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Revista Culturas Psi/Psy Cultures Buenos Aires, marzo 2016, Nº6, 118-137 ISSN 2313-965X, culturaspsi.org 118 Letras retenidas. Experiencias de internamiento en las cartas de los pacientes del Manicomio de Santa Isabel de Leganés, Madrid (1900 – 1950) 1 /Retained Letters: Experiences of Internment in the Letters of Patients of the Manicomio de Santa Isabel de Leganés, Madrid (1900-1950) Olga Villasante 2 ; Paloma Vázquez de la Torre 3 ; Ana Conseglieri 4 ; Rafael Huertas 5 Resumen: Las manifestaciones escritas de los sujetos internados en una institución mental han sido utilizadas con alguna frecuencia para valorar y analizar la subjetividad del paciente. Este trabajo pretende estudiar ciertas escrituras de pacientes mentales como manifestaciones de una cultura escrita desarrollada en el espacio cerrado del manicomio y en las que pueden identificarse desde cartas de súplica hasta expresiones de resistencia. Las fuentes utilizadas provienen del Archivo Clínico del antiguo Manicomio Nacional de Santa Isabel en Leganés (España), donde hemos localizado una significativa colección de cartas que nunca llegaron a su destino. Unas cartas cuyos contenidos muestran el funcionamiento y la vida cotidiana del establecimiento desde la perspectiva del paciente, así como sus sentimientos, emociones y experiencias. Palabras clave: Historia de la psiquiatría, España; Siglo XX, Subjetividad, Punto de vista del paciente, Cultura escrita. Abstract: The written output of the inmates of mental institutions has been sometimes used in order to evaluate and analyze the subjectivity of the patient. This work aims at studying certain writings of patients as manifestations of a written culture that was developed within the walls of the asylum, and through which we can find all types of letters, ranging from letters of plea, to statements of resistance. Sources used come from the Clinical Archives of the Manicomio Nacional de Santa Isabel de Leganés (Spain), where we found an important collection of letters that never reached their destination. Letters that show us the way the institution worked, and how daily activities were carried out within this psychiatric institution under the patient´s perspective, as well as their feelings, emotions and experiences. Keywords: History of psychiatry, Spain, 20 Century, Subjectivity, Patient’s View, Written culture. Recibido: 18 de noviembre de 2015/ Aceptado: 5 de marzo de 2016. 1 Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto de investigación HAR2012-37754-C02-01 financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (España). 2 Hospital Universitario Severo Ochoa, Leganés – Madrid. E-mail: [email protected] 3 Hospital Universitario de Fuenlabrada – Madrid. E-mail: [email protected] 4 Centro de Salud Mental de Parla – Madrid. E-mail: [email protected] 5 Instituto de Historia – Centro de Ciencias Humanas y Sociales – CSIC- E-mail: [email protected]

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Letras retenidas. Experiencias de internamiento en las cartas de los pacientes del Manicomio

de Santa Isabel de Leganés, Madrid (1900 – 1950) 1 /Retained Letters: Experiences of Internment in the Letters of Patients of the Manicomio de Santa Isabel de Leganés, Madrid

(1900-1950)

Olga Villasante2; Paloma Vázquez de la Torre3; Ana Conseglieri4; Rafael Huertas5

Resumen: Las manifestaciones escritas de los sujetos internados en una institución mental han sido utilizadas con alguna frecuencia para valorar y analizar la subjetividad del paciente. Este trabajo pretende estudiar ciertas escrituras de pacientes mentales como manifestaciones de una cultura escrita desarrollada en el espacio cerrado del manicomio y en las que pueden identificarse desde cartas de súplica hasta expresiones de resistencia. Las fuentes utilizadas provienen del Archivo Clínico del antiguo Manicomio Nacional de Santa Isabel en Leganés (España), donde hemos localizado una significativa colección de cartas que nunca llegaron a su destino. Unas cartas cuyos contenidos muestran el funcionamiento y la vida cotidiana del establecimiento desde la perspectiva del paciente, así como sus sentimientos, emociones y experiencias. Palabras clave: Historia de la psiquiatría, España; Siglo XX, Subjetividad, Punto de vista del paciente, Cultura escrita.

Abstract: The written output of the inmates of mental institutions has been sometimes used in order to evaluate and analyze the subjectivity of the patient. This work aims at studying certain writings of patients as manifestations of a written culture that was developed within the walls of the asylum, and through which we can find all types of letters, ranging from letters of plea, to statements of resistance. Sources used come from the Clinical Archives of the Manicomio Nacional de Santa Isabel de Leganés (Spain), where we found an important collection of letters that never reached their destination. Letters that show us the way the institution worked, and how daily activities were carried out within this psychiatric institution under the patient´s perspective, as well as their feelings, emotions and experiences. Keywords: History of psychiatry, Spain, 20 Century, Subjectivity, Patient’s View, Written culture.

Recibido: 18 de noviembre de 2015/ Aceptado: 5 de marzo de 2016. 1 Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto de investigación HAR2012-37754-C02-01 financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (España). 2 Hospital Universitario Severo Ochoa, Leganés – Madrid. E-mail: [email protected] 3 Hospital Universitario de Fuenlabrada – Madrid. E-mail: [email protected] 4 Centro de Salud Mental de Parla – Madrid. E-mail: [email protected] 5 Instituto de Historia – Centro de Ciencias Humanas y Sociales – CSIC- E-mail: [email protected]

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Introducción: Desde mediados del siglo XIX, los médicos fomentaron el uso clínico de la escritura de los

pacientes mentales con fines diagnósticos y terapéuticos (Rigoli 2001). Se trataba de acercamientos clínicos, en los que se tenía muy en cuenta la experiencia interna, subjetiva y emocional del paciente (Artières 1998). Afirmaciones como: “sus escritos [los de los locos] revelan todas las angustias de su alma” (Brierre de Boismont 1864), o “la escritura es la viva imagen del espíritu” (Marcé 1864), son frecuentes entre los alienistas de la época y revelan la importancia de esta práctica en los albores de la medicina mental.

Sin embargo, la escritura en el marco de un escenario psicopatológico puede considerarse no solo como una manifestación sintomática, o como la propia esencia de la psicosis (Colina 2007), sino también como una muestra de las propias vivencias del sujeto, de su estado anímico y, sobre todo, de la experiencia del internamiento: de su reacción ante los tratamientos, ante la violencia explícita o solapada ejercida sobre su persona, etc. En este sentido, como señaló el historiador británico Roy Porter a mediados de los años ochenta del siglo XX, “los escritos de los locos pueden leerse no sólo como síntomas de enfermedades o síndromes, sino como comunicaciones coherentes por derecho propio” (Porter 1987; 12). Se estaba iniciando toda una corriente historiográfica y epistemológica centrada en el punto de vista del paciente (Porter 1985; Schipperges

1985; Stolberg 2003) que ha tenido aplicaciones concretas en el ámbito psiquiátrico (Beveridge 1997; Ríos 2004; Huertas 2013). Entender el trastorno mental desde la perspectiva del paciente implica descentrar el lugar de la enunciación; es decir, bordear el discurso del experto (del médico, del psicólogo, etc.) y tener en cuenta el formulado, el enunciado, desde otra ubicación, desde un lugar subalterno: el del loco y la loca, poseedores de un saber y una verdad “diferentes”, los de su propia experiencia.

Existen diversos modos de analizar y valorar los escritos de las personas con un diagnóstico psiquiátrico (Huertas 2012). Por un lado, existe una larga tradición de estudios que han abordado la obra literaria de determinados autores: Sade, Rousseau, Höderling, Joyce o Virginia Woolf, entre otros. Por otro lado, ciertos pacientes ilustres e ilustrados fueron capaces de escribir y publicar sus experiencias tanto en relación con su propio trastorno como con el dispositivo asistencial al que estuvieron sometidos. Se trata de Memorias que, en algunos casos, tuvieron una innegable

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influencia en determinadas iniciativas de reforma de las instituciones. Así, por ejemplo, John Thomas Perceval, hijo del que fuera primer ministro británico a comienzos del siglo XIX, narró la experiencia de su ingreso en un asilo psiquiátrico en una obra que, con el título A narrative of the treatment

experienced by a Gentleman during a state of mental… (1838), propició la fundación de la Alleged

Lunatics' Friend Society (Hervey 1986). Algo similar, salvando la distancias, ocurrió con la publicación de Mind that found itself (1908) del estadounidense Clifford Beers, inspirador del movimiento pro-higiene mental (Winters 1969). Finalmente, no podemos dejar de citar aquí las Denkwürdigkeiten einer Nerverkranken (Memorias de un enfermo de los nervios) (1903) del jurista alemán Paul Schreber, considerado, en círculos psicoanalíticos, el “gran maestro de psicosis” y que tanta fascinación ejerció en Freud y en Lacan (Lothane 1992; Álvarez y Colina 2012).

No obstante, sin restar importancia a toda esta literatura, lo que más nos interesa a continuación es prestar atención a los escritos de locos anónimos que nunca tuvieron como destino prioritario ser publicados. En los archivos históricos de no pocos establecimientos psiquiátricos pueden encontrarse textos (diarios, cartas, notas diversas) escritos por los internos. Son unas narrativas que contrastan con otras, las de los psiquiatras que etiquetan y diagnostican con pretendida objetividad “científica”, y que ponen en evidencia, según la muy acertada expresión de Andrés Ríos, la “polifonía de los expedientes clínicos” (Ríos 2004; 23), pues son varias voces (no precisamente alucinatorias) las que se entrecruzan en el espacio manicomial, por más que unas resuenen más que otras. No en vano ese espacio institucional lo es de poder y normativización (Huertas 2008; 29 y ss).

De todo el material escrito que puede encontrarse en los archivos manicomiales destacan de manera sobresaliente las cartas que, por diversos motivos, nunca llegaron a sus destinatarios y permanecieron junto al expediente clínico del internado. Aunque existen algunos estudios y recopilaciones epistolares de artistas que estuvieron ingresados en instituciones psiquiátricas, como la escultora Camille Claudel (2010) o el poeta John Home (Barfoot & Beveridge 1990), como es lógico, la gran mayoría de las cartas están escritas por locos y locas desconocidos que generaron una producción escrita capaz de mostrar y trasmitir, de manera más contundente y descarnada que cualquier informe administrativo, el funcionamiento y la vida cotidiana de los establecimientos psiquiátricos desde la experiencia del paciente.

Las fuentes utilizadas en este estudio proceden del Archivo Histórico del actual Instituto Psiquiátrico – Servicios de Salud Mental “José Germain” (IPJG) de Leganés (Madrid), que conserva

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los expedientes clínicos del antiguo manicomio. El acceso a los fondos de dicho archivo contó con los permisos necesarios y el manejo de la documentación respetó en todo momento los preceptos éticos exigibles en este tipo de investigaciones. Para garantizar el anonimato de los pacientes, los nombres que aparecen en el texto no se corresponden con los reales. Nuestro objetivo es analizar, a la luz de las mismas, la experiencia subjetiva del internamiento, el “punto de vista” del paciente. Pretendemos así contribuir a pensar la locura –y la historia de la locura- de otra manera, “desde abajo”, dando voz a los “sin voz”. No se trata, en esta ocasión, de estudiar lo que dicen los expertos reconocidos oficialmente, sino de acceder a otro tipo de conocimiento, a aquel saber que solo pueden generar quienes han sufrido directamente la peripecia vital del trastorno mental en cualquiera de sus dimensiones. La perspectiva del paciente nos da claves para valorar que lo bio en salud mental no es solo lo biológico, sino también lo biográfico; nos permite también considerar la importancia de la experiencia de la locura y de la subjetividad del loco, comprender la violencia del diagnóstico y del estigma y apreciar los procesos de negociación y de resistencia que se establecen entre los pacientes, los profesionales y la sociedad.

Escribiendo en el manicomio: La Casa de Dementes de Santa Isabel o Manicomio Nacional de Leganés, fundada en 1852,

y denominada así en honor de la reina Isabel II de Borbón, había sido inaugurada al amparo de la Ley de Beneficencia de 1849. Aunque las directrices europeas propugnaban la construcción de establecimientos “modelo” (Peset 1995), el Manicomio de Leganés aprovechó y adaptó un antiguo y suntuoso edificio que había pertenecido a la Duquesa de Medinaceli y, posteriormente, a un adinerado vecino de la villa de Leganés (Villasante 1999). Este establecimiento ha sido objeto de diversos estudios que han puesto de manifiesto tanto su funcionamiento institucional, como las características de la población manicomial y los aspectos más relevantes de la práctica clínica desarrollada en el establecimiento. Investigaciones que han dado lugar a tesis doctorales (Mollejo 2002; Vázquez de la Torre 2012; Conseglieri 2013a) y a un número importante de trabajos monográficos (Delgado 1986; Villasante 2003). Aportaciones que han identificado las características socio-demográficas de la población manicomial (Tierno 2008) o la evolución de los diagnósticos (Vázquez de la Torre 2008) y los tratamientos (Conseglieri 2008) lo largo de la historia de la institución. En el transcurso de dichas investigaciones se encontraron escritos de pacientes en un

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porcentaje alrededor del 2 % en las más de 2000 historias clínicas abiertas entre 1900 y 1950. A pesar de esta escasa proporción, se consiguieron reunir más de un centenar de cartas, lo que constituye el corpus documental en el que se basa el presente artículo.

Los diagnósticos más habituales de estos internos, en cuyas historias clínicas han aparecido las susodichas cartas, fueron los de paranoia, melancolía, síndromes delirantes, demencia precoz, esquizofrenia, psiconeurosis, degeneración mental con impulsos, síndrome degenerativo y epilepsia. Pero no se trata aquí de discutir los juicios clínicos de los psiquiatras de Leganés, sino de valorar que, independientemente del diagnóstico, las motivaciones para escribir en el interior del manicomio, como a continuación se verá, fueron diversas y respondieron a un arduo esfuerzo, realizado en unas condiciones de comunicación muy difíciles, en las que incluso personas con un escaso nivel de instrucción fueron capaces de elaborar un discurso escrito. Aun así, la mayor parte de estos textos proceden de pacientes “pensionistas” o “de pago”, con mayores recursos económicos y culturales, siendo escasos los de autores dependientes de la Beneficencia, dad el alto índice de analfabetismo de las clases populares españolas durante el siglo XIX y primera mitad del XX (Villanova Ribas 1992).

Existen testimonios de las dificultades de los pacientes para conseguir material de escritura, como la de un interno que se lamenta “aquí no tengo nada para que pueda escribir con facilidad aunque lo pida...... mucho mejor sería que nos entendiéramos por telégrafo porque aquí no tengo nada para que pueda escribir fácilmente”6. Esta situación puede explicar la variedad de soportes físicos en los que pueden encontrarse las misivas, pues aunque algunas están escritas en “papel de carta”; esto es, en cuartillas específicas para enviar por correo postal, en otras muchas ocasiones nos encontramos con papel de escritura procedente de cuadernos escolares, que debieron ser facilitados por familiares. Incluso se han hallado escritos en papel de envolver tabaco o en papel de periódico, como el caso curioso de un oficial de telégrafos e ingeniero de 25 años que ingresó en de enero de 1916 y escribía en los espacios libres de Electrician and Mechanic (publicación estadounidense publicada desde 1890 hasta enero de 1914 cuando se fusionó con Modern Electrics para convertirse en Modern Electrics & Mechanics). La revista le era facilitada al paciente por sus padres y cabe pensar que no solo escribía en sus márgenes, sino que la leía con asiduidad.

Solo algunas cartas, sobre todo en el periodo comprendido entre 1911 y 1929, siendo director facultativo del establecimiento el Dr. José Salas y Vaca (Villasante & Candela 2014), están 6 Historia Clínica número 385 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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escritas en papel con membrete del “Manicomio de Santa Isabel en Leganés”. Al contrario de lo ocurrido en otros establecimientos psiquiátricos en los que se animaba a los pacientes a escribir con fines diagnósticos y terapéuticos, en Santa Isabel sólo tenemos constancia de que Salas y Vaca insistiera en tales prácticas (Candela & Villasante 2013). Al modo de Joseph Rogues de Fursac en Les dessins et les ecrits dans les maladies nerveuses et mentales (1905), el médico de Leganés expresaba:

[E]l diagnóstico pocas veces sale completo de un interrogatorio por bien dirigido que se lleve; en cambio, estudiando los escritos de estos enfermos, abundantes siempre y de ordinario ampulosos, se encuentra más bien la falsa interpretación de sus concepciones delirantes (…); dad cuartillas y pluma a cualquiera de estos sujetos y el aislamiento de su casa o el silencio de su celda les hará, a unos más y a otros menos, trasladar al papel alguna idea delirante o punto de partida (Salas y Vaca 1920; 44).

En todo caso, independientemente de la interpretación psicopatológica que los médicos

fueran capaces de hacer, estos escritos desvelan, por encima de cualquier otra consideración, la experiencia de desamparo y abandono vivida por los pacientes. Resulta obvio, pues de lo contrario esta investigación hubiera sido imposible, que las cartas analizadas nunca llegaron a su destino, nunca fueron tramitadas por los responsables del establecimiento, que las adjuntaron a la historia clínica del escribiente como documento anejo capaz de ilustrar o confirmar la patología del sujeto, o como información adicional con la que valorar sus “resistencias” al internamiento. En definitiva, esta acción de archivar las misivas de los pacientes formaría parte de la necesidad de mantener un registro continuo de lo acontecido (Foucault 1977), como un elemento más del entramado burocrático-administrativo que garantice la vigilancia y el disciplinamiento de la población manicomial.

Ahora bien, ¿fueron todas o solo algunas las cartas que no llegaron a su destino? Y si no fueron todas, ¿con qué criterio se tramitaron unas y no otras? No nos es posible contestar a la primera pregunta, pues carecemos de información al respecto, pero en cuanto a la segunda, las razones pudieron ser diversas: la voluntad de mantener a los pacientes aislados, sin ningún contacto con el exterior, como forma de terapia o de castigo, pero sobre todo evitar que las denuncias sobre la situación o el trato dispensado a los pacientes pudieran ser conocidas por los familiares o, incluso, por la opinión pública. El control de la correspondencia de los enfermos mentales, con lo que eso suponía de injerencia en su intimidad, fue una práctica habitual y se puede documentar en numerosos países (Basaglia 1969; Beveridge 1997; Marchand & Mignot 1949). A pesar del vacío

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legal existente en España al respecto, y la ausencia de alusiones a este control en los Reglamentos de la Casa de Santa Isabel de Leganés, se puede afirmar que la supervisión de las cartas era una de las funciones del personal no facultativo (vigilantes, enfermeros) de estos establecimientos. Este hecho se puede explorar en reglamentos de instituciones como la de Jaén (Reglamento para el Manicomio Provincial de Jaén 1935), o en los libros de enfermería psiquiátrica que empezaron a publicarse a partir de los años treinta en España y vinieron a sancionar una práctica ya arraigada (Duro Sánchez & Villasante, en prensa). En el Manual de la enfermera general y psiquiátrica, editado en el Manicomio privado de Ciempozuelos, regentado por la Hermanas Hospitalarias, se hace alusión expresa a esta labor de vigilancia y control: “Todas las cartas escritas por las enfermas a sus familiares o por éstos a aquellas deben ser controladas por la enfermera o los médicos. Las cartas de las enfermas que contengan falsedades que puedan perjudicar al establecimiento no deben enviarse" (Salas 1935; 274).

Merece la pena señalar que el aludido vacío legal no existía en otros contextos, en los que, al menos sobre el papel, la correspondencia de los pacientes dirigida a instancias superiores no podía ser requisada. Un buen ejemplo, en este sentido, es el caso escocés, pues ya en 1866, la Scottish

Lunacy Act establecía que todas las cartas escritas por pacientes y destinadas al Board debían ser entregadas sin ser abiertas, al igual que las cartas que los pacientes recibieran del Board 7.

En cuanto a los destinatarios, la mayoría de las cartas están dirigidas a los familiares más próximos (hermanos, cónyuges, hijos o padres), aunque también a otros, como primos, tíos, suegra, entre otros. Téngase en cuenta que la mayoría de los ingresos se realizaba a instancias de un miembro de la familia que convivía con el paciente y que las dificultades de convivencia debido al comportamiento del sujeto eran cruciales a la hora de determinar la hospitalización. De ahí que en muchas ocasiones, como desarrollaremos más adelante, los pacientes escriben a sus familiares reprochándoles que hayan propiciado su reclusión o rogándoles, cuando no exigiéndoles, que les libren de su encierro.

La asociación entre el nacimiento del asilo medicalizado y la capacidad de control social del Estado ha sido matizada en algunas investigaciones que dan cuenta de la intervención de la familia para recluir a sus allegados con independencia de la opinión de médicos y administradores (Grob

7 “Every letter written by a Patient in any Asylum or House and addressed to the Board...shall, unless especial Instructions to the contrary have been given, be forwarded to its Address unopened; and every Letter from the Board... to any such Patient when marked “Private” on the cover, shall be delivered to him unopened”; Barfoot & Beveridge (1990); 270.

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1994; 260-281). La influencia de las familias en los internamientos de pacientes, o los ingresos “a instancias de terceros” fue práctica habitual en los asilos decimonónicos (Prestwich 1994; Moro & Villasante 2001). En Leganés, la situación debió ser muy evidente a juzgar por la carta que una paciente escribe nada menos que al gobernador civil de Madrid explicando que: “los médicos no cumplen su deber de observar quién está bien y darle salida, sino que lo dejan al capricho de las familias que si quieren tener aquí metida una persona, la tienen aquí años y años aunque no esté demente”8.

Las cartas dirigidas a instancias superiores, como la anterior al gobernador civil, u otras a la Junta General de Beneficencia o al juzgado, no son muchas pero si muy significativas. Los juzgados de Getafe, localidad próxima a Leganés, fueron los encargados de recoger la información de los ingresos y el parte semestral de continuación del ingreso de acuerdo con lo estipulado en el Decreto de 3 de Julio de 1931 (Vázquez de la Torre 2013), siendo precisamente a partir de ese momento cuando algunos internos se atrevieron a pedir amparo a las autoridades judiciales.

Otra muestra de la variedad de los destinatarios de la correspondencia es la extensa carta que una paciente remitió en 1901 a Rafael Ginard de los Ríos -nombre que confunde con Rafael Ginard de la Rosa, director de El País desde 1891-, en un intento de trasladar a la opinión pública la realidad del manicomio y que, de algún modo, coincide con dinámicas similares ocurridas en otras instituciones, entre las que recordaremos los dibujos y mensajes que una paciente mexicana ingresada en La Castañeda envió al jefe del departamento de caricaturas de El Universal (Ríos 2009; 137).

Digamos, finalmente, que un número significativo de cartas fueron dirigidas a los médicos o responsables de la institución, cuyos contenidos tienen que ver, como veremos a continuación, con su propia identidad como enfermos mentales.

Paratopías. El manicomio como un no-lugar:

Las cartas recopiladas nos aportan datos acerca de las experiencias, las emociones y las sensaciones de los pacientes. Si la escritura es el lenguaje del ausente, según explicaba Freud ([1930] 1970; 34) en El malestar en la cultura, si “una carta de amor no es amor sino el informe de una ausencia”, en el sentir poético de Mario Benedetti (2009; 404), el que da forma a esa ausencia, 8 Historia Clínica número 742 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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el que la sufre, el que duda, el que teme el desamor, es el que anhela respuesta, el que espera. Esta emoción ansiosa de la espera, que Barthes (1977) relaciona con los epistolarios amorosos, aparece implícita en prácticamente todas las expresiones escritas de los pacientes manicomiales. Una espera que puede prolongarse durante años de aislamiento supuestamente terapéutico en un espacio de exclusión que supone una suerte de paratopía, concepto procedente de los estudios literarios (Maingueneau 2004) y que ha sido aplicado con éxito a otros ámbitos de la cultura escrita como la generada en instituciones carcelarias (Gándara 2005) o manicomiales (Huertas 2015). Una paratopía no es sino una ubicación paradójica, un lugar que el paciente no siente como propio, al que no le vincula ningún sentimiento de pertenencia, un lugar “imposible” en el que no debe ni tiene por qué estar. Esta impresión paratópica puede rastrearse en buena parte de los escritos estudiados: “este no es mi sitio”; “yo no tendría que estar aquí”; “me dijiste que saldría de esta casa”; “sácame pronto”; “no puedo seguir aquí ni un día más”; “a ver si vienes a buscarme que yo no puedo estar aquí”; “usted habrá observado que yo no estoy loca”.

En íntima relación con este concepto de paratopía, el manicomio aparece como un no-lugar (Augé 1992); como un espacio de no pertenencia, de tránsito –pues los pacientes esperan, nueva paradoja, salir de él en seguida-, como un recinto de secuestración en el que a ese sentimiento de no pertenencia se le añade la negación de la identidad, el lenguaje no compartido, la soledad, el silencio y, en suma, la alienación. Este habitante de un no-lugar se convierte así en una no-persona al ser excluida socialmente y perder sus derechos ciudadanos. La desprotección legal de los pacientes y la violencia del internamiento queda patente en algunas de sus cartas, como la de un sargento de la guardia civil que ingresó en 1914 en la Casa de Dementes a los 65 años de edad: “arrebatado por el engaño y la fuerza bruta he sido ignominiosamente separado del seno de mi familia, recluyéndome en esta casa de dementes sin más razón que la del más fuerte sumiéndome con ello en la amargura de verme privado de los cuidados de mi familia”9.

Otro ejemplo de indefensión es la que puede apreciarse en la carta que Jaime, militar y jurista ingresado en 1916, dirige a un amigo suyo expresando la injusticia de la prolongación de su ingreso y reclamando que: “terminado con exceso el plazo de observación militar y civil, la libertad es un derecho legítimo”10. Más contundente se muestra Rodrigo, quien en la misma época y con un

9 Historia Clínica número 390 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés 10 Historia Clínica número 481 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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diagnóstico similar asegura que “me han encerrado en el manicomio de Santa Isabel que es en parte manicomio y en parte cueva de ladrones”11.

Muchos de los escritos reflejan no solo la dificultad de los pacientes para entender el internamiento, sino su deseo de salir cuanto antes de la institución. No obstante, las reacciones individuales llegan a ser muy diferentes. Por un lado, encontramos situaciones en el límite de la desesperación, como la de Luis, de 37 años de edad, ingresado a instancias de su esposa, a quien escribe en los siguientes términos: “desde hace tres meses vienes así haciendo que mi espíritu este muerto y desilusionado de todo. Si te da la gana de venir, vienes, pues digas lo que digas, yo se que sales casi todos los días….yo saldré de aquí para el cementerio”12. Este paciente llevó a cabo tres tentativas de suicidio y murió en el manicomio por una meningoencefalitis en 1920, a los cuatro años de ser ingresado. A lo largo de los años estudiados, el suicidio apenas aparece como causa de muerte en los registros o en las historias clínicas, aunque si puede leerse en varias cartas como amenaza, y siempre en relación con la sensación paratópica apuntada y con las ansias de salir de la institución: “estoy harto de esta horrible prisión y si no recupero pronto mi libertad y mi casa, me mataré”13.

Por otro lado, sin llegar a los extremos del suicidio, el ansia de salir del manicomio se refleja en otras narrativas, las de los que asumen y las de los que rechazan la condición de loco. Son pocos los internos que aceptan que padecen un trastorno mental, pero su manera de expresarlo hace pensar en un intento de negociación con el objetivo último de salir del manicomio. Unas veces la contraparte de dicha negociación será el médico: “estos datos creo que serán suficientes para que usted diagnostique mi estado y me imponga el régimen curativo que convenga”14, mientras que en otras ocasiones será la familia: “en mi alma sé que soy un loco y que me he portado mal con vosotros (…) si me pudieras perdonar”15. A este grupo pertenece la desgarradora carta de Lili, nombre que una paciente utiliza para firmar a modo de seudónimo (Conseglieri 2013b). Esta madre de 32 años, ingresada en agosto de 1944 confía que su marido la rescate para poder retomar su vida y ver a sus hijos:

“[José] de mi vida: (empezaré diciéndote que ayer día de la virgen confesé y comulgué y tú 11 Historia clínica número 460 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés. 12 Historia Clínica número 472 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés. 13 Historia Clínica número 482 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés 14 Historia Clínica número 573 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés. 15 Historia Clínica número 725 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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ya sabes lo que eso significa en mí que jamás lo hice....) La vida de una persona puede cambiar solo en unas horas y la mía ha cambiado y ha sido el golpe tan fuerte y doloroso que hasta mis ideas se han transformado. Lo único que no cambia por más esfuerzo que hago, es el pensamiento que lo tengo fijo, obsesionado en nuestros hijos, nuestros, [José], no lo dudes ni un momento, tuyos y míos, pero sobre todo mi niño, mi [Luisín], ese es mi mayor martirio. ¿Cómo están? ¿Y qué toma el niño? Si te ofendí perdóname y ven por mí. Hazlo por su madre y sobre todo por ellos. Lili” 16.

Otro tipo de estrategia narrativa es la de los internos que reivindican su cordura y que, negando la mayor, exigen su puesta en libertad inmediata. En estos casos, la mayoría de las cartas están, como es lógico, dirigidas a los médicos y otros responsables de la institución y contienen desde breves comentarios: "se nos acusa de trastornados, dementes"17, hasta solicitudes más argumentadas. José María, reingresado en 1913 en el Manicomio de Leganés y diagnosticado de demencia precoz (tras presentar un primer ingreso una década atrás) en una carta dirigida al director refería: “han transcurrido 15 meses desde que ingresé en este establecimiento durante los cuales no se habrá observado nada anormal en mí…espero atienda mi pretensión de darme salida pronto (…) no hay ningún motivo para mi reclusión”18. Estas manifestaciones de resistencia y negociación se repiten a lo largo de las cartas estudiadas. Expresiones como “usted habrá observado que no estoy loca”, y una gran cantidad de equivalentes, representan, fundamentalmente, la búsqueda de un pacto. Comunican la ansiedad de la víctima, del que es juzgado; transmiten la emoción del desconcierto, de la espera; suponen la negación de la presunta condición de loco, pero también la resistencia vacilante e indecisa ante la locura como destino. Sugieren, en definitiva, la agitación intensa del que se siente indefenso no solo ante el experto que decidirá sobre su vida, sino ante sí mismo. El enunciado “usted habrá observado que no estoy loca” no necesariamente muestra convicción, pues demanda una respuesta mientras cede a la duda y al deseo (Huertas 2015).

La vida cotidiana en el manicomio:

La historia de la vida cotidiana constituye un género historiográfico que tiene en cuenta el modo de vida de los individuos, tanto las condiciones materiales de su existencia como su

16 Historia Clínica número 1433 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés. 17 Historia Clínica sin numerar del siglo XIX, del Archivo del IPJG de Leganés. 18 Historia Clínica número 17 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés

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cotidianidad, lo íntimo, la sensibilidad, la sociabilidad, los afectos, etc.; una historia cultural que va más allá e intenta responder a otras preguntas que las planteadas por la historia de grandes acontecimientos. El gran impacto de estos enfoques a partir de trabajos pioneros y nucleares como los de Ariès y Duby (1988), por citar un ejemplo suficientemente significativo, llegó también al ámbito de la historia de la psiquiatría, con trabajos que han puesto su punto de mira en las condiciones de vida en el asilo (Beveridge 1998; Reaume 2000; Rivera Garza 2001; Villasante 2008). Obviamente, la historia de la vida cotidiana requiere el estudio de fuentes no oficiales y, en nuestro caso, las cartas objeto de esta investigación nos ofrecen claves imprescindibles para reproducir la vida en el Manicomio de Santa Isabel de Leganés. Analicemos a continuación de qué manera vivían los internos su existencia cotidiana en el manicomio centrándonos en las condiciones habitacionales, de alimentación y vestido, así como condición o estatuto de enfermo. “Mal instalado en una habitación húmeda y fría”:

La Casa de Dementes de Santa Isabel no fue diseñada como un edificio de “nueva planta”, edificada con arreglo a su fin institucional y, al aprovechar un antiguo edificio ducal, requirió numerosas reformas del inmueble que no se atuvieron a un plan organizado. Las sucesivas ampliaciones y reparaciones se organizaron sobre un trazado arquitectónico que había ignorado sistemáticamente los criterios médicos y terapéuticos, convirtiendo la edificación en una estructura desordenada, poco funcional e impropia para albergar enfermos mentales, tal como ellos reclaman en el contenido numerosas cartas. Federico redactaba en 1911 una carta al Jefe facultativo de la institución José Salas y Vaca en la que aseguraba estar “mal instalado en una habitación sumamente húmeda y fría, sin brasero, helado de frío”19. Las quejas sobre el frío también estuvieron presentes en una carta que Sor Adela, ingresada en la misma época por una "manía persecutoria o psicosis sistematizada progresiva", dirigía a un superior religioso en los siguientes términos: “A fuerza de tanto sufrimiento no puedo más, y tengo ya el corazón que me dan ataques de fatiga con el frío20. Esta Sierva de María alojada en una habitación sola en calidad de “distinguida” y, por tanto, seguramente en mejores condiciones que la mayor parte de los internos, expresó sin embargo una gran angustia por el acoso y persecución que percibía de la superiora de su orden religiosa, lo que le llevó a reunir ropas y

19 Historia Clínica número 308 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés. 20 Historia Clínica número 351 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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muebles en un punto de la habitación y prenderles fuego. Desconocemos si sus plegarias fueron el motivo por el que un año después la religiosa fuera dada de alta y trasladada a otro centro de la Congregación. Precisamente Salas y Vaca, director médico de la Casa de Santa Isabel entre 1911 y 1929 (Villasante & Candela 2014), se propuso resolver algunos problemas infraestructurales y de funcionamiento de la institución (Salas y Vaca 1929). No obstante, tales reformas no le parecieron suficientes a Manuel quien, en una carta dirigida en 1929 al Director General de la Administración Local, realizaba una dura crítica a la alimentación, al trato y la falta de atención a los enfermos:

Cuando fui interrogado por el Sr. Juez les manifesté el abandono de aquí, su organización fuera del siglo en que vivimos, lo malo del trato, así como de sus comidas, escasas, mal condimentadas, y algunas veces en estado de descomposición. Aquí no hay de hecho ni Director, ni médicos de guardia, y sí los hombres en un completo abandono, hombres encerrados por vida, amarrados y el resto tirado por los suelos sin distracciones21.

Las reformas no subsanaron la mala distribución del manicomio y, en una carta escrita en 1935 por Carmen, de 54 años, al médico del departamento de mujeres, más modesto que el de varones, describía: "Distinguido Don Aurelio, […] pues yo con cambiar de manicomio he perdido mucho por todos estilos, la otra noche por poco me muero y sin tener a nadie a quien recurrir encontrándome sola y a oscuras completamente, esto está muy mal dispuesto…”22.

Esta pensionista de primera categoría, además de dos cartas a un fraile franciscano del que estaba enamorada, se dirigía al médico del establecimiento Aurelio Mendiguchía Carriche (Conseglieri &Villasante 2007). La interna procedente del Sanatorio del Doctor Esquerdo, inaugurado en 1877 (Villasante & Huertas 1999) y con mejores instalaciones que el Manicomio Nacional, se quejaba precisamente de la mala distribución del edificio.

Además de las deficiencias arquitectónicas, de sus estancias húmedas y frías, el manicomio arrastraba una situación crónica de escasez de agua potable (Villasante 2003, 2005). Estas dificultades de abastecimiento fueron una constante que empeoraba en épocas de sequía ya que el Ayuntamiento de Leganés suspendía el suministro al manicomio, de modo que, además de carecer de agua para beber, también afectaba al aseo personal de los internos y al funcionamiento de los servicios higiénicos. De hecho, en julio de 1932, el Alcalde de la Villa de Leganés escribió al Director General de Beneficencia, expresándole su preocupación por el posible foco de infección que

21 Historia Clínica número 889 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés. 22 Historia Clínica número 1080 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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suponía el sumidero del Manicomio de Santa Isabel, ya que la boca de la alcantarilla estaba construida sobre un suelo más bajo que el de las calles adyacentes, de tal forma que debía permanecer siempre entreabierta ante las riadas originadas por las lluvias. El regidor señalaba:

[S]uele estar casi siempre en un estado lamentable que, unido a los malos olores que de la misma emana especialmente en verano, hacen la atmósfera verdaderamente irrespirable, siendo de notar los detalles de existir un colegio de niñas a 75 metros y a unos 40 la entrada principal del citado Manicomio de Santa Isabel, prolongándose su fachada hasta la misma boca de la expresada alcantarilla. Otro de los defectos e inconvenientes que por su importancia hay que tener muy en cuenta es el de las ratas; estos roedores de gran tamaño y en bastante abundancia encuentran en la citada alcantarilla campo muy apropiado y ambiente muy favorable para su desarrollo y multiplicación, propagándose a las viviendas próximas en buen número y que aparte del peligro que esto supone para la salud pública por ser agentes transportadores de epidemias existe el no menos importante de mordeduras a niños, animales domésticos, etc.23. La ya citada Carmen, trasladada del Sanatorio Esquerdo, también escribió al médico

responsable de su departamento el 8 de julio de 1935, reflejando esa deficiencia en el suministro de agua y la presencia de ratones descrita en la documentación del propio Ayuntamiento:

[A]quí la mayoría de las veces que vamos a lavarnos no hay agua, está muy escasa, los retretes huelen muy mal y como aquí no salimos ni hay los jardines que en Casa del Señor Esquerdo a lo mejor nos entra una peste aquí, esto está lleno de ratones y ya se sabe que donde los hay huele muy mal. Aquí los vasos que son de plata o de aluminio no los friegan los secan con un paño que luego secan los demás cacharros a veces están más negros que mi bata…24.

“Mal alimentado y mal vestido”: La alimentación y la vestimenta fueron motivo de las quejas más recurrentes encontradas en las

cartas de los internos de Leganés y que, en muchas ocasiones, iban asociadas. También para los responsables de la institución psiquiátrica fueron motivo de preocupación ya que, en las primeras reglas higiénicas dictadas se insistía en las precauciones que se debían tomar con los alimentos perecederos (pescados, leche, verduras y frutas) sobre todo en verano (Mollejo 2011; 55-56), aunque no se especificaba ni las raciones, ni los horarios de las comidas. Posteriores reglamentos si plantearon una estricta planificación de la alimentación de los internos, como el de 1873 que recomendaba las siguientes raciones y horarios de comidas:

150-200 gramos de legumbres (judías, garbanzos, judías secas o arroz); 250 gramos de carne; 20 gramos de tocino y 50 gramos de pan por persona y día, y distribuidos a lo largo de tres

23 Archivo del Ayuntamiento de Leganés (Signatura 140.003). Véase Tierno (2008). 24 Historia Clínica número 1080 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés

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comidas diarias. El desayuno se servía a las siete de la mañana (sopa para los pobres y chocolate o café con leche y tostada con manteca para los pensionistas); el almuerzo a las doce del medio día (cocido para todos los internos, con postre para los pacientes de pago y sin postre para los de la beneficencia) y la cena a las seis de la tarde (guiso de carne con patatas o legumbres, al que se añadía ensalada y postre para los pensionistas (Reglamento 1873). Las diferencias de clase eran patentes en la alimentación. Tanto Isidora como Dolores,

ambas alojadas como pobres, coincidían en su queja por la escasa cantidad y calidad de la comida. La primera escribía “sigo en esta prisión comiendo de segunda y pasando hambre”25, mientras que la segunda detallaba: “yo no puedo con las comidas que me dan (…) tengo muchas hambres (…) que me mande dinero para comer. Estoy enfermando de ambre (sic), por mal guisadas, no ay (sic) aceite, ni manteca y no se puede guisar bien"26.

Sin embargo tampoco las pensionistas de primera clase como Fructuosa estaban satisfechas con su dieta: “sin comer más que esta triste sopa del mediodía, el café después que vine no lo he visto; leche fresca no la puedo tomar tengo miedo desde un día que me dio pepita y me hizo daño y estuve cinco o seis días mala pues no puedo tomar más que condensada; les pido ya que me tienen aquí que me manden condensada…”27.

Dadas estas referencias al hambre, cabe suponer, que los internos de Leganés no siempre debieron tener un aporte nutricional óptimo y que, además de las diferencias en la alimentación de unos y otros según su categoría social, es probable que en determinados momentos de carestía y escasez de productos de primera necesidad el fantasma del hambre planeara sobre la institución (Vázquez de la Torre & Villasante 2016). La dificultad de abastecimiento del manicomio ya es descrita desde poco después de su inauguración:

[L]ejos de la capital donde, por regla general, se abastece de varios artículos de primera necesidad, por carecer el pueblo donde se halla establecido hasta de las cosas más indispensables de la vida, y por tener en él todos los artículos de consumo, así comestibles como combustibles, incluso la leña, un precio tan subido al menos como en Madrid…en aquel pueblo no se cultivan más que algunas verduras, algunas legumbres y trigo. Las carnes, tocino, aceite, etc. ó se llevan de Madrid, ó se acarrean de otras partes (Torres 1859; 570).

25 Historia Clínica número 482 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés 26 Historia Clínica número 503 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés. 27 Historia Clínica número 1461 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés

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Existen también evidencias documentales en las que los contratistas de legumbres se quejaban porque no era posible adquirir en la villa el arroz y las judías necesarias para abastecer a la Casa de Dementes (Villasante 2008). Al contrario de lo que ocurría como práctica habitual en otros manicomios europeos, en Leganés no se contaba con terrenos, que pudieran ser explotados por los propios internos, de manera que éstos no podían contribuir con sus productos al abastecimiento de la institución. Tan solo existió una vaquería, aunque se desconoce la cuantía de la producción de leche. En todo caso, la situación no debía ser muy diferente de la de otros establecimientos europeos. A modo de ejemplo, Camille Claudel aseguraba que en su ingreso en Montevergues estuvo "privada de alimentos, de calefacción y de las más elementales comodidades" (Claudel 2010; 253).

Cabe decir, finalmente, que aunque la posibilidad no se contempla en ninguna normativa, puede inferirse que se permitía a los familiares llevar comida a los internos, al menos eso se desprende de algunas cartas, como la que Juana escribe a su hermano insistiéndole en que le envíe alimentos:

[T]e escribo esta para ver si tengo más suerte que he tenido con las anteriores, que quiero que me mandes pues tengo ilusión antes de morirme quisiera tomar una gran cantidad de azúcar y café, bombones y caramelos de la Mallorquina y agujas de jamón, dos libras de chocolate, medias noches y huevos ya que tengo la desgracia de estar aquí para siempre se ha dicho que las penas con pan son menos ten lastima de mi y no me dejes morir sin haberme dado ese gusto ya que ahora no me pagas pensión ni nada mándame una cuchara que la que tenia me la ha perdido una enferma y ven tu a verme (…) Manteca blanca y una perdiz, mándamelo sin que se entere I. que es muy tacaña y no me quiere traer casi nada con tres o cuatro duros que te gastes en mi ya estoy complacida. Tú te irás a ver las fiestas y yo me quedo aquí encerrada, a ti te gusta divertirte, a mi también pero ya que soy tan desgraciada mándame siquiera este pequeño alivio total para ti no es nada para mi es una alegría grande, pues aquí no más bien que el que no quieran hacer mándalo sin que se entere Isabel pues se que esta no ha de querer, queda esperando tu hermana28. En lo referente a la vestimenta, durante los primeros años de funcionamiento de la institución

la ropa y el calzado de los internos fueron suministrados por el Asilo de San Bernardino de Madrid, que fue durante el siglo XIX un importante lugar de internamiento de los mendigos en la capital. Posteriormente, en el primer Reglamento interno del manicomio, de 1873, se reguló de manera detallada la vestimenta que debían llevar los pacientes, cuestión que iba a convertirse en un elemento diferenciador de clase social, ya que los pensionistas o distinguidos podían vestir con la ropa propia

28 Historia Clínica número 42 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés

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facilitada por la familia mientras que los pobres debían llevar un uniforme cuya apariencia fue cambiando con el tiempo, pese a que sus elementos básicos se mantuvieron (Villasante 2008). La desgarradora descripción que Benito Pérez Galdós hace en La desheredada, novela publicada en 1881, tan solo ocho años más tarde de la entrada en vigor del citado Reglamento, muestra la indumentaria de los internos en términos sobrecogedores. Cuando la protagonista, Isidora Rufete, va a visitar a su padre al Manicomio de Leganés, se encuentra con que: “los vestidos de este sujeto sin ventura eran puramente teóricos. Había sobre sus miserables y secas carnes algunas formas de tela que respondían, en principio, a la idea de camisa, de levita, de pantalón: pero más era por los pedazos que faltaban que por los pedazos que subsistían” (Pérez Galdós [1881] 1977; 18).

Independientemente de las licencias literarias que el autor pudo haberse tomado, no parece descabellado afirmar que la obra de Galdós constituye un reflejo de la realidad que coincide con la información obtenida en nuestras fuentes. Alfredo, pensionista de segunda, escribía a sus familiares: “Estoy materialmente desnudo y cubierto de andrajos”29, y, en términos similares lo hace Fructuosa: “no he visto tampoco ni el valor de un alfiler vuestro y ahora me tienen entre locos, desnuda, hasta sin camisa…”30.

¿Una institución terapéutica?: “ni los médicos me hacen caso, ni me dan medicina alguna”: La sensación subjetiva de desamparo y abandono que las cartas reflejan, no se limitan solo al encierro, o a las condiciones materiales de la existencia (habitación, alimentos, vestidos) en el interior del manicomio, sino también ante el propio acto médico, terapéutico o meramente asistencial: “ni los médicos me hacen caso ni me dan medicina alguna..., los mozos me menosprecian”31.

Particularmente significativo resulta el papel desempeñado por las monjas en el funcionamiento de la institución y en su trato con los internados. El primer convenio con las Hijas de La Caridad para el servicio económico y hospitalario de la casa se realizó en noviembre de 1852, coincidiendo con la puesta en funcionamiento del manicomio. Cuando el número de pacientes rondaba el medio centenar, había ocho hermanas, que se encargaron de la administración, el gobierno y la economía de la casa (Espinosa, Balbo & Peset 1994). En los siguientes años, se fue 29 Historia Clínica número 308 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés 30 Historia Clínica número 1461 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés 31 Historia Clínica número 482 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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aumentando la dotación de religiosas, de modo que las Hijas de la Caridad desempeñaron un papel muy importante en su funcionamiento cotidiano, ejerciendo un poder omnímodo tanto sobre los médicos como sobre los pacientes. Resulta esclarecedora, en este sentido, la influencia de las monjas en el cese como médico-jefe del establecimiento del eminente psiquiatra Luis Simarro, un neurohistólogo, masón, republicano y materialista que ejerció en el manicomio de Leganés entre 1877 y 1879 (Moro & Villasante 2001). En estos dos años, en los que además pretendió practicar autopsias a los dementes fallecidos, mantuvo desavenencias permanentes con las religiosas que se saldaron con la salida del médico de la institución. A finales de siglo, su colega José María Escuder, en un libro titulado Locos y Anómalos (1895), aludía a este episodio para ilustrar el poder de la orden religiosa en el funcionamiento del manicomio: “ellas [las monjas] mandan, disponen, ordenan, ponen camisas de fuerza, y cuando les estorba un médico, consiguen que se aleje.” (Escuder 1895; 307) Asimismo, algunos escritos de pacientes ponen de manifiesto el papel coercitivo como cuidadoras-controladoras que las monjas llegaron a desempeñar. En una carta dirigida en 1935 por una interna a un sacerdote, se afirmaba que:

[Y]o no puedo estar con tus compañeras las monjas, porque yo creo que las monjas y los frailes son una cosa parecida. Pues bien, estoy herida y arañada por tus compañeras, pues 4 años que estuve en Casa del Señor Esquerdo ni siquiera intentaron hacérmelo …y tú a lo mejor te vistes de seglar y te diviertes con la Dolores y yo en la [higuera] aquí pasando toda clase de tormentos32. En términos muy similares se expresaba, algunos años antes, en 1924, una religiosa de la

misma orden que las hermanas del manicomio: “[…] y yo valgo tan poco que me tenéis año y medio en donde sabes que tratan tan mal como es en Observación, pues tu como has estado en Mazorra, de Hermana, ya sabes los malos tratamientos de estas clases de casas, donde a cada paso andáis poniendo las camisas de fuerzas y dando palizas y encerrando en la celda […]”33.

Además de las religiosas, el cuidado de los enfermos estaba a cargo de celadores, mozos enfermeros o "loqueros", como se conocían popularmente, que les atendían y hacían cumplir las normas de la institución. Esta ocupación estuvo durante el siglo XIX más próxima a la vigilancia carcelaria que a los cuidados de enfermería (Villasante 2013). Benito Pérez Galdós describe en un inquietante fragmento de La Desheredada:

Dos loqueros, membrudos, aburridos de su oficio, se pasean atentos, como polizontes que

32 Historia Clínica número 1080 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés. 33 Historia Clínica número 742 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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espían el crimen... No hay compasión en sus rostros, ni blandura en sus manos, ni caridad en sus almas. De cuantos funcionarios ha podido inventar la tutela del Estado, ninguno es tan antipático, como el domador de locos. Carcelero-enfermero, es una máquina muscular que ha de constreñir en sus brazos de hierro al rebelde y furioso” (Pérez Galdós [1881] 1977; 19).

Aunque el fragmento que acabamos de leer se refiere al mismo establecimiento del que

proceden nuestras fuentes, no hemos encontrado en ellas más que una alusión aislada a este personal: "los mozos me menosprecian” 34, ni tampoco hay constancia de denuncias o quejas formales de sus posibles malos tratos, al contrario de lo que han encontrado otros autores como Reaume (2000) en Toronto, lo que no quita para que estas fueran ignoradas o silenciadas.

En todo caso, resulta evidente que, al menos hasta bien entrado el siglo XX, el Manicomio Nacional de Leganés, a pesar de los esfuerzos de algunos facultativos, cumplió más una función tutelar y de control social más próxima a las instituciones totales de encierro, segregación y exclusión que a establecimientos con vocación terapéutica y de integración e inclusión social.

Consideraciones Finales: A través del material epistolar estudiado hemos obtenido una muy valiosa información sobre

las características de la institución, sobre su funcionamiento y sobre la vida cotidiana en su interior. También nos aportan datos acerca de las experiencias, las emociones y las sensaciones de los pacientes. La desconfianza, los celos o el rencor son sentimientos que afloran en estas narrativas; el reproche hacia la persona amada, hacia el familiar o hacia el médico es bastante habitual. Es posible que, en algunos casos, esta actitud de suspicacia y victimismo respondiera a estados paranoicos: “se apoderó de mi persona, me encerró en esta casa”; “parece que se divierten a mi costa”; “la justicia no me oye”. Se trata de escritos que poseen una lógica interna con que la psiquiatría define el delirio paranoico: sistematizado, coherente, sin deterioro psíquico y con claridad y orden de conciencia, de pensamiento y de conducta. Por eso, en este tipo de manifestaciones siempre puede quedar la duda sobre la “verdad” propuesta por el sujeto. En una época, en la que está demostrada la existencia de ingresos arbitrarios, algunos muy célebres como el caso de Juana Sagrera (Cuñat 2007; Huertas & Novella 2011), o como el de Vega Armentero (Fernández 2001), no tenemos más remedio que aceptar un margen de incertidumbre al analizar las múltiples expresiones 34 Historia Clínica número 482 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.

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que niegan el trastorno mental, que denuncian el encierro o que reclaman con desesperación un mejor trato. No obstante, independientemente de los diagnósticos con que los pacientes fueran etiquetados, y de su estado psicopatológico “real”, algunos internos fueron capaces de articular un discurso coherente de rechazo a las prácticas manicomiales. Un discurso además que se mantiene más o menos constante a lo largo de los cincuenta años de nuestro estudio, un periodo de tiempo atravesado por los avatares históricos del país: la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y la dictadura franquista, no parecen afectar a los habitantes del manicomio, con lo que su condición de no-lugar cobra una mayor dimensión. Ni siquiera la importante reforma psiquiátrica que comenzó a ponerse en marcha durante la Segunda República española (Huertas 1998), supuso un cambio de las condiciones del Manicomio de Leganés o, al menos, de la percepción de sus internos.

Los locos de Leganés escriben con el objetivo de proponer una “verdad” propia, denunciar el abuso del internamiento, demostrar que se está mentalmente sano, narrar experiencias vividas y sufridas, buscar la propia identidad, etc., pero tampoco podemos olvidar la existencia de un pacto entre médico y paciente (Choquard, 1999; 453), entre el que lee y el que escribe, ya que quien escribe lo hace, en la mayor parte de los casos, para exponer sus deseos, frustraciones y quejas, en definitiva su “verdad”. El facultativo, por el contrario trata de confirmar el diagnóstico, archivar datos para identificar y clasificar los signos de la enfermedad mental, sin responder al sufrimiento ni a las expectativas del escribiente. Es este “pacto” -ciertamente desigual y donde pivotan elementos de autoridad, sumisión o resistencia- el que permite explicar y explorar las distintas modalidades textuales, como la súplica, la queja, el tono burocrático, etc., que hemos podido identificar en los textos reproducidos y que forman parte, casi siempre, de un cierto ritual de subordinación. Pero además, el lector que, como hemos visto, no es necesariamente el destinatario del escrito, se limita a "archivar” sin contestar, sin responder al sufrimiento y a las expectativas del escribiente. Se trata, en definitiva, de escritos que reflejan emociones diversas, resistencias, intentos de negociación, pero sobre todo sufrimiento, fragmentos y variaciones de un sufrimiento que fue, al menos en algunos casos, capaz de canalizarse a través de la expresión escrita.

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