viaje a pastrana

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1 VIAJE A PASTRANA (Un acercamiento a la Iglesia Colegiata de La Asunción y visita a la exposición de Tapices flamencos de Arcila y Tánger) Sencilla entrada principal de la colegiata de La Asunción, en Pastrana El viajar tiene un gran inconveniente que se hace vicio: una vez que te ha atrapado el irrefrenable deseo de recorrer otros caminos, ya no puedes sustraerte a la contumaz ilusión de conocer nuevas tierras, nuevas gentes. Hoy, lunes 22 de junio de 2015, el amigo Antonio Dávila, presidente de la Asociación Amigos del Camino Real de Guadalupe, nos ha emplazado para visitar la Iglesia Colegiata de la Asunción, de Pastrana, Guadalajara, con el fin de visitar la importantísima exposición de tapices flamencos denominados del rey Alfonso V de Portugal, que nos narran las hazañas de dicho rey en la conquista de las plazas de Arcila y Tánger, y que datan de los años de 1471 a 1475, que más adelante comentaremos.

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Un acercamiento a la Iglesia Colegiata de La Asunción y visita a la exposición de Tapices flamencos de Arcila y Tánger

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VIAJE A PASTRANA

(Un acercamiento a la Iglesia Colegiata de La Asunción y visita a la

exposición de Tapices flamencos de Arcila y Tánger)

Sencilla entrada principal de la colegiata de La Asunción, en Pastrana

El viajar tiene un gran inconveniente que se hace vicio: una vez que

te ha atrapado el irrefrenable deseo de recorrer otros caminos, ya no puedes

sustraerte a la contumaz ilusión de conocer nuevas tierras, nuevas gentes.

Hoy, lunes 22 de junio de 2015, el amigo Antonio Dávila, presidente

de la Asociación Amigos del Camino Real de Guadalupe, nos ha

emplazado para visitar la Iglesia Colegiata de la Asunción, de Pastrana,

Guadalajara, con el fin de visitar la importantísima exposición de tapices

flamencos denominados del rey Alfonso V de Portugal, que nos narran las

hazañas de dicho rey en la conquista de las plazas de Arcila y Tánger, y

que datan de los años de 1471 a 1475, que más adelante comentaremos.

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El amigo Antonio se nos ha “aburguesado” y ya no nos lleva en su

famoso todoterreno llamado “la peregrina”, que tantos dolores de huesos y

sustos nos ha costado a los asiduos viajeros, y esta vez nos lleva en un

nuevo y amplio automóvil que nos invita al recreo de nuestros ojos y al

descanso del cuerpo.

El grupo que

salimos de Madrid lo

formamos esta vez tres

viajeros: Antonio, el

pintor de Guareña

Damián Retamar y este

humilde aprendiz de

cronista, Ricardo

Hernández Megías.

Nuestro deseo, y el de

nuestro enlace en el

pueblo, Eduardo, viejo conocido de anteriores excursiones por el

Monasterio de San Bartolomé de Lupiana, su pueblo, y esta vez reconocido

y solvente guía en el Museo y exposición de Tapices de la Colegiata de

Pastrana.

La mañana de junio es clara, con un cielo azul deslumbrante, que a

estas horas de la mañana en que salimos de Madrid, ya el calor nos asaetea

con sus rayos como queriendo disuadirnos de nuestra aventura. El tráfico es

intenso a estas horas de la mañana y, nosotros, fuera ya del circuito

comercial, agradecemos el tener todo el día para nuestra complacencia. La

distancia desde Madrid hasta Pastrana es de unos 100 kilómetros, pero,

como es costumbre en nuestro conductor, siempre nos depara una sorpresa

en cada viaje, por lo que al llegar al cruce con Lupiana, el coche se desvía y

emprende rauda marcha hasta tan conocido, para nosotros, lugar.

El campo alcarreño se encuentra a estas alturas del año agostado; la

cebada y el trigo, aquel que no ha sido ya segado, está a la espera de que las

modernas máquinas lo corten eliminando el peligro de las tormentas

veraniegas, por lo que Damián, ojo avizor, puede contemplar los distintos

tonos del ocre de las mieses contrastando con el verdor de las manchas de

bosque mediterráneo que aún quedan por el contorno, o bien despuntando

contra los tesos calizos que se levantan sobre la llanura manchega.

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Cuando nos acercamos a nuestro lugar de visita, nuevamente al

Monasterio de San Bartolomé, lugar de donde salieron los primeros monjes

jerónimos que llegaron al monasterio de Guadalupe, Cáceres, y entramos

en los frescos y arbolados caminos sombríos que nos conducen a su

entrada, una sensación de bienestar invade nuestros espíritu, mientras que

atento a todo cuanto nos rodea de naturaleza, nuestro pintor va tomando

buena nota de los colores que a nuestro alrededor, y como un nuevo regalo

de la luz del día, van punteando.

El fotógrafo ha sabido captar toda la belleza del paisaje alcarreño

La visita va a ser corta en esta ocasión, pues lo que pretende Antonio

Dávila es obsequiar al nuevo viajero con la contemplación del soberbio

claustro de Alonso de Covarrubias. Su construcción como monasterio

propiamente dicho comenzó en el año 1474 sobre una ermita ya existente

dedicada a San Bartolomé, que databa de 1330. Este monasterio es la casa

madre de la Orden de San Jerónimo, fundado gracias a Pedro Fernández

Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa, regla que fue aprobada por Gregorio

XI en 1373. A partir del siglo XVI el cargo de prior del Monasterio de

Lupiana está aparejado con el cargo de Superior de la Orden y allí se

celebraron los Capítulos Generales cada tres años. Es actualmente de

propiedad particular y sus actuales dueños lo dedican, preferentemente a

bodas y actos sociales con los que poder seguir restaurando y conservando

tan espléndido patrimonio cultural. Un matrimonio, aún joven son los

guardianes de esta joya del siglo XV, y se permite su visita guiada todos los

lunes de cada mes.

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Siempre que se visitan las ruinas del monasterio de San Bartolomé,

en Lupiana, y nos encontramos con los viejos muros y tapiales

desvencijados, el viajero tiene la sensación de enfrentarse a un hecho

inexorable como es la levedad del tiempo. Mirado el monasterio desde la

lejanía, con el pueblo como principal testigo, arropado éste entre montes de

pequeña altura y bordeado por las filigranas que va dibujando el verdor del

pequeño río, el torreón de su iglesia se nos presenta como una mole

indestructible, para una vez alcanzado y a los pies del mismo, darnos

cuenta de que no quedan del mismo más que cuatro paredes desvencijadas

y en proceso de recuperación. Sólo el claustro, de belleza singular, parece

luchar a contracorriente de los tiempos, manteniéndose erguido y bello, tal

como lo diseñó y construyó Covarrubias hace cinco siglos, a mayor gloria

de Dios y complacencia de los hombres.

La espléndida belleza del claustro del convento de San Bartolomé

Para completar dicha visita y que Damián pueda hacerse una idea del

entorno en que se asienta tan magna obra, el conductor ha querido visitar,

sin bajarnos, la magnífica plaza castellana, porticada del pueblo de

Lupiana, que tan buenos recuerdos levanta en nuestra memoria, para salir

directamente hacia la nacional 320 y retomar el camino que ha de

conducirnos hacia Pastrana.

La carretera es complicada y seseante en todo su recorrido, por lo

que la lógica precaución del conductor hace que podamos contemplar el

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campo alcarreño en todo su esplendor en estos primeros días de verano y

disfrutar de todas las tonalidades que pintan las charnegas y los álamos del

río Tajuña que se despereza, riega y alimenta las tierras de los contornos,

mientras que los henchidos campos de cereales, a la espera de la siega, nos

ofrecen el espectáculo de contemplar cómo la suave brisa mañanera dibuja

las ondas sobre sus lomos cargados de frutos y de esperanzas para el

agricultor alcarreño.

Plaza de Lupiana, con su “Picota”, o Royo de Justicia frente al Ayuntamiento

Cuando retomamos la asfaltada carretera, una sensación de tristeza

parece que se apodera de los viajeros, no queriendo salir de un cuadro

digno de los pinceles de Cañamero.

Entrar en la Villa Ducal de Pastrana es retrotraerse a otros tiempos en

la historia de este complejo y diverso país. Es la capital de La Alcarria y

fue núcleo muy principal durante los siglos XVI y XVII, habiendo sido

declarada la ciudad como Conjunto Histórico–Artístico, desde 1966.

Durante el siglo XVI perteneció a la Orden de Calatrava, hasta que

Carlos V la vendió a doña Ana Mendoza de la Cerda y Castro, viuda de

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don Diego Hurtado de Mendoza y duquesa de Pastrana, abuela de la

Princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda.

Nuestra entrada en Pastrana la realizamos por la calle de Santa

Teresa, que desemboca, como casi todas las calles principales del pueblo en

la Plaza de La Hora, y frente al hermoso palacio ducal aparcamos nuestro

coche para callejear por sus calles y disfrutar de su arquitectura.

Palacio Ducal de los Duques de Pastrana

Podríamos decir, si no existiera la Colegiata, que toda la historia del

pueblo se puede resumir a partir de este monumental palacio renacentista,

obra de Alonso de Covarrubias y de su dueña Doña Ana de Mendoza,

princesa de Éboli, mujer bellísima que tantos quebraderos de cabeza iba a

proporcionar al rey Felipe II, hasta el punto de

enclaustrarla en dicho palacio hasta su muerte, acusada

de conspiración con su amante Antonio Pérez,

secretario del rey, acusado de ser el promotor de la

muerte de su secretario Escobedo. Es muy conocido en

dicho palacio el balcón enrejado que da a la plaza de la

Hora, donde se asomaba la princesa melancólica. Tras

la fuga de Antonio Pérez al Reino de Aragón en 1590,

Felipe II mandó poner rejas en puertas y ventanas del palacio Ducal.

Este palacio, también, fue el lugar de alumbramiento de María Ana

de Austria, hija de María de Mendoza y Juan de Austria, historia que

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nosotros ya hemos recopilado en otro momento y que se encuentra en

nuestro blog.

Hemos señalado que Pastrana y su bellísima composición

arquitectónica podría resumirse a partir del Palacio ducal, si no existiera la

Colegiata, a lo que, para ser justos deberíamos añadir la importante obra

que en dicha ciudad realizó Santa Teresa de Jesús fundando dos

comunidades religiosas: una para hombres, el convento del Carmen, 1586,

entre cuyos frailes destaca la figura de San Juan de la Cruz, que fue

maestro de novicios. Estuvo ocupado por Frailes Carmelitas hasta la

desamortización de Mendizábal (1836). Más tarde, en 1855, fue ocupado

por la Orden Franciscana, que lo utilizó como seminario para formar a los

misioneros que enviaban a extremo oriente.

El otro convento

fundado por la santa de

Ávila llevará el nombre

de Nuestra Señora del

Consuelo, y fue

inaugurado, el día 23 de

Junio de 1569. La

inauguración se hizo

"con procesión muy

solemne de cruces,

pendones, reliquias y

religiosos, y con

grandes congregaciones de gentes y fiestas de danzas y replique de

campanas, sigue contando el escribano que levantó acta del

acontecimiento que "la dicha Teresa de Jesús, priora y supriora, entraron

en el dicho monasterio". Como priora de la comunidad quedó Isabel de

Santo Domingo, que había venido con la Madre desde Toledo, y como

supriora fue puesta Catalina de la Cruz. Para completar la comunidad

hizo venir de Medina a Isabel de San Jerónimo y a Ana de Jesús, y llamó

de la Encarnación de Avila a Jerónima de San Agustín. El día 28 de junio

se dio licencia para que se pusiese el Santísimo Sacramento y "decir y

celebrar Misas y los divinos oficios".

Después de callejear por las estrechas calles del pueblo, que nos

recuerdan las de las juderías de otras ciudades españolas, nos acercamos a

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la Iglesia–Colegiata de la Asunción, donde hemos quedado con nuestro

amigo Eduardo para la visita guiada por sus expertos y amplios

conocimientos del rico patrimonio que en ella se encierra.

Sin embargo, la sensación que uno experimenta al acercarse a la

entrada de tan magnífico monumento es de una pobreza singular,

contrarrestando con los tesoros que la colegiata guarda en su seno.

Una sensación de frescor

y sosiego nos alcanza cuando

atravesamos la puerta de

entrada. Sus anchos muros y la

sabia disposición de sus

riquezas ornamentales hacen

que nos sintamos a gusto

mientras esperamos la llegada

de nuestro amigo Eduardo, un

personaje que se ha hecho

imprescindible, tanto a la hora

de trabajar en la recuperación o

mantenimiento del mobiliario,

como a la hora de guiar a los

visitantes por cada uno de los

interesantes detalles que hacen

a la Colegiata o Iglesia de la

Asunción única en su género.

Nuestra primera gran sorpresa

es el magnífico retablo

llamado de los Miranda, en el que sobresalen los cuadros de dichos

personajes atribuidos a Juan Bautista Maíno. Como Retablo Mayor, de

1638 y sustituyendo a uno anterior del que solo quedan tres hermosas

tablas de Juan de Borgoña, pintadas hacia 1537, sustituidas hoy por otras

en las que solamente figuran retratos de mártires femeninas, una esplénda

obra de artesanía digna de admiración

La Iglesia Colegiata de la Asunción tiene sus orígenes en una

primitiva iglesia románica del siglo XIII construida por los caballeros

calatravos, de la que aún se conservan algunos elementos. Fue reformada

completamente en los siglo XVI y XVII, aunque ya existen reformas de la

iglesia románica en el siglo XIV o XV en la zona de lo que actualmente es

el coro. También sobre el muro norte se realiza una nueva portada, el actual

acceso, de tradición gótica que incluye un arco conopial con dos pilastras

laterales rematadas con pináculos y florones.

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Sin embargo, la primera gran trasformación se produce a partir de

1569 cuando el primer duque de Pastrana, Ruy Gómez de Silva, obtiene la

bula pontificia que permite convertir el templo en colegiata. Para adaptar el

inmueble a su nueva categoría canóniga construye una amplia cabecera de

estilo gótico, conservando las naves, de lo que ahora mismo es el coro, sin

ser alteradas.

La segunda gran

transformación se realiza entre

1626 y 1639 cuando el arzobispo

Pedro González de Mendoza

reedifica y amplía el edificio. Se

encargó la obra al arquitecto

carmelita Alberto de la Madre de

Dios. Se sustituye entonces la

cabecera del templo por otra de

mayores dimensiones con cripta y

crucero, siguiendo el estilo

clasicista esculariense. También

se mantiene la diferencia de altura

de la cabecera con el resto de la

iglesia, detalle característico del

templo y resultado de la reforma

del siglo XVII.

La cripta es de planta de

cruz latina y cuenta con grandes urnas funerarias, seis de las cuales son de

mármol rosado procedentes del panteón ducal del monasterio de San

Francisco de Guadalajara, y el resto de granito realizadas con la cripta. Ésta

es la última reforma reseñable del templo y la que configura su apariencia

actual, salvo por el campanario, al que se añadió un desafortunado reloj en

la Edad Moderna.

En dicha cripta se encuentra enterrada toda la familia de los duques

de Pastrana, entre ellos la famosa doña Ana de Mendoza y de la Cerda,

princesa de Éboli, duquesa de Pastrana, condesa de Mélito y su esposo Ruy

Gómez de Silva, amigo y hombre de confianza del rey Felipe II.

Otra de las joyas que podemos contemplar y tocar con nuestras

pobres manos es el soberbio órgano del siglo XVIII (1703), construido por

el organero Domingo de Mendoza “maestro de Su Majestad Felipe V y de

su Real Capilla”. Este organista y organero Domingo de Mendoza, era

natural de Lerín (Navarra) y murió en Madrid, en 1735, habiendo sido

maestro de la capilla real, desde 1689. Fue su maestro, su paisano Juan de

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Andueza, asimismo organero y maestro de la real capilla. Domingo de

Mendoza desarrolló su labor en Madrid y su provincia, también trabajó en

los órganos de las catedrales de Cuenca, Sigüenza y Ávila, y en los de otras

iglesias de las provincias de Toledo y Guadalajara.

El órgano de la Colegiata de Pastrana, le construyó el año 1704,

como reza la inscripción puesta en la parte superior del cuadro del teclado –

tapada por una tabla decorada– que dice así “En el año del Señor de 1704

hizo este órgano Domingo de Mendoza Maestro de su Majestad y de su real

capilla. Reinando Felipe V”.

El contrato entre el Cabildo y el organero, se suscribió el día 3 de

octubre de 1703, entre el escribano Antonio de León y se encuentra en el

Archivo de protocolos de Pastrana.

Antonio Dávila y Damián Retamar toman posesión del órgano de la Colegiata

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No podíamos dejar de visitar la famosa

cripta donde desde hace siglos reposan los restos

de los duques de Pastrana y de los Príncipes de

Éboli, que tanto juego dieron en su momento,

tanto a lo que hoy llamaríamos “prensa del

corazón”, como a la de cotilleos políticos que

tanto afectaron al reinado de Felipe II.

No es nuestro cometido hacer un balance

sobre los amores de Doña Ana de Mendoza y de

la Cerda, ni del cometido político de su marido

don Ruy Gómez de Silva y tan solo dejaremos

señalado en estos apuntes algunos datos biográficos sobre la dama: Ana de

Mendoza pertenecía a una de las familias castellanas más poderosas de la

época: los Mendoza. Hija única del matrimonio entre Diego Hurtado de

Mendoza y de la Cerda, virrey de Aragón, y María Catalina de Silva y

Toledo, se casó a la edad de doce años (1552) con Ruy Gómez de Silva,

por recomendación del príncipe Felipe, futuro Felipe II; su marido era

príncipe de Éboli (ciudad ubicada en el Reino de Nápoles) y ministro del

rey. Los compromisos de Ruy motivaron su presencia en Inglaterra por lo

que los cinco primeros años de matrimonio, apenas estuvieron tres meses

los cónyuges juntos.

Fue una de las mujeres de más talento de su época, y se la consideró

como una de las damas más hermosas de la corte española. Entre las teorías

sobre la causa de la pérdida de su ojo derecho, la más respaldada es la que

asegura que la princesa fue dañada por la punta de un florete manejado por

un paje durante su infancia. Pero este dato no es claro, quizá no fuese tuerta

sino estrábica, aunque hay pocos datos que mencionen dicho defecto físico.

En cualquier caso, su defecto no restaba belleza a su rostro; su carácter

altivo y su amor por el lujo se convirtieron en su mejor etiqueta de

presentación, y ejerció una gran influencia

en la corte.

Solicitó junto con su marido dos

conventos de carmelitas en Pastrana.

Entorpeció los trabajos porque quería que se

construyesen según sus dictados, lo que

provocó numerosos conflictos con monjas,

frailes, y sobre todo con Teresa de Jesús,

fundadora de las Carmelitas descalzas. Ruy

Gómez de Silva puso paz, pero cuando éste

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murió volvieron los problemas, ya que la princesa quería ser monja y que

todas sus criadas también lo fueran. Le fue concedido a regañadientes por

Teresa de Jesús y se la ubicó en una celda austera. Pronto se cansó de la

celda y se fue a una casa en el huerto del convento con sus criadas. Allí

tendría armarios para guardar vestidos y joyas, además de tener

comunicación directa con la calle y poder salir a voluntad. Ante esto, por

mandato de Teresa, todas las monjas se fueron del convento y abandonaron

Pastrana, dejando sola a Ana. Ésta volvió de nuevo a su palacio de Madrid,

no sin antes publicar una biografía tergiversada de Teresa, lo que produjo el

alzamiento de escándalo de la Inquisición, que prohibió la obra durante

diez años.

Tras la repentina muerte de Ruy Gómez de Silva en 1573, Ana se vio

obligada a manejar su amplio patrimonio y durante el resto de su vida tuvo

una existencia problemática. Gracias a sus influyentes apellidos consiguió

una posición desahogada para sus hijos. Su hija mayor, Ana, casaría con

Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, VII duque de Medina

Sidonia; el siguiente, Rodrigo, heredaría el ducado de Pastrana; Diego sería

duque de Francavilla, virrey de Portugal y marqués de Allenquer. A su hijo

Fernando, ante la posibilidad de llegar a cardenal, le hicieron entrar en

religión, pero escogió ser franciscano y cambió su nombre por el de Fray

Pedro González de Mendoza (como su tatarabuelo el Gran Cardenal

Mendoza), y llegaría a ser arzobispo.

Sarcófago con los restos de doña Ana de Mendoza. Debajo de él están los de su esposo

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Debido a su alta posición, mantenía relaciones cercanas con el

entonces príncipe y luego rey Felipe II, lo que animó a varios a catalogarla

como amante del rey, principalmente durante el matrimonio de éste con la

joven Isabel de Valois, de la cual fue amiga. Lo que sí parece seguro es

que, una vez viuda (1573) sostuvo relaciones con Antonio Pérez, secretario

del rey. Antonio tenía la misma edad que ella y no se sabe realmente si lo

suyo fue simplemente una cuestión de amor, de política o de búsqueda de

un apoyo que le faltaba desde que muriera su marido. Estas relaciones

fueron descubiertas por Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria

(hijo natural del rey Carlos I), quien además mantenía contactos con los

rebeldes holandeses. Antonio Pérez, temeroso de que revelase el secreto, le

denunció ante el rey de graves manejos políticos y Escobedo apareció

muerto a estocadas, de lo que la opinión pública acusó a Pérez; pero pasó

un año hasta que el rey dispuso su detención. Los motivos de la intriga que

llevaron al asesinato de Escobedo y a la caída de la princesa no son claros.

Parece probable, junto a la posible revelación de la relación amorosa entre

Ana y Antonio Pérez, también la existencia de otros motivos, como una

intriga compleja de ambos acerca de la sucesión al trono vacante de

Portugal y contra Juan de Austria en su intento de casarse con María

Estuardo.

Detalle de la Cripta. A la derecha, los príncipes de Éboli

La princesa fue encerrada por Felipe II en 1579, primero en el

Torreón de Pinto, luego en la fortaleza de Santorcaz y privada de la tutela

de sus hijos y de la administración de sus bienes, para ser trasladada en

1581 a su Palacio Ducal de Pastrana, donde morirá atendida por su hija

menor Ana de Silva (llamada Ana como la hija mayor de la Princesa, que

tuvo dos hijas del mismo nombre, se haría monja luego) y tres criadas. Es

muy conocido en dicho palacio el balcón enrejado que da a la plaza de la

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Hora, donde se asomaba la princesa melancólica. Tras la fuga de Antonio

Pérez a Aragón en 1590, Felipe II mandó poner rejas en puertas y ventanas

del Palacio Ducal.

No está tampoco muy claro el porqué de la actitud cruel de Felipe II

para con Ana, quien en sus cartas llamaba "primo" al monarca y le pedía en

una de ellas "que la protegiese como caballero". Felipe II se referiría a ella

como "la hembra". Es curioso que mientras la actitud de Felipe hacia Ana

era dura y desproporcionada, siempre protegió y cuidó de los hijos de ésta

y su antiguo amigo Ruy. Felipe II nombró un administrador de sus bienes y

más adelante llevaría las cuentas su hijo Fray Pedro ante la ausencia de sus

hermanos.

Falleció en dicha localidad en 1592. Ana y Ruy están enterrados

juntos en la Colegiata de Pastrana.

La mañana seguía plácidamente el guión que el experto guía nos iba

marcando. Después de degustar plenamente de tanta riqueza como atesora

la colegiata y después de visitar el coro con sus cuarenta y nueve bancos

más el del Deán, todos ellos de madera de nogal labrado, su facistol y el

catafalco en que fueron expuestos los restos de la princesa de Éboli, hoy

dignos de conservarse en el museo, todo ello detrás de una verja labrada

por los mejores herreros del siglo XVI, entramos en lo que según él era el

verdadero motivo para una visita a la Colegiata: su Museo parroquial,

dividido en dos partes: la primera, en la que se conservan pinturas y objetos

de culto religioso, así como innumerables relicarios de desconocidos santos

mártires de la iglesia y el segundo que alberga los famosos tapices

flamencos de la toma de Arcila y Argel por el rey Alfonso V de Portugal, a

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los que habrá que añadir: otros dos tapices flamencos, fabricados hacia

finales del siglo XV, de temática guerrera similares a los anteriores, pero

pertenecientes a otra serie donde se representan el cerco de Alcázar Seguer

y la entrada en Alcázar Seguer, más otros dos tapices de finales del siglo

XV que represen diversas hazañas de Alejandro Magno, de la serie

conocida como la del Tetrarca.

Pero vamos nosotros a detenernos momentáneamente en el Museo

religioso y darle gusto a los curiosos sobre sus importantísimos tesoros

como este alberga:

Un conjunto de exequias del siglo XVII pertenecientes a la princesa

de Éboli. El conjunto está formado por catafalco, doce candelabros

grandes y doce pequeños, ocho cetros, dos cruces con peana y dos de

árbol, dos incensarios, dos navetas, acetre, hisopo, paletilla y

apuntador, dos atriles, dos pares de vinajeras con sus platillos, dos

salvillas, ternos sacerdotales y frontales de altar y púlpitos.

Un retablo de los Miranda, con los retratos sobre tabla de Juan

Miranda con San Francisco de Asís y Ana Hernández con San Juan

Evangelista, pintados por Juan Bautista Maíno hacia 1627.

Un óleo sobre lienzo del siglo XVII de Juan Carreño de Miranda que

representa la Aparición de la Virgen a San Bernardo.

Un Retrato de María Gasca de la Vega ante la Dolorosa, obra

atribuida a Felipe Diricksen y datada hacia 1625.

Una tabla del siglo XV representando el Descendimiento, de Juan de

Borgoña y taller.

Un Cristo en madera policromada, de los siglos XIV y XV.

Una talla de madera del siglo XVIII representando al profeta Elías,

atribuida a Francisco Salzillo.

Una talla del siglo XVIII representando La Divina Pastora, atribuida

también a Salzillo.

Un retrato anónimo del siglo XV de fray Pedro González de

Mendoza.

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Un cuadro representando a San Jerónimo penitente, atribuido a la

escuela de El Greco.

Un Ecce Homo del siglo XVI atribuido a Luis de Morales.

Un retablo de La Piedad en marfil enmarcado en bronce dorado del

siglo XVII.

Una arqueta de bronce con esmalte de Limoges del siglo XIII.

Una naveta de plata (Nautilus) sobredorada y nácar de mediados del

siglo XVI.

Una cruz procesional datada hacia 1550 con marca del platero Juan

Francisco, de Alcalá de Henares.

Un relicario de la Regla de San Francisco, armario relicario de

ébano, bronce dorado y piedras duras del siglo XVII que, según la

tradición, contiene la Regla de la orden franciscana manuscrita en

pergamino por San Francisco de Asís.

Un cáliz de Santa Teresa, obra anónima de plata dorada del siglo

XVI.

Un busto–relicario de Santa Teresa de Jesús del siglo XVII.

Muestra de las importantísimas obras del Museo: Virgen Pastora, Inmaculada, Cruz

Guía de plata dorada, Cruz Guía de bronce y plata dorada, Crucificado filipino de marfil

y cuadro de la pasión en marfil.

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A todo esto habría que añadir la cantidad de casullas y ropa y

ornamentos sagrados (casullas, dalmáticas, capas pluviales, etc.) de un

valor incalculable.

Panorámica de una de las salas de la exposición, relicario de Santa Teresa, y arcón del

siglo XVI

Nuestros ojos se detienen, curiosos, sorprendidos, ante un relicario

que contiene un trozo de carne del cuerpo de Santa Teresa. Confesamos

que es la primera vez que escuchamos su historia y vemos tan respetable

reliquia. Sabíamos que a la pobre santa la habían poco menos que

descuartizado para poseer las distintas y numerosas comunidades

carmelitas una reliquia suya, como era el brazo incorrupto, un dedo, etc.,

pero no sabíamos hasta qué punto había sido dividido su cuerpo.

Con el espíritu henchido ante tanta belleza y tanta obra de arte,

continuamos la última parte de nuestra visita, que esta vez no es otra que la

exposición de los tapices flamencos que en la Colegiata se conservan desde

hace siglos.

Después de muchos años de exposición en la misma Colegiata de

manera poco convincente, han merecido el honor de ser limpiados para ser

conocidos por medio mundo y, finalmente, merecer ser parte importante

del nuevo y moderno Museo parroquial. Esta es su historia:

Los tapices de Pastrana son una espectacular serie de seis tapices

flamencos del siglo XV, cuatro de los cuales miden cada uno 11 metros de

largo por 4 de alto. Componen un reportaje a todo color sobre la conquista

de las plazas del norte de África por Alfonso V de Portugal, que por estas

hazañas recibió el sobrenombre de “el africano”.

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Reflejan varias etapas de la toma de las ciudades de Arcila y Tánger por el

monarca portugués junto a su hijo Don Juan, el príncipe perfecto, los

nobles portugueses de la época y sus contrarios, los defensores de esas

plazas. Estas son: Desembarco en Arcila (20 de agosto), Cerco de Arcila

(24 de agosto), Toma de Arcila (24 de agosto) y Entrada en Tánger (28 de

agosto).

Antigua exposición de los tapices flamencos

Los tapices fueron tejidos en seda y lana, casi con toda probabilidad,

en los telares flamencos del prestigioso taller de Passchier Grenier en

Tournai por encargo del mismo Alfonso V. Además, los cuatro paños son

de gran interés histórico como documento de su época. En su parte superior

muestran unas largas leyendas que explican las escenas, menos el cuarto

tapiz, que ha perdido dicha parte. Se tejieron pocos años después de los

hechos representados.

Se sabe muy poco de la procedencia de estos paños. Aunque no

existen documentos que lo demuestren, las similitudes con otros tapices

procedentes de este afamado taller flamenco apuntan en esa dirección.

Tampoco está clara la autoría de los cartones aunque se han atribuido

al pintor de corte Nuno Gonçalves, autor de las seis fascinantes tablas

góticas conocidas como Paneles de San Vicente, por la similitud que hay

entre sus retratos y los que aparecen en los tapices.

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Que los tapices narrasen hechos históricos contemporáneos era algo

muy insólito en esa época frente a la temática al uso limitada a escenas

bíblicas y mitológicas, lo que convierte en excepcional esta serie. No sólo

facilitan información sobre los personajes que aparecen representados, sino

que también proporcionan datos de interés relativos a los uniformes y las

armas de los portugueses y su flota retratados con extrema fidelidad. Nos

muestran escenas bélicas donde aparecen soldados, armas, estandartes,

combates, embarcaciones, ciudades y escudos y donde se reconocen

claramente al rey Alfonso V y a su hijo el príncipe Don Juan.

Los tapices en la moderna exposición en Pastrana

Es incierta la forma en la que los paños llegaron a la Colegiata de

Pastrana y existen varias hipótesis al respecto. Algunos piensan que

formaron parte del botín español obtenido en la batalla de Toro del 1 de

marzo de 1476, que enfrentó a los Reyes Católicos con Alfonso V –casado

entonces con Juana la Beltraneja– en la lucha por el trono español, o que se

trata de un obsequio personal del monarca portugués al cardenal Mendoza

como gesto de gratitud por su postura con los prisioneros lusos. Otros creen

que el monarca portugués no los llegó a recibir nunca y que pasaron

directamente al patrimonio de Felipe el Hermoso, duque de Borgoña, que

los traería a España al aceptar la corona española en nombre de su esposa.

A su muerte en 1506 serían vendidos en pública almoneda, quedándose con

ellos el duque del Infantado.

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El único dato que se conoce a ciencia cierta es la fecha en que fueron

donados por el duque del Infantado a la Colegiata de Pastrana, iglesia

elevada a esa categoría por el patrocinio de D. Rui Gomes da Silva,

príncipe de Éboli y I duque de Pastrana. Está documentado que en 1628 se

encuentran ya en el palacio de los duques del Infantado en Guadalajara y

que en 1664 la familia Mendoza los cede a la Colegiata de Pastrana. Ahora,

un equipo de investigación trata de establecer qué itinerario previo

siguieron hasta figurar en la testamentaría del duque en 1630.

Por su extraordinaria

calidad y estilo, los expertos

afirman que fueron realizados,

entre 1475 y 1480, bajo la

dirección de Passchier Grenier,

el más prestigioso marchante

de arte de Tournai en la época:

un solo tapiz de estas

características costaba el

precio de tres carabelas.

Vencedores y vencidos quedan

reflejados en actitudes ajenas al triunfalismo o a la humillación, sin

exasperaciones ni merma de la dignidad.

Para los portugueses tienen el valor que aquí atribuimos al cuadro de

Las Lanzas de Velázquez. Para la historia del arte son piezas únicas.

Olvidadas del mundo en la Colegiata de la Villa Ducal de Pastrana, a

principios del siglo XX los historiadores de arte portugueses José de

Figueiredo y Reynaldo dos Santos las volvieron a “encontrar” en Pastrana.

El dictador Oliveira Salazar adquirió para el Estado portugués las copias

que en tiempos de Manuel Azaña se habían encargado a la Fábrica

Nacional de Tapices. Las reproducciones están hoy en el Palacio de los

Duques de Bragança de Guimarães.

Por iniciativa de la Fundación Carlos de Amberes , los tapices, pasto

de las polillas, fueron restaurados por la Real Manufactura De Wit de

Malinas en 2009. Durante 2010 fueron expuestos en el Museo de Arte e

Historia de Bruselas, en el Palacio del Infantado de Guadalajara, en el

Museo de Arte Antiga de Lisboa y en el Museo de Santa Cruz de Toledo.

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Se presentaron en las salas de la Fundación Carlos de Amberes de Madrid

en 2011–motivo por el cual los traemos a estas páginas– para

después viajar a Estados Unidos y mostrarse en la National Gallery de

Washington, el Meadows Museum de Dallas, San Diego e Indianápolis.

El proceso de restauración de estas

obras –conservación curativa, lo llaman los

expertos– contó con el patrocinio del

Fondo In Be–Baillet Latour (que protege el

patrimonio belga) y de la Fundación Caja

Madrid, que aportaron 50.000 euros cada

una para la empresa, que tuvo un coste total

de 150.000 euros.

El premio Europa Nostra por este

proyecto fue entregado a la Fundación

Carlos de Amberes en el Concertgebouw

de Ámsterdam, el 10 de Junio de 2011,

Son las 14,15 horas cuando lon los ojos ahítos de luz y de belleza

decidimos salir de la nave de la Colegiata, con el buen propósito de cubrir

también con las necesidades físicas ante un buen plato de comida y un

excelente vino de la tierra. El calor del exterior nos indica que estamos en

pleno verano y en medio de La Alcarria, por lo que los cuatro amigos

aligeramos el paso buscando un lugar adecuado y fresco donde reponernos

de tantas y buenas experiencias.

Con la tranquilidad que da el saberte acompañado de buenos amigos

y en la paz de una sobremesa tan austera como complaciente, nos

despedimos del amigo Eduardo hasta una próxima aventura (que ya son

numerosas) y emprendemos la marcha de regreso.

Pero el incansable Antonio Dávila, conocedor de todos los caminos y

andurriales, nos tenía preparada una nueva sorpresa. Tiene la intención de

dar un paseo por el pueblo de los pintores: Olmeda de las Fuentes.

Durante alrededor de un siglo, Olmeda contará con su propia

jurisdicción, concretamente hasta 1683, cuando los vecinos no pudiendo

hacer frente a los problemas económicos optarán por venderla nuevamente.

El nuevo comprador, Fernando Antonio de Loyola recibirá del rey el título

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de marqués de la Olmeda, título vitalicio que no pasará al siguiente

comprador.

Vista de Olmeda desde la carretera de entrada al pueblo

Transcurridos unos años el marqués de Olmeda, se verá, obligado a

vender la jurisdicción de la villa. El nuevo comprador; Don Juan de

Goyeneche dejará su impronta en la historia del pueblo. Quedará estipulado

que el título de Marqueses de la Olmeda, otorgado por el rey, no pase a

Don Juan ni a sus descendientes, quedando vinculado a la familia del

anterior propietario. D. Juan de Goyeneche compra el señorío de la villa de

la Olmeda de la Cebolla en 1714. Establecerá en Olmeda su primera

industria, creada, principalmente, para abastecer a las tropas reales de

artículos textiles de muy buena calidad. Esta actividad constituyó un

momento de gran esplendor en la historia del pueblo, tanto económica

como demográficamente, se calcula que mientras permaneció esta industria

a pleno rendimiento, la población de la villa estaba en torno a los 800

habitantes. Al morir D. Juan de Goyeneche, la Olmeda, vinculada a su

primer mayorazgo pasará a manos de su primogénito, Francisco Javier de

Goyeneche que morirá en 1748 sin descendencia, convirtiéndose en

heredero de la fortuna, su hermano Francisco Miguel, Conde de Saceda y

Marqués de Belzunce casado con Maria Antonia de Indaburu. A su muerte

en 1762, su viuda se hará cargo de la jurisdicción del lugar como tutora y

cuidadora de su hijo el Conde; Juan Javier de Goyeneche e Indaburu.

Si Juan de Goyeneche fue un personaje importante para la historia

del pueblo, también lo fue, sin duda Pedro Páez Xaramillo, misionero

jesuita y primer europeo en alcanzar las fuentes del Nilo Azul en 1618.

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A partir de 1953 se desarrollan las gestiones para el cambio de

nombre. De esta manera el 29 de septiembre de este mismo año se fecha el

expediente promovido para la sustitución. En él, el alcalde del momento, -

D. Ricardo Gonzalo Sáez- se dirige al ministro de la gobernación

exponiendo este deseo: "Que es aspiración unánime y sentida de todo el

vecindario de esta Villa y del Ayuntamiento que tengo el honor de presidir,

el cambio de nombre de esta localidad sustituyéndolo por el de OLMEDA

DE LAS FUENTES, nombre más eufónico y que responde a una realidad,

dada la gran cantidad de fuentes existentes en el pueblo y en su término".

El agua es la mayor protagonista del pueblo de olmeda de las Fuentes

Olmeda ha estado siempre un lugar abierto a las corrientes culturales;

sobre todo en este siglo XX, con la llegada al lugar de un grupo de pintores,

con Álvaro Delgado a la cabeza. Se instalan en el pueblo en torno a los

años 60; conscientes de la particularidad y lo pintoresco del lugar.

Y ahora sí. Cansados pero felices por tan productivo día, los tres

viajeros regresamos sanos y salvos hacia nuestro lugar de salida esta

mañana.