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1 Vida y muerte en la jaula de hierro: sobre violencia y paz en ¡Esto es la mara jomitos! (2016) de Jorge Martínez Mejía y Los días y los muertos (2016) de Giovanni Rodríguez Héctor M. Leyva 1 Resumen Esta ponencia responde a la invitación a considerar las búsquedas literarias de la paz en la convulsionada Centroamérica contemporánea. Se fija la atención en dos novelas hondureñas: en ¡Esto es la mara jomitos! (2016) de Jorge Martínez Mejía en la que las experiencias de los jóvenes en maras o pandillas, permiten explorar los universos simbólicos en los que se despliegan los juegos de autodestrucción y de muerte de estos jóvenes; y en Los días y los muertos (2016) de Giovanni Rodríguez en la que las experiencias personales de un periodista de la nota roja, permiten hacer lo propio respecto de la cosubstanciación de los individuos con la saturada atmósfera de violencia de la sociedad. La distinción de Slavoj Žižec entre violencia subjetiva, violencia simbólica y violencia sistémica permite adentrarse en estas propuestas narrativas para reconocer lo que puede llamarse el estado de cautividad bajo la violencia que expresan, mientras la reivindicación de la autopoiesis y las estrategias del desapego de los órdenes dominantes de subjetivación que plantea Rosi Braidotti permiten considerar las vías de salida. La exasperación que comunican estas obras, particularmente en las dimensiones simbólicas y subjetivas, parece entregar la llave de la jaula de hierro de la violencia, por cuanto implícitamente suponen la propuesta de que un giro en la subjetividad y en las construcciones simbólicas podría abrir las puertas a modos de convivencia más amables y constructivos. Palabras clave: Centroamérica. Honduras. Novela. Violencia. Sobre la violencia y cómo salir de ella 1 Ponencia presentada en el Coloquio Centroamérica: Literatura y Paz organizado por el Centro de Estudios Latinoamericanos Avanzados (CALAS) sede de Guadalajara, México, 16-17 de abril de 2018. Safe Creative Identificador 2008315199110, fecha de registro 31 de agosto de 2020.

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Page 1: (2016) de Jorge Martínez Mejía y Los días y los muertos...Vida y muerte en la jaula de hierro: sobre violencia y paz en ¡Esto es la mara jomitos! (2016) de Jorge Martínez Mejía

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Vida y muerte en la jaula de hierro: sobre violencia y paz en ¡Esto es la mara jomitos!

(2016) de Jorge Martínez Mejía y Los días y los muertos (2016) de Giovanni Rodríguez

Héctor M. Leyva1

Resumen

Esta ponencia responde a la invitación a considerar las búsquedas literarias de la paz en la

convulsionada Centroamérica contemporánea. Se fija la atención en dos novelas

hondureñas: en ¡Esto es la mara jomitos! (2016) de Jorge Martínez Mejía en la que las

experiencias de los jóvenes en maras o pandillas, permiten explorar los universos

simbólicos en los que se despliegan los juegos de autodestrucción y de muerte de estos

jóvenes; y en Los días y los muertos (2016) de Giovanni Rodríguez en la que las experiencias

personales de un periodista de la nota roja, permiten hacer lo propio respecto de la

cosubstanciación de los individuos con la saturada atmósfera de violencia de la sociedad. La

distinción de Slavoj Žižec entre violencia subjetiva, violencia simbólica y violencia sistémica

permite adentrarse en estas propuestas narrativas para reconocer lo que puede llamarse el

estado de cautividad bajo la violencia que expresan, mientras la reivindicación de la

autopoiesis y las estrategias del desapego de los órdenes dominantes de subjetivación que

plantea Rosi Braidotti permiten considerar las vías de salida. La exasperación que

comunican estas obras, particularmente en las dimensiones simbólicas y subjetivas, parece

entregar la llave de la jaula de hierro de la violencia, por cuanto implícitamente suponen la

propuesta de que un giro en la subjetividad y en las construcciones simbólicas podría abrir

las puertas a modos de convivencia más amables y constructivos.

Palabras clave: Centroamérica. Honduras. Novela. Violencia.

Sobre la violencia y cómo salir de ella

1 Ponencia presentada en el Coloquio Centroamérica: Literatura y Paz organizado por el Centro de Estudios Latinoamericanos Avanzados (CALAS) sede de Guadalajara, México, 16-17 de abril de 2018. Safe Creative

Identificador 2008315199110, fecha de registro 31 de agosto de 2020.

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Slavoj Žižec en su libro Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales (2009), sostiene que

mientras las sociedades se escandalizan ante la irrupción de brotes de violencia subjetiva,

permanecen insensibles ante la violencia simbólica y la violencia sistémica. A su juicio, la

agresión, la destrucción, el derramamiento de sangre pudiendo ser actos irracionales de los

sujetos, pueden igualmente ser sólo la concreción (el acontecimiento) que provocan las

otras formas de violencia: la que ejerce el orden de las representaciones, la dominación

social y la imposición de sentido a través de las construcciones del lenguaje; y la más

extendida y profunda que ejerce el sistema económico y político, las condiciones de

desigualdad y de explotación del capitalismo. El problema radica en que mientras la

violencia subjetiva se considera anormal en su exceso de visibilidad, las otras formas de

violencia resultan invisibles por considerarse el estado normal de las cosas (p. 9-10).

Los planteamientos de Žižec, que se apoyan en las ideas de Johan Galtung , y también

en las de Marx, de Lacan y de Heidegger, resultan útiles para el trabajo crítico de visibilizar

las formas de violencia oculta, pero llevan implícita la propuesta de que lo que debe

prevalecer es la lucha política contra las condiciones estructurales (económicas, políticas y

sociales), con lo cual devuelve el tratamiento de la violencia al callejón sin salida de la

confrontación en sus propios términos del orden de dominación que ha demostrado ser,

sino invulnerable, sí duradero y formidablemente resilente.

Otros planteamientos, sin embargo, han surgido en el pensamiento posthumanista

que entre otras cosas se desplaza de los presupuestos del historicismo antropocéntrico

moderno. La idea hegeliana de la historia como proceso dialéctico que convierte la lucha de

contrarios en la única vía de superación de un momento histórico, es rebatida por Rosi

Braidotti con la reivindicación de la idea de la autopoiesis como capacidad de los

organismos vivos (y no sólo de los hombres) de autocrearse y autorreproducirse partiendo

de sus propias potencialidades. La emancipación, la liberación humana no necesariamente

habrían de requerir de la confrontación política negativa: en lugar de una contra-

subjetividad, cabría la posibilidad de producir otras formas de subjetividad desde unas

distintas sensibilidades y valores (desde las reservas emocionales y espirituales humanas)

que consiguieran un real desapego del orden dominante. En lugar del nihilismo a que

condujera el humanismo moderno, el posthumanismo de Braidotti estaría haciendo la

propuesta optimista de ensayar desde nuevos supuestos (desde la transformación de la

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conciencia y la sensibilidad de los sujetos) la apertura de nuevos horizontes para las

sociedades (p 40).

Las novelas que se analizan aquí comparten una misma preocupación por las

situaciones de violencia a que ha podido conducir el capitalismo tardío en una sociedad

marginal. Como obras artísticas, las novelas exploran la violencia desde la experiencia y las

formas de representación que han podido tener los sujetos. Desde el punto de vista de Žižec

podría decirse que se limitan a la consideración de la violencia subjetiva y de la violencia

simbólica sin encarar la violencia sistémica. Sus propuestas narrativas, sin embargo,

resultan de todo interés desde la perspectiva de Braidotti, en el sentido de que la

consideración de los órdenes simbólicos y de las experiencias psicológicas y afectivas

podría justamente ser lo que hace falta para producir el giro subjetivo que permita salir de

la trampa de la violencia.

Enjambre simbólico

¡Esto es la mara jomitos! es un experimento narrativo en el que el autor explora la

posibilidad de ofrecer una visión interior de la vida en las pandillas fundiendo en una voz

poética registros de realidad e imaginación literaria. El texto surge de una interrogación

que ha podido extenderse en la sociedad con respecto a las formas de atroz violencia de los

jóvenes en pandillas que, si bien siembran el terror, son ellos sus primeras víctimas. Una

proximidad de vivencias del autor literario con los jóvenes pandilleros se adivina en la

íntima ligazón de lenguajes y conciencias que muestra el texto. Proximidad que ha podido

derivar del contacto en unos mismos espacios de una sociedad que es a la vez radicalmente

heterogénea y fuertemente amalgamada (desigual y compenetrada), pero que en todo caso

supone una sensibilización de la escritura literaria ante estas experiencias.

La muerte como vértigo y como destino de la aventura en las pandillas es el motivo

central de la novela. Sus primeros capítulos ofrecen instantáneas de intenso dramatismo en

que distintos pandilleros mueren. El fluir de la conciencia de los últimos momentos de vida

de los personajes ofrece percepciones inmediatas, recuerdos, pensamientos como

desesperados intentos de conferir sentido a su muerte. El Payaso cae en plena calle, se

lamenta de no haber sido lo suficientemente precavido, ha recibido un disparo en el pecho,

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otro le ha arrancado una mano, unos niños juegan con una pelota roja, hay taxis, muros

manchados, piensa en su abuela, sabe que muere.

Siente, siente la muerte… La muerte, la llaga rota, la verdad, la presencia oscura de

ese misterio que te sigue y te atrapa más temprano que tarde. Nadie te ha visto caer,

nadie te lleva en hombros para celebrar una boda en medio de las mariposas, nadie

canta a esa hora terrible en que callas con voz ahogada en medio de los dedos…

(p.20)

Como se sabe, la vida en las pandillas constituye una especie de juego de muerte. Los

jóvenes se reúnen en grupos para desafiar a otros jóvenes, a los vecinos, a la policía, a la

sociedad. Para la ley se trata de organizaciones para delinquir, para los jóvenes se trata de

fundar su poder. Jóvenes pobres, víctimas de violencia familiar, de abandono, sin

oportunidades, encuentran en la mara un cuerpo colectivo en el que redimirse. En la mara

los jóvenes son poderosos y se conceden los máximos placeres: de la rebeldía, de la

crueldad, de las drogas, del sexo, del alcohol, etc. Pero sin otra posesión más que la de su

propia vida, es ésta la que arriesgan en el delito y la agresión para fundar su poder. Es un

riesgo de tal intensidad que el mismo constituye uno de los alicientes principales para

entrar en la pandilla. De ahí que la muerte constituya a la mara y sea su destino, como

expresa el personaje Veneno en el momento en que es asesinado por sus compañeros de

celda:

Viniste de LOS [Ángeles] para esto porque la mara te mandó. Yo soy la mara. Yo soy

quien te manda a que me matés. Pero la mara no mata a los muertos. Morir en la

mara es vivir, la muerte no toca a los que mueren en manos de la mara… (p.41)

Jean Baudrillard reflexionando sobre el terrorismo ha destacado que la lucha contra

el sistema global se ha desplazado al plano simbólico. En un momento en que pareciera no

haber otra alternativa que someterse al orden, el acto terrorista instala la muerte (incluida

la autosacrificial del propio terrorista) como revuelta simbólica. Por un lado es un acto que

refleja la violencia invisibilizada del propio sistema, por otro, es un intento desesperado por

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restituir la singularidad (oprimida, invisibilizada) que representan los terroristas2. La

muerte del terrorista es un acto mínimo, sostiene Baudrillard y, sin embargo, compromete

el sistema entero:

…la [muerte] del terrorista es un punto infinitesimal que, sin embargo, provoca una

aspiración, un vacío, una convección gigantesca. Alrededor de ese punto ínfimo, todo

el sistema –el de lo real y el del poder- se densifica, se tetaniza, se repliega en sí

mismo y se abisma en su propia sobreeficacia… (p.39)

De modo comparable, la muerte del pandillero, su aventura autosacrificial, puede

considerarse una manera de llevar al plano simbólico su revuelta contra la sociedad: la

violencia que practica es el reverso de la que es víctima y su condición oprimida es el

motivo de su exacerbación en el cuerpo colectivo de la mara. Como la del terrorista, la

muerte del pandillero puede ser la de un sujeto marginal, y sin embargo, es la evidencia

incontrovertible del fracaso de la sociedad.

La primera parte de la novela está compuesta como un collage de fragmentos de vida

de los personajes dispuestos en orden regresivo, de manera que de las muertes se va

volviendo (sin un concierto claro tampoco) a momentos más lejanos del pasado. Como en

“El viaje a la semilla” de Alejo Carpentier, esta trama surte el efecto de una vuelta a los

orígenes que explican la trayectoria de los personajes. Así podrá conocerse como se

convirtió en un juego de muerte lo que comenzaran siendo desplantes y pavoneos de los

jóvenes: modos de vestir, de hablar, gestualidades, vagabundeo, consumo de sustancias, etc.

que cobran el carácter de batallas y luego de guerras cuando los grupos rivales reivindican

territorios y se implican en asaltos y narcomenudeo. De los enfrentamientos con palos y

cadenas se pasa al uso de armas de fuego improvisadas (“chimbas”) y más tarde de

2 El “terror” que provocan los pandilleros en la sociedad ha llevado a que la legislación penal los identifique como “terroristas” en un juego de palabras ominoso. En sentido estricto, el terrorista es agente de un proyecto político-ideológico contra el Estado o el sistema, que no existe para los pandilleros, cuyos móviles de poder y placer son los mismos del capitalismo de consumo que comparte su sociedad. El calificativo de terroristas, lo que consigue es descargar una violencia estatal desproporcionada contra los pandilleros. Ver Leyva (2017).

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fabricación militar (AK-47), y de los ajusticiamientos y venganzas de individuos aislados a

las masacres.

El caso de El Payaso, permitirá remontar incluso más atrás su historia: podrá

conocerse el momento en que siendo aún un escolar se descubre fascinado por los

miembros de las pandillas que ve lucirse por el barrio, y más atrás aún su origen campesino

en una familia que vivía en la desgracia: abandonados por su padre, su madre muriendo de

neumonía, su abuela sacrificada tratando de darle una vida mejor, etc.

En este proceso de volverse pandillero (llamado en su argot “el brinco” de la mara),

es crucial reconocer la cautivación de los jóvenes por el campo simbólico que despliega la

pandilla. Su poder se trasunta en la parafernalia de los signos de su apariencia y de su modo

de vida. Los tatuajes (o “tatú”) pueden ser el signo más fuerte de identificación de los

individuos con la mara: como en los pactos sellados con sangre el individuo en el tatuaje se

une hasta la muerte con la pandilla. Signo de pertenencia y de posesión de la violencia que

representan estos grupos. Un efecto comparable surten los grafitis (llamados “placazos”)

que en las paredes de los barrios marcan los territorios bajo el control de uno u otro grupo

como comunicación de su égida de poder y del imperio de su ley. Más importante todavía, el

mito del pandillero se hace rito en la representación cotidiana del personaje que interpreta.

Individuo deshumanizado, de lealtad ciega a su grupo que vive sólo para su placer. Una

especie de guerrero desalmado, y al mismo tiempo disoluto, que a hierro mata y a hierro

muere. Su jerga críptica, sus señas abstrusas, sus ropas desaliñadas, su caminado de

provocación, su música vulgar, despliegan la performatividad incesante de una identidad

que los desposee de su subjetividad.

Un pasaje de la novela es particularmente ilustrativo de la ritualidad performativa de

violencia en que la pandilla atrapa a los jóvenes. Un personaje relata el asalto que junto con

otros compañeros consumaron en una joyería de una señora de la tercera edad. Lo primero

que se preocupa por dejar claro el pandillero es que el asalto fue realizado con absoluta

suficiencia y estilo: “Íbamos tres bróderes, todos tranquilos y tumbados los tres bróderes”.

(“Tumbados” significa según el glosario del final de la novela “bien vestidos como cholos,

como pandilleros”). A continuación el personaje se regodea en referir el momento en que

exhiben sus pistolas (“mazos”) y el temor que infunden en la propietaria: “Cuando sacamos

los mazos sólo era cagazón, pero juraba que no tenía nada”. El pandillero usará el

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despectivo “ruca” para referirse a la señora con lo que instala la escena en el completo

irrespeto de las convenciones sociales. Más aún escenificará la atroz crueldad de que son

capaces amenazando con dar muerte de la forma más brutal a un niño que encontraron en

la tienda: “Entonces le metí la pistola en la boca al güirro y la ruca cagada, llorando”. No

falta en el relato del pandillero la perspicacia con que advierte la inhumanidad también de

la señora que miente sobre no tener dinero, aún a riesgo de que mataran al niño. No

obstante, sin tener que cumplir sus amenazas, los demás compañeros se hacen con el botín:

“Hicimos el cateo: diez libras de oro, seis mil bolas en billetes de quinientos, cuatro pistolas

y otras pendejadas que nos metimos en las bolsas”. El asalto es un éxito y su salida de la

tienda es igual de ostentosa que su entrada: “Afuera nos esperaba un carro… era un carro

blanco, turismito el carrrito, bien bélico con una bazuca de ocho pulgadas, niquelada la

bazuca y unos pijas de parlantes que zumbaban”. Sin embargo, un inconveniente les

esperaba en su huida, cuando un vehículo se atraviesa en su camino. Los pandilleros no

llegaran a saber si estaban siendo interceptados porque descargan sus armas contra los

ocupantes antes de haberlos identificado: “Yo no sé si esos bróderes que iban en el carro

murieron, yo sólo les descargué la pistola y nos fuimos”. Lo que sigue son las expresiones de

júbilo del pandillero: “Íbamos alegres porque íbamos minados con las cuatro pistolas y las

diez libras de oro… La mitad para la pandilla y la mitad para nosotros. A cada uno nos

dieron diez mil bolas y un arma y anduvimos tirando barrio un buen rato en Cabañas…” p.

36-37).

Como puede apreciarse hay placer en el asalto y placer en la manera de realizarlo, en

ajustarse su brutalidad y su regocijo al papel que se espera de ellos. En la interpretación de

Žižec siguiendo a Lacan, lo simbólico sobredetermina al individuo, hay un “significante

amo” que se impone de forma violenta moviendo a los individuos a reconocerse y actuar de

determinada manera p.80). El campo simbólico que erige el pandillerismo, impone señas de

identidad, patrones de conducta y formas de goce que encarnan en sus miembros. Este

campo simbólico puede rescatar a los jóvenes de su borramiento social (logran una

visibilidad aterradora en su medio) pero al costo de atraparlos en una aventura de muerte.

El título de la novela alude a esa voz fantasmática del cuerpo colectivo: “¡Esto es la mara,

jomitos!”, es una expresión indeterminada en su sentido literal, y sin embargo, cargada en

sus asociaciones de un universo de terror. El papel de deshumanizado sujeto de poder que

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los jóvenes asumen, ocurriendo en los espacios arbitrarios de la inmoralidad, la ilegalidad y

el crimen, y suponiendo la afrenta y la diputa constantes, los arroja en un lance con menos

posibilidades de volver atrás o de escapar que de perder la vida.

La novela explora especialmente la experiencia de cautividad en el modo de vida de

la pandilla. El Payaso, dado un momento quiere dejar la pandilla y no puede. No tiene dónde

ir, sabe que está condenado a muerte por sus compañeros y cuando recurre a una oficina de

derechos humanos en lugar de ayuda encuentra recriminaciones. El Rana opta por dejar el

país pero -como se sabe- los caminos de los migrantes están sembrados de trampas. El Rana

es hecho cautivo en una choza en las montañas por un hombre del campo que (como los

escuadrones de exterminio de las ciudades) se ha dado a la tarea de acabar con este tipo de

jóvenes indeseables que amenazan con pervertir los valores tradicionales. La celda de El

Rana tiene un solo escape y es el de la muerte, un agujero que da a un precipicio en el que el

cautivo terminará arrojándose por desesperación.

Muy significativamente, el esfuerzo por sustraerse de la pandilla es el de la

recuperación de la propia subjetividad. El individuo se (re)subjetiviza cuando se desvanece

la armadura simbólica y se reconoce carne vulnerable, cuando viéndose desde un punto

externo se reconoce como víctima, como lo hace El Payaso en un pasaje en que le confía sus

temores a un amigo (al que llama “perrito”):

Pensemos en mí, jomi. Yo quiero seguir en este mundo. No quiero que me despachen.

Yo ya no quiero seguir en la mara porque mi vieja está siendo amenazada y no

quiero verla sufrir más… Mi situación es lamentable, perrito, es lamentable. Siento

los vergazos, perrito, siento que ya me matan… Yo siento la muerte, perrito. Viera…

(p.58)

La situación de los pandilleros viene a ser así la más angustiante: la de unos

individuos atrapados en el propio campo simbólico que contribuyen a crear. Enrolados en

la mara para afirmarse en su cuerpo colectivo, pierden su subjetividad para representar

compulsivamente la de un sujeto deshumanizado; el disfrute de la agresión y el daño que

pudo ser uno de los principales alicientes de su enrolamiento, se vuelve contra ellos en el

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momento más inesperado; de victimarios pasan a víctimas, y de sujetos del poder a sujetos

oprimidos y perseguidos.

Como señala Žižec existe una violencia estructural que está presionando a estos

jóvenes a entrar en las pandillas (unas condiciones económicas y sociales que no pueden

obviarse), pero el que sea simbólica la trama de su experiencia hace pensar en su

aleatoriedad e intercambiabilidad. El carácter opresivo del campo simbólico de la mara,

invita a considerar que es una operación igualmente simbólica (la de interrumpir su

sentido, el crédito a él concedido, la de rechazar su imperio performativo) lo que hace falta

para librarse del mismo. Indirectamente la novela pareciera estar sugiriendo que un cambio

de código o la invención de uno alternativo, podría librar la vida de estos jóvenes de la

trampa de violencia de las pandillas.

En un significativo pasaje de la novela, se puede apreciar como un pandillero cambia

drásticamente de actitud en el trato de su hijo. Mientras bañan con otros pandilleros en una

poza, el pequeño Junior cubre con sus manos los ojos de su padre, El Pollo. La primera

reacción del pandillero es de hostilidad: “¡Jodás hijueputa –le dijo- ya te cagaste en mis

ojos”. Al parecer el niño tenía arena en las manos. “Sentate ahí, cabrón… [le grita el

pandillero] no te monto verga porque sos mi hijo, no porque ya te hubiera reventado”

[agrega]. No obstante, algo hace recapacitar a El Pollo, se desenoja y se dirige con ternura al

niño: “Le echó un brazo alrededor del hombro y le dijo: ¿Querés nadar un poco…? Yo te voy

a llevar en el lomo” (p.135). El pasaje está ilustrando el aprendizaje de la paternidad de los

pandilleros, pero igualmente la oportunidad y la posibilidad de su humanización en el

cambio de registros simbólicos.

Abandonar el país, la migración es una de las alternativas que se le presentan a los

pandilleros tránsfugas. El viacrucis de El Rana en su andadura a EE.UU. es ejemplo de esto.

El “sueño americano” resulta igualmente engañoso pero demuestra ser uno de los modos de

subjetivación simbólica en competencia con el del pandillerismo para los jóvenes y uno de

los más extendidos en los demás estratos de la sociedad. El nomadismo, el desarraigo, la

ruptura con los modos de opresión de la sociedad nacional pueden encontrarse en esta

construcción simbólica alternativa de la migración, si bien otros riesgos y otras trampas

pueden encontrarse en ella.

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Rutina de muertos

El carácter de una escritura exploratoria de la novela anterior, lo comparte Los días y los

muertos cuya trama se urde a partir de las indagaciones que realizan los personajes. López

es sacado de su rutina de cronista policial en un periódico ordinario de la ciudad por un

crimen aparentemente anodino respecto de las innumerables muertes violentas que le toca

cubrir pero que encierra un nudo pasional que lo cautiva. Un joven ha asesinado a

puñaladas a su mejor amigo por celos. El asesinato ocurre a plena luz del día en un centro

comercial cuando Walter y Mercedes se dirigían al cine. Rodríguez Estrada se abalanza con

un cuchillo sobre Walter y le quita la vida, para después intentar huir sin éxito. Pierde la

conciencia al salir del centro comercial y es fácilmente apresado. Para el periodista

acostumbrado a cubrir muertes entre las escorias de la sociedad (pandilleros,

narcotraficantes), aquel asesinato entre jóvenes de clase media, que antes mantuvieran

relaciones cordiales, encierra el enigma de la violencia en su estado puro: en ausencia de

móviles económicos o materiales, es un acto de violencia netamente subjetivo. López que

más de alguna vez había coincidido con los jóvenes en un mismo café que frecuentaban y

que había podido constatar la amistad que se profesaban, seguirá el caso con un tesón que

rara vez otros se lo merecían.

En sus cavilaciones mientras sigue el caso, López barajará distintas hipótesis para

explicarse el asesinato y lo mismo hará el propio Rodríguez Estrada en textos

autobiográficos que se intercalan en la novela. Los celos al parecer no son suficientes para

explicar el crimen pues, aunque Mercedes su exnovia y su mejor amigo lo hubieran

traicionado, otras causas debieron exacerbar a Rodríguez Estrada para llevarlo al hecho de

sangre. Para López, el saturado clima de violencia que él reporta con numerosos muertos

cada día (y de ahí el título de la novela) podría estar permeando a los individuos hasta

hacerlos indistinguibles de ese mismo clima violento. Las imágenes horrorosas de muertos,

de masacres, de decapitados, de empalados, etc. pueblan en efecto la novela como una

incesante concreción de lo real traumático que la conciencia tiende a reprimir como gesto

de supervivencia. Para López que no percibe conexiones con la violencia sistémica, los

individuos y la sociedad entera pueden estar simplemente enfermos de la mente.

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Tal vez, pensó López, es lo menos que puede esperarse de sociedades como esta,

demasiado acostumbradas a la violencia; tal vez todos en este país de mierda somos

asesinos potenciales, llegó a pensar (p.43)

En sus propios escritos Rodríguez Estrada no niega el papel que los celos pudieron

jugar en su conducta, pero llega a reconocer inclinaciones y facetas de su carácter que

complejizan el cuadro. Cuando recapitula su vida amorosa con Mercedes, se da cuenta que

había llegado a bordear la rutina y cuando recuerda otro episodio de enamoramiento con

una esquiva prostituta cae en la cuenta de la frustración y el vacío de su vida. Si bien

Rodríguez Estrada muestra signos de una neurosis profunda y de un machismo visceral que

exige sumisión, la clave de su conducta parece hallarse en un impetuoso deseo de vivir.

Como queda claro en el epígrafe de su principal texto autobiográfico, tomado del mexicano

Aguilar Camín, en el acto de violencia el sujeto se (re)afirma, rescata la vida suya para sí,

sobreponiéndola a todo lo demás.

Algo vital en nosotros rechaza la paz, quiere la anormalidad, la transgresión, el

riesgo. Quien mata ese espacio salvaje en su vida se mata un poco (p.54)

Esta intuición sobre el acto violento como expresión de una autoafirmación,

recuerda la reivindicación de lo salvaje frente a la civilización como fuente de la vida

primordial. Si la civilización neutraliza los impulsos vitales, y si lo que ha llegado a ser la

civilización es un modo de opresión ¿no es la transgresión (y la violencia) un derecho? Si lo

propio de lo humano es su construcción constante, no es la reivindicación de lo inhumano

violento una posibilidad de recuperar su humanidad? Estas preguntas se las hace Jean-

Francis Lyotard para destacar el carácter político de la reivindicación de lo inhumano en el

hombre como posibilidad de lucha contra lo inhumano del sistema civilizatorio.

¿Qué otra cosa queda como ‘política’ más que la resistencia a esta inhumanidad? ¿Y

qué otra cosa queda, para resistir, más que la deuda que toda alma contrajo con la

indeterminación miserable y admirable de la que nació y no deja de nacer, es decir,

con el otro inhumano? (p.14)

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El talante neurótico e impulsivo de Rodríguez Estrada, hace de él un personaje

dispuesto a recurrir a cualquier medio para rescatarse de su borramiento como individuo.

Dar muerte al amigo, cuando la relación con la exnovia ya había terminado, representa

nítidamente el pasaje al acto del psicoanálisis lacaniano como concreción irracional de un

conflicto inconsciente cargado de frustración (ver Žižec 2009: p.96). La irracionalidad de

éste y otros actos que se relatan en la novela (como dar una paliza a un hombre cualquiera

en la calle), sin embargo, conducirá a Rodríguez Estrada a otra forma de aniquilación

(aparecerá ahorcado en su habitación, probablemente habiéndose suicidado o muerto por

venganza). Y esto como si su subjetividad fuera una trampa, como si su convulsividad no

pudiera ser sino autodestructiva. Una clausura, sin embargo, que en su propia opresividad

está apuntando a la búsqueda de otras formas de salida. Si el impulso por la autoafirmación

y la libertad es prometedor y encuentra sustento en las energías de la subjetividad, el

problema puede hallarse en la solución buscada, que en el caso del personaje es la de

responder a la violencia con la misma violencia.

Los personajes del periodista López y del asesino pasional Rodríguez Estrada

presentan un parentesco de órdenes de vida y de afectividad que prefiguran un horizonte

más luminoso. Ambos personajes viven vidas opacas y asfixiantes pero acarician sueños de

arte y amor. López sueña con dejar la crónica de crímenes en el periódico y convertirse en

un escritor, escribir un libro verdaderamente importante. Su vida solitaria, sólo entretenida

por la compañía de su perro Káiser y los encuentros con una prostituta, se encuentra

atravesada por el intenso deseo de recuperar el amor de Susana con quien había convivido

hasta hacía poco y que se había ido. Rodríguez Estrada, por su parte, ha comenzado su vida

como escritor con una novela, basada en su propia experiencia (“Autobiografía de un

criminal”) pero carece de un empleo estable y depende económicamente de sus amigos y de

su familia. Como López, Rodríguez Estrada probablemente deseara establecerse como

escritor y como él encontrar un amor verdadero. El amor que no pudo ser con Mercedes,

quien acabó yéndose con su mejor amigo, y el otro amor que tampoco pudo ser con la

misteriosa prostituta de quien quedara prendado, dejan ver que su necesidad más simple y

profunda es también afectiva. El reflejo mutuo de estos personajes sobre el fondo de un

anhelado amor de pareja (incluido el desamor que viven con prostitutas), podría estar

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ofreciendo la clave para resolver sus vidas. Algo tan sencillo y tan difícil que por lo mismo

no alcanzan a reconocer, y que inevitablemente hace pensar en la famosa canción de los

Beatles “All you need is love, love, love”.

De ambos personajes, Rodríguez Estrada es el que mejor expresa la condición de

saturación de la subjetividad por el odio reinante del medio. Un odio que está pudiendo

cancelar su humanidad pero en cuyo reverso se encuentra el anhelo del amor como

redención. En un pasaje de la novela, Rodríguez Estrada deambula por la ciudad

despotricando contra todo (pasaje que recuerda la diatriba de El asco de Horacio

Castellanos Moya) pero cuando topa con las prostitutas de un parque, es su propia

monstruosidad la que se le hace evidente.

Las mujeres, debo confesarlo, habían llegado a convertirse para mí únicamente en

cuerpos propensos a la fornicación. Es una pena, me decía, mientras observaba las

prostitutas ejecutando la primera fase de su labor en el parque a cualquier hora, que

en un país en donde el sesenta por ciento son mujeres, yo no pueda encontrar una

que sea algo más que un cuerpo con un enorme agujero fornicable… (p.165)

Es su machismo, como violencia contra las mujeres que las convierte en objetos de

uso sexual, lo que le impide el amor. No que no las haya sino que algo le impide

encontrarlas. Indirectamente el personaje está reconociendo que esa mujer, ese amor,

podría ser su salvación si tan sólo fuera capaz de rehabilitar su vida emocional.

Es sintómatico en la novela que el atroz recuento de crímenes y de ofuscantes

obsesiones, se fracture repetidas veces por pasajes líricos. Son pasajes de ensoñación o de

rememoración amorosos a los que ceden los personajes como expresión de sus deseos más

profundos. López se imagina a Susana en un aura angelical:

…Susana, viaja por la imaginación de López y anacrónicamente se presenta esta vez

bajo los árboles del patio trasero de la casa de su mamá en el pueblo, donde jamás

estaría… pensarla a ella ahí, con un idílico vestido de florcitas azules y su pelo

suelto… Susana resistiéndose a materializarse por completo entre sus brazos en el

momento justo en que decide imaginarla, amarla siempre… (p.45)

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Por su parte Rodríguez Estrada rememora idealizando, los momentos más poéticos

que pudo vivir con Mercedes:

¿Te acordás? ¿Te acordás de aquella última verdadera tarde en mi apartamento,

cuando llovía y, en una pausa al amor, nos deteníamos a escuchar el agua cayendo

del cielo, de los techos y la humedad del mundo llegaba a nuestras narices y nos

sentíamos en comunión con todas las cosas y reíamos y nos seguíamos amando y

éramos felices? (p.85)

Estas inflexiones líricas pueden tomarse como intermitencias de una plenitud

afectiva que la vida les niega a los personajes pero que operan como el horizonte deseado.

Una especie de anhelo sentimental que pareciera no tener cabida en el medio hostil y que,

sin embargo, consigue sugerir una alternativa de rehumanización.

El final de la novela es optimista con la renuncia de López al periódico y el inicio de

otra etapa en su vida. Es la ruptura de su unión con los muertos de todos los días y la

oportunidad de explorar sus capacidades como escritor, lo que supone acabar con el

ligamen enfermizo que pudo mantener con la violencia e intentar como individuo

sobreponerse a su medio. Una posibilidad es que recupere la relación con Susana, pero en

todo caso se encontrará en el camino de recuperar su autonomía. Como si el sujeto pudiera

encontrar dentro de sí mismo las fuerzas y el camino para la superación de la violencia.

Conclusiones

En su libro Sobre la violencia, Žižec se muestra escéptico respecto de lo que podría hacerse

para contener este fenómeno. Quizás lo mejor fuera –dice- no hacer nada, y esperar a ver

qué pasa (ver p.16). No obstante, en otros pasajes de su obra, al reflexionar sobre la ética

del psicoanálisis lacaniano, sostiene que la obligación del individuo es la de atravesar sus

fantasmas, de tomar consciencia y apartarse de ellos: “[es] la distancia que estamos

obligados a asumir respecto de nuestros sueños más ‘auténticos’, respecto de los mitos que

garantizan la coherencia de nuestros universos simbólicos” (Žižec 2005: p.132).

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En este trabajo se ha recurrido a la metáfora weberiana de la “jaula de hierro” para

referirse a la exasperante experiencia de cautividad por la violencia que comunican las

novelas estudiadas. Parafraseando a Weber hemos querido hacer ver que si una

racionalidad instrumental ha podido atrapar a las sociedades bajo el capitalismo, los

pandilleros han podido quedar atrapados en los simbolismos de poder y de goce emanados

de esas mismas sociedades, como si una misma violencia de cambiantes facetas fuera la

condición de cautividad general. La sensibilización de las novelas ante la tiranía

autodestructiva que ejercen estas construcciones simbólicas y determinadas inclinaciones

psicológicas y afectivas de los personajes, sugieren la posibilidad de que un giro subjetivo

pudiera ofrecer una vía de escape.

En ¡Esto es la mara jomitos! queda planteada la salida de la violencia en la posibilidad

de eludir el campo simbólico del pandillerismo que condena a una performatividad

compulsiva de muerte a los jóvenes; mientras en Los días y los muertos es la recuperación

de la vida afectiva la alternativa que se les presenta a los personajes ante su asimilación al

medio de violencia como oportunidad de rehumanización. El cuidado de sí, la piedad, la

empatía y el amor que podrían tomarse por debilidades sentimentales de estas novelas,

podrían también tener un carácter político emancipatorio en el contexto de violencia social

del que proceden.

Cierta coalescencia puede advertirse entre la vida interior de los personajes

representados en las novelas y la violencia que padecen. En ¡Esto es la mara jomitos! la

figura de sujeto de poder y placer de los pandilleros podría tomarse como una encarnación

de deseos y temores profundos de la sociedad. El imperativo de gozar en la aventura

pandillera podría resultar del trastorno de pulsiones inconscientes que alcanzando a la

sociedad periférica pudieran estar proviniendo de la matriz del capitalismo tardío global.

En Los días y los muertos el pasaje al acto, la consumación del hecho irracional de violencia

por parte del personaje, podría también asociarse a una particular crisis del sujeto en la

sociedad. El temor a la castración, que el feminismo ha destacado como una de las vivencias

patentes en las sociedades tradicionalistas, podría hallarse tras la exacerbación del

machismo, la neurosis y la frustración del personaje y expresar un modo traumático de

vivir las contradicciones del individualismo contemporáneo en las sociedades periféricas.

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La migración aunque evidencia la posibilidad de un modo de subjetivación simbólica

alternativa para los pandilleros y aunque muestra rasgos afirmativos en el nomadismo

como huida de las condiciones de opresión, también oculta el atractivo que ejerce el núcleo

del capitalismo. El “sueño americano” se erige en la difusa frontera entre la satisfacción de

las necesidades materiales (la salida de la pobreza) y la gratificación suplementaria de las

mercancías (el placer y el poder del consumo).

Para Rosi Braidotti la salida de la crisis de las sociedades modernas pasa por una

desidentificación con los modos de subjetivización hegemónicos. Si el humanismo parece

desembocar por múltiples vías en el nihilismo, en buena medida debido a su asociación con

el individualismo liberal y el capitalismo, Braidotti plantea la posibilidad de sentir y pensar

de modos distintos. En lugar de la “economía espectral de la negatividad”, la del individuo

herido, atormentado por la mortalidad y buscando rescatarse en la crueldad y el poder,

sería posible la “positividad”, una conciencia relacional (con los otros hombres, con las

mujeres, con la naturaleza, etc.) y actuarse desde el entusiasmo y el vitalismo. Siguiendo a

Spinoza, el reto de una ética afirmativa se encontraría, según Braidotti, en transformar las

pasiones negativas en positivas: no negar el horror ni el sufrimiento de la realidad, sino

reelaborarlos con el fin de confirmar los poderes vitales (p.133).

Bibliografía

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Paidós.