virno, paolo - virtuosismo y revolución

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Traficantes de Sueños no es una casa editorial, nisiquiera una editorial alternativa, que contempla lapublicación de una colección variable de textos críticos.Es, por el contrario, un proyecto, en el sentido estrictode «apuesta», que se dirige a cartografíar las líneasconstituyentes de otros órdenes de vida. La construc-ción teórica y práctica de la batería de herramientasque, en palabras propias, pueden componer el ciclo deluchas de las próximas décadas

Sin complacencias con la arcaica sacralidad del libro yla cultura, sin concesiones para con los narcisismos delviejo humanismo, sin lealtad alguna a los usurpadoresdel saber, sin simpatía alguna con la apropiación de lainformación en manos de unos pocos (compañías oparticulares), TdS adopta sin ambagajes la crueldad dequién quiere la libertad de acceso y circulación delconocimiento. Queda, por tanto, permitida y abierta lareproducción total o parcial de los textos publicados, encualquier formato imaginable, salvo y por explícitavoluntad del autor y sólo para ediciones con ánimo delucro.

Omnia sunt communia

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Mapas. Cartas para orientarse en la geografía variablede la nueva composición del trabajo, de la movilidadentre fronteras, de las transformaciones urbanas.Mutaciones veloces que exigen la introducción de líne-as de fuerza y reflexión a través de las discusiones demayor potencia en el horizonte global.

Mapas recoge y traduce, por tanto, algunos de los ensa-yos, que con mayor lucidez y mayor fuerza expresivahan sabido reconocer las posibilidades políticas conte-nidas en la geografía moderna de las situacionescorrientes.

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Copyrigth.

Se permite la copia parcial o total, en papel o en formatodigital, de los contenidos de este libro siempre y cuandose respete la autoría de los textos y de las traducciones.Para las ediciones con ánimo de lucro se requiere el per-miso del titular del copyright.

© 2003, Paolo Virno

Tìtulo:Virtuosismo y revolución, la acción política en la era deldesencanto.Autor:Paolo Virnotraducción:Raúl Sánchez Cedillo (capítulo 1,2,3,4,5)Hugo RomeroDavid Gámez Hernández (capítulo 6 y 7)maquetación y diseño de cubierta:colectivoedición:traficantes de sueñosC\.hortaleza 19, 1º drcha.28004 Madrid. Tlf: 915320928e-mail:[email protected]

Impresión:Queimada Gráficas.C\. Salitre, 15 28012, Madridtlf: 915305211

ISBN:84-932982-1-2Depósito legal:M-4995-2003

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Virtuosismo y revolución,la acción política en la época del desencanto

Paolo Virno

introducción de:

Raúl Sánchez Cedillo

traducción de:Raúl Sánchez Cedillo

Hugo RomeroDavid Gámez Hernández

traficantes de sueñosmapas

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Introducción por Raúl Sánchez Cedillo. pág.11

1. Tesis sobre el nuevo fascismo europeo. pág.25

2. Charla y curiosidad.La «formación difusa» en el postfordismo. pág.33

3. Ambivalencia del desencanto. Oportunismo, cinismo, miedo. pág.45

4. Algunas notas a propósito del «General Intellect». pág.77

5. Virtuosismo y revolución: notas sobre el concepto de acción política. pág.89

6. Del Éxodo. pág.117

7. Derecho de resistencia. pág.123

Apéndice: Do you remember counterrevolution?. pág.127

índice

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Una herejía contumaz e inteligente: historias del «operaismo»

Desconocido Paolo Virno. Tanto más si cabe en la tierra bal-día de las armas de la crítica en la que hemos debido crecercomo militantes de la «cosa común» desde finales de la déca-da de 1980, al menos en esta parte de Europa. En efecto, noes éste sino otro de los múltiples efectos de aquella counterre-volution italiana y por añadidura occidental de la que noshabla Virno en estas mismas páginas. Las proporciones y con-secuencias de la contrarrevolución capitalista de la década de1980 cobraron en Italia una efectuación que forzosamentedebía corresponderse con la intensidad y el espesor antropo-lógico de un prolongado y discontinuo ciclo de luchas, taninaferrable hoy para los topos –viejos y no tan viejos– de lagenealogía y el archivo de la subversión, como lo fuera enton-ces para los múltiples y generosos experimentos de organiza-ción política autónoma contra el trabajo asalariado y el Estadoque constelan los diez años de aquel itálico «68 permanente»y que dan razón del uso de expresiones como «laboratorioItalia» o «anomalía italiana». Experimentos derrotados, quéduda cabe, y sin paliativos de ningún tipo. Hasta el punto quehemos de considerar un «milagro laico» la persistencia bio-gráfica y política de aquel periodo, de la que en cierto mododa fe la edición de este mismo volumen.

En otoño de 1968, de nuevo por un traslado de la familia, vinea vivir a Roma, y al poco entré en contacto y relaciones con elgrupo que luego se convertiría en Potere Operaio, que entoncesen la capital era sustancialmente el grupo de las facultadescientíficas, del discurso sobre «ciencia y producción», el delComité de base de la FATME. Sobre todo este último, entre el

Introducción.por Raúl Sánchez Cedillo

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otoño de 1968 y comienzos de 1969, fue una experiencia demasas que abrió y puso broche a algunas luchas triunfantes,cuando los obreros se llevaron a casa cosas concretas sobre eltrabajo a destajo, los horarios, los ritmos, etc. Este PotereOperaio de Roma en un primer momento todavía no se llamabaasí –además,j la experiencia decisiva es la de La Classe, en laprimavera de 1969 en Turín. Son años de la historia italiana enlas que se determina un punto que es historiográfico, pero tam-bién de paradigma teórico: mientras que encontramos mil vocessobre 1968 y otras mil sobre 1969, encontramos pocas o encualquier caso poco atentas a lo que sucedió entre el verano de1968 y el verano de 1969, que es, por el contrario, el punto demáxima maduración de las temáticas de la revolución italiana.1

In medias res, como la contra-historia del acontecimiento,Paolo Virno, militante y filósofo, entra a formar parte de esehijo bastardo del primer operaismo que fue, desde 1969hasta su disolución en 1973, Potere Operaio2 –en el que, apesar de su juventud –Virno nace en Nápoles en 1952–, lle-gará a formar parte de «una de esas estructuras un pococómicas, ridículas y vividas a menudo en Potere Operaiotambién con ironía, la del ejecutivo»3. La breve e intensa his-toria de «Pot. Op.» se juega, en esta fase álgida del ciclo deluchas autónomas del obrero-masa en Italia –que sólo decli-nará con el inicio de la reestructuración capitalista italiana ymundial que encuentra su principal punto de inflexión en1973–, en el intento de ejercer una «función de partido», tác-tica y desestabilizadora de la iniciativa capitalista, delinmenso y abigarrado movimiento de asambleas y comités

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1. «Intervista a Paolo Virno –21 aprile 2001», realizada por Gigi Roggero,Francesca Pozzi y Guido Borio, incluida en un CD-Rom que forma parte de losmateriales del libro Futuro anteriore. Dai Quaderni Rossi ai movimenti globali: richezze elimiti dell’operaismo italiano, Roma, DeriveApprodi, 2001. No obstante, véase enespañol la «Entrevista con Paolo Virno», realizada por Verónica Gago y DiegoSztulwark, incluida en una pequeña carpeta dedicada a Virno por la revista«Archipiélago», Barcelona, núm. 54/2003.2. Sobre Potere Operaio, así como sobre el contexto y la coyuntura de los periodosinmediatamente anterior y posterior al 1968-69 italiano, véase el exhaustivo traba-jo de Marco Bascetta, Simona Bonsignori, Franco Carlini y Stefano Petrucciani,1968. Una revolución mundial (Libro y CD-Rom), Madrid, Akal, colección «Cuestionesde antagonismo», 2002.3. «Intervista a Paolo Virno –21 aprile 2001», op. cit.

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que pondrá patas arriba la Italia industrial y metropolitana.Ojo: «función de partido», esto es, intento de construir en ydesde el movimiento una serie de mediaciones de organiza-ción, de tiempos, de comunicación, que permitieran que elmovimiento expresara, en el corto plazo, en las secuenciastácticas del conflicto, una fuerza «igual y contraria» a la dela reestructuración y la represión operada por el mando delcapital. A la hora de considerar el disputado «neoleninis-mo»4 de «Pot. Op.» sería imperdonable olvidar que aquí, adiferencia de la ortodoxia bolchevique y tercerinternaciona-lista, «al movimiento le corresponde la estrategia, al partidola táctica». Nada que ver, pues, con el efímero y olvidablepaso por el escenario italiano del aquel periodo de las mil yuna versiones clónicas del izquierdismo europeo posterior a1968. En efecto, Virno encontrará en Potere Operaio una«gran apertura sobre Marx y las luchas».5 Marx contra elmarxismo. Entre las virtudes de la experiencia de «Pot. Op.»no sólo está la de haberse planteado problemas reales yactuales de un movimiento real, sino también la de haberoptado por disolverse y comenzar de nuevo ante la imposi-bilidad práctica de resolverlos:

En esto reside la labilidad y la fragilidad de la experiencia polí-tica: la cuestión, naturalmente, es la del tiempo debido, el tiem-po justo, la de si esta secuencia de salida del fordismo por partede los capitalistas se produce en los tiempos que ellos decideny como secuencia repentina, de tal suerte que el marco social,el marco de las subjetividades cambia completamente y tú hasperdido; el problema consistía en estar dentro de esta secuen-cia, y no en oponerse a la misma en nombre de la belleza de laslíneas de montaje. En definitiva, el problema era el del signo deesta secuencia: hay una fase delicada de tránsito en la que sejuega todo. Así, pues, reivindico también que en la fase final[de Potere Operaio], que es la más lívida, la más cargada ade-más de resentimientos y en muchos aspectos la más detestable,había sin embargo un verdadero núcleo de discusión.6

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4. Franco Berardi Bifo, que participara también en la experiencia de «Pot. Op» hacede esta cuestión del «leninismo» una de las discriminantes de su evolución en Lanefasta utopia de Potere Operario. Lavoro tecnica movimento nel laboratorio politico delSessantotto italiano, Roma, I libri di DeriveApprodi, Castelvecchi Editoria, 1998.5 «Intervista a Paolo Virno –21 aprile 2001», op. cit.6 Ibid.

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Tras la disolución de Potere Operaio –que dará lugar a laformación de la galaxia de la Autonomia Operaia–, comien-za para Virno un periodo de militancia sin organización,pero no por ello menos intensa. Asiste así activamente a laeclosión de las nuevas formas de expresión de la nuevacomposición de clase nacida de la reestructuración capita-lista en curso y de lo que ya entonces empieza a describirsecomo dimensión social y metropolitana de los procesos devalorización capitalista: todo lo cual estallará, como señalaVirno en «Do you remember counterrevolution?»,7 con el«movimiento del 77». La explosión literal de nuevos com-portamientos de una fuerza de trabajo social, anfibia, sor-prendentemente adaptada al terreno de la reestructuraciónde las relaciones laborales, entre formación y acceso al mer-cado del trabajo precario y atípico, al uso inteligente de losnichos de gasto social, así como a la reapropiación de losnexos cooperativos y administrativos metropolitanos dentrode una dimensión de inmediatez del goce y de la expresióndel contrapoder metropolitano, modificará de arriba abajolos enfoques del análisis, que a duras penas lograrán aferrarlas consecuencias de la renovación salvaje del proyectorevolucionario que comenzara a pergeñarse a la par que sepracticaba –sobre todo desde el «otoño caliente» de 1969. El«rechazo del trabajo», contenido estratégico intrínseco a lasluchas autónomas del obrero-masa, cobra ahora una dimen-sión constituyente que, más allá de la expresión del rechazode la inhumanidad del sistema de la gran fábrica fordista ytaylorista, comienza ahora a manifestarse como éxodo acti-vo de la sociedad del trabajo y de sus configuraciones antro-pológicas. Nadie se ahorrará por ello las aporías a que estaconmoción abocará a las distintas expresiones del archipié-lago de la Autonomia:

La figura proletaria que emerge de la reestructuración choca vio-lentamente con la organización urbana, con la administración delos flujos de beneficios, y se bate por el autogobierno de la jornadalaboral. Este segundo tipo de ilegalidad, que en líneas generalespuede conectar con la experiencia autónoma, no posee nunca el

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7. Véase el apéndice de este mismo volumen.

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carácter de un proyecto orgánico, y se distingue por la total coinci-dencia entre la forma de lucha y la consecución del objetivo. Estoconlleva la ausencia de «estructuras» o «funciones» separadas,específicas, predispuestas al empleo de la fuerza.8

Derrotado, como sabemos, el «movimiento del 77» persistirácomo acontecimiento sísmico intempestivo, piedra de toquedel análisis sucesivo, huella imborrable de la nueva compo-sición de clase. La accidentada y discontinua vida de la revis-ta Metropoli. L’autonomia possibile, se cifra en el intento dedar cuenta de este exordio de lo que ya en la década de 1990recibiría nombres comunes: postfordismo, intelectualidad demasas, virtuosismo, esfera pública no estatal, éxodo. Sinembargo, a juicio de Virno, «las cosas, no digo ya significati-vas, porque los juicios pueden ser distintos, sino aquellasobjetivamente más reseñables, por ejemplo, de la elabora-ción de Luogo Comune, han sido una continuación, un afi-namiento, también con mayor peso cultural y político, decosas que ya se habían expresado en su totalidad dentro deMetropoli».9 Concebida en un primer momento como revistade toda el área del «movimiento del 77», el vórtice represivoque arrastra al movimiento, notablemente tras el secuestro yasesinato de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas, res-tringirá la composición del proyecto. Sus cinco números, pu-blicados entre 1979 y 1981, serán secuestrados y llevarán asus redactores a la cárcel, infamemente acusados de dirigir,desde sus páginas, los pasos del terrorismo de extrema iz-quierda en Italia. Virno habrá de vivir este proceso desde el6 de junio de 1979, día en el que será detenido, junto a LucioCastellano y Libero Maesano, también redactores de la revis-ta. Comienza así una travesía carcelaria con breves periodosde libertad, común a casi toda una generación política. Con-denado a 12 años de cárcel, será absuelto (junto con otrosimputados del proceso «7 de abril») en 1987.

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8. «Do you remember revolution», texto redactado por Paolo Virno a partir de ladiscusión colectiva de algunos de los presos en las cárceles especiales tras las ope-raciones judiciales, políticas y mediáticas contra la Autonomia que comenzara conel gran arresto de sus principales exponentes el 7 de abril de 1979, publicado ori-ginalmente el 20 y 22 de febrero de 1983 en el diario Il Manifesto. Recogido en ToniNegri, El tren de Finlandia, Madrid, Libertarias/Prodhufi, 1990, pp. 69-90.9. «Intervista a Paolo Virno –21 aprile 2001», op. cit.

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«Éste es el catálogo…»

La década de 1990 supone para Virno y sus compañeros de militan-cia y pensar el ingente esfuerzo de crear un lenguaje común de latransformación acaecida. Alumbrar los nombres de la «nueva espe-cie».10 La tarea es inmediatamente política:

El problema consistía en producir, por más que se diera de unamanera un poco afectada, trabajosa, produciendo palabras-clave (general intellect, lenguaje y producción, éxodo) un pano-rama mental (¿qué es más material que un panorama mental?),al objeto, sin embargo, de reunir grupos, grupos de militantes,grupos de militantes intelectuales. De tal forma que éstos, conexperimentos cautos, sobre la renta básica, sobre las nuevas for-mas de producción, la fábrica innovada, el trabajo no de fábri-ca, etc., pudieran comenzar a diseñar trayectos prácticos.Naturalmente, al hacerlo surgen todo tipo de dificultades, setrata de tiempos largos, en los que tantas veces hay que mene-ar la cabeza e intentar hacer las cosas de otra manera.11

En efecto, una política para la «nueva especie» del trabajovivo, para la «intelectualidad de masas» –que tantos equívo-cos, quién sabe si deliberada y provocativamente buscados,habrá de acarrear. Destruir la maldición que sobre el víncu-lo trabajo vivo/acción política/libertad arrojaran contrarre-volución neoliberal, «años de plomo» y pensiero debole.Tiempo de reconocimiento del nuevo modo de producción,de puesta en práctica de las herramientas perceptivas y cog-nitivas adecuadas para la «gran política» que el «movimien-to del 77» y la biografía individual y colectiva marcan comodestino. Los distintos ensayos recogidos en este libro danperfecta cuenta de este proceso de elaboración y de susresultados, siempre provisionales y abiertos. No en vano, entoda la literatura «post-operaista» se mantiene ese rasgocomún que reúne, a pesar de la diseminación, a las distintasempresas teóricas y políticas nacidas a raíz del primer ope-

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10. Véase el documento, firmado por los «Inmaterial Workers of the World», «Chete lo dico a fare?», publicado en español en la revista madrileña Contrapoder, 4/5,invierno 2001.11. «Intervista a Paolo Virno –21 aprile 2001», op. cit.

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raismo, un continuo en el que «la naturaleza colectiva ycolaborativa del proyecto asegura siempre que no se trata deun proyecto de renuncia sino de alegría, una aventura alegrede intervención política e intelectual».12 Es ésta la tarea quedesempeñan, a principios de la década de 1990, revistascomo Luogo Comune y, tras ésta, Derive Approdi.13

La clave de bóveda de estos ensayos puede ser lasiguiente: la «contrarrevolución» de la década de 1980 correparalela a una transformación del modo de producción queno puede leerse, como nunca lo fue en la «tradición» operais-ta, tan sólo desde el punto de vista del capital. La experien-cia contemporánea nos dice que el «lugar del trabajo» ha des-aparecido precisamente porque toda la vida ha sido puesta atrabajar. Éste es el contenido extraordinario del análisis delprofético Fragmento sobre las máquinas de los Grundrissemarxianos que nos ofrece Virno. Lejos, pues, de las desenca-minadas fábulas de un Gorz o un Rifkin, nunca se trabajótanto y en todo momento, nos dice Virno. Los pasajes mar-xianos sobre el paso de la «subsunción formal» a la «subsun-ción real»14 del trabajo en el capital son estimulantes al res-pecto, pero para evitar los paralogismos apologéticos de unGabriel Albiac15 –dicho sea por citar una subespecie local del«fin de la política», deberemos acompañarlos de los apuntesgenealógicos y fenomenológicos que nos propone Virno. Loque, por añadidura, nos ayudará a comprender la enigmáti-ca expresión «comunismo del capital» con la que Virno seatreve a definir nuestra situación contemporánea. Tal ycomo leemos en «Do you remember counterrevolution?», laanticipación del postfordismo en Italia –y por añadidura enel resto de Europa– ha corrido a cargo de las luchas, lengua-jes y deseos del nuevo proletariado social surgido en y de la

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12. Michael Hardt, recogido de «Itinerario de Toni Negri», publicado como apén-dice a Toni Negri, Arte y multitudo. Ocho cartas, Madrid, Trotta, 2000.13. Véase www.deriveapprodi.org.14. Véase, Karl Marx, «Resultados del proceso inmediato de producción», capítu-lo VI (inédito) del Libro I del Capital, México, Siglo XXI, 1985.15. Véase, entre otras variantes de un mismo texto sobre la subsunción real mar-xiana, las aparecidas en los volúmenes Adversus socialistas, Madrid, Libertarias, 1989,y Desde la incertidumbre, Barcelona, Plaza & Janés, 2000.

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reestructuración capitalista. Los contenidos materiales deestas luchas han sido «recogidos» por las agencias de lareestructuración del capital y convenientemente devueltoscomo un doble monstruoso a la nueva composición: «socie-dad de la comunicación», «flexibilidad», «denuncia de los pri-vilegios corporativos», «pensamiento débil», etc. La «nuevaespecie» crece en este terreno devastado y sin referencias enel que los deseos de liberación del tiempo cronométrico for-dista, la búsqueda del goce inmaterial, afectivo e intelectual,la valorización de lo singular e irrepetible, la instancia de la«buena vida» se venden cual imágenes grasientas pegadas almonitor de un mugriento PC, en casa y/o en el trabajo.

Ni la «informatización», ni en nuestros días la «glo-balización» explican nada, sino que deben ser explicadas.Las nuevas fuerzas productivas sociales del trabajo vivoproporcionan una explicación. Brevemente: el uso del len-guaje, la transmisión de informaciones, el manejo y la ela-boración de paradigmas, el cálculo y la decisión entre opcio-nes, etc., se presentan como los resortes decisivos de lavalorización del capital, del mundo contemporáneo a secas.Esta sobreabundancia cognitiva antecede como presupues-to común, justamente como «abstracción real» constitutivade cada individuo. Para la que no hay reglas éticas ni orien-taciones que no se sitúen más acá de la potente eficacia deeste intelecto general. De ahí que la catástrofe de la «salidade quicio» del tiempo social productivo se torne, en las con-diciones de nuestro «comunismo del capital», en predomi-nio de oportunismo, cinismo y miedo. La dimensión artifi-cial, contingente e imprevisible –«virtuosa», justamente– dela experiencia motivada por la entrada en producción dellenguaje como facultad, como potencia de enunciación, sepresenta desmesurada e inaferrable para cualesquiera reglaso preceptos anteriores, pertenecientes al ámbito en el quetrabajo, acción e intelecto eran distinguibles. Esta cesuraentre eticidad y producción, entre actividad singular delintelecto general y producción de valores de la experienciada cuenta de la situación moral contemporánea y de lahegemonía del liberalismo popular durante las décadas de1980 y 1990. Paradójicamente, la compartición de un inte-

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lecto general por cada singularidad productiva se torna enexacerbación de fobias, particularismos y «pequeñaspatrias». La sobreabundancia de posibilidades operativas ypragmáticas en horror al vacío y añoranza de «tierras nata-les». La esfera pública en esfera de la publicidad. Ensayoscomo «Ambivalencia del desencanto» y «Charla y curiosi-dad» atacan con perspicacia extraordinaria esta cuestión,poniendo de manifiesto la «verdad» no declarada del cínico,el oportunista y el miedoso, su adecuación al modo de pro-ducción postfordista, así como las condiciones de partida deuna instancia ética a la altura de la situación.

Las «Tesis sobre el nuevo fascismo europeo» y«Virtuosismo y revolución» abordan el problema de laacción política desde dos lados contrapuestos: por un lado,el peligro inminente de que, en la «tierra de nadie» quedetermina la crisis irreversible de la relación entre trabajovivo y política, entre intelecto general y democracia, se pre-pare el terreno para un nuevo fascismo que recoja miedos,aspiraciones, anhelos de seguridad y «hogar» de la intelec-tualidad de masas. Hoy advertimos la fuerza premonitoriade este ensayo escrito en 1993. Por el otro, la afirmaciónelocuente y –tal es la innegable factura de este ensayo yairreversiblemente clásico– eurítmica de que las condicionesestán dadas para practicar una política de la multitud pos-fordista. Implícita en la polaridad que presentan estos ensa-yos está la naturaleza ambivalente de la multitud misma.Para Virno, si el trabajo vivo contemporáneo se presentacomo multitud irrepresentable, habida cuenta de su consti-tución misma como infinidad sobreabundante y singular deactos cognitivos, comunicativos y perceptivos artificiales y,por ello mismo irreductible a unidad de medida, analogía oequiparación –como sucediera con la mítica clase obrera delos distintos proyectos socialistas, cuya regla de igualdad yrepresentación estaba calcada sobre la ley (de la medida)del valor-trabajo–, este carácter de multitud es premisa,modo de ser, y no promesa, garantía e inherencia de liber-tad y positividad.16 Punto de partida y no solución anticipa-

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16 Véase Paolo Virno, Grammatica della moltitudine, Roma, DeriveApprodi, 2002, p.15 (de próxima publicación en español).

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da.17 El problema consiste en hacer materialmente que el«Uno» de la multitud posfordista articule sus instancias delibertad a partir de aquello que le es común en la singulari-dad: el intelecto general precisamente. Los lugares comunesde las facultades lingüística y cognitiva. La construcción delos espacios políticos del intelecto común, de la «Repúblicade la multitud» se traducen para Virno en la hipótesis de unaesfera pública no estatal, esto es, de un ámbito de los asuntoscomunes en el que singularidad, unicidad, individuación, porun lado, y la dimensión pre-individual del intelecto, generalintellect del trabajo vivo contemporáneo, por el otro, interac-túen para la libertad, para el goce de esa condición que acasola abolición del trabajo asalariado, la disolución del Estado yla valorización de aquello que hace único e irrepetible la vidade cada uno permitan llamar, sin vergüenza alguna, comu-nismo. La temática del éxodo añade si cabe, amén de fasci-nantes problemas aún abiertos para la filosofía política insu-misa a la teodicea del Estado, una poderosa imaginación poé-tica de esta transformación practicable.

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17 De ahí que Virno afirme que «cuando se piensa en la multitud posfordista o enlo que se quiera, es necesario introducir la categoría del «mal» (entendido, claroestá, de determinada manera), de lo negativo. Entonces, el problema ha sido queel operaismo ha criticado la dialéctica, porque la dialéctica era en cierto modo cosade estafadores; esto no significa que Hegel fuera un estafador, pero era un instru-mento de poco fiar. Sin embargo, a mi modo de ver la crítica de la dialéctica nodebía desembocar en la crítica de lo negativo, es decir, de la posibilidad de la catás-trofe, de que las cosas salgan «de puta pena». En «Intervista a Paolo Virno –21aprile 2001», op. cit.t

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Advertencia sobre la presente edición

Los ensayos que aparecen en este volumen constituyen unasignificativa selección de la producción de Paolo Virnodurante la década de 1990. De acuerdo con el autor, se reú-nen textos publicados en buena parte en la revista LuogoComune, que se editó entre 1990 y 1993, y en la que parti-cipaban, entre otros, Giorgio Agamben, Franco Berardi Bifo,Lanfranco Caminiti, Lucio Castellano, Augusto Illuminati,Sandro Mezzadra, Agostino Petrillo y Franco Piperno. Elresto de los textos forman parte de libros colectivos publica-dos en editoriales como Manifesto Libri (Roma) y Feltrinelli(Milán). Nuestro agradecimiento a Paolo Virno por las faci-lidades y consejos para la realización de esta edición.

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1. EL FASCISMO EUROPEO de finales de siglo es el hermanogemelo, o bien el «doble» terrorífico de las más radica-les instancias de libertad y de comunidad que se entrea-bren en la crisis de la sociedad del trabajo. Es la carica-tura maligna de lo que podrían hacer hombres y mujeresen la época de la comunicación generalizada, cuando elsaber y el pensamiento se presentan nítidamente comoun bien común. Es la transformación en pesadilla deaquello que Marx llamaba el «sueño de una cosa».

El fascismo posmoderno no arraiga en las habi-taciones cerradas del Ministerio del Interior, sino en elcaleidoscopio de las formas de vida metropolitanas. Nose desarrolla en el ámbito siempre temible de los apa-ratos institucionales, sino que concierne a aquello quesería más digno de esperanza: los comportamientoscolectivos que se sustraen a la representación política.No es un feroz agarradero del poder constituido, sino laconfiguración eventual del «contra-poder» popular.Puede convertirse en un rasgo fisionómico por parte delas clases subalternas, en el modo en que éstas exorci-cen y al mismo tiempo confirmen su propio caráctersubalterno. En pocas palabras, el nuevo fascismo sedibuja como la guerra civil en el seno de un trabajo asa-lariado arrollado por la tempestad tecnológica y éticadel postfordismo.1 Toca de cerca a la intelectualidad de

1. Tesis sobre el nuevo fascismo europeo

1. En el ámbito de la relación salarial, podemos llamar postfordismo al proceso que,a partir de la mitad de los años setenta, invierte la secuencia keynesiana deman-da/produccion/empleo que reza que los beneficios de hoy hacen las inversionesde mañana y el empleo de pasado mañana. Se trata de la nueva lógica de base delas llamadas políticas de desinflación competitiva, tanto en su versión de derechacomo en la social-liberal, con la salvedad de que lo que para una constituye una

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masa,2 a los impulsos autonomistas y desestatalizado-res, a las «singularidades cualesquiera», a los ciudada-nos avispados de la sociedad del espectáculo.

Frente al fascismo, la izquierda ha tendido amarcar una distancia infranqueable, cuando no inclusouna diferencia antropológica: ahora, en cambio, setrata de reconocer su naturaleza de espejo con capaci-dad deformadora. O sea, su proximidad a las experien-cias productivas y culturales de las que parte tambiénla política revolucionaria. Sólo un gesto de acercamien-to puede predisponer antídotos adecuados. Mirar a lacara al hermano gemelo significa colocar la propia pra-xis en un estado de excepción en el que el curso másprometedor siempre está a punto de bifurcarse encatástrofe.

condición estratégica para reestablecer los mecanismos flexibles de la regulacióncompetitiva de la relación salarial, no representa para la otra más que una medi-cinanecesaria y transitoria, dictada por las constricciones objetivas de la mundiali-zación. En el plano de los procesos productivos y de las formas de mando sobrela cooperación social, el postfordismo remite de modo general a la informatizaciónde lo social, la automatización en las fábricas, el trabajo difuso, la hegemonía cre-ciente del trabajo inmaterial y del llamado terciario (comunicativo, cognitivo y cien-tífico, performativo, afectivo), la mundialización en acto de los procesos producti-vos. El postfordismo es, siempre, crisis, su genealogía no nos lleva al agotamientotécnico de un régimen de acumulación, sino al cuestionamiento de las propiasbases de control de la relación salarial y de subordinación del trabajo vivo al tra-bajo muerto, del capital variable al capital fijo. La crisis es una crisis social, quecorresponde al desarrollo de un sujeto colectivo que se ha negado como fuerza detrabajo y como consumidor masificado, vaciado de toda cualidad y toda existenciaautónoma, salvo en su integración en el capital. Hay una continuidad que une lamicroconflictividad, el absentismo sistematico, el sabotaje (el rechazo del trabajoen la cadena), al deseo general de promoción social (lucha por la escolarización demasa) y de valorización de las capacidades como medios de reapropiación de losmecanismos sociales de la producción y la reproducción. (N. del E.)

2 Intelectualidad de masa es un intento, siempre prospectivo, de definir al proletaria-do posfordista. Este se ve constituido por una masa obrera reestructurada por losprocesos de producción informatizados y automatizados, procesos gestionados demanera centralizada por un proletariado intelectual cada vez más numeroso y cadavez más metido en el trabajo en la informática, la comunicación, la formación;subtendido y constituido por la imbricación permanente de la actividad técnico-científica y del duro esfuerzo de la producción de las mercancías, por la combina-ción cada vez más íntima del tiempo de trabajo y de las formas de vida. (N. del E.)

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2. El fascismo europeo de finales de siglo es una res-puesta patológica al progresivo desplazamientoextraestatal de la soberanía y a la evidente obsolescen-cia que en lo sucesivo caracteriza al trabajo sometido aun patrón. Ya sólo por estos motivos, está en las antí-podas del fascismo histórico. Cualquier eco o analogíasugerida por el término sólo lleva a confusión. No obs-tante, el uso del término es oportuno: oportuno paraseñalar, hoy como en los años veinte, un fenómenoesencialmente diferente de una inclinación conserva-dora, iliberal, represiva por parte de los gobiernos.Para señalar, precisamente, a un «hermano gemelo»robusto y espantoso.

3. A veces se ha designado la metamorfosis de los sis-temas sociales en Occidente, durante los años treinta,con una expresión tan perspicua como aparentementeparadójica: socialismo del capital. Con ella se alude alpapel determinante que asume el Estado en el cicloeconómico, al final del laissez-faire liberal, a los proce-sos de centralización y planificación conducidos por laindustria pública, a las políticas de pleno empleo, alexordio del Welfare. La réplica capitalista a la revolu-ción de Octubre y a la crisis del 29 fue una gigantescasocialización (o mejor dicho, estatalización) de las rela-ciones de producción. Por decirlo con Marx, se dio«una superación de la propiedad privada en el propioterreno de la propiedad privada».

Como sabemos, el fascismo histórico representóuna variante o una articulación del «socialismo delcapital». Hiperestatalismo, militarización del trabajoque no se distingue de su exaltación, apoyo público ala demanda efectiva, fordismo3 político (es decir, su

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3. El fordismo como proceso de modificación de la relación salarial y productivay reproductiva fue el producto complejo y progresivo de las luchas de la clase obre-ra americana. El modelo de la gran firma y el oligopolio concentrado, por encimade las determinaciones económicas (los mercados de masa y la economías de esca-la), se forjó a finales del siglo pasado para responder a la desestructuración de lasreglas de la competencia del mercado de trabajo. De hecho, los principios de laOCT (organización científica del trabajo) se definieron durante esta misma época,

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trasformación en forma de gobierno): he aquí algunosde sus rasgos más importantes. El modelo elaboradopor Lord Keynes tuvo una realización práctica no sóloen el New Deal roosveltiano, sino también en la políti-ca económica del Tercer Reich.

La metamorfosis de los sistemas sociales enOccidente, durante los años ochenta y noventa, puedesintetizarse del modo más pertinente con la expresión:comunismo del capital. Esto significa que la iniciativacapitalista orquesta, a su favor, precisamente las con-diciones materiales y culturales que asegurarían unsereno realismo a la perspectiva comunista. Pensemosen los objetivos que constituyen la «sustancia de lascosas esperadas» de los revolucionarios modernos:abolición del escándalo intolerable que es la persisten-cia del trabajo asalariado; extinción del Estado comoindustria de la coerción y «monopolio de la decisiónpolítica»; valorización de todo lo que hace irrepetible lavida de los individuos. Pues bien, en el curso de la últi-ma década se ha puesto en escena una interpretacióncapciosa y terrible de esos mismos objetivos. En pri-mer lugar: la irreversible contracción del tiempo detrabajo socialmente necesario ha ido pareja al aumen-to del horario para quien está «dentro» y de la margi-nación para quien se queda «fuera». También, y enespecial cuando es exprimido por las horas extraordi-narias, el conjunto de los trabajadores dependientes sepresenta como «superpoblación» o «ejército industrialde reserva». En segundo lugar, la crisis radical, o inclu-so la disgregación, de los Estados nacionales se explicacomo reproducción en miniatura, cajas chinas, de laforma-Estado. En tercer lugar, tras la caída de un«equivalente universal» capaz de una vigencia efectivaasistimos a un culto fetichista de las diferencias: sólo

mucho antes del desarrollo de la producción de masa, con el fin de privar al «obre-ro profesional» de su savoir-faire, en el que descansaban su autosuficiencia produc-tiva y el proyecto político autogestionario (cuyo equivalente en Europa fue elmovimiento de los «consejos» a finales de la segunda década de este siglo). El «cro-nómetro» y, a continuación, la cadena de montaje determinaron un formidableproceso de abstracción del trabajo. (N. del E.).

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que éstas últimas, reivindicando un subrepticio funda-mento substancial, dan lugar a todo tipo de jerarquíasvejatorias y discriminadoras.

El fascismo europeo de finales de siglo se nutredel «comunismo del capital». Juega la partida en elconfín incierto entre trabajo y no-trabajo, organiza a sumanera el tiempo social excedente, secunda la prolife-ración cancerosa de la forma-Estado, ofrece refugiosvariables a la ausencia de pertenencia y el desarraigoque surgen del vivir la condición estructural de «super-población»; escande «diferencias» lábiles y sin embar-go amenazadoras.

4. Max Horkheimer, en su estudio de 1942 sobre elEstado autoritario, determina la base material del fas-cismo en la destrucción sistemática de la esfera de lacirculación en tanto ámbito de la Liberté y de la Égali-té. La concentración del proceso productivo por partede los monopolios desautoriza, según Horkheimer, laapariencia de un «intercambio justo» entre sujetosparitarios en el que se basa la igualdad jurídica y todoel «Edén de los derechos» burgués. Con la degrada-ción de la libre competencia se desmorona la libertadtout court. El despotismo del régimen de fábrica, lejosde permanecer como una verdad oculta e impresenta-ble, pasa al primer plano, pone a su servicio teatral-mente el ámbito de la circulación, se convierte enmodelo institucional, se afirma como auténtico nomosde la tierra. Los módulos operativos de la producciónde masa irrumpen en la política y en la organizacióndel Estado. Los procedimientos basados en el consen-so (cuyo modelo es el intercambio de equivalentes)dan paso a procedimientos prescriptivos de caráctertécnico, suministrados por las conexiones concretasdel proceso de trabajo.

En la posguerra, el antifascismo toma acta de las con-diciones materiales que habían determinado el naufragio delos regímenes liberales. En consecuencia, para no dejarse bur-lar por las palabras, concibe la democracia en primer lugarcomo democracia industrial. Los titulares de la ciudadanía no

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son ya los individuos atomizados que interaccionan en elmercado, sino los productores. Identidad trabajista eidentidad democrática tienden a coincidir. El individuoes representado en el trabajo, el trabajo en el Estado:ese es el proyecto global, ya sea realizado o relegado enel tiempo, pero siempre dotado de dignidad constitu-cional. El ocaso de la Primera república italiana no sedistingue de la conflagración de ese proyecto, de la des-aparición de sus propios fundamentos. Y sobre losescombros de la democracia industrial se deja ver lasilhouette del fascismo posmoderno.

El peso sólo residual del tiempo de trabajo en laproducción de la riqueza, el papel determinante que enella desempeñan el saber abstracto y la comunicaciónlingüística, el hecho de que los procesos de socializa-ción tengan su propio baricentro fuera de la fábrica yde la oficina, el civilizado desprecio hacia cualquierreedición de la «ética del trabajo», todo ello y aún máscosas hacen políticamente irrepresentable a la fuerzade trabajo posfordista. Si tal irrepresentabilidad nodeviene un principio positivo, un eje constitucional, unelemento definitorio de la democracia, aquella, comomero «ya no», puede determinar las condiciones parauna drástica restricción de las libertades.

El fascismo posmoderno hunde sus raíces en ladestrucción de la esfera laboral como ámbito privile-giado de la socialización y lugar de adquisición de laidentidad política.

5. Marx decía: la fuerza de trabajo no puede perdersus cualidades de no capital, de virtual «negación delcapital», sin dejar de constituir al instante la levaduradel proceso de acumulación. Hoy habría que decir: lafuerza de trabajo posfordista no puede perder suscualidades de no trabajo (o sea, no puede dejar de par-ticipar en una forma de cooperación social másamplia que la cooperación productiva capitalista) sinperder al mismo tiempo sus virtudes valorizadoras.En las fábricas de la «calidad total» o en la industriacultural, es buen trabajador el que vierte en la ejecu-

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ción de la propia tarea actitudes, competencias, sabe-res, gustos, inclinaciones maduradas en el vastomundo, fuera del tiempo específicamente dedicado al«curro». Hoy merece el título de Stajanov quien sacaprovecho profesionalmente de un actuar-en-conciertoque sobrepasa (y contradice) la estrecha socialidad delas «profesiones» conocidas.

La política estatal apunta a recuperar, siempre ydesde el principio, la cooperación social excedente a lacooperación laboral, imponiendo a aquella los criteriosy unidades de medida de ésta. El fascismo de finales desiglo, en cambio, da una expresión directa a la «coope-ración excedente»: pero una expresión jerárquica,racista, despótica. Hace de la socialización extralaboralun ámbito descompuesto y bestial, predispuesto al ejer-cicio del dominio personal; instala en él los mitos de laautodeterminación étnica, de las raíces recuperadas,del «suelo y la sangre» de supermercado; reestableceentre sus pliegues vínculos familiaristas, de secta o declan, destinados a conseguir el disciplinamiento de loscuerpos que ya no proporciona la relación de trabajo.

El fascismo de finales de siglo es una forma decolonización bárbara de la cooperación social extrala-boral. Es la parodia granguiñolesca de una políticafinalmente no estatal.

6. Las principales orientaciones de la cultura europeade la última década no ofrecen un antídoto, ni tampocoun indiscutible punto de resistencia al nuevo fascismo.Es más, este último distorsiona y reutiliza, en una espe-cie de némesis ultrajante, conceptos e imágenes-del-mundo, aparejados para celebrar el «fin de la historia»y de sus ritos sangrientos. En particular, el pensamien-to posmoderno, que ha descrito la reducción a trabajoasalariado del saber y del lenguaje como una irrupciónliberadora de las «diferencias», o como un eufóricopaso del Uno a los Muchos, no puede considerarse ino-cente cuando es precisamente en los Muchos donde seafirman formas fascistas de microfísica del poder.

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7. La crisis de la democracia representativa es inter-pretada, en Italia, por las Leghe4 y por algunas compo-nentes de las formaciones referendarias: por tanto, porlos baciabambini5 de la «segunda república». Sonvoces diversas entre sí, es más, en competencia unascon otras, pero todas hacen coincidir la descomposi-ción de la representación (o, mejor dicho, de la repre-sentabilidad) con la restricción de la participaciónpolítica y de la democracia en general. Cuidado: escierto que no se trata de posiciones «fascistas», sino deproyectos cuya realización determina el espacio vacío,o la tierra de nadie en la que el fascismo de finales desiglo puede de hecho fortalecerse.

Hoy, el antifascismo radical consiste en concebirla crisis de la representación no ya como inevitableesclerosis de la democracia, sino, por el contrario, comola ocasión extraordinaria para su desarrollo sustancial.Dicho de otro modo, inmunizarse del «hermano gemelo»significa, hoy, elaborar y experimentar organismos dedemocracia no representativa. Frente a la riña furibun-da entre proporcionalistas y mayoritarios (ayer), asícomo entre primoturnistas y segundoturnistas.

4. Las Leghe, las Ligas, representan, a veces de manera caricaturesca pero no menosreal, a las nuevas fuerzas productivas de las pequeñas y medianas empresas de secto-res punta que se han afirmado en el Norte (es decir, en una de las zonas productivasmás ricas de Europa). Las Ligas proponen expresamente y en la actualidad ponen enpráctica (en el caso de la Liga Lombarda) el fin de la Primera República, una nuevaconstitución federal y un liberalismo económico extremo. Por lo demás su composi-ción política y cultural es extremadamente reaccionaria. (N. del E.)

5. Literalmente, besaniños. (N. del E.)

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Tratado de las pasiones

EN LA CULTURA MEDIÁTICA subyacen estados de ánimo,actitudes e inclinaciones emotivas que han sido objetode la atención duradera de la reflexión ética. Agustínde Hipona, Montaigne, Pascal y La Rochefoucauld hanescrito páginas que podrían figurar provechosamenteen un manual de instrucciones para funcionarios de latelevisión. Se trata, sin embargo, de páginas que estosautores dedican a la debilidad de carácter, a los aspec-tos menos nobles del comportamiento individual ycolectivo: olvido de sí mismos, inconstancia, fatuidad,incapacidad de recogimiento y concentración, etc. Laindustria de la comunicación presupone un «tratado delas pasiones» lleno de matices; pero este tratado, a pri-mera vista, parece incluir sólo o sobre todo pasionesmalas, sentimientos reprobables, conductas degrada-das. ¿Es así a ciencia cierta?

Simplifiquemos al máximo la cuestión. La «for-mación difusa» (denominada también «ininterrumpi-da»), que tiene su baricentro en Internet y, en general,en los nuevos media, ocupa el espacio que se despliegaentre un «ya no» y un «todavía no». Ya no se trata deuna telaraña de tradiciones consolidadas, en condicio-nes de proteger a la praxis humana de la aleatoriedady la contingencia, y todavía no de la «comunidad detodos aquellos que ya no pueden contar con ningunacomunidad predeterminada» (Bataille). Habitar esteespacio exige un gran esfuerzo de adaptación, ductili-dad y rapidez de reflejos. Pues bien, muchas de lasinclinaciones que la filosofía moral había juzgado conseveridad, subrayando su carácter disipador o morboso,

2. Charla y curiosidad. La «formación difusa» en el postfordismo

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se presentan como requisitos preciosos para adaptarsecon ductilidad y rapidez a la tierra de nadie contenidaentre el «ya no» y el «todavía no». Determinados senti-mientos reprobables se tornan en recursos cognitivos,esto es, en instrumentos de aprendizaje y experimenta-ción. El lado oscuro de la ética adquiere una crecienteimportancia epistemológica, toda vez que ayuda a com-prender (y por ende a arrostrar) la mutabilidad perma-nente de los modelos operativos y de los estilos de vida.La inconstancia, la fatuidad y el oportunismo permitencontraer nuevos hábitos perceptivos; absorber los cho-ques con lo imprevisto; orientarse lo mejor posible enterritorios desconocidos. El «tratado de las pasiones»ínsito en el funcionamiento material de los mediamerece una valoración desapasionada: es, en primerlugar, una caja de herramientas. Herramientas rudi-mentarias y provisionales, qué duda cabe, pero quecontribuyen a delinear formas inéditas de experiencia.

Cabe ejemplificar la transformación de propen-siones morales inconvenientes en virtudes epistemo-lógicas (o, si se prefiere, en capacidades técnicas) dis-cutiendo brevemente sobre dos fenómenos conocidísi-mos (y de nefasta reputación) de la vida cotidiana: lacharla, esto es, un discurso sin estructura ósea, indi-ferente respecto a los contenidos que en cada momen-to roza, contagioso y proliferante; y la curiosidad, esdecir, la insaciable voracidad de lo nuevo en tanto quenuevo.

Un sujeto parlanchín y entrometido

Pasiones mediáticas por excelencia, la charla y lacuriosidad han sido analizadas a fondo por MartinHeidegger en Ser y tiempo (parágrafos 35 y 36).Resulta imposible dar aquí detallada cuenta de estecélebre análisis. Nos limitamos a advertir que hare-mos de él un uso instrumental y desenvuelto. Tandesenvuelto como para emplear en ocasiones las pala-bras de Heidegger contra el propio Heidegger. Para

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empezar, dos breves alusiones al contexto temático enel que se coloca el tratamiento heideggeriano de laspasiones mediáticas.

En Ser y tiempo, la charla y la curiosidad sondenunciadas como manifestaciones típicas de la «vidainauténtica». Esta última se caracteriza por la nivela-ción conformista de todo sentir y todo comprender. Enésta al pronombre impersonal «se»le corresponde eldominio incontestable : se dice, se hace, se cree unacosa u otra. El «se» es anónimo e invasivo. Nutre decertezas tranquilizadoras, difunde opiniones siempreya compartidas. Es el sujeto sin rostro de la comunica-ción mediática. Instituye ese «estado interpretativopúblico» en cuyo seno se despliega la cotidianidad de lasociedad de masas. No hace falta añadir que, precisa ysolamente, el «se» alimenta la charla y desencadenauna curiosidad insaciable y carente de mesura.

Segunda observación somera. El «se» parlan-chín y entrometido oculta, o tergiversa, el rasgo carac-terístico de la existencia humana: el «ser-en-el-mundo». Pertenecer al mundo no significa en absolutocontemplarlo de manera desinteresada. Por el contra-rio, esta ineludible pertenencia supone una implicaciónpráctica, una actividad manipuladora, una asidua«cura». Cabría decir: la vida auténtica, es decir, con-forme al «ser-en-el-mundo» efectivo, encuentra unaexpresión adecuada en el trabajo. El mundo es, antetodo, un mundo-taller, un conjunto de medios y finesproductivos, el teatro (y el objeto) de una alacridadgeneralizada. Según Heidegger, aquel que habla y seabandona a la curiosidad, no trabaja; se ha alejado dela ejecución de una tarea determinada; ha suspendidoo puesto en sordina toda seria «cura». El «se», ademásde anónimo, es también ocioso. Su irresponsable fatui-dad se extiende cuando nos las damos de espectadoresdel mundo. En cuyo caso, el mundo-taller cede el pues-to a un ficticio mundo-espectáculo. Escapar del hechi-zo del «se» no se distingue de un volver al trabajo, estoes, de una reapropiación consciente del pragmático yproductivo «ser-en-el-mundo».

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En estas notas querríamos indicar la potencia, laschances, la riqueza latente de la denominada «vidainauténtica». ¿En qué consiste exactamente la expe-riencia del charlatán y del curioso? ¿Es sólo pérdida ycaída, o presenta también una posible ganancia y unaparadójica vía de salvación? ¿En qué medida el «se»mediático deja presentir los contornos de una nuevaesfera pública, bastante distinta de la actual, que coin-cide con los aparatos administrativos del Estado? Eincluso: ¿Es cierto, además, que la charla y la curiosi-dad permanecen confinadas fuera del trabajo, en eltiempo de la distracción y del ocio? ¿No es preciso supo-ner, más bien, que estas actitudes se han convertido enel perno de la producción contemporánea, denominadapostfordista o inmaterial, en la que domina la accióncomunicativa y es valorizada al máximo la capacidadde manejarse entre continuas innovaciones?

Productividad de la charla

La charla da fe del papel preeminente de la comunica-ción social, de su independencia con respecto a todo vín-culo o presupuesto, de su plena autonomía. Autónomacon respecto a fines predefinidos, a empleos circunscri-tos, a la obligación de reproducir fielmente la realidad.En la charla se desvanece ostensiblemente la corres-pondencia denotativa entre palabras y cosas. El discur-so ya no requiere una legitimación externa que le ven-dría proporcionada por los acontecimientos sobre losque versa. Él mismo constituye en lo sucesivo un acon-tecimiento consistente en sí mismo, que se justificapor el mero hecho de acaecer. Escribe Heidegger: «Envirtud de la comprensión media que el lenguaje expre-sado trae consigo, el discurso comunicante [...] puedeser comprendido incluso sin que aquel que escucha secoloque en la comprensión originaria de aquello sobre loque discurre el discurso». Y después: «La charla es laposibilidad de comprenderlo todo sin apropiación preli-minar alguna de la cosa que ha de ser comprendida».

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Para Heidegger, hay un íntimo parentesco entre elauténtico «ser-en-el-mundo», siempre atareado y labo-rioso, y el referencialismo lingüístico. El signo denotael mundo como complejo de medios utilizables; el dis-curso concierne, por regla general, a lo que exige uncometido serio y diligente. Sólo cuando prevalece lainautenticidad de la charla, el lenguaje interrumpe suobra de reflejo funcional de los estados de cosas exis-tentes, poniendo de manifiesto una índole constructivay arbitraria. Dicho sea con una ocurrencia: sólo en laelocución banal y anónima del «se» adquieren una evi-dencia intuitiva algunas tesis de Saussure y Piaget.

La charla resquebraja y confuta el paradigmareferencialista. La crisis de este paradigma intervieneen el origen de los mass media (y de la industria cultu-ral en su conjunto). La emancipación de los enunciadosde la carga de corresponder punto por punto al mundono lingüístico hace que éstos puedan multiplicarseindefinidamente, generándose unos a otros. EscribeHeidegger: «Y precisamente porque el discurso ha per-dido, o nunca ha alcanzado, la relación originaria con elente del que se discurre», lo que cuenta es «la difusióny la repetición del discurso mismo». Difusión y repeti-ción exquisitamente mediáticas, precisamente. Lacharla, habida cuenta de que carece de una referenciaextrínseca, es infundada. Esta falta de fundamentoexplica el carácter lábil y a veces vacuo de la interac-ción cotidiana; es decir, explica ese sentido de pobrezaexperimentado justamente cuando se está en el centrode múltiples flujos comunicativos. Sin embargo, lamisma falta de fundamento permite en todo momentola invención y la experimentación de nuevos discursos.En pocas palabras: si la comunicación ya no trans-mite experiencias dignas de elogio, constituye noobstante la herramienta adecuada para construirexperiencias inéditas. La charla es un ruido defondo: de por sí insignificante (a diferencia de ruidosligados a fenómenos particulares, como una moto enmarcha, un canto, un taladro), ofrece no obstante latrama de la que se extraen variantes significativas,

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modulaciones insólitas y articulaciones imprevistas.La charla no representa nada, pero precisamente porello puede producir de todo.

Desde el nacimiento de la gran industria hasta laconclusión de la época fordista y taylorista, el procesoproductivo ha sido silencioso. Aquel que trabajaba,callaba. Se empezaba a «charlar» sólo a la salida de lafábrica o de la oficina. La principal novedad del post-fordismo consiste en haber puesto el lenguaje a traba-jar. La comunicación social se ha convertido en la mate-ria prima, el instrumento y, a menudo, el resultado finalde la producción contemporánea. Ojo: al trabajador nose le exige un determinado número de frases estándar,sino una acción comunicativa informal, dúctil, capaz deenfrentarse a las más diferentes eventualidades. Lo quees movilizado no es la parole, sino la langue. La facultadmisma del lenguaje, no una de sus aplicaciones especí-ficas. Esta facultad, es decir, la potencia genérica dearticular todo tipo de enunciados, adquiere un relieveorgánico precisamente en la charla mediática. Dehecho, en ésta no cuenta tanto «lo que se dice» como elpuro y simple «poder-decir». Los media presentan deforma concentrada esa acción comunicativa (no refe-rencial, sino constructiva) que desempeña un papel deenorme importancia en todos los sectores de la produc-ción social. En este sentido, cabría sostener que losmedia son el prototipo o el «laboratorio» de los procedi-mientos laborales postfordistas.

La concupiscencia de la vista

A propósito de la curiosidad, Heidegger cita aAgustín de Hipona. En las Confesiones (Libro X, cap.35) el curioso es definido como aquel que se abandonaa la concupiscentia oculorum, a la concupiscencia de lavista, ansioso por asistir a espectáculos insólitos eincluso horribles. «El placer persigue lo que es bello,gustoso, armonioso, suave, blando; la curiosidad quieretener la experiencia incluso de sus contrarios [...] por

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ansia de probar, de conocer. Y, a decir verdad, ¿quéplacer podría sentirse ante la horrible visión de uncadáver despedazado? Sin embargo, si hay uno en algu-na parte, todos acuden allí».

Tanto Agustín de Hipona como Heidegger consi-deran la curiosidad como una forma degradada y per-versa de amor al saber. Una pasión epistémica, en defi-nitiva. Es la parodia plebeya del bíos theoretikós, de lavida contemplativa consagrada al conocimiento puro.Tanto al curioso como al filósofo no les mueven intere-ses prácticos, ambos aspiran a un aprendizaje que cons-tituye un fin en sí mismo, a una «visión» sin finalidadesextrínsecas. De no ser porque, en la curiosidad, los sen-tidos usurpan las prerrogativas del pensamiento: son losojos del cuerpo, no los metafóricos de la mente, los queobservan, hurgan y valoran todos los fenómenos, sinque importe que sean superficiales o profundos, físicoso espirituales. La hipertrofia de la experiencia sensibleimplica que la ascética theoría se transforma en el«ansia de probar, de conocer» del voyeur.

También la curiosidad, como ya sucediera con lacharla, es colocada por Heidegger en el ámbito del notrabajo. Aquélla se propaga cuando se interrumpe elproceso productivo. Justamente entonces el «ver»,hasta ese momento dirigido al cumplimiento de unatarea particular, se torna inquieto, móvil, voluble. La«visión» ya no encuadra los entes en función del crite-rio de su eventual utilizabilidad, sino que, desprendidade toda tarea, busca una satisfacción sólo en sí misma.Escribe Heidegger: «La cura se sosiega en dos casos: opara recobrar fuerzas o porque la obra está terminada.Este sosiego no elimina la cura, sino que libra la visiónrescatándola del mundo de las obras». El rescate delmundo de las obras hace que la «visión» se nutra decualquier cosa, hecho, acontecimiento, reducidos noobstante a otros tantos espectáculos. El juicio deHeidegger es inapelable: en la curiosidad anida unradical extrañamiento; el curioso «sólo se interesa porel aspecto del mundo; de este modo pretende liberarsede sí mismo en tanto que ser-en-el-mundo». No resulta

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difícil captar aquí un eco de las consideraciones dePascal sobre el divertissement, sobre las artimañaspara matar el tiempo. «Nunca buscamos las cosas, sinola búsqueda de las cosas»; «El único alivio de nuestrasmiserias es la diversión y, sin embargo, ésta es nuestramayor miseria. De hecho, es sobre todo la diversión loque nos impide pensar en nosotros mismos y nos llevainsensiblemente a la perdición. Sin ella estaríamosenfrascados en el aburrimiento y éste nos empujaría abuscar un medio más consistente para librarnos de él.Pero la diversión nos deleita y nos hace llegar a lamuerte inadvertidamente.»1

Elogio de la distracción

Justamente aquí, cuando discutimos de la “con-cupiscencia de la vista”, parece oportuno un cotejoaproximado entre la posición de Heidegger y la deWalter Benjamin. Una observación general: en lascélebres páginas de La obra de arte en la época de sureproducibilidad técnica, Benjamin ha puesto a punto,obviamente con otra terminología, una peculiar diag-nosis del «se», de los modos de ser típicos de la socie-dad de masas, en definitiva, de la «vida inauténtica».Una observación específica: la «reproducibilidad téc-nica» del arte y de todo tipo de experiencia, realizadapor los mass media, no es sino el instrumento más idó-neo para satisfacer una universal y omnívora curiosi-dad. Dicho esto, vayamos al punto importante:Benjamin entiende como una promesa lo queHeidegger percibe como una amenaza; así, pues, elo-gia esa «ansia de conocer» el aspecto del mundo que elotro, por el contrario, denigra.

Tanto la curiosidad (en el análisis de Heidegger)como la reproducibilidad técnica (en el análisis deBenjamin) se esfuerzan por abolir las distancias, por

1. B. Pascal, Pensées, ed. Chevalier, n. 203 y 207.

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situar toda cosa al alcance de la mano (o, para ser másprecisos, de la vista). Heidegger: poseído por la curio-sidad, «el ser-ahí busca lo que está lejos únicamentepara acercárselo en sus detalles». Benjamin: «Volverlas cosas espacial y humanamente más cercanas espara las masas actuales una exigencia vivísima, en lamisma medida que la tendencia a la superación de launicidad de cualquier dato mediante la recepción de sureproducción». Sin embargo, esta vocación de la proxi-midad asume un significado muy distinto o inclusoopuesto en los dos autores.

Según Heidegger, a falta de una laboriosa«cura», el acercamiento de lo lejano y lo raro da comoúnico resultado la ruinosa anulación de la perspectiva:la mirada ya no distingue entre «primer plano» y«fondo». Cuando todas las cosas convergen en una pro-ximidad indiferenciada, se desvanece un centro establedesde el que observarlas. La curiosidad se parece a unaalfombra voladora que, eludiendo la fuerza de la gra-vedad, merodea a baja altura sobre la muchedumbrevariopinta de los fenómenos. Sin morada fija, está con-denada a un nomadismo incesante. «Busca lo nuevoexclusivamente como trampolín de lanzamiento haciaotro nuevo», demostrando «una incapacidad típica dedetenerse sobre lo que se presenta».

Por el contrario, Benjamin considera que elacercamiento del mundo, permitido por la reprodu-cibilidad técnica, dilata y enriquece las capacidadesperceptivas humanas. La visión errabunda no selimita a recibir pasivamente un espectáculo dado,sino que, decidiendo cada vez, desde el principio,qué merece pasar al primer plano y qué debe serrelegado al fondo, ejerce una función crítica. Losmedia, curiosidad elevada a la enésima potencia,adiestran los sentidos para considerar lo conocidocomo si fuera desconocido, esto es, para divisar «unmargen de libertad enorme e imprevisto» incluso enlos aspectos más trillados y repetitivos de la expe-riencia cotidiana. Pero, a la vez, adiestran los senti-dos también para la tarea inversa: considerar lo des-

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conocido como si fuera conocido, familiarizarse conlo inesperado y lo sorprendente, acostumbrarse a lafalta de costumbres sólidas.

Para aprehender en la curiosidad mediática unaforma paradójica de «vida contemplativa», es necesariodar un paso ulterior, indicando cuál es el estado deánimo que caracteriza a una contemplación semejante.El curioso mira, aprende, experimenta todo, pero sinprestar atención. Está perennemente distraído. TantoHeidegger como Benjamin se detienen, de nuevo deforma paralela y no obstante antitética, sobre el fenó-meno de la distracción. Para Heidegger, la distracción,en tanto que correlato inevitable de la curiosidadinquieta, es la prueba evidente de un total desarraigo yde una total inautenticidad. Distraído es aquel que per-sigue posibilidades siempre distintas, pero equivalentese intercambiables; aquel que está por doquier y en nin-guna parte; aquel que no tiene nada de que ocuparsecon recogida concentración. Por el contrario, Benjaminelogia con todas las letras la distracción, vislumbrandoen ésta el modo más eficaz de recibir una experienciaartificial (en tanto que técnicamente reproducible).Escribe Benjamin: «A través de la distracción [...] sepuede controlar al alcance de la mano hasta qué puntola percepción está en condiciones de cumplir nuevastareas [...] El cine devalúa el valor cultual [es decir, elculto de la obra de arte considerada como algo único] nosólo induciendo al público a una actitud valorativa, sinotambién debido al hecho de que en el cine la actitudvalorativa no implica atención. El público es un exami-nador, pero un examinador distraído».

Obviamente, la distracción es una molestia y unlímite para el aprendizaje intelectual. El «trabajo delconcepto» exige una esforzada atención, un alejamien-to preventivo de todo aquello que puede distraer. Lascosas cambian radicalmente si lo que entra en liza es elaprendizaje sensorial: este último se ve incluso favore-cido y potenciado por la distracción; reclama un ciertogrado de dispersión y de inconstancia. La curiosidadmediática es aprendizaje sensorial de artificios técni-

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camente reproducibles, percepción inmediata de pro-ductos intelectuales, visión corpórea de paradigmascientíficos. Los sentidos (antes bien, la concupiscentiaoculorum) se apropian de una realidad abstracta, estoes, de conceptos materializados en técnicas, no incli-nándose con atención, sino haciendo alarde de la dis-tracción. Se trata, sí, de una contemplación voraz, pero,por así decirlo, de una contemplación realizada siem-pre y únicamente con el rabillo del ojo.

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UNA VALORACIÓN DE LA SITUACIÓN emotiva de estos últi-mos años no es una peripecia literaria que se haga pordistracción, ni una pausa de recreo entre investigacio-nes rigurosas. Muy al contrario, la propuesta pone lamira en cuestiones importantes y concretísimas: rela-ciones de producción y formas de vida, aquiescencia yconflicto. Es un «prólogo en la Tierra», sordo a cual-quier susurro angélico, destinado más bien a rendircuentas con el sentido común y con el ethos de la déca-da recién terminada.

Al hablar de situación emotiva no hacemos refe-rencia a un haz de propensiones psicológicas, sino adeterminados modos de ser y de sentir tan penetrantesque resultan comunes a los más distintos contextos deexperiencia: al tiempo de trabajo tanto como al deaprendizaje, a la introversión ociosa no menos que a lostrasiegos de la esfera pública. Más que centrarnos en laubicuidad de sus manifestaciones, lo que hace falta escaptar la ambivalencia de estos modos de ser y de sen-tir, distinguiendo en ellos un «grado cero» o un núcleoneutro, del que pueda brotar tanto la resignación ale-gre, la abjuración inagotable y la integración socialcomo instancias inéditas de transformación radical delo existente. Pero antes de remontarnos a este núcleoesencial y ambivalente, conviene detenerse en lasexpresiones efectivas de la situación emotiva de losaños que han seguido al colapso de los movimientos demasas. Expresiones bastante duras y desagradables,como es sabido.

Se trata de aferrar el campo de la coincidenciainmediata entre producción y ética, estructura y superes-tructura, revolución del proceso laboral y sentimientos,

3. Ambivalencia del desencanto:oportunismo, cinismo y miedo.

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tecnologías y tonalidades emotivas, desarrollo materialy cultura. Si nos mantenemos más acá de esta mezclatupida, renovaremos fatalmente la escisión metafísicaentre «abajo» y «arriba», entre animal y racional, entrecuerpos y almas: y poco importa si, al hacerlo, se hacealarde de un pretendido materialismo histórico. Pero,sobre todo, si dejamos de registrar los puntos de iden-tidad entre praxis laboral y estilos de vida, no com-prenderemos nada de la renovada producción actual, yerraremos acerca de las formas culturales vigentes.

Es el mismo proceso productivo postfordista elque ostenta directamente, bajo el signo de un dominiointensificado, la conexión entre sus módulos operativosy los sentimientos de desencanto. El oportunismo, elmiedo, el cinismo, que surgen de la proclama postmo-derna sobre el fin de la historia, pasan a formar partede la producción o bien combaten con la versatilidad yla flexibilidad de las tecnologías electrónicas.

Los sentimientos puestos a trabajar

¿Cuáles son los requisitos principales exigidos a los tra-bajadores dependientes hoy en día? Las comprobacio-nes empíricas coinciden en la respuesta: disposición ala movilidad, capacidad de mantenerse al paso de lasreconversiones más bruscas, adaptabilidad desvincula-da de cualquier interdependencia, ductilidad en elcambio de un conjunto de reglas a otro, predisposicióna una interacción lingüística tan banalizada comoomnilateral, un cierto control de los flujos de informa-ción, la costumbre de manejarse entre ilimitadas posi-bilidades alternativas.

Ahora bien, estos requisitos no son tanto frutodel disciplinamiento industrial, como el resultado deuna socialización que tiene su baricentro fuera del tra-bajo, una socialización subrayada por la mutaciónrepentina de usos y costumbres, por la recepción de losmedios de comunicación, por la indescifrable ars com-binatoria que en las metrópolis entrelaza secuelas deocasiones fugaces. Se puede lanzar con sobriedad lahipótesis de que la «profesionalidad», de hecho exigida

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y ofrecida, consiste a fin de cuentas en dotes adquiridasdurante una prolongada permanencia en un estadioprelaboral o precario. El retraso del hecho de plegarsea un papel definido, que ha sido un rasgo típico de losmovimientos juveniles de las últimas décadas, se con-vierte en la más destacada de las cualidades profesio-nales. A la espera de un trabajo, se desarrollan esostalentos genéricamente sociales y ese hábito de noadquirir hábitos duraderos, que harán más tarde lasveces, una vez encontrado empleo, de auténticos «ins-trumentos de trabajo».

Hay aquí un doble pasaje. Por un lado, el proce-so de socialización, es decir los intereses de la red derelaciones mediante la cual se adquiere experienciadel mundo y de sí, aparece como independiente de laproducción directa, de los ritos de iniciación de lafábrica y la oficina. pero, por otro, la innovación conti-nuada de la organización de trabajo subsume el con-junto de inclinaciones, actitudes, sentimientos, vicios yvirtudes, madurados en la socialización extralaboral.La permanente mutabilidad de las formas de vida hacesu entrada en las «obligaciones del trabajador». Laadaptación al cambio ininterrumpido y sin telos, losreflejos probados por la cadena de conmociones per-ceptivas, un fuerte sentido de la contingencia y de laaleatoriedad, una mentalidad no determinista, el adies-tramiento metropolitano para atravesar cuadrivios dediferentes oportunidades, todo esto se eleva al rango deautentica fuerza productiva.

La idea misma de «modernización», y el orden deoposiciones por el que ésta se rige, saltan en pedazos:los choques de lo nuevo contra la inmovilidad del orde-namiento precedente, la artificialidad contra la semi-naturalidad, una diferenciación veloz contra una repe-titividad consolidada, la temporalidad lineal e infinitacontra el carácter cíclico de la experiencia. Este mon-tón de imágenes, forjadas en el terreno de la primerarevolución industrial, ha sido tenazmente aplicado, porinercia u ósmosis, a cada sucesiva nouvelle vague deldesarrollo. Su inadecuación es total.

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La innovación en acto, lejos de oponerse al estatismode largo periodo de las sociedades tradicionales,interviene en un escenario social ya completamentemodernizado, urbanizado, artificial. Hace falta pre-guntarse, hoy en día, cómo se combina la últimairrupción de eventos imprevistos con una cierta cos-tumbre de lo imprevisto y con una reactividad adqui-rida ante la transformación sin pausa. Cómo la des-viación más reciente respecto de lo conocido se acu-mula e interfiere con una memoria colectiva e indivi-dual enteramente barrida por giros imprevistos. Si sequiere hablar todavía de desquiciamiento, se trataríade un desquiciamiento que aparece donde ya no hayfundamentos reales.

El punto crucial es que la agitación productivaactual se aprovecha, como si se tratara del l recurso másprecioso, de todo aquello que el esquema de la «moder-nización» incluye entre sus efectos: incertidumbre res-pecto de las expectativas, contingencia de las coloca-ciones, identidades frágiles, valores en permutación.No es que la reestructuración desgarre las tradicionesestables (ya no queda ni la huella de Filemón y Banciarrastrados por un Fausto emprendedor), sino quepone a trabajar los estados de ánimo y las predisposi-ciones generadas por la imposibilidad de cualquierauténtica tradición. Las tecnologías consideradas avan-zadas no provocan un desplazamiento, capaz de disiparuna «familiaridad» pasada, sino que reducen a perfilprofesional la misma experiencia del desplazamientomás radical. Para decirlo con una jerga de moda: elnihilismo, en un primer momento a la sombra de lapotencia técnico-productiva, se convierte más tarde enun ingrediente fundamental, en una cualidad muy bienvalorada en el mercado de trabajo.

Las oficinas de la charla

El remolino del desarraigo ha sido diagnosticado y des-crito de diferentes maneras por la gran filosofía de estesiglo. Pero, en ella, los rasgos peculiares de una expe-

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riencia empobrecida y privada ya de una estructuraósea sólida se manifiestan la mayoría de las veces enlos márgenes de la praxis productiva, casi entonandoun canto escéptico y corrosivo respecto a los procesosde racionalización.

Las tonalidades emotivas y las disposiciones éti-cas, que revelan la drástica falta de fundamento queaflige al actuar, asoman la cabeza después del horariode trabajo, después de fichar. Piénsese en el dandismoy en el spleen de Baudelaire; o en el «espectador dis-traído» de Benjamin, que afina, sí, la propia sensibili-dad para con construcciones espacio-temporales deltodo artificiales, pero, precisamente, en el cine[Benjamin 1936: 46]. Piénsese sobre todo en las dosfamosas figuras de la «vida inauténtica» segúnHeidegger: la charla y la curiosidad. La primera es undiscurso sin fundamento, incesantemente difuso yrepetido, que no transmite ya ningún contenido real,sino que se impone como el verdadero acontecimientodigno de atención. La segunda es el impulso de lo nuevoen cuanto nuevo, es un «ver puro e inquieto», incapaci-dad de recogimiento, agitación sin fin y sin un fin. Bien,ambas figuras se afirman, de acuerdo con Heidegger,apenas se interrumpe el serio y grave «tomar cuidado»del instrumento y del objeto de trabajo, cuando des-aparece la relación pragmática y operativa con elmundo circundante [Heidegger 1927: §§ 35-36].

Ahora bien, la conspicua novedad de estos añosnuestros reside en el hecho de que los modos de la«vida inauténtica» y los estigmas de la «experienciaempobrecida» devienen modelos de producción positi-vos y autónomos, asentándose así en el corazón mismode la racionalización. El discurso sin fundamento y elimpulso de lo nuevo en cuanto tal alcanzan la posiciónrelevante de criterios operativos. En lugar de realizar-se después del horario de trabajo, la charla y la curio-sidad se dotan de sus propias oficinas.

La subsunción en el proceso productivo del pai-saje cultural y emotivo típico de un desarraigo sinremedio se revela de manera ejemplar en el oportu-nismo. Oportunista es aquél que afronta un flujo de

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posibilidades intercambiables, manteniéndose dispo-nible para el mayor número de ellas, plegándose a lamás cercana y desviándose después de una a otra. Esteestilo de comportamiento, que rubrica la dudosa mora-lidad de muchos intelectuales, tiene sin embargo tam-bién su importancia técnica.

Lo posible, algo con lo que se mide el oportunis-ta, está como nunca desencarnado: asume, es cierto,esta o aquella apariencia particular, pero en su esenciaes una pura abstracción de ocasiones. No la oportuni-dad de algo, sino la oportunidad sin contenido, seme-jante a la que se perfila ante quien juega a juegos deazar. Con una precisión decisiva: el enfrentamiento conuna secuela ininterrumpida de posibilidades vacías nopermanece confinado en un ámbito particular, no es unparéntesis que se pueda cerrar a placer para pasar auna actividad «seria», dotada de una rígida concatena-ción de medios y objetivos, de una sólida compenetra-ción entre formas y contenidos. El oportunismo essobre todo una partida sin pausas ni término.

Es precisamente la sensibilidad para las oportu-nidades abstractas lo que constituye una cualidad pro-fesional en tales modelos de actividad post-taylorista,allí donde el proceso laboral no está regulado por unsólo objetivo particular, sino por una clase de posibili-dades equivalentes, que hay que especificar en cadacaso. La máquina informática, más que medio para unfin unívoco, es premisa para procesos sucesivos y«oportunistas». El oportunismo se hace valer comorecurso indispensable cada vez que el proceso concre-to de trabajo es invadido por un difuso «actuar comuni-cativo», sin identificarse ya, por tanto, con el mero«actuar instrumental» mudo. Mientras la «astucia»taciturna, con la que el instrumento mecánico se bene-ficia de la causalidad natural, requiere hombres decarácter lineal y sumiso a la necesidad, la «charla»informática necesita de un «hombre de ocasiones», pro-clive a todas las oportunidades.

La fantasmagoría de posibilidades abstractas, enla que actúa el oportunista, está coloreada por el miedo

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y exuda cinismo. Infinitas son también las posibilida-des negativas y perjudiciales, las «ocasiones» amena-zantes. El miedo ante peligros determinados, aunquesólo sean virtuales, habita el tiempo de trabajo comouna tonalidad ineliminable. Pero también éste, por otraparte, se transfigura en requisito operativo o virtudespecial de trabajo. De hecho, la inseguridad respectodel propio puesto frente a innovaciones periódicas, eltemor a perder prerrogativas recién conseguidas, elansia de «mantenerse al día», todo esto se traduce enflexibilidad, ductilidad, disposición a la reconversión.

La amenaza surge de un contexto perfectamenteconocido, nos roza, nos perdona la vida, golpea a cual-quiera. Así, aunque sea a propósito de cuestiones concre-tas y delimitadas (situadas bastante más acá de las «cues-tiones últimas»), el trabajo intelectual de masas experi-menta a cada paso el sentimiento típico de la diezma, esdecir, la euforia infame que nace de ser el noveno o elundécimo de la fila. A diferencia de lo que sucede en laparábola hegeliana sobre las relaciones entre amo yesclavo, el miedo no es ya aquello que empuja a la sumi-sión antes del trabajo, sino que es una componente activade esa inestabilidad estable que distingue todas las arti-culaciones internas del proceso productivo.

Esta «inestabilidad estable» pone a la vista, tantoen el trabajo como en el tiempo libre, las reglas desnu-das que estructuran artificialmente los ámbitos deacción (instituyendo grupos de oportunidades ysecuencias de temores). Pues bien, precisamente en laexhibición descarada de las normas operativas seencuentra la raíz del cinismo contemporáneo. Cínicosson los hombres y mujeres que hacen experiencia delas reglas, antes que de «hechos» o acontecimientosconcretos. Hacer experiencia directa de las reglas sig-nifica también reconocer su convencionalidad y faltade fundamento. Así, no se está ya inmerso en un«juego» predefinido, participando con verdadera adhe-sión, sino que se vislumbra en los juegos singulares,destituidos de toda obviedad y seriedad, sólo el lugarde la inmediata afirmación de sí. Afirmación de sí tanto

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más arrogante, o a fin de cuentas cínica, cuanto más sesirve, sin ilusiones pero con perfecta adhesión momen-tánea, de las mismas reglas cuya convencionalidad ymutabilidad se percibe.

El cinismo manifiesta la ubicación de la praxisxisen el plano de los modelos operativos, más que bajoellos. Pero esta ubicación no se parece nada a un domi-nio señorial de la propia condición. Al contrario, la inti-midad con las reglas se vuelve una con la adaptación aun ambiente esencialmente abstracto. En los «a priori»y en los paradigmas que estructuran la acción, el cíni-co capta tan sólo la señalización mínima útil para orien-tar su lucha por la supervivencia. No es casualidad, poreso, que al cinismo más descarado lo acompañe habi-tualmente un sentimentalismo desenfrenado. Los con-tenidos vitales, excluidos por el barrido de una expe-riencia que es en primer lugar experiencia de forma-lismos y de abstracciones, regresan a hurtadillas, sim-plificados, no elaborados, tan prepotentes como pueri-les. Nada hay más normal que el experto de comunica-ción de masas que, después de una jornada de durotrabajo, va al cine y llora.

Tiempo y oportunidades

La atención prestada aquí al ethos de estos años, a losestilos de vida y a los sentimientos predominantes, que-rría comenzar a dar cuenta de una socialización, y porlo tanto de una formación de subjetividades que se rea-liza en lo esencial fuera del trabajo. Sus modalidades einflexiones son lo que realmente unifica, hoy en día, elconjunto irregular de los trabajadores dependientes. Seha dicho que los «vicios» y «virtudes» desarrollados enesta socialización extralaboral son después puestos atrabajar, es decir, son subsumidos en el proceso pro-ductivo, reducidos a requisitos profesionales. Pero estoes válido, hace falta añadir ahora, sólo o principalmen-te en los puntos en los que la innovación está más avan-zada. En otros lugares, tales «vicios» y «virtudes» per-

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manecen en cambio como simples connotaciones de lasformas de vida y de las relaciones sociales en general.

A diferencia del taylorismo y del fordismo, laactual reorganización productiva es de naturalezaselectiva, se despliega como las manchas del leopardo,se mantiene junto a módulos productivos tradicionales.El impacto tecnológico, en su ápice, no es universal:más que determinar un modo de producción unívocoque arrastra todo, éste mantiene a la vez a una miríadade modos de producción diferenciados, resucitando, esmás, los ya superados y anacrónicos.

La paradoja reside precisamente aquí: una inno-vación particularmente impetuosa implica sin embargotan sólo a algunos segmentos de la fuerza-trabajosocial, constituyendo una especie de «paraguas», bajoel cual se replica todo el pasado de la historia del tra-bajo, desde islas de obreros-masa a enclaves de obrerosprofesionales, desde un hinchado trabajo autónomodescendiendo hasta formas reinstauradas de dominiopersonal. Los modos de producción que se han sucedi-do durante un largo periodo de tiempo se representansincrónicamente, casi del mismo modo que en unaExposición Universal. Pero esto exactamente a causade la innovación informático-telemática que, si en rigorimplica sólo a una parte del trabajo vivo, representa sinembargo el telón de fondo y el presupuesto de tal sin-cronía entre distintos módulos laborales.

Entonces, ¿qué es lo que une al técnico de soft-ware con el obrero de la FIAT y al trabajador «sumergi-do»? Hace falta tener el coraje de responder: : nada, enlo que se refiere a los modos y contenidos del procesoproductivo. Pero también: todo, en lo que se refiere alos modos y contenidos de la socialización. Comunesson, por lo tanto, las tonalidades emotivas, las inclina-ciones, las mentalidades, las expectativas. Sólo queeste ethos homogéneo, mientras en los sectores avanza-dos está incluido en la producción y delinea perfiles pro-fesionales, para aquellos que están destinados a sectorestradicionales, como también para los fronterizos queoscilan entre el trabajo y el no trabajo, atraviesa más

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bien el «mundo de la vida». Para decirlo en pocas pala-bras: el punto de sutura hay que buscarlo entre el opor-tunismo en el trabajo y el oportunismo universalmenteexigido por la experiencia metropolitana. Desde unángulo visual parecido, subrayando que este es el rasgounitario de la socialización desvinculada del procesoproductivo, parece que despistamos a la teoría de«sociedad de los dos tercios» (dos tercios protegidos ygarantizados, un tercio empobrecido y marginado). Sinos abandonamos a ella, el riesgo es el de limitarse arepetir con resentimiento: «no todo son rosas y flores». Obien a desarrollar análisis segmentados e incomunica-dos entre sí, reiterando así esa topología social de man-chas de leopardo, que en cambio hace falta explicar.

Tanto la fragmentación aparentemente anacróni-ca de las actividades productivas, como la significativaconsonancia de los estilos de vida, son expresión de latendencia que ha caracterizado con fuerza las dos últi-mas décadas: la salida de la sociedad del trabajo. Lareducción del trabajo exigido a una porción virtual-mente irrelevante de una vida; la posibilidad de conce-bir la prestación asalariada como episodio de una bio-grafía, en lugar de como cadena perpetua y fuente deidentidad duradera: ésta es la gran transformación, dela que somos protagonistas tal vez inconscientes, testi-gos no siempre atentos.

La erogación directa de fatiga se ha convertido enun factor productivo marginal, un «residuo miserable».Adaptando las palabras del propio Marx —del Marxmás extremo y atormentado— el trabajo «se sitúa ya allado del proceso de producción, en lugar de ser el agen-te principal». La ciencia, la información, el saber engeneral, la cooperación social se presentan como «lagran viga maestra de la producción y la riqueza» [Marx1939-1941: II, 400-3]. Éstos, y no el tiempo de trabajo.Sin embargo, este tiempo, mejor dicho su «hurto», con-tinúa siendo un criterio eminente del desarrollo y de lariqueza social. La salida de la sociedad del trabajo cons-tituye, por tanto, un proceso contradictorio, teatro defuriosas antinomias y de paradojas desconcertantes,trenzado nudoso de oportunidades y estrangulamientos.

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El tiempo de trabajo es la unidad de medida vigente,pero ya no la verdadera. Los movimientos de los añossetenta apuntaron su no-verdad, para sacudirse y dero-gar su vigencia. Dieron una señal, altamente conflicti-va respecto de la tendencia objetiva: reivindicaron elderecho al no-trabajo, practicaron una migracióncolectiva del régimen de fábrica reconocieron el carác-ter parasitario de la actividad bajo el dominio de unpatrón. En los años ochenta, la vigencia ha prevalecidosobre la no-verdad. Así es que, con una broma muyseria, se podría decir que la superación de la sociedaddel trabajo sucede en las formas prescritas por el siste-ma social basado en el trabajo asalariado. El desempleoprovocado por las inversiones (y no por su ausencia), laflexibilidad como regla despótica, las prejubilaciones,la gestión del crecimiento del tiempo libre como esca-sez de trabajo a tiempo completo, la reedición de orde-namientos productivos relativamente «primitivos» allado de sectores novedosos y prósperos, la restauraciónde arcaísmos disciplinarios para controlar a individuosya no sometidos a los preceptos del sistema de fábricas:todo esto es lo que aparece ante nuestros ojos.

Este proceso recuerda mucho a cuanto escribíaMarx a propósito de las sociedades por acciones: enellas encontramos la superación de la propiedad priva-da en el terreno mismo de la propiedad privada.También en nuestro caso la superación es real, pero nomenos real es el terreno en el que se realiza. Pensarambos a la vez, sin menospreciar el primero comomera virtualidad y sin reducir el segundo a cortezaextrínseca, ésa es la dificultad imposible de evitar.

La cuestión en juego no es ya la contracción totaldel horario de trabajo, puesto que ésta es una tenden-cia ya desplegada, telón de fondo común tanto a lasprácticas de dominio como a las instancias eventualesde transformación. Exceso de tiempo va a haber decualquier manera: lo que está en juego es la forma queadoptará este exceso. La izquierda política, sin embar-go, está muy mal preparada para participar en unacarrera semejante: aquélla encontraba su razón de ser

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en la permanencia de la sociedad del trabajo, en losconflictos internos a esa articulación de la temporali-dad. La desaparición de la sociedad del trabajo y laconsiguiente posibilidad de una contienda sobre eltiempo ratifican el fin de la izquierda. Hace falta levan-tar acta, sin complacencias, pero también sin nostalgia.

El efectivo agotamiento del «laborismo» filtra losmodos de sentir y actuar dominantes hoy en día: senti-do de pertenencia a un espacio-tiempo privado dedirecciones definidas, distancia respecto de toda con-cepción progresista del acontecer histórico (es decir,de ese nexo causal entre pasado, presente y futuro quetiene como modelo precisamente el proceso laboral),familiaridad con estados de cosas que en lo esencialconsisten en sistemas de ocasiones. Como ya se hadicho, respecto de estos modos de sentir y actuar sepuede reconocer una homogeneidad sustancial entrelos llamados «garantizados» y los nuevos marginados,entre el técnico informático y el más precario de losprecarios, entre quien está dentro de los «dos tercios»y quien se queda fuera.

Sin embargo, en la medida en que queda lugarpara la obediencia a las reglas del trabajo asalariado, elocaso de la sociedad del trabajo se manifiesta sobretodo en la tonalidad emotiva del miedo y en la actituddel oportunismo. El sentido de pertenencia a contextosinestables aflora tan sólo como percepción de la propiavulnerabilidad frente a la mutación, como inseguridadilimitada. En la opacidad de las relaciones sociales y enla incertidumbre de los roles, que han seguido a la per-dida de centralidad del trabajo, se encuentra el miedoa echar raíces. La ausencia de un auténtico telos histó-rico, capaz de orientar unívocamente la praxis, se hacevisible de forma paródica en el febril espíritu de adap-tación del oportunista, que otorga dignidad de telos sal-vífico a cualquier ocasión fugaz. El oportunismo quehemos conocido en los últimos años consiste en la apli-cación de la lógica del trabajo abstracto a las «ocasio-nes». La oportunidad se convierte en un objetivo inelu-dible, al que hay que someterse sin resistencia. El cri-

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terio de la máxima productividad se extiende a aquelloque se destaca específicamente en la experienciadominante del no-trabajo. El exceso de tiempo toma laforma de la urgencia, de la tempestividad, de la pérdi-da: urgencia de nada, tempestividad del ser tempesti-vo, pérdida de sí. La rápida aceptación del oportunistainvierte la contienda virtual sobre el tiempo en su exhi-bición de un oportunismo universal.

General intellect

Los sentimientos del desencanto y, entre éstos,de modo muy especial el cinismo, se afirman sobre elescenario de una relación distinta entre saber y«vida». La escisión entre mano y mente y, por lotanto, la autonomía del intelecto abstracto, se ha tor-nado en algo irreversible. El crecimiento autopropul-sado del saber separado del trabajo hace que todaexperiencia inmediata esté precedida de innumera-bles abstracciones conceptuales, encarnadas en téc-nicas, artificios, procedimientos y reglas. Se invier-ten el antes y el después: el saber abstracto, a cuyaconstructividad infundada poco importan los hallaz-gos de la experiencia directa, antecede a toda per-cepción y a cualquier operar, crece más acá de estos,como un antecedente respecto a la conclusión.

Esta inversión de posiciones entre conceptos ysentidos, entre saber y «vida», justamente, es una cues-tión decisiva, para cuya delimitación es oportuno unrápido détour. Como de costumbre: para llegar a serconcisos, es preciso hacer una digresión. La digresiónconcierne a un texto de Marx, famoso y controvertido,el llamado «Fragmento sobre las máquinas» (se trata deuna parte de los Grundrisse der Kritk der politischenÖkonomie, escritos en 1857 e inéditos hasta 1939). ¿Quésostiene Marx en estas páginas? Una tesis muy poco«marxista»: el saber abstracto —el científico en primerlugar, pero no sólo éste— se dispone a convertirse, pre-cisamente en virtud de su autonomía con respecto a la

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producción, nada menos que en la principal fuerza pro-ductiva, relegando al trabajo parcelizado y repetitivo auna posición periférica y residual. Se trata del saberobjetivado en el capital fijo, transfundido en el sistemaautomático de máquinas, dotado de una realidad espa-cio-temporal objetiva. Marx recurre a una imagen bas-tante sugerente para indicar el conjunto de esquemascognoscitivos abstractos que constituyen el epicentrode la producción social y, al mismo tiempo, hacen lasveces de principios ordenadores de todos los ámbitosvitales: habla de un general intellect, de un «intelectogeneral». «El desarrollo del capital fijo revela hastaqué punto el conocimiento o knowledge social generalse ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, porlo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso dela vida social misma han entrado bajo los controles delgeneral intellect, para ser remodeladas conforme almismo» [Marx, 1939-1941: 230/594].

No es difícil ampliar hoy la noción de generalintellect mucho más allá del círculo del knowledge quese materializa en el capital fijo. El «intelecto general»incluye también los modelos epistémicos que estructu-ran la comunicación social e inervan la actividad deltrabajo intelectual de masas, que ya no puede reducir-se a «trabajo simple», es decir, a un puro dispendio detiempo y energía. Así, pues, en la potencia productivadel general intellect convergen lenguajes artificiales,teoremas de la lógica formal, teorías de la informacióny de los sistemas, paradigmas epistemológicos, algúnsegmento de la tradición metafísica, «juegos lingüísti-cos» e imágenes del mundo. En los procesos de trabajocontemporáneos encontramos constelaciones concep-tuales enteras que funcionan de por sí como «máqui-nas» productivas, sin tener que adoptar un cuerpomecánico, ni tampoco unas entrañas electrónicas.

Marx conectó a la preeminencia tendencial delgeneral intellect una hipótesis emancipatoria, por otraparte muy distinta de aquellas, más conocidas, que des-arrolla en otro lugar. En el «Fragmento», la incidenciade la crisis ya no se imputa a las desproporciones ínsi-

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tas en un modo de producción basado realmente en eltiempo de trabajo suministrado por los individuos. Sereconoce, por el contrario, la existencia de una con-tradicción lacerante entre un proceso productivo queen lo sucesivo se apoya directa y exclusivamente enla ciencia, y una unidad de medida de la riqueza quetodavía coincide con la cantidad de trabajo incorpo-rada en los productos. La progresiva ampliación deesta bifurcación conduce, según Marx, al «hundi-miento de la producción basada en el valor de cam-bio» y, por lo tanto, al comunismo.

No fue así. Lo que hoy salta a la vista es la plenarealización en los hechos de la tendencia descrita por el«Fragmento», no obstante sin ningún reverso emanci-patorio o aunque sólo fuera conflictivo. La específicacontradicción in progress, a la que Marx ligaba laactualidad del comunismo, se ha tornado en una com-ponente estable, por no decir incluso estabilizante, delmodo de producción vigente. En vez de provocar la cri-sis, la «desproporción cualitativa entre el trabajo [...] yla potencia del proceso productivo que éste se limita avigilar» [ibid., 228/592] constituye el sólido presupues-to a partir del cual se articula el dominio. Escindido deuna instancia de transformación radical, el «Fragmen-to» representa tan sólo el último capítulo de la historianatural de la sociedad: realidad empírica, pretéritoperfecto, algo que ya ha sido. A pesar de esto, o preci-samente por esto, nos permite arrojar luz sobre algunosaspectos del ethos que distingue a nuestro presente.

En la medida en que organiza efectivamente laproducción y los «mundos vitales», el general intellectes, qué duda cabe, una abstracción, pero una abstrac-ción real, dotada de una operatividad material. Además,toda vez que consta de paradigmas, códigos, procedi-mientos y axiomas —en definitiva, de concrecionesobjetivas del saber— el general intellect se distingue dela forma más perentoria de las «abstracciones reales»típicas de la modernidad, a saber: de aquellas que dancuerpo al principio de equivalencia. Mientras que eldinero, el «equivalente universal» por antonomasia,

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encarna en su existencia independiente la conmensura-bilidad de los productos, de los trabajos y de los sujetos,el general intellect establece, por el contrario, las pre-misas analíticas de todo tipo de praxis. Los modelos delsaber social no equiparan las distintas actividades labo-rales, sino que se presentan a su vez como «fuerza pro-ductiva inmediata». No son unidad de medida, sino queconstituyen el presupuesto desmesurado de posibilida-des operativas heterogéneas. No son un «género» queexiste fuera de los «individuos» que a él pertenecen,sino que son reglas axiomáticas, cuya validez no depen-de en absoluto de lo que reflejan. Al no medir ni repre-sentar nada, los códigos y los paradigmas técnico-cien-tíficos se manifiestan como principios constructivos.

Este cambio de la naturaleza de las «abstraccio-nes reales» —es decir, el hecho de que el saber abs-tracto se ocupe de introducir orden en las relacionessociales, en vez del intercambio de equivalentes—repercute en la figura contemporánea del cínico. Elprincipio de equivalencia, que así y todo continúa sien-do el fundamento de las jerarquías más férreas y de lasdesigualdades más feroces, garantizaba sin embargouna cierta visibilidad de los nexos sociales, una con-mensurabilidad, justamente, un sistema de convertibi-lidades proporcionadas. Tanto es así que se ha adjudi-cado a este mismo principio, de un modo empalagosa-mente ideológico y contradictorio, la perspectiva de unreconocimiento recíproco sin constricciones, el idealde una comunicación lingüística universal y transpa-rente. En cambio, el general intellect, destruyendoconmensurabilidades y proporciones, parece hacerintransitivos los «mundos vitales» y las formas decomunicación. Aunque determina, con potencia apo-díctica, sus condiciones y premisas, obstruye sinembargo la posibilidad de una síntesis, no proporcio-na la unidad de medida para una equiparación, frus-tra toda representación unitaria, desordena las basesmismas de la representación política. El cinismoactual refleja pasivamente esta situación, haciendo dela necesidad virtud.

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El cínico reconoce, en el contexto particular en el queactúa, el papel preeminente que desempeñan ciertaspremisas epistémicas y la ausencia simultánea de ver-daderas equivalencias. Comprime preventivamente laaspiración a una comunicación dialógica transparente.Renuncia desde el principio a la búsqueda de un fun-damento intersubjetivo de su praxis, así como a la rei-vindicación de un criterio compartido de evaluaciónmoral. Se despide de toda ilusión acerca de la posibili-dad de un «reconocimiento recíproco» paritario. Lacaída del principio de equivalencia, tan íntimamenteligado al intercambio y la mercancía, se pone de mani-fiesto, en el comportamiento del cínico, como impa-ciente abandono de la instancia de la igualdad. Hastatal punto que llega a encomendar la afirmación de símismo precisamente a la multiplicación y la fluidifica-ción de jerarquías y desigualdades que parece acarre-ar la repentina centralidad del saber en la producción.

El cinismo de estos años se adapta a la inversiónentre saber y «vida», conduciéndola a un fin que nopromete redención. Confianza inmediata con éste oaquél conjunto de reglas convencionales, reducción almínimo de la elaboración de contenidos vitales: ésta esla forma que cobra la adaptación reactiva al generalintellect. Por otra parte, no obstante con el máximo denegatividad, el cinismo da fe del carácter ilusorio deuna «ética de la comunicación», que apuntara a fun-damentar rectamente la socialidad de la ciencia a par-tir de una dialogicidad transparente. A la luz lívidadel cinismo, comprobamos hasta qué punto resultainapropiado este librecambismo lingüístico. La cien-cia es social porque predetermina la cooperaciónlaboral, no porque presuponga un diálogo paritario;porque es la forma en la que se inscribe la actividadde todos, no porque postule la exigencia de acoger yarmonizar racionalmente las pretensiones argumen-tativas de cada cual.

En la figura del cínico, como, por otra parte, enla del oportunista, asistimos a una atrofia de los rasgos

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característicos con los que la tradición metafísicareinstaurara la dignidad del sujeto: autonomía, capaci-dad de transcender la particularidad de los contextosparticulares de la experiencia, plenitud de la autorre-flexión, «proyecto». Esta atrofia se consuma cuandoesos rasgos, precisamente, han encontrado pleno cum-plimiento en la potencia efectiva del saber abstracto yde su aparato técnico. Autónomo, separado, «impasi-ble», autorreferencial, sobrepasando siempre los ámbi-tos determinados, capaz de todo desprendimiento delviscoso «mundo de la vida»: así es el general intellect.Éste realiza en los hechos la trama compuesta de la queconsta la subjetividad metafísica: ante todo la auto-transcendencia, de la que se desprende la tensión éticay política hacia lo «totalmente otro». Sin embargo, unarealización técnica de este tipo es además una libera-ción y una absolución: el ethos del presente, en susfiguras más lamentables y acomodaticias, así como enlas posibles instancias de cambio radical, está consig-nado de todas formas al «más acá».

En el grado cero

Llegados a este punto, es preciso preguntarse:¿hay algo, en la constelación sentimental del presente,que emita signos de rechazo y de conflicto? En definiti-va, ¿hay algo bueno en el oportunismo y en el cinismo?Por supuesto que no —no debe persistir ningún equívo-co al respecto. Sin embargo, estas figuras enojosas y aveces horribles ofrecen un testimonio indirecto sobre lasituación emotiva fundamental de la que derivan, perode la que no constituyen la única declinación posible.Como hemos dicho al principio, es necesario remontarsea los modos de ser y de sentir que subyacen al oportu-nismo y al cinismo como un núcleo neutro, sujeto aexpresiones completamente distintas.

Para que no subsistan equívocos, arrebatandocualquier pretexto a los malentendidos maliciosos, es

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mejor aclarar detenidamente qué se entiende por«núcleo neutro» (o por «grado cero») de un comporta-miento ético negativo. No estamos ante una astutatransvaloración del estilo: lo que parece mal a la mayo-ría es el verdadero bien. Tampoco ante un guiño cóm-plice al «curso del mundo». La apuesta teórica consis-te, por el contrario, en identificar una modalidad deexperiencia nueva e importante, aprehendiéndola enlas formas en las que se manifiesta por el momento,pero sin reducirla a éstas últimas.

Un ejemplo. La «verdad» del oportunismo, lo quese ha llamado su núcleo neutro, reside en el hecho deque nuestra relación con el mundo tiende a articularsepreponderantemente a través de posibilidades, ocasio-nes y chances, y no con arreglo a direcciones lineales yunívocas. Por más que lo alimente, esta modalidad deexperiencia, no se resuelve en el oportunismo: constitu-ye más bien la ineludible condición de fondo de lasacciones y de las conductas en general. Eventualescomportamientos que fueran diametralmente opuestosal oportunismo, se inscribirían a su vez en el interior deuna experiencia ritmada sobre todo por posibilidades ypor chances cambiantes. Por otra parte, sólo nos lleganrumores de estos comportamientos radicales y transfor-madores porque entre tanto podemos encontrar, en eloportunismo a cuya proliferación asistimos, la modali-dad de experiencia específica a la que, así y todo, aque-llos habrían de corresponder, ofreciendo sin embargouna versión completamente diferente de los mismos.

En resumen. En los sentimientos del desencantoy en los comportamientos de adaptación del presentehay que identificar la situación emotiva, o modalidadde experiencia, que representa su grado cero —es loque hemos intentado hacer, caso por caso, en las pági-nas precedentes. A continuación, es preciso subrayartanto la irreversibilidad como la ambivalencia de estasituación emotiva. La irreversibilidad: no nos lasvemos con una condición pasajera, con una simplecoyuntura social o espiritual, respecto a la cual puedainvocarse el restablecimiento de un contexto anterior y

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distinto. Habida cuenta de que no se trata de un largo yplomizo paréntesis, sino un cambio profundo del ethos,de la cultura y de los modos de producción, está fuerade lugar que nos preguntemos «a qué altura de la nocheestamos», como si esperáramos una mañana: toda luz útilestá ya en la presunta noche, no hay más que acostum-brar los ojos. La ambivalencia: la modalidad de expe-riencia que se da a pensar no forma una unidad con susmanifestaciones actuales, sino que está abierta a des-arrollos duramente conflictivos. Irreversibilidad y ambi-valencia, al mismo tiempo. Todo lo contrario de lo quesucede en la discusión teórica corriente, donde aquél quecritica lo existente considera que tiene que exorcizar estairreversibilidad, mientras que aquél que la reconoce seapresura a eliminar todo rastro de ambivalencia.

Así, pues, ¿cuáles son los modos de ser y de sen-tir que caracterizan la situación emotiva común tanto aaquél que se adapta como a aquél que dice «no»? Enprimer lugar, como es obvio, los modos de ser y de sen-tir inherentes a la salida de la sociedad del trabajo.

Recordemos brevemente temas ya examinadosen detalle, prestando ahora, no obstante, una atenciónexclusiva a lo que se ha tornado preeminente: el gradocero de los fenómenos y su connatural ambivalencia.Cuando ya no es el epicentro real de las relacionessociales, el trabajo no ofrece ninguna orientación dura-dera, deja de canalizar los comportamientos y lasexpectativas. No excava un lecho ni extiende una red deprotección capaz de limar u ocultar el carácter infunda-do y contingente de toda acción. Dicho de otra manera:a diferencia del pasado reciente, el trabajo ya no actúacomo potente sucedáneo de un tejido ético objetivo, nohace las veces de las formas tradicionales de eticidad,vaciadas y disueltas desde hace tiempo. Los procesos deformación y de socialización de los individuos se des-pliegan fuera del ciclo productivo, en contacto directocon la extrema labilidad de cualquier orden, comoadiestramiento en el manejo con las posibilidades másdistintas, como la costumbre de no tener costumbres,como reactividad al cambio continuo y sin telos.

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En tales actitudes e inclinaciones cabe reconocer elgrado cero de los sentimientos ligados a la salida de lasociedad del trabajo. Sin embargo, como hemos visto,esta «salida» se devana, con todo, bajo la égida y con-forme a las reglas del trabajo asalariado y, por lo tanto,sobre un fondo de relaciones específicas de dominio.Sucede así que la producción de mercancías subsumey valoriza la misma situación emotiva típica del notrabajo. Los caracteres principales de la socializaciónextralaboral —un marcado sentido de la contingen-cia, familiaridad con el desarraigo, relación inmedia-ta con la urdimbre de lo posible— se ven transfigura-dos en requisitos profesionales, en una «caja deherramientas». No sólo el trabajo no hace ya de suce-dáneo de la eticidad, sino que engloba en la actuali-dad todo lo procedente de la disolución de todo ethossustancial, se aprovecha explícitamente de la pérdidade familiaridad con contextos particulares o modosde operar particulares. En la organización del traba-jo contemporáneo entra en producción incluso la cri-sis irreversible de la «ética del trabajo». Devuelto ala lógica del trabajo abstracto, invadido por el tiempohomogéneo e infinito de la mercancía, el sentimientoradical de la contingencia se manifiesta como oportu-nismo y sentido de la oportunidad.

Sin embargo —y esto es lo único que importa—,la situación emotiva ínsita en la salida de la sociedaddel trabajo puede recibir una inflexión muy distinta.Que quede claro: la ambivalencia sobre la que aquí dis-currimos no admite que se la investigue exhaustiva-mente por su lado «virtuoso». Si lo intentáramos,subestimaríamos su carácter práctico. No se trata tansólo de un aferramiento intelectual distinto, que revelaa sí mismo lo que ya es, sino de nuevos fenómenos, dedistintas formas de vida, de otros procesos materiales yculturales. Lo que podemos hacer es afinar un léxicoconceptual de mallas bastante amplias, circunscribiruna ausencia, dar nombre a una chance, indicar el«lugar» de algo que puede llegar. Ni que decir tieneque, tratándose de deletrear un léxico intelectual, se

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acepta el inconveniente de una cierta rarefacción deldiscurso, de un grado de abstracción más elevado.

En lugar de ser una mera determinación negati-va, el creciente no trabajo está abarrotado de manifies-tos y ostensivos criterios operativos, de otras formas depraxis, virtualmente contrapuestas a aquellas encabe-zadas por la mercancía. Es una franja de costa, revela-da en su variedad y riqueza por la retirada del mar: esun plano, una convexidad. Es, sobre todo, el lugar en elque puede asentarse una actividad que elida y suplan-te al trabajo asalariado. Esta actividad, que distamucho de reconstituir una relación artesana entre unafinalidad concreta y los medios adecuados para reali-zarla, da sin embargo una forma acabada y, por lotanto, un límite al número indefinido de las posibilida-des con las que debe medirse cada vez.

¿Cómo caracterizar desde más cerca la antino-mia entre actividad y trabajo, inscrita en los modos deser y de sentir del presente? Mientras que el trabajoasalariado entiende lo posible como una lluvia de áto-mos, infinita e indiferente, carente de todo clinamen, laactividad a la que aquí aludimos lo configura siempre yúnicamente como un mundo posible. Un «mundo» es unsistema de correlaciones, del que no puede ser extra-polado ningún elemento individual sin que pierda supropio significado; es una unidad saturada y completa,a la que no parece tener que añadirse o sustraer nada;es un todo limitado, preliminar e indispensable para larepresentación de cualesquiera de sus partes. Un«mundo posible» es la correlación preventiva, la uni-dad saturada, el todo limitado que la actividad institu-ye cada vez en una trama de posibilidad.

De este modo, hacemos entrar en resonancia eleco de la concepción de Leibniz, conforme a la cual unaposibilidad elemental es comprensible sólo si se intro-duce en un «mundo posible» completo en sí mismo. Acontinuación, parece provechoso aplicar a la nociónleibniziana de «mundo posible» la oposición delineadapor Heidegger entre «mundo» y «simple presencia». El«mundo», como ámbito vital de pertenencia, es fre-

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cuentado y recorrido antes incluso de que tenga lugarcualquier objetivación cognoscitiva. «Simples presen-cias» son, por el contrario, los entes o hechos en tantoque puestos «ante» el sujeto de la representación.Sobre esta base se precisa mejor la diferencia entretrabajo y actividad en lo que respecta a su relación conoportunidades, ocasiones y chances (una relación,claro está, decisiva para ambos).

El trabajo abstracto dispone la cadena de losposibles como una serie infinita de simples-presencias-eventuales, todas equivalentes e intercambiables. Encambio, la actividad hace de lo posible un «mundo»acabado y finito. Sustrae al flujo ilimitado de chanceselementales, escrutando en su lugar cada una de éstasa partir de una totalidad de conexiones, de un contexto.Esta totalidad de conexiones es configurada por la acti-vidad misma: no le viene asignada de antemano (amodo de una finalidad externa). Además, una totalidadde conexiones tal es, a su vez, sólo posible. Un «mundoposible», determinado por el no trabajo en cuanto acti-vidad, no es algo que eventualmente pueda resolverseen una realidad de hecho. Aun en el caso de que innu-merables chances particulares se hubieran transfor-mado en «hechos consumados», su conexión, esto es, el«mundo» al que son inherentes, no perdería en absolu-to la prerrogativa de ser tan sólo posible. Los mismoshechos quedan comprendidos como radicales contin-gencias, aprehendidos sólo bajo el perfil de su labili-dad, entendidos a partir de las alternativas que todavíaalbergan. Ni limbo, ni latencia, el «mundo posible» noestá al acecho en la sombra, aspirando a una «realiza-ción»: por el contrario, se trata de una configuraciónefectiva de la experiencia, cuya realidad consiste, sinembargo, en mantener siempre expuesto a plena vista,como «la letra escarlata», el signo de la propia virtuali-dad y de la propia contingencia.

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Éxodo

Formulemos de nuevo la pregunta: ¿cuáles sonlos modos de ser y de sentir que caracterizan la situa-ción emotiva común tanto a aquél que se inclina reve-rentemente como a aquél que alimenta propósitos derevuelta? Una respuesta adicional es: los modos de sery de sentir coextensivos al papel preeminente que des-empeña el saber abstracto, el general intellect, res-pecto a todos los ámbitos vitales y a cualquier tipo deobrar. Reconociendo a la vez en éstos, además de unamodalidad de experiencia característica, también suambivalencia.

Se han dicho muchas cosas acerca de la condi-ción de fondo de la que el cinismo contemporáneoconstituye una modulación específica. Recordemos:familiaridad inmediata con reglas, convenciones yprocedimientos; adaptación a un entorno esencial-mente abstracto; el saber como principal fuerza pro-ductiva; crisis del principio de equivalencia y deterio-ro del ideal igualitario al que está estrechamenteunido. Ahora bien, para determinar con radicalidad lasituación emotiva congénita a esta condición de fondo,puede recurrirse a una modesta parábola, atribuyen-do valor ejemplar a la experiencia, en sí misma banalo marginal, de la que da fe.

Un hombre se encuentra en la orilla del mar, sinhacer nada. Oye el ruido de las olas, fragoroso y conti-nuo, pero, después de un cierto tiempo, ya no lo escu-cha. Nuestro hombre percibe, pero sin darse cuenta. Lapercepción del movimiento uniforme de las olas ya nova unido a la percepción de sí mismo en tanto que suje-to percipiente; no coincide en absoluto con lo que en lajerga filosófica se llama apercepción, esto es, con laconsciencia de estar percibiendo. Sobre la orilla grisá-cea por el batir de las olas, el hombre absorto formauna unidad con el ambiente circundante, relacionadocon éste por mil hilos sutiles y tenaces: sin embargo,este asentamiento no pasa por el filtro de un sujetoautorreflexivo. Al contrario, la integración con el con-

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texto aumenta conforme el «yo» se olvida de sí mismo.Una experiencia tal no encaja, sin embargo, con lo queha sido el pundonor de buena parte de la filosofíamoderna, a saber: con la tesis que dice que la percep-ción es inseparable de la apercepción, que el verdade-ro saber es sólo el saber que se sabe, que la referenciaa algo se basa en una autorreferencia. La experienciadel hombre en la playa sugiere, por el contrario, quepertenecemos al mundo de una manera material y sen-sible, bastante más preliminar e ineludible de lo querezuma de aquello que sabemos que sabemos.

La discrepancia entre percepción y apercepciónes el rasgo distintitivo de una situación, la nuestra, enla que «las condiciones del proceso vital mismo hanpasado bajo el control del general intellect, siendoremodeladas conforme a éste». En efecto, la sobrea-bundancia de minúsculas percepciones se torna siste-mática en los ámbitos de acción artificiales. En unlugar de trabajo dominado por las tecnologías informá-ticas, se reciben mil señales sin que éstas sean adverti-das distintamente. De manera completamente análoga,la recepción de los media no acarrea un recogimiento,sino una dispersión: nos vemos abarrotados de impre-siones e imágenes que no remiten a un «yo». La exce-dencia de percepciones inconscientes es, además, elsigno característico de todo desarraigo sufrido. Cuandosomos exiliados o emigrados, nuestro sentido de laidentidad es sometido a una dura prueba, precisamen-te porque crece desmesuradamente el flujo de percep-ciones que no se sedimentan en una autoconciencia. Lasobreabundancia perceptiva constituye, por lo demás,el modo efectivo de ocupar un lugar en un medioambiente desconocido. Sin embargo, el desarraigo yano evoca hoy, en primer lugar, el exilio o la emigración:constituye, por el contrario, una condición ordinaria,que todos experimentamos a causa de la continuamutación de los modos de producción, de las técnicasde comunicación y de los estilos de vida. Así, pues,pone en primerísimo plano ese «oír sin escuchar» quepara el hombre en la orilla del mar era un fenómeno

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marginal. La experiencia más inmediata se articula,ahora, a través de esta desproporción. Sin embargo,¿cómo pensarla?

A lo largo de la parábola que va de Descartes aHegel, sólo Leibniz valoriza una experiencia basada enaquello que cae fuera de la autorreflexión subjetiva.«Hay mil indicios que llevan a concluir que hay en nos-otros en todo momento una infinidad de percepciones,no obstante sin apercepción y sin reflexión». ParaLeibniz, son las «pequeñas percepciones», es decir, ellado opaco del espíritu, las que conectan a cada indivi-duo a toda la vida del universo [Leibniz 1765: 49-50].Sin embargo, se trata de una excepción. Según el mode-lo de subjetividad que ha preponderado en la moderni-dad, la percepción arraiga en un ámbito específico,mientras que la simultánea e inevitable conciencia deestar percibiendo (la apercepción, justamente) es unafuente de transcendencia, de apertura a lo universal.En efecto, percibiéndome percibiendo, en cierto senti-do me veo desde fuera, supero el contexto particular enel que merodeo y, tal vez, el mismo estar-en-contextos.

Este modelo dominante da cuenta de un nexoempírico que de ordinario no se advierte adecuada-mente: tener raíces particulares y definidas —en unlugar, en una tradición, en una posición laboral, en unpartido político— no sólo no constituye un obstáculopara el acto de transcendencia, sino que, por el con-trario, es el requisito óptimo para lanzar una miradadistante, «desde el exterior», sobre la propia condi-ción finita. Examinemos mejor esta inopinada com-plicidad. Un acicate fundamental de toda suerte deacto de transcendencia es la plenitud del momentoautorreferencial, el carácter a un mismo tiempo basi-lar y determinante atribuido al saberse mientras sesiente. Ahora bien, una plenitud tal parece consegui-da cuando la relación con el propio contexto es tanespecífica, estable y monótona que puede ser devuel-ta siempre y por entero a la autorreflexión, resueltaen una identidad duradera. El arraigo, esto es, unaforma de pertenencia unívoca a un ámbito particular,

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constituye el trasfondo concreto de la armónica uni-dad de percepción y apercepción. Sin embargo, estaunidad, confiriendo dignidad especial a la autorrefle-xión, es a su vez la fuente del acto de transcendencia,de la mirada «desde fuera», tanto de la ascesis reac-cionaria como del optimismo progresista.

El desarraigo sin fin, determinado por la altera-bilidad de contextos por regla general caracterizadospor convenciones, artificios y abstracciones, invierteeste esquema, lo somete a una inexorable crítica prác-tica. Las concreciones del saber social, que se han tor-nado en un medio ambiente inmediato y sin embargocambiante, superan siempre la consciencia de cadaindividuo. Éste oye mucho más de lo que escucha, per-cibe mucho más de lo que se apercibe. Habida cuentade que ahora la autoconciencia siempre está en defec-to con respecto a la trama de las «pequeñas percepcio-nes», ésta encuentra en las últimas su propio límite: nopuede «mirar desde fuera» lo que siempre le excede.Cuando me percibo percibiendo, aprehendo sólo unapequeña parte y tal vez ni siquiera la más importante,de «mí mismo percibiendo». La movilidad, la atenua-ción de las recursividades naturales o tradicionales,los chocs producidos por continuas innovaciones: atodo esto nos adaptamos, hoy, a través de las pequeñaspercepciones. La conciencia de sí mismo siemprequeda comprendida y limitada dentro del horizontedelineado por esta excedencia perceptiva, gracias a lacual nos colocamos en un medio ambiente que nuncaes verdaderamente «nuestro».

La irremediable falta de raíces pone en su justolugar y circunscribe del modo más severo el papel dela autorreferencia subjetiva. Curiosamente, cuantomás abstractos son los ámbitos en los que se actúa, enla misma medida aumenta la importancia de un asen-tamiento material-sensitivo en éstos. Contrayendo laapercepción con respecto a la percepción, el des-arraigo sistemático, fomentado por la potencia delgeneral intellect, excluye el acceso a esa «tierra denadie» desde la que podríamos lanzar la mirada del

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director, distante y omnicomprensiva, sobre la propiacondición finita. Es decir, excluye el impulso hacia elacto de transcendencia que, por el contrario, comohemos visto, forma un par con las identidades unívo-cas y las sólidas raíces.

Los modos de ser y de sentir del presente con-sisten en el abandono sin reservas a la propia finitud.El desarraigo (tanto más intenso e ininterrumpidoconforme, en lo sucesivo, van faltando auténticas «raí-ces») restituye plenamente el tenor de nuestra contin-gencia y precariedad. La «formalización del mundo»provoca una percepción no demediada de la caduci-dad. Adviértase, sin embargo que el abandono no tienenada que ver con una lúcida representación de la fini-tud, con un tomar nota o un «mirar las cosas de fren-te». En efecto, la mirada consciente, que quiere enfo-car el límite, presupone con todo un margen de posibleexterioridad con respecto a la situación en la que unoestá clavado. Ese ojo sublima o descuenta la caduci-dad, busca todavía su superación.

La evocación existencialista o, por regla general,«laica» del destino mortal, se sitúa en las antípodas denuestro sentir corriente, ya que oscurece, en efecto, unintento extremo de transcendencia. De la representa-ción de la mortalidad se extrae el impulso para proyec-tar una «vida auténtica». La consideración conscientede la propia provisionalidad produce «decisiones»,identidades definitivas, opciones de fondo. La muerte,por así decirlo, entra a trabajar. De este modo, sinembargo, mientras se hace un amago de sacar sobriasconsecuencias del reconocimiento de un estado decosas incuestionable, en realidad lo que se hace esapropiarse de éste como de una «herramienta» existen-cial, para, justamente, transcenderlo, para redimirlo.En cambio, el abandono radical a la finitud, que carac-teriza la situación emotiva actual, hace que nos remita-mos a ella como a un límite que no cabe contemplar«desde fuera», irrepresentable y por ende verdadera-mente intranscendible. Un límite inutilizable, que nopuede explotarse como propulsor de «decisiones» onúcleo de identidades bien estructuradas.

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El abandono a la finitud está habitado por un esforzadosentimiento de pertenencia. Este acercamiento puedeparecer incongruente o paradójico. ¿De qué pertenen-cia se habla, cuando hemos insistido sin descanso en larepentina ausencia de particulares «raíces» que resul-ten creíbles? Es cierto: ya no se «pertenece» a una posi-ción, a una tradición, a un partido. La instancia de la«participación» o del «proyecto» se marchitan. Sinembargo, el desarraigo, lejos de elidir el sentimiento depertenencia, lo potencia: la imposibilidad de enrocarsedentro de un contexto duradero aumenta desmesura-damente la adhesión al «aquí y ahora» más lábil. Lo quesale a la luz con nitidez es, en definitiva, la pertenenciacomo tal, no cualificada ya por un determinado «aalgo». Antes bien, este sentimiento se ha tornado direc-tamente proporcional a la carencia de un «algo» privi-legiado y protector al que pertenecer.

Aquí, en este núcleo neutro de las tonalidadesemotivas hoy preponderantes, relampaguea de nuevouna ambivalencia. La pertenencia pura, carente a un«a-algo», puede tornarse en adhesión omnilateral ysimultánea a todos los órdenes vigentes, a todas lasreglas, a todos los «juegos». Es lo que ha sucedido en ladécada de 1980. De ello ofrece un testimonio exhausti-vo el cínico de nuestros días, con sus estrategias enca-minadas a la afirmación de sí mismo o, más a menudo,a la mera supervivencia social. Sin embargo, el senti-miento de pertenencia, una vez emancipado de raíces oespecíficos «a-algo», alberga también un formidablepotencial crítico y transformador.

Por otra parte, este potencial se dejó atisbar enun pasado no excesivamente lejano. En más de unaocasión, los movimientos juveniles y las nuevas formasdel trabajo dependiente han preferido la defección y eléxodo a cualquier otra forma de lucha. En cuanto fueposible, se intentaron abandonar los puestos y los vín-culos opresivos, en vez de enfrentarse abiertamente aellos. A lo largo de las vías de fuga que de esta suertefueron emprendiéndose, comenzó a delinearse unámbito de experiencia sentido como propio, una «cos-

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tumbre» que no tenía otro fundamento que la expe-riencia en acto en la que iba forjándose. La izquierdaeuropea no ha sabido ver todo esto: por el contrario,ha denigrado ásperamente los comportamientos dedefección y de «fuga». Sin embargo, el éxodo —eléxodo del trabajo asalariado hacia la actividad, porejemplo— no es un gesto negativo, que exima de laacción y de la responsabilidad. Al contrario: en lamedida en que la defección modifica las condicionesen las que se desarrolla el conflicto, en vez de pade-cerlas, exige un grado bastante alto de iniciativa,impone un «hacer» afirmativo.

Ahora bien, precisamente en la defección y en eléxodo se expresa el sentimiento de pura pertenencia,típico, en palabras de Bataille, de la «comunidad detodos aquellos que no tienen comunidad». Defecciónde las reglas dominantes que inervan roles elementa-les o identidades precisas, configurando subrepticios«a-algo». Éxodo hacia un «lugar habitual», que ha deconstituirse cada vez con la propia actividad; un«lugar habitual» que no preexiste a la experienciagracias a la cual se determina su ubicación, ni, por lotanto, puede reflejar ninguna costumbre pretérita (dehecho, hoy la «costumbre» se ha tornado algo insólitoy desacostumbrado, es sólo un resultado eventual, noya un punto de partida). Así, pues, un éxodo hacia for-mas de vida que den cuerpo y fisonomía a la perte-nencia en cuanto tal (y no a formas de vida a las quepertenecer). Éxodo: tal vez sea ésta la forma que másconviene a instancias de transformación radical de loexistente que elaboren, dándole la vuelta, la expe-riencia llevada a cabo en la década de 1980.

Concluyamos. El oportunismo, el cinismo y elmiedo convierten la situación emotiva actual, marcada,precisamente, por el abandono a la finitud y por la per-tenencia al desarraigo, en resignación, sometimiento ysolícita aquiescencia. De tal suerte, sin embargo, laofrecen a la vista al mismo tiempo como un dato irre-versible, a partir del cual pensar también el conflicto yla revuelta. Es preciso preguntarse si y cómo se dejan

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atisbar signos de oposición, que reflejen la misma afec-ción al frágil «aquí y ahora» del que hoy se desprendenante todo oportunismo y cinismo. Si y cómo se danrechazo y esperanza en ese mismo desarraigo del queha surgido el nihilismo pagado de sí mismo que tene-mos ante nosotros. Si y cómo la relación con las opor-tunidades cambiantes puede no ser «oportunista» y laintimidad con las reglas no ser «cínica».

Aquél que detesta la moralidad corriente, ésteprecisamente, debe saber que las nuevas instancias deliberación no podrán más que recorrer con un signoopuesto los mismos senderos por los cuales se ha con-sumado la experiencia del oportunista y del cínico.

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1. En los westerns, cuando el protagonista tiene quehacer frente a un dilema de lo más concreto, cita amenudo un pasaje del Antiguo Testamento. Las pala-bras de los Salmos o del libro de Ezequiel, sacadas desu contexto, entran con toda naturalidad en el cuadrocontingente en el que son pronunciadas. Las preocu-paciones filológicas no se tienen muy en cuenta cuan-do suenan los disparos o cuando se persigue a la injus-ticia. La cita bíblica forma un cortocircuito con unaurgencia práctica. Así leímos y citamos el «Fragmentosobre las máquinas» de Karl Marx desde el principiode los años sesenta (texto extraído de los Grundrisseder Kritik de Politischen Ökonomie, 1857-1858). Paraorientarnos, como podíamos, frente a la cualidadinédita de las huelgas obreras, de algunos comporta-mientos de la juventud, de la introducción de losrobots en las cadenas de montaje y de los ordenadoresen las oficinas, a menudo nos reclamamos de aquellaspáginas escritas casi sin un respiro en 1858. La histo-ria de las interpretaciones sucesivas del «Fragmento»es una historia de avances y de crisis.

2. Seamos claros: es estúpido considerar que es allí ysólo allí donde se encuentra el «verdadero» Marx. Estan estúpido como si desdeñaramos la Crítica de larazón pura para no interesarnos más que por el Opuspostumum de Kant. No obstante, no podemos negar queeste texto contiene una reflexión sobre las tendenciasfundamentales del desarrollo capitalista que no encon-traremos en ninguna otra parte, y que además suenamuy diferente a las habituales majaderías.

4. Algunas notas a propósito del «General Intellect»

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¿Qué sostiene Marx en el «Fragmento»? Una tesis muypoco «marxista»: el saber abstracto —el saber cientí-fico en primer lugar, pero no sólo— tiende a volverse,en virtud precisamente de su autonomía en relación ala producción, ni más ni menos que la principal fuer-za productiva, relegando a una posición marginal altrabajo parcelizado y repetitivo. Se trata del saberobjetivado en el capital fijo, que se ha encarnado (omejor dicho, se ha hecho de hierro) en el sistemaautomático de las máquinas. Marx recurre a una ima-gen bastante sugestiva para designar el conjunto delos conocimientos abstractos (de «paradigmas episte-mológicos», diríamos hoy), que, al mismo tiempo,constituyen el epicentro de la producción social yorganizan todo el contexto de la vida: él habla degeneral intellect, de un «cerebro general». (Hagamosnotar de paso que es posible que esta expresión sea uneco más o menos consciente del Nous poietikos, delintelecto productivo distinto e impasible del que noshabla Aristóteles en el De anima.)

La preeminencia tendencial del saber haceentonces que el tiempo de trabajo no sea ya más queuna «base miserable»: ahora, el obrero se sitúa al ladodel proceso de producción, al mismo tiempo que es suagente principal. Lo que se llama la ley del valor (elvalor de una mercancía que está determinado por eltiempo de trabajo que le es incorporado), que Marxconsidera el arquitrabe de las relaciones socialesactuales, es sin embargo corroída y rechazada por elpropio desarrollo capitalista. El capital no deja porello, imperturbable, de «medir las gigantescas fuerzassociales por el rasero del tiempo de trabajo» (aten-ción, Marx dice claramente: el capital; pero nosotrospodríamos añadir que el propio movimiento obrerotambién hace de la centralidad del trabajo asalariadosu propia razón de ser).

En este punto Marx avanza una hipótesis deemancipación muy diferente de las que expone en otrostextos y que son las más conocidas. En el «Fragmento

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sobre las máquinas» el origen de la crisis ya no seimputa a las desproporciones inherentes a un modo deproducción basado realmente en el tiempo de trabajoconcedido por los individuos (por tanto, ya no se impu-ta a los desequilibrios ligados a la existencia plena eíntegra de la ley del valor, por ejemplo, la caída ten-dencial de la tasa de beneficio). Por el contrario, es lacontradicción desgarradora entre un proceso de pro-ducción que se apoya ahora directa y exclusivamenteen la ciencia, y una unidad de medida de la riqueza quecoincide aún con la cantidad de trabajo incorporado enlos productos lo que aparece hoy en primer plano. Laampliación progresiva de esta divergencia conduce,según Marx, al «hundimiento de la producción basadaen el valor de cambio» y, por tanto, al comunismo.

3. En los años sesenta, la lectura del «Fragmento»sirvió para desenmascarar la supuesta neutralidadde la ciencia y del saber en general. Permitió mos-trar la imposiblidad de disociar técnica y «mando»,máquinas y jerarquía, y denunciar las mentiras des-vergonzadas de los progresistas y los teóricos de las«relaciones humanas».

En el curso de los años setenta, enarbolamos el«Fragmento» para criticar al socialismo: no sólo aHusak, sino también al socialismo ideal y sus mitologíasdel trabajo y el Estado. Discernimos en aquellas pági-nas el índice de actualidad del comunismo: aboliciónde la prestación salarial y languidecimiento delEstado. En el hecho de que el trabajo se vuelve unacantidad desdeñable en la producción de la riquezavislumbramos la posibilidad para los obreros de des-embarazarse de su condición de mercancía comofuerza de trabajo. A la afirmación del general intellectparecía corresponderle la formación de una potentesubjetividad antagonista.

Hoy, al comienzo de los años 801, se ha hechonecesaria una interpretación totalmente diferente del«Fragmento»: pues, como el papel de tornasol, cobra

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1. Es bastante probable que haya aquí una errata, y sean los 90 en vez de los 80 (N.del E.)

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hoy otra coloración al contacto con nuestra realidadactual. Lo que salta a la vista, ahora, es la completa rea-lización efectiva de la evolución tendencial descrita enlas célebres páginas de los Grundrisse, sin ningún vuel-co, sin embargo, en una perspectiva de emancipación,o siquiera de conflictividad. La contradicción in pro-gress a la que Marx ligaba la hipótesis de una revolu-ción social radical, se ha vuelto componente estable delmodo de producción existente. Asimismo, la despro-porción entre el papel asumido por el saber objetivadoen las máquinas y la importancia decreciente del tiem-po de trabajo, que constituía un foco de crisis, ha dadolugar a formas nuevas y sólidas de dominación. El«Fragmento» es más una caja de herramientas para elsociológo que una incitación a la superación de lo exis-tente. Es el último capítulo de una «historia natural» dela sociedad. Describe una realidad empírica que todostenemos a la vista. Es una mapa topográfico del pre-sente, no una escapada hacia un comunismo que brilla-rá en todo su esplendor.

En esta situación, dos tareas me parecen esen-ciales. La primera consiste en definir lo que constituyeel rasgo característico de un capitalismo basado esen-cialmente en el general intellect; o al menos dibujar loscontornos, la «silueta», del modo de producción que,lejos de sufrir trastornos, encuentra resueltamente sudinámica en la «desproporción cualitativa entre el tra-bajo (...) y la potencia del proceso de producción queeste se contenta con vigilar». Mencionemos aquí a estepropósito dos aspectos: a) la salida de la sociedad deltrabajo; b) las nuevas abstracciones reales. La segundatarea, la que es verdaderamente importante, consisteen hallar el hilo conductor de la conflictividad y de lacrítica radical en el momento en que el «Fragmento» seha realizado plenamente como dominación. Allí habráque abordar el tema de la intelectualidad de masa.

4. La salida de la sociedad del trabajo es la tenden-cia que ha dominado a las sociedades occidentalesen el curso de las dos últimas décadas. La reduccióndel tiempo de trabajo sometido a mando a una parte

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virtualmente desdeñable de la vida, la posibilidad deconcebir la prestación salarial como uno de los momen-tos de la existencia y no como trabajo forzado ni comola fuente de una identidad duradera, esa es la mutaciónde la que somos los actores a menudo inconscientes, ylos testigos no siempre dignos de fe.

Como había pronosticado el «Fragmento», el tiem-po de fatiga gastado y concedido se ha vuelto un factorproductivo marginal. La ciencia, la información, el saberen general, la comunicación lingüística se presentancomo el «pilar central» que sostiene la producción y lariqueza, estos, y no ya el tiempo de trabajo. No obstante,este tiempo, o más bien el «robo» de este tiempo conti-núa valiendo como parámetro eminente del desarrollo yde la riqueza sociales. También la salida de la sociedaddel trabajo es el teatro de antinomias feroces y de para-dojas desconcertantes.

El tiempo de trabajo es la unidad de medida envigor, pero ya no es la verdadera unidad. Los movimien-tos de los años setenta señalaron esta mentira para tra-tar de sacudirla y abolirla. Quisieron imponer una ver-sión, eminentemente conflictiva, de la tendencia objeti-va: reivindicando el derecho al no-trabajo, provocandouna migración colectiva, fuera de la fábrica, revelandoel carácter parasitario de la actividad bajo el dominiopatronal. En el curso de los años ochenta, el sistemaestablecido ha prevalecido pese a su carácter falaz.Aunque podemos decir, en forma de boutade (de las másserias), que la superación de la sociedad del trabajo seda en las formas prescritas por el sistema social basadoen el trabajo asalariado. Este curso de las cosas remitetotalmente a lo que escribía Marx a propósito de lassociedades por acciones; asistimos con estas a la supera-ción de la propiedad privada en el terreno mismo de lapropiedad privada. También aquí, el desplazamiento esreal, pero el terreno en el que se lleva a cabo no lo esmenos. Pensar conjuntamente los dos aspectos, sin redu-cir el primero a una pura virtualidad ni el segundo a unasimple «costra» extrínseca, ahí está la dificultad que nopodemos evitar.

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El tiempo de no-trabajo, que es una riqueza potencial,se presenta en el sistema establecido como una pérdi-da, una penuria: paro debido tanto a las nuevas inver-siones como a su ausencia; «cassa integrazione»2 delarga duración; reedición de infraestructuras producti-vas «primitivas» que flanquean a sectores innovadoresy dinámicos; reestablecimiento de arcaísmos discipli-narios para controlar a individuos que ya no estánsometidos al régimen de la fábrica. En la época delgeneral intellect, toda la fuerza de trabajo ocupada vivepermanentemente la condición de «ejército industrialde reserva». Incluso cuando sufre horarios de equipoasesinos y se ve obligada a hacer horas extraordinarias.La descripción empírica de toda la fuerza de trabajo,incluida la que tiene más «garantías», puede hacersecon la ayuda de las categorías utilizadas por Marx parala «superpoblación» fluida (pre-jubilados, turn-over,etc...) latente (allí donde la innovación técnica intervie-ne a intervalos cada vez más cercanos entre sí), estan-cada (trabajo «subterráneo», precario, etc...).

La cuestión decisiva ya no reside en la contra-dicción global que descansa sobre las horas de traba-jo, pues se trata de una tendencia ya explícita, de un

1. E«Cassa integrazione» (Caja de integración) es —más bien fue— una institu-ción fundamental, desde varios puntos de vista del Welfare italiano de los años 70.Básicamente garantizaba indefinidamente un subsidio de desempleo igual al sala-rio recibido antes del «licenziamento», hasta que el/la «cassintegrati/e» fuera denuevo contratado. En los años 70, con reestructuraciones salvajes y despidos masi-vos, «Cassa integrazione» sirvió para garantizar la reproducción de cientos de milesde sujetos expulsados de las fábricas. Pero más importante es, precisamente, la cua-lidad de esa reproducción, es decir, la inteligencia del uso colectivo e individual,más o menos organizado, más o menos estratégico, que de los flujos monetariosde la «Cassa integrazione» llevaron a cabo estos sujetos, que en mayor o menormedida vivían el antagonismo como experiencia cotidiana, para articularlos contoda clase de proyectos atravesados por el rechazo del trabajo, la búsqueda de laautonomía individual y colectiva, la autoorganización y la reconstrucción creativade las relaciones sociales. En este sentido, se dieron múltiples experiencias de auto-organización productiva, gracias a los flujos de «Cassa integrazione», en los queparticipaban obreras y obreros expulsados (y en muchos casos, «autoexpulsados»,montones de gente que huían de la cadena y del trabajo asalariado) de las fábricas«tocadas» por una década de potentísimo antagonismo social autónomo. (N. del E.)

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fondo común tanto a las prácticas de dominacióncomo a las eventuales instancias de transformaciónradical de lo existente.

Tal y como lo ha hecho notar el análisis sociológi-co del «Fragmento», siempre habrá demasiado tiempo:el envite es la forma que cobrará esa excrecencia. Laizquierda política es totalmente inepta para tener unpapel en este juego, ya que veía su razón de ser en la per-manencia del régimen asalariado, en los conflictos inter-nos a esa articulación de la temporalidad. La salida de lasociedad del trabajo y la posibilidad, que de ahí se deri-va, de una batalla que tenga como envite el tiempo san-cionan el final de la izquierda. Es preciso tomar acta deello, sin complacencia, pero también sin lamentaciones.

5. En la medida en que organiza efectivamente la pro-ducción y el «mundo de la vida», el general intellect esuna abstracción plena, pero una abstracción real dota-da de una operatividad material. Pero, dado que estácompuesta de paradigmas, de códigos, de procedimien-tos formalizados, de axiomas (en resumen, de concre-ciones objetivas del saber), el general intellect se dis-tingue muy netamente de las «abstracciones reales»típicas de la modernidad: a saber, las que inspiran elprincipio de equivalencia.

Mientras que el dinero, el «equivalente general»,encarna precisamente por la independencia de su exis-tencia la conmensurabilidad de los productos, de lostrabajos, de los sujetos, el general intellect establecepor el contrario las premisas analíticas de todas laspraxis. Los modelos del saber social no pueden ser asi-milados a las diferentes actividades de trabajo, sinoque se presentan a sí mismos como «fuerza productivainmediata». No son unidades de medida, sino que cons-tituyen más bien el presupuesto sin medida con posibi-lidades operativas heterogéneas. No es un «género»que existe fuera de los «individuos» que forman partede él, son reglas axiomáticas, cuya validez no dependeen absoluto de lo que reflejan. Al no medir, al no repre-sentar nada, los códigos y los paradigmas técnico-cien-tíficos se manifiestan como principios constructivos.

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Esta mutación en la naturaleza de las «abstraccionesreales» —mutación según la cual es el saber abstractomás que el intercambio de equivalentes (exclusiva-mente) lo que gobierna las relaciones sociales— impli-ca profundas modificaciones en el plano del ethos. Laautonomía irreversible del intelecto abstracto, y portanto una nueva relación entre «vida» y saber, está enel origen del cinismo contemporáneo.

El principio de equivalencia, que está sin embar-go en el fundamento de las jerarquías más intransigen-tes y de las desigualdades más feroces, garantizabapese a todo una cierta visibilidad de los lazos sociales,una conmensurabilidad, un sistema de convertibilida-des proporcionadas. De tal manera que las aspiracio-nes a una reciprocidad sin constricciones del reconoci-miento, el ideal de una comunicación lingüística uni-versal y transparente se han dirigido hacia él, de unmodo evidentemente ideológico y contradictorio. A lainversa, el general intellect, al destruir la conmensu-rabilidad y las proporciones, da la impresión de vol-ver intransitivos los «mundos vitales», así como lasformas de comunicación. No ofrece la unidad de medi-da que permite la comparación, impide toda repre-sentación unitaria del proceso social productivo, tras-torna las bases mismas de la representación política.El cinismo de hoy refleja pasivamente esta situación,haciendo de la necesidad virtud.

El cinismo revela, en el contexto particular en elque actúa, el papel preponderante que desempeñandeterminadas premisas epistemológicas y la ausenciasimultánea de equivalencias reales. Bloquea de ante-mano toda aspiración a una comunicación dialógicatransparente. Renuncia de buenas a primeras a la bús-queda de un fundamento intersubjetivo para su praxis,del mismo modo que renuncia también a la reivindica-ción de un criterio común de evaluación moral. El hun-dimiento del principio de equivalencia, tan íntimamen-te ligado al intercambio y la mercancía, se muestra, enel comportamiento del cínico, como el abandono «sindolor» de las instancias de igualdad. Hasta el punto

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incluso de que la afirmación de sí mismo se hará preci-samente a través de la multiplicación y la fluidificaciónde las jerarquías y las desigualdades que parece traerconsigo el advenimiento de la centralidad del saber enla producción. La adhesión a tal o cual conjunto dereglas convencionales, la reducción al mínimo de laelaboración de los contenidos vitales: tal es la formaque cobra la adaptación reactiva al general intellect.No obstante, en la absoluta negatividad misma delcinismo contemporáneo, en esa adaptación oportunistaa una nueva relación entre «Vida» y saber, es precisocaptar una especie de aprendizaje de masa de las nue-vas condiciones del conflicto.

6. Para reactivar su potencia política, es importanteponer en acción una crítica de fondo del «Fragmento».Será esta: Marx ha identificado totalmente el generalintellect (o al menos el saber en tanto principal fuerzaproductiva) con el capital fijo, desdeñando así la parteen la que el propio general intellect se presenta por elcontrario como trabajo vivo. Lo que precisamente hoyes el aspecto decisivo.

En efecto, la conexión entre saber y producciónno se agota en el sistema de las máquinas, sino que searticula necesariamente a través de los sujetos concre-tos. Hoy no es difícil ampliar la noción de generalintellect mucho más allá del conocimiento que sematerializa en el capital fijo, incluyendo también lasformas de saber que estructuran la comunicaciónsocial e inervan la actividad del trabajo intelectual demasa. El general intellect comprende los lenguajesartificiales, las teorías de la información y de siste-mas, toda la gama de cualificaciones en materia decomunicación, los saberes locales, los «juegos lingúís-ticos» informales e incluso determinadas preocupa-ciones éticas. En los procesos de trabajo contemporá-neos, hay constelaciones enteras de conceptos quefuncionan por sí mismas como «máquinas» producti-vas, sin necesidad de un cuerpo mecánico, ni siquierade una pequeña alma electrónica.

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Llamamos intelectualidad de masa al trabajo vivo entanto articulación determinante del «general intellect».La intelectualidad de masa —en su conjunto, comocuerpo social— es depositaria de los saberes no divisi-bles de los sujetos vivos, de su cooperación lingüística.Estos saberes no constituyen en modo alguno un resi-duo, sino una realidad producida precisamente por laafirmación incondicionada del «general intellect» abs-tracto. Precisamente esta afirmación incondicionadaimplica que una parte importante de los conocimientosno pueda depositarse en las máquinas, sino que debamanifestarse en la interacción directa de la fuerza detrabajo. Nos vemos frente a una expropiación radical,que sin embargo no puede resolverse nunca en unaseparación completa y definitiva.

Es un error comprender tan sólo o sobre todo laintelectualidad de masa como un conjunto de funcio-nes: informáticos, investigadores, empleados de laindustria cultural, etc. Mediante esta expresión desig-namos más bien una cualidad y un signo distintivo detoda la fuerza de trabajo social de la época posfordista,es decir, la época en la que la información, la comuni-cación juegan un papel esencial en cada repliegue delproceso de producción; en pocas palabras, la época enla que se ha puesto a trabajar al lenguaje mismo, en laque éste se ha vuelto trabajo asalariado (tanto que«libertad de lenguaje» significa hoy ni más ni menosque «abolición del trabajo asalariado»). La intelectuali-dad de masa son los nuevos contratados de la FIAT,escolarizados y ya socializados antes de entrar al taller;los estudiantes que, bloqueando las universidades,ponen en cuestión la forma misma de las fuerzas pro-ductivas con una voluntad de experimentación y deconstrucción; los inmigrantes, para los que la luchasobre los salarios nunca puede separarse de una con-frontación, de las fricciones incluso, entre lenguas, for-mas de vida, modelos éticos.

La intelectualidad de masa se ve en el centro deuna paradoja bastante instructiva. Podemos señalar susprincipales características en relación a las diferentes

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funciones en el trabajo, pero ante todo a nivel de loshábitos metropolitanos, de los usos lingüísticos, delconsumo cultural. No obstante, precisamente cuando laproducción ya no parece ofrecer una identidad se pro-yecta sobre cualquier aspecto de la experiencia, some-tiendo entonces las competencias lingüísticas, las incli-naciones éticas, los matices de la subjetividad. Difícilde describir en términos económico-productivos, laintelectualidad de masa es por esta misma razón (y noa pesar de ella) la componente fundamental de la acu-mulación capitalista hoy. Experimenta sobre sí mismalas formas contradictorias de salida de la sociedad deltrabajo y las nuevas abstracciones reales. Su existenciamaterial misma impone una recuperación radical de lacrítica de la economía política que pueda dar cuenta dela fusión completa entre cultura y producción, «estruc-tura» y «superestructura». Impone entonces una críti-ca no económica de la economía política.

87Algunas notas a propósito del «General Intellect»

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I.— EN NUESTROS DÍAS, nada parece tan enigmático comola acción. Tan enigmático como inaccesible. Podríamosdecir, a modo de chiste: si nadie me pregunta qué es laacción política, creo saberlo; si tengo que explicarle loque es al que me hace la pregunta, ese supuesto saber sedisuelve en una cantinela inarticulada. Y sin embargo,¿se da, en el lenguaje común, una noción más familiarque la de acción? ¿Por qué una evidencia semejante se haarropado con tanto misterio? ¿Por qué suscita una admi-ración semejante? Para responder a estas preguntas nobasta con echar mano del eterno pelotón de sacrosantasrazones prêtes-à-porter: las relaciones de fuerza desfa-vorables, el eco tenaz de las derrotas sufridas, la arro-gante resignación que la ideología posmoderna no dejade mantener. Otros tantos elementos que tienen suimportancia, no hace falta decirlo, pero que, en sí mis-mos, no explican nada y llegan incluso a sembrar la con-fusión, en la medida en que nos dejan suponer que atra-vesamos un túnel oscuro a cuyo final todo volverá a sercomo antes. Recíprocamente, la parálisis de la acciónestá ligada a aspectos esenciales de la experiencia con-temporánea. Es ahí, en torno a tales aspectos, donde hayque ahondar, sabiendo al mismo tiempo que no constitu-yen una desgraciada coyuntura, sino, claramente, unfondo insoslayable. Para romper el hechizo, es precisoelaborar un modelo de acción que precisamente permi-ta a la acción nutrirse de lo que actualmente determinasu bloqueo. El propio interdicto debe transformarse ensalvoconducto.

De acuerdo a una larga tradición, el dominio de laacción política puede circunscribirse, sin temor a equi-vocarse, mediante dos líneas divisorias. La primera, en

5. Virtuosismo y revolución:notas sobre el concepto de acción política

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relación al trabajo, a su carácter instrumental, tacitur-no y al automatismo que hace de él un proceso repetiti-vo y previsible. La segunda, en relación al pensamien-to puro, a su naturaleza solitaria y no manifiesta (fugi-tiva). A diferencia del trabajo, la acción política inter-viene sobre las relaciones sociales y no sobre materiasnaturales; modifica el contexto en el que se inscribe envez de obstruirlo con objetos nuevos. A diferencia de lareflexión intelectual, la acción es pública, está someti-da a la exterioridad, a la contingencia, al rumor de lamultitud. Es, al menos, lo que nos enseña esa larga tra-dición. Pero es, al mismo tiempo, algo con lo que ya nopodemos contar. Las fronteras habituales entreIntelecto, Trabajo, Acción (o, si se prefiere, entre teo-ría, poiesis y praxis) ceden, y en diversos puntos seseñalan infiltraciones y cabezas de puente.

En las notas que siguen sostendremos: a) que eltrabajo ha absorbido los rasgos distintivos de la acciónpolítica; b) que una anexión tal se ha hecho posible porla connivencia entre la producción contemporánea y unIntelecto que se ha vuelto público y ha hecho irrupción,por tanto, en el mundo de las apariencias. En últimolugar, lo que ha provocado el eclipse de la Acción esprecisamente la simbiosis del Trabajo con el generalintellect, o «saber social general», que, según Marx, daforma al «proceso vital de la sociedad». Después, hare-mos las hipótesis siguientes: a) el carácter público ymundano del Nous, es decir, la potencia material delgeneral intellect, constituye el inevitable punto de par-tida a partir del cual se tratará de redefinir la prácticapolítica, así como sus problemas más manifiestos:poder, gobierno, democracia, violencia, etc. En pocaspalabras, a la coalición de Intelecto y Trabajo, opon-dremos la de Intelecto y Acción. b) Mientras que lasimbiosis entre el saber y la producción tiende a la legi-timación extrema, anómala y sin embargo vigorosa, delpacto de obediencia hacia el Estado, el vínculo entregeneral intellect y Acción política deja vislumbrar laposibilidad de una esfera pública no estatal.

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II.— La frontera entre Trabajo y Acción que, en un pri-mer momento, era algo vaporosa, ha acabado por des-aparecer totalmente. Para Hannah Arendt (y aquí que-rríamos instaurar un debate crítico, llegando incluso ala fricción, con las posiciones que ella defiende), esahibridación se debe al hecho de que la práctica políticamoderna ha asimilado el modelo del Trabajo, de talmodo que se asemeja cada vez más a un proceso defabricación (cuyo «producto» es, sucesivamente, la his-toria, el Estado, el partido, etc.). Este diagnóstico debeinvertirse. Lo que más importa no es tanto el hecho deque la acción política se haya concebido como una pro-ducción, sino el que la producción haya incluido en símisma un cierto número de prerrogativas de la acción.En la época posfordista, es el trabajo el que cobra lasapariencias de la Acción: imprevisibilidad, capacidadde empezar algo de nuevo, perfomances lingüísticas,habilidad para la elección entre posibilidades alterna-tivas, con una consecuencia fatal: en relación a unTrabajo cargado de requisitos «accionistas», el paso ala Acción se presenta como una decadencia o, en elmejor de los casos, como una duplicata superflua.Decadencia, lo más a menudo: estructurada según unalógica rudimentaria fines/medios, la política ofrece unatrama comunicativa y un contenido cognitivo más mez-quinos que los que han podido experimentarse en elproceso productivo. Menos compleja que el Trabajo, opareciéndosele demasiado, la Acción aparece en todocaso poco deseable.

1) En el Capítulo sexto inédito (pero también, en tér-minos casi similares, en las Teorías de la plusvalía),Marx analiza el trabajo intelectual, distinguiendo doscategorías principales. Por una parte, la actividadinmaterial que «tiene como resultado mercancías quetienen una existencia independiente de su productor[...] libros, cuadros, objetos de arte en general, en lamedida en que son distintas de la prestación artísticadel que escribe, pinta o crea». Por otra, todas las acti-vidades en las que «el producto es inseparable del acto

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de producción»; las actividades que encuentran en símismas su propia realización, sin objetivarse en unaobra que las sobrepase. Los «artistas intérpretes», unpianista, por ejemplo, o un bailarín, ofrecen buenosejemplos de la segunda categoría de trabajo intelectual,pero todos aquellos cuyo trabajo se resuelve en una eje-cución virtuosa pueden unirse también a esta catego-ría: «los oradores, los maestros, los médicos, los sacer-dotes». Se trata, en suma, de una gama muy diferencia-da de tipos humanos, desde Glenn Gould hasta el impe-cable mayordomo, típico de tantas novelas inglesas.

De estas dos categorías de trabajo intelectual,sólo la primera parece, para Marx, pertenecer plena-mente a la definición de «trabajo productivo» (términoque no cubre más que el trabajo que produce una plus-valía, y no el que es tan sólo útil o abrumador). Los vir-tuosos, que se contentan con ejecutar una «partitura» yno dejan huella duradera, representan por una parte«una cantidad infinitesimal en relación a la masa de laproducción capitalista» y, por otra, debe considerarseque ejecutan un «trabajo asalariado que no es, almismo tiempo, un trabajo productivo». Aunque com-prendemos sin dificultades la observación de Marxacerca del carácter cuantitativamente insignificante delos virtuosos, el veredicto de «improductividad» nosdeja, por el contrario, un poco perplejos. En principio,nada excluye el hecho de que el bailarín pueda darlugar a una plusvalía, sino que, para Marx, la ausenciade una obra que sobreviva a la actividad asimila la vir-tuosidad intelectual moderna al conjunto de las presta-ciones que proporcionan un servicio personal: presta-ciones, en lo que les atañe, siempre improductivas yaque, para obtenerlas, se gasta una renta y no capital. El«artista intérprete», sometido y parásito al mismo tiem-po, se hunde al final en los limbos del trabajo servil.

Las actividades en las que «el producto es inse-parable del acto de producción» tienen un estatutoambiguo, que la crítica de la economía política no siem-pre, ni completamente, ha comprendido bien. La razónde esta dificultad es simple. Mucho antes de integrarse

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en la producción capitalista, el virtuosismo fue elarquitrabe de la ética y de la política. Además, ha cua-lificado a la Acción como distinta del (e incluso opues-ta al) Trabajo. Aristóteles escribe: «El fin de la produc-ción es diferente de la producción misma, mientras queeste no podría ser el caso en lo que atañe al fin de laacción: porque la conducta virtuosa es un fin en símisma». Emparentada desde el comienzo con la bús-queda de la «buena vida», la actividad, que se mani-fiesta como una «conducta» y no ha de perseguir un finextrínseco, coincide incluso con la práctica política.Según Arendt, «las artes que no realizan ninguna“obra” tienen una gran afinidad con la política. Losartistas que las practican —bailarines, actores, músi-cos y otros— necesitan un público junto al que puedendar muestra de su virtuosismo, tal y como los hombresque actúan necesitan a otros para manifestarse en supresencia: unos y otros necesitan, para “trabajar”, unespacio de estructura pública y, en los dos casos, su“ejecución” depende de la presencia de los demás».

El pianista o el bailarín están en equilibrio pre-cario sobre la línea que separa destinos antitéticos: poruna parte, pueden volverse ejemplos de «trabajo asala-riado que no es, al mismo tiempo, un trabajo producti-vo»; por otra, sugieren la acción política. Su naturalezaes anfibia. Pero, hasta ahora, cada uno de los desarro-llos potenciales inherentes a la figura del artista intér-prete —poiesis o praxis, Trabajo o Acción— parecenexcluir la tendencia opuesta. El status del trabajadorasalariado se afirma en detrimento de la vocación polí-tica y recíprocamente. A partir de un cierto punto ymás allá, por el contrario, la alternativa se transformaen complicidad; al aut-aut le substituye un et-et para-dójico. El virtuoso trabaja (es incluso el trabajador porexcelencia) no a pesar de, sino precisamente porque suactividad evoca la práctica política. El desgarramientometafórico se acaba y, en la nueva situación, los análi-sis antagonistas de Marx y Arendt ya no nos son demucha ayuda.

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2) En la organización productiva posfordista, la activi-dad sin obra deviene, del caso particular y problemáti-co que es, el prototipo del trabajo asalariado en general.

Aquí no se trata de retomar análisis circunstan-ciales ya desarrollados en otro lugar: algunas evocacio-nes substanciales serán suficientes. Cuando el Trabajoasume tareas de vigilancia y coordinación, es decir,cuando «se coloca junto al proceso de produccióninmediato, en vez de ser su agente principal», sus fun-ciones ya no consisten en perseguir un fin particular,sino en modular (más que variar e intensificar) la coo-peración social, es decir, el conjunto de relaciones y deconexiones sistemáticas que constituyen ahora elauténtico «pilar principal de la producción y la rique-za». Una modulación tal consiste en prestaciones lin-güísticas que, lejos de dar lugar a un producto acabado,se agotan en la interacción comunicativa determinadapor su propia ejecución.

La actividad posfordista presupone y, al mismotiempo, reelabora sin cesar el «espacio de estructurapública» (espacio de la cooperación, precisamente) delque habla Arendt como de la cualidad indispensablerequerida tanto para el bailarín como para el hombrepolítico. La «presencia del otro» es, al mismo tiempo,instrumento y objeto del trabajo: es por esto por lo quelos procedimientos productivos requieren siempre uncierto grado de virtuosismo y se asemejan a verdaderasacciones políticas. La intelectualidad de masa (términoseguramente torpe, mediante el cual hemos intentadoindicar una cualidad de toda la fuerza de trabajo pos-fordista y no el conjunto de las diferentes profesiones)está llamada a ejercer el arte de lo posible, a afrontar loimprevisto, a beneficiarse de la ocasión. Mientras que ladivisa heráldica del trabajo productor de plusvalía seconvierte, sarcásticamente, en politique d’abord!, lapolítica en sentido estricto es destituida o paralizada.

En el fondo, el eslogan capitalista sobre la «cali-dad total», ¿significa otra cosa que la petición de ponera trabajar a todo lo que tradicionalmente se exilia deltrabajo, a saber, la habilidad comunicativa y el gusto

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por la Acción? Y, ¿cómo puede integrarse en el procesoproductivo toda la experiencia del individuo si no esobligando a este último a una secuencia de variacionessobre un tema, performances, improvisaciones? Unasecuencia tal, parodiando la autorrealización, marca enrealidad la cumbre del sometimiento. Nadie es tanpobre como el que ve su propia relación con la «pre-sencia del otro», es decir, su propio cobrar-lengua,reducida a un trabajo asalariado.

III.— ¿Cuál es la partitura que no dejan de ejecutar lostrabajadores posfordistas desde el momento en que soninducidos a dar muestras de virtuosismo? La respuesta,en términos concisos, da algo así como: la partitura suigeneris del trabajo contemporáneo es el Intelecto entanto que Intelecto público, general intellect, sabersocial global, competencia lingüística común. Y podrí-amos decir también: la producción exige el virtuosis-mo, y por tanto introduce numerosos rasgos propios dela acción política, precisa y únicamente porque elIntelecto se ha vuelto la principal fuerza productiva,premisa y epicentro de toda poiesis.

Esta idea de un intelecto público es apartada conintolerancia por Hannah Arendt. Para ella, la reflexión,el pensamiento o, digamos, la «vida del espíritu» notienen nada en común con la «preocupación por losasuntos corrientes» que implica «la exposición a losojos de los demás». Por el contrario, la intromisión delIntelecto en el mundo de las apariencias es reflejadapor Marx en primer lugar mediante el concepto de«abstracción real» y luego, sobre todo, mediante el degeneral intellect. Mientras que la abstracción real esun hecho empírico (el intercambio de equivalentes, porejemplo) que posee la estructura rarificada de un pen-samiento puro, el general intellect señala más bien elestadio en el curso del cual son los pensamientos puros,como tales, los que tienen el valor y la incidencia típi-ca de los hechos (o si se quiere: el estadio en el cursodel cual las abstracciones mentales son inmediatamen-te, por sí mismas, abstracciones reales).

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Pero Marx concibe el general intellect como una«capacidad científica objetivada» en el sistema demáquinas, y por tanto como capital fijo. De este modo,reduce la aparición o la publicidad del Intelecto a laaplicación tecnológica de las ciencias naturales al pro-ceso productivo. El paso crucial consiste, por el contra-rio, en dar el mayor relieve al lado en el que el generalintellect, más que como machina machinarum, se pre-senta al final como un atributo directo del trabajo vivo,repertorio de la intelligentsia difusa, partitura quereúne a una multitud. Por otra parte, para llevar a caboeste paso es necesario el análisis de la producción pos-fordista: de hecho, en esta juegan un papel decisivoconstelaciones conceptuales y esquemas de pensa-miento que nunca pueden reducirse a un capital fijo, alser, desde luego, inseparables de la interacción de unapluralidad de sujetos vivos. Aquí no se trata, evidente-mente, de la erudición científica del simple trabajador.Lo que viene al primer plano, adquiriendo el rango derecurso público, son tan sólo (y este «tan sólo» lo estodo) las actitudes más genéricas del espíritu: facultadde lenguaje, disposición al aprendizaje, capacidad deabstracción y de conexión, acceso a la autorreflexión.

Por la expresión general intellect hay que enten-der, literalmente, intelecto en general. Ahora bien, sesobreentiende que el Intelecto-en-general sólo consti-tuye una «partitura» en sentido amplio. No se tratadesde luego de una composición específica (las«Variaciones Goldberg» de Bach, por ejemplo), inter-pretada por una persona cuyas competencias no per-miten comparación alguna (Glenn Gould, por ejemplo),sino, precisamente, de una simple facultad, e incluso dela facultad que hace posible toda composición (asícomo toda experiencia). La ejecución virtuosa, quenunca da lugar a una obra, no puede, en este caso, pre-suponerla siquiera. Esta consiste en hacer resonar elIntelecto en tanto que actitud. Su única partitura es,como tal, la condición de posibilidad de todas las parti-turas. Este virtuosismo no tiene nada de inhabitual, niprecisa de un talento particular. Basta con pensar en el

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acto por el cual una ser hablante cualquiera bebe de lainexorable potencialidad del lenguaje (lo contrario deuna «obra» definida) para ejecutar una enunciacióncontingente y única.

1) El intelecto se vuelve público en la medida en que seune al Trabajo; sin embargo, una vez unido al Trabajo,su carácter público típico es también inhibido y aboli-do. Sin cesar de ser evocado de nuevo como fuerza pro-ductiva, es sin cesar abolido, de nuevo, como esferapública propiamente dicha, raíz eventual de la Acciónpolítica, principio constitucional diferente.

El general intellect es el fundamento de unacooperación social más amplia que la específica delcampo del trabajo. Más amplia y, al mismo tiempo,absolutamente heterogénea. Mientras que las conexio-nes del proceso productivo se basan en la división téc-nica y jerárquica de las atribuciones, la «acción-en-concierto», centrada en el general intellect, parte de laparticipación común en la «vida del espíritu», es decir,de la repartición preliminar de actitudes comunicati-vas y cognitivas. Sin embargo, la cooperación exceden-te del Intelecto, en lugar de eludir las coacciones de laproducción capitalista, aparece como su recurso másprecioso. Su carácter heterogéneo no tiene voz ni apa-riencia. Y más aún, dado que la aparición del Intelectose vuelve el requisito técnico previo al Trabajo, la«acción-en-concierto» fuera del tiempo de trabajo queanima está sometida a su vez a los criterios y las jerar-quías que caracterizan el régimen de fábrica.

Las consecuencias principales de esta situaciónparadójica son las siguientes: la primera atañe a lanaturaleza y la forma del poder político. El carácterpúblico particular del Intelecto, privado de una expre-sión que le sea propia por este Trabajo, que sin embar-go le invoca como fuerza productiva, se manifiestaindirectamente en el campo del Estado a través delcrecimiento hipertrófico de los aparatos administrati-vos. La administración, y no ya el sistema político-par-lamentario, es el corazón de la estaticidad: pero lo es

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precisamente porque representa una concreción autori-taria del general intellect, el punto de fusión entre sabery mando, la imagen invertida de la cooperación exce-dente. Es muy cierto que, desde hace décadas, el pesocreciente y determinante de la burocracia en el «cuer-po político» ha sido objeto de diferentes descripciones:sin embargo, aquí queremos indicar un umbral inédito.En pocas palabras, ya no se trata de procesos muy cono-cidos de racionalización del Estado, sino, a la inversa,ahora se trata de tomar acta del advenimiento de laestatización del Intelecto. La antigua expresión «razónde Estado» adquiere por primera vez un sentido nometafórico. Si Hobbes y los demás grandes teóricos dela «unidad política» veían el principio de legitimacióndel poder absoluto en el traspaso del derecho natural decada individuo en la persona del soberano, habría quehablar ahora, por el contrario, de un traspaso delIntelecto o, mejor aún, de su inmediato e irreductiblecarácter público, en la Administración del Estado.

La segunda consecuencia atañe a la naturalezaefectiva del régimen posfordista. Dado que el «espaciode estructura pública» abierto por el Intelecto es reduci-do enteramente en cada momento a una cooperación enel dominio del trabajo, es decir, a una trama tupida derelaciones jerárquicas, la función discriminante quetiene «la presencia de otro», en todas las operacionesproductivas concretas cobra la forma de la dependenciapersonal. En otros términos, la actividad virtuosa semuestra como trabajo servil universal. La afinidad entreel pianista y el camarero, que Marx había vislumbrado,encuentra una confirmación inopinada en una época enla que todo el trabajo asalariado se emparenta con el«artista ejecutor». Cuando «el producto es inseparabledel acto de producción», este acto invoca la persona delque lo lleva a cabo y, sobre todo, la relación entre esta yla persona del que se lo ha mandado o a la que se dirige.Si, por una parte, la puesta al trabajo de lo que es común,es decir, del Intelecto y del Lenguaje, vuelve ficticia ladivisión técnica impersonal de las atribuciones, por otra,al no traducirse esta comunidad en una esfera pública

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(es decir, en una comunidad política), induce una perso-nalización viscosa del sometimiento.

IV.— La piedra angular de la acción política (y tambiénel paso que, solo, podrá arrancarla a la parálisis actual)consiste en desarrollar el carácter público del Intelectofuera del trabajo, en oposición a este. La empresa sepresenta bajo dos perfiles distintos, pero que están enla más estricta complementariedad. Por una parte, elgeneral intellect se afirma como una esfera públicaautónoma, evitando entonces el «traspaso» de su propiopoder al poder absoluto de la Administración, única-mente si se rompe el lazo que le une a la producción demercancías y al trabajo asalariado. Por otra parte, lasubversión de las relaciones capitalistas de produc-ción puede manifestarse, de ahora en adelante, sólocon la constitución de una esfera pública no estatal,de una comunidad política que tenga como propiogozne al general intellect. Los rasgos distintivos de laexperiencia posfordista (virtuosismo servil, valoriza-ción de la facultad del lenguaje, relación inevitablecon la «presencia del otro», etc.) postulan, como con-tra-paso conflictivo, nada menos que una forma radi-calmente nueva de democracia.

Llamamos Éxodo a la defección de masas fueradel Estado, a la alianza entre el general intellect y laAcción política, el tránsito hacia la esfera pública delIntelecto. El término no indica en absoluto, pues, unasimple estrategia existencial, no más que la salida depuntillas por una puerta oculta o la búsqueda de algúnintersticio al amparo del que pudiéramos refugiarnos.Por «Éxodo» entiendo, por el contrario, un modelo deacción de pleno derecho, capaz de medirse con las«cosas últimas» de la política moderna, en fin, con losgrandes temas articulados sucesivamente por Hobbes,Rousseau, Lenin, Schmitt (con las parejas fundamenta-les tales como mando/obediencia, público/privado,amigo/enemigo, consenso/violencia, etc.). Hoy, demanera algo diferente de lo que ocurrió en el siglo XVIbajo la presión de las guerras civiles, podemos circuns-

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cribir de nuevo el cuadro de los asuntos comunes. Unacircunscripción tal debe sacar a la luz la ocasión delibertad contenida en ese entrelazamiento inédito entreTrabajo, Acción e Intelecto, del que, hasta ahora, por elcontrario, tan sólo hemos padecido.

1) El Éxodo es la fundación de una República. Pero laidea misma de «república» exige despedirse de la orga-nización estatal. República y, en este caso, ya no Estado.De este modo, la acción política del éxodo consiste enuna sustracción emprendedora. Sólo el que abre unalínea de fuga puede fundar; pero, recíprocamente, sóloel que funda logra encontrar el paso para partir deEgipto. En lo que sigue, quisiéramos circunstanciar eltema del Éxodo, es decir, de la Acción en tanto sustrac-ción emprendedora (o despedida fundadora) a través deuna serie de palabras-clave. Aquí están las principales:Desobediencia, Intemperancia, Multitud, Sóviet,Ejemplo, Derecho de Resistencia, Milagro.

V.— La «desobediencia civil» representa, hoy, laforma fundamental e insoslayable de la acción políti-ca, con la condición, sin embargo, de desembarazarlade la tradición liberal de la que surgió. No se trata derechazar una ley específica porque es incoherente ocontradictoria en relación a otras normas fundamen-tales, por ejemplo con el dictado constitucional: eneste caso, en efecto, la insumisión daría testimonio deuna lealtad más profunda hacia el orden estatal.Recíprocamente, por moderadas que puedan ser susdiferentes manifestaciones, la Desobediencia radicalque aquí nos interesa debe poner en cuestión la pro-pia facultad de mandar del Estado.

Según Hobbes, con la institución del «cuerpopolítico» nos imponemos la obligación de obedecerantes incluso de saber lo que nos será mandado: «Laobligación de obedecer, según la cual son válidas lasleyes civiles, precede a toda ley civil». Por esto nuncaencontraremos una ley particular que nos intime a norebelarnos. Si la aceptación incondicional del mando

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no estuviera ya presupuesta, las disposiciones legislati-vas concretas (incluida evidentemente la que masculla:«no te rebelarás en ningún caso») no tendrían ningúnvalor. Hobbes sostiene que el lazo original de obedienciaderiva de la «ley natural», es decir, del interés común enla autoconservación y la seguridad. Pero se apresura aañadir, la ley «natural», es decir, la Super-ley que impo-ne observar todas las órdenes del soberano, sólo se vuel-ve ley efectivamente «cuando se ha salido del estado denaturaleza, y por tanto cuando el Estado está ya institui-do». Vislumbramos así una auténtica paradoja: la obli-gación de obedecer es a la vez causa y efecto de la exis-tencia del Estado, es sostenida por aquello cuyo funda-mento constituye, precede y sigue al mismo tiempo a laformación del «supremo imperio».

La Acción política apunta a la obediencia preli-minar y sin contenido sobre cuya base tan sólo puededesarrollarse a continuación la melancolía dialécticade aquiescencia y «transgresión». Infringiendo unaprescripción particular sobre el desmantelamiento dela asistencia sanitaria o el bloqueo de la emigración,nos remontamos al presupuesto escondido de todaprescripción imperativa y lastimamos su vigor. Inclusola Desobediencia radical «precede a las leyes civiles»,puesto que no se limita a violarlas, sino que invoca elfundamento mismo de su validez.

1) Para justificar la obligación preventiva de la sumi-sión, un Hobbes milenarista debería apelar, más que auna «ley natural», a la racionalidad técnica del procesoproductivo, es decir, al «intelecto general» en tanto queorganización despótica del Trabajo asalariado. La «leydel general intellect», al igual que la «ley natural», tieneuna estructura paradójica: si, por una parte, parece fun-dar el mando de la Administración estatal, al exigir elrespeto de toda decisión que pudiera tomar, por otraparte, por el contrario, se presenta como una ley verda-dera únicamente porque (y después de que) laAdministración ejerce ya un mando incondicionado.

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La desobediencia radical rompe este círculo virtuososegún el cual el Intelecto figura, al mismo tiempo,como premisa y consecuencia del Estado. Lo rompemediante el doble movimiento al que hemos aludidoanteriormente. Ante todo, saca a la luz y desarrollapositivamente los aspectos del general intellect quereniegan de la permanencia ulterior del Trabajo asala-riado. Sobre esta base, hace valer la potencia prácticadel Intelecto contra la facultad decisoria de laAdministración. Desgajado de la producción de plusva-lía, el Intelecto ya no es la «ley natural» del capitalismotardío, sino la matriz de una República no estatal.

2) Los conflictos sociales que se manifiestan no sólo yno tanto como protesta, sino sobre todo como defección(o, por retomar la expresión de Albert O. Hirschman,no como voice, sino como exit) son un terreno para lacultura de la Desobediencia.

Nada es menos pasivo que la fuga. El exit modi-fica las condiciones en que tiene lugar el conflicto,más que presuponerlas como un horizonte fijo; modi-fica el conflicto en que se inscribe un problema, enlugar de afrontar este último eligiendo tal o cual alter-nativa preestablecida. En pocas palabras, el exit con-siste en una invención sin prejuicios que altera lasreglas del juego y vuelve loca a la brújula del adver-sario. Basta con pensar en la fuga masiva fuera delrégimen de la fábrica llevada a cabo por los obrerosnorteamericanos en la mitad del siglo XIX.Traspasando la «frontera» para colonizar las tierras abajo precio, aprovecharon la ocasión, verdaderamen-te extraordinaria, de hacer reversible su propia condi-ción de partida. Algo semejante tuvo lugar al final delos años setenta, en Italia, cuando la fuerza de trabajode los jóvenes, contra toda previsión, prefirió la pre-cariedad y el part-time al puesto fijo en la granempresa. Incluso, durante un tiempo muy breve, lamovilidad ocupacional funcionó como recurso políti-co, provocando el eclipse de la disciplina industrial ypermitiendo un cierto grado de autodeterminación.

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También en este caso, se abandonaron los roles pre-establecidos y se colonizó un territorio desconocidoen los mapas oficiales.

La defección está en la antípodas de la fórmuladesesperada: «no tenemos que perder más que nuestrascadenas»: pivota incluso sobre una riqueza latente,sobre una exuberancia de posibilidades, en fin, sobre elprincipio del tertium datur. Pero, ¿cuál es, en la épocaposfordista, la abundancia virtual que solicita la opción-fuga en detrimento de la opción-resistencia? Una «fron-tera» espacial no está en juego, evidentemente, sino elsurplus de saber, de comunicación, de acción-en-con-cierto implicados por el carácter público del generalintellect. El acto de imaginación colectiva que llamamos«defección» da una expresión autónoma, afirmativa, degran importancia a este surplus, impidiendo así su«transferencia» al poder de la Administración estatal.

La Desobediencia radical comporta, pues, unconjunto de acciones positivas. No es una omisión irri-tada, sino una empresa. El orden soberano sigue en elmismo estado, sin ejecución posible, porque se habíapreocupado demasiado de presentar de una maneradiferente la cuestión que pretendía abolir.

3) Conviene recordar la distinción —muy neta en laética antigua, pero casi abandonada después— entre«intemperancia» e «incontinencia». Mientras que esteúltimo término significa un vulgar desarreglo, un des-conocimiento de las leyes, un consentimiento a la codi-cia más inmediata. Por el contrario, la intemperanciaconsiste en el hecho de oponer un conocimiento inte-lectual a la norma ética y política. Como principio queinspira la acción, se adopta una premisa «teorética» enlugar de una «práctica», con consecuencias extrava-gantes y peligrosas para la armonía de la vida asocia-da. Para Aristóteles, el intemperante es un vicioso,porque yuxtapone y confunde dos géneros de discursoesencialmente diferentes. No ignora la ley, ni se con-tenta con contestarla, sino que la desacredita de lamanera más grave, en la medida en que hace derivar

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una conducta pública de ese Intelecto puro que, algozar de un cuadro propio, no tendría que interferircon los acontecimientos de la polis.

El Éxodo tiene en la Intemperancia su virtud car-dinal. La obligación preliminar de la obediencia hacia elEstado no es rechazada por incontinencia, sino en nom-bre de la conexión sistemática entre Intelecto y Acciónpolítica. Cada defección constructiva hace alusión a larealidad aparente del general intellect, sacando de ellaconsecuencias prácticas en ruptura con las «leyes civi-les». En fin, en el recurso intemperante al Intelecto-en-general se perfila un virtuosismo no servil.

VI.— El contraste político decisivo es el que opone laMultitud al Pueblo. El concepto de «pueblo», segúnHobbes (pero también para una buena parte de la tra-dición democrático-socialista), está en estrecha corre-lación con la existencia del Estado; es incluso un refle-jo de este: «El pueblo es algo único, que tiene unavoluntad única, y al que puede atribuirse una voluntadúnica. El pueblo reina en todo Estado» y, recíproca-mente, «el rey es el pueblo». La cantinela progresistasobre la «soberanía popular» tiene como amargo con-trapunto la identificación del pueblo con el soberano o,si se prefiere, la popularidad del rey. La Multitud, porel contrario, siente horror por la unidad política; esrecalcitrante a la obediencia, no se amolda nunca alstatus de persona jurídica y, a causa de ello, «no puedeprometer, ni pactar, ni adquirir y transmitir derechos».Es antiestatal, pero, a causa de ello precisamente, tam-bién antipopular: «los ciudadanos, cuando se rebelancontra el Estado, son la multitud contra el pueblo».

Para los apologetas del poder soberano del sigloXVI, «multitud» es un concepto-límite puramente negati-vo: tufillo del estado de naturaleza en la sociedad civil,detritus persistente y sin embargo informe, metáfora dela crisis posible. Luego, el pensamiento liberal ha suavi-zado la inquietud provocada por esta «multitud» con ladicotomía público/privado. Privado —literalmente: des-provisto de rostro y de voz, y jurídicamente: extraño a la

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esfera de los asuntos comunes— tal es la multitud. A suvez, la teoría democrático-socialista ha enarbolado lapareja colectivo/individual: mientras que la colectivi-dad de los «productores» (última encarnación delPueblo) se identifica con el Estado, y poco importa quesea con Napolitano o con Honnecker, la Multitud esconfinada en el recinto de la experiencia «individual»,es condenada a la impotencia.

Este destino de marginalidad cobra fin hoy. Lamultitud, más que constituir una antecedente «natural»,se presenta como un resultado histórico, un término lle-gado a la madurez de las transformaciones intervenidasen el proceso productivo y en las formas de vida. La«multitud» surge en escena y se vuelve protagonistaabsoluta, mientras que se consuma la crisis de la socie-dad del Trabajo. La cooperación social posfordista, alabolir la frontera entre tiempo de producción y tiempopersonal, así como la distinción entre cualidades profe-sionales y actitudes políticas, crea una especie nueva enrelación a la cual las dicotomías público/privado, colec-tivo/individual parecen farsas. Ni «productores» ni ciu-dadanos, los virtuosos modernos se elevan como últimorecurso al rango de Multitud.

Se trata de una salida duradera y no de un inter-medio tumultuoso. En efecto, la nueva Multitud no esun torbellino de átomos a los que todavía les falta launidad, sino la forma de existencia política que se afir-ma a partir de una Unidad radicalmente heterogéneacon relación al Estado: el Intelecto público. La multitudno concierta pactos, ni transfiere derechos al soberano,porque dispone ya de una «partitura» común; nuncaconverge hacia una voluntad general porque comparteya un general intellect.

1) La Multitud obstruye y desmonta los mecanismos dela representación política. Se expresa como un conjun-to de «minorías activas», de las que ninguna aspira, sinembargo, a transformarse en mayoría. Desarrolla unpoder refractario a la idea de hacerse gobierno.

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El hecho es que cada uno de los elementos de la multi-tud parece inseparable de «presencia de los otros»,inconcebible fuera de la cooperación lingüística o de laacción-en-concierto que esa presencia implica. Pero lacooperación, a diferencia del tiempo de trabajo indivi-dual o del derecho de ciudadanía individual, no es una«substancia» extrapolable o conmutable. Puede sersometida, es cierto, pero no representada ni, muchomenos, delegada. La Multitud, que tiene su modo de serexclusivo en la acción-en-concierto, está infiltrada amontones por Kapos y Quisling de todo tipo, pero noacredita contra-figuras o testaferros.

Los Estados del Occidente desarrollado se resig-nan de ahora en adelante a la irrepresentabilidad políti-ca de la fuerza de trabajo posfordista; se refuerzanincluso, sacando de aquella una legitimación paradójicade su reestructuración autoritaria. La dura e irreversi-ble crisis de la representación ofrece la ocasión de liqui-dar todo simulacro residual de «esfera pública», de des-arrollar sobremanera, como hemos dicho, las prerroga-tivas de la Administración en detrimento del cuadropolítico-parlamentario, de hacer habitual el estado deemergencia. Las reformas institucionales elaboranreglas y procedimientos necesarios para gobernar a unaMultitud sobre la que ya no puede sobreimponerse lafisionomía tranquilizante del Pueblo.

Interpretado por el Estado postkeynesiano, eldebilitamiento estructural de la democracia represen-tativa se muestra como un estrechamiento tendencialde la democracia tout court. Se sobreentiende, no obs-tante, que una oposición a este curso, si se conduce ennombre de los valores de la representación, resultaembotada y patética: tan eficaz como una campaña decastidad para los gorriones. La instancia democráticacoincide hoy con la construcción y la experimentaciónde formas de democracia no representativa y extrapar-lamentaria. Lo demás no es más que charla petulante.

2) La democracia de la Multitud toma en serio el diag-nóstico que propone, no sin amargura, Carl Schmitt en

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los últimos años de su vida: «El tiempo del Estatismotoca a su fin [...]. El Estado como modelo de la unidadpolítica, el Estado como titular del más extraordinariode todos los monopolios, es decir, del monopolio de ladecisión política, está a punto de ser destronado.» Conun añadido importante: el monopolio de la decisión essustraído verdaderamente al Estado sólo si deja de serun monopolio de una vez por todas. La esfera públicadel Intelecto, es decir, la república de la «multitud», esuna fuerza centrífuga: es decir, excluye no sólo la per-manencia, sino también la reconstitución en cualquierforma de un «cuerpo político» unitario. La conspiraciónrepublicana, para dar una salida duradera al impulsoantimonopolista, se encarna en los organismos demo-cráticos que, al no ser representativos, impiden preci-samente toda reedición de la «unidad política».

Se conoce el desprecio de Hobbes por los «siste-mas políticos irregulares». Su característica másmolesta es que amparan a la Multitud en el seno delPueblo: «nada más que ligas o algunas veces simplesagrupamientos de gente, carentes de una unión dirigi-da con vistas a algún designio particular o determinadapor las obligaciones de unos respecto a otros». ¡Ybueno! La República de la Multitud consiste precisa-mente en institutos de ese género: ligas, consejos,soviets, con la diferencia que, contrariamente al juiciomalévolo de Hobbes, no se trata ciertamente de agru-pamientos efímeros cuyo desarrollo no perturba ennada los ritos de la soberanía. Las ligas, los consejos, lossoviets —en fin, los órganos de la democracia no repre-sentativa— dan más bien una expresión política a laacción-en-concierto que, al tener por trama el generalintellect, gozan cada vez más de una publicidad absolu-tamente diferente de la que está concentrada en la per-sona del soberano. La esfera pública dibujada por las«reuniones» entre las que no están en vigor «obligacio-nes recíprocas» determina la soledad del rey, es decir,reduce la compañía del Estado a una banda de barrio delas más privadas, imbuida de poder pero marginal.

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Los soviets de la Multitud interfieren de manera con-flictiva con el aparato administrativo del Estado, con elfin de corroer sus prerrogativas y absorber sus compe-tencias. Traducen en praxis republicana, es decir, encuidado de los asuntos comunes, los mismos recursosde base- saber, comunicación, relación con la «presen-cia del otro»- que se ponen a la venta en la producciónposfordista. Emancipan a la cooperación virtuosa delos lazos actuales con el trabajo asalariado, mostrandomediante acciones positivas cómo una excede y contra-dice al otro.

A la representación y la delegación, los sovietsoponen un estilo operativo mucho más complejo, con-centrado en el Ejemplo y en la reproducibilidad políti-ca. Es ejemplar la iniciativa práctica que, al mostrar enun caso particular la alianza posible entre general inte-llect y República, tiene la autoridad del prototipo y nola normatividad del orden. En torno a la distribución dela renta o de la organización escolar, del funciona-miento de los media o del agenciamiento urbano, lossoviets elaboran acciones paradigmáticas, capaces derevelar una nueva combinación de saberes, de propen-siones éticas, de técnicas, de deseos. El ejemplo no esla aplicación empírica de un concepto universal, sino lasingularidad y el carácter realizado que habitualmente,al hablar de la «vida del espíritu», atribuimos a unaidea. En fin, es una «especie» que está constituida porun solo individuo. Por esta razón, el Ejemplo puede serreproducido políticamente, pero nunca integrado en un«programa general» omnívoro.

VII.— La atrofia de la acción política ha tenido comocorolario la convicción de que ya no hay «enemigo»,sino tan sólo interlocutores incoherentes, seducidos porlo equívoco y aún no ilustrados. El abandono de lanoción de «enemistad», juzgada demasiado fuerte y, entodo caso, desplazada, descubre un optimismo conside-rable: se considera, entonces, «que hay que nadar en elsentido de la corriente» (es el reproche que hacíaWalter Benjamin a la socialdemocracia alemana en los

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años treinta). Y poco importa si la «corriente» benévo-la toma sucesivamente nombres diferentes: el progre-so, el desarrollo de las fuerzas productivas, la identifi-cación de una forma de vida que escape a la inautenti-cidad, el general intellect. Naturalmente, se toma enconsideración la posibilidad de no llegar a nadar enabsoluto, es decir, de no saber definir en términos cla-ros y distintos en qué consiste la política adecuada anuestro tiempo. No obstante, esta precaución no elidela persuasión fundamental, la corrobora en la medidaen que se aprende a «nadar», y por tanto, en la medidaen que se piense en la libertad posible, la «corriente»nos arrastrará irresistiblemente hacia adelante. No setiene en cuenta para nada, por el contrario, la interdic-ción que las instituciones, los intereses, las fuerzasmateriales oponen al nadador advertido; se ignora lacatástrofe que a menudo golpea precisa y solamente alque lo ha visto claro. Pero hay algo peor: el que no sepreocupa de definir la naturaleza específica del enemi-go, ni los lugares en que radica su poder y en los que loslazos que impone son cada vez más estrechos, no estáverdaderamente en condiciones de indicar la instanciapositiva por la que es preciso batirse, el modo de seralternativo que merece la esperanza.

La teoría del Éxodo restituye toda su pregnanciaal concepto de «enemistad», subrayando sin embargolos rasgos característicos que asume en tanto que «eltiempo del estatismo toca ahora a su fin». ¿Cómo semanifiesta la relación amigo/enemigo para la Multitudposfordista que, aunque tiende ciertamente a desagre-gar el «supremo imperio», no está dispuesta por ello ahacerse a su vez Estado?

1) En primer lugar, hay que reconocer un cambio en lageometría de la hostilidad. El «enemigo» ya no aparececomo la recta paralela, o el interfaz especular, que seopone punto por punto a la trinchera o a las casamatasocupadas por los «amigos», sino como el segmento quecruza por diversos sitios una línea de fuga sinusoidal, loque da lugar, sobre todo porque los amigos evacuan las

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posiciones previsibles, a una secuencia de defeccionesconstructivas. En términos militares, el «enemigo»contemporáneo no deja de imitar al ejército del faraón:persigue a los prófugos, los desertores, pero nuncallega a precederles o a hacerles frentes. Ahora bien, elhecho mismo de que la hostilidad se vuelve asimétricaobliga a atribuir un relieve autónomo al concepto de«amistad», liberándole del estatuto subalterno y para-sitario que le asigna Carl Schmitt. Lejos de tener comoúnica característica la de compartir el mismo enemigo,el amigo es definido por las relaciones de solidaridadque se establecen en el curso de la fuga, por la necesi-dad de inventar juntos oportunidades hasta entonces nocontabilizadas, por la participación común en laRepública. La «amistad» tiene siempre una extensiónmás amplia que el «frente» a lo largo del cual el faraóndesencadena sus incursiones. Pero esta sobreabundan-cia no implica en absoluto una dulce indiferencia en lalínea de fuego. Por el contrario, la asimetría permitecoger por detrás al «enemigo», engañándole y deslum-brando al que quiere desaparecer.

En segundo lugar, hay que precisar con cuidadocuál es, hoy, la gradación de la hostilidad. Para obte-ner un efecto de contraste, es útil recordar la distin-ción proverbial que hace Schmitt entre enemistadrelativa y enemistad absoluta. En el siglo XVIII, lasguerras europeas entre Estados fueron circunscritas yreguladas mediante criterios agonísticos, según loscuales cada beligerante reconocía al otro como el titu-lar legítimo de la soberanía, y por tanto como un suje-to de prerrogativas semejantes. Tiempos dichosos,dice Schmitt, pero irrevocablemente pasados. Ennuestro siglo, las revoluciones proletarias han retiradoel freno de la hostilidad, elevando la guerra civil alrango de modelo implícito de todo conflicto. En lamedida en que lo que está en juego es el poder de esta-do, es decir, la soberanía, la enemistad se vuelve abso-luta. Pero, ¿es válida aún la escala Mercalli elaboradapor Schmitt? Hay razones para dudar de ello, ya queignora el movimiento telúrico verdaderamente decisi-

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vo: un género de hostilidad que no aspira a asegurarpara nuevas manos el monopolio de la decisión políti-ca, sino que reivindica su abrogación.

El modelo de la enemistad «absoluta» está caduco,no porque sea extremista o cruel sino, paradójicamente,porque es demasiado poco radical. En efecto, la Multitudrepublicana tiende a destruir lo que, en ella, constituyeel premio codiciado del vencedor. La guerra civil con-viene perfectamente a las venganzas étnicas, en las queaún se decide quién será el soberano, mientras que pare-ce totalmente incongruente en los conflictos que, alminar el orden económico-jurídico del Estado capitalis-ta, revocan la soberanía como tal. Las diferentes «mino-rías activas» multiplican los centros no estatales de deci-sión política, sin proyectar para ello la formación de unanueva volonté générale (y destituyéndola incluso de todofundamento). Esto trae consigo la prioridad establecidade un estado intermedio entre paz y guerra. Si el con-flicto, para garantizarse «el más extraordinario de todoslos monopolios» no prevé otra conclusión que una victo-ria absoluta o una derrota absoluta, recíprocamente, lainstancia de mayor radicalidad, es decir, la que es anti-monopolio, alterna la ruptura con el trato, la intransi-gencia que no excluye ningún medio con los compromi-sos necesarios para recortar zonas francas y cuadrosneutros. Ni «relativa» en el sentido del ius publicum queantaño atemperó los conflictos entre los Estados sobera-nos, ni «absoluta» a la manera de las guerras civiles, laenemistad de la Multitud puede decirse a lo sumo reac-tiva de manera ilimitada.

2) La nueva geometría y la nueva gradación de la hos-tilidad, lejos de aconsejar la inacción, exigen una rede-finición muy precisa del papel que cumple la violenciaen la acción política. Puesto que el Éxodo es una sus-tracción emprendedora, el recurso a la fuerza ya noserá a la medida de la conquista del poder de Estado enel país del faraón, sino de la salvaguardia de las formasde vida y de las relaciones comunitarias experimenta-das a lo largo del camino. Son las obras de la amistad

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las que merecen ser defendidas cueste lo que cueste.La violencia no está tendida hacia el porvenir radiante,sino que asegura respeto y persistencia a lo que fueesbozado ayer. No innova, sino que prolonga algo quees ya: expresiones autónomas de la acción-en-concier-to basada en el general intellect, organismos de demo-cracia no representativa, formas de asistencia y de pro-tección recíproca (de welfare, en suma) salidas fuerade y contra la administración del Estado. Se trata puesde una violencia conservadora.

A los conflictos extremos de la metrópoli posfor-dista se adapta una categoría política premoderna: elius resistentiae, el Derecho de resistencia. Medianteuna expresión tal no se entendía ciertamente la evi-dente facultad de reaccionar si se era agredido, perotampoco un levantamiento general contra el poderconstituido: la discriminación respecto a la seditio y larebelio es neta. El Derecho de resistencia tiene una sig-nificación muy específica y sutil. Autoriza el ejerciciode la violencia cada vez que una corporación de artesa-nos, o toda la comunidad, o incluso los diferentes indi-viduos, ven alterados por el poder central algunas desus prerrogativas positivas, adquiridas de hecho oadmitidas por tradición. El punto fuerte reside pues enel hecho de preservar una transformación ya acaecida,en el hecho de sancionar un modo de ser común que yase perfila en relieve. Estrechamente ligado a laDesobediencia radical y a la virtud de la intemperan-cia, el ius resistentiae resuena, hoy, como la últimapalabra y la más al día sobre el tema de la legalidad ola ilegalidad. La fundación de la República, aunquedescarta la perspectiva de la guerra civil, postula sinembargo un derecho de resistencia ilimitado.

VIII.— Trabajo, Acción, Intelecto: Hannah Arendt dis-tingue netamente entre estas tres esferas de la expe-riencia humana mostrando su inconmensurabilidadrecíproca sobre el modelo de una tradición que seremonta a Aristóteles y que fue válida aún como com-mon sense para la generación llegada a la política en

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los años sesenta. Aun siendo adyacentes e inclusosuperponiéndose, estos diferentes cuadros están esen-cialmente no conectados. E incluso, se excluyen unos aotros: mientras hacemos política, no producimos, y nonos consagramos a la contemplación intelectual; cuan-do trabajamos, no actuamos políticamente exponién-donos a la presencia de los otros y no participamos enla «vida del espíritu»; el que se consagra a la reflexiónpura se sustrae provisionalmente del mundo de lasapariencias y por tanto ni actúa ni produce. Cada unosu lote, parece decir la autora de la Vida activa, y cadauno para sí mismo. Sin embargo, mientras reivindicacon una pasión admirable el Valor específico de laAcción política, batiéndose contra su recuperación enla sociedad de masa, Arendt presupone que las otrasdos esferas fundamentales, Trabajo e Intelecto, hanpermanecido sin cambios en lo que atañe a su estruc-tura cualitativa. Es cierto, el trabajo se ha dilatadosobremedida, es cierto, el pensamiento conoce lapenuria y el fracaso: no obstante, no se trata más quede un simple cambio orgánico con la naturaleza, elmetabolismo social, la producción de nuevos objetos, yaún es una actividad solitaria, extraña en sí misma alcuidado de los asuntos comunes.

Como es evidente, el discurso desarrollado aquíse opone radicalmente al esquema conceptual propues-to por Arendt, así como a la tradición en la que ella seinspira. Recapitulemos brevemente. La decadencia dela Acción política depende de las modificaciones cuali-tativas intervenidas tanto en la esfera del trabajo comoen la del intelecto, desde el momento en que se ha esta-blecido una intimidad estrecha entre una y otra. Ligadoal trabajo, el Intelecto (como actitud o facultad, y nocomo repertorio de conocimientos especiales) se vuel-ve público, aparente, mundano: es decir, que surge alprimer plano su naturaleza de recurso compartido o debien común. Recíprocamente, cuando la potencia delgeneral intellect constituye el principal pilar de la pro-ducción social, el Trabajo cobra el aspecto de una acti-vidad-sin-obra, que se asemeja punto por punto a las

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ejecuciones del virtuoso basadas en una relación evi-dente con la presencia del «otro». Pero, ¿qué es el vir-tuosismo, sino el rasgo característico de la acción polí-tica? Hay que concluir, sin embargo, que la producciónposfordista ha absorbido en sí misma las modalidadestípicas de la Acción y, es un hecho, ha decretado sueclipse. Naturalmente, esta metamorfosis no tiene nadade emancipador: en el cuadro del trabajo asalariado, larelación virtuosa con la presencia del otro se traduceen dependencia personal; la actividad sin obra querecuerda de cerca a la práctica política es reducida auna prestación servil de las más modernas.

En la segunda parte de este ensayo, hemos soste-nido que la Acción política conoce su rescate allí dondese alía al Intelecto público (allí donde, por tanto, esteIntelecto se desprende del trabajo asalariado e, incluso,emprende su crítica con la gracia de un ácido corrosi-vo). La Acción consiste, en fin, en el hecho de articularel general intellect con la esfera pública no-estatal, elcuadro de los asuntos comunes, la República. El Éxodo,en el curso del cual se realiza la nueva alianza entreIntelecto y Acción tiene algunas estrellas fijas en sucielo: Desobediencia radical, Intemperancia, Multitud,Soviet, Ejemplo, Derecho de resistencia. Estas categorí-as designan una teoría política por llegar que sepaafrontar la crisis europea de nuestro fin de siglo, propo-niendo una solución radicalmente anti-hobbesiana.

1) La Acción política, afirma Arendt, es un nuevocomienzo que interrumpe y contradice procesos auto-máticos ahora ya consolidados. La Acción tiene quever, pues, en cierta manera, con el milagro, ya que,como este, es inesperada y sorprendente. Ahora bien,concluyendo, vale la pena preguntarse si a la teoría delÉxodo, en lo demás inconciliable con la posición arend-tiana, no le pertenece el tema del Milagro.

Se trata, desde luego, de un tema recurrente enel gran pensamiento político y sobre todo en el reaccio-nario. Para Hobbes, es el soberano el que decide quéacontecimientos merecen el rango de milagro, es decir,

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transcienden las reglas ordinarias. Inversamente, losmilagros cesan una vez que el soberano los prohíbe. Enla misma línea, como es sabido, se coloca Schmitt, cuan-do identifica el núcleo del poder en la facultad de pro-clamar el estado de excepción suspendiendo el ordenconstitucional: «El estado de excepción tiene para lajurisprudencia un significado análogo al del milagropara la teología». El radicalismo democrático deSpinoza rechaza, por el contrario, el valor teológico-político de la excepción milagrosa. Hay no obstante unaspecto ambiguo en su argumentación. En efecto, segúnSpinoza, el milagro, a diferencia de las leyes universa-les de la naturaleza con la que se confunde Dios, expre-sa tan sólo un «poder limitado», y es por tanto algo espe-cíficamente humano: más que consolidar la fe, nos hacemás bien dudar de Dios y de todas las cosas, predispo-niéndonos al ateísmo. Pero, ¿no son estos —precisamen-te potencia sólo humana, duda radical sobre el poderconstituido, ateísmo político— algunos de los caracteresque definen la Acción antiestatal de la Multitud?

En general, el hecho de que Hobbes y Schmittreserven el milagro al soberano no declara para nada encontra de la conexión entre Acción y Milagro, e inclusoen cierto modo la confirma: en efecto, para estos auto-res, sólo el soberano actúa políticamente. El punto con-siste entonces en no negar la importancia del estado deexcepción en nombre de una crítica de la soberanía,sino en el hecho de comprender qué forma puede asu-mir una vez que la Acción política ha pasado a manos dela Multitud. Insurrección, deserción, invención de nue-vos organismos democráticos, aplicación del principiodel tertium datur, ahí están los Milagros de la multitud,los que no cesan cuando el soberano los prohíbe.

Al contrario de lo que piensa Arendt, la excepciónmilagrosa no es, sin embargo, un acontecimiento inefa-ble, carente de raíces, absolutamente imponderable.Dado que surge en el interior del campo magnético defi-nido por las relaciones cambiantes de la Acción con elTrabajo y el Intelecto, el Milagro es más bien una espe-ra imprevista. Tal y como ocurre en cada oxímoron, los

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dos términos están en tensión recíproca, pero no pue-den desunirse. Si no se tratara más que de un impre-visto salvador o tan sólo de una espera clarividente,trataríamos, respectivamente, con la más insignifi-cante causalidad o con un cálculo banal de la relaciónentre medios y fines. Recíprocamente, se trata de unaexcepción que sorprende especialmente al que laesperaba, de una anomalía tan precisa y potente quedeja fuera de juego la brújula conceptual que, sinembargo, había señalado su lugar de surgimiento, deuna discordancia entre causas y efectos cuya causa nosiempre podemos entender, sin que por ello no secompruebe su efecto innovador.

En fin, es precisamente la explícita remisión auna espera imprevista, es decir, la exhibición de unnecesario inacabamiento, lo que constituye el pundo-nor de toda teoría política que desdeña la benevolenciadel soberano.

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ENTRE LAS MUCHAS MANERAS en las que Marx ha descri-to la crisis del proceso de acumulación capitalista(sobreproducción, caída tendencial de la tasa de bene-ficio, etc.), hay una de lo más desconocida: la deser-ción obrera de la fábrica.

Marx habla de una febril y sistemática desobe-diencia a las leyes del mercado de trabajo, a propósitode la fase inicial del capitalismo norteamericano, cuan-do su análisis del moderno modo de producción se tro-pieza con la epopeya del Oeste. Las caravanas de colo-nos dirigidas hacia las grandes llanuras y el individua-lismo exasperado del frontiersman se asoman en sustextos como una señal de dificultad para Monsieur leCapital. La «frontera» está incluida con fuerza propiaen la crítica de la economía política.

No se trata solo de glosas marginales entorno alas anomalías del desarrollo en las áreas extraeurope-as. Se trata más bien, por parte de Marx, de la búsque-da de nuevas categorías interpretativas sometidas aprueba respecto a las tendencias de fondo implícitas enla relación capitalista. Por esto, más que los artículosmarxianos sobre la guerra civil americana o su corres-pondencia con los socialistas alemanes emigrados a losEstados Unidos tras 1848, conviene prestar atención aun lugar teórico por excelencia: a un capítulo de ElCapital. Precisamente, al último capítulo del primerlibro, donde se trata de las colonias, incluso más enconcreto, casi exclusivamente de la función social de lafrontera norteamericana [Marx 1867: cap. XXV, «Lamoderna teoría de la colonización»].

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6. Del Éxodo.

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La pregunta que se hace Marx es simple: ¿cómo ha podi-do ocurrir que el modo de producción capitalista hayaencontrado tanta dificultad para imponerse justamenteen un país que tenía la edad del capitalismo, nacido conél, sobre el que no pesaba la herencia viciosa de losmodos de producción tradicionales?. En los EstadosUnidos las condiciones para el desarrollo capitalista sedaban en toda su pureza, por tanto algo no funcionó. Nofue suficiente que desde el viejo continente fluyeran enabundancia dinero, fuerza de trabajo y tecnologías, nofue suficiente que las «cosas» del capital se reunieranen una tierra sin nostalgias. Las «cosas» han permane-cido durante largo tiempo de esa manera, sin haber sidotransubstanciadas en una relación social. La causa deeste paradójico impasse reside, según Marx, en la cos-tumbre contraída por los emigrantes de abandonar lafábrica, tras un breve periodo de tiempo, dirigiéndosehacia el Oeste, adentrándose en la frontera.

La frontera, es decir la presencia de un ilimitadoterritorio que poblar y colonizar, ha ofrecido a los obre-ros americanos la oportunidad, de veras extraordina-ria, de hacer reversible su propia condición de partida.Cuando se cita la famosa «riqueza de oportunidades»como raíz y blasón de la civilización norteamericana,se nos olvida resaltar a menudo la oportunidad decisi-va, que señala una diferencia respecto a la historia dela Europa industrial: esto es, aquella de huir en masadel trabajo sometido al patrón.

Ya un padre de la patria, Benjamín Franklin, acon-sejando a quien quería trasladarse a América, escribía:

Entre nosotros el trabajo cotidiano es demasiado costoso,y lo obreros difíciles de mantener juntos, porque cada unode ellos desea ser patrón, mientras, por otro lado, el bajocosto de la tierra induce aún más a abandonar la industriapor la agricultura. [...] Los grandes talleres manufacture-ros exigen abundancia de pobres que hagan el trabajo porsalarios bajos; estos pobres se pueden encontrar enEuropa, pero no se encontrarán en América hasta que todala tierra no sea ocupada y cultivada [Williams 1933:206-7]

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Y Wakefield, experto oficial de los problemas de lascolonias, que Marx escoge como blanco de su polémica,admite cándidamente en su England and America:

Allí donde la tierra es muy barata y todos los hombres sonlibres, donde todo el mundo puede, si lo desea, obtener unpedazo de tierra para sí, el trabajo no sólo es muy caro, porlo que a la participación del obrero en su producto serefiere, sino que la dificultad está en obtener trabajocolectivo, a cualquier precio [Marx 1867: II, 552-3].

La disponibilidad de tierras libres hace que eltrabajo asalariado sea una red de mallas amplias, unstatus provisional, un episodio limitado en el tiempo: yano perpetua identidad, destino irrevocable, prisión. Ladiferencia es profunda, hablamos para la actualidad.La dinámica de la frontera, más allá del enigma ameri-cano, constituye una potente anticipación de comporta-mientos colectivos contemporáneos. Agotada toda vál-vula de desahogo espacial, en la sociedad del capitalis-mo maduro regresa todavía el culto por la movilidad, laaspiración a rehuir una condición definitiva, la voca-ción por desertar del régimen de fábrica.

Al revés de cuanto ocurre en Europa, en los albo-res del industrialismo americano no eran los campesi-nos reducidos a la miseria quienes se convertían enobreros, sino obreros adultos los que se transformabanen libres cultivadores. El problema del trabajo inde-pendiente asume aquí una configuración insólita, quetiene también muchos rasgos de actualidad. La activi-dad autónoma, de hecho, no es un residuo miserable niasfixiante, sino que se asienta más allá de la sumisiónsalarial (o al menos en sus márgenes). Representa elfuturo, es decir aquello que continúa y se opone a lafábrica. Además, la relación con la naturaleza, de otraforma marcada por la estupidez y la impotencia, tomalos trazos de una experiencia inteligente justamentepor que llega después de la experiencia de la industria.

El paradigma de la deserción, que emerge en unprincipio en las proximidades de la «frontera», abreperspectivas teóricas imprevistas. Ni el concepto de

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«sociedad civil» elaborado por Hegel, ni el funciona-miento del mercado delineado por Ricardo ayudan aentender la estrategia de la fuga. Una experiencia decivilización fundada sobre la continua sustracción a losroles establecidos, sobre la inclinación de trucar labaraja mientras la partida está en marcha. La «fronte-ra» pasa a ser un arma crítica tanto frente a Hegelcomo frente a Ricardo, porque coloca la crisis del des-arrollo capitalista en un contexto de abundancia, mien-tras el «sistema de las necesidades» hegeliano y lacaída de la tasa de beneficio ricardiana se explican solocon relación a la escasez dominante.

Un cierto grado de abundancia ridiculiza la pre-tendida naturalidad de las leyes de la oferta y lademanda, y reduce el mercado de trabajo a utopía cien-tífica. La relación de fuerzas entre las clases estáentonces definida también por la sustracción, en sumapor la existencia de vías de fuga. Marx escribe:

Aquí la población absoluta crece con mucha más rapidezque en la metrópoli, pues vienen al mundo muchos tra-bajadores en edad adulta, y a pesar de ello, el mercadode trabajo se halla siempre vacío. La ley de la oferta y lademanada se vienen a tierra. De una parte el viejomundo lanza constantemente a estos territorios capitalesávidos de explotación y apetentes de espíritu de renun-ciamiento; de otra parte la reproducción normal de losobreros asalariados como tales obreros asalariados, tro-pieza con los más burdos obstáculos, algunos de ellosinvencibles. ¡Y no digamos la producción de obreros asa-lariados sobrantes a tono con la acumulación de capital![...] Esta transformación constante de los obreros asala-riados en productores independientes [...] repercute a suvez de una manera completamente perjudicial en lasituación del mercado de trabajo. No es sólo que el gradode explotación del obrero asalariado sea indecorasamen-te bajo; es que, además, este pierde, al desaparecer ellazo de subordinación, el sentido de sumisión al genero-so capitalista [ibidem: II, 554, trad. p 654].

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De esta manera se experimentan precozmente los efec-tos de la inexistencia, o peor aún, de la ineficacia delejército asalariado de reserva como instrumento decontención del salario obrero. La misma situación serepetirá a gran escala con el Welfare State. La renta yano depende exclusivamente del donativo del trabajoasalariado; es más, este donativo es concedido o nega-do en estrecha referencia a una renta eventual conse-guida de otras formas (no importa si percibiendo laasistencia estatal o desarrollando actividades autóno-mas). Marx recurre a la «frontera» para dar cuenta delos altos salarios, escándalo y cruz del capitalismoamericano en sus inicios. Pero ya se ha dicho que no esuna cuestión meramente historiográfica. El nomadis-mo, la libertad individual, la deserción, el sentimientode abundancia nutren el conflicto social moderno.

La cultura de la defección es extraña a la tradi-ción democrática y socialista. Esta última ha interiori-zado y repropuesto la idea europea de «confín» frente ala americana de «frontera». El confín es una línea sobrela que detenerse, la frontera es un área indefinida en laque proceder. El confín es estable y fijo, la fronteramóvil e incierta. El uno es obstáculo, la otra oportuni-dad. La política democrática y socialista se basan sobreidentidades fijas y delimitaciones seguras. Su fin esconstreñir la «autonomía de lo social», haciendoexhaustivo y transparente el mecanismo de represen-tación que conecta el trabajo al Estado. El individuorepresentado en el trabajo, el trabajo en el estado: unasecuencia sin grietas, basada en el carácter estable dela vida de los individuos.

Se entiende de este modo, porqué el pensamien-to democrático ha naufragado frente a los movimientosjuveniles y a las nuevas demandas del trabajo depen-diente. Para decirlo según los términos de un bellolibro de Albert O. Hirschman (Exit, Voice and Loyality,1970), la izquierda no ha visto que la opción exit (aban-donar, si es posible, una situación desventajosa) se con-vertía en preponderante respecto a la opción voice(protestar activamente contra aquella situación). Aún

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más, ha denigrado moralmente los comportamientos de«salida». La desobediencia y la fuga no son, por otraparte, un gesto negativo, que libere de la acción y laresponsabilidad. Al contrario. Desertar significa modi-ficar las condiciones dentro de las que se desenvuelveel conflicto, más aún, aumentarlo. Y la construcciónpositiva de un escenario favorable exige más empujeque el encuentro con condiciones prefijadas. Un«hacer» afirmativo cualifica la defección, imprimién-dole un gusto sensual y operativo para el presente. Elconflicto se entabla a partir de lo que se ha construidohuyendo, para defender relaciones sociales y formas devida nuevas, a partir de las cuáles ya se está constru-yendo experiencia. A la antigua idea de huir para gol-pear mejor, se une la seguridad de que la lucha serátanto más eficaz, cuanto más se tenga algo que perdermás allá que las propias cadenas.

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TODO ACONSEJA NO SER condescendientes con ningunaforma de fetichismo respecto a la no violencia y la vio-lencia. Ciertamente es estúpido identificar la radicali-dad de una lucha con su tasa de ilegalidad. Pero no loes menos elevar la mansedumbre a inoxidable criterio-guía de la acción. Por otro lado, no hay por que preo-cuparse demasiado: el pasaje del conflicto del estadolatente a la visibilidad se encarga siempre de arrollarlos «eternos principios» adoptados de cuando en cuan-do por los políticos de profesión.

Sobre la antigua, pero no agotada, cuestión delas formas de lucha, la discusión gira en redondo,abandonando los sofismas privados de la argucia y lascitas passepartout. Mirándolo bien, prevé los efectosen cadena de un drástico cambio de paradigma teóri-co. Una mutación tal, escinde lo que parecía indistin-guible y reúne cuanto se situaba en las antípodas. Enresumen: la lucha contra el trabajo asalariado, al con-trario de aquella contra la tiranía o contra la indigen-cia, ya no tiene correlación con la enfática perspectivade la «toma del poder». Justamente en virtud de suscaracteres avanzados, se perfila como una transforma-ción enteramente social, que se enfrenta de cerca conel «poder», pero sin soñar con una organización alter-nativa del Estado, más bien trata de entumecer y deextinguir toda forma de mando sobre la actividad delas mujeres y los hombres y, por tanto, el Estado toutcourt. Es decir: mientras la «revolución política» eraconsiderada la premisa inevitable para modificar lasrelaciones sociales, ahora este botín ulterior pasa a serel paso preliminar. La lucha puede tramitar toda suíndole destructiva, solamente si ya expresa claramen-

7. Derecho de resistencia

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te otra manera de vivir, de comunicar, incluso de pro-ducir. Solo si, en suma, se tiene algo que perder másallá de las propias cadenas.

El tema de la violencia, idolatrado o exorcizado,ha sido ligado con un doble hilo a la «toma del poder».¿Qué ocurre, ahora que se considera a la existente formade Estado, la última merecedora de ser corroída y des-truida, y no tanto de ser remplazada por un Hiperestado«de todo el pueblo»? ¿Quizás la no violencia pase a ser elnuevo culto a oficiar? No parece apropiado. He aquí unoximoron imprevisto, el recurso a la fuerza debe serentendido con relación a un orden positivo que defendery salvaguardar. El éxodo del trabajo asalariado no es ungesto cóncavo, y menos algebraico. Huyendo, se estáobligado a construir distintas relaciones sociales y nue-vas formas de vida: se precisa de mucho amor por el pre-sente y mucha inventiva. Por tanto, el conflicto empeza-rá por preservar esto «nuevo» que entretanto ha sido ins-tituido. La violencia, de haberla, no se extiende a los«radiantes porvenires», sino a prolongar algo que yaexiste, aunque sea informalmente.

Frente a la hipocresía, o a la distraída simpleza,que marca hoy la discusión sobre legalidad e ilegali-dad, conviene retornar sobre una categoría premoder-na: el ius resistentiae. Con esta expresión, en el dere-cho medieval, no se entendía concretamente la facultadobvia de defenderse si se era agredido. Ni siquiera unasublevación general contra el poder constituido. Esclara la distinción respecto a la seditio y a la rebellio,en las cuales nos precipitábamos contra el conjunto delas instituciones vigentes, para edificar otras. El «dere-cho de resistencia» tiene, por el contrario, un significa-do bastante peculiar. Puede ser ejercitado en elmomento en que una corporación artesana, o la enteracomunidad, o incluso un individuo, vean alteradas, porel poder central, ciertas prerrogativas positivas válidasde hecho o por tradición. El punto preeminente del iusresistentiae, aquello que tiene la última palabra en eltema legalidad/ilegalidad, es la defensa de una trans-formación de las formas de vida efectiva, tangible, ya

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acaecida. Los pasos grandes o pequeños, los despren-dimientos o las avalanchas, de la lucha contra el traba-jo asalariado admiten un ilimitado derecho de resisten-cia, mientras excluyen una teoría de la guerra civil.

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¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA «contrarrevolución»?. Porésta, no debe entenderse solamente una represión vio-lenta —aunque, ciertamente, la represión nunca falte.No se trata de una simple restauración del ancien régi-me, es decir del restablecimiento del orden social res-quebrajado por conflictos y revueltas. La «contrarrevo-lución» es, literalmente, una revolución a la inversa. Esdecir: una innovación impetuosa de los modos de pro-ducir, de las formas de vida, de las relaciones socialesque, sin embargo, consolida y relanza el mando capita-lista. La «contrarrevolución», al igual que su opuestosimétrico, no deja nada intacto. Determina un largoestado de excepción, en el cual parece acelerarse laexpansión de los acontecimientos. Construye activa-mente su peculiar «nuevo orden». Forja mentalidades,actitudes culturales, gustos, usos y costumbres, ensuma, un inédito common sense. Va a la raíz de lascosas y trabaja con método.

Pero hay más: la «contrarrevolución» se sirve delos mismos presupuestos y de las mismas tendencias—económicas, sociales y culturales— sobre las quepodría acoplarse la «revolución», ocupa y coloniza elterritorio del adversario y da otras respuestas a lasmismas preguntas. Reinterpreta a su modo (y las cár-celes de máxima seguridad, a menudo, facilitan estatarea hermenéutica) el conjunto de condiciones mate-

Apéndice.Do you remember counterrevolution?1

1. «Detournemeaunt», desvío del conocido texto «Do you remember revolution?»firmado por Toni Negri, Lucio Castellano, Luciano Ferrari Bravo y el propio Virnoentre otros, y que proponía, a mediados de los 80, una primera lectura de los añosintensos de la «revolución italiana», tanto frente a la política de olvido instititucio-nal como frente a la visión nostálgica de la violencia armada. (N. del E.)

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riales que convertirían la abolición del trabajo asala-riado en algo simplemente realista: reduce este con-junto a provechosas fuerzas productivas. Además, la«contrarrevolución» transforma en pasividad despoli-tizada o en consenso plebiscitario los mismos compor-tamientos que parecían implicar el deterioro del poderestatal y la actualidad de un autogobierno radical. Poresta razón, una historiografía crítica, reacia a idolatrarla autoridad de los «hechos consumados», debe esfor-zarse en reconocer, en cada etapa y en cada aspecto dela «contrarrevolución», la silueta, los contenidos, lacualidad de la revolución posible. La «contrarrevolu-ción» italiana comienza a finales de los años setenta yse prolonga hasta el día de hoy. Presenta numerosasestratificaciones. Como un camaleón, cambia muchasveces de aspecto: «compromiso histórico»2 entre DC yPCI craxismo3 triunfante y reforma del sistema políticotras el derrumbe de los regímenes del Este. Sin embar-go, no resulta difícil comprender a simple vista losLeitmotiv que recorren todas sus fases. El núcleo uni-tario de la «contrarrevolución» italiana de los añosochenta y noventa consiste: a) en la plena afirmacióndel modo de producción postfordista (tecnología elec-trónica, descentralización y flexibilidad de los proce-sos de trabajo, el saber y la comunicación como prin-

2 El «Compromiso Histórico» significaba algo más que una doctrina política porla que el PCI entraba por primera vez en un programa de gobierno con laDemocracia Cristiana, era también una decidida apuesta por la desmovilización ycontención de la emergencia social de los años 70. El compromiso institucional de4 de julio de 1977 estableció un paquete de medidas de reconversión industrial yde estabilización económica que ponían fin, con el consentimiento del PCI, al cicloexpansivo de las luchas obreras abierto en 1962. (N. del E.)

3 Efectivamente Bettino Craxi dio nombre a toda una época y a un determina-do «hacer institucional». Líder socialista, presidió el gobierno más largo de ladécada de los 80 (entre 1982 y 1987), por medio de un pacto de estabilidad entrelas fuerzas políticas no comunistas (el pentapartito). Indudablemente los años del«craxismo» fueron años de política deflaccionista, de control salarial, de exten-sión de una espectacular corrupción institucional y de introducción de las medi-das neoliberales, que fueron la expresión italiana de la dulce derrota «postmo-derna»; anuncio temprano del colapso institucional de los viejos partidos en ladécada siguiente. (N. del E.)

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cipal recurso económico, etc.); b) en la gestión capita-lista de la brusca reducción del tiempo de trabajosocialmente necesario (part-time, jubilaciones antici-padas, paro estructural, precariedad de larga dura-ción, etc.); en la crisis drástica y casi irreversible de lademocracia representativa. La Segunda República4

hunde sus raíces en esta base material. Constituye elintento de adecuar la forma y el procedimiento degobierno a las transformaciones ya ocurridas en loslugares de producción y en el mercado de trabajo. Conla Segunda República, la «contrarrevolución» postfor-dista se dota, en definitiva, de una constitución propiay llega así a buen término.

Las tesis histórico-políticas que siguen a conti-nuación se proponen extrapolar algunos aspectossobresalientes de los hechos italianos de los últimosquince años. Para ser exactos, aquellos aspectos queprovean a la discusión teórica de un trasfondo empíri-co inmediato. Cuando un acontecimiento concretodemuestre tener un valor ejemplar (o bien cuando per-mita presagiar una «ruptura epistemológica» y unainnovación conceptual) profundizaremos en él median-te un excursus, cuya función es similar, en todos lossentidos, al «primer plano» cinematográfico.

4. Ciertamente aunque formalmente no se ha inaugurado un nuevo régimen consti-tucional que de acta de fundación a la Segunda República italiana, entre 1989 y 1995se sucede una cadena de acontecimientos que colapsan totalmente la vida de losprincipales actores políticos, y condicionan una modificación radical del sistema departidos. La caída del Muro de Berlín acusa la crisis del Partido Comunista, que final-mente se descompone en dos formaciones: Refundación Comunista y los DS (el Partidode los Demócratas de Izquierda). Más grave por sus consecuencias profundas en laliquidación de la legitimidad de la democracia representativa fueron los procesos deTangentopoli, que en el verano de 1992 llevaron a la cárcel y a los tribunales a unabuena cantidad de líderes del partido socialista y de la Democracia Cristiana, e hicie-ron aflorar la corrupción estructural de la política italiana. Los procesos determina-ron la disolución de los viejos agentes políticos, y la emergencia paradójica de nue-vas fuerzas de carácter extremadamente moderno al tiempo que con matices peli-grosamente reaccionarios, estas son las Leghe y Forza Italia. (N. del E.)

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1. El postfordismo, en Italia, ha sido el bautismo deldenominado «movimiento del 77»5, o sea de las durasluchas sociales de una fuerza de trabajo escolarizada,precaria, móvil, que odia la «ética del trabajo», se con-trapone frontalmente a la tradición y a la cultura de laizquierda histórica y señala una clara discontinuidadrespecto al obrero de la línea de montaje. El postfor-dismo se inaugura con revueltas.

La obra maestra de la «contrarrevolución» italia-na reside en haber transformado en requisitos profe-sionales, ingredientes de la producción de plusvalor yfermento del nuevo ciclo de desarrollo capitalista, lasinclinaciones colectivas que, en el «movimiento del77», se presentaban, en cambio, como antagonismointransigente. El neoliberalismo italiano de los añosochenta es una especie de 77 invertido. Y al contrario:aquella antigua estación de conflictos continúa repre-sentando, todavía hoy, la otra cara de la moneda pos-tfordista, la cara rebelde. El movimiento del 77 consti-tuye, por usar una bella expresión de Hannah Arendt,un «futuro a la espalda», el recuerdo de aquello quepodrían ser las luchas de clase prossime venture.

5 1977, en palabaras de Franco Berardi (Bifo), el año del acontecimiento, de lasluchas metropolitanas, de Autonomia Operaia, de los ensayos comunicativos y bio-políticos que convertieron Italia por unos meses en el laboratorio europeo de laexperimentación social (radios libres, centros sociales, contracultura, etc.). Elmovimiento del 77 fue la eclosión alegre de un nuevo ejercicio político cargado depromesas. En términos del operaismo tardío de finales de los 70, la expresión tem-prana, y absolutamente original en Europa, de la potencialidad política del obrerosocial, esto es, de la nueva fuerza de trabajo, juvenil, mayoritariamente escolariza-da, que de una forma decidida expresa en sus actitudes y prácticas la consigna del«rechazo del trabajo de fábrica» y que descubre en la realidad metropolitana uncampo abierto a la experimentación social y cultural (N. del E.)

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1er excursus. Trabajo y no-trabajo: el éxodo del 77.

Como ocurre con toda auténtica novedad, elmovimiento del 77 padeció la mortificación de verseconfundido con un fenómeno de marginación. Apartede sufrir la acusación, más complementaria que con-tradictoria, de parasitismo. Estos conceptos inviertenla realidad de forma tan completa y precisa queresultan bastante indicativos. En efecto, quienestomaron por marginales o parásitos a los «intelectua-les descalzos» del 77, a los estudiantes-trabajadores ya los trabajadores-estudiantes, a los precarios de todacalaña, fueron aquellos que sólo consideraban «cen-tral» y «productivo» el puesto fijo en la fábrica debienes de consumo duraderos. Todos aquellos, portanto, que miraban a aquellos sujetos desde la pers-pectiva del ciclo de desarrollo en declive. Y que, sinembargo, constituye una perspectiva, ésta sí, conriesgo de marginalidad y también de parasitismo. Porel contrario, en cuanto se atiende, a las grandestransformaciones de los procesos productivos y de lajornada social de trabajo, que se pone en marchaentonces, no es difícil reconocer en los protagonistasde aquellas luchas de calle algún contacto con elcorazón mismo de las fuerzas productivas.

El movimiento del 77 da voz por un momento ala composición de clase transformada que comienza aconfigurarse tras la crisis del petróleo y de la cassaintegrazione en las grandes fábricas, en el inicio de lareconversión industrial. No es la primera vez, por otraparte, que una revolución radical del modo de pro-ducción viene acompañada por una conflictividadprecoz de los estratos de la fuerza de trabajo a puntode pasar a ser el eje de la nueva configuración. Bastapensar en la peligrosidad social que, en el siglo XVII,marcó a los vagabundos ingleses, ya expulsados delcampo y a punto de ser introducidos en las primerasmanufacturas. O en las luchas de los descualificadosamericanos, en los primeros diez años de este siglo,

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luchas que precedieron al giro fordista y taylorista,basado justamente en la descualificación sistemáticadel trabajo. Cada brusca metamorfosis de la organiza-ción productiva, como se sabe, está destinada, en prin-cipio, a recordar los afanes de la «acumulación origina-ria» y debe por ello transformar desde el principio unarelación entre «cosas» (nuevas tecnologías, distintalocalización de las inversiones, fuerza de trabajo dotadade ciertos requisitos específicos) en una relación social.Pero precisamente en este recorrido se manifiesta, aveces, la cara oculta subjetiva de aquello que despuéspasa a ser un inexpugnable recorrido de hechos.

Las luchas del 77 asumen como propia la fluidezdel mercado de trabajo, haciéndola un terreno de agre-gación y un punto de fuerza. La movilidad entre traba-jadores diferentes y entre trabajo y no trabajo, enlugar de pulverizar, determina comportamientoshomogéneos y actitudes comunes, se llena de subjeti-vidad y conflicto. Sobre este panorama, comienza arecortarse la tendencia que después, en los añossiguientes, será analizada por Dahrendorf, Gorz ymuchos otros: contracción del tradicional empleomanual, crecimiento del trabajo intelectual masificadoy paro ligado a la falta de inversiones (causado por eldesarrollo económico, no por sus dificultades). De estatendencia, el movimiento supone la representación deuna parte, la hace visible por primera vez y, en ciertomodo, la bautiza, pero torciendo su fisonomía en senti-do antagonista. Decisiva fue, entonces, la percepciónde una posibilidad: la de concebir el trabajo asalariadocomo el episodio de una biografía, en lugar de comouna cadena perpetua. Y la consiguiente inversión deexpectativas: renuncia a darse prisa por entrar en lafábrica y mantenerse, búsqueda de cualquier caminopara evitarla y alejarla de sí. La movilidad, de condi-ción impuesta, pasa a ser regla positiva y aspiraciónprincipal; el puesto fijo, de objetivo primario, se trans-forma en excepción o paréntesis.

Es a causa de tales tendencias, bastante más quepor la violencia, por lo que los jóvenes del 77 se volvieron

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sencillamente indescifrables para la tradición delmovimiento obrero. Ellos transformaron a la inversa elcrecimiento del área del no trabajo y de la precariedaden un recorrido colectivo, en una migración conscientedel trabajo de fábrica. Antes que resistir a ultranza a lareestructuración productiva, se fuerzan límites y tra-yectorias, en el intento de obtener consecuenciasimpropias y favorables para sí mismos. Antes queencerrarse en un fortín asediado, abocados a unaderrota apasionada, se ensayan las posibilidades deempujar al adversario a atacar fortines vacíos, abando-nados previamente. La aceptación de la movilidad seune a la búsqueda de una renta garantizada como unaidea de producción más cercana a la exigencia de auto-rrealización. Es decir, lo que se rompe es el nexo entretrabajo y socialización. Momentos de hermandadcomunitaria son experimentados fuera y contra la pro-ducción directa. Después, esta socialización indepen-diente se hace valer, como insubordinación, incluso enel lugar de trabajo. Asume un peso decisivo la opción«por la formación ininterrupida», es decir la continua-ción de la formación académica, incluso después dehaber encontrado empleo: esto alimenta la así llamadarigidez de la oferta de trabajo, pero sobre todo hace quela precariedad y el trabajo negro tengan como protago-nistas sujetos, cuya red de saberes e informaciones sonsiempre exorbitantes respecto a las profesiones distin-tas y cambiantes. Se trata de un exceso no desposeíble,no reconducible a la cooperación productiva dada: suinversión o su derroche están, por tanto, ligados a laposibilidad de poblar y habitar establemente un terri-torio situado más allá de la prestación salarial.

Este conjunto de comportamientos es obviamen-te ambiguo. Es posible leerlo, de hecho, como una res-puesta pauloviana a la crisis del Estado asistencial.Conforme a esta interpretación, los asistidos viejos ynuevos bajan al campo de batalla para defender laspropias posiciones, excavadas de forma diferente en elgasto público. Encarnan aquellos costes ficticios que elempuje neoliberal y anti-welfare intenta abolir, o al

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menos contener. La izquierda puede incluso defender aestos hijos espurios, pero con cierta vergüenza, y con-denando de todos modos su «parasitismo». Pero quizáses precisamente el 77 el que ilumina con muchas otrasluces la crisis del welfare state, redefiniendo de raíz larelación entre trabajo y asistencia, entre costes reales y«costes falsos», entre productividad y parasitismo. Eléxodo de la fábrica, que en parte anticipa y en parteimprime otra cara al incipiente paro estructural, sugie-re de forma provocadora que en el origen del desordendel Estado asistencial está, si acaso, el desarrollo asfi-xiante, inhibido, ni tan siquiera modesto, del área del notrabajo. Como si dijéramos: no es que haya demasiadono trabajo, sino demasiado poco. Una crisis, por tanto,causada no por las dimensiones asumidas por la asis-tencia, sino por el hecho de que la asistencia se amplía,en su mayor parte, bajo la forma de trabajo asalariado.Y, viceversa, por el hecho de que el trabajo asalariadose presenta, desde un cierto momento en adelante,como asistencia. Además, las políticas de pleno empleoen los años treinta ¿no habían surgido justamente con laconsigna «cava agujeros y luego rellénalos»?

El punto central (que se manifiesta en el 77 enforma de conflicto y, después, durante los años ochen-ta, como paradoja económica del desarrollo capitalista)es el siguiente: el trabajo manual atomizado y repetiti-vo, a causa de sus costes inflacionistas y sin embargorígidos, muestra un carácter no competitivo respecto ala automatización y, en general, a la nueva secuenciade aplicaciones de la ciencia sobre la producción.Muestra la cara de coste social excesivo, de asistenciaindirecta, encubierta e hipermediada. Pero hacer de lafatiga física algo radicalmente «antieconómico» es elextraordinario resultado de décadas de luchas obreras:no hay, en verdad. nada de qué avergonzarse. De esteresultado, repetimos, se apropia por un momento elmovimiento del 77, señalando a su modo el caráctersocialmente parasitario del trabajo bajo patrón. Es unmovimiento que se sitúa, en muchos sentidos, a la altu-ra de la new wave neoliberal, ya que busca otra solu-

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ción para los mismos problemas con los que ésta seenfrentará más tarde. Busca y no encuentra, implosio-nando rápidamente. Pero pese a haberse quedado enestado de síntoma, aquel movimiento representó laúnica reivindicación de una vía alternativa en la ges-tión del fin del «pleno empleo».

2. La izquierda histórica, después de haber contribuidoa la aniquilación (también en el sentido militar del tér-mino) de los movimientos de clase y a la primera fasede la reconversión industrial, se fue quedando progre-sivamente fuera de juego. En 1979, el gobierno de los«acuerdos amplios», también denominado gobierno de«solidaridad nacional», apoyado sin reservas por el PCI

y por su sindicato, llegó a su fin. La iniciativa políticaquedó enteramente en manos de las grandes empresasy de los partidos de centro.

Siguiendo un guión clásico, las organizacionesobreras reformistas fueron cooptadas por la direccióndel Estado dentro de una fase de transición, caracteri-zada por un «ya no» (ya no rige el modelo fordista-key-nesiano) y por un «todavía no» (todavía no se da unpleno desarrollo de la empresa en red, del trabajoinmaterial, de las tecnologías informáticas), en la cualse trataba de contener y reprimir la insubordinaciónsocial. Por consiguiente, tan pronto como el nuevo ciclode desarrollo se puso en marcha, tan pronto como elobrero-masa de la cadena de montaje perdió definitiva-mente su propio peso contractual y político, la izquier-da oficial se convirtió en un lastre inútil, que había quequitarse de encima lo más pronto posible.

El declive del PCI tiene su origen en los últimosaños setenta. Se trata de un acontecimiento «occiden-tal», italiano, conectado con la nueva configuración delproceso laboral. Sólo a causa de una ilusión óptica sepuede llegar a pensar que este declive, que en 1990conducirá a la disolución del PCI y al nacimiento delPartido democrático de la izquierda (PDS), fue produci-do por la conflagración del «socialismo real», es decir,por la inmediatamente sucesiva caída del Muro.

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La sanción simbólica de la derrota sufrida por laizquierda histórica tuvo en verdad lugar a mediados delos años ochenta. En 1984, el gobierno dirigido porBettino Craxi abolió el «punto de contingencia», esdecir, el mecanismo de adecuación de los salarios a lainflación. El PCI convocó un referéndum para restable-cer esta importante conquista sindical de los añossetenta. Lo convocó y, en 1985, lo perdió estrepitosa-mente. La consecuencia de esta debacle fue que, a par-tir de ese momento, el partido y el sindicato asumieronposiciones «realistas», es decir, de colaboración con elgobierno, en lo que se refiere a salario y jornada de tra-bajo. Desde 1985 en adelante, desapareció toda tutela«socialdemócrata» o «sindicalista» de las condicionesmateriales del trabajo dependiente. La clase obrerapostfordista tendría que vivir sus primeras experien-cias sin poder contar en ningún momento con un parti-do «propio» o con un sindicato «propio». Nunca habíaocurrido algo así en Europa, desde los días de la pri-mera revolución industrial.

2o excursus. Los cambios en la FIAT

en los años ochenta.

En la FIAT6, entre dos décadas, se deja ver conejemplar nitidez la feroz «dialéctica» entre la esponta-neidad conflictiva de la joven fuerza de trabajo, el PCI yla empresa a punto de cambiar su fisionomía. El micro-cosmos FIAT anticipa y compendia la «gran transforma-ción» italiana. Es un acto único dividido en tres escenas.

6. La FIAT Mirafiori, la gran fábrica turinesa fue el epicentro de las movilizacionesobreras en Italia entre 1960 y 1980, el arquetipo del mastodonte fordista y de la ciu-dad-fábrica de producción masiva: «Casi tres millones de metros cuadrados, la mitadtechados, 37 puertas de entrada distribuidas a lo largo de casi diez kilómetros deferrocarril, otros 40 de cadena de montaje, 13 kilómetros de vías subterráneas yuna población obrera que en los momentos punta llega a 60.000 personas. Esta esla Mirafiori de 1968, el mayor establecimiento de la FIAT, la fábrica más grande delmundo y el corazón industrial y obrero de Italia», 1968. Una revolución mundial,libro/cd-rom, Madrid, Akal. Cuestiones de Antagonismo, 2001. (N. del E.)

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Primera escena. En julio de 1979, la FIAT está bloquea-da por una huelga «indefinida» que, en muchos aspec-tos, se asemeja a una verdadera ocupación de la fábri-ca. Es el momento culminante de la contienda por elconvenio integral de empresa. Pero, sobre todo, es elúltimo y gran episodio de la ofensiva obrera de los añossetenta. Sus protagonistas absolutos son los diez milnuevos «contratados», que han comenzado a trabajaren la FIAT a partir de los últimos dos años. Se trata deobreros «extravagantes», que se parecen en todo —mentalidad, costumbres metropolitanas, escolariza-ción— a los estudiantes y a los precarios que habían lle-nado las calles en el año 77. Los nuevos «contratados»se habían distinguido hasta aquel momento por un con-tinuo sabotaje de los ritmos de trabajo: la «lentitud» erasu pasión. Con el bloqueo de la FIAT, intentaron reafir-mar la «porosidad» o elasticidad del tiempo de produc-ción. El sindicato y el PCI lo rechazan, condenandoabiertamente su desafección al trabajo.

Segunda escena, en otoño de 1979, la dirección deFIAT prepara la contraofensiva despidiendo a 61 obre-ros, jefes históricos de la lucha de la sección. Pero, ojo,no los despide aduciendo como pretexto cualquier moti-vo empresarial. La razón de la medida es la presuntaconnivencia de los 61 con el «terrorismo». Poco impor-ta que los jueces no hayan encontrado elementos con-cretos para proceder contra los «sospechosos». Laempresa lo «sabe», y esto basta. La cuestión de los 61está en perfecta sintonía con los gobiernos de «solidari-dad nacional»7, con la equiparación realizada por ellosentre las luchas sociales extrainstitucionales y la sub-versión armada. El PCI y el sindicato avalan la decisiónde la FIAT, limitándose a algún «distingo» formal.

Tercera escena. Un año mas tarde, en otoño de1980, la FIAT pone sobre la mesa un plan de reestructu-

7. Se trata de los gobiernos de finales de los años 70, en los que participa el PCI, yasea por activa o por pasiva (facilitando y colaborando en el ejercicio, aún cuandono estuviera integrado), y que tuvieron como principal objetivo la liquidación dela emergencia política del movimiento del 77 por medio de la aplicación intensivade medidas de excepción bajo el pretexto de la lucha antiterrorista. (N. del E.)

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ración que prevé 30.000 despidos. Se desmantela lafábrica fordista, Mirafiori se convierte en una referenciade arqueología industrial. Siguen 35 días de huelga enlos cuales el PCI, ya fuera del gobierno, emplea a fondosu fuerza organizativa. El secretario del partido, EnricoBerlinguer, da un mitin a las puertas de la FIAT, que, des-pués, en los años siguientes, se mantendrá como un«objeto de culto» para los militantes de la izquierda ofi-cial. Pero ya es demasiado tarde. Al avalar la expulsiónde los 61 y, mucho antes, oponiéndose y reprimiendo lalucha espontánea de los nuevos contratados, el PCI y elsindicato destruyeron la organización obrera en la fábri-ca. Como si dijésemos: cortaron la rama sobre la quetambién ellos, a pesar de todo, estaban sentados. Solouna historiografía que desee confundir las cosas puedeindicar que los «35 días» son la confrontación decisiva,el acontecimiento que hace cambiar de vertiente: en rea-lidad, todo se jugó con anterioridad, entre 1977 y 1979.Esta vez, para ganar la contienda, la FIAT puede contarcon una base de masas: los cuadros intermedios, los jefe-cillos, los empleados. Los cuales organizan, en octubrede 1980, una manifestación en Turín contra la prolonga-ción de la huelga obrera. Y obtienen un éxito inespera-do: desfilan 40.000 personas. El plan de reestructuraciónde la FIAT es aprobado.

3. Entre los años 1984 y 1989, la economía italiana cono-ce su pequeña «edad de oro». Suben ininterrumpida-mente los índices de productividad, crecen las exporta-ciones, la Bolsa manifiesta una larga «efervescencia».La «contrarrevolución» levanta el estandarte tan queri-do entonces por Napoleón III después de 1948: enrichis-sez-vous, enriqueceos. Los sectores arrastrados por elboom son la electrónica, la industria de la comunicación(son los años en los que se agiganta la Fininvest8 de

8 Se trata del principal grupo italiano bajo control de S. Berlusconi, comprendefundamentalmente un poderoso holding de empresas de las telecomunicaciones,entre las que se encuentran las principales televisiones privadas italianas, aparte denumerosos diarios y algunos de los polos editoriales más importantes. Fininvest hasido sospechoso en numerosas ocasiones de prácticas fraudulentas. (N. del E.)

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Berlusconi), la química fina, el textil «posmoderno» tipoBenetton (que organiza directamente la comercializa-ción del producto), las empresas que suministran servi-cios e infraestructuras. La propia industria del automó-vil, después de ser agilizada y reestructurada, acumuladurante algunos años ganancias excepcionales.

Cambia profundamente la naturaleza del merca-do laboral. La ocupación goza de menor institucionali-zación y, sobre todo, de menor duración. Se amplia des-mesuradamente la «zona gris» del semiempleo, del tra-bajo intermitente, del frecuente cambio entre superex-plotación e inactividad. Disminuye, en conjunto, lademanda de trabajo industrial. Cuando Marx hablabade «superpoblación» o de «ejercito salarial de reserva»(en resumidas cuentas, de los parados), distinguía tresclases: la superpoblación fluida (diríamos hoy: turnover, jubilación anticipada, etc.); latente (allí dondepuede intervenir en cualquier momento la innovacióntecnológica para esquilmar el empleo); estancada (tra-bajo negro, «sumergido», precario). Ahora bien, sepodría decir que, a partir de la mitad de los años ochen-ta, los conceptos con los que Marx analiza el «ejercitoindustrial de reserva» resultan adecuados, en cambio,para describir el modo de ser de la propia clase obreraocupada. Toda la fuerza de trabajo realmente emplea-da vive las condiciones estructurales de la «superpo-blación» —fluida o latente o estancada. Es siempre,potencialmente, supérflua.

Por otra parte, cambia radicalmente el conceptode «profesionalidad». Lo que ahora se valora —y sedemanda— en el trabajador individual no son ya lasvirtudes que se adquieren en el lugar de trabajo, porefecto de la disciplina industrial. Las competenciasverdaderamente decisivas para realizar de la mejormanera las tareas laborales postfordistas son las que seadquieren fuera de la producción directa, en «el mundode la vida». Dicho de otra manera, la «profesionalidad»ahora, no es otra cosa que la sociabilidad genérica, lacapacidad de establecer relaciones interpersonales, laaptitud para controlar la información e interpretar los

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mensajes lingüísticos, la adaptabilidad a las reconver-siones continuas e imprevistas. Es así como se puso atrabajar el movimiento del 77: su «nomadismo», el des-apego por un puesto fijo, una cierta capacidad autoem-presarial, y hasta el gusto por la autonomía individual ypor la experimentación, todo esto confluye en la organi-zación productiva capitalista. Baste pensar, a título deejemplo, en el gran desarrollo que, en Italia, durante losaños ochenta, ha tenido el «trabajo autónomo», es decirel conjunto de las microempresas, muchas de ellas pocomás que familiares, puestas en marcha por ex-trabaja-dores dependientes. Este «trabajo autónomo» es, verda-deramente, la continuación de la migración del régimende fábrica comenzada en el 77: pero esto está estrecha-mente subordinado a las exigencias variables de lasgrandes empresas; mas aún, es el modo específico conel que los mayores grupos industriales italianos descar-gan parte de sus costes de producción fuera de sus pro-pias empresas. El trabajo autónomo coincide casi siem-pre con tasas de autoexplotación formidables.

4. El Partido socialista (PSI) dirigido por Bettino Craxi(jefe del gobierno desde 1983 a 1987) es, durante unperiodo de tiempo nada despreciable, la organizaciónpolítica que mejor entiende e interpreta la transforma-ción productiva, social y cultural que está teniendolugar en Italia.

En los últimos años setenta y en los primeros dela década siguiente, el PSI, para garantizar su propiasupervivencia, dirige una especie de guerrilla contra elllamado «consociativismo», o sea contra el acuerdopreventivo y sistemático que, sobre todas las principa-les cuestiones legislativas y de gobierno, tendían aestablecer entre sí los dos mayores partidos italianos,la DC y el PCI. Por esto, durante el secuestro de AldoMoro por las Brigadas Rojas9, Craxi se opone a la línea

9 Las Brigadas Rojas fueron el principal grupo armado italiano de los años 70 yprincipios de los 80. Su origen inmediato se encuentra en las luchas de fábrica delos años 60. La espiral represiva, desatada tras el Otoño Caliente de 1969, y la

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de «firmeza» (propuesta por el PCI y aceptada por laDC), y apoya, por el contrario, una negociación con losterroristas para salvar al rehén. Y ésta es también larazón de que el PSI constituya un freno contra las leyesespeciales sobre el orden publico, la lógica de la emer-gencia y la restricción de las libertades para permitir larepresión de las formaciones armadas clandestinas.Para desvincularse del compromiso sofocante de suspartners mayores (DC y PCI, precisamente), el Partidosocialista aparece como una tribu política reacia a ado-rar la razón de Estado. Los idólatras no se lo perdona-ron nunca. En compensación, algunas de sus posicioneslibertarias hicieron que el PSI ganara cierta simpatíapor parte de la franja de extrema izquierda y de lasfiguras sociales florecidas en el archipiélago del 77.

Durante algunos años, el PSI logra ofrecer unarepresentación política parcial a los estratos de trabajodependiente que fueron el resultado específico de lareconversión productiva capitalista. En particular,influencia y atrae a la intelectualidad de masas, esdecir, a aquellos que actúan productivamente teniendopor instrumento y materia prima el saber, la informa-ción, la comunicación. Entendámonos: al igual que enotro tiempo, o bajo otros cielos, se han visto partidosreaccionarios de campesinos y de parados (baste pen-sar en el movimiento populista americano del final del

necesidad sentida por algunos militantes de dotar a las luchas de una mayor capaci-dad de respuesta política, fue determinante en la voluntad de «tomar las armas» porparte algunos sectores. Las primeras acciones de las Brigadas tuvieron un carácternetamente obrero. Ligadas inmediatamente a conflictos concretos, consistieronmás bien en intimidaciones organizadas a directivos de fábrica y esquiroles que enacciones guerrilleras propiamente dichas. El «salto» al homicidio político fue tam-bién el salto de las luchas obreras a una estrategia gobernada por la idea de unenfrentamiento directo con el Estado, que culminó con el secuestro y asesinato deAldo Moro en 1978. En este sentido la actuación de las Brigadas fue central en elbloqueo de las luchas, ante la estrecha alternativa planteada entre la necesidad o node «armar el movimiento», que finalmente acabó por arrastrarlo a un combate sinsolución, cegado por una represión sin precedentes, amparada por las leyes deexcepción, y por la inviabilidad manifiesta de los grupos armados. En 1987 la his-toria de las Brigadas Rojas, al menos de su episodio principal, termina con la decla-ración pública de sus dirigentes del fin de la actividad armada. (N. del E)

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siglo pasado), así, en los años ochenta italianos, el PSI esel partido reaccionario de la intelectualidad de masas.Esto significa que: establece una vinculación efectivacon la condición, la mentalidad, los deseos, los estilosde vida de esta fuerza de trabajo, pero curvando todoello a la derecha. La vinculación es indudable e la cur-vatura es inconfundible: si se ignora uno de estos dosaspectos, no se comprende absolutamente nada.

El PSI organiza las capas altas (por status y porrenta) de la intelectualidad de masas contra los restosdel trabajo dependiente. Articula, en un nuevo sistemade jerarquías y de privilegios, la prominencia del sabery de la información en el proceso productivo.Promueve una cultura en la que «diferencia» se con-vierte en sinónimo de desigualdad, arribismo, avasalla-miento. Alimenta el mito de un «liberalismo popular».

5. A diferencia de lo que ha ocurrido en Francia y enlos Estados Unidos, en Italia el denominado pensa-miento «postmoderno» no ha tenido ninguna consis-tencia teórica, sino solo un significado político direc-to. Para ser exactos, ha sido un pensamiento en parteconsolatorio (ya que ha tratado de justificar la necesi-dad de la derrota de los movimientos de clase al finalde los años setenta), en parte apologético (porque nose ha cansado de elogiar el actual estado de cosas,alabando las chances inherentes a la «sociedad de lacomunicación generalizada»).

El pensamiento postmoderno ha ofrecido unaideología de masas a la «contrarrevolución» de losaños ochenta. La charlatanería sobre «el fin de la his-toria» ha producido, en Italia, una eufórica resigna-ción. El entusiasmo indiscriminado por la multiplica-ción de las formas de vida y de los estilos culturales hasido una minúscula metafísica prêt-à-porter, comple-tamente funcional para la empresa en red, para la tec-nología electrónica, para la precariedad perenne delas relaciones de trabajo. Los ideólogos postmodernos,a través de su frecuente incidencia en los media, handesempeñado un papel de dirección ético-política

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inmediata sobre la fuerza de trabajo postfordista, sus-tituyendo a veces la influencia tradicional de los apa-ratos de partido.

3er excursus. La ideología italiana.

En los años ochenta, las ideas dominantes se hanexpresado en mil dialectos, han sido múltiples, dife-renciadas, a veces ásperamente polémicas las unas conlas otras. La victoria capitalista de finales de la décadaanterior ha dado pié al más desenfrenado pluralismo:«delante hay sitio», como aparece escrito en los auto-buses. Pues bien, hablar de «ideología italiana» signifi-ca nada menos que reconducir este desmenuzamientoufano de sí a un baricentro unitario, con sólidos presu-puestos comunes. Significa interrogarse sobre losentresijos, las complicidades, la complementariedadentre posiciones aparentemente lejanas.

¿Qué es lo que hace que la cultura italiana parez-ca un portal de Belén, con tanto burrito, rey mago, pas-tores, sagrada familia —máscaras diversas de unmismo espectáculo? Sobre todo un aspecto: la tenden-cia difusa a hacer naturales las dinámicas sociales. Unavez más, la sociedad ha sido representada como unasegunda naturaleza dotada de leyes objetivas inapela-bles. Sólo que, y este es el punto verdaderamente nota-ble, a las actuales relaciones sociales se aplican losmodelos, las categorías, las metáforas de la ciencia pos-tclásica: la termodinámica de Prigogine en lugar de lacausalidad lineal newtoniana; la física de los quanta enlugar de la gravitación universal; el biologismo sofisti-cado de la teoría de los sistemas de Luhmann en vez dela fábula de las abejas de Mandeville. Se interpretanlos fenómenos historico-sociales de acuerdo con con-ceptos como la entropía, los fractales, la autopoiesis.Para hacer la síntesis se utilizan el principio de inde-terminación y el paradigma de la autoreferencialidad.

La ideología posmoderna italiana presupone elempleo sociológico de la física cuántica, la interpretación

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de las fuerzas productivas como movimiento causal delas partículas elementales. Pero ¿de dónde nace estarenovada inclinación a considerar la sociedad como unorden natural? Y sobre todo: si los aplicamos a las rela-ciones sociales, ¿de qué tipo de extraordinarias transfor-maciones son síntoma y mistificación, a un mismo tiem-po, estos conceptos indeterministas y autorreferencialesde las ciencias naturales modernas? Se puede aventuraruna respuesta: la gran innovación, subtendida por estareciente y muy específica naturalización de la idea desociedad, se refiere al papel del trabajo. La opacidad queparece envolver los comportamientos de los individuos yde los grupos deriva de la pérdida de peso del trabajo(industrial, manual, repetitivo) en toda la producción dela riqueza, así como en la formación de la identidad delos individuos, de las imágenes del mundo, de los valo-res. A esta «opacidad» se adapta bien una representa-ción indeterminista. Cuando el tiempo de trabajo decaede su función de principal nexo social, resulta imposibleprecisar la posición de los corpúsculos aislados, sudirección, el resultado de sus interacciones.

El indeterminismo viene acentuado, además, porel hecho de que la actividad productiva postfordista nose configura ya como una cadena silenciosa de causasy efectos, de antecedentes y consecuentes, sino queestá caracterizada por la comunicación lingüística y,por tanto, por una correlación interactiva en la que pre-domina la simultaneidad y falta una dirección causalunívoca. La ideología italiana («pensamiento débil»,estética del fragmento, sociología de la «complejidad»,etc.) toma, y degrada al mismo tiempo a natura el nexoinédito entre saber, comunicación, producción.

6. ¿Cuáles han sido las formas de resistencia a la «con-trarrevolución»? ¿Y cuáles los conflictos aparecidos enel nuevo paisaje social que precisamente han esculpi-do la «contrarrevolución» en altorrelieve? Antes quenada es oportuna una precisión en negativo: en el elen-co de tales formas y de tales conflictos no aparece lapraxis de los verdes. Si en Alemania y en otras partes

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el ecologismo ha heredado temas y planteamientosdel 68, por el contrario, en Italia, ha nacido contra lasluchas de clase de los años setenta. Se trataba de unmovimiento político moderado, abarrotado de «arre-pentidos», hijo legítimo de los nuevos tiempos. Otrasson las experiencias colectivas que deben recordarse.Precisamente tres: los «centros sociales» juveniles;los comités de base extrasindicales, aparecidos en loslugares de trabajo a partir de la mitad de los añosochenta; el movimiento estudiantil que, en 1990,paralizó durante algunos meses la actividad universi-taria, midiéndose críticamente con el «núcleo duro»del postfordismo, es decir con la centralidad delsaber en el proceso productivo.

Los centros sociales, multiplicados por todo elpaís desde los primeros años ochenta, han dado cuerpoa una variedad de secesiones: secesión de la forma devida dominante, de los mitos y de los ritos de los ven-cedores, del estruendo mediático.

Esta secesión se expresa como marginalidadvoluntaria, ghetto, mundo a parte. Un «centro social»es, en concreto, un edificio vacío ocupado por los jóve-nes y transformado en sede de actividades alternativas:conciertos, teatro, comedor colectivo, acogida de inmi-grantes extracomunitarios, debates, etc. En algunoscasos los centros han dado lugar a pequeñas empresasartesanas, siguiendo de esta manera el antiguo modelode las «cooperativas» socialistas del comienzo de siglo.

En general, han promovido (o mejor, sólo evoca-do) una especie de esfera publica no impregnada de losaparatos estatales. Esfera publica: es decir, un ámbitoen el que se discute libremente de las cuestiones deinterés común, desde la crisis económica a las alcanta-rillas del barrio, desde Yugoslavia a la droga. En losúltimos tiempos, gran parte de los «centros» disfrutande redes informáticas alternativas, que ponen en circu-lación documentos políticos, susurros y gritos del «sub-suelo» social, informes de luchas, mensajes individua-les. En su conjunto, la experiencia de los centros socia-les ha sido un intento de dar fisionomía autónoma y

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contenido positivo al creciente tiempo de no trabajo.Intento inhibido, sin embargo, por la vocación de cons-tituir una «reserva india» que, casi siempre, ha carac-terizado (y entristecido) a esta experiencia.

Los Comités de base (Cobas) se formaron entrelos maestros (memorable, vencedora, la larga luchaque bloqueó las escuelas en el año 1987), los ferrovia-rios, los empleados de los servicios públicos. A conti-nuación, se extendieron a un cierto número de fábricas(en particular a la Alfa Romeo, donde el Cobas desban-có a la CGIL en las elecciones internas). Los Comitésde base han abierto y gestionado conflictos bastanteduros sobre el salario y las condiciones de trabajo.Rechazan que se les considere como un «nuevo sindi-cato», buscando más bien la vinculación con los centrossociales y los estudiantes, para esbozar formas de orga-nización política a la altura de la «complejidad» post-fordista. Dan la voz, sobre todo, a una exigencia dedemocracia. Democracia contra las medidas legislati-vas que, a lo largo de los años ochenta, han revocadosustancialmente el derecho a la huelga en el empleopublico. Y además, democracia contra el sindicato: quedesplazado del nuevo proceso productivo, se ha confi-gurado como una estructura autoritaria, adoptandométodos y procedimientos dignos de un trust monopo-lista. La parábola de los Comités de base alcanzó supunto culminante en el otoño de 1992, durante las huel-gas de protesta que siguieron a la maniobra económicadel gobierno Amato (que reducía bruscamente los gas-tos sociales: pensiones, asistencia médica etc.) En lasprincipales ciudades italianas tuvieron lugar violentasprotestas contra el «colaboracionismo» sindical: lanza-miento de tornillos contra las tribunas de los mítines,contramanifestaciones dirigidas por los Cobas. Unapequeña Tiennamen, que comenzó a ajustar cuentascon el «sindicato monopolístico de Estado».

Mientras los centros sociales y los mismos Cobashan encarnado, con mayor o menor eficacia, las virtu-des de la «resistencia», el movimiento estudiantil (lla-mado «movimiento de la pantera» porque su exordio,

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en febrero de 1990, coincidió con la feliz fuga de unapantera del zoológico de Roma) pareció aludir, almenos por un momento, a una auténtica «contraofensi-va» de la intelectualidad de masas. La unión entresaber y producción, que hasta ahora solo había mostra-do una cara capitalista, se manifestó de repente comopalanca del conflicto y precioso recurso político. Lasuniversidades ocupadas contra el proyecto guberna-mental de «privatizar» la enseñanza se convirtieron,por algunos meses, en un punto de referencia del tra-bajo inmaterial (investigadores, técnicos, informáticos,profesores, empleados de las industrias culturales,etc.) que, en las metrópolis, se presentaba todavía dis-perso en miles de ramas separadas, desprovistas depotencia colectiva. El movimiento de la pantera seeclipsó rápidamente, constituyendo poco más que unsíntoma o un presagio. No logró individualizar objeti-vos claros, que garantizaran la continuidad de la acciónpolítica. Permaneció paralizado analizándose a símismo, contemplando su propio ombligo. Esta autorre-ferencialidad hipnótica ha encubierto, sin embargo,una cuestión importante: la intelectualidad de masas,para incidir políticamente y destruir todo lo que merez-ca ser destruido, no puede limitarse a una serie de«noes», sino que, partiendo de sí misma, debe ejempli-ficar, en positivo, con índole experimental y construc-tiva, lo que los hombres y las mujeres podrían hacerfuera del vínculo capitalista.

7. En 1989, el hundimiento del «socialismo real» tras-tornó el sistema político italiano de modo mucho másradical de lo sucedido en otros países de Europa occi-dental (incluida Alemania, a pesar de los contragolpesde la reunificación). Precisamente este repentinoterremoto (que coincide con los fuertes indicios derecesión económica) impidió que se manifestase plena-mente el «antídoto» de la época capitalista de los añosochenta, o sea, un conjunto de luchas sociales dirigidasa obtener al menos un reequilibrio fisiológico en laredistribución de la renta.

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Las señales lanzadas por los Cobas y por el movimien-to de la pantera, en vez de alcanzar un umbral crítico ydifundirse en comportamientos de masa duraderos, seatenuaron y después se sumergieron en el fragor de lacrisis institucional. Los sujetos y las necesidades susci-tados por el modo de producción postfordista, muylejos de presentar la cuenta al incauto aprendiz debrujo, se han puesto máscaras engañosas que ocultansu fisionomía. La rápida disolución de la PrimeraRepública ha sobredeterminado, hasta hacerlas irreco-nocibles, las dinámicas de clase de la «empresa-Italia»(por utilizar una expresión muy querida del exPrimerMinistro, Silvio Berlusconi).

8. La caída del muro de Berlín no fue la causa de la cri-sis institucional italiana, sino la ocasión extrínsecapara que ésta saliera a la luz, manifestándose por fin ala vista de todos. El sistema político nacional se encon-traba minado por el efecto de una larga enfermedadque nada tenía que ver con el conflicto Este-Oeste. Unaenfermedad cuya incubación se remonta a los años 70y cuyo nombre es: consunción y desgaste de la demo-cracia representativa, de las reglas y procedimientosque la caracterizan, de los fundamentos mismos en losque se sustenta. La catástrofe de los regímenes del Estetuvo en Italia un efecto mayor que en otros países, pre-cisamente porque proporcionó una vestimenta teatral auna catástrofe totalmente distinta, precisamente por-que se superpuso a una crisis de orígenes diferentes.

El ocaso de la sociedad del trabajo fue lo que des-encadenó la profunda descomposición de los mecanis-mos de la representación política. Desde la SegundaGuerra Mundial en adelante, la representación políticase ha basado en la identidad entre «productores» y «ciu-dadanos». El individuo representado en el trabajo, eltrabajo representado en el Estado: he aquí el eje de lademocracia industrial (así como del welfare state). Uneje ya resquebrajado cuando, a finales de los añossetenta, los gobiernos de «solidaridad nacional» quisie-ron celebrar con ímpetu intolerante su vigencia y sus

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valores. Un eje hecho pedazos en los años siguientes,cuando la gran transformación del tejido productivo seencontraba en pleno desarrollo. El peso puramente resi-dual del tiempo de trabajo en la producción de riqueza,el papel determinante que desempeña en ella el saberabstracto y la comunicación lingüística, el hecho de quelos procesos de socialización tengan su centro de grave-dad fuera de la fábrica y la oficina, todo esto, junto aotras causas, lacera los lazos fundamentales de laPrimera República10 (que, como reza la Constitución,está precisamente «basada en el trabajo»). Por su parte,los trabajadores postfordistas son los primeros que sesustraen a la lógica de la representación política. No sereconocen en un «interés general» y no están dispuestosbajo ningún concepto a «hacer Estado». Rodean a lospartidos de recelo o rencor, en tanto que copywriters[ventrílocuos baratos] de identidades colectivas.

Esta situación abre el camino a dos posibilidadesno sólo diferentes sino diametralmente opuestas. Laprimera remite a la emancipación del concepto de«democracia» con respecto al de «representación», ypor tanto a la invención y experimentación de formasde democracia no representativa. Obviamente, no setrata de perseguir el espejismo de una salvífica simpli-ficación de la política. Por el contrario, la democraciano representativa requiere un estilo operativo igual-mente complejo y sofisticado. De hecho, entra en con-flicto con los aparatos administrativos estatales, corroesus prerrogativas y absorbe sus competencias. Elintento de traducir en acción política esas mismas fuer-zas productivas comunicación, saber, ciencia es lo queconstituye el alma del proceso productivo postfordista.Esta primera posibilidad ha permanecido y permane-

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10. La Primera República italiana quedó inaugurada por el régimen constitucionalde diciembre de 1947. Hasta la década de 1980, la organización institucional ita-liana ha sufrido pocas modificaciones. Efectivamente, a pesar de la inestabilidadgubernamental, el sistema de partidos y el régimen de equilibrios se ha mantenidocasi sin variaciones, tramado en la polaridad abierta entre la Democracia Cristiana(las más de las veces con apoyo de los socialistas, liberales y republicanos) y elPartido Comunista de Italia, sin acceso al gobierno salvo en el breve periodo deexcepción de 1977-79. (N. del E.)

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cerá, por un cierto tiempo que no será breve, en segun-do plano. En cambio, lo que ha prevalecido es la posi-bilidad contraria: el debilitamiento estructural de lademocracia representativa se muestra como restric-ción tendencial de la participación política, o más biende la democracia tout court. En Italia, los partidariosde la reforma institucional se hacen fuertes gracias a lacrisis sólida e irreversible de la «representación», obte-niendo de ella la legitimación para una reorganizaciónautoritaria del Estado.

9. En el transcurso de los años ochenta, los signos premo-nitorios del fin ignominioso hacia el que se encaminaba laPrimera República fueron numerosos e inequívocos. Lacaída de la democracia representativa fue anunciada,entre otras cosas, por los siguientes fenómenos:

a) la «emergencia» (es decir, el recurso aleyes especiales y a la formación de organismos nomenos excepcionales para gestionarlas) como for-ma estable de gobierno, como tecnología institucio-nal para afrontar, en cada ocasión, la lucha armadaclandestina o la deuda pública o la inmigración;

b) la transferencia de muchas competenciasdel sistema político-parlamentario al ámbito admi-nistrativo, el predominio del «decreto» burocráticosobre la «ley»;

c) el poder extremo de la magistratura (con-solidado durante la represión del terrorismo) y,como consecuencia, el papel de la magistraturacomo sustituto de la política;

d) los comportamientos anómalos del presiden-te Cossiga11 que, en los últimos años de su mandato,comenzó a actuar «como si» Italia fuera una repúbli-ca presidencial (en lugar de parlamentaria).

11. Francesco Cossiga, preside el gobierno de unidad de agosto de 1979 entredemocristianos, liberales y socialdemócratas. Fue el encargado de acentuar laofensiva antiterrorista con toda una batería de medidas que impusieron de facto elestado de excepción en las principales ciudades italianas. A partir de julio de 1984fue proclamado presidente de la República. (N. del E.)

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Después de la caída del muro de Berlín, todos los sín-tomas de la crisis inminente se condensaron en la cam-paña de opinión, sostenida casi por unanimidad tantopor la derecha como por la izquierda, que tenía comoobjetivo liquidar el símbolo más vistoso de la democra-cia representativa, es decir, el criterio proporcional enlas elecciones a la asamblea legislativa. En 1993, des-pués de que un referéndum popular derogara las viejasnormas, se introdujo el sistema electoral mayoritario.Este hecho, junto a la operación judicial denominadaMani pulite [Manos limpias] (que acusaba de cargos decorrupción a una parte importante de la clase política),acelera o completa la descomposición de los partidostradicionales. Ya en 1990, el PCI se transformaba en elPDS (Partido Democrático de la Izquierda), abandonan-do toda referencia residual a la clase y proponiéndoseconvertirse en un partido «ligero» o «de opinión». LaDemocracia Cristiana va cayéndose a trozos hasta que,en 1994, cambia también de nombre: nace el PartidoPopular. Los partidos menores de centro (incluido elPSI, que había anticipado en muchos sentidos la necesi-dad de una reforma institucional radical) desaparecende la noche a la mañana. No obstante, el aspecto sobre-saliente de la prolongada convulsión que sacudió el sis-tema político italiano a principios de los años noventaes la formación de una nueva derecha. Una derecha enabsoluto conservadora, con verdadera devoción por lainnovación, acuñada en el trabajo dependiente, capazde proporcionar una expresión partidista a las princi-pales fuerzas productivas de nuestro tiempo.

10. La nueva derecha, que llegó al poder con las elec-ciones de 1994, está constituida principalmente por dossujetos organizadores: la Lega Nord, arraigada exclusi-vamente en las regiones del norte del país, y ForzaItalia, el partido centrado en torno a la figura de SilvioBerlusconi, dueño de varias emisoras de televisión,casas editoriales, compañías constructoras y grandesalmacenes de venta al por menor.

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La Lega Nord evoca el mito de la autodetermina-ción étnica, de las raíces recobradas: la población delnorte debe valorizar sus tradiciones y costumbres, sindelegar ningún tipo de autoridad en los aparatos cen-trales del Estado. La identidad local (basada en laregión o en la ciudad) se contrasta con el universalismovacío de la representación política y con la abstraccióninsoportable implícita en el concepto de ciudadanía.Sin embargo, la identidad local promulgada por la LegaNord contiene tintes fuertemente racistas, en particu-lar con respecto a los italianos del sur y a los inmi-grantes de fuera de la Comunidad Europea. La LegaNord propone una forma de federalismo que entrelazalo antiguo y lo posmoderno: se combinan figuras comola de Alberto da Giusano (un condottiere medieval deLombardía) con el ultraliberalismo, y el lema «tierra ysangre» se echa en el mismo saco que la revuelta fiscal.Esta mélange tan estridente ha dado voz a una tenden-cia anti-estatalista difusa que ha ido madurando a lolargo de la pasada década en las zonas económicamen-te más desarrolladas del país. Con el tiempo, la LegaNord podría convertirse en la base de masas sobre laque la pequeña y mediana empresa postfordista podríaconseguir una autonomía relativa con respecto alEstado-nación. En presencia de la nueva cualidad de laorganización productiva y a la luz de la inminente inte-gración europea, la maquinaria estatal italiana se hamostrado inadecuada en muchos sentidos: la protestasubnacional de la Lega Nord funciona paradójicamen-te como un soporte para retardar la decisión política entorno a cuestiones supranacionales.

Por su parte, Forza Italia sustituye los procedi-mientos tradicionales de la democracia representativapor modelos y técnicas derivados del mundo de losnegocios. El electorado es equiparado al «público»(televisivo), del que se espera un consenso que es a unmismo tiempo pasivo y plebiscitario. Es más, la formadel partido reproduce fielmente la estructura de la«empresa en red». Los «clubs» que apoyan a ForzaItalia han crecido sobre la base de la iniciativa perso-

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nal de profesionales ajenos a la política convencional,del tipo del gerente de oficina entusiasta o del notariode provincias que ha decidido hacerse un nombre.Estos clubs tienen la misma relación con el partido quela que tienen el trabajo autónomo y la pequeña empre-sa familiar con la compañía madre: a fin de comercia-lizar su propio producto político, se ven obligados aconfiar en una marca reconocida y, a cambio, debenseguir normas precisas de estilo y conducta, labrandoun buen nombre para la compañía bajo cuyo sello tra-bajan. Forza Italia, al igual que hizo el PartidoSocialista a mediados de los ochenta, se ha aseguradola fidelidad de los trabajadores involucrados en las tec-nologías informáticas y de la comunicación, es decir, lafidelidad de los sectores sociales que se están forman-do en la tormenta tecnológica y ética del posfordismo.

La nueva derecha reconoce y hace temporalmen-te suyos los elementos que en última instancia seránmerecedores de las más elevadas esperanzas: el anti-estatalismo, las prácticas colectivas que eluden larepresentación política y el poder del trabajo de la inte-lectualidad de masas. Los distorsiona, enmascarándo-los bajo una perversa caricatura, y clausura la contra-rrevolución italiana, corriendo el telón en este largointermedio. Ese acto ha terminado —¡qué empiece elsiguiente!.

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