triste domingo

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'Triste Domingo' Ricardo Garibay Escribi: "Noviembre 1980. Es otoo? Domingo. Caen las hojas. Miraba el rengln escrito Y mi juventud? Qu estoy haciendo con mis 26 aos? --Qu ests haciendo con tus maravillosos 26 aos? --dijo la madre en el arranque de la conversacin--: Te lo pregunto porque ya s cmo ests viviendo. Lo s como s que te estoy mirando en este momento sumida en una angustia que no te deja ni respirar... Lo mejor es llamar a las cosas por su nombre. Y por su nombre se llaman Salazar, hombre casado e industrial poderoso y lo doble de tu edad (por lo menos) y no va a cambiar de vida. El monlogo de su madre dur ms de media hora. Quieta sobre la pgina era la imagen de la tranquilidad, de la suavidad. Una muchacha levemente angulosa, castaa. Un rostro labrado con pulcritud. Alz la cara. En los ventanales del restorn la tarde se detena. Cuarto para las 5 apenas. Qu voy a hacer hasta la noche? Todava est en su banquete de los domingos, s claro, es muy temprano. "Nunca acaba eso antes de las 7. Mi desesperacin semanal dura cuando menos hasta las 8 en punto. A partir de esa hora y hasta el momento de verte, un peso en el pecho, y luego el insomnio en la biblioteca, y pienso que ests pensando en m. Creo que me quedo dormido cuando empieza a amanecer. Pero antes el da completo hasta las 8 de la noche, la soledad entre toda esa gente..." S, todava est a solas en su banquete de los domingos, rodeado de sus hijos, esa mujer, sus amigos millonarios, y sus criados de etiqueta. Lo amo. Yo amo a ese hombre. Me llamo Fabin. Te estuve viendo el domingo pasado. Estaba sentado all. Hoy vine pensando a lo mejor est en el Miladi. Escribes, lees lo que escribes, luego te pasas viendo la vidriera... Ests en otra parte. Hoy hice un poema entero mientras t veas la vidriera. Yo tambin escribo. La historia de una joven mujer que se debate entre el amor hedonista por un brillante ejecutivo y una relacin, apasionada pero austera, con un joven poeta que termina por orillarla al suicidio. --Qu escribes? --Poemas, cuentos... lo que se me ocurre. Cmo te llamas? --Alejandra. --Ests en la Universidad?

--Ya no. --Terminaste alguna carrera? Letras? --S. --Yo no me he recibido. Estudi para abogado. Trabajo en un despacho. Ya he conseguido que me publiquen en Novedades. En el suplemento cultural. Hoy aparece una nota ma, mira. Desdobla el peridico. Alejandra se asoma a la nota. --Cmo eres moreno y tienes los ojos tan verdes? --pregunta. --No s, nunca lo he pensado. Quieres que te lea el poema que escrib? Alejandra se acod. Fabin empez a leer. Mi rey, estoy oyendo el poema de un nio. Te contar maana. --Lelo otra vez --dijo ella cuando l termin. Iba al Miladi porque los domingos no tena gente. Algunas veces cenaban all. Salazar le haba dicho. --Qu lugar tan pequeito y tan fuera del tiempo, entre srdido y acogedor, meseros fantasmas, como si hubieran estado esperando 40 aos para verme llegar contigo, para darme el vino que entonces no poda pagar. Era bueno el poema de Fabin. Tena talento. --Es bueno --dijo--. Cmo puedes tener 2 lenguajes. En el poema eres un poeta, y en tu palabra hablada eres qu buena onda, qu ondn... --Tengo 28 aos--dijo Fabin enrojeciendo--. Y t? Ella se alz de hombros y se volvi hacia la vidriera. --Eres extraordinaria --oy la voz de Fabin, y se levant. --Vives cerca? Vienes el domingo? --se atropellaba Fabin en la puerta del Miladi, viendo que ella buscaba en su bolsa las llaves del coche. --No --dijo con suave cordialidad--. Chao. Entrando diciembre dijo Alejandra: --Me esperan das insoportables...

--Por qu, no tiene sentido comenzar as desde ahora --dijo Salazar. Con fastidio y procurando que ella no lo advirtiera, busc los cigarros. Caramba, acabo de regalarle un paraso, despierta, y lo primero es el horror de los das que vienen, echrmelos a la cara. --Qu te da? --chill Ilse--. Me refiero al futuro, porque si nada dura eternamente, esto, hijita, menos que nada. Te lo digo ya y perdname. --S me va a durar eternamente --y Alejandra mir la tarde. Estaban en el cuarto de los libros, beban t--. Te gusta este t? Lo compramos en Nueva York. Una tienda...! Le dije: mira, todos los ts del mundo! Y me habl de los rituales del t entre los japoneses, entre los chinos, en la India... Cada cosa suya me llega cargada de reflexin, de experiencia, vivida ya 100 veces en lugares remotos, y es una experiencia sin alardes, suave, acariciadora. --Eso no se puede negar, vida vivida s tiene el seor, pero qu de la vida que ests llevando... --dijo Ilse. Se senta lastimada por el limbo babieca donde pareca estar existiendo su amiga. Alejandra no la dej terminar. --Todo --dijo--. l viene aqu... --Todos los das como un buen marido! --No. A veces, como un buen amante. Hacemos el amor, le leo mis cosas. Me hace indicaciones, me corrige. Yo lo escucho con toda mi piel. A veces viajamos. Cuando estamos cerca del mar, nos estamos das enteros en la playa, lejos. --Pero eso es de cuando en cuando... --S. No soportara tanta dicha a diario. Sabes qu hizo en Hawai? Habamos estado ya 3 das casi sin vernos. l en sus juntas, y yo recorriendo la ciudad. Nos habamos prometido el sbado y el domingo sin nadie alrededor para regresar el lunes. El jueves me dijo: dame una de tus pastillas, necesito dormir 12 horas. Estuve mirndolo roncar, me daba mucha ternura verle la edad, que tanto le preocupa y que se le sala por todos los poros del cansancio. Se levant a las 11 de la maana. Salimos a la calle, detuvo un taxi y le pidi servicio por todo el da. --Lejos --le orden Salazar al chofer--. Poca gente. Donde se pueda comer y beber. --Y luego? --pregunt Ilse. --Quin sabe qu estuvo hablando con el dueo de la palapa. Bastante lejos de la ciudad. Una palapa desierta y de lujo.

--El domingo esto se llena de gente ordinaria; ahora es de ustedes y de nadie ms --dijo el encargado cuando estaban cubriendo la mesa con un verdadero banquete de entremeses. Y era cosa de probar, picar ac y all, e ir sorbiendo el vino. Nos atenda un enjambre de meseros. --Lleg Xico, seor --se acerc reverente el encargado. --Que venga. Ponga otra copa --dijo Salazar. Lleg a la mesa un hombre impresionante. Alto y gordo, negro de sol. --Xico --dijo Salazar--. El inconfundible, el nico. Me han hablado de ti. Y tengo un disco tuyo. Lo que busco, y creo que slo por eso vinimos a Hawai, es que toques hasta que te hartes. Xico dej de tocar ya con la luna. Nosotros caminamos por la playa. No s qu tena esa guitarra o las manos de sapo de ese Buda, por mucho que te alejaras seguas oyendo la cancin como si formara parte dichosa de ti. Quedan en silencio. La oscuridad es completa. Alejandra enciende una pequea lmpara, e Ilse ahoga un grito. El rostro de Alejandra est plido y a la vez radiante, sus ojos no estn aqu, se han hecho transparentes. Otra vez domingo; 32 grados, dijo la televisin en la maana, pero a estas alturas cuando menos hay 40. Caminaba despacio. De plano es mejor el fro. Es mejor el fro? Ya no s qu es peor. Yo creo que lo peor es que sea domingo. Y lo peor que era el tercer da de Alejandra tropezando consigo. El viernes haba sido fiesta nacional. Desde el jueves a medioda la ciudad haba empezado a vaciarse. Las horas se haban alargado y los insomnios de las 3 noches contando jueves, pero lo de hoy s comienza a ser insoportable. Supongo que no hay mujer que se soporte 3 das y medio sola. De pronto vena, todo cargado de libros, peridicos, cuadernos, Fabin a su encuentro: --Hola Fabin --lo salud ella con alegra. --Alejandra --dijo Fabin--, tu coche est frente al Miladi. --Fui pero no quise entrar. Prefer caminar. --Vamos al Miladi? --pregunt l--. Digo... all est tu coche, no? Desembocan en uno de los ejes viales, sin rboles, ancho y vaco, y Alejandra vuelve a sentir su soledad, el ardor de la odiosa siesta, la desgana.

--Ya me alej mucho del coche. No tengo fuerzas para ir hasta el Miladi caminado --dice detenindose con repentino malhumor, Alejandra--. Voy a tomar un taxi a mi casa. --Pero, qu vas a hacer a tu casa? --Creo que voy a dormir. Voy a llorar un rato y voy a dormir. --A llorar? Por qu? --No preguntes. --Vente ac. El sol te hace enojar. Yo estoy pendiente del taxi. Por un instante siente Alejandra: "pobrecito", pero casi en el mismo instante se le sobrepone esta emocin: qu hago yo aqu con este...? --Mira --dice Fabin, serio, un poco duro, irguindose; es ms alto que Salazar, sumamente delgado, y esa eterna blusa de manta, sus pantalones vaqueros, esos mocasines, los lacios y largos cabellos tapndole la mitad de la cara, y por un instante su ojos verdes centellean--. La cosa es que... trabajo con unos compaeros abogados y ...detesto ese trabajo y... me di macizo 15 das para ganar algo extra y... para invitarte a comer o a cenar. --Que sea a cenar --dice Alejandra riendo. --Aqu viene un taxi! --exclama Fabin y hace seas--. A qu hora? --A las 9 --y entra en el coche. Fabin lo ve alejarse. Fabin meti el cassette en la pequea grabadora, se puso los audfonos, y se ech en el catre. Se vea nadando en el club. Mi padre es jefe de mantenimiento del club ingls. Nada menos que el criado de los ingleses. Los lunes era da de descanso. Nadaban en la alberca. Tenan la casa al fondo de los jardines, espaciosa. Luego los ingleses ordenaron construir varias canchas de squash y redujeron la casa a menos de la mitad. Se apretujaron. Sus hermanas se fueron antes que l. l, la esperanza, el futuro abogado, tropezando desde el arranque con la maa de hacer versos, y luego el montn de amigos parsitos, bohemios. No lo son, son pintores, actores, poetas. Poetas!, son golfos y maricones. Usted recbase de abogado, que me lo debe peso sobre peso y luego haga de su vida lo que se le antoje! Yo no quiero eso. Pues si no quiere mi ley, busque dnde hacer valer la suya, porque esta es mi casa, y hasta la camisa que trae yo la he pagado! Est bien --dijo, y sali tal como estaba. No fue fcil conseguir el cuarto en la Tacubaya vieja. Claro, puedo recibirme, vivir con ellos. Pero no, el plan es otro, no s cul sea, tengo tiempo. Hay algo, hay algo. Busc un cigarro. Era un cuarto de 3 por 3. El catre, una mesa de palo, una silla, algunos

ganchos con ropa en las paredes, un librero, un cajn con sus papeles, plumas, mquina de escribir. El cuarto era uno de servicio. Lavaderos, tendederos. Desde que encontrara a Alejandra, pasaba l muchas noches aqu arriba viendo la ciudad apagarse. Si pudiera decirle lo que sufro en estas noches. Intilmente. No la vi en Miladi con ese hombre? No, esta adoracin tendr que encontrarla, mi alma entera arrodillada no puede equivocarse. Entre noviembre y mayo Fabin haba visto una docena de veces a Alejandra. Llegaba temprano al Miladi, haca tiempo leyendo el peridico. Una de aquellas veces era mircoles, y slo por no dejar pens: no estar en Miladi, despus le dir aqu estuve el mircoles, y Alejandra estaba en el Miladi y no como los domingos sino con una especie de bata hind preciosa y zapatos de tacn alto, qu maravillosamente bella se vea caminando hacia el bao. Pas sonriendo junto a la mesa donde l estaba y sin variar el gesto le dijo "hola" como quien saluda a un poste. Estaba con un viejo de hombros muy anchos y cabellos grises. No, no ha de ser su padre. Nadie acaricia la mano del padre, como ella le acarici la mano al viejo aquel. Se abism en la hechura de un poema inmortal sobre la traicin de Judas. Y ellos se fueron. De pronto ya no estaban. El Miladi acababa de convertirse en un desierto absoluto. Cuando Alejandra abri la puerta, se llen de ternura. Era Fabin. Los pantalones vaqueros... pero limpsimos, una camisa con cuello abierto, de buena clase, y un saco de pana fina. --Y tus cabellos, Fabin? --Pues... tengo un amigo peluquero.. Los cabellos eran ahora una grea cortada y dura. El verde de los ojos destacaba todava ms en la cara despejada. Despus le dira Alejandra: --El peluquero te dej cara de tuza --y tendi el brazo por encima de la mesa, preguntando: -Puedo tentarte? Adelant un poco el cuerpo Fabin oyendo dentro de su alma una barahnda. Sinti la mano fresca en la mejilla. Por qu haba ella querido tentarle la cara? Ella lo pens el jueves siguiente, 4 das despus, cuando le contaba a Salazar lo de la cena. Y Salazar le pregunt divertido: --Y por qu? --No s --dijo Alejandra-- tiene la piel tan pareja, tan del mismo tono, y en verdad pareca una tucita asustada, feliz del vino que estaba invitndome. --Eso...--pregunt Salazar-- no lo hizo cometer tonteras?

--No... no. Poco a poco fue hacindose natural. --Y sin haber hablado... el dulce Fabin... del amor que lo ahoga por ti a qu horas lo indujiste a hablar del amor en que se ahoga por ti? --Cmo sabes...! Se miraron con uno de esos silencios que entre ambos se daban ya cargados de discursos, discusiones, aclaraciones y acuerdos, y soltaron la risa. Alejandra se le ech encima --Salazar descansaba en el butacn del cuarto de los libros-- y lo bes mirndolo. Luego dijo: --Mi amor. Todo lo sabes como si vieras el mundo en una radiografa. Fuimos a La Cibeles. Lo primero fue el vino. Comeramos mariscos y pescado fro. Pidi un Rioja Diamante, y yo me sent contenta y volv a llenarme de ternura. Qu descanso, algo entenda de vinos, y le dije: --De verdad vienes cargado de oro, Fabin. --Que te guste es importante --dijo, un poco resentido. Empezaba a sonrer, esa sonrisa de ngel inocentsimo que l comienza a saber usar cuando le da la gana. Me acod en la mesa y le dije: --Fabin... atrvete, ya. No esperes. Me mir derecho y trat de sonrer.. Tuvo una mueca de fingido fastidio. --Es... --dijo--, es... no saber nada de ti. Ni soar preguntarte quin eres t, qu es Alejandra, de dnde viene, a dnde quiere llegar. No se puede vivir como si... Soy algo ms que una tucita! ...Ese hombre...te vi con l en el Miladi. --Es mi amante. --Cmo se llama? --Salazar. --Tiene... 50 aos? --Cincuenta y ocho.

--Millonario, supongo. --Millonario. --Si uno oye millonario, piensa qu te da?, por fuerza. --Me da lo que yo quiero que me d, y en eso el dinero casi no cuenta porque yo de cualquier modo lo tendra, si no ahora s dentro de algunos aos, pocos, y a m me sobran aos para esperar lo que sea --dijo Alejandra. --Qu es lo que s cuenta? --Lo que me da y cmo. Normalmente mucho ms de lo que yo haba imaginado: vida, mundo, pensamientos, sabidura, gozo y dolor. Su personalidad es muy rica, como si muchos hombres habitaran dentro de l. Con irritacin me pregunt Fabin: --Por qu saliste conmigo esta noche? --Porque t me invitaste --le contest con calma perfecta. --T sabes lo que yo busco o quiero de ti. --No. No s. Lo ignoro. --Te crees con derecho a decir que lo ignoras? --S --dije--. Porque cuando los hombres no saben hacer las cosas, no tienen por qu suponer que los dems han quedado enterados de sus intenciones. Fue un golpe seco. Se lo haba buscado. Agach la cabeza. --Perdn --dijo. Y yo estuve a punto de echarle los brazos al cuello. Pero qu absurdo --dijo Conso contemplndose en el espejo de mano--, lo que cuenta es que la luna no te distorsione y te juro que esta es perfecta. --Te la regalo --dijo Alejandra--. Todo lo que me lleva al pasado me enloquece. Casa nueva, vida nueva. Vamos a desayunar a cualquier parte. Aqu no hay nada. Ni siquiera me han conectado el gas. El departamento estaba literalmente en completo desorden. Los muebles se apilaban

esperando la alfombra. --Te sientes bien, verdad? --pregunt Conso cuando desayunaban en Perisur--. Se te nota. El divorcio te ha quitado, no aos porque te dejara adolescente, pero s como que te lavaste y despejaste la cara. Alejandra sonri, contenta. Ms tarde, cuando buscaban en las tiendas un espejo como lo haba imaginado, dijo--: Quiero partir de cero. Quiero nacer ahora, ver por primera vez el mundo, a los 27 aos. --Mira ese con los bordes de carey, qu primor --dijo Conso. --Qu porquera --dijo Alejandra--. Creo que ya s lo que quiero. Por eso fue a la tienda de espejos en la calle de Filomeno Mata. --Buenos das, en qu podemos servirla? Un empleado se inclinaba encantado con la belleza de Alejandra. Qu grato lugar, pens ella, rodeada de su imagen por todas partes. Y era lo que Salazar estaba viendo, la imagen de Alejandra por todas partes. --Quiero un espejo de mano, pero quiero encontrarlo yo --dijo Alejandra. --Est en su casa la seorita. Alejandra haba estado casada 8 aos. A los 15 conoci a Arturo que tena 24. La madre de Alejandra se opuso a la boda. Luego acept y les amuebl un departamento minsculo. l se iba haciendo ingeniero en dsel. Ella estudiaba la carrera de letras Una noche ella dijo: mejor nos divorciamos. l hizo pedazos la lmpara del bur. Despus acept sin condiciones. --Mientras ests sola yo te ayudo --dijo su madre. --Cuando aparezca otro hombre dejar de ser problema no es as? Fjate que eso se acab para m, sola o con hombre no va a haber papel que me ate. Me enredar con quien yo decida. --Est bien. Es tu vida. De todas maneras yo te ayudo. --No te pido nada. Slo busco de vez en cuando tu compaa. Toda tu actitud es un reproche a cuanto se me ocurre hacer o decir, nada mo est bien. Cmo quisieras haber tenido una hija a tu imagen y semejanza. --La misma acusacin injusta que me haca tu padre, jams...

--Injusta? Ahora me explico por qu se fue. Y yo no recuerdo que l te abandonara. T lo abandonaste conmigo agarrada a tu falda. Mam, eres una mujer guapa, rica, llevas la existencia como te da la gana y no es existencia de monja! Y slo delante de m quieres pasar como ejemplo de virtudes! No te vea durante meses pudrindome en los internados de lujo, tuve que asirme a la tabla de salvacin que era el pobre Arturo. Primero te opusiste y luego descansaste. Es la primera vez que nos vemos en 8 meses. Me divorci hace 5, y no te vi la cara hasta hoy. Qu quieres, mam? Yo no te ped la cita. --Quiero que seamos amigas. No volver a reprocharte nunca ms nada de nada. Acptame esto --dijo deslizando sobre la mesa un cheque considerable--. Digamos que por lo pronto es mi nica manera de demostrar mi amistad. --Te lo acepto --dijo alegremente Alejandra, guardndose el cheque--. Y el prximo regao me lo dars cuando me encuentre a un hombre, por mucho que valga la pena ese hombre... Te avisar justo a tiempo. Y riendo las 2, cada una segura que haba cumplido su papel, salieron del restorn. Cuando Conso lleg a visitar a Alejandra en su nuevo departamento llevaba 6 meses de divorcio. --Cristo!, pens Salazar, cuando vio entrar a Alejandra en la tienda de espejos. Se apret los prpados. Volvi a mirarla. Alejandra iba al fondo de la tienda. Salazar ayudndose con una lupa vea miniaturas en el mostrador. Alejandra puso 2 espejos en el mostrador. Salazar la oy preguntar el precio. El empleado dio una cifra muy alta. Alejandra qued pensativa. Salazar dej la lupa. Entonces se miraron. Un hombre recio, de color oscuro, poderosas arrugas en las mejillas le angostan la cara, cabellos grises, y un mirar muy inquieto. Una mujer muy joven, desnuda el alma, aprendiendo a ser feliz sola. Salazar hizo una muy leve inclinacin de cabeza, como si anunciara un saludo. Alejandra amans la boca iba a sonrer? y volvi a los espejos. Salazar se asom a la lupa. Alejandra iba de nuevo al fondo de la tienda. --Lo que lleve esa joven, lo que sea, mesi Constantn, dselo en lo que diga que puede pagar, y enveme la cuenta --dijo Salazar al dueo de la tienda. Quince das despus el departamento de Alejandra se encontraba casi listo. --Lindo, lindo --deca Mariela--, y te has gastado una fortuna. --Le acept a mi santa bruja un cheque, hice esa obra de caridad, se va a adorar por mucho tiempo. Pero me qued en los huesos. Si no consigo algo pronto tendr que dedicarme a la prostitucin. Riendo a lo bobo ambas pasaron a la recmara. Se asoma Mariela a cada rincn.

--Qu maravilla de espejo! De tu familia?--. Lo tom. Oro, plata, bano, luna de cristal amarillenta, irreprochable. --No. Una especie de milagro o de misterio --dice Alejandra--. Ya no me alcanzaba para casi nada. Y una tienda! Me eternizo buscando algo lindo y barato. Y me dice el dueo: --Cul le gusta, mademuasl? --De gustarme, ste. --Y cunto puede pagar. --Todo lo que traigo. 15,000 pesos. --Y aqu est el espejo --dijo Alejandra. --Espera --dijo Mariela--, esto vale... --Diez, 20, 50 veces ms. Te juro que no me... Y en ese momento Alejandra vio algo en la puerta del clset, en la pared de las copias de Velasco, en la ventana, en sus manos. --Qu --dijo Mariela. --Nada... cre... se me ocurri... pero no, nada. Le habl Alejandra por telfono a Conso. --Por lo que me dijiste --deca Alejandra--. Las traducciones. --Claro, pasa a verme. La cosa es aqu conmigo. Te voy a dar la direccin de mi oficinita. Cundo vas a venir. --Ahora. Me urge. Comienzo a morirme de hambre. Pas Alejandra a ver a Conso en su oficinita de la Bolsa de Valores. Era enorme, lujosa. Alejandra daba silbidos de admiracin. --Qu creas que era tu amiga Chuyita la mecangrafa? --pregunt Conso riendo--. Mira, son 2 los libros, ingls y francs. Cuestiones burstiles. Pagan muy bien. Oprimi un botn.

--Licha, los libros que van a traducirse, por favor. --Licenciada usted me autoriz a que se los entregara al seor licenciado... --Es verdad, Licha, disclpeme --dijo Conso. Y dirigindose a Alejandra:--Ni modo tendrs que hablar con el monstruo. Oprimi otro botn. --Seora Martina, la licenciada Valds... Est el seor licenciado?... Gracias --tap la bocina Conso y dijo en voz baja a Alejandra: --Es un monstruo. Nos trae a todas as como entre fascinadas y aterradas? Es un seorn... de una seriedad! --Es el Director General? --No, es Asesor Jurdico o Poltico. Lo respetan muchsimo. La seora Martina las hizo pasar a un privado, como una apartada sala de estar. Las paredes tapizadas de cuadros, marinas todas. Un esplndido aparato de sonido. Una msica lejana y ntida. Libreros. A una fina mesa con cubierta de cuero negro, un hombre, impecable, vuelve las pginas de un libro de arte. Sobre la mesa hay 2 libros delgados. --Ay! --dice dentro de s Alejandra. Salazar exclama dentro de s Cristo!, y tiende la mano a Conso. --Seor licenciado, la seora Reinal. --Seora... --dice Salazar y estrecha la mano de Alejandra. Se estn viendo a los ojos. --Qu instrumento es ese? --dice Alejandra--. No es piano, no es arpa, no es ctara, no es koto, no es guitarra. --S es guitarra --dice sonriendo, con visible complacencia Salazar--; hawaiana, poco conocida en realidad. --Qu bella es. Y esa msica. --Es msica indgena --dice Salazar, con un sorprendido entusiasmo. --Es... --dice Alejandra--, no s... me envuelve, est aqu y est muy lejos. --Es el mar mismo, su ir y venir siempre igual.

--Yo he entrado aqu... esta es la tercera vez, y el seor licenciado invariablemente tiene esa msica --dice Conso. Y cuando ren las 2 muchachas rechazando la disculpa del imponente seor, Salazar toma los 2 libros. Conso se levanta. --Entonces, seor licenciado, si me permite retirarme... --La seora Reinal nos har el favor de traducir de este libro el captulo cuarto, y de este otro los captulos sptimo y octavo. Le pagaremos como si los tradujera enteramente y le haremos el adelanto que nos indique. --Muchas gracias, seor licenciado --dice Alejandra, levantndose. --Calma --dice Salazar despidiendo con el gesto a Conso. Sale Conso pensando: inslito, qu le pas al monstruo? qu le pas a Alejandra? Cierra la puerta mientras Salazar envuelve todo el ser de Alejandra en una mirada y dice: --Venga conmigo. Obediente Alejandra va hacia la puerta. Salieron a los pasillos. Llegaron a la puerta del elevador. No hablaban. Alejandra se senta bien, muy bien. Llegaron al ltimo piso. Un ujier se precipit a abrir una puerta a la mitad de un nuevo pasillo. Un amplio y confortable comedor para ejecutivos. Dondequiera la abundancia del dinero, del buen gusto. Se sentaron a la mesa del rincn ms resguardado. Salazar ve a Alejandra con todo el poder de su mirada serena, transparente, mirada que se convierte en un aire inmenso donde vive, donde respira Alejandra. --No me mire as. No deje de mirarme --musita Alejandra, y cierra los ojos, feliz. Y cuando los abre tiembla de agua muy pura, y est sonriendo. Sonre Salazar y empuja la copa hacia Alejandra. --Este oporto --dice-- es espaol. La primera vez que llegu a Espaa un cantinero me dijo que el oporto es mdico de los agonizantes, ayuda a vivir o a bien morir. Re Alejandra tomando su copa. Dice: --Y a nosotros, ahora, nos va a ayudar a vivir o a bien morir?

--Est justo en medio. Nos est ayudando a morir por algo... o para mucho, y para comenzar a vivir otra cosa... no s cul sea. Se estn mirando de nuevo. Y beben vindose, definitivamente. Alejandra le haba pedido a Salazar que le enviara unos merengues y que le sugiriera un vino as como muy patn para un reventn mostazo. --No entiendo --dijo Salazar--. Ests ya preparando tu sintaxis? --Uy perdn. Un vino adecuado a una reunin de jvenes. Est bien? Ri Salazar divertido. No haba sido difcil mejorar el lenguaje de Alejandra; aparte sus estudios, cierta altivez interior la haba alejado tranquilamente de los diccionarios de su generacin pero de vez en cuando sus 26 aos tiraban de ella, y haba aceptado con gusto y hasta con entusiasmo la invitacin de Fabin (y en ningn momento haba pensado ni sentido que era Fabin quien le mova el nimo de fiesta, sino el mundo de los jvenes, contemporneos suyos, de los que se haba separado totalmente desde haca ya cunto? desde qu enormidad de tiempo maravilloso era amante de Salazar?), y por haber aceptado esa invitacin olvidaba la rgida y amorosa escuela al lado de su gran seor. Ri Salazar divertido y pregunt: --Qu son? Cmo son? --No s. Pero Fabin no es bobo, ni rudo. Ya te he contado. --Bobo no es. Y qu quieres t. --Quiero que sientan tu presencia. Que te adivinen por el vino Sonri Salazar mirndola con amor, con ternura, con admiracin, con diversin. Estaban en la cama. Ella le acariciaba los hombros. El chofer se haba presentado en la maana con los merengues y 6 botellas de Beaujolais Villeges. Acomod las botellas y los merengues en una canasta de mimbre japonesa. Cuando son el timbre de la puerta y la abri, Fabin tuvo delante a una mujer muy esbelta, natural, peinada con trenza francesa, en un vestido a franjas negras y verdes con escote en la espalda, zapatos de tacn alto, y un saco 3 cuartos de gamuza ligero como una seda. Guindola por la azotea iba diciendo Fabin: --Cuidado con las antenas. Cuidado con las botellas vacas. Cuidado con los ladrillos sueltos. No te apoyes en el pretil.

Y rea Alejandra sorteando los obstculos en la oscuridad, recargndose en el brazo de l, tenso el brazo, duro como de piedra. Ya estaban en la vivienda de Manolo, Maira, Cristina, Vernica y Pastor. --Esta es Alejandra --dijo Fabin poniendo sobre la mesa la canasta de mimbre-- y esto es regalo de Alejandra. --No es regalo --dijo Alejandra--. Cada quien pone algo. Gritos, vino. Hondas fumadas. Los rostros empiezan a barnizarse de excitada placidez. Pastor canta ronco, cargando la intencin de las frases. A las 6 de la maana llegaron en el coche de Manolo hasta la puerta del edificio. No haban hablado una palabra desde que salieron. Frena Fabin. Apaga el motor. Y caen uno en otro. Se juntan. Se besan agonizando, quietos, como para morir. No hay tiempo. Ya hay ruido en la calle. Pasan automviles. Sin prisa abre la portezuela, camina hasta la puerta la abre y desaparece. Salazar lleg al Desierto de los Leones a las 6 de la tarde. Una calzada de pinos. El prtico de un chalet de 2 aguas. Maderas y cristales. El chofer abri la portezuela. Salazar entr y se detuvo en el vestbulo. El chofer iba al coche y regresaba con una caja muy voluminosa. --Djela aqu, que venga la seora Irma --orden Salazar. --Seora Irma, que la cocinera prepare una cena... tal vez pat... cosa sencilla, salmn, un poco de cordero, fruta, esas natillas que usted hace... --Cuntas personas, seor? --Dos. Entrando en su cuarto oprimi unos botones. Se descorrieron pesadas cortinas. Pareci que el bosque entraba en la recmara. Comenz la msica, tenue. Alfombras, marinas en las paredes. Una biblioteca del piso al techo. Salazar descolg un telfono y marc el nmero de Alejandra. --Mi amado! --son la voz de Alejandra--. He esperado todo el da! --Mi amada --dijo Salazar--, va Antonio por ti. Ri Alejandra y pareci cobrar nimos para decir: --Oye, mi vida... me bes Fabin.

--Est bien --dijo Salazar en tono muy sereno. --Mi vida, por favor... Bes a Fabin. --Alejandra! --dijo Salazar imperiosamente--. No expliques. No pidas perdn. Dije que est bien. Antonio tardar media hora. --Puedo decirte que te amo, que no hay nadie en el mundo como t, que no puedo querer a nadie ms? --No puedes decirme, son muchas cosas, se me olvidan. En la planta alta, al nivel de la calle, estaba la estancia, en el entrepiso la recmara y la biblioteca de Salazar, en la planta de abajo, la sala y la recmara que sera de Alejandra y la cava de 180 metros cuadrados. Una galera daba a la barranca. All abajo una alberca, o ms bien un pequeo lago de agua cristalina, pasto, flores, muebles de playa. Subi sonriendo Salazar. Se oy el claxon del Mercedes. Entraba Alejandra, se la oa diciendo "Buenas noches". "Buenas noches, seora", contestaba la seora Irma y aada: "El seor licenciado la espera". Se oan los tacones de Alejandra por el vestbulo. Salazar enfriaba el vino. Se volva Salazar, sonriendo. Boquiabierta Alejandra en el umbral de la estancia. --Qu es esto! --exclam--. De quin es esta casa? Salazar rea de buena gana. Corri Alejandra a sus brazos. --Es tuya esta casa mi amor, malvadsimo, sabio, perfecto, horrible que nada te sorprende y todo lo perdonas? Alejandra no quiso empezar la cena ni hablar de nada antes de recorrer la casa. En la recmara que daba al lago, all abajo, slo dijo: --Por qu estoy tan lejos. --Es tu recmara, tu privacidad absoluta. Pareca inesperadamente seria viendo su lujoso y nutrido guardarropa. Luego, en la mesa, no miraba a Salazar. l iba entendiendo qu le pasaba, dijo: --No eres la concubina, Alejandra.

Cmo sabes que estaba pensando eso! --dijo ella con fastidio. --Frente a todas mis desventajas tengo la sola ventaja de adivinarte, y slo por amor, no por mi sabidura o por insignificacin tuya, como ests sintiendo. Amor es lo nico que puedo ofrecerte. --Por amor --dijo Alejandra-- acepto lo que me regalas, los viajes, el lugar que me das. Pero esto, ver que te propones instalarme. --No eres la concubina. Scate eso. Eres la mujer que pretendo acompaar un trecho. El que me quede. Esta es tu casa. Slo mi secretario sabe que existe esta casa, y la servidumbre. Nadie viene. T ocupars por primera vez esa recmara, no ser nunca de otra persona. Aqu mi soledad es total. Contigo no lo ser ms. Todo esto ha estado esperando para valer la pena de haber esperado. Es hermosa la casa si t ests. Quiero ser feliz, pero no con lo que tengo, sino con lo que t tienes. Me explico? Sabes que nunca miento. --Por qu tardaste tanto... Nunca dijiste nada de esta casa. --Tem que pudieras sentirte lastimada. Paladea ella el jerez. Ve al hombre al fin. --Me pregunto tantas veces... Somos amantes, estamos uno en el otro, fjate, ya no slo mi espritu, sino ni mi cuerpo, ni mi cuerpo vive si no es por ti, en ti, y me pregunto tantas veces: qu eres, quin eres. No lo s. Hablaron mucho, como siempre y acaso un poco ms esta vez, porque Alejandra busc saber qu senta de esto y aquello, qu pensaba antes, qu ahora, qu imaginaba o cmo la imaginaba cuando ella no haba aparecido en su vida y --deca l-- no haca ms que esperarla. --Y as tena que ser, como soy? --dijo Alejandra. --S. Lo que me sorprendi fue que coincidiera tanto mi afn con la mujer que entraba en la tienda de espejos. Sal de la tienda enfermo. --Enfermo? Y ordenaste que me dieran el espejo. --S. --Estabas seguro de volver a verme. --S. No poda suceder lo contrario. Cuando entraste a mi oficina sent: si la dejas ir no volvers a encontrarla. Era mucho ya lo que me regalaba la vida.

Haban cenado despacio. Cuando se sirvi el caf y el mesero acerc la mesita de los licores, la seora Irma apareci. --Todo bien, seor licenciado? --pregunt. --Bien, seora Irma. Buenas noches. --Buenas noches, seor licenciado. Buenas noches, seora--. Y se retir. --La seora... de Salazar --dijo Alejandra con un dejo de burla, de rechazo, como adelantndose a la imposibilidad de serlo. Salazar reaccion instantneamente, su voz se agrav y se hizo imperiosa. --No te hagas tonta. Hace mucho tiempo que nadie es cosa ma, ni quiero que lo sea, y t menos que nadie. --Entiendo. Perdn. Se dirigieron a la estancia. Dijo Alejandra: --No sera mejor quitar el clima y encender la chimenea? --Claro --dijo l--. Dio unos pasos y oprimi un botn. Apareci el mesero. --Por favor, Gregorio, quite el clima, encienda la chimenea. --En seguida, seor licenciado. Cuando desapareci Gregorio, que haba hecho todo en un segundo, dijo Alejandra: --Nunca se acuestan? Estn para el momento en que los necesites? --Estn. Y lo mismo ser contigo. Esta casa es tuya. T mandas. Est escriturada a tu nombre. --Por qu --dijo ella. --Sin ti esto no tendra sentido. --Pero tienes hijos, tienes... --Yo he ganado mucho dinero, Alejandra. Me sobra. Lo que me doy es una parte mnima de lo que me sobra, los que de m dependen tiene para siempre.

--No quieres a tus hijos? --S. --No necesitas verlos? --No. --Pero, pero tambin... --No me quiere, y no me necesita --dijo Salazar. --Pero... entonces... --Soledad, hermosa ma, soledad hasta antes de que t llegaras. --Siempre ha sido as? No, verdad? --pregunt Alejandra. --Supongo que al principio, en el comienzo... Creer que se es feliz es un poco ser feliz. --Alguien te ha dado algo? Porque s, no a cambio de lo mucho que das. --T. --Pero antes de m. --Nadie. --Estoy peor que al principio. No s nada de ti. --Sabes todo de m, no soy ms de lo que te doy. --Mira! --dijo Alejandra--. Ya s que no puedo convencerte de no regalarme la casa. Y ya s que no puedo aceptar semejante regalo. Pero si esto: que sea a nombre de los 2, a tu nombre y a mi nombre. Y quiero ver la escritura. As sabr que es ma porque tambin es tuya. Me sentir dichosa. Rea quedamente Salazar, y dijo: --Est bien. Pronto se hizo Alejandra al gozo de la abundancia y la amplitud. Era duea. Salazar pareca saber con exactitud en qu momento presentarse, estando en la casa pareca no estar y apareca cuando ella comenzaba a anhelarlo. Un da le dijo Alejandra:

--Hace creo 9 semanas que estoy aqu, que no salgo de aqu. Llegu a cenar, y salvo una escapada al departamento no he salido ni a la puerta. --La puerta est abierta siempre --dijo l--. Tu coche nuevo est en el garage. --Cmo eres maravilloso y bruto. Por qu no me dijiste nada? l serva champaa en una copa de cristal. Sonrea mirndola. --Quiero ir maana al departamento --dijo ella--. No quiero quitar el departamento. Hago mal? --Cuando ya no lo necesites lo abandonars. T tienes un mundo al que pertenece el departamento. Mantenlo. No te sientas presa. Esto no es una crcel de lujo, es parte de lo que a ti te pertenece. No sientas nostalgia por nada ni por nadie. Todo debe estar al alcance de tu mano. Me explico? --Como un hombre sabio, muy viejo y muy muy seguro de s. Al da siguiente, lunes, sali temprano del Desierto. Iba en su coche nuevo, llevaba en el pecho una brinquera como si fuera a una cita amorosa. Se extra de eso y se ri. Voy al viejo departamento como si fuera a ver a un nuevo amante. Abriendo la puerta, pase de una pieza a otra y se sent en la salita de msica. Qu me pasa? Dnde estoy? Quin soy? Se levant y fue a echarse a la cama, luego de descorrer las cortinas. All est el balcn, qu soledad tan grande arriba. Se levant con mpetu y se dej caer sentada en la cama. A qu vine? Yo qu puedo hacer? Voy a hablar por telfono! Pero no encontraba su agenda. No me acuerdo de ningn nmero, no puedo hablarle a nadie. Pero qu es esto? Ya la vida es slo Salazar? Ya no hay ninguna otra vida? Y est bien, no quiero ninguna otra vida pero no puedo ser un objeto. Debo ser yo, por m misma. Qu me propona hacer antes de este amor? Qu iba yo a hacer de mi existencia? Parece que hace un siglo. Buscaba traducciones. Las tengo; pero con la cosa de que ya no las necesito para vivir es como si no las tuviera. Y escribir poesa para qu si tengo el amor por el que antes lloraba, por el que se da la poesa cuando no se tiene el amor? Tengo que averiguar en qu quiero ocuparme adems de amar a Salazar. Se pas la semana en pos de sus amigos. Encontr a algunos. El domingo le dijo a Salazar: --Sabes? Ha sido una semana entera de volver a vivir como viva. Y qued malhumorada, decepcionada y vaca. Qu les pasa? Qu me pas, Salazar de mi alma? Qued vaca! Fue como andar hablando de cosas tan groseras que sencillamente no pueden existir. El lenguaje, las preocupaciones, los trabajos en que se meten, el mundo y la vida visto desde ellos, la manera de emplear, de gastar los das... Por Dios! Todo es

grosero, elemental, equivocado, a medias, como existencia que no acaba de ser, como pesadilla. He pasado 6 das balbuciendo con seres balbucientes, balbuceos idiotas a propsito del cielo, la tierra y el infierno. Qu bien tan daoso me has hecho! --Est bien esta ltima frase --dice Salazar. --Estoy perpleja. Qu va a ser de m? La vida si se enriquece hasta el lmite que uno desconoca se convierte en algo terrible? uno pierde el ser que tena y ya no puede recuperarlo? Y cmo se identifica una con el nuevo ser que ya es, y una obligadamente rezagada, todava no es? --Calma --dijo Salazar--. No hay problema que no pueda analizarse y resolverse. --La nica con la que no hubo frustracin fue con Conso, la licenciada Valds. --No. Claro. Porque slo hablaban de m. Re Alejandra, por la tranquila experiencia de Salazar. --Ya no me sorprende --dijo--, ya me da risa. Eso es uno de los desencantos de la semana; no ven ni oyen ni adivinan nada de nada. Diciembre. Fro. Lleg Alejandra al Miladi cayendo la tarde. Abri sus papeles sobre la mesa. Alza la vista y mira largamente el camelln recordando las muchas veces que haba estado sentada a la misma mesa sintindose la mujer ms sola del planeta. Qu ingenuidad. Y sonrea. Y de pronto, devorndola con la mirada, inmvil, incrdulo, Fabin, de nueva cuenta los cabellos largos, viste de mezclilla, trae los libros bajo el brazo. --Fabin! --exclama Alejandra--. De dnde sales Sintate! Y al mismo tiempo piensa cmo no me acord de l aqu en el Miladi? Fabin pone los libros sobre la mesa y se sienta. La est mirando, mejor decir que no puede dejar de mirarla con toda el alma. Al fin le dice: --De dnde sales t? Sin Alejandra Fabin ha vivido una sequa de meses, y acaso por esto no ha vivido ni un minuto ms despus del beso del amanecer en el coche de Manolo, dentro de l no ha vivido nada ms. --Fabin, ests ms delgado. Qu buscas. Desaparecer un da de estos?

No hay en Alejandra ni la ms leve huella de que haya pensando en l, ni el ms leve sntoma de dolor o de alegra o de sorpresa de verlo. --A lo mejor eso busco, s, a lo mejor sera bueno. La extrema seriedad de su voz, de su gesto, trae a la realidad a Alejandra. Aqu est un muchacho de 28 aos, que la ama apasionadamente, al que se le entreg besndolo una maana, que se qued herido de muerte, y al que no volvi a ver hasta ese momento. --No has estado aqu? No has estado en Mxico? --S. --Dime que no. Cuntame una mentira. --No digo mentiras, Fabin, jams. He estado en Mxico. --No gano nada callndome, y ya no tengo fuerzas para hacerlo, ya no s qu tanto voy a perder. No s si de veras no recuerdas o no quieres recordar nada de nada, pero esto no lo olvidars mientras vivas, Alejandra: yo te amo, casi me he muerto sin verte, te amo con toda mi alma, con toda mi vida, no hay en m una maldita clula que no est enamorada de ti, que no te ame. Y ya puedes ahora s mandarme al carajo y yo te amar aunque no vuelva a verte nunca ms. Ahora ya me conoces, me qued sin nada adentro. --Fabin! --exclama Alejandra--. No digas eso, Fabin, no lo digas. No quisiera que fuera tan serio... ni tan... importante lo que me dices... --Desde aquella maana no he pensado ms que en ti y estoy seguro que t no has pensado en m. --No, Fabin, no he pensado en ti. --Mira --dice Fabin y le da una tarjeta. --Licenciado y todo! Asiente Fabin: --Resolv recibirme. Lo har en enero. Para qu me hago el loco. Si tengo talento para escribir, escribir. Lo urgente es ganarse la vida. Ren ambos, se dira en el colmo de la diversin, cuando aparece Salazar, impecable, imponente, de elegante traje azul de corte perfecto, sonriendo. Con mucha cordialidad dice: --Buenas noches, jvenes --y tiende el brazo para saludar sin intimidad a Alejandra. Ella entiende, pero se desliza hasta el rincn para dejar junto a ella un espacio a Salazar, y les

presenta diciendo: --El licenciado. El licenciado. Ella est naturalsima. Fabin, plido, endurecidas las facciones. --Cmo est usted--dice a Fabin sentndose. --Tanto gusto, seor --dice Fabin. --Qu bien --dice Salazar-- rerse as, orlos rerse as. --l es Fabin! --dice Alejandra con clara intencin. Fabin hace una leve y torpe inclinacin e intenta recoger sus libros. Un ademn de Salazar y ya est presente el mesero. --Ponga en algn sitio los libros del licenciado, y... --Es que yo me retiro, seor... --dice Fabin. --Calma. Y mire... triganos el oporto. Alejandra sonre a Fabin, le coge la mano y dice: --Qudate a cenar con nosotros. Prueba el oporto, te va a encantar. Salazar est recibiendo la botella del mesero. --Deme su copa, licenciado --dice. --Seor licenciado, no me diga licenciado. Todava no lo soy. Prueban el oporto. --Qu maravilla --dice Fabin-- Nunca...Es maravilloso! Al despedirse, Fabin balbuce: --Seor licenciado... un honor... Muchsimas gracias. En el coche hacia el Desierto, acurrucada en Salazar, Alejandra dijo: --Y Fabin qu te pareci? --Sufre.

Alejandra se hizo una pequea bola y se durmi profundamente. Es imposible no ver a un hombre que te est diciendo no s qu tanto voy a perder pero no olvidars esto mientras vivas: "yo te amo, casi me he muerto sin verte, te amo con toda mi alma, te amar aunque no te vea". No puedes dejar de ver a un hombre que te dice eso. Esa visin no dejaba en paz a Alejandra. Andaba plida, y si estaba sola pasaba mucho tiempo viendo el agua de la alberca. Le costaba mucho esfuerzo mantener el humor festivo que era la costumbre con Salazar. Responda a Salazar con el alma entera inmvil, y apartaba a Fabin 100 veces, pero no puedes dejar de ver a un hombre que te est diciendo casi me he muerto. Das despus de la cena en Miladi descubri que deba ponerse a escribir, inundar cuartillas para leerlas en la noche y pasar la sobremesa oyendo las indicaciones de Salazar. Pero sin falsedad, porque Salazar no se la mereca y ella sera descubierta desde los primeros renglones. Lo primero que atac fue la cena en el Miladi y no escondi nada, ni la declaracin de amor de Fabin, con la que comenz su crnica. Eran ms de 20 pginas. --Sufre --dijo Salazar--. Y t estaras dispuesta a amarlo hasta saber quin es, qu sientes por l... Despus regresaras conmigo. Sigue escribiendo. Pon todo tu corazn, ser la nica manera de... --Y t qu dices. Necesito tanto tus palabras. --No tiene sentido que yo te diga nada. Me conoces. Que nada se deba a m. T sabrs. Al da siguiente le dijo Salazar: --Voy a Baja California. La agenda est muy cargada. He aceptado esta asesora desde hace tiempo. Debo cumplir. --S --dijo ella--. Pero sirve para que yo a solas resuelva mi problema. --S y no. Estar muy ocupado, pero tambin es verdad que yo empiezo a ser un estorbo para que t decidas. --Y si no quiero decidir? --No nos hara ningn bien a ninguno de los 2 --dijo l--. Qu sentido tendra entre nosotros lo que no est en tu voluntad? Si contigo tengo todas las cartas en la mano es porque t me las das, t me haces ganador. Nunca serv para hacer trampas. Alejandra, me dice ven y aqu estoy, slo por eso. --Yo te amo --dijo ella--. Y eso es para siempre, sea lo que sea. Rieron, se besaron. Y al da siguiente era domingo, y sin despertarla l sali, todava oscuro.

A la una Alejandra fue directamente al Miladi. Anulan el tiempo esos 2 como si el tiempo no fuera importante o que ni siquiera existiera cmo pueden hacerlo? De dnde sacan agallas para no desprenderse de ese beso? Acaso no existe el mundo y la vida? Cuando salieron a la azotea a tomar el sol, vena de su cuarto Manolo. --Parecen fantasmas --dijo Manolo--. Y soy feliz, Fabin, por primera vez soy feliz con la felicidad de un amigo. Das despus, echada al sol, Alejandra se senta en paz al fin, regresando a ella misma, recordando las veces donde anduvo con Fabin. Cmo recordaba con tanta precisin, inclusive las palabras de los dilogos? La fiesta en el cuarto de Manolo y el beso de la madrugada. Y estn en el Miladi y oye Alejandra la voz de Salazar: "Qu bien, rerse as, orlos rerse as. Y se incorpora violentamente. Sus ojos ven hacia los lavaderos, pero no estn viendo los lavaderos. Se van llenando de agua esos ojos ciegos, clarividentes. Cuando Fabin lleg al cuarto, cargado de libros y peridicos, Alejandra estaba peinada y vestida. Entendi instantneamente, instantneamente vio en la sonrisa de Alejandra, un trasfondo de tristeza, una lejana lucha feroz. Ya sabe de qu se trata, saba que llegara el momento, no hay cuidado, sabr cumplir su papel. --No pasa nada. Me estoy muriendo pero no pasa nada. --T no sabes lo que es estar muriendo --dice Alejandra. Ella, de pie frente a Fabin, untndose en Fabin, le alza la cara, se la tienta, le acaricia las sienes y vuelve a mirarlo. --Te busco? --No har falta --susurra Alejandra. Sale y sin volverse cierra la puerta. No est el seor licenciado, seora --dijo la seora Irma--. Hay unos objetos y una carta para usted en la recmara. Cruz despacio la estancia y subi la escalera. Era ella. Alejandra en sus dominios, estaba en su mundo. El interior de una mujer es inexplorable hasta para ella misma.

Los regalos son un vestido de manta indgena y un collar. La carta dice: Hermosa ma: la tribu de los patas te envan este vestido y el collar. Voy y vengo. Lo ms tardado es el viaje. Otro desierto, esta vez en Libia. Te habra gustado. S. Y justo ah recuerda. Cmo pudo borrrseme? Libia, s. Debes ver eso, me dijo. Libia ser lo de menos, vamos a todo el continente. Pero eso fue antes de la cena en el Miladi. Se fue solo Africa. Yo estaba en la azotea y l estaba viendo el desierto. Yo... como si l no existiera. El resto del da sinti que iba despertando dolorosamente: Cunto tiempo hace que no pienso? Todo lo que he venido haciendo desde que se fue Salazar a Baja California ha sido hecho slo con los sentidos? Por qu fui a entregarme a Fabin? Era necesario! Me ama, me ama. Fabin ya no es Fabin, slo vive en m. Fabin se ha quedado sin Fabin. Entonces qu he venido a hacer aqu. Aqu es mi vida, mi amor, mi casa! Se sinti cansada. Y en la noche se dijo: esto no es real. Esta casa no es real. Yo no soy esto, esto es Salazar, su mundo, la cosecha de su vida. Quin es Alejandra? El cuartito de Fabin es irreal. Esa es mi casa? Esa mugre y desnudez, esa absoluta falta de futuro. Pero, hay futuro aqu? Esto es Salazar y si quiero es mo pero soy yo? Y Fabin es mo, da la vida por ser mo, pero dnde hay un espacio que sera de los dos?... Ese no es el problema, sino yo, quin soy, dnde soy, qu va a ser de m, dnde estoy. Alejandra la amante de Salazar, la amante de Fabin. Nadie es ella misma siendo la amante. Alejandra viene sonriente, cimbreante, enteramente para Fabin, sorteando tubos de agua, basuras. Y l la espera feliz, abriendo los brazos. Ya no ve ni oye nada. Otra vez esa boca, otra vez esa piel. Alejandra recibi en el chalet ayer en la maana a Salazar. Salazar llega oscursimo de soles. Fueron derecho, luego de mirarse y tentarse, a la cama. Tuvieron una tarde apacible, l dormido, ella echada a su lado, leyendo. Luego la cena. Y a hacer el amor de nueva cuenta. Y en la maana ella baj alegremente, se dijeron varias naderas. Media hora despus iba con Fabin. Estaban en la salita de Conso. Le haba hablado Alejandra a la oficina. --Necesito verte, en tu casa, ahora. --Qu pasa? --Cosas horribles. Necesito verte --replic Alejandra. Conso sali verdaderamente agitada y pensando: Cosas horribles? qu puede ser horrible?

Ahora ha escuchado la historia completa, y est inmvil en el silln delante de Alejandra. Durante ms de una hora ha escuchado sin parpadear. --Cuntos das llevas sin verlos? --pregunta. --Casi una semana. Quiero a los 2, no quiero a uno de los 2. Necesito el amor de los 2 todos los das. Me estoy ahogando, no puede ser lo que he estado viviendo, lo que quiero vivir. Si vuelvo, vuelvo con los 2. --Piensas volver? --No s. Pero qu me queda. --Si tuvieras, digamos por un instante, no ms, si tuvieras que elegir... --No elijo. --Slo hay un camino. Habla con Salazar. Cuntale todo. Jugatela --dijo Conso. --l lo sabe. Te lo puedo jurar. Digamos que decidi no pensar ms. Ella ya no esper los insomnios, ya no quiso luchar, aument la dosis de Valium. Se levantaba a las 3 de la tarde. Dejaba a Fabin a las 8 de la noche. Rodaba sin conciencia junto a Salazar a la una de la madrugada. Bajaba de peso da con da. Sonrea casi constantemente, y en su rostro se agrandaban las azulosas ojeras. Una madurez desolada se haba asentado en su rostro, y en pocos das esa desolacin se hara apacible. Salazar se la vera slo una vez. Estaban en las sillas del lago, eran las 4 de la tarde y ella no disimulaba su nerviosismo. --Por qu me has dejado sola en todo esto --lo dice con la simpleza de las cosas temidas y esperadas, cuando suceden por fin. --Porque no tengo lugar. No hay lugar para m. --He hecho de Fabin mi amante y no hay lugar para ti? --Cul sera mi lugar? Asestarte sermones? Golpearte? Mandar matar a Fabin? Dnde no sera yo un intruso en lo que t has elegido, Alejandra? --Eres mi amante. Me amas y yo te amo, no te he dejado dudar sobre eso. --Yo tampoco te he dejado dudar. Nos amamos, cierto.

--No te importa que me d a otro hombre, que ame tambin a otro hombre? No te lastima? --S me importa. S me lastima. --No entiendo cmo puedes perdonarme. --No tengo qu perdonar, Alejandra. Me duele que sufras y s cmo sufres. --Por qu no haces algo? De qu sirve tu sabidura? --Alejandra, amadsima, qu puedo hacer? cmo puedo irrumpir en una decisin que debe, que tiene que ser tuya? Nadie ms que t cabe en esa decisin que es tuya, que ser absolutamente tuya cuando puedas drtela. Yo puedo decir: vmonos, hagamos un viaje... y te vera languidecer en la nostalgia. Esto es vida que t has elegido, que t has fabricado. Pero tambin debo decir: es vida que t no pudiste dejar de elegir y de fabricar. --Desde cundo lo sabas? --Desde siempre. Tena que suceder. --Qu tengo que hacer para que suceda lo que quiero. --No s, porque no s qu quieres y no puedes decrmelo porque t tampoco lo sabes. --Tampoco sabes lo que t vas a hacer? Esto va a durar para siempre? --No. Y yo s s lo que voy a hacer. Yo voy a estar aqu. Aqu voy a estar absolutamente inalterable. El desnimo la gana de nuevo. Al fin dice: --Ya s. Yo quiero que t decidas por m, y que me des un remedio mgico, que me despiertes a una realidad donde no exista la maldita dicha que estoy viviendo. Y tu sabidura no sabe de eso, no sirve de nada. Esa es tu manera de entregarte. --Yo estar aqu, Alejandra --dice Salazar y le besa las manos. Ella se va. Es decir, inmvil, su mirada se hace vaca. Y parpadea despertando. Y est sonriendo, respirando desde el fondo de ella. El sonre mirndola. Alejandra lo besa. Se levanta. Entra en la casa. Salazar mira el lago. Es sbado y es uno de los ltimos das del ao. Fue con Fabin. Como nunca levantaron el vuelo. Se perdieron no s dnde. Despus lo

mir. Se vea contenta, serena su sonrisa. Era domingo. Sali temprano de la duermevela de toda la noche. Haba decidido el sbado no tomar pastillas. Y le dijo a Salazar: --Voy al departamento. Vas por m en la tarde? --se vea apacible, tan en el centro de su equilibrio recuperado. Y lo bes mirndolo. --All estar en la tarde --dijo Salazar. En el departamento sonaba el silencio. Ella corri las cortinas. Respiraba hondamente, en paz. Vio el balcn navegante. Salazar est a los pies de la cama, no dira que inmvil sino incapaz de movimiento, absolutamente incapaz de movimiento. Su cara es una mscara de piedra. La ropa y los zapatos de Alejandra estn sobre la colcha, al lado de ella. Sobre el bur el gran frasco de Valium, el vaso. En la cama, tapada hasta el cuello, Alejandra, ahora s transparente, la hermosa boca en su sueo, y el filo de los dientes opaco ya.