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9 El Maestro de vida ientras tararea hermosas melodías, la madre recorre la casa de un lado para otro. No sé cómo lo hace, pero al mismo tiempo que canta también prepara el desayuno, baña a los niños y, de paso, le echa una regañadita al esposo. El más pequeño llora; otro discute con su hermana; el papá no encuentra su sandalia... Sin embargo, a pesar del ajetreo, todos lucen muy emocionados, se atavían con su mejor ropa y salen de la casa. El lugar de reunión Ies queda relativamente cerca. El cielo, que parece ha- berse colocado su más bella vestidura azul, luce despejado y refrescante. La brisa suave toca con ternura el rostro de todos. El estrés de una ajetreada semana laboral da paso al insondable deseo de escuchar un mensaje alenta- dor, que nutra su gastada consciencia y que alimente sus más indescifrables anhelos. Mientras caminan, van saludando e invitando a los vecinos. Final- mente, han llegado temprano al auditorio; los asientos delanteros están va- dos, pero ellos no reúnen las condiciones que se requieren para ocuparlos. Solo los que integran la élite espiritual se pueden sentar allí. Tras un momento de expectación y reverencia el orador hace su entrada triunfal. Aunque sube a la plataforma con la elegancia de un caballo de paso fino, su rostro revela la insensibilidad de su gélido corazón. Su mirada es im- placable e inquisidora. Pero los oyentes parecen soslayar todo esto; su aten- ción está centrada en el mensaje y no en el mensajero. Se han reunido con la esperanza de recibir una bocana de aire fresco que refrigere su vida espiri- tual. El predicador se sienta en su cátedra (allí no predican de pie) y da inicio a su esperada presentación: M

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  • 9 El Maestro de vida

    ientras tararea hermosas melodas, la madre recorre la casa de un lado para otro. No s cmo lo hace, pero al mismo tiempo que canta tambin prepara el desayuno, baa a los nios y, de paso,

    le echa una regaadita al esposo. El ms pequeo llora; otro discute con su hermana; el pap no encuentra su sandalia... Sin embargo, a pesar del ajetreo, todos lucen muy emocionados, se atavan con su mejor ropa y salen de la casa.

    El lugar de reunin Ies queda relativamente cerca. El cielo, que parece ha-berse colocado su ms bella vestidura azul, luce despejado y refrescante. La brisa suave toca con ternura el rostro de todos. El estrs de una ajetreada semana laboral da paso al insondable deseo de escuchar un mensaje alenta-dor, que nutra su gastada consciencia y que alimente sus ms indescifrables anhelos. Mientras caminan, van saludando e invitando a los vecinos. Final-mente, han llegado temprano al auditorio; los asientos delanteros estn va-dos, pero ellos no renen las condiciones que se requieren para ocuparlos. Solo los que integran la lite espiritual se pueden sentar all.

    Tras un momento de expectacin y reverencia el orador hace su entrada triunfal. Aunque sube a la plataforma con la elegancia de un caballo de paso fino, su rostro revela la insensibilidad de su glido corazn. Su mirada es im-placable e inquisidora. Pero los oyentes parecen soslayar todo esto; su aten-cin est centrada en el mensaje y no en el mensajero. Se han reunido con la esperanza de recibir una bocana de aire fresco que refrigere su vida espiri-tual. El predicador se sienta en su ctedra (all no predican de pie) y da inicio a su esperada presentacin:

    M

  • 104 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA

    Estos son los nudos por los que se hace uno culpable (si los hace en sbado): el nudo de los camelleros y el nudo de los marineros. Del mismo modo que uno se hace culpable realizando el nudo, se hace tambin cul-pable desatndolo. Rab Mer deca: por cualquier nudo que pueda ser deshecho con una sola mano no se es culpable.

    Existen nudos por los que no se adquiere culpabilidad como en el ca-so de los nudos de los camelleros y marineros. Una mujer puede atar la abertura de su camisa, los cordones de la redecilla o de la cintura, las co-rreas de los zapatos o de las sandalias, los pellejos de vino o aceite, o una olla con carne. Rab Eliezer ben Jacob deca: se puede atar una cuerda an-te el ganado para que este no salga.

    Un cubo puede ser atado a un ngulo, pero no a una cuerda. Rab Yehuda lo permite. Rab Yehud daba una regla general: por un nudo que no es firme no se hace uno culpable.

    Si usted hubiera estado presente, qu opinin habra tenido de ese ser-mn? En qu le hubiera beneficiado escuchar tal mensaje? En qu porcin de la Palabra de Dios se bas el predicador? Sospecho que la familia de nues-tro relato debi de quedar muy desencantada luego de haber odo esa incalifi-cable perorata. Si yo hubiera estado all, seguramente hubiese credo que perd mi tiempo, y que mi esfuerzo para llegar a la sinagoga no sirvi de nada.

    Amigo lector, no vaya usted a creer que le estoy mencionando un caso hipottico. Lo que acaba de leer es una parte del tratado Shabbat, una colec-cin de las enseanzas sobre el da de reposo que circulaban en los siglos I a. C. y I d. C. que fueron aglutinadas en La Misn.

    El Maestro de vida Afortunadamente, no todo est perdido para esa familia que vivi a prin-

    cipios de nuestra era. Sus miembros han odo que un nuevo Maestro ha llega-do a la ciudad. Dicen que su mensaje es radicalmente distinto al que suelen escuchar cuando asisten a la sinagoga, puesto que no se parece en nada a las maraas casusticas de los rabinos. Ese Maestro itinerante no se fundamenta en las disquisiciones doctas de los escribas. Sus sermones no estn empacha-dos de declaraciones imprecisas y triviales, ms bien estn llenos de vida. Al hablar da la impresin de que un poder especial fluye de sus labios.

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  • 9. El Maestro de vida 105

    Cuando este nuevo maestro habla, la gente queda maravillada de las pa-labras de gracia que [salen] de su boca (Lucas 4:22). S, palabras de gra-cia. Sus oyentes se admiraban de su doctrina, porque su palabra tena auto-ridad (Lucas 4:31). Sus enseanzas no se explayaban en nimiedades ni en asuntos de poca monta, l les hablaba del reino de Dios (Lucas 9:11). Por fin ha llegado un Maestro bueno; ese maestro es Jess.

    La gracia de su instruccin radica en que ensea a vivir de la manera en que Dios quiere que lo hagamos. Su mensaje es subversivo. Aunque como buen judo, sus preceptos estn enraizados en el Antiguo Testamento, no tienen nada que ver con la religiosidad que propugnan los maestros espiri-tuales de la poca. Sus palabras distan mucho de las tradiciones antiqusimas que corroyeron el mensaje de amor que Dios haba enviado a travs de los patriarcas y profetas.

    Mientras que las instrucciones de los rabinos, escribas y fariseos no eran ms que cargas pesadas, imposibles de cumplir; las demandas de este nuevo maestro son fciles y ligeras. Lo que Jess ensea no es teora seca, despro-vista de vida y de sentido comn; sus palabras ponen de manifiesto la ntima comunin que sostiene con su Padre. Al estar con el Dios de la vida, de sus labios salen palabras de vida. Por ello multitudes viajan de toda Judea, de Jerusaln y de la costa de Tiro y Sidn nicamente para orlo (Lucas 6:17).

    Hacer vale ms que saber

    Sin denigrar a los ciegos, no olvidemos que ellos recibieron los beneficios de su ministerio sanador, Cristo compara a los maestros de su poca con ciegos que guan a otros ciegos. Qu sucede cuando un ciego gua a otro ciego? Caern ambos en el hoyo (Lucas 6:39). En otras palabras, para dirigir a los dems hay que conocer el camino correcto, y ese es el camino que Jess ensea. Todava ms, l mismo es el camino (Juan 14:6).

    Hasta sus enemigos reconocan la pureza de sus instrucciones y le decan: Maestro, sabemos que dices y enseas rectamente, y que no haces acepcin de persona, sino que enseas el camino de Dios con verdad (Lucas 20:21). Sus preceptos van ms all de simplemente presentar un conocimiento teri-co de la revelacin divina. Su mtodo de instruccin se centra ms en hacer que en saber. No hay que memorizar grandes porciones de pasajes; en cam-

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  • 106 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA bio, s hay que hacer pequeas cosas. Su mensaje es pragmtico, sencillo, til; sus frases no precisan interpretacin; ms bien lo que exigen es que sean practicadas: ama a tus enemigos; al que te pida, dale; haz el bien a todos; no juzgues; ama a Dios; ama a tu prjimo; comparte lo que tienes con los pobres (ver Lucas 6:27-41; 10; 27; 18:22). Por supuesto, para seres como nosotros, proclives al mal, es mucho ms fcil seguir los inventos de los hombres antes que acatar lo que pide Jess. Sin embargo, hacer estas cosas es la mejor ma-nera de vivir en esta tierra y de prepararnos para disfrutar del reino venidero

    Cada uno de estos mandatos de Jess merece ser estudiado de forma ex-haustiva. Lamentablemente, aqu no podemos hacerlo. Ahora bien, ser posible encontrar un ejemplo concreto en el que podamos toparnos con alguien que haya hecho lo que el Maestro ha pedido en Lucas 6? Me parece que en la parbola del Buen Samaritano disponemos de un excelente com-pendio de las enseanzas del Maestro de Galilea. Abordemos brevemente ese hermoso relato, que durante dos mil aos ha captado la atencin de ni-os, jvenes y adultos, se ha ganado la admiracin de los grandes poetas y ha despertado la imaginacin de dotados artistas.

    El Maestro de los maestros Es innegable que como maestro de la gracia divina Jess no tiene paran-

    gn. l era capaz de impartir las ms sublimes instrucciones valindose de las ms sencillas historias. Como ya dijimos, una de las ms conocidas es la parbola del Buen Samaritano, registrada en Lucas 10; 25-37. La historia que Jess narra es magistral, no anda con elucubraciones ininteligibles que solo sirven para hacer tortuoso el relato. El relato es tan simple, tan claro, que cualquiera puede comprender la leccin que transmite. 1

    La parbola est dividida en dos secciones. Cada seccin est integrada por cuatro componentes. 2 La primera seccin abarca los versculos 25-28; la se-gunda, los versculos 29-37. En ambas secciones los componentes son idnti-cos:

    1. Pregunta del intrprete de la Ley (versculos 25, 29). 2. Pregunta de Jess (versculos 26, 30-36). 3. Respuesta del intrprete (versculos 27, 37). 4. Mandato de Jess (versculos 28, 37).

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  • 9. El Maestro de vida 107

    Fjese que todo comenz cuando un maestro de la Ley, tambin cono-cido como escriba, intent poner a prueba la sabidura de Jess. En la po-ca del Nuevo Testamento los escribas eran los encargados de escribir, copiar y conservar los manuscritos que integraban lo que ahora conocemos como el Antiguo Testamento. 3 En realidad, nadie conoca mejor que ellos el con-tenido de los escritos sagrados, lo cual los pona en una posicin privilegiada en el mbito espiritual judo. No obstante, este maestro de la Ley acude a Jess y le pregunta: Maestro, haciendo qu cosa heredar la vida eterna? (Lucas 10:25).

    Hasta el versado escriba reconoce a Jess como Maestro. Tras escuchar la pregunta, el Seor le da a la conversacin un tono acadmico y le plantea una pregunta que era bastante comn en las escuelas rabnicas de aquel en-tonces: Qu est escrito en la Ley? Cmo lees?. Como el Seor conoca de antemano que el intrprete ya saba la respuesta a la pregunta, lo empuj a que l mismo respondiera su interrogante. 4 El escriba no pudo contenerse y puso de manifiesto su conocimiento de la Tor y, basado en Deuteronomio 6:5 y Levtico 19:18, asegur que todo el que quiera heredar la vida eterna nada ms tena que amar a Dios y a su prjimo (Lucas 10:27).

    Resulta evidente que su declaracin est en sintona con lo que Jess le haba dicho a otro maestro de la Ley en Mateo 22:37-39. Entonces, no debe sorprendemos que el Maestro se haya limitado a decirle a nuestro intrprete que pusiera en prctica lo que ya crea, dndole este mandato: Haz esto y vi-virs (Lucas 10:28). El escriba precisaba entender que no basta con leer la Ley, sino que hay que cumplir lo que dice. 5 Ah termina la primera parte.

    Sin embargo, las cosas no acabaron en ese punto. Tratando de llevar to-dava ms lejos el debate, basndose en su propia respuesta, el escriba es-grime otra pregunta. Por supuesto, un intrprete de la Ley no se pondra en ridculo preguntando a qu Dios se deba amar. l saba quin era Dios; pero no saba quin era su prjimo. Interesante, no le parece? Suponer que co-nocemos a un Dios que no vemos mientras ignoramos quin es el prjimo al que vemos diariamente. As que queriendo justificar su pregunta, dijo a Je-ss: "Y quin es mi prjimo?'' (Lucas 10:29, DHH).

    Esta cuestin haba generado grandes debates entre los rabinos. Por ejem-plo, para un fariseo nada ms eran prjimos los dems fariseos. 6 Los ese-nios no consideraban prjimo a los hijos de las tinieblas y, adems, argu-mentaban que era un deber sagrado odiar a los impos. Ciertos rabinos con-sideraban que los herejes, los delatores y los degenerados no eran prji-

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  • 108 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA mos, y por eso haba que arrojarlos en una fosa y nadie deba sacarlos de all. Tambin decan que tu enemigo no era tu prjimo. 7 En fin, el maestro de la Ley quiere conocer la posicin de Jess en torno a esa cuestin.

    Nuevamente, el Seor rehsa dar una respuesta concreta a la interrogante del jurista. En esta ocasin narr la historia del Buen Samaritano, y al finalizar le pregunt al escriba: Quin, pues, de estos tres te parece que fue el prji-mo del que cay en manos de los ladrones?. Una vez ms el intrprete res-pondi lo que l mismo haba preguntado: El que tuvo compasin de l. Y una vez ms el Seor le orden: Pues ve y haz t lo mismo (Lucas 10:36, 37, DHH).

    Todo parece indicar que lo que el escriba necesitaba no era ms conoci-miento; puesto que l mismo dio la respuesta acertada a sus dos inquietudes. Lo que este hombre precisaba era hacer, vivir y practicar lo que ya haba aprendido leyendo y escribiendo los escritos sagrados.

    En otro sentido, el maestro de la Ley haba fallado en un punto clave: su pregunta parti de una premisa falsa. Por qu? Porque aunque la vida eterna se hereda, l parece ignorar que una herencia no se gana, simplemente se recibe. Kenneth E. Bailey lo expresa con estas palabras: Por su propia natu-raleza, una herencia es un regalo de un familiar (o de un amigo). Se puede recibir herencia si se es miembro de una familia, pero no se trata de un pago realizado a cambio de unos servicios prestados. 8 El fallo del escriba radic en creer que esa herencia la poda ganar haciendo algo.

    Al contar la historia del Buen Samaritano, Jess pondra las cosas en su correcta perspectiva: la vida eterna no se gana, solo se recibe.

    El Maestro de la compasin divina

    Acerqumonos al relato del Buen Samaritano echando un breve vistazo a los personajes protagnicos de nuestra historia.

    Un hombre. Mientras recorra el peligroso camino de casi treinta kilme-tros que va de Jerusaln a Jeric, Lucas nos dice que un hombre fue asal-tado, golpeado y dejado medio muerto en medio de un charco de sangre. El Evangelio no dice cul es la nacionalidad del personaje. Es alguien inde-finido, un hombre. No tiene rostro, no tiene color, no tiene idioma. Un hombre nada ms que eso. Su tragedia es universal. Lo que le pas a l le

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  • 9. El Maestro de vida 109 puede suceder a cualquiera con independencia de que sea judo o gentil, blanco o negro, latino o caucsico. Es un hombre. Alguien como t y como yo. Basta su condicin de humano para que sea merecedor de nuestra ayu-da. Es uno que qued tendido en el camino de la vida expuesto a la com-pasin de otro ser humano como l.

    Mientras los oyentes se compadecen y se lamentan por la condicin del hombre, Jess pone en el escenario a dos encumbrados personajes del esta-mento religioso de Israel.

    Un sacerdote y un levita. Tras haber cumplido con los requerimientos sa-cerdotales en el templo de Jerusaln, ahora estos dos varones de Dios se disponan a regresar a casa, a Jeric, la ciudad en la que viva una gran can-tidad de sacerdotes. Ambos personajes representan al sector ms con-sagrado de la religin juda. Acababan de trabajar en la purificacin de la vida de cientos de personas, que haban ofrecido el sacrificio por sus peca-dos; pero ahora se encuentran con un hombre ensangrentado. Estar vivo o muerto? Ser judo o gentil? Es mejor no averiguarlo. Quizs ambos perso-najes se dijeron a s mismo: Mejor hagmonos la idea de que est muerto. De hecho, les convena ms que estuviera muerto porque de ese modo po-dran ampararse en un as est escrito, y con ello podran justificar la razn por la cual los dos pasaron de largo (Lucas 10:31).

    Levtico 21:1 prescriba que un sacerdote no deba contaminarse por un muerto. Sin embargo, no sealaba el mismo libro de Levtico: Amars a tu prjimo como a ti mismo (Levtico 19:18)? Tanto el sacerdote como el levita tuvieron que decidir cul de los dos preceptos era ms importante en ese momento. Y, como siempre, resulta ms fcil apegarse a un precepto religio-so que amar al prjimo; en nombre de la santa Ley de Dios escogieron no contaminarse con su prjimo antes que amarlo. Estaban tan ocupados en los negocios de la religin que haban perdido de vista el verdadero sentido de lo que significa ser servidores de Dios. Para desgracia del sacerdote y del levita, aquel hombre sin rostro ni nacionalidad no estaba muerto. Por tanto, no exista riesgo alguno de contaminacin. Con su proceder ignoraron que la vida de un moribundo es ms importante que un ritual de pureza. 9

    Indignados por la indiferencia de estos lderes de los religiosos, los oyen-tes esperan con expectacin el desenlace del relato.

    Un samaritano. Jess era un genio dando lecciones. Ante el fracaso del sacerdote y del levita, es muy probable que sus oyentes supusieran que el prximo en pasar sera un laico judo. En cambio, el Seor sacude la mente

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  • 110 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA de todos con tan solo mencionar que el prximo en pasar por all fue un samaritano. Tal vez los mismos discpulos quedaron atnitos al or la decla-racin del Maestro. En el captulo anterior, Lucas haba dicho que lo menos que los apstoles queran para los samaritanos era que descendiera fuego del cielo, como hizo Elas, y los consuma (Lucas 9:54).

    Siendo que los samaritanos eran considerados herejes, los oyentes de la parbola dan por sentado que estos bastardos deberan estar encerrados en un foso y no desempeando un papel protagnico en el relato. No podemos soslayar que la enemistad entre judos y samaritanos haba sido memorable durante cientos de aos. La hostilidad llegaba hasta el punto de que todos saban que judos y samaritanos no se tratan entre s (Juan 4:9). Una de las razones, entre muchas, para tal enemistad radicaba en que, segn Flavio Josefo, los samaritanos entraron al templo y esparcieron huesos humanos en el recinto sagrado, con la intencin de impedir que los judos celebraran la Pascua. Cmo perdonar un sacrilegio de esa naturaleza?

    Me imagino que cuando los oyentes escucharon la mencin del samarita-no, razonaron de esta manera: Bueno, Jess ha sido coherente al relatar la historia. Cuando pas el sacerdote vio y sigui de largo. Cuando pas el levi-ta vio y sigui de largo. Por ende, como un malvado samaritano nunca ser mejor que un sacerdote o un levita, lo que esperamos es que el samaritano haga lo mismo: vea y siga de largo.

    Cun grande habr sido la sorpresa al escuchar que el samaritano al ver-lo, fue movido a misericordia. Acercndose, vend sus heridas echndoles aceite y vino, lo puso en su cabalgadura, lo llev al mesn y cuid de l. Otro da, al partir, sac dos denarios, los dio al mesonero y le dijo: "Cudamelo, y todo lo que gastes de ms yo te lo pagar cuando regrese" (Lucas 10:34, 35). Paradjico, verdad? El que cumple los requerimientos de la Ley es precisa-mente el que haba sido considerado como transgresor de la Ley. 10

    Al terminar el relato, Jess hace un cambio rotundo a la pregunta del maestro de la ley: Quin, pues, de estos tres te parece que fue el prjimo del que cay en manos de los ladrones?. Aunque su endeble consciencia le aguijonea, el maestro de la Ley no se atrevi a ni siquiera mencionar la pala-bra samaritano; tal nombre ni merece ser pronunciado. Usando una cir-cunlocucin solo atin a decir: El que tuvo misericordia (Lucas 10:36, 37).

    Jess sonre y le dice: Ve y haz t lo mismo. En otras palabras, aprende del hereje, del impo, del inculto. Aprende del samaritano.

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  • 9. El Maestro de vida 111

    Tener misericordia

    El samaritano actu como un verdadero discpulo de Jess. Y, al tratar al golpeado de la forma en que lo hizo, demostr ser un embajador de la gracia divina. Como si ya conociera las enseanzas de Jess esbozadas en Lucas 6, el samaritano no emiti un juicio de valor contra los ladrones, el levita y el sacerdote. No se detuvo a considerar si el herido mereca la paliza. En lugar de ello, cumpli al pie de la letra las enseanzas del Maestro, y no juzg a nadie (versculo 37). Con su ejemplo, demostr que l viva esta declaracin: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian (versculo 27, NVI). En todo momento, el samaritano constituye un ejemplo de lo que significa dar no esperando de ello nada (versculo 35).

    El samaritano hace algo ms: tuvo misericordia; compasin (Lucas 10:33, DHH). La palabra griega esplanchinisthe no describe una piedad o compasin ordinarias, sino una emocin que conmueve lo ms recndito del ser humano. Esta es la palabra griega para expresar con mayor fuerza la idea de compasin. 11 Es el mismo vocablo que se usa para indicar que el padre fue movido a misericordia y sali a recibir al prdigo (Lucas 15:20). El samaritano imit el accionar divino. Hizo lo que Dios hubiera hecho.

    El samaritano puso en accin la misericordia actuando en favor del heri-do. Si bien es cierto que el uso del aceite y del vino en la curacin de las heridas era una prctica muy comn en el siglo I, no podemos obviar que ambos elementos formaban parte del sacrificio diario que se ofreca en el templo (Levtico 23:13). Al mencionar estos ingredientes, quiz Lucas quiera decimos que el samaritano le ofreci a Dios la mayor ofrenda que podamos entregarle: ser misericordiosos. Como dijo el profeta Oseas: Misericordia quiero y no sacrificio (Oseas 6:6).

    El samaritano actu como un genuino discpulo de Jess. No solo conoca lo que era correcto, tambin lo haca. l nos ensea que la verdadera perfec-cin de carcter no se encuentra en una estricta obediencia, sino en mostrar-se cercano y misericordioso, en ser prjimo de la gente que est en necesi-dad. l demostr que conoca al Dios invisible al hacerse visible para un herido junto al camino. Si queremos aprender las enseanzas de Jess, fij-monos en el samaritano. No cerremos los ojos ante el dolor del mundo. No sigamos el ejemplo de la iglesia bizantina que, mientras Constantinopla caa en manos de los turcos, sus lderes debatan en tomo al sexo de los ngeles.

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  • 112 LUCAS: EL EVANGELIO DE LA GRACIA

    Si bien hemos de evitar caer en las redes de la alegorizacin agustiniana de la parbola, 12 no podemos dejar de reconocer que Jess es nuestro ver-dadero samaritano. Cuando todos pasaron de largo, l se detuvo, vend nuestras heridas fsicas y emocionales y nos trat con misericordia. Ahora nos toca a nosotros poner en prctica sus palabras: Sean ustedes misericor-diosos, as como su Padre es misericordioso (Lucas 6:38, NBLH). Ahora te-nemos que satisfacer las necesidades de un mudo herido y castigado por Satans. No podemos seguir pasando de largo. Ahora nos corresponde de-mostrar que hemos entendido las enseanzas del Maestro. Ahora nos toca a nosotros ser samaritanos.

    Referencias 1 Brad H. Young, The Parables: Jewish Tradition and Christian Interpretation (Grand Rapids: Mich-igan: Baker Academic, 2012), p. 101. 2 Charles H. Talbert, Reading Luke: A Literary and Theological Commentary on the Third Gospel (Macon, Georgia: Smyth & Helwys Publishing, Inc., 2002), p. 127. 3 G. Tellman, Scribes en Dictionary of Jesus and the Gospel, Joel B. Green, ed. (Downers Grove: Inter- Varsity Press, 2013), pp. 842-844. 4 Michael Card, Luke: The Gospel of Amazement, (Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 2011), p. 138. 5 Santiago Garca, Evangelio de Lucas (Henao: Descle De Brouwer, 2012), p. 261. 6 Joachim Jeremas, La interpretacin de las parbolas (Estella: Verbo Divino, 1971), pp. 180, 181. 7 Ibd. 8 Jess a travs de los ojos del Medio Oriente: Estudios culturales de los Evangelios (Nashville, Ten-nessee: Grupo Nelson, 2012), p. 286. 9 Young, The Parables, p. 112. 10 John R. Donahue, El evangelio como parbola: Metfora, narrativa y teologa en los Evangelios sinpticos (Bilbao: Ediciones Mensajeros, 1997), p. 173. 11 William Barclay, Palabras griegas del Nuevo Testamento: su uso y su significado (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 2006), p. 210. 12 C. H. Dodd, Las parbolas del reino (Madrid: Ediciones Cristiandad, 2001), pp. 22, 23.

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