25031433-arendt-hannah-sobre-la-revolucion cap.1.pdf

Upload: jacqueline-rajmanovich

Post on 18-Oct-2015

25 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

  • Sobre la revolucin 1

    Hannah Arendt

    S o b r e l a r e v o l u c i n

    Versin espaola dePedro Bravo

    Alianzaeditorial

  • Sobre la revolucin 21

    Captulo 1EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIN

    I

    No nos interesa ahora el problema de la guerra. Tanto la met-fora a la que me he referido, como la teora de un estado de natura-leza que sustituy y ampli tericamente dicha metfora si biensirvieron a menudo para justificar la guerra y la violencia que stadesata sobre la base de una maldad original inherente a los asuntoshumanos y patente en los orgenes criminales de la historia huma-na, desempean un papel de mayor importancia en el problemade la revolucin, ya que las revoluciones constituyen los nicosacontecimientos polticos que nos ponen directa e inevitablementeen contacto con el problema del origen. Las revoluciones, cual-quiera que sea el modo en que las definamos, no son simples cam-bios. Las revoluciones modernas apenas tienen nada en comn conla mutatio rerum de la historia romana, o con la s t aois la luchacivil que perturbaba la vida de las polis griegas. No pueden seridentificadas con la y ue t abo l a i de Platn, es decir, la transforma-cin cuasi natural de una forma de gobierno en otra, ni con lapo l i t e i wn anakuk l wsi j ; de Polibio, o sea, el ciclo ordenado yrecurrente dentro del cual transcurren los asuntos humanos, debidoa la inclinacin, del hombre para ir de un extremo a otro1. La an-

    1 Los clasicistas siempre han reconocido que nuestra palabra revolucin no correspondeexactamente ni a s t asi j ni a me t ano l h po l i t eiwn. (W. L. .. Newman: The Politics

  • 22 Hannah Arendt

    tigedad estuvo muy familiarizada con el cambio poltico y con laviolencia que resulta de ste, pero, a su juicio, ninguno de ellosdaba nacimiento a una realidad enteramente nueva. Los cambiosno interrumpan el curso de lo que la Edad Moderna ha llamado lahistoria, la cual, lejos de iniciar la marcha desde un nuevo origen,fue concebida como la vuelta a una etapa diferente de su ciclo, deacuerdo a un curso que estaba ordenado de antemano por la propianaturaleza de los asuntos humanos y que, por consiguiente, era in-mutable.

    Existe, sin embargo, otro aspecto de las revoluciones moder-nas del que quiz pueden hallarse antecedentes anteriores a la EdadModerna. Nadie puede negar el papel importantsimo que la cues-tin social ha desempeado en todas las revoluciones y nadie pue-de olvidar que Aristteles, cuando se dispona a interpretar y expli-car la me t abo l a i de Platn, ya haba descubierto la importanciaque tiene lo que ahora llamamos motivacin econmica (el derro-camiento del gobierno a manos de los ricos y el establecimiento deuna oligarqua, o el derrocamiento del gobierno a manos de lospobres y el establecimiento de una democracia). Tampoco pas in-advertido para la antigedad el hecho de que los tiranos se elevan alpoder gracias a la ayuda de los pobres o pueblo llano y que sumantenimiento en el poder depende del deseo que tenga el pueblode lograr la igualdad de condiciones. La conexin existente en cual-quier pas entre la riqueza y el gobierno y la idea de que las formasde gobierno tienen que ver con la distribucin de la riqueza, la sos-pecha de que el poder poltico acaso se limita a seguir al podereconmico y, finalmente, la conclusin de que el inters quiz seala fuerza motriz de todas las luchas polticas, todo ello, no es cierta-mente una invencin de Marx, ni de Harrington (el poder sigue ala propiedad, real o personal), ni de Rohan (los reyes mandan alpueblo y el inters manda a los reyes). Si se quiere hacer respon-sable a un solo autor de la llamada concepcin materialista de lahistoria, hay que ir hasta Aristteles, quien fue el primero en afir-mar; que el inters, al que l denominaba sumferon, lo que es tilpara una persona, un grupo o un pueblo, constituye la norma supre-ma de los asuntos polticos.

    No obstante, tales derrocamientos e insurreciones, impulsa-dos por el inters y cuya violencia y carcter sanguinario se mani-festaban necesariamente hasta que un nuevo orden era establecido,

    of Aristotle, Oxford, 1887-1902). Una discusin detallada del tema puede verse enHeinrich Ryffel: Melbale Politeion, Berna, 1949.

  • Sobre la revolucin 23

    dependan de una distincin entre pobres y ricos que era considera-da tan natural e inevitable en el cuerpo poltico como la vida lo esen el organismo humano. La cuestin social comenz a desempe-ar un papel revolucionario solamente cuando, en Ia Edad Moder-na y no antes; los hombres empezaron a dudar que la pobreza fuerainherente a la condicin humana, cuando empezaron a dudar quefuese inevitable y eterna la distincin entre unos pocos, que, comoresultado de las circunstancias, la fuerza o el fraude, haban logra-do liberarse de las cadenas de la pobreza, y la multitud, laboriosa ypobre. Tal duda, o mejor, la conviccin de que la vida sobre latierra puede ser bendecida por la abundancia en vez de ser maldecidacon la escasez, en su origen fue prerrevolucionaria y americana; fueconsecuencia directa de la experiencia colonial americana. De modosimblico puede decirse que se franque un paso en el camino queconduce a las revoluciones en su sentido moderno cuando JohnAdams, ms de diez aos antes del comienzo de la Revolucin ame-ricana, afirm: Considero siempre la colonizacin de Amricacomo el inicio de un gran proyecto y designio de la Providenciadestinado a ilustrar a los ignorantes y a emancipar a aquella porcinde la humanidad escla-vizada sobre la tierra 1 bis. Desde un punto devista terico, el paso fue dado cuando, en primer lugar, Locke influido probablemente por la prosperidad reinante en las coloniasdel Nuevo Mundo y, posteriormente, Adam Smith afirmaron queel trabajo y las faenas penosas, en lugar de ser el patrimonio de lapobreza, el gnero de actividad al que la pobreza condenaba a quie-nes carecan de pro-piedad, eran, por el contrario, la fuente de todariqueza. En tales condiciones, la rebelin de los pobres, de la parteesclavizada de la humanidad, poda apuntar ms lejos que a la libe-racin de ellos mismos y a la servidumbre del resto de la humanidad.

    Amrica lleg a ser el smbolo de una sociedad sin pobrezamucho antes de que la Edad Moderna, en su desarrollo tecnolgicosin par, realmente hubiese descubierto los medios para abolir esaabyecta miseria del estado de indigencia al que siempre se habaConsiderado como eterno. Slo una vez que haba ocurrido esta yque haba llegado a ser conocido por los europeos, poda la cues-tin social y la rebelin de los pobres llegar a desempear unpapel autnticamente revolucionario. El antiguo ciclo de recurrenciassempiternas se haba basado en una distincin, que se supona na-tural, entre ricos y pobres 2; la existencia prctica de la sociedad

    1 bis Vase su Disserlaion on the Canon and the Feudal Law (1765), en Works,1850-56, vol. III, p. 452.2 A ello se debe que Polibio afirme que la transformacin de un gobierno en otro seproduce kata fusin, segn la naturaleza. Historias, VI, 5; 1.

  • 24 Hannah Arendt

    americana anterior al comienzo de la Revolucin haba roto esteciclo de una vez por todas. Los eruditos han discutido mucho acer-ca de la influencia de la Revolucin americana sobre la francesa(as como de la influencia decisiva de los pensadores europeos so-bre el curso de la propia Revolucin americana). Sin embargo, porjustificadas e ilustrativas que sean estas investigaciones, ningunade las influencias ejercidas sobre el curso de la Revolucin France-sa tales como el hecho de que se iniciase con la Asamblea Cons-tituyente o que la Dclaration des Droits de lHomme se redactasesegn el modelo de la Declaracin de Derechos de Virginia pue-de equipararse al impacto de lo que el Abate Raynal ya haba deno-minado la sorprendente prosperidad de los pases que todavaentonces eran colonias inglesas en Amrica del Norte 3.

    An tendremos ocasin de referirnos ms exactamente a lainfluencia, o mejor dicho, a la no influencia de la Revolucin ame-ricana sobre las revoluciones modernas. Nadie discute ya la escasainfluencia que pudo tener en el continente europeo el espritu de laRevolucin americana o las eruditas y bien provistas teoras polti-cas de los padres fundadores. Lo que los hombres de la Revolucinamericana consideraron una de las innovaciones ms importantesdel nuevo gobierno republicano, la aplicacin y elaboracin de lateora de la divisin de poderes de Montesquieu al cuerpo poltico,desempe un papel secundario en el pensamiento de los revolu-cionarios europeos de todos los tiempos; la idea fue rechazada in-mediata mente, incluso antes de que estallase la Revolucin Fran-cesa, por Turgot en nombre de la soberana nacional4, cuya majes-tad majestas fue el vocablo empleado originariamente por JeanBodin antes de que l mismo lo tradujese por souverainet alparecer exiga un poder centralizado e indiviso. La soberana na-cional, esto es, la majestad del dominio pblico segn se haba ve-nido entendiendo durante los largos siglos de monarqua absoluta,pareca ser incompatible con el establecimiento de una repblica.

    3 Para un estudio de la influencia de la Revolucin americana sobre la francesa de1789, vase Alphonse Aulard: Rvolution franaise et Rvolution amricaine, enEludes et leons sur la Rvolution franaise, vol. VIII, 1921. La descripcin de Am-rica hecha por el Abate Raynal puede encon-trarse en Tableau et Rvolutions descolanies anglaises dans lAmrique du Nord, 1781. 4 El escrito de John Adams A Defense of the Constitutions of Govern-ment of theUnited States of America fue en respuesta al ataque de Turgot, contenido en una cartaal Dr. Price, en 1778. Lo que se discuta era la insis-tencia de Turgot sobre la necesidadde un poder centralizado frente al prin-cipio de la separacin de poderes consagradospor la Constitucin. Vase en especial las Preliminary Observations de Adams, don-de cita extensamente la carta de Turgot. Works, vol. IV.

  • Sobre la revolucin 25

    En otras palabras, es como si el Estado nacional, mucho ms anti-guo que cualquier revolucin, hubiese derrotado a la revolucin enEuropa antes incluso que sta hubiese hecho su aparicin. Por otraparte, lo que plante el problema ms urgente y a la vez de msdifcil solucin poltica para todas las revoluciones, la cuestin so-cial, en su expresin ms terrorfica de la pobreza de las masas,apenas desempe papel alguno en el curso de la Revolucin ame-ricana. No fue la Revolucin americana, sino las condiciones exis-tentes en Amrica, que eran bien conocidas en Europa mucho antesde que se produjese la Declaracin de Independencia lo que ali-ment el espritu revolucionario en Europa.

    E1 nuevo continente se haba convertido en un refugio, unasilo y un lugar de reunin para los pobres; haba surgido unanueva raza de hombres, ligados por los suaves lazos de un gobier-no moderado, que vivan en una placentera uniformidad, dondeno haba lugar para la pobreza absoluta que es peor que la muer-te. Pese a esto, Crvecoeur, a quien pertenece esta cita, se opusoradicalmente a la Revolucin americana, a la que consider comouna especie de conspiracin de grandes personajes en contra delcomn de los hombres 5. Tampoco fue la Revolucin americanani su preocupa-cin por establecer un nuevo cuerpo poltico, unanueva forma de gobierno, sino Amrica, el nuevo continente, elamericano, un hombre nuevo, la igualdad envidiable que, se-gn la expresin de Jefferson, gozan a la vez pobres y ricos loque revolucion el espritu de los hombres, primero en Europa ydespus en todo el mundo, y ello con tal intensidad que, desde lasetapas finales de la Revolucin Francesa hasta las revolucionescontemporneas, constituy para los revolucionarios una tarea msimportante alterar la textura social, como haba sucedido en Amri-ca con anterioridad a la Revolucin, que cambiar la estructura pol-tica. Si fuese cierto que ninguna otra cosa que no fuera el cambioradical de las condiciones sociales estuvo en juego en las revolu-ciones de los tiempos modernos, se podra afirmar sin lugar a du-das que el descubrimiento de Amrica y la colonizacin de un nue-vo continente constituyeron el origen de esas, revoluciones lo quesignificara que la igualdad envidiable que se haba dado naturaly, por as decirlo, orgnicamente en el Nuevo Mundo slo podralograrse mediante la violencia y el derramamiento de sangre revolucio-naria en el Viejo Mundo, una vez que haba llegado hasta l la buenanueva. Esta interpretacin, en versiones diversas y a menudo artificio-

    5 De la obra de J. Hctor St. John de Crvecoeur Letters from an American Farmer(1782), Dutton paperback, 1967, vase, en especial, las cartas III y XII.

  • 26 Hannah Arendt

    sas, casi se ha convertido en un lugar comn entre los historiadoresmodernos, quienes deducen de ella que jams se ha producido unarevolucin en Amrica. Merece la pena, sealarse que esta tesisencuentra algn apoyo en Carlos Marx, quien parece haber credoque sus profecas para el futuro del capitalismo y el advenimientode las revoluciones proletarias no eran aplicables al desarrollo so-cial de los Estados Unidos. Cualquiera que sea el mrito de lasinterpretaciones de Marx y son sin duda mucho ms penetrantesy realistas que las que jams han sido capaces de imaginar ningunode sus seguidores, sus teoras son refutadas por el hecho mismode la Revolucin americana. Los hechos estn ah, no desaparecenporque socilogos o historiadores los den de lado, aunque podrandesaparecer si todo el mundo los olvidara. En nuestro caso tal olvi-do no sera puramente acadmico, pues significara literalmente elfin de la Repblica americana.

    Debemos decir todava algunas palabras acerca de la preten-sin, bastante frecuente, de que todas las revoluciones modernasson cristianas en su origen, incluso cuando se proclaman ateas, talpretensin se basa en un argumento dirigido a poner de relieve lanaturaleza evidentemente rebelde de las primitivas sectas cristia-nas, que subrayaban la igualdad de las almas ante Dios, al tiempoque condenaban abiertamente cualquier tipo de poder pblico yprometan un Reino de los Cielos; se supone que todas estas ideasy esperanzas han sido transferidas a las revoluciones modernas, sibien en forma secularizada, a travs de la Reforma; La seculariza-cin, es decir, la separacin de religin y poltica y la constitucinde una esfera secular con su propia dignidad, es sin duda un factorde primera importancia para entender el fenmeno de las revolu-ciones. Es probable que, en ltimo trmino, resulte que lo que lla-mamos revolucin no sea ms que la fase transitoria que alumbra elnacimiento de un reino secular. Pero si esto es cierto, es la seculari-zacin en misma y no el contenido de la doctrina cristiana la queconstituye el origen de la revolucin. La primera etapa de esta se-cularizacin no fue la Reforma sino el desarrollo del absolutismo;en efecto, la revolucin que, segn Lutero, sacude al mundo cuan-do la palabra de Dios es liberada de la autoridad tradicional de laIglesia es constante y se aplica a cualquier forma de gobierno secular,no estable un nuevo orden secular, sino que sacude de modo constan-te y permanente los fundamentos de toda institucin secular6. Es6 Me limito a parafrasear el siguiente texto de Lutero perteneciente al De ServoArbitrio (Werke, ed. de Weimar, vol. XVIII, p. 626): Fortunam constantissimanmverbi Dei, ut ob ipsum mundus tumultuetur. Sermo enim Dei venit mutaratus etinnovaturus orbem, quotiens venit. El destino ms constante de la palabra de Dios es

  • Sobre la revolucin 27

    cierto que Lutero, por haber llegado a ser el fundador de una nuevaIglesia, podra ser considerado como uno de los grandes fundado-res de la historia, pero su creacin no fue, y nunca lo intent, unnovus ordo saeclorum; por el contrario, se propona liberar unavida autn-ticamente cristiana, apartndola radicalmente de las con-sideraciones y preocupaciones del mundo secular, independiente-mente de cual fuera ste. Esto no significa desconocer que la diso-lucin, llevada a cabo por Lutero, de los lazos existentes entre tra-dicin y autoridad, su esfuerzo para fundar la autoridad sobre lapropia palabra divina, en vez de hacerla derivar de la tradicin, hacontribuido a la prdida de autoridad en los tiempos modernos.Ahora bien, esto, por s mismo, sin la fundacin de una nuevaIglesia, no hubiera sido ms eficaz de lo que fueron las especula-ciones y esperanzas escatolgicas de la baja Edad Media, desdeJoaqun de Fiore hasta la Reformado Segismundi. Estos, segn seha sugerido recientemente, pueden ser considerados como los ino-centes precursores de las ideologas modernas, aunque tengo dudasal respecto; por la misma razn, los movimientos escatolgicos dela Edad Media podran ser considerados como los precursores delas modernas histerias colectivas. Pero incluso una rebelin, por nohablar de la revolucin, es bastante ms que un estado histrico delas masas. De ah que el espritu de rebelda, tan presente en ciertosmovimientos estrictamente religiosos de la Edad Moderna, termi-nase siempre en algn Gran Despertar o restauracin que, indepen-dientemente del grado de renovacin que pudiese representar paralos individuos afectados, no tena ninguna consecuencia poltica yera ineficaz histricamente. Por otra parte, la teora de que la doc-trina cristiana es revolucionaria en s misma es tan insostenible comola teora de que no existe una revolucin americana. Lo cierto es quenunca se ha hecho una revolucin en nombre del cristianismo conanterioridad a la Edad Moderna, de tal forma que lo ms que puededecirse en favor de esta teora es que fue precisa la modernidad paraliberar los grmenes revolucionarios contenidos en la fe cristiana, locual supone una peticin de principio.

    Existe, sin embargo, otra pretensin que se acerca ms al meo-llo del problema. Hemos subrayado ya el elemento de novedadconsustancial a todas las revoluciones y se ha afirmado frecuente-mente que toda nuestra concepcin de la historia es cristiana en suorigen, debido a que su curso sigue un desarrollo rectilneo. Es evi-la conmocin del mundo. El sermn de Dios tiene como fin alterar y despertar toda latierra, hasta donde llega su palabra.7 Por Eric Voegelin en A New Science of Politics, Chicago, 1952, y por Norman Cohnen The Pursuit of Millennium, Fair Lawn, N. ]., 1947. 28

  • 28 Hannah Arendt

    dente que slo son concebibles fenmenos tales como la novedad,la singularidad del acontecer y otros semejantes cuando se da unconcepto lineal del tiempo. Es cierto que la filosofa cristiana rom-pi con la idea de tiempo propia de la antigedad, debido a que elnacimiento de Cristo, que se produjo en el tiempo secular, consti-tua un nuevo origen a la vez que un acontecimiento singular e irre-petible. Sin embargo, el concepto cristiano de la historia, segn fueformulado por San Agustn, slo conceba un nuevo origen sobre labase de un acontecimiento trasmundano que rompa e interrumpael curso normal de la historia secular. Tal acontecimiento, subraya-ba Agustn, se haba producido una vez, pero no volvera a ocurrirhasta el final de los tiempos. La historia secular quedaba, en la con-cepcin cristiana, circunscrita a los ciclos de la antigedad losimperios surgiran y desapareceran como en el pasado, salvoque los cristianos, en posesin de una vida perdurable, podan inte-rrumpir este ciclo de cambio sempiterno y deban contemplar conindiferencia el espectculo ofrecido por los cambios.

    La idea de un cambio que gobierna todas las cosas perecede-ras no era desde luego especficamente cristiana, sino que se trata-ba de una disposicin de nimo que prevaleci durante los ltimossiglos de la antigedad. En cuanto tal, guardaba una afinidad ma-yor con las interpretaciones filosficas, e incluso prefilosficas, quese dieron en la Grecia clsica de los asuntos humanos, que con elesp-ritu clsico de la res publica romana. En contraste con los ro-manos, los griegos estuvieron convencidos de que la mutabilidadque se da en el mundo de los mortales en cuanto tales no poda seralterada, debido a que en ltimo trmino se basa en el hecho de queneoi, los jvenes, quienes al mismo tiempo eran los hombres nue-vos, estaban invadiendo constantemente la estabilidad del statusquo. Polibio, que fue quiz el primer escritor que tuvo concienciade la importancia de la sucesin generacional para la historia, con-templaba los asuntos romanos con ojos griegos cuando seal esteconstante e inalterable ir y venir en la esfera de la poltica, aunquesaba que era propio de la educacin romana, diferente de la griega,vincular los hombres nuevos a los viejos, hacer a los jvenesdignos de sus antepasados8. El sentimiento romano de continuidadfue desconocido en Grecia, donde la mutabilidad consustancial atodas las cosas perecederas era experimentada sin mitigacin o con-suelo algunos; fue precisamente esta experiencia la que persuadi alos filsofos griegos de la necesidad de no tomar demasiado enserio el mundo de lo humano y del deber que pesa sobre los hom-

    8 Polibio VI, 9, 5 y XXXI, 23-25, 1, respectivamente.

  • Sobre la revolucin 29

    bres para no atribuir una dignidad excesiva e inmerecida a dichomundo. Los asuntos humanos estaban sometidos a un cambio cons-tante, pero nunca producan algo enteramente nuevo; de existir algonuevo bajo el sol, se trataba del propio hombre, en el sentido enque naca en el mundo. Independientemente del grado de novedadrepresentado por neoi, los hombres nuevos y jvenes, eran seresnacidos, a travs de los siglos, a un espectculo natural o histricoque, en esencia, era siempre el mismo.

    IIEl concepto moderno de revolucin, unido inextricablemente

    a la idea de que el curso de la historia comienza sbitamente denuevo, que una historia totalmente nueva, ignota y no contada hastaentonces, est a punto de desplegarse, fue desconocido con anterio-ridad a las dos grandes revoluciones que se produjeron a finales delsiglo XVIII. Antes que se enrolasen en lo que result ser una revo-lucin, ninguno de sus actores tenan ni la ms ligera idea de lo queiba a ser la trama del nuevo drama a representar. Sin embargo, des-de el momento en que las revoluciones haban iniciado su marcha ymucho antes que aquellos que estaban comprometidos, en ellaspudiesen saber si su empresa terminara en la victoria o en el desas-tre, la novedad de la empresa y el sentido ntimo de su trama sepusieron de manifiesto tanto a sus actores como a los espectadores.Por lo que se refiere a su trama, se trataba incuestionablemente dela entrada en escena de la libertad: en 1793, cuatro aos despusdel comienzo de la Revolucin Francesa, en una poca en la queRobespierre todava poda definir su gobierno como el despotis-mo de la libertad sin miedo a ser acusado de espritu paradjico,Condorcet expuso en forma resumida lo que todo el mundo saba:La palabra revolucionario puede aplicarse nicamente a las re-voluciones cuyo objetivo es la libertad9. El hecho de que las revo-luciones suponan el comienzo de una era completamente nueva yahaba sido oficialmente confirmado anteriormente con el estableci-miento del calendario revolucionario, en el cual el ao de la ejecu-cin del rey y de la proclamacin de la repblica era consideradocomo ao uno.

    Es, pues, de suma importancia para la comprensin del fen-meno revolucionario en los tiempos modernos no olvidar que laidea de libertad debe coincidir con la experincia de un nuevo ori-

    9 Condorcet: Sur le sens du mot revolutionnaire, en Oeuvres, 1847-49, vol. XII.

  • 30 Hannah Arendt

    gen. Debido a que una de las nociones bsicas del mundo libre estrepresentada por la idea de que la libertad, y no la justicia o lagrandeza, constituye el criterio ltimo para valorar las constitucio-nes de los cuerpos polticos, es posible que no slo nuestra com-prensin de la revolucin, sino tambin nuestra concepcin de lalibertad, claramente revolucionaria en su origen, dependa de lamedida en que estemos preparados para aceptar o rechazar estacoincidencia. Al llegar a este punto, y todava desde una perspecti-va histrica, puede resultar conveniente hacer una pausa y meditarsobre uno de los aspectos en el que la libertad hizo su aparicin,aunque slo sea para evitar los errores ms frecuentes y tomar con-ciencia desde el principio, de la modernidad del fenmeno revolu-cionario en cuanto tal.

    Quiz sea un lugar comn afirmar que liberacin y libertad noson la misma cosa, que la liberacin es posiblemente la condicinde la libertad, pero que de ningn modo conduce directamente aella; que la idea de libertad implcita en la liberacin slo puede sernegativa y, por tanto, que la intencin de liberar no coincide con eldeseo de libertad. El olvido frecuente de estos axiomas se debe aque siempre se ha exagerado el alcance de la liberacin y a que elfundamento de la libertad siempre ha sido incierto, cuando no vano.La libertad, por otra parte, ha desempeado un papel ambiguo ypolmico en la historia del pensamiento filosfico y religioso a lolargo de aquellos siglos desde la decadencia del mundo antiguohasta el nacimiento del nuevo en que la libertad poltica no exis-ta y en que, debido a razones que aqu no nos interesan, el proble-ma no preocupaba a los hombres de la poca. De este modo, hallegado a ser casi un axioma, incluso en la teora poltica, entenderpor libertad poltica no un fenmeno poltico, sino, por el contra-rio, la serie ms o menos amplia de actividades no polticas que sonpermitidas y garantizadas por el cuerpo poltico a sus miembros.

    La consideracin de la libertad como fenmeno poltico fuecontempornea del nacimiento de las ciudades-estado griegas. DesdeHerodoto, se concibi a stas como una forma de organizacinpoltica en la que los ciudadanos convivan al margen de todo, po-der, sin una divisin entre gobernantes y gobernados10. Esta idea de

    10 Me atengo al famoso texto en el que Herodoto define por primera vez, segnparece las tres formas principales del gobierno, el gobierno de uno, el de varios y elde la mayora, y discute sus respectivos mritos (Li-bro III, 80-82). En dicho texto elportavoz de la democracia ateniense, a la que, sin embargo, llama isonoma, no aceptael reino que se le ofrece y aduce como razn: No deseo gobernar ni ser gobernado.Despus de lo cual, Herodoto afirma que su casa se convirti en la nica casa libre detodo el Imperio persa.

  • Sobre la revolucin 31

    ausencia de poder se expres con el vocablo isonoma, cuya carac-terstica ms notable entre las diversas formas de gobierno, segnfueron enunciadas por los antiguos, consista en que la idea de po-der (la -arqua de arxein en la monarqua y oligarqua, o la -a r xein de kratein en la democracia) estaba totalmente ausente deella. La polis era considerada como una isonoma, no como unademocracia. La palabra democracia que incluso entonces expre-saba el gobierno de la mayora, el gobierno de los muchos, fueacuada originalmente por quienes se oponan a la isonoma cuyoargumento era el siguien-te: la pretendida ausencia de poder es, enrealidad, otra clase del mismo; es la peor forma de gobierno, elgobierno por el demos11.

    De aqu que la igualdad, considerada frecuentemente por no-sotros, de acuerdo a las ideas de Tocqueville, como un peligro parala libertad, fuese en sus orgenes casi idntica a sta. Pero esta igual-dad dentro del marco de la ley, que la palabra isonoma sugera, nofue nunca la igualdad de condiciones aunque esta igualdad, encierta medida, era el supuesto de toda actividad poltica en el mun-do antiguo, donde la esfera poltica estaba abierta solamente a quie-nes posean propiedad y esclavos, sino la igualdad que se derivade formar parte de un cuerpo de iguales. La isonoma garantizabala igualdad, iso t h j ; pero no debido a que todos los hombres hu-biesen nacido o hubieran sido creados iguales, sino, por el contra-rio, debido a que, por naturaleza ( f usei), los hombres eran des-iguales y se requera de una, institucin artificial, la polis, que, gra-cias a su nomo j , les hiciese iguales. La igualdad exista slo en estaesfera especficamente poltica, donde los hombres se reunan como,ciudadanos y no como personas privadas. La diferencia entre esteconcepto antiguo de igualdad y nuestra idea de que los hombreshan nacido o han sido creados iguales y que la desigualdad es con-secuencia de las instituciones sociales y polticas, o sea de institu-ciones de origen humano, apenas necesita ser subrayada. La igual-dad de la polis grie-ga, su isonoma era un atributo de la polis y node los hombres, los cuales accedan a la igualdad en virtud dejaciudadana, no del nacimiento. Ni igualdad ni libertad eran conce-

    11 Respecto al significado de isonoma y su empleo en el pensamiento po-ltico, vaseVctor Ehrenberg: Isonoma, en Pauly-Wissowa, Realenzyclo-pdie des klassichenAltertums, Suplemento, vol. VII. A este respecto, parece muy significativa una observa-cin hecha por Tucdides (III, 82, 8), quien seala que los jefes de los partidos durante lasluchas civiles gustaban de lla-marse con nombres que sonasen bien, invocando unos laisonoma y otros la aristocracia moderada, pese a que, segn nos da a entender Tucdides,la primera se identificaba con la democracia y la segunda con la oligarqua. (Debo estacita al cordial inters del profesor David Grene, de la Universidad de Chicago.)

  • 32 Hannah Arendt

    bidas como una cualidad inherente a la naturaleza humana, no eranf usei, dados por la naturaleza y desarrollados espontneamente;eran nomw, esto es, convencionales y artificiales, productos del es-fuerzo humano y cualidades de un mundo hecho por el hombre.

    Los griegos opinaban que nadie puede ser libre sino entre susiguales, que, por consiguiente, ni el tirano, ni el dspota, ni el jefede familia aunque se encontrase totalmente liberado y no fueseconstreido por nadie eran libres. La razn de ser de la ecuacinestablecida por Herodoto entre libertad y ausencia de poder consis-ta en que el propio gobernante no era libre; al asumir el gobier-nosobre los dems, se separaba a s mismo de sus pares, en cuya solacompaa poda haber sido libre. En otras palabras, haba destruidoel mismo espacio poltico, con el resultado de que dejaba de haberlibertad para l y para aquellos a quienes gobernaba. La razn deque el pensamiento poltico griego insistiese tanto en la interrelacnexistente entre libertad e igualdad se debi a que conceba la liber-tad como un atributo evidente de ciertas, aunque no de todas, acti-vidades humanas, y que estas actividades slo podan manifestarsey realizarse cuando otros las vieran, las juzgasen y las recordasen.La vida de un hombre libre requera la presencia de otros. La pro-pia libertad requera, pues, un lugar, donde el pueblo pudiese re-unirse: el gora, el mercado o la polis, es decir, el espacio polticoadecuado.

    Si consideramos la libertad poltica en trminos modernos,tratando de comprender en qu pensaban Condorcet y los hombresde las revoluciones cuando pretendan que la revolucin tena comoobjetivo la libertad y que el nacimiento de sta supona el origen deuna historia completamente nueva, debemos, en primer lugar, ad-vertir algo que es evidente: era imposible que pensasen simple-menteen aquellas libertades que hoy asociamos al gobierno consti-tucionaly que se llaman propiamente derechos civiles. Ninguno de estosderechos, ni siquiera el derecho a participar en el gobierno, debidoa que la tributacin exige la representacin, fueron en la teora oen la prctica el resultado de la revolucin12. Fueron resultado delos tres grandes y principales derechos: vida, libertad y propie-dad, con respecto a los cuales todos los dems slo eran derechossubordinados [esto es], los remedios o instrumentos que frecuente-

    12 Sir Edward Coke declar en -1627: Qu clase de palabra es franqui-cia? El seorpuede imponer contribuciones altas o bajas a sus villanos; pero va contra la franquiciadel pas imponer contribuciones los hombres libres, salvo su consentimiento en el par-lamento. Franquicia es una palabra francesa cuyo equivalente latino es libertas. Ct. porCharles Howard McIlwain: Constitucionalism Ancient and Modern, Ithaca, 1940.

  • Sobre la revolucin 33

    mente deben ser empleados a fin de obtener y gozar totalmente delas libertades reales y fundamentales (Blackstone)13. Los resulta-dos de la revolucin no fueron la vida, la libertad y la propiedaden cuanto tales, sino su concepcin como derechos inalienables delhombre. Pero incluso al extenderse estos derechos .a todos los hom-bres, como consecuencia de la revolucin, la libertad no significms que libertad de la coercin injustificada y, en cuanto tal, seidentificaba en lo fundamental con la libertad de movimiento, el poder de trasladarse... sin coercin o amenaza de prisin, salvoel debido procedimiento legal que Blackstone, de completoacuerdo con el pensamiento poltico antiguo, consideraba como elms importante de todos los derechos civiles. Hasta el derecho dereunin, que se ha convertido en la libertad poltica positiva msimportante, aparece todava en la Declaracin de Derechos ameri-cana como el derecho del pueblo a reunirse pacficamente y dediri-girse al gobierno para corregir sus agravios (Primera Enmien-da), por lo cual el derecho de peticin es histricamente el dere-cho fundamental que, en su correcta interpretacin histrica, sig-nificara: el derecho a reunirse a fin de ejercer el derecho de peti-cin 14. Todas estas libertades, a las que debemos sumar nuestrapropia pretensin libres del miedo y de la pobreza, son sin dudaesencialmente negativas; son consecuencia de la liberacin, perono constituyen un modo el contenido real de la libertad, la cual,como veremos ms tarde, consiste en la participacin, en los asun-tos pblicos o en la admisin en la esfera pblica. Si la revolucinhubiese tenido como objetivo nicamente la garanta de los dere-chos civiles, entonces no hubiera apuntado a la libertad, sino a laliberacin de la coercin ejercida por los gobiernos que se hubiesenexcedido en sus poderes y violado derechos antiguos y consagrados.

    La dificultad reside en que la revolucin, segn la conocemosen la Edad Moderna, siempre ha estado preocupada a la vez por laliberacin y por la libertad. Adems, y debido a que la liberacin,cuyos frutos son la ausencia de coercin y la posesin del poderde locomocin, es ciertamente un requisito de la libertad nadiepodra llegar a un lugar donde impera la libertad si no pudieramo-verse sin restriccin, frecuentemente resulta muy difcil de-cir donde termina el simple deseo de libertad como forma polticade vida. Lo importante es que mientras el primero, el deseo de ser

    13 En esto y en lo que sigue me atengo a Charles E. Shattuck: The True Meaning of theTerm Liberty... en the Federal and State Constitutions..., en Harvard Law Review, 1891.14 Vase Edward S. Corwin: The Constitucion and Wbat it Mearts Today, Princeton,1958, p. 203.

  • 34 Hannah Arendt

    libre de la opresin, poda haberse realizado bajo un gobiernomonrquico aunque no, desde luego, bajo un gobierno tirnico,por no hablar del desptico, el ltimo exiga la constitucin deuna nueva forma de gobierno, o, por decirlo mejor, elredescubrimiento de una forma ya existente; exiga la constitucinde una repblica. Nada es ms cierto, mejor confirmado por loshechos, los cuals desgraciadamente, han sido casi totalmente des-cuidados por los historiadores de las revoluciones, que las discu-siones de aquella poca fueron debates de principios entre los de-fensores del gobierno republicano y los defensores del gobiernomonrquico15.

    Ahora bien, que sea difcil sealar la lnea divisoria entre libe-racin y libertad en una cierta circunstancia histrica no significaque liberacin y libertad sean la misma cosa, o que las libertadesobtenidas como consecuencia de la liberacin agoten la historia dela libertad, a pesar de que muy pocas veces quienes tuvieron quever con la liberacin y la fundacin de la libertad se preocuparon dedistinguir claramente estos asuntos. Los hombres de las revolu-ciones del siglo XVIII tenan perfecto derecho a esta falta de clari-dad; era consustancial a su misma empresa descubrir su propia ca-pacidad y deseo para los encantos de la libertad, como los llamuna vez John Jay, slo en el acto de la liberacin. En efecto, lasacciones y proezas que de ellos exiga la liberacin los meti delleno en los negocios pblicos, donde de modo intencional, unasveces, pero las ms sin proponrselo, comenzaron a constituir eseespacio para las apariciones donde la libertad puede desplegar susencantos y llegar a ser una realidad visible y tangible. Debido a queno estaban en absoluto preparados para tales encantos, difcilmentepodan tener plena conciencia del nuevo fenmeno. Fue nada me-nos que el peso de toda la tradicin cristiana el que les impidireconocer el hecho evidente de que estaban gozando de lo que ha-can mucho ms de lo que les exiga el deber.

    Cualquiera que fuese el valor de la pretensin inicial de laRevolucin americana no hay tributacin sin representacin,lo cierto es que no poda seducir en virtud de sus encantos. Cosatotalmente distinta eran los discursos y decisiones, la oratoria y losnegocios, la meditacin y la persuasin y el quehacer real que erannecesarios para llevar esta pretensin a sus consecuencias lgicas;gobierno independiente y la fundacin de un cuerpo poltico nuevo.Gracias a estas experiencias, aquellos que, segn la expresin de JohnAdams haban acudido sin ilusin y se haban visto forzados a hacer15 Cf. Jefferson en The Anas, cit. por Life and Selected Writings, ed. Modern Library, p. 117.

  • Sobre la revolucin 35

    algo para lo que no estaban especialmente dotados, descubrieronque lo que constituye nuestro placer es la accin, no el reposo16.

    Lo que las revoluciones destacaron fue esta experiencia desentirse libre, lo cual era algo, nuevo, no ciertamente en la historia.deOccidente fue bastante corriente en la antigedad griega y roma-na, sino para los siglos que separan la cada del Imperio romanoy el nacimiento de la Edad Moderna. Esta experiencia relativamen-te nueva, nueva al menos para quienes la vivieron, fue, al mismotiempo, la experiencia de la capacidad del hombre para comenzaralgo nuevo. Estas dos cosas una experiencia nueva que demostrla capacidad del hombre para la novedad estn en la base delenorme pathos que encontramos en las Revoluciones americanay francesa, esta insistencia machacona de que nunca, en toda lahistoria del hombre, haba ocurrido algo que se pudiese compararen grandeza y significado, pretensin que estara totalmente fuerade lugar si tuviramos que juzgarla desde el punto de vista de suvalor para la conquista dejos derechos civiles.

    Slo podemos hablar de revolucin cuando est presente estepathos de la novedad y cuando sta aparece asociada a la ideadel a libertad. Ello significa, por supuesto, que las revoluciones sonalgo ms que insurrecciones victoriosas y que no podemos llamar acualquier golpe de Estado revolucin, ni identificar a sta con todaguerra civil. El pueblo oprimido se ha rebelado frecuentemente ygran parte de la legislacin antigua slo puede entenderse comouna salvaguardia frente a la amenaza siempre latente, aunque rara-mente realizada, de un levantamiento de la poblacin esclava. Porotra parte, la guerra civil y la lucha de facciones constituan para losantiguos uno de los mayores peligros a que tiene que hacer frente elcuerpo poltico; la f i l i a de Aristteles, esa curiosa forma de amis-tad que segn l deba existir en la base de las relaciones entre losciudadanos, fue concebida como el medio ms seguro con que de-fenderse de dicha amenaza. Los golpes de Estado y las revolu-cionespalaciegas, mediante los cuales el poder cambia de manos de mododiverso, segn la forma de gobierno donde se produce el golpe deEstado, suscitaron un temor menor, debido a que el cambio quesupone est circunscrito a la esfera del gobierno y conlleva un m-nimum de inquietud para el pueblo en su conjunto, pese a lo Cualtambin fueron suficientemente conocidos y descritos.

    Todos estos fenmenos tienen en comn con las revolucionessu realizacin mediante la violencia, razn por la cual a menudo

    16 Las citas son de John Adams, ob. cit. (Works, vol. IV, p. -293) y de sus observacionesOn Machiavelli (Works, vol. V, p. 40), respectivamente.

  • 36 Hannah Arendt

    han sido identificados con ella. Pero ni la violencia ni el cambiopueden servir para describir el fenmeno de la revolucin; slocuando el cambio se produce en el sentido de un nuevo origen,cuando la violencia es utilizada para constituir una forma comple-tamente diferente de gobierno, para dar lugar a la formacin de uncuerpo poltico nuevo, cuando la liberacin de la opresin condu-ce, al menos, a la constitucin de la libertad, slo entonces pode-mos hablar de revolucin. Aunque nunca han faltado en la historiaquienes, como Alcibades, queran el poder para s mismos, o quie-nes, como Catilina, fueron rerum novarum cupidi, sedientos de no-vedades, el espritu revolucionario de los ltimos siglos, es decir, elanhelo de liberar y de construir una nueva morada donde poder al-bergar la libertad, es algo inusitado y sin precedentes hasta entonces.

    IIIUn modo de determinar la fecha de nacimiento de fenmenos

    histricos generales, tales como las revoluciones o para el caso,del Estado nacional, del imperialismo o del totalitarismo consis-te, por supuesto, en averiguar el momento en que aparece por pri-mera vez la palabra que, desde entonces, se encuentra asociada alfenmeno, se siente la necesidad de una nueva palabra, y bien seacua un nuevo vocablo para designar la nueva experiencia, o biense utiliza una palabra ya existente a la que se da un significadocompletamente nuevo. Esto es doblemente aplicable a la esferapoltica de la vida, pues en ella la palabra predomina.

    Excede as el simple inters erudito sealar que la palabra re-volucin est ausente todava de la historiografa y teora polticadel temprano Renacimiento italiano, es decir, de donde, a primeravista, nos parecera natural encontrarla. Es verdaderamente sorpren-dente que Maquiavelo todava utilice la mutatio rerum de Cicern,sus mutazioni del stato, cuando describe el derrocamiento violentode los prncipes y la sustitucin de una forma de gobierno por otra,problema en el que estuvo interesado de forma tan apasionada y,por as decirlo, prematuramente. En efecto, su pensamiento acercade este antiguo problema de la teora poltica ya no estaba limitadopor la solucin tradicional, segn la cual el gobierno de un solohombre conduce a la democracia, sta a la oligarqua, que a su vezconduce a la monarqua y viceversa las seis posibilidades famo-sas consideradas por vez primera por Platn, sistematizadas poste-riormente por Aristteles y descritas todava por Bodino en formasustancialmente idntica. El inters principal de Maquiavelo por

  • Sobre la revolucin 37

    las innumerables mulazioni, variazioni y alterazioni, que abundantanto en su obra que podra interpretarse errneamente su doctrinacomo una teora del cambio poltico, era precisamente conse-cuencia de su inters por lo inmutable, lo invariable y lo inaltera-ble, es decir, lo permanente y lo perdurable. Lo que hace deMaquiavelo una figura tan relevante para una historia de la revolu-cin, de la cual fue un precursor, es que fue el primero que meditsobre la posibilidad de fundar un cuerpo poltico permanente, du-radero y perdurable. No es lo ms importante a este respecto queMaquiavelo estuviese o no familiarizado con alguno de los ele-mentos ms caractersticos d la revolucin moderna, con la cons-piracin y la lucha de facciones, con los mtodos de agitacin vio-lenta del pueblo, con el desorden e inseguridad que tienen como fintrastornar la totalidad del cuerpo poltico y, en fin, aunque no demenor importancia, con las oportunidades que la revolucin abre alos recin llegados, a los homines novi de Cicern, a los condottieride Maquiavelo, quienes se elevan de su condicin inferior a la re-fulgencia de la vida, pblica, y de la insignificancia hasta un poderal que, hasta entonces, se hallaban sometidos. Para nosotros es msimportante que Maquiavelo fuese el primero en percibir elnaci-miento de una esfera puramente secular cuyas leyes y princi-pios de accin eran independientes de la doctrina eclesistica enparticular, y de las normas morales que trascienden la esfera de losasuntos humanos, en general. A ello se debe que insistiese tanto enla necesidad en que se halla quien quiera intervenir en la poltica deaprender cmo no ser bueno, es decir, a no actuar de acuerdo conlos preceptos cristianos17. Bsicamente, lo que le distingue de loshombres de las revoluciones es que conceba su fundacin elestablecimiento de una Italia unida, de un Estado nacional italianomodelado siguiendo el ejemplo de Francia y Espaa como unarinovazione, y la renovacin constitua para l la nica alterazionenica alteracin beneficiosa imaginable. En otras palabras, elpathos especficamente revolucionario de lo absoluta mentenuevo de un origen que justificase comenzar el cmputo del tiem-po en el ao en que se produce el acontecimiento revolucionario, leera totalmente extrao. Pero ni siquiera en este punto estaba tanalejado de sus sucesores del siglo XVIII como pueda parecer. Ten-dremos ocasin de ver que las revoluciones comenzaron como res-tauraciones o renovaciones y que el pathos revolucionario de unorigen totalmente nuevo naci del curso propios acontecimientos.En ms de un sentido, Robespierre estaba en lo cierto cuando afir-17 El Prncipe, cap. 15.

  • 38 Hannah Arendt

    maba que el plan de la Revolucin Francesa estaba escrito en l-neas generales en los libros de... Maquiavelo18; en realidad, nohubiese tenido que forzar las cosas para aadir: tambin nosotrosamamos nuestro pas ms que la salvacin de nuestras almas19.

    No hay duda de que la obra de Maquiavelo ofrece un buenpretexto para hacer caso omiso de la historia de la palabra y fijar lafecha de nacimiento del fenmeno revolucionario en el torbellinode las ciudades-estado de la Italia del Renacimiento. No fue cierta-mente el padre de la ciencia o de la teora poltica, pero no se podranegar la posibilidad de considerar a Maquiavelo como el padreespiritual de la revolucin. No slo podemos encontrar enMaquiavelo ese esfuerzo constante y apasionado por revivir el es-pritu y las instituciones de la antigedad romana que, ms tarde,iba a ser una de las caractersticas del pensamiento poltico dels. XVIII; resulta ms importante para nosotros su famosa insisten-cia sobre el papel que la violencia desempea en la esfera de lapoltica y que tanto ha chocado a sus lectores, pero que tambinencontramos en las palabras y hazaas de los hombres de la Revo-lucin Francesa. En ambos casos, el elogio de la violencia no con-cuerda en absoluto con la admiracin que profesaban por todo loromano, ya que en la repblica romana era la autoridad y no laviolencia la que rega la conducta de los ciudadanos. Sin embar-

    18 Vase Oeuvres, ed. Laponneraye, 1840, vol. 3, p. 540.19 Esta expresin por lo visto aparece, por primera vez en Gino Capponi, Ricordi(1420): Faites memores de la Balia des hommes expriments, et aimant leurcommune plus que leur propre bien et plus que leur me. (Vid. Maquiavelo: OeuvresCompltes, ed. Pliade, p. 1535.) Maquiavelo usa una expresin semejante enla Historia de Florencia, III, 7, donde elogia a los patriotas florentinos que seatrevieron a desafiar al Papa, mostrando con ello que su ciudad estaba muy por encimade sus almas. Despus aplica la misma expresin a s mismo hacia el final de su vida,cuando escribe a su amigo Vittori: Amo a mi ciudad natal ms que a mi propia alma.(Gt. por The Letters of Macbiavelli, ed. Alian Gilbert, Nueva York, 1961, n. 225.)Nosotros, que ya no damos por supuesta la inmortalidad del alma, probablemente noestimamos en su justo valor lo que de acerba tiene la expresin de Maquiavelo. Cuan-do escribi, no se trataba de un clich, sino que significaba literalmente que estabadispuesto a jugarse la vida eterna o a arriesgar el castigo del infierno en nombre de laciudad. El problema, segn lo vio Maquiavelo, no consista en averiguar si se amaba aDios ms que al mundo, sino ms bien s se era capaz de amar al mundo ms que a unomismo. Se trata de una decisin que siempre ha sido crucial para quienes dedicaron susvidas a la poltica. La mayor parte de los argumentos de Maquiavelo contra la religinestn dirigidos contra quienes aman ms a s mismos, es decir, a su propia salvacin,que al mundo; no van dirigidos contra quienes realmente aman a Dios ms que a smismos o al mundo.

  • Sobre la revolucin 39

    go, aunque estas semejanzas pudieran explicar el alto aprecio quelos siglos XVIII y XIX manifestaron por Maquiavelo; no bastanpara contrarrestar otras diferencias ms acusadas. Los revoluciona-rios, al volver sus ojos al pensamiento poltico antiguo, no se pro-ponan, y adems no lo lograron, revivir la antigedad en cuantotal; lo que en el caso de Maquiavelo era slo el aspecto poltico dela cultura renacentista, cuyo arte y literatura eclipsaron todas lasempresas polticas de las ciudades-estado italianas, no estuvo, enel caso de los hombres de las revoluciones, a tono con el espritu desu poca, la cual, desde el comienzo de la Edad Moderna y el naci-miento de la ciencia moderna en el siglo XVII, haban pretendidosobrepasar todas las hazaas antiguas. Independientemente de laintensidad con que los hombres de las revoluciones admirasen elesplendor romano, ninguno de ellos se hubiese sentido tan agusto en la antigedad como Maquiavelo; ninguno de ellos hubierasido capaz de escribir: Al caer la tarde, vuelvo a m casa y entroen mi estudio; a la puerta dejo las ropas de diario, llenas de polvo ybarro y me visto con ropas regias y suntuosas; vestido de modo apro-piado, penetro en los viejos palacios de los hombres antiguos y all,recibido afectuosamente, me nutro de un alimento que me pertenecey para el que estoy hecho20. Cuando se leen estas frases u otrassemejantes, se aceptan con gusto los descubrimientos llevados acabo recientemente por investigadores que consideran el Rena-cimiento nicamente como, la culminacin de una serie derestauraciones de la antigedad, que comenzaron inmediatamen-te despus de una poca verdaderamente tenebrosa, con el renaci-miento carolingio, y terminaron en el siglo XVI. Por la misma razn,habr que convenir en que, desde el punto de vista poltico, elincreble desorden de las ciudades-estado de los siglos XV y XVIconstituy un final y no un origen; fue el fin de los municipios medie-vales con su rgimen autnomo y su libertad de accin poltica21.

    La insistencia de Maquiavelo en la violencia es, por otra partems sugerente. Fue consecuencia directa de la doble perplejidad enque se encontr tericamente y que, ms tarde, termin por desem-bocar en la perplejidad prctica que acosa a los hombres de las20 En Lettres, ob. cit., n 137.21 Sigo el reciente libro de Lewis Mumford: The City in History, Nueva York, 1961,donde se desarrolla la teora hoy interesante y sugerente de que la ciudad de NuevaInglaterra es en realidad una transformacin feliz de la ciudad medieval, que elorden medieval fue renovado, por as decirlo, por la colonizacin en el Nuevo Mun-do y que en tanto que ces la multiplica-cin de ciudades en el Viejo Mundo, talactividad fue transferida en buena parte, entre los siglos XVI y XIX, al NuevoMundo.(Vid. pp. 328 y s. y p. 356.)

  • 40 Hannah Arendt

    revoluciones. La perplejidad era inherente a la tarea de la justifica-cin, al establecimiento de un nuevo origen que, en cuanto tal, pa-reca exigir la violencia y la usurpacin, la repeticin, por as decir-lo, del antiguo crimen legendario (Rmulo mat a Remo, Can mata Abel) que est en el origen de toda historia. La tarea de fundaciniba tambin acompaada de la tarea de dar leyes, de proyectar eimponer a los hombres una nueva autoridad, la cual, sin embargo,tena que ima-ginarse de tal forma que encajase en el molde delantiguo absoluto que derivaba de una autoridad establecida por Dios,reemplazando de este modo un orden terrenal cuya sancin finalhaba estado constituida por los dictados de un Dios omnipotente ycuya ltima fuente de legitimidad haba sido la nocin de una en-carnacin de Dios en la tierra. De ah que Maquiavelo, enemigojurado de toda consideracin religiosa en los asuntos polticos, seviese forzado a implorar la asistencia y hasta la propia inspiracindivina para los legisladores, del mismo modo que lo haran mstarde los ilustrados del siglo XVIII como John Adams oRobespierre. Este recurso a Dios solo era necesario, por supues-to, en el caso de leyes extraordinarias, es decir, de leyes me-diante las cuales se funda una nueva comunidad. Veremos des-pus cmo esta ltima etapa de la tarea revolucionaria, el hallazgode un nuevo absoluto que reemplace el absoluto del poder divino,carece de solucin, debido a que el poder, dado el supuesto de lapluralidad humana, nunca puede aspirar a la omnipotencia, ya quelas leyes que dependen del poder humano nunca pueden ser absolu-tas. As, esta llamada a los cielos de Maquiavelo, como la hubie-ra calificado Locke, no fue inspirada por ningn sentimiento reli-gioso, sino que fue dictada exclusivamente por el deseo de esca-par a esta dificultad22 por la misma razn, su insistencia en el pa-pel que desempea la violencia en la poltica no se debi tanto a supretendida concepcin realista de la naturaleza humana, como a suvana esperanza de querer encontrar en ciertos hombres cualidadescomparables a los atributos divinos.

    Pese a que no fueron ms que corazonadas, el pensamiento deMaquiavelo fue mucho ms all que todas las experiencias reales22Vanse los Discursos, Libro I, 11, Sobre el puesto de Maquiavelo en la cultura delRenacimiento estoy de acuerdo con, J. H. Whitfield quien, en su libro Machiavelli,Oxford, 1947, p. 18, hace notar: Maquiavelo no repre-senta la doble degeneracin dela poltica y la cultura. En vez de eso, repre-senta la cultura nacida del humanismo quetiene conciencia de los problemas polticos porque estn en crisis. Debido a ello, tratade resolverlos con los elementos que el humanismo haba legado a Occidente. Sinembargo, ya no fue el humanismo el que condujo a los hombres de las revolucionesdel siglo XVIII a la Antigedad en busca de soluciones para sus problemas polti-cos.Una discusin ms detallada de este problema puede verse en el cap. V.

  • Sobre la revolucin 41

    de su poca. Lo cierto es que, por inclinados que nos sintamos ainterpretar nuestras propias experiencias a la luz de aquellas quepromovieron las luchas civiles que arrasaron las ciudades-estadoitalianas, stas no fueron tan radicales como para sugerir a quienesparticiparon en ellas o fueron sus testigos la necesidad de un nuevovocablo o la reinterpretacin de uno antiguo. (El nuevo vocabloque Maquiavelo introdujo en la teora poltica y que ya con anterio-ridad se encontraba en uso fue la palabra estado, lo stato23. Pesea que constantemente invoc el esplendor de Roma y se inspir ensu historia, debi darse cuenta de que una Italia unida construiraun cuerpo poltico tan diferente de las ciudades-estado de la anti-gedad o del siglo XV que se justificaba un nuevo nombre.)

    Las palabras que, sin duda alguna, se repiten ms en su obra;son rebelin y revuelta, cuyo significado haba sido estableci-do e incluso definido desde la baja Edad Media. Ahora bien, talesvocablos nunca significaron liberacin en el sentido implcitoen la revolucin y, mucho menos, apuntaban hacia el establecimientode una libertad nueva. Liberacin, en el sentido revolucionario, vinoa significar que todos aquellos que, no slo en el presente, sino a lolargo de la historia, no slo como individuos sino comomiembros de la inmensa mayora de la humanidad, los humildes ylos pobres, todos los que haban vivido siempre en la oscuri-dady sometidos a un poder, cualquiera que fuese, deban rebelarse yconvertirse en los soberanos supremos del pas. Si, a fin de esclare-cer el problema, imaginamos la realizacin de un acontecimien-to de este tipo en el contexto histrico de la antigedad, seracomo si, no slo el pueblo, de Roma o Atenas, el populus o eldemos, es decir, los grados inferiores de la ciudadana, sino tam-bin los esclavos y los extranjeros residentes, que constituan lamayora de la poblacin sin pertenecer al pueblo, se hubiesen rebe-lado para exigir la igualdad de derechos. Como sabemos, esto nun-ca ocurri. La idea de igualdad segn la entendemos hoy, es decir,la igualdad de los seres humanos en virtud del nacimiento, y laconsideracin de la misma como un derecho innato, fue completa-mente desconocida hasta la Edad Moderna.23La palabra procede del latn status rei publicae, cuyo equivalente es forma de go-bierno en el sentido que an encontramos en Bodino. Es caracterstico que stato dejade significar forma o uno de los estados posibles de la esfera poltica para signi-ficar ahora la unidad poltica subyacente de un pueblo que puede sobrevivir al vaivnno slo de los gobiernos, sino tambin de las formas de gobierno. Maquiavelo pensabasin duda en el Estado nacional, es decir, en el hecho, perfectamente natural para noso-tros hoy, de que Italia, Rusia, China y Francia, dentro de su limitacin histrica, nocesaban de existir al producirse un cambio en su forma de gobierno.

  • 42 Hannah Arendt

    Es cierto que la teora medieval y posmedieval concibi larebelin legtima, el levantamiento contra la autoridad establecida,el desafo y la desobediencia abierta a la autoridad. Pero el prop-sito de tales rebeliones no supona un reto a la autoridad o al ordenestablecido de las cosas en cuanto tales; se trataba siempre de cam-biar la persona que, en un momento dado, detentaba la autoridad,fuese para sustituir a un usurpador por el verdadero rey o a un tiranoque haba abusado de su poder por un prncipe legtimo. As, aunqueera posible que se reconociese al pueblo el derecho a determinar quinno deba gobernar, nunca se le permiti decidir quin deba hacerlo yno se tienen noticias de un derecho del pueblo a gobernarse a s mis-mo o de designar a alguien de sus filas para el gobierno. S hubocasos en que hombres del pueblo se elevasen desde su condicininferior hasta el esplendor de la vida pblica, como fue el de loscondottieri de las ciudades-estado italianas, su admisin al poder y alos asuntos pblicos se debi a cualidades que los distinguan delpueblo, a una virt tanto ms admirada y apreciada cuanto menosdeba al origen social y al nacimiento. Entre los derechos, los anti-guos privilegios y libertades del pueblo, no haba lugar para el dere-cho a participar en el gobierno. Y algo as como el derecho a ungobierno autnomo tampoco est plenamente presente en el famosoderecho a la representacin como supuesto de la tributacin, Si seaspiraba al gobierno, uno tena que ser gobernante nato, un hombrenacido libre, en la Antigedad, o un miembro de la nobleza, en laEuropa feudal; aunque no faltaron en el lenguaje poltico premodernopalabras para describir la rebelin de los sbditos contra el gober-nante, no hubo ninguna que describiese un cambio tan radical comoel de la transformacin de los sbditos en gobernantes.

    IVNo puede afirmarse sin ms que el fenmeno de la revolucin

    carezca de precedentes en la historia premoderna. Es cierto que haymuchos para quienes la sed de novedad, combinada con la convic-cin de que sta es deseable en s misma, constituye una de lascaractersticas ms acusadas del mundo en que vivimos y es tam-bin muy corriente identificar este estado de espritu de la sociedadmoderna con un pretendido espritu revolucionario. Sin embargo,si entendemos por espritu revolucionario el que realmente brotde la revolucin, entonces es necesario distinguirlo cuidadosamen-te de ese anhelo moderno por la novedad a cualquier precio. Si seconsidera el problema desde una perspectiva psicolgica, lo ciertoes que la experiencia de la fundacin, unida a la conviccin de que

  • Sobre la revolucin 43

    est a punto de abrirse un nuevo captulo en la historia, producirhombres ms conservadores que revolucionarios, ms incli-nados a preservar lo que ya ha sido hecho y a asegurar su estabili-dad que a establecer nuevas cosas, nuevos cambios, nuevas ideas.Por otra parte, la historia nos ensea que los hombres de las prime-ras revoluciones es decir, aquellos que no slo hicieron una revo-lucin, sino que adems la introdujeron en la escena de la polti-ca no fueron en absoluto partidarios de las novedades, de un novusordo saeclorum, y es que esta falta de disposicin por la novedadtodava resuena en la misma palabra revolucin, un trmino rela-tivamente antiguo que slo poco a poco fue adquiriendo su nuevosignificado. En efecto, el propio uso de este vocablo nos muestraclaramente la falta de visin del futuro y de disposicin de sus acto-res, los cuales no estaban ms preparados para lo nuevo que pudie-ran estarlo los espectadores de la poca. Lo importante es que elenorme pathos de una nueva era que encontramos expresado entrmi-nos casi idnticos, aunque de forma muy diversa, por los ac-tores de la Revolucin americana y de la francesa, slo se puso enprimer plano despus que haban llegado, muchos de ellos contrasu voluntad, a un punto del que no se poda volver.

    En sus orgenes la palabra revolucin fue un trmino astro-nmico que alcanz una importancia creciente en las ciencias natu-rales gracias a la obra de Coprnico De revolutionibus orbiumcoelestium24. En el uso cientfico del trmino se conserv su signi-ficacin precisa latina y designaba el movimiento regular, someti-do a leyes y rotatorio de las estrellas, el cual, desde que se saba queescapaba a la influencia del hombre y era, por tanto, irresistible, nose caracterizaba ciertamente ni por la novedad ni por la violencia.Por el contrario, la palabra indica claramente un movimiento recu-rrente y cclico; es la traduccin latina perfecta de auakuk l wsi jde Polibio, un trmino que tambin tuvo su origen en la astronomay se utiliz metafricamente en la esfera de la poltica. Referido alos asuntos seculares del hombre, slo poda significar que las po-cas formas de gobierno conocidas giran entre los mortales en unarecurrencia eterna y con la misma fuerza irresistible con que lasestrellas siguen su camino predestinado en el firmamento. Nada

    24A lo largo de todo este captulo me he servido ampliamente de los tra-bajos del histo-riador germnico Karl Griewank, desgraciadamente inaccesibles en ingls. Su primerartculo Staatsumwlzung und Revolution in der Auffassung der Renaissance undBarockzeit, que se public en la Wissenchafliche Zeitschrift der Friedrich-Scbiller-Univesitt Jena, 1952-53, Heft 1 y su Hbro posterior Der neuzeitlicheRevolutionsbegriff, 1955, superan toda La literatura restante sobre el tema

  • 44 Hannah Arendt

    ms apartado del significado original de la palabra revolucinque la idea que ha posedo y obsesionado a todos los actores revo-lucionarios, es decir, que son agentes en un proceso que significa elfin definitivo de un orden antiguo y alumbra un mundo nuevo.

    Si el fenmeno de las revoluciones modernas fuese tan senci-llo como una definicin de libro de texto, la eleccin de la palabrarevolucin sera an ms enigmtico de lo que realmente es.Cuando por primera vez la palabra descendi del firmamento y fueutilizada para describir lo que ocurra a los mortales en la tierra,hizo su aparicin evidentemente como una metfora, mediante laque se transfera la idea de un movimiento eterno, irresistible yrecurrente a los movimientos fortuitos, los vaivenes del destinohumano, los cuales han sido comparados, desde tiempo inmemo-rial, con la salida y puesta del sol, la luna y las estrellas. En el sigloXVII, cuando por primera vez encontramos la palabra empleada enun sentido poltico, su contenido metafrico estaba an ms cercadel significado original del trmino, ya que serva para designar unmovimiento de retroceso a un punto preestablecido y, por extensin,de retrogresin a un orden predestinado. As, la palabra se utiliz porprimera vez en Inglaterra, no cuando estall lo que nosotros llama-mos una revolucin y Cromwell se puso al frente de la primera dicta-dura revolucionaria, sino, por el contraro, en 1660, tras el derroca-miento del Rump Parlament* y con ocasin de la restauracin de lamonarqua. En el mismo sentido se us la palabra en 1688, cuandolos Estuardos fueron expulsados y la corona fue transferida aGuillermo y Mara25. La Revolucin gloriosa, el acontecimientogracias al cual, y de modo harto paradjico, el vocablo encontr supuesto definitivo en el lenguaje poltico e histrico, no fue concebidade ninguna manera como una revolucin, sino como una restaura-cin del poder monrquico a su gloria y virtud primitivas.

    El hecho de que la palabra revolucin significase original-mente restauracin, algo que para nosotros constituye precisamen-te su polo opuesto, no es una rareza ms de la semntica. Las revo-luciones de los siglos XVII y XVIII, que para nosotros representanun nuevo espritu, el espritu de la Edad Moderna, fueron proyecta-das como restauraciones. Es cierto que las guerras civiles inglesasprefiguraron un gran nmero de tendencias que, hoy en da, noso-tros asociamos con lo que hubo de fundamentalmente nuevo en lasrevoluciones del siglo XVIII: la aparicin de los Niveladores y la

    25 Vase el art. Revolution en el Oxford English Dictonary.* Expresin que designa, en la historia constitucional inglesa, el remanente del ParlamentoLargo, despus de la expulsin de sus miembros por Cronrwell en 1648. [N. del T.]

  • Sobre la revolucin 45

    forma-cin de un partido compuesto exclusivamente por el pueblobajo, cuyo radicalismo termin por plantear un conflicto con loslderes de la revolucin, apuntan claramente al curso de la Revolu-cin Francesa; de otro lado, la demanda de una constitucin escrita,como el fundamento de un gobierno justo, presentada por losNiveladores y, en alguna medida, hecha realidad cuando Cromwellpromulg un Instrumento de gobierno a fin de constituir el Pro-tectorado, anticipa uno de los hechos ms importantes, si no el quems, de la Revolucin americana. Lo cierto, en todo caso, es que lavictoria efmera de esta primera revolucin moderna fue interpreta-da oficialmente como una restauracin, es decir, como la libertadrestaurada por la gracia de Dios, segn reza la inscrip-cin queaparece sobre el gran sello de 1651.

    Para nosotros, resulta de mayor inters ver lo que ocurri unsiglo ms tarde. No nos interesa la historia de las revoluciones en smisma (su pasado, sus orgenes y el curso de su desarrollo). Si que-remos saber qu es una revolucin sus implicaciones gene-ralespara el hombre en cuanto ser poltico, su significado poltico parael mundo en que vivimos, su papel en la historia moderna debe-mos dirigir nuestra atencin hacia aquellos momentos de la his-toriaen que hicieron su aparicin las revoluciones, en que adqui-rieronuna especie de forma definida y comenzaron a cautivar el espritude los hombres, con independencia de los abusos, cruelda-des yatentados a la libertad que puedan haberles conducido a la rebelin;es decir, debemos dirigir nuestra atencin a las Revoluciones ame-ricana y francesa y debemos tener en cuenta que ambas estuvierondirigidas, en sus etapas iniciales, por hombres que estaban firme-mente convencidos de que su papel se limitaba a restaurar un anti-guo orden de cosas que haba sido perturbado y violado por el des-potismo de la monarqua absoluta por los abusos del gobierno co-lonial. Estos hombres expresaron con toda sinceridad que lo queellos deseaban era volver a aquellos antiguos tiempos en que lascosas haban sido como deban ser.

    Todo esto ha suscitado una enorme confusin, especialmentepor lo que se refiere a la Revolucin americana, la cual no devor asus propios hijos y en la cual, por consiguiente, los hombres quehaban iniciado la restauracin fueron los mismos que comenza-ron y terminaron la Revolucin e incluso vivieron lo suficiente comopara elevarse al poder y a las funciones pblicas dentro del nuevoorden de cosas. Lo que concibieron como una restauracin, comoel restablecimiento de sus antiguas libertades, se convirti en unarevolucin y sus ideas y teoras acerca de la constitucin britnica,los derechos de los ingleses y las formas del gobierno colonial des-

  • 46 Hannah Arendt

    embocaron en una declaracin de independencia. Ahora bien, elmovimiento que condujo a la revolucin slo fue revolucionariopor inadvertencia y Benjamn Franklin, que dispona de ms in-formacin de primera mano sobre las colonias que cualquier otrohombre, escribira ms tarde con toda sinceridad: Nunca haba odoen una conversacin con cualquier persona, por borracha que estu-viese, ni la ms mnima expresin del deseo de una separacin, o lainsinuacin de que tal cosa pudiese ser beneficiosa para Amri-ca26. Es imposible decir si estos hombres eran conservadores orevolucionarios, si se emplean estas palabras fuera de su contex-to histrico, como trminos genricos, olvidando que el conserva-durismo, como credo o ideologa polticos, debe su existencia auna reaccin producida por la Revolucin Francesa y slo tienesentido el vocablo cuando se aplica a la historia de los siglos XIX yXX. La misma reflexin puede hacerse, aunque quiz de modomenos equvoco, con respecto a la Revolucin Francesa; tambinaqu, segn las palabras de Tocqueville, se hubiera podido pensarque el propsito de la revolucin en marcha no era la destruccindel Antiguo Rgimen, sino su restauracin27. Incluso cuando, du-rante el curso de ambas revoluciones, sus actores llegaron a tenerconciencia de la imposibilidad de la restauracin y de la necesidadde embarcarse en una empresa totalmente indita y cuando, portanto, la propia palabra Revolucin haba adquirido ya su nuevosignificado, Thomas Paine todava poda, fiel al espritu del pasa-do, proponer con toda seriedad que se designase a las Revolucio-nes americana y francesa con el nombre de contrarrevolucin28.Esta propuesta, tan rara en uno de los hombres ms revoluciona-rios de su tiempo, nos muestra, en pocas palabras, cuan apegadosestaban los corazones y los espritus de los revolucionarios a la ideade restauracin, de vuelta al pasado. Paine slo deseaba restituir suantiguo significado a la palabra revolucin y expresar su firmeconviccin de que los acontecimientos de la poca haban sido loscausantes de que los hombres volviesen la mirada a un perodoprimitivo en el que posean los derechos y libertades que la tiranay la conquista les haban quitado. Este perodo primitivo no sig-nifica en modo alguno el estado de naturaleza hipottico y prehis-trico segn lo concibi el siglo XVII, sino un perodo concreto,aunque no definido, de la historia.

    Recordemos que Paine utiliz el trmino contrarrevolucin

    26 Clinton Rossiter: The First American Revolution, Nueva York, 1956, pgina 4.27 LAncien Rgime, Pars, 1953, vol. II, p. 72.28 En la Introduccin a la segunda parte de Rights of Man.

  • Sobre la revolucin 47

    como respuesta a la enrgica defensa hecha por Burke de los dere-chos de los ingleses, garantizados por la costumbre inmemorial y lahistoria, frente a la novedosa idea de los derechos del hombre. Perolo importante es que Paine, en no menor medida que Burke, se diocuenta de que el argumento de la novedad absoluta no se pronun-ciara en favor de la autenticidad y legitimidad de tales derechos,sino al contrario. No es necesario aadir que en su plantea-mientohistrico, Burke estaba en lo cierto y Paine no. No existe ningnperodo de la historia al que pudiera retrotraerse la Declaracin delos Derechos del Hombre. Es posible que ya antes se hubiese reco-nocido la igualdad de los hombres ante Dios o los dioses, ya queeste reconocimiento no es de origen cristiano, sino romano; los es-clavos romanos podan ser miembros de pleno derecho de las cor-poraciones religiosas y, dentro de los lmites del derecho sacro, suestatuto legal era el mismo que el de un hombre libre29. Pero la ideade derechos polticos inalienables que corresponden al hombre envirtud del nacimiento hubiera parecido a los hombres de todas laspocas anteriores a la nuestra, igual que a Burke, una contradiccinen los trminos. Es interesante sealar que la palabra latina homo,el equivalente de hombre, signific en su origen alguien que noera ms que eso, un hombre, una persona a secas, y, por tanto, tam-bin un esclavo.

    Para nuestro propsito actual y, en especial, a fin de compren-der la faceta rns alusiva y, sin embargo, ms impresionante de lasrevoluciones modernas, es decir, el espritu revolucionario, es im-portante recordar que la nocin de novedad e innovacin en cuantotal ya exista con anterioridad a las revoluciones, pese a lo cual noestuvo presente en sus orgenes. En ste, como en otros aspectos, seestara inclinado a afirmar que los hombres de las revoluciones es-taban anticuados con relacin a su propia poca, evidentementean-ticuados si se comparan con los hombres de ciencia y los filso-fos del siglo XVII, quienes, como Galileo, subrayaran, la nove-dad absoluta de sus descubrimientos, o, como Hobbes, pretende-ran que la filosofa poltica era tan joven como m libro De Cive,o como Descartes, insistiran en que ningn filsofo antes que lhaba hecho verdadera filosofa. Por supuesto, ciertas reflexionessobre el nuevo continente que haba dado nacimiento a un hom-bre nuevo, del tipo de las citadas de Crvecoeur o John Adams yque podramos encontrar en otros autores menos conocidos, fueronbastante corrientes. Pero, a diferencia de las pretensiones de filso-

    29 Vase Fritz Schulz; Prinzipien des rmischen Rechts, Berln, 1954, p-gina 147.

  • 48 Hannah Arendt

    fos y cientficos, tanto el hombre nuevo como el nuevo pas se ima-ginaron como dones de la Providencia, no como un producto hu-mano. En otras palabras, el extrao pathos, de la novedad, tancaracterstico de la Edad Moderna, necesit casi dos siglos parasalir del aislamiento relativo de la ciencia y la filosofa y alcanzar laesfera de la poltica. (Segn la expresin de Robespierre: Tout achang dans lordre physique; et tout dot changer dans lordre moralet politique.) Ahora bien, cuando lleg a la esfera de la poltica,dentro de la cual los acontecimientos interesan a la multi-tud y no ala minora, no slo adquiri una expresin ms radical, sino quelleg a estar dotado de una realidad caracterstica de la esfera pol-tica exclusivamente. Slo durante el curso de las revoluciones delsiglo XVIII los hombres comenzaron a tener conciencia de que unnuevo origen poda constituir un fenmeno poltico, que poda serresultado de lo que los hombres hubiesen hecho y de lo que cons-cientemente se propusiesen hacer. Desde entonces, un continentenuevo y el hombre nuevo que de l surgiese no fueron ya nece-sarios para inspirar la esperanza en un nuevo orden de cosas. Elnovus ordo saeclorum ya no era una bendicin dispersada por elgran proyecto y designio de la Providencia, ni la novedad la po-sesin orgullosa y, a la vez, espantosa de los pocos. Una vez que lanovedad haba llegado a la plaza pblica, signific el origen de unanueva historia, que haban iniciado, sin proponrselo los hombresde accin, para que fuese hecha realidad, ampliada y prolongadapor su posteridad.

    VSi bien los elementos de novedad origen y violencia todos los

    cuales aparecen ntimamente unidos nuestro concepto de revolu-cin, brillan por su ausencia tanto en el significado original de lapalabra como en su primitivo uso metafrico en el lenguaje polti-co, hay otra connotacin del trmino astronmico, a la que ya mehe referido antes brevemente, que ha conservado toda su fuerza enel uso actual de la palabra. Me refiero a la idea de irresistibilidad osea, al hecho de que el movimiento rotatorio de las estrellas sigueun camino predestinado y es ajeno a toda influencia del poder hu-mano. Sabemos, o creemos saber, la fecha exacta en que la palabrarevolucin se emple por primera vez cargando todo el acentosobre la irresistibilidad y sin aludir para nada a un movimientoretrogiratorio; este aspecto nos parece hoy tan importante para elconcepto de revolucin que es corriente fijar el nacimiento del nue-

  • Sobre la revolucin 49

    vo significado poltico del antiguo trmino astronmico en el mo-mento en que comienza esta nueva acepcin.

    La fecha fue la noche del catorce de julio de 1789, en Pars,cuando Luis XVI se enter por el duque de La Rochefoucauld-Liancourt de la toma de la Bastilla, la liberacin de algunos presosy la defeccin de las tropas reales ante un ataque del pueblo. Elfamoso dilogo que se produjo entre el rey y su mensajero es muybreve y revelador. Segn se dice, el rey exclam: Cest une rvolte,a lo que Liancourt respondi: Non, Sire, cest une rvolution.Todava aqu, por ltima vez desde el punto de vista poltico, lapalabra es pronunciada en el sentido de la antigua metfora quehace descender su significado desde el firmamento hasta la tierra;pero, quiz por primera vez, el acento se ha trasladado aqu porcompleto desde la legalidad de un movimiento rotatorio y cclico asu irresistibilidad30. El movimiento es concebido todava a imita-cin del movimiento de las estrellas, pero lo que ahora se subrayaes que escapa al poder humano la posibilidad de detenerlo y, portanto, obedece a sus propias leyes. Al declarar el rey que el tumultode la Bastilla era una revuelta, afirmaba su poder y los diversosins-trumentos que tena a su disposicin para hacer frente a laconspi-racin y al desafo a la autoridad; Liancourt replic que loque haba ocurrido era algo irrevocable que escapaba al poder deun rey. Qu vea Liancourt, qu vemos u omos nosotros, al escu-char este extrao dilogo, que le hiciese pensar (y nosotros sabe-mos que as era) que se trataba de algo irresistible e irrevocable?

    Para empezar, la respuesta parece sencilla. Tras sus palabrastodava podemos ver y or a la muchedumbre en marcha irrumpiendoen las calles de Pars, que era entonces no slo la capital de Franciasino de todo el mundo civilizado: la insurreccin del populacho dela gran ciudad unido inextricablemente al levantamiento del puebloen nombre de la libertad, irresistibles ambos por la fuerza de sunmero. Esta multitud que se presentaba por vez primera a la luz30 Griewank, en el artculo citado en la nota 24, seala que la frase Es una revolucinse aplic primero a Enrique IV de Francia y a su conversin al catolicismo. Cita a esteefecto la biografa de Enrique IV escrita por Hardouin de.Prfixe (Histoire du RoyHenri le Grand, Armsterdam, 1661), a quien los acontecimientos de la primavera de1594 le merecen las siguientes palabras: el gobernador de Poitiers voyant quil nepouvait pas empcher cette rvolution, sy laissa entrainer et composa avec le Roy.Como observa el propio Griewank, la idea de irresistibilidad aparece aqu an muymezclada al significado originariamente astronmico de un movimiento que retrogirahasta su punto de partida. En efecto, Hardouin consider todos estos acon-tecimientoscomo una vuelta de los franceses a su princs naturel. Liancourt no poda quererexpresar nada de esto.

  • 50 Hannah Arendt

    .del da era, realmente la multitud de los pobres y los oprimidos, ala que los siglos anteriores haba mantenido oculta en la oscuridady en la ignominia. Lo que desde entonces ha mostrado ser irrevoca-ble y que los agentes y espectadores de la revolucin reconocieronde inmediato como tal, fue que la estera de lo pblico reservadadesde tiempo inmemorial a quienes eran libres, es decir, libres detodas las zozobras que impone la necesidad deba dejar espacioy luz para esa inmensa mayora que no es libre debido a que estsujeta a las necesidades cotidianas.

    La nocin de un movimiento irresistible, que el siglo XIX ibapronto a traducir conceptualmente a la idea de la .necesidad histri-ca; resuena desde la primera hasta la ltima pgina de la Revolu-cin Francesa. Sbitamente, todo un nuevo conjunto de imgenescomienza a florecer en torno a la antigua metfora y un vocabulariototalmente nuevo se introduce en el lenguaje poltico. Cuando hoypensamos en la revolucin, casi automticamente lo hacemos a tra-vs de estas imgenes, nacidas durante aquellos aos; a travs deltorrent rvolutionnaire de Desmoulins, sobre cuyas tumultuosasolas se mantuvieron y marcharon los actores de la revolucin hastaque la resaca les trag y fueron a perecer junto a sus enemigos, losagentes de la contrarrevolucin. En efecto, la poderosa corriente dela revolucin se vio, segn la expresin de Robespierre, constante-mente acelerada por los crmenes de la tirana, de una parte, ypor los progresos de la libertad, de otra, los cuales se excitabanmutuamente, de tal modo que movimiento y contramovimiento nise equilibraban ni se detenan el uno al otro, sino que, de modomisterioso, parecan engrosar una corriente de violencia progresi-va que flua en una misma direccin con una rapidez siempre enaumento31. Esta es la majestuosa corriente de lava de la revolu-cin que no respeta nada y que nadie puede detener, segn la con-templ Georg Forster en 179332; es tambin el espectculo que hacado bajo el signo de Saturno: La revolucin devorando a suspropios hijos, como dijo Vergniaud, el gran orador de la Gironda.Esta es la tempestad revolucionaria que puso la revolucin enmarcha, la tempte rvolutionnaire de Robespierre y su marche dela rvolution, la poderosa borrasca que barri o sumergi el origen

    31 Las palabras de Robespierre, pronunciadas el 17 de noviembre de 1793 ante la Conven-cin Nacional, que me he limitado a parafrasear, son las si-guientes: Les crimes de latyrannie acclrrent le progrs de la libert et les progrs de la libert multiplirent lescrimes de la tyrannie... une raction continuelle dont la violence progressive a opr en peudannes Iouvrage de plusieurs sicles. Oeuvres, ed. Laponneraye, 1840, vol. II, p. 446.32 Cit. por el libro de Griewank, ob. cit., p. 243.

  • Sobre la revolucin 51

    inolvidable y de hecho nunca olvidado, la afirmacin de la gran-deza del hombre contra la mezquindad de los poderosos, segndijo Robespierre33, o la vindicacin del honor de la raza humana,segn la expresin de Hamilton34. Pareca como si una fuerza ma-yor que el hombre hubiese intervenido cuando ste comenz a afir-mar su grandeza y a reivindicar su honor.

    Durante las dcadas que siguieron a la Revolucin France-sa predomin esta metfora de una poderosa corriente subterr-nea que arrastraba consigo a los hombres, primero a la superficiede las gloriosas proezas y, despus, hasta el fondo, al peligro y a lainfamia. Diversas metforas en que la revolucin aparece no comoresultado del esfuerzo humano, sino como un proceso irresisti-ble, metforas de corriente y torrentes fueron acuadas por los pro-pios actores de la Revolucin, quienes, por mucho que se hubiesenemborrachado con el vino de la libertad en el terreno de lo abstrac-to, ya no crean que fueran agentes libres. Es que hubieran podidoaun en los instantes de sobriedad creer que ellos eran, ni ha-bansido nunca, los autores de sus propias hazaas? No fue la furiosatormenta de los sucesos revolucionarios la que les haba hechocambiar sus convicciones ms ntimas en cuestin de muy pocosaos? No haban sido realistas en 1789 los mismos que en 1793no slo se vieron conducidos a la ejecucin de un rey (independien-temente de que hubiera sido o no un traidor), sino a la condena dela monarqua como un crimen eterno (Saint-Just)? No habansido abogados ardientes de los derechos de la propiedad privadalos mismos que en Ventoso de 1794 proclamaron la confiscacinde las propiedades, no slo de la Iglesia y de los emigres, sino tam-bin de todos los sospechosos, para que fueran entregadas a losdesfavorecidos por la fortuna? No haban servido como factordecisivo en la formulacin de una constitucin cuyo principio bsi-co era una descentralizacin radical, que ellos mismos iban a re-chazar poco despus como despreciable, a fin de establecer en sulugar un gobierno revolucionario de comits, ms centralizado quetodo lo que el ancien rgime se haba atrevido a poner en prctica?No se vieron comprometidos, y hasta lograron la victoria, en unaguerra que nunca haban deseado y en la que nunca creyeron podervencer? Qu otra cosa poda quedar en pie al final sino el conoci-miento que de algn modo posean desde el comienzo, es decir (enpalabras de Robespierre en una carta a su hermano escrita en 1789),que. la presente Revolucin ha producido en pocos das sucesosms importantes que toda la historia anterior de la humanidad?33 En su discurso de 5 de febrero de 1794, ob. cit., p. 543.34 The Federalist (1787), ed. Jacob E. Cooke, Meridian, 1961, n. 11. 52

  • 52 Hannah Arendt

    Uno est inclinado a pensar que, al fin y al cabo, todo ello debehaber bastado.

    A partir de la Revolucin Francesa ha sido corriente interpre-tar toda insurreccin violenta, fuese revolucionaria ocontrarrevolucionaria, como la continuacin del movimiento ini-ciado originalmente en 1789, como si las pocas de quietud y res-tauracin no fuesen ms que pausas durante las cuales se escondala corriente para recobrar fuerzas y salir de nuevo a la superficie: en1830 y 1832, en 1848 y 1851, en 1871, para mencionar nicamen-te las fechas ms importantes del siglo XIX. En cada ocasin, lospartidarios y los enemigos de estas revoluciones interpretaron losacontecimientos como una consecuencia inmediata de 1789. Y ses cierto, como dijo Marx, que la Revolucin Francesa haba sidointerpretada con ropaje romano, es igualmente cierto que todas lasrevoluciones que le sucedieron, incluida la Revolucin de Octubre,fueron interpretadas siguiendo las pautas y las efemrides que con-dujeron desde el catorce de julio al nueve de Termidor y al diecio-cho de Brumario fechas que han quedado tan impresas en lamemoria del pueblo francs que incluso hoy son identificadas deinmediato por todo el mundo con la toma de la Bastilla, la muertede Robespierre y la subida al poder de Napolen Bonaparte. No hasido en nuestros das, sino a mediados del siglo XIX, cuando eltrmino revolucin permanente, o ms propiamente rvolutionen permanence, fue acuada (por Proudhon) y, con ella, la nocinde que nunca han existido varias revoluciones, que slo hay unarevolucin, idntica a s misma y perpetua35.

    Si el nuevo contenido metafrico de la palabra revolucinbrot directamente de las experiencias de quienes primero hicierony despus se identificaron con la Revolucin en Francia, debi re-presentar un grado an mayor de verosimilitud para quienes obser-vaban su desarrollo, como si fuera un espectculo, desde el exte-rior. Lo que ms llamaba la atencin en este espectculo era queninguno de sus actores poda controlar el curso de los aconteci-mientos, que dicho curso tom una direccin que tena poco quever, s tena algo, con los objetivos y propsitos conscientes de loshombres, quienes, por el contrario, si queran sobrevivir, debansometer su voluntad e intencin a la fuerza annima de la revolu-cin. Todo esto nos parece hoy un lugar comn y probablementenos resulte difcil comprender que de ello pudiera derivarse algoque no fuera una trivialidad. No obstante, debe bastarnos recordar35 Cit. por Theodor Schieder: Das Problem der Revolution im 19. Jahn hundert, enHistorische Zeitschrift, vol. 170, 1950.

  • Sobre la revolucin 53

    la historia de la Revolucin americana, donde ocurri exactamentelo contrario, y la fuerza extraordinaria con que cal en todos susactores el sentimiento de que el hombre es dueo de su destino, almenos por lo que se refiere al gobierno poltico, para darnos cuentadel impacto que debi suponer el espectculo de la impotencia delhombre para poner orden en sus propias acciones. La conocida de-cepcin sufrida por la generacin europea que vivi los fatales su-cesos, desde 1789 hasta la restauracin de los Borbones, se trans-form casi inmediatamente en un sentimiento de temor y reveren-cia ante el poder de la propia historia. Donde poco antes, es decir,en la poca feliz de la Ilustracin, slo el poder desptico del mo-narca pareca interponerse entre el hombre y su libertad de accin,se haba levantado sbitamente una fuerza mucho ms poderosa,capaz de constreir a su capricho a los hombres y frente a la cual nohaba reposo, ni rebelin, ni escape: la fuerza de la historia y lanecesidad histrica.

    Tericamente la consecuencia de mayor alcance de