1914. el destino del mundo de max gallo

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En 1914, Una historia de la Primera Guerra Mundial, el prestigioso historiador francés Max Gallo revive día a día ese año decisivo en la política internacional contemporánea.

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1914

El destino del mundo

Max Gallo

Traducción de Francisco García Lorenzana

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1914. EL DESTINO DEL MUNDOMax Gallo

En 1914. El destino del mundo, el prestigioso historiador francés Max Gallorevive día a día ese año decisivo en la política internacional contemporánea.Una herida abierta con el asesinato del archiduque Francisco Fernando queno cicatrizó hasta la guerra de los Balcanes en 1991. Por todo esto, 1914 fueel año en que se selló el destino del mundo.

El 28 de julio de ese año, después del asesinato del archiduque FranciscoFernando, el Imperio austro-húngaro le declara la guerra a Serbia. Rusia, pro-clamándose defensora de los países eslavos, se alía con Serbia. En conse-cuencia, el sábado 1 de agosto Alemania ingresa en el conflicto contra Rusia,que tiene a Francia e Inglaterra como aliados. Los secretos engranajes deestas alianzas de las potencias mundiales conducirán a las naciones a san-grientos ultimátums que desnudarán el crudo saldo de la guerra. Todos esoshombres que partirán al frente de batalla ni se imaginan que millones de ellosmorirán, y que muchos otros quedarán lesionados de por vida, mucho antesde que la Gran Guerra concluya. El futuro de Europa y el mundo se determi-nó en 1914. En su primer centenario, Max Gallo nos ofrece una completapanorámica de ese año crucial en la historia universal.

ACERCA DEL AUTORMax Gallo (Francia, 1932) es catedrático de Historia, doctor en Literatura eintegrante de la Academia Francesa. Ha sido miembro de los parlamentosfrancés y europeo, así como ministro y portavoz del gobierno por el PartidoSocialista Francés. Ha escrito numerosas biografías (entre ellas las deRobespierre, Garibaldi, Napoleón y Julio César) y ensayos sobre temas clavede la historia contemporánea.

ACERCA DE LA OBRA«En esta obra, pocos comentarios. Datos, solo datos y nada más que datos…Sí, pero ¿encadenados con qué pertinencia? Como fumarolas o grietas queemergen a la superficie, los indicios reveladores de una futura desestabiliza-ción de la sociedad se superponen sobre los eventos internacionales, amenudo dispares, que anuncian la deflagración mundial.»LaCausELittérairE.Fr

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«Toda Europa, preocupada y llena de incertidumbre, se prepara para una guerra inevitable, cuya causa inmediata sigue siendo

un misterio, pero que se abalanza sobre ella con la seguridad implacable del destino…»

ALBERT DE MUN, L’Écho de Paris, diciembre de 1913

* * *

«Criados en una era de seguridad, todos sentíamos la nostalgia de lopoco habitual, de los grandes peligros. Por eso la guerra nos atrapó

como una borrachera. Partimos bajo una lluvia de flores, embriagadosde rosas y de sangre. No teníamos ninguna duda de que la guerra nos

ofrecía la grandeza, la fuerza, la gravedad.Nos parecía una acción viril: combates alegres de tiradores en los pra-dos donde la sangre mancharía de rosa las flores. No hay una muertemás bella en el mundo. 1 Ah, pero sobre todo nada de quedarse en casa,

sino participar en esta comunión.»

ERNST JÜNGER, Diario de guerra, en Tempestades de acero, 1914

* * *

«Visita al Louvre: desolación.¿El fin de la civilización? […]

Esta guerra no se parece a ninguna otra guerra;No se trata solo de proteger un territorio,

Un patrimonio, una tradición… ¡No!Se trata de un futuro que quiere nacer

Enorme y se libera ensangrentándose los pies.»

ANDRÉ GIDE, Diario, 15 de noviembre de 1914

1. «No hay una muerte más bella en el mundo / que caer ante el enemigo.»

Canción popular de la época de los maestros cantores (siglos XIV-XVI).

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Las fuerzas en confLicto

i r landa

suec ia

noruega

f inland ia

ru s ia

franc ia

bélgica

a leman i aPolon ia

ausTr ia- hungr ía

e sPaña iTa l iaserbia

rumanía

bulgaria

bosnia

i mPer ioo Tomano

suiza

norTe de áfr ica francés

PorTugal

re inouni do

Paísesbajos

Países miembros de la TriPle alianza

Países miembros de la TriPle enTenTe

Países neuTrales

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eL frente en diciembre de 1914

b é l g i c a

a l e m a n i a

f r a n c i a

Colonia

GanteCalais

Ypres

Orléans

Amiens

Arras

Péronne

Soissons

Lille

Reims

Verdún

MonsNamur

Neufchâteau

NancySaint-Mihiel

Vitry-le-François

París

Meaux

Amberes

Bruselas

Lieja

Tréveris

Metz

Estrasburgo

Luxemburgo

TerriTorios ocuPados Por los alemanes

ejes de laofensiva

alemana

carrerahacia el mar

(ocTubre)

conTraofensiva(baTalla delmarne)

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En recuerdo de mi padre, de la quinta del 13,con 20 años en 1913, héroe modesto, patriota y rebelde.

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PRÓLOGO

Antes de 1914

«LA SEGURIDAD IMPLACABLE DEL DESTINO»

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Hace un siglo.En la estación del Este de París, el domingo 2 de agosto de

1914, se ha reunido una muchedumbre de hombres aún jóve-nes —los que más parece que están en la treintena—, quecharlan en pequeños grupos. Casi todos llevan gorra. Van ves-tidos sin elegancia, como si fueran obreros esperando la horade entrar en la fábrica. Llevan un morral colgado al hombro yun paquete bajo el brazo. Nadie habla en voz alta.

Las mujeres, con el rostro grave, se mantienen a algunospasos. Los niños se aferran a sus faldas grises.

Es el primer día de la movilización general.

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Movilización de hombres en la estación del Este, de París, el domingo 2 de agosto de 1914.

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La víspera, el sábado 1 de agosto, aparecieron por todaFrancia los carteles llamando a los reservistas para que siguie-ran las instrucciones contenidas en su cartilla militar.

El ministro del Interior, Louis Malva, diputado radical-so-cialista, había declarado: «La movilización no es la guerra. Alcontrario, en las circunstancias actuales parece el mejor mediode asegurar la paz con honor».

Pero a las 19:30 de ese sábado 1 de agosto, Alemania ha de-clarado la guerra a Rusia, aliada de Francia. El Imperio austro-húngaro se encuentra desde el 28 de julio en guerra con Serbia.El engranaje de las alianzas, de los ultimátum, de las moviliza-ciones, arrastra a las naciones hacia una mecánica sangrienta.Berlín se solidariza con Viena. París, unida a Londres, apoya aSan Petersburgo. En pocas horas, todas las grandes estacionesferroviarias europeas se parecerán a la estación del Este.

Y en el campo se requisan los caballos.

Millones de hombres se disponen a vestir el uniforme, a to-mar las armas, a marchar hacia las fronteras.

En estos primeros días de agosto no se imaginan que dece-nas de miles van a morir o a resultar heridos antes de queacabe el año 1914.

Con sus pantalones de color rojo, los soldados franceses deinfantería se convierten, sobre los campos de trigo maduro, enblancos que siegan las ametralladoras alemanas. En tres sema-nas, el ejército francés suma 80.000 muertos (¡incluso se llegaa hablar de 150.000!) y 100.000 heridos.

Para el mes de diciembre de 1914, el total de bajas se ele-vará a 900.000, incluidos 300.000 muertos. Y los ejércitos delos demás beligerantes —alemanes, austrohúngaros, rusos,serbios, ingleses— sufren sangrías similares.

El primer muerto francés, o uno de los primeros, Pouget,del 12.º regimiento de cazadores a caballo, cae el lunes 3 deagosto en la frontera franco-alemana, en Meurthe-et-Moselle,mientras que —ese mismo 3 de agosto— Berlín notifica a Pa-rís que Alemania le declara la guerra.

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¿Quién se acuerda de esos centenares de miles de muertosdel año 1914?

Sus nombres componen el prefacio largo y doloroso del si-glo XX. Se han desvanecido en medio de los diez millones de ca-dáveres que se irán acumulando como consecuencia de loscombates hasta el armisticio del 11 de noviembre de 1918.

Y se unen a los cincuenta millones de muertos de la Se-gunda Guerra Mundial, hija de la primera. 2

Por eso, si se quieren comprender las matanzas del siglo XX,es necesario recordar los primeros muertos, los del año 1914, yestablecer el desarrollo caótico de los acontecimientos, una cro-nología que condujo de la paz de los primeros meses de 1914 alincendio que estalló en Europa a principios de junio y consu-mió el trigo maduro del mes de agosto.

El infierno del siglo XX se forjó durante 1914. Esos docemeses decidieron el destino del mundo.

El general Lyautey, que mandaba las tropas francesas enMarruecos, lo comprendió al instante. El 27 de julio de 1914,en Casablanca, en el momento de abrirse las puertas de la gue-rra, exclamó ante los más allegados: «¡Están completamentelocos! Una guerra entre europeos es una guerra civil, ¡la bu-rrada más grande que jamás haya cometido el mundo!».

Unas semanas más tarde, el joven alférez Charles de Gau-lle, que fue herido el 15 de agosto junto al río Mosa, escribe ensu cuaderno de notas:

«Calma fingida de los oficiales que se dejan matar de pie;bayonetas caladas en los fusiles de algunas secciones obstina-das; cornetas que tocan a la carga, dones supremos de heroís-mos aislados… No sirve de nada. En un parpadeo parece quetoda la virtud del mundo no puede prevalecer contra elfuego».

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2. Max Gallo, Une histoire de la Deuxième Guerre Mondiale, cincovolúmenes, París, XO Éditions, 2010-2012.

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Estos dos testimonios de los primeros momentos delconflicto captan con precisión sus consecuencias políticas ymilitares.

Y otros antes que ellos vieron que se acercaba la guerra demanera nada discreta ni oculta, sino evidente y resonante.

El monárquico Albert de Mun, diputado unido a las insti-tuciones republicanas, escribe lo siguiente en L’Écho de Paris:«Toda Europa, preocupada e incierta, se prepara para una gue-rra inevitable cuya causa inmediata aún no es conocida, peroque se abalanza sobre ella con la seguridad implacable del des-tino…».

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En el mes de diciembre de 1913, en París y en las demás ca-pitales europeas nadie comentaba los augurios fatalistas delconde Albert de Mun. Pero se sabía que la guerra estaba bus-cando sus presas. Todo el mundo se preparaba para afrontarla,reclamando más medios en hombres y armamento. Se tratabade una carrera de velocidad en la que participaban todas las na-ciones bajo la presión de sus castas militares.

En Londres, el nuevo lord del almirantazgo, WinstonChurchill, declara en la Cámara de los Comunes apretando lospuños contra el atril:

—¡Si Alemania construye dos acorazados Dreadnought,nosotros construiremos cuatro, y seis si ellos construyen tres!

La prensa francesa aplaude.París es la pieza clave de la Triple Entente, que une a Ingla-

terra, Francia y Rusia. Y el zar Nicolás II, cuyo régimen setambalea a causa de la derrota de 1905 ante Japón y la huelgarevolucionaria duramente reprimida ese mismo año, felicita aFrancia por la respuesta a la ley votada por el Reichstag, queaumenta los efectivos del ejército alemán, con una ley que ex-tiende la duración del servicio militar de dos a tres años.

Ante esta Triple Entente, Alemania ha formado con Aus-tria-Hungría e Italia una Triple Alianza en la que Berlín juega

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el papel principal ante el temor de que en caso de conflicto latenaza formada por Francia y Rusia aplaste a Alemania entredos frentes.

Y las causas de tensión entre los dos sistemas de alianzasson numerosas.

En Francia nadie ha olvidado el año terrible (1870-1871)cuando en pocos meses el país fue derrotado, perdió Alsacia yLorena, se vio obligado a compensar a Alemania con cinco milmillones de francos-oro y se sintió profundamente humillada.

Albert de Mun, oficial de coraceros que en 1870 cayó pri-sionero en Metz, se acuerda.

Lloró cuando se enteró de que el 18 de enero de 1871, díadel aniversario de la fundación del reino de Prusia en 1701 enKönigsberg, se proclamó el Imperio alemán en la galería de losEspejos del palacio de Versalles.

Delante de los dignatarios uniformados —Bismarck vistede coracero— el rey de Prusia se convierte en el káiser Gui-llermo I, emperador de Alemania.

Las espuelas alemanas rayaron el parquet de la galería delRey Sol.

En 1888, Guillermo II, nieto de Guillermo I, toma a su vezel título de emperador.

Pero la herida de 1871 no ha cicatrizado.Albert de Mun no deja de pensar en ella.Es un nacionalista como Maurice Barrès o Charles Mau-

rras, a quien frecuenta en la Academia Francesa. Cercano aPaul Déroulède, el poeta de la «revancha», vibra como unaparte de la juventud estudiantil ante la evocación de la patria yla sola mención de Alsacia y Lorena.

Las canciones dicen:

Nunca tendréis Alsacia y LorenaY a vuestro pesar seguimos siendo franceses

Habéis germanizado la LlanuraPero nuestro corazón no lo tendréis jamás.

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De Mun ha apoyado al lorenés Raymond Poincaré, que seconvirtió en presidente del Consejo en 1912 y fue elegido pre-sidente de la República el 17 de enero de 1913.

En realidad, la guerra se está preparando desde hace unadecena de años.

El 31 de marzo de 1905, el emperador Guillermo II atraca

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El emperador alemán Guillermo II, entre el mariscal Hindenburg (a la izquierda) y el general Ludendorff.

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con su yate en Tánger. Recorre las calles de la ciudad con elyelmo puesto, el sable a un costado y el revólver en la cin-tura. Francia tiene intención de establecer un protectoradosobre el reino marroquí y el káiser precisa que su visita tiene«el objetivo de dejar claro que está decidido a hacer todo loque pueda para salvaguardar los intereses de Alemania enMarruecos».

En 1911, más tensión entre Francia y Alemania, siemprecon el trasfondo de Marruecos: un navío de guerra alemán—el Panther— pretende fondear ante Agadir.

Estas crisis revelan las divisiones que fragmentan la vidapolítica francesa.

Por un lado están los que, como Albert de Mun, RaymondPoincaré y el ministro de asuntos exteriores Théophile Del-cassé, apoyándose en la alianza rusa, están dispuestos a correrel riesgo de un enfrentamiento con Alemania.

El embajador ruso en París, Isvolsky, partidario de una gue-rra contra Alemania que volvería a dar brillo al blasón del zar,compra con «rublos contantes y sonantes» periódicos y perio-distas para que apoyen al Imperio ruso.

Esta política tiene otra cara: San Petersburgo coloca sudeuda en los bancos franceses, que venden entre la burguesíaestos «títulos» del imperio del zar.

Por esa razón la política exterior de Delcassé y Poincaré seapoya en las capas sociales acomodadas y rentistas.

Por otro lado están los «prudentes», los «realistas», los «pa-cifistas», los «internacionalistas», los socialistas como Jaurès ylos radicales como Joseph Caillaux (presidente del Consejo en1911), que condenan la «política del estornino de Delcassé»,ese «liliputiense alucinado» según Jaurès.

En 1905, ante la oposición a su política de confrontación,Delcassé se ve obligado a dimitir.

La crisis marroquí se resuelve, al igual que se solucionará lade 1911, pero la opinión pública descubre que la guerra, que secreía descartada desde 1870, se pone en marcha de nuevo.

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Los franceses más lúcidos, como los alemanes más atentos,lo comprenden. La guerra ha dejado de ser un recuerdo dolo-roso o eufórico y se ha convertido en un futuro posible. La bes-tia empieza a mostrar sus colmillos.

El historiador Jules Isaac ofrece su testimonio: «Para cual-quiera que haya vivido estos acontecimientos, el año 1905marca un cambio del destino; el camino hacia la guerra se ini-cia en ese momento. Antes se hablaba de la paz y la guerra,pero nosotros, al menos los que pertenecemos a las genera-ciones nacidas después de 1870, no sabíamos de qué se estabahablando: la paz era lo habitual, el aire que respirábamos sinpensar en ello; la guerra era una palabra, un concepto pura-mente teórico. Cuando de repente tuvimos la revelación deque dicho concepto se podía convertir en realidad, todo nues-tro ser se sintió conmovido y nunca hemos podido olvidar esemomento».

Al otro lado del Rin, el estudiante Ernst Jünger añade:«Criados en una época de seguridad, todos sentíamos la nostal-gia de lo inhabitual, de los grandes peligros. Por eso la guerranos atrapó como una borrachera… Nadie dudaba de que nosiba a ofrecer la grandeza, la fuerza, la madurez. Nos aparecíauna acción viril…».

El escritor Charles Péguy también tuvo la sensación de quecon la crisis de 1905 «se inició un nuevo período de la historiade mi vida, de la historia del país, y seguramente también de lahistoria del mundo».

El que había sido un intelectual defensor de Dreyfus, elamigo de Jaurès, se convirtió en un patriota intransigente queaceptaba la guerra.

«Como es necesario participar en ella —dijo Péguy—, pre-fiero hacerlo yo que mis hijos.»

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Las afirmaciones de Albert de Mun, de Jünger o de Péguyy de tantos otros expresan algo más que un fatalismo o acepta-ción pasiva de lo que está por venir: indican un deseo de gue-rra y una esperanza.

Se trata de un cambio de valores que tiene lugar durantelos primeros años del siglo XX y que se pone de manifiesto enlas reacciones ante las crisis: las marroquíes de 1905 y 1911, ylas guerras en los Balcanes en 1911 y 1912.

Todos los países europeos se ven afectados.

El italiano Filippo Marinetti publica en enero de 1909 el«Manifiesto futurista».

«Queremos cantar el amor al riesgo, al hábito de la ener-gía y a la temeridad. El coraje, la audacia y la rebeldía seránelementos esenciales de nuestra poesía… No hay bellezasino en la lucha… Queremos glorificar la guerra —única hi-giene del mundo—, el militarismo, el patriotismo, el gestodestructor de los anarquistas, las ideas hermosas por las quese muere y el desprecio a la mujer… Queremos destruir losmuseos, las bibliotecas, las academias de todo tipo y comba-tir el moralismo, el feminismo y todas las demás cobardíasoportunistas y utilitarias. Cantaremos a las grandes multi-tudes agitadas por el trabajo, por el placer o por la revuelta…Hoy fundamos el Futurismo porque queremos librar a Italiade la gangrena de profesores, arqueólogos, cicerones y anti-cuarios…».

Y Marinetti exclama: «Nos encontramos sobre la cima delos siglos».

Algunos socialistas se dejan fascinar por esta guerra que seaproxima, pervirtiendo la razón y rechazando los valores delhumanismo.

Estos —como haría en 1911 Bebel, el socialista alemán másdestacado— imaginan que «la guerra mundial precederá a larevolución mundial» que derrocará a las clases dirigentes.

«Cosecharéis lo que habéis sembrado —señala Bebel. Seacerca el crepúsculo de los dioses para el régimen burgués.»

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Jaurès se rebela contra este «deseo de guerra», aunquereconoce que «de una guerra europea puede surgir la revo-lución».

«Pero de la guerra europea —escribe como un visionario—,también puede surgir un largo período de crisis contrarrevolu-cionarias, de reacción furiosa del nacionalismo exasperado, dedictaduras asfixiantes, de militarismo monstruoso, una largacadena de violencia retrógrada y de odios mezquinos, de repre-salias y de servidumbres. 3

»Y nosotros, como lo sabemos, no queremos participar eneste juego de azar bárbaro, no queremos exponer a este golpede dados sangrientos la certeza de la emancipación progresivade los proletarios…»

Pero este análisis lúcido, ¿cómo podría resistirse al deseo, ala pasión, al futurismo, a esta guerra por venir que se conside-raba como «la única higiene del mundo»?

Además, había que contar con el orgullo francés pisoteadopor la derrota de 1870.

Albert de Mun y los nacionalistas se quieren resarcir de lahumillación impuesta a Francia por parte de Bismarck y unirde nuevo Alsacia y Lorena a la Madre Patria. ¿Cómo se podráconseguir sin una guerra?

En Francia se conocen las afirmaciones despectivas de Bis-marck. «Los franceses no son tan ejemplares como se dice ha-bitualmente —ha confiado el canciller alemán a sus más alle-gados—. Como nación se parecen a cierta gente de nuestrasclases inferiores. Son de espíritu estrecho y brutales, física-mente fuertes, fanfarrones, desvergonzados, y, por su com-

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3. Precisamente lo que será el siglo XX después de la PrimeraGuerra Mundial: bolchevismo, fascismo, nazismo, exterminio, des-trucciones.

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portamiento arrogante y violento, consiguen la admiraciónde los que se les parecen.»

Y con un gesto desdeñoso, añade: «Francia es una nación depatanes… Parecen treinta millones de negros serviles».

El historiador Heinrich von Treitschke justifica la anexiónde Alsacia y Lorena al escribir: «Esos países son nuestros porderecho de conquista, pero entendemos que podemos dispo-ner de ellos en virtud de un derecho superior, el derecho de lanación alemana que no puede autorizar que sus hijos perdi-dos se alejen para siempre del Imperio alemán. Nosotros losalemanes, como conocemos a Francia y Alemania, sabemosmejor lo que es bueno para los alsacianos que esos desdicha-dos. Consideramos que contra su voluntad les debemos de-volver su identidad. El espíritu de un pueblo no abarca solo ala generación presente, sino también a las generaciones pasa-das. Invocamos la voluntad de los muertos contra la voluntadde los vivos». 4

Se trata de dos concepciones opuestas de la nación.La alemana, fundamentada en la «sangre», y la francesa,

que convierte la nación en un «plebiscito diario» (Renan).Con la cuestión de Alsacia y Lorena, la guerra tiene una

presa perfecta.

En octubre de 1911 encuentra un nuevo terreno de caza enlos Balcanes.

Serbia y Bulgaria se quieren aprovechar de la debilidad deTurquía, «el enfermo de Europa», para arrancar del Imperiootomano sus provincias europeas en un momento en que lastropas turcas se enfrentan en Tripolitania y Cirenaica a unaagresión italiana que pretende crear una colonia en Libia.

Montenegro y Grecia se unen al proyecto serbio y búlgarode crear una Liga Balcánica (13 de marzo de 1912).

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4. Citado en el recomendable Bismarck de Jean-Paul Bled, París,Perrin 2011.

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Rusia les apoya porque quiere utilizar a los eslavos para de-bilitar a Turquía y Austria-Hungría. Pero este Imperio gober-nado desde Viena por el emperador Francisco José es aliado dela Alemania de Guillermo II.

¡Y Francia es aliada de Rusia!La guerra engrasa este engranaje.Se combate en los Balcanes.

En 1912 se convierte en presidente del Consejo de Minis-tros el lorenés Raymond Poincaré, que se acuerda de la entradade los prusianos en Bar-le-Duc, su ciudad natal.

Viaja a Rusia, donde es recibido con los honores que se de-ben a un jefe de Estado… cargo que aún no ocupa.

El zar le recibe para almorzar. Poincaré habla largamentecon el ministro de asuntos exteriores, Sazonov, e insiste en quelos rusos construyan líneas de ferrocarril hasta la frontera conAlemania para que, en caso de guerra, puedan trasladar las tro-pas con rapidez.

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Raymond Poincaré

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En Alemania reina la inquietud.Los generales, entre ellos Von Moltke, repiten que el Reich

no puede librar una guerra victoriosa contra un asalto coordi-nado de franceses y rusos.

El embajador alemán en París, el barón Von Schoen, in-forma que Raymond Poincaré, tras su regreso a Francia enagosto de 1912, ha sido aclamado por la multitud.

El presidente del Consejo de Ministros había confiado a susmás cercanos que el zar Nicolás II le había felicitado por sus es-fuerzos a favor del «despertar militar y nacional francés». YPoincaré ha prometido a los rusos que los bancos franceses es-tán dispuestos a colocar un nuevo empréstito ruso destinadoprecisamente a la construcción de líneas férreas estratégicas.

En Nantes, Poincaré pronuncia un gran discurso, alabadopor la prensa.

El presidente del Consejo, con voz vibrante y resuelta, hadeclarado en referencia a las «guerras balcánicas»: «No de-pende de nosotros conservar la paz para los demás; para con-servar nuestra propia paz es necesario tener mucha paciencia yguardar la energía de un pueblo que no quiere la guerra, peroque no la teme… Mientras sobre la superficie del globo hayapueblos capaces de obedecer ciegamente el ideal bélico, aque-llos que se adhieren con mayor sinceridad y fidelidad a unideal de paz están en la obligación de prepararse para cualquiereventualidad».

El 17 de enero de 1913, con el apoyo de los votos de losparlamentarios monárquicos, nacionalistas y católicos, uni-dos alrededor del conde Albert de Mun, Raymond Poincarées elegido presidente de la República Francesa por 483 votoscontra 296 de su adversario, Jules Pams, apoyado por la «de-legación de las izquierdas», y 69 votos para el candidato so-cialista.

Un parlamentario exclama: «Poincaré, esto es la guerra».En París, las masas ovacionan al nuevo presidente. Se for-

man cortejos que convergen hacia el Elíseo y después hacia elayuntamiento. Al menos 300.000 personas manifiestan deesta manera su alegría, y Charles Péguy se entusiasma y es-

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cribe: «El señor Poincaré ha llegado al poder impulsado porun movimiento popular profundo, por un estallido conti-nuado de energía nacional, que es lo más diametralmenteopuesto que se puede imaginar al movimiento intelectual yjauresista de capitulación».

Se trata de la derrota de Jaurès y de los partidarios de unapolítica exterior prudente.

El 20 de febrero de 1913, dos días después de la transmisiónde poderes, en su primer mensaje a los parlamentarios, reci-bido con grandes aplausos, Poincaré declara: «No es posibleque un pueblo sea eficazmente pacífico sino con la condición deestar siempre preparado para hacer la guerra».

El historiador Ernest Lavisse, respetada eminencia de laSorbona, había escrito en 1909: «Europa tendrá guerra porquese prepara para la guerra».

En el primer consejo de ministros que preside Poincaré,el embajador de Francia en San Petersburgo es sustituidopor Théophile Delcassé, antiguo ministro de asuntos exte-riores que fue obligado a dimitir en 1905 durante la «crisismarroquí».

Los rusos están representados por Isvolsky, que tambiénhabía sido ministro de asuntos exteriores de su país.

Se trata de una política de «firmeza» ante el II Reich, que seplantea después de que Berlín también se vea obligado por susgenerales a reaccionar ante la política francesa.

Bajo el barniz del análisis racional, todo esto se fundamentaen el «deseo de guerra».

En Berlín y en París se vota por el refuerzo de los ejércitos(la ley de los Tres Años en Francia).

En cuanto a los embajadores Isvolsky y Delcassé, estántotalmente convencidos. La guerra era, como había escritoAlbert de Mun, «inevitable», con «la seguridad implacabledel destino».

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Jaurès, en el congreso de la Internacional Socialista que secelebra en noviembre de 1912 en la catedral protestante de Ba-silea, se infla y arranca ovaciones por un discurso inspirado enla inscripción grabada en una de las campanas: VIVOS VOCO,MORTUOS PLANGO, FULGURA FRANGO…

«“Llamo a los vivos” para que se defiendan contra el mons-truo que aparece en el horizonte; “lloro sobre los muertos” in-numerables, tendidos allá lejos hacia Oriente y cuyo hedor nosllega como un remordimiento; “quebraré los rayos” de la gue-rra que amenazan entre las nubes.»

Nadie lo entiende.A través de la pluma de los periodistas —muchos de ellos

subvencionados por el embajador ruso— y de los «nacionalis-tas», se ha convertido en herr Jaurès, agente de Alemania. Yson Isvolsky y Delcassé, Poincaré y el Estado Mayor alemánlos que aferran las riendas del poder.

El día después de su nombramiento antes de dirigirse aSan Petersburgo, Delcassé confía sus intenciones a MauricePaléologue, director de asuntos políticos del Quai d’Orsay,sede del ministerio de asuntos exteriores francés. «Es necesa-rio que el ejército ruso se encuentre en disposición de em-prender una ofensiva vigorosa con un mínimo retraso, unmáximo de quince días, y eso es lo que no dejaré de recomen-dar al zar. En cuanto a las tonterías diplomáticas, me ocuparélo menos posible porque solo se trata de verborrea.»

Esa negativa a la negociación significa admitir la guerracomo una perspectiva e incluso como una probabilidad.

El altivo y arrogante Isvolsky, que se convierte en habitualdel Elíseo, también es un «embajador de guerra», convencidode que la supervivencia del Imperio ruso, amenazado desde1905 por el empuje revolucionario de los bolcheviques de Le-nin, pasa por una política exterior ofensiva que una al puebloruso alrededor de Nicolás II.

«El señor Poincaré ha expresado su deseo de verme con fre-cuencia —escribe Isvolsky—. Me ha pedido que me dirija a éldirectamente todas las veces que me parezca conveniente; se-mejante derogación de los usos habituales, en las circunstan-

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cias difíciles del momento actual, nos puede ser de gran prove-cho y comodidad…»

Poincaré ofrece a su aliado ruso un apoyo sin reserva y conello rechaza cualquier idea de compromiso con Alemania, comoel que había cerrado Joseph Caillaux en 1911 sobre el tema deMarruecos.

El zar Nicolás II aprueba la política de Poincaré, cuya piezaclave será la ley que amplía a tres años la duración del serviciomilitar.

«Para que una nación sea fuerte —afirma Nicolás II—,debe tener espíritu militar.» Se alegra mucho de los ánimosque constata en Francia. Felicita al gobierno francés porque loapoya y refuerza.

En Berlín se sigue con atención la evolución de la políticafrancesa conducida por Poincaré, Delcassé y el ministro de laguerra, Alexandre Millerand.

Los diplomáticos alemanes que viajan por Francia consta-tan que en todos los pueblos se están creando sociedades de-portivas para que los jóvenes sean aptos para el servicio mi-litar.

En las poblaciones con guarnición militar, los desfiles confanfarria recorren los sábados por la tarde los barrios popu-lares, y los niños siguen los tambores, los clarines y los cuer-nos de caza.

El ejército debe ser el ejército del pueblo. Y tanto Mille-rand como el Estado Mayor quieren acabar con la propa-ganda antimilitarista, anarquizante o socialista que presentaa los oficiales —al adjudant 5— como «pellejos» y «gueulesde vache»6.

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5. Rango militar de un suboficial del ejército francés, que equival-dría aproximadamente al brigada español. (N. del T.)

6. Literalmente «boca de vaca». Expresión despectiva que designa acualquier agente de la autoridad. (N. del T.)

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En 1911 en el libro L’Armée nouvelle, Jaurès intenta conce-bir otra relación entre el espíritu militar, el pueblo y el patrio-tismo, compatible con una política exterior prudente. Pero na-die lo entiende.

En 1913, tras la presentación en la Cámara de Diputados(julio-agosto) de la ley que eleva a tres años el servicio militar,Jaurès se convierte en el objetivo de todos los grandes periódi-cos y de los medios nacionalistas.

El 13 de marzo de 1913, el cronista Franc-Nohain escribeen L’Écho de Paris: «Francia ha hablado. ¡Cállese, señor Jau-rès! Y como esta advertencia tiene su importancia, y paraasegurarme de que me comprenden usted y sus amigos, tra-duzco para su interés y el de ellos: Frankreich spricht. Still,Herr Jaurès!».

Jaurès, como no deja de recalcar la prensa, es un «agente deAlemania».

Le Temps, el diario que sienta cátedra, del que se alaba sumesura y que actúa como una especie de «diario oficioso», es-cribe: «Desde hace diez años Jaurès actúa en todos los aspectoscontra el interés nacional y es el abogado del extranjero».

Charles Péguy, que se ha convertido en un patriota exal-tado, pone su pasión y su talento al servicio de la nueva causa:«En tiempo de guerra —afirma—, solo existe una política, esdecir, la política de la Convención Nacional. Pero no es necesa-rio disimular que esa política consiste en Jaurès sobre una ca-rreta y un redoble de tambor para tapar esa gran voz».

A Jaurès se le promete la guillotina.

Pero mientras tanto, el 2 de diciembre de 1913, cae el go-bierno presidido por Louis Barthou, un fiel seguidor dePoincaré.

Ha conseguido la aprobación de la ley de los Tres Años,pero ha fracasado con las medidas fiscales para un emprés-tito de 1.300 millones de francos destinados a financiar losnuevos gastos militares. Joseph Caillaux ha dirigido la cargaal exigir la supresión de la inmunidad fiscal para los suscrip-tores del empréstito.

Y los diputados socialistas le han gritado a Barthou, mien-

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tras salía vencido del salón de sesiones del Palacio de Borbón:«¡Abajo la ley de los Tres Años!».

Se forma un gobierno de transición bajo la presidencia delradical Gaston Doumergue, que se compromete a no tocar laley de los Tres Años. Su suerte quedará sellada en las eleccio-nes legislativas previstas para la primavera de 1914.

Todo el mundo cree que esos cinco meses serán el marco deun gran enfrentamiento entre los partidos. Las pasiones sondemasiado fuertes y las apuestas demasiado altas.

Sobre la mesa se encuentra toda la política exterior deFrancia.

Los dirigentes alemanes creen imposible un cambio deorientación en París.

En noviembre de 1913, al recibir en Potsdam a Alberto I,rey de los belgas, Guillermo II le confía: «La guerra con Fran-cia es inevitable y próxima».

El general Moltke repite: «Inevitable y cuanto antes mejor».Es necesario adelantarse al fortalecimiento de la «tenaza»

franco-rusa y superar la modernización acometida por el ejér-cito ruso y la construcción de los ferrocarriles hasta la fronteraalemana.

En cuanto Francia caiga ante una ofensiva relámpago —elplan del general conde Alfred von Schlieffen la tiene previstadesde 1891, y propone la violación de la neutralidad belga conel objetivo de atacar por la retaguardia al ejército francés—,llegará el turno de derrotar a Rusia.

Está claro que Guillermo II no le revela a Alberto I que VonSchlieffen y Von Moltke tienen previsto atravesar y ocuparBélgica. Ni precisa que la estrategia alemana es la de una «gue-rra preventiva».

Guillermo II solo le repite al rey de los belgas: «Está claroque Francia quiere la guerra y se arma con esa intención, comoindica la aprobación de la ley del servicio militar de tres años.Además, el lenguaje de la prensa francesa muestra desde hacetiempo una hostilidad creciente contra nosotros. El espíritu derevancha del pueblo francés se manifiesta de una maneracada vez más agresiva».

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Al escuchar estas afirmaciones, el rey de los belgas re-cuerda los despachos que le envía el barón Guillaume, repre-sentante de Bélgica en París. El diplomático escribe: «Son losseñores Poincaré, Delcassé, Millerand y sus amigos los quehan inventado y desarrollado la política nacionalista, patrio-tera y chovinista de la que hemos constatado el renacimiento.Es un peligro para Europa… Veo en ella actualmente la ma-yor amenaza a la paz en Europa». 7

En realidad, la caída del gobierno Barthou, el 2 de diciem-bre de 1913, al grito de «¡Abajo la ley de los Tres Años!» de-muestra que la opinión francesa está dividida.

El deseo de guerra y la sed de revancha son reales, pero noimplican una decisión consciente de provocar la guerra y mu-cho menos de declararla. El recuerdo de 1870, cuando la de-claró Napoleón III, está demasiado vivo.

De hecho se trata de la puesta en escena de una políticaque corre el «riesgo de la guerra», convencida que «el Otro»,la Alemania vencedora en 1871, que arrancó Alsacia y Lorenade los brazos de la Madre Patria, se prepara para atacar aFrancia, porque quiere acabar con ella, puesto que después de1871 se ha reconstruido, recuperado y constituido un enormeimperio colonial.

Pero también es cierto que correr el «riesgo de la gue-rra», fomentar el «deseo de guerra», evocar la «revancha»,significa atraer la «bestia», esa guerra que en realidad no seansía.

El agregado militar francés en Berlín escribe al res-pecto: «Nuestras manifestaciones no solo son utilizadassino exageradas por la prensa alemana… Así se puede de-sarrollar en este país la idea de que una guerra con Franciaes inevitable».

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7. Citado por Jean-Jacques Becker en la imprescindible L’Année 14,París, Armand Colin, 2004.

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Un diputado francés, Francis de Pressensé, amigo de Jau-rès, describe en abril de 1911 en L’Humanité el clima del país,caracterizado, según él, por una «lasitud y un hastío univer-sales», pues la República no es más que un conglomerado de«clientelas» que se reparten los «quesos» de la República,privilegios grandes y pequeños, corrupción de la moral repu-blicana, con el objetivo de ganarse a los electores.

«Se ve —continúa Pressensé—, que la mayoría se dejallevar por una especie de escepticismo guasón… que siempreha sido el preludio de alguna aventura siniestra.»

Y concluye: «Me parece evidente que nos deslizamos conlos ojos cerrados por una pendiente ante la que se abre, in-menso, el abismo de una gran guerra».

¿La guerra, un abismo?Una carnicería que vuela con las alas al viento o, como re-

piten Marinetti y los futuristas, «la higiene del mundo».

En 1912, en la revista L’Opinion —que según se dice estáfinanciada por la industria metalúrgica, cuyos grandes patro-nos se reúnen en el Comité de las Forjas—, dos escritores cer-canos a Maurras, Alfred de Tarde y Henri Massis, firman conel seudónimo de Agathon un informe sobre la juventud bur-guesa y parisina.

Una mística patriótica, el gusto por la acción y la acepta-ción de la guerra resumen la casi totalidad de las respuestas.

«Guerra, la palabra, ha adquirido repentinamente presti-gio —escribe Agathon—. Se trata de una palabra joven, nueva,imbuida de esa seducción que el eterno instinto belicoso harevivido en el corazón de los hombres. Estos jóvenes la car-gan con toda la belleza que les apasiona y de la que están pri-vados en la vida cotidiana.

»A sus ojos, la guerra es sobre todo la oportunidad demostrar las virtudes humanas más nobles, que colocan en ellugar más destacado: la energía, el dominio personal y el sa-crificio ante una causa que nos supera.»

El informe que aparece bajo el título de «Los jóvenes dehoy» es como el eco francés del Manifiesto Futurista y del es-tado de ánimo de Ernst Jünger en los años previos a 1914.

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«Las doctrinas humanitarias no consiguen discípulos —pro-sigue Agathon—. Solo algún profesor habla con prudenciade los métodos alemanes por temor a los murmullos o a lossilbidos.»

Cita a jóvenes que afirman: «Una guerra me divertiría,nos divertiría a todos… Un día llegó el boxeo, que nos de-volvió el gusto por la sangre… La guerra no sería una bestiacruel y odiosa, simplemente sería un deporte de verdad…Ahí estaré yo y todos los deportistas conmigo».

Agathon concluye que se está afirmando un «espíritu deraza».

«Nunca se ha declarado con tanta espontaneidad el des-precio a los soñadores, a los humanitarios, a los imbéciles, alos pacifistas y a los pobres hipócritas.»

La prensa y la Academia francesa están entusiasmadas, yel informe se publica en forma de libro al que se concederáun premio. El diario Le Matin le dedica su primera plana el23 de enero de 1913 bajo el título: MILAGRO DE LA JUVENTUD.EL DESPERTAR DEL SENTIMIENTO NACIONAL.

Un periodista del periódico pregunta al filósofo de modaHenri Bergson, que confiesa: «¿Cómo no alegrarse al veruna juventud más intrépida, más audaz, más consciente desus responsabilidades, en una palabra, más francesa que lasgeneraciones anteriores?».

Esta juventud no había conocido, visto ni imaginado loque era la guerra en la época de las ametralladoras, de losobuses de una tonelada lanzados a millares, de los gases asfi-xiantes. No era un deporte sino un matadero, con hombresmasacrados, asfixiados, mutilados, cegados y con las gargan-tas destrozadas. Y ratas enormes e insaciables, gordas a basede ingerir sin descanso la carne humana que se pudría en lastrincheras. Esos jóvenes no sabían en qué iba a consistir suporvenir.

La movilización general no se decretó hasta el domingo 2de agosto de 1914.

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El 2 de agosto de 1913, Jean Allard-Méeus, de 22 años,publica en L’Écho de Paris el relato de la visita de su clase ala frontera oriental, cerca del pueblo de Vionville, en Lorena.

«Éramos unos ciento cincuenta, más o menos… todos losdel politécnico y los cadetes de Saint Cyr del 6.º cuerpo…¡Todos con el mismo deseo, el mismo objetivo y el mismosueño! A unos pocos pasos de nosotros, bruscamente elsuelo dejaba de ser francés y, agrupados alrededor de los ofi-ciales que nos contaban la triste y vieja historia, dejamos quela mirada emocionada se perdiera por la llanura de tierrasanexadas.» 8

Estos hombres jóvenes, futuros oficiales que pereceránen su mayor parte durante las primeras semanas de la gue-rra, con el corazón lleno de la emoción y la pasión patrióti-cas, dispuestos al sacrificio supremo, ¿cómo iban a entenderla voz de Jaurès?

El líder socialista profetiza que la guerra que se acerca«será el holocausto más terrible tras la guerra de los TreintaAños».

Y añade: «El capitalismo no quiere la guerra, pero es de-masiado anárquico para impedirla. Solo existe una fuerzaprofunda de solidaridad y unidad: el proletariado internacio-nal».

Jaurès se equivoca. Su «utopía» internacionalista leciega, porque los pueblos y los proletarios vestirán el uni-forme de su nación y defenderán el suelo sagrado de la pa-tria.

Y Jaurès olvida la calumnia.Subestima la influencia de Maurras, que escribe en L’Ac-

tion française: «Es necesario citar a Jaurès, no solo como unagitador parlamentario funesto, sino como el intermediarioentre la corrupción alemana y los corruptos del antimilita-rismo francés… Una investigación seria por parte del poder

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8. Citado en Yves-Marie Adeline, 1914, une tragédie européene,París, Ellypses, 2011. Un ensayo histórico, erudito y estimulante.

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nacional sacaría a la luz en toda la extensión de sus artículosy discursos el rastro del oro alemán».

Jaurès olvida sobre todo el rechazo al mundo tal como espor parte de los poetas, de los escritores y de todos aquellos quereencuentran el camino de la nación y de la fe, y que sueñancon una civilización depurada a través del matraz de la guerra.Y por la que están dispuestos a sacrificarse.

Es Apollinaire quien publica en 1913 el poema «Zona», quees uno de los textos del poemario Alcoholes:

Al final estás cansado de este mundo antiguoPastorea oh torre Eiffel el rebaño de los puentes bala esta mañanaEstás harto de vivir en la antigüedad griega y romana[…]Solo en Europa no eres antiguo oh cristianismoEl europeo más moderno eres tú papa Pío X[…]Es el Cristo que se eleva en el cielo mejor que los aviadoresÉl detenta el récord del mundo de altura…

Jaurès olvida también los poemas que Charles Péguy pu-blica en diciembre de 1913 bajo el título de Eva.

Estos llevan a la incandescencia la sensibilidad de toda unanueva generación dispuesta a entregarse, uniendo la fe y la pa-tria, y esto afecta a toda Europa.

GOTT MIT UNS9 es la inscripción grabada en los cinturonesalemanes.

Péguy —teniente en la reserva, que no ha faltado a nin-guno de los períodos militares a los que están obligados los ofi-ciales de la reserva— escribe:

Dichosos los que han muerto por la tierra carnalCon tal que sea en una guerra justa.

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9. «Dios está con nosotros.»

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Dichosos los que han muerto por cuatro palmos de tierra.Dichosos los que han muerto con una muerte solemne.Dichosos los que han muerto en las grandes batallas,Tendidos bajo el sol de cara a Dios.Dichosos los que han muerto sobre el último altozano.En medio de los honores de un gran funeral…[…]Dichosos los que han muerto, porque han regresadoA la primera arcilla y a la primera tierra.Dichosos los que han muerto en una guerra justa.Dichoso el trigo segado y las espigas maduras.

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Índice

PRÓLOGO: Antes de 1914. «La seguridad implacable del destino»

Capítulo 1 ............................................................................... 19Capítulo 2 ............................................................................... 23

LIBRO IEnero-28 de junio de 1914

Primera parte: enero-mayo de 1914

Capítulo 3 ............................................................................... 49Capítulo 4 ............................................................................... 55Capítulo 5 ............................................................................... 60Capítulo 6 ............................................................................... 65Capítulo 7 ............................................................................... 70

Segunda parte: mayo-junio de 1914

Capítulo 8 ............................................................................... 81Capítulo 9 ............................................................................... 90Capítulo 10 ............................................................................. 95

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LIBRO II28 de junio-3 de agosto de 1914

Tercera parte: 28 de junio-15 de julio de 1914

Capítulo 11 ........................................................................... 103Capítulo 12 ........................................................................... 111Capítulo 13............................................................................ 116

Cuarta parte: 16 de julio-3 de agosto de 1914

Capítulo 14............................................................................ 123Capítulo 15............................................................................ 127Capítulo 16............................................................................ 132Capítulo 17............................................................................ 143Capítulo 18............................................................................ 153Capítulo 19............................................................................ 163

LIBRO III4 de agosto-31 de diciembre de 1914

Quinta parte: agosto de 1914

Capítulo 20............................................................................ 179Capítulo 21............................................................................ 188Capítulo 22............................................................................ 194Capítulo 23............................................................................ 202

Sexta parte: septiembre-noviembre de 1914

Capítulo 24............................................................................ 215Capítulo 25............................................................................ 220Capítulo 26............................................................................ 223Capítulo 27............................................................................ 233Capítulo 28............................................................................ 240Capítulo 29............................................................................ 250Capítulo 30............................................................................ 257

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Séptima parte: diciembre de 1914

Capítulo 31............................................................................ 269Capítulo 32............................................................................ 274Capítulo 33............................................................................ 279

EPÍLOGO: Después de 1914. El destino del mundo

Capítulo 34............................................................................ 287Capítulo 35............................................................................ 292Capítulo 36............................................................................ 296

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© XO Éditions, París, 2013

Primera edición en este formato: mayo de 2014

Todas las ilustraciones publicadas en este libro se encuentran en dominio público yproceden de las colecciones de George Grantham Bain (Biblioteca del Congreso deEstados Unidos), la Biblioteca Nacional de Francia, los Museos Imperiales de la Gue-rra del Gobierno británico, la Biblioteca Beinecke, el Proyecto Gutenberg y la Bi-blioteca Pública de Nueva York. Casi todas las imágenes reproducidas son de autordesconocido, menos aquellas expresamente acreditadas.

© de la traducción: Francisco García Lorenzana© de esta edición: Roca Editorial de Libros, S. L.Av. Marquès de l’Argentera 17, pral.08003 [email protected]

ISBN: 978-84-9918-856-0

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