12pf clase 09b: ¿cómo seremos en el cielo?
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CLASE 09B: ¡EL CIELO PARA SIEMPRE! Editado por http://audioconectate.net © La Familia Internacional Junio de 2011TRANSCRIPT
Curso Básico Bíblico
LAS 12 PIEDRAS FUNDAMENTALES
CLASE 09B: ¡EL CIELO PARA SIEMPRE!
© La Familia Internacional
Editado por http://audioconectate.net
Junio de 2011
Clase 09B 1-BÁSICA)
El Cielo, 2ª parte
AHORA Y PARA SIEMPRE
PRIMER TRAMO: ESTUDIO DE LA BIBLIA: ¿QUÉ CARACTERÍSTICAS
O QUÉ ASPECTO TENDREMOS EN EL CIELO ?
Casi no se puede apreciar el Cielo y sus atributos si no se sabe que aspecto tendre-
mos, si no sabemos cuál será nuestra naturaleza o esencia. Naturalmente no conoce-
mos todos los detalles, pues en parte se hallan envueltos en un velo de misterio. De
todos modos a continuación les ofrecemos algunos versículos e ideas que nos pueden
aportar algunas pistas sobre el tema.
El misterio de la resurrección
1 Corintios 15:51–52. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero
todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la
final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
Al crear el ciclo de vida de las mariposas y las polillas, el Señor se proponía ilus-
trar la resurrección. Nacen de huevos y se convierten en orugas. Luego se envuelven
en capullos llamados crisálidas, que se asemejan a un ataúd, y dan la impresión de
haber muerto. Pero al llegar la primavera el ataúd se abre y de él emerge una hermosa
mariposa o una interesante polilla. En algún momento no fue más que una oruga ras-
trera, pero de golpe se convierte en una bella mariposa que vuela por los aires. Una
de las criaturas más hermosas que hay.
Es como la diferencia que existe entre un grano de trigo y la espiga florecida que
proviene de él; o bien entre la flor y la semillita de la que brota. Tanto mejor será
nuestro cuerpo celestial. Tan prodigioso será que podremos decir que el que ahora
poseemos es comparable a la semilla y el nuevo que obtendremos, a la flor.
1 Corintios 15:35–38 – Pero dirá alguno: «¿Cómo resucitarán los muertos?
¿Con qué cuerpo vendrán»? Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no mue-
re antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnu-
do, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como Él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo.
El apóstol Pablo dice que es tan misterioso que casi no conseguimos comprenderlo.
Con los cuerpos gloriosos sucede lo mismo que nos pasa a la mayoría: que en reali-
dad no entendemos cómo una semilla enterrada en la tierra puede germinar y llegar a
ser una nueva planta con flores y todos sus demás componentes. Así de diferente y
estupendo será nuestro cuerpo nuevo.
La Escritura enseña que existe un género de una cosa y otro de otra y que si sem-
bramos un grano de trigo en la tierra no nos va a producir manzanas. Lo que brote de
él, el producto final, tendrá el mismo aspecto que el grano de trigo que sembramos.
Conservaremos la misma fisonomía que ahora, pero con un cuerpo nuevo e increíble.
Hasta recibir nuestros cuerpos nuevos en la resurrección, tendremos cuerpos
espirituales o cuerpos gloriosos.
Cuando hablamos de cuál será nuestro aspecto en el Cielo, es importante entender
que hay dos fases. Si morimos ahora, antes que regrese Jesús, recibimos una espe-
cie de cuerpo espiritual. Al retornar Jesús, resucitarán los cuerpos de los creyentes
salvos (que ya estaban en el Cielo). Quienes todavía se encuentren con vida a la
venida de Jesús serán transformados instantáneamente y recibirán sus cuerpos re-
sucitados:
1 Tesalonicenses 4:15–17. Os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros
que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos
a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de
arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del Cielo; y los muertos en Cristo
resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado,
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
La Biblia no dice mucho del estado actual de quienes mueren antes de regresar
Jesús, pero sí da algunos detalles sobre lo que serán nuestros cuerpos una vez resuci-
tados. Echemos un vistazo, pues, a la fisonomía y atributos que tendrá nuestro cuerpo
resucitado.
Cuando resucitemos tendremos los mismos atributos que Jesús después de
resucitar
Filipenses 3:20–21. Nuestra ciudadanía está en los Cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de
la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria Suya, por
el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.
¡Nos pareceremos mucho a Jesús! Tendremos características muy similares a Jesús
después que hubo resucitado de los muertos. Tendremos un aspecto muy parecido a
como somos ahora, solo que contaremos con cuerpos sobrenaturales. Tendremos la
misma fisonomía, igual que Jesús después de haber resucitado. Podía comer y beber y
hasta podían tocarlo y verlo. Jesús adoptó una forma física, es decir que tenía una es-
pecie de cuerpo físico. Los teólogos lo llaman teofanía, palabra que significa cuerpo
o manifestación divinos, es decir, la manifestación física de un ser espiritual. Seremos
como Él. La Palabra de Dios lo dice:
1 Juan 3:2. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo
que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejan-tes a Él, porque le veremos tal como Él es.
Jesús nació de una mujer de carne y hueso. Murió hombre, como muere un cuerpo
físico, pero resucitó como resucitaremos nosotros, en forma parcialmente espiritual y
parcialmente física.
1Corintios 6:14. Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará
con Su poder.
Romanos 6:4–5. Somos sepultados juntamente con Él para muerte por el bau-
tismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados jun-
tamente con Él en la semejanza de Su muerte, así también lo seremos en la de Su resurrección.
Los atributos de nuestro cuerpo celestial
Echemos un vistazo a los atributos de Jesús una vez que hubo resucitado.
Un cuerpo distinto
Cuando Jesús resucitó no tenía forma puramente espiritual.
Lucas 24:36–40. Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en
medio de ellos, y les dijo: «Paz a vosotros». Entonces, espantados y atemoriza-
dos, pensaban que veían espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué estáis turbados, y
vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad Mis manos y Mis pies, que
Yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo». Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies.
Jesús todavía era humano y todavía tenía un cuerpo de carne y hueso: Él mismo lo
dice: ¡Carne y hueso!
Advertirán que no dice sangre, porque «la vida de la carne en la sangre está»
(Levítico 17:11). La corrupción se produce a causa de la sangre y la naturaleza carnal
de nuestro actual cuerpo físico, que provienen del polvo. Tendremos un cuerpo que
tendrá aspecto de carne y que se parece a esta carne nuestra y da la sensación de ser-
lo, pero no tendrá la forma de vida que da la sangre, que no es VIDA ETERNA.
Si bien el tipo de cuerpo que tendremos será nuevo, espiritual, resucitado, maravi-
lloso, eterno y glorioso, todavía tendrá forma corpórea y natural. Será reconocible,
visible y palpable, y podremos disfrutar de él. Tanto es así que tendrá una estructura
parecida a la de ahora, de carne y hueso, solo que serán carne y hueso eternos, inco-
rruptibles e inmortales. ¡De carne y hueso! ¡Imagínense! Y ese cuerpo celestial glori-
ficado estará en condiciones de gozar de todos los placeres de los que disfruta nuestro
cuerpo ahora.
Seremos reconocibles
1Corintios 15:49. Así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos
también la imagen del celestial.
El aspecto que tendremos en el Cielo será muy parecido al que hemos tenido aquí
en la tierra. Tendremos los mismos rasgos y fisonomía general —que aquí llama
imagen— que tuvimos aquí en la tierra, solo que mucho más gloriosos.
En 1Corintios 15 Pablo establece la comparación entre una semilla sembrada y lo
que brota de ella. Dice que aunque nuestros cuerpos gloriosos serán nuevos y diferen-
tes a los actuales, todavía podremos reconocernos unos a otros: «conoceremos aun
como fuimos conocidos» (1Corintios 13:12).
Capacidad de desplazamiento
Después de resucitar, además de hacer todas las cosas normales y naturales que
hace cualquier ser humano, Jesús traspasó repentinamente la puerta de un recinto
en el que los discípulos se hallaban encerrados y lo hizo sin necesidad de abrirla.
Podía aparecer y desaparecer, atravesar muros o puertas cerradas.
Juan 20:19. Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la sema-
na, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reuni-
dos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: «Paz a vosotros».
Juan 20:26. Ocho días después, estaban otra vez Sus discípulos dentro, y con
ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les
dijo: «Paz a vosotros».
Con nuestro cuerpo nuevo podremos atravesar paredes, puertas, elevarnos a través
del techo y aparecer y desaparecer, igual que hizo Jesús. ¡Tal vez hasta podamos vo-
lar!
Isaías 60:8. ¿Quiénes son éstos que vuelan como nubes, y como palomas a sus
ventanas?
Todavía gozaremos de los placeres de la vida
En la existencia venidera todavía gozaremos de todos los placeres de nuestra ac-
tual vida física, pues tendremos un cuerpo similar a nuestro cuerpo físico, solo que
será tanto más glorioso, espléndido y sobrenatural que lo llaman cuerpo espiritual.
Sin embargo podrá materializarse, comer, beber, pasarlo bien, divertirse, amar y
gozar de todos los placeres de nuestra vida actual. Todo eso continuará en la vida
venidera, solo que con un cuerpo inmortal, incorruptible y omnipotente que estará
en condiciones de disfrutar de dichas delicias aún más de lo que estamos dotados
para ello ahora. Y además, para siempre, sin sufrir dolor ni enfermedades ni can-
sancio ni muerte. Será absoluta, maravillosa y eternamente celestial.
Aunque no será necesario, todavía podremos comer
Lucas 24:42–43. Le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y Él lo
tomó, y comió delante de ellos.
Jesús comió con Sus discípulos varias veces después de haber resucitado. En Lucas
24 vemos que se sentó y comió con ellos. En otra ocasión partió pan con los discípu-
los después del recorrido por el camino a Emaús. No lo reconocieron hasta después
que partió el pan.
Lucas 24:13–17, 30–31. He aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea
llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando
entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras
hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. Mas
los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. Y les dijo: «¿Qué
pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis
tristes?…» (30–31) Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó
el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas Él se desapareció de su vista.
1Corintios 15
Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también
recibisteis, en el cual estáis firmes; por el cual asimismo sois salvos, si retenéis la
palabra que os he predicado, si no habéis creído en vano. Porque primeramente
os he entregado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados
conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, con-
forme a las Escrituras; y que fue visto por Cefas, y después por los doce.
Y después, fue visto por más de quinientos hermanos a la vez; de los cuales mu-
chos viven aún, y otros ya duermen. Después fue visto por Jacobo; luego por to-
dos los apóstoles. Y al último de todos, como por un nacido a destiempo, Él fue
visto también por mí.
Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado
apóstol, porque perseguí la iglesia de Dios. Mas por la gracia de Dios soy lo que
soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo; antes he trabajado más que
todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios que ha sido conmigo.
Así que, ya sea yo o ellos, así predicamos, y así habéis creído. Y si se predica que
Cristo resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay re-
surrección de muertos?
Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no
resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y
además somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios,
que Él resucitó a Cristo; al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resuci-
tan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no
resucitó, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los
que durmieron en Cristo perecieron.
Si sólo en esta vida esperamos en Cristo, somos los más miserables de todos los
hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que
durmieron es hecho. Y por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un
hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren,
así también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden:
Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.
Luego vendrá el fin; cuando haya entregado el reino al Dios y Padre, cuando haya
abatido todo dominio y toda autoridad y poder. Porque es menester que Él reine,
hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer ene-
migo que será destruido es la muerte.
Porque todas las cosas sujetó debajo de sus pies. Pero cuando dice: Todas las co-
sas son sujetadas a Él, claramente se exceptúa a Aquél que sujetó a Él todas las
cosas. Y cuando todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo
se sujetará a Aquél que sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en to-
dos.
De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna ma-
nera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos? ¿Y por
qué nosotros peligramos a toda hora?
Os aseguro por la gloria que de vosotros tengo en Cristo Jesús Señor nuestro, que
cada día muero.
Si como hombre batallé en Éfeso contra bestias, ¿qué me aprovecha? Si los muer-
tos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos. No os engañéis;
las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Despertad a justicia,
y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo.
Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?
Necio, lo que tú siembras no revive, si antes no muere. Y lo que siembras, no siem-
bras el cuerpo que ha de ser, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro
grano; pero Dios le da el cuerpo como Él quiere, y a cada semilla su propio cuer-
po. No toda carne es la misma carne; pues una carne es la de los hombres, y otra
carne la de los animales, y otra la de los peces, y otra la de las aves. También hay
cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales,
y otra la de los terrenales. Una es la gloria del sol, y otra la gloria de la luna, y
otra la gloria de las estrellas; porque una estrella es diferente de otra estrella en
gloria. Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción,
se levantará en incorrupción; se siembra en deshonra, se levantará en gloria; se
siembra en flaqueza, se levantará en poder; se siembra cuerpo natural, resucitará
cuerpo espiritual. Hay cuerpo natural, y hay cuerpo espiritual.
Y así está escrito: El primer hombre Adán fue hecho un alma viviente; el postrer
Adán, un espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo natural;
luego lo espiritual. El primer hombre, es de la tierra, terrenal; el segundo hombre
que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual
el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos llevado la imagen del
terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.
Mas esto digo, hermanos; que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de
Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No
todos dormiremos, pero todos seremos transformados. En un momento, en un
abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los
muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal
se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrup-
ción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la pala-
bra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? El aguijón de la muerte es el pecado, y
el poder del pecado es la ley.
Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo.
Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra
del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.
Clase 09B 2-BÁSICA)
El Cielo, 2ª parte
AHORA Y PARA SIEMPRE
SEGUNDO TRAMO: NUESTROS COLEGAS CELESTIALES
En el Cielo hay mucha actividad
Job 1:6a, 2:1a. Un día vinieron a presentarse delante del Señor los hijos de
Dios. Aconteció que otro día vinieron los hijos de Dios para presentarse delante del Señor.
Apocalipsis 4:2, 6, 9–10; 5:11 Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí,
un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y delante del trono
había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor
del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás.) Y siempre que
aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sen-
tado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos,) los veinticuatro ancia-
nos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por
los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono. Y miré, y oí la voz
de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancia-
nos; y su número era millones de millones.
Morar en el Cielo no implica una eternidad de ocio, sino toda una vida nueva
pletórica de movimiento, acción, aprendizaje y acometimientos. Al leer el libro del
Apocalipsis, vemos que hay mucha actividad. Gente que viene y gente que va, trom-
petas que suenan, cantos, alabanzas, personas a las que citan para una audiencia o
envían con cierta misión, y mucho más.
Asistencia a los habitantes de la tierra
Las Escrituras nos dan a entender que una de las actividades de los moradores del
Cielo es la de asistir a quienes todavía vivimos aquí en la tierra. Quienes moran en el
Cielo no solo observan nuestras actividades; el Señor dispone que nos asistan activa-
mente y a veces se comuniquen con nosotros, los que estamos en la tierra.
Encontramos varios ejemplos en los que Dios se valió de los espíritus de creyentes
difuntos para comunicarse con los vivientes. Uno de ellos son los recuentos de la apa-
rición de los espíritus difuntos de Elías y Moisés y su conferencia con Jesús en el
Monte de la Transfiguración; otro es el que hace San Juan en el Apocalipsis acerca de
su conversación con un mensajero celestial enviado por Dios para revelarle los miste-
rios del futuro.
Echemos un vistazo a algunos pasajes de las Escrituras que explican eso.
La nube de testigos: Hebreos 12:1
El capítulo 11 del libro de Pablo a los Hebreos, que aparece en el Nuevo Testa-
mento, es un recuento fascinante sobre la fe y los portentos obrados por muchos de
los hombres y mujeres de fe más sobresalientes del Antiguo Testamento. A conti-
nuación de esa lista de héroes y heroínas de la fe, en el primer versículo del capítu-
lo siguiente, dice:
Hebreos 12:1. Nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube
de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.
El manuscrito original del Nuevo Testamento no estaba dividido en capítulos, de
modo que hay que tener presente el capítulo anterior a este (el 11) para saber de qué
«grande nube de testigos» habla. Quienes ya han pasado a mejor vida con el Señor
nos observan, oran por nosotros y procuran ayudarnos.
Portadores de mensajes proféticos
En casi todos los recuentos de profetas de la Biblia figura un agente espiritual o
ángel o alguien que lo asiste la mayor parte del tiempo. En repetidas ocasiones,
cuando un profeta revelaba algo, decía que el ángel del Señor o algún otro perso-
naje estaba presente para revelárselo. De modo que debió de haber sido el ángel
quien comunicó aquellas visiones. El profeta lograba captar lo que Dios le indica-
ba al ángel que le revelara con el objeto de transmitírselo al pueblo.
Daniel 8:13a. Oí a un santo que hablaba; y otro de los santos preguntó a aquel que hablaba.
Daniel 8:15. Aconteció que mientras yo Daniel consideraba la visión y procu-
raba comprenderla, he aquí se puso delante de mí uno con apariencia de hom-
bre.
Daniel 9:21–23. Aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a
quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como
a la hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, di-
ciendo: «Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento. Al prin-
cipio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y entiende la visión».
Daniel 12:5–7. Yo Daniel miré, y he aquí otros dos que estaban en pie, el uno a
este lado del río, y el otro al otro lado del río. Y dijo uno al varón vestido de li-
no, que estaba sobre las aguas del río: «¿Cuándo será el fin de estas maravi-
llas?» Y oí al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río, el cual
alzó su diestra y su siniestra al cielo, y juró por el que vive por los siglos, que
será por tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo. Y cuando se acabe la disper-sión del poder del pueblo santo, todas estas cosas serán cumplidas.
Ezequiel 40:1–4. En el año veinticinco de nuestro cautiverio, al principio del
año, a los diez días del mes, a los catorce años después que la ciudad fue con-
quistada, en aquel mismo día vino sobre mí la mano del Señor, y me llevó allá.
En visiones de Dios me llevó a la tierra de Israel, y me puso sobre un monte
muy alto, sobre el cual había un edificio parecido a una gran ciudad, hacia la
parte sur. Me llevó allí, y he aquí un varón, cuyo aspecto era como aspecto de
bronce; y tenía un cordel de lino en su mano, y una caña de medir; y él estaba a
la puerta. Y me habló aquel varón, diciendo: «Hijo de hombre, mira con tus
ojos, y oye con tus oídos, y pon tu corazón a todas las cosas que te muestro;
porque para que yo te las mostrase has sido traído aquí. Cuenta todo lo que ves a la casa de Israel».
Zacarías 1:9. Entonces dije: «¿Qué son éstos, señor mío?» Y me dijo el ángel que hablaba conmigo: «Yo te enseñaré lo que son éstos».
Zacarías 2:3. Y he aquí, salía aquel ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le salió al encuentro,
Mateo 1:20. Pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en
sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, por-que lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es».
Mateo 2:13. Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció
en sueños a José y dijo: «Levántate y toma al niño y a Su madre, y huye a Egip-
to, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes bus-cará al niño para matarlo».
Lucas 1:11–13. Se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del
altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. Pero el
ángel le dijo: «Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan».
Apocalipsis 1:1. La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a
Sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por
medio de Su ángel a Su siervo Juan.
Comunicación celestial
Isaías 30:21. Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el cami-
no, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda.
Sofonías 3:9. En aquel tiempo devolveré Yo a los pueblos pureza de labios, pa-
ra que todos invoquen el nombre del Señor, para que le sirvan de común con-
sentimiento.
Es posible que la comunicación en la dimensión espiritual difiera de la de nuestro
mundo material. Tal vez entrañe alguna forma de transferencia de pensamientos. Eso
explica de algún modo cómo recibimos mensajes del más allá, pues normalmente nos
los comunican directamente a nuestro pensamiento.
Prueba los espíritus
Como es lógico, no todas las comunicaciones del mundo espiritual provienen
de buena fuente. En esta clase nos referimos a los ángeles u hombres y mujeres
que amaron al Señor en su vida terrena y partieron hacia la esfera celestial para
asistirnos desde allá.
La comunicación espiritual tiene una contra cara: el lado oscuro. No todos los
espíritus obran a favor del Señor ni todas las profecías son inspiradas por Él.
1 Juan 4:1–3. Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si
son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto
conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha veni-
do en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha veni-
do en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros
habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.
Como recomienda la Palabra, debemos «probar los espíritus» a la luz de la
Escritura para no dejarnos descarriar.
El discernimiento de profecías se explicó en las clases sobre profecía. Tal vez
quieran repasarlas.
El Libro del Apocalipsis
En el capítulo 19 del Libro del Apocalipsis, escrito por el apóstol Juan, después de
recibir aquella gloriosa revelación del futuro de boca de un ser celestial, Juan es-
cribe:
Apocalipsis 19:9–10. El ángel me dijo: «Escribe: “Bienaventurados los que son
llamados a la cena de las bodas del Cordero”». Y me dijo: «Estas son palabras
verdaderas de Dios». Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: «Mi-
ra, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testi-
monio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía».
Apocalipsis 22:8–9. Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las
hube oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba
estas cosas. Pero él me dijo: «Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo,
de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios».
El Libro del Apocalipsis contiene varios otros pasajes en los que Juan da cuenta de
mensajes que recibió de santos difuntos.
Apocalipsis 6:9–11. Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de
los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio
que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: «¿Hasta cuándo, Señor, santo y
verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?» Y
se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco
de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.
Lo interesante de este pasaje es que Juan ve y escucha a los muertos e identifica
aquellas almas como consiervos y hermanos, los mismos términos empleados para
referirse al mensajero a quien se postró a adorar en el texto que citamos más arriba.
También es de notar que aquellos espíritus que ya habían partido de este mundo no
dejaban de expresar preocupación por «los que moran en la tierra».
En el capítulo siete, Juan describe más escenas y sonidos pasmosos que vio y oyó
en su viaje espiritual al Cielo:
Apocalipsis 7:9–14. Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual
nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban
delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y
con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: «La salvación per-
tenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero». Y todos los
ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro se-
res vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a
Dios, diciendo: «Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de
gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos
de los siglos. Amén». Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: «Estos
que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido?» Yo
le dije: «Señor, tú lo sabes». Y él me dijo: «Estos son los que han salido de la
gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero».
En este pasaje Juan ve una multitud innumerable de gente en el Cielo. Luego sos-
tiene un diálogo con una de esas personas, un anciano, que evidentemente es un cre-
yente difunto. En el versículo 9 del capítulo 5, esos mismos ancianos proclaman a
Jesús: «Con Tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y
nación», lo cual demuestra que, en efecto, aquellos ancianos son creyentes difuntos.
Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración
Tres de los cuatro Evangelios dan cuenta de otra aparición excepcional de dos re-
nombrados santos difuntos. Nos referimos a la reunión cumbre que Moisés y Elías
sostienen con Jesús en el Monte de la Transfiguración. Aquellos dos profetas hab-
ían partido de esta vida cientos de años antes. Sin embargo, celebraron lo que sin
duda debe de haber sido una importante conferencia con el Señor poco antes de Su
crucifixión.
Lucas 9:28–31. [ …] Tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.
Y entre tanto que oraba, la apariencia de Su rostro se hizo otra, y Su vestido
blanco y resplandeciente. Y he aquí dos varones que hablaban con Él, los cuales
eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de Su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén.
TERCER TRAMO: PREPARATIVOS PARA EL CIELO
Me lo he pasado muy bien hasta ahora
Yo soy como la ancianita de que quien se mofaban porque creía que cuando
muriera se iba a ir al Cielo. Le dijeron:
—¿No sabías que todo eso ha quedado desacreditado, que no hay tal cosa, que
Dios y el Cielo no existen? ¡Es ridículo creer todavía en eso!
Pues aunque así fuera —respondió ella— ¡me lo he pasado muy bien hasta
ahora!
¿Qué les parece? ¡Ja! Aunque no lleguemos a disfrutarlo para siempre, nos lo
hemos pasado muy bien hasta ahora, ¿cierto? De todos modos, sí vamos a dis-
frutarlo para siempre! ¡El Cielo es nuestro destino final!
No tenemos por qué tenerle miedo a la muerte
1 Corintios 15:55–57. «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepul-
cro, tu victoria?», ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del
pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio
de nuestro Señor Jesucristo.
Romanos 7:24–25a. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.
Para los creyentes, la muerte no tendrá aguijón. Nuestros pecados nos han sido
perdonados, y el sepulcro no tendrá victoria porque lo hemos vencido por medio de
Cristo, de nuestra salvación y a la larga, de nuestra resurrección. Nuestro espíritu
queda liberado enseguida para ir en presencia del Señor, de modo que para nosotros
la muerte no tiene la misma connotación que para los no creyentes. En realidad no
morimos en el mismo sentido en que mueren ellos.
Por eso no nos gusta llamarlo muerte o aplicar el verbo morir. Es mejor denomi-
narlo graduación, pasar a mejor vida o ascensión. Es como trasladarse de un recinto a
otro. Para la mayoría de las personas que conocen y aman al Señor se trata de una ex-
periencia bellísima.
Juan 11:25–26. Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en
Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?»
Juan 8:51. De cierto, de cierto os digo, que el que guarda Mi palabra, nunca verá muerte.
Jesús mismo señaló que en realidad no morimos. Ni siquiera quiere llamarlo muer-
te ni se refiere a ello en términos de morir. En algunas ocasiones, cuando alguien
había muerto, Él decía que dormía. Ni siquiera quería decir que había muerto. Al me-
nos en apariencia su cuerpo dormía. Hasta es probable que su espíritu tuviera una ex-
periencia de muerte clínica o de vida después de la vida.
Mateo 9:24. Les dijo: «Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme».
Y se burlaban de Él.
Juan 11:11. Dicho esto, les dijo después: «Nuestro amigo Lázaro duerme; mas
voy para despertarle».
Cuando quiera y como quiera que sea que nos toque irnos con el Señor, ¡nuestro
traspaso al mundo venidero será una experiencia estupenda! ¡Tenemos garantizado
un sitio en el Cielo!
Mateo 16:28a. De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no
gustarán la muerte.
Salmo 23:4. Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infundirán aliento.
Hebreos 2:14b-15. Para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio
de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muer-
te estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.
Gracia para morir
No tenemos por qué preocuparnos por la muerte ni tenerle miedo ni inquietar-
nos por lo que nos sucederá cuando muramos. Llegada la hora el Señor nos dará
la gracia para morir. Probablemente será la experiencia más llevadera que
hayamos tenido. ¡Lo difícil es vivir! ¿O no?
Me trae a la memoria lo que dijo Dwight L. Moody a unas señoras cuando le
preguntaron si tenía la gracia para morir. Eran dos feligresas muy apegadas a la
doctrina de santidad, que daban por descontado que ellas sí tenían la gracia para
morir. Él las dejó perplejas al contestarles:
—No hermanas. No tengo la gracia para morir.
—¡No nos dirá que usted, Dr. Moody, el destacado evangelista, aún no tiene
la gracia para morir!
—¡No hermanas —respondió él—, es que aún no me estoy muriendo.
No se ve, pero no por eso ha dejado de existir
Estoy de pie junto al mar. Un navío despliega sus velas blancas en la brisa
matutina y se hace a la mar. Me quedo observando hasta que desaparece en el
horizonte, y alguien que está a mi lado me dice: «Se fue». ¿Se fue? ¿Adónde?
Quien ya no ve soy yo, no el barco. En el momento en que me dicen: «El barco
se fue», otros lo ven llegar. Otras voces exclaman jubilosas: «Aquí llega». Así es
la muerte.
La otra cara de la moneda: los que mueren sin haber aceptado al Señor
Hemos hablado mucho del Cielo, pero abordado poco el tema de lo que suce-
de con quienes mueren sin haber conocido al Señor.
La mayoría de los relatos de experiencias de muerte clínica que han llegado a
nuestros oídos son de personas salvas, o al menos de gente buena. Ello explica
que todas fueran experiencias tan alentadoras. Sin embargo, existen estudios so-
bre otro tipo de personas, algunas de ellas no tan buenas —delincuentes y male-
antes, etc.— cuyas experiencias no resultaron ser tan dichosas. Parecían más
bien un mal viaje de drogas.
El infierno existe. La eternidad tiene una contracara bastante desventurada.
Pero ese es todo un tema de estudio para el cual no tenemos tiempo en esta cla-
se.
Nuestra vida está en manos del Señor. Él nos llevará a casa cuando nos llegue
la hora.
Por mucha ilusión con que aguardemos el Cielo, nunca debemos considerar la po-
sibilidad de tomar el asunto en nuestras propias manos. Dios sabe cuándo y cómo
hemos de morir. Para quienes aman al Señor, Dios ha dispuesto un momento y un lu-
gar en los que han de morir cuando su labor haya concluido.
Salmo 48:14. Este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; Él nos
guiará aun más allá de la muerte.
No consideramos que el suicidio sea un acto aceptable a los ojos de Dios. Cual-
quiera que se quita voluntariamente la vida usurpa a Dios la vida que le concedió para
servir a los demás. Dios sabe cuándo hemos de morir y por eso debemos aguardar a
que Él, como Juez Supremo, tome esa decisión y cumpla Su designio, cualquiera que
sea, y no morir por nuestra propia mano.
La vida es un don de incalculable valor que Dios nos ha dado y aunque ha conce-
dido al hombre el libre albedrío, se propone que dejemos en Sus manos la decisión
sobre el momento en que nuestro cuerpo físico muera y retornemos a Sus brazos.
Dios tiene un cronograma para cada ser humano. Cuando sea nuestra hora de partir,
Él nos llamará a casa.
La vida que vivimos al presente en la Tierra tiene un propósito. Prepararnos para
el Cielo entraña aprender ciertas cosas. Lo mejor y más atinado que podemos hacer es
llevar nuestra vida a término en la tierra a fin de estar debidamente preparados y
aprender lo que tengamos que aprender antes de nuestro arribo en el Cielo.
Aunque el Cielo es de una belleza y una gloria inconcebibles, y entre sus carac-
terísticas resaltan la ausencia del dolor y el sufrimiento a los que estamos sujetos en
nuestra vida terrena, quienes acaban con su vida prematuramente deberán afrontar las
consecuencias de su acción una vez que lleguen al otro lado. Tendrán que aprender lo
que el Señor quiera enseñarles por haber tomado su decisión errónea y no podrán
evadir el pesar, el dolor y el sufrimiento que ocasionaron a sus amigos, familiares y
seres queridos.
Autodestruirse no constituye victoria alguna. Podría considerarse un incumpli-
miento del mandamiento bíblico de respetar el templo de Dios:
1 Corintios 3:16, 17b. ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de
Dios mora en vosotros?[ ...] Porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.
La peor irreverencia en que podemos incurrir contra nuestra persona es destruir
nuestro cuerpo.
Debemos aguardar la decisión de Dios sobre el momento más oportuno para dar
por concluida nuestra vida terrena. No tenemos derecho a quitarnos la vida que Dios
nos ha concedido para emplear a Su servicio y el servicio al prójimo.
Experiencia de muerte clínica: El caso de June
(Narrado por su médico:) June tuvo un infarto a la edad de cinco años mien-
tras se le practicaba una intervención quirúrgica para repararle las válvulas card-
íacas e instalarle un marcapasos. Hablaba mucho de su experiencia de muerte
clínica, sobre todo porque fue un episodio maravilloso que tenía presente en to-
do momento. Aunque estuvo del todo anestesiada durante la operación, de golpe
se encontró flotando encima de los médicos y observándolos mientras la inter-
venían. Lograba recordar ciertos detalles: por ejemplo el empleo de ciertos ins-
trumentos quirúrgicos y el hecho de que uno de los médicos era diestro y el otro
zurdo. Cuando dieron comienzo al procedimiento para volver a hacerle latir el
corazón, ella sintió que abandonaba el quirófano y comenzaba a trasladarse por
un largo túnel. Al final del mismo quedó bañada en una luz cálida y brillante, a
la que siempre se refirió como «la luz de Dios». Más adelante, le dijo a su espo-
so, Don: «Después de haberme visto envuelta en aquella luz, jamás volví a sentir
miedo. Sé que puedo morir en cualquier momento y eso no me causa temor».
La experiencia con aquella luz le dio un enfoque muy positivo de la vida. De
no haber sido por aquel episodio, gran parte de su vida habría transcurrido en las
tinieblas. Sus padres habían fallecido cuando era muy joven. Su hermana había
muerto de una sobredosis de estupefacientes a los dieciocho años. June sabía
que los marcapasos a veces dejan de funcionar y ocasionan paros cardíacos, pero
no le prestaba atención a eso. «Yo tenía más miedo que ella —dijo Don—. Ella
no sentía ningún temor porque había visto la luz».
El día antes de morir, June estaba tomándose una taza de café sentada a la
mesa de la cocina. En ese momento se le apareció su hermana. Se presentó ante
ella y le anunció: «June, es hora de irte». Luego de la aparición se sentó a la me-
sa en frente de ella y bebió una taza de café. Cuando hubo terminado, simple-
mente se levantó y se fue. June sintió que no podía referirle lo ocurrido a su
esposo. En cambio, llamó al tío y la tía que la habían criado y les contó aquel
extraño suceso. «Voy a morir y quiero despedirme de ustedes», les dijo. Luego
llamó a sus dos hermanos y les pidió que no mencionaran su conversación a su
marido hasta después que hubiera muerto, ya que le costaría mucho asimilarlo.
Solo le dijo a Don lo feliz que él la había hecho. Estaba dichosa de tener un
hogar hermoso y un niño estupendo. Nada podía haberle proporcionado mayor
felicidad. Aquella noche murió mientras dormía (a la edad de 28 años) porque su
marcapasos falló. El corazón simplemente se le detuvo.
Podemos prepararnos para ir al Cielo complaciendo al Señor
Nuestra vida en el mundo venidero depende de las decisiones que tomemos en la
tierra. Quienes optan por amar a Dios, aceptarlo y tratar de hacer el bien y amar a
su prójimo, serán bendecidos con amor en la otra vida. En cambio, quienes odian,
destruyen y matan serán juzgados en el Más Allá y tendrán que sufrir por haber
elegido mal y por su falta de amor.
Lo que cuenta es que queramos ir a morar con el Señor en el Cielo, que lo acepte-
mos en nuestro corazón. ¡Con eso estamos salvos!
Juan 6:37b. Al que a Mí viene, no le echo fuera.
No obstante, para que el Señor se alegre a nuestra llegada y hacernos acreedores a
Sus recompensas, tenemos que hacer lo que le place. Ya nos hemos preparado para el
Cielo reconociendo que Él es nuestro Salvador. Ahora nos toca manifestar nuestra fe
y dar testimonio de ella por la forma en que vivimos. Recuerden lo que dijo Jesús:
Apocalipsis 14:13. Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mue-
ren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.
Mateo 16:27. El Hijo del Hombre vendrá en la gloria de Su Padre con Sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.
Al final de cada día, una buena pregunta para hacernos es: ¿Qué hice hoy con mi
vida? ¿Qué hice hoy por Jesús? ¿Qué hice hoy por los demás?
Los creyentes serán recompensados en el Juicio que tendrá lugar ante el Trono de
Jesucristo. Para muchos, la mayor recompensa será encontrarse con personas a las
que ayudaron, sobre todo aquellos en cuya salvación desempeñaron un papel prepon-
derante. Cuando lleguen al Cielo se lo agradecerán mucho y les manifestarán un
aprecio enorme por haber contribuido a que llegaran al Reino de los Cielos.
Recompensas en el Cielo
Mateo 6:19–21. No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el Cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Mateo 25:31–40. Cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria, y todos los
santos ángeles con Él, entonces se sentará en Su trono de gloria, y serán reuni-
das delante de Él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como
aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a Su derecha, y
los cabritos a Su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de Su derecha: «Venid,
benditos de Mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fun-
dación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me
disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis;
enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a Mí». Entonces los justos le
responderán diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos,
o sediento, y te dimos de beber?¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o
desnudo, y te cubrimos?¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a
Ti?» Y respondiendo el Rey, les dirá: «De cierto os digo que en cuanto lo hicis-
teis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis».
Salmo 62:12. Tuya, oh Señor, es la misericordia; porque Tú pagas a cada
uno conforme a su obra.
Jeremías 17:10. Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón,
para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.
Apocalipsis 22:12. He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra.
2 Corintios 5:10. Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras
estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.
¡El Cielo está lleno de pecadores!
El Cielo está lleno de personas normales, como nosotros. El que llega al Cielo
lo hace porque es salvo por gracia, no porque sea un hipócrita santurrón y moji-
gato. La idea de que para llegar al Cielo hay que ser un perfecto intachable no
se condice con la Escritura, que enseña que todos pecamos y estamos destituidos
de la gloria de Dios.
12 Piedras Fundamentales – Suplemento de apuntes para la clase 9B
Ahora y para siempre
El Cielo, 2ª parte
Objetivo: ¡Hacernos tesoros en el Cielo!
Versículos clave
Juan 11:25–26a. Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en
Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente».
Mateo 6:20–21. Haceos tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni el orín co-
rrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro teso-ro, allí estará también vuestro corazón.
Lecturas recomendadas de la Biblia
Salmo 8 - Oh Jehová, Señor nuestro, ¡cuán grande es tu nombre en toda la tierra,
que has puesto tu gloria sobre los cielos!
De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus
enemigos, para hacer cesar al enemigo y al vengativo.
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste:
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para
que lo visites?
Le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra.
Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies;
ovejas y bueyes, todo ello; y también las bestias del campo,
las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.
Oh Jehová, Señor nuestro, ¡Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!
Salmo 104
Bendice, alma mía, a Jehová. Jehová, Dios mío, mucho te has engrandecido; te has
vestido de gloria y de magnificencia.
El que se cubre de luz como de vestidura, que extiende los cielos como una cortina;
que establece sus aposentos entre las aguas; el que hace de las nubes su carruaje,
el que anda sobre las alas del viento;
el que hace a sus ángeles espíritus, sus ministros fuego flameante.
Él fundó la tierra sobre sus cimientos; no será jamás removida.
Con el abismo, como con vestido, la cubriste; sobre los montes estaban las aguas.
A tu reprensión huyeron; al sonido de tu trueno se apresuraron;
subieron los montes, descendieron los valles, al lugar que tú les fundaste.
Les pusiste término, el cual no traspasarán; ni volverán a cubrir la tierra.
Tú eres el que envías las fuentes por los arroyos; van entre los montes.
Abrevan a todas las bestias del campo; mitigan su sed los asnos monteses.
Junto a ellos habitarán las aves de los cielos, que elevan su trino entre las ramas.
El que riega los montes desde sus aposentos; del fruto de sus obras se sacia la tie-
rra.
El que hace producir el pasto para las bestias, y la hierba para el servicio del hom-
bre; para que saque el pan de la tierra.
Y el vino que alegra el corazón del hombre, y el aceite que hace lucir el rostro, y el
pan que sustenta el corazón del hombre.
Se llenan de savia los árboles de Jehová, los cedros del Líbano que Él plantó.
Allí anidan las aves; en las hayas hace su casa la cigüeña.
Los montes altos para las cabras monteses; las peñas, madrigueras para los cone-
jos.
Hizo la luna para los tiempos; el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas, y es la noche; en ella corretean todas las bestias de la selva.
Los leoncillos rugen tras la presa, y buscan de Dios su comida.
Sale el sol, se recogen, y se echan en sus cuevas.
Sale el hombre a su labor, y a su labranza hasta la tarde.
¡Cuán numerosas son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría; la
tierra está llena de tus beneficios.
He allí el grande y anchuroso mar; en él hay innumerables peces, animales peque-
ños y grandes.
Allí andan navíos; allí este leviatán que hiciste para que jugase en él.
Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo.
Les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien.
Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo.
Envías tu Espíritu, son creados; y renuevas la faz de la tierra.
La gloria de Jehová será para siempre; Jehová se alegrará en sus obras;
el cual mira a la tierra, y ella tiembla; toca los montes, y humean.
A Jehová cantaré en mi vida; a mi Dios cantaré salmos mientras viva.
Dulce será mi meditación en Él: Yo me alegraré en Jehová.
Sean consumidos de la tierra los pecadores, y los impíos dejen de ser. Bendice, oh
alma mía, a Jehová. Aleluya.
Salmo 148
«Aleluya» Alabad a Jehová desde los cielos; alabadle en las alturas.
Alabadle, vosotros todos sus ángeles; alabadle, vosotros todos sus ejércitos.
Alabadle, sol y luna; alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas.
Alabadle, cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos.
Alaben el nombre de Jehová; porque Él mandó, y fueron creados.
Y los estableció eternamente y para siempre; les puso ley que no será quebrantada.
Alabad a Jehová, desde la tierra, los dragones y todos los abismos;
el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad que ejecuta su pa-
labra;
los montes y todos los collados; el árbol de fruto y todos los cedros;
La bestia y todo animal, reptiles y volátiles;
los reyes de la tierra y todos los pueblos; los príncipes y todos los jueces de la tie-
rra;
los jóvenes y también las doncellas; los ancianos y los niños.
Alaben el nombre de Jehová, porque sólo su nombre es sublime; su gloria es sobre
tierra y cielos.
Él ha exaltado el cuerno de su pueblo; alábenle todos sus santos, los hijos de Israel,
el pueblo a Él cercano. Aleluya
PLEGARIA Y ALABANZA: «¡GRACIAS POR EL CIELO!»
Te doy gracias por revelarme nuestro destino final, Tu reino celestial. Gracias por el
reino celestial que has preparado para Tus hijos, un lugar de tanta belleza y felicidad.
Alzo mis brazos para adorarte y agradecerte por haber inscrito mi nombre en el Libro
de la Vida y por poder estar en Tu presencia por la eternidad. Te agradezco que quie-
nes te aman no tienen que decirse «adiós», sino «hasta entonces».
Señor, sé que hay muchas personas que no tienen un futuro tan halagüeño como no-
sotros. En lugar de alegría y esperanza, abrigan temor. Te ruego que me ayudes a
hacer lo que pueda por indicar el camino al Cielo a quienes aún no te conocen (Juan
14:6). Ayúdame también a acercarles el Cielo dando ejemplo del amor que Tú encar-
naste. Amén.
MEDITACIÓN: CON RUMBO HACIA ARRIBA Y ADELANTE
Para cruzar un río hay que remar. Para escalar una montaña hay que trepar. Para ex-
plorar el fondo del océano hay que bucear. Para cantar hay que practicar. Para cami-
nar hay que poner un pie delante del otro una y otra vez.
En eso consiste la vida: en dar una cantidad de pequeños pasos, en tomar muchas ve-
ces la pequeña decisión de seguir caminando, de seguir dando un paso delante de
otro. A veces es involuntario. Se hace casi sin pensarlo. Sin embargo, en otros casos
hay que ponerle más empeño y casi obligarse uno a seguir avanzando, creciendo,
progresando y caminando.
Si uno se detiene y se queda quieto, no va a ninguna parte; no hace ningún progreso
ni se acerca a las metas que se ha trazado. De modo que es importante seguir avan-
zando y dando los pasos necesarios en la dirección indicada, seguir extendiendo el
pie aunque no se vea el suelo en el que se va a pisar. No debemos tener miedo. Allí
estará para darnos un punto de apoyo. Si sigues avanzando por fe el Señor nunca
permitirá que te caigas.
Mateo 7:24–25. Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le
compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió
lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
Juan 13:17. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.
<Reflexión> ¿Qué te está pidiendo el Señor que hagas con tu vida? ¿Cuáles son las
metas que Él se propone que alcances?
REFLEXIONES: ALGUNOS DE LOS SECRETOS DEL CIELO
EXTRACTOS DEL LIBRO «VISLUMBRES DEL CIELO»
Todo el mundo tiene su propia idea formada de cómo es el Cielo. La Biblia nos dice
que «cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las
que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Corintios 2:9). Eso parece sugerir
que no podemos aspirar a sondear en su totalidad el mundo venidero. Sin embargo,
al igual que un aperitivo antes de un banquete o los avances de una película, los
mensajes de las personas que han cruzado la dimensión espiritual nos proporcionan
un anticipo de lo que posiblemente nos espere, ya sea que lo creamos o no. Nos des-
piertan la imaginación elevándola a cumbres insospechadas.
¡CUÁNTO AMOR!
Una de las cosas más hermosas del Cielo —la energía impulsora de todo, la paz y el
aura que todo lo embellece— es un poder del que disponemos también en la tierra:
¡el amor! Sin embargo, lamentablemente, da la impresión de que muchos de nosotros
no nos valemos en suficiente medida de ese recurso.
Hay indicios de que cuanto más lo usamos en la tierra, mejor nos preparamos para el
Cielo y mayor es nuestro gozo al llegar allí.
* * *
Al llegar aquí me di cuenta de que el aire que se respira en el Cielo es el amor. Está
en todas partes y en todo. Forma parte de todas las creaciones celestiales. Recibes y
brindas amor a lo largo de toda la eternidad. El amor está presente en todo momen-
to; la medida de él que recibes nada tiene que ver con tu puesto ni tu tarea ni con las
funciones importantes que puedas haber desempeñado. Es lo que hace que todo fun-
cione en el Cielo. El amor es el ingrediente medular y esencial de todas las cosas. Es
el bien más preciado de todo morador celestial, por grande o pequeño que sea.
* * *
Tomar conciencia de la gran importancia del amor y de lo vital que es ha contribui-
do a modificar algunas de las ideas que tenía con respecto a él. Cuando estaba en la
tierra, me resultaba muy difícil pensar en la posibilidad de lo que harías una vez que
me hubiera marchado, si te volverías a enamorar o si tendrías otras amistades estre-
chas o relaciones íntimas. El solo pensar en ello me aterrorizaba, pues tenía miedo de
perderte. Pero ahora que estoy aquí, mis sentimientos han cambiado totalmente. He
aprendido que el amor singular que compartimos es para siempre y que al brindarlo
a los demás, se multiplica.
Por eso, mi preciado amor, estoy feliz de ver que te has vuelto a enamorar. No me
duele. Más bien me ale-gro de verte tan feliz y que alguien tan amoroso cuida de ti
con desvelo y ternura. Puede que esto te resulte sorprendente. Teniendo en cuenta
como eran las cosas cuando yo estaba en la tierra, también a mí me sorprende. Pero
quiero tranquilizarte y que te sientas en paz, pues estoy feliz por ti. El hecho de que
brindes amor a los demás no me duele.
Más bien, ¡incrementa mi sentimiento de felicidad! Siempre formaré parte de tu
amor y de tu corazón, y tú del mío, eternamente. Todo el amor que compartimos
con los demás se vuelve parte del sublime amor que tenemos el uno por el otro.
* * *
(Habla Jesús:) Uno de los misterios más profundos del Cielo es el misterio de Mi
amor. Aunque es amor espiritual, también atañe a lo físico; se trata de un amor puro,
sagrado y, sin embargo, cargado de pasión y de-seo. Mi amor es como la devoción
imperecedera de un padre por su hijo, o el amor profundo del marido por su esposa.
Con todo, es un amor que trasciende lo que la mente humana es capaz de sondear,
ya que no es huma-no. El amor humano no es más que una prototipo de Mi amor.
* * *
Si se me pidiera que describiera el Cielo en una frase breve, diría que es un lugar
donde todo está colmado del amor de Dios. Todo se basa en el amor.
* * *
Te quiero, hijo mío. Estoy muy feliz aquí. ¡Es estupendo! No hay más dolor ni pesa-
res profundos. Aunque no lo creas, este mundo se asemeja mucho a la tierra. No di-
fiere tanto como para que el entorno se vuelva irreconocible. Todos los fantásticos
placeres existen aquí, pero todo es perfecto, pues está desprovisto de los problemas y
complejidades a los que se enfrenta la gente en la tierra. Todo es mucho más prodi-
gioso aquí. No se puede comparar una cosa con otra. Algo de destacar es que aquí en
el Cielo todo está lleno de amor. Cada persona es amada con autenticidad, con pure-
za, genuina e incondicionalmente.
Eso es lo portentoso del Cielo. El amor verdadero, eterno, infalible e incondicional
emana por todos lados.
* * *
(Habla Jesús:) Las medallas de oro en el Cielo no se ganan llegando a la perfección,
sino amando. El amor es la clave en Mi Reino. El amor es el oro del que está fabri-
cado el Cielo.
* * *
Si la gente pudiera entender a Dios y cómo es Él, la mayoría creería en Él. Simple-
mente es una… no quiero decir persona porque no es una persona. Es la
personificación del amor. Un ser infinitamente considerado y amoroso. Aquí arriba,
el amor no es apenas un principio o una emoción; el amor es Dios. Es una energía
impulsora y una fuente de energía.
¿Conoces el adagio que reza: «El amor hace girar al mundo»? Pues te diré algo: El
amor hace girar al Cielo. El amor es fuente de energía aquí arriba. Allá abajo, apenas
si conoces un reflejo del mismo. Sabes que te hace sentir bien; te hace sentir cálido y
a veces te pone bastante sentimental. En cambio, aquí arriba el amor es la energía
que lo impulsa todo. Al igual que la electricidad y la gasolina y todas esas cosas son
fuentes o tipos de energía allá, el amor es la fuente de energía de aquí. De hecho, ¡es
la energía misma! Descubrirás que hay muchos más usos que se le pueden dar al
amor de los que jamás te imaginaste.
* * *
Enseguida me di cuenta de que el amor del Señor llena el aire del Cielo. Está por to-
dos lados. Se puede sentir, olfatear, escuchar y degustar. ¡Lo penetra todo y a todos!
Todo resplandece con el amor del Señor. Aparte eso, es cálido, reconfortante, diver-
tido y acogedor. Aparece hermoso y suave. De ahí que nadie se sienta marginado:
todos nos imbuimos del amor del Señor juntos al amarnos unos a otros mientras
trabajamos y jugamos.
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Creo que lo más notable del Cielo es el amor que se manifiesta aquí, el amor que lo
envuelve todo y a todos. Se percibe. Es tangible. Es el propósito de nuestra existen-
cia: Sin él uno estaría viviendo solamente para sí mismo. Todos tendrían que vivir
para sí mismos. ¿Y qué tendría de bueno el Cielo si fuera así? El amor por el Señor y
por los demás son los factores que impulsan nuestra vida y acciones.
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Aquí arriba uno está tan rebosante de amor que siente ganas de explotar y derramar-
lo. Hay un deseo intenso de compartirlo, como el deseo que fluye entre un hombre y
una mujer durante el acto sexual.
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Vi que en el Cielo todos aman a todos. Queremos que los demás sean felices. Expe-
rimentamos la auténtica alegría de dar. A cambio recibimos una medida de amor que
nos rebasa, nos colma y nos provee todo lo que necesitamos. Nunca nos falta amor.
El motivo por el que tenemos tanto es que no lo retenemos. Lo
damos, lo brindamos a los demás. Todos son amorosos, todos son considerados y to-
dos son generosos. Uno da de sí porque quiere sinceramente ver a los demás felices.
Amamos porque estamos llenos del amor de Jesús. Eso es, en resumidas cuentas, el
Cielo: dar, amar, interesarse por los demás.
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Cariño, aquí las cosas se ven muy diferentes. Es tan fácil ver lo importante que es el
amor y lo vergonzoso que es ser egoísta y retener para uno mismo. Todo lo que
hacemos se mide con la vara del amor, según lo motivados que estén por él nuestros
actos, según cuánto damos de nuestro corazón. En la tierra, aun cuando las cosas re-
sultan distintas de lo que habíamos previsto y a veces pareciera que no hemos toma-
do la decisión más atinada, si estamos sinceramente motivados por el amor, se nos
reconoce cuando llegamos aquí arriba.
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Antes de entrar [al Cielo] dejamos atrás las trampas del odio, el resentimiento y el
deseo de hacer el mal. Todos hemos aprendido a obrar con amor, pues nos dimos
cuenta que no podíamos entrar albergando aquellas cosas. Tuvimos que dejarlas atrás
para siempre.
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Aquí en el Cielo he conocido la libertad total; libertad para amar y no empantanarse
con el odio, el resentimiento, los celos, la lujuria, la envidia y todas las cosas que se
oponen al amor y hieren y destruyen. La única forma de entrar es teniendo en el
centro del corazón espiritual la fuerza direccional del amor.
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Quienes en la tierra fueron mis enemigos, son mis amigos aquí en el Cielo. A quie-
nes allá odiaba y combatía enconadamente, aquí son mis hermanos. En la tierra
siempre se está luchando, se lucha por el poder.
En el Cielo, en cambio, nadie ansía el poder. El reto consiste en edificar, instruir y
producir cosas de valor. En el Cielo hacemos lo que resulta beneficioso para la crea-
ción, para el amor, para la vida. Nuestros actos apuntan a asistir a nuestros herma-
nos, a nuestro prójimo, no lo que atañe a nuestro propio beneficio. He ahí una gran
diferencia entre el Cielo y la tierra.
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No cabe ninguna duda de que el reino de los Cielos está edificado sobre el cimiento
del amor puro y abnegado. Es el fundamento que prevalece aquí, nuestra sangre, el
amor que nos entregamos los unos a los otros.
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La vida en el Cielo es un sueño hecho realidad. No solo se está en presencia del
Amor mismo y se siente permanentemente la tranquilidad, el apoyo y la inspiración
que proporciona, sino que uno continúa aprendiendo y comprendiendo cosas nue-
vas.
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(Habla Jesús:) Algunos quedarán sorprendidos al arribar aquí al Cielo y comprender,
ver y sentir la profundidad de Mi amor, pues no tienen idea de lo hondo que cala, de
lo amplio que es y de la medida en que llena. No tienen concepto alguno de ello. La
estrecha mente del hombre no es capaz de abarcar la
anchura y la plenitud de Mi amor, pues no le es posible.
PARA MEDITAR
Preguntas para plantearnos al final de cada día:
Hoy, ¿qué hice con mi vida?
¿Qué hice por Jesús?
¿Qué hice por los demás?
QUÉ NOS LLEVAMOS
Al morir, dejamos atrás todo lo que poseemos y nos llevamos todo lo que somos. Se
cuenta que Alejandro Magno ordenó en su lecho de muerte que cuando lo llevaran al
sepulcro no le envolvieran las manos como era costumbre en la mortaja encerada, si-
no que las dejaran fuera del féretro para que todos las vieran y pudieran observar que
estaban vacías. Que no tenían nada. Que él, nacido en un imperio y conquistador de
otro, poseedor en vida de dos mundos, Oriente y Occidente, junto con los tesoros de
ambos, en su muerte no pudo conservar ni la más pequeña porción de dichos tesoros.
Y que finalmente en tal situación estaba equiparado con el más pobre de los mendi-
gos. Si vivimos para este mundo, nos iremos con las manos vacías. Pero si vivimos
para el próximo, nos iremos con las manos llenas, «ricos en fe» y a punto de recibir
una heredad eterna.
PRUEBA DE LA CLASE 9B, «EL CIELO: AHORA Y PARA SIEMPRE», DE LAS 12 PIEDRAS
FUNDAMENTALES
NOMBRE: FECHA:
1. ¿Qué capítulo del Nuevo Testamento nos explica sobre la muerte y la
resurrección? (Pista: Se encuentra en una de las epístolas de Pablo. En ella el
apóstol narra lo que sucede con el cristiano cuando muere y qué puede esperar
que ocurra.
2. ¿Qué dice Juan 11:25-26a?
3. ¿Al resucitar somos iguales a como era Jesús después de Su resurrección?
Describe al menos dos atributos de un cuerpo resucitado o cuerpo glorioso,
según lo describe a Jesús. (Pistas: Lucas 24:36-40,42-43; 1 Corintios 15:49.)
4. ¿La típica imagen del santo flotando en una nube tocando el arpa es una
descripción acertada de lo que sucede en el Cielo? De no serlo, describe por
qué.
5. ¿Qué o quién es la «nube de testigos» de Hebreos 12:1?
6. ¿Todas las profecías provienen directamente del Señor o a algunas las
transmiten Sus siervos? Menciona un versículo que respalde tu respuesta.
7. ¿Quién comunicó a Juan una revelación del futuro en el capítulo 19 del
Apocalipsis? ¿Fue un ángel o fue alguien que había vivido antes en la tierra?
(Pista: Apocalipsis 19:9-10)
8. Si estuvieras hablando con una persona temerosa de la muerte, ¿qué versículo
podrías darle para consolarla?
9. Explica algo que a tu juicio deberías hacer para prepararte para el Cielo.
10. ¿De qué forma el ciclo de vida de las mariposas ilustra la muerte y la
resurrección?
¿HUBO ALGO DE LA CLASE QUE NO ENTENDISTE BIEN O QUE TE SUSCITÓ
INTERROGANTES? DE SER ASÍ, EXPLÍCALO A TU GUÍA.