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129 Cuadernos de Bioética 2002/1ª, 2ª, 3ª ¿SON LOS MUERTOS CEREBRALES SERES VIVOS SIN FUNCIONES CEREBRALES, O SE TRATA DE MUERTOS QUE MANTIENEN FUNCIONES CORPORALES? * Dr. Hans Thomas Director del Lindenthal Institut (Köln, Alemania) (Traducción del alemán: Ricardo Barrio Moreno y José María Barrio Maestre) antes que otros, con el mínimo margen de duda o error posible, que todo eso va a suceder de manera irrevocable. Duran- te milenios, los médicos han enseñado que estas cosas suceden finalmente cuan- do ocurre la parada cardíaca. Hasta nues- tros días eso era válido, el que la muerte llegaba por parada cardíaca, pero hoy puede lograrse la reanimación por me- dio de masaje del corazón o su trasplan- te. Ya no pueden considerarse sinónimos la parada cardíaca y la muerte. Para com- pensar esa diferencia hemos inventado la «muerte cerebral» en caso de duda. Correcto, necesario, legítimo. Pero puede discutirse si la elección del térmi- no «muerte cerebral» fue acertada o no. Se entiende que la muerte le acontece al individuo, no a su cerebro. Es eso lo que se quería señalar. Pero este nuevo diag- nóstico aclara tan poco acerca de lo que 1. No es lo mismo muerte que muerte cerebral Desde siempre los médicos certifican que «ha llegado la muerte». Lo que en cada caso hacen es dar fe de que ya no hay señales de vida. Desde un punto de vista médico, todavía no hemos podido salir de esta definición puramente nega- tiva de la muerte. El hecho de que se requiera al médico para la certificación profesional y oficial de la muerte no quiere decir que él sepa mejor que los demás qué es la muerte. Los signos infalibles de la muerte de un individuo, de que ya no existe vida, sal- tan a la vista de cualquiera. Interrupción de la comunicación, inmovilidad, descen- so de la temperatura, cambio de color, rigidez muscular, descomposición cadavérica… El médico debe constatar * Original alemán: «Sind Hirntote Lebende ohne Hirnfunktionen oder Tote mit erhaltenen Körperfunktionen?, Ethik in der Medizin (Springer Verlag), Nr. 6, 1994, pp. 189-207.

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La objeción de conciencia farmacéutica a la pílora postcoital

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¿SON LOS MUERTOS CEREBRALES SERESVIVOS SIN FUNCIONES CEREBRALES, O SE

TRATA DE MUERTOS QUE MANTIENENFUNCIONES CORPORALES? *

Dr. Hans ThomasDirector del Lindenthal Institut (Köln, Alemania)

(Traducción del alemán:Ricardo Barrio Moreno y José María Barrio Maestre)

antes que otros, con el mínimo margende duda o error posible, que todo eso vaa suceder de manera irrevocable. Duran-te milenios, los médicos han enseñadoque estas cosas suceden finalmente cuan-do ocurre la parada cardíaca. Hasta nues-tros días eso era válido, el que la muertellegaba por parada cardíaca, pero hoypuede lograrse la reanimación por me-dio de masaje del corazón o su trasplan-te. Ya no pueden considerarse sinónimosla parada cardíaca y la muerte. Para com-pensar esa diferencia hemos inventadola «muerte cerebral» en caso de duda.

Correcto, necesario, legítimo. Peropuede discutirse si la elección del térmi-no «muerte cerebral» fue acertada o no.Se entiende que la muerte le acontece alindividuo, no a su cerebro. Es eso lo quese quería señalar. Pero este nuevo diag-nóstico aclara tan poco acerca de lo que

1. No es lo mismo muerte que muertecerebral

Desde siempre los médicos certificanque «ha llegado la muerte». Lo que encada caso hacen es dar fe de que ya nohay señales de vida. Desde un punto devista médico, todavía no hemos podidosalir de esta definición puramente nega-tiva de la muerte.

El hecho de que se requiera al médicopara la certificación profesional y oficialde la muerte no quiere decir que él sepamejor que los demás qué es la muerte.Los signos infalibles de la muerte de unindividuo, de que ya no existe vida, sal-tan a la vista de cualquiera. Interrupciónde la comunicación, inmovilidad, descen-so de la temperatura, cambio de color,rigidez muscular, descomposicióncadavérica… El médico debe constatar

* Original alemán: «Sind Hirntote Lebende ohne Hirnfunktionen oder Tote mit erhaltenenKörperfunktionen?, Ethik in der Medizin (Springer Verlag), Nr. 6, 1994, pp. 189-207.

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la muerte es como el término «muertedel corazón». La certificación de muertecerebral es complicada precisamente por-que sigue habiendo signos de vida y por-que para el observador imparcial indu-dablemente el paciente no está muerto.Da la impresión de que tanto la muertecerebral como la muerte propiamente di-cha se han convertido en una competen-cia exclusiva de la autoridad científica,toda vez que la comprobación de la muer-te cerebral se sustrae a la común expe-riencia de la gente y necesita de un sufi-ciente conocimiento técnico y de un ins-trumental apropiado. Da la sensación deque se haya descubierto el carácter em-pírico de la muerte.

La «muerte cerebral» es un diagnósti-co de índole médica, sin indicación algu-na. Más bien supone dar fin a la misióndel médico. Eso lo hace el diagnósticojunto con la clásica certificación de muer-te. Quiere esto decir que, en principio, ypor regla general, se deja morir al pa-ciente. Toda excepción a esta regla en uncaso individual debería motivarse y jus-tificarse de manera suficiente. ¿Puedehaber acaso razones suficientes como, porejemplo, la extracción de órganos parasu trasplante? Si no fuera por esto, lamuerte cerebral apenas plantearía pro-blemas.

2. Entre el diagnóstico médico de muer-te cerebral y el significado de lamuerte media un abismo

Hoy en día la muerte cerebral se defi-ne ordinariamente como la irreversiblepérdida de todas las funciones cerebrales

(34, 13) o la destrucción del cerebro com-pleto (12, 38). No vamos a entrar aquí enla problemática práctica de ambas defi-niciones, ni tampoco en la diferencia en-tre las dos. ¿Cómo saber que la pérdidaera irreversible, si se procede a la extrac-ción del órgano con consecuencia demuerte? (12; 38, 35). ¿Y qué seguridad setiene de que también se han destruidotodas las áreas del cerebro, si ello se con-firma en el tronco cerebral? (14, 25). Aun-que se haya comprobado en las arteriasprincipales la detención del flujo sanguí-neo, ¿no podría todavía haber partes dela corteza cerebral mantenidas por arte-rias colaterales que sangran aún? (21, 22,34). Desde el punto de vista práctico pue-de describirse la muerte cerebral –másprecisamente, la muerte del tronco cere-bral– como una situación a la que inevi-tablemente siguen todos los indicios quesiempre han anunciado la muerte, si losaparatos y dispositivos médicos no loimpiden. Esto constituiría un testimoniomédico empíricamente fundado. Noidentificaría la muerte cerebral con lamuerte, y se abstendría de decir si –y, ensu caso, por qué– resulta lícito impedirlao posponerla. Por la falta de claridadempírica, se suele argumentar filosófica-mente, por ejemplo así: Siendo el órganoque garantiza la unidad del organismoviviente, el cerebro es, asimismo, garantede la persona humana. Sin cerebro éstadeja de existir. Nada cambia el que semantengan artificialmente las funcionescapitales del cuerpo, como la respiracióny la circulación. La persona, el hombre,está muerto (29). Tenemos ante nosotrosun cadáver, aunque la circulación fun-

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¿Son los muertos cerebrales seres vivos sin funciones cerebrales, o se trata de muertos que mantienen funciones corporales?

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cione (1, 13). La continuación del riegosanguíneo se entenderá como una fun-ción de la técnica médica que consiguemantener la circulación.

El argumento parece plausible, aun-que es cierto que con el mantenimientode la circulación y del conjunto del meta-bolismo en buena medida se consiguesostener de hecho la «unidad del orga-nismo vivo». Una simple bomba, elrespirador artificial, apenas puede servircomo causa suficiente; en todo caso, pue-de considerarse como una ayuda necesa-ria. Ante todo, este argumento contieneuna interpretación que ni se basa en unhallazgo puramente empírico, ni permi-te ser deducida de manera concluyentede aquél. Contra esta tesis obra la comúnexperiencia humana, que espontánea-mente se niega a admitir la idea de uncadáver con el corazón latiendo. Quienestá junto al lecho del abuelo y siente supulso tiene que estar totalmente persua-dido de su muerte para considerarle ca-dáver. Además, esta interpretación, comocualquier otra, es discutible en un con-texto pluralista. Alguien podría decir quees persona sólo quien todavía se halla enposesión de una corteza cerebral intacta(18, 19, 37), ya que cuando el córtex estáarruinado ya no existen funciones hu-manas. Aunque el cuerpo todavía reac-cione con reflejos, la persona está muerta(8, 15). Desde el punto de vista empíriconadie puede contradecir esto, pero tam-poco el que lo afirma puede probarlo.Con la interpretación así modificada cam-bia también la definición de muerte cere-bral (8), y de ahora en adelante los muer-tos seguirían respirando solos.

La discusión no es nueva, y los argu-mentos se alzan cuando aparecen intere-ses pragmáticos que se pronuncian porun nuevo significado1. Sin embargo, yanadie propone entregar libremente cadá-veres «calientes» a los estudiantes deMedicina, con objeto de que estudien laanatomía más de cerca y «en vivo», o seejerciten en la cirugía con ellos2. Ahora setrata principalmente de extraer órganosvitales al cadáver para su trasplante3 ode experimentar con embriones segúnconvenga. El especialista en ética médicaHans-Martin Sass propone, por ejemplo,no considerar a los no nacidos como su-jetos humanos mientras su cerebro no seaidentificable como ya en formación.

Entre el diagnóstico médico de «muer-te cerebral» y la interpretación racionalde la «muerte personal» pende un abis-mo insalvable, si bien se puede pasar por

1 «At whatever level we choose to call death,is an arbitrery decision (…) It is best to choose alevel where, although the brain is dead, usefulnessof other organs is still present», según el presidentedel Comité Ad hoc de Harvard de 1968, aquí citadosegún (38), p. 27.

2 Hans Jonas también ve una puerta abier-ta al empleo de muertos cerebrales en la investiga-ción médica, por ejemplo en la investigación sobrelas infecciones, para la producción de sangre, hor-monas, etc. Vid. (23) pp. 136 y ss.

3 Esto no se refiere solamente a la necesi-dad de órganos para trasplantes a partir de losmuertos cerebrales, y así, recientemente, un equipode la Universidad de Pittsburgh/Pa. reclamaba enel llamado «Protocolo de Pittsburgh» la extracciónde órganos de muertos o enfermos terminales cuya«muerte cardíaca» fuera inminente, así como la in-mediata extracción tras la parada cardíaca si hubie-se ya comenzado antes la conservación del órgano(9). Vid. JAMA, 269, 1993, p. 2769 (aquí citado se-gún el Frankfurter Allgemeine Zeitung del 7.7.93).

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alto. De este modo, el diagnóstico médi-co «muerte cerebral» se ha convertido en«muerte», como un hecho comprobadocon valor jurídico (15, 47). En todo caso,con ello se resuelve un problema jurídi-co, pero de ninguna manera el problemamédico. La equiparación no es correctadesde el punto de vista médico, y consti-tuye un dislate lingüístico no indispen-sable jurídicamente hablando. La situa-ción diagnosticada queda inequívoca-mente aludida, del lado médico, por laexpresión «muerte cerebral». Pero si es-tamos hablando de muerte, el discursosobre el «dejar morir» pierde todo su sen-tido. Los muertos cerebrales podrían lle-gar a morir realmente, pero los «muer-tos» ya no pueden morir más. Por tanto,falta una palabra para designar de lamanera más adecuada lo que realmenteocurre si el «muerto» muere realmente.

Ahora bien, desde el punto de vistaempírico, la vieja condición «muerte» escompletamente distinta de la nueva«muerte cerebral», tanto por el resultadocomo en virtud de su descripción. Empí-ricamente no hay motivo alguno paraequiparar ambas. No obstante, lo empí-rico no valora; eso hemos de hacerlo no-sotros como hombres. Desde ahí los ju-ristas intentarán crear Derecho. Así, conlos cadáveres se permite hacer lo que seprohibe con los vivos4. Extraer órganosde los cadáveres presenta ciertamentemenos problemas que extraerlos de los

vivos. Desde el punto de vista jurídicobastaría equiparar, para este caso, lamuerte cerebral a la muerte real. Todavíano está claro si la identificación de am-bas resuelve más poblemas jurídicos quelos que crea. Con ella por primera vezdesaparece la frontera que hasta ahoraseparaba diáfanamente la vida de lamuerte. Si no se consigue determinar yexpresar de modo tan seguro la nuevafrontera, ¿cómo se podría evitar que undía se proceda con los vivos tal como sehubiera hecho hasta entonces con los ca-dáveres? Se les respeta por piedad, noporque se les reconozca titulares de de-rechos. ¿Se trata, por tanto, de confirmarsi la muerte ha llegado y cuándo? ¿Omás bien se trata de fijar ahora, pragmá-ticamente, el instante de la muerte?

Quien afirma que la muerte cerebrales el final de la persona está diciendoque el individuo está muerto. Ya no que-da margen alguno para afirmar que sucuerpo aún se mantenga con vida (39).De lo contrario, el ser del hombre seríadivisible. Más allá de la muerte puedencontinuar viviendo células e incluso ór-ganos aislados durante algún tiempo, ytambién es posible que puedan mante-nerse sistemas orgánicos completos concapacidad funcional mediante determi-nados procedimientos técnicos. Pero estoes cosa distinta. Cabría hablar en este casoincluso –por analogía– de órganos vivos.Sin embargo, de un muerto, de un cadá-ver, estamos pensando: el cuerpo comosistema unitario ya no vive (24, 22, 36).El todo ya no puede sostener a las partesy las partes ya no soportan el todo. Deotro lado, ¿qué cantidad de miembros y

4 Si se mantienen distinciones jurídicas en-tre cadáveres fríos y «calientes» (26), eso pone demanifiesto la inseguridad con la que los juristasdeclaran muerto al muerto cerebral.

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órganos pueden amputarse sin poner enpeligro la totalidad del organismo toda-vía vivo? ¿Dónde están los límites entrelos sistemas orgánicos que continúan fun-cionando y un cuerpo que todavía con-serva su integridad? ¿Se pueden encon-trar esos límites? Unidad e integridad nose deducen de las partes. Incluso en losautomóviles está antes el todo que laspartes. Precisamente el proyecto del todoconcede a la parte su fundamento y fina-lidad.

Quien no intenta primeramente en-tender el fenómeno de la integridad deun ser vivo, contentándose sólo con larealidad de las funciones particulares,igualmente puede llegar a valorar el cuer-po en su totalidad como un simple com-puesto de órganos activos, que se hallantécnicamente dispuestos para funcionar.Es conocido que la filosofía clásica intro-dujo el concepto de alma para explicar launidad vital del ser vivo. Según Platón,no podría excluirse la idea de que el cuer-po puramente biológico exista todavíacon independencia del alma. El alma esel hombre y el cuerpo su cárcel (31, 400c).El cuerpo es su instrumento5 y, como tal,posee su propia existencia. Esto lo redu-ce a su función. El alma pierde su herra-mienta al librarse del cuerpo, y éste pier-de su función. El ser humano sigue vi-viendo en espíritu. El cuerpo carece derelevancia (32: 66-67b). Para Aristóteles y

Tomás de Aquino, el alma es el principiode la vida y la forma del cuerpo de cadaser vivo, especialmente del hombre (4:412 a 27, 41: a 2, ad 2, 42: I q 76, aa 3, 4).Si se separa del cuerpo, el hombre muerey el cuerpo deviene cadáver y se corrom-pe. El alma subsiste, pero no es la perso-na completa que el hombre era y que,continúa razonando Tomás de Aquino,nuevamente será con el cuerpo en la nue-va creación (43: IV 81, 42: Suppl. q 79 aa2, 3). Aquí ya no habrá lugar para atri-buir al cuerpo una existencia propia des-ligada del alma. Sería contradictorio afir-mar la posibilidad de «seguir viviendodesde un punto de vista puramente bio-lógico».

Como es lógico, estos filósofos nadahan dicho sobre si se puede determinarel momento exacto en que el alma aban-dona el cuerpo, la hora precisa medidaempíricamente. Muerto está, en sentidofilosófico, quien deja de estar en condi-ciones de conservar la unidad de su cuer-po (24, 30, 38).

3. El caso de Erlangen y la inflacióndel lenguaje

Esto es lo que normalmente sucede sitodas las funciones cerebrales han deja-do de actuar. No obstante, no hablamosde muerte si un cerebro tan dañado queya no puede dirigir la respiración se re-cupera por medio de la respiración arti-ficial. Sin este tratamiento el pacientehabría muerto. Tampoco es el caso delque haya estado muerto de manera mo-mentánea y finalmente revive, como in-sinúa la palabra reanimación. Por el con-

5 La imagen platónica del carro y el auriga(33: 246 y ss) deviene en el dualismo cartesianocuerpo-espíritu, en el modelo de interacción men-te-cerebro (Eccles) o en la moderna imagen del fan-tasma en la máquina. Sobre la problemática de lamuerte cerebral en este aspecto, vid. (16).

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trario, si se confirma la muerte cerebral,es decir, que todas las funciones cerebra-les han caído de forma irreversible, está cla-ro que ese hombre en adelante ya no po-drá por sí solo mantener la unidad de sucuerpo. Si se le retiran los aparatos pron-to estará muerto de manera incontesta-ble. Pero si no se hace esto, nos encontra-remos enfrentados al hecho de que nosólo seguirá manteniéndose la circulaciónsanguínea de manera mecánica, sino quetambién proseguirán muchas funcionescoordinadas de los órganos del cuerpo yel conjunto del metabolismo, es decir,todo lo que Claude Bernard ha denomi-nado milieu interieur. Precisamente en tor-no a esta noción se constituyó la especia-lidad de la medicina interna.

Todas estas reflexiones, sin embargo,no ayudan a responder la cuestión de siel muerto cerebral es un ser vivo sin fun-ciones cerebrales (20, 36) o un muertocon funciones corporales sostenidas (1,38). Desde luego, la identificación entremuerte cerebral y muerte choca, y no porcasualidad, con el entendimiento y el sen-tido común. Y resulta abusiva desde elpunto de vista lingüístico. La experien-cia primaria de cada cual choca con laidea de un «cadáver» cuyo corazón con-tinúa latiendo, que permanece caliente,que aún puede ser alimentado y cuida-do. Cuando se le roba al idioma la pala-bra «muerte» –lo que el sentido comúnentiende como «muerto»– y se recarga lapalabra con una especie de cientifismoque hace inaccesible dicha expresión a laexperiencia ordinaria, entonces la factu-ra a pagar es muy alta. También la cien-cia necesita los conceptos del uso coti-

diano del lenguaje para su comprensión.El lenguaje teórico de carácter científicose alimenta del habla, pero no al revés,no pudiendo convalidar el idioma lamanipulación nocional que se produceal equiparar muerte cerebral con muerte.

Con gran alarde, los periódicos infor-maron y comentaron, en octubre de 1992,el caso de una mujer embarazada de cua-tro meses con muerte cerebral. La clínicauniversitaria de cirugía de Erlangen ha-bía decidido mantener la respiración y laalimentación por vía intravenosa, asícomo no interrumpir los cuidados y pro-seguirlos en lo posible hasta conseguirque el niño saliese adelante con capaci-dad de vida autónoma. Luego deberíavenir al mundo por operación cesárea.En este caso no se trata de un deber éticode los médicos, sino de un procederéticamente permitido. Lo novedoso en elcaso Marion Ploch era la indicación deaplazar el «dejar morir», aplicable a lospacientes con muerte cerebral. Ello supo-nía algo inusual, y es que aquí se tratabade dos. Por eso el médico se preocupabade «mantener con vida» a la «muerta ce-rebral» hasta el nacimiento del niño. Noobstante, los periódicos no informaronasí del caso; más bien publicaban titula-res sensacionalistas como «aquí se apro-vechará el cuerpo muerto» hasta que ven-ga al mundo «el hijo de la muerta», un«huérfano ya antes de nacer». La dudaera si se debía responder a la vista de la«piedad debida hacia la madre muerta»(46). La discusión giraba en torno a si eltribunal de primera instancia habría tras-pasado jurídicamente una tierra virgencon la novedad legal de proveer para una

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«muerta» un asesor, es decir, un tutor, locual legalmente sólo estaba previsto parauna persona viva, para una persona que,«a causa de una enfermedad psíquica ode una invalidez corporal, mental o psí-quica, no pueda cuidar en todo o en par-te de sus asuntos» (17). ¿Afectaba esto ala madre? Una encuesta urgente del Ins-tituto Forsa constató una mayoría de res-puestas a favor de «dejar morir» a la jo-ven mujer, mientras que algunas mujeresdel mundo político se indignaban por ladegradación de la madre muerta a una«solución alimentaria». Se llegó a escu-char incluso la palabra «máquina de pa-rir». Las parlamentarias hablaban de unadifícilmente soportable perversión delhumanitarismo, y pensaban que el casoenseña «el escaso valor» que tiene la «dig-nidad humana de una mujer muerta, sisu cuerpo tiene la finalidad de ser utili-zado para evacuar el fruto de un emba-razo» (7). No obstante, el hecho de que elcaso de Marion Ploch no condujera a unnacimiento, ya que se produjo un abortoespontáneo en noviembre de 1992, nocambió en su significación principal connuevos puntos de vista, a pesar de todaslas especulaciones emocionales.

La indignación aludida presuntamen-te no hubiera tenido objeto si a la mujerse le hubiera considerado como unapersona con vida. Al darla por muerta,se hincharon los conceptos y las expre-siones más exageradas. La pérdida desentido de las palabras desataba el vérti-go: «¿Dignidad humana de un muerto?¡Pero si existe dignidad humana, enton-ces también deben darse los derechoshumanos!» Sin embargo, a título de muer-

ta, la mujer no puede ser ya sujeto dederechos6. Si se debe tomar en serio loque se entiende por dignidad humana,entonces debe asentarse el precepto de laigualdad entre todos los hombres. Si estovale también para los muertos, entoncesse equiparan los vivos y los cadáveres.

4. ¿Autosuficiencia?

La vida es automotio, decían los filóso-fos clásicos: movimiento desde sí mismo(33: 245c, 2: 201 a 11, 42: I q 18 aa 1, 2). Lafórmula exige la unidad del organismoque, como un todo, exterioriza su vidapor la actividad que extrae de sí mismo.Habría que preguntarse, primero, si elmantenimiento del «milieu interieur», lahomeostasis en el cuerpo de los muertoscerebrales, constituye una situación está-tica, o más bien un proceso dinámico,una actividad que consume energía, estoes, movimiento, motio. Aunque se tratede motio, se podría quizá contestar, sinembargo, que no puede considerarseautomotio. El aparato que suministra larespiración implica, desde luego, una in-tervención exterior. Si el aparato no fun-ciona, el paciente con muerte cerebralestará irremisible e incuestionablementemuerto. De esta forma, se declaró muer-ta a la madre en la clínica de Erlangen,porque ya no estaría en condiciones desostenerse «por sí sola», es decir, de man-tener la unidad funcional de su cuerpo.

6 Hay una peculiar agudeza contemporá-nea en que la madre, aunque muerta según la in-terpretación de las mujeres políticas, reclama unadignidad personal que no se reconoce al niño, in-equívocamente vivo.

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Pero esa conclusión no deja de ser dudo-sa. La prosecución de un embarazo ob-viamente excede los servicios que puedaprestar una bomba de aire, una infusiónalimenticia o un medio que eventualmen-te estabilice la circulación. Por tanto, elaparato de respiración constituye sólouna prótesis como cualquier otra. Así,todo ello supone una condición, cierta-mente necesaria pero no suficiente, parael mantenimiento de la homeostasis, parala continuación del embarazo, lo cualconstituye la automotio.

La segunda cuestión es si la pérdidade todas las funciones cerebrales por ladestrucción completa del cerebro debeconsiderarse necesariamente el fin de laexistencia del hombre, o si tal pérdida–como ocurre con la pérdida funcionalde otros órganos como el hígado, ambosriñones o el corazón– no puede concebir-se como un defecto en un enfermo, qui-zás el defecto más grande imaginable.Ha de objetarse la posibilidad de com-pensar con técnicas médicas esas otrasfunciones orgánicas. Evidentemente, tam-bién ciertas funciones coordinadoras ve-getativas del cerebro pueden ser suplan-tadas técnicamente, en todo caso las sufi-cientes para mantener la oxigenación, lacirculación sanguínea, el metabolismo eincluso la gestación, al menos por un cier-to tiempo, tiempo en el que todavía po-demos encontrar vivo al paciente. Trata-mos aquí sólo de ese lapso de tiempo:¿El paciente vive o está muerto? Si tododependiera de que pueda vivir sin respi-rador, ¿por qué no estará muerto el pa-ciente que sufre edema cerebral traumá-tico y que necesita ser asistido con respi-

ración artificial? ¿Quizá porque una vezque el edema ha retrocedido nuevamen-te resulta obvio que vive? La argumenta-ción de que no es posible que un muertovuelva a la vida, ¿no será quizás una con-cesión al sentido común, una recaída enel lenguaje cotidiano? Ciertamente, de locontrario el receptor de un corazón esta-ría muerto mientras su organismo semantuviera funcionando desde el exte-rior, durante la operación de transplante(con la máquina cardiopulmonar) paradespués, y como conclusión de la inter-vención, volver a la vida. Efectivamente,tenemos grabada la imagen del enfermoque, tras una corta parada cardíaca, esta-ba muerto y renace a la vida, de maneraque solemos decir que le hemos «reani-mado». En las condiciones de una susti-tución técnica –que en el caso de la muer-te cerebral garantiza una considerablereconducción integradora del organismo–se plantea la siguiente cuestión: si lo ca-racterístico del organismo vivo es su auto-persistencia como un todo completo eintegrado, ¿cómo juega un papel tan de-cisivo la irreversibilidad en el supuestode muerte por pérdida total de las fun-ciones cerebrales?

5. ¿Qué se entiende por entelequia?7

Según Aristóteles, todo organismovivo en virtud de su principio vital inter-

7 No es fácil traducir a la lengua castellanacon una sola palabra la expresión griega «entele-quia». En el lenguaje aristotélico significa perfec-ción lograda por un ente que, a su vez y en virtudde ella, es susceptible de nuevos logros. Podríatraducirse quizá como relativo acabamiento de lo

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no tiende a la realización de las manifes-taciones vitales típicas del ser vivo, antetodo a su mantenimiento autónomo y sudesarrollo. A esa dinámica interna delprincipio inherente a cada ser vivo queimpulsa su existencia, Aristóteles la de-nomina entelequia (3: 641 a 17 - b 10; 645b 14 y ss). Este concepto remite a la reali-zación en el futuro (Verwirklichung) deun fin dado como impulso del principiovital8. La idea de una causa final resultaextraña al moderno pensamiento cientí-fico. En ningún diagnóstico médico seponen de manifiesto las causas últimasde la supervivencia o de la enfermedad(la suerte, el destino o la purificación).Los pronósticos están fundados en la efi-cacia causal (El pronóstico resultará in-fausto porque el tumor es grande y crecerápidamente, no «porque el reloj del pa-ciente haya corrido mucho»). A pesar deesto, el conocimiento determina cada ac-tuación médica según la naturalezaentelequial de la vida humana. Sanar

constituye una noción enteléquica. Sanarimplica confianza en las propias fuerzasde sanación de los pacientes, a quienes lamedicina solamente presta serviciosasistenciales: medicus curat, natura sanat.

Precisamente ese conocimiento es elque habilita al médico y le invita a noprescribir ya ningún tratamiento a la vis-ta del diagnóstico de muerte cerebral y aparalizar toda su actuación, porque se-gún toda su experiencia ya no se aprecianinguna perspectiva de que el enfermoen el futuro pueda volver a llevar unavida autónoma. De cara a la decisiónmédica en caso de inminente muerte delpaciente, la valoración realista de la es-peranza de vida del paciente constituyesiempre un argumento de gran peso éti-co.

Quien afirma que el paciente de muer-te cerebral está muerto pretende mani-festar que no sólo se está reduciendo suvitalidad, sino que su fuerza integradora,su entelequia, está ya apagada, y de ahí,por analogía, que ya sólo pueda hablarsede una vida inconexa, a base de órganoso células aisladas. En otras palabras, pre-tende saber cuánta fuerza vital le hacefalta aún al organismo para no darle to-davía por muerto. Asumir que un muer-to cerebral está muerto siempre suponeun juicio anticipado sobre la mínima can-tidad requerida de dinamismo restantepara que un paciente todavía pueda sercontado entre los vivos. Pero un juiciosobre la cantidad de «salud residual»9

inacabado, parcial cumplimiento de lo que conti-núa finalizado o, más sencillamente, realidad, aca-bamiento, perfección, siempre que se entienda estoen un sentido parcial, transitorio hacia una finali-zación (telos) o plenitud que en la entelequia estárealizada sólo de manera incoativa. (N del T).

8 Entelequia no significa lo mismo que po-tencia(-lidad) en el sentido de supuestas posibili-dades, sino efectiva realidad futura. La expresiónde Aristóteles, que designa al alma como primeracto del cuerpo organizado (4: 412 a 27 y ss.), To-más de Aquino la traduce así: anima est primus actuscorporis physici organici. Acto y potencia son, paraTomás, opuestos complementarios correspondien-tes al par aristotélico energeia-dynamis. En Aristótelesfrecuentemente aparecen como sinónimos en-tel-echia (el fin en sí poseído) y energeia, designando amenudo el proceso hacia un fin.

9 «Restheilheit»: así lo formulaba espontá-neamente la madre de un niño con parálisis cere-bral en un documental televisivo de Silvia Matthies(ARD/BR) el 6.4.93.

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siempre queda expuesto al riesgo de queintereses extraños puedan negociar el«resto de vida» del paciente.

Al ratificar la muerte cerebral comocriterio de muerte prevalece la «imposi-bilidad teórica» de vivir sin cerebro –quese declara con científica autoridad– res-pecto del «hecho práctico» de que me-diante ventilación artificial los signos vi-tales subsisten (circulación sanguínea,homeostasis, incluso el embarazo).

Con esto a lo mejor se enmascara unaespecie de jerarquía preferencial de órga-nos en el organismo, en cuya cúspide es-taría el cerebro, concepción que en ciertomodo resulta más cercana a la culturaracional-científica («cerebral») que la clá-sica representación del corazón como laparte central del hombre, tanto desde elpunto de vista físico como espiritual.

En 1985 el doctor Alan Shewmon (37)10

propuso un experimento mental. Habíaextrapolado la técnica de la amputación,de tal manera que en la sala de operacio-nes se encontraban, de una parte, el cere-bro, en una bandeja, y de otra, el restodel cuerpo completo del paciente en unacamilla, ambos bien cuidados y conecta-dos a las máquinas correspondientes, su-ficientemente vascularizados y alimenta-dos. Aquí viene la pregunta: ¿Dónde está«él»? Quien equipara muerte cerebral ymuerte señalará a la bandeja. ¿Pero norepresenta esto una posición tan absurda

como la de quien señalara a la camilla?El reduccionismo radical de este supues-to en el fondo desaprovecha los sorpren-dentes efectos que esperaba conseguir.Se trata del todo, de la totalidad, de launidad del organismo, aunque éste sufralas más graves dolencias. Sin embargo,aquí nos encontramos con el cerebro con-siderado como un todo. La unidad queno está presente está sólo «representa-da». De ahí se deduce que el hombre essu cerebro11. Esta definición Peter Singerla entiende en sentido funcional, y Hans-Martin Sass en sentido neuroanatómico.Ambos, sin embargo, deducen del incum-plimiento de su criterio sobre el cerebrola no-existencia del sujeto humano. ParaSinger no es realmente humano quien nopresenta ciertas prestaciones cerebralesidóneas (40); para Sass no es un hombreválido quien carece de la suficiente irri-gación neuronal (35). El resto del cuerpose convierte finalmente, según estos su-puestos, en un apéndice del cerebro demenor relevancia.

6. ¿Vive la madre cerebralmente muer-ta, pero está muerto el donante deórganos con muerte cerebral?

En la interpretación de la muerte ce-rebral parecen cruzarse dos direccionesde pensamiento enfrentadas. Una se ori-gina en el paciente vivo: caída de las fun-

10 En los años 90 Shewmon dio un giro ra-dical, en una serie de estudios sucesivos, hacia unaposición opuesta a la de 1985, defendiendo queconviene considerar los muertos cerebrales comopacientes vivos. (N del T).

11 «Have we reached the point where whatwe acknowledge as human existence is eliminatedwhen the brain is destroyed but other organspersist? If so, we must accept the corollary of this:The cellular arquitecture of the brain is the physicalrepresentation of the human soul» (44), p. 60.

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ciones, crisis y, para dominarlas, las con-siguientes medidas terapéuticas, hasta lle-gar al colapso cerebral. Incluso éste pue-de llegar a dominarse gracias a la técni-ca, que por eso se valora tan positiva-mente. El otro enfoque parte de la muer-te y recorre el camino inverso. La técnicaretrasa el proceso, y por eso se consideraperturbadora; así lo intuyen los críticosdel citado caso de la clínica de Erlangen.

En el caso de Erlangen, la intuición sepronuncia realmente por mantener convida a Marion Ploch, considerándolacomo persona viva con lesión grave eirreversible, sin posible salvación. En elcaso del muerto cerebral, del que se plan-tea se pueda considerar como donantede órganos, la intuición por el contrariosugiere considerar al muerto cerebralcomo verdaderamente muerto, a la vistade los enfermos graves que son candida-tos a recibir el trasplante que previsible-mente pueda curarles. Esto minimiza losproblemas de legitimación ética que lasustracción de órganos pueda producir.Jurídicamente sale al paso la sospecha deun homicidio.

Sin embargo, no puede juzgarse unavez de una manera y otra vez de otraforma distinta, sino que hay que decidir-se. Problemas se suscitan en ambos ca-sos. Si se dice que la mujer embarazadaestaba muerta, entonces hay una even-tualidad ya predeterminada: una mujercon muerte cerebral puede ser «aprove-chada» para transferir un embrión obte-nido por fertilización in vitro al úteromaterno, y así puede ser utilizada efecti-vamente como máquina de parir, sea por-que se quiere ahorrar un embarazo a la

madre genética, sea porque se trata deno dejar morir a los llamados embriones«sobrantes», lo cual podría incluso seréticamente obligado. Por el contrario, sise dice que el posible donante de órga-nos vive todavía, esto presenta proble-mas de justificación en torno a la sustrac-ción de un órgano vital como, por ejem-plo, el corazón.

7. Legitimidad de prolongar la vida enlos muertos cerebrales

Cuando en 1968 el comité ad hoc deHarvard (5) resolvió fijar la muerte cere-bral como criterio de la muerte se alegó,como fundamento teórico, que tanto lareanimación como el trasplante de cora-zón habían relativizado el valor de laparada cardíaca como indicio de muerte.En la práctica, dicha resolución había sidodictada como apoyo a la legitimidad desustraer órganos de los muertos cerebra-les. Una revisión de la identidad entremuerte cerebral y muerte, por tanto, nosólo tendría que demostrar que el citadocriterio de muerte cerebral como signode muerte es insuficiente como funda-mento técnico, sino que además, en loposible, tendría que servir para decidirsobre la legitimidad o no de sustraer ór-ganos vitales a los muertos cerebrales.

El problema de legitimación se extien-de a dos cuestiones distintas:

a) ¿Justifica la sustracción de órganospropuesta unas medidas de prolongaciónde la vida en los muertos cerebrales?

b) ¿Es propiamente legítima dichasustracción de órganos vitales en losmuertos cerebrales?

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Como es sabido, únicamente de re-sultados empíricos no se pueden dedu-cir proposiciones de índole ética. Del mis-mo modo, y en todo lo referido a reflexio-nes sobre la muerte cerebral, se recomien-da separar las afirmaciones empíricas delas interpretaciones racionales de la for-ma más cuidadosa posible.

En resumen: son distintos los hallaz-gos empíricos en que se basa desde siem-pre el dictamen de «muerte» (parada car-díaca, carencia de reflejos, enfriamiento,cambio de coloración, etc.) y los hallaz-gos que justifican el diagnóstico de muer-te cerebral (carencia de reflejos cerebra-les, EEG, angiograma, Doppler cerebral,etc.) Secuencia de los signos de un proce-so de descomposición en el primer caso,y un determinado estado vital del cuer-po, en el otro. No se puede identificar louno con lo otro desde el punto de vistaempírico. Si se designa la primera situa-ción con la palabra muerte, y se incluyeun tercer estado entre estar vivo o muer-to, habrá que incluir al muerto cerebralentre los vivos.

Partiendo de una interpretaciónantropológica, que entiende como «vivo»al que tiene capacidad de dirigirautónomamente su cuerpo como un todo,entonces a la situación «vivo» no se opo-nen –según una concepción amplia– auxi-lios exteriores para el mantenimiento dela unidad corporal de manera persisten-te después de la pérdida cerebral. El apa-rato de respiración artificial es una pró-tesis que sustituye determinadas funcio-nes cerebrales. En una concepción muyrestrictiva también podría considerarsecomo muerto a quien ya no puede po-

seer realmente una comunicación o reac-ción humana. La misma incapacidad paramoverse o hablar, en último término, yaconstituyen una pérdida de unidad y to-talidad del control autónomo del cuerpo.

Si se examina a fondo la interpreta-ción racional, la que sea, suele descubrir-se que ha resultado lo que se había asu-mido antes. La muerte cerebral vale hoycomo signo de muerte, ya que cuando en1968 se definió la muerte cerebral comotal se buscaba un signo seguro de muerte(6). Falta el puente que concilie los dictá-menes empíricos con la interpretaciónracional de una manera concluyente. Sa-bemos que la muerte cerebral constituyeun estado de transición en el proceso demorir, un momento entre la vida y lamuerte que, sin embargo, puede prolon-garse técnicamente. También sabemosque el proceso que lleva a la muerte estáinscrito en el de la propia vida. En quémomento exacto se termina el procesode morir nadie lo sabe, y nunca nadie losabrá. Sobre si el muerto cerebral vivetodavía o ya está muerto reina una igno-rancia fundamental.

Por tanto, cada intento de legitimar laprolongación artificial de ese proceso demuerte y la extracción de órganos tieneque asumir esa situación de ignorancia.La perplejidad práctica se debe a dosmotivos: en primer lugar, se ha combina-do una moderna industria científica conla ignorancia fáctica. La ignorancia es nosaber todavía la razón de ser de cadanegocio científico, pero con la idea deuna ignorancia definitiva sólo a duraspenas puede contentarse la industria cien-tífica. Ante la proposición «no sabemos y

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sabemos que nunca sabremos» la cienciatropieza con su límite. Al traspasarlo, sedecretará lo que no se pueda verificar.En segundo lugar, parece que una omi-sión sólo se puede legitimar por igno-rancia en una cuestión de clara relevan-cia ética, pero no se puede legitimar unaactuación que, si tuviéramos la posibili-dad de darnos cuenta de ello, fuese in-moral. Si supiéramos que el muerto cere-bral está muerto, la extracción de órga-nos sería éticamente lícita. Si conociéra-mos que él vive, como parece, la extrac-ción, al menos de órganos de vital im-portancia, sería éticamente inadmisible.En este caso, el muerto cerebral sería uti-lizado sólo como medio para un fin ex-traño.

¿Resulta, además, éticamente recha-zable, si ello fuera posible, apartarse dela indicación «dejar morir» en el caso deun muerto cerebral y, por tanto, «mante-nerle con vida» con vistas a efectuar unaposterior extracción de órganos? En tér-minos generales, y considerada aislada-mente, la prolongación de la vida –estoes, la prolongación del proceso de mo-rir– es no sólo inconveniente desde elpunto de vista moral, sino que tampocoes moralmente buena. Pero no es maloen sí mismo, a la vista de la asistencia ycuidados empleados, que el muerto cere-bral no sea considerado sólamente comomedio para un fin ajeno. En todo caso, sise tratara de la mencionada prolongación,la dedicación del médico y del personalsanitario tendría igualmente que conside-rarse válida según la intención en juego.

Una acción es moralmente buena sitanto la intención subjetiva en que se basa

como su desarrollo objetivo son buenos.La bondad o maldad de prolongarle lavida a un muerto cerebral depende enuna forma determinante de la intenciónque inspire tal acción. En este sentido,puede considerarse legítima la prolonga-ción de la vida de una embarazada, muer-ta cerebral, para la salvación de su hijo.Respecto a la acción de tratamiento cura-tivo previsto para un receptor de órga-nos, tal tratamiento puede situarse enprimer plano como un propósito en símismo enteramente bueno. En todo caso,no debe prevalecer de manera que ya nose considere que la dignidad y el dere-cho a vivir del muerto cerebral no pue-dan imponerse válidamente, condiciónque asigna a los cuidados diagnósticos yasistenciales unas elevadas exigencias. Sinembargo, la simple ambición de dinero ola vanidad pura del investigador descali-ficarían en ambos casos subjetivamente laprolongación de la vida como motivos rec-tores en el caso de un muerto cerebral.

Dentro de las limitaciones corrientesde la ética médica, la prolongación de lavida al posible donante de órganos, o laprolongación del proceso de muerte, pue-de considerarse éticamente legítima. Su-poniendo en todo caso que la propia ex-tracción de órganos se considere comoéticamente lícita.

8. Legitimidad de la extracción de ór-ganos

Hay que subrayar que la licitud éticade prolongarle la vida a un donante deórganos cerebralmente muerto depende-rá, en último término, de que esa actua-

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ción pueda considerarse como parte delproceso curativo de un receptor concre-to. De ello puede deducirse que la inten-ción rectora del conjunto de la acción esel tratamiento curativo. En general, ape-nas es posible concretar en qué medidapuede garantizarse la relación entre es-tas dos actuaciones, la extracción de ór-ganos en muertos cerebrales y el tras-plante a un enfermo. Deberían exigirsecondiciones que permitan hablar de unvínculo moral concreto entre las partes(receptor/médico/donante). La unidadde actuación podría considerarse ejem-plar si el médico que trata a un candida-to receptor se pone en contacto, o tratatambién al donante muerto cerebral deuna forma personal. A esta actuación tam-bién corresponde el consentimiento deldonante, del cual el médico ha de tenerconocimiento, bien a través de una ma-nifestación anterior de la voluntad deldonante, o bien por la autorización deparientes que le representen y secundensu presunta voluntad. En todo caso, eseconsentimiento no legitima una actuacióninmoral, sean cualesquiera los motivos.Desde luego, una vinculación clara deesta actuación con el negocio de comer-cio de órganos, por ejemplo, no cumplecon los requisitos éticos, y el anonimatopresuntamente deslegitima la extracciónde órganos en muertos cerebrales, lo mis-mo que en el caso de la comercialización.Los órganos se convierten en cosas y yano se consideran como parte de la perso-na. Mantener muertos cerebrales «parael caso de que…» (como bancos de órga-nos vivos) debería en todo caso confron-tarse con las objeciones éticas más seve-

ras. El vínculo moral entre personas que-daría relegado a un segundo término,poniendo ante todo de relieve la consi-deración del muerto cerebral como unsimple medio.

En la medida en que la división deltrabajo hace las tareas más anónimas, lalegitimación ética del trasplante de órga-nos vitales resulta cada vez más cuestio-nable. El hecho de que se produzca entremédicos y entre clínicas un intercambiode información acerca de la disponibili-dad de donantes y de que se ayuden en-tre sí para encontrar aquéllos que, ha-llándose en situación de muerte cerebral,resulten apropiados para el trasplante,es cuando menos éticamente dudoso, ano ser que la responsabilidad del médicoincluya una solidaridad ética profesionalmerecedora de confianza, además de ga-rantizar el esmero en la actuación. Todoello supone, en la práctica, un criteriorestrictivo.

No se puede dispensar al médico es-pecialista en transplantes de la responsa-bilidad personal de tener que labrarseuna imagen de lealtad por el estricto cum-plimiento de normas morales válidas enun sistema de división del trabajo, ni tam-poco de realizar el efectivo seguimientode las mismas, en las cuales se encuentray se basa la legitimidad ética de su pro-pia conducta12.

12 A los diversos criterios diagnósticos demuerte cerebral (muerte cerebral completa, muertedel tronco cerebral, muerte cortical, coma irreversi-ble, etc.) se añade el hecho de que (47) para el 35%de los neurólogos y de los neurocirujanos en USA(y, según Castillo, J.L. et al., 1991, el 60% en Chile),los criterios para diagnosticar la muerte cerebral noson claros. Cfr. (36), pp. 219 y ss.

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Mientras que para el trasplante de«un» riñón también se cuestiona la do-nación entre vivos, ésta resulta ilícita enel caso de los llamados órganos vitales,porque su extracción exige al médicomatar al donante. Tampoco la propiaautoinmolación de una madre en favorde su hijo podría eximir al médico de laprohibición de matar. La ética juzga laacción (matar), no la consecuencia (lamuerte). En este último caso, aún queda-ría abierta la cuestión de la elección entrela muerte de la madre o la del niño.

Por otro lado, no se puede eludir te-ner que matar en el caso de un muertocerebral –si éste vive aún– al paralizar latécnica de prolongación de la vida antesde la extracción de órganos, y así tener lacerteza suficiente para proceder a la ex-tracción de los mismos, realizada al do-nante muerto. Es decir, ya después deuna parada cardíaca, el riñón extraído,en condiciones por lo demás favorables(por ejemplo, después de 30 ó 60 minu-tos de masaje cardíaco), muestra lesionesen los glomérulos que, en todo caso, sue-len desaparecer después del trasplanteen el término de una a tres semanas. Porel contrario, un riñón perfundido ya encondiciones circulatorias intactas, y con-gelado nada más ser extraído, permane-ce sin tales quebrantos, y entre las 24 ylas 36 horas queda dispuesto para eltransplante. Todavía más si la perfusiónarterial se mantiene constante. El hígadotiene que ser perfundido frío mientras elcorazón todavía late. Asimismo, el cora-zón resulta inservible, si mientras late nose perfunde con una solución fría, lim-piando el sistema arterial de los restos de

sangre y si no se congela. Así cesa delatir y resulta transplantable en las docehoras siguientes13 (9).

Para poder hacer realidad la buenaintención, moralmente irreprochable, dela curación del receptor del órgano, lascondiciones técnicas parecen no dejar otraposibilidad que matar al muerto cerebral.Puesto que la intervención activa prece-de al suceso natural del morir, en estopodría basarse quien justificara la euta-nasia al paciente terminal.

Por otra parte, gracias a la modernatécnica médica, el receptor del corazónvive durante un período prolongado du-rante la operación sin él. Esto quiere de-cir que en las condiciones de la medicinamoderna tampoco el corazón constituyeya un órgano absolutamente vital, y lle-vó a incluir la «muerte cerebral» comocriterio de muerte. Por lo tanto, la técni-ca que hace posible que el receptor de uncorazón pueda vivir un buen rato sin élse podría también aplicar a él durante laextracción, de modo que el muerto cere-bral sobreviva aún a la misma. Después,la indicación simplemente aplazada «de-jar morir» dispone la inmediata paraliza-ción de la técnica.

El argumento pragmático –estando asílas cosas– justificaría desde el principiola renuncia al empleo de esa técnica, yaque su finalidad médica, concretamentela de sobrevivir, fracasaría por la indica-ción de paralizarla de inmediato, peroconstituye una trampa, pues no hace des-

13 Los autores proponen la «solución» deBelzer o de Wisconsin como la más apropiada parala perfusión en frio de los diversos órganos.

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aparecer el problema de la muerte sobre-venida por la intervención.

Dejemos a un lado la controversia so-bre si el muerto cerebral vive o no; su-pongamos que vive y preguntémonos,desde el punto de vista de la naturalezaentelequial de la vida humana, qué dife-rencia el estado del muerto cerebral deotros estados de la vida, tal como se nospresentaban corrientemente antes de laaparición de la alta tecnología médica ytal como hoy siguen presentándose sin elempleo de ésta.

Definitivamente, el muerto cerebralsólo vive gracias a un tratamiento inten-sivo continuado. Las llamadas «fuerzasde autocuración de la naturaleza» hansido vencidas de modo terminante. Bas-ta con omitir el tratamiento para produ-cir una muerte inmediata. De lo contra-rio, los otros pacientes terminales siguenviviendo espontáneamente por sí mis-mos. Para producir una muerte inmedia-ta se precisa la acción de matar. Es ciertoque el muerto cerebral habría muertomucho antes por la paralización del tra-tamiento, según la indicación correspon-diente, pero muere, sin embargo, por laoperación de extracción. Considerada así,la extracción de órganos y la eutanasiasólo se diferencian éticamente por el tipode intención que les mueve: la eutanasiaapunta a la muerte también según la in-tención. Ahí se elige la muerte como me-dio para un fin, se trata de terminar conel sufrimiento o de una medida de higie-ne social, que se lleva a cabo con la muer-te como tal, mientras que la intenciónprimaria de la extracción de órganos esla curación del receptor. La muerte del

muerto cerebral se aceptará, si bien ele-gida como medio, lo cual resulta moral-mente ilícito, ya que ambos, tanto el men-cionado muerto cerebral como el pacien-te terminal, poseen un derecho a la vida.

El derecho a la vida constituye, antetodo, un derecho a que nadie pueda sinculpa atacarlo causando la muerte. Elderecho a la vida envuelve un derecho amorir de forma natural. De ahí que elderecho a la vida se concrete, en los pa-cientes terminales, en la pretensión deno ser matados, y en los muertos cere-brales, en la pretensión de no seguirmanteniéndoles con vida. La distinciónes fundamental. Entre la pretensión a se-guir viviendo y la pretensión de morirsin impedimentos, el diagnóstico demuerte cerebral introduce una línea divi-soria objetiva. En todo caso, hay que si-tuar ambas pretensiones en distintos pla-nos, ya que vida y muerte no suponenalternativas con iguales derechos, puesla muerte es, en términos empíricos, sólola negación de la vida. La pretensión deseguir viviendo posee un carácter cate-górico y no puede ser suspendida a vo-luntad del afectado (no existe un dere-cho al suicidio ni un derecho a obligar aalguien a que mate), mientras que la pre-tensión de morir sin impedimento nopuede tener, por ello, carácter absolutoalguno, puesto que la prolongación de lavida no produce ningún estado definiti-vo. El consentimiento del paciente nocambia en modo alguno la inmoralidadde la eutanasia (muerte a petición), mien-tras que el mantenimiento artificial de lavida, o la prolongación del morir, sóloserían éticamente injustificables si se ve-

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rificaran en contra de la voluntad del afec-tado.

El hecho de que, más allá de la fronte-ra «muerte cerebral», mantener las fun-ciones vitales dependa completamentedel médico puede sugerir la idea de quecon ese poder de disposición sobre el pro-ceso de dar muerte al muerto cerebral lamedicina adquiera también un derechode disposición sobre el mismo o, al me-nos, sobre sus órganos, con el fin éticobueno de la curación de un tercero. Talderecho de disponer se ejerce jurídica-mente de la manera más concluyentemediante el certificado de defunción delmuerto cerebral. En cambio, si el muertocerebral vive, los órganos que se le hanextraído habría que considerarlosdonaciones entre vivos.

¿Quedará derogada la prohibición éti-ca de la donación de órganos vitales en-tre vivos en vista de aquella cesura fun-damental intra vitam que significa el diag-nóstico de muerte cerebral? Es ésta unacuestión tan decisiva como nueva. Es evi-dente que si realmente se pudiera dispo-ner de los órganos, sólo podría disponeraquél al que se le fueran a extraer. Entodo caso, no podría decidirse en contrade la voluntad. En otras palabras, ¿le estápermitido a alguien decidir que puedadisponerse de sus órganos con el fin decurar a otro, si se le diagnostica correcta-mente la muerte cerebral? ¿Puede el mé-dico efectuar esa entrega en lugar de de-jar morir al muerto cerebral, renuncian-do a la curación del candidato receptor?(28).

Sin querer dar una respuesta termi-nante a esta cuestión, entiendo que ha-

cerlo afirmativamente sería al menos másplausible, y sobre todo más sincero, queeludirla a través de la arbitraria identifi-cación entre muerte cerebral y muerte.

Si se trata de una donación entre vi-vos, el consentimiento del donante –o,en su representación, el de sus allega-dos– obtiene un relieve esencial14, que vamucho más allá que el consentimientobasado en bienintencionadas declaracio-nes de piedad hacia los cadáveres. La pie-dad hacia el cadáver jamás ha prevaleci-do ante intereses reales (como, por ejem-plo, los de carácter médico-legal), e in-cluso fue interpretada históricamente deformas muy diversas, como en el caso delos corazones de los reyes, que se ente-rraban separados del cuerpo, o en el delas reliquias de los santos, que se repar-tieron para su veneración.

9. Perspectiva

Sin llegar a identificar muerte cere-bral y muerte, una regulación legal sobrela praxis de la donación de órganos quese base en las anteriores reflexiones pue-de hacer posible equiparar jurídicamen-te un muerto cerebral con un muerto enel campo específico del transplante deórganos, si dicha regulación respeta lavoluntad del donante en tanto que do-nante «vivo», con objeto de que se lleguea reconocer un vínculo moral entre per-sonas, garantizando una suficiente co-

14 Una estrecha lealtad médica al «consenti-miento informado» exigiría también reservar eldiagnóstico de muerte cerebral a la necrosis totaldel cerebro.

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nexión entre la acción de extraer y la deimplantar, excluyendo la posibilidad deun mercado anónimo. Tal solución seríapreferible y más adecuada que una regu-lación que se basa en la arbitraria identi-ficación entre muerte cerebral y muerte.Y ello en diversos aspectos:

1. Dicha solución acabaría con el des-agradable cientifismo sobre la muerte quese impone al hombre corriente, y que laaleja de cualquier experiencia usual co-nocida, al igual que promueve en la opi-nión pública, y especialmente entre losfamiliares de los muertos cerebrales, elmalestar y la desconfianza frente a laopaca actuación médica.

2. Aumentaría la responsabilidad enla atención diagnóstica y asistencial delos pacientes con muerte cerebral, man-teniendo una franqueza distendida y atra-yente en el trato con los allegados.

3. Inmunizaría la actual definiciónpredominante de muerte cerebral(«muerte cerebral completa») frente a re-lativizaciones del tipo «muerte cerebralparcial».

4. No perjudicaría eventuales proyec-tos de entregar pacientes de muerte cere-bral con respiración asistida para serempleados –a lo mejor sistemática e in-dustrialmente– como bancos de órganosvivientes o, si son mujeres, para aprove-charlas como «máquinas de parir» enbeneficio de niños que no son suyos o,por ejemplo, como ocurre con otros ca-dáveres, para ejercicios de disección delos estudiantes de medicina.

5. Aparte de todo esto, la identifica-ción entre muerte cerebral y muerte se-ñala al cerebro como único órgano real-

mente vital. Con ello, el trasplante de te-jido cerebral devendrá especialmente pro-blemático15. Si, por el contrario, se consi-dera al muerto cerebral viviente, enton-ces el cerebro tampoco resulta ser un ór-gano vital, y la cuestión ética del tras-plante de tejido cerebral al menos noconstituye ya un problema teórico fun-damental. El problema ético práctico dela procedencia del tejido cerebral para eltransplante no quedaría, sin embargo, enmodo alguno resuelto (10).

Contra el trasplante de tejido cerebral,por ejemplo a un enfermo de Parkinson,o a un paciente de Alzheimer, se ha obje-tado que con ello se alteraría la identi-dad personal del receptor (27). Tal obje-ción es tan difícil de fundamentar comode refutar. Es otro problema, cuya solu-ción presupone una mediación racional,en este caso, entre determinados tejidosde órganos y la personalidad humana.Esa mediación es aún más difícil de ase-gurar que aquella otra conexión entremuerte cerebral y muerte. La objeciónparece surgir de la misma interpretacióntrascendente del cerebro como cúspidede la jerarquía entre los órganos del cuer-po humano, que igualmente entiende lamuerte cerebral como muerte de la per-sona. Sin embargo, el ser personal delhombre no se deja comprender en abso-luto en función de tejidos celulares, es-tructuras orgánicas, funciones vitales u

15 Resulta contradictorio entender la muer-te cerebral completa como condición para la ex-tracción de órganos, particularmente para el tras-plante de tejidos cerebrales necesariamente vitales.(N del T).

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otras concretas capacidades y prestacio-nes. Por el contrario, entendemos el serpersonal humano como algo completa-mente distinto de todo eso. De ahí, porejemplo, que podamos razonablementellamar a alguien de tú.

10. Postscriptum

Este artículo, por un lado, se opone ala ecuación entre muerte cerebral y muer-te y, por otro, admite, dadas ciertas con-diciones, el transplante de órganos ex-traídos al muerto cerebral, lo cual apare-ce proscrito en el tutiorismo ético que, encaso de duda o de ignorancia de si eldonante vive todavía o está muerto, exi-ge actuar como si estuviese vivo16.

En resumen:1. La muerte cerebral es un fenóme-

no enteramente nuevo. Sólo es percepti-ble en la situación de respiración artifi-cial y excede cualquier experiencia hu-mana hasta ahora conocida en el tratocon vivos o muertos. No sorprende queel lenguaje no suministre ningún térmi-no adecuado para designar este fenóme-no. Aunque con palabras inexactas, pue-de decirse que el muerto cerebral ha so-brevivido a su muerte natural gracias a laasistencia técnica. Parece que se trata deun tercer estado biológico entre las alter-nativas obvias de la vida o la muerte.

2. Este estado especial no presuponeninguna afirmación ontológica. Significa unlímite epistemológico. La indeterminaciónno resulta extraña a las ciencias, como lomuestran el teorema de Gödel en matemá-ticas y la teoría de Heisenberg en física.

3. El tutiorismo ético, que parece opo-nerse a la extracción de órganos de unmuerto cerebral, supone la exclusiva vi-gencia de las alternativas clásicas, vida omuerte. La ética no valora la vida ni lamuerte, sino la acción de matar. En nues-tro caso, sin embargo, el dilemaepistemológico tiene además la caracte-rística de que la palabra «matar» pierdeaquí su sentido unívoco. No se puedejuzgar con claridad si el muerto cerebral«muere» por la extracción de los órganosque se desea trasplantar, o porque se cum-ple con la indicación médica de suspen-der cualquier tratamiento, que es loéticamente debido.

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16 Para una aclaración más a fondo de lasrazones por las que me parece legítima la extrac-ción a pesar de la indeterminación, vid. Thomas,H. (2002) «Ética de los Trasplantes», en González,A.M.; Postigo, E.; Aulestiarte, S. (eds.) Vivir y morircon dignidad. Temas fundamentales de bioética en unasociedad plural, Eunsa, Pamplona, pp. 115-146.

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