5 minutos antes de morir

89
5 Minutos antes de Morir Josi Grinboju

Upload: ga77

Post on 16-Jan-2016

64 views

Category:

Documents


3 download

DESCRIPTION

novela

TRANSCRIPT

Page 1: 5 Minutos Antes de Morir

5 Minutos antes de Morir Josi Grinboju

Page 2: 5 Minutos Antes de Morir

5 Minutos antes

de Morir

Josi Grinboju

Octubre 15, 2011

[email protected]

Page 3: 5 Minutos Antes de Morir

3

Para vos que tanto la quisiste

leer, y al final no la leíste

Page 4: 5 Minutos Antes de Morir

4

5 Ahora que quedan solamente cinco minutos no

me parece poco. Hace media hora, cuando se

dictaminó mi destino mortal, todo me avasallaba. El

tiempo me comía las células una a una y me iba

dejando cada vez más flaco y transparente; el tiempo

me comía el tiempo y se me escabullía por entre los

dedos. Me encontraba a mí mismo diciendo “¡no, no

no!” en voz alta, casi gritando, como apelando a quien

maneja el reloj del universo. Perdía el tiempo

pensando en el tiempo.

Ahora quedan solamente cinco minutos y me

parece una eternidad. Tengo tiempo para todo. Se me

hace de chicle y cada segundo dura un siglo. Las

agujas del reloj enorme que tengo frente a mí se

mueven tan despacio que pienso que no lo hacen.

Hasta que un segundo obliga a la larga y fina aguja

roja del segundero a moverse, las telas de araña se

acumulan alrededor y parecen ser ellas las

responsables de la demora exagerada.

Hasta me doy el lujo de pensar en el reloj

mientras pasan los segundos delante de mí, desfilando

en su última pasada antes de morir en ese balde

infinito de tiempos pasados, luego de haber cruzado

ese finito y breve escenario para el que fueron creados

llamado presente.

Page 5: 5 Minutos Antes de Morir

5

En cinco minutos podría caber una vida entera.

Nacimiento, infancia, adolescencia, juventud, adultez,

vejez, y por fin el descanso final. Podría dividir estos

últimos cinco minutos en tiempos proporcionales a los

que vive una persona de… digamos… unos ochenta

años, y vivir en cada porción, todo lo importante.

Seguro perdí mucho tiempo en lo que llevo vivido.

Mal utilicé muchas horas de mi vida, dormí de más,

me equivoqué, re hice cosas mil veces hasta que me

salieron bien… Si tuviese que rescatar lo

verdaderamente importante, quizás cupiese en cinco

escasos pero jugosos y vivenciales minutos. Seguro

que sí. Así que a no llorar. Cinco minutos me quedan y

puedo disfrutarlos a lo grande.

Entonces aparece ese avión. No. Antes aparecen

los pasajes sobre la mesa. Y un poco antes aparece la

escena de la llamada telefónica en la que me

comunicaban que había ganado el viaje a California.

Todo llega en el orden correcto, pero en el momento

de registrar su paso por mi cabeza una vez más,

mientras miro el enorme y blanco reloj analógico a

pilas, no alcanzo a registrar todo a la vez y es como si

hubiese visto primero el avión y luego los pasajes —el

de ida y el de vuelta— descansando sobre la mesa, al

lado de esa banana a medio comer. No. Pero eso vino

primero. Sin dudas. Sería imposible que hubiese

tomado el avión sin esa banana ni los pasajes.

La llamada telefónica que parecía una cargada

—pero que se confirmó como real cuando vino esa

limusina a buscarme al día siguiente para llevarme a la

entrega de premios— fue sucedida por un festejo

Page 6: 5 Minutos Antes de Morir

6

moderado, por miedo a hacer el ridículo y hasta a estar

siendo filmado con una cámara oculta que se burlaría

de mí durante años. Y fue precedida por el e-mail que

mandé con la respuesta correcta a la empresa de tablas

de surf “Neotactics”. No me había costado más que

treinta minutos que de todas maneras tenía repletos de

ocio y sin planes de nada. Navegué por internet —y

ahora que lo pienso, el rubro acuático tenía mucho que

ver; la palabra navegar para conseguir la respuesta

calza perfectamente—; me comí mucha información

inútil y finalmente lo encontré. Lo habían pensado

bien. No era uno de esos concursos estúpidos en los

cuales esperan cuatro mil respuestas correctas para

efectuar entre ellas un sorteo que le dé el premio a

cualquier pelotudo con suerte. No. Habían pensado

una pregunta que googleando no se podía encontrar, y

los que se tomasen la molestia de bucear la respuesta

correcta —acá el término bucear pega mucho mejor

por la dificultad del hallazgo y lo profundo que hubo

que buscar—, supongamos unos doscientos, al menos

mereciesen un premio por su esfuerzo. Aunque en mi

caso fue de sólo treinta minutos. Treinta minutos que

me hicieron acreedor de un pasaje a California ida y

vuelta, y a la vez me obligaba a ser protagonista de un

evento festivo lleno de chicas enceradas en la cola y

con minúsculas bikinis que se sacarían fotos conmigo

—seguramente obligadas por contrato— y gente que

me felicitaría suponiendo que yo era feliz no tanto por

el pasaje sino por el derecho a utilizar, recibir, exigir y

disfrutar de los productos de una de las marcas más

Page 7: 5 Minutos Antes de Morir

7

importantes del mundo en el tema del surf que hacía su

aparición por primera vez en Argentina.

Jamás se imaginaron que mi interés era tan nulo

como la posibilidad de que reclamase algún tipo de

producto para uso personal. Claro que aparecieron

amigos sugiriéndome que pidiese de todo para luego

venderlo al mejor postor y salir forrado. No era mala

idea pero me imaginaba que tontos no eran los de

Neotactics, si es que era de verdad la empresa número

uno en su rubro. Tan caídos del catre no podían ser.

Aunque hay que tener en cuenta que la mente criminal

que tenemos en Argentina (y especialmente en Buenos

Aires) no la tiene cualquiera. Quizás su inocencia los

iba a llevar a cuestionarse un segundo concurso en el

futuro.

En determinado momento le di una especie de

giro místico al asunto y pensé que era una señal del

destino para que tome un rumbo diferente en la vida.

Si me hacía acreedor de artículos de uso acuático y no

vivía cerca de ningún mar, era evidente que el destino

me estaba diciendo que me tenía que mudar a otro

lugar, acorde a la tabla de surf o lo que fuese que me

iban a regalar. Lo pensé seriamente. Llegué a

cuestionarme mi propia vida y el sentido de lo que

hacía día a día. Estuve a punto de empezar a moverme

por el asunto hasta que vino Fernando y me dijo lo que

valían las porquerías esas de Neotactics. Pensé en

tener ese fajo de dólares en la mano en lugar de un

snorkel, y mandé el proyecto-destino al mismísimo

demonio.

Page 8: 5 Minutos Antes de Morir

8

El viaje parecía que iba en serio. Y lo cierto es

que había tenido que renovar el pasaporte. Se me había

vencido sin ningún sello que lo desvirgase. Ridículo.

Lo saqué comiéndome una cuadra y media de cola una

mañana de las vacaciones de invierno cinco años atrás

pensando que lo iba a necesitar para viajar a Brasil con

los chicos de la bailanta. Nadie se molestó en

comentarme que alcanzaba con la cédula de identidad

por tratarse de un país limítrofe. Me tiré el lance de

pedirles que me paguen la renovación, pero los

Neozelandeses de Neotactics fueron diplomáticos y

delicados al decirme que no disponían de efectivo para

los premios.

Y vuelvo a pensar en el avión. El fastidio de

tener que viajar con una estúpida tabla de surf que

valía tanto como el auto de mi hermano pero no tenía

siquiera una rueda. Tabla que podrían haberme

entregado en California para al menos evitarme el

viaje de ida. O inclusive, recién ahora lo pienso,

podrían habérmela entregado en Argentina, todo lindo,

dejarla en casa y que me prestasen una tabla de ellos

en California, qué tanto lío. Un engorro total fue viajar

con esa tabla. Dos taxis que llamé para ir a Ezeiza me

dejaron de a pie en la puerta de casa porque ni en pedo

empezaban a atarla en el portaequipajes. Menos mal

que Carchi me arrimó con la camioneta de la madre,

que ese día había terminado temprano el reparto de

esos floreros diabólicos que hace en cerámica. Y la

tabla de surf, para colmo, nunca tocaría el agua de las

costas Californianas. En ese momento no lo sabía.

Puteaba por la incomodidad de llevarla y por las pocas

Page 9: 5 Minutos Antes de Morir

9

ganas que tenía de someterme a esa parte del premio

que me esperaba al otro lado de ese largo viaje: cuatro

clases en cuatro días con Marco Lonegan, el mejor

profesor de surf del mundo. Así sin vueltas. Y no era

muy cortés de mi parte después de todo lo que me

atendieron, que les dijese que el deporte de la tablita

sobre las olas no me interesaba mucho y que

solamente me entusiasmaba la idea de salir por

primera vez del país, y mucho más, gratis.

El viaje a California tuvo una escala que mi

escaso y sudamericano inglés no fue suficiente para

identificar. Ni siquiera sé si fue en Centroamérica o ya

en territorio yanqui o incluso mexicano. Ni idea. Las

dos veces que anunciaron el clásico “Welcome to…”

me pareció escuchar algo así como Dunster pero nada

más. Ni googleando en un cibercafé lo pude encontrar.

Y eso que googleando —a las pruebas me remito—

soy bueno.

Finalmente estaba en territorio norteamericano.

La gente me saludaba todo el tiempo a mi paso y por

un momento llegué a pensar que los de Neotactics eran

realmente más conocidos que las zapatillas Nike.

Luego me di cuenta de que el fenómeno de saludos a

desconocidos es una cuestión norteamericana

endémica. ¿Auiuduin? ¿auiuduin ser? A los primeros

dos les pregunté dos veces a cada uno “¿qué?” hasta

que me dijo —el segundo; el primero ni se detuvo—

que me estaba preguntando cómo estaba. Le pregunté

si me conocía de algún lado y no entendí un carajo lo

que me contestó. Y andá a saber si me entendió lo que

yo le dije, ahora que lo pienso. Después me fui dando

Page 10: 5 Minutos Antes de Morir

10

cuenta solo de que era un cabeceo simpático. A mí me

parece fuera de lugar de una. Quizás se hacen los

amigotes para que no los afanes. No sé. No me cayó

bien esa falsa amistad. Si cuando quieren, al fin de

cuentas, los yanquis te cagan a bombazos, ¿no?

Entonces que no se hagan los buenitos y educados

porque a Irak no les dijeron “auiuduin” antes de

tirarles el arsenal encima.

Para hacerme sentir más agasajado se tomaron la

enorme molestia de irme a buscar con otra limusina. El

chofer (que era naturalmente negro), me estaba

esperando como en todas las películas que vi en mi

vida, portando un cartel hecho en computadora —nada

de marcador a mano, apurado— lleno de logotipos de

la empresa y dibujitos de boludeces. Claro…también

estaba mi nombre ahí en el medio: Gabriel Tapia.

Le hice un gesto y el chofer, ¡que hasta tenía una

gorra!, juro por mi madre que hizo una reverencia. No

se arrodilló, no exageremos, pero hizo una reverencia

como si estuviese por empezar un combate de artes

marciales. Obvio que con una sonrisa. Y me dirigió

con gestos hasta un interminable coche blanco. No

recuerdo bien ahora con todos estos nervios cómo se

las arregló para ir caminando todo el tiempo detrás de

mí y a la vez guiarme hasta la limusina, pero lo logró.

Yo miraba a ambos costados todo el tiempo para ver

las caras de las personas que nos veían pasar. Quería

ver si pensaban que era un tipo importante o algo así.

Un poco de vergüenza me daba, pero a la vez me decía

por dentro “disfrutalo, boludo; esta anécdota la vas a

contar mil quinientas veces cuando vuelvas”. Y no…

Page 11: 5 Minutos Antes de Morir

11

parece que no la voy a contar nunca. No creo que

nadie vaya a enterarse de esa limusina, del negro que

me cortejaba ni de siquiera quién carajo fue el

responsable de que llegue a este punto, a un toque de

morir.

Me habían prometido que mi estadía no iba a

tener ningún gasto y lo cumplieron. En el tiempo que

duró, me pagaron todas las comidas. También todos

los tragos que quise en el hotel, el servicio de

lavandería que usé solamente para esa camisa que me

manché con kétchup, y ya no sé qué más. Yo con mi

mente de argentino me la pasaba pensando que en

cualquier momento me iban a cagar. Estaba esperando,

casi deseando, encontrar una falla en todo este

pseudosueño americano. Hubiese bastado que me

hagan pagar por la propina del botones del hotel para

que saltase diciendo “¡tramposos!” pero hasta de eso

se encargó el chofer de Neotactics.

Y en una sola cosa me cagaron. Técnicamente

no me cagaron porque en realidad nunca me

prometieron lo contrario. Pero me cagaron. Y vaya si

me cagaron. En el papel que firmé no decía nada sobre

eso; como siempre: el problema no es lo que está

escrito sino lo que no está escrito. A mí no se me cruzó

por la cabeza preguntarlo. Es más: yo estaba tan feliz

por haberme ganado el pasaje que ni se me había

ocurrido que me iban a pagar todo lo demás. Pero una

vez que me enteré de lo bien agasajado que iba a

terminar estando, no pude creer cuando de repente, dos

horas después de haber entrado a la pieza del hotel y

de haber abierto todos los frasquitos del baño y de

Page 12: 5 Minutos Antes de Morir

12

haber probado la primera cerveza con marca

desconocida del frigobar, después de haberme duchado

y vestido la bata de toalla color beige más suave que

un conejito de granja, golpeó la puerta el chofer de la

limusina. Al abrir esperaba una hawaiana en bikini con

guirnaldas, como mínimo. A esa altura ya estaba para

el cachetazo. Sin embargo apareció el de la gorrita

(que la tenía prolijamente guardada debajo de la axila

izquierda, por respeto, intuyo) y me dijo —en un

inglés bastante flojo— que traía a alguien. ¿Alguien?

Pensé rápido y mal. Me imaginé en una fracción de

segundo que era uno de esos programas que te traen

sin avisarte a un amigo de la infancia para que pase las

vacaciones con vos o algo así. Después alcancé a

imaginarme que era una forma en clave de decirme

que me traían una loca para que se enfieste conmigo

non stop. Todo eso y creo que algo más llegué a

imaginarme (¡vaya si será veloz como la luz, o más, el

pensamiento humano!) hasta que apareció un negro

con boina violeta, con sombra de bigotes descuidados

y ojos blancos como la leche; una tabla de surf

asomaba por detrás en ese carrito de metal dorado que

usan en los hoteles para transportar el equipaje de los

huéspedes y eso ya me fue anunciando lo que se venía.

En esa mitad de fracción de segundo pensé que había

un error y que yo no había ganado y que tenía que

devolver la tabla, la bata, pagar la cerveza y hacer la

cama retirándome en silencio sin hacer escándalo,

como decía Homero Simpson.

El negro era el ganador del concurso de

Neotactics de República Dominicana. Y había

Page 13: 5 Minutos Antes de Morir

13

contestado —luego me iba a enterar— una pregunta

mucho más fácil. En su país habían respondido

correctamente dos mil cuatrocientas personas. El

sorteo dijo a viva voz que Guarnel Hristo Bolivaris,

hijo de búlgaros y de senegaleses, se iba a California a

surfear. El sorteo dijo un montón de cosas más, al

igual que el mío, pero Guarnel no estaba sorprendido

en lo más mínimo de tener que compartir la habitación

conmigo. Parece que sus padres eran un poco

desconfiados e hicieron muchas más preguntas que yo.

Sabían que en el hotel iban a haber catorce

habitaciones con veintiocho ganadores reservadas para

Neotactics. Sabían que si había mujeres entre los

agraciados, dormirían entre ellas sin mezclar sexos en

las habitaciones —desde lo formal, porque luego

habría un par de traspasos no tan formales por las

noches—. Sabían que su hijo iba a dormir con el

representante de Argentina. Lo único que les faltaba

saber era cuanto calzaba, porque hasta mi nombre

habían averiguado. A tal punto que Guarnel había

traído una cadenita con una medallita con mis iniciales

hecha en un tipo de metal que no se oxidaba. Bueno…

a decir verdad no se oxidó hasta ahora. Y si en los

cuatro minutos y pico que quedan no se oxida,

entonces no me iré a la tumba con la sensación de

haber sido engañado.

Qué fea situación. Si hubiese sabido de entrada

lo de la habitación compartida no me habría fastidiado

en absoluto. Pero ya me había hecho la idea de tener la

suite para mí sólo. Ahora me viene a la mente el

verano que me fui sin un mango a San Clemente y

Page 14: 5 Minutos Antes de Morir

14

compartí la habitación del hotel —si a ese sucucho se

lo puede llamar hotel— con otros dos vagos. Gracias a

que uno de ellos trabajaba de noche y llegaba para

dormir a las nueve de la mañana podíamos tener un

poco de lugar. Ni me quiero imaginar el cruel sorteo

que hubiésemos tenido que hacer de haber necesitado

tres lugares para dormir a la vez, siendo que había una

matrimonial y una simple al lado. Ninguno habría

aceptado dormir con otro en la cama grande y

seguramente habríamos preferido, los tres, dormir en

el piso antes de pasar una experiencia de dudosa

hombría.

Y ahí estaba entrando a la habitación el buenazo

de Guarnel, intentando pegarme el abrazo de su vida, y

escabulléndome yo, que debajo de la bata estaba como

Dios me trajo al mundo. Esa sonrisa inocente y

honesta no me la voy a olvidar nunca. Ni siquiera en

este momento dejo de desperdiciar mis preciosos tres o

cuatro segundos en volver a dibujarla en “mis otros

dos ojos” (como llamaba a la imaginación cuando era

chico), porque esa impresión de tipo bueno, de barrio,

familiero y simpaticón me terminó hundiendo. En ese

momento se pasaron mil cosas por mi cabeza, desde

que podía ser un gordito buena onda hasta que me iba

a quemar el cerebro escuchando reggae en la

habitación. Ahora pienso que quizás hasta esa sonrisa

bonachona era parte de su plan maestro. Lo que no me

puedo imaginar era si el gordo pensó en todo lo que

podía salir mal. Todo lo que podía ocurrir si algo salía

mal, incluyendo que a mí me tengan acá, contando los

Page 15: 5 Minutos Antes de Morir

15

minutos antes de morir. Me imaginé mil cosas apenas

lo vi, y todos los escenarios iban a ser erróneos.

El morocho tenía menos pinta de surfer que yo.

Portaba una panza importante y unas piernas que

habían corrido por última vez hace ya bastante. Me

imaginé que, como yo, venía de paseo y nada más. Y

me dije que en estos casos siempre pasa lo mismo: uno

toma distancia del otro que tiene al lado, por no

parecer intrusivo, por no clavarse conociendo a

alguien que a la postre resulta ser un plomazo, o no

poder sacárselo de encima si pinta algo mejor (como

podría ser una de esas minitas en shortcito de jean y

bikini en la parte de arriba que se la pasan patinando

en todas las series y películas yanquis filmadas en

California). Pero al final resulta que los últimos dos

días uno se rinde y empieza a hablar, pega buena onda

y se termina lamentando no haber empezado a hablar

antes con él. Entonces tomé aire profundamente, lo

miré con mi mejor buena voluntad, y le dije te ayudo,

sacándole de las manos una valija roja y negra a

cuadros escoceses, que parecía haber estado fabricada

con unas bermudas en desuso. Cuando me dijo gracias

me di cuenta de que no era poca cosa que hablase

castellano. Podrían haberme puesto en la habitación

con un austríaco y ahí te quiero ver. Guarnel hablaba

con un tono centroamericano tipo Gloria Estefan y de

cada diez palabras había una que no entendía. Chopos,

Recoso, Palate. Por el contexto entendía la idea, pero a

veces me resultaba extraño que si sacaba esas palabras

de la oración, no parecía faltar nada. Entonces, ¿para

qué las decía? ¿serán como el “tipo que…” argentino?

Page 16: 5 Minutos Antes de Morir

16

¿como el “nada” que aparece en toda frase sin querer

aportar a lo que uno dice? Con todo, la comunicación

era fácil y entretenida. El me preguntaba de vez en

cuando qué quería decir alguna de las palabras que yo

usaba, como kilombo, bardo, o el uso de “es un

pancho”, que utilicé refiriéndome a un viejo amigo en

una anécdota que le conté. Ahí me di cuenta de cuan

rico, o cuando diversificado se encuentra el castellano.

El mundo podrá estar globalizado y todos saben a la

vez quien es el coreano de Gangam Style, pero hay

cosas que escapan a la globalización y cada país,

aunque sea vecino, tiene su propio diccionario. Y ni

hablar del “vos” en lugar del “tú”, cosa distintiva

perteneciente únicamente a los argentinos entre todos

los países de habla hispana. Guarnel no podía

explicarse cómo alguien se había sentado a conjugar el

“vos” de manera diferente al “tú” en todos los tiempos

verbales existentes. Tú tienes; Vos tenés. Tú cuentas;

Vos contás. ¿Quién fue el loco que inventó eso y

decidió que no alcanza con cambiar la palabra Tú por

Vos sino que también se conjuga diferente? Una

demencia gramatical, un proyecto faraónico que al

final terminó definiendo como delirio de grandeza de

los argentinos.

A diferencia de lo que hice yo con mi ropa

(expandirla por todos los cajones y estantes del placard

de la pieza, Guarnel no sacó nada de la valija. Lo

atribuí a su timidez. O a que se dio cuenta de que yo

había copado todo al no saber que iba a venir alguien

más. Y en definitiva mejor que fue así. Ya bastante

tenía con compartir la habitación como para tener que

Page 17: 5 Minutos Antes de Morir

17

ver sus enormes calzoncillos. Y digo enormes por la

suposición del tamaño, de acuerdo al contorno. Peor

hubiese sido equivocarme y descubrir que usaba slips

tipo tanga. Un horror. En ese momento me pregunté si

un amor verdadero y pasional, humano y

desprejuiciado podría emparejar a un tipo tan gordo

con una mujer exageradamente flaca. Uno por la calle

ve a veces ese tipo de parejas desparejas y piensa mal:

seguro que el chabón está podrido en plata, o que ella

quedó embarazada, o algo así. Remotamente uno se

imagina un amor rompedor de prejuicios. Entonces

surge la triste limitación de pensar que un gordo así

encuentre pareja únicamente en bares para gordos, o

en negocios de ropa talles XXXL y similares. Me digo

que soy un hijo de puta al pensarlo pero en definitiva,

todos más o menos hacen lo mismo. Los bolivianos en

argentina se casan entre ellos. Los ricos se casan entre

ellos. Buscan “pareja” y la palabra lo dice todo:

alguien parecido, de la misma onda, con el que puedan

compartir el mismo tipo de experiencias sin

horrorizarse del otro. Me imaginé a Guarnel cagándose

de risa con una gorda novia al reconocer mutuamente

que no se pueden ver el órgano sexual sin ayuda de un

espejo. Qué se yo. Cada uno con su mambo.

Qué extraña es la mente humana. Todo lo que leí

en libros o vi en películas sobre gente que va a morir,

jamás fue tan estrafalario como lo que me pasa a mí.

Menos de cinco minutos me quedan y yo pensando en

los posibles calzones que usaba el negro que tenía en

la pieza. Qué desperdicio de tiempo. ¿O esto querrá

decir eso que ya estoy listo? ¿O que ya estoy muerto?

Page 18: 5 Minutos Antes de Morir

18

Miro el reloj que sigue avanzando

descaradamente como si no le importase de mí. Como

mostrándome que muchos antes dejaron este mundo

delante suyo y que yo soy uno más que no va a

recordar cuando el sol salga mañana. Gira el

segundero en el sentido de las agujas del reloj, como

no podía ser de otra manera. Claro que si por alguna

misteriosa razón, fuese a dar vueltas en el sentido

inverso, entonces ya no me quedarían cinco minutos

de vida sino seis, siete, ocho… Mal no vendría. Me

imagino que sería extraña la sensación de saber cuánto

me quedaría por vivir, aun en ese caso. Porque el que

sabe que le quedan cinco minutos, lo puede pensar,

elaborar. Pero los seres humanos en general no tienen

tanta precisión en la información que manejan sobre su

muerte. Los ancianos de 80 años saben que no les

quedan más que 20. Y no saben mucho más. No saben

si son 21 ó 19. Saben más o menos, estadísticamente,

lo que les queda. Los jóvenes de 20 saben que, de no

mediar algún exceso o tragedia, que normalmente se

da en un porcentaje relativamente bajo de la población,

no se van a morir en los próximos 10 años; y por eso

pueden planificar proyectos a ese plazo o más (en ese

caso ya empezando a tomar ciertos riesgos, porque

nunca se sabe nada sobre las sorpresas de la vida). Mi

pensamiento se enfoca en otra dimensión; mi caso es

otro: si el reloj de repente empieza a girar en el sentido

opuesto (ya lo puedo ver, lo imagino, es como si

estuviese pasando de verdad), y yo ya dispongo de la

información de mis últimos 5 minutos. Entonces

dentro de un año sabré que me quedan un año y 5

Page 19: 5 Minutos Antes de Morir

19

minutos. Y en dos años, dispondré de dos años y 5

minutos. Sensación extraña de ir acumulando vida por

vivir a medida que el tiempo pasa. Concretamente, eso

implicaría convertirse en inmortal, ya que cada

segundo te asegura un segundo más de vida. Y en vez

de convertirse cada día en más viejo, esto es… estar

cada día más cerca de la muerte, estaría alejándome de

ella a cada instante más y más, lo que me convertiría

en más y más joven a cada segundo, pero con la

inexorable prueba física de ver a mi cuerpo dar signos

de envejecimiento. Llegado el momento de pasar la

barrera de los 100 años, y sabiendo que me quedan…

digamos unos 140 años más hasta mi muerte (no

quiero perder tiempo haciendo la cuenta ahora) sería

interesante ver qué hace el cuerpo humano con todas

esas causas de muerte natural que suelen aquejar a las

personas alrededor de esa edad avanzada. Habría una

fuerte contradicción entre lo que la naturaleza propone

y lo que la ley del reloj ha decidido para esa persona.

Una lucha de titanes entre el orden mundial y un reloj

rebelde y revolucionario. Increíble lo que se puede

lograr simplemente con invertir el sentido de las

agujas del reloj.

Luego de estar sentado en la cama en silencio

durante más o menos un cuarto de hora en el que

Guarnel parecía estar esperando instrucciones de la

empresa organizadora, o que alguien le diga que podía

hablar o darse una ducha o bajar a la pileta, el gordote

se movió. Hasta ese momento estaba como paralizado

mirando la alfombra de la habitación. En un momento

pensé ¿qué clase de país será República Dominicana

Page 20: 5 Minutos Antes de Morir

20

que nunca vio una alfombra? Después traté de

justificarlo diciéndome que quizás ahí hace un calor

terrible todo el año como en Puerto Rico (eso sí lo

sabía con seguridad por un primo de Julián, que vivió

allá cinco años y jamás se puso un pullover). El gordo

apenas pestañeaba. Y yo me preguntaba si era tímido,

tenía vergüenza, o si se estaba aguantando las ganas de

cagar; es que la verdad parecía no querer moverse

mucho como cuando uno sabe que si lo hace, se caga

encima. Finalmente se movió, ¡perdiste! me dio ganas

de gritarle, como si se tratase del juego quién pestañea

primero. Se incorporó, abrió su valija y se cambió la

remera. En ese momento no entendí el motivo: no se

había duchado, no se había siquiera lavado las axilas

ni puesto desodorante. Nada. Simplemente se puso una

remera con cuello, llena de rombos enormes, al mejor

estilo golfista, pero no. Es decir… la descripción que

acabo de pensar, da justo el perfil de chomba que usan

los golfistas. Pero esta que tenía el dominicano era

horrible. Los rombos estaban, sí, pero eran de un

marrón oscuro con bordes negros y amarillos, todo

muy denso, caluroso a los ojos que lo miran, triste. Ver

a Guarnel en cueros fue una de esas cosas que preferís

no ver, y mucho menos llevarte de recuerdo en la

retina al otro mundo cuando estás por morir. Sin

embargo, lo corrosivo de dicha imagen me deja,

todavía, una clara fotografía mental del aspecto fofo,

andrógino, desagradable y nada envidiable del

dominicano. Hoy sé por qué se puso esa remera limpia

sobre su cuerpo sucio y transpirado del viaje. Hoy sé

que fue parte de su plan, y que con esa remera y las

Page 21: 5 Minutos Antes de Morir

21

bajas probabilidades de que alguien pudiese tener la

misma, Guarnel tenía que aparecer y ser reconocido en

su lugar de encuentro. Esos rombos eran la clave. El

comienzo de lo que finalmente me iba a llevar hasta

acá. Hasta estos últimos cinco minutos. Cuatro, ahora.

4 No sé por qué me puse a pensar en todo esto que

es tan reciente. Podría pensar en mi infancia, en cosas

lindas que viví a lo largo de mi vida, en el potrero, en

Picho —mi mascota–. Tantas cosas que quizás me

dejen un gusto rico en el paladar de la mente antes de

que deje de funcionar para siempre. Uno no sabe a

dónde va a parar, y quizás estos pensamientos sean

definitivos a la hora de catalogar a los muertos.

Imaginate lo que sería un depósito de recién llegados

en el más allá. Quizás los catalogan por la causa de la

muerte: los que murieron de un balazo por acá, los que

murieron de viejos por allá, los suicidios por este

rincón, los que murieron de causa desconocida en ese

salón, los que murieron por sobredosis más para ese

costado, los que murieron de pena ahí cerca de los que

murieron de problemas del corazón. Y tal vez a los que

tuvieron pensamientos agradables al momento de

morir los coloquen en el jardín, o en la piscina; como

para mantener el buen clima que trajeron del mundo

anterior. Si sigo pensando en las razones o

Page 22: 5 Minutos Antes de Morir

22

acontecimientos que desembocaron en mi pronta

muerte seguro me van a poner en un rincón de

depresivos y llorones eternos, escuchando música tipo

Radiohead o algo así.

Lo que no queda claro es quienes son los que

trabajan en ese post-mundo. ¿Son gente que decidió

morir voluntariamente para ir a ayudar como si fuese

una ONG? ¿Son muertos comunes a los que agarraron

de prepo y les dijeron vení a laburar un poco? ¿Son

acaso algunos muertos del montón que se ofrecen a

trabajar para ver si los reviven por portarse bien cual

cárcel y su libertad condicional? O a lo mejor son

vivos. Es decir… nacieron en ese post-mundo paralelo

y trabajan con los que van llegando. Esa es su función

en la vida (en esa vida), hasta que se mueren y pasan a

otro post-mundo diferente, en el que también

catalogan a los que llegan en salones y rincones, y

también están los que nacieron allí y que cuando

mueran irán a un cuarto post-mundo y así

sucesivamente.

Lo que sabemos seguro es que todo el engendro

este no es circular; porque a este mundo, que imagino

—con ese ego enorme que tenemos los humanos—,

que es el primero de la línea, no llegan muertos de

otros mundos para ser ordenados. Acá llegan todos

vivos y se van por la puerta de atrás. Este es el primer

mundo, como quien dice. Y las muertes empiezan acá,

con su triste decepción.

Sí… decepción. Tristeza y desolación. Porque

nadie muere gloriosamente. Ya no. Se terminaron los

héroes que morían peleando por su patria. No existen

Page 23: 5 Minutos Antes de Morir

23

más aquellos que gritan “la vida por…”. Hoy los que

van a las guerras son vapuleados por un mundo que se

la da de pacifista y los critica, minimiza, avergüenza y

jamás reivindica. Un mundo que pone a los grandes

Generales como San Martín en lugares incómodos de

acusaciones asesinas e inhumanas. No sé… a lo mejor

algún deportista que murió en un choque de fórmula

uno quizás se podría decir que murió gloriosamente.

Todas las muertes al final son desprolijas, indeseadas o

injustas. Hasta faltas de estética e incómodas. Injustas

como mucho. Pero gloriosas, casi nunca.

Podría detenerme en Picho. Me gustó esa idea.

Quizás reencarne en perro y pensar en él me lleve

mejor preparado para un eventual examen de ingreso.

El Picho fue mi única mascota. Fue un perro tan fiel

que en ciertos momentos no se sabía quién era mascota

de quien. Hacíamos todo juntos. Desde mis cinco hasta

mis 8 años y medio, Picho pasó de grado, comió

golosinas, fue al cine, jugó al fútbol —de arquero—,

salió a pasear con la barra de la cuadra. Todo hizo

conmigo. Hasta recuerdo un día que vinieron Marcelo

y Barril (el gordo, se entiende) a buscarlo al Picho para

jugar en la vereda, y cuando fui a sumarme me

miraron con cara de que no tenían planeado que jugase

con ellos también. Era un amigo más de la barra. Tenía

un pelo duro, nada suavecito. Un perro bien macho.

No de esos peluches que los acariciás y parecen recién

sacados de la ducha con shampúes de princesa. Era

marrón con tres patas negras y una blanca, todas

revestidas hasta la altura de lo que sería una media.

Todas iguales de alto. Y a pesar de ser un perro

Page 24: 5 Minutos Antes de Morir

24

rústico, era una preciosura, un tierno, un bombón de

animalito que no había quien no se agachase a

acariciarlo cuando andaba suelto por el barrio. Yo

sabía que un día se iba a morir (me lo habían explicado

tantas veces y tan bien, para que no sufriese, que casi

se podría decir que todos los días pensaba que podía

ser el último). A lo mejor fue justamente por eso que

disfruté cada día como irrepetible, como un premio,

como un regalo del cielo. Otro día más que el Picho no

se murió como me avisaron. Hasta que un día se murió

de verdad. Parece que comió algo que estaba mal por

ahí. Nunca supimos con seguridad. El Picho, que

jamás se había perdido ni alejado por su cuenta más

que una cuadra de casa o de mi presencia, desapareció

una tarde y tardó 24 horas en volver. Yo no había

llegado a preocuparme mucho todavía. Lo busqué por

todos lados y cuando llegué a casa a eso de las nueve

de la noche, estaba ahí en la vereda, como si nada. No

saltó al verme ni hizo ninguna demostración de afecto.

Me imaginé que no la había pasado bien y que quería

descansar. Lo visualicé en mi mente caminando toda la

ciudad desesperado buscando el rumbo perdido. Era

lógico que estuviese fundido. A la mañana siguiente,

un domingo de sol, el Picho no se levantó de su

camita. Ahí quedó prolongando el sueño de esa noche

para siempre. Yo me inventé que comió comida en

mal estado por ahí, o quizá un vidrio. No estaba

enfermo ni tenía señales de haber sido atropellado.

Caminaba normal y si bien no lo vi saltar esa última

noche, todo indicaba que por ese lado no venía la cosa.

Y se murió nomás. Yo lo miré a las nueve de la

Page 25: 5 Minutos Antes de Morir

25

mañana cuando me levanté, y enseguida supe que si

hasta esa hora no me había venido a despertar como

todos los días —alrededor de las 7 era su hora

habitual— significaba que ya no vendría más. Y así

fue. Lo enterramos en el barrio. De allí, nunca supe

hacia donde fue su alma. Quizás ahora nos

reencontremos. Es lo único que me calma al saber lo

poco que me queda por vivir y me mitiga el miedo de

lo que vendrá; la esperanza de juntarme con el Picho y

hacer una dupla imbatible en la próxima vida de

nuevo.

También podría hacer un resumen de las veces

que casi me morí y tratar de relacionarla con ésta, que

va a ser la definitiva. Ver si existe algún tipo de

conexión que me pudiese haber dado una pista. Algo

que si hubiese sido más piola podría haberme dado

herramientas teóricas para pegar el volantazo. No sé…

no mandar la respuesta al concurso, no viajar, no haber

salido esa noche con Guarnel. Todas las personas

tienen una o dos anécdotas para contar en las que se

salvaron por un pelito. Macetas que cayeron a medio

metro de sus cabezas, autos que casi los atropellaron,

caídas de bicicleta a suspiros de la rueda de un

bondi…

La más antigua que recuerdo fue en el trampolín

improvisado que inventamos con Hernán en la quinta

del tío Bernardo. Íbamos ahí dos o tres veces cada

verano a lo que se llamaba “ir a la pileta del tío”.

También solían decir “a la quinta del tío Bernardo” y

uno lo repetía con convicción; pero de grande, al

ponerse a pensar, no era más que una casa normal.

Page 26: 5 Minutos Antes de Morir

26

¿Qué es una quinta entonces? ¿una casa que queda en

la loma del culo? ¿Y si queda más cerca se llama una

cuarta? En fin… Para llegar a la quinta había que

viajar la eternidad que para mí eran una hora y

cuarenta y cinco minutos en auto. En colectivo fuimos

una sola vez, para ese fin de año que palmó el 147 del

viejo, y fue casi una road movie. Tomamos 3

colectivos de tres cifras mayores a 200 cada uno. Se

sabe que los colectivos que van del 1 al 199 llevan esa

numeración porque pisan al menos por una cuadra la

Capital. Los mayores de 200, no. Si tenés por ejemplo

el 242, sabés que podrá acercarse a Liniers, pero la

General Paz no la pasa ni en pedo. Es “de provincia”.

Ese viaje incluyó colectivos que no recuerdo —

obviamente— sus números, pero sonaban estrafalarios.

Cosas como 734, o 561. Colores raros y cartelitos del

tipo “Vía Avenida Tarasca” o “Por Puente Farlonga”.

Y el paisaje y los pasajeros iban cambiando a medida

que pasaban los kilómetros. Allí, en la quinta, el tío

tenía una especie de pileta. Era un estanque redondo

de agua. No tenía piso celeste ni andariveles (gracioso

sería pensar en andariveles concéntricos en el

estanque). El dicho “tranquilo como agua de estanque

no lo entendí jamás mientras visité la quinta del tío

Bernardo, porque el agua allí jamás se aquietaba. Nos

la pasábamos adentro todos los primos, y como no era

tan grande, el agua siempre estaba calentita, incluso

después de que el sol se hubiese ocultado. No había

bañeros que te sacasen del agua ni nadie que te grite

“¡no corras!” Y justamente por eso se permitió la

construcción improvisada del trampolín de la muerte.

Page 27: 5 Minutos Antes de Morir

27

Así lo había bautizado Hernán. Pusimos al lado de la

llamada pileta un tanque que alguna vez fue de nafta o

de aceite, del tipo que hoy en día usan de tambor en

esos espectáculos de percusión que te vuelven loco el

cerebro de tanto bum bum bum. Le agregamos arriba

unas maderas en forma de hache, clavadas entre sí con

lo que encontramos a mano. Creo que Fabricio, el

hermano mayor de Hernán, nos ayudó un poco. Y de

alguna manera, que casi desafiaba las leyes de la

física, logramos levantar un trampolín que medía más

que una vez y media nuestra altura. Nos subíamos

trepando, ayudándonos con un banquito, bien de tercer

mundo, y caminábamos lentamente por la tabla como

si fuese la de los barcos piratas desde la que te obligan

a saltar a los tiburones, y nos tirábamos al estanque.

Todo era muy frágil al principio. Pero como todo,

cuando uno le encuentra la vuelta, le pierde el miedo.

Pasados un par de intentos que nos dieron confianza,

al final ya corríamos sobre el tablón y pegábamos

grandes saltos mortales. Ahora que lo pienso, da risa

que se los llame mortales cuando en realidad nadie se

muere. Sin embargo yo estuve cerca. Me quise hacer el

canchero y tomé carrera un poco a lo bestia. Al ir para

atrás, me olvidé de que estaba en un trampolín hecho

por dos imberbes de doce años y la supervisión de uno

de quince con apenas una sombra de barba rala. Y me

caí de espaldas hacia el pasto sin posibilidades de

poner las manos para amortiguar el golpe. Lo que se

conoce claramente como irse a la mierda. Caí con la

nuca y el resto del cuerpo encima. Si alguien se

imagina esa imagen como yo me la estoy imaginando

Page 28: 5 Minutos Antes de Morir

28

en este momento, la verdad es que asusta. Y no solo

eso, sino que es obvio que de ahí se va derecho al

cementerio, sin escalas. La famosa promesa de los

padres que se la pasan diciendo “no hagas tan cosa que

te vas a romper la cabeza”, llegó en ese día a su

momento cumbre. Obviamente no me morí. Tuve un

cuello inmovilizador durante treinta y cuatro días y

medio, y finalmente volví a la normalidad. Los

doctores dijeron más de una vez al lado mío que había

tenido mucha suerte. Al principio pensé que era

consecuencia de algún pedido especial de mi madre

para que me metiesen miedo y escarmentase. Luego

me di cuenta de que realmente la había sacado barata.

Y si los gatos tienen siete vidas, en ese momento me

dije que yo, por lo menos, tenía dos.

No iba ser la única vez en la que coquetease con

la huesuda, como le dice Ivan Noble. Otra fue a los 18.

Era la edad en la que me sentía invencible.

Especialmente si me tomaba dos o tres cervezas. Y eso

lo hacía habitualmente. Me juntaba con amigos a las

tres de la tarde y deambulaba por la ciudad sin hacer

nada y viendo como nos podíamos afanar alguna

bebida de los maxikioscos que tienen esas heladeras al

alcance de la mano. Por momentos a esos kioskeros

los considero idealistas; en un país en el que las

bicicleterías o jugueterías que quieren atraer a los

clientes ponen cosas en la vereda llenas de cadenas

anti-chorros que valen más que la mercadería en sí,

todavía existen dueños de negocios que quieren

creerse a sí mismos que viven en un país confiable

lleno de gente honesta y con valores respetables. En

Page 29: 5 Minutos Antes de Morir

29

lugar de poner el mostrador como trinchera

defendiendo las heladeras, las ponen al estilo

supermercado, pero con la excepción de no tener una

línea de cajeros que impiden la salida fácil y rápida.

Los boludos las ponen al costado del negocio, al lado

de la puerta. A veces casi ni hay que entrar para abrir

la puerta corrediza de vidrio y sacar algo. Alcanzaba

con que uno de los chicos me tapase haciendo de

cuenta que miraba las golosinas del mostrador para

que yo deslizase la mano y sacase lo primero que

tocase. Y así se pasaban las tardes. Vivía en una

especie de nube de alcohol y marihuana que me

atontaba. Parecía que era feliz. Esa sensación de

sonreír todo el tiempo aunque frente a tus ojos haya

dos chicos de la calle pidiendo plata o reviente a

derecha e izquierda. Todo parecía resbalarme y esa

tonta sonrisa atestiguaba una felicidad falsa creada por

la sangre adulterada que corría por mis venas. Y así

también nos metíamos en peleas. Peleas voluntarias.

Nos internábamos en calles peligrosas a propósito y

sin saber lo que hacíamos, provocábamos a gente

oscura que tenía sus estúpidos códigos de territorio.

Ustedes no van a pisar nuestra calle sin pagar el peaje,

nos decían. Nosotros pisamos lo que queremos, y si

queremos también te la escupimos. Y así empezaba la

gresca. Así nos cagábamos a trompadas con gente que

buscaba lo mismo pero con diferentes métodos y

escenarios.

Una noche por San Telmo pasamos por una calle

que tenía dueño. Y el Roli dijo que nos vayamos

porque había un recital de comparsas o algo así a unas

Page 30: 5 Minutos Antes de Morir

30

cuadras, pero yo me hice el machito. Me pegaron con

un fierro tan fuerte y punzante que no sabía si el

enorme dolor que sentía era interno por los golpes o

externo por los cortes que me habían hecho, y la

sangre que de tanto que brotaba y me mojaba ya me

daba frío en ese invierno crudo. Y el hospital y las

preguntas de si queríamos hacer la denuncia. Y saber

que si denunciábamos algo nos iban a terminar

metiendo presos a nosotros mismos. Y las excusas que

los polis no entendían de por qué un tipo que estaba

prácticamente agonizando no quería que sus agresores

pagasen por lo que le habían hecho. Y siempre caía un

cana más experimentado que decía dejalos que ellos

saben en qué se metieron. Cuando me contaron la

historia estuve seguro de que el hijo de ese policía

seguramente se metía en el mismo tipo de peleas

estúpidas a diario, quizás por ser joven y tener los

mismos instintos de invencibilidad o sólo por ser hijo

de un agente de la ley y creerse —saberse— impune a

todo lo que intentase tocarlo.

Y zafé de esa también. No me morí. Catorce

puntos de sutura divididos en tres lugares diferentes de

mi cuerpo y moretones en incontables miembros.

Aprendí una lección y algo cambió a partir de esa

noche. También algunos de mis amigos cambiaron.

Reemplacé un poco el vino con la computadora. La

marihuana con los libros. Me enderecé un toque aún

sin dejar del todo mis viejos compañeros de ruta. Me

dediqué a crecer y dejé algo de mi adolescencia detrás.

Nada me hizo imaginarme que toda esa cadena de

hechos era justamente la que me iba a terminar

Page 31: 5 Minutos Antes de Morir

31

depositando acá, en este lugar y en este momento, a

menos de cuatro minutos de mi propia muerte. Uno se

vuelve a cuestionar si las cosas pasan porque tienen

que pasar, y que no importa qué tanto te ates los

cordones si está escrito que te tenés que tropezar y

darte la cara contra el asfalto. Pensás que dejaste de

lado ciertas cosas para protegerte y terminaste en el

mismo callejón sin salida; entonces para qué

sacrificarte si al final es lo mismo. Quizás podría haber

seguido tomando y fumando como un desaforado y al

final habría tenido estos mismos últimos cuatro

minutos de mierda para reflexionar. Al menos tendría

alguien a quien echarle la culpa. Ahora tengo dos

opciones: calmar mi consciencia pensando que al

menos hice lo mejor que estaba en mis manos para

enderezar mi vida y que el destino lo quiso así, o si

no… cagarme en la puta madre de Dios y María

Santísima. Y de todas formas sigo en estos últimos 4

putos minutos.

Guarnel vuelve a posarse en mi memoria con su

aspecto tan inocente yendo a pasear por ahí, por las

avenidas llenas de palmeras —tal y como se ve en la

televisión—, de la eternamente veraniega California.

Y yo, quedándome en mi habitación sin animarme a

salir. El dominicano que llega a las dos horas, abre la

puerta y casi se desliza a lo Kramer, pero

transpiradísimo, y me dice que está buenísimo ahí

afuera. Usó otra palabra. No me acuerdo bien cual. Me

di cuenta del significado por la cara de contento que

traía pero en realidad no la registré. Si hubiese dicho

“está bien chévere” o “superguay” lo habría entendido

Page 32: 5 Minutos Antes de Morir

32

de una porque las series subtituladas en latino en

internet cada tanto meten unos latiguillos que son

claramente no-argentinos. El gordo usó otra. No sé, no

quiero perder lo que me queda de tiempo tratando de

acordarme. Sería el colmo. A veces me pasa que no

me puedo acordar de algo y me paso horas… ¡horas!

pensando en el nombre del personaje de la hermana de

Willis y Arnold en “Blanco y Negro”. Y me pasa,

claro, cuando no tengo una computadora cerca.

Cuando estoy en casa me siento bastante pelotudo

buscando en google y viendo que no solamente la

información está a un click de distancia sino que ya

hay por lo menos dos o tres como yo que ya

escribieron en algún foro de personas desesperadas

“ay, porfi, porfi, ¡no puedo dormir! ¡no me acuerdo

como se llamaba la hermana blanca de los dos negritos

de Blanco y Negro!”. Al menos los dos negritos no

eran una duda para mí. No acordarse de Arnold es

realmente tener muy mala memoria. Kimberley. Una

vez que asocié el nombre con el equipo de fútbol de

Mar del Plata, no me volví a olvidar jamás. Y ahora

que lo pienso, Guarnel tenía un aire a Arnold. ¿Será

por eso que en este momento me viene a la cabeza esa

serie? Guarnel no era tan simpaticón como Arnold,

hay que decirlo. Y así y todo me hizo reír un par de

veces con sus expresiones centroamericanas.

Al volver de la calle me dijo que había conocido

a otros más que estaban en el hotel por el concurso y

que habían salido a caminar un rato. Las chicas en

patines, bikinis en la parte de arriba y shortcitos abajo,

a las que solo les faltaban alas para ser ángeles, el sol

Page 33: 5 Minutos Antes de Morir

33

eterno que acaricia, las ya mencionadas palmeras; todo

era cierto. Todo. Faltaba un policía persiguiendo a un

narcotraficante portorriqueño al grito de “¡a un lado!”

y estábamos en medio de una serie yanqui, sin más ni

menos.

Yo no sabía (ni sé todavía) qué tan diferente a

ese paisaje era el que habitualmente veía Guarnel en

República Dominicana. Quizás era la misma cosa.

Probablemente por eso el gordo no vino sacando rayos

láser por los ojos ni saltando agitado tratando de

contarme con el aliento entrecortado el paraíso que

había visto allá afuera. Seguro que Republica

Dominicana es lo mismo solo que con algunas mulatas

y puestitos de frutas tropicales exóticas a ambos lados

de la vereda. Algo me decía que así era. Nada que ver

con el monstruo de cemento que es Buenos Aires. Y

ahí estaba el Guarnel haciendo amistades. El encanto

latino parece que no es solamente argentino. Todas las

personas con las que me relacioné en mi estadía en

California me fueron presentadas o conectadas por

intermedio de mi compañero de habitación. Al volver

de su paseo me dijo que había quedado con una gente

para ir a conocer una playa (otra vez me olvido el

nombre) que —le habían dicho— era la más copada

(claro que no usó ese adjetivo) de toda la zona. Era

raro escucharlo hablar de repente tan entusiasmado. A

lo mejor era yo el que me hacía la película que

Guarnel esperaba levantarse una de las diosas del patín

en su salida, pero así lo fantaseaba yo. Así me lo

imaginaba, tratando de hacer historia para volver y

Page 34: 5 Minutos Antes de Morir

34

contarle a sus amigos mientras comían coco recién

sacado de una palmera dominicana.

Sin embargo tengo que reconocer que me

sorprendió. Al día siguiente, fuimos bajando unas

escaleras blancas desde la puerta del hotel hasta la

zona donde empezaban las playas. Los escalones eran

tan blancos que el sol rebotaba en ellos y te dejaba

ciego. No se veía una mínima mancha en toda su

extensión (le calculo unos treinta escalones) que

alterase esa blancura de propaganda de polvo para

lavarropas. Los bajamos tratando de no tropezar y a

tientas caminamos rumbo a unas chozas que hacían las

veces de bar. Se veían otras estructuras pequeñas tipo

garitas en la playa. No tuve oportunidad de ver qué

había adentro. Quizás eran baños. No sé. Estaban

separadas entre sí unos cincuenta metros y formaban

una línea irregular como si las hubiesen puesto así

nomás sobre la arena. Estaba por supuesto el mar,

coronando todo el pulcro paisaje ahí al fondo. Un mar

que nunca toqué y que imaginé tibio. La gente entraba

sin cara de cagarse de frío. No había viento del tipo

Necochea que te hace tiritar. Las olas tenían una

espuma finita, chica. Eso me pareció raro porque las

olas, allá mar adentro, reventaban con todo. Se veían

barquitos de gente de plata, y también zonas para

surfistas. Al verlos recordé que al cabo de ese viaje, se

suponía que tenía que saber cuánto menos pararme en

la tabla y dominar una ola. Me daba muchas más ganas

meterme en el mar a hacer la plancha que estar

tratando de dominar lo indominable. Siempre pensé

que la gente que hace surf es rompe pelotas. Tratar de

Page 35: 5 Minutos Antes de Morir

35

pararse en una tabla encima de una ola que no se

queda quieta, es como intentar andar en bicicleta con

una sola rueda. Es desafiar el estado normal de las

cosas. Caminar con las manos, no sé… al pedo total.

El mar está para disfrutarlo bañándose en él y no para

darse porrazos.

En esa famosa playa, dos de las cuatro personas

que se sentaron a tomar tragos con nosotros, eran

mujeres tan hermosas que yo no podía dar crédito a

mis ojos. Estaban sentadas en mi mesa y me hablaban.

¡Me hablaban a mí! ¿Era ese el famoso sueño

americano? Seguramente. Los nombres de esas dos me

los acuerdo. También me acuerdo del color y el diseño

de sus mallas, del color de pelo y de ojos de cada una

y casi podría hacer un identikit si tuviese a mano un

dibujante entrenado para escuchar mi descripción y

plasmarla en un papel. Lástima que no tuve la

oportunidad de hacerlo; habrían quedado geniales. Ni

siquiera me avivé de sacar una mísera foto. Mary y

Laurie. Mary me corregía todo el tiempo diciendo que

su nombre no era Mary (yo lo pronunciaba como si

fuese un María sin la a del final) sino Mery. Hablamos

un poco de por qué demonios en inglés no escribían la

letra que había que leer, como en castellano. Nunca me

entendió. O el que no entendió fui yo. Es que según

ella (que según dijo no es ella sino todos), la a no

suena como yo la digo, así, a; suena… bueno… esa es

la parte que no entendí porque hasta hoy —y ya no

creo disponer del tiempo para finalmente aprenderlo—

sigo sin escuchar la diferencia. No sé. Me metí en esa

discusión para decir algo interesante y salí como un

Page 36: 5 Minutos Antes de Morir

36

tarado. Para cambiar de tema dije que Laurie, la otra,

que era la menos linda de las dos, si es que a alguna de

esas dos preciosas mujeres se les puede adjetivar como

menos linda, era el apellido del actor de la serie de TV

House en la vida real. No sabían quién era. ¡Increíble!.

Y yo que pensé que podría ser raro para ellos, que

viven ahí, que alguien de Sudamérica supiese de

House. Resultó al revés. Me miraron con cara de

ternero a punto de ser degollado, con ojos inexpresivos

que denotaban que por dentro se estaban imaginando

la televisión de Sudamérica como una caja con una

vela adentro. Ellas veían, según dijeron, solamente

canales de música y deportes, cuando daban partidos

de fútbol. Y ahí la pifié de nuevo, porque me

entusiasmé sacando al Diego de la manga. Apenas dije

“Maradona” me cayó la ficha de la eterna confusión

(¡otra más!) con los yanquis, que llaman fútbol a esa

cosa inentendible y bizarra que juegan con los cascos.

Como si fuese un Rugby para gente que tiene miedo

de lastimarse. Siempre vi así al fútbol americano. Es

como cuando ves a esos pibes dándose porrazos

andando en skate, y de repente aparece uno forrado en

rodilleras, muñequeras, coderas, cascos, barbijos y

demás. El clásico cagón. Si no te querés lastimar, ¿por

qué mejor no jugás a la WII, querido? Finalmente

después de varios temas truncos de comunicación,

logramos encontrar un par de oraciones coherentes

seguidas hablando en torno a la cerveza. Hablamos de

la cerveza rubia, la morocha y por un momento pensé

que era una metáfora y que estaba meando afuera del

tarro de nuevo. Pero no. Esta vez estaba en sintonía.

Page 37: 5 Minutos Antes de Morir

37

Contamos un par de borracheras memorables. La mía,

por ejemplo, fue inventada. Si quería contar una de

verdad, iba a quedar muy mal parado. Digamos que

tomé la base de aquella noche en Quilmes con los

chicos y le cambié todo lo demás. No me podía poner

a explicar lo que era una bailanta, el mezcladito y todo

eso. Era demasiado bizarro para ellos. Acordamos que

la cerveza mexicana era muy buena. Había logrado un

punto en común. Parecía como que todos estábamos

buscando eso.

Había mucho movimiento en torno a la mesa en

la que estábamos sentados. Iban y venían otras

personas. Algunos no saludaban; sólo se sentaban y al

cabo de algunos minutos se iban. No pedían nada para

tomar, casi ni hablaban. Era raro. Yo estaba bastante

hipnotizado por las dos chicas así que no me detuve

mucho a pensar ni prestar atención. La mesa era bajita

y las sillas eran una especie de ele hecha con maderas

de cajón de frutas con almohadones encima, tanto en

la parte superior en la que se apoyan las espaldas como

en la inferior, para que no raspe las piernas y sea más

cómodo sentarse. Era difícil pararse una vez que uno

se sentaba porque tenían un ángulo —creo que se dice

obtuso— que te inclinaba hacia atrás. Como reclinado.

Yo ni al baño me atrevía a ir por miedo a que me

ocupasen el palco VIP que había logrado frente a las

dos diosas. La gente pasaba, se sentaba, se paraba, se

iba. Yo de ahí no me movía ni con orden judicial.

La música era en inglés y cada tanto en

castellano. Todo berreta; reggaetón, qué se yo qué era.

No conocía ni un tema. Y justo cuando reconocí un

Page 38: 5 Minutos Antes de Morir

38

sampleo de un tema de Police mezclado con unas

minitas cantando pop barato, Guarnel se levantó de su

lugar y me dejó solo con las chicas y un rasta en

estado de zombie total. Mary y Laurie ni se percataron

de la ausencia del dominicano. Siguieron hablando

como cotorras y yo tratando de poner cara de

interesado sin que se me fuese demasiado la vista a la

entrepierna que, —como ya dije— a causa de la

inclinación de los sillones, quedaban apuntando

directamente a mis ojos.

Guarnel se acercó a la barra de la especie de

quincho que funcionaba como bar, y se sentó como si

fuese habitué. Hasta me pareció ver que hizo una seña

al barman que parecía la de “lo de siempre, jefe”. Me

acordé de una película que había visto antes del viaje

en la que un grupo de amigos iba de viaje a un

pueblito del orto en alguna provincia del interior, y

uno de los tres antes de que lo vean, habla con el mozo

de un barsucho y lo arregla; cuando entran los otros

dos, se sientan, el mozo se acerca y le piden, una coca,

una birra, y el que había entrado un toque antes, le dice

“Juan Carlos, a mí lo de siempre” y el mozo asiente y

le dice como no y se va. Los otros dos se quedaron

helados sin entender nada. Un segundo después el otro

no aguantó la risa y lanzó una carcajada que delató el

chiste a los otros dos, que se unieron a la risa del

primero.

Al lado de donde se sentó Guarnel en la barra

estaba sentado de antes un rubio esquelético. Eso es

todo lo que recuerdo. Y si algo me quedó de la

Page 39: 5 Minutos Antes de Morir

39

descripción del rubio, es porque lo volví a ver más

adelante, lamentablemente.

A decir verdad… ya estoy como resignado. Es

cierto. Veo que me quedan menos de cuatro minutos y

voy pendulando entre imaginar si existe un más allá o

si existe un Dios que haga un milagro y me deje acá

entre los vivos, o si… bueno… un péndulo solo va

moviéndose entre dos posiciones: izquierda, derecha,

izquierda, derecha… y no debería haber otra posición.

De pronto me recorre un hilo de adrenalina por el

cuerpo y pienso si podría zafar de esta. Si de alguna

manera queda una mínima posibilidad de que yo pueda

hacer algo para que estos minutos que quedan no sean

los últimos. Si algo humanamente posible me va a

salvar. Algún desastre ecológico, alguna falla

tecnológica, algún fenómeno del más allá. Miro a los

costados, evalúo una y otra vez mi realidad a

velocidad astronómica y voy desechando todas las

posibilidades. No… No veo salida alguna y por eso

apelo a lo sobrenatural. Como aquella vez que juré que

iba a quedarme todo el fin de semana estudiando si me

lograba cogerme a la hermana del Pulga. Miles de

apuestas habría podido ganar porque nadie me daba

crédito. La mina no me miraba ni por error. Podía salir

en bolas pintado de violeta que Valeria no iba a

desviar la vista de lo que estuviese mirando. Sin

embargo me la garché. Sin ayuda del alcohol, sin

drogas y sin la intervención de nadie. No puedo

explicar por qué ni si fui un experimento para ella.

Valeria era más grande que yo. Siempre lo fue, claro.

Pero en esa época era aún más grande. Ya tenía ese

Page 40: 5 Minutos Antes de Morir

40

aspecto de mujer que se interesa por otras cosas en la

vida. Esas que empiezan a pensar en serio qué es lo

que van a hacer en el futuro. Y con eso no me refiero a

qué carrera van a seguir —Valeria nunca quiso

estudiar nada y es al día de hoy que se las arregla para

vivir del aire— sino con quién van a casarse. Es

cuando las mujeres empiezan a dejar de reírse por

cualquier cosa y piensan dos veces antes de quedar con

sus amigas para verse en el shopping, porque piensan

que esa etapa “ya pasó”. El aspecto les empieza a

cambiar levemente. Ya no andan con una remera de

los Stones toda estirada a la que le cortaron las mangas

y convirtieron en musculosa. Ni siquiera para salir a

comprar el pan. No. Ya se pintan los ojos las 24 horas

del día, se arreglan, están siempre… imponentes. Esa

es la palabra. Ya no están simplemente fuertes sino

que dan un aspecto de WOW, a qué fiesta de

casamiento importante estás por ir. Esa es la sensación

que transmiten. Se empiezan a teñir el pelo de colores

más normales. Dejan el violeta y aparece el cobre. No

se les transparentan corpiños con lunares o rayitas. Es

más, empiezan a usar esos corpiños que cuestan más

caros que mis propios jeans. Se adivina quizás un

relieve de encaje detrás de una camisa de marca. De

repente sacan temas de conversación que tienen origen

en la tapa del diario y no en el programa de chimentos.

Se vuelven serias. Ocultan toda esa pasión juvenil que

hasta hace tan poco tenían. No se termina, pero la

ocultan. Quieren dar una imagen de mujer más difícil.

Y el radar encendido todo el día. Entonces, Valeria ya

tenía el pelo de su color natural. Ya no era la rubia

Page 41: 5 Minutos Antes de Morir

41

despampanante. Era aún más que eso: era una morocha

irresistible. Cuando la vi por primera vez con ese color

de pelo, no pude creer que alguna vez hubiese querido

cambiarse a rubio. ¿En qué mente cabe semejante

decisión pelotuda? Cambió ese aire de trolita fácil por

el de mujer fatal, morocha, impresionante, latina,

fogosa. Pero sin mostrarlo. Todo corría por cuenta de

la imaginación. Quizás lo que pasa es que junto con

ella nosotros también íbamos empezando a crecer y

llega ese momento que, oh casualidad, los hombres

empezamos a preferir mujeres así. Claro, todo es una

cuestión de estudio de mercado. Saben que las rubias

no son requeridas pasada determinada edad. En ese

período en el que hay que convencer, se vuelven

morochas, o pelirrojo oscuras. Ya habrá tiempo para

volver a los claritos o al rubio platinado cuando hayan

criado dos hijos y necesiten un cambio (léase: un

amante porque sus maridos ya no las miran más).

Valeria además me llevaba media cabeza. Eso también

le daba un porte imponente. Era alta, flaca, y con un

cuerpo que te hacía imaginar todo. Si no habías leído

muchos libros de fantasía en tu infancia y la

imaginación no era tu fuerte, o si no eras capaz de

imaginar un paisaje cuando alguien te lo describía a no

ser que te mostrase una foto, te puedo garantizar que

cuando la veías a Valeria, tu mente de repente

despabilaba a ese rincón que se llama imaginación y te

hacía plantar imágenes de Valeria debajo de las ropas.

Estaba muy fuerte. Hoy en día dirías que se hizo las

tetas, porque para lo flaca que era, parecían ser

demasiado grandes. Yo que conozco a la madre del

Page 42: 5 Minutos Antes de Morir

42

Pulga puedo corroborar que eso viene de familia.

Mabel tiene un par de tetas que en el barrio les

pusieron nombre. Y de ahí las sacó Valeria. En cuanto

empezó a usar un poco de tacos, su andar estaba

marcado por el tac tac tac repicando en la vereda,

mientras que tu corazón se alineaba rítmicamente con

ese cortante sonido. Sus rasgos ahora eran delicados y

no ya guerreros. Estaba en plena metamorfosis camino

al más allá en su plan de vida. Era un fenómeno de

museo. Al Pulga le incomodaba cada vez que con los

chicos salía el tema y hablábamos de ella. No tenía

mucha opción porque sabía que su hermana era una

Diosa del Olimpo. Nos dejaba hablar y bajaba la vista

sin emitir opinión. Hasta hablábamos de lo difícil que

debía ser vivir con ella en la misma casa y verla

pasearse por el comedor a la noche yendo a buscar un

vaso de coca cola en remerita de dormir y sin nada

abajo. Pobre Pulga. Y ahí él intervenía y decía que la

cortemos. Y la cortábamos. Mejor para todos. Vaya

uno a saber qué había pasado por su mente aquella

noche que fuimos al cine los tres. Quizás había cortado

con su novio, quizás no. Quizás ir al cine con el Pulga

y conmigo la hizo recordar viejos tiempos juveniles en

los que la vida tenía otros parámetros. Tiempos en los

que uno experimenta lo que puede o lo que cree, hasta

que decide que ya tiene una forma de decidir cuándo sí

y cuándo no. Durante toda la noche Valeria

prácticamente no habló; su risa apenas se escuchó a

pesar de que la película era muy graciosa. Después de

no dirigirme la palabra ni una vez, como era habitual,

como si hubiese ido sola con su hermano al cine, de

Page 43: 5 Minutos Antes de Morir

43

repente el Pulga pidió que lo acompañásemos a tomar

algo al Bar de Torque, un amigo que inauguraba un

antro que duró cuatro meses y aún es recordado por el

descontrol que se generaba cada noche. Valeria habló

y dijo una de las pocas palabras que eligió

cuidadosamente esa noche: no puedo. Tengo que

madrugar. El Pulga dijo que no podía fallarle al

Cartonero —así lo llamaban al Torque en el barrio—,

me pidió que lo deje ahí, y que la lleve a la casa a

Valeria. Que si quería, podía volver al bar, o dejar el

auto estacionado en la puerta de su casa, que él ya se

las arreglaría para volver. Y así lo hice. Estacioné

delante de la casa. Adelante no se percibía actividad

alguna. Aparentemente los padres del Pulga también

habían salido. La calle estaba desierta y yo vi algo en

la mirada de Valeria que me dio un coraje que hoy

desearía tener para al menos intentar escapar de acá.

Me la jugué. Pensé que si nunca me hablaba ni me

registraba, peor que eso no iba a poder estar nunca.

Apagué el motor y giré el torso hacia ella. Valeria no

se movió. Segunda señal. Se habría bajado si no

hubiese estado esperando algo. Entonces me acerqué y

la intenté besar. Dio vuelta la cara hacia la casa. No sé

si chequeando si había alguien o simplemente para

hacérmela difícil. Le di un beso corto en la mejilla y

me quedé ahí, a dos centímetros de su cara, esperando.

Valeria volvió su cara hacia mí. Y me besó. Me dijo

que entre el auto al garaje, que todo indicaba que sus

padres habían salido y las leyes de la casa decían que

el primero que llegaba, estacionaba en el garaje, y el

segundo en la calle. Lo hice temblando, casi. Recliné

Page 44: 5 Minutos Antes de Morir

44

el asiento del acompañante y con él a Valeria. Y se la

mandé a guardar. Dos veces. Dos polvos inolvidables

con la mujer más hermosa que pude tocar en mi vida.

Algunos tienen que ver a una estatua transpirar, otros

ver dibujarse una cara de Jesús en un pañuelo

manchado con sangre, otros demandan algo más fuerte

como ver caminar a un paralítico. Para mí, la prueba

de algo sobrenatural que existe por encima de todos

nosotros, fueron esos dos polvos con Valeria; esos

gemidos de aprobación que la mina emitió como

dando cuenta de que no sólo eso estaba ocurriendo

sino que lo estaba haciendo bien. Hoy ya está siendo

hora de ver actuar otra vez esa fuerza suprema, ¿no? Si

hay un momento en la vida en la que tiene que hacerse

cargo, ponerse la 10, es ahora. Aunque quizás todos

tenemos una sola oportunidad de vivenciarlo: Moisés

con el maná que cayó del cielo, y yo con los polvos en

el auto del Pulga. Si hubiese sabido que me iba a ver

en esta… Y ahora que lo pienso, estudié al pedo todo

ese fin de semana. Esa promesa estuvo de más. Los

milagros no piden nada a cambio. Ocurren porque

ocurren. Porque son parte del plan maestro de alguien.

Porque uno sale en el bolillero enorme del bingo

humano que está ahí sobre las nubes del Olimpo y le

dan lo que en ése momento más está deseando. Y

nadie viene a negociar con vos diciéndote “mirá, fiera,

acá tengo un vale por dos polvos con Valeria la

hermana del Pulga, ¿qué estás dispuesto a dar a

cambio?”. No. Nada. Viene de arriba. Y no es

casualidad. Nunca un milagro ocurre en un lugar

equivocado. Supongamos que un milagro, para un pibe

Page 45: 5 Minutos Antes de Morir

45

que perdió a su perro al ser atropellado por un camión,

es encontrarse un perro igualito pero igualito al suyo,

una semana después. El que puso ese perro ahí, sabe lo

que hace. De lo contrario, si pusiese ese mismo perro

en la casa de un tipo que odia los perros, no sería un

milagro sino un dolor de huevos. No creo que anden

apareciendo veinte perros al azar en el camino de

veinte personas diferentes para ver si a alguno le cabe

como milagro. No. Ese perro fue puesto en calidad de

milagro para que ese pibe vuelva a sonreír. Para que

vuelva a creer en algo. Para que todo lo que le queda

de vida tenga un nuevo sentido. Porque hace falta que

ese pibe haga algo especial en el futuro, y si está triste,

deprimido y abatido, no lo va a hacer. Yo ya tuve mi

milagro. Ya tuve mi hecho sobrenatural, inexplicable e

irrepetible. Valeria nunca más me volvió a dar pelota.

Ni para saludarme cuando yo llegaba a la casa del

Pulga para escuchar música. Nada. Volví a

convertirme en transparente. Y ahora que necesito un

milagro… me tengo que preguntar si cambiaría esa

noche en el Dodge 1500 naranja por zafar de esta

cuenta regresiva sin retorno. Y la respuesta es… la

respuesta es no. Esa es la verdad. Para qué me voy a

hacer el santito. Me temblaría el puso si tuviese que

firmar una renuncia a cambio de salvarme.

El sol se empezó a poner sin que me diese cuenta

y de repente me encontré con el increíble paisaje de un

sol en el horizonte playero. Ni siquiera me percaté,

mientras iba cayendo la tarde, que el sol en lugar de

alejarse del horizonte para perderse al atardecer entre

los edificios más cercanos a la playa, en este caso se

Page 46: 5 Minutos Antes de Morir

46

iba a hundir directamente en el océano pacífico. Claro;

mapa mediante y recordando la regla mnemotécnica

que dice que el Sol sale por el Este y se pone por el

Oeste (que en mi mente se lee “de Japón a Morón”),

entendí rápidamente que las costas argentinas dan al

este, todas. Mar del Plata, Necochea y Miramar. Hasta

los chetos de Pinamar tienen el mismo sol saliendo

desde adentro del Atlántico y cegándolos a los que

llegan temprano a la playa, para luego ir situándose

arriba de sus cabezas. Luego del mediodía el sol les

empieza a pegar en la espalda a los que se meten en el

mar, y finalmente las casas más codiciadas, esas que

tienen balconcitos que dan a la playa, son las que

empiezan a recortar la sombra sobre la arena caliente,

hasta que ocultan al sol y dejan lugar al fresquito de la

noche. En California la cosa se invierte. Apunta al

Oeste. El sol se escapa del cielo del mapamundi

ahogándose en el océano como si se fuese a apagar,

para dar la vuelta por detrás y aparecer allá a la

derecha, donde vive Japón, y hacer saltar un día más

en el calendario mientras los Californianos viven su

noche, todavía del día anterior.

Es mucho más fácil imaginar al mundo plano,

como se ve en los mapas.

Y empezó a hacer un poco de frío. Guarnel

seguía charlando con el rubio esquelético aunque

parecía que se estaban despidiendo. El negro anotó

unas cosas en un papel, y después me distraje un

segundo cuando Mary se paró, y al voltear la vista otra

vez, el esquelético había desaparecido. Al juzgar por

Page 47: 5 Minutos Antes de Morir

47

los hechos posteriores, es una habilidad adquirida por

ese muchacho.

Quise aproximarme a Guarnel pero no pude.

Primero no pude pararme por lo inclinado de los

sillones. Había tomado un poco y no estaba tan

equilibrado como para dar un buen impulso de piernas

y levantarme. Me elevé unos tres centímetros y volví a

caer, pesado, sobre el almohadón. Mary me vio y

sonrió una sonrisa perfecta, de propaganda. Luego me

tendió una mano y me sirvió de contrapeso para poder

ponerme de pie. El envión fue excesivo y sin

impedirlo demasiado terminé casi chocando mi cara

con la de ella. Creo que podría haberla besado y ahora

sé que puede que lo haya hecho a propósito, la linda

Mary. De lo cerca que quedamos me puse un poco

bizco y sus blancos dientes iluminaron el paisaje que

se tornaba ya sombrío. Al querer despegarme de ella

noté que no me soltaba la mano y me entusiasmé. Dijo

algo que no entendí. No me soltó la mano. Guarnel me

hizo un chau con la mano y se empezó a mover en

dirección al hotel. Y yo… no sabía qué hacer y

tampoco estaba seguro de saber volver solo. Mientras

Mary no me soltase, ni loco me iba a soltar yo. Esa

mano era un pedacito de cielo. Era un placer táctil al

que no iba a renunciar. Recuerdo que temí por mi

transpiración. Si me empiezan a transpirar las manos

me mato, me dije. Por suerte no ocurrió. Mary dio una

voltereta y al cabo de ella me tomó la otra mano, cosa

que me dio aire para respirar y la posibilidad de

secarme la primera mano en la malla, por las dudas.

Page 48: 5 Minutos Antes de Morir

48

Siempre que veo la posibilidad cercana de besar

a una mujer me preparo. Pienso que el primer beso

puede ser el primero de una noche que no va a tener

segunda, o quizás el primero de miles más, quien sabe

hasta cuándo en la vida. No puedo dejar que ese beso

sea uno feo, seco, desprolijo, malo. Quizá justamente

de eso depende que haya muchos más. La primera

impresión, como se suele decir, es la que cuenta. Y no

es que tenga que planificar el beso, no. Lo que hago es

preocuparme por tener los labios húmedos en todo

momento. No es que ando sacando la lengua como una

víbora, sino que suelo meter los labios hacia adentro,

como si estuviese haciendo el clásico gesto de estar

pensando en algo y, a puertas cerradas, paso la lengua

invisible por los labios hasta dejarlos listos. Y así hasta

que el beso llega. Y así lo hice durante toda la

caminata que siguió con Mary, que inexplicablemente

me llevaba en silencio de la mano, sin consultarme,

hacia algún lugar. Yo estaba seguro de que le había

gustado. Algo de mi sudamericanismo la había

seducido. Caminábamos por la calle y yo esperaba

miradas atónitas de gente festejando mi conquista.

Esperaba que mirasen envidiando mi pareja (aunque

no lo fuese realmente). Esperaba pero no ocurría. Es

que allí las cosas no son tan lineales y normales, por

decirlo de alguna manera, como uno está

acostumbrado. Cualquiera puede ir con cualquiera y

no sabés a qué se debe. Ves una húngara

despampanante de la mano de un enano con pinta de

asesino; ves dos tipos musculosos en cuero llevando

abrazada a una mujer que podría ser su tía (pero a

Page 49: 5 Minutos Antes de Morir

49

juzgar por donde le colocaban las manos los tipos, de

tía no tenía nada). Yo dentro de todo era un personaje

normal. En mi mente contrastaba mucho con una mina

como Mary, a quien hubiese denominado como fuera

de mi alcance en otras situaciones. Sin embargo, ahí

estaba, rumbo a un hotel que luego conocería, y rumbo

a una cama que albergaría una noche de sexo

inolvidable, y rumbo a un kilombo de la puta madre,

que me trajo hasta este momento, a sólo 3 minutos de

morir.

3 Tendría que ponerme a hacer un discurso,

interno al menos, de agradecimientos, creo. En vez de

despotricar contra Guarnel y todo lo que pasó, podría

dedicar los tres minutos que me quedan a repasar las

cosas buenas que le debo a la gente. A modo de

despedida, para que no piensen que soy una garrapata

desagradecida. Podría acordarme de los compañeros

de la secundaria en Lanús que me soplaban todo el

tiempo. Había caído en un colegio especial por una

trampa en el sistema. Alguien había metido la pata, yo

nunca supe bien cómo ni por qué, y le terminaron

debiendo un favor gordo a mis viejos. Entonces, a

cambio, pude estudiar en ese secundario

superarchiultraexclusivo, al que solamente llegaban no

solo ricachones, sino además bochos totales. ¿Te das

Page 50: 5 Minutos Antes de Morir

50

cuenta? Todo en uno. También bochos y también de

familia con guita. Qué injusta la repartija, ¿no? ¡Si con

ser bocho alcanza para llenarse de guita! Estos

hicieron dos veces la cola, je. Y por otro lado están los

de luces apagadas y sin acceso económico a ninguna

escuela de alto nivel que les encienda un poco el

cerebro moribundo. Y ahí se quedan entonces,

estancados en su propia realidad y con su exclusiva

incapacidad. A veces, claro, hay excepciones. Y yo fui

una de ellas. No daba pie con bola; estaba

desconcentrado, desinteresado, desacomodado entre

tanto geniecillo ricachón. Cuando mis viejos me

dijeron que iba a estudiar ahí, me quise matar de

entrada. Me imaginé en un mundo al que no

pertenecía, sin saber qué hacer, sin tener con quien

hablar o joder. Todo mal. Eso me imaginé al principio.

No es que al final haya sido muy diferente, pero algo

había en mí que a los demás alumnos de mi división

les daba entre compasión y simpatía. Nunca me

hicieron el vacío por no venir de una familia

acaudalada. No me marginaban por ser el más burro.

Al contrario, me estimulaban y me daban consejos de

cómo estudiar mejor. Quizás los reunieron un día a

todos menos a mí y les explicaron que ese mono

primitivo era un proyecto de estudios sociales y que la

idea era ver si un infradotado podía educarse de

acuerdo a estándares elevados si se le daba la

oportunidad. No sé… nunca tuve un amigo tan cercano

como para que me confesase ese secreto, si es que

existía; pero yo estoy convencido de que así fue.

Todos me daban consejos y yo me reía porque a veces

Page 51: 5 Minutos Antes de Morir

51

no tenía ni remota idea de lo que estaban hablando.

Hacían ejercicios matemáticos para calcular —ese

caso me lo acuerdo patente— el volumen de cuerpos

geométricos cónicos. Usaban unas fórmulas que para

ellos eran como sumar 1+1. Me lo explicaban como si

me estuviesen mostrando un elefante en el zoológico:

ves, esta es la trompa, esas cuatro grandotas son las

patas, ves que son grandotas. Todo clarísimo, y yo los

escuchaba y asentía con la cabeza, de lástima. No

quería que pensasen que me explicaban mal. Quería

que supiesen que era yo el culpable del fracaso, el

zapallo hueco. Se esforzaron durante meses y

finalmente se rindieron. Pero no me abandonaron.

Decidieron que les era una compañía pintoresca como

para permitir que repitiese el año (y automáticamente

fuese expulsado del colegio, ya que en esa institución

con mayúsculas no existía repetir) y se pusieron en

campaña para que aprobase a toda costa. Me soplaban,

me pasaban papelitos y hasta me hacían los exámenes

ellos mismos. Había uno que se llamaba Sandro que

no tenía paciencia de soplar o pensaba que era

peligroso si lo pescaban, y lo que hacía era sentarse al

lado mío y en determinado momento me cambiaba la

hoja de un zarpazo y me hacía la prueba enterita

mientras yo miraba el techo como pensando con su

hoja delante. Le alcanzaba el tiempo para hacer su

tema y el mío, y aprobar holgadamente en ambos.

Tema 1 y tema 2. Hasta a veces me sacaba mejores

notas que él. Es decir… bueno… se entiende. La

verdad es que me sentía bien a pesar de saber que lo

hacían porque era el más burro. Ojo que si hubiese

Page 52: 5 Minutos Antes de Morir

52

estado en un colegio normal me habría ido bien. Eso es

seguro. No soy ningún boludo ni nunca fui mal

alumno. Tenía disciplina y era responsable. Traía los

elementos de trabajo, tenía los deberes al día, iba a la

biblioteca, todo. Pero bueno… si a un pibe de 14 años

le hacés estudiar cosas que deberían estudiar en la

facultad, no pretendas mucho milagro.

Nada que ver con los del barrio. Esos no eran

buena gente. Cada uno estaba en la suya y nos

mirábamos pasar sin dirigirnos la palabra aun sabiendo

cada uno quien era el otro: nombre, apellido, todo. Los

padres, por alguna razón, siempre hacen migas entre

los vecinos. Ya sea porque se corta la luz, salen a ver

qué onda y se ponen a hablar, o porque le preguntan

algo en el almacén de la otra cuadra y se saludan. Pero

nosotros, los pendejos, no nos dábamos bola. Cada uno

con sus amigos, en su mundo, mirando con desprecio

al otro. Y si somos objetivos, ahora que somos

grandes, seguro esos boludazos que ponían cara de

recios y se la pasaban sentados en el umbral, ahí en ese

escalón donde empezaba la casa chorizo en la que

vivían los que ponían cumbia los fines de semana,

seguro que eran unos pichis como yo. En ese entonces

se hacían los malitos. Qué idiotas éramos. Mi infancia

habría sido mucho más divertida si hubiese roto el

hielo con cada vecino. Nos habríamos cagado de risa.

Hoy me la paso leyendo historias o viendo películas de

amigos de toda la vida que vivían en la misma cuadra,

vecinos que fueron hermanos no oficiales que la vida

regala, de esos que están dispuestos a dar lo que sea

por vos, en las buenas y en las malas, y sin embargo

Page 53: 5 Minutos Antes de Morir

53

yo tuve a virtuales desconocidos agazapados ante

cualquier mínimo gesto para atacar. Al pedo total.

A esta altura, supongo, ya es seguro que mi

último polvo va a quedar en la historia como el de

Mary. Si me pongo a pensar, no está nada mal. Mary

le dijo no sé qué cosa al conserje del hotel, y creo

haber visto que le puso un billete. Supongo que para

que me deje pasar sin hacer preguntas, porque se sabe

que las visitas están prohibidas. Bah… se sabe pero

seguro que toda la ciudad es un gran prostíbulo lleno

de encargados de hoteles coimeros. Y este no fue la

excepción. El tipo, de unos bigotes de morsa gigante,

que a mí me daban calor de solo verlos, hizo una seña

con la cabeza como apuntando hacia el cielo, y si dijo

algo no me enteré porque los labios estaban ocultos

detrás de esa increíble cortina de pelo duro y curvado.

Mary me había soltado levemente para ir a

hablarle y yo aproveché otra vez para secarme la

transpiración de las manos. Le quise mirar el culo pero

se había puesto un pareo semitransparente de color

naranja clarito y blanco. La dificultad para verla

aumentaba la belleza de lo que se intuía. Claro.

Siempre la mente es capaz de mejorar la realidad por

medio de la fantasía. Aunque en este caso, la realidad,

que iba a descubrir unos minutos más tarde, no tuvo

nada que envidiarle a mi fantasía.

Vuelta a tomarse de la mano, cosa que no dejaba

de sorprenderme, porque si la mina solamente quería ir

a encamarse conmigo, tampoco era necesario que se

mostrase tan amistosamente en público como si

fuésemos novios o algo así. Quizás eran mis prejuicios

Page 54: 5 Minutos Antes de Morir

54

o mi conservadora educación; a lo mejor de donde

venía ella andar de la mano era lo más normal. No sé

ni lo voy a saber a esta altura.

Y lo que era ese hotel… una cosa de locos. Los

ventanales eran más grandes que las paredes. Faltaba

que las piezas tuviesen medianeras de cristal para

poder ver qué hacen en la pieza vecina. Era

espectacular. La habitación de Mary estaba en el piso

dieciocho y desde ahí arriba, daba la sensación de estar

en el mismísimo cielo. Y más cuando Mary se despojó

de todo lo que tenía encima. Una diosa. La perfección

dentro de mis pupilas. Daba lástima tocarla con mis

manos mortales y herejes. Ella era una obra de arte y

yo iba a dejarla dos horas más tarde toda transpirada y

con el pelo revuelto. Iba a ensuciar esa perfecta foto de

la belleza femenina. Pedazo de bestia con patas que

soy. Pero cómo resistirse. Creo que lo hice en nombre

de todo el país. Dejé bien parada a toda la República

Argentina. Que no piensen que somos solamente

Maradonas o Messis. No señor. Los argentos también

sabemos ponerla. Y hacemos lo que hay que hacer

cuando una dama lo requiere. Y otra que dama. Flor de

perra fue en la cama. Es como dicen: “si parece una

tortuga, y tiene olor a tortuga… ¡entonces es una

tortuga!”. No podía ser de otra manera. Una mujer que

se mueve así, que tiene ese aspecto y que encara de esa

manera, no puede menos que ser una bestia en la

cama. Y me llevo ese recuerdo conmigo. No solo ese

recuerdo, lamentablemente. También me llevo el

kilombo en el que me terminé metiendo por ese

memorable polvo. Por lo mucho que lo disfruté,

Page 55: 5 Minutos Antes de Morir

55

debería haber desconfiado. Seguro que contaban con el

ego inflado sudaca. El pechito argentino que iba a

entrar como un caballo. A la mina no le importaba un

carajo acostarse conmigo. No manchaba su reputación.

Seguro que era cosa de todos los días. Me dijo que

para ella hacer el amor era tan común como compartir

una canasta de frutas con un amigo. Y ese postre

decidió compartirlo conmigo esa tarde. Pero no a

cambio de nada. No señor. La hizo bien. La hizo muy

bien. Actuó como una profesional. Me acarició, me

mimó. Me atendió y hasta me trajo un jugo de naranja

natural del frigobar cuando terminamos, porque vio

que tenía la boca seca. Me dio charla. Se interesó por

mi vida en Argentina. Me prometió que iba a viajar

algún día y que me iba a buscar para que le haga de

guía turística. Qué hija de remil puta. Se tomó su

tiempo. Si lo hubiese hecho en dos minutos, lo mismo

habría aceptado. Sin embargo se tomó todo el tiempo

del mundo. Dormimos una siesta, abrazados y todo,

nos volvimos a besar y a manosear cuando nos

despertamos, terminamos cogiendo de nuevo como si

hiciese meses que no nos toca en suerte, y recién

cuando me ponía la camisa para salir, cuando ya tenía

el pantalón y las alpargatas puestas, como si se hubiese

acordado al pasar, como si hubiese podido salir de esa

alucinante habitación sin que me dijese más que chau

guapo —que fue lo último que me había dicho hasta

ese momento—, me pidió un favor. El favor que, al

igual que toda la otra cadena de hechos que comienza

con ese puto concurso y con el fortuito hecho de

Page 56: 5 Minutos Antes de Morir

56

compartir la habitación con Guarnel, determinó que en

este momento me queden… dos minutos de vida.

2 Hay mucho silencio. Hace como tres minutos

que no escucho ningún sonido. Y justo me viene a la

memoria el único sonido por el cual hice esfuerzos

increíbles para no escuchar en mi vida: la risa de

Diego Alejandro. Diego Alejandro era un flaco al que

nadie le decía Diego, ni Alejandro, ni Ale ni Dieguito.

Diego Alejandro siempre fue Diego Alejandro. No

conozco a nadie que ni siquiera por una vez lo haya

llamado de otra manera. La misma madre lo llamaba

Diego Alejandro aunque más no fuese para pedirle que

le levante la moneda de 10 que se le cayó al piso.

Diego Alejandro, ¿levantás esa moneda? Si jugábamos

al fútbol en la calle, por más urgente que fuese,

estando solo frente al arco con el arquero en la otra

punta y chances seguras de hacer el gol, por más

rápido que hubiese tenido que hacerse el pedido, se iba

a escuchar siempre “¡tocá Diego Alejandro! ¡tocala!”.

El problema con este chico es que tenía la risa más

espantosa del universo y sus alrededores. Era casi una

tos. Un sonido feo, de máquina atascada, grave, con

parentesco a caño de desagüe. Una risa que irritaba y,

en vez de contagiar, les sacaba a todos las ganas de

reírse. Así como cuando uno se mira al espejo

Page 57: 5 Minutos Antes de Morir

57

mientras llora y el llanto desaparece como por arte de

magia, cada vez que Diego Alejandro se reía, los

demás tenían diversas versiones de malestar. Había un

chiste que nos encantaba y lo contaba siempre Edu de

Mabel (Mabel era la madre, y a Edu le decían así

porque en una época antes de que yo llegase al barrio,

había otro Edu, que era simplemente “Edu” y al hijo

de Mabel, menos importante, parece, le empezaron a

decir Edu de Mabel para diferenciarlo; durante años yo

pensé que Demabel era su apellido). El chiste era un

clásico del grupete, y esperábamos cualquier ocasión

de chistes en la que hubiese alguna persona nueva, o

de visita, primo o de paso, que no conociese el chiste,

para pedirlo. Siempre alguien se acordaba. Era ese de

la tortuga y el sacacorchos. Y siempre nos reíamos

como si fuese la primera vez. Como gritar el gol de

Maradona contra los ingleses. Siempre era

emocionante. Sin embargo si el hijo de puta de Diego

Alejandro estaba presente, lograba que todos

terminasen de reír al instante. Lo arruinaba siempre.

Su risa era un sonido vomitivo, si es que se puede

definir así.

Sufrimos su risa en el barrio durante mucho

tiempo hasta que cayó Sanchito con una idea genial.

Parece que había visto en la tele un programa de un

tipo al que había que hacer reír. El guacho se

aguantaba la risa de alguna manera porque le contaban

los chistes más increíblemente graciosos y ni se

mosqueaba. Quizás usaba la técnica de pellizcarse,

como hacía yo cuando entraba la directora en el

colegio primario y todos nos esforzábamos en

Page 58: 5 Minutos Antes de Morir

58

hacernos reír los unos a los otros para ver a quién

cagaban a pedos. A mí me funcionaba esa técnica de la

auto-flagelación. Me quedaba la mano morada del

pellizcón que me propinaba, pero no me cagaron

nunca por burlarme de la gorda Martha. Sanchito dijo

que ese tipo serio de la tele lo inspiró con una idea

genial: había que lograr que Diego Alejandro no se

riese nunca más. Íbamos a evitar toda situación

hilarante, por más inocente que fuese, para no correr

riesgos siempre que la risa vomitiva estuviese cerca. Y

funcionó. Yo creo que no volví a escuchar nunca más

ese sonido asqueroso. Se daban situaciones que,

cuando las pienso, me dan risa de por sí. Estábamos

sentados en el cordón de la vereda, justo enfrente de la

casa de Fernanda, mirando el cielo sin hacer nada, y en

orden de derecha a izquierda, empezando por el que

estaba más cerca de la panadería, venían Sanchito,

Carucha, Fernanda, Diego Alejandro y yo. De la nada

Fernanda decía, che, saben que ayer vi en la tele… y

ahí nomás se callaba la boca y se inventaba una nota

en el noticiero de las nueve, que contaba de un avión

nuevo que tenía capacidad para cuatrocientos

pasajeros y no sé qué gansada. Recién después de

lograr que Diego Alejandro se fuese, la Ferchu contaba

que lo que había visto en la tele era un blooper

alucinante de un conductor de un noticiero que

empezó a estornudar en vivo y en directo y le colgó un

moco en el tercer estornudo. Nos meamos de la risa, y

creo que más nos reíamos pensando en lo que nos

habríamos perdido de haber estado al lado del

aguafiestas. Nos habría arruinado el momento y

Page 59: 5 Minutos Antes de Morir

59

cortado la risa como la leche blanca te corta la acidez.

Otra vez estábamos en la puerta de la panadería

comiendo facturas de parados nomás; no me acuerdo

bien quienes estaban. Seguro estaba Carucha. Los

otros dos no me acuerdo bien. Y viene en bici, a la

velocidad de la luz, el hermano de Carucha porque de

lejos vio que estábamos con el clásico paquete de

papel madera que anunciaba vigilantes, bolas de fraile

y demás. Cuando el Caruchita (así lo llamábamos por

razones obvias) se dio cuenta de que tenía que

empezar a frenar si no quería estrolarse contra

nosotros, ya era medio tarde, y no le quedó otra que

tirar la bici de costado, como derrapando, e ir

cayéndose al carajo junto con ella en la vereda de

baldosas rasposas. Simultáneamente, y en cámara

lenta, como en las películas, viene saliendo de la

panadería Diego Alejandro con la bolsa del pan llena

de figacitas. Carucha se la vio venir, el accidente

estaba por ocurrir, y la carcajada vomitiva al caer.

Reaccionó rápido. Como un soldado de una unidad

especial del ejército. Giró sobre sus talones y

señalando hacia la dirección opuesta en la que venía

Caruchita lo hizo girar también a Diego Alejandro

moviéndolo como a un trompo por los hombros.

“¡Mirá ese Escort rojo! ¡Ese es el que te decía!” Diego

Alejandro no entendió y preguntó de qué estaba

hablando. Mientras tanto Caruchita se había hecho

pelota, se había raspado toda la pierna, y de haberlo

filmado habríamos ganado el premio del programa de

Tinelli. Fue espectacular. Nos tapamos la boca con

unas medialunas para no reírnos en voz alta. Y

Page 60: 5 Minutos Antes de Morir

60

Caruchita, —hay que reconocerlo, estuvo muy bien—

se levantó como un rayo como si no le doliese nada, y

se paró con nosotros así de una. Mientras tanto,

Carucha le decía a Diego Alejandro que se había

confundido, que había hablado de ese Escort Rojo con

alerones deportivos con Sanchito y no con él. Recién

en ese momento Diego Alejandro pudo darse vuelta y

nos vio a todos. Incluido a Caruchita, que, si no me

equivoco, dejó escapar una lágrima de dolor por su ojo

derecho. Todo por no escucharlo reír. Hijo de puta el

Diego Alejandro. No lo dejamos reírse más.

Contábamos de mascotas que se nos murieron en el

pasado cuando estábamos cerca de él. Cosas por el

estilo. Ni en los cumpleaños nos reíamos a su

alrededor. Siempre haciéndonos los darks. Se debe

haber aburrido tanto con nosotros que seguro fue por

eso que se mudó a Quilmes. Y ahora, el muy turro

viene a violar este silencio pre-mortal con el recuerdo

apestoso de su risa. Si serás hijo de puta Diego

Alejandro. Uno podría pensar que te viniste a despedir

blandiendo tu risa a modo de venganza. Hijo de puta.

Lo lograste.

Y esta silla del demonio, más incómoda no podía

ser. Se supone que no debería ser así. Las miles de

películas que uno ve y al final no sirven de nada. Ni

última cena, ni última voluntad, ni el diablito y el

angelito parados en mis hombros decidiendo quién me

lleva y a dónde: si al cielo o al infierno. Todas

mentiras; puras patrañas. No sea cosa que me lleve una

buena sensación de este mundo, ¿no? ¿Qué les cuesta?

Me vas a venir a decir ahora que es parte del castigo.

Page 61: 5 Minutos Antes de Morir

61

Es como aquellos que los mandan a la cárcel por 101

años. Como si ese año extra fuese a marcar la

diferencia. Idiotas.

Mary me pidió ese favor con su infinita sonrisa y

algo de transpiración en el pecho, a pesar del fuerte

aire acondicionado; me podría haber pedido que le

haga una ensalada de tiburón vivo con mermelada de

coco y se la habría preparado. Yo estaba

completamente entregado en devolución por la

espléndida experiencia vivida en esa suite

Californiana. Mientras me explicaba lo que quería de

mí, yo me iba imaginando que eso obligaba a un nuevo

encuentro y ya practicaba en mi mente, a la velocidad

de la luz, todo lo que pensaba hacer con ella. Si este

viaje a California ya era lo más increíble, por lejos,

que me había pasado en la vida, Mary le estaba dando

ribetes de sobrenatural. Recuerdo que en ese momento,

mientras vagamente escuchaba lo que decía, pensé que

tenía que lograr sacarle una foto, aunque más no fuese,

en bikini. Mínimo. Y si era una de esas que se sacan

en la intimidad, con la sábana como único escudo,

tapando apenas lo que se debe ocultar, entonces ya iba

a tener como para que no desconfíen de mí. Tenía que

buscar la forma de salir en la foto de una manera

creíble. La gente sabe que con la computadora me doy

maña y que aún así podía ser un photoshop trucho.

Pensé en sacar la foto enfrente del espejo, como para

aparecer “sin querer” en la imagen, y con eso ya sería

lo suficientemente complicado como para trucar.

Pensé pensé y pensé. Pero no llegué a tanto.

Page 62: 5 Minutos Antes de Morir

62

Mary quería que la ayudase en algo. Tenía no sé

qué historia con un tipo que había sido su pareja, pero

habían terminado mal, entonces no quería cruzárselo.

Y necesitaba que vaya yo por ella a llevar una carta.

Yo pensé que era una boludez romántica, alguna carta

de despedida, algo así. Lo enfoqué para el lado del kía

porque… no sé por qué. Me la imaginé tratando de

suavizar las cosas porque seguramente preveía que se

lo iba a cruzar de nuevo y a lo mejor convenía que

todo quedase más pacífico entre ellos. Cualquier cosa

me imaginé, porque ni siquiera era una carta. Era un

sobre. Un sobre había dicho. Yo aluciné el resto. Mi

enorme favor, que lo decía con cara de nenita para

parecer más dulce era simplemente llevarle el sobre a

una persona llamada Ernestico. Era de cabeza un

cubano, ¿no? Podría haber sido de cualquier otro país

de centro América pero yo había decidido dentro mío

que era cubano, y guevarista al mango. El nombre lo

decía todo.

Me tenía que encontrar con él en la misma playa

en la que habíamos estado toda la tarde, pero bien

entrada la noche. A eso de las 2 de la mañana.

Desconocía los planes de Neotactics para esa noche o

si había algo organizado. No había estado en el hotel

desde entonces y reparé en que toda la organización

perfecta que hasta ese momento habían mostrado, se

caía un poco en el ranking porque no nos habían

avisado nada más. Nos depositaron en el hotel muy

gentilmente pero sin un celular en nuestro poder,

¿cómo iban a ubicarnos? No nos dijeron que nos

quedemos en el hotel ni tampoco que nos podíamos ir

Page 63: 5 Minutos Antes de Morir

63

a pasear. Y era obvio que nos íbamos a ir a pasear,

¿no? Quizás habían deslizado por debajo de la puerta

un cronograma de actividades para más tarde y me lo

estaba perdiendo. Quizás Marco Lonegan nos estuvo

esperando en la playa para la primer y tan cotizada

clase de surf. Qué desaire para el número uno si no

aparecíamos. Y qué boludo de mi parte de no haber

sospechado que el sobre de Mary no era lo que yo me

imaginaba al estar ya concertada la cita a tal hora y en

tal lugar con el supuesto ex-novio. Ahora todo me

parece mucho más obvio, pero en el momento lo vi

diferente.

Tenía algunas horas para volver a mi habitación,

comer algo —de repente me di cuenta del hambre

voraz que me atacaba—, bañarme y hasta descansar.

Si me lo encontraba a Guarnel hasta tendría tiempo de

contarle de mis hazañas y de mi penetración cultural al

gigante yanqui del norte.

Me lo encontré. Guarnel ya parecía estar más a

gusto en el hotel. El tímido dominicano que no se

movió por 15 minutos al llegar, ahora se paseaba en

bata por la habitación con una actitud de capo mafia

profesional. Estaba fumando un habano —que hizo

que me preguntase si los habanos buenos solamente

venían de Cuba o si era una cosa típica de todos los

países de Centroamérica— y me explicaba que con un

billete había logrado que el conserje del hotel

desconectara el detector de humo de la habitación para

que no cayesen los de seguridad llamados por la nube

espesa que producía el cigarro. Todo un cambio.

Ahora en la pieza el aire se volvía táctil. Abrí la puerta

Page 64: 5 Minutos Antes de Morir

64

del balcón para poder respirar un poco. Guarnel puso

cara. No me importó. Es más… creo que se debería

haber disculpado él mismo por no haberla abierto

antes. ¡No era su habitación solamente! Ese es el típico

error que cometo cuando quiero empezar con el pie

derecho una relación. Arranco simpático, poniendo lo

mejor de mí, dejando claro que hay buena onda.

Confiando en el otro, siendo generoso, compañero,

gamba. Todo. El problema es que cuando hay que

poner los puntos sobre las íes uno ya no puede cambiar

de onda y ponerse firme así nomás. No podía de

repente cambiar la cara y decirle “discúlpame, pero es

una falta de respeto y bla bla bla” después de haber

estado delirando juntos en la playa, cagándonos de

risa. Cuando uno pone distancia, entonces sí, pero si

de entrada rompés esa distancia con el objetivo de que

haya buena onda, cuando el otro se pasa de la raya,

cagaste. Así es que siempre que la gente la caga con

algo (porque siempre la cagan, ¡siempre!) me

arrepiento de haber dado luz verde a la buena onda tan

rápido y me juro y perjuro que la próxima vez voy a

tomar distancia y ser más cerrado, más observador y

menos revelador de mí mismo, cosa de no sorprender a

nadie si de buenas a primeras tengo que ir a quejarme

para que lo saquen de mi habitación por bardero e hijo

de puta.

Cuando le empecé a contar, arrancando por el

principio, Guarnel no pareció muy interesado. Creo

que no quiso que existiese esa conversación entre

nosotros. Me cambiaba de tema o me interrumpía

constantemente desanimándome a contar el resto.

Page 65: 5 Minutos Antes de Morir

65

Ahora entiendo que lo que quiso fue justamente tomar

distancia por si algo salía mal. Solamente ahora lo

entiendo, cuando ya es muy tarde y el gordo seguro

está atendiendo sus asuntos en algún lugar lejano, bien

apartado de las costas de California.

Las 2 de la mañana se me vinieron encima

cuando me desperté sobresaltado con el ruido de los

parlantes de un auto que pasó por la calle. No sé si lo

soñé o era efectivamente un tema de Jennifer López.

Miré el reloj y lo que iba a ser una siestita nocturna se

había transformado en cuatro horas largas de sueño

profundo. El aire en la habitación seguía espeso y

viciado por el cigarro cubano. La puerta al balcón

estaba nuevamente cerrada. La puta que lo parió,

recuerdo que dije refregándome los ojos. Desde esa

noche ya no recuerdo ningún otro sueño. Nadie sabe

explicar por qué algunos sueños los recordamos y

otras mañanas nos despertamos con la cabeza en

blanco. Tanta tecnología e invento al pedo y nadie

inventó un grabador de sueños. Podés irte de tu casa a

la mañana y volver a la noche para ver todos los

estúpidos programas de televisión que te perdiste

durante el día gracias a los avances de la industria del

entretenimiento, grabadores en discos rígidos del

tamaño de un paquete de cigarrillos, pantallas

interactivas y toda la parafernalia. Todo inútil. Los

sueños, con su enorme cantidad de información sobre

nuestro subconsciente, siguen ahí por los siglos de los

siglos, sin que se puedan ver ni oír, o al menos saber si

soñamos o no. Y esa noche, en esas cuatro horas, soñé

con mi propia muerte. Qué irónico. Soñé que robaba

Page 66: 5 Minutos Antes de Morir

66

un auto porque llegaba tarde a algún lado. Nunca supe

a dónde. Creo que en los sueños es muy común eso.

Uno siempre empieza contando “estaba en un lugar

que no se bien cuál era…”; “nos fuimos a una casa que

en el sueño no reconocí”; “estaba viendo un recital de

no sé qué banda”… No me explico por qué esos

detalles nunca los recordamos. Dicen que los sueños se

componen de cosas que vimos al pasar. Si era un

recital, probablemente era de una banda que uno vio

de refilón en MTV esa tarde, o de un cantante cuya

canción escuchamos en el colectivo. Y nada. Uno se

acuerda solamente determinada parte del sueño. No

importa cuán meticuloso seas en la vida real; por más

esfuerzos que hagas, no te vas a acordar. Es como

decía mi primo menor Maxi: tenemos dos pares de

orejas, un par escucha lo que pensamos y contestamos,

y el otro las cosas que van directo al cerebro sin que

nos demos cuenta. En mi sueño en el hotel, yo salía de

comprar algo en una estación de servicio en una

parada que había hecho el micro en el que viajaba

junto con otras personas, todas conocidas, pero que

tampoco recordaba; era solo la sensación de haber

estado con gente conocida por mí. Tipo excursión.

Todos íbamos a algún lado. Quién te dice que no era a

un recital. Ahora que lo pienso, sí… ¡creo que era un

recital! Algo así como uno de esos tours organizados

que comprás un paquete que incluye hotel por cuatro

días, la entrada a un recital, y pasaje de vuelta

incluyendo los traslados internos. Tipo chárter. No…

no sé si un recital o un partido de fútbol. No me puedo

acordar del todo. El asunto es que por culpa de algunos

Page 67: 5 Minutos Antes de Morir

67

integrantes del grupo, llevábamos retraso. Y encima

pedían parar para ir al baño. Sin poder evitarlo, y

puteando, decidí que iba a bajar igual del micro. Total,

yo no iba a retrasarlo más, y quedándome arriba

tampoco iba a acelerar el trámite. Un toque, bajar,

comprar algo para tomar, y volver a subir de un salto.

Al entrar al kiosco de la estación de servicio vi como

un tipo salía del auto —un Chevrolet compacto— y

mientras cargaba nafta, entraba al kiosko con sus dos

hijos a comprar cosas. Cuando el tipo estaba pagando

escuché que los dos pendejos le hacían una escena

porque preferían helado y no galletitas. El padre les

decía que si tenían hambre, helado no les iba a

comprar. Y seguía la discusión. Yo pagué con el

cambio justo y salí. No tuve tiempo de pensarlo y vi el

Chevrolet con el tanque ya lleno, esperando con el

motor en marcha. Eso lo recuerdo bien porque me

pregunté si eso no era peligroso. Jamás había visto a

alguien cargar nafta con el motor en marcha. Pienso

ahora —otro pensamiento totalmente al pedo— si la

nafta que se gasta al estar en marcha, se la cobran o

no; si se gasta a cuenta de lo que está cargando.

Seguro que esa cuenta es fácil de hacer para mis

compañeros del secundario de Lanús; lástima que no

estaba Sandro ahí para preguntarle. Ni acá ahora

tampoco. Eché una mirada rápida al interior del kiosko

y vi a los dos nenes forcejeando con el padre una caja

de helados; miré alrededor y vi que no existían

empleados en la estación de servicio. Era autoservice

con tarjeta de crédito, como las modernas de ahora. No

lo pensé dos veces y me dije que con un auto iba a

Page 68: 5 Minutos Antes de Morir

68

llegar mucho más rápido a donde mierda fuese que

íbamos en ese micro. Los del grupo iban volviendo

lentamente y yo me zambullí en el Chevrolet previo

descuelgue del surtidor. Cerré la tapita del tanque de

nafta también. Eso me acuerdo. Y le di a la palanca de

cambio. Era automático y eso me frenó un toque.

Nunca había manejado uno así y casi fracaso en la

misión. Hubiese sido terrible que me atrapasen adentro

del auto. Busqué el embriague y no lo encontré,

obviamente; moví la palanca a D y el auto pegó el

tirón y empezó a moverse. Pisé el acelerador y todo

parecía estar en orden. El motor no hacía ruido de

pedir segunda ni nada raro. Y me fui. No me acordaba

si me pescaron, si los del micro me vieron o si se

atrasaron más aún buscándome al ver que no volvía.

Lo que finalmente recuerdo es que el auto quedaba

volcado en la ruta, con fuego por todos lados, y de mí

no había rastros. Me moría en ese auto robado. Es raro

de pensar que en el sueño uno mira con sus propios

ojos y yo recordaba la imagen del auto volcado a un

costado de la ruta, en llamas. Si lo estaba viendo

quizás era porque estaba afuera o había logrado salir.

Sin embargo la sensación al despertarme era que me

había muerto. A lo mejor es así cuando uno se muere,

y el cuerpo semitransparente con alitas que se va al

cielo mira la última escena despidiéndose del planeta

Tierra. No supe ni me acuerdo nada más. Eso era todo.

Me había choreado un auto, había volcado y se había

prendido fuego conmigo adentro. Me había muerto en

el sueño. Quizás mi subconsciente sí había detectado

que algo turbio se me venía encima con el asunto del

Page 69: 5 Minutos Antes de Morir

69

sobre que había que entregar y ese sueño era una señal.

Si hubiese estudiado psicología, quizá habría

entendido la indirecta. No había tiempo para eso. Me

vestí, saqué el sobre del cajón de la mesita de luz, y

me fui para la playa.

Cuando empecé a caminar me di cuenta

enseguida de dos cosas: el público y el clima de

trasnoche, eran completamente diferentes a lo que se

daba durante el día. Yo salí vestido igual que a la tarde

—error que solía cometer en los veranos de Mar del

Plata— y al instante sentí frío. Quise atribuírselo a que

al haber dormido una siesta rara, estaba destemplado.

No es normal despertarse a la una y media de la

mañana para empezar el día. Ahí afuera, la vestimenta

de la gente un poco más sabia que yo me confirmó que

simplemente, a la noche, refresca. Además, las chicas

en bikini patinando, de noche no aparecen. El

ambiente era pesado. Había tipos feos. Feos de cara.

De esos que si te los encontrás en Avenida La Plata al

1400, ahí cerca de la ex cancha de San Lorenzo, cruzás

de vereda por las dudas. Yo caminaba tranquilo pero

sin darme cuenta, iba acelerando el paso. A las dos

cuadras me percaté de una tensión irracional en mi

mano derecha. Tenía el sobre apretado con los dedos

como si fuesen tenazas. Como si se me fuese a caer.

Cuando sos chico y te mandan a comprar algo con un

billete de cien lo agarrás como si fuese el fin del

mundo perderlo. Y quizás lo es. Quizás este sobre

también lo era. O lo fue. O mejor dicho, no perderlo

fue el fin del mundo. O lo que parece que va a ser el

Page 70: 5 Minutos Antes de Morir

70

fin del mundo. El fin del mundo para mí. En un par de

minutos más.

Bajando a la playa para encontrar al famoso

Ernestico, apareció de la nada el rubio esquelético que

había estado charlando con Guarnel en el bar. Así

como desapareció abruptamente a la tarde, apareció

como salido de debajo de una baldosa. En ese contexto

de gente rara, dudé un instante si situarlo en el bando

de los que temo o los que me dan seguridad. Opté por

aliarme a él por razones de antigüedad, si es que unas

ráfagas de haberlo visto con Guarnel se consideran

conocer a alguien.

El rubio esquelético me dijo que estaba yendo en

la dirección equivocada. Al margen de no entender

cómo sabía a dónde me dirigía, el tipo tenía razón. Me

había confundido. La bajada a la playa se bifurcaba en

dos, una para cada lado, y yo me estaba yendo por la

que terminaba en un restaurante de frutos del mar. No

llegué a preguntarle cómo sabía cuál era mi destino,

que el rubio había desaparecido sin hacer ruido ni

dejar rastro. Me había dado vuelta para mostrarle el

bar al que supuestamente iba a ir, y al hacerlo me

encontré con que efectivamente había un restaurante

con techo de paja y un cartel con un cangrejo enorme

arriba con bordes de neón naranja titilando. Giré otra

vez en su dirección y ya no estaba. En ese momento no

lo pensé, pero ahora se me viene a la memoria The

Truman Show, cuando Jim Carrey se pone a

improvisar y le mandan a alguien salido de la nada a

corregir sus zapadas diarias para que haga lo que se

supone que tiene que hacer. El rubio esquelético fue

Page 71: 5 Minutos Antes de Morir

71

puesto por manos mágicas en ese cruce de escaleras

para evitar que me fuese al carajo. No parecía un error

tan grave, porque al llegar al restaurante me habría

dado cuenta de mi equivocación al instante. ¿Cuánto

me podría haber demorado? Aún así estaba llegando

temprano. Sin embargo, fui puntual. Llegué a las dos

menos un minuto al lugar del encuentro. Y ahí empezó

la fiesta.

1 Un minuto. Sesenta segundos. Un montón de

milisegundos que pasan tan rápido que no se pueden

contar. Contarlos sería una pérdida de tiempo porque

al final, ya sería justamente eso: el final. Mientras

pienso esto, se me van los preciosos últimos segundos

de lo que queda de mi vida.

Siempre que miraba televisión y mostraban un

reloj en cuenta regresiva que iba a detonar una bomba,

yo contaba para adentro cuando dejaban de enfocar al

reloj para ver si de verdad transcurrían los segundos

que decían ser. Y siempre mentían. Veía 27, 26, 25…

y de repente enfocaban al James Bond de turno que se

trataba de zafar de la soga que lo ataba a un gancho en

la pared húmeda de un sótano. 24, 23, 22… contaba

para adentro; 21, 20, 19… El héroe se estaba aflojando

la cuerda de la mano derecha. 18, 17, 16… y la cámara

volvía a enfocar el reloj de la bomba y se veía un 21

Page 72: 5 Minutos Antes de Morir

72

mentiroso. Tan brillante como mentiroso. Y uno decía

“loco, ¡no me jodás! Si vas a mentir, por lo menos

hacelo más habilidoso al tipo para que se saque las

sogas más rápido, pero no me mientas con el reloj,

¡porque es muy obvio!”.

Me pregunto si existirá en mi historia ese

teléfono salvador que suena, la puta madre, siempre 3

segundos antes de que bajen la palanca de la corriente

para la silla eléctrica. Nunca suena una hora antes

cuando el tipo está cenando su última comida. No. No

son tan eficientes. Tienen que hacerse la paja durante

todo el día y recién cuando están por freírle el cerebro

al condenado, ahí el juez va y dice “bueh, tá bien, lo

perdonamos al vago este”, y hace la maldita llamada.

Y no, no estaba llamando ningún juez. No por

mala onda, sino porque ningún juez sabía que yo

estaba atado a una silla de mimbre, prácticamente en

bolas, quemado con cigarrillos en todo el cuerpo, con

mechones de pelo arrancado y tres lastimaduras

todavía goteando sangre. Y aunque lo supiese, no por

estar sufriendo físicamente me habría salvado. Solo le

agregaría más dramatismo. Me puse a pensar de

verdad quién podía ser la persona que fuese a

salvarme, o que tuviese el poder de hacerlo. Si existía

la mínima chance de que alguien se diese cuenta de

que no aparecí más por el hotel, o que quizás ese

Marko Lonegan sea media pila de averiguar qué pasa,

y resulte ser un aventurero de película, musculoso y

superhéroe y viniese con su pandilla de surfers a

rescatarme de acá.

Page 73: 5 Minutos Antes de Morir

73

Me habían hecho mierda. Y si hubiese podido

vender a mi madre a cambio de parar el dolor, lo

habría hecho. Todos los que en las películas se bancan

una tortura son los mayores exponentes de la magia de

la televisión. Bullshit. Imposible no hacer lo que sea

necesario para parar el dolor. No hay entrenamiento

que valga. Ni hablar de las tremendas quemaduras de

los cigarrillos; hablemos de una trompada en la cara

lisa y llana: nadie puede levantarse como si nada de

una trompada machaza en la jeta. Nadie. El mundo se

da vueltas patas para arriba y ni siquiera podés pensar

en cómo te llamás. Se te borra el cerebro y tenés la

sensación de estar verdaderamente muerto. Todos esos

Bruce Willis que reciben una trompada en la quijada y

se dan el lujo de poner cara de “¿a mí me venís a

pegar, fiera?”, mienten de punta a punta. Después de

una piña así, lo mejor que te puede pasar es caerte de

cara al piso para evitar el gancho cruzado de vuelta

que te remate del todo. El dolor es algo insoportable.

Así como el cerebro instintivamente ordena sacar los

dedos de un cajón hacia afuera cuando se los agarra,

también intenta que pare el dolor cuando le presionan

un dedo con una pinza hasta hacerle saltar la uña. Lo

que sea. Confesando un crimen, implicando a un

inocente, delatando a un amigo. El dolor es el dueño

de nuestros actos, el tirano de nuestra conciencia, el

asesino de nuestros valores más fuertemente acuñados.

Puede convertirnos en lo que se le antoje. Lo que años

de libros de autoayuda, terapia, o drogas no pueden

conseguir en cuanto a cambiar la personalidad de

alguien, el dolor logra a su antojo convertirlo en

Page 74: 5 Minutos Antes de Morir

74

segundos. Sos capaz de hacer lo que sea con tal de que

pare.

Sin embargo, yo no pude parar el dolor. No supe

qué decir. No supe qué tenía que decir. No pude

imaginar que podría haber dicho aunque fuese mentira,

con tal de que parasen de golpearme y de hacerme

mierda. No tenía idea de lo que me hablaban. Era

ridículo ser inocente. Hubiese preferido ser culpable

de algo para al menos sentir que me merecía las

patadas en las costillas o las escupidas en la cara; la

humillación de ser orinado por tres tipos en la cabeza.

Invocar el nombre de Mary no sirvió de nada.

Quizás ni fuese su nombre verdadero, maldita diosa de

la belleza y del mal al mismo tiempo. Me había hecho

caer como un suicida en el océano con una piedra al

cuello. Me había mandado con la cantidad de plata

equivocada, alejada por mucho de la suma esperada.

Yo no sabía que llevaba dinero. No entendía cómo

había confiado en mí. Podría haberme escapado con

esos tres mil putos dólares. Me habría alcanzado con

eso para pasarla de maravillas. Y los tipos de bigotes

—porque todos tenían bigotes, como si fuesen

obligatorios— esperaban 30 mil. Intenté esbozar la

remota pero aún posible chance de que alguien hubiese

entendido mal el número de la plata a entregar, ya que

entre 3 y 30 hay poca cosa diferente. No me hicieron

caso. El encuentro en la playa fue tan breve que no

recuerdo cómo fui a parar tan velozmente al baúl de

ese Ford Crown Victoria.

Mirá si seré pelotudo que teniendo diez años —o

más— de series policiales encima, lo primero que me

Page 75: 5 Minutos Antes de Morir

75

puse a pensar, cuando cerraron el baúl, es cómo podía

ser que lo tuviesen tan vacío. Todos los baúles de los

autos se convierten tarde o temprano en una pieza más

de la casa. Todo lo que no entra en el placard, todo lo

que remotamente puede tener posibilidades de ser

usado en alguna plaza o picnic o playa, va a parar al

baúl un sábado a la mañana y jamás vuelve a la casa.

Ya sea porque da fiaca subirlo al departamento o

porque se llenó de arena o tierra, o simplemente

porque sabes que, cuando esos patines salieron del

lavadero, al instante otro bulto molesto les ocupó su

lugar y si subís algún día de nuevo con esos patines, te

los vas a tener que poner de sombrero. Y quedan ahí,

en el baúl, junto con las balizas, con el gato, con las

sillas de playa, con la pelota de fútbol (que hace meses

está desinflada y es al pedo tenerla ahí sin inflador a la

vista), con una campera que un día te llevaste por si

refrescaba y te pareció buena idea tenerla de repuesto

por si las moscas, con un vino que al final te olvidaste

y no te da para tirarlo pero a la vez no te animás a

tomarlo por el calor que debe haber sufrido ahí

adentro. En cambio, este baúl, estaba vacío. Enorme y

confortable. No tuve siquiera que acurrucarme. Podría

haber dormido una siesta de haber sido más largo el

viaje. Cuando terminé con mis pelotudas reflexiones

acerca de todo lo que podría haber habido en el baúl en

vez de pensar si había alguna forma de abrirlo desde

adentro, se me ocurrió que seguramente no era el

primero en entrar en ese “sexto asiento” del Ford.

Seguramente lo tenían desocupado porque todos los

martes y viernes secuestraban a alguien. No cabía

Page 76: 5 Minutos Antes de Morir

76

duda. Y claro… si tenían que pedir rescate, no podían

entregar al secuestrado en malas condiciones. No

podían machucarlo con herramientas o elementos

punzantes. Había que cuidar la mercadería de

intercambio.

Sentí que tenía que golpear el baúl para hacer

ruido, como había visto en muchas películas. Creo que

grité “¡Ayuda! ¡Ayuda!”. Pero me detuve enseguida.

Nunca había visto una película en la que a alguien

realmente lo hubiesen ayudado en esa situación. Lo

único que me habría salvado hubiese sido que la

policía los detuviese y los obligase a abrir el baúl. Ahí

yo aparecería en todo mi esplendor, gritando “help me,

help me”, como si fuese uno de los Beatles. Nada.

Cuando llegás a yanquilandia, te das cuenta de que la

TV es una gran mentira. Nada funciona. No tenés un

alambrecito para abrir el baúl, la iluminación tenue

que ves en los baúles no existe, no ves absolutamente

nada (maldito director que inventa luces inexistentes

para poder filmar) y tampoco tenés temple de acero.

Hay que decirlo. Lo único que pensás es en que te vas

a morir en breves instantes. Tenés miedo de hacer

cualquier cosa que empeore la situación. En vez de

pensar que podés hacer algo que te ayude, te paralizás

y decís “al menos todavía no me cortaron una oreja o

un dedo”. Y no haces nada. Simplemente nada.

Pasados unos minutos en los que tampoco llegué

a acalambrarme, llegamos a destino. Dos de los tres

con bigotes me sacaron sin pronunciar palabra. Otra

falla en el guión más: ¿por qué no tenían máscaras o

capuchas? ¿no tenían miedo que les viese la cara y los

Page 77: 5 Minutos Antes de Morir

77

reconociese en un eventual escape o liberación? ¿tan

arreglados con la ley estaban que no tenían siquiera

dudas? ¿acaso se iban a afeitar los bigotes y luego

jamás los reconocería? O estaban completamente

seguros de que me iban a matar. Puta madre, estaba

totalmente desconcertado. Aunque hasta ese momento

todavía conservaba cierta cuota de diversión; diversión

macabra, pero diversión al fin. No sé… creo que en

algún lugar todavía creía que era un sueño o algo así.

Dicen que para despertarse (bueno, a decir verdad no

lo dicen, también lo vi en la televisión) hay que

pellizcarse un brazo. No tuve necesidad. Apenas

bajado del baúl, me tiraron al piso como si fuese un

tronco, y me golpeé la cabeza muy feo. Me aturdió

tanto que supe que no era un sueño. Se me nubló la

vista y los sentidos se alteraron un poco. No conseguía

darme cuenta del dolor que sentía por el golpe. Encima

creo que las primeras dos patadas no las sentí. Más

bien parecieron empujones. Para cuando se me arregló

la visión, pude ver como uno de los del Ejército Bigote

se acercaba con un palo, blandiéndolo en mi dirección

con cara de asesino. Dice la TV: rodá sobre vos

mismo, el malo le pega al piso, con la mano de ese

costado le sacás el palo y se lo clavás en el estómago,

usándolo de palanca para levantarte en un mismo

movimiento, y rematarlo con una patada acompañada

de un grito karateca. Dice la realidad: el palo me lo

puso en el hombro, y nunca sabré si la clavícula, que

me sigue matando de dolor, me la rompió o no. Pero

que me la dio, me la dio. Recuerdo que antes de sentir

el dolor tuve impresión por el ruido que hizo contra mi

Page 78: 5 Minutos Antes de Morir

78

hueso. Esos ruidos que en todas las caídas al piso que

tuviste en tu vida, todos los porrazos, cabezazos y

demás, jamás habías escuchado. Ruido que al ser

diferente te anuncia que te va a pasar inmediatamente

algo que hasta ahora jamás te había pasado. Que vas a

sentir un dolor nuevo, que supera a los demás, que

deja a los más terribles dolores como pequeñas nanas.

Enseguida vinieron más patadas y más palazos. Todo

eso sin tratar de averiguar si me lo había pensado

mejor y quizás quería decirles dónde estaba el resto del

dinero. Parecía que no lo querían. Que estaban más

interesados en cagarme a palos, literalmente. O a esa

altura probablemente se había aclarado todo el

malentendido y tenían que matarme de todas maneras

para que no los delate por ser una banda de bigotes

asesinos. Para el caso daba igual: estaba siendo molido

a golpes. Mi respiración no existía mientras me

pegaban. Eso lo puedo asegurar porque de haber

tenido un poquitito de aire, lo habría usado para gritar.

O al menos para pedir por favor que paren. Tenía la

enorme necesidad de gritar. No alcanzaba a tener

tiempo de registrar la magnitud de un golpe que ya

llegaba el otro. Hasta recuerdo que lo pensé. Pensé

esto mismo que estoy pensando ahora, y dije que no

iba a poder explicar esta sensación increíble a nadie,

porque ese era el final de mi vida. Me iba a morir en

cualquier momento y no le iba a poder contar a nadie

lo que se siente tener que gritar, pero antes de poder

hacerlo, recibir otra vez una nueva orden del cerebro

que dice “dejá todo lo que estás haciendo y gritá” y lo

que estabas haciendo era intentando gritar, y ahí viene

Page 79: 5 Minutos Antes de Morir

79

otro y otro y otro, y el cerebro hace lo que puede con

semejante paliza, te dice que grites y vos, pobrecito, ya

no tenés respuesta de ningún tipo; ni al grito, ni al

dolor.

Pero no me iba a morir en cualquier momento.

No en cualquier momento. Iba a ser cuando ellos lo

decidiesen. Y ese momento está por ocurrir ahora.

Cuánto quedarán… ¿veinte segundos? ¿cuánto se

puede pensar en veinte segundos? ¿qué tanto uno

puede volverse creyente de alguna religión y esperar

por un verdadero milagro? Tendría que saber a qué

Dios rezarle. Cuál es la religión con menos requisitos

de entrada y pruebas de fe, que pueda ofrecer

resultados inmediatos. Juro que si empezasen con una

buena, yo me dedicaría la vida entera a ofrendarles mi

devoción. Tiene que haber alguna. Como en esas

promociones, que al suscribirte te regalan algo, así de

entrada nomás, y después vendrán los pagos, cuyo

fastidio será apaciguado por el hecho de haber recibido

una buena al principio, que te predispone mejor para

cualquier tipo de sacrificio que eso implique. Seguro

que los testigos de Jehová son los que piden poco de

entrada. Esos que andan tocando timbres y que no les

importa una mierda si sos un tipo creyente o no. Ellos

quieren que nada más les abras la puerta. Mirá si será

fácil. No es como los judíos que primero que nada, te

tenés que cortar la pistola. Ahí vas muerto. Si así

empiezan, imaginate la que habrá que transpirar para

recibir el pequeñísimo milagro de salvarte la vida de

una banda de traficantes asesinos y bigotudos.

Page 80: 5 Minutos Antes de Morir

80

Quizás los milagros se dan en forma aleatoria y

en forma estadística se distribuyen aquí y allá, sin un

patrón específico. Hoy toca en Angola, mañana en

Nueva Zelandia, pasado en Berazategui. O quizás no

es así y hay ciertas ciudades, como Amaichá, ese

pueblito de Tucumán, en el que viven dos gatos locos

y día por medio sale en el diario que ahí ocurrió otro

milagro. Primero que la virgen lloró; después que el

intendente, que era lisiado con diploma, un buen día se

paró y empezó a caminar; un par de semanas después

el ciego del Bar “El Toldo” de repente vio la luz y

largó los Ray Ban oscuros. Todo eso en una

concentración de milagros inaudita, injusta y

segregacionista. O quizás el agua de esa zona viene de

un pozo con uranio y alucinan todos. La suerte quizás

quiera que por haberme movido de mi residencia

habitual, me pierda el milagro que geográficamente

me correspondía. Me imagino reclamando al 0-800-

MILAGROS, y escuchando como me dicen “Señor,

nosotros estuvimos en la puerta de su casa con Bar

Rafaeli en bikini y usted no nos abrió. Nosotros no nos

podemos quedar todo el día. Tenemos otros milagros

que atender. Imagínese si no hubiésemos llegado a

tiempo para darle el empate a Platense en ese partido

contra El Porvenir, jugando con 8 hombres”.

Yo lo intenté. Les juré que les iba a conseguir la

plata en menos de cinco horas. Intenté la desesperada.

Mentí. Tenía que ganar tiempo. Veía venir la muerte

en el próximo patadón. Era mentir o morir, y a mí me

enseñaron de chiquito que si algo te amenaza de

muerte, vale todo y las leyes no existen. Podés matar o

Page 81: 5 Minutos Antes de Morir

81

hacer lo que sea para evitar que te maten, ¡lo que sea!

y después, con tiempo, les explicarás a las autoridades

la situación y seguramente al cabo de un par de firmas

protocolares en una docena de formularios, vas a poder

seguir con tu vida normalmente. A lo sumo una multa

si lo que hiciste es manejar a 200 kilómetros por hora

para alejarte de una pandilla de punks armados. Estos

no lo quisieron escuchar. Nada. Ni siquiera dudaron

como diciendo “pará, por ahí este boludo escondió la

plata y se arrepintió, dejémoslo hablar”. Era como si

todo el cuento de la guita robada fuese una excusa para

decir en voz alta mientras cumplían la misión de

matarme, que era lo único que les importaba y el

motivo real de la misión. Pero ¿quién podría querer

matarme? No tengo siquiera enemigos en Internet que,

en el peor de los casos, hubiesen podido averiguar

dónde estoy y mandado una pandilla de bigotes

asesinos a vengarse por un tuit ofensivo. Nada. Ni idea

tengo.

Y cuando estuve al borde de pedir que me

maten, que me sacrifiquen como a un caballo

lesionado en la espina dorsal sufriendo como una

madre polaca, justo en ese momento, entró la otra

belleza de la playa: Laurie.

Caminó entrando a la habitación —o garaje o lo

que sea que fuese ese lugar en el que estaba siendo

torturado— vestida como para una fiesta. Era muy raro

ver a alguien vestido así en ese lugar en el que la

prenda de vestir más elegante es una bermuda o un

pantalón de gimnasia Adidas. La mina estaba con un

vestido largo de noche con un tajo enorme en la pierna

Page 82: 5 Minutos Antes de Morir

82

derecha, que cada vez que daba un paso te invitaba

instintivamente a alargar el cuello para espiar, ya que

llegaba bien arriba, hasta donde no se debería según

las normas internacionales de etiqueta. Rojo furioso.

Un solo color. Y el pelo, que a la tarde en la playa lo

tenía suelto, enredado, salvaje por la vida veraniega y

despeinado, estaba arreglado en forma de cucurucho

invertido sobre su cabeza, brillaba y ostentaba

prolijidad a todas luces. Laurie parecía estar camino a

un casamiento en Buenos Aires. Le faltaba una

carterita de esas que son apenas más grandes que una

billetera que las mujeres suelen llevar a los

casamientos en la mano. Uno se pregunta qué puede

entrar ahí, además de las llaves de la casa. Y enseguida

uno se responde que más que las llaves de la casa y el

auto, sumadas a una tarjeta de crédito y un celular, no

deberían llevar nada más las mujeres en sus carteras.

Sin embargo andan con esos enormes bolsos que

parecieran dejarlas listas para irse a vivir a otro país en

caso de necesitarlo y verse imposibilitadas de volver a

sus hogares. Simplemente dirían “OK, me compro el

pasaje y estoy lista”.

Así de maltrecho como estaba, deseando morir

en ese instante, aun así, recuerdo haber admirado a

Laurie con su apariencia de femme fatal. Es increíble

lo animales alzados que somos los hombres que ni

estando a punto de morir somos capaces de ignorar un

estímulo sexual. Creo que hasta llegué a decirme a mí

mismo “qué fuerte está la hija de puta” cuando debería

haber pensado que quizás su aparición era mi carta de

salvación, o que venía a aclarar el malentendido, o a

Page 83: 5 Minutos Antes de Morir

83

traer la plata o algo, no sé, positivo. Sin embargo antes

de eso me hice tiempo de relamerme con sus piernas

expuestas, su vestido sensual y su pelo imponente.

Los zapatos de Laurie no se veían porque el

vestido caía sobre ellos tapándolos. Igualmente se

intuían —y también se oían— unos tacos seguramente

enormes. Eso lo confirmé justo cuando pensé que la

presencia femenina venía a calmar los ánimos de los

bigotudos y a decirles que la dejasen a ella, que

hablándome bien y dándome de tomar algo fresco,

todo se iba a arreglar. Laurie se acercó caminando y

me dio un tremendo pisotón en la mano con el taco. Lo

único que dijo fue “me di cuenta de que te gustó más

Mary que yo, grandísimo imbécil”. Y el taco se sintió

como un fierro al rojo vivo. Grité. Otro tipo de dolor.

La mano me ardía como si se estuviese prendiendo

fuego. Como si me la estuviesen agujereando con una

Bosch. El dolor subía hasta mi hombro paralizando

todo mi cuerpo. No podía aguantarlo. Traté de

concentrarme para ver si podía desarrollar un

superpoder que me permitiese desconectar la mano de

mi cuerpo con solo pensarlo. No funcionaba. O no

lograba concentrarme del intenso ataque que ocupaba

todos mis sentidos. Estaba traspasando un nuevo nivel

de conocimiento del dolor. Un lugar donde el grito de

desahogo ya no es una opción; un dolor que pertenece

a otro mundo, a otro estado post humano. El grito,

dicen, alivia el dolor en forma psicológica. Está claro

que cuando gritás no te duele menos un pisotón en un

colectivo. Tampoco les duelen menos las inyecciones

a los chicos cuando se ponen a berrear como presos

Page 84: 5 Minutos Antes de Morir

84

torturados en Afganistán. Es por eso que cuando uno

crece se aguanta el instinto de gritar frente a las

enfermeras. El grito frente al dolor responde a un

efecto casi instintivo que hace que relajemos

determinados centros nerviosos que reciben una

sobredosis de estímulos. Cientos de miles de nervios

recargando al cerebro con la misma información pero

en miles de formas distintas de comunicarlo: me duele,

duele, dolor, ay, muerte, fuego, etc… Y el cerebro no

da abasto con tanta data repetida. No puede contestar a

todos con una respuesta que —de todas formas— sería

inútil, ya que no hay nada que el cerebro pueda hacer

para sacar ese clavo de la planta del pie. Entonces,

cual central telefónica sobrecargada al haberse avisado

en la televisión que los primeros cien espectadores en

llamar recibirían un viaje a Brasil con todo pago en un

hotel de cinco estrellas, el cerebro se ve desbordado y

empieza a tirar el manotazo de ahogado: da la orden de

gritar. Y uno grita. El alivio no es para el pie pisoteado

sino para el cerebro sobrecargado de información. Los

pedidos de socorro de la parte damnificada se

transforman en muchas instrucciones: algunas útiles

como dar la orden al pie de salirse de abajo del zapato

que lo aprisiona; todas las otras órdenes son

decorativas: gritar, largar al aire una puteada

exagerada del estilo “¡la connnnncha de tu hermana!”,

llevar los brazos a la pantorrilla atrapando la pierna

pisada como si fuese un torniquete lo que se intenta

hacer. Y finalmente el dolor va pasando. El alivio

llega, los mensajes al cerebro van cesando, la claridad

Page 85: 5 Minutos Antes de Morir

85

vuelve y uno puede pedir explicaciones por el pisotón,

saltar un poquito en un pie, actuar más racionalmente.

Laurie dejó de pisarme la mano habiendo

aliviado su orgullo y su ego lastimado, y se dirigió a la

pandilla:

—Ya encontramos la plata. La tenía la hija de la

chingada de Mary. Ella y su pimpo nos querían estafar.

En ningún momento en la playa me había

parecido extraña su manera de hablar. Tenía un acento

raro, sí, pero el vocabulario era normal. Ahora hablaba

claramente como alguien de otro país, no tan familiar

como antes. “Chingada”, “pimpo”; ¿qué palabras de

mierda eran? ¿Era la nieta de la Chilindrina? ¿Acaso

estuvo disimulando cuando hablaba en español neutro,

como los doblajes de las películas? ¿O como en el

chiste del gangoso, era ahora cuando estaba fingiendo

para hablar con los bigotudos?

Así o así, empezó a caminar hacia la salida y su

corta estancia terminó con una frase que sacudió a

todos:

—Dejen de mirarme el culo, pedazo de

sobadores. Desháganse del imbécil este. Ya no lo

necesitamos.

Y ahí nomás me trajeron para acá. Como en las

películas más baratas de los ochenta. Me ataron a esta

silla y me pusieron frente a este reloj. Me advirtieron

que en cinco venían, que rezara para ver si iba al cielo

o al infierno, porque esa silla iba a ser mi última

estación en este mundo. Eso es lo que me dijeron y

recién ahora me doy cuenta de que no me ocupé de ese

asunto. No sé si voy a ir al cielo o al infierno y no

Page 86: 5 Minutos Antes de Morir

86

tengo ya tiempo de ponerme a pensar qué es mejor o

qué me conviene más. Quizás sea más complicado de

lo que pensamos y sí existe una vida posterior, y hasta

se puede apelar en el cielo y te dejan volver. O en el

infierno realmente se la pasa bien. Con el tiempo uno

va descubriendo que tanto las novelas como las

películas no inventan nada. A medida que uno crece y

le van pasando cosas en la vida, parecidas a tal o cual

película; aparecen como obvias las inspiraciones que

tomaron los directores de cine que uno suponía genios

de las tramas y argumentos intrincados. No. Nada de

eso. Todo está ocurriendo a la vuelta de la esquina,

debajo de tus narices. Los escritores no tienen una

mente extraterrestre que imagina lo inexistente. No

son Dios que inventó una tortuga sin que antes

existiese algo similar. Los tipos que inventan

argumentos de películas tienen parientes o amigos o

ellos mismos que han tenido experiencias jodidas, y

que poniéndoles una música de fondo y un actor

conocido, las transforman en una forma de

manutención; en una película que recauda millones. La

gente dice “qué imaginación tuvo el director” cuando

en realidad lo único que hizo es descargarse contando

en voz alta su propia historia. Y el tema del cielo o el

infierno, tan recurrente y casi siempre de la misma

manera en todas las películas o libros, seguramente

viene de alguna referencia real, de alguien que tiene

conexiones allá arriba y batió la posta. Solamente a

algunos les consta, y esa data llegó a Hollywood para

quedarse, como un secreto bien guardado.

Page 87: 5 Minutos Antes de Morir

87

No importa. Creo que no importa ya. Digamos

que creo en el destino y que nada que pueda hacer en

los segundos que me quedan puede cambiar el balance,

—si es que alguien lo está haciendo en este

momento— para decidir a dónde mandarme, o para

cambiar un destino predeterminado escrito hace ya

muchos años atrás, en el que no solo el resultado ya

era sabido sino también todo lo que hice en este viaje,

que definió en una manera aparentemente casual o

azarosa, que en este momento alguien venga a

liquidarme.

Puntuales, llegando los cinco minutos, entran

ahora dos tipos. Uno con una pistola con silenciador

(que siempre pensé que no existían, que era un invento

cinematográfico) y el otro con una bolsa gruesa de

nylon negra. Estaba seguro de que era para ponérmela

en la cabeza y que no viese el momento de la

ejecución. Quizás era la idea original. Pero algo

cambió. El de bigotes con la pistola, sin mirar atrás,

me la puso en la frente. Apretó como queriendo dejar

una marquita donde apuntar. Como si estuviese por

colgar un cuadro y con la punta del clavo hace una

pequeña “X” en la pared. Fijar el lugar. No llegó a

mirar para atrás para confirmar con su socio que había

llegado el momento porque sencillamente él sabía que

había llegado el momento. El otro, que había quedado

atrás, en un solo movimiento encapuchó al de la

pistola con la bolsa de nylon y lo cerró con un alambre

alrededor del cuello, creo yo para que no se pudiese

mover, ya que si era para sacarle el aire, con la bolsa

alcanzaba. Yo dejé de respirar. Pensé que ya estaba

Page 88: 5 Minutos Antes de Morir

88

muerto y por eso no tenía necesidad de seguir

metiendo aire a los pulmones. Pero no. Era por el

asombro de lo que estaba viendo en ese momento.

Inesperado totalmente. Hollywoodense al fin. El de

atrás le pegó un planchazo en la parte de atrás de las

rodillas al de la pistola para evitar que siguiese

manoteando con el chumbo por el aire (ya no se podía

saber quién iba a recibir el balazo volador) y el

bigotudo armado cayó al piso. Un pisotón de su

compañero (o ex-compañero quizás debería decir) lo

obligó a soltar el revólver y ahí fue cuando escuché las

últimas dos palabras en ese recinto. “¡A volar!”. Quise

decirle que necesitaba que me desate primero porque

mis manos y piernas estaban fuertemente ligadas a la

silla con sogas dolorosas y gruesas. Al bajar la vista

hacia mis muñecas me sorprendí al verlas libres de

toda atadura. No entendía cómo el inesperado amigo

bigotudo había resuelto ese tema en medio de la

trifulca. Yo no había visto ninguna mano acercarse a

mí, pero era un hecho que nada me impedía separarme

de la silla en la cual había estado inmóvil por los

últimos 5 minutos. Entonces me paré y le hice caso.

Como todo lo que me fueron diciendo y acaté con tal

de que el dolor parase. Acaté una vez más y volé.

Corrí de ahí sin mirar atrás y ni siquiera a los costados.

Estaba seguro de que no iba a poder dar más de diez

pasos y un balazo me iba a frenar en seco, y al cabo de

unos segundos, algún otro bigotudo vendría a

confirmarlo: “is dead”. Pero no. Corrí. Y corrí. Y

corrí.

Y acá llegué. Al verdadero paraíso.

Page 89: 5 Minutos Antes de Morir

89

0