Compartimos el tibio

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somier de la adornada alcoba, hasta el mismo ama-necer en que, sin ella saberlo, emprendí mi viaje deregreso a América.

Algunos extranjeros que llegan a la URSS, con-funden el trato fraternal de las mujeres soviéticas conindicios de liviandad sexual. Creen ver en las jóvenesalegres y confiadas de sí mismas, posibles aventurassentimentales, romances sevillanos o truculentos epi-sodios tropicales. El extranjero que llega al país delos Soviets vinculado a organizaciones populares —Partidos, sindicatos, cooperativas, sociedades de arteetc.— es recibido fraternalmente. Hombres y mujerestratan de hacerle su estadía agradable. Y como si fueraun pariente que regresa después de una larga ausen-cia, se interesan por mostrarle sus fábricas, sus clu-bes, sus teatros, sus koljós, bibliotecas y museos. Peroal mismo tiempo desean saberlo todo y par ello pre-guntan por las cosas más grandes y pequeñas delmundo capitalista.

Las mujeres que son libres como los hombres eindependientes como ellos, tienen su personalidadformada en las concepciones y costumbres austerasde la nueva sociedad. Mujeres con un sentido realde la vida, con una firme conciencia de su destinosocial y una visión perfecta del porvenir de su pa-tria y de su propio porvenir, no pueden ser mujeresque «piensen» y obren sexualmente. No son única-mente Evas de reproducción y mucho menos carnede placer, instrumentos de vicio, sino ante todo per-sonas, seres pensante, unidades responsables enuna comunidad humana, organizada sobre la basedel trabajo. La confiada actitud y natural alegría delas jóvenes soviéticas es el resultado de una vidanueva, en la cual cada persona tiene un sitio seguro

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en la sociedad que le permite vivir sin azares el pre-sente y mirar el futuro sin temores.

Educada la mujer sin frivolidades, sin engaño-sas ilusiones, sin la criminal superchería del «peca-do», el «arrepentimiento» y luego el «perdón», es ló-gico que se ha redimido, y ante todo se ha descu-bierto y valorizado en la escena de la vida social yhumana. Esta nueva mujer ama con nobleza y seune al hombre por afinidades, por sentimientos, porleyes de atracción vital en el crisol ordenador de lanaturaleza. Como es obvio, no puede ser superfi-cial, no puede ser instintiva, no puede obrar al «azar»ni jugar a la aventura. La mujer soviética como lasociedad que la hace física, moral e intelectualmen-te, es previsiva, y no esperara a que se nuble su ce-rebro con el humo de una hoguera de pasión para«reflexionar» después.

Naturalmente, esta nueva mujer, cordial, afable,sencilla y buena, es, a veces, falsamente enfocadapor las lentes de algunos extranjeros lascivos, vi-ciados sexualmente y en general acostumbrados alvergonzoso comercio de la prostitución. Como esobvio, sufren terribles desilusiones que incluso lesafecta la vanidad y les hace «ver» todo detestable.Claro que hasta los años de 1930 y 1931, era posi-ble hallar mujeres de la vieja sociedad zarista queclandestinamente atrapaban a sus «clientes»; mu-jeres ambulantes que venían de alejadas provin-cias a los centros urbanos de mayor progreso, y que,sin ningún sentido de la nueva sociedad, trafica-ban con su sexo mientras eran localizadas y con-ducidas a lugares de redención, es decir, de traba-jo. Habiendo llegado a este punto, debo dar unaexplicación a propósito:

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El Poder Soviético, al organizar la sociedad bajola divisa: «el que no trabaja no come», abolió todaslas formas de trafico antisocial e inhumano que tu-vieron vigencia en el zarismo: la especulación, lausura, la prostitución, etc. Desde luego, acabar conel mercado sexual no podía ser únicamente unacuestión de principios sino también una tarea deorden práctico, compleja, dilatada. Pero esta tarease realizó con éxito. En primer lugar, se tomó el pro-blema de forma realista: 1.Mujeres públicas que seconstituían algo así como la aristocracia del gremio;2. mujeres de una categoría medía, y 3. mujeres deínfima situación. Estas diferentes zonas obedecíana diversos factores que, para efectos prácticos, da-ban los siguientes resultados:

1. La categoría aristocrática del gremio se com-ponía de una minoría que huyó en gran parte, allado de los jefes y oficiales del ejército zarista haciaPolonia, Austria, Hungría, etc.; 2. El sector mediose adaptó espontáneamente, en parte, a las nuevascondiciones; 3. La tercera zona, mucho más amplia,se dividió también, adaptándose una parte al traba-jo e incluso participando en la lucha armada contralos ejércitos imperialistas invasores como se pudover en Odessa y otros lugares. Los grupos rebeldesa la nueva sociedad fueron enfocados sobre la basede un tratamiento especial de reincorporación so-cial y humana: se organizaron casas talleres, hoga-res fábricas. Allí se conducía a las rebeldes, se lesinstalaba en buenas alcobas, se les alimentaban bien,se les vestía. Naturalmente eran obligadas a estarlimpias y en general a observar los reglamentos deestos reformatorios que tenían directora y profeso-ras de diferentes oficios y que, conforme el método

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de asimilación, enseñaban a las reclusas, siguiendosus aficiones y actitudes, diversas labores que pron-to les formaban hábitos de trabajo y capacidad deingresar a la producción del país.

Vi trabajando muchas de estas anteriores vícti-mas del injusto orden social zarista, en fábricas eincluso en instituciones y hasta militando en el Par-tido Bolchevique, lo que constituía eso sí contadasexcepciones. En muchos lugares las vi como direc-toras de talleres, de secciones de empresas y de lasmismas empresas también las vi como administra-doras de cooperativas, y con frecuencia ocupandoposiciones importantes en diferentes sitios como tra-bajadoras honestas y disciplinadas que pertenecíana los sindicatos. Muchas de ellas realizaban trabajovoluntario en las organizaciones auxiliares del Par-tido, y no eran pocas las que portaban con orgullo,su carné de undarnik s, es decir, de trabajadoras dechoque. Los trabajadores como norma impuesta noles mencionaban el pasado a las mujeres que pasa-ron por esa etapa de vergüenza.

Pero puesto que hay gente en el mundo capitalis-ta que no concibe una sociedad sin mercado sexual,incluso personas que presumen de cultas y hasta demoralistas, debo terminar esta explicación contes-tando a un interrogante que muchas veces se me hahecho: y ¿qué hacen entonces los jóvenes, hombresy mujeres que no se hayan casado ante los impulsosde la naturaleza? Claro que no se puede compren-der este problema sino se comprende primero lanaturaleza de la prostitución que, por regla general,obedece a los siguientes factores:

1. El carácter de mercado que tiene una sociedaddonde todo se vende y se compra, lo que natural-

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mente forma una psicología que predomina, en elorden práctico, en la vida real, sobre cualquier otraconsideración de orden moral, civil o religioso. 2. Ala miseria y desamparo de los hogares pobres endonde la prostitución hace sus víctimas por ham-bre, por desnudez e ignorancia. 3. Al fomento co-mercial de los vicios que incluso reglamentan losgobiernos y convierten en renta de sus fiscos. 4. A laexigencia de señoritos y señores sin oficio y con di-nero que pueden dedicarse a la compra y seducciónde mujeres. 5. A la decadencia de la «institución delmatrimonio», que expresa la decadencia de la socie-dad, la crisis del hogar. 6. Al espíritu aventurero quese crea y fomenta en la juventud, lo que lógicamenteconduce al estado de irresponsabilidad y degenera-ción. 7. A la superchería religiosa que hace creer a lagente en el destino de su vida, sujeto a las buenas ya las malas, que alternadas conducen a borrar lapersonalidad, a llevar a sus víctimas como ruedaslocas en la sociedad.

Suprimidos de hecho y de derecho estos factoresen la sociedad soviética, es evidente que la prostitu-ción pierde su «razón de ser». Quedan, sin embar-go, algunos aspectos nuevos que ayudan a compren-der completamente el problema y que resumidos son:

1. El cuidado social y del Estado a la infancia,que permite llegar a la juventud con cauce en la vida,con perspectiva de su porvenir.

2. La formación realista, severa pero optimistade la juventud que le imprime ideales, concepcionesy tareas o ambiciones que le absorben sus pensa-mientos y le ocupan su tiempo.

3. Los estudios y deportes que entusiasman y di-vierten la juventud en condiciones que le alarganese periodo de la vida.

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4. La educación biológica que le forma un eleva-do concepto de su función sexual como acto respon-sable de la vida, en una sociedad, en la cual son elhombre y la mujer la riqueza fundamental.

5. La extraordinaria facilidad de la unión matri-monial, que como derecho está garantizada por to-dos los medios económicos.

6. El privilegio de que gozan las madres, lo queha situado la maternidad sobre un justo nivel dedignidad social.

El carácter tan abreviado de estos relatos, no mepermite citar siquiera material documental, tesis,informes oficiales, estadísticas, conceptos de diver-sas fuentes y en general cuanto pudiera contribuir aconfirmar mis apuntes, desarrollarlos, y a comple-mentarlos. Pero, a pesar de tal limitación de espa-cio, debo decir aquí algo sobre dos temas que se meplantean frecuentemente. El primero es el relacio-nado con el matrimonio y el divorcio, y el segundo elque toca con el aborto. El matrimonio es un contra-to social de libre voluntad auspiciado por el Estadoy estimulado por la sociedad. El matrimonio no esun acto costoso, no está sujeto a ninguna ceremo-nia ostentosa, ningún rito social y religioso. Cuandodos jóvenes deciden unir sus vidas, que suelen serde la misma empresa o institución, lo primero quedeben hacer es presentar su proyecto al director. ¿Yporqué? —Se me ha interrumpido— sencillamentepor que la empresa o institución tiene la obligaciónde resolverle su problema de habitación adecuada.Los alojamientos para solteros tienen determinadasdisposiciones y, naturalmente, son mucho mejoreslos acondicionados para casados. Desde luego, ca-sarse en el sentido de ir a la notaría y asentar la par-

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tida, tampoco es obligatorio. Basta con que los jóve-nes declaren su propósito de unirse para que ten-gan los mismos derechos.

Pasar por la notaría, presentar los carnés del lu-gar de trabajo y pagar un rublo, no establece paralos contrayentes ni para los futuros hijos ningúnprivilegio frente a los que no hacen «esas vueltas».El amor está libertado de toda imposición, y por con-siguiente la unión libre es igualmente respetable, loque no implica que tenga menos deberes en la socie-dad ni menos responsabilidades ante los hijos. Labase, la solidez y la necesaria armonía conyugales,se basan en factores ajenos a las firmas en papeltimbrado. En esta forma, el divorcio, cuando se hacenecesario, a juicio de autoridad, es realmente unaseparación que liquida la sociedad conyugal volun-taria y define la situación de los hijos. En este casotampoco existe diferencia entre uniones con proto-colo notarial y uniones sin él, porque realmente que-da sólo un problema de derecho, el relacionado conlos hijos, que se trata igual en ambos casos. En laUnión Soviética no hay hijos sin padres, ni existenpersonas inferiores por razón de nacimiento, ni porninguna razón.

Me tocó presenciar «conflictos» de directores deempresas en relación a las uniones conyugales, pordificultades de alojamiento en Moscú. El personalde las fábricas aumentaba más rápidamente que lascapacidades de los alojamientos. Claro que se pla-neaba en cada empresa el problema, pero laoperatividad de las fábricas, sobretodo en determi-nadas ramas de la producción, creaba situacionesdifíciles, si bien transitoriamente. Este fenómenonaturalmente de crecimiento de la población en cen-

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tros industriales impulsados por el primer PlanQuinquenal, obligó durante un periodo de tiempo arestringir la afluencia de las lejanas provincias: porejemplo para que un aldeano de los Urales, pudieraviajar a Harkov, por ejemplo necesitaba acreditarante las autoridades el objeto, la utilidad, en fin, algoque justificara el abandono de su región.

Una vez, estando yo en dirección de una fábrica,en compañía de varios extranjeros, adquiriendo da-tos sobre el plan de producción, llegaron, muy ale-gres, un joven y una joven, que no era muy necesa-rio saber mucho de psicología para saber que seamaban. La joven se sorprendió de nuestra presen-cia. El joven vacilo un poco, pero se acerco al direc-tor y le dijo: «venimos por la respuesta». El directorles explicó que la nueva casa de apartamentos sedemoraba todavía dos meses en estar terminada, yque no podía encontrar una solución adecuada porotro camino; que veintitres parejas de jóvenes esta-ban en el mismo caso; qué tenían que ser razona-bles y esperar sesenta días. Los enamorados se mi-raron con cierta angustia. El director entonces, conderroche de buen humor, se alzó de la silla y les dijo—Bueno, camaradas, si usted ven alguna soluciónrazonable, siéntense, redáctenla, y yo la firmó. Losjóvenes se rieron con mucha gracia y se fueron.

En materia de divorcio conocí varios casos. Losfundamentos que oí alegar fueron: 1. Incompatibili-dad de caracteres. 2. Vició clandestino del alcoholen el hombre. 3. Enfriamiento, indiferencia de launión conyugal de uno o de ambos. En general es-tos casos se juzgaban como el fruto de uniones equi-vocadas que tenían su origen en relaciones precipi-tadas, en simulación de vicios y defectos. En un prin-

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cipio —se me dijo varias veces— el divorcio era muysencillo, en algunos casos parecía el final concientede aventuras sexuales, pero con la época de misapuntes, el asunto no podía ser cuestión simple. Enprimer lugar nadie podía plantear su divorcio antesde un tiempo determinado, en segundo lugar eranecesario acreditar ante el juez los hechos que pu-dieran justificarlo y más todavía, si la solicitud re-sultaba temeraria, es decir, sin fundamento justifi-cativo, el juez podía imponer determinadas sancio-nes. Hablando con diferentes funcionarios y consul-tando estadísticas, pude observar que los divorcioseran cada día menos.

Un problema que me plantean frecuentemente enColombia es el referido al aborto. —Cómo me dicenalgunos, fingiéndose alarmados— ¿Es decir, qué sepermite el aborto en la Unión Soviética?

—Pero ¿a qué viene, entonces, el apoyo del Esta-do y el estimulo de la sociedad a la maternidad? ¿Nohay en esto una contradicción? No hay contradic-ción, absolutamente. Falta únicamente una explica-ción. Desde luego, la maternidad es la cuestión con-sagrada. Cuando la mujer concibe se presenta almédico; este le da instrucciones para su comporta-miento durante el período de gestación, y le entregauna libreta en la cual se registra la historia del em-barazo. El médico continua la observación de la fu-tura madre y se responsabiliza de ella hasta que leordena internarse en la casa de maternidad, corres-pondiente a la empresa, institución, barrio, koljós,etc. Pero esta no es toda la atención prenatal. Lamujer presenta la libreta que le da el médico al di-rector de la empresa o institución y desde la mismahora empieza a percibir una norma de

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sobrealimentación equivalente al 30% de su alimen-tación corriente; lo cual no significa que la mujeresté desnutrida sino que requiere alimentarse máscon determinados productos relacionados con laformación del hijo. Pero tampoco con esto he dichotodo. La mujer embarazada con relación a las ins-trucciones médicas, es cambiada de trabajo si lo re-quiere, en forma que se aliviane su labor y se mejoresu posición física, Dos meses antes del parto, lamujer cesa completamente sus labores, se retira alreposo, y regresa cuatro meses después al trabajo.

El aborto fue permitido solamente durante unaépoca, determinada sólo por diferentes hechos: cuan-do una parte de la población se hallaba fluctuante,es decir, sin asiento fijo, sin estabilización, lo quepermitía embarazos espontáneos, a veces entre genteenferma e irresponsable. En estas condiciones elaborto era no solamente permitido sino asistido porlos médicos. 2. Cuando frente a la escasez de habi-taciones —y aún de ciertos alimentos básicos— loscónyuges consideraban impropio el momento delprimer hijo. 3. Cuando se cometían errores de im-previsión y el embarazo interrumpía y a veces hastapodía cortar la carrera profesional de una joven. 4.Cuando todavía quedaban restos de enfermedadespropias de la sociedad zarista que se transmitíanlas vidas nuevas. 5. Cuando se presentaban casosespeciales a juicios de los médicos. 6. Cuando noexistían suficientes salas de maternidad, salas cu-nas, enfermeras, nodrizas, etc.

El aborto existe en todos los países de la socie-dad capitalista, aunque de manera ilegal. Y justa-mente por la ilegalidad es que produce, en lo gene-ral, las más serias consecuencias. En Berlín conocí

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varios casos de várices en jovencitas ocasionadaspor abortos. En Bogotá he conocido casas dondecuranderos y parteras practican los abortos con lospeores resultados. Según las tesis de los médicossoviéticos, el aborto es, en lo general, nocivo para lamujer. Por esta consideración no menos que porprincipios humanos y sociales, el aborto fue abolidoen la Unión Soviética, cuando desaparecieron losfactores que lo explicaban y hasta lo justificaban.

Una tarde, al salir de mi trabajo, leí una carta fi-jada sobre el reloj que marcaba la tarjeta de controldel zaguán del Kominterm, en el cual se leía que,por falta de mano de obra estaban en peligros deperderse algunas cosechas. Los Soviets y el Parti-do, invitaban a inscribirse en las brigadas volunta-rias de ayuda al campo en tal emergencia. Preguntéen la portería en donde me podría enlistar, me dije-ron que dejara el nombre y estuviera a las cinco dela mañana del día siguiente, en una estación ferro-viaria cuyo nombre y dirección apunté en mi libreta.En seguida fui al Instituto Internacional Leninistacon el objeto de asistir a una reunión, y leí, tambiéna la entrada el mismo cartel.

Como el otoño estaba avanzado, las cinco de lamañana quedaban lejos de la claridad solar. En losandenes de la estación había mucha gente concen-trada en grupos, hablando con animación diferen-tes idiomas. Empleados, estudiantes, profesores,soldados. Ocupamos diferentes vagones en una lí-nea muerta, que tenía ya banderitas izadas indican-do que debían ser enganchados.

Pronto me di cuenta que todos los de mi vagóntrabajábamos en el Kominterm. Partimos antes delas seis, cantando una popular marcha guerrillera

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que yo sabía ya en el idioma ruso y que se me oíamuy novedosa porque algunos la cantaban en ale-mán, otros en italiano y la mayor parte en lenguasorientales, principalmente en chino y japonés. Trasun breve recorrido, fueron abiertos unos cajones, ytres camaradas que yo conocía como dirigentes po-líticos, nos entregaron raciones para el día. ¿Quédicen mis apuntes a este respecto?

«Un kilo de pan, doce latas de conserva, tres ta-jadas de jamón, un pedazo de queso, un ladrillito demantequilla que podría pesar cuatro onzas, unpaquetico de té y seis cuadritos de azúcar, que po-drían endulzar seis porciones». Está bien, pensé yo,pero no tengo tetera. ¿Cómo preparo mi desayunopara empezar a vivir?

Pero ya hemos visto que los rusos son genios paraorganizarlo todo, y los tres dirigentes se dieron cuen-ta, no de mi caso, sino de que ningún occidental te-nía tetera. Entonces planearon algo así como tur-nos para usar las teteras que llevaban los rusos y engeneral los orientales. En la primera estación se lle-naron de agua hirviente las susodichas teteras y nosdimos un bonito desayuno.

A propósito del agua hirviente, debo dar una ex-plicación: en todos los ferrocarriles rusos desde laépoca del zarismo y como una victoria de los obre-ros que plantearon el punto en un pliego de peticio-nes, existe en cada estación una llave de agua hir-viente, en la cual llenan los trabajadores en marchasus teteras, y también los pasajeros que suelen lle-var las dichas teteras como carteras de mano.

Terminado nuestro desayuno nos declaramos enasamblea a fin de dividirnos en tres brigadas, quenaturalmente actuarían en tres sitios diferentes.

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Cada uno de los dirigentes se puso a la cabeza de sugrupo. Al medio día, en una estación, subieron anuestro vagón dos cajas con peras y manzanas. Se-rían las cuatro de la tarde cuando uno de nuestrosgrupos descendió en una aldea para tomar la rutade su destino. Dos horas después descendía otrogrupo. Pasadas las siete de la noche el vagón se es-tacionó en una línea muerta. Descendí yo en el últi-mo grupo que se componía de veintisiete personas,todos miembros del Partido: rusos, poloneses,lituanos, pero en su mayoría chinos, coreanos y ja-poneses. En carretas toscas de madera tiradas porcaballos, emprendimos una marcha que duró hastamuy cerca de las diez de la noche. Como llegamoscansados, nos tendimos en un amplio salón, dondese almacenaba trigo y que apenas estaba iluminabatenuemente con una lámpara de petróleo.

Nos levantamos muy temprano. En la noche,mientras me dormía, había percibido un voceríogrande como de una asamblea, de la cual salían vo-ces altas que reconocí como de nuestro dirigente. Yoestaba naturalmente intrigado, y como entendía unpoco el idioma ruso, estiraba las orejas. Y prontosupe todo. Nuestro dirigente había estado furiosoporque los jefes del koljós «no esperaban tanta gen-te», sólo se habían preparado para recibir un grupode diez o doce. —Ha visto —dijo nuestro hombre—, que sabiendo nosotros el área sembrada y la genteque tienen, no fuéramos a saber cuánta gente leshacía falta.

La región era pobre. El koljós apenas si iniciabay la comunidad sólo tenía una especie de campa-mento en donde empezaban a depositar la primeracosecha de trigo, que fue donde dormimos. Se con-

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vino en reunir, cerca del campamento, en la casa delpresidente del koljós todo lo relacionado con nues-tra alimentación. Allí se trajeron las ollas más gran-des del vecindario. Se nombró comisión de cocina yaquello marchó como una rueda. Pero resultó unafalla: la gente del lugar tenía poco servicio de come-dor: platos, tasas y cucharas. El primer almuerzoque constaba de una suculenta sopa que tenía seisu ocho cosas distintas no había en qué servirlo. Diezo doce platos eran todo. Un chino «descubrió» cua-tro aguamaniles que nos habían sido reunidas allípara nuestro aseo y pidió que lo llenaran de sopa,situados en el suelo, invitó a los comensales que es-perábamos el turno de los platos. Inmediatamentenos sentamos, de cuatro por aguamanil, y, por tur-no también, poníamos la boca en el borde y sorbía-mos el delicioso alimento. Algunos con astillas demadera y otros con los dedos, sacábamos el mate-rial sólido. A un coreano, cuando la vasija tenía pococontenido y era preciso ladearla para absorber el lí-quido se le zafaron unas pesadas lentes enmarcadasen carey.

Sin embargo, en la tarde del primer día todo es-taba marchando en ruedas. Y sobre ruedas trabaja-mos durante una década, en la cual contribuimos alevantar la cosecha, construir un comedor que ne-cesitaba el koljós, organizar un grupo artístico, y,en parte, consolidar políticamente las organizacio-nes del Partido y de la juventud.

Regresamos a Moscú. Después participé en dosocasiones más, en la recolección de cosechas. En elcurso del primer Plan Quinquenal, y con motivo dela afluencia del campo hacia los centros industria-les se escaseaba la mano de obra para tareas ina-

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plazables y de tal importancia como la de cosecharlos frutos de la tierra. Pero en tales emergencias, semovilizaban las brigadas de ayuda, en las cualesparticipaban con aire de fiesta, los niños de las es-cuelas, los normalistas, universitarios, profesores,soldados, funcionarios y en general todas las perso-nas que, sin afectar sus planes de trabajo, podíanvincularse a la etapa culminante de la producciónagrícola.

A raíz de mi década campesina, asistí como miem-bro del Secretariado Latinoamericano del Kominterm,a las sesiones de un pleno ampliado de la Internacio-nal Comunista que tuvo lugar en un antiguo palaciode Catalina II, contiguo al Instituto InternacionalLeninista, en la calle de Borosky. Allí conocí a los lí-deres internacionales más famosos: a Thaelmann deAlemania, a Thorez de Francia, a Togliati de Italia, aBela-kun de Hungría, a Fóster de Estados Unidos aPalit de Inglaterra, a Naka-yama del Japón, junto amuchos otros que ya me eran conocidos, como Ban-Min de china, Broz de Suiza, Chittony Monmusó deFrancia, Wilhen Piech de Alemania Kiroff, Vasilef,Pianiski, Losovsky, Manuilsky y otros dirigentes delPartido Bolchevique.

En este pleno habló Stalin. Su discurso tenía lossiguientes puntos: 1. El ahondamiento de la crisisen el mundo capitalista en contraste con el desarro-llo de la economía soviética; 2. El crecimiento de lasfuerzas revolucionarias internacionales, encabeza-das por la URSS como vanguardia, en contraste conel agrupamiento de las fuerzas cavernarias de la re-acción en torno del fascismo y de su variedad másagresiva, el nazismo; 3.La política de paz de la URSSy la vanguardia de asalto al país de los Soviets.

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En este pleno fue subrayado el avance del nazis-mo hacia el poder en Alemania: la capitulación delos Partidos de centro, las camisas pardas de Hitler,el papel de las grandes oligarquías, de los monopo-lios imperialistas de los bancos y las materias pri-mas fundamentales como financistas de los nazis.

Aparte de la extraordinaria trascendencia de estepleno, que tan brevemente he señalado, quiero citarun pequeño hecho, un acto de audacia que no meconocía. Según el orden de una sección tenía quehablar Monmusó. El orador subió a la tribuna. Erael líder sindical rojo de más prestigio en toda Fran-cia. El equipo de traductores enfocaba el idioma fran-cés, para de él en forma simultánea servir al colecti-vo, que trajinaba diferentes lenguas. La técnica delos idiomas en este gran salón era muy interesante.Setecientas o más personas ocupaban sus sillas, semontaban los auriculares y miraban el tablero fija-do en el respaldo del asiento delantero y conectabansu idioma. Frente al orador, en semicírculo, habíauna serie de pequeñas celdas con paredes silencia-das, en las cuales se instalaban los traductores que,oyendo el discurso lo traducían a la misma veloci-dad que se pronunciaba. Bueno, el hecho fue queno había en tal ocasión, traductor del francés al cas-tellano y un mexicano, el dibujante Guerrero, meseñaló a mí que, vacilando en mi eficacia ocupé lacelda correspondiente y traduje un espléndido in-forme sindical que duró exactamente dos horas.Naturalmente, para mí fue un éxito.

Terminando este pleno, llegaba también a su finel primer curso del sector de habla castellana delInstituto Internacional, que realmente iba a termi-nar con una excursión o período de trabajo práctico

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por una región sur occidental de la URSS. Pasadasalgunas reuniones de carácter político y los exáme-nes de verificación en las materias estudiadas, em-prendimos el viaje.

Bajo la dirección del profesor Jonson y lasubdirectora mía, salió el grupo hacia la región huye-ra del Don. Allí demoramos varios días, estudiandolos diferentes aspectos de la producción, la vida delos mineros, de las familias y en general de la pobla-ción de aquella extensa zona que gira fundamental-mente en torno del carbón. Yo conocí algunas minasde hulla en Colombia, en el Valle del Cauca, enCundinamarca y en Antioquia. Un asturiano, queusaba en las URSS boina vasca y presumía de ele-gante, era minero de profesión y dos o tres más ha-bían trabajado en minas por algún tiempo, casi quepodíamos hablar de corrido en la materia. Insistimosen descender a los socavones, en conocer los frentesde trabajo. Y claro que lo conseguimos.

Una mañana ocupamos los ascensores y, bajan-do por etapas en diferentes paso niveles, rápidamen-te nos hallamos a seiscientos metros de profundi-dad. Aquella mina era toda una región perforada yno ahora sino desde hace muchos años. Era unamina de magnitudes superiores a lo que yo pudieraimaginar. Además, tenía una estructura carboníferapara mí novedosa. Yo conocía las formaciones o ve-tas horizontales, los socavones abiertos por entre laselva petrificada. Pero aquello era diferente. El car-bón estaba como bloques de pizarra oblicuos, más omenos inclinados entre las rocas vivas. Estos blo-ques son accidentados o de variado espesor. En al-gunos trayectos se alzaban diez o veinte metros, enotros se cerraban hasta obligar al minero a trabajar

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extendido. Los caminos eran abiertos en roca, amodo de colectores hacia los cuales derramaban elcarbón desprendido en los frentes. Estos caminosestaban enrielados y por ello rodaban los carros has-ta las plazoletas o estaciones que se comunicaban ala superficie por medio de ascensores.

Estas minas tenían historias famosas pero terri-bles. En tiempos del zarismo fueron tumbas de se-res vivientes. En ellas vivían —si esto era vida— le-giones de trabajadores que raramente salían a ver elsol. Las galerías tenían aire viciado, la luz del car-buro era muy escasa. Por los largos caminos transi-taban los transportadores del carbón tirados porcaballos ciegos… y, —¿porqué ciegos? —interpelá-bamos nosotros— ciegos porque los caballos quedescendían a semejante profundidad y quizás tam-bién por efecto del carburo, de los gases de la hulla yde la atmósfera en general enceguecían rápidamen-te. Estas minas, mal aseguradas, expuestas a ema-naciones venenosas no previstas por los ingenieros,a inundaciones y deslizamientos, segaron muchasexistencias.

Ahora bajo el régimen soviético estas minas es-tán electrificadas. Se trabaja con martinetes y tala-dros a motor. Los obreros tienen cascos metálicosde protección, botas hasta las rodillas, alimentaciónespecial, jornada reducida. El aire renovado circu-la, por todos los laberintos, alivianando y refrescan-do la atmósfera. Los ascensores son como tranvíasfuniculares por donde suben y bajan los trabajado-res a sus turnos.

Estuvimos a seiscientos metros de profundidaddurante una jornada, es decir, bajamos con un tur-no y subimos con él. En una plazoleta, sentados al-

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rededor de las mesas del comedor, oímos el infor-me, primero del director general y luego del encar-gado de aquella sección de la mina. Tomamos apun-tes, hicimos preguntas y durante la interrupción delalmuerzo, el asturiano y yo pronunciamos dos dis-cursos breves.

Del Don pasamos al Dniper. Visitamos doskoljós: una colonia o criadero en grande de cerdos,cerca de al cual estaba la fábrica que preparaba lacarne y la grasa. De nuevo estuve en Dnipestroi, endonde hicimos un detenido estudio de la obra y lanueva ciudad, cuyo resumen, debo dar más adelan-te, a raíz de mi tercer viaje a la región. Pasamos lue-go a las famosas salinas de Artemisa, verdaderamaravilla mundial, que paso a describir brevemen-te: en la grande estepa se levantaba suavemente unacolina que, por su extensión, llegaba sin embargo aser, elevada en su cima. Naturalmente, sobre unpanorama inmenso y una naturaleza diferente, te-nía, no obstante, alguna semejanza con la bella coli-na de las salinas de Zipaquira, en Colombia. Un fe-rrocarril que movilizaba la sal por el occidente de laURSS, por los países bálticos e incluso por el centrode Europa, llegaba al píe de la esplendida colina.Allí estaban sus estaciones y talleres que, como lamina, vivían de los brazos proletarios, que vivían allado, en la pintoresca ciudad de Artemisa.

En la misma estación, en líneas interminables,paraban los vagones que recibían, por grandes ca-nales, la sal que les venía encargada directamente.Los depósitos de los hornos y laboratorios. La saca-ban y la pulverizaban como la azúcar más fina. Porlos mismos salones de la estación se abrían las puer-tas que nos conducían, a través de amplios pasillos,

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hasta los frentes de trabajo. Aquello era deslumbran-te. Porque no se trataba de los paredones oscurosde tierra que se veían en las salinas de Zipaquirásino de sal cristalizada en bloques compactos, con-tinuos y uniformes. En esta «ciudad blanca», cons-truida interiormente en su sección por galerías, sa-lones y pasillos, había un derroche de arquitecturade luz y de colores.

Conforme al plan de seguridad de la mina, lostrabajadores iban dejando espesas columnas de salque a grandes alturas unían por el sistema de arcosconvergentes. En esta forma se cuadraban salonesque, al sucederse, formaban galerías de extraordi-naria belleza. Los frentes de trabajo se alzaban endeclives partiendo del nivel de los salones y subien-do en caprichosas graderías. Perforaban la roca decristal con taladros eléctricos; con dinamita despren-dían grandes bloques, y luego con picos lo fragmen-taban para rodarlos a las vagonetas de transporte.La luz eléctrica jaspea sobre los cortes de la sal y losmineros movían las sombras de sus cuerpos sobrelos fondos blancos.

Realmente, aquellas minas de Artemisa eran unasensación de encantamiento, y en los ojos un paisa-je de espuma y de sol. Como es obvio, escuchamosallí amplios informes sobre la empresa; participa-mos en asambleas obreras, respondimos a numero-sas preguntas y escuchamos con sumo interés lasexplicaciones que los trabajadores daban a nuestrosinterrogantes. Artemisa fue un nudo de bravas lu-chas durante la guerra civil y la intervención impe-rialista que siguieron a la revolución bolchevique.Su héroe principal, el guerrillero Artemio —de don-de tomó su nombre la ciudad— se erguía en broncesobre la plazoleta sombreada de árboles.

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Salimos de Artemisa, en dirección a Crimea, bor-deando la costa oriental del mar Azov. En la capitalde la república Autónoma, erigida por el pueblo en1921, elaboramos en el Soviet Nacional, un plan es-pecial de estudio que realizamos en una década.Terminando este plan, el grupo regresaba a Moscúpara luego salir de allí a los respectivos países deorigen. Pero yo no regresé con mis compañeros, acausa de la distinción que me hizo el gobierno, de-clarándome su huésped por una temporada quepasaría en Yalta, costa de salud, descanso y recreodel mar negro.

Declaro que me dolía ver partir a mis queridoscamaradas y amigos. Pero yo estaba agotado física-mente. El descanso para mí, en esos momentos, eraun bálsamo de vida. ¡Y vaya un huésped bien aten-dido! El propio presidente del Soviet de la nación,me llamó a su despacho para que fuera con el cho-fer a ocupar el automóvil que me esperaba en lapuerta. Espléndido viaje. Al lado del volante, paraconversar un poco con el chofer, rodábamos apaci-blemente, por una carretera asfaltada, de poco trán-sito. Largos trayectos pasábamos por entre viñedos.En algún sitio viéndome el chofer encantado poraquél paisaje, detuvo el vehículo y me dijo que baja-ría por un racimo de moscateles que veía muy sun-tuoso. Yo traté de oponerme porque me parecía unacto indebido, pero el hombre me miró con muchagracia y se fue. Aproveché para bajarme y desde elvallado, ver aquello que para mí era nuevo. Yo co-nocía nuestros parrados de huerta, armados en bar-bacoas o techumbres. Pero lo que estaba ante misojos eran viejos troncos de los que brotaban tallosen multitud cargados de grandes racimos.

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Cuando regresó el chofer, no con uno sino concinco racimos traté de explicar lo que conocía yo porviñedos. Pero entendiendo completamente la basede mi ignorancia, me dijo simplemente: —Lo quesucede es que estas vides tienes tres o cuatrocientosaños.

El invierno estaba en su final. Sin embargo, lapenínsula de Crimea, por su situación hacia el sur,sobre todo en la costa de la región de Yalta, no sufreintensamente los rigores del frío. En algunos invier-nos caen apenas como escarcha las lluvias de nieve.Esta vez era tan benigno el invierno en la región,que parecía un otoño en su período final.

Yalta fue un lugar de recreo y placeres de unarama de príncipes. Pintoresca ribera del mar negro,playa, declive suave cubierto de jardines y de bos-ques; juego de colinas y encima una montaña eleva-da de bases de roca. Paisaje de exuberante bellezanatural. Al centro un castillo regio al que rodeabanhermosos palacetes, residencias de jolgorios de losantiguos caballeros. Conservando el buen gusto delos trazos en los jardines y bosques, el régimen so-viético había construido allí casas de salud y des-canso para obreros, campos de deportes, teatros,comedores y clubes. El castillo a la fecha de mi esta-día era el hogar para descansar de los funcionariosy dirigentes del Soviet nacional de la península.

El gobierno de un pueblo laborioso

Esta vez fui recibido en Moscú con la distinciónde más he sabido apreciar en mi vida, porque ellaconstituía un estimulo para mí, una demostración

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en la nueva sociedad para la que ningún esfuerzo—por insignificante que sea quien lo hace— pasadesapercibido. Me fue conferido el carné deUndarnik, esto es, de trabajador de choque, tituloque mantuve invicto hasta 1934 que salí de la URSS.Ser undarnik significaba ir adelante en toda tareaemprendida, formar en las avanzadas de la emula-ción socialista. Pero tampoco significaba un honoren abstracto, una mención de pura fórmula. Elundarnik tenía las siguientes concesiones inmedia-tas:

1. Derecho al máximo de sueldo estipulado parasu categoría profesional. 2. Preferencia en la distri-bución de los productos déficit y fijación en una hor-ma especial en alimentos de alta calidad, tales comocaviar, crema de leche, conservas en lata, jamón,mermeladas, etc. 3. Prelación en los mejores aloja-mientos. 4. Primeros sitios en teatros. 5. Candida-tos de selección para elecciones representativas,empleos de toda categoría y ascensos profesionales.En general, el undarnik constituía, en el período dela construcción del socialismo, un soldado en lasavanzadas del frente de trabajo.

Para mí no eran necesarios los privilegios que meotorgaba el carné, pero se los endosé a Margaritaque tenía siempre interés en la crema de leche y lasexquísitas mermeladas de fresas. El endoso no sig-nificaba ninguna diligencia, solo que Margarita nopodía servirse del carné sino en la cooperativa deproductos alimenticios. A excepción de este benefi-cio indirecto, debo subrayar que nunca usé mi títulode undarnik para obtener ninguna de las prerroga-tivas que me concedían, quizás porque yo tenía mitarjeta de Kominterm.

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Corrían los primeros meses de 1932. De Españay de América Latina llegaban continuamente estu-diantes a ingresar al sector de habla castellana delInstituto Internacional Leninista. Al iniciar las ta-reas de tal año, en los primeros días de Abril, el gru-po ascendía a treinta y siete personas, entre ellascuatro muchachas españolas. En este contingentehabían llegado elementos de valía del movimientorevolucionario de México, Cuba, Argentina, Chile,Perú, Venezuela, Colombia y sobre todo, España.Entre estos últimos, se destacaba, en primer lugar,el camarada José Díaz, obrero panadero de Sevillaque militó en las filas del anarcosindicalismo hasta1927, y fue, luego de su regreso de Moscú, el primerdirigente comunista español, principalmente en elcurso de la guerra de intervención nazi-fascista queimpulso la tiranía de la Falange en su patria.

La zona de los españoles en nuestro sectoridiomático, era muy desigual, no solamente desde elpunto de vista de su cultura general y política enparticular, sino también de su estructura ideológi-ca. Era una zona revolucionaria, indudablemente,pero mezclada de concepciones y actitudes propiasdel anarquismo catalán, del espíritu pequeñoburguésartesanal, y de un «intelectualismo» pedante muycomún en los jefecitos inflados por lecturas que nodigerían en los laboratorios del trabajo práctico.Menciono estas cosas, porque fue difícil la primeraetapa de labor con los camaradas españoles. Al pun-to de que fue necesario sacar del Instituto a dos ele-mentos que afectaban la organización de los estu-dios y la disciplina del colectivo, para enviarlos atrabajar con obreros soviéticos hasta que se forja-ran una mentalidad proletaria.

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Ejemplos de esfuerzo en el estudio, de interés poraprender las grandes experiencias de revolución yla construcción del socialismo, eran, desde luego,muchos españoles: José Díaz, Jesús Hernández, unjoven y una jovencita, catalanes que usaban los ape-llidos Grau y Córdoba, entre otros. La «Cordobita»—como le decíamos afectuosamente— llegó a ser unafamosa heroína en las batallas por la libertad deEspaña. Cuando un ejército de milicianos, libró conéxito combates de trascendencia, y cuando su divi-sión fue destrozada por la superioridad militar delenemigo, se disparó el último tiro en la cabeza antesde caer prisionera de los verdugos de España.

Jesús Hernández —que fue ministro de educa-ción en el Gobierno del Frente Democrático de 1936-1938—, representaba en la zona de los estudiantesespañoles al auténtico intelectual revolucionario,todavía no liberado del complejo de superioridad queimprime la cultura burguesa. A pesar de su proba-da sinceridad frente a los obreros, no podía ocultarcierta vanidad que le hacía sentirse «más inteligen-te», y por consiguiente «más en capacidad» de «ilu-minar las mentes» retrasadas y rudas de los prole-tarios. Desde luego, Hernández se hizo un intelec-tual proletario, es decir, adquirió una estructura ideo-lógica marxista en la URSS y Hernández fue mi su-cesor en la locución de la hora radial para España.

Como he dado una breve característica de la com-posición de los estudiantes españoles, debo agregarque ella correspondía a la fisonomía del pueblo tra-bajador de España, dividido y anarquizado por lascorrientes revolucionarias pequeñoburgueses. Estasituación que había producido la crisis y elimina-ción de la dirección central del Partido Comunista

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Español, tuve ocasión de conocerla mucho más afondo con motivo del arribo a Moscú de la gran diri-gente Dolores Ibarruri, mundialmente conocida conel nombre de la «Pasionaria».

La camarada Ibarruri llegó a Moscú físicamenteaniquilada. La primera vez que la vi me impresionóterriblemente. Nadie me la presentó. Los estudian-tes de su país no la miraban. Dolores estaba enfer-ma, abrumada. Sus ojos miraban con angustia. Sucabello estaba aniquilado, despoblado y reseco. Lle-vaba una saya larga y oscura, una blusa de olán quelevemente alzaban unos senos marchitos. Pocos díasdespués la vi en la dentistería. Quizás había pasadoun mes en Moscú cuando cambió. Creo que no sehizo ningún tratamiento especial. Alimentos, des-canso y la presencia en la URSS podían mejorarlacompletamente. Unos días más tarde, en el SalónRojo del Kominterm, se inició una discusión a fondosobre la situación española. Dolores hizo un exten-so informe. Luego se abrió un debate en el cual in-tervinieron varios estudiantes.

En este debate, presidido por el propioManuitsky, se pudo ver el todavía bajo nivel políticode los camaradas españoles. Por lo general, rehuíantratar las cuestiones fundamentales, o lo hacían porla superficie. Los pequeños problemas locales y deprovincia les apasionaban, pero mucho más las dis-putas personales. En este último punto se mostra-ron, casi todos, opuestos a la camarada Ibarruri, nopor cuestiones de principio sino por una actitud cri-minal del menosprecio con que la miraban. Segúnesta actitud, Dolores parecía una antiguasocialiestera, ya gastada, casi convertida en obstá-culo para la nueva gente. En este sentido, hizo

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Manuitsky una severa defensa de la gran revolucio-naria, que, al mismo tiempo levantaba el nivel de ladiscusión y daba una esplendida lección a los estu-diantes. Esta especie de reparación política hechapor la primera autoridad de la Internacional Comu-nista a la mujer que mejor simbolizaba el pueblo desu patria, fue, seguramente, un gran estímulo parala próxima lucha heroica que realizo «La Pasiona-ria» en España.

Desde luego, no era mucho mejor la composiciónde los estudiantes latinoamericanos. Un venezola-no, simpático, conversador y buen amigo, estaba tansaturado de la cultura burguesa, que armaba —porexhibir su «gran talento» y su «vasta ilustración»—discusiones sobre «cosas grandes», en las cualessiempre sabía él la «interpretación justa», el «desa-rrollo histórico», la «dialéctica, la filosofía, la sínte-sis del marxismo,» que «no tenían por qué saber losobreros». Alguna vez, para pulverizar un argumen-to que yo sostenía en un problema objetivo de la his-toria de América, me dijo con soberbia olímpica; —!sobre ese tema me leí una historia de siete tomos!En contraste con estos camaradas en transe de ge-nios, nacidos en casas de balcón y naturalmentematriculados en liceos y universidades, teníamoselementos anarcoides, productos híbridos e inclusoconfiguraciones de hampones para gran mérito delos partidos comunistas que, por lo general, les tocaforjar sus cuadros dirigentes en esta producción ló-gica de la sociedad capitalista.

En 1930 había estado yo en el Mausoleo de Lenin,pero en 1932 fui de nuevo, en compañía de algunosestudiantes. En la Plaza Roja había una doble filade personas, rusas y extranjeras, que cubría más de

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cien metros. Alineados, avanzamos lenta pero con-tinuamente. Al llegar a la entrada, que precede unandén flanqueado de jardines, vi de nuevo el escu-do de la URSS en alto relieve sobre la fachada. Loscentinelas, con fusiles al hombro, nos miraban. Ter-ciando sobre la izquierda, la doble fila se hunde latierra. Es decir, va descendiendo por una escalerade mármol que se cubre con un abovedado de luz.Siete metros después se da sobre un saloncito blan-co y se dobla a la derecha. Pasando un umbral seentra a la gran cámara cuya extraordinaria bellezaartística es difícil describir.

El desfile quiebra en escuadra, de nuevo sobre laderecha, y entonces se puede ver el sepulcro deLenin. Una urna de cristal, en la cual, con las ma-nos sobre el pecho, su guerrera color de musgo y labandera roja descendiendo del talle, duerme el Pa-dre de la Patria Soviética. Su rostro pálido no estásin embargo consumido, cadavérico. Su barba ru-bia quemada está bien conservada. Mirando coninsistencia su semblante, parece que piensa. El sue-ño de la muerte no ha quitado al genio el aire propiode sus facciones.

La presencia de Lenin inspira un profundo res-peto. Pisamos blandamente: contenemos un pocola inspiración, y cuando separamos los ojos del se-pulcro, vemos en las paredes de mármol negro undesfile de banderas talladas en rojo, agitadas por elsoplo de la gloria en aquella cámara iluminada, quearde con la devoción de los pueblos libres de la URSSy de los pueblos esclavos que buscan la libertad.

Al salir del Mausoleo y calarnos las gorras, respi-ramos hondo y nos miramos todos las caras pensa-tivas. No se trata de una actitud místico religiosa

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ante el icono de la vieja tradición rusa, ni de ningu-na otra forma de adoración a ídolos forjados en laimaginación. La actitud ante Lenin es la de un ejér-cito ante su bandera, la de un pueblo ante su símbo-lo de redención.

Por tercera vez participaba yo en un primero deMayo en Moscú: es la Fiesta del Trabajo, porque lospueblos soviéticos libertaron el trabajo de la esclavi-tud feudal y capitalista, y por consiguiente hicieronde toda labor socialmente útil, no sólo un deber sinotambién un timbre de orgullo, un título de dignidad,un motivo de heroicidad y de gloria. En los paísessubyugados por el imperialismo, por los terratenien-tes y el capitalismo nacionalista voraz, no puedehaber «fiesta del trabajo», porque los esclavos nopueden celebrar en este día sino luchar por la eman-cipación, con la cual se convierte jornada de protes-ta contra la explotación y tiranía de las oligarquías.

En la Unión Soviética existen dos fechas que seconmemoran con igual solemnidad: el primero deMayo y el siete de Noviembre. La primera es la fechade solidaridad internacional de los trabajadores, enla cual las masas del país de los Soviet, alzan la ban-dera victoriosa del Trabajo Libertado, como un ejem-plo al mundo del trabajo esclavo y como un estímuloa los combatientes por la libertad. La segunda es laforma como la Gran Revolución Soviética triunfantemuestra el único camino de la emancipación de lospueblos, la fuerza para destrozar la muralla del siste-ma capitalista y abrir los cauces a las poderosas co-rrientes del progreso de la humanidad.

Un Primero de Mayo en la Unión Soviética, nopuede ser, entonces, un acto ritual, una efeméridecongelada, una rutina reseca para recitar los mis-

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mos discursos detonantes que se oyen en Colombiacada Veinte de Julio. Un Primero de Mayo, como unSiete de Noviembre, es la culminación de una cam-paña que se prepara y se realiza bajo el signo de lasgrandes tareas revolucionarias. Un Primero de Mayoempieza un mes antes, cuando los trabajadores ini-cian la movilización de todas sus fuerzas en la pro-ducción. Empieza con asambleas tendientes a su-perar las cifras de control en el trabajo, con balan-ces parciales sobre el cumplimento del plan, con elplanteamiento de nuevas tareas de choque, es decir,de las que saben realizar las brigadas de la Emula-ción Socialista.

Como es obvio, los organismos supremos de di-rección del pueblo, el Partido Bolchevique en pri-mer término, lanzan el pliego de consignas bajo lascuales se organiza la campaña de movilización. Para1932, tales consignas, entre otras, eran éstas quetengo en mis apuntes: Por el cumplimiento del PlanQuincenal en cuatro años. Por alcanzar y sobrepa-sar la producción industrial del mundo capitalista.Por la plena conquista de la técnica. Por el fortaleci-miento de los medios defensivos de la URSS. Por elaniquilamiento de las bandas contra revolucionariasde saboteadores. Por la solidaridad internacional delos trabajadores. Por la Revolución Mundial.

La víspera del Primero de Mayo ya estaba la ciu-dad revestida de banderas. En la Plaza Roja,enmarcados en luz, estaban los retratos, en tamañoheroico, de Marx, Engls, Lenin y Stalin. A la entra-da de la Plaza Roja, donde desemboca la calle arterialMáximo Gorki, se veían afiches monumentales consímbolos revolucionarios: una Estrella Roja fluores-cente, el Martillo y la Hoz cruzados, un tractorista

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en la estepa, un obrero engranando una rueda y, máslejos, un soldado vigía. En las avenidas del ParqueCultural, en filas, sobre columnas revestidas de rojo,estaban los retratos de los mejores undarniks: mi-neros, ferroviarios, koljosistas, constructores.

En la noche de la víspera, se realizaban asam-bleas de los clubes, salones y teatros, en las cualeshablaban los dirigentes más destacados; se leíaninstrucciones, se indicaban los sitios de las concen-traciones y los recorridos de los desfiles.

Al amanecer, bandas de músicos en buses reco-rrían los barrios de la ciudad. Con las primeras lu-ces del día empezabsn las concentraciones. En ge-neral, debían hacerse recorridos largos para conver-ger, como ríos, de las vías arteriales por la Plaza Roja.Pero estos recorridos se hacían muy lentamente. Enlas plazoletas afluían varios desfiles y se aumenta-ban los caudales humanos. Se cantaban himnosmarciales y canciones populares. Grandes camio-nes repartían, pan y queso, jamón y salchichas, pe-ras y manzanas, leche y jugo de uvas. Se formabangrandes ruedos y se bailaba a los acordes de la mú-sica popular: danzas del Caucaso, Ucrania, Crimea.Mientras tanto, los altoparlantes instalados en lasvías iban relatando el orden de los desfiles que con-fluían a la Plaza Roja, los breves pero vibrantes dis-cursos que se pronunciaban, los personajes extran-jeros que ocupaban sitio en las graderías que se al-zaban hacia la muralla del Kremlin.

A las ocho de la mañana subían a las tribunas,que se abrían como sendas en el mausoleo de Lenin,las personalidades más altas del gobierno, del Par-tido, del Ejército, de los sindicatos, de la ciencia So-viética. A esa hora empezaba a pasar el desfile por

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la Plaza Roja, en escuadrones de veinte, treinta ycuarenta de fondo: dos, tres, cuatro y hasta cincodesfiles simultáneamente. La plaza se cubría comoun campo de surcos. Los primeros desfiles que su-bían a la suave colina del Kremlin, los constituían laguarnición del Ejército Rojo de Moscú, las acade-mias militares, los cuerpos especiales de aviación yde marina, y las fuerzas de seguridad. Adelantemarchaba la artillería pesada, le segían las divisio-nes de montaña y luego las máquinas ligeras, la ca-ballería, la infantería, los equipos auxiliares y de ser-vicio. Era una parada militar que duraba dos horascruzando la plaza y que, cuando el tiempo era favo-rable, estaba cubierta por escuadrillas de aviones quesobrevolaban la ciudad.

Después de las fuerzas regulares, subían a la Pla-za, con fusiles al hombro, los voluntarios de la orga-nización semimilitar denominada Asoviegim, insti-tución que funcionaba en todas las empresas, insti-tutos e instituciones de la URSS y que tenía por ob-jeto la preparación de toda la población civil para ladefensa. En seguida de los voluntarios que eran le-giones interminables de hombres y mujeres pasa-ban, la enorme masa compuesta de obreros,koljositas, estudiantes, empleados, profesores, cien-tíficos, viejos veteranos de la revolución y pionerosde pañoleta roja que saludaban todos el porvenir.

A las cuatro de la tarde terminaba de pasar eldesfile por la Plaza Roja. Dos, tres millones de per-sonas pasaron frente al Kremlin el Primero de Mayode 1932. Cruzando por San Basilio, sobre el ríoMoscova, se disolvió la población civil y por grupos,con las banderas enrolladas en las astas, regresa-ron a sus barrios, a sus residencias. Por la noche

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estaba la gente en los teatros y cines. Como puedeverse un Primero de Mayo en la Unión Soviética erauna revista espléndida de todas las fuerzas en mo-vimientos de un gran pueblo dueño de su destino.

A pesar de que yo caminaba mi tercer año enMoscú, todavía no conocía el Kremlin por dentro. Yfue un día, cuando una expedición de cuarenta omás extranjeros se dirigía a la célebre fortaleza, quefui enrolado, incluso para aprovechar un poco losidiomas que medianamente podía trajinar. Claro quela expedición la presidía un profesor. Llegamos a laprimera puerta, luego de pasar el arco que supera elMuseo de la Historia. El profesor mostró una tarje-ta y los centinelas nos abrieron calle. De paso, pudever el extraordinario espesor de la muralla, su sóli-da construcción de piedra labrada. Y, mencionadouna vez más la famosa muralla, debo dar siquierauna idea general de la fortaleza:

Construida en el siglo XII, tenía por objeto prote-ger la entonces nueva rica ciudad de mercaderes depieles, de los asaltos frecuentes de bandoleros orga-nizados que azotaba la región. Su perímetro es ex-tenso y su forma irregular. La muralla es esbelta,adornada de torres en sucesión donde se ocultanlos vigías, y prismas o almenas que le sirve de rema-te y al mismo tiempo de gargantas para el emplaza-miento de las defensas. En materia de defensas, lasmurallas tienen diferentes oficios que salen de losnidos en los cuales operarían los defensores.

Lo más importante de la muralla es su fachada,que mira sobre la Plaza Roja. En esta fachada seelevan diferentes torres que no son ya principalmentebase de su defensa, sino arquitectura, estilo, moti-vos que la realzan desde el punto de vista artístico.

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Estas torres de agujas singularmente estilizadas re-mataban, en la época del zarismo, en las famosaságuilas de dos cabezas; ahora rematan en la estrellaroja encendida fluorescente. La más bella de las to-rres, la que mira al atrio de San Basilio, tiene elmagnifico reloj que da la hora oficial y que, gracias aun mecanismo especial, ejecutaba la marcha impe-rial al cruce de la media noche. Ahora, con no menossolemnidad ejecuta la Internacional Comunista queyo trasmití en los micrófonos de la Radio Central deMoscú al pueblo español en los programas, al princi-pio, en la hora de invierno y al final en la de verano.

Dije antes que había entrado al Kremlin. Dimossobre una plazoleta, cubierta de arena menuda, quedaba la impresión de un parque. Pero en realidadera un museo. Encima de plataformas de cementose exhibían allí viejos cañones y morteros tomadosa los ejércitos de Napoleón en 1812. En una comobase de templete estaba la campana más grande quese haya fundido en el mundo, mostrando el boquetede la rotula que sufrió al romperse los cordeles quepretendían izarla a una torre.

Paseamos un poco al interior de la fortaleza. Sun-tuosos templos ortodoxos, regios palacios y gran-des edificios públicos. En aquella ciudad vivían lasfamilias reales, los nobles palaciegos y los principa-les jerarcas de la iglesia y el ejército, naturalmentecon sus damas de corte, sus pajes y sus bufones. Enaquellas mansiones existían ahora museos, biblio-tecas, archivos y numerosas oficinas del Soviet dela URSS y de las nacionalidades. Algunas estabanhabitadas por altos funcionarios del Estado, princi-palmente del Ministerio de la Educación y de insti-tuciones científicas.

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En el programa del grupo expedicionario figura-ba, en primer término, la visita a las oficinas delGobierno de la Unión, desde luego con la comúnaspiración de ver a Stalin, a Kalenin, aOrdzhonikidse, a la pléyade de grandes dirigentessoviéticos. Pero ¡Oh desilusión! En esos momentosse iniciaba una importante asamblea de los exper-tos que bosquejaban el segundo Plan Quinquenal.¿Qué hacer, entonces? Tomar té y despuésinternarnos en el museo de la vieja realeza. Esto erauna gran galería interminable. Los salones se suce-dían como pabellones en una exposición. En un sa-lón, reluciendo en vitrinas tapizadas de peluche ver-de, estaban los aderezos de diamantes, rubíes y es-meraldas de las antiguas princesas; espadas conempuñaduras de oro e incrustaciones de piedras fi-nas y artísticos monogramas de caballeros, guerre-ros y galanes de la corte.

En un pabellón, arreglado con sumo arte, se veíangrandes caballos embalsamados, luciendo hermo-sos jaques, con los cuellos arqueados, tal como reci-bían en sus estribos los menuditos pies de las da-mas y las botas con espolón de los príncipes y gue-rreros. Allí se podían ver valiosos objetos que perte-necieron a Pedro el Grande: armas, escudos y ban-deras del famoso fundador de la ciudad del Nevé.

En esbeltos escaparates de fino crisol, alineadosen un regio salón se exhibían centenares de los me-jores trajes de una princesa que vivió su vida pre-ocupada en la mejor elección del que habría de luciren cada momento del día. Se cuenta de dicha prin-cesa, que tenía seis mil vestidos completos y veintedoncellas de la corte ordenándolos en los escapara-tes y ayudándole a la real dama a deliberar sobre el

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gravísimo problema del color, el estilo, manga y es-cote que mejor le convenían para lucir en el desayu-no; el que debía llevar en su paseo de la mañana enel jardín; el de sentarse para posar ante los pinto-res; el de recibir a su profesor de piano, etc. Se diceque otra princesa de otro reino lejano dio a luz a suprimogénito y que con tal motivo envió a la damareal de Moscú una embajada portando un sobre quecontenía el aviso. La princesa de los seis mil trajesno recibió la embajada a causa de sus «ocupacio-nes», pero el jefe de la dicha embajada entregó elsobre a la primera doncella del servicio. Pasaron al-gunos años, y la monarca del reino lejano celebróuna fiesta en honor del infante heredero, que tras-cendió por Europa y Asía. —¿Cuál heredero? —pre-guntó la dama de los trajes. Y las veinte doncellas,preocupadas por las preguntas de su ama real, mo-vieron un cerro de sobres hasta que dieron con elque contenía el aviso del nacimiento, que la damade los seis mil trajes no había tenido tiempo de abrir.

En este museo de la vieja realeza, aparte de lasbellísimas obras de arte que fueron por lo generalregalos a los príncipes persas y orientales a los per-sonajes de turno se la monarquía rusa, se exhibía ellujo, la vida ociosa y derrochadora de los parásitospatentados de nobles en el extenso imperio del zar,en contraste con la esclavitud, el hambre, las epide-mias y la desnudez del pueblo que sufrió la tiraníade los príncipes verdugos hasta 1917.

Promediando el año de 1932, se produjo en elmundo capitalista uno de los acostumbrados escán-dalos contra la Unión Soviética. Esta vez se tratabade la «caída» del rublo. Es decir, la «desvalorización»de la moneda rusa, y por consiguiente la inflación,

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el camino de la «catástrofe», por donde pasó Ale-mania en 1923, camino que la condujo a entregarsea los banqueros yanquis. En este particular, losestrategas de la guerra antisoviética y sus ayudan-tes los trotskistas, estuvieron felices. Pero el asuntono resultó como ellos lo deseaban. ¿Qué los rublosque circulaban en la Unión Soviética habían aumen-tado al doble o más? Es decir, que los signos de cam-bio o medio circulante habían crecido«sorpresivamente».

Este fenómeno suele indicar en los países capita-listas que los gobiernos están emitiendo emprésti-tos en bonos, que naturalmente circulan y desvalo-rizan la moneda, sobre todo si tales empréstitos nose invierten en forma productiva, es decir, en em-presas de trabajo, sino en pagar una burocracia in-útil y en distribuir premios entre los agraciados delEstado. En la Unión Soviética, el aumento al doble omás de los rublos circulantes, significaba que la pro-ducción, la creación de cosas necesarias para la so-ciedad, el aumento de la riqueza pública había lle-gado al doble o más. ¿Qué hay aquí de novedoso?¿Si un quintal de trigo vale igual a un rublo, no esigual que dos quintales valgan igual a dos rublos?Para el mundo capitalista, desde luego, este argu-mento es extraño, porque allí la mayor producciónde trigo no estaba planeada y por consiguiente so-braba, lo que da por resultado que dos quintales detrigo pasaban a valer lo que antes valía uno, de don-de resultaba la quiebra del cultivador, la crisis, lasobreproducción y la evidencia de la anarquía delsistema de producción capitalista.

Claro que los «expertos financistas», los magos delInstituto de la Coyuntura que todavía estaban

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exiliados en Berlín, «demostraban» la caída del rublopor las relaciones del cambio internacional. Era evi-dente que la proporción del rublo frente al dólar ha-bía aumentado. Pero el hecho se debía a que los paí-ses capitalistas querían comprarle a la Unión Soviéti-ca mucho menos de lo que deseaban venderle. Elrublo, entonces, en un país que no dependía del mer-cado extranjero, tenía el carácter fundamental de unamoneda interna, de un signo de cambio que medía yservía para cambiar los productos del trabajo, sin in-fluencias ni interferencias de monedas extranjeraspredominantes, como pasa en Colombia con el dólarfrente al muy humilde peso, casi todo de papel.

A los «turistas» del capitalismo que «visitaban»la Unión Soviética, resultaba casi siempre confirma-da su tesis de la «caída» del rublo. Pero esto se debíaa la escala diferencial de precios en el mercado, es-cala que tenía cuatro gradas, y que paso a explicar-les brevemente:

1. El llamado mercado cerrado: en aquel período que teníael acento principal en el estímulo de la producción a laindustria pesada, a la asimilación, formación y desarro-llo técnico de millones de trabajadores que apenas se ini-ciaban en la vida de las empresas modernas, fue creadauna rama de cooperativas que dependían exclusivamen-te de las fábricas, con el objeto de dar a sus obreros yempleados, artículos de amplio consumo a precios reba-jados por debajo de los costos de producción. En estoscasos, las empresas aportaban, de su fondo de ayuda so-cial, la cuota necesaria para equilibrar los precios fijadospor el control del Estado a los artículos de consumo. Sele llamaba mercado cerrado, por allí no podían comprarsino los trabajadores de las empresas respectivas.

2. Mercado de cooperativas o sea el tipo predominante enla URSS, en la cual podían comprar todas las personas

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provistas de su carné, que lo eran, en general, todas lasque habitaban el país de los Soviet: en este mercadoregían los precios mínimos fijados por el control, y al-gunos productos, como el pan, estaban en una cartaespecial que fijaba la norma, para evitar, que por el bajoprecio o por la escasez de ellos hubiera quienes com-praran demasiado, produciendo el natural perjuicio. Unkilo de pan valía once kopes, equivalente entonces aseis centavos del peso colombiano.

3. Mercado libre, o sea el de algunos negocios que, estan-do regulados por el Ministerio de Abastecimientos, ope-raban por fuera de las cooperativas y tenían por objetoatender al público que fluctuaba, es decir, a personas delas regiones que se movilizaban sin credencial de nin-guna organización, a pequeños artesanos testarudos queno ingresaban a las compañías de sus profesiones, agentes hostiles al gobierno Soviético que todavía espe-raban el regreso a su mundo de tahúres, usureros, yrateros. En este mercado libre se podía ver: a. preciosmás elevados; b. ausencia de los productos déficit; c.presencia de artículos no indispensables.

4. Mercado de oro; es decir, almacenes de lujo donde sevendían cosas buenas, como jamón, mortadela, vinosfinos, whisky, conservas salsas, dulces, mantequilla, cre-ma de leche, queso, etc. En estos almacenes, para ex-tranjeros se vendían solamente en dólares y monedasextranjeras convertibles en oro.

Yo compré una vez una gorra de piel de setentarublos en el mercado libre, que me hubiera costado sieteu ocho en cooperativa, en donde se habían agotadolas de aquella calidad y estilo. Compré, asimismo, unmaletín de cuero por sesenta y cinco rublos, que pu-diera haberme costado seis en una cooperativa.

Un almuerzo en una fábrica podía valer entoncestreinta y cinco o cuarenta kopes (en el tablero de uncomedor, en Moscú se leía: «Sopa—25; Pescado con

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pepino—15; Ensalada—10; Chuleta de cordero—25;Arroz con tomate—10; Pasteles de carne—5; Gar-banzos—10; Dulces de fruta—5») El mismo almuer-zo podía valer sesenta o setenta centavos en un res-taurante de la red de cooperativas; en un comedorde mercado libre, cinco, seis, y hasta siete rublos.En un hotel para extranjeros, naturalmente muchomejor presentado y desde luego más exquísitamentepreparado, dos o tres dólares.

En las cooperativas vendían vodka (aguardientefabricado con centeno) pero muy caro. Un envasede medio litro, digamos, podía costar el precio detres rublos, y al lado, una botella del mismo tamaño,de vino de uvas, cincuenta kopes. En la Unión So-viética no se vendían bebidas en porciones indivi-duales, no existía el copeo, al estilo de nuestros ca-fés. Las personas que compraban productos en unacooperativa, por ejemplo, podían echar a su cestaunas botellas con cerveza, vino, whisky, vodka u otrolicor. Varias veces asistí a casas de amigos y comí ensus mesas arenques en aceite y cebolla, caviar conpan negro y mantequilla, y repetidos vasitos de vo-dka. En general, los poquísimos rusos que bebían elclásico vodka, no lo hacían como los colombianosque beben aguardiente con aguardiente: ellos lo ha-cían comiendo al mismo tiempo queso, pan, caviar,pepino, pescado, manzana, etc.

Como se puede ver, el rublo era una monedaoperativa. Como signo de cambio, estaba, en la épo-ca a que me refiero, fuera de todo dogma. En el sen-tido rigurosamente económico, no medía los objetosde la producción, la riqueza social creada, sino quemás bien era medido por los productos del trabajo.Contestando a un «mago economista» extranjero,

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que había dicho que los rublos eran «papel mone-da», el camarada Stalin dijo: «con esos rublos-má-quina, rublos-trigo, rublos-zapatos, rublos-habitacio-nes, estamos construyendo el socialismo en laURSS».

De las diferentes visitas de estudio efectuadas amuseos de arte, de historia y revolución, así como avarias academias, laboratorios e instituciones de altacultura, debo mencionar aquí la que hice en asociode otros extranjeros al Museo Anti-religioso. Algu-nas personas en Colombia me han preguntado: Esdecir que ¿hay lucha anti-religiosa en Rusia? Real-mente no vi ni supe que existiera lucha religiosa nianti-religiosa. Existía una libre expresión de ideasanti-religiosas frente al libre ejercicio de la religiónortodoxa que fue la vieja religión feudal y militar delimperio de los zares. Para los colombianos acostum-brados a entender por «Libertad Completa» apenasla mitad de la libertad, en materia religiosa, es decir,la libertad de toda actividad religiosa, es casi incom-prensible este problema. ¿Pero, y los que no tienenreligión, esto es, las personas que pueden ser obli-gadas a tener creencias ajenas a su conciencia, comoreza la Constitución Nacional Colombiana, no ne-cesitan también libertad para expresar al menos porqué no tienen religión? La libertad, para los ciuda-danos Soviéticos, en esta materia, consistía en elderecho que tenía el pope ortodoxo para subir a supúlpito y predicar su dogma, y la libertad que teníael laico para refutarlo públicamente, desde luegofuera del templo. Pero veamos un poco el MuseoAnti-religioso.

Estaba situado en la llamada Plaza Vieja, dondese iniciaba el Bulevar de Pushkin en la calle arterial

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Máximo Gorki. En una antigua iglesia que se comu-nicaba con un edificio en el cual habitaron jerarcasortodoxos y que a la razón se le había unido, funcio-naba este famoso Museo Laico. Organizado en sec-ciones dispuestas de tal manera que los visitantesentraban por donde debió empezar la formación delplaneta, es decir, por la nebulosa, y salían por el pe-ríodo de transición de la humanidad del capitalis-mo al comunismo.

Mencionaré la secciones principales del famosomuseo, siguiendo el orden histórico: 1. Sección deCosmogonía, en la cual se acogían las teorías delsabio francés Laplace, un poco revolucionadas; 2.Sección de Biología, en la cual se exponía objetiva-mente, a través de diferentes procesos, la formacióny desarrollo de la vida, siguiendo, en lo general, lasteorías de la evolución expuestas por el eminentesabio inglés Darwin; 3. Sección de Sociología que,con instrumentos primitivos de trabajo, esculturaselementales, grabados y pinturas diferentes que in-terpretaban la infancia de la humanidad, seguía lasinvestigaciones del sabio norteamericano Morgan;4. sección histórica, en la cual se demostraba el pa-pel de las religiones desde la división de la sociedaden clases, como soporte esencial de las clases y cas-tas dominantes. Esta sección estaba documentadacon la historia rusa, en la cual se vio siempre a lareligión sirviendo de instrumento a los verdugos delpueblo. En esta documentación figuraban cuadrosen donde aparecía el patriarca de Moscú y los prin-cipales popes, colaborando con el Zar y los genera-les del imperio en el aplastamiento brutal e inhuma-no de los levantamientos campesinos que acaudi-llaron, en el siglo XVII, Razin, y en el siglo XVIII,

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Pugachof. En este punto, podemos recordar los co-lombianos el papel de los jerarcas de la Iglesia Ca-tólica en el levantamiento de los Comuneros, princi-palmente en la infame burla a la capitulación deZipaquirá Finalmente, tenía el Museo una extensa ybien documentada sección, en la cual se mostrabaal clero ortodoxo azuzando a la guerra imperialistaen 1914 y luego, con altares portátiles, imágenes,palios y vestiduras especiales, marchando a la es-palda de los ejércitos, para empujarlos al matadero.

Algunas personas en Colombia se imaginan muyaguda la «cuestión religiosa» en la URSS, y realmenteno lo es. Los popes más ricos en el zarismo fueron,desde luego, activos en la contra-revolución perodespués de liquidados los Kulaks como clase, baja-ron las alas. La iglesia ortodoxa era fuerte y temiblecuando las clases explotadoras rusas dominabancon su ayuda al pueblo; cuando la misma iglesiaortodoxa —sus jerarcas— formaba parte de dichasclases. Pero derrumbado ese orden de iniquidad, laiglesia quedó sin base. Su riqueza material y los pri-vilegios de que gozaba, es decir, lo que constituía sufuerza, desaparecieron con la Revolución triunfan-te. A los popes les quedaba el campo espiritual parala propagación de «su fe», pero en verdad no era esesu campo preferido. Y por consecuencia, se desban-daron. Algunos emigraron en asocio de los «nobles»,otros colgaron los hábitos. Solo una reducida por-ción se dedicó a sembrar remolachas en compañíade sus mujeres y de sus hijos, y a oficiar sus ritos,cuando tenía fieles.

Porque las iglesias en la Unión Soviética pasarona ser propiedad del Estado, es decir, del Pueblo,como la tierra. Pero así como la tierra se da en uso y

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usufructo a los agricultores, las iglesias se entregana los creyentes, con la sola obligación de velar porsu sostenimiento. Sucedió, sin embargo, que muchasiglesias se cerraron por falta de creyentes, es decir,porque los vecinos de las dichas iglesias —con ayu-da de sus clérigos— no organizaron sus parroquias.En estas condiciones, muchos popes ni tenían endonde oficiar, y en general no se interesaban paraconseguirlo porque la religión había dejado de serun negocio. El Estado no subvencionaba a los popes,los fieles reducían sus donaciones, y los sacramen-tos pagados se reducían también.

Claro que cuando las iglesias cerradas creabanproblemas, pasado un tiempo, el Soviet del barriorespectivo decidía la cuestión. ¿Qué hacer con de-terminada iglesia? En algunos casos, muy contados,se podían utilizar como bibliotecas, museos, etc. Al-gunas veces, o porque eran viejas construcciones sinningún valor, o porque constituían obstáculos a lamodernización de la ciudad, se las derruía. Desdeluego, para tomar decisión sobre una iglesia, eranecesario que las tres cuartas partes de la poblacióndel barrio respectivo, en plebiscito abierto, lo deter-minaran así. En el barrio de Frunse conocí una igle-sia, de regular aspecto, que continuaba cerrada hasta1934. En la plaza de la Victoria, consagrada a lamonumentaria de los zares, se alzaba una de lasmás hermosas iglesias, construida en memoria dela derrota de Napoleón en 1812. Esta espléndidaiglesia armada en acero, que tenía una cúpula se-mejante a la catedral de San Pedro en Roma, cubier-ta en oro, fue demolida en 1932, por ser aquel el si-tio más apropiado para erigir el Palacio de los So-viets de toda la Unión.

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Avanzado ya el verano de 1923, se decidió hacerun alto en los estudios del grupo de habla castella-na del Instituto Internacional Leninista, a fin de rea-lizar una excursión de estudios. Equipados con ele-mentos de toda clase, bajo la dirección de un exper-to profesor y la subdirección mía, llegamos a NixniNavgórod, ahora ciudad de Gorki, puerto alto delVolga. Demoramos poco en este lugar, en dondeabrimos nuestros cuadernos de apuntes para ano-tar lo que juzgamos de mayor importancia. Toma-mos luego un barco en la flotilla que surcaba el río, ynos instalamos en él en habitaciones propias. Real-mente, era un barco para nosotros, barco para tu-ristas y estudiantes, acondicionado elegantemente.

El Volga es el río más grande del continente euro-peo. Nace en los montes de la gran Meseta de Valdaí,hacia el norte, recorre 3.700 kilómetros y desembo-ca en el Mar Caspio. Desde su nacimiento hasta laciudad de Kazan en donde recibe el río Kama quedesciende de los montes Urales, el Volga corre hacíael oriente. Allí curva hacía el sur, y tiene en su ribe-ra, entre otras, además de Kazan, las ciudades deSamara, Saratov y Stalingrado, punto este que loacerca al río Don, para rutar al sudoriente, hacía elestuario de Astrakan, puerto del Caspio. El Volgacorta espléndidas estepas, zonas exuberantes de tie-rra negra; también adorna paisajes de singular be-lleza como el paso majestuoso que hace ante losMontes de Zhigulf.

Debo aclarar aquí, que mis frecuentes excursio-nes de trabajo y estudio en la Unión Soviética, serealizaron únicamente en la parte europea. Inclusoestuve en el Mar Blanco, y en la región samoyeda,es decir, hacía el extremo norteuropeo de la URSS.

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Cuando llegamos a Kazan, me hallaba realmente enel sitio que más me acercaba a la parte asiática delpaís de los Soviet.

El primer objetivo de nuestra visita en Kazan fuela famosa universidad donde estuvo Lenin. Visita-mos después algunas fábricas, escuelas, institucio-nes sociales y, finalmente, el Soviet. Como en losdiferentes centros de Gobierno que ya conocía, ha-bía en el Soviet de Kazan un extraordinario espíritude trabajo. Las personas que componían este orga-nismo, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, eran lasmejores energías de la producción, los udarniks másdestacados de las fábricas, de las construcciones,de los institutos docentes, de los laboratorios cientí-ficos. En la visita al Soviet, nos encontramos conunas situaciones nuevas. No hubo informe previo.El presidente se limitó a presentarnos, con un brevediscurso y un caluroso saludo, luego del cual nosdijo, muy cordialmente:

—Ahora vamos a ver qué les interesa saber a us-tedes —y agregó— en seguida podemos trabajar unpoco, y continuaremos en la noche.

El profesor nos explicó la conveniencia de pre-guntar, de preferencia, las cuestiones que pudieranservirnos, no sólo para tener una idea general de losSoviets, sino para comprender su origen popular,su estructura y su funcionamiento, para que, llega-do el momento, pudiéramos nosotros también crearen nuestros países los Soviets de Obreros y Campe-sinos, como órganos del poder político del pueblo.

Realmente, eran las cuestiones concretas las quemás podían servirnos, incluso a mí que ya conocía,en general, la vida soviética. Y, obrando en conse-cuencia formulamos muchísimas preguntas que,

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ordenadas convenientemente, nos fueron contesta-das en forma muy amplia. A continuación, tomo demis apuntes las principales preguntas con una sín-tesis de sus respectivas respuestas: Derribado elantiguo poder, en una localidad, por ejemplo, ¿aquién o a quienes correspondía iniciar la constitu-ción del respectivo Soviet?

—Desde luego, no se puede contestar conformea un patrón, es decir, a un manual que se puedaaplicar mecánicamente. En primer lugar, es claro,partimos del hecho revolucionario. Esto es, de quehay una revolución en marcha. Lo más frecuenteconsiste en que las fuerzas de ocupación designanuna Junta Revolucionaria y ésta convoca al pueblopara que elija su propio gobierno.

—¿Cómo se trata de momentos muy agitados, dequé métodos se vale la Junta Revolucionaria, diga-mos, para la mejor escogencia de los candidatos quedeban ser elegidos como miembros del Soviet?

—Como es obvio, partimos de la existencia enacción de un Partido Político que orienta y dirige lamasa. Este partido está entre los obreros y los cam-pesinos, y también en el ejército regular o de guerri-llas que opera en el acto revolución. Lógicamente, lacampaña por la Constitución del Soviet, y el mismoacto de la elección, son actividades en tal grado cons-cientes políticamente, que no pueden participar algobierno sino los mejores luchadores del pueblo,obreros, campesinos y soldados.

—¿Existió, desde un principio, el compromiso delos diputados que los obliga a entregar su creden-cial o mandato a la mesa que los elige, en el caso deque su labor no satisfaga?

—Es evidente. El sistema soviético confiere alpueblo el derecho de elegir libremente a sus voce-

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ros; pero una vez elegidos estos, no significa quehayan renunciado, ni siquiera transitoriamente, a suderecho. Y por consiguiente, el diputado sigue de-pendiendo del pueblo que le otorga su confianza y lefija tareas. Si esta confianza no corresponde plena-mente a los lectores —la que se verifica en la realiza-ción de las tareas— entonces es lógico que le retirensu credencial o mandato, y en tal caso, entra en fun-ciones el respectivo suplente.

—Sabemos nosotros que los Soviet reúnen lasdiferentes ramas del Poder Público, pero, ¿po-dríamos, tener algunos ejemplos de cómo las ejer-cen?

—Naturalmente, nuestro país tiene el Soviet Su-premo, cuyos actos tienen igual validez en toda laUnión. En este caso, el Soviet local es un órganode ejecución en lo que a él corresponda de talesactos. Existen, asimismo, Soviet Nacionales, cuyosactos —armonizados con los del Soviet Supremo—tienen validez para la respectiva nacionalidad. Exis-ten, finalmente, los Soviet Locales, —cuyos actos ar-monizados con los del Soviet Supremo y el respecti-vo Soviet Nacional— tienen validez en su jurisdic-ción, en la cual, a su vez, existen Soviets de barrio,vereda y aldea que son como propias secciones oprolongaciones suyas en las masas. Hecha esta ex-plicación, el Soviet es un órgano legislativo, ejecuti-vo y judicial. En algunos casos delega funciones,como sucede al otorgarle a un juez tareas propiasdel derecho soviético. Pero sus delegatorios no pue-den crear un poder aparte. En materia legislativatambién se delegan funciones de investigación y es-tudio a personas, que sin hacer parte de la diputa-ción, pueden colaborar con ella.

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—¿Cómo se producen las iniciativas en el Soviet?—Ante todo, el Soviet tiene funciones que le son

propias, y que por serlo están planificadas. Por ejem-plo, sus presupuestos. De conformidad con las ci-fras de control, el Soviet sabe de qué presupuestode rentas dispone. En la elaboración de las cifras esfrecuente la iniciativa que tiende a subir los ingre-sos, sin aumentar los impuestos o participación delEstado en el rendimiento del trabajo. Una máquina,digamos, produce quinientos zapatos por día. Peromejorando la relación de sus procesos técnicamen-te, o creciendo su velocidad, o creándole una nuevapieza, etc. pasa a producir seiscientos zapatos. Eneste caso aumenta el rendimiento del trabajo y porconsiguiente la ganancia social y en consecuencia elingreso del Estado. Claro que los diputados llevansus iniciativas directamente al seno de las comisio-nes y a las sesiones del Soviet. Estas iniciativas, porlo general, tienden a aumentar los programas connuevas escuelas, casas de reposo, parques, bibliote-cas, etc. Claro que la decisión final se coloca en con-diciones realistas, porque tampoco se adoptan bo-nitas iniciativas para que se queden en el papel.

—¿Qué tareas concretas tiene el Soviet de Kazan,en estos momentos?

—El cumplimiento del Plan Quincenal en cuatroaños, más aún, sobrepasar sus cifras en los cuatroaños siguientes. En este sentido, tenemos renglonesque fueron cumplidos ya, es decir, durante los tresaños transcurridos. Esto significa que tales renglo-nes llegarán al cuarto año muy por encima de lascifras planeadas originariamente.

—Nos decía usted, que personas no electas a losSoviets podían participar en la investigación y estu-

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dio de problemas legislativos ¿Con qué credencial ybajo qué condiciones pueden actuar esas personas?

—Ciertamente debo a ustedes una explicación.Desde luego, toda labor en el Soviet es de la exclusi-va responsabilidad de los diputados. Lo que pasaes que éstos pueden recibir —y en realidad reciben—la colaboración de las personas que voluntariamen-te la ofrecen. El hecho es nuevo, pero enteramentelógico. Como ustedes saben el Estado Proletario esun organismo popular de transición entre la socie-dad capitalista y la Sociedad Comunista. Este orga-nismo es cada vez más fuerte en nuestro país, nosolamente porque expresa la mayor fuerza de lanueva sociedad en desarrollo, sino porque tiene, cadavez, mayores tareas defensivas frente al cerco delmundo capitalista que pretende eliminarlo. Pero,desde el punto de vista del desarrollo histórico mun-dial, el Estado tiene qué desaparecer, y no precisa-mente por un proceso de languidecimiento, decenitud melancólica, sino de fusión de todo su vigoren la misma sociedad. El Gobierno Popular Soviéti-co es la representación de la sociedad por un núcleoo parte de la sociedad misma. Cuanto mayor sea laparticipación de las personas en el Gobierno, máscrece el núcleo, y cuando todas las personas partici-pen conscientemente en su propio Gobierno, el Es-tado habrá desaparecido.

De nuevo en nuestro barco, continuamos la mar-cha. Muy de mañana hacíamos ejercicios defisicultura sobre la cubierta. Y luego del baño, to-mábamos el desayuno, leíamos, discutíamos y orde-nábamos apuntes. Algunos jugaban ajedrez, otrosorganizaban tertulias amenas o simples corrillos derueda suelta. Antes del almuerzo, en lugares pin-

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torescos, se detenía el barco, y durante un buen ratohacíamos un gran espectáculo de natación. Despuésdel almuerzo dormíamos la siesta. Luego hacíamosligeras reuniones para examinar el aprovechamientode nuestra excursión de estudio y de recreo. Por lanoche celebrábamos asambleas generales en las cua-les tratábamos a fondo las cuestiones planteadas enlas reuniones con trabajadores soviéticos, tanto enorganismos profesionales como del Estado.

En un sitio determinado, pequeño puerto con as-pecto de aldea nueva, se detuvo el barco. Allí baja-mos y en seguida nos pusimos en marcha. Cerca es-taba un Soljos y, naturalmente, ya nos esperaban. Nosinstalamos en el comedor. La directiva de la empresanos atendió solícitamente. Bebimos té, comimos man-zanas y peras. Eran las diez de la mañana, aproxi-madamente, sin preámbulo oral, salimos hacia la es-tación de máquinas y talleres de reparación.

Un Soljos es una empresa agrícola del Estado,un poco semejante, digamos, a las «Granjas Agríco-las» o «Estaciones Agrícolas Experimentales» exis-tentes en Colombia. En la Unión Soviética, como eraobvio, estas empresas tenían una misión so solamen-te mucho más amplía, sino sobretodo, de real orien-tación e impulso al desarrollo de un tipo de produc-ción agro-industrial maquinizada, a grande escala ysobre la base colectiva, es decir, de un tipo de econo-mía socialista.

En una plazoleta estaban estacionados variostractores y diversas máquinas agrícolas de diferen-tes labores. Entramos a un salón con aspecto debodega ferroviaria en donde había cajas con repues-tos de máquinas, algunos chasis y arrumes de sa-cos con abonos. Pasamos a los talleres: yunques,

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fraguas operadas con bandas de motor, tornos,máquinas prensadoras, taladros de presión, terrajas,poleas, grúas, cadenas, etc., y por el suelo piezasrotas, resortes aplanados, motores dañados. Variosobreros que allí trabajaban, suspendieron su laborcuando nos vieron. El director del Soljos y el inge-niero jefe de la estación de máquinas, les explicaronnuestra presencia. Nos dimos las manos; se alegra-ron visiblemente al verse visitados por camaradasespañoles, y con entusiasmo gritaban: «¡Hurra! ¡Es-paña proletaria, España soviética!»

Cruzando la plazoleta por un extremo, entramosa un edificio que tenía en la portada un letrero quedecía: «No fume». Pasada la portada, el profesor queiba adelante con el ingeniero jefe, se detuvo para de-cirnos que tuviéramos mucho cuidado y no olvidára-mos que allí estaban los depósitos de gasolina. Pa-seamos diferentes secciones, y no solo vimos allí tan-ques de gasolina sino también de lubricantes, y enuna como estantería de aparadores anchos, muchascapas y botas de caucho. Salimos del citado edificiopor un puerta pequeña hacía la cual llegaban lasmáquinas a recibir el combustible y los aceites.

Estaba haciendo un sol muy bravo; no obstantefuimos al frente de trabajo en donde los tractoresremovían la tierra. Recorrimos una línea de más deun kilómetro. Se nos explicó el proceso de prepara-ción para la siembra. Y, cosa que no vimos sino me-ses después en fotografías: la diseminación de lassemillas de trigo desde aviones acondicionados conmáquinas sembradoras. Pasada la una de la tarde,llegamos de nuevo al comedor. Sobra decir que al-morzamos como arzobispos. Y sin un minuto de sies-ta, aporreados por el sol y molidos por las camina-

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tas, iniciamos los apuntes de los informes que noshicieron, el director del Soljós y el ingeniero jefe dela Estación de Máquinas.

Una síntesis de los citados informes puede ser lasiguiente: 1. el Soljós es una empresa agroindustrialque se organiza y rige por los mismos principios ymétodos de las empresas industriales; 2. El objeto yfinalidad del Soljós, consiste, solamente, en la crea-ción de modelos técnicos de producción agrícolamoderna, de forma que sirvan de orientación a loskoljós, sino también para obtener rápidamente ungran volumen de productos de amplio consumopopular, tales como el trigo, el centeno, la cebada, laavena, la remolacha de azúcar, etc. 3. El Soljós es lamejor escuela para formar y desarrollar cuadros di-rigentes de la agricultura socialista, y por consiguien-te es la forma práctica más eficaz de ayuda del Esta-do Socialista al campo, en su etapa de transiciónentre la fase económica individual y la económicacolectiva; 4. El Soljós aporta valiosos contingentesde obreros industriales, ingenieros, especialistas enciencias agrícolas y organizadores sociales al cam-po, lo que naturalmente contribuye a borrar la viejalínea divisoria entre la vida ciudadana y la vida cam-pesina. Ahora: la estación de tractores y máquinasagrícolas en general, no es una dependencia delSoljós. Tales estaciones han sido organizadas endiferentes zonas del país, y su programa puede ci-frarse así: 1. Aportar a los campesinos koljosianosmaquinarias y obreros especializados que las mane-jen y enseñen a manejarlas; 2. Facilitar a los koljósla adquisición de los equipos de máquinas necesa-rias para su trabajo; 3. Enseñar la mecánica de re-paración en sus talleres, y en general todo lo relacio-

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nado con el uso de combustibles de petróleo, aceiteslubricantes, etc.

Terminados los informes, nos cruzamos algunaspreguntas y repuestas, que omito aquí porque suesencia es la misma de las que voy a citar más de-lante. Se convino en realizar una reunión del colec-tivo del Soljós en las primeras horas de la noche, enla cual hablaron un español y un mexicano; tam-bién hubo preguntas cruzadas, por lo común encuestiones de detalle. A las nueve de la noche regre-samos al puerto, pero no para extendernos inme-diatamente en nuestros camarotes como era el an-helo de todos. Los dirigentes allí habían organizadoun mitin para esperarnos, en el club de los obreros,en donde fue necesario actuar hasta pasada la me-dianoche.

Una mañana se detuvo el barco en un bonito puer-to, muy limpio y alegre. Bajamos a tierra, subimosluego un suave declive cubierto de hierba y sembra-do de árboles. Nos hallábamos en la pintoresca ciu-dad de Ulianof, cuna de Lenin. Ulianof es una ciu-dad pequeña y tranquila, con aspecto residencial muyagradable. Directamente marchamos a la casa de lafamilia Ulianof, alejada del río. El aspecto de estacasa es modesto pero no humilde. Casa vieja peroconservada. En la calle arbolada, esta casa expresala categoría social de clase media de quienes la ha-bitaban.

Pasado el zaguán se da sobre un corredor ador-nado con plantas de jardín en materas, que tiene alfrente un patio con árboles. En la pared del corre-dor penden los mismos cuadros que tuvo allí la fa-milia Ulianof. Entramos a la salita que tiene susmuebles y frente a ellos cordones de peluche soste-

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nidos en peañas para que los visitantes no los dete-rioren. En el centro una mesita con carpeta decora-da y algunas fotografías de familia lúcidas en porta-rretratos. En una esquina un piano antiguo, y nu-merosos cuadros en las paredes, parte de los cualesfue de la familia y parte agregada al convertir la casaen Museo de la familia Ulianof. En estos cuadros seven diferentes retratos del padre de Lenin, vestidode levita estilo inglés, como entonces convenía a uninspector escolar de primera categoría. Los retratosde la madre de Lenin revelan a la dama distinguida.Alemana de origen, descendiente de la colonia agrí-cola que Catalina II radicó en las tierras negras delVolga (hoy República de los Alemanes de Volga),cultivó una vasta cultura y tuvo influencia decisivaen la formación espiritual de los hijos.

Entre la salita y dos pequeñas alcobas —que notienen ninguna novedad— hay una angosta escale-ra que conduce hasta un cuarto, construido a modode mirador. Dicho cuarto perteneció al hermanomayor de Lenin, Alexis, que siendo estudiante muyadelantado se alisto en las filas del «Populismo» ycomo tal participó en el atentado contra el empera-dor Alejandro II, acto que le costó morir ahorcado.El cuarto de Aléxis conserva el estudio del estudianterevolucionario. Libros y papeles sin orden sobre unamesa, dibujos a pluma y retratos de jefes rebeldespendientes de las paredes. Su propio retrato dice alvisitante el calibre del joven conspirador.

En la vida inicial de Lenin como revolucionario,es evidente que Aléxis, el «populista» sincero y va-liente que no vaciló en sacrificar su existencia en laempresa terrorista que juzgó indicada para salvaral pueblo de la esclavitud y la miseria, influyó pode-

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rosamente. Lenin, visionario genial, podía desdeentonces no solamente sentirse impulsado a lucharcontra la tiranía zarista, sino y principalmente con-citado a estudiar la teoría revolucionaría que reem-plazaba el atentado personal por el golpe de lasmasas, la organización de grupo por el ejército delos trabajadores, y al héroe solitario en la escena re-volucionaria por los comandos forjados en las en-trañas del pueblo.

Pronto estuvimos en Samara, importante ciudady puerto en la arteria del Volga. Demoramos allí poco,porque, según el plan, nuestra mayor estadía teníaque ser en Saratov y Stalingrado para visitar dosempresas, un sindicato y un club de obreros en don-de tuvo lugar una importante asamblea.

Nuestra llegada a Saratov —ciudad que ya cono-cía— nos presentó un aspecto muy interesante delas dificultades que para entonces tenía que vencerel pueblo soviético. Se trataba de crear en dicha ciu-dad un gran centro de producción de máquinas agrí-colas. Estaban construidos los amplios edificios deacuerdo con los mejores diseños y modernas casaspara los obreros y empleados. Pero como el país ca-recía a la sazón de los montajes mecánicos suficien-tes, fue necesario comprar a Checoslovaquia un equi-po de maquinarias gigantes que ya estaban en sussitios, debidamente instaladas por técnicos y espe-cialistas de las firmas vendedoras. ¿Pero quienesiban a operar ese espléndido equipo destinado aconstruir máquinas agrícolas modernas?

Claro que la Unión Soviética tenía ingenieros elec-tromecánicos, obreros metalúrgicos expertos y no-tables organizadores de la industria. Pero no en nú-mero suficiente. Esta era una de las dificultades de

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crecimiento que había subrayado Stalín, y que losderechistas proponían «resolver» frenando el desa-rrollo de la grande industria, y que los bolcheviquesresolvieron acelerando la preparación en masa detécnicos y especialistas.

El famoso equipo de maquinarias checas estuvopor unos meses inmóvil. Naturalmente que se hallóuna solución inmediata. Se contrató un magníficopersonal checo que, sobre la base de buenos contra-tos, buenos alojamientos y mejor alimentación setrasladó a Saratov. Bueno, los dirigentes soviéticosorganizaron casos especiales para los checos, come-dor de lujo para los checos, club e incluso diversio-nes y deportes para los checos. Todo a condiciónsolamente de que cada checo tomara a su «servicio»dos ayudantes de mano soviéticos que le hicieranliviana su labor. Desde luego, los ayudantes fueronseleccionados entre los jóvenes más inteligentes yestudiosos, de forma tal que, pasado medio año, yapodían manejar las complicadas máquinas.

Cuando nosotros visitamos estas plantas de ex-celentes maquinarias checas, estaba en función ape-nas una parte del equipo. El personal extranjero ysus ayudantes de «mano» no eran suficientes paramovilizarlo todo. Y por esta causa se veían contras-tes interesantes. Por ejemplo, entre las máquinasgigantes en reposo había una que modelaba —enacero al rojo— cortaba y numeraba determinadaspiezas pequeñas, necesarias para completar una delas máquina de los diversos modelos que ya se pro-ducían. Reunieron entonces, a varios cerrajeros dela región, y con sus fraguas, yunques y cajas de he-rramientas, los instalaron frente a la máquina gi-gante para forjar y modelar las susodichas piezas.

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Un experto cerrajero producía —sin numerarlas—cuarenta pequeñas piezas por día. La enorme má-quina que podía producir doscientas por hora ymucho menores, parecía mirarlos con tristeza hu-mana.

En esta formidable planta de maquinarias agrí-colas modernas, que semejaba una ciudadela indus-trial, trabajaba un personal de dos mil o poco más,siendo que su capacidad en plena producción esta-ba calculada para diez mil trabajadores. Y precisa-mente aquí debo mencionar un hecho que se pre-sentó en varias fábricas metalúrgicas soviéticas du-rante el período del primer Plan Quinquenal, y quetuvo lugar en esta fábrica, consistente en que, algu-nos obreros inexpertos, queriendo operar maquina-rias complicadas, las dañaban. Desde luego el he-cho no tenía la extensión que algunos periódicosextranjeros antisoviéticos le dieron, y tampoco fuesiempre el resultado de la inexperiencia, sino desaboteadores introducidos en las empresas por losagentes imperialistas.

Un contraste me hizo comprender, una vez más,que los trabajadores soviéticos, incluso los que ape-nas se iniciaban en la producción industrial, eranmás conciente s de los problemas de la construc-ción socialista que yo mismo. Por atención con no-sotros se nos asignó un comedor del restaurante delos obreros checos. Aquello era de primera. Ademásde la magnifica alimentación, había un bar de mu-cha categoría. Y, muy cerca de allí estaba el ampliocomedor de los proletarios de la región de Saratovque, siendo limpio, relativamente cómodo y no es-caso de alimentos, era notoriamente inferior. En elrestaurante del personal checoslovaco había diver-

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sos productos, tales como la crema de leche, la man-tequilla, el queso, el jamón y la mortadela que nopasaba por el comedor de los trabajadores soviéti-cos. Azúcar, té y pescado que tenía consumo res-tringido en el comedor de los trabajadores abunda-ban en este restaurante. Nosotros, los excursionis-tas, comentamos la situación, y deseando saber cómola veían los obreros del lugar, le preguntamos a untrabajador que conducía una carreta a lo largo deun pasadizo, entre dos cuerpos de la fábrica, y noscontestó sin darle trascendencia al asunto.

—Eso es necesario. Y por otra parte, no constitu-ye un sacrificio para nosotros. Si no podemos entrar,en este particular, al nivel de los técnicos, en cambioestamos ya viviendo mucho mejor que antes.

—Claro que muy pronto tendrán ustedes —le dijeyo— las condiciones que aquí están otorgando a losextranjeros.

El trabajador pensó un poco como queriendo de-cirnos mucho más, pero empujó la carreta diciendoúnicamente:

—Para eso estamos trabajando.Omito la revista que pasamos a la fábrica el pri-

mer día, así como hacer mención del extenso informeque nos presentó su director. Pero la importante asam-blea de los trabajadores, en la cual estuvieron pre-sentes varios checoslovacos, sí me obliga a extenderel espacio, sobre todo porque fue la reunión con tra-bajadores soviéticos en donde más preguntas se noshizo. La situación nos impulso a prolongar por dossesiones más dicha asamblea, a fin de poder contes-tar adecuadamente las diversas interrogaciones.

Por la circunstancia de que yo entendía el idiomaruso y luego podía oír la traducción al castellano, lo

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que me otorgaba tiempo suficiente, copié textualmenteel cuestionario, tanto de la parte de los trabajadoressoviéticos como de la nuestra. El total de preguntashechas ascendió a setenta y tres, de las cuales noscorrespondía contestar a nosotros cuarenta y seis.Juzgando de mucha importancia la mayoría de estascuarenta y seis preguntas, me pareció indicado lle-varlas después al Secretariado del Kominterm del cualhacía yo parte. Allí las traduje de nuevo al idiomaruso, y tras una breve información mía sobre las res-puestas que habíamos dado, se convino en que yomismo escribiera una serie de artículos sobre su con-tenido, de los cuales salieron publicados varios en LaCorrespondencia Internacional, órgano de la I.C.,naturalmente bajo seudónimo.

De las preguntas hechas por nosotros, paso acopiar algunas relacionadas con las dificultades decrecimiento que tenía entonces el pueblo soviético,sobre todo en aquel lugar, con el objeto de subrayarel magnifico estado de ánimo combativo de los tra-bajadores y la extraordinaria claridad de su situa-ción:

—Queremos saber, preguntamos nosotros, ¿cómojuzgan ustedes las dificultades que actualmente atra-viesa el pueblo soviético?

—Las juzgamos —contesta un obrero comunis-ta— como transitorias, como algo que debemos ven-cer en la marcha y que ya estamos venciendo.

— ¿Creen ustedes que la dificultades se podíanevitar?

—En las condiciones de nuestra URSS no —con-testa otro obrero comunista y agrega— si teníamosque construir el socialismo como condición para laexistencia misma de nuestro país, es claro que de-

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bíamos empezar creando empresas, produciendomás petróleo, más carbón, más hierro, más algodón,y simultáneamente haciendo máquinas. Lógicamen-te, esta línea de nuestras tareas, tenía que repercu-tir, por un período determinado, en el debilitamien-to pasajero de la producción de artículos de consu-mo general.

— ¿Creen ustedes que pronto se podrán produ-cir, en gran volumen, los artículos de amplio consu-mo que ahora escasean en la población?

—Es evidente —contesta un joven udarnik, miem-bro de la Organización Juvenil Comunista, quién asu vez agrega— como es claro, se trata de los pro-ductos industriales, de los trajes y los zapatos, de lasgorras y los calcetines, de los muebles y los tendidosde cama, etc. Estos artículos se producen ahora másque antes, lo que sucede es que la demanda crece másrápidamente. ¿Cuándo estará el ritmo de la produc-ción al compás de la creciente demanda? Esto suce-derá pronto cuando la industria pesada pueda dotarde equipos suficientes a la industria ligera, cuandoaumenten las manos expertas.

—Consideramos muy buena la explicación queprocede, pero ¿quién desea ampliarla un poco en re-lación con los productos alimenticios?

—Por cierto —dice una obrera sin partido, un pocoentrada en años— yo quería decirle que aquí pasa-mos dos meses sin azúcar, pero nadie se murió poreso. Endulzábamos el té con manzanas. Ahora ya te-nemos azúcar. La carne de res está escasa pero tene-mos pescado. Realmente queremos estar mucho me-jor pero no es porque estemos mal. ¿Quién ha dichoque aquí se muere alguno de hambre? Lo que salta ala vista es que pronto tendremos abundancia de todo.

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—Magnífico. Diganos ahora, ¿cómo marcha elproblema de las habitaciones?

—Allí tenemos una brecha más honda —nos diceun viejo guerrillero, comunista y udarnik. Aquí seconstruye rápidamente, pero es que la gente de lasaldeas se viene volando. Empieza uno un grupo dehabitaciones para la gente que las necesita y cuan-do acaba, hay mucha más gente sin habitación. Peroes que al mismo tiempo es necesario construir es-cuelas, clubes, edificios para las cooperativas, etc.Es que cuando todo está creciendo, nos cuesta darabasto.

—¿Qué labor de educación general y profesio-nal realiza la fabrica con el personal nuevo de traba-jadores?

—Esa labor pertenece al sindicato —nos cuentasu presidente, obrero metalúrgico, comunista, y nosexplica —el personal de la fábrica está incorporadoen diferentes grupos de estudio. Los obreros con al-guna experiencia profesional están mejorando susconocimientos en los cursos técnicos dictados poringenieros y especialistas; los trabajadores que ape-nas se inician en la vida industrial, reciben clases deinformación general, de la industria y de capacita-ción profesional. Para esta tarea de urgencia, tiene lafábrica un taller de aprendizaje. Y, finalmente, exis-ten grupos de educación sindical, que preparan a losnuevos obreros para ingresar a la organización.

—Según eso —le interrogamos al jefe sindical—¿el obrero que ingresa a la fábrica no puede afiliarseinmediatamente al sindicato?

—Ante todo, nos contesta, pertenecer al sindica-to es un acto voluntario. Pero los nuevos obreros engeneral lo desean. Naturalmente, la organización

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exige cierta conciencia y por lo menos un mínimo debeligerancia, condiciones que muchos no reúnencuando proceden del campo. En este caso es nece-sario que la organización les ayude a despertar, aentender el carácter de los sindicatos soviéticos ysus tareas actuales.

—A propósito de los sindicatos soviéticos —lepreguntamos— ¿podría darnos usted una definiciónsobre su carácter y sus tareas actuales?

—Desde luego, habiéndose abolido de raíz el ré-gimen social basado en la propiedad privada, noexisten por consiguiente clases patronales, esto es;burguesía industrial y terratenientes semifeudales yKulaks que exploten, mano de obra. Por otra parte,nuestro estado no es un empresario de las clasesdominantes como sucede en el sistema social capi-talista. El estado nuestro es una organización repre-sentativa del pueblo, creada y sostenida por los tra-bajadores, en su propio beneficio. En estas condi-ciones el carácter de los sindicatos no puede ser sinoel de agrupación, educación e impulso de las masaspor el camino del progreso, es decir, como organis-mos de trabajo conciente pro socialistas, como esobvio, las tareas actuales de los sindicatos soviéti-cos están determinadas en el Plan Quinquenal, queno es como ustedes lo saben, un programa de reali-zaciones materiales solamente sino de crecimientogeneral de nuestra sociedad.

—Como aquí se trata —preguntamos— de unafábrica nueva, con personal nuevo ¿sí existe una con-ciencia común de que pertenece a los trabajadores?

—Claro, porque sino fuera así ¿en donde estabael dueño? contesta una obrera joven, sin partido perode la directiva del sindicato.

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—Bueno —dice un obrero, entrado en años, co-munista y udarnik—. Esa respuesta es correcta perocorta, seca, y… yo quiero decir algo más. La fábricaes nuestra, es decir, de los trabajadores que la he-mos construido y estamos luchando para ponerlaen marcha. Esto es exacto en nuestro país. Pero tam-bién pertenece a todos los trabajadores de la URSSrepresentados en el estado que nos están ayudan-do. En esta forma, es de la sociedad socialista a lacual nosotros pertenecemos.

—Así se habla —subraya el viejo guerrillero quecontestó al punto sobre habitaciones— así se habla.Pero no se ha dicho todo. Claro que vienen perso-nas del campo, que no entienden desde el primerdía el asunto. Pero el sindicato les explica. Además,el Partido está fijando todos los días un gran perió-dico mural que muestra, a lo vivo, con dibujos, cari-caturas y leyendas, que nuestro trabajo no se va a lacaja de ningún rico que viva, derroche y capitalicenuestro esfuerzo.

—Estamos enterados de la organización y direc-ción de las empresas soviéticas, pero deseamos queustedes nos digan ¿cómo funciona la dirección devuestra fábrica?

—No hay aquí ninguna novedad —nos contestael dirigente comunista—. El sistema de direcciónsoviética se basa en el triangulo. Esto es: de un re-presentante de la industria respectiva (en este caso,la industria metalúrgica) especialista en la materiaque, hablando en rigor técnico, representa la fábricay es su administrador; de un representare capacita-do del Partido Comunista que representa la fuerzade orientación, control y vigilancia del sistema so-cialista de nuestro país, y de un dirigente sindical,

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representante de la masa de trabajadores, obligadodirectamente a responder por su mejoramiento ma-terial y cultural.

-—--¿No se presentan divergencias en eltriangulo? —preguntamos al dirigente comunista.

—Seguramente— nos contesta, y agrega— Desdeluego que divergencias de principio no se presentan.Tenemos, a veces, diferentes modos de ver los aspec-tos de coordinación entre los intereses colectivos ylos personales o de familia. Por ejemplo: quisiéramosmejorar más rápidamente las condiciones del perso-nal, pero este anhelo justo depende del crecimientogeneral del sistema social soviético y también del cum-plimiento concreto de nuestros problemas en la fá-brica. En estos casos puede haber divergencias tran-sitorias. Pero estas divergencias no se ahondan sinoque se solucionan, pidiendo la intervención de orga-nismos superiores que aclaran satisfactoriamente lasdificultades de entendimiento.

Un jefe comunista, encargado de los deportes enla fábrica, que durante las reuniones con los traba-jadores había estado al lado del traductor, explicán-donos las características principales de las perso-nas que habían planteado o contestado preguntas,nos advierte que la comisión de un koljós cercanoque había quedado de venir por nosotros, nos esta-ba esperando. Esto sucedía un día de descanso, peronuestro programa no podía estar sujeto a interrup-ciones prefijadas. Y, mientras marchábamos por uncampo de centeno maduro, reflexionaba yo sobre unhecho: ¿por qué los trabajadores sin partido, en lafábrica metalúrgica de Saratov, se habían mostradopoco activos en el planteamiento y contestación depreguntas? ¿Además, por qué tuvieron más interés

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en preguntarnos cuestiones que en contestarnos?Desde luego, la reflexión me condujo a una explica-ción muy clara: siendo aquella una empresa nueva,con personal nuevo todavía en la vida industrialsoviética y en general poco desarrollado desde elpunto de vista cultural, era lógica cierta timidez queal mismo tiempo expresaba sentido de responsabili-dad. Por otra parte, ¿no están los comunistas obli-gados a ser el activo primero de la masa laboriosa?

Y, como un paréntesis, quiero explicar aquí comoestaban distribuidos entonces los días de descansoen la URSS. No regía la semana nuestra, incluso losdías habían perdido mucho la importancia de susnombres. La semana soviética era de cinco días detrabajo y uno de descanso, es decir el sexto. Se des-cansaba el seis, el doce, el dieciocho, el veinticuatroy el treinta. Los meses de treinta y un días daban suúltima semana de seis. De todos modos, la vísperadel día sexto se hacían compras especiales, se pre-paraban paseos, programas de diversión, se viaja-ba en las tardes a casas y quintas de descanso, y porlas noches tenían lugar asambleas de mayor impor-tancia, se asistía a los nocturnos de teatros y cines,y, en fin, se podía distraer un poco el tiempo. Estearreglo especial de la semana soviética, además dela disminución general de las jornadas de labor: 6, 7y 8 horas, conforme al carácter del trabajo, procura-ba a los obreros y empleados muchísimo más des-canso que cualquier otro país del mundo. Como esobvio, a los clérigos ortodoxos no les agradaba quelos días domingo fueran borrados literalmente, por-que tales días podrían producir todavía algunosrubros en el mercado de la fe.

Reanudando mi relato, quiero decir apenas quevisitamos brevemente el koljós, y que después de

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un mitin celebrado en una escuela, salimos paraocupar de nuevo nuestro barco que había de mar-char ahora directamente a Stalingrado.

En un sitio intermedio entre Saratov y Astrakán—puerto del Mar Caspio—, en donde el Volga formaun gran codo hacia el occidente, en un espléndidopaisaje que fue antes asiento de la Aldea de la Zarina,se alza ahora la moderna Stalingrado. Por la situa-ción del Volga en aquel lugar, cercado por el río Donque forma otro gran codo hacia el oriente, que ade-más de crear así la puerta de entrada al Caucaso delNorte reúne la población de la ensenada geográficadel Asia que avanza del Oral, la antigua Aldea de laZarina constituía un nudo de carreteras y ferrocarri-les afluentes que le daban una importancia estratégi-ca especial en la guerra y en la paz.

A raíz de la Revolución victoriosa de 1917, de laalzada en armas de los generales del zarismo y de lainvasión de los ejércitos imperialistas de catorce paí-ses, la Aldea de la Zarina se convirtió en un objetivomilitar de primera magnitud. En la región campea-ban las guerrillas rojas, valientes, indomables, peronaturalmente mal armadas y escasas de abrigo y ali-mento. Los jefes de la contra-revolución alinearon sustropas hacía el codiciado objetivo, y fue en aquellosdifíciles momentos cuando Stalin, estratega tambiénen la guerra de guerrillas, dirigió victoriosamente lacampaña del Volga en aquel sitio yugular del grandestino histórico de la URSS. El pueblo Soviético, enhomenaje justo a su esplendido conductor, llamó acer-tadamente la nueva ciudad socialista, Ciudad deStalin. Es decir, Stalingrado. Entraba el otoño de 1932cuando llegamos, a la famosa ciudad. En aquel año,Stalingrado era una ciudad en construcción pero ya

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tenía la más grande fábrica de tractores de la URSStrabajando a pleno rendimiento. Y en general, nues-tra estadía de una semana en la Ciudad de Stalin, ladedicamos al estudio de aquella admirable estructu-ra fabril, en torno de la cual giraba realmente la po-blación del lugar.

Oídos los informes del triángulo, y luego de ad-quirir toda clase de conocimientos relacionados conel montaje, con los índices de producción fijados enel Plan Quincenal, etc., fuimos a recorrer la fábrica,sección por sección. Empezamos por la Plazoleta ylas bodegas en donde se recibían y almacenaban lasmaterias primas que llegaban allí por ferrocarriles.Pasamos después a los pabellones de modelación yen seguida a las fundiciones. Todo aquello era ad-mirable y naturalmente digno de ser descrito conamplitud, pero yo no puedo, aquí como en otros ca-sos, sino hacer de ello mención.

Entramos a lo que pudiera llamarse el primer es-labón de la extensa cadena que nos iba a demostrarel proceso completo de cómo nace un tractor. Gransalón de máquinas montadas en hierro y cemento;grandes grúas como brazos gigantes alzando y ba-jando piezas, motores y armazones de acero, poleasrodando por los enrielados laterales de las altas cor-nisas para que las vigas o puentes de metal circula-ran su carga a los sitios de trabajo; plataformas quehacían su entrada sobre paralelas que dibujaban elsuelo, y por el centro una sólida banda o cadena deplanchón que unía en movimiento constante todoslos puestos del proceso de la construcción, en este ymuchos otros salones semejantes.

En un sitio vimos pasar sobre la cadena un cha-sis como una salamandra muerta; en otro un cigüe-

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ñal, después unas bielas; más adelante esta arma-zón trepaba en ruedas, se revestía de planchas me-tálicas, cargaba un motor, elevaba una chimenea, ymuy lejos, ya, un motorista subía al pescante, surtíala máquina de combustible y lubricantes, presiona-ba los pedales, encendía la chispa, y justamente don-de se acababa la cadena salía el tractor sonando sumotor por un parque de estacionamiento. ¿Qué tiem-po demoraba el proceso de nacimiento de una má-quina de tal naturaleza? Pocos minutos ¡Se podíaencender un cigarrillo cuando uno salía, y no se ha-bía botado la colilla cuando asoma por la ruta, so-nando su motor, otro!

Desde luego que a los sitios de la extensa cadenaen donde los obreros especialistas estaban conec-tando piezas, armando el tractor, llegaban esas pie-zas exactamente fundidas, forjadas, torneadas, la-minadas y en mil formas acondicionadas, de las di-versas secciones de la fábrica que trabajaban con-forme un diseño de máquinas sometidas a la pro-ducción en masa.

En Stalingrado asistimos a reuniones del perso-nal por secciones y también en conjunto del colecti-vo. Tratamos separadamente las cuestiones propiasdel Sindicato y del Partido, e incluso de asociacio-nes culturales y deportivas. Y, como por esos mis-mos días tenía lugar la XVII Conferencia Pan-So-viética Bolchevique, que puso bajo su estudio elmomento histórico en el proceso del desarrollo so-cialista en la URSS, aprovechamos para plantearante los obreros diferentes materias que dicha con-ferencia examinaba y que conocían ellos en lo gene-ral. Transcribo aquí algunas de esas cuestiones tra-tadas en una reunión con los comunistas:

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—¿Queremos saber —preguntamos nosotros—en cuántas categorías están clasificados los obrerosen la fábrica?

—Ante todo —nos contestaron— queremos dejarsentado, que las clasificaciones en la producción nose congelan. Esto es, que un obrero, al ocupar unpuesto determinado en el trabajo, no está obligado aestar allí determinado tiempo. Nuestro sistema, eneste particular, es operativo y se mueve constante-mente, por ejemplo: si un trabajador del campo entrahoy a la fábrica, sin ninguna noción de la producciónindustrial moderna, se le clasifica como bracero, y porconsiguiente pasa a la primera escala, o sea la de obre-ro raso. Su director lo pone, digamos, a mover des-perdicios metálicos de un sitio a otro. Naturalmentelo está observando, y conforme sea su actitud labo-riosa, su interés, etc., puede ser que al día siguienterealice un trabajo semejante pero ya en los salones demáquinas, lo que implicaría cierta responsabilidad ypor consiguiente un paso que podría llevarlo rápida-mente a una segunda escala de clasificación. Estasescalas son actualmente diecisiete.

—¿Qué relación tienen estas escalas profesiona-les con la medida de los salarios?

—Es, exactamente, en los salarios donde más cla-ro se puede ver la cuestión. Claro que ustedes cono-cen el principio propio de la presente etapa, en lacual se paga el trabajo conforme su cantidad y sucalidad. De acuerdo con este principio, el nivel deproducción de los trabajadores que llegan por pri-mera vez a nuestra fábrica, resulta por debajo delnivel mínimo de vida que tiene hoy la población, locual hace necesario que las empresas dediquen unapartida especial del fondo social, tendiente a com-

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pletar ese nivel mínimo de existencia, que, como seve, equivale a completar el salario mínimo de losobreros. Ahora, el salario medio es ya el que permitevivir en el promedio de las condiciones soviéticas, ylos tipos superiores los que permiten vivir gradual-mente mejor, e incluso ahorrar.

—Conocemos teóricamente lo que es el salario enel derecho burgués, y naturalmente concebimos suproceso de extinción en el tránsito de la sociedadcapitalista a la sociedad comunista. Sin embargo,querrían darnos ustedes algunos ejemplos de ¿cómose opera actualmente dicho proceso?

—Lo primero que debe quedar sentado y que us-tedes saben es que los salarios en la Unión Soviéticano son, ni por su naturaleza esencial ni por su for-ma, algo semejante siquiera a los salarios del mun-do capitalista. El salario de la Unión Soviética semodifica constantemente, y realmente es apenas unaparte complementaria de la retribución al trabaja-dor. El salario burgués es una expresión formal quetiene por objeto ocultar la explotación, disfrazar elsistema de explotación de una parte considerablede la fuerza creadora del trabajador. Al comprar opagar con estos salarios las cosas necesarias en lavida de la familia obrera, se descubre su valor real osea la medida patronal tendiente a conservar lamaquinaria humana que les produce energía paramover sus fábricas. El sistema social soviético, alorganizar la producción bajo principios socialistas,establece como norma la distribución de la produc-ción en forma que vaya atendiendo, continúa y pro-gresivamente a todas las necesidades materiales yculturales de los trabajadores. Es decir, en lugar deentregar al obrero un salario nominal para que lo

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lleve a un mercado de monopolistas y especuladores,en donde recibe a cambio de él apenas una parte delas cosas que necesita y desea, nuestro sistema dis-tribuye directamente esas cosas, y no las peores por-que no somos «clases inferiores».

—Como es evidente, el salario soviético no sepuede apreciar por la cantidad de rublos que recibael trabajador. Pero, ¿esta cantidad está en relacióncon las mercancías vendibles y por consiguientecomprables para la población?

—Desde luego, la cuestión exige una explicación:actualmente tenemos producción de artículos quellenan casi completamente las necesidades del con-sumo, sobre todo en materia de alimentos. Tenemosuna producción transitoriamente insuficiente en te-las, zapatos y otras manufacturas. El ritmo de lasedificaciones es inferior a las nuevas exigencias dela población. Algunos productos, no esenciales peroque la capacidad de consumo popular ya los recla-ma, se producen muy limitadamente. En este pano-rama del momento, es lógico que los rublos entrega-dos como complemento de la retribución del traba-jo, correspondan apenas en forma relativa a lasmercancías vendibles. Por estas circunstancias exis-ten ciertas restricciones necesarias pero transitoriasen el mercado, que tampoco es un mercado de tipocapitalista.

—Sabemos que la clasificación gradual de los tra-bajadores en escalas que obedecen a la cantidad ycalidad de su capacidad productiva, tiende a esti-mular el desarrollo de esa capacidad, pero, ¿no existela tendencia a ver en esta orientación el propósitode inclinar el obrero hacía una educación técnica,profesional de preferencia?

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—Una división entre la preparación técnica profe-sional y la cultura soviética en general, no es posibleen nuestro país. Hacer buenos técnicos de profesio-nes y al mismo tiempo personas ignorantes en lasciencias políticas y sociales, es propio de la sociedadburguesa que procura mantener los llamados cono-cimientos superiores como privilegio para sus clasesdominantes. En la URSS no se deforma la personali-dad en moldes tan estrechos. Aquí la ciencia es delpueblo, y las personas que trabajan bien pueden ad-quirir, y en realidad adquieren, una buena cultura quetambién pueden especializar.

—En muchas fábricas hemos visto las iniciativasde los obreros tendientes a mejorar diferentes aspec-tos de la organización y producción de las empresas¿Sucede en Stalingrado algo semejante?

—Desde luego. En cada sección de la fábrica es-tán los buzones en donde los trabajadores depositansus iniciativas y proposiciones. Estos buzones seabren frecuentemente, y su contenido pasa a consi-deración de una comisión especial dedicada al estu-dio cuidadoso y serio de cada idea presentada porlos trabajadores. En esta forma se han obtenida mu-chísimas mejoras en las fábricas y grandes inventos.Algunos obreros han demostrado tal capacidad in-ventiva, tal interés por el estudio, que inmediatamen-te han sido enviados a los institutos apropiados.

—Volviendo un poco atrás y como cuestión final,díganos ustedes, ¿cómo emplean los trabajadoressus ahorros?

—Ante todo, los llevan a los bancos donde perci-ben beneficios con carácter de estímulo. Inviertenparte en los empréstitos industriales del Estado.Ceden cuotas de solidaridad con los trabajadoresperseguidos en el mundo capitalista. Hacen gastos

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especiales en prendas de vestir, en libros, en mate-riales de estudio, etc. Naturalmente, un buen traba-jador puede darse una buena vida, conforme el con-cepto de lo bueno en nuestro país. Claro que aquíno termina la función del ahorro visto desde el pun-to de vista personal. Un trabajador puede adquiririncluso, una elegante quinta para vivir en ella, o parapasar sus días de descanso y recreación. La vidasoviética no tiene límites que recorten ninguna justaambición de la persona dentro de la sociedad.

De regreso a Moscú, y de nuevo los estudiantesencarrilados en sus cursos, vino para mí un momen-to de mucha importancia, que fue la invitación paraque asistiera a la sección colonial de la AcademiaComunista, en donde Luís Carlos Prestes, «el caba-llero de la Esperanza» como después lo llamó Ban-Min, dictaría un ciclo de conferencias en torno de larevolución democrática destruida y frenada en elBrasil, en la tercera década de nuestro siglo, y de lacual había sido él figura principal.

Yo conocía a Prestes muy vagamente. Primero,cuando resonó su nombre a través de las selvas bra-sileñas, y después cuando lo vi en Moscú, trabajan-do en su profesión de ingeniero. Prestes era enton-ces un simpatizante comunista. Recibía trato de con-sideración, ocupaba un apartamento en el HotelLuz, en la calle Gorki, acondicionado a la sazón paraextranjeros. En el curso de su conferencia nos hici-mos buenos amigos. Una hermana de Prestes tra-bajaba en la sección técnica del Komintern, en cali-dad de mecanógrafa, modesta y culta dama que mehonró también con su amistad.

Prestes me inspiró rápidamente estimación y con-fianza. Modesto como la hermana, serio, estudioso,

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de vida sencilla y trato sumamente amable. Prestesera de estatura un poco más que mediana. Mestizopálido y entonces con expresión de hombre minadopor alguna endemia tropical. Reservado, con ciertatimidez que hacía difícil descubrir en él al bravo ca-pitán que había llevado su famosa columna de gue-rra más allá de su inmenso país, y al jefe comunistaque pudo convertirse desde 1936 en la primera figu-ra revolucionaria del continente americano.

En un magnifico salón del edificio de la Acade-mia de Moscú, decorado con motivos coloniales, quetenía al centro una mesa rodeada de sillas para cua-renta o más asistentes, Prestes fijó un amplio mapadel Brasil sobre un tablero y, provisto de una varita,empezó a presentar ese océano verde que constitu-ye su país. Nos hizo un breve resumen histórico, apartir de 1500, año de la conquista portuguesa, supaso a la dominación española en 1580; la invasióny dominio holandés en 1624 y su regreso a la coronade Portugal en 1648; su independencia o simple se-paración geográfica en 1822, y la proclamación dela república en 1889. Nos habló de los levantamien-tos insurreccionales de las masas campesinas e in-dígenas a través de la historia, y sobre todo del mo-vimiento libertador de los negros dirigidos porZumbí, el famoso caudillo de su pueblo.

Brasil —como todos los países de América Lati-na, pero con mayor fuerza por tratarse de un terri-torio casi ocho veces más grande que Colombia—entró desde fines del siglo XIX en el campo de ope-raciones del imperialismo moderno que, naturalmen-te, le frenó el curso de su desarrollo, consolidandosus oligarquías feudales, imponiéndole el monocul-tivo como desfiguración a su economía estructural

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y, como es lógico, invadiendo su mercado y adue-ñándose de las materias primas. Este imperialismoyanqui y su aparición en la lucha de competenciapor las inversiones en empréstitos, por el mercadode colocación de sus manufacturas, por la explota-ción directa de las materias primas esenciales, porel empleo de mano de obra barata, etc., enfrentó alos imperialismos rivales, hecho éste que produjo ladivisión en grupos o camarillas de los oligarcas bra-sileños, en razón de los intereses y ambiciones delos imperialistas (Al presente, el imperialismo yan-qui tiene los timones de comando en el Brasil comoen toda América Latina).

Desde entonces —decía Prestes— toda disputa,todo golpe de fuerza desatado por arriba, era nece-sario examinarlo desde el punto de vista de los inte-reses imperialistas en disputa, porque antes que lospropios intereses de las clases dominantes del Bra-sil —que naturalmente juegan un papel importan-te— los grupos o camarillas nativas sirven de prefe-rencia los intereses extranjeros. En estas condicio-nes, los gobiernos de Brasil que resultan de campa-ñas influenciadas por el dólar o la libra esterlina, opor cuartelazos o maniobras realizadas a espaldasdel pueblo, son gobiernos al servicio de intereses y,solamente en esa dirección, representativos de inte-reses oligárquicos nativos que les son subalternos.

Explicó Prestes el juego político de las camarillasen los últimos tiempos (hasta 1930 año en que su-bió al poder la que encabezó Getulio Vargas), y lue-go inició la historia del levantamiento popular en elcual formó la columna que llevó su apellido. En estepunto —abordado en la segunda conferencia de suciclo— planteó el aspecto militar, estratégico y tácti-

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co de la campaña. En la tercera conferencia subrayóla política de las masas, a causa de la cual ganó sucolumna un espléndido prestigio, principalmenteentre el campesinado. En la cuarta y última expusolas causas de la derrota y sus experiencias históricas.

Omito mencionar siquiera aquí muchos episodiosbrillantes de la campaña que dirigió Prestes, en gra-cia de la brevedad a que estoy obligado en estos re-latos. Digo únicamente, que después de varios añosen que se batió invicta pero en repliegue la heroicaColumna Prestes, falta de movimientos coordina-dos de su genero en el país y en general de condicio-nes inmediatas propicias a la victoria en la nación,cruzó el estado de Matto Grosso y se internó en laRepública de Bolivia, en donde fue disuelta. Prestesemigró a la Argentina y luego de un período de resi-dencia allí, viajó al país de los Soviet.

Por esta época de mi estadía en Moscú llegó unode los dos mejores dirigentes revolucionarios argen-tinos —hermanos ellos— con el propósito de hacerun curso especial de práctica en los organismos di-rectivos de la Internacional Comunista. Lógicamen-te, fue agregado a nuestro secretariado y por consi-guiente nos hicimos buenos amigos. El dirigente ar-gentino era un hombre culto, modesto, estudioso yde magníficas cualidades personales. Un día recibi-mos el encargo de traducir, en colaboración, el librodel líder francés André Martty titulado «La Insu-rrección del Mar Negro».

El argentino y yo dispusimos el plan de trabajo,que consistía en reunirnos dos horas en la noche:Yo leía el texto, del francés directamente al castella-no, y él —que era perito en gramática— copiaba midictado debidamente ajustado a las exigencias del

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idioma. Terminada cada página de la traducción, elargentino leía en voz alta y, «¿Qué dices, che»? medecía. Bueno, algunas veces discutíamos sobre el«che», es decir, sobre ciertos modismos rioplatensesque yo juzgaba innecesarios emplear, existiendo vo-ces y giros de mejor factura en el lenguaje cervantino.Condescendiente conmigo, terminábamos estas dis-putas siempre bien, él bebiendo su infusión de hier-ba mate por un tubito de plata que cargaba consigo,y yo saboreando mi vasito de té.

Terminamos de traducir el libro de Martty quecontenía alrededor de setecientas páginas, y al díasiguiente recibimos ¡mil doscientos rublos de paga!¡Realmente nos pareció mucha plata! Y cito estepunto para indicar que ningún trabajo en la UniónSoviética se realiza sin remuneración, excepciónúnicamente de los «subocniks» o especie de «convi-tes» (como se dice en Colombia). Un trabajador deuna empresa o institución puede hacer un trabajodiferente a su profesión, sin alterar en lo más míni-mo su estipendio.

Pero si trabaja horas extraordinarias o realiza ta-reas especiales, le son debidamente pagadas. Por ejem-plo: yo escribía con frecuencia en los periódicos y cadafin de mes recibía mil rublos por este concepto.

Los últimos meses de 1932 fueron saturados pordos hechos que vinieron a recargar mi trabajo ex-traordinariamente. El primero fue el asalto del im-perialismo feudal y militar del Japón en laManchuria, que no solamente significaba la mutila-ción de China realizada a la sombra delquintacolumnismo reaccionario, sino una francaamenaza de la guerra imperialista mundial contrala Unión Soviética. El segundo fue el incidente del

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Amazonas en el puerto colombiano de Leticia, quelos dirigentes de la política comunista miraron comouna chispa que podría cuajar en guerra, precisamen-te en una región en la cual confluyen cuatro países yque los imperialistas podrían aprovechar para ven-der armas, colocar nuevos empréstitos, consolidarcamarillas de confianza en los gobiernos, aumentarsus ventas en los mercados y sobre todo, ampliarsus concesiones territoriales en las zonas de mate-rias primas esenciales.

El asalto a Manchuria puso en expectativa alpueblo soviético. Las bases militares del lejano orien-te fueron reforzadas. Las empresas para producirmateriales de defensa en el Asia Central recibieronun fuerte impulso. Las nuevas ciudades y concen-traciones de trabajo en la parte oriental pasaron alprimer plano de la actividad soviética. Pero sobretodo fue poderoso el despliegue político denuncian-do ante el pueblo la marcha de los imperialistas ha-cia las fronteras del URSS en el Asia. En esta tareapolítica se movilizó el Partido, y no quedó uno solode sus miembros sin entender que los imperialistasjaponeses atraían la atención de la Unión Soviéticahacia el oriente, con la idea de debilitar la fronteraoccidental que deberían atacar, en acción coordina-da, los comandos del fascismo europeo. No quedóuna sola persona del inmenso país de los Sovietsque no fuera incorporada en las organizaciones mi-litares y civiles que paraban ideológica y práctica-mente la defensa de la patria. Yo mismo estuve in-corporado al manejo de armas, y en tal carácter par-ticipé en diversas pruebas de fusil y ametralladora.

Naturalmente, el incidente de Leticia no podíapasar de las esferas de información y de los círculos

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de estudio, pero mi condición de colombiano y demiembro del Secretariado Latinoamericano delKomitern, me convirtió en la fuente de todo conoci-miento, que por otra parte no era mucho, por tratar-se de una región amazónica casi desconocida en-tonces, incluso para los hombres de estudio en Co-lombia. ¿Qué era en realidad el disputado trapecioamazónico de Leticia? ¿Qué importancia real teníala región del conflicto, desde el punto de vista de-mográfico, económico y político? ¿Qué significaciónmilitar, estrategia fundamental podría tener la selvade los viejos caucheros de la Casa Arana? ¿A dón-de podría conducir la chispa que había estalladosorpresivamente? De todos modos, estosinterrogantes flotaban por las oficinas de informa-ción, por los círculos de estudios internacionales ypor los institutos de investigación, y naturalmente,allí estaba yo que además de colombiano ocupabauna posición que me obligaba a «saber todo».

En mí opinión, el asalto de los guardas peruanosal pueblo desguarnecido de Leticia, tenía por fin in-mediato agrandar y hacer popular al entonces pre-sidente del Perú, personaje mediocre y muy débil-mente afianzado entre el pueblo. Al mismo tiempo,el gobierno de Colombia que se hallaba en serias di-ficultades económicas y políticas internas, podíaservirse del incidente para inflamar el patriotismo ya sus sombras adquirir armas y dinero que le sirvie-ra como respuesta a la oposición agresiva que semovilizaba en el país bajo el comando de LaureanoGómez. Naturalmente, el plan así concebido queda-ba sobre medias del imperialismo yanqui, en crisispor falta de compradores y de firmes solventes quele reclamaran empréstitos a crecido interés, porque

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vendería armas a los dos Estados en «guerra», lescolocaría nuevos dólares, engordaría a sus «hombresde confianza» y obtendría de ellos mayores camposde dominio en los mercados, en la explotación de lasmaterias primas, de las empresas de servicio públicoy de la mano de obra barata de Colombia y Perú.

De la llegada del nazismo al poder enAlemania hasta el proceso de Leipzig

El 30 de enero de 1933, gracias al éxito de las elec-ciones que le habían financiado los magnates alema-nes y extranjeros —los Deterding, los Thyssen, losKrupp, los Schoroeder, Farben, Schacht, Stines, etc.—ocupó la cancillería en el gobierno de Berlín, AdolfHitler, que significaba en realidad asumir todo elmando bajo la forma de una dictadura terrorista. Lacarta constitucional de la república burguesa firma-da por Weimar a raíz de la caída del imperio, habíamuerto ya en las manos de Hindeburg que propicióla marcha del nazismo hacía la toma del poder. Losacontecimientos políticos de Alemania, que significa-ban un estimulo a las huestes nazi fascistas en elmundo capitalista, principalmente en Europa, eranal mismo tiempo un avance poderoso en la prepara-ción de la guerra contra la URSS. En estas condicio-nes era lógico que la política soviética fuera reforza-da. En el frente de la producción se puso mayor acentoa los renglones relacionados con la defensa. En el fren-te general del trabajo se aumentaron los ritmos. Seredobló la vigilancia bolchevique en el país, y se so-metió a prueba de capacidad teórica y práctica a losmiembros del Partido Comunista.

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Y, como estoy dando un resumen de lo que vi, delo que oí y de lo que entendí en la Unión Soviética,debo decir aquí la actitud solidaria del pueblo rusocon el pueblo alemán. En primer lugar, los dirigen-tes comunistas soviéticos hicieron grandes esfuer-zos por ayudar políticamente a los dirigentes comu-nistas alemanes en su difícil tarea de frenar el na-zismo, de hacerle resistencia, de organizar su derro-ta. Estos esfuerzos no fueron coronados con el éxitoinmediato a causa de factores que sería prolijo citaren estos relatos. En primer lugar, desde luego, a cau-sa de que los nazis alemanes no llegaban al podercon una fuerza limitada en sus fronteras sino comola vanguardia de la contrarrevolución mundial, he-cho que a su vez los convertía en centro de la pla-neada guerra de «exterminio de los Soviets».

El pueblo de la Unión Soviética recibió con los bra-zos abiertos a los perseguidos del nazismo que logra-ron escapar, y simultáneamente se colectó dinero yfomentó la creación de organismos de ayuda a losprimeros prisioneros políticos en el territorio alemán,a las viudas y huérfanos de los revolucionarios caí-dos en la lucha por la libertad. A este propósito esmuy interesante un episodio que debo mencionar:

Como es sabido, la propaganda antisoviética hasido construida siempre sobre la más burda desfi-guración de la realidad, utilizando sin ningún res-peto a la verdad, toda clase de calumnias, infamiasy vilezas. Hitler quería dar la nota más alta en esteparticular, y tanto él como su coro de aduladores, seempeñaron en gritar a través de toda Alemania la«terrible esclavitud, miseria y hambre» que los ale-manes del Volga «estaban padeciendo bajo la dicta-dura soviética». Con este lenguaje, los jerarcas del

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nazismo organizaron una cruzada, tendiente a re-colectar dinero, prendas de vestir, y otros objetos quepudieran «remediar en algo los sufrimientos de sushermanos arios, víctimas de la satrapia stalinista».

La colecta nazi tuvo éxito. Pero simultáneamen-te, los alemanes soviéticos del Volga se indignaroncon la horda de bandoleros de Hitler, y acordaronjugarle una partida que le quemara los tuétanos.Nombraron una comisión que fuera a Berlín a reci-bir el rico presente y que una vez en posesión de él,¡lo distribuyera entre los organismos alemanes queluchaban contra el nazismo! El asunto, como sepuede comprender, fue muy comentado en la UniónSoviética y al mismo tiempo silenciado completamen-te en Alemania.

El jefe principal del pueblo alemán, camaradaThaelmenn, a quien ya había conocido en diferentesocasiones, fue arrestado por los nazis pero no asesi-nado inmediatamente como ellos lo deseaban, debi-do a su prestigio entre las masas. Thaelmenn, quede obrero en Hamburgo se había colocado en el pri-mer plano de los líderes comunistas de Europa, tuvoque ser remplazado por Wilhelm Piech, inteligente einstruido hombre de combate que afrontó la luchailegal de su partido bajo el terror nazi y que sigue alfrente de los alemanes que anhelan una patria inde-pendiente regida por sus Soviets.

Entre los numerosos alemanes que se vieron for-zados a refugiarse en la URSS conocí a ClaraZénclien, veterana revolucionaria, cargada de añosy de merecimientos. Esta impetuosa mujer que supomodelar su vida luchando por la causa del pueblo,dejaba la presidencia del Parlamento Alemán —quele correspondió no sólo por la fuerza de un centenar

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de parlamentarios que tenía su Partido, sino tam-bién por razón de su edad— para ampararse de lapersecución nazi en la patria soviética.Deplorablemente la gran revolucionaria que tan bri-llante papel realizaba en su pueblo, y que con RosaLuxemburgo, la heroína y mártir, mejor simbolizarael espíritu emancipador de la mujer en Europa, noresistió el choque de los acontecimientos y murió enotoño del citado año de 1933. Precisamente, fue enaquella luctuosa ocasión que vi por última vez aStalin.

Y debo decir aquí, que no era verdad lo que en-tonces se decía —en el extranjero— respecto a lasextremadas precauciones que tenían con la vida delespléndido sucesor e insuperable continuador deLenin. Se escribían novelones en los cuales apare-cía Stalin como un personaje misterioso. Se decíaque tenía «dobles» o sea personas parecidas a él fí-sicamente, y que al salir en automóviles diferentesno se lo podía identificar; que no aparecía en actospúblicos sin previa localización de innumerablesdetectives; que no llegaba a las reuniones y citas es-peciales en las horas prefijadas sino antes o des-pués, etc. Desde luego, tales novelones tenían porobjeto grabar en la imaginación de los lectores in-cautos la idea fantástica de que Stalin era un perso-naje de viejo estilo mandarín asiático.

En el sepelio de Clara Zenklien, Stalin iba ade-lante del grupo que portaba la urna, como muchasotras veces se le ha visto en casos semejantes. Eldesfile había salido de la Plaza de la Opera, de laSala de las Columnas, en donde los restos mortalesestuvieron en cámara ardiente, y estaba llegando alcruce de la Calle Gorki para doblar a la izquierda y

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subir a la Plaza Roja, cerca del Mausoleo de Lenindonde sería depositada la urna, cuando llegaba yojusto a ese cruce. Yo marchaba de los primeros, ynaturalmente me detuve al ver que se hacía calle alféretro. Stalin pasó a tres metros de mí. Miré la urna,era de un tono de nogal con bordes y arabescos do-rados, rodeada de grandes coronas y semicubiertapor una bandera roja. En seguida del féretro iba ungrupo de alemanes portando un pabellón enlutado;después una banda marcial ejecutando una marchafúnebre; luego un río humano envuelto en la ligeraespuma de las primeras nieves que caían.

Y regreso a los primeros meses de 1933 para re-latar algunos hechos de indudable importancia, li-gados con la política internacional soviética que co-nocí muy a fondo. El primero de estos hechos, con-sistía en las relaciones con Turquía que para enton-ces eran muy cordiales.

Políticos realistas y de larga visión, los dirigentessoviéticos sabían que la toma del poder de los nazisen Alemania significaba el reforzamiento de las fuer-zas reaccionarias de los países fronterizos de laURSS, y muy particularmente de Turquía que, paraen la costa de los Dardanelos, adquiría la condiciónde punto de enlace de todos los imperialistas. Sobreesta base, la Unión Soviética tenía que prestar aten-ción preferencial al pueblo turco, precisamente alpueblo a fin de mantener elementos de alianza parael caso probable de que la burguesía terminara porentregarse a la propaganda nazi, al dólar yanqui y ala libra esterlina inglesa.

Se cumplían diez años de la instauración de laRepública Turca bajo la presidencia de KamelAtaturk, y con tal motivo se proyectaban grandes

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festividades. Sin embargo, los políticos de Ankarano podían presentar un programa de realizacionesprogresistas a su pueblo porque no les alcanzaba eldinero. Los dirigentes soviéticos que sabían esto, noobstante sus propias dificultades, ofrecieron a Tur-quía un voluminoso empréstito, sin intereses y conplazos remotos. Era casi un regalo, pero un regalopolítico. El dicho empréstito sería entregado en ma-quinarias, estructuras metálicas y en diversos ma-teriales necesarios al impulso de la industria, quetambién los dirigentes soviéticos habían ayudado aplanear un poco.

Algunas fábricas de la URSS se pusieron a traba-jar para Turquía, así como en muchas otras se pro-ducía para vender manufacturas «baratas» a Sue-cia, Dinamarca, etc. Yo conocí en la fábrica metalúr-gica del Barrio de Lenin en Moscú, en donde conti-nuaba vinculado a sus labores, el programa dedica-do a Ankara: tornos de diferentes dimensiones, ár-boles y plantones para navíos costaneros, piezaspara automotores, vigas de acero, estructuras me-tálicas, etc.

Obviamente, el décimo aniversario de la Repúbli-ca de Turquía, pudo inaugurarse con la presenta-ción de importantes obras de progreso, y, ademásde esto, con la presencia de nutridas delegacionesde países vecinos, siendo la más importante la so-viética que presidía el propio Comisario de la De-fensa, entonces camarada Voroshilov.

En los primeros meses de 1933 se produjeron al-gunas modificaciones en el Instituto InternacionalLeninista, tendientes todas ellas a reforzar los estu-dios propios para el trabajo revolucionario en con-diciones de ilegalidad. Como es obvio, hubo una más

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estricta selección de estudiantes y profesores, asícomo la incorporación de materias nuevas en lospensums. En el sector de habla castellana se creó elcurso fundamental de tres años para dirigentes na-cionales, y se sumó al profesorado permanente elcatedrático Miroshevski que se había especializadoya en problemas latinoamericanos.

Al curso fundamental de tres años ingresaron losmejores estudiantes de 1932, seleccionados para talefecto, correspondiéndoles esta distinción a varioslatinoamericanos, entre ellos dos colombianos. Enel referido año de 1933, los estudiantes de habla cas-tellana subían a cuarenta, siendo España como paísla que tenía el núcleo más numeroso.

Como es lógico suponer, la orientación del Institu-to Internacional Leninista tenía que ajustarse a lasnuevas condiciones políticas creadas en la extensióny profundidad de la crisis capitalista y con los golpesde fuerza e incremento de dictaduras terroristas, quela burguesía mundial adoptaba como vía para salirde dicha crisis, y como línea esencial para seguir yculminar sus planes de asalto y «aniquilamiento delpaís de los Soviets». En estas condiciones, las gran-des tareas de la construcción socialista de la URSS seestrechaban mucho más con la política extranjera, yno podía existir un estudiante comunista sin asimi-lar completamente esta situación.

La política internacional soviética estaba demos-trando extraordinaria capacidad ante el mundo ca-pitalista. Porque no todo era tan oscuro como el pa-norama europeo. En Norteamérica se esperaba uncambio, parcial pero indudablemente importante,consistente en la llegada de Roosevelt a la presiden-cia. Este hecho no significaba solo que los electores

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estuvieran cansados con los republicanos y desea-ran cambiarlos, sino que la crisis les había mostra-do el centro de su gravedad en las oligarquías fi-nancieras, contra las cuales ofrecía Roosevelt opo-ner una línea de operaciones estratégicas que le abrie-ra mercado a las manufacturas yanquis. Es decir,una política de las empresas desde luego vinculadaal trabajo que millones de desocupados estaban re-clamando.

Roosevelt llegó al poder e inmediatamente em-prendió la política de los tratados comerciales, na-turalmente adornados con el «Nuevo Trato» y la«Buena Vecindad». Por este camino, Rooselvelt «des-cubrió» a la Unión Soviética. Es decir, vio que nohabía crisis en el país de los Soviets, que por el con-trario había prosperidad y por consiguiente posiblescompradores. Y como estupendo jefe de circulaciónde mercancías norteamericanas, se dirigió al cama-rada Kalenin, presidente a la sazón del Soviet Su-premo de la URSS, «reconociendo la existencia» dela Unión Soviética e invitando a establecer relacio-nes «normales» entre los dos grandes pueblos.

Los dirigentes soviéticos estrecharon la mano deRooselvelt, hecho que significaba ya un perfil de lapolítica comercial de la URSS alineaba frente almundo capitalista en crisis por falta de comprado-res. Naturalmente, los industriales alemanes se die-ron cuenta y decidieron enviar una comisión de ven-dedores de máquinas, equipos eléctricos y produc-tos químicos a Moscú, para tener, ellos también,mercado de colocación que les permitiera aliviar elpeso de la crisis de sobreproducción.

Y los políticos soviéticos recibieron a los magna-tes alemanes hábilmente. Claro que les comprarían

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una factura de muchos ceros, siempre que las con-diciones de pago fueran favorables. Y mientras setrataba el asunto, los magnates fueron paseados porlas nuevas empresas para que se dieran cuenta dela eficiente organización de la industria socialista,de los puntos de inversión que recibirían sus má-quinas y equipos eléctricos, etc.

Los jerarcas de la producción alemana estuvie-ron muy contentos, y sobre la base de un contactoinicial y de plazos progresivos para la cancelaciónde la cuenta, convinieron en despachar la facturade muchos ceros. Los políticos soviéticos no dieronpublicidad a esta operación porque su efecto se pro-ducía mejor dejando el negocio en los libros de cuen-tas. Claro que la cuña estaba colocada en el frentenazi. Porque, si de un lado, los jefes exaltados delhitlerismo querían empezar la guerra antisoviéticapara detener el segundo Plan Quinquenal y destro-zar el País de los Soviets, del otro los magnates dela industria querían un compás de espera que lespermitiera recibir el dinero de sus ventas y, quizás,colocar nuevas facturas de muchos ceros.

En estas condiciones llegó la famosa ConferenciaEconómica Mundial de Londres, en la cual inclusiveColombia tuvo su representación. Esta conferenciatenía como objeto el examen de los posibles caminosque permitirían al capitalismo encontrar mercadospara sus manufacturas. Y, como era lógico, los paí-ses imperialistas de alto nivel de producción expor-table llevarían la palabra en primer término.

Pero la Unión Soviética asistió a la Conferenciade Londres en condiciones excepcionales. Sus dele-gados estuvieron observando el desfile de oradoresque usaban el mismo lenguaje: la crisis de sobre-

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producción, el cierre de numerosas empresas, losejércitos de proletarios sin trabajo, los depósitos demercancías y… ¿dónde encontrar compradores?Bueno —decían unos—, nosotros podríamos com-prar nuevas remesas de materias primas, pero an-tes tenemos que vender las manufacturas que nopuede absorber nuestro mercado interno. Exacto —decían otros—, nosotros podríamos comprar nue-vas remesas de mercancías, pero antes tenemos quevender nuestras materias primas.

Ante tal impase, el jefe de los delegados soviéti-cos subió a la tribuna y dijo aproximadamente esto:—la URSS no tiene crisis de sobreproducción y porconsiguiente no cierra empresas ni tiene desocupa-dos. Al contrario, carece de suficientes máquinas yequipos industriales para mejor coordinar los im-pulsos de su progreso, y del mayor número de tra-bajadores que la producción reclama. La URSS notiene programas de ventas en el mercado extranjeroy por el contrario está interesada en hacer compras.

Lógicamente se produjo una verdadera sensaciónentre los delegados de los países imperialistas que,en último término, eran agentes vendedores de losmagnates de la industria que buscaban mercadosde colocación. ¿Cómo? Es decir, ¿qué la Unión So-viética está interesada en «grandes compras»? Y,para mayor efecto, el vocero de la política del Kremlinextrajo de su portafolio un pliego en el cual estabancontenidas, en cifras de muchos ceros, las mercan-cías que la URSS estaba interesada en comprar.Deploro no tener en mis apuntes las citadas cifras,pero recuerdo que se hablaba de millones de fardosde algodón, de millares en centenas de equipos eléc-tricos, de toneladas en crecidos guarismos de otras

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mercancías que precisamente dormían en los depó-sitos, como stocks congelados, en las mecas de laproducción capitalista.

La lectura del pliego fue suficiente para que losgobiernos más reacios a reconocer el Sistema Sovié-tico, se apresuran a hacerlo junto con esplendidasofertas de sus mercancías. Y fue tal el frenesí de losvoceros del capitalismo, que Litvinoff —entoncesComisario de Relaciones Exteriores— no daba a bas-to en Londres a la firma de tratados de amistad, deintercambio comercial y de «no agresión». Hubopaíses que firmaron en forma colectiva estos trata-dos, y llevados de su delirio por ganar el gran clien-te, gastaron el dinero en banquetes y ceremonias.Desde luego fue verdad que la Unión Soviética com-pró a Estados Unidos e Inglaterra facturas de mu-chos ceros, algunas veces para ceder esas mercan-cías o parte de ellas a países vecinos, de acuerdocon su política.

En la primavera de 1933 participé en varias ex-cursiones de estudio de las cuales les quiero men-cionar aquí la que hice a la colonia especial de laGEPEU (iniciales con las cuales se designaba en-tonces la guardia de seguridad civil en la URSS).

A propósito de una red de saboteadores descu-bierta en la construcción del ferrocarril subterráneode Moscú, operada por unos ingenieros ingleses lle-vados a la Unión Soviética a trabajar por contrato, yque resultaron ser agentes de la policía secreta deLondres, fue citada una empleada rusa que apare-cía complicada en el asunto a las oficinas de laGEPEU, situadas en un espléndido edificio de laplaza Lubianka, edificio cuyo interior servía comocárcel para detención provisional de saboteadores,

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espías y varios periodistas y escritores extranjerosque colaboramos en la prensa. En tal ocasión, fui-mos invitados a visitar la colonia, visita que hicimoscon algunos estudiantes del Instituto InternacionalLeninista.

A cierta distancia de Moscú, en una pintorescaregión alternada entre valles, riachuelos y suavescolinas, existía, en tiempos del zarismo, la suntuosaresidencia de una comunidad de religiosas, de pri-mera categoría en el rito ortodoxo. Se trataba de uncampo amurallado, una verdadera ciudadela, amanera de un Kremlin menor. Entre estas murallas,a la sombra de árboles y rodeados de jardines y fuen-tes, estaban los edificios que habitaron las virtuosasmujeres, visitadas sólo por sus capellanes y, con al-guna frecuencia, por el Sumo Patriarca o Pontíficeque veraneaba por esos lados en asocio de los másnotables personajes de su iglesia. En una esquinade la muralla estaba el templo, regio y espacioso, yno muy lejos de allí diversas casas viejas que segu-ramente sirvieron de morada a la servidumbre de lacomunidad.

A raíz de la Revolución este lugar quedó desierto.Pero la GEPEU descubrió que todo aquello se podíautilizar, y fundó allí una Colonia Penal para regene-rar a mucha gente convertida en lastre social quehabía dejado el zarismo como herencia al RégimenSoviético. Naturalmente, se trataba de poner en prác-tica las modernas concepciones de reintegración delas personas degradadas a la nueva sociedad.

El comandante de la GEPEU dirigía la excursión.Llegamos bajo un espléndido sol y entramos a lafortaleza por la puerta mayor. Cruzamos el bosque,los jardines y prados. Los antiguos conventos eran

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a la sazón talleres, comedores y dormitorios. La re-gia iglesia estaba intacta: quizás faltarían algunosiconos. En el lugar del altar: un profusión de luz;diferente el público y desde luego el objeto del edifi-cio que ahora tenía banderitas rojas y servía de clubde la Colonia y de salón de actos.

Pero lo importante no estaba dentro de la mura-lla. La fundación de la colonia tenía pocos años, peroya se había creado una población. Frente a la forta-leza, en un plano ligeramente inclinado, crecía unaciudad que no era ya únicamente de los penadossino de sus familias también. Nuevos y modernostalleres, escuelas, centros de higiene, enfermería,dentistería y campos de deportes.

En un cómodo restaurante almorzamos en uniónde varios empleados. Luego visitamos los más im-portantes talleres de zapatería, carpintería, carterasy otras manufacturas de cuero. Las zapaterías eranverdaderas fábricas organizadas con maquinariasmodernas y métodos de trabajo racionalizados. Seproducían en masa botas de caballería para las fuer-zas de seguridad civil y el ejército. En los talleres decarpintería, fábricas también, se producían puertas,ventanas y muebles; se acondicionaban maderaspara pisos, cielo-rasos y otros usos. En general, seconjugaba en la carpintería la industria de la made-ra, desde los aserrines hasta las más finas obras deebanistería. En los talleres o fábricas de manufac-turas de cuero, vimos verdadera obras de arte enexquísitos repujados. Pero lo principal allí consistíaen la gran producción de maletines y portafolios,artículos estos de uso riguroso para empleados, ad-ministradores, estudiantes, oficiales y comandantesciviles y del ejército en la URSS.

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Visitamos luego una escuela en donde celebra-ban un acto los pioneros. Naturalmente, nos intere-só mucho todo aquello porque había mucha gentetrabajando, viviendo. Pero, y ¿los penados? ¿Endónde estaban los penados? En la tarde tuvo lugaruna reunión general en el club, es decir, en el salónde actos, esto es, en la iglesia de la antigua noblecomunidad de virtuosas mujeres. Un «penado» nospresentó el saludo en nombre de sus compañeros,en un breve pero vibrante discurso de «letrado», ydigo esto porque lo salpicó de ideas psicopatológicasairadas contra el conceptualismo filosófico y todatendencia a ver el hombre bajo el prisma de los dog-mas o concepciones abstractas. Por cierto que tallenguaje propio de un penalista soviético, si biencruzado rápidamente sobre el panorama de la Colo-nia, no pensé oírlo de un «penado», dado que allíhabía solamente personas sancionadas por delitoscomunes, en quienes se supone siempre una cultu-ra inferior.

Uno de los nuestros contestó el saludo, como esobvio muy cordial, y de paso subrayando el interésque teníamos de conocer el sistema correccional delos delitos comunes en la Unión Soviética. Destacóel hecho de que, durante nuestra breve estadía en laColonia no habíamos visto nada que pudiera serdiferente de otros lugares de trabajo que ya conocía-mos de la Unión Soviética.

En seguida subió a la tribuna el director de laColonia, un comandante de la GEPEU y nos expli-có: 1. Qué allí eran traídos delincuentes de diferen-tes regiones de la URSS, por lo general individuosmayores de treinta años que habían hecho «carre-ra» en el zarismo, casi todos reincidentes, general-

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mente por robo, estafa, etc. Dichos individuos per-manecían en el interior de la muralla el tiempo nece-sario de observación, estudio de su pasado y trata-miento de sus vicios y costumbres personales. 2. Amedida que los reclusos asimilaban las condicionesde su nueva vida, se les permitía salir de la murallabajo prescripciones disciplinarias de forzoso cumpli-miento, y siempre con cierta vigilancia. 3. Cuando elrecluso se convertía en un trabajador voluntario yconsciente, se le permitía traer la familia —si la te-nía—, para lo cual la Colonia había elaborado un plande construcción de casas y servicios adecuados.

Este proceso de regeneración se operaba con granrapidez, y su base residía en el trabajo, combinadonaturalmente con una tesonera labor de educación,estimulo y medidas disciplinarias. Si el recluso ca-recía de conocimientos profesionales, que era lo co-mún, se le encarrilaba en algo que concordaba consus aptitudes y aficiones —dentro de las posibilida-des de la Colonia—. Algunos, relativamente pocos,elegían labores agrícolas en la granja que se habíafundado con ese fin. De ordinario iban a los tallerescomo aprendices, y, en ese caso, el Reglamento de-cía: 1. Por un tiempo determinado por los maestrosde profesiones, el recluso percibía como ración: ali-mentos, vestidos y servicio de medicina y odontolo-gía en los casos que lo requiera. 2. Cuando el apren-diz empiece a dar algún rendimiento, se avaluarásu trabajo y se le asignará un salario de ayudante. 3.Cuando se haga obrero, es decir, capaz de atenderun lugar determinado en las máquinas y por consi-guiente apto para operar un eslabón en la cadenade producción, entonces se le asignará el salario querige para la misma industria fuera de la Colonia.

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Desde luego, el salario estaba controlado por unacomisión creada para tal efecto entre los mismosreclusos, así: 1. Se restaban los gastos personalesocasionados por concepto de alimentos, vestuario,etc. 2. Se dividía el sobrante en dos partes iguales:una se le entregaba a su dueño para gastos suple-mentarios y la otra se incorporaba a la Caja de Aho-rros, fin de que cada recluso al cumplir su condena,tuviera el dinero indispensable para regresar a suregión o para radicarse donde quisiera. Sin embar-go, la finalidad con que fue creada la Caja de Aho-rro de la Colonia se había modificado en la práctica,toda vez que los reclusos, terminadas sus condenas,se quedan allí en donde realmente se habían esta-blecido.

La eficacia de la Colonia era evidente por los si-guientes hechos: 1.Casi todos los penados —inclu-so algunos diez y doce veces reincidentes— habíanobtenido rebajas de sus respectivas condenas, des-pués de un año. 2. Después del segundo año, mu-chos reclusos habían recibido el indulto de sus con-denas, en vista de su rápida regeneración y asimila-ción de su nueva vida. 3. A los penados que teníanfamilia en regiones distantes, ya sea porque gestio-naban el traslado de dichas familias a este lugar osimplemente porque deseaban visitarlas, se les con-cedían permisos especiales de fin de año, y segúnse comprobaba en las estadísticas, no alcanzaba aluno por ciento el número de los que no regresaban.

Ahora, en relación con la vida nueva que aquíiban construyendo, era evidente que no pasaban deun salto al goce pleno de la categoría de ciudadanoscon todos los derechos civiles y políticos. Para estose requería un poco más de tiempo. Lo primero era

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reconstruir al hombre, crearle una economía pro-pia, enseñarlo a vivir en sociedad, a ser útil. Natu-ralmente, los penados que pasaban a la condiciónde trabajadores, tenían su sindicato, sus institucio-nes culturales. Como es obvio, todavía no podíaningresar al Partido Comunista. Con todo, sus fami-lias vivían, estudiaban y trabajaban sin ninguna res-tricción o discriminación.

Un aspecto de mucha importancia en la Colonia,consistía en su administración, casi completamenteen manos de los propios penados, entre los cualeshabía como es claro, inteligencias susceptibles a com-prender las ventajas de una buena organización ydesde luego capaces de realizar sus tareas eficaz-mente. Y, como un psicólogo acabado, el aguerridocomandante de la GEPEU terminó su informe conuna elevada exposición científica tendiente a demos-trar que los elementos antisociales eran producto delas sociedades mismas que con ello expresaban losgrandes contrastes que la socavaban, sus contra-dicciones interiores, sus vicios y sus miserias.

Una vez que bajó de la tribuna el director de laColonia, subió a ella un hombre de unos cincuentaaños, y empezó a decirnos que había sido un exper-to ladrón de caballos, tan hábil que no sólo cambia-ba el color y las marcas de los animales, sino que leslimaba los dientes, les rizaba las crines y hasta lessacaba nuevos pasos y estilos de caminar. Sin em-bargo cayó muchas veces en manos de los guardiasdel zarismo, y llevó sus reincidencias hasta entradoel Régimen Soviético. Pero ahora era otra cosa —nos dijo. —Soy de los primeros trasladados a laColonia. Fui despensero los primeros días; pasé des-pués al taller de zapatería en calidad de ayudante

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—porque de muchacho fui aprendiz del oficio—, yactualmente soy administrador, habiendo sido, hacepoco, indultado de tres años de condena que me fal-taban.

El expenado se extendió un poco explicándonosla vida que se hacía en la Colonia, el recelo propiode los que llegaban a la fortaleza, órdenes de laGEPEU y otros detalles. Pero cedió la palabra a uncompañero que también «quería decir algo». Y su-bió el nuevo orador, hombre de baja estatura y talvez de unos cuarenta años. —Yo era de Odessa —nos dijo. —De muy joven participé en un escalamien-to y muy pronto me «especialice» en cerraduras.Bueno, el hecho fue que me remitieron aquí dondepasé los primeros días muy nervioso. Pero prontome hice a la confianza. Trabajé unos meses reunien-do desperdicios de madera, después pasé al aserríoy me ocuparon allá como bracero. Más adelante fuicolocado adelante de una sierra, y al mismo tiempodesignado como miembro de la Comisión de Pro-ducción del taller. En los mismos días me eligieronpara la directiva del Sindicato. Claro que todo estome hacía sentir como una nueva persona, con car-gos de responsabilidad, con nombre, porque antesme llamaban por un apodo…

Este hombre se emocionó de tal modo que nopudo seguir hablando. Otro recluso quiso decir tam-bién «algo»; pero el director advirtió que se nos ha-cía demasiado tarde para regresar a Moscú.

Poco después de la visita a la Colonia de laGEPEU, fue solemnemente inaugurado el canal dedoscientos metros en el Mar Blanco, obra gigantes-ca ejecutada en corto tiempo por delincuentes con-centrados allí de toda la URSS. Según los informes

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y discursos pronunciados en el acto, escuchados pormí a través de la radio, se produjo una experienciade redención de hombres mucho más grande. Losexpertos políticos, organizadores y sabios psicólo-gos de la Unión Soviética, movilizaron el poderosoejército de trabajo en el vasto pero acelerado proce-so de reintegración de las energías físicas y menta-les de la sociedad socialista. Con audacia sin límitesy seguridad en la victoria, los dirigentes de la ex-traordinaria obra, colocaron en puestos decisivos deadministración a reconocidos delincuentes, en quie-nes se revelaba iniciativa, inteligencia y voluntad porla acción.

Y, ¿qué resultó en el ancho crisol en donde se fun-dieron estos metales mezclados con el hollín de lavieja sociedad zarista? Resultó que a los mejores tra-bajadores —que fueron la mayoría— se les indultósus condenas. Que a muchos se les condecoró coninsignias de merito y que, a los menos favorecidos—que fueron pocos— se les redujo la pena y se lescontinuó tratando con miramiento especial. Escu-chando algunos discursos emocionados de antiguosbandoleros que ahora hacían su entrada triunfal ala nueva sociedad, sentía que de mis ojos salían lá-grimas quemantes.

Temeroso de hacer demasiado extenso este librode relatos, debo suprimir de mis apuntes: 1. Unaentrevista con María, la hermana de Lenin. 2. Unavisita a la redacción y los talleres del diario Pravda.3. Una excursión de estudio al Museo del EjércitoRojo en Moscú. 4. Las casas comunales, iniciativa ypreocupación de la vida de Lenin. 5. Algunos as-pectos de la medicina, ligado con mi presencia enconsultorios, clínicas y enfermerías, como intérpre-

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te, en diversos casos de españoles y latinoamerica-nos. 6. Lo nuevo en el teatro, la música, la pintura yel cine. 7. Mi visita a la aldea de Gorki, donde murióLenin. 8. Una panorámica relativamente amplia so-bre la educación primaria y el segundo grado en elpaís de los Soviets, tema este que apenas podré de-linear, así como los siguientes hechos: 1. La depu-ración del Partido Comunista en 1933. 2. Mi últimoviaje a Dniepostroi, 3. Algo sobre las minorías na-cionales. 4. Mi regreso a Colombia.

El tema que con mayor frecuencia se me ha plan-teado en Colombia, respecto de la URSS, es, segura-mente, el relacionado con los hijos, con la primerainfancia, con el período pre-escolar, con la escuelamisma. Por lo general, las gentes me plantean estacuestión desde su punto de vista sentimental, pa-triarcal y casi siempre bajo viejas influencias religio-sas. Y, lo que es peor, no a la vista de la descomposi-ción real de los hogares en el mundo capitalista, sinoal calor de la imaginación, de los idílicos deseos, delidealismo místico o de la triste nostalgia de un pa-sado feudal ya casi muerto sobre la faz de la tierra.

Los hijos en la Unión Soviética nacen en la clíni-cas, privilegio que tienen en Colombia solo las gen-tes ricas, por esta cuarta década del siglo. Desdeluego, no debe confundirse este privilegio de clasecon la situación de los pobres cuyos hijos nacen, al-gunas veces, en las salas de maternidad y hospita-les de «caridad». La inmensa mayoría de los niñosen Colombia nace en las chozas del campo y en loscuartuchos de ciudades y aldeas, sin más cuidadoque el de la vecina comadrona. Sin embargo, he oídopersonas a quienes les parece «horrible» que los hi-jos soviéticos nazcan en las modernas clínicas. Cla-

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ro que dichos casos únicamente revelan ignoranciay fanatismo.

Las madres soviéticas, nueve días después delnacimiento, son libres de llevarse sus hijos a sushabitaciones. Pero en lo general no lo hacen, porquelas clínicas están dotadas de sala-cunas atendidaspor médicos especialistas y nodrizas consagradas ala noble misión de cultivar las vidas en su períodoinicial. ¿Qué padres, incluso siendo ricos, podríantener en sus hogares mayor seguridad en el cuidadoesmerado de sus hijos? En la Unión Soviética, talhecho no podía ser obra exclusiva de los padres sinode la sociedad, del Estado que asume la responsabi-lidad de la vida desde que se gesta la semilla hastaque muere el individuo.

Las sala-cunas estaban conectadas con jardinesinfantiles, especie de hogares en donde los niños, yacaminadores, empezaban a desenvolver su energía.Inquietos, vivaces, balbuceando sus primeras pala-bras, sanos, robustos y limpios como hostias, los vimuchas veces correr por los prados, chapuzar en labañeritas al sol, y como ejército de pájaros gorjeando,sentarse en torno de mesas muy bajitas, con servi-lletas de pechera, a tomar sus alimentos bajo cuida-do de sus nodrizas. Los vi durmiendo la siesta comomariposas blancas en catrecitos enrejados.

Visitando por primera vez una sala-cuna, fuegrande pero después grata mi sorpresa, cuando ladirectora me llevó a un cuarto y me indico que debíavestir un delantal de médico, unos guantes y un go-rro blanco. Entré al primer salón, pero la directorase volvió a mí cruzando la boca con el índice. El sue-lo de madera encerada brillaba como un espejo, ycomo debía pisar en puntillas como lo hacía la di-

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rectora, sentí miedo de caerme. Paseamos en mediode filas de camitas enrejadas en donde dormían losrecién nacidos. Cada camita tenía un número, y enuna mesa donde había un reloj y una empleada, habíatambién un botón que se oprimía cuando desperta-ba una criatura y llegaba el momento de alimentar-la. Entonces venía una nodriza y la portaba a la camade la madre, no sin antes examinar el estado de lasmantillas. La directora me condujo a un segundosalón en donde estaban los bebés de más de dosmeses. Algunos dormían, otros agitaban sus manosy los ojos con juguetitos en colores que prendían delos arcos diminutos de sus camitas. Ninguno llora-ba. Al pasar a un tercer salón, me di cuenta de quecambiaba la temperatura. La directora me explicóque los recién nacidos necesitaban más calor y losotros un poco menos.

Los jardines infantiles tenían una segunda cate-goría a donde pasaban los niños después de los cua-tro años para iniciar el período de pre-escolar. Allíse iniciaba propiamente la iniciación a la vida: seempezaban a formar los hábitos de aseo, de estu-dio, etc. Allí se jugaba con el niño pedagógicamente,es decir, enseñándole. Allí se le guiaban las prime-ras luces de inteligencia, y se le ponían las primarasarenas en la construcción de su cultura. A los sieteaños el niño entraba a la escuela primaria en dondedebía permanecer hasta los catorce años.

Claro que los siete años de escuela obligatoria enla URSS no eran, ni por su orientación, ni por sucontenido, ni por sus resultados, algo que se parez-ca, por ejemplo, a la rutina medieval que se estila enColombia. La escuela primaria de la Unión Soviéti-ca no deformaba los cerebros de la niñez con fábu-

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las dogmáticas ni con leyendas absurdas. La escue-la primaria de la Unión Soviética situaba al niño encontacto con la vida, es decir, con la naturaleza y lasfuerzas que la rigen. El niño soviético veía abrirseentorno a la escuela un horizonte, a medida que pe-netraba en el panorama de la sociedad, en el paisajedel mundo.

Ahora, si me fuera posible escribir en cifras el cre-cimiento de la población escolar en la URSS, es evi-dente que me sería necesario analizar el desarrollode otros factores, tales como el ascenso en el nivelde vida de la población, la construcción de locales,la preparación de maestros y la dotación de mate-rial de estudio. Sin embargo, voy a dar algunas ci-fras, incluso completando mis apuntes con estadís-ticas de 1939 para que sean más precisos, pero nociertamente abarcando el conjunto de la RepúblicaSoviética, sino apenas aquellas nacionalidades re-trasadas que dan mejor la medida del desarrollocultural:

En Crimea, antes de la revolución, el 90% de laspersonas mayores de diez años eran analfabetas. En1932, ya se había invertido la situación, porque el89% sabía leer y escribir. Numerosas regiones na-cionales pertenecientes al imperio zarista y que fue-ron después partes integrantes de la Unión Soviéti-ca, no tenían alfabeto, es decir, carecían de letrasque sirvieran para armar su idioma. En estos casos,los educadores soviéticos habían tenido que iniciarsu labor, creándoles signos a los dialectos primiti-vos y naturalmente haciendo los primeros rudimen-tos de las gramáticas respectivas.

En 1913, había doce malas escuelas primarias yuna secundaria, con poquísimos alumnos en la re-

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gión nacional de Kabardino-Balkaria, mientras queen 1939, en la ya República Socialista Soviética Au-tónoma de Kabardino-Balkaria había 94 escuelasprimarias, 61 secundarias, para niños de ocho a quin-ce años de edad con un total de 74.648 alumnos.

En 1914, había en la región nacional de Armeniauna población escolar de 34.000 alumnos que irre-gularmente concurría a las escuelas. En 1939, en laya República Socialista Soviética de Armenia asis-tían en forma normal 320.000 alumnos a las escue-las de primer grado.

En 1914, participaban 6.800 niños a las pésimasescuelas de Turkemania, mientras que en 1939 asis-tían regularmente 223.000 a los modernos localesde la República Socialista Soviética de Turkemenia.

Tomanda en su conjunto la Unión Soviética, perono durante los años de ritmo acelerado de los Pla-nes Quinquenales estalinistas, sino antes, por ejem-plo durante el año escolar de 1927-1928, vemos queen ese año se abrieron más de 133.000 escuelas nue-vas, a las cuales asistían más de 3.600.000 nuevosalumnos.

Ahora, si se toma en consideración que la escue-la soviética se mueve dentro de los marcos de cadanacionalidad, con los propios idiomas y costumbres,y que a pesar de ser nacionalista por su forma, esinternacionalista por su contenido, se comprendemuchos más lo que significa la magnitud de losavances que se lograban en la cultura del pueblo.

Y, un punto final: la escuela soviética no es reli-giosa ni anti-religiosa. La escuela está separada dela iglesia. El Estado Soviético no está afiliado a nin-guna religión, por tanto no le otorga privilegios aninguna. La religión es considerada como un asun-

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to de conciencia para cada uno, y, según esta nor-ma, el Estado «no puede encargarse de la educa-ción religiosa de los niños». Es decir, tal y como pen-saban los liberales colombianos hasta la primeradécada del presente siglo en materia religiosa.

En el mundo capitalista se hacen frecuentes es-cándalos antisoviéticos en torno a las revistas polí-ticas que periódicamente pasan los estados mayo-res bolcheviques a su ejército de comunistas afilia-dos al partido de Lenin y de Stalin. El asunto es su-mamente lógico. Siendo el Partido Comunista unPartido-Guía de la Nueva Sociedad, y por consi-guiente Un Partido de Gobierno, y siendo como es,al mismo tiempo, el Partido de Vanguardia de todoslos movimientos revolucionarios del mundo capita-lista operando desde una Sociedad que es ya unaparte invencible de la Revolución Mundial Victorio-sa, es de una claridad meridiana que ese Partidorequiera no sólo de una gran capacidad teórica ypráctica, sino también de una extraordinaria laborque aumente los caudales de fuerza y que vigile almismo tiempo la vida de sus campamentos.

La depuración del Partido Comunista de la URSSse efectuaba entonces por períodos de cuatro añosaproximadamente, y su objeto —como lo dije antes—consistía en pasar revista al colectivo, examinandounidad por unidad la calidad de cada soldado: suorigen de clase, su profesión u oficio, el grado de sucultura, el ritmo de su desarrollo político, su capaci-dad para comprender los hechos mundiales y loscambios que en ellos se operaban, su actividad polí-tica en el pasado, en el presente, etc. Como se ve, setrataba de un examen de verificación completamen-te necesario y que no se realizaba en forma mecáni-

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ca, es decir, haciendo tabla rasa de todos los comu-nistas, ni de manera formalista, esto es, distribuyen-do formularios con respuestas de clisé.

La comisión Pan-Soviética de Control, elegida enel Congreso respectivo del Partido, creaba las comi-siones examinadores y fijaba las normas y los térmi-nos que debía regirlas. Al colectivo del Partido en elKominterm —al cual pertenecía yo—, le correspon-dió en 1933 una comisión de lujo, compuesta porunidades sobresalientes del Ejecutivo de la Interna-cional: una dama del Comité de Planificación de laURSS, etc. Pero, cómo los comunistas podíamosasistir como simples espectadores al examen de otroscolectivos, estuve presente en la fábrica metalúrgicadel Barrio Lenin, en un Instituto Pedagógico deMoscú, en el Instituto Internacional Leninista y enun koljós en Urania, de cuya comisión formaba yoparte.

El examen se realizaba de la siguiente manera:como un acto solemne, los miembros de la comisiónrespectiva, más el jefe responsable del Partido en ellugar, ocupaba sitio de presidium. Y teniendo frentea sí la lista de los comunistas, llamaban a la tribunaa cada uno. El mencionado relataba brevemente suorigen, su educación, su trabajo y su actividad polí-tica antes de ingresar al Partido. Luego resumía unpoco su vida de comunista. Terminados estos dosperíodos la comisión iba calificando, se hacían tres,cuatro o cinco preguntas, de cuya respuesta depen-día lo que pudiéramos llamar el veredicto.

Naturalmente el calibre de las preguntas no erael mismo para los comunistas del campo recién in-corporados al Partido, para los jóvenes de corta vidapolítica o para las personas de más trajín bolchevi-

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que. Sin embargo, el nivel medio de dichas pregun-tas era elevado, porque la época exigía de los comu-nistas un nivel político elevado. A causa de tal exi-gencia, el 17% de los miembros del Partido, en 1933,fue situado fuera de las filas, no en calidad de genteexpulsada sino, en su mayoría, como candidatos quedebían instruirse en los cursos de capacitación paravolver después a sus campamentos. El Partido nopodía tener, se decía entonces, analfabetas políticosen su ejército Y claro que la consigna era justa.

Para mayor comprensión del nivel político exigi-do a los comunistas de fila en 1933, cito los siguien-tes casos:

1. A un obrero del Barrio de Lenin le pregunta-ron:

—Díganos usted, camarada, su opinión sobre laConferencia Económica Mundial de Londres.

2. A un comunista que no tenía cargo de respon-sabilidad alguno en el colectivo del Komintern:

—Camarada, tenga la bondad de darnos unaexplicación de las características que le permitierondecir al camarada Stalin que habíamos entrado ya,en la URSS, a la etapa histórica de la sociedad so-cialista.

3. A un maestro de primeras letras, procedentedel campo, en el Instituto Pedagógico de Moscú:

—Díganos camarada, de que manera planteóMarx, en su Crítica al programa de Ghota la cues-tión relativa al «salario».

4. A un estudiante soviético del Instituto Inter-nacional Leninista:

—Si los comunistas decimos que el nazismo esuna variedad, la más agresiva del fascismo, en ¿quénos estamos basando?

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5. A un camarada del comedor de la fábrica me-talúrgica del Barrio de Lenin:

—El camarada Stalin ha definido las dificulta-des de la Unión Soviética en el período actual, como«dificultades de crecimiento». Podría decirnos us-ted en ¿qué se ha basado el camarada Stalin?

6. A una mecanógrafa del departamento deKomintern:

—¿Cuáles fueron las principales fallas de la Co-muna de París aprovechadas como experiencia his-tórica por Lenin y los Bolcheviques en 1917?

Estas preguntas —y muchas otras que omito ci-tar aquí— fueron contestadas correctamente. Cuan-do me tocó el turno a mí, dejé mi carné sobre la mesadel Presidium y subí a la tribuna. Hice un rápidoresumen de mi origen social, de mis actividades po-líticas y de mi vida de Partido en la URSS. Me for-mularon tres preguntas:

—¿En qué grado de desarrollo histórico están lospaíses de América Latina? ¿Cómo definió Lenin elimperialismo contemporáneo? ¿Cuáles son los obs-táculos principales en la formación y desarrollo delos partidos comunistas en América Latina?

No soy, lo declaro, ningún maestro de la síntesis.Sin embargo, hice lo posible por resumir la primeracuestión, basándome en la definición que se hacía elPrama de la I.C. adaptado en 1928. Cuando inicia-ba la segunda cuestión, fui relevado de seguir ha-blando, me devolvieron mi carné y todo siguió enorden.

Quiero citar aquí, finalmente, el caso de Sinani,jefe del Secretariado Latinoamericano y por consi-guiente mí superior durante mucho tiempo. Sinaniy yo no tuvimos ninguna relación distinta de traba-

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jo. Me tenía cierta deferencia, me trataba muy res-petuosamente. Yo lo veía poco fuera de las reunio-nes del Secretariado. Mis amigos allí fueron el ita-liano Rossi y la camarada Mezkoskaya, de la Sec-ción Técnica, con quienes algunas veces cambiabafrases de buen humor. Pero debo referirme a Sinaniporque supe, algunos años después de estar en Co-lombia, que había resultado trotskista, incluso com-plicado en el infame asesinato del gran dirigentebolchevique de Leningrado, camarada Kiroff.

¿Quién era Sinani, el Sinani que yo conocí? Elpresidum lo llamó a la tribuna y, como en la depura-ción anterior, empezó por referirse a su origen so-cial que no era precisamente proletario. Pero, a raízde la revolución, siendo oficial del ejército zarista,se pasó con su gente, en un encuentro en la regiónde Kazan, a las filas revolucionarias. Participó des-de allí en el frente popular en armas que defendía lapatria soviética de la contra-revolución interna y dela invasión imperialista de catorce países. En 1922fue admitido en las filas del Partido que le había yadado cargos de responsabilidad política.

En 1924, Sinani fue nombrado agregado militarde la Embajada soviética en la capital de China. Eneste cargo estuvo hasta 1928, año en que se le nom-bró responsable de la realización de un programaespecial de construcciones en la República Popularde Mongolia. En 1931, Sinani recibió la dirección delSecretariado Latinoamericano y consiguió la «Or-den de Lenin», condecoración que había recibido entestimonio de sus merecimientos.

En el otoño de 1933 estuve la última vez enUcrania. Iba en un grupo de comunistas pertene-cientes a diferentes países de Europa y América.

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Demoramos poco en Kiev, y menos todavía en unsoljós que visitamos. Esta vez viajamos muy a prisadebido a que casi todos debíamos salir de la PatriaProletaria antes de que llegara el invierno. Nuestroplan debía cumplirse fundamentalmente enDniepostroi, esto es, en las grandes construccionesdel río Dniper.

Para mi significaba la tercera vez que llegaba aestos lugares. Pero siempre los encontraba más in-teresantes. Tal vez haya dicho algo de esto en otraparte. Pero, el sitio donde a la sazón se realizabanlas construcciones del Dniper, fue un desierto atra-vesado apenas por un viejo camino. Este desiertoocupaba una zona entre la cuenca huyera del Don yla región de Constantinoslava. Corriendo denoroccidente a sur oriente, el río Dniper, que naceen Polonia para morir en el Mar Negro, partía elmencionado desierto.

Lo interesante de todo esto, depende quizás, deuna particularidad del río, que se hallaba precisamen-te a la altura del viejo camino. Esta particularidadconsistía en lo que pudiéramos llamar dos niveles, osea que en el camino hacía arriba, el río era caudalo-so y generalmente con lecho de piedras grandes, ydel camino hacía abajo corría tranquilamente, en le-cho limpio apenas plateado en un fondo de arena.Esta particularidad también cambiaba el volumen delagua, porque bajándose precipitaba hacía el caminoy allí se aquietaba y naturalmente crecía.

Pero esto no era todo. El cambio de la corrientese efectuaba después de una breve caída de la cas-cada sobre un remanso más o menos grande quesemejaba un platón. Y, siguiendo la ribera a manerade borde, se dilataba una cuenca que realmente era

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una hoya extensa. Como el camino viejo no podíapasar por el remanso, curvaba hacía arriba y porencima de la suave cascada, precisamente donde elrío se abría en dos y era más fácil cruzarlo, se ten-dían los puentes. Y vamos que allí estaba el peligro.En la pequeña isla de piedras que separaba las aguas,se apostaban los salteadores y mataban a los viaje-ros para robarlos. La famosa hoya del Dniper teníauna reputación negra. Porque no era únicamente lafatídica isla sino toda la región que estaba pobladade bandoleros. Pero no sería justo decir que los ban-didos vivían allí como en su reino. No. Las autori-dades zaristas mantenían por esos mismos lados asus bravos cosacos. Y las peleas eran continuas; losmuertos menudeaban de uno y de otro lado. Bueno,cuando caía prisionero un salteador, se le conducíaa los tribunales y luego del proceso de rigor se leregresaba al lugar de sus «hazañas» y se le colgabade una horca que se alzaba sobre una roca que lagente llamó después «de las animas». En torno de laterrible isla y las vidas que allí fueron segadas, setejían todavía las más oscuras leyendas.

En fin. Esta hoya del Dnieper hacía cerca de dos-cientos años que los ingenieros rusos la tenían «des-cubierta» como algo que se podía aprovechar. Enalguna época fue estudiada por técnicos alemanes.Uno de los últimos zares creó una comisión parainiciar la obra pero «no tuvo dinero». Llegados losbolcheviques al poder abocaron el problema. Losingenieros soviéticos hicieron los planos, y junto conlos presupuestos, los pasaron a una junta de exper-tos. Estos contrataron a un consultor norteamerica-no y la obra se inicio dentro del Primer PlanQuinquenal.

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Se trataba de alzar una muralla partiendo de lahoya, a tal altura que pudiera llenar la mitad a unnivel de sesenta metros y por consiguiente, regresarel río hasta cien kilómetros arriba, es decir, más ade-lante de la ciudad industrial de Dnipropetrovski. Enesta forma, el río tenía condiciones navegables de lahoya hacía abajo, podría trasmontar sus barcos has-ta la ciudad citada. Todo dependería del juego deesclusas que la muralla tendría. Pero como es fácilde comprender, esta muralla creaba una poderosacaída de agua que naturalmente constituía la clavedel plan. Y, cuando visitaba yo por tercera vez estagigantesca obra, estaban montando nueve grandesturbinas, de procedencia checa, capaces de produ-cir tal volumen de energía que se podría electrificaruna circunferencia de mil kilómetros a la redonda,incluyendo la célebre cuenca huyera del Don.

Pero una muralla tan espesa y bien estribadacomo esta de la hoya del Dnieper, no podría tenerúnicamente una función de represa. Estaba perfo-rada para cruzar un ferrocarril de uno a otro extre-mo y conectarlo con nuevas regiones de progreso.Naturalmente este túnel entre la muralla y el agua,estaría iluminado por los torrentes de luz que iba aproducir el río.

Como es muy comprensible allí se concentró, delado y lado de la cuenca una densa población traba-jadora. Y como los rusos ahora no hacen campa-mentos de zinc, ni de tablas para desarmarlo luegoy llevarlos en atados a las bodegas del Estado; losrusos de ahora construían empresas y simultánea-mente ciudades modernas para las personas queiban a tener en movimiento. En estas condiciones,al calor de setenta y cinco mil trabajadores que ope-

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raban en el Dnieper, nacían dos ciudades: una acada lado de la famosa hoya.

En uno de los lados, en donde una nueva ciudad(de estilo norteamericano) crecía más rápidamente,nos alojamos nosotros. En esta bella urbanizaciónde calles amplias y arboladas, en una especie debarrios de chalet, estaba residenciada una coloniacompuesta de trescientos trabajadores de Chicago,ocupados por contrato. Dicha colonia vivía conexquísito confort, no solamente por las cómodashabitaciones sino también por los clubes —con bi-llares incluso— bares, campos de deporte, piscinas,etc. Algunos de estos trabajadores tenían consigo asus mujeres.

En el club-teatro de los obreros y empleados so-viéticos, asistimos a diferentes reuniones celebradasde acuerdo con los cambios de equipo. La primerade estas reuniones se realizó con el personal de di-rección. El ingeniero jefe nos hizo un extenso infor-me, por el cual —además de lo que dejo escrito—,supimos que allí se montarían diversas fábricas demetales de color como consecuencia de haberse lo-calizado en la región ricos yacimientos de cobre yzinc, y también porque era ventajoso utilizar en elmismo lugar un caudal de energía que sobraría, lue-go de cubrir completamente el plan de consumo ori-ginal. En esta forma —nos dijo el ingeniero jefe—tendremos muy pronto una ciudad industrial socia-lista dividida en dos alas sobre el río, de unos dos-cientos cincuenta mil habitantes, aquí precisamenteen donde hace pocos años había solamentesalteadores de caminos.

En una reunión con obreros e ingenieros, plan-teamos diferentes cuestiones, de las cuales quiero

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citar aquí algunas, cuyas respuestas aclaran algu-nos aspectos no tratados a fondo en este libro:

—Díganos usted —preguntamos al jefe de losudarniks— ¿a qué porcentaje del personal ocupa-do en la obra ascienden las brigadas de choque bajosu comando?

—Aquí todo el personal soviético está incorpora-do en las brigadas de choque, bajo la consigna de laemulación socialista. Pero udarniks propiamente,somos el 60%. (El udarniks conforma una especiede vanguardia en las brigadas de choque que a suvez son como ejércitos voluntarios del trabajo, quefirman contratos de competencia en el rendimientode la producción).

—¿Cuáles son las mayores dificultades que lesha tocado vencer en esta obra gigantesca? —pre-guntamos a un ingeniero.

—Dificultades en abastecimientos de materialesy alimentos no hemos tenido en general. Dificulta-des de orden técnico que, pese al redoblado esfuer-zo de los trabajadores, han retrasado algunos pro-cesos de la construcción y naturalmente recargadolos presupuestos de gastos. Por ejemplo, la intensi-dad del invierno de 1930 nos obligó a interrumpir eltrabajo en los cimientos durante un tiempo, congrandísimos perjuicios. Así mismo, los deshielos de1931, se precipitaron en tal forma que destruyeronsectores de la obra todavía no consolidados.

—A propósito del proceso de construcción —pre-guntamos al mismo ingeniero— ¿cómo se cumplenaquí los planes?

—Esta obra está estimada para ser terminada enel Segundo Plan Quinquenal. Naturalmente, se sa-bía el estado en que debería estar al terminar el Pri-

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mer Quinquenio. Desde el punto de vista técnico, elPrimer Plan —o más exactamente los dos primerosaños— ofrecían los mayores riesgos. Ahora, el pro-yecto en general ha sido modificado dos veces, te-niendo en cuenta las ampliaciones fabriles y la cons-trucción de la ciudad que no estaba prevista en lamagnitud que hoy se realiza. Teniendo en cuentaestas novedades y las dificultades imprevisibles quenos ha tocado vencer, el Primer Plan Quinquenalfue sobrepasado, y por las cifras de control del Se-gundo, podemos garantizarles que también llegare-mos adelante.

—Siendo que aquí se trabaja con personal prove-niente de diversos lugares, ¿han tenido dificultaden estabilizarlos? —preguntamos.

—No, contestó el presidente del sindicato, y agre-gó —el personal técnico ha venido contratado, tan-to en lo que se refiere a ingenieros como a maestrosde obra, expertos, etc. La mano de obra es casi todade la región, procedente del campo y de las aldeas, yes precisamente la que más se beneficia de la mo-derna ciudad que se construye. Dnipostroi es así lamejor demostración del progreso de la URSS, de latransformación de su gente, antes adherida al cam-po, ahora principalmente adherida a la gran empre-sa industrial. Viendo estos procesos es como se com-prende que la clase obrera y los empleados en nues-tro país lleguen a la cifra de 22 millones. (En 1938,los obreros y empleados de la URSS ascendían a 28millones).

—¿Han tenido aquí alguna dificultad en la rela-ciones de trabajo con el personal americano? —lepreguntamos al presidente del sindicato.

—En absoluto. El trabajador americano, tanto

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ingenieros, como maestros y obreros, realizan su la-bor bajo la dirección de los ingenieros soviéticos je-fes de secciones, sin ningún inconveniente. Losamericanos son buenos trabajadores.

—¿Cómo ven los americanos —preguntamos aldirigente del Partido— el trabajo político de los co-munistas?

—Los americanos no hablan de «política» y no-sotros no les hablamos de comunismo. En el trabajodicen algunas veces: «El comunismo soviético esprogresista»; «El partido de los comunistas es unmotor que tira el país hacía adelante»; «Su gran la-bor de constructores de una nueva sociedad, les daderecho a los comunistas para ir adelante»; Natu-ralmente, estas son expresiones de comprensión.Alguna vez un ingeniero americano dijo: «Stalin lelleva a Lincoln una diferencia mayor a los años quelos separa en la historia».

Terminada esta última excursión de estudio y denuevo en Moscú, me ocupé entre otras cosas, enayudar a diferentes camaradas a preparar el regre-so a sus países. Y por diferentes correros, a remitiralgunos de mis libros directamente a Colombia, enpaquetes que utilizaba para trasladar mis apuntes.Pero no sabía cuando sería mi salida. Una vez, yaentrado el invierno, me llamó el secretario de la I.C.,camarada Manuilsky y me planteo una serie de pro-blemas relacionados con la preparación del próxi-mo Congreso Mundial Comunista, a cuyo efecto re-cibiría yo el encargo de preparar una delegación co-lombiana.

Por estos mismos días tenía lugar en Leipzig, elcélebre proceso de los nazi contra Dimitrof, Popof yTanef, revolucionarios búlgaros a quienes se preten-

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día responsabilizar del incendio del Parlamento ale-mán (Reichstag), hecho realizado por los jerarcasdel nazismo como sucia provocación para perseguiry exterminar a valiosos dirigentes de la clase obrera.La inteligente y valerosa actitud de Dimitrof en talproceso despertaba en la Unión Soviética un extraor-dinario interés. Como todo mundo sabe, los juecesde Hitler quisieron convertir el Tribunal de Leipzigen un foco de ataques al comunismo y por consi-guiente a la URSS. Pero Dimitrof condujo las au-diencias al terreno de la lucha contra el bandidajehitleriano; al mariscal Goering que había dirigido elincendio despojó del antifaz, y se transformó en elmás implacable acusador del régimen de sangre quesufría Alemania.

El proceso de Leipzig creó tal situación a los co-mandos nazis, que no podían ya condenar ni asesi-nar a los valientes revolucionarios, hacer espectácu-lo, resonar trompetas. Dimitrof había desenmasca-rado —a los ojos del propio pueblo alemán— a losincendiarios, denunciando ante el mundo el plan si-niestro de persecución y exterminio que con tal pro-vocación estaban realizando. Pero ¿qué harían en-tonces los nazis con Dimitrof y sus compañeros? Paracrear un poco de silencio en medio de tanto ruido,suspendieron el proceso y la Unión Soviética que com-prendía la dificultad de los jerarcas nazis, ofreció re-cibir en carácter de refugiados políticos, a los comu-nistas búlgaros, situando en Leipzig un avión pararecibirlos. El golpe fue seco, los nazis estaban enre-dados en las espuelas, cogidos en su propia trampay, naturalmente, cedieron a la oferta del Kremlin.

Esto sucedía ya en febrero de 1934, estando yaotra vez a las costas del Mar Negro. Creí viajar a

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Colombia en tal mes, pero se interpusó el médicodel Komintern para declararme «muy agotado», ypor consiguiente «necesitado de un buen descanso».Y como era verdad, me juntaron las vacaciones dedos años, y con mucho acento disciplinario me dije-ron: «sesenta días sin pensar en nada». —¿Cómoes esto? —le dije al camarada Mezcoskaya que in-tervenía en tales asuntos—. Esto es —me contes-tó— que usted se va a la casa del Kremlin, en Crimea,por el término de dos meses, a comer bien, a dormirmejor, a pasear, a divertirse. Y como final de estediscurso, puso en mis manos la «putiopka» (cartapara viajar), en vísperas de mi regreso a Colombia.

La casa del Kremlin, en Crimea, era un antiguocastillo señorial de una «ilustre casa de nobles» ita-lianos, situada en la costa del mar negro, hacia elgolfo de Quer-Son. Esta famosa mansión de gustorenacentista, con lujo de ornamentación veneciana,estaba ubicada en un poético bosque de pinos, tilosy abetos, y rodeada de palacetes que serían tibiasresidencias veraniegas de apuestos caballeros y da-mas encopetadas.

El Kremlin, al hacer suyo este lugar y dedicarlo aldescanso de sus trabajadores, le creó nuevas dota-ciones, tales como clínica, campo de deportes, culti-vos de hortalizas en invernadero, planta de hielo,criadero de aves, casas para empleados ocupadosallí, etc. Y, de sitio en donde se gastaba la vida y eldinero extraído a los siervos en prolongadas orgías,estaba convertido, bajo el poder de los Soviets, enun lugar para reconstruir la vida, para cuidarla enbeneficio de la sociedad socialista. En este sitio es-taba por aquellos días, el genial escritor soviéticoMáximo Gorki.

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Mi estadía en aquel espléndido lugar, estuvo llenade sorpresas. La primera de ellas consistió en un exa-men médico general, del cual resulté con los nervios«flojos». Diagnóstico que me obligaba a estar todoslos días, a las diez de la mañana, en una sección detratamientos eléctricos de la clínica, en donde un es-pecialista debía «templármelos». Y la cosa era diver-tida: me trepaba a una mesa, me cubría de placasmetálicas los omoplatos, el cogote, los hombros y laspalmas de las manos, y como todo estuviera conecta-do por hilos, me soltaba una corriente de hormigueoque se prolongaba durante quince minutos. Veinti-trés días después me dijo el especialista: «Bueno,ahora tiene ya sus nervios bien templados».

El mismo día me dijo el médico que me pesabapor tercera vez: «Muy bien, ha ganado usted diezkilos». ¡Que barbaridad¡ pero no era gracia en pre-sencia de los menús. Qué desayunos: bandejas conuvas, tajadas de jamón, huevos pasados por agua,pan, mantequilla, queso, caviar, leche, té. Luego,paseíto por el campo, fumar la pipa, mirar el mar,oír un noticiero, baño de tina, copita de brandy…¡Qué vida! ¡Otra vez al comedor! ¡Y qué almuerzo!Bandejas con sandía, peras y manzanas; sopa deostras, pollo en salsa de tomate, ensalada en cremade leche, chuleta de cordero, pasteles de pescado,vino en vaso cervecero, dulces, leche, té… ¡Qué bar-baridad! Y, luego de fumar un poco, a dormir la sies-ta bajo la vigilancia de un médico, para levantarsede nuevo a las cuatro a tomar el té con galletitas,mermelada y pan tostado cubierto con mantequillay rebanadas de queso, y nada de lectura; nada desentarse a escribir, nada de pensar, oír un noticiero;nada más encender la pipa y pasear por el bosque;

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subir a las colinas; recorrer sobre arenas la orilla delmar; participar en un deporte; ir como espectador;jugar una partida de ajedrez; treparse a una roca ycantarle al crepúsculo que bañaba de sangre lasaguas azules; y después, un poquito tarde, ¡a co-mer! De nuevo banquete, un desfile de bandejas quelo dejaba a uno de silla de manos.

He dicho en otra parte que los inviernos enCrimea casi no se sentían, y con tal acumulación decalorías, a veces me parecía estar en el primer oto-ño europeo que me tocó en Berlín. Bellos paisajes,vida regia. Pero al contemplar veinticuatro días des-pués una mañana brillante, le dije al administrador:«Vea, camarada, yo siempre voy a Moscú a dar unavueltita». ¡Moscú que tenía dos días de ferrocarril ymedio de carretera! Pero había un automóvil quesalía a conectar con el tren a varios amigos que re-gresaban con los nervios templados y precisamen-te, le sobraba puesto. El administrador se sonrióconmigo como diciéndome: «Bueno, no le queda maldarle una vueltica a la mujer».

Instalado en el compartimiento del tren que via-jaba a Moscú, pude regresar a mi vida, a mi estilo, atener a mi lado un libro, unos apuntes, un lápiz. Aveces se me hacen vacíos en la existencia y el tediotrata de volverme flecos, pero reaccionó, paro el es-píritu encima de la cabeza y me pongo a pensar le-jos. Esta vez abrí el maletín y me di a repasar lasúltimas notas. Algo tenía allí relacionado conZhiómir, con Zaporoshie y la famosa colonia de cer-dos, con los establos modernos, con Nicolaiev, conNovoroksish. Pero decidí ordenar lo relacionadoúnicamente con Crimea, con los aspectos mínimosque podía consignar en estos relatos.

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La península de Crimea tenía a la sazón una po-blación posiblemente igual a la que pueda tener aho-ra en 1939 el departamento colombiano del Valle delCauca, es decir, unos ochocientos mil habitantes. Sellamó antiguamente Quersoneso Taurico, y por di-versos períodos de siglos había sido colonia de im-perios de Oriente y Occidente. Generalmente se latuvo como una decisiva base militar en el dominiodel Mar Negro, ligada a planes estratégicos paratomar, conservar o defender el Estrecho de losDardanelos.

Crimea, aparte de sus viñedos, de sus célebresbodegas de vino y de su limitada producción de tri-go, no tenía gran importancia. Sus costas estabanpobladas de pescadores, boteleros modestos yaguerridos piratas. Sus espléndidas playas que ri-valizaban en belleza con las más notables del Medi-terráneo, fueron suntuosas residencias veraniegasde las familias reales y sus nobles palaciagos. Yalta,Alupka y otros lugares, estuvieron convertidos enedenes de placer.

Ahora tiene Crimea una cara nueva. Cuenta conmagníficas bases o centros de industria moderna;su agricultura es poderosa; la pesca se realiza encooperativas grandes; las aldeas que languidecíanbajo las botas de sus señores, están viviendo ya alritmo de su progreso. En Feudosia vi llenan las bo-degas de los barcos griegos con trigo. En Sebastopol,al lado de los fuertes militares, vi trabajar las fábri-cas. En Cinforopol —la capital— visite numerosasempresas de manufacturas producidas en masa.

Centenares de veces he referido en Colombia misimpresiones sobre una colonia de aves —o tal vezmás exactamente una empresa agro-industrial múl-

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tiple— que visité en Crimea y que debo explicar aquíligeramente. Se trataba de un vasto campo de árbo-les frutales. Por debajo de los árboles, se paseabanmillones de gallinas ponederas. Esto es maravillo-so: una fábrica para producir pollos en masa. Enuna galería, dos respetables incubadoras, cada unacon trescientos mil huevos surtían el vasto campode la colonia. Pero los pollitos no salían de sus co-cas para irse a recibir el oxígeno inmediatamente.No. La empresa tenía expertos avicultores, lujososcriaderos y toda clase de dotaciones. A cierta edad,los animalitos eran clasificados; los pollos propia-mente, pasaban a una sección de crecimiento y en-gorde; las pollas de selección ocupaban su regiónde privilegio dedicada a producir los huevos paralas incubadoras, y las otras, las standard pasaban alas zonas de los nidos que producían huevos para elmercado.

¡Qué maravilla! De los grandes depósitos baja-ban por bandas cóncavas de caucho y pasando porun tubo de cristal en donde se les miraba para certi-ficar su pureza, salían, pesados y sellados, los hue-vos que luego viajarían en empaques especiales acubrir los mercados de consumo, no sólo en la URSSsino también en Italia, Alemania y Francia. Cerca allugar de nacimiento, como indicando la breve exis-tencia de cinco meses, estaba la fábrica donde mo-rían los pollos. De allí salían como carne fresca, ex-cepción de las visceras, las cabezas y las patas queingresaban a la elaboración de conservas en aceite ytomate, que después viajaban también en latas conleyendas en etiquetas doradas. Pero esto no es todo:en amplios talleres se trabajaba la pluma; es decir,se le sometía a un proceso consistente en despren-

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derla de las venas, en pasarlas por calderas de aguahirviendo y luego de secarlas en estufas y empacarlasen cajas adecuadas, se les enviaba a las fábricas decolchones, almohadas y edredones. Las venas de lasplumas se las utilizaba como combustible.

En esta colonia conocí los establos con calefac-ción eléctrica y el ordeño con máquinas. En general,muchos detalles despertaban en mí extraordinariointerés y otros, gran curiosidad. Un detalle de esteúltimo género fue, por ejemplo, la desencluecada degallinas por medio de máquinas de aire. El segundofue también curioso. Un empleado nos decía, —bue-no, que dejen de poner unos días, pero que tengaque sacarlas del nido a cada momento, ya no es con-migo. Y diciendo esto entraba dos cluecas a una es-pecie de molino de viento. —¿Cuánto demora el tra-tamiento? —le preguntamos—. Unos minutos —noscontestó. Y ciertamente, en breve les abrió una por-tezuela y los animales salieron con la pluma asenta-da, sin cluequeo, un poco asustadas.

Crimea tiene una historia particular. Ocupadapor diferentes pueblos, cada uno ha dejado algo queperpetúa su memoria, núcleos a veces reducidos peroque sin embargo retienen la tradición. A Crimea lle-garon masas de población perseguidas en tiemposdel imperio romano, en la época de Constantino enlos sombríos períodos de las cruzadas. En Crimeaexisten todavía preciosas catatumbas. Y para queno suene mal la paradoja, explico lo que yo vi. Cercaa Cinferopol, en colinas bellísimas, con tierra entreroca y arena, con suave color de palo de rosa, algocomo greda que permite ser labrada y pulida, podíaver el viajero antiguas habitaciones de lujo. Los tra-galuces tenían formas de ventanales con cierta poe-

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sía romántica y pasando las rústicas entradas, se-mejantes a las que tenían algunas minas, se dabaenseguida con elegantes portadas en bonitos arcos.Como era obvio, por cada catatumba de lujo habíamil cuevas semejantes a muchas que se podían veren el departamento colombiano de Boyacá, habita-das por familias campesinas e indígenas.

Como resultado de su pasado histórico, Crimeaera un mosaico de pueblos, y por este hecho, el mo-delo perfecto de cómo el poder soviético resolvió elagudo problema nacional, incluso en el caso de mi-norías casi extinguidas. Desde el punto de vista de-mográfico, no existían en la península, ni una zonanacional mayoritaria, ni una población del mismoorigen étnico que diseminada en todo su territorioconstituyera mayoría. Las nacionalidades de origentártaro y ruso, eran relativamente las más numero-sas. Pero tampoco existía una provincia o siquierauna ciudad que se pudiera determinar como tártarao rusa exclusivamente. Quizás pequeñas cejas geo-gráficas y viejas aldeas podían existir en forma ho-mogénea, sobre todo de ascendencia asiática, esdecir, tártaro.

Lo común en Crimea era la religión, la ciudad ylas aldeas mezcladas. Sólo los hebreos solían tenertodavía núcleos homogéneos, en estrechos limitesrurales y modestos pueblos. En estas condiciones,el poder soviético aseguraba la convivencia de lospueblos de diverso origen bajo las siguientes reglasde derecho: 1. Todos los individuos que habitabanla península, no importara cual fuera su origenhistorico-nacional, gozaban de plena igualdad y porconsiguiente era delito y se sanciona como tal, todadiscriminación o labor que tendiera a separar la po-

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blación entre superiores e inferiores, entre personascon más derechos y personas con menos derechos.2. Todo núcleo nacional, grande o pequeño, teníaderecho a conservar y mejorar su idioma, sus cos-tumbres y, en general, las tradiciones propias de suorigen histórico y por consiguiente a que las escuelasque educaban a sus hijos usaran la lengua materna.3. Solamente la enseñanza secundaría técnica y pro-fesional era bilingüe, o sea, que a demás del idiomanativo era obligatorio ver ruso. 4. Que los funciona-rios públicos de cada lugar debían usar el idiomanacional respectivo y además, el ruso como lenguade ligazón, y unidad de la sociedad y el estado.

En tal situación, los Soviets de diputados localesy del Estado Autónomo de Crimea, se elegían tenien-do en cuenta la composición nacional. Por ejemplo:en una aldea homogéneamente hebrea, se elegíanun Soviet hebreo. Pero si se trataba de una aldea demayoría hebrea y minoría tártara, digamos, estaminoría tendría su representante. Si era el caso deuna ciudad donde convivían tres o cuatro núcleosde origen nacional diferente, el Soviet de tal ciudadtenía que reflejar exactamente la densidad de cadanúcleo. Desde luego que no existiendo intereses an-tagónicos en los sectores étnicos, no podía existircausa alguna para la discordia. Por el contrario, exis-tiendo como en realidad existían intereses de pro-greso común, fuerzas de unidad para realizar gran-des tareas, era lógico que los pueblos se vinculasenestrechamente y terminasen, en un futuro mas bienno remoto, en fusionándose en un mismo crisol quesería, naturalmente, el de la sociedad comunista.

En Crimea pude verificar un hecho que tenía va-lidez para toda la URSS y que venía observando des-

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de mis primeros contactos con el pueblo soviético,hecho que yo comprendía pero que debía documen-tar. ¿Por qué pensaba la gente y se expresaba igualen cada lugar de la península, cuando se trataba delas cuestiones principales de la política nacional einternacional? Pero esto no era lo más importante:¿por qué pensaban de la misma manera en elCaucaso, en Ucrania, en la Rusa Blanca, en la Re-pública de los Alemanes del Volga, en los Urales, enel Asia Central y en el lejano Oriente? ¿Quería us-ted promover la discusión de un gran problema?Tenga la seguridad de que, en líneas generales, en-contraría las mismas ideas en Kierchy, en Kasán, enMinsch, en Kiev y en Moscú.

Lo anterior es lo que llaman los enemigos de laUnión Soviética, «pensamiento dirigido». Para es-tos «pensadores independientes» del mundo capi-talista, pagados y por consiguiente dependientes delos trusts financieros, el asunto era simple: elKrenlim, «fabricaba» la política, y diez o doce buró-cratas al mando de Stalin distribuían el manual depreguntas y respuestas a todas las cuestiones. ¡Unaespecie de «Catecismo del Padre Astete», con la de-bida tarifa de penas y castigos aplicables (como enel caso de los pecados) a los desobedientes! Pero larealidad era otra, y tan clara como elemental. Vea-mos la realidad:

La URSS tenía un sistema económico, social ypolítico creado y defendido, incluso con las armas,por el pueblo. Dicho sistema tenía un tipo de Esta-do nuevo que no era la representación de una partede la sociedad sino de toda. Y como esta era unasociedad sin antagonismos y por consiguiente sindivisiones internas, sin luchas intestinas, era claro

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que podía elaborar, como en efecto lo había hecho,su programa de progreso general y sus quinquenalescomo etapas de su desarrollo. Si estos era claro paralos ciudadanos de la URSS; si las ideas directricesdel programa y de los planes obedecían al consensode la voluntad popular; si tal programa y dichos pla-nes interpretaban las necesidades y aspiraciones delas masas, ¿no era lógico que las personas de laURSS, cualquiera que fuera el sitio geográfico endonde se hallaban, hablasen el mismo lenguaje, tra-tándose de la organización de las energías, del im-pulso al trabajo, del crecimiento de su cultura, de ladefensa de sus grandes conquistas, entre ellas la desu patria?

Siendo que Colombia no era un país soviético yque entre otras muchas cosas no se podía elaborarun programa global y dentro de él planes coordina-dos de realización conjunta, era evidente que nopodíamos hallar aquí ejemplos de alguna similitudpara explicar la cuestión. Sin embargo, imaginemospor un momento que los colombianos hemos sidocapaces de superar a estos dos partidos huterinos,electoreros, burocráticos, manzanillos, sectarios y aveces feroces que monopolizan —después de defor-marla— la opinión popular; pensemos que se hacreado en nuestro país un frente de progreso, capazde unir siquiera en una etapa el conjunto de las ener-gías del pueblo; pensemos que dicho frente ha cons-tituido su gobierno bajo un programa realista y den-tro de él se ha trazado un plan de realizaciones fun-damentales; pensemos lógicamente que toda la na-ción está saturada del oleaje que mueve su destino:¿No sería razonable entonces, que los hombres deIpiales, de Neiva, de Cúcuta, de Aracataca, de Pereira

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y Medellín hablaran el mismo idioma, expresaranlas mismas ideas en torno a la política progresista?¿Qué colombiano interesado conscientemente enuna empresa de reducción no tiene siempre un idio-ma para referirse a ella?

En Crimea como en el Caucaso, en Ucrania, en laRusia Blanca, en donde fuera que estuve como tra-bajador, como estudiante, como observador, ví, oí ycomprendí que un gran espíritu de unidad saturabala población soviética, lo que naturalmente se debíaal pensamiento común que animaba la construcciónde la sociedad comunista, es decir a su extraordina-ria elevación de la conciencia del hombre que adqui-ría también un lenguaje común para llamar las co-sas de la comunidad.

Debo explicar en pocas palabras, mi salida de laURSS, porque también algunas personas me han pre-guntado con cierta misteriosa novedad: ¿y como hizopara salir de Moscú? El asunto es muy simple. Pero elhecho es que hay gente que influenciada por la propa-ganda antisoviética supone a los extranjeros en laUnión Soviética como rehénes, como prisioneros so-metidos incluso a trabajos forzados.

Y mi caso era casi especial porque no me servía elpasaporte que me habían fabricado en Santa Marta.No me servía porque no fue visado en tiempo oportu-no, y no fue visado porque Colombia y la URSS notenían entonces relaciones diplomáticas. Además, de-bía viajar a través de Alemania y Bélgica para llegar aFrancia en donde tomaría pasaje marítimo. Desde lue-go, todo esto tampoco constituía ninguna hazaña.

Cometí un error de cálculo que me creó cierta es-trechez monetaria en París, en el barco y finalmenteen Barranquilla. Este error consistió en que, citado

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por la oficina técnica del Komintern para que dierami presupuesto y a pesar de que me advirtieron queviajaría como turista, y que tal «rol» me obligaba aocupar buena categoría, elaboré cifras muy reduci-das, de tal forma que no me fue posible comprarmeun traje en Berlín, hacer gastos suplementarios enFrancia, darme mediana posición en la travesía delAtlántico y llegar a puerto colombiano con recursosindispensables para subir al río Magdalena. Claroque no tuve ningún trastorno serio.

La oficina puso en mis manos un pasaje hastaParís, con validez de setenta días. Además, una li-cencia con su visa consular para entrar, de tránsito,en Alemania y el presupuesto de gastos que yo fijé,en dólares americanos y francos franceses. Por se-parado recibí una lista de hoteles inscritos a la em-presa internacional de turismo.

Salí de Moscú en Marzo de 1934, con profundapena de dejar la tierra que me tuvo como su hijoadoptivo y de la que había hecho mi segunda patria,pero también con extraordinario interés de llegar aColombia, que fue mi pensamiento permanente, mipreocupación constante.

Llegué a Berlín, me alojé en el «Atlas Hotel», si-tuado en la calle de Federico y que después pertene-cía a la cadena de negocios del nazi número dos, esdecir, el mariscal Goering. Allí conocí a variosjerarcas del hitlerismo: al Dr. Goebbels, menudito einquieto, con su cara de avestruz; a Iless, retraído,con actitudes de importancia estudiada; al mismoGoering que arrastraba un sable sobre la espesa al-fombra de té como la cola de un pavo real.

Berlín estaba muy cambiado. Las mejores vitri-nas de su comercio de lujo estaban ahora ocupadas

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en la exhibición de grandes bustos de Hitler, deoleografías del mariscal del aire, de banderas nazis,de fotografías tomadas en los desfiles de las «cami-sas pardas». En todo se veía el espíritu bélico, laexaltación del tipo alemán como El Super Hombrede Nietzsche. Berlín como toda Alemania estaba vi-viendo un período de agitación nazista feroz. En esteespíritu se organizó un desfile a la «tumba del sol-dado desconocido» que se alzaba en mármol negrofrente al monumento de Federico el Grande, y yodesfilé a la entrada del santuario con la gente quellevaba coronas, ramilletes de flores y lazos de cin-tas con inscripciones.

No visité ninguna de mis amistades berlinesasporque podrían ser identificadas por los nazis de laGestapo. Por esta razón no fui al consulado de Co-lombia. Estuve en las oficinas consulares de Fran-cia y obtuve licencia y visa para demorar un mes enParís. Obtuve, asimismo, visa de tránsito en Bélgi-ca y, dos semanas después de llegar a Berlín y luegode presentarme al Reischt-Bank para cambiar dóla-res por marcos y cancelar mis cuentas, tomé el trena Bruselas. Demoré allí tres días. Según mi «rol», enBélgica se terminaba mi categoría de turista de pri-mera clase para pasar a segunda. Llegué a París yme alojé en el Hotel Montaña— de segunda catego-ría—, cerca de la estación del norte y de la Plaza dela Ópera, en la calle Fayette.

En París tenía magníficos amigos, no solamenteentre los comunistas venezolanos, peruanos y deotros países latinoamericanos, sino también diplo-máticos. En esta categoría estaba el embajador deColombia, General Vásquez Cobo, que, a pesar delas peleas que tuvimos en Cali, él como administra-

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dor del ferrocarril del Pacífico y yo como vocero delos trabajadores, me honró siempre con unapersonalísima y a veces muy estrecha amistad. Es-taba también el cónsul general, gran poeta colom-biano, Víctor M. Londoño, quien desde 1925 me dis-tinguía con una amistad que pudo demostrarme enParís como amplísima y cordial. Londoño, hombremuy modesto y de pocos amigos, me condujo a loslugares históricos de las grandes luchas de la co-muna de 1871; en uno de los arrabales, en una fon-da que conservaba la estampa que tenía a la caídade Napoleón III, pasamos un día hablando de Co-lombia, bebiendo vino añejo, y comiendo arenques.Londoño tenía conmigo actitudes de niño; algunavez me regalo una tiquetera «para que me costaramas barato viajar en metro».

Como se puede comprender, en París no la pasémal. El único inconveniente era que no podía ofre-cerles a mis amigos más de un tinto porque no mealcanzaba el dinero. Algunas veces, iba al pabellónde propaganda que tenía el Brasil y tomando la ta-cita de café gratis deploraba que Colombia no tuvie-ra también el suyo. En fin, salí de la capital france-sa, por la ruta de Nantes demorando un poco enAmiens y lo necesario apenas para tomar la líneamarítima holandesa en Boulogne a fines de abril,provisto de un pasaporte en regla. Llegué aBarranquilla en mayo, muy estrecho de recursospara llegar a Medellín y luego a Bogotá.

A modo de posdata

Tal vez no sea necesario. Pero temo que algunosamigos de la Unión Soviética en Colombia, me pue-dan preguntar: ¿Y que ha hecho usted para expli-

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car al pueblo colombiano lo que vio, oyó, y compren-dió en la URSS?».

Cuando llegué a Bogotá, quizás dos o tres díasdespués, dictó el Dr. Laureano Gómez una iracun-da conferencia contra la Unión Soviética. El teatroColón estuvo repleto con el plano y la seda de lasoligarquías, excepción de un palco que ocupamosalgunos camaradas. Yo tomé notas, y de maneracortés pero enérgica interpelé al difamador cuandoterminaba. Pero, Gómez se escurrió tras la escenaen forma que probablemente creyó olímpica. El «dis-tinguido público» se sorprendió por que yo dije algo,y abandono el coliseo sin haber podido aplaudir losuficiente a su orador.

En seguida, la dirección del partido comunistafijó carteles anunciando una serie de conferenciasque yo dictaría bajo el titulo general de: «la UniónSoviética y sus detractores». El temario que publi-qué despertó gran interés, y fue así como el teatromás amplio de Bogotá—el Santafé—, se llenó du-rante cuatro domingos. Por un período de variosmeses hablé a propósito de la URSS en sindicatos,asambleas, y círculos obreros de la capital. Luegoviajé por el país. En Medellín hablé en muchas oca-siones, incluso una de ellas en un teatro popular delbarrio de Guayaquil (el teatro Granada).

Aparte de mis conferencias en tribunas públicas,en asambleas de obreros, de empleados, campesi-nos, indígenas del país, quiero recordar aquí las quefueron propiciadas por algunas entidades y perso-nas de izquierda. En primer lugar las que dicté enlos paraninfos de la universidades del Cauca yNariño, en el Instituto Universitario de Manizales,en el club de empleados de Barranquilla, etc. En se-

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gundo lugar las que dicté en teatros de ciudades deprovincia como Armenia, Pereira, Sevilla, Palmira, etc.

Para mí, el factor político principal que servíaentonces y sirve ahora de orientación a las perso-nas, a los grupos y movimientos de masas situadosbajo amplias aspiraciones de progreso y justos an-helos de libertad e independencia nacional y de cla-se es la experiencia de la URSS, el conocimiento desu desarrollo, la divulgación de su papel históricofrente a cualquier problema local o nacional, regio-nal o internacional; frente a una huelga, a un mitin,a un periódico de los trabajadores, etc., es suficientesi sabemos que piensa la Unión Soviética.

En dondequiera que he hablado de la URSS, hecomprendido el interés que despierta, la admiraciónque infunde. Sin embargo, ¿por qué reducen las or-ganizaciones revolucionarias en Colombia la URSSa simples menciones formalistas de prensa: a la re-producción de una información o de un trozo de li-teratura? En mi opinión, esta actitud oportunista sedebe al hecho de que las organizaciones revolucio-narias de Colombia, sus comandos, sus dirigentesestán imbuidos del espíritu electorero que, adorna-do con frases de izquierda, incluso stalinistas, noles deja ver más allá de las curules y de los empleosoficiales subsiguientes.

En 1938 se cristalizó el contagio liberal y conser-vador electorero en la propia dirección del PartidoComunista al cual yo pertenecía. Y las personas asícontagiadas adoptaron la herencia ya dispersa dela agonizante social democracia para cubrir su fugadel campo de los principios con una fraseología queapenas hacía el juego a su apetito de curules. Estasituación tenía que excluirme a mí que no pensaba

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en razón electoral. Sin embargo, todavía en 1939 y1940 dicté conferencias en asambleas obreras y cam-pesinas, escribí artículos en periódicos revoluciona-rios y estuve presente en muchas células comunis-tas, y círculos proletarios, explicando los problemasde la segunda guerra mundial y la posición de laUnión Soviética, principalmente en relación con elpacto de «no agresión», pacto firmado entre Moscúy Berlín, que tanto agitaron los círculos reacciona-rios de las democracias para ricos contra el país dela democracia del pueblo.

En 1941 dicté mis últimas conferencias públicassobre la Unión Soviética. Una de tales conferenciastuvo lugar en Cali, en el circo-teatro Granada y, apesar de que los organizadores vendieron las entra-das, al salir del lugar pregunté en la taquilla por elnúmero de personas que habían entrado y me die-ron una tira de papel con el registro de 1.363, agre-gando que mucha gente había entrado con tarjetade «invitados especiales». En esta conferencia, pro-nunciaba en los mismos días del alevoso asalto nazia las fronteras soviéticas, sostuve una sólida argu-mentación política, para concluir estimulando laconfianza en la victoria final de la Patria mundialde los Trabajadores.

Medellín —1942.

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Este libro se terminó de im-primir en los talleres de Im-presora Feriva S.A. en Cali,Colombia, en octubre de2005.