174061831 el paraiso maldito iker jimenez elizari

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IKER JIMÉNEZ ELÍZARI

EL PARAÍSO MALDITO

Un viaje al rincón más enigmático denuestra geografía

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ISBN de su edición en papel: 978-84-414-1426-6© 1999. Iker JiménezDiseño de la cubierta: © Miguel y BernardoRivavelarde© 2003 - 2011 Editorial EDAF, S.L.U., JorgeJuan 68. 28009 Madrid (España)www.edaf.netPrimera edición en libro electrónico (epub):noviembre de 2011Conversión a libro electrónico: Digital Books,S. L.

ISBN EPUB: 978-84-414-3063-1

No se permite la reproducción total o parcialde este libro, ni su incorporación a un sistemainformático, ni su transmisión en cualquierforma o por cualquier medio, sea este

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electrónico, mecánico, por fotocopia, porgrabación u otros métodos, sin el permisoprevio y por escrito del editor. La infracción delos derechos mencionados puede serconstitutiva de delito contra la propiedadintelectual (Art. 270 y siguientes del CódigoPenal)

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A Carmen, mi mujer. Por su espíritulimpio,

su entrea y su cariño.

A los hurdanos de buen corazónque me contaron estas historias para

que no fuesentragadas por el olvido.

A Félix Barroso, cronista y amigo,

y a Julián Sendín, buen hurdano quequizá ahora

haya comprendido lo que una nochele salió al paso.

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Soy Maldito

PRÓLOGO A LA 3.aEDICIÓN [1]

HE ESCRITO seis libros y uno de ellosestá maldito. Este.Cuando en 1999 terminé la obra quetiene entre las manos supe con certezaque iba a poner un pie al otro lado de lafrontera. La misma que habíantraspasado Juan Antonio Pérez Mateoscon su Clamor de Piedras, VíctorChamorro y su Tierra sin Tierra y otro

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puñado de valientes que ya me habíanprecedido en eso de contar y cantar losenigmas, grandezas y miserias de uno delos rincones más fascinantes del mundo:Las Hurdes.

Como les ocurrió a ellos me ocurrió amí; sintieron un flechazo en lo profundode los sentimientos, se envolvieron debruma y pintura negra, de un universoprimitivo y noble que aún subsistía en laAlta Extremadura. Descubrieron, endefinitiva, un espacio bucólico y a lavez brutal, como una burbuja que seaislaba del tiempo.

Se emocionaron ante los montes y lasleyendas, los miedos y las largas nochesde la sierra. Y caminaron aquí y allá,espantados a veces, extasiados otras,

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con las sorpresas que estas sendasguardan solo para quien viaja con losojos abiertos del espíritu.

Pararon en los caminos, tomaronperspectiva y se fundieron con la gente ysus historias. Después escribieronverdades como puños; realidadesvividas y vistas que había quecomprender en su sentido más profundo.

Como era de esperar, nada más salirde la imprenta las obras fueronmaldecidas por sectores de la clasedirigente que tiene intereses en la zona.Esos políticos y jerifaltes seescandalizaron al unísono ante la «malaimagen» que, según ellos, nosatrevíamos a dar a su región. A nuestra

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región, pues permítaseme elconsiderarme ya un poco hurdano dealma tras más de doce años, treintaviajes y miles de horas buscando laesencia de esas piedras desnudas.Hurdano de alma, aclaro, es aquel queno se avergüenza de su pasado ni susmitos. Que evoluciona noblemente peroa la vez tiene un cordón umbilicalrespetuoso con el sentido mágico ylegendario de la existencia.

La dictadura de lo «políticamentecorrecto», esa que ya amordaza ennuestra sociedad tanto como las otras, sesintió escandalizada con lo que yocontaba, con lo que viví y plasmé en ElParaíso Maldito. Y no negaré que unsentimiento de rabia me llenó por dentro

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al comprobar en mis huesos comoalgunos no habían comprendido nada.Absolutamente nada.

Las historias de brujas y duendes lesespantaban. Las luminarias y banastrosvoladores les parecían ridiculizantes...,los rituales y antiguos ensalmos, algodigno de ser quemado por la pira delpensamiento único y globalizador.

No supieron ver más allá. Nicomprender el verdadero sentido dehonor, libertad, esfuerzo y riqueza dealma que se plasmaba en estas páginas.Un agradecimiento y admiración sincerahacia los ancianos que me contaron lasúltimas cosas del último rincón distintoa los demás.

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Objetivamente este es un libro que hahecho descubrir a miles de personas laregión hurdana. Que ha hecho viajarhasta allí a miles de entusiastas, gentecon principios que buscaba un entornovirgen lleno de naturaleza y antropologíaviva. Y me alegro. Como me alegro deque el pueblo, ese del que tanto aprendíy escuché, tenga el libro entre susbuenos recuerdos. Entre todosrescatamos con esfuerzo un puzzle decreencias, mitos, tradiciones y misteriosque, hoy lo puedo decir con laperspectiva de cuatro años, se moría sinposible remedio.

Ahí está mi labor. Y solo el tiempo lajuzgará por encima de intereses espurios

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e hipocresías de cara a la galería.Por desgracia, si faltaban pocas para

con el pasado del hurdano, los incendiosque han asolado la región en el veranode 2003 no solo han quemado campo yárboles. También han calcinado uno delos nexos entre la esencia antigua de estacomunidad —la de los ungüentos yrezos, la del conocimiento de labotánica oculta, la de la morada de losseres de la noche— y su mundo mágico.Ese cosmos genuino y diferenciador quetantos echarán de menos cuandodesaparezca por completo. Ese universoapasionante en el que nos sumergimosalgunos «forasteros malditos» y que, meda la impresión, muchos hurdanos depro ya comienzan a echar de menos

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notándose huérfanos de algo que susancestros llevaban a gala.

Las casas se blanquean y casi sesilencia la difusión de los viejos mitosconsiderándolos absurdos. Apenasqueda nada ya para ser una región comocualquiera otra. Que maravilla paraalgunos renegados, y que tragedia paraquienes quieren ser distintos.

Afirmo que no es bueno sentirvergüenza de un pasado que, a pesar delas dificultades, del hambre y lapobreza, a algunos nos parece grande ylleno de honor.

Los incendios forestales y losincendios de la mediocridad —tanfuribundos como los otros— que

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pretenden terminar con esas Hurdesinmortales, acabarán en breve con unlegado único en el mundo. Un legadocompuesto de arqueología y zoologíainsólita, de saberes perdidos en labruma de los tiempos, de misteriososdioses grabados en la piedra, deensalmos y espantatormentas, del MachoLanú, el Pelojáncano, la Encorujá, elPájaro de la Muerte y el Tío del Bronci.De miles de cosas que son riquezacultural latente e irrecuperable.

Junto a tantos otros ya estoy al lado dela frontera que ocupamos losconsiderados «herejes» por algunasautoridades competentes. Pero hecumplido mi misión. La de contar. La deenamorarme de un pueblo, de una forma

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de vida y un sustrato enigmático quequise y quiero reivindicar.

Los hurdanos de buen corazón, lainmensa mayoría, tienen mi respeto, miadmiración y mi agradecimiento. Y yovolveré, como hicieron el resto deescritores «maldecidos» a fundirme conaquellas pizarras y montañas. A caminarbajo aquella lluvia gris de losdesfiladeros. A unirme, como seguro lohacía el hombre antiguo, con lasentrañas de la naturaleza. Esperoentonces, aunque sea en algún rincón, enalgún camino de piedras, encontrarmecon quien que mantenga la llama viva deaquellas historias y aquellosconocimientos perdidos.

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Sabía lo que iba a pasar y lo asumo.Pero por fortuna también sé que lospolíticos, los cínicos, los hipócritas ylos que no ven más allá de sus narices,pasan.

Los libros, aunque sean malditos comoeste, siempre quedan.

En Madrid, siendo las 22:43 del 9 de

septiembre de 2003

1 La primera edición de esta obra se publicó en1999. Esta tercera edición corresponde a unareedición actualizada.

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Introducción

Existe en este reino un ásperovalle infestado de demonios, unlugar que los pastores creenhabitado por salvajes, gente ni vistani oída de lengua, de usos distintosa los nuestros, que andan desnudos ypiensan ser solos en la Tierra.Algún testigo declaró haberles oídovoces góticas y otras imposibles deentender.

Padre carmelita P. NIEREMBERG,

Curiosa Philosophiae, 1600 Y allí estaban aquellos seres

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aguardándonos. Mitad hombres ymitad bestias.

LOPE DE VEGA, Las Batuecas

del Duque de Alba, 1638 La fertilidad del suelo de este

valle es tan abundante que algunosdicen es el remedo del ParaísoTerrenal, y lo parece por lafragancia de tanta flor de albahaca,cinamomos, arrayanes, cedros,cipreses, naranjos...

TOMÁS GONZÁLEZ DE MANUEL,

Verdadera relacióny manifiesto del descubrimiento

de Las Batuecas, 1693

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No hay tierra tan fascinante como

esta. Tiene sus secretos y susmisterios. Muchos son los que seperdieron en ella y no ha vuelto asaberse nada de su paradero.Existen profundas lagunas habitadaspor monstruos y hay un valle tanestrecho en el que solo se le ve lacara al sol en pleno mediodía,dominando la penumbra total elresto de la jornada.

BORROW, La Biblia en España,

1850 Es una preocupación creer que

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solo en la Oceanía, en el centro deÁfrica o en las sabanas de Américaes donde se hallan aún las hordasincultas y donde la civilizacióntiene aún que ganar palmos deterreno. Hay, en el partido judicialde La Granadilla, en la provincia deCáceres, una comarca que lleva elnombre genérico de Las Hurdes, yhabitada por verdaderas tribusprimitivas...

CARLOS SOLER ARQUÉS, 1882

Este país casi desconectado del

resto de la nación forma unverdadero paréntesis no solo en lamaterialidad de su posición,

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respecto a los pueblos que lerodean, sino también en las ideas,en las costumbres, en la religión yhasta en el progreso de la especiehumana.

PASCUAL MADOZ, Diccionario

GeográficoEstadístico-Histórico de España,

1847 Aquello es el verdadero Paraíso

Terrenal. Valles interminables,lagos..., una tierra solitaria y deincalculable riqueza.

Doctor A. MAUNDE, Bilbao, 1883

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Se comprende que seres caídos en

tal abyección y envilecimiento comoestos de las llamadas Hurdes noreparen en cometer delitos porhorrendos que parezcan. Estacomarca es para Castilla el borrónque para Europa es Turquía. Se lestiene abandonados, viviendo encuevas inmundas, sin conocer elcalzado y harapientos, cual momias,se les ve subidos en las peñas.

Doctor BIDE, Las Batuecas y Las

Jurdes, 1892 Yo había llegado allí movido de

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la curiosidad; deseaba conocer ellugar más extraño de la siempreintrigante España. Recuerdo comoaquella primera noche, lejos ya deLas Mestas y a campo raso, yoestaba ya conquistado a la causa deLas Jurdes.

MAURICE LEGENDRE, 1908

A las once llegamos al pueblo de

Martilandrán. Miseria, anemia,bocio, cretinismo. Espectáculohorrendo, dantesco...

Doctor GREGORIO MARAÑÓN,

1922

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¡Qué tarde aquella en que despuésde habernos bañado en el clarísimorío, entre peñascos, nos rodearonlos fragosanos al husmo de lasescurrajadas de nuestra merienda,pero también para preguntarnos porel mundo!

MIGUEL DE UNAMUNO,

Andanzas y visiones españolas,1922

Aquellas montañas desheredadas

me cautivaron enseguida. Mefascinaba el desamparo de susgentes, pero también su inteligenciay su apego a su remoto país.

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LUIS BUÑUEL, 1932

Nadie sabe con fijeza la edad que

tiene y casi nadie sus familias.Cuando vienen a registrarse suelendecir que se les ponga el nombredel santo que más les guste.

Doctor GREGORIO MARAÑÓN

EXPLORADORES Y CRONISTAS ,médicos y escritores, curas y reyesviajaron a un lugar que se pierde en elparalelo 40/6 de nuestro globo terráqueoy que viene a corresponderse con unrincón enclavado en lo que hoy son las

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tierras de Cáceres y Salamanca. Susimpresiones aferradas al corazón,rotundas y sin máscara, pintaron unaimagen negra y a contraluz de un mundoperdido en los confines del reino deEspaña. Un universo centrado en símismo que, ajeno al transcurrir de losdías al otro lado de sus montañas, ha idorodando con un ritmo diferente,guardando celoso mil y un secretos queen nuestro tecnificado vivir ya nocomprendemos, pues se nos pierden enlos más profundos abismos.Posiblemente sean el último reducto, elúltimo lugar donde el ser humanopermanece aún conectado con lanaturaleza por unos lazos primitivos ycomplejos que dentro de un corto

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período de tiempo se perderán en elolvido. Allí, entre pizarras, en la tierrasin tierra, en el mundo de «los sin pan»escuché las historias de las luces quematan, de la arqueología única eirrepetible, de las leyendas con nombresy apellidos, de los animalesdesconocidos que aún quedaban porcatalogar a una ciencia sorprendidasiempre que ponía aquí los pies. Quizála labor de este libro, escrito trasveintidós viajes a Las Hurdes y trasmuchos días comiendo el mismo pan queesos últimos «hombres del Paraíso»,pisando los mismo caminos ycalentándonos en su misma lumbre, seala de recuperar esa conexión que se

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pierde. No hay más pretensiones. Viajéa Las Hurdes fascinado como un jovenColón al descubrimiento de susparticulares Américas, espoleado yemocionado con el alma bullendo porfrases como las que encabezan esteprólogo, y allí descubrí un paraíso alque la maldición impuesta por el entornoy la sociedad le acabó haciendo máslibre, más auténtico, más real.

En pleno siglo XXI este es eltestimonio de un rincón al que, desde miprimera y accidentada visita, ya mesiento unido para siempre. El legado deun mundo ancestral en el que heaprendido que todo es posible.

El viaje comienza.

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Nota aclaratoria

LAS ENTREVISTAS y documentaciónrecogida en estos viajes al ParaísoMaldito ocupan una decena decuadernos y más de ciento diez horas degrabaciones magnetofónicas, muchas deellas registradas en «seranos» oreuniones de veinte y treinta personas,que he transcrito minuto a minutoprocurando la mayor fidelidad. Pidodisculpas por la posible existencia deerrores o confusiones involuntarias enalgunos nombres propios, apellidos,giros y localizaciones.

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CAPÍTULO 1

Viaje hacia un pasadolegendario

Un mundo tenebroso. - El padreNieremberg y Lope de Vega. - El

«descubrimiento» de las Hurdes. Entre elinfierno y el paraíso.

Los misteriososos ídolos-estela. -Cronología de un siglo negro.

«¿CUÁNTOS MISTERIOS guardan estas

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montañas?», me he preguntado milveces, rodando solitario por lascarreteras estrechas que surcan LasHurdes. Misterios de los saberes ocultosy los fenómenos inexplicables, de latradición milenaria y de una naturalezaviva y compleja que sobrevivemilagrosamente, centrada en sí misma yajena al rodar del mundo. Desterradosdel tren de los adelantos durante variossiglos, los hurdanos han sabido conviviren su universo de pizarra incrustada enlas faldas de las sierras, con suscomplejas normas sociales yconscientes, eso sí, de la realidad deunos sucesos extraños que les hanacompañado desde siempre y que, sinque aún sepamos por qué motivo, se

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expresan aquí con toda rotundidad,demostrando que, efectivamente, existenmás allá de la imaginación de unos y lashabladurías de otros.

Extraños seres que no parecen de estemundo, etéreos y espigados, se han vistopor estos caminos y pedanías desde elinicio de los tiempos. ¿Y las lucesingrávidas que surcaban los cielos enépocas sin electricidad ni adelantoalguno? Mal recuerdo de ellas guardanlos habitantes de los silenciosos pueblosdel norte de la región. Carabusino,Casares de Hurdes o Ladrillar lasevocan aún, mientras los documentosoficiales quedan como testigo de supaso, iluminando veredas y surgiendo

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como soles en la media noche.Incluso, se recuerda aún hoy por las

estrechas callejas, más de uno sintió ensus carnes un «calor de otro mundo» quese lo llevó a la tumba. Historiasestremecedoras con nombres yapellidos, al margen de la leyenda einstaladas en la más profunda realidad.Sea como fuere, los hurdanos, a fuerzade observarlos, han aprendido aconvivir con esa «dimensión insólita»que aquí parece superponerse a lahabitual con tenebrosa insistencia.

Estas gentes fueron bautizadas como«diablos» por los primeros que hastaaquí llegaron ya avanzado el siglo XVII.Ha pasado mucho tiempo, pero lasensación de penetrar en un mundo

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abrupto y cargado de enigmas revoloteacon el viento de la tarde hasta nuestrosdías. Lógicamente, la concepción sobrelos hurdanos ha cambiado en esteespacio de tiempo. Afortunadamente ygracias, en parte, a su esfuerzo paradejar atrás la imagen negra de ladesolación y la pobreza que durantetantos largos años les asoló. Sinembargo, los misterios no se han ido.Como negándose a ser arrancados de susmontes y desfiladeros, el amplioabanico de fenomenología inexplicabley asombrosa se niega a abandonar ellugar. Su presencia, sutil pero a flor depiel, continúa inquietando al viajero quehoy llega hasta allí. Y les aseguro que

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esa sensación, como todas lassensaciones auténticas habidas en elmundo, no es casual, no es de ahora.

Esta es la imagen más antigua que seconserva de Las Hurdes. Es el pueblo de LasMestas, al que se accedía desde las tierras de

Salamanca. Aquellos hombres y mujeresjamás habían visto una cámara.

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Más o menos lo mismo debió sentir,en los albores del 1600, el padreNieremberg para dejarse llevar por suimaginación y deformar lo que habíavisto en estas sierras cuan-do fue guiadoa caballo por algunos hombres delduque de Alba que habían visto ahombres y mujeres «como de otrotiempo» corriendo de un lado a otro yasentados en comunas tras las sierrasconocidas como «dehesas de Jurde».

Cuentan que el religioso volvió de suviaje aferrado a la cabalgadura yvivamente impresionado por lo quehabían presenciado sus ojos. El rumorera cierto. Un año después, en la obraCuriosa Philosophiae, se refería a ese

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«hallazgo» dentro de las tierras deCáceres y Salamanca como un reductodonde había sobrevivido una etniadiferente, que se comunicaba por guturalidioma jamás oído anteriormente, y queparecía contener arcaísmos propios deltiempo de los bárbaros. Ajenos a quehubiese otro mundo, los primitivoshurdanos y siempre según el padreNieremberg, vivían sin ley ni moralcreyendo ser solos en la tierra, en suparticular Paraíso Maldito.

Como se desarrollaron aquellas gentesdurante el largo período en el queapenas existen documentos sobre ellossigue siendo todo un misterio.Abandonados a su suerte por losadministradores de tan vastos terrenos,

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los hombres y mujeres de las montañasde Jurde resistieron en su desagradecidacomarca encrespada hacia los cielos ydonde escaseaba el vital elemento de latierra, constantemente abierta yresquebrajada la dura pizarra queemergía furiosa desde las capas másprofundas del subsuelo impidiendocultivo alguno.

En 1604, con el descubrimiento de

esta «nueva raza» corriendo por losmentideros de una España que vivía suSiglo de Oro entre artistas, hidalgosvenidos a menos y una picaresca quecomenzaba a ser radiografía viva delpaís, el aplaudido dramaturgo Lope de

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Vega recreaba una pequeña obra, LasBatuecas del Duque de Alba, que vino aechar más leña al fuego. En ella senarraba la tragicómica historia de dossirvientes y amantes que en suapasionada huida hacia las montañastropezaba con aquellos habitantes delotro lado del valle de Las Batuecas,descubriendo así una España inhóspita eimposible, donde descendientes de losantiguos godos, vestidos con lanas decabra y hablando en lenguaincomprensible vivían olvidados por elresto de la civilización.

La obra de Lope generó un sinfín decríticas e hirientes rumores dirigidoscomo puñaladas hacia las autoridadesde la época. Que se hubiese hallado una

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porción de España tan negra y extrañaen pleno siglo XVII no deja indiferente anadie y en la corte, según afirmanhistoriadores como Miguel Ramos, setomó como cierto un incidente quereproducía, a pequeña escala y en plenocorazón de Castilla, la gesta delDescubrimiento.

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Un grupo de hurdanos, en 1913, observa a

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uno de los viajeros llegados desde la capital.Es el pueblo de El Rubiaco.

Pero aquella tumultuosa centuria diopara mucho más. La condesa de Genlis,Du Crest de Saint Aubin, aseguraba enuna de sus obras que en la montañosa einexplorada región los campesinos yviajeros extraviados...

... habían visto sobre los peñascosunos torbellinos de humo, llamas yterribles apariciones de figurasespantosas y espectros, y se habíanoído voces formidables queproferían palabras desconocidas.

En ese mismo sentido, afirmaba:

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Todos los años, a la entrada de laprimavera, los curas de losalrededores reunidos en cuerpo ydesfilando procesionalmente iban aexorcizar aquellos temiblespeñascos, a fin de preservar al paísde los maleficios de los espíritusinfernales. La melodía lúgubre desus cánticos atraía siempre algunasque confirmaban todos los cuentosde los pastores.

La creencia de que en los afilados y

grisáceos riscos se habían refugiadoclanes ajenos al cristianismo queadoraban al diablo fue aceptada en todaslas tierras de Castilla. Y así comenzó el

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odio y el rechazo a todo lo provenientede aquella comarca solitaria. No habíanada de interés en Las Hurdes para losforasteros, y nadie se adentraba en ellapor ningún motivo. En el exterior sehacía el silencio y en el interior se vivíaal margen de Dios y de los otroshombres, ajenos a las todas lasinstituciones y al Estado.

Curiosamente, la atención por este

territorio extraviado de todos los mapascobra auge en nuestra vecina Francia.Allí alguien sí tenía un especial ysecreto interés en ese enclave situado enel paralelo 40/6: el rey Luis XIV,obsesionado con descubrir el lugarexacto donde se hallaba el Edén bíblico.

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En su afanosa búsqueda del verdaderoJardín de las Delicias ordenó a laAcademia Francesa realizar arduosestudios para encontrar la situaciónprecisa de este lugar de ensueño. Corríael año de 1689 y el obispo de Abraches,Daniel Huet, presidió la comisióninvestigadora y redacto el informe final.A pesar de lo desalentadoras de susconclusiones, ya que no se supo concerteza en qué punto del globo seencontraba el anhelado objetivo, sebarajaron hasta el último momento unracimo de enclaves entre los que seencontraban, según rezaba el manuscrito,«Egipto, Damasco, algún rincón de laMesopotamia... y un resguardado valle

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de Castilla de nombre Batuecas».

Algunos médicos, como el doctor Bide,aseguraban que «existe una etnia diferenteen esta sierras de Las Hurdes». El debate

antropológico se prolongaría durante variasdécadas.

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Aquellos eruditos estipularon ochocondiciones básicas que, de sercumplidos con exactitud, otorgarían elsin igual título de Paraíso Terrenal. Seexigía, en esta histórica comisión, unreducto frondoso y de reducidasdimensiones, con aguas frescas ysaludables, clima templado y variadasespecies animales que compartirían elprivilegio de su asentamiento con unospocos hombres que allí pulularían sinsaber en realidad que estaban pisando ellugar sagrado.

Hilando muy fino, el obispo Huetcreyó ver en el valle de Batuecas-Hurdes, cuya etimología nos remite a lostérminos Bato y Jurde o Iurde [1], un

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edén violentado de nuevo, después demil seiscientos años, por los hombresdel duque de Alba. Y lo cierto es queotros intelectuales ayudaban a fortificaresta creencia con sus impresiones trasviajar hasta la «Tierra sin tierra».Tomás González de Manuel afirmaba sintapujos que aquello era un remedo delParaíso Terrenal, envuelto en tantosmatices vegetales que el fabuloso verdorde sus campos y frutos hacía olvidarsedel pan, alimento que, dada la ausenciade trigo, aquí se desconocía porcompleto. Asimismo, Antonio Ponz, ensu monumental Viaje de España,escribía de «fuentes y ríos apacibles, deaguas saludables y frescas conabundante pesca y riveras con arenas

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auríferas preñadas de piedraspreciosas».

A favor y en contra, media Europa sesumergía en una discusión que colocabaa este rincón de España entre el cielo.Tan solo unos pocos conjeturaban con laposibilidad de que en el misteriosovalle se fusionaran ambas realidades enun «Paraíso Maldito», fascinante yaterrador a partes iguales.

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Esferas que parecen surcar los cielosgrabados en las rocas de Vegas de Coria.

Una de las primeras representaciones de lahumanidad que se asentó en Las Hurdes.

En aquella época la estadística yaestremecía: Las Hurdes era el reductode Europa con mayor índice demortandad infantil y un foco infecto deenfermedades, como el paludismo, que

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arrasaban con la población de modoalarmante e inevitable. Tímidamentecomenzaran los envíos de medicinas ycomida al amanecer del siglo XIX.Incluso, en varios debates que lleganhasta las más altas esferas políticas dela época, se plantea la posibilidad derecoger a aquellas ocho mil almas ytrasladarlas a otros lugares a priori máshabitables. Pero la proposición oficialofende a los hurdanos, personas de sabiaentereza y creencias muy particulares,que se resisten con fiereza a abandonarsu mundo. No quieren el destierro de supequeño universo, ese que solo ellosconocen y al que están apegados encuerpo y, sobre todo, en alma. Ya en esetiempo tan lejano causa estupor entre los

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cronistas, miembros de la Iglesia conafán evangelizador y los primerosmédicos la capacidad del hurdano paraintentar responder las preguntas que leplantea la madre naturaleza, para saberutilizar sus distintas savias en forma demil ungüentos y remedios, y tambiénpara temerla, aceptando la existencia deseres y luminarias extrañas que surgende la noche y con las que jamás hay quecruzarse, como si fuesen partes vivasdel propio entorno.

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Extraños objetos aparecidos en petroglifosen diversos abrigos pizarrosos de la

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comarca. Los arqueólogos se encuentranconfundidos. Los astroarqueólogos, por su

parte, no dudarían en ver en estas imágenesdiversos ingenios voladores que por aquí

fueron vistos hace cinco mil años.

Pero esta filosofía de vida y losconocimientos mágicos, transmitidos porlos viejos brujos zahoriles de cadaasentamiento o alquería, no surgeespontáneamente. El particular yprofundo sentimiento de «conexión conlo trascendente» viene de muy antiguo,quizá desde el inicio de los tiempos,cuando en las primeras trazas dehumanidad dejada en esos riscos hacecuatro y cinco milenios ya se denotabaun extraño fervor por lo desconocido,

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por lo sobrenatural y lo cósmico.

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En el suelo de una letrina del pueblo deCambroncino se encontró una pieza

arqueológica de extraordinario valor. Estaes la única imagen de su emplazamiento

original.

En algunos museos españoles, tanañejos casi como las piezas quealmacenan sus entrañas y en no pocascasas particulares, se guardan, entrepolvo y telarañas, algunas de estasmuestras sorprendentes del prehistóricoy «mágico» arte hurdano. Sobre lascasde pizarra, los habitantes de aquellassierras abruptas dejaron dibujadosgrotescos seres, dioses desconocidos yjamás catalogados, provenientes alparecer de los cielos y de los que salían

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rayos y haces de luz hacia las alturas.Como forma de explicar una complejacosmogonía [2], los hombres venidosdesde las alturas, grabados en largasnoches junto a las cavernas,representaban un modo comprensiblepara establecer cómo se hizo el mundo ypor qué se creó la asombrosa naturalezaque en ocasiones, con sus súbitasdemostraciones de fuerza, llenaba demisterio la oscura noche de la Edad dePiedra.

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Detalle del llamado «ídolo de

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Cambroncino», un dios extraño que se grabóen la piedra hace unos cuatro mil años. Hoy

se encuentra en paradero desconocido.

Recuerdo perfectamente có-mo en laalquería de Cambroncino apareció unode los más extraños y misteriosos«dioses de piedra». En una vieja letrina,cumpliendo labor de entarimado deurinario, una de las piezas maestras deestos hurdanos de la Edad del Broncelanguidecía sin llamar la atención denadie. Fueron muchos los añostranscurridos hasta que una visita le hizocaer al dueño en la pequeña joyaprehistórica que se guardaba en recintotan original. Con expresión triste y unagran diadema que parece emular a los

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rayos del sol, el «ídolo deCambroncino» inclasificable por loscatálogos ortodoxos, fue extraído de sulugar de origen para pulular sin rumboconcreto por museos y dependenciasoficiales de la provincia. Hoy, comomuchos de sus «hermanastros», seencuentra en paradero desconocido,agregando así un halo de misterio alfinal de su corta vida pública. Nadietiene la remota idea de qué pasó con él,con este estandarte del arte y elsentimiento religioso de los másprimitivos pobladores de la comarcaque, a buen seguro, dibujaronatemorizados sobre una lasca de piedraen honor a su «señor» para que losguiase y diese fuerzas en hábitat tan

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agreste y duro.La aparición súbita de los ídolos-

estela en los lugares más insólitos einesperados ha motivado en los últimostiempos la llegada de arqueólogos detodo el país. Algunas, como la doctoraCarmen Sevillano San José, abogan porel pasado hostil y guerrero de aquellospobladores del Paraíso Maldito. Lospetroglifos [3] hallados en pueblos comoLas Erias, La Huerta, La Huetre o ElGasco, donde aparecían grabadas en lasfaldas de las rocosidades pizarrosaslargos puñales y otros armadosinventarios, daban visos a la posibilidadde que, efectivamente, toda la comarcaestuviese habitada por clanes diversos

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que se invadirían unos a otrosconstantemente en una batalla sin fin,centrados en sus pequeñas sociedades yrezando a sus misteriosas deidades, delas que solo nos queda el recuerdoremoto marcado en las piedras. Sobreellas, el afable y prestigioso arqueólogoAntonio González Cordero me afirmabasin tapujos:

Son piezas muy raras. No hemos

encontrado ese tipo de ídolos másque en una zona muy concreta deFrancia, en el Languedoc. Y aún nosabemos qué relación podía existirentre ambos enclaves. Existe unazona muy amplia en el tiempo,brumosa y oscura, que hace que

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estas representaciones sean unascompletas desconocidas a la luz dela arqueología actual.

«¿Por qué solo en esta tierra? ¿Por qué

diferentes al resto?», me preguntéaquella noche de vigilia y café en elapretado estudio de uno de esosarqueólogos «de campo» que han hechode la búsqueda y la catalogaciónlaboriosa y sistemática su filosofía devida. Pero ni él ni yo teníamosrespuesta. Esos dibujos expresivos yextraños, cincelados golpe a golpe a lavera de ríos silenciosos que también«por arte de magia» son los únicos detoda la vertiente atlántica que corren en

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dirección opuesta, debieron representaralgo verdaderamente importante parasus creadores. Entidades supranaturales,protectoras o amenazantes, quevigilaban en la noche de los tiempos yque reflejaban elementos futuristas,como hebillas, correajes y cinturones,para agregar aún más misterio al asunto.¿Qué significan estos carros y artefactosvolantes que planean junto a los ídolos-estela? He preguntado más de una vez enlos senderos rocosos de Vegas de Coriao La Horcajada sin obtener tampocorespuesta alguna...

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Los ídolos-estela son un auténtico misterio.¿Por qué solamente

surgieron en esta franja agreste delterritorio extremeño? Imágenes de figurasencontradas en los confines de la comarca,

en dirección a Ciudad Rodrigo.

Hoy, tras una serie de intervenciones

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«oficiales», muchas de estas piezasvuelven a dormir el sueño del olvido. Sumensaje enigmático, compuesto porgrandes cabezas a modo de escafandrasy haces de luz que emergen de unoscuerpos antropomorfos, a buen seguroharían las delicias de los aficionados ala astroarqueología [4]. Parainvestigadores como Erich von Däniken,Robert Charroux o Peter Kolosimo nocabría ninguna duda: los ídolos-estelavendrían a ser el documento en piedrade un contacto sucedido aquí hace milesde años entre los habitantes de lasmontañas y algún tipo de civilizacióndesconocida y probablemente ajeno a latierra —se almacenan hoy en distintos

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museos arqueológicos provinciales—.Algo quizá muy arriesgado para seradmitido de buenas a primeras, pero quesigue vigente como hipótesis mientras laarqueología oficial no explique elmotivo y significado de los «dioseshurdanos de piedra».

De momento nadie parece saber nadaacerca de ellos. Su muerte lánguida, encajas apiladas de cartón y lejos de lasmiradas del público, es triste e injusta.Los ídolos-estela de Las Hurdes,complejos y desconocidos, parecenmolestar a algunos «arqueólogos» queno pretenden abandonar, bajo ningúnconcepto, lo establecido por los másrancios libros de arqueología. Porfortuna, hoy el interés de algunos

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verdaderos estudiosos con afáncientífico intenta arrojar luz sobre lassombras de miles de años de oscuridad.Una oscuridad que se extiende desdeesta época de la Edad del Bronce hastabien entrado el siglo XVII y que solologra reclamar la atención popular enlos últimos ciento cincuenta años,cuando las imágenes de una tierra pobrey enferma llegan a los principalesmedios de comunicación. Se descubrenasí Las Hurdes negras, el llamado«baldón de España» y su carga morbosade enfermedades y desahucio. Sumisterio interior, sin embargo, todavíaqueda inexplorado.

La creencia por parte de la cúpula

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eclesiástica y la nobleza de la existenciade un reducto de gentes casi salvajes,provistas de misteriosos poderes yentregadas a la devoción de diosesdesconocidos motivó durante siglos unaislamiento duro e inexpugnable. Loshurdanos apenas salían de su comarca sino era para efectuar los más penosostrabajos de siega en la llanura castellanao incluso —y de estos aún hay muchostestimonios vivos—, para salir aarrancar las limosnas de puebloslimítrofes. Las castas de «pidiores»,activas hasta hace bien poco yorganizadas en clanes familiares, eran aveces el contacto de Las Hurdes con elmundo exterior. Un mundo que seguía elritmo impuesto por el tren del progreso

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y que cada vez se alejaba más y más delas grises lascas de pizarra. Hasta bienentrado el pasado siglo no estalló elinterés antropológico y médico por unazona que permanece atrapada en suleyenda.

Los primeros viajeros con estos finesse adentran en el Paraíso Maldito amediados del siglo XIX, pero no es hastala centuria siguiente cuando comienzan aprecipitarse los hechos que al finalharán abandonar a Las Hurdes su pasadolastimero y sobrecogedor. En apenascien años se concentran un sinfín deacontecimientos que ya son historia yque podríamos resumir en el teletipo deun siglo agitado e inolvidable que

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colocó este pedazo de tierra casidesconocida en las portadas de losnoticiarios mundiales:

1 8 4 5 : Pascual Madoz, en suDiccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, habla de LasHurdes del siguiente modo:

El aspecto exterior de las

alquerías es tan mezquino que seconfunde con el color y laescabrosidad del terreno, y senecesita alguna atención paraconocer que allí hay un pueblo yseres humanos. Es un lugar habitadopor una raza indolente. Suocupación se reduce a pedir

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limosna. Los niños son espectrosvivos que luego perecen de hambrey frío y las mujeres son de aspectoasqueroso y repugnante, con palidezy miseria asomando a sus rostros.

1 8 5 0 : Historiadores ingleses, comoThomas Borrow, se adentran en LasHurdes para verificar la existencia deuna tierra «infernal y misteriosa»perdida en las entrañas de un paíscivilizado. A su vuelta publica enEuropa, con impacto generalizado, suobra La Biblia en España, donde hablade monstruos desconocidos por laciencia y de lagunas tan profundas dondemuchos viajeros han perecido sin dejar

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rastro. La descripción de ese «mundoencantado» atrae a diversos cronistasdel Viejo Continente hacia esta tierraextremeña. La «fiebre» por Las Hurdesse expande sin remedio.

1880-1891: Otra generación de literatosy viajeros españoles toma el relevo delos ingleses. El extremeño VicenteBarrantes, en Las Hurdes y susleyendas, describe espantado de suencuentro con los hurdanos, personajes,según él, harapientos y andrajosos quecortan el paso con agilidad propia de lascabras, con la mirada perdida y sumisosante la llegada del forastero. Aconclusiones más crudas llega CarlosSoler Arqués, quien en Madrid, en una

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conferencia ante la «flor y nata»capitalina, habla de un «foco casipaleolítico» comparable tan solo aalgunos puntos de Oceanía o el Áfricaprofunda.

1892: La obra del doctor Bide LasBatuecas y Las Hurdes crea unaconsternación en el foro de laprestigiosa Sociedad Geográfica deMadrid. El galeno describe un mundodesamparado y hostil, regido por leyesal margen del Estado, donde elabandono es la tónica general. Haceculpable de todos los males a unaAdministración que apenas se da porenterada del asunto.

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190 3 : Se denuncia el caso de los«pilos» o expósitos que, desdeorfelinatos como Plasencia o CiudadRodrigo, se entregaban a madreshurdanas para su cuidado por unamódica cantidad de dinero al mes.Algunas expediciones médicas aseguranque algunas mujeres cuidaban al niñoexpósito para que el inspector verificasesu estado saludable y lo hiciese el pago,desatendiendo, en algunos casos hasta lamuerte, a sus hijos naturales. Elescándalo se discute amargamente entoda Extremadura.

1908: La sociedad Esperanza de LasHurdes promueve, en un acto histórico,

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«el primer congreso de hurdanófilos»destinado a plantear y exponer losprincipales problemas de la región y acanalizar las primeras ayudaseconómicas y educativas. La revista LasHurdes nace en el seno de estasociedad, pero el tiempo y el abandonode las principales autoridades hará quelas buenas intenciones de este grupo deintelectuales comprometidos caigan enel saco roto del olvido.

1909: El célebre hispanófilo francés,Maurice Legendre, director de la Casade Velázquez de Madrid, publica enParís su Étude de geographie humaine,un amplio trabajo sobre Las Hurdes ylos hurdanos, sobre sus modos de vida y

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los misterios que les rodean. Su impactoes mundial. Todo Occidente conoce lahistoria de un pueblo anacrónico queagoniza entre los montes de Extremaduray Castilla. Se le considera uno de lostrabajos «cumbre» de la antropologíamundial. Decenas de intelectualesespañoles caminarán hacia Las Hurdesen busca, a veces no exenta de cruelmorbosidad, de la realidad descrita porLegendre.

1911: Avalancha de hombres de ciencia,sobre todo médicos, que llegan con suspesadas máquinas fotográficas pararetratar, sin respeto ni consideración, loque consideran «elenco de monstruos»

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para sus tesis sobre cretinismo,paludismo y otras enfermedades.

Las dos inmensas peñas que flanquean, entrebrumas, la entrada a Las Hurdes desde la

sierra de Francia. Durante años nadie cruzóentre ellas. Casi hasta el siglo XX se pensóunánimemente que detrás se extendía «unáspero y misterioso reino habitado por los

demonios».

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1922: Históricos reportajes de la revistaEstampa, con Ignacio de Arcelu a lacabeza, que ponen de nuevo el temasobre el tapete de la actualidad ante lainminente visita del rey. Los doctoresGregorio Marañón, Goyanes y Bardajíhan visitado la región y se han quedadoimpactados por el desamparo deaquellas gentes. En sus cuadernos decampo se habla de bocio, paludismo,cretinismo y hambre. Una situación dealarma desesperada. Tras exponer estasconclusiones, el monarca Alfonso XIIdecide viajar a la región.

Junio 1922: Alfonso XII viaja a LasHurdes. Las gentes salen a la calle y el

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rey comprueba, a caballo y a través desendas impracticables, la cruda realidadque se vive a cuatrocientos kilómetrosde la villa y corte. En la históricacomitiva viaja Gregorio Marañón, quienestablece las primeras medidassanitarias. Se reparten duros de plata yquinina contra el paludismo mortal. Losperiódicos de medio mundo reflejan lasimágenes de alquerías incrustadas en losmontes, lejos de todo y de todos, dondelas gentes mueren al sol y dondehombres y bestias comparten casasinmundas y oscuras construidas conlascas de pizarra. El monarca, de una delas chozas de la alquería deMartilandrán ocupada por un tullido yuna joven paralitíca, sale llorando

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amargamente. La escena será recordadadurante décadas. Se pone en marcha elPatronato de Las Hurdes y se inauguranvarias «factorías» donde se instalanpuestos de la Guardia Civil, botiquinesy escuelas.

1922: Miguel de Unamuno, para realizarsu obra Visiones y andanzas españolas ,viaja a conocer de motu proprio el«problema hurdano» del que tanto sehabla. También lo hace el cineasta LuisBuñuel, impulsado por el trabajosoberbio de Legendre. Aquello leimpresiona de tal modo que empieza aelaborar la idea de hacer una película alrespecto.

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1932: En el Palacio de la Prensa deMadrid se da el primer pase de LasHurdes: Tierra sin pan, de Luis Buñuel.La crudeza de las escenas, reflejandouna pobreza descarnada a lo largo detreinta y dos minutos de metraje, hacenque inmediatamente el gobierno de la IIRepública lo prohíba por «dañar elnombre de la nación». En Francia, sinembargo, es un éxito sin precedentes. Lomismo ocurre en el resto de Europa. Sedejan igual los fotogramas y se realizanadaptaciones al francés. Al mismotiempo, desde España, se acusa aBuñuel de haber manipulado algunasimágenes, como las de unas chiquilla

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mojando pan en una charca, el burrodevorado por las abejas o el entierro deun niño que es transportado a hombrosen una artesa de madera por el río, dadala inexistencia de tierras ni cementerios.La polémica aún continúa.

1932: Nuevo viaje de Alfonso XII conel fin de comprobar la buena marcha delas factorías y mejoras en Las Hurdes.La contienda civil frenará todo elprogreso. El abandono regresa alParaíso Maldito.

1936: Durante la guerra, la película deBuñuel se utiliza fuera de nuestrasfronteras para denunciar a la Españafranquista. Las Hurdes quedan instaladas

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definitivamente en el arquetipo de la«España negra».

1956: Comienzan los llamados «planesHurdes» que dotarán a la zona de nuevasinfraestructuras, principalmente viarias,que conexionen definitivamente losprincipales pueblos con el exterior.

1960-1972: Se producen en este periodovarios viajes de escritores que daráncomo resultado obras muy polémicas yque mantienen el asunto hurdano en lomás alto del candelero social.Enmarcadas en un existencialismo yrealismo descriptivo, títulos comoTierra sin tierra, de Víctor Chamorro,

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Caminando por Las Hurdes, de AntonioFerres y Armando López-Salinas, o LasHurdes: clamor de piedras, de JuanAntonio Pérez Mateos, describensituaciones cotidianas remarcando elaspecto negro de pobreza, aislamiento ymundo centrado en sí mismo comodenuncia a una política que no haresuelto los grandes problemas de estacomunidad.

1976: Fraga Iribarne establece un plande desarrollo de toda la región,haciéndose hincapié en obrashidráulicas y de reforestación de losmontes. Se considera a Las Hurdes,definitivamente, instaladas en elprogreso.

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Efectivamente, Las Hurdes ya no son

lo que eran; las imágenes negras delpaludismo, el cretinismo y el bocio tansolo han quedado perpetuadas en lasmás ancianas generaciones. Lascomunicaciones son buenas, en general,y los servicios se equiparan a los decualquier punto de Extremadura. Solohay una cosa que no ha cambiado: lasensación inquietante de sus parajessombríos, la soledad de sus caminos ylos misteriosos hechos que continúanproduciéndose y que siguen haciendo deeste un mundo diferente, «tocado» porun halo especial que se siente nada más

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traspasar al otro lado de los picos quese alzan como frontera natural de estatierra legendaria. En los días detormenta plomiza, con las callejuelasvacías y la fina lluvia asomándose encada curva, esta sensación aún es máscercana y punzante. Es algo que no hacambiado desde el inicio de lostiempos, desde el propio«descubrimiento de Las Hurdes»ocurrido hace ya tantos siglos. Los queen esta tierra han nacido bien lo saben, ypor lo general callan ante la pregunta delforastero.

Esa «otra realidad» siguemanifestándose con frecuencia, como siel tiempo no hubiese corrido en lasagujas del reloj. Las luces, los seres

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extraños..., no los han abandonado.Basta llegar hasta aquí paracomprobarlo por uno mismo.

1 La raíz bato significa «lugar rústico, pobre,apartado, agreste o incomunicado». En laregión existen nombres de antiguas alquerías,como Arrobatuequilla (ya derrumbada por eltiempo) o La Batuequilla (donde solamentevive una anciana a punto de cumplir la centuria),que cumplían a la perfección ese indicativo.Sobre el término Jurde, las confusiones ydiversas opiniones de los estudiosos hanacabado por confundir a la mayoría. Paraalgunos el término con el que se identifica atoda la región, Jurde o Iurde, estaríadirectamente conexionado con el río Jordán orío Hurdano, que atraviesa el corazón de la

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comarca y que nos llevaría en volandas hastalos tiempos de los judíos que aquí serefugiaron tras la Reconquista. Otros, comoMiguel Ramos Romero, no dudan en afirmarque dicho nombre proviene del abundante brezoque había en estas sierras y al que se ledenominaba urce o urz. Incluso hay estudiosos,como José María Requejo, que se aventuran enseñalar nombres provenientes del griego comoIurde (Jorge) y a plantear como posibilidad lainteresante raíz de procedencia gitana jurdi,«piedra o casa de piedra».

2 La cosmogonía es la doctrina religiosa ofilosófica que intenta estudiar el origen ocreación del mundo organizado.

3 Se denomina petroglifo a los dibujos o

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grabados esquemáticos realizados en rocas,sobre todo en la época neolítica.

4 La astroarqueología es una corrienteheterodoxa puesta de moda en el mundo por eldivulgador y explorador suizo Erich vonDäniken y su primer libro Recuerdos delfuturo, que apareció en una pequeña editorialtras ser rechazado por sus ideas «arriesgada» yque planteaba la posibilidad de presencias decivilizaciones muy avanzadas o incluso ajenas ala Tierra tras el examen de algunos vestigiosarqueológicos de difícil explicación. Lainfluencia de extraterrestres en nuestro pasadomás remoto fue la bandera de los seguidores deDäniken.

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CAPÍTULO 2

Un puñado de crónicas parala historia

EXISTEN personas que tienen un don.Los que escribieron este puñado decrónicas para la historia tenían el donde transmitir. Y sus visiones, susreflexiones y sus frases removieronconciencias, movilizaron masas yalertaron al mundo de la situación deun rincón de España conocido comoLas Hurdes.

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Tan solo unos cuantos «dotados» poresa magia del contar pudieron obrar elmilagro. Este capítulo quiere ser unrecordatorio, en los albores del nuevomilenio, para ellos. Para aquelLegendre que convulsionó laantropología porque fue capaz deviajar al «legendario y desconocidorincón» y realizar su gran trabajo.Para Buñuel, quien con su cámaracinematográfica al hombro supoexpresar el dolor amargo de una tierray sonrojar a los políticos de turno.Fuesen del color que fuesen.

Y entre todos ellos, entre los cientosque allí viajaron y escribieron, este esun emocionado homenaje a dos

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maestros: Ignacio de Arcelu e IgnacioCarral. Vanguardia, primera línea,escuadrón de aquella revista mítica dereporteros llamada Estampa. Ellos yano están aquí, pero su obra esinmortal. Y su don aún sobrecoge. Sumirada de águila, su capacidad paratransmitir el sentimiento, su destrezapara convertir las palabras en sentidoy sensación.

Sus crónicas, hoy, me ponen el vellode punta. Ese es su don. Esa su magia.Y juntos consiguieron lo que nolograron miles de sesudos teorizantes.Orgullo de periodistas, ejemplo dereporteros, Arcelu y Carral lo llevabanen la sangre. La noticia era suuniverso. Y su pluma capaz de todo.

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Porque estaba viva y latía con fuerzaen aquellas Hurdes de películaexpresionista en las que se perdieroncon unos pocos duros y muchasilusiones de contar al mundo.

Eran periodistas de raza. Periodistasque con su actitud dignificaban laprofesión, y la convertían en la másbella.

Su trabajo no fue en vano. Aquelpuñado de crónicas hicieron que elmundo volviese la cabeza como unresorte alarmado hacia el ParaísoMaldito. Y otros después escribieron,discutieron, dispusieron, criticaron…Pero Arcelu y Carral, como otrosinolvidables que integraban aquellas

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redacciones míticas de los años veintey treinta, ya estaban lejos, en nuevos«fregaos» y con la cabeza bien alta.Habían sido ellos. Ese era su poder.Miles de personas volcadas con LasHurdes.

¡Objetivo cumplido!, les digo hoycomo colega y alumno mirando hacialas alturas.

¡Ahí van sus letras, apenas un esbozo,

y su recuerdo inmortal!

Reporteros inolvidables, agitadores deconciencias. - Ignacio de Arcelu y el

pregón de la noche. - Carral, vagabundoen Las Hurdes. - Las reflexiones de unilustre: Maurice Legendre. - Buñuel y

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Tierra sin pan, las escenas queconmovieron al mundo.

CO M O ya habrán adivinado, muchoantes de que este reportero pusiera suspies sobre el Paraíso Maldito, infinidadde viajeros, cronistas y periodistas a losque doy el calificativo de maestros, sepersonaron con sus dudas e inquietudes,bajando por el puerto de los Lobos através de la peña de Francia, frente a lassombrías Hurdes. La mayoría de ellosdescribieron el entorno y sussensaciones dejando una profunda huellaen la sociedad española, alertando a lasgentes de las industrializadas capitalesque recibían las crónicas en los

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periódicos y revistas punteras de laépoca. Se hablaba del descubrimientode estas tierras como si en el interior dela ancha Castilla hubiese surgidorepentinamente una América inexploraday fascinante. Podríamos incluir en esteapartado-homenaje a decenas de grandesescritores del siglo XX; pero, de todosellos, he hecho una criba intentandomostrar unos breves retazos quetransmitían como nadie aquel lento yapasionante descubrimiento de lasociedad de un «mundo desconocido enla provincia de Extremadura».

Los reportajes de Arcelu o Carral, a lacabeza de la mítica revista llamadaEstampa, hicieron más por Las Hurdes,a pesar de describirlas con toda su

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crudeza y realismo, que todas lasreuniones de mandatarios, secretarios ygobernantes que se reunían con un halosalvador, previo opíparo banquete, parapaliar a Las Hurdes de su dantescasituación. A la sobremesa, a aquellos«intelectuales» de postín se lesadormilaba el sentido común y losproyectos quedaban en nada. Lasafiladas plumas de aquellos periodistas-aventureros removieron conciencias ymostraron un problema desnudo quegritaba su miseria a los cuatro vientos.Relatos reales como El pregón de lamuerte, de Ignacio de Arcelu, los tengoenmarcados en mi despacho. No sepuede describir más. Aquello eran Las

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Hurdes. Aquello era el Paraíso Maldito.Periodistas de raza se subieron a los

riscos de pizarra y radiografiaron unmundo duro y apasionante, abriendocamino para que otros —provistos delceluloide como Buñuel o bosquejandoun estudio de geografía humana quepasaría a los anales de la historia, comoLegendre— demostrasen al mundo queen las entrañas de la tan bien conocidaEspaña había un lugar diferente, almargen del Estado y de las leyesestablecidas. Su labor queda aquíreconocida para el conocimiento de lasactuales y futuras generaciones,acostumbrada a unos medios decomunicación que por desgracia ya nocuenta en sus filas con personajes como

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aquellos apasionados exploradores de larealidad.

* * *

En 1932, la revista Estampa enviaba

al más brillante de sus redactores, JoséIgnacio de Arcelu, a recorrer a caballo ydurante una semana el lugar misterioso ytenebroso del que tanto se rumoreaba enlos cuatro puntos cardinales del reino. Yel bravo reportero no defraudó a nadie.De su puño y letra surgieron en aquellossiete días inolvidables las crónicas másestremecedoras y desnudas de aquellasHurdes míticas y, por fortuna,convertidas ya en recuerdo. Con una

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serie antológica titulada En el umbralde la tierra misteriosa, Arcelu dio unlatigazo en la conciencia de losespañoles. A cuatrocientos kilómetrosde Madrid existía un áspero reino depizarras del que muy poco se sabía, ydonde todo era distinto y enigmático.Aquel artículo, el primero de una seriede siete, decía exactamente así:

EN EL UMBRAL DE LATIERRA MISTERIOSA

Revista Estampa, 1932 Avanzamos hacia el interior de Las

Hurdes con la impresión de irnos hundiendoen un subterráneo. Un denso silencio va,

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poco a poco, envolviéndonos,oprimiéndonos... Caminamos por una veredaque en otra parte sería risueña, a la orilla deun rápido riachuelo serrano, entre árboles,y, sin embargo, resulta el paisajemelancólico, siniestro, casi... Es silencio.El terrible silencio de esta tierra muerta. Nohay trinos de pájaros; no se escuchan esoslentos cantares con que los gañanesacompañan la labor en otros campos; nosuenan a lo lejos ni esquilas de ganado, nohay gritos de pastores, ni ladridos de perros.Ni siquiera un poco de viento bulle entre elramaje. Todo inmóvil, todo callado anuestro alrededor.

La segunda alquería que encontramos,Ladrillar, a pesar de que, según creo, escapital de municipio, tiene un aspecto quizámás miserable que El Cabezo: las gentesparecen también más tristes y más pobres.

En el atrio de la iglesia del pueblo

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sorprendemos una escena que nos dejapasmados: a los chiquillos de la escuela —dos docenas de niños y niñas— haciendogimnasia sueca, dirigidos por el maestro.

Los pequeños parecen divertidísimos conentrenamiento y maniobran ágiles yrisueños a las voces de mando del profesor.

Todos los vecinos de la aldea estáncongregados en la plazuela contemplando elespectáculo.

Tras Ladrillar continúa la vereda por loscampos pedregosos, desolados. Seguimoshundiéndonos, hundiéndonos, en estesiniestro pozo de Las Hurdes.

—Aquí, en estos campos —dice Benítez,ahogándose en el angustioso silencio—, ¿nohay nadie?

El jurdano que va con nosotros se encogede hombros, amargo y estoico:

—Hay lobos.

Los enfermos de Riomalo

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Ya estamos en Riomalo de Arriba.Riomalo hace honor al nombre. Lascasuchas aun para cobijo de cerdos sonmalas. Son, sobre poco más o menos,montones de pedruscos con un hoyo, en elque se meten revueltos las criaturashumanas y los animales: el cochino, lasgallinas y el burro. Las calles... ¿Se puedellamar calles a estas sendas pedregrosas,llenas de inmundicias, que hay entre lostugurios?

En una de ellas encontramos congregadasa todas las mujeres y chiquillos de laalquería alrededor de dos hombres. Uno deellos, con gran sombrero de alas anchas ybotas de montar, está reconociendo uno poruno a los jurdanos y haciéndoles preguntas;y el otro, un muchacho joven, va apuntandoen unas cuartillas las respuestas.

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«Aullando como un lobo —decía Arcelu—se nos aproxima en un camino el Bobo delCabezo...». Así comenzaba el viaje a Las

Hurdes.

Son el médico y el practicante que giransu visita y, al mismo tiempo, forman elcenso sanitario.

La faena no es fácil.Aquella pobre gente apenas si sabe cómo

se llama.—Yo —responde una mujerzuca a la

pregunta del médico—, yo soy María, la delTío Anselmo...

—Pero ¿qué apellido tiene?—¿Qué?—Que cuál es su apellido.—Mi... mi...El apellido casi siempre se puede

averiguar; pero la edad no la sabe nadie.—Yo —dice una moza—, cuando vino el

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Señol Rey, ya era zagala.—Yo —indica otra— creo que nací el

año que hubo tantas castañas...

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Las imágenes de los reportajes de Arceluconmovieron al mundo.

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El año que vino el Señor Obispo... El añoque se perdieron los olivos... Cuando se fuea la guerra del moro el mi hermano...Cuando hubo aquellas tronás grandes... Asíorganizan su cronología estos jurdanos. Y,claro, que traducirla a la cronologíacristiana resulta, a veces, imposible.

El médico y el practicante, que parecentener gran popularidad entre aquella pobregente, van, pacientemente, procurandoreunir datos, concretar... Repiten laspreguntas dos veces, cinco veces, veinteveces, dándoles distinta forma, usando losmodismos del país, para hacerse entender.

De cuando en cuando se les ve entablardiscusiones con alguna mujeruca de las queles rodean.

—¿Qué llevas ahí? —le pregunta eldoctor a una muchacha que va con uncarrillo vendado.

—Un riparo, porque me duelen las

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muelas.Un riparo —un reparo— es un emplasto

de miga de pan, que se coloca sobre la partedolorida con la pretensión de que se lesvaya el dolor.

El médico, claro está, trata deconvencerla de que no va a conseguirlo.

Se le acerca otra mujer con un chiquilloen brazos.

—Este niño —dice el doctor, después deexaminarlo— está herniado. Va a haberque...

Pero la mujer no le deja acabar.—Ahora por San Juan se lo quitaremos.

Ya me han dicho que en pasándolo lamañana de San Juan por debajo de unguindo, se le irá el mal.

Luego llega otra mujer con otro chiquillo,quejándose de que ya no le puede lactar.

—Pero este niño —dice el médico,mirándolo— tiene más de tres años. ¿Por

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qué le da usted de mamar?La mujer lloriquea, sin responder.—¿Qué le pasa?—Es que... que... ayer estuve bebiendo

una cuartilla de vino con la Nemesia la Roja,que tamién cría, y... y yo me discuidé y ellaacabó de beber antes que yo... y... y...

—¿Y qué?—Pues que, como ya sabe usté señol

médico lo que pasa, que si dos mujeres queestán criando se ponen a bebel vino, la queacabe dimpués se queda sin leche, y la suleche pasa a la que ha acabao de bebelprimero. ¡Pues yo no me voy a quedal sinleche!

El espectáculo es terrible. ¡Lasmujerucas, descalzas y haraposas, con lasreatas de tristes chiquillos agarrados a sussayas, manoteando como alucinadas arpías ygritando esas historias monstruosas...!

—Vamos... Vámonos de aquí....

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El pregón de la muerteOtra vez en los campos... Volvemos a

recorrer el camino que hemos traído.Volvemos a pasar por Ladrillar, por ElCabezo. Y luego seguimos la ribera del río,aguas abajo, hacia Las Mestas.

Oscurece. La noche, la negra noche caelentamente sobre los barrancos y nosotrosandamos deprisa, huyendo de estas tinieblas,de este silencio angustioso, ansiosos decobijarnos, de escuchar voces humanas.

Hala, hala... Vamos casi corriendo,olvidados de la fatiga de la jornada, tanlarga, en el deseo de escapar de estastétricas barranqueras.

Por fin, en medio de la oscuridaddistinguimos unas casas, unas luces... ¡LasMestas ya!...

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En la imagen, Valentín Domínguez Veloz,el Sultán, posa orgulloso con dos de sus

tres esposas y con su hijo Patricio, decatorce meses.

Tras una semana deambulando por elParaíso Maldito, en todo el país se

hablaba de Las Hurdes.

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De pronto, de allá abajo, de lo hondo delpueblo, sube un lamento... Un lamentolargo, desgarrador, que se tiende por loscampos... Nos quedamos inmóviles,sobrecogidos.

—Es el pregón —dice el guía jurdano—.El pregón del Cristo.

Suena una temblorosa campanilla perdidaen las tinieblas, y enseguida el largolamento se levanta en la noche otra vez:

¡No hay cosa que más despierteeee...que pensar siempre en la muerteeee!

La voz se pierde en un confuso murmullo

de rezos que llena la aldea; pero luego surgede nuevo; sube como un gemidoultrahumano de lo hondo del negrobarranco, aguda, desgarradora, terrible:

¡No hay cosa que más despierteeee...

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que pensar siempre en la muerteeee!

IGNACIO DE ARCELU

Dos años después de lassobrecogedoras pinturas literarias queArcelu realizó en el país hurdano, otrode aquellos hombres de Estampa selanzaba a la aventura, a pechodescubierto y sin red, haciéndose pasarpor vagabundo y adentrándose en lalegendaria región subsistiendo enverdad como si fuese un mendigo. Sumisión era el conocer la dura vida delhurdano desde dentro. Una vida decarboneros, segadores y demásoficiantes que, desarrapados,

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atravesaban los montes hacia Castillacon el fin de regresar a casa con algo depan en la faltriquera. El único periodistaque se «infiltró» en aquellas capassociales fue Ignacio Carral, santo y señadel oficio hasta su prematura y lloradamuerte, quien durante diez días vagó porla España profunda con un gorrocochambroso y un traje compuesto deretales. El inicio de su itinerario era,por fuerza, la misteriosa comarca de LasHurdes-Batuecas. Un lugar en el que lasmedidas sociales aprobadas por laúltima visita de Alfonso XIII apenashabían tomado cuerpo. Sus crónicasfueron la voz desgarrada que alertaba deun mundo cruel donde la mendicidad erauna moneda de uso común que acabó

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convirtiéndose en un desagradableestigma.

DE LAS HURDES A LASBATUECAS

Revista Estampa, 1934 Hernán Pérez, Torrecilla de los Ángeles,

Pinofranqueado, Caminomorisco,Nuñomoral, Las Mestas…

Ustedes seguramente no han oído hablarde estos pueblos. Y si han oído hablar hasido para imaginárselos algo así como unastribus salvajes, que esperan un viajero paradevorarle. ¡Son pueblos de Las Hurdes!

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Ignacio Carral recorrió Las Hurdes, en1934, viviendo como un vagabundo.

El solo nombre de esta comarca causaespanto en España y más allá de susfronteras. Y, en efecto, es espantoso:aldehuelas construidas con casuchasmiserables y hombres de mirada triste,

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tumbados a sus puertas, que se mueren dehambre mansamente.

Se mueren de hambre estos hurdanos,pero no se comen a nadie para saciar suapetito. Ni siquiera miran a nadie conrencor. Cuando uno se acerca a estoshombres a decirles:

—No he comido en todo el día.Miran, estupefactos, abriendo los brazos,

en un gesto que parece decir:—¡Y yo no he comido en toda mi vida!No se les podría preguntar tampoco por

qué no trabajan. Señalarían inmediatamentelas dos paredes de los largos valles del ríoHurdano y del río de los Ángeles, cubiertasde pizarras, que apenas dejan de asomar untrozo de terreno con matorral insignificanteo una pequeña terraza donde pueda crecer unsolo árbol o acaso dos, y dirían:

—¿Qué quiere usted que hagamos ahí?

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En busca de trabajo—¡Trabajo, trabajo! —me dicen estos dos

hombrecillos que me he encontrado en elcamino.

No se encuentra trabajo ni por un Dios.Me cuentan que vienen de Coria —Coria

está a unos sesenta kilómetros de aquí— debuscar trabajo, sin resultado, y van ahora a lapeña de Francia —que está a otra distanciaparecida, en sentido opuesto— con laesperanza, no muy fuerte, de encontrarloallí.

Son dos hombrecillos escuálidos, con unabarba rala, como si se la rapasen en vez deafeitársela, envueltos en andrajos, mitad detela, mitad de neumático viejo. De estoúltimo es también su calzado, pero ellosprefieren llevar las albarcas al brazo lamayor parte del tiempo y pisar la tierra con

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el pie desnudo, para que no se le desgaste lasuela.

Marchan ahora conmigo, por la carreterasolitaria. Son hombres silenciosos, queguardan profundo respeto a mi americanarota, a mis botas y a mi sombrero, que, encomparación con el cachucho que ellosllevan en la cabeza, parece recién salido dela tienda.

Alguna vez les he visto sacar del morralsendos mendrugos de pan duro quechupetean durante un rato, como si fuera uncaramelo, y vuelven a guardarcuidadosamente en los sacos recosidos queles sirven de alforja. Hace veinticuatrohoras que no como, pero preferiría dejarpasar veinticuatro veces otras tantas, antesde participar en aquel menú que, por otraparte, ellos no se molestan en ofrecerme.

Al cabo de unos kilómetros de caminarjuntos, se detienen junto a un sendero que

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sube en zigzag por entre la pizarra de lamontaña, y me dicen adiós de un modohumilde y ceremonioso. Les veo alejarse,sendero arriba, trepando como cabras, hastaque rebasan la cima y desaparecen.

Los carbonerosPasadas Las Mestas se ve asomar de en

cuando un grupo de arbolillos que regalan lamirada. Siquiera aquí, en un momento deapuro, se podrá comer yerba. Pero allí, nisiquiera eso. ¡Solo pizarra!

A lo lejos, diviso una columna de humo alborde del camino, y poco después una chozade ramaje, ante la que hay sentados varioshombres y mujeres. Me acerco, y algotiembla en mí al contemplarles: ¡Estáncomiendo! De una gran cazuela, dondetodos meten la cuchara, brota una sopa roja,

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humeante, salpicada de grandes pedazos depan.

—¡Buenas tardes! —les digo.—¡Buenas! —contestan, y siguen

comiendo.Me decido a aproximarme. El que parece

más viejo de los hombres levanta la cabeza yme mira francamente.

—¿Me podría dar algo de comer? —ledigo—. Vengo hace muchas horas por estospueblos, y no me ha sido posible encontrarnada.

Una de las mujeres, la que aparenta sermás vieja también, pregunta, mirándome:

—¿Pagándolo?Yo bajo la vista y respondo tristemente:—No.Se quedan en silencio. Se vuelve a mirar

unos a otros. Un mocete que acaba deembuchar su gran cucharada de sopa ymuerde un zoquete de pan que tiene en la

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mano, ríe, a punto de atragantarse:—¡Juy! —hace con un tono, que no se

sabe si es un gruñido o una muestra deregocijo—. ¡Quié comer sin pagailo!

—No llevo dinero —digo, dirigiéndomeal que ríe, que se queda cortado, y baja lacabeza.

Otro del grupo se levanta decidido, tomaun plato de metal morroñoso que hay en elsuelo, y dice:

—¡Un plato de sopa no se niega a nadie,leñe!

Y metiendo la cuchara en la cazuela,empieza a llenar el plato.

Cuando ven que he terminado, me dantambién un pedazo de pan.

Deduzco, por su charla, que soncampesinos que se dedican al carboneo. Yosiento una gran soñolencia.

El sol, que me da de plano, me molesta.Miro alrededor y veo un carro sin

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caballería.—¿Se puede uno echar a dormir un rato

ahí? —pregunto.Se encogen de hombros. Yo me dirijo

hacia el carro y me tumbo debajo. Cuandodespierto debe ser ya muy tarde. Desde estevalle hondo, el sol no se ve ya.

Una voz bronca me dice:—¿Se ha dormido bien?—¡Vaya! —le contesto.Y añado:—¿Cuál es el primer pueblo por aquí?—La Alberca —me responde.—Unas dos leguas.Le digo adiós y emprendo el camino.

La casa improvisadaObservo que el paisaje cambia cada vez

con más fuerza. De pronto, el valle estrecho

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se transforma en una hondonada anchurosa,con laderas llenas de boscaje.

Pero se hace de noche, y, lo que es másgrave, el cielo se ha cubierto de densosnubarrones.

Contemplo la carretera, que sube ennumerosos y violentos zigzags, hasta salvaruna alta montaña que cierra la hondonadadonde me encuentro. Sin duda, La Alberca,ya no está lejos: este es el valle de LasBatuecas.

IGNACIO CARRAL

Maurice Legendre fue el antropólogoque dio fama mundial al problema quese vivía en la región hurdana. Su estudiode geografía humana, para el que pasó

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más de un año conviviendo con lasgentes de las alquerías de Carabusino,Cambroncino y Las Mestas, se convirtióen una de las referencias de las cienciashumanas centroeuropeas de principiosde siglo. La extensa obra de Legendre,donde se exponía con profusión de datosobtenidos in situ la particularidadcultural de estas sierras, fue comentadaen amplios círculos científicos y, al fin yal cabo, la que creó un sentimiento deidentificación con los problemassanitarios y culturales de la comarca queposteriormente se tradujeron también enintentos de ayuda económica por partede las autoridades. Se podría decir queLegendre dio a conocer al mundoacadémico y científico europeo el

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«tenebroso orbe de una comarca perdidaen los confines de Castilla». Dejando aun lado los fríos datos y análisis, treintay cinco años después de su primeraexperiencia viajera al Paraíso Maldito,hacía recuento de viviencias ysensaciones y las exponía en un antiguosemanario donostiarra. Era la primeravez que el gran científico, que duranteaños fue presidente de la Casa deVelázquez de Madrid, desnudaba susañejos recuerdos en aquella tierra quepara siempre le atrapó con la sutil redde su enigma.

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Una foto de Maurice Legendre con varios

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tipos de la alquería de Carabusino.

MIS RECUERDOS DELAS HURDES

Revista LAR, 1944 En el mes de agosto de 1909, el padre

Matías, dominico, tuvo la bondadgrandísima de llevarme a la peña de Francia.Aún más que la célebre colina que se alzasobre Barcelona, la peña de Francia mereceel nombre de Tibidabo, ya que desde ella sedesparrama la vista, más que desde la otra,sobre «todos los reinos de la Tierra». Aleste, la visión es relativamente limitada,pero la sierra de Béjar, contrafuerte deGredos, con su enorme cresta, evoca en laimaginación los misterios de la alta

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montaña; al norte y al noroeste, más allá delverde sombrío que cubre las primeraspendientes de la sierra de Francia... Pero eshacia el sur donde está el gran misterio.Allí, me dicen, se encuentra el país de LasJurdes, tierra miserable donde nadiepenetra...

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Para su estudio antropológico yetnográfico, Maurice Legendre, difundiólas primeras imágenes de las gentes deLas Hurdes. El cretinismo y la situación

de abandono alarmaron a las

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universidades europeas.

Inmediatamente experimenté un deseopunzante de desvelar aquel secreto. A misojos se desplegaba una sucesión de cimasde color violáceo, más altas unas que otras,resaltando sobre el fondo del cielo; no erasu color el violeta dulce de las lejanías,donde el azul celeste se enlaza con el verdeinten-so de las vegetaciones arborescentes;era un violeta cercano y duro, reflejo delcielo intenso sobre el matorral prendido a lapizarra sombría.

Para siempre me quedó grabada aquellavisión trágica, aquel caos donde, al cabo demiles de años de presencia humana sobre latierra, era imposible discernir la másmínima huella de humanidad; aquel abismoen cuyo fondo se me decía que existían,absolutamente ajenos a nuestro mundo,seres con figura humana. El aguijón de la

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curiosidad me picó en lo vivo. ¡Hallar, a dospasos de la civilización más encumbrada, ados jornadas de camino de Salamanca, unpaís salvaje aún por descubrir! ¿No era estouna perspectiva maravillosa para el viajeroamigo de la aventura e indiferente a lascomodidades?

El sendero, hoy carretera, que une elparaíso terrestre de Las Batuecas con elterrestre infierno de Las Jurdes, correparalelo al arroyo de Las Batuecas. Alprincipio, la pendiente desciende consuavidad; viene luego un desfiladeropintoresco, donde la corriente de agua seabre camino entre dos murallas de piedraarenisca semejantes a dos avalanchas, quehubieran sido inmovilizadas por un ejércitode encinas que crecen sobre las mismasrocas. Al cabo de un kilómetro, poco más omenos, el sendero, que ya antes cruzó el río,obligado por los accidentes del terreno,

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tiene que volver a cambiar de orilla.De pronto, una línea oblicua que con

simplicidad geométrica aparece trazadasobre la montaña de la margen derecha,marca la separación entre dos paísesdiferentes: cesan bruscamente las rocassuperpuestas y los grandes árboles, y laforma de «sierra» accidentada y abrupta,donde las sombras y las luces secontraponen formando contrastresviolentos, deja paso a la forma «lona», cuyorelieve es suave a nuestros ojos (no, porcierto, a nuestras piernas) y donde el solacaricia una vegetación enana: brezales,jarales, algún lentisco y, en las hondonadas,un madroño que otro. Vista desde lejos,diríase una alfombra de terciopelo; pero enlas espesuras de esta vegetación tienen susguaridas lobos y jabalíes, y el hombre sepierde a veces allí como una hormiga. Elsuelo, que ya no es de arenisca sino de

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esquisto, se nos aparece, en los lugaresdonde las tormentas han dejado alguna calva,de color marrón con manchas amarillentas.

Pero más que la geografía física, es lageografía humana lo que caracteriza a lasJurdes. Los muchos países de parecidatopografía que existen, en el resto delmundo, son inhabitables y estándeshabitados: carecen de geografía humana.Las Jurdes, no menos inhabitables, están sinembargo habitadas. Más adelanteexplicaremos esta paradoja: de momento,nos limitaremos a consignar el hecho.

Nos habíamos adentrado dos o treskilómetros en aquella tierra ingrata, cuandopudimos contemplar desde la altura,embelleciendo una encrucijada de pequeñosvalles, un grupo de hermosos cipreses entorno a una pequeña iglesia: nos hallábamosfrente a Las Mestas, primer pueblo de LasJurdes para el viajero procedente del norte.

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El más pintoresco también, con susmagníficos cipreses, comparables a los delas Batuecas, sus casas escalonadas sobreuna sucesión de colinas, su luz intensa y, ensu vega, grandes olivos de color verdeplateado. Yo, sabiendo de antemano quepenetraba en la tierra de la mayor miseria,no podía engañarme; pero el turista quellegase allá hoy en día por carretera, en buenautomóvil, ignorante de todo lo relativo alpaís, podría hacerse la ilusión de que seencontraba frente a un panorama idílico.

Yo había llegado a Las Jurdes movido dela curiosidad: deseaba conocer el lugar másextraño de esta España siempre intrigante.Mi curiosidad quedó satisfecha, pero pasóenseguida a segundo plano, y aquellaprimera noche, cuando, lejos ya de LasMestas, nos acostamos en el campo raso, enmedio de la serenidad de la campiñaprimitiva y lejos del trágico esfuerzo

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humano, yo estaba ya conquistado a la causa—aparentemente desesperada— de LasJurdes.

MAURICE LEGENDRE

No exageraríamos al afirmar que lapoco más de media hora de metraje queLuis Buñuel dio por buena para supelícula Las Hurdes: Tierra sin pan,otorgó a la misteriosa comarca más famay nombre que todos los artículosperiodísticos hasta el momentorealizados. Su impacto mundial aúnresuena en los ambientescinematográficos, que la consideran el

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máximo exponente de un estilo que, trasel pase de este metraje, se bautizó porlos entendidos como «realismosurrealista». Prohibida por su crudezaen el gobierno de la II República,Buñuel la realizó durante dos largosmeses estivales en el corazón profundode los valles, en compañía del fotógrafogalo Eli Lotar y del escritor Pierre Unik,y gracias a un billete de loteríapremiado con treinta mil pesetas que lehabía caído en suerte al artista deideología anarquista Ramón Acín.Montada en una mesa de madera y abase de pegamento y tijeras, el genialBuñuel consigue crear un mediometrajeestremecedor donde afloran lasimágenes más negras que la mente

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humana haya podido imaginar. Antes desu fulminante prohibición se estrena, endiciembre de 1932, en el Palacio de laPrensa de Madrid. El revuelo esconsiderable, y las reacciones opuestas.Unos lo consideran arte en estado puro,otros algo demasiado hiriente para ser laimagen de una España que emergía deuna dictadura en busca del progreso y lalibertad.

Venerada en Francia, se envió a lafilmoteca de Toulouse y desde allí fueexpuesta durante la contienda civilespañola como propaganda antifascista.Sus escenas dieron la vuelta al planeta ymotivaron la emergente puesta enmarcha de nuevos planes de desarrollo

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para la región. Las hordas de cretinos ypalúdicos no eran nuevas en el mundodel celuloide. Mucho antes, en 1922, sefilmó el cortometraje Hurdes: Un paísde leyenda, impulsado por los ecos deaquella primera visita regia a lacomarca. Su eco en la sociedad fue másbien escaso, todo lo contrario que la deLuis Buñuel, que recibió un sinfín depremios internacionales. Los artículosd e Estampa y la tesis de Legendremotivaron al genial director aragonés aviajar, según sus palabras, «hastaaquellos valles misteriosos de los quetanto había leído y escuchado». Susfotogramas son ya parte de la historia.De una historia que empezaba con unantiguo mapa de escuela que señalaba la

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región hurdana sobre le mapa de lapenínsula y que acababa con la tétricamirada de una mujer enlutada que hacíasonar su campanilla, iluminada por uncandil mientras el pueblo vacíodormitaba en las sombras de la noche.En la versión sonorizada realizada en1936, se escuchaba el mismo pregón dela muerte que ya atenazó el alma delcronista Ignacio de Arcelu...

¡No hay cosa que másdespierteeee,que pensar siempre en lamuerteeeee!

LAS HURDES, TIERRA

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SIN PAN [1]

Una producción de Ramón Acín, dirigidapor Luis Buñuel, 1932

LA ALBERCA Escena 1

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En algunos lugares de Europa comoHungría, Checoslovaquia, Francia, España,existen focos de civilización casipaleolítica. Escojamos en el mapa deEuropa uno de esos lugares: Las Hurdes, enEspaña, a noventa kilómetros de Salamanca,con su antigua universidad, madre de lasCiencias y de las Letras.

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Las Hurdes eran desconocidas inclusopara los españoles hasta 1922 en que setrazó su primera carretera. Aisladas delmundo por montañas de difícil acceso, losgeógrafos y viajeros reconocen que elterreno es impropio para la agricultura y elcomercio. Los medios de comunicaciónconsisten en senderos apenas practicables através de tupidos matorrales de brezo y jara.

ACEITUNILLA Escena 57

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Detrás de esas cimas que todavíapertenecen a Las Batuecas comienza la«Tierra sin Pan». La atravesamos y henosaquí en pleno territorio de Las Hurdes.

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Escenas 59, 60 y 61 Vagando por las callejas sorprendemos la

vida cotidiana de sus habitantes.

Escena 62 Las calles que trepan por el flanco de la

montaña forman el cauce de pequeñosarroyos.

Escena 63

Durante el verano es la única agua de que

dispone el pueblo.

Escena 64 Su lecho de lodo y los detritus animales

que arrastra la convierten en un líquidomalsano.

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Escenas 65 y 66

Vean algunas escenas que tomamos al

azar.

Escenas 67 y 68 El arroyo sirve para todos los usos.

Escenas 69 y 70 Tres niñas mojan un mendrugo de pan en

el agua del arroyo. El pan hasta hace pocoera casi desconocido en Las Hurdes. El quecomen esas niñas les ha sido dado en laescuela. Generalmente el maestro obliga alos niños a que se coman el pan en supresencia para evitar que se lo quiten suspadres al llegar a casa.

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Escena 72 Estos niños desarrapados reciben la

misma enseñanza primaria que los demásniños del mundo.

Escenas 93 y 94 He aquí la aldea de Martilandrán, de las

más miserables, a orillas del río Jurdano.Eso que parece el caparazón de un animalfabuloso son los tejados del pueblo.

Escenas 95 y 98

Al entrar en él, nos acoge una tos ronca,

que parece brotar de cada casa. La mayor

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parte de los habitantes están enfermos.

Escenas 99 y 100 Los casos de bocio abundan en Las

Hurdes como consecuencia de la falta decal en las aguas y de la degeneración.

Escena 101

Observen a esta enferma de bocio que

cuenta solo con treinta y dos años.

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Escenas 102 y 103 Acompañados del alcalde visitamos el

pueblo y nos encontramos con esta niña.Preguntamos qué mal aqueja y el alcaldenos dice que no lo sabe y que desde hacedos días permanece allí sin moverse. Decuando en cuando la oímos gemirdébilmente. Uno de mis amigos llega hastaella y le pide que abra la boca paraexaminarla. La garganta y las encías estánmuy inflamadas.

Escenas 104 y 105

Pero no somos médicos y nada podemos

hacer. Dos días más tarde supimos que laniña había muerto.

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Escena 165

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Una vez llegados al sitio elegido llenan

sus sacos con las preciadas hojas. La víboraes un animal que abunda en estos vericuetos.

Escena 166

Este campesino fue picado por una de

ellas pocos días antes, cuando recogíahojas.

Escenas 167 y 168

Todavía puede verse la llaga producida por

la mordedura. La mayoría de las veces lamordedura no es peligrosa pero son ellosmismos al intentar curarse los que seinfectan haciéndola mortal en muchasocasiones.

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ENFERMEDAD Y MUERTE

Escena 176

En el mes de junio el río Hurdano quedacasi completamente seco: su cauce se haconvertido en charcos de agua estancada. Enellos pululan las larvas del mosquitoAnopheles, transmisor del paludismo, queconstituye la enfermedad endémica de la

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región. Todos los hurdanos son palúdicos.

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Escenas 177, 178 y 179 Nuestro guía toma un poco de agua de un

charco que está llena de larvas de mosquito.Pero no todas son de Anopheles. La larvasube a la superficie del agua para respirar.

Escena 186 Los enanos y los cretinos abundan en las

aldeas. Generalmente sus familias losdestinan al cuidado de las cabras.

Escenas 187 y 188 Al encontrarnos con ellos o bien huían, o

nos atacaban a pedradas.

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Escena 189 El realismo de un Zurbarán o de un Ribera

queda por debajo de esa triste realidad.

Escena 190 Esta degeneración proviene, entre otras

causas, del hambre, de las enfermedades ydel incesto, pues todos los miembros de unafamilia duermen en la mis-ma habitación.

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Escena 191 El más pequeño de esos degenerados

tiene 28 años.

Escena 196 Este cretino, casi salvaje, lo pudimos

rodar gracias a la colaboración de uno denuestros amigos hurdanos, que supoentretener y calmar a su interlocutor.

Escenas 197 y 198

Un día, vemos un grupo de gente ante la

puerta de una casa: un niño acababa demorir.

Escenas 200 y 201

Una muerte es uno de los raros

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acontecimientos que ocurren en estasaldeas miserables. Las mujeres acuden enmasa a casa del muerto.

Escena 202

Nos explicaron las dificultades que

encierra el entierro, pues en el pueblo nohay cementerio.

Escenas 203 a 206

El niño tenía que ser transportado al

cementerio de Nuñomoral y nos decidimosa seguir el despojo. El cuerpo fuedepositado en una especie de bacía yconducido a través de los matorrales haciael cementerio, distante a varias horas delpueblo. Si el muerto es un adulto se ata sucuerpo a una escalera que hace a la vez deparihuelas.

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Escenas 207 y 208

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He aquí el paso de un río con el cadáver.

Escenas 209 y 210 Este cementerio refleja que, a pesar de la

gran miseria de los hurdanos, sus ideasmorales y religiosas son las mismas que encualquier otra parte del mundo.

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Escenas 223 y 224 Los hurdanos se acuestan vestidos durante

el invierno. Los trajes les duranindefinidamente, pues los van remendando a

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medida que se destruyen.

Escenas 225 a 227 Las palabras que le oímos a esa mujer son

las siguientes: «Nada puede alertar másnuestra alma que el pensar siempre en lamuerte. Rezad un Avemaría por el alma deX».

1 Imágenes mostradas en la Exposiciónsobre el Documental organizada por elMEIAC (Museo Extremeño eIberoamericano de Arte Contemporáneo).

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CAPÍTULO 3

El retorno de las ánimas

Y se apareció un caballo demuy buen ver, con dospersonas, hombre y mujer, queiban cubiertos con un faldónque les cubría las piernas y casillegaba hasta los pies. Cuandovarios mozos preguntaron:«¡Quién va!», se escuchó una

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voz terrible, como muy fuertepero de ancianos a la vez, quegritaba: «¡Gente de muerte!»

CONSOLACIÓN MARTÍN,

Vegas de Coria

COMO en cada rincón del planeta, loshombres se han preguntado desde losalbores del tiempo acerca del sentidode su viaje vital. Hacia dónde, cómo ypor qué han sido las cuestionesrecurrentes que han sobrevolado lamente del hurdano desde que tuvoconciencia de su situación pasajera.

Al otro lado aguardan las sombras,desconocidas y lejanas, del reino de los

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muertos. Y en el intervalo, quién sabesi la posibilidad de quedar atrapado amitad de viaje entre el más allá y elaquí. Así, los espectros, los aparecidos,los difuntos redivivos y las tenebrosasalmas descarnadas cobran sentidodentro de esta cultura ancestral.

Ellos son el aviso y la señal de queexiste otro mundo. Pero un mundotriste y gris. Los que no purgaron susculpas, los que no tuvieron méritossuficientes para integrarse en otrosestados más allá del estadofantasmagórico, acabaron atrapadosen una rutina que les obligaba cadanoche a deambular cerca de lasalquerías, aguardando para mostrar alpobre mortal la crudeza de la interfase

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en la que solo cohabitan aquellos aquienes les está vetado el paso al reinode los cielos.

Y así surgen en los solitarios caminosdesde hace siglos, mostrando la cárcelespectral y dando su mensaje aterradoren forma de niños que se perdieron enalgún lugar del espacio-tiempo,cortejos de gente de muerte o cabezasterroríficas que regresan a la vidapara reclamar venganza.

Un abanico pavoroso de criaturasque recrean y reflejan unapreocupación universal. El más alláestá cerca. Y ellos son sus emisarios.

El niño blanco. - Guaridas fantasmales. -

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Ánimas malignas y responsos protectores.- La sonrisa de San Antonio Bendito. -

Una reencarnación involutiva. - El cortejode gente de muerte. Por el humo se sabedónde está el hueso. La cabeza del más

allá.

EL camino que asciende desde lacomarcal cc-513 hasta el caserío deAceitunilla es una pista asfaltada,estrecha, que se retuerce en variascurvas mientras asciende por la montañadesnuda. La más pronunciada de ellaspasa junto a un viejo puente derruido ybordea el campo santo vecinal.Precisamente en ese pequeño trecho hanocurrido algunos de los sucesos más

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estremecedores que se recuerdan porestos pagos. Las luces del pueblo aúnquedan lejos, suspendidas sobre unmonte y apiñadas desafiando a lagravedad en una subida constante quetermina muriendo en pleno centro de LasHurdes, rodeada de todas las sierras ycorrederas que lo convierten en un lugardonde, en el silencio de la madrugada,puede escucharse nítido el clamor de lapiedra desnuda.

Existen varios cipreses junto almargen derecho de la carretera, comodespistados ante los alargados pinosque, al fondo, dominan el silenciosoparaje cimbreándose muy lentamenteante el soplo del viento frío. El crujidode los guijarros bajo mis botas rompió

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por un momento aquella calma. Defondo, la silueta angulosa y entrecortadade las montañas que sumían esta zona enun profundo valle. La naturaleza parecíadormir. El silencio sonoro que retumbaen las sienes es la única compañía eneste punto de la región. Y con él medispuse a sentarme junto a una piedraredonda que parecía haber sidocolocada allí hacía años por algúnviajero con las mismas inquietudes.Respiré hondo y recordé con nitidez laspalabras del joven que exactamente eneste mismo reco-do del camino, y encompañía de varios testigos se habíaencontrado con una espantosa aparicióncuyo recuerdo, a aquellas horas, he de

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reconocer que sobrecogía. Pero miinterés por ver los rincones donde lassupuestas ánimas se habían aparecido enel último siglo pudo con el inicialrecelo. Como suele ser habitual, ya enpleno lugar de los hechos, sin otracompañía que la de la propia soledad,los miedos se mitigabaninexplicablemente, y podía más unprofundo sentido de curiosidad o deencontrar algún tipo de explicación a losfenómenos que me habían narrado.

La leyenda de «el niño blanco»recorría desde hacía décadas esta zona,como ejemplo de sobrenatural aparicióndel ánima de un mozalbete que fueinmolado en un brutal crimen dondeactuaron varios sacamantecas.

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Estos últimos jamás aparecieron, o almenos así lo recuerdan las másveteranas memorias de la región. Sinembargo, el chiquillo, ya envuelto en elhalo fantasmagórico de su nuevacondición, sí se había mostrado apropios y extraños con inusitadacontinuidad. Entre todos los casos habíauno que especialmente me impresionó alescucharlo. En esta misma curva, untotal de once personas, jóvenes y consóli-da formación cultural, lo habíanvisto más cerca que nadie, corroborandoy percibiendo detalles estremecedores.Todo ocurrió el 14 de julio de 1987, yescuché las palabras de Juan JoséAzabal, prometedor empresario que

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vivía a muchos kilómetros de LasHurdes, retumbando en el lejanorecuerdo de la entrevista que mantuvecon él hacía ya unos años. Sentado enaquella curva volví a «visualizar» surostro crispado por el miedo. Un gestogenuino que expresaba sin palabras elrecelo ante lo que surgió de la mismanegrura que tenía ahora a mi espalda:

—Regresábamos de Nuñomoralaquella noche cálida de verano.Marchábamos tranquilamente diezamigos, charlando de mil y una cosas ysin prestar mucha atención al entorno.

»Mira, se me ponen los pelos de puntasolo de recordarlo. Esto es tan ciertocomo que me encuentro delante de ti, telo juro. Me acuerdo perfectamente cómo

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escuchamos primero algo parecido a unaullido, a un grito entrecortado que seinició como un silbido. Estábamosascendiendo por la cuesta y pasando lacurva que pasa próxima al viejo puentey deja atrás el cementerio.

»Tras caminar diez o doce pasos, justoantes de entrar en la curva, volvemos aescucharlo, esta vez más nítido, másagudo, más cerca.

—¿Os asustasteis?—Te mentiría si te afirmara que no.

En ese momento se nos fue toda laconversación y nos quedamos mudos, ensilencio. El chillido, que eso era lo queen realidad parecía, surgió de unespacio oscuro entre arbustos. Yo pensé

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en una rata o algo parecido, peroenseguida pegué un brinco avisando conun grito a los compañeros. Allí habíaalguien escondido, alguien de muypequeño tamaño...

—Prosigue, Juan José...—Es como si lo estuviera viendo

ahora mismo. Allí, a un lado del camino,aparecía una cosa blanquecina, comouna tela. Más bien, y buscando un símil,como la cola de los trajes de las novias.¿Viste la cola del traje que llevaba lainfanta Elena el día de su boda?, puesalgo de ese estilo, pero en diminuto. Mequedé paralizado por el miedo. Agarré ami compadre del brazo y caminamosunos metros. Entonces lo vimosclaramente, allí aparecía un ser

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pequeño, como vestido con una sotanablanca...

—¿Y lo visteis todos?—Como te estoy viendo yo a ti ahora

mismo. Era un cuerpo muy pequeño yrechoncho, tendría menos de un metro,seguro. Como si a un recién nacido lopones de pie, más o menos. La sábanaiba muy larga y muy blanca, y se veíanalgo como dos piececillos diminutos,también enfundados en una tela blancamuy radiante.

—¿Cómo era el rostro?—No lo pudimos ver, y eso que lo

tuvimos a menos de tres o cuatro metros.Estaba completamente cubierto por latúnica, que por la parte de atrás hacía

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esa cola de la que antes te hablé y quefue lo primero que vimos al ir endirección subida.

Así dibujó Juan José Azabal al extraño «ser»que gemía a la vera del camino. Apareció el14 de julio de 1987 ante más de una decena

de personas. Nadie ha podido olvidarlo.

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»Los brazos eran como dos hilos muyfinos en comparación con el resto delcuerpo. Creo que los movió lentamentehacia abajo, pero en ese sentido no lotengo muy claro. Podía ser una sombrade una rama sobre el cuerpo central. Laverdad es que teníamos tanto miedo queno reparamos en todos los detalles, perola forma de la cabeza, muy grande ydesproporcionada, nos llamó mucho laatención. Nos agarramos todostemblando, temblando de puro pánico, yfuimos, todo a lo largo de la carretera,acelerando el paso sin poder miraratrás. No tuvimos valor para acercarnosmás. Aquello parecía algo fuera de locomún. En cuanto nos alejamos un metro

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el «niño» lanzó otro de esos alaridosque ya por completo nos desconcertó ynos llenó de inquietud. Salimosprácticamente corriendo y yo no paréhasta el número veintisiete de la callecentral de la alquería, donde vivían mispadres. Esa noche, te juro por lo mássagrado, que no pude conciliar el sueño.Me la pasé en vela mirando a veces porla ventana, hacía un corral próximo quedaba precisamente a la carretera, paraver si aparecía aquel ser.

»Por fortuna fue la única vez que lo vi,y espero de todo corazón sea la última.Luego en el pueblo, al contar la historiaa mis propios familiares, supe de otrasgentes que se habían topado con lamisma criatura en esa zona. Me hablaron

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del ánima del niño y de cosas por elestilo. Cosas a las que jamás habíaprestado importancia pensando en queeran cosas de los viejos y sus creencias,pero que después de aquello...

—¿Después de aquello?—Pues que no me queda más remedio

que aceptarlo, porque lo he visto conestos dos ojos. ¡Qué diferente se puedever la vida después de pasar por unacosa de estas!

Recuerdo que Juan José me dibujó con

mano firme al «niño» que una nocheestival de 1987 fue sorprendido por elgrupo de familiares y amigos. Con otrosde esos testigos pude coincidir en

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diversas ocasiones y la similitud en susrelatos resultaba poco menos quedesconcertante. No me cabía la menorduda que habían estado ante el mismoser, pero ¿cuál era su naturaleza? Lapropia cultura hurdana habla, desdetiempos difíciles de precisar, deaquellos que, de un modo u otro, quedanatrapados entre dos mundos y se venobligados a vagar eternamente,traspasando, tras acceder a puertas quelimitan nuestra realidad con la suya, acurvas como en la que me encontrabasentado ante el imponente manto negrodel firmamento. Una creencia que lejosde ser hurdana se reparte por igual endiversas culturas de los cincocontinentes. Pero la memoria anciana de

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estos pueblos, en un constante intento deexplicarse los fenómenos de lanaturaleza que les rodea, tambiénargumentaban otro tipo de solucionesmás acordes con su interpretación de lavida y la muerte. Para algunos, estasánimas eran emisarias de muerte ydestrucción, y no dudaban incluso enadoptar el aspecto de desvalidosinfantes para atraer la atención de losincautos que a altas horas de lamadrugada fuesen solitarios transeúntes.Contra ellas solo existe el responso deSan Antonio, protector ante los diversosespantos que pueblan la noche hurdana.En ocasiones, incluso, la imagenfantasmal que se aparece es la de un

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niño ensotanado al que le confieren elrol de guía ante el peligro que corren losque, por su oficio o placer, gusten deatravesar las áridas sierras en plenanoche.

Estos «entes benéficos» relacionadoscon un tipo de religiosidad ancestral ymuy sui géneris se han aparecido, porincreíble que parezca, a personas almargen de este tipo de creencias.

Al final del camino, y con el airesilbando entre las finas rejas oxidadasde la cancela, aparece el desvencijadocementerio. Me quedé mirando a suinterior por unos segundos. Las lápidas,algunas muy antiguas, estaban trazandoya una diagonal sobre la tierra trastantos años enhiestas y tantas noches de

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frío y tempestad. El tópico delcementerio como un rincón lóbrego ydonde la soledad adquiere un tintedramáticamente especial se revelabaaquí con toda su fuerza. Y más aún alpensar que este pequeño campo santorural se llevaba la palma en cuanto a losavistamientos de las llamadas ánimas,ya sean malignas o protectoras.

Eché una mirada a la carretera queascendía en pendiente y traté deimaginar a Pedro Martín Álvarez, decuarenta y siete años y con más demedia vida trabajando en Suiza rodandocon su motocicleta, allá por el lejano1966. Tras mucho esfuerzo y sudor, estehombre ha logrado regresar a sus

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Hurdes, como aquí siempre lo hace elemigrante que ha amasado un mínimo defortuna lejos de su «tierra sin tierra».

Pocos años antes de marchar al lejanopaís vivió una experiencia que le marcóde por vida, y que un día se decidió acontarme al ver mi interés por todo estetipo de cultura paralela que se perdía amarchas forzadas y que entre estosvalles aún latía en el corazón de milesde personas.

A pesar de que tras las idas y venidasal Paraíso Maldito ya uno empieza aacostumbrarse a las cosas mássorprendentes, el caso de Pedro, noblede carácter y gran profesional, me dejóperplejo. Como buen hurdano hizo galade un recelo inicial pero luego acabó

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abriéndose con toda franqueza. Y se loagradecí de veras, pues su relato era unapieza más, difícil de desmontar, y queafianzaba un mosaico de cosasincreíbles que siguen ocurriendo en unlejano rincón de nuestra desconocidageografía.

Mirando a la oscura y lisa carreteraque se perdía en una falsa llanada juntoal cementerio, intenté «visualizar»aquella noche, cuando la Ducati dePedro Martín Álvarez rugió hasta frenaren seco frente a la cancela.

—Eché pie a tierra —me confesó el

día que decidió abrirse a la curiosidadde este periodista— y me quedé muy

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extrañado al ver una «sombra» en lapuerta del cementerio. Viniendo desdela carretera ya me había dado cuenta decómo «una chispa» o resplandor habíasurgido por esta misma zona. Yo veníade Nuñomoral, de dejar a la novia, y seme hacía bastante tarde. Así que no lopensé más y pensando en algún reflejode algo le di otra vez al arranque. Perocuál es mi sorpresa cuando de nuevomiro para la cancela, ya paramarcharme, y se me planta allí la figurade un niño. ¡De un niño pequeño!

—¿Un niño normal? —le pregunté latarde en que compartimos café y largacharla junto al humo denso de lachimenea.

—Totalmente normal. Al menos eso

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me pareció a mí a primera vista. Lo quesí me dejó allí «pegado» es la ropa quellevaba. Era toda muy blanca,blanquísima. Tanto, que casi tuve queponerme la mano para no quedar unpoco cegado. La cara era de niño deunos cinco o seis años, y me sonreía.

—Sentiste miedo, imagino...—Pues lo que sentí en ese momento se

me ha quedado bastante marcado. No fuemiedo, ni ganas de huir, fue algo muydifícil de describir. Es como si aquellacara de niño, aquel pelo y aquellos ojosme quisieran decir algo. Era unasensación entre la curiosidad y ciertaangustia. Yo sabía que eso no eranormal.

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—¿Y qué hizo el niño?—Se quedó allí y, sin dejar de

mirarme, fue girando la tapia de piedrahasta desaparecer. Justo cuando dejé deverlo fue cuando un escalofrío de pánicome recorrió de arriba abajo. Es como siallí, subido encima de la moto,empezara a preguntarme mil y una cosas.¿Qué demonios pintaba allí aquel niñocomo con una sotana blanca? ¿Cómo yono lo conocía si allí absolutamente todossabemos unos de otros? ¿Por qué no mehabía hablado? La verdad es que salí deallí pitando, arrancando la Ducati a laprimera y sin querer dar la vuelta a micabeza bajo ningún concepto. En esosmomentos sí sentía miedo. Un miedo

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imposible de describir.Al llegar a mi casa —prosigue— iba

absolutamente enloquecido, me metí enla cocina e intenté beber agua paracalmar un poco los nervios. Allí estabaapoyado cuando entró mi abuela, unapersona muy anciana y muy sabia detodas esos saberes antiguos de LasHurdes. No te puedes imaginar lo queme dijo.

—Sorpréndeme... —le dije con unamedia sonrisa.

—Pues te juro que mi abuela sonrió alverme así de pálido y alterado. Yo leiba a empezar a contar lo que habíasucedido, y justo cuando empezaba, sindarme tiempo a contarle lo del niño, medijo con estas palabras: «No te

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preocupes; sin tú saberlo, te eché elresponso de San Antonio Bendito, quese aparece por estos caminos como lafigura de un niño blanco. Es tu protectorcontra los espantos y siempre teacompañará, así que no debes temer pornada». Yo me quedé de piedra yderechito me fui a la cama. Luego supede varias personas de toda confianzaque se las han visto con estas llamadasánimas, pero jamás quise decir nada.Aquellas palabras de la buena mujer medejaron tan confuso, ¿cómo podía saberella lo que me había ocurrido? Queridoamigo, de verdad que aún hoy, en nochesque me quedo despierto mirando desdeAceitunilla para aquellos parajes, me lo

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sigo preguntando.

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Pedro Martín Álvarez en el lugar exactodonde vio a un extraño «niño con sotana». Al

fondo, el escarpado pueblo de Aceitunilla.

Dejé a mi espalda el sombríocamposanto de Aceitunilla y me dispusea desandar el camino a la busca de laarteria principal con la que seguir laronda nocturna hasta Nuñomoral. Lacalma era absoluta y ni un alma aparecíapor las cercanías. A la derecha,seseando suavemente mientras se alejamonte arriba, aparece el arroyo de laMorocona. A lo lejos, tras los racimosde luces lejanos del poblado de Cerezal,se adivinan varias paredes de pizarraabiertas en la roca viva que aportan alparaje un aspecto lunar. Junto al

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pequeño riachuelo se alza un lugar quelos antiguos nombran como Togonal delas Chozas. Aquí, según cuenta lahereditaria tradición oral sobre lasánimas, se apareció por vez primera elniño blanco, embozado en una túnicaresplandeciente y gimiendo en la noche.Una partida de hurdanos que regresabade las dehesas charras no cabían en suasombro al contemplarlo. Esto ocurriríaallá por el 1870. Los más de diezcampesinos huyeron al ver una criaturaque agitaba unos brazos rollizos ycortos, mientras intentaba deshacerse desu apretado atuendo. Sus llantos, agudosy lastimeros, provocaron tal miedo queaquellos hombres bien fornidoscorrieron campo a través hasta no parar

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cada uno en su alquería. Desde entoncesse tiene la creencia de que en alguna delas cuevas estrechas y sinuosas quecuelgan por la ladera tiene su guarida elánima de ese bebé monstruoso. De ellassaldría, arrastrándose como un reptil,para llamar la atención de algúntranseúnte despistado. Y en las mismasse ocultaría al ceder el manto nocturnosu cetro a los rayos del sol. Nadie sabea ciencia cierta cuáles son susintenciones, pues ningún hurdano ha sidocapaz de llevárselo en brazos. Suinquietante aspecto, dicen, provoca quedesde hace más de un siglo more cercade su escondrijo terrenal, sin conseguirsu objetivo [1].

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La carretera comienza a descender yme hace apresurar el paso. Muy alfondo, seguramente proveniente de algúncorral en las inmediaciones de Cerezal,un ladrido lastimero rasga el viento cadaveinte o treinta segundos. Precisamenteestos recintos, por extraño que puedaparecernos, son lugar predilecto para lasapariciones consideradas «fantasmales».Las viejas crónicas sobre estosfenómenos de carácter supuestamenteparanormal así lo han constatado a lolargo de la historia, y Las Hurdes, comoregión eminentemente rural y ganadera,no iba a ser una excepción a esterespecto. En estos cubículos dereducidas dimensiones y que en la

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vivienda tradicional de pizarras solíanocupar la primera planta de la casa o unespacio anexo a esta, han ocurridosucesos insólitos que son hoyrecordados con inquietud. Sucesos quenos hablan del retorno de las ánimas. Enalgunos, además, se destilaba conpalabras sencillas y arquetipospróximos a la vida cotidiana toda unafilosofía «kármica» sobre las posiblesreencarnaciones y los pagos quedeterminada alma debía hacer al llegarsu momento. De un supuesto juicio finalregido por una autoridad supremainfalible podían surgir cosas tansorprendentes como animales que en susentrañas ocultasen la conciencia y lossentimientos de un ser humano. Avelina

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Encinas Japón y Tío Juan fueron testigosexcepcionales de uno de estos episodiosde lo que podríamos calificar«reencarnación involutiva», un episodiode tintes legendarios que, una vez más,contaba con personas de carne y huesocomo aval. Afirmaba sin titubear elmatrimonio cómo en 1965 la humildecasa en la que vivían se iluminórepentinamente con una claridad jamásvista. Como si hubiese amanecido enplena madrugada, el resplandor fuemitigándose hasta quedar concentrado enel piso bajo, en un viejo corral quehacía varios años estaba en desuso. Alpenetrar en su interior, provistos de uncandil de aceite, observaron una rolliza

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gallina blanca que corría de un lado aotro de la pared frontal. El impacto fuetal que Avelina y Juan se quedaronestáticos a la entrada, viendo comoaquel ave se les quedaba mirandofijamente, parada en medio de laestancia. De ella surgió una voz ronca ydesagradable que se identificólastimeramente como Tía Cristina, unamujer acusada en tiempos de bruja y quegustaba de utilizar los saberes ocultosde la naturaleza a su antojo. La gallinade pelaje albino prosiguió su plática, altiempo que la voz se iba tornando casien llanto.

—Debo tres perras a San Antonio,protector contra los espantos, y nopuedo entrar en la buena ventura.

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Dichas estas palabras, un fogonazoimpresionante envolvió al ave y esta«salió disparada hacia arriba»,desapareciendo al instante y quedandoun halo luminoso por el corral.

Según cuentan todavía en Vegas deCoria, el bueno Tío Juan, con el susto enel cuerpo, se trasladó a pie a Nuñomoraly dio las tres consabidas perras en laiglesia para unas misas a San Antonio,el protector. A partir de entonces ya nose volvió a ver jamás a la horriblegallina parlanchina ni los fuegos y hacesluminosos que asolaron la humildevivienda. La tradición cultural recogióesta historia matriz ocurrida, segúncertifican los familiares, a mediados de

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la década de los sesenta, y la adaptó aunos temores sobre la vida después dela vida y la posibilidad de, según lasobras que cada cual haya efectuado en elvalle de lágrimas, volver a la vida ensituación tan desventajosa como tras lapiel de un animal de corral. Toda unafilosofía oculta, equiparable a lastendencias orientalistas y sus tan traídosy llevados «karmas involutivos», en losque una persona puede reencarnarse enanimal o en uno de su misma especiesegún haya sido el calibre de sus actos.

En las inimitables Hurdes aún siguepresente el caso de Tía Cristina y lagallina fantasmal, como indicador de loque nos puede esperar al traspasar elumbral del otro mundo si nos hemos

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dejado cuentas pendientes con lasfuerzas que velan por los vivos.

El paisaje que el viajero encuentra en

su descenso nocturno hacia Nuñomoralno es apto para cardíacos. A laizquierda, un profundo barrancodesemboca en el valle queposteriormente asciende oscuro hastaencresparse en unos picos lejanos yvigilantes. La pizarra, desnuda y fría,construye formas imposibles a cada ladodel asfalto, y los mochuelos, escrutandodesde su rama al viajero, llenan elsilencio con su entrecortado cántico.Caminando por Las Hurdes uno no seextraña de que en cada alquería, en cada

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núcleo habitado, se hayan ido creandodiferentes mitologías con las queexplicarse la supuesta interfase o tranceque, entre la vida y la muerte, pasantodas y cada una de las personas. Estaspeculiares representaciones, dignas deotros tiempos más brumosos y lejanos,sin embargo han sobrevivido a lallegada de la técnica y los avances delúltimo siglo. El monte y la nocheimponen sus leyes, y estas deben serrespetadas a rajatabla por las personasque los moran. Saliendo de cada pueblo,el campo y su oscuridad, son un mundoque el hurdano sabe todavíainexplorado. Más allá de losenigmáticos animales que puedensorprendernos a cada recodo, más allá

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de lo puramente físico y real, la creenciapopular nos habla del cortejo de gentede muerte, una espantosa recreación delo que sería el purgatorio y que guardaun curioso paralelismo con los relatosde otras zonas que sufrieron el mismoaislamiento, como Ourense o Zamora,donde se cuentan por decenas laspersonas que se toparon con la célebreSanta Compaña o procesión de losmuertos, todo un compendio demanifestaciones socioantropológicasque se mantienen aún vigentes [2]. Y esque, indefectiblemente, en los lugaresabruptos y lóbregos surge un caldo decultivo idóneo para que se perpetúenmiedos y terrores semejantes. Parte

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inventados, seguramente, por el temor alo desconocido y a lo oscuro queaguarda siempre en la noche, cuando elcamino es estrecho y solitario, y partetambién, no me cabe duda alguna,generados por hechos absolutamentereales.

El cortejo de gente de muerte seaparece al viandante, bien sea cazador,labrador, colmenero o contrabandista,pasada la media noche y si se hadespistado por solitarios caminos comoeste de Aceitunilla a Nuñomoral.

En las zonas limítrofes a Las Hurdesno existe un solo vestigio de relatossobre ellos. La tradición, como tantasotras que hacen de este un mundoincomparable y singular, se frena

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incomprensiblemente en los lindes deRiomalo, camino ya de la tierracastellana, y de Aldehuela, cuando lallanura se extiende hacia Cáceres.

Solo en estos quinientos kilómetroscuadrados se conoce y se teme al«cortejo de gente de muerte», unacompleja aparición fantasmal cuyapresencia supera, por lo dantesco ypavoroso, a su propio nombre. Como entodas las creencias hurdanas en torno almundo de los difuntos y a los fenómenosde difícil explicación, existe un hechoque da el pistoletazo de salida y a partirdel cual se comenta, se dice e incluso seañaden pareceres y conclusiones segúnel gusto de cada cual. En este caso el

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incidente nos remonta al lejano inviernode 1935. Hay diferentes versiones queintercambian insignificantes detalles enla narración, pero casi todas coincidenen lo básico. A la afable ConsolaciónMartín le pude grabar una declaraciónsencilla donde se explica perfectamentela consistencia de este misterio quesobrecoge con solo nombrarlo.

Ya en el cruce de Nuñomoral, dondetodos los vecinos dormían, y pisandocarretera firme hacia la alargada Vegasde Coria, recordé las palabras exactasde esta mujer hurdana:

Esto ocurrió, según sabemos

todos, allá por el final de 1935.Cerca de Nuñomoral, y también

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luego en otros pueblos como LaHuetre, se apareció, cerca de lacasa de una señora ya difunta que sellamaba Martina Gracia, un caballode muy buen ver y dos personas,hombre y mujer, que iban cubiertoscon una especie de toga o faldónque les cubría todas las piernas ycasi llegaba hasta los pies de lapropia cabalgadura. Acababa deanochecer y varios mozos queestaban a la entrada del pueblo,oyendo los cascos pisando laspizarras, gritaron: «¿Quién va?»Nadie respondió, y a la tercera ocuarta vez que lo dijeron, de laoscuridad, y viéndose ya al caballo

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girando a la entrada de una de lascasas, se escuchó una voz terrible,como muy fuerte pero de ancianos, ala vez que gritaba: «¡Gente demuerte!»

Al escuchar esto, los mozospensaron mil y una cosas, entre ellasque eran ladrones, y salieron todosdecididos a por ellos cogiendoarmas, piedras, palos..., en fin, detodo lo imaginable. Al encontrarsecon el caballo, los hombres sequedaron un poco parados; los dosjinetes tenían la piel de la carablanquísima y los ojos también enblanco, como cuando se dan lavuelta; el pelo, lacio y moreno, y lasmanos que sujetaban las riendas,

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huesudas y finas. Supieron entoncesque aquello no eran los ladrones, yno supieron qué hacer. El caballodio la vuelta y comenzó a galoparcon los dos jinetes del faldón. Alpasar por un puente muy viejo quele dicen el del Tío Vidal seesfumaron. Desaparecieron delantede todos aquellos hombres como sifuera cosa de magia. Los cascosdejaron de sonar y las huellas separaban en seco. En otros pueblos,en esos mismos días, tambiénocurrió lo mismo. Desde entonces,desde aquel mil novecientos treintay cinco, la gente sabe que cuandoaparecen las dos figuras montadas

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de «el cortejo de gente de muerte»es que vienen a por el alma dealguien que esa noche va a serdifunto.

Además de este cortejo, de cuya

visión los hurdanos hablan como algoprobado y fidedigno, existen otrasmanifestaciones de tradición mucho másantigua y que, diferenciándose de lasque se conocen en el resto de España,poseen algunas característicasasombrosas y sorprendentes.

Se habla todavía hoy mucho, en lasalquerías del sur como Aldehuela, ElCastillo o Sauceda, de la aparición de laprocesión de ánimas. Dícese de ella quela componen al menos una decena de

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almas en pena y que la que va en primerlugar, formando en tétrica fila india,porta un hueso humano con una pequeñallama en su parte superior. El humo quehace esta pieza ósea es tal, que puedeser divisado desde kilómetros a laredonda. Es entonces cuando se ve unapeculiar y muy densa columna de humonegruzco que avanza lentamente, elmomento de huir hacia el pueblo máspróximo. Si no se hace a la debidavelocidad, la procesión acabaráparalizando a su víctima y le haráofrenda del susodicho hueso llameante.Se dice, al contrario de otras tradicionesgalaicas que hablan de un inmenso cirioque es pasado al infortunado y con el

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cual es obligado a peregrinar cadanoche con los difuntos víctima de unamarre sobrenatural, que el difuntohurdano, que no tiene rostro y poseecuerpo parecido al de un niño, exclamaalgo parecido a «Si tomas este humo,humo habrás de ser», y acto seguido eldesdichado que toma el fémur en susmanos es envuelto por una llamaespantosa que lo devora en segundos,reduciendo sus carnes y ropas a tristescenizas que después vuelan sin rumbo enmedio de la noche.

Por esta misma carretera que pasa porVegas de Coria, que en los tiempos en loque esto ocurrió era un simple caminopolvoriento, han ocurrido diversoscasos de estas procesiones del otro

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mundo. A pesar de que el cansancio, trasla ruta nocturna de varias horas a pie,me pedía a gritos merecido reposo en lafamiliar posada de Ángel, tomé unrespiro y eché la mirada al bravío ríohurdano que baña con sus aguas toda laregión. A uno de sus regatos seaproximó una noche de los añoscincuenta Gregorio Martín Domínguez,que hacía una carga de vino desde lascumbres de la sierra de Francia para sunegocio en tierra hurdana. El hombreandaba ya cansado y se dispuso arefrescarse cuando oyó una músicaextraña que nada pintaba a tan altashoras de la madrugada. Tomó susprecauciones y se ocultó tras unos

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arbustos, que aún se mantienen en pie,para espiar a quien fuese el autor de laextraña fiesta. Sonaban instrumentos detodas clases, a un mismo tiempo y cadavez con una mayor cercanía, con lo cualGregorio optó por acurrucarse y dejar suvino bien escondido junto al camino. Alos pocos segundos aparecieron junto alrío varios personajes, unos seis u ocho,que parecían bailar de un modofrenético. Iban con una ropa blanca quebrillaba y su rostro era pálido como lamismísima parca. En un momento dadohicieron un círculo y otro individuo,vestido del mismo modo y con la caraalargada y facinerosa, comenzó amanipular algo parecido a «uncuadrado» del cual parecía surgir aquel

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sonido acompañado de diversas lucesque reflectaban en los campos y aguasque rodeaban la escena.

Un movimiento inconsciente deGregorio le hizo caer hacia delante,parándose en seco toda la algarabía. Enaquel instante, pensando que aquellasgentes fantasmales se le iban a acercarcon fatales intenciones, notó el testigo unalivio al comprobar que desaparecíancomo disolviéndose en el aire. En unabrir y cerrar de ojos no quedaba nirastro de lo que parecía una fiesta en elotro mundo, y el buen hombre se fueapesadumbrado y temeroso hasta queganó el pueblo de Vegas y se sintió algomás seguro entre cuatro gruesas paredes.

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Su caso no era el único. ClaudiaExpósito, «Tía Claudia», mujer quevivió muchos años en el alto pueblo deEl Cabezo, también sabía de «loscolmeneros» o figuras igualmenteextrañas que, siempre ataviadas conropajes de un blanco inmaculado, ibanen procesión con una especie deluminaria en la mano. En ese mismopueblo, recóndito por su situación yaislado a marchas forzadas por la brutalemigración, sigue teniendo gran arraigola historia de la «difunta», que seaparece encabezando la procesión deánimas y que recrimina al marido eltrato que le dio en vida.

Algo parecido se cuenta en

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Aceitunilla, donde las venganzas desdela otra vida se efectúan con aparicionesque helarían la sangre del más valeroso.Al acordarme de una de ellas, muestrade la riquísima tradición oral a esterespecto existente en Las Hurdes,agradecía tener una mano ya sobre elpicaporte de la posada, en la que yatodos dormían y de la que gracias aleficiente Ángel Domínguez Giménezdispongo siempre de las llaves. Ya en lacama, observando las frías estrellaspulsantes a través de la cristalera,recordé una serie de leyendas que,particularmente, me ponían los velloscomo escarpias.

Con morfeo aferrado al pensamiento,tras un largo y solitario peregrinar por

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«la ruta de las apariciones», reviví laspalabras de muchas mujerucas que mecontaron cómo a determinado personajedel pueblo, cuyo nombre no estoyautorizado a revelar, le llegó unavenganza del más allá realmenteescalofriante. Al deambular por uno delos caminos que estaban próximos alpueblo de Asegur, comenzó el elegidopor el infortunio a escuchar unas vocesque venían de lo alto. Poco a pocofueron bajando en un nubarrón que dabatoda la impresión de seguir al testigo.Este, como es natural, empezó a corrercomo alma que llevara Satanás, altiempo que las carcajadas de algo oalguien se hacían más y más fuertes. En

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un momento dado, el hombre sintió unimpacto fortísimo en su hombro. Algoduro como una piedra le había llovidodel cielo, y el topetazo lo dejó mediotirado en la cuneta. Al incorporarse notóaún más cerca el cínico reír, y en un actoinstintivo echó su mirada al camino.Allí, en el suelo, aparecía una cabezahumana con largo cabello deshilachado,piel arrugada y dramática sonrisa en suslabios. Era su mujer, difunta ya hacíaalgunos años y que había sido unmartirio para el marido. Envuelta en unhalo de espectral claridad, aquella fazquedó en el lugar mientras el testigohuía, sujetándose el hombro desencajadoy con el alma en un puño, asfixiado porel espanto.

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Y a pesar de que no pueda darlo por elacuerdo que un día hice con el testigo,esta historia, como casi siempre en elParaíso Maldito, tiene nombre,apellidos y una identidad que duranteaños vivió atormentada por lo sucedido.No fue la única. Y es que aquí, elsupuesto retorno de las ánimas al vallede lágrimas trasciende lo puramentelegendario para erigirse en una realidadque deja secuelas en personas de carne yhueso. Quizás eso sea lo másestremecedor, ilógico y desafiante.

1 Existe una curiosa información que nosremite a principios del siglo XX, hacia el 1910,en las tierras de la ribera navarra. En la comarca

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de los pueblos de Falces y Lerín se habló de laaparición de un «niño blanco» que llorabaamargamente en la madrugada siempre en unmismo punto del camino que se dirigía hacia lapoblación de Estella. Algunos aseguraron queel cazador y tratante de ganado RicardoJiménez intentó coger al supuesto bebé y tuvoque volver a arrojarlo al verle faccionesmonstruosas y unas extremidades largas que seaferraban con fuerza a las crines del caballo. Elincidente se convirtió con el paso de lasdécadas en una leyenda que aún se narra en laregión.

2 Manifestación legendaria para unos y hechoreal para otros muchos sobre la que aún sedebate abiertamente en la Galicia rural. Lostestigos de la «procesión de los muertos», delas que existen muchos tipos y variantes según

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la región donde ocurran, se cuentan porcentenares. El autor, para la elaboración de susreportajes, entrevistó a farmacéuticos,empresarios, filólogos y anticuarios quejuraban haberse topado con la sobrenaturalrepresentación de las ánimas en los últimosquince años. En la provincia de Zamoracoexisten también diversos relatos, algunoscon nombres, apellidos y fechas, de personasque han visto una hilera de cuerpos flamígerosy estirados portando una serie de luminarias amodo de candiles. La tradición popular cuentala mayoría de las veces que la «compaña»anuncia muerte en el pueblo o casas próximas adonde ha efectuado su último paseo.Encontrarse con ella también puede acarrearfunestas consecuencias, tales como salir deperegrinaje nocturno cada madrugadaencabezando la comitiva y portando un viejo

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caldero o cruz de madera hasta que hallemos aotro incauto a la que pasarle el «testigo».Realidad o ficción, constituye un fenómenocultural que ha interesado desde hace siglos amultitud de sociólogos de todo el mundo.

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CAPÍTULO 4

Centinelas de la noche

Todos escuchamos un ruido,como «bu, bu, bu...», que veníadel cielo. Encima del puebloapareció una luz redonda yblanca que iba bajando poco apoco. La gente cogió tantomiedo que se encerraron en lascasas y a nadie se le ocurrió

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salir.

AMADOR DOMÍNGUEZDOMÍNGUEZ,

alquería de El Gasco

NO he conocido otro lugar en elmundo donde existan tantos testigospor metro cuadrado. Es difícilencontrar un hurdano que no se lashaya visto con las «luminarias delcielo», o con los «lampariles fatales»,o con los «cacharrus», o con los«banastros que vuelan», o con las«colmenas de luces».

Da igual el nombre con el que se lasbautice. Algo pasa en estos quinientos

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kilómetros cuadrados de montes yvalles profundos. Solo hace faltaacercarse y comprobarlo por unomismo. No es normal —creo— que,desde el último siglo, campesinos,curas, alcaldes, maestros o inclusoniños las hayan visto. De diversoscolores y formas. Con distintoscomportamientos y desde diferentesdistancias. Unas a ras de suelo, otrasemergiendo de las profundas aguas delpantano de Gabriel y Galán, y algunasde los estrechos regatos de la comarcade Ribera Oveja.

Acercándose a personas tan normalescomo usted, obligándolas a huir encoches por las carreteras asfaltadas.Antes se escapaba presa del mismo

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temor, pero a lomos de la caballería ypor los caminos sinuosos de la sierra.

Ha cambiado el mundo, pero no ellas,las extrañas luces de la noche. En LasHurdes, donde la información y losmedios de comunicación tambiénllegan, se discute y habla. Unosopinan, la mayoría callan. Quien más,quien menos, tiene una historia que noquiere contar.

Durante ocho años he procuradoarrancar estos testimonios para saberalgo más. De momento, sobre sunaturaleza, creo que ni yo ni nadiepuede pontificar. Pero el asunto estáahí fuera, candente y continuo. Lasluces siguen viéndose, las últimas poco

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antes de escribirse estas líneas.Y las gentes, que quizás antes

sospechaban del maligno y ahora delos tan traídos y llevados ovnis, secontinúan cuestionando el mismointerrogante: ¿Quiénes o qué son? ¿Dedónde y qué es lo que pretenden?

Son preguntas que también debeninteresar al lector. No es tema baladí.Que se sepa, estas luces ya han dejadodos muertes en el camino. Datosconcisos y contrastados. Eso sonpalabras mayúsculas.

28 de enero de 1999. - La luz de miedo. -¿Qué aviones volaban entre 1915 y 1930?

- «Aquello nos quería alejar a todacosta». - Una pelota maldita. - Tras el

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misterioso lucero de Ribera Oveja. -Vampiros en la noche amazónica. - El díadel «bu, bu, bu....». - Cientos de testigos. -La senda de los petroglifos. 28 de enero

de 1999 (y II)

28 de enero de 1999.Madrugada

RECUERDO que reduje a segunda concuidado. Con un golpe breve y decididode acelerador pude encaramarme sobreel montículo y quedar frente al cieloabierto. Un latigazo me recorrió elespinazo hasta la última vértebra y un

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sudor frío comenzó a apoderarse de mismanos. Estabamos en la noche más negrade las negras Hurdes. A las dos de lamadrugada por aquel caminoserpenteante no pasaba un alma. Sinembargo, hacía escasos veinte segundosque Lorenzo Fernández, copiloto enaquel nuevo regreso, había giradobruscamente, abriendo la ventanilla enun movimiento mecánico y estirándosehacia el exterior para intentar conseguirun campo visual mayor con la mitad delcuerpo fuera del todoterreno.

—¡Allí están!Era su voz que se alejaba con el aire y

que escuché aferrado al volante, sindistinguir nada más que oscuridad frenteal parabrisas. Con un movimiento

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reflejo de reportero habituado a toparsede frente con la noticia, extendió elbrazo intentando buscar la cámara devídeo que dormitaba a la derecha de lacaja de cambios. El vehículo se detuvo.Lorenzo volvió a sumergir el cráneo enel habitáculo y con los ojos muyabiertos, con una mueca híbrida entre laemoción y el miedo, se quedómirándome por unos segundos.

—Acabo de ver las luces..., acabo dever las luces, Iker. Han pasado por allí ypara mí que han desaparecido justodetrás del monte.

El motor se apagó y el sonido delfreno de mano al activarse dio paso alsilencio sepulcral. En la lejanía, sobre

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una escarpada ladera, las lámparasmortecinas, como de menor intensidad alas que existen en otros puntos del país,envolvían en un halo fantasmal la aldeade Arrolobos, el último enclavehabitado antes de las sierras que separanCáceres y Salamanca.

La situación, si se mira desde laperspectiva de lo ya transcurrido, eraemocionante. En esos mismos días unaoleada de avistamientos de objetosvolantes de procedencia desconocidamantenía en vilo a los pueblos del norte.Ese era el motivo que nos había llevadohasta aquel rincón una vez más.

Tras hablar con decenas de testigos ypalpar su temor ante los extrañosaparatos que, día sí y noche también,

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habían sobrevolado la comarca, nopudimos resistirnos a echarnos a lascarreteras para probar suerte. Se daba lacircunstancia de que, no muy lejos dedonde nos encontrábamos, un siniestrohumanoide de tres metros y sin brazos,envuelto en un manto de luminosidadtenue, había dado un susto de muerte aJosé Luis García, un constructor de lacomarca. El caldo de cultivo era elidóneo para que quien demoniosanduviese detrás de esa «escenografía»apareciese de una vez.

Tras echarme a la derecha, casiaplastando el cuerpo de Lorenzo, que denuevo emergía al exterior cintura paraarriba, pude verlo con mis propios ojos.

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Una luz ovalada y silenciosa, de tamañoconsiderable y a no mucha altura, habíapasado a unos seiscientos metros denuestro solitario vehículo. Y el sudor demis manos se convirtió en unaelectrizante sensación confusa, mezclade incontenible alegría y profundotemor. Un temor sordo que se habíafiltrado en mi interior y que me hacíamirar con respeto la vegetación que searremolinaba frente al morro del coche.Las sombras, los pinos inmensos yaquella soledad hacían que se dibujaseuna y otra vez en mi mente el ser de tresmetros y sin brazos que habíadeambulado por allí hacía tan solo unashoras. ¿Y si se apareciese frente alcoche?

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Creo que sentía miedo, igual queLorenzo. Por eso quizá no nos dijimosnada durante varios minutos. Arranquéel motor y con los ojos clavados en esetrozo de cielo azabache y frío enfilé elestrecho cortafuegos que ascendía haciala posición que había tomado lamisteriosa luz. Atrás quedaba el últimopueblo de Las Hurdes. Lo habíamosatravesado pasando lentamente,observando las ventanas cerradas y unafarola que parpadeaba su haz amarillohasta quedar definitivamente fundida. Unautobús viejo y grande, sin recuerdo deviajeros, permanecía arrimado a la veradel camino, como si se hubiese detenidoen aquella parada hacía cuarenta años.

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No había un vecino, todos parecíandormir.

En un momento cruzó mispensamientos lo conveniente de avisar amás personas para observar aquelfenómeno que parecía esconderse traslas montañas. Allí, a unos metros tansolo, estaban los ovnis..., el enigma vivoque tantos años había estadopersiguiendo...

Es difícil calcular cuándo comenzaron

a verse sobre los cielos hurdanos losfenómenos luminosos, aquí conocidoscomo «banastros voladores». Un modográfico de calificar a aquellos cestos deluz que brincando con movimientossecos y precisos habían bañado en más

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de una ocasión caminos y aldeasapagadas. De formas generalmenteovaladas, estos «espantos» han sido ysiguen siendo considerados obras delmaligno. Casi siempre en perpetuosilencio, han asustado al campesinorezagado en pleno monte o incluso sehan mostrado encima de los tejadosgrises de algunas alquerías. EnCambroncino existe constancia viva delos más antiguos encontronazos con lallamada «cabeza de la luz». De estemodo, los vecinos de una extensa zonarodeada de lagunas y que hoy ocupan lasaguas del inmenso pantano de Gabriel yGalán definían al mismo fenómeno queles tenía amedrentados desde la primera

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década del siglo XX. El pueblo, y másconcretamente las pequeñas casuchasque en su día apiñaron el barrio delTeso, es un lugar algo bucólico, conabundante y fresca vegetación que vaganando terreno a las construcciones quese caen por el peso del tiempo. Pasearpausadamente por Cambroncino —oCambroncinos, como también se lenombra en algunos antiguos tratados—es un pequeño e impagable placer. Esmuy probable que el caminante setropiece con los grupos de mujerucasenlutadas que aquí y allá, arremolinadasjunto a la acequia o sentadas sobrediminutos taburetes de madera, venpasar los días con la memoria puesta enun pasado rico en prodigios y hazañas.

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Historias como la de Nicolás Sánchez,que falleció tras una dolorosa agoníadespués de ser alcanzado por un foco deluz con forma de pera que se lanzó a laspatas de su caballería, cuando aún nodespuntaba el año 1918, han quedadoimpresas en el recuerdo de todos y cadauno de los vecinos [1].

Tras varios viajes y aventuras logrélocalizar el punto exacto donde el buenhombre fue alcanzado por la fantasmalenergía, un regato donde el río reposaentre altas montañas que lo guarecen delas miradas exteriores. Es un parajeabsolutamente oculto y aislado. Parallegar hasta él hace falta una buenabrújula y un coche capaz de adentrarse

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por las sendas del monte durante varioskilómetros sin miedo a las averías. Trasvarias vueltas y revueltas en medio de laabsoluta nada, descendiendo con lareductora por un valle umbrío queparecía intacto y secreto desde hacíasiglos, vislumbré el lugar de dondesiempre surgía la luz. En cuclillas, sobreuna de las piedras redondas que lasaguas erosionaban poco a poco y con latarde desplomándose sobre lavegetación, intenté recordar la escena.

Allí me acordé del bravo einfortunado Colás, la primera víctimamortal de la luminaria de Ribera Oveja,mientras el sol se alejaba, subiendo porel mismo camino sobre el que galopó el

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jinete herido ante el extraño fulgor [2].

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María Iglesias, una de las primeras testigosde la «Luz de Ribera Oveja» en el ya lejano

1915.

Y sumido en esos pensamientos, enaquel epicentro del misterio, eché manode las anotaciones para comprobar queexistían apariciones de este fenómenoque aún se remontaban más en el tiempo.

Probablemente la primera «puesta enescena» de esta masa lumínica de granintensidad, movimientos aparentementeinteligentes y de unos dos metros dediámetro, tuvo lugar un par de añosantes, en 1915, cuando todos loshabitantes del pueblo se dirigían a laiglesia de Las Lástimas dispuestos a oírmisa.

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Y con el objetivo de encontrar aalguien que hubiese vivido aquellasandanzas, me encaminé de nuevo haciael pueblo alejándome del lugar dondeNicolás Sánchez retó a la muerte. MaríaIglesias Iglesias, la «Abuela María»,recordaba a la perfección aquella tardede primavera tan lejana. Fue la primeravez que se habló en la comarca de aquelprodigio, y no era cuestión de perder elrecuerdo y los detalles. Su chorro devoz, intacta después de noventa añosbregando de sol a sol, irrumpió aquellatarde oscura junto a las arboledasverdes que refrescan los muros deCambroncino. No muy lejos, frente anosotros y tapadas en parte por las

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ramas de un cerezo, aparecía la iglesia,la misma que fue testigo de aquello:

Iker Jiménez en el punto exacto en el queNicolás Sánchez Martín fue alcanzado por la

«luminaria» en octubre de 1917. De esteapartado riachuelo surgía siempre la esfera

de luz que durante décadas trajopreocupación y miedo a los hurdanos.

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—Le digo, hijo, que eso fue de noolvidar. Imagínese el cielo como llenode fuegos. Vino la luminaria poquito apoco, y nos arrejuntamos todos. Algunoshincaron la rodilla al suelo ycomenzaron el responso. Otros rezabanpensando en algo del diablo o de lamadre que lo parió. Era como un«bombillo», más gruesito de abajo, quecomenzó a «balanciarse» lanzandoclaridad a uno y otro lado. Allí no sesalvaba nadie...

—¿Y no hacía ruido aquel foco deluz? —le pregunté a mi afablecontertulia.

—Pues no he de engañarle si le digoque se oía un zumbidito muuuy suave,

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como un enjambre de las colmenas. Allí,en poco más de un minuto, no quedónadie. Todos nos metimos en las casas.Yo, que era mocita entonces, corrí hastaestos huertinos en los que estamos ahoramismo. Y me tiré al suelo sin perder ojoa aquel «espantajo».

—¿El «espantajo» se fue de allí o bajóa tierra?

—Deja, deja... Mejor que se fuera pordonde vino el condenado de Satanás. Se«balanció» unas veces más y luego salióde allí zumbando dejando un «ristro» deluz en todo el cielo. No había alas, niventanitas ni nada que se ve en losaviones de hoy. Aquello era todo luz. Yluego los pescadores también se laencontraron metiéndose en las aguas.

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Mucha gente la hemos visto metiéndosey otros saliendo de noche de lo hondo delas aguas. Eso te estoy hablando desdeel mil novecientos quince.

—Y desde entonces no se ha dejadode ver por estos lares...

—Exactamente, hijo.—¿Y ustedes ya hablarían por la zona

de esa luz intentando darle algunaexplicación?

—Pues sí. Hablábamos mucho de ella.Se comentó mucho por aquellos años.Por qué se aparecía cuando menos se laesperaba. Le pusimos hasta un nombre ala muy maldita.

—¿Y cómo la llamaron?—Luz de miedo.

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Un foco de pequeño tamaño y redondeadosurgió de las aguas y se dirigió como un rayo

hacia el caballo de Colás. Así ilustró elencuentro Fernando Jiménez del Oso.

Desde aquella primavera de 1915 lasvisitas se incrementaron, organizándoseincluso en 1923 alguna que otra batidapara dar con el intruso. Pero poco

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pudieron rendir las escopetas ante losobrenatural de aquella portentosaluminaria capaz de girar en ángulo recto,posarse en el suelo y luego partir avelocidad endiablada con dirección alestrellado firmamento. Convertida enproblema de orden público, la «luz deRibera Oveja» soliviantó a propios yextraños durante mucho tiempo, siendoprotagonista de más de un rezo yresponso en plena noche.

En el silencio de Cambroncino, y trassubir los peldaños de la iglesia, abrí concautela el oxidado cerrojo que protegíael sueño de los muertos. Meacompañaba en esta ocasión laperiodista Carmen Porter, quien con una

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mueca de extrañeza inicial se ofreciópara descerrajar con suavidad aquelcandado. La delicadeza femenina resultómano de santo. Yo solo, como siempre,hubiese acabado saltando la tapia, y nome parecía menester para con aquellugar sagrado. Dentro del pequeñocamposanto antiguo, pegado a losmismos muros de la iglesia y devoradopor una vegetación fina y larga que hacíahundirse las botas casi hasta la rodilla,encontramos la última morada de variostestigos de este fenómeno único. Allí, enel reducido silencio del cementerio,vimos muy juntos y en perfectacomunión a algunos contemporáneos deColás. Ellos fueron los que vivieron elenigma en toda su intensidad, en toda su

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furia, y quienes a buen seguro guardabanmil y un secretos sobre lances que ya eraimposible recuperar del baúl deltiempo. Y maldije el no haber llegadoantes, el no haber conocido a aquellostestigos ya difuntos para que mehubiesen contado sus tropiezos con la«luminaria». Porque toda una vida en sucompañía, pensaba bajo aquel cielo casiviolaceo, debía dar para no pocossustos.

Y allí los dejamos, con la noche yacreciendo, en ese Cambroncino dondeapenas se escuchaba el silbar del vientoy la tranquilidad era mayúscula ysolitaria, cada día y cada año.

Más de una vez he tenido la tentación

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de pensar en algo más humano comoepicentro y causa de estos fenómenos.Quizás algún prototipo «descarriado»—he barruntado más de una vez,mientras rodaba hacia estas tierras conel cielo plomizo como telón de fondo—hubiese actuado en aquella primitiva erade la aviación a sus anchas causando elpavor entre vecindades de lugaresaislados y poco proclives a informar alas autoridades de la época. Puestos apensar mal, la zona, a principios desiglo, sería un campo de pruebas idealpara cualesquiera de estos «aviones almargen de la ley».

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Desde las oscuras y profundas aguas delGabriel y Galán se han observado, en los

últimos treinta años, infinidad de luces quesuben hacia el cielo llenando de pavor a

centenares de testigos.

En los últimos cien años la presenciade objetos físicos aparentemente nohumanos y de «bolas de fuego» que sevieron incesantemente en Las Hurdes

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causaron una expectación sin límites. Ysembraron una duda que aún hoyprosigue sin que nadie la despeje. Todoun enigma histórico al que pocos se hanacercado y del que podemos escuchar,en algunas resguardadas alqueríascuando se acerca el día de difuntos,cantares que se arrancan desde lo hondodel pecho y que hacen alusión a esemisterio que peregrina en el cielo. EnMartilandrán pude grabar, junto a lahoguera, una que decía:

Ese lucerito madre,que va detrás de la Luna,es el que me acompaña,la noche que voy de tuna.

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En otros lugares como Nuñomoral,donde aparecían estas luces, serecordaba otro romancero que hablabade un niño aparecido una de esas nochesy que llamaba a una puerta en plenamadrugada...

Madre en la puerta hay un niño, másbonito que el sol bello,yo digo que tiene frío, pues el pobreviene en cueros.Pues dile que pase y se calentaráque en este mundo ya no hay caridad. El niño, que según la descripción del

cantar, era muy blanco y se habíaaparecido repentinamente, antes de

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volver a desaparecer en la noche,exclamaba...

Mi madre es del cielo y mi padretambién,yo bajé a este mundo parapadecer.

Y mientras unos venerables

«veteranos» del pueblo hablan de unniño que surgió de una luz, otros hablande un cantar muy antiguo que se refería aNuestro Señor Jesucristo. Allí, junto a lacarretera de Nuñomoral, no huboconsenso, y casi la discusión acaba entrifulca. Yo, por si acaso, tomé buenanota de la letra, considerándola, dentrode este entorno siempre proclive a loinexplicable, como interesante y

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sugestiva. Los casos que he ido recogiendo

durante los últimos ocho años no danlugar a la duda. Son claros y rotundos.Entre 1915 y 1930 campó como Pedropor su casa un tipo de artefacto depequeño tamaño y aspecto ígneo queasustaba, o algo peor, a quien pillasedesprevenido. En El Asegur, por ponerun ejemplo, también se vio, cuando lostiempos dictaban el final de 1930, unaformación de varios de estos lampariles.Y, como siempre, las dudas sinrespuesta se clavaban como espinas enel alma de este viajero. ¿Qué artefactosaéreos o prototipos secretos podrían

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estar sobrevolando Las Hurdes enaquellos albores del siglo XX? ¿Quéarmas secretas probadas impunementeen territorio español podrían haceralarde de giros perfectos, ascensionesen vertical a velocidades increíbles o,simplemente, capacidad anfibia parasumergirse en las frías aguas que rodeanla comarca? La existencia,absolutamente asumida en esta zona, dela «luz de Ribera Oveja» y la cantidadimpresionante de testigos aún vivos quela vieron a poco más de veinte metros enmontes, caminos y pantanales planteabanun serio problema a la historia recientede nuestra aeronáutica.

Es poco menos que imposible pensaren un artefacto o ingenio militar

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sobrevolando la zona en esa época,basta con dar un somero vistazo alestado técnico en el que se encontrabanuestro país en aquellas décadas.

España, si nos sumergimos en loslibros de historia de la aviación locomprobaremos, no comenzó laconquista del aire con mucho retrasorespecto a otros países. A pesar de ellosu nivel estaba —y aún hoy lo está— aaños luz de poder crear un ingenio comoel avistado por cientos de personas enLas Hurdes. A pesar de todo, lavoluntad y el empeño de nuestrosprimeros pilotos es digno de recordarse.

En 1909 Antonio Fernández ya intentóvolar hasta la frontera francesa,

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pereciendo en la travesía. Tras estedesgraciado incidente cuatro pilotosreciben los primeros títulos oficiales en1910. Y al año siguiente se inaugura elaeródromo de Cuatro Vientos (Madrid),adquiriéndose los primeros avionesextranjeros. De esa época ya existendiversos testimonios de las luminarias,produciendo un ruido parecido a unintenso zumbido.

En 1913 empieza a funcionar laEscuela Civil de Getafe, en Madrid, y secomienzan a incorporar en estosaparatos diversos tipos de bombas,ametralladoras e incluso máquinasfotográficas. En 1914 la factoríaHispano-Suiza fabrica ya motores deavión, y un año más tarde, con los

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paseos del «extraño aparato» de LasHurdes en plena vigencia, surgen losprimeros hidroaviones en el nuevoaeródromo de Los Alcázares. Ningunode estos ingenios tenía, ni por asomo,las reducidas medidas del lamparil deRibera Oveja y mucho menos susorprendente agilidad. Como mostrencosdel aire, aquellos primeros artefactospilotados sobre cielo español tenían suforma biplana inconfundible y dosgruesas ruedas que los hacíanperfectamente identificables hasta parael más profano. Sus hélices segando elaire y el ruido atronador que producíaneran las antípodas de aquella «luz demiedo» que aceleraba «más rápido que

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los pensamientos» rodeándose, todo lomás, con un leve zumbido.

Es cierto que la llegada al poder deldictador Primo de Rivera supuso unapequeña revolución en el hasta entonceslimitado mundo de nuestra aviación. Elautogiro C-4, con Alejandro Gómez alos mandos, hizo su primer vuelo dereconocimiento sobre el aeródromo deMadrid a finales de 1923. Hasta LasHurdes jamás llegó, y a pesar de que suforma y tamaño pudieran ser máspróximas a las decenas de testigos queveían a aquella luminaria centinela de lanoche, su comportamiento continuabadesafiando a cualquier aparato creadopor nuestra tecnología en aquella época.¿Se imaginan un autogiro que

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desaparece en las aguas del río o queaterriza sin ningún tipo de soporte, comovieron decenas de vecinos de la aldeade Aceña en 1923, sobre una laderapara a continuación ir «dando brincos»hasta fundirse prácticamente con losfrondosos pinares? La verdad es quecuesta un mundo imaginar a losprototipos «secretos» españoleshaciendo semejantes barbaridades sinsentido. Más aún si constatamos en lascrónicas de la historia cómo, de 1926 a1930, las cuatro promociones de pilotossurgidas en el citado aeródromo deCuatro Vientos se quedaronprácticamente sin surcar los aires porlas sublevaciones republicanas que allí

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se produjeron. Fueron años aciagos parala aviación, y en nuestro vecino Portugalla situación no era mejor. Digo estoporque hubo algún «estudioso» querumoreó incluso que los «visitantes»podían venir desde la frontera oeste.Todo un prodigio de lógica.

Habría que aclarar a alguno de estos«explicalotodos» que la diferencia deldesarrollo tecnológico era abismal, y lasescaramuzas lusas en la conquista delaire eran poco menos que irrisorias. Pordecirlo suave.

Así pues, solo cabe volver apreguntarse: ¿qué aviones luminosossurcaban diariamente el cielo hurdano?Basilio Blanco, uno de los que máscerca tuvo uno de aquellos «cacharrus»,

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allá por el año 1929, me confesaba,meciéndose en su vieja silla al sol deuna tarde de otoño en Carabusino, cómonunca nadie le había podido explicarqué se había «aposado» en el monteasustándole el ganado y emitiendodestellos blanquecinos. El bueno deBasilio, como tantos otros, no pudodespejar la incógnita jamás. Se despidiódel mundo de los vivos con aquellaobsesión pendiente, con esa deuda desaber algún día qué tuvo a tan solo unosmetros monte abajo.

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Extraña luz esférica grabada por una familiade Trujillo (Cáceres) en 1996, a unos 120

kilómetros de Las Hurdes. La forma esidéntica a los relatos de «banastros

voladores» que se cuentan en el ParaísoMaldito desde hace siglos.

En ocasiones, estas luces prodigiosashacen gala de insólitas facultades queespantan al más pintado. Si no que se lopregunten a Manuel Guillermo, cuando

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los colores se le subieron del susto y un«recosquilleo», como él mismo meconfesaba, le atrapó el alma al ver aquel«lamparil fatal» que se venía hacia sucorpachón sorteando, uno a uno, losrecios pinares que se extienden entre losmontes de Horcajo. Era el año 1950, yaquella esfera, con un pico prominenteen su parte superior y emitiendoflashazos de una luz tan potente que sefiltraba por cada resquicio del monte,comenzó a perseguirle como si unaendiablada inteligencia la pilotase. TíoLorenzo, afable y casi mítico artesanodel vecino pueblo de La Huerta, se loencontró corriendo como un galgo en lacarrera ladera abajo.

Casi no tuvo tiempo de preguntarle, la

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luminaria venía detrás, con aquelzumbido como de otro mundo,planeando a unos dos metros del suelo yesquivando todas las copas de losárboles. Hasta un pequeño valle verdeque por estos lares lo bautizaron comopeña de la Covella les persiguió sindescanso. Después, «en un abrir y cerrarde ojos» se esfumó disolviéndose en elaire y quedando en este un halo azulado.Los dos hombres, que así lo confirmaronpor separado, se quedaron temblorososintentando coger aire para mitigar elpánico. Ni los pastos ni los troncos yramas de los pinos se habían quemado.

—¿Qué clase de fuego podría seraquel? —me preguntó Manuel mirando a

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la lejanía con sus ojillos pequeños ytristes…

—No tengo la menor idea, abuelo.Pero era un fuego que no quemaba.

—¿Sabes?, tengo la impresión de quealgo fallaba en aquella carrera que nosdimos el Tío Lorenzo y servidor.

—¿Algo fallaba?—Sí. Aquel lamparil fatal parecía

cosa de duendes o embrujamientos. Noshubiese cogido... si hubiese querido...

—Entonces, ¿cuál cree que eran susverdaderas pretensiones?

—Alejarnos de allí a toda costa. Estas luces, tan escurridizas y tan

malintencionadas, daban un susto enaquellos años de la posguerra a quien

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menos se lo esperaba. Los que inclusono hicieron caso de las historias quecontaban los más ancianos tuvierontambién su proverbial escarmiento.Lorenzo Martín, un rudo ganadero de lazona de Las Erias, nunca olvidará lanoche en la que discutió en torno al temade los «lampariles» con la mediadocena de testigos que, por un motivo uotro, se habían juntado alrededor de labuena y hospitalaria lumbre de lataberna de Casares. Lorenzo, hastaaquella jornada, no veía el asunto tanclaro.

A pesar de que la luz eléctrica yarecorre de punta a punta casi toda lacomarca de Las Hurdes y que las

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modernidades en forma de televisores einformática ya son moneda de usocomún, el miedo ancestral a los«banastros volantes» aún no hadesaparecido. Es un sentimiento que sepalpa, sin necesidad de rascar mucho,cuando se pone el pie en el imperio delas pizarras. Está aún fresco el recuerdode «los espantadus por la lumbri»,aquellos que fueron amedrentados oincluso atacados por las masasluminescentes que, en tiempo de losantiguos, alumbraron una y mil vecesunas Hurdes huérfanas de adelantos yoscura en su atraso secular. A pesar deque el tiempo ha corrido rápido en estassierras, y de que nada tienen queenvidiar ya los pueblos hurdanos a los

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del resto de Extremadura, las «fatalesluminarias», como así gustan dellamarlas, no han dejado de aparecerse.Adoptando su forma característica, pocomás de un metro de diámetro y aspectoovalado, han continuado amedrentando alos despistados que no tomaban lasprecauciones necesarias. Un casoparadigmático, como antes indicaba, esel del rudo ganadero Lorenzo Martín,que una noche de octubre del año milnovecientos cuarenta y cinco debatía enCasares con quienes precisamenteacababan de vérselas con el extrañocentinela mientras descendían con arrozy legumbres desde las alturas de lastierras salmantinas. Lorenzo, de carácter

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escéptico hasta casi llegar a ser hiriente,prácticamente se carcajeó de aquellosque aseguraron haber tenido que salircampo a través para no ser «tocados»por una extraña luz en forma de pera quehabía salido tras ellos con la velocidadde una estrella fugaz. El recio ganaderohurdano tenía que ver algo para creer enello, y mientras esto no sucediera, segúnsus cánones de pensamiento, aquellashistorias no dejarían de ser habladuríasde viejas con demasiado tiempo libre.Hoy su historia se recuerda en buenaparte de Las Hurdes.

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Titulares como estos no son extraños en losúltimos tiempos.

Regresando hacia Las Erias notó elbuen hombre cómo, sobre el techo de lanoche estrellada, refulgía un luceromayor que cualquier otro. Y mereconoció que entonces afloraron ciertasdudas ahogándole el pensamiento. ¿Y siaquellos viajantes de Salamancatuvieran razón?

No tuvo mucho tiempo para divagar.En apenas cinco segundos, tal y como lecontaron los tratantes de ganado hacía un

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par de horas en Casares de Hurdes,aquella «estrella» descendió avelocidad endiablada hasta quedarbalanceando sobre el camino de tierra,realizando un movimiento pendular eiluminando todo el entorno con una luzque emanaba de sus entrañas.

Sin saber bien por qué, LorenzoMartín echó a correr en direccióncontraria a su pueblo, que ya se asomabacomo refugio seguro a menos de unkilómetro tras una loma pronunciada. Elpánico más absoluto le hizo corrercamino abajo desandando el camino ynotando aquella presencia en el cogote.

—Iba rezando, hijo. Aquello sabía quevenía a por servidor. Que mis risashabían sido demasiada ofensa, vamos. Y

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aquella luz maldita se bajó hasta lamisma entrada de Las Erias parallevarme solo Dios sabe dónde.

Lorenzo cerró los puños y los ojos. Eimagino que cientos de imágenesdebieron pasar por su mente en un fugazrecuerdo vivo de aquella noche. Trasdarle un sorbo a un vaso conbicarbonato prosiguió su relato mientraslas voces de los chiquillos que jugabanen la solitaria calle se iban alejandopoco a poco. Al fondo, serpenteandocolina arriba, el camino donde cincuentaaños antes había transcurrido laimborrable aventura...

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Los prototipos españoles estaban muy lejosde poder crear ingenios esféricos. En la

prensa, en febrero de 1949, se hablaba del

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recién creado «avión sin alas finlandés». La«luz de Ribera Oveja» llevaba ya varias

décadas apareciéndose.

—Y en esto que corro y corro hastaquedar rendido. Me vuelvo confiado ¡yallí que me aparece otra vez! Pensé queera el fin. Era como una pelota malditaque fuese dando brincos, cayendo ysubiendo hacia el suelo otra vez.

—¿Como un balón que rebota?—Eso. Pero bastante alto, sin ruidos,

iluminándolo todo con su luz amarilla.—¿Y volvió a la carrera...?—Y tanto. Como para pensárselo. Hay

que estar ahí delante para sentirlo.Aquello era el miedo. En el segundo tra-mo notaba un sonido, un zumbido o más

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bien un pitido muy particular. Estabamuerto de miedo. Notaba que laluminaria me seguía, porque notabadelante de mí el camino que se«clareaba» y luego cómo, por un tiempocorto, volvía la oscuridad. Así más dediez minutos...

—Y aquello se le hizo eterno.—Eterno, eterno. Me metí en un

cobertizo que hay a medio camino y mepuse a rezar. Fuera, la luz continuaba«vigilando». Se me ponen los pelos depunta al recordarlo. Al final, tras por lomenos una hora, aquella luminaria conforma de huevo, como alargada por laparte de arriba, se fue alejando hacia elrío. Y allí creo que desapareció.

—Desde entonces creyó en quienes

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habían visto la «luz de Ribera Oveja».—A pies juntillas. Qué ignorante era

yo antes de aquello. Pero me vino bien.Por listo. Desde entonces jamás volví afaenar de noche.

—¿Por si la luminaria regresara?—Dicen que la han visto hace poco

otra vez. Yo ya pagué mis deudas. Noquiero más tratos con esas cosas. Yaestoy viejo para sustos.

Durante años, la «luz de Ribera

Oveja» se apareció en la comarcacausando expectación y miedo entre lavecindad hasta bien entrados los añossesenta. Al llegar a la etapa de losplanes de Desarrollo impulsados por

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Fraga Iribarne, hasta 1976 la misteriosaintrusa se fue prodigando cada vezmenos. Para muchos los avanceseléctricos e incluso sociales habíandesterrado por completo una leyendapopular que se había arraigadodemasiado entre las antiguasgeneraciones. Para algunos de estos«Einstein» de segunda regional lasconfusiones, las visiones de diversosastros e incluso —atención a la sandez— algunos incendios forestales habíanprovocado las visiones de la ya célebreluminaria. Lógicamente algunos sesintieron heridos en el amor propio.Decirle a un hombre que pasa toda suvida a la intemperie, cazando a pechodescubierto o caminando horas con el

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ganado con el único techo delfirmamento que alguna estrella es la queha provocado tamaño susto hace sentir,incluso desde la lejanía, un poco devergüenza ajena. Más de un testigo melo dijo claramente en su día. Algunossabios a los que nadie había llamado lestrataron de convencer de que Venus erael culpable, que si luego Júpiter sellevaba todas las culpas, ¡y eso cuandono achacaban medio siglo deapariciones continuadas a las simples ybien conocidas estrellas fugaces! Lo quequería dejar claro una ¿elite? depensadores dispuestos a «barrer» laleyenda negra de Las Hurdes es, pocomenos, que el lucero del alba había

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descendido a nivel del suelo,serpenteado por las arboledas y luego,tras perseguir el cogote de más de uninfortunado, zambullirse en las aguas delprimer regato que les pillase a mano.

Difícil de creer.Quizás ofendida por aquel bravío

intento de eliminar de la historiahurdana cualquier vestigio pococomprensible, la luz volvió por susfueros para volver a dejar constancia desu rotunda realidad. No valieronmaquillajes dialécticos ni buenaspalabras esta vez. A raíz del verano de1982 los sucesos volvieron a la primeraplana de la vida cotidiana de LasHurdes, callando muchas bocas y dandola razón a los que valientemente habían

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comentado sus experiencias. Es curiosoque apenas unos meses antes, a 13.000kilómetros del Paraíso Maldito y en lainexplorada región brasileña del RíoMarañao, decenas de personas ya habíanbautizado a su manera a unos fenómenosidénticos que habían causado el terroren la región y que incluso habían copadointerés nacional al recoger algunosperiodistas insólitos sucesos conataques físicos a personas. Las luces«chupa-chupa», que así fueronconocidas en toda aquella región de laAmazonia, eran idénticas, en cuantoforma y comportamiento, a las quepululaban a sus anchas por Las Hurdes.Su única e importante peculiaridad era

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un finísimo haz de luz que surgía deellas y que llegaba a tocar a susvíctimas. En muchas de ellasaparecieron hematomas e inclusopequeñas perforaciones que dieron paramil y una conjeturas. La muerte de unpescador, José de Souza, mientrasfaenaba en una vieja embarcación frentea Isla Cangrejos, al tiempo que otrostres tripulantes eran prácticamenteabrasados por una gran fuente calórica,elevaron el miedo a nivel nacional. «Losvampiros cósmicos» coparon portadasde rotativos nacionales y, de la noche ala mañana como si les molestase larepentina popularidad que habíanadquirido, desaparecían del lugardejando un remanso de paz tras su huida.

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Curiosamente, tras esfumarse porcompleto en el país suramericano, laactividad de estas pequeñas luces condudosas intenciones volvía a su máximohistórico en Las Hurdes Altas. El sucesoque inauguraba una nueva época deavistamientos que aún no ha decrecido,se iniciaba en la siempre aisladaalquería de El Gasco. Allí, por númerode testigos, se produjo el más importantede todos los avistamientos. Paracontármelo en primera persona, frente aun plato de humeantes costillas asadasen las brasas de encinas de la tierra,tomó la palabra Amador DomínguezDomínguez, en el mismo patio, ahoravacío y tendido al sol de la tarde, donde

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se encontraba sentado aquel día:—Esto fue en la última semana de

julio del ochenta y dos. Era plenomediodía y hacía una calor de mildemonios. Total, que estábamos toda lacorrobra de vecinos al socaire hablandode nuestras cosinas y pasando el sofocotan tranquilamente cuando empezamos aescuchar el sonido aquel que lo cogíatodo...

—¿Un ruido que venía del cielo?—Sí, de allí que venía. No lo olvidaré

mientras viva. Era como «bu, bu, bu...».Algo así. Es tan difícil de volver aescucharlo. ¿Me comprende? A vercómo le hago yo el «bu, bu, bu» quevenía de para arriba...

—No se moleste, Amador. ¿Qué

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ocurrió entonces?—Pues que el ruido se queda justo

encima de las casinas del pueblo. Ytodos empezamos a mirar hacia arriba.Allí que no se veía n’a de n’a pero, enesto que, de pronto, ¡zas! Vaapareciéndose una especie de cosaredonda de unos dos metros de largo ytoda blanca. ¡Madre mía! Aquello ibabajando sobre el pueblo y las gentes seasustaron mucho. No había ni puertas niventanas ni nada... y un brillo como muysuave salía de todo aquello. Era algocomo lo que muchos pastores se hanencontrado por la zona del Cambroncinoy Caminomorisco. «La cosa», como unahoja de un árbol, iba de un lado para

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otro, y emitía tanta luz que se llenaba elpueblo de aquella claridad que hacíadaño a los ojos. Estaríamos más detreinta personas y todos lo vimos.Aquello no se puede olvidar.

—¿Y la luz del «bu, bu, bu» se marchóa toda velocidad, desapareció...?

—Pues no lo sabemos.—¿No lo saben?—Nos metimos todos en casa. El

pueblo quedó vacío con aquel lamparilallí arriba. ¿Sabe una cosa?

—Dígame...—Pues que allí todos estábamos

muertos de miedo. Recuerdo las caminatas por las

cuestas sin asfaltar de El Gasco. Fue

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difícil romper el hielo, pero al final lasgentes hablaron. Varios testigospresenciales de aquel mediodíaconfirmaron punto por punto lo descritopor Amador, sin saber incluso que yohabía hablado con él anteriormente. Eldel «bu, bu, bu» era uno de esos pocosincidentes casi perfectos del que eramuy difícil dudar. En los angostospasillos, más que calles, que cruzan lapequeña alquería intenté imaginarme laescena. Y apoyando mi ya cansadaespalda sobre la tapia construida conmimo a base de lascas de pizarra que,sin argamasas ni cementos de ningúntipo, se mantenía allí firme desde vayausted a saber qué tiempos, eché la vista

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al cuaderno de campo y fuimemorizando nombres y lugares. En losúltimos años la casuística eraabrumadora. Incluso el fiel y sabio FélixBarroso había presenciado uno de esosobjetos ígneos en las proximidades delinmenso pantano de Gabriel y Galán.Fue el 4 de febrero de 1996 y aquellainmensa mole ámbar que flotabaingrávida en el aire le dejó casi sinrespiración. Esa misma noche, conveinte testigos en las calles, la pequeñaalquería de La Huerta se iluminabarepentinamente. Una gran «bola defuego» casi aterrizaba muy cerca de lacasa de Francisco Hernández Martín.

—El brillo de «aquello» —meconfesaba pocos días después este

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hombre afable y atento de pelo canobajo la misma ventana donde todoocurrió— se había metido hasta laúltima habitación. Sin hacer el menorruido.

Tan solo unos minutos después, segúnme confesaron un puñado de hurdanos,Gervasio Gómez, alcalde deCaminomorisco, buen político y granemprendedor de mejoras para su pueblo,veía nítidamente, en una curva delcamino que precisamente se desviabahacia La Huerta, al extraño «visitante».Todos incidían en lo mismo: «Eso erainexplicable».

Los conductores se aterrorizaron, ymás aún Filomena Iglesias, a quien la

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gran luz le pilló desprevenida en uncamino vecinal regresando a su hogar.¡Cuántos testigos en la última década!¡Y cuántos callarán para siempre paraevitarse siempre molestos problemas!Quizá sea Las Hurdes el único lugar delmundo donde a uno no le mirenatravesado si ha sido testigo de unincidente de este tipo. La casi mayoríade personas que en estas sierras y vallessí han sido partícipes de lo insólitohacen ilógico que existan prejuicios alrespecto, aunque en las pequeñascomunidades, y más con el nefasto favorque algunos medios televisivos y demáxima audiencia en el prime-timehacen a estos asuntos, también surgen lasvoces discrepantes.

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En los últimos años el tristeespectáculo de cuatro o cinco locos endebate ¿hablando? con tres negativistasprofesionales y bien preparadosculturalmente, y el inefable y eterno parde ufólogos que pierden parte sagradade su anatomía por ir a cualquiercoloquio, sea cual fuere el fin de este, yluego llenarse la boca con bellas frasessobre la esencia de la genuinainvestigación, han hecho daño a laimagen pública de estos sucesos, aunqueen realidad poco o nada tengan que ver.Pero la televisión ya llega a todas partesy su poder generalizador, casi siemprepara mal, la hace un elemento peligrosoque en cualquier momento cambia los

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conceptos sobre algo que antaño eraconsiderado normal y real.

Quizá por eso, divagando en silenciobajo aquel tibio sol de El Gasco,pasaron por mi mente decenas denombres y apellidos de aquellos que enlos últimos años se habían topado conlas luces de la noche, sabiendo que unporcentaje aún mayor se ocultaba por unpresumible miedo al ridículo.

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El autor entrevista, en el lugar de los hechos,a Francisco Hernández Martín. El 4 de

febrero de 1996 la alquería de La Huerta seiluminó con los rayos de «un gran sol quesalió en plena noche». Todo el pueblo fue

testigo.

En un flas repentino desfiló ensegundos en mi recuerdo el miedopalpitante de Enrique Encinas, cuandoen enero de 1993 fue perseguido por tresde estas luminarias en la ruta de Asegura La Huerta, o la inquietud de JavierGonzález o Visitación Martín, que en1986 observaron cómo una gran esferabrillante aparecía en plena noche yestaba a punto de estrellarse contra suvehículo para elevarse después en

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ángulo recto y casi haciéndoles salirsede la calzada. Y qué decir de EnriqueIglesias, que al llegar a El Asegur afinales de 1992 observó cómo se hizorepentinamente de día tras aparecer unaluz ovalada que iluminó todo en cienmetros a la redonda con un fulgor caside la misma intensidad del que asustó aMari Carmen Azabal y AlmudenaRedondo adquiriendo forma de gran solen plena noche y que se disolvió en milpartes hasta desaparecer justo en elcruce solitario de Vegas de Coria el 23de marzo de 1996.

Recordé también nítidamente laspalabras de Félix Barroso, queposteriormente serían corroboradas traslargos días de ruta a pie por los montes.

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Casi todos los sucesos donde aparecíanestos fenómenos lumínicos estabansurcados por antiguos yacimientosfunerarios prehistóricos. Sinceramente,aquella rotunda afirmación de mi amigoel maestro me dio un vuelco al corazón.Después, más sosegadamente, pude ircomprobando punto por punto cómoestos «lampariles» inmateriales surgíansiempre en las proximidades de lugareso enclaves sagrados, marcados con laantiquísima rúbrica de los petroglifos ylos ídolos-estela. Asegur, Cerezal,Vegas de Coria, Cambroncino, ElGasco, etc., la lista es interminable yreveladora. ¿Cuál era la conexión ocultaentre ambas realidades?

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Así, estas centinelas nocturnas einmateriales parecían seguir una rutapredeterminada y donde miles de añosatrás los antepasados dejaron diferentessímbolos grabados sobre el duro einmortal esquisto. En Aceitunilla, dondeera común la visión de estas luminariasy donde, como se comprueba a lo largode este libro, son legión las visionesextrañas y de carácter paranatural, seencuentran, algo escondidos para elturista no iniciado, los grabados de LaHuerta del Cura, donde esferas de grantamaño aparecen talladas en la pizarrametamórfica en una alusión ancestral almundo de lo cósmico y astronómico. Deese modo la designaba la profesora

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María del Carmen Sevillano San José enun tratado de la Universidad deSalamanca, al igual que señalaba otrasrealmente sorprendentes en Vegas deCoria, uno de los epicentros de lasobservaciones de estas luces nocturnas,o en la zona de Azeña, colindantesolitaria comarca de Ribera Oveja,lugar que da «denominación de origen»al curioso fenómeno que desde hace casiun siglo ya forma parte del apasionanteposo sociocultural de Las Hurdes.

Arrolobos, cortafuegos deascenso, 28 de enero de 1999,03.30 horas

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Quizá fue la visión continuada deaquellas altas paredes negras de pizarrapor las que entre se abría el monte lasque acabaron desviando mi pensamientoa la conexión oculta entre losasentamientos de tiempos prehistóricosy estos fenómenos inexplicables enforma de lucero que surcan la noche.

Las formaciones luminosas que habíanaparecido sobre los valles y que en esosdías sembraban de dudas a los cuarentapueblos hurdanos habían hecho un girohasta desaparecer por entre los picosdel cordón de montes que nos separabade tierras salmantinas. El todoterrenoascendió un nuevo repecho y de nuevoen pleno silencio pudimos observarlas

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con nitidez. Un resplandor de apenasunos segundos y una fugaz desaparición,como en el juego del mareado gato y elhábil y aventajado ratón. Los simulacrosde caminos cesaban ya por completo yla travesía se hacía del todo imposible.Aun así un sentimiento de profundodesasosiego no nos abandonó hastaponer pie en carretera firme. Había algoallí que nos mantenía fijos en nuestrohabitáculo, con los ojos puestos en elpeligroso descenso y con la mente dandovueltas a mil revoluciones por segundo.¿Y si al girar la siguiente curva cerrada,a kilómetros de un núcleo habitado, seapareciese la ya célebre «luz de RiberaOveja?» ¿Por qué no podíamos ser lossiguientes en la lista?

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Aferrado a la Nikon, que no pudodisparar ni una sola ocasión, fuisoltando embrague al tiempo que volvíaa sumergirme en mis pensamientos,quizá para abstraerme de la tensión queaún rondaba ahí afuera. Me vinieronimágenes de otros pueblos lejanos deEspaña donde también las gentes sehabían acostumbrado a convivir conestos misterios en forma de candilmortecino que pulula en las madrugadas.Comarcas igual de solitarias que LasHurdes, como las del llamado Desiertode Albacete, ofrecían también uninquietante mosaico de aparicionesdesde tiempos remotos. Avistamientosde luces idénticas que se han aparecido

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tras cincuenta años de casuísticainterrumpida a la mayoría de loshabitantes de los tranquilos pueblos deCasas de Abajo, Cañadajuncosa o SanPedro. Allí la llamada «luz del Pardal»,que ha sido perseguida hasta la saciedadpor estudiosos como José Martínez,Francisco Contreras o el propio LorenzoFernández, ha sido vista por propios yextraños surgiendo desde un puntoconcreto que al final se logródeterminar, vagando sobre todo en lasfrías madrugadas del mes de noviembre.A ese pequeño foco se le ha vistohaciendo surcos de tierra, como asíatestiguó el pastor Cristino Cuerda;paralizando motores de coches ycamiones, bien lo sabe el ya noble

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veterano Manuel Macía; persiguiendo ainfortunados motoristas como JoséBisagra; o incluso «emitiendo sonidosque parecían que hablaban» dirigidos aEliseo Rosa Martínez o a un influyenteterrateniente de la comarca comoJoaquín Melgarejo, quien, en plenaposguerra, tuvo que derruir las casas delos pastores por el temor que estoshabían cogido a la «maldita luz».

La «luz del Pardal» continúaapareciéndose, si cabe con menorintensidad que su homónima de losmontes hurdanos, pero su misterio es elmismo. También la centinela de LaMancha siempre surge de unasentamiento ibero de excepcional valor

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arqueológico. A unos palmos del lugardonde desde hace décadas se aparecedescendiendo veloz hacia la recta ytriste carretera comarcal, se descubrióhace casi un siglo la universalmenteconocida Bicha de Balazote, obracumbre del arte ibérico y que encarnauna misteriosa figura de toro con cabezade hombre que, aún hoy en día, no sesabe muy bien qué papel ocupaba enaquella llanura yerma y solitaria.

La conexión entre yacimientosantiquísimos y sus moradoras luminosases una constante. El estudioso delfolclore y las tradiciones españolasJesús Callejo llegó a bautizar estosfenómenos como «luces populares»,descripción que va mucho más allá de

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los fenómenos de tipo ovni y queadquieren una trascendencia mayor,interrelacionándose con la propiacultura de la comarca donde aparecen.La luz de Ribera Oveja, la del Pardal ola de Mafasca, aldea canaria donde elinvestigador José Gregorio González ladesenterró del olvido con magníficosreportajes al respecto, poseen unaconexión directa que las asemeja alsombrío universo de las aparicionesespectrales. Portadoras de una energíaque alumbra en las noches más oscuras,hacen un recorrido concreto, como losfantasmas añejos de las historias de lavieja Escocia, y retornan a su punto departida, por lo general colmado de

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huesos, piezas funerarias o incluso, en elcaso de nuestras Hurdes, marcado conlos símbolos de los más antiguospobladores de estas tierras.

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Los últimos sucesos se han producido en1999. Cientos de hurdanos presenciaron las

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evoluciones de un extraño artefacto en elcielo. Carlos Martín, guarda forestal oficial

de la Junta de Extremadura, dibuja loobservado desde Las Mestas en el cuaderno

de campo del autor.

Esa es la clave —barruntaba para misadentros mientras el caminoserpenteante y estrecho continuabadesembocando hacia la oscuridad—, eldato que podría dar una nuevadimensión a todos estos enigmas quecontinúan englobándose bajo las siglasovni, como clara alusión a la absoluta yridícula ignorancia que tenemos sobre sunaturaleza.

En un momento me giré; no habíarastro de las luces que nos habían

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llevado hasta lo alto de la sierra, peroalgo llamó bruscamente mi atención.Lorenzo continuaba con el cuerpo «enposición» fuera de la ventanilla y elsilencio era absoluto. Las luces traserasdel coche al girar en aquella curvadieron la solución. Me fijé bien. En unade las paredes verticales aparecíanvarias rayas y puntos, en incluso unafigura que en la lejanía parecía unhombre grotescamente dibujado. Eranlos dibujos prehistóricos que algunacomunidad dejó hace miles de años enlas cercanías agrestes del poblado deArrolobos como adoración a algunosdesconocidos dioses. El frío y un vientohelador los golpeaba, entonando uncántico fúnebre con las ramas y árboles

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que se agitaban sin cesar. Allí había unamuestra más de la «senda de lospetroglifos».

La conexión se hacía más fuerte, ysentí una muy especial curiosidad. Apesar de todo, tampoco esta vez nosbajamos del coche.

1 Nicolás Sánchez Martín, según reza el actadel médico rural Víctor Hoyos, falleció a causade una bronconeumonía fulminante tras seralcanzado por una luz en forma de perainvertida con la que se topó en lasproximidades de Cambroncino el 21 de octubrede 1917. De este suceso el autor hace unaexhaustiva investigación en su obra Enigmassin resolver, editada por EDAF.

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2 Sobre la muerte del Colás me planteó unainteresante hipótesis el especialista JuanManuel Guedeja, quien analizando lospormenores de este hombre que pereció trasbrutal agonía, me concretaba, en unacomunicación remitida por carta, que «elinfortunado pudo ser víctima de un efectosemejante al que propicia la llamadacombustión espontánea. Un efecto que parecesurgir tras la exposición del cuerpo a unafuente de energía igual o similar a la de unaparato microondas. Cuando la onda, con unafrecuencia de 2. 450 millones de hertzios,llega al interior de una materia orgánica, lahace vibrar a gran velocidad y en su fricciónproduce un calor interno, sin rastro decombustión en torno a la víctima. ¿Podría estarahí la clave? ¿Aparatos capaces de generar uncampo de microondas en octubre de 1917?

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CAPÍTULO 5

Naturaleza misteriosa

Y entonces el Sol, que eshombre, «pileó» con la Luna,que es mujer, en lo alto delcielo. Allí lo vimos todos.Como el que pierde no tienemás remedio que «cobejarse»,pues la noche se hizo y la Lunaallí quedó. Pero hay que tener

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cuidado. A veces tiene carafiera de hombre y no hay quesalir de noche. Cuando la Lunaestá así de maldita..., nunca sedebe salir de noche por loscaminos...

RAFAEL EXPÓSITO,

interpretando un muy antiguoeclipse sucedido en la alquería

de Casarrubia

¿SABÍAN QUE EL AGUA tiene alma? Yotampoco, hasta que aquí me loexplicaron.

Y también la Luna y el Sol, lasestrellas y el cosmos. Desde épocas

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difíciles de determinar en la noche delos tiempos, los habitantes de estassierras aisladas han observado conextrañeza y fascinación los elementosque componían su universo. Intentandoexplicarse el motor con el que se regíala vida, vigilaban atentamentecualquier manifestación de laextraordinaria y misteriosa natura queles rodeaba. Y tras el proceso sacabansus conclusiones, sabias y acertadas lamayoría de las veces, paratransmitirlas de padres a hijos en unacadena que hoy ya nos llega envueltaen el halo de la leyenda.

Desde lo más lejano, como loseclipses que llenaban de tinieblas ymiedo a la región, hasta los elementos

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próximos a los que había que respetar.Como las plantas, beneficiosas unaspara el hombre y malditas comoaquella que provocaba el bocio si sebebía de su vera.

En un mundo vivo del que solo seconsideraba un invitado más, elhurdano aprendió a integrarseplenamente con su entorno casi virgen,otorgando propiedades mágicas ysobrenaturales a miles de elementosdel paisaje cotidiano.

De los amorachinis, forjadores de losrayos desde las alturas nubosas, a losvolcanes fantasma y las cuevas detesoros encantados, pasando por losespirituales guardianes de las entradas

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al mundo subterráneo.Dentro de poco seguramente apenas

quedará nada de esta visión del mundo.Por eso es bueno perpetuarla en elrecuerdo y en estas pocas hojas. Sonquizás el último testimonio de untiempo en el que los hombres sepreguntaban el porqué de las cosas yhacían sus pactos con el profundo ymisterioso espíritu de la naturalezapara continuar vivos en un hábitat tanapasionante y agreste como el quedebieron observar los primerospobladores.

Un entorno diferente. - El refugio morisco.- Tesoros bajo tierra. - Insólitos

guardianes de riquezas. - En busca de

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Eldorado. - Bocaminas: pozos donderonda la

muerte. - Un volcán sagrado en El Gasco.- Las señales mágicas. - Vegetales al

servicio del hombre. - Embudera, la plantamaléfica. - Cuando duermen las aguas. -

Amorachinis, creadores de los rayos. Otravisión del universo.

BAJ É la ventanilla y saqué el brazonotando una brisa cálida y suave. Elcielo estaba cubierto, como manchadopor pinceladas grises, celestes y negras,y la temperatura era agradable en aquelprimer golpe de primavera adelantada.La carretera serpenteaba como unaculebra de asfalto abriendo barrancosprofundos, coronados por un frescor

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pocas veces visto , tupidos devegetación agreste, frondosa, como unmar bravío que se mecía por el vientoque llegaba de lo alto. Verdes,amarillos, ocres..., y la presencia lejana,vigilante, de unas montañas afiladascomo cuchillos que aún se sacudían unpoco de nieve en las crestas. Estaba ,como tantas otra veces, en pleno corazónde Las Hurdes. En ocasiones, al daralguna curva cerrada y salir a un lugarun poco menos abrupto, frente anosotros, a lo lejos, los rayos solaresdibujados a tiralíneas nos sorprendíanlogrando romper la coraza nubosa,llegando a besar los campos sin un alma.

Aquella era la esencia del ParaísoMaldito. Y la sentí tan cercana, tan

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fuerte, que se me hizo un nudo en lagarganta. Hasta el mismo camino, a laizquierda, caían rápidas las aguas clarasy frías del deshielo, formando saltos ycascadas, otorgando una pátina brillantea aquella piedra vieja, ahorarejuvenecida por la savia helada de lavida. Paré el coche y salí al exterior. Yabrí los brazos en un acto instintivo,colocando los pies al filo de la inmensacaída hacia el valle, aspirando fuerte,como si quisiera inhalar de un golpetoda aquella grandeza. La música,encendida en el interior del coche,sonaba libre, a todo volumen, creandouna escena que mostraba todos losmatices de aquella naturaleza fascinante

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y misteriosa. Eran sonidos de tamborilesy flautas, canciones antiquísimas de LasHurdes, como lamentos con airesnostálgicos, muy parecidos a los de losceltas que según algunos historiadorespoblaron estas ásperas tierras en elumbral de los tiempos. Aquelmecanismo perfecto del agua, quemisteriosamente aquí corre «al revés»que todas las corrientes de la vertienteatlántica, del cielo y del sol volvió asobrecogerme.

Allí estaba solo y no había vergüenzasque esconder. Cayeron una gotas desdela sierra que miraba al frente. Unasgotas casi en horizontal, frías y grandes,que chocaron con violencia contra micamisa de cuadros, contra mis

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pantalones y mis viejas botas, y que melimpiaron de tanto humo de ciudad. Yallí me sentí el hombre más feliz sobrela faz de la tierra. Feliz por poderempequeñecerme ante aquelespectáculo, ante la realidad creadoracapaz de aquella perfección. Loconfieso, se me emocionó el alma enaquel último rincón virgen donde aúnera posible subir a un alto, ponerse encruz y llorar la alegría de ser parte deuna existencia capaz de generar talgrandeza. Y así, lleno de oxígeno y devida, recordé las peculiaridades deaquel mundo olvidado, aquel entornolleno de contrastes y sorpresas que loshurdanos habían hecho suyo. Y que ya

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también sentía un poco mío.Allí era fácil comprender aquella

frase que un viejo de la tierra me dijouna vez hacía ya algunos años:

—El hurdano jamás quiere marchar desu tierra dura y desagradecida. Lospocos que se van..., siempre vuelven. Esel misterio de nuestra tierra y nuestragente. La naturaleza nos reclama ynosotros, como empujados con unafuerza desconocida, nos vemosobligados a regresar...

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La rica vegetación existente en algunaszonas del norte de Las Hurdes ha promovidoun conocimiento exacto de las propiedades

benignas y maléficas del rieno vegetal.Según algunos biólogos, existen endemismos

botánicos únicos en el mismo.

Y es que, amigo lector, la naturalezade Las Hurdes es en sí un gran enigma.Algo de ella obnubila y atrae, como elcanto de una misteriosa sirena

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mitológica. Sus parajes, su soledad,parecen tener vida propia, una vidafantasmal que ya llamó la atención deaquellos viajeros medievales que laveían, simplemente, como otro mundoajeno al suyo.

Ninguna clase de ciencias naturalesnos fascinará tanto como una jornadadeambulando por este agreste y enocasiones salvaje entorno, repletosiempre de leyendas, verdades eincógnitas que han sido pulidas ypreservadas siglo a siglo por unasabiduría popular que lleva miles deaños entregando sus secretos degeneración en generación.

Aquí, según narran esos relatos, esfácil que nos encontremos con profundas

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cuevas que probarán nuestra avaricia,engañándonos con sus falsos cantos desirenas y oros ocultos, con el fin de queacabemos rindiendo cuentas ante susfantasmales centinelas. Tambiénsabremos de plantas malditas que afuerza de transmitir terriblesenfermedades nos enseñarán a respetarsu terreno imposible de profanarmientras se alzan sobre cristalinas aguasde ríos y cascadas que, por si no lo sabeel viajero, tienen un tiempo en el queduermen y deja de escucharse su rumormientras el cielo, la Luna y sus astrosnos revelarán mensajes que solo aquí sepueden descifrar. El hombre convive enel Paraíso Maldito con una naturaleza

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viva en el estricto sentido de la palabra.Una naturaleza enigmática y fascinanteque tiene sus propias leyes, a las quehay que estar supeditado para integrarseen ella.

La leyenda de los tesoros que la

pizarra guarda en sus entrañas hurdanaslate con fuerza en cada alquería. Ni elprogreso ni el paso del tiempo hanrestado un ápice de actualidad a muchashistorias que aquí se creen certeras yque datan de una época oscura ybrumosa que se suele denominar, en lavoz de los antiguos, con el genériconombre de «tiempo de los moros».

No han sido pocos los hombres ymujeres que, aún hace bien poco, han

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ido con sus azadas y buena voluntad acavar allí donde la memoria popularaseguraba se hallaban ocultas lasfascinantes riquezas. La permanencia deestas creencias a lo largo de los siglosha hecho, además, que surjan de ellastoda una serie de ramificacionesapasionantes desde el punto de vistaantropológico, perpetuándose unariquísma amalgama de relatos que,misteriosamente, resultan ser leyendasremotas que cumplen un mismo valor endiferentes partes de Europa.

Remontándonos a los datos puramentehistóricos, habremos de admitir que elpaso de las hordas moras por algunasalquerías de Las Hurdes, en su destierro

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de la Reconquista, fue un hecho objetivoy real.

Pueblos como Caminomorisco reflejana las claras un acontecimiento que debiósucederse allá por los estertores delsiglo XV en el revuelto reino de lasEspañas. A ese peregrinar errante hacianingún lugar, buscando el amparo derefugios seguros e inalcanzables paralos enemigos cristianos, se remontan lasleyendas mágicas sobre los tesorosabandonados. A este respecto, el ilustreantropólogo Maurice Legendre, quedurante años fuese director de la Casade Velázquez de Madrid, escribía unainteresante crónica en la revista culturaldonostiarra LAR en el año 1944, en queprecisaba lo siguiente:

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Constituye aquel un refugio

incomparable; quien quiera allíesconderse, escapar de un enemigoamenazador, puede burlarindefinidamente la persecución. Asípues, el país ha sido repoblado porperseguidos y fugitivos. LaReconquista envió allá, sin dudaalguna, más de una familia árabe. Esasimismo muy probable que, en losdías precedentes a la expulsión delos judíos, algunos de ellos encamino hacia Portugal —donde aúnles estaba permitido vivir— sehayan detenido en Las Jurdes, quizácon la esperanza de que pasase la

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tormenta y les fuera permitidoregresar a sus domicilios. En fin,más de un criminal ha buscado allírefugio contra la justicia humana. Yes posible que gentes de lacondición más modesta, cansadas delas humillaciones y acostumbradas auna vida miserable, hayan llegadoallá, por lo menos, en busca deindependencia.

La amalgama de culturas que, se

piensa, se entremezclaron en estastierras dieron origen a una serie demanifestaciones asombrosas, deleyendas y ancestrales relatosejemplificados donde confluían lasraíces de estos moriscos que tanto se

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recuerdan en las coplillas lastimeras delhurdano.

La llamada cueva de la Mora es, portanto, la historia recurrente quecualquier viajero interesado por laantropología, dispuesto a escucharpacientemente al socaire de algunacalleja o soportal, oirá en las viejasvoces como si por ella no pasasen lossiglos. Esta leyenda fascinante, donde semiden los valores de las personas, o almenos eso dicen quienes las cuentan,tiene no una, sino decenas devariaciones según sea el pueblo dondese narre.

Cerca del pueblecillo de Horcajo,aislado por montes frondosos y las

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veredas más verdes de la primavera, seescucha el suceso de una morita quesiempre por el día de San Juan llegabahasta la aldea y ponía una pequeñatienda en la hendidura de la tierra conlos más diversos enseres para engatusara aquellas mujeres y hombres que pocoscachivaches y ropas veían en esta duratierra. Cuentan cómo un pastor hurdanoun día andaba buscando el ganadoextraviado y acabó ante el solitariopuestecillo de la morisca. Esta le dijo:

—¿Qué es lo que más te gusta de mitienda?

Y le ofreció las piedras mágicas delrayo, para que ningún mal le diese alganado, y cruces de torvisco, para queno cayese en su majada el maligno

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pedrisco. Pero el mozalbete se fijó enunas tijeras de oro y le dijo que ese erasu anhelo. Acto seguido, el espíritu deuna jáncana o hechicera, que esa era laverdadera identidad de la mora, salió dela gruta y golpeó y abusó del muchacho.Al volver en sí, algo mareado yaturdido, el joven volvió a ver cómo lamujer le decía:

—¿Qué quieres de la tienda?Y el chico, emperrado y sin saber el

maleficio, volvió a clamar por lastijeras. Entonces la mora-bruja se pusorabiosa, hecha una furia, cogiendo lastijeras de oro y arrancándole de cuajo lalengua al pastor mientras huía del lugary gritaba a grandes voces:

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—¡Desgraciado, a cien años dehechizo me has condenado, si hubierasdicho las alhajas de la cueva, y a mí laprimera, te hubiera colmado de grandesriquezas...!

Y cuentan aún en el pequeño pobladode Horcajo como el joven, que nopasaría de los veinte, quedó allídesangrado, mientras la hechicera morahuyó a otros pagos para ver si alguienpodía desencantarla de su maleficio.

Pero las cuevas, además, están en LasHurdes íntimamente ligadas a lacreencia, aún hoy muy extendida, de laexistencia de fabulosos tesorosenterrados en los tiempos en los que estetrozo de Extremadura estuvo habitado

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tan solo por vientos y lluvias a los queacompañaban algunos morosperseguidos por la religión católica queimperaba en el resto del país. Lacomarca, en un enigma histórico aúnirresoluto, estuvieron despejadas devida durante varios siglos, como si susalquerías y las risas y llantos de losniños se hubiesen apagado para siempre.En esa época yerma, según cuentan, fuecuando moros y otros reos de la justiciaescondieron sus riquezas para algún día,quizá calmado el temporal, volver arecuperar lo que era suyo.

A este respecto Eliseo Marín, vecinode Nuñomoral, me hacía unademostración de su preclara memoria yme narraba, de un tirón, junto a la

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carretera recién asfaltada que subía a unsoleado Nuñomoral, la historia que a élle contaron sus padres, y a sus padressus abuelos.

Existen en esta zona —afirmaba

Eliseo— las llamadas cuevas delRisco y de la Peña Merina, dondehay un tesoro enterrado con el quemucha gente del pueblo ha soñadohasta tres veces seguidas. En lasegunda, muchos contaban que seoía como un tininar muy raro. Erauna poza muy profunda y nadie seatrevió a meterse mucho en ella,pero un día se vio al que dicen «elbicho» huyendo por el fondo de su

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oscuridad. Era una serpiente demucho tamaño, más del doble deuna bastarda, que picaba a hombresy ganado por igual. Si la pillabasdormida podías pasar, pero si justose despertaba, ¡ya te podías dar pordifunto! Ya en tiempos másrecientes se vio cómo unos silbidosvolvían a aparecerse en ese lugar.¡Resulta que un descendiente deaquel mal bicho estaba otra vez allí!Mató a varias cabras con lapicadura, y a punto estuvo dellevarse también a alguno denosotros por delante. Al final,cogieron unos matojos y lesprendieron fuego justo a la entradade aquella mala cueva. Al final

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sonaron los silbidos otra vez, y elbicho no pudo salir, a pesar de lafuerza que hacía el condenado, yacabó muriéndose asfixiado. Nuncase vio bastardo o bicha igual en lavida por estos pagos.

Y es que los tesoros, de haberlos,

tenían cada uno su guardián. Un hechizo,un espíritu o unas galerías que bajabantan profundo que no se podía soportar elhedor, los hacían poco menos queinalcanzables para los soñadoreshurdanos. En la zona de Martilandrán,Agustín Barrera Expósito, sabio de estastierras que ya nos dejó hace años, lecontaba al siempre curioso Félix

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Barroso cómo en el llamado chorro dela Miacera, una imponente y finacascada que brinca desde una altura decien metros sobre la pizarra viva, existeuna escondida cueva donde también hayun gran tesoro de los moros. Pero estosmalandrines, sabedores de que alguieniría a por aquellas joyas, monedas yriquezas, dispusieron de variosencantamientos, ayudándose de que elcapricho de las aguas y su efectoerosionador hubiesen dispuesto de tresentradas idénticas abiertas en la rocacomo boca de la cueva.

En cada una de ellas había uno deestos hechizos, y al fondo se veían unoscofres que a buen seguro guardaban eltesoro. Pero si se entraba por una de las

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aberturas se notaba «la fuerza» de unasmanos invisibles que empujaban haciafuera con fuerza y furia. Y si se entrabaen otra, como lo habían hecho algunosansiosos de las riquezas, se estaba apunto de llegar a los baúles, pero justofrente a estos las paredes se revolvían,penetrando el incauto en un laberintobajo tierra del que ya nunca podría saliry que cada vez iba más profundo hacialas infernales entrañas de la tierra.

Del mismo modo, en Aceitunilla esconocida la historia de las dos tinajasmoras, situadas en la cueva de la peñade los Rosales, un lugar abrupto quedomina la región desde su desnudaaltura. Una contiene oro y la otra

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cenizas, y si el que llegue hasta ellastienen la mala desgracia de meter lamano en la segunda, verá cómo estas seconvierten al instante en una especie dearenas movedizas que lo van tragandopoco a poco como si fuese un monstruovivo, hasta arrastrarlo sin remedio condirección a los abismos. Era el altoprecio que había de pagarse si uno ibacon intenciones de volver rico a sualquería tras penetrar en las cuevas deltesoro.

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El misterio de los ríos hurdanos esfascinante. Según ha publicado el

antropólogo y maestro Félix Barroso, todoscorren al revés que los que van a parar a la

vertiente atlántica.

Si bien es cierto que todas estashistorias se engloban dentro de unariquísima y antigua tradición oral, nomenos veraz es que, echando mano de laciencia y de los datos escrupulosos yexactos, la fortuna que guarda elsubsuelo hurdano no tiene parangón ennuestra Península. Desde los romanosque llegaron hasta las faldas de susmontes, ya que fueron los primeros enpercatarse de esa insólita profusión demateriales como el oro, hasta los

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anacrónicos buscadores de vetas de hoyen día, las entrañas de este mundo hanestado siempre preñadas de riquezasque llamaron poderosamente la atenciónde diferentes culturas a lo largo de lahistoria.

No en vano existen ciertos documentosdel Archivo Histórico que nos hablan alas claras del trasiego más que ilegal deoro en las serranías remotas de LasHurdes con destino a las tierrassalmantinas en los albores del convulsos iglo XV. Y no menos cierta es laconstancia de que pueblos como LaAlberca, que mantenía sometida a todala región, se beneficiaron de laprofusión de este material codiciadopara realizar impresionantes obras que

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hoy se pueden disfrutar en dicho rincónmedieval.

El río Hurdano, cuya etimología algunosrelacionan con el río Jordán y los

asentamientos judíos que aquí hubo entiempos de la Reconquista. Sus aguas fueron

consideradas sagradas y todavía portanarenas auríferas de extraordinaria riqueza.

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Y la fiebre continúa, ya que oro de lamejor calidad es el que a finales de1996 se descubrió de forma casimilagrosa, en una antigua mina yautilizada en tiempos antiquísimos, porparte del esforzado hurdano VictorianoMartín Canuto. Cuentan que el hombreestuvo media vida por esos mundos deDios realizando diversas empresas conun único fin: regresar a su tierra natal yextraer oro de algunos montes que, trashurgar con emoción en las viejastradiciones, estaba seguro guardaban elpreciado material. Ya en 1994 leí algunanoticia en los diarios regionales.Concretamente, el periódico Hoyexplicaba que había regresado a Las

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Hurdes con el objetivo de abrir unamina en un lugar conocido como Arianey que, al parecer, ya había sido«explorado» por huestes anteriores a lasromanas. Confesaba entonces el buenode Victoriano cómo muchos vecinos letomaban por loco, pues ellos no teníanconstancia de que impregnado enalgunas rocas profundas hubieseesparcido oro en polvo. Pero el tesón,los correspondientes raspadosefectuados día y noche sin descanso yuna actitud inasequible al desaliento,produjeron el milagro. Dos largos añosdespués diversos rotativos nacionalestitulaban a grandes tipos: «Unas Hurdesde muchos quilates». Victoriano habíaconseguido su sueño. Los análisis

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geológicos efectuados daban pocomargen a la duda. En una parcela agrestemuy próxima al pueblo de Casares sehabía encontrado un verdadero filón nosolo de material aurífero, sino de níquel,plata arsénico y estaño. El impacto fuebrutal, y las exploraciones continuaronhaciéndose en el más estricto de lossilencios. La riqueza de estosyacimientos, según aseveraban loscentros y especialistas geólogosentrevistados, era superior a los de lasmejores minas de Sudáfrica. Una vezmás la antigua tradición mágica habíaacertado. Los vecinos que habían sidoincrédulos tuvieron, también una vezmás, que sellar su boca ante la pasmosa

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evidencia que había premiado la laborde un hombre convencido desde niño dela rotunda realidad que se encerraba enlas antiguas historias del remoto orohurdano.

La particular fiebre del oro se vivió enestas montañas a partir del pasado siglo,y de entonces aún queda vivo elrecuerdo de los «bocaminas» dealquerías como Ladrillar, donde seperforaba día y noche la dura pizarra yse hallaban vetas auríferas queprovocaban no pocas disputas resueltasnavaja en ristre y bajo la luz de la luna.Estos huecos, profundos y de no más demedio metro de diámetro en ocasiones,constituyen verdaderas trampas mortalesen las que muchos han estado a punto de

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perder la vida. La profusión de estosorificios, donde se dice que muchaspersonas dadas por desaparecidas hanpodido agonizar sin ser escuchados susgritos de auxilio, convierten algunaszonas, sobre todo en la llamada sierrade Los Ángeles, en lugares donde jamáshay que aproximarse en solitario. Eltemor a los accidentes que tantas vecesestuvieron a punto de provocarsellegaron a su apogeo en abril de 1995,cuando Argimiro Hermoso escribió alper iódico Extremadura la columnatitulada «Trampa mortal», dedicada auno de estos angostos huecos casiinvisibles y en algunos casos ya tapadospor la vegetación, en los que a punto

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estuvo de dar fatalmente con sus huesos.En el último momento, mientrasobservaba el bello y agreste paraje delas inmediaciones con el fin de realizaruna película sobre la comarca, pudorectificar y no dar un mal paso que lehubiese provocado la caída a un túnelvertical bajo la tierra que se sumergehasta profundidades donde sus llamadasde auxilio serían del todo inútiles. Paramuchos, además, estos lugares saeteadospor el afán de los buscadores delantiguo Eldorado hurdano estaríanenvueltos de no pocos misterios acercade presencias fantasmales yluminosidades tenues y mortecinas queemergen de la tierra. En Pinofranqueado,por ejemplo, se tenía la seguridad que

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imponentes tesoros se ocultaban en lomás profundo de un pozo natural deforma tubular que era custodiado de Sola Luna por unos extraños mosquitos, decuerpo grueso provistos de largas yafiladas trompas y alas translúcidas conlas que revoloteaban en la oscuridad. Siel incauto llegaba hasta la entrada dedicha hendidura motivado por lacuriosidad de ver qué se escondía enaquel escondite natural, tenía más de unaprobabilidad de ser alcanzado por elfatal aguijón y convertirse su cuerpo deinmediato en uno más de estos insectosvolantes, obligado a velar hasta laeternidad guardando a buen recaudoaquellas piezas de finísmo oro. Es por

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ello, sensibilizados ante una amalgamade peligros físicos y sobrenaturales, porlo que la sabia voz popular recomiendano aventurarse tras el rastro de unoslugares que reflejan el pasado lejano deuna época convulsa donde se buscabaafanosamente, tras una corteza pobre, lariqueza sin límite que celosamente seguarda desde hace siglos.

Pero las cuevas no eran las únicas

depositarias de estas maravillastraducidas en monedas y materialespreciosos. Gran fama de estar cuajadasde oro tuvieron también las finas arenastransportadas por el río Malvellido, decaudal bravío y retorcido, que concentróen su época a varias generaciones de

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soñadores y buscadores de los tesoros.Este río se adentraba en pleno corazónde la comarca y bañaba a sus trespueblos: Martilandrán, Fragosa y ElGasco, secularmente los más aislados deLas Hurdes. Precisamente al llegar altérmino de este último y adentrándonos apie por barrancas y riachuelos dondehay que dejarse el alma para proseguir,nos topamos con el impresionante chorrude la Miacera, un impresionante salto deagua que cae libremente sobre la piedradesnuda desde casi cien metros dealtura. El espectáculo, sobrecogedor, secomplementa con los grabadospictográficos prehistóricos que denotanuna veneración por parte de las más

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antiguas comunidades a este lugarescondido en un paraje lunar, donde elcielo y la piedra muestran contrastesdifíciles de describir con simplespalabras.

Y al pie mismo del chorru notaremoscómo nuestra visión se nubla al intentar,desde la poza natural donde nos hemossumergido, atisbar la cretaperfectamente cónica de unaimpresionante formación geológica quedesde tiempo inmemorial se conocecomo «el volcán». Y de ese entornoconsiderado sagrado por los antiguos, seextraen desde hace siglos una serie decuriosas y negras piedras escoriáceas deaspecto puramente volcánico que no sesabe a ciencia cierta qué demonios

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pintan en ese lugar. Para algunos solocabe la posibilidad de que se trate derestos de una antigua fundición de la quejamás se tuvo noticia, y otros hablan,efectivamente de un volcán misteriosoque emerge escondido en el últimorincón del Paraíso Maldito. Tambiéndesde tiempo remoto los artesanos de ElGasco han peregrinado hasta estafragosa cima, conocida como picuCastillu, para recoger ese materialtambién considerado precioso, y dar asíforma a las artesanas cazoletas de suspipas, un útil muy apreciado porautóctonos y foráneos en ese laberínticopoblado de pizarras que se alza al otrolado del río.

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Con más de treinta grados a la sombracontemplo el silencioso esplendor del«Volcán» y me sobrecojo al pensar loque algunos antiguos tienen por seguroque una vez entró en erupción y que noserá la última. Quizá por eso meapresuro a volver a sortear vírgenesarroyuelos y a desandar un camino quees difícil de olvidar.

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Extrañas inscripciones prehistóricas comoestas son tomadas aún hoy por «señales del

tesoro». Sobre ellas se crearon, desdetiempos remotos, multitud de cantares y

dichos.

De las piedras volcánicas de El Gascohasta el oro de los pueblos de Casares,el fervor con que se buscaron lasriquezas encantadas de los moros enaquella tierra inhóspita y estéril quegeneró multitud de leyendas en torno a«la señal del tesoro» o clave con la queacceder hasta cada pueblo, cadacomarca tenía las suyas propias. No semodificaban a pesar del paso de lossiglos y cuentan que lo realmente difícilera dar con el lugar exacto tras seguir

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los mil y un indicios que cadageneración iba descubriendo.

No menos extraña es la señal deltesoro que se dice certera en la zona deEl Cabezo y los aledaños de LasBatuecas, donde afirman hay unaspinturas rupestres de cervatillos ybóvidos correteando por las lascas depizarra y tan solo en una de ellas, algoparecido a una baba parece salir de laboca de un animal. Pues justo en la líneaque se traza desde esta sustanciadibujada hasta el suelo se encontrará,empotrado tras el duro material, un grantesoro donde a buen seguro presidirástodas las alhajas y monedas, una figurade un chivo de oro macizo, con laspezuñas de algo parecido a la plata. De

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gentes que hayan llegado a buen puertotras iniciar su búsqueda hay poquísmasreferencias. Las he buscado con ahínco,preguntando a las bocas desdentadas ycaminando por esos riscos repletos depetroglifos donde para muchos seescondían ocultos mensajes de losguardianes mágicos de los tesoros. Tansolo se tenía constancia, en aquelprodigio de memorias juntas, de unahistoria que nos remontaba a Vegas deCoria de la primera década del sigloXX, donde dos hombres se llevaroncargados en su mulo una buena cantidadde material no identificado pero que allíestaban seguros pertenecían al tesorooculto en una de las cuevas de

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Riscoventa. Como es lógico, el paso deltiempo ha convertido a estos doshombres forzudos, que al parecer eranhermanos y venían de otras tierras, enleyenda.

Estas cuevas, profundas y angostas lasmás de las veces, también guardan otrassorpresas fascinantes para losestudiosos de otras ciencias, pues nosolo de geología vive el hombre. Losbotánicos, sin ir más lejos, tendríansobrado material de inagotable estudioen los diversos endemismos vegetalesque se reproducen en algunas zonas delas montañas de Ladrillar y eldespoblado de El Moral. Algunas, segúnafirman los especialistas, están aún sincatalogar y guardan ese halo de lo

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mágico y desconocido que, de modo tanvirgen y desafiante, se muestra en todala esplendorosa naturaleza hurdana.Sobre las plantas habría mucho quedecir; algunas son verdaderas amigasdel hombre y con sus raíces y tallos secrean eficaces bebedizos para todo tipode males. Este es el caso del torvisco,reconocido en toda la comarca comoeficaz freno a las hemorragiasproducidas por cortes o picaduras dealgún indeseable animal. Otro tantosucede con las pequeñas hojas verdesque surgen de cuando en cuando en laparte baja del tronco de los nogales.Con ellas, desde tiempos remotísimos sehacía un cocimiento que se empleaba

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siempre como una especie de alcoholque desinfectaba las heridas. Efectoparecido provocaba la raíz de malva,pero adecuada más bien para lashinchazones súbitas de las extremidades,o la madroñera, verdadera «plantasanta» a la que se atribuyen todo tipo debeneficios. Eso sí, había que ser muyestricto en su procedimiento. Y es quesin liturgia el remedio se quedaba, nuncamejor dicho, en agua de borrajas. Tomarlas raíces en agua y con miel durantenueve mañanas en ayunas era elrequisito indispensable para que hubieseefecto reponedor y balsámico a lasdiversas afecciones leves que tantoasolaban en los duros días de trabajoentre bancales y pizarras. La botica y los

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secretos de estas plantas no tienen fin,según el saber del hurdano que lasemplee. Algunas, incluso, eranverdaderos sustitutivos del efecto de laquinina en los casos severos depaludismo. Una planta misteriosaconocida como marrubio era la culpabledel aparente milagro que recuperaba amuchos enfermos dados por incurables.Y la lista sería interminable,afortunadamente. Pasear por lasmontañas con algún vecino experto enestas lindes es una experiencia que elviajero no debe perderse por nada delmundo. Los libros de botánica quedaríanasombrados del saber certero y precisode estas personas que han sabido extraer

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lo bueno de cada especie que convive ensu mismo suelo. Es una claseinolvidable que a buen seguroentusiasmaría a muchos. No menoscierto es, para ser honestos con laverdad, que existen también en algunasprofundas barranqueras algunas plantasque no gozan del cariño de los hurdanos.

Todo en la vida, dicen ellos, tiene sureverso, su lado positivo y negativo, yen este último deberían incluirse porderecho propio algunas «criaturas»como la embudera, que en esta comarcaalcanza propiedades que van más allá delo puramente físico y se instalan de llenoen lo mágico.

Sin llegar a las diabólicas intenciones

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de algunas verdaderas comehombres [1]

que hay por esos mundos de Dios, estaespecie, que científicamente responde alnombre de Embidera, tiene la facultad,según cuentan aquí desde hace muchossiglos, de infectar las aguas que correnjunto a sus alargadas raíces con unacuriosa maldición. Físicamente elfenómeno no tiene explicación lógica, yla lógica cartesiana dictaminaría quetodo son supercherías sin fundamento.Sin embargo, difícil es que el viajeroobserve que alguien beba de las aguasque corren cerca de la fea y maléficaembudera hurdana. El motivo es simple:se cree firmemente, aún hoy, que elhacerlo le produce el tan temido bocio

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que asoló esta comarca durante añosespantando a los médicos yantropólogos de todas lasnacionalidades. Las causas exactas delbocio en Las Hurdes, que tantas líneasde prensa hizo correr allá por los añostreinta, nunca quedaron claras. El yodode las aguas y un sinfín de argumentosmás o menos estudiados, fueron loscaballos de batalla que doctores yespecialistas fueron tirándose unos aotros.

Al final el misterio de esta complicadadolencia continuó campando por esosparajes hasta que las modernas medidassanitarias han impuesto su ley. Sinembargo, a pesar de todos los adelantoshabidos y por haber, nadie le

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recomendará que se acerque siquiera amojar los pies o a ingerir las puras ycristalinas aguas que corren a la vera dela misteriosa embudera. Es el sambenitoque la voz popular ha impuesto sobreese misterio botánico que contamina lasaguas a su antojo y vengándose así delos hombres que profanan su territorio.

Y es que en esta tierra prodigiosa hay

que tener cuidado con el agua que sebebe, pues de antiguo era costumbrehacerlo directamente de los refrescantesarroyos y, más mal que bien, se aprendíade los diferentes males que pudieseacarrear el no hacerlo en el momentojusto ni en el lugar adecuado. Aunque en

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nuestra estresante civilizaciónmodernizada todo el agua nos puedeparecer igual, aún existen diferenciasque solo aquí se saben apreciar. Puedojurar que me quedé de una pieza cuandoescuché los consejos, en uno de esoslargos paseos explorando lentamente yen silencio los recovecos del ParaísoMaldito, acerca de las horas en las queel agua «duerme». Y es que losresquicios de unas culturas paganas ypoliteístas que aquí arribaron en tiempososcuros e indefinibles aún se dejansentir en manifestaciones tan curiosasque otorgan al líquido elemento,verdadera sabia de la vida, la categoríade ente digno de ser adorado. Así, elafable pastor Enrique Panadero no se

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corta un ápice, después de muchasdécadas aprendiendo las armoniosasleyes de la madre naturaleza, al afirmar:

Nosotros sabemos muy bien que

las aguas duermen una hora cadaveinticuatro o veinticinco horas.Durante ese tiempo no se sienteruido ninguno, aunque sea unchorrero; no se siente caer el agua,los chorreros corren menos y apenasse escucha nada. Los pastoressabemos que nunca debemos beberel agua cuando duerme, pues es muypeligroso. Por eso siempre hay queremoverla antes de beberla cuandose coge a esas horas.

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Como si se tratara de una bella dama a

la que hay que despertar con cuidado, elagua de los cuencos debe sersuavemente agitada si se ha recogido enese momento «crítico» y esperar a quese «despierte» lentamente. Solo así serábeneficiosa para el organismo y lasestructuradas creencias ancestrales delmundo pastoril hurdano.

Y es que la mágica conjunción deoxígeno e hidrógeno es bien preciada enestos lares, conscientes de que su enfadopuede traer fatales consecuencias. Aúnse recuerdan inundaciones y ríosdesbordados por la tormenta quecausaron llantos y desgracias en las

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cuencas del Malvellido. Los avisos dela naturaleza enfadada no son bienrecibidos, y para evitarlos existe todauna serie de ancestrales remedios deraíces inexplicables perdidas en elpasado que aún se creen eficaces paraconjurar a la furia de los cielos y susdescargas. Para alejar al maléfico diosde la tormenta es preciso entonar desdelo alto del monte el sabio responso:

Tormentas hay en el cielolas manda Su Majestad;líbrenos la cruz del cielo,y la Virgen del Consueloy la Santa Trinidad.

Y si este no causaba efecto enviando

relámpagos y pedriscos a otros lares se

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cantaba a San Bertol —que así seconocía en Las Hurdes a San Bartolomé— con un cántico singular:

Yo te daré un don,que donde sea yo mentado,non caiga piedra ni rayonin pastor sea quebrantadonin se aflijan sus ganados.

Y lo del pastor quebrantado no iba con

segundas. Han sido muchos los hombresdel campo que entre estos riscos ypizarras han perecido alcanzados poresa daga de los cielos tan temida comoes el rayo. A pesar de que la ciencia nosdiga que estos son chispas eléctricas de

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gran intensidad producidas entre dosnubes y el suelo, para la voz popular noson sino creaciones de los maléficos«amorachinis» —pequeños seres,algunos con aspectos de bebés—, quejuegan sobre las negras nubes de lastormentas y forjan a cincel las afiladassaetas luminosas que pueden hacerdesgraciado a cualquiera si le caenencima una mala noche. Contra ello, enmuchos montes de los cinco municipiosse clavaron rudimentarias cruces detorvisco, de nuevo el mágico vegetal,para espantar con su poder a lassupuestas malas influencias quegeneraban estas revueltas de la bóvedaceleste. La sabia memoria de LasHurdes hace otro «giro imposible» a la

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lógica, asignando curiosascaracterísticas fisionómicas a losjuguetones «amorachinis».

Dicen que solamente tenían un ojo,pero que era dotado de una puntería quebien podían incendiar una casa con sulanzamiento certero del rayo, o partir endos a un solitario pastor. Y al oír estadescripción aislada y conservada en elParaíso Maldito uno se pregunta parasus adentros, reconozco quecompletamente alucinado, cómo esposible que estas gentes describan en sumitología popular a los míticos cíclopesde la Grecia Clásica que además, paramás inri, fabricaban poderosos rayos enlas infernales fraguas de Efesto, a los

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pies del imponente monte Etna. Sinconexión histórica posible aquí, en estebendito lugar se cree en seres de un soloojo que fabrican el mismo material enlas inmediaciones, también, de unsagrado monte que desde tiempo remotose viene llamando El Volcán. ¿Ustedesse lo explican?

Por fortuna, los modernos pararrayoshan ido sustituyendo, en número yprobada eficacia, a las dos maderas detorvisco que, si bien luchaban lo suyocontra las maléficas entidades de loscielos, no eran capaces que, de cuandoen cuando, algún pastor cayesedescalabrado. Las nuevas tecnologíasllegaron, pero la sombra de los«amorachinis» no dejó de estar presente.

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Buena muestra de ello sondesgraciados accidentes como el quetuvo por protagonista al pastor DanielAzabal Martín, de cuarenta y nueve añosy al que el 8 de mayo del 1995 le partióun rayo en el sentido más literal de laexpresión. Esa tarde, sobre las 17.30horas, se vio atrapado por una ruidosatormenta que le obligó, en las cercaníasde la alquería de Cambrón, a guarecersedebajo de un viejo puente de piedra.Allí estaba tan tranquilamente el hombrecuando, de un modo inexplicable, lascabras que se protegían temerosassalieron corriendo de la guarida yquedaron en medio de una explanada. Encuanto Daniel salió al exterior notó

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«como si ardiera por dentro» instantesdespués que un gran relámpago quebraseel cielo oscurecido. Un rayo le habíaentrado por el hombro izquierdo y habíaatravesado todo su organismo hastadesembocar por el testículo del mismolado rebotando de nuevo en el suelomojado. En aquellos angustiososmomentos el pastor intentó gritaratenazado por un dolor agónico, pero nofue hallado hasta varios minutos despuéspor un matrimonio de Cambroncino quedeambulaba tranquilamente tras latormenta. Ingresado de urgencia en elcentro de salud de Pinofranqueado fueposteriormente trasladado al hospitalVirgen del Puerto de Plasencia, dondetodos los doctores quedaron asombrados

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al ver un hombre alcanzado por un rayoen pleno campo y que no era ya cadáver.La recuperación fue prodigiosa, y elfacultativo demostró que, a pesar de queel rayo físicamente había recorridoórganos vitales, no había daños en suinterior. El caso, absolutamentemilagroso desde el punto de vistamédico, tuvo gran relieve en la prensahasta el mismo momento de ser el buenode Daniel dado de alta. A su regreso alpequeño y escondido Cambrón, muchosancianos le decían al oído: «Eso soncosas de los “amorachinis”», a lo que élcontestaba con una sonrisa, lleno dedudas y esperando no volver a pasar porun trance similar en su vida.

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Daniel Azabal Martín sobrevivió al impactode un rayo que le atravesó de parte a parte

en las proximidades del pueblo de Cambrón,en 1995. Uno de los pocos casos existentes

en la medicina en todo el mundo.

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Y es que los hurdanos siempre hansentido una profunda atracción por loque ocurría sobre sus cabezas. Elestudioso de la cultura popular hurdanaJosé Luis Puerto afirmaba en uno de sustrabajos que en esta tierra existe unaprofunda actitud religiosa ante lanaturaleza, el mundo y el universo. Esmuy frecuente la personificación de losastros, sobre todo del Sol y la Luna, alos que se les asocia con el sexomasculino y femenino. Así, en algunasalquerías del norte, los eclipses quesorprendían el rumbo lógico de loscielos eran interpretados como unabrutal pelea entre el Sol y la Luna. Elastro que resulta vencedor es el que

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domina entonces la bóveda celeste y elotro no tiene más remedio que«cobejar», es decir, que cubrirse ante lamanifiesta superioridad de sucontrincante.

En Riomalo de Arriba, un lugar yacasi despoblado y donde ocho personasviven aún en un pequeño islote almargen de los ajetreados días de hoy, seescuchaba hace muchos años cómo laLuna tenía dos caras que cambiabanespantosamente según fuesen losacontecimientos en la comarca. Así,afirmaban estas gentes que «salía concara de diabla» en los momentos depobreza más dura y, sobre todo, en laépoca de la guerra. La devoción por loselementos del cielo, de los que aún

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quedan muestras espontáneas que elavance tecnológico y el nefasto sentidoque algunos hurdanos tienen de supasado, no ha logrado esconder.Algunos especialistas hablan de restosmisteriosos de religiones remotas yadesaparecidas, con raíces que se sumanen la representación de ritos ycostumbres con los que interpretar unmundo cambiante, y que de unos siglos aesta parte han sido reabsorbidos pormodos y usos del cristianismo.

A pesar de que en los albores dels iglo XXI solo en algunos núcleos ycomunidades del Paraíso Malditopueden encontrarse este tipo derepresentaciones adecuadas a las

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costumbres del trabajo y los días, no esinfrecuente que aún permanezca firme elsustrato de esta esencia de devocionesmilenarias a los dioses de la natura enactos que los hurdanos han idoaprendiendo mecánicamente degeneración en generación. Recordarésiempre como un amanecer, cerca delpueblo de Aceña, vi a un hombre que sebajaba del mulo con el que caminabalento hacia los huertos de la montaña.Detuve el coche unos metros adelante ylo miré con curiosidad a través delretrovisor. Sobre dos grandes picosaparecía asomándose enorme el astrorey con una fuerza que jamás había vistohasta entonces. Las nieblas densas quese concentraban en la carretera se fueron

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disipando y, como en un milagrocotidiano, comenzaron a teñir el cielo declaridades rojas entrecortadas por laabrupta sierra. El hombre, de bajaestatura y con el aspecto de haberrecorrido esa ruta desde hacía décadas,se arrodilló y con parsimonia se quitó lagorra de tela. Estaba rezando, como lohicieron los incas o los egipcios siglosatrás, al poderoso dios sol, amo y señorde una naturaleza desconocida que aúnguarda mil lazos misteriosos queconexionan con los hombres en esterincón prodigioso al norte deExtremadura.

1 El estudioso especializado en extraños

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endemismos botánicos Karl P. Shnuker,publicó en su día varios casos de hombresdevorados por gigantescas plantas selváticas.Los hechos ocurrieron en la Amazonia peruanay en el Pacífico Sur. En Madagascar, según losestudios del biólogo polaco OmeliusFredlowski, también hubo graves accidentescon extrañas plantas que habían atrapado consus tentáculos a varios nativos.

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CAPÍTULO 6

Bestiario hurdano

Un hombre alto como unatorre, por encima de los dosmetros, y rodeado de un sonidocomo si alguien cantara,taconeara y tocara castañuelas...¡y sin cabeza ninguna! Eso te lopuedo jurar por mis hijos. Yallí nos quedamos como trescirios Marcelo, Fausto y yo.¡No lo podíamos ni creer!

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JULIÁN SENDÍN MARTÍN,Vegas de Coria

EN uno de los últimos trabajos sobreantropología y tradición oral, elmaestro Félix Barroso Gutiérrez seexpresaba acertadamente en estostérminos:

Es esta una zona delimitada a laperfección por barreras montañosas ysurcada por unos ríos que corren alcontrario de la vertiente atlántica. Vande poniente a saliente para desembocaren el Alagón, que, justo al salir de lacomarca ya corre por su camino natural.

Esta vieja comunidad pastoril hallegado hasta nosotros con unimpresionante bagaje cultural. El

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aislamiento geográfico ha permitido quedeterminadas manifestaciones de latradición oral se mantengan intactasdurante siglos. Las Hurdes son un fértilislote antropológico. Difícil eselucubrar, por ejemplo, por qué semantienen aquí intactas leyendasperdidas y romances con referenteartúrico, otros caballerescos u otros delos moriscos ya desaparecidos en elmundo. Lo único que podemos afirmares que este pueblo ha sido siempre unasociedad sociocéntrica, plenamenteidentificada con sus valles y montañas.Hasta hace escasos años cadageneración se ha encargado de guardarcomo oro en paño todo su bagaje deconocimiento, siempre transmitido de

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padres a hijos de forma oral, pues elhurdano no ha sido un pueblo instruido,lo que no quiere decir que no haya sidoculto. Bastantes de las personas que hoyguardan en sus memorias interesantestesoros ancestrales no saben siquieraescribir sus nombres...

El afable maestro que aquí aterrizó

hacia 1980 impulsado por la leyenda ymisterio hurdanos, jamás sale de suasombro. Un asombro contagioso.

Relatos y cantares de procedenciadesconocida, otros con raíces yaperdidas en todo el mundo, orepresentaciones míticas difícilmenteexplicables se hacen presentes aquí, a

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un paso del próximo milenio.Y lo más sorprendente. Existen en esa

amplia amalgama de saberes antiguoshistorias de seres monstruosos eincreíbles que se han aparecido en elúltimo siglo. Encuentros con criaturaspropias del catálogo de los mitos, peroque aquí están protagonizados porpersonas de carne y hueso. Algunos deestos testigos aún siguen vivos. Ygrabadora y cuaderno de campo enristre durante años fui en busca de sulegado. Un legado de experienciasimposibles que, de no ser por estaobra, se perderían irremediablementeen la oscuridad del pasado.

Nombres, apellidos, datos ydocumentos. Un cóctel que no puede

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dejar indiferente.¿Están dispuestos a conocer el

bestiario hurdano?

La conexión mítica. - Un ángel terrorífico.- El duende Tiznado y su gran puro. -

Unos graznidos junto al cementerio deLadrillar. - De cómo el «Tío del Bronci»se «escarrapichó» en la carbonera. - Un

gigante que se trasluce. - A pedradascontra un ánima. - Un bebé

de fuego que vuela. - El andar cansino del«Chancas de Acero». - Un monstruo

bicéfalo en Martilandrán. - Julián Sendíny la «algazara» del más allá.

UNA noche ya lejana, en esa viejaalquería de Aceitunilla que desde hace

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años observa resignada cómo sus gentesse marchan buscando valles más suavesy los adelantos de la modernidad,escuché en boca de los «antiguos»algunos relatos que ya forman parte dela historia invisible de esta tierra. Unahistoria que no se ha escrito en loslibros y que cada generación preservadesde tiempos lejanos como forma deexplicarse algunos mecanismos por losque se rige el mundo. En unas montañasen las que la Iglesia católica no habíatenido influencia hasta época reciente, el«sereno», la ancestral tertulia junto a losancianos respetados de cada alquería,era el particular parlamento donde sedirimían las cuestiones y losinterrogantes del día a día. En él, esta

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sociedad centrada en sí misma, recreóuna mitología propia y riquísima quecontiene paralelos sorprendentes conotras culturas con las que jamáscontactó. Eso es parte de su misterio.

A pesar de que nunca se permite elpaso al forastero, pude, con laintermediación de varios y buenosamigos, estar presente en algunos deellos y escuchar en voz de los testigosalucinantes historias. En vivo entre esasgentes pude comprobar algunasreferencias acerca de los «jáncanos»,por poner un ejemplo, que eran el calcode lo contado, probablemente enreuniones muy parecidas, hace muchossiglos en la Grecia clásica.

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Tía Gerena, embozada en negro luto ycon la cara surcada por mil arrugascomo marca del duro pasado, apartó lostrozos de pan de la rústica mesa y selevantó de su silla de mimbre paracomenzar a narrarnos junto a los leñosque crepitan al fuego la historia de dichomonstruo, trasladada durante años deabuelos a nietos, que surgió en lascercanías de El Gasco y que capturó atodas las muchachas del pueblo. Segúnese ancestral relato, un pastorcillohurdano logró internarse en la cavernaque tenía el Pelojáncano por morada, yliberar a las chiquillas.

Después, el hábil mozalbetesorprendía en su sueño a la criatura de

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un solo y misterioso ojo azul, y leclavaba sin piedad una estaca ardienteprovocándole una muerte dolorosa yllena de angustia.

Sin ir más lejos, el cantar de laanciana era el mito del Polifemo griegotrasladado, muchos siglos después, hastalas aisladas serranías. ¿Cómo eraposible si no existe un solo vestigio degreco-romanización de estas tierras delcorazón de Las Hurdes?

Lo mismo ocurría con la historia quesurgía de la voz potente de ClaudioRemigio, que rondando los setenta y conel característico gorro hurdano tocadocon alegres cintas rojas, ponía sobre eltapete el asunto ocurrido «en tiempos del o s muy antiguos» cuando los lobos

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habían tomado varios pueblos delconcejo de Casares. Entre Robledo y LaHuetre, según reza el relatomilagrosamente intacto, un pastor se vioasediado por la hambrienta jauría.Impulsado por el miedo, no se le ocurriómejor idea que aporrear su tamboril confuerza. Y sorprendentemente el sonidode tan bella música asustó a lossanguinarios lobos que se batieron enretirada. Félix Barroso, sentado a milado en aquella inolvidable velada delabor antropológica, me sacó de dudas.Ahí estaba el mito de Persofone, diosade origen griego y céltico que espantabaa los animales con el sonido melodiosode sus instrumentos para salvar así a su

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comunidad.El misterio de los resortes ancestrales

que han permitido que estas leyendas semantengan puras en la región, y noexistan siquiera referencias en las zonascolindantes, continúa siendo unquebradero de cabeza para historiadoresy estudiosos. Y para los periodistascomo yo, más punzante aún es lacuriosidad al saber, tras varios añoshollando en esta peculiar cultura, quemuchos de los encuentros con extrañosseres propios de las leyendas tienen portestigos a personas absolutamente realesque vieron con sus propios ojos algoque solo es posible en la fábula. Eso esharina de otro costal. Algunos de ellosviven todavía y pueden contarlo.

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Y, como imaginará y comprenderá ellector, esas historias o leyendasrefrendadas con personas de carne yhueso que habían visto con sus ojos alos seres del peculiar, inexplorado yfascinante «Bestiario Hurdano», mecautivaron desde el primer momento.Algunas, ocurridas en los primeros añosde siglo pasado e incluso antes, noshablaban de humanoides gigantescos, deseres voladores y de criaturas delirantesque inspiraban temor y miedo. Y, comosospechaba, la minuciosa búsqueda y lainvestigación en archivos, parroquias ya pie de campo se tradujo eninnumerables sorpresas.

Tras nueve años de investigaciones

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encaminadas a desenterrar una culturapropia y única, no me caben dudas deque, de un modo u otro, en Las Hurdesse han aislado «milagrosamente» unaserie de hechos incomprensibles de losque he podido recuperar datos,documentos y nombres que les dan cartade realidad.

Aquí están los más significativos. Yme reitero. No son mitos ni fábulas, sinode verdades como puños protagonizadaspor nobles personas con las que hepodido departir, recordar, estremecermey, sobre todo, preguntarme tantas ytantas cosas...

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El Ángel de Riomalo

Este extraño personaje apareció quese sepa una sola vez. Pero el impacto desu visión fue tal, que todo el pueblo laasumió en su época como algo semejantea una visita de carácter angelical queaún se recuerda, sin embargo, con ciertotemor.

Corría el año de 1950 y era aquel unode los inviernos más duros en lacomarca. Las lluvias anegaron muchoscampos del norte durante meses y elcaminar por aquellos lugares era pocomenos que imposible. MarcelianoCarrero Martín, vecino de la alquería deRiomalo de Arriba, regresaba una noche

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de enero por la larga pista forestaldonde los charcos profundos y negrosdevoraban el camino. Nada le hacíasuponer que estaba a punto deproducirse uno de los momentos másangustiosos de su vida. Tapado por entrelos pinos, al final de una especie decortafuegos, distinguió una figura queavanzaba con velocidad monte arriba.Lo que más le llamó la atención aMarceliano fue «un traje como de uncuero o tela nunca vista y queresplandecía como el sol» que aquelindividuo de considerable altura portabacon galanura.

Siguieron ambos su camino hasta quequedaron unos cincuenta metros deseparación. Fue entonces cuando al

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testigo, que hoy continúa viviendo en elmismo pueblo a sus setenta años, se lequedó la sangre helada de un golpe.

—Era un hombre altísimo —merepetía en el lugar de los hechos, unarecta solitaria flanqueada por los pinos— y me extrañó mucho ese sayal otúnica blanca que se le abría porcompleto flotando por el aire. La cabezaera algo pequeña y la llevaba como encapucha, toda cubierta. Aquel no eravecino, desde luego. Todo resplandecía,incluso el caminillo por el que veníahacia mí. Yo me asusté muchísimo ytuve que rodear la entrada al pueblopara no toparme con él. Me fui muyaprisa, y aquella especie de ángel subió

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a grandes zancadas y con su traje. Nuncavi algo parecido...

Tras encomendarse a toda la cortecelestial, Marceliano Carrero solo hizouna petición: no volverse a cruzar pornada del mundo con aquel hombre de lanoche que ya hoy los antiguos llaman «elÁngel de Riomalo».

El Duende Tiznao

Una de las más sorprendentes páginas

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del «Bestiario Hurdano» escrita en lamemoria común de esta tierralegendaria, la ocupa la antiquísimahistoria del «Duende Tiznao», que hizosus nada disimuladas apariciones allápor el año 1902 en los concejos deNuñomoral y Ladrillar. Fue en esteúltimo donde sus visiones causaron másexpectación y las gentes serranas loadaptaron por fuerza a su particularidiosincrasia. Las apariciones de unhombre fino y ensotanado que portaba unyelmo picado se fueron transformandoen el siglo XIX en la visión de unindividuo que rozaría los cuatro metros,tocado con una chistera o sombrero decopa. Con él se iban rasgando las nubesbajas y se producían las tormentas

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furiosas que arrasaban campos ycosechas. El tiempo fue otorgando a estacuriosa fábula otros prodigios, y así,años más adelante, se hablaba de unaespecie de mecha de dos piedras con laque este ser descomunal generabatambién los relámpagos que iluminabanla madrugada. Era esta una formaancestral de explicarse el mundo y lasreacciones de la madre naturaleza antelos ojos sorprendidos de loscampesinos. De esta leyenda, que a buenseguro surgió en realidad por algunavisión de un ser de considerable estaturaa mediados del siglo XVII, se hizoreferencia en el Primer Congreso deHurdanófilos celebrado en la ciudad de

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Plasencia en 1908 como acto solidariode varias personas de cierto podereconómico y social con el objetivo deactuar como modernos redentores de laabandonada comarca. Con sorpresa, enlos viejos legajos que en su día fueron elmemorándum de lo allí hablado ydiscutido, pude leer el siguiente párrafo:

Un cabrero velaba su rebaño

cierta clarísima noche de julio enlas cumbres de La Gineta. Dieronganas de fumar un cigarro y al ir aencenderlo se encontró sin mecha.Mustio y desconsolado, con elapagado cigarro en la boca, tendióla vista hacia el río que a los piesde la montaña corría y ¡oh

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asombro!, vio a un duendedescomunal y gigantesco que, enforma humana, vestido de levita ychistera, descendía del Arroceño ycaminaba río abajo con un largopuro encendido en la boca. Y tal erala estatura del duende quemojándose sus pies en el agua delrío, la copa de su sombrerosobrepasaba los altisimos picos deLa Gineta y El Capallar. Mas elcabrero no se asustó, porque, comoél decía, quien viste de levita ha deser persona decente; y con la mayornaturalidad del mundo le pidiólumbre para encender el cigarro.

«¡Toma!», le dijo el duende, y sin

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necesidad de empinarse le tendió elpuro. Cogiólo el cabrero con ambasmanos, encendió el cigarro,devolvió su puro al duende, siguióeste su camino hasta perderse por laparte de Nuñomoral y el jurdano sefumó el cigarro tan campante.

Esta versión de la leyenda del

«Duende Tiznao» demostraba, comoocurre en tantas otras, el valor delhurdano que se enfrenta a ese cotidianoenigma que le rodea. Mostrando respetoa la vez que agallas y hombría,permanece estoico ante el gigante. Luegola verdad y las reacciones, comoveremos en un personaje similar queasustó a personas que vivieron hasta

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hace bien poco, fueron bien distintas.

El Duende de Ladrillar

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Junto a la solitaria iglesia de Ladrillarocurrieron las insólitas apariciones. En

presencia de todo el pueblo aquel «individuovolador» sobrevolaba la zona y tomabatierra para luego esfumarse en la nada.

Los días 14 y 15 de junio de 1908fueron realmente productivos a la horade rescatar rumores y vivencias de laspersonas que vivían «Hurdes adentro» ycuya voz jamás salía de la fronteranatural de la elevada sierra. En aquelrecordado consejo de hurdanófilosocurrieron cosas realmente curiosas. Sehablaba de leyendas aparentementeficticias y deformadas por el transcurrirdel tiempo y la fresca imaginación, perohabía otras que no lo eran tal. O al

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menos presentaban ese espinosoproblema endémico de Las Hurdes, asaber, estaban constatadas por personascon nombres y apellidos, más cerca dela rotunda realidad que de las fábulasejemplificadoras. En ese mismocongreso, en una de las viejas ycarcomidas actas destinadas a conocerhechos recientes de la sociedad hurdana,se afirmaba lo siguiente:

Según dicen fue algo parecido a

un descomunal cuervo cuyograznido revoloteó noches enterassobre las chozas del caserío deLadrillar. Hubo una temporada en lacual este malévolo duende teníaasustados y encerrados a los

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vecinos en sus casas desde eloscurecer hasta el amanecer, hastaque un señor cura los convenció deque el duende había muerto a susmanos. Hay quien asegura harberlovisto en forma humana.

Rúbrica del párroco Isaac Gutiérrez en elacta de fallecimiento de María EncarnaciónMartín, que murió a los cinco años de edad,

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tras sufrir enfermedad desconocida despuésde la aparición del extraño ser.

Sin lugar a dudas, la historia de ese«duende» es una de las másapasionantes de todas las habidas en lacomarca de Las Hurdes [1], [2]. Unaapasionante investigación en archivoshistóricos y parroquias arrojó datos,nombres y documentos que avalaban elincreíble incidente sucedido en verdadentre los días 26 y 28 de febrero de1907. El cura del que hablan lasantiguas crónicas era en realidad eljoven sacerdote Isaac Gutiérrez, que allíimpartió su sagrado ministerio hastabien entrado 1911. Después huyó deLadrillar, según dicen, abatido e

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impresionado por aquellas aparicionesque llenaron de miedo aquel rincón decasas encaladas y lajas de pizarracoronando los pequeños y apiñadostechos. Esa labor de rastreo me llevótambién hasta la última testigo viva deaquellos hechos, Serafina BejaranoRubio, que en aquel 1991 contaba connoventa y tres espléndidos años y unamemoria que ya la quisieran para sí losmodernos ordenadores. Comoreviviendo aquel tiempo, la abuelaSerafina, que ya hoy vagará por esasdimensiones desconocidas de dondequizá emergió el duende que tanto laasustaba, se echó la mano al enlutadopañuelo que cubría su cabeza retornandoen los años y los días para acordarse del

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revuelo y el ser negruzco, vestido conceñido traje negro que emitía un sonido,una especie de grito, que heló el almaincluso de aquel casi imberbe párrocoque asistía a la escena desde la puertade la iglesia. El duende, de no más de unmetro de alto, se mantenía ingrávido enel aire llegando incluso a aproximarse auna casa abandonada y al pequeñocementerio propulsado por una fuerzaincomprensible. Tras su últimaaparición del día 28, en la que hubosustos, apretones, desmayos e incluso,según reza el parte de defunción al quetuve acceso en los archivos episcopalesde Cáceres, la muerte de la niña decinco años María Encarnación García,

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aquel diablo volador ya no regresójamás. Para siempre quedó en laempinada alquería, eso sí, el recuerdoinmortal de unos sonidos y vivenciasque de no ser por aquel encontronazocon Serafina una mañana de bruma fríaen Ladrillar, se hubiese sumido parasiempre en el olvido.

—¿Y cómo hacía el duende, Serafina?—¡Hacía guaaaa, guaaa, guaaa... Y

pegaba el «rivoliteo» y nos teníaasustados a todos!

—Han pasado muchos años...—Pero eso, hijo, nunca se olvida.

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El «Tío del Bronci»

Los años cuarenta fueron tiempos delamentos para los hurdanos. El hambre yla precariedad que asolaba a toda lanación se hizo aún más patente entreestos montes, y el oficio del contrabandode un poco de harina, patatas o carbónera lo único que podía paliar tandeficiente situación humana. Uno deaquellos hombres endurecidos por elentorno era Antonio Picholas, que cadanoche en las profundas sierras querodean al pueblo de El Gasco faenaba losuyo para convertir unos cuantos hatillosde brezo en rescoldos de carbón para suposterior comercio. La ingrata labor le

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hacía pasar, una madrugada sí y la otratambién, las horas al raso, provisto deuna pequeña manta con la queguarecerse de un frío más crudo quenunca en aquellos desangelados últimosmeses de 1945.

Manuel Guillermo, anciano y afabletamborilero, conoció y trató enprofundidad a Antonio Picholas. Y élfue, en otra madrugada de serano bajo laredonda luna, el «transcriptor» de unnuevo personaje real del bestiariohurdano. No podía contar con su propiavoz aquel encuentro con el «Tío delBronci». Después de aquella visión selanzó por un puente y allí acabaron susdías. Ese dramático epílogo me hizoabrir los ojos y la grabadora casi con

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espanto. Y exactamente de este modo,Manuel Guillermo, su amigo, alzó la vozpara narrar el desgraciado y terroríficoencuentro de aquella noche lejana,ocurrido en lo más profundo dellaberinto de esas mismas montañas quese perdían enfrente de nuestra mirada...

—Estaba el mi Tío Picholasdurmiendo en junto a la carbonera dondese hacía el carbón de brezo p’a llevarloal siguente amanecer hasta la sierra deFrancia p’a venderlo a los castellanos.Era una noche muy fría y el mi tío seresguardaba el buen hombre en lamantina, junto a la carbonera llena detrozos y enramás del brezo. A mí mecontó poquito después de que le pasara,

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que llevaba esa noche una cazuelina debarro y dentro, hirviendo, unas castañas.Unas castañitas que llevaba el bueno delhombre. Ya le digo..., llevaba el hombrede Dios unas castañas cociendo en unaleche para hacer sopas..., y un pantambién llevaba. Y todo allí arrejuntaicoal lado del fuego. A esto que en plenamadrugá oye un grito. Un grito tremendoque venía de ahí p’a la sierra de laCorredera...

—¿Una voz humana? —le dije,extrañado.

—Una cosa que le dejó helao. Algocomo voz de hombre. Muy profunda quegritaba: «heeeeeeeeey», «heeeeeeeeey».Una voz de miedo.

—¿Y aquello le asustó a su compadre?

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—No se puede usté imaginar. Elpucherino de castañas, que el hombrellevaba para comer al día siguiente,hacía «cop, cop, cop» y en un principioél pensó para sí: «¿Habrán sido lascastañas?» El hombre pensaba que elruido podía haber sido del «cop, cop»,¿entiende?

—¿Pero aquello no eran las castañas,claro?

—Y tan claro. ¡Vaya si no eran lascastañitas! De lo alto de los picosresuena otra vez el «heeeeeeeeey», yesta vez más cerca. Tan cerca que el míotío se levanta, pega un brinco y seencuentra con aquello.

—¿Con la persona que gritaba?

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—¡Qué persona ni qué persona! Allíse le presentó el «Tío del Bronci».Bueno, eso le decimos, porque llevabatodo un traje como de bronci. Algo querelucía como el bronci de las esculturas.Algo tremendo. Y la cabeza como dehuevo. Y los brazos pequeñines, peroregordetes y pegaos al cuerpo. Y unoscorreajes y unas cosas que llevaba elespanto aquel..., y un casco..., cómodecirle a usté, como el de los militares.De ese bronci o hierro.

—¿Como un soldado antiguo?—Ahí. Tal y como un soldao de la

guerra antigua. Y va el tío y como si nopisara el muy condenao el suelo, va y se«aposa» en la carbonera rompiendo

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todos los brezos y todo. Y volvió agritar, ahí al lado del Antonio, eso de«heeeeeeeeey». Y el pobre hombre, quecreía que ese era el mismo diablo, seempezó a enfermar, a toser, arevolverse. Y aquel tío maligno, todo«escarrapichau» con las dos piernas conbotas también de bronci mirándole conojos que parecían como dos lapas. Eratodo como de bronci blindao. El pobrePicholas no sabía qué hacer y delespanto empezó a vomitar sangre ytrozos de sangre cortada. Eso se lo vi yoa los dos días. ¡Los trozos de sangrecortada echaba el hombre por lagarganta de la impresión!

Y lo bueno es que el hombre aquel, tocomo de bronci, se «apagó» como si se

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escondiera con la noche. Y allí se quedósolo el pobre hombre. El«escarrapichao» se marchó. Pero otrosdos hombres, que Dios los tenga en laGloria, lo vieron al mismo del Bronciviniendo por El Casar de Palomero.También les dio un susto.

—¿Y el Tío del Bronci no regresó?—¡Y p’a qué quiere más! Al pobre

Tío Picholas se le amargó la vida conaquello. Se pensó que el del bronci erael mismo diablo que venía a por él. Ybueno, dicen que también «el del casco»se vio por la zona alta de los bancalesde tierra que hay en otro pueblino muypequeño que le dicen el Carabusino [3].

—Aquello debió ser un susto muy

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grande para Antonio Picholas...—Un susto es un susto. Aquello no lo

fue tal. Aquel condenao le mató. Altiempo, y tenía el buen hombre sesenta yseis años, se tiró por un puente. Mira túlas intenciones del «vestío del bronci»,menudo espanto. Por aquí, si es por mí,que no vuelva nunca [4].

—Buena reflexión. Estoy con usted,don Manuel.

El gigante de Fragosa

Desde el siglo XIX se cantan romancesque por la única vía de lo que

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podríamos definir como «transfusióngeneracional» han continuado en algunoscírculos de gentes que se asentarondesde antiguo paralelos al ríoMalvellido. Las aldeas de Fragosa, ElGasco y Martilandrán son depositarias,sin ninguna duda, de una serie deleyendas de características muysimilares que narran las andanzas de unser de tonalidad clara que apareció yaen tiempos en los que aún Las Hurdespertenecían al pueblo de La Alberca.Así pues, desde antes de 1833 se vienehablando en esta zona, acaso la másaislada de toda la región, de un enteantropomorfo que persiguió a vecinos yvecinas haciéndoles sudar lo suyo paraesquivarlo. La leyenda del «gigante de

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Fragosa» podría, por tanto, engrosar laamplia lista de seres míticos de laEspaña más profunda, pero lacircunstancia siempre desconcertante deque existan testimonios claros,fidedignos y sin asomo de fraude, hacende ellos algo mucho más serio y que nosllevaría a reflexiones nada superfluas.El poblado de Fragosa fue descrito porLuis Buñuel como «tortuga», pues loscaparazones unidos entre sí de susviviendas daban esa imagen desde lalejanía. Sin luz y sin agua corriente, laFragosa se agarra con sus viejas piedrasa un escarpado y difícil terreno queasciende hasta llegar a El Gasco. Porsus calles aún hoy se pueden ver las

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imágenes que tanta tinta hicieron correry tanto espanto causaron fuera denuestras fronteras.

La Fragosa no ofrece hoy esas escenasapocalípticas del abandono y elpaludismo. Eso sí, de un modo muchomás profundo se sigue manteniendo entresus oscuras callejas y sus silencios, elalma inmortal de esas Hurdesancestrales y diferentes de todo loconocido. Fue junto a una de esascallejas con casas bajas y techos de finapizarra superpuesta donde se produjo laúltima aparición de un ser formidable.Un suceso que los archivos y la vozsabia de los antiguos aún tienen fresco,pues se produjo a mediados de 1965,cuando el resto del país se

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convulsionaba con el turismo y lamodernidad musical y cultural quearrastraba pretéritos y anquilosadosconceptos. En ese año todavía quedabamucho para los Planes Integrales deDesarrollo que conectaríandefinitivamente y sin trabas a LasHurdes con el resto de España, y en eseaño se volvió a pasear el gigante. Lostestigos, queridos y respetados, fueronlos hermanos Juan e Isabel MercedesDomínguez. Aquella tarde regresabantras cargar sus pavías (melocotones muyapreciados en toda la zona) hablando demil y una cosas cuando se percataron deque, junto a la pared trasera de uno delos corrales de pizarra, aparecía una

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especie de mancha que se movíahaciendo giros de izquierda a derecha.Al aproximarse más, cargados con lossacos a la espalda, comprobaron conhorror que era en realidad una formaperfectamente humana y traslúcida laque evolucionaba en el huerto que dabadirectamente al río. La claridad lespermitió ver unos brazos largos «comoculebras» que se movían armoniososcomo animales y permanecían enposición de cruz respecto al tronco. Elresto del cuerpo era proporcionado y deapariencia gelatinosa. La estatura deaquel aparecido, calculada por Juanobservando la techumbre del edificioque precisamente era de un vecino bienconocido, la estipuló en más de dos

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metros y medio. Cuando el gigantecomenzó a andar en su misma direcciónallí quedaron los sacos con las pavías ycolmenas por el suelo. Durante todo eltiempo de observación, los dos hurdanosescucharon algo parecido «al sonido decascabeles» —una constante en muchasapariciones en el resto de España— queremitió en el mismo instante en el que lacriatura transparente se internaba monteabajo. El pánico con el que amboshermanos llegaron a sus casas produjouna alteración del orden en todo elpueblo.

Como tantas otras veces, aquel 1965los hombres salieron con escopetas yantorchas de aceite y las madres

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quedaron en sus casas a la custodia delos hijos mientras rezaban el responsocontra los espantos. Y como tantas otrasveces, la fugaz batida acabó sin la presaentre las redes.

Una vez más, los seres imposibles delbestiario hurdano ganaban su partidacomo queriendo demostrar que, a pesardel avance inexorable del mundo, ellospermanecían atentos, vigilantes, como unenigma que nadie será capaz deresponder hasta el final de los tiempos.

El ánima

La actividad de estos seres imposibles

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durante la década de los sesenta fuedigna de tener en cuenta. Másconcretamente en los pueblos del ríoMalvellido, «lugar en el que se hacepatente el mal del hambre crónica,donde todos los habitantes son pobresde solemnidad y no prueban el pan másque algunas veces al año», en palabrasdel ilustre doctor Gregorio Marañón, elmiedo y la inquietud se respiraron comoalgo cotidiano. Y es que, como dice elrefrán, las desgracias nunca vienensolas. Eso debieron pensar al unísonodos hombres valientes y rectosacostumbrados a faenar en los campos ymontes a pecho descubierto al verenfrente de ellos a una figura queparecía recién sacada de las leyendas y

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cuentos de los antiguos. Mucho habíanoído hablar desde chicos de los paseosde «el ánima», una figura que rondabadesde el pueblo de El Rubiaco hasta ElGasco con caminar cansino yprofiriendo extraños sonidos. BasilioBlanco y Venancio Bonifaz, naturales deEl Gasco, rebrincaron hacia atráscuando vieron, sobre las tres o lascuatro de la mañana y tras bajar alpueblo tras la caza en los montes de lasierra de La Corredera, «una cosa malaque tenía cuerpo de hombri y era blancapor la parte de arriba y con las piernasoscuras».

La descripción coincidía plenamentecon lo cantado y contado por las abuelas

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desde años que se perdían en lamemoria colectiva. Pero esta vez,sorprendidos por encontrarse en susnarices al motivo de tantos miedosinfantiles, los dos hombres, que yarondaban los cuarenta en aquel 1966, notuvieron mejor idea que coger dospiedras y lanzarlas contra el intruso. Elser antropomorfo, sin facciones y brazoscortados «a la altura del codo»presentaba una tonalidad clarísima en loque parecía una chaqueta o trajeajustado, y las dos piernas, en las que noeran visibles los pies, aparecíanembutidas en una especie de «tela desaco». Tras lanzar otra nueva ráfaga depiedras y volver a errar en su objetivo, alos dos hurdanos se les revolvió el

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miedo en las tripas. Un tronar semejante«al de algún maquinario funcionando»se dejó sentir en todo el valle del Sapo yfue más que suficiente para que el yamermado ánimo de los dos valientes noresistiese más.

Sin rubor, en la alquería deAceitunilla y separados por unas buenascarnes a la brasa, Venancio Bonifaz, alque en el brillo de los ojos se letraslucía el recuerdo de aquella andanza,me confesó gallardo:

—La verdad es que no sé por qué nos

fuimos. Era una buena oportunidad paracazar aquello y saber qué demonios era.La verdad es que éramos dos y bien le

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hubiésemos aguantado.—Pero si era «el ánima», complicado

lo iban a tener.—Razón llevas. Que eso, en el fondo

de los fondos, son cosas del diablo.—Por eso le digo, abuelo.—Bien mirao, mejor haberlo dejao

correr. Si no igual no estabacomiéndome estas viandas con usted.¡Salud!

—¡Salud, Tío Venancio! —le dijemientras él se carcajeaba de la lógicailógica de este forastero preguntón.

«El Chancas de Acero»

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En mis correrías por los municipios deCaminomorisco y el pueblo linde naturalde Las Hurdes, Casar de Palomero,encontré diversos testimonios depersonas que se habían topado con tansiniestro ser. Las venerables ancianasTeresa Iglesia Rubio y María CruzVizcaya dieron el primer aviso allá porlos años treinta. Un individuoachaparrado, provisto de blanca camisay piernas «como de hierro o metal» lasespantó con su lento arrastrarse. Todoslos testimonios coincidían en el fragorespectral que se dejaba oír antes de laaparición del «Chancas». Una vez más,

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la fenomenología parecía estar«anunciada» por constantes sonoras que,si se examinan cuidadosamente, resultanmuy similares a las que surgen enambientes tan polémicos como el delmundo de las manifestaciones marianaso el polémico espiritismo [5]. Quizá entodos esos incidentes de carácter más omenos indescifrable exista un nexo deunión en los elementos previos. Endecenas de lugares de fervor marianodonde, según los sugestionados fieles,hace acto de presencia la Madre deDios, son muchos los que me hanconfesado oír extraños ruidos segundosantes de la aparición, o incluso olores ycambios térmicos muy pronunciados.

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Esos sonidos quejumbrosos, desligadosde cualquier interpretación divina, eranentendidos en Las Hurdes como aviso oseñal de la próxima presencia de algunade estas criaturas perdidas entre elmundo terreno y el abismo de losobrenatural. Uno de los testimoniosmás claros y gráficos del temor queproducían los paseos del «Chancas deAcero» lo recogí a pie de monte en lasserranías próximas a Nuñomoral. Allí,Consuelo Rubio Remigio recordaba a laperfección la aventura vivida por susprogenitores una noche de regadío en elpueblo del Asegur. Un lugar algosombrío, donde aún permanecen grancantidad de casas antiguas alzándosedesafiantes ante los modernos avances

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de la construcción. En un pequeñohuerto cuadrangular donde asomabanalgunas patatas y verduras tras el mimode sol a sol, tuvo lugar el últimoperegrinar del funesto personaje. Loshechos, según la señora Rubio,ocurrieron de esta manera:

Mi padre, que se llama Juan

Rubio, y mi madre, Rosa Remigio,fueron hace ya unos años a regar unhuerto por la noche. Hacía granluna. Estaba por encima de la presade Aceitunilla. Cuando empezaron aregar, oyeron unos ruidos rarísimos,como si arrastraran cadenas o llavespor aquellos lugares. De pronto, se

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oyó una voz desgarradora queparecía gritar: «¡Juan!, ¡Juan!¡Juan!...».

Eso es lo que los mis padresentendieron y se asustaronmuchísimo y corrieron hacia otrohuerto cercano que por allí habíapara refugiarse entre unas bolunasde forraje. Toda la noche estuvieronallí escondidos. Cuando ya gloriabavieron unas luces y estallidos en elcamino y una figura que producíaese ruido andando cansinamente. Aldesaparecer, las voces y lossusurros se fueron alejando para laparte del Asegur.

Algunos hurdanos describieron al

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«Chancas» como un «soldao de aquellosde la primera guerra que parecía irperdido por los montes». Se da lacuriosa circunstancia que en losarchivos de algunos investigadores delfenómeno de los ovnis aparecenincidentes muy concretos en los quefamilias enteras han observado figurasde aspecto robótico que arrastraban laspesadas piernas. El caso mássignificativo fue recogido por esesabueso incansable que es el periodistanavarro Juan José Benítez en la pedaníade Ojén (Málaga) en marzo de 1978.Varios animales habían sido mutiladosal tiempo que se observaba un ser quecaminaba torpemente emitiendo

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destellos de luz y con unas patascilíndricas idénticas a las tuberías delagua. La tensión y el miedo seadueñaron en cuestión de horas de lasierra de Ronda. Otro lugar preñado demontañas y picachos donde se habíadejado ver una entidad idéntica a la delas viejas leyendas? hurdanas.

Los habitantes de Aceitunilla, Casarde Palomero o Asegur jamás supieronde los desvelos de los pastoresmalagueños, ni falta que les hizo.Habían transcurrido diez años desde elsuceso de la familia Rubio y las aguasvolvían a su cauce. Mientras el«Chancas de Acero» se mantuvieseencerrado en las narraciones de losantiguos todo marcharía bien. Octubre

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de 1968, fecha de su última aparición,estaba considerado el epílogo a unas«rondas» iniciadas cincuenta años antes.Para algunos mozos hurdanos estaba yamás que desterrado. De fondo, lasancianas, por si acaso, se santiguabandiscretamente.

La Bicha de Martilandrán

Después de tantas idas y venidas,después de tantos seranos en compañíade las fuerzas vivas de cada alquería, heescuchado francamente todo lo que unopueda llegar a imaginar. Y he de

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reconocer que, a pesar del respeto yadmiración que guardo a mis amigos,cuando, allá por la primavera de 1995,me hablaban aquí y allá de la «Bicha deMartilandrán» estuve tentado a esbozaruna sonrisa.

«¿Un ser con dos cabezas, diceusted?», tuve que irrumpir en más de unaocasión en aquellas reuniones alrededorde la lumbre. La verdad es que aquellome parecıa más propio de algún tipo dedisfunción cerebral o de mera confusión,vaya usted a saber motivada por quéfactor, que hubiese hecho ver a alguienlo que solo podía existir en losrecovecos de la mente más delirante.Pero poco a poco las pruebas que fuialmacenando sobre los testigos y

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vivencias de aquellos que en vidadijeron haber visto de cerca de lacriatura me dejaron temblando. Y unavez más, con su aluvión de documentos ylegajos, el puntillazo me lo vino a darFélix Barroso Gutiérrez.

La escena tuvo lugar en una de lastabernas hurdanas, donde esperabaimpaciente al cronista y amigo apurandoun oloroso vino de pitarra. Félix, congesto grave, se sentó y extendió sobre elhule su desvencijada agenda y me clavóla mirada con gesto de fiscal de laantigua Inquisición. Conocía de sobraaquella mueca. Algo guardaba elbuceador de la historia en su particularfaltriquera.

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Acto seguido me extendió losdocumentos a los que había tenidoacceso y en los que por fin aparecía elnombre y los apellidos de una personareconocida y de respeto en todas LasHurdes. Era la última que vio aquellaaparición dantesca. Su nombre, AmadorVelaz, fallecido en el año del Señor de1990 según rezan en aquellos legajos, yque, según pudimos comprobar despuésentre los suyos, fue el infortunadoprotagonista de ver a la que duranteaños se ganó el puesto principal enmantener asustados a los habitantes deMartilandrán. Mi curiosidad respecto aese ser bicéfalo que se apareció algunasveces en esta pedanía de Nuñomoral se

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vio frenado en bastantes ocasiones alcomprobar que, muy al contrario que enlos otros sucederes del bestiariohurdano, los datos no llegaban conprecisión y homogeneidad. Y desconfié,no por pensar que aquellas personasmentían, sino refugiándome en esacaracterística del rumor que es el«efecto bola de nieve» que puede acabardotando a un simple comentario de lascaracterísticas más fantásticas ysorprendentes. El único modo de atajary aproximarnos a la verdad era, guste ono, los datos, nombres, y pruebas queavalasen aquellos testimoniospavorosos. Y estos llegaron de la manode don Félix, quien con una socarronasonrisa permanecía sin pronunciar

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palabra pero a la vez gritándome con lamirada que aquello sobre lo que tantorecelo había mostrado no era una simpleleyenda.

Y espoleado por el oxígeno queaportaban aquellos datos me enfrasquéen la búsqueda de Amador Velaz y sutraumática experiencia. Este hombre,que llegó a ser durante muchos años elalcalde pedáneo de Martilandrán, no eraamigo de los cuentos y las fantochadas.Quienes le conocieron así lo atestiguan.Pero su recta actitud, cuando nosocarrona ante algunos comentarios quehasta él habían llegado sobre lahorrenda criatura provista de doscráneos y pequeño cuerpo, se tornaron

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en palidez súbita y casi un amago deinfarto al encontrarse con ella a unospalmos de su casa. Ocurrió hacia el año1971, dato que aún no podemos precisarcon exactitud, pero que nos sitúa en unaépoca en la que en Las Hurdes comenzóa asfaltarse toda la red de pequeñascarreteras que partían de la columnavertebral de la C-512. Faltaba tan soloun año para que el entonces PríncipeJuan Carlos visitara estas tierras, tal ycomo lo hizo en su día su abueloAlfonso XIII y los retazos de la pinturanegra y apocalíptica tan traída y llevadasobre la comarca se había idodiluyendo, dando paso a un másconfortable y silencioso respeto.

En aquellas Hurdes donde se

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avecinaban grandes cambios, el alcalde,Amador Velaz, sufrió uno de los grandessustos de su vida. Hilando muy finopude reconstruir la visión que tanrespetada persona tuvo con la «Bicha»aquel atardecer de otoño. Según todoslos indicios de una investigación queprosigue abierta de par en par, Amadorregresaba tras una jornada arreglandolitigios y disputas tan comunes enaquella época por un quítame allá esastierras. Volvía por una senda que va amorir a la alquería de Martilandránmientras el sol se acostaba ya entre lospicos de la sierra y el cielo se fundíaentre rojos y azules. Frenó en seco sucaminar cuando vio cómo algo parecido

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a un niño jugaba en la orilla del regatoque transcurría paralelo a la hilera decasas de pizarra que hacían de añejamuralla del pueblo. Observándolo condetenimiento se percató horrorizado deque ese mozalbete no era tal, sino unafigura de no más de un metro que flotabaa unos tres palmos del caminillo detierra. Poco a poco se fue elevandocomo si de un globo de helio se tratase,al tiempo que se giraba mostrando suhorrenda naturaleza al asustado alcalde.Aquel ser, tal y como se describía enantiguos relatos y recopilaciones sobresupersticiones hurdanas del siglopasado, tenía dos grandes bultos en vezde la cabeza. Dos esferas de color claroque asomaban en un traje de una sola

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pieza y sin aberturas, tocado con unasmangas estrechas y unos grandes zapatosque colgaban en aquel conjuntodelirante. Sin emitir sonido ni vozalguna, el pequeño ser se fue elevandoen diagonal en dirección a unos pinares,obra de las faenas de reforestación quedurante décadas fueron dibujando untupido manto sobre las peladasmontañas del concejo de Nuñomoral.Dando gritos de histeria, Amador alertóa los vecinos de esas mismas casas encuyas traseras había aparecido eldiabólico niño, pidiendo de inmediatouna escopeta para dar caza a tan extrañomonstruo de la naturaleza. El jaleodescomunal que se originó en la vieja

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callejuela de Martilandrán terminó convarios grupos de vecinos a la intemperieque solo lograron distinguir un luceromuy lejano que parecía caer variasleguas más allá. Desconsolado, AmadorVelaz regresó a su domicilio y llegó asufrir altas fiebres por la impresiónrecibida. Hoy, su valiosísimo testimonioduerme el sueño de los justos bajo lastierras del camposanto de Fragosa, a tansolo unos palmos del regato donde aquelser extraordinario se le apareciódesafiando a cualquier lógicaimaginable.

El descabezado de Rubiaco

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En Vegas de Coria, en pleno corazónde Las Hurdes, vio la luz un granhombre con el que tuve la fortuna dedepartir en varias ocasiones. JuliánSendín era esa persona sabia, que habíavisto muchas cosas en la vida, y concuyo hablar sincero y recio, con ojillosrisueños que recordaban con añoranzaun pasado difícil a la vez queapasionante, aconsejaba raudo aaquellos que acudían en su ayudabuscando el saber de la experiencia.Tuvo este hurdano de bien una de lasvivencias más extraordinarias que jamáshan llegado hasta mis oídos y sobre laque cientos de veces, rodando ensilencio por los caminos de esta mítica

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tierra, me pregunté sin cesar. ¿Cómo eraposible que cuatro personas serias yrespetadas, nada dadas a la fábula y queeran queridas por su pueblo seencontraran, desde distintas posiciones,con el más delirante de los personajesdel Bestiario Hurdano?

He aquí uno de los sucesos clave queresumen la filosofía de estos hombresante los misterios sorprendentes que lesrodean desde tiempos inmemoriales. Lainterpretación autóctona y sincera deunos sonidos y fenómenos que ellospasaron por su tamiz de conocimientos ylógicas, recreando una visión que estoyconvencido existió y se plantó anteellos.

«El descabezado» de Rubiaco es uno

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de los personajes que goza de másavistamientos entre las gentes del centrode Las Hurdes. De los antiguosincidentes solo queda la bruma y elrecuerdo lejano, con lo cual, de no haberllegado hasta nosotros el testimoniorotundo de Julián Sendín Martín, esteespanto podría haber engrosado la listade meros mitos extremeños. Sin más.

Pero ahí estaba este hombre, unainstitución respetada y querida en Vegasde Coria, dispuesto a darle un requiebroa la leyenda, convirtiendo aquelperegrinar del «descabezado» en unaverdad de tomo y lomo, aderezada conel testimonio vivo y sin rubor deaquellos que lo tuvieron de tú a tú. Y es

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que esto es lo que ocurre a veces en estabendita tierra. Que los cuentos y fábulascambian su naturaleza cuando laconfianza le permite a uno entrar en loscírculos cerrados de los antiguos. Allí,quien tenga oídos y corazón, sabrá debuena tinta que lo que de puertas paraadentro puede ser tomado como ficciónes, en verdad, la más rotunda de lasrealidades.

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Julián Sendín Martín, un hombre sabio yquerido en Las Hurdes: «Y allí se nos

presentó una persona alta como un gigante,con camisa blanca..., y sin cabeza ninguna».

No engañaría a los lectores siconfesase que esta, la declaración deJulián Sendín, es la que más me haimpresionado de cuantas he recogido en

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la región respecto al ya longevoBestiario... Ahora, reviviendo aquellasgrabaciones sonoras vuelvo a sentir elescalofrío de lo genuino al escucharaquella solemne declaración de un granhombre:

—Me llamo Julián Sendín Martín,natural de Vegas de Coria. Y le voy acontar cómo en agosto de 1947,acompañado de tres vegueños de puracepa, nos encontramos frente a frentecon el que dicen es el espanto delRubiaco.

»Regresábamos atravesando losmontes de Serradilla del Arroyo, en laprovincia de Salamanca, MarceloMartín Sánchez y Fausto DomínguezMartín, con unos sacos de harina

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dispuestos a llegar hasta el pueblo deNuñomoral. Allí había un compañeronuestro dispuesto a avisarnos por siaparecían los guardias, que en esa épocaeran habitua les por el tema delcontrabando. Llevábamos pan, aceite yharina, y en esos tiempos se confiscabacasi todo. Cuando supimos que laGuardia Civil no vigilaba por allí nosmetimos hacia la alquería del Rubiaco.Recuerdo que la luna se reflejaba en loscampos, en los árboles, en todo. Alllegar a unos dos kilómetros de la aldea,en un paraje que le dicen Arrolagüetre,comenzamos a apreciar una algazaracomo si hubiera treinta o cuarenta tíospalmeando y cantando por detrás.

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—¿Eran cánticos de personas?—Era más bien como una algazara.

¿Sabes cómo es una algazara típica deaquí?

—Pues más bien no...—Es algo así como una cantidad de

ruidos muy chirriantes, como muchosinstrumentos tocando a la vez, como sibailaran, tocaran castañuelas,palmearan. Hielan la sangre.

—Prosiga, Tío Julián...—Nos giramos los tres algo más que

mosqueados cuando, subiendo hacia elcamino, viniendo de los campos queestán debajo, se aparece una figuragrandísima, alto como un gigante,moviendo los brazos como un militar,

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vestido con una camisa blanca con cintanegra al cuello y sin cabeza ninguna...

—¡Un gigante sin cabeza! —exclaméllevándome las manos a la idem,creyendo tener delante el relato másdelirante de mis últimos años comoreportero.

—Un hombre alto como una torre —me repitió, reafirmándose en lo dicho—,por encima de los dos metros, y con elsonido como si cantara, taconeara ytocara castañuelas..., ¡y sin cabezaninguna! Eso te lo puedo jurar por mishijos. Y allí nos quedamos como trescirios Marcelo, Fausto y yo. ¡No lopodíamos ni creer! Pero aquello fueandando sin hacernos caso, saliendocomo cinco metros delante de nosotros y

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caminando con el mismo paso, con laspiernas más oscuras que el resto deltraje, y dando zancadas hasta perdersede nosotros.

—¿Qué pensaron entonces?—No nos dio tiempo creo que ni a

pensar. Sin decirnos una sola palabracaímos los tres allí de rodillas, muertosde puro miedo. Cuando pasó aquellaalgazara y ya no la oímos más, salimosde allí como alma que llevase el diablosin mentarnos unos a otros una solapalabra. ¡Yo creo que de tanto temblarno podíamos ni abrir la boca! Y así nosllegamos en plena madrugada a Vegas ynos metimos cada uno en su casa sinsiquiera despedirnos. Íbamos casi

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muertos del pánico. Aquella fue laúltima noche que los tres salimos porlos caminos. Nunca más quise volver afaenar por la noche..., y menos por aquelsitio del Rubiaco.

Volví a hablar muchas veces con Tío

Julián y su familia en torno a lo que vioaquella noche del cuarenta y siete. Y sutestimonio siempre, a pesar de loslargos intervalos entre encuesta yencuesta, fue igual de puro y exacto. Sinvariar un ápice de aquella odisea vividaen uno de los parajes más solitarios yabruptos de la comarca. Me comprometíen uno de mis viajes, rondando losalbores del año 1995, a traerle a mipróximo regreso unos curiosos

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documentos encontrados en lasprofundidades de los archivos y quehablaban de casos similares al del«espanto de Rubiaco», vividos enlugares tan distantes como Lima (Perú) yPerm, en plenos Urales. En este últimorincón de la antigua Unión Soviética, ysegún rezaba una copia del rotativo rusoSotsialicicheskaia Industria, laagricultora Liuvob Medledeva, elapicultor T. Sharogvazov y variosempleados de un koljos cercano habíansido testigos directos del caminarerrante de un ser idéntico al que se cruzóante los cuatro vegueños. Y en esemismo año, un primero de julio de 1989,la revista Soviet Weekly , versada en

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temas soviéticos y editada en Londres,daba referencia y documentación sobreun presunto aterrizaje ovni en la ciudadde Kontsovo. Varios niños habíanpresenciado el descenso de la supuestanave y, junto a ella, un ser alto concamisa blanca..., y desprovisto decabeza.

La demora no deseada en mi retorno aLas Hurdes fue motivada,principalmente, por los trabajos que enuna televisión estaba llevando a cabosobre el mundo de los misteriospoliciales. En esos días, recuerdo ahoracon pena cómo a unos ¿colegas? de otracadena les proporcioné de buena fe unaserie de nombres de los hurdanos quehabían visto extrañas apariciones en los

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últimos tiempos. Y de buena fe tambiénhablaron algunas personas confiando enque mi nombre estaba en medio deaquellas proposiciones. A las pocassemanas un popular magazine nocturnoemitía declaraciones de esas noblesalmas hurdanas que se limitaron a contarlo que habían visto, sin reparar en lamala idea y la mediocridad de unaspersonas que viven volcados enconseguir más audiencia cada día, sinimportarles la honradez ni los medios.

Y la risión y el absurdo intencionado ymal interpretado se despacharon congusto en aquel patético programa que noconocía el periodismo ni por asomo.Recuerdo que rodé raudo hacia las

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montañas de Las Hurdes y aterricé conprisa en la acogedora fonda de Ángel, enplena vía que divide Vegas y donde estemaltrecho esqueleto siempre encuentraaposento a cada llegada. Allí aguardé aJulián Sendín, que cada jornada solíadejarse caer por esos lares para charlarcon los suyos. Impaciente, le guardabaen mis manos aquellos recortes que abuen seguro le hubiesen interesado losuyo. Pero la tardanza me hizosospechar. Sobre las once, con la nocheya cerrada, apareció el hijo de TíoJulián y solo con verle el rostro ya sedisiparon mis dudas con un mazazo secoy doloroso.

Julián Sendín Martín había dejado deexistir hacía tres días. Y una profunda

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pena me llenó por completo, con loscodos apoyados en la barra de aquelhostal ya solitario. En la televisión,como una jugada del destino, vi la efigiede Tío Julián de nuevo. Y pensé en unjuego macabro. Habían seleccionado susimágenes en el programa de granaudiencia para volver a «comentarlo» asu manera y regodearse con aires degrandeza. Lo estaban repitiendo esamisma noche en la que yo acababa dellegar a Las Hurdes. Y una inconteniblerabia disipó la tristeza anterior. Unsentimiento de culpabilidad que no medejó dormir me hizo preguntarme mil yuna cosas sobre nuestra labor dedivulgación. Sobre la esencia de esta

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bendita profesión llamada periodismo yque algunos, sin serlo ni sentirlo, estándenigrando hasta límites hediondos.

Aquella madrugada, por la ventana,miré durante horas a los cielos negrosde Vegas de Coria esperando que Julián,desde algún lugar, supiese perdonaraquel desliz imperdonable. Y meprometí a mí mismo hacerle justiciaalgún día, rescatando y contando, contodos los honores y la verdad pordelante, su real avistamiento del«espanto del Rubiaco». Ahora, por fin,su vivencia, quieran o no algunoschupatintas, forma parte de la historiainvisible y apasionante, en la que serequiere un corazón limpio para podercomprender en toda su magnitud.

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1 Existen, curiosa y significativamente, otrosrelatos de hace no muchos años en que testigosde toda seriedad han observado criaturassemejantes portando lo que parecía ser unsombrero cónico. Uno de los informes másdocumentados ocurrió una madrugada deprincipios de julio de 1976 en la localidadcántabra de Escalante, donde los trabajadoresde la empresa de magnetos FEMSA, MiguelÁngel Ruiz Samperio y Margarita Cagigasdescribieron la visión de un ser etéreo «tocadocon algo parecido a una capa negra y un casco ogorro semejante a una palangana boca abajo,con la parte supenor muy abombada».Poco después, el 3 de agosto de 1977, en laotra punta de la Península, Ceferina VargasMartín describía asustada a las autoridades la

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presencia de dos seres luminosos, uno de ellosde gran altura y tocado con un sombrerocónico, que habían surgido en un caminovecinal de Almonaster la Real (Huelva).

2 Para detalles: Enigmas sin Resolver,Editorial Edaf, donde se detalla lainvestigación.

3 El suceso ocurrió entre las pedanías deCarabusino y Casares, en 1946.

4 Un dato curioso. En 1990, en Yebra(Guadalajara) a muchos kilómetros de lospeculiares contextos y creencias hurdanas, JuanBarco y Cirilo Gómez, dos campesinos de lazona, en días y horas diferentes dentro del mes

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de enero, observaron lo que, según ladeclaración del primero era «un ser quecaminaba torpemen te, con un traje como desoldado que parecía de cobre, que reflectabacon los rayos del sol y que no parecía de estemundo». Juzguen ustedes.

5 Premios Nobel interesados en lafenomenología espírita, como Charles Richet oWilliam Croockes, demostraron en sustrabajos la audición repentina, como preludio ala presencia de los supuestos espectros, de unaserie de constantes acústicas tales comofuertes y secos golpes o incluso un ulular de unviento fuerte que provoca un extraño silbido.En la casuística de las controvertidas ypolémicas apariciones marianas nosencontramos con variantes semejantes. Antesde aparecerse la supuesta Virgen, ya sea en

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Fátima en 1917 o en Garabandal, Santander, en1962, centenares de testigos escuchan fuertes«bramadas del cielo» y algo parecido a secos ycortos «truenos» en las inmediaciones.

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CAPÍTULO 7

Jáncanas y brujas: Señorasde la magia

Tres ojos te han hecho el mal,tres te lo han de quitar:Padre, Hijo, la Virgen

Santísima de la Trinidad.Cristalinos son,cristalinos serán. Antiguo cantar de la alquería

de Martilandrán

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LA cultura centrada en sí misma deLas Hurdes, en contacto directo con lanaturaleza y sus misterios, generódesde tiempos muy lejanos la floraciónde saberes ocultos, maléficos algunos ydedicados al bien la mayoría, queencontraron en las brujas su mejorcanalización.

Dominando las artes de la magia y elrecetario secreto de ungüentos y saviasde la madre tierra, se asentaron en lasprincipales alquerías, casi siempre conel inicial recelo de los vecinos. Enalgunos lugares, sus «laboratorios»crecieron de forma desmesurada.Enclaves donde todo era posible, desdedesenredar maldiciones a preparar

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bebedizos de insólitas propiedades oconjurar a las tormentas. Allí, entre lassombras, se entrecruzaban los cánticosde procedencia antiquísima con losconjuros largos que duraban cuanextensa era la noche.

A quienes practicaban la magia ensus más indeseables vertientes, tambiénse les atribuían poderes poco menosque sobrenaturales. Como habitantesfronterizos entre lo terreno y loespiritual, las jáncanas, hechiceras del«otro mundo», eran capaces depenetrar en las casas como puntos deluz y generar toda un serie defenómenos incomprensibles, tales comocambiar a los bebés de sitio o hacerretumbar las estancias con golpes

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secos y aterradores.Curiosamente eran fenómenos

idénticos a los que empezaban a serestudiados bajo la luz de la ciencia enInglaterra y Estados Unidos, en losalbores de la llamada parapsicología.Una misma e inquietante verdadinterpretada de modo diferente.

Tierra de jáncanas y encorujás. - ¿Dóndeestá mi niño?. - Al son del Zángano. - Unahistoria de espiritismo. - Mal de ojo. - Elclero contra las brujas. - Caminando porel Barrio del Teso. - Los temidos «tíos delunto». - La Luna, maga del cielo. - Diario

de una hechicera buena. - Señalesmalditas en el monte. - Una broma

macabra.

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Son muieres maléficassortílegas, adivinas eenvenenadoras que cometencrímenes a dios muy horribles através de la suya hechicería.

EL culto a las fuerzas de la naturaleza ya la figura del diablo se instauró enFrancia, y del país galo cruzó la fronteraasentándose en lugares de difícil accesoque les procuraban una privacidadidónea para sus actos. Probablemente, eléxodo de muchas de estas brujas queescaparon a las primeras medidas de laIglesia contra ellas, cruzaron laPenínsula para instalarse en pueblos deAndalucía y Extremadura. En esta últimacomunidad mal recuerdo se guarda de

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ellas tras los múltiples actos de ferealizados por el Tribunal de laInquisición de Llerena (Badajoz), dondeestaba centralizado el Santo Oficio paraactuar contra los muchos y variadoscasos de denuncias brujeriles que seefectuaron después de 1492. A lamontañosa región de Las Hurdes, sesupone, llegaron oleadas de estasmujeres huidas de la justicia intentandobuscar un refugio seguro.

Así, a partir del siglo XVI tenemosconstancia escrita de la presencia dehechiceras que, como ocurrió enMartilandrán, llegaron a ser expulsadasde su alquería por tener embrujada amedia aldea con sus sortilegios. Almenos de ello estaban convencidos los

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lugareños, que a pedradas y sin la menorcompasión acabaron por desterrar a lavieja.

En estas tierras abruptas del ParaísoMaldito también se les llama jáncanas alas expertas en hechizos y brujeríasvarias. Un término complejo que algunosestudiosos conexionan con el Ojáncano,grotesco personaje de la mitología ruralastur, que causaba terror entre loscristianos con su sapiencia en las artesde lo oculto, o las monstruosas janas dela isla de Cerdeña. Lo cierto es que secreía que las jáncanas salían cada siglode las covachas de algunos acantiladospara darse un botín de carne fresca conel que preparar sus pócimas. A pesar de

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que existen leyendas varias sobre supresencia, el término que mejor seadapta en estas tierras al concepto quenosotros tenemos de las brujas es, sinduda ninguna, el de encorujá, definitoriode las personas iniciadas que manejanun recetario secreto heredadogeneracionalmente y que no se transmiteal resto de los mortales.

Estas mujeres, bien conocidas hasta

hace bien poco en cada una de lasalquerías hurdanas, hacían gala deconductas bien diferentes según fuese sucondición moral. Temidas siempre porlas fuerzas que eran capaces de manejara su antojo, más fama tuvieron aquellasque, por uno u otro motivo, dedicaron su

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vida a satisfacer bajos instintosutilizando todos los resortes de sumagia. A las encorujás, por ejemplo, selas acusaba de hacer desaparecerindiscriminadamente a los reciénnacidos y bebés hasta fechas nadalejanas. Sobre estas«teletransportaciones» súbitas de bebéslactantes se habla y no para en cadarincón del Paraíso Maldito. He podidoescuchar, en boca de los propiosprotagonistas, decenas de historiasdonde se cuenta siempre el mismoproceder maléfico.

Resume perfectamente el modusoperandi de esas «ladronas mágicas» eltestimonio que le pude grabar a la

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anciana Avelina Encinas, quiencomprobó en sus carnes, hacia la décadade los cincuenta, cómo se las gastabane s t a s mujeres y sus poderessobrenaturales:

—¡Ay Vitorio! ¡Ay Vitorio! ¡Que no

está la niña!—Y era cierto —me decía la buena

mujer—. La nuestra hija no parecía porningún lado. Estaba echadina en la camay cuando fuimos a mirar, sin haberpasado un suspiro, nos dimos cuenta deque allí no había ni rastro de ella. ¡Y erauna criaturita que ni gatear podía!Buscamos allí y acá, mirando por todaspartes y no encontramos ni rastro.Muchos vecinos bajaron en la noche y

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también se unieron a la faena. Algunamujer de allí nos dijo que eso era cosade las encorujás, que llegan a las casas yse llevan a los chiquillos para hacerbarbaridades. No encontrábamos nada, ydesesperaítos que estábamos. Al final,después de una hora escuchamos unoslloros que venían de abajo. Abrimos elcorral, que estaba un poco lejos de lacasa, y vimos a la niña en una esquinadel corral, como hecha un ovillo yllorando de miedo. Era imposible quehubiese ido ella sola. Por eso, desdeentonces, hicimos remedios para lasencorujás, para que no volvieran más apor los nuestros hijos.

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En esta ocasión, el desdichado bebéapareció en un corral, pero no son pocoslos casos en que estos fueron sacadospor los pies de tinajas aceiteras dondehabían sido introducidos por manosinvisibles, o habían sido rescatados dedebajo de la cama..., ¡de alguna casadeshabitada cercana!

Ante la profusión de estos hechos setomó una primera medida de fuerza, queera la consistente en que la madredurmiese con su hijo bien aferrado alpecho, para que así los seres de la nocheno pudieran arrebatárselo y juguetearcon él a su antojo. Casos como estos loshay a cientos, y de muchos de ellos aúnviven quienes fueron infortunados

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protagonistas. La lástima es que, segúnhe podido comprobar intentandorefrescarles la memoria a algunos pararetroceder a tan temprana edad,cualquier atisbo de recuerdo ha quedadoabsolutamente borrado por el paso deltiempo. Ellos, que no es poco, solosaben que fueron los niños «embrujaos»que aparecieron en algún sitio ilógicoadonde jamás podrían haber llegado porsus propios medios. Así lo recuerdan yasí lo asume el resto del pueblo, que veen ellos a las víctimas del macabrohumor de uno de los zánganos y sushuestes fantasmales.

Según la tradición oral que aún resideen Las Hurdes, los zánganos y lasencorujás tienen mil formas

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inverosímiles de colarse en las casuchasde pizarra sin que sus moradores se dencuenta. Los primeros, considerados losmachos de las brujas, suelen hacerlodeslizándose y deformando su cuerpo através de la diminuta chimenea.Después, ya dentro de la estancia ysegún afirman quienes han sufrido supresencia, se ponían a taconear, zapateary pegar martillazosindiscriminadamente. Esos sonidos,generados por este ser que puedehacerse invisible, fueron temidos enmuchas alquerías del norte. Algunoshombres del campo que aún viven measeguraron haber tenido la amargaexperiencia de toparse por sorpresa y en

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plena noche con una comitiva de brujasde diversas alquerías bailandoalegremente alrededor del zángano,quien aporreaba toscamente un tamboril,«del que salían muchas luces», queproducía los mismos sonidos sordos yarrítmicos que luego retumbaban enalgunas casas. Tío Aurelio, que hoy viveen un pueblo limítrofe con el ParaísoMaldito, intentaba recordar aquellossonidos difícilmente olvidables que sepresentaron en su casa golpeando con labase de una rama de cerezo y enpresencia de otros colegas de su quinta,que asentían sin dudarlo.

—¡Pam, pam, pam… Pam, pampam…! Así eran esos ruidos malditos,hijo.

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De modo ingenuo y básico aquellos

hombres que tocaban de oído con sumejor voluntad estaban haciendo alusiónsin saberlo a un fenómeno concreto, biendescrito por la parapsicología europea,denominado «rap» [1]. Estos extrañosgolpes de los que se acusa a loszánganos son idénticos, al menos en sudescripción, a los que generaron elinicio del espiritismo, en un lejanopueblo norteamericano donde dos niñasllegaron a establecer una presuntacomunicación con un ente desencarnado.La tétrica historia dio la vuelta al mundoy dio inicio a una de las manifestacioneshumanas más sorprendentes de los

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últimos siglos: el espiritismo [2].En las apartadas alquerías hurdanas,

sin información ninguna sobre lo quepasaba al otro lado del Atlántico, sedescribían con similitud estremecedoraesos golpes secos, agudos en otrasocasiones, y que retumbaban en lasparedes con una cadencia concreta,como si en realidad estuvieranemitiendo un mensaje que nadie es capazde descifrar.

Las formas que podían adoptar las

brujas para penetrar en las casas era,por lo general, la de diminutos puntos deluz centelleantes que iban a merced delaire hasta penetrar por las rendijas de

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las puertas y, finalmente, instalarse en eldormitorio [3]. Allí, tras unirse en untodo, adoptaban su desagradable formade ancianas vestidas con harapos y pelodesaliñado y mugriento. Otras veces,esas pequeñas luminarias se unían enuna especie de fina lámina que caíasuavemente sobre quien estuviesedormido; los niños, por lo general, eranlas víctimas y sufrían una especie desensación asfixiante, como si un serinvisible los estuviera forzando. A lamañana siguiente el afectado aparecíalleno de moratones y heridas profundas.En Las Hurdes se le dio incluso unnombre a esta dolencia sobrenatural, lamalpesá, una definición que conjuga

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perfectamente con los testimonios sobreíncubos y súcubos [4] que se hicieroncélebres en la Edad Media.

Foto obtenida por el autor en un«laboratorio brujeril hurdano». Sobre el

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puchero, hervida, una mezcla de sanguinariay madroño. Su pasta, ingerida disuelta en

determinadas fechas, resulta ser un pequeñomilagro para la salud de la circulación y

todos sus problemas.

A pesar de estas múltiples formas paraatormentar al común de los mortales, lomás temido de las abundantes brujas ohechiceras era su poder «aojador», quevenía a ser un sublime arte de la magianegra que se concentraba en determinadapersona para hacerle la vida imposible.

El motivo más común por el que estasmujeres de oficio sobrenatural solían serexpulsadas era precisamente el dehechizar «por encargo y otros bienes» asus semejantes sin que estos se

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percataran. Se cuenta y no para enalquerías como Fragosa de personas queempalidecían y adelgazaban día tras díahasta casi desfallecer, devorados por unmal que nadie, ni los médicos, se podíanexplicar. En ocasiones se designó comosospechosas a determinadas mujeres dehábitos extraños que se tomaron comobrujas. Así, una particular inquisiciónpopular acabó desterrando a muchas deestas personas que llegaban muchasveces de forma nómada hasta algunospueblos y que en más de una ocasiónsalieron apedreadas por la ira de loshurdanos. En Martilandrán se tenía porcostumbre coger agua bendita delDomingo de Ramos y ponerla a herviren un puchero de barro. Se dejaba así, a

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la lumbre, hasta que estallaba hechoañicos. Se tenía la creencia de que elespíritu de la bruja y su maldiciónreventaban también al mismo tiempo quelo hacía el rústico recipiente. Cuando sesuponía que un niño estaba afectado porlos malos trabajos que la encorujáejercía sobre él, se procedía con todaurgencia a buscar a alguna persona quetuviera por nombre María, y se leobligaba a cantar responsos contra elmal de ojo pasando el pañuelo de lacabeza por espalda y pecho de lacriatura para después hacer con él unaseñal de la cruz. A todo este proceso,practicado también en las alquerías deLa Huetre y Fragosa, se le denominaba

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«fregar el ojo» y solo podía serrealizado por una persona de dichonombre. Cualquier otro se creía inútilante la maldición brujeril.

Precisamente en Fragosa vivió treintay cinco de sus ochenta lustrosos añosHipólito Panadero, «Tío Polo», muchoscomo para haber olvidado estas trifulcascon las encorujás. Contaba esteentrañable hombre del campo cómo lamejor forma de defenderse de los«aojamientos» de las hechicerasconsistía en cantar al alba y con fuerzaun cántico antiquísimo que él aprendióde sus abuelos, que ya lo recitaban porla misma causa.

Dos ojos te han hecho el

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maldeojoy dos te lo han de quitar,Santa Isabel y su madretambiénGloria al padre, gloria al Hijo,gloria al Espíritu Santo amén.

El investigador José Luis Puerto

recogía también en sus andanzas otrocurioso cantar antiguo de la alquería deMartilandrán que guardaba semejanzacon el anterior, y que decía así:

Tres ojos te han hecho el mal,tres te lo han de quitar:Padre, Hijo, la Virgen Santísima dela Trinidad.

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Cristalinos son,cristalinos serán.

El mal de ojo era extensivo, además

de a las personas, a los propios cielosque con su bruma cubrían el techo delParaíso Maldito. Célebre era el poderde algunas hechiceras que eran capacesde provocar lluvias torrenciales ydesgraciar los campos a su antojo. Paraeso la única enmienda posible era elrecurrir a los zahoriles, quienes sabíanalgunos cánticos ancestrales que hepodido escuchar en algunos rincones yque producían un efecto «antimaldición»que, en ocasiones, contrarrestaba lafuria del embrujamiento.

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En la oscuridad de Aceitunilla, con lanoche pulida y cerrada al frente, se oyela voz quejumbrosa del zahorilsurgiendo desde lo profundo del pecho.Acciono la grabadora y permanezco a laescucha:

Saaaanta Bárbara Bendita,que en el cielo estás escrita,con un papel en la mano,y una jarra de agua bendita,primero fuisteis doncellay ahora seréis una estrella.Líbranos tú de las centellasy del rayo malvenido.

Estas coplillas de rima imposible

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provienen de un tiempo de primitivaimplantación de la Iglesia católica en elterritorio hurdano. Un tiempo de intensalucha contra lo que el mismo cleroconsideraba «un territorio huérfano dereligión», en el que subsistíanadoraciones panteístas mucho másantiguas y relacionadas con las fuerzasde la naturaleza. La labor de aquelloscuras rurales que comenzaron ainstalarse en Cambroncino, lugar dondea mediados del siglo XVIII se alzó laiglesia de Las Lástimas y se utilizócomo campamento central ante una tierraconsiderada hostil, o Riomalo deArriba, cuya parroquia blanca aún sealza con dignidad entre una marea decasas de pizarra desvencijadas y grises

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perdidas en el último rincón del norte dela comarca, fue importante para que lasbrujas, antaño más cercanas a la vida enLas Hurdes, fuesen siendo apartadas delos núcleos urbanos y desterradas aotros lugares que cumplían la función deguetos para los oficialmente noaceptados por la nueva religiónpredominante.

Uno de estos antiguos lugares ya

deshabitados fue el llamado Barrio delTeso. Sus casas, que mueren derruidas aunos pocos metros del silenciosoCambroncino, son testigo ya callado deotros tiempos de ajetreo y luces decandil amparando no pocos seranos

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donde se hablaba de lo divino y lohumano. Cuando llegó el agua y la luz alpueblo del que es barriada, en el Tesose quedaron más a oscuras que nunca.Hacia 1975 comenzó un éxodo que ya haconcluido en el más absoluto abandono.Para llegar hasta este enclave hay queatravesar la carretera comarcal 513, quehace de columna vertebral de LasHurdes. Desviándonos hacia la derechay dejando atrás la monumental iglesiadebemos adentrarnos por una calleestrecha que gira varias veces sobre símisma y cuyo cartel anuncia «caminodel Teso». Siguiendo esa senda montearriba, cuando las casas del barrioantiguo de Cambroncino se detienen ydan paso al campo desnudo y escarpado,

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observaremos algo que destella con elsol en la lejanía. Si el coche aguanta eltirón, ascenderemos por una senda detierra que nos lleva, entre corralesdonde vigilan algunos errantes perrospastores, a un racimo de casas que aúnguardan la cal y la blancura con la quelas adornaron sus antiguos moradores.Ahora tan solo el silbar lejano delviento que se enreda entre los matojosque han invadido pasillos y habitacionesdel pueblo muerto se escucha en lo altodel montículo. Las puertas las haderrumbado el tiempo, y las entrañas decada casa, con sus vergüenzas y secretosal aire, van sucumbiendo ante unanaturaleza agreste que poco a poco las

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va devorando en una lucha entre elverde y la pizarra. Aquí, en este rincónque en su día fue un importante suburbiohurdano, se concentraron hechos ypersonajes misteriosos desde finales delpasado siglo. En estas casuchas, quecuriosamente eran más grandes yventiladas que las del pueblo, vivíanmultitud de encorujás y brujas quehacían ungüentos diversos para tambiénmuy diversos fines. Cuentan los últimosmoradores del Barrio del Teso cómo noera difícil verlas reunidas en aquellasestrechas calles, rodeadas y riendo acarcajadas ante tremendas hogueras,cuyo humo se elevaba hasta los heladospicachos que vigilan la zona.Primitivamente solo existían corrales en

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esta zona, pero diversos sucesos, entrelos que también tenían su importancialos protagonizados por la hechicería,obligaron a algunos vecinos queresultaban «molestos» para la mayoría,a buscar diferente acomodo en estelugar. La concentración de hechicerasera comparable a la que existía en laalquería de Asegur, en el concejo deNuñomoral, que se conoce desde hacemás de un siglo como «el pueblo de lasbrujas».

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El Barrio del Teso, despoblado desde 1975,fue otro punto donde se juntaron las brujasde la comarca en una especia de gueto. Aquíocurrieron varios percances criminales con

los llamados «tíos del unto« o sacamantecas.

Subiendo por una empinada cuesta quehace de cruce de caminos a la mismaentrada del Teso, parte serpenteandohacia el río un camino donde aparecía,

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según la tradición y los hechosconstatados, la temida «luz de RiberaOveja». La inmensa mayoría de losencuentros con la extraña luminaria dela noche se produjeron aquí, justo a lavera de las casas de esta barriadaperdida en la inmensidad del monte. Ytambién tuvieron lugar en este mismo ylóbrego enclave una serie de sucesosque se quedaron marcados a fuego en lamemoria popular. En la primera décadadel siglo XX, e igual que ocurriría enotras regiones de España con parecidascaracterísticas, se dieron a conocer lasfúnebres andanzas de los llamados «tíosdel unto», apodo nada cariñoso con elque se designaba a aquellos individuos,medio hechiceros o zánganos, que

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pululaban por algunas alquerías a lacaza y captura de algún niño despistadocon el que poder extraer algunas grasasintestinales para luego ser utilizadas encataplasmas hediondas por las que sepagaban fuertes sumas, sobre todo si eldemandante era alguna personaacaudalada dispuesta a sanarserecurriendo al último clavo al queasirse. Resonancia mundial tuvo, porejemplo, el crimen de Gádor, en latambién aislada alpujarra almeriense.Allí, en 1910, se cometió un horriblecrimen por orden del brujo FranciscoLeona con el fin de conseguir materiaprima para el remedio de un tuberculosoque agonizaba en su lecho mortuorio.

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Para ese recado un rufián atrapó a lavíctima, un muchacho de siete años,atravesando con él a la espalda laserranía áspera y pelada de Gádor. Esepaseo fúnebre hasta el cortijo, donde sehubo de practicar un ritual sangriento ydemente en presencia del enfermo yotros testigos, acabó siendoinmortalizado por el personaje del«hombre del saco» que asustoposteriormente a generaciones enterasde infantes y que realmente provenía deltriste y macabro suceso andaluz. Todohace indicar que hubo varios de estos«sacamantecas» deambulando por lasinmediaciones del brujeril Barrio delTeso a principios del siglo XX. Crimenexiste uno confirmado y que aún lo

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recordaba Fausto, uno de los últimosvecinos de este anexo de Cambroncino,quien aún asegura:

Aquello fue hace muchos años,

cuando ocurrió el llamado crimendel Pico de la Corderina, realizadopor uno de aquellos tíos del unto.Mataron a un chiquillo y le sacaronsangre y grasas para que el hijo deun señor muy ricachón de lacomarca pudiera sanarse de su mal.

El buen hombre recordaba que junto al

lugar de los hechos existía una piedracon un dibujo, como señal inequívocaque en aquel sitio escondido se cometió

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una atrocidad que jamás debiera serolvidada. Al ir subiendo con eltodoterreno por los cortafuegos y sendasforestales con el fin de hacer unasfotografías aéreas del Barrio del Teso,compruebo cómo un escalofrío merecorre hasta el último hueso.

Efectivamente, allí había un dibujo enuna de las paredes de pizarra, del cualno me había percatado a mi llegada. Eraun grabado prehistórico y antropomorfoque llevaría allí varios miles de años,sin inmutarse a pesar de las escenas quese habían vivido a sus mismos pies unatarde sangrienta de hace noventa años.

Sin remedio me alcanzó la Luna enaquel rincón boscoso y poco apto paravisitas. Mirando fijamente su blanca y

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redonda estructura, majestuosa sobre losvalles cortados de aristas, comprendílas sensaciones tan encontradas queproducía desde tiempo inmemorial enlos hurdanos.

Se cree en algunos pueblos del norte,como Riomalo de Abajo, donde sepresenta en todo su esplendor levitandosobre un paraje oscuro yfantasmagórico, que es capaz con suclara luminosidad de «torcer» a losniños cuando están mamando del pechode sus madres. Para ello había queevitar a toda costa que la luz de lunadiese directamente en sus pequeñoscuerpos.

En otros lugares, como Vegas de

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Coria, era mayor el temor al influjo dela diosa Selene. Se pensaba que suclaridad, infiltrada por puertas oventanas mal cerradas, provocaban el«mal de luna», una enfermedad en la quelos lactantes se ponían blancos yvomitaban constantemente ante el pavorde sus progenitores. Para que esto nosucediese se le colocaba al afectado uncollar con tres monedas de cobreagujereadas y que tenían el nombre de«lunas».

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El viejo poblado de Asegur fue desde siempreconocido como «el de las brujas» por la

cantidad de hechiceras que vivían en él. Hoy,a pesar de que las casas continúan como

hace siglos, no queda rastro de ese pasadomágico.

En El Asegur, pueblo considerado debrujas en toda la comarca, se decía quelos niños «se caían de la Luna»

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refiriéndose al mismo efecto, peroprovocado incluso por el hecho de quela luz de esta hubiera refractado en lasropas puestas a secar. En caso de quelas ropas hubiesen quedado «alunadas»,se le mandaba a algún mañosocarpintero realizar unas lunas demadera, crecientes y menguantes, y seataban al cuello del muchacho durante lanoche en forma de amuleto.

Este curioso embrujamiento de lasropas era complicado de desencantar.Una mañana soleada, cerca deMartilandrán, observé a una mujeranciana que lavaba sus telas y prendasen unas lascas de piedra junto a unarroyo flaco y de poco caudal. Una deestas telas la frotaba con todas sus

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fuerzas tras sacarla de una tinaja por laque asomaban hierbas diversas. Alpreguntarle por el curiosoprocedimiento, me contestó rotunda:

—Se hierve toda la ropa que haquedao «alunada» y le ha dao «laenfermedad de luna» a algún chiquillo.Se cogen algunas plantas del río y semeten con la ropa en la tinaja a hervir.Después se aclara de nuevo en el río,como yo estoy haciendo, y los hierbajoscon los que ha cocío se llevan a otropunto más lejos del arroyo y se tira otravez a las aguas.

—¿Así desaparece el mal de luna delas ropas?

—Usted lo ha dicho.

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—¿Y desde cuándo se hace esto?—A mí me lo enseñaron mis padres y

a ellos mis abuelos. Así hasta el tiempode los antiguos.

Los hurdanos siempre han visto a la

Luna como un elemento extraño eingrávido que ha inspirado un sinfín deleyendas en torno a su constante vigilarnocturno. Las conjeturas, fábulas ysuposiciones que se hacen en torno anuestro satélite son de lo más variado ypintoresco. Puedo dar fe de que en unode mis viajes, bien entrada la década delos noventa, me vi enzarzadoespontáneamente en más de unadiscusión con vecinos de algunas

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apartadas alquerías que no admitíanbajo ningún concepto el «bulo» de queel hombre hubiese puesto ya su pie en lasuperficie clara de nuestro satélite. Amás de dos les he visto enzarzarse porlas calles de Ladrillar discutiendo avoces la imposibilidad de un logro quese produjo ¡hace treinta años!

A la Luna se la ve, dominante y llenade misterios, como un ser con vidapropia al que hay que mantener respeto yconsideración. Un equipo de jóvenesaprendices de periodistas del diarioescolar El Correo Jurdano, que con tanbuena maña dirigen por recto camino losresponsables del colegio Isabel deMoctezuma, se patearon arriba y abajoel concejo de Caminomorisco para

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recoger opiniones sobre la naturaleza ylos porqués de la blanca Luna. Y losresultados fueron sorprendentes ydemostrativos de esa fascinante cualidaddel hurdano para interpretar con suspropios códigos la realidad que le rodeay que le resulta desconocida. Sobre lasmanchas que aparecen en la superficielunar y que desde hace siglos han sidoobservadas con curiosidad por entreestos montes, se afirmaba que estabanprovocadas por las pedradas quealgunos «judíos antiguos» habíanproferido contra ella en un acto devenganza. Otros decían que cuandoaparecían unos puntos rojizos dentro dela superficie totalmente llena, es que una

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mujer estaba a punto de parir. Era unacto anunciado que, según recuerdanalgunas buenas gentes, se cumplió conexactitud milimétrica en no pocasocasiones. Cuando esas manchas eran deun negro cetrino era indicio inequívocode que esa madrugada saldrían lasmanadas de lobos, impulsados por unafiereza extraordinaria durante esas horasque hacía poco recomendable lassalidas nocturnas.

Por la noche, desde algunos recodosdel camino que pasa por los altos deCasares o Carabusino, uno puededetenerse a contemplar la Luna en todosu esplendor. Observarla en soledad,circular e iluminada sobre un tapiz demontañas y rocosidades que se estiran

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hacia el cielo, es un espectáculo único.En más de una ocasión he jugado aobservar formas y siluetas en suscráteres que se ven de un modo limpio ydiáfano gracias al aire puro ytranslúcido que nos rodea en estasalturas. En el Paraíso Maldito dicen queuno de ellos tiene forma de hombre consu mulo. Y tan curioso parecido da pasoa una leyenda que cuenta cómo unbuhonero que iba con su animal, y queera mentiroso y soberbio como no se haconocido otro, dijo en un pueblo: «Queme trague la Luna si miento», intentandotimar a unos hurdanos. Acto seguidoSelene, mostrando una faz diabólica,descendió y engulló sin compasión al

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fanfarrón y a su pobre borrico. Desdeentonces, condenados por haber faltadoel respeto a la diosa del firmamento,purgan su pena en reflejos oscuros desus siluetas y que algunas noches sonvisibles desde la Tierra.

A la luz de la luna trabajaron y aún lo

hacen resistiéndose a los avances del«mundo moderno», otra serie de brujas alas que podríamos considerar «buenas».Lejos del perfil de la encorujá que tratasiempre de hacer el mal ajeno con elpoder de las sombras a sus órdenes,existen algunas mujeres de las que ya sehabla en crónicas antiguas de antes del«descubrimiento oficial» de Las Hurdesen 1922, y que ejercen de «curanderas»

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que emplean todo su esfuerzo yconocimiento del mundo vegetal parasanar al prójimo. Las mujeres-druida deestas tierras, según afirman los expertosen esta materia, no tienen parangón conotras conocidas, y su control sobrecantidades, uniones y mezclas de losmás variados materiales de la naturalezay su acción sobre las enfermedades essimplemente prodigioso. Sustituyendo amédicos, la mayor parte de las vecesausentes de sus labores en las alquerías,estas mujeres ejercían una medicinaparalela que sorprende por sus efectosterapéuticos ensayados durantegeneraciones. Es difícil acceder al«arsenal secreto» que estas brujas

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buenas tenían para atacar el mal y eldolor en todas sus vertientes. Tía Floraera una de las más veteranas y curtidasen estas lides. Cuando llegaron hastaestos ásperos pizarrales Legendre,Unamuno o Buñuel ella ya sanaba a losenfermos de su alquería. Una vez tuve laocasión de ver uno de sus listados deplantas medicinales secretas y no meresistí a tomar nota de alguno de susefectos inmediatos. En el manuscrito,escrito por otras manos jóvenes quehabían trasladado todo aquel saber hastael viejo papel, se decía lo siguiente:

Plantas para curar:

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Tomillo salsero: Su agua para eldolor fuerte de barriga.

Ortiga: Restregarse con ellas enlas partes donde duele la reuma.

Mazaroca: Su caldo se cuece y setoma para los que retengan orines.

Zarrapastrones y jormigosas:Para ponerlas sobre las quemadurasfuertes.

Viloria: Su tónico es bueno parael corazón y para taponar heridas.

M al va: Sus hojas cocidas secolocan sobre pústulas y granospara que sanen

Calabazas: Sus pipas cocidas enagua se toman para echar laslombrices de tripas.

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Ceborrincha: Planta que se aplicapara quitar almorranas.

Tomillo burrero: Su jugo enayunas disminuye los ardores delestómago.

Orégano: Con su agua cocida sehacen gárgaras para quienes tengananginas o paperas.

Hoja del castaño: Seca ymezclada con cáscaras de naranja ylimón sirve para combatir lascongestiones fuertes.

Aj o : Se machacan para hacercataplasmas para aplicar en loscallos de pies.

Altramuz: Con su agua se evita lacaída del pelo.

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Habas: Se colocan recién cogidassobre una herida sangrante y lataponan.

Jiel de la tierra: Su cocedurasirve para combatir las fiebres muyaltas.

Sanguinaria: Hervida se tomacon agua abundante y es buena parala circulación.

Sietesangrías: Se cuece en unpuchero y se toma con todas lasraíces. Sirve para la tensión y paralos problemas de circulación de lasangre.

El viejo recetario de las brujas

hurdanas, como habrá comprobado el

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lector, da una importancia manifiesta nosolo a una serie de plantas depropiedades casi mágicas, sino tambiénal agua con el que se cuecen estosvegetales hasta producir el densobrebaje deseado. Pero no valen todaslas aguas para tan delicado cometido.Según pude saber en mis charlas conestas viejas curanderas, el líquidoelemento debe ser extraído con cuidadode algunos puntos muy concretos,lugares de culto pagano desde épocasbrumosas donde ni siquiera existían losprimeros asentamientos humanos, que seesparcen por toda la geografía delParaíso Maldito. Los chorros, cascadasy arroyuelos vírgenes que desciendendesde las cumbres grisáceas y lejanas

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son llamadas «fuentes» por estasalquimistas enlutadas. Para que unungüento o una pócima tenga el efectocurativo deseado debe ser la propiacurandera la que escale picachos yatraviese estrechas veredas para llegarhasta esta agua sacra. Llegar hasta ellasno resulta tarea fácil, incluso paraalgunos científicos interesados en el tancomentado poder curativo de estoscristalinos fluidos de la montaña.

Uno de los que sí pudo hacer uninteresante inventario de estas «fuentesmedicinales» del Paraíso Maldito fue elesforzado profesor Sánchez Caballero,de la Facultad de Medicina de laUniversidad de Extremadura, quien con

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paciencia franciscana examinó estosenclaves visitados desde la antigüedadpor el mundo brujeril hurdano. En sulistado aparecían las siguientes fuentesdestacadas por sus fabulosaspropiedades contra las más diversasenfermedades del género humano.

Fuente de Jerrumbre: Situada en

el término de Cambroncino, su aguase utilizó para combatirreumatismos y para abrir el apetitode los desganados.

La Espinera: En lasinmediaciones de Cerezal. Seutilizaba contra las hinchazonesrepentinas en las extremidades.

Valle Jerrumbial: En las alturas

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de Casares de Hurdes. Se utilizansus aguas para restregarse todo elcuerpo por los afectados de cólicos.

Fuente del Chabarcón: EnPinofranqueado. Su débil chorrocombate eficazmente los dolores deestómago.

Fuente la Vega: En las mismaslindes de Las Hurdes, entre lasaldeas de Pedro Muñoz y Azabal.Cuentan que antiguamente secalentaban sus aguas en grandespucheros de cobre que luego servíapara dar baños a los reumáticos.

Fuente Maloso: Se encontraba enel despoblado de Arrofranco y sucaudal era buscado por los que

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deseaban combatir la anemia aguda,tan característica de algunas épocas.

Fuente la Teja: Situada junto a ungran gravado prehistórico conocidocomo «piedra mora». Se cuentanprodigios de quienes, enfermos ydesahuciados, tomaron sus calientesaguas.

Cricas: Algunas fuentes a las quese atribuye la propiedad de arrojara los aires inesperadamente, a modode géiser natural, aguas hirvientesen pleno invierno, y heladas yrefrescantes en los meses de estío.

Una noche de apacible velada frente a

la hoguera, algunas «brujas buenas» meconfesaban al oído que a ellas les valía

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con un símple diagnóstico natural paraadivinar enfermedades y disfunciones detodo tipo en el organismo. Siempre alalba procedían a deslizar suavemente unhuevo recién puesto por el cuerpo delafectado. En el caso de los niñospequeños, a los cuales sus madresllevaban en volandas a casa de lacurandera al menor síntoma dedesarreglos internos, este era un métodode diagnóstico utilísimo, ya que nunca sesabía a ciencia cierta de qué se quejabael bebé. La manos de la druida pasabanlentamente por algunas zonas y cuandoel huevo «escollaba», es decir,reventaba haciendo saltar su clara yyema, era de donde procedía el

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verdadero daño. O sea, que a pesar deque uno llegase hasta allí con unaterrible jaqueca, si el huevo reventabaen los riñones era ahí donde lacurandera actuaba con todas susapiencia y las hierbas y aguasadecuadas.

Aquella noche de reunión con estasmujeres ya muy ancianas se me ocurriólanzar una pregunta al aire:

—¿Y existe algún remedio paradefenderse de las encorujás?

Y un silencio denso se apoderó deaquel grupo de mujerucas embozadas enmantos negros como la fría madrugada.Una alzó la voz con propiedad, con elasentimiento general:

—Si las muy cabritas se hacen «puntos

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de luz» y se meten en casa ajena esdifícil. Pero existe un remedio quenosotras sabemos.

—¿Y cuál es ese antídoto?—Si a tu casa han entrado como

luminarias pequeñas solo se puede dejarel pantalón cruzado encima de la cama yno dormir durante toda la noche. Elpantalón o la camisa deben hacer unacruz, un aspa. Eso las asusta y ya novuelven. Pero debe quedarse uno envela. Si los puntos entran se marcharánde nuevo y para siempre. Eso son lo quellamamos «las señales». Estas sonseñales buenas. También las hay malas,que si las ves mejor ir olvidándote detodo.

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—¿Y cuáles son la señales malas?—Es cuando entras en un sitio

embrujado. En territorio de jáncanas oencorujás. Existen algunos despobladoso sitios del monte donde nunca uno debeir de noche. Ese es su sitio y no debesentrar. Si lo haces, o si no conoces estosmontes y te pierdes, te puedes encontraruna señal y ya quedas embrujado comoellas quieren.

—¿Cómo es esa señal?—Es algo que da mucho respeto. A

muchos de Aceitunilla les ocurrió yacabaron embrujados, queriéndosequitar la vida. Es una impresión muyfuerte. Se encontraron, en un claro delmonte, con una cama de bronce y un

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traje encima de ella, puesto como en unacruz. Es una visión que ya han tenidootros.

—¿Una cama en medio del monte?—Una cama antigua, con un traje

negro, de luto, puesto sobre las sábanas.Es un mensaje de muerte, un mensajemaldito de las brujas. El que lo ve, estáperdido. Es muy difícil que se salve. Elpoder de las brujas es muy grande. Poreso no se puede ir caminando poralgunos sitios de noche. Si te encuentrascon «la señal», puedes dar por acabadostus días.

—¿Y contra eso ni ustedes tienenremedio?

—Eso es caer en su trampa, en sumundo. Un mundo embrujado del que ya

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es difícil salir. Las gentes cogen miedo yacaban locas tras ver la cama y el traje,aunque tampoco hay que preocuparse,hace bastante que no le ha ocurrido anadie.

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Flora Martín Montero, al fondo, otra de lasdecenas de testigos de las acciones

achacadas a las brujas. «Se convierten enpuntos de luz y son capaces de cambiar a los

niños pequeños de su sitio.»

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Pensé que era un alivio, aunque luego,atravesando las carreteras queconducían hasta mi posada en Vegas,intenté imaginar esa escena imposible ybarroca del apasionante y elaboradomundo sobrenatural hurdano y sentí unescalofrío dentro del coche. El vahoempañaba las ventanas y las luces delpueblo aparecían lejanas al final de unarecta. Confieso que al bajar del vehículoy emprender camino hacia mi habitaciónme quedé petrificado, frío, congelado.En medio de una calle vacía y oscuracomo la boca de un lobo fantástico, fijémi vista en unos pequeños huertos queparaban en el mismo asfalto de lacarretera y que ascendían en escalones

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hacia las alturas. Encima de las líneaslabradas, cerca de una curva cerrada,había una cama vieja, con su cabezal dehierros y sus cuatro afiladas patasclavadas en la tierra.

Se me cortó la respiración y juro quesentí el latigazo seco del miedo. En unade las esferas doradas en las queterminaba uno de los herrajes aparecíandos iniciales pintadas muy finas:«B.M.». Era la viva imagen de la «señalmaldita» de la que horas antes mehabían hablado. Y corrí como alma quelleva el diablo abriendo la cerraduracon los nervios, trompicándome por lospeldaños que subían hasta mi habitación.Desde la ventana, con la estancia aoscuras, podía vislumbrar la carretera y

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tan solo dos patas de aquella camafantasmal. Por un momento hice ademánde lanzarme sobre la cámara de fotos eintentar plasmar aquella visión extraña.El silencio violento, que a la hora deescribir estas letras recuerdo como siestuviese de nuevo inmerso en él, mefrenó sin que aún sepa por qué. Elcorazón me latía y el sudor de laangustia ya empapaba mi frente. Allíabajo, pensaba, estaba una señaldedicada a mí. Y lo que hasta entoncescreía una interesante superstición, o undato curioso a nivel antropológico, seconvirtió en una amenaza. Así, conaquella obsesión a unos metros debajode mi alcoba intenté conciliar el sueño.

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Esa noche la tuve repleta de pesadillas.El malestar y la inquietud aumentaroncuando, sin poder probar bocado, bajé ala calle cuando aún despuntaba el alba.La cama ya no estaba. Y un terror brutaly primitivo se volvió a adueñar de miser. Aquí y allá pregunté a quien pudiesedarme alguna respuesta con la quedifuminar aquella sensación que seagravaba más y más. Y por fin, sobre lasdiez, un vecino que vivía en una casaescondida me devolvió a la realidad dela que por unas horas me había fugadoinconscientemente.

—Le digo yo que Braulio Martín sellamaba el abuelo de aquella familia. Sucama estaba ya muy vieja y la hanvendido a unos traperos. Esta noche han

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pasado a por ella. Yo mismo les ayudé asacarla de casa. Dicen que los hierroseran del siglo pasado. Pero la hanvendido barato. ¿Por qué lo dice?

Respiré profundo, aliviado, intentandotomar oxígeno de una bocanada.

—Por nada. No sabe usted del favorque me hace —le respondí condisimulada alegría antes de lanzarme,con la valentía recompuesta, en busca denuevas aventuras carretera adelante.

1 Según la Historia de la parapsicología,tratado del catedrático venezolano de laUniversidad Central de Humanidades JonAizpurúa, el raps es un término proveniente delinglés que significa «golpes». En

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parapsicología se refieren a este término paraidentificar toscos sonidos de origenparanormal que son audibles por quienes estánpresentes en la estancia. En la órbita delespiritismo, estos están considerados comomanifestaciones físicas de almasdesencarnadas que, generalmente, responden adeterminados estímulos con una intención decomunicación.

2 En diciembre de 1847, en un villa anexa aNueva York de nombre Hydesville, comenzó lamoderna historia del espiritismo. La familiaFox, de la Iglesia episcopal metodista, seinstaló en un caserón donde prontocomenzaron a oírse nítidos y extraños ruidos.Transcurridos varios meses sin remitir elfenómeno, la niñas Kate, de once años, yMargaret, de catorce, propusieron un código a

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base de golpes para intentar realizar un tipo derudimentaria comunicación con el invisibleemisor. A base de respuestas afirmativas ynegativas comenzaron entonces a recibirsesonidos con cierta coherencia, con un mensajeclaro y rotundo. El «señor pezuñas», que así lobautizaron las hermanas Fox, resultó ser elsupuesto espíritu desencarnado del buhoneroCharles Bryan Rosma, asesinado en los sótanosde esa misma casa hacía muchos años por unantiguo inquilino que intentó robarle. En 1904,tras derrumbarse accidentalmente uno de lostabiques, apareció el limpio esqueleto de unapersona que respondía a la descripción de estedesgraciado. A raíz del macabro hallazgo lafama de las «sesiones» de las hermanas Foxcobró notoriedad internacional. Años despuésse habló de que, en realidad, las tresmuchachas, a las que se había unido la más

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mayor, Lea, eran culpables de un peculiar yelaborado fraude. Al parecer, y según lasacusaciones vertidas, haciendo un chasquidocon los dedos de los pies en cercanía con lamadera de una mesa conseguían el efectosonoro de ultratumba. Meses después de queesto saliese a la luz pública, algunas personascercanas a las ya veteranas hermanas Foxaseguraron que habían estado sometidos adiversas presiones para confesar que todo eraun burdo fraude. Sea como fuere, las tresjóvenes de Hydesville y su lóbrega historia delbuhonero fantasma ya habían calado en mediomundo, generando unos años de absoluto fervorpor el espiritismo, el medio en que muchoscreyeron para contactar con aquellos quecruzaron la última orilla.

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3 Existen casos muy documentados depresencia de puntos o esferas de luzaparentemente inteligentes dentro de lashabitaciones de los testigos. En España tuvogran relevancia el incidente ocurrido el 21 dejunio de 1972 a Javier Bosque, un seminaristade Logroño que pudo presenciar la llegada, através de la ventana, de una de estas luminarias.La masa lumínica, al parecer, activó unagrabadora donde quedó registrada una serie deextrañas melodías, analizadas posteriormentecon el método científico. El caso se relacionóen su día con el fenómeno ovni.

4 Presencias muy discutidas en el mundo de lateología y el ocultismo, de naturalezademoníaca, que adoptaban formas de hombreso mujeres y se aprovechaban sexualmente de

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algunas personas que dormían plácidamente ensus alcobas. La tradición hablaba de unasensación de ahogo en las víctimas que seagravaba con la aparición de moratones eincisiones por todas partes del cuerpo, como siun vampiro se hubiese posado sobre ellosdurante la larga noche.

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CAPÍTULO 8

Sombras errantes

Y aquel tipo envuelto enropas negras saltó el barranco,a veinte metros de nosotros,como si la altura no leimportase. Tras él se escuchabacomo un lamento que nos dejó

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helados de miedo. JOAQUÍN SÁNCHEZ, GERMÁN

y CRISTINO DOMÍNGUEZ,alquería de Vegas de Coria

CO M O habitantes de un mundo depesadilla, perdidas entre lo demoníaco,lo ufológico y lo paranormal, una seriede figuras etéreas, de torso estrecho,largas extremidades y embozadas enropajes tan oscuros como la muerte,dejaron verse en algunos puntos delParaíso Maldito hace tan solo unosaños.

Los testigos, asustados,aterrorizados, se acabaron contando

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por decenas. De toda condición ycultura. Sin errores en lasdescripciones. Todos habían visto lomismo. Una imagen propia delMedievo en las carreteras asfaltadasdel siglo XX.

Quizás antes no creían en ninguna deestas historias imposibles. Pero desdeel encontronazo con estos seres cabíanya pocas dudas. Ocurrió desde finalesde 1982 hasta el día de San Blas delaño siguiente. Y después empezaron asurgir más y más casos. ¿Qué estabapasando?

Nadie había oído jamás hablar deellas, ni en las leyendas ni en las viejashistorias. Era un fenómeno nuevo ydesconocido. Los abuelos y zahoriles

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hurdanos se sentían confundidos.«¿Qué clase de seres nos visitan?»,

se preguntaron aquellos días en los queapenas nadie quedaba por las calles ytan solo el miedo campaba a su anchas.

Las «sombras» desaparecieron ynadie supo responderles. Ahora sumisterio ya es parte de la historia. Deuna historia que jamás se cuenta alforastero.

Noche de San Blas. - Pacto de silencio. -Como un «rechinar de dientes». - Un

hombre con sotana en la curvade Arrolobos. - «¿Es que no me conoces?»- Tres ciclistas demasiado curiosos. - JoséDomínguez Giménez: «Aquellos tipos no

eran los de la Guardia Civil». - Las

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plataformas que encendieron los cielos. -Una mujer de tres metros por la acera deenfrente. - Desgarbado autoestopista sin

rostro. - José Luis García: «Tuve queagarrar el machete al ver a esa criatura».

LAS siete de la tarde, de una tarde deinvierno. Suenan varios portazos, unodetrás de otro, y después vuelve elsilencio absoluto a inundar el aire.Retumba el eco de llaves y cerrojos. Elbar, la panadería, la única tienda y lascasas están cerradas a cal y canto. Por lacalle, una larga travesía asfaltada conpequeñas construcciones de dos plantasa cada lado, no pasa un alma. Todosvigilan. Hasta el río que fluye paralelo

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parece disminuir su susurro de agua ypiedras para permanecer a la escucha.El cielo ha empezado a teñirse de negroy el frío se deja sentir en los huesos.Dos cuervos parecen mirar atentos laescena desde su atrio metálico de cablestelegráficos. Los pequeños huertosempinados que bajan hasta la mismacalzada han dejado ya de ser trabajados.Nadie quiere estar a la intemperie. Elmiedo es común. Al fondo, junto a unacurva pronunciada que asciende hacialos montes retorciéndose por tres veces,se ha apiñado un grupo de personas.Gesticulan jóvenes y viejos, hacenaspavientos, portan armas y parecennerviosos. Algunos gritan. Se quiereactuar ya. En algunas ventanas,

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asomándose de lado para no ser vistas,hay madres que aprietan contra su pechoa los niños y vigilan desde la penumbra.Muchas se santiguan. Un par de linternasy una rudimentaria antorcha se hanencendido entre los hombres reunidos.Su luz hace giros arriba, abajo...iluminando parcelas de monte, de oscurapared de pizarra y dibujando las siluetasy algún cigarro con su fulgor anaranjado.Todavía están parados en el mismopunto y su voz llega lejana hasta elpueblo, como murmullos confusos dondeno despunta una risa. Esos hombres,unos veinte, que comienzan ya a caminarcarretera arriba, van a la caza de unagigantesca y fantasmal figura negra que

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los tiene amedrentados. Ha aparecido enlos últimos días, en momentosinesperados y llenando de angustia aquienes la han visto. Es negra, famélica,va tocada con un manto, sayo o capa..., einspira miedo. Casi la mitad de lasnoventa almas del pueblo la han vistodesde hace una semana. Las escopetasse cargan y alguna que otra hoz siega lanoche con aspavientos de ánimo. Van apor ella. Es la última oportunidad paraacabar con esa criatura que se despeñapor los barrancos y surge otra vezdeslizándose camino arriba,desplegando los brazos y emitiendo unsonido agudo y estremecedor,convirtiéndose en ocasiones en unadeslumbrante llamarada azul, o

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esfumándose como tragada por la nadaen cuestión de segundos.

Vegas de Coria, un pueblo de apenasdoscientos habitantes que se estira paralelo

a la carretera, pasó días de espectación ymiedo en aquel inicio de 1983. Algo

desconocido estaba rondando por la zona...

Es la batida contra un fantasma. La

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escena puede parecer del Medievo...,pero estamos en pleno siglo XX. Esto esVegas de Coria, situada en el corazón deLas Hurdes, en la noche de San Blas de1983.

Primeras noticias en la prensa, realizadaspor el corresponsal Félix Barroso, que

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incluso intentó en sus escritos calmar losánimos ante la psicosis desatada en la zona.

Los sucesos acaecidos en estepequeño pueblo hurdano pasaron deldiario Hoy a otros rotativos de grantirada, alcanzando impacto nacionaldurante aquella semana para la historia.Después el negro manto del silencio,más oscuro y profundo que las propiasgalas de aquella figura desgarbada quesembraba el terror y que jamás pudo sercazada, se adueñó de todos y cada unode los asustados vecinos. La rotundidadde aquellos hechos, lo inexplicable desu naturaleza y los comentarios dealgunos avispados que pontificaban consorna desde la regiones convecinas se

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entremezclaron en un cóctel que resultóindigesto para aquellas recias gentes. Yes que al hurdano de pro, y más si es porestas zonas, no le gusta que le andentocando las narices. Y muchomanoseador de tales apéndices hubo enaquellos días de miedo y ajetreo. Miedopor la súbita aparición de un «fantasma»que vestido de modo medieval, contúnicas o capas volanderas, seaproximaba a quien hiciese faltamostrando su espeluznante anatomíapara luego huir campo a traviesa. Loscomentarios con cierto sarcasmo enalgunos pensadores y columnistas deprovincias chocaban firmemente con laverdad que era compartida por todo elpueblo.

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«Vegas de Coria asustada por unespectro de la Edad Media», y lindezassemejantes, ocuparon las portadas dedifusión regional. Demasiada tintaderramada sobre una alquería que jamáshabía sido noticia por nada. Si cabe porsus huertas envidiables en el resto de lacomarca y su oloroso vino de pitarra,blanco y fuerte como fuertes y duras sonestas tierras. El caso del extrañohumanoide, o de «la pantalla» comoalgunos en confidencialidad le llamaban,había pasado del castaño al oscuro, y loque se decidió al unísono fue sellar lasvoces una a una para que nadie volviesea escribir los tópicos dañinos desiempre en las hojas volanderas de una

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prensa sin escrúpulos ni afáninvestigador.

El pacto de silencio se cumplió a cal ycanto. Fe de ello podría dar Juan JoséBenítez, quien quedó petrificado por elamargo recibimiento que tuvo y la pocadisposición de la vecindad a contar losucedido. Quince años después algunasbocas selladas habían dejado de estarlo,y las filtraciones, si acaso motivadaspor la confianza que algunos hurdanoshan adquirido con quien esto escribe,después de tantas idas y venidas, han idogoteando siempre lentas, peroconsistentemente y aportando firmeza auna serie de sucesos apasionantes y que,a las claras, podrían considerarse lamáxima expresión de una fenomenología

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a caballo entre lo ufológico y lotrascendente o paranormal, que en su díabauticé como «sombras errantes» [1].

Ningún otro caso ha estado cubiertopor un armazón tan grueso para aislarlodel forastero, ninguno ha permanecidotan bien guardado en los círculosinternos de un pueblo que hizo «mutispor el foro» y decidió que lo mejor eracallar antes de quedar en ridículo. Peroes curioso, jamás nadie dudó queaquella serie de aparicionessobrenaturales del «hombre ensotanado»tuvieran lugar entre los escarpadosriscos de Vegas de Coria y Arrolobos.

Quizá lo mejor, ya que hablamos detodo un tiempo de temores y silencios en

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una pequeña comunidad, sea hacermemoria de cómo se sucedieron loshechos punto por punto. Y si todahistoria tiene un principio, esta, quedesembocó en la psicosis colectiva y lasbatidas a la caza del ente negruzco ydesconocido el 3 de febrero de 1983,día del venerado San Blas, tenía el suyoun par de meses antes, cuando avanzabaun frío y desapacible noviembre.

Al atardecer del día 11 de noviembre

el hurdano Nicolás Sánchez Sánchez,«Colás», tuvo su particular calvario.Jamás imaginó que a él le podría ocurriraquello. Y aún siente angustia alrecordarlo. Andaba el hombre sobre lasnueve de la noche recogiendo una

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partida de ladrillos y azulejos para lacasa de sus padres, la última del pueblosegún se alarga la carretera hacia losmontes, que estaban reformando comobuenamente podían. Nicolás se afanabaen llevar y traer una pila de estosúltimos cuando, a bastante distancia ycomo bajando por las laderas que sesituaban a su espalda, notó cómo unpequeño lucero se aproximaba. Apenaspasó diez segundos con la mano en lafrente intentando averiguar su naturaleza.La pequeña luminaria se había esfumadoy, pensando en la linterna de algúnfurtivo, nuestro hombre prosiguió sulabor, con las sombras ya envolviéndolotodo y las farolas de la larga calle

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recién encendidas. Y fue al ir a entrarpor la puerta cuando oyó algo en elexterior. La sangre se le heló en lasvenas. Aquello era como un «rechinarde dientes», como un repiqueteo quecada vez se hacía más nítido y agudo yque bajaba raudo desde la pronunciadacurva de Arrolobos. En un arrebatoinstintivo, consciente de que algoilógico estaba sucediendo, agarró dospiedras de considerable tamaño. Alalzar la mirada se encontró, bajando porel centro de la calzada e iluminandotenuemente la cuneta, una «luz azulbutano» de forma flamígera que secontoneaba deslizándose sin tocar suelo.A dos metros de él se detuvo en seco, yel sonido desagradable y estremecedor

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se escuchó más alto, tanto que los vellosde Nicolás se erizaron al instante. Lasmanos le temblaban y el peso de los dospedruscos comenzó a hacer ceder losbrazos. Era una sensación de impotenciay terror, de rendición total ante unafigura negruzca y espigada que habíasurgido de las entrañas de aquel fuegoazul. De más de dos metros, con largos yhuesudos brazos, piernas robustas yrectas, y una cabeza ligeramente ovaladay pequeña respecto al resto de suanatomía, aquel ser sin facciones, sinrostro, con la sombra tupida como cara,parecía escrutarle desde su privilegiadaposición. Imposible cronometrar aqueltiempo de angustia.

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Aquí comenzaron a verse los misteriosospersonajes, en plena curva de Arrolobos.

Nueve testigos los vieron lanzarse hacia losdesfiladeros de la izquierda.

Para Nicolás Sánchez fueron minutos,horas, siglos..., pero lo más seguro esque aquel gigante ensotanado apenasestuviese unos segundos frente a el. Apunto de caer de rodillas por el más

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absoluto y cerval de los terrores, intentósacar fuerzas de flaqueza y gritar paraavisar a sus padres, al vecindario, aquien fuera..., pero la voz se le habíaquebrado. Como en la más retorcidapesadilla, había quedado mudo anteaquel ente alargado y fibroso, de torsoestrecho, casi famélico, conextremidades horriblemente alargadasque se balanceaban en silencio junto altronco. Las piedras botaron en la hierba,arrojadas por un derrotado Colás,sabedor de que nada había que hacerfrente aquello. Después «la pantalla»volvió a emitir aquel grito estridente queconvulsionaba el alma. En apenas cincosegundos, quizá menos, las llamasfantasmales que bajaban por el ancho de

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la carretera volvían a adueñarse deaquel ser diabólico. Convertido denuevo en algo parecido al fuego de unagigantesca vela, aquella visión fantasmalcomenzó de nuevo a ascender hacia elmonte con sus destellos tenues,apagados. Colás entonces se tiró casi enplancha contra la puerta de entrada. Enun acto felino saltó directamente desdedonde se encontraba entrando atrompicones por el pasillo. Con lapuerta abierta de par en par y el vientoululando de fuera adentro, aún vio cómola llama ascendía lentamente los riscoshasta desaparecer de su vista. No contónada a nadie. El miedo lo atenazaba. Nopudo conciliar el sueño y aquellas horas

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se las pasó junto a la ventana, casiagachado y escrutando una y otra vez losmontes que recortaban la noche endirección a Arrolobos. Por fortuna, enesa larga madrugada el hombre de lasotana no volvió a aparecer. Peroaquella, desde luego, no iba a ser suúltima visita.

El sábado 13 de noviembre de 1983

Eusebio Iglesias, de cincuenta y seisaños y también vecino de Vegas deCoria, paseaba con su mulo por la orilladel camino que separa su pueblo deArrolobos. Una de las sacas quetransportaba el animal se balanceóvarias veces y el vegueño, consciente deque los repollos se podían ir a pique,

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decidió detenerse y recomponer lasmercancías. En esto estaba faenandocuando, según sus palabras «noté comouna sombra, como una figura humana ygrande que se detenía detrás deservidor». Y la lógica extrañeza, que nomiedo, se apoderó de Eusebio.

—¿Somos personas o qué? —gritó elhurdano, pensando incluso en algunabroma al tiempo que se giraba 180grados para quedar frente a aquelespanto. Era una figura idéntica a laobservada por Nicolás horas antes.Espigada y casi esquelética. Permanecíahierática, bien firme sobre la tierra llanaque se extendía a un lado de la carreterae inclinando la cabeza ligeramente hacia

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arriba. Tras hacer un movimientobrusco, como si se deslizase sin arquearlas rodillas en paralelo al ya asustadotestigo, una voz ronca, quejumbrosa ymuy baja salió de aquel ser:

—¿Es que no me conoces? —pudoescuchar con absoluta nitidez un Eusebioque ya notaba el miedo palpitando en lassienes y el corazón.

La pregunta parecía demandarrespuesta inmediata, ya que aquellafigura descomunal había quedado denuevo estática y con los brazosligeramente separados del cuerpo. Fueentonces cuando Eusebio vio queaquello que vestía el ensotanado bienparecía un traje como el de losbuceadores, pero mucho más fino,

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pegado a la piel, a las manos e inclusoal rostro. Con un sudor frío e intentandono hacer movimientos bruscos el señorIglesias dio media vuelta y tiró de lasriendas del mulo con todas sus fuerzaspara escapar de allí como alma quelleva el diablo. La bajada hacia Vegasla hizo sin mirar atrás, convencido deque aquella «torre» estaría allí, en lamisma posición, vigilándole con surostro liso y negruzco.

Eusebio, Nicolás y un cada vez máscreciente número de vegueñoscomenzaron a llevar su penitencia ensilencio. Las extrañas luces que sevieron algunas noches sobre el monteconocido como La Portilla de Pino

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suscitaron polémicas encendidas enhogares y tabernas. En esos momentosquienes habían visto a la «sombra»guardaban cauto silencio permaneciendoen segundo plano. Intuían que amboshechos guardaban unos lazosinexplicables que se traducían en lasapariciones fantasmales de las quehabían sido testigos, pero el puebloandaba demasiado revolucionado antelos acontecimientos como para sacar arelucir sus vivencias. Y no importó elhecho de ser personas de absolutasolvencia entre los suyos..., intuíantambién que no era el momento de echarleña al fuego. ¿Les creerían?

El 3 de febrero, después de que otros

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testigos asegurasen ver a «una extrañapersona vestida con ropas negras quecorría barranco abajo», el jovenagricultor Florián Iglesias tuvo quefrotarse varias veces los ojos.Retornaba al pueblo por la carreteracomarcal, y al llegar a la cerrada curvade Arrolobos distinguió, muy próximo auna ladera del camino, a un personajeque de inmediato llamó su atención. Nohabía nadie entre ambos y las sombras yel viento frío comenzaban a apoderarsede aquel remoto rincón de la AltaExtremadura. Se quedó Florián quieto,intentando no hacer gesto alguno quellamase la atención del ser. La figura, defacciones muy finas y tocado con un

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traje oscuro cuya túnica o capa posteriorse elevaba y revoloteaba con el aire,caminaba lentamente, casi al filo delabismo que se abría bajo sus pies. Sintióel testigo cómo el miedo se apoderabade sus carnes.

Aquel «tipo» era gigantesco,sobrepasaría con creces los dos metrosde estatura, y su alargada cabeza enforma de almendra y la ausencia denariz, boca u orejas en el rostro le dabanun aspecto demoníaco. Algo parecido auna franja blanquecina, casi conluminosidad propia, atravesaba elatuendo de aquel extraño caballero.Justo cuando Florián se giró dispuesto acorrer sin disimulo se escuchó un sonidoseco. El humanoide había comenzado a

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descender por la barranquera enfilandolos treinta metros de desnivel como sino supusieran ningún obstáculo para él.Aterrorizado, y ya sin aquel ser enescena, el testigo aceleró el pasocarretera abajo como si en ello le fuesela vida y encontró a tres muchachos delpueblo, Joaquín Sánchez y los hermanosGermán y Cristino Domínguez. Ellos,absolutamente aterrorizados ydesencajados por el miedo, se apearonde inmediato de sus bicicletas paraacercarse a Florián. Sus vocesangustiosas se atropellaban unas conotras. También habían visto segundosantes al misterioso paseante.

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Aquel 3 de febrero, día de San Blas,no lo podrán olvidar fácilmente enVegas de Coria. La llegada, casi atrompicones, de los cuatro testigos a lagran calle que divide el pueblo en dosfue todo un acontecimiento. El miedo seleía en sus caras y al poco tiempo unacomitiva de vecinos se reunía en plenacarretera para discutir el asunto. Trescampesinos más del pueblo juraronhaber observado al siniestro personajejunto a un arroyo días antes. Vestía deoscuro, con el tórax y las extremidadesmuy delgadas y provisto de algosemejante a una capa fina y brillante quecasi llegaba hasta el suelo. Laexpectación aumentó varios enteros

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cuando, entre el tumulto, las voces dedos nobles hombres de Vegas rompieronun silencio que ellos mismos se habíanimpuesto desde hacía varias semanas.Eran Nicolás Sánchez y EusebioIglesias, que varias jornadas anterioresa San Blas habían tenido a aquelextraordinario hombre a poco más detres metros. El relato de sus dosencuentros, y que elevaban el número depersonas que habían visto al humanoideaquellos días a un total de nueve,hicieron que los fusiles y las linternassurgieran de inmediato ante la oscuridadya reinante. Vegas de Coria se veía yaenvuelta en la noche mientras aquelgigante rondaba por los caminos.Formada una «avanzadilla» con más de

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cuarenta almas, se decidió porunanimidad salir a perseguir al gigante.La confesión pormenorizada de aquellosdos testigos hizo estallar los ánimos.Había que cazar a aquel ser.

«Allí había escopetas, hoces y todotipo de armas. También tuvo que asistirla Guardia Civil. El temor estaba a florde piel y en cualquier momento, en unasimple confusión y en plena noche,podía ocurrir la tragedia. No sé cómo lagente, por el pánico que había, no acabóa tiros en medio del monte», recordabaRafael Rivera Madariaga, interesado enlos extraños sucesos y que se desplazóen noches sucesivas desde la capitalcacereña.

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Pero las batidas contra el fantasma nodieron el resultado esperado. La criaturade origen desconocido parecía burlarcon insultante facilidad a las comitivasde valientes que se echaban al monte ala caza de algo imposible. La psicosisdesbordó el pueblo y los comercios ycasas cerraban sus puertas nada máscaer la tarde. Vegas de Coria vivíaatormentada por la sombra errante queles rondaba por algún motivoinconfesable. Poco podían hacer lasarmas de los cazadores y las antorchasque se abrían paso en la madrugadacontra un merodeador capaz deesfumarse a su antojo, de rodearse dellamaradas azules que le transportaban

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monte arriba e incluso de tratar de tú atu, en la soledad del camino, con elhurdano que se le presentase pordelante.

Junto a esta señal, J.D.G. se topó con unaescena insólita: «Tres hombres de negro

junto a una gran luz». Sus sospechas eran

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ciertas, aquellos «tipos» no eran de laGuardia Civil.

El día 4, tras la primera noche en velasin resultado positivo, los Joaquín,Germán y Cristino, con el miedo y lacuriosidad jugando dentro del alma,deciden volver a montar en susbicicletas y alejarse, tan solo unoscentenares de metros, de las últimascasas de Vegas. Al fondo, lapronunciada curva que parece predilectapara el espectral individuo de la capa.Son las siete de la tarde. Ya es de nochey una mezcla de nerviosismo y ganas deabandonar la vigilancia los inunda. Labatida estaba planteada para después deunas horas, y la posibilidad de

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«alistarse» en ella les hace dar mediavuelta y pedalear de nuevo hacia elpunto de retorno. Es entonces cuandofrenan hasta casi chocar unos contraotros con el corazón dando un vuelco.La sombra esta allí, de espaldas ymirando hacia la casa de NicolásSánchez, la última del pueblo. Los tresjóvenes no saben qué hacer. Por unmomento, temblorosas las manosaferradas al manillar, piensan enascender por el monte y dejar a «lapantalla» en su sitio. Pero ¿y si hubiesemás aguardando en la curva deArrolobos? Los muchachos se sientenatrapados y en un tris están de echarse almonte ante el dilema. La figura, mientrastanto, camina un par de pasos y se

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aproxima a la cuneta. Los testigos hanquedado en su presunto campo de visióny la histeria estalla espoleada por elmiedo. Sin embargo, y gracias a Dios, elser, como en otras ocasiones, echa acorrer barranco abajo, sin importarle elcasi centenar de metros de caída.

Liviano como una pluma y sin moverun solo guijarro en su aparente huida, seprecipita por los aires hastadesaparecer. El susto ha pasado. Lo queno saben es que su inicial temor acercade la existencia de no uno, como sepensaba en la comunidad hasta elmomento, sino varias de estas figurasmerodeando por la zona, cobra visos deser cierta. Ellos no lo saben, pero a un

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par de kilómetros en dirección opuesta,a esa misma hora y en ese mismomomento, regresa en su viejo Seat 124el labrador J.D.G. Va ascendiendo porlas empinadas rampas que muerenjustamente en la aldea de Cambrón encompañía de sus hijos. Había lloviznadoligeramente durante todo el día. Justoallí donde se indicaba el desvío, obligóal más pequeño a colocarse el cinturón«ante los tres guardias civiles queaparecían al final del camino en torno aun gran fuego». Al irse acercando,circulando a unos cuarenta kilómetrospor hora, comprobó con espanto cómoaquellos personajes no eran hombres dela Benemérita, sino individuos deinmensa altura tocados con capas

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volátiles y negras túnicas que parecíanguarecerse en torno a una luz tenue y detonos anaranjados a nivel del suelo.

«No me cabe duda de que aquelloseran más altos que cualquier personaconocida», me dijo sin atisbo de rubor ycon la serenidad que da la décadatranscurrida desde aquellos hechos.Echándole valor, J.D.G. aceleró elcoche dispuesto a enfilar la carreterapara salir de dudas. Para su asombro, alllegar al lugar donde la imagen deaquellas tres «torres» era perfectamentevisible, todo había desaparecido. Noquedaba rastro ni de los seres ni de lainmensa luz esférica que los cubría. Ypara cerciorarse incluso bajó del

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vehículo e inspeccionó la zonaesperando encontrarse por lo menoshuellas de aquel aparente incendio.

«Pero allí no había nadie, ni nada. Nirastro de los que segundos antes habíanestado ante mis ojos», me confesaba conel azadón apoyado en la barbillamientras roturaba pacientemente unasescasas tierras que cultivaba bajo aquelcielo brumoso y recargado de grises.Una vez más aquellos extrañoshumanoides, que por primera vez sedejaban ver en grupo, parecían habersido tragados por el aire.

Ya nadie paseaba por las calles, tansolo la patrulla vecinal formada a raízde los sucesos pululaba monte arriba enbusca del causante de sus desvelos.

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Testigo de excepción, el maestro yantropólogo Félix Barroso señala el puntoexacto donde surgieron unas «plataformasvolantes» que fueron vistas por todos los

vecinos de Vegas de Coria.

En una de esas jornadas,

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concretamente la del 6 de febrero, todoel grupo fue sorprendido por dosinmensos objetos volantes queprácticamente se abalanzaron sobreellos. Entre aquellas personas seencontraba Félix Barroso, quien meafirmó, al igual que una docena detestigos:

Aquello parecían dos plataformas

increíblemente grandes y de formatriangular. Tenían varios focos deluz, concretamente tres, que hicieronque de repente la noche seconvirtiera en día. La del interiorera tenue y la de los focos refulgíacon fuerza sobre el verde de lasmontañas. Nos asustamos todos

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mucho y nos quedamos comoparalizados, sin saber qué hacer ni aquién acudir. Aquello surgió en losmontes de Arrolobos, precisamenteel lugar donde casi todos lostestigos se habían topado con «laspantallas», nombre popular que seles dio aquí a aquellos individuosde los que nunca se volvió a sabermás.

En las mismas fechas en las que Vegas

de Coria era literalmente asediada porlos extraños personajes de negro,Argimiro Pereira viajaba a poco más detreinta kilómetros de dicho lugar a bordode su viejo Citroën 8. Al pasar por el

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puerto de Honduras, un paraje donde lapalabra soledad debe escribirse enmayúsculas, y al trazar una de suscerradas curvas descubrió algosemejante «a una pompa de jabón o algogaseoso» que lentamente y emitiendouna fuerte luz color butano atravesabalos montes. La escena, por lo inusual, lellamó tanto la atención que no dudó uninstante en intentar inmortalizarla. En unmovimiento rápido sacó su modestacámara y con película de 100 ASA logróobtener dos imágenes nítidas de aquellaformidable luminaria surcando el cielodel atardecer. No sabía Argimiro que amuy poca distancia los vegueños estabanviviendo una auténtica pesadilla.Gozoso por haber cazado el curioso

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fenómeno regresó al hogar sin mayorcontratiempo. Tampoco sabía el buenhombre que aquella escena que habíapresenciado desde los aledaños deSantibáñez parecía ser la definitivadespedida de aquellos fenómenosaterradores. Aquel día 6 de febreroterminó el sobrenatural calvario de losvegueños, y los sucesos protagonizadospor las escurridizas «pantallas»comenzaron su disolución a marchasforzadas entre densas capas de silencioy secretismo.

Los sucesos de Vegas de Coria,sorprendentes en su conjunto y únicos enla casuística española y probablementemundial, trajeron cola. Las afiladas y

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malintencionadas suspicacias de algunoschocaron de frente con la posición delos vecinos y el campo de batalla setrasladó, de la sección de local dealgunos diarios, a los tumultosprovocados en pleno pueblo por lainconjugable mezcla de los curiosos, losparapsicólogos (?) y los ociosos conganas de broma. Como siempre, laprincipal perjudicada de toda laamalgama resultó ser la honradez deunos testigos que maldijeron el día enque los extraños sucesos salieron porvez primera a la luz pública. Tras unassemanas de ajetreo desmedido, defantoches vestidos con túnicas negrasportando velas y brincando en laoscuridad, de represalias por parte de la

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vecindad, y por algún que otro zarandeoa destiempo provocado por el malambiente general, el silencio encorsetótodos y cada uno de los testimonioshasta llegarse incluso a negar todos loshechos con tal de evitar problemasfuturos. Pero, milagrosa yafortunadamente, el lento transcurso delos años ha hecho que, con aquellos díasen el prisma de lo ya lejano, lasvivencias hayan brotado de nuevo paradibujar la realidad de unos hechos deltodo incomprensibles.

Lo que pocos hurdanos supieron esque no fueron los únicos afectados porel asedio de las «pantallas» que tantosquebraderos de cabeza les trajo. Cuando

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en este paraje ya se habían templado lassangres y enfriado los caños de lasescopetas, otros vecinos, a las mismaspuertas de Las Hurdes, sufrían una seriede visitas igualmente estremecedoras.Algo que otorgaba indirectamentemarchamo de autenticidad al espinosoasunto.

La primera vez que llegué hasta el

tranquilo pueblo de Saucedilla lo hicepor accidente. Regresando hacia Madridy de un modo difícil de explicar, medesvié de madrugada hasta una carreterasolitaria y estrecha que creí era el hilo aseguir para desembocar en la NacionalV. Pero los kilómetros continuaban y laautovía no aparecía por ningún lado. Al

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final, decidido a girar el vehículo, conlas 02.47 en los dígitos verdosos delreloj del salpicadero y sin un alma porlas inmediaciones, di media vuelta y medesvié hacia un grupo de casas apiñadasdonde pensé, erróneamente, que algúnindicador me devolvería al buencamino. Recuerdo perfectamente cómome estiré en el asiento, con cantogregoriano sonando tenue en el casete, yabrí los ojos un poco asustado. Lasluces largas del coche alumbraban unviejo edificio de piscinas municipales yjunto a él, torcido y un tanto oxidado, elcartel de Saucedilla, el lugar donde enseptiembre de 1984 se paseó unafúnebre dama negra muy parecida a la

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que aterrorizó a todo Vegas de Coria.Recordé, en un flas inoportuno, cómo mibuen amigo y locutor de CopeNavalmoral Gonzalo Pérez Sarró meinformó puntualmente de cómo estafigura espigada de más de tres metros seobservó siempre precisamente junto aeste edificio solitario que se alzaba enmedio de una llanura interminable yoscura. El espinazo se me congeló,como tantas otras veces, al pensar que silos testigos no mentían aquello podíavolver a aparecer ante mis narices contotal tranquilidad. ¿Por qué no? He dereconocer que un tanto inquieto giré 360grados de un volantazo y dejé atrásaquella aldea que por razones obviastuve que volver a visitar para saber

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todos los detalles in situ acerca de unossucesos que parecían gemelos a los delpueblo hurdano, separados tan solo poralgunos meses de diferencia en eltiempo.

Al acelerar en aquella larga recta quese alejaba de Saucedilla intenté volver asintetizar en mis pensamientos los datosrecogidos hasta entonces. Y no pudeevitar el visualizar la imagen de unanochecer de septiembre de 1984,cuando la joven Mari Carmen Ramos, decatorce años de edad, regresabacaminando por la avenida de GonzálezAmezqueta, una calle ancha y solitariarodeada de almacenes de pienso por laque no transitaba nadie. Va imbuida en

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sus asuntos hasta que algo le hace fijarla mirada instintivamente en el fondooscuro. Un «chasquido» que no lograidentificar la ha puesto en guardia.

Mari Carmen Ramos, localizada por el autoruna década después del incidente, junto a su

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esposo. Nunca pudo olvidar su encuentro con«aquella mujer de negro».

Tras recuperar la calma avanza unospasos y se fija en que una persona llegaen sentido opuesto y por la aceracontraria. El frío comenzaba a hacersenotar y el viento a helar los campos quecircundaban la zona. Al volver la vistaal frente Mari Carmen observa a la«mujer», de considerable altura y negroatuendo, aproximándose a una velocidaddesmesurada. En apenas unos segundoshabía recorrido casi un centenar demetros, o al menos eso es lo que lepareció a la testigo en un primermomento. Un tanto intrigada, MariCarmen se detuvo a observar a la

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«transeúnte» y enseguida prefirió nohaberlo hecho. Tras clavar sus ojos enla esbelta figura oscura, comprobó cómoesta se deslizaba en el aire, a un palmodel suelo, revoloteando el faldón de lainmensa sotana o capa que portaba porla acción del viento. La imagen eradantesca; aquella mujer, que parecíaguiada por un resorte o «patíninvisible», llevaba los brazos pegadosal cuerpo y era como una «torrehumana». Al parar bajo una de lassolitarias farolas de la avenida observósu cabeza, completamente entresombras, sin atisbos de rostro ofacciones...

Aquella «mujer» sobrepasaba los tresmetros de altura y se dirigía a gran

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velocidad hacia la testigo. En losalrededores no había nadie a quien pedirayuda; sin embargo, Mari Carmentampoco tenía fuerza para escaparcorriendo. Se había quedado petrificadapor el miedo. Acto seguido, elhumanoide de negras galas se cruzó deacera en un movimiento diagonal,atravesando el asfalto sin que seobservaran pies de ningún tipo. Aquellosimplemente levitaba en el aire.Enfilando su misma acera, elencontronazo entre testigo y perseguidorparecía inmediato, pero algo extrañosucedió:

Cuando ya di por hecho que

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aquello venía a por mí, vi cómo lamujer del patín giraba recto y semetía por un callejón ciego que nosseparaba a las dos. ¡Dios mío!,estuve como a cinco metros de ella.

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Así vio una humilde revista de la zona deSaucedilla el sobrecogedor encuentro

ocurrido en el otoño de 1984.

Quince años después de los incidentesy tras haberse marchado del pueblo, lamuchacha aún tuvo la sangre fría demirar hacia el callejón para comprobarque ni allí había nadie ni era posibleesconderse en aquellas paredes lisas ysin hueco alguno. Días más tarde otrosniños aseguraron, sin conocer la historiade Mari Carmen que decidió guardarsilencio, haber observado «una figuraalta y negra como un fantasma» en lascercanías de la piscina municipal.Además, otra chica, María del MarMariscal, aseguró haberse topado con

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una espantosa figura alargada de rostrohumano y mirada fija, junto a la cancelade su chalé mientras bajaba a sacar labasura. Toda la familia de la muchacha,encabezada por el padre que portaba undescomunal machete, salió a toparse conel intruso. Pero aquello se había vuelto aesfumar. Esos tres sucesos en apenasunas horas produjeron un gran estado dealarma, acrecentado aún más por otrotestimonio que había visto a la «mujerde la sotana» en la carretera provenientede la central nuclear de Almaraz. Junto aGonzalo Pérez Sarró, once añosdespués, pude localizar a los testigos deestos hechos y comprobar cómo ningunode ellos, a pesar del tiempo transcurridoy de la circunstancia de que algunos

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como Mari Carmen Ramos ya noviviesen en Saucedilla y hubiesensufrido algún tipo de burlas por parte dealgunos vecinos del pueblo, podíanolvidar aquellos días de angustia ymiedo. Punto por punto y junto a suamable marido, me ratificó con el miedodibujado de nuevo en el rostro, suparticular encuentro:

Aquel ser inmenso, como yo

jamás había visto ni imaginado, quese esfumó al doblar la esquina y queparecía portar algo en su mano. Elpánico que yo pasé al regresarcorriendo por la calle vacía,habiendo estado unos segundos

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frente a aquel gigante, es algo quenadie, ni siquiera tú, puedes llegar aimaginar. Muchos se burlaron yotros fueron conscientes de que niganaba nada ni tenía que inventarmeuna historia así para nada. Hanpasado muchos años y aún muchasnoches me pregunto de quédemonios se trataba, y por qué...¿Por qué a mí?

A Mari Carmen, con la que mantuve

una larga charla a la puerta de su casauna noche de verano sofocante yhúmedo, la vi con esa mirada especialque tienen los que han sufrido latraumática experiencia de haber sidotestigos del paso de estas «sombras

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errantes». No lo podré olvidar jamás.Era el estío del año 1995 y, a pesar deya haber corrido algo por esos mundosde Dios, la rotundidad y la claridadtransmitida por aquella mujer que un díase topó con algo ilógico fue como unarponazo en el centro del alma. Unasensación de angustia que aún recuerdosiempre que paso cerca de las calladastierras del Campo Arañuelo. ¿Quiéndiablos era aquella mujer y cuáles eransus pretensiones? Tras encontrar a MariCarmen en el pueblo de Majadas, intuíque el fenómeno era el mismo que elocurrido meses antes en Vegas de Coria.Algo dotado de una naturaleza ydinámica propia que por algún motivo

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desconocido había «estallado» de modoevidente en esa comarca en un periodode dos años.

Después, durante toda una década,

estos sucesos, a caballo entre lotrascendente y lo ufológico, remitieronpor completo, o al menos no nosllegaron noticias nuevas al respecto. Lahistoria de las «pantallas» parecíarelegada a ese rincón de la memoriacolectiva que a buen seguro acabaríatransformándolas en una leyenda tan realcomo tantas otras que pueblan hoy elcosmos del Paraíso Maldito. Pero en1995 una escueta informacióntransmitida casi de casualidad meindicaba que, de un modo u otro, esos

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seres habían vuelto.En diciembre de 1995 supe de la

historia del empresario burgalés Pedrode Medina, testigo del peculiarrenacimiento de esta «fenomenologíaasombrosa». El suceso había ocurridoen septiembre, y los rumores aquí y allá,coincidiendo con mi estancia en lasHurdes en aquel periodo, lo hicieronllegar casi en volandas hasta mi vera.Con rostro preocupado compartimoscomida e inquietudes en la bellaalquería de Cerezal. Y allí su voz sesinceró sin tapujos, rememorando unviaje por las entrañas del ParaísoMaldito que fue distinto a todos losdemás. El 7 de septiembre, en el

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serpenteante camino que va haciaCarabusino, le esperaba un insólitopersonaje en medio de la calzada:

—Iba tranquilo con la Citroën Ce-quince, escuchando música y sin ningunapreocupación concreta. La ruta laconocía perfectamente, por eso meextrañó ver cómo una gran sombra quepermanecía estática a un lado de lacalzada, en el mismo borde que caeluego en un inmenso barranco. Mepareció ilógico que estuviese alguienallí, en aquel lugar, prácticamentejugándose la vida. Reduje un poco lamarcha y al ir girando los focos ledieron de lleno.

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El empresario Pedro de Medina: «Y cruzó lacarretera un individuo muy alto, de negro, en

apenas dos zancadas». Era 1995. Las

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«sombras» habían regresado.

—¿Y...? —pregunté, alzando la vistadel cuaderno y observando a Pedropegar un rápido sorbo al vaso de agua ytragar con fuerza.

—Pues allí apareció lo que pensé eraun autoestopista o algo por el estilo.Estaba todo oscuro, y me asusté bastanteal ver que esa oscuridad era propia deltraje que llevaba, no de la noche. Nohabía cara ni ojos, y me sentí mal.Aquello era un monstruo, un tipoaltísimo que comenzó a cruzarencorvado. Pensé que se me poníaenfrente del capó. Me sudaban hasta lasmanos, y comencé a picar frenodispuesto a girar...

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—Aquel hombre cruzó ante sumirada...

—Sí, con dos grandes zancadas. Lebastaron dos para cruzar la carretera. Ylo hizo con un movimiento como acámara lenta. Las luces me permitieronver su cuerpo delga-do con bastantenitidez. Me quedé aterrado y clavé elfreno de mano. Al pasar al otro ladoaquel tipo desapareció. Simplementedejó de verse de un modo inexplicable.Adelanté unos metros la Ce-quince y, apesar del nerviosismo, procuré mirar allado izquierdo. Eran arbustos y unmontículo, no había posibilidad dehuir...

—Pero aquel hombre de negro así lohizo. Se esfumó ante sus ojos...

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—Exacto, amigo. Y eso no lo podréolvidar mientras viva. No serían más dediez segundos de observación, peroaquel cuerpo cruzando ante la furgonetalo tengo grabado a fuego. El miedo queme dejó dentro jamás se puede quitar.

Lugar, en la misma entrada de Carabusino,

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donde surgió el «autoestopista» queaterrorizó a Pedro de Medina.

Ese año 1995 no será recordado conagrado por los hurdanos. Las sombraserrantes habían regresado causando unpavor y una expectación como la quegeneraron en la ya lejana década de losochenta. Habían pasado catorce años,pero su recuerdo permanecía imborrableen todos y cada uno de los que se lasencontraron en su día. En Vegas deCoria se volvió a hablar de ellas, eincluso más de una disputa se desató enel antaño apacible pueblo motivada porlos nervios. En 1999 las sorpresas ibana continuar a las mismas faldas delParaíso Maldito. Esta fenomenología

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autóctona e inexplicable, a caballo entrelos ovnis que aparecían de cuando encuando tras los sucesos y los fenómenosde apariciones clásicos, volvió asobresaltar el alma de otra persona quejamás antes había siquiera oído hablarde estas cuestiones.

El constructor José Luis García,vecino de la población limítrofe deMohedas, se topó con otra estrafalariafigura el 14 de enero, justo en elmomento en que una oleada de extrañasluces hacían salir a cientos de hurdanosde las poblaciones de Las Mestas,Riomalo y Caminomorisco a las fríascalles en busca de una respuesta [2].

Aquella noche para el recuerdo,

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algunos, los más ancianos, llegaronincluso a hablar de la llegada del fin delmundo. Un objeto inmenso con focosrojizos se quedó estático sobre la zonaal tiempo que, a unos veinticincokilómetros, nuestro protagonistaregresaba de un viaje por la comarca deZarza de Granadilla, un paraje solitariopróximo a las aguas del pantano deGabriel y Galán. La sorpresa fue deespanto. José Luis, persona amable yreservada, apenas había comentado latraumática experiencia a algunosfamiliares. Quizá por eso se sintió untanto violentado cuando me «tropecé»con él a las afueras del pueblo, en uncamino tranquilo y sin trasiego degentes. Tras unos minutos mostrándole

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mi interés y mi absoluta convicción deque lo que había visto era cierto, logréentablar una animada charla. El hombreaún andaba impresionado, y no era paramenos. Quería olvidarlo todo, como side una pesadilla se hubiese tratado. Unapesadilla real que le salió al paso en unacarretera larga que se abría en la puertanatural de Las Hurdes…

—Me puede creer o no, pero yo lo hevisto —me dijo mientras caminábamospor la ancha vía al tiempo que el cielogris se tornaba oscuro—; lo tuve a unosmetros..., y eso es para no deseárselo nial peor enemigo. Iba yo con el FiatRegata, a velocidad moderada tras estartoda la noche supervisando unas obras

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en el pueblo de Zarza. En la carretera nohabía un alma. Y al pasar por la rectaque va en dirección a Mohedas vi unaespecie de forma de luz que se movíamuy despacio junto al campo que limitacon el asfalto. La verdad, pensé que eranlos guardias con las barras fluorescentesseñalizadoras..., ¡qué iba a imaginar yo!Total, reduje la velocidad aún más hastacasi pararme y allí lo vi con estosmismos ojos. ¡Era un hombre de unaaltura increíble! Ni Guardia Civil ninada por el estilo. Superaría los tresmetros. Fíjese, existe un poste cercanoque me permitió medir al instante esaproporción. Era una figura humana quedesprendía una luz suave, es como situviese un mono o traje brillante. Me

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quedé helado, aterrorizado..., y no sabíasi dar marcha atrás o seguir adelante yllevarme con el coche a aquel giganteque había comenzado a cruzar muydespacio, como a cámara lenta...

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José Luis García, enero de 1999: «Tuve queagarrar el machete al ver a aquella criaturajunto a la carretera». Su caso fue el últimoconocido de tan extraña fenomenología. Un

susto inolvidable.

Vi el temor de José Luis reflejado ensu cara. Me miró fijamente e hizoademán de cerrar el puño con fuerza enun movimiento rápido. Estaba viviendoel miedo de aquella madrugada.

—Eché la mano atrás y cogí unmachete, un cuchillo de monte quesiempre llevo en el coche. Lo agarré confuerza y pisé el acelerador. Lo hice porinstinto. Aquello no era nada bueno.Estaba dispuesto a alejarme de allí ydejar atrás al «hombre»...

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—¿Y qué hacía el «ser»? ¿Acaso sequedó parado? —le pregunté mientras leacercaba la grabadora.

—No. Empezó a desplazarse muydespacio. Fue horrible. Yo fuiacelerando y, claro, cada vez estaba máscerca de él. La cabeza era en formaalargada, como un huevo, y llena de luz.No vi ojos, ni boca, ni nariz..., nada.Solo aquel brillo que emanaba dedentro. Tampoco observé brazos nimanos. No sé si irían pegados al cuerpoo aquella criatura no los tendría. Laverdad es que sentí una inquietudtremenda... ¿Qué demonios era aquello?Quizá lo que más me asustó fue elcomprobar que aquel «hombre» flotaba,

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se mantenía a un par de palmos delsuelo. Y tampoco había pies. Laspiernas no las vi terminar. Dio doszancadas, exactamente dos, pero sindoblar a la altura de la rodilla...

—¿Y cruzó la carretera en dos pasos?—Exacto. En dos zancadas. Eso me

dejó helado. Volví a reducir, a metersegunda y a salir de allí disparado,pasando junto a aquel tipo. Le vi laespalda pasando al otro lado. Eraestrecha y alargada, rodeada de esaclaridad. Algo espantoso. No sé sillegué a cerrar los ojos al cruzarme, locierto es que nada más flanquearlo ya nolo vi más. ¡Es como si se hubieseesfumado en un segundo! Solo quedabala oscuridad. Y con el alma en un puño,

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imagínate, volé más que corrí hastaMohedas. Allí se lo conté a mi mujer...,y decidí que quizá lo mejor era nodecírselo a nadie. Pero, qué curioso,luego supe que otras personas, en esemismo punto, habían visto una luzamarilla siguiendo su vehículo...

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Así vio José Luis García a la gigantescafigura que, estática, aguardaba junto a la

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cuneta...

Con pulso firme, José Luis accedió adibujar a grandes rasgos lo que vio esanoche. En mi cuaderno de campo esbozóunas líneas rápidas que retratabanperfectamente a aquel humanoideluminoso. No le dio tiempo a ver más.Sin interpretar en ningún momento loque tuvo a unos metros se despidióapretando mi mano. Solo sabía que el«hombre de luz» era tan real como lanoche que ya nos envolvía. Minutosdespués, ya de regreso y frente a frentecon la recta donde apareció aquel ser,detuve el todoterreno para abrir el mapade carreteras. Una vez más los extrañosfenómenos se habían precipitado sobre

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un área limítrofe al inmenso y oscuropantano, de donde tantas otras veces sehabían visto luminarias que salíandisparadas hacia los cielos.

Las sombras errantes, arquetipo delmiedo en esta zona, habían dejado unnuevo testigo a sus espaldas. Unapersona más, pensaba mientras ganabalentamente la sierra que se adentraba enla escondida población de Aceña, quepor fuerza ya no podría ser igual a lasdemás. Y con la esperanza y el temor detoparme con alguno de estos seres rodélentamente hasta que la noche comenzó adespedirse por los afilados montes. Nosé si por fortuna o desgracia,atravesando aquellas paredes altas ynegras, aquellos valles estrechos ante

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los que reposaba una oscuridad dondetodas las angustias podían versereflejadas, no se me cruzó ninguno delos seres que con tanto ahínco perseguía.Y al instalarme en Vegas de Coria nosupe qué pensar. Por la ventana, con elsonar cercano del río Hurdano, meimaginaba a aquel fantasma alto detúnicas livianas descendiendo barrancoabajo. Y he de confesar que el sueño,apoyado en la ventana, no me alcanzóhasta bien entrado el día. Algo difícil deexplicar me indicaba que quizá habríauna próxima ocasión…

1 La extraña fenomenología de las «sombraserrantes» surge en España en las apacibles

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pedanías cántabras de Isla y Escalante en 1976.Allí decenas de testigos como MargaritaCagigas, Miguel Samperio, el sacristán PedroHiguera o el propio alcalde Ventura Lusares,observaron la pululante presencia de un seridéntico a los descritos en Las Hurdes quepenetraba silenciosamente en el casco urbanode la localidad. Tres años después, enSangonera la Verde (Murcia) varios jóvenes selas vieron y desearon ante otra siluetasemejante. A pesar de estos sucesos, jamáshubo una «oleada» de estas presencias tanlocalizada y continuada como la de Vegas deCoria y aledaños.

2 En la noche del 14 de enero de 1999centenares de habitantes de Las Mestas,Riomalo, Ladrillar, Caminomorisco,Carabusino, Casares de Hurdes y Nuñomoral

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observaron la presencia en los cielos de unartefacto de gran tamaño que desprendíadiferentes tonalidades. Anastasio Marcos,Ramón Roncero, Luis Sánchez y decenas depersonas, incluidos guardas forestales ymiembros de servicios de protección de lanaturaleza, estuvieron presentes. El autor losentrevistó y elaboró para Enigmas el reportaje«Pánico en Las Hurdes», que motivó una granpolémica en todos los sectores de la sociedadhurdana. En los periódico regionales todos lostestigos afirmaron la veracidad de los hechosante las suspicacias de algunos personajes quepostulaban la confusión en los cielos con unfoco láser de gran potencia, hipótesis quefinalmente fue desestimadas tras diversaspruebas técnicas.

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CAPÍTULO 9

Zoología imposible

«Si te pica un ehlabón, vetepreparando pala y azadón.»

Antiguo dicho de las

alquerías de Nuñomoral

EL misterio de Las Hurdes no solo loconstituyeron durante siglos sus tiposhumanos, sus modos sociales o elentorno abrupto y angustioso en el quese desarrollaba la vida. Durante mucho

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tiempo las especies animalesvenenosas, mortales según se creía enalgunos casos, contribuyeron aengrandecer la leyenda de que existíaun mundo desconocido en los confinesde Extremadura en el que la naturalezase había aliado para convertirlo enfortín inexpugnable y donde laexistencia humana no parecía muylógica. Exploradores y viajeros añejos,picados en el alma por la curiosidad delos primeros criptozoólogos, odescubridores de nuevas especiesanimales, arribaron en estas montañasdispuestos a observar de cerca a estafauna extraña y agresiva. Ayudados porlos nativos, que bien conocían lospeligros de unos y las propiedades casi

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mágicas de otros, descubrieronespecies de las que no se había oído nivisto en el resto de la Península. Unaespecie de milagroso hábitat que seconservaba intacto y en el que, comoen un catálogo legendario y parado enel tiempo, surgían los luceros, elsaltorrostro, la tarantanchuela o lasmelucas. Seres de pequeño o grantamaño que se hacían respetar,instalados entre lo animal y lo divino, yque muy pocas veces eran vistos por elojo humano. Desde el siglo XVII hastanuestros días, el interés de la cienciaen ellos ha continuado, y aunque el fríoexamen científico haya intentadoborrar de un plumazo las propiedades

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mágicas y sobrenaturales que el pueblootorgó a muchos de ellos, aúnpermanecen escondidos en Las Hurdesestos integrantes de la zoologíaimposible. Con una leyenda y unmisterio que, al menos para loshabitantes de estas sierras, continúaintacto.

Criaturas fuera del catálogo. - Unsirénido en La Pesga. - El lucero: la

muerte luminosa. - El llanto de labastarda. - Trampas lácteas. - Enigmático

escorrupión. - Buen y mal agüero: ellagarto amigo y el pájaro de la muerte. -

El encontraú: posesión animal. - Melucas,jinchapiés y saltorrostros. Las tres

picaduras de la tarantanchuela.

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EL mundo comenzó a saber de estafauna imposible un día ya muy lejano,cuando Antonio Ponz, a lomos de surobusta caballería y desafiando a labruma negruzca, se adentró por lasserranías hurdanas a la cabeza de unaexpedición que salió meses antes de lavilla y corte cuando expiraba el sigloXVIII. Fue uno de los primeros viajerosilustres que escribieron sobre estastierras y no pocas sorpresas se trajo enlas alforjas tras su largo periplo. Una delas que más vivamente le impresionaronla dejó reflejada en una monumentalobra, de obligada consulta para elconocimiento social y geográfico deaquella España rural, que llevaba por

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título Viaje de España y que se dividíaen varios tomos formando un compendiode miles de páginas manuscritas. En unade ellas, perdida en las entrañas delpolvoriento apéndice VII, nos habla deun extraño animal jamás visto hasta elmomento y que causó soberano impactoentre aquella comitiva de historiadores.Ponz afirmó que una fascinante criaturales salió al paso reptando en uno de lospenosos ascensos por las serranías deLas Hurdes. Al acercarse paraobservarla mejor, el cronista vioespantado como aquel sucedáneo deserpiente lanzaba destellos cegadores deluz y se dividía en algo semejante apuntiagudas «astillas» que llegaronincluso a engancharse en los brazos de

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uno de sus ayudantes, provocándole unacopiosa hemorragia en el acto. Conpluma nerviosa, Ponz dejó escrito:

De víboras hay gran cosecha y aúnaseguran la existencias de otrosreptiles parecidos a ellas, aunquemás gruesos, que saltan con grandevelocidad [...]. Una de estassabandijas saltó de un profundo fosoy se quedó clavada como una saetaen el brazo de un hombre que estabaa muchísima distancia...

Para los hurdanos que actuaban como

cicerones en aquella ruta cabían pocasdudas. Aquel bicho que tanto terrorcausaba entre los enviados capitalinos

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era el lucero, un ser perdido entre lazoología y la leyenda, motivo detemores y amuletos, del que se hablaba,y no para bien, en los cuatro puntoscardinales de la comarca.

El susto de Ponz y sus hombres nohacía sino refrendar una sospecha quevenía de lejos y que nos remitía a unpeculiar ecosistema donde tenían suguarida algunos habitantes del reinoanimal que, al igual que sus compañerosde fatigas de la especie humana, habíanpermanecido aislados durante cientos deaños al margen de la ciencia y lasinstituciones.

Sin llegar a la febril imaginación delhistoriador Thomas Borrow, quienacuñó la idea de que en estos parajes

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habitaban monstruos gigantescos que seocultaban en las solitarias lagunas,siendo estos la principal causa por laque jamás habían regresado algunoscolegas, lo cierto es que un amplioabanico de reptiles, anfibios y arácnidospoco conocidos, mal catalogados osimplemente ignorados parecían haberseconservado en un hábitat arisco y pocoexplorado por el hombre, enfrentándoseen no pocas ocasiones a él yperpetuando macabras historias deataques y reacciones insólitas de unascriaturas que se encuentran unidas porun factor común: el peligro queacarreaba aproximarse hasta suterritorio. Como recuerdo de la

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presencia de entes monstruosos en losvalles y pantanales hurdanos quedanalgunas historias curiosas yestremecedoras que, como todo en estabendita tierra, posee testigos principalescon nombres y apellidos paradesconcierto de quien es observadordesde fuera.

No son muy habituales los incidentesproducidos por seres aparentementedeformes de gran tamaño. Sin embargo,durante un largo periodo de tiempo y enlos inicios del presente siglo, se hablóhasta no parar de la extraña sirena quese dejó ver en las cercanías del pobladode Aceitunilla. Un observador deexcepción de esta enigmática criaturafue Pedro Martín, quien, a mediados de

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los años treinta, se la encontró de brucesmientras se bañaba en la tranquilalaguna conocida como La Madroñosa.Al ir braceando hacia la orilla notó unescalofrío que lo dejó medio paralizado.Saliendo al exterior, a unos diez metrosde donde se encontraba, apareció unacriatura semejante a un anfibio de colorcenizo con aletas a medio formar y unalarga cola gruesa que se movía deizquierda a derecha sumergida en lascristalinas aguas. Lo que másimpresionó a Pedro Martín, según measeguraba su propio hijo mientrasdepartíamos monte arriba por losaledaños de la alquería de La Huerta,fue el rostro de aquel animal dantesco.

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«A mi padre se le heló la sangrecuando vio una cara humana totalmentedeformada, muy plana, pero con miradatriste de persona en aquel cuerpo deanimal», exclamaba al recordar cómo suprogenitor, ejemplo de seriedad yrectitud, le contó aquella vivencia que, ala postre, fue el último avistamiento deun ser que otros muchos juraron habervisto desde el año 1920 en las aguas dela zona [1].

Las habladurías sobre el extrañosirénido de La Pesga pasaron a mejorvida a mediados de siglo, cuando elrecuerdo de sus paseos por tierra firmeacabaron siendo fagocitados por elolvido. Pero el relevo lo cogieron otros

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muchos seres de la naturaleza que, apesar de ser pequeños en tamaño,estaban rodeados de un misterioinmenso que nada ni nadie ha logradodesvelar en su totalidad. Y es que no hayalquería hurdana que no guarde en lamemoria popular su particular lance conel lucero, genuino representante de unapeculiar zoología que va mucho más alláde lo puramente físico.

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Extraño ser marino observado en una lagunapróxima a Roma en 1523. ¿Una criatura

semejante a la vista por diversos testigos enlas profundas aguas de La Pesga?

Los atacados por tan diabólico reptil,capaz según quienes lo han visto de«lanzar luces de varios colores» si unose aproxima demasiado, se cuentan porcientos. Incluso queda constancia devarias personas a las que le llegó la

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última hora, cuando este curiosopersonaje de no más de un metro delargo y cuerpo tubular se les aproximótras las abrasadas lascas de pizarrasobre las que arrimaron sus posaderas.Buscaron un alivio y encontraron a lamuerte en forma de culebra.

Al temible lucero se le describe comouna pequeña serpiente, algo más gruesapor su parte media, que se desplaza conrapidez sobre la presa, sea esta animal ohumana. La cabeza, robusta y ancha,presenta dos pequeños ojos oscuros conlos que los hurdanos esperan nocruzarse, pues quedan fijos en la víctimainstantes antes de morder de frente. Losantiguos romances incluso nos hablan deun escurridizo «culebrón oscuro» que

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presenta unas diminutas patas con lasque intenta desplazarse torpemente,reptando por la lisa y desnuda piedra, lamayoría de las veces expuesto al sol.

El lucero surge de improviso, encualquier momento y rincón, atacando aquien se cruce en su camino sinimportarle lo más mínimo el tamaño deladversario. Con una capacidadprodigiosa se yergue y clava, en unmovimiento preciso, los afilados dientescomo agujas que se esconden en lo másprofundo de su boca. Después, por logeneral, huye emitiendo un sinfín dedestellos «como la plata», segúnescuché en boca de pastores y cazadoresfurtivos de Las Hurdes Altas, dejando

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inmóvil por el dolor a su contrincante.En cuanto al triste honor de mortalidad

se lleva la palma un lucero que acabó enminutos con tres personas en la alqueríade Rebollosa, en el otoño de 1942.Según se recuerda todavía, unoschiquillos descubrieron agazapado entrelas pizarras a una gran culebra conpequeñas extremidades que parecíadormitar ajena a cuanto pasaba a sualrededor. Los vivos destellos queemitía la piel pulida y lisa de aquelanimal los atrajo hasta el punto deencontrarse a tiro de aquellos incisivos,que se clavaron rápida y fatalmente en elcuello de uno de ellos. Después caeríaincluso el pobre progenitor, que llegóhasta aquel rincón asustado ante el

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griterío de los muchachos.

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Las visiones de un animal al que sedenominó «obispo marino» fueron frecuentes

en aguas del este europeo a mediados delsiglo XVII. Desde entonces no han dejado de

relatarse encuentros semejantes, inclusodentro del aislado mundo hurdano.

Sobre este acontecimiento tanluctuoso, el Tío Picho, un hombre cabalque fue entrañable poeta de este paraísomaldito, hizo unas coplas en su queridopueblo de Las Mestas para que sirviesencomo escarmiento y aviso de lospeligros que acarrea el acercarse a losbonitos destellos del lucero. Apiñadosen la calle de entrada al pueblo, chicos ymayores le oyeron cantar mil veces consu viejo sombrero y el chorro de voz

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dirigido al cielo, a la vera misma deaquella derruida factoría que AlfonsoXIII alzó como símbolo de ayuda a LasHurdes:

Las fechorías del lucero, envuelto ensu negra y mortal leyenda, son tantas ytan variadas entre estos montesdivisorios de Cáceres y Salamanca quevarios zoólogos iniciaron la arduabúsqueda del que parecía ser un reptilvenenoso al margen de cualquiercatalogación científica.

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Los testimonios de quienes habíanvisto al «viborezno» se contrarrestabancon la absoluta falta de pruebas físicassobre la existencia de la especie. En1983 las pesquisas dieron su fruto, y trasuna operación de caza y captura se pudoatrapar al anhelado lucero. Fue elprofesor de ciencias naturales del

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Instituto de Nuñomoral, Jesús SánchezCalle, quien examinó detenidamente a lapresa en un bote de plástico que leentregó el joven Eladio Iglesias Martín,con una mueca de haber concluido eldeber cumplido. Aquel ser tubularplateado, de considerable grosor ydiminutos dientes, era idéntico al lución,un personaje bien conocido en algunosde nuestros bosques, pero que en ningúncaso atacaba al hombre, según losescasos estudios realizados sobre él.

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El lución, o Anguis fragilis, un animal que enLas Hurdes alcanza propiedades casi

sobrenaturales. Uno de los muchos cantaresdedicados a él decía: «Si te pica el lucero

lucerio, ya te vas p’al cementerio».

Este reptil, perteneciente a la familiade los saurios, conocido vulgarmentecomo lución, cuya denominacióncientífica corresponde al nombre de

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Anguis fragilis, es una extraña especieque habita en algunos puntos de lapenínsula Ibérica y en las extensionesdesérticas de Irán y Turquía. En tananárquica distribución aparece este serpardo oscuro, de gruesos anillos yactitud huidiza que le obliga la mayor delas veces a enterrarse en la arena parapasar inadvertido. Así, bajo tierra, hanaparecido algunos ejemplares junto a loscélebres restos fósiles de Atapuerca, enlas llanuras de Burgos, y en elasentamiento donde hoy especula laciencia que vivieron los primeroshombres de Europa. El lución, que porlo general suele vivir en comunas quesuperan los cien ejemplares y donde enperfecta convivencia aparecen también

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salamandras y víboras, tiene los ojosdorados y unos dientes muy afilados quese curvan paladar hacia dentro. Elzoólogo alemán Malkus fue quiendescribió en sus estudios elcomportamiento agresivo de la especie yla enemistad manifiesta con los lagartosde la familia Lacerta vivipara, queconstituían su principal menú nocturno.Protegidos por el Real Decreto 318/1980, son una especie poco conocidaque en Las Hurdes parecen adquirirpropiedades distintivas sorprendentes,tales como su potente veneno capaz dematar a personas o su furibundocarácter, que les hace lanzarse contrasus víctimas sea cual fuere el tamaño de

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estas.El lucero sería, por tanto, un tipo de

lución semejante al vidriol, una especieexistente en algunas zonas de Gerona, alque se le identifica, por lo general, conel sugerente y descriptivo nombre deserpiente de cristal.

En algunas zonas del norte de la regióntambién se le llama a este enigmáticoreptil ehlabón y aún se oye entrepastores un dicho corto y rotundo queadvierte sobre su peligrosidad:

Si te pica un ehlabón,coge pala y azadón.

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Iker Jiménez junto a una de las puertas de loque fue el asentamiento de El Moral,despoblado, según cuenta la memoria

popular, debido a una plaga de lucerosocurrida en el siglo XVIII.

O lo que es lo mismo, vete cavando tupropia tumba. Una sentencia que setransmite de boca en boca desde que una

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plaga de ehlabones obligó a lospobladores del apartado caserío de ElMoral a abandonar de una vez y parasiempre lo que eran sus hogares. Hoy, lapiedra desnuda de ese despoblado juntoal caudaloso río nos recuerda la amargatragedia.

No se han dado casos en los últimosaños de ataques mortales de este curiosomorador de las serranías, en parte quizápor unos adelantos médicos de los quela comarca carecía por completo antes yque hoy hacen posible que una simplemordedura de reptil no requieratratamientos complicados ni largasconvalecencias.

Antes, en los tiempos duros, dejaba enluto a una familia sin el menor

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problema. Y no era el lucero el únicocapaz de hacerlo; la cantidad de reptilesvenenosos hizo merecedora a esta tierrade miedos ancestrales que se reflejandesde los primeros escritos en el sigloXVII. La abundancia de especies dañinaspara el hombre representó otro enigmapara los historiadores, naturistas ycronistas de antiguas épocas que sepreguntaban el porqué esta tierra parecíaser arisca de mil modos y maneras contodo lo que procediese del exterior,cerrándose en sí misma, como queriendoguardar sus secretos y misterios lejos delas miradas del forastero.

Casi todo en Las Hurdes podía serconsiderado una amenaza para los que

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en actitud redentora se acercaban hastalos confines de la comarca. A pesar deque la ciencia y el tiempo transcurridoha arrojado la luz necesaria para verestos temores desde otros prismas máslógicos y próximos a la verdad, bien escierto que algunas criaturas,prácticamente desconocidas en el restodel país, parecían haberse armado condefensas especiales para sobrevivir enaquel mundo difícil. Su mera existenciaya daba origen a la leyenda de ununiverso hostil, donde hasta incluso losanimales de menor tamañorepresentaban un auténtico peligro parael hombre.

Mucho antes de que la zoología

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descubriese la existencia de unaserpiente que podía alcanzar hasta dosmetros de longitud y más de tres kilos depeso, con glándulas productoras depotente veneno en sus colmillos y labautizase con el nombre científico deColuber monspessulanus, la bastarda,como así se la conoce en estas tierrasdesde hace siglos, se ha labrado a pulsola fama de ser uno de los animales máspeligrosos y con los que el viajero debeevitar siempre el encuentro, a no ser quedesprecie su propia vida.

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La temida culebra bastarda es conocida entoda la región. Perseguidora de la leche delas lactantes, y con cerdas en el lomo, era

voraz y fiera en su comportamiento.

De cabeza alta, afilada y con unpronunciado y agudo parietal en formade «V», hasta los más desapasionadostratados sobre reptiles le confieren uninnegable aspecto fiero y desafiante. Sus

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medidas han provocado siempre elrecelo entre los pastores, y más aúnentre historiadores célebres que setoparon con ella en su viaje al ParaísoMaldito. Escamosa y de tonalidadmarrón verdosa, esta culebra tiene lafacultad de utilizar su robusta cola comofatal látigo con el que llega a golpear aalgunas de sus víctimas hastanoquearlas. Se cuentan en Las Hurdescasos de niños atacados por la bastardade este modo siniestro. A limpioestacazo, en el pueblo de El Cabezo senarra la historia de un lactante al que elreptil dio muerte tras un momento dedescuido de la madre.

A pesar de que la dieta de este fieroanimal se suele reducir, al menos en

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alguna otra parte del territorio españoldonde quedan ejemplares, a lagartosocelados y conejos o incluso pollos,bien es cierto que en no pocasocasiones, y dentro de estos montes, losseres humanos han sido su objetivo.

En Cambroncino, en pleno centro de lacomarca, Feliciano Expósito, «TíoFeliciano», recuerda aún el ataque deuna bastarda de descomunal tamaño quele hizo brincar a un árbol y que, de unadentellada y tras varios minutos deforcejeo, arrancó de cuajo la mano de sucompañero de labranza.

Los estudios científicos,principalmente de Rosemberg, hablan deunas glándulas productoras de veneno

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con una secreción muy abundante y dediez casos constatados en laboratorio deenvenenamiento grave a personas, conparálisis de los miembros afectados,somnolencia, linfagitis, fiebre ydisfunciones visuales de carácterdiverso. El eminente zoólogo H. Sleichconstata, además, un caso mortal enbreve lapso de tiempo tras mordeduraocurrido en la frontera de Libia. Elretrato de este espécimen inspira,cuando menos, cierto temor. Pero estesentimiento crece si reparamos en lasmiles de leyendas y realidades que enLas Hurdes, casualmente uno de lospocos lugares donde existe una notablecantidad de ejemplares, han hecho de labastarda un auténtico ser con

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propiedades casi legendarias, como siuna encarnación del mal se tratase.

Cuentan en diversas alquerías como el«culebrón» —término con el quetambién se le identifica por estos pagos— es capaz de emitir ciertos sonidoschirriantes para llamar la atención desus presas. «El llanto de la bastarda» es,por tanto, la lúgubre sintonía que efectúaeste animal de considerablesproporciones momentos antes deplantarse frente a su virtual enemigo.

«¡Es como un niño pequeño cuandollora!», dicen avezados cazadores de lazona de Vegas de Coria y Nuñomoral,intentando describir a pie de monte elsonido exacto que emite este enemigo

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que pasa el día oculto entre las lascas depizarra. Los hurdanos, y más aún los delas generaciones más añejas, loconsideran un reptil hechizado. Supredilección por los lactantes y por lasmujeres en estado, de cuyos pechossuelen sorber al menor descuidodejando moratones considerables, le hanacarreado esta denominación de origen.Para protegerse de la bastarda no haymás que una solución, el «Responso delviborón», cantado aún con arte por laanciana Cristina Velaz y que nostransporta a un romance inconcluso,cuya raíz se perdería hacia el siglo X, yque se creía era el único remedio paraquienes resultaban alcanzados por lamortal mordedura como potenciador de

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la peculiar «medicina». La rica einimitable farmacopea popular hurdanatambién puso su granito de arena con latradicional «limpia del alacrán», unremedio utilizado desde hace centuriasen los municipios de Casares yLadrillar. Se efectúa rozando con dichoarácnido sobre la zona afectada por elataque de la bastarda, mientras se lanzala consabida plegaria a los cielos por elrestablecimiento del herido.

Con algunos pelos o cerdas en ellomo, la bastarda, también conocida enalgunas zonas como Viborehnu machu,siente especial predilección por la lechede cabra. Son muchos los casos en quehan aparecido enganchadas a sus ubres y

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luego han dado estas una sustancia rojizaque, accidentalmente mezclada u ocultaen la leche, puede acarrearenfermedades a quienes la bebieren.Golosas por naturaleza, las diferentesespecies venenosas que pueblan LasHurdes, como la culebra de escalera(Elaphe scalaris) o la culebra de collar(Natrix natrix), han sido fieles a sudevoción hacia lo lácteo. En tiemposdonde los remedios farmacológicosescaseaban, se hicieron célebresmédicos rurales como Don Vito, quepateaba en su cabalgadura arriba y abajoLas Hurdes diariamente y que obligaba alas muchachas que habían perdido lacolor y el apetito a ingerir tocino, sal y,si lo hubiere, bacalao o algún tipo de

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pescado en salazón. Después, ponía unpuchero de leche y colocaba a lapaciente agachada sobre él. A los pocosminutos, y según reza la memoriapopular, aparecían ante el horror generalconsiderables culebras, tanto de lafamilia de las solitarias, habitantespropias de los intestinos afectados porla triquinosis, o de especies como lasantes mencionadas, descendiendo vivaspor la boca. Se aseguraba entonces,incluso por parte del facultativo, quehabían sido ingeridos huevos poraccidente, aunque las gentes,aterrorizadas ante la visión, tambiénconferían un poder casi mágico aalgunas serpientes que penetraban en los

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cuerpos de las personas mientras estasdormían plácidamente y sin percatarsede ello hasta comenzar a sentir lasentrañas revueltas y un hambre atroz quenada lograba mitigar.

A este respecto hay que añadir que nosolo en Las Hurdes, sino en otroslugares y naciones con mayores avancessociales y técnicos, se han utilizadoremedios semejantes. El miedo ancestrala las serpientes se puso de manifiesto enFrancia, cuando, en la segunda mitad delsiglo XV, se tomaron medidas oficialespara exterminar a las culebras de aguapor considerarlas causantes de algunasdeformaciones monstruosas en reciénnacidos. Se pensaba, en aquellos lejanostiempos, que los ríos o lagunas donde

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desobaban representaban un peligropara las madres gestantes, que podíanser «contaminadas» por los huevosreptilianos sin notar nada hasta quenacía algún descendiente con este tipode serpientes formando parte del propiocuerpo [2].

No valían, sin embargo, estosremedios lácteos para algunas especiesmuy poco conocidas y que causabanfascinación, como la culebrilla ciega oel escorrupión. De la primera se supobien poco hasta que la zoología lacatalogó como perteneciente a la rarafamilia de los Blanus cinereus, y aúnsigue siendo una perfecta desconocida,ocultándose entre los peñascos

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próximos a algunos arroyuelos ydelimitando su terreno. Para ello le valesu reputada picadura mortal, que a másde un hurdano en tiempos de la duraposguerra se llevó para el foso. Elsegundo es una de esas especieslegendarias que aún se mantienen en elfilo de lo fantástico y lo real. Estaespecie de híbrido alargado de reptil yanfibio no encuentra acomodo en losgruesos tomos de clasificación de lasespecies y así continúa sin que a nadieparezca importarle.

Ramiro Sánchez, transportista deCaminomorisco, había aprendido bien eldicho desde niño. «Si el escurrupiónsordo oyera y la culebrilla ciega viera,ni un animal vivo en los montes

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hubiera», me dijo, haciendo un alarde dememoria una tarde de enero invernaljunto al brasero. Sin pasar de los quincecentímetros de largo, este animalmisterioso tiene la cualidad de lanzaruna especie de saliva concentrada quepuede ser muy venenosa si se ingiere oentra en contacto con ojos o fosasnasales. Todo un bendito. Su condiciónde sordo nunca me ha sido aclarada,pero así lo denominan de punta a puntade Las Hurdes. A caballo entre laescolopendra y los reptiles ciegos,continúa instalado a mitad de camino dela leyenda narrándose sobre él mil y unahistorias, con la consabida muerte dealgún que otro descuidado pastor.

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Analizando con detalle el curiosoejemplar, y comparándolo con elcatálogo de especies ibéricas elaboradopor el Consejo Superior deInvestigaciones Científicas (CSIC) ycoordinado por Alfredo Salvador,podemos comprobar que la extrañacriatura descrita como Amphisbaenidaees la que más se acerca a la realidad delescorrupión. Salvador indica claramenteque «este es uno de los grupos dereptiles peor conocidos por susinmensas dificultades de observación».

Es decir, que incluso a ojos de losmáximos organismos científicos, elmisterio continúa.

Esta curiosa zooantropología hurdana,

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cuyas raíces se trasmiten de generaciónen generación, no solo nos habla decriaturas enigmáticas que parecen reciénsalidas de tratados de la Edad Media,sino que da un paso más allá y llega aconferir diversos «poderes» casimágicos a algunas especies que seinterrelacionan con el hombre. Siemprehan tenido clara, los habitantes de estemundo enclavado en los confines deExtremadura, la existencia de animalesdotados con propiedades casi humanasque son capaces de otorgar buena suertey guía a quien se tope con ellos.

Dentro de este primer grupo de«amigos de los hombres», destacan conluz propia los lagartos, que tienen fama

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en estas ásperas tierras de ser buenosconsejeros. Provistos de un fino instinto,se cuentan mil y una historias acerca decómo advirtieron de peligros inminentesa los viajeros despistados. FélixBarroso recogía un testimoniosorprendente en 1992 [3] que dejaba muya las claras el concepto que se habíanganado estos animales que correteanentre las lisas superficies de la pizarracuando los primeros soles de marzocomienzan a desentumecer sus sangres.El narrador de esta pequeña joya de latradición oral era Avelino Angulo,durante años alguacil del ayuntamientode Ladrillar y que ya viajó a otrosmundos tras toda una dura vida de

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servicio en Las Hurdes que le vieronnacer. Así le decía una mañana clara aBarroso, junto a los blancos muros de laiglesia parroquial:

A un tío mío, yendo a regar a un

huerto, le salieron dos lagartos entreel pasto, que se le ponían delante yse empinaban sobre los rabos, comoindicándole que no siguieraadelante. Pero mi tío continuó lamarcha. Al poquino rato, sintiócomo algo se le enroscaba en lospies. Cuando miró hacia abajo, vioque eran una culebra y un bastardomacho, que andaban haciendo larosca, en celo, y se habíanenroscado muy prietos en sus pies.

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Mi tío se llevó un gran susto, perolos dos lagartos acudieron prestos yse tiraron a morder a la culebra y almacho. Entonces se soltaron de lospies y comenzaron a luchar contralos lagartos. Mi tío cogió unoschinarros y mató a la culebra, peroel macho se escapó entre el monte.Entonces se demostró, como dice lagente, que los lagartos son amigosdel hombre.

En el lado opuesto de esa bondad de

la que hacía gala el lagarto ocelado(Lacerta lapida) encontraríamos alllamado pájaro de la muerte, un averapaz de cuya existencia también se

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habla en antiquísimas leyendas de lazona cántabro-asturiana. El cuervo gozaen Las Hurdes de merecida mala prensa.Su color enlutado y sus costumbrescarroñeras le hicieron merecedor delfeo apodo de «guarro». Apareciendodesde hace siglos como anunciador deóbito en las aldeas, se le hicieroncancioneros de los que aún hoy resuenancoplillas, como aquella que reza:

Cuando el águila chilla,carne barrunta;cuando el guarro guarrea,ya está difunta.

La creencia en el cuervo como fatal

pregonero de muerte está muy arraigada.

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Aún hoy se considera el vueloprolongado de esta ave sobre una zona ocasa concreta del pueblo, como anunciode tragedia inmediata. En algunas aldeasdel norte de la región describían hacesiglos al pájaro de la muerte como unser provisto de grandes ojos y alashermosas, con un pico afilado y torcidohacia abajo que solo se ve de noche,único momento en el que «el mensajero»se decide a volar hasta algún pueblodonde a las pocas horas habrá undifunto.

Transmitidos de padres a hijos, aúnperviven milagrosamente relatos en losque el pajarraco habló con vozcavernosa a través de los ventanucos

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donde luego tendría lugar la tragedia.Tío Baldo, un hombre de un pueblo delnorte, apesadumbrado, recordaba cómoa través de los muros de su casa, siendola una de la madrugada ya pasadas, seescuchó una voz terrible que repetía portres veces: «¡Baldo, esta noche se temuere tu mujer!». Al abrir la balconadaque daba al exterior, los familiares, queallí se habían congregado para cuidar dela enferma, observaron el aleteo lejanodel pájaro de la muerte que se alejabacon su graznido. Al llegar el día lamujer de Baldomero ya era cadáver.

Si el cuervo es considerado malditopor la pesada carga de malas noticiasque trae en sus vuelos, no menos podermaléfico posee otra pequeña especie

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que, por merecimiento propio, ocupa unlugar de honor en este catálogoimposible de la zooantropologíahurdana. Existe una curiosa especieanfibia, conocida por los especialistascomo salamandra rabilarga, que desdeantaño ha estado envuelta en un halo depoderes sobrenaturales en estos montesdel Paraíso Maldito. Conocida por estasgentes como salamantiga, estaescurridiza criatura, difícil de ver y másaún de cazar, era un enemigo en potenciapara el ser humano. A pesar de sureducido tamaño, pues en rarasocasiones sobrepasa los veinticincocentímetros, sus poderes la hacen temidadel uno al otro confín. Aún hoy, si el

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viajero tiene la oportunidad deintroducirse en esas tertulias llenas desabor que se desperdigan sabiamente amedia mañana, y si el tiempo lo permite,por entre las callejuelas de algunasalquerías, sabrá cómo antes de beberagua de un arroyo o laguna hay queobservar bien, no sea que perturbemosel descanso de alguna salamantiga. Siesta se ha sumergido en dicho caudalquedaremos sordos para siempre. Y sinos apoyamos con las manos o algunaparte desnuda del cuerpo en el lugardonde ella se ha aposentado nos entrará,al cabo de una o dos lunas, la másterrible de las enfermedades: elencontrau.

Sobre esta dolencia, más espiritual

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que física, se habla en todas Las Hurdes,aunque ya solo los antiguos recuerdan eleficaz remedio para combatirla,consistente en pasar una escoba depalma con movimientos precisos altiempo que se canta el responso contradicho «elemental» de la naturaleza. Ir almédico en busca de lociones y pomadaspara curar los antiestéticos granitos yerupciones que asolarán nuestro cuer-po, es tarea inútil. El encontrau sigueestando considerado en algunascomunidades como un verdaderoespíritu que llega a instalarse en nuestrocuerpo. Es como el alma de ese animalsombrío y amenazador que martiriza alenfermo adueñándose de su energía y

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postrándolo en cama durante días confiebres altísimas que, en épocas dondela medicina convencional era pocomenos que un espejismo, llegaban aprovocar incluso la muerte.

Hablando de peligros reptantespuramente físicos no debiéramos olvidara dos especies poco queridas por loshurdanos y sobre las que la cienciaarrojó luz el pasado siglo. Hastaentonces podríamos afirmar que no sesabía aquí el origen ni motivaciones delas melucas, gusanos de gran tamaño,ciegos de nacimiento y provistos de unapequeña boca mordedora que ataca aldespistado cuando sus pies caminabandescalzos por el barro. La cantidad delodo almacenado en épocas de lluvias y

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la escasez de zapatos hasta bien entradala presente centuria deben darnos unaidea de la cantidad de personas quemaldijeron una y mil veces a estalombriz traicionera. Sobre elsaltorrostro, una salamandra grisácea yaprácticamente extinguida, también secontaban mil y un percances pasados.Cuentan de este extraño anfibio quegustaba de salir de su charca y saltarimpunemente, y con las patas por delate,sobre las perplejas caras de los allípresentes. Sobre la mucosa quedesprendía su estirado cuerpo, de grandensidad y fetidez repugnante, se llegó adecir de todo, incluso que a más de unhurdano le había dejado ciego tras

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impregnarle los ojos. Datos quemédicamente no se pudieron comprobary que, como tantos otros, se instalaronen una leyenda inmortal que aúnrevolotea por las alquerías del norte.Con todo, las picaduras de estosmoradores del monte no llegaba a sertan dolorosa como la de las llamadasvacas de agua, que causaban espantocaminando con sus seis finas patas porel río en una ordenada procesión.Tomadas por arañas acuáticas duranteaños por los hurdanos, estos insectos,bien conocidos hoy en diferentes puntosde la Península, no suponen un peligropara casi nadie. En aquellos tiempos,empero, sí provocaron fuerteshinchazones y fiebres que, con la sola

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asistencia de unos cuantos brebajes sídieron más de un disgusto grave. Laescolopendra, llamada jinchapiés por supredisposición a atacar esa parte denuestra anatomía, era otra batalladoraincansable que, a pesar del agudísimodolor que provocaban sus mordeduras,no era capaz de provocar la muerte. Esacualidad la tenían tan solo unas pocascriaturas, y entre ellas, la que continúasiendo más célebre: la tarantanchuela.

Ella sí que podía provocar el óbitoinmediato de su víctima, pero al menosexistía la posibilidad de salvoconductosi no caíamos en la absurda tentación deacercarnos demasiado en tres ocasionesdistintas. La tarantanchuela hurdana,

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como habrá adivinado el lector por lasonoridad de su nombre de pila, es unarácnido de gran tamaño que espanta almás pintado. Con un abultado abdomenque con la acción de los rayos solaresprovoca destellos azulados, esta arañarepulsiva perteneciente a la familia delos licósidos sobrepasa los sietecentímetros de longitud y vivesemienterrada bajo las rocas. Supicadura, según demuestran los estudiosde especialistas españoles como ÁngelRamos o Pedro Cifuentes, no es mortalpara el ser humano, aunque sítremendamente dolorosa. Sin embargo,una vez más, los postulados científicosencuentran su contrapartida en el saberpopular que, en Las Hurdes, ha asignado

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a este animal otras competencias aúnmás fúnebres. Tan es así que,compartido por gentes de toda condicióny cultura, está muy extendida la firmecreencia de que la tarantanchuela«perdona dos veces», pero jamás unatercera. En Riomalo de Abajo, sentadosante una honda olla donde se preparabaun desconocido manjar de la tierrallamado moje del pescador, GonzaloMartín Encinas, una persona que havivido la mayor parte de sus años enotras provincias españolas y que no sesiente muy ligado a las diversastradiciones referentes al mundo mágicohurdano, me confirmaba, para misorpresa, cómo la historia de «las tres

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picaduras» era algo absolutamente realpara él y que, por no decirlo de otromodo, le habían llegado a llenar detemor en alguna época.

Había escuchado de otros muchoslabios la «ley de las tres picaduras»,pero Gonzalo, con su talante escéptico,lo hizo mejor que ninguno aquella nocheen la que la conversación, sin saber biencomo ni por qué, acabó por losderroteros del mundo de los arácnidos.De este modo resumía a la perfección elsentimiento existente de toda unageneración hacia uno de los animalesconsiderados malditos.

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Una imagen de la subespecie a la que en LasHurdes se llama tarantanchuela, un arácnidodigno de ser evitado. Según la tradición oral,

tres picaduras consecutivas matan.

—Yo, la primera vez que la vi, comoa los seis años, tenía este tamaño —mecomentaba señalando el cuenco de unacuchara sopera—. Me picó y el dolor ylas fiebres fueron tremendas. Ya decíanlas gentes de la zona de Aceitunilla queaquello era la tarantanchuela y que me

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anduviese con cuidado, no me fuese a«cazar» otras dos veces. Ya sabes que ala tercera te mata, sea cual fuere eltiempo que pase o las medidas quetomes.

—¿Y te picó de nuevo?—Sí, cuando tenía treinta y dos. Me

estaba bañando y me la veo allí, al finalde la corriente. ¡Qué miedo me recorrióde arriba abajo! Intenté nadar hacia elotro lado pero sentí la picadura en todala espalda. Volví a estar tremendamentefastidiado, con un dolor difícilmenteimaginable. Ahora ya solo queda latercera, por eso tengo que andar conmucho ojo. A la tercera va la vencida.

—Me sorprende que me digas esto.Eres un hombre que parece muy

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escéptico ante las tradicionesancestrales hurdanas que tienen que vercon la magia y lo inexplicable.

—Ya, pero hay cosas que no te puedendejar indiferente. Aquí todos sabemosdel poder de las tres picaduras de latarantanchuela. Y como yo hay varios,con dos picaduras en el cuerpo. Es unamaldición que viene del tiempo de losabuelos de nuestros abuelos y que debeser respetada. Yo, de momento, esperono encontrarme de nuevo con el malditoarañón. Eso lo tengo seguro.

Félix Barroso me comentaba, mientras

nos alejábamos en dirección a otras

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alquerías y el cielo estrellado ya nossaludaba, cómo el único remedioexistente para las supuestas mordedurasde este arácnido era una especie debaile frenético en el que el pacienteacababa sudando a mares y eliminandoparte de la toxicidad de la sustancia. Erala cura para los dos primeros ataques,para el tercero, no había solución,incluso ni la más ancestral farmacopea,conservada en las bocas desdentadas delas más ancianas, conservaba responso oungüento para enfrentarse al fataldesenlace.

En las profundas Hurdes las leyes dela vida y la muerte parecen marcadaspor patrones muy definidos, y contra sufuerza mágica e incomprensible se

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puede hacer bien poco. El más potentede los venenos, la más mortal de laspicaduras, puede ser neutralizada sinmayores problemas por las sabiasrecetas de los antiguos pero, por contra,cuando la causa que atenaza al enfermoproviene del oscuro mundo de lasmaldiciones, la sustancia nociva es unmero vaso conductor. Por eso algunosanimales aún hoy, en los albores deltercer milenio de los satélites y lacomunicación digital, continúan siendoevitados y temidos en Las Hurdes. Suleyenda y su misterio los hace emisariosde un mundo mágico e incomprensibleque desafía cualquier ciencia y contra elque los hombres nunca podrán luchar.

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1 Existen otros casos en España de tritones-humanos, como Francisco de la Vega Casar, elllamado hombre-pez de Liérganes, estudiadopor el padre Feijoo o el doctor GregorioMarañón, que vivió cinco años en lasprofundidades marinas y del cual el autorpublicó las actas de nacimiento y defunción enel siglo XVII. (Véase obra del autor Enigmassin resolver, Editorial Edaf.) Fuera de nuestrasfronteras se conoció al sorprendente PejeNicolao, un siciliano natural de Catania que amediados del siglo XV era capaz de realizarsorprendentes demostraciones acuáticassobrehumanas y que al final desapareció parasiempre en el transcurso de una de ellas, en elestrecho de Mesina y en presencia del reyFederico de Nápoles. Se le creyó un caso únicoen el mundo de adaptación al medio acuático.

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2 El caso de serpiente viva como apéndice delpropio cuerpo lo recogieron los archivos delcirujano francés Ambroise Paré en la plaza delEspíritu Santo de Cracovia (Polonia) en 1494,en el que el afectado fue un niño recién nacidocon una especie de lamprea que le roía partedel estómago.

3 Félix Barroso Gutiérrez, Hurdes: visióninterior, Diputación de Salamanca, 1993.

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CAPÍTULO 10

Zahoriles: Hombres de otrotiempo

No tienen médicos, nicirujanos. Ellos mismos, con subotánica especial y extraña, seforman las medicinasalcanzando sin embargo largavida.

PASCUAL MADOZ,

DiccionarioGeográficoEstadístico-

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Histórico de España, 1847

EL honorable Pascual Madoz, quienen su magna obra de registro de lospueblos de España se ocupó de lasdesoladas Hurdes en su tomo noveno,no cabía en su asombro. Sin medidassanitarias de ningún tipo, desconocidoslos más elementales remedios médicos,los habitantes del Paraíso Malditolograban hacer frente a lasenfermedades mortales de un modocasi sobrenatural. El historiador ygeógrafo definió así al territorio trassu visita:

Este país, casi desconectado delresto de la nación, forma unverdadero paréntesis no solo en la

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materialidad de su posiciónrespecto a los pueblos que lerodean, sino también en las ideas,en las costumbres, en la religión yhasta en el progreso de la especiehumana. Está habitado por una razaindolente y degenerada, donde no seconocen los oficios necesarios parala vida. La religión es desconocida,el abandono de sus costumbres casisalvaje, la abyección e indolenciaque produce su miseria es terrible.Viven usando su licencia brutalconducidos tan solo por su librealbedrío.

La descripción es aterradora. Pero

Madoz no tuvo en cuenta, dentro de

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aquel caos que intuyó ver durante laspocas horas en las que pisó la regiónhurdana, a los zajoriles. De haberlohecho hubiese comprendido cosas queel daba como inexplicables. Loszajoriles, término utilizado desderemotos tiempos que por algún extrañoresorte conexiona directamente con lapalabra zahorí, definitoria, según eldiccionario, «de las personas concapacidad para lo que está oculto»eran hombres ancianos, acumuladoresde sabidurías y consejos ancestrales,que se erigían en cada municipio comoverdaderos hombres de ley, por encimadel bien y del mal. Todos les rendíanpleitesía sin condición. Muy poco se ha

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escrito de ellos, a pesar de que supresencia continúe viva por estasalquerías. Ellos eran los obradores delmilagro de la medicina y delconocimiento exacto de la naturaleza.Ellos, como buenos hombresprocedentes de la casta de los sabios,explicaban el universo a lo suyos paraque todos comprendiesen la finalidaddel día y la noche, de la Luna y el Sol.

Probablemente solo gracias a ellos, ala correcta estructuración social quese realizaba en torno a sus figuras ylos valores que impregnaron en lanuevas generaciones, la región fueresistiendo los duros envites que lavida y las condiciones adversas letenían preparadas. Ahora, como si los

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mejores tiempos no requiriesen de supresencia, han decidido marcharse ensilencio hasta la «otra orilla». Aquellallena de ánimas y seres extraños quetan bien conocían. Los últimos nosdejaron hace bien poco, pero surecuerdo permanece en cada rincón desus Hurdes.

Aquellos hombres sabios. - Tío Eusebio: elañorado zahoril. - Ancestral recetario

hurdano. - Medicina mágica y farmacopeapastoril. Druidas del siglo XXI. -Ungüentos célebres en el mundo.

«¿Y VIVIRÁ siempre este país sumidoen tanta miseria y entregado a su

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estúpida ignorancia?», se preguntabaPascual Madoz al finalizar su estudiosobre la región. El tiempo hademostrado que no. Que ni siquieraexistía esa incultura total. Hoy, gracias alas investigaciones lentas pero firmes,se puede decir que hubo unas personascon dotes especiales para que unapeculiar cultura, cultura tan válida ypositiva como cualquiera otra,impregnara de valores básicos aaquellos hurdanos.

Desde los primeros escritos sobre estazona se habla de la casta de personasque instruían a sus semejantes, haciendoacopio de unos conocimientosdesbordantes sobre todas las materiasde la naturaleza y la vida. Corriendo por

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los afluentes de tres o cuatro familias, lasangre de los zahoriles fue renovándosehasta el siglo XX, cuando, a pesar de lamasiva llegada de personas ajenas a laregión, continuaron siendo másrespetados que cualquier mandatario osacerdote.

Buscadores de agua, de metalespreciosos, médicos y veterinarios con elpoder de sus manos y su intransferiblerecetario, archivos vivientes de lasviejas y reales historias sobre los «seresimposibles», trovadores y poetas sinnecesidad de haber aprendido las letras,echadores de responsos para provocartormentas y cosechas, alejadores deplagas, administradores de ley y razón a

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falta de jueces y autoridades..., loszahoriles eran un importante epicentrode la vida social en las antiguas Hurdes.En ellos se basaba la buena convivenciade algunas alquerías y de ellos apenasqueda el recuerdo, pues los avances dela vida cotidiana y el concepto malentendido del hurdano para con supasado los han ido apartando de susfunciones principales hasta casidesaparecer.

La figura de estos personajes, sinembargo, fue vista por algunos sesudos«intelectuales dispuestos a limpiar lamala imagen de Las Hurdes a todacosta» [1] como sublimación de lapintura negra que afectaba la región. E

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intentaron proclamar en su día y a loscuatro vientos que la existencia de loszahoriles era muy discutida y, cuandomenos, irrelevante.

Nada más alejado de la realidad, pueshoy en día antropólogos y estudiosos dela historia de esta porción deExtremadura, lejos de antiguosprejuicios de aquellos que no sabíansustraer los buenos valores del duropasado hurdano, reconocen el papelinstructor y pacificador de aquelloshombres sabios que, a su modo,cultivaron y preservaron valoresauténticos y humanos en su comunidad.

Puedo dar fe que en los cuarenta

pueblos, o sea, en todos los de este

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Paraíso Maldito, a pesar de que hacedoce años que dejó esta tierra que tantoquiso, se guardan buenas palabras yrecuerdos para el más importante zahorilde la historia reciente de Hurdes:Eusebio Martín Domínguez, másconocido como «Tío Eusebio».

Es difícil comprender el carisma deeste hombre y el poso que como «últimozahoril» dejó en sus semejantes. Unejemplo para acercarnos a su figura sonlas palabras que le dedicó el profesorde La Sorbona parisina Maurizio Catania su muerte. El prestigioso doctorfranco-italiano había vivido varios añosjunto al noble anciano para intentarexplicar los complejos sistemas sociales

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que reinaban en Las Hurdes de los añossetenta. Sus emocionadas palabras parael viejo zahoril hurdano fueronpronunciadas entre lágrimas en la mecade la cultura europea:

Dedico este trabajo a la memoria

de Eusebio, el informante que meaceptó como amigo. Cuando mellamaron por teléfono a París, paracomunicarme su muerte, no me diovergüenza llorar. Estoy convencidode que ahora mi trabajo no podráacabarse como yo pensaba:contrastando las conclusiones de miaprendizaje con su saber. EnEusebio reconozco a uno de mismaestros. Dentro de su sociedad él

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era un zahoril, en el sentidoespecífico que en Las Hurdes Altasse da a esta palabra, no referida alque sabe encontrar agua, sino aquien conoce las cosas del mundo ysabe explicar porque las entiende ensu sentido más hondo. Eusebio nosolo conocía Las Hurdes, lascomarcas colindantes y lascapitales, sino que, con la edad,había llegado a ser un hombresereno, capaz de entender y devalorar cosas y personas. Ya nopuede mi maestro Eusebio vigilar ycorregir, con su divertida ironía y sugran agudeza intelectual, el trabajoque estoy realizando.

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De aspecto enjuto, tez cetrina y amplia

y presta sonrisa siempre dispuesta anteel forastero, Tío Eusebio nació y vivióen ese pueblo perdido entre paredesimposibles llamado El Gasco, allídonde, por lo sinuoso de sus veredas ycaminos, ni siquiera llegaron loscientíficos y las comisiones regias. Enlas condiciones más duras, no pudoelevarse ningún camino hasta muchosaños después que otros lo tuvieron. Aquípaso sus días este hombre, verdaderodiscípulo de la naturaleza. Más allá delos conceptos al uso como hechicero,brujo o curandero, Tío Eusebio era unaacertada mezcla de esas disciplinas,

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aderezada por un constante deseo deaprendizaje y conservación de loslegados que dejaron otros zahoriles másantiguos que él.

Existen referencias fantásticas alpoder físico y mental ilimitado de estoselegidos. Algunas hablan de predecirhechos futuros y de cómo podíanelevarse y suspenderse en el aire con elmero control de su mente, tal y comoalgunos estudiosos han comprobado alparecer en comunidades religiosas delTíbet, célebres por el dominio de sucuerpo a través del pensamiento [2].

Si bien es cierto que hasta aquelfatídico día de otoño de 1987, fecha enque gran parte de Las Hurdes quedaron

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huérfanas del corazón, Eusebio nuncahizo ese tipo de demostraciones enpúblico. Solo los más allegadoshablaban de un poder casi ilimitado paraadivinar hechos que aún estaban pordesencadenarse. Sin embargo, en un afánde ayudar a los demás y de poner sus«poderes» y conocimientos al serviciodel pueblo, sí hizo gala de sorprendenteoficio en cuestiones vetadas para losdemás. Él era el que recordaba las másantiguas tradiciones, desde la ancestralmatanza a las representaciones deCarnaval, desde los cuentos a los niñoshasta los seranos para sus mayores.Félix Barroso, en una de esas rutas porel fría localidad de El Gasco, mehablaba así de su recuerdo:

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Él fue un zahoril de Las Hurdes o,

lo que es lo mismo, una verdaderainstitución hurdana. Tío Eusebio fuetodo un filósofo, un antropólogo a sumanera, un poeta, un gran artesanode la madera, un ingenioso pastor,un aventurero, el encargado de velarpor la tradición hurdana, el hombrevenerable que impartía el derechoconsuetudinario, el que transmitíalos cuentos a los niños, el quearchivaba en su memoria la historiay geografía de Las Hurdes, el queechaba el responso a San Antonio yconjuraba las tormentas; él era elhurdano de ojos francos y sinceros...

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Maurizio Catani, profesor de sociología enParís desde 1960, realizó uno de sus grandes

trabajos sobre la figura del «zahoril

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hurdano». Para ello estuvo dos añosviviendo junto a Tío Eusebio en la minúscula

alquería de El Gasco.

(Foto: Manuel Vidarte.)

Catalizador de la vida en ese remotorincón de El Gasco, el querido zahorildemostró, ante todo, una sapienciailimitada de los productos del entornopara servicio de sus vecinos. Así, ElGasco, lugar donde es casi inexplicablela vida sobre suelo tan pedregoso yduro, gozó siempre de pócimas,ungüentos y recetas que hacían el día adía un poco más llevadero.

No dudamos que hoy, con tanto éxitocomo se reproducen en los medios de

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comunicación los manidos programaslight sobre vida natural y recetas deabuelas, bisabuelas y tatarabuelas, losverdaderos y genuinos remedios de unhombre auténtico como Tío Eusebioserían un verdadero bombazo mediático.El hombre, sincero y honesto, nuncaquiso tener remedio para los imposibles.El zahoril jamás engañaba a los suyos,sino que les enseñaba y hacía partícipesdel conocimiento para que ellos mismospudieran crear sus propias soluciones acada problema. Así, en aquellasprofundas Hurdes de hace unos años,escarpado junto a las misteriosas tierrasvolcánicas de El Gasco, se generó unrecetario del que hoy se ha perdido unagran parte. Sin embargo, caminando aquí

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y allá por aquellas sierras, charlando ycompartiendo el mismo pan y el mismovino de aquellos que trataron a EusebioMartín Domínguez, he logrado rescataralgunas que seguramente, y a pesar delas modificaciones a las que fueronsometidas tras ser asimiladas por cadauno de los zahoriles, provienen de losprimeros siglos de asentamiento humanoen estas tierras hostiles conocidas comoDehesas de Jurde.

En diversos cuadernos de campo heido apuntando, a vuelapluma, algunas deellas, con el afán que todo buen «sabio»hurdano poseía; el de transmitir lo buenoal resto de la comunidad. Ahora, comoun eslabón más dentro de la mágica

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cadena, les hago partícipes de un saberancestral cuyas raíces se pierden en labruma del tiempo y que aún es respetadoy utilizado en estas cuarenta alqueríasdel singular y maravilloso ParaísoMaldito. Aquí van algunas en las queestas nobles gentes tienen más fe y quehan sido empleadas de generación engeneración, conservadas y mejoradaspor los correspondientes zahoriles, yguardadas con celo en un saber que,hasta ahora, siempre se ha transmitidooralmente:

En estas sierras, yermas de

medicina oficial durante años, deconsiderable altura y vientosgélidos que cortan la respiración en

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el invierno, es lógico que loscatarros, gripes y fiebres secobrasen bastantes víctimas. Contraello existía una pócima , muypopular en la alquería de LasMestas, compuesta de «aguaabundante, orégano recién recogidoal amanecer, higos, uvas secas, unaflor conocida como chupanina ybuena miel de los panalescolmeneros». Esta energetizantebebida aniquilaba por completocualquier virus que osase penetraren el organismo y restablecía todoel vigor perdido.

Contra el paludismo, malendémico transmitido por el

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mosquito Anophele, inquilino decharcas y aguas residuales quemotivó las primeras intervencionesestatales tras las visitas de GregorioMarañón y Alfonso XIII, había otrobebedizo eficaz, compuesto por la«pasta de los altramuces, olivasrecién cogidas y pequeñas bolas deretama». A pesar de que elsuministro de quinina se hizoextensivo a toda la región pormandato regio, este otro compuestonatural se siguió utilizando hastaque la epidemia se mitigódefinitivamente. Existían ademásplantas y flores protectoras, como lacolmenina o el poleo, cuyo jugodebía ser aplicado en algunas zonas

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del cuerpo, como rostro y plantas depies y manos, y que actuaba comopoderoso repelente ante los ataquesdel peligroso insecto.

Las plantas, como decían loszahoriles, eran «un libro abierto»que era preciso saber leer conatención. Así, la hortelana seconvertía como «vigorizadorinstantáneo» para las duras tareasdel campo, el orégano era un eficaz«eliminador de los doloresestomacales», y las dedaleras, comorecogen los activos estudiosos de latradición hurdana José Luis Puerto yRamón Grande del Río, servíanpara «envolver las grandes heridas

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y atajar las hemorragias» y, almismo tiempo, aplicadas como«apósito bajo las mandíbulas», eranútiles para no sufrir de paperas.

Las graves enfermedades queprovocaba el consumo de leche decabra sin las condiciones higiénicasnecesarias, tales como la temidafiebre de Malta, eran combatidascon un recetario donde tanimportantes eran los productoscomo la fase que tuviesen los astrosy el lugar exacto en que fuesenarrancados de la tierra. Decían lasgentes de Riomalo y Martilandránque era necesario machacar tresaltramuches y darle la papilla alafectado, que casi siempre eran

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niños, justo antes de salir el soldurante tres mañanas seguidas y conprecisión milimétrica en la hora deldía. Hacerlo antes o despuésinutilizaba el remedio. Este tipo de«pequeños milagros», en los queactuaban otras fuerzas y energíasademás de las propias del elementocurativo, aportaban a los zahorilesun halo brujeril que era aceptado yvenerado de buen grado en LasHurdes. El recetario mágico seamplía entonces con otras curiosasacciones, como la practicada en elpueblecillo de Cerezal, donde aúnhoy es arraigada costumbre el«arrancar pedazos de ropa y

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cabellos» del afectado por ataquesd e epilepsia y lanzarlos, previoresponso, a una gran lumbre. Conelementos que en lo puramenteornamental recuerdan a las prácticasde orixás y babalaos de laLatinoamérica profunda y de lasprácticas de vudú afrocubanas, enlas antiguas e inhóspitas tierras deJurde se vienen practicando estas«limpias» para alejar todo tipo demales en un curioso paralelismo queasombra a antropólogos yestudiosos del comportamiento delas comunidades humanas.

Tampoco es hoy inusual una riquísima

farmacopea pastoril que corre paralela,

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pero con sus propias leyes, a latradición curanderil hurdana.

Las cabras, perennes acompañantes dela humanidad que poblaron estas sierras,fueron una de las especies en las que sefundamentó la vida cotidiana. Lasenfermedades que la asolaban eranmotivo de preocupación justificado ycontra las que se luchó con todo elpoder que los pastores tenían a sualcance. Al igual que con suscongéneres, la nula presencia de laciencia en la región en tiempos antiguosgeneró una peculiar medicina quearrojaba sorprendentes resultados.

Existían dolencias como la

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zangarrina, una hinchazón dehocico y cráneo producida poringestión «de las plantas malas», ala que los hurdanos temían ycalificaban de verdadero cáncer delganado. Unas friegas, realizadas conuna cronología y cadenciadeterminadas, con «gotas del escasoaceite de oliva hurdano», aplicadosobre los belfos del animal,erradicarían el mal.

El torvisco, planta que para loshabitantes del Paraíso Malditoposee verdaderos poderes mágicos,es utilizada masivamente contraenfermedades de las cabras. Lazurria, o diarrea, es cortada enseco tras colocar una rama de esta

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planta atada al rabo del animal. Sedispone igualmente sobre lostestículos del macho cabrío cuandose dispone a ser castrado. Aunqueparezca increíble, quienes realizanla desagradable operación«quirúrgica» de extraer las turmasde la bolsa escrotal juran que elanimal apenas sufre y que se frenala copiosa hemorragia en apenassegundos. Este poder coagulante deltorvisco hace que sus usos seextiendan incluso para tratarhabituales cortes y profundasheridas no solo en el ganado, sinotambién entre los semejantes.

El «viru», o pincho afiladísimo de

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las jaras, es empleado con destrezapara puntear la zona del cuellodonde las víboras habitualmenteatacan con su mordedura. El poderdel veneno, si se ataja a tiempo, sereduce considerablemente y elanimal puede continuar viviendo.Este mismo punzón se incrusta en laoreja contraria del animal afectadocuando aparece la nube de los ojos.Si se deja sin mover un milímetrodurante quince días, la telillasanguinolienta que cubre la córneapasará a mejor vida. Así de radicales este «viru», elementoimprescindible en el «botiquín» deldruida hurdano.

Otra dolencia que puede resultar

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mortal es la llamada terana y queconsiste en la acumulación desangre en el pescuezo. Desdetiempos difíciles de precisar sedispone, cuando aparece estecoágulo o trompo, a «cortar con unanavaja un trozo de pezuño». Yperdura durante años este curiosoremedio que ni siquiera actúadirectamente sobre la zona afectada,ya que, como las demás, jamás dejade ser utilizada y siempre esefectiva si son sabias y cuidadosaslas manos que lo practican.

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Un druida de nuestro tiempo, Amador el deVillanueva de la Sierra, en su «laboratorioparticular» energetizando con las manos

varios aceites para crear su productomilagro. Es el relevo de los zahoriles de

antes.

Transmisores de esa medicina mágicae incomprensible a los ojos de laciencia ortodoxa, algunos zahoriles hanllegado a influir positivamente en otraspersonas más emprendedoras que hanaportado a sus remedios y pócimas elsaber ancestral de la naturaleza hurdana.Algunos ejemplos alcanzaron inclusoresonancia en medios de comunicaciónnacionales.

Si tiramos hacia el sur, saliendo por

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Pinofranqueado y nos desperdigamospor los pueblecillos dormidos de lasierra de Gata, acabaremos, siguiendorecto el camino, en Villanueva de laSierra, lugar acogedor donde el tiempoparece haberse detenido y en el quesiempre aguarda con brazos abiertos yamistad sincera Amador, uno de losúltimos curanderos.

Amador saltó a la fama tras unungüento denso y negruzco que, a golpede vieja alquitara y oraciones guardadasen secreto durante años, se convirtió enun poderoso crecepelo que tenía ademásotras muchas utilidades. En recipientesantiquísimos de piedra, envueltos en elhumo que despedía la hoguera en la quereposaban algunos elementos

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imprescindibles para el correcto hervorde la sustancia, aparecía el famosobrebaje de Amador. Alrededor plantas,bayas, raíces y bulbos ordenados en uncuidadoso desorden.

El serrano, de mirada franca y agudezadespierta, se dio cuenta un día de hacemuchos lustros de cómo aparecía unaponzoñosa herida en una de las patas desu mula, a la que por cierto tenía tantoafecto que no paró hasta descubrir elmodo de extirparle aquel mal. Lo cierto,y no le duelen prendas admitirlo, es quetodo ocurrió de forma casual. Cuandolos remedios oficiales no solucionabanel problema y simplemente maquillabanunas pústulas de muy mal aspecto,

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Amador decidió seguir antiguas recetasy conjunciones herbales que con celo seguardaban en su familia desde hacíaaños. Con todas ellas licuadas en unasustancia oleaginosa y en un intento a ladesesperada, roció con el espeso aceiteresultante a la burra y, ¡milagro!, lacostra pasó a mejor vida. Además, yesto es lo que dio idea al curandero dela dimensión del descubrimiento, unárea de la pierna del animal habíarecuperado su recio pelaje tras haberquedado convertida en calva por acciónde la herida. Sorprendido, decidióactuar sobre sí mismo, consciente de quesus profundas entradas le causaban yademasiados quebraderos de cabeza.Desde entonces, Amador luce una

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espesa mata de pelo, y lo mismo dicencientos de «clientes» que han sentido ensus folículos pilosos la «acción» delmilagro hurdano. Su pócima, cuyafórmula mantiene bajo el sello delsecreto confidencial a pesar de losintentos de varias multinacionales porarrebatársela a un nada módico precio,hace que hasta su humilde viviendalleguen decenas de cartas todas lassemanas. Yo mismo pude remover aquelmontón de sobres y comprobar cómo un50 por 100 respondían agradecidas antelos efectos del tónico y, el resto,llegaban con remite incluso delextranjero, ya que el efecto increíble delboca a boca entre parientes, amigos,

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conocidos y familiares las hacían llegarhasta ese rincón de Extremadura parasolicitar un frasco del remedio a lacalvicie.

Tío Picho fue otro de los grandes zahorileshurdanos. Conjurador de tormentas,

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conocedor de los ungüentos y medicinas,aparece en esta imagen charlando con Don

Juan Carlos cuando este era príncipe deEspaña y visitó, en 1972, la aldea de Las

Mestas.

Lo más curioso es que, a pesar de lafama que llegó a alcanzar el producto enla década de los ochenta, Amadorcontinúa con sus diferentes labores delcampo y con la ardua recogida diaria delas plantas «mágicas» de Las Hurdesque se entremezclan en sudescubrimiento líquido. Muchosamaneceres se sube a un alto desde elque se denomina la grandeza aislada delParaíso Maldito y, desde allí, pone losbrazos en cruz con las hierbas recogidas

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en el día.—Me siento libre y como si una carga

de energía que no comprendo y que bajade arriba lo inundara todo.

Así es este druida del siglo XXI. Lejosde «montarse en el dólar» cediendo susecreto a las firmas cosméticas comohubiese hecho más de un avispado, norenuncia a sus paseos entre pizarras ymadroñeras a la búsqueda de las plantasque tan bien conoce. Abajo, al otro ladode Villanueva de la Sierra, el mundocontinúa bullendo y las multinacionalesextranjeras ofreciendo cifras de dinerocon bastantes ceros para quedarse con el«milagro». Pero Amador hace casoomiso, coge su cesto y vuelve al monte.

—Su magia —afirma Amador— no

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está en venta.Crecepelos, como así le llaman sus

amigos y conocidos, es tan solo unejemplo. Otros hombres iniciaronaventuras semejantes, como CiriloMarcos, de Las Mestas, quien a base deconjuntar diferentes hierbas secretas y elpolen y la miel pura de Las Hurdes creóel archiconocido Ciripolen, una bebidavigorizante y tonificante que era bienconocida desde hacía años entre estosmontes. El producto que luego se envasóirrumpiendo en los mercados de todaEspaña era una simple imitación deloriginal. Tras unos meses de auge, el«secreto» mejor guardado pasó a mejorvida y hoy Cirilo y los suyos vuelven a

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envasar el producto a la antigua usanza,conservando intactas sus genuinaspropiedades curanderiles. En una casablanca de piso bajo, donde la estrechacarretera se retuerce mil veces, rozandocasi los pequeños portales de madera deLas Mestas mientras sube hacia la peñade Francia, encontraremos su saberconcentrado en botes que se exhiben apleno sol, sobre una mesa de madera y ala vista de los pocos coches quelentamente viajan hacia la frontera contierras de Castilla.

Menos conocidos son otrosdescubrimientos, como el de unagricultor de El Gasco que mezclandodiversos aguardientes de madroños conalgunos elementos botánicos de su

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entorno ha conseguido un licor depropiedades sorprendentes. Según rezanlos análisis facultativos del sevillanohospital San Juan de Dios, elaguardiente generado por Tío Venancio,elimina toxinas del cuerpo y reducemateria grasa ingerido en cantidadesmoderadas. ¿Cuánto estarían dispuestasa ofrecer algunas empresas por hacersecon el preciado tesoro?

Por fortuna, en la casi inaccesiblealquería de El Gasco, la tranquilidadreina. Las alquitaras producen gota agota el licor a la luz de la lumbre y lavorágine de las dietas adelgazantes y laobsesión por la salud queda muy lejos, amuchos kilómetros de las nevadas

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serranías que en invierno flanquean unnublado horizonte.

Simplemente se prosigue con la laborque emprendieron los zahoriles hace yasiglos con sus viejas recetas.

—Quien quiera milagros —dicen—que venga aquí a por ellos.

1 Durante el régimen franquista hubo variosintentos, coincidiendo con los primeros planesde Desarrollo destinados a la comarca, deeliminar cualquier vestigio del turbulento ynegro pasado hurdano. Queriendo eliminar deraíz imágenes como las de Buñuel o Legendre,se publicaron libros como el de Leandro deVega, Las Hurdes: leyenda y verdad (1964),donde se niegan prácticamente las durasrealidades de la comarca. Una cosa incorrecta

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era recrearse en la miseria y el abandono. Otra,igualmente alejada de la verdad, era negar esepasado y convertir a Las Hurdes en poco menosque un vergel de felicidad.

2 Sobre el poder de los integrantes de algunasórdenes religiosas del Tíbet se escribió hasta lasaciedad, sobre todo en los años setenta,cuando las culturas orientales se presentabansugerentes y atractivas en el tecnificadoOccidente. Uno de los autores que más divulgó,con no pocas dosis de novela, estas proezasfísicas y mentales fue Lobsang Rampa, quienhablaba de «el tercer ojo», el poderadivinatorio de algunos lamas, o de la capacidadextrahumana de resistencia de los cuerpos deaquellos faquires del pensamiento.

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CAPÍTULO 11

Encuentros con el diablo

Cómo lo recuerdo… tenía lacabeza pequeña… y sin cara.¡Qué iba a pensar! ¡Que allíestaba el mismo Lucifer!

JO S É AZABAL, alquería de

Aceitunilla

«NOMBRE general de los ángelesarrojados al abismo, y de cada uno deellos. Aparecen en la mayoría de las

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religiones y son espíritus malignos,normalmente masculinos, que estándirigidos por uno de ellos, el diablopor antonomasia o Satán».

Lejos del diccionario, que fríamentedicta la acepción arriba citada, elseñor de las tinieblas es un personajedesarraigado del sentido religioso.Aquí es real, físico, siempre presenteen la fría y oscura noche de LasHurdes.

Agazapado en cualquier rincón, connegras galas que se confunden con elentorno, el príncipe infernal ha salidoal paso de más de un habitante de estastierras. Lo desconcertante, al menospara el periodista, es que los casos sonreales. Reales en cuanto les han

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ocurrido a personas de carne y hueso,con nombre, con apellidos y conabsoluta honestidad.

La paciente investigación ha hechoque el secreto familiar que imperabasobre los testimonios haya saltadohecho añicos. Algunos están todavíavivos y pueden contarlo. Tuvieron eldiablo a dos pasos. O lo que elloscreyeron lo que era el diablo.

Seres largos y famélicos, sin rostro,monstruosas apariciones cubiertas contúnicas o incluso personajes quemostraban unas arquetípicas yhorrendas patas de chivo. ¿Es estoposible?

Para agregar más misterio, muchos

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de los testigos que recibieron estasvisitas acabaron muriendo, unos demiedo y otros agonizando durantemeses tras la impresión recibida.Decenas de testigos en apenas unosaños. Y muchos que jamás saldrán a laluz. Las familias no dudan. Quienes losconocieron, tampoco.

Entonces, y nunca mejor dicho, ¿quédemonios se ha estado apareciendo enlas pedanías de Las Hurdes en elúltimo medio siglo?

El fenómeno, se mire por donde semire, resulta apasionante…

Patas de cabra. - De cómo Dios hace devez en cuando la puñeta. - Cuando el

príncipe de las tinieblas se viste de mujer.

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- Cómo José Azabal se topó con un diablodelgado y negro. - El maligno aguarda

bajo un cerezo. - El susto de los hermanosCrespo. - Tío Felipe: «La muy hija de sumadre no pisaba el suelo». - El macho

Lanú y sus fechorías. - Un vientoanunciador. - El carnero que hablaba con

voz de hombre.

EN una pila de legajos polvorientos yapretados se contaba, hace ya tressiglos, cómo un vecino de Las Hurdes,concretamente de las cercanías delpueblo de Cabezo, ayuntamiento delmunicipio de Ladrillar por aquelentonces, había tenido tratos con elmismísimo diablo. Por fuerte que suene,no fue este el único informe sobre

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cuestiones que involucró al príncipe delas tinieblas en esa época en España [1],pero sí resulta curioso, a la vez quesobrecogedor, comprobar cómo en estazona aislada y prácticamentedesconocida en la época ocurríanhechos pecaminosos con tratos en losque el príncipe de las tinieblasrepresentaba la otra parte contratante.

Si bien este documento antiquísimo,que se conservó bajo la custodia delantiguo obispado de Coria, podríaconsiderarse el primero que nos dejaconstancia de la atracción que de unmodo u otro se ha sentido en estos pagospor las infernales huestes, otros sucesosocurridos hasta bien entrado el siglo XX,

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han mantenido la figura de este sombríopersonaje de constante actualidad. Enocasiones, según se informaba a laIglesia, era el mismo Satanás, ataviadocon ropajes y simbología arquetípica,quien se ha presentado a muchos delmodo más inesperado, cambiando susvidas de manera drástica.

Y es que no debe ser nada agradableencontrarse con el maligno a la vera delcamino. Los hurdanos que creen habertenido ese infortunio no dan lugar a laduda: «¡Era el Demonio!», exclamarán,si se logra hacerles recordar unosincidentes con nombres y apellidos que,por lo general, quedan sepultados entreel silencio, rotos quizá tan solo en lasnoches de serano, junto a la hoguera,

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cuando las confesiones brotan una trasotra y ya nada las puede detener.

Resulta curioso, me he cuestionadomuchas veces al escuchar estostestimonios, que en este rincón delmundo, donde apenas hay vestigios deapariciones marianas tan polémicas ymultitudinarias en casi todo el mundo, elprotagonismo de las entidadessupranaturales lo haya acaparado estaancestral imagen del mal.

No existen testimonios en Las Hurdesde personas que hayan confesado habervisto a la Virgen junto a un árbol, algoque es difícil de no encontrar encualquier otra comarca, pero sinembargo, haciendo gala de lo bizarro y

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estremecedor de este pequeño mundo, síhay —y aún viven algunos para contarlo—, quienes aseguran, con la templanzaque da la verdad, haberse topado con elmismísimo diablo en algún recodo deesta «tierra sin tierra».

Un antropólogo explicaría este curiosoy nada casual fenómeno de la presenciadiabólica a la existencia antiquísima deun crisol de culturas y creenciasprimitivas en estas sierras que, al final,fueron siendo reabsorbidas por elcatolicismo. A pesar de su hegemonía,en algunas manifestaciones tanpeculiares como las aparicionistasresurge ese concepto de las fuerzas delbien y del mal, de idolatrías másantiguas y profundas, que suplantan a las

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entidades implantadas por la fuerza deun siglo y medio a esta parte. Es como siun mundo vivo, del que permanecenlazos de sangre y memoria, aflorase enmomentos concretos con la aparición delÁngel Caído disfrazado con atuendos yactitudes previsibles.

Quienes se toparon con esta «fuerza»

han incubado el miedo y el recuerdohasta el lecho de muerte. Imposibleabandonar aquellas imágenes nítidas delespanto cruzándose en el camino.Quienes fueron protagonistas de aquellance se saben, de un modo u otro,elegidos fatalmente. Y así lomanifestaron siempre con la cabeza bien

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alta, sin otorgar un dramatismo religiosoal asunto. Se habían encontrado cara acara con el mal, pero no se autoculpabanintentando vislumbrar la razón de lafatal elección. Simplemente eranconscientes de que a algunas horas, enalgunos lugares, la esencia del malignocomo un ente de la propia naturalezacaminaba errante. Coincidir con él erauna simple cuestión de mala suerte.

Muchos de aquellos testigos, sinembargo, aprendieron a vivir con elestigma interno, con la deuda pendientede preguntarse qué demonios —y nuncamejor dicho— tuvieron a tan solo unospalmos de distancia. Después de habertenido a más de uno de estos hombresdelante de mi grabadora, después de

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haberlos escuchado atentamente, mequedan pocas dudas. Creo que lo quecuentan es absolutamente cierto. Pocoimporta si el diablo existe o no.

El recuerdo de José Pancho Campo

aún flotaba entre las callejuelas deGarganta la Olla, un pueblo apretado ytranquilo donde el humo de laschimeneas asciende lento hacia un cielolimpio y azul. Una parsimonia que desdehace años campa por estos laresrodeados de cerezos y regados porcentenares de afluentes de cristal queculebrean entre los valles. Y es queaquí, en las entrañas de la siempretranquila comarca de La Vera, en los

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lindes de Las Hurdes, hubo calma chichahasta que en los años de la posguerracomenzaron a darse las primerasnoticias de «encuentros» con el maligno.

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José Pancho Campo hoy duerme el sueñoeterno en el pequeño camposanto de

Garganta la Olla... Según muchos de los quele conocieron, murió muy afectado tras la

aparición de aquel ser extraño con patas de

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chivo.

No me fue difícil llegar hasta quienesoyeron contar la historia de viva voz delprotagonista. El Pancho, que así leconocieron sus paisanos mientras vivió,se fue al otro mundo en 1962, segúndecía la voz popular «enfermo demiedo» tras presentarse Satanás a lapuerta de su vieja choza.

Encontré a Alejandro Pancho, sobrinodel finado, tras subir por una empinadacuesta que la sombra y el sol dividíancon tiralíneas mientras todo el pueblodormía una plácida siesta de primavera.Según recordaba el simpáticooctogenario sentado en la lasca depiedra que bordeaba la iglesia, los

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fatídicos hechos se produjeron delsiguiente modo:

—Mi tío era hombre «echao p’alante»; vamos, que pocas cosas le hacíantemblar. Eran gentes acostumbradas altrasiego de castañas y otras cosas poraquellos montes de Dios. En loscuarenta se pasaba aquí mucha hambre,y se faenaba lo más que se podía. Totalque aquella noche de 1948 —el suceso,según indagaciones más o menos exactasdel periodista Juan José Benítez y delestudioso David G. López, ocurrió en elmes de febrero— el buen hombre fue arefugiarse a una choza de piedra quetenía en un recodo del monte conocidocomo La Casilla. La noche se habíavuelto de perros, y mi tío decidió soltar

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un hatillo de leña y hacer una hoguerapara guarecerse del frío. A esto que oyeunos pasos, muy ligeros, al otro lado dela portezuela. Y luego una voz como demujer, muy silbante. El Pancho, que eratestarudo y valiente el hombre, no seinquietó, todo lo más se extrañó alpensar quién estaría a esa hora en LaCasilla. Bueno, pues tal y como noscontó hasta sus últimos días, abrió lapuerta y se encontró con algo que élpensó era una monja. ¡Una monja en lamadrugada y en el monte! Un disparate,vamos. Y mi pobre tío comenzó a sentirrecelo. Mas aún cuando «el bicho», queno mediría mas de metro y treinta, sequedó en el quicio, sin hablar.

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—¿Y qué hizo El Pancho? —preguntémás que intrigado y en cuclillas mientrasacercaba la grabadora al chorro de vozde Alejandro, al tiempo que variosvecinos de la misma quinta comenzabana rodearnos llenos de curiosidad.

—Pues atizó el fuego y dio la espaldaa la monja. Cuando se giró como paraindicarle que se acercara se quedó depiedra. ¡Se le heló la sangre! Aquellamonja ¡tenía pezuñas como los chivos!Y el rostro como oscuro, sin podérselever ojos ni nariz ni boca. Todo unespanto. Fíjese si sabría distinguiraquellas pezuñas mi pobre tío, que eracabrero. Total, que con un vuelco alcorazón se echó para atrás y la figura

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aquella, con su mantón negrocubriéndola entera, salió a correr denuevo afuera y haciendo ruido con laspezuñas de cabra en la piedra del suelo.

Según recordaba la nutrida

representación de contemporáneos delPancho, al día siguiente no bajó elhombre a su casa. Ya extrañados,algunos de los allí presentes subieronhasta La Casilla, encontrando al bravopastor blanco como la leche y temblandojunto a la hoguera ya marchita.Desencajado, apoyado junto a la paredde piedras, repetía una y otra vez suincreíble encuentro.

Alejandro oyó esta historia mil y unaveces, siempre sin cambiar un detalle, y

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con el aplomo severo de aquel hombrerecio y respetado como era José PanchoCampo. La recordó siempre, hasta elmismo momento de despedirse de estemundo, en un soleado mayo de 1962.Hasta ese mismo día vivió obsesionado,con miedo a alejarse del pueblo y conlos pensamientos siempre puestos enaquella «monja con pezuñas de chivo».

Según grabé a más de un vecino quebien conoció al Pancho antes y despuésde su encontronazo, «la aparición lellevó hasta la tumba».

«Ya nunca recuperó la vitalidad —medijo uno de los que fueron sus amigosaquella tarde en Garganta—, y laspreguntas que se hacía sobre lo que

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había visto le llevaron hasta el últimolecho. Fue un gran hombre, pero tuvo lamala suerte de encontrarse al diabloaquella noche en La Casilla. ¡Qué levamos a hacer! Y es que Dios, aalgunos, les hace bien la puñetapermitiendo que esa cosa mala le troncela vida a uno. Y yo me pregunto muchasveces, aquí sentado con los míos, ¿cómoel todopoderoso puede permitir estascosas? Una verdadera puñeta, ya ledigo…

Para los habitantes de Las Hurdes, la

sierra de Gata y el valle de La Vera noes infrecuente que el maligno intentecautivar a algún despistado viandante

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embozándose con negras galas, máspropias de las mujeres que decualquiera otra cosa. «Como un camisónnegro», he oído decir a muchas personasa la luz de la lumbre, en privadasreuniones de los ancianos en estos trespuntos tan singulares de las tierrasextremeñas y salmantinas. Y, comosiempre, intentando llegar a la raíz delos sucesos, me topé con losprotagonistas de historias que luego seconvirtieron en mito y referencia en lasgeneraciones venideras y compartidas,la mayor de las veces no sin ciertotemor y tres o cuatro persignaciones, porvecinos de toda condición e ideales.

La comarca de La Vera fue pródiga en

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los años de la Guerra Civil en estossucesos. Recuerdo, tras recorrer haceaños de punta a cabo el pueblecito deGarganta la Olla, cómo FranciscaGómez me ponía al corriente de loocurrido a su mismísimo padre. Allí,según me confesó, no había fábula nitrampa. Ella misma se lo oyó contardurante años a Teodosio Gómez:

Allá por el mil novecienos treinta

y ocho, y en tiempo de plenostiroteos, escuchó una voz y unossilbidos que llamaron su atención.Al salir al camino de donde estosprocedían se topó de frente con una«mujerona» que le daba la espalda yque parecía caminar sin prisas.

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Teodosio recogió su carga decastañas y echó camino adelante,convencido de que quizás aquellafuese Tía Amalia, una moza debuena estatura que poseía unoshuertos cercanos al lugar.

Pero lo tarde de la hora —medecía Francisca a través de la rejade su ventana aquella mañana dedomingo en Garganta— y la alturatan grande de aquella «tiarrona» lehicieron desistir a mi padre de laidea.

Al llegar al pueblo Teodosioenfermó, y hasta calenturas lesalieron, según recordaban algunosconvecinos del tranquilo pueblo. La

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impresión de ver a la supuesta TíaAmalia caminar a unos palmos delsuelo desafiando a la ley de lagravedad y siempre manteniendo lamisma distancia le dieron un vuelcoal corazón. Y desde entonces,consciente de «haberse topado conSatanás o alguno de susservidores», jamás volvió el buenhombre a subir de noche por elcamino de La Tortiñosa.

Al igual que en el caso de Pancho

Campo, «El Rojillo», que así leconocían en la comarca, recordó hastaen el lecho de muerte su encontronazocon la «mujerona». Algo que, yatraspasada la barrera que imponen los

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montes hurdanos, ocurrió también avarias personas que jamás conocieronlos avatares de los pastores deGarganta. Tío Felipe era personarespetada en la alquería de Cerezal.Nadie diría al verlo que hacía ya añostuvo que correr como un gamo para huirde las garras de otro de estos supuestossicarios del mal.

Cuidadoso con sus tierras ybondadoso con los vecinos, siempretuvo fama de persona inteligente ycordial entre los suyos. Fue ya casi «conel plan de los desarrollos» —como élmismo afirmaba sin tapujos al referirsea la operación de infraestructurainiciada por Manuel Fraga Iribarne en

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1976 en la región hurdana— cuando setoparon él y un vecino del pueblo deCarabusino con otra «dama gigantesca»que los amedrentó en las cercanías delantiguo y estrecho puente de Cerezal.Afinando la memoria de Tío Felipe ysus contemporáneos, al final pude saberque los extraños sucesos se produjeronen verdad en el invierno crudo que asolóaquellos pagos en 1973. Y lo quevieron, al menos para los dos vecinos nocabía duda, se trataba de un «enviadodel maligno». ¿Qué naturaleza le iban adar aquellos dos hombres a una figuracon ropas negras y gigantesca estaturaque, con los brazos extendidos, comenzóa correr tras ellos hasta llevarlos, con elcorazón rebrincando en la garganta,

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hasta la misma entrada de la alquería?Varias personas de Cerezal aúnrecordaban los gritos. Al igual que en elcaso de Teodosio Gómez, «aquellamujer no pisaba el suelo», hechoinequívoco, al menos en Las Hurdes,para asignarle a algo un origen pocomenos que demoníaco. Tío Felipe meconfesó una noche:

—No pude mirar atrás, aquello eracomo una mujer pero no pudimos verlela cara. Era como todo oscuro, con unamanta liada a la cabeza y que llegabacasi hasta el suelo. Nos persiguió hastapasado el puente…, y no oíamos suspasos retumbar en el camino ya que lamuy hija de su madre no lo pisaba.

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¿Entiendes, hijo?—Entiendo perfectamente, abuelo.Y tras reconfortarle el hecho de que

comprendiese aquel extraño poder de lafigura para elevarse sobre la arena delcamino que pasaba por el puente deCerezal, el buen hombre intentó, másmal que bien, dibujarme en el cuadernoa aquella «mujer de Satanás» que habíavenido para amedrentarlos una nocheque volvían con los forrajes para lasbestias.

Y es que en este fascinante Paraíso

Maldito la figura del diablo no sereduce a una simple imagen represora yacechante. Es algo vivo, capaz deinterrelacionarse con nosotros y que

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vaga día tras día en busca de nuevasvíctimas a las que transmitir su mensajeinquietante.

Nómada desde hace milenios, esteemperador de la oscuridad en ocasioneshace gala de comportamientos absurdosy estremecedores. Al respecto he dereconocer que pocas historias he oído enestos pagos hurdanos tan escalofriantescomo la de José Azabal. Este hombre,rondando las siete décadas, de miradaapacible y sonrosada tez, me repetía unay otra vez que tuvo que «negociar» unperro y una escopeta después de aquelencontronazo. Era el miedo aún vivotras la aparición esperpéntica delmaligno.

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Aceitunilla, como tantos otros, es unpueblo de Las Hurdes Altas surcadoaquí y allá por cuestas imposibles.Resulta embarazoso, en estas empinadascallejas dignas del «Tour de France»,verse sobrepasado por las ancianas queaún con los hatillos a la espaldacontinúan trabajando, a pesar de ir suscalendas casi paralelas al transcurso delsiglo. Uno, con resignación, toma aire enalguna esquina de pizarra mientras lasmujerucas hurdanas, con la prisa dequien lucha desde antaño paraarrancarle al río una poca tierra paralabrar, saludan diciendo: «¡A los buenosdías nos dé el Señol!», y se pierdenpueblo arriba en busca de las aguas que

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ya resuenan en lo alto del monte. Puesbien, en una de esas cuestas tiene sucasa José Azabal Iglesias, un hombre alque me costó un mundo convencerlepara que me contase su encuentro conLucifer una noche de 1960. El hombre, yes lo lógico, quería olvidar aquellahistoria, pues buen susto se habíallevado al darse de bruces con un«espanto del demonio» que solo Diospuede saber qué hacía merodeando pordebajo del antiguo arco que conduce a laalquería. Pero a la cuarta o quinta visita,con las espinas de la desconfianza unpoco más suavizadas, logré que el buenode Tío José, por fin, se arrancara.

Su testimonio, atrapado durante cuatrodécadas bajo el secreto de sumario

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impuesto por la familia, salía así a la luzaquella tarde junto a la pared de pizarraque gira y gira buscando la carreteracomarcal.

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José Azabal se llevó un susto de muertesubiendo hacia la alquería de Aceitunilla:

«Cogí tanto miedo que negocié una escopetay un perro a partir de aquella noche del

«hombre sin cara».

—Aquella noche bajaba yo haciaCerezal dispuesto a reunirme con una«corrobra» —grupo— de hurdanos parair a faenar al campo. Bajaba tranquilo,silbando incluso… ¿Ves aquella bajadaque por allí sale del pueblo?, pues porallí iba este servidor. Al llegar muycerquina del cementerio, junto al arcoque se mete hacia Cerezal, me veo unapersona bastante alta que estaba allíparada.

José se colocó en medio de la

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carretera donde charlábamos y pegó losbrazos a su cuerpo quedando inmóvil…

—Era una cosa así. Un tío todo recto ycomo en sombra que estaba debajo delárbol. Pues yo me extrañé, me extrañé lomío… ¡Qué iba a hacer!

Asentí...—Total que, de reojo, me lo miro bien

mirao…, y veo que el «mozo» no teníacara, ni narices, ni ojos, todo como unasombra, y una altura tremenda, y elcuerpo fino, fino…, y me empezó aentrar un miedo tremendo. Menos mal,¡bendito Cristo!, que ya iba de bajadahacia el pueblo. Me fijé bien y vi queempezaba a caminar hacia mí, saliendodel regato donde se había metido aquelánima de Satanás. Era inmenso, muy

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grande, y con los brazos estrechos comoun niño…

—¿Y usted pensó en el diablo?—¡Y qué iba a pensar! Yo, al ver a

aquel hombre oscuro, tan alto, que segiraba hacia a mí… Las botas lasllevaba blancas, o eran algo como laspezuñas de otro color distinto. Una cosamala. E hizo así…, como para darsemedia vuelta y mirarme. ¡Menos mal queyo iba carretera abajo! Si no te juro porlo más sagrado que no voy al campoaquella noche. Cómo lo recuerdo…tenía la cabeza pequeña… y sin cara.¡Qué iba a pensar! ¡Que allí estaba elmismo Lucifer!

—Y aquello se le acercaba…

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—¡Vaya que si se acercaba! ¡La madreque lo parió! Empecé a rezar el reponsocontra los espantos y pensaba: «¡Madremía, que este me coge!» Iba saliendo elmuy canalla, con aquel cuerpo horribledel caminillo que va hacia las eras. Nole quedarían dos o tres zancadas parasalir al camino que entonces en aquellostiempos, hijo, no era como ahora…, erasin asfaltar. Y me eché a correr… ¿Aver qué iba a hacer? Y allí lo perdí devista. Llegué a Cerezal con la colorcambiada. ¡Dios mío! Al día siguienteme negocié una escopeta y un perro decaza para ir más seguro.

—¿Por miedo de aquello?—Un miedo que he pasado hasta

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volviéndotelo a contar. ¡Menos mal queyo iba carretera para abajo!

—Y menos mal, Tío José, que nuncalo volvió a ver…

—Yo no, pero otros… ¡Vaya si lovieron al condenao!

—¿Otros vieron al mismo individuo?—Al mismísimo. Y era cierto. Unos años después aquel

«espanto» se había aparecido en elmismo lugar a dos agricultores delpueblo de Cerezal. Da la circunstancia,muy interesante al menos para quien estoescribe, que aquellos dos hombresjamás supieron de la odisea de JoséAzabal. Ellos se lo contaron, comohicieron con otros muchos, nada más

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regresar con el corazón saliéndoselesdel pecho el mismo atardecer en quesucedió todo. Pero José Azabal calló:mejor era «no meneallo», pensó para susadentros. Y tampoco era cuestión desembrar el pánico en aquella alquería ala que aún no había llegado ni la luz niel agua corriente. Lo suyo era dejarcorrer las aguas a pesar de que Justo yFlorencio Crespo, hermanos de Cerezal,viesen al mismo «bicharraco» debajo deun árbol en el punto exacto en el que selo encontró Tío José.

Eso de ser dos les debió dar un pocomás de seguridad para aproximarsecuando la figura fantasmal «con zapatosque brillaban» se empezó a girar. Según

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los Crespo: «Aquello salió de la bocadel túnel que era el antiguo arco frenteal cementerio y se nos colocó frente afrente».

Cuando los dos labradores vieron queel buen mozo tenía poco de humano yque peligraba seriamente su integridad,salieron a la carrera hasta alcanzar,exhaustos, según cuentan quienes lesvieron caer rendidos, las primerascasuchas de Cerezal. Y devorados porel pánico contaron la historia a quienesestaban en el pueblo, entre ellos JoséAzabal. Poco faltó para que se formaseuna comitiva, escopetas en ristre, para ira la busca y captura de la esqueléticafigura. Pero al final el miedo visceraldel hurdano a todo lo concerniente al

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diablo y sus huestes pudo más y losánimos se enfriaron ganando enteros unaangustia silenciosa que se contagió deunos a otros corriendo como la pólvora.

En este recodo del camino, y justo debajo delárbol, se toparon los hermanos Justo y

Florencio Crespo con una figura

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fantasmagórica que rápidamente asociaroncon el maligno. No eran los únicos que la

habían visto.

Aquella noche más que ninguna otra,en el oscuro Cerezal durmieron gentesde toda la comarca. Pastores deNuñomoral, de La Aceña, deAceitunilla…

Nadie dijo «aquí estoy yo» para ponerun pie en el camino después de laaventura de los hermanos Crespo. Y esque con el diablo merodeando por elcementerio de Aceitunilla lo de salir almonte no parecía la mejor idea.

Eusebio Martín Domínguez falleció al

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despuntar el alba del 31 de octubre de1987 aquejado de una afecciónpulmonar. Así decía adiós uno de loshombres más respetados y queridos deLas Hurdes, que nació y vivió en la máspobre aldea de esta comarca: El Gasco.Allí donde el valle del río Malvellidose encrespa hasta casi tapar el sol y losbarrancos de pizarra muestran abismosque sobrecogen con solo asomarse aellos, dejó su sello este paisano que serárecordado ante la comunidad por muchoque sea el tiempo que transcurra.

Por desgracia, mi primer viaje a LasHurdes se produjo tres años después desu muerte. Pero a pesar de la demorapude ver con mis propios ojos cómo erarecordado en ese pueblo laberíntico y

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oscurecido por la pizarra que es ElGasco. Eusebio era el ejemplo, lagrandeza y los valores de unacomunidad que sin duda es la másaislada de Las Hurdes, apiñada en elfondo de un valle que no parece tenerfin. Mil veces maldije, ahora loconfieso, la circunstancia de haberllegado tarde hasta la figura de ese granpatriarca hurdano que parecía sabertodos y cada uno de los secretos delParaíso Maldito. ¡Qué buen ciceronehubiera sido para desvelar los enigmasque, a pesar de este libro y mil más quevengan, permanecerán por siempre aquíenterrados! Una muestra de su talanteera la claridad y sinceridad que tuvo a

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la hora de no ocultar ni por un segundosu propia vivencia, su propio encuentrocon el maligno. Una historia que yaqueda marcada a fuego en la vida deestas gentes y que absolutamente todoscreyeron a pies juntillas. Eusebio, elgran Eusebio, lo pasó mal ante lacriatura que le salió cerca de la sierradel Horno. Tanto es así que muchos,sentados al socaire de las pequeñaspuertas de El Gasco, me dijeron más decien veces que «aquello había sido enrealidad lo que se le había llevado hastala tumba».

He de reconocer que intrigadovivamente por esta historia recorrímuchas veces el valle de Malvellido, elmás estrecho habitado de Europa, y sus

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pueblos, donde todos recordaban connitidez, aunque ninguno encuadraba conexactitud dentro del calendario, el relatode Eusebio Martín Domínguez. De entretodos aquellos sinceros testimonios elque más me sobrecogió, quizá por elhecho de estar narrado por una personaque durante años fue «uña y carne» delfinado, fue la que me contó un brumosodía de Todos los Santos de 1991 el TíoPrimitivo, vecino de Fragosa, otroexcelente hombre de bien que supo condetalle lo que tuvo que sufrir TíoEusebio al ver al macho Lanú, unacriatura que aparece en leyendas(?) detodas Las Hurdes sin excepción y queencarna una especie de gigantesco

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macho cabrío humanizado comosimbolismo inequívoco de lo diabólicoy sobrenatural.

Mientras la tormenta gris se apoderabadel poblado y al tiempo que las gotas delluvia caían limpias sobre la pizarradesnuda obligando a las tres o cuatroalmas que había en la calleja aencerrarse en sus casas, Tío Primitivo,con traje oscurecido por los lustros yboina calada hasta el ceño, hacíamemoria para revivir aquella dramáticahistoria. De fondo, se oía el golpe de losoxidados candados de Fragosacerrándose en una curiosa e inesperadasintonía. Hacía ya algo de frío:

—No me he de equivocar al decirle austed que aquello pasó mucho después

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de la época del fin del contrabando y lashambrunas. Sería el año mil novecientossetenta y nueve o por ahí. El TíoEusebio, que el bendito Dios lo tenga abien en su gloria, volvía aquella mañanapara El Gasco, pasando por cerca delchorru de la Rituera, con unos helechosy unas cosas para los animales. Iba elbuen hombre andando despacino cuando,¡zas!, le sale de repente una cosa muygrande y que bramaba con voz dehombre.

—¿Con voz de hombre?—Eso nos dijo. Era una cosa como

muy estruendosa y el tipo aquel lasoltaba con fuerza. Eran como gritos quese oirían por toda la sierra de la

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Corredera. Hubo quien dijo que estandoen su casa oyó esas voces del mal.Total, que el Eusebio se quedó comoparalizado por el miedo. Se le cayeronlos helechos y todo…, y se fue dandocuenta de que aquello era como unanimal cubierto de pelo negro muy fino.Como una piel negra que lo cubría todo.Las piernas las tenía metidas en el aguaque bajaba del regato; creyendo queaquello no podía alcanzarle, salió a todaprisa por un bancal, destrozando loshuertecillos y todo por el miedo. Noscontaba que a gatas tuvo que salir deallí. Desde arriba del monte siguióviendo a aquella criatura que bienparecía un macho Lanú. Las voces dehombre le siguieron hablando desde allí

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abajo, muy cerca de El Volcán, pero élno quiso oírlo y se marchó con la caramás blanca que la leche. Aquello fuepara él un susto de muerte.

—¿Qué creía él que fue aquello, TíoPrimitivo?

—Pues él lo tenía muy seguro. Aquelera un macho Lanú, que otros hurdanoshan visto en estas zonas de Las Hurdesdesde tiempo de los antiguos. Tuvo lamala suerte de pasarle a él, a un hombrebueno, querido y que jamás en toda suvida dijo una sola mentira. ¡Así son lascosas!

La creencia en esta representación

demoníaca es total entre los «antiguos»

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en la zona. El Tío Desiderio, deCambroncino, o Eusebio Iglesias, deVegas de Coria, fueron otras personasque afirmaron sin tapujos haberse vistolas caras con la mortífera entidad. Ellosdescribían a una especie de machocabrío cubierto con una fina capa de pielbrillante al que le llamaban «sago delmacho Lanú. Y no deja de ser curiosocómo el prestigioso arqueólogo AntonioGonzález Cordero reconoce en algunosantiguos documentos la palabra «sagum»enraizada en estos poblados como algode origen prerromano con el que sedefinía a las capas que portaban algunoscazadores que faenaron por estas tierrasdesde antes del nacimiento de Cristo.

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Una imagen vale más que mil palabras.Aldea de Arrolobos en 1999, con los cuernosy la piel de chivo como atuendo, el hurdano

refleja entre los suyos, en las fiestas yrituales más ancestrales, la aterradora

imagen del macho Lanú.

Una de las características de laaparición de esta diabólica entidad eranlos fenómenos que precedían a la«puesta en escena», típicos de cualquierfenomenología aparicionista oparanormal [2]. Sobre ellos eltamborilero Jesús Crespo Crespo,natural de La Fragosa, hacía hincapiérecordando cómo se levantó un vientohuracanao resoplando en los árboles yuna helada se adueñó de la zona donde

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yo estaba, que era por un sitio que ledicen El Persil. Aquello era muy raro.Fue entonces cuando oí la voz muy roncadel Macho Lanú. Una figura de muchaalzada que me miraba desde una peñadel camino que va para Martilandrán. ADios gracias que pude huir de aquello,pues ni regué el huertino ni nada denada. Salí corriendo ante la visión quevenía hacia abajo, hacia los bancalesdonde yo estaba aquella madrugá depleno verano.

Las variantes y el número detestimonios que existen sobre laaparición del macho Lanú dejaríanperplejo a cualquier antropólogo.Amador Domínguez también comprobó,hacia el 1965, cómo los pinos se

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retorcían y la tierra se levantaba enpolvareda por un viento fuerte y frío queprecedió a la visión de «un gran carneronegro que se alejaba por encima de unaspeñas andando sobre las dos patas y concara deforme».

Félix Barroso, ese cronista incansabley recopilador de la tradición ancestralhurdana, recogió un apasionantetestimonio que narraba HermelindaMartín Iglesias, en el que aparecíanse aun pobre hurdano no uno, sino dos (quetambién es mala suerte) machos Lanú enplena contienda. El protagonista de estahistoria era su primo que, haciendo susnecesidades en el huerto, vio cómo «doscabrones grandísimos se “topeaban”

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entre sí y el ruido de los chocazos eraenorme».

Tanto se asustó el hombre por lanegrura de aquellos supuestos animalesque sin terminar su faena entró en sucasa como alma en pena. Se da lacircunstancia que estos sucesosocurrieron también en los años sesenta yen la umbría zona del río Malvellido,con lo que el miedo y los profundostemores se acrecentaron en padre ehijos. Es muy probable que este testigoobservase en realidad una pelea entredos simples machos cabríos, pero elambiente generado tras algunasapariciones del fantasmal Lanúprovocaba que muchas escenas queseguramente fuesen naturales y lógicas,

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las convirtiera el hurdano en una visiónde algo maligno y antinatural. Un hechoque nos da idea aproximada de cómollegaron a crecer los temores en esostres pueblos perennemente aislados deEl Gasco, Fragosa y Martilandrán.

También ahondando en el arquetipodel «diablo disfrazado de chivo»encontramos una historia con unprotagonista de carne y hueso que viviódurante el siglo pasado. Y es que enestas tierras los incidentes más ilógicosestán refrendados por hombres sanos ypoco dados a la imaginación quecontaron un día su «espanto»convencidos de haberse cruzado con elmaligno. El caso de Vicente Japón, que

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vivió y murió en los altos riscos delpoblado de La Huetre, es una auténticapieza de museo, una vivencia que pasóde generación en generación y cuya famaha salido incluso de los lindes de lacomarca para contarse en los campossalmantinos de la sierra de Francia eincluso en las llanuras abulenses.

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«Lo más curioso de todo —comenta elantropólogo y maestro Félix Barroso entreantiguos legajos al autor— es que en LasHurdes las leyendas de apariciones del

diablo, a diferencia del resto, se vencertificadas por el testimonio de personas

absolutamente reales y coherentes que han

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vivido esa experiencia traumática. Algo queantropológica y etnográficamente es

sorprendente y fascinante.»

El pastor contaba cómo una noche, alrecoger el ganado, se percató de quefaltaba una chiva. Tras buscarla aquí yallá oyó a un macho negruzco queparecía perdido por aquellos pagos enlos que ya casi nada se veía. PersiguióVicente Japón al animal hasta que diocon él y pudo cargárselo a la espaldapara retornar al corral. Pensando enquién podría haberse dejado olvidadoaquel ejemplar volvió con paso firmehacia el pueblo, donde un candil deaceite iluminaba la única calle ancha deentrada. Y fue justamente al ir entrando

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allí cuando notó que la carga se hacíacada vez más pesada, tanto que se leiban doblando los brazos cediendo anteel dolor. En ese mismo momentoescuchó una voz ronca y profunda, dehumano, que le decía al oído:«Vicente..., Vicente».

Al soltar aquel hatillo con el chivarrodentro, espantado y creyendo que elanimal había hablado como laspersonas, comprobó cómo este, en vezde huir, se le encaraba con un rostrodeforme, muy distinto al que habíaobservado unos metros monte abajo. Elmacho Lanú, según cuentan las vocesancianas del municipio de Casares, seempezó a erguir al tiempo que TíoVicente ponía pies en polvorosa

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despertando a medio pueblo con susgritos. Desde entonces, y como unoscuantos hurdanos que tuvieroninesperadas citas con el diablodisfrazado, jamás volvió a pastorear porlas noches. No quería volver a escucharlos balidos de algún carnero perdido enla oscuridad del monte.

Hace un siglo ya de lo ocurrido y estahistoria continúa latente en los cincomunicipios de Las Hurdes, comomuestra del malévolo poder deldemonio para adoptar cualquier forma yaproximarse así a los débiles humanos.Así, el príncipe de las tinieblas, conpatas de chivo, formas voluptuosas demujer, cuerpo de Lanú o esquelética y

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quebradiza presencia adquiere un papelprimordial en la mítica realidad de esteParaíso Maldito. Un rol respetado que, apesar de hacernos viajar a oscurosmundos medievales, aquí continúa tanvivo como el miedo ancestral a lodesconocido. Algo que jamás está enpeligro de extinción.

1 El autor publicó en la revista Enigmas, núm.42, el manuscrito de Villafranca de los Barros(Badajoz) de 1671, en el que se plasmaba unadetallada investigación judicial ante losextraños sucesos protagonizados por AntoniaBatista, niña de tres meses que ante propios yextraños profirió palabras latinasperfectamente audibles e identificables. En elpeculiar proceso, posiblemente el primer

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expediente X español, intervinieron tresdocenas de testigos, entre ellos alcaldes,alguaciles, presidentes del Tribunal de SantoOficio, escribas, el médico asalariado de lavilla y el propio clérigo. A la muchacha se ladio, tras la instrucción 35/133, como poseídapor una entidad diabólica.

2 La fenomenología previa en algunasmanifestaciones aparicionistas y de corteparanormal han sido estudiadas incluso enlaboratorios científicos. En las psicofonías,voces coherentes registradas por un grabadorsin ser oídas por los allí presentes, fuerondescubiertos en Alemania y Suiza, en concretopor el profesor universitario Alex Schneider,una serie de sonidos anticipativos que«anunciaban» la inclusión de una vozparanormal. Asimismo, en los casos bien

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estudiados de apariciones espectrales, lostestigos siempre declaran sentir un fríointensísimo que en ocasiones se ha registradocon termómetros que han sufrido bajadas dehasta veinte grados centígrados en una estanciacerrada. Igualmente, en los sucesos desupuestas apariciones marianas, no son pocoslos episodios donde los videntes y testigosdescriben un fuerte viento que precede alfenómeno e incluso la presencia de diferentesfocos de luz espontáneos.

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CAPÍTULO 12

Un mundo sobrenatural

Y se empezaron a oír unas

voces como de niños que lorodean. El borrico se pusomedio loco, no quería pasar. Alfinal, muerto de miedo, mipadre cogió las riendas delanimal y tuvo que bajarse pordonde había venido y pasar lanoche en el camino. No pudollegar hasta el pueblo porque

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aquel grupo de voces malignasque reían y chillaban estabanallí.

DOMINGO VELAZ, alquería de

Cerezal

UNA carcajada estridente en la noche.Una risa demoníaca que despierta atodo el pueblo. Las gentes abren suspuertas y miran hacia el exterior, entreconfundidos y atemorizados. Perofuera, donde sopla el viento de lasierra, no hay nada. Decenas depastores la han escuchado desdediversos puntos. Otros, muy de cerca,han notado como si un grupo de«niños» con voces finas y seseantes les

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fuesen rodeando.Un hecho real ocurrido hace tan solo

unos años.Y algo escama al observador

forastero.Desde tiempo muy antiguos los

cronistas escribían acerca de estosfenómenos sobrenaturales que ocurríanen Las Hurdes con una insistencia pocomenos que sospechosa. Y hablaban deellos con miedo y temor. ¿Qué hacíaespecial a este lugar para concentrartanto misterio?

Hoy aún quedan centenares detestigos. Gentes honradas que se lashan visto con fenómenos que nadiepuede explicar.

Solo en los últimos tiempos, y muy

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lejos del Paraíso Maldito, en las fríasuniversidades anglosajonas, hanintentado estudiar bajo el prisma de laparapsicología.

Voces paranormales, combustionesespontáneas, poltergeist..., unarealidad que aquí se tiene constanciadesde siempre, desde el tiempo en quelos primeros hombres grabaronextraños dioses en las piedras delcalcolítico, como si estos hubiesenllegado procedentes de los cielosinexplorados o de realidades a las quenos está prohibido acceder.

Un lugar elegido. - Voces de nadie. -Relinchos de muerte. - Martilandrán: «Las

campanas ya doblaban». - Fuego

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fantasma en Nuñomoral. - Cuando sedeforma el espacio-tiempo. - Un rebaño

elevado a los cielos. - La nieblatraicionera. - Las Hurdes: zona-ventana. -

El misterio de los pueblos muertos.

LAMENTOS en la noche. Tristes yerrantes figuras que se aparecen inclusodentro de las casas. Casas donde, aveces, unas manos invisibles lanzan,chocan y rompen objetos y enseres. Yfuegos que surgen de la nada. Ytorbellinos fantasmales que ululanelevando a personas por los airestransportándolos varios kilómetros.

Imposible. Pero aquí hay testigos. Laencrucijada eterna de un periodista en

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Las Hurdes. Solo hay que caminar yfundirse con las gentes, y acudir a losarchivos y refutar los datos. Las gentesno mienten, los hechos sonabsolutamente reales. La duda es qué oquién los provoca.

El mundo sobrenatural se respira de unmodo diferente y único. Aquí la mayoríatienen la seguridad de que son «ellos»,los que se fueron, los únicos capaces degenerar toda una serie de fenómenosinexplicables para nuestra lógica. Enocasiones manifestando su furia o sudescontento con lo que ocurre en la vidaterrena. Esa en la que algunos seguimosfaenando y otros ya dejaron atrás, quiénsabe si hace siglos.

En esta tierra los espíritus y sus

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poderes no se han marchado de entrenosotros. Los fuegos imposibles, lostorbellinos, las casas embrujadas, losaparecidos o las voces de la noche [1]

son un vivo ejemplo de ello.Todos estos fenómenos, bien

conocidos por los estudiosos de laparapsicología, alcanzan en Las Hurdesunas dimensiones socialesimpresionantes, siendo la mayoría de lasveces interpretados como causa deacciones no apropiadas por parte dequien los sufre o por interseccióndirecta y repentina de las fuerzas delmal. «A cualquiera que pone el pie eneste reino de pizarras le puede ocurrir»,dicen los viejos. Y luego continúan

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hablando de otro tema, como si nadahubiese ocurrido, pues no es buenorecrearse demasiado es esas cosas. Laadvertencia ya está hecha.

Uno de los fenómenos que más me

impactó desde mis primeros viajes fueel de las llamadas «voces», unaverdadera constante en la historia desdetiempo difícil de calcular. La súbitaaudición de voces humanas en lugarescompletamente desiertos que avisan oamedrentan al caminante son algo bienconocido entre estas gentes.

La mayor parte de las veces estosgritos, sonoras carcajadas fantasmales osusurros perfectamente inteligibles soninterpretados como difuntos que velan

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por nuestra seguridad y nos adviertendel peligro que corremos en un momentodeterminado. Nos dan el aviso, segúncuenta la tradición, de algúnacontecimiento, por lo general luctuoso,que está a punto de producirse en laalquería u hogar de donde es naturalquien las oye o, por el contrario, son lapresencia cercana y directa de los«espíritus» que desean, propinándonosun susto mortal, que los acompañemospor la vía más rápida a su mundo oscuroy desencarnado.

Estos gritos sin dueño fueronescuchados nítidamente por ManuelSánchez, vecino de Vegas de Coria queen 1956, estando cazando conejos en un

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paraje muy próximo al pueblo, comenzóa percibir bajando del monte un silbidoque al llegar hasta donde él seencontraba se transformó en unos llantoshorrendos mezclados con risotadas de loque parecía ser un niño que no aparecíapor ningún lado. A pesar de que corrióel buen hombre cuanto pudo, las voceslo envolvieron haciéndole caer variasveces en el pasto recién rociado por lalluvia. Después, y tal y como vinieron,el grupo de voces infantiles fueelevándose hasta desaparecer entre lasnubes grises y plomizas que aquel díatapaban el cielo. Al llegar a Vegas, elcazador se encontró a mucha gentegesticulando con aspavientos en elcentro del pueblo. Una tremenda

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desgracia había ocurrido, según lecontaban las mujeres con los ojosarrasados en lágrimas. Una pared depizarras había caído de improvisosepultando a varias personas bajo losescombros.

Encontrarse con estos sonidos enplena noche y monte cerrado era algodigno de no deseárselo ni al peorenemigo.

—Pero al mío padri le tocó esaamargura hace ya unos cuantos años...

Quien así me hablaba era D.V.E.,tamborilero ya anciano que recordabacomo marcado a fuego lo que su señorpadre vivió entre la oscuridad denoviembre de 1935.

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—Iba él con su borrico para llegarsehasta el pueblo de Cerezal desde lastierras de la peña de Francia. Y fue enun sitio que le dicen El Charco dondeempezó a notar que el animal se frenabaen seco y que no echaba la pata p’alante. ¡Que no había manera, oye! Y elmío padri le azuzó lo suyo y tira, tira...,hasta que nota cómo un aire muy frío quehace cimbrearse todos los árboles y latierra del suelo. Y después, y me locontó mientras vivió el bueno delhombre, se empiezan a oír unas vocescomo de niños que lo rodean. El borricose puso medio loco y que no queríapasar. Al final, muerto de miedo, cogiólas riendas del animal y tuvo que bajarse

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por donde había venido y pasar la nocheen el camino. No pudo llegar hasta elpueblo porque aquel grupo de voces quereían y chillaban, revoloteaban en tornoal que decían El Charco. Y allí sequedaron aquellas voces malignas, quehasta que no gloreó a la mañanasiguiente el buen hombre no pasó.Luego, ya con la luz del día, no habíavoces ni nada que se le pareciese…

Este tipo de sonidos, a la luz de la

parapsicología, se denominarían «vocesparanormales» que, siempre según losexpertos, podrían estar ligados a unlugar concreto o a un suceso ocurrido enel punto exacto donde tienen lugar. Ese«sexto sentido» de los animales —en

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este caso el del borrico— para advertirel peligro invisible está ya comprobadoen algunos centros universitarios ylaboratorios de investigación del mundoentero.

Un instinto que les hace protagonistasde otras muchas historias ocurridas enLas Hurdes y bien recordadas por sushabitantes. Sin ir más lejos, en el año de1940 aconteció un hecho luctuoso en elpueblo de Casares de Las Hurdes, unrincón del norte donde másimpresionantes son las vistas y lagrandeza de las sierras grises queflanquean como guardianes pétreos todala región. En este balcón natural de lacomarca falleció un personaje conocido

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y querido por los suyos: CefericoMartín, «Tío Ceferico».

Según recordaban con nitidezasombrosa sus contemporáneos, en elpreciso instante en el que se produjo elóbito se comenzaron a escucharrelinchos de caballos de un modoatronador. Se daba la curiosacircunstancia de que en aquel año nohabía ni uno solo de estos animales en laalquería, y eso les hizo a muchos salir ala intemperie, donde el viento heladorasgaba el rostro y las manos, paracomprobar cómo aquellos fantasmalesquejidos se habían adueñado de lascalles de Casares. Durante al menosdiez minutos aquellos sonidos siniestrosse apoderaron de la zona, encerrándose

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los vecinos en las casas y escuchandodesde el interior de las viejas cocinas.Transcurrido ese tiempo la extrañaalgazara desapareció, elevándose hacialos oscuros montes que de fondoobservaban hieráticos la escena.

Este tipo de hechos anunciadores hanjalonado el vivir cotidiano de loshurdanos, e incluso han sido captadospor las modernas tecnologías de modoinexplicable y accidental. Uno de loscasos más interesantes y sobrecogedoresque jamás escuché en Las Hurdes tuvocomo protagonista a ese «buscador delconocimiento» que es Félix Barroso.Una noche de frío intenso, en la que yohabía llegado hasta las serranías

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espoleado por las noticias deavistamientos ovni en la comarca,nuestra particular tertulia, como colofóna una buena cena, se había marchado porotros derroteros de índole aún másextraña y sobrenatural. Con parte de losarchivos de Félix desperdigados por lamesa, y con la grata compañía de un caféhumeante, me confesó la extrañaexperiencia que le acababa de ocurrir yque poco menos le había hecho perder elsueño en las últimas jornadas. Era otramuestra de esos «auguriossobrenaturales» en la que esta vez lehabía tocado ser directo testigo...

Resulta —me confesaba, dándole

una profunda calada a su puro— que

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estaba realizando una ronda degrabaciones sobre cancioneros yantiguos romances de Las Hurdespara ser depositadas en el Centro deDocumentación de la comarca. Eraun día frío y me encontraba conHortensio Crespo Crespo, unanciano de Martilandrán que guardaen su saber las más antiguas coplasde la zona. Una verdadera joyaantropológica, vamos. Resulta queestábamos los dos a la intemperie yél me cantaba suavemente elconocido Romance de la bastarda,una recreación pastoril que nosremontaría al siglo XI y que se hamantenido intacta entre estas

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serranías. Existe una copla dentrode esa canción que dice «lascampanas ya doblaban», y en esepreciso instante, en ese momentojusto en el que Hortensio pronuncialas palabras, comenzamos aescuchar, al tiempo que otrosvecinos que incluso salieron de suscasas, unas campanadas increíbles,¡campanas de iglesia doblando amuerto! ¡Te juro que me quedéblanco como la leche! Y miinterlocutor, imagínate.

En Martilandrán no haycampanario que valga, ni se habíaproducido muerte alguna en el restode pueblos. Pero allí las oímosdurante largo rato y se grabaron en

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mi casete. Es en el justo momentode pronunciar la frase referente aldoblar de campanas. Algo insólitoque muchas personas ya ancianastomaron como inmediata señal demales venideros.

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En pleno serano, la reunión de los«antiguos», Manuel Iglesias relata a

nuestros micrófonos su vivencia con lasvoces que se escucharon en el municipio deNuñomoral. Al fondo, Domingo Ruiz, quientuvo una desagradable experiencia con una«extraña niebla» idéntica a la que describió

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años después toda una compañía militar decarros blindados en tierras burgalesas. ¿Un

mismo fenómeno de distorsión espacio-temporal?

Efectivamente, la grabadora de Félixhabía registrado, cortándose incluso lacanción de Hortensio, un fúnebre teñirde campanas que procedía de algúnlugar de aquellos montes. Fue, comodice mi buen amigo, un hecho tomadocomo «señal clara» de futurasdesgracias. Mensajes, según la ancestralcultura hurdana, que alguien envía demuy diferentes modos para que todosestén atentos un tiempo antes.

Una de las más curiosascaracterísticas de esos «avisos

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sobrenaturales» la encontramos en lasdecenas de testimonios de personas queaseguran haber presenciado extrañasvisiones de fuegos y piedrasdesmoronándose monte abajo.Llamaradas absolutamente nítidas yrocas de gran tonelaje queposteriormente, en un abrir y cerrar deojos, desaparecían ante el espanto de laconcurrencia. Un misterio autóctono delque se habla desde hace siglos en estasintrincadas alquerías y que a mí meintrigó desde el primer momento quesupe de él.

Según había averiguado en anterioresreportajes y viajes, el fenómeno de las«combustiones espontáneas», si no bienconocido, sí ha sido constatado en

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algunas partes del mundo. Cuerpos depersonas que arden súbitamente sincausa ni elemento mediador se hanrecogido por la policía, en especial enEstados Unidos y algunos paísesnórdicos, desde el último siglo. Con losagentes encogiéndose de hombrosdebieron archivarse, uno tras otro, loscasos de estos «bonzo» involuntariosque habían sido reducidos a cenizas enapenas segundos sin encontrarse cercade ninguna fuente inflamable. En lamayoría de ocasiones, como en el casode 1916 en el que la dama de llavesLilian Green, de Dover, Nueva Jersey(Estados Unidos), los cuerposaparecieron carbonizados tras surgir

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unas llamas de origen desconcertanteque respetaron el entorno y se cebaronen su cuerpo. En España existe unprecedente de «fuegos fantasmales» quese cebaron con toda una comunidad dejornaleros. Todo se inició en el solitariocortijo de Pitango, en pleno desiertoalmeriense y dentro de la jurisdiccióndel pueblo de Laroya [2]. Los extrañosincendios ocuparon por algunos días laspáginas de los diarios y posteriormentefueron mitigándose hasta quedarrelegados al olvido y al polvo de lashemerotecas. Allí ardieron súbitamentelas ropas, los enseres, los fardos depaja, animales, personas e incluso lastechumbres de las casas como pasto de

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unas llamaradas que tan prontoaparecían como se esfumaban enmilésimas de segundo.

A pesar de que el historial sobreextrañas combustiones apenas se reducea ese incidente del año 1945 [3], en LasHurdes, concretamente en los pueblos yvalles de la zona central, he podidorecoger varios y muy bien documentadossucesos en los que el protagonista es «unfuego que aparece arrasando con todo yque luego, cuando se llega al lugar, noqueda ni rastro, como si se hubieseapagado en un segundo y sin dejarrastros de quemaduras...».

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Y el fuego fantasmal se apoderaba delpequeño racimo de casas delante, incluso, de

las autoridades. En cuanto la gente seacercaba, aquellas llamaradas se esfumaban

sin dejar ni rastro.

Todo ocurrió en febrero de 1990, en elmismo casco antiguo de Nuñomoral.Existe una piña de casas de vieja pizarraque se alzan todavía con brío ante las

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construcciones encaladas que a partir delos años setenta blanquearon porcompleto el pueblo. Una llamada alcuartel de la Guardia Civil alertó unanoche al cabo José Luis López Bocholihaciéndole fijar en lo que a primeravista se trataba de un incendio. Ya en elexterior, sin un alma por la anchaavenida que divide en dos la aldea,comprobó que el fuego se habíacentrado en los tejados de lanchas deuna de las viviendas ya deshabitadashace años. Las llamas eran deconsiderable altura y los medios pocospara extinguirlas, así que con paso firmese encaminó al viejo puesto de teléfonospara hacer las llamadas pertinentes. Enese momento, mientras por el auricular

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se oía la clásica señal de espera, giró sucuello al notar cómo a su espalda habíadesaparecido el fulgor del fuego.Atónito bajó de nuevo por la callerestregándose los ojos..., el fuego habíadesaparecido sin producir ni un ligeroarañazo.

Días más tarde otros vecinos, comoMartín Roncero Pascual o Luis Carrero,llegando al anochecer a Nuñomoralobservaron en el mismo lugar como lamanzana de casas era pasto de unincendio. La llamada a la Guardia Civilvolvió a producirse, y en esta ocasiónvarios vecinos y maestros que aúnpermanecían en la escuela públicatambién asistieron a la escena. Alguno

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incluso llegó a llenar los pozales deagua para sofocar las llamas, pero altiempo de poner el pie en la calle todoaquel fuego fantasmal desaparecía ensilencio, sin dejar ni rastro.

A finales de mes, con los ánimosinquietos por el nerviosismo querecorría ya a ochocientas almas, sehicieron batidas y rondas de vigilanciapara averiguar el misterio de aquelfuego súbito y sobrenatural. El últimohurdano que pudo avisar a susconvecinos fue Francisco Iglesias Segur,que también vio con sus propios ojos elinicio del inesperado incendiocebándose con el mismo grupo de añejasconstrucciones. En masa, hombres ymujeres de Nuñomoral y alquerías

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adyacentes, acudieron a observar consus ojos el fenómeno. Eran cerca de lasdos de la madrugada y tras veinte otreinta segundos, las llamas volvieron areplegarse hasta desaparecer como sijamás hubiesen existido. Examinadosuna vez más los tejados y paredes no sepudo encontrar nada extraño ni restos dematerial inflamable utilizado para lacombustión.

La circunstancia de que las viviendasestuviesen casi metidas dentro delantiguo cementerio avivaron la polémicae hicieron surgir mil y una teorías en lasinesperadas reuniones en plena calle. Alfinal nunca más se supo, pero hubomuchos quienes afirmaron sin tapujos

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que «aquello parecía algo que en verdadno existió. Más bien como una imagende otro tiempo que alguna vez seprodujo en ese mismo lugar...».

Y quizá ahí iba a estar la clave. Pateando Las Hurdes arriba y abajo,

desde las alquerías que abrazan lameseta hasta las alturas imposibles deLadrillar, La Huetre o El Paso de losLobos, me he topado con historiassinceras que hacen alusión a imágenes yobjetos que súbitamente desaparecencomo si fuesen tragados por el espacio.Los testimonios de fuegos que prendenen grandes masas de pinos y que luego,llegados a pie del incendio, no handejado ni una brizna de ceniza, son pan

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de cada día en algunas zonas del nortehurdano. Quienes los han vistodescriben unas altas llamaradas que entotal silencio van calcinando todo lo quese les pone por delante hasta quedesaparecen casi «como desaparece laimagen del televisor al apagarlo».

Con el día como testigo y también enplena noche estos sucesos se hanproducido desde los años cincuentadando más de un buen susto a quieneshan sorprendido in fraganti en la soledadde las montañas.

Recuerdo nítidos testimonios como elde Lorenzo Duarte, «Tío Lorenzo»,quien pastoreando en marzo de 1950 porlos pagos de Casarrubia observó un

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punto de luz «como un lamparil deaceite» que se convertía en segundos enun espantoso y devastador incendio. Lasramas caían y los árboles enterosechaban humo, pero al aproximarsehasta unos metros la escena se convertíaen súbito espanto. Allí no había rastrode fuego alguno y los pinos se mecían enla suave brisa al tiempo que los milanos,azores y alcotanes planeaban sobre uncielo limpio y sin rastro de humo.

Para algunos estudiosos de laparapsicología y la propia física, estasimágenes podrían ser algún tipo deinexplorada deformación del espacio-tiempo que generaría tan insólitoresultado de feedback. Algo difícil deentender fuera del mundo de las teorías.

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Una explicación mucho más rotundame la proporcionaba, sentada en unadesvencijada silla de madera, al frescode una mañana soleada de domingo,Ricarda Iglesias Montes, quien con feabsoluta en sus palabras y trassantiguarse unas cuantas veces measeguró que esas visiones de fuego «ode grandes peñascos que caen de unaladera para irse en un visto y no visto»son «señales claras» de premoniciones.Ella misma me narró una de esasvisiones que había sido compartida porvarios vecinos del pueblo de Robledo.

—Una gran piedra —me decía con vozalta y ademán seguro— que bajaba en unsitio que le decían La Pajarina de

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Nuestra Señora y se estampaba en el ríocon la fuerza de mil demonios. Caíalevantando la tierra y rompiendoárboles, parando en un arroyuelo quecubre solo una miajina.

—Y luego resulta que no se encontróel peñasco por ningún lado —le dije, yapuesto al tanto tras haber recogidoincidentes similares en otros muchosviajes.

—Bien lo sabe usted. Miramos por unlado y por el otro y allí los árbolesestaban perfectos, sin siquiera unaramita desvencijada. En el agua delarroyuelo no había caído nada y lossurcos que vimos de aquel peñasco sehabían borrao como si fuese cosa deldiablo.

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—Una premonición dice usted...—Una «señal clara» de que algo

maligno va a suceder...—¿Y ocurrió?—Murió una señora del pueblo en ese

mismo momento. Sentí una gran intriga por este tipo de

visiones que se dividían en dos tipos:las que el protagonista indiscutible erael fuego, y las que lo aparecido era unagran mole pétrea que destrozababancales y huertos a su paso.

La posibilidad de alucinación, opercepción imaginaria de un objetoinexistente, no parece ser la indicadapara resolver el enigma. Consultados

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varios psiquiatras y estudiosos de lastransmisiones del pensamiento,concluyeron en que una alucinacióncolectiva en la que se representaseúnicamente esas dos escenasperfectamente nítidas e identificablespor los sujetos pasivos era poco menosque imposible. La explicación deberíaencontrarse a un nivel más profundo einescrutable. Como viva representaciónde dos de los grandes miedos de LasHurdes, el fuego y la aniquilación de lascosechas, aparecían una y otra vez, almenos que yo tuviese noticia, desde losaños treinta. Otra posibilidad era la deque precisamente los profundos temoresde esas personas al desastre o a larebelión de la naturaleza generasen

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imágenes casi a modo de hologramasque posteriormente desapareciesen sindejar rastro. Unas conjeturas que meparecieron demasiado atrevidas y quenos dejaban en el mismo punto departida. ¿Imágenes mentales?¿Distorsiones espacio-temporales?¿Escenas revividas del pasado? Casiigual que nada. Lo único cierto es que enaquellas descripciones coincidíanmilimétricamente personas de alqueríasdistintas que incluso jamás coincidierona lo largo de toda su trabajosa vida.

Con esas dudas repiqueteando en lassienes, escuchando el sonido lejano ydesgarrado de las flautas y tamborilesde estas tierras, remonté el enrevesado

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puerto que asciende hacía Casares ypreparé el cuaderno y la grabadora. Allíhabían ocurrido otros sensacionalessucesos, otras historias de este mundosobrenatural, que continuaban vivas enla voz de los antiguos como si seresistiesen en sus gargantas y recuerdosa morir ante el inminente cambio demilenio.

Soplaba viento del sur aquella tarde

en la que Conrado Crespo Duarteaccedió a dar por finalizado el secretoque pendía sobre su vivencia extrañaocurrida en aquellas mismas veredasgrises que se extendían a nuestraespalda. Conrado es hombre que havivido mucho por esos mundos de Dios.

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Tanto, que llegó a ser concejal delayuntamiento de la populosa ciudadindustrial de Galdácano, a casi milkilómetros de sus queridas Hurdes. Noes persona fácilmente impresionable.Pero aquello lo marcó de por vida. Un«torbellino» extraordinario elevó alganado por los aires haciendo quepermaneciese en paradero desconocidodurante varias horas y motivandoincluso la alerta de las autoridades.

El bueno de Conrado Crespo, sinsaber que yo había escuchado yregistrado de la sabia y viva voz deotros hurdanos historias y odiseassemejantes con «los malos vientus»,debió pensar que tamaña experiencia no

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debía ser fácilmente digerible por lalógica de un «forastero de ciudad» comoservidor. Sin embargo, y aunque él no losupiera, yo ya tenía constancia dealgunos hechos «oficiales» ocurridos enotros lugares de la Península que mehacían sospechar que algo gordo seescondía tras estos fenómenos tanincreíbles [4]. Intentando darme todoslos detalles se acomodó en una roca quea modo de rudimentario asiento seaplanaba paralela al solitario camino yme contó, punto por punto, lo que vivióy sintió aquella jornada de la primaverade 1963, un día en el que «el torbellino»estuvo a punto de llevárselo para el otrobarrio...

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—Yo sé que esto es difícil de creer,pero testigos están todos los del pueblode Cerezal, empezando por la pobre TíaHerminia, que me acompañaba enaquella tarde un poco maldita. ¡Lamadre que..., vaya sofoco que pasé yo alver aquello! Resulta que por la tarde,casi ya oscureciendo, fui a recoger elganado que lo tenía pastando junto a lascarcasas, en el prado que se puede verallí al fondo. Habría unas quinientascabezas, ¡ahí es nada!, ya que estabanallí también las cabras de Tía Herminia.Iba yo solo, con un palo gruesomarcando el camino para conducirlascamino abajo, cuando de prontocomencé a escuchar un sonido muy

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particular del viento azotando las copasde los pinos. Era algo como«uhhhhhhhh...».

El que fuera concejal de Galdácano,

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Conrado Crespo, recordaba a su regreso aLas Hurdes lo ocurrido hacía tantos años:

«Aquello fue como un torbellino inexplicableque, ante mis ojos, transportó a todo el

ganado».

—Eso es el típico ulular del viento —irrumpí, echando la mirada a aquellosmajestuosos pinos que poco a pocohabían ido secando el suelo de vida,erigiéndose como reyes forestales detoda esta comarca del norte hurdano.

—No era exactamente eso. ¡Cuántosmiles de veces habré escuchado yo eso!

—¿Y no era así?—No, era algo mucho más intenso,

pero sin viento..., es decir, yo no vi quese cimbreasen las copas, era como el

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efecto, pero allí no se movía un alma...—Entendido. Prosiga...—Pues que me quedé algo extrañado,

pensé incluso en alguna manada delobos, que eran cantidad en aquellosaños, y tomé mis precauciones..., perono. Allí, como le digo a usted, no habíani un vecino. Ni animal ni hombre. Enesto que avanzando hacia las carcasas,pasando este mismo camino, me veo alas cabras como aterrorizadas,apiñándose unas contra otras, en un actoinstintivo como de miedo ante algo queestaba allí mismo…

—¿Eso lo hacen cuando llega el lobo?—Exactamente. Pero allí no había

lobo en leguas a la redonda. Al menosaquel atardecer. La noche comenzaba y

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yo ya me estaba poniendo inquieto.¡Eran quinientas cabezas juntándose allí!Luego pasó algo muy rápido, no sabríael decirle qué y cómo, pero vi como siun torbellino, algo de aire muy fuertepero en completo silencio, nosenvolviera a todos, ganado y persona,haciéndome tapar la cara con fuerza. Menoté mareado, como dando vueltas...,algo muy difícil de explicarle. Y depronto todo pasó en cuestión de unossegundos. No me había movido delsitio..., pero las cabras ya no estabanallí. Es más, no quedaba ni rastro deellas...

—¿Y qué hizo usted?—¡Pues qué iba yo a hacer, alma de

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Dios! Salí corriendo camino abajo hastaque me encontré a Tía Herminia.Avisamos los dos a cuantos vecinospudimos ver ya de noche entre lascallejas del pueblo y recorrimos estospagos arriba y abajo con candiles,antorchas y lo que pillamos a mano…

—¿Y ni rastro de un rebaño dequinientos animales?

—Usted lo ha dicho. Creí que se meabrían las carnes, vamos. ¡Imagínese lapérdida! Un ataque de lobo o algo por elestilo era imposible, y nadie sabíamosexactamente qué había podido ser.Recuerdo que algunas personas deCerezal hablaron de casos semejantes enla antigüedad con «torbellinos» quellegaban y elevaban los rebaños y

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personas a gran altura para dejarlosdonde se le antojase. Total, que esoparece que tuvo que ser la naturaleza deaquello..., más que nada porque, contodo el pueblo remirando aquí y allá,volvieron a aparecer las cabritas, sinfaltar ni una, en el mismo lugar, junto alas mismas carcasas, y todasarrejuntaícas y como muertas de miedo.Es como si no hubiese ocurrido nada,como si el tiempo no hubiese pasado.Recorrimos esa zona durante horas y allíno había nada ni nadie. En fin, que escomo si hubieran estado en algún otrolugar que no podemos ver y pasado eltiempo que tenía que ser, hubiesenvuelto a la vida...

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Uno de los hombres de Cerezal que

hicieron comitiva con Conrado para iren busca de las cabras perdidas fueDomingo Ruiz. De aspecto impecable,acostumbrado a los más diversosnegocios para salir adelante en ese duroimperio de la pizarra, el Tío Domingoera un as en el arte de tocar el tamboril.Reconocido en los muchos pueblos deNuñomoral por sus dotes musicales,corrió sus polvorientos caminos yvaguadas durante años para alegrar lasfiestas de una y otra alquería, siempredispuesto a proporcionar un poco demúsica con su viejo tambor y su buenhacer aprendido de generaciones que se

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perdían hasta en los tiempos a donde nollegaba ni la memoria.

Y fue en una de esas rutas solitariascuando nuestro amigo sufrió lo indecibleante otro de estos «malos vientos» alque se le antojó aparecer en ese mismolugar y en ese mismo momento. Llegadosa este punto es de rigor referirse a laseriedad de Domingo Ruiz, que a pesarde estar, siempre que el trabajo diariose lo permitiese, de fiesta en fiesta,jamás probó el alcohol ni fue hombre debromas. El respeto con que le tratan enlos pueblos de Las Hurdes Altas es algoque él ha sabido ganarse a pulso, comootros muchos que a los que jamás se lesocurriría mentir o fabular con cosas tanserias para los «antiguos» como son los

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asuntos de lo sobrenatural.El Tío Domingo, y bien que se ha

esforzado, nunca ha podido borrar desus recuerdos el amargo trance quevivió en el llamado pico de las Cojunas,un monte áspero próximo a Cerezaldonde apareció envuelto en una neblinaextraña que le había desorientado. Elhecho parecería de lo más simple, sobretodo al comprobar cómo estos bancosbrumosos son habituales en algunaszonas de Las Hurdes y bien puedenhacer perderse a quien no conoce elterreno. Pero muy diferente es que unhombre que conoce palmo a palmo todala región, como Domingo Ruiz, semantenga dentro de esa niebla durante

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dos horas y media y aparezca a varioskilómetros de donde había iniciado suruta.

Aquello era como una nube clara —me dijo una vez junto a las brasas de uninolvidable serano en su pueblo— queme llevó de un lado a otro. Noreconocía el paisaje, era como siestuviese viendo por ese tiempo otrastierras que para nada fueran las de LasHurdes. El susto se me enganchó alcuerpo y de qué manera. Caminé ycaminé sin rumbo fijo, tapándome lacara y, entre los dedos, mirando decuando en cuando para ver árboles ycaminos que no los hay igual en todaesta tierra. ¿Dónde me había metido yo?Estaba muerto del miedo, y me quedé en

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cuclillas en un rincón esperando yo quesé qué. A las casi tres horas escuché losgritos de un buen hombre, Tío Sinforosodel pueblo de La Huetre, que venía enmi ayuda. Nadie sabía dónde habíaestado metido. El camino de mi alqueríahasta Nuñomoral no tiene pérdida. Aquílos antiguos nos sabemos cada rincón,cada repecho, cada barranquera. Lo quea mí me pasó es imposible. Entoncescomprendí otras muchas historias, hastade los míos padres y otros antiguos quehablaban de una niebla que parecía dar aotro lugar distinto, que no es este ni separece nada a este que ahora pisamos…

Tío Domingo, liando su picadura ymirando al cielo, puede que nunca lo

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sepa. Y tampoco se lo conté en aquellami última charla con él, quizá pensandoque de nada serviría agregar másinquietud a aquella amarga vivencia quele sucedió en los estertores de aquel añode 1975. Sus palabras llanas y sencillasestaban describiendo algo bien conocidopor quienes desde hace años nosinteresamos por los sucesos ovnis y susatractivos derivados. Las historias de«teletransportación» y de bancos deniebla por los cuales se accede aparajes que parecen sacados de otrotiempo y que en nada se correspondencon los que allí deberían estar, sonvariados en la literatura ufológica.

Pocos son los casos que han resistidoel primer envite de las investigaciones

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serias, cayendo la mayoría como si deun castillo de naipes se tratase aldescubrirse errores de percepción,distorsiones del entorno provocados porla angustia y el miedo, o simplementefraudes orquestados con sabe Dios quéoscuros intereses. Sin embargo, y enhonor a la verdad, bien es cierto quealgunos incidentes no han podido serexplicados. Sucesos en los que susprotagonistas accedieron por accidente alugares que jamás habían visto a pesarde conocer bien la ruta, o neblinasdensas y en ocasiones de algún colortenue que les hicieron permanecerperdidos durante horas angustiosas hastareaparecer a decenas o centenares de

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kilómetros de su camino.El testimonio sincero de Domingo

Ruiz me hizo exprimir el recuerdo.Hacía años yo mismo había podidoinvestigar in situ algunos hechosidénticos. Pero con militares de altogrado como testigos.

En el pueblo deshabitado de Ochate,perdido y desmoronado entre lasllanuras burgalesas, cuatro militares delRegimiento de Carros de Combate delAcuartelamiento Militar de Araca sevieron envueltos en una vaporosidad, obruma densa, que inutilizó todos losequipos de transmisiones obligándoles adeambular sin encontrarse unos a otrosdurante al menos cuatro horas. Lossargentos L. Balbino, P. Resines y M.

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Laborda, dirigidos por el capitánAparicio, al mando de la primera ytercera compañías de carros blindados,quedaron realmente impresionados antelo sucedido. En esa misma zona otrasmuchas personas se sumergieron sinquererlo en unas «nubes oscuras quetapaban todo el pueblo y que apenasdejaban caminar». Enrique Echazarra,paisano y tenaz investigador donde loshaya, me puso tras la pista de estoshechos, y con ellos pasé unas jornadasinolvidables en mi tierra natal, Vitoria,capital de la que el «pueblo maldito» deOchate dista apenas diez kilómetros.Para estudiosos como él, o como eltécnico y productor de radio y televisión

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Alfredo Resa, cabían pocas dudas. Nospodíamos encontrar ante una «zonaventana», un lugar determinado y muyconcreto en el que ocurren fenómenos delo más variopinto y extraño, en el quelas desapariciones inexplicables, lascombustiones espontáneas y lasdistorsiones del espacio-tiempoparecían ser el pan de cada día.

Las Hurdes —pensé en aquella charlacon los buenos amigos alaveses—encajaría perfectamente dentro de esanaturaleza. La soledad del entorno y losfenómenos descritos se parecían comodos gotas de agua. Era como sialeatoriamente algo o alguien hubieseesparcido sabiamente estos rincones denuestra geografía, ocultos la mayor parte

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de las veces de las miradas indiscretas yel turismo masivo y convencional.Lugares que permanecen solos duranteaños, durante siglos, y que en ocasionesrevelan su inexplicable naturaleza aquien osa penetrar en sus lindes. Misqueridos pueblos hurdanos, repartidosunos y otros a lo largo de quinientoskilómetros cuadrados, estoy más queseguro, guardaban alguno de estoslugares-ventana. Los testimonios seacumulaban uno tras otro, y losfenómenos observados eran siempre losmismos. Demasiada casualidad. Si esque aún creemos en ella.

Es como si aquellas moles de piedra yaquellos fuegos, como si aquellas

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brumas envolventes y aquellos gritos dela nada, nos condujesen a mundosanteriores, a escenarios jamás vistos, arealidades desconocidas de las que,como en una pesadilla, el testigopermanecía unas horas hasta regresar asu entorno conocido. Las llamadas«señales del destino» o«premoniciones» de algunas zonas deLas Hurdes, podrían ser en realidadesos túneles invisibles donde es posiblever otros mundos que no pertenecen anuestro limitado conocimiento, esospasos que algunos llaman pomposamente«interdimensionales», en un claroesfuerzo por definir lo indefinible, ycuyos fenómenos se esparcen en otropuñado de apartados rincones de nuestro

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país [5].Algunos puntos de los Monegros de

Aragón, o la boscosa zona de Tivissa,en las entrañas de Tarragona, arrojantambién una cantidad de misteriossuficientes como para pensar en cuatro ocinco «zonas ventana» repartidas portoda nuestra geografía

En muchos de estos lugares losfenómenos suelen producirse muy cercade núcleos deshabitados que aúnpermanecen en pie, con sus paredes ycasas semiderruidas como testimonio deantiguas epidemias, éxodos y guerras detodas las épocas.

También en esta tierra quedan aldeas

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que, por un motivo u otro, fuerondespojadas de sus habitantes yrepobladas por enigmas que aúnsobrecogen el alma de más de unviajero. Misterios fatales, según cuentala voz popular, que han llegado a cortarde raíz la vida de más de una persona.Félix Barroso me hacía partícipe en unode mis últimos viajes de la tristehistoria, mitad leyenda y mitad realidad,de Pelayo Crisóstomo, vecino, alparecer, de la diminuta alquería perdidaentre las tierras del municipio dePinofranqueado de nombre Las Erias, yque una buena mañana, como casi todaslas de su vida, podaba cuidadosamentelas ramas de los pocos olivares quehabía conseguido arrancarle a la

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siempre rebelde tierra hurdana. Con elobjetivo de darle de comer a sumenguado ganado, el buen hombre, cuyadramática aventura ocurrió a finales de1977 y sobre la que los más ancianos,según palabras de Barroso, «no quierenoír hablar bajo ningún concepto», bajópor una peligrosa vereda y observó algoparecido a una gran turba de polvo quelo empezaba a envolver todo. Sujeto poralgún tipo de fuerza inexplicable, TíoPelayo no pudo huir y se limitó a echarcuerpo a tierra ante el extraño vendavalque de pronto se había originado en unvalle donde hasta ese momento brillabael sol con fuerza despejando de nubes eltecho del cielo. Los silbidos agudos de

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un viento infernal le tiraron el cesto conlos ramajes por los aires y pronto, segúnconfesó a los suyos, vio como todoestaba cubierto de una gran luz. A lospocos segundos escuchaba el vientoalejarse y el corazón volvía a recobrarsu pulso normal. Tras incorporarse ymirar decidido al frente, el pobreganadero se encontró en un lugar que enun principio no pudo reconocer. Alfondo había unas ruinas, que al final,tras unos temblorosos pasos en sudirección, resultaron ser las deldespoblado de Cavaloria, un puebloayer bullicioso, lleno de vida y hoymuerto y fantasmal; intacto comoaquellos días pero sin un alma en suscalles y casas tras la expropiación para

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la construcción del pantano de Gabriel yGalán que las autoridades del régimenfranquista realizaron en la zona. Lasgentes fueron obligadas a vender suspertenencias a un precio irrisorio y amediados de los sesenta abandonaron enbloque aquel triste lugar que ya se estirahacia las tierras de Salamanca, en ellímite mismo de Las Hurdes con tierracastellana.

La escuela, los corrales, la calleprincipal... Pelayo Crisóstomo, unganadero humilde y respetado, habíaaparecido en la otra punta de LasHurdes de un modo absolutamenteimposible. Ningún vecino pudoexplicarse lo sucedido. Y menos sus

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familiares y compañeros de Las Eriasque esa misma mañana lo habían vistofaenando junto al arroyo que baña susolivos. De punta a punta de la regiónhabía viajado este hombre de un mododifícilmente comprensible.

Y ante estas ruinas del despoblado deCavaloria apareció, sin saber cómo había

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llegado hasta allí, el noble hurdano PelayoCrisóstomo Ruiz. Al menos así lo relata el

recuerdo popular.

—Cuentan que durante días estuvo elbuen hombre dándole vueltas y másvueltas al asunto —me comentaba FélixBarroso mientras caminábamos muycerca de aquel despoblado inhóspito—.Alguna gente se rió de su experiencia,pero a él le afectó de un modo tremendo,brutal.

—Ha habido casos parecidos en otroslugares de España...

—Y aquí también. Siempre de algúnmodo próximos a despoblados comoArrocerezo, Granadilla, Arrofranco oValdelazor, pueblos que ya no existen y

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que guardan su misterio.En silencio, nos adentramos en

Cavaloria, donde las calles de piedraaún parecían vivas, con su adoquinadoen algunas zonas, con las puertas y lasmesas de la antigua escuela aún abiertasesperando la llegada de los alegresalumnos que ya se fueron hace treintaaños. El pueblo, como otros muchos enla región, eran un maltrecho esqueletoque se negaba a derrumbar su pequeñagloria. Por las esquinas de sus angostospasillos se filtraban mil y un sonidoscon los que el aire jugaba produciendoun lamento que a lo lejos parecíafantasmal. Había comenzado a caer unafina lluvia y, como si de un aviso setratase, el entorno comenzó a tornarse

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gris..., cada vez más gris.

Granadilla, ejemplo de pueblos muertos dela zona. En el esqueleto de lo que fueron suscalles muchos han escuchado extrañas voces,lamentos que parecen traer el lejano eco de

otros tiempos.

Imagino que en la mente de ambos seapareció la imagen de Pelayo

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Crisóstomo, desorientado y solitariollevado en volandas hasta aquel mismolugar.

Las lascas que un día fueron puertasgolpeaban una y otra vez los dintelesoscuros de cada casa componiendo unasobrecogedora sintonía. Plam, plam,plam…

Nos miramos fijamente. El pueblomuerto parecía más fantasmal yenigmático que nunca bajo aquel cielonegro.

Se levantó de nuevo el viento…—Habrá que retirarse. No sea que

hagamos el viaje de Crisóstomo ensentido inverso… —dije por romper elsilencio.

—No digas eso —me respondio Félix,

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caminando más aprisa y mirandofijamente al suelo.

—Por cierto, ¿qué fue de ese hombre?¿Sería posible hablar con él?

—No creo.—¿No creo?—No. Tras unos días de darle vueltas

a su «viaje» se colgó de un árbol. Seahorcó.

En silencio ganamos las tierras de

Riomalo de Abajo con las botaschapoteando entre el barrizal formadotras la lluvia torrencial. Un par detruenos sonaron lejanos, con eco, y lagrisura del cielo continuó cada vez másprofunda, uniéndose a la capa de la

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noche que ya se asomaba.No teníamos muchas ganas de mirar

atrás.

1 Los modernos estudios de la cátedra deParapsicología, como discpilina de lapsicología en la universidades de Saint Gallen(Suiza) y Edimburgo (Escocia), handiferenciado entre «voz psicofónica», o aquellaque necesita de algún tipo de soporte, bien seacinta magnetofónica, digital o banda de radio,para manifestarse y ser escuchada, y «vozparanormal» como aquella que intercededirectamente ante el testigo, con mensaje claroy nítido. Ambas siguen planteando el mismodebate desde hace más de medio siglo,¿provocadas por una inteligencia ajena o pornuestra propia mente?

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2 El autor regresó a Laroya (Almería),cincuenta y cuatro años después de los hechos.Ningún investigador ni periodista habíaregresado desde 1945. Allí ocurrió unverdadero expediente X español, conintervención de miembros de la Guardia Civil—quienes sufrieron en sus carnes las accionesde aquel fuego extraordinario—, de altosmandatarios de Gobernación Civil de Almería ydel propio Ministerio del Aire. José CubilloFluiters realizó un informe para el InstitutoGeográfico y Catastral, con número 2096,sección 7.ª, que el autor publicó más de mediosiglo después. Nadie pudo explicar los hechosjamás. Muchos de los testigos, curiosamente,afirmaron en las grabaciones efectuadas lapresencia, el día anterior a los hechos, de unser semejante a un niño «que se manteníasuspendido en el aire» y también el vuelo de

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varias esferas de luz. Ardieron personas comola niña María Martínez Martínez, enserescientíficos en presencia de los investigadoresdel gobierno e incluso animales y casas. Trasser noticia nacional de impacto, el fenómenocayó en el olvido tras las intervencionesgubernamentales.

3 Los antecedentes de los fuegos de Laroyason muy pocos, pero curiosos e interesantes:en La Rioja, en la llamada finca El Perdigón, enjunio de 1925 y sucesivos; en un domicilio deMálaga, situado en la calle del Pintor Sorolla,en septiembre de 1944; en la calle Sagasta deMadrid y en Girona en 1945, y en una escuelarural de Argamasilla de Alba (Ciudad Real), enlas postrimerías de 1903. En todos los casoshubo grandes combustiones de enseresdiversos y fuego que prendió ropas de testigos

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presentes. Todos tuvieron investigación oficialy en ninguno de ellos se llegó a conclusionesdefinitivas.

4 Según indagaron los investigadores ÁngelBriongos y Bruno Cardeñosa, en 1996 seprodujeron hechos semejantes de «extrañoarrebatamiento aéreo de ganado» en lapoblación aragonesa de Celadas. Las extensasinvestigaciones policiales no lograron dar conel paradero de un inmenso rebaño de más dedoscientas cabezas de ganado que se «esfumó»repentinamente. Según las pesquisas oficiales,daba la impresión de que aquellos cuerposhabían sido suspendidos con algún mecanismoincomprensible.

5 Existen otros focos del globo terráqueo a los

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que en su día también se bautizó como «zonasventana». La sierra de Roncador, en Brasil,donde han ocurrido algunas desapariciones decientíficos del todo inexplicables; el cerroUritorco, de Capilla del Monte, Córdoba(Argentina), donde a mediados de los añosochenta se generó toda una «fiebre» de ovnis yhechos semejantes, y la zona del Silencio, en el«México profundo». Sobre los célebrestriángulos marítimos de la muerte, como el delDiablo o Las Bermudas, acerca de los que seescribieron libros tan exitosos en los añossetenta como los de Charles Berlitz y elenigmático reportero argentino AlejandroVignati, se sigue teorizando hasta ahora sinencontrar una solución satisfactoria.

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ANEXO

BESTIARIO HURDANO

NIÑO BLANCO

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También llamado en algunos lugaresNiño de la túnica, se ha aparecido desdehace siglos en diferentes poblados delcentro de la comarca, sobre todo enAceitunilla. Se le identifica con el ánimade un niño que murió en las cercanías deese mismo lugar, junto al viejocamposanto. Visto en 1987 por unadecena de testigos, se escucha un cánticoparecido a un llanto antes de que hagaacto de presencia. Nunca nadie ha osadoacercarse hasta él.

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SOMBRA ERRANTE

En febrero de 1983 estas figuras etéreasy embozadas en negros ropajes causaron

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el pánico en Vegas de Coria. Saltandoingrávidas por los barrancos oaguardando en cerradas curvas como lade Arrolobos, fueron vistas por decenasde testigos. El miedo se apoderó delpueblo durante unos días hasta que, tal ycomo llegaron, desaparecieron por artede magia. En 1995 y 1999, en otrospuntos del territorio hurdano, han vueltoa ser identificadas aproximándose aalgunos aterrorizados testigos.

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BANASTRO VOLADOR

Desde las aguas profundas del pantanode Gabriel y Galán ha sido observado

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con estupor por centenares de personasen las últimas dos décadas.Anteriormente, en pueblos del nortecomo Carabusino, Robledo o Riomalode Arriba, surcaba la noche oscurailuminando todo a su paso como un solen la medianoche. En la comarca deRibera-Oveja una luminaria idéntica,pero algo más pequeña, es acusada de lamuerte del pastor Nicolás Sánchez,acaecida en octubre de 1917.

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TÍO DEL BRONCI

Ser aparecido en el invierno de 1945, enlas proximidades del llamado Volcán

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del Gasco, dentro del valle habitadomás estrecho de Europa Occidental. Eltestigo, Antonio Picholas, lo describiócomo «un hombre de bronce vestidocomo los antiguos soldados». Tras elencuentro, el infortunado enfermó y pusofin a su vida tras una larga agonía deterror. Años después, en lasproximidades de otros puebloslimítrofes a Las Hurdes, diversaspersonas lo veían muy cerca del caminovecinal.

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DUENDE DE LADRILLAR

Observado repetidamente sobre el

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pueblo de Ladrillar en febrero de 1907,motivó una intervención de la propiaiglesia del pueblo ante el obispado de laprovincia. Aterrorizando a losconvecinos con su sonido agudo,apareció tres veces flotando en el airellegando hasta las proximidades delcementerio. Más de doscientas personaspudieron verlo. Era un ser pequeño ygrotesco que parecía ir enfundado en unmono negruzco muy pegado al cuerpo.Después de aquel año jamás

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ESPANTO DE RUBIACO

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Una de las más extrañas criaturas delBestiario Hurdano fue la que se toparonen agosto de 1947 los campesinos JuliánSendín, Marcelo Martín y FaustoDomínguez. Una criatura humanoide sincabeza, de más de tres metros de altura yque emitía un sonido estridente a su pasosemejante «a cantares flamencos ymuchos instrumentos a la vez». Añosdespués fue vista con descripciónidéntica por parte de los testigos en elsur de Lima (Perú) y Perm, en losmontes Urales.

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MACHO LANÚ

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Personaje aparecido en diversos puntosde la geografía hurdana y que esrelacionado con lo maligno ydemoníaco. Según los testimoniosrecogidos, que comprende todo el sigloxx, el Lanú se presenta erguido, concomplexión corpulenta y cavernosa vozamedrentadora. Visto casi siempre enlas alquerías del municipio deNuñomoral, se presentaba en formaantropomorfa con patas de cabra o concuerpo de chivo.