3. la i · jeros, pero como el ser humano requiere una comodidad mayor y unos servicios extras, la...

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3. L A I RA A cólera que se despierta en el indivi- duo está a menudo unida a la sober- bia, a la que me refería semanas atrás. Evidentemente, el orgulloso ofen- dido movido por la ira recurre fácilmente a la violencia. "i Hacerle eso a él !, a él; iah, no!, nadie se burla del hijo de su madre", etcétera. Aparte de ello si he visto la ira surgir fácilmente en el tren de muchos países ha sido debido, en primer lugar, al encie- rro de los viajeros. Cuando uno va en co- che, por ejemplo, tiene mil razones más que en el tren para enfadarse -el que se cruza, el que no le deja cruzar, el guardia civil de Tráfico-, pero, en gene- ral, el paisaje humano cambia pronta- mente y la ira se olvida porque desapa- rece su motivo. Pero en el tren uno per- manece quieto en su sitio y si "le cae gordo" atgu'ien que está en el asiento frontero, esa sensación va madurando, agravándose hasta que Ilega el estallido. De pronto, a la altura de Reus, el señor que iba sentado frente a otro desde Ma- drid empieza a decirle groserías. EI agre- dido se sorprende e igualmente lo hacen los demás presentes, porque, al parecer, ha habido motivo para tal intemperan- cia. Pero la verdad es que si tienen razón ellos, también la tiene el violento. Efecti- vamente, la última frase del aludido no justificaba la reacción, pero es que esa frase era la que desbordaba el vaso de la paciencia del iracundo a quien, desde la estación de Chamartín, en Madrid, le ha sentado mal el caballero de enfrente, que en Guadalajara ya decidió que tenía un aspecto detestable y un sentido del humor impertinente, que en Zaragoza pensó que se estaba poniendo realmen- te muy pesado y que ya en Reus no pu- do aguantar más y le dijo todo lo que había estado "comiéndose" durante el viaje, justamente en el momento en que su interlocutor estaba más tranquilo. La ira, en ese caso, había ido calentándose "... Va en Reus, no pudo aguantar más...". Por FF_H^^^1ND0 DIAZ-PLAJA a fuego lento y había estallado la calde- ra cuando menos lo esperaba el causan- te de ella. Palacio Valdés contó en un capítulo de "La hermana de San Sulpicio" una explosión de ira curiosa. EI interesado es un juez catalán con cara de pocos ami- gos, que de pronto, malhumorado desa- 9

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Page 1: 3. LA I · jeros, pero como el ser humano requiere una comodidad mayor y unos servicios extras, la compañía pierde dinero con él mientras lo gana con las mercancías. De forma

3. LA IRAA cólera que se despierta en el indivi-duo está a menudo unida a la sober-bia, a la que me refería semanas

atrás. Evidentemente, el orgulloso ofen-dido movido por la ira recurre fácilmentea la violencia. "i Hacerle eso a él !, a él;iah, no!, nadie se burla del hijo de sumadre", etcétera.

Aparte de ello si he visto la ira surgirfácilmente en el tren de muchos paísesha sido debido, en primer lugar, al encie-rro de los viajeros. Cuando uno va en co-che, por ejemplo, tiene mil razones másque en el tren para enfadarse -el quese cruza, el que no le deja cruzar, elguardia civil de Tráfico-, pero, en gene-ral, el paisaje humano cambia pronta-mente y la ira se olvida porque desapa-rece su motivo. Pero en el tren uno per-manece quieto en su sitio y si "le caegordo" atgu'ien que está en el asientofrontero, esa sensación va madurando,agravándose hasta que Ilega el estallido.De pronto, a la altura de Reus, el señorque iba sentado frente a otro desde Ma-drid empieza a decirle groserías. EI agre-dido se sorprende e igualmente lo hacenlos demás presentes, porque, al parecer,ha habido motivo para tal intemperan-cia. Pero la verdad es que si tienen razónellos, también la tiene el violento. Efecti-vamente, la última frase del aludido nojustificaba la reacción, pero es que esafrase era la que desbordaba el vaso de lapaciencia del iracundo a quien, desde laestación de Chamartín, en Madrid, le hasentado mal el caballero de enfrente,que en Guadalajara ya decidió que teníaun aspecto detestable y un sentido del

humor impertinente, que en Zaragozapensó que se estaba poniendo realmen-te muy pesado y que ya en Reus no pu-do aguantar más y le dijo todo lo quehabía estado "comiéndose" durante elviaje, justamente en el momento en quesu interlocutor estaba más tranquilo. Laira, en ese caso, había ido calentándose

"... Va en Reus, no pudo aguantar más...".

Por FF_H^^^1ND0 DIAZ-PLAJA

a fuego lento y había estallado la calde-ra cuando menos lo esperaba el causan-te de ella.

Palacio Valdés contó en un capítulode "La hermana de San Sulpicio" unaexplosión de ira curiosa. EI interesado esun juez catalán con cara de pocos ami-gos, que de pronto, malhumorado desa-

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... por la ventanilla, los enseres del viajeró'.

parece del vagón; los compañeros deviaje creen que ha bajado en la estacióny cuando el jefe anuncia la salida seapresuran a hacer bajar por las ventani-Ilas los enseres del viajero -sombrero,paracfuas, abrigo-. Hay que advertirque en aquellos tiempos los que iban enel tren se ponían cómodos; el sombrerose sustituía por una gorra, la chaquetapor un guardapolvos, los zapatos por za-patillas... y ataviado a esa guisa es comoaparece al poco rato de ponerse en mar-cha el convoy el catalán de marras, estavez con aire risueño. Viene de otro va-gón donde ha estado hablando con unospaisanos, comiendo butifarra y bebiendobuen vino. Hay un momento de tensiónentre los viajeros echando miradas ate-rradas a la rejilla vacía, y, por fin, uno sedecide a murmurar que ellos..., sin que-rer... intentando hacerle un favor... pen-sando que había perdido el tren... habíanbajado sus pertenencias en la estación...de... Cuando por fin se abre camino en lamente del catalán lo que le han hecho ylo comprueba, estalla en un arrebato decólera -cómo me presento ahora así, elpresidente del Tribunal-, que durarátodo el tiempo que tarde el tren en Ilegarhasta la primera estación donde se bajadiciendo pestes el buen señor. (Hay quereconocer que su ira estaba justificada.)

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Sí, la ira del viajero se cuece lenta-mente. Y la metáfora es válida cuando,como me ocurrió a mí, la calefacción deltren estaba puesta altísima durante elviaje desde Baltimore a Miami (día ymedio de viajel. Paréntesis aclaratorio:curiosamente, los trenes de USA no es-tán a la altura de los demás servicios detransporte y cualquier relación con elautocar o el avión USA es pura coinci-dencia. En una serie de medidas suici-das, Washington apoyó el aeropuerto yla autopista negando cualquier ayuda alos ferrocarriles, que fueron degradán-dose irremisiblemente. Consecuenciapara el usuario: trenes malos, lentos einse ĉfuros. Consecuencia para el país: ladependencia del transporte por carrete-ra es tan grande que en el Ministerio deDefensa Ilegaron a la asustante conclu-sión de que si quisiera el sindicato decamioneros ("teamsters") podría parali-zar la vida entera del país en veinticua-tro horas, con las posibles consecuen-cias en caso de guerra.

Y entre las deficiencias típicas deltren americano está la de la calefacción,que no hace más que exagerar la ten-dencia USA a calentar excesivamentesus casas. En las varias ocasiones enque me ha ocurrido una avería en lasconducciones, siempre ha habido calor

de más y nunca de menos. Imagino quela compañía en caso de dificultad pen-sará que es más fácil que la gente semuera de frío a que se muera de calor,porque con abrir una ventana...

Lo malo es que en mi "roomette"- un departamento individual con camaabatible, que de día pasa a ser un salon-cito mínimo- la ventana no se abría,por lo que tuve que pasarme gran partedel viaje asomado a la parte superior dela salida del vagón para poder respiraraire puro, postura que alternaba con lade meter la cabeza para rugir mis pro-testas al revisor cuando pasaba por lascercanías y que me hizo el mismo casoque a mis compañeros de viaje; es decir,ninguno. También obtuve el mismo re-sultado con una carta sarcástica que en-vié al "New York Times".

La razón de esa indiferencia, muy po-co propia de un país cuyos servicios seempeñan en ayudar siempre al cliente,es muy sencilla de comprender. Las em-presas de ferrocarriles en USA son pri-vadas y no tienen subsidios del Estado;éste les concede permiso para explotarur^as líneas siempre que transporten via-

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"Las apetencias -del viajeroinmóvil se dupli^n".

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... estalla en un arrebato de cólera".

jeros, pero como el ser humano requiereuna comodidad mayor y unos serviciosextras, la compañía pierde dinero con élmientras lo gana con las mercancías. Deforma que cada vez que un cliente bajadel tren encolerizado jurando que novolverá a subirse en él, la compañía, enlu ĉ far de entristecerse, se frota las ma-nos. Un espacio menos para un cuerposi ĉ^nifica un espacio más para la caja deproductos agrícolas o el saco de lana.Fenomenal.

La ira del pasajero, decía antes, se vaincrementando a medida que pasan lashoras, porque confinado en su vagón, notiene otra cosa en que pensar. Pero lafrase de que la cólera es mala consejera,como tantos otros tópicos, es cierta. Ha-ce poco leí que los pasajeros de un trendel Norte al que habían inmovilizado tasrepentinas nevadas habían protestadoruidosamente porque a las diez horas deparada se había terminado a bordo elpan, la leche e incluso el agua. Me ale-gro de no haber estado en ese tren, por-que aparte de compartir la incomodidadque sufrieron, debido a mi suicida tenta-ción de infundir sentido común a los es-pañoles, una empresa inútil en la queIlevo veinte años, hubiera intentado ex-plicar a Ios iracundos protestones queun tren no puede Ilevar comestibles ybebestibles para diez o doce horas másde las programadas para el viaje, a noser que dedique un vagón entero a al-macén-bodega. Sin olvidar que las ape-tencias del viajero inmóvil se duplicanpor el nerviosismo. Todos comen más ybeben más de lo habitual y al niño chi-Ilón desasosegado por el encierro se leintenta tapar la boca con más bocadillosde los que necesita. Exigir que un con-voy esté preparado para ese ""naufra-gio"', que es lo que en el fondo resultauna detención parecida, es pedir la Lu-na.

(Algo parecido se puede decir a losque se quejan porque a la salida del fút-bol y Iloviendo no encuentran taxis li-bres. Si en esas circunstancias de masahumana y del mal tiempo combinadas,hubiera una hilera de coches vacíos sig-nificaría que en Madrid estarían sin tra-bajar normalmente más de la mitad delos taxis. ►

La ira que desemboca en la violenciaencuentra un camino literario cómodoen el tren, y no es raro que la mayoría deescritores de suspense hayan situado en ^

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"Yo no puedo presenciarlo sin protestar enérgicamente".

el ferrocarril sus dramas. Para ello exis-te, para empezar, la posibilidad itan no-velesca! de situar juntos por unas horasa personajes hasta entonces desconoci-dos entre ellos, de diversas proceden-cias y nacionalidades. (Sólo el barcopermite algo parecido; el viaje de aviónes demasiado breve para que pueda ca-ber encuentro, nudo y desenlace). Porotra parte, muchas veces el tren viaja denoche, el ruido de las ruedas acallan gri-tos, una puerta puede abrirse de prontohacia la cómplice oscuridad... Simenon,

Agatha Christie, Conan Doyle usaron eltren para situar a sus asesinos y dispo-ner de sus muertos. Y el tren se prestamucho más cuando las víctimas no loson para ser robadas, sino cuando consu desaparición se cubren objetivos dealta política internacional, es decir,cuando se trata de espionaje. Para elloes esencial que el tren pase por paísesdistintos. Un Madrid-Málaga, por ejem-plo, no ayuda demasiado al autor de no-velas de ese tipo. Tiene que ser, cuandomenos, un París-Francfort y todavía me-jor, el afamado "Orient Express" quecruzaba Francia, Suiza, Austria, Hungría,Rumania, Turquía, con todas las posibili-dades que una serie de países tan distin-

tos daba a los servicio secretos res-pectivos. Fue tal el partido que sacaronlos novelistas de ese tren, que yo estoyconvencido de que su desaparición serealizó mucho después de que su explo-tación estuviera cargada de déficit. Pro-bablemente el "sindicato de novelistasde espionaje ferroviario" dio ayudas sus-tanciosas para que no quitaran un me-dio de locomoción al que debían susmejores éxitos.

(No olvidemos que muchas novelasfueron Ilevadas al cine y realmente esdifícil de competir en ese medio con untren en marcha. Los postes pasando atoda velocidad, el monótono ruido de lasruedas sobre los rieles, los departamen-tos de literas abriéndose y cerrándose,la persecución por los pasillos y aún me-jor por los techos de los vagones, esapuerta que al quedarse abierta demues-tra que alguien ha huido o ha sido preci-pitado por ella. Agatha Christie dio unode los mejores momentos del crimen fe-rroviario en el cine. Un momento que es-taba a cargo de la fea, gorda, maravillo-sa Margaret Rutherford cuando veía porla ventanilla, en el tren que se había pa-rado a la altura del suyo, cómo un hom-bre mataba a una mujer.

Hay una historia iracunda de tren quea mí me encanta y espero no sea cono-cida del lector o al menos se le haya ol-vidado de vieja. Es la del caballero queIlega con dos niños y una niña al depar-tamento donde hay sólo un señor deedad que los contempla Ilegar, primerocon curiosidad y luego con crecienteasombro. EI recién Ilegado abofetea alprimero de los niños, empuja violenta-mente al segundo, sienta a la niña dura-mente... A las tímidas urotestas de lospequeños contesta a gritos: "ia callar!","i se ha terminado!", "i como digas otrapalabra te reviento!", "i basta de Ilantos,he dicho!". A los pocos minutos de pre-senciar la escena, el señor que estabaantes en el vagón se cree obligado a in-tervenir; procura hacerlo con un tonomoderado que no eche más leña al fue-go, pero al mismo tiempo con la firmezaque requiere la necesidad de interrumpirel bochornoso espectáculo.

"Perdone usted, señor -dice-, ima-gino que usted es el padre de esos niñosy por ello tiene usted derechos sobreeltos, pero en la sociedad civilizada hayunos límites que no pueden transgredir-se y uno de ellos es el de la violencia pú-blica e indiscriminada. Usted está tra-tando a esos muchachos de forma abso-lutamente cruel y yo no puedo presen-ciarlo sin protestar enérgicamente...".

- ^Ah sí? -pregunta el padre sar-cásticamente-. ^Y qué va usted a ha-cer para evitarlo?

-Pues si quiere usted saberlo -si-ĉ3ue el otro irritado ante el desafío-puedo hacer que usted se arrepienta delo que está haciendo, Ilamando a la Poli-cía si es necesario. Usted no sabe quiénsoy yo. Siga usted así y verá cómo lecauso un problema.

-^Un problema? tque va usted acausar un problema?, ruge el otro. Mireusted, ese niño, el más bajito, se ha tra-gado los billetes de los cuatro. AI otro leconfié el dinero, todo el dinero que teníamientras iba al baño, y lo ha perdido. Laniña, con esa cara de inocente que ustedve aquí, tiene trece años, está embara-zada y no quiere decirnos quién es elculpable... Del disgusto que se Ilevó sumadre, mi esposa, falleció de un infartoy Ilevamos su cadáver en el furgón decola. Y, además... iestamos viajando endirección contraria! ^Y dice usted queme va a causar un problema?

Realmente era difícil. EI señor de en-frente se calló y volvió a su periódico.-n (F. D. P. Ilustraciones: MENDOZA).

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