segura, cardenal pedro - la libertad de cultos en españa

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CARD. PEDRO SEGURA LA LIBERTAD DE CULTOS EN ESPAÑA CUADERNOS FIDES. Nº 17 STAR IBÉRICA, S.A. - DEP. LEGAL: M-4891-1998 A lo largo del año 1952, el Card. Segura, arzobispo de Sevilla, escribió a sus feligreses ocho Instrucciones Pastorales en defensa del tesoro de la Fe y de la Unidad Católica de España, que ya entonces comenzaba a verse amenazada por dos males: la lenta implantación de las sectas protestantes, y la indiferencia de los católicos y de los poderes públicos ante ese hecho. La repercusión de estas Cartas fue notable y provocó una campaña de descrédito contra el cardenal incluso fuera de nuestras fronteras, ante todo en los ambientes católicos liberales que, años después, llevarían esos mismos errores repudiados por el Card. Segura a las páginas de la declaración Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II. Para esta publicación hemos recogido las dos Cartas que mejor permiten calibrar el daño inmenso que para España ha supuesto la libertad de cultos, cuyo fruto más directo y funesto es el indiferentismo religioso. ÍNDICE INSTRUCCIÓN PASTORAL SOBRE LA UNIDAD CATÓLICA EN ESPAÑA 5

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Sobre le libertad de culto en España

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A lo largo del ao 1952, el Card

CARD. PEDRO SEGURA

LA LIBERTAD DE CULTOS EN ESPAA

CUADERNOS FIDES. N 17

STAR IBRICA, S.A. - DEP. LEGAL: M-4891-1998

A lo largo del ao 1952, el Card. Segura, arzobispo de Sevilla, escribi a sus feligreses ocho Instrucciones Pastorales en defensa del tesoro de la Fe y de la Unidad Catlica de Espaa, que ya entonces comenzaba a verse amenazada por dos males: la lenta implantacin de las sectas protestantes, y la indiferencia de los catlicos y de los poderes pblicos ante ese hecho. La repercusin de estas Cartas fue notable y provoc una campaa de descrdito contra el cardenal incluso fuera de nuestras fronteras, ante todo en los ambientes catlicos liberales que, aos despus, llevaran esos mismos errores repudiados por el Card. Segura a las pginas de la declaracin Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II.

Para esta publicacin hemos recogido las dos Cartas que mejor permiten calibrar el dao inmenso que para Espaa ha supuesto la libertad de cultos, cuyo fruto ms directo y funesto es el indiferentismo religioso.

NDICE

INSTRUCCIN PASTORAL SOBRE LA UNIDAD CATLICA EN ESPAA5

El III Concilio de Toledo

6

Homila de San Leandro, arzobispo de Sevilla

7

La Unidad Catlica en nuestros das

9

Unas palabras de San Po X y de Balmes

10

INSTRUCCIN PASTORAL SOBRE LA LIBERTAD DE CULTOS

12

La reprobacin de la Iglesia

13

Fuente emponzoada de innumerables males morales

14

Libertad de perdicin, no derecho de los pueblos

15

LA LIBERTAD DE CULTOS EN ESPAA

INSTRUCCIN PASTORAL SOBRE LA UNIDAD CATLICA EN ESPAA

Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

No podamos sospechar que nuestros Documentos pastorales sobre el Protestantismo despertasen un inters tan general y un apasionamiento tan acentuado.

Hemos ledo detenidamente cuanto se nos ha enviado y se nos ha escrito de diversas naciones a este propsito; y hemos venido a deducir la conclusin de la ignorancia suma que hay en muchsimas personas de los principios fundamentales de nuestra Sacrosanta Religin.

Deseando, amadsimos Hijos, alejar de vosotros este peligro de la ignorancia religiosa, principio de tantos males y causa principal del confusionismo moderno, hemos determinado publicar unas Instrucciones pastorales, basadas en la ms slida e inconcusa doctrina catlica. Y comenzamos por la doctrina bsica de la Unidad Catlica en Espaa, cuya naturaleza es desconocida generalmente fuera de nuestra nacin, dando esto margen a una serie de errores que es necesario combatir enrgicamente.

Os escribimos esta Instruccin pastoral en la fiesta del glorioso defensor de la fe, San Efrn, a quien recurrimos con las palabras de la Iglesia: Oh Dios que enalteciste a tu Iglesia con la admirable erudicin y excelentes mritos de la vida de tu santo Confesor y Doctor Efrn: te suplicamos que por su intercesin la defiendas sin cesar con tu poder contra todas las asechanzas del error y de la maldad. Por nuestro Seor Jesucristo.

El IIl Concilio de Toledo

Para mayor claridad y brevedad, comenzamos por advertiros, venerables Hermanos y amadsimos Hijos, que la doctrina toda contenida en esta Instruccin pastoral est basada en documentos irrefragables, tomados de nuestra tradicin.

Angustiossima era la situacin religiosa de Espaa en el siglo VI. Dura fue la persecucin de Leovigildo contra los catlicos, sin embargo que haba buscado, aunque erradamente, una conciliacin. El arrianismo haba invadido el mundo de un modo aterrador, y se haba apoderado tambin de nuestra patria. Redactse una profesin de fe en consonancia con una frmula arriana y macedoniana; y obstinse Leovigildo en imponerla a todos sus vasallos de grado o por fuerza.

Resistironse heroicamente los hispano-romanos. Arrojados fueron de sus sillas los ms egregios Obispos de aquella edad: San Leandro de Sevilla, que busc asilo en Constantinopla, San Fulgencio, Obispo de cija, Liciniano de Cartagena, Mausona, el ms clebre de los Prelados de Mrida, a quien el Rey mand llamar a Toledo y amenazle con el destierro, a lo que l replic: Si sabes algn lugar donde no est Dios, envame all (cfr. Vitae PP. Emeritensium).

La grandeza misma de la resistencia de la Iglesia espaola y el remordimiento quiz de la muerte de Hermenegildo, trajeron al Rey visigodo a mejor acuerdo, en los ltimos das de su vida. Muri en 587, segn parece catlico y arrepentido de sus errores, como afirma el Turonense y lo confirma la abjuracin pblica de su hijo y sucesor Recaredo.

En estas circunstancias, la divina Providencia, que todo lo dispone amorosamente, quiso se celebrase, en la ciudad de Toledo, el tercero de sus Concilios, que brilla en la Historia de la Iglesia Universal y es honor de la Iglesia Espaola. Porque adems de haber exterminado en el Occidente los errores arrianos y haber puesto fin a una larga persecucin adopt medidas eficaces para extirpar la idolatra que an tena muchos adeptos en Espaa e introdujo la recitacin del Smbolo de la Fe en la Misa; y, completando la obra del I Concilio de Constantinopla, aadi al Smbolo la famosa palabra Filioque, profesando as que el Espritu Santo procede del Padre y del Hijo.

Con razn se ha escrito que el texto de aquel Concilio de 589 en que la gente visigtica, sometindose a la fe de la nacin ibero-romana, rompi para siempre el yugo que la aprisionaba y se junt con ella en Unidad religiosa, civil, legislativa y poltica, forma las actas venerables de nuestra independencia y de nuestra privilegiada Constitucin Nacional. De una Constitucin tan cristiana, tan excelente, tan firme, que formando cumplido contraste con las impas, revolucionarias y quebradizas de otros pueblos, ha sostenido en nuestra Patria, por espacio de catorce siglos, los derechos de Dios y el reinado social de Jesucristo.

En esta unidad de fe, en Espaa establecida por el Concilio III de Toledo, encontramos la raz de todas nuestras dichas, grandezas y glorias. He aqu la razn de ser del carcter religioso de nuestra reconquista y los principios de nuestra perpetua cruzada contra los enemigos del nombre de cristianos. En efecto, la legislacin all contenida, la maravillosa unidad religiosa y civil, creada en este Concilio, ha ligado y sigue ligando, con fuerte e indisoluble vnculo, a todos los pueblos de la pennsula, produciendo una fe, una nacionalidad y una civilizacin.

En el III Concilio de Toledo, Recaredo abjur del arrianismo y de todas las herejas que se esparcan en nuestra Patria; y su abjuracin llevaba consigo la de todo su pueblo. Y para darle mayor solemnidad, convocse el III Concilio Toledano, en 589. A este Concilio nacional asistieron 63 Obispos y 6 Vicarios de Lusitania, Galicia y de la Narbonense. Presidi el venerable Mausona de Mrida, uno de los Prelados que ms haban influido en la resolucin del monarca.

Abrise el Concilio el da 4 de Mayo; y Recaredo habl a los Padres de esta manera: No creo que ignoris, reverendsimos sacerdotes, que os he convocado para restablecer la disciplina eclesistica; y ya que en los ltimos tiempos la hereja que amenazaba a la Iglesia Catlica no permiti celebrar Snodos, Dios, a quien plugo que apartsemos este tropiezo, nos avisa y amonesta para que reparemos los cnones y costumbres eclesisticas. Srvaos de jbilo y alegra ver que por favor de Dios vuelve, con gloria nuestra, la disciplina a sus antiguos trminos. Pero antes os aconsejo y exhorto a que os preparis con ayunos, vigilias y oraciones, para que el orden cannico, perdido por el transcurso de los tiempos y puesto en olvido por nuestra edad, torne a manifestarse por merced divina a vuestros ojos (Aguirre. Collectio, tomo II).

Ley en alta voz un notario la profesin de fe, en que Recaredo declaraba seguir la doctrina de los cuatro Concilios generales, Niceno, Constantinopolitano, Efesino y Calcedonense, y reprobar los errores de Arrio, Macedonio, Nestorio, Eutiques y dems heresiarcas condenados hasta entonces por la Iglesia. Aprobronla los Padres con fervientes acciones de gracias a Dios Padre, Hijo y Espritu Santo, que se haba dignado conceder a su Iglesia paz y unin, haciendo de todos un solo rebao y un Pastor solo, por medio del apostlico Recaredo, que maravillosamente glorific a Dios en la tierra. Y, en pos del rey, abjur la reina Badda; y declararon los obispos y clrigos arrianos all presentes, que, siguiendo a su gloriossimo monarca, anatematizaban de todo corazn la antigua hereja.

El Concilio pronunci entre otras las condenaciones siguientes: Todo el que siguiere otra fe y comunin que la que tiene la Iglesia Universal y definieron los Concilios Niceno, Constantinopolitano, Efesino y Calcedonense, sea anatema. Sean, pues, condenadas, en el cielo y en la tierra, todas las cosas que la Iglesia Romana condena; y sean admitidas, en la tierra y en el cielo, todas las que ella admite: reinando Nuestro Seor Jesucristo, a quien, con el Padre y el Espritu Santo, sea dada honra y gloria por todos los siglos de los siglos.

Homila de San Leandro, arzobispo de Sevilla

Si bien no todos los crticos estn contestes respecto de la autenticidad de esta homila, bien podemos afirmar, con nuestro gran polgrafo D. Marcelino Menndez y Pelayo, que en lo substancial, contiene los conceptos que expres nuestro Santo Arzobispo en aquellas ocasiones:

...Algrate y regocjate, Iglesia de Dios; algrate y levntate, formando un solo cuerpo con Cristo; vstete de fortaleza, llnate de jbilo, porque tus tristezas se han convertido en gozo, y en alegra tus hbitos de dolor. Con los peligros, medras; con la persecucin, creces; y es tu Esposo tan clemente que nunca permite que seas depredada sin que te restituya con creces la presa y conquistes para ti, tus propios enemigos... No llores, no te aflijas, porque temporalmente se apartaron de ti algunos que hoy recobras con grande aumento. Ten esperanza y fe robusta y vers cumplido lo que fue promesa. Puesto que dice la verdad evanglica: "era necesario que Cristo muriese por la nacin; y no slo por su nacin, sino para congregar en uno los hijos de Dios que estaban dispersos" (Joan. II, 51-52).

Sabiendo la Iglesia, por los vaticinios de los Profetas, por los orculos evanglicos, por los documentos apostlicos, cun dulce sea la caridad, cun deleitable la unin, nada predica sino la concordia de las gentes; por nada suspira, sino por la unidad de los pueblos; nada siembra sino bienes de paz y caridad.

Regocjate, pues, en el Seor, porque has logrado tu deseo y produces los frutos que por tanto tiempo, entre gemidos y oracin, concebiste; y despus de los hielos, de lluvias, de nieves, contemplas en dulce primavera los campos cubiertos de flores y pendientes de la vid los racimos... Lo que dijo el Seor (Joan. 10-16): "Hay otras ovejas que no son de este redil y conviene que entren en l, para que haya una grey sola y un solo Pastor", ya lo veis cumplido. Cmo dudar que todo el mundo habr de convertirse a Cristo y entrar en una sola Iglesia? "Se predicar este Evangelio del reino de Dios en todo el mundo, en testimonio para todas las naciones" (Math.24-14)... La caridad juntar a los que separ la discordia de lenguas... No habr parte alguna del orbe ni gente brbara a donde no llegue la luz de Cristo... Un solo corazn, una alma sola!.. De un hombre procedi todo el linaje humano, para que pensase lo mismo y amase y siguiese la unidad...

De esta Iglesia vaticinaba el Profeta, diciendo: "Mi casa se llamar casa de la oracin para todas las gentes" y "ser edificada en los postreros das la casa del Seor en la cumbre de los montes, y se levantar sobre los collados, y vendrn a ella muchos pueblos, y dirn: Venid, subamos al monte del Seor y a la casa del Dios de Jacob". El monte es Cristo. La casa del Dios de Jacob es su Iglesia: all se congregarn todos los pueblos. Y por eso torna a decir Isaas: "Levntate, ilumina a Jerusaln, porque viene tu luz y la gloria del Seor ha brillado para ti; y acudirn las gentes a tu lumbre, y los pueblos al resplandor de tu Oriente. Dirige la vista en derredor y mira: todos esos estn congregados y vinieron a ti y los hijos de los peregrinos edificarn tus muros y sus reyes te servirn de ministros...".

Gloriossimo acontecimiento, no slo de nuestra Patria, sino de la Cristiandad entera, que admir la establecida Unidad Catlica en Espaa como principio de todas nuestras grandezas. Qu hermosamente se pueden aplicar a este acontecimiento aquellas memorables palabras pronunciadas en 1849: Cuando la unidad religiosa crece, las glorias nacionales crecen: cuando la unidad religiosa disminuye, la revolucin deshace y pisotea nuestras glorias. He aqu lo que representa la Unidad Catlica en la historia de nuestra Patria.

La Unidad Catlica en nuestros das

La Unidad catlica en Espaa, venerables Hermanos y amados Hijos, es el gran tesoro religioso y nacional que nos legaron nuestros padres, y que debiramos conservar a todo trance, aun con el derramamiento de nuestra sangre. No otra cosa significan esos cientos de miles de espaoles que hemos visto morir en nuestros das, con el grito de Viva Cristo Rey!, expresin hermossima de la Unidad Catlica de Espaa.

Esta Unidad Catlica no fue slo una ley eclesistica dictada en un Concilio, sino que fue, al propio tiempo, una ley civil que obligaba a todos los espaoles. En el Concordato celebrado con la Santa Sede el 16 de Marzo, y ratificado en 1 y 23 de Abril de 1851, se dice en su artculo primero: La Religin Catlica Apostlica Romana que con exclusin de cualquiera otro culto contina siendo la nica de la nacin espaola, se conservar siempre en los dominios de Su Majestad Catlica, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar, segn la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cnones.

Consta, pues, que para el arreglo de materias eclesisticas obtuvo el Gobierno espaol de la Silla Apostlica, y acept y public siguiendo todos los trmites legales, un Concordato cuyo artculo primero hemos transcrito, y que es, por lo tanto, ley dada por el Sumo Pontfice para Espaa en materia espiritual y eclesistica, aceptada al mismo tiempo y mandada guardar por el Jefe del Estado y el Gobierno espaol competentemente autorizado.

Es, pues, ley eclesistica y ley civil confirmatoria a su vez de la ley divina, que manda, tanto a los individuos como a las sociedades, reconozcan la dependencia que deben a su Autor y le den el culto que por consiguiente le es debido, el cual no es otro, segn nos consta por los motivos evidentes de la credibilidad: milagros, profecas, autoridad de testigos, mrtires, etc., que el culto de la divina religin catlica revelada al mundo por Nuestro Seor Jesucristo y predicada por sus Apstoles.

Ahora bien, es evidente que dicha ley concordada no ha sido ni abrogada ni derogada legtimamente, en manera alguna. No lo ha sido ciertamente por la Autoridad eclesistica, ni explcitamente ni implcitamente. Tampoco lo ha sido por la potestad civil, por la sencilla razn de que, aunque lo hubiese querido, no lo hubiera podido efectuar: primeramente, por ser incompetente en materia espiritual y eclesistica, como la presente, en la cual ningn catlico desconoce que, por derecho divino, no hay ms autoridad legtima que la eclesistica; segundo, porque en cuanto ley civil, ni se dio ni pudo darse, sino de acuerdo con la autorizacin explcita o implcita de la Iglesia.

Son muchos, venerables Hermanos y amadt4imos Hijos, los que con una ignorancia suma, miran con indiferencia en nuestros das la Unidad Catlica en Espaa, como si fuese cosa trasnochada e indigna del progreso de nuestros tiempos.

El 7 de Junio de 1941, en el Convenio entre el Gobierno Espaol y la Santa Sede, se dice en el nmero 9: Entretanto se llega a la conclusin de un nuevo Concordato, el Gobierno Espaol se compromete a observar las disposiciones contenidas en los cuatro primeros artculos del Concordato de 1851.

El texto literal de los cuatro primeros artculos del Concordato celebrado el 16 de Marzo y ratificado el 1 y 23 de Abril de 1851, es como sigue:

Artculo primero.- La Religin Catlica Apostlica Romana que, con exclusin de cualquier otro culto, contina siendo la nica de la nacin espaola, se conservar siempre en los dominios de Su Majestad Catlica, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar, segn la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cnones.

Artculo segundo.- En su consecuencia, la instruccin en las Universidades, Colegios, Seminarios y Escuelas pblicas o privadas de cualquier clase, ser en todo conforme a la doctrina de la misma Religin Catlica: y a este fin no se pondr impedimento alguno a los Obispos y dems Prelados diocesanos, encargados por su ministerio de velar sobre la pureza de la doctrina de la fe y de las costumbres y sobre la educacin religiosa de la juventud, en el ejercicio de este cargo, aun en las Escuelas pblicas.

Artculo tercero.- Tampoco se pondr impedimento alguno a dichos Prelados, ni a los dems sagrados ministros, en el ejercicio de sus funciones, ni los molestar nadie bajo ningn pretexto en cuanto se refiere a los deberes de su cargo; antes bien cuidarn todas las Autoridades del Reino de guardarles y de que se les guarde el respeto y consideracin debidos, segn los divinos preceptos, y de que no se haga cosa alguna que pueda causarles desdoro o menosprecio. Su Majestad y su Real Gobierno dispensarn, asimismo, su poderoso patrocinio y apoyo a los Obispos en los casos que le pidan, principalmente cuando hayan de oponerse a la malignidad de los hombres que intenten pervertir los nimos de los fieles y corromper sus costumbres, o cuando hubiere de impedirse la publicacin, introduccin o circulacin de libros malos o nocivos.

Todava est en vigor esta Disposicin concordada, toda vez que no se ha llegado a la conclusin de un nuevo Concordato de la Santa Sede con el Gobierno Espaol.

Unas palabras de San Po X y de Balmes

El Sumo Pontfice, Beato Papa Po X, vista la desorientacin que reinaba en Espaa y la divergencia de criterios con perjuicio de la causa de Dios y de la Iglesia, dio unas Normas para nuestra Patria, en 20 de Abril de 1911, cuya ejecucin encomend al Eminentsimo seor Cardenal Aguirre y Garca, Arzobispo de Toledo.

La primera de estas Normas dice: Debe mantenerse como principio cierto que en Espaa se puede siempre sostener, como de hecho sostienen muchos nobilsimamente, la tesis catlica, y con ella el restablecimiento de la Unidad religiosa. Es deber adems de todo catlico el combatir todos los errores reprobados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el Syllabus y las libertades de perdicin, proclamadas por el derecho nuevo o liberalismo, cuya aplicacin al Gobierno de Espaa es ocasin de tantos males. Esta accin de reconquista religiosa debe efectuarse dentro de los lmites de la legalidad, utilizando todas las armas lcitas que aqulla ponga en manos de los ciudadanos espaoles.

Palabras son stas gravsimas que trazan la norma a que deben someterse todos los que quieran preciarse de ser verdaderos hijos de la Iglesia. Cuntos y cuntos peligros para las almas se hubieran evitado, si esta norma se hubiese seguido siempre por parte de los espaoles! Con razn se lamenta el Santo Pontfice de los perjuicios gravsimos que se han seguido en nuestra patria por esta causa.

Tesoro riqusimo es la Unidad Catlica en Espaa, que ha costado grandes sacrificios el poder conservar intacto en nuestra Patria. El indiferentismo moderno que ha minado todas las instituciones genuinamente catlicas, ha pretendido tambin combatir la Unidad Catlica de Espaa; y grandes son los esfuerzos llevados a cabo por la impiedad por aminorar y aun por destruir este riqusimo tesoro. Los enemigos de la Iglesia, y enemigos consiguientemente de la Unidad Catlica espaola, no han cesado de lanzar todo gnero de diatribas contra una institucin providencial, a la cual debe Espaa la gran prerrogativa de haberse conservado, a travs de los peligros de los tiempos, su Unidad Catlica.

En la correspondencia numerossima recibida con motivo de Nuestros recientes Documentos pastorales, se combate airadamente esta institucin, y se la supone complicada en los acontecimientos actuales espaoles. Nos referimos a la benemrita Inquisicin que tutel durante tantos siglos la fe catlica en Espaa.

La prudencia y cordura de la Inquisicin romana son proverbiales. Por eso, los enemigos de la Inquisicin han dirigido sus tiros principalmente contra la espaola, motejndola de brbara y enemiga de la ciencia. Pero aun esta misma Inquisicin, bien puede presentarse con la cabeza erguida ante la faz de la ciencia, siendo cosa averiguada que nunca ha perseguido a nadie por el mero hecho de ser sabio; y que debe, por el contrario, decirse que los mejores das para las letras espaolas han sido precisamente aquellos en que ella ha desplegado su poder con mayor energa. Es sta una proposicin que ha sido en estos ltimos aos puesta fuera de duda, por la docta pluma de Menndez Pelayo, en sus dos inmortales obras intituladas Historia de los Heterodoxos Espaoles y La Ciencia Espaola.

Es cierto que esta gloriossima y bienhechora institucin no existe ya en nuestra Patria; pero estamos en el deber de rendirle el testimonio de nuestra gratitud y el homenaje de nuestra frvida alabanza. Cuntos males que hoy desgraciadamente no tienen remedio, le encontraran en ella!

Interminable Nos haramos citando, de nuestros ms insignes Doctores, testimonios en confirmacin de la doctrina que dejamos expuesta en esta Instruccin Pastoral. Suplir a esos testimonios el valiossimo de nuestro insigne Balmes, el cual, en su grandiosa obra El Protestantismo comparado con el Catolicismo, hablando de la eficacia de la Unidad Catlica, dice: Oprmese el, alma con angustiosa pesadumbre, al solo pensamiento de que pudiera venir un da e que desapareciese de entre nosotros esa Unidad Religiosa que se identifica con nuestros hbitos, nuestros usos, nuestras costumbres, nuestras leyes; que guarda la cuna de nuestra monarqua en la cueva de Covadonga; que es la ensea de nuestro estandarte en una lucha de ocho siglos con el formidable poder de la Media Luna; que desenvuelve lozanamente nuestra civilizacin en medio de tiempos tan trabajosos; que acompaaba a nuestros terribles tercios cuando imponan silencio a la Europa; que conduce a nuestros marinos al descubrimiento de nuevos mundos; que alienta a nuestros guerreros a llevar a cabo conquistas heroicas; y que en tiempos ms recientes sella el cmulo de tantas y tan grandiosas hazaas derrocando a Napolen.

Vosotros que con precipitacin tan liviana condenis las obras de los siglos, que con tanta avilantez insultis a la nacin espaola, que tiznis de barbarie y oscurantismo el principio que presidio nuestra civilizacin sabis a quin insultis? Sabis quin inspir al genio del gran Gonzalo, de Hernn Corts, de Pizarro, del vencedor de Lepanto? Las sombras de Garcilaso, de Herrera, de Ercilla, de fray Luis de Len, de Cervantes, de Lope de Vega, no os infunden respeto? Osaris, pues, quebrantar el lazo que a ellos nos une y hacernos indigna prole de tan esclarecidos varones? Quisierais separar, por un abismo, nuestras creencias de sus creencias, nuestras costumbres de sus costumbres, rompiendo as con todas nuestras tradiciones, olvidando los ms gloriosos recuerdos y haciendo que los grandiosos monumentos que nos leg la religiosidad de nuestros antepasados slo permanecieran entre nosotros como una represin la ms elocuente y severa? Consentirais que se cegasen los ricos manantiales a donde podemos acudir para resucitar la literatura, vigorizar la ciencia, reorganizar la legislacin, restablecer el espritu de nacionalidad, restaurar nuestra gloria y colocar a la nacin en el alto rango que sus virtudes merecen, dndole la prosperidad y la dicha que tan afanosa busca y que en su corazn augura?.

Prenda de las bendiciones que os deseamos de corazn, sea la que os enviamos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, en el Nombre del + Padre y del + Hijo y del + Espritu Santo.

INSTRUCCIN PASTORAL SOBRE LA LIBERTAD DE CULTOS

Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

La aspiracin universal del mundo, en los actuales momentos, puede compendiarse en una palabra mgica que ha llegado a seducir a los pueblos: la libertad. Libertad sin trabas, libertad sin lmites, libertad universal, libertad que acabe con todo gnero de opresin que coarte los instintos ms bajos de nuestra naturaleza cada. Bien puede denominarse el siglo XX el siglo de la libertad, o mejor dicho de las libertades.

No es fcil dar una idea completa de las aspiraciones del mundo moderno respecto a la libertad. Se proclama en todos los tonos, como conquista de nuestros das, la ms desenfrenada libertad. La libertad de pensamiento, la libertad de ctedra, la libertad de prensa, todas estas libertades se consideran inviolables, y se proclama el derecho a ellas como una conquista de los ltimos tiempos. Reciben el nombre tan significativo de libertades de perdicin, y son origen y fuente emponzoada de las que se derivan gravsimos males al mundo. Entre estas libertades figura, en primer trmino, la libertad de cultos.

La reprobacin de la Iglesia

En la multitud de cartas y de artculos de prensa que hemos recibido recientemente, provenientes de pases protestantes, la libertad de cultos se concepta como un privilegio y prerrogativa del mundo moderno que es necesario respetar y proclamar. Mas la Iglesia, siempre vigilante por la pureza de la doctrina, no ha cesado de hablar con toda claridad a sus hijos, condenando en los trminos ms enrgicos la libertad de cultos.

El Soberano Pontfice Po IX, de santa memoria, conden manifiestamente la libertad de cultos, en la proposicin LXXIX del Syllabus, con estas palabras: Es sin duda falso que la libertad civil de cualquier culto, y lo mismo la amplia facultad concedida a todos de manifestar abiertamente y en pblico cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca a corromper ms fcilmente las costumbres y los nimos, y a propagar la peste del indiferentismo. Proposicin condenada en virtud de la Alocucin Nunquam fore de 15 de diciembre de 1856, en la que el Soberano Pontfice ensea que para ms fcilmente corromper las costumbres y los corazones de los pueblos, para propagar la detestable y destructora peste de 1 indiferentismo y acabar con nuestra sacratsima Religin, se admite el libre ejercicio de todos los cultos y se concede a todos la plena facultad de manifestar pblica y abiertamente todo linaje de opiniones y pensamientos.

Nos haramos interminable si quisiramos aducir todos los testimonios hermossimos que demuestran la ilicitud grave de la libertad de cultos. Nuestro insigne apologista Balmes, en su Antologa, define la libertad diciendo: La libertad consiste en ser esclavo de la ley. Definicin que diera Cicern, y partiendo de la cual puede decirse que la libertad del entendimiento consiste en ser esclavo de la verdad, y la libertad de la voluntad en ser esclavo de la virtud; y tan es as, que si trastornis ese orden, matis la libertad. Quitad la ley, entronizis la fuerza; quitad la verdad, entronizis el error; quitad la virtud, entronizis el vicio. Para llegar a este error gravsimo de la proclamacin de la licitud de la libertad de cultos, ha sido preciso destruir el concepto de la verdadera libertad.

Un insigne apologista moderno, a este propsito, hace observar que la libertad, en el trato civil, no consiste en hacer los ciudadanos cuanto les place, sino en seguir, mediante las leyes civiles, las prescripciones de la ley eterna: De manera que ora se considere la libertad humana en los individuos o en las sociedades, en los superiores o en los sbditos, en todos los casos est sometida a la suprema autoridad de Dios, que no menoscaba, antes dignifica y protege la libertad de los hombres. Con qu sombra de razn echan en cara a la Iglesia ser enemiga de la libertad personal y civil: ella que desarraig la esclavitud, baldn de las naciones' aganas: ella que estableci la fraternidad amorosa entre los hombres: ella que resisti a los antojos de la tirana, a los desmanes de la iniquidad, a las violencias del cesarismo, haciendo se respetase la autoridad del poder legtimo, se guardasen los derechos de los ciudadanos para que todos viviesen en libertad, conforme a las leyes mandadas, segn los dictmenes de la recta razn?.

Este error perniciossimo, como tantos otros, trae su origen del funesto protestantismo. Levntase dice Balmes el pecho con generosa indignacin al or que se achaca a la religin de Jesucristo la tendencia a esclavizar. Cierto es que, si se confunde el espritu de verdadera libertad con el espritu de los demagogos, no se le encuentra en el catolicismo: pero, si no se quiere trastocar monstruosamente los nombres, si se da a la palabra libertad su acepcin mas razonable, ms justa, ms provechosa, ms dulce, entonces la religin catlica puede reclamar la gratitud del humano linaje: ella ha civilizado las naciones que la han profesado, y la civilizacin es la verdadera libertad.

Sirve de base a esta doctrina tan perniciosa, el error gravsimo y funestsimo que afirma la igualdad de derecho de todos los cultos y la licitud de todas las religiones, cualesquiera que ellas sean. Ha habido, en estos ltimos tiempos, un empeo sectario en hermanar la verdad con el error, provocando conferencias entre las diversas religiones, que han sido siempre manifiestamente condenadas por la Iglesia.

El actual Soberano Pontfice, Po XII, felizmente reinante, en 5 de junio de 1948, ha prohibido a los catlicos participar en el Congreso Mundial de las Iglesias, en Amsterdam: Como se ha podido comprobar dice el decreto que en varios pases, contrariamente a lo que disponen las rdenes de los sagrados cnones y sin previa autorizacin de la Santa Sede, se han celebrado convenciones entre catlicos y no catlicos, en las que se han tratado cuestiones de fe, se recuerda de conformidad con el prrafo 3 de la ley cannica 1.325, que est prohibido participar en tales asambleas sin la previa autorizacin de la Santa Sede. An es menos permitido que los catlicos convoquen y organicen tales congresos. Por lo tanto, la Sagrada Congregacin impone el exacto cumplimiento de estas prescripciones. Deben ser especialmente observadas cuando stas se refieren a los llamados Congresos Ecumnicos, en los que los catlicos, tanto seglares como clrigos, no pueden de ninguna manera participar sin la previa autorizacin de la Santa Sede.

Fuente emponzoada de innumerables males morales

Nos lamentamos frecuentemente, venerables Hermanos y amadsimos Hijos, del diluvio de males que inunda el mundo en la poca actual. Es cierto que no ha habido poca en la historia en que la Iglesia no se haya lamentado de esta perversin de las doctrinas y de las costumbres que pone en grave riesgo a la humanidad. Mas no cabe duda alguna de que la libertad de cultos, proclamada como conquista de la poca moderna, en los sitios donde se ha implantado ha sido y es fuente emponzoada del ms repugnante libertinaje.

Con cuanta razn exclamaba San Agustn: Qu peor muerte para el alma que la libertad del error!. Pensamiento que desarrolla en su encclica Libertas de 20 de junio de 1888 el Soberano Pontfice Len XIII, diciendo: La libertad degenera en vicio y an en abierta licencia, cuando se usa destempladamente, postergando la verdad y la justicia.

Por sus maravillosas enseanzas contenidas en sus admirables encclicas, bien puede denominarse al Papa Len XIII, el Pontfice de la libertad. En su encclica Immortale Dei de 1 de noviembre de 1885, proclama el Soberano Pontfice la doctrina de que sas que llaman libertades, bastante ha enseado la experiencia a qu resultado conducen en el gobierno del Estado, habiendo engendrado, en todas partes, tales efectos que justamente han trado el desengao y el arrepentimiento a los hombres verdaderamente honrados y prudentes .

La llamada libertad de cultos es, tal vez, la ms funesta entre todas las libertades de perdicin, ya que quebranta todas las leyes que pueden contener los vicios y abre la puerta a todos los abusos morales.

Muchas veces se ha alegado el amor a la patria como justificante de esta libertad de cultos perniciossima, error que combate el Papa Po XI, en su Encclica Mit brennender Sorge de 14 de marzo de 1937: No es lcito -dice- a quien canta el himno de la fidelidad a la patria terrena, convertirse en trnsfuga y traidor con la infidelidad a su Dios, a su Iglesia y a su Patria eterna.

Es verdad, Hermanos e Hijos muy amados, que entre nosotros todava, por la misericordia de Dios, no se habla de libertad de cultos; pero es necesario vivir muy alerta. Lo advierte prudentemente un eminente escritor de nuestros das: En esto s que han de levantar la voz todos los catlicos espaoles, y exclamar y exigir que se reprima con mano fuerte esa libertad de corromper las almas que va envuelta en la de emitir sus opiniones tal como de hecho se ve tolerada, aunque segn hemos visto, es abiertamente ilegal por ser opuesta a la misma Constitucin.

Para conseguirlo es necesario revestirse, con espritu de Dios, de fortaleza, en esta lucha entablada con el espritu del mal, recordando las palabras de San Len: Es gran piedad patentizar los escondrijos de los impos y vencer en ellos al mismo diablo.

Libertad de perdicin, no derecho de los pueblos

No hemos dudado en calificar a la libertad de cultos como una de las libertades ms funestas de perdicin. Es tan grande la ignorancia de nuestros tiempos, que muchos se convierten en propagadores y defensores de estas libertades de perdicin que no entienden.

Un apologista moderno, tratando de ellas, pone el dedo en la llaga al afirmar:

Qu entienden por libertad de cultos los que la demandan? La de profesar la religin que les acomode o de no profesar ninguna, si les parece. Quisieran tambin que por tal libertad, no se metiese la ley nunca en nada referente a la religin, ni se cuidase poco ni mucho de lo que hagan los particulares en este asunto.

Para demostrar ahora el absurdo y la injusticia de semejante libertad, bastar despojarla de las frases con que viene confusamente manifestada y ponerla en claro, con otros trminos, segn la significacin nica que puede tener para nosotros.

La libertad de cultos, en los pases catlicos, es el derecho de construir mezquitas, levantar sinagogas, hacer pagodas, erigir altares al sol, a la luna, al fuego, etc., y esto al lado de la Iglesia del nico y verdadero Dios, en presencia de los altares de nuestro Salvador Jesucristo. Tal es la libertad de cultos. Ni diga nadie que se recurre a lo peor; y que los defensores de la libertad de cultos quieren librarse slo de las pretensiones de la Iglesia, porque la libertad de cultos, en abstracto, rene todos aquellos errores, y en concreto, hace peor an, porque a proclamar llega el atesmo, que es ms funesto que la idolatra, por cuanto, si yerra el idlatra en suponer la divinidad en donde no existe, el ateo la desconoce absolutamente .

Con gran previsin, el celebrrimo P. Mariana, S.J. haca esta observacin, que pona en relieve que la libertad de cultos que destruye la religin verdadera, es una funesta libertad de perdicin: La religin -deca- es un fuerte vnculo para unir estrechamente los ciudadanos con el Estado, pues que slo permaneciendo la religin inclume pueden subsistir las leyes nacionales, mientras que estando en decadencia la religin, decaen tambin y vienen a gran ruina todos los intereses de la patria.

Presenta ya los gravsimos estragos que haba de producir en la Iglesia este libertinaje el primer Papa, San Pedro. quien adverta a los catlicos de todos los tiempos: Verdad es que hubo falsos profetas en el antiguo pueblo de Dios, as como se vern entre vosotros maestros embusteros que introducirn con disimulo sectas de perdicin. Estos tales son fuentes sin agua y tinieblas que se mueven a todas partes, para los cuales est reservado el abismo de perdicin. Porque profiriendo discursos pomposos, llenos de vanidad, atraen con cebos de apetitos carnales y prometen libertad cuando ellos mismos son esclavos de la corrupcin; pues quien de otro es vencido, por lo mismo queda esclavo del que venci, y ellos han sido vencidos por el error y por el mal (II Pet. 2, 17 y sgs.).

No debemos maravillarnos, Hermanos e Hijos muy amados, que tratndose de un riesgo tan grave para las almas, desde la Ctedra de la verdad los Soberanos Pontfices insistan, una y muchas veces, en apercibirnos de este peligro gravsimo.

Len XIII, en su encclica Libertas, nos dice: No es lcito de ninguna manera pedir, defender, conceder la libertad de pensar, de escribir, de ensear, ni tampoco la de cultos, como otros tantos derechos dados al hombre. Pues, si se los hubiera dado, en efecto, habra derecho para no reconocer el imperio de Dios, y ninguna ley podra moderar la libertad del hombre. Sguese tambin que si hay justas causas, podrn tolerarse estas libertades, pero con determinada moderacin, para que no degeneren en liviandad e insolencia. Donde estas libertades estn vigentes, usen de ellas para el bien de los ciudadanos, pero sientan de ellas lo mismo que la Iglesia siente, porque toda libertad puede reputarse legtima, con tal que aumente la facilidad de obrar el bien: fuera de eso nunca.

Y el Papa del Syllabus, el inmortal Po IX, en su Encclica Qui pluribus de 9 de noviembre de 1846, nos sealaba con toda claridad este peligro, y nos exhortaba a precavernos de l diciendo: Con todo empeo se patenticen las insidias, errores, en gaos y maquinaciones ante el pueblo fiel, y se libre a ste de leer libros perniciosos, exhortndole con asiduidad a que huyendo de la compaa de los impos y sus sectas como de la vista de la serpiente, evite con sumo cuidado todo aquello que vaya contra la fe, la religin y la integridad de las costumbres.

Parece mentira que muchos espritus frvolos, no obstante gloriarse de catlicos, se hayan dejado seducir por estas falsas ideas llamadas conquistas de la civilizacin.

Todava es tolerable este lenguaje, en labios de los que estn dominados por el error y estn sentados en las tinieblas y sombras de la muerte (Ps. 106, 10). Por esto, juzgamos conveniente, antes de terminar esta Nuestra Instruccin pastoral sobre la libertad de cultos, llamaros la atencin sobre la espantosa confusin que reina en nuestros das a este propsito.

Un notable apologista moderno expone difanamente esta doctrina fundamental de la Iglesia:

Se dice -escribe este autor- que la libertad de cultos es una de las conquistas preciosas de la poca moderna, y se aade "que la religin es un deber que todo individuo tiene para con la divinidad y que tcale, por tanto, a cada uno pensar en l". Esto es muy falso, porque si bien la religin es un deber aun de cada individuo, lo es igualmente de la sociedad entera. Dios no es Seor slo de los individuos, es Soberano y Autor tambin de la sociedad, por lo cual no se puede prescindir de un culto que se le preste a nombre de toda la sociedad y en el cual tome parte. Poner en duda esta verdad es proscribir lo que han confirmado, con su ejemplo, hasta los pueblos ms incultos de la tierra.

Pero, al menos, en lo que se refiere al deber individual, no deber intervenir la sociedad en nada? Si se trata de una sociedad pagana o heterodoxa que no posee la verdad infalible, ni hay quien se la ensea con autoridad, no tendrn ms derecho los gobernantes que el de prescribir lo que lastima evidentemente las leyes mismas de la naturaleza. Pero, si se trata de una sociedad catlica que infaliblemente posee la verdad, por tener el magisterio infalible de la Iglesia, no podrn indicar ellos mismos lo que se debe hacer y lo que se debe omitir, en materia de culto, por corresponder esto, esencialmente, a quien posee la autoridad de definir infaliblemente. La Iglesia tiene la obligacin y el derecho de proteger exteriormente el tesoro de verdad que posee en su culto; y tiene este derecho porque se lo da la misma verdad infaliblemente conocida. Y no hay sobre la tierra quien lo tenga mayor que la verdad.

Si tal culto, ciertamente verdadero, es por aadidura el nico que se practica en un pas, en un pueblo o en una nacin, tanto ms se le deber defender, cuanto que, sobre constituir el bien espiritual y eterno de los individuos, es un bien temporal y grandsimo de toda la sociedad, en la que fomenta la unin y la concordia, que son los bienes ms deseables de todos los terrenos.

Quin no ve la gran injusticia y el absurdo, al sostener en nuestra patria la libertad de cultos? Es lo mismo que decir a quien posee la verdad, que tiene derecho a defender el error; a quien est unido por la caridad con sus hermanos, que tiene derecho a enemistarles; y sostener que la autoridad social no tiene derecho a garantir la unidad de su culto, equivale a decir que la autoridad establecida para el sostenimiento del orden, no tiene derecho a conservarlo.

Agudamente hace observar el meritsimo autor de El liberalismo es pecado, el insigne sacerdote Sarda y Salvany: i,A qu decretar se pregunta la libertad de cultos, si en Espaa no hay ms culto que el verdadero? Cmo ciega el odio contra la verdad! No poda haber libertad de cultos porque no haba cultos que libertar; pero se hizo que vinieran del extranjero, para tener el gusto de mostrarlos a la Europa como prueba de nuestros progresos.

No se trata tan slo de una cuestin terica y opinable; en el fondo se ventila una cuestin importantsima que los impos pasan por alto y que a los catlicos nos interesa hacer resaltar. Es la doctrina que expona, en su Alocucin de 9 de diciembre de 1854, el Papa Po IX, diciendo: La fe obliga a creer que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Apostlica Romana, la cual es la nica arca de salvacin, fuera de la cual perecer quien quiera que no entre.

Queremos terminar, venerables Hermanos y muy amados Hijos, como con broche de oro, esta Nuestra Instruccin pastoral, con unas palabras autorizadsimas del Santo Padre Po XII, en su Exhortacin de 10 de febrero de 1952: Millones y millones de hombres claman por un cambio de ruta y miran a la Iglesia de Cristo como a poderoso y nico timonel que respetando la libertad humana pueda ponerse a la cabeza de tan grande empresa [de rehacer al mundo] y suplican con palabras clarsimas que sea Ella su gua.

Quiera el Seor preservarnos de tantos males, como por doquier nos cercan, y conservarnos, como a nuestros padres, en la pureza de la santa fe y en la prctica de las doctrinas-de la Santa Iglesia. Gracia que no dudamos obtener de la mediacin de la Omnipotencia suplicante, Mara Santsima, de la cual canta la Iglesia que aplast todas las herejas en todo el mundo (Off comm. fest. B. M. E in III noct.)

Prenda de los divinos favores que para todos imploramos, sea la bendicin que os damos en el Nombre del + Padre y del + Hijo y del + Espritu Santo.

Cardenal Pedro Segura y Senz Cartas Pastorales del arzobispo de Sevilla de 20 de junio y 8 de septiembre de 1952

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI