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MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ Un Testimonio José Jorge Simán J.

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Testimonio Romero Simán

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MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ

Un Testimonio

José Jorge Simán J.

“A MÍ ME PODRÁN MATAR, PERO A LA VOZ DE LA JUSTICIA

YA NADIE LA PUEDE MATAR”

MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO

Estatua de Mons. Óscar Arnulfo Romero en el frontispicio oeste de la Abadía de Westminster

en Londres, Inglaterra

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A San Romero de AméricaA MárgaraA mis hijosA mis nietosA mi familia de sangre y amistad

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MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ

Un Testimonio

José Jorge Simán J.

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MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMEROUN TESTIMONIO José Jorge Simán J.Primera edición, 2007 a 2013 (5,400 ejemplares)Edición ampliada, 2015 (1,000 ejemplares)Impreso por Talleres Gráfi cos UCASan Salvador, El Salvador.

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ÍndiceNOTA PREVIA..........................................................

UN TESTIMONIO SOBRE MONSEÑOR ROMERO ..................................................................

DEL DIARIO DE MONSEÑOR ROMERO .........

MONSEÑOR ROMERO… UN CAMINO… UN FUTURO ................................................................(22 de marzo 2010)

PALABRAS DE JOSÉ JORGE SIMÁN EN XXXII ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO ....

• Catedral Metropolitana, San Salvador, Cripta de Mons. Romero, 20 de marzo 2012

• Iglesia el Rosario, San Salvador, 20 de marzo 2012

• Academia de Seguridad Pública (ANSP), Santa Tecla 29 de marzo 2012

MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO: «TESTIGO DE CRISTO Y DEFENSOR DEL PUEBLO» TESTIMONIO DE JOSÉ JORGE SIMÁN EN EL XXXIV ANIVERSARIO DE SU MUERTE ....................................................................Intervención en el Ministerio de Relaciones Exteriores. (24 de marzo de 2014)

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UNA NOTA PREVIA…

En esta nueva edición de Monseñor Óscar Arnulfo Romero: un testimonio he reunido varios textos acerca de diversas participaciones —en los últimos años— en distintos actos públicos en homenaje a nuestro Santo y Mártir de América en la que me dirigí a prestigiosos representantes de la Iglesia, de la sociedad civil, de instituciones nacionales e internacionales, testifi cando en su causa con refl exiones sobre su inmensa fi gura religiosa y humana, valoraciones de sus mensajes y ejemplos y análisis sobre su impacto no solo en El Salvador, sino en el mundo entero. Reproduzco también una selección de algunas referencias personales que un joven historiador encontró en su lectura del Diario de monseñor Romero.

La motivación principal de esta nueva publicación es dar testimonio acerca de la vida ejemplar de monseñor Romero y motivar tanto a jóvenes como a adultos que no lo conocen, a saber quién fue y sus mensajes, a que se acerquen a su pensamiento y compromiso, a que lo lean, a que escuchen sus homilías, a que le recen, a que confíen en él, a que lo hagan su amigo, a que aprendamos con él a ser verdaderos seguidores de Jesús, que fue lo que nos enseñó.

Deseo compartir mi visión acerca de Monseñor Romero, formada a partir de los años en que tuve el privilegio y reto de estar a su lado, de la manera en como buscaba seguir a Jesús y su opción preferencial por los pobres ante un mundo violento, polarizado y acosado por confl ictos, desajustes y

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desacuerdos en todas las instituciones nacionales, hasta en la propia. Todo esto dio paso al periodo más duro en la historia de El Salvador, una guerra civil que duró doce años y que hoy, veintitres años después de fi nalizada con los Acuerdos de Paz, aún marca nuestros días. Han pasado tres décadas y media desde su muerte ante el altar, en una misa que no lograron interrumpir —y nunca podrán hacerlo— quienes quisieron acallar su inmensa voz. En este tiempo, su ejemplo espiritual y humano muestra estar más allá de los usos que, desde otros campos ajenos al de la religión y la moralidad cristiana, han tratado de hacer gentes confundidas ante la grandeza de Monseñor. Su palabra continúa acompañándonos, estremeciéndonos por la justicia y paz que busca y porque siempre abren procesos inimaginables de reconversión para todos, con ese tono de encuentro, calmado pero potente, profundo y vigente para cubrir los tiempos e impulsar nuestra tarea de construir un mundo mejor. Sus palabras y su pensamiento son una guía, un camino… y su liderazgo espiritual es el futuro que se proyecta hacia todo el siglo XXI.

Agradezco a todos mis amigos que han colaborado con sus generosos aportes creativos y logísticos para que esta publicación sea una realidad, en especial a Héctor Raúl Grenni, Rafael Guido Véjar y Rafael Sánchez.

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Desde la abrumadora noticia de la muerte de monseñor Romero, y refl exionando sobre el increíble regalo que el

Señor me había dado, estar cerca de un santo, no he podido tranquilizar mi conciencia por no escribir sobre los momentos que tuve el privilegio de compartir con él. Mi esposa, Márgara, y mis hijos, Aída Verónica, Jorge José, Rebeca y Florence, fueron testigos de muchos de estos momentos, cuando Monseñor venía a nuestra casa.

Al recordar a monseñor Romero, comprendo lo que es vivir en santidad, practicar la humildad y la entrega, convertirse cada día y hacer lo que le Dios te pide en un momento en que en el país no se veía con claridad qué camino seguir. Nunca buscó convertirse en el profeta y árbitro que fue, esa no era su meta, sino servir y sentir con la Iglesia, motto arzobispal que lo caracterizó.

He dado testimonio de mi experiencia en Carolina del Norte, en la catedral Riverside de New York, en el Woodrow Wilson Center en Washington, en La Trobe University Australia y en Nueva Zelanda. Pero no dejé escrito nada de estos testimonios, por lo que me cuesta escribir.

Gracias a las entrevistas que me hicieron Héctor Lindo (2002) y Ricardo José Valencia, de elfaro, (2005), y al trabajo de Ana María Nafría fusionando y reorganizando la información contenida en ellas y la proveniente de conversaciones que ampliaran algunos puntos, ha sido posible presentar, en este documento, mi homenaje al recuerdo de monseñor Óscar Arnulfo Romero.

San Salvador, 15 de agosto de 2007

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Monseñor Romero y José SimánDon José Simán, amigo personal de monseñor Romero, es un empresario salvadoreño de gran éxito. Después de sus estudios universitarios en Economía y Filosofía, obtuvo la Maestría en Filosofía en University of North Carolina, Chapel Hill. Entre los cargos que ha desempeñado, destacan los de director de Mercadeo y Detalle para ADOC, Vicepresidente de la Comisión de Acreditación de la Calidad de la Educación Superior, director de la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador, secretario de la Asociación Salvadoreña de Industria (ASI), catedrático de la Universidad Centroamericana (UCA) y de University of Nord Carolina, Chapel Hill, presidente del Instituto Salvadoreño de Fomento e Industria (INSAFI), presidente coordinador de la Comisión Nacional de Justicia y Paz, formada por laicos católicos. Ha sido y es consultor de

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diferentes organizaciones internacionales, empresa privada y Gobiernos, así como director o miembro de numerosas Comisiones y Consejos que prestan servicios comunitarios.

En esta entrevista —editada de las que le realizaron Ricardo José Valencia (de elfaro.net, periódico digital) y Héctor Lindo—, nos revela algunas de sus experiencias con una de las fi guras más importantes de la historia salvadoreña: MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ.

¿Cómo conoció a monseñor Romero?

La primera vez que hablé con él, a principios de los setenta, fue para discutir; tuvimos un altercado respetuoso. Monseñor era ya el obispo auxiliar de San Salvador (como arzobispo continuaba monseñor Chávez); era muy cercano a mi tío Emilio Simán, ambos propulsores del periodismo católico. Monseñor Romero estaba a cargo de Orientación, que publicaba el arzobispado. Y yo, en esos momentos, era presidente de la Ofi cina Católica de Cine (fundada en 1963 gracias al

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apoyo de todos los obispos), la cual realizaba cine fórums y publicaba unas columnas periodísticas sobre las películas más importantes, con el objetivo de orientar al espectador, de contribuir a su formación. Pero Monseñor, que era muy tradicional, criticaba nuestro trabajo, pues consideraba que nuestra función debería ser la de censurar, más que la de formar. Entonces, un representante de la Ofi cina Católica Internacional del Cine —América Penichet, directora cubana— y yo fuimos a entrevistarnos con él, en una visita formal, para conversar al respecto y poder explicarle nuestra postura en este asunto. Como dije, discutimos sobre cuál debería ser la función de la Ofi cina de Cine. Sus opiniones me enojaron a tal punto que coloqué la grabadora frente a él y le dije: “Mire, Monseñor, quiero que lo que usted está diciendo quede grabado, porque, verdaderamente, que usted hable así del cine y de lo que debe hacer la Ofi cina Católica del Cine, me desinfl a”. Por supuesto que no le grabé, pero esto refl eja la tensión que había durante la plática y el distanciamiento entre ambos.

Después de eso, no lo volví a ver durante un tiempo, porque lo nombraron obispo de Santiago de María. En abril de 1975, monseñor Chávez —arzobispo de San Salvador— eligió la Comisión de Justicia y Paz, de la que fui coordinador. Tres meses después, los miembros de esta Comisión (Héctor Dada Hirezi, Rubén Zamora, Román Mayorga, Antonio Orellana…; nos acompañaba también el periodista Jorge Contreras) fuimos a la Conferencia Episcopal —que siempre se reunía a fi nales de julio— con un documento en el que solicitábamos que la Iglesia se pronunciara contra la violencia, viniera de donde viniese, incluida la violencia estructural mencionada en Medellín. Nos reunimos en el Seminario con los obispos, entre los cuales estaban monseñor Aparicio y monseñor Álvarez (por cierto, este último, en un momento de la plática, me reclamó el que cuestionara ciertas cosas y me dijo: “¡Ay,

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Pepito, es que usted no conoce a los campesinos; ellos están felices comiendo su platito de frijoles y tortilla!”).

Discutimos sobre el pronunciamiento que queríamos fuera publicado en todos los periódicos como un mensaje de los obispos, de la Conferencia Episcopal. Los obispos aprobaron su publicación (a pesar de la antipatía que monseñor Aparicio y monseñor Álvarez sentían por Héctor Dada y Rubén Zamora, presentes en la discusión) y aceptaron enviar el documento a los periódicos expresando su rechazo a la violencia. Pero Monseñor Fredy Delgado, Secretario de la Conferencia, a quien se le había encargado publicarla lo más pronto posible, no lo hizo, a pesar de que el documento tenía el imprimatur de los obispos y el carácter de urgente; parece que se le olvidó enviarla a los periódicos. Ese día fue la famosa matanza en la avenida Universitaria: había salido de la Universidad Nacional una manifestación de estudiantes de la Escuela de Medicina, que fue reprimida. Hubo muchos muertos.

Entonces ¿cuál fue tu reacción cuando nombraron arzobispo a Romero?

Para ese entonces, yo era presidente y coordinador de la Comisión de Justicia y Paz. Nos habían solicitado nuestra opinión acerca de quién podría reemplazar a monseñor Chávez (debido a su edad y estado de salud) en el cargo y, en una carta dirigida a la Nunciatura, sugerimos que fuera don Arturo Rivera y Damas, que también había sido obispo auxiliar, después de Romero, y al que considerábamos una persona con una gran capacidad intelectual y un hombre espiritual. Sabíamos que la Asociación de Señoras Guadalupanas, el cardenal Casariego, de Guatemala, y el cardenal López Trujillo, de Colombia —que eran muy conservadores—, querían que el nuevo arzobispo fuera monseñor Romero. Pero, como te digo, los miembros de la Comisión de Justicia

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y Paz pensábamos que el ideal era Rivera y Damas, y creo que también era el preferido de la mayor parte de los católicos salvadoreños seglares que trataban de vivir según el espíritu del Concilio Vaticano II y de Medellín. Así que ya te puedes imaginar la sorpresa y el susto de que nombraran a monseñor Romero, precisamente cuando estábamos en un momento tan difícil para el país, en el proceso de las elecciones, por lo que el papel que la Iglesia desempeñara era importantísimo, tenía que dejar de ser la tercera pata de la mesa (junto a los militares y el sector privado) y ver cómo aplicar lo expresado en el Concilio Vaticano II y en Medellín. El Diario de Hoy —que estaba feliz de que Romero fuera el elegido— sacó en primera plana la foto de Monseñor el día en que iba a recibirse como arzobispo de San Salvador. Tanto me fregaron mis amigos que uno de ellos me pasó dejando en la casa este periódico y me dijo: “Ahí tenés a tu arzobispo, Pepe; vos que solo creés en la Iglesia”.

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Yo estaba desanimado por esto y porque, aunque estaba claro en que las cosas en el país tenían que cambiar, no veía cómo se podía lograr hacerlo constructivamente, pero comencé a refl exionar y recordé lo que tantas veces había dicho Jon Sobrino: que Dios es más grande que nosotros, que no lo intentemos manipular. Esto me sirvió para refl exionar y pensé que, si Dios había elegido a monseñor Romero, quién era yo para estarlo cuestionando. Así que fui a buscarlo al arzobispado y me hinqué y le dije: “Monseñor, hemos tenido diferencias, pero usted es el pastor y aquí estoy para servir”. Me levantó: “Don Pepe, ¡que alegría!”; fue a buscar a monseñor Rivera y al padre Cortés, y me enseñaron un documento que iban a publicar en el que la Iglesia comenzaba ya a denunciar lo que estaba sucediendo realmente. Habían creado un Comité Ejecutivo (dentro de la Conferencia Episcopal) que estaba

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dando seguimiento a lo que ocurría en el país y querían comenzar a denunciar algunos hechos.

Al cabo de una semana, mataron al padre Rutilio Grande. Fui a la misa del funeral y me dijo: “Mire, don Pepe (siempre me decía “don Pepe”, por más que yo traté de que no lo hiciera), por favor, venga, reunámonos. Yo necesito ayuda”. Y empezó a buscar a gente capaz, aunque supiera que algunos de ellos no lo veían con buenos ojos o lo consideraban una retranca. Esto nos tomó de sorpresa, no lo esperábamos. Ese sentido de humildad y ese hacerse de la situación con tanta responsabilidad nos partió a todos y nos impulsó a poner nuestro mejor esfuerzo en ayudarle. Un grupo de seglares y sacerdotes comenzamos a acudir semanalmente a un desayuno donde analizábamos lo que estaba sucediendo en el país. Así comienza, a solicitud de él, un acercamiento que iría sellando nuestra amistad. Con frecuencia, yo iba a buscarlo para almorzar juntos en mi casa, a la que él llamaba “mi Bethania”. Y , desde la muerte de Rutilio, lo acompañaba cada vez que enterraba a otro de los padres que mataron, así como en los momentos más difíciles que se le presentaron.

Se habla de una conversión de monseñor Romero, a raíz de la muerte del padre Rutilio Grande. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

Mirá, lamentablemente, se habla de esto como si una varita mágica lo hubiera tocado y, en ese instante, se hubiera convertido. Yo creo que la conversión es un proceso continuo en todo verdadero cristiano. Y monseñor Romero dio muestras de esto desde el principio, aunque yo no me daba cuenta entonces. Pronto se manifestó en él el estilo que lo iba a distinguir: investigar a fondo cada caso para estar seguro de lo que había ocurrido. Él, personalmente, iba a los pueblos a hablar con la gente. Ya en la Conferencia Episcopal, de la que

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hablé hace un momento, monseñor Romero me dijo, bajando las escaleras del Seminario, respecto a los hechos de violencia que estaban ocurriendo: “Mire, yo fui a Tres Calles (donde se decía había ocurrido una matanza), y me di cuenta de que no habían matado a guerrilleros, como decían las noticias, sino a un borrachito del pueblo”.

Monseñor Romero estaba en constante conversión, porque el cristiano vive convirtiéndose. Él se puso en las manos de Dios, lo que le daba una profunda libertad y esa tremenda exigencia por buscar los datos de la realidad, ya sea personalmente o a través de expertos honestos, veraces. Además, en su cuarto en el Hospital de la Divina Providencia donde vivía, el de

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los enfermos cancerosos, tenía su radito de onda corta y oía las noticias que luego verifi caba. Él usa su capacidad para ir descubriendo, deja que Dios lo use como instrumento para que se conozca la realidad. Y es esta realidad la que lo marca en su proceso de conversión.

Monseñor tuvo su propio proceso al buscar la manera de ejercer mejor su función como arzobispo. Al principio, no quería hacer públicas su averiguaciones, pero la muerte de Rutilio lo impulsa a cambiar su actitud discreta, quería averiguar quién lo mató y denunciarlo públicamente. Y desde ese momento, denunció todo acto violento, viniera de donde viniese. Por ejemplo, junto a lo de Rutilio, en la homilía del domingo denunció el fusilamiento de un capataz en Nejapa asesinado por las FPL porque —según estos— estaba a favor de ORDEN y del Gobierno. Estas homilías se empezaron a convertir en un referente de alguien veraz, que decía lo que

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estaba pasando realmente, ya que los medios de comunicación

hablaban de un país que no existía, distorsionaban las

noticias o solo publicaban lo que favorecía al Gobierno. Preparaba sus homilías a partir de los informes de personas de su confi anza, en el sentido de que investigaban los hechos, como el padre jesuita

Moreno, quien, a pesar de sus preferencias ideológicas,

fue siempre transparente y leal con monseñor Romero.

Ya que has mencionado a los jesuitas, ¿es cierto que ejercían una enorme infl uencia en monseñor Romero?

Monseñor no se dejaba manipular por nadie, pero tenía la gran virtud e inteligencia de buscar a distintas personas, expertos en análisis de la realidad y en investigación, para escuchar distintas opiniones y toda la información disponible sobre cada caso o situación. Después, él decidía qué se publicaba, qué comentaba en sus homilías y qué no. Hubiera sido extremadamente vanidoso de su parte, y un grave error, no aprovechar, en su búsqueda de la verdad, la riqueza de conocimientos de los miembros de la Iglesia, seglares y sacerdotes, y los diversos puntos de vista que aportaban sus distintos caracteres. Y no solo de los miembros de la Iglesia, sino de la sociedad civil. Un grupo nos reuníamos con él regularmente para discutir diferentes temas; por ejemplo, el mensaje que la Iglesia de El Salvador, a través de su arzobispo, debía llevar a Puebla. Para la elaboración de este documento,

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escuchó las opiniones de expertos analistas: religiosos como Nicolás Mariscal, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino y seglares. Además, él me había encargado que le coordinara unos desayunos semanales o quincenales en el Seminario para discernir sobre temas nacionales con personas de importante criterio, formación y serio compromiso con el país, como: Héctor Dada, Román Mayorga, etcétera, los cuales, junto con religiosos como Fabián Anaya, Cristóbal Cortés, monseñor Urioste, el padre Estrada —presidente del Presbisterio en ese entonces—, César Jerez —provincial de los jesuitas y hombre leal a Monseñor— y Toño Orellana, entre otros, presentaban a Monseñor sus opiniones y análisis sobre lo que estaba ocurriendo. Pero de esto a decir que los jesuitas u otros lo infl uenciaron…, más bien fue al revés. Monseñor inspiró a todas estas personas. El padre jesuita Jon Sobrino me dijo al respecto: “Es que Monseñor siempre estaba adelante de nosotros”. Muchos de estos fueron conociendo a Monseñor en el camino, su actitud los conmovió, los inspiró y los marcó. El mismo Ellacuría, que no apostaba por Monseñor en un

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principio, acabó diciendo: “Con monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”.

Y es que ese sentido de humildad, de tremenda responsabilidad, de conciencia de la pesada cruz que el Señor había puesto sobre sus hombros le hizo pedir ayuda, desde el principio, incluso a personas que —como te decía— lo veíamos como una retranca, que no lo teníamos como santo de nuestra devoción.

¿Estas reuniones infl uían mucho en él, en su modo de actuar?

Más que infl uencia de las opiniones que escuchaba, lo determinante en él era que sentía lo que la gente estaba viviendo, sufría con ella. Monseñor tenía una cualidad que yo creo es la cualidad de los santos: la libertad de ponerse en manos de Dios y dejar que Dios actuara. Monseñor veía, analizaba las cosas a través del Evangelio; y era esto lo

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determinante, no eso de la infl uencia de este o de aquel. Y es que es imposible que a un cristiano que viviera en El Salvador en esa época —sin duda, ahora también— no lo conmoviera la pobreza y el sufrimiento de la gente. Y monseñor Romero, cristiano entre cristianos, fue encontrando modos de ayudar a esta gente en su dolor, desde su función arzobispal, de líder y pastor.

Uno de esos modos eran, como digo, sus homilías, en las que analizaba la realidad desde la perspectiva del Evangelio, denunciando así el pecado, las injusticias y abusos que se estaban cometiendo. Al principio de su arzobispado, él no quería denunciar en público, sino que se dirigía directamente a la institución u organismo responsable del atropello. “Es que, don Pepe —me decía— no creo en hacer bulla, por eso yo me he dirigido directamente a esos ministros y voy a pedirles que tomen medidas para que no se hagan estas cosas”. Pero el asesinato del padre Rutilio, como ya dije, lo impulsó a decidirse por la denuncia pública, como medio más

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efectivo para socorrer a las víctimas, para dar a conocer la verdad de lo que estaba ocurriendo, para presionar a buscar entendimientos que condujeran a una situación de respeto a los derechos humanos, para que se supieran las barbaridades cometidas contra muchas personas, en su mayoría gente humilde, para que se conocieran sus sufrimientos y que este horror fuese detenido; por ello se dice que Monseñor fue “la voz de los sin voz”. Y así lo sentía la gente. Mirá, te pongo un ejemplo: cuando mataron a Monseñor —yo me encontraba en una reunión de Junta General de la Fundación

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de Vivienda Mínima cuando me avisaron— salí corriendo al Seminario y, subiendo las escaleras, me encuentro allí a una señora humilde, ya mayor, que estaba llorando. Me le acerco y le digo: “Señora, tenga confi anza en Dios”. “¡Ay, Señor, Señor —me dijo—, se ha muerto nuestro padre, se ha muerto mi padre. Ahora, ¿quién tenemos para que nos defi enda?”. Esta señora me hizo notar el sentimiento de orfandad que en mucha gente dejó el asesinato de Monseñor, el cual ya se había convertido en el Profeta de la Esperanza. Ese era el sentimiento de la gente. Si hubieran pensado que Monseñor se inclinaba a favor de unos o de otros, él no hubiera tenido la credilibilidad que tenía. Y es que lo veían actuar con la libertad de espíritu propia de un hombre de Dios, de un profeta que puede decir: “Miren ustedes —como les dijo a las FPL—, la vida es sagrada, no debieron haber matado a ese capataz”. O como decía, en el sermón de inicio de Cuaresma, en la iglesia Corazón de María, dirigiéndose a los poderosos: “ Si ustedes no dan sus anillos, les van a cortar el dedo para quitárselos”.

Era un hombre con una gran libertad, lo que pasa es que el país no estaba acostumbrado a esa libertad, pues a la Iglesia la habían percibido siempre como una institución al servicio del sistema. Yo no estoy totalmente de acuerdo con este juicio. La Iglesia ha pasado por distintos momentos históricos y habría que diferenciar sus actitudes en cada etapa antes de dar un juicio tan fuerte como ese. Sin duda, la Iglesia pasa también constantemente por este proceso de conversión, y para eso tiene a los profetas y a los santos que van gritando las realidades, la verdades a la luz del Evangelio.

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Dices que sus homilías dominicales adquirieron una gran credibilidad. ¿Este medio de comunicarse con todos los salvadoreños fue una estrategia previamente planifi cada por un equipo a cargo de técnicas de comunicación y mercadeo o fue algo totalmente espontáneo?

Surgió de una forma natural y ante una necesidad de informar al pueblo lo que sucedía en el país. Él escuchaba la radio y los

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testimonios que le enviaban en casetes, verifi caba los hechos por medio de sus colaboradores o personalmente, como ya te mencioné. Y comenzó a decir la verdad de los acontecimientos a través de sus homilías. Al principio, solamente un tres o un cuatro por ciento de su homilía hablaba de la realidad, porque no se sabía muy bien qué estaba ocurriendo, los medios de comunicación no decían gran cosa, se distorsionaban los hechos. Así que fue de gran impacto que una fi gura pública hablara con independencia y con verdad en medio de la tremenda polarización que se vivía.

La credibilidad que logra en sus análisis y la confi anza que el pueblo le tenía por ello hizo que muchas personas quisieran manipularlo, como Terence Todman, representante de los Estados Unidos para América Latina —a quien recibimos y acompañamos a hablar con Monseñor—, que nos dijo: “Si nosotros nos arreglamos con monseñor Romero, el problema se arregla”. Pero Monseñor le contestó: “Miren, si no es conmigo con quien se tienen que arreglar, sino con el pueblo.

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Conmigo no hay problema, el problema es con el pueblo y eso es lo que hay que resolver”.

No creo que hubiese en su mente una estrategia de mercadeo o algo parecido, pero sí sabía que las entrevistas, el uso de los medios de comunicación, de publicaciones de la Iglesia, etcétera, era imprescindible para dar a conocer lo que estaba pasando y cuál era la posición de la Iglesia al respecto. El padre (actualmente obispo) Gregorio Rosas, graduado en Comunicación, en Lovaina, era el que le hacía las entrevistas.

Había que oír sus homilías para saber qué estaba ocurriendo. Yo me iba a la playa con mi familia los domingos, pero escuchaba la homilía de 9 a 11, mientras caminaba por la playa. Luego, te juntabas con gente que decía: “¿Oíste lo que dijo monseñor Romero?” y lo criticaban. Yo le preguntaba entonces: “¿Tú lo oíste?”. “No —me respondía—, pero es que me dijeron…”. “¡Ah, entonces, no me estés diciendo tonterías”, alegaba yo. Porque agarraban una frase de Monseñor fuera de contexto y la manipulaban, date cuenta de que eran momentos

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de mucha polarización. También decían que a

Monseñor solamente le preocupaban los pobres. Esto no es cierto, él repetía mucho que la Iglesia era la madre de todos y que él era el pastor de

todos por igual. Prueba de ello

era que ayudaba a quien se lo pedía

sin importar su posición política, como fue en el caso

de Mauricio Borgonovo, ministro de Relaciones Exteriores, y de otros empresarios o personalidades secuestrados por las organizaciones de izquierda. Y esto se puede comprobar con solo escuchar o leer sus homilías. Lo que ocurre es que los pobres eran los que más lo necesitaban, a ellos les ocurrían la mayoría de desgracias: secuestros, asesinatos, torturas… Cuando secuestran a Borgonovo, llegó al Arzobispado Ricardo Castaneda, viceministro de Relaciones Exteriores, para ver si Monseñor podía hacer algo. Monseñor dice que sí y se prepara un anuncio donde se pide que liberen a Borgonovo y, al mismo tiempo, se pide por la vida del embajador sudafricano y por la de todas las personas secuestradas o privadas de libertad. Pues resulta que en la televisión sacaron el anuncio solamente dos veces. Y es que no les interesaba la denuncia más que de un lado.

Y esta gente poderosa, incluida la embajada americana —que con frecuencia enviaba las homilías al día siguiente, a Roma—,

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logró que del Vaticano mandaran a investigarlo, porque decían que Monseñor no estaba siendo ortodoxo y querían que fuera descalifi cado. Como ves, sufría presiones de todos los lados. El primero que vino del Vaticano (a fi nales de 1979) fue monseñor Quaraccino. Monseñor Romero me pide que vaya yo a la Nunciatura a hablar con él: “Mire, don Pepe, usted conoce bien lo que está pasando y conoce a la Iglesia. Vaya a hablar con él y le explica”. Entonces le fui a hablar de las Jornadas de la Paz que estábamos organizando en catedral la Comisión de Justicia y Paz, las cuales se iban a celebrar en la primera semana de enero. Platiqué con él, respondí a sus preguntas y le cuento las cosas… Como yo las había vivido, no me tuve que atener a las versiones u opiniones de nadie.

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¿Mantenía reuniones también con el sector empresarial?

Monseñor sabía que yo era empresario y mucha veces me dijo: “Don Pepe, yo no estoy contra los empresarios, conécteme con algunos de ellos para platicar”. Varias veces quiso contactar y hablar con gente empresaria y sé que habló con algunos. Tenía interés en conocer sus análisis, sus razones y argumentos ante lo que se estaba viviendo. Pero creo que fueron muy limitados estos contactos.

En general, lo veían como enemigo y trataban de tergiversar lo que decía o hacía. Mirá, te voy a dar un ejemplo. Yo ya salía de ADOC (donde me desempeñaba como Director de Mercadeo y Detalle) y me entero de que se va a celebrar una misa en catedral por la muerte del empresario Raúl Molina. El plan que tienen es que Monseñor, que ha ofi ciado misas por obreros o estudiantes asesinados o desaparecidos, no aparezca en

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catedral celebrando misa para el empresario mencionado (del cual se dijo, en un primer momento, que lo había matado la guerrilla; pero después se comentó que su muerte se debió a problemas de salud, según unos, y a un confl icto de amoríos, según otros). Y me entero también de que se ha pedido, a las empresas, que manden a su gente a catedral, a la misa por dicho empresario, y que hagan una manifestación contra la violencia en el país. Esa misma noche me voy con mi esposa a ver a Monseñor al hospitalito para decirle que él tenía que estar en esa misa al día siguiente. Y me dijo: “Don Pepe, no puedo; tengo que ir a Santiago de María, ya hace días acordé reunirme allá con don Arturo Rivera y Damas para platicar sobre lo que ha ocurrido en ese lugar; ya tengo todo preparado”. Ante mi insistencia, habló con don Arturo para un cambio de planes y me confi rmó: “Vaya pues, don Pepe, yo voy a dar la misa”. Al día siguiente, sale la manifestación en la que se grita que Romero es Belcebú, llegan a catedral y se encuentran con que Monseñor aparece para ofi ciar la misa. En las fotos que después salieron en los periódicos no se le ve la cara a Monseñor; y es que habían contado con que apareciera otro sacerdote ofi ciando la misa y, de ese modo, podrían titular “Y el arzobispo ¿dónde está?... Él solo está con los trabajadores…”, etcétera. En resumen, intentaron tenderle una emboscada, pero, al aparecer en la misa, se les

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desbarató el plan. No contaban con que Monseñor era un hombre totalmente libre de infl uencias políticas, que estaba por encima de los intentos de manipulación de cualquier sector, que buscaba seguir y aplicar la palabra de Dios.

Eso que dicen de que si fue infl uenciado por este o por aquel es quitarle el valor que él tiene. A él lo manipulaba la realidad, lo manipulaba Dios a través de la realidad. Fue libre en sus decisiones, él fue encontrando su camino leyendo la Biblia, refl exionando sobre la palabra de Dios y viendo los signos de los tiempos.

¿Sabía él que había empresarios involucrados con los escuadrones de la muerte?

Yo diría que sí. En el Sacramento Bee, periódico de los Estados Unidos, se escribió mucho sobre eso. Hicieron varias entrevistas sobre el tema. Pero monseñor Romero no andaba señalando, no decía: “Ese es malo”. No era esta su actitud,

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no le gustaba estarse peleando con nadie. Lo que pasó es que los empresarios se pelearon con él porque no les gustaba lo que decía en las homilías. Y lo que decía Monseñor todos lo sabíamos, pero esa información nadie se atrevía a manifestarla públicamente, sino de manera clandestina.

¿Tu relación con monseñor Romero no fue criticada por parte del sector empresarial?

Evidentemente. Ellos sabían que yo no buscaba posición política alguna ni, mucho menos, ingresar a un partido. Soy político como todo ser humano, pero no soy de ningún partido. Sin embargo, como yo iba con frecuencia por Monseñor para llevarlo a comer a mi casa, con mi familia, cuando me veían con él en el carro ponían muy mala cara y, con frecuencia, decían: “Ahí va el comunista”.

¿Monseñor Romero contó con el apoyo de la Conferencia Episcopal, es decir, con todos los obispos? ¿Quiénes infl uían más en él a la hora de tomar decisiones?

Hay una serie de instituciones, dentro de la estructura formal de la Iglesia, como el Senado Presbiterial y la Conferencia Episcopal, que se reunían periódicamente con Monseñor y le informaban, opinaban, etcétera, y estos eran insumos importantes para él. Pero, por otro lado, Monseñor tenía problemas con la Conferencia Episcopal, me decía que no lo entendían. A medida que se fue convirtiendo en una fi gura señera en el país y a raíz de que sus homilías comenzaron a ser escuchadas por tanta gente, despertaba celos entre los obispos (en particular, en monseñor Revelo) y eso le causaba mucho dolor. Lo atacaron mucho dentro de la Iglesia. En un principio, estuvieron felices de que el arzobispo fuera monseñor Romero, porque creían que no iba a poder llenar los zapatos de su predecesor, monseñor Chávez, y por lo tanto

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ellos, los más viejos, iban a fi gurar más. A monseñor Chávez nadie se atrevía a discutirle su liderazgo; pero, apartado él, cada obispo —Álvarez, Aparicio…— quería ser el líder. ¡Son seres humanos, pues!

Fuera del dolor causado cada vez que le tocaba enterrar a un sacerdote asesinado, fuera de la angustia tratando de evitar tanta destrucción, fuera del dolor de ver el sufrimiento de tanta gente pobre…, su pena más grande eran los ataques que le venían de la Conferencia Episcopal. Se hablaba de que querían quitarlo como arzobispo porque se daban las condiciones para poder hacerlo. En ese entonces vino, a El Salvador, Julian Filokowski, encargado de la ayuda proveniente de Irlanda, el cual apreciaba mucho a monseñor Romero. Y un día estábamos platicando en mi casa sobre este asunto —estaban también monseñor Rivera y monseñor Urioste— y dice monseñor Romero: “Miren, si a mí no me importa; yo no tengo que ser arzobispo, que me manden a una parroquia; pero las cosas que tengo que decir, las tengo que decir”.

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A él no le importaba el puesto ni ser más que otros, Pero, eso sí, tenía plena conciencia de su responsabilidad como arzobispo, de la carga enorme que esto suponía en aquel contexto y de lo que implicaba tomar determinadas decisiones. Y esto lo hacía con absoluta libertad, sin coacciones de nadie y pese a quien pese. Si creía que algo debía hacerse, lo hacía. Por ejemplo, su decisión de no asistir a ninguna ceremonia religiosa con las autoridades mientras no se aclarara el asesinato del padre Rutilio, o que para este padre asesinado hubiera una única misa de funeral, que se celebró en la catedral.

Y respecto a su relación con los sacerdotes diocesanos o religiosos de las distintas órdenes, ¿sabes cómo eran?

A l principio, en sus sermones parecía que atacaba la teología de la liberación —e indirectamente al jesuita Jon Sobrino y a otros en la UCA que estaban trabajando en esa dirección—, en particular en el sermón del 5 de agosto, día de la “Bajada”, en la plaza del Divino Salvador del Mundo. También se le veía bastante cercano al Opus Dei. Recuerda que él era un sacerdote muy tradicional, de la Iglesia más conservadora, por

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decirlo de alguna manera. Después cambió, siguió el camino que le marcaban su conciencia y su libertad de criterio, porque —insisto— él se ponía en manos de Dios, se dejaba guiar por él y por su Palabra. Debido a esta independencia, fue muy criticado públicamente por ciertos religiosos. Sin embargo, él era sumamente respetuoso con todas las órdenes religiosas y sabía manejar con mucha capacidad a la elite de la Iglesia, intelectuales jesuitas, sacerdotes diocesanos…, aunque no estuviera de acuerdo con ellos en muchos momentos. Incluso cuando le constaba que un sacerdote estaba involucrado con la guerrilla y que por eso lo tenían preso, él iba a defenderlo, a pedir por su vida. Y decía: “Si es hijo de la Iglesia, si es un sacerdote”. Defendía a todos, sea quien fuese, sin tratar de ocultar lo que hubieran hecho, si es que alguno era culpable de algo. Iba a la cárcel a buscarlos cuando los metían presos, a defenderlos. No tenía vergüenza de reconocer a los sacerdotes como suyos, independientemente de que fueran

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culpables o inocentes, y peleaba por ellos, rezaba por ellos, denunciaba las torturas o el asesinato de que hubieran sido objeto.

Monseñor siempre mantuvo ese sentido de padre que cuida de sus hijos. Y como buen padre, también los comprendía. Date cuenta de que los sacerdotes jóvenes que se habían fraguado en parroquias veían la pobreza de la gente con la que convivían y la imposibilidad de mejorar sus condiciones de vida; veían que los campesinos no tenía agua en los ranchos, pero se instalaban sistemas de riego para la caña de azúcar; veían los arrestos injustifi cados de personas humildes, cómo los desaparecía o los torturaba la Guardia o el Ejército, cómo los de ORDEN los acusaban en falso solo por no

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querer afi liarse a ellos; todo esto hacía que los sacerdotes muchas veces tomaran determinadas posiciones ideológicas. Monseñor lo comprendía y, en sus homilías, pedía a la gente que rezara por sus sacerdotes y por él mismo, para que nunca se apartaran de su vocación y para que el Señor los guiara en sus actuaciones.

Y lo mismo actuaba si se trataba, incluso, de elementos de la Guardia Nacional; por ejemplo, cuando unos obreros se habían tomado la iglesia El Rosario y estaban velando los cadáveres de unos compañeros. Se habían metido en la iglesia dos agentes de civil, pero los descubrieron y los mantenían allí secuestrados. La Guardia quería entrar a fuego,

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para rescatarlos. Avisaron a Monseñor para mediar en esa situación. No lo dejaron entrar, pero se mantuvo caminando y rezando alrededor de la iglesia, a pesar de las amenazas a muerte de que era objeto por parte de la Guardia, que le gritaba: “A ese hijo de puta es al que hay que matar, ese es el culpable”.

Para él no había nada que justifi cara el irrespeto al ser humano. Muchas veces repetía en sus homilías: “El fi n NUNCA justifi ca los medios”.

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¿Y los intelectuales católicos no infl uían en él de algún modo?

El grupo de intelectuales católicos era muy amplio y habría que diferenciar. Algunos de ellos estaban cerca de la guerrilla motivados por razones éticas. Acordate que, desde los tiempos de Neto Regalado, había católicos que estaban metidos un poco en esto, y acordate que en esos momentos, en América Latina, la alternativa guerrillera se veía como real. Recuerda a Allende, que, para los que no queríamos violencia, era una alternativa democrática a las dictaduras tan violentas y represivas, y cuya muerte supuso para muchos un baño de agua fría; entonces muchos veían la guerrilla como única alternativa.

Y, por otro lado, estaban los católicos que no querían que nada cambiara. Y si uno les decía: “Pero mirá lo que dice el Concilio Vaticano II”, te respondían: “Es que ese Papa es comunista”.

Entonces, en tu opinión, Monseñor no era un hombre político

Yo creo que sí era un hombre político, en el buen sentido de la palabra; tenía una buena relación con la gente; prueba de ello es que cuando llegó como auxiliar del arzobispo se manejaba muy bien con las instancias de poder, lo mismo que cuando estuvo de obispo en Santiago de María o en su amistad con Prudencio Llach, embajador del Vaticano en ese momento. Pero sobre todo, siempre fue un hombre de Dios. Se podría decir que su dimensión política, en sentido estricto, tenía como agenda mejorar las condiciones de vida de la gente, que esta pueda vivir el Reino de Dios aquí, en la Tierra.

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No se trata de una persona que, al verse en un alto cargo, piense en qué ventajas le puede sacar. A él le tocó vivir en medio de una sociedad totalmente polarizada y tenía que hacer de mediador, de árbitro entre dos fuerzas que tenían armas, y con los medios de comunicación en su contra. Por eso, sus homilías eran el mejor instrumento para poder ejercer esta función. Leía mucho, refl exionaba sobre el Evangelio —recuerda que él estudiaba en Roma en tiempo de Pío XII— y esta era la base principal para sus homilías. Tenía una capacidad para hablar, para articular su pensamiento, para comunicar la verdad, que asombraba. Y la gente sabe quién dice la verdad. Mirá, en uno de los entierros de sacerdotes al que lo acompañé, asistí en catedral a la misa y me quedé en el atrio; me gustaba estar entre la gente, ver la fe con la que rezaban estas personas: obreros, gente sin zapatos… Estábamos rezando el padre nuestro y oigo que le dice uno a otro: “Mirá lo que dice el periódico, que en El Despertar agarraron al padre con una ametralladora y que por eso tuvieron que entrar con los tanques y matarlo. ¡Imaginate, qué

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ridículo!”. O sea, la gente se daba cuenta de que todo eso que salía en los periódicos eran mentiras.

¿Cómo era Monseñor en las reuniones de trabajo? ¿Él las dirigía, ejercía de líder?

Rezábamos antes de comenzar una reunión. Y durante el transcurso de esta, escuchaba a todos con un gran respeto, platicaba, preguntaba… En todo momento estaba pendiente de la información que le pudieran dar. Su sola presencia inspiraba a los que estábamos en la reunión.

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¿Cuál fue la relación de la Primera Junta Revolucionaria de Gobierno (1979) con monseñor Romero?

Al principio, Monseñor tenía mucha esperanza, pues a los de la Junta y a varios de los que colaboramos en ella nos conocía de antes: Héctor Dada Hirezi, ministro de Relaciones Exteriores; Guillermo Ungo y Román Mayorga, miembros de la Junta; Rubén Zamora…, pero este cariño que nos tenía como personas no lo dejaba engañarse y cuando nos tenía que regañar, lo hacía. Por ejemplo, en noviembre empezó a criticar a la Junta, al Gobierno, en sus homilías, porque no se lograba controlar al Ejército, que seguía actuando represivamente. Y todos decíamos: “Tiene razón, ¡qué podemos decir!”. Era un hombre muy honrado, totalmente honrado todo el tiempo. Cuando le comunicamos que todos íbamos a renunciar, no quería que lo hiciéramos. Pero pronto se dio cuenta de que no había otra salida si queríamos ser coherentes.

Monseñor siguió trabajando por encontrar una salida pacífi ca al confl icto, pero reconocía el derecho a luchar por tener una vida digna. Y allí es donde venían los choques, pues no se

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aceptaba que se plantearan otras alternativas de gobierno y de instituciones. Tengo entendido que al coronel García, que era ya el ministro de Defensa cuando se eligió a la Primera Junta Revolucionaria, Monseñor le pidió directamente en una reunión, que dimitiera del cargo, porque estaba obstaculizando las posibilidades del nuevo Gobierno.

¿Cómo fue lo de la carta a Jimmy Carter, cuál fue el trasfondo de eso?

Sencillamente, Monseñor se daba perfecta cuenta de la incidencia del Gobierno americano en la vida del país, en el proceso de lo que estaba ocurriendo. Y cuando Carter llega a la presidencia de los EE. UU., Monseñor ve, a través de sus palabras, su buena voluntad y sus sentimientos, y esto lo anima a escribirle una carta dándole su versión de los hechos, de la situación en este país.

¿La escribió él solo? ¿No la discutió previamente con alguien?

Esta carta él la escribió, pero lógicamente escuchó opiniones, sugerencias. Él no escribía todo lo que se publicaba. Tenía apoyos, como cualquier persona que está en una posición como esa. Tenía ayudantes, como los padres Moreno, Sobrino, Estrada, Amaya, Urioste, César Jerez, además de laicos (Roberto Cuéllar y otros), pero —como me dijo Sobrino—, el que decidía cuál debía ser el espíritu del documento, qué elementos debía contener, qué había que plantear y cómo, el que redondeaba y daba la revisión fi nal era Monseñor. Él escuchaba la información, oía opiniones, pero todo lo ponía en el horizonte del Reino de Dios, en el horizonte de cuánto afectaba a la vida de las personas más desprotegidas.

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Respecto a las biografías que se han escrito sobre monseñor Romero, ¿crees que lo han captado bien, son honestas o han tratado de manipular su fi gura?

La que escribió el padre Jesús Delgado es de las que más me impresionan, ha escrito una biografía muy centrada y respetuosa. Pero la de Plácido, publicada poco tiempo después de la muerte de Monseñor, es totalmente manipulada, dice cosas que no son ciertas; y a mí esto me saca de quicio. El que manipulen la fi gura de Monseñor me enoja al extremo. Mirá, te pongo otro caso. Me llaman como testigo para la causa de santidad de Monseñor. Diez o doce personas nos hacen preguntas a los testigos, a las que debemos responder bajo juramento. Arman el documento y se decide que en el Arzobispado se va a hacer un acto de entrega de dicho texto

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al postulador de la causa para que lo haga llegar al Vaticano (yo me esperaba que durante ese acto se celebrara una misa, pero me dicen que no; le reclamo a monseñor Sainz y me dice: “Pero mira, Pepe, ya no se pudo”, como tratando de explicar que ofi ciar una misa en ese acto no era tan importante). Como te decía, comienza la ceremonia de entrega del documento y, cuando terminan las palabras alusivas, un grupo de muchachos pertenecientes a un partido político comienza a hacer un cántico de Monseñor como héroe de no sé qué…; en fi n, estaban manipulando su imagen para llevar agua a su molino. Yo, que había llegado emocionado a la ceremonia, no pude soportarlo y me salí. Y te digo que no solo la izquierda trata de manipular su fi gura, también la derecha. Y los dos lo hacen de forma negativa. La izquierda lo hace parecer como si hubiera estado de acuerdo con ellos, pero no cuentan cuando también los condenaba por asesinar, por secuestrar y que las FPL decidieron que ya no le iban a hacer caso en nada, que cómo se atrevía ese cura a criticarlos. Pero después, cuando se dieron cuenta de cómo la gente quería a Romero precisamente por ser auténtico, hombre de Iglesia, de cómo la gente humilde hablaba con él, con qué cariño Monseñor los escuchaba en cualquier momento y lugar…, entonces estos grupos de la guerrilla buscaban la manera de hacer creer que estaban con Monseñor, que lo apoyaban. Y aun hoy día siguen manipulando; tú has visto por la televisión que ponen la foto de él cuando quieren darle legitimidad a lo que andan haciendo. Yo creo que eso no es correcto por la intención con que lo hacen.

Por el otro lado, todavía hay mucha gente que ataca a muerte a Monseñor Romero.

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Me llamó la atención esa vinculación entre libertad y santidad que tú mencionaste en New York. ¿Este concepto lo has encontrado en la Teología o es una idea surgida a raíz de tu experiencia con Monseñor?

Yo no lo he leído, pero puede que ya alguien haya hablado de esto. Cuando hablo de la vinculación entre libertad y santidad es para explicar lo que yo veía en monseñor Romero: ese ponerse en manos de Dios, hacer suyo el proyecto de Dios; él sabía qué es lo que Dios le estaba pidiendo y quería ser fi el a ello. Hay una frase de san Ignacio de Loyola que tiene que ver con lo que te estoy diciendo: “Haz todo como si Dios no existiese y, después, déjalo todo en manos de Dios”. Es decir, haz todo el esfuerzo humano que puedas y, cuando lo hayas hecho, déjalo ya y que Dios se encargue; tú ya hiciste tu tarea.

Tu experiencia personal con Monseñor te ha permitido conocerlo mucho más a fondo que la mayoría de personas que lo rodeaban. ¿Qué características suyas destacarías?, ¿cuáles consideras que lo defi nen mejor?

En primer lugar, como ya te he dicho, su libertad de criterio y de actuación, ese ponerse en manos de Dios, en un contexto de mucha presión por parte de distintos sectores y en un tiempo en el que tu vida dependía de lo que dijeras o hicieras, y sobre todo, en un tiempo en que tantas personas solicitaban su intercesión, en el que tanta gente humilde estaba siendo violentada en sus derechos fundamentales y que veían en él su único apoyo, su única esperanza. Sentía una responsabilidad tremenda hacia el pueblo. Rezaba mucho; en momentos críticos, en momentos en que debía tomar decisiones importantes, se retiraba a orar a la capilla. Allí él encontraba inspiración y ayuda. Dejaba que Dios actuara sobre él, que lo orientara en el análisis de la realidad. Monseñor tenía esa capacidad de ver las cosas desde la perspectiva del Evangelio.

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Era un hombre que “sentía con la Iglesia” sentía el sufrimiento de la gente como suyo propio.

En segundo lugar, mencionaría su humildad. Para él, el cargo de arzobispo implicaba una responsabilidad mayor de servicio a todos. No se vanagloriaba de su autoridad, no gozaba sintiéndose poderoso dentro de la estructura eclesial, a la cual él respetaba muchísimo. Al contrario, la ponía al servicio. Siempre estaba dispuesto a oír a la gente, a ayudarla. No importaba cuán urgente o importante fuera la reunión en la que estaba, él se levantaba y se iba si le avisaban que alguna gente humilde quería verlo. Cuando vino Terence Todman, como ya te mencioné, yo lo acompañé a ver a Monseñor y tuvimos que esperar para verlo porque esa mañana había llegado también a platicar con él un señor pobrecito y una señora cuyas hijas habían sido apresadas por la policía. Para él, estas personas y su dolor eran más importantes que el representante de los Estados Unidos.

Era humilde hasta por el lugar que escogió para vivir. Como trabajaba en el Seminario, cuando lo nombraron arzobispo se quedó allí y, como no tenía cama, dormía en una hamaca. La Asociación de Señoras Guadalupanas le había ofrecido una casa, pero él no aceptó. Decidió, entonces, vivir en un cuarto junto al hospital de los enfermos terminales; en ese cuartito sencillo, donde era atendido por las mismas monjitas que cuidaban a los enfermos, su único “lujo” era una hamaca donde descansaba cuando se ponía a escuchar las noticias del día (siempre pendiente de toda información sobre lo que ocurría) en un pequeño radio. Y no quería seguridad que lo anduviera cuidando: “Si la gente no tiene seguridad, yo no la quiero tampoco”, decía.

En tercer lugar, su saber estar con la gente sencilla, su cercanía para con los necesitados. En sus visitas pastorales,

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hablaba mucho con ellos, sabía escucharlos y comprenderlos. Él venía también de una humilde familia campesina y sabe entenderlos, se siente cerca de ellos, le duelen las injusticias que se comenten con ellos, sufre con sus padecimientos.

En tu relación de amistad, cotidiana, con monseñor Romero, ¿qué momentos están más grabados en tu memoria?

Él venía a comer a mi casa con frecuencia. Yo le decía: “Monseñor, ¿qué va a tomar?”. Me respondía: “Un boccatta di cardinale”. Le servía un Campari y se lo tomaba tan contento; iba a saludar a la cocinera y cada una de las muchachas, platicaba con mis hijos durante el almuerzo, se reía y bromeaba mucho con ellos. De estas ocasiones guardamos muchos recuerdos, como cuando les contó que un día (cuando estaba de párroco en San Miguel) llegó un campesino a verlo y lo invitó a comer. Monseñor le sirvió ensalada de lechuga y entonces el campesino se voltea y le dice: “Monseñor, mire, yo sé que soy pobrecito, pero yo no como zacate”, y mis hijos reían y reían. Yo lo fregaba, bromeábamos…

Uno de los recuerdos que guardamos con más cariño fue cuando confi rmó, aquí en mi casa, a mi hija mayor, Aída Verónica. Esto no lo hacía él, normalmente; así que realizar la ceremonia en mi casa fue una gran muestra de cariño por su parte.

Y teníamos una relación especial, de mucho cariño. Fijate: cuando la Primera Junta Revolucionaria de Gobierno me pide que me haga cargo de dirigir el INSAFI (Instituto Salvadoreño de Fomento Industrial), porque había corrupción allí y querían a alguien que fuera no solo capaz, sino también honrado, voy a pedirle su bendición y me dice: “Don Pepe, piénselo bien. Usted tiene familia”. O sea, él era muy humano, comprendía todas las circunstancias personales que lo llevaban a

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uno a rechazar situaciones en que corrieras riesgos, por muy importante que pudiera ser su aporte al país en esos momentos. Pero le respondí: “Monseñor, mire, yo ya no puedo quedarme de observador, tengo una obligación con este país, tengo que optar por un proyecto en el que crea que puede ayudar a salvarlo de la violencia”. Me hinqué y me bendijo.

Mi amistad con él me generó el rechazo de muchos conocidos. Pero, mirá, yo venía de una familia muy católica, de tradición: una tía monja, parientes en el Opus Dei, etcétera, y era y sigo siendo un católico practicante, con mucha fe. Yo no era político, no tenía tintes partidarios o políticos que obstaculizaran mi relación con Monseñor Romero, quien me demostró lo que es ser cristiano, lo que es tener libertad, lo que es sentir con la Iglesia. Él fortaleció mi fe aún más, por lo que me siento con una deuda tremenda de aportar al conocimiento de una persona cuya imagen ha sido manipulada por unos y por otros, de acuerdo a sus intereses políticos. No han sabido o no han querido verlo desde su verdadero ser: hombre de profunda fe, hombre de Iglesia que quiso seguir la Palabra de Dios aun a costa de su propia vida.

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DEL DIARIO DE MONSEÑOR ROMEROGracias a un amigo, Héctor Grenni, he recibido esta información:

Me ha emocionado mucho con humildad, por eso lo comparto ....me impresiona el que Dios me haya hecho el regalo y el compromiso de estar cerca de Monseñor Romero, que se caracterizaba porque todos los días se convertía y sentía con la Iglesia…Intento seguir a Jesús que fue lo que me enseño… Hola Pepe. Recién ayer he vuelto a ver a mi alumno. Me dijo que mañana te mandaba las preguntas. He estado leyendo el Diario de Monseñor. He visto con cuánta frecuencia te menciona. Te detallo:

1.- Viernes 7 de abril de 1978: “El almuerzo fue donde Don Pepe Simán, donde estuvo también un señor inglés, el Señor Julián, que traía una carta y un saludo muy especial del Cardenal de Inglaterra...”.

2.- Jueves 20 de abril de 1978: “También fue muy interesante la noticia que me trajo don Pepe Simán de Norteamérica, acerca de la preocupación que allá tienen para ayudarnos en la defensa de los derechos humanos...”.

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3.- Jueves 15 de marzo de 1979: “ Como este día me sentía un poco indispuesto de salud , suspendí un almuerzo con don Pepe Simán...”.

4.- Jueves Santo 12 de abril de 1979: “Para las once y media estaba la reunión con un congresista norteamericano el señor Tom Harkin, que, junto con otros que le acompañaban, y, de parte nuestra, también el Rector de la UCA, don Pepe Simán, algunos de la Comisión de Derechos Humanos...”.

5.- Viernes 31 de agosto de 1979: “Almorcé con don Pepe Simán, quien está en vísperas de un viaje a Estados Unidos. La cordialidad de este hogar, que me brinda mucha amistad, es para mí un oasis en mi trabajo”.

6.- Viernes 12 de octubre de 1979: “Almorcé en la casa de don Pepe Simán, que me contó sus impresiones de viaje de Estados Unidos, donde pudo ver de cerca, en Nueva York, el paso del santo Padre”.

7.- Lunes 22 de octubre de 1979: “Esta mañana ha habido muchas visitas de sacerdotes y fi eles en el Arzobispado. Fui a almorzar a la casa de don Pepe Simán, ya bastante tarde, pues tuvimos que retardar por estas visitas y consultas. Me sentía muy abrumado por no encontrar comprensión en el ambiente acerca del momento político y de la actitud de la Iglesia. A las cuatro de la tarde tuve una audiencia con elementos de las Ligas Populares 28 de febrero, que mantienen actitud intransigente.”

8.- Martes 23 de octubre de 1979: “Pepe Simán y el Padre Goyo Rosa, el Padre Fabián, Monseñor Urioste, el gerente de la radio, analizaron la actitud de la radio y de los medios de comunicación, que tiene que ser muy delicado en este momento tan difícil para nuestro país. También Pepe Simán

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y Monseñor Urioste me arreglaron y coordinaron mi próximo viaje a los estados Unidos.”

9.- Jueves 1º de noviembre de 1979: “Fui a almorzar a la casa de don Pepe Simán donde también fue Monseñor Rivera y Monseñor Urioste, y platicamos de la conveniencia de nuestro viaje a Estados Unidos...”.

10.- Martes 13 de diciembre de 1979: “Por la tarde, recibí a don Pepe Simán, que ha sido designado como presidente de INSAFI. Él está decidido a hacerlo, pero quería tener mi parecer y mi bendición. Yo le dije que lo únicos puntos que a mí me preocupaban era su sueldo y la inseguridad en que se colocaba, ya que es un gobierno de transición y con muchos confl ictos. Él dijo que estas dos cosas ya las había pensado, y no le daba mayor preocupación. Él quería servir a su patria y si por eso se quemaba, que era para él un honor haber servido desinteresadamente a su país. Yo lo felicité, lo animé y se arrodilló para pedirme la bendición, que con mucho gusto y fervor le impartí para él, para su familia, para su nuevo cargo”.

11.- Lunes 3 de diciembre de 1979: “ Invité para desayunar conmigo al Ministro de Relaciones Exteriores nuestro amigo Héctor Dada, a don Pepe Simán, al Padre Jerez, Provincial de los jesuitas, al Padre Estrada y a Monseñor Urioste con el fi n de tratar de que aproveche su autoridad de canciller, el señor Dada, para que en sus relaciones con la Santa Sede informe y, como cristiano, pida la colaboración con la línea pastoral de Puebla y de Medellín que la Arquidiócesis trata de seguir y que, en este sentido, se hable francamente de las actuaciones del señor nuncio y de ciertos obispos, que están muy lejos de esta línea pastoral. El diálogo resultó muy interesante, ya que, además de su autoridad de Ministro de Relaciones Exteriores, el señor Dada manifestó que actuaría como hombre cristiano que vive íntimamente las preocupaciones de la Iglesia. Posiblemente envíe con misión especial a don Pepe Simán

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para llevar una buena información y sugerencias y súplicas concretas para nuestra Iglesia jerárquica.”

12.- Jueves 20 de diciembre de 1979: “En el desayuno, conversé con el canciller Héctor Dada, muy buen cristiano, con don Pepe Simán, con el Padre Estrada y el Padre Fabián Amaya. Analizamos la situación y se ve sumamente difícil”. (Se refi ere a la ocupación del Arzobispado por las Ligas Populares 28 de febrero)... Luego tratamos también el asunto eclesial, poniendo especial énfasis en un viaje de un enviado especial a la Santa Sede, y en principio se acordó dar nombramiento más bien de embajador a don Pepe Simán, el cual está bien conocedor de los problemas jerárquicos y sacerdotales de nuestra Iglesia.”

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Monseñor RomeroUN CAMINOUN FUTUROPor José Jorge Simán JacirPublicado el 22 de marzo de 2010

En los días posteriores a la muerte de Monseñor Romero, el famoso teólogo Gustavo Gutiérrez me dijo: “La historia de la Iglesia en América Latina se va a dividir en antes y después de Monseñor Romero”. Al refl exionar sobre esto, no me cabe duda de que Monseñor Romero cambió la perspectiva de la iglesia no sólo en América Latina sino en el mundo entero. La visión de Monseñor y su ejemplo de vida y fe está en Inglaterra, en Suecia, en España, en Estados Unidos, en Venezuela, en Brasil, en Cuba, en India, en Sierra Leona, en El Vaticano. Su proceso de beatifi cación ha generado apoyos de todas las latitudes y se ha abierto paso a través de las más rigurosas evaluaciones canónicas. En nuestro país, el antes y después no ha sido negado ni por sus detractores e inspira —protagonismo que él nunca buscó— comportamientos individuales, formas de acción y comunicación de la verdad en la iglesia, movimientos sociales y gobierno. La iglesia no es la misma después de Romero, nosotros los salvadoreños tampoco, y aún sus impactos seguirán en el tiempo.

Creo que su amor al prójimo lo llevó a buscar la justicia basada en la verdad y en decir la verdad para cambiar las desigualdades, la situación de injusticia. Era incesante su preocupación por comprobar con exactitud lo que pasaba,

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antes de su prédica se exigía así mismo y a sus colaboradores ir más allá de los medios de comunicación y de los rumores; recuerdo cómo encargaba al Padre Moreno a realizar investigaciones exhaustivas, objetivas y transparentes. Por eso, sus homilías lo fueron transformando en el árbitro de la gente y de la realidad.

Su libertad —expresada por su seguimiento a Jesús como único criterio— le dieron la valentía y la fuerza imprescindibles para enfrentar la borrascosa situación que vivía el país, con la verdad y dibujarnos un mejor horizonte.

Su humildad y su amor a todos lo caracterizaron: el día de su muerte, cuando —impactado por la noticia— subía las escaleras al Seminario de la Montaña, me encontré con una mujer pobre que, sentada en las gradas, lloraba desconsoladamente; cuando me le acerqué y traté de consolarla me dijo:”ahora, ¿quién se va preocupar por nosotros?, hemos perdido a nuestro padre”. Su costumbre era hablar con todos: con el Subsecretario de Estados Unidos, con el investigador de la Santa Sede, con las personas angustiadas, llorosas y humildes que venían a pedirle su intercesión…

Treinta años después, El Salvador continúa debatiéndose entre la pobreza y las desigualdades sociales, frente a las cuales aún no logramos consolidar resultados efectivos. Quizás volvería a encontrarme con la señora desconsolada en aquellas gradas solitarias, pero ahora le diría que la voz de nuestro padre está cada vez más fuerte y que nos acompaña en nuestros esfuerzos por sobreponernos y recuperarnos siempre a todo lo fallido y seguir y seguir, presionando a Dios, en nuestros intentos por apartar al país de la miseria y el descontento.

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Sin duda, la fi gura de Monseñor Romero es el horizonte de los salvadoreños, y de muchísimos ciudadanos de numerosos países. Él es la esperanza que cuestiona el presente… Esperanza y crítica del presente pero que también nos señala el camino… el futuro.

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PALABRAS DE JOSÉ JORGE SIMÁN ENXXXII ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO• Catedral Metropolitana, San Salvador, Cripta de Mons. Romero, 20 de marzo 2012• Iglesia el Rosario, San Salvador, 20 de marzo 2012• Academia de Seguridad Pública (ANSP), Santa Tecla 29 de marzo 2012

Anécdota (Iglesia del Rosario)“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre si no por mí”, dijo Jesús.

Y desde esa enseñanza, creo que Monseñor Romero es el camino y el horizonte de nuestro país… Y, en verdad, cada vez más del mundo entero.

Permítanme decirles por qué lo creo así.

En los días posteriores a la muerte de Monseñor Romero, el famoso teólogo Gustavo Gutiérrez me dijo: “La historia de la Iglesia en América Latina se dividirá en antes y después de Monseñor Romero”.

Al refl exionar sobre estas palabras, no me cabe duda que Monseñor Romero cambió la proyección de la iglesia católica no sólo en América Latina sino en el mundo entero. La misión y la visión de Monseñor, y su ejemplo de vida y fe, son retomadas y vivenciadas en Inglaterra (Westmister), en Suecia, en España, en Estados Unidos, en Venezuela, en Brasil, en Cuba, en India, en Sierra Leona, en El Vaticano, en Costa Rica los padres dominicos acaban de inaugurar la Universidad Monseñor Óscar Romero, y en muchos otros lugares que integran el pensamiento de nuestro santo obispo a sus prácticas religiosas.

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Por otra parte, el proceso de beatifi cación de Monseñor Romero, que se ha abierto paso a través de las más rigurosas evaluaciones canónicas, ha generado apoyos en todas las latitudes. En nuestro país, el antes y después no ha sido negado ni por sus detractores e inspira acciones que él nunca persiguió como comportamientos individuales, formas de acción y comunicación de la verdad en la iglesia, los movimientos sociales y el gobierno. La iglesia no es la misma después de Romero, nosotros los salvadoreños tampoco, y los impactos de su ejemplo en nuestras vidas y en nuestros países continuarán y aumentarán al paso del tiempo.

Hermanos todos:

Quiero este día rendir homenaje a San Romero de América, a ese prodigioso pastor que fue testigo de nuestra dolorosa actualidad, de nuestras angustias y nuestras esperanzas, de nuestras incertidumbres y nuestros compromisos, intentando seguir la forma, la metodología que él tenía para entender la vida, los problemas —grandes y pequeños— de todos los días:

quiero hacerlo dialogando con ustedes, desde mis limitados conocimientos, conversando sobre cómo se dieron las situaciones, conociendo las opiniones de los que estaban involucrados en los hechos, charlando sobre cuáles serían las mejores soluciones para el entendimiento y la continuación de una vida en paz y armonía.

Monseñor Romero tenía como costumbre, ante las complejidades de nuestros problemas y ante la sencillez de muchos de nuestros actos de todos los días, hablar con todos, revisar cada espacio del acontecer para comprender y dimensionar los hechos; para disfrutar de cada contacto, de cada vínculo con la gente. La palabra como vehículo de la verdad, la confi anza y el amor. Su costumbre era hablar con todos: con el Subsecretario de Estados Unidos, con el investigador de la Santa Sede, con las personas angustiadas, llorosas y humildes que venían a pedirle su intercesión… con Dios…

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Creo que su amor al prójimo, siguiendo a Jesús, lo llevó a buscar la justicia basada en la verdad y en decir la verdad para cambiar las desigualdades, la situación de injusticia. Era incesante su preocupación por comprobar con exactitud lo que pasaba, antes de su prédica se exigía así mismo y a sus colaboradores ir más allá de los medios de comunicación y de los rumores; recuerdo cómo encargaba al Padre Moreno a realizar investigaciones exhaustivas, objetivas y transparentes. Por eso, sus homilías llenas de verdad y compasión lo transformaron en el árbitro de la gente y de nuestros confl ictos.(Comentarios de la realidad 5-7 minutos)

Esto me hace recordar el día de su muerte, cuando —impactado por la noticia— yo subía agitado las escaleras del Seminario de la Montaña y me encontré con una mujer muy pobre, que sentada en esas gradas, lloraba inconsolable. Al tratar de calmarla me dijo:”ahora, ¿quién se va preocupar por nosotros?, hemos perdido a nuestro padre.”

Treinta y dos años después, El Salvador continúa debatiéndose entre la pobreza y las desigualdades sociales, frente a las cuales aún no logramos consolidar resultados efectivos. Quizás volvería a encontrarme con la señora desconsolada en aquellas gradas solitarias, pero ahora le diría que la voz de nuestro padre está cada vez más fuerte y que nos acompaña en nuestros esfuerzos por sobreponernos y recuperarnos siempre a todo lo fallido y seguir y seguir, presionando a Dios, en nuestros intentos por apartar al país de la miseria y el descontento. Siempre en línea con su motto episcopal “sentir con la iglesia”.

Una referencia a como Monseñor aun en una época tan trágica, daba espacio para la alegría de la vida (incluso en la pobreza). Siempre hay algo que celebrar y disfrutar, incluso en las pequeñas cosas del día a día. (lechuga)

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Sin duda, la � gura de Monseñor Romero es el horizonte de los salvadoreños, y de muchísimos ciudadanos del mundo entero. Él es la esperanza que cuestiona el presente… es esperanza y crítica del presente…pero que también nos señala el camino…el futuro.

Estimados amigos:Este día quiero compartirles mi pensamiento, mi admiración y lo que siento por Monseñor Romero; quiero referirme a mi experiencia, a esos momentos tan pequeños pero tan intensos que compartí con ese extraordinario ser que marcó mi vida y la de mi familia. A treinta y dos años de su partida siento aún su impresionante presencia en mi hogar, en mi mesa, en mi trabajo, en mi familia, en mi país, en mi planeta; a treinta y dos años del fracaso de sus enemigos por acallar o tergiversar su voz hoy Monseñor ilumina todo nuestro mundo.

Nunca podré agradecerle a nuestro Señor el haberme otorgado el privilegio de ser amigo de Monseñor Romero. Como lo recuerdo y como vuelvo a vivir esos instantes. Lo conocí allá por los años setenta, cuando él era obispo auxiliar de San Salvador y, luego, obispo de Santiago de María. En ese inicio, por diversas razones tuvimos encuentros que no fueron muy cordiales aunque siempre hubo mucho respeto en nuestras diferencias de entonces.

Cuando le nombraron Arzobispo de San Salvador, en el 77, no obstante mis dudas y distancias, lo visité y me puse a sus órdenes. Él manifestó alegría y complacencia. Luego, cuando asistí al funeral del Padre Rutilio Grande, mostrando su inmenso dolor en su rostro, me saludó y me dijo con una humildad que nunca olvidaré, “por favor, reunámonos”, “necesito ayuda”. Así le había dicho, y siguió diciéndole a mucha gente capaz y honesta que también le dio su respaldo y se unió a sus esfuerzos en aquellos días tan opresivos y peligrosos.

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Comencé a coordinar a solicitud de Monseñor los desayunos/conversatorios en el hospitalito de la Divina Providencia, y luego las reuniones previas a Puebla, para conversar con estas personas que lo apoyaban sobre lo que diariamente sucedía en el país y para pedirles consejos de cómo actuar ante la violencia de aquel entonces. Meses después, también nos reuníamos en mi hogar para almorzar y mi casa se abrió totalmente para cuando él así lo requería. Llegó a llamar mi humilde casa “mi Bethania”. Recuerdo que estuve con él cada vez que enterraba, muy acongojado y afl igido, a los sacerdotes que por acompañar a sus comunidades caían asesinados a todo lo largo del país.

Cada instante de su vida sería una lección de convertirse a diario de cómo encontrar la verdad y como buscar lo positivo de nuestra gente para construir una nueva sociedad. En una oportunidad, en una reunión que Monseñor hizo con varios distinguidos especialistas en cuestiones de teología y derecho canónico y en la que Romero se vio muy atareado preguntando sobre varios y complejos temas y tomando notas de unos y de otros que le servirían luego tomar sus propias decisiones. En esa oportunidad, al término de la sesión, Monseñor se acercó a una persona muy humilde que parecía pedir ayuda a la salida del edifi cio y, créanmelo Ustedes, le hizo las mismas preguntas que a sus doctos invitados. “Así es como él escuchaba a la gente en la que veía a la Iglesia. Esta era para él la Iglesia”, dice otro de sus grandes amigos.

No hay duda que su libertad y oración —expresada por su seguimiento a Jesús como único criterio— le dieron la valentía y la fuerza imprescindibles para enfrentar la borrascosa situación que vivía el país, con la verdad y dibujarnos un mejor horizonte.

Creo, con mucha sinceridad que:• A treinta y dos años después de su asesinato en el altar sus palabras siguen siendo una guía pastoral inmensa para la

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búsqueda de una vida diferente que se ha hecho más urgente y necesaria que nunca para El Salvador.

• A treinta y dos años después desde su inmensa misa interrumpida, Romero nos llama a continuarla y consumarla en favor de una justicia basada en la verdad y en el amor al prójimo, en especial, al más desposeído y humilde, en favor del que no tiene voz.

• A treinta y dos años después, la palabra de Monseñor Romero continúa estremeciéndonos con ese tono leve y calmado pero potente, profundo y vigente para cubrir los tiempos e impulsar nuestras tareas que nos lleven a construir un mundo mejor para nuestros jóvenes de siempre; sus palabras y pensamiento son una guía, un camino…y su liderazgo espiritual es el futuro…que se proyecta hacia todo el siglo XXI. Quiero fi nalizar, haciendo un llamado a conocer de primera mano el pensamiento de Romero; leer su diario, sus homilías. Hay mucho que aprender de ellas.

Estimados amigos:

Estoy a su disposición para contestar sus preguntas o para intercambiar algunas ideas, si Monseñor Urioste nos lo permite. Refl exiono diariamente y recibo regularmente Biblia Latinoamérica donde vienen salmos, epístolas y el evangelio del día, el 7 de marzo venia la siguiente refl exión con que deseo terminar:

“El proyecto de Jesús implica asumir existencialmente las actitudes de un Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, Óscar Romero, que fueron capaces de renunciar a sus seguridades y entregarse plenamente al servicio de los hermanos, especialmente los más débiles y excluidos de la sociedad”.

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De todas formas, les pido que conversen espiritualmente y con mucha intensidad con Monseñor Romero, a quien dentro de cinco años estaremos celebrando el centenario de su nacimiento; él nació en agosto de 1917 y nunca lograrán matarlo sus detractores.

Y sus palabras aún resuenan en todos nuestros espacios:

«A MÍ ME PODRÁN MATAR, PERO A LA VOZ DE LA JUSTICIA YA NADIE LA PUEDE MATAR.»

Mis oraciones y mi renovado compromiso para con Monseñor Óscar Arnulfo Romero, para ese inmensurable obispo del optimismo en medio de la oscuridad y el miedo, para ese infatigable «testigo de Cristo y defensor del pueblo» GRACIAS.

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MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO: “TESTIGO DE CRISTO Y DEFENSOR DEL PUEBLO”TESTIMONIO DE JOSÉ JORGE SIMÁN EN EL XXXIV ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO.

Intervención en el Ministerio de Relaciones Exteriores - 24 de marzo de 2014

Mi mensaje, este día, no es desde una perspectiva canónica, teológica, fi losófi ca o histórica. No podría serlo. Mi mensaje es un pequeño y humilde testimonio sobre un santo que se avecina con la fuerza y la pureza de un hombre que entendió y amó a su tiempo, que desde su sencilla fe en Jesús llegó a engrandecer su voz ante la perversidad del poder humano en defensa de los derechos de los más débiles y de los más pobres de nuestra tierra.

Quiero dar mi testimonio sobre ciertos momentos que Monseñor Romero, que ya es un santo de todos los días para nosotros, compartió conmigo y mi familia, y que me hacen un ser inmensamente dichoso porque siento que fui un privilegiado al acompañarlo, aunque en muy breves instantes, en la ruta de su entrega a los pobres que marcó con el precio de su propia vida y de su sangre. Nunca podré agradecerle a nuestro Señor el haberme otorgado el privilegio de ser amigo de Monseñor Romero.

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Su vida fue un sacrifi cio por los pobres que, aunque negado en los primeros años de su muerte, es ahora un “modelo para toda la iglesia”.

Al respecto, permítanme leerles dos frases, llenas de fe y carisma, con las que quiero iniciar mi testimonio. La primera de la frases es: “Como me gustaría una iglesia pobre y para los pobres”. La segunda dice: “La misión de la Iglesia es identifi carse con los pobres”. Me dirán que ambas son de Monseñor Romero, ¿son inconfundibles, verdad?

Pues miren, la primera frase —“Como me gustaría una iglesia pobre y para los pobres”— es de Jorge Mario Bergoglio, dicha cuando recién fue elegido Papa, es decir apenas hace doce meses. La segunda frase —“La misión de la Iglesia es identifi carse con los pobres”— es la de Romero, dicha hace más de t r e i n t a a ñ o s.

Es impresionante este encuentro de ideas y esta identifi cación de pensamientos, en el correr de los tiempos, sobre lo que debe ser la iglesia; una fue dicha desde un país pobre y sufrido, en el siglo XX, la otra desde el mismísimo centro estratégico, y desde el cargo más alto, de la fe cristiana, en el siglo XXI.

Y no es solo FRANCISCO quien ahora aboga por Romero en el Vaticano, también lo hacen otros altos funcionarios, como el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe —la que fue la antigua Santa Inquisición— quien nos ha anunciado que “el proceso de canonización de Monseñor Romero va mucho más rápido”.

Müller, entrevistado por La Stampa, un periódico italiano, dijo que “el semáforo verde” para la beatifi cación de monseñor Romero se encendió durante el papado de Benedicto XVI, pero que ha sido el papa FRANCISCO quien ha dado un gran espaldarazo a la causa. Y añadió algo que hace 30 años no

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hubiésemos creído que la Iglesia podría decir, Müller afi rmó: “Considero a Óscar Arnulfo Romero un gran testigo de la fe y de la sed de justicia social. Su testimonio se expresaba en las homilías en las que hablaba de las trágicas condiciones de vida que entonces sufría su pueblo”.

Y el 28 de febrero recién pasado, la Pontifi cia Comisión para América Latina del Vaticano, en voz de su responsable, el cardenal argentino Leonardo Sandri, anunció que Monseñor Romero, junto a los obispos Juan Jesús Posada Ocampo, de México, y Enrique Angelelli, de Argentina, fueron nombrados como “Víctimas por ser fi eles a la opción preferencial por los pobres”.

El cardenal Sandri añadió que estos tres religiosos deben ser conmemorados, porque defendieron “el Evangelio de los pobres y para los pobres” y que ahora el Vaticano impulsa la canonización de Monseñor Romero a quien se espera sea visto como “modelo para toda la Iglesia”.

Me recordé, de inmediato, de una homilía pronunciada por Monseñor URIOSTE en Southwark, Londres. URIOSTE decía en forma muy anticipada: “Hoy me gustaría recordar tres características esenciales de la vida de Monseñor Romero. La primera es que Romero fue un hombre de Dios, La segunda, Romero fue un hombre de la Iglesia. Y la tercera, Romero fue un hombre para la gente, en especial para los más pobres, y para aquellos que más sufren”. Monseñor Urioste es el Presidente y espíritu vital de la Fundación Romero que siempre ha mantenido la presencia del Obispo Mártir y ha incentivado su conocimiento.

Estos nuevos hechos de la iglesia son parte de mi testimonio, de mi largo diálogo con Monseñor Romero. Son parte, como dije antes, de su vida eterna entre nosotros, dentro de muy poco en santidad. Mi diálogo cotidiano con Monseñor Romero lo inicié ante su presencia y lo he continuado con su ejemplo, y en cercanía permanente con él.

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En este largo intercambio de ideas, he llegado a la conclusión que cada instante de su vida en una invaluable lección de covertise a diario, de cómo encontrar la verdad y como buscar en los signos de los tiempos positivos de nuestra gente para construir una nueva sociedad con base en la de los hechos que impactan la vida de los pobre y menos favorecidos.

Mi diálogo se inició al conocerlo en los años setenta, siendo el obispo auxiliar de San Salvador y, luego, obispo de Santiago de María. Por diversas y nimias razones, nuestros primeros encuentros no fueron muy cordiales pero si muy respetuosos. Cuando le nombraron Arzobispo de San Salvador, en el 77, no obstante mis dudas y distancias, lo visité y me puse a sus órdenes. Él manifestó alegría y complacencia. Luego, nos encontramos en el funeral del Padre Rutilio Grande, un gran amigo de ambos, y Monseñor, mostrando un inmenso dolor en su rostro, me saludó y me dijo con una humildad que nunca olvidaré, “por favor, reunámonos”, “necesito ayuda”.

Así le había dicho, y siguió diciéndole a mucha gente capaz y honesta que también le dio su respaldo y se unió a sus esfuerzos en aquellos días tan opresivos y peligrosos.

Meses después, a su solicitud, comencé a coordinarle los numerosos desayunos/conversatorios que sostuvo con diversos intelectuales, personalidades de la vida pública salvadoreña, especialistas internacionales, empresarios y otros, en el hospitalito de la Divina Providencia, en donde perdió su vida. Los temas que se trataban eran sobre los grandes problemas y situaciones que se vivían todos los días en nuestra sociedad de aquellos años. Les pedía consejos y soluciones, en especial para detener la violencia en aquellos años. También me pidió que le coordinara las reuniones previas a Puebla.

Nuestra amistad creció en este compromiso para ayudar a solucionar los problemas más álgidos del país. Con el tiempo, también nos reuníamos en mi hogar para almorzar y mi casa

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se abrió totalmente para cuando él así lo requería. Llegó a llamar mi humilde casa “mi Bethania”. Estuve con él, con su inmenso dolor y congoja, cada vez que venía de enterrar a los sacerdotes que por acompañar a sus comunidades caían asesinados a todo lo largo del país.

Después de Romero ya nada pudo ser igual- La iglesia no es la misma, nosotros los salvadoreños tampoco, y los impactos de su ejemplo en nuestras vidas y en nuestros países continuarán y aumentarán al paso del tiempo.Su seguimiento a Jesús como único criterio y meta para la acción, lo orientaron en sus oraciones y visión de libertad histórica que, a su vez, le proporcionaron la valentía y la fuerza imprescindible para enfrentar la borrascosa situación que vivía el país y trazarnos un mejor horizonte lleno de esperanza y realizaciones.

He visto a Monseñor Romero en cada cambio que ha provocado su ejemplo en nuestras vidas, en nuestro país, en la iglesia católica, no sólo en América Latina sino en el mundo entero como lo muestran la integración de la misión y visión de Monseñor y de su ejemplo de vida y fe a las prácticas y vivencias religiosas en Inglaterra (Westmister), en Suecia, en España, en Estados Unidos, en Venezuela, en Brasil, en Cuba, en India, en Sierra Leona, en El Vaticano, en Costa Rica donde los padres dominicos abrieron la Universidad Monseñor Óscar Romero, y en muchos otros lugares. Bien recuerdo que uno de los grandes de la Teología de la Liberación, mejor dicho el “padre” de la Teología de la Liberación, Monseñor Gustavo Gutierrez, peruano, en los días posteriores a la muerte de Monseñor Romero, me dijo: “La historia de la Iglesia en América Latina se dividirá en antes y después de Monseñor Romero”.

Y miren como son las cosas, en esta fase de la beatifi cación de Monseñor Romero, Padre Gutiérrez, por primera vez, fue invitado a ser relator, ante un auditorio en el propio Vaticano,

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del libro “Pobre y para los pobres”, que contiene textos suyos, que es coordinado por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Monseñor Gerhard Ludwig Müller y tiene una presentación de FRANCISCO. Un libro del Vaticano sobre los pobres con textos de la Teología de la Liberación que fue perseguida por políticos, militares y miembros del mismo Vaticano e iglesias jerárquicas de América Latina.

El Salvador fue también un lugar muy importante para la Teología de la Liberación y para la Filosofía de la Liberación, Recordemos los trabajos de Ellacuría y Jon Sobrino y la labor de la UCA. Romero conoció estas tendencias a las cuales respetaba mucho. Igual que a Monseñor Romero, muchos han querido hacer desaparecer a la Teología de la Liberación, sin éxito. Gutierrez ha dicho en Roma: “ La gente me dice: “la Teología de la Liberación… ha muerto”. Les respondo: “Puede ser que haya muerto, pero a mí no me invitaron al entierro”. La teología no es lo decisivo, lo son las personas”.

Todos estos cambios en la iglesia a nivel mundial son también parte de la vida de nuestro SAN ROMERO DE AMÉRICA DE LOS POBRES. Y son parte de mi testimonio. todo esto es muy cercano a mi vida, pues Romero es parte integral de mi vida. Hace unos meses la sentí mucho más fuerte cuando junto a Márgara, mi esposa y fi el partícipe de ese dialogo con Monseñor, tuvimos la gran oportunidad de saludar y conversar con su Santidad FRANCISCO en una Audiencia General, en Roma. Un buen amigo, Manuel López, embajador de El Salvador ante la Santa Sede, nos ayudó a gestionar nuestra participación y, con mucha suerte, logramos estar en primera fi la en esa reunión.

Tuve la oportunidad de entregarle personalmente a FRANCISCO mi TESTIMONIO escrito sobre el Obispo Mártir. Con el papa Francisco hablamos sobre Monseñor Romero y constaté que conocía a profundidad su vida y su ejemplo, como también la del jesuita mártir Rutilio Grande, por quien ahora

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—ya lo hizo público— nuestra Iglesia ha iniciado el proceso hacia su beatifi cación. Nos habló de la agilización del proceso de beatifi cación y de cómo Monseñor será un horizonte para el camino de la nueva iglesia de su pontifi ciado.

Siempre lo había pensado así. Siempre he pensado la fi gura de Monseñor Romero como el horizonte de los salvadoreños —y ahora de muchísimos ciudadanos del mundo entero—como la esperanza que cuestiona el presente… es esperanza y crítica del presente…pero también nos señala un camino…el futuro.

El día siguiente del encuentro con FRANCISCO me reuní con Monseñor Paglia, el defensor de la causa de Romero, a quien había conocido hace algunos años en El Salvador, cuando trajo una escultura a Catedral. Conversamos unos 40 minutos, colgaba de su cuello un crucifi jo que usaba Monseñor Romero y hablaba con gran profundidad del martirio y de la humanidad de Monseñor, a pesar que no lo conoció en vida. Al escucharlo, me quebré y rodaron las lágrimas en mi rostro emocionado. A pocas personas he conocido que entiendan y proyecten el espíritu del Obispo Mártir con tanta pasión y compasión.

Paglia me comentó, entonces, cómo el proceso de beatifi cación se había acelerado a instancias del papa FRANCISCO y de nuestra Madre Iglesia. El Cardenal Maradiaga, el Cardenal Jaime Ortega, cubano, mostraron, en diferentes momentos, su admiración por nuestro Obispo y me di cuenta que los fi eles, en las iglesias, cuando escuchan el nombre de Monseñor Romero aplauden con emoción y esperanza.Me entristece también cómo unos grupos lo han querido manipular y otros desaparecer y enterrar, para siempre. A Monseñor Romero hay que seguirlo no usarlo.

Si algo lo distinguía era seguir a Jesús y sentir con la iglesia, como decía su motto episcopal. Hablar de Monseñor Romero y no hablar de su espiritualidad y su continua oración es no hablar de él.

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Para terminar, como en todas mis exposiciones sobre Monseñor, haré referencia a sus formas de actuar que dicen mucho de su personalidad y su forma de razonar.

En una oportunidad, Monseñor se reunió con varios especialistas en cuestiones de teología y derecho canónico. Romero les hizo muchas preguntas y tomaba muy atareado notas sobre las casi disertaciones con que le respondían. Al terminar la sesión, Monseñor se acercó a una persona muy humilde que pedía ayuda a la salida del edifi cio y, créanmelo Ustedes, le hizo las mismas preguntas que a sus doctos invitados. “Así es como él escuchaba a la gente en la que veía a la Iglesia. Así era para él la Iglesia”, dice otro de sus grandes amigos.

Monseñor Romero tenía como costumbre, ante las complejidades de nuestros problemas y ante la sencillez de muchos de nuestros actos de todos los días, hablar con todos, revisar cada espacio del acontecer para comprender y dimensionar los hechos; para disfrutar de cada contacto, de cada vínculo con la gente. La palabra como vehículo de la verdad, la confi anza y el amor. Su costumbre era hablar con todos: con el Subsecretario de Estados Unidos, con el investigador de la Santa Sede, con las personas angustiadas, llorosas y humildes que venían a pedirle interceder por ellos…con Dios…

Creo que su amor al prójimo, siguiendo a Jesús, lo llevó a buscar la justicia basada en la verdad y en decir la verdad para cambiar las muchas desigualdades y la situación de injusticia. Era incesante su preocupación por comprobar con exactitud lo que pasaba. Antes de su prédica se exigía así mismo y a sus colaboradores ir más allá de los medios de comunicación y de los rumores; recuerdo cómo encargaba al Padre Rafael Moreno a realizar investigaciones exhaustivas, objetivas y transparentes. Por eso, sus homilías llenas de verdad y compasión lo transformaron en el árbitro de la gente y de nuestros confl ictos.

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A todos Ustedes, les pido que conversen espiritualmente y con mucha intensidad con Monseñor Romero, a quien dentro de tres años estaremos celebrando el centenario de su nacimiento; él nació en agosto de 1917 y nunca sus detractores y asesinos lograrán matarlo. Nunca podrán.Sus sabias palabras aún resuenan en todos nuestros espacios de vida:

«A MÍ ME PODRÁN MATAR, PERO A LA VOZ DE LA JUSTICIA YA NADIE LA PUEDE MATAR.»

Mis oraciones y mi renovado compromiso para con Monseñor Óscar Arnulfo Romero, para ese inmensurable obispo del optimismo que ha vencido la oscuridad y el miedo y se ha convertido en un infatigable «testigo de Cristo y defensor del pueblo» para toda la eternidad. MUCHAS GRACIAS

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MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ

Un Testimonio

José Jorge Simán J.

“A MÍ ME PODRÁN MATAR, PERO A LA VOZ DE LA JUSTICIA

YA NADIE LA PUEDE MATAR”

MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO

Estatua de Mons. Óscar Arnulfo Romero en el frontispicio oeste de la Abadía de Westminster

en Londres, Inglaterra