23 abril, en femenino. guia de lectura

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23 de abril… En femenino 2014

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Una selección de obras literarias escritas por mujeres, porque siempre es bueno aumentar la visibilidad. Obras que por algún motivo han vuelto a mi memoria consciente que otras muchas han quedado ahí esperando a ser rescatadas y otras muchas faltan que lleguen porque todavía no han sido leídas.

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23  de  abril…                                                  En  femenino  

2014      

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Hace un par de meses, intentando encontrar un libro, me di cuenta que

en aquellas colecciones de literatura universal adquiridas de jóvenes cuando

el papel nos importaba más que ahora y también teníamos menos dinero,

apenas aparecían nombres de mujeres entre sus volúmenes.

Entonces pensé que sería buena idea celebrar un Día del Libro en

femenino, dedicado a las mujeres escritoras.

Así surgió esta Guía de Lectura, una selección de obras escritas por

mujeres que en su día me emocionaron, me asombraron, me hicieron llorar,

reír, caminar. Seguramente se echarán en falta algunas autoras, algunos

títulos, pero es lo que tienen las guías de lectura, siempre reflejan el alma

de quien las elabora, casi siempre oculta, y por el momento estas son las que

han acudido a mi memoria, consciente que hay muchas lecturas olvidadas y

otras, todavía no encontradas.

Meses más tarde, en una clarísima tormenta de ideas en uno de los

grupos de lectura surgió “A la luna de Oviedo”, una recorrido por rincones de

nuestra ciudad leyendo poemas de mujeres escritoras vinculadas de alguna

manera a ella. Las bibliotecas y sus lectores/as salen a la calle a celebrar

tan importante día queriendo dar visibilidad a la poesía y a las mujeres

poetas.

Esperamos que disfrutéis de las lecturas y del paseo de este Día del

Libro en femenino.

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Orgullo  y  prejuicio.  Jane  Austen    (Steventon,  Gran  Bretaña,  1775  –  Wichester,  Gran  Bretaña,  1817)  

Durante sus paseos por el parque, más de una vez se encontró Elizabeth inesperadamente con el señor Darcy. Era como si la mala suerte le jugase una mala pasada llevándolo hasta a allí, donde nadie más llegaba y, para evitar que volviese a suceder, se preocupó por informarle que ése era su lugar secreto. Por eso, que sucediera por segunda vez era algo muy raro. Pero ocurrió, y también una tercera. Como si lo hiciera con intencionada malicia, o voluntaria penitencia.

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 Jane  Eyre.  Charlotte  Bronte    

(Thorton,  Yorkshire,  Gran  Bretaña,  1816  –  Haworth,  Yorkshire,  Gran  Bretaña,  1855)   -- Bien, señor, no creo que tenga usted derecho a darme órdenes simplemente por ser mayor que yo o por haber visto más mundo; la superioridad, en todo caso, vendría dada por el provecho que haya extraído de ese tiempo y esas experiencias.

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Mujercitas.  Louisa  May  Alcott    (Germantown,  Filadelfia,  Estados  Unidos,  1832  –  Boston,  Estados  Unidos,  1888)

Muchas veces una espera de seis semanas resulta larga y aún más si durante ese espacio de tiempo se ha de guardar un secreto. Pero Jo consiguió las dos cosas, y cuando ya empezaba a perder la esperanza de volver a ver su manuscrito, recibió una carta que la dejó sin aliento porque, al abrirla, se desprendió del pliegue un cheque de cien dólares.  

 

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 En  las  orillas  del  Sar.  Rosalía  de  Castro    

(Santiago  de  Compostela,  1837  –  Padrón,  1885)   Detente un punto, pensamiento inquieto: la victoria te espera, el amor y la gloria te sonríen. ¿Nada de esto te halaga ni encadena? --Déjame solo, y olvidado, y libre: quiero errante vagar entre las tiniebla; mi ilusión más querida sólo allí dulce y sin rubor me besa.    

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5  

 Memorias  de  África.  Isak  Dinesen    

(Rungsted,  Dinamarca,  1885  –  Rungsted,  Dinamarca,  1962)   Cuando recuerdo mis últimos meses en África me parece que las cosas inanimadas eran conscientes de mi marcha mucho antes de que lo fuera yo misma. Las colinas, los bosques, el viento, las praderas y los ríos sabían que nos íbamos a separar. Cuando por primera vez llegué a un acuerdo con el destino y se iniciaron las negociaciones sobre la venta de la granja, la actitud del paisaje hacia mí cambió. Hasta entonces yo había formado parte de él y la sequía era para mí como una fiebre y el florecer de la pradera como un vestido nuevo. Ahora el país se separaba de mí.      

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Nosotros  los  Rivero.  Dolores  Medio    (Oviedo,  1917  –  Oviedo,  1996)  

Ella pensó un poco alarmada: “Si Ger supiese que yo leo francés ya con bastante soltura, retiraría de su biblioteca ciertas obras que consideraría no aptas para mí. Sin embargo, no me pesa haberlas leído. Mejor es conocerlo todo para saber dónde se encuentra el bien y el mal. Ya no soy una niña. ¿Por qué teme Ger que una novela pueda perjudicarme?

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84,  Charing  Cross  Road.  Helene  Hanff    (Filadelfia,  1918  –  Nueva  York,  1997)  

Indolencia: podría pudrirme aquí aguardando a que me envíen algo para leer, debería pasar inmediatamente por Brentano, y lo haría sin duda…, si no fuera porque todo lo que busco está agotado. Puede añadir las Vidas de Walton a la lista de libros que no me envía. Va contra mis principios comprar un libro que no he leído previamente: es como comprar un vestido sin probártelo, pero lo cierto es que aquí no es posible conseguir las Vidas de Walton ni en una Biblioteca Pública.      

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El  quinto  hijo.  Doris  Lessing    (Persia,  1919  –  Londres,  2013  )  

Harriet se pasaba el día sola con Ben. Procuraba estar con él como lo había hecho con los otros. Se sentaba en el suelo con juegos y cubos para hacer construcciones. Le enseñaba dibujos de colores. Le cantaba canciones infantiles. Pero Ben al parecer no establecía relación con los juguetes ni con los cubos. Se sentaba entre aquel revoltijo de objetos brillantes y podía colocar un cubo sobre otro, mirando a Harriet para ver si era aquello lo que tenía que hacer.      

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Lo  raro  es  vivir.  Carmen  Martín  Gaite    (Salamanca,  1925  –  Madrid,  2000)  

Paré el coche en la primera placita donde encontré un hueco y me bajé a tomar un poco el aire que empezaba a correr. Hacía menos bochorno que el día anterior. Me senté en la terraza de un bar, pedí una cerveza y saqué del bolso la hoja de bloc. Debajo del itinerario tachado con una equis roja decía: “Pista engañosa. Por ahí te pierdes seguro”. Bueno –suspiré-, me había metido por la pista engañosa, no es una situación desconocida para mí y tiene su aliciente porque invita a reflexionar.    

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Diario  de  un  ama  de  casa  desquiciada.  Sue  Kaufman    (Nueva  York,  1926  –  Nueva  York,  1977)  

Me quedé allí durante unos quince minutos, sintiéndome locamente feliz y eufórica, divirtiéndome como hacía años que no lo hacía. Un par de veces me pillé a mí misma pensando que era como una de esas viejecitas chifladas que van al parque con bolsas de la compra llenas de chucherías para sus pequeños amigos, que allí estaba yo, Santa Bettina de Central Park West…, pero acallé esas pequeñas salidas autodestructivas: me dije que estaba allí haciendo una cosa que realmente me apetecía hacer, para variar, y por eso me sentía tan maravillosamente bien.

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Paraíso  inhabitado.  Ana  María  Matute    (Barcelona,  1926  –  )  

Una vez dentro, empezó la discusión entre Tata María e Isabel sobre quién era la culpable de aquel descuido. Cada una de ellas echaba la culpa a la otra, hasta que al fin se calmaron y se abrazaron llorando. Una vez más me intrigó el porqué los gigantes lloraban cuando parecía menos adecuado, y permanecían impasibles en los momentos que, a mi juicio, hubieran sido más apropiadas las lágrimas. Restituida la calma, y establecidas las reconciliaciones, la única culpable acabé siendo yo.      

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Mujeres  de  negro.  Josefina  Aldecoa    (La  Robla,  León,  1926  –    Mazcuerras,  Cantabria,  2011)  

   Nuestros estudios de secundaria iban bien, apoyados y reforzados por la intervención de mi madre. Yo leía mucho y sin darme cuenta iba aumentando mis conocimientos. Mi madre me daba a leer poesía española y una profunda nostalgia me asaltaba. Atravesaba una etapa muy inestable. Lloraba o reía con el menor pretexto. “es la edad”, decía mi madre.

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Carta  a  un  niño  que  nunca  nació.  Oriana  Fallaci    (Florencia,  Italai,  1929  –    Florencia,  Italia,  2006)  

 Me temo que debas acostumbrarte a cosas como estas. En el mundo en que estás a punto de entrar, y pese a los discursos acerca de los tiempos que cambian, una mujer que espera un hijo sin estar casada es vista, la mayor parte de las veces, como una irresponsable. En el mejor de los casos, como una extravagante o una provocadora. O como una heroína. Nunca como una madre igual a todas las demás. El farmacéutico que me vendió las píldoras de luteína me conoce, y sabe que no tengo marido. Cuando le di la receta arqueó las cejas y me miró asustado.

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Querido  Diego,  te  abraza  Quiela.  Elena  Poniatowska    (Paris,  1932  –  )  

 Ayer pasé la mañana en el Louvre, chatito (me gusta mucho llamarte chatito, me hace pensar en tus padres, siento que soy de la familia), y estoy deslumbrada. Cuando iba antes contigo, Diego, escuchaba admirativamente, compartía tu apasionamiento porque todo lo que viene de ti suscita mi entusiasmo, pero ayer fue distinto, sentí, Diego, y esto me dio una gran felicidad.  

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Las  dos  caras  de  Jano.  Carmen  Rui-­‐Tilve    (Oviedo,  1941  –  )  

 Tenía Lupina miedo por dejar el sol de la huerta otoñal y a su amiga que le había abierto un mundo de recuerdos y experiencias salidos de una ermitaña convencida, de quien había recibido más ternura en aquel tiempo que de su madre en toda la vida, a pesar del vino Sansón con yema batida como prueba de amor de media mañana.  

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La  casa  de  los  espíritus.  Isabel  Allende    (Lima,  1942  –)  

 Mi abuela escribió durante cincuenta años en sus cuadernos de anotar la vida. Escamoteados por algunos espíritus cómplices, se salvaron milagrosamente de la pira infame donde perecieron tantos otros papeles de la familia. Los tengo aquí, a mis pies, atados con cintas de colores, separados por acontecimientos y no por orden cronológico, tal como ella los dejó antes de irse. Clara los escribió para que me sirvieran ahora para rescatar las cosas del pasado y sobrevivir a mi propio espanto.

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El  color  púrpura.  Alice  Walker    (Eatonton,  Georgia,  Estados  Unidos,  1944  –)  

 Querido Dios: Ahora que sé que Albert me esconde las cartas de Nettie, me parece que también sé dónde están. Están en su baúl. Todo lo que es importante para Albert va al baúl. Él lo tiene siempre cerrado, pero Shug puede conseguir la llave. Una noche, mientras Mr. ----- y Grady están fuera, nosotras abrimos el baúl. Encontramos un montón de ropa interior de Shug, postales guarras y, escondidas debajo del tabaco, las cartas de Nattie. Manojos y manojos de cartas. Hay sobres gruesos y sobres delgados, abiertos y sin abrir. ¿Qué hacemos?, pregunto a Shug. Muy sencillo, dice ella. Cogemos las cartas y dejaremos los sobres donde están.

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En  el  filo  del  obrador.  Dorita  García  Blanco    (Pola  de  Lena,  Asturias,  1945  –  )  

 Aunque nos hayamos casado con ellos, entendimos bien pronto, que no servíamos para estar sometidas a las directrices de nuestros maridos, ni a la inconsecuencia de su carácter y mucho menos a la violencia que algunas veces intentaron ejercer sobre nosotras. Cuando me convertí en mujer y conocí el amor, fue cuando realmente entendí las palabras que Lucía aquella tarde fría de primavera, mientras me envolvía en el mantón negro que cubría su esbelta figura y me llevaba a su casa.    

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Mujeres  de  ojos  grandes.  Angeles  Mastretta    (Puebla  de  Zaragoza,  México,  1949  –)  

-En realidad -le dijo a Paulina, al poco tiempo de conocerla-, los finales son indignos del arte. Las obras de arte son siempre inconclusas. Quienes las hacen, no están seguros nunca de que las han terminado. Sucede lo mismo con las mejores cosas de la vida. En eso, aunque fuera alemán, tenía razón Goethe: "Todo principio es hermoso pero hay que detenerse en el umbral". -¿Y cómo se sabe dónde termina el umbral? -le preguntó Paulina.

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Tan  veloz  como  el  deseo.  Laura  Esquivel    (Ciudad  de  México,  1950  –)  

 ¡La cosa pintaba de lo más bien! Si sólo él iba a entender la información que recibía y la que transmitía ¡iba a poder traducir a su antojo! Y ya se veía propiciando enamoramientos, arreglando matrimonios y acabando con todo tipo de enemistades. Sin duda él podía convertirse en el mejor telegrafista del mundo. Lo sentía en el fondo de su corazón. Como prueba estaba la forma en que había arreglado la relación entre su madre y su abuela. El dominio de la clave Morse no podía ser más complicado que eso. Aparte, se sentía poseedor de un don. Sabía perfectamente que su capacidad para “escuchar” los verdaderos sentimientos de las personas no la tenía todo el mundo. Lo que en ese momento Júbilo no alcanzó a vislumbrar fue que ése, su mayor don, iba a convertirse con el correr de los años en su peor desgracia.

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La  niña  que  iba  en  hipopótamo  a  la  escuela.  Yoko  Ogawa    (Okayama,  Japón,  1962  –)  

 Si se quisiera explicar con tan solo unas palabras quién era Mina, se podría decir que era una niña asmática a quien le gustaban los libros y que se desplazaba a lomos de un hipopótamo. Pero si quisiera demostrar que se trataba efectivamente de Mina y no de cualquier otra persona, sería preciso añadir que era una niña que sabía encender con gracia las cerillas.

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La  evolución  de  Calpurnia  Tate.  Jacqueline  Kelly    (Nueva  Zelanda,  1964  –  )  

--Mamá me está amenazando con enseñarme a hacer un nuevo plato cada semana. Puede que no esté tan mal, pero es que tardas horas en hacerlos y luego desaparecen en quince minutos. Después recoges la cocina, friegas la encimera y tienes que empezar otra vez sin un segundo de descanso. ¿Qué te aporta eso? ¿Cómo lo aguanta Viola?        

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 Nada.  Janne  Teller    

(Copenhague,  Dinamarca,  1964  –  )   Hasta entonces no había nada que nos hubiera hecho pensar que Pierre Anthon fuera el más inteligente de nosotros, pero de repente nos lo pareció a todos. Porque era él el que había dado con algo revelador. Aunque no nos atreviéramos a reconocerlo. Ni ante nuestros padres ni ante nuestros profesores ni tampoco entre nosotros. Ni tan siquiera en nuestro fuero interno lo reconocíamos. No queríamos vivir en ese mundo que Pierre Anthon nos presentaba. Nosotros íbamos a ser algo, íbamos a ser alguien. La puerta abierta sonriendo no nos tentaba. De ninguna manera. ¡En absoluto! Por eso se nos ocurrió todo.    

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Hasta  que  amanezca.  Linn  Ullmann    

(Oslo,  1966  –    )    

Johan se había sentido mal ya desde temprano por la mañana. Lo del tiempo inestable lo tomó como algo personal, fue un presagio. Todo eran presagios. El tiempo era un presagio. Los dolores o la ausencia de ellos era un presagio. Los libros que compraba o que le regalaban, los libros que leía estaban llenos de presagios. Una colección de poemas de Dylan Thomas, un regalo de su viejo amigo Geir, era un presagio. Johan dijo: Esto puedo combatirlo. Esto es lo que significa. Puedo combatir contra eso.    

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Signatura  400.  Sophie  Divry    

(Lyon,  1971  –  )    

Los lectores nos agobian todos los días para conseguir el último libro del que han oído hablar la víspera en la radio. Exigen que estén disponibles en la sección inmediatamente. Hay que resistir, moderar. De las obras que salen en otoño hay que seleccionar un puñado que resulten dignas de figurar en nuestras estanterías. Es un trabajo de titanes. Un trabajo agotador. Que, de hecho, ya nunca se hace. Porque yo soy de las que, por mucho que esta mentalidad se haya perdido en aras de la democratización cultural, de las que piensan que la entrada de un libro en la biblioteca debe ser todo un reconocimiento.

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El  mes  más  cruel.  Pilar  Adón    (Madrid,  1971  –  )  

 Dejar que pasase el tiempo. Unos días. O unos meses. Ser pacientes. Y beber agua fresca de riachuelos serpenteantes que pronto se helarían. Observar el inconcebible brillo de las estrellas en la oscuridad de un cielo despejado. Comprobar lo temprano que llega la confusión de la noche y lo portentoso que resulta el que vuelva a amanecer cada mañana. Dejarse empapar por la lluvia y caminar bajo un sol neblinoso.

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Purga.  Sofi  Oksanen    (Jyväskylä,  Finlandia,  1977  –  )  

Cuando llevaron a Ingel y Aliide por primera vez al ayuntamiento para interrogarlas, el hombre que las recibió les pidió perdón por si sus subalternos se habían portado de una manera irrespetuosa al acompañarlas hasta allí. --Mis camaradas no saben comportarse. Condujeron a cada hermana a una habitación. El hombre abrió la puerta a Aliide, le ofreció una silla y le pidió que se sentase. --Primero debo verificar algunas cosas en mis documentos. Después empezaremos.      

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La  vida  en  la  puerta  de  la  nevera.  Alice  Kuipers    (Londres,  1979  –  )  

Mamá: Mientras escribo esto estoy temblando. Acabo de entrar en una casa vacía y todas las luces están apagadas. La cocina esta vacía y veo tu nota enganchada en la puerta de la nevera con ese imán que te regalé, el que tiene la foto de cuando era un bebé. ¿Te diste cuenta cuando escribiste tu última nota de que lo habías utilizado? Veo la planta en el rincón, el cactus que llega casi hasta el techo. No recordaba que fuera tan alto. Y luego leo tu nota.

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29    

   

Mi  hermana  vive  sobre  la  repisa  de  la  chimenea.  Annabel  Pitcher    (Yorkshire,  Gran  Bretaña,  1982  –)  

 Me horrorizan las cosas muertas. Me dan miedo. El ratón de Roger. El conejo de Roger. Roger. Cogí aire con fuerza. No me sirvió de nada. El pulpo me había agarrado los pulmones y me los estaba apretando fuerte. No había aire suficiente. Nunca iba a haber aire suficiente. Empecé a jadear.      

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Esto  no  es  justo.  Sally  Nicholls    (Stockton,  Inglaterra,  1983  –  )  

¿Saben de dónde venimos? Un hecho real: venimos de las estrellas. Cuando las estrellas viejas mueren, estallan en una gigantesca explosión que produce una nebulosa. Las nebulosas son nubes de gas y polvo. Ahí es donde crecen los bebés de estrella. Todo el gas y el polvo se comprimen, la gravedad los chupa y se convierten en estrellas. Los pedacitos que no se vuelven estrellas flotan por el espacio como planetas o lunas o cometas, y si las condiciones son adecuadas, empiezan a crecer plantas y cosas y nace gente.