rubén darío, escritos políticos

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prosas sociopolíticas de rubén darío

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Rubén Darío / Escritos políticos

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Rubén Darío

Escritos políticosSelección, estudios y notas:

Jorge Eduardo ArellanoPablo Kraudy Medina

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Una publicación de:Banco Central de Nicaragua

Selección, estudios y notas:Jorge Eduardo ArellanoPablo Kraudy Medina

Cuidado de la edición:Marcela Tapia Miranda

Cubierta y contracubierta:Retratos de Rubén Darío (2007), óleos de Julio Martínez.

Portada interna:“Cabeza de Rubén Darío” (1896), dibujo de Eduardo Schiaffino

Diagramación: Flory Luz Martínez Rivas

N972.85D218 Darío, Rubén Escritos políticos / Rubén Darío ; selección, estudios y notas Jorge Eduardo Arellano y Pablo Kraudy Medina. -- 1a ed. -- Managua : Banco Central de Nicaragua, 2010. 448 p.

ISBN : 978-99924-45-13-6 1. DARÍO, RUBÉN, 1867-1916- ESCRITOS POLÍTICOS

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Presentación

El Banco central de nicaragua tiene el honor de patrocinar este volumen antológico: Escritos políticos de Rubén Darío. Preparado por Jorge Eduardo arellano, retoma y enriquece esfuerzos precedentes de los años ochenta. Entonces los investigadores de nuestro más grande valor cultural se dedicaron a enfatizar su faceta, poco cono-cida y divulgada, de cronista e intérprete de los acontecimientos y fenómenos más significativos de su tiempo.

así fue consignado oficialmente en un informe del Ministerio de Educación durante la segunda reunión del comité Integuber-namental del Proyecto de Educación para la américa latina y el caribe de la Unesco, celebrada en Bogotá del 25 al 28 de marzo de 1987: “Con la revolución, surge el rescate y la revalorización de la figura de Rubén Darío como el poeta y el escritor visionario de proyección polí-tica y social que emplaza al Imperio y denuncia la injusticia de un sistema de opresión y explotación”.

Por eso se ha considerado oportuna la selección de estos textos, en el marco del cincuenta aniversario de vida institucional del Banco central de nicaragua, para contribuir a la difusión de la obra rubendariana en beneficio, sobre todo, de las nuevas generaciones. Ya el Banco central ha publicado doce entregas monográficas sobre la temática rubendariana en su Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación. al mismo tiempo, editó dos libros: Rubén Darío: la influencia de una época (1992) de la estadounidense Hellen l. Ban-berger y la antología de Rubén Darío y césar Vallejo: Heraldos del Nuevo Mundo (1999), seleccionadas respectivamente por el nicara-güense Álvaro Urtecho y el peruano Ricardo González Vigil.

colabora en los Escritos políticos otro dariísta, Pablo Kraudy, Premio nacional “Rubén Darío” (2000) y Premio nacional de His-toria “José Dolores Gámez” (2000). Él es el autor del estudio preli-minar, donde señala —citando al argentino Saúl Yurkiévich— que “la modernidad, tal como la entiende nuestra época, comienza con Rubén

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Darío”; de tal manera que llegó a ser testigo del aceleramiento de la historia y del incremento vertiginoso del conocimiento y la tecno-logía, de la intensificación de las comunicaciones, del crecimiento del poder del dinero y la acumulación de bienes, del progresivo em-pobrecimiento, de la quiebra de los regionalismos, del anarquismo ideológico y práctico y de la violencia. Darío vivió en una era llena de neurosis, inquietud, insatisfacción, desasosiego, autodestrucción, síntomas augurales de una de las caras de la realidad del siglo XX.

Todo ello se advierte y se expone, a través de un aparato crítico y bibliográfico profesionales, en estas prosas de Rubén Darío, las cuales ejemplifican la lúcida acotación que de la obra de su autor hizo Salomón de la Selva: “En la obra de Rubén Darío, verdadera en-ciclopedia de nuestra América, se resume y compendia cuanto pensamos y sentimos, cuajan las esperanzas que nos impulsan, palpitan como cora-zones asustados nuestros miedos, dan alaridos nuestras ilusiones perdidas, abunda todo lo que nos deleita, y desfilan musical y multidonosamente las realidades y las irrealidades de nuestro vivir, las angustias y las glorias, los hallazgos y las fugas, los amores y los odios, y hasta los orgullos patrios y las miserias de nuestras ciénagas civiles.”

antenor Rosales BolañosPresidente

Banco central de nicaragua

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Nota explicativa

I

EN UNO de sus ensayos sobre Rubén Darío, Salomón de la Selva fijó esta convicción que compartimos los dariístas de varias nacionalidades de América y Europa empeñados en reunir la obra, si no completa, más contemporánea del nicaragüense universal: “Es pasmoso, al re-leer a Darío, atestiguar hasta qué punto estaba despierto su intelecto a las preocupaciones universales, a las inquietudes sociales, políticas y económicas, viéndolo todo y previéndolo todo con extraordinario acierto”.1

Y el objetivo general de la presente selección de textos rubenda-rianos, en su mayoría dispersos —o sea no recogidos en libro por su autor— es, precisamente, corroborar e ilustrar este aspecto básico del bardo. Aspecto que, a raíz de su fallecimiento, en la primera tentativa de sus obras completas, uno de sus editores, el argentino Alberto Ghi-raldo (1874-1946), logró deslindar en un pequeño volumen titulado Crónica política.2

Su propósito era presentar “una faz del talento múltiple de Darío, completamente desconocida para los lectores de España y la mayor parte de América”, no sin destacar el espíritu combativo de su juven-tud inspirado en Víctor Hugo (1802-1885), de quien asimiló ideas y sentimientos de índole social.

Ghiraldo señalaba algunas piezas concretas, por ejemplo el panfleto denunciatorio “Historia negra” (1890), característico “de un momen-

1 Salomón de la Selva: “Rubén Darío”, en Romance (México, 15 de febrero, 1941, año II, núm. 1, p. 3 y Repertorio Americano, San José, C. R., 17 de mayo, 1941, año XXII, núm. 912, tomo XXVII, núm. 8, p. 114), incluido en Ernesto Mejía Sánchez (ed.): Estudios sobre Rubén Darío (México, Fondo de Cultura Económica, Comuni-dad Latinoamericana de Escritores, 1968, pp. 175-180).2 Rubén Darío: Crónica política. Madrid, Mundo Latino, 1918. 254 p. (Obras com-pletas ordenadas y prologadas por Alberto Ghiraldo, v. 11).

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to especialísimo que atravesaron algunas democracias semibárbaras de nuestra América”. Además, destacó el liberalismo de su autor, su amor a la independencia y a la libertad, su campaña en pro de la unión centroamericana y en contra “de soldadotes brutales y sanguinarios, conculcadores de derechos ciudadanos, atropelladores de honras cívi-cas y forajidos legales de todo linaje”.3 En fin, su labor como prosista de combate.

Tal selección, por tanto, constituye el más remoto antecedente de estas páginas inscritas en la línea de revaloración del intelectual pro-gresista que fue en su época el máximo héroe civil de Nicaragua. En efecto, consta de treinta y un piezas ordenadas temáticamente en nueve rubros (Unidad centroamericana, Historia negra, La opinión europea, Biografía, Política internacional, Literatura político, Ecos de Chile, Te-mas de escándalo y Varia). Pero Ghiraldo no especifica sus fuentes ni aporta notas al pie, esclarecedoras de las numerosas referencias de Da-río a hechos y personalidades.

Tuvieron que transcurrir sesenta años para que se retomara a Darío como intelectual progresista. Esta auténtica dimensión suya fue prácti-camente sepultada en el olvido no sólo por el subdesarrollo cultural del país, sino por la imagen del inspirado bohemio e improvisador alcoho-lizado creada por la mitología popular y el proceso de icononización asumida por los gobiernos libero-conservadores desde su muerte hasta 1979. No sin prescindir del reduccionismo torremarfilista que cierta crítica académica, a nivel de lengua española, aplicó a su obra, olvidan-do que el mismo Rubén había confesado en el primero de sus Cantos de vida y esperanza (1905):

La torre de marfil tentó mi anhelo;quise encerrarme dentro de mi mismo,y tuve hambre de espacio y sed de cielodesde las sombras de mi propio abismo.

Conscientes de esa realidad —y prosiguiendo a Ghiraldo—, Fran-cisco Valle, director de la Biblioteca Nacional, y yo, como director del Archivo General de la Nación, editamos en Managua (enero de 1980) un libro similar, Textos socio-políticos, en conmemoración del 113 ani-

3 Ibid. p. xvii

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versario del natalicio del errante cantor de Metapa.4 Quince trabajos compilaba ese pequeño volumen, reeditado cuatro años más tarde por la embajada de Nicaragua en República Dominicana.5 “Con estos tex-tos —escribía Valle— nos adentramos en el conocimiento de un Darío, hasta ahora soslayado, que criticó todas las injusticias de su tiempo”.6

Mientras tanto, Julio Valle-Castillo —responsable del área literaria del Ministerio de Cultura— agregó nueve piezas en una nueva edición con el título modificado: Prosas políticas.7 Así conformaron “un con-junto de veinticuatro artículos, ensayos y páginas de ficción, revelador del interés, de la preocupación política y de la información de primera mano que sobre el acontecer mundial poseía nuestro poeta, al igual que la dignidad y el patriotismo que supo tener ante algunas coyunturas, sobre todo cuando se trató de Nicaragua y de la intervención norte-americana” —anotó en el prólogo Valle-Castillo.8

Simultáneamente, el suscrito había estructurado un manual con se-senta y tres fragmentos de Darío: Tantos vigores dispersos.9 Desde luego, el volumen —cuyo título procedía de un verso de la famosa “Saluta-ción del optimista”— perfilaba “un Darío sensible a la injusticia, capaz de advertir y denunciar la explotación y los vicios sociales. Un hombre de ideas, atento a los problemas de la sociedad industrial de Europa, abierto a los precursores del pensamiento social moderno, indignado por los atropellos imperialistas” —afirmé en la presentación correspon-

4 Rubén Darío: Textos socio-políticos. Presentación de Francisco Valle. Selección y notas de Jorge Eduardo Arellano. Managua, Biblioteca Nacional, 1980, 77 p. 5 Rubén Darío: Textos socio-políticos. Presentación de Francisco Valle. Selección y notas de Jorge Eduardo Arellano. Santo Domingo, R. D., Editora Alfa y Omega, 1984. 77 p.6 Ibid. p. 5.7 Rubén Darío: Prosas políticas. Introducción de Julio Valle-Castillo. Selección y no-tas de Jorge Eduardo Arellano. Managua, Ministerio de Cultura, 1982. 189 p. (Co-lección popular dariana, v. 2).8 Ibid. p. ix.9 Rubén Darío: Tantos vigores dispersos. (Ideas sociales y políticas). Selección y notas de Jorge Eduardo Arellano. Managua, Consejo Nacional de Cultura, enero, 1983. 136 p. Reseñado por Michele Najlis: “Prosiguiendo el rescate de Darío”, en El Nuevo Diario, 25 de febrero, 1983 y Anselmo Sequeira: “Tres antologías nicaragüenses” [Tantos vigores dispersos, Cuentistas de Nicaragua y Antología general de la poesía nicara-güense], en Ojuebuey / Revista de Poesía, Narrativa y Crítica Española y Centroame-ricana, Valencia [España, núm. 4, octubre-diciembre, 1984].

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diente: “Rubén Darío, intelectual progresista”.10 Breve ensayo que pro-cedía de otro más amplio.11

II

Comentando la primera edición de Textos socio-políticos, el suscrito también señalaba que Darío se hizo eco de la resonancia del movimien-to anarco-colectivista en Europa y registró la ira contra el capitalista en Francia, la buena nueva del socialismo en Alemania y la inminente revolución rusa. Al mismo tiempo, criticó la época victoriana de In-glaterra, país de rapiña según Darío, quien señaló: “el imperialismo pide sangre y oro”. En Roma le repugnaba la venta de cirios y medallas (“un cambalache sagrado” llamó a ese comercio), en Berlín sentía la influencia del cuartel y en Madrid se compadecía de sus innumerables mendigos.12

En ese ensayo, igualmente, indicaba que Darío, desde sus años for-mativos, se refirió a la intrusión del expansionismo filibustero en Ni-caragua de 1855 a 1857 al reseñar la traducción del libro de William Walker (1824-1860), emprendida por el escritor italo-nicaragüense Fabio Carnevalini (1829-1896). En ella, el joven de diecisiete años co-mentó: “la publicación de que tratamos, al ser leída, difundirá mucha luz en todos los que ansían conocer aquel período de nuestra historia patria, en que Walker y sus prosélitos amenazaron de un modo violen-to destruir o transformar nuestro modo de ser en la escala de las nacio-nes”.13

Poco después, en otra publicación periódica —esta vez chilena— deslindó en el continente dos Américas, a la que atribuía distintas filia-ciones étnicas: la suya correspondía a la raza latina; la otra a la anglo-sajona. Lo hizo en una crónica sobre deportes en que aludía al célebre

10 Ibid. p. 11.11 Jorge Eduardo Arellano: “Rubén Darío antimperialista”, en Casa de las Américas, La Habana, núm. 133, agosto, 1982, pp. 104-108 y Campos / Revista del Instituto Universitario de Tecnología Alfonso Camero, Coro, Venezuela, núm. 5, diciembre, 1938. pp. 17-24.12 Ibid. p. 104.13 Rubén Darío: “Bibliografía. Historia de la Guerra de Nicaragua”, en El Porvenir de Nicaragua, núm. 79, 7 de noviembre, 1884; rescatada por Diego Manuel Sequeira en Rubén Darío criollo (Buenos Aires, Editorial Kraft, 1945, p. 71).

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empresario estadounidense Taylor Barnum (1810-1891) —“ese rey de los espectáculos que tiene su trono en Londres y en Nueva York”—, concluyendo: “¡Dios santo! Vamos quedando con nuestro modo de ser amenazados por la raza férrea anglosajona, al menos en América, raza que ha hecho de sus puños martillos, que habla una lengua bárbara también, ruda, erizada, rápida y casi eléctrica”.14

Nuestro modo de ser: he aquí, de nuevo, la frase identitaria que des-de entonces Darío ligaba a la latinidad en otra denominación de esos años: “América Latina”. Realmente, si no su creación, el concepto lo difundió en Francia Michael Chevalier en sus Letres sur l’Amerique de Nord (París, 1836). Y el escritor centroamericano, como lo demuestra en las piezas de este libro, llegaría a ser uno de los constructores de esa identidad latina, es decir, del nosotros latinoamericano. Tanto que en uno de sus ensayos medulares planteó que el ABC sudamericano (Argentina, Brasil, Chile) debían formar, en el futuro, un muro de contención frente a la expansión del Imperio del Norte. No era origi-nalmente suyo este planteamiento, sino de un escritor francés. Pero lo compartió destacando que, si esos tres países sudamericanos abando-nasen sus rivalidades y querellas políticas y se consagrasen a cultivar las riquezas maravillosas de su suelo, se podría ver, en un cuarto de siglo, o en siglo y medio, constituirse esa región en naciones potentes, capaces de contrapesar a la América anglosajona, y de hacer en lo adelante vano el empeño de hegemonía panamericana acariciado por los Estados Unidos. Y concluía Darío en ese artículo de La Nación, el 6 de abril de 1902: Subrayo las palabras finales, porque ellas son la expresión del juicio que la Europa sensata y previsora tiene de nuestras repúblicas ante la amenaza del imperialismo yanqui.15

III

Ahora las piezas de esta nueva selección, que responde al título Es-critos políticos, superan el medio centenar: cincuenta y tres exactamen-

14 Rubén Darío: “La Semana” (iniciado “Sport! Sport!...”), en El Heraldo, Valparaíso, 7 de abril, 1888, p. 158; rescatado por Raúl Silva Castro: Obras desconocidas no reco-piladas en ninguno de sus libros (Santiago, Prensa de la Universidad de Chile, 1934, pp. 156-166).15 Rubén Darío: La caravana pasa (París, Garnier Hermanos, 1902, p. 249).

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te. Pero se enumeran e identifican cuarenta y siete porque “Páginas de La Unión” y “Elección, gobierno y caída de José Manuel Balmaceda” corresponden —cada una— a una serie de cuatro artículos. Tal deci-sión fue tomada porque dichas series desarrollan un mismo tema: en el primer caso, el unionismo centroamericanista que profesó y propagan-dizó desde su juventud el poeta; y en el segundo, el citado presidente de Chile, quien distinguió a Rubén con su amistad durante su estada en el país austral.

Este corpus rubendariano obedece, en principio, a un objetivo con-creto: difundir una imagen representativa del periodista vital y vitalicio que fue el nicaragüense universalista, cuya labor más notable fue la creadora: poemas, cuentos y relatos, intentos de novelas, críticas de arte, ensayos y semblanzas, manifiestos y reseñas, traducciones, pági-nas autobiográficas; pero también dejó, en centenares de publicaciones periódicas, una enorme cantidad de crónicas. Entre ellas, las de dimen-sión social y política no fueron escasas. Algunas ingresaron a sus libros, como se indica en las anotaciones al pie de página de este volumen. Sin embargo, la mayoría quedaron dispersas y permanecen prácticamente desconocidas; de ahí que se hayan privilegiado.

Es en esas crónicas, más que en sus creaciones, donde Darío volcó su ideario político y preocupación por el destino de América Latina, excepto en dos poemas famosos: oda “A Roosevelt” (1904) y “Saluta-ción al Águila” (1906), cuyas relecturas se ofrecen a continuación de esta nota explicativa.

Pero los textos siguientes se han elegido también por una razón: prosiguen la tradición de formas discursivas —remontadas a Bolívar y demás próceres independentistas y civilizadores— que implican un su-jeto capaz de asumir su propia subjetividad, o mejor: su realidad social no ajena a las exigencias de un cambio histórico. Y este cambio lo ligó, como nicaragüense, al proyecto y ejecución del gobierno liberal de J. Santos Zelaya (1893-1909) que, sustentado en la caficultura —con la cual Nicaragua había ingresado al comercio mundial—, se expresaba en una ideología progresista.

En segundo lugar, como latinoamericano, postuló desde 1893 una dicotomía simbólica, primero cultural y luego política, de Calibán (los Estados Unidos) y Ariel (la América Latina). De ese binomio dico-

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tómico ya he dado detallada cuenta en un ensayo.16 Sin embargo, es oportuno recordar que Darío utilizó los símbolos de Calibán-Ariel en 1893, en su ensayo sobre Edgard Allan Poe (“un Ariel entre calibanes”), nueve años antes de su más acabada caracterización por José Enrique Rodó en su libro Ariel (1900). Pero fue en 1898 cuando interpretó el sentimiento de toda Latinoamérica en “El triunfo de Calibán”, caracte-rizando a Estados Unidos como “imperio de la materia”; “país de vida práctica y material, país del cálculo” cuyo ideal está circunscrito “a la bolsa y a la fábrica”, al “culto del dólar”; país que busca “no solamente influencia, sino también dominación”, lo que en la práctica ha demos-trado: “¡Soberbios cultivadores de la fuerza!”, empeñados en “rehacer el mundo, a su imagen y semejanza”, “aborrecedores de la sangre latina” y “enemigos de toda idealidad”. Por el contrario, para él América Latina encarnaba la idealidad, y con ella, el anhelo de perfectibilidad humana y de orde de vida.17

Pero nada mejor que el testimonio del propio Darío —su contesta-ción a una encuesta sobre el porvenir de los países de nuestra América que le enviaron en 1902— para tener idea clara de su credo hispano-americanista, o más concretamente, latinoamericano. Porque —soste-nía— “Panamericanismo es una palabra inventada por los norteame-ricanos para inundar con sus productos todos los mercados del nuevo continente”, mientras él proponía “un hispanoamericanismo: la unión comercial, el arbitraje y la solidaridad moral de las repúblicas de lengua española”. Y agregaba “La doctrina de [James] Monroe ha inflado la vanidad y aumentado la insolencia de ciertos gobiernos en sus relacio-nes con las potencias europeas. A la doctrina de Monroe América para los americanos, ha contestado un representante argentino [Roque Sáenz Peña] en el Congreso Panamericano de Washington, con esta otra divi-sa: América para la humanidad.”18

No obstante, estaba consciente de que “la invasión yankee es un hecho real en otras naciones más próximas al coloso. México está casi

16 Jorge Eduardo Arellano: “Calibán y Martí en Los Raros”, en Anales de la Literatura Hispanoamericana, Madrid, núm. 28, tomo I, 1999, pp. 435-444.17 Pablo Kraudy: “Visión dariana de América” en Lengua, núm. 19, julio, 1999, p. 38.18 Rubén Darío: “Respuesta a una encuesta sobre el porvenir de los países hispano-americanos”, en El Cojo Ilustrado, Caracas, tomo XI, 1902, p. 659.

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conquistado; esa lenta y gradual absorción ha sido calificada, en Méxi-co mismo, de ‘conquista pacífica’. En la América Central se hace sentir la atracción de la Gran República, al punto de que existe en Nicaragua un partido o grupo anexionista. En Colombia, la ciudades de Panamá y Colón son poblaciones de habla inglesa”. Y, desde París, especificaba:

Todas las repúblicas de América Latina no tienen el mismo porvenir. Su progreso futuro estará en razón directa de la mayor o menor emancipación de la influencia intelectual española, por una parte, y de la influencia moral de Roma, por la otra. La decadencia de España y el desprestigio que emana de su lengua han contribuido a la poca actividad mental de los países hispa-no-americanos. El catolicismo estrecho de las Filipinas, practicado también en gran número de las repúblicas hispano-americanas, ha mantenido a la mayor parte de esos pueblos en una cuasi semi-barbarie. La emancipación de la América española ha comenzado por la onda del progreso del elemento inmigrante. Por esto, la República Argentina es el país más letrado y más avanzado de toda la América Latina. Como en este gran país, las guerras endémicas cesarán en el resto del continente con la transfusión de sangre nueva. En el porvenir, la parte del continente que no haya sido conquistada por los Estados Unidos, formará un vasto imperio, que será quizás, en las próximas conflagraciones mundiales, el salvador del espíritu latino.19

El mismo año de 1902, Darío resumió un artículo interesante que el economista francés Achille Viallate había publicado en la Reveu de París, y que trataba “de las relaciones de la nortemericana con sus her-manas menores del Sur, y de las varias tentativas hechas para extender la influencia yanqui por todo el continente”. El latinoamericano regis-tró ese análisis de las relaciones internacionales, desde Henry Clay has-ta Teodoro Roosevelt, subrayando “el carácter errático y oportunista de las intervenciones estadounidenses —cito a Günther Schmigalle— en la América española, los esfuerzos por parte de los Estados Unidos, por mantener los Estados latinoamericanos divididos y pequeños y las difi-cultades que los políticos norteamericanos encontraron en sus anhelos de dominación, disfrazados bajo la demagogia panamericanista”.20

19 Ibid. Reproducido en Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 104, julio-septiembre, 1999, p. 35.20 Günther Schmigalle: “Introducción” a Rubén Darío: La caravana pasa, Libros IV y V, Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, Berlín, edition tranvia-Verlag Walter Frey, 2004, pp. 22-23.

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Tal fue el credo político de Darío, quien dejaría este mundo a sus 49 años, desilusiondo al constatar el resquebrajamiento del Estado na-cional de su pequeña patria —a la que había representado como cón-sul en París y ministro residente en España, y enviado especial en la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro en 1906— por la domi-nación extranjera, dejando testimonio de esa dominación entre 1910 y 1912. Los textos son numerosos, pero me limito a citar una carta a Manuel Ugarte (1874-1951), escritor argentino que propugnó toda su vida por la unidad latinoamericana. Esta pieza epistolar data de sep-tiembre, 1910, es decir, a un mes de la derrota —en gran parte debida a la intervención estadounidense— del proyecto liberal de nación que defendía en su patria natal. Así, manifestó: Dado que Nicaragua será una dependencia norteamericana, yo no tengo la voluntad de ser yankee, y como la República Argentina ha sido para mi la Patria intelectual, y como, cuando publiqué mi Canto a la Argentina, la prensa de ese amado país pidió para mí la ciudadanía argentina, quiero, puedo y debo ser argen-tino. Y proseguía Darío, frustrado pero decidido: Usted sabe lo que yo he amado al Río de la Plata y yo sé que allí todo el mundo aprobaría mi preferencia por el Sol del Sur a las Estrellas del Norte.21 O sea, el sol de la bandera argentina.

IV

En síntesis, Darío —como se demuestra en estas páginas— tuvo varias patrias: Nicaragua (“mi patria original”), Chile (“segunda patria mía”), Argentina (“mi patria espiritual”), España (“la Patria madre”), Francia (“la Patria universal”) y, en función de su ideario artístico, “nuestra patria la Belleza”. Mas la columna vertebral de su credo po-lítico fue la latinidad. Tal es la imagen vinculada al mundo real que le tocó vivir e interpretar entre 1887 y 1914, lapso en que se ubica la publicación de las piezas aquí seleccionadas rigurosamente, y que pres-cinden de poemas y ficciones, limitándose a artículos, ensayos, crónicas y entrevistas, es decir, a prosas.

Éstas se inician con seis textos que, reunidos bajo el título Preludios contextuales, abordan directamente los problemas de carácter mundial

21 Cartas desconocidas de Rubén Darío. 1882-1916. Introducción, selección, notas: Jorge Eduardo Arellano. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, marzo, 2000, pp. 306-307.

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de los cuales Darío fue testigo e intérprete. Para una mejor compren-sión de dichas piezas, se han ordenado en cinco secciones y, dentro de cada una, cronológicamente, a saber: I. Nicaragua, II. Centroamérica, III. Latinoamérica, IV. Estados Unidos y V. Europa. La distribución no es gratuita: Darío actuó en (y pensó sobre) esos cinco ámbitos geo-gráficos.

Cada una de de las piezas lleva primero: una referencia de su fuente original, o sea tanto de la publicación periódica donde apareció por primera vez, como de sus reproducciones principales; y, en seguida, notas al pie de página que aclaran el contexto e informan de los auto-res, acontecimientos y personalidades. Las palabras abreviadas Sr. y M. se completan: señor y monsieur. Entre corchetes, se colocan las frases más significativas del artículo para facilitar su lectura y determinar su contenido; excepto en pocos casos, se mantiene la puntuación original. Asimismo, se moderniza la ortografía, especialmente la acentuación; se corrigen erratas y nombres, y se traducen frases al español transcritas por Darío en otros idiomas.

Los dariístas Pablo Kraudy, Günther Schmigalle y Noel Rivas Bra-vo, colaboran en las anotaciones. Las de Kraudy (correspondientes a “Los miserables”, “La invasión de los Bárbaros del Norte”, “Dinami-ta”, “El triunfo de Calibán”, “Roosevelt en París” y “La comedia de las urnas”) fueron elaboradas especialmente para el volumen; y las de Schmigalle y Rivas Bravo se tomaron de sus ediciones críticas de Darío publicadas por la Academia Nicaragüense de la Lengua. Así se indica oportunamente.

Para terminar, agradezco al Banco Central de Nicaragua por auspi-ciar la edición de este volumen en el cincuentenario de la institución; a los ya citados Kraudy, Schmigalle y Rivas Bravo —colegas y amigos de muchos años—, por sus aportes; y a Flory Luz Martínez Rivas, auxiliar electrónica, por su transcripción y diseño digital.

JEA[Managua, agosto, 2009]

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Dos poemas políticos De RubéN DaRío

Jorge Eduardo Arellano

1. “A Roosevelt”: preconización solidaria del alma hispanoamericana ante la tentativa imperial del coloso del Norte

LA CÉLEBRE oda “A Roosevelt” de Rubén Darío es uno de sus can-tos de vida y esperanza de mayor popularidad y, en consecuencia, más recitado. También ha sido objeto de múltiples comentarios y lecturas críticas. Sin embargo, todavía merece escudriñarse releyéndolo a la luz de nuevas aproximaciones.

Ubicación temática

En su antología temática del modernismo poético en lengua espa-ñola, Alberto Acereda deslinda cinco dimensiones en la lírica moder-nista: 1) una sabia visión del arte y de lo metapoético; 2) un angustiado desasosiego existencial; 3) un erotismo trascendente; 4) una visión de la religión como generadora de cuestionamiento sobre la divinidad y la existencia; y 5) una constante preocupación social y política, o más bien sociopolítica.1

Acertada, pero no suficientemente por falta de espacio, Acereda inserta memorables y representativos poemas de Darío dentro de cada una de esas secciones: “Yo soy aquel que ayer no más decía”, “¡Torres de Dios, poetas!” y “Letanía de Nuestro Señor don Quijote”; en la primera; “Responso a Verlaine”, “Nocturno” (el primero de los dos Cantos de vida y esperanza) y “Lo fatal” en la segunda; “¡Carne, celeste carne de la mujer!...”, “Por un momento, oh cisne…”, y “Poema del otoño” en la tercera; “Canto de esperanza”, “Spes”, “Divina psiquis” y “La cartuja” en la cuarta; “A Colón”, “A Roosevelt”, “¿Qué signo haces, oh cisne…?”, “La gran cosmópolis” y “Agencia” en la quinta. En total, dieciocho.

1 Alberto Acereda (ed.): El modernismo poético. Estudio crítico y antología temática. Salamanca, Ediciones Almar, 2001.

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Pero de los últimos cinco poemas, sólo “A Roosevelt” y el primero de “Los cisnes” sustentan una palpitante dimensión política, en prin-cipio, de su tiempo. Más aún: si “¿Qué signos haces, oh cisne con tu encorvado cuello?”, la emblemática ave de Darío, majestuosa y sere-na, queda ligada al destino hispánico, “A Roosevelt” consiste —según su autor— en una preconización solidaria del alma hispanoamericana “ante las tentativas imperialistas del coloso del Norte”.2

Contexto epocal

Esta fue la circunstancia histórica en que se escribió: la declaración conquistadora del presidente de los Estados Unidos [del Norte], Theo-doro Roosevelt (1852-1919), del 3 de noviembre de 1903: I took Pa-nama (Yo tomé Panamá). Con ella, justificaba la política imperial e in-terventora de su gran nación. Panamá pertenecía a Colombia, y como éste país había rechazado el convenio que el gobierno norteamericano le propuso sobre el Istmo donde proyectaba abrir el Canal, un grupo de panameños fue sobornado, proclamó la independencia y cedió la Zona del Canal en el Tratado Hay-Bureau Varilla, suscrito en Washington el 18 de noviembre de 1903.

Entonces Darío, quien se hallaba en Málaga, España —intentan-do curarse de una gastritis iniciada en París, donde residía como co-rresponsal del bonaerense diario La Nación y cónsul de Nicaragua en Francia desde 1903— reaccionó contra ese atropello. Mejor dicho: res-pondió, protestando como poeta, a la política expansionista de Teddy Roosevelt llamada del big stick (gran garrote), expuesta como presidente reelecto en los primeros días de enero de 1904 con estas palabras: “En el hemisferio Occidental la adhesión de los Estados Unidos a la doc-trina Monroe puede obligar a los Estados Unidos aunque sea de mala gana, en los casos de mal proceder o de impotencia, a ejercer un poder político internacional”.

Publicaciones e imitadores

Juan Ramón Jiménez (1881-1958), discípulo de Darío, fue privi-legiado por éste para difundir su oda, escrita en Málaga (en casa de su

2 Rubén Darío: Historia de mis libros. Edición de Fidel Coloma. Managua, Nueva Nicaragua, 1988, p. 90

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amigo Isaac Arias, cónsul de Colombia) antes del 17 de enero de 1904, pues en esa fecha se la remitió a Juan Ramón con otras composiciones en verso. El destinatario dejó constancia de su original autógrafo reci-bido en Madrid: “un espléndido manuscrito en papel marquilla, cuatro pájinas (sic), con esa letra rítmica que Rubén escribía en sus momentos más serenos. Era la magnífica oda a Teodoro Roosevelt y venía dedica-da al Rey Alfonso XIII. Al día siguiente recibí un telegrama de Rubén Darío pidiéndome que suprimiera la dedicatoria”.3

Jiménez añade que dichos versos “promovieron una gloria de admi-raciones. Francisco A. de Icaza [1863-1925] lloró de emoción cuando yo, en un tranvía le enseñé el manuscrito de la ‘Oda a Roosevelt’ (sic)”. El mismo Jiménez lo publicó en la revista madrileña Helios —órgano del modernismo triunfante— en febrero de ese año, con su data: “Má-laga, 1904”. Luego se reprodujo en El Cojo Ilustrado de Caracas, en Pandemonium de San José, Costa Rica, y en dos revistas de Santiago de Chile: Pluma y Lápiz (el 29 de mayo del mismo año) y en La Lira Chi-lena con la citada datación. En El Cojo Ilustrado, José Santos Chocano —altisonante modernista del Perú—, se atrevió a contradecir el men-saje de la oda, sin trascender un nivel menos que mediocre, como lo fue su “Self-help!/En nombre de Roosevelt a Rubén Darío”, fechado en “San José de Costa Rica, 3 de mayo de 1904”, que concluía: Ya verás, cuando lleguen las albas redentoras, / que América, esta América amada del sajón, / responderá a tus versos como Roosevelt lo hiciese: / —Para ven-cer no tengo sino un aliado: ¡yo!

Años después, el puertorriqueño José de Diego (1867-1918) —y no fue el único de su generación— imitó infelizmente la oda de Darío en uno de sus Cantos de rebeldía (1916), dirigiéndose “A los caballeros del Norte”: Y os estamos diciendo hace tiempo en las dos, / que os vayáis con el diablo y nos dejéis con Dios!

Estructura acumulativa

Pero es necesario puntualizar la estructura acumulativa y confron-tadora de “A Roosevelt” a partir de su tono invocador: ¡Es con voz de la

3 Juan Ramón Jiménez: Mi Rubén Darío (1900-1956). Reconstrucción, estudio, no-tas críticas de Antonio Sánchez Romeralo. Moguer, Ediciones de la Fundación Juan Ramón Jiménez, 1990, p. 175.

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Biblia, o verso de Walt Whitman / que habría de llegar hasta ti, Cazador! —inicia Darío sus alejandrinos (versos de catorce sílabas) arrojando al rostro de Roosevelt, como una bofetada, el calificativo. El poeta apro-vecha la circunstancia de que el expansionista líder norteamericano era un gran aficionado a la caza. ¡Primitivo y moderno, sencillo y complicado / con un algo de Washington y cuatro de Nemrod! —lo retrata contra-poniéndolo a su antecesor George Washington (1732-1797), prócer fundacional de los Estados Unidos, de quien tiene apenas “un algo” e identificándolo con Nemrod, personaje bíblico, rey fabuloso de Caldea “el primero que se hizo poderoso en la tierra” y “gran cazador” (Génesis, 10, 8-9). De éste no dice el poeta que posee mucho, sino cuatro. ¡Ojo!: el número allí escrito —aparentemente prosaico— tiene el sentido de sugerir la idea de utilitarismo, la tendencia de reducir todo a números, que domina generalmente a los hombres del Norte de América.

Contraste de culturas

En los cuatro versos siguientes (dos de nueve sílabas y otros dos de catorce), la acusación de Darío se torna específica y sintetiza el carácter de Hispanoamérica, tal como va a desarrollarlo:

Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

Pero el contraste entre las dos culturas se destaca enseguida: Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.

Es decir: opta por el pacifista a outrance y espíritu evangélico que fue el escritor ruso Liev Mikolaévich Tolstoy (1828-1910): polo opues-to al hombre batallador y materialista que gobernaba los Estados Uni-dos. Pero va más allá de su tiempo:

Y domando caballos o asesinando tigres eres un Alejandro-Nabucodonosor.

O sea: como el famoso conquistador, rey de Macedonia, Alejandro Magno (356-323 a.C.) y Nabucodonosor II el Grande, rey de Caldea (605-562 a.C.), destructor del reino de Judá, entre otras acciones de-

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predadoras. (Eres un Profesor de energía / como dicen los locos de hoy), remata entre paréntesis la primera estrofa, directa y efectiva, apropián-dose de la expresión Profesor de energía inventada por Stendhal para aplicársela a Napoleón y usada principalmente por autores franceses. El exégeta dariano Arturo Marasso aclara: “Darío se refiere a la casi fanática doctrina anglosajona de la actividad práctica e incesante de la acción exterior como objetivo de la vida, con voluntad de dominio del fuerte”.4

Estética política

A continuación, los versos se acortan en sílabas de diez y ocho: Crees que la vida es incendio, / que el progreso es erupción; / que en donde pones la bala / el porvenir pones. / No. Sílaba enfática, complementaria asonante del sexasílabo anterior, “lo cual contribuye al tono predica-dor del poema”, afirma el canadiense Keith Ellis.5 A Julio Valle-Casti-llo se le debe la observación de que, al apresurar rítmicamente la oda acortando los versos para resaltar un “No” solitario, Darío avizora el caligrama de Apollinaire, ya que dibuja con palabras, calca el mapa de América: la del Norte, México y la América Central, en cuya delgadez ístmica ubica el meollo de su oda: su significativo y rotundo No, con valor autonómico de verso único.6

Al respecto, el propio Darío estaba consciente de esta intenciona-lidad gráfica o visual. En carta desde Málaga, fechada el 24 de enero de 1904, solicitó a Jiménez pruebas de imprenta de su oda ordenando: “que me pongan espacios blancos de interlíneas dobles de las usuales, por causa de estética política¡ [el énfasis subrayado y la admiración son suyas, como también las frases siguientes]. ¡Qué diría el Yankee!”.7 Ya en París, el 30 de marzo solicita al mismo Jiménez tres o cuatro ejemplares

4 Arturo Marasso: Rubén Darío y su creación poética. Buenos Aires, Editoria Kapelutz, 1954, p. 1255.5 Keith Ellis: “Un análisis estructural del poema ‘A Roosevelt’” en Cuadernos hispano-americanos, Madrid, núms. 212-213, agosto-septiembre, 1967, p. 180.6 Julio Valle-Castillo: “Darío y el poema gráfico de América”, en Jorge Eduardo Arellano [ed.]: Rubén Darío y su vigencia en el siglo XXI. Memoria del simposio in-ternacional celebrado en León, Nicaragua, del 18 al 20 de enero de 2003. Managua, JEA editor, 2003, p. 119.7 Juan Ramón Jiménez: Mi Rubén Darío, Op., cit., p. 104.

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del número de febrero de Helios, revista donde se había publicado la oda clamorosa y protestataria ante la política del garrote.

Hugo a Grant: “Las estrellas son vuestras”

En la estrofa inmediata (siempre en alejandrinos), Rubén recono-ce la fuerza ciclópea de la potencia imperial: Los Estados Unidos son potentes y grandes. / Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor / que pasa por las vértebras enormes de los Andes. / Si clamáis se oye como el rugir de un león. / Ya Hugo a Grant le dijo: Las estrellas son vuestras dice en el verso 24, aludiendo a una frase del literato francés Víctor Hugo (1802-1885), que escribiera en un artículo contra el presidente Ulises Grant (1822-1885), cuando éste visitó París en 1877. Simbólicamente, las estrellas son vuestras se refería tanto al poder de los Estados Unidos (dueño del cielo y de la tierra) como al aumento de las estrellas (una por cada Estado), estampada en su bandera.

El argentino sol, la estrella chilena, La Libertad de Bertholdi

En los versos 25-29 prosigue el subtema, excepto cuando —entre paréntesis— alude a los símbolos, un sol y una estrella, respectivamen-te, de la República Argentina y de Chile, países en los cuales Darío confiaba para integrar con Brasil, a corto plazo, un muro de conten-ción frente a los Estados Unidos. (Apenas brilla, alzándose, el argentino sol / y la estrella chilena se levanta). Sois ricos, / juntáis al culto de Hércules el culto de Mammon; / y alumbrando el camino de la fácil conquista, / la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. Es decir: la colosal estatua de cobre repujado y 46 metros de altura, obra del escultor francés Fre-derich-Auguste Bertholdi (1834-1904), erigida sobre uno de los islotes a la entrada del puerto de Nueva York en 1896.

Y el culto de Hércules (el semidios griego de fuerza extraordinaria) unido al culto de Mammon (dios de la riqueza para los fenicios) no revelan sino los cultos a la fuerza bruta y al dinero. En los 16 alejan-drinos siguientes Darío opone a Roosevelt y a la América anglosajona “la América nuestra” (término procedente del generalizado por Mar-tí): de origen hispano, principalmente su pasado aborigen a través de tres iconos: Netzahualcoyotl (c. 1402-1472), sabio político y guerrero, rey de Tezcoco que hizo florecer las artes, arquitecto y poeta náhuatl; Montezuma II (c. 1467-1520) penúltimo soberano del imperio azteca

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y el último: Cuahtémoc (c. 1496-1525), símbolo de la resistencia in-dígena. De acuerdo con el cronista Gómara, al notar que su primo el señor de Tacuba lo miraba como pidiéndole licencia para manifestar a los conquistadores lo que sabía —mientras ambos eran torturados—, “Guatemoc” reaccionó diciéndole: “si acaso él estaba en algún deleite o baño”. La recreación de Darío, por cierto, de Guatimozin, último emperador de México (1846), obra de la poetisa cubana Gertrudis Gó-mez de Avellaneda (1814-1873) que puso en boca del tlaotani azteca: “Cobarde, ¿estoy por ventura en un tálamo de flores?”.

He aquí los dieciséis versos que, según el poeta y ensayista mexica-no Jaime Torres Bodet, aún hoy es imposible leer sin emoción:8

Mas la América nuestra, que tenía poetas desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, que ha guardado las huellas del gran Baco, que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; que consultó los astros, que conoció la Atlántida cuyo nombre nos llega resonando en Platón, que desde los remotos momentos de su vida vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del grande Moctezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Guatemoc: “Yo no estoy en un lecho de rosas”; esa América,que tiembla de huracanes y que vive de amor, hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.

Los cachorros del león Español, el No vertebral y la palabra cúspide: ¡Dios!

O sea: de las culturas solares prehispánicas. Mas Darío destaca también las cualidades de las naciones hispanoamericanas que creía herencia del “león Español” (o heráldico león rampante): coraje, valor, soberanía, vigilancia, advirtiendo:

8 Jaime Torres Bodet: Rubén Darío —Abismo y cima—. México, Fondo de Cultura Económica, Universidad Nacional Autónoma de México, p. 168.

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Tened cuidado. ¡Vive la América española. Hay mil cachorros sueltos del león Español.

Tras de lo cual, concluye: Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues, contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

En otras palabras: un reto y una concepción espiritual que consi-dera a la religión como el más alto valor humano, contrapuesto al ma-terialismo avasallador del poder y la riqueza. La palabra-cúspide ¡Dios! se correlaciona con el No-vertebral del verso 19, o final de la primera parte de la oda. “Por genialidad poética —observó Pedro Salinas— re-sultan ser dos monosílabos, rotundos y de formidable capacidad de impresión en el ánimo del lector, allí donde van colocados”.9

Su primera traducción al inglés leída por el propio Roosevelt

“El poeta adopta el tono de Víctor Hugo en Los Castigos” señala como fuente de este celebrado poema el autor, acaso, de la más com-pleta biografía de Darío.10 En cuanto a sus traducciones al inglés, la primera fue la de Eligan C. Hills, coautor con S. Griswold Morley de la antología Modern Spanish Lyrics, editada en 1913 en Nueva York. Tres extensos artículos dedicó Rubén a esta obra.11 En ella se le reconocía su innovación en el verso alejandrino, ejemplificado con los de su oda, y su valor central dentro del inglés movement of emancipation or literary revolution, triunfante en Hispanoamérica. Today the Spanish American poets are turning their attention more and more to the study of sociological problems or the comenting of racial solidarity. There notes ring clear in some recent poems of Darío and Jose SantosChocano and Rufino Blanco Fombona of Venezuela, afirmaban sus autores, sin duda pensando ante todo en “A Roosevelt”.

9 Pedro Salinas: La poesía de Rubén Darío. Ensayo sobre el tema y los temas del poeta, Barcelona, Ediciones Península, 2005, p. 205.10 Jaime Torres Bodet: Rubén Darío —Abismo y cima—, Op. cit., p. 168.11 Rubén Darío: “Un libro norteamericano. Sobre la poesía española e hispanoameri-cana”, La Nación, 15, 16 y 18 de agosto, 1913, p. 7, 9 y 11 respectivamente.

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Hills remitió al ex presidente Roosevelt, informa Pedro Henríquez Ureña en el prólogo a los Elevens Poems of Rubén Darío (1916). Pero el ex Riflero “replicó al señor Hills en una breve, pero parece, muy inte-resante carta”.12 Lamentablemente el hispanista se negó a revelar dicha carta. También es lamentable que la Hispanic Society of America, donde se custodia el manuscrito de la oda, donado probablemente en 1916 por Juan Ramón Jiménez, no haya promovido su difusión. El mismo Jiménez la valoró como uno de los textos que no pasarán de Darío, “y tampoco pasará nunca lo que la oda dice” aseguró. Por eso su propio autor la calificaría de “un trompetazo” (reduciéndolo a eso: un sonoro, aunque grandioso, anatema de la política invasora de los Estados Uni-dos, en defensa de nuestro continente mestizo).

Finalmente, en el prefacio de su libro cimero Darío ya se había an-ticipado: “Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente es porque son un clamor conti-nental. Mañana podremos ser yanquis (y es lo más probable); de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter”.

12 Pedro Henríquez Ureña: “Rubén Darío” The Minnesota Magazine, Minneapolis, enero de 1917, núm. 4, pp. 129-132; traducido por Jorge López Páez, fue incorpo-rado por Ernesto Mejía Sánchez a sus Estudios sobre Rubén Darío (México, Fondo de Cultura Económica, Comunidad Latinoamericana de Escritores, 1968, pp. 171-174; en esta página se localiza dicha cita).

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2. “Salutación al Águila”: himno a la concordia americana

Let us unite in creating and maintaning and making effective an all-American public opi-nion whose power shall influence international conduct and prevent internacional wrong.13

Elihu Root (1906)

El águila yankee mira hacia el Sur, como orientándose para un vuelo de rapacidad con-quistadora.

R. D. (“Paraguay”, 1912)

I

En “Augurios”, uno de sus cantos de vida y esperanza, Rubén Da-río utiliza el recurso de la gradación descendente para presentar nueve animales, en su mayoría aves investidas de atributos que simbolizan los anhelos del poeta. Y a todas, menos a una, le solicita una virtud concreta.

Al águila, que está sobre los hombres, le pide fortaleza; al búho, que roza su frente, sabiduría y serenidad; a la paloma, que toca sus labios, amor sensual; al gerifalte o halcón, ingenio; al ruiseñor, con quien se identifica como poeta, se limita a decirle: No me des nada. Tengo tu ve-neno/ tu puesta de sol/ y tu noche de luna y tu lira/ y tu lírico amor. Luego calla también su solicitud ante el murciélago, la mosca, el moscardón Una abeja en el crepúsculo interrumpe el poema anunciando la nada y, finalmente, la muerte.

El Águila de Darío es la de Júpiter, uno de sus símbolos con el cetro y el rayo:

Hoy pasó un águila

13 Unámonos para crear y mantener y hacer efectiva una opinión pública de toda la América, cuya fuerza influya en la conducta internacional y evite el daño que una nación pueda hacerle a otra. Traducción de Salomón de la Selva: “Con The Nation”. Reperto-rio Americano, San José, Costa Rica, vol. 22, núm. 8, febrero, 1932, p. 75.

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sobre mi cabeza, lleva en sus alas la tormenta, lleva en sus garras el rayo que deslumbra y aterra. ¡Oh, águila! Dame la fortaleza de sentirme en el lodo humano con alas y fuerzas para resistir los embates de las tempestades perversas, y de arriba las cóleras y de abajo las roedoras miserias.

No en vano el Águila sería una de las criaturas más cantadas del repertorio zoológico de la poesía rubendariana. En el recuento electró-nico que realizó del mismo, Francisco Gutiérrez Soto contabilizó 1318 referencias a animales, cifra que debe suponer algo más que una simple casualidad inconsciente o el mero deseo decorativo. Después del ge-nérico ave (citado 80 veces), los términos más numerosos son: caballo (75) y pájaro (también 75), paloma (73), águila (72), león (68), ruiseñor (66), toro (62) y cisne (45). Curiosamente, al águila le corresponde el noveno lugar y al cisne, el más emblemático de todos, el cuarto.

Como se ve, el Águila desempeña una función relevante, asociada a múltiples significados, predominando los siguientes (en orden alfabé-tico): altanería, belleza, bravura, canto, caza, cólera, divinidad, drama, fuerza, gloria, guerra, libertad, luminosidad, muerte, peligro, poder, prodigio, valor, vista, vuelo; pero también a Bolívar, Júpiter, Estados Unidos, México e Historia: Águila que eres la Historia, dice el poeta en uno de los versos de El Canto Errante. Fuertes colosos caen, se desban-dan bicéfalas águilas —anuncia— en otro de “Salutación del optimista” (1905), aludiendo al águila bicéfala bizantina de los zares de Rusia en guerra con el Japón.

Pero es en “Salutación al Águila”, el poema más polémico de El Canto Errante —editado en 1907— donde Darío vincula el icono a la potencia de los Estados Unidos, aunque no exclusivamente. Refirién-dose a las tres Américas, le pide:

¡Águila que estuviste en las horas sublimes de Pathmos,

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Águila prodigiosa, que te nutres de luz y de azul, como una Cruz viviente, vuela sobre estas naciones, y comunica al globo la victoria feliz del futuro!

Por algo eres la antigua mensajera jupiterina, por algo has presenciado cataclismos y luchas de razas, por algo estás presente en los sueños del Apocalipsis, por algo eres el ave que han buscado los fuertes imperios.

Incluso, fue más directo: E pluribus unum!14 ¡Gloria, victoria, tra-bajo! / Tráenos los secretos de las labores del Norte, / y que los hijos nuestros dejen de ser los rétores latinos, / y aprendan de los yanquis la constancia, el vigor, el carácter. Y este cuarteto provocó la carta recriminatoria de su amigo el literato venezolano Rufino Blanco Fombona (1874-1949):

…leo el divino e infame poema de usted al Águila, que yo no conocía/ ¿Cómo no lo han lapidado a usted, querido Rubén? Lo juro que lo merece. ¿Cómo? ¿Usted nuestra gloria, la más alta voz de la raza hispana de Améri-ca, clamando por la conquista? El dolor que me ha producido esa su Águila maravillosa, usted sí, lo comprende, porque usted sí me conoce (…) ¡Oh poeta de buena fe descarriada! ¿Por qué canta usted a los yanquis, por qué echa margaritas a los puercos?

Y Rubén desde Brest, Francia, el 18 de agosto de 1907, contesta la acre censura justificando que su “Salutación…”

no es sino una pieza ocasional, surgida dentro del clima armónico de la Conferencia Panamericana de Río Janeiro, a la que asistía. Saludar noso-tros al Águila. ¡sobre todo cuando hacemos cosas diplomáticas!... no tiene nada de particular. Lo cortés no quita lo Cóndor… Y añade: Los versos fueron escritos después de conocer a Mr. Root y otros yanquis grandes y gentiles, y publicados junto con los de un poeta del Brasil.

Y este no era sino Fountoura Xavier, quien había asimilado las de-claraciones de Elius Root, Secretario de Estado norteamericano:

Consideramos la independencia e igualdad de derechos de los pueblos débiles, miembros de la familia de naciones, con tanto respeto como a los de los grandes imperios, decía una, y luego otra: que la meta de los Estados Unidos no era el de arruinar a las demás naciones y enriquecerse con sus despojos, sino al contrario, ayudar a todos nuestros amigos a alcanzar una prosperidad común.

14 Y todos juntos, divisa de los Estados Unidos.

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Pedro Salinas explica que esta coyuntura Darío la hizo suya tam-bién. Y en su “Salutación…” no se traiciona, ni contradice su pre-cedente oda “A Roosevelt”. Espera del Norte no un ideal, sino una técnica, una manera (v. 34), capaz de forjar multitudes disciplinadas para hacer Romas y Grecias de hoy (v, 35) O sea: naciones fieles a los patrones de helenismo y latinidad, (v. 38), destinadas a un áureo día para dar las gracias a Dios! Es decir, que se suman al fecundador espíritu cristiano.15

Darío fue más explícito en su respuesta epistolar a Blanco Fombo-na: Por fin acepto un alón de águila, y lo comeré gustoso —el día que poda-mos cazarla—. Y allí, fíjese bien, anuncio la guerra entre ellos y nosotros.16 Sin duda, pensaba en los versos 12 y 13: “Si tus alas abiertas la visión de la paz perpetúan, / en tu pico y tus uñas está la necesaria guerra”. Asimismo, en la “Epistola a la señora de Lugones” del mismo año de 1907, aclararía que en la misma “Salutación al Águila”: panamericanicé / con un vago temor y con muy poca fe. En otras palabras, no experimentó un cambio ideológico, ni el poema implicó en nuestro poeta, según el chileno Jaime Concha, una “voltereta política”.17

El español Juan Larrea leyó justa y correctamente la “Salutación…”. “Rubén —afirma— no concibe sus esperanzas puestas al servicio del imperialismo yanqui, mas si en la libre América, en el Nuevo Mundo de Paz y de Concordia que abarca, para ponerlos al servicio del hombre, de Norte a Sur todas las latitudes”.18 Entre nosotros, Ernesto Gutiérrez acota que “no es un poema declinante, sino un himno a la concordia americana”.19 Y ambos transcriben su estrofa medular, en la que se con-trapone al Águila norteamericana el Cóndor, símbolo de lo indígena americano a la vez que, por ello, de Sudamérica en su integridad:

15 Pedro Salinas: La poesía de Rubén Darío, Op., cit., p. 208.16 Alberto Ghiraldo (ed.): El Archivo de Rubén Darío. Buenos Aires, Editorial Losada, 1943, p. 143 y Rubén Darío: Cartas desconocidas, Introducción, selección y notas de Jorge Eduardo Arellano. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2000, p. 261.17 Jaime Concha: Rubén Darío. Madrid, Ediciones Júcar, 1975, p. 50.18 Juan Larrea: Intensidad del Canto Errante. Córdoba, Universidad Nacional de Cór-doba, Facultad de Filosofía y Humanidades, 1972. p. 221.19 Gutiérrez, Ernesto: Los temas en la poesía de Rubén Darío. Managua. Academia Nicaragüense de la Lengua, 1976, p. 98.

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Águila, existe el Cóndor. Es tu hermano en las grandes alturas. Los Andes lo conocen y saben que, cual tú, mira al Sol.May this grand Union have no end,20 dice el poeta.Puedan juntarse ambos en plenitud, concordia, y esfuerzo.

Claramente, lo que proclama Darío no da lugar a malinterpretacio-nes. ¡Está claro!

II

En cuanto a Teodoro Roosevelt (1852-1919), gestor de la políti-ca imperial e intervencionista de los Estados Unidos en la cuenca del Caribe, ya Darío lo había fustigado con su oda, en la que preconi-zó —sostuvo en “Historia de mis libros” (1913)— “la solidaridad del alma hispanoamericana ante las terribles tentativas imperialistas de los hombres del Norte”. Mas se desconocen tres crónicas suyas posteriores al clamor continental que entrañó su famosa oda.

“El arte de ser Presidente de la República. Roosevelt” se titula la primera, datada en París el 10 de octubre de 1904 y aparecida en La Nación el 13 de noviembre del mismo año; la segunda “Roosevelt en París” (La Nación, 22 de julio, 1910) y “Las palabras y los actos de Mr. Roosevelt. Protesta de un escritor” la última (Paris Journal, 27 de julio, 1910). Tres piezas en las que amplía y explicita su visión del “Riflero terrible”.

Ya en campaña para un nuevo período presidencial, Roosevelt era para nuestro poeta, a un año de sus protestatarios versos memorables, un poco teatral en nuestra América. Se sabe que junta, entre otras condi-ciones que se creían contrarias: el ser hombre de letras y hombre de sports. Hace libros y caza osos y tigres. Se hace así simpático para sus compatriotas, que tienen en medio de sus cosas colosales y de sus ímpetus y plétoras, mucho de niños, hijos del enorme pueblo adolescente que encarna hoy en el mundo la ambición y la fuerza (“El arte de ser Presidente…”).

Desde su celda parisina de la rue Marivaux, Darío percibía “el in-flujo del nombre de Roosevelt bajo la grandeza conquistadora del pa-bellón de las estrellas”, haciéndose eco de sus “prácticas lecciones de energía y audacia”, pero —advertía de nuevo— “y esto es lo más grave

20 Haz que esta Unión no tenga fin, frase del himno de los Estados Unidos, citada por Fountoura Xavier y que sirvió de epígrafe a la “Salutación…” de Darío.

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para nosotros”: siendo aún un peligro para la América conquistable, el peligro de un director de apetitos imperialistas que se han manifestado des-de [1898 en] Filipinas y Puerto Rico hasta la reciente broma de Panamá. Mejor dicho: a la toma de su istmo para independizarlo de Colombia (y construir el canal) el 3 de noviembre de 1903, legalizada en el trata-do Hay-Bunneau Varilla, suscrito en Washington quince días después. Y concluía su primera crónica, tras reconocer la pletórica personalidad de Roosevelt y los ejemplos tenaces de sus ancestros familiares:

Ha demostrado perseverar en el gusto de sus arduas proezas. Es digno de su pueblo. Es un yanqui representativo. Tiene en su cerebro grandes cosas. Tengamos cuidado.21

Desde luego, el lúcido cronista y testigo de su tiempo —nuestro Rubén— se dirigía a los pueblos “de la América nuestra de sangre lati-na” por citar uno de los versos de su otra “Oda a [Bartolomé] Mitre”, prócer fundador de la República Argentina, escrita y editada en 1906 e incluida por él, al año siguiente, en El Canto Errante. Sin embargo, el elogio que hizo Roosevelt a la poesía y a los poetas había impactado favorablemente a Darío hasta el punto de iniciar con esa excepcional referencia sus “Dilucidaciones”, o prólogo del poemario citado: su más profunda y extensa prospección en la teoría poética.22

Ese Presidente de República juzga a los armoniosos portaliras con mu-cha mejor voluntad que el filósofo Platón. No solamente les corona de rosas; mas sostiene su utilidad para el Estado y pide para ellos la pública esti-mación y reconocimiento nacional. Por eso comprenderéis que el terrible cazador —reitera este concepto de su oda— es un varón sensato. No obstante, esa sensatez intelectual no anuló la imagen que Darío trazara en su segunda y tercera crónica (ambas de julio 1910, como fue indica-do): “Roosevelt en París” y “Las palabras y los actos de Mr. Roosevelt. Protesta de un escritor”, cuando éste ya no era gobernante y se había

21 Rubén Darío: “El arte de ser presidente de la República. Roosevelt”. La Nación, 13 de noviembre, 1904.22 En dicho prólogo, no pudo ser más sincero: “El mayor elogio hecho recientemente a la Poesía y a los poetas ha sido expresado en lengua anglosajona por un hombre in-sospechable de extraordinarias complacencias con las Musas. Un yanqui. Se trata de Teodoro Roosevelt”. (“Dilucidaciones”, en Rubén Darío: El Canto Errante, Edición, Introducción y Notas de Ricardo Llopesa. Valencia, Editorial Instituto de Estudios Modernistas, 2006, p. 65).

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perpetrado la anti-diplomacia de la Nota de Mr. Philander Ch. Knox en diciembre de 1909 contra el gobierno de J. Santos Zelaya; mas aún: cuando Mr. William Taft, que sucedió a Roosevelt en la presidencia, fomentaba una revuelta armada en la costa atlántica de Nicaragua.

Darío entonces observó —como en su oda de enero, 1904— que el pacifista afirmaba la necesidad de la guerra, relacionándolo otra vez con Nemrod. Anotaba Darío: el jovial Nemrod ha tenido una buena presa…y no ha dado…un paso que no haya sido notado por las gacetas, aún aquellas que han querido emplear inútilmente por cierto su ironía bulebardera, que no ha pasado de seguro sin ser notada por el hipopotami-cida y rinoceróctono (“Roosevelt en París”). He aquí dos desconocidos neologismos rubendarianos —hipopotamicida y rinoceróctono— que le inspiró el “Cazador” por antonomasia que era Roosevelt.

Precisamente, al terminar su segundo mandato, había pasado un año cazando en África y ya estaba, a su regreso, en París, este “yanqui extraordinario —según Darío— a quien algunos quieren llamar el pri-mero en la paz, el primero en la guerra, y el primero en el bluff de sus conciudadanos…”. Y agregaba, identificándolo como una auténtica fiera:

Qué le van a hacer a esa potencia elemental, a esa fuerza de la natu-raleza, a ese belnario que se ha visto con leones, elefantes y rinocerontes en Africa y con Rockefellers, Goulds y otras fieras de oro en su tierra…?

Inmediatamente en el París Journal —en francés y español—, Da-río criticó la moral política del ex presidente, quien predicaba a los franceses los deberes del ciudadano, comentando:

Él repite en muchos estribillos y bajo diversas formas que lo principal-mente necesario al ciudadano es la actividad y la honestidad. Estas son como las virtudes teologales de su catecismo cívico. Él debe hacer, tan grande como sea posible, su lugar en el Sol; pero no dirá a su débil vecino: quítate de mi sol. Será egoísta y altruista a la vez. Un excelente gorila, según Taine.23

Como era de esperarse, este texto tuvo alguna repercusión, al menos en el Caribe. Por ejemplo, el dominicano Federico Henríquez Carvajal (1848-1959) le dedicó estas líneas que resumen la actitud desplegada por el poeta:

23 Rubén Darío: “Las palabras y los actos de Mister Roosevelt. Protesta de un escri-tor.” París Journal, 27 de mayo, 1910.

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rubén Darío. El insigne poeta, Ministro que fue de Nicaragua en Madrid, se hallaba en París cuando Mister T[heodore] Roosevelt fue aga-sajado huésped de Francia, lo mismo que de la mayoría de las naciones eu-ropeas. Y mientras el infatigable expresidente recibía, en los círculos oficiales o científicos, toda suerte de demostraciones de adhesión y de simpatías, y mientras la universalidad de los periódicos saludaban al hábil estadista con no pocas hipérboles de concepto en honra del leader del imperialismo norteamericano, dejóse oír, serena e insinuante, la voz del ilustre nicara-güense […] para decir al potísimo jefe del partido republicano de la Unión Americana que sea justo e influya en pro del respeto de la soberanía del Estado de Nicaragua. Es una cívica defensa de su patria, y con ella de todos los pueblos latino-americanos, a la vez que un viril llamamiento a la gran nación federal, en la persona de Míster Roosevelt, a favor de la moral internacional y del augusto derecho de los pueblos libres, de los Estados constituidos, soberanos e iguales, aunque pequeños y débiles todavía. Esa página, ese gesto, honra a Rubén Darío (ateneo, Santo Domingo, núm. 7, agosto, 1910).24

Incluso el mismo poeta, satisfecho de su protesta, el 27 de mayo de 1910 le había escrito desde París a su amigo y diplomático —también dominicano— Fabio Fabio: “Te remito un artículo que he publicado hoy en el diario de la élite intelectual de París. Ahora no dirá Blanco Fombona que yo adulo al águila norteamericana”.25

24 En Emilio Rodríguez Demorizi: Rubén Darío y sus amigos dominicanos. Bogotá, Editorial Espiral. 1948, p. 71.25 Ibid.

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el peNsamieNto social y político De RubéN DaRío

Pablo Kraudy Introducción

ESTE ENSAYO no pretende cuestionar ni alterar el juicio que en tor-no de Rubén Darío ha venido construyendo la crítica literaria. Aspira, sin embargo, a una aproximación al poeta, considerando sus escritos desde la óptica de la literatura de ideas. Considera al poeta como tes-tigo e intérprete de su tiempo y, en particular, sin ánimo de agotarlo, su actitud frente a la política y sus opiniones acerca de fenómenos tales como la democracia y los procesos eleccionarios, transmitidos en sus escritos políticos y sociales.

Es usual en los estudios de esta índole la determinación del sujeto discursante en calidad de pensador, y etiquetar sus ideaciones como pensamiento. De ahí la primera pregunta básica que nos guía: ¿Podemos considerar a Rubén Darío un pensador, y por ende, incorporarlo en la aún pendiente historización del pensamiento centroamericano?

Distintos estudiosos de la obra rubendariana han acogido un acer-camiento semejante, pero aun éstos no se han detenido en fundamen-tar dicha perspectiva. En realidad, no lo requerían para cumplir sus propósitos, pudiendo centrarse en el tema elegido. Los discursos de Pablo Antonio Cuadra (1912-2002) y Carlos Tünnermann Bernheim, leídos en la Academia Nicaragüense de la Lengua, al ingresar como Miembros de Número el 26 de julio de 1945 y el 30 de agosto de 1995 respectivamente —un paréntesis de cincuenta años—, nos ofrecen un cabal ejemplo de lo mencionado.1

1 Una reproducción de los discursos mencionados, en: Rubén Darío en la Academia. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 1997. Afín a estos trabajos, debe considerarse el presentado por el doctor Alejandro Serrano Caldera en ocasión del Ciclo Dariano 1991, “Darío: filosofía e identidad”. Una excepción habría, sin embar-go, que señalar: Abelardo Bonilla, en un estudio preparado en ocasión del centenario del nacimiento de nuestro autor, se ocupa brevemente en aclarar el sentido de la

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El proyecto más ambicioso fue, a nuestro juicio, el desarrollado por Constantino Láscaris (1923-1979). Este filósofo español, de ori-gen griego, quien radicó muchos años en Costa Rica, tuvo la audacia de incluirlo en su historización de las ideas en Centroamérica. En su obra póstuma Las ideas en Centroamérica. De 1838 a 19702 –la cual continua su Historia de la ideas en Centroamérica (EDUCA, 1970)–, introduce a Rubén Darío en su capítulo II (“Siglo XX”). Curiosamen-te, lo incorpora en el tratamiento de la teoría política en la región, bajo la entrada “El Paganismo”. El criterio para esta denominación, según el autor, es la “pretensión de vivencia radical en la tierra”. El término se emplea a partir de su acepción etimológica (pagus, aldea). Se trata no de una generación de filósofos profesionales, sino de “esteticistas” –el modernismo–, quienes llevaron a cabo la toma de “conciencia de la tierra”.

denominación “pensamiento poético”, adoptada por él para calificar eidéticamente al poeta. No obstante, el argumento ofrecido presenta una inconsistencia de origen que en su momento indicaremos.2 El manuscrito de dicha obra, fechado en febrero de 1976, fue incluido en un nú-mero extraordinario de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica –de la cual fue fundador el mismo Láscaris en 1957–, en su volumen XXVII, No. 65, de junio de 1989.

Dos trabajos de historia de las ideas, en que también se inserta a Rubén Darío dentro del proceso de pensamiento latinoamericano y centroamericano, respectiva-mente, preceden al ya citado. De José Luis Romero, en la sección B del artículo “América Latina” (Las corrientes políticas, sociales y estéticas), cuyo abordaje, breve en extensión, es general y en el marco del movimiento modernista. El autor concluye que, “sobre todo los prosistas del modernismo se caracterizaron porque, a través de su estilo renovado, analizaron y difundieron ideas que trascendían la literatura y se proyectaban hacia preocupaciones de orden social, moral y cultural”. El segundo, de Rafael Heliodoro Valle, Historia de las ideas contemporáneas en Centro-América, en el cual se ofrecen algunas referencias acerca del poeta y compendia algunas de sus opiniones al respecto de varios de los temas en que se estructura dicha obra: el ideal de la unión centroamericana, el indio, la idea de España, sus ideas estéticas y las influencias, que recibió o representó, en las letras en lengua española. El autor, sin embargo, no incurre en el estudio del talante del pensador ni en el análisis de sus estructuras eidéticas.

Cfr.: Francisco y José Luis Romero, “América Latina”. En: Las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo. Director M. F. Sciacca. Madrid, Guadarrama, 1959. v. I, pp. 117-198. Para citación, p. 168. Rafael Heliodoro Valle, Historia de las ideas contemporáneas en Centro-América. México, Fondo de Cultura Económica, 1960.

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Y agrega: “Ésta es la verdadera condición histórica para la forjación de las nacionalidades, no como ficción jurídica, sino como empresa vital”.3

Naturalmente, no podemos quedarnos en el discernimiento de algo que podría parecer abstracto y vacío si se tratara tan sólo a ese nivel, ya que el mismo Rubén se encargó de enfatizar el primado de su condi-ción de poeta; y puesto que es obvio que al hablar de pensamiento, éste es siempre pensamiento de algo, prestaremos atención a aquellos con-tenidos que son característica del pensador, esto es, el replanteamiento de los problemas humanos desde el horizonte de la propia época.4

De ahí un segundo género de preguntas: ¿Cuáles son los aspectos fundamentales mediante los cuales Rubén caracteriza e interpreta el cambio histórico producido con la modernidad, y la crisis hacia la que, ya desde inicios del siglo XX, este proceso enrumba? ¿Cómo analiza el poeta la situación en que se encuentra el ser humano y qué salidas vis-lumbra a la crisis de humanismo? Y, en un ámbito particularmente éti-co-político, su valoración de la “vida pública” que en nuestro tiempo es “representativa” —la democracia moderna, la cual pasa por ser la única

3 La producción intelectual de los modernistas constituye, a juicio del filósofo, “la más brillante aportación de Centroamérica a la cultura universal [...] precisamente como forma integral de reflexión sobre el mundo y la vida”. En ellos se revela una paradoja cultural característica: la simbiosis de lo nacional y lo universal; “siempre lo más local ha sido lo más universal”, afirma.

Cfr.: Constantino Láscaris, Las ideas en Centroamérica. De 1838 a 1970. Revisión del manuscrito y edición de Olga C. Estrada. En: Revista de Filosofía de la Universi-dad de Costa Rica, Vol. XXVII, No. 65 (Número Extraordinario), Junio, 1989, pp. 121-122. Respecto de la simbiosis de lo nacional y lo universal, es recomendable tener presentes los razonamientos ofrecidos por Pablo Antonio Cuadra en el discurso mencionado.4 El estudio de las ideas de un autor determinado, no sólo implica el análisis de los contenidos transmitidos en sus textos, sino que, como explica José Gaos, siendo las ideas “efectos de causas no ‘ideales’, por lo pronto antropológicas, individuales o/y sociales, e históricas, por las cuales deben ‘explicarse’ y ‘comprenderse’” (José Gaos, Historia de nuestra idea del mundo. México, El colegio de México – Fondo de Cultura Económica, 1979. p. 7), constituyen transparencias de lo humano y el termóme-tro de una época, de una personalidad colectiva. Su estudio involucra historicidad e introspección. En este ensayo, nos instalamos predominantemente en el plano de la ideación expuesta, en tanto que tal, y en el carácter comunicativo de la misma, y por tanto, como hecho reflexivo, libre de la caducidad que supondría la contención espacio-temporal y orientados a su actualidad.

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forma legítima de gobierno—, su percepción y crítica de las elecciones —núcleo de la democracia, pero insuficiente para su realización— y su comprensión de las virtudes que deben tener quienes ejercen las funciones de gobierno.

Aún a riesgo de que estas líneas parezcan impresionistas, no hemos de poner énfasis en el proceso de codificación del pensamiento, y no por desconocer su importancia. Lo que nos interesa destacar es la po-tencialidad significante que la escritura rubendariana posee en la rela-ción dialógica autor-lector, esto es, lo que José Luis Gómez Martínez llama “comunicación humanística”.

La adopción de esta índole de lectura no debería entenderse como un ejercicio ocioso, sino como el deseo de censurar la tendencia reduc-cionista del discurso y retomar una perspectiva histórica a problemas ya desde entonces acuciantes. Nos interesa, pues, poner de relieve la for-ma de aprehensión que el poeta tuvo y las conclusiones a que lo llevó la percepción del profundo cambio histórico experimentado en el mundo contemporáneo; la imagen que del mismo construyó, el particular dra-matismo con que expuso la situación en que cae el ser humano; y junto a ello, la enunciación de la estrategia de la alteridad. La que tiene para nosotros especial importancia, no sólo por mostrar la trascendencia de su pensamiento, sino también su vigencia a la hora que nos correspon-de interpretar la tendencia histórica actual y los temores que suscita. Estaremos, pues, considerando al autor desde el punto de vista de la acepción rubendariana del revelador de una época y de un pueblo.5

En general, nuestro argumento será modesto, y basado, en primer lugar, en las pistas y razonamientos que el mismo poeta nos ha deja-do —sobre todo en su prosa periodística, considerando que en ella la enunciación de los contenidos que atendemos es más directa.6 Esto,

5 Véase Rubén Darío, Ramillete de reflexiones. Madrid, Librería de los Sucesores de Hernando, 1917. pp. 17-18.6 Un dato de suma importancia, es la valoración que él mismo tuvo de este género de escritos. El juicio presenta dos aristas. Por un lado, las consideraba como “páginas alimenticias”, puesto que con ellas “debía pagar el alquiler y otras urgencias de la casa”, según testimonio de Manuel Ugarte. “La tarea de un literato en un diario, es penosa sobremanera”, afirma Rubén. Además de enfrentar el recelo de los periodistas, ve objeto de las relaciones de mercado la labor del pensamiento: “Hoy, aquí, se paga; mal, pero se paga [...] un artículo de crítica seria, de trabajo mental, de reflexión se

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claro está, sin menoscabo del valor y el recurso a su obra poética7– y, en segundo lugar, en la opinión de destacados críticos.

Rubén Darío, ¿pensador?

1. Filosofía y pensamiento

Estudiar el pensamiento de Rubén Darío no supone considerarlo un filósofo y caer en la tentación de efectuar sobre él, como sostiene

paga lo mismo que un mal trabajo”. Por otro lado, en consonancia con la veta de pensador que queremos destacar en su personalidad, los valora desde el punto de vista de la sustanciación eidética y, habría que agregar debido a la naturaleza del medio en que se difunden, de democratización de la escritura y conformación de la opinión pública —hacia 1890, La Nación, el diario bonaerense del que Darío fue corresponsal durante 27 años, vendía 35,000 ejemplares por día—. Consideraba que la lucha del hombre de letras es en todos lugares atroz y martirizadora, pero más aún en las so-ciedades de “nuestra América” —Rubén usa la acepción martiana—, en donde tanto “se necesitan los fecundadores de almas”, puesto que aún el alma anda “a tientas y la especulación del intelecto casi no tiene cabida”.

Con todo y la presión que representa para un literato el trabajo en un diario, en opinión de nuestro poeta es injusto maldecir ese espacio social. El trabajo continuo sobre asuntos diversos puede venir en provecho de la agilidad y flexibilidad en el pensar y en el decir. Y agrega:

“Los que aman el hervor continuo de los pensamientos no le temen [al diario]; los que sienten llamear un deseo de fructificación y de parto, un ansia de elevación sobre las muchedumbres, o una consagración a un ideal, no le temen.

Antes bien miran en él el campo de batalla. Y no es por cierto sino saludable su ejercicio y su frecuencia. No mueren las ideas porque tengamos que escribir del hecho común o que comentar el suceso de ayer; nacen las ideas por eso mismo”.

La prosa periodística nos muestra, además, el temple observador que tuvo y la figura pública que era: la faceta no-íntima del hombre. “Su periodismo —ha dicho Charles Watland— no sólo ayuda a comprender al hombre, mostrándonos otro as-pecto de su mentalidad, sino también puede iluminar su verso”.

Cfr.: Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío. Edición de E. K. Mapes. New York, Instituto de las Españas, 1938. pp. 100-101 y 151. También: Raúl Silva Cas-tro, “Prosa periodística y artística en Rubén Darío”. En: Darío. Santiago de Chile, Universidad de Chile, 1968. pp. 67-81; Charles D. Watland, “Su prosa, elemento imprescindible para comprender al hombre en Rubén Darío”. En: Libro de oro. Se-mana del Centenario de Rubén Darío 1867-1967. Managua, Nicaragüense, 1967. pp. 347-353.7 Para la citación de la obra dariana, consideramos el criterio de ediciones autoriza-das: ediciones crítica o cuidadosamente anotadas en caso de que la hubiere; edición príncipe; ediciones autorizadas de obra dispersa; edición de Obras completas.

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Pablo Antonio Cuadra, “el sacrilegio de tenderlo sobre una mesa de operaciones para una disección dialéctica, lógica e ideológica”.8 Inú-tilmente se buscaría algo semejante a una doctrina organizada. Rubén fue un poeta. Esto, sin embargo, no niega que en él halla un conjunto de ideas generales y de tendencias del espíritu conjugados con su tem-peramento intelectual. En la medida en que penetramos en su estudio, se hace cada vez más evidente que bajo aquellas impresiones poética-mente recreadas, se respira cierto hálito de naturaleza filosófica. De he-cho, no podría ser de otra manera. Láscaris reitera este convencimiento afirmando que el poeta “nunca pretendió ser filósofo, ni metafísico de academia”, ni su creación intelectual representa forma alguna de tras-posición entre el modo de pensar propio del poeta y el modo de pensar propio del filósofo, como indica Serrano Caldera, ni del intento de “elevar” la poesía a “una categoría o reflexión filosófica”. Pero tratándo-se de un genio, “su pensamiento es bellamente profundo”, objetivando el tensionamiento vital que experimenta el ser entre “el mundo que sueña y el mundo que es”.9

Como es obvio, nos introducimos a un terreno que exige algunas aclaraciones previas, aunque sin ánimo de ahondar en ellas, acerca de la tipicidad e imbricación de ambos modos de pensamiento.

En un breve y sencillo ensayo dedicado a Antonio Machado, Ju-lián Marías ha definido el pensamiento como aquello que el hombre hace para orientarse, para saber a que atenerse.10 Este atributo, como se

8 Pablo Antonio Cuadra, “Introducción al pensamiento vivo de Rubén Darío”. En: Rubén Darío en la Academia, ed. cit., p. 16.9 Cfr.: Constantino Láscaris, op. cit., p. 124; Alejandro Serrano Caldera, Darío: filo-sofía e identidad. Managua, UNAN-Managua, 1991. p. 2.10 Una conceptualización general, tal y como la propone Julián Marías, posee la vir-tud de viabilizarnos la percepción de los usos rubendarianos, además de permitirnos una tipificación de formas de pensamiento a partir de aquellos usos. En cambio, Abelardo Bonilla, quien conceptúa el término en su estudio de Darío, sin ser con-trario al uso antes descrito, crea sin embargo un espacio de ambigüedad debido a la duplicidad pensamiento (uso genérico)-pensar (uso referido a la racionalización de la realidad). Dicho autor parte de establecer un deslinde entre el acto de pensar y el de poetizar —ambos, formas de pensamiento—, caracterizando el uno por la razón y el otro por la intuición. En este último caso funciona la antigua separación definida desde el horizonte racionalista nacido en Grecia.

Desde este punto de vista, el empleo del término pensamiento, y por ende pensa-

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comprenderá, no es función exclusiva de determinados hombres, sino que de todo hombre —y Rubén no queda por fuera—. Se expresa de distintas formas; la filosofía es tan solo la más rigurosa forma de pen-samiento. Cuando entre nosotros se alude a esta última, tomándola en un sentido estricto —su núcleo significativo o núcleo de nitidez, como le llama Francisco Miró Quesada—,11 se refiere a una institución de tradición helénica, estructurada y coherente, que opera con catego-rías especiales y es ocupación profesional12. Hay indicios claros de que Rubén fue receptor de aquella práctica; pero su ejercicio no fue lo que lo caracterizó.

En la obra rubendariana se encuentran numerosas referencias a di-versos filósofos y contenidos doctrinales a quienes, o al respecto de los que seguramente leyó. Sin embargo, la naturaleza y fortuna de esas lecturas, no es objeto de este ensayo. Diremos tan sólo que su incli-nación no es hacia las formulaciones de tipo metafísico tradicional, consistentes en la dilucidación racional de problemas transfísicos, sino más bien hacia aquellas de índole antropológica y moral, que permitan explorar las conexiones entre el mundo exterior y el mundo subjetivo, aclarar las incertidumbres existenciales del ser humano, y que se con-vierten por tanto en instrumentos fundamentales para la dilucidación

dor, adquiere un sentido estricto (pensar), reduciéndosele a su forma racional, o sea, cuando la aprehensión de la realidad es expresada mediante un saber o conocimiento ordenado racionalmente; esto a diferencia del que cabe denominar “pensamiento poético”, cuya base es la intuición.

Cfr.: Julián Marías, “Antonio Machado y el pensamiento”. Segunda entrega. En: ABC, Madrid, 11 de julio de 1996; Abelardo Bonilla, América y el pensamiento poético de Rubén Darío. San José, Costa Rica, 1967. p. 15.11 José F. W. Lora Cam, “Pensar con Miró Quesada”. En: Cuadernos Americanos, Nueva Época, año IV, vol. 2, núm. 20, marzo-abril, 1990. pp. 163-182.12 Advertimos el equívoco asentado por la historia tradicional de la filosofía. Siendo que la filosofía, como señalan Solomon y Higgins, “es expresión de una profunda necesidad de comprendernos a nosotros y a nuestro mundo. Es una necesidad sentida de diferentes formas y expresada de formas distintas a lo largo del globo, por muchos pueblos y muchas lenguas” (la filosofía por cuanto el contenido del pensamiento). Sin embargo, el uso tradicional se define en base a una forma determinada de pensa-miento, exclusivamente occidental, equiparando ésta (la filosofía occidental) simple y llanamente como “la filosofía” (universalismo eurocéntrico). En el mejor de los casos habría que hablar de modos de filosofar. Robert C. Solomon y Kathleen M. Higgins, Breve historia de la filosofía. Madrid, Alianza, 1999. p.10.

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del sentido o el sin-sentido del mundo y la vida, y para su propio au-toconocimiento:

Todas las filosofías me han parecido impotentes, y algunas abominables y obras de locos y malhechores. En cambio, desde Marco Aurelio hasta Bergson, he saludado con gratitud a los que dan alas, tranquilidad, vuelos apacibles, y enseñan a comprender de la mejor manera posible el enigma de nuestra estancia sobre la tierra.13

Ahora bien, la filosofía también tiene eso que Miró Quesada llama penumbra significativa, “una especie de tierra de nadie en que la filoso-fía puede confundirse o entretejerse más bien, con la literatura, con la religión, con el misticismo”.14 Cuando se la toma en un sentido muy amplio, aún mayor que el recogido en la indicación de una penum-bra significativa, suele diluirse la filosofía con el atributo humano de pensamiento. Rubén llegó a emplear el término con algunas varian-tes de esta connotación. Citemos al menos dos de sus usos. Es muy conocida la frase que define la manera en que el “patroncito” —una especie de sabio popular, máscara de sí mismo—15 se aleja del muelle de Valparaíso, luego de escuchar la historia del Tío Lucas: “haciendo filosofía con la cachaza de un poeta”.16 El uso enfatiza el momento de la acción reflexiva (“haciendo filosofía”). Con un tono descarnado, iró-

13 Escasos años antes, en 1907, externaba su inconformidad y desaprobación de aque-llas filosofías en boga que vienen “a quitar, y no a dar”. Su actitud puede comprender-se en tanto que respecto de la progresiva racionalización, de la fractura ontológica del ser humano y el tono apocalíptico adoptado en la filosofía. “Hace siempre falta a la creación el tiempo perdido en destruir”, afirma Rubén, para agregar luego con acento paternal: “Construir, hacer, ¡oh juventud!. Juntos para el templo; solos para el culto. Juntos para edificar; solos para orar. Y con la constancia no será la mayor virtud, que en ella va la invencible voluntad de crear”. Cfr.: Rubén Darío, Historia de mis libros. Managua, Nueva Nicaragua, 1988. pp. 101-102; _____, Poesías completas, Madrid, Aguilar, 1967. v. II, p. 700. 14 Nietzsche —el artista-filósofo lo llama Rubén— entra en esta región de “penumbra significativa”. Véase José F. W. Lora Cam, “Pensar con Miró Quesada”, ed. cit., p. 164.15 En las notas incorporadas a la segunda edición de Azul... (Guatemala, Imprenta de “La Unión”, 1890), además de agregar material nuevo, Darío incorporó 34 notas. En la nota referente a “El fardo” (XI), afirma el carácter verídico del relato: “No he hecho sino darle la forma conveniente”. Téngase presente que el recurso de la máscara de filósofo la empleó el poeta en otras ocasiones, como ocurre en La caravana pasa.

Cfr.: Rubén Darío, Azul... Managua, Nueva Nicaragua, 1988, p. 372.16 Rubén Darío, Azul..., ed. cit., p. 155.

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nico, aparentemente despectivo, como si la indiferencia sustituyera el dramatismo existencial de los obreros portuarios, Rubén recalca la vena pensante que atraviesa el comportamiento del “patroncito”, quien, con entereza y serenidad comedida, ha de extraer de los azarosos vaivenes y reveses de la vida, un soplo de sabiduría para continuar soportándola y encarándola.

Afín a este uso, sobrepesando la actitud y voluntad personal, Darío emplea también el término significando el modo de ver “las dificulta-des de la circunstancia” que nos toca enfrentar. Así, nos concluye en Letras: “en todo poeta hay un terrible o dulce filósofo”.17 La connota-ción que en este último momento adopta ya no sugiere cierta dosis de resignación. Lo común e importante en ambos usos es la apelación a lo reflexivo, lo cual es propiedad inherente a todo hombre. Sin embar-go, no está aquí el núcleo caracterológico de lo que Rubén llama un pensador.

Con este término, nuestro poeta emplea variaciones semejantes. Un uso amplio, en donde lo filósofo y lo pensador se identifican en el poeta, al reconocer en éste un modo personal de ver “las dificultades de la circunstancia” que se objetiva mediante la expresión artística. Y decimos “expresión artística” puesto que, en realidad, el concepto ru-bendariano es funcional no sólo tratándose de la expresión literaria. Una frase sintetiza dicho concepto al observar el poeta la obra pictórica de Carrière: “la poetización de una idea”18. Refiriéndose al novelista español Vicente Blasco Ibáñez, afirma: “Como a todos los pensadores contemporáneos, preocúpale el áspero problema del hombre y de la tie-rra...”.19

Cabe advertir que el concepto rubendariano no cualifica en forma indiscriminada. La simbiosis de pensamiento y expresión artística no se produce a un mismo nivel ni de igual naturaleza; difiere de acuerdo al talento y la personalidad del creador. Así:

17 Rubén Darío, Letras. París, Garnier Hermanos, s. f. [1911]. p. 83.18 Rubén Darío, Obras completa. Madrid, Afrodisio Aguado, 1950. v. 3, p. 404. 19 Este uso es frecuente al referirse a “las nuevas generaciones americanas” de es-critores, el modernismo: “pensamiento...” americano o de América; “pensamiento militante”. En uno de los ensayos dedicados a Amado Nervo, califica a este poeta mexicano de “tan sutil poeta, tan comprensivo artista y tan dulce filósofo”. Rubén Darío, Cabezas. Madrid, Imprenta de Galo Sáez, s. f.. p. 201. El subrayado es nues-tro. Para citación de nota, ibid., p. 65.

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En el palacio de la gloria del pensamiento y del arte —explica Rubén— hay una inmensa muchedumbre de elegidos, pero cada cual guar-da su propio rango. Habitan seres de distintos aspectos y de distintas tallas. Hay emperadores como Shakespeare, como Dante, como Hugo; reyes como Virgilio, como Milton, como Goethe; príncipes como Gautier. Hay colosos, hay enanos, hay bufones, hay locos; criminales y seres cuyo símbolo es su corazón”20.

En este orden, hay creadores respecto de los que, debido al nivel en que gestan dicha simbiosis, no habría reparo en equipararlos por lo uno y lo otro; pero es de pensar que en el caso de otros, en quienes no alcanza relieve y pasan inadvertidos, obviamente que sí lo habría. Pensamiento y expresión son inseparables.

Rubén abriga este punto de vista, en torno del cual gravita el argu-mento teórico que sustenta en sus “Dilucidaciones” a El Canto Errante: Jamás he manifestado el culto exclusivo de la palabra por la palabra [...] la palabra nace juntamente con la idea, o coexiste con la idea, pues no podemos darnos cuenta de la una sin la otra.21

Esta interpretación contiene un rasgo particularmente especial, cuyo alcance la excede. Se trata de la asunción de la propia subjetivi-dad, hecho sin el cual no sería posible construir un pensamiento y ni una literatura auténticos. Ambos aspectos, pensamiento y expresión, son indisociables de la autoafirmación de una subjetividad22. Su enun-ciación en el discurso rubendariano, se efectúa tanto en su forma indi-vidual23 como colectiva. Desde el yo experiencial, pensante, creador y

20 Rubén Darío, Prosa dispersa. Madrid, Mundo Latino, 1916. p. 29.21 Adviértase el énfasis: “Jamás he manifestado...”. En carta del 26 de febrero de 1886, dirigida a Ricardo Contreras, Darío detalla el plan general de Epístolas y poe-mas, y afirma refiriéndose a los poemas que integran su parte tercera: “trabajitos de largo aliento, que por las ideas que en ellos desenvuelvo...”.Rubén Darío, Poesías completas, ed. cit., v. II, p. 699. _____, Cartas desconocidas de Rubén Darío. Edición de Jorge Eduardo Arellano. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2000. p. 53.22 Las referencias de Darío se presentan como la manera o modo de pensar, sentir y escribir. Véase: Rubén Darío, Poesías completas, ed. cit., v. II, p. 696.23 Nuestra interpretación destacará el proceso de subjetivación que experimenta Rubén, esto es, el proceso de conformación del poeta en sujeto, de “concebirse el sí mismo como actor”, en términos de Touraine. No obstante, el mismo es observable en sus escritos sobre arte como criterio para valorar la obra de otros autores.

La conjugación modélica personal define a quienes cataloga de “varones de pen-

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valorizante, asciende a la autenticidad literaria: “mi literatura es mía en mí”; la imitación servil conduce a la pérdida del “tesoro personal”.24

La asunción de la propia subjetividad, y por ende el autorreconoci-miento, como principio de la autenticidad del pensamiento y la crea-ción literaria, se convierte en convicción del poeta. El mismo Rubén cataloga su axioma conclusivo (“mi literatura es mía en mí”) como la “primera condición de mi existir”, y, desdoblándola en una acepción moral, sostiene que “ser sincero es ser potente”.25 De ahí su explicación:

He meditado ante el problema de la existencia y he procurado ir hacia la más alta idealidad. He expresado lo expresable de mi alma y he querido pe-

samiento”. Se ilustra párrafos antes. El criterio de subjetivación no se explicita, pero obviamente lo contiene. Aunque dicha citación tampoco especifica pensador ameri-cano, la valoración es extensiva a ellos.24 Para Darío, la imitación servil —esto es, cuando la imitación se concibe con fin del proceso creador— constituye una negación de la propia subjetividad, y por ende, de la originalidad literaria. Rubén comprende la imitación en forma diferente: como el mecanismo de asimilación de “los elementos que constituirían después un medio de manifestación individual”. En este caso, la imitación no niega la propia subjetividad, y puesto que sirve al propósito de apropiación de la tradición —“óptimo y fecundo río de la universal historia”, base del proceso creador—, la originalidad tampoco se reduce a novedad, sino que se comprende como originalidad relativa. De tal manera afirma:

“En la sucesión de los tiempos se advierte que cada época ha tenido sus revolu-ciones, que han dado origen a las obras de pensamiento que sobresalen en ellas en cualquier esfera del arte, quedando de tal guisa como demarcado el vasto camino del progreso humano. Las ideas de ayer son repetidas hoy y lo serán mañana, variando tan solamente la manera de exponerlas al mundo, la cual será conforme con el espí-ritu de cada edad”.

Desde el punto de vista sustentado por el poeta, el que se conserven contenidos eidéticos a través de la historia del pensamiento, no determina falta de originalidad y autenticidad de un creador, puesto que la manera en que éstos se presentan al pensa-dor es siempre en perspectiva, y el cambio de perspectiva, individual e histórica, hace imposible ver las cosas a como fueron vistas en el pasado.

Rubén Darío, Poesías completas, ed. cit., v. I, p. 545. Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 121; _____, Obras desconocidas de Rubén Darío escritas en Chile y no recopiladas en ninguno de sus libros. Edición de Raúl Silva Castro. Santiago de Chi-le, Prensas de la Universidad de Chile, 1934. pp. 261-262. Véanse también Rubén Darío, Cartas desconocidas de Rubén Darío, ed. cit., p. 92; Fidel Coloma González, Introducción al estudio de Azul.... Managua, Manolo Morales, 1988. pp. 79-87. 25 En otra forma de la acepción moral, siguiendo la formulación cristiana: “Confiar en sí mismo es una gran virtud, una gran fuerza”. Cfr.: Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 39.

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netrar en el alma de los demás, y hundirme en la vasta alma universal. He apartado asimismo, como quiere Schopenhauer, mi individualidad del resto del mundo, y he visto con desinterés lo que a mi yo parece extraño, para convencerme de que nada es extraño a mi yo. He cantado, en mis diferentes modos, el espectáculo multiforme de la Naturaleza y su inmenso misterio. He celebrado el heroísmo, las épocas bellas de la Historia, los poetas, los ensueños, las esperanzas. He impuesto al instrumento lírico mi voluntad del momento, siendo a mi vez órgano de los instantes, vario y variable, según la dirección que imprime el inexplicable Destino.26

La interpretación rubendariana traspone el mismo criterio como pista para una adecuada lectura y valoración del producto artístico. Partiendo del autorreconocimiento como base de la autenticidad crea-dora, desemboca en un proceso de producción personal que encausa la discursividad poética y del que resulta un objeto artístico que en sí mismo revela el yo íntimo de su creador, y que por tanto deviene en un elemento diferenciador y asiento de su identidad. De esta manera con-cluye que por cuanto la creación poética, es el tono, la esencia del alma del creador, lo que importa ante todo, y es por ello que no hay primero en poesía.27 A modo de una confesión personal, lo expresa diciendo:

...el mérito principal de mi obra, si alguno tiene, es el de una gran sin-ceridad, el de haber puesto ‘mi corazón al desnudo’, el de haber abierto de par en par las puertas y ventanas de mi castillo interior para enseñar a mis hermanos el habitáculo de mis más íntimas ideas y de mis caros sueños.28

El proceso creador es también proceso de introspección, conlleva un profundo conocimiento del yo, y puesto que “todo hombre tiene un mundo interior”, es este mismo proceso el que lo coloca en punto

26 Rubén Darío, Poesías completas, ed. cit., v. II, p. 698. El subrayado es nuestro.27 El argumento rubendariano, en forma analógica respecto de la ciencia, se explica a como sigue:

“Si un poeta no ha dejado sino diez versos perfectos, cada uno de esos versos es tan bello, tan inmortal como cada uno de los mil versos perfectos que haya dejado otro poeta. Éste habrá sido más a menudo, pero no más poeta que aquél. Un sabio puede ser más sabio que otro.

Una vez alcanzada la elevación bajo la cual se quedan los trabajadores de la obra, los industriales y los imitadores, es permitido adicionar y comparar los elementos de conocimiento y los resultados adquiridos. Un descubrimiento puede tener más importancia que otro. Un sabio puede ser el primer sabio de su época”. Cfr.: Rubén Darío, Prosa dispersa, ed. cit., pp. 6-7.28 Rubén Darío, Historia de mis libros, ed. cit., p. 102.

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de poder penetrar y entender la naturaleza humana,29 desde la cual se trasciende a la “comunión secreta e íntima con el Universo”.30

La enunciación rubendariana de la autoafirmación de la subjetivi-dad, como indicamos párrafos atrás, no se limita a su forma individual. En su manera de comprenderla, se opera el salto de lo individual a lo colectivo, el trasiego del yo al nosotros. La enunciación de esta opera-ción, sin embargo, se produce a dos niveles: en una forma cuasisuper-ficial, comprendiendo la representación intelectual de un país a través de las “personalidades eminentes” del mismo. El poeta es perceptor del fenómeno intelectual de otras naciones, por lo que el salto de lo indivi-dual a lo colectivo es meramente racional, y no afectivo y experiencial. La nota de origen es la que determina la enunciación colectiva del pen-samiento. De esta manera, refiriéndose a las reuniones a que asistía el novelista brasileño Graça Aranha en París, alude a que en ellas estaba “representado el pensamiento francés por sus personalidades más emi-nentes”.31

De modo semejante funciona en su sondeo de opinión acerca del pensamiento italiano de entonces. Rubén no se plantea el discerni-miento entorno al fondo de italianismo o italianidad que hubiere en los escritores de aquella nación, sino que, provisto del libro de Hugo Ojetti, presta atención entre ellos a quienes están “a la cabeza del mun-do intelectual”.32

Ahora bien, podemos suponer que en la condición de “personali-dades eminentes”, se proyecta la representatividad del país; pero esta comprensión, debido al nivel en que el poeta se mueve, no es explícita en su discurso.

La enunciación de la subjetividad como un hecho colectivo supone, primordialmente, la determinación de personalidad de un sujeto plural (pueblo); el principio de identificación y pertenencia a una realidad histórico cultural, e implícitamente, de diferenciación respecto de otras entidades histórico-culturales. Este plano es susceptible de ser percibi-do cuando el discurso se desarrolla a un nivel más profundo, afectivo

29 Rubén Darío, Los Raros. San José, EDUCA, 1972. p. 198.30 Rubén Darío, Opiniones. Managua, Nueva Nicaragua, 1990. p. 153.31 Rubén Darío, Cabezas, ed. cit., p. 43.32 Rubén Darío, Prosa dispersa, ed. cit., pp.15-25.

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y experiencial. En él, no se asiste como observador de una colectividad humana, sino como parte de ella.33

La discursividad rubendariana exhibe este último nivel. La asun-ción de la propia subjetividad conlleva a la identificación con un sujeto plural: “la actual generación intelectual —dice refiriéndose al moder-nismo–, los pensadores y artistas que hoy representan el alma america-na”.34 El trasiego del yo al nosotros se vuelve efectivo.

El problema de la autenticidad, riqueza y futuro de nuestro pen-samiento y nuestra literatura, se resuelve en la susodicha conjugación: “Nuestras letras y artes —afirma refiriéndose a la literatura hispano-americana— tienen que ser de reflexión”.35 La autoconciencia del rol

33 En el siglo XIX latinoamericano, la forma más general y primera de enunciación identitaria es su formulación por vía del enunciado de la diferencia. El observador percibe los rasgos de un otro-cultural en los cuales no se reconoce a sí mismo sino en la forma de distinto de aquél. En este sentido es paradigmática la enunciación boliva-riana contenida en la Carta de Jamaica:

“Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte... no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles”.

El enunciado oscila entre la indefinición, la angustia y el deber ser. Esta modalidad enunciativa no tardará en derivar, poco después, en la re-enunciación de la metáfora de la dualidad cultural continental.

La primera enunciación de la metáfora de la dualidad cultural latinoamericana —adoptando la denominación de Clara Jalif y Gustavo González—, tuvo lugar en el siglo XVI y corresponde a la perspectiva hispánica que transfiere el supuesto teológi-co de la partición del mundo en cristiandad e infieles a la interpretación del mundo colonial. Dicha dualidad permea la interpretación no sólo del aborigen, sino que se extiende también a los “americanos por nacimiento”. Su re-enunciación decimonó-nica, esta vez como ideología contrapuesta a la cultura colonial, queda fijada en la polaridad valorativa sarmientina de civilización y barbarie.

En el período durante el cual transcurre la vida de Rubén Darío, la atención ha empezado a desplazarse hacia la mismidad, habiéndose iniciado como oposición al mundo anglosajón y afirmación de la ideología de la latinidad.

Cfr.: Simón Bolívar: La vigencia de su pensamiento. Selección y prólogo de Francisco Pividal. La Habana, Casa de las Américas, 1982. p. 62; Clara Jalif de Bertranou y Gustavo González G., “Conflicto y discurso sobre el hombre americano. La polémica Las Casas-Sepúlveda”. En: Cuadernos americanos, Nueva Época, Año VI, v. 5, No. 35, septiembre-octubre, 1992, p. 25.34 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 125.35 Rubén Darío, España contemporánea. Managua, Academia Nicaragüense de la Len-gua, 1998. p. 181.

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que le correspondió jugar, vista en función del enunciado de la sub-jetividad como hecho colectivo, lo expresa diciendo: “Yo vine en un momento en que era precisa mi intervención en el porvenir del pensa-miento español en América”.36

Un segundo uso, más restringido, define al pensador como un hombre de ideas. Considerado como un modo de vida, éste, en su opi-nión, pasa por ser uno de los oficios “más graves y peligrosos [que hay] sobre la faz de la tierra”.37 Nos encontramos ante el concepto operativo de la historización del pensamiento hispanoamericano, aplicación que Darío también conoció. De ello resulta que no todo los intelectuales-artistas americanos entran en dicha categoría. Para él, son catalogables como tales el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), el colombia-no Baldomero Sanín Cano (1861-1957) y el peruano Francisco García Calderón (1883-1953).

Rubén cae en una ambigüedad producto de la determinación de la forma de expresión mediante la cual estos personajes difunden su pensamiento. Como se sabe, entre los pensadores hispanoamericanos ha sido característica una cierta forma de saber avocado a la praxis so-cial y cierta modestia en cuanto a las pretensiones de sus construccio-nes eidéticas, siendo evidente la tendencia a “formas de pensamiento y expresión más libres y bellas sobre las más metódicas y científicas”.38 Esta preeminencia, sin embargo, no resulta en detrimento del interés por tocar los aspectos claves de las demandas epocales. Pero, paradóji-camente, ambos rasgos han dado lugar a devaluar la calidad intelectual del pensador, y en esto también incurre, en alguna medida —segura-mente condicionado por el incipiente desarrollo de la historiografía de

36 Discurso en ocasión del retorno a Nicaragua en 1907. Citamos de transcripción de Edelberto Torres, La dramática vida de Rubén Darío. Managua, Nueva Nicaragua, 1982. p. 296. 37 En este ensayo atendemos específicamente al pensador latinoamericano. Esto, si embargo, no niega la existencia de dicha figura (el pensador) en otras regiones y cul-turas, ni restringe la interpretación rubendariana al tratamiento de su manifestación en nuestros países. De hecho su afirmación es categórica (uno de los oficios “más graves y peligrosos [que hay] sobre la faz de la tierra”), y el recurso a pensadores de otras latitudes, particularmente europeos, es constante en su obra. Valga mencionar un escrito, a título de ejemplificación: “Dinamita”, La Tribuna, Buenos Aires, 27 de noviembre de 1893. (Rubén Darío, Prosa dispersa, ed. cit., p. 161.)38 José Gaos, Pensamiento de lengua española. México, Stylo, 1945. p. 42.

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las ideas y la imposibilidad de resolver ese vacío en forma individual—, el poeta. En su opinión, la razón por la que casi no hemos tenido pen-sadores, radica en que, “con dificultad se encontrará en toda la historia de nuestro desarrollo intelectual ese producto de otras civilizaciones: el ensayista”.39

No obstante, la causa fundamental es histórica: las incontables re-vueltas, agitaciones políticas y tempestades revolucionarias que sucedie-ron a la independencia, las cuales “no dieron tiempo a la constitución de un pensamiento orgánico y representativo”, pese a que surgieron figuras relevantes comparables con otras de cualquier parte del mundo, “pero esto no podía constituir una tradición”.40

Ahora bien, sin duda el ensayo es la principal y más difundida for-ma de expresión del pensamiento en América Latina, desde el siglo XIX, pero no por ello puede argumentarse que en los siglos anteriores, no haya habido formas afines que también lo permitieran. Darío lo sabe, y opera con un criterio diferente, más amplio, al referirse a la historia del pensamiento en Chile. En el intento de ubicar a Fray Cres-cente Errázuriz (1839-1931) en el contexto de la historia intelectual de aquel país, basándose en el estudio de Huneeus, hace referencia a la participación del sacerdote como figura intelectual desde la colonia hasta el siglo XIX.41

Como hemos visto, Rubén tenía un concepto claro de la simbiosis entre pensamiento y expresión literaria. La estructuración de su pensa-miento no obedece a la lógica de un discurso de saber, formado por un todo armónico, sino a la de un discurso doxológico, en el cual se intro-duce la emoción en el razonamiento, y en el que no debe sorprender-nos que afloren contradicciones. Al cabo, como ha afirmado el profesor Fidel Coloma González, “no era su tarea traducir en conceptos, en pura racionalidad, sus intuiciones de la realidad”.42

39 Rubén Darío, Prosa dispersa, ed. cit., p. 161. 40 Rubén Darío, Escritos dispersos de Rubén Darío. Edición de Pedro Luis Barcia I. La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1968. p. 259.41 Rubén Darío, Cabezas, ed. cit., pp. 124-125.42 Fidel Coloma González, “Aspectos de la obra y la personalidad de Rubén Darío”. En: Ciclo dariano 1991. Managua, Instituto Nicaragüense de Cultura. Biblioteca Nacional Rubén Darío, 1991. p. 14.

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Aparte su técnica escritural, aparte su enorme cantidad de lecturas, Rubén tendía conscientemente a una simplicidad vital, a la penetra-ción directa y plena de la cosa. Él mismo nos ha descrito su actitud y modo de proceder frente a aquellas cosas que quería comprender.

Cuando visitó la exhibición de esculturas de Augusto Rodin, du-rante la Exposición Universal de París (1900), según lo refiere al lector bonaerense

…me propuse apartar de mi mente todas esas opiniones, ir sin pre-juicio ninguno a entregarme a la influencia directa de la magia artística, poniendo tan sólo de mi parte el entusiasmo y el amor que guardo por toda labor mental de sinceridad y conciencia por todo osado trabajador, por todo combatiente de bellos combates [...] Quería oír la voz misteriosa de la plasmada materia, el canto de la línea, la revelación del oculto sentido de las formas.43

Rubén plantea como condición para un conocimiento auténtico, el que éste se construya en la relación directa e inmediata entre él y la obra (sujeto y objeto del conocimiento), viendo (aprehensión sensible) y sintiendo (aprehensión emocional) la obra, sin el intermedio de otras opiniones (prejuicios que condicionen la naturaleza de la percepción, o la dificulten), “y formar con ella una especie de intimidad mental”44 con el fin de captar su realidad, interioridad y continuidad. El espíritu del poeta es afectado por el objeto de cierto modo especial, al descubrir ante sí el milagro de la obra de arte:

El milagro es la revelación subitánea de la vida —escribe—, el encuen-tro en la materia, de la voluntad humana, del designio del artista, con la voluntad suelta y el designio de la naturaleza, que tiende a decir su secreto, a formar su íntima esencia.45

Ese era el método de su pensar, la intuición poética. Ahora bien, las impresiones obtenidas mediante la aprehensión intuitiva se objetivan verbalmente, y en ese momento las desarrolla mediante el auxilio del análisis, valiéndose inclusive de otras opiniones, elemento del que en un primer instante había prescindido, pero del que ahora no podría abstraerse sin que ello constituyese una limitación.

43 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, p. 434.44 Ibid., v. 3, p. 442.45 Ibid., v. 3, p. 438.

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Como corolario, Rubén escribiría años después, en sus “Dilucida-ciones” a El Canto errante: “Pienso que el don del arte es aquel que, de modo superior hace que nos reconozcamos íntima y exteriormente ante la vida. El poeta tiene la visión directa e introspectiva de la vida y una supervisión que va más allá de lo que está sujeto a las leyes del general conocimiento. La religión y la filosofía se encuentran con el arte, pues en ambas hay también una ambiencia artística”.46

2. La simbiosis poeta-pensador

Los auténticos artistas, como los religiosos y los filósofos, son los seres más susceptibles para percibir la profundidad de los cambios que experimenta una sociedad o una época. Y es esa sensibilidad, humana e histórica, la que da a su persona el sello de compromiso que lo carac-teriza: su palabra no está reservada para la individualidad propia; por ella palpitan las creencias, las angustias y las esperanzas, los odios y los amores, las glorias y las miserias, los recuerdos y las tendencias de un pueblo, de una generación, “del hombre en un momento histórico”. En este sentido, Rubén concebía que “un gran poeta no es más que un revelador...”.47

El concepto rubendariano de la “gran poesía” reúne en el artista la cualidad del pensador; de quien revela las fuerzas vitales que invaden y animan las acciones de los hombres y los pueblos; de quien, como diría Pablo Antonio Cuadra, “pone los andamios de la cultura de su colectividad, [y] advierte la consistencia o inconsistencia de la historia en proceso”,48 vislumbrando por sus tendencias el tiempo por venir.

La vida de Darío transcurrió en una época crucial y contradicto-ria, una época llena de profundos cambios y riesgos y arrastrada a la orfandad y la intemperie espiritual. Transita cabalgando entre mundos, a saltos entre la tradición y la modernidad, y avizorando un horizonte

46 Rubén Darío, Poesías completas, ed. cit., v. II p. 697. La itálica es nuestra.47 Rubén Darío, Ramillete de reflexiones, ed. cit., pp. 17-18.48 Pablo Antonio Cuadra, “El doctor Carlos Tünnermann Bernheim en la Academia”. Contestación de Pablo Antonio Cuadra al discurso presentado por el Doctor Carlos Tünnermann Bernheim ante la Academia Nicaragüense de la Lengua al incorporarse a ésta como Miembro de Número el 30 de agosto de 1995. En: Lengua, Revista de la Academia Nicaragüense de la Lengua, 2° época, No. 10, p. 75.

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histórico que “habla ya por mil signos”49. Experimenta la trabazón de progreso y decadencia que adquiere el proceso de modernización, el que a su vez lo induce a prever un futuro “de miseria y de hambre”50. Conciencia histórica provista de la convicción de que el seguimiento de los ideales, la fe en el porvenir, la razón y la cultura, pasan por ser la tabla de salvación del hombre51.

En 1899, en una de las crónicas que escribe sobre la débâcle espa-ñola52, es claro su juicio acerca del papel que le corresponde asumir como intelectual en el contexto de una crisis histórica, pues la crisis es global, y no sólo española,53 aunque en este país se ve agravada a consecuencia de la “guerra hispano-norteamericana”54. Sabedor de que “sin ideales, pueblos e individuos no valen gran cosa”,55 y que las crisis, humanas e históricas, son transitorias, ya que los hombres y los pueblos son capaces de muchas transformaciones, Darío cuestiona y contraría la “prédica del desencanto” que escucha de Núñez de Arce, al argu-mentar éste último la disolución de la función social del arte, siendo que el arte se entiende como “campo para la ilusiones”, y las ilusiones,

49 Rubén Darío, Opiniones, ed. cit., p. 81. 50 Rubén Darío, Azul..., ed. cit., p. 164.51 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, pp. 795-796.52 Darío es enviado por La Nación. Dicho diario bonaerense publicó entre el 18 de enero 1899 y 1 de mayo de 1900, las crónicas remitidas por el poeta, en las que, se-gún él mismo afirma, diría sólo “lo que en realidad observe y sienta”. La mayoría de estas crónicas fueron recogidas en su libro España contemporánea (París, 1901).53 Años antes, a Darío se le había presentado una ocasión semejante. En su escrito “Azul”, publicado en el diario bonaerense La tribuna el 15 de septiembre de 1893, respondía al “evangelio de la desesperación” contenido en una de las gacetillas publi-cas por el mismo medio el 14 de ese mes. “La humanidad está enferma, es cierto”, de-cía el escrito rubeniano, pero a la vez objeta la interpretación y respuesta que presen-tan “los predicadores de la muerte”, pues ellos “no miran que es peor el remedio [que proponen] que la enfermedad”. En otros escritos, Darío alude a la misma temática.Cfr.: Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p.6.54 La guerra hispano-cubana (segunda y final guerra independentista cubana), inicia en 1895. El 1° de abril de 1898, Estados Unidos decide intervenir militarmente para sus propios fines. Refiriéndose al impacto que la pérdida de las últimas colonias en América tuvo en la conciencia de los españoles, dice Darío: “La caída fue colosal. Las causas están en la conciencia de todos. La expansión colonial de otras naciones con-trasta, al fin de la centuria, con las absolutas pérdidas de la que fue señora de muchas colonias”. Rubén Darío, España contemporánea, ed. cit., p. 376. 55 Rubén Darío, España contemporánea, ed. cit., p. 122.

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según el poeta español, no son más que humo vago que deshace el menor viento de la vida. El fracaso impera en todo... Los ideales se levantan, se ven como bellos mirajes y luego no se logran nunca. Es el inmenso cambio cuyo fin no se encuentra ni se encontrará jamás, a pesar del vuelo continuo de las humanas aspiraciones.56 En cambio, para Darío, esa actitud es un desacierto, y más aún cuando no se muestra otra alternativa “a la ju-ventud sedienta de ideal”, puesto que sus consecuencias son funestas. Alega que la misión que le corresponde al poeta en los momentos difí-ciles de la historia es convertir el arte en un instrumento moralizador, “cultivar la esperanza, ascender a la verdad por el ensueño y defender la nobleza y frescura de la pasajera existencia terrenal”.57

Su concepto no se pliega al consuelo ni a la resignación; por el contrario, lo gobierna la resistencia al desencanto y la mediocridad, el deseo de contagiar el entusiasmo apuntalando las búsquedas superio-res que otorguen la posibilidad de trascender los límites del aprisiona-miento cotidiano. Por tanto, su justificación no es otra más que aquella que constituye la primera misión del ser humano en la vida y ante la vida, esto es, orientarla; o como lo enuncia él mismo refiriéndose a Rodó, contribuir a la “conducción de almas”.58 Una misión predomi-nantemente ética que se realiza por vía de la estética.59

Como vemos, Darío comprende la función y el valor del quehacer poético, situándose en el contexto de la profunda crisis histórica que vive. El prisma desde el cual presenta el juicio citado, es el de la crisis de identidad. Si por identidad se entiende esa propiedad del espíritu

56 La referencia rubeniana completa, en: Rubén Darío, España contemporánea, ed. cit., pp. 287-291.57 Rubén Darío, España contemporánea, ed. cit., p. 290. 58 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 2, p. 963.59 En Darío, la categoría estética se equipara a la categoría ética. En “Azul”, el poeta ya había expresado esta convicción: “No es el desdén por la vida –afirma–; no es la cirugía espantosa del suicidio la que cura el mal. Es la higiene, la higiene moral, la necesaria. Alzar los ojos hacia el firmamento, refrescar el corazón con el rocío del ideal; fumigarse para evitar los contagios de la más horrible de las pestes; mirar la ola invasora precaviéndose de su empuje y de lo amargo de su espuma; ser digno de la alteza humana y merecedor de la bondad divina; ser fuerte y tener siempre en el alma el sursum salvador; esa es la hermosa acción; esa es la norma. [...] Escritores, el primer deber es dar a la humanidad todo el azul posible”. Cfr.: Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 6.

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humano de reconocerse en sus atributos esenciales, diríamos que, como señala Sánchez-Gey, “a fin de siglo se siente el deseo de recuperar el raciocinio, el goce del sentimiento, el adiestramiento de la sensibilidad y la profundización de la cultura a fin de reconocer y reconocerse en el hombre”.60

Caracterización de la modernidad y la crisis de valores en el pensamiento de Darío

Siendo que el discurso rubendariano fue elaborado desde los refe-rentes modernos, es también una crítica de la modernidad,61 particu-

60 Juana Sánchez-Gey Venegas, “El modernismo filosófico en América Latina”. En: Cuadernos Americanos, Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, Nueva Época, Año VII, vol. 5, No. 41, septiembre-octubbre 1993, pp.109-110.61 Para un concepto cabal de la modernidad en la obra del poeta, habría que tener en perspectiva el estudio de las dos dimensiones y caras que le constituyen: por cuanto calco de una época que hace pasar por el tamiz de su inteligencia, y por cuanto un modo artístico de encarnarla; esto es, en tanto que expresión de la modernidad social y la modernidad estética. Iván Schulman ha escrito caracterizando brevemente uno y otro modo de manifestación de la modernidad:

“las notas características de la modernidad social podrían resumirse de la manera si-guiente: la defensa de la doctrina del progreso, la confianza en la eficacia de la ciencia y la tecnología, la preocupación con el tiempo cronológico o ‘astronómico’, el culto a la razón, la primacía de ciertos valores colectivos e individuales como la acción, o las soluciones basadas en los principios pragmáticos. La modernidad estética o artística en cambio, está vinculada con la producción de una literatura rebelde, y antiburgue-sa, desde el romanticismo europeo y la irrupción de la literatura vanguardista hasta nuestros días. Esta segunda modernidad constituye una expresión fundamentalmen-te contestataria, anti-mercantil, anti-burguesa, anti-racional, y lúdica, centrada en la entronización de lo subjetivo...”.

Por lo que refiere a América Latina, si por un lado se produce el malogro de la modernidad social, por el otro se origina una exitosa expresión de la modernidad estética. “Nuestras sociedades fracasaron, nuestros poetas no”, ha escrito José Emilio Pacheco.

Aunque ambas caras de la modernidad son hartamente atrayentes, este ensayo se ocupa primordialmente de la percepción y caracterización rubendariana de la mo-dernidad social.

Algunos estudios relacionados al tema, son: René Schick Gutiérrez, “Rubén Darío y la política” (Managua, 1966); Saúl Yurkiévich, “Rubén Darío y la modernidad” (México, 1972); Jesse Fernández, “La modernidad en algunos textos de Rubén Da-río” (España, 1975); Javier Herrero: “Fin de siglo y modernismo. La virgen y la he-taira” (Pennsylvania, 1980); Juana Sánchez-Gey Venegas, “El modernismo filosófico en América” (México, 1993); Luis Sáinz de Medrano, “La modernidad en la obra

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larmente por el costo humano que representa. Un discurso en el que se nos revela la profunda capacidad que el poeta tuvo para captar las preocupaciones existenciales fundamentales que dominarán al hombre moderno y la indiscutible sensibilidad artística con que las plasma y comunica. Rubén presiente y siente la dualidad del progreso moderno, que oscila entre adelantos que pudieran ser promesa para la realización de las aspiraciones de un mundo humanizado, y el drama del acrecen-tamiento de las miserias humanas.

1. la dupla pasado / moderno

En la década de 1880, dio sus primeros asomos escriturales a la modernidad, comprendida ésta como una época. Estos acercamientos se estructuran, referencial o irónicamente, en torno de la dupla pasado / moderno. El primero de los términos, se comprende como lo pertene-ciente al pasado; pero se trata de un pasado vivo, actuante, presente; lo tradicional. El segundo término se comprende como lo reciente y no-vedoso y la optimización de sus signos. Puesto que el fundamento del primero se halla en un contenido histórico pretérito, define un modo de vida devaluado; en cambio, el segundo, implica el nacimiento de otro modo de vida, plenamente diferenciado, el que, beneficiario de la acumulación de conocimientos y experiencias, entra en la orbita del progreso.62

En consecuencia, dicha oposición pone a flote la actitud que adop-ta el poeta respecto del pasado. Se encuentra en un punto medio en que se vuelve inevitable el sentido de ruptura con aquel, y se alcanza la conciencia del mundo moderno. Enérgicamente lo enuncia a fines de 1881, en versos en que “ardía el más violento, desenfrenado y crudo liberalismo”, según él mismo los califica:

de Darío”. En ocasión del centenario de Azul..., la Universidad de Illinois convocó a connotados especialistas en el tema para llevar a cabo “una relectura de la obra de Darío con atención al papel del nicaragüense en la evolución de la escritura moderna hispanoamericana”; el conjunto de los ensayos preparados fueron compilados en Re-creaciones: Ensayos sobre la obra de Rubén Darío. Edición de I. A. Schulman. Illinois, Universidad de Illinois, 1992. pp. 36-37; Poesía modernista. Selección, prólogo, notas y cronología de José Emilio Pacheco. México, SEP–UNAM, 1982. p. 1.62 Un estudio detenido acerca de las características y dinámica ideacional de la dupla pasado/moderno, en: Le Goff, Jacques, Pensar la historia. Modernidad, presente, pro-greso. Barcelona, PAIDOS, 1991.

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Una conmoción socialhace estremecerse a Roma.Ya nuevo empuje se toma;una era de luz empieza,y en vez de mirar la espesaniebla que estaba reinando,vemos que está palpitandola Revolución Francesa.........................................¡Abajo la beatitud!¡Abajo la aristocracia!¡Abajo la teocracia!Por todas partes resuena,de dulce cadencia llena, la voz de la democracia.63

Alcanza los dieciocho años. El poeta siente las estrecheces del me-dio, del modo de vida cuasi colonial que transcurría en medio de una relativa calma política y social, y los soplos de progreso que arriman a las ciudades nicaragüenses.64 Interesado en todo aquello que significara

63 Estrofas 58 y 59 de “El libro”. Además del poema citado, véanse “Luz” (1882), “El porvenir” (1885). Para citación de texto, Rubén Darío, Poesías completas, ed. cit., v. I, p. 44.64 En carta a Juan José Cañas, con fecha del 25 de marzo de 1887, afirma el poeta: “quizá en esa [refiriéndose a su tierra natal] no habría hecho lo que aquí [Chile], por mil motivos. El primero, que aunque tengamos alas no podemos volar sin haber aire”. Pocos años después, hacia 1894, diría: “en aquella tierra [...] no hay, en absolu-to, aire para las almas, vida para el espíritu. En un ambiente de tiempo viejo, el amor de un cielo tibio y perezoso, reina la murmuración áulica; la aristocracia advenediza, triunfa; el progreso material, va a paso de tortuga, y los mejores talentos, las mejores fuerzas, o escapan de la atmósfera de plomo [...], o mueren en guerras de hermanos, comiéndose el corazón uno a otro, porque sea presidente Juan o Pedro...”.

En parte, el clima social que privaba en Nicaragua, fue descrito por Darío en los primeros trece capítulos de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1912), obra difundida comúnmente como Autobiografía. En otros escritos, tales como ”Mi do-mingo de ramos”, “La larva” (1910), El viaje a Nicaragua (1909) y El oro de Mallorca (1913-1914), incluye evocaciones de aquellos tiempos. Así, en 1911, Rubén califica de “tenebrosa impresión medieval”, la ambiencia que se creaba en su León natal cuan-do un vecino estaba por expirar. Un año después calificaría el modo como reaccionó la población en 1885, ante la erupción del Momotombo, de forma similar: “Las gentes rezaban, había un temor y una impresión medioevales”.

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progreso y bienestar para el país, la percepción de algunos logros ma-teriales y socioculturales que lo connotaran —sin duda vigorizada por el acceso a la información y, seguramente, a obras de ficción– estimuló profundamente su mentalidad, dando lugar al despunte temprano de su intuición visionaria. Es 1885 y escribe “El siglo XX”. Lo pasado se confunde con lo local; lo moderno, optimizado, constituido en prome-sa, conduce al joven poeta a las redes del futurismo tecnológico:

A juzgar por el progreso vertiginoso de la época presente, jamás visto en los tiempos pasados, en el siglo XX habrán de realizarse maravillas increí-bles. ¡Oh, sí! La navegación aérea y la navegación submarina serán medios vulgares de comunicación. Zambullirse en Corinto dentro de un buquecito eléctrico y aparecer una hora después en El Callao, o en Burdeos, elevarse aquí en un globo aerostático, pasar sobre las nubes, con las tempestades bajo sus pies, y caer a pocos minutos en medio de la Plaza de la Concordia en Paris; ver desde Lima una representación en el teatro de la Scala de Milán; oír desde una casa americana un debate parlamentario en las Cá-

“Sobre aquella ciudad —escribe en “Mi domingo de ramos”—, feliz como una al-dea, ciérnese todavía un soplo del buen tiempo pasado. Es aún la edad de las virtudes primitivas, de los intactos respetos y de la autoridad incontrastable de los patriarcas”. La sociedad nicaragüense, sin embargo, sentía el influjo de un lento proceso de cam-bio social. Se experimenta un crecimiento demográfico y de los centros urbano. Tra-diciones y supersticiones, miedos y rezos, cruzados por la fuerza de la naturaleza y la figura de los patriarcas, junto a la resonancia de una efervescencia política, a una lenta modernización [la introducción del telégrafo (1875-1876) y el teléfono (1879); eje-cución de las obras ferroviarias entre 1878 y 1880; primer banco comercial (1877)], y adelantos socio-culturales [desarrollo de la educación media, fundación de la Biblio-teca Nacional (1881) y de diversos periódicos, revistas y asociaciones intelectuales].

Años después, fruto del reencuentro con terruño nativo, constatará que ya todo aquello ha pasado: ”el vivir moderno ha ido, aunque poco a poco, invadiendo las costumbres antaño patriarcales...”, dirá. —Cfr.: Rubén Darío, Cartas desconocidas de Rubén Darío, ed. cit., pp. 50 y 68; _____; Letras, ed. cit., pp. 199-200; _____, Prosa dispersa, ed. cit., p. 78; _____, Autobiografías. Prólogo de Enrique Anderson Imbert. Buenos Aires, Marymar, 1976. p.56; _____; Obras completas, ed. cit., v. 4, pp. 1010-1011; _____, El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical. Managua, Nueva Nicaragua, 1987. p. 258; _____, Cuentos completos. Edición y notas de Ernesto Mejía Sánchez. México, Fondo de Cultura Económica, 1983. pp. 364-365. Para un mayor detalle del contexto histórico-cultural en que se desenvuelve el poeta en estos años, véase: Jorge Eduardo Arellano, Historia básica de Nicaragua. Managua, CIRA, 1997. v. 2, pp. 131-198; y Charles D. Watland, La formación literaria de Rubén Darío. Managua, Ediciones de la “Comisión Nacional para la Celebración del Centenario del Naci-miento de Rubén Darío”, 1966. pp. 23-29.

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maras francesas; escuchar y entender desde un Instituto del Polo antártico una lección sobre alquimia que dé un sabio chino en alguna cátedra de Pekín; platicar en voz baja del uno al otro extremo del desierto del Sahara, convertido en mar y lleno de ciudades flotantes; todo esto que hoy parece extraordinario, sería natural, corriente, real y verdadero.65

Considerando inevitable el progreso también entre nosotros, y más aún, deseable, ironiza el provincialismo y critica la incredulidad y el pesimismo de quienes piensan lo contrario, seguro de que en ese fu-turo “ya las telas tenues de las telarañas no estarán tapizando las tapias; ni habrá tanta devoción ni tanto clérigo, ni tanta gente llena de piedad ganando indulgencias en vez de ganar otra cosa [... puesto que] habrá mayor cultura y más...”.

2. Modernismo, modernidad y crisis histórica

Una de las tendencias de la crítica sobre la materia interpreta el modernismo como una época. Para Federico de Onís (1934), es la res-puesta hispánica a la crisis de fin de siglo “que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por tanto, de un hondo cambio histórico”.66 En la misma línea lo interpreta Juan Ra-

65 Transcripción de Edelberto Torres, op. cit., p. 75. Algunos datos que permiten valorar el carácter anticipatorio de aquel pequeño escrito. Para entonces, transcurre la segunda revolución industrial (1860-1930), cuyos impactos —más inmediatos a la gente en lo general— ya se dejan sentir. Las áreas principales de este nuevo impulso tecnológico fueron: el desplazamiento del hierro al acero como material de ingenie-ría; la aplicación práctica de la electricidad (teléfono, 1876; luz incandescente,1880; la primera planta generadora de electricidad comercial de Edison, 1882, abre paso a la electrificación de ciudades y fábricas); el motor de combustión (automóvil, 1885; primer vuelo a motor, 1903) y la producción en masa de bienes de consumo.

La navegación submarina tuvo sus inicios en 1772; durante el siglo XIX, se llevaron a cabo diversos ensayos de navegación aérea. La posibilidad efectiva de la radiocomu-nicación se obtiene hacia 1896, y durante la década de 1920 inicia la radiodifusión comercial. De 1895 data el cinematógrafo; a fines de la década de 1920 se inaugura el servicio público de trasmisión por televisión. 66 Federico de Onís, España en América. Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, 1955. p. 183.

Es obvio, como ha señalado Ángel Rama, que dicha crisis histórica “se genera en una transformación básica de tipo económico-social, y que su centro está en la Euro-pa decimonónica”. Rama considera el inicio de esta época (modernista) hacia 1870, por cuanto esta fecha indica “la intensificación de la expansión imperial del capitalis-

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món Jiménez (1935) y Enrique Díez-Canedo (1943); Jorge Eduardo Arellano (1989) lo comprende como respuesta “a la crisis de Occiden-te desatada por el capitalismo en plena expansión universal”.67 Para Ignacio Zuleta (1988), “no es sólo una técnica, sino un intento de renovación caracterizado por un nuevo modo de sentir y de ver el mun-do”;68 el mismo crítico lo califica como “un capítulo más del proceso creciente de reflexión sobre la historicidad de la condición humana”.69 Considerado el modernismo de la forma descrita, nos interesa saber de qué manera percibió Darío el cambio histórico que se experimentaba.

El crítico argentino Saúl Yurkiévich ha afirmado que “la moderni-dad tal como la entiende nuestra época comienza con Rubén Darío”.70 Testigo del aceleramiento de la historia y el incremento vertiginoso del conocimiento y la tecnología, de la intensificación de las comunicacio-nes, del crecimiento del poder del dinero y la acumulación de bienes, del progresivo empobrecimiento y degradación intelectual y moral, de la quiebra de los regionalismos, de la expansión del imperialismo yan-qui, del anarquismo ideológico y práctico, de la violencia. Neurosis, inquietud, insatisfacción, desasosiego, autodestrucción: síntomas au-gurales de la crisis de valores del siglo XX.

En este contexto, Darío y el modernismo construyen una visión del mundo y de la vida teñida de tragicidad. A juicio de Rubén:

Época espantosa en verdad más que ninguna otra de la historia del hombre. El corazón del mundo está enfermo; la vida hace daño; la inquie-tud universal se manifiesta de mil maneras, peor que en el año mil. Porque en el año mil había siquiera fe y esperanza, y el hombre actual ha asesinado ambas. Todo se reduce a la victoria del momento, por la fuerza, por la violencia, por la habilidad. La Gloria está amenazada de muerte, como el viejo Honor que agoniza, y el Pudor, y la Caridad. Los degenerados de

mo europeo y norteamericano”. (Ángel Rama, Rubén Darío y el modernismo. Barce-lona, Alfadil Ediciones, 1985. p. 26.)67 Jorge Eduardo Arellano, Azul . . . de Rubén Darío. Washington, OEA / OAS, 1993. p. 3.68 Ignacio Zuleta, La polémica modernista. El modernismo de mar a mar (1898-1907). Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1988. p. 100.69 Ibid., p. 23.70 Saúl, Yurkiévich, “Rubén Darío y la modernidad”. En: Plural, No. 9, México, 1972, p. 37.

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arriba están en vísperas de ser suplantados por los energúmenos de abajo. Los reyes se van y los pueblos no saben adónde ir. Y el porvenir viene en automóvil —en ese momento, el símbolo de la aceleración de la evolu-ción histórica como resultado del desarrollo tecnológico—, velozmente, desbocadamente, matando, estallando. [...] Desde el momento en que el dinero suple hoy los antiguos ideales, la disputa de la tierra y de la riqueza se hace más enconada, y el crack de la moral trae el más absoluto desastre. Jamás el ser humano ha sido menos ángel; jamás ha sido más bestia fiera. Y esto con automóviles, con telégrafos sin hilos, con cinematógrafo, con la omnipotencia de la máquina en la industria y del oro en todo.71

Se trata de un preciso diagnóstico valorativo de los momentos in-augurales de la más impresionante crisis de la historia, a la que Ferrater Mora llama crisis de los ‘todos’;72 del estado de decadencia y desorienta-ción a que se introduce la humanidad; de lo paradójico del progreso, en torno del cual se tejen decisivas interrogantes, pues nunca sus posi-bilidades habían parecido más seductoras y a la vez más inciertas; del agravamiento de la conflictividad social.

Su referencia al año mil es el recurso analógico óptimo del cual se vale Darío para enfatizar el resquebrajamiento moral de la sociedad de su tiempo. Se creía que el fin del mundo estaba próximo, tal y como lo profetizaba el Apocalipsis73. Pero el poeta no se limita a esta referencia comparativa, lo hace también poniendo de relieve la tendencia históri-ca mostrada a lo largo del siglo XIX.

La gran diferencia entre los inicios de este siglo y el del siglo XX, señala, es que el primero inició “bajo el soplo de la Enciclopedia”, con ideales y proyectos, mientras el segundo arrastra “todas las tristezas, todas las desilusiones y desesperanzas”, que el fin de siglo trajo consigo, y por ende, lo caracteriza la falta de entusiasmo, que era notable en aquel.74

71 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 4, pp. 1348-1349.72 José Ferrater Mora, Las crisis humanas. Madrid, Alianza, 1983. p. 157.73 Apocalipsis, cap. 20. Concluido un periodo de mil años, en que Cristo reinaría visiblemente sobre la tierra, y el diablo sería impotente, este último sería liberado “y se irá a seducir a los pueblos que están en los cuatro ángulos de la tierra”. Entonces se produciría el juicio final. Los temores milenarista fueron, sin duda, exacerbados, y a ellos se sumó la Peste Negra que azoló Europa en aquel entonces. 74 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit, v. 3, pp. 381, 498 y 499.

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Nuestros padres eran mejores que nosotros —afirma—, tenían [...] fe, entusiasmo por alguna cosa. Hoy es el indiferentismo como una anquilosis moral; no se piensa con ardor en nada; no se aspira con alma y vida a ideal alguno.75

La percepción histórica de Darío a través de ambas analogías no sólo era la de un mayor dramatismo del tiempo que inicia, sino que además veía la tendencia a una descomposición más precipitada. Ya no es el pesimismo a lo Schopenhauer con que inició el siglo XIX, sino el pesimismo desolado nietzscheano con que termina, anticipando nue-vos temores y ansiedades.

La esperanza que nacía —y no sin reveses— de la expansión eco-nómica, del desarrollo tecnológico y del creciente movimiento obrero, experimentaría un recio choque durante la segunda década del siglo XX.76 En el transcurso del siglo, la modernidad vendría a mostrar que sus rasgos más característicos habían entrado en una profunda crisis.77

Pero al cabo, la suya no es una visión pesimista de la historia. Todo lo contrario. Darío reconoce y cree en el progreso, cuyos logros son pal-pables y prueban “lo que pueden la idea y el trabajo de los pueblos”.78 El problema es cuando, al amparo de ese progreso, se genera el despojo de la humanidad de los individuos. En este punto, la idea dariana del progreso entraña una paradoja, de donde extrae como preocupación fundamental la crisis moral.

75 Rubén Darío, Los raros, ed. cit., pp. 67-68.76 José Ferrater Mora, op. cit., p. 168.77 Del diagnóstico de dicha crisis, se han efectuado tres deducciones básicas: 1°, que la modernidad es un proyecto muerto; 2°, que es un proyecto agotado; y 3°, que es un proyecto inconcluso. Se puede decir, sin pretender a más, que en Darío se esboza una coincidencia con lo que hoy día constituye la tercera alternativa enunciada. En su opinión, calificada por René Schick de “humanismo liberal y cristiano”, el pro-greso científico debe recuperar su contenido humanista, e incidir verdaderamente en la realización del ideal de perfectibilidad humana y el optimismo histórico: “No la persecución imposible de una humanidad perfecta, pues esto no está en la misma naturaleza; pero sí un progreso relativo, seguir el camino que muchos conductores de ideas han señalado y señalan para bien de los pueblos”. (Rubén Darío en la Academia, ed. cit., p. 132; Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, p. 647.)78 Aún cuando, a prima facie, se muestra pesimista, al grado de afirmar que “nunca como hoy ha podido pensarse en que cualquier tiempo pasado fue mejor”, en él hallamos frecuentes declaraciones de fe en el porvenir. Cfr.: Rubén Darío, Obras com-pletas, ed. cit, v. 3, p. 381; _____, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 77.

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Probablemente, en donde con mayor claridad se evidencia esta opi-nión es en su análisis de los distintos tipos de “miserables”. En este artículo expone el efecto ambiguo que tiene el desarrollo industrial: la renovación de la infraestructura económica, junto al hecho de que permite abaratar el precio de los productos, trae como consecuencia la persistente inseguridad de los trabajadores y el incremento del “ejército de desempleados”.79

La conclusión, sin embargo, va más allá: la innovación técnica pue-de ser un factor que los propicie, pero aquellos son, en realidad, “el re-sultado inevitable de un sistema industrial desorganizado y establecido contra todo principio de humanidad”.80

Así, pues, la continuidad y el desarrollo del conocimiento científi-co, y de igual manera los resultados de la técnica, son valorados como frutos de una labor cuyo fin es “hacer adelantar la felicidad y el pro-greso humanos”;81 pero la forma que adopta este progreso moderno, el coste social que representa debido al “utilitarismo-morbus”,82 se torna enemigo de los ideales y de las creencias. “Los filósofos, los políticos y los mercaderes —afirma— han entristecido el mundo”.83

El testimonio modernista de un desajuste vital84 es al mismo tiem-po una puesta en cuestión de nociones como progreso y democracia. La modernidad se ha regido por la lógica del progreso, pero esta es una lógica contradictoria, y Darío se percata de ello: promesa y desencanto, abundancia y miseria, son dos caras de una misma realidad.

Es mucho el contraste entre la maravillosa exposición de bienestar y de riqueza sobrante y desafiadora, y la enorme miseria que se agita, y el enor-me aplastamiento del obrero por la masa del capital.85

79 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 4, pp. 1038-1050. Se incluye en: Rubén Darío, Prosas políticas. Managua, Ministerio de Cultura, 1982.80 Rubén Darío, Prosas políticas, ed. cit., p. 115.81 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, pp. 782-783.82 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 58.83 Según el discurso dariano, la decadencia, el utilitarismo y el vacío de ideal, la mise-ria humana que contrasta con los focos de riquezas, el imperio de la fórmula y la con-tradicción entre la palabra y el hecho, son, entre otros, los signos de la devaluación moral de la época. Cfr.: Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 77.84 Un dramático ejemplo dariano lo constituye “Lo fatal” (Cantos de vida y esperanza, 1905).85 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, p. 647.

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El pauperismo reina. La apatía emerge. El malestar es tan profundo que da pie a la añoranza: “Nunca como hoy ha podido pensarse en que cualquier tiempo pasado fue mejor”.86

Hasta en la expresividad de los miserables de antaño “parece que hubiera flotado un aire de alegría, y hoy reina en el mundo, en todas las clases, la tristeza, el pesimismo”87. El tono apocalíptico adoptado por algunas filosofías e ideologías, una praxis política vacía de moralidad, y la economía sin ética han aniquilado la risa, y también el llanto.88 La ciencia y la técnica, signos prometeicos mediante los cuales el hombre “tiende a la posesión del infinito por la supresión del espacio y del tiempo”,89 a la postre no resuelven el problema.

Todo lo que en otro tiempo ha sido aprovechado en ventaja de la frater-nidad soñada de las razas, a favor de los ideales cristianos, se aplica ahora a la destrucción y la guerra.90

Hasta los deportes ha invadido. El mejoramiento de la raza caballar es admirable; pero “mejorar las razas humanas sería indiscutiblemente mejor”.91 La “fiebre de velocidad” expuesta en las carreras automovi-lísticas, excita la “neurosis colectiva”. Todo se vuelve al reino de lo irra-cional.92 “Los gastos inútiles de energía los autoriza el progreso”.93 La modernidad ha asumido su contradicción como garantía, al asentar la

86 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 77.87 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 4, p. 1040.88 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 77.89 Esta es una clara alusión del poeta al proceso de mundialización, cuya posibilidad observa como obra del progreso científico-técnico (automóvil, telégrafo, cinemató-grafo), el que ya entonces ha empezado a intensificarse. La mudialización de las re-laciones económicas, políticas y culturales, que era uno de los objetivos del proyecto moderno, se había iniciado en los siglos XV y XVI. En la actualidad, su manifesta-ción más efectiva son las redes informáticas, elemento anticipado por el poeta en su “El siglo XX”, citado en página anterior. Para citación de texto, Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 4, p. 1347.90 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 4, p. 1349.91 Ibid., v. 3, p. 647.92 La irracionalidad llega a tal extremo que, habiéndose informado por medio de La Nación de un linchamiento ocurrido en pleno París, comenta en La Tribuna del 18 de septiembre de 1893: “Al paso que va esa cosa que se llama el Progreso, tendremos, para entrar en el siglo próximo, que alistar el haz de flechas y el taparrabo”. Cfr.: Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 7.93 Rubén Darío, Parisiana. Madrid, “Mundo Latino”, 1920. p. 179.

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hegemonía de la razón sobre el sujeto. Ya no hay certezas ni seguridades respecto del futuro.94

De la dramática realidad que emerge del creciente proceso de ra-cionalización, no resulta en Darío la desilusión de los valores tradicio-nales, menos aún su renuncia, ni siquiera tratándose de los paradigmas modernos. Él mismo lo ventila en el artículo que sobre Colombia pu-blicó en noviembre de 1911 en el Mundial Magazine:

Nada más desdeñable que el jacobinismo; y no seré yo quien censure y desee la completa desaparición de antiguallas, como el respeto a las je-rarquías, el predominio de los excelentes, el orden y la disciplina, y, la más antigua de todas, el concepto de Dios. Pero todo eso puede ir y debe ir en la vida moderna, acompañado de ferrocarriles, bancos, industrias, agricultura; esto es trabajo y hacienda pingüe en los estados.95

94 Aunque no refiere directamente a una critica del proyecto moderno, sino al racio-nalismo como mentalidad y la forma como éste ha dominado a lo largo de los tiem-pos, es sugerente la siguiente cita de Darío, en la que contrasta el orden y la justicia que priva en la naturaleza –entendida esta como obra divina–, con “las obras de los humanos donde la razón que les ilumina parece que les hiciese caer cada día en un abismo nuevo”.

En su conjunto, la visión rubeniana atisba la puesta en relieve de un característica esencial de nuestro tiempo, que se oculta tras las experiencias negativas que lo acom-pañan, denominado por Gianni Vattimo como contrafinalidad de la razón, esto es: “el descubrimiento de que justo en la medida de que va cumpliendo cada vez de modo más perfecto su programa, y por tanto no por error, accidente o distracción casual, la racionalización del mundo se vuelve contra la razón y contra sus fines de perfeccio-namiento y emancipación”.

Claro está que la visión rubeniana no apunta hacia la declinación y cancelación del proyecto moderno, como de hecho ocurre en el filósofo postmoderno. Nuestro poeta se limita a hacer patenta la contradicción entre los objetivos del proceso de raciona-lización (“hacer adelantar la felicidad y el progreso humanos”) y sus resultados (el desencanto): no por haber realizado grandes logros materiales, el ser humano es más feliz. Sin embargo, Rubén no concluye de ello el fracaso definitivo de los fines e idea-les que sustentaron aquel proceso, sino su necesaria continuación: “seguir el camino que muchos conductores de ideas han señalado y señalan para bien de los pueblos”.

Cfr.: Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, pp. 782-783; _____, La caravana pasa. Libro primero. Edición de Günther Schmigalle. Managua, Academia Nicara-güense de la Lengua / Berlín, Edition Tranvía, 2000. p. 148; _____, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 24. También, Gianni Vattimo, Ética de la interpretación. Barcelona, Paidós, 1991. pp. 97-98. Véase además nota 77 del presente ensayo.95 Rubén Darío, Las repúblicas hispanoamericanas. Edición de Pedro Luis Barcia. Buenos Aires, Embajada de Nicaragua, 1997. p. 61.

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Rubén, quien se declara amigo del cambio social y el progreso eco-nómico de las naciones, objeta que éste se produzca mediante el radica-lismo y la violencia, o generando un espacio de conflicto con los valores antiguos (modernización conflictiva).

La tradición no se halla contrapuesta al cambio, constituyéndose en su obstáculo, ni la modernización tiene necesariamente que derivar en la destrucción de lo valores tradicionales; por el contrario, aquella debe servir de cimiento para ésta (modernización equilibrada). “Los pueblos más felices —escribe— son aquellos que son respetuosos con la tradición”.96

Aunque el poeta continúa creyendo en las posibilidades de la razón y de la ciencia, en la perfectibilidad humana y el optimismo histórico, como hemos visto, no da sin embargo la espalda a la realidad que se impone a costa del sujeto. Aunque su espíritu clame por la cultura y la paz, desdeñando toda forma de violencia97, no puede menos que, como resultado de la percepción de la concurrencia de tensiones históricas,98 del deterioro de la situación económica y social de las “clases laboriosas”, entre quienes se agudiza el espíritu revolucionario, y de la recepción del pensamiento social de la época, llegar al convencimiento de que en tiempos venideros habría de experimentarse una profunda transforma-ción social producto de un “enorme movimiento [...] ‘ante el cual la Revolución Francesa será un dulce idilio’”.99 Así lo patentiza en diver-sos escritos;100 poéticamente lo indica en “Salutación del optimista”:

96 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 22.97 Su actitud respecto de la violencia institucionalizada queda clara en “Dinamita”. El poeta reprocha tanto aquélla violencia que procede del “rico avaro” que hunde en el dolor y la miseria al pobre y al laborioso, a como también la “rabia anárquica” del populacho. Cfr.: Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 25. 98 A fines del siglo XIX e inicios del XX, el capitalismo se convierte en un régimen de monopolio. Desde entonces, se anuncian las dificultades sobre el reparto del mundo. Se producen una serie de conflictos bélicos: guerra chino-japonesa (1894-1895), gue-rra hispano-americana (1898), guerra de los boer (África austral, 1899-1902), guerra italo-turca (1911). Avanza el proceso revolucionario ruso. Los obreros se organizan y reclaman cada vez más imperiosamente un nivel de vida más elevado.99 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, p. 495. La cita a que recurre Darío, según su misma indicación, de Enrique Heine. 100 Antes de la década de 1890, su enunciación resulta algo abstracta. Así, en “El rey burgués” (1887), en donde inscribe dicha intuición en el discurso que el poeta hace

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Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,la inminencia de algo fatal hoy conmueve la tierra; fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,y algo se inicia como vasto social cataclismosobre la faz del orbe...101

3. Abogado de un nuevo humanismo

El cuadro antes descrito —reflejo del enfrentamiento entre racio-nalización y subjetividad—102 induce al modernismo a reasumir uno

en defensa del ideal artístico: “¡He querido ser pujante! Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal...”. Desde entonces, producto de nuevas experiencias, de su crecimiento intelectual y político, al contacto con urbes desarrolladas y con difusores del anarquismo, vuelve dicha intuición una vigorosa certidumbre. El énfasis lo pone en la denuncia de los desniveles de la estructura de la sociedad como causa del “hervor del fermento so-cial”, que amenaza con una violenta y profunda transformación social que cedería el paso al restablecimiento de la justicia social.

Algunos escritos en que lo manifiestan: “El salmo de la pluma” (1889), “¿Por qué?” (1892), “En Barcelona” (1899; crónica incorporada a España contemporánea), “Re-flexiones del año nuevo parisiense” (1901; incluida en Peregrinaciones), “Salutación del optimista” (1905, incluida en Cantos de vida y esperanza). / Cfr.: Rubén Darío, Azul..., ed. cit., pp. 124-125; _____, Cuentos completos, ed. cit., pp. 246-247. El subrayado es nuestro.101 Rubén Darío, Poesías completas, ed. cit., v. II, p. 631.102 Un excelente estudio respecto del conflicto señalado, de Alain Touraine, Crítica de la modernidad (1992). Según el sociólogo francés, racionalización y subjetivación son dos caras sin las cuales no hay modernidad.

“El drama de nuestra modernidad –explica el autor– estriba en que se desarrolló pugnando contra la mitad de sí misma, expulsando al sujeto en nombre de la ciencia, rechazando toda contribución del cristianismo, que vive todavía en Descartes y en el siglo siguiente, destruyendo, en nombre de la razón y de la nación, la herencia del dualismo cristiano y de las teorías del derecho natural que hicieron nacer las declara-ciones de los derechos del hombre y el ciudadano en ambos lados del Atlántico.

De manera que se continúa llamando modernidad –agrega– a lo que constituye la destrucción de una parte esencial de ella. Cuando sólo hay modernidad por la cre-ciente interacción del sujeto y la razón, de la conciencia y la ciencia, nos han querido imponer la idea de que había que renunciar al concepto de sujeto para hacer triunfar la ciencia, que había que ahogar el sentimiento y la imaginación para liberar la ra-zón y que era necesario aplastar las categorías sociales identificadas con las pasiones, mujeres, niños, trabajadores y pueblos colonizados, bajo el yugo de la élite capitalista identificada con la racionalidad”.

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de los aspectos fundamentales del romanticismo europeo: el trascen-dentalismo. Esta modalidad de pensamiento, Ignacio Zuleta la define de la forma siguiente:

El mundo y el hombre son, en su ideario, incomprensibles mediante la razón calculante, como pretende el pensamiento científico contemporáneo. Para ello el modernista busca [...] en la vida misma los principios con los cuales solventar la tragicidad de la existencia, fundando una posibilidad de supervivencia en un ‘más allá’ indefinido, que cobra la forma, ora de una ‘religión del arte’ con filiaciones simbolistas, ora de un sensualismo paga-nizante, ora de los contenidos pertenecientes al acervo cristiano, ora del pensamiento ocultista o gnóstico. Amor, sensibilidad, naturaleza, alma [...] son los puntos de partida de la concepción modernista del universo.103

El señalamiento de Zuleta muestra el doble matiz del pensamiento modernista: por una parte, representa una crítica del positivismo y el “utilitarismo-morbus” dominantes en la época; y por otra, un huma-nismo acendrado.

En el intento por explicar la desolación del hombre en el mundo moderno, Darío hablaría de la necesidad de la transformación radical del hombre, de su reintegración en el mundo, de una nueva definición de sus valores; en fin, de su reedificación como ser humano. La recupe-ración del raciocinio, de los altos ideales y la esperanza mesiánica, son aspectos básicos de esta visión.

En verdad te digo que la humanidad no sabe lo que hace. Advierte en la naturaleza el orden y la justicia de la eterna y divina inteligencia. No así en las obras de los humanos donde la razón que les ilumina parece que les hiciese caer cada día en un abismo nuevo.104

Las “obras humanas”, el desorden social, los “simulacros de demo-cracia”, han roto el equilibrio universal. La pérdida de la armonía lleva a la catástrofe moral, y “cuando el sentido moral se pierde, todo está perdido”.105 Los ideales de honor, generosidad, virtud, han pasado. Los sentimientos sociales se bastardean y desaparecen. Predomina el impe-

Alain Touraine, Crítica de la modernidad. Buenos Aires, Fondo de Cultura Econó-mica, 1992. p. 206.103 Ignacio Zuleta, op. cit., p. 31-32.104 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 24.105 Rubén Darío, Opiniones, ed. cit., p. 52.

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rio de la fórmula y la contradicción entre la palabra y el hecho.106

Los desarreglos de los estados, en gran medida se deben a gobernan-tes que “no se han guiado por principios sanos de justicia y de bien”.107 Urge la recuperación de la armonía, que supone una incitación a que el hombre despliegue toda su capacidad moral.108 Y esto no se logra mediante forma alguna de violencia, puesto que “la [verdadera] fuerza está en la inteligencia”, decía el poeta.109

La vida no puede ser satisfecha, pero deberá ser restaurada. En su empeño por contribuir a esa restauración del hombre y del orden social trastocado, formula su ideación de la esperanza mesiánica, mezcla evi-dente de elementos políticos y de la moralidad nazarena. Para Darío el “ideal de verdad, de justicia y de paz universal no está en contradicción con la doctrina del Nazareno, como la fe, la esperanza y la caridad”.110

El poeta no oculta su optimismo histórico; por el contrario, ad-vierte el cambio inminente que está operándose o ha de operarse en el mundo, pues “la crisis presente es demasiado fuerte”.111

En ese cambio, su hálito cristiano es palpable: tiene en certeza que “el hombre no fue creado por Dios para morir como se muere, sino para transformarse de otra manera”.112 Por tanto, se trata de una re-volución moral, en el sentido de la reintegración y la perfectibilidad humana. “La mejor conquista del hombre tiene que ser, Dios lo quiera, el hombre mismo”.113 “El progreso, en su más alto sentido, es el acer-camiento hacia Dios”.114

La idea de Dios es básica en este contexto, porque se asocia direc-tamente a la historicidad, o pérdida de historicidad de la existencia humana.

Es, como ha explicado Octavio Paz, la perenne reinvención del mi-

106 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, pp. 499-500.107 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 24.108 Véase nota 59.109 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 26.110 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 3, p. 791.111 Ibid., v. 3, pp. 668-669.112 Ibid., v. 3, p. 671.113 Ibid., v. 3, p. 647.114 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 28.

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lenarismo que se operó desde fines del siglo XVIII, en que el mito de la Revolución se ha vivido a la manera en que en el pasado la cristiandad vivió el mito del Fin del Mundo y la segunda vuelta de Cristo a la tie-rra. Dice el escritor mexicano:

Le pedimos a la revolución lo que los antiguos pedían a las religiones: salvación, paraíso. Nuestra época despobló el cielo de dioses y ángeles pero heredó del cristianismo la antigua promesa de cambiar al hombre.115

La política y la democracia en Rubén Darío

Habiendo explorado la crisis histórica que se abre paso a fines del siglo XIX e inicios del XX, según la caracterización que de ella hace Rubén, es claro que su naturaleza es global. Afecta, como dice Díaz-Carrera, “a los fundamentos de todo nuestro entramado socio-econó-mico y político, ya que se refiere al sistema de valores sobre el que se asienta el conjunto de decisiones básicas respecto de las propias finali-dades del sistema”.116

El poeta nos presenta ambas caras de la crisis: la conciencia de un mundo que avanza hacia su propio desmoronamiento y un humanis-mo esperanzado en el que el sujeto recobra su identidad usurpada por una racionalidad instrumental.

La construcción de un nuevo sujeto es así una clave fundamental. A continuación, nos detendremos en uno de los sectores de la crisis, el político, cuya incidencia en la vida de la colectividad es decisiva, y respecto del cual Rubén desarrolla incisivas observaciones.

1. Actitud respecto de la política y la democracia

Desde antes del período chileno, inicia en Darío la maduración del concepto político. Ya entonces percibe la diferenciación entre el con-cepto político propiamente dicho y la práctica política. Sus ideaciones se mueven en el terreno de lo primero, mientras reaccionan en contra de lo segundo. “La política —afirma— es agua de pasto de todo Cristo en esta tierra. Política por la mañana y política por la tarde; política de día y política de noche; política hablada y política escrita. No hay quien no

115 Octavio Paz, Tiempo nublado. Barcelona, Seix Barral, 1990. pp. 27-28.116 Román Reyes (Director), Terminología científico-social. Aproximación crítica. (Anexo). Madrid, Anthropos, 1991. p. 28.

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sea político. Ni las mujeres, ni los niños, ni los ancianos. ¡Demontre con la política! De politicorum omnium, libéranos Dómine.”117

No tuvo en alto, salvo pocas excepciones, a quienes ejercen la polí-tica en los países centroamericanos. Lamentando la muerte del coronel José María Mayorga Rivas en el conflicto bélico suscitado en 1894 entre Honduras y Nicaragua, dice el poeta: “Diera yo dos docenas de li-cenciados politiqueros, de los que abundan en el país en que me tocó nacer, por esa fresca vida, por ese enérgico talento, por esa alma escogida que se sacrificó en aras del becerro de cobre del más falso patriotismo.”118

Rubén rehuirá al apasionamiento político, al involucramiento mi-litante: “he dicho que si hay honduras que me infunden pavor —afir-ma—, son esas honduras de la política”.119

El cuadro de la vida en esta esfera de la sociedad —el que califica de malezas políticas—, lo considera “más llenas de azares y peligros que las de las florestas vírgenes”.120 Es consciente del perjuicio que causa a las altas figuras ingresar en ese “liso y pantanoso terreno político”, en ese “tremendo hervidero de pasiones”, haciéndolo objeto de la “lluvia de dardos que casi siempre cae sobre la cabeza de los hombres públicos”.121

117 Diego Manuel Sequeira, Rubén Darío criollo o raíz y médula de su creación poética. Buenos Aires, Kraft, 1945. p. 231.

Hacia 1885, en carta a José Francisco Aguilar, decía: “Reina como siempre la polí-tica, y esto está hoy como nunca. Es una gran agitación sorda, de muchas fuerzas, más o menos poderosas, alrededor de un punto fijo”. Semejante ambiente era asfixiante para el poeta, y el concepto que de ella se hiciera, no podía menos que ser negativo (Rubén Darío, Cartas desconocidas de Rubén Darío, ed. cit., p. 50).118 Rubén Darío, Prosa dispersa, ed. cit., p. 77.119 Rubén Darío, Obras desconocidas de Rubén Darío escritas en Chile y no recopiladas en ninguno de sus libros, ed. cit., p. 147.

En distintos momentos de su vida, Darío reiteró esta actitud, esquiva del apasiona-miento político de partido o facción. De modo enfático lo afirma en su artículo sobre Colombia (1911): “No me ocuparé nunca de la política interior de ninguna nación”. (_____, Las repúblicas hispanoamericanas, ed. cit., p. 64).120 Rubén Darío, Cabezas, ed. cit., p. 139. 121 A sabiendas que no son muchos los “hombres públicos” que en nuestras Repúbli-cas americanas, tengan amor a las letras y las cultiven, Rubén reconoció el vigor con que preservaron sus dotes intelectuales Miguel Antonio Caro, Rafael Núñez, Luis Cordero, Bartolomé Mitre. Cfr.: Rubén Darío, Las repúblicas hispanoamericanas, ed. cit., p.159; _____, Cabezas, ed. cit., p. 140; _____, Prosa dispersa, ed. cit., p. 141.

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Quien se mete a esas lides, aún con el sano propósito de “salvar el país”, así como puede precipitarse a “excelentes situaciones”, también lo pue-de “al ridículo y a veces a la muerte”.122

Si bien, el poeta se aparta de aquellas prácticas, no por ello su pen-samiento deja de estar “penetrado de una preocupación política supe-rior”, como señala el doctor René Schick: “Le interesaba el problema político como cuestión teórica impostergable de cómo decidir el destino de nuestros pueblos, de cómo lograr que las naciones latinas afrontaran el desafío poderoso de las razas sajonas, de cómo estatuir una sociedad equilibrada, libre de odiosidades y rencores”.123 Sus formulaciones tie-nen un profundo sentido ético-político, y por ende humanista. Por sus alcances, poseen la virtud —y así debiera ser visto entre nosotros— de poder constituirse en pilares para la reformulación de la praxis política que se desarrolla en el país.

Respecto de la democracia, Rubén tuvo conceptos desdeñosos. “Cacatúa gigantesca de gorro colorado cuya voz es el clarín de todas las mediocridades”, la llamó en cierta ocasión.124 Su actitud y nociones se erigen con referencia a un conjunto de hechos que la significaban, y por tanto refleja una experiencia histórica. Aunque comprendía que se presentó en la modernidad como un principio político de avanzada, no reconocía en las experiencias de las democracias, principalmente en los incipientes ensayos llevados a cabo en los países latinoamericanos —los que calificó de “simulacros de democracia”—, resultados positivos. “En el tiempo de su aparición —afirma—, el principio democrático era lo más avanzado, lo más atrayente para los espíritus libres: la fórmula del progreso”, pero a su paso “ha sembrado en el mundo tanta insensatez como sangre”.125

En realidad, por lo que concierne a la valoración de la democracia en nuestros países, Darío no hace más que reproducir la práctica lati-

122 Rubén Darío, Parisiana, ed. cit., 127. 123 René Schick Gutiérrez, “Rubén Darío y la política”. En: Rubén Darío en la Aca-demia, ed. cit., p. 127.124 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 86.125 Nuestra citación, extraída de dos ensayos: “Castelar” (La Nación, Buenos Aires, 1 de julio de 1899) y “Menéndez y Pelayo” (I entrega, La Nación, 7 de febrero de 1896), respectivamente.Cfr.: Rubén Darío, España contemporánea, ed. cit., p. 203 (también, Cabezas, ed. cit., p. 154); _____, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 86.

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noamericana del siglo XIX, en donde la democracia no es equivalente a voluntad numérica. La base de este criterio era la creencia de que el pueblo aún no estaba capacitado para ejercer los roles que aquella de-mandaba. Así lo traducía un coetáneo y amigo del poeta, Rafael Núñez (1825-1894): “El gobierno de todos, si no se dispone de aptitudes en todos, tiene necesariamente que conducir al desastre”.126

Diversos movimientos armados producidos en el trascurso del si-glo, son ejemplos de participación popular (Bolívar, Hidalgo, y otros), pero estas participaciones, luego de ocurridas, tendían a desmontarse, y los procesos a culminar en dictaduras u oligarquías.

Como una manera de mostrar que aquella incapacidad era real, y que la participación de las mayorías terminaba en violencia, Rubén nos pinta en “Dinamita” un cuadro fáunico al referirse a las protestas populares que se producen, bien en favor de reivindicaciones sociales, pero instigados por la agitación anarquista: ojos torvos, bocas torcidas por la iracundia, grandes mandíbulas, manos alzadas y amenazantes, rasgos marcadamente zoológicos; las señales de los apetitos, los gestos codiciosos, las miradas reveladoras.127

Quien rechaza el recurso a la violencia, no puede menos que cues-tionar a aquellos que, como él mismo lo afirma, “creen seguramente —por obra de los principios democráticos que dan la fuerza y la ley a la mayoría—, que, siendo el número, son la fuerza, olvidando que la fuerza está en la inteligencia”.128 La consternación y su propio sentido de ser, impedían al poeta plantearse respuestas eficaces a problemas tan complejos. La conclusión a que llega en aquella coyuntura, aunque externada con sinceridad, seguramente no halla parecido satisfactoria: “contentarse cada cual con su puchero, más o menos gordo, más o menos flaco”.129 Pero veladamente se postulan otras. Quizá la más im-portante sería elevar el nivel de cultura y sensibilidad de la gente, pues “por medio del razonamiento tranquilo no se vuelan casas ni se asesina a nadie”.130

126 Rafael Núñez, Diccionario político. Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1952. p. 76. 127 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 26-27.128 Ibid., p. 26.129 Ibid., p. 28.130 Ibid., p. 27.

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Lo que está proponiéndonos Darío es considerar una solución dia-lógica de los conflictos. Ahora bien, ¿hasta dónde nos lleva un seña-lamiento como este último?. He aquí la riqueza que encontramos: en ensayo posterior, un año después, Rubén enuncia una puntual certi-dumbre: “en el dominio del espíritu público, ser consiste en expresarse”.131 Esta opinión, vertida como valoración del ser-artista, es también exten-sible a la vida política. Según cuenta Tucídides, en la antigüedad griega, Perícles, gracias a quien alcanzó su punto culminante la democracia ateniense, decía que el que sabe y no se explica claramente, es lo mismo que si no pensara.

El axioma constituye la enunciación del atributo esencial, identita-rio, y a su vez, la declaración de un principio normativo de la persona pública. Obsérvese la explicación que de ella nos ofrece:

No se es poeta o artista sino bajo la condición de mostrar a la luz los matices espirituales por los cuales se distingue esencialmente, tanto de la multitud de los pequeños como de la débil mayoría de los grandes: por eso, como lo ha muy bien observado Paul Bourget, se llega a ser el representante y el jefe de toda una categoría humana, más o menos numerosa, según la naturaleza del pensamiento o del sentimiento a que se da una forma defi-nitiva.132

El argumento recoge tres aspectos medulares:

1. una dirección identitaria, establecida en el juega de identidad (“se es...”) y diferencia (“se distingue...”);

2. la expresión como realización del ser mismo;

3. la buena retórica133 como base para la elevación representativa “de toda una categoría humana”.

131 “Dinamita” es del 27 de noviembre de 1893. “El sillón de Leconte de L’isle”, al cual nos referimos, data del 7 de enero de 1895. Cfr.: Rubén Darío, Prosa dispersa, ed. cit., p. 4.132 Rubén Darío, Prosa dispersa, ed. cit., p. 4.133 Adoptamos la definición de buena retórica propuesta por Julián Marías, esto es, aquella discursividad que apelando a los resortes profundos de lo humano, sin el recurso de la mentira y sin ocultar ni enmascarar la realidad, es capaz de persuadir y movilizar a las personas.Cfr.: Julián Marías, “¿Qué vamos a hacer?”. En: ABC, Madrid, 12 de septiembre de 1996.

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Efectuando la trasposición correspondiente, habría que decir que en ella se define la capacidad, la posibilidad y el modo de poder par-ticipar en la exposición, debate y toma de decisiones en torno de los asuntos que conciernen a la sociedad en su conjunto.

La democracia es participación institucional y permanente de las mayorías, y por tanto su vehículo no son las frecuentes luchas intesti-nas que han caracterizado la historia latinoamericana,134 sino que ésta se viabiliza creando las condiciones materiales y culturales apropiadas para que se desarrolle un ethos dialógico; creando los mecanismos y espacios en los que, por medio del razonamiento tranquilo, los grupos afectados presenten y discutan argumentativamente sus posiciones, necesidades y propuestas, en un clima de libertad —entendido éste, siguiendo al poeta, como ambiente en el que domina “la más amplia tolerancia en punto a ideas y creencias”—,135 siendo dirigidas estas ac-ciones esencialmente a lograr acuerdos entre los interlocutores136. En

134 Con frecuencia, Darío aduce que las constantes revoluciones son “la enfermedad endémica continental”. A los ojos de Europa, esto es producto de un “exceso de pri-mitivismo y una irremediable propensión a los conflictos sangrientos, y a las revueltas intestinas”. Rubén, más comprensivo de “nuestro modo de ser moral y nuestra cultu-ra”, intenta explicarlas en base a lo reciente y la premura de nuestro proceso histórico: “se ha exigido de ella [las democracias de nuestros países] una madurez prematura, un desarrollo que por su violenta rapidez habría sido morboso, se le ha calificado de intratable, sanguinaria, revoltosa, como si los primeros pasos no fuesen siempre vaci-lantes, y como si no hubiese una ley histórica que todo pueblo joven que ha estado en servidumbre, ha menester rendir un tributo de sangre para afianzar sus instituciones y cimentar su libertad”.

Desde su punto de vista, estas conmociones representan un trance difícil en la constitución definitiva de las naciones de América Latina, cuyo porvenir estará asen-tado en instituciones sólidas que garanticen la integración, la libertad, la paz y el progreso.

Para una imagen cabal de este aspecto, debido a que es constante su tratamiento, es recomendable la consulta en su conjunto de la serie Las repúblicas hispanoamericanas. De esta obra extraemos nuestras citaciones.135 En “Films de Paris”, octubre de 1913 (I ”Cristo vuelve a los hospitales”), Darío refiere una conversación con su amigo el Dr. Diego Carbonell. De la alocución atri-buida a dicho médico, cuyos puntos de vistas el poeta participa (“me pareció salu-dable y excelente al compararlo con los dogmatismos suficientes de los confiados en la semiciencia de los superhomúnculos de la cátedra de los modernos Diaforinus”) extraemos la frase citada.

Cfr.: Rubén Darío, Escritos dispersos de Rubén Darío, ed. cit., p. 375.136 Adelantamos un señalamiento: al transferir estos conceptos a la esfera del interés

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este contexto, la prevalencia de un punto de vista no puede deberse a forma alguna de coacción física o moral, sino únicamente a la fuerza del mejor argumento (“la fuerza está en la inteligencia”).

Es obvio que la inferencia que hemos expuesto, aun cuando cons-truida en base a indicaciones ofrecidas en el discurso rubendariano, posee en éste una estructura todavía abstracta.

Otro de los factores que motivó los conceptos desdeñosos que acer-ca de nuestras incipientes democracias tuvo Rubén, fue la condición y situación del artista en la sociedad moderna, situación que experimen-tó en carne propia: “Los Gobiernos, sobre todo los Gobiernos demo-cráticos –sostiene–, han ignorado siempre –¡cuando no han sido fatales para ellos!– a los grandes artistas”137. Este comportamiento político se debe, según el poeta, a “la luminosa ocurrencia de un Gobierno que no cree de gran importancia el progreso artístico de su país”138. Por otra parte, Rubén, quien ve con buenos ojos lo que llama “socialismo artís-tico”, por lo que tiene de “reacción contra la opresión moderna”, creía sin embargo que “el arte es esencialmente aristocrático”139.

Para Rubén, en una democracia bien entendida, la procedencia hu-milde de una persona dotada de mérito individual, no es un obstáculo para que ésta pueda acceder a los cargos públicos140. Llegó a expresar que la felicidad de los pueblos no está en la forma de gobierno, “antes bien en la elección de aquellos que dirijan sus destinos”141. Esta última acepción, que no entendía como rasgo exclusivo de la democracia, es la que queremos en adelante puntualizar, centrándonos, sí, en la ma-

general de la nación, en particular en nuestros días, resulta que la participación de-mocrática no se reduce al sufragio. Las decisiones que conciernen al sociedad en su conjunto, no pueden ser tomadas unilateralmente. Para ello se requiere de la partici-pación de auténticos representantes de los grupos afectados, dirigidos a conciliar los intereses individuales de los grupos con el interés general de la sociedad.137 Rubén Darío, Prosa dispersa, ed. cit., p. 139. También: Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 66.138 Rubén Darío, Páginas de arte. Madrid, Imprenta G. Hernández y Galo Sáez, s. f.. p. 68.139 Rubén Darío, Cartas desconocidas de Rubén Darío, ed. cit., p. 137. Cabe tener presente las indicaciones anteriores entorno a la democratización de la escritura y su noción del arte como instrumento moralizador.140 Rubén Darío, Las repúblicas hispanoamericanas, ed. cit., p. 154.141 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 24.

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nera como se presentan en la forma representativa de gobierno. Sin embargo, antes de que procedamos a hacerlo, nos parece ventajoso un paréntesis para abordar una arista que permite observar otros aspectos que le son complementarios. Nos referimos a la noción rubendariana de Patria.

2. Noción rubendariana de Patria

Rubén experimentó una fuerte atracción por otros espacios, cultu-ralmente embriagadores, estimulantes y propicios para expandir su ima-ginación y capacidad creadora. Llevó una vida itinerante por distintos países americanos y europeos, y más allá de la identificación espiritual que contrajo con una u otra de las repúblicas en que residió —lo que al cabo lo llevó a definirse a sí mismo como hombre de varias patrias—,142 éstas representaban dos grandes espacios que emocionalmente lo cons-tituían, aunque de forma desgarrante: mientras como vivencia el uno, como añorante carencia y expectativa compenetración el otro. No sin razón Pedro Salinas calificó su vida como transatlántica.143

No obstante hemos de aclarar que nuestro acceso se orienta hacia el sentido esencial atribuido por el poeta a dicha noción, y no hacia las simpatías e identificación espiritual que demostrara respecto de deter-minadas naciones. Rubén desarrolla su enunciación en varios sentidos: como la conjunción de subjetividad y espacio (“radio de utilidad y simpatía” cuya interiorización originaria deviene un símbolo); como solidaridad entre los hombres; como sentido de identidad cultural (“una Gran Patria”, la latinidad), y como pueblo y modo de vida144. En

142 Siguiendo las denominaciones de Pedro Salinas, las patrias americanas y las pa-trias europeas. A las primeras corresponden Nicaragua (“mi patria original”), Chile, (“segunda patria mía”), y Argentina (“mi segunda patria de encanto... mi patria es-piritual”); habría que agregar también a Centroamérica, cuando el término se usa en función de un ideal político, (“las tierras patrias”); a las segundas, Francia (”la Patria universal”), Italia y España (“la Patria madre”). Un uso diferente, cuando en función del ideal artístico: “nuestra patria la belleza”.

Cfr.: Rubén Darío, Cartas desconocidas de Rubén Darío, ed. cit., pp. 195, 210 y 243; _____, El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical, ed. cit., p. 98; _____, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 205. También Salinas, Pedro, La poesía de Rubén Darío. Barcelona, Seix Barral, 1975. pp. 31-43.143 Pedro Salinas, op. cit., p. 34.144 Los distintos sentidos mencionados pueden reducirse a dos formas básicas de

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general, implica una construcción social que preserva los valores, a la que es inherente la virtud.

Nos interesa observar dos de los sentidos que corresponden a una enunciación de la idea de Patria implicando la de colectividad, y que por tanto poseen un asiento histórico básico. Nos referimos a las acep-ciones segunda y cuarta. La idea de Patria como solidaridad entre los hombres presupone explícitamente el nivel de asociación en que éstos se encuentran. La tendencia del proceso histórico entendido desde esta primera noción, conlleva un doble fenómeno: en la medida en que trascurre, la comunidad va creciendo en términos de territorio y de población, a la vez que, paradójicamente, el sistema de sus relaciones se vuelve más complejo y los nexos de solidaridad entre sus miembros menos intensos.

Obra de amor, obra de odio: todo debe juntarse, dice un autor, contra el enemigo común: la indiferencia. Hay que declarar la guerra al egoísmo. Hay que rehabilitar el ensueño y la fe. Los peores enemigos de la patria son los hijos de corazón seco y alma práctica.145

Ahora bien, en la noción de Patria como pueblo y modo de vida se estiman tres aspectos o niveles de definición. El primero, en el que se incluye lo que considera son condiciones imprescindibles, pero asimis-mo insuficientes, para su definición, como la territorialidad, la lengua y la raza. El segundo, al cual le confiere carácter de esencial, alude a la voluntad colectiva de convivir bajo un régimen político y social que se ha libremente creado o adoptado. Este modo de vida y forma de gobierno se cimenta en la historia de que es producto y la dinámica

enunciación: una caracterizada por enfocarse en base a la individualidad, aunque, como es lógico, no pueda reducirse a ella (acepción primera); la otra, implicando la colectividad (acepciones segunda, tercera y cuarta).

Los sentidos indicados de la noción, en: “La locura de la guerra” (Obras comple-tas, ed. cit. v. 4, pp. 1145-1148); “Historia de un 25 de mayo” (Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., pp. 180-181); “La fiesta de Francia” (Prosa dispersa, ed. cit., p. 128-129) y cap. I del Libro IV de La caravana pasa (Obras completas, ed. cit., v. 3, p. 794). Al parecer, algunas de estas nociones encuentran inspiración en los moralistas clásicos, a quienes, según el mismo dijera, leyó desde joven (Cicerón, Tusculanæ dis-putationes: “La patria es donde quiera que se está bien”; Séneca, Epistulæ ad Lucilium: “Mi patria es todo el mundo”), y, acaso, en autores contractualistas.145 Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p.77.

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misma de la historia, en un permanente hacer y rehacer del que son parte las aspiraciones e intereses compartidos por el grupo, lo que viene a constituir el tercer aspecto considerado.146

Del concepto asumido por Darío, no podemos inferir que las “de-mocracias” sean el resultado de una decisión democrática. Previo a su constitución como “democracia”, la sociedad se constituye como socie-dad, y puede —y de hecho esta más cerca— derivar en tiranía o en aris-tocracia, antes que en democracia. Esto explica el énfasis que el poeta pone, no en la democracia, sino en la elección —elección racional— de los gobernantes, para la consecución de la “felicidad de los pueblos”. Sin embargo, de la misma acepción, situándonos en el contexto de las democracias modernas, podemos asumir el reconocimiento del sistema electoral como uno de los engranajes consustanciales del régimen, a través de las cuales se expresa el consentimiento referido.

3. Caracterización ético-política de las elecciones

En varias ocasiones, Rubén fue testigo de procesos electorales que se llevaron a cabo en distintos países. La opinión que extrajo de la for-ma en que éstos se desenvolvieron, vino a abonar aún más su rechazo de la política militante. Durante su estadía en Chile, luego de la peste del cólera, en 1888, se llevó a cabo uno de los procesos que observó. De éste se expresó en los términos siguientes:

...tenemos ya encima otra epidemia —Rubén se explica en relación con el cólera—, no menos temible. Próxima la época de las elecciones, la polí-tica prepara sus ataques, contra los cuales no hay clorodinas, nitro-ozonas ni calomelanos que valgan. De uno y otro bando prepáranse a la cercana lucha los esforzados adalides y sus disciplinadas huestes. Ya corren de boca en boca las listas de candidatos; ya se aprestan los parciales de unos y otros. Han empezado las primeras escaramuzas; los banquetes y los clubs están a la orden del día.147

Aquella contienda política —intensa según su caracterización, como comúnmente ocurre en toda campaña electoral— transcurrió entre agitaciones sordas o estallantes; meetings donde se lanzan palabras

146 Véase: Obras completas, ed. cit., v. 3. p. 794.147 Rubén Darío, Obras desconocidas de Rubén Darío escritas en Chile..., ed. cit., pp. 146-147.

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como si se enarbolasen banderolas; cuchicheos que corren de labio en labio; discursos fogosos y resueltos de los oradores populares; llamados a combate de opinión por los partidos opuestos; marejadas de hojas sueltas que se esparcen a puños por las calles, encendiendo entusias-mos, atizando pasiones, poniendo a vista general llenas de mérito y brillantes de elogios la figura de los personajes que se desea lleven la voz del pueblo al recinto del Congreso.148

Tenemos que advertir, a la vez, que la percepción que Darío tuvo de este fenómeno, en particular en Francia, evidencia ya su agrietamiento. La realidad efectiva contradice los principios. En cuanto a esta última cuestión, “La comedia de las urnas”, crónica en ocasión de realizarse hacia 1910 elecciones de diputados en Francia, es el más sugerente de sus escritos.149 Con ella es dable conceptuar el fenómeno abstencionis-ta, la ética electoral, las características de los candidatos, el voto racio-nal, consideraciones todas importantes para nuestros días. Y no es que se trate de una novedad de pensamiento; sencillamente que, a pesar de ser parte de nuestra reserva cultural —el legado del poeta—, son ideas y criterios que aún no se hallan integrados en nuestro comportamiento político.

Comienza haciendo patente una generalizada actitud de indife-rencia de parte de la ciudadanía frente a las elecciones, actitud que desemboca en el abstencionismo. Para algunos teóricos esto no es un fenómeno siquiera preocupante, y menos aún síntoma de crisis del sis-tema. Consideran que la atención que “fingen” los partidos políticos no es por el abstencionismo, sino por el hecho de que éste favorezca al partido contrario.150

Desde nuestro punto de vista, este fenómeno es un factor de des-legitimización del sistema. Su contenido y significado no lo constituye la apatía ni la indiferencia, sobre todo en lo referente a los jóvenes, sino que revela un profundo sentimiento de desconfianza para con las instituciones y líderes políticos, y un desencuentro entre lo que éstos representan u ofrecen y las propias aspiraciones y valores de aquellos.

148 Ibid., p. 149-150.149 Véase en: Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 2, pp. 704-715.150 Norberto Bobbio, El futuro de la democracia. México, Fondo de Cultura Econó-mica, 1994. p. 55.

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Documentemos esta apreciación con la crónica mencionada. Por su examen de la mentalidad de los electores, fruto particular de la obser-vación y el análisis moral, Darío llega al convencimiento de que no se le concede mucha importancia a los comicios. Son consideradas “una simple formalidad administrativa que se efectúa periódicamente, como los discursos de apertura o los concursos de las Facultades”, en las que no entran en juego “ni la fe ni el entusiasmo”.

Un señalamiento aún más importante es la valoración que hace de “esos indiferentes” como “hombres de ideas sanas, igualmente alejados de todo exceso reaccionario o revolucionario”, y que “estiman más la libertad de hablar o de escribir que el derecho de elegir”. Esto es su-mamente importante, y más cuando la contienda electoral presenta un alto grado de polarización. El peligro es que, al encontrarse en un vacío de opciones —pues en los extremos los electores no se reconocen—, sobrevaloren su libertad individual y tiendan al abstencionismo, en la creencia de que su participación no cambiaría las cosas y que “hay que conformarse con lo inevitable”.

Lo que Rubén nos descubre es que tras la actitud indiferente que adopta parte de la ciudadanía, se halla el vacío de una propuesta de sociedad que satisfaga las expectativas de los electores, cuando es esto lo que en realidad se elige. Además, revela la congruencia que con este hecho tiene la derivación que se produce de la retórica del discurso a simple propaganda que distorsiona la realidad y la enmascara, con la pretensión de colocarse ventajosamente en la contienda, y así captar los votos necesarios para obtener el triunfo.

En Nicaragua, los últimos procesos electorales mostraron que, si bien en gran parte del electorado existía cierta desconfianza en el ac-tivismo político, y que no se reconocían en los planteamientos de los candidatos, se producía en los mismo una creciente toma de conciencia de su deber cívico de votar y de que su voto tenía valor. Ahora bien, en las notas precedentes ya se perfila lo concerniente a la crisis de los partidos políticos, su dudosa credibilidad, y con ello la de los candi-datos. Siguiendo el texto del poeta, relacionaremos estos aspectos con los valores y antivalores de los candidatos, y con lo referente al debate ideológico y la ética electoral. Claro está que éstos se nos presentan en la dialéctica entre lo que es —que es sujeto a la crítica— y el deber ser de las elecciones. Y siendo de nuestro interés dar a conocer el punto de

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vista dariano sobre estos temas, transcribiremos algunos párrafos que consideramos fundamentales.

No querría que se creyese por esto que todos los candidatos son far-santes —nos dice—. Pero juzgo que a la mayor parte les falta sinceridad. Pues yo llamo sincero a aquel que, dándose cuenta de lo que significa su mandato, no disfraza la verdad exagerando el bien, paliando y velando el mal; a aquel que no promete sino lo que puede cumplir y que no lo promete sino porque esta resuelto a ponerlo en práctica enseguida; a aquel que lucha por un ideal. Llamo sincero, en fin, al candidato que habiendo buscado y encontrado en la rectitud de su conciencia la manera de hacer el bien verdadero al país en general y no sólo a su circunscripción, pone toda su voluntad, toda su alma, todo su ser, en transformar su programa en actos, y que si no ha hecho todo lo que ha querido, ha hecho, de todas maneras, lo que ha podido.151

Detengámonos un poco en los elementos planteados. Tres indica-ciones importantes:

1. El juego de valor que trata es la falta de sinceridad preponderante y la sinceridad. La forma como se comprende ésta última cons-tituye una exigencia ético-política a los candidatos, y podríamos decir que a la práctica política en general, puesto que el ciudada-no espera una conducta ética de sus líderes y representantes. En cuanto a los candidatos, la sinceridad representa un agente interior y de comportamiento, y que resulta de la coherencia entre ideal, discurso y acciones;

2. La colocación del discurso-programa es, asimismo, de primer or-den. Su principal atributo, el de una buena retórica, es la verdad. Decir las cosas que son en la medida que son, y que sus propuestas sean de acuerdo con ellas. En esto consiste la verdadera creativi-dad política: conservar objetividad al proponer soluciones posibles a problemas reales. De ello depende que el candidato se vuelva digno de confianza del electorado y que vuelva atractivas sus ideas ante los mismos;

3. La percepción de “todo el cuerpo de la República” —como lo lla-ma Cicerón. El candidato debe tener conciencia de que su respon-

151 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 2, pp. 707-708.

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sabilidad no se limita al grupo de electores que lo favorecen; sus decisiones y acciones afectan a la sociedad en su conjunto.

Así, pues, la sinceridad es uno de los atributos ético-políticos bá-sicos que deberían poseer y manifestar los candidatos. A lo dicho con anterioridad, agrega Rubén, poniendo de relieve otra secuela de la ca-rencia de aquel atributo:

Esa falta de sinceridad de parte de los candidatos, no va, en último análisis, sin su falta de respeto para el elector. No os diré una novedad si os digo que el respeto no consiste en muestras exteriores de deferencia, o en la expresión de fórmulas de urbanidad. Respetar a alguien es, ante todo, suponerle un buen sentido, un juicio por lo menos cercano al nuestro. Es, en segundo lugar, tratarle como una personalidad moral a la que no se procura el engaño o el daño. De modo que no decir la verdad y nada más que la verdad a los electores, es ya reconocer su falta de inteligencia. Pero decirles tonterías, es tomarlos por incurables imbéciles.152

Visto así, el respeto no es una formalidad, sino un valor esencial de la convivencia social y un atributo del candidato, que supone el reconocimiento del otro en su calidad de persona, como un igual a nosotros en su pertenencia. Es, nos dice, reconocer en el otro un buen sentido y una personalidad moral, con sus consecuentes implicaciones para nosotros. Por lo tanto, las promesas que los candidatos hacen al electorado con la finalidad de cautivar su voto, y que se hallan fuera de todo razonable cumplimiento, entran en el orden de las tonterías y el irrespeto que refiere. Rubén nos lo ilustra con ofrecimientos propios del contexto que analiza. Mencionemos al menos dos promesas que guardan cierta analogía con las que en nuestro medio se escuchan:

1. La supresión de todos los impuestos, incluyendo los del alcohol;

2. El aumento —es de presumir que substancial— en el monto de las jubilaciones y los salarios.

La cuestión nos coloca otra vez sobre los discursos-programas, por lo cual Darío introduce un nuevo componente: la sospecha. Con in-dependencia del partido a que se pertenezca, las “franquezas” de los candidatos hacen que ésta aparezca:

152 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 2, pp. 711-712.

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Los unos —nos dice— [...] conservadores o nacionalistas, exponen programas que radicales completos no desaprobarían. Llevados por una manera de respeto humano, hacen concesiones a aquellos mismos cuyos principios rechazan, con tal de lograr los votos. Los otros, los del socialismo, prometen al pueblo, que en el fondo no pide tanto, una libertad tan comple-ta, una justicia tan perfecta, una felicidad tan grande, que no se ve del todo, pues no saben los mismos parlanchines de esas verbales añagazas cómo van a edificar esos paraísos...

La eticidad queda menguada por el exceso de ambición o de idealis-mo. La contienda adquiere diversos matices y máscaras los candidatos. En esta situación, las palabras del nazareno se vuelven principio políti-co: “por sus obras les conoceréis”.

La lucha electoral –prosigue Rubén– es únicamente una lucha de ideas. Un candidato tiene su temperamento, su carácter, su talento, su profesión. Más el electorado no puede juzgar, aparte la honradez, sino por sus ideas. Al comienzo, parece que es así. Sin embargo, a medida que el período avanza, y que el día fatídico se acerca, los candidatos llegan, o más bien descienden a una polémica indigna de ellos, y sobre todo de sus electo-res. Se escarba en la vida privada del adversario. De sus debilidades, si las tienen, se hacen tachas enormes. De su evolución política se hace una serie de contradicciones y de traiciones. De sus discursos se hacen extractos que, hábilmente aislados, presentan un sentido absolutamente distinto del pensa-miento integral del autor. Se lanzan mentises inicuos, y se tiene cuidado de agregar: los electores juzgarán. ¡Ah! Si el elector juzgase convenientemente el ultraje hecho a su dignidad enviaría a ambos contendientes con cajas destempladas.153

Aparte de la descripción de las bajezas a que puede llevar la ambi-ción y el deseo de poder —por más, lamentable—, en donde la lucha que debiera darse, como afirma Rubén, es ideológica, mediante el de-bate público; cabe destacar la introducción del juicio del elector y la toma de decisión a que éste deberá llegar. El poeta sugiere sutilmente el voto racional.

Partiendo del discurso dariano, el elector debe considerar tanto el ámbito de las ideas como la personalidad de los candidatos. Un juicio conveniente, en este contexto, es aquel que va acompañado “por la razón y el pensamiento”, de acuerdo a la definición aristotélica, dife-

153 Ibid., v. 2, p. 713.

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renciando del que se adhiere al deseo o a la voluntad. “La ambición, como el amor –dice Rubén–, es mala consejera, aún para las más firmes cabezas”.154

4. Las virtudes del gobernante

Partiendo del criterio de que los candidatos son personas que han sido calificadas para el oficio de gobierno, y que de entre ellos se se-leccionará quienes efectivamente lo ejerzan, consideremos por un mo-mento las aptitudes y virtudes que, según Darío, deben poseer los go-bernantes y, en general, los representantes de una nación, en tanto que estas cualidades deben, o al menos debieran encontrarse reunidas en aquellos.

Rubén estima que los gobernantes deben tomar en cuenta las lec-ciones del pasado, esto con el objeto de tender a resolver las desave-nencias políticas que agobian a una “nación dividida en partidos in-transigentes”, evitando caer en el “juego tan peligroso de las batallas” y preservando en la mira ante todo “la dignidad y el engrandecimiento nacionales”.155

Según la interpretación rubendariana, una buena gestión guberna-tiva se halla inspirada “en los mejores propósitos y dando un ejemplo único de desinterés, de voluntad, de concordia y de verdadera com-prensión del destino a que está llamado su pueblo valiente y trabaja-dor”;156 se distingue “por la paz, la cultura, el respeto a la ley y a las libertades”.157

Otras características de los candidatos-gobernantes que Darío expone, las halla encarnada en la figura de Santiago Argüello (1871-1940). En este escritor nicaragüense, el poeta reconoce una personali-dad en que se conjugan las dotes activas del político y las intelectuales del hombre pensante, lo que le hace considerarlo el tipo de hombre apropiado para la “dirección de los destinos nacionales”, pues “viven aferrados al ideal de empujar los instantes de progreso y cultura bajo un Gobierno que conserve el orden”, y que al mismo tiempo afirme y de-

154 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 2, p. 714.155 Rubén Darío, Las repúblicas hispanoamericanas, ed. cit., pp. 33 y 63.156 Ibid., p. 126.157 Ibid., p. 88.

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fienda la Libertad patria de “no importa qué fuerza que la ataque”158.Destaquemos las notas contenidas en estas pocas palabras:

1. la motivación que debe dominar la participación en política es la voluntad de servicio; éste principio, como lo indica Miró Quesada, fácilmente se instala a título de justificación de “acciones políticas que satisfagan plenamente la aspiración de dominio y el brillo per-sonal”159;

2. el candidato-gobernante debe reunir en su persona cualidades ex-cepcionales. Siguiendo las líneas que hemos venido desarrollando en este ensayo, habría que indicar las siguientes:

a. una rectitud moral reconocida: talento, nobleza de espíritu, voluntad y optimismo, “justa libertad”; actitudes civilistas y un “profundo amor a su patria”;

b. las dotes activas del político: activismo beligerante (“hombre de progreso”, que propicie el proceso de crecimiento de la nación); ser capaz de preservar el orden sin recurrir a la fuerza, sino convirtiéndose en un sujeto que “pudiera juntar todas las simpatías y todas las comunidades que dan lugar a tan-tas cruzadas de pensamiento y de sentidos nacionales”. Es el sujeto que puede lograr, en los términos que hoy se habla, el consenso y un nuevo contrato social;

c. inteligencia y vasta cultura general; conocimientos acerca del pasado de la sociedad —en particular la propia—, el modo de ser y de vida de su pueblo, de las leyes que la rigen, de su funcionamiento político y económico y sus posibilidades de crecimiento, esto es, de las ciencias básicas en que se apoya el ejercicio de gobierno (historia, economía, sociología, derecho, ciencias políticas); y además una comprensión del desarrollo científico-técnico que se experimenta en el mundo;

158 Rasgos de esta índole, Darío los reconoce también en otros intelectuales ameri-canos. Entre ellos, Federico Gamboa. Cfr.: Rubén Darío, Cabezas, ed. cit., p. 59-62; _____, Obras completas, ed. cit., v. 2., pp. 866-867.159 Véase Francisco, Miró Quesada, “Reyes filósofos y reyes timófilos (Reflexiones so-bre la relación entre la política y la ética)”. En: Cuadernos Americanos, Nueva Época, Año I, vol. 4, No. 4, julio agosto, 1987, p. 89.

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En suma, estos rasgos tienen la virtud de inspirar la confianza pú-blica.

Sin duda, la concepción rubendariana es de raigambre clásica e ilustrada, en su conjunción de poder-saber-virtud, y de acuerdo con ella, la selección del candidato debe estar en función de sus cualidades morales, intelectuales y políticas para llevar a efecto determinadas me-tas, las que sólo pueden ser racionales si consisten en la realización de una sociedad plenamente humanizada, como ha comentado, siguiendo las tesis filosóficas subyacentes, Francisco Miró Quesada, o —reite-rémoslo nuevamente— en “la felicidad de un país”, como lo afirmara Rubén.160

Rubén no niega, sin embargo, que para un buen gobierno se re-quiere, paradójicamente, una cierta dosis de ambición, pero ésta no debe privar sobre la virtud. La ambición debe constituir una fuerza que impulse a nuevas realizaciones en el sentido que venimos bosque-jando.

Cabe agregar además, que Darío también censuró el continuismo político. Una muy severa frase dirigida al presidente José Joaquín Ro-dríguez (1838-1917), lo resume: “Excelentísimo señor: en política, los hijos políticos son sencillamente funestos”.161 De ello, nuestra expe-riencia histórica tiene suficiente ejemplo.

Conclusión

El tema de la crisis de nuestro tiempo –cuya naturaleza es global y afecta por igual a todos los seres, países y continentes–, como vemos, no es nuevo. Desde hace más de cien años han reflexionado al respecto filósofos, historiadores, religiosos y, como Rubén, artistas. Pero hoy ocurre que con la “disolución de la concepción de historia” también se pulveriza el ideal de perfectibilidad humana. El indiferentismo moral —teórico y práctico—, es hoy más que nunca una marca generacional. Por eso tiene importancia retomar el mensaje dariano, apropiarnos de su capacidad de percepción, de su actitud crítica, de sus valoraciones.

160 Francisco Miró Quesada, “Reyes filósofos y reyes timófilos”, ed. cit., p. 97; Rubén Darío, Escritos inéditos de Rubén Darío, ed. cit., p. 24.161 Rubén Darío, Obras completas, ed. cit., v. 4, p. 1120.

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En la esperanza que atesoran sus escritos, existe la estrategia de la alte-ridad. Es ahí en donde radica su vigencia.

La imagen que él nos ofrece —si no exclusiva, esencialmente fruto de su experiencia europea— define los retos de la sociedad y el pen-samiento que entonces iniciaban. El desafío ético de nuestro tiempo, aunque en nuevas circunstancias, continúa sin embargo viéndose cru-zado por las mismas características básicas: la crisis de los valores fun-damentales de la vida humana y por los desafíos derivados de la actual revolución tecnológica.

Inauguramos el tercer milenio, y esa imagen preserva actualidad. Décadas atrás Edgardo Buitrago lo reiteraba, y como si fuesen ahora sus palabras: “Sobre todo, en este momento en el que todo urge y todo demanda –sin dar tiempo siquiera, para encontrar la respuesta–, una reestructuración de los valores esenciales del hombre y de la vida; y en el que, de manera muy especial nuestra América, parece estar como ante un reto de la Historia”.162

[Managua, enero, 2000]

162 Rubén Darío en la Academia, ed. cit., p. 105.

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PReluDios CoNtextuales

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…contra los engaños sociales; contra los con-trarios del ideal; contra los fariseos de la cosa pública; cuyo principal representante será siem-pre Pilatos; contra los jueces de la falsa justicia; los sacerdotes de los falsos sacerdocios; contra el capital cuyas monedas, si se rompiesen, como la hostia del cuento, derramarían sangre huma-na; contra los errores del Estado, contra las ligas arraigadas desde siglos de ignominia para mal del hombre y aún daño de la misma natura-leza; contra la imbécil canalla apedreadora de profetas y adoradora de abominables becerros; contra lo que ha deformado y empequeñecido el cerebro de la mujer logrando convertirla en el transcurso de un inmemoral tiempo de oprobio, en ser inferior y pasivo; contra las mordazas y grillos de los sexos; contra el comercio infame, la política fangosa y el pensamiento prostituido…

Rubén DaríoLos Raros (Buenos Aires, “La Vasconia”, 1896).

¿poR qué?1

—¡OH, SEÑOR! el mundo anda muy mal. La sociedad se desqui-cia. El siglo que viene verá la mayor de las revoluciones que han ensan-grentado la tierra. ¿El pez grande se come al chico? Sea; pero pronto tendremos el desquite. El pauperismo reina, y el trabajador lleva sobre sus hombros la montaña de una maldición. Nada vale ya sino el oro miserable. La gente desheredada es el rebaño eterno para el eterno ma-

1 El Heraldo de Costa Rica, San José, C. R., vol. I, núm. 61, 17 de marzo, 1892, p. 2. Seleccionado por Alberto Ghiraldo en Crónica política (Madrid, Mundo Latino, 1918, pp. 125-128, vol. XI de la primera serie de Obras completas). Luego se repro-dujo en Teodoro Picado: Rubén Darío en Costa Rica, tomo II (San José, C. R. 1920, pp. 83-86). Lo incluyó Gustavo Tijerino en su Antología nacional en prosa (León, Editorial Hospicio, 1942). El presente texto se ha tomado de los Cuentos Completos de Rubén Darío. Edición y notas de Ernesto Mejía Sánchez. Estudio preliminar de Raimundo Lida. México, Fondo de Cultura Económica [1950], pp. 174-175

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tadero. ¿No ve usted tanto ricachón con la camisa como si fuese de por-celana, y tanta señorita estirada envuelta en seda y encaje? Entre tanto las hijas de los pobres desde los catorce años tienen que ser prostitutas. Son del primero que las compra. Los bandidos están posesionados de los bancos y los almacenes. Los talleres son el martirio de la honradez; no se pagan sino los salarios que se les antoja a los magnates, y mien-tras el infeliz logra comer su pan duro, en los palacios y casas ricas los dichosos se atracan de trufas y faisanes. Cada carruaje que pasa por las calles va apretando bajo sus ruedas el corazón del pobre. Esos señori-tos que parecen grullas, esos rentistas cacoquimios y esos cosecheros ventrudos son los ruines martirizadores. Yo quisiera una tempestad de sangre; yo quisiera que sonara ya la hora de rehabilitación, de la justicia social. ¿No se llama democracia a esa quisicosa política que cantan los poetas y alaban los oradores? Pues maldita sea esa democracia. Eso no es democracia, sino baldón y ruina. El infeliz sufre la lluvia de plagas; el rico goza. La prensa, siempre venal y corrompida, no canta sino el invariable salmo del oro. Los escritores son los violines que tocan los grandes potentados. Al pueblo no se le hace caso. Y el pueblo está en-fangado y pudriéndose por culpa de los de arriba: en el hombre el cri-men y el alcoholismo; en la mujer, así la madre, así la hija y así la manta que las cobija. ¡Conque calcule usted! ¿El centavo que se logra para qué debe ser si no para el aguardiente? Los patrones son ásperos con los que les sirven. Los patrones, en la ciudad y en el campo, son tiranos. Aquí le aprietan a uno el cuello; en el campo insultan al jornalero, le escatiman el jornal, le dan a comer lodo y por remate le violan a sus hijas. Todo anda de esa manera. Yo no sé cómo no ha reventado ya la mina que amenaza al mundo, porque ya debía haber reventado. En todas partes arde la misma fiebre. El espíritu de las clases bajas se encarnará en un implacable y futuro vengador. La onda de abajo derrocará la masa de arriba. La Commune, la Internacional, el nihilismo, eso es poco; ¡falta la enorme y vencedora coalición! Todas las tiranías se vendrán al suelo: la tiranía política, la tiranía económica, la tiranía religiosa. Porque el cura es también aliado de los verdugos del pueblo. Él canta su tedeum y reza su paternoster, más por el millonario que por el desgraciado. Pero los anuncios del cataclismo están ya a la vista de la humanidad y la humanidad no los ve; lo que verá bien será el espanto y el horror del día de la ira. No habrá fuerza que pueda contener el torrente de la fatal venganza. Habrá que cantar una nueva marsellesa que como los

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clarines de Jericó destruya la morada de los infames. El incendio alum-brará las ruinas. El cuchillo popular cortará cuellos y vientres odiados; las mujeres del populacho arrancarán a puños los cabellos rubios de las vírgenes orgullosas; la pata del hombre descalzo manchará la alfombra del opulento; se romperán las estatuas de los bandidos que oprimieron a los humildes; y el cielo verá con temerosa alegría, entre el estruendo de la catástrofe redentora, el castigo de los altivos malhechores, la ven-ganza suprema y terrible de la miseria borracha!

—Pero, ¿quién eres tú? ¿Por qué gritas así?—Yo me llamo Juan Lanas2 y no tengo un centavo.3

2 Juan Lanas: nombre de origen popular, el hombre de la calle, común y corriente. Ya el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera lo había ficcionalizado en un cuento del 4 de enero de 1886 con el título “Brick-á-Brác”; con el de “Juan Lanas”, fue incorporado a sus Cuentos completos y otras narraciones (México, Fondo de Cultura Económica, 1958, pp. 86-91) por Erwing K. Mapes. 3 Una valoración de “¿Por qué?” la realizó el costarricense Alfonso Chase. Éste lo considera “sin duda el texto más absolutamente profético de Darío, que define el mundo inmediato que lo rodea, en caracteres apocalípticos, y en donde afirma, sin redundancias, una visión anárquica, socializante, solidaria con la vida, para anunciar lo más atroz de las revoluciones del tiempo moderno…” (Los Herederos de la Promesa. Ensayos sobre la literatura costarricense. San José, Editorial Costa Rica, 1997, p. 31)

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el HieRRo1

LA APOTEOSIS del hierro puede decirse que ha sido proclamada en este siglo, en que se ha pretendido darle un alto puesto como mate-rial del arte. Huysmans2 atribuye al utilitarismo reinante el triunfo del hierro. La época de lujuria utilitaria que atravesamos, no tiene nada que reclamar de la piedra que estratifica, en cierto modo, los altos impuestos y las plegarias; pero ella puede encarnarse en monumentos que simbolicen su actividad y su tristeza, su astucia y su lucro, en obras extrañas y duras; en todo caso, nuevas. Y la materia señalada es el hierro.

En verdad, como el mármol fue en épocas luminosas y en países intelectuales la materia en que el arquitecto simbolizaba un ideal artís-tico, el hierro, en este áspero y ciclópeo siglo, es la masa predilecta del Numen.

Es el sajón quien primero eleva los metálicos, pesados y fríos mo-numentos. Del clavo, del riel, de la portentosa tablazón de los gran-des puentes, pasa a ser el hierro el elemento principal de las modernas construcciones. El artista es sustituido por el ingeniero.

¿El yankee se enorgullece con su puente de Brooklyn? Pues París consiente que la monstruosa torre de Eiffel humille con su esqueleto negro la joya gótica, la gran H de Notre Dame.

Bien dijo el escritor que afirmó ser la torre Eiffel3 el campanario de un templo consagrado al culto del oro, cuya misa debía de ser dicha

1 La Tribuna, Buenos Aires, 22 de septiembre, 1893, según Emilio Carilla: Una etapa decisiva de Darío; Rubén Darío en la Argentina (Madrid, Gredos, 1967. p. 96). Texto seleccionado de Rubén Darío: Obras Completas (Madrid, Afrodisio Aguado, 1955; tomo IV: Cuentos y Novelas, p. 613.)2 Joris-Karl Huymans (1848-1907), novelista francés. Autor de A rebours (1886), cuyo héroe, Dés Esseintes —esteta refinado y de minuciosa extravagancia— inspiró un poema a Mallarmé. Darío lo utilizó como pseudónimo. A rebours fue frecuente-mente citada por él.3 Construida con motivo de la exposición universal de 1889, lleva el nombre de su diseñador: Alexandre Gustave Eiffel (1832-1923), ingeniero francés. La torre perma-neció después que los edificios de la exposición fueron, poco a poco, derribados.

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por el papa americano Jay Gould,4 quien alzaría en sus manos, al sonar de los timbres eléctricos, la hostia del cheque.

Mármol para ti, griego, celeste Apolo; para tus iglesias piedra, Cris-to Santo y Místico; para Pluto casas de hierro, sótanos de hierro, cajas de hierro.

Y esto en todo el mundo, desde Nueva York, que es Roma, hasta la gran República del Plata, que es la tierra prometida.

De Buenos Aires no se puede quejar. Acaba de inaugurarse una es-pléndida capilla de su culto en la calle de Piedad; capilla grandiosa, que honra al comercio de Buenos Aires, gracias a los señores Staud y Ca.

¿Cuál de nuestros bisnietos engendrará al arquitecto que señalará el mármol con que deba construirse el edificio del Ateneo, o de un lugar, llámese como se llame, consagrado al Arte y a las Letras?

El credo universal se escucha; y todos lo repetimos: “Creo en el Oro todopoderoso, Dios de la tierra; y en el Hierro su hijo...”

4 Jay Gould (1836-1892), uno de los hombres más ricos del mundo en su época con John D. Rockefeller. Ambos serán citados por Darío en su artículo “Roosevelt en París”. A Gould también se refiere en “El triunfo de Calibán”.

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los miseRables / los “gueux” franceses, los “tramPs” yanquis, y los “atoRRaNtes” aRgeNtiNos1

el “gueux”2

QUIEN HAYA visto en ciertos paseos, en la banlieue,3 o bajo arboledas hantées, como dice el pequeño poema de Baudelaire,4 la figura grotes-camente miserable de ciertos desheredados de la suerte, de ciertos mal-ditos de la vida, de ciertos parias del arroyo, ¿no ha sentido al mismo tiempo la repugnancia y la lástima?

Harapientos, con fragmentos de zapatos, sombreros de todas las formas imaginables, sucios y abollados; con las caras abotagadas y las narices rojas de alcohol; viejos de largas barbas canas; hombres fuertes; hombres jóvenes, bajo el viento, bajo el sol, bajo la noche, pueblan sus lugares preferidos.

¿Dónde viven? No tienen lugar fijo, o se amontonan en ocultas co-vachas, o vagan noctámbulos, para dormir a pleno sol en un paseo pú-blico, junto a una estación de ferrocarril o en las gradas de un edificio.

1 La Nación, Buenos Aires, 7 de julio, 1894, p. 1, col. 5-7, con el título “La miseria. Bajos fondos sociales. El ‘gueux’ francés, el ‘tramp’ yanqui, el ‘atorrante’ por acá”. Compilado por Alberto Ghiraldo en Rubén Darío: Cuentos y crónicas. (Madrid, Mun-do Latino; 1918), vol. 14 de las Obras completas e incluido también en Obras comple-tas, tomo IV. Cuentos y novelas (Madrid, Afrodisio Aguado, 1955, pp. 1038-1050). Apareció en una nueva edición de Cuentos y crónicas. Ilustraciones de Enrique Ochoa. Prólogo de Arturo Ramoneda (Madrid, Círculo de Lectores, 2000, pp. 127-142). 2 Gueux (mendigo), tramp (vagabundo), atorrante. Alude a personas que viven en la indigencia y la mendicidad. La última denominación se relaciona con la época en que fueron construidas las alcantarillas en Buenos Aires; en los tubos, que llevaban la marca del fabricante “A Torrans”, dormían los vagabundos e indigentes, por lo que fueron llamados atorrantes. 3 Etimológicamente, ban (margen) lieu (lugar): sitio donde vive la gente marginada de la vida social. El sitio se identifica como espacio peligroso y de concentración de la pobreza.4 Charles-Pierre Baudelaire (1821-1867), poeta y crítico francés, uno de los más im-portantes de la literatura de su país. La referencia corresponde al inicio del poema en prosa “Les veuves” de Le spleen de Paris o Petits poémes en prose (1869).

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La miseria es tan antigua como el hombre. En el cielo fabuloso de la Grecia se conocía ya la mendicidad. Iro o Areo fue un pordiosero del país de Itaca. El zarrapastroso pretendió nada menos que casarse con Penélope, y Ulises, su noble rival, se deshizo de él de un puñetazo.5

Las manifestaciones de la miseria son las que han cambiado con los tiempos y las costumbres.

El gueux de la Francia de hoy no es el mismo de la época de Vi-llon.6 Especiales causas políticas y sociales engendraron aquellos ven-dangeurs de costé,7 aquellos temibles mendigos y rateros que adoptaron por patrono, cosa curiosa en verdad, al rey David: “David, le roy, seige prophéte”.8

Víctor Hugo ha reconstruido, en su admirable Nôtre Dame, la céle-bre Corte de los Milagros.9 Villon, en sus Testamentos,10 ha dejado una pintura vivísima de la canalla de su tiempo. Él frecuentó los más ocul-tos rincones de la miseria, y como dice J. de Marthold:11 Il sait le nom de toas les malandrins, orphelins, et claque-patins, celui de toutes les filies et de toas les mauvais lieux; item connait-il celui de toas les représentants de

5 Iro (Arneo), personaje de la Odisea de Homero. Es un joven mendigo de Itaca. En el canto XVIII, Iro, incitado por Antínoo —uno de los pretendientes de Penélope—, intentó echar a Odiseo (Ulises), quien lo enfrentó y derrotó.6 El siglo XV. François Villon (c. 1431-c. 1463): considerado el mejor poeta francés del medioevo. Llevando vida de vagabundo, sus poemas ofrecen un retrato fiable de la época y muestran siempre las bajas pasiones humanas. Prototipo de los llamados “poetas malditos”.7 “Recolectores de coste, mendigos, carteristas”.8 “David, el rey, profeta sitiado”.9 Víctor Hugo (1802-1885), el más grande escritor del romanticismo francés. Fue la primera gran influencia de Darío. Autor de Nuestra señora de París (Notre-Dame de Paris, 1831), novela histórica ambientada a fines del siglo XV. En dicha obra, Hugo recrea la Corte de los Milagros, sitio, o sitios, que existían en el París medieval, lla-mados así porque sus pobladores de día pedían limosnas fingiéndose discapacitados, pero de noche recuperaban “milagrosamente” la salud.10 Testamentos: “El pequeño testamento” (1456), conocido como Los Leis; y “El gran testamento” (1461) o simplemente “El testamento”. Se trata de poemas escritos en estrofas de ocho versos octosílabos en los cuales Villon muestra un cuadro de la vida de la época al relatar su vida de vagabundo, revelando su miedo a la enfermedad, la prisión, la vejez y la muerte.11 Jules Adolphe de Marthold (1846-1927), literato francés. Autor de numerosas obras, entre ellas un estudio sobre Villon: Le jargon de François Villon. Argot du XV siecle (1891).

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l’auttorité et de la loi, mouchards, soldats du guet, geóliers, geólières méme, greffiers, auditeurs, procureurs, lieutenant criminel, bourreau, celui de toas les corps de garle, de toas les cachots et toas les gibets.12

Tan les conocía, que estuvo a punto de ser entregado al Monsieur de París de entonces como el mismo Gringoire.13

[Los miserables de antaño y su aire de alegría]

La diferencia que se puede notar entre los miserables de antaño y los de nuestra época es que sobre aquéllos parece que hubiera flotado un aire de alegría, y hoy reina en el mundo, en todas las clases, la tris-teza, el pesimismo. Aun en medio de sus oscuros conciliábulos, de sus hambres y pillerías, tenían los de antes una canción en los labios, una carcajada. El raro rey Luis XI14 mira reír a su pueblo, y le deja reír, por-que sabe que rire est déjà se venger. La fiesta de los Tontos15 distrae a los gueux, que son amigos de las farsas y de las locuras.

Luego, lo que llamaremos la policía de entonces, los angelz, están listos para evitar los golpes de los malhechores, y recorren los lugares sospechosos.

En cuanto a la Corte de los Milagros, se componía de gentes acti-vas, en su peligrosa industria de falsa mendicidad, cojos fingidos, falsos ciegos, etcétera. De todo eso hay hoy también. Los castigos eran crueles y se aplicaban con frecuencia. Mâitre François Villon solía predicar la moral entre las turbas de vagabundos endiablados, al mismo tiempo que escribía sus célebres baladas en el jargon16 de la poco noble “cama-radería”.

12 “Él sabe los nombres de todos los malandrines, huérfanos y miserables, de todas las niñas y todos los lugares peligrosos, lo mismo que de todos los representantes de la autoridad y la ley, los espías, lo soldados de la torre de vigilancia, carceleros, registra-dores, auditores, fiscales, tenientes del penal, verdugos, de todos los guardias de todas las celdas y todas las horcas”. Traducción de Pablo Kraudy.13 Pierre Gringoire (1475-1538): personaje real recreado por Hugo como uno de los protagonistas (el poeta) de Nuestra señora de París. Popular poeta y dramaturgo francés, autor de Le jeu du prince der rot (La representación del príncipe de los tontos, 1512), su obra más conocida, seguramente inspiró a Víctor Hugo. En varias de sus obras ataca al papado. 14 Luis XI (1423-1483), rey de Francia (1461-1483). “La risa es ya venganza”: alusión a él en Nuestra señora de París.15 En Nuestra señora de París, en esta fiesta se elegía un papa o rey de la estupidez. 16 Jerga.

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[De Villon a Richepin]

De Villon a los héroes de Richepin,17 el tipo de los gueux parisienses ha cambiado por completo.

Nuevas ideas, nuevos elementos, han producido distintos resulta-dos. Obsérvese con Malato18 cuántos cambios nos ha traído, por ejem-plo, la introducción del uso de ciertos estimulantes, de alcoholes nue-vos, de bebidas que desconocieron las generaciones anteriores. Y con los alcoholes, las negras filosofías. Existe en la alta Italia una enfermedad que se llama pellagra,19 y que proviene de exclusiva alimentación com-puesta de polenta y castaña. Así, ciertos libros han causado en el pueblo una como pellagra moral, y el principal síntoma de la terrible dolencia es una amarga tristeza, que se revela hasta cuando habla el alma del desheredado de la vida, del paria, por boca de sus cancioneros.

[el aeda de los gueux]

Arístides Bruant, el aeda de los gueux, canta en su Mirliton:20 T’es dans la rue, va, chez-toi!21

La casa del mendigo, del hambriento, es la calle; la misma de los canes sin dueño. Como ellos, los caídos, están en su casa, van por todas

17 Jean Richepin (1849-1926), poeta, novelista y dramaturgo francés. Uno de los raros de Darío, quien lo consideraba “el poeta del pueblo… el poeta áspero de los de abajo”. En su exégesis de Los Raros (La Nación, Buenos Aires, 29 de abril, 1894) comenta particularmente los poemas del libro de Richepin Chanson de gueux (Las canciones de los mendigos, 1876): “Voluntariamente encanallado, canta a la canalla, se enrola en las turbas de los perdidos, repite las canciones de los mendigos, los estri-billos de las prostitutas, engasta en un oro lírico las perlas enfermas de los burdeles; Píndaro ‘atorrante’ suelta las alondras de sus odas desde el arroyo. Los jaques de Quevedo no vestían los harapos de púrpura de esos jaques; los borrachos de Villon no cantaban más triunfalmente que esos borrachos”. 18 Charles Malato (1857-1938), escritor y anarquista francés. Autor de Philosophie de l’Anarchie (1889) y Revolution chretieene et Revolution sociale (1891). Fundador de la Liga Cosmpolita (1885).19 Enfermedad producida por deficiencia dietética. Sus síntomas: debilidad, insom-nio, pérdida de peso, piel áspera y rojiza, lesiones en la boca.20 Le Mirliton: cabaret del Boulevard Rochechouart en 1884, y revista editada por Aristides Bruant (1851-1925), cantante y comediante de mismo cabaret, del cual era propietario. Sus canciones fueron recogidas en dos volúmenes entre 1889 y 1895. Fue motivo de famosos carteles de Henry de Toulouse-Lautrec (1864-1901).21 Usted está en la lista de expertos, vaya, colóquese.

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partes en sus horribles déshabillés,22 se tambalean, se tienden en los ban-cos de los jardines públicos. La miseria les arranca hasta el último jirón de vergüenza. No son ya hombres. Y por la noche, junto a las avenidas oscuras, cerca de los puentes solitarios, o en innominables tabernas, quien les habla al oído es el crimen.

Bruant es un conocedor admirable de ese bajo mundo de París en que se agitan todas las miserias que su filosofía de cancionero sabía pintar y compadecer en su Cabaret.

Yo no sé, escribe un conocedor del dueño del Mirliton, que nadie comprenda mejor que Bruant, y exprese como él en su verdadero “ar-got” la inconsciencia de esos parias de la sociedad, que ¡Dios mío!, no son más malos que el común de los mortales ¡y cuán interesantes! Yo les condenaba; pero después que les he visto de cerca y he leído a Bruant, les excuso, y no experimento por el condenado que oye del fondo de su celda levantar el cadalso, más que una inmensa piedad. Se quiere hacer de la mayor parte de los criminales seres irresponsables. Serían, sobre todo, inconscientes, como una de las formas de la irresponsabilidad; pero, en todo caso, es Bruant quien ha puesto primero el dedo en la llaga. Ciertamente, el cancionero harto disculpa las fechorías y hazañas del “apache”23 y de la peligrosa compañera de éste; mas la caridad y la compasión tienen sus límites, y la sociedad y la justicia, tienen que ver como enemigos a esos sombríos desventurados que saben, entre otras cosas, dar el coup du pére Françoise,24 lo mismo que una puñalada, al pobre transeúnte que, en hora propicia al crimen, tiene la desgracia de pasar cerca de ellos.

En la canción de Bruant “A’Saint-Ouen”, uno de esos parias so-ciales muestra su áspera vida. En el primer couplet dice cómo, en un mal día, a la orilla del Sena, fue engendrado. Después, desde niño, está condenado a trabajar como un negro para comer. En esa infancia no hay una sola sonrisa. En la juventud, el amor es sencillamente canino. Y el final:

22 Despojados.23 Pícaro, bandido.24 Expresión en argot. Refiere el ardid que consiste en estrangular a la víctima mien-tras un cómplice la vacía los bolsillos. Implícitamente, Darío alude a las canciones de Bruant, en especial a “Au bos de Boulogne”, donde emplea dicha frase.

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Enfin, je n’sais pas comment on peut y viere honnét’ment, c’est un réve;mais on est récompensé, car, comete on est harassé, quand on créve...l’cim’tière est pas ben loin, á Saint-Ouen. 25

Es la absoluta sujeción a la fatalidad, el acatamiento a las leyes de la suerte y la renuncia y olvido de toda esperanza. En Heureux, Bruant presenta al viejo vagabundo, en tiempo de invierno. Cuando le muerde las carnes la brisa fría y la necesidad de descansar le hace buscar un refugio, él se va tranquilamente a meterse como un ratón en su cueva, entre los tubos viejos del acueducto.

Et puis, doucett’ment, on s’endort ... ....................................Alors on sent comete un’caresse,on s’allong’comm’dans un bon pieu... Et l’on rév’qu’on est a la meseoú qu’, dans le temps, on priait 1’ bon Dieu.26

[la caridad no puede matar tantas hambres]

La miseria en París tiene muchísimas fases. Sus tipos varían, desde el clásico personaje de arrugado sombrero de pelo y levita indescriptible, hasta la madre mendiga, el “apache” siniestro, el “rigolard”,27 etcétera.

La caridad no puede matar tantas hambres, por más que se esta-blezcan lugares donde haya sopas baratas o gratuitas; y por su parte el anarquismo, con la idea de su soupe-conférence, hábilmente fundada y dirigida por los “compañeros” Rousset y Onin, mientras daba el ali-

25 Por último, yo no sé como / se puede vivir honestamente; / es un sueño; / pero somos recompensados, / porque, como ustedes somos acosados, / cuando morimos / el cementerio no está lejos, / en Saint-Ouen. Traducción libre de Pablo Kraudy.26 Y entonces, dulcemente, dormimos / … / sentimos como una caricia / que crece como un grito / y soñamos que estamos en misa / mientras, con el tiempo, pedimos al buen Dios. Traducción libre de Pablo Kraudy.27 Guasón, bromista.

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mento que podía a los hambrientos, les predicaba sus doctrinas; y la lógica les entraba por el estómago.28

El “tramp”

Si hay un ser que tenga grande semejanza con el atorrante argen-tino, aparte de su mayor tendencia criminal, es el que en los Estados Unidos se llama tramp.

Para hacer la comparación, baste con presentar el tipo, apoyados en Fred S. Root,29 quien ha tratado el asunto en una conferencia, hace ya tiempo.

El tramp, ¿es un ladrón, un vagabundo, un asesino, un mendigo? Sí y no.

El tramp, como le llaman en los Estados Unidos, y especialmente en el Canadá, es un producto extraordinario de nuestra moderna civi-lización. Puede tener todos los defectos, y ser tramp sin tener ninguno. Como el atorrante.

[un mendigo de profesión]

El tramp, en su calidad de mendigo de profesión, es fácil de conocer y de describir. Se presenta a la puerta de una villa, por ejemplo, y pide una limosna. Su rostro inflamado denuncia una vida de débauche,30 y sus vestidos desgarrados y en desorden son una verdadera caricatura de todo lo que es decente y elegante; sus ojos hundidos tienen miradas agresivas, y cuando se fijan parecen decir: “Dame de comer pronto o quemo tus establos, y la casa, y asesino al dueño”.

El tramp vagabundo es perezoso, borracho muy frecuentemente, lleno de todos los vicios, y de un trato brutal. En una palabra: es el terror de los lugares poco poblados y el problema de las grandes ciu-dades.

28 La soupe-conférence (sopa-conferencia) fueron inauguradas en París por Martinet para divulgar las ideas anarquistas entre “los estómagos vacíos”.29 George Frederich Root (1820-1895), oriundo de Sheffield, Massachusetts. Mú-sico estadounidense muy conocido por sus composiciones sacras y patrióticas. Una canción suya, de las más populares durante la guerra civil de los Estados Unidos, fue “Tramp!, tramp!, tramp!”.30 Exceso, libertinaje.

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Una ciudad de Massachussets solamente ha alojado 852.000 tramps, los cuales, con muy pocas excepciones, debían su estado a la intemperancia.

Existe, sin embargo, otra especie de tramps que no pertenecen a la clase de los tramps mendicantes: es el tramp por fuerza, digámoslo así.

El tramp puede reunir en sí todo lo que hay de abominable, pue-de tener todas las depravaciones y todos los vicios; pero es un hecho innegable que el tramp obrero ha sido obligado a serlo a causa de los cambios industriales de este siglo.

[las máquinas han vuelto inútiles a los útiles, e inútiles a muchos obreros]

Hace cincuenta años el tramp no existía en la Nueva Inglaterra. ¿Por qué existe hoy y por millares? Al procurarse una civilización más refinada, ¿los hombres han llegado a ser más indolentes? ¿Es, acaso por decreto de la Providencia, que el tramp está llamado a invadir la América entera? El tramp, ¿llega a serlo por no ser suficientemente in-teligente para luchar con quien lo es más? El cristianismo del siglo XIX, ¿tiene una palabra para el vagabundo? Son estos problemas de no fácil solución.

¿Por qué en América, donde el suelo es generoso hasta la prodiga-lidad, hay hombres hambrientos, miserables y desesperados? ¿No hay campos que ondulan verdaderos mares de trigo?

Hay sus causas indudablemente. Esos tramps, que no lo son sino por necesidad, han pertenecido al gremio de los trabajadores, y aun querrían volver al seno de la clase obrera; pero las máquinas han vuelto inútiles a los útiles, e inútiles a muchos obreros.

Ejemplo: en los Estados Unidos se puede atravesar a caballo las grandes llanuras de California y de Dakota, milla por milla, sin encon-trar la más humilde habitación, allí donde antes de la invención de las máquinas agrícolas se encontraban miles de hombres.

Es verdad que las máquinas contribuyen, al fin, a la distribución de la riqueza, que hacen bajar los precios de los productos y los ponen al alcance de todas las bolsas; pero es un hecho también que los primeros efectos de la introducción de las máquinas tienden a privar a los obre-ros de su única fortuna: el trabajo.

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Es de notar, sí, que la pobreza y el poco éxito del fermier31 inglés son debidos a la falta de máquinas propias para dar impulso a la pro-ducción de sus tierras.

Por la sola razón de las máquinas, millares de obreros son despe-didos de las fábricas; las máquinas que reemplazan a los trabajadores pueden ser manejadas por pocos empleados. Eso mismo establece un enorme aumento de cesantes en todos los centros industriales, de des-empleados que no encuentran empleo. Los obreros van de ciudad en ciudad, en espera de encontrarlo. No lo hallan, se desazonan y se desli-zan por la pendiente que les hace caer en la dantesca región del tramp.

[Dos salidas: el suicidio o la vida del tramp]

No todos los tramps pertenecen a esa clase, en verdad; pero un gran número de ellos, sí. En 1885 se dio el caso de que hubiese 100.000 hombres sin ocupación, y no por culpa de ellos. Empujado por su mala situación, sin encontrar en qué emplearse, el hombre comienza a deses-perar de su destino, y cuando llega a la desesperación tiene dos salidas enfrente: el suicidio o la vida del tramp.

La falta de trabajo es, pues, una de las principales causas de la exis-tencia de este parásito social. La emigración continua es otra, y esto completa el problema. Los que sobresalen en alguna especialidad pue-den siempre abrirse algún camino entre las muchedumbres; pero esos constituyen las excepciones. Las posiciones aceptables para hombres de ciencia o de letras son cada día más difíciles de obtener. Los sueldos de los tenedores de libros, dependientes, empleados (hombres y mujeres), disminuyen constantemente. ¿Por qué los conductores y cocheros de los tranways32 están tan mal remunerados? Porque los directores de las Compañías pueden encontrar al mismo precio cuantos cocheros y con-ductores quieran.

En los diarios se leen avisos como éste: “Se necesita un hombre fuerte para cuidar un enfermo de enfermedad contagiosa”.

Más de cien solicitantes llegan antes de que pasen veinticuatro ho-ras. Eso dará una idea de la necesidad que hay en la clase de que hemos hablado.

31 Granjero.32 Tranvía.

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[las detenciones de los trabajos mineros]

Otra gran causa de que exista el tramp obrero, son las detenciones de los trabajos mineros. Las minas se encuentran en manos de unos cuantos capitalistas, y éstos las manejan a su antojo. Por ejemplo: hace algunos años, muchos individuos que representaban juntos una suma de cien millones de dólares, se reunieron para aconsejar la suspensión de los trabajos mineros, a fin de alzar el precio del carbón. El resultado fue que miles de mineros se vieron de repente sin trabajo, mientras que aquellos individuos se ganaban una suma de ocho millones de dólares a causa del alza.

Los grandes capitalistas, sobre todo aquellos que se encuentran a la cabeza de las empresas mineras de carbón o de hierro, pueden, a su gusto, echar al arroyo miles de obreros con sólo alzar el precio de las materias primas deteniendo la producción.

Con esos detalles es fácil darse cuenta de que el tramp, es decir, el hombre errante de plaza en plaza, fatigado, extenuado, en busca del tra-bajo que no obtiene, es el resultado inevitable de un sistema industrial desorganizado y establecido contra todo principio de humanidad.

La llegada anual a los Estados Unidos de muchos cientos de miles de emigrantes, creó una gran población en los centros industriales, y en consecuencia engrosó el número ya enorme de obreros sin empleo.

Ese problema del tramp, del gueux, es uno de los más formidables de nuestra época, por la sola razón de que las causas que lo producen no le dan ninguna esperanza de alivio.

¿Recuerda el lector que haya estado en los Estados Unidos aquellas plazas llenas de desocupados de todas cataduras, aquellos negros cua-dros del barrio italiano o del Bowery?33

El “atorrante”

El atorrante argentino ha llenado antes la población, a medida que ha ido en aumento la vida europea, por decirlo así.

La inmigración ha ayudado entonces, como en los Estados Unidos, al desarrollo de esa plaga, que poco a poco fue menguando. Que la

33 Calle y barrio en la parte meridional de Nueva York.

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miseria toma creces en Buenos Aires, es cosa innegable.Que también existe, como en todas las grandes ciudades, la indus-

tria del mendigo, es verdad. Pero junto a la falsa miseria está la verda-dera, que ciertas buenas personas conocen. La primera toca a la Policía; la segunda, a la caridad.

La Nación, el gran diario de Buenos Aires, publicó hace años una comunicación en que se leen estas palabras: “Los que voluntariamente nos hemos impuesto la obligación de visitar a los pobres, nos damos cuenta exacta de la gran miseria que hay en nuestra rica capital. No se trata del atorrantismo, sino de verdaderos pobres, de familias necesitadas que no tienen qué comer, y que en las noches crudas de invierno tiritan de frío. No tienen ni cama, ni colchones, ni frazadas, ni nada con que poder hacer entrar en calor sus cuerpos; duermen en el suelo como los animales, siendo ésta la causa principal, si no la única, de las enfermedades que padecen”.

Y hoy pasa lo mismo.

[Un amargo problema]

El atorrante duerme a la bartola, se quema la sangre con venenosos aguardientes, y así pasa las noches heladas. O si no, se deja morir aca-riciado por la pereza, o por el desdén de la vida, y amanece comido de caranchos, o ahogado en el río, o tieso y abandonado entre los muelles, o en cualquier oscuro rincón.

Desilusionados italianos, franceses, ingleses, españoles, rusos, hom-bres de todas partes, componen ese vago ejército. Viven, se alimentan y mueren cínicamente; es decir, como los perros.34

A esta clase de ilotas debe dirigirse la mirada del sociólogo, pues encie-rra un amargo problema. Y a los pobres enfermos, a los verdaderos ne-cesitados, víctimas de la desgracia, la bondad de las manos generosas.

34 Darío emplea la denominación de cínico en sentido de la escuela filosófica griega de la segunda mitad del siglo IV a.C. En este sentido, la palabra cínico procede de Kyon (perro), y se aplicó a los miembros de dicha escuela por su peculiar comporta-miento y modo de vivir, semejante al de los perros, muy ligados a la escasez.

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ReflexioNes De año Nuevo paRisieNse1

1° de enero de 1901AL SALIR del teatro (la Noche Buena), París se sentó a la mesa. Y la Bra-ma y la Lujuria y la Riqueza y el Dolor y la Alegría y la Muerte también se sentaron con él. Al llegar el año nuevo, cuando el mundo vuelve la vista al siglo que pasó, hay alguien que hace notar su presencia de todas maneras, mientras París no hace sino quitarse su traje de color de rosa para ponerse otro color de amaranto: la Miseria.

Peor que la miseria de los melodramas, ésta es, cierto, horrible y dantesca en su realidad. Y no hay mayor contraste que el de esta ri-queza y placer insolentes, y ese frío negro en que tanto pobre muere y tanto crimen se comete, de manera que las bombas que de cuando en cuando suenan, en el trágico y aislado sport de algunos pobres locos, vienen a resultar ridículas e inexplicables. Esto no se acabará sino con un enorme movimiento, con aquel movimiento que presentía Enrique Heine, “ante el cual la Revolución francesa será un dulce idilio”, si mal no recuerdo.

[El hoyo oscuro de donde salen tanto clamor y olor de muerte]

Se ha hecho mucho por aminorar la miseria, desde los buenos tiem-pos del excelente rey Childeberto hasta las actuales donaciones de ban-queros ricos y quêtes2 de damas de la aristocracia.

Pero todo eso es poco en el hoyo oscuro de donde sale tanto clamor y olor de muerte. Y además, el buen Dios parece que no estuviese com-pletamente satisfecho con las manifestaciones de la caridad elegante. Tal aparentó demostrarlo con el bazar fúnebremente célebre3 que con-

1 Rubén Darío: Peregrinaciones. Prólogo de Justo Sierra (París, Librería de la viuda de Ch. Bouret, 1901, pp. 150-158). Anotado por la hispanista Claire Pailler.2 Colectas.3 El “Bazar de la Charité” era una organización caritativa, fundada en 1885, en rela-ción con el “Círculo Católico de Obreros”, en gran parte para contrarrestar la política del socialista Jules Guesde. Su tradicional “Venta de beneficencia” debía desarrollarse con un público escogido, el 4 de mayo de 1897, en un vasto cobertizo de madera-

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cluyó donde hoy se levanta una capilla4, gracias a la generosidad de una distinguida norteamericana que llama la atención con su marido en un sonoro y comentado litigio: la condesa Boni de Castellane5.

El Gobierno, por su parte, tiende su protección al pueblo lleno de apetito. Y si ya en su tiempo Carlomagno, el emperador de la barba florida, había ordenado que se consagrase a los pobres exclusivamente la cuarta parte de los bienes eclesiásticos, hasta la administración de monsieur Loubet se ha adelantado bastante.

La prensa tiene sus limosneros, Hugues le Roux6 es uno de ellos, y es sabido que Santa Séverine7 es la limosnera mayor.

[Henry de groux: “la francia está podrida”]

Al mismo tiempo que la policía conduce a la cárcel a innumerables rateros de carbón, combate la mendicidad y emprende saludables ra-fles8 contra la prostitución callejera y la rufianería profesional. Cada día se llenan las comisarías de pobres mujeres de los más humildes y bajos medios, y de indescriptibles marlous9. Chez Maxim’s se continúa en los alegres juegos. El Américain, el Grand Café, todos los lugares semejantes continúan con su vaga clientela. La infeliz gigolette10 de los barrios bajos está irremisiblemente condenada. La Sra. Otero11 es una artista; la Srta.

men: el incendio que se desató por accidente provocó la muerte de 129 personas; en-tre las cuales 123 mujeres, todas de familia aristocrática, en particular Sofía, hermana de la emperatriz Sisi.4 Capilla Notre-Dame de Consolation.5 Darío da aquí sólo el nombre y apellido de su esposo, Marie Ernest Paul Boniface (Boni), conde de Castellane, dandi famoso de la alta sociedad del momento.6 Hugues Le Roux (1860-1925), periodista y senador.7 Caroline Rémy llamada Séverine (1855-1929), primera periodista femenina, so-cialista y feminista. Fue amiga de Jules Vallès, quien le ayudó a editar su periódico libertario Le Cri du Peuple, de 1883 a 1889. El esposo de Vallès era un mèdico adi-nerado.8 Redadas.9 Palabra del “argot”de la época: alcahuete.10 Palabra ya desusada por: ramera, prostituta.11 Darío nombra aquí a las principales cortesanas (“cocottes”) de la época. Al lado de Liane de Pougy, muchas veces aludida ya, Agustina Otero Iglesias, llamada Caroline Otero (1868-1965), más conocida por el apodo de “la belle Otero”, fue una de las más prestigiosas: figuraban entre sus amantes nobles rusos, ministros, escritores como d’Annunzio, pero también cabezas coronadas: Eduardo VII de Inglaterra, o Leopoldo

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de Pougy es una artista y una autora; la señorita Marion de Lorme12 es una propietaria. Sus amigos, frecuentadores de medios elegantes, de círculos y casinos, señores X, Y, y Z, son conocidos de todo el mundo por su miseria moral, por su desvergüenza y su aditamento ictiológico. La señora Otero arruinará a varias familias, las Srtas. Pougy y de Lorme llevarán a la locura y al delito a más de un joven de buena familia. El caballero X jugará a la mala, y el caballero Z hará ostentación del poco honesto origen de sus lujos y derroches. La gigolette se prostituye por necesidad... Hace mucho frío...

—“Diga Ud., —me dice un pintor tremendo, y hombre tan tre-mendo como el pintor, Henry de Groux,13 el autor del Cristo de los ultrajes:— Diga Ud. que la Francia está podrida, que al final del siglo ha hecho ya tabla rasa de todo. Finis latinorum. ¡Abyecta muerte!”

[el siglo pasado comenzó con una fuerza de que carece hoy: el entusiasmo]

Un paralelo iconográfico que tengo ante mis ojos me da más de un pensamiento; un paralelo entre la Francia [del siglo XIX] los comienzos del siglo actual.

Bonaparte, primer cónsul, en su caballo de dibujo convencional, con su corvo sable, y en el fondo, las tiendas de campaña; y monseiur Emile Loubet, fotografía género Nos contemporaines chez soi en espera de Mollard o de Crozier, caros al protocolo. No se ha adelantado tan-to. Carnot14, de rostro simpáticamente enérgico, de ojos que revelan

II de Bélgica. Ocasionó varios duelos y seis suicidios.12 Marion de Lorme, que se contentó con recuperar el nombre de una cortesana famosa por su belleza en el siglo XVII y que fue el tema del drama romántico de Victor Hugo, le deberá a Darío buena parte de su fama póstuma, por el recuerdo maravillado que le han dejado sus favores, aunque fueran altamente venales: “He de recordar a quien me diese la primera ilusión de costoso amor parisién. Y vaya una grata memoria a la gallarda Marión Delorme, de victorhuguesco nombre de guerra, y que habitaba entonces en la avenida Victor Hugo. Era la cortesana de los más bellos hombros.” (La vida de Rubén Darío escrita por él mismo, cap. XXXIV).13 Henry de Groux (1817-1930), pintor belga. Darío, quien compartió con él y Amado Nervo un apartamento en París en 1900 le dedicó un ensayo en su libro Opiniones 1906.14 Lazare Nicolas Carnot (1753-1823), matemático y físico, fue también un hombre político importante en los primeros años de la Revolución francesa y ganó como

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grandes propósitos, “organizando la victoria”, y André15, el ministro de la Guerra que hoy provoca por sus disposiciones un movimiento de antipatía en la aliada Rusia. No se ha adelantado lo bastante. Fouché16 y Lépine17 en la policía, Luciano Bonaparte18 y Waldeck-Rousseau19 en el Ministerio del Interior. No se ha adelantado gran cosa. El cabriolé ágil y gracioso que asombra al sencillo populo y el automóvil de última hornada capaz de recorrer todo París en un segundo y de reventar a todos los Cahen d’Anvers20 de la tierra. Se ha adelantado muchísimo. La vieja y pintoresca diligencia, de las “largas diligencias” de Mallarmé, y la locomotora coupe-vent. No se puede negar: se ha adelantado. Ta-lleyrand21 en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y Delcassé22. No, no se ha adelantado mucho... A la cabeza del ejército Berthier23 y Bru-gère24: ¡no se ha adelantado maldita la cosa! La ópera de la plaza Louvo-

general el título de “organizador de la victoria”. Sin embargo, no admitió los excesos cometidos, se exilió y se consagró a sus estudios científicos.15 Louis André (1838-1913), ministro anticlerical y fervoroso republicano.16 Joseph Fouché (1759-1820), inició su carrera política con la Revolución francesa, como brutal ministro de la Policía bajo todos los regímenes que se sucedieron, inclu-yendo la Restauración monárquica, después de traicionar a Napoleón.17 Louis Jean-Baptiste Lépine (1846-1933), prefecto de la policía de París, gran orga-nizador de la vida y seguridad cotidianas y fundador del Concurso nacional que lleva su nombre, para las invenciones menudas que facilitan esta misma vida .18 Luciano Bonaparte (1775-1840), al principio siguió a su hermano Napoleón, pero una pronta desavenencia lo llevó al exilio y se asentó definitivamente en Italia.19 Pierre Waldeck-Rousseau (1846-1904), abogado, gran figura del partido republi-cano, promotor de leyes sociales que llevan su nombre y todavía hoy son referencia como progreso social: legalización de los sindicatos, ley sobre el trabajo de mujeres y niños. Ministro del Interior, entabló el recurso de revisión del caso Dreyfus.20 Cahen D’Anvers, rica y prestigiosa familia sefardí de banqueros, mecenas de pin-tores y escritores.21 Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord (1754-1838), hombre político de pene-trante ingenio, desempeñó con éxito importantes funciones diplomáticas bajo todos los regímenes que vio suceder, desde la Revolución de 1789 y el Primer Imperio hasta la Restauración de los Borbones.22 Théophile Delcassé (1852-1923), se desempeñó como Ministro en numerosas ocasiones y, en particular, obró para la realización del Tratado de l’Entente Cordiale entre Francia e Inglaterra, firmado finalmente en 1905.23 Louis-Alexandre Berthier (1753-1815), mariscal del ejército de Napoleón, par-ticipó en todas las grandes victorias: Marengo, Austerlitz, Wagram... pero al final, cuando se hizo la Restauración, tomó partido por la monarquía.24 Joseph Brugère general (1841-1918), autor de numerosos y notables hechos de armas.

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is25 seca y pelada, y la empingorotada ópera de Garnier26, abominada por Huysmans. Es un adelanto. El bulevar de los Italianos antiguo, sin circulación y sin edificación, y el de hoy con el Pabellón de Hanover modernizado y su movimiento y su vida. Adelanto. Si en muchas cosas se ha adelantado, en muchas cosas el siglo XX puede salir victorioso de la comparación. Pero en otras, ¡Dios santo! En los reinos del pen-samiento no estamos muy seguros del triunfo. El siglo pasado empezó bajo el soplo de la Enciclopedia. El siglo pasado empezó con ideales, con miras, con decisiones; el siglo pasado comenzó con una fuerza de que carece hoy: el entusiasmo. ¿En qué vientre de madre irá a aparecer el año entrante la preñez que dé al mundo un nuevo Víctor Hugo?

[lo que en París se alza es el aparato de la decadencia]

Como Atenas, como Roma, París cumple su misión de centro de la luz. Pero, actualmente, ¿es París, en verdad, el centro de toda sabi-duría y de toda iniciación? Hombres de ciencia extranjeros dicen que no, y muchos artistas son de opinión igual; pero la consagración no puede negarse que la da París, sobre todo en arte. Y para eso vienen D’Annunzio de Italia, Sienkiewicz27 de Polonia, la Wiehe de Dinamar-ca, la Guerrero28 de España y Sada Yacco del Japón.

Lo que en París se alza al comenzar el siglo XX es el aparato de la decadencia. El endiosamiento de la mujer como máquina de goces carnales, y —alguien lo ha dicho en más duras palabras— el endio-samiento del histrión, en todas las formas y bajos todas sus faces. Es el caso de Juvenal: quod non dant proceres, dabit histrio. Hay muchos franceses ilustres, muchos franceses nobles, muchos franceses honrados que meditan silenciosos, luchan con bravura o lamentan la catástro-fe moral. Pero las ideas de honor, las viejas ideas de generosidad, de

25 Teatro Louvois, “Opéra du square Louvois”: Sólo queda una plaza en el sitio ocu-pado por el edificio de la que fue la octava ópera de París, edificada en 1792, destrui-da en 1820.26 Se decidió la construcción de una nueva Opera en 1862, con el arquitecto Garnier; en ella se ostenta el puro “estilo Napoleón III”, mezcla barroca y suntuosa de estilos múltiples. Tardó hasta 1875 antes de ser inaugurada.27 Henryk Adam Sienkiewicz (1846-1916), premio Nobel en 1905, autor de nume-rosas novelas, conocido esencialmente por Quo Vadis (1896).28 Rosario Guerrero, llamada “la bella Guerrero”, era una “bailaora” sevillana, de mucho éxito primero en París, luego en EE.UU.

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grandeza, de virtud, han pasado, o se toman como un pretexto para joviales ejercicios. Escritores osados como Mirbeau,29 como Rachilde30 y Pierre Louis31 declaran en los periódicos el adulterio como un uso esencialmente parisiense. La antigua familia cruje y se desmorona. Los sentimientos sociales se bastardean y desaparecen. Los extranjeros que en los comienzos y aun a mediados del siglo pasado venían a París, encontraban hospitalidad, amabilidad, algún desinterés. El poeta Gui-do tenía derecho de venir a querer hacerse matar en una barricada. Bilbao32 el chileno encontraba en Lamennais, en Michelet, en Comte, maestros sinceros, bondadosos y abiertos. Garibaldi podía ofrecer su espada. Hoy reina la pose y la farsa en todo. Apenas la ciencia se refugia en los silenciosos laboratorios, o en las cátedras y gabinetes de señala-dos y estudiosos varones. La mujer es una decoración y un sexo. El es-tudiante extranjero no encuentra el apoyo de otros días, y desde luego le está cortado el ejercicio de su profesión. Los norteamericanos han metido sus cuñas a golpe de mazos de oro. La enfermedad del dinero ha invadido hasta el corazón de la Francia y sobre todo de París. El pa-trioterismo, el nacionalismo, han sucedido al antiguo patriotismo, y las nobles simpatías de antaño con la Grecia de la independencia, no son las mismas que las demostradas con el pobre viejo Krüger y los héroes rústicos de Africa del Sur.

Las ideas de justicia se vieron patentes en la vergonzosa cuestión Dreyfus33. Pero por todas partes veréis el imperio de la fórmula y la

29 Octave Mirbeau (1848-1917), escritor y periodista francés. Anarquista, dejó varias novelas y algunos dramas.30 Margarita Eymery (1860-1953), llamada Rachilde: escritora francesa. Esposa de Alfred Vallette, director de la revista Mercure de France. Fue la única mujer incluida por Darío en Los Raros (1896).31 Pierre Louis (1870-1925), poeta, crítico y novelista francés. Autor de obras eróti-cas, en su revista literaria promovió a jóvenes como Paul Valéry y Andrés Gide.32 Francisco Bilbao (1823-1865), escritor y político liberal chileno, “Apóstol de la Libertad”.33 El caso Dreyfus (“l’Affaire” por antonomasia, más que “asunto”, es causa judicial): escándalo judicial y político que dividió la opinión francesa, de 1894 a 1906. El ca-pitán Dreyfus, alsaciano (la provincia de Alsacia había sido entregada a los prusianos después de la derrota francesa de 1870) y judío, se vio acusado y condenado por alta traición, por oficiales ultranacionalistas y antisemitas que no vacilaron en utilizar falsos testimonios y pruebas falsificadas. Una fuerte y a veces violenta campaña por la revisión de la causa, que oponía la Liga de los Derechos humanos a los “antidre-

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contradicción entre la palabra y el hecho. Es ésta, más que los Estados Unidos, a ese respecto, la tierra de los contrastes, the land of contrasts, de Muirhead.

[Vicios de todas clases]

La literatura ha caído en una absoluta y única finalidad: el asunto sexual. La concepción del amor que aún existe entre nosotros, es aquí absurda. Más que nunca, el amor se ha reducido a un simple acto ani-mal. La despoblación, la infecundidad, se han hecho notar de enorme manera, y es en vano que hombres sanos y de buena voluntad como Zola hayan querido contener el desmoronamiento haciendo resaltar el avance del peligro.

Mutuamente se han reflejado las literaturas y las costumbres. En to-dos lugares existen vicios de todas clases, desventuras conyugales; pero lo terrible en París es que es la norma. Las conclusiones de los libros novelescos, las revelaciones de los procesos que todos los días se hacen públicos, los incidentes y desenlaces de las piezas teatrales, hacen que el ambiente está completamente saturado de tales doctrinas, y que un modo de juzgar las cosas como los excelentes sentimentales de comien-zos del siglo pasado, sería considerado arriéré34 y a la papá. En los dia-rios, en el momento en que escribo, se gasta tinta y tiempo escribiendo artículos a causa de que el hijo mayor del cómico Guitry35, de diez y seis años, tiene queridas de trece, con el consentimiento maternal, según las cartas del marido. Pues bien, lo malo no es tan sólo el he-cho, sino la indiferencia que todo acaecimiento de esa clase causa en el sentido moral del público, que, cuando más, encuentra eso très rigolo36.

yfusards” de la Liga de la Patria francesa, logró obtener, tras dos juicios sucesivos, pri-mero la gracia, luego la rehabilitación del capitán Dreyfus. Darío vuelve a mencionar este episodio cuando los funerales de Zola, en Opiniones, y nuevamente en la primera crónica de Parisiana, “Figuras reales”; subraya el aspecto “álgido” de las oposiciones en un caso que “estremeció al mundo”, pero al parecer no se interesó por los princi-pios políticos e ideológicos de justicia y verdad que se jugaban, considerando que se trataba “de una personalidad mínima que fue el pretexto de una gran batalla...”34 Anticuado.35 El “cómico Lucien Guitry” (1860-1925), renombrado actor de teatro, vio su fama eclipsada por la de su hijo Sacha-Alexandre Georges Pierre (1885-1957), autor prolí-fico y actor en sus propias obras, sean de teatro o de cine, conocido también por sus éxitos femeninos y sus cinco matrimonios con actrices.36 Muy divertido.

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Los moralistas ocasionales publican sendas opiniones, se ríen un poco, y se prosigue en la corriente continua que gira en este abismo de gozo, de belleza y de locura. París da la sensación de una ciudad que estuviese soñando, y que se mirase en sueños, o la de una ciudad loca de una locura universal y colectiva; loco el Gobierno, las Cámaras, los jueces, las gentes todas, y entre toda esta locura la mujer, en el apogeo de su poderío, en la fatalidad de su misión, revelando más que en ninguna otra época algo de su misterio extraordinario. El intérprete gráfico de tal misterio ha sido indudablemente Rops, y sus terribles aguas fuertes secretas son el más serio comentario y el más moralizador espectáculo.

[tengo el mal gusto de creer en Dios]

Como hago muy poca vida social, tengo todavía el mal gusto de creer en Dios, un Dios que no está en San Sulpicio ni en la Magdalena, y creo que ciertos sucedidos, como lo del Bazar de Caridad y la singular muerte de Felix Faure,37 son vagas señas que hacen los guardatrenes in-visibles a esta locomotora que va con una presión de todos los diablos a estrellarse en no sé qué paredón de la Historia y a caer en no sé qué abismo de la eternidad.

37 Felix Faure (1841-1899), elegido Presidente de la República en 1891, murió de una congestión cerebral en un salón del palacio del Elysée mientras estaba “ocupado” con su amante.

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la cuestióN De los caNales 1

LA VIEJA cuestión del canal interoceánico se renueva de tiempo en tiempo. En estos momentos se agita en los Estados Unidos y tiene naturalmente gran repercusión en Francia. ¿Se realizará el canal por fin? ¿Cuál de los canales? ¿El de Nicaragua? ¿El de Panamá? ¿Los dos?2 Colombia, Nicaragua, Costa Rica están a la espera de las resoluciones definitivas. El proyecto de Nicaragua parece ganar terreno, el cadáver de Panamá, se diría conmovido eléctricamente como la rana de Gal-vani.3 Monsieur Buno [sic] Varilla4 lanzó aquí hace algunos meses un llamamiento a los panamistas, en el buen sentido de la palabra, para interesarlos en favor de una empresa que podría resarcir las antiguas

1 La Nación, Buenos Aires, 9 de marzo, 1902, p. 4, col. 2-4. Incorporado a La cara-vana pasa (París, Garnier hermanos, 1902, pp. 210-223). Günther Schmigalle anotó esta crónica en su edición crítica de La caravana pasa. Libro cuarto y Libro quinto y último (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua; Berlín, edition tranvía – Verlag Walter Frey, 2004). Al respecto, Schmigalle observa: “Trata de un tema que interesa tanto a Francia, que fracasó en su intento de construir el canal interoceánico en los años 1884-1894, como a los Estados Unidos, que lo terminarían de construir durante los años 1904-1914, interesa —ya que estamos en 1902— a Colombia, cuyo territorio centroamericano, Panamá, será independiente bajo instigación norteame-ricana, un año después. E interesa, naturalmente, a la patria de Darío”. (La caravana pasa, Op., cit., pp. 17-18). Fue difundido tanto en la Revista de la Academia de Geo-grafía e Historia de Nicaragua (núm. 56, julio, 2003, pp. 3-23) como en el Boletín Ni-caragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 131, abril-junio, 2006, pp. 43-63.2 Entre otros, Alfredo Ebelot discutía el tema en La Nación del 21 de febrero de 1902: “El canal interoceánico. Problemas que plantea. La política comercial argenti-na. Nuevos caminos”, crónica que precedió seis días a la de Darío. 3 Luigi Galvani (1737-1798) médico italiano, como profesor de la Universidad de Bolonia, descubrió en 1870 la electricidad en el tejido nervioso.4 Philipe Bunau-Varilla (1859-1940), ingeniero y aventurero francés, artífice de la construcción del Canal de Panamá. Fue uno de los inspiradores y organizadores del movimiento insurreccional de Panamá el 3 de noviembre de 1903, que logró —con el apoyo de las tropas norteamericanas— la seseción de Panamá de Colombia y la creación de la República de Panamá. En el fondo, la decisión a favor de la ruta de Panamá y en contra de la de Nicaragua fue el resultado de una conspiración del grupo financiero de J. P. Morgan. Tanto Bunau-Varilla como el presidente Roosevelt actua-ron como agentes financieros de ese grupo.

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pérdidas, nadie hizo caso. Monsieur Hutin5 hizo un viaje a los Estados Unidos para tratar de ofrecer al yanqui los restos de Panamá, a un buen precio. Las influencias y los ofrecimientos usuales en los medios políticos americanos, no han escaseado. Nada se ha resuelto todavía. Entretanto, los norteamericanos se posesionan poco a poco de Nicara-gua, en donde el Gobierno ha comenzado por hacer concesiones que han sido aminoradas por declaración del presidente [J. Santos] Zelaya, pero que, por parte de los Estados Unidos, han sido mantenidas, según las primeras versiones que la prensa hizo conocer; es decir: cesiones territoriales a un lado y otro del futuro canal, con derecho de establecer guarniciones militares y tribunales de justicia. No se podrá alegar, pues, en tal caso, la “soberanía” de la república centroamericana, aunque hay que confiar en el reconocido patriotismo y tacto político del general Zelaya.

[La monografía histórica del ministro Medina]

El señor Crisanto Medina, antiguo ministro de varias repúblicas de Centroamérica en Europa, persona de consejo y habilidad, que co-noce perfectamente la cuestión del canal, como que ha sido actor en muchos preliminares de ella, ha ido recientemente a Nicaragua, y no es de dudar que sus indicaciones hayan sido escuchadas en el Gobierno. Ha escrito con oportunidad una interesante historia del canal intero-ceánico, que reviste la mayor actualidad.6 No es el señor Medina de los dudosos, él cree probable que llegará, tarde o temprano, la necesidad para el comercio del mundo, de los dos canales, el de Panamá y el de Nicaragua. Por de pronto, y por más que se asegure que los entusiasmos norteamericanos por el istmo nicaragüense son aparentes y tan sólo manifestados para encontrar más fáciles las ofertas de Panamá, abando-nado por la mano francesa, parece extraordinario que se pueda suponer interés en continuar la ruta fracasada de Lesseps.7 Me ha tocado visitar,

5 Maurice Hutin, ingeniero de Lesseps, nombrado en 1885 director general de los trabajos de la Compagnie Universalle du Canal Interoceanique en Panamá. Para 1902, era uno de los dirigentes de la Compagnie Nouevelle du Canal de Panama. 6 Se refiere al folleto de Medina: El Canal Interoceánico y el Porvenir de Centroamérica (Madrid, Imprenta de Hernando y Compañía, 1898), reproducido en Boletín Nica-ragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 131, abril-junio, 2006, pp. 65-101.7 Ferdinand Marie, vizconde de Lesseps (1805-1894), diplomático y administrador francés, iniciador del Canal de Suez, que logró construir en los años 1859-69. Fracasó

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en compañía de ingenieros desolados ante el espectáculo ciertamente conmovedor, aquel inmenso cementerio de construcciones, aquel co-losal osario de máquinas, entre las ruinas, en el lugar fatídico en que la imprudencia por un lado y el delito por otro, enterraron un sinnúmero de vidas y un sinnúmero de ahorros de pobres gentes... Proseguir, ani-mar de nuevo las viejas dragas llenas de herrumbre, volver a turbar con nuevos ruidos el silencio que dejó allí la más formidable de las debacles, una especie de Sedán económico de Francia, sería una locura que no cabe, sobre todo, en cerebros yanquis. Pero todo puede ser.

Los días pasados, en casa del señor Medina, recorría yo las líneas que ha dedicado a la obra ístmica. Él hace primero, y antes de entrar en recuerdos y apreciaciones personales, una reseña ligera de las tentativas que, a través de los siglos, se han iniciado para unir los dos océanos. Tiene el buen gusto de no citar la previsión de Séneca: “aquí está la vasta puerta de dos mares”,8 demasiado mellada por el uso que de ella han hecho cuántos han tenido que ocuparse en el asunto. Habla de los ingenieros del Renacimiento que fueron a buscar oro de Cipango, y que señalaron varias rutas factibles. Refiriéndose a ellos, cuenta que M. de Lesseps le dijo un día: Jis n’étaient pas fixés! ¡Él tampoco, el pobre grande hombre n’était pas fixé!...

[El proyecto de Diego de Mercado]

—Vea usted —me dice el señor Medina mientras la madera crepita en la chimenea de su bureau de diplomático, en la rue Boccador—; vea usted lo curioso que es ese proyecto de un antiguo español, Diego de Mercado, cuya relación se ha encontrado hace poco en los archivos de Sevilla: “Diego de Mercado no era un ingeniero; tampoco era un geógrafo. Él mismo dice modestamente a su soberano, Felipe III, que es ‘fabricante de pólvora, y antiguo soldado, a la sazón vecino desta ciu-dad de Santiago, de la provincia de Gothemala’.9 No obstante, sus des-

estrepitosamente en su intento de perforar otro istmo, el de Panamá, donde la cons-trucción del canal —iniciada el 1° de enero de 1880— terminó con la bancarrota de la Compagnie Universelle du Canal Interocéanique en 1889.8 “De dos mares aquí está la vasta puerta” fue el lema del periódico oficial El Correo del Istmo, editado en León (1849-1851) y dirigido por el sacerdote Manuel Paul.9 El proyecto de Diego de Mercado, expuesto en 1620, fue resumido y citado frag-mentariamente por Sofonías Salvatierra en el tomo I de su Contribución a la historia de Centroamérica (Managua, Tipografía Progreso, 1939, pp. 553-558).

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cripciones son de una precisión admirable, y sus proyectos no carecen de buen sentido práctico. Principia Diego de Mercado por diseñar un cuadro muy completo de los puertos de San Juan del Norte y San Juan del Sur de Nicaragua; y explica en seguida la conformación del río San Juan y las muchas, pero no insuperables, dificultades que ofrece para la navegación a causa de sus arenas, sobre todo de sus raudales. Luego indica el trabajo que sería necesario hacer de él. Hace enseguida com-paraciones entre los puertos de Panamá, Colón, San Juan del Norte y San Juan del Sur, y después de algunas descripciones prolijas y entusias-tas, en las cuales el buen Diego de Mercado revela su alma de flamenco, hablando con más entusiasmo de los cereales que de las selvas vírgenes; después de un largo examen de las riquezas conocidas del suelo costa-rricense y de las riquezas misteriosas y de la costa de Mosquitia cuyo nombre primitivo de Sierra del Oro (Taguzgalpa) hace germinar en su imaginación ensueños de fortuna y de conquista, llega a su proyecto de canal y lo expone con sencillez y claridad en páginas que muestran su gran deseo de ser útil a la humanidad y al rey. Diego de Mercado fue un hombre estudioso y perspicaz, de buena voluntad y de fe entera, que comprendió desde luego las grandes ventajas que la canalización de Nicaragua ofrecía a la navegación universal en cambio de un ligero sacrificio. El rey Don Felipe III, no obstante, debe de haber dado muy poco crédito a sus palabras, puesto que aun teniendo seguridad de que, según sus propias palabras, “los trabajadores llevarían la obra a cabo sin necesidad de pagarles salario alguno”, dejó sin respuesta definitiva la proposición de su real vasallo.

[Otras propuestas españolas]

Antes habían ya hecho propuestas semejantes al emperador Carlos V, Hernán Cortés y Ángel de Saavedra; el primero señalaba como utili-zable el curso del Darién y creía hacedero el canal por Panamá, basado en los estudios hechos por Vasco Núñez de Balboa en 1513; Cortés optaba por Tehuantepec, y encargó de hacer los estudios a Gonzalo de Sandoval. Carlos V se encogió de hombros. Tenía otras cosas que intentar. Luego, un aventurero portugués, llamado Antonio Galvao, encontró hacedero el canal por cuatro vías diferentes. Nicaragua, el Istmo de México, Panamá, entre el golfo de Uraba y el golfo de San Miguel. Felipe II recibió los pedidos de López de Gómara para que lle-vase a la práctica la obra del canal. Mucho tiempo pasó sin que ningún

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paso importante se diese. El fundador del Banco de Inglaterra, William Patterson, hizo que su rey aprobase un plan de colonización del Darién y de un canal por este punto; aunque la expedición se organizó, no pudo efectuarse. Después tenemos la iniciativa de Bolívar, que, natu-ralmente, encontraba muy factible la obra por el istmo panameño; el libertador se ocupó en el asunto antes y después de la realización de sus sueños políticos.

[La primera expedición científica ordenada por Carlos III]

La primera expedición científica fue en tiempo y por orden de Car-los III. “Dos ingenieros eminentes, dice el señor Medina, uno francés y otro español, Martín de la Bastide y Manuel Galistro, fueron a Panamá y a Nicaragua; examinaron el terreno, hicieron minuciosos sondajes y volvieron a Europa con un proyecto favorable a Nicaragua (y no a Panamá, como dicen algunos historiadores), según consta del Abanico Geográfico que Martín de la Bastide depositó en la Biblioteca Nacional de París en 1805, es decir, en el mismo año del nacimiento de Ferdi-nand de Lesseps”.

No pudo tener buena acogida el plan de esos dos ingenieros: el tiempo y el medio no estaban de su parte. Es el tiempo y el medio pin-tados y evocados magistralmente en ese Enfant d’Austerlitz que acaba de producir el genial poder de Paul Adam.10 Todo lo envolvía el soplo agitado de la Revolución, y luego el estruendo y la tempestad de las guerras imperiales. En cambio, a comienzos del siglo pasado, fueron legión los proyectos y tentativas. Los grandes países, hace notar el señor Medina, enviaban entonces Comisiones tras Comisiones, y los sabios iban personalmente a América. Es la época del barón de Humboldt, panamista, también en el buen sentido, avant la lettre. Por parte de Ni-caragua estaban Crosman, [John] Baily, Félix Belly, Childs, Tay y otros; y Tehuantepec tenía a varios, sobre todo norteamericanos, por interés de vecindad y, por tanto, de absorción.

[Las iniciativas centroamericanas]

El historiador D. Alejandro Marure refiere que un hijo de Nica-ragua, el señor Manuel Antonio de la Cerda, jefe que fue después de

10 Publicada en 1902, la novela Enfant d’Austerlitz trata de la última etapa de la guerra de Napoleón y la época de la restauración borbónica desde la perspectiva de un niño: Omer Héricourt.

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aquel Estado, tuvo la gloria de ser el primer centroamericano que pro-moviese (en julio de 1823) el asunto del canal, y explica los motivos que le impidieron llegar a un resultado.11 El señor [José Simeón] Ca-ñas,12 ministro de Centroamérica en Washington, en un oficio dirigido al departamento de Estado, en 1825, propuso la cooperación de Cen-troamérica con los Estados Unidos para abrir el canal por la provincia de Nicaragua. Como consecuencia, el famoso Clayton, entonces secre-tario de Estado, comunicó sus instrucciones a Williams, ministro de la Unión en Centroamérica, para hacer las investigaciones necesarias y aun se celebró un contrato para la construcción del canal, que adolecía de defectos consiguientes a la ignorancia en que por falta de estudios exactos se estaba todavía sobre el costo y las necesidades de la obra”. Entonces fue cuando el Gobierno centroamericano recurrió a Holan-da. La política europea echó abajo las buenas intenciones de la compa-ñía holandesa que se organizó. Centroamérica intentó de nuevo, esta vez con los Estados Unidos, en tiempo del presidente Jackson.13 Hace tiempo que se solicita la boca del lobo... Las negociaciones siguieron su curso hasta que, en 1853, el Senado adoptó una resolución excitando al presidente a abrir negociaciones al efecto de proteger por tratados a cualesquiera compañías o individuos que acometiesen la construcción del canal, para los Estados Unidos lo mismo que para las demás nacio-nes. En 1849, los Estados Unidos dieron dos buenos pasos a ambos lados del istmo: obtuvieron una concesión del ferrocarril de Panamá y firmaron un tratado con Nicaragua para la apertura del canal. Inglate-rra paró la oreja; y a propósito de los indios de la Mosquitia, celebró el famoso tratado de Clayton-Bulwer, tan llevado y traído en estos últi-mos tiempos.

[el tratado Zavala-freylinghuysen]

En 1880, siendo presidente de Nicaragua el General [Joaquín] Za-vala, se firmó el contrato Cárdenas-Menocal, que quedó en nada. En

11 La iniciativa de Manuel Antonio de la Cerda (1790-1828), presentada en la Asam-blea Nacional Constituyente de Centroamérica y que incluía un plano, puede con-sultarse en Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 131, abril-ju-nio, 2006, pp. 19-22. De la Cerda fue el primer Jefe de Estado de Nicaragua. 12 José Simeón Cañas (1767-1838). Natural de El Salvador, fue presbítero, catedráti-co y diputado en la Asamblea Nacional de la Federación Centroamericana.13 Andrew Jackson (1767-1845), presidente de los Estados Unidos (1829-1837).

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1884, firmó en Washington el ministro Zavala un tratado, “en virtud del cual los Estados Unidos se comprometían a construir el canal con acompañamiento de ferrocarriles y telégrafo, concediendo Nicaragua no sólo el territorio al efecto, sino una faja de dos y media millas ingle-sas de ancho en toda la longitud de la obra. La empresa sería virtual-mente administrada por el Gobierno americano, quien entregaría al de Nicaragua una tercera parte de los productos netos”.14 Este tratado15 no obtuvo la ratificación del Senado americano: Cleveland16 lo reti-ró. Luego hubo otros arreglos y contratos que caducaron sin resultado ninguno.

[Los congresos de Amberes en 1871 y de París en 1875]

Respecto a la tristemente célebre Compañía Universal del Canal de Panamá, el señor Medina es más explícito. “Tendré que tratarla —dice— con más detalles, por haber sido testigo presencial de los aconte-cimientos desde su origen hasta el fracaso definitivo”. Así, recuerda el pri-mer Congreso científico que haya tratado del canal, en Amberes, el año de 1871, de donde salió muy recomendado el proyecto por el Darién, entre los ríos Tuyra y Atrato, presentado por M[onseiur] de Gogorza. En 1875 la cuestión fue tratada en el Congreso de Geografía de París. Se trató de la reunión de un Congreso Internacional que decidiría. Ya Lesseps aparece; y luego el Sindicato que él apoyaría y que tuvo por presidente al general Türr. Conseguidos los capitales, la Comisión de estudio que debía dictaminar fue enviada. La Comisión partió para América en noviembre del 76. Iba a bordo del vapor Lafayette, y entre sus miembros se contaban el ingeniero Reclus, el oficial italiano Bixio, Víctor Celler y seis ingenieros más, bajo las órdenes de Luciano Na-poleón Bonaparte Wyse. Tocóle al señor Medina ir en ese vapor en tal ocasión. Varios de los miembros de la Comisión eran amigos persona-les suyos y hace memoria de sus impresiones.

Sabido es que en ese tratado se estipula que las partes contratantes se comprometen a no ejercer un contrato exclusivo sobre el canal, a no

14 Veáse su texto en Revista Conservadora, Managua, núm. 42, mayo, 1964, pp. 21-26.15 Firmado en Washington el 1° de diciembre de 1884, fue el primero que Nicaragua otorgó a un país extranjero, pues anteriormente todas las concesiones habían sido a compañías o particulares.16 Grover Cleveland (1837-1908), presidente de los Estados Unidos (1885-1889).

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alzar fortificaciones en él, a no ejercer dominio alguno sobre Nicaragua, Costa Rica, la costa Mosquitia ni parte alguna de la América Central, ni directamente ni por medio de alianzas o protectorados. Ya se sabe cómo es la política de los países anglosajones, y cómo saben interpre-tar, según el caso, sus tratados y sus doctrinas. El canal no pudo tam-poco hacerse entonces. Luego fue la invasión filibustera de [William] Walker. Si Walker triunfa, el canal estaría ya hace tiempo abierto. En el 63 los Estados Unidos, que ya tenían plantado el jalón del ferrocarril en Panamá, propusieron a Colombia la construcción del canal; tales condiciones ponían, que Colombia no aceptó. Se dice —agrega el señor Medina— que el príncipe Luis Napoleón estuvo en San Juan del Sur y fue uno de los más entusiastas partidarios del canal por Nicaragua, aunque más tarde, dueño ya de un imperio, no hizo nada para llevar a la práctica la realización de sus ensueños juveniles. En efecto, Napoleón III publicó un estudio sobre el canal de Nicaragua, muy meditado e importante, y del cual, ya en tiempos en que era emperador, se ocupó el Instituto de Francia.17 Pero la cosa no pasó a más. El señor Medina habría podido investigar y darnos a conocer algo de las relaciones estrechas que ligaron al monarca francés y al ministro nicaragüense [Francisco] Castellón.18

En nuestras largas conversaciones —cuenta el diplomático centro-americano—, los ingenieros, y especialmente Bonaparte Wyse y Bixio, me hicieron ver la importancia decisiva de la misión que ellos llevaban, ase-gurándome que, una vez sus estudios terminados, la obra se ejecutaría sin

17 Canal of Nicaragua / or / A proyect to connect the Atlantic and Pacific Oceans by means of a canal (London, Mills & Sons, 1845) era su título en inglés, y en español: “El Canal de Nicaragua / Proyecto de Unión de los Océanos Atlántico y Pacífico por medio de un canal…”. Lo tradujo del francés, tomado de la Revue Brittanique (mayo, 1849), Mario H. Castellón Duarte en Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 131, abril-mayo, 2006, pp. 103-135.18 Francisco Castellón (León, 1815-idem, 1° de septiembre, 1855), jurisconsulto y estadista nicaragüense. Fue Ministro Plenipotenciario de Nicaragua en la Corte del rey Luis Felipe I de Francia para obtener su apoyo contra las pretensiones británicas en la Mosquitia, pero fracasó. Sin embargo, su entrevista con el príncipe Luis Napo-león, preso en el castillo de Ham desde su frustrado intento de apoderarse del poder de su patria el 6 de diciembre de 1840. El príncipe le agradeció la visita a Castillo, quien suprepticiamente deslizó dos cartuchos de oro que sirvieron, según tradición leonesa, para fugarse al futuro Napoleón III a Inglaterra en 1846 (Jorge Eduardo Arellano: Diccionario de autores nicaragüenses. Tomo I, Managua, Biblioteca Nacional Rubén Darío, 1994, p. 72)

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demora, gracias al poderío y a la influencia de Lesseps, en quien la Europa toda había depositado una confianza ilimitada después de Suez. Yo lo creía también así, y naturalmente, no dejé pasar una sola de las ocasiones que se me presentaron para influir en sus ánimos, haciéndoles ver las mil ventajas que Nicaragua ofrecía a la empresa; indicándoles la clemencia relativa del clima, la densidad de la población, superior a la de Panamá, la abundancia de maderas y víveres, etc. Tan pronto como terminaran sus estudios en el istmo y firmaran un contrato con el Gobierno colombiano, tenían la idea de pasar a Nicaragua con igual objeto.

[El Congreso de París en 1879]

Así pensaban regresar a Europa con todos los elementos necesarios para que la resolución del Congreso pudiera darse con entera imparcialidad y perfecto conocimiento del asunto. Pero cuando Bonaparte Wyse regresó de Colombia y Nicaragua, resultó que sólo con el primero había celebrado contrato para la construcción del canal de Panamá. Esta era la situación cuándo se reunió el Congreso Internacional que debía resolver definitiva-mente el punto”. aquí los recuerdos personales del señor Medina se precisan. “Reunióse el Congreso en París, y celebró sus sesiones en el hotel de la Sociedad de Geografía, en los días 15 a 29 de mayo del año de 1879. El elemento extranjero en dicho Congreso se componía de 62 delegados, representantes de Alemania, Austria, Bélgica, China, España, Estados Unidos, Colombia, Gran Bretaña, Hawai, Holanda, México, Noruega, Perú, Portugal, Rusia, Suecia y Suiza. En cuanto a las repúblicas de Centro América, sólo estaban allí representadas: El Salvador, por el ilustrado pu-blicista colombiano don José María Torres Caicedo19 (con quien el señor Medina tuvo un duelo célebre) Costa Rica, por don Manuel M. Peralta. Yo representaba entonces a Guatemala.

Además de estos delegados extranjeros, había en el Congreso más de ochenta representantes franceses, en su mayor parte ingenieros dis-tinguidos y casi todos hombres de verdadero talento y de real sabidu-ría, pero que, habiendo sido hábilmente escogidos por monsieur de Lesseps, estaban dispuestos a apoyar sus planes y a formar siempre la mayoría necesaria al triunfo de su inquebrantable voluntad. Para llegar a cabo metódicamente sus labores científicas, dividióse el Congreso en cinco Comisiones especiales, y a mí me tocó en suerte, a pesar de mis

19 José María Torres Caicedo (1830-1889), poeta y diplomático colombiano. Además de dos libros de versos en español, editó varios en prosa y en francés como Les prin-cipes de 1789 en Amérique.

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escasos méritos, ser el vicepresidente de la primera de ellas y de dirigir sus debates durante las ausencias del ilustre sabio francés monsieur Le-vasseur. Tratábase, ante todo, en el seno de esta Comisión de establecer, gracias a datos y cálculos estadísticos, los rendimientos probables del canal, para poder, desde luego, estar seguros de la equitativa relación que debía existir entre el capital empleado y los dividendos futuros. En este sentido traté siempre de inclinar los ánimos en favor de Nicaragua, basándose en cifras exactas pues todos o casi todos los proyectos de apertura de la vía interoceánica por el Lago y el San Juan, marcaban la necesidad de un capital menor al que era indispensable para llevar a cabo la obra en el Darién, y, por lo mismo, ofrecían más probabilidades de ganancias para los accionistas.

Esta cuestión era, en el fondo, una de las más importantes, y si mis ideas hubiesen prevalecido entonces, no hay duda de que la opinión públi-ca hubiera ejercido una presión contra Panamá, pero el público no prestó gran interés a ese punto de detalle y dejó obrar a los hombres que, estando encargados de hacer los cálculos estadísticos, con una libertad hasta cierto punto fantástica, debían decidir en última instancia. Dispuesto monsieur de Lesseps a no aceptar a Nicaragua sino en último caso, pidió que los datos fueran calculados con toda la posible largueza, basándose en el tráfico probable del porvenir, teniendo en cuenta el aumento gradual que habría obtenido el comercio cosmopolita cuando el canal empezase a funcionar; es decir, estableciendo los cálculos según lo que ese aumento estaba llamado a producir en 1866. El tonelaje previsto fue de 7.250.000. A pesar de la elevación en tal cifra fue necesario subir el precio primitivamente fijado como derechos de tránsito del canal, y, aún con todo eso, apenas se llegaba a obtener los rendimientos indispensables para pagar los intereses del capital que se necesitaba invertir en la obra. No así adoptando el proyecto Menocal por Nicaragua, que revelaba una economía de 500.000.000, comparado con el presupuesto hecho para Panamá por el ingeniero Ribourt.

[Medina y sus muchas revelaciones interesantes]

Las revelaciones del señor Medina son muchas y muy interesantes. Sería de desear que extendiese sus Memorias, que aumentase los deta-lles y diese a luz un verdadero libro que, de seguro, contendría datos curiosos, previsiones cumplidas y rasgos pintorescos. Recuerda el in-forme de Levasseur y los estudios de la cuarta Comisión del Congreso, compuesta de los más sabios ingenieros del universo, y que tenía que ocuparse de la parte técnica de los proyectos, que fueron muchos. Me

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llama grandemente la atención lo que rememora de una carta de mon-sieur Lucien Puydt y que leyó en una sesión el secretario de la Comi-sión. Era un eco anticipado de la catástrofe que debía venir, un anuncio del formidable “Panamá”, que debía minar la base de la gloria del Gran Francés. En esa carta se decía que monsieur de Lesseps se ocupa exclusi-vamente del éxito y del porvenir de la Compañía civil, y que la cuestión de la apertura del canal, desde el punto de vista del interés universal, queda relegada a un plan secundario, y su solución subordinada a la aceptación del proyecto de su protegido.

[Lesseps y su firme decisión por Panamá]

Más, mucho más contienen las apuntaciones y la riquísima Memo-ria del señor Medina respecto a los entretelones de la cuestión del canal, de asuntos técnicos y pasos diplomáticos, tanto en Europa como en los Estados Unidos. No dejaré de citar sus impresiones en las últimas se-siones de ese Congreso con Monsieur de Lesseps. La opinión extranjera —dice el señor Medina— se había pronunciado casi con unanimidad en favor de Nicaragua. Viendo esa presión desinteresada, monsieur de Lesseps se dirigió confidencialmente a mí y me dijo textualmente lo que sigue: “El sentimiento de la mayoría del Congreso parece pronunciarse en favor de Nicaragua; yo no tengo ningún interés personal en que se favorezca tal o cual vía, tanto más cuanto que los gastos hechos por el Sindicato de exploración Türr y Wyse pueden ser reembolsados por la Compañía que se forme; pero sería necesario formalizar algunas bases de arreglo con el Gobierno de Nicaragua, porque si el Congreso opta por el canal de Nicaragua y enviamos después un comisionado a tratar con aquel Gobierno, sin arreglo previo de ningún género, las pretensiones serán tales que no habrá modo de hacer un contrato realizable. ¿Hay alguien aquí autorizado para hacer cualquier ofrecimiento en nombre de Ni-caragua?”. Yo sabía desgraciadamente que no; y me limité a asegurar a monsieur de Lesseps, como amigo de Centro América, que Nicaragua com-prendería demasiado sus intereses para demostrar la intransigencia que él temía, y le insté para que dejara que el Congreso se pronunciase libremen-te; pero mis instancias, como las de otros, se estrellaron contra los temores de monsieur de Lesseps y contra la presión del Sindicato colombiano que trabajaba porque la decisión fuera enteramente favorable a sus proyectos. Lesseps se decidió firmemente por Panamá. En la votación general la mayoría de los representantes extranjeros se abstuvo. Entonces resul-

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taron 87 votos por Panamá, y sólo 8 por Nicaragua. El Gran Francés había triunfado...

Ahora es en los Estados Unidos. Se verá, por fin, cuál será la vía ele-gida por los yanquis, pues ellos son los que han de hacer práctico tanto proyecto. Por Panamá o por Nicaragua, o por ambas partes, ellos bus-can que América sea para los americanos.20 O para la humanidad...21 que habla inglés.22

20 Evidente alusión a la doctrina Monroe (1823), que solía resumirse en el célebre aforismo: America for the Americans.21 Otra alusión al estadista argentino Roque Sáenz Peña, quien en su discurso del 31 de mayo de 1890 —ante el Congreso Panamericano de Washington— declaró que la América tenía que ser para el mundo y para la humanidad. 22 Según Schimigalle, Darío alude al “English-speaking-world” o “English-speaking-race” (Mundo que habla inglés y Raza que habla inglés), conceptos acuñados en la obra Americanization of the World (1902) de W. T. Stead.

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la gueRRa1

LA GUERRA es hermosa para ti, ¡oh, joven arduo!, que, lleno de ilu-siones de gloria, has nacido con buena estrella; te respetarán las balas enemigas, mientras tus compañeros vayan cayendo como frutas madu-ras de una rama seca; saldrás victorioso en las luchas, de tal forma que, cuando regreses entre ellos, llores de orgullo vencedor; te aclamarán como a los primeros hijos de la Patria.

Para ti, mercader, que harás el caldo gordo, explotando inicuamen-te a los patriotas necesitados y negociando con la república, bendecirás esa discordia, que te habrá llenado el bolsillo de dinero y el vientre de satisfacciones.

Para ti, joven extranjero, que prestarás tu dinero con un interés crecido; para ti, manjar de la muerte o señor de la pólvora y de las má-quinas de matar hombres, que venderás sus hierros asesinos a precios fabulosos, sangre y oro, y de pobres pueblos lanzados al mar, al viento y a la tumba.

Para ti, político, que después de la carnicería irás a regocijarte con los restos de la desgracia o a inflarte al amparo de la victoria; y tramarás una nueva infamia, para que cuando la nación haya recobrado la salud perdida y sus venas hayan vuelto a hincharse, busques nuevas discor-dias con tu hermano o con tu vecino, discordias que traerán una nueva aventura de odios y envidias.

Para ti, artista pensador, que encuentras un campo admirable, don-de puedes dejar volar tus fantasías...

Pero para aquellas viejas que no harán más que llorar, para aque-llas mujeres pálidas, para aquellos pobres niños, desamparados..., para

1 El Cojo Ilustrado, Caracas, tomo XXIII, 1914, p. 661, tomado de Gerald M. Moser y Hensley C. Woodbridge: Rubén Darío y “El Cojo Ilustrado” (Nueva York, Hispanic Institute, Columbia University, 1961-64, p. 26). Evidentemente, por el año de su publicación, esta nota reflexiva fue generada por la Primera Guerra Mundial. Véase la reproducción íntegra de ese rescate en Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Docu-mentación (núm. 104, julio-septiembre, 1999, pp. 13-35).

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aquellas pensiones solicitadas, para aquella luz de noche, para aquellas tristes máquinas de coser... para aquellos vestidos negros...2

2 Otro texto de Darío sobre el mismo tema, “La locura de la guerra”, fue seleccio-nado en el volumen XI de las Obras completas (Madrid, Mundo Latino, 1918, pp. 137-148): “Uno de los primeros comentarios de la teoría del sabio inglés [Charles Darwin] está escrito en la quijada del asno del eficaz struglforlifero Cain”, dice una de sus frases.

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i

NicaRagua

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Adán Cárdenas

Evaristo Carazo

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uN pResiDeNte que sube y otRo que se va1

Valparaíso, 1º de marzo de 1887EL DÍA de hoy, en una de las repúblicas de América Central, la más importante por su posición geográfica, la más libre por sus institucio-nes, Nicaragua, sube a la presidencia, elegido por sus conciudadanos, el señor don Evaristo Carazo,2 y desciende el señor don Adán Cárde-nas,3 después de servir cuatro años a la patria como cumple todo probo mandatario.

1 La Unión, Valparaíso, 2 de marzo, 1887, cols. 2-4. Se publica en libro por primera vez, tomado de El Nuevo Diario, Managua, 23 de agosto, 2009. Este artículo no lo re-gistra ninguna bibliografía: es, por tanto, completamente desconocido. Al redactarlo, Rubén tenía apenas ocho meses de haber arribado al puerto chileno de Valparaíso y tomó muy en cuenta el consejo que el presidente Adán Cárdenas le dio al despedirse: “No se olvide de su patria”. Así se lo recuerda al mismo Cárdenas en carta que le diri-gió Darío desde Valparaíso el 12 de marzo de 1887: “He publicado en varios diarios artículos sobre Nicaragua, algunos de los cuales (por no tener otros a mano) le remito ahora”. Y añade, refiriéndose al que tengo el agrado de presentar:

“Me permito recomendarle (como a un hijo que quiere) el referente al nuevo go-bierno [el de Evaristo Carazo, quien acababa de tomar posesión el 1º. de marzo, día en que apareció dicho artículo], que dio a luz La Unión, periódico de todos el más conservador, redactado por el famoso Zorobadel Rodríguez, porque, aunque perte-nezco a La Época, dio cabida a mi artículo liberal y todo. En verdad, señor, no me juzgo profeta; pero no creí nunca que triunfara la candidatura de don Pedro” [Pedro Joaquín Chamorro Alfaro, principal contrincante electoral derrotado por Carazo].

Tres artículos, al menos, había publicado hasta entonces el joven de 20 años y 37 días que era entonces Darío, a saber: “la erupción del Momotombo” (El Mercurio, 16 de julio, 1886); “El canal por Nicaragua” (La Época,Santiago 6 de agosto, 1886) y, en un sentido más amplio, “La Unión Centroamericana” (La Época, 12 de agosto, 1886). Los tres fueron recogidos por Raúl Silva Castro en su libro: Obras desconocidas de Rubén Darío en Chile (Santiago, Prensas de la Universidad de Chile, 1934). Pero no localizó el siguiente sobre la presidencia de Cárdenas —para quien Darío había laborado en la Secretaría de la Presidencia junto a Pedro Ortiz— y la personalidad de Carazo.

Su título completo es: “Los gobiernos americanos. Un presidente que sube y otro que se va. El Canal de Nicaragua”. 2 Evaristo Carazo (1822-1889), presidente de Nicaragua (1° de marzo, 1887-1° de agosto, 1889).3 Adán Cárdenas (1836-1916), presidente de Nicaragua (1° de marzo, 1883-1° de marzo, 1887).

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Son las cinco naciones de Centro América de aquellas en que para gobernar se hacen precisos trabajos grandes, muchas fatigas, paciencia a toda prueba y tacto bien seguro. Pueblos agitados, con un progreso relativo, la política en ellos toma toda suerte de frases. ¡Ah, y muchas veces aquel que llega a la silla presidencial de cualquiera de los Estados tiene tan solamente dos caminos que seguir: el sufrimiento o la tiranía.

[La asonada, el desquiciamiento social]

A pesar de todo, Nicaragua se ha salvado de cierta enfermedad fu-nesta, que por desgracia en la América Latina ha tomado creces, en gobiernos cuya personalidad política es mirada con lástima, y a veces con desprecio, por las naciones serias y bien constituidas. Es ella una tremenda plaga que en Chile ha encontrado su verdadera ruta. Se la ha arrojado como un poder maravilloso. En países donde tal enfermedad se desarrolla dejan los partidos a un lado las ideas, y el bien propio es el que se busca.

Sube un hombre honrado al poder, y aquellos mismos que lo han elevado son los primeros que le estrechan en el círculo de sus ambi-ciones. Si la entereza resiste, se alzarán las protestas a la continua. Y ahí estará la prensa que se desborda, el ataque sangriento, el desprecio absoluto por toda especie de consideraciones. Y si ello toma creces, tras el pasquín vendrá la asonada, y tras la asonada las luchas intestinas, el desquiciamiento social; las masas populares concitadas se salen de madre como río revuelto y crecido, y el triste espectáculo que presenta a la faz del mundo en un pequeño Estado, falto de vida, cuya sangre se beben a una los vampiros de su política menguada.

Si el gobernante impera por el terror, favorecerá a los suyos para tenerlos propicios; hundirá los brazos hasta los codos de las cajas nacio-nales; desterrará al periodista que sea osado a decir una sola frase que no venga en su elogio; apaleará al sospechoso y fusilará al opuesto; será farsante y magnífico en ocasiones, y cubrirá el rostro de la República con una máscara imperial. ¡Dichoso Chile que a fuerza de trabajos y de esfuerzos inauditos, ha llegado a establecer de tal modo, que hablarle de tiranías, sea de sátrapas o de demagogos, es hablarle en griego!

[Mártir de la honradez]

Hemos asegurado que Nicaragua se ha salvado del mal terrible, y sin embargo, el presidente [Adán] Cárdenas, durante el período de su

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mando, ha sido un mártir de la honradez. Es decir, dejó un camino y siguió otro: sufrió. Mas una vez, mientras llevaba a la práctica proyectos que engrandecían y adelantaban el país, se alzó sorda y descaradamente el grito revolucionario; la mano del botín. En algunas otras repúblicas habrían sido traspasadas a balazos los pechos de los revolucionarios por los rifleros de sus excelencias.

En Nicaragua no sucedió así, porque el presidente Cárdenas prefería al derramamiento de sangre la quietud de los ciudadanos. Por eso, en vez de promover alarmas y choques desastrosos, extendió ferrocarriles, fundó escuelas e institutos docentes, aumentó bibliotecas y ensanchó de modos diversos el adelantamiento nacional. Procuró ahincadamente difundir la luz en los centros de aquel pueblo bravío, que tanto de ella necesita. Ni se dejó llevar de sus entusiasmos y audacias de hombre moderno que, siendo partidario decidido de la reforma, se encontró en la senda de sus propósitos con el inmenso valladar de un exagerado sentimiento religioso, de antiguo bien arraigado en el pueblo que le tocara dirigir; y he ahí cómo, en medio de las agitaciones y temores de los hazañeros que creían ver en él un formidable innovador a sangre y fuego, oportunista y no doctrinario, tuvo el tacto poco común de hacer una racional propaganda sin herir susceptibilidades de ningún género.

A él debe Nicaragua muchos progresos, y no podrá echar en ol-vido el nombre del ciudadano que ha cubierto el territorio de líneas férreas que junto con la navegación de los lagos forman una verdade-ra comunicación interoceánica; que ha protegido la industria; que ha dado desarrollo a la instrucción llevándola hasta el humilde villorrio, y dando alas al cultivo intelectual con el aliento al libro y al periódico; que ha sido un jefe de bien en todo caso, y que ha sufrido, en medio de sus esfuerzos y de sus luchas, desengaños amargos, muchas penas e injustísimos ataques.

[El canal y la raza de hierro]

Cárdenas desciende del poder con una gloria envidiable. El Canal de Nicaragua ha sido uno de sus más grandes sueños de patriota y go-bernante. Para la realización de esta idea, sus esperanzas se fundaron en esa gran nación, fuerte y emprendedora, raza de hierro, la norte ame-ricana, de grandes vuelos como el águila libre, tenaz como el bisonte y laboriosa como la hormiga. El Ministro [Joaquín] Zavala firmó con el Ministro Frelinghuysen en Washington un tratado sobre el canal. El

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Almirante [Daniel] Ammen ¡bravo señor! Golpeaba en el yunque de la voluntad americana con su tenacidad de raza y de carácter, nérvea y anglo-sajona.

El Senado tenía barbas blancas muy tercas, y no aprobó el tratado Zavala- Frelinghuysen. Mas, al bajar del poder el presidente Cárdenas, ha querido la Providencia mostrársele propicia; y como coronamiento de la obra de sus fatigas, ha circulado por el mundo, cinco días antes de subir el nuevo jefe de la nación nicaragüense, el siguiente cablegrama: “Washington, febrero 23. El Senado Americano acaba de autorizar la compañía del canal interoceánico de Nicaragua”. Se llevará, pues, a efecto, antes que el de Panamá, la obra por Centro-América tan de-seada.

Aquella con que pensaron los primeros conquistadores, de la que habla [fray Juan de] Torquemada en su Monarquía Indiana y el viejo padre fray Toribio [de Benavente Motolinía]. Aquella que en el siglo de Pedro de Alvarado, “un cosmógrafo vecino de México, varón de deseos, estuvo determinado de ir a ver y a pesar el altor de una mar y de la otra, y esto reserváronselo diciéndole: Que tal obra sólo al Rey pertenecía porque sólo el Rey tiene posibilidad”; la que preocupó a Squier y a Baymond; la que hizo escribir un opúsculo al emperador prisionero de Ham [Napoleón III] y un libro al sabio [Michael] Chevalier; la que será el cauce del comercio del mundo, la puerta de los mares, la senda del progreso, en aquella tierra fecunda y bella, reina de las olas con co-rona de volcanes. Y cuando todo esté hecho, el nombre del presidente Cárdenas será de aquellos que permanecen para siempre en el alma de la patria. ¡Loor a una administración tal como la que concluye en Nicaragua!

[La Oligarquía]

Por las vías de su antecesor caminará, es indudable, el nuevo jefe. El triunfo de la candidatura Carazo ha sido la caída del antiguo Partido Conservador, representado en aquel país por lo que se dio en llamar La Oligarquía.

Ésta era una agrupación de personajes llenos de influencia, hábiles en sus propósitos, y desde hace largo tiempo dueños de los asuntos públicos. A ellos se designaba con tal epíteto, allá donde son casi con-vencionales los hombres de los partidos, pues hay liberales sedicientes

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que son ultramontanos a todas veras, y tales que se apellidan conser-vadores y forman en las filas de sus grupos aun ostentando las ideas de un reformista y las utopías de un falansteriano. Es lo cierto que en el partido conservador, mientras tuvo influencias directas en el gabinete de Managua, logró merecer el dictado de amigo del progreso, como también mantener la paz con los Estados vecinos por mucho tiempo, a pesar de los mil inconvenientes que trae “la pequeña política de los países pequeños”.

[Carazo: hombre de bien seso]

Debe, pues, el nuevo Presidente seguir siempre adelante. Y ello se realizará porque él es hombre honrado y de bien seso. Será Carazo uno de esos gobernantes probos, firme en sus intenciones, anchos como el bien, de principios moderados, y cuyas cabezas rectas y levantadas no padecen el marco del incienso, ni el ofuscamiento producido por la música adulona de la turba cortesana. Será de los que ven la Hacienda de la República como cosa sagrada; de los que no descuidan las armas para el sostenimiento del orden; de los que protegen al pueblo y alien-tan y agrandan el trabajo y la industria, pues ven en ellos prosperidad y vida. Sus ideas de ciudadano las mantendrá las mismas, sin duda alguna, hoy que lleva el manejo de la cosa pública.

Hombre que aprecia la obra del agricultor, no podrá sino ayudar al soldado de paz que da para el consumo de la comunidad la cosecha de todos los años. Viajero de la Gran República, ha visto de cerca el vigo-roso y experimentado labriego californiano, formar con sus yunques y sus segadoras, con sus viñedos y sus molinos, uno de los vastos lechos por donde corre el gran río de vida que alimenta y fecunda la gran tie-rra norte-americana […]

Carazo es persona sencilla, no altanera, que no será, mientras go-bierne, hombre ciego que se hincha, ni de aquellos que se hacen un círculo de maniquíes, manejan los hilos de sus marionettes, se erigen monumentos y estatuas y se declaran grandes, ilustres y beneméritos […] Y así será dueño del porvenir de su patria, cuya grandeza futura será un hecho si de su campo fértil se siega la cizaña, para dar cabida al grano de oro de la abundancia, que tan solamente brota al calor de una paz no interrumpida.

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la obRa De Zelaya y su caíDa1

i2

¿Y LA política? Yo no me ocupo ahora en la política... Mas sí os diré que hay su buena dosis de falta de justicia cuando en el Río de la Plata, pongo por caso, se llama a aquellos países las “republiquetas”, con el mismo tono con que los ingleses llaman a todo el continente hispano-parlante South America... Ante todo, esas cinco patrias pequeñas que tienen por nombre Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Honduras han sido y tienen necesariamente que volver a ser una sola patria grande. Monsieur Levasseur, administrador del Colegio de Fran-cia, presentaba hace pocos meses al público una obra interesante sobre las riquezas de la América Central.3 El autor de ese libro es monsieur Désiré Pector, consejero del Comercio Exterior, antiguo Cónsul Gene-ral de Nicaragua y Honduras en París. Monsieur Pector es bien conoci-do entre los americanistas; ha asistido a casi todos los Congresos espe-ciales y publicada opúsculos y libros merecedores de todo aplauso.4

1 Capítulos VIII y XI de Rubén Darío: El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical. (Madrid, Biblioteca El Ateneo, 1909). El texto se ha tomado de la edición de Fi-del Coloma (Managua, Nueva Nicaragua, 1987); pero el título es nuestro. En esta primera parte —aparecida originalmente en La Nación, Buenos Aires, el 30 de no-viembre de 1909— Darío estratégicamente lo dedica a la política, aunque declare: “Yo no me ocupo ahora en la política.” Y su principal objetivo es mostrar el progreso alcanzado por Nicaragua bajo el régimen de Zelaya.2 Este capítulo fue publicado en La Nación, 30 de noviembre, 1908, p. 5, columnas 5-7, con el título “El viaje de Nicaragua / (Para La Nación) / VIII”. 3 Désiré Pector: Les richeses d’ Amérique Central; Guatemala, Honduras, Salvador, Ni-caragua, Costa-Rica; préface de M. E. Levasseaur (París, E. Guilmoto, 1908).4 Por ejemplo, Indication aproximative de vestiges laissés par le populations précolom-biannes du Nicaragua (París, Ernest Leroux, Editeur, 1888) y Étude économique sur le Republique de Nicaragua (Neuchatel [Francia] Societé Neuchaleloise d’ Imprimiere, 1893). Véase Jorge Eduardo Arellano: “Un centroamericanista del siglo XIX. Intro-ducción a la obra de Desiré Pector”, en Revista del Pensamiento Centroamericano, núm. 179, abril-mayo, 1983, pp. 91-95 y Nicaragua en el siglo XIX. Managua, Fun-dación Uno, 2005, pp. 355-364.

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[La América Central según monsieur Levasseur]

En La Nación, de Buenos Aires, hace ya tiempo apareció un ar-tículo suyo sobre uno de los trabajos lingüísticos del general Mitre. En esta última obra sobre la América Central el autor pone a la vista los elementos de vida y de prosperidad de las cinco Repúblicas. Mon-sieur Levasseur dice: De cualquier modo que sea, Centroamérica ha to-mado participación en el desenvolvimiento demográfico y económico que caracteriza el período, contemporáneo en los países civilizados. Algunas cifras bastan para probarlo. En 1674 se calculaba la población de las cinco repúblicas en 2.580.000 almas; en 1907 ella es, poco más o menos, de 4.295.000 almas. (Monsieur Levasseur se queda corto. Hoy pasa la po-blación centroamericana de cinco millones de habitantes). El comercio exterior se calculaba en 32 millones de francos (16 millones de importación y 16 de exportación) en aquella primera fecha, y en la segunda, en 215 mi-llones (importación, 98.435.000 francos, y 116.600.000 de exportación). La importancia minera de Nicaragua sola acaba de ser demostrada en un extenso y práctico estudio publicado en los Estados Unidos. El país adelanta. El progreso se hace notar. Pero la mala fama de las “republi-quetas”, diréis, está en sus continuas revoluciones. Ellas han sido pre-cisas muchas veces. Y ¿en qué pueblo en formación no las ha habido? Diríanse las fiebres del desarrollo. Mas la administración Zelaya en la tierra nicaragüense logró imponer el orden después de varias tentativas de perturbación de la paz, y el orden ha producido en poco tiempo una transformación.

[un caballero culto, de noble presencia…]

Al día siguiente de mi llegada a Managua, me dijeron: “Mañana espera a usted el Presidente”. Yo no había tratado nunca al general Zelaya. Le conocía por la prensa, por los elogios de sus partidarios de Nicaragua y por los denuestos de sus enemigos emigrados. Los pri-meros entonaban el natural himno. Los segundos le hacían aparecer como “el perturbador de la paz en Centroamérica”, como un sátrapa cruel y terrible, como uno más en la lista de los famosos sultanes hispa-noamericanos que han oscurecido y enrojecido la historia de nuestras nacionalidades. Un espadón, un machete. Nada más.

Me encontré con un caballero culto, de noble presencia, correc-to, serio, afable. Estaba en compañía de su esposa, una dama de gran

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belleza, que junta a la mayor distinción una sencillez encantadora. Es de origen belga, y su apellido es Cousin. El Presidente fue educado en Francia, en Versalles. Su padre fue íntimo amigo y compañero del célebre luchador de la Unión Centroamericana, Máximo Jerez. De él heredó el general Zelaya el culto por ese ideal patriótico y por los prin-cipios liberales. Por ellos ha luchado soldado valeroso desde los tiempos en que el presidente Barrios, de Guatemala, quiso realizar por la fuerza la unidad de las cinco repúblicas. En Nicaragua le alaban los liberales por haber quitado el Poder al Partido Conservador, que dominaba des-de hacía treinta años. Uno de sus biógrafos resume de esta manera la historia de sus esfuerzos y de sus victorias:

Era en la época de administración [de Roberto] Sacasa. Los conserva-dores se pronunciaron en Granada el 28 de abril de 1893, y Zelaya y sus partidarios, a fin de destronar el establecido Gobierno de León, se unieron a ellos, para separarse después de conseguida la victoria. Zelaya venció en el sitio de La Barranca, y desplegó tanto ingenio táctico y perspicacia estra-tégica, que ganó la entusiasta estimación de los conservadores. El Convenio de Sabana Grande dio término a la campaña, abatiendo a Sacasa y dejando en lucha a los partidos históricos.5 La paz duró pocos días. El 11 de julio de 1893 se pronunció el cuartel de León por Zelaya, proclamándole Presidente de la República, cuyo hecho estuvo a punto de ser su ruina. Los conserva-dores le guardaron en Managua como rehén, y los liberales perdieron con su ausencia a su jefe. No vaciló Zelaya en esta emergencia, y, acompañado de algunos valientes, rompió por entre las filas enemigas, consiguiendo re-unirse a los revolucionarios en Nagarote. Organizada la revolución, púsose en marcha hacia León, en donde, con rapidez y acierto, formó la Junta de Gobierno de que él fue escogido Presidente; asumió el mando de las fuerzas, marchando sobre Managua, en donde penetró vencedor, después de una lu-cha sangrienta, el día 25 de julio. Los conservadores imploraron la paz, que les fue concedida. En Centroamérica se formó en seguida un gran partido radical, armado y decidido, que dominó a los conservadores. Zelaya ejerció el gobierno provisional, dando pruebas de rara justicia y habilidad, mien-tras se reunía la Convención que le eligió Presidente por cuatro años. La carta que se dio en Nicaragua fue una remembranza fiel de la Constitución de Río Negro, resumen del derecho individual victorioso sobre la tradición autoritaria y heraldo de las conquistas democráticas de la República. Así, después de tantos años de guerras, de revoluciones y de luchas intestinas, la

5 El presidente [Roberto] Sacasa, varón de prudencia, inspirado en sentimientos pa-trióticos, quiso, ante todo, poner fin a la guerra civil. [Nota de R. D.]

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floreciente República de Nicaragua pudo al fin descansar bajo un Gobierno liberal y honrado, por lo cual los efectos de una buena administración dieron los frutos deseados por todo el país.6

[De arriba se ha logrado imponer más voluntad de paz y de trabajo]

Naturalmente, los miembros del partido derrotado han lanzado sus protestas, y han procurado hacer ver en el exterior bajo una luz poco propicia la obra del general Zelaya. Han tergiversado hechos, han ata-cado de diversas maneras la actual administración, han desempeñado el papel de todas las oposiciones. Un caso, por ejemplo. Se me había dicho que allá imperaba un régimen de terror, que el cadalso político se había levantado muchas veces y que no existía la menor manifesta-ción de libertad. Pues bien, he llegado y he podido cerciorarme de que jamás se ha sacrificado a nadie por motivos políticos; que los únicos fusilamientos que se recuerden son los de los militares complicados en el atroz crimen de la voladura de un cuartel, donde hubo tantas pobres víctimas.7 A los conspiradores se les ha, cuando más, alejado del país. He podido ver allá mismo transparentarse ambiciones que en países vecinos hubieran sido vistas como sospechosas; he oído en varias partes palabras de descontentos, y he podido ver tal publicación llena de ata-ques al Gobierno, que en otras repúblicas habría sido harto peligrosa para sus autores.

Mas de arriba se ha logrado imponer una voluntad de paz y de trabajo; y como se dice, el movimiento se ha demostrado andando. Lo realizado en bien de la República y de su adelanto, es la mejor prueba de tales asertos. Se ha establecido la libertad religiosa; el laicismo en la educación; la amplia libertad de testar; el mantenimiento del habeas corpus; “el voto activo, irrenunciable y obligatorio”; la justa representa-ción de las minorías; el establecimiento de una sola Cámara; la incom-

6 Juan de Dios Uribe: J. Santos Zelaya, Quito, 1897; reproducido en Boletín Nicara-güense de Bibliografía y Documentación, núm. 24, julio-agosto, 1978, pp. 70-91.7 El Cuartel Principal Militar de Managua hizo explosión la noche del 16 de abril de 1902 causando la destrucción de ocho cuadras a la redonda de la ciudad, incluyendo la Estación del Ferrocarril. El gobierno siguió una investigación en la que resultaron implicados el general conservador Filiberto Castro y el coronel salvadoreño Anacleto Guandique, de alta en el referido cuartel. Un consejo de guerra los condenó a muerte y fueron fusilados el 19 de enero de 1903.

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patibilidad entre el ejercicio de la representación popular y puestos de Gobierno; el self government; la nueva ley Electoral; la secularización de cementerios; el divorcio tal como se ha adoptado, en Francia, y mucho antes que en Francia,8 aumento progresivo de las rentas públicas; desa-rrollo de la instrucción, aumento de escuelas; cumplimiento exacto en el arreglo de la Deuda, cuyos cupones nunca han dejado de pagarse, a veces con anticipación; creación de nuevas líneas férreas; ley de trabajo en protección de los trabajadores; mejoramiento de puentes y caminos; aumento de la pequeña Marina del país; apoyo a empresas agrícolas y forestales que, como las de la Costa Atlántica, son para la Repúbli-ca un veneno de riqueza; el muelle del puerto al Pacífico de Corinto. “Por otra parte —dice el mismo Presidente—, no se ha circunscrito la presente administración a mantener lo que encontró; antes bien, la ha modificado, lo ha ampliado, lo ha puesto, en fin, a la altura de las nece-sidades que ha de llenar”. La industria minera ha adquirido un crecido desenvolvimiento. Se ha establecido en la capital un Museo; en las ciu-dades el antiguo aspecto colonial ha cambiado, viéndose ahora un aire urbano, elegante y moderno, por parques, calles y edificios nuevos.

[“Perturbador de la paz en Centroamérica”]

Zelaya ha sido admirado como un héroe de la guerra, pero no ha faltado quien haga ver sus méritos y preeminencias como héroe de la paz. Fijaos bien los que sabéis por experiencia lo que son los prestigios de los caudillos, la dificultad que hay en las inorgánicas democracias para transformar la obra activa de la guerra en la obra progresiva de la paz. El general Zelaya es un ejemplo admirable. Un escritor de los más discretos y de los de mayor carácter de su país resume en estas sanas palabras esa página de política centroamericana. Habla de Zelaya, y dice: “La trayectoria de su marcha política ha recorrido varias fases, todas ellas bien marcadas y hondamente definidas. Tenido primero como propagandista de su causa por su entereza de carácter y vincu-laciones populares; odiado luego por sus triunfos de revolucionario, destruyendo abusos y rompiendo abiertamente con la tradición secular de inicuo absolutismo; respetado después por haberse impuesto airosa

8 Últimamente, la ley Selva —llamada así por el nombre del distinguido diputado que la propuso— ha ampliado el divorcio de una manera progresista y eficaz. [Nota de R. D.]

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y noblemente a cuantos elementos y asechanzas se opusieron a su paso; querido más tarde por el buen éxito de sus triunfos y por el notorio mejoramiento de sus brillantes actos administrativos, es admirado, en definitiva, por su tenaz brega y su resolución inquebrantable para ad-quirir la paz, que a todos aprovecha y todos aplauden, asegurándola para común y positivo interés de legítima victoria nacional”.

He ahí al “perturbador de la paz en Centroamérica” como el verda-dero implantador de la paz. Nadie como él ha prestado su voluntad y su influencia para lo que se puede llamar definitivo paso en favor de la paz centroamericana: la Conferencia de Washington, y el establecimiento de la Corte de Centroamérica en la ciudad costarricense de Cartago. Es allí donde el creso Carnegie regaló medio millón de francos para un edificio conmemorativo. Diréis que las repúblicas pequeñas, como las niñas pobres, pero honradas, no deben aceptar esos regalos. Mas sabed que el Tío Samuel demuestra que va “con buen fin...” De todos modos, Zelaya ha sido quien nos ha dado muestras de deseo de paz y voluntad de unión. Eso se lo han reconocido en los Estados Unidos y en México. Y para concluir este capítulo, os diré que su elogio ha sido hecho jus-tamente por alguien cuyo nombre ha sido admirado y reconocido en el mundo conforme con sus merecimientos y su autoridad universal. Quiero nombrar a Teodoro Roosevelt.

Así pensaba yo escribir al salir en Managua del Campo de Marte, morada presidencial, en una noche tibia y coronada, de estrellas, al amor del trópico natal.

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ii9

En momentos de corregir las pruebas de este libro me llegaron las noticias de los últimos acontecimientos que han perturbado la paz de aquella República y producido la caída del presidente Zelaya. 10

Lo lógico, lo usual y hasta lo humano sería que, una vez que aquel gobernante ha caído, yo suprimiese los elogios y los sustituyese con las más acerbas censuras. Me permitiré la satisfacción de dejar intacto mi juicio.

En El viaje a Nicaragua pueden leerse estas palabras de uno de mis discursos pronunciados durante la gira por mi tierra natal: Como ale-jado y como extraño a vuestras disensiones políticas, no me creo ni siquiera con el derecho de nombrarlas. Yo he luchado y he vivido, no por los Go-biernos, sino por la Patria; y si algún ejemplo quiero dar a la juventud de esta tierra ardiente y fecunda, es el del hombre que desinteresadamente se consagró a ideas de arte, lo menos posiblemente positivo, y después de ser aclamado en países prácticos, volvió a visitar su hogar entre aires triunfales; y yo, que dije una vez que no podría cantar a un presidente de república en el idioma en que cantaría a Halagaabal, me complazco en proclamar ahora la virtualidad de la obra del hombre que ha transformado la antigua Nicaragua, dándonos el orgullo de nuestra inmediata suficiencia casi la seguridad de nuestro fuerte porvenir.11

9 La Nación, 25 de febrero, 1910, p. 5, col. 4-5. 10 Tras presentar Zelaya su renuncia a la presidencia el 16 de diciembre de 1909, la Asamblea Nacional Legislativa designó como su sucesor al doctor José Madriz en la sesión del 21 de diciembre del mismo año. Fidel Coloma comenta este artí-culo, transformado en el capítulo XI de El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical, afirmando que señala aspectos importantes. “Se nota que está confuso: reitera su no participación en las luchas políticas de su patria, que tiene amigos en el grupo revolucionario, que es amigo del nuevo presidente, doctor José Madriz, pero resalta claramente su lealtad al régimen de Zelaya y su amistad para Zelaya y su esposa, doña Blanca” (El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical, op. cit. p. 59).11 En el capítulo I de El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical, op., cit., procedente del discurso pronunciado el 22 de diciembre de 1907, en León, reproducido en Juan J. B. Prado: Laurel solariego (Managua, Tipografía internacional, 1909, p. 205).

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[Un país con mayores adelantos que el que dejara]

Nada tengo que rectificar. Mi impresión, al llegar después de quin-ce años de ausencia, fue la de un país con mayores adelantos que el que dejara. Si a las administraciones anteriores se debe la implantación del telégrafo, el ferrocarril, las negociaciones para la apertura del canal, que no pudo llevarse a cabo, no puede negarse que el Gobierno de Zelaya realizó muchas obras en bien de la República. Ellas están enumeradas en un capítulo anterior.

Ahora, el rumor sordo anunciador de lo que ha pasado pude muy bien notarlo durante mi corta permanencia, aun en medio de la mul-tiplicidad de las fiestas con que me obsequiaron mis compatriotas y amigos y el mismo Gobierno.

Esos rumores que anunciaban la tempestad que después se desata-ra, y que aparentaban tener por causa la situación económica, puede asegurarse que no eran sino instigaciones de los Estados Unidos y de [Manuel] Estrada Cabrera, su instrumento para el desarrollo de sus planes.12 Propalaban que era el odio a unos cuantos que se han enri-quecido lo que motivaría la revolución contra el Gobierno de Zelaya. Y, en efecto, aquello que confidencialmente me decían algunos amigos, de diferentes partes de la República, sobre el estado general de pobreza, lo caro de la vida, la progresiva depreciación del papel moneda y el engrosamiento de ciertas particulares fortunas, es justamente lo mismo que he visto después expuesto en las publicaciones revolucionarias ade-rezadas en Bluefields.

Al recibir las primeras noticias me temí que de nuevo se hubiese encendido el antiguo antagonismo entre conservadores y liberales, o, peor aún, los odios entre la parte oriental y occidental del país, entre

12 Así lo señaló Zelaya en su refutación a la nota Knox, inserta en su libro La revo-lución de Nicaragua y los Estados Unidos (Madrid, Imprenta de Bernardo Rodríguez, 1910). Escrita en tercera persona, sostuvo: “Nada, pues, presagiaba un movimiento revolucionario. Sin embargo Zelaya contaba con dos enemigos poderosos, cada uno de los cuales había buscado la oportunidad de hacerlo abandonar el poder. Primero, Estrada Cabrera, siempre en acecho contra el presidente nicaragüense, al cual no le fue posible derrocar en 1907, a pesar de contar con la cooperación de otros elementos de Centroamérica, y para cuyo descrédito había incitado campañas de prensa así en América como en Europa; y segundo, el gobierno de los Estados Unidos…”. (Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 6, julio-agosto, 1975, p. 32).

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Granada y León. Esta lamentable desunión viene desde tiempos de la Colonia, y ha costado a Nicaragua mucha sangre y muchos perdidos intereses.

[Madriz: un carácter y un talento]

Ha sido, desde luego, un bien para el país, que Zelaya patriótica-mente haya depositado el mando en, el doctor [José] Madriz.13 Conoz-co a Madriz desde los años en que éramos compañeros de colegio. Es un carácter y es un talento. Su actuación política ha sido trascendental en Centroamérica. Fue de los que acompañaron a Zelaya en la revolu-ción que derrocó al Partido Conservador en el año 1893. Fue el primer Ministro de Relaciones de Zelaya, y, siendo ministro, uno de los que dirigieron la revolución contra él. Tras el fracaso de ésta, se trasladó a San Salvador. Un rasgo que le honra es que cuando Nicaragua estuvo en guerra con Honduras, a pesar de las inquinas políticas, volvió a Ni-caragua y ofreció sus servicios al Gobierno.

Él fue enviado a la Conferencia de Washington y nombrado Ma-gistrado de la Corte Suprema de Justicia Centroamericana, creada en dicha Conferencia, que tiene su sede en la ciudad de Cartago, de Costa Rica,14 y para cuyo edificio regaló medio millón de francos el plutócra-ta yanqui Andrew Carnegie.15

Estoy seguro de que no se le ocultaba al presidente Zelaya que el doctor Madriz contaba con muchos partidarios que le eligiesen para la Presidencia. Sin menoscabarle méritos, como él decía cuando se logra-ba que los ingleses desocupasen el reino mosquito: “Antes de despedir-me de vosotros, quiero hacer especial recomendación del valiente mi-nistro doctor D. José Madriz, que os acompaña en esta expedición. Va en nombre del Gobierno a imponer nuestras leyes a los rebeldes. Lleva confianza en el éxito de su misión, porque cuenta con soldados como

13 José Madriz (León, 1867-México D. F., 14 de mayo, 1911), presidente interino de Nicaragua entre el 21 de diciembre de 1909 y el 20 de agosto de 1910.14 Una semblanza más completa, aunque siempre breve, escrita por Darío de Madriz es la que Eduardo Poirier transcribe en su libro Chile 1910 (pp. 352-353), inserta en el capítulo “Nicaragua” y reproducida en el Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 97, octubre-diciembre, 1997, pp. 109-110.15 En “La invasión de los Bárbaros del Norte” citará de nuevo a este millonario y filántropo estadounidense. Veáse la nota correspondiente.

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vosotros, que sabrán en el momento dado apoyar sus disposiciones”.Hasta el momento de escribir estas líneas, no se sabe si vencerá Ma-

driz a [Juan J.] Estrada.16 Si Madriz ocupase la Presidencia, será desde luego un gobierno civil. En cuanto a Estrada es un militar joven y que se ha distinguido muchísimo en las filas del general Zelaya. ¡Quién me diría que cuando iba yo en la comitiva del Presidente, para la entrevis-ta que tuvo en las fronteras costarricenses con el presidente de Costa Rica, señor [Cleto] González Víquez, estaban ya en el cerebro de aquel compañero de excursión las ideas que le han llevado a la sublevación y a la batalla!

No me atrevo a profetizar a estas horas. Si la parte occidental se pone al lado de Madriz, triunfará Madriz. Pero ¿es que acaso Estrada, que es de Managua capital de la República, no querrá evitar un choque entre las dos de antiguo antagonistas partes de su Patria? Demasiadas son las rencillas, demasiados son los odios que han dividido el país hace tanto tiempo. Ya que no se ha podido hacer la unión de las cinco Repúblicas Centroamericanas, ¿no será posible realizar la concordia en un solo país?

[Doña Blanca de Zelaya]

En cuanto a doña Blanca de Zelaya, que ha causado siempre la más grata impresión, diré que es belga de origen, que es muy bella y que ha hecho mucha caridad en Nicaragua.17 Ella me condecoró, en un acto público, con una medalla de oro. Yo le he escrito unos versos y le he re-galado un brazalete de que han hablado los diarios. Los versos pueden

16 Juan J. Estrada (Managua, 1865-Bluefields, 1947), presidente de Nicaragua de facto entre el 29 de agosto de 1910 y el 1° de enero de 1911; legalmente, del 1° de enero de 1911 al 9 de mayo del mismo año.17 En la crónica “Vida belga” (La Nación, 9 de junio, 1907, p. 6), Darío le había de-dicado un párrafo consistente, en el que alude al bello y suave rostro que se divulgaba con los más gratos comentarios en las ilustraciones de la prensa belga, agregando estos datos curiosos: “Doña Blanca es de Namur. Yo la conocí en Managua, muy niña aún, y ya su inteligencia, su gracia y cultura, anunciaban a la gran dama de hoy. La esposa del presidente Zelaya es muy amada en todo el país, por su gentileza, su espíritu generoso, su incansable don de bien. Es una princesa de caridad y de bondad que, al lado de su marido, hacen pensar en esos terciopelos y sedas finas en que descansan las espadas. A su padre, el profesor Cousin, se debe mucho el progreso artístico de mi país natal”.

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leerse en el Intermezzo tropical, entre los que escribiera durante mi via-je.18 Y el brazalete acróstico se componía de piedras que correspondían a las letras del nombre del esposo presidencial:

La J es el jacinto.

La S es el sardoine. La A es la amatista. La N es la nefrita. La T es el topacio. La O es el ópalo. La S es la sardonix.

La Z es el zafiro.La E es la esmeralda. La L es el lapislázuli. La A es la aguamarina. La Y es el imán. La A es la amatista.19

[La hostilidad de la Casa Blanca]

Dios quiera llevar la paz a mi país. Se dice que los Estados Uni-dos han intervenido en todo esto. Si ello fuese cierto, como parece, es lamentable que nación alguna intervenga en los asuntos íntimos de Nicaragua, ni aun para hacer el canal... Ya se sabe que el mismo Lesseps informó en un tiempo que el único canal posible era el de Nicaragua.

18 “A Doña Blanca de Zelaya”, fue leído por su autor en la velada que se le tributó en Managua en febrero de 1908, véase la crítica de Lino Argüello en El Independiente de León, reproducida en Juan B. Prado: Laurel solariego (Managua, Tipografía In-ternacional, 1909, p. 176). Fidel Coloma lo valora como “poema cortesano, en que la maestría del poeta se compadece en una erudición elegante y desenvuelta, entre sonriente e irónica, al rendir homenaje a la esposa del general Zelaya”.19 Fue enviado por el remitente a su destinataria con esta misiva: “Señora: Los poetas solemos hacer acrósticos. Yo he querido que el que yo le ofrezco a usted, a mi llegada a Nicaragua, sea un acróstico lapidario, que conserve continuamente las letras que for-man el nombre que es la felicidad del hogar [aquí el acróstico]. Guarde éste modes-tísimo recuerdo como si fuese poesía materializada, que no otra cosa podría ofrecer a la que es en verdad reina de mi tierra”. Se insertó en la gacetilla “Obsequio simbólico. Rubén Darío a doña Blanca de Zelaya”, publicada en el diario La Tarde, de Managua, reproducida en Juan B. Prado: Laurel solariego. Op., cit., pp. 186-187.

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Después los Estados Unidos quisieron realizar la obra. No se sabe qué negociaciones la dificultaron; pero es un hecho que desde que los espa-ñoles pensaron en abrir el Istmo, es por la tierra que más fácilmente se puede llevar a cabo.

Después de todo, sin la hostilidad de la Casa Blanca, Zelaya estaría aún en el Poder.

¡Oh, pobre Nicaragua, que has tenido en tu suelo a Cristóbal Co-lón20 y a fray Bartolomé de las Casas,21 y por poeta ocasional a Víctor Hugo. Sigue tu rumbo de nación tropical; cultiva tu café y tu cacao y tus bananos; no olvides las palabras de Jerez: “Para realizar la Unión Centroamericana, vigorízate, aliéntate con el trabajo y lucha por unirte a tus cinco hermanas!”

20 El Almirante sólo avistó el litoral atlántico de Nicaragua. Personalmente, no de-sembarcó; sólo entraron al “Río del Desastre” (el Río Escondido, según Jaime Íncer) dos de sus tripulantes —Martín de Fuenterravia y Miguel de Lariaga— quienes, en busca de leña y agua dulce, perecieron en una tormenta el 17 de septiembre, siendo los primeros europeos fallecidos en tierra firme.21 El tenaz defensor de los indios estuvo en Nicaragua tres veces: a principios de 1531, año en que partió del Realejo al Perú; de febrero, 1532 a junio, 1533; y en 1535. El 15 de octubre de ese año escribió en Granada una “Carta a un personaje de la Corte”. Veáse a Ernesto Mejía Sánchez: “Las Casas en Nicaragua”, Nicaráhuac, Managua, núm. 12, abril, 1986, pp. 151-160.

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los asuNtos De NicaRagua1

La Habana, noviembre de 1910.

LOS DETALLES de los acontecimientos en que he sido —bien a mi pesar— el protagonista, con motivo de la representación de Nicaragua en el centenario de la independencia de México, han sido divulgados ya en las columnas de los periódicos de Cuba, en todos los de Centro América, y en muchos de los Estados Unidos.2

Y como, hasta ahora, puede decirse que no ha habido ni uno solo que de esto haya tratado con conocimiento, y sin entregarse a hipótesis más o menos fantásticas voy a escribir, para mis lectores de La Nación, un relato sencillo y sincero de lo ocurrido con mi misión diplomática en México.

1 La Nación, Buenos Aires, 7 de diciembre de 1910, p. 8, col. 2-4, con el título “Los asuntos de Nicaragua. Un incidente diplomático”; recopilada por el doctor E. K. Mapes en su volumen de Escritos inéditos de Rubén Darío (Nueva York, Instituto de las Españas, 1938, pp. 164-168). Se incorporó en la última serie de Obras completas (Madrid, Afrodisio Aguado, S. A., 1955), vol. IV (“Cuentos y novelas”), pp. 580-592, con la supresión de su procedencia, y la fecha de su redacción: “La Habana, noviembre de 1910”, tan significativa para la comprensión del texto, señaló Ernesto Mejía Sánchez al difundirlo en su compilación Estudios sobre Rubén Darío (México, Fondo de Cultura Económica, Comunidad Latinoamericana de Escritores, 1968, pp. 65-72). El artículo contiene erratas o errores que se habían perpetuado. La de “Ramón Martínez”, se corrige por “Ramos Martínez” [Alfredo], el pintor mexicano, amigo de Darío, quien lo acompañó por indicación de Justo Sierra hasta La Habana, de regreso a Europa. El señor Nervo, que se menciona como “segundo introductor de embajadores”, es el hermano menor de Amado Nervo, el poeta amigo de Darío.Por lo demás, “Los asuntos de Nicaragua” proceden del diario que escribió Darío entre el 15 de julio en París y el 11 de septiembre de 1910 en Veracruz sobre su falli-do viaje a la capital de México. Tomado de su manuscrito, lo dio a conocer Alberto Ghiraldo [ed.]: El archivo de Rubén Darío (Buenos Aires, Editorial Losada, 1943, pp. 385-395). Éste diario lo reprodujo Ernesto Mejía Sánchez en su compilación Estudios sobre Rubén Darío, op., cit., pp. 57-64.2 Obviamente, también se discutieron en México, por ejemplo en “El caso Rubén Darío” (El País, 3 de septiembre, 1910 y “El País y el Derecho Internacional” (El Imparcial, 5 de septiembre, 1910).

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[Me puse a las órdenes del gobierno de Nicaragua]

Yo vivía en mi tranquilo retiro de París, dedicado a estas correspon-dencias y a mis habituales tareas literarias, cuando el 15 de julio último recibí la visita del señor Crisanto Medina, ministro de mi país en la ca-pital francesa. El objeto de la visita era consultarme sobre el proyectado nombramiento mío para enviado especial y ministro plenipotenciario en México durante las fiestas del centenario y de la independencia. Yo me puse a las órdenes del gobierno de Nicaragua.

Hallábame yo a la sazón, después de desempeñar durante tres años el cargo de ministro residente en Madrid, esperando mis cartas de re-tiro para ir a despedirme de S.M. el rey Alfonso XIII que con tanta gentileza y benevolencia me acogió y distinguió mi representación di-plomática en la corte de España. Mas a pesar de haber enviado mi di-misión irrevocable varias veces al gobierno del general Zelaya primero y después al del doctor Madriz, tal era la desorganización de la cancillería de Nicaragua, que mis cartas de retiro no llegaron. Y habiendo recibido anteriormente una muy afectuosa del doctor Madriz que me anunciaba su propósito de utilizar mis servicios, pues “como le dejo dicho, escri-bía el presi dente de Nicaragua, me causa pesar que deje de ayudarnos”, deci dí aceptar una misión que me agradaba más por ser México el país a quien debía saludar en nombre del mío. Acepté, pues, y así se comu-nicó al Ministerio de Relaciones Exteriores de Managua.

[Crisanto Medina: decano de los diplomáticos hispanoamericanos en Europa]

Mientras de allí me notificaban una resolución definitiva, el señor Crisanto Medina estuvo en comunicación conmigo y a él debí, al fin, la notificación última y el decisivo impulso para em prender el viaje. El señor Medina es, indudablemente, el decano de los diplomáticos hispano-americanos en Europa, donde tiene só lidas y bien fundadas relaciones en diferentes cortes y gobiernos con los que ha estado en contacto durante su ya larga carrera diplomática. Ésta no existe propia-mente dicha en Nicaragua, como en casi ninguna república hispano-americana. Los representantes en el exterior han sido, por regla general, extranjeros, como el espa ñol Marcoleta o algún conde italiano de cuyo nombre no quiero acordarme. Y salvo en contadas como honrosas ex-cepciones los re sultados han sido deplorables. Nómbrese el funcionario

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libremente y con arreglo a la misión especial que se le encomiende, como se hizo antaño cuando la denominación del grande e ilustre Jerez para ministro de Washington, o el envío a la corte de Luis Felipe del señor Francisco Castellón. Que yo recuerde, en mi patria no ha habido más diplomáticos que puedan llamarse de carrera, que el señor [Luis F.] Corea, a cuya representación en la capital de los Estados Unidos estaban encomendados determinados importantes intereses del gobier-no del general Zelaya, y el señor Medina que por residir a la continua en París, representa a Nicaragua en Europa hace ya largo número de años.

[las flores del afecto popular no florecían exclusivamente para un diplomático en calidad de tal]

Decidido al fin mi viaje, dispúseme a partir de Francia en el vapor La Champagne, que zarparía de Saint-Nazaire el 21 de agos to. Por en-tonces ya habían comenzado a llegar a París periódicos y revistas de México dando cuenta de los preparativos que en la república se ha-cían para recibir a los enviados extranjeros a las fiestas del centenario. El gobierno acordó que a su llegada a puertos nacionales o al salvar las fronteras del país se les rendirían honores militares; alojamientos especiales serían graciosamente puestos a disposición de las misiones diplomáticas y se velaba porque los visitantes extranjeros encontrasen una acogida tan inolvidable y gentil como la que es fama han encon-trado los embajadores que han asistido a las fiestas de Mayo en Buenos Aires.

Pero separadamente, aparte de preparativos oficiales, toda la pren-sa hablaba del propósito de dispensar acogida especialmente cariñosa, popular y espontánea, a uno de los enviados de Centro América: al de Nicaragua. Sólo que las flores del afecto popular no florecían exclusiva-mente para el diplomático en calidad de tal, sino que iban a perfumar el alma y a llenar de reconocimiento al literato, al artista. Hubo una neta y definida separación. Para el diplomático, el respeto popular y las atenciones oficiales corres pondientes al cargo. Para el hombre de letras, el cariño del pueblo mexicano pronunciándose con intensidades desacostumbradas que obligan mi recuerdo para siempre: el impetuoso entusiasmo de una juventud noble y vehemente; la simpatía de una culta sociedad que abría sus salones al intelectual.

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Y me enteraron de recepciones en perspectiva: comisiones iban a salir de México para darme la bienvenida en Veracruz, por me diación de personas de elevada mentalidad y alta representación en la repú-blica. Veladas, fiestas, banquetes organizábanse por los cariñosísimos amigos que en aquel gran país me recuerdan. Y bajo esas impresiones dejé el 20 de agosto mi retiro de París y partí de Francia el 21 a las 4 de la tarde.

[antes aún de salir de aguas francesas, comencé a sentirme en méxico]

A bordo de La Champagne, antes aún de salir de aguas fran cesas, comencé a sentirme en México. Mexicanos componían casi en totali-dad el pasaje y al salir de las escolleras del puerto de Saint Nazaire, un antiguo y buen amigo que encontré a bordo habíame hecho conocer a distinguidas personas de la alta sociedad mejicana que eran nuestros compañeros de viaje. Iban en La Champagne, los señores Luis y Enrique Fernández Castelló, hijos del señor mi nistro de justicia de México, cul-to y reputado jurisconsulto el ma yor y brillante arquitecto el segundo, que han sido conmigo en todas las incidencias de mi viaje tan correctos y exquisitamente amables como pudiera yo haberlo deseado; iba con nosotros igual mente el diputado nacional señor don Antonio Pliego Pérez, gran financista de sólido prestigio político, a cuya buena amistad merecí atenciones y ofrecimientos que agradeceré siempre. También co nocí a bordo, al abogado señor Segura, fundador de grandes em-presas periodísticas y a don Fernando Orvañanos, letrado distin guido, sumamente apreciado en el foro mexicano y miembro expec table del partido católico.

La prensa parisiense había también recogido la noticia de mi nom-bramiento y de mi partida. Y entre todos mis comarcanos sólo hallé una afectuosa cordialidad y un exquisito deseo de hacerme agradable la travesía que fue para mí un tónico descanso de mis “surmenages” de los últimos días parisinos. El ministro de Bélgica en México, Mr. Allard viajaba en La Champagne acompañado de un profesor de la uni-versidad de Bruselas: también formaba parte de su grupo el conde de Chambrum, capitán de artillería, attaché militar a la embajada francesa en Washington y que debía asistir a las fiestas mexicanas. Mi carácter diplomático me acercaba a ellos y pronto cambiamos impresiones.

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[Sin bajar a tierra en Santander y La Coruña]

Gratamente transcurrió el tiempo para mí entre tan escogido gru-po de amigos, como el que encontré en el transatlántico francés. Y en la mañana del lunes 22 hicimos la escala de Santander, donde tuve ocasión de estrechar la mano a los cónsules de Nicaragua y México. A las 24 horas anclaba La Champagne en La Coruña. Tampoco salté a tierra. Mas en un rincón de la segunda plana de un periódico local [El Noroeste] hallé, momentos antes de partir nuestro buque para Cuba, el siguiente telegrama:

(Madrid, 21-8-10).-La revolución en Nicaragua.- Asegúrase que el presidente de la república de Nicaragua renunció el cargo, huyendo con su familia hacia Corinto. El general [Juan José] Es trada salió en su persecu-ción al frente de numerosas fuerzas revo lucionarias. Substituyólo en la pre-sidencia el señor J[osé] Dolores Estrada, hermano del jefe revolucionario.

[¿Eran válidas mis credenciales una vez derrotado el doctor Madriz?]

Júzguese de mi asombro. Sabía bien al salir de París que la revolu-ción latía en el corazón de la república. Mas ¿cómo suponer que cua-renta y ocho horas después estaría derrocado el presidente que refrendó mi nombramiento? La Champagne, en tanto navegaba rumbo a Cuba. Yo llevaba conmigo la incertidumbre más fundada sobre la veracidad del despacho telegráfico y mientras nos condu cía el transatlántico hacia América, yo me proponía la cuestión al mismo tiempo debatida en la prensa mejicana: ¿Eran válidas mis credenciales una vez derrotado el gobierno del doctor Madriz? De bo advertir que yo siempre esperé ins-trucciones definitivas del gobierno de Nicaragua al llegar a La Habana. No las encontré.

Poco después del mediodía del 2 de septiembre en La Habana. Un despacho me es entregado en seguida. Viene de Veracruz y dice: “Sus admiradores veracruzanos salúdanlo reverentes y desean acepte breve modesto homenaje que le preparan. Por junta orga nizadora. Diódoro Batalla, José M. Pardo, Jorge Ruiz”. Era el pri mer saludo que recibía del alma popular mejicana. Esperábanme y pronto estuvieron a bordo a sa-ludarme, varios buenos amigos cubanos y con ellos el muy distinguido y afectuoso Ramón A. Catalá, presidente de la Asociación de la Prensa de La Habana, que ha usado conmigo de gentileza inolvidable.

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[Saludos, paseo y banquete en La Habana]

En su compañía salté a tierra. Detuvímonos en la legación domini-cana y de allá pasé a saludar al señor secretario de Estado, don Manuel Sanguily. Encontré en él la acogida más afectuosa y más cordial. Fue para mí a un tiempo mismo el diplomático y el hombre de letras que tan bellas páginas ha escrito en la literatura cubana. Con él estaban el señor [Manuel] Márquez Sterling, ex ministro de Cuba en la Argenti-na, antiguo y buen amigo, y el jefe de cancillería señor Patterson, que recordó visitas oficiales hechas en el mismo día al palacio real de Ma-drid. De todo llevo el mismo agradable recuerdo.

Y por la noche, después de un rápido paseo en automóvil por la ciudad, me fue ofrecido en el hotel Inglaterra un banquete por nutri-do grupo de buenos amigos. Unos antiguos y conocidos otros jóvenes entusiastas, que tienen mi amistad desde entonces. Fue gratísima la reunión. Oímos música nacional y en cordiales palabras el señor Catalá y algunos otros dieron su saludo al amigo recién llegado, de paso en esta encantadora ciudad.

[Telegramas a Managua]

Antes de partir de Cuba puse telegramas a Managua, pidiendo a Relaciones Exteriores órdenes e instrucciones en Veracruz, puesto que lo sabido en La Habana era una confirmación, no más amplia, de mis noticias de La Coruña. Sólo sí supe que tenía un compañero de misión: el señor Santiago Argüello.3 También, en mi visita al señor [Carlos] Pereyra, encargado de negocios de México, obtuve impresiones satis-factorias para mí en relación con mi recibimiento oficial.

Ya a bordo y cuarenta y ocho horas antes de llegar a Veracruz, por la oficina de telegrafía sin hilos de La Champagne, cursé un telegrama al ministro de Relaciones Exteriores de México.

Algo sospeché de lo que luego ocurrió, al no recibir respuesta del ministro a mi mensaje de saludo. El general y ministro cubano [En-rique] Loynaz del Castillo, sí me saludó desde Veracruz, en términos cordiales. Y en espera de nuevas instrucciones pasó el tiempo de la

3 Amigo y discípulo de Darío, Santiago Argüello (1871-1940) fue un político liberal y un destacado representante del modernismo en Centroamérica.

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travesía hasta el puerto veracruzano a donde se dirigían también desde La Habana los delegados de Cuba al centenario.

Fue el día 5 [de septiembre], a las 4 de la tarde cuando entramos por fin en Veracruz. Tan pronto La Champagne, que llevaba los más-tiles engalanados, embocó el canal de entrada, los fuertes y los buques anclados en el puerto comenzaron las salvas de reglamento. En el de-sembarcadero, agolpábanse las comisiones oficiales y estaban formadas tropas para rendir los honores militares. En nuestro vapor el señor mi-nistro de Bélgica, de uniforme, había subido al puente de maniobras y, al lado del capitán, respondía con saludos los hurras de ordenanza de las tripulaciones de los buques de guerra. Los representantes cubanos y yo, esperábamos sin saber qué ceremonial se usaría con nosotros, no teniendo —como el ministro belga— órdenes especiales para el caso. Rápidamente terminaron las formalidades de la sanidad. En tan-to, un vaporcito engalanado, en que una música dejaba oír el himno de Nicaragua, aproximóse a nosotros y los pasajeros que lo ocupaban comenzaron a vitorear a mi país y a quien lo representaba en las fiestas mexicanas. El sencillo y cariñoso homenaje me llegó como un saludo cordial de un pueblo amigo y hospitalario.

[Huésped de honor de la nación mexicana]

Apenas amarrada nuestra nave al muelle, subieron a bordo el se-ñor [Rodolfo] Nervo, segundo introductor de embajadores y el general Loynaz del Castillo, que iba a saludar a los delegados de su patria. Descendió primero Mr. Allard acompañado del introductor de emba-jadores. Y vuelto éste a bordo acompañó a la misión cubana a tierra. Incomunicado el buque con todos, no teníamos más noticias que las escasas palabras que fue posible cambiar con el señor [Rodolfo] Nervo. Esperaba yo, pues, su regreso para saltar a tierra, creyendo siempre en mi calidad diplomática. Volvió, en efecto, y en su compañía bajé. Una gran masa de gente entusiasta y cordial que aclamaba al poeta y a Nicaragua con vehemencia juvenil, nos envolvió. Luchando con ellos pudimos abrirnos paso hasta el coche y al subir a él rodeados por la multitud que tremolaba banderas unidas de México y Nicaragua, com-prendí lo que era yo al pisar tierra mexicana. Un momento después, en marcha hacia el hotel, me comunicó el introductor de embajadores que el gobierno no me recibía como diplomático, pero me declaraba “huésped de honor” de la nación.

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En el Hotel Diligencias recibí un sinnúmero de protestas y una co-misión de la intelectualidad veracruzana me ofreció una velada, para aquella misma noche, en el teatro Dehesa. Debí aceptar. Antes de partir para el teatro, tuve el alto honor de saludar al general [Joaquín] Maas, gobernador militar de la plaza y uno de los más correctos caballeros que he conocido con placer. Por él recibí un saludo cordial de mi anti-guo y grande amigo el ilustre don Justo Sierra, ministro de instrucción pública,4 y supe que un enviado suyo llegaría en la mañana siguiente a conferenciar conmigo. Asistí, en seguida a la velada organizada en mi honor.5 Y no olvidaré nunca el momento de comunión de afectos que aquella noche tuve con el alma veracruzana, con sus niños, con sus poetas, con sus nobles y graciosas mujeres.

Y desde el siguiente día, comenzó mi vida a accidentarse. Los su-cesos se precipitaron; la que yo creí misión fácil y definida y reglamen-tada, hízose complicada y misteriosa y accidentada. El notable pintor mexicano [Alfredo] Ramos Martínez,6 antiguo amigo de París, llegó a Veracruz, comisionado por su gobierno para acompañarme. Con él recibí periódicos y noticias de la capital. Era el objeto de las más en-conadas discusiones el recibimiento hecho a la misión nicaragüense. Debatíase en la prensa la legalidad o ilegalidad de la no admisión de

4 Maas —según se cree— le rogó que no continuase en viaje a la capital. Esta era su causa: “la ciudad de México se encontraba en ebullición. Los escritores y, sobre todo, los estudiantes, atribuían la cautela del gobierno de [Porfirio] Díaz no a una mera consideración diplomática de orden protocolario, sino a una docilidad excesiva frente a la Cancillería de Washington. Se organiza un desfile popular, se oyen exclamaciones contra el presidente perpetuo, y el descontento producido por la continuidad de Díaz en el poder halla un pretexto excelente para manifestarse” (Jaime Torres Bodet: Rubén Darío – Abismo y alma. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Fondo de Cultura Económica, 1966, p. 241).5 Efectuada, como afirma Rubén en el Teatro Dehesa. En su “Diario” consignó el 4 de mayo: “al entrar la concurrencia aplaude y los niños de las escuelas y las orquestas eje-cutan un himno. Después el señor [Diódoro] Batalla lee un discurso. Recitan poesías dos poetas de la localidad. El licenciado Mascarenas lee un discurso de bienvenida y dos señoritas recitan poesías, una de ellas La página blanca. Finalmente, una joven me ofrece un gran ramo de flores. Yo agradezco el homenaje y termino mi improvisación diciendo: Yo cortésmente quemo mis naves y dejo mi corazón en Veracruz.6 El pintor Alfredo Ramos Martínez (1872-1940), su compañero parisiense, portador de una carta de Justos Sierra, en la cual le recomendaba prudencia; además —según afirman algunos— le remitía 500 dólares, acaso como viáticos de regreso.

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mis credenciales, en vista de la caída del gobierno del doctor Madriz. Y me enteré con extrañeza de la confusión producida sobre mi nombra-miento. Hecho fue por un gobierno legítimo, reconocido por México, y no puede anularse o retirarse sino por otro gobierno legítimo. Había además el que el ministro del general Estrada, nada hizo para revocar mis credenciales, ni estaba reconocido por México. Y, sobre todo, era objeto de polémicas generales la cuestión de fondo de la representación de los embajadores o ministros en un caso semejante.

[Mi destitución en Veracruz y mi viaje a Xalapa después]

Publicaba y comentaba la prensa entera cuantas noticias se tele-grafiaban sobre mi permanencia en Veracruz. Las más fantásticas ver-siones corrían por las columnas de los diarios. Y comencé a leer con uniformidad en gran número de publicaciones, artículos atribuyendo a presiones gubernativas, motivadas en indicaciones de la cancillería de Washington, mi detención en Veracruz primero y mi viaje a Xalapa después. Lo cierto era que sabedor yo de la vehemencia con que mis amigos de la capital proyectaban manifestarme su simpatía, acrecida con el fracaso de mi misión diplomática, deseé evitar que elementos hostiles al gobierno torcieran hacia violencias por ellos queridas, como las ya demostradas contra los enviados norteamericanos, una mani-festación que no tenía más orígenes que el afecto y la gran cultura del pueblo de México.

Así, pues, detúveme en Xalapa. Recibí allí, como en cuantos puntos de la república visité, agasajos y atenciones, de recuerdo imborrable. Tal quedará para mí el de la amabilidad y gentileza conmigo usadas por don Teodoro Dehesa, eminente estadista, gobernador del Estado de Veracruz. Tuve en mi permanencia de cinco o seis días en Xalapa ocasión de visitar colegios y escuelas de diversos grados, que revelan un gran nivel de cultura en aquella región. Gocé de panoramas maravi-llosos y de gratas y pintorescas excursiones a través del quebrado suelo de Veracruz. Y, por último, poniendo término a demostraciones cari-ñosas populares que contrariaban mi deseo de permanecer tranquilo y alejado en medio del vasto paisaje xalapeño, decidí salir del territorio de México y venir a esta Habana encantadora y cordial de la que soy huésped hace varios días.

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[Mi buen deseo de evitar dificultades que pudieran abocar a un conflicto internacional]

Antes de partir de México tuve la alta satisfacción de saber que mi conducta era comprendida y estimada por el gobierno, que reconoció, por el más elevado conducto, mi buen deseo de evitar dificultades que pudieran abocar a un conflicto internacional. El señor presidente Díaz me hizo el honor de expresarme su amistad en un telegrama que fue, al partir del suelo mexicano, grato cordial para las preocupaciones y molestias con que quedó truncado mi viaje.7 Y dispuesto a esperar que las circunstancias más propicias, me permitieran visitar la vieja capital azteca, emprendí la travesía del golfo mexicano, dejándome en México un florido recuerdo de gratitud que en mí perdurará siempre.

Hasta este momento no sé si retorno a México, o tomo otra deter-minación.

7 El texto del telegrama de Díaz fue: Enterado de su mensaje de ayer. Agradezco bon-dadosa explicación y siento que se haya interpuesto en su viaje alguna causa que me priva del gusto de estrechar su mano. Torres Bodet lo comenta: “¡Qué bien aprenden algunos jefes de Estado a aprovechar las ambigüedades a que se prestan, por su laconismo, las comunicaciones telegráficas…” (Rubén Darío. Abismo y cima, Op., cit., p. 243).

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RefutacióN al pResiDeNte taft1

DECIDIDO A aguardar que el ardor de los enconos y de las pasiones exaltadas se calmase en mi país, después de publicado mi libro2 explica-tivo sobre la traición que puso fin a mis afanes por lo que siempre creí labor de progreso y de cultura en bien de la República que durante diez y siete años gobernara, no puedo menos de salir de mi silencio cuando en pleno Congreso norteamericano el presidente de los Estados Unidos me ha lanzado injustas y enconadas acusaciones para explicar ante sus conciudadanos y ante el mundo su actitud respecto a Nicaragua, que ha sido calificada por grandes órganos de la prensa europea y america-

1 Fechado en Bruselas, enero de 1911, apareció como entrevista en La Nación, Bue-nos Aires, 25 de febrero de 1911, col. 3-4, con el título: “Política americana. Zelaya responde a Taft”. Así lo iniciaba Darío: Habiendo llegado a mis manos el último men-saje del Presidente [Howard] Taft al Congreso de su país [se refería al segundo mensaje anual del 7 de diciembre de 1910], pensé oportuno, puesto que en dicho documento se ataca duramente al general [J. Santos] Zelaya, tener una entrevista con el ex presidente de Nicaragua, y saber que pensar sobre el asunto. / Enseguida se verán las declaraciones que me hiciera. / —Voy a publicar enseguida, me dijo, en español, inglés y francés, la respuesta siguiente, que me complace sea acogida por un órgano tan respetable en la prensa univer-sal como es La Nación de Buenos Aires. Sé que allí, aunque no se piense en ciertos puntos como yo, tendré un juicio exento de parcialidad. Véase mi contestación”.Pero el diario bonaerense no publicó completa la “respuesta” de Zelaya que redactó Darío. Por eso se ha tomado de su texto en español, inserto en Tantos vigores disper-sos / Ideas sociales y políticas (Managua, Consejo Nacional de Cultura, enero, 1983, pp. 95-128). Una epilogal nota explicativa demuestra la autoría de Darío, señalada anteriormente por Roberto Ibañez en Genio y figura de Rubén Darío (Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1964, pp. 45-46) y Octavio Paz en: Cuadrivio (México, Joa-quín Mortiz, 1965, p. 43). Jaime Wheelock Román localizó la traducción en fran-cés, consignándolo en su libro Imperialismo y dictadura (México, Siglo XXI, 1975, p. 107). Al mismo tiempo, el Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación (núm. 6, julio-agosto, 1975, pp. 46-53) publicó una traducción del inglés realizada por Gonzalo Meneses Ocón.2 La revolución de Nicaragua y los Estados Unidos (Madrid, Imprenta de Bernardo Rodríguez, 1910), donde Zelaya relata detalladamente el proceso que culminó con su derrocamiento por la intervención norteamericana. En la misma ciudad e imprenta se publicaron su versión en francés e inglés.

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na como la intrusión del fuerte y la imposición de un ya reconocido imperialismo.

[Taft y sus palabras infamantes]

Aquellas acusaciones no son sino las mismas que repetidas veces me ha lanzado, sobre todo en el toast de Pittsburg en el banquete celebrado por el “American Club” el 2 diciembre del pasado año. Decía Taft, re-firiéndose a las gestiones de Mr. Knox en asuntos nicaragüenses, entre otras cosas, éstas:

Es verdad, indudablemente, que la actitud de los Estados Unidos hacia Zelaya, ha dado de tal modo a su prestigio el calificativo adecuado, y lo ha exhibido tan claramente ante el foro de la opinión pública, como un criminal internacional, que se vió obligado a abdicar y dejar su gobierno a un hombre mejor.

Es de esperarse que la guerra entre las fracciones toque a su fin, y que se constituya en Nicaragua un gobierno mejor, respetuoso de los derechos nacionales y extranjeros.

Los jefes de las fracciones, Madriz y Estrada, han admitido la ilegalidad de la muerte de Groce y Cannon.3 Este gobierno ocurrirá oportunamente al gobierno actual de Nicaragua, tan pronto como pueda ser reconocido, en demanda de justa reparación por violación de derechos americanos y de adecuada garantía para la futura observancia y mantenimiento por parte de Nicaragua de las convenciones de Washington. Mientras tanto, y pen-sando la solución de la situación de Nicaragua, hemos prevenido ulterior menoscabo de los derechos americanos, y hemos realizado indirectamente la eliminación de Zelaya y del zelayismo. Creo que cualquiera que estu-die nuestra política en Nicaragua, convendrá en que ella ha producido sus exactos, justos y benéficos objetos.

Tales palabras infamantes, me abstengo de comentar, puesto que la mala intención y la falta de razones de derecho Internacional Público que las inspira, son suficientes para explicar por sí mismas, lo que ellas significan.

3 Los norteamericanos Leroy Cannon y Leonard Groce, cogidos in fraganti delito cuando colocaban una mina de dinamita para volar dos vapores que transportaban fuerzas gubernamentales en el Río San Juan; convictos y confesos, se les había sen-tanciado a muerte y fusilado. Véase Jorge Eduardo Arellano: La pax americana en Nicaragua (1910-1932). Managua, Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, Fondo Editorial Cira, 2004, p. 120.

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[Un solapado deseo de expansión y dominación]

Sorprende en realidad que el jefe de aquella República ose formu-lar contra mi gobierno acusaciones tan graves como desprovistas de fundamento, cuando en la mente de todos los latinoamericanos, y de muchos estadistas del viejo continente, está la convicción de que al gobierno de los Estados Unidos sólo lo ha guiado en sus relaciones con Nicaragua, como con los otros Estados de América, un solapado deseo de expansión y de dominación. Desde hace cerca de veinte años, los Estados Unidos prosiguen una obra lentamente madurada y tenaz-mente cumplida. Esta obra política, es la de una filtración incesante de capitales y población yanquis que, apoderándose lentamente del país donde se radican, favorezcan en un momento dado, las pretensiones de soberanía.

El primer paso en esta impura obra, fue estorbar a Bolívar el in-dependizar a Cuba y Puerto Rico, como el Libertador se proponía; y luego fue más lejos con aquella famosa Doctrina de Monroe, que pareciendo dictada por un noble y levantado propósito, dio a los países de América del Sur, todavía inseguros, la impresión favorable de una tutela que ejercía benéfico y eficacísimo control para las ambiciones imperialistas de las potencias europeas. La gran República aparecía así, como la “hermana mayor” de que hablaron en todo tiempo algunos románticos de la política, la nación fuerte y vigilante que interpusiera su autoridad de gran potencia en los conflictos armados con Europa, repitiendo la frase clásica: “no debemos consentir que Europa inter-venga en los asuntos de América” ¡Cómo serán de recordar las páginas amargas que vestidas de ironía escribiera a este respecto el gran portu-gués Eca de Queirós!

[La nueva fórmula: América para los yanquis]

Bien pronto la conducta de los Estados Unidos vino a dar un so-lemne mentís a aquella candorosa ilusión. En el grupo director de ese país se consolida, coincidiendo con esas ambiciones de dominio que convierte a los Estados Unidos en una especie de Imperio, sin empe-rador, a menos que no se cumpla las palabras de la revista The World Today en su número de noviembre último, de llegar a tener “an em-peror, or a perpetual president”, se consolida, digo, la opinión que las menudas repúblicas de América, deben ser para el coloso, un campo de

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acción y de colonización. América para los yanquis, parece ser la nueva fórmula.

[Nuestra patria es una, empieza en el Río Grande]

Un claro síntoma de absorción fue la pretendida campaña por la independencia de Cuba. Al terminar la guerra los verdaderos patriotas comprendieron que engañados y alucinados por un miraje de liber-tad, sólo había favorecido la intromisión, ya definitiva e inevitable, del elemento extranjero en el gobierno de la República. ¿Qué espectáculo ofrece hoy día ese pueblo al espectador imparcial? El de una colonia di-simulada donde a las aspiraciones de veinte años de lucha ha sucedido un oscuro servilismo al oro yanqui. Despótica intervención en la raza invasora, resignada sumisión en el habitante del país: he aquí el actual estado de ese pueblo, donde Martí, si viviera, desencadenaría otra vez su justa cólera. ¿No fue profeta aquél gran patriota cuando hace más de veinte años escribía, con motivo del grave riesgo de una guerra entre México y los Estados Unidos, palabras como las siguientes?:

Es nuestra raza mal entendida la que está en peligro. Es la caterva de cuatreros y matones ambiciosos de la frontera americana la que quiere forjar un pretexto para echarse sobre el Estado minero de Chihuahua, que excita su codicia. Es nuestro corazón americano, que allí duele. Nuestra patria es una, empieza en el Río Grande, y va a parar en los montes fangosos de la Patagonia. México haría mal, si contra todo lo que se ve, diese oídos a los perturbadores opulentos que en estos mismos instantes andan buscando su apoyo para influir en la política de Centro América. Pero ¿quién no ha de apenarse de ver expuesto a una agresión injusta del americano, a un pueblo que ha sabido irse amasando con la sangre misma que fluía de sus heridas, a un pueblo que está logrando acumular en nación sobre un territorio vasto y escapadizo, los elementos más, hostiles y rehacios, los odios más violentos e incansables, las herencias más tercas y dañinas que contendieron en su edad de formación en pueblo alguno?

[Lo que vale la independencia de la patria]

Y luego, hablando de un tal Cutting, dice duras cosas de “esa mala casta de aventureros sin oficio”, americanos, que como Walker y otros más recientes, han recibido su condigno castigo. Como afirmará tam-bién en alguna parte, que “perdura, por desgracia, en la masa del pue-blo americano, esa opinión desdeñosa e ignorante de nuestros países,

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que lo tienen tan dispuesto a mirar en menos, como a dogos falderos, a esos nobles pueblos nacientes que entre tantos obstáculos adelantan. Y, para citar una vez más al ilustre Martí, será bien recordar estos párrafos en que hablara de una famosa asociación.

Era de noche, como conviene a estas cosas, cuando en los salones de un buen hotel de New York se reunieron en junta solemne los directores de la Liga de Anexión Americana y los delegados de todas las ramas de ella, para hacer un recuento de sus fuerzas y mostrar su poder a los misteriosos representantes que los estados anexionistas del Canadá envía a la Liga a la vez que para tributar honores al Presidente de la Compañía de Ocupación y Desarrollo del Norte de México, al coronel Cutting. Presidía el coronel George W. Gibbons, conocido abogado; canadienses había muchos, a más de los delegados de la Liga, cuyo objeto inmediato era “aprovecharse de cual-quier lucha civil en México, Honduras o Cuba, para obrar con celeridad y congregar su ejército”, pero no había ningún hondureño, ningún cubano, ningún mexicano. —La ocasión puede llegar pronto, decía el Presidente, lo cierto es que puede llegar de un momento a otro—. “¿Honduras también? —preguntó un neófito. “Oh, sí! Vea el mapa de Byrne. Honduras tiene muchas minas—. “Que no nos tomen en poco—, decía un orador, “que lo que va detrás de nosotros, nosotros lo sabemos. Con menos empezó Walker hace treinta años, sólo que tendremos cuidado en no acabar como él.4

Como él acabaron Cannon y Groce, con la aprobación de todos los que comprendan todo lo que vale la independencia de la patria.

[Panamá: una provincia desmembrada a precio de oro]

¿Y qué espectáculo, después de Cuba, nos ofrece Panamá? Quizás sean allí peores que en Cuba la intromisión y el acaparamiento porque no hallaron los yanquis como en La Habana, una sociedad de hombres preparados a la libertad, sino una provincia desmembrada a precio de oro.

[La intrusión yanqui y su obra artera y fatal]

Estos tristes ejemplos inducen a suponer cuál será mañana el desti-no de las repúblicas de Centro América. Allí como en México, la intru-

4 José Martí: “México en los Estados Unidos. Sucesos referentes a México”. El Partido Liberal, México, 25 de noviembre, 1891. Walker murió fusilado en Trujillo, Hondu-ras, el 12 de septiembre de 1860.

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sión yanqui ha ido cumpliendo su obra artera y fatal. Comenzando por simples aportaciones de dinero a la minería y a la industria, aportacio-nes recibidas con plácemes porque significaban un engrandecimiento financiero, llegaron, mañosamente, a tener una real intervención en el gobierno. El mío creyó en la buena fe norteamericana y dio facilidades a contratistas que se presentaron como implantadores de empresas que darían al país nuevos elementos de riqueza. Pero la cuestión Emery, que procuré se arreglase de la mejor manera posible, me demostró el peligro de entrar en relaciones con tales elementos, que a la hermana República del Salvador fueran tan perjudiciales con el asunto Burell. Mi gobier-no ha tenido, pues, que luchar —y sucumbir naturalmente— contra esas imposiciones cohenestadas bajo los nombres de civilización y de progreso. Cuanto no favoreciera esos planes tenebrosos debía irritar a la Cancillería de los Estados Unidos, y como en los diez y siete años de mi mando traté siempre de conservar celosamente a mi país la indepen-dencia política y financiera, se vio pronto en mí al enemigo irreductible de quien era preciso deshacerse a todo trance.

Muy conocidos son los hechos. Aprovechándose como en otros ca-sos, de un estado de guerra por ellos provocada y sostenida que sin la intervención norteamericana yo hubiera podido plenamente dominar, y tomando como pretexto el castigo que después de juzgados se im-puso a dos filibusteros yanquis —cuestión de Derecho Internacional, ventilada siempre entre pueblos civilizados de una manera normal y pacífica—, practicaron lo que había censurado en gobiernos europeos: la intervención armada.

Ninguna medida puede parecer más odiosa que la de esta autoritaria intervención, tanto más incalificable, cuanto que la Doctrina de Mon-roe privaba a nuestros pueblos de toda posible ayuda de cualquier otra potencia. El gobierno americano favoreció entonces descaradamente la rebelión, se puso de acuerdo con los descontentos contra mi gobierno, compró voluntades, prometiendo a los intrigantes entregarles el país en cambio de concesiones ruinosas para éste. La odiosa explotación de nuestra debilidad no dejaba dudas a quien hubiera seguido desde hace algunos años la política de los Estados Unidos. El presidente Roosevelt había dicho, sin embargo, estas palabras que debo creer sinceras: “Toda nación ofendida puede, sin violación de la doctrina de Monroe, hacer lo que bien le parezca en el arreglo de sus disputas con Estados ameri-

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canos, con tal de que su acción no se traduzca en intervención con la forma de gobierno que tienen estos Estados, o no constituya despojo territorial bajo cualquier disfraz”. Tales manifestaciones parecían in-dicarme claramente que los Estados Unidos nunca se mezclarían sino de manera oficiosa en nuestras cuestiones internas, pero nunca como mediadores armados, favoreciendo un conflicto para medrar.

[Los atentados de leso civismo]

Veamos cuál ha sido la actitud que bien desmiente las tranquiliza-doras palabras de Roosevelt. El presidente Taft en el mensaje a que ya me he referido, manifiesta que el Secretario de Estado —el célebre Mr. Knox, autor de la más célebre nota— comunicó al Encargado de Ne-gocios de Nicaragua que la opinión general de mi país me era adversa. No insistiré sobre la malicia de esta declaración. ¿En nombre de qué derecho se mezclaban los Estados Unidos a apreciar la opinión política de un país? En nombre de qué principio intervenían en contiendas ajenas que hubieran debido respetar? No pueden invocar el tratado de Washington firmado el 20 de diciembre de 1907, puesto que, lejos de apoyar o de servir de apoyo posible a tal intervención, prohíbe ésta ca-tegóricamente, y por otra parte, prohíbe así mismo, el reconocimiento de todo gobierno de facto, es decir, no constitucional, que se estable-ciese en Nicaragua por medio de revoluciones armadas. Y los Estados Unidos fueron los primeros en violar ese acuerdo, una vez que fueron ellos quienes organizaron y mantuvieron las últimas revoluciones en Nicaragua. En una revolución cualquiera sólo hubieran debido tener el papel de espectadores y entenderse en definitiva con el gobierno a quien la suerte de las armas hubiera dado el triunfo. Este es un princi-pio elemental de Derecho de Gentes. Pero bajo el cómodo pretexto de proteger a sus nacionales, enviar barcos, repartir dinero, animar a los insurrectos, y por último, impedir la acción de mis tropas desembar-cando soldados y ocupando el territorio de la República en actitud de parte interesada, son atentados de leso civismo para los cuales desgra-ciadamente no hay sanción.

La partida era demasiado desigual y mi retirada del poder, a la que el presidente Taft da una explicación falsa, sólo ocurrió cuando abrigué el convencimiento de que era imposible deshacer la trama de traiciones y miserias que el gobierno de los Estados Unidos había urdido para

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desgracia de nuestro desventurado pueblo. Bajo el amparo de la Re-pública del Norte se ha establecido ahora un gobierno que favorecerá todas sus pretensiones, entregará nuestros ricos territorios a especula-dores extranjeros, degradará a sus hijos fundando una escuela de servi-lismo, entronizará para siempre el poder yanqui, convirtiéndose así un país de hombres libres en una colonia dependiente, una falsa República donde pronto desaparecerá ante la emigración brutal y eliminadora, todo vestigio de civilización latina.

[Con disimulo y engaño se apoderaron de Nicaragua]

El presente da, pues, razón a mis previsiones. No ha sido entre nosotros, como no fue en Cuba, una intervención generosa, sino la necesidad de hallar a sus nacionales nuevos terrenos de acción, de ha-cer fructificar los capitales sobrantes, de asegurar salidas nuevas a su comercio, de acaparar al fin las riquezas de un suelo fértil. Siquiera las antiguas conquistas o ciertas modernas colonizaciones han tenido para cohonestar su brutalidad una misión civilizadora que cumplir. Pero ni aun tuvieron los Estados Unidos el descarado valor de adueñarse de nuestros territorios guía nominor leo, “por la razón del león”. Es con falaces promesas de protección, con disimulo y engaños cómo se han apoderado de Nicaragua, lo que pronto seguirán haciendo con el resto de la América Central.

[Los misioneros del dólar]

No es esto una opinión que me dicte la justa ira al leer las calum-nias del presidente Taft, calumnias basadas entre otras cosas en algún memorándum entregado personalmente en audiencia privada por uno de mis enemigos políticos al mismo presidente. Nadie ignora que la opinión pública en los Estados Unidos favorece las miras dominadoras del gobierno; o por la menos cierta opinión pública. Acaba de aparecer en aquel país un libro titulado The Valor of Ignorance, cuyo autor es nada menos que Mr. Homer Lea, Teniente General de los Ejércitos de los Estados Unidos, libro dedicado a Mr. Elihu Root, —ex Secretario de Estado, representante del gobierno americano en el Congreso de la Haya—, y que lleva dos prólogos de dos altos militares: el General Chaffee y el General J. P. Story. En dicho libro se leen, entre otras cosas semejantes, estas palabras:

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La posesión de posiciones estratégicas viene a decidir en mayor gra-do que ningún otro factor, el resultado de un conflicto internacional. De aquí, sobrevendrá su tiempo las inevitables luchas para adquirir posiciones determinadas que habrán de preceder a toda guerra de conquista de los territorios inexplotados del hemisferio occidental. Dividimos las posibilidades estratégicas de este hemisferio así: (1) el dominio del Canal de Panamá y de la América Central, (2) el dominio del Golfo de México y de la Costa Atlántica de México, (3) el dominio de la Costa Atlántica desde el cabo Hatreras hasta Cayo Hueso, (4) el dominio de la Costa Atlántica de la América del Sur. El dominio del Canal de Panamá es el más importante de estos cuatro, porque habrá de pertenecerle solamente a la nación que domine sus vecindades, poco importa quién lo construya.

En frecuentes declaraciones de la prensa americana, que, como en todas partes, es el eco de la opinión pública, se transparenta la convic-ción de que la América toda debe agregar algunas estrellas a la bandera del Norte. En México, en el Ecuador, en el Perú, en donde es más fuer-te la influencia yanqui, los nacionales empiezan ya a mirar con recelo a esos misioneros del dólar que llegan con el propósito de intervenir para mañana dominar. La colonización de Nicaragua como quiero llamarla, no es pues sino un paso de una obra gradual y metódica.

Ante la evidencia de esta verdad que solamente espíritus miopes se atreverían a negar, se convencerá la opinión pública en América y en todas partes, de que las palabras que me atañen en el mensaje del presidente Taft sólo son una acusación inmotivada que disimula una incalificable conducta. Sólo hubiera respondido con el silencio si no temiera que esta ausencia de protesta fuera mal interpretada.

[Mis convicciones de patriota]

Deseo llamar la atención sobre el siguiente punto: en lo más encar-nizado de la revolución, en momentos en que mis obstinados enemigos procuraban difamarme de la peor manera ante los hombres principales del gobierno de Washington, yo solicité del presidente Taft el nombra-miento de una comisión de personas respetables y conocedoras del De-recho Administrativo, para examinar los actos de mi gobierno y probar la legalidad de mis procedimientos. Mis deseos eran demostrar a los Estados Unidos y a la opinión en general, con documentos fehacientes, que los informes dados por mis enemigos eran calumniosos, e hijos de la pasión ciega de los que no me hubieran podido vencer nunca en leal

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contienda. Desde luego, jamás se podría interpretar mi solicitud de la referida comisión como el deseo de una intervención extranjera en Nicaragua, cosa incompatible con los sentimientos de quien reintegró la Mosquitia a la patria mutilada, y con mis convicciones de patriota, siempre demostrables y demostradas, patriotismo que se extendía y se extiende, no solamente a Nicaragua, sino a toda la América Central.

En los archivos de Guatemala y de Costa Rica existen documentos en los cuales consta que el gobierno de Nicaragua durante mi admi-nistración ofreció a esas repúblicas hermanas —que como a todas las cinco yo he mirado siempre como a una sola patria— su apoyo para defender la integridad de sus territorios.

[Mis enemigos norte-americanos]

Mi solicitud de una comisión fue desechada, la revuelta alentada y protegida por el gobierno del Norte, de acuerdo con el partido conser-vador —despechado enemigo del partido político que me llevara a la silla presidencial— continuaba ensangrentado el país; y comprendien-do entonces que el ejército nacional no iba a luchar solamente con un grupo de descontentos y ambiciosos compatriotas, sino también con mis enemigos norte-americanos, y siendo desigual la lucha e inútil la pérdida de vidas nicaragüenses, dejé el suelo de la patria creyendo ha-ber cumplido hasta el último momento con mis convicciones y deberes de patriota.

Después de establecido el gobierno provisional de los revoluciona-rios, la Cancillería yanqui, aunque con ciertas fórmulas hipócritas, ha manifestado sus miras claramente. Envió a Nicaragua a un delegado especial, Mr. Dawson,5 muy conocido ya en tales ejercicios, tanto en Santo Domingo como en Panamá. Entre dicho enviado y el gobierno provisional se ha formado en Managua el siguiente convenio:

1º Imponer que el General Juan Estrada sea presidente constitucio-nal por dos años, desde el día en que le designe como tal la Asam-blea Constituyente que debe reunirse en el actual mes de enero, nombrando igualmente vicepresidente al señor Adolfo Díaz, com-

5 Thomas [Cleveland] Dawson. Llegó a Nicaragua en octubre de 1910 e impuso los llamados “Pactos Dawson”, que fueron cuatro.

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prometiéndose Estrada a gobernar siempre con el partido conser-vador.

2° Nombrar una junta compuesta de los señores [Juan J.] Estrada, [Emiliano] Chamorro, [Luis] Mena, Adolfo Díaz, [Adán] Cárde-nas, todos conservadores, para dirigir la política general del país, de acuerdo con las instrucciones que le sean dadas por el gobierno yanqui, y para que a su tiempo designe quien debe ser el reempla-zante de Estrada. Se sabe de antemano que será el señor Adolfo Díaz. (Esta cláusula —comenta la gente imparcial y consciente— es una violación de la función electoral).

3° Convenir en que el gobierno de Nicaragua, una vez constituido, contrate un empréstito en los Estados Unidos de 20.000,000 a 30.000,000 de dólares, para pagar la deuda pública interior y ex-terior, y para construir el ferrocarril de Rama y el de Matagalpa. Este empréstito será garantizado por las aduanas nacionales que serán inspeccionadas por inspectores norte-americanos. (Tal como en Santo Domingo).

4° Nombrar una comisión compuesta de dos yanquis y dos nicara-güenses para que estudien todos los contratos pendientes y con-vengan en la cantidad que deba pagarse por la revisión de aquellos que crean perjudiciales al país, sujeto esto último al control del Departamento de Estado de Washington.

[Mr. Dawson: gobernador de Nicaragua]

Desde su llegada, Mr. Dawson fue el gobernador de Nicaragua. Todo lo que allí se hizo fue ordenado por él o con su anuencia.

Los hombres principales que dirigen la política actual de Nicara-gua no han tenido ningún escrúpulo patriótico para poner sus firmas al pie de convenciones tan humillantes para el país y que llevan en sí, fatalmente; la pérdida absoluta de la independencia, por cuyo sosteni-miento sacrifiqué tantos años de mi vida.

[Una matanza en León]

Últimamente: el gobierno de Nicaragua por indicación de Mr. Dawson, venderá todo su armamento, pues al ser Nicaragua yanqui, los Estados Unidos garantizarán absolutamente la paz. Es decir, mejor

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que en Varsovia... Y, sin embargo... he aquí dos comunicaciones cruza-das entre la colonia extranjera establecida en León, importante ciudad nicaragüense, y el presidente Provisional de Nicaragua, General Estra-da, con motivos que las mismas comunicaciones explican y por lo cual se comprende que los nicaragüenses que, bajo la inmediata dirección yanqui gobiernan actualmente a Nicaragua, han realizado con mucho exceso el deseo de Taft expresado en el toast de Pittsburg, pues no sola-mente se persigue la eliminación del elemento zelayista y de todos los liberales, en las funciones públicas, sino que se les priva de la vida, pues no otra cosa explica el motivo de la protesta mencionada, al referirse a los acontecimientos de León, donde ha habido una matanza a la mane-ra de las de la antigua San Bartolomé o de las recientes de Armenia. Y nótese que entre los que firman la protesta aparece el Agente Consular francés y otras personas de reconocida honorabilidad. He aquí la pro-testa y la contestación a la misma:

León, 14 de noviembre de 1910.

Excmo. Señor Presidente de la República - Managua,Excmo. Señor,

En los días 13 y 14 de los corrientes se han ejecutado, por parte de la policía, tropa, como también varios particulares, quienes según conocimien-to no estaban de alta como militares, atropellos y violencias que han dado por resultado muertes, heridas, contusiones, y ultrajes de todo género, en personas indefensas, hasta el extremo de que el salir a la calle constituye un verdadero peligro. Si tal estado de cosas se prolongase, veríamos paralizados los negocios, pues nadie quiere exponerse al riesgo de ser acometido por soldados ebrios y armados, que a cada paso amenazan al transeúnte desar-mado y pacífico. Por humanidad, por la seguridad de nuestras personas, y por los perjuicios que puedan ocasionársenos, suplicamos respetuosamente a Su Excelencia, pidiéndole al mismo tiempo haga cesar el estado de intran-quilidad en que este vecindario se halla.

Lo expuesto les consta a algunos de los firmantes, como testigos pre-senciales.

Con todo respeto firmamos de Su Excelencia atentos y S.S., W. Hhonke, Geo. Bernard, Carlos Overend, Jorge Deshon, Fernando Levy, G. A. Te-ller, J. IIay U. A. Palmett, N. Chojin, J. Deshon, Salv. Lupone, Walte-rAster, J. Antonio Gil, W. O. Tabern, Hugo Mayer, Por How on Chong & Co. M. Quant, Por Quan On Long y Cía., J. León Quant, J. Prio.

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Señores Carlos Overend, J. Hay, Fernando Levy, Geo. Bernard, Jorge Deshon y demás firmantes- León.

Hasta hoy no había recibido la comunicación de ustedes, de fecha 14 del corriente; así es que ella vino a mis manos cuando ya había leído el informe verídico que de los lamentables sucesos del domingo, me dio la autoridad de esa, la que me informa también que allí está todo en completo orden desde el mismo día catorce del corriente.

El gobierno supo que se preparaba una manifestación en contra de los Estados Unidos y de la supuesta intervención en los asuntos en Nicaragua, que los enemigos del gobierno propalan para desacreditarle. Esta reunión fue terminantemente prohibida, y yo hice gestiones personales para ver de evitarla, sin recurrir a los medios violentos. De mucho provecho hubieran sido los buenos oficios de la colonia extranjera quejosa, para convencer al pueblo de León que abandonando la idea de esa manifestación; hubiera servido mejor a sus intereses, que haciendo hoy únicamente responsables, con criterio parcial, a las autoridades.

El gobierno, atendiendo a los intereses por ustedes invocados, atendió a salvar el principio de autoridad, base de la tranquilidad pública que ustedes tanto desean, y procurará siempre usar la suavidad para los que se han declarado sus enemigos, mientras éstos no lo obliguen con la violencia a ha-cerse respetar; pero en caso de rebelde desobediencia, salvará su autoridad sobre cualquier otro interés. /De ustedes atento s.s. -El Presidente Estrada.

Dejo los comentarios a las gentes de imparcial criterio que lean estas líneas.

[Todos mis actos fueron aprobados por el Congreso]

En momentos recientes, se ha anunciado que el Presidente Taft ha pretendido que se me procesase en Nicaragua por la ejecución de los filibusteros norteamericanos Groce y Cannon. Persistencia sin razón, a la que el Congreso Nicaragüense ha contestado resolviendo: “que no ha lugar a formación de causa” por los cargos que se formulan contra mí. Tal es el juicio que una Asamblea compuesta por enemigos de mi partido, ha tenido la dignidad de expresar a mi respecto.

El veredicto del Jurado militar que condenó a los dos culpables fue aprobado y confirmado por las Cortes y el Congreso de Nicaragua, en su época. Todos mis actos administrativos fueron igualmente aproba-dos por el Congreso de mi patria, antes que dimitiera la Presidencia; y hoy, el mismo Congreso, compuesto de elementos que me son hostiles,

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hace una declaración que borra el osado calificativo de “criminal inter-nacional” que me lanzara irreflexivamente el Presidente de los Estados Unidos.6

6 Firmado a continuación por “J. Santos Zelaya. / Bruselas, enero de 1911. Sobre la gestación de ésta “Refutación al presidente Taft”, véase la correspondencia entre el ex mandatario y el poeta en Alberto Ghiraldo (comp.): El Archivo de Rubén Darío (Buenos Aires, Editorial Losada, 1943, pp. 172-177)

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el fiN De NicaRagua1

CUANDO EL yanqui William Walker llevó a Nicaragua sus rifleros de ojos azules, se hallaban los Estados Unidos harto preocupados con sus asuntos de esclavistas y antiesclavistas, y el futuro imperialismo estaba en ciernes. Si no, ha tiempo que Nicaragua ¡qué digo! las cinco repú-blicas de la América Central serían una estrella o parte de una estrella del pabellón norteamericano.

[Los manes de William Walker]

Los manes de William Walker deben estar hoy regocijados. Era aquel filibustero culto y valiente, y de ideas dominadoras y de largas vistas tiránicas, según puede verse por sus Memorias, ya en el original inglés, muy raro, ya en la traducción castellana de Fabio Carnevalini, también difícil de encontrar.2 En tiempo de Walker era el tránsito por Nicaragua de aventureros que iban a California con la fiebre del oro. Y con unos vaporcitos en el Gran Lago, o lago de Granada, comenzó la base de su fortuna el abuelo Vanderbildt, tronco de tanto archimillo-nario que hoy lleva su nombre. William Walker era ambicioso; mas el conquistador nórdico no llegó solamente por su propio esfuerzo, sino que fue llamado y apoyado por uno de los partidos en que se dividía el país. Luego habrían de arrepentirse los que creyeron apoyarse en las armas del extranjero peligroso. Walker se cogió el mandado, como suele decirse. Se impuso por el terror, con sus bien pertrechadas gentes. Sembró el espanto en Granada. Sus tiradores cazaban nicaragüenses como quien caza venados o conejos. Fusiló notables, incendió, arrasó. Y aún he alcanzado a oír cantar ciertas viejas coplas populares:

1 La Nación, Buenos Aires, 28 de septiembre, 1912, p. 6, col. 1-2 y Colección Ariel de San José, Costa Rica, núm. 22, noviembre, 1912, pp. 42-50. Tomado de Pedro Luis Barcia: Escritos dispersos de Rubén Darío… Tomo I. (Buenos Aires, Universidad Nacional de la Plata/Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación [1968] pp. 261-264).2 La guerra de Nicaragua / Escrita por William Walker en 1860. Traducida por Fabio Carnevalini. Managua, Tipografía de El Porvenir, 1884. 158 p.

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La pobre doña Sabina3 un gran chasco le pasó,que por andar tras los yanques el diablo se la llevó.

No se decía yanquis, sino “yanques”.Por allá vienen los yanques con cotona colorada,gritando ¡hurra! ¡hurra! ¡hurra!En Granada ya no hay nada.

Y llegó Walker a imperar en Granada, y tuvo partidarios nicara-güenses, y hasta algún cura le celebró en un sermón, con citas bíblicas y todo, en la parroquia. Pero el resto de Centro América acudió en ayuda de Nicaragua, y con apoyo de todos, y muy especialmente de Costa Rica, concluyó la guerra nacional echando fuera al intruso. El bucanero volvió a las andadas. Desembarcó en Honduras. Fue tomado prisionero en Trujillo, y, para evitar nuevas invasiones, se le fusiló. Y la defensa contra el famoso yanqui ha quedado como una de las páginas más brillantes de la historia de las cinco repúblicas centroamericanas.

[las ansias del yugo washingtoniano]

Y es allí en esa misma ciudad de Granada de que habla la copla vieja, en donde, por odio al gobierno de Zelaya —a quien hoy echan de menos los nicaragüenses como los mexicanos a Porfirio Díaz—, se formó una agrupación yanquista, que envió a Washington actas en que se pedía la anexión, que paseó por las calles entre músicas y vítores el pabellón de las bandas y estrellas, clamando por depender de la patria de Walker, dando vivas al presidente de la Casa Blanca; y se buscó a cada paso la ocasión de la llegada de un ministro, de un cónsul, de un enviado cualquiera de los Estados Unidos, para manifestar las an-sias del yugo washingtoniano, el masochismo del big stick, el deseo del puntapié de la bota de New York, de New Orleans o de Chicago. Y en-

3 Sabina Estrada: inquieta y talentosa dama costarricense, amiga de Walker. Tuvo alguna modesta actuación en la historia de Nicaragua. Fue esposa de Silvestre Selva (31 de diciembre, 1777-31 de diciembre, 1855), Jefe de Estado en 1844. Un hijo de ambos, Pedro Higinio Selva Estrada, fue un apasionado secuaz de Walker, y al ser expulsado éste, tuvo que abandonar Nicaragua radicándose en Cuba.

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tretanto de New Orleans y de New York iban los fondos para sustraer la revuelta después que se hubo logrado la traición de Estrada —quien hoy de seguro lamentará su error trascendente—; y compañías como la United Fruit no escatimaban los dólares para la sangrienta fiesta de la muerte de que tan buen provecho se proponían sacar. Zelaya hizo bien en mandar ejecutar —después de juzgados militarmente, se entien-de— a dos yanquis que fueron tomados en momentos en que ponían minas para hacer volar dos barcos llenos de soldados del gobierno, allá en la costa norte, que era el punto de la insurrección. Mas esa doble ejecución le costó la presidencia y le valió el destierro. Y el apoyo y la simpatía que a Zelaya prestara y demostrara el viejo presidente mexi-cano, fue una de las causas de que los Estados Unidos, es decir, míster Knox, viese con buenos ojos la revolución de Madero; y Porfirio Díaz también cayó, al soplar el vendaval del lado del norte.

Cuando Zelaya entregó el poder a Madriz se creyó la revuelta de-velada; y ya iba el gobierno a deshacer a los revolucionarios de Blue-fields, cuando desembarcaron tropas yanquis que apoyaron a Estrada, Chamorro y demás sublevados. Cayó Madriz y se constituyó un nuevo gobierno; el Partido Conservador, que antes de Zelaya había manda-do treinta años, y que con Zelaya estuviera aplastado diecisiete años, renació, pero para cometer peores cosas que aquellas de que acusaban al gobierno liberal. Se tomó todo lo que se pudo del tesoro exhausto, se ordenó pagar enormes sumas a los prohombres conservadores. Y el país miserable, arruinado, hambriento, con el cambio al dos mil, veía llegada su última hora. Los yanquis ofrecieron dinero; y enviaron una comisión para encargarse del cobro de los impuestos de aduana, después de la llegada de cierto famoso Mr. Dawson, perito en tales entenderes por su práctica en Panamá y en la República Dominicana. Y se iba a realizar la venta del país, con un ruinosísimo empréstito, negociado en Washington por el ministro Castrillo, cuando, felizmen-te, algunas voces cuerdas y humanas se oyeron en el Congreso de los Estados Unidos, y a pesar de los senadores interesados y de los deseos del gobierno, el empréstito no fue aprobado. Mas, de hecho, el imperio norteamericano se extendía sobre el territorio nicaragüense, y la pérdi-da implícita de la soberanía era una triste realidad aunque no hubiese ninguna clara declaración al respecto. Hombres de cierto influjo, como los Arellanos, de Granada, habían fomentado los designios del grupo

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anexionista. ¿No se ha contado por la prensa nicaragüense un detalle indigno? Dícese que estando reunido el Congreso de Nicaragua para tratar de la reforma de la Constitución se recibió un cablegrama de la Casa Blanca en el cual se ordenaba —esa es la palabra—, que no se tratase la reforma de la Constitución hasta que llegase un comisionado del gobierno de los Estados Unidos... Si esto no es ya perder completa-mente la nacionalidad que venga Washington y lo diga, porque ya seria tarde para preguntárselo a San Martín o a Bolívar.

[El cisma del Partido Conservador]

Entretanto en el Partido Conservador surge un cisma, una disgre-gación mortal. Unos quieren que sea presidente el que por de pronto ocupa el puesto, Adolfo Díaz, hombre civil, hijo del poeta Carmen Díaz,4 de honesta memoria; otros que sea el rústico y tremendo general [Luis] Mena, hombre de machete y popular boga en los departamentos de Oriente; otros que sea el general [Emiliano] Chamorro,5 simpático en la capital; otros que sea el alejado [Juan J.] Estrada, el hombre del primer golpe, despues venido a menos y que partió a Norte América; y aún creo que hay otros candidatos más. Y así el partido se dividió; quedó en la presidencia Díaz, pero Mena, ministro de la Guerra, tenía las armas y dominaba el ejército; y Díaz no podía disponer nada, ni emprender nada sin la anuencia y aprobación de Mena; presidía pero no gobernaba, con la amenaza de un golpe militar. Y llegó el momento en que instigado por sus partidarios, pensó en deshacerse de la tutela de su ministro de la Guerra; mas éste paró el golpe, y, como supiese que para los Estados Unidos no era “persona grata”, no aguardó las elecciones y se rebeló contra el gobierno de Díaz. Díaz entonces pide apoyo a los prohombres de la Casa Blanca, y la ocasión para repetir lo

4 Carmen Díaz (1835-1892), poeta y militar nicaragüense. En 1858 contrajo ma-trimonio en el pueblo de Esparza, Costa Rica, donde procreó ocho hijos, entre ellos Adolfo Díaz (Alajuela, Costa Rica, 15 de julio – 1875, San José, Costa Rica, 29 de enero, 1964). Fue en tres ocasiones presidente de Nicaragua, del 9 de mayo, 1911 al 1° de enero de 1913; desde esa fecha al 1° de enero, 1917; y del 11 de noviembre, 1926 al 31 de diciembre, 1928. 5 Emiliano Chamorro (Comalapa, Chontales, 11 de mayo, 1871 / Managua, 26 de febrero, 1966). Militar y político conservador. Ejerció la presidencia de Nicaragua del 1° de enero de 1917 al 1° de enero de 1921; y más tarde, tras su golpe de Estado el 25 de octubre de 1925, del 16 de enero de 1926 al 30 de octubre del mismo año.

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de Cuba y lo de Panamá no pudo ser más propicia a Knox y compañía. De los barcos de guerra anclados en los puertos de Corinto y de Blue-fields desembarcaron tropas para imponer el orden, para “proteger las legaciones”, como si se tratase de contener hordas chinas. En el interior se renuevan los odios entre Granada y León, y en las escenas de guerra se retrocede cincuenta años; odios de campanario, odios de bandería, odios odiosos de grotescos Montescos y absurdos Capuletos. Vuelven a verse el incendio y la matanza entre las dos ciudades rivales; incendios como el que destruyera a Granada antaño, matanzas como aquella en que fue arrastrado a la cola de un caballo el cuerpo de mi tío abuelo “el indio Darío”.

[los estados unidos… ocuparán el territorio nicaragüense]

Y los Estados Unidos con la aprobación de las naciones de Europa —y quizá de algunas de América…—, ocuparán el territorio nicara-güense, territorio que les conviene, tanto por la vecindad de Panamá, como porque entra en la posibilidad de realizar el otro paso interoceá-nico por Nicaragua, por las necesidades comerciales, u otras, y así se aprovecharán los estudios ya hechos por ingenieros de la marina norte-americana, como el cubano Menocal. Y la soberanía nicaragüense será un recuerdo en la historia de las repúblicas americanas.

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ii

ceNtRoaméRica

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la uNióN ceNtRoameRicaNa1

I

LAS REPÚBLICAS que componen la América Central, como se sabe, son Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Honduras. Hacer de todas ellas una sola nación, una sola patria y un solo gobierno, ha sido el ideal de los buenos hijos de aquella tierra, desde Francisco Mo-razán hasta Máximo Jerez.

Morazán luchó contra los separatistas, fue soldado valeroso y hom-bre de corazón. A esto hay que agregar que murió fusilado en San José de Costa Rica, un día quince de septiembre, aniversario de la indepen-dencia.2 Gerardo Barrios, Presidente del Salvador, fue após tol abnega-do de la gran idea y enemigo acérrimo del se paratismo. Murió también fusilado en la capital de su república.3 Su nombre es uno de los más ilustres en el catálogo de los mártires de la Unión.

[José Trinidad Cabañas]

Cabañas, hondureño, aguerrido como pocos, fanático seguidor de Morazán, murió algo menos que en la miseria.4 Jerez, una especie de monomaniaco sublime, que an daba de lugar en lugar haciendo revo-luciones y encendiendo los ánimos en pro de la causa de la Unidad Centro Ameri cana, falleció en los Estados Unidos, en donde años antes hallara tumba don José Francisco Barrundia, otro que tal, orador famo-so y varón benemérito por muchos títulos.

1 La Época, Santiago de Chile, 12 de agosto, 1886; rescatado en Obras desconocidas de Rubén Darío / escritas en Chile y no recopiladas en ninguno de sus libros. Edi-ción recogida por Raúl Silva Castro y precedida de un estudio. ([Santiago] Prensas de la Universidad de Chile, 1934, pp. 32-37). Incluido en Rubén Darío: Antología centroamericana, Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación (núm. 130, enero-marzo, 2006, pp. 53-58).2 En 1842.3 En San Salvador el 29 de agosto de 1865.4 José Trinidad Cabañas (1805-1871), libera, sostenedor de la unidad centroamerica-na y presidente de Honduras (1852-1855), falleció el 8 de enero de 1871.

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[Un bello ideal: pura poesía]

Ya se ve si habrá habido quienes hayan trabajado en el límite de sus esfuerzos por hacer de aquellas cinco na ciones diminutas y desconoci-das, una sola que sería vista con menos indiferencia que ahora por el mundo entero. No obstante, han salido fallidas todas las revoluciones, han resultado infructuosos todos los afanes; y la idea, si alienta en la ju-ventud; y es, por lo grandiosa, motivo de entusiasmos que se traducen en odas y en arengas, no se llevará a una resolución defiñitiva por más de una causa poderosa.

Es un bello ideal: pura poesía.

II

Adviene que el localismo es en Centro América, como en todas partes, motivo de grandes oposiciones.

La Unidad todos la quieren en las cinco Repúblicas. Pero los guate-maltecos, por ejemplo, que tienen una capital, ciudad de segunda clase entre las de Sud América, no se conformarían con que el Presidente de la Unión residiese, ni en Managua, por lo lejano y por lo poco adelan-tado, ni en San Salvador, por la vieja inquina que, aunque se afirme lo contrario, permanece siempre, ni en Tegucigalpa ni en San José.

Todos desean el poder en su propia casa, y ninguno se gana en lo egoísta. Hay para ello, además, fortísimas razones. Verbigracia: Guate-mala, Honduras y Costa Rica tienen deudas exteriores harto crecidas, para que El Salvador y Nicaragua, que no deben un centavo, las acep-tasen como propias dado que se llevase a la práctica la unidad de los cinco Estados.

III

La última tentativa de unificar a Centro América tuvo gran reso-nancia en todo el mundo civilizado. Justo Rufino Barrios, un tirano progresista, un valiente guerrillero y pésimo general, ex presidente de Guatemala, comunicó a los vecinos gobernantes un decreto de las Cá-maras de su país en que le ponían a la cabeza del ejército unionista, para comenzar la cruzada que había de reconstruir la antigua patria.

[barrios: gobernante que hizo progresar su país a latigazos]

A decir verdad, Barrios tuvo grandes simpatías en el partido liberal de Nicaragua. Fue llamado por las mil bocas de la prensa, como un

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redentor. Quiénes, inocentemente, llenos de ilusiones, sin conocer lo que era el caudillo, veían en él al único hombre capaz de resucitar las proezas de Morazán y de Cabañas; quiénes, enemigos jurados del par-tido conservador, hoy dominante en la tierra de Chamorro, preferían el látigo del Dictador al régimen que han tenido la humorada de apellidar oligarca; porque la cosa pública está bajo la dirección de ciertos perso-najes de antiguo llenos de influjo y bastante hábiles para no dejar que el poder llegue a manos de sus opositores.

Barrios fue gobernante que hizo progresar su país a latigazos. Un Rosas al revés. Acabó con la nobleza guatemalteca que desde el tiempo de Rafael Carrera imperaba en aquel Estado.

Se hizo querer del pueblo, haciéndose odiar de la clase alta. Abofe-teaba a un caballero de guante y frac, y abrazaba a un roto, en medio de la calle. De su carácter excéntrico se cuentan raras anécdotas.

Un escritor nicaragüense de gran mérito, nuestro primer crítico en Centro América, Enrique Guzmán (que, opositor a la actual adminis-tración de su país, estuvo al lado de Barrios, cuando la última guerra, siendo uno de sus generales), ha escrito un libro curioso,5 acerca del desgraciado jefe, que murió en Chalchuapa hace dos años, en Jueves Santo, como el famoso Presidente de Guatemala que por su apego a los jesuitas, poco le faltó para ser canonizado.

Barrios sucumbió, a pesar de sus miles de soldados equipados a la europea; y el ejército salvadoreño llevó a su capital la espada rota del que había intentado imponer su dominación en Centro América. La lección fue terrible.

No se ha vuelto a hablar más de la reconstrucción nacional, hasta que el Cable ha trasmitido la noticia de que los ex Presidentes de las cinco Repúblicas y los Presidentes actuales se hallan reunidos en la capital de México, con el objeto de llevar a cabo la Unión Centro Ame-ricana, y luego, de anexar la nueva confederación a aquella República.

Para el que conozca el actual orden de cosas de esos países, la nueva no pasa de ser un estupendo canard; una bola que sin qué ni para qué se echa a rodar por estos mundos.

5 Fue, en realidad, un “Diario íntimo” el del periodista Enrique Guzmán Selva (1843-1911), iniciado el 25 de mayo de 1876 en la ciudad de Guatemala; en él describe la personalidad de Justo Rufino Barrios. Fragmentariamente, se publicó en Managua, Tipografía Nacional, 1912.

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IV

Esos ex presidentes de que se habla en el telegrama referido, son los de El Salvador y Honduras, si es que en efecto hay algo de cierto en la noticia: el doctor don Rafael Zaldívar y don Marco Aurelio Soto.6 Son los únicos ex presidentes de aquellas naciones que viven en Europa por motivos políticos, poco más o menos, como en Santiago el señor [Ig-nacio] Veintemilla, ex presidente del Ecuador. Es decir, cayeron, y, lejos de su país, están como Dios les ayuda. A Zaldívar y a Soto les ayudó Dios tanto, que pocos príncipes rusos (excepto Guzmán Blanco) han hecho igual ruido con sus millones y su vida fastuosa. Ambos pueden ahora estar en México.

Los actuales Presidentes de las Repúblicas Centro Americanas, por sus antecedentes políticos y por su posición de hoy, puede decirse que es imposible que hayan hecho viaje a la tierra de Moctezuma con el objeto de que dice el telegrama.

El general [Manuel Lizandro] Barillas gobierna hoy a Guatemala; el doctor Cárdenas a Nicaragua; el general Menéndez al Salvador; el general [Bernardo] Soto a Costa Rica, y el general [Luis] Bográn a Honduras. El general [Francisco] Menéndez fusilaría al ex Presidente Zaldívar si lo tuviese a la mano, y el general Bográn haría poco más o menos con el ex Presidente Soto.

[son odios profundos e imborrables los que existen]

En cambio, si estos ex hallasen ocasión de arrojar de los palacios presidenciales a sus enemigos lo harían inmediatamente. Son odios profundos e imborrables los que existen. Ahora bien: [Francisco] Me-néndez era general de [Justo Rufino] Barrios; y [Adán] Cárdenas, el honrado y enérgico gobernante de Nicaragua, junto con el joven gene-ral Soto, que lo es de Costa Rica, fueron los que primero se opusieron al invasor, y los que apoyaron las disposiciones de Zaldívar en los pri-meros momentos de la última guerra, levantando numerosos ejércitos.

6 Marco Aurelio Soto (1846-1908). Político hondureño que participó activamente en la reforma liberal de Guatemala. Con el apoyo del gobernante guatemalteco Justo Rufino Barrios. De 1876 a 1883 ocupó la presidencia de su país, impulsando las medidas más progresistas de su época. Promulgó la constitución de 1880 que intro-dujo la separación de la Iglesia y del Estado. José Martí lo inmortalizó en una crónica escrita en 1893.

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Acaban de reanudarse las relaciones entre Nicaragua y El Salvador. Está todavía fresca la sangre de Chalchuapa. Los salvadoreños odian a los guatemaltecos y viceversa. Las revoluciones fermentan en el seno de aquellas Repúblicas. Cualquier paso de grave naturaleza tendría muy terribles consecuencias. Cárdenas está muy preocupado con dejar con-cluidas las líneas de ferrocarriles de todo su país antes de bajar del poder, y no iría camino de México a charlar de asuntos imposibles. Don Ber-nardo Soto no puede absolutamente hacer tratados sobre unión Centro Americana, porque todo Costa Rica es enemiga de ella, viéndolo bien. Si él pensase en semejante idea, le harían una revolución. Menéndez no querrá meterse a camisa de once varas, cuando no tardará en caer, dado el estado actual de los ánimos en aquellas tierras. Allá mudan de presidentes todos los días de fiesta.

En resumen, es imposible avenimiento alguno si se trata de un asunto tan debatido y que ha costado tanta sangre, como la unión de Centro América.

V

Todo esto quiere decir, pues, que la noticia que el cable comunica es una de tantas grillas que inventan los desocupados; y que el corres-ponsal mexicano de El Comercio del Valle de San Francisco, ha echado al aire una pluma como dicen los salvadoreños, una pluma enorme, de avestruz.

Si ello resultase cierto, se puede creer en que las predicciones de Nostradamus se están cumpliendo, y que principian las señales del jui-cio final con juntarse elementos tan distintos entre sí, como guatemal-tecos y salvadoreños, Cárdenas y Menéndez, Bográn y Soto, Soto y Barillas: es decir, fuego y agua, sal y azúcar, luz y sombra.

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págiNas De la unión1

Un programa periodístico / «La Unión»

La lucha por existir, por manifestarse de alguna manera, por tomar ensanche, se nota no solamente en los seres, sino también en las ideas. Multitud de gérmenes han permane cido durante mucho tiempo se-pultados bajo densas capas de tierra, cuando llega la hora de que esos gérmenes se desa rrollen, surjan y adquieran mejores condiciones de vida para volver después, en mayor o menor intervalo de tiempo, a la condición rudimentaria de la inmovilidad, presagio de nue vas y espe-radas evoluciones.

Así son las ideas. Han surgido del cerebro en un mo mento de inspi-ración feliz; han causado, quizá, conmociones profundas; han sufrido sus sostenedores toda clase de per secuciones, hasta el martirio, y llega-do los antagonistas casi a verlas extinguidas; pero las ideas negadas, ad-mitidas, sos tenidas con entusiasmo o condenadas, han probado que si el cadalso ha podido destruir a sus apóstoles o propagandistas, aquellas no han podido ser apagadas, y en el momento me nos pensado, un esta-do social favorable, una ocasión cual quiera, las ha hecho aparecer más brillantes que nunca y más prestigiadas con el martirio de sus adeptos, y causando nue vas y fructuosas revoluciones en el porvenir.

El mundo ha sido y es un campo de cohesiones o de sepa raciones ya bruscas o lentas en la familia humana. El mun do antiguo quedó sub-yugado por la daga del soldado roma no; más tarde el bárbaro destruye aquella unidad formada por la conquista, y el grande imperio conserva-do con tanto esmero por el primero de los Augustos, quedó substituido por multitud de fracciones que, andando el tiempo, volvieron a formar un todo homogéneo bajo el cetro de Carlomagno, el restaurador del

1 Con el título de “Unidad centroamericana”, Alberto Ghiraldo reunió los siguientes cuatro escritos en el volúmen IX: Crónica política (Madrid, Ediciones de Rubén Darío Sánchez, 1924), de las Obras completas de Darío, preparadas por el mismo Ghiraldo. Se publicaron originalmente —a partir del 7 de noviembre de 1889— en La Unión, diario fundado en San Salvador por Darío como propaganda del ideal unionista.

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poder de los Césares. La obra de los bárba ros quedaba destruida; la unidad triunfaba y se restablecía.

[todo parecía extinguido cuando la idea de la unidad de la pa-tria… surgió repentinamente]

Las pretensiones hereditarias, la ambición y las guerras a ellas con-siguientes, hicieron desmoronarse el imperio carlovingio; y a mediados del presente siglo, la Italia, antes asien to del dominio del mundo, país de renombrados guerreros, de oradores y de distinguidos artistas, pue-blo admirado por su genio, no menos que por la grandeza de su poder, pueblo privilegiado que con el prestigio de sus armas había infundido en los demás su variada civilización, y con ella los gérmenes para llevar más tarde la vida autónoma; la Italia, repetimos, ya no era más que un montón de ruinas, un país sin gloria, en donde para mengua de la memoria de tantos héroes, flotaban banderas extranjeras, y en donde anidaban sombríos despotismo afirmados por calabozos y cadalsos des-tinados a matar el patriotismo, por bayonetas apercibidas para sofocar en su germen toda manifestación de independencia.

Gloria, honores, prestigios, recuerdos de altísimos ejemplos, hege-monías de tiempos mejores, todo parecía extinguido cuando la idea de la unidad de la patria, oculta en los corazones como en un inviolable santuario, surgió repentinamente; los tiempos habían llegado. Esa idea brilló; fue aurora y esperanza para los buenos, fantasma aterrador para los usurpadores, luz para los unos, rayo mortificador para los otros. En esa hora solemne creíase oír la voz autorizada de los Gracos en defensa del pueblo; en la frente de los héroes creíase ver dibujada la firmeza de los Manlios y de los Scipiones. Héroes, patriotas esclarecidos, após-toles de una idea generosa y fecunda, escritores y oradores insignes, renombrados estadistas, todos animados por una altísima aspiración, se unieron y lucharon por abatir los poderes exóticos y hacer triunfar la unidad de la patria, y la idea triunfó. Hoy la victoria ha comenzado por ser justa y levanta monumentos en honor de la memoria de los héroes o mártires en aquella epopeya. Este y otros ejemplos nos dan a conocer que las ideas no desaparecen. Brillan, palidecen, parecen extinguirse por completo y vuelven a manifestarse con más fuerza y brillantez, por-que las ideas que el patriotismo sustenta, ideas a cuyo prestigio buscan los hombres la felicidad y engrandecimiento de los pueblos, son como

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la expresión de la voluntad de Dios. Dios dispone a las almas para el sostenimiento de las grandes causas.

[La idea de la unidad de la patria no quedó sepultada para siempre]

Lo propio podemos decir hablando de la unidad centroamericana. La discordia desencadenada y triunfante, los intereses pequeños ante-puestos a las grandes ideas o quizás al deseo de buscar en la separación y el exclusivismo la felicidad negada por aquel Estado, causaron en mala hora la división no lamentada suficientemente en el lapso de media centuria. La idea de la unidad de la patria no quedó sepultada para siempre. Aun en épocas de separación plena, esa idea aparecía de vez en cuando como rayo de purísima luz rasgando las nubes por todas partes acumuladas como anuncio cierto de próximas y terribles tempestades; y en épocas de desaliento, en la desesperación causada por interminable anarquía, ante las malezas aparecidas desgraciadamente sobre el campo de la patria dividida, en medio del amor de los unos, de la incertidum-bre y vacilación de los otros y del indiferentismo de los demás, ha dado el grito redentor de ¡patria! oído con tanto gusto por todos como por los náufragos el grito de ¡tierra! en la lucha terrible por la vida con las olas desencadenadas.

Hanse formado Congresos en una o en otra parte; han surgido pro-yectos más difícilmente concebidos que desaprobados por mal aconse-jadas legislaturas; hanse reanudado los trabajos, interrumpidos muchas veces por guerras nacidas, en su mayor parte, por el choque de intereses personales en juego; mas tantos trabajos, lejos de causar el desaliento y la decepción en los patriotas, han servido para mantener viva la idea y para pensar en la posibilidad de realizarla en mayor o menor intervalo de tiempo. Las impaciencias han engendrado las vías de hecho; pero la guerra ha sido contraproducente, porque mal puede causar la unidad un medio doloroso y terrible que deja siempre odios y rencores tan difíciles de extinguir, desgracias de todas clases que no tan difícilmente se olvidan.

[restablecer la unidad a favor de la paz]

Ha quedado sólo la esperanza, sustentada por la generalidad de los patriotas centroamericanos, de restablecer la unidad a favor de la paz y por medio de estipulaciones cuerdamente meditadas, extirpadoras

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de susceptibilidades, hijas, si se quiere, del aislamiento en que hemos vivido; y ¡cuál habrá sido nuestra satisfacción al ver que el Congreso de Plenipotenciarios de 1889 ha formado un proyecto tan generalmente aceptado que nos hace pensar, fundadamente, que en día no remoto, y después de variados y múltiples ensayos, reaparecerá la patria unida, la patria que nos legaron, nuestros mayores! Las aspiraciones de los patriotas serán colmadas, y la sangre derramada en cien campos de combate tendrá su recompensa. El proyecto de unión se ha firmado sobre la tumba del mártir de esa idea; esa memoria querida ha sido honrada con el homenaje que el Congreso de Centro-América le ha tributado al levantar la hermosa bandera bicolor, en la cual murió en-vuelto, dedicando su último pensamiento a la idea de la reconstrucción de la patria, que fue para él objeto, de constantes desvelos: No en vano se derrama, pues, la sangre en servicio de las grandes causas; por cada gota que cae, devuelve la tierra un adalid destinado a sostenerla.

A la necesidad de trabajar por la unión de estos pueblos, dignos de mejor suerte, por medio del pacto últimamente celebrado, obedece la función de este periódico.

lo que será «la unión»2

Venimos a ser trabajadores por el bien de la patria; venimos, de buena fe, a poner nuestras ideas al servicio de la gran causa nuestra, de la unidad de la América Central.

Este diario flameará como una bandera y sonará como un clarín.Seremos los que dirán al pueblo la palabra del entusiasmo.Pensamos en que los hombres de buena voluntad, los verdaderos

patriotas, deben ya prácticamente hacer su labor en la obra del porve-nir.

2 El mismo día de la publicación de este prospecto —el 7 de noviembre de 1889— Darío le remitió un telegrama a su sostenedor: el probo y liberal mandatario Francisco Menéndez (1830-1890), quien ejerció la presidencia de El Salvador tras encabezar un movimiento armado contra su antecesor Rafael Zaldívar. Menéndez, según Edel-berto Torres “fue un unionista puro y práctico, que no se dio tregua para hacer algo cada año en persecución de la unión política de Centroamérica.” (La dramática vida de Rubén Darío. Edición definitiva, corregida y aumentada. San José, C. R., Educa, 1980, p. 228).

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Acaba de darse un paso grandioso al formar el Pacto que han fir-mado en San Salvador los Ministros de las cinco Repúblicas. Delgado, Lainfiesta, los señores Alvarado y Baca,3 tienen derecho al aplauso de todos los centroamericanos que ansían el engrandecimiento del viejo país por que murió Morazán.

Nos sentimos llenos de honra al llegar con nuestras tareas del diario a ponernos bajo la sombra del pabellón blanco y azul.

Queremos ver brillar la nueva aurora y esfumarse las fronteras el día de la gloriosa fiesta triunfal.

Que cada cual ponga su contingente; que la Asociación, la iniciati-va individual, la Prensa, hagan su labor.

Que vuestro pensamiento ¡oh, Morazán!, ¡oh, Barrios!, ¡oh Caba-ñas!, ¡oh, Jerez!, sea una explosión de luz en la noche de nuestras divi-siones.

Haya franqueza; haya fraternidad.No más discusiones y pequeñas rencillas: brille la paz serena.Así, llenos los campos de espinas, vendrá el olvido de la sangre y de

las fatales guerras.El Pacto de San Salvador es una inmensa esperanza, y deben estar

orgullosos por haber contribuido a él los Gobiernos centroamerica-nos.

Entretanto, nosotros, voceros de la gran idea, saludamos a los pa-triotas, a los que no desesperan y a los llenos de aliento y de fe.

Al sentir que estamos bajo un viento de libertad, nos vemos forta-lecidos para nuestro trabajo por la patria.

Todo el jugo de nuestras venas, y toda la vida de nuestro cerebro, y todo el calor de nuestra alma, los colocamos en aras de La Unión, y por ella lucharemos y a su abrigo levantamos nuestra tienda.

3 Alusión a los delegados de El Salvador: doctor Manuel Delgado; Guatemala: li-cenciado Francisco Lainfiesta; Honduras: Francisco Alvarado; Costa Rica: Alejandro Alvarado; y Nicaragua: doctor Francisco Baca hijo. Gobernaba entonces nuestro país el doctor Roberto Sacasa, sucesor incidental de Evaristo Carazo, fallecido el 1º de agosto de 1889. El pacto fue firmado por los ministros de las cinco repúblicas centro-americanas el 15 de septiembre del mismo año.

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Pensadores: que en vez de las sombrías nubes que ha amontona-do el separatismo, vuelen vuestras ideas vencedoras a los altos ideales, como águilas bajo relámpagos.

A la obra.El diario La Unión espera el contingente de vosotros; que soplen

vuestros pulmones y él será la trompeta.La Unión persigue y desea que nos inundes de tus claridades, ¡oh,

Progreso!, y que sobre nuestras cabezas extiendas, con ruido glorioso, tus sagradas alas sonoras, ¡oh, Libertad!

Prólogo a un folleto político4

La Unión publica este folleto, consecuente siempre con sus ideas de propaganda en pro de la antigua nacionalidad centroamericana.

Trabajamos teniendo siempre puesta nuestra confianza en el patrio-tismo de los hombres buenos y en el entusiasmo de la juventud. Y de la juventud decimos, porque la juventud es apta y está dispuesta para las soberbias empresas. Ella, firme y valiente, no puede, no, oponerse al ideal de tantos varones ilustres por su pensamiento potente y por sus virtudes cívicas que han procurado la felicidad y esplendor de la patria grande, hoy despedazada.

Viene ya el día del triunfo de la bendita Causa Nacional. Este triunfo será el del Progreso. Será, bajo nuestro cielo, una victoria que resplandecerá como un sol.

Juntos los separados miembros, el gran cuerpo de la tierra de Cen-tro-América se alzará hermoso de vida y de pujanza, brillante de luz y de libertad.

[alienta una raza de caínes]

Hoy, de las grandes naciones, unas nos miran con indiferencia, otras no nos conocen, y muy pocas nos estudian para ver el modo de alternar

4 Inserto en el folleto Colección de los trabajo previos a la aprobación del Pacto de Unión Provisional en la República del Salvador. San Salvador, diario La Unión [1890], pp. III-IV. Fue publicada antes por su autor en la La Unión (año II, San Salvador, 22 de abril, 1891, p. 1, col. 1) con el título de “Prólogo a un folleto político”. Lo recogió, ya en el siglo XXI, José Jirón Terán en Los prólogos de Rubén Darío (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2003, pp. 17-19.

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con nosotros en las relaciones industriales, comerciales y científicas. Y entre tanto, el separatismo lucha contra la renaciente unidad nacional, y atiza los odios y los negros rencores. Alienta una raza de Caínes en vez de predicar la fraternidad santa y bella que para hombres y pueblos se junten y estrechen en el progreso y en el bien.

Pero los separatistas apenas si tienen ya respiro. Retroceden. Y cuando la justicia, cuando la Unión sea un hecho, quedará de aquéllos un recuerdo oprobioso.

Este folleto contiene, en primer término, el Pacto de Unión Pro-visional. Es esa la obra de los cinco Estados de la América Central, representados por ciudadanos dignos, llenos de probidad, que sólo han tenido en mira la felicidad de la patria que fundaron nuestros padres, y que verán engrandecida y próspera nuestros hijos.

Los juicios de la Prensa que han dilucidado las cuestiones que pu-sieron en tela de juicio los enemigos del Pacto y de la Unidad, vienen en seguida. Ellos contribuyeron a hacer triunfar la idea.

Y por último, la memorable sesión de la Asamblea Nacional, en que después de un debate luminoso en que hicieron aplaudir su elocuencia los diputados Rivera y López,5 se aprobó el Pacto, casi por unanimidad, si se atiende a que los cuatro representantes que negaron su voto, sólo disintieron en ciertos detalles de forma, pues estaban de acuerdo en la idea fundamental.

Ofrecemos, pues, esta compilación a todos nuestros compatriotas centroamericanos. Que, al menos, pueda servir de testimonio a la ge-neración que se levanta, de lo que aquí se ha hecho por la recons-trucción de la antigua nacionalidad. Y ¡Dios lo ha de querer! pronto veremos surgir, llena de gloria y fuerza, la gran patria, vencedora en su resurrección, como una apoteosis.

5 Antonio Rivera y Santiago López se llamaban, respectivamente, dichos diputados.

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El Pacto1

Después que las Asambleas de Honduras y El Salvador dieron un paso brillantísimo aprobando el Pacto Unión, nos llega hoy la plausible noticia de que la Asamblea de Guatemala ha hecho lo propio, levantan-do así, su nombre y dando aliento al patriotismo centroamericano. No podía esperarse menos de los distinguidos miembros que componen el Congreso guatemalteco. La idea liberal vence; los separatistas ven cómo se les está desmoronando su viejo partido.

Tres Repúblicas hay ya en Centro-América, progresistas, viriles, entusiastas, que apoyan el pensamiento de la Unidad Nacional, y que lo llevan a cabo, fundadas en el aliento de su pueblo y en la patriótica iniciativa de sus gobernantes.

De esperarse es que en Costa Rica y en Nicaragua se siga por este hermoso camino de progreso que nos guía al engrandecimiento y a la prosperidad. Hay en esas dos naciones buenos ciudadanos que quieren su patria grande.

Un principal elemento, por el empuje y por el ardor, la juventud, se agita y trabaja en ambos países por el conseguimiento de nuestros deseados fines.

¡Quieran Dios y los pueblos que el 15 de septiembre de 1890 anun-cie su triunfo y su resurrección la antigua bandera nacional, azul como el cielo y blanca como la paz!

1 Su contenido programático fue comentado por el chileno Eduardo Poirier en el folleto La República de Centro-América. Pacto de Unión Provisional de los cinco Es-tados Centro-americanos suscrito en el (sic) Salvador. Santiago de Chile, Imprenta “Victoria” de H. Izquierdo y Compañía, 1890. Entonces Poirier era Encargado de Negocios de El Salvador en Chile y Miembro Correspondiente de la Sociedad “Cen-tro-América”, de Sonsonate; y había sido cónsul de Nicaragua en Chile y muy amigo de Darío en ese país.

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epílogo De la Historia negra 1

I

EL AUTOR de estas líneas, a raíz de la traición que elevara a los her-manos Ezeta al poder en la República de El Salvador, publicó en Gua-temala un folleto con el título de Historia negra;2 contiene la narración exacta de los sucesos en que fue víctima lamentada el presidente Me-néndez.

Cinco años después amplió aquellas apuntaciones en un artículo que apareció en las columnas de La Nación, de Buenos Aires, a propó-sito de la caída de los Ezeta.3

Mis lectores están, pues, al corriente de los acontecimientos en que tanto se ha hecho sonar la tan famosa tiranía bicéfala de aquel pequeño país centroamericano.

1 Tomado de Rubén Darío: “Carlos Ezeta en Montevideo. Epílogo de la ‘Historia Negra’”. La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto, 1895, p. 3, col. 6-7.2 Darío llegó a Guatemala, huyendo de los golpistas hermanos Ezeta, el 30 de junio de 1890 y, por órdenes del presidente chapín Manuel Lizandro Barillas, escribió di-cho panfleto con el pseudónimo Tácito. Titulado “Historia Negra. Los sucesos de El Salvador”, se publicó en El Imparcial, Guatemala, los días 2, 3 y 4 de julio, 1890 y en el Diario de Centro-América, idem, el 8, 9 y 10 del mismo mes y año. Comienza: Todos saben cómo el general Menéndez ocupó la Presidencia de El Salvador después del triunfo de una revolución gloriosa. / Aquel hombre surgió probo y valiente, fue recibido con coronas de flores, con músicas y con palmas en la capital de la vecina República cuan-do llegaba vencedor, anunciando una era de libertad y de progreso en el mes de mayo de 1885. / Fundó su Gobierno bajo un régimen liberal. Él era liberal sin tacha, liberal en el pensamiento y en la obra. Nunca manchó su partido con fatales inconsecuencias. Y luego que ocupó la Casa Blanca, empezó su tarea de regeneración, porque amaba a su país de veras aquel soldado sencillo y firme. Invulnerable era su carácter catoniano, como una coraza de bronce. Comenzó a elevar a los que le habían ayudado en su noble empresa y a todos aquellos que juzgaba dignos de su consideración. Vio la caja del Erario vacía, y comenzó a llenar la caja del Erario dando impulso al trabajo y siendo custodia de los caudales públicos que veía como cosa sagrada […]3 Fuente ya citada que aquí se reproduce en lugar de “Historia Negra” porque resume ésta y registra su final.

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El cable nos ha comunicado el escandaloso y ridículo epílogo de la Historia negra, haciendo saber al mundo cómo los millones acapara-dos por “el hombre del 22 de junio” se han evaporado en la ruleta de Montecarlo.

III

Es en verdad digna de estudio la vida política de esos países cen-troamericanos. South América no cuenta con ejemplares tan admira-bles de perfecta tiranía. ¿Luego no es asombroso que de Republiquitas cuyos habitantes son los de un barrio de Buenos Aires, puedan extraer esos tiranuelos, dineros con que ufanarse varias veces millonarios?

Un día Emilio Castelar4 ofrecía en su casa de Madrid un almuerzo al representante de una República centroamericana, antiguo colabora-dor de La Nación. Como éste viese en una panoplia, entre varios retra-tos de celebridades universales uno de Carlos Ezeta, dijo, poco más o menos, al célebre tribuno:

—Voy, señor, a buscar en Madrid un retrato de San Martín o de Bolívar, de Bello o de Andrade, para que esté quien debe estar en el lu-gar que ocupa en esa panoplia el presidente de El Salvador. ¿Sabe usted la historia política de Carlos Ezeta?

Sonriente, Castelar se dirigió a un amigo suyo, invitado al almuer-zo, el señor Albarzuza, que después ha sido ministro:

—Esos países, esos países están aún en estado primitivo.Y continuó en larga peroración, con su manera siempre oratoria

y maravillosa. Habló de las frecuentes revoluciones americanas, de las tiranías nuestras desde Rosas hasta los Ezeta, pasando por Guzmán Blanco y Rufino Barrios y Zaldívar.

Bien enterado de nuestras agitaciones y pequeñeces, disertó de modo magistral, concluyendo, optimista, por augurar un tiempo me-jor. Y en cuanto a la particularidad del envío del retrato de Ezeta, habló de la pomposa dedicatoria y de cómo no era el primer retrato de man-darín americano que hubiera recibido con dedicatorias semejantes.

4 Emilio Castelar (1832-1899), político, orador y escritor español, uno de los líderes republicanos, fue Ministro de Estado y Jefe de Gobierno de la Primera República (1873). Darío le admiró mucho.

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El retrato del tirano salvadoreño le había llegado por medio de los hijos de su amigo Carlos Gutiérrez —el millonario de San Sebastián— los cuales eran agregados, si mal no recuerdo, a la Legación de El Sal-vador, presidida por Enrique Soto.

De este ministro contó aventura tan peregrina, que quizá jamás se haya vista cosa semejante. Consultaba, nada menos que con Castelar, la manera de ser recibido por la reina Cristina sin pronunciar el discurso correspondiente...

¡Y cómo reía el maestro cuando narraba el caso!Naturalmente, el embajador de Carlos Ezeta tuvo que pronunciar

su discurso después dé ser introducido por Zarco del Valle.La compra de una casa-palacio en Madrid, según diceres, fue hecha

por un capitán, Francés y Roselló; o un señor Jerónimo Pou, ex secreta-rio de Ruiz Zorrilla: Pou y Francés ayudaron a los Ezeta. en su traición, estando ambos en aquel tiempo encargados de la Escuela Militar de la capital salvadóreña.

IV

Antes de Carlos Ezeta, la América Central ha tenido excepcionales ejemplares de tiranos, comenzando con Carrera y acabando con Sacasa.

La unión de las cinco Repúblicas sería el comienzo de una verdade-ra regeneración; pero las ambiciones personales y los intereses de par-tido dificultarán por mucho tiempo el sueño de Morazán, de Cabañas y de Jerez.

Los pronunciamientos tienen por hoy raíces inextirpables, y de ellos no se libran Gobiernos buenos ni Gobiernos malos.

El imperio del militarismo triunfa, y los presidentes de las Repúbli-cas no están seguros ni de los mismos jefes de sus guardias de honor.

Y no hay entre ellos más diferencia que la de la honradez: Menén-dez o Ezeta.

V

El 21 de junio de 1890, Carlos Ezeta acababa de casarse.En la comida de bodas, entre varios amigos, había uno que vestía el

uniforme de general. Era el brazo derecho del presidente Menéndez, el

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primer militar, la cabeza del Ejército, el “otro yo” del jefe del Estado, el comandante general de las fuerzas de Santa Ana, el general Carlos Eze-ta. ¡Bizarro tipo en verdad! Joveri, un tanto obeso, cara marcial, fuertes puños, palabra alegre, jovial, campechano, querido de sus amigos, am-bicioso... ¡ y tanto! En los postres estábamos cuando un sirviente anun-ció que el director de Telégrafos buscaba al general. Éste se levantó de la mesa con una mal disimulada agitación. Después volvió. Saboreaba la copa de champaña, a veces como gozoso, a veces como triste. El poeta Gavidia estaba frente de él.

Al día siguiente debía celebrarse el aniversario de la revolución de mayo. Las fuerzas de Santa Ana habían llegado a la capital, junto con su jefe el general Carlos Ezeta.

De la mesa de bodas se levantó éste cuando le llamó Amaya, el di-rector de Telégrafos, a dar los últimos pasos para realizar su traición.

El 22 de junio se dio una gran revista militar.El presidente Menéndez, que miraba desde los balcones del Palacio

Municipal desfilar el Ejército, decía, al ver a Carlos Ezeta espléndida-mente uniformado, sobre su caballo —un caballo que formaba parte de su prestigio— a la Boulanger : “¿Ese es mi buen general Carlos? ¡Qué bravo es, qué gallardo es, qué noble es!”

Por la noche había un gran baile en la Casa Blanca. El presidente Menéndez se retiró temprano a sus habitaciones, que estaban en el segundo piso del Palacio de Gobierno.

El Presidente Menéndez

Este era un honrado y viejo militar. Había peleado gloriosamente en muchas campañas. Derrocó a Zaldívar con un ejército formado en Guatemala. Venía Ezeta entre los que mandaba Menéndez. Inauguró el ferrocarril a Acajutla. Trajo de Europa instructores para el Ejército. Hizo que en la Exposición de París de 1889 su país tuviera una digna representación.

Carlos Ezeta

Lo conocí cuando era estudiante en Nicaragua. Ezeta parece que es de origen mexicano. Cuando subió al Poder le resultaron muchos parientes mexicanos. Estudió en la Escuela Politécnica de San Salvador.

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Estuvo con el célebre dictador [Tomás] Guardia en Costa Rica. Erró de aquí a allá. Su principal rasgo era la ambición desmesurada. ¡Él, había de ser presidente!

Tocaba hábilmente la guitarra y cantaba muy regocijadas y alegres tonadillas.

Sin fortuna, sostenido nada más que por su vigorosa esperanza, ejercía de farrista mientras llegaba el momento de sentarse en la silla presidencial.

Menéndez, desde la campaña, le profesó un afecto casi paternal. Formó un hogar, un nombre, una celebridad en Centro América, todo por Menéndez. En la Historia negra se ve el detalle conocido de que la familia presidencial no se sentaba a la mesa si no llegaba Carlos.

En ese tiempo se trataba en El Salvador de las elecciones presiden-ciales. Menéndez había declarado que no habría candidato oficial, y rechazado la idea de reelección.

Ezeta, dueño del Ejército, del cual era querido, pensó apoderarse a todo trance del Poder. A la sazón, un hermano del ambicioso general, era comandante del puerto de Acajutla: Antonio Ezeta, terriblemente famoso después.

El 23 de junio

Se bailaba en la Casa Blanca. Todo lo brillante y aristocrático de la capital salvadoreña y de Santa Tecla se encontraba en la fiesta. Cerca de la media noche se oye una banda militar. El presidente Menén-dez despertó azorado. ¿Qué hay? Una serenata militar sencillamente. Entretanto penetraba en el salón de baile el general Malecio Marcial, hombre valiente: descontento de Menéndez, que fue el que expuso más su vida al dar el golpe, y la perdió. Marcial se dirigió al ministro de Guerra y le dijo tranquilamente: “¡Señor ministro, está usted preso!” Asombro. Luego a los otros ministros. Pero ya la fiel guardia de honor de Menéndez rodeaba la Casa Blanca, y al entrar en el salón de baile, el general Marcial llevaba una mejilla atravesada de un balazo. El pánico fue indescriptible entre las damas.

La bella hija mayor de Menéndez, la señorita Teresa, advirtiendo el terrible caso, gritaba “¡Que se llame a Carlos; que venga Carlos, y él será la salvación...! —Señora —le dijo alguien—, cállese usted; el traidor es Carlos Ezeta.”

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[…]Menéndez asomóse a una ventana, dándose cuenta inmediata de lo

que pasaba. Gritó desde arriba a sus soldados: “¿Quién es el traidor?”, contestándole: “¡Viva Ezeta!”.

Menéndez salió a ponerse frente a su guardia, y al verlo suss anti-guos soldados, lanzaron un grito de: “¡Viva Menéndez!” Pero éste cayó como herido por un rayo: lo mató la infamia.

Se dice que padecía del corazón.Antonio Ezeta llegó al siguiente día a San Salvador y se puso al

mando del Ejército. Carlos era presidente.[…]Guatemala, a raíz de estos sucesos, le declara la guerra al Salvador.

Mientras las tropas de Ezeta se encontraban en esta campaña, el general Rivas, jefe que disponía de los indios del departamento de Ahuacha-pán, se dirigió a la capital, tomó el cuartel de Artillería y proclamó la contrarrevolución.

Antonio Ezeta, al saber esto, dejó la frontera para dirigirse a la capi-tal. Fue un combate horrible. Antonio Ezeta venció bizarramente, tar-táricamente, calmucamente. Rivas y muchos con él fueron fusilados. Se saquearon casas, se robó, reinó el terror.

Cuando volvió Carlos Ezeta triunfante de la campaña, casi se olvi-dó su crimen entre los excelentes burgueses acomodaticios.

Imperaba el militarismo.Los intelectuales emigraron.[…]

Las anécdotas

Cerca de la casa de Antonio Ezeta había habido una boda. El novio daba un baile. La música que divertía a los invitados fastidiaba al gene-ral Antonio. Un asistente del general fue decir que de orden superior la música debía cesar y el baile suspenderse. “Yo estoy en mi casa, y aquí no manda nadie sino yo”, contestó el novio. Luego un piquete de soldados llegaba, sacaba al novio de su casa y lo fusilaba.

Una hermana de la Caridad padecía de una dolencia que le causó un crecimiento del vientre. Antonio Ezeta señaló a un excelente re-

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ligioso, fray Ángel Cabrera, como amante de la hermana, y ordenó. Mediante la cantidad de 5,000 pesos se hubo un nuevo Abelardo.

Él mismo tenía la manía de persecución. Una vez, cerca de Son-sonate, venía con sus ayudantes. Adelantóse un poco y vio venir por el camino una familia de campesinos, que regresaba de la labor. Era sábado. Iba a la ciudad a pasar el domingo, a divertirse. El padre iba de-lante, con su machete de labor y una botella de aguardiente en la mano : Al ver al general, gritó “¡Viva Ezeta!”, y se dirigió a él ofreciéndole un trago de su botella. “¡Apártate del camino!”, le dijo Ezeta. Pero el pobre diablo continuaba “Tome un traguito, mi general.” “¡Apártate!” “Un traguito...” El general hizo fuego y lo dejó muerto de un balazo. Después dio a la viuda dos billetes de 500 pesos, y siguió su camino.

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bRoNce al solDaDo JuaN1

¡BRONCE AL soldado Juan! ¡Música, himnos al Mestizo! ¡Pompas y gloria al “gallego”! Costa Rica celebra al pueblo en el soldado, y al he-roísmo en el ciudadano humilde, que murió valiente, en trance raro y épico, digno del canto de un Homero indígena con su antorcha en la mano.2 ¡Bronce al soldado Juan!, para que vea el costarricense de ma-ñana en su civilización creciente y brilladora cómo eran los que iban arma al hombro, al son del clarín de las viejas campañas, mandados por capitanes que hoy tienen la cabeza, fogueada antaño, llena de canas. Buenos tiempos viejos, caros a nuestros padres; entonces fue cuando se echó al bucanero de rifle y bota, como a una fiera invasora; entonces era cuando cantaban en los campamentos los soldados bravos, cancio-nes patrióticas al son de la guitarra que iba sobre el morral del sargento o la chamarra del cabo, para alentar y alegrar con sus cuerdas, en las noches del vivac, a los que luchaban por la patria y la libertad.

Eran los atrevidos combatientes de la guerra nacional, era el mo-mento histórico en que Costa Rica fue el país salvador de sus hermanas de Centroamérica. Y en una noche, en un instante, de entre los hijos del pueblo brota una hermosa encarnación del heroísmo, admirable-

1 El Heraldo de Costa Rica, San José, C. R., 15 de septiembre, 1891 [número extraor-dinario]. Lo incluyó Alberto Ghiraldo en Crónica política (Madrid, Mundo Latino, 1918, pp. 151-155). Se ha reproducido en numerosas selecciones de la prosa de su autor, entre ellas: Rubén Darío patriota. (Madrid, Ediciones Triana, 1966, pp. 255-257), de Margarita Gómez Espinoza, Rubén Darío / Prólogo, selección y notas de Edelberto Torres. (San José, C.R. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes; De-partamento de Publicaciones, 1976, pp. 194-197) y Rubén Darío en Costa Rica (sin lugar ni fecha, pero posterior a 1894, pp. 104-106) de Alejandro Montiel Argüello.2 Un ensayista costarricense ha valorado esta pieza: Darío es el primer historiador de nuestra tierra al rescatar la figura de Juan Santamaría, para construir un monumento de elocuencia, viéndole y dándole forma en la figura del humilde campesino mulato […] dejando de lado el bronce europeizante con que la cafetocracía, a regañadientes, pretendió apropiárserlo (Alfonso Chase: “Rubén Darío y Costa Rica”, en Los herederos de la promesa. Ensayos sobre literatura costarricense, San José, Editorial Costa Rica, 1997, pp. 24-25).

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mente a propósito para ser eternizada en una estatua por un escultor fogoso y fuerte, por un artista magistral.

[un sagrado símbolo para la noble patria costarricense]

¿Juan Santamaría... ? He oído discutir su acción...; que no es de Alajuela, sino de Barba...; que con el pelo erizado, era un hombre vul-gar...; ¡truenos de Dios! ¡Si no hubiera existido sería un sagrado sím-bolo para la noble patria costarricense! Del estúpido Eróstrato3 se sabe que existiese, incendiario, brutal y desatentado, después de tantos si-glos que han pasado sobre su memoria. Ayer no más realizó su triunfo Santamaría y ya habría que discutir su existencia.

Nazca en Barba o en Alajuela, o en San José, lo que brilla es su frente de héroe, ya resplandeciente en una lírica y espléndida apoteosis. La pobre madrecita, hija del pueblo como él, y a quien se le dio pen-sión escasa, aunque aliviadora, diría cómo era su hijo Juan Santamaría, el “gallego”, el pobrecillo que tiene ahora pedestal de granito para su estatua y una gloria de luz inmortal para su nombre.

Se ha comparado a Juan Santamaría con Ricaurte.4 Ambos son de sangre heroica, y en la sublime democracia de la gloria, pasan juntos bajo el mismo arco de palmas, ceñidas con los mismos laureles, el ca-pitán gallardo que voló el polvorín y el soldadito atrevido que prendió fuego al mesón.

Cuando llegaron a Rivas los militares de Costa Rica, el 8 de abril del año 56, iba en las filas el hijo de Alajuela, camino de la muerte, con su fusil de chispa, sin advertir que sobre su cabeza desplegaba las grandes alas la diosa soberbia que haría resonar el nombre humilde en el eco augusto de su bocina de oro.

Íbase a arrojar del suelo de Centroamérica al bizarro aventurero y sus cazadores yanquis. Íbase a combatir con ellos y con los nicaragüen-ses que se unían a los invasores de Guillermo Walker. ¡Así en la campa-ña nobilísima! Así caminaban los batallones costarricenses, a ayudar al hermano, a echar de su casa al filibustero.

3 Pastor de Éfeso, Grecia. Pretendiendo la celebridad mediante alguna acción me-morable, incendió el templo de Artemisa —una de las siete maravillas del mundo antiguo— la misma noche del nacimiento de Alejandro Magno. 4 Antonio Ricaurte (1786-1814), patriota colombiano. Asediado por los realistas, pereció heroicamente en San Mateo, Venezuela, al volar un polvorín.

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[la estatua del héroe popular]

La bandera de Costa Rica flamea en una luz de triunfo, en el día que se inaugura la estatua del héroe popular. Quiera Dios que en de-terminados tiempos y en distintos lugares surjan del pueblo figuras grandiosas, dignas del canto de los bardos y de los monumentos in-mortales. Salen de entre los proletarios, del campo de la montaña. Ya es Tell, el cazador de la Suiza,5 cuyo enorme perfil se pierde entre las vagas nieblas de la leyenda; ya es Aldea,6 el sargento de Chile, que como Santamaría en Alajuela, tiene en Valparaíso su simulacro de bronce, que saludarán con respeto y admiración profundísima las generaciones venideras. Estos son los buenos, los grandes, los que no mueren en la memoria de las naciones; éstos son los que se cantan en los romanceros y en las epopeyas, los que lucen con mayor aureola en las historias y en los anales, los que sirven de eterno ejemplo y de eterna enseñanza, y forman en el cielo de la patria resplandecientes y supremas constelacio-nes. ¡Bronce al soldado Juan! ¡Música e himnos al Mestizo! ¡Gloria al que se sacrificó por la libertad bajo el triunfante pabellón de su tierra! Apoteosis al hombre mínimo, cantado la primera vez por la palabra hímnica y fogosa de Álvaro Contreras,7 celebrado por los versos de

5 Guillermo Tell: héroe legendario de la independencia helvética, a principios del si-glo XIV. Negándose a saludar el sombrero ducal de un allegado al emperador germá-nico Alberto I en la plaza pública de Aldorf, fue obligado a una dura prueba: atravesar con una flecha una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo; hábil arquero, Tell venció la prueba.6 Juan de Dios Aldea Fonseca (1853-1879), héroe chileno de la Guerra del Pacífico. Pereció en el combate de Iquique entre la corbeta Esmeralda y el monitor peruano Huáscar. Darío le había dedicado unos versos en su “Canto épico a las glorias de Chile”: …Pudo Aldea / el bravo Aldea / acompañar a Pratts en aquel día / en su hazaña gloriosa y gigantesca. / Aldea, que aquel grito de / ¡Abordaje! saltó firme y seguro / siguien-do siempre al Capitán Arturo / se hundió también con él en lo infinito.7 Suegro de Rubén Darío, Álvaro Contreras (1839-1882) fue un político y periodista hondureño, padre de Rafaela Contreras Cañas (1869-1893), primera esposa de Da-río. Contreras había escrito un panegírico de Juan Santamaría. En su artículo “Letras centroamericanas. Honduras” (La Nación, Buenos Aires, 8 de marzo, 1912), escribirá Darío: “El orador Álvaro Contreras fue uno de los buenos profetas que lloraron sin-ceramente sobre las ruinas de la unión centroamericana. Fue combatiente fogoso y escritor de bríos, que anduvo siempre proscrito y errante por los países del istmo, con la mente llena de encantadoras teorías democráticas, entonando himnos a la libertad. No dejó más obras que unas pocas arengas políticas, que revelan sus grandes cualida-

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los poetas nacionales, eternizado en el metal de la inmortalidad por el cincel de artífice europeo, y cuyo nombre y recuerdo vivirá por siempre en el corazón de todos los costarricenses.8

des de escritor y tribuno.” (Escritos dispersos de Rubén Darío, II. Op., cit., p. 272.8 En un artículo posterior, escrito a los pocos días de haber llegado a Guatemala, Darío volvió a referirse al héroe tico: cuando hay un clarín que suena, dando el alarma de un amago invasor, allí están los soldados del 56, los soldados que lucharon contra el yanqui; allí sale de la tropa Juan Santamaría, el humilde glorioso (“Costa Rica”, Diario de Centro-América, Guatemala, 30 de mayo, 1892.

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[José maRía] ReiNa baRRios1

ESTE ES el que no dio Manifiesto ni dijo lo que iba a hacer si llegaba a ser Presidente; éste es el que vino de la América del Norte, para ser aclamado por su partido; con él estuvo la buena suerte, y desde hoy manda a los guatemaltecos. Es pequeño de estatura, es buen jinete, es de espíritu vivo, es marcial y cortés a un mismo tiempo. Cuentan que desde chico sintió el olor de la pólvora, en ancas de los caballos de los oficiales, en las campañas del tío.2 Sabe mandar y conversar: gustará a los diplomáticos y le querrán los soldados. Si hace la guerra, sabrá hacerla. Mas ¿qué irá a hacer por su país, tan desgraciado y decaído al comenzar su período? ¿Cómo se le podrá llamar más tarde cuando la historia tenga delante de su mirada las acciones del Presidente nuevo?

En el horizonte histórico de Guatemala vése desfilar el grupo de los que fueron: Lizaurzábal3 el primero, cuyo perfil se pierde entre las brumosas opacidades coloniales, figura sin relieve, personaje indeciso y débil; Barrundia,4 el orador candente, llameante, noble y tempestuoso; Galvez,5 el más hábil político de ese buen tiempo pasado; Flores, des-

1 El Heraldo de Costa Rica, San José, C. R., núm. 60, 16 de marzo, 1892. Incluido en Crónica política (Madrid, Mundo Latino, 1918, pp. 91-94), vol. XI de las Obras completas preparadas por Alberto Ghiraldo; y en Pablo Steiner Jonas [comp.]: Inter-mezzo en Costa Rica: estudio bio-bibliográfico sobre Rubén Darío. 1891/2. Managua, Gurdián, 1987, pp. 71-72. Con el pseudónimo de Nubia Darío publicó en el Diario del Comercio (San José, Costa Rica, 19 de marzo, 1892, p. 2) otra nota sobre Reina Barrios, a raíz de su toma de posesión de la presidencia de Guatemala cuatro días antes. Rescató dicha nota Günther Schmigalle en “La pluma hermosa”. Rubén Darío en Costa Rica. / Con textos”, Lengua, núm. 23, diciembre, 2000, pp. 212-213.2 Reina Barrios era sobrino del general Justo Rufino Barrios, a quien secundó en su campaña militar de 1871; no en balde había sido uno de los primeros oficiales gra-duados en la Escuela Politécnica.3 Agustín Gutiérrez Lizaurzábal (1763-1843). Rico abogado y miembro de una dis-tinguida familia de Guatemala; emigró en 1803 a Nicaragua y de allí pasó, en 1824, a Costa Rica. En ambos países ejerció notable influencia.4 José Francisco Barrundia (1784-1854), prócer de la independencia e indiscutible líder del partido liberal guatemalteco. Gobernó entre 1824 y 1826.5 Mariano Galvez (1794-1864). Hombre de leyes guatemalteco, de fuerte orienta-

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afortunado y trágico; Morazán,6 espada de la reforma, caballero de la victoria y víctima de la audacia; Carrera,7 patriarcal y religioso; Cerna,8 incoloro y sin vigor; García Granados,9 el mejor de los liberales; Ba-rrios,10 excéntrico y raro, fuego y espada, maza y martillo;11 y Barillas,12 el Presidente de la decadencia. Si a Lardizábal se le puede apellidar el Débil, a Barrundia el Fogoso, a Gálvez el Hábil, a Flores el Des-graciado, a Morazán el Victorioso, a Carrera el Patriarcal, a Cerna el Incoloro, a García Granados el Liberal, a Barrios el Rojo y a Barillas el Decadente, ¿cómo se le irá a llamar en el porvenir a Reina Barrios?

[Reina Barrios: hombre civil y jefe militar]

Él bien sabe qué es lo que se le entrega: un país enfermo y agotado. Así, pues, ¡lo primero es levantar su país! Guatemala es rica. Que se acumule esa riqueza en las arcas, y no sirva para enriquecer bolsillos privilegiados; el soldado guatemalteco, es bueno y bravo; que se vea por el ejército, que es el único, desgraciadamente, que puede devolver el prestigio perdido; que no se ataque la libertad común; que no se ofenda ningún culto; que se cuide del indio y se le redima; que se cimente la libertad verdadera y la Ley justa; que se despierte a Guatemala, en fin, después de tantos años de sueño. Saber elegir los colaboradores es lo

ción liberal. Jefe de Estado de 1831 a 1838. 6 Fransisco Morazán (1792-1842), liberal hondureño. Presidente de la República fe-deral de Centroamérica (1830-1838). Sus acciones liberales desde el poder le trajeron severos enfrentamientos con el sector conservador que a la postre lo derrotó.7 General Rafael Carrera, hombre fuerte de Guatemala a raíz de su victoria sobre Francisco Morazán en 1838. Asumió la presidencia de su país en 1844. Cuatro años después renunció al cargo, no sin decretar antes —el 21 de mayo de 1847— la crea-ción de la República de Guatemala. A partir de 1851 reasumió la presidencia hasta su muerte en 1865. 8 General Vicente Cerna, presidente de Guatemala (1865-1871).9 Miguel García Granados, presidente de Guatemala (1871-1873).10 Justo Rufino Barrios (1835-1885), general y político guatemalteco. Colaboró en el derrocamiento del presidente Cerna, o revolución liberal de 1871. A partir de 1873, ocupó la presidencia hasta su muerte en la batalla de Chalchuapa, El Salvador (el 2 de abril de 1885), intentando por la fuerza la unión centroamericana. 11 De certera calificó esta descripción de Justo Rufino Barrios —con cuatro sustanti-vos—, el escritor cubano Juan Marinello en el ensayo “Guatemala nuestra”, capítulo de su libro Meditación americana. Cinco ensayos (Buenos Aires, Ediciones Precyon, 1959, p. 120).12 General Manuel Lizandro Barillas, presidente de Guatemala (1895-1892).

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primero: ni espadones abstrusos, ni ministriles nulos, ni cortesanos que le cepillen la casaca; y si los tiene, que los conozca bien, no sea que el cepillo sea la vaina de un puñal.

Reina Barrios, que tiene las cualidades del hombre civil y las ener-gías del jefe militar, puede basar en buen terreno y con cimientos fuer-tes su Gobierno. Algunos temen, por el apellido y por el parentesco. Mas Reina Barrios, que piensa claro y ve bien, de la historia de Ba-rrios primero, como de la de todos los gobernantes de su país, sacará enseñanza para lo futuro. Hombre honrado, cumplirá con su deber; hombre de inteligencia, sabrá escoger los suyos y tendrá tacto político; hombre de charreteras, sabrá hacerlas brillar cuando sea hora en defen-sa de la honra nacional.

Si así fuese, Dios se lo premie, y si no, se lo demande.13

13 La candidatura de José María Reina Barrios (1853-1898), presidente de Guatemala (1892-1898), había triunfado en forma aplastante el 3 de marzo de 1892. Continuó el proceso de modernización de la infraestructura económica de Guatemala, cons-truyendo el Ferrocarril del Norte, por cuenta de la nación, en 1892, y del Ferrocarril Central, con capital norteamericano, en 1893. Al mismo tiempo, fundó el Banco Hipotecario. Pero, al final de su mandato, intentó alterar las reglas del juego electoral —la no-reelección— provocando el estallido de la “Revolución de Occidente”, pro-piciada por los bajos precios del café. Los alzados, vencidos, huyeron hacia México; pero la ejecución de dos de los empresarios de Quetzaltenango, que los apoyaban, se transformó en un golpe político contra Reina Barrios. Éste fue asesinado por el suizo Óscar Zollinger el 8 de febrero de 1898.

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DoctoR [José maRía] castRo1

COMO EN el último sacrificio fúnebre de la Ilíada, en que la hoguera pagana consumió el cuerpo del héroe; como cuando se alzaba la co-lumna o el monumento conmemorativo sobre la tierra, o se labraba el pétreo y misterioso hipogeo debajo de la tierra, para el hombre pensa-dor y magnánimo, para el rey fuerte o bondadoso; como discípulos que vemos expirar al maestro, que acaba de apurar, bajo el palio de la vejez, la última gota de la cicuta amarga de la vida; como marineros que que-damos en la orilla, viendo hundirse en el mar de la sombra al esforzado capitán anciano; así estamos nosotros; así estamos los hijos de la Patria y de la Libertad, al contemplar el ocaso de este sol que se apaga.

Yo le he visto en su lecho mortuorio, con el rostro pálido después del amargo esfuerzo de la última afonía; le he visto con los ojos cerra-dos al helado beso del último sueño; rígido con los labios apretados, frío, impotente, ¡cadáver! Y en tanto que le miraba, venía a mi me-moria el recuerdo de toda aquella existencia pasada, de aquella senda limpia y victoriosa por donde pasó el caballero vencedor al son de las trompetas de bronce de los cívicos triunfos. Me imaginaba verle joven, vibrante, en los primeros tiempos de su vida pública, cuando era el mozo de inteligencia alada, auditor de guerra de aquel batallador in-mortal y heroico que se llamaba Francisco Morazán, cuyo retrato le oí hacer al patricio venerable, a la mesa de los Montúfares, en Guatemala; o antes, en los claustros de la Universidad leonesa aprendiendo filosofía en latín y penetrando en el espíritu de las leyes. O cuando al retorno a su patria costarricense sirvió a Alfaro, el alajueleño, que tenía fibra y sentimiento, sin barnices modernos, contundente como un martillo y claro como una gota de agua; o ya en mejores épocas cuando tuvo el pensamiento amable generoso de traer a aquel don Juan García, que

1 El Heraldo de Costa Rica, San José, C. R., núm. 76, 6 de abril, 1892; incluido en Crónica política (Madrid, Mundo Latino, 1918, pp. 81-89), vol. XI de las Obras com-pletas preparadas por Alberto Ghiraldo; y en Pablo Steiner Jonas: Intermezzo en Costa Rica. Estudio bio-bibliográfico sobre Rubén Darío, 1891-92. (Managua, Gurdián, 1987, pp. 80-83).

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levantó la enseñanza, que explicaba a los niños como un maestro mo-derno lo que es una rosa, lo que es una estrella.

[Gobernador probo]

¡Bendito el Ministro bueno que para su país quería la libertad y la luz! Así fundaba para los pequeños la escuela, para los hombres la Universidad. Y cuando subió más alto, a Jefe de la República, joven en época en que sólo ascendían al Gobierno los caballeros blancos, fue modelo de presidentes. Si pecó fue el suyo pecado de bondad o exceso de entereza. Tal se vio a su caída, pues el pueblo pudo observar cuánto de trabajos y de obras de progreso daba el gobernante probo que buscó siempre la felicidad de su nación... Querían los enemigos detener su aliento, parar el brazo laborioso; le hacían guerras; se defendía él, apa-gaba el incendio destruía los planes adversos; cayeron bajo su mano los revolucionarios; a nadie mató; como dice el periódico del Gobierno: “no manchó sus manos en la sangre”. Cuando se fue a su casa, llevaba las manos puras; a través de su conciencia cristalina, brillaba el sol. De oro era la medalla que llevaba en su pecho el Fundador de la República; la medalla que le dio el Congreso cuando dejó el bastón. Después le persiguieron en su tierra, y se fue a comer pan extranjero porque le echaron de ella. Soportó estoico el destierro. Donde llegaba decían: “Bienvenido sea”. Aquí estaba la familia triste, que cuando volvió el proscrito le recibió con lágrimas y flores. Hombre tan meritorio, dijo la Asamblea, no merece sino sillón de honra, curul augusta, de uso de presidente de Poder Judicial. Sirvió de nuevo a su país, y, como siem-pre, en él resplandecieron la honradez, el honor y la justicia. Pasó algún tiempo y se dirigió a la República colombiana. Los nobles vecinos le recibieron de manera fraternal: Morillo, el Gran Morillo, recto y sagaz, cuya alma era un cisne por lo inmaculada e intacta, estimó al huésped, lo puso sobre su corazón, le dedicó sus juicios lisonjeros.

[Árbol firme y generoso]

Regresó. Lleno de grandes prestigios, cubierto de vida y gloria, vol-vió a elegirle Presidente el pueblo. Comenzó de nuevo el repúblico su interrumpida tarea. En medio de las agitaciones políticas, era un árbol firme y vigoroso que tenía el conocimiento de la virtud de su sa-via. Pero he aquí que la revolución fue más potente que las anteriores: golpeó el hacha revolucionaria y el árbol se vino al suelo. Mas sus mis-

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mos contrarios reconocían la superioridad de aquel republicano que no atacaba nunca la ley ni los principios democráticos; que tenía odio al cadalso, que dejaba intacta el arca pública, que promovía adelantos, que respetaba el derecho ajeno, que no callaba nunca los clarines de la Prensa, esa terrible derrocadora de toda Jericó.

En sus postreros tiempos siempre estuvo en altos puestos, en gra-cia a sus merecimientos altísimos. Todo Centroamérica vio de cerca al preclaro ministro que llevaba en la solapa de su levita el botón rojo de la Legión de Honor; todo Centroamérica escuchó los discursos suyos, oportunos y patrióticos siempre, y todo Centroamérica, cuando le veía pasar, decía: “Allí va una reliquia del buen tiempo viejo; allí va un mo-numento vivo que recuerda la grandeza de nuestros padres”.

[era unionista]

Era él un tanto soñador: era unionista. Quería la fusión de los cinco Estados. La Unión, la visión de Jerez, la Dulcinea de Cabañas —ese su-blime caballero andante de la Libertad—; la mártir que quizá desapa-reció para siempre aplastada por las ruedas de los cañones de “Rufino Barrios.” Siempre fue el doctor Castro mensajero de la Paz.

Los que lo conocimos íntimamente, sabemos cómo era el hombre. Era jovial, bondadoso, amigo de la juventud. Amaba a sus hijos con una ternura profunda. Cuando murió mi amigo Jorge, el padre pade-ció dolor innarrable. Al verme, tiempo después de la desgracia, se puso a llorar, me dio un abrazo. ¡Pobre y bella alma!

Duerma ya su misterioso sueño el maestro de virtudes y energías. Descanse el hombre antiguo, extraño a nuestros tiempos, digno del mármol. Costa Rica le debe una estatua. La juventud debe descubrirse delante del cadáver del varón intachable.

Su casa está de duelo, ese hogar que él quiso tanto, donde tenía los seres de su corazón que le acompañaron en las glorias y en las tristezas de la existencia.

Yo saludo al patricio que emprende el viaje eterno. Saludo al astro que se pone. Te digo adiós, anciano de la sonrisa dulce y la mirada paternal.2

2 Como se ve, este artículo es un obituario laudatorio consagrado al prócer costarri-

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cense José María Castro Madriz (San José, 1818-idem, 1892), doctor en leyes por la Universidad de León, Nicaragua, ministro del gobierno que rigió su país de 1842 a 1846 y fundador del Mentor Costarricense. Entre 1847 y 1849 ocupó la presidencia de la República por primera vez y luego de 1866 hasta el golpe de 1868. Con Julián Volio se empeñó en “un plan total de reforma de la enseñanza primaria —anota Luis Ferrero—. Fue rector de la Universidad de Santo Tomás durante diecisiete años; varias veces Ministro presidente del Congreso y de la Corte Suprema de Justicia” (Ensayistas costarricenses. San José, C. R., Imprenta Lehman, 1971, p. 94).

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ceNtRoaméRica1

PARA OBSEQUIAR los deseos de usted, señor director, y hablar sobre los cinco países de mi tierra, quisiera tener espejuelos de color de rosa. O que alguna hada me diese un filtro que me hiciese ver lo negro de agradable manera. O que la miel de mi corazón, cuando mi corazón es todo miel para la patria, pudiese envolver las rugosidades, asperezas y tristezas de aquellas comarcas. O que Dios me hiciese sacar de la esperanza gran consuelo; y de soñar lo que será mi país si consiguiera el alivio de la pesadumbre; y viese el canal hecho, y así las visiones de Warner Miller llevadas a la realidad, y que Menocal gozoso y la descon-fianza derrotada pusiesen triunfante arriba del asta el pabellón del tra-bajo, que ha de flotar cuando ese trabajo de Hércules sea cumplido y el mundo admire la realización de lo hasta hoy juzgado como imposible.

[Tengo que descender a la política]

Pero ¿cómo le voy a hablar hoy de canal si no puedo darle, como lo intentara mi deseo, ni un solo mirlo blanco, es decir, ni una sola buena nueva? Precisamente tengo que descender a la política. O tratar de las crisis económicas que a todos los países centroamericanos, como a otros del continente, azotan y confunden. O mirar pavoroso y ame-nazantes un espectro armado que a cada paso se presenta con ropaje blanco y lleva en la mano un olivo, aunque va cubierto de todas armas: la guerra. Pues aunque la buena voluntad gubernativa quiere contener la tempestad con enguirnarlar la senda por donde pase la paloma del arca, la paloma no volverá allí, sino que harto pronto el cuervo negro

1 Tomado del Diario de la Capital (Managua, año II, núm 417, 11 de agosto, 1892), este artículo se reprodujo por primera vez en La Prensa Literaria, 25 de junio, 1994, con una nota explicativa de su exhumador Jorge Eduardo Arellano. Originalmente publicado en La Estrella de Panamá, su redacción data de julio, 1892 (entre el 11 y el 21, fechas respectivas de su arribo a Panamá y partida hacia España), cuando mar-chaba hacia La Habana —acompañando a su pariente Fulgencio Mayorga— como miembro de la delegación nicaragüense a los actos del IV Centenario del Descubri-miento de América.

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será el nuncio de las eternas desgracias nuestras. ¿No es cierto que de-bería ponerme espejuelos de color de rosa?

Nicaragua trabaja por su bienestar. Guatemala se levanta hoy que José María Reina Barrios le ayuda y le tiende la mano, como a una convaleciente que necesita apoyo para dar un solo paso. El Salvador es un cuartel que aguarda la campaña. Honduras deja al extranjero que labre su seno de oro; y se llena en tanto de facciones y revueltas. Y sólo Costa Rica, la buena Costa Rica, mira a uno con cuidado y tino su porvenir político y su situación económica, y mientras se acusa al presidente ante el Congreso, Mr. Keith salva el crédito del país y el comercio continúa por su senda rica y el cambio baja tras los apuros pasajeros y accidentales. Que un incendio como el que acaba de pasar conmueve la capital y destruye a grandes pasos la propiedad, no es cosa que turbe a los josefinos laboriosos, porque si el seguro no alivia, alivia el brazo y la constancia en la labor, para la cual los costarricenses están siempre listos. Mientras haya un buey y un grano de café que sembrar, el hijo del país vecino verá el cielo propicio, confiado en Dios y en sus músculos y sangre.

En Nicaragua los esfuerzos de la oposición han intentado turbar la tranquilidad pública, pero los movimientos anti-sacasistas han sido impedidos en su nacimiento por la actividad del Excelentísimo Señor General Presidente doctor don Roberto Sacasa.2 Y el presidente de Ni-caragua quiere tanto a su país, que dice y confiesa delante de los suyos que a la primera insinuación escrita que los representantes del pueblo le hiciesen, para que dejara el mando, él lo dejaría, pues no quiere sino demostrar que ama a su Patria y que hay en el lugar de su cuna un hombre como él que puede dirigir los asuntos del Estado con especial interés y trascendentales miras.3

2 El presidente Sacasa lo acababa de nombrar el 25 de junio de 1892 miembro de “la Comisión que ha de representar a Nicaragua en España, en la próxima celebración del Descubrimiento de América” (Gaceta Oficial, Managua, núm. 49, 29 de junio, 1892). Presidía la Comisión don Fulgencio Mayorga, ex ministro de Hacienda y Crédito Público. Ambos partieron del Puerto de Corinto el 6 de julio y arribaron a Panamá el 11.3 Esta declaración motivó la gacetilla “Poeta agradecido” (El Día, San José, C. R. 10 de agosto, 1892). Seguramente la elaboró Pedro Ortiz (1859-1892), amigo de Darío, pero recién expulsado de Nicaragua por el presidente Sacasa. En otra gacetilla del mismo diario, publicada tres días después, se insiste en que la declaración sacasista de

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Al llamado de la madre España van los pueblos centroamericanos, como todos los del continente, representados por sus comisiones. Tó-came a mí ir por el Estado nicaragüense, donde tuve cuna, y tócame en tan honrosa empresa acompañar al digno caballero don Fulgencio Mayorga, quien tantas pruebas ha dado, en los altos puestos en que los patrios gobiernos le han colocado otras veces, de discreción, intelectua-lidad y cultura; que aunque son dones propios de su sangre y familia, no por eso dejan de resaltar particularmente en el discreto y excelente representante que Nicaragua envía hoy a la brillante exposición colom-biana de Madrid.

[el dignísimo señor de arellano]

Pasma y da entusiasmo ver lo que ha trabajado y esto lo escribo por hacer al paso una justicia, el noble y bravo representante de España en Centroamérica, para que tuviésemos en el grandioso y extraordinario certamen un puesto superior, yo le he visto de gabinete presidencial, de ministro a ministro, de museo en museo. Él ha ordenado excavaciones en nuestras tierras y ha hecho extraer piezas valiosas de nuestra arqueo-logía, y a fuerza de persistencia y de tacto admirables ha animado tam-bién intelectos más duros que los cuarzos de las entrañas de nuestros montes. Conste, pues que si la América del Centro ocupa un puesto en la Exposición madrileña, buena parte de los laureles corresponden al dignísimo señor de Arellano,4 en quien su Majestad católica tiene uno de sus representantes en el mundo de Colón.

[un porvenir hermoso y victorioso]

Y después de todo, señor director, no hay que desesperar de los cinco fragmentos de Patria que tenemos los compatriotas de Morazán

Darío fue un exceso de gratitud.4 A este culto e inteligente señor de Arellano, Darío le había dedicado uno de sus artículos: “Fotografías. Instantáneas diplomáticas” en El Heraldo (núm. 2631, 15 de noviembre, 1891) de San José, Costa Rica, donde lo conoció. Intimé allí con el ministro español Arellano, y cuando nació mi primogénito, como he referido, su esposa, Margarita Foxá, fue la madrina —recordará en La vida de Darío escrita por él mismo (XXIII). Ese heraldo de la madre buena, de la madre España —como lo retrata en “Fo-tografías…” de El Heraldo— se llamaba, en realidad, Julio de Arellano y Arróspide, y era un carácter amable; una ilustración que tienen los quilates de oro fino; un corazón sincero y valiente. Con razón Castelar le estima tanto. Y con el gran hombre todos los que le conocemos.

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y de Jerez. ¡Jerez! Si lo viera usted cómo está el nombre de mármol, ¡en el parque de León!5 Poco más o menos, como el hombre de bronce, el hombre de Gualcho y Perulapán,6 en su parque de San Salvador. Am-bos en piedra y metal tienen un aspecto triste. Parecen que aguardaran algo. No la unión, porque eso es hablar de las kalendas griegas. Pero sí un porvenir hermoso y victorioso para su terruño amado, donde el uno mantuvo su potro de guerra y el otro el águila de su pensamiento, ambos caballeros de la democracia, relámpagos y espadas, santos de nuestro martirologio.

5 La estatua, elaborada por el escultor nicaragüense José María Ibarra, había sido inaugurada el 29 de abril de 1892.6 Batallas dirigidas por Francisco Morazán: la primera se desarrolló el 6 de julio de 1828; la segunda, conocida como San Pedro Perulapán, el 25 de septiembre de 1835.

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iii

latiNoaméRica

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José Manuel Balmaceda, presidente de Chile (1886-1891)

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eleccióN, gobieRNo y caíDa De José maNuel balmaceDa1

El nuevo Presidente de Chile2

I

SEÑOR REDACTOR de El Diario Nicaragüense,3 Granada: El Pa-lacio de la Moneda será pronto ocupado por el nuevo presidente. El resultado de las elecciones, como por los cablegramas deben saber los nicaragüenses, fue la victoria completa del partido gobiernista.4 Hay quien afirma que los que rigen la cosa pública acuden al soborno, a la maledicencia, hasta al crimen, para conseguir el logro de sus pro-pósitos; quien, que la oposición es harto descontentadiza y mentiro-sa; quien le niega al señor Santa María hasta sus dotes intelectuales y caballerosidad, como nada menos que don Zorobabel Rodríguez,5 y quien, por último, presagia la ruina completa del país, con la futura administración.

Al extranjero le toca ver, oír y narrar.Eso es lo que yo haré únicamente al dirigir a usted mi correspon-

dencia.

1 Serie de cuatro artículos reunidos por Armando Donoso en Obras de juventud de Rubén Darío […] Santiago, Editorial Nascimento, 1927, pp. 311-325. Todos versan sobre el gobernante chileno José Manuel Balmaceda (1838-1891), a quien Darío dedicó su “Canto épico a las glorias de Chile” publicado en el diario La Época, según carta que le remitió datada en Santiago el 9 de octubre de 1887. Veáse el volumen Cartas desconocidas de Rubén Darío. Introducción, selección, notas: Jorge Eduardo Arellano (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, marzo, 2000, p. 83).2 Este artículo —uno de los primeros escritos en Chile por Darío, a finales de 1886, el mismo año de su arribo— lo remitió su autor desde Valparaíso, bajo el título de “Información”, como correspondencia a Nicaragua. 3 Primer periódico de circulación diaria en Nicaragua, fundado en Granada el 1° de marzo de 1884 por Anselmo H. Rivas y Rigoberto Cabezas.4 En realidad, llegó a la presidencia de la república sin competidor alguno, como candidato de una convención liberal-nacional. Su opositor, José Manuel Vergara, había retirado su candidatura.5 Zorobabel Rodríguez (1839-1863), periodista y novelista chileno, de asombrosa variedad temática: política, religión, filosofía , folcklor, sociología y lingüística.

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II

Por hoy me circunscribiré a dar a conocer a los lectores de El Diario el personaje que ha de suceder al señor Santa María.

En todas las vidrieras y fotografías se mira hoy su retrato, Su fiso-nomía acusa inteligencia. Su vida, es altamente honrosa. Su tino en los negocios públicos se ha dado a conocer en diferentes épocas. Es, pues, un presidente futuro de quien hay que esperar mucho de bueno.

Quien lea la prensa opositora de Chile, fuera de Chile, admirará la libertad de que aquí se goza. Al señor Santa María y al señor Balma-ceda les han dedicado páginas idénticas o semejantes a las de nuestro famoso republicano; sin embargo, hay órganos de la oposición, como La Unión, redactado por Rodríguez, que hieren clara y llanamente, con la habilidad de un floretista insigne. ¡Ya lo creo que lo es don Zo-robabel! Todos los periódicos opositores, como es natural, han atacado rudamente a Balmaceda.

III

El señor don José Manuel Balmaceda es un liberal rojo. De niño mamó el conservatismo. Víctor Hugo tuvo su seminario de nobles. Él, también. El gran francés deificó a Voltaire. Balmaceda, en mil ocho-cientos cincuenta y tantos, publicó su primer folleto de la reforma. Ha sido enemigo acérrimo del ultramontanismo, y lo es, lo cual no impide que se codee, y trate arduos asuntos de Estado, con el sacerdote ilustrí-simo y franco, don Francisco de Paula Taforó.

El partido liberal, que es el que ahora está en el Poder, aunque menoscabado, pues muchos de sus importantes miembros se hallan ya unidos a la oposición, cuenta con un firme apóstol en don José Manuel.

IV

Balmaceda es periodista distinguido, orador parlamentario y polí-tico avisado.

Sus primeros discursos fueron oídos en el Club de la Reforma. El ilus-trado escritor señor Pedro P. Figueroa6 me ha suministrado estos datos.

6 Pedro P[ablo] Figueroa (1857-1909). Ensayista, biógrafo, crítico literario y cronista

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Al hablar del cambio de ideas del señor Balmaceda, de su pasada deserción, si se quiere, de los reales aristócratas y teocráticos a los li-berales, dice dicho señor: él no ha desertado de las filas de un bando que lo educara, sino que convencido de lo funesto de la enseñanza que había recibido, buscó en el estudio de los grandes hombres y las nacio-nalidades célebres del mundo democrático, la verdadera fórmula del progreso político liberal. De ahí su republicanismo puro y abnegado.

V

Nuestra figura en cuestión es uno de los acaudalados capitalistas del país.

Hace poco tuve el gusto de conocer Viña del Mar, preciosa pobla-ción de chalets, quintas y palacios de hadas; el Versalles chileno, como le llaman. Allí está la preciosa propiedad del señor Balmaceda, digna de un lord inglés o de un visir oriental. Hay que advertir que el dueño, muy honradamente, ha ganado sus pesos con trabajo y constancia.

VI

Un tiempo, sus padres, nobles señores chapados a la antigua, con altas ejecutorias y grandes preeminencias, y sobre todo, católicos pu-ros, quisieron que llevara sotana, que se hiciese cura. Ahí tiene usted al joven discípulo y seguidor de aquel hombre relámpago que se llamó Francisco Bilbao, embebido en las obras de escritores como los de la Enciclopedia. ¿Vestir sobrepelliz y cargar sombrero de teja?... ¡Era im-posible!

Demás está decir que don José Manuel desobedeció el paterno mandato, a pesar suyo.

VII

Demos un gran salto.Helo ya ministro de Relaciones Exteriores.

chileno. Publicó 39 obras. La primera, de 1883, fue El Leñador, romance histórico; y la última Relieves nativos (1908). Fue autor de un Diccionario biográfico de Chile (1887). Conoció personalmente a Darío a quien dedicó una extensa semblanza biográfica —acaso la primera— en su obra Prosistas y poetas de América moderna (Bogotá, Casa editorial de J. J. Pérez, 1890, pp. 371-381).

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Allí es, allí en el Gabinete, donde ha dado a conocer sus talentos y habilidades. Siempre es, claro, apóstol infatigable de sus ideas, como en la tribuna del Congreso, en la oficina de El Diario y hasta en su escritorio de comerciante.

Reforma y más reforma: he aquí su credo. Adelante, adelante y al vapor.

Como orador parlamentario le critican.

Dicen que es brillante, pero hinchado.

Yo no le he oído nunca. Pero he leído algunos de sus discursos, y me parece algo injusta la censura. Lo que hay es que tienen ellos cierta elocuencia tropical, por decir así, que no gusta a los que quieren el grano puro, sin hojas.

En suma: es ampuloso, pero claro.

VIII

Se cree que cuando suba el señor Balmaceda se irá aún más adelante en asuntos de reforma.

“¿Aún más adelante?” preguntará, asombrado, quien sepa hasta dónde se ha llegado aquí en esas materias. Sí, aún más adelante.

Y sépase que aquí hay tolerancia de cultos, matrimonio civil, se-cularización de cementerios y otras lindezas más. Pero ¿qué se espera entonces?

La separación completa de la Iglesia y del Estado. Lo que no han logrado naciones cultas en la misma Europa.

“Indudablemente —dirán ciertas gentes de mi tierra—, en Chile va a llover fuego”.

Sin embargo, en Chile es donde he visto frailes de todos colores y tamaños, procesiones como las nuestras, dinero del Papa, templos riquísimos, congregaciones y hermandades, etc., etc.

Item más, el clero de Chile tiene ganado mucho terreno, y hay sacerdotes ilustradísimos que redactan diarios como El Estandarte Ca-tólico, con otros tantos ítems más.

El pueblo chileno es religioso, muy religioso.

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No obstante, los reformadores persiguen sus ideales, y uno de tan-tos ha sido la elevación al primer puesto de la República del señor Balmaceda, de quien se esperan grandes disposiciones.

El señor Santa María baja con rencores, con odios, hasta de muchos que antes se llamaban sus amigos.

Pero si él cree que ha cumplido con su deber, ¿qué le importan?

IX

En el Congreso se debate actualmente la cuestión monetaria.La nación, que atraviesa por una crisis si se quiere universal, espera

de los padres de la patria el remedio del malestar económico. Ya comu-nicaré a usted el resultado de las varias proposiciones que ha presentado el Gobierno al criterio de las Cámaras.

X

Se trata de reformar los artículos de la Constitución que se refieren a la elección de presidente en la República por el voto directo. El pri-mer proyecto es el del famoso jurisconsulto don Jorge Huneeus; el se-gundo, del tan conocido entre nosotros don Clemente Fábres. Me daré el gusto de ocuparme detalladamente de los resultados en mi próxima correspondencia.

XI

Por motivos de salud, se halla hoy en Valparaíso el señor presidente Santa María.

Ha llegado y está también en Valparaíso el célebre doctor Fort, autor de obras de medicina que se estudian aquí mismo y creo que en Nicaragua. Ocurrió un caso que demuestra lo bragados que son estos chilenos. En todos los exámenes presentóse el doctor para incorporar-se. En el primero quedó mal; en el segundo, mal; como médico, mal ; y como farmacéutico y como cirujano, ¡mal!...

¡El doctor Fort! ...Un corresponsal de La Unión, Juan de Santiago, pinta el caso divi-

namente.Algunos creen que hay algo de injusticia. Pero dado que entre los

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examinadores había hombres como el doctor Valderrama,7 no puede creerse sino que el doctor Fort escolló contra semejantes promontorios. ¡Qué tal! Por fin fue incorporado con un voto en contra.

XII

A propósito de Valderrama, concluiré con palabras suyas. Hace poco se debatió en las Cámaras el proyecto de vacunación obligatoria. El señor Sanfuentes, senador por Valdivia, se oponía a dicho proyecto, porque consideraba dañosa la transmisión del virus de brazo a brazo, por las enfermedades que se podían contraer. Valderrama habló muy lucidamente (como siempre), y concluyó con estas palabras, que dan a conocer al médicosenador: “El señor senador por Valdivia, rechazando tenazmente la vacuna humanizada, cree que estará libre de todo peligro con la inoculación del virus vacuno; pero su señoría no ha tenido pre-sente que también los animales pueden contraer enfermedades. Y yo, puesto en el caso de un peligro de sífilis por vacuna humanizada y el de una tisis por vacuna tomada de animal con tuberculosis, prefiero lo primero: con sífilis puedo vivir, y de. ella puedo sanar; de la tisis, no”.

Balmaceda, el presidente suicida

En la historia de nuestro continente, una de las páginas más trági-cas, más sangrientas y de mayor enseñanza para el porvenir, será la que se refiere al presidente suicida, el chileno Balmaceda.

En otra ocasión escribí estas palabras respecto a este extraño per-sonaje: “El presidente Balmaceda, at home, sería un tema digno de un conde Paul Vasilli. Habría mucho que decir de ese hombre superior, jefe de una grandiosa nación y de una noble y ejemplar familia. El señor Balmaceda, personaje de rara potencia intelectual, además de las dotes de gobernante que posee, es un literato y orador distinguido. Sobre todo en la tribuna, donde ha triunfado más en su vida pública. Su voz es vibradora y dominante; su figura llena de distinción; la ca-beza erguida, adornada por una poblada melena, el cuerpo delgado e

7 Adolfo Valderrama (1834-1902). Médico, ensayista y poeta chileno. Su tesis para optar al grado de galeno, versó sobre la poesía chilena ¡y se la aceptaron! Fue secre-tario de la Universidad de Chile, senador, ministro de Instrucción y presidente de la Sociedad Médica de Santiago. Autor de cinco libros.

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imponente, su trato irreprochable, de hombre de corte y de salón, que indica a la vez al diplomático de tacto y al caballero culto. Es el hombre moderno”.8

Tal era el pobre y desgraciado jefe del caído Gobierno de Chile. Re-cuerdo la primera vez que le vi. Era en su mansión de Viña del Mar, en el precioso chalet donde pasaba las temporadas de verano. Presentado a él por su hijo el brillante y malogrado A. de Gilbert,9 tuve la honra de sentarme a su mesa. Estaban allí su madre, una anciana y venerable dama; su esposa doña Emilia Toro, nieta del señor Toro Zambrano, conde de la Conquista; sus hijos y dos amigos íntimos, hoy el ilustrí-simo señor obispo Fontecilla y el afamado general Cornelio Saavedra, pacificador de los indios araucanos. En la mesa era la voz del presidente la que se oía sobre todas, en los mil giros de la conversación. Balmaceda poseía ese agradable chisporroteo de los buenos conversadores y cierta delicadeza de perfección y de juicio casi femenil. Al instante se advertía que de continuo está en tensión el cordaje de sus nervios.

Estaba organizado de tal manera, que sus enemigos, al principio de la terrible guerra, llegaron a señalarle como un caso de alienismo his-tórico, un ejemplar digno de Lombroso o de Maudsley. Acusábanle de extremadamente orgulloso. Él tenía nococimiento de su propio valor. De allí que dejase ver ciertos relámpagos de vanidad. Sus detractores, en medio de la tormenta revolucionaria, hasta le colocaron entre los grandes bandidos, cometiendo con ello una amarga injusticia.

Balmaceda, confiado o engañado, olvidó que estaba su Gobierno entre dos fuerzas, si en todas partes incontrarrestables, en Chile terri-blemente arrolladoras: arriba, el millonario; abajo, la masa, el roto. El millonario, es decir, la potencia principal en aquella sociedad aristocrá-tica y opulenta; el roto, es decir, un elemento ciego, cruel, desbordado, esa “indómita cruza de potros españoles en vientres de Arauco”, según

8 Fragmento tomado del capitulillo “At home” de su libro A. de Gilbert (San Salvador, 1890).9 Pseudónimo literario de Pedro Balmaceda Toro (1868-1889), hijo del presidente José Manuel Balmaceda. Escritor malogrado, amigo y protector de Darío (pagó la edición de Abrojos, marzo, 1887) en Chile. A raíz de su muerte Rubén escribió una extensa semblanza biográfica: A. de Gilbert, editada en San Salvador; exactamente salió a luz en enero de 1890.

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la frase de Vicuña Mackenna.10

En 1852 escribió Santiago Arces a Francisco Bilbao, respecto a la aristocracia chilena: “Los descendientes de los empleados que la corte de Madrid mandaba a sus colonias y los españoles que obtuvieron mer-cedes de la corona; los mayordomos enriquecidos hace dos o tres gene-raciones y algunos mineros afortunados, forman la aristocracia chilena: los ricos. La aristocracia chilena no forma cuerpo como la de Venecia, ni es cruel ni enérgica como las aristocracias de las Repúblicas italianas; no es laboriosa ni patrióticaa como la inglesa; es ignorantes y apática y admite en su casa al que la adula y la sirve. Ha tenido sus épocas bri-llantes y algunos hombres de mérito: Argomedo, Camilo Henríquez, Rodríguez, los Carreras, O’Higgins, Vera, Freiré, los Egañas, don Die-go Portales, Salas y el presidente Montt; son sujetos todos apreciables y que hubieran figurado dignamente en cualquier país en sus respectivas carreras”.

Ahora bien; esa aristocracia, en pasados tiempos, fue la que, unida con San Martín, hizo a Chile independiente.

Hoy, con mayor vigor y poderío, ha apoyado a un Congreso opues-to al Ejecutivo, ha halagado al bajo pueblo, ya inficionando con virus socialista y de revuelta, al extremo de dar en la América del Sur el es-pectáculo de desastrosas huelgas, y ha vencido después de inundar al país de sangre.

Balmaceda, visionario, creía, quizás porque defendía la ley, que el triunfo sería suyo, sin advertir que sus soldados estaban con la vista fija en el bando opuesto, aguardando el instante de la traición. Entretanto, por cada puerta de los palacios de Santiago, salía a cada momento una maldición, un aliento de odio para el jefe de la Moneda. El delicado y nervioso presidente tiene necesidad de mostrarse temible, y emplea el atroz expediente del terror. Las mujeres le insultan. Se arrojan a su mo-rada bombas de dinamita. Parientes, amigos antiguos, jefes antes leales a su Gobierno, todo está en la oposición. A su lado no permanece sino uno que otro fiel, como Julio Bañados, joven y dotado de fogosos y

10 Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886), polígrafo chileno. Autor de una trein-tena de obras, en su mayoría de carácter histórico. Al fallecer Darío escribió sobre él en Managua un obituario laudatorio publicado en El Imparcial, núm. 7, 21 de febrero, 1886.

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peligrosos entusiasmos. En sus filas hay algunas buenas espadas. Están Alcérreca y Barboza. Estos generales, hasta el último instante, man-dan, luchan; y, finalmente, al perderse toda esperanza, se hacen matar por las descargas de la revolución. Los ministros caídos, los principales balmacedistas, logran escaparse. Balmaceda se ve solo, no puede huir y se refugia en casa de un diplomático. Días enteros está encerrado, sin comunicar con nadie, sin hablar una palabra en su muda desgracia, solo con sus sufrimientos; pobre capitán náufrago abandonado y ate-rrado por la tempestad. Luego ¿juzgaríase culpable, se acusaría ante su conciencia, formaría en su espíritu el terrible proceso? Es el caso que emprendió el viaje de la muerte. En Roma, Torcuato Ostorio Vastino, se suicida, al oír la tremenda palabra tribunicia. Balmaceda, ¿escucha únicamente la interior voz de su alma, o, como Veto, sabiendo que ha de ser víctima próxima, se anticipa a sus verdugos? El presidente gentil-hombre, acaba como Nerón, el César neurótico. Y mientras se entierra su cadáver —y con él, ¡ay!, tal vez el de la democracia chilena—, espera América toda el momento en que, por necesidad fatal, aparezca, tras los conflictos que traerá el Gobierno de muchos, tras los antagonismos y los recelos, la espada en el solio, el militarismo, la tiranía, en el noble y bello país que fue modelo y gala de las naciones hispanoamericanas.

Bañados Espinosa11

Julio Bañados Espinosa12 es el nombre del Ministro fiel y decidido que acompañó a Balmaceda en el triunfo y en la desgracia. Cuando le conocí, al verle, no me impresionó muy bien que digamos. Me pareció frívolo, y es que es franco; me pareció vanidoso, y es que es de esa clase de hombres que bien pueden llamarse explosivos. Una palabra suya es-talla casi siempre; una carcajada alegra un salón. Que de lo que parece defecto en julio saquen sus enemigos armas y ataques en su contra, no

11 El Heraldo de Costa Rica, San José, C. R., núm. 64, 23 de marzo, 1892, p. 2.12 Julio Bañados Espinosa (1858-1899). Fue también crítico literario e historiador. Para entonces, se hallaba exiliado en Perú. Darío relata que comenzó a tratarlo en la redacción del diario La Época, cuando Bañados Espinosa “figuraba solo como pe-riodista especializado en el comercio político”. Después coincideron en París. El ex ministro de Balmaceda se ocupaba en escribir la historia de la administración del presidente derrotado y suicida. Publicó Ensayos y bosquejos (1844) y Letras y política (1888).

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me importa; yo veo en todo el lado generoso y entusiasta. Piensa apa-sionadamente; habla fogoso; trabaja vivo y rápido.

Como yo le conozco más es como diarista. Trabajé junto con él en La Epoca, de Santiago. Él iba rara vez a la Redacción era redactor político; pero sus editoriales los escribía en su bufete y llegaban a la imprenta por la estafeta. Cuando se aparecía en nuestra casa de la calle del Estado, sus visitas eran más a la imperial oficina de nuestro director Mac-Clure, que a las mesass llenas de papeles en que trabajábamos Ro-dríguez Mendoza, Lucho Orrego,13 Alberto Blest,14 Pedro Balmaceda [Toro] y yo. Pero cuando le veíamos aparecer, anunciado por su franca risa o su voz vibrante, la nota alegre triunfaba en nuestro taller. Se ha-blaba de política, de arte, de teatros, de sport. ¿Quién me hubiera di-cho que aquel joven caballero habría de ser, pocos años después, una de las más notables figuras del Gobierno dictatorial, que concluyó, tras la sangrienta guerra, con uno de los más trágicos suicidios de la historia?

La vida de Bañados Espinosa aparece llena de páginas hermosas. Distinciones y honores; victorias literarias y tribunicias; altos cargos públicos, le halagaron en lo mejor de su existencia. Le mandó el empe-rador don Pedro del Brasil la gran cruz de la Orden de La Rosa. La Aso-ciación de Escritores y Artistas que preside en Madrid Núñez de Arce, le nombró miembro honorario. Fue bombero, y ser bombero en Chile ya es una honra. El año de 1880 le dieron una medalla de plata por sus servicios en el célebre incendio de la Artillería. De oro fue la que le mandó el pueblo de Ovalle, por su abnegación cuando organizó y diri-gió el servicio sanitario de aquella población, en tiempo del cólera. fue varias veces ministro. A su salida del Gabinete de Mayo, recibió como recuerdo del gran banquete que se ofrecía a los exministros, una tarjeta y un laurel de oro. Antes, en 81, fue secretario de la junta directiva del partido liberal y ascendió a teniente de la sexta compañía de bomberos; en 82, fue a enseñar historia de América al Instituto Nacional, y en su compañía de bomberos subió a capitán; desde el 85, redactó La Época; Ovalle le eligió su diputado, y el Cuerpo de bomberos su secretario

13 Luis Orrego Luco (1866-1948), periodista y narrador chileno de temática natu-ralista.14 Alberto Blest Gana (1830-1920), novelista chileno. Autor de quince novelas: desde Una escena social (1893) hasta Gladys Garfield (1912)

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general; en 86 secretario también de la gran convención que proclamó a don José Manuel Balmaceda presidente de la República; en 87, el periodista de Santiago se hizo porteño y redactó La Patria; en 88, le nombró Balmaceda su ministro de Instrucción pública; en 89, tuvo a su cargo en la Universidad la Cátedra de Derecho Constitucional; fue miembro del Consejo de Instrucción Pública y vicepresidente del Con-sejo Pedagógico; en 90, fue ministro por segunda vez, miembro del Consejo de Bibliotecas y director de la sexta compañía de bomberos; en 91, ministro del Interior; y cuando hizo explosión la más tremenda y poderosa de las revoluciones chilenas, fue a la guerra, en defensa de su jefe y amigo, como secretario general del Ejército: Balmaceda le nombró ministro de Guerra y Marina, cuando el general Velázquez dejó la cartera.

Larga es la lista de sus libros y producciones literarias; libros históri-cos y libros de arte; pero entre todos, es, a mi juicio, el más notable, el volumen que imprimió en casa Jover, sobre el Gobierno parlamentario y sistema representativo: son 334 páginas, llenas de doctrina brillante-mente expuesta. Tiene mucho inédito, y lo mejor, sin duda alguna, el estudio teórico, positivo y comparado, sobre la Constitución de Chile, una de las primeras obras que habrá entre todas las que se han publica-do en América sobre la ciencia política.

Que escriba la historia de Balmaceda, como lo deseó al morir el ilustre suicida; que se defienda de sus enemigos con el vigor de su in-teligencia, con el acero de su carácter, con la persistencia de su trabajo y con la convicción de sus ideas. Mucho le han atacado y él ha sabido forjar un arma del silencio. Calle a tiempo y escriba y obre a tiempo. Yo, que le estimé con especial cariño en nuestros inolvidables tiempos de La Época, si jamás le visité cuando era ministro, hoy le quiero más que nunca, al ver sobre su cabeza la pálida aureola del destierro, y le mando a Lima el abrazo y el recuerdo del amigo.

Julio Bañados Espinosa

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La obra del populacho15

Malas noticias traen los diarios respecto a la República de Chi-le. Parece que por todas partes, hasta en los países mejor organizados y más cuerdos, se dejase sentir un viento de tempestad, un virus de desconcierto, una epidemia maldita. ¿No nos ha asombrado el cable hace poco dándonos la nueva de las recientes conmociones políticas de Suiza?

Lo de Chile causa una dolorosa impresión. Porque mientras ese pueblo modelo se alistaba y trabajaba para las próximas elecciones; mientras se daba al mundo el espectáculo duro, pero fructífero, de un antagonismo viril y de grandes transcendencias, entre el Gobierno y el Congreso, ha brotado, allá en lo de abajo, en medio de la inconsciente y ruda muchedumbre, una onda de perversidad que ha impulsado al crimen y al pillaje.

[Una pequeña Commune]

Los principales centros comerciales de la República han presencia-do las mayores iniquidades y desconciertos: Iquique, tan floreciente y rica por sus salitreras; Antofagasta y el primer puerto del Pacífico en la América del Sur, Valparaíso.

En esta última población los excesos han sobrepasado a toda pon-deración. Ha sido una pequeña Conmune. ¡Cuánto mal están haciendo los apóstoles de falsas doctrinas económicas! El ejemplo de las huelgas, que si tienen razón de ser en lugares donde el trabajador, se convierte en paria, son absurdas en países como Chile, donde, si es cierto que la división de clases sociales, está bien señalada, el obrero y el trabajador gozan de ventajas y de poderes que ya llenarían de orgullo a obreros y trabajadores de otras naciones.

Y hoy en Valparaíso ha habido que emplear las armas del Gobierno contra el pueblo. No se había vertido sangre chilena por soldados chi-

15 Se publicó originalmente en el Diario de Centro América (Guatemala, núm. 2685, 17 de octubre, 1890) con el título: “Los sucesos de Chile. La obra del populacho”. Fue recogido por Alejandro Montiel Argüello: Rubén Darío en Guatemala (Talleres de Litografías Modernas, 1984, pp. 77-79).

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lenos desde la famosa revolución de Pedro León Gallo, aquel glorioso amigo del pueblo que hizo acuñar la plata de sus minas para darla a sus bravos seguidores. Chile, antes y después de la guerra del Pacífico, sólo ha pensado en engrandecerse por su industria y por su trabajo; en ser fuerte y señalada como la mejor de las naciones de la América Latina, por la seriedad de sus instituciones gubernativas; en estar siempre lista, con sus soldados potentes o con sus rotos y sus huasos, para defender la integridad nacional y sacar de las batallas siempre triunfante el pa-bellón de la estrella.

Ha ensanchado y robustecido su Armada; sus marineros llevan sus buques a las más apartadas regiones; está en todo progreso; la Abtao junta su nombre a la gloria de Peral y Limpsa, y llama la atención de Europa; ha convertido sus inmensos e inagotables tesoros de cobre y de carbón en millones acuñados; ha cultivado sus viñas hasta hacerlas pro-ducir vinos que desafían los mejores Borgoñas; ha llenado su tierra de trigo para que hasta los más miserables coman pan; se ha vestido una malla de ferrocarriles; ha levantado soberbios edificios en las ciudades y monumentos, conmemorando a sus hijos ilustres; no sólo a sus ilustres hijos: Bello, extranjero, que le dió Códigos y luz, tiene estatua; Vli-healright, extranjero, que le llevó el primer rail, tiene estatua; Nelson, extranjero, que peleó por ella en sus barcos, tiene estatua; ha creado fábricas donde se construyen desde las más sencillas herramientas hasta las más pujantes locomotoras ; gran número de vastas carpinterías, ca-rrocerías, panaderías, etc.; Valparaíso es una inmensa colmena que hace sus labores a la orilla del mar.

[el recuerdo de los buenos y entusiastas trabajadores porteños]

El que estas líneas escribe no puede menos que guardar en su alma, con vanidosa gratitud, el recuerdo de los buenos y entusiastas trabaja-dores porteños. Una noche la Liga de Obreros de Valparaíso despedía al humilde poeta, al amigo periodista que les había aplaudido y alabado en el diario. Local hermoso, música alegre, gente afectuosa y honrada, mesa digna de Lúculo. ha conseguido crear lo que es glorioso y harto difícil de crear, ¡ha creado un pueblo! Y no es ese pueblo, no, valiente y noble, quien incendia, roba, viola y asesina. ¿No recordáis el trueno de Víctor Hugo al comenzar la Leyenda de los siglos? Quien hace caso es el populacho. El ciego dragón de cien cabezas se encapricha un día; quie-

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re mayor jornal; lo quiere en plata o en oro; ¿no es así? Pues al incendio, a la matanza o al saqueo; ¡muera la propiedad! Eso acaba de suceder en Valparaíso. Hay en esta gran ciudad marítima mucho comercio, creci-da industria, grandes talleres, maestros.

En la fiesta de despedida a que he aludido, yo tuve la satisfacción y agradecimiento patriótico de ver en los trofeos de las paredes, junto a galante e inmerecida alusión, enlazada con la victoriosa bandera de Arturo Prat, nuestra azul y blanca bandera centroamericana.

Hablaron los obreros sin pompa, pero con franqueza y sinceridad, y cuando nombraban a la democracia, lo hacían con voz alta y llena de fuego. Dignos, orgullosos y satisfechos de su labor estaban esos hom-bres de los talleres. Y no pueden ser ellos, los sostenedores del partido democrático, los miembros de la copiosa y rica Liga Obrera, los que han impulsado a los canallas a cometer crímenes e infamias.

[obras de locos corrompidos]

Eso es obra de locos corrompidos: llevar las turbas a que despe-dacen las puertas de los almacenes, y roben primero, y lo den todo al fuego después; conducirles a las tabernas y bodegas para que se embo-rrachen y así redoblen sus inmoralidades. La muchedumbre va por la calle gritando, amenazante, beoda, brutal, feroz. Suenan golpes de ha-cha, gritos de ¡socorro!, detonaciones; quedan donde quieran sangre y cadáveres; un bandido entra a una casa, ve a una niña bella, se enciende en llamas malditas y corre sobre la inocencia; la niña huye, salta por un balcón a la calle y queda en el instante muerta. Esto y mil cuadros terribles más ha visto, hace tres meses, la pacífica y grandiosa ciudad de Valparaíso.

Concluiré con tus palabras, ¡oh divino y formidable pensador!: Puede la multitud arrojar llamas augustas; pero, sin soplar una ráfaga de viento, de improviso, verse descender de lo alto del honor virgen a lo más profundo de la cloaca, la muchedumbre, huérfana, grande y fatal; y esta Juana de Arco se convierte en Mesalina.

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pRólogo a la mercurial De moNtalvo1

DE TODOS los libros de don Juan Montalvo,2 la Mercurial Eclesiásti-ca3 es el que representa de manera más visible, aquella rara personalidad de escritor. Puso allí el autor toda su fuerza y toda su gracia. Asombra ver cómo este poderoso príncipe del estilo hace galopar su caballería soberbia sobre la árida llanura de la pastoral de un señor arzobispo. Al pasar el fogoso tropel se siente temblar la tierra; no queda, después del paso triunfal, ni yerbezuela, ni pobre florecilla mística, ni zarzas, ni cambroneras. Montalvo lo ha destruído todo. Brilla en la Mercurial el fraseo de los Siete Tratados, aquel ejército de cláusulas caparazonadas con los más finos metales del idioma; unas ceñidas de las viejas arma-

1 El Correo de la Tarde, Guatemala, 18 de abril, 1891. Su título lo explicaba la pu-blicación en folletín (o sea, por entregas), dentro del diario El Imparcial, de “La obra inmortal de Montalvo”. Según una gacetilla de El Correo de la Tarde (14 de abril, 1891) “ganará mucho el colega [El Imparcial] con la reproducción de este libro [la Mercurial] interesante por muchos conceptos.” Reproducida en Revista de Costa Rica, San José, C. R., núm. 1, noviembre, 1891, provocó una comedida respuesta anónima elaborada —se averiguó poco después— por el presbítero Juan de Dios Trejos en La Unión Católica (año II, núm. 144, San José, C. R., 22 de noviembre, 1891). Ésta, a su vez, la refutó Darío en un segundo artículo montalvino, “Pro domo mea”, El Partido Constitucional (año I, núm. 27, San José, C. R., 28 de noviembre, 1891), el cual tuvo su respuesta también en La Unión Católica (3 de diciembre, 1891). Las cuatro piezas se recogen en Pablo Steiner Jonas: Intermezzo en Costa Rica: estudio bio-bibliográfico sobre Rubén Darío 1891/2 (Managua, Gurdián, 1987, pp. 119-137). Por su lado, la primera fue difundida en Alejandro Montiel Argüello: Rubén Darío en Guatemala (Guatemala, Talleres de Litografías Modernas, 1984, pp. 219-222).2 Máximo exponente del pensamiento liberal ecuatoriano, ensayista y panfletista, Juan Montalvo (Ambato, Ecuador, 1852–París, 1890) fue el primer prosista a quien imitó Darío, quien le consagró en 1884 una epístola en verso “A Juan Montalvo” . Veánse las investigaciones de Ernesto Mejía Sánchez: “Darío y Montalvo” (Nueva Revista de Filología Hispánica. México, El Colegio de México, 1948, año II, núm. 4, pp. 360-372) y Jorge Eduardo Arellano: “Montalvo en Nicaragua” (Revista Histórico-Crítica de Literatura Centroamericana, San José, C. R. núm. 1, julio-diciembre, 1974, pp. 5-14).3 Su título completo: Mercurial Eclesiástica. Libro de verdades. París, Biblioteca de Europa y América, 1884.

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duras clásicas, otras vivas y candentes, todas admirables y asimismo silba partiendo el aire el azote formidable de Las Catilinarias.4 Pues el brazo del inmortal escritor americano ya blandía la espada del arcángel, ya su formidable zurriago, desgarrador como un knut, o un “gato de nueve colas.”

Ten cuidado, rey de Prusia, con los poetas —decía Heine—, no sea que te metan en el infierno Así hacen esos seres terribles, los poetas en prosa y en verso; con crueldad e implacabilidad verdaderamente olím-picas arrojan en su infierno a todos aquellos que merecen el horroroso castigo de la vergüenza o del espanto eterno. Cuando truena Dante, corona, desciende; triple corona, tiara, desciende al abismo. Montalvo hizo descender una mitra y un báculo.

El ilustrísimo señor Ordóñez no sabía cuán enorme es la boca del león. Cuando este pensativo rey se ve atacado, ruge y muestra los dien-tes. Hugo dice: Je leur montre les dents quand ils viennent trop prés.

Y cuando da el zarpazo, es muerte segura. Don Juan el grande daba siempre el zarpazo. Rugió un día y su rugido resucitó a Aristogitón y a Harmodio. Cayó García Moreno;5 rugió otra vez y cayó Veintemilla.6 El señor Ordóñez provocó la cólera del Cosmopolita,7 quedó en su silla episcopal, pero cayó al infierno, a aquel infierno que Heine señaló al cuidado del rey de Prusia.

Indudablemente en la Mercurial se desborda todo un torrente de pasión. Es preciso imaginarse al ilustre desterrado en su vida de Eu-ropa, solitario en medio del inmenso París, pensando en su patria ti-ranizada, doloroso, nostálgico; pero consolado, alentado, iluminado, por la gloria, por el aplauso universal, cuando el aparecimiento de sus Siete Tratados.8 En ese momento cuando lo más elevado de la Europa intelectual recibe con elogios y palabras animadoras la obra, y América se enorgullece de verse representada en un escritor de tan alta figura,

4 Las Catilinarias (1880-1882), publicadas en Panamá con el apoyo del caudillo liberal y luego presidente del Ecuador Eloy Alfaro (1842-1912).5 Gabriel García Moreno (1821-1875), gobernante ecuatoriano, especie de dictador teocrático.6 Ignacio Veintimilla (1828-1908) otro dictador ecuatoriano, de signo liberal.7 El Cosmopolita (1866-1870), publicación periódica dirigida por Montalvo.8 Obra en dos volúmenes, editados en Besanzón (Francia, Imprenta José Jacquin, 1882).

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allá en Quito, en la capital de su patria, el arzobispo fulmina en con-tra de don Juan Montalvo una pastoral explosiva, erizada de censuras, cubierta de rayos archiepiscopales. Don Juan está personificado en sus obras. En ellas vaciaba su espíritu resplandeciente. Tenía asimismo el don creador, el fiat huguesco: Ego, Hugo. Lo propio que aquel soberano egotismo del emperador de los poetas: Ego, Hugo.

[Desgarró, rajó, despedazó, pulverizó la pastoral]

Hizo, pues, y entonces debió de arrepentirse el arzobispo Ordóñez. Poseído Montalvo del irritado deus desgarró, rajó, despedazó, pulveri-zó la pastoral que condenara su libro y su personalidad. Lo que dio por consecuencia que se agregase una nueva obra maestra al catálogo de las letras hispanoamericanas.

No puede señalarse su pendant en la literatura conocida, a una obra como la Mercurial, compuesta de distintos elementos, variada en su unidad, fuerte y ligera, espada de dos filos que ofende y defiende. Don Juan, con agilidad felina, salta de una roca escueta a un árbol en flor; es lírico y pedestre; le veréis descender hasta la mueca grosera, y allí hacer resplandecer lo trágico. Ese gigante siempre está libre y vencedor. Abre campo a su dialéctica con sus dos robustos brazos, capaces de descuajar el más centenario de los robles. El Milón de Puget está cogido en la hendidura del tronco: la fiera le clava por detrás garras y dientes. Para este Milón no hay trampa. Si la real fiera fuese osada a atacarle, él la desquijadaría; y de la alimaña muerta sacaría un panal y un enigma como el Sansón del libro de Los Jueces.

[se desata su palabra fulminante en luminosa iracundia]

Corta a pedazos la pastoral, y procede, en implacable análisis, siem-pre con incontenible y suprema indignación. Antepone al juicio del arzobispo, príncipe de una Iglesia, sacerdote de una religión, el elogio y la opinión lisonjera de hombres gloriosos y sabios; y entonces se desata su palabra fulminante en luminosa iracundia. Es erudito. Teólogo, se apoya en los teólogos. Filósofo, llama en su auxilio a los filósofos. Poe-ta, siempre está con él la resplandeciente falange de los poetas. Sus lar-gos y límpidos períodos son semejantes a blancos y firmes escalones de mármol, por donde se sube a un santuario. Arriba resplandece siempre la verdad. La belleza florestal de su lenguaje tiene la savia de América.

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Su huracán es de la pampa: su tempestad es del trópico. Cuando quiere ser fresco y blandílocuo, parece que le trajeran suavidad natural y dul-ces alientos los pájaros de las islas.

Montalvo, que pintó la figura apacible y santa del cura de Santa Engracia, no es clerófobo por complexión, ni irreligioso sectario. Ataca y aplasta al cura malo, al fray gordo y tocinudo por la gula, al hermano lujurioso. Pero hay que verle cómo se quita el sombrero y hace una respetuosa reverencia cuando pasa frente al cardenal Guibert, o el arzo-bispo Arbeláez. A quien detesta y tunde es al mitrado que le condena con injusticia y le pone el celemín sobre su lámpara.

Extraños tonos se oyen a veces en la Mercurial. Ya parece que se escucha una arenga, ya un salmo, ya un sermón. Don Juan posee el don conmovedor y profundo de los buenos oradores sagrados. ¡Qué sermón aquel del fingido padre Juan! En esos casos va el lenguaje rotundo, lle-no de unción, como un son de órgano.

¿Y la risa de Montalvo? Para encontrar algo semejante a su risa, áspera, a plena garganta, es preciso ascender hasta Rabelais, ese mons-truoso descendiente de Aristófanes. En las Catilinarias y en la Mercu-rial, truena esa sonora risa, destructora y formidable para la ridícula clerigalla enemiga, para todos los blancos de la certera flecha del arque-ro. A lo lejos, entre una vaga niebla, vemos, al alegre y terrible estrépito, como esfumarse en la sombra los perfiles de Frére, Jean y de Panurgo.

Aquí en la Mercurial encontraréis entre un párrafo filosófico, o un comentario histórico, una caricatura anecdótica, o un mote chabaca-no y vulgar. En las Catilinarias llama al general Veintemilla “cara de caballo.” Aquí le dice al señor arzobispo “cabo Ordóñez” y “negro Or-dóñez,” con visible falta de atención. “Qué se hace! —exclama Víctor Hugo en su William Shakespeare— ¡Estamos entre salvajes!” Esta es la palabra. ¡Don Juan tenía su mucho de salvaje!

Él ama al pobre, al indio, al negro. El fuerte cazador, invencible sagitario, llora y gime con el débil; ora y medita, busca al gran Dios y ante él “se tira de rodillas”. En la Mercurial desbarata y ruge.

¡Bien rugido, león!9

9 Antes que Steiner Jonas, este artículo lo reprodujo Alejandro Montiel Argüello en su Rubén Darío en Guatemala (Talleres de Litografías Modernas, 1984, pp. 219-221).

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él [aRtigas]1

I

APRENDIÓ DE los vientos del campo, de la enseñanza de la Natura-leza, la justa libertad. Su alma se nutrió de luz libre; su corazón de no-bleza, su brazo de fuerza. Supo lo que es el triunfo del esfuerzo propio, en su juventud, y el trabajo, bienhechor martillo de la vida, le forjó una coraza para las luchas y empresas que habían de venir.

Vieron, en sus primeros ensueños de gloria, sus ojos celestes, la visión de una Patria grande y bella, coronada de laureles. Tenía la ca-bellera luenga y heroica, fuerte barba decorativa, alta talla de guerrero. Era más bien melancólico que risueño; el cristal no humillaba a su con-ciencia en limpidez, y si el acero es maleable, aquel carácter no lo era.

Amábale el pueblo campesino, el gaucho. Marcial, era galante; y no pudo quejarse del amor. La mujer que le adora, se vuelve loca de celos, loca de amor por él.

En los campos, combatió a los bandoleros que eran terror de las “estancias”; supo el inglés lo que podía su brazo; era el predestinado para las más hermosas victorias; cuando llegó el momento señalado por Dios para la salvación del hogar oriental, él estuvo listo para la campaña. Sus hermanos de América son Bolívar, San Martín, Sucre; y allá, muy lejos, le saludan Hidalgo y Morazán.

II

Los hombres del pueblo, de los hierros de la labor hicieron lanzas y picas. Prestos estuvieron, para la hora del primer grito, puñales y faco-

1 La Razón, Montevideo, año XVI, núm. 4043, 25 de agosto, 1894; rescatado por Roberto Ibáñez, a indicación del investigador argentino Eduardo Héctor Duffau, en Páginas desconocidas de Rubén Darío. (Montevideo, Biblioteca de Marcha [1970], pp. 27-30). Se trata de una evocación, sin invocar su nombre, del prócer urugayo José Artigas. El mismo Ibañez lo valora: “Darío no procedió como juglar. Obró como poeta. Con adivinatoria y lucidez. Con misteriosa simpatía… Él alcanza la alcurnia del himno” (Páginas desconocidas de Rubén Darío, op., cit., pp. 10-11. Lo había exhu-mado y difundido en folleto: Rubén Darío: Él (Montevideo, Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, Universidad de la República, 1964).

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nes. Habitantes de la selva, gente de la pampa, rudos patriotas, bravos de a caballo, todos están con él. Es cabeza; tiene voz de jefe; su palabra es un son de clarín, su nombre, una bandera. ¡Allá van a Mercedes el cabo Viera y Perico el danzarín del Brasil: no saben lo que llevan! Lle-van una antorcha que ha de encender la santa hoguera, a cuyo fulgor los hijos de la Patria vuelan a ofrecer por ella el alma y la sangre. Las haciendas vacían sus mozos; de todas partes llegan soldados de la buena causa; todos quieren ir a la pelea por la Independencia. ¡Ya la primer victoria está lograda! No hay lugar oriental en donde no se oiga la voz de la revolución. ¿Y él? De Buenos Aires va a su tierra, a ponerse al frente de los suyos.

III

En un día de sol y azul “el 18 de Mayo de 1811 apareció en el Uru-guay despejado y hermoso” —dice un historiador—, Valdenegro se siente más poeta que nunca. Siente, el bizarro cancionero de la guerra, como que su pecho se hinche de rimas; su pegaso, como el caballo del libro de Job, relincha con ansias de combate. Es el día de Piedras. Los jefes todos, como el poeta militar, se sienten impulsados a la brega.

Es que él ha hablado, con la voz de su valor ardiente y contagioso, de su amor al país uruguayo, con la lengua arrebatadora que pone el Señor de los Ejércitos en aquellos que destina para conducir y salvar a los pueblos, en los éxodos memorables y en las terribles luchas decisi-vas.

Tembló el suelo al galope de las caballerías. ¡Adelante! ¡Tus tres po-bres cañones tienen ya compañeros, lírico y fogoso Valdenegro! Es el día de Piedras. Se escucha en las filas combatientes el clamor de la furia y de la muerte. Combate con el ímpetu de su raza y con su bravura legendaria, la gente española. Los uruguayos que proclaman la libertad y se desangran por la Patria van con tanto ímpetu, fe y vida, que ya Po-sadas se muerde los puños, abatido; ya los jinetes orientales detienen el paso porque él lo ordena. Valdenegro siente unas alas que al pasar rozan su frente; cree que son de una musa que pasa: es la Victoria.

IV

Después de que bufó el virrey acorralado; después de la hazaña de Zufriateguy en la Isla de Ratas; después del armisticio que hiere al

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héroe; después que el pueblo que en verdad había visto el día vuelve a la oscuridad de una opresión extraña; él quita de sus hombros las cha-rrateras que recordaban los triunfos recientes; al Norte va, y otra vez se despoblarán los campos por Él, y guiará de nuevo a su pueblo que le aclama; y vendrán a su encuentro las lanzas indígenas, a ofrecérsele; y comenzará la lucha por la Libertad.

V

Muchas fueron sus hazañas, propias para ser celebradas en los ver-sos de los poetas. Tuvo que enfrentarse con las ambiciones y que defen-derse de las intrigas; llevó siempre en alto su insignia, y por ser caudillo potente y humilde, fue temido y envidiado. Si ciñó luchas fraternales, fue por la consecución de su ideal. ¡A precio estuvo su cabeza, que ha-bía sido ceñida por los primeros laureles! Era de aquellos que por llegar a la cumbre deseada, desdeñan los peligros de la montaña; y ascienden, teniendo por única mira, la altura. Viene un tiempo en que pasa por un camino de palmas y de lauros. Sus ejércitos triunfantes miran en Él la encarnación de la Patria. Su brazo derecho se llamaba Verdun; su brazo izquierdo, Vera. Su pueblo tiene para él la palabra con que en otras regiones de América se glorifica a Bolívar: Libertador.

VI

Campaña tras campaña, el afortunado héroe padece derrotas; su es-trella, tan brillante siempre, palidece. ¡No quería el dominio de ningún rey —ni siendo rey él mismo—, por eso peleó siempre, por la vida de la República!

Escuchemos palabras suyas, a Ramírez: Yo respetaré a Rondeau o a un negro que esté a la cabeza del Gobierno, cuando sus providencias inspiren confianza y abran campo a la salvación de la Patria. Hoy por hoy no ad-vierto sino misterios impenetrables. Cada paso, el más sencillo, presenta mil dificultades; todo es originado del poco deseo que anima a aquel Gobierno por la causa pública. Así es que todos sus enviados no hacen más que eludir mis justas reconvenciones con enigmas vergonzosos. Ellos al fin tienen que ceder a la fuerza de sus convencimientos y confesar que es imposible que se declare la guerra a los portugueses. En vista de esta resistencia debemos entrar en cálculos de lo porvenir. Veremos nuestros países haciendo la am-bición de los extranjeros, si no obstruimos los pasos que se les franquean. La

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salud de la Patria está fiada a nuestros conciudadanos, y depende de nues-tros esfuerzos. Continuarlos hará la gloria de nuestros votos y la posteridad agradecida, admirará la constante decisión de sus acérrimos defensores. Y tras escribir esas frases, vuelve a combatir, y vence. ¿Después?...

VII

Un anciano, cabellera y barba blanca, sobre un pobre sillón está sentado, una tarde del año de 1850, en una chacra paraguaya, en los alrededores de la Asunción. Sus ojos, tristes y celestes, fijos en el hondo azul del cielo, entrecerrados y soñadores ven muchas cosas.

Ven un bello país amado, palpitante de vida, dueño de sí, con la frente hacia el porvenir. Ven luego, esfumarse en la lejanía del recuer-do, los cuadros de las antiguas campañas, los pabellones, los rápidos y fogosos jinetes; los enemigos invasores, las jornadas sangrientas y las auroras de los triunfos. Ven la obra antes soñada, conseguida por fin definitivamente. Ven el sol de Mayo, que tiende, como un puente simbólico, sobre el Río de la Plata, un arco iris indescriptible. Ven el creciente influjo de la armonía fraternal, entre orientales y argentinos. Y entonces, el anciano, tranquilo, satisfecho, patriarcal, se duerme en la muerte.

VIII

Padeció destierro, como Bolívar; murió lejos de la Patria adorada, como San Martín. Soportó con vigor la caída de su grandeza. Su nom-bre en el Uruguay es luminoso y astral. Sus manchas pueden verse con telescopio. ¿Quién no se descubre ante Él?2

2 También el uruguayo Ibañez registra la fuente de esta semblanza lírica del prócer sudamericano: la Historia del Uruguay (Montevideo, Imprenta y Litografía La Ra-zón, 1892) de Víctor Arreguine. Establecido desde 1892 en Buenos Aires, donde se ganaba la vida como catedrático y eventual colaborador de La Nación, Arreguine fue “colega y amigo entrañable de Darío”, según Alberto Ghiraldo (ed.): El Archivo de Rubén Darío, Buenos Aires, Editorial Losada, 1943, p. 127.

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la iNsuRReccióN eN cuba1

Antecedentes

MAL PENSÓ quien pensara que el pacto del Zanjón2 vendría a con-cluir con los anhelos de libertad y las ansias rebeldes del alma cubana. Los hombres de la guerra se esparcieron por el mundo. En los Estados Unidos hicieron hogar muchos. A París fueron los ricos; por América toda se extendieron los cubanos revolucionarios. Así, quien estas líneas escribe ha podido ver en distintos países a Tomás Estrada Palma y a Izaguirre3 de pedagogos, a Antonio Zambrana4 de abogado y catedráti-co, al poeta José Joaquín Palma5 de bibliotecario, a Maceo, el terrible, de colonizador, y a otros tantos errantes, de los que en su isla lucharon con el español. Allá, los que quedaban en Cuba, de cuando en cuando, piafaban. Perdieron unos cuantos la esperanza, murieron otros en el destierro, otros se encargaron de mantener el entusiasmo. Los creyentes

1 La Nación, Buenos Aires, 2 de marzo, 1895, p. 3; descubierto por Pedro Luis Barcia, quien lo reproduce en sus Escritos desconocidos de Rubén Darío (recogidos de los periódicos de Buenos Aires). Tomo II. Buenos Aires, Universidad Nacional de la Plata / Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación [1977], pp. 13-192 Con el pacto de Zanjón firmado el 10 de febrero de 1878, se dio fin a la llamada “Guerra de Diez Años” (1868-1878), emprendida por los independentistas cubanos contra la dominación española.3 En mayo de 1877, José María Izaguirre llegó a Guatemala y, más tarde, a Granada, Nicaragua, cuyo instituto dirigió de 1886 a 1892. Este año pasó a Managua, donde se hizo cargo del colegio de varones que había fundado su coterráneo Desiderio Fajar-do Ortiz. Izaguirre fue autor de unos Elementos de pedagogía (Managua, 1895). 4 Antonio Zambrana (1846-1922). Estuvo en Nicaragua entre agosto, 1892 y abril, 1893, gestionando un nuevo tratado de límites entre Costa Rica —cuyo gobierno representaba— y Nicaragua. Hizo amistad entonces con Darío, quien le consagró un párrafo en su ensayo “La literatura en Centro-América” (Revista de Artes y Letras, Santiago de Chile, tomos XI y XII, 1888), en el cual lo recuerda como orador elocuen-tísimo y reconoce: “muchos que por él batieron las alas de su ingenio, le agradecen sus conceptos y lecciones”.5 José Joaquín Palma (1844-1911). Fue acogido en Honduras por el presidente Mar-co Aurelio Soto. Allí se publicaron sus Poesías (Tegucigalpa, Tipografía Nacional, 1892). Darío intimó con él en Guatemala y prologó la segunda edición de ese volu-men. Palma fue autor de la letra del himno nacional de Guatemala.

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y esperanzados se pasaban la palabra de seña, se comunicaban a través de la distancia. La hermandad continuaba unida y cada día adquiría mayor fuerza. Se creó un fondo económico para el porvenir. Nueva York fue el cuartel general; cabeza, portavoz, apóstol, lengua, clarín: José Martí.

José martí6

José Martí es aquel antiguo corresponsal de La Nación, en Nueva York, aquel escritor amazónico, que en tiempos en que La Nación era inmensa, inundaba con una correspondencia casi toda la pampa de la primera página. Es el escritor más rico de lengua española, rico a lo yankee: es el Vanderbilt de nuestras letras.

Delgado, nervioso, vehemente, tiene tanta fama y gloria como ora-dor que como escritor. La primera vez que lo he visto, fue en una asamblea o reunión pública de revolucionarios, en el Tanmany-Hall, de Nueva York. Estaba recién llegado de Cayo Hueso, adonde había ido por asuntos de la causa, recién pasado aquello de los hermanos Sar-torio. Cuando yo había preguntado por él a sus amigos y correligiona-rios, no dejé de oír, entre palabras respetuosas y elogiosas, uno que otro murmullo de censura. Censura por algo de los sucesos de los últimos días; no recuerdo qué. La cara seria del doctor Trujillo, director del ya viejo Porvenir, decía muchas cosas. Y avino que por la noche me dijo un amigo: “Martí te espera en Tanmany-Hall, donde tiene que hablar esta noche”. Fui allá y allá le conocí. En el público, público de cuba-nos, estaba la flor de la colonia revolucionaria. Damas también había, encantadoras, como todas las de la isla; damas de las que han formado gremios que sirven a los hermanos luchadores, y que tienen sus insig-nias y sociedades, y una de éstas se llama “José Martí”.

Martí estaba en una especie de antesala. Me presentaron y me echó los brazos, cariñoso y magistral: “¡Hijo!”. El público impaciente, aguar-daba. Cuando percaté ya estaba, arrastrado por Martí, entre la junta directiva del partido, en el tablado, donde había una a manera de tri-buna. Allá se fue Martí directamente, y comenzó a hablar. El público

6 Este capitulillo, casi textualmente pasará a integrar parte del capítulo XXXI de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (Barcelona, Editorial Mauci, 1915, pp. 142-143).

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estaba frío. No comenzó el orador a tratar del asunto que reunía a aquel concurso, sino que mi callada personalidad fue presentada en un mara-villoso exordio lírico. Martí gasta sus diamantes en cualquier cosa. Sus prodigalidades de Aladino no deben asombrar. No hay sobre la tierra quien arriende mejor un período, y guíe una frase en un steeplechase vertiginoso, como él: no hay quien tenga una troj de adjetivos como la suya, ni un tesoro de adverbios, ni una ménagerie de metáforas, ni un Tequendama verbal como el suyo. Porque Castelar es otra cosa, y Groussac es otra cosa, y Juan Montalvo es otra cosa. Recordad, no más, las correspondencias de La Nación. Habló, pues, Martí y dominó a su público predispuesto. Cuando concluyó, los aplausos eran una tempes-tad. Los hombres iban a estrecharle la mano; las mujeres le sonreían. Un negro cigarrero se acercó a “Don José” y le ofreció un lapicero de oro.

Vivía en Nueva York consagrado a la causa de Cuba. No ha cesado en su propaganda un solo día. Escribía en inglés en el Sun de su amigo Dana, en español en el órgano de la revolución: Patria; iba y venía con fibra y vigor increíbles en aquel cuerpo endeble. Viajaba, daba conferencias. Fue a Panamá, a Kingston, a Curacao; dejaba madurar sus planes; creía en el día que debía llegar. Por Cuba dejó de escribir cosas amables, cuentos y versos; por Cuba dejó de ser cónsul de las repúblicas del Plata; por Cuba casi no comía ni dormía, en su obra, en su intención, en su deseo. Es joven: tiene cuarenta y dos años, y es habanero puro. En España se nutrió espiritualmente y desde entonces tiene inquina a España.

Es doctor de Zaragoza; su familia es principal. Ha viajado mucho, ha escrito para el teatro, y hay suyos versos preciosos. Ha sido persegui-do, nadie le odia; le queremos mucho.

Máximo Gómez

Su nombre está ligado a la revolución de Cuba. Su brazo fue temi-do, y todos los buenos patriotas ven en él a uno de sus mejores caudi-llos. Si José Martí es la cabeza, Máximo Gómez es el brazo.

Cuenta con un gran partido en la parte interior de la isla, y no ha-brá uno solo de sus antiguos soldados que no vaya por él a la manigua, al primer grito de levantamiento y guerra.

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Maceo, el general negro

¡Entrará Maceo en la actual insurrección! El general Antonio Ma-ceo reside en Costa Rica desde hace algunos años.7

El gobierno de aquella república le ha hecho ciertas concesiones de tierras, etc., para establecer algunas colonias cubanas en la costa costarricense del Atlántico.8 Por el último correo llegó la nueva de que en un tumulto ocurrido en San José de Costa Rica, el 10 de noviembre próximo pasado, había sido herido el general Maceo.

Es Maceo el célebre general negro de la guerra cubana. Es un ne-gro alto, ya canoso, delgado en su figura; mas ha adquirido una cierta distinción; su trato es culto, su inteligencia vivaz y rápida; es un varón de ébano.

El tumulto o cosa así en que fue herido Maceo y muerto el español Isidro Incera, fue ocasionado por un artículo publicado por el cubano Enrique Loynaz del Castillo, el cual fue expulsado del país, y llegó a Nueva York no hace mucho. Allí, según los diarios, la colonia cubana le acogió con los brazos abiertos, y no será raro que éste sea uno de los quince que según el cable partieron con Martí y Máximo Gómez.

Los negros

La gente de color estará, a no dudarlo, de parte de los revolucio-narios. Más aún: hay muchos revolucionarios de color. Fuera de la in-mensa simpatía que Martí ha sabido inspirarles, con arengas, escritos y obras, tienen en la memoria los hechos del pasado: la revolución fue la

7 En efecto, Antonio Maceo (1845-1896) se afincó en Costa Rica, procedente de Jamaica, a principios de 1891 con el objeto de cultivar la caña de azúcar y el tabaco. Para entonces, ya era el héroe por antonomasia de la hazaña emancipadora cubana. Darío lo había conocido en San José y en repetidas ocasiones escribió, aunque no extensamente, sobre él. En La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (cap. xxiii) se lee: Un día vi salir de un hotel, acompañado de una mujer muy blanca y de cuerpo fino, española, a un gran negro elegante. Era Antonio Maceo. Éste partiría de Puerto Limón, Costa Rica, el 25 de marzo de 1895, encabezando una expedición hacia Cuba que, al arribar a la provincia de Oriente, “encendió el mechero de la rebelión armada”. Véase la monografía de Armando Vargas Araya: Idearium Maceísta. Junto con hazañas del general Antonio Maceo y sus mambises en Costa Rica, 1891-1895 (San José, Edito-rial Juricentro, 2002).8 Fue en el Pacífico, concretamente en territorio próximo al golfo de Nicoya, y no fueron varias colonias, sino una sola: “La mansión”.

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aurora de la libertad del negro en la isla de Cuba. Desde antes, la pluma de Gaspar Betancour9 predicó en favor de los esclavos; Joaquín Agüero fue uno de los primeros que con el catalán Steach dieron libertad a los suyos. Después la palabra nerviosa y vencedora de Miguel Figueroa ayudó en gran parte a destruir por completo el aborrecible patronato. Los que precipitaron la abolición —paso que la misma España hubiera dado, con el tiempo, por razones ineludibles— fueron los patriotas que desde Yara al Zanjón lucharon bravamente, hasta lograr dar vida libre a la desventurada gente de ébano, explotada desde antaño por los espa-ñoles, por los cubanos. Céspedes,10 cuando firmó el acta de indepen-dencia, el 9 de octubre de 1868, lo primero que hizo fue ordenar la li-bertad de todos sus esclavos, en su célebre ingenio de “La Demajagua”. En seguida Francisco V. Aguilera, un intachable patriota, manumitió a todos los suyos. Y así todos los que se consagraron a aquella causa, rompieron las cadenas de sus esclavos, hasta llegar a la asamblea de Guaimaro, que declaró libres a todos los hombres en el territorio que abrazaran las armas revolucionarias. Hasta que depusieron las armas no dejaron de trabajar por los hombres de color, aquellos bravos. Pusieron como condición que Cuba sería gobernada al igual que Puerto Rico, y como en Puerto Rico ya no había esclavitud, o España cumplía con la palabra de Martínez Campos, o el decreto de abolición gradual o inmediata debía prolongarse.

Oigamos algunas palabras del eminente Manuel Sanguilly:11 No me parece, decía hace poco, que recomendarles a los hombres de color que voten en las elecciones por los autonomistas, deje de ser muy natural en los cubanos, ni que sea encadenar el criterio de aquéllos el que éstos, para forzarlos más, les recuerden que a empeños de cubanos debieron la emancipación los esclavos de esta isla. Es decir, advertirles que en todos los conflictos de fuerzas sociales, y no por agradecimiento sólo, deben

9 Gaspar Betancour Cisneros (1803-1866), escritor y empresario progresista. Autor de “Escenas cotidianas”, publicadas en la Gaceta de Puerto Príncipe entre 1838 y 1840.10 Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874), considerado padre de la Patria en Cuba. Encabezó la guerra de independencia el 10 de octubre de 1868.11 Como se explica en nota posterior, Manuel Sanguilly fue escritor y combatiente político cubano. “Mambí en la guerra y en la paz” lo llama un historiador. Su obra literaria es copiosa.

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los negros y los demás hombres de color, nacidos o no en la isla, estar siempre al lado de los cubanos.

El agradecimiento, por lo demás, es, en este caso, la memoria del pasado y de consiguiente una gran lección de sus propias convenien-cias, ya que no un escarmiento. Así hayan sido millones los hombres de color que estuvieron junto a los blancos en la revolución, el origen de ésta, su preparación, su iniciativa, su programa y su dirección, esto es, la revolución en su carácter, su esencia y sus aspiraciones, fue obra de los blancos. El hombre de color fue llamado por ellos y por ellos colo-cados por primera vez en la historia de Cuba en condiciones de figurar, de prestar eminentes servicios, de distinguirse tanto como los blancos.

Suponiendo que en realidad se hubieran distinguido del mismo modo y hubieran prestado servicios de igual importancia, nunca antes —bajo la dominación de los españoles— habían podido hacerlo, ni lo hicieron. Fue preciso que el cubano blanco hiciera la revolución, que desafiara él solo las fuerzas considerables de España. Por eso se arruinó, sacrificó su vida, su hacienda, la paz de sus hogares, el porvenir de sus hijos. El negro era entonces un esclavo, era algo como un paria. El uno iba a exponerlo todo. El otro nada exponía; pero con la aventura de ganarlo todo, de ganar desde luego libertad y dignidad personal en el orden público de la revolución. El cubano, su antiguo amo, su redentor de entonces, su única providencia, le citó para su propio festín, le atrajo en un abrazo fraternal y desde entonces, convirtiéndolo en compañero suyo, compartió con él la sublime tarea de general regeneración y le infundió nuevo espíritu y un ideal grandioso de actividad, de generoso empeño y de excelencia moral.

El día en que el pueblo blanco se sintió cansado, quedaron todavía en el campo insurrecto, animado de su espíritu, centenares de negros, más hechos a las privaciones, más resistentes por lo mismo a las fatigas de la guerra. Sin embargo, extraordinariamente más grande era el nú-mero de los que combatían en las guerrillas, o permanecían haciendo azúcar en los ingenios, contribuyendo por tal manera al mantenimien-to de la hostilidad poderosa de España. Comparar lo que expuso en la revolución el hombre de color con lo que expuso el cubano blanco, no es equitativo ni muy serio. Olvidar lo que hicieron los blancos cubanos por los hombres de color, ¿no es una ingratitud manifiesta?

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Fuera de la opinión de Sanguilly, hay quienes piensan que una vez coronados los esfuerzos de los cubanos libertadores, se despertaría una gran rivalidad de raza, puesto que una muy considerable parte de la isla se compone de gente de color. Cuba, dicen, se convertiría en una espe-cie de Haití, más civilizado, pero en donde el elemento blanco estaría completamente en segundo término.

Los cubanos de Nueva York

Los revolucionarios cubanos de los Estados Unidos pueden prestar a los luchadores de la isla oportunos auxilios, pues hay por qué creer que, en un caso de guerra, el gobierno americano haría la vista gorda.

Los principales miembros de la colonia cubana de Nueva York, que es seguro hayan tomado parte en la actual revolución, son, entre otros, los siguientes: el doctor R. L. Miranda, Benjamín Guerra, José Pérez del Castillo, Enrique Trujillo, director del Porvenir, Gonzalo de Quesada (el paje de Martí), Juan F. Portuondo, Félix Fuentes, Rafael de Castro Palomino, Arístides Agramonte, Sotero Figueroa, N. Mola, Antonio y Enrique Nattes. Estos nombres son familiares para todo his-panoamericano que haya pasado por la gran metrópoli yankee y haya penetrado en seno de la amable y simpática colonia cubana.

Alarmas - El Partido Unión Constitucional

Desde hace largo tiempo el capitán general de la isla de Cuba, ge-neral Calleja, ha tenido, más o menos exactamente, conocimiento de las tentativas revolucionarias de los cubanos residentes en los Estados Unidos.

En noviembre comunicó sus temores al gobierno por telégrafo, y no dejó de recibir por parte de la prensa cubana críticas y censuras.

No puede dejar de pensarse, decía un diario, que quien así acep-ta la posibilidad de un formidable levantamiento que ha sido preciso desmentir inmediatamente, no podrá ni deberá ser creído en absoluto cuando niegue que puede ocurrir, ya que forzosamente ha de presumir-se que no pueden existir distintas fuentes de información para conocer las probabilidades a favor y en contra de los desembarcos de insurrectos en la isla de Cuba. Y en cuanto a que el general Calleja recibiera las no-ticias que le inspiraron aquellos alarmantes telegramas injustificables, no puede ser permitida la duda, que resultaría mortificante y tal vez

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injuriosa. El general Calleja recibió informes para él indudables de que iban a desembarcar fuerzas insurrectas en las costas, y por eso telegrafió sus temores al gobierno, con plena conciencia de la alarma que debían producir en la corte tan graves y autorizadas revelaciones de la primera autoridad de las provincias. Ya se ve, pues, ahora, que el general Calleja no andaba a ciegas.

El partido de la Unión Constitucional ha manifestado su actitud, para el caso de una revolución, con, estas palabras: “Si el peligro fuese real, si la paz pública se viese seriamente amenazada, si la integridad de la patria estuviese en tela de juicio, el apoyo del partido Unión Cons-titucional, contasen o no con él las autoridades, y fuesen éstas lo que fuesen, no faltaría en ningún caso, con todo lo que tiene de eficaz, de incondicionalmente leal y desinteresa”.

El déficit de Cuba

Cuando el señor ministro Maura practicó la liquidación provisio-nal del presupuesto de Cuba para el año próximo pasado, la prensa se hizo eco de los temores que se abrigaban sobre la insostenible situación de la gran Antilla. Es imposible seguir así, decía El Tiempo de Madrid, por muchas razones de justicia, de prudencia, y sobre todo por inte-rés nacional. ¡Ah, si el señor Maura hubiese dedicado sus indiscutibles cálculos y energías a resolver la cuestión económica de Cuba, siquiera a mejorarla en vez de sembrar allí con notoria imprudencia semilla de vientos, de la que son cosecha las actuales tempestades!

Cuán otra podría ser la situación actual de aquella sociedad, hoy hondamente perturbada y desquiciada con odios profundos que pa-recen imposibles de cegar y con una situación económica ruinosa, a juzgar por el desarrollo de su presupuesto, en déficit constante, que cada vez engendra un necesario déficit.

He aquí el resultado del presupuesto confeccionado por el señor Maura en el cual se presenta, por hoy, un déficit de 5.477.468 pesos.

Ingresos

Millones de pesosCréditos legislativos ................................................. 24.3Ingresado durante el ejercicio ............................................ 18.9

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Bajas .................................................. 0.2Diferencia ................................................. 18.7Contraído en el ejercicio ................................................. 20.9Pendiente de cobro .................................................. 2.1Ingresado por resultas .................................................. 0.1ResumenPresupuesto corriente ................................................. 24.1Ingresado por él y resultas ................................................. 19.1Pendiente de cobro .................................................. 2.1 Contraído en el ejercicio por presupuestoy resultas ................................................. 21.1

GastosCréditos legislativos ................................................. 25.6 Aumentos por suplementos y transferencias .................................................. 1.0 total .......................................26.6

Obligaciones liquidadas ................................................. 26.6Obligaciones satisfechas ................................................. 23.4Reintegros ................................................. 0.8Líquido pagado ................................................. 22.5Pendiente de pago ................................................. 3.4Sobrante de crédito .................................................. 0.6

ResumenIngresos presupuestos ................................................. 24.3Ingresos realizados ................................................ 18.9 Deficit ....................................... 5.4

Este déficit es el error de cálculo que puede imputarse al ministro, y que es el mismo que deduce la liquidación pro visional, y al cual puede llegarse asimismo por este otro ba lance: Millones de

pesosIngresado ................................................. 19.1Pendiente de cobro .................................................. 2.1

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Total ........................................21.2Gastos acreditados ................................................. 22.6 Déficit ......................................5.4

Hay que advertir que ese déficit es sólo inicial, pues re conocidas y liquidadas obligaciones por 26 millones de pesos y sólo ingresado por cuenta del presupuesto 18 millones, se acercará a 8.000.000 de pesos el déficit definitivo de todo el ejercicio.

La estrella solitaria

En la guerra pasada, la América entera manifestó a Cu ba su sim-patía y su fraternidad. Hoy, si la lucha se enta bla, sucederá lo mismo, por más que bien pueda suceder que la bella isla trabaje para su propio daño. No obstante, ¿quién sobre el suelo americano no mira con sim-patía la bandera de la estrella solitaria?

Si Cuba llegase a conquistar su libertad, el presidente de la repú-blica cubana sería, por elección unánime, quien ha sido hasta ahora apóstol de la revolución: José Martí.

José Martí

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la aDmiNistRacióN gómeZ eN cuba1

I

Habana, octubre de 1910

DESDE EL 29 de enero de 1909, en que cesó la última intervención norteamericana, la joven república de Cuba progresa resueltamente2. A pesar de los rumores que por Europa se propalan hablando de revo-luciones y de inseguridades, es lo cierto que la nueva nación florece y afirma más cada día su simpática personalidad. Y la patria del inolvida-ble Martí está en camino de ser lo que él soñó.

Hoy es presidente de la república el mayor general José Miguel Gómez, uno de los ve teranos caudillos de las guerras de la independen-cia.3 Desde las filas del “Ejército liber tador”, puede decirse, el prestigio ganado duramente en los días de la lucha, lo ha llevado a dirigir a su país en los tiempos de prosperidad por la paz.

1 Rescatado por Günther Schmigalle de La Nación, 24 de noviembre de 1910, pp. 7-8 el primer artículo. Procedente de París (vía Saint-Nazare), Darío hizo escala en La Habana el 2 de septiembre de 1910, en su viaje a Veracruz, donde su proyecto para visitar la capital me xicana —como representante de Nicaragua en las celebraciones del centenario del ‘grito de Do lores’— se frustró, debido a la presión ejercida por Estados Unidos sobre el gobierno mexicano. En su viaje de regreso, desembarcó en La Habana el 14 de septiembre, quedándose allí hasta el 8 de noviembre, día en que tomó un vapor para regresar a Francia. 2 Si Darío elogia la república de Cuba convertida en semicolonia esta dounidense, no es por falta de principios, sino por su apego a un ideal de “renacimiento latino”, tal como su amigo, Ángel de Estrada (1872-1923), lo había formulado en su novela Redención: “el ideal latino en el músculo yanqui”. Nota de Schmigalle, al igual que casi todas las notas siguientes; en ellas coteja la información de Darío con su fuente: la Memoria oficial de la Administración Gómez, correspondiente al año 1909.3 Dos años después, Darío escribió: “Ha gobernado la República cubana el patriota y dulce pedagogo Tomás Estrada Palma, a quien derrocó una revolución, una de las desgraciadamente epidémicas de nuestros pueblos juveniles e inquietos. Y después de una segunda intervención norteamericana, el pueblo cubano fue llamado a elec-ciones, y por voto de la mayoría asumió el mando nacional el bravo general de la independencia, José Miguel Gómez (“La República de Cuba”, Mundial Magazine, París, núm. 17, septiembre, 1912).

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Y pasando sobre juicios de pasión que el ardiente temperamento nuestro lleva a las bregas políticas, no es posible negar la evidencia de una visible buena dirección en los negocios públicos del país. Desde luego se siente que en Cuba hay vida. Desde luego se respira aquí el ambiente de los pueblos trabajadores. Y la laboriosidad y la actividad y la intensidad del comercio que se observan por todas partes dan a la Habana, que ya es una ciudad en can ta dora, el carácter de una gran ciudad de producción.

[De la influencia “yankee” y los inmigrantes]

Nótase bien en el carácter general de la vida cubana la influencia “yankee”. El poderoso industrialismo norteamericano ha sentado sus reales en la isla, y a su calor y bajo sus iniciativas las singulares riquezas que guarda esta fecunda Cuba, se desenvuelven con un vigor y una expansión inesperados. Los naturales, por su parte, no abandonan su tierra a los recién llegados, y puede decirse que en el florecer de nuevas producciones y en el actuar de nuevas energías la actividad indígena no cede a la de los que llegan de fuera a conquistar el país.

Y llegan cada vez en mayor número los inmigrantes. Una buena parte del caudal emi gratorio de las provincias gallegas y asturianas, que tantos brazos proporcionan a los cam pos de la Argentina, viene a Cuba. Aquí tienen ocupación desde el momento de su lle gada. Y buena prueba de las condiciones de la vida que en la isla encuentran, son los numerosos círculos regionales que por toda la república —en la Ha-bana especialmente— con gregan en edificios hasta suntuosos, como el de los dependientes, de ésta ciudad, que cuenta vein tisiete mil socios, a los españoles que han hecho de esta tierra hospitalaria y joven su patria de adopción.

Durante el año 1909 han entrado en el país 67,267 inmigrantes, de los que desembarcaron en La Habana 55,246. Y si se piensa que aun no hace diez años era endémica en este puerto la fiebre amarilla y hoy puede afirmarse oficialmente que los dos últimos casos de esa enferme-dad presentados en este isla se remontan a diciembre de 1908, sólo una ar diente admiración cabe hacia unas autoridades que con tan saludable rigor perseveran en la política de saneamiento comenzada con la ocu-pación norteamericana en 1898.

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[La administración cubana]

Hubo y hay enconos cuando de la enmienda Plat [sic] se ha habla-do y se habla aquí. Mas no es ya universalmente reconocida la eficacia de una ley que ha hecho en diez años ape nas lo que no alcanzó a hacer toda una época colonial. Y la administración cubana no des cuida, pre-visoramente, punto alguno relacionado con la salud pública. La cam-paña anti-tu berculosa, grandemente descuidada en no pocas naciones europeas, es aquí celosamente atendida por el gobierno. Hay, en fin, una “Secretaria de Sanidad y Beneficiencia”, mi nis terio exclusivamente encargado de los asuntos sanitarios, “que para gloria nuestra, dice una memoria presidencial, ha sido Cuba la primera nación en que se ha establecido”.4

Marcha la joven república por su camino de progreso y marcha con seguro y ágil paso. Hace poco más de un año de la reintegración de su gobierno propio. Pero en medio del embarazo que la enorme carga dejada por la ocupación al tesoro cubano produjo en la vida económica del país, el gobierno mira a todos lados y atiende, hasta donde alcanza, a todas las necesidades de una nación constituída. El ejército libertador que por años y años luchó en los campos con abnegación y desinterés ejemplares, no tenía razón de ser después de la paz. Hubo que premiar heroísmos y que indemnizar perjuicios. Una y otra cosa se han llevado a cabo. La república ha pagado a los que sirvieron a la revolución.

[un ejército permanente y una guardia rural]

Y actualmente para la custodia del territorio cuenta Cuba con un “ejército permanente”5 de cerca de cuatro mil hombres. Hay dos cuer-pos de artillería: de costas y de campaña. Y una brigada de infantería completa el efectivo. Son tropas contratadas, bien instruídas, de buen porte. Los uniformes, de kaki, con chambergos de fieltro color “foncé”, son casi idénticos a los de los soldados de Norte América. Y los oficia-les, nombrados por oposición, son tan correctos como sus colegas de otros ejércitos. Del aspecto de la tropa se destaca, sobre todas, una nota particular: la limpieza, la higiene. Van impecables, los trajes plancha-

4 Gómez, Memoria, p. 346.5 Ibíd., pp. 109-110.

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dos siempre, la alta polaina sin una mancha, las manos enguantadas, con un paso elástico y largo, como forzadamente adquirido de los ins-tructores yanquis…

Para la vigilancia de los campos hay además un cuerpo especial: la guardia rural6. Com pónenlo 5.000 hombres, y se halla diseminado por la extensión extra-urbana de la república. Es un cuerpo montado, aguerrido y que está prestando servicios importantísimos a la seguridad pública en los campos. Después de los largos años de guerra de monto-neras, en que cada matorral era una fortaleza, y un puñado de hierbas constituía una trinchera para hostilizar al enemigo, ha sido necesario organizar otro ejército y emprender otra campaña, a la inversa, en que muchos de los emboscados de ayer son los perseguidores de hoy. Y no faltan de tiempo en tiempo grandes rubros en las primeras páginas de los diarios —todos de formato americano— pregonando las hazañas de algún audaz José María o Musolino de la manigua, que quizá años hace aprendió el vivir aventurero corriendo en las columnas de “insu-rrectos” de las pasadas guerras… Son, sin embargo, chispazos fugaces de actualidad novelesca en este ambiente de actividad que el practi-cismo norteamericano ha creado en la antaño lánguida y durmiente patria del danzón y de la habanera.

Pronto, pues, a lo largo de las pintorescas carreteras que se doblan una y otra vez en curvas y revueltas imposibles flanqueadas por un es-peso e interminable bosque, nada habrá de montaraz y de bravío como no sea la naturaleza. Y todavía…

[Las “zafras”: base de la economía]

Por momentos dijérase que aumenta y se extiende el área cultivado del terreno nacional. Las “zafras”, fuente de ingresos, base de la econo-mía cubana, adquieren en cada año mayor importancia. La del actual es inaudita. Durante la zafra de 1908 a 1909 molieron 169 ingenios por cuyos trapiches pasaron 1.235.438.665 arrobas de caña, que rin-dieron 9.805.626 sacos de azúcar de guarapo y 393.892 sacos de azú-car de miel. En conjunto 10.199.518 sacos equivalentes a 1.050.231 toneladas de azúcar; el aumento con relación a la anterior zafra ha sido

6 Ibíd., pp. 111-115.

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absoluto. Se ha molido 33% más de caña, con un rendimiento de más de 85 por 1000 de aumento.7

[El tabaco, las minas]

La industria tabacalera, importantísima en la isla, como es univer-salmente sabido, aparece en crisis. Ignórase si hay exceso de producción o falta de consumidores. Y en esta hora de surgimiento económico en que las esperanzas del país están en un aumento general de la expor-tación, el gobierno dedica sus atenciones más sostenidas a la crisis del tabaco8.

Mas no es sólo en estas industrias en las que Cuba cimenta su ri-queza. Hay aún en su seno, en medio de su concha feraz de perla oceá-nica, fuentes abundantes de vida y de riqueza. La isla de los campos flo-recientes tiene minas en su subsuelo. Minas de hierro, minas de cobre, y de manganeso y de oro9. Compañías mixtas de capital anglo-cubano y cubano-norteame ricano explotan con creciente ahinco y progresivos beneficios buen número de minas en la región oriental. Una empresa, la “Spanish American Iron Co.”, necesitada de embarcar su mineral de la mina del Pinar de Mayarí por la bahía de Nipe, ha invertido 5.000.000 de pesos oro en ferrocarriles, muelles, etc. etc.10 Y en muy reciente fecha, en oriente también, se ha descubierto un extenso yaci-miento de mineral de hierro en términos de Sagua de Tánamo Mayarí. Para complemento unas cifras. En 1899 los valores de la explotación de minerales eran de 516.700 pesos. En 1908 han sido de 2.250.928.11

[La instrucción pública]

Algo hay, entre mucho otro, que atrae agradable y fuertemente la atención del lector de una “memoria de la administración del presiden-te de la república durante el período com prendido entre el 28 de enero y el 31 de diciembre de 1909[”]. Es el capítulo [“]Secretaría de Instruc-ción Pública y Bellas Artes”.12 Verdaderamente grata es su lectura. Hay

7 Ibíd., p. 21.8 Ibíd.9 Ibíd., p. 288.10 Ibíd., p. 248.11 Ibíd., p. 249.12 Ibíd., pp. 297-342.

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en esas páginas el esbozo del plan de educación de una nacionalidad recién nacida. Y al contar y recontar los elementos con que cuenta, resalta de las cifras, si no muy grandes muy prometedoras, el rosado anuncio de un mañana risueño. Tratándose de un pueblo de menos de dos millones de habitantes, no son de extrañar escaseces de material de enseñanza, ni deficiencia en el personal docente. Sin embargo, las estadísticas escolares que tengo a la vista, me dicen de la instrucción pública en Cuba muy otras cosas de las esperadas.

El número de maestros empleados en las tareas escolares durante el año 1908 a 1909 fue 3737, sin contar sustitutos interinos, y del número apuntado 377 de color. Es de notar que, en Cuba, el elemento femenino prepondera considerablemente en el magisterio. De los 3737 maestros sólo son hombres 1125 y el resto 2572 mujeres. “El número de mujeres dedicadas al magisterio, dice la memoria, viene aumentan-do año por año, y disminuyendo el de hombres, desde la nueva organi-zación del profesorado en Cuba, a partir del año 1899”.13

Por la índole especial del país puede asegurarse que en Cuba la es-cuela pública es superior a la privada. Por todo el territorio de la nación hay maestros del Estado que no poseen el título de doctor de pedago-gía. Pero todos, a falta de escuelas normales, ahora en implan ta ción, han sido sometidos a pruebas de las que salen provistos del certificado de sufi ciencia que los acredita aptos para el magisterio. Y su apego a la carrera y la vigilante ins pección gubernativa corrigen la falta de consti-tución de la carrera pedagógica.14

Elocuentes y alentadoras son las estadísticas escolares que leo. Con relación al último censo, han sido matriculados en las escuelas públicas durante el año de 1908 a 1909, 116.577 niños de ambos sexos, dando un promedio de asistencia diaria a las clases, de 78.702 escolares. Si a ello se agregan los 14.089 matriculados en escuelas privadas, se obtiene un atractivo y prometedor aspecto del problema educativo del país.

Y esta es sólo una de las secciones del capítulo de instrucción pú-blica en Cuba. Abarcando dentro de los reducidos límites que la estre-cha consignación permite, todos los aspectos del problema educativo,

13 Ibíd., p. 307.14 Ibíd.

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hallo en la memoria gubernativa atendidas todas las indicaciones que la moderna pedagogía señala. Hay páginas dedicadas a reseñar lo que la administración hace por “la higiene y terapéutica del libro”15. Con verdadero amor se miran el creci miento y la expansión de la Bibliote-ca Nacional,16 se piensa en la construcción de edificios esco lares y se alienta y propaga la publicación de revistas educativas redactadas por y para el magisterio.

Con espíritu de verdadero progreso e intensa cultura, oriéntase la gran atención del país hacia la necesidad de educar al pueblo, y en tal sentido dan muestras de eficaz deseo de influir en el levantamiento de la instrucción pública cuantos en la isla tienen posiciones influyentes. Hay, como ya he escrito arriba, centros como él de los dependientes o el ga llego que cuentan cerca de 30.000 socios. Para la asistencia médica de ellos poseen quintas de salud dotadas de cuantos perfeccionamien-tos ha alcanzado la ciencia moderna. Pues bien, cada centro de estos sostiene también numerosas clases, escuelas, academias, en que aquellos de sus socios que desean instruirse lo consiguen sin más dispendio que el de la cuota mensual del casino ($ 1.50). Juzguen los que conocen el nivel medio de cultura que se encuentra en las masas de emigrantes que el hambre europea arroja a las riberas del Plata, el saludable efecto de este ambiente sobre el recién llegado.

Puede observarse a poco profundizar cuán activa y efectiva es esta labor de refinamiento previo de los agregados que van reforzando y constituyendo las futuras generaciones cuba nas. Y antes de ligar a su suelo al extranjero con la posición económica creada fácil mente al solo precio de la laboriosidad, es ya deudor el emigrado a su nueva patria de la base de cultura que quizá en el terruño natal no habría nunca alcanzado.

En Cuba, pues, hay cultura. En la isla se propaga y se extiende la instrucción año por año, y ha de verse decrecer bruscamente el coefi-ciente de analfabetismo rural. Porque en las ciudades casi no existe. Desarróllase en ellas, con el florecimiento comercial que se entra Cuba a dentro con rapideces increíbles, un gran amor por la instrucción. Y

15 Ibíd., p. 335.16 Ibíd., pp. 331-336.

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como La Habana y Cienfuegos y Matanzas y Santiago y otras más, son ciudades que aspiran a progresar en cultura como en riqueza.

[el ambiente del país neutraliza el exceso de yanquismo]

Fuera acaso deseable, por el ideal latino, una educación más hacia Europa. Pero hay largas diferencias de distancia que facilitan mejor la permanencia de los jóvenes en los colegios y universidades norteameri-canas, que en los europeos. Y, en consecuencia, los estudiantes cubanos van, cada vez en mayor número, a educarse en los Estados Unidos. Vuelven sajo ni zados, deshispanizados, si cabe decir. Mas el ambiente del país neutraliza el exceso de yanquismo y a poco del retorno no subsiste, en la mayor parte de los casos, sino un sano practicismo que cohonesta el atávico romanticismo que bajo el sol de los trópicos suele desarrollarse con exceso en estos países. Saben así todos estos mucha-chos, como lo saben ya hace mucho tiempo los jóvenes argentinos, que “time is money”, y por ello son cada día más inteligentes los esfuerzos que hace la actividad cubana por incorporar su energía y sus capitales al movimiento productor que tan rápidamente han desenvuelto en la Perla de las Antillas los poderosos y utilitarios hombres del norte.

Sólo por ese febril y a veces atropellado impulso de producción compréndese que el pre supuesto de la república cubana, a los veinte meses escasos de hallarse en posesión plena de su soberanía, asciende ya a 33.418.302.85 pesos17. Y que siendo en el año 1899-1900 el comer-cio exterior de la nación de 126.269.000 pesos, a los diez años, en el de 1908-1909, haya sido de 204.365.000 pesos, correspondiendo a la im-portación 86.791.000 pesos y a la exportación 117.564.000 pesos.18

[Este país… progresa y crece]

Luchas políticas que las pasiones enconan y enardecen con exceso, juegan hoy en este no muy vasto escenario. Juicios que no son siempre justos y casi nunca exactos caen sobre los que están en las cumbres: para la lucha todas las armas sirven. Pero el espectador alejado de unos tanto como de otros, observa sin prejuicios y sin pasión. Y tiene que

17 “Por la Ley del 1° de Julio, aprobó el Congreso los Presupuestos de la República para el año de 1909 a 1910, ascendentes a $ 33,418,302.85” (ibíd., p. 19). 18 Ibíd., pp. 145-146.

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reconocer que este país con diez años apenas de existencia política, con veinte meses de independencia real, progresa y crece en medio del Océano inmenso, aislado y solo como la única estrella de oro de su pabellón tricolor…19

19 Con la perspectiva del historiador, en 1966, Julio Le Riverend emitió el siguiente juicio sobre la Administración Gómez: “El gobierno de José Miguel Gómez, ofreció un programa al pueblo de Cuba que aparece en el folleto del coronel del Ejército Li-bertador, José M. Iznaga: Por Cuba (La Habana, 1907)… Desde luego, este programa no se realizó. En todo caso, el presidente Gómez le dio esa tónica que los apologistas denominan auténticamente criolla —compadrazo, lenidad, desorden, indecisión— y que generalmente se adornaba gráficamente como un personaje vestido a la manera guajira” (La República / Dependencia y Revolución. La Habana, Instituto del Libro, 1969, p. 99). A continuación, Le Riverend abordó los grandes fraudes del periodo de Gómez, entre ellos el negocio de la desecación de la Ciénaga de Zapata y el dragado de los puertos.

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Para mi anterior artículo sobre la administración pública de la Isla de Cuba, tomé como base la Memoria de la administración del presiden-te de la república, durante el período comprendido entre el 28 de enero y el 31 de diciembre de 1909. Trátase de una publi ca ción oficial. Y yo doy fe a sus afirmaciones. Mas, como siempre es interesante el cono cimiento de la opinión popular, creo conveniente recoger, para mis lectores de La Na ción, las impresiones obtenidas en conversaciones con personas de diversas ideas po líticas y a veces sin ninguna; los comentarios de la prensa cubana y el eco del pensar de un pueblo, como el de la Habana, que vocea a grito herido por las calles de la ciudad sus opiniones sobre la marcha política del país.

[Conservadores y liberales]

Y nada más desconcertante que la diversidad de criterios con que el pueblo cubano toma parte en las luchas políticas. Desde luego, y a primera vista, aparecen los cubanos divi di dos en dos bandos: liberales y conservadores.21 Todos los antiguos partidos y parti dí cu los que vivie-ron con la dominación española, terminaron con la colonia. Las dife-rencias que podían separar a los parciales de ambos, se transmutaron a las nada bien definidas que hoy dividen a los dos partidos existentes. Se es, pues, liberal o conservador. Conser vadores son los grandes finan-cistas de sólidas posiciones bancarias, y los hacendados propietarios de ingenios y, parece ser, el elemento intelectual de la república; hay pocos

20 Este segundo artículo sobre “La administración Gómez en Cuba” apareció en La Nación (Buenos Aires, 28 de noviembre, 1910, p. 7) con el subtítulo: “El reverso de la medalla”; lo cual indica que Rubén, como buen periodista, contrastó la visión oficial con la opinión popular, alcanzando una equilibrada objetividad.21 La candidatura de los liberales (José Miguel Gómez, presidente y Alfredo Zayas, vicepresidente) triunfó sobre la de los conservadores (Menocal-Montoro) en las elec-ciones generales de 1908. El 28 de enero de 1909, inició su gobierno de cuatro años José Miguel Gómez, conocido desde aquellos tiempo con el mote familiar de “Tibu-rón”. Precisamente con el título de Tiburón, el ex secretario particular de Gómez, A. Sanjenis, publicó en La Habana (1915) un libro sobre su administración.

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afiliados de color en este partido, que se muestra opuesto a la influencia norteamericana. Por el contrario, liberales son “los demás”: la juventud vehemente y el pueblo indocto enamorados de utopías ultra-radicales que no comprenden bien, el innúmero ejército de empleados civiles que emplea el gobierno y la enorme mayoría de la población negra. El partido liberal ocupa el poder y aunque se le nombre como uno sólo, es en realidad una federación de pequeñas huestes que sus caudillos agruparon en aras de intereses de momento, y se asegura, de no poca importancia para la patria. Yo he oído hablar de li be rales “miguelistas” —del presidente José Miguel Gómez— “zayistas” —amigos del señor Zayas, vicepresidente de la república— y de progresistas y demócratas y algunos más. Y lo curioso de la situación es el mutuo encono que anima las relaciones de los “corre ligionarios” liberales, sólo dulcificadas ante las arremetidas del enemigo común.

[“Hacer chocolate”, “hacer un chivo”]

La prensa, por su parte, eco fiel del sentir del partido que sostiene el periódico res pectivo, ándase constantemente a la greña con el colega contrario. Y de esta eterna polé mica que todo lo invade y que realmen-te absorbe la atención nacional y consume casi todas las energías del nativo, despréndense a las veces acusaciones rotundas, categóricas que toman cuerpo y suelen afirmarse, para caer sobre el nombre de algún conspicuo per sonaje o personajillo al que la eternamente airada “vox populi” señala como pre va ri cador. Que es lo que aquí se llama “hacer un chivo”.

La maledicencia de los tiempos coloniales creó el modismo “hacer chocolate” para designar pulcramente la ceguera de los empleados de aduanas al pasar por el registro cargamentos cuyos dueños gratificaban con rumbo al personal de guardia. Con la revolución ha variado el tecnicismo: hoy un negocio turbio constituye un “chivo”. Y la prensa diaria descubre y documenta casi cotidianamente uno de estos anima-les. El “chivo” que podría llamarse de actualidad es el denominado “del hierro viejo”.

Trátase del material de artillería inservible dejado por los españoles en las fortalezas y arsenales de la isla. Habíase anunciado la pública subasta de los miles de toneladas de metal sin uso y, según la prensa, en una interinidad de días en que desempeñó la secretaría de gobernación

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el señor Sanguily22, titular de la de estado, fue adjudicado el hierro viejo a uno de los postores, en precio menor de la mitad del que en plaza se paga por la misma mercancía. El escándalo ha sido ruidosísimo. Gran-des rubros anunciaban en la primera plana de los diarios desafectos al gobierno el “chivo del hierro viejo”. Por dondequiera que dos personas se saludaban, hablábase de la subasta en cuestión, y en paseos, teatros, cafés, tranvías y restaurantes el tema de discusión era el “chivo” del día. Yo conozco del señor Sanguily las grandes dotes de fino literato y correcto diplomático que le adornan. Para mi halló muestras de galan-tería y de cordialidad que no olvido, durante la visita que tuve ocasión de hacerle a mi paso por esta ciudad, rumbo a Veracruz. Es hombre de muy flexible don de gentes y tiene también un núcleo de partidarios que, con él identificados, pertenecen ahora al partido liberal.

[los cerebros hierven y el apasionamiento tiene impulsidades como epilépticas]

Por estos días anda también corriendo las columnas de la prensa, otro negocio de la misma especie. La junta de patronos del hospital San Lázaro, adquirió no ha mucho la finca de un súbdito norteamericano para ampliar la instalación del establecimiento. Pagó por ella 150.000 pesos y algunos miles más invertidos en acondicionar el edificio. Y aho-ra, después de prolijas investigaciones que se hicieron antes de declarar salubre e hi giénico el lugar elegido, declaran los patronos inadecuado el emplazamiento de la finca adquirida y tratan de comprar otra en diferente punto de la ciudad. Realmente, los pe riódicos presentan sus denuncias con visos de veracidad inquietante y es inevitable para quien es observador apartado de toda parcialidad, el juzgar caído tal o cual político más o menos crudamente señalado por los públicos rumores. Es, sin embargo, lo com prendemos ya, fruto este juicio de nuestra in-adaptación al ambiente. Bajo el tropical sol de fuego que llueve sus

22 Manuel Sanguily y Garrite (1848-1925), político, escritor, periodista y abogado cubano, nacido y muerto en La Habana. Partidario de la independencia, tomó parte en la Guerra de los Diez Años (1868-78), en la que alcanzó el grado de mayor general. Ejerció destacados cargos políticos y sobresalió por su oratoria de estilo castelariano. Fue Secretario de Estado del gobierno de José Miguel Gómez. Fundó la revista Hojas Literarias (1893-94) y escribió El des cubrimiento de América (1892), La revolución de Cuba y las Repúblicas Americanas (1896), entre otros libros. En dos volúmenes se han editado todas sus Obras (1962).

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rigores sobre la isla oceánica, los cerebros hierven y el apa sio namiento tiene impulsividades como epilépticas. Mas la persistencia, la obstina-ción, la energía, no son grandes. La brisa marina blanda y fresca que llega desde el mar al dor mirse La Habana, calma muchos enconos y templa muchas violencias próximas al paro xismo. Y al comenzar un nuevo día, la memoria de este pueblo se descarga del recuerdo de gran-des resoluciones que horas antes tomara… Así, nada pasa.

[Todo en estos días vive y es por la política]

Y de tal manera, consagrada la atención y las energías del país a la estéril lucha de los partidos políticos, que batallan más por intereses que por ideales, no deja de notarse a poco profundizar en la observa-ción, el efecto relajador del actual estado político del país. Vísperas de elecciones son estos días. Una mitad de las cámaras será renovada. Y por el triunfo de sus candidatos respectivos hácense esfuerzos grandes por una y otra parte. Manifestaciones y mítines celébranse ininterrum-pidamente. Congréganse grupos y grupitos de militantes de cada par-tido para escuchar a sus “leaders” los habituales discursos-programas. Y al terminar las reuniones, ordinariamente en la noche, tranvías repletos de manifestantes recorren la ciudad disparando cohetes silbantes y de-tonadoras bombas a cuyo estallido hacen eco las ruidosas aclamaciones al candidato. O bien en cabalgata pintoresca acompañan a los conspí-cuos del mitin escuadrones de jinetes, a ve ces con antorchas y faroles, hasta el casino del partido.

Todo en estos días vive y es por y para la política. Nada ajeno a ella preocupa a los cu banos. Cuéntanme que hasta en las familias sién-tese el repercutir de la pasión nacional y que estas mujeres de ojos de Oriente y de belleza inolvidable, llevan el prestigio de su her mosura a los partidos a que, con el ardor de feministas sajonas, consagran su sim-patía. Los oposicionistas emplean cuantos medios a su alcance están: la influencia nor teame ricana ha enseñado a computar las elecciones por los miles de dólares gastados… El partido gubernamental, por su parte se defiende bravamente. Los escalafones de fun cionarios tupidos hace unos días, comienzan a poblarse de claros. Listas in terminables de empleados cesantes ocupan largos espacios en las columnas de la prensa: son las presas del vencedor, el premio a la fidelidad, el estímulo a los adictos.

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Desgraciadamente, no es sin honda perturbación moral y material que se llega a momentos de exacerbación como el presente. En la gene-ral inconsciencia del mal hay luci deces geniales que lo proclaman así. De un admirable periodista cubano que publica en el diario habanero El Mundo, son estos párrafos de elocuente clarividencia:

Cuando en un pueblo se sobreponen los intereses individuales a los in-tereses colec tivos o nacionales; cuando en un pueblo se sobrepone el interés de los partidos al interés nacional, es indudable que la vida moral comienza a extinguirse en ese pueblo. Y aquí, en Cuba, todo el mundo puede observar cómo los intereses de los partidos individuales se van sobreponiendo a los intereses colectivos, y cómo los intereses de los partidos se anteponen a los intereses nacionales. Este parece un sálvese quien pueda… asistimos a este espectáculo: políticos que eran verdaderos proletarios, son hoy proletarios opulen tos. Gentes que estaban entrampadas, comidas por las deudas, han salido de todos sus com promisos merced a negocios con el Estado. Gentes que vivían en modestísimas ca sas, ahora viven en casas suntuosas. Políti-cos pobres o empobrecidos se han tornado ri cos de la noche a la mañana. Funcionarios que sólo pueden vivir con decencia, tienen el tren de casa de un lord de Inglaterra o de un grande de España. Contratistas que eran po bres están ahora ricos, y contratistas que eran ricos ahora millonarios… Contemplamos una estupenda improvisación de fortunas, no debida a los negocios, sino a combina ciones. ‘El chivo’ —símbolo de la inmoralidad ad-ministrativa— ha sido erigido a la al tura de una institución. El pueblo sólo ve malos ejemplos en los que debieran darlos buenos. Así se va incubando el desastre.

Muy lejos de mi ánimo afirmar ni desautorizar tan sincero pesi-mismo. Carezco aún de compenetración con el medio. Pero lo que sí se me alcanza es el estado como de desaso siego del país. Háblase abiertamente de próximos acontecimientos que cambiarán la faz de las cosas. Y las riquezas naturales de este suelo privilegiado brotan y brotan incesan tes para atender a las mil necesidades de los gobiernos, que olvidan, quizás, a donde de llega forzando la potencia contributiva de un país en constitución. Las cámaras votan cré ditos y créditos para servir, dicen mis informantes, intereses de los partidos guber na tivos. Y los conservadores, la gente adinerada, los grandes propietarios, mal avenidos con el actual rumbo de gobierno, han llegado tácitamente a un unánime retraimiento. Los grandes capitales que en la isla podrían emplearse por personalidades cubanas, no apa recen en el campo de los negocios, por miedo a la actual política.

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[escapes de soberbia en la población de color]

A pesar de los pregones de paz y fraternidad entre las dos razas, hay escapes de soberbia en la población de color. El ideal que acaso acarició Maceo en sus días de triunfo en la invasión del oriente de Cuba, no se realizará jamás. Pero en tanto los que de él lo espe raron todo, han constituído, sobre la base del proletariado negro, el “partido inde pen-diente de la raza de color”. Y mal que pese al elocuente orador Juan Gualberto Gómez, uno de los más eximios de la tribuna cubana, no son estímulos de concordia los que animan a los “independientes de la raza de color”.

Correspondiendo fielmente a este estado de fermentación de las ciudades, en las cam pañas, no pobladas en su mayor parte, brota la planta maldita del bandidaje. Salteadores or ganizados entronizan el te-rror en comarcas enteras de las que se proclaman señores en feudalismo bañado en lágrimas y manchado de sangre. Tal ocurre hoy en Ciego de Ávila. Desde los tiempos de la colonia en que Matagán, primero, en la provincia de Santa Clara y Manuel García, “el rey de los campos de Cuba”, después, sostuviéronse fuertes en su autoridad de señores de caminos, no se había presentado el caso de nuevo.

[“Bandoleros de la trocha”]

Hoy es el asunto del día la persecución de la partida de “bandoleros de la trocha”, como asimismos se designan los que la componen. De ellos sólo se han identificado a dos, Solís y José Alvarez; y sus nombres corren por los campos de boca en boca prendiendo el miedo entre los campesinos, amenazados de ruina, y aún de muerte, si no contribuyen a sostener el vivir de los audaces y, hasta ahora, impunes salteadores. La guardia rural, cuerpo en realidad utilísimo, lucha y se desasosiega a tra-vés de los tupidos boscajes y agrestes malezas, de la manigua en busca de los bandidos. Mas desde hace tres meses, al menos, los bandoleros de la trocha son los amos de Ciego de Ávila. Realizan expedi cio nes y consuman homicidios y atropellos sin número; toman en secuestro a deudos de per so nas acaudaladas de la comarca en gaje de no cortas sumas exigidas por precio de la libertad del preso y públicamente ha-cen alarde de seguridad. Un diario afirma que los ingresos calculados durante la sequía por amenazas a los obreros ascienden a más de cien mil pesos oro…

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Y en tanto que la inseguridad aumenta innegablemente en los cam-pos, hay personas que se preguntan la misión que llena el ejército per-manente. Hállase éste acampado en su mayor parte – tiene un efectivo de 10.000 hombres – en los alrededores de La Habana y se ocupa casi de ordinario en tiro con las baterías de costa. ¿Con qué fin? ¿Para preve-nirse a repeler algún desembarco tal vez? No se concibe que la joven república sospeche enemistades en nación ninguna. Y caso de que tal hubiera, ¿es que se olvida el papel representado aquí por la poderosa Norte América? Grandes dispendios cuesta al Estado cubano el soste-nimiento de su ejército, retribuído con verdadera esplendidez. Adquié-rense para él cañones de calibres respetables y se le provee de modernos elementos de combate… Pero sobre todo el orgullo que pueda levantar en las ciudades cubanas el paso de sus bien portados soldados, flota cada día más pesada la interrogación de per sonas expertas y sensatas: ¿Y para qué? ¿Y para qué?...

[“el estado de la familia obrera es tremendo”]

De distintos lados de la isla se reciben informes deplorables sobre el estado de miseria de las provincias. Las zafras, la última especialmen-te, fueron enormes y progresiva mente mayores. Los beneficios netos que la caña de azúcar, base de la riqueza cubana, dejó al país han sido considerables en los últimos años. Pero una vez la zafra terminada, los financieros, los propietarios de ingenios, los grandes capitalistas, des-contentos con el actual gobierno y con la marcha de la política nacio-nal, han aislado sus capitales y han reducido sus iniciativas mercantiles, llevando una creciente atonía a unos mercados, a unas plazas que pue-den y deben ser superiores de producción y de riqueza. El capital, pues, se retrae. El proletariado, aún no muy numeroso felizmente, sufre las conse cuen cias y he aquí cómo pinta el padecer de los obreros, un re-presentante que fue obrero antes de sentarse en el Congreso: “El estado de la familia obrera es tremendo; la miseria y el hambre se ciernen por todas partes; millares de obreros se encuentran sin trabajo y, lo que es más grave, sin espe ran zas de conseguirlo ¿a qué traer inmigrantes a Cuba?”

Y verdaderamente es muy censurado el que decrete el gobierno in-vertir un millón de pesos en trabajos de atracción de inmigrantes al territorio de la isla. ¿Dónde ocuparlos cuando lleguen si los cubanos no

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tienen trabajo para ellos? Una nación libre y rica, de suelo feraz y leyes amparadoras, no necesita propagandas, ni agencias para recibir en su tierra el caudal fecundante de la emigración europea. Y es el más alto ejemplo de ello vuestra grande Argentina.

[El despilfarro del capital nacional]

Me he propuesto no recoger aquí sino impresiones que dejen en mí el sentir popular. Y recorro la prensa. La unanimidad, por sobre diferencias de partido, es absoluta. Hay latente la protesta contra los “rumbosos con el dinero del pueblo”, contra los “guapos de la política”. Hombres de vieja autoridad entre sus conciudadanos claman airada-mente contra el despilfarro que del capital nacional se hace… Sub-venciones conside rables a compañías de ópera; pródiga consignación para formar un museo; constitución de un “Ingenio central modelo”, donde existen cien con adelantos de última hora y cuya dirección es ya disputada por los políticos; otras mil denuncias que los periódicos hacen a diario. “¿Por qué no dan esas sumas de su bolsillo particular?”, es el grito del pueblo.

Y cuando se sabe de proyectos de construcción de grandes palacios en La Habana para dependencias de ésta y la otra secretaría, y cuando se oye de viajes de comisiones al extranjero so pretexto de asistencia a uno y otro congreso internacional, no puede menos de sentirse que hay un fondo de verdad amarga en las palabras de un gran periodista que escribió ayer: “Positivamente, la megalomanía, el delirio de grandeza, trae loca a esta situación”.

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De la iNflueNcia Del peNsamieNto alemáN eN la améRica española1

HE RECIBIDO de monsieur Jacques Morland2 la comunicación si-guiente:

En un discurso reciente, el emperador Guillermo II ha proclamado de nue vo la pretensión del espíritu germánico a una supremacía mundial. Pa-rece, no obstante, que una reacción se produce contra la influen cia intelec-tual alemana que fue tan fuerte en maestros como Renan y aun Taine en Francia, y en la mayor parte de los espíritus de la segun da mitad del siglo diecinueve. Las victorias de 1870 han valido a la Alemania un ascendiente uni versal. Los franceses, vencidos, estuvieron por reconocer esa preponde-rancia y creyeron deber instruirse en el país de sus vencedores. De vuelta de ultra-Rhin, los jóvenes franceses se interrogan, se feli citan de algunos fe-cundos procedimientos de trabajo adquiridos en las universidades alemanas, pero muchos confiesan una decepción.

Numerosos síntomas indican un descenso de esa autoridad que se había acordado a la cultura germánica. Hace dos años, el célebre crítico dinamar-qués, Georg Brandes, al dar una serie de conferencias en Hungría sobre las diferentes civiliza ciones europeas, preconizó el genio francés, con gran enojo de los dia rios de Berlín, de Leipzig y de Hamburgo. Hoy, las estadís-ticas demuestran que los estudiantes ingleses comien zan a desertar de las universidades alemanas para venir a instruirse a París. En fin, en Alemania misma, Nietzsche, después de Goethe y Scho penhauer, ha hablado de sus

1 La Nación, 16 de agosto, 1902, p. 3 y La caravana pasa (París, Garnier Hermanos, 1902, pp. 233-239). Se reprodujo con el título “De la influencia alemana en América Latina” en la revista La lira chilena, marzo, 1904. Es uno de los textos más difundidos de La caravana pasa. Con el mismo título, Alberto Ghiraldo lo seleccionó en Crónica política (Madrid, Mundo Latino, 1918, pp. 103-107). Tomado de la edición crítica de los libros IV y V La caravana pasa, Op., cit., de Günther Schmigalle. Fue incluido por éste en su selección ¿Va a arder París? Crónicas cosmopolitas, 1892-1912 (Ma-drid, veintisieteletras, 2008, pp. 140-144).2 Jaques Morland (1876-?), director de la célebre revista Mercure de France. Tradujo una obra de Nietzsche en 1901. En realidad, como se indica en la próxima nota, con este artículo Darío responde a una encuesta de Morland sobre el tema: la supuesta supremacía del espíritu alemán. Ciento veinte intelectuales franceses fueron inte-rrogados, además de quince extranjeros. Sólo dos —Darío y el portuqués Xavier de Carvalho— representaron al mundo ibérico.

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compatriotas con desdén. Se cree interesante hacer una enquéte entre algu-nos sabios, filóso fos, literatos y artistas franceses y extranjeros, con el objeto de obtener testimonios competentes que no podrían ser suplidos por un exa-men personal. El Mercure de France emprende esta enquéte, sin partí gris, solamente para aclarar la opinión y también el juicio de los alemanes, si es posible, respecto a su propio valor. ¿Qué piensa usted sobre la influencia alemana desde el punto de vis ta general intelectual y más especialmente des-de el punto de vista filo sófico y moral en la América del Sur? Esta influencia existe aún, y se justifica por sus resultados?3

Siendo muy niño, allá en mi país natal, recuerdo haber tenido, por la primera vez, la sensación de la influencia alemana, gracias a un famo so asunto Eisenstuck:4 el pequeño puerto de Corinto amenazado por las bocas de fuego de los buques de guerra alemanes. Fue mucho después que leí la Crítica de la razón pura...

[las ideas alemanas no han encontrado buen terreno en nuestro continente]

Después de recorrer casi toda la América española y de haber resi-dido por algún tiempo en varias de las repúblicas, creo poder afirmar que las ideas alemanas no han encontrado ni pueden encontrar buen terreno en nuestro continente. A medida que la civilización ha avan-zado, el pensamiento naciente ha buscado diversos rumbos en los tan-teos de un comienzo deseoso y entusiasta. Filosófica y moralmente se ha seguido hasta hace algunos años por el antiguo cauce español. Pero una tendencia continua al progreso ha hecho que cada movimiento de ideas europeo haya tenido allá repercusión. Las “ideas abuelas”, como las llama monsieur Paul Adam,5 han fructificado sobre todo; la mental savia latina se ha mantenido incólume, a pesar del poderoso y vecino elemento bárbaro. Toda gran voz humana se ha hecho oír allá por el ór-

3 Aquí concluye la cita de Morland, tomado de su artículo “Enquete sur l’influence allemande” (Mercure de France, noviembre, 1902, pp. 289-294). 4 Se refiere al caso “Eisenstuck-Leal”: “un incidente… que comenzó como desave-nencia familiar y terminó en una seria crisis diplomática que gravó las relaciones amistosas de ambos países” (Göetz von Houwald: Los alemanes en Nicaragua, Mana-gua, Fondo de Promoción Cultural del Banco de América, 1976, p. 171)5 Paul Adam (1862-1926), novelista francés, uno de los Raros de Darío, incluido en la segunda edición (1905) de esta obra. “Filósofo del combate” lo llama Rubén. Ca-lificado como “el ciclón de la energía, Adam exalta el valor del sacrificio y del honor militar”.

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gano de la Francia. La América latina, después de la Revolución, en el orden de las ideas, mira en Francia su verdadera madre patria. Cuan do en España causó una especie de revolución filosófica un mediocre pro-fesor alemán poco admirado en su país —he nombrado a Krause—,6 el contagio no pasó el Atlántico y la América española estuvo libre de él. En cambio, Comte encontró allá largas simpatías y el positivismo discípulos y seguidores. Si hoy Nietzsche ha obrado en algunas inte-lectualidades, ha sido después de pasar por Francia.

Ciertamente, alguna parte de la juventud hispanoamericana se ha educado en Alemania, y ha logrado grandes progresos desde el punto de vista profesional. No nos falta el médico que guarda en su cara el recuerdo de los estúpidos duelos universitarios, y la dilatación de estó-mago de los aún más estúpidos trasegamientos obligatorios de cerveza. Pero no se tiene, en el grupo pensante, puesta la mirada y el ensueño en Berlín ni en Bonn, sino en París. Aún algunos de nuestros mejores intelectuales que por sangre y cultura tienen más de un punto de con-tacto con los alemanes, como el argentino doctor Bunge, autor del nota ble libro sobre la Educación, el centroamericano Ramón Salazar y el colombiano Pérez Triana, son a su manera lógicos y en su estilo claros, influidos voluntariamente o no, por los pensadores y escritores france ses. Chile es quizá el único país de la América hispana en donde el espí ritu alemán haya logrado alguna conquista. De Ventura Marín7 a Valen tín Letelier,8 los estudios filosóficos dan un paso enorme del aula hispanocatólica a la enseñanza universitaria alemana. Con todo, des pués de las doctrinas de un Lastarria, no creo que las ideas del señor Letelier, representante más conspicuo de las tendencias germánicas en Chile, influyan mayormente sobre sus compatriotas.

[Un acrecentamiento de militarismo]

Las victorias alemanas sobre Francia han producido naturalmen te en aquellos países nuevos un acrecentamiento de militarismo. La di-

6 Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832), filósofo alemán. Tuvo un seguidor en José Leonard y Bertholet, muy admirado por Darío desde joven. Véase su artículo “Un polaco ilustre en Centro América”, La Nación, 12 de mayo, 1909.7 Ventura Marín (1806-1877), filósofo chileno.8 Valentín Letelier Maradiaga (1852-1919), representante del pensamiento liberal y laico de Chile. Fomentó la emigración europea hacia su país.

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visa chilena, cierto es que parece pensada por Bismarck: Por la razón o la fuerza. En cada pequeña república no ha faltado un pequeño con-quistador que quiera hacer de su país una pequeña Prusia. El progre so ha llegado a la importación del casco de punta y del paso gimnás tico marcial. En ciertos gobiernos una moral a uso de tiranos se ha implan-tado. Pero esos gobiernos han caído, caen, o presto caerán, al impulso del pensamiento nuevo, de la mayor cultura, de la dignidad humana. Los sudamericanos que meditan en la verdadera grandeza de los pue-blos, los hombres de buena voluntad y de juicio noble, no se hacen ilusiones sobre la virtud y alteza del alma alemana.

Se conocen los versos célebres de Arndt:Deutsche Freiheit, deutscher Gott, deutscher Glaube ohne Spott, deutsches Herz und deutscher Stahl sind vier Helden allzumal.9

Y sabemos que la libertad de los alemanes es tanta, que casi no hay día en que no haya un proceso de lesa majestad; que el dios de los ale-manes no es otro que el bíblico “dios de los ejércitos”, que les ayudó en Sedán; que la buena fe sin burla la conoció muy bien Jules Favre10 por el “canciller de hierro” y París sitiado, nada menos que por Wagner; y que el acero de los alemanes cuesta muy caro a las pobres naciones militarizadas de la América española en donde hay la desgracia de tener un agente de la casa Krupp.

[País pesado, duro, ingenuamente opresor]

No, no puede ser simpático para nuestro espíritu abierto y genero-so, para nuestro sentir cosmopolita ese país pesado, duro, ingenuamen-te opresor, patria de césares de hierro y de enemigos netos de la gloria y de la tradición latina.

9 Libertad alemana, Dios alemán, / buena fe alemana sin burla, / corazón alemán y acero alemán / son siempre cuatro héroes. Versos traducidos por Günther Schmigalle, quien identifica su fuente: la sexta estrofa del poema “Deutscher Trost” (“Consolación ale-mana”) de Ernst Moritz Arndt (1769-1860), poeta y escritor romántico patriótico. El poema fue escrito en 1813, mientras culminaba la guerra de independencia ger-mánica contra Napoleón.10 Jules Favre (1809-1880) fue vicepresidente y ministro del exterior del gobierno de la Defensa Nacional durante la guerra franco-prusiana de 1870-1871.

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Los eruditos de la última gaceta, os dirán que han aprendido que no hay raza latina, y que en Europa misma los elementos componen tes de la nacionalidad española o francesa, son todo menos latinos en su mayor parte. «La nacionalidad latina, responderá Paul Adam, es toda de ideas, no de sangre.» Nosotros somos latinos por las ideas, por la len gua, por el soplo ancestral que viene de muy lejos. «En la América del Sur, ha escrito Monsieur Hanotaux, ramas vigorosas han florecido sobre el viejo tronco latino y le preparan el más brillante porvenir.» En países como los nuestros, en que, ante todo, se busca hoy un ideal comercial, han podido deslumbrar, junto con la victoria de las armas, las con quistas de la industria y del comercio alemanes hasta hace poco pre ponderantes. Pero ese ideal, absolutamente cartaginés, no podría ser durable. Tenemos a la vista el ejemplo de los Estados Unidos. El país de Calibán busca también las alas de Ariel. Y volviendo a la Alemania, un escritor francés que la conoce mucho y que ha sido el introductor de Nietzsche en Francia, acaba de expresar:

Los Heine, los Boerne, los Herwegh —para no nombrar sino poetas—, han encontrado entre nosotros una segunda patria y la libertad de escribir. Sin duda, los tiempos han cambiado y la Alemania de los Hohenzollern, ha reem plazado gloriosamente el caos de las Germanías de antes. La holgura ha veni do, la prosperidad material, pero también la arrogancia y la hincha-zón. Se tra baja, se gana dinero, pero ya no se tiene tiempo de tener espíritu. No se impide a Hegel profesar, pero es tal vez porque no hay otro Hegel. Se tiene el orgu llo de las libertades políticas, pero ¿se admite acaso la libertad moral? Hace algunas semanas ha circulado una protesta entre los escritores alemanes. En ella se pedía la abrogación del párrafo 166 del Código penal del imperio, que se refiere a los «ultrajes a las instituciones religiosas». ¿Y a propósito de qué? A propósito de una traducción alemana de un volumen de Tolstoi, titulado El sentido de la vida, y que contenía entre otras cosas la Respuesta al Sínodo, volumen confiscado en Leipzig —y no en Rusia. El escritor polaco Estanislao Przybyzewski, que publicaba sus obras en lengua alemana, tuvo que dejar Berlín hace algunos años. Lejos de mejorar, las condiciones intelectuales de Ale mania ¿no se agravan más?11

[somos hijos mentales de francia]

La tiranía de la opinión pública iguala a la severidad policial, y la estrechez de espíritu no fue quizá nunca como hoy. Hace cincuenta

11 Cita no localizada por Schmigalle, quien identifica a su autor: Henri Albert, el introductor de Nietzche en Francia.

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años, Max Stirner, hizo aparecer El único y su propiedad, sin ser inquie-tado. Hoy, los calabozos de Weichselmünde, le enseñarían a reflexio-nar. Hace cien años, los poetas románticos se mostraban por todas par-tes con sus queridas... y Goethe sonreía. ¿Es que acaso musicalmente nos habrá conquistado el espíritu alemán? No me parece que el wag-nerismo mecánico de la moda haya obrado muy trascendentalmente en nuestros talentos musicales.

Por más que se diga, somos, más que otra cosa, hijos mentales de Francia, de la civilización latina. Un impulso latino mantiene nuestro anhelo de libertad y de belleza. Los mismos defectos son heredados y tradicionales, cuando no reflejados o impuestos por una ley simpática.

Y hay atrevidos, descendientes del «ruiseñor alemán que hizo su nido en la peluca de Voltaire», que dicen y cantan la verdad a la orgu-llosa patria. Así Oscar Panizza,12 el autor de Parisiana, que vive aquí como Heine, y que ha sido tan atacado y perseguido por sus versos valientes y ásperos, y que habiendo reconocido en Francia una madre inte lectual, la celebra y anuncia sus futuras victorias, a despecho de la patria original.

Las patrias madrastras deben cuidarse de los hijos que desconocen y ofenden.

12 Oscar Panizza (1853-1921), escritor francés: “la víctima más prominente de la política represiva practicada por el imperio alemán en el área de la cultura”, según Schmigalle.

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sHakespeaRe eN la política HispaNo-ameRicaNa13 [beRNaRDo Reyes]14

París, marzo de 1912.

TENEMOS ENTENDIDO que, después de la creación de Dios, está la creación de Shakespeare. Solamente, no es fácil encontrar parango-nes como el que acabo de recibir de Monterrey, Nuevo León, en un escrito referente a un ilustre mexicano que acaba de caer con resonan-cia en la lucha política de su país: el general Bernardo Reyes. Se titula General Bernardo Reyes, from a Shakespearen point of view. Ignoro el motivo por el que el trabajo haya sido escrito en inglés, pues el autor por su nombre, debe ser de México: doctor David Cerna.

Yo no tengo que inmiscuirme en las interioridades políticas mexi-canas, pero desde el punto de vista de mi oficio, me ha parecido curioso daros a conocer tal estudio, o mejor sería decir, paralelo.

He tenido la honra de ser amigo personal y de frecuentar las relacio-nes del general Reyes, durante su permanencia en una villa de Neuilly, en los alrededores de París. Fui presentado a él por el general [J. Santos] Zelaya y encontré siempre en él, un soldado leal, un hombre sencillo a

13 La Nación, Buenos Aires, 13 de abril, 1912, p. 7; rescatado inicialmente en la revis-ta mexicana Siempre (núm. 521, 19 de junio, 1963) y luego por Ernesto Mejía Sán-chez como anexo de su ensayo “Rubén Darío y los Reyes”, en Revista Conservadora, Managua, núm. 31, abril, 1963, pp. 21-22; pero aquí se prefiere el texto, exento de algunas mutilaciones, compilado por Pedro Luis Barcia en Escritos dispersos de Rubén Darío… I., op., cit., pp. 235-237.14 Del 3 de julio de 1911 data la única carta a Darío del general mexicano Bernardo Reyes, su amigo y mecenas ocasional, que se incribe en el contexto de la campaña candidatural del mismo Reyes, al inicio de la Revolución Mexicana, como también este curioso artículo. Reyes, tras un dorado exilio en París —donde Darío lo había conocido— ingresó a México el 9 de julio de 1911, el 12 publicó un manifiesto en que refería haber solicitado al ex presidente Porfirio Díaz “facultades para hacer con-cesiones a la Revolución que, según él, había tenido razón de ser”. De inmediato con-cedió entrevista y recibió ofrecimientos políticos, aceptaciones y rechazos, se retiro del ejército e inició su campaña presidencial frente a la de Francisco Madero. Luego desistió de su campaña civil y emprendió un movimiento armado. Al fracasar éste, el general Reyes fue muerto en la capital de México el 9 de febrero de 1913.

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pesar de su arrogante aspecto militar, aficionado a las letras y autor, él también, de varias obras; espíritu generoso y amante de su patria.

Así, no tengo que ocuparme personalmente de su pasado político, y me refiero sólo a la obra del doctor Cerna, a título de curiosidad literaria.

[Coroliano y Reyes: un paralelo]

Ignoro si antes se han hecho comparaciones en nuestra América, entre personajes shakespeareanos y muchos hombres de Estado, gober-nantes y caudillos.

El doctor Cerna comienza con afirmar la dificultad de encontrar en la obra del gran Will un tipo apropiado para la comparación con el general mexicano; mas según su opinión, el paralelo puede hacerse con el “Coriolanus”, escrito, como se sabe, con la base de Plutarco. Las citas del doctor Cerna para el apoyo de su comparación son varias y todas de autores de lengua inglesa.

Así Dowden escribe en una crítica de Coriolanus:Un altivo y apasionado sentimiento, un soberbio egoísmo, son, en Co-

riolano, fuentes de debilidad y fuerza... No es el pueblo romano quien le trae su destrucción; es la noble altivez y apasionado amor propio del propio Co-riolanus, El orgullo de Coriolano, no es, sin embargo, el que suele venir deja sumisión y de la unión con algún poder, o persona o principio superior a uno mismo. Es orgullo doble, un apasionado amor propio, esencialmente egoísta, y un apasionado antagonismo de clases. Su natural no es frío e interesado; son profundas, cálidas y generosas. Pero un límite firme e insalvable, le tiene marcado la tradición aristocrática y únicamente dentro de esos límites que se manifiestan sus cualidades buenas. La debilidad, la inconstancia, y la incapacidad de comprender los hechos, que son vicios del pueblo, se ven reflejaos y repetidos en el gran patricio: sus faltas aristocráticas contrapesan las plebeyas.

Es rígido y obstinado; pero bajo la influencia de su enojado egoís-mo puede renunciar a sus principios, a su partido y a su ciudad natal.

[Reyes y su preferencia en ser el primero en un Estado]

Aquí llama la atención el doctor Cerna sobre actos del general Re-yes, y su preferencia en ser el primero en un estado, a ocupar un lugar secundario en los asuntos de la nación.

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Y luego un párrafo más del mismo Dowden: “El juicio y tempe-ramento de Coriolano están muy mezclados. Desea el fin, pero sólo a medias se somete a los procedimientos necesarios para llegar a ese fin. No tiene suficiente dominio de sí mismo para poder aprovecharse de las opor-tunidades que se le presentan.

Se hace notar aquí el no haber aprovechado el general mexicano el momento en que fue dueño de la región montañosa de Galeana.

Si en ese momento, dice el doctor Cerna, se hubiera resuelto acep-tar la situación, habría sido, sin duda, el héroe popular: y con menos sacrificio, tal vez, de vidas y de propiedades púbicas y privadas habría podido dar el jaque-mate al gobierno despótico del general Díaz.

Pero no, Reyes vaciló demasiado, y una gran mayoría del pueblo mexicano le retiró su alta estima. Y cita el autor las palabras de Bruto a Casio:

There is a tide in the affairs of menWich taken at the flood leads on to fortuneOmitted also the voyage of their lifeIs bound in shallows and in miseries. (IV, 3, 217-220)

Y estas frases de Hudson: “El orgullo de Coriolano es del todo inflamable e indomable, por la pasión; de tal modo que si recibe tan sólo una chispa de provocación estalla y arde de modo inconmesurable y barre toda consideración de prudencia, de decoro y hasta de común sentido”. El doctor Cerner se refiere a un caso del antiguo gobernador de Nueva León, que indicaría una violencia de carácter.

Del citado Dowden: “Ahora, Shakespeare sabía que tal pasión era, no fuerza, sino debilidad; y por esa violencia indomable del temperamento de Coriolano, se hecha éste sobre él su destierro de Roma y su suerte subse-cuente”.

El caso es curioso, pues se recuerda el envío a Europa, en una comi-sión, indudable manera de destierro dado el caso.

De Wendel: “Coriolano debe su suerte a un exceso de rasgos de noble-za, inherente, rasgos cuya nobleza misma los hace incapaces de sobrevivir en el innoble mundo que les rodea”.

De Hereford: “Aun el valor de Coriolano está descrito con un fuego que viene sobre todo de la imaginación ... La carrera de Coriolano, con su

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ostentoso, aunque en esencia fútil valor, es una sátira contra el militarismo; y las sublimes imágenes con que están narrados sus hechos, no hacen sino más explícito el tono de ironía”.

El doctor Cerna pinta a este propósito las figuras del general Reyes y Boulanger.

Luego hay citas de Mabie, que hace resaltar en Coriolano “aristó-crata típico, con las virtudes del aristócrata: valentía, indiferencia ante el dolor, desprecio del dinero, independencia del juicio, dominio de la elocuencia y natural aptitud para el mando. Estas grandes cualidades están neutralizadas por un colosal egotismo, que se manifiesta en un orgullo tan irracional e insistente que, tarde o temprano, por la necesi-dad de su naturaleza, debe producir el conflicto trágico”.

Aquí se refiere, en la comparación, a la rendición voluntaria del ge-neral Reyes en Linares y juzga el doctor Cerna que si no es un caso de obcecación momentánea y sufrimiento físico, “es uno de patriotismo intenso, que es también un estado anormal, de parte de ese interesante carácter psicológico”.

[Coroliano y el amor a su madre]

Por último, el autor del paralelo, trae a la memoria el sacrificio de Coriolano, por el amor maternal. Y cita de nuevo a Hudson: “Corio-lano se siente más orgulloso de su madre que de sí mismo; procura más complacerla a ella que a sí mismo; no acepta más títulos honrosos que los que vienen de tan honrada fuente, ni quiere más premios que aquellos que magnifiquen la parte que tiene de ella; en resumen, la mira como a un ser superior, cuya bendición es la mejor gracia de su vida; y el profundo respeto que es en él un principio de tan intrínseca grandeza y energía que sería suficiente para romper las frías, secas ligaduras de una innoble y vil naturaleza”.

La cita sigue más larga, en el mismo sentido. La conclusión es que, como Coriolano, el caudillo de México se sacrificó por el amor mater-nal, esto es, por su patria. Una guerra de guerrillas proseguida, hubiera aumentado los desastres.

É1, con su sometimiento, ha sido un patriota.¿No se intentarán en la Argentina algunos paralelos semejantes?

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iv

estaDos uNiDos

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poR el laDo Del NoRte1

POR EL lado del Norte está el peligro. Por el lado del Norte es por don-de anida el águila hostil. Desconfiemos, hermanos de América, descon-fiemos de esos hombres de ojos azules que no nos hablan sino cuando tienen la trampa puesta. El país monstruoso y babilónico no nos quiere bien. Si es que un día, en fiestas y pompas, nos panamericaniza y nos banquetea, ello tiene por causa un estupendo humburg. El tío Samuel es el padre legítimo de Barnum.2 «América para los americanos» no reza con nosotros. América para el hombre de la larga pera, del chaleco estrellado y de los pantalones a rayas. Si Whitier3 canta el amor mutuo en el mundo nuevo, Blaine4 entre tanto, dora los anzuelos. Mas las dos razas jamás confraternizarán. Ellos, los hijos de los puritanos, los reto-ños del grande árbol británico, nos desdeñan en nombre del rostbeafy (sic) del bifteack (sic). La raza latina para ellos es absolutamente nula. Musculosos, pesados, férreos, con sus rostros purpúreos, hacen vibrar sobre nuestras cabezas su slang ladrante y duro; aunque en cambio, miss Jonatham gusta de los hombres ardientes de ojos negros.

1 El Heraldo de Costa Rica, San José, 15 de marzo, 1892. Localizado por Günther Schmigalle e inserto primero, con el título “El país monstruoso y babilónico”, en Lengua, núm. 20, septiembre, 1999, pp. 163-165 y luego en su compilación “La pluma hermosa. Rubén Darío en Costa Rica. / Con textos” (Lengua, núm. 23, noviem-bre, 2000, pp. 209-210). En su introducción a su rescate documental, Schmigalle afirma que “es el único texto [de su compilación] firmado con su nombre y apellido completo: Rubén Darío. Es un magnífico ejemplar en la larga serie de textos anti-norteamericanos de Darío…” art. cit. p. 165.2 Phineas Taylor Barnum (1810-1891), famoso animador-prsentador y empresario de circo estadounidense. En 1871 inició su mayor empresa en el mundo del espec-táculo: “P. T. Barnum’s Great Traveling Museum, Menagerie, Caravan, and Hippo-drome”, un circo itinerante, que incluía jaula de fieras (donde presentaba al elefante Jumbo), un museo con fenómenos naturales, y anunciaba como “The Greatest Show on Earth”: el mayor espectáculo del mundo; también aludido por Darío en “La inva-sión de los bárbaros del Norte”.3 John Greenleaf Whitier (1807-1892), poeta norteamericano. Originario de Mas-sachussetts, defendió la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos.4 James Blaine (1830-1893), político estadounidense. Fue durante dos períodos Se-cretario de Estado (1881 y 1889-1892).

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[Ese país chileno, tan heroico, tan noble y desgraciado]

El Presidente dirá en su mensaje palabras de paz y afecto a nuestras nacionalidades; si hay congreso internacional el orador hablará sobre hermosos temas: A nuestros hermanos del continente: La paz y la fra-ternidad; el reverendo pronunciará su discurso amistoso salpimentado de Evangelio; mandará Whitier o Whitman su verso profético, o su saludo glorioso; y el pueblo yankee, cuando salgan a la calle nuestros representantes, los rodeará, curioseando y mirándoles como si fuesen osos o monos sabios. Después, si los sucesos lo ocasionan, la repúbli-ca colosal hará alardes de poder y de altanería con cualquiera de los pequeños países «hermanos» que cantó el poeta y que bendijo el reve-rendo. Así con ese país chileno, tan heroico, tan noble y desgraciado. En los momentos en que restaña su sangre, después de una revolución ejemplar y tremenda, siente que llega el boa. El mundo estuvo con el débil, no por la debilidad, sino porque vio oscurecerse la antorcha de la estatua de la Libertad; porque vio al Goliat rubio y pletórico de oro, amenazar al David latino. ¡Falsos predicadores de paz y de concordia! El mismo presidente de los mensajes serenos y fraternales, el mismo Blaine mentiroso, los encariñados de ayer, ellos son los que mandan sus notas hoscas y su soberbio ultimátum al país en donde después de la muerte romana de Balmaceda,5 se trabaja por levantar siempre bien alto el nombre de la patria chilena.6

5 El presidente chileno José Manuel Balmaceda optó por el suicidio.6 Durante la guerra civil del año 1891, la marina norteamericana manifestó —en palabras y en actos—, su hostilidad a la marina chilena, que se había sumado al partido del Congreso. Cuando éste ganó la guerra, un gran número de partidarios del presidente derrotado, Balmaceda, que habían cometido crímenes y atrocidades, encontraron refugio en la embajada de los Estados Unidos. Hubo un fuerte resenti-miento contra Estados Unidos en la población, y se produjeron una serie de inciden-tes. El 23 de octubre de 1891, un marino del crucero Baltimore fue muerto y otros cinco heridos, en el puerto de Valparaíso. El capitán Schley mandó un informe al Departamento de la Marina explicando que sus hombres habían sido atacados de manera sistemática y planificada en distintos puntos de la ciudad (lo cual era falso). El gobierno de los Estados Unidos (bajo el presidente Harrison y su secretario de Estado Blaine) comenzó a presionar al gobierno de Chile con amenaza de guerras y movimientos de barcos. Darío, en “Por el lado del Norte”, compara estos actos con la retórica del primer congreso panamericano que se había verificado en Washington poco tiempo antes (18 de noviembre de 1889 al 19 de abril de 1890), presidido por el mismo Blaine. Nota de Günther Schmigalle.

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Mirémonos en ese espejo. Home, sweet home!7 y la garra lista para nuestro pescuezo. Hormiguero cosmopolita, Briareo cuya cabeza nun-ca acariciará el sol de ninguna idea, Babel de los pueblos, pozo en don-de cae toda la espuma del mar humano; nación deforme, inflada y orgullosa por la fiebre de Nueva York, por el arca de Washington, por el algodón de Boston, por el puerco de Chicago; sin artistas, porque el poco arte que tienen es todo ajeno; mercado en donde todo se ven-de, por el poder del dios dollar; tierra de los cazadores de hombres; sin nada propio, sin nada genuino, como no sea el fundamento de su espíritu nacional: la absorción: ¡cuidémonos de ella! Quiere comprar a Cuba y descuartizar a Nicaragua. «¡Anexión!» dicen por allá; «¡Ca-nal!» exclaman por aquí. Anexión nunca. Lo que se sueña es Cuba de Cuba: ni de España, ni del yankee, y si ha de ser de alguien, que sea de España. Canal, magnífico. Sin que se les deje tomar un dedo de la mano, porque si toman el dedo se llevarán todo el cuerpo. Son ruedas dentadas. Y en cuanto a las relaciones diplomáticas con el monstruo, siempre gran tiento. Que en Washington haya muchos romeros, como el Romero de México, que no se deje tocar las bragas. Y hay que recor-dar que en la historia de la diplomacia americana, no ha brillado nunca la buena fe ni la cultura moral. Y nada de tratados de reciprocidad, con quien al hacer el tratado nos pone la soga al cuello. «La tremenda fuerza al servicio del mal existe ya», dice un gran escritor a este respecto. Y es la verdad. El hombre del Norte: ¡he ahí el enemigo!

7 La expresión será citada de nuevo por Darío en “El triunfo del Calibán” (1898).

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el tRiuNfo De calibáN1

NO, NO puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros. Así se estremece hoy todo noble corazón, así protesta todo digno hombre que algo conserve de la leche de la Loba2.

Y los he visto a esos yankees, en sus abrumadoras ciudades de hierro y piedra y las horas que entre ellos he vivido las he pasado con una vaga angustia. Parecíame sentir la opresión de una montaña, sentía respirar en un país de cíclopes, comedores de carne cruda, herreros bestiales, habitadores de casas de mastodontes. Colorados, pesados, groseros, van por sus calles empujándose y rozándose animalmente, a la caza del dollar. El ideal de esos calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábri-

1 El Tiempo, Buenos Aires, 20 de mayo de 1898; reproducido —con el encabeza-do— “Rubén Darío combatiente” en El Cojo Ilustrado, Caracas, 1° de octubre del mismo año 1898. El País, periódico español del que Darío fue colaborador, lo publi-có mutilado, e íntegro apareció en La Época, según él mismo comenta en la crónica “La joven literatura”, fechada marzo 3 de 1899 y aparecida en La Nación, 3 de abril de 1899, con el título “La joven literatura. Libros, ideas, palabras”, incluida poste-riormente en España contemporánea (1901) –Darío había partido de Argentina hacia España el 8 de diciembre de 1898, como corresponsal de La Nación–. De la primera fuente lo compila E. K. Mapes: Escritos inéditos de Rubén Darío. (New York, Instituto de las Españas en los Estados Unidos, 1938. pp. 160-162). El personaje metáfora, Calibán, procedente de la comedia de William Shakespeare (1564-1616) The tempest (La tempestad, 1611), sirvió para afrontar el peligro del Norte (Estados unidos), en sus diversas formas: materialismo, utilitarismo, barbarie, predominio de la fuerza sobre la razón. Calibán se identifica con Estados Unidos.La apropiación de los personajes de la obra shakesperiana (Calibán, Ariel, Próspero y Miranda) por la generación modernista latinoamericana fue, por tanto, anterior a la formulación de José Enrique Rodó (Ariel, 1900). Darío lo había adelantado en el estudio sobre Edgard Allan Poe (Revista Nacional, Tomo XIX, Segunda Serie, Año VII, enero, 1894, pp. 28-37), incluido posteriormente en Los raros (1896): “Calibán reina… en todo el país [Estados Unidos]”; La excepción la conforman grandes crea-dores (poetas y pensadores) que confirman la regla, entre ellos Poe.2 Leche de la Loba: referencia a la mitología latina, la loba legendaria que amamantó a Rómulo y a Remo, los gemelos abandonados que se convirtieron en símbolo de Roma. Consecuentemente, alude a la cultura de los pueblos de herencia latina.

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ca. Comen, comen, calculan, beben whisky y hacen millones. Cantan Home, sweet home!3 y su hogar es una cuenta corriente, un banjo,4 un negro y una pipa. Enemigos de toda idealidad, son en su progreso apo-plético, perpetuos espejos de aumento; pero Sir Emerson bien califica-do está como luna de Carlyle; su Whitman con sus versículos a hacha, es un profeta demócrata, al uso del Tío Sam; y su Poe, su gran Poe, pobre cisne borracho de pena y de alcohol, fue el mártir de su sueño en un país en donde jamás será comprendido. En cuanto a Lanier, se salva de ser un poeta para pastores protestantes y para bucaneros y cowboys, por la gota latina que brilla en su nombre.5

“¡Tenemos –dicen– todas las cosas más grandes del mundo!”. En efecto, estamos allí en el país de Brobdingnag6: tienen el Niágara, el

3 Hogar, dulce hogar. Popular canción del siglo XIX en el mundo de habla inglesa, escrita por el actor y dramaturgo estadounidense John Howard Payne (1791-1852) en 1822, adaptada en la opera Clari (1823), su melodía la compuso el músico inglés Sir Henry Rowley Bishop (1786-1855). 4 Instrumento musical de cinco cuerdas, con un aro de madera cubierto con un par-che de piel, habitual en la música folk estadounidense y en los grupos de bluegrass y la música dixieland. Originario de África, fue introducido en Estados Unidos en el siglo XIX, donde músicos negros explotaron sus posibilidades rítmicas.5 En nota anterior (primera de este artículo), Darío considera grandes personalidades que constituyen excepciones en la sociedad calibanesca: Emerson, Whitman, Poe y Lanier, todos destacados escritores y poetas estadounidenses. Ralph Waldo Emerson (1803-1882), ensayista y poeta, llegó a influenciar de modo importante el pensa-miento europeo. Thomas Carlyle (1795-1881), ensayista e historiador escocés; de mucha influencia como crítico social, considerado uno de los principales pensadores de su tiempo, muy admirado por Emerson, en tanto que cree como aquel en que el avance de la civilización se debe al papel desempeñado por las personalidades, tesis ésta que Carlyle sostuvo en Los héroes (1841) —especies de semidioses que rigen la existencia humana— y Emerson en Hombres representativos (1850).

Walt Whitman (1819-1892), uno de los más influyentes poetas estadounidenses, considerado el padre de la poesía moderna americana; Darío lo admiró profunda-mente y rindió repetido reconocimiento. Edgard Allan Poe (1809-1849), escritor, poeta y crítico estadounidense, muy apreciado por Darío como expresión de alta cultura y sensibilidad artística, “como un Ariel hecho hombre”, según lo califica en el citado estudio de Los Raros (1896). Sidney Clopton Lanier (1842-1881), poeta sureño considerado el mejor de su tiempo, quien, a partir de sus sentimientos ético-religiosos, condenaba los males que el espíritu comercial traía a la sociedad. 6 El país de los gigantes en Gulliver’s Travels (Los viajes de Gulliver, 1726) del escritor político y satírico angloirlandés Jonathan Swift (1667-1745). Paul Groussac había empleado el mismo símil: “Estamos como Gulliver en el reino de Brobdingnag” (Del

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puente de Brooklyn, la estatua de la Libertad, los cubos de veinte pisos, el cañón de dinamita, Vanderbilt7, Gould8, sus diarios y sus patas. Nos miran, desde la torre de sus hombros, a los que no nos ingurgitamos de bifes y no decimos all right,9 como a seres inferiores. París es el guig-nol10 de esos enormes niños salvajes. Allá van a divertirse y a dejar los cheques; pues entre ellos, la alegría misma es dura y la hembra, aunque bellísima, de goma elástica.

Miman al inglés —but English you know?—11 como el parvenu12 al caballero de distinción gentilicia.

Tienen templos para todos los dioses y no creen en ninguno; sus grandes hombres como no ser Edison,13 se llaman Lynch,14 Monroe,15 y

Plata al Niágara, 1897).7 William Henry Vanderbilt (1821-1885), industrial estadounidense, hijo de Corne-lius Vanderbilt (1794.1877), uno de los creadores de la Accesory Transit Company durante la fiebre del oro de California, transportando pasajeros de Nueva York a San Francisco, pasando la ruta del tránsito en Nicaragua. Los Vanderbilt constituyeron una empresa familiar en el área del transporte, particularmente ferroviario. 8 Jay Gould (1836-1892), magnate de ferrocarriles y especulador. Junto con James Fisk (1835-1872), un corredor de valores y ejecutivo corporativo, causó la crisis fi-nanciera conocida como “Escándalo Fisk / Gould” y “Black Friday” (24 de septiem-bre de 1869) con sus maniobras con el precio del oro en el mercado de Nueva York, durante la presidencia de Ulises Grant. Martí lo calificó como “gran monopolizador” y “millonario duro y desdeñoso que preside en el ferrocarril, mas no en el cariño público” (Obras completas, vol.10, pp. 84 y 423).9 Sí, muy bien.10 Nombre de una marioneta francesa creada en Lyon a finales del siglo XVII. Para cuando Darío escribe, el término ha adquirido otro significado: así se les llamaba a los cabarets que presentaban shows decadentes. Éste último es el sentido en que Darío lo utiliza, aunque, desde 1897, se empleó también para nombrar el teatro del horror con efectos o trucos especiales.11 ¿Pero tú conoces al inglés?12 Advenedizo, nuevo rico. Darío critica el deslumbramiento de los norteamericanos por los ingleses, empleando irónicamente un término francés.13 Thomas Edison (1847-1931), inventor estadounidense, decisivo en la configura-ción de la sociedad moderna.14 Probablemente Charles Lynch (1736-1796), plantador de Virginia y revoluciona-rio que encabezó una peculiar corte para castigar a quienes eran leales a los británicos durante la guerra de independencia de Estados Unidos. En 1780 ordenó ejecuciones sin dar lugar a juicio, hecho que se considera el origen del término linchamiento. 15 Monroe: James Monroe (1758-1831), quinto presidente de Estados Unidos (1817-1825), quien formuló la doctrina que lleva su mismo nombre (1823), sintetizada

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ese Grant16 cuya figura podéis confrontar en Hugo, en el año terrible.17 En el arte, en la ciencia, todo lo imitan y lo contrahacen, los estupen-dos gorilas colorados. Mas todas las rachas de los siglos no podrán pulir la enorme Bestia.

No, no puedo estar de parte de ellos, no puedo estar por el triunfo de Calibán.

* * *

Por eso mi alma se llenó de alegría la otra noche, cuando tres hom-bres representativos de nuestra raza fueron a protestar en una fiesta solemne y simpática,18 por la agresión del yankee contra la hidalga y hoy agobiada España.

El uno era Roque Sáenz Peña,19 el argentino cuya voz en el Congre-so panamericano opuso al slang fanfarrón de Monroe una alta fórmula de grandeza continental, y demostró en su propia casa al piel roja que hay quienes velan en nuestras repúblicas por la asechanza de la boca del bárbaro.

en el slogan “América para los americanos”. Dicha doctrina marcó la línea de la política exterior estadounidense con respecto de los derechos y actividades de las potencias europeas en el continente americano, potencias que no debían intervenir en los asuntos de las repúblicas recién independizadas, y con respecto de los países latinoamericanos, sirvió para justificar la expansión territorial y el control de Estados Unidos en la región.16 Ulises Grant (1822-1885), presidente de los Estados Unidos (1868-1876), general victorioso sobre los estados del Sur durante la Guerra de Secesión.17 Darío se refiere al poema “Le message de Grant”, de L’année terrible (1871), obra de Víctor Hugo (1802-1885), poeta, novelista, dramaturgo y crítico francés. La mis-ma referencia la reelabora en “A Roosevelt” (1905): “Ya Hugo a Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras”. Cabe considerar además que, cuando Grant visitó París en 1877, Hugo le atacó en varios artículos.18 Líneas adelante mencionada como fiesta del Victoria, se refiere a la velada del 2 de mayo de 1898, bajo el patrocinio de la Asociación Patriótica Española de Buenos Aires, en la cual tres intelectuales de las colonias francesa, italiana y argentina –Paul Groussac, José Tarnassi y Roque Saenz Peña respectivamente– dictaron conferencias a propósito de la guerra entre EE.UU. y España, en el Teatro Victoria bonaerense.19 Roque Saenz Peña (1851-1914), abogado y político argentino; Presidente de la Repú-blica (1910-1914). Obtuvo notoriedad internacional cuando el 15 de marzo de 1890, durante el Primer Congreso Panamericano (Washington, 1889-1890), como delegado de Argentina, contradijo a James Blaine –Secretario de Estado de Estados Unidos– opo-niendo a la doctrina Monroe y su slogan “América para los americanos”, la fórmula: “Sea la América para la humanidad”.

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Saenz Peña habló conmovido en esta noche de España, y no se podía menos que evocar sus triunfos de Washington. ¡Así debe haber sorprendido al Blaine20 de las engañifas, con su noble elocuencia, al Blaine y todos sus algodoneros, tocineros y locomoteros!

En este discurso de la fiesta del Victoria el estadista volvió a surgir junto con el varón cordial. Habló repitiendo lo que siempre ha susten-tado, sus ideas sobre el peligro que entrañan esas mandíbulas de boa todavía abiertas tras la tragada de Tejas;21 la codicia del anglosajón, el apetito yankee demostrado, la infamia política del gobierno del Norte; lo útil, lo necesario que es para las nacionalidades españolas de América estar a la expectativa de un estiramiento del constrictor.

Sólo un alma ha sido tan previsora sobre este concepto, tan previ-sora y persistente como la de Saenz Peña: y esa fue –¡curiosa ironía del tiempo!– la del padre de Cuba libre, la de José Martí. Martí no cesó nunca de predicar a las naciones de su sangre que tuviesen cuidado con aquellos hombres de rapiña, que no mirasen en esos acercamientos y cosas panamericanas, sino la añagaza y la trampa de los comerciantes de la yankería. ¿Qué diría hoy el cubano al ver que so color de ayuda para la ansiada Perla, el monstruo se la traga con ostra y todo?

En el discurso de que trato he dicho que el estadista iba del brazo con el hombre cordial. Que lo es Saenz Peña lo dice su vida. Tal debía aparecer en defensa de la más noble de las naciones, caída al bote de esos yangüeses, en defensa del desarmado caballero que acepta el duelo con el Goliat dinamitero y mecánico.

En nombre de Francia, Paul Groussac. Un reconfortante espectácu-lo el ver a ese hombre eminente y solitario, salir de su gruta de libros, del aislamiento estudioso en que vive, para protestar también por la injusticia y el material triunfo de la fuerza.22 No es orador el maestro,

20 James G. Blaine (1830-1893), empresario de ferrocarriles, Secretario de Estado de Estados Unidos durante las administraciones de Garfield (1881-1883) y Harrison (1889-1893), en las que fue portavoz de los intereses estadounidense e impulsor de la injerencia política y económica de éstos en la región latinoamericana bajo la política del Pan-Americanism. Las opiniones de Darío estaban influenciadas por Martí, quien veía en Blaine encarnada la codicia imperialista de los magnates republicanos.21 Texas, otrora territorio mexicano, fue anexada a Estados Unidos en 1845.22 Paul… fuerza: Paul Groussac (1848-1929), escritor, erudito y pedagogo francoar-gentino. Fundó y dirigió la revista literaria La Biblioteca (1896-1898) y los Anales de

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pero su lectura concurrió y entusiasmó, sobre todo al elemento intelec-tual de la concurrencia. Su discurso, de un alto decoro literario como todo lo suyo, era el arte vigoroso y noble ayudando a la justicia. Y [ha] de oírse decir: «¿Qué? ¿Es éste el hombre que devora vivas las gentes? ¿Este es el descuartizador? ¿Es éste el condestable de la crueldad?»

Los que habéis leído su última obra23, concentrada, metálica, ma-ciza, en que juzga al yankee, su cultura adventicia, su civilización, sus instintos, sus tendencias y su peligro, no os sorprenderíais al escucharle en esa hora en que habló después de oírse la Marsellesa. Sí, Francia debía de estar de parte de España. La vibrante alondra gala no podía sino maldecir el hacha que ataca una de las más ilustres cepas de la vena latina. Y al grito de Groussac emocionado: “¡Viva España con honra!” nunca brotó mejor de pechos españoles esta única respuesta: “¡Viva Francia!”.

Por Italia el señor Tarnassi.24 En una música manzoniana, entu-siasta, ferviente, italiana, expresó el voto de la sangre del Lacio; habló en él la vieja madre Roma, clarineó guerreramente, con bravura, sus decasílabos. Y la gran concurrencia se sintió sacudida por tan llameante “squillo di tromba”.25

Pues bien, todos los que escuchamos a esos tres hombres, represen-tantes de tres grandes naciones de raza latina, todos pensamos y sen-timos cuán justo era ese desahogo, cuán necesaria esa actitud y vimos palpable la urgencia de trabajar y luchar porque la Unión latina no siga siendo una fatamorgana26 del reino de Utopía, pues los pueblos, sobre las políticas y los intereses de otra especie, sienten, llegado el instante preciso, la oleada de la sangre y la oleada del común espíritu.

la Biblioteca Nacional (1900). Para cuando Groussac se pronuncia en el teatro La Vic-toria y Darío escribe este artículo, Groussac era el Director de la Biblioteca Nacional de Argentina, puesto que ocupó desde 1885 hasta 1925.23 Se refiere a De la Plata al Niágara (Buenos Aires, Administración de La Biblioteca, 1897. 486 pp.), libro con motivo de un viaje que Groussac efectuó a Estados Unidos en 1892.24 José Tarnassi (1863-1906), el más prestigioso literato de la colonia italiana en Ar-gentina. 25 Toque de trompeta.26 Del italiano fata Morgana (hada Morgana), en referencia a Morgana, la herma-nastra del rey Arturo. Es un espejismo o ilusión óptica; el más conocido se veía en el estrecho de Mesina.

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¿No veis como el inglés se regocija con el triunfo del norteamericano, guardando en la caja del Banco de Inglaterra, los antiguos rencores, el recuerdo de las bregas pasadas? ¿No veis como el yankee, demócrata y plebeyo, lanza sus tres ¡hurras¡ y canta el God save the Queen,27 cuando pasa cercano un barco que lleve al viento la bandera del inglés? Y pien-san juntos: “El día llegará en que, los Estados Unidos e Inglaterra sean dueños del mundo”.

De tal manera la raza nuestra debiera unirse, como se une en alma y corazón, en instantes atribulados; somos la raza sentimental, pero he-mos sido también dueños de la fuerza. El sol no nos ha abandonado y el renacimiento es propio de nuestro árbol secular.

[La futura grandeza de nuestra raza]

Desde México hasta la Tierra del Fuego hay un inmenso continente en donde la antigua semilla se fecunda, y prepara en la savia vital, la futura grandeza de nuestra raza; de Europa, del universo, nos llega un vasto soplo cosmopolita que ayudará a vigorizar la selva propia. Mas he ahí que del Norte, parten tentáculos de ferrocarriles, brazos de hierro, bocas absorbentes.

Esas pobres repúblicas de la América Central ya no será con el bu-canero Walker con quien tendrán que luchar, sino con los canalizadores yankees de Nicaragua; México está ojo atento, y siente todavía el dolor de la mutilación; Colombia tiene su istmo trufado de hulla y fierro norteamericano; Venezuela se deja fascinar por la doctrina de Monroe y lo sucedido en la pasada emergencia con Inglaterra, sin fijarse en que con doctrina de Monroe y todo, los yankees permitieron que los sol-dados de la reina Victoria ocupasen el puerto nicaragüense de Corinto; en el Perú hay manifestaciones simpáticas por el triunfo de los Estados Unidos; y el Brasil, penoso es observarlo, ha demostrado más que visi-ble interés en juegos de daca y toma con el Uncle Sam.28

27 Dios salve a la Reina. Es una canción patriótica del Reino Unido, usada como himno nacional. Fue compuesta por el francés Jean Baptiste Lully (1632-1687), mo-dificada posteriormente por el compositor alemán Georg Friedrich Haendel (1685-1759). Si el monarca británico era varón, se convertía en God save the King (Dios salve al Rey).28 Tío Sam, personificación nacional de los Estados Unidos, particularmente del

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Cuando lo porvenir peligroso es indicado por pensadores dirigen-tes, y cuando a la vista está la gula del Norte, no queda sino preparar la defensa.

Pero hay quienes me digan: “¿No ve usted que son los más fuertes? ¿No sabe usted que por ley fatal hemos de perecer tragados o aplasta-dos por el coloso? ¿No reconoce usted su superioridad?” Sí, ¿cómo no voy a ver el monte que forma el lomo del mamut? Pero ante Darwin y Spencer29 no voy a poner la cabeza sobre la piedra para que me aplaste el cráneo la gran Bestia.

Behemot30 es gigantesco; pero no he de sacrificarme por mi propia voluntad bajo sus patas, y si me logra atrapar, al menos mi lengua ha de concluir de dar su maldición última, con el último aliento de vida. Y yo que he sido partidario de Cuba libre, siquier fuese por acompañar en su sueño a tanto soñador y en su heroísmo a tanto mártir, soy amigo de España en el instante en que la miro agredida por un enemigo brutal, que lleva como enseña la violencia, la fuerza y la injusticia.

“Y usted ¿no ha atacado siempre a España?” Jamás. España no es el fanático curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no conoce; la España que yo defiendo se llama Hidal-guía, Ideal, Nobleza; se llama Cervantes, Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez; se llama el Cid, Loyola, Isabel;31 se llama la Hija de Roma,

gobierno de aquella nación.29 Charles Darwin (1809-1882), naturalista británico, postuló la moderna teoría evolutiva; Herbert Spencer (1820-1903), teórico social inglés, considerado padre de la filosofía evolucionista. Ambos son expresiones del positivismo. 30 Animal monstruoso mencionado por Job (40: 15-24). En hebreo, animal enorme; no se sabe con certeza a cual corresponde, aunque hay quienes, siguiendo la descrip-ción en Job, lo identifican con el hipopótamo.31 Personajes representativos de la cultura y el heroísmo español. Miguel de Cervan-tes (1547-1616), dramaturgo, poeta y novelista, autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605); Francisco de Quevedo (1580-1645), Luis de Góngora (1561-1627) y Baltasar Gracián (1601-1658), expresiones culminantes de la poesía y prosa del barroco español, mientras en la pintura de la misma época lo es Diego de Velázquez (1599-1660). Rodrigo Díaz de Vivar (c. 1043-1099), el guerrero castella-no medieval conocido como El Cid, uno de los mitos más destacados de la cultura española de herencia medieval, quien lucha contra los almorávides; San Ignacio Lo-yola (1491-1556), religioso fundador de la Compañía de Jesús; Isabel I La Católica (1451-1504), reina de Castilla (1474-1504), bajo su reinado se produjo la expansión ultramarina de España.

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la Hermana de Francia, la Madre de América. ¡Miranda preferirá siem-pre a Ariel; Miranda es la gracia del espíritu; y todas las montañas de piedras, de hierros, de oros y de tocinos, no bastarán para que mi alma latina se prostituya a Calibán!

Darío en Argentina en 1895.

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la iNvasióN De los báRbaRos Del NoRte1

París, 26 de noviembre de 1901M. HANOTAUX,2 que desde hace algún tiempo se ocupa, en bien meditados y bien intencionados estudios, del porvenir de la juventud francesa, y en particular de la elección de una carrera, acaba de dar una importante noticia: El ministro de comercio, impresionado, como todo el mundo, de las ventajas que habría de poner a los jóvenes franceses en contacto con los países en donde el progreso industrial y comercial está más adelantado, ha resuelto la creación de una escuela práctica especial en los Estados Unidos. Este sería el principio de las escuelas de Atenas y de Roma aplicado a la industria y al comercio. Una comisión está encargada de estudiar las condiciones de realización de este proyecto.

[La mirada puesta en la enorme república de los Estados Unidos]

Al mismo tiempo el ministro de instrucción pública, monsieur Le-ygues,3 reforma la enseñanza de las lenguas vivas, aportando los cono-cimientos literarios y gramaticales, y prefiriendo un sistema que tenga utilidad más práctica. En la cátedra de inglés, por ejemplo, se dejará a Shakespeare4 a un lado, pero se buscará que el alumno sepa decir: Han me the bill of fare if you please,5 o bien: Give me some bread and but-

1 La Nación, Buenos Aires, 30 de diciembre de 1901, p. 3, col. 5-7. Tomado de la compilación de Pedro Luis Barcia: Escritos dispersos de Rubén Darío… II, Op., cit., pp. 121-125.2 Albert Hanotaux (1853-1944), político e historiador francés. Fue ministro de Re-laciones Exteriores de su país (1894-95 y 1896-98).3 Georges Leygues (1857-1933), político y estadista francés. Ocupó por segunda vez la cartera de Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes del 1° de noviembre de 1888 al 7 de junio de 1902. Para entonces publicó L’école et la vie (1933). Poste-riormente fue Ministro de la Marina durante la Primera Guerra Mundial y Primer Ministro del Gobierno (1820-1821).4 William Shakespeare (1544-1616), poeta y dramaturgo inglés. El autor más impor-tante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal.5 Me da el proyecto de ley de la tarifa, por favor.

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ter.6 Se preparan generaciones de agentes viajeros. Todo, con la mirada puesta en la enorme república de los Estados Unidos. Ya está olvidada la discusión sobre la superioridad de los anglosajones; pero se cree una cosa indiscutible, esa superioridad.

Las dos recientes disposiciones gubernamentales, prueban que el progreso a la yanqui triunfa en el país de Voltaire y de Hugo.7 Al autor de Cándido8 habría regocijado el parangón entre el prix-de-Rome y el prix-de-Chicago, o prix-de-Nueva York. Se han visto ya demasiado las loggias de Rafael9 y las estatuas de la clásica antigüedad; y se han dado demasiadas medallas a los artistas; hay que ir a observar cómo se insta-lan las grandes salazones10 y cómo se organizan los trust.11

Si ambas cosas estuviesen a la par, no digo que no fuese plausible, pues así se cuidaría del alma y del cuerpo de la nación; pero se nota un deseo de abandonar las virtudes propias por los valores ajenos; y en esto está el peligro, sobre todo cuando París se siente cada día más invadido por los bárbaros del norte, del norte de América... Veamos cómo.

Desde que los zapatos de Franklin hicieron sonreír a las parisieni-ses, y desde que el general Laffayette12 fue al nuevo mundo, ha pasado

6 Dame un poco de pan y mantequilla7 Francia.8 François-Marie Arouet (1694-1778), escritor y filósofo francés, mejor conocido como Voltaire. Uno de los principales representantes de la Ilustración. Autor de Cán-dido (1759), novela filosófica en que analiza el problema del mal del mundo y las atrocidades cometidas en nombre de la religión.9 Se refiere a las loggias del Vaticano ejecutadas por el pintor renacentista italiano Rafael Sanzio (1483-1520), iniciada en 1517. Son cincuenta y dos escenas biblícas en el techo de una galería formada de trece arcos, en una longitud de 65 metros por cuatro de ancho.10 Grandes expendios de carnes o pescados salados, que se industrializan en forma de conserva.11 Término del inglés: confianza. Se trata de la unión de distintas empresas con una misma dirección con la finalidad de controlar el mercado de productos en un sector económico, ejerciendo el monopolio. Empiezan a constituirse en los Estados Unidos a finales del siglo XIX, pese a que fueron declarados ilegales en 1890, por restrictivos del comercio internacional. Se extendieron con el capitalismo.12 Gilbert du Motier, Marqués de La Fayette o Laffayette (1757-1834), militar y político francés. Personaje importante de la revolución y miembro de la Asamblea Nacional. Fue también general y héroe de la revolución de independencia de los Estados Unidos. Habiéndose incorporado en 1777 al ejército de aquella nación con el grado de general mayor al mando de George Washington.

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ya mucho tiempo; mucho tiempo desde que Fulton13 hizo sus ensayos en el Sena. Cosa lejana es ya también el libro de Laboulaye,14 París en América. “¡América en París!” se dice hoy: y es la verdad. El diario mejor informado y el más “mundano” de París es el New York Herald.15 El Hotel Drouot16 es punto de reunión de norteamericanos. Gordon Bennet17 figura entre príncipes de la banca y nombres de la aristocracia. El bar americano es ya una institución francesa y el whisky y las infini-tas clases de cocktails se difunden tanto como las diferentes tes máqui-nas de escribir. Monseñor Relaud vino a batir el record de los oradores sagrados, como Loie Fuller18 el de las bailarinas y el negro Taylor19 el de los ciclistas. La prensa se transforma siguiendo sendas yanquis; pro-pietarios norteamericanos compran magníficos inmuebles, o terreno en que edifican palacios. La sociedad de seguros “La Equitativa” acaba de gastarse una millonada en metros cuadrados, nada menos que en el

13 Robert Fulton (1765-1815), ingeniero estadounidense. Inventor del primer barco de vapor exitoso, con lo que dio inicio una nueva era en la navegación. En 1802 lanzó un pequeño barco de vapor con ruedas de palas, que viajó por las riberas del Sena por casi cinco kilómetros. 14 Eduard Laboulaye (1811-1883), jurista y político francés, autor de numerosas obras de derecho y sobre Estados Unidos. Inspiró la idea de ofrecer a aquella nación una estatua que representara la libertad. Publicó París en América en 1862, novela ingeniosa y satírica que atrajo tal interés que en dos semanas alcanzó tres ediciones. Darío probablemente conoció la edición española (Madrid, Librería Cuesta, 1862). Fue editada en inglés al año siguiente.15 La edición europea del New York Herald —periódico estadounidense fundado en Nueva York en 1835— apareció en París el 4 de octubre de 1887, circulando desde entonces.16 El Hotel Druout fue inaugurado el 1º de junio de 1852. Se trata de un estableci-miento de subastas para obras de arte y antigüedades en París. Darío escribió crónicas para La Nación de Buenos Aires acerca de exposiciones y ventas efectuadas en este local.17 James Gordon Bennet junior (1841-1918), propietario del New York Herald para cuando escribe Darío.18 Loie Fuller (1862-1928), bailarina estadounidense, actriz, productora y escritora, famosa por su utilizaciòn de efectos visuales; sus teorías sobre la iluminación artística fueron reconocidas por científicos franceses. Su trabajo lo desarrolló principalmente en Europa; fue modelo de retratos de los artistas franceses Henri de Toulouse-Lautrec (1864-1901) y Auguste Rodin (1840-1917).19 Marshall Walter “Major” Taylor (1878-1932), ciclista negro estadounidense que ganó la competencia de 1899, estableciendo récord mundial y superando la discrimi-nación racial. Fue muy elogiado en Francia.

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punto más céntrico de París, como quien dice en el ombligo del mun-do, en la plaza de la Opera, en donde hará demoler las casas existentes para alzar vasta columna yanqui. Los negocios yanquis de París son legión. Por último ha llegado Barnum,20 el circo monstruo de Barnum Barley —greatest show on earth!— y se ha instalado en la Galería de las Máquinas, causando el asombro de los buenos parisienses.

¿A donde se va a parar?

[Enarbolaban banderas de los Estados Unidos]

Recuerdo un 4 de julio, el del año antepasado [1899]. En esa mis-ma plaza de la Ópera, en ese mismo ombligo del mundo, se había levantado un gran tablado, adornado de colgaduras, lampions,21 y ban-deritas de los Estados Unidos. Desde por la mañana los bulevares pre-sentaban un aspecto de fiesta, casi como en un día de conmemoración nacional.

Muchas muchísimas casas particulares, hoteles, cafés, enarbolaban banderas de los Estados Unidos. Se oía hablar gangoso inglés22 por todas las terrazas. Se inauguró ese día un monumento público ofrecido por los Estados Unidos. Y cuando llegó la noche, tocó en el tablado de la plaza de la Ópera una banda, la banda Souza,23 de los Estados Unidos. Los balcones del Café de la Paix,24 iluminados profusamente, dejaban ver de cuando en cuando beldades yanquis, acompañadas de elegantes compatriotas alegres, frente a una compañía comercial de los Estados Unidos, y a las oficinas sucursales de un diario de los Estados Unidos.

20 Citado por Darío en “Por el lado del Norte”. El circo de Pineas Taylor Barnum se fusionó con el circo de James Anthony Bailey, y como circo de Barnum y Bailey llegó a París. Se instaló en la Galerie des Machines (Galería de las máquinas), una instala-ción —expresión del gigantismo arquitectónico del momento— de hierro y vidrio con un enorme espacio interior. Edificada en ocasión de la exposición universal, fue uno de los espacios más visitados de dichas instalaciones, particularmente en la de 1900, lo que explica el asombro que refiere Darío.21 Es una pequeña lámpara.22 Hablar con cierta resonancia nasal el idioma inglés.23 Banda formada en 1892 por el compositor y director estadounidense John Philip Souza (1854-1932). Representó a Estados Unidos en la exposición universal de París de 1900.24 Famoso café parisino. Inaugurado en 1862 en el Gran Hotel. Fue diseñado para recibir a los visitantes de la exposición universal de 1867.

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En el mundo del sport, hay muchos nombres yanquis; bajo el ar-morial de Francia hay muchas señoras yanquis. Los yanquis andan aquí por todas partes, desde los más caros y aristocráticos hoteles, hasta los más pobres habitáculos del Barrio Latino.25 Pues mientras los parisien-ses quieren norteamericanizarse, los norteamericanos toman de París lo que les falta; y antes de que al ministro de comercio se le ocurriese fundar en los Estados Unidos una escuela francesa práctica, para ha-cer hombres prácticos, los Estados Unidos habían fundado ya en París una escuela norteamericana intelectual y artística para hacer yanquis artistas, para extraer del tronco de Francia savia de ideal y de gracia. Ya tenían en Atenas hogar establecido.

¿Cómo han logrado imponerse en la ciudad norma, en la ciudad luz, en la ciudad moda, en la ciudad que atrae todos los deseos y mira-das del universo?

Sencillamente con esta potencia: el dinero, como todo el mundo lo sabe. Por el dinero tiene un bar de Nueva York, el del Hoffman House, una tela de monsieur Bouguereau,26 del Instituto, para réclame;27 y por dinero la biblioteca de Boston ostenta decoraciones de un Puvis de Chavannes.28 Por el dinero las hijas de los aceiteros y destazadores de Chicago o de Minnessotta, usan coronas mobiliarias; y por el dinero se hacen llevar los buenos ladies and gentlemen, a sus universidades y salones conferencistas parisienses que ocupan un rango elevado en la literatura. ¿Necesitan un literato, un pintor, un escultor? lo importan. Encargan obras teatrales, y llaman a los mejores artistas. Después de haberse amueblado magnífica e imperialmente sus palacios de la Quin-ta Avenida,29 quieren surtirse el espíritu. Y lo hacen, lo mismo esto,

25 Barrio parisino, llamado así porque desde la edad media sus residentes, mayorita-riamente estudiantes, hablaban el latín como lengua académica. Darío, quien vivió días de bohemia en el Barrio Latino, en uno de sus artículos de Todo al vuelo (1912), señala los cambios que se operaron en él durante las primeras décadas del siglo XX. 26 William-Adolphe Bouguereau (1825-1905), pintor académico francés. Sus obras fueron muy apreciadas y cotizadas. Sobre todo entre adinerados de Estados Unidos.27 Réclame: publicidad, propaganda.28 Pierre Puvis de Chavannes (1824-1898), pintor francés. Darío se refiere a su cua-dro “Las musas inspiradoras aclamando al genio mensajero de la luz” (1894-1898) localizado en la Biblioteca Pública de Boston.29 La Quinta Avenida es una de las principales calles del centro de Manhattan, satura-da de edificaciones lujosas y mansiones históricas, símbolo de la bonanza económica de Nueva York.

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que aquello, a golpe de greenbacks.30 Tienen sus agentes, sus avisadores, sus comisionados, y el caso de Morgan31 llevándose un tesoro de arte francés, por no hallar quien le hiciese competencia, es uno de tantos. ¿Cómo operan?

[Todo lo monopolizan, todo lo toman, esas gentes de los Estados Unidos]

Oigamos a Virgile Josz,32 muy bien informado, que nos dirá cómo operan. “No hay más que decir, estos americanos son extraordinarios. Cada vez que un vapor se vacía en Europa, hay en el grupo de los pa-sajeros de primera, un individuo que, más febrilmente que los otros, toma el rápido de París. Apenas llegado y lavado, corre en busca de comerciantes, revendedores, coleccionistas, famélicos, intermediarios para intentar conseguir la pieza rara, el tapiz inencontrable, el pan-neau33 decorativo, el plafón,34 las tallas, los muebles de Beauvais... Tie-ne necesidad de todo eso, a la vez, a pesar de todo, en seguida, a cual-quier precio. Representa a un sindicato, —¡siempre!— viene forrado de cheques, da inverosímiles vueltas alrededor de París, fuerza la puerta de los castillos y de las casas señoriales, visita a notarios, huissiers,35 fi-nancieros de las pequeñas ciudades que buscan un negocio; vuelve, vive en el fiacre por hora, que le lleva de Montrouge a Montmartre; no se acuesta nunca, porque está, después de Folies Bergére36 y el Olimpia,37

30 Billetes. Se refiere al tipo de dinero (billetes, emitido por Estados Unidos a partir de 1862)31 John Pierpont Morgan (1837-1913), empresario y banquero estadounidense. Tuvo mucha influencia en su época, era uno de los hombres más ricos del mundo en 1901. Fue también coleccionista de arte. Su colección la donó al Metropolitan Museum of Art de Nueva York.32 Virgile Josz (1859-1904) escritor francés. Interesado particularmente en temas de arte.33 Panel.34 Adorno en la parte central del techo de una habitación, en el cual se halla el sopor-te para suspender la lámpara.35 Agente judicial, encargado de aplicar la justicia de los jueces.36 Teatro parisino de finales del siglo XIX e inicios del XX. Famoso por sus actuacio-nes de cabaret. Construido en 1867 e inaugurado como café-espectáculo dos años después. En él se presentó la vedette Loie Fuller, mencionada en este artículo.37 Teatro fundado en París por el catalán Joseph Oller, en 1888. Fue inaugurado con la actuación de la bailarina del can-can parisién La Goulue (Louise Weber, 1866-1929), popular en su época.

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le tripot, la partie et le reste;38... y gracias al tub,39 y a la soda, resistente a los coloquios de los buenos judíos, de las viejas señoras católicas, y de los pintores documentados, entre el arreglo de un problemático Frago-nard,40 y la comida en la taberna que sabéis, toma aliento ingurgitando sabios brebajes nacionales, en algún bar de los alrededores de la Mag-dalena”. El retrato es exacto. Los que, según la última estadística, en los Estados Unidos, poseen más de un millón de dollars, son 3.800, fuera de esos absurdos Cresos como Carnegie y Morgan,41 ante los cuales el Creso42 antiguo sería un buen señor acomodado. Y ésos son los que, haciendo subir los precios, lo acaparan todo y se lo llevan todo. En este mes, según Josz, se ha vendido a uno de tantos, una simple cómoda, en 57.000 francos ... Y hace este escritor un parangón curioso entre los precios pagados hoy por estos reyes trasatlánticos y antes por un rey como Luis XV. A. Oudry, a Coypel, a Natoire, se pagaron cantidades muy modestas.

A Lotour, a Van Loo, a Charlier, lo mismo. 2.500 francos fueron pagados a Nattier peinte du Roy et de son Acadefreie por el retrato de la señora marquesa de Pompadour, pintada hasta las rodillas, de 4 pies 4 pulgadas, por 6 pies; representado de Diana con sus atributos, sobre un fondo de paisaje”. Y al gran Boucher, por su cuadro que representa “El rapto de Europa”,43 1.500. Otra cosa pagan hoy por retratarse las Mrs. Mackey, Vanderbilt, Rockefeller y demás aristocracia plutocrática de los Cuatrocientos. Todo lo monopolizan, todo lo toman, esas gentes de los Estados Unidos ... Y se imponen y se introducen en todas par-tes... Sus dentistas hace tiempo que llegaron... Sus bailes se adoptan y

38 El juego, la fiesta y el resto.39 Tina, bañera40 James Honoré Fragonard (1732-1806), pintor fracés. Sobre este pintor Virgile Josz escribió el libro Fragonard Mâceurs du XVIII siècle (París, 1901).41 Magnates estadounidenses. Andrew Carnegie (1835-1919), industrial, empresario y filántropo. Considerado la segunda persona más rica de la historia (sólo a John Roc-kefeller se ha estimado más rico que él). Hizo fortuna con la industria del acero, ramo en que fundó la Carnegie Steel Company, la más grande y rentable empresa de finales del siglo XIX y que vendió en 1901 —año en que Darío escribe este artículo— a J. P. Morgan, fundando éste último la United States Steel Corporation.42 Se refiere al último rey de Libia (c. 1560-1546 a.C.), en Asia menor, de famosas riquezas, resultado de los botines obtenidos al expandir sus dominios 43 Famoso cuadro pintado en 1747 por François Boucher (1703-1770).

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se ponen de moda. En la tierra de la pavana y del minué de tacones rojos, se bastonea a más y mejor.

El negro ciclista Major Taylor dicen que viene a establecerse en París, y se habla de la fundación de un club exclusivamente dedicado al box. Y todo resulta de la mejor manera, como si a quien ayuda el dinero le ayudase Dios. Dios con los Estados Unidos. Hay que cambiar el latín: ¡Gesta dei per yankees!44

Los conferencistas que han vuelto del país de los millonarios han contado cosas sorprendentes a sus compatriotas. Les ha quedado, a los áticos, el derecho de sonreír de tal o cual incongruencia del Tío Samuel. Pero les ha llenado de admiración el funcionamiento de aquel vasto cuerpo nacional, rico hasta el exceso, pletórico y por lo tanto expuesto a la apoplegía. Les han hablado de su enseñanza sobre todo, de su generación de jóvenes nuevos y muchachas nuevas, de ellos prin-cipalmente que se dirían como fabricados a la manera de la andreida del Edison de Villiers.

Y las señoritas francesas deben quedarse absortas ante la descrip-ción de sus semejantes de los Estados Unidos, fuertes en laven tennies y en filología, traductoras de papirus egipcios y comentadoras de las literaturas, europeas de la Edad Media. Y viajeras, y libres, Evas futuras, o actuales conocedoras de museos y bibliotecas, enamoradas de lo exó-tico, de lo clásico, de lo latino, de lo griego. ¡Ah, lo griego! Es admirable una miss enamorada de lo griego... Por el amor de lo griego se llega algunas veces al amor de lo tzígano,45 y una Clara Ward,46 soñando en Apolo, deja el principado in partibus47 de Caramay Chimay para caer

44 Paráfrasis de Gesta dei per Francos (hechos de Dios a través de los Francos). Perte-neciente a un relato sobre la primera cruzada de Guibert de Nogent (1053-1124), escrito en 1108.45 Gitano.46 Clara Ward (1873-1916), hija del capitán Evert Brock Ward (1811-1875), millo-nario de Michigan, Estados Unidos. Se casó con la belga María Joseph Pierre Anatole Alphonse de Riquet, el Príncipe de Caramay-Chimay, en 1890, pasando a ser cono-cida como Princesa de Caramay-Chimay; pero hacia 1896, hallándose en un restau-rante parisino conoció al violinista gitano Rigo Jancsi con quien se fugó a fines de ese año. El divorcio con el príncipe se produjo en enero de 1897. El escándalo, registrado por Darío, fue muy difundido. Ward se casó por segunda vez, con Jancsi en 1904.47 Locución latina. In partibus o in partibus infidelium, en países de infieles. Como in partibus tiene un uso irónico para designar a un funcionario sin función real, designa

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en brazos de un simple Rigo. Estos parlares me han traído las conside-raciones sobre la disposición del ministro de comercio y otras muestras de invasión del espíritu norteamericano.

Felizmente para nosotros, ha tiempo que observadores y pensado-res deseosos del mejoramiento de la educación, han señalado en los Estados Unidos los ejemplos buenos y dignos de imitación, aunándo-los al desenvolvimiento de las propias energías, pero haciendo ver los defectos y peligros del modo cómo se forman las generaciones yanquis. Sarmiento48 fue el gran exportador de la civilización del norte, y con-sigo trajo de la tierra férrea más de una útil enseñanza para las nuevas generaciones argentinas.

[Sin sus peligros y exageraciones bien venga la influencia del alma norteamericana]

Otros después han hecho conocer allí mejor que lo que se conoce en Francia, los sistemas educativos, la máquina universitaria, el meca-nismo pedagógico de los norteamericanos. El doctor Zeballos ha mos-trado nuevas rutas, ha visto, explicado y comentado. Él ha dicho muy bien cómo el individuo y el estado pueden hacer que las desventajas argentinas respecto a los Estados Unidos sean compensadas aportadas, por medio de la iniciativa, de la constancia, del empuje. Otros han pasado, y traído de allá observaciones y lecciones, como los señores Groussac, García Mérou. Otros trabajadores convencidos y persistentes aportan su cosecha de luz y de experiencia, como el doctor Zubiaur.

Mas hay que advertir una cosa. Sin sus peligros y exageraciones, bien venga la influencia del alma norteamericana. Aprovéchese lo que debe seguirse, síganse los ejercicios de la energía. Mas no se, pierda lo bueno conseguido y asimilado de otras civilizaciones. En un libro ex-celente, y hermosamente escrito, dice el doctor C. O. Bunge:49 “Pien-

a alguien que tiene el título pero no las funciones inherentes a éste.48 Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), político, pedagogo y escritor argenti-no. Fue presidente de la República (1868-1874).49 Carlos Octavio Bunge (1875-1918), escritor argentino. Cultivó la novela, el relato breve, el teatro y la poesía. Pero su aporte fundamental fue el ensayo sociológico. El libro de Bunge que cita Darío es Nuestra América (1903: un profundo análisis de la causa de la incapacidad hispanoamericana para el desarrollo realizado desde la óptica del positivismo).

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so que no acertará quien se aparte del alma nacional; y pienso que no será verdadera, empresa alguna que no la refleje”. Y luego: “Por ligeramente que se analice nuestro espíritu nacional, resulta como su último substractum el cosmopolitismo. Hemos hecho poco menos que la tabula-rasa50 de nuestra historia y tradiciones; hemos improvisado por revolución e imitación; hemos dado a los extranjeros franquicias que no hubieron en ningún otro país del globo; y éstos han venido de los cuatro puntos del horizonte a constituir la masa de nuestro pueblo, masa cosmopolita que ha dado por fruto un espíritu cosmopolita”.

Pero ¿existe, o no existe un alma nacional? Los yanquis tienen esa alma; y son cosmopolitas. Son cosmopolitas para afuera. Hay que ser nacionalista para adentro; y cosmopolita para afuera... ¿Está claro?

50 Metáfora empleada por filósofos de distintos tiempos para consignar que la mente humana es como una tablilla en la que nada hay escrito. En la cita que Darío extrae de Bunge se aplica en este sentido a la historia y, en consecuencia, se pone en entre-dicho la existencia de un “alma nacional”.

Carlos Alberto Bunge

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los estaDos uNiDos y la améRica latiNa1

M[ONSEIUR] A[CHILLE] Viallate2 acaba de publicar en una de las revistas más importantes, La Revue de París, un estudio en que, con motivo del Congreso Panamericano de México, trata de las relaciones de la gran república norteamericana con sus hermanas menores del Sur y de las varias tentativas hechas para extender la influencia yanqui por todo el continente.3

Comienza por hacer notar que durante la guerra de la independen-cia, los Estados Unidos no prestaron ayuda oficial alguna a los pueblos hispanoamericanos que luchaban por su libertad, pero que, no obstan-te, los ciudadanos norteamericanos demostraron sus simpatías. Por otra parte, los Estados Unidos fueron quienes primeramente reconocieron su rango de naciones a las antiguas colonias de España. Desde entonces aparece el pensamiento de las ventajas futuras que el país anglosajón entrevé, y es el célebre Henry Clay,4 representante de Kentucky, el que expresa en el Congreso estas palabras en 1818:

La América española, una vez independiente, cualquiera que sea la forma de gobierno que sus habitantes elijan, estará necesariamente animada por un sentimiento americano y guiada por una política americana.

Y en 1820, la América del Sur —dice—, a la hora actual, tiene 18 millones de habitantes. La población de esos países se desenvolverá con una

1 La Nación, Buenos Aires, 6 de abril, 1902. Su título completo es: “La América La-tina y los Estados Unidos. Un artículo interesante”. Ingresó a La caravana pasa (París, Garnier Hermanos, 1902, libro IV, cap. VI, pp. 240-249). Las notas se tomaron de La caravana pasa. Libros cuarto y quinto. Edición crítica, introducción y notas de Günther Schmigalle. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua; Berlín, edition tranvía-Verlag Walter Frey, 2004.2 Achille Viallate (1866- ¿?) fue autor de más de una decena de libros, publicados entre 1899 y 1937. Entre ellos, La crisis anglaise impérlisme et protection (1905). Fue también editor de la revista trimestral Annales des ciences politiques. 3 Se refiere al ensayo de Achille, “Les État Unis et l’Amerique Latine”, en La Reune de París, 1º de mayo, 1902, pp. 216-240; fuente de este ensayo cuyo contenido tra-duce. 4 Henry Clay (1777-1852), político norteamericano.

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rapidez igual a la nuestra. En veinticinco años se puede prever que será de 36 millones; en cincuenta años, de 72 millones. Los Estados Unidos tienen ahora 10 millones de habitantes. Gracias al carácter de nuestra población, nuestra nación será siempre la primera de este continente desde el punto de vista industrial y comercial. Imaginad cuál será la potencialidad de ambos países y la importancia de sus relaciones comerciales cuando nosotros tenga-mos 40 millones de habitantes y la América del Sur 70 millones.

Aunque. los cálculos de Clay no hayan salido exactos, puesto que hoy los Estados Unidos cuentan 66 millones y la América española 55 millones, la idea del orador no ha desaparecido, afianzada después por la doctrina de Monroe. A pesar de las declaraciones de McKinley y de Roosevelt, los Estados Unidos buscan no solamente influencia, sino también dominación. Han demostrado ya prácticamente buen apeti-to.

Habla m[onsieur] Viallate de las varias tentativas de unión hispano-americana que desde Bolívar se han hecho. El Libertador no envió in-vitación a los Estados Unidos para la Conferencia de Panamá en 1824. Pero el año siguiente los Gobiernos de Colombia y México pidieron al de la Unión que enviase sus representantes. Era secretario de Estado el mismo Henry Clay, y aunque el entonces presidente Quincy Adams no estaba muy dispuesto a entrar a esas vías, Clay lo convenció, viendo en ese Congreso, según sus palabras, el principio de una era nueva en los asuntos humanos. Veía un inmenso triunfo para la democracia univer-sal, y la demostración más clara, a los pueblos europeos dominados por la monarquía, del valor y grandeza de las instituciones republicanas. Clay —dice M. Viallate— temía también una unión de la América Lati-na, de la cual estuviesen completamente excluidos los Estados Unidos. Dos grupos de origen, de lengua, de aspiraciones diferentes, se encontrarían creados en el continente americano. La decisión de Adams para enviar representantes a Panamá tuvo gran oposición en el Senado. El Congre-so se verificó, y con ningún éxito, en 1826. No tuvo más delegados que los de Colombia, Centroamérica, México y Perú.

[No querían defender a las repúblicas latinas contra las consecuen-cias naturales de sus faltas políticas]

Desde 1825 a 1845, los Estados Unidos no se preocupan de la América Latina. Tanto rehusaron intervenir en la cuestión de las islas

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Falkland, entre la Argentina e Inglaterra, en 1831, como el año de 1840, cuando dejaron a Francia e Inglaterra tomar parte en la cuestión de la Argentina con el Uruguay. En 1835 y en 1848 no se dieron por entendidos de la ocupación inglesa en Nicaragua —como tampoco en el no lejano desembarco en el puerto nicaragüense de Corinto—. Atacaron a México y se anexionaron Tejas en 1835, y en 1848 Nuevo México y California. Buchanan proyectaba el establecimiento de un protectorado sobre las provincias mexicanas septentrionales, y pedía al Congreso el derecho de entrar, en caso necesario, en territorios de México, Nicaragua y Nueva Granada, para defender las personas y los bienes de los ciudadanos americanos. Si el Congreso hubiera cedido, el presidente de los Estados Unidos hubiera sido pronto el dictador de la América Central. Las tentativas del filibustero Walker en Nicaragua no fueron sino vistas con gran simpatía en los Estados Unidos.5

La intervención europea en México en tiempo de Maximiliano hizo que la república anglosajona tomase su papel de defensora de Sudamérica, por el temor del establecimiento de una monarquía en el vecindario; pero las cuestiones peruano-chileno-españolas, que traje-ron como consecuencia actos como el bombardeo de Valparaíso,6 los dejaron tranquilos; y, como dice monsieur Viallate, los Estados Unidos se proponían impedir a Europa instalarse de fijo, aunque fuese disi-muladamente, en la América del Sur; pero no querían defender a las repúblicas latinas contra las consecuencias naturales de sus faltas polí-ticas. Esto se acaba de ver confirmado una vez más con la actitud que tomaron con motivo de las amenazas de Alemania en Venezuela.7

¿La causa? El mal uso que de su independencia y autonomía han hecho las naciones de la América española, manteniéndose desde su separación de la madre patria en revolución continua, retardando su progreso y dando al mundo todo el espectáculo más desconsolador y lamentable. Las cuestiones territoriales fueron causa continua de des-avenencias, y las varias tentativas de un arreglo por el arbitraje no tuvie-

5 La referencia a William Walker fue agregada por Darío. 6 En 1886 Perú y Chile tuvieron dificultades con España, la cual realizó dicho bom-bardeo ese mismo año.7 Referencia agregada por Darío. La “expedición punitiva” alemana-británica-italiana contra Venezuela —durante la guerra civil de 1901-1903— culminó en el bombar-deo de Puerto Cabello el 13 de diciembre de 1902.

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ron ningún resultado en las varias conferencias de Lima. La conferencia de Panamá, iniciada por Colombia en 1880, no pudo realizarse, a cau-sa de la guerra del Perú y Chile. Luego fue la iniciativa de los Estados Unidos bajo la presidencia de Garfield.8 En ese momento la situación política en la América latina estaba muy perturbada. Chile, vencedor del Perú, amenazaba imponer a éste condiciones de paz que le habrían casi anulado, mientras que México se preparaba a posesionarse de Gua-temala. Blaine vio el peligro que había para los Estados Unidos en dejar libre carrera a esas ambiciones. Ellos no tenían interés en ver desarro-llarse indefinidamente la potencia de un pequeño número de Estados en el hemisferio Sur; por otra parte, esas guerras presentaban siempre el peligro de una intervención europea, que podría solicitar, así fuese pagando con una parte de su independencia, la potencia más débil. Blaine estaba convencido de la necesidad para los Estados Unidos de hacerse los árbitros de las querellas entre las naciones sudamericanas.

[El Congreso Panamericano de Washington]

Era preciso hacer aceptar por esas potencias el principio del arbi-traje. Ese debía de ser el objeto de un Congreso panamericano cuya idea hizo aceptar al presidente. La muerte de Garfield, asesinado meses después de la inauguración, llevó al vicepresidente Arthur9 a la presi-dencia. Este resolvió continuar la política de su predecesor, y el 29 de noviembre de 1881 Blaine10 dirigía a las naciones independientes de la América invitaciones a un Congreso que se verificaría en Washington el año siguiente “con el objeto de estudiar y discutir los medios de impedir en lo futuro los horrores de las luchas crueles y sangrientas entre países casi siempre de la misma sangre y lengua, o las calamida-des, mayores aún, de la guerra civil”. Las ideas de Blaine fueron más claras después: “No hemos llevado nuestras relaciones con la América española tan cuerdamente y tan firmemente como pudimos hacerlo. Durante más de una generación nada hemos hecho para atraernos las

8 James A. Garfield (1851-1881), prsidente de los Estados Unidos (1881).9 Chester Alan Arthur (1851-1886), presidente de los Estados Unidos (1881-1895).10 James Blaine (1830-1893), Secretario de Estado norteamericano del 7 de marzo de 1881 al 12 de diciembre del mismo año. Años después fue nombrado en el mismo cargo, desde el cual impulsó el panamericanismo.

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simpatías de esos países. Deberíamos hacer todos los esfuerzos posibles para ganarnos su amistad. Mientras que las grandes potencias euro-peas aumentan constantemente su poderío territorial en África y en Asia, lo que nosotros debemos hacer es acrecentar nuestro comercio con las naciones americanas. Ningún campo nos ofrece una cosecha tan abundante, ninguno ha sido tan poco cultivado. Nuestra política extranjera debería ser una política americana en el sentido más amplio; una política de paz, de amistad, y de desenvolvimiento comercial”. La conferencia no se realizó porque el Congreso no votó los créditos nece-sarios, a la salida de Blaine, en 1881.

En 1884 el Congreso creó una Comisión para estudiar los mejores medios de asegurar las relaciones internacionales y comerciales más íntimas entre los Estados Unidos y los países de Centro y Sudamérica. Se vio que el comercio norteamericano había perdido mucho, y después de varios tanteos, se encontraron bien dispuestas todas las repúblicas, con ex-cepción de Chile, a celebrar tratados de reciprocidad comercial con los Estados Unidos. En 1888, la ley de 24 de mayo autorizó al presidente a invitar a las naciones independientes de América a una Conferencia en Washington, “con el objeto de discutir un plan de arbitraje para el arreglo de las diferencias susceptibles de nacer entre ellas en lo futuro y estudiar las cuestiones relativas al mejoramiento de las relaciones co-merciales, al establecimiento de las comunicaciones directas entre esos países y al desarrollo del comercio recíproco, capaz de asegurar a sus productos mercados más extensos”. La conferencia se reunió, como es sabido en Washington.11 Blaine presidió, y en su saludo de bienve-nida. habló de “confianza sincera” y “ayuda mutua”; pero los diarios hablaban con demasiada claridad de las intenciones ogrescas. Queremos —decía el Sun, de Baltimore— monopolizar, si es posible, el comercio de la América Central y meridional, no por la baratura y buena calidad de nuestros productos, sino encerrando a esos países en nuestra tarifa protec-tora. Queremos poder entrar en los puertos de esos países, mientras que la entrada en ellos será prohibida a nuestros competidores europeos. Era un lazo tendido a todos los mercados latinoamericanos. Poco se habló en el Congreso de arbitraje; todo fue casi alrededor del comercio, y a cada

11 Inaugurada el 2 de octubre de 1889, duró hasta el 19 de abril de 1890. Blaine ejer-cía su segundo período como Secretario de Estado, bajo la presidencia de Benjamin Harrison, que duró del 4 de marzo de 1889 al 24 de julio de 1892.

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paso salía a relucir la palabra de Monroe. Entonces fue cuando el re-presentante argentino contestó con su célebre frase: “La América, para la Humanidad”.

[las repetidas tentativas norteamericanas para lograr el dominio de los mercados]

El escritor francés demuestra cómo la obra económica del Con-greso de Washington fue casi tan vana como su obra política. Luego se ocupa de ese inútil Bureau de las repúblicas americanas que aún se mantienen en la capital anglosajona. En realidad, el mundo comercial ignora su existencia, y no se cuida casi de él.

Se refiere luego a las repetidas tentativas norteamericanas para lograr el dominio de los mercados de las demás repúblicas. Ya son los trabajos en la Exposición de Chicago, ya la fundación del Philadelphia Commercial Museum, la reciente Exposición de Buffalo y el Congreso de México. Citaré a este respecto las palabras de monsieur Viallate: Con menos prisa que hace diez años, las repúblicas sudamericanas han aceptado la invitación de México. Algunas de ellas no parecían esperar que el Congreso pudiese llegar a un resultado serio. Además, la situación política no se ha modifica-do en el hemisferio meridional., Los peligros de revolución y de guerra son siempre grandes; los diferentes Gobiernos no han adquirido una estabilidad interior bien sólida; apenas si se puede fiar en la calma que ofrecen desde hace algunos años un pequeño número de ellas. La situación internacional no es mejor, y esos pueblos de la misma lengua y de la misma raza, conti-núan ofreciendo el triste espectáculo de hermanos enemigos, siempre listos a despedazarse. Poco tiempo antes de la apertura del Congreso, un conflicto que dura todavía, estalló en Venezuela y Colombia. El odio entre Chile y el Perú, consecuencia de la guerra de 1880, no está cerca de calmarse, y existe desde hace muchos años un estado de antagonismo latente entre Chile y la República Argentina, que ha estado por traer la guerra al mismo tiempo en que sus plenipotenciarios discutían en México los medios de hacerla im-posible. En fin, los triunfos recientes de los Estados Unidos, sus conquistas nuevas, sus éxitos industriales mismos, no son para no causar a las nacio-nes de América latina naturales cuidados. Ellos vacilan en unir demasiado estrechamente su porvenir político al de tamaña potencia: tener en ella un protector interesado que tiene demasiados medios de transformarse un día en dueño autoritario.

Respecto al Congreso, la obra política concluye; en lo que concier-ne a las ambiciones de los Estados Unidos, ha fracasado. Su obra eco-

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nómica no podría tener resultado mejor. Los Estados Unidos, según el articulista, tienen infinitos obstáculos que vencer en la América del Sur, aunque hayan logrado la supremacía en el Golfo de México. No creo, como algunos estadistas, que esté muy próxima la hegemonía de los Estados Unidos sobre el Continente todo, con perjuicio de los intereses de Europa. El peligro existe, pero puede ser evitado. Y concluye: “La orgullosa afirmación de míster Olney, cuando la querella de los Estados Unidos e Inglaterra, a propósito de territorios de Venezuela, dice que los Estados Unidos son hoy prácticamente soberanos sobre el Continente americano, no está de ningún modo de acuerdo con la realidad de los hechos.”

[la corriente comercial de la américa del sur continuará dirigiéndose hacia europa]

Ellos aspiran a serlo, es verdad, y el colosal desarrollo de sus rique-zas, la profunda confianza que tienen en sí mismos, les hacen creer en la fácil realización de esos ambiciosos deseos; pero están lejos de haber-lo logrado. Puede esperarse que la construcción del canal interoceánico traiga el establecimiento de un protectorado más o menos disfrazado de los Estados Unidos sobre los pequeños Estados de la América Cen-tral; se puede prever que las Antillas escapen poco a poco a la domina-ción europea para caer en la de ellos. Quizá también, si anda falto de cordura y prudencia, México, a pesar de su importancia, concluya por ser asimismo un satélite de los Estados Unidos. Les será preciso a éstos mucho más largo tiempo y muchísimos más grandes esfuerzos para extender su hegemonía sobre las naciones sudamericanas, suponiendo que puedan llegar a ello. Sin duda, los Estados Unidos verán aumen-tarse sus relaciones comerciales con esos países, y participación de los efectos de crecimiento y prosperidad que parecen estarles reservados. El desarrollo de su potencia industrial, la reconstrucción de su Marina mercante, les ayudará mucho; pero por muchos años aún la corriente comercial de la América del Sur continuará dirigiéndose hacia Europa, cualesquiera que sean los medios que empleen los Estados Unidos para desviarla.

Y si el Brasil, la Argentina y Chile, abandonando sus querellas intes-tinas y sus rivalidades, hallasen la estabilidad política y se consagrasen a cultivar las riquezas maravillosas de su suelo, se podría ver, en un cuarto de siglo, o en medio siglo, constituirse en esa región naciones potentes, capaces

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de contrapesar a la América anglosajona, y de hacer en lo de adelante vano el sueño de hegemonía panamericana acariciado por los Estados Unidos.

Subrayo las palabras finales, porque ellas son la expresión del juicio que la Europa sensata y previsora tiene de nuestras repúblicas, ante la amenaza del imperialismo yanqui. Es de desear que nuestros hombres de Estado, se fijen en estas manifestaciones. El estudio que he extracta-do encierra la opinión del criterio serio europeo, y ojalá los pensadores nuestros tomen en cuenta estas altas vistas.12

12 Recomiendo a quienes interese, en este sentido, un reciente artículo del Times sobre el imperialismo americano. “El canal de Nicaragua”, en el Kolnische Zeitung. Y “La lucha por la preponderancia en la América del Sur”, en el Frankfurter Zeitung. [Nota de R. D.]

James Blaine, Secretario de Estado Norteamericano e impulsor del panamericanismo

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la iNvasióN aNglosaJoNa / ceNtRo améRica yaNquee1

París, 15 de marzo de 1902.

UN MINISTRO de la República de Nicaragua —el señor Gámez—2 decía al célebre escritor colombiano Vargas Vila:3 Que los americanos nos han de comer, es un hecho. No nos queda más que escoger la salsa con que hemos de ser comidos. La receta culinaria con que ha de ser prepara-do el suculento gibier tropical, ha sido redactada recientemente, en el tratado Hay-Paucefote, firmado en Washington.4 Los Estados Unidos y la Gran Bretaña han convenido en que

el canal puede ser construido bajo los auspicios del gobierno de los Esta-dos Unidos, sea directamente, a su propio costo, sea por medio de donación o préstamo de dinero a individuos o corporaciones, o sea por subscripciones,

1 La Nación, Buenos Aires, miércoles, 22 de abril, 1902, pp. 2-3; tomado de Escritos dispersos de Rubén Darío, recogidos de periódicos de Buenos Aires, edición, compi-lación y notas de Pedro Luis Barca. II, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias, 1977. pp. 130-135. En realidad, consiste en una entrevista al ex presidente hondureño Marcos A. Soto, admirado por Darío.2 José D. Gámez (1851-1918), historiador, periodista y político nicaragüense. Estuvo al servicio de la doctrina liberal y del régimen de J. Santos Zelaya. Se le considera el creador de la historiografía moderna de Nicaragua. Fue amigo de Darío, quien se re-firió a él como “una de nuestras más altas glorias centroamericanas” en carta a Marce-lino Menendez Pelayo (Jorge Eduardo Arellano: Diccionario de autores nicaragüenses. Tomo I, Managua, Biblioteca Nacional Rubén Darío, 1994, p. 123)3 José María Vargas Vila (Bogotá, 1860-Barcelona, 1933), periodista, narrador y panfletario colombiano. Liberal virulento y antiimperialista. Darío en La caravana pasa (1902) lo consideró “un escritor genial, novelista y poeta. Su vida también es un poema, de luchas y de triunfos en la política agitadas de nuestras repúblicas hispa-noamericanas. Su obra, incorrecta como un torbellino, sonora como un mar, es una obra de bien. Vargas Vila no es de su tiempo ni de su país.” El párrafo sobre Vargas Vila dedicado en el artículo “Las letras hispanoamericanas en París” es más extenso y penetrante. Veáse su edición en folleto, anotada por Günther Schmigalle (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, Fondo Editorial CIRA, enero, 2004, p. 16).4 El 5 de febrero de 1900. Sin tomar en cuenta a Nicaragua, este tratado —entre Estados Unidos y Gran Bretaña— modificó el Clayton-Bulwer del 19 de abril de 1850.

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o compra de stocks o acciones, y con sujeción a las provisiones del presente tratado; dicho gobierno tendrá y disfrutará todos los derechos incidentales de tal construcción así como el derecho exclusivo de proveer a la regulación y manejo del canal. Estados Unidos adoptan como base de neutralidad de dicho canal para buques, las siguientes reglas, como sustancialmente fueron incorporadas en el convenio de Constantinopla, firmado el 28 de octubre de 1888 para la libre navegación del canal Suez, a saber: 1°) el canal estará libre y abierto para todos los buques de comercio y de guerra de todas las naciones que observen estas reglas, en términos de completa igualdad, y sin distinción contra ninguna de ellas o de sus ciudadanos o súbditos con respecto a condiciones o cargo de tráfico o de cualquiera otra clase. Tales condiciones y cargo de tráficos deberán ser justos y equitativos. 2°) El canal nunca será bloqueado, y no se ejercerá dentro de él ningún derecho de gue-rra ni ningún acto de hostilidad. Estados Unidos, sin embargo, estarán en libertad de mantener a lo largo del canal la policía militar que sea necesaria para protegerlo de la anarquía y del desorden. 3°) Los buques de guerra de los beligerantes no podrán volverse a proveer de víveres, ni hacer provisiones en el canal salvo cuando sea estrictamente necesario y el tránsito de dichos buques por el canal se efectuará con la menor dilación posible, según las reglas en vigor y con la sola intervención que pueda resultar de las necesi-dades del servicio. Las presas, en todo sentido, estarán sujetas a las mismas reglas que los buques de guerra de los beligerantes. 4°) Ningún beligerante desembocará tropas, municiones de guerra, ni elementos bélicos en el canal, excepto cuando ocurran obstáculos accidentales en el tránsito, y en tal caso, éste se reasumirá con toda la celeridad posible. 5°) La disposiciones de estos artículos se extenderán a las aguas adyacentes al canal, hasta tres millas de distancia por cada extremo. Los buques de guerra de los beligerantes no permanecerán en dichas aguas más de 24 horas cada vez, a menos en caso de calamidad (distress), caso en el cual partirá lo más pronto posible; pero ningún buque de guerra de ningún beligerante, partirá antes de que se hayan cumplido 24 horas desde la partida de un buque de guerra del otro beligerante. 6 °) La planta, establecimientos, edificios, y todas las obras ne-cesarias para la construcción, conservación y operación del canal, serán considerados como partes de él, para los efectos de este tratado, y en tiempo de guerra como en tiempo de paz, estarán libres de todo ataque y perjuicio de parte de los beligerantes y de todo acto calculado para menoscabar su utilidad como parte del canal” (Artículo II).5

5 Favorable a los Estados Unidos, el tratado Hay-Paucefote fue objeto de reformas por el senado norteamericano, las cuales Gran Bretaña rechazó.

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[el tratado Hay-paucefote: un gran peligro para las repúblicas cercanas a la influencia de los constructores y dueños del canal]

En el artículo III se expresa que se acuerda que ningún cambio de soberanía territorial y de relaciones internacionales en el país o países atra-vesados por el canal, afectará el principio general de neutralidad y las obli-gaciones de las altas partes contratantes.

Este tratado, como se ve, no manifiesta claramente un gran peligro para las repúblicas cercanas a la influencia de los constructores y due-ños del canal; pero ya se sabe lo que son los documentos diplomáticos, y como dice un avisado publicista, ellos valen no por lo que dicen, sino por lo que quieren decir, y sobre todo, por lo que evitan expresar. Lo que es un hecho, es que dentro de no lejano tiempo, la tierra en que he nacido —algunos de mis lectores sabrán que soy originario de Ni-caragua— pasará a ser dependencia de la gran república del norte; el resto de Centro América lo será después; ya se sabe cuál es la manera pacífica de conquistar que tienen los hombres de los ferrocarriles y de los dollars.

[El influjo de los Estados Unidos sobre la América Central según el ex presidente Soto]

Deseando conocer la opinión de algunos centroamericanos emi-nentes que residen en París, he visitado desde luego al doctor Marco A. Soto, ex presidente de la república de Honduras, cuya influencia ha sido mucha en la política de aquellos países, y cuya palabra está llena de autoridad. El doctor Soto es persona de gran inteligencia y seguridad de juicio.

Durante el tiempo en que ocupó la primera magistratura de su país se vio un movimiento de cultura y de progreso que ha quedado memorable. Su nombre es de los más respetados y simpáticos en todas las cinco pequeñas repúblicas. Abandonó el poder cuando la guerra de Barrios en 1885, por no entregar su tierra a la omniviolencia del famoso tirano guatemalteco. El doctor Soto reside desde entonces en esta capital, entregado a sus estudios preferidos, y en comunicación directa y amistad con el alto mundo intelectual. Uno de sus hijos tuvo por padrino al sabio Laurente, autor de la Historia de la Humanidad; el testigo de boda de una hija suya que acaba de casarse, ha sido Camilo Flammarión.

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Es también notable escritor el doctor Soto, y uno de los dos únicos miembros honorarios que hoy tiene la Real Academia Española.6

En su hotel de la rue Cimarosa, a mi pregunta sobre el influjo de los Estados Unidos sobre la América Central y en la política de esos dos países me contestó:

Los Estados Unidos, por su población, por su riqueza, por el portentoso desarrollo de su comercio y de su industria, son hoy un factor importantí-simo en la política «mundial», como se dice ahora, y no hay duda que su influencia irá creciendo, de día en día. Esta influencia tiene que ser más decisiva en los países que como México y Centro América, están en la ve-cindad de la Gran República.

[el imperialismo americano no es de hoy]

El imperialismo americano, de que tanto se habla, es un fenómeno que se ha presentado y se presenta en todas las naciones que se engrandecen, y no cabiendo, por decirlo así, en su territorio, necesitan extenderse por ley natural de expansión.

El imperialismo americano no es de hoy, como algunos creen. Tiene causas y raíces profundas en la constitución y en la historia de esee gran país. Cuando las colonias españolas de América se emanciparon, los Esta-dos Unidos le dieron su ayuda, desde luego las reconocieron como naciones independientes, y proclamaron, para defenderlas de la Europa, la célebre doctrina de Monroe. El gobierno americano dijo a la Europa “que vería con disgusto que las potencias europeas intervinieran en los asuntos de América, ya para que las nuevas repúblicas volvieran a la dominación española, o ya para obtener de ellas concesiones de territorio”. El papa Alejandro VI, al co-menzar los descubrimientos, de América, dividió entre españoles y portugue-ses, las tierras que se descubrieran en el nuevo mundo, trazando una línea imaginaria. Los Estados Unidos, por medio de Monroe y Adams, trazaron a la Europa sus límites y le dijeron: «América para los americanos»”.

Las nacientes repúblicas hispanoamericanas, que apenas comenzaban a constituirse, eran muy débiles y pequeñas. La madre patria las había dejado como el niño de Lucrecio: «desnudas sobre la tierra desnuda», y además ensangrentadas por las guerras de la independencia. La doctrina de Monroe estableció sobre ellas un protectorado. La hegemonía americana correspon-

6 Había sido elegido en 1882 como presidente de El Salvador Rafael Zaldívar. Veáse a Jorge Eduardo Arellano: “Los primeros académicos correspondientes de la América Central…”, en Lengua, núm. 25, noviembre, 2002, pp. 28-31.

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dió a los Estados Unidos, que ya por entonces tenían una población de cerca de diez millones.

[el más brillante triunfo del imperialismo americano]

No obstante cuando en 1859 se trató de abrir el canal interoceánico por Nicaragua, los Estados Unidos tuvieron que reconocer a Inglaterra, por el tratado Clayton-Bulwer, derechos iguales a los que ellos se arrogaban. Hoy ese tratado está ya roto. La Inglaterra ha reconocido a los Estados Unidos el derecho de construir el canal por donde quiera el gobierno de Washington, y de cerrarlo en tiempo de guerra, según el tratado Hay-Paucefote. Este es el más brillante triunfo del imperialismo americano.

Cuando la Guerra de Secesión, se estableció en México el imperio de Maximiliano, sostenido por las armas francesas. Una vez terminada, el ministro Mr. Seward pasa una nota muy corta al gobierno de Napoleón III, imponiéndole que sacara de México las tropas francesas; y éstas salieron, en efecto, en virtud de la doctrina de Monroe. Esta doctrina quedó desde entonces implantada de firme en la política de los Estados Unidos.

Los ingleses y los yanquis sin ser amigos íntimos, parece que se han entendido últimamente para que domine en el mundo la raza anglosajona, que ellos representan de la manera más conspicua, en la creencia de que están llamados a cumplir una misión civilizadora sobre todos los pueblos que juzgan inferiores. Para ellos los pueblos latinos están destinados a pe-recer, porque la raza que se llama latina, no sabe gobernarse. Los Estados Unidos ven, principalmente, demostrada esa teoría en las repúblicas hispa-noamericanas, que viven en continua agitación y revuelta, como las vírgenes dementes de la Biblia.

La última guerra hispanoamericana, guerra entre un gigante y una anciana decrépita, ha despertado en el espíritu yanqui un imperialismo sin límites, a pesar de que el triunfo de los Estados Unidos nada ha tenido de brillante. Victorias más fáciles y más casuales que las obtenidas por los americanos en la guerra contra España, no las registra la historia. No obs-tante, en el hecho que esa parodia de guerra; ha cimentado el poder de los Estados Unidos en todo el mundo. Las adquisiciones territoriales, en virtud de ella obtenidas, son de inmensa importancia, porque los Estados Unidos han adquirido lo que les faltaba únicamente: tierras tropicales. Puerto Rico, la Filipinas, la misma Cuba, que por la ley Platt, queda bajo la dependencia americana, serán campos nuevos de acción para la energía y el espíritu em-prendedor de los yanquis. Harán de esas posesiones y de las islas danesas, lo que han hecho en Tejas, Florida, California, Luisiana. Alaska, etc., ya adquiridas en virtud del innato imperialismo de esa gran nación.

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[Blaine quiso aplicar la doctrina monroe al comercio]

De 1880 a 1890, el engrandecimiento comercial e industrial de los Estados Unidos fue inmenso. Entonces el ministro Blaine quiso aplicar la doctrina de Monroe al comercio, procurando unir la América por un trata-do comercial que diera entrada, en la América española, a las mercaderías americanas, en mejores condiciones que las europeas. Esta combinación no tuvo resultado, pero en el espíritu americano perdura la idea de que la América española debe ser un mercado privativo para el comercio de los Estados Unidos.

De 1890 a 1900, el progreso de este país ha sido prodigioso. Los cinco millones de habitantes que tenía en 1800, son ya setenta y seis millones, y la producción del algodón, de la lana, de los cereales, del oro, de la plata, del cobre, del hierro, del carbón, del petróleo, etc., etc., ha llegado a cifras que parecen fabulosos y que desafían el poder productor de las más grandes na-ciones del mundo. El poder económico de los Estados Unidos se hará sentir por todas partes. La América española no podrá librarse de su dominación, y menos los países centroamericanos, que están tan próximos al coloso de Norte América.

[el canal: imperiosa necesidad de los estados unidos]

Centro América está en la inmediata vecindad de los Estados Unidos. Las costas atlánticas de Honduras, por ejemplo, están a sesenta horas de Nueva Orleans, en mal vapor, mucho más cerca que California y otros puntos del oeste y del este. El istmo centroamericano está designado por la naturaleza para la construcción del canal que debe unir los dos grandes océanos. El canal interoceánico, que hoy es una imperiosa necesidad para los Estados Unidos, se ha proyectado por Nicaragua. Desde luego, el go-bierno de Washington ha exigido de este país y de Costa Rica una faja de tierra de diez millas de ancho, para que el canal se construya en territorio americano. Esta obra llevará a Centro América grandiosos y abundantes intereses americanos. La vida, el progreso, la civilización, se irán extendien-do desde las riberas del canal sobre todo Centro América.

La americanización de nuestros países será un hecho. La influencia de los Estados Unidos será decisiva y absoluta. Esa influencia es inevitable, y lo que importa es saberla aprovechar para el bien de los pueblos centroame-ricanos. Si los gobiernos de Centro América siguen una política sensata y previsora, el canal de Nicaragua será la salvación. Si por desgracia nuestra los Estados Unidos hacen el canal por Panamá, como se cree hoy, Centro América no reportará los inmediatos y grandes beneficios que obtendría de

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seguro, haciéndolo por Nicaragua. Los centroamericanos estamos en un momento crítico. Nuestro porvenir depende de la ruta que se escoja para abrir el canal interoceánico que una el Atlántico con el Pacífico.

[La ola invasora destruirá todo]

A las palabras del doctor Soto, he de agregar lo siguiente: Sé de muy buen origen, que en Nicaragua se desenvuelve un gran movimiento anexionista, que en más o menos tiempo ha de manifestarse con fran-queza. Aquellos países están al alcance de la mano norteamericana, y la atracción es mucha. Es cierto que una vez entrado el yanqui, la política singular de esos gobiernos, las asonadas, las tiranías comicotrágicas, la semibarbarie de algunas regiones, todo eso desaparecerá. Pero desapa-recerá también la raza, la savia latina; la ola invasora lo destruirá todo. Y no sé para qué se habla tanto en esos países de Morazán, de Cabañas, de Jerez, de unos cuantos bravos soñadores que quisieron hacer una patria. Todos ellos tienen hoy en Centro América una estatua. Debe-rían fundirlas todas para hacer una grande, a la entrada del canal, al bucanero William Walker...

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la fueRZa yaNqui1

MONSIEUR JEAN Finot,2 al hablar de la Inglaterra enferma, no deja de hacer notar la vitalidad creciente de los Estados Unidos. No poco le ha servido para sus estudios y comparaciones la obra de Monsieur Stead3 sobre la americanización del mundo, la cual tiene como epí-grafe una frase de Cobden,4 en 1835: “We fervently believe that our only chance of national prosperity lies in the timley remodelling of our system, so as to put it as nearly as possible upon an equality with the improved managment of the Americans”.

Monsieur Stead considera con razón como el más grande fenómeno político social y comercial, la ascensión de la gran república al primer puesto entre las potencias del mundo.

[La americanización universal ha comenzado]

El valiente periodista ha dicho claramente a sus connacionales: “Si no renunciamos a un fictitio orgullo y no imitamos los procedimien-tos de los americanos, y no trabajamos para la concordia y unión del englih-speaking wordls [sic], vamos a quedar reducidos a la posición mediocre de Holanda y Bélgica”.

Los norteamericanos se esfuerzan con inaudito despliegue de energía en rehacer el mundo a su imagen y semejanza. Y la americanización univer-sal ha comenzado. Inglaterra está invadida. Irlanda es más americana que inglesa. Un irlandés preferirá siempre, y estará orgulloso de ser ciudadano

1 La Nación, Buenos Aires, 18 de mayo, 1902; ingresó a La caravana pasa (París, Garnier Hermanos, 1902, pp. 202-209). Las notas se han tomado de la edición crí-tica de los libros cuarto y quinto que de la misma obra realizó Günther Schmigalle en 2004.2 Jean Finckelhaus, llamado Jean Finot (1856-1922), polifacético escritor francés, durante muchos años director de la Revue des revues y colaborador de Le Figaro.3 William Thomas Stead (1849-1912), periodista y escritor británico. Autor, entre otras obras, de The Americanization of the World (1902), comentado ampliamente por Darío en esta crónica. Stead era también un incansable propagandista del pacifismo. 4 Richard Cobden (1804-1865), político, economista y periodista inglés, llamado Apóstol del libre-cambio.

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americano, a ser súbdito de la Gran Bretaña. La mayoría de los irlandeses miran con hostilidad al imperio británico. El partido revolucionario irlandés es en América donde tiene su base, sus banqueros, sus comités. Cada día Irlanda está más americanizada, más y más asimilada a las ideas de la democracia del Oeste.

Lo que América ha dado a los irlandeses es mucho más valioso que dollars. Es únicamente en las ciudades de la Unión Americana donde los irlandeses han tenido oportunidad de desplegar aquellas facultades políticas, cuyo ejercicio se les niega en su tierra natal.

Monsieur Stead es un escritor franco, que no disfraza nunca su pensamiento y que habla claro.

Las Antillas están llamadas a la anexión a los Estados Unidos; y es muy significativa una caricatura yanqui en que van, en forma de pollitos, a caer bajo el sombrero-trampa del Tío Sam. En cuanto al Ca-nadá, juzga Monsieur Stead que será la primera entre todas las antiguas colonias inglesas que se separe del Imperio para echarse en brazos de la forma republicana, aunque no para una anexión a los Estados Unidos.

Sin embargo, hay muchos partidarios de ella, sobre todo entre los canadienses de origen francés.

Australia está influenciada por los principios de la república ame-ricana. En la organización del Australian Commonwealth se ha tenido la mira puesta en los Estados Unidos. “El nuevo Parlamento no tiene un año, pero ya ha formulado una petición de grandes alcances para la adopción de una doctrina de Monroe para el Pacífico.” Por lo que toca a la vida y costumbres, los australianos son mucho más americanos que ingleses, como lo han hecho notar algunos escritores y viajeros, entre ellos Henry George.5

[un crisol de naciones]

De paso, notemos una de las principales bases de la fuerza norte-americana en la inmigración. Son enormes aumentos de aspiraciones y energías las que han ido a acrecer la potencia propia. La emigración que a menudo es mirada por los americanos como un elemento de peligro, ha probablemente contribuido más que nada, excepto el puritanismo en

5 Henry George (1839-1897), político y economista norteamericano, autor del libro famoso: Progress and Poverty (1879).

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la educación de la Nueva Inglaterra, a la formación de la república. El profesor Starr6 ha asombrado recientemente con su afirmación de que, si no fuese el continuo influjo de la emigración extranjera con sus pro-líficas familias, el tipo genuino americano se aproximaría al piel roja y, como el piel roja, estaría llamado a desaparecer. El país ha sido “un crisol de naciones”.

La americanización de Europa va en una rápida progresión, aun-que a ella se opongan unos cuantos espíritus defensores y previsores, cuyo principal representante y director es el emperador de Alemania. Monsieur Stead tiene una frase muy feliz a su respecto: es Canuto, dice, enfrente del mar. La ola no deja de avanzar poco a poco, a pesar de las protestas y de todos los esfuerzos. Y el viaje reciente del príncipe Enrique ha podido convencer al magnate viajero de la verdadera fuer-za yanqui en su centro y origen, y el kaiser, una vez más, habrá sido bien informado. A esta oposición del kaiser obedecen las nuevas dis-posiciones y las nuevas tendencias de encauce de la emigración de que he hablado en una de mis correspondencias anteriores.7 Pero oigamos: No hay ciudades más americanizadas en Europa que Hamburgo y Berlín. Son americanas en la rapidez de su progreso, americanas en su nerviosa energía, americanas en su pronta apropiación de las facilidades para el rápido transporte. El americano se encuentra mucho más en casa, a pesar de la diferencia del idioma, en la concentrada y febril energía de la vida de Hamburgo y de Berlín, que en las más estacionarias y conservadoras ciuda-des de Liverpool y Londres. El manufacturero alemán, el armador alemán, el ingeniero alemán, están prontos a emplear las más recientes máquinas americanas. La máquina de escribir americana impera tanto en Alemania como en la Gran Bretaña; y, lo que es mucho más importante, el estanciero-americano continúa proveyendo de pan y tocino, en cantidades cada vez mayores, la mesa alemana. Hay ademas la transfusión de ideas políticas, que ha preocupado mucho al emperador con justo motivo.

La influencia norteamericana en el imperio otomano se ha entre-visto recientemente a propósito de la captura de miss Stone.8 El misio-

6 Frederick Starr (1858-1933), antropólogo norteamericano. Autor, al menos, de cuatro obras.7 Darío se refiere a sus crónicas “Alemania en América. La emigración”, La Nación, 11 de mayo, 1902.8 Ellen Maria Stone (1846-1927), misionera norteamericana que narra esta vivencia

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nero yanqui ha fundado colegios y centros que, al propio tiempo, son de propaganda evangélica y de provecho para los Estados Unidos. En Bulgaria, la mujer más influyente era una discípula de la famosa miss Stone: la señora W. B. Kossuroth. Si el gobierno americano hubiese querido tomar la cosa a pechos, cuando el secuestro sonoro, las Estrellas y Listas hubieran flameado pronto sobre las aguas del mar de Mármara, y el trueno de los cañones americanos hubiera sonado la agonía de la dinastía otomana. Ningún poder sobre la tierra hubiera podido detener el avance de los barcos americanos, y ninguna potencia de Europa, por supuesto, se habría atrevido a intentarlo.

[La invasión es sentida por todos]

En el resto de Europa la americanización ha tomado otras vías. La invasión es sentida por todos y en la conciencia de todos parece incon-tenible.

En Asia, los Estados Unidos, después de la guerra con España, han llegado a ser un poder activo con la toma de las islas Filipinas. El in-flujo del capital americano en China y en el Japón ha ido en aumento desde hace tiempo. Por lo que entrañan y lo que dejan gráficamente significado, las caricaturas son muy valiosas lecciones, y en este caso hay innumerables, obra de dibujantes ingleses y americanos.

En una está el “Colonel Jonathan J. Bull”, 9 o le [sic] que llegará a ser John Bull. En un fondo londinense, pero lleno de casas a lo yan-qui, está plantado John Bull, la personificación simbólica de Inglaterra. Pero viste un traje que participa del traje propio conocido y del del tío Sam. A su lado está el águila americana, pero con cabeza de león, del león británico. Esa híbrida mezcla quiere decir demasiado para dete-nerse a explicarla. El dibujo es del Punch.

Ya he hecho referencia al sombrero-trampa que coge los pollitos de las Antillas. En otra caricatura, a propósito de la tarifa Wall, se alude a la anexión de Cuba. La única salvación está, ante el muro levantado, en un santos-dumont que se llama Annexation y que va montado por un cubano. Ambas caricaturas son de origen yanqui.

en su libro Six Month Among Brigands (1903).9 Se refiere a la caricatura “Colonel Jonathan J. Bull”, publicada en Punch el 27 de noviembre de 1901, y reproducida por Stead en su obra.

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Hay otra del Puck, de Nueva York, en que, ante las naciones de Eu-ropa, gallos enjaulados en la jaula de la doctrina de Monroe, se pasea, gallo enorme entre los pollos de las nacionales latinas de América, el Uncle Sam.10 En otra el mapa de la América del Sur forma una cabeza cuyo sombrero es el del mismo Tío. En otra, con motivo de la termi-nación del tratado Clayton-Bulwer,11 John Bull se inclina descubierto al abrir una puerta por la que sale orgulloso, armado de pico y pala, a abrir el canal de Nicaragua, el Tío consabido. En otra, un monstruo, una extraordinaria serpiente marina formada de arados, locotomoto-ras, vagones, bolsas de trigo, máquinas agrícolas, barricas y algodón, avanza hacia el continente europeo, y a su vista salen corriendo espan-tados los tipos representivos de las naciones de Europa, John Bull el primero. Y en otras, ya es John Bull que sale a pasear por su propio país y se encuentra con que todas las propiedades que ve, están compradas por capitalistas norteamericanos; ya es el mismo John Bull que trabaja en una oficina en donde todo es “made in U. S.”; o en una calle, no encuentra tranvía en que subir que no sea de compañía americana.

Aquí va Jonathan llevádose un talego que representa el comercio del mundo, y a su paso atropella a las naciones del viejo mundo; más allá se demuestran las victorias seguidas de los Estados Unidos en ma-teria de sport. O se ve a John Bull víctima de una pesadilla, viendo por todas partes tíos Samueles que le estorben el paso, que le prenden, que le juzgan, que le pegan en el box, que lo dejan sentarse, que le vencen a la carrera, o que se ganan todos los aplausos en los teatros. Por un lado, un retrato charge de Pierpont Morgan,12 cubierto con un sombrero que simboliza los truts [sic] y vestido de un chaleco de dollars. En otra parte, el mismo, como Atlas, lleva el mundo al hombro; y en otras tiene los tentáculos de un pulpo, o va en una bicicleta cuyas dos ruedas son los dos hemisferios del planeta.

¿Cuáles son los medios con que la dominadora América america-niza? Tiene la religión, por medio de innumerables ejércitos de misio-

10 Darío alude a la caricatura “Cuban Annexation”, tomada del Journal de Minne-apolis y reproducida por Stead en su obra.11 Se trata del tratado Clayton-Bulwer, firmado entre Estados Unidos e Inglaterra el 19 de abril de 1850, y sustituido por el Hay-Pauncefote del 12 de noviembre de 1901.12 John Pierpont Morgan (1837-1913), financiero y multimillonario norteamericano.

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neros y asociaciones de todos los cultos e iglesias americanas. Hasta el espiritismo ha sido un útil medio en sus manos. Luego, la obra de Christian Endeavour movement, se ha extendido en toda tierra de ha-bla inglesa.

[Sus humoristas han contagiado a todas las literaturas de la tierra]

Su influencia en el mundo intelectual y en el periodístico es grande. Desde el almanaque del Poor Richard13 hasta los ensayos de Emerson y la obra sociológica de Henry George. En el siglo pasado ha dado dos poetas de una originalidad y vuelo que se han impuesto al universo: Poe y Whitman. Sus humoristas han contagiado a todas las literaturas de la tierra, a punto de hacer pesado en más de un autor “gai” francés el tradicional y ligero espíritu de la risa gala. Novelistas como Bellamy han logrado fama en un momento.

Sus diarios son los colosos del diarismo mundial, y sus “magazines” son insuperables. En arte tienen un movimiento enorme que comienza a conocer el mundo; y la pintura saluda a Whistler como la escultura a St. Gaudens, entre los grandes maestros. Su ciencia ha conseguido varias victorias. Su teatro ha invadido plenamente a Inglaterra. Su so-ciedad se ha ennoblecido por alianzas, gracias a su riqueza. Yanquis son la virreina de la India, lady Curzon; como la duquesa de Marlborough, y como muchas tituladas de todas las cortes de Europa. En el mundo del sport son reyes los anquis. Y el Trust tiene carta de ciudadanía ame-ricana. Son los directores actuales de la Fuerza en la Humanidad.

13 Benjamin Franklin.

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el aRte De seR pResiDeNte De la República / Roosevelt1

París, 10 de octubre de 1904.UN EX editor escritor —nombro a Savine— acaba de mostrar a los franceses, documentada, espiritual y anecdóticamente, la figura curiosa y maciza de Teodoro Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, ante la cual los franceses se extrañan, pues les da un raro parangón al lado de las figuras semejantes que están acostumbrados a ver en esta real re-pública latina. El arte de ser presidente de la república tendría muchos capítulos, pues ellos corresponderían a las diferentes repúblicas en que ejerciesen sus funciones esos presidentes, a los distintos caracteres de los pueblos y al ideal propio de cada personaje.

Entre los anglosajones hay tipos, desde el Washington de la hachita hasta el Roosevelt de rifle y pluma, que se hace admirar de unos y te-mer de otros. Y aquí, son varios, desde Thiers,2 desde Mac Mahon3 el mariscal al honesto abogado de Montelimar [Émile Loubet], pasando por el burgués Grévy4 de las carambolas, el estirado Félix Fáure5 de me-nestral memoria, y Carnot,6 cuyo nombre era un título y cuya muerte fue fatal.

No me referiré a los presidentes de nuestras diferentes civilizaciones latinoamericanas, porque allí el arte es complicado, en la inorgánica democracia, ni a los suizos ya tradicionalmente encasillados en el fun-

1 La Nación, Buenos Aires, domingo 13 de noviembre, 1904, p. 3, col. 4-5. Recogido en Pedro Luis Barcia: Escritos dispersos de Rubén Darío, II, Op., cit., pp. 214-217.2 Adolfo Thiers (1797-1877), primer presidente de la IIIa República Francesa (1871-1873). Reprimió La Commune de París. 3 Patrice de Mac Mahon, duque de Magenta (1808-1893), segundo presidente de la IIIa República Francesa (1873-1879).4 Jules Grévy (1807-1891), tercer presidente de la IIIa República, elegido en 1879, reelegido en 1885. Tuvo que dimitir en 1887 cuando se descubrió que su yerno, Da-niel Wilson, estaba involucrado en un tráfico de condecoraciones. 5 Félix Fáure (1841-1899), sexto presidente de la IIIa República (1895-1899).6 Sadi Carnot (1837-1894), cuarto presidente de la IIIa República, elegido en 1887, fue asesinado por Jerónimo Caseiro, un anarquista italiano.

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cionalismo. Quiero ir, desde luego, a esa brava y bizarra personalidad del actual gobernante de los Estados Unidos un poco teatral en nuestra América, como lo es en Europa la del lírico Hohenzollern, que mantie-ne en Berlín la poesía y nobleza de su tradición, fuerte baluarte de las decadentes monarquías, y único digno de llamarse hoy César.

Se sabe que Roosevelt junta, entre otras dos condiciones que se creerían contrarias: el ser hombre de letras y hombre de sports. Hace libros y caza osos y tigres. Se hace así simpático para sus compatriotas, que tienen en medio de sus cosas colosales y de sus ímpetus y plétoras, mucho de niños, hijos del enorme pueblo adolescente que encarna hoy en el mundo la ambición y la fuerza.

Llega a Europa el influjo del nombre de Roosevelt bajo la grandeza conquistadora que significa el pabellón de las estrellas. Se conoce por las informaciones de la prensa no solamente el varón público, sino el ciudadano particular. Se saben sus andanzas de político y sus paseos de campo, y que arenga a las multitudes, y que se va a caballo a las monta-ñas o a los llanos, en donde su espíritu y su cuerpo encuentran ejercicio e higiene; que así va corriendo espacio y bebiendo viento en animales rudos y briosos, “que no son conejos”, en faenas y hazañas que le unen a la bravía naturaleza, y le afianzan en los estribos de la vida, haciéndose aplaudir por prácticas lecciones de energía y de audacia. Se sabe que ese típico yanqui es producto de sangres mezcladas, fruto de inmigracio-nes, pues tiene de hugonote francés, y de abuelos escoceses e irlandeses, y base holandesa: y así, dice uno de sus biógrafos, “a la Holanda debe Teodoro Roosevelt sus hábitos juiciosos, su actitud sólida; a la Escocia su fineza; a la Irlanda lo que hay en él de combativo y de generoso; a la Francia su vivacidad, su imaginación, su audacia; semejante fusión de sangres no puede producir sino un ser viril, original, sincero, equi-librado”. Cuéntanse sus proezas gimnásticas de la juventud, su infan-cia activa, sus aficiones a las disciplinas corporales que le hicieron de antaño buen jinete, buen andarín, buen tirador y boxeador. Tiene la especialidad de simulares puñetazos.

[teniente coronel de los célebres rouge riders]

En la calle 2W Este de Nueva York pueden ver los transeúntes la casita de tres pisos y dos entradas, en donde nació Teodoro Roosevelt, y en Long Island, ante esbeltos árboles, la vieja mansión familiar, de

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aspecto un poco pompeyano. Y allá, a las orillas del pequeño Missouri, entre vegetación y al lado de graciosas colinas, la estancia de que él tanto se ha ocupado, el “rancho” de sus impresiones rurales. Famoso gentleman-farmer, ha jineteado como un cowboy, ha vestido la camisa campesina de pechera bordada, el áspero pantalón, el zapato fuerte en el que se afianza bien la espuela; ha lazado toros y competido con los mejores rancheros, antes de ir a habitar su bonita casa de Washington, coqueta y florida, rodeada de verjas.

La fotografía nos le ha hecho ver en los aires, sobre su potro sal-tador: o vestido con su uniforme de teniente coronel de los célebres Rough Riders,7 con la U.S.V. Al cuello de la chaqueta de doble bolsa, el sombrero de ala recogida a un lado, las manos con fuertes guantes, el inseparable lorgnon que deja ver la mirada decisiva y voluntaria. Y a caballo, a la cabeza de sus soldados, de vuelta del ejercicio en San An-tonio de Texas, en compañía de su amigo el coronel Wood, firme sobre sus mexicanas estriberas de cuero. Así se batió con las tropas españolas en la manigua cubana.

[sobre estrado lleno de flores habló en california]

Ya le vemos risueño como un colegial presenciando un match de football, o de jaquette y sombrero de paño en el extremo de un vagón desde donde perora exponiendo plataformas en plataformas. Sobre es-trado lleno de flores habló en California ante un concurso de estudian-tes en pro de la candidatura MacKinley entre banderas y estandartes; y ante un auditorio de indios mexicanos, allá en el Gran Cañón, fue eficaz su decir verboso. Oscuro es su caballo favorito. En él se recrea, cuando va a tener descanso de sus fatigas de político en las playas de Oyster Bay, en donde su casita de campo alza sus techos rojos entre las arboledas. Allí anda en sus veraneos con sencillos ternos de franela blanca, y si le viene en deseo un poco de rowing, allí tiene el bote ligero y los remos listos.

Háse hecho de nombre mundial su hija Alice, princesa democrática a quien el Kaiser hizo madrina de su yate. En la Casa Blanca Mrs. Roo-

7 Nombre que se le dio al Primer Regimiento de Caballería Voluntaria de Estados Unidos durante la Guerra Hispano-Estadounidense. Fue creado en mayo de 1898 por Roosevelt.

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sevelt sabe ser señora de su casa y, de otro modo que Mme. Loubet,8 aunque no menos eficazmente, mantiene el charme de sus salones, en donde el cuerpo diplomático pasa horas deliciosas. Algún día la pluma gallarda de Martín García Mérou podrá decirnos el encanto de esas veladas.

Hay un grupo fotográfico del presidente y su familia, que revela el ambiente de su horrze. Están en un jardín, con la copa de un fron-doso arbusto por fondo. Está la señora Roovevelt, sonriente, con su niño menor a quien abraza; está Ted junior, parecido a su padre, como él miope y de rostro enérgico, aunque delicado de constitución; está Alice, de ojos sensualmente soñadores, de una belleza misteriosa e in-quietante, a pesar de su educación americana; está Quentin, fino y tra-vieso, Kermit y Archibald, de aspecto de niños estudiosos y dulces; y la otra hermanita, vigorosa y bien empernada, llena de salud y fragancia de vida; y está el papá terrible y bonenfant, con botas de montar y el panamá en las rodilas. Se ve una familia feliz, llena de las comodidades que da el dinero, pues el presidente es muy rico, y dichosa en el mutuo afecto y en el libre goce de la existencia.

[Así quieren los yanquis a su presidente]

Y así quieren los yanquis a su presidente, que lo mismo se pone la toga oscura y el cuadrado gorro de la universidad de Yale, como coge la carabina y se va al monte, gran cazador delante del Eterno; o pronuncia un discurso, o comete el sacrilegio norteamericano de invitar a comer a un negro, aunque ese negro se llame Bocker Washington,9 o dirime una cuestión sportiva en el campo mismo del ejercicio; o indica una mejora en el ejército, o habla de versos y de arte con su ministro Hay, que es poeta.10 Y en tal señalado día se deja triturar la diestra presiden-

8 Esposa de Émile Loubet (1838-1929), estadista francés. Fungía entonces como séptimo presidente de la IIIa República, elegido para el periodo de 1899-1906.9 Bocker Washington (1856-1915), educador norteamericano. Hijo de padre blanco y madre negra. Autor de los libros El futuro del negro estadounidense y Después de la esclavitud. Según La Nación del 24 de marzo de 1902 “el negro amigo del presidente Roosevelt” publicó su memoria.10 John Milton Hay (1838-1905), político y escritor norteamericano. Fue secretario de Abraham Lincoln y editor con John Nicolay, de la obra Abraham Lincoln: A His-tory (10 tomos), 1890. Editó dos poemarios: Pike Country Ballads (1871) y Castillian Days (1871).

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cial por los innumerables ciudadanos de los Estados Unidos, que van a estrecharle la mano; y siempre atento a la máquina gubernamental, da la dirección que conviene a su política, halaga el espíritu nacional, el orgullo de esos modernos romanos; conversa afable con los periodistas, comprendiendo que la potencia actual se basa en la inconstrastable fuerza de la presa; predica el cultivo del propio individuo en páginas que son lecciones de voluntad humana; da gracias a Dios oficialmente un día al año, en la libertad de todos los cultos y en comunión con todas las razas de la tierra que se funden en el crisol anglosajón; es el campeón de la vida intensa; se manifiesta como un excepcional obre-ro de progreso, en ese inmenso y pletórico país, como un ejemplar de hombre completo, en la actividad constante de todas sus energías; fuerte de la fuerza de su carácter y tan lejos del buen hombre Ricardo como del mal hombre Zarathustra; pero, y esto es lo grave para noso-tros los hispanoamericanos, constituyendo un peligro para la América conquistable, el peligro de un director de apetitos imperialistas que se han manifestado desde Filipinas y Puerto Rico, hasta la reciente broma de Panamá. Ese es un buen capítulo del arte de ser presidente de la re-pública, para el antiguo combatiente de Siboney y de las Guasimas.

[Un yankee representativo… Tengamos cuidado]

Por lo demás, se prepara actualmente para un nuevo período, a pesar de la temible competencia del honesto y grave juez Parker. Neo-yorquino puro, tiene en su sangre el hervor de la soberbia metrópoli; su tenacidad es heredada de aquellos sus tíos maternos los Bullock, que anduvieron a cañonazos en la Guerra de Secesión, y de los tíos Roo-sevelt, que no por tener muchos millones dejaban de bregar en duros trabajos. Fue educado al aire libre y hecho a la vida, libre, y cuéntase que sus lecturas de infancia fueron historias de aventureros audaces, hazañas narradas por Irving y Fenimore Cooper, y los cuentos y sagas de los navegantes escandinavos, de los vikings, narraciones de comba-tientes y gestas de conquistadores. A los seis años, dictaba a su madre pequeñas fabulaciones de su invención, en que los animales hablaban como los hombres, y en donde los héroes eran todos Sansones y Hércules. Ya des-pués ha demostrado perseverar en el gusto por arduas proezas. Es digno de su pueblo. Es un yanqui representativo. Tiene en su cerebro grandes cosas. Tengamos cuidado.

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la aNtiDiplomacia / uNa Nota De mR. kNox1

Madrid, marzo de 1910.LA LLEGADA del ex presidente de Nicaragua, general [J. Santos] Ze-laya, ha sido un suceso que ha dado ocasión a diferentes comentarios de la prensa, sobre los acontecimientos recientes que aun lla man la atención general. Preocupa sobre todo la violenta actitud con que in-tervinieron los Estados Unidos, favoreciendo a los revolucionarios. Un diario tan autorizado como el que dirige el señor Romeo, personalidad estimada en su alto valer en los centros periodís ticos de Europa, La Correspondencia de España dice con razón:

La variación del orden de cosas en aquella república, a consecuencia de las ingerencias de los Estados Unidos, es un tema que está a la orden del día. A la nota que el secretario de estado yanqui Mr. Knox2, dirigió reciente-mente al encargado de negocios de Nicaragua, y a las declaraciones hechas sobre el mismo asunto por el presidente Taft en su mensaje al congreso americano, res pon den muchos centroamericanos, residentes en México, con una protesta solemne y rotunda contra los Estados Unidos que ha publica-do la prensa mejicana, y en la cual se atribuye al gobierno yanqui toda la responsabilidad del actual malestar de Centro América.

[la actitud de un Knox destruye todo lo ganado por las tendencias de un root]

Nada más puesto en razón. Los firmantes de la protesta son no solamente ciudadanos nicaragüenses, sino pertenecientes a las otras repúblicas centroamericanas; y los hay que han sido enemigos de la administración Zelaya. Sin embargo, ante la actitud de un Knox que destruye todo lo ganado por las tendencias de un Root, no han vaci-lado en lanzar su protesta. «El crimen de Zelaya para con el gobierno americano no es otro que el de de fender la autonomía de Nicaragua

1 La Nación, 1º de abril de 1910, p. 7.2 Philander Chase Knox (1853-1921) fue Secretario de Estado de los Estados Unidos en los años 1909-1913. La célebre nota fue dirigida a Felipe Rodríguez Mayorga (1875-1958), Encargado de Negocios de Nicaragua en Washington.

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contra los avances del imperialismo, y en este sen tido, mientras más execrado sea el gobierno de Zelaya por el americano, mayores sim patías tendrá entre los pueblos de Centro América, y aun de toda la América latina, cua lesquiera que sean, por otra parte, sus errores y defectos. Y por eso es que nosotros, que formamos una colectividad con opiniones personales muy diferentes respecto a la apre ciación que nos merece a cada uno por separado el presidente Zelaya, habiendo entre nosotros amigos, enemigos e indiferentes para con él, estamos completamente de acuer do en reconocer que este gobernante en la actual emergencia representa la causa de la dignidad y de la independencia de la América Central, en contra de las pretensiones de un gobierno hostil a su sobe-ranía. Este es el hecho.

El general Zelaya al venir a Europa ha buscado hacerse oír y demos-trar la verdad de lo ocurrido ante la opinión universal. Hombre ajeno a vanas retóricas, presentará en una publicación próxima, con pocas pa labras y muchos documentos y pruebas justificativas, la parte que el gobierno de Guate mala y el de los Estados Unidos han tomado en el desarrollo de los acontecimientos que han causado la perturbación de la paz y la pérdida de tantas vidas en el país nicara güense.

En verdad, jamás en cancillería alguna del mundo se ha visto nunca empleado el tono y el lenguaje que se advierten en la nota de Knox al representante de Nicaragua en Washington.3 Jamás la fuerza ha mani-

3 La nota Knox, una verdadera declaración de guerra, rezaba en sus primeros párrafos: “Es notorio que desde que se firmaron las Convenciones de Washington de 1907, el Presi-dente Ze laya ha mantenido a Centroamérica en constante inquietud y turbulencia; que ha violado flagrantemente y repetidas veces lo estipulado en dichas Convenciones, y por una in fluencia poderosa sobre Honduras, cuya neutralidad aseguran las Convenciones, ha tratado de desacre ditar aquellas sagradas obligaciones internacionales, con detrimento de Costa Ri ca, El Salvador y Guatemala, cuyo Gobiernos sólo con mucha paciencia han podido mante ner lealmente el compromiso solemne contraído en Washington bajo los auspicios de los Estados Unidos y de México. Es igualmente notorio que, bajo el régimen del Presidente Zelaya, las instituciones republicanas han dejado de existir en Nicaragua, excepto de nombre; que la opinión pública y la prensa han sido estranguladas, y que las prisiones han sido el precio en toda demostración de patriotismo. Por consideración personal hacia Ud. me abstengo de discutir innecesariamente los penosos detalles de un régimen que, por desgracia, ha sido un borrón en la historia de Nicaragua, y un desengaño para un grupo de Repúblicas que sólo necesitan la oportunidad para llenar sus aspiraciones de un Gobierno libre y honrado. Por razón de los intereses de los Estados Unidos y de su participación en las Convenciones de Washington, la mayoría

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festado mayor cinismo. No hablaba por boca del canciller de Mr. Taft el espíritu de la gran nación que preconizaran un Root,4 un Emilio Mitre o un Joaquín Nabuco.

[El correcto, firme y hábil Mr. Eliu Root en Río de Janeiro, 1906]

Después de leer la pesada y violenta nota de Mr. Knox, he pensado en el instante en que escuchara en el palacio Monroe de Río de Janeiro, al correcto, firme y desde luego hábil Secretario de Estado norteame-ricano, que decía palabras como éstas a los representantes de todas las naciones de América:

Consideramos la independencia y la igualdad de de rechos de los me-nores y más debiles miembros de la familia de las naciones, con de recho a tanto respeto como los de los grandes imperios, y consideramos la obser-

de las Repúblicas de Centroamérica ha llamado desde hace tiempo la atención a este Gobierno contra tan irregular situación. Ahora se agrega el clamor de una gran parte del pueblo nica ragüense por medio de la revolución de Bluefields, y el hecho de que dos americanos, que, según convicción adquirida por este Gobierno era oficiales al servicio de las fuerzas re volucionarias, y, por consiguiente, tenían derecho a ser trata-dos conforme a las prácticas mo dernas de las naciones civilizadas, han sido fusilados por orden directa del Presidente Zelaya, habiendo precedido a su ejecución, según informes, las más bárbaras crueldades. Ade más, viene informe oficial de que el Con-sulado Americano de Managua ha sido ame nazado, y con esto se colma el proceder siniestro de una administración caracterizada tam bién por la tiranía sobre sus propios ciudadanos, y que, hasta el reciente ultraje hacia este país, se había manifestado en una serie de pequeñas molestias e indignidades que hicieron im posible desde hace algunos meses mantener una Legación en Managua. Desde todo punto de vista es evidente que ha llegado a ser difícil para los Estados Unidos retardar más una ac titud decidida, en atención a los deberes que tiene para con sus propios ciudadanos, con su dignidad, con Centroamérica y con la civilización.“ [Transcrita del libro de J. Santos Zelaya: La revolución de Nicaragua y los Estados Unidos (Madrid, Imprenta de Bernardo Rodríguez, 1910); los párrafos citados pueden leerse en la edición facsimilar de ese libro en Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 6, julio-agosto, 1975, pp. 38-39.4 Elihu Root (1845-1937), político estadounidense. Secretario de Guerra desde 1899 hasta marzo, 1904. Tras la muerte de Hay, el presidente Teodoro Roosevelt lo nom-bró Secretario de Estado; como tal asistió en 1906 a la tercera Conferencia Paname-ricana reunida en Río de Janeiro, y en la sesión del 31 de julio pronunció el discurso que Darío cita a continuación. Fue elegido senador por el Estado de Nueva York y, a partir de 1908, se convirtió en uno de los más convencidos pacifistas en los Estados Unidos. Obtuvo el Premio de la Paz en 1912.

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vancia de dicho respeto como la principal garantía de los débiles contra la opresión de los fuer tes. No pretendemos ni deseamos derecho alguno, privi-legio o poderes que no conce damos libremente a cada una de las repúblicas americanas. Deseamos aumentar nuestra prosperidad, ensanchar nuestro comercio, acrecer nuestra riqueza, nuestro saber y nuestro espíritu, pero nuestra concepción del verdadero medio de realizar esto, no es el de derribar a otros y beneficiarnos con su ruina, sino ayudar a todos los amigos para una común prosperidad y un común desarrollo, de modo que podamos todos engran de cernos y juntos legar a ser más fuertes.

Se podrá argüir, o sospechar respecto al fondo, a las intenciones, a ulteriores propósitos del ex canciller, pero es el caso que ante los miem-bros de la 3ª. conferencia interna cional americana, sus frases fueron de varón de largas vistas y de político prudente y avisado. Y agregaba luego Mr. Root:

Dentro de pocos meses, por la primera vez los reconocidos poseedores de cada pie de terreno en los continentes americanos, pueden ser y espero que sean, representados con reconocidos derechos de iguales estados sobe ranos en el congreso universal de La Haya.

Auxiliémonos unos a otros, para demostrar que para todas las razas humanas, la li bertad por la cual hemos luchado y trabajado, es hermana gemela de la justicia y de la paz. Unámonos, para crear y mantener y ha-cer efectiva una opinión pública panameri cana, cuyo poder influya en la conducta internacional, e impida errores internacionales, y disminuya las causas de la guerra, y por siempre preserve nuestros libres países del peso de aquellos armamentos que se aglomeran detrás de la frontera de Europa, y nos traiga cada vez más cerca la perfección de una libertad ordenada.

Todo esto era desde luego propio para inspirar confianza en los go-biernos hispano-americanos, y sobre todo en los de los países débiles y pequeños. El elefante no quiso en esa memorable ocasión hacer sentir su peso. Muy otros son los pensares y actitudes del en extremo vibrante Se cretario de Estado actual, que considera como feudos naturales de la gran república a las pequeñas repúblicas vecinas, y para las cuales no cree preciso sino el empleo del fa mo so Big Stick.

En la protesta a que me he referido se prueba que los Estados Uni-dos, si no han pro vocado, han consentido en Centro América la revo-lución de Honduras, de 1908, y la actual revolución de Nicaragua.

La primera —dice dicho documento—, fue promovida por los gobier-nos del Salvador y Guatemala, y en ella, el aventurero Cannon, fusilado,

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me re cida y recientemente en Nicaragua, partió de San Miguel, El Salva-dor, donde era em pleado de policía, llevándose la fuerza de su mando para unirse a la revolución hon du reña. El gobierno americano pasó por alto la responsabilidad de los gobiernos cul pables y se empeñó, primero en que no fuera resuelta la acusación presentada contra ellos por Honduras ante la Corte Arbitral de Cartago, y en que fueran absueltos, des pués, cuando se convencieron de que era imposible evitar la revolución. De esta manera, los Estados Unidos comenzaron a desacreditar la institución más seria, creada por los tratados de Washington: la Corte de Justicia de Cartago.

Todo esto es perfectamente exacto, como lo que sigue respecto a los sucesos recientes de Nicaragua:

Por lo que ha ce a la revolución actual nicaragüense, nadie ignora a la fecha la parte que han tomado el gobierno de los Estados Unidos y el de Guatemala, y que los refuerzos de armas, municiones y hombres, les llegan principalmente de Nueva Orleans (La.) y Puerto Barrios, Guatemala. La complicidad de los Estados Unidos está confesada en la nota, cuando dice que para ese gobierno la revolución representa la voluntad nacional de Ni-caragua.

Así rebate la protesta, punto por punto, los conceptos de la nota de Knox: la pretendida violación de las estipulaciones de la conven-ción de Washington, la inge rencia en los asuntos de Honduras y Costa Rica, el régimen gubernamental del general Zelaya y la tiranía. Todos estos extremos son rechazados o explicados con verídicas razones. Ellos constituirán, por otra parte, el objeto de la próxima publicación que el pre sidente hará en Europa y en la cual la base de justicia, como lo he dicho antes, será sus tentada con una documentación fehaciente y nutrida.5 No habrá una sola aseveración que no lleve su prueba com-plementaria, y entonces la opinión podrá palpar la flagrante in justicia de la cancillería norteamericana.

[El fusilamiento de Cannon y Groce]

No tenían, por cierto, la misma manera de ver la política nicara-güense y la personalidad del presidente Zelaya, el presidente Roosevelt y el ministro Eliu Root, que estaban más al corriente de las interiori-

5 J. Santos Zelaya: La revolución de Nicaragua y los Estados Unidos. Madrid, Imprenta de Bernardo Rodríguez, 1910). En el mismo año y en la misma ciudad e imprenta aparecieron sus ediciones en francés e inglés.

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dades centroamericanas y que seguían una tendencia de todos modos distinta.

El fusilamiento de los filibusteros Cannon, Heimathlosat y Groce, será también expli cado y justificado en todos sus detalles.6

El general Zelaya no busca la expectación y el ruído, sino que de-sea ser escuchado por el espíritu imparcial de los estadistas y hombres

6 El 22 de diciembre de 1909, en su “Manifiesto al pueblo de Nicaragua”, Zelaya dio las si guientes explicaciones al respecto: “La muerte de los filibusteros Cannon y Groce, que me imputa directamente el Gobierno Americano, es el resultado de un juicio en que se dio au diencia plena a los reos y en que no se omitió ninguna de las formalidades legales. Eran ellos re volucionarios según lo afirma el Gobierno Americano en la nota del Secre-tario de Estado y fi gu raban como jefes principales del movimiento al cual le prestaban el valioso apoyo de sus actividades e inteligencia, dirigiendo las operaciones científicas de levantar planos topográficos y de fortificación, habiendo sido además, muy buenos tira-dores y los únicos encargados de ma nejar aparatos infernales para minas explosivas que tanto daño hicieron en las maniobras de las fuerzas del Gobierno. De modo, pues, que Cannon y Groce expiaron su delito del modo que lo indica nuestro Código Militar: con la pena de muerte. Además de haber sido jefes revo lu cionarios, recayó sobre ellos la re-sponsabilidad criminal de un hecho gravísimo y horrendo; hacer volar con dinamita nuestras naves repletas de tropas que en su mayor parte habrían su cumbido en las sir-tes del río San Juan, si por un hecho casual y por la gran habilidad en el mo vimiento de uno de los vapores, no se hubiese logrado cruzar con rapidez el lugar donde la mina hizo explosión. Esos individuos no podían asimilarse a prisioneros de guerra, que se toman al enemigo en una contienda internacional: eran filibusteros al servicio de una revolución interna, pagados para producir estrago y muerte; mercenarios ex-tranjeros que venían a aumentar nuestras desgracias, no por amor a un país que no era el suyo, sino por alcanzar una recompensa de los rebeldes y traidores que venían ensangrentando el suelo nacional. La sentencia que el Consejo de Guerra dictó contra ellos está de acuerdo con lo prescrita en nuestras leyes militares; los reos confesaron su culpabilidad y manifestaron también claramente y por escrito que habían sido tratados en su prisión con las mayores consideraciones y cuidados. Mi única intervención en ese penoso asunto consistió en negar la gracia de indulto que solicitaron los reos, porque ese derecho es potestativo del Presidente de la República y porque creí y creo que la senten-cia era justa, que se debía cumplir, estando el enemigo al frente y que era necesaria la medida extrema de ajusticiar a dos reos convictos y confesos para man tener el orden y la moral en el ejército. Como Cannon y Groce eran revolucionarios, perdieron el derecho a la protección de su Gobierno según la ley americana, y en tal caso no tienen por qué sentirse agraviados los Estados Unidos. De todos modos el Gobierno de Washington po-día haber entablado la reclamación correspondiente antes de declarar rotas sus relaciones con Ni caragua.” (Texto tomado de la Revista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, núm. 62, mayo, 2006, pp. 173-175).

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de razón y justicia del mundo entero, que se interesan en un caso que atañe al derecho de las naciones.

[la nota knox: un atentado contra la soberanía de un pueblo]

Hay en los mismos Estados Unidos quienes encuentran en la nota de Knox un atentado contra la soberanía de un pueblo, que tendrá que reconocerse mientras no sea declarada en congreso contrario al de La Haya, por una asamblea de leones, la libertad absoluta de la garra.

Entretanto, la voz de quien denuncia ante las naciones ese nuevo abuso de la fuerza norteamericana, tendrá que ser oída.

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las palabRas y los actos De mR. Roosevelt / pRo-testa De uN escRitoR1

MÍSTER ROOSEVELT viaja como un burgués; es recibido como un soberano; habla como un apóstol. Su odisea a través del viejo conti-nente, donde unas veces se ha hecho, con el “fusil, destructor de fieras, después, con los discursos, enderezador de entuertos, no será la parte menos interesante ni menos sugestiva de su existencia, tan poco ordi-naria. En Europa, cuando un hombre ha dejado el poder o que el po-der le he dejado a él, generalmente cultiva sus lechugas, al ejemplo de Dioclesiano; viaja tranquilamente o, en la calma de su retiro, saborea el delicioso: “¡Al fin libre!”. Míster Roosevelt practica: el “otium cum negocio” y jamás estuvo más atareado desde que no tuvo asuntos de su país que dirigir. Pero precisamente esta actividad desbordante no es más que la completa expansión de un temperamento que las exigencias del poder parecían más bien comprimir. Míster Roosevelt, ex presiden-te, es el presidente Roosevelt con toda su libertad de marcha, de acción y de palabra.

Fue, en verdad, un espectáculo poco banal el que este hombre, de un país en que la historia no se cuenta más que por años, viniera a ense-ñar a un pueblo de cerca de veinte siglos los deberes del ciudadano; que provocara la admiración y el entusiasmo como si él revelara el arte del bien vivir y aportase la receta de la felicidad. Se comprende, por tanto, que hay consejos que conviene recordar y que entonces el valor de las cosas dichas proviene sobre todo de la personalidad y de la sinceridad del que las dice.

Ahora bien; es la sinceridad de míster Roosevelt lo que hoy me llama la atención. No porque la ponga en duda. Yo quisiera solamente,

1 París Journal, 27 de mayo, 1910. Esa misma revista la publicó en francés: “Les pa-roles et les actes de Mr. Roosevelt, la protestation d’un ecrivain”, Margarita Gómez Espinoza, quien halló esta pieza, la reproduce en su Rubén Darío patriota. (Madrid, Ediciones Triana, 1966, pp. 320-324) y en su Rubén Darío universal (Madrid, Para-ninfo, 1973, pp. 80-83). Por tercera vez se difundió en Rubén Darío: Textos sociopo-líticos, Op., cit., pp. 45-47.

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una, vez afirmados en el pensamiento y la expresión, aclarar ciertos corolarios prácticos.

[Un excelente gorila, según Taine]

Él repite en muchos estribillos y bajo diversas formas que lo princi-palmente necesario al ciudadano es la actividad y la honestidad. Estas son como las virtudes teologales de su catecismo cívico. Él debe hacer, tan grande como sea posible, su lugar al sol; pero no dirá a su débil ve-cino: “Quítate de mi sol”. Será egoísta y altruista a la vez. Un excelente gorila, según Taine. Estas virtudes, que los buenos ciudadanos practi-carán entre ellos, las buenas naciones, agrupaciones de ciudadanos, las practicarán entre sí. La moral política no tiene a punto otros preceptos que la moral privada. Cito textualmente a míster Roosevelt: “Jamás sabré admitir que una nación pueda tratar a otras naciones de un modo diferente del que un hombre honesto trata a otros hombres”.

[nicaragua nada ha hecho a los estados unidos que pueda justificar su política]

Hay en este momento en América Central un pequeño Estado que no pide más que desarrollar, en la paz y el orden, su industria y su comercio; que no quiere más que conservar su modesto lugar al sol y continuar su destino con la seguridad de que, no habiendo cometido injusticia hacia nadie, no será blanco de represalias de nadie. Pero una revolución lo paraliza y debilita. Esta revolución está fomentada por una gran nación. Esta nación es la República de los Estados Unidos. Y Nicaragua nada ha hecho a los Estados Unidos que pueda justificar su política. Más bien se encontraba segura, si no de su protección, al menos de su neutralidad, en virtud del tratado y de las convenciones firmadas en Washington en diciembre de 1907.

Pregunto, pues, a míster Roosevelt si, en nombre de sus principios, él no ve allí una doble violación, una doble abjuración de esta moral internacional que él define y preconiza. Yo le pregunto si no mira a sus conciudadanos como malos patriotas, puesto que declara que “el verda-dero patriota, celoso del honor nacional como un hombre de corazón lo es de su propio honor, no querrá para su patria ninguna injusticia”. Y si él califica, de buena fe, de “crimen contra la humanidad” una guerra in-justa, ¿qué nombre daría a los que suscitan y alimentan una guerra civil?

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Pero míster Roosevelt podría responderme: Mi país tiene aquí po-siblemente sus razones, que la razón internacional o la moral política no conocen. Además, aunque yo piense y diga de los sufrimientos de Nicara-gua, mi opinión y mi reprobación correrían el gran riesgo de ser puramente platónicos.

[La iniquidad que cometen en Nicaragua]

No es de temer, míster Roosevelt, que su voz, tan respetuosamente, yo diría tan religiosamente escuchada por las demás naciones, vaya en su casa a perderse en el desierto. Usted es el presidente de ayer y tiene en el Gobierno de hoy tal influencia que míster Taft2 y sus ministros no deciden apenas, creo yo, sin su consentimiento.

Pero siendo ellos, dentro de esta cuestión, de otra opinión que la suya, usted se habría puesto de acuerdo consigo mismo, señalándoles la iniquidad que cometen ellos con Nicaragua. En efecto, usted ha pro-clamado en París que es el deber de todo hombre de Estado honrado guiar a la nación de tal manera que ésta no cause daño alguno a otra nación.

No sería así mostrar al mundo que, si usted tiene un alto ideal —me sirvo de sus expresiones— usted es hombre de alcanzarlo y realizarlo y que practica en su propia vida las doctrinas que enseña a los demás.

2 William Howart Taft (1857-1930), presidente de los Estados Unidos (1909-1913).

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Roosevelt eN paRís1

ESTÁ YA en París, de vuelta de África, el yanqui extraordinario a quien algunos quieren llamar el primero en la paz, el primero en la guerra y el primero en el bluff 2 de sus conciudadanos. Se le ha recibido en Europa como a un rey de raza, mejor que a un rey del petróleo, o príncipe del algodón, o de los embutidos. `Quién negará su energía, su fuerza, su excelente humor, su decisión y su franqueza? Es todo lo contrario de un tímido, y todo lo opuesto a un ceremonioso. El es el “hombre repre-sentativo”3 del gran pueblo adolescente que parece hubiera comido el “food of gods” wellsiano,4 y cuyo gigantismo y cuyas travesuras causan la natural inquietud en el vecindario.

Ya sabía el parisiense de quién se trataba, y cómo el ex presidente, y con seguridad casi seguro futuro presidente de la Unión, había sido recibido por las monarquías italiana y austro-húngara. Los periódicos, que habían dedicado largas columnas a las proezas del gran cazador delante del Eterno y de la máquina fotográfica, estaban listos para la vuelta del vencedor de las fieras de África5 y del enemigo formidable de los trusters yanquis.

¡Maravilloso ejemplar de humanidad libre y bravía¡ Pueden los es-critores de humor y de malas intenciones, presentarle como el hom-

1 La Nación, 22 de junio, 1910, p. 6, col. 2-4. Incorporado por su autor a Todo al vuelo (Madrid, Renacimiento, 1912, pp. 152-159). Anteriormente, Darío había pu-blicado en La Nación, 13 de noviembre, 1904, p. 3 col. 4-5 “El arte de ser presidente de la República”, artículo fechado en “París, 10 de octubre de 1904”, en víspera de las elecciones del 8 de noviembre en que Roosevelt fue reelecto presidente. 2 Alardeo, jactancia.3 Darío empleaba esta expresión de Ralph Waldo Emerson, representative man, para calificar a Roosevelt. En el artículo de 1904 había afirmado sobre él: “Es digno de su pueblo. Es un yanqui representativo”.4 Alimento de dioses. Darío alude a la novela del escritor inglés Herbert George Wells (1866-1946), The food of the gods and how it came to earth (El alimento de los dioses y de cómo llegó a la tierra, 1940).5 En 1909 Roosevelt va de safari a África oriental y central, cuyo viaje relata detalla-damente en África game trails (1910). En virtud de su afición a la cacería, inventa los neologismos hipopotamicida y rinoceróntono para calificarlo.

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bre-estuche, genuina encarnación del espíritu y de las tendencias de su colosal país, así el autor del terrible y sarcástico librito inglés Abounding America,6 en donde se analiza a un Roosevelt polifacial y multiactivo, político, cazador, literato, militar, universitario, ranchero, orador, di-plomático, cowboy, pacificador, periodista, sportsman, conferencista, y otras tantas cosas para las cuales sería preciso enumerar el modo del boyante cura de Meudón.7

Lo único que no ha llenado por completo el gusto del buen pueblo de París es no haber podido gritar “Vive le rol!” o “Vive l’empereur!”,8 al paso del automóvil del americano, que saludó en la estación al em-bajador Bacon,9 ante la gravedad del protocolo, de esta sabrosa manera: “¡Hello, Bob!” Sin embargo, se sabe vagamente que es un rey, a su ma-nera, que hay en él carne de emperador y que es un gran admirador del Bonaparte que duerme “á la orilla del Sena”.10 Es un personaje, sobre todo, “pas ordinaire”.11 Y con esto París está encantado. París, digo, el buen pueblo de París, no sabe gran cosa de los Estados Unidos. Pero sabe de los dólares y de las casas de cuarenta pisos; ha conocido a Bú-ffalo Bill12 y a Bostock,13 y ha oído en plena plaza de la Ópera, en oca-

6 The Abounding America (La abundancia de América, London, A. F. Thompson, 1907) de Thomas William Hodgson Crosland (1865-1924). Darío se refiere al capí-tulo sexto: “The President” (pp. 55-60).7 Cura de Meudón: Francois Rabelais (1495-1553), autor de la novela satírica Gar-gantúa y Pantagruel.8 ¡Viva el rey! o ¡Viva el Emperador!9 Robert Bacon (1860-1919), político y diplomático estadounidense. Se desempeñó como Subsecretario de Estado (1905-1909) y como Secretario de Estado en 1909, durante los últimos 38 días de la administración de Roosevelt. Ese año fue nombra-do Embajador de Estados Unidos en Francia (1910-1912); ejercía el cargo al llegar Roosevelt a París: de ahí su salida: Hello Bob! (¡Hola Bob!)10 En su testamento, Napoleón Bonaparte (1769-1821) había expresado su deseo de ser enterrado a las orillas del Sena.11 Asuntos de interés público.12 William Frederick Cody (1845-1917), soldado, cazador de búfalos y hombre de espectáculo estadounidense. En 1883 fundó “Buffalo Bill’s Wild West” espectáculo circense que tuvo éxito en Estados Unidos y Europa. Se presentó durante seis meses en la Exposición Universal de 1889, celebrada en París del 3 de mayo al 31 de octu-bre.13 Frank C. Bostock (1866-1912), importador, entrenador y hombre de espectáculos del mundo zoológico. Conocido como “El rey de los animales”, montó sus espectácu-los en París. Darío le dedica uno de los artículos incluido en Todo al vuelo (1912).

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sión memorable, tocar marchas y danzas a la banda de Sousa. “Sousa’s Band”. Sabe que los Estados Unidos tienen mucho dinero y que cada año viene a esta capital del placer un grupo de paseantes que deja un buen porqué de millones. Y todo eso le parece excelente.

El jovial Nemrod ha tenido una buena presa,14 sin faltar quienes le hayan hecho notar la inmensa distancia que hay entre el “americanis-mo” y el verdadero espíritu francés. Ciertamente, dicen unos, el per-sonaje es quizá un peu trop poussé, trop “marqué”, comete on dit et l’on a pu sourire de cet americanisme qui touche par tant de cótés au bluff, meis qui cependant a une parenté qu’il faut retenir avec l’energie individuelie.15 Levasseur16 encuentra en él “un hombre en toda la fuerza del término y un carácter supereminente”. Ve al hombre de acción; pero hace la reserva de que “tal vez Mr. Roosevelt —que he predicado la acción y la elocuencia— ha comprendido menos el carácter de otra clase de hombres de acción, muy numerosos en Francia y mucho más raros en los Estados Unidos, que obran no menos enérgicamente que aquellos cuyo prototipo es él, pero en el silencio del gabinete y en la calma de los estudios abstractos”.

Y el sabio francés, a propósito de las censuras de Roosevelt contra la causa de la despoblación, observa que la gran república de los Estados Unidos, por lo menos los Estados del Este, y en particular el de Mas-sachusetts, no están menos contagiados de semejante mal. ¡De todas maneras, Roosevelt no es un moralista para esta o aquella nación, sino para todas las naciones, y hay que agradecer “a ese gran ciudadano, el haber consagrado algo de su tiempo a esa apología de la honradez, de la energía y de la labor incansable”. El presidente Falliéres,17 por su parte,

14 Darío califica en Roosevelt su afirmación de la necesidad de la guerra al identifi-carlo con Nemrod, como lo había realizado en “A Roosevelt” (1904). Evoca, pues, su condición de “fuerte Cazador”, como lo llama en la oda, estableciendo paralelo con el epíteto proverbial de “robusto cazador”, el cual sido interpretado tradicionalmente con el sentido de que su presa era hombre.15 También empujado un poco, demasiado “fuerte” como se dice y se ha sonreído de este americanismo que afecta por ambos lados, pero que guarda una relación que se desprende de la energía individual.16 Pierre Émile Levasseur (1828-1911), historiador, economista y geógrafo francés. Considerado precursor de la historia social.17 Clement Armand Falliéres (1841-1931), político francés, presidente de la Repú-blica (1906-1913).

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expresa que Roosevelt es a la vez un gran ciudadano, un grande amigo de Francia y un grande amigo de la paz.. Esto le sentará muy bien al antiguo roughrider que cobró el premio Nobel18 por hacerse bajo sus auspicios el arreglo ruso-japonés.

Y Pichon,19 que hoy maneja las relaciones exteriores, manifiesta que “los caracteres dominantes en esa curiosa fisonomía le parecen ser la voluntad, la energía, el valor y la sinceridad” ¡Buen bagaje, vive Dios! Roosevelt se le aparece “como un hombre sin miedo que no consulta más que a su conciencia y sacrifica voluntariamente a las inspiraciones que recibe, las consecuencias que pueden producir sus Actos, sea en lo que le concierne, sea en lo que concierne a los demás. En su concep-ción de una vida sana, honrada y robusta, tal como a menudo la ha definido, se ha propuesto mejorar las costumbres y elevar el sentido moral en su país. Ha querido para los Estados Unidos una gran fuerza material, porque sabe bien que es el mejor medio de ponerse al abri-go de complicaciones y de conflictos. A él le debe su país poseer una admirable y poderosa marina que ha llegado a ser la institución más popular de la república, siendo tan atacada y negada cuando llegó al poder.” Y agrega:

Así es como este ‘pacifista’ se dedica a servir la causa de la paz, en la cual ha dado pruebas que nosotros los franceses debemos recordar más que nadie. Pues, Mr. Roosevelt es un amigo seguro y fiel de la Francia. Nos ha probado su amistad en toda circunstancia con un perfecto desinterés. Ha obrado como hombre de estado que comprende que las dos grandes repúbli-cas se deben apoyar entre ellas, puesto que obedecen a los mismos principios, prosiguen la misma obra y tienen el mismo ideal.

[El hipopotamicida y rinoceróctono]

Él ha encontrado muy natural que en caso de dificultades le tendiesen una mano amiga. Hoy es a un amigo a quien recibimos, un amigo sincero, justo y tenaz, ‘justum et tenacem’.20 Honrémosle. amén.

18 Teodoro Roosevelt intervino personalmente en el arbitraje del conflicto entre Rusia y Japón (1905) lo que le valió el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz en 1906.19 Stéphen Pichon (1857-1933), periodista, diplomático y político francés del ra-dicalismo de izquierda. Ministro de Asuntos Exteriores entre el 25 de octubre de 1906 y el 2 de marzo de 1911, como también en dos ocasiones posteriores: 1913 y 1917-1920.20 Al hombre justo y firme. Palabras iniciales del verso primero de la oda III libro III de

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Así se ha hecho. Y no ha dado Roosevelt un paso que no haya sido anotado por las gacetas, aun aquéllas que han querido emplear, inútil-mente por cierto, su ironía bulevardera, que no ha pasado de seguro sin ser notada por el hipopotamicida y rinoceróctono.21

[el gran yanqui en la vieja sorbona]

¿Sobre qué les viene a hablar el gran yanqui en la vieja Sorbona a los atenienses del siglo XX? Pericles22 hubiera aprobado, sobre “los deberes de un ciudano en una república”.23 He aquí al hombre de la “streumous life” enseñando en Lutecia24 los deberes, como él los entiende para con la patria. Se le aplaude, se le celebra. Y si hay quien recuerde lo del “big stick”,25 es para explicar que, como sucede con muchas frases, se ha cambiado en el público el sentido, y se ha tomado una cosa por otra. Y se explica: De tanto hablar del “big stick” se ha llegado a hacer creer a muchas gentes, y no de las de poco más o menos, que por el más ligero pecadillo, el primo Jonathan aplicaría a las naciones una paliza. Nada más contrario a la verdad. La frase que ha causado tanto ruido, sobre todo, “et pour cause”,26 entre los países hispano-parlantes, es ésta: “Un viejo refrán familiar dice: habla con tono conciliador y lleva un fuerte bastón; así irás lejos”.27 Si la nación americana quiere hablar en un tono

Odas, que Horacio (65 a.C.– 8 a. C.) dedica al honor de la Roma antigua: justum et tenacem propositi virum… (el hombre justo y de principios inmutables).21 Neologismos inventados por Darío. La palabra hipopotamicida está construida seguramente por analogía con fatricida, parricida, etc. y significa “matador de hipo-pótamos”. ¿Y rinoceróctono se inspira en autóctono? Autóctono quiere decir “el que nació en la tierra” pero ¿rinoceróctono?22 Pericles (495 a. C - 429 a. C), importante político y orador, en cuyo mandato Atenas fue centro cultural de la Grecia antigua. Intentó que todos los ciudadanos participaran en el gobierno de la ciudad Estado.23 Darío alude a los discursos pronunciados por Roosevelt en París, en donde iróni-camente predicó a los franceses los “deberes del ciudadano”.24 París. En 52 a. C. los romanos fundaron una ciudad con el nombre de Lutcia, a ambas márgenes del río Sena, en el sitio en que antes se hallaba la aldea celta parisii, y que posteriormente sería París.25 La política del Gran Garrote, enunciada por Teodoro Roosevelt y aplicada en las relaciones diplomáticas estadounidenses de principios del siglo XX. Legitimó el uso de la fuerza en la política exterior de los Estados Unidos, derivando en intervenciones políticas y militares. 26 Y por una buena razón, y por causa evidente.27 Darío cita el discurso de Roosevelt en la feria estatal de Minnesota el 2 de septiem-

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conciliador y al mismo tiempo quiere resolverse a construir y mantener en un alto grado de entrenamiento una marina poderosa, la doctrina de Monroe irá lejos. La frase de Roosevelt no es, pues; sino viejo decir latino arreglado a su manera: suaviter in modo fortiter in re.28

[Dos prodigiosas fuerzas naturales: las cataratas del niágara y el presidente roosevelt]

Nada más distinto que el alma francesa del alma americana. Al ha-blar ante la parisiense, el norteamericano se quiso poner un diapasón lo más cercano posible. El demócrata, perogrullando un poco, dijo muchas cosas doctrinarias y no pocas utópicas. El pacifista afirmó la necesidad de la guerra en ciertos casos, Francia fué, y no podía ser de otro modo, cubierta de flores. Mr. Barrett Wendell29 debe sentirse go-zoso en su cátedra de Harvard. Solamente, que hay que tener hijos. No tener hijos, si ello es por cálculo o por egoísmo, constituye una falta capital. La riqueza de una nación no puede compensar la pérdida de sus virtudes fundamentales, y el poder de la raza, de perpetuar en su raza, es una de las más grandes virtudes fundamentales. El discurso fue largo, vigoroso, bien gesteado y dicho, en fin, de una manera que no se ha usado nunca en el vetusto instituto. El ex presidente no tiene nada que ver con esa cosa tan francesa que aquí se llama buen gusto. Ni le hace falta. El es una fuerza de la naturaleza. Y luego, aquí se conocía al menos por algunos, la fiase de John Morley:30 He visto en los Estados Unidos dos prodigiosas

bre de 1901. En esa ocasión expresó la frase: “Speak soflty and carry a big stick; you will go far”, que reinsertó en un discurso en Chicago de abril, 1903. Roosevelt, en carta a Henry L. Sprague, fechada el 26 de enero de 1900, afirma que se trata de un proverbio de África occidental, aunque no hay evidencia de este origen.28 Suavemente en el modo, fuertemente en la cosa, o con suavidad en la forma pero con energía en el fondo. Frase de Marco Favio Quintiliano (35-96), escritor hispanorro-mano, quien la da como norma del éxito. Una variante igualmente latina (fortiter et suaviter, con energía y con suavidad) indica una cualidad necesaria de quien ha de gobernar y enseñar.29 Barret Wendell (1855-1921), académico y escritor estadounidense. Profesor desde 1880 de la Universidad de Harvard, en donde recibió títulos honoríficos. Fue con-ferencista en universidades europeas. Su cátedra de literatura norteamericana, como objeto de estudio histórico-crítico sistemático, fue muy estimada.30 John Morley (1838-1923), periodista, escritor y político liberal inglés. Autor de obras histórico-biográficas, entre ellas Studies in Literature (1890), La vida de William Ewart Gladstone (1903) y Literary Essays (1906).

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fuerzas naturales: la catarata del Niágara y el presidente Roosevelt. No sé cuál de los dos es más fuerte”. Como sabéis, John Morley no es nativo de Andalucía.

¿Qué le van a hacer a esa potencia elemental, a esa fuerza de la naturaleza, a ese beluario que se las ha visto con leones, elefantes y rinocerontes en África y con Rockefellers Goulds31 y otras fieras de oro en su tierra; qué le van a hacer, digo, las finas y bonitas saetas de estos ironistas profesionales? ¿Qué le importa a él que M. J. Ernest-Charles32 le comente en estilo acidulado, le parodie, o le señale contradicciones en su conferencia? Él sabe que aquí cuenta con admiradores de fuste, aun entre los hombres de letras, como el incontenible y ciclónico mon-seieur Paul Adam, como monseieur Jean Izoulet,33 como otros cuantos americanizantes o americanizados.

Alguien demuestra en un diario que en su libro sobre Cromwell,34 Roosevelt está contra Bossuet.35 Se puede apostar, asegura ese alguien, que si alguna vez recibiera monseñor Merry del Val36 en el Vaticano a Teodoro Roosevelt, el libro de éste sobre Oliverio Cromwell no sería el tema principal y aun accesorio de la conversación. ¡Ya lo creo! Como también puede afirmarse que una tercera parte del entusiasmo oficial en París, ha sido causada por la negativa del Vaticano a la ya famosa y frustrada visita.

31 Pluraliza los nombres del empresario industrial John D. Rockefeller (1839-1937) y el financista Jay Gould (1836-1892), los hombres más ricos del mundo, para referirse a los millonarios (“fieras de oro”) estadounidenses.32 J. Ernest-Charles, literato francés, prologuista de la edición francesa de los Cuentos americanos (Dramas mínimos) del venezolano Rufino Blanco Fombona. 33 Jean Bernard Joachim Izoulet (1854-1929), sociólogo y literato francés, profesor de filosofía social en el Colegio de Francia, y autor de obras filosóficas. Tradujo con madame Ferdnand de Faucigny-Lucinge La vie intense (1903) y escribió la introduc-ción a la edición francesa de Ideal d’Amerique (1904) de Theodore Roosevelt.34 Oliverio Cromwell (1599-1658) político inglés; como lord protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda, se desempeñó como el verdadero dictador de Inglaterra.35 Jacques Bénigne Bossuet (1627-1704), téologo y escritor francés, defensor de la teoría del origen divino del poder.36 Rafael Merry de Val (1865-1930), monseñor. Había sido nombrado por León XIII en 1900 arzobispo y presidente de la Pontificia Academia de Nobles Eclesiásticos, y en 1903 Pío X lo nombró Cardenal, siendo Secretario de Estado (1903-1914) du-rante su pontificado.

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[Banquetes y banquetes, recepciones y recepciones]

Los franceses han apreciado en su verdadero valor, algunos de los principios rooseveltianos, y sobre todo éste: El hombre, el ciudadano, como la nación, lo primero a que debe dedicarse es a hacer dinero. Una vez hecho el dinero, puede hacer lo que le venga en deseo. Y después, la declaración contra los pocos audaces: “Nada se puede sacar de ese tipo de ciudadano, del cual lo mejor que se puede decir es que es inofensivo. No hay casi lugar en la vida activa para el buen hombre tímido.”

Como aquí abunda mucho el tipo, como en todos los países llama-dos latinos, el arranque ha caído bien. Un periodista explicará que no se trata de una timidez puramente exterior, sino de esa falta íntima de confianza que vuelve a las gentes indecisas, débiles y prepara todas las derrotas. “Esta manera de neurastenia moral se encuentra mucho en progresión en la sociedad moderna, y sobre todo, preciso es reconocer-lo, en Francia.” Habráse sacado así práctico provecho de la conferencia. Banquetes y banquetes, recepciones y recepciones, hoy en el Elysée, mañana en el Quai d’Orsay, pasado mañana en el palacio de justicia y honores de soberano.

Una delegación en que hay un ex presidente del consejo, ministros, diplomáticos, estadistas, llega a propósito de la cacareada e imposible idea del desarme a pedir a Roosevelt su intervención, de tal manera, que ese varón listo tiene que recordar a esos señores importantes que él es un simple particular y que no puede tomar en tal sentido ningu-na iniciativa ante ningún gobierno. ¿Qué dirá de todo esto Mr. Taft,. cuyos comentados “twosteps” y zapatetas no pudieron hacer el menor contrapeso a las formidables performances de Teddy?

[Conmovido ante la tumba de Napoleón]

Este superhombre que está aplastando en París, por ahora, a D’Annunzio37 y a Rostand,38 se conmovió ante la tumba de Napoleón. Tuvo en sus manos el “petit chapeau”,39 la espada. Declaró su admira-

37 Gabriele D’Annunzio (1863-1938), aparatoso y brillante representante del deca-dentismo italiano. Darío escribió sobre su obra y personalidad numerosas veces.38 Edmond Rostand (1868-1918), poeta y dramaturgo francés. Alcanzó celebridad con su drama Cyrano de Bergerac (1897).39 Sombrerito.

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ción fervorosa por el Héroe, con quien se le compara jovialmente en los Estados Unidos, donde se habla de la vuelta de la isla de Elba.40

Y apenas ha habido aquí en los periódicos espacio para hablar de otra gloria yanqui, que acaba de desaparecer: Mark Twain.41

40 Se refiere a Napoleón Bonaparte, quien —tras la derrota de los ejércitos france-ses— por el tratado de Fontainebleau en 1814, abdica y es exilado en la isla de Elba, donde permaneció casi un año, para regresar a París y emprender la Campaña de Waterloo en 1815.41 Samuel Langhome Clemens (1835-1910), era el verdadero nombre de Mark Twain, escritor y humorista estadounidense. Muy apreciado por Darío, éste le dedicó el artículo “Mark Twain” en La Nación, Buenos Aires, 18 de marzo, 1896.

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asuNtos ameRicaNos / la iNteNcióN yaNqui1

Barcelona, junio de 1914.

MIENTRAS LOS interventores del ABC celebran sus sesiones en Niá-gara Falls,2 ante la expec tación del mundo; mientras se anuncia la salida de Huerta, por una parte, y su insistencia en quedar, por otra; mientras uno no sabe a qué atenerse respecto a las intenciones del pre sidente Wilson,3 he aquí que me encuentro con un antiguo amigo, persona que ha desem peñado notorio papel en la política centroamericana, un antiguo ministro nicaragüense, el señor Joaquín Macías,4 que llega con frescas impresiones.

[Nicaragua: pequeña tierra prodigiosa e infortunada]

No nos habíamos visto desde hacía ya mucho tiempo. Naturalmen-te, hablamos de la patria original; de aquella pequeña tierra prodigiosa e infortunada en la que, de niños, corrimos juntos las juergas infantiles, cuando las faenas de la escuela nos dejaban tiempo libre.

Macías acaba de regresar de los Estados Unidos de Norte América, a donde fue expre samente para adquirir datos y obtener conocimien-to exacto de los asuntos centro ame ricanos, que tan íntimamente se ligan ahora con la política de la gran república del Norte. Lle gó allá en el momento en que iba a discutirse en el Senado norteamericano

1 La Nación, 6 de julio de 1914, p. 5. Rescatado por Günther Schmigalle, no se había publicado anteriormente. Se trata de una entrevista. 2 En 1914, en la conferencia de Niagara Falls, las potencias del ABC (Argentina, Bra-zil y Chile) trataron de solucionar la situación política de México y de impedir una guerra entre México y los Es tados Unidos, provocada por el incidente de Veracruz. A través de sus esfuerzos de mediación, los representantes del ABC contribuyeron indi-rectamente a la caída de Huerta y al fortalecimiento de Carranza como su sucesor. 3 Woodrow Wilson (1856-1924). En dos períodos ejerció la presidencia de su país: de 1913 a 1921.4 Joaquín Macías Sarria: amigo de Rubén Darío. Se conserva correspondencia entre ambos. Nacido en León de Nicaragua, además de político y persona acaudalada, tuvo afición literaria. Tal lo revela en su libro: 20 narraciones y una conferencia (León, Tip. La Patria de Jerez Hermanos, 1936).

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el tratado concluido últimamente entre el gobierno de Nicaragua y el de los Estados Unidos del Norte, y por cuyo tratado este gobierno adquiere, a un precio irrisorio, el derecho exclusivo de construir un canal interoceánico a través de Nicaragua, cuándo y cómo le convenga, y adquiere además en propiedad absoluta una importante porción del territorio nicaragüense, que por este tratado pasa a ser territorio nor-teamericano.5

El congreso de Nicaragua, con una precipitación que causa asom-bro, aprobó casi sin discutir ese tratado, en virtud del cual Nicaragua, no sólo pierde la oportunidad de sacar la mayor ventaja de la dispo-sición que la naturaleza de la dado para el canal interoceánico, sino que entrega además una faja del territorio nacional en manos extrañas, con la circunstancia muy especial de que por esta cesión, el país queda dividido en dos partes incomunicables, o pudiendo comunicarse sola-mente a través del territorio de otra nación extraña.

Parece mentira, me decía Macías, y esto lo pudo él comprobar en su reciente viaje a Norte América, que en el mismo congreso norte-americano hubiera más pudor y más sentimiento de dignidad nacional para tratar este negocio que en el de Nicaragua, pues es bien sabido que varios de los senadores norteamericanos, no sólo combatían esa compra-venta, sino que estaban dispuestos a hacer interpelaciones al gobierno respecto a su conducta política con Nicaragua, en donde el presidente de los Estados Unidos mantiene fuerzas regulares de su ejér-cito, con artillería y con el pabellón de las bandas y estrellas flotando constante mente sobre las torres del palacio que fuera antes la residencia del ejecutivo. Esto al mismo tiempo que barcos de guerra patrullan y vigilan los puertos nicaragüenses.

Cuando los interesados en que pasara dicho tratado tuvieron cono-cimiento de la actitud de al gunos de los senadores, le dieron carpetazo, aplazando su discusión para época más opor tuna. Había vergüenza de exponer en pleno congreso los asuntos de Nicaragua, y te mor de que el pueblo norteamericano se enterara de esos procedimientos, que abierta-mente pugnan con sus ideales de justicia y libertad.

Los acontecimientos de México, que tanta gravedad han asumido, dieron una buena oportunidad para que los políticos de Wall Street les

5 El tratado Chamorro-Bryan, suscrito en Washington el 5 de agosto de 1914.

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consagraran a ellos toda su atención y dejaran en suspenso el negocio de Nicaragua, que es para ellos fácil y seguramente factible en cualquier momento.

Algunos de los hombres más importantes y mejor intencionados en la política centroame ricana, se reunieron por aquel entonces en Was-hington, para ver que podía hacerse a favor de aquellos pueblos, Julián Irías, Policarpo Bonilla, Francisco Alschutz, el mismo señor Macías y otros más estaban allí ilusionados con la esperanza de que la justicia se impusiera y brillara esplendorosa en aquel augusto recinto y quién sabe si hasta que de allí surgiera la idea de unir las cinco repúblicas centro-americanas para que formaran una entidad fuerte y bien organizada, que correspondiera a los sacrificios y esfuerzos de los buenos hijos de Centro América.

Macías tiene ideas claras y completas respecto de estas cosas, cau-dal de ideas que ha aumentado con sus recientes viajes de un interés patriótico.

Me decía él, hablando del canal por Nicaragua y de la suprema importancia que engendra para el desarrollo del comercio, de la po-lítica expansionista norteamericana, que es un grave error creer que a causa del canal por Panamá ha muerto la idea del canal por Nicara gua. Opina el señor Macías que, por el contrario, la apertura de éste hace más imperiosa la necesidad del otro canal porque llegará el momento en que las potencias del viejo mundo, y principalmente el gran imperio del Japón, tengan necesidad de convertir la vía fluvial de Pa namá en una arteria puramente comercial internacional sin fortalezas ni dere-chos exclusivos, ni preferencias, ni dominio de ninguna clase. Una pro-longación de los mares libres sobre la cual puedan ir y venir a su antojo y sin restricciones las naves mercantes de todos los países del globo.

[Un canal exclusivamente militar]

En este caso, la preponderancia norteamericana y la defensa de sus costas, necesitará de un canal exclusivamente militar, bajo su contralor y bajo su poder, y por el cual en cualquier mo mento puedan los Esta-dos Unidos cruzar y recruzar sus navíos y sus acorazados, pro tegidos eficazmente por sus fortificaciones de tierra.

Para cuando el caso llegue de que los otros países de la tierra recla-men y hagan efectivo su derecho al libre paso en todo tiempo por el

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canal de Panamá, se reservan ellos el derecho adquirido absolutamente sobre el de Nicaragua, por el tratado que se ha hecho mención y como fácilmente se comprende, por este mismo hecho coloca a Nicaragua en una situación de dependencia respecto de los Estados Unidos del Norte, son las ventajas a que como país libre y soberano tiene derecho, ventajas que se podrían haber obtenido si los hombres del go bierno de Nicaragua procedieran con buena fe y patriotismo en esta lucha desigual.

[méxico se debilita y desangra en una lucha intestina de las más horribles]

Mientras el gobierno americano pueda mantener su dominio sobre el canal de Panamá, mien tras pueda él con sus fortalezas y cañones imponer allí la ley del paso, mientras tenga exclusivamente en sus ma-nos la llave del canal y pueda a su conveniencia abrir o cerrar la puerta de los mares, utilizará el gran lago de Nicaragua que tiene nueve mil kilómetros cuadrados de superficie, para guardar allí su escuadra, de-fendida en esa magnífica ense na da contra las tempestades del océano, asegurada contra los ataques de cualquier otra po tencia de la tierra, limpiando sus cascos en ese mar de agua dulce, cercana al canal de Pa-namá, parte norte del continente, dueños de México que se debilita y se desangra en una lu cha intestina de las más horribles que recuerda la historia. Amos de la América Central, po seedores de la República de Panamá, soberanos de las islas del mar Caribe, propietarios del canal de Panamá y del de Nicaragua, tienen ya conseguido casi todo lo que ne-cesitan para imponer su voluntad y su comercio en el Nuevo Mundo.

[La imposición del garrote rooseveltiano]

Mayormente extendióse el señor Macías en sus consideraciones; y me sorprendió al asegu rarme que hay mucha exageración en los que aseguran ser unánime en la gran república, el espíritu imperialista. Pa-rece que hay una enorme mayoría en los Estados Unidos que no desean sino la unión panamericana se los sentimientos y las ideas, para engran-decimiento común en el continente, y de ninguna manera la expansión conquistadora por la fuerza y la imposición del garrote rooseveltiano. El señor Macías es un entusiasta de las ideas expresadas por nuestro lamentado director Emilio Mitre, y que tanta repercusión tuvieron en las repúblicas iberoamericanas y en la patria de Washington.

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el NiHilismo eN Rusia1

ANOCHE DIO su primera conferencia el doctor [Antonio] Zambra-na2 sobre el nihilismo en Rusia; y cúmplenos decir que el discurso correspondió a la celebridad del orador. Esa elegante pieza deleitó al público. Fue elocuente. Sin exageración podemos afirmar que lo fue en el más alto sentido de la palabra: bajo la pompa ornamental del estilo se descubriría el pensamiento sólido, la observación profunda, el estudio bien digerido, que presta al brillo de la frase la seguridad de la convicción, y a la intención filosófica los atavíos del arte.

Intentaremos hacer una somera reseña de esa conferencia, pre-sentarla siquiera en ligero esbozo, en breve compendio, sin riesgo de amenguar demasiado su mérito. De ninguna manera. Aunque la hu-biera tomado un taquígrafo y fuera reproducida con estricta fidelidad, siempre perdería, porque la apostura, la acción inspirada, la voz viva del orador, unidas a la expresión y a la idea, constituyen la integridad del discurso.

No tomamos apuntes. No íbamos a ello preparados ni era nuestra intención; evocamos simples recuerdos, para descubrir a través de la urdimbre literaria los puntos culminantes, los conceptos sustantivos de aquella hermosa alocución.

La introducción fue, por decirlo así, la exposición del motivo de la conferencia: aludió a los tiempos en que vino por primera vez a Costa Rica, el papel que le tocó en la fundación del Colegio de Abogados, a cuyo seno entraba hoy inspirado por las mismas ideas que entonces lo

1 Diario del Comercio, San José, Costa Rica, año I, núm. 18, 20 de diciembre, 1891, p. 2, con el subtítulo “Conferencia del doctor Zambrana” y firmado con seudónimo Petrovitch Darioff Faeiowski; lo rescató Pablo Steiner Jonas [comp.] en Intermezzo en Costa Rica: estudio bio-bibliográfico sobre Rubén Darío 1891/2 (Managua, Gurdián, 1987, pp. 50-54).2 Antonio Zambrana (1846-1922), patriota y escritor cubano, como se indicó en nota correspondiente al artículo “La insurrección en Cuba”. A partir del grito de Yara en 1868, se afilió al Partido de la Independencia. Desde entonces realizó campañas de propagada a favor de esa causa en varios países, especialmente en Costa Rica.

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animaban, de hacer una propaganda digna y seria, para arrojar luz en la conciencia pública sobre los principios del derecho contra las tenden-cias adversas, que pudieran por algún modo socavar los cimientos sobre que descansan nuestras instituciones.

Insistió en sus propósitos, y protestó con nobleza que en esta tierra estaba dispuesto a pronunciar su última palabra y a exhalar su último aliento.

[la frase de Nerval: Parece que Dios ha muerto]

Luego entró de lleno en el asunto. Comenzó por hacer una sombría pintura de vigoroso relieve sobre la naturaleza del gobierno en Rusia. Dijo que en los confines de Europa y en Asia se encuentra un pueblo gigantesco, medio hundido en la sombra, inclinado ante la soberbia de un poder inmenso, que resume todas las facultades del cesarismo y todas las facultades del pontificado: dueño de vidas y haciendas; se-ñor absoluto de sus vasallos, desde el magnate hasta el labriego, desde el más opulento hasta el más miserable, a todos los cuales envuelve ese poder incontrastable, condenándolos en la tierra al tormento y la muerte, y con las penas del infierno más allá de la vida. Los vasallos del Czar son tan mínimos, tan imperceptibles ante aquella grandeza consagrada por la tradición, que el Czar los llama en su lenguaje oficial “granos de polvo”.

En presencia de esta abominación, se recuerda aquella frase de Ner-val:3 parece que Dios ha muerto. Este poder tiene un apoyo eficaz, que lo hace más terrible y más funesto; un brazo fuerte que mantiene le-vantada sobre las muchedumbres la bandera negra del más absurdo de los fanatismos; el apoyo de una secta corrompida, anuladora del éxito, que gira alrededor de los opulentos, de los poderosos, que sometida con severidad hipócrita a la regla, siguiendo siempre la letra de sus necios rituales, se olvida siempre de interpretar y seguir el verdadero espíritu del Evangelio, de una secta, perseguida por la Iglesia Católica: del sacerdocio griego.

3 Gérald de Nerval (1808-1855), escritor francés. Precursor como poeta de Baudalai-re, Mallarmé y los surrealistas. Dos obras en prosa, donde predominan los elementos fantásticos e irreales, se destacaron: Las hijas del fuego (1854) y Amelia (1855). Tras sufrir ataques de locura se ahorcó en una calle de París.

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Con este apoyo del clero, por un lado, con el baluarte de un millón de soldados, bajo la más recta disciplina, por otro, y la cooperación de los esbirros que penetran hasta en lo más recóndito del hogar, ese poder es el más formidable poder brutal de la tierra: para todos se ofrece la siniestra perspectiva de la Siberia, infierno no de llamas sino de hielos, que reclama otro Dante, que lo describa con estrofas terribles. La más leve sospecha conduce al patíbulo al más inocente, sin pruebas, sin juicios, ni legales procedimientos; la morada del Czar es impenetrable; guardado por los mayores recursos de vigilancia y de fuerza, allí está arriba en su palacio imperial, mirado como un tesoro misterioso y sa-grado; está en la cima, sobre la enorme masa popular; es casi Dios.

[la mirada velada y audaz del que sufre]

Pues bien, ante este Poder inmenso se levantará un día, la inmensa miseria; delante la mirada olímpica y terrible del Czar, se alza la mirada helada y audaz del que sufre; del que tiembla pero no de miedo, sino de frío; del que desfallece, no de desaliento, sino de hambre. Un día sobre aquel bosque de bayonetas, reforzado por un millón de espías, se levantará la figura pálida del miserable; y ese espectro, esa debilidad, ese harapo humano, dice al César pontifical sencillamente esta palabra: “Nihil, Nihil”, es decir «nada». Nada en religión, nada en política, nada en moral.

Una convulsión social de poderoso empuje agitó Europa: la Com-mune y la Internacional hicieron eco a los generosos corazones rusos; y comenzó en el seno de la sociedad abatida la formidable gestación: apareció el nihilismo.4

4 El término nihilismo fue introducido en la literatura y luego en la lengua rusa por el célebre novelista Iván Turguenev (1818-1883) a mediados del pasado siglo. Turguenev calificó así a una corriente de ideas, y no a una doctrina, que se manifestó entre los jóvenes intelectuales rusos a fines de 1850, y la palabra entró pronto en cir-culación. Tuvo esa corriente un carácter esencial men te filosófico y, sobre todo, moral. Su influencia quedó siempre restringida y nunca pasó más allá del intelectualismo. Su actitud fue siempre personal y pacífica, lo que no le impidió estar animada de un gran aliento de rebelión individual, de un sueño de felicidad para toda la humanidad. No se ex tendió fuera del dominio de la literatura y de las costumbres, ya que ello era imposible bajo el régimen de entonces. (...) Pero no retrocedió ante ninguna de las conclusiones lógicas que formuló y pro curó aplicar individualmente como regla de conducta. Emancipación completa del individuo de todo cuanto atente a su indepen-

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Varios viajeros rusos se contagiaron de las nuevas ideas. Muchos pa-triotas fueron perseguidos. Fourieré, Cabot, Sain Simon... comenzaron a despertar al pueblo dormido. Sus libros llenos de sueños generosos, de doctrinas del más puro idealismo, libros bien intencionados, libros excomulgados y por lo tanto más leídos y solicitados, libros malditos por el clero griego, penetraron en el corazón de Rusia, y el sentimiento de la reivindicación de los fueros humanos, palpitó vivamente. Luego se organizaron los clubs revolucionarios. La idea nihilista tuvo apósto-les, predicadores, redentores, mártires, ¡Y qué martirio! Un martirio sin esperanza. Los que se sacrifican por la idea religiosa, que ofrece en la otra vida la compensación de los dolores padecidos en ésta, van anima-dos por el soplo de una promesa salvadora. Pero los nihilistas no tienen la fe de lo inmortal, porque el nihilismo no cree en la otra vida.

[Los apóstoles del nihilismo y su ideal]

Al llegar a este punto, el orador coronó su pensamiento con una figura de gran efecto. Dijo que los apóstoles del nihilismo caminaban hacia la realización de su ideal, como esos intrépidos exploradores que intentan subir a las altas cumbres; comienzan el ascenso entre brumas y peligros; ya no se ven; unos a otros se auxilian dándose la mano a través de la niebla; luego ya no se encuentran: van solos; el vértigo con todos sus desvanecimientos, el abismo con todas atracciones, les hacen vacilar y algunos caen; pero otros ascienden. Apenas se respira, los hielos eter-nos casi paralizan y apagan el fuego de la vida; pero al llegar a la cima, Dios desciende y el hombre sube.

Un hombre personifica el nihilismo en todas sus austeras y abne-gadas manifestaciones. Se descubre una noche, en la sesión secreta de

dencia o a la libertad de su pensamiento. Tal fue la idea funda mental del nihilismo. Defendía así el derecho del individuo a una entera libertad y a la inviola bilidad de su existencia. (...) A pesar de su carácter esencialmente individual y filo sófico, pues defendía la libertad del individuo de una manera abstracta mucho más que contra el des potismo que entonces reinaba, el nihilismo preparó la lucha contra el obstá-culo real e inmediato, a favor de una emancipación concreta, política, económica y social. ¿Qué hacer para liberar efec tivamente al individuo? El nihilismo se planteó esta interrogante en el terreno de las discusiones puramente ideológicas y en el de las realizaciones morales. La acción inmediata para la eman cipación fue planteada por la generación siguiente en el transcurso de los años 1870-1880. En tonces se formaron en Rusia los primeros grupos revolucionarios y socialistas. La acción comenzó.

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un Club nihilista. ¿Quién es —dice uno— ese hombre demacrado, silencioso, melancólico, casi fúnebre, cubierto de un vestido pobre y gastado?

Era un millonario, que cuidaba sus riquezas como un Shylock y las distribuía como un San Juan de Dios. Recomendábanle que no se exhibiera en las reuniones y conciliábulos, que ocultara la huella de sus actos, para no ser descubierto; porque sus riquezas caerían en la red del Czar, y faltarían entonces al sostenimiento de la causa. Pero el millona-rio fue descubierto y llevado al último suplicio. La gran fuerza virtual del nihilismo se prueba con el hecho de haber sonreído ese hombre, la primera vez en su vida, al llegar al patíbulo.

El nihilismo tiene resortes tan misteriosos, que en la morada misma del Czar se ha encontrado en el reloj de su mesa de trabajo, dinamita; en su almohada, mensajes de sus enemigos; debajo de su Palacio de Invierno, minas explosivas.

[El nihilismo se presentaba… con la luz sulfúrea del rayo]

El periodista tenía que ocultarse en subterráneo, y dormir en las cajas de imprenta, para sustraerse a la persecución; pero desde esos oscuros recintos, el nihilismo se presentaba a la faz de Rusia, con la luz sulfúrea del rayo.

No podríamos detenernos en cada uno de los preciosos detalles del discurso magistral del doctor Zambrana, porque ello sería como pre-tender abarcar bajo un solo haz todos los rayos luminosos de su estilo.

Concluiremos. En la última parte estableció una comparación en-tre la caída casi simultánea del Czar Alejandro II, en Rusia y la de un Ministro omnipotente en Inglaterra e hizo notar la diferencia de una y otra caída: la una, la obra sangrienta del nihilismo; la otra, obra del poder de la prensa, a la cual representó el doctor Zambrana, en una pobre periodista que trabajaba en una triste bohardilla londinense; la una, obra de la barbarie; la otra, de la civilización. Este fue el corolario de su magnífico estudio.

Para finalizar, dio a entender la importancia suma de trabajos por la elevación del criterio moral y político de los pueblos, por medio de la palabra. Y expresó en brillantes golpes oratorios, a qué inmensa altura puede llegar el arte tribunicio, que posee todas las virtudes y fuerzas de

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las otras artes y que gradúa y mira la hora del progreso, en el cuadrante de oro del pensamiento humano.

Excusado es decir que casi a la terminación de cada período, el orador fue universalmente aplaudido.

Como suponemos que continuarán las conferencias, desearíamos que se cambiase de local. El del Palacio de Justicia es muy pequeño para el objeto, y no permite la concurrencia de damas; las cuales también desean oír la palabra del célebre orador.

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DiNamita1

NO PODEMOS quejarnos los americanos: la civilización europea está con nosotros. Hemos copiado desde la Revolución Francesa hasta el café cantante. Nos faltaba la aplicación química al orden social, el em-pleo finisecular del explosivo. Ya tendremos eso; al menos, la semilla del árbol está entre nosotros. Parece que el lustrabotas de la esquina y el barrendero de más allá, no se habían dado bien cuenta de que el capital del señor Pereira2 es de ellos. Los hambrientos de Europa3 nos traen su contagio de iras almacenadas por siglos, a nuestros buenos países don-de solamente el que no quiere no pone en su olla la gallina que el rey bondadoso4 quería para el caldo de sus súbditos.

[el anarquismo asoma su faz por todas partes]

Toda Europa está minada por la caries socialista. El anarquismo asoma su faz por todas partes. “Alemania, escribió una vez Heine, está

1 La Tribuna, Buenos Aires, 27 de noviembre, 1893; rescatado por E. K. Mapes en Escritos inéditos de Rubén Darío, Op., cit. Ha sido anotado por Pablo Kraudy. Julio Ycaza Tigerino comentó que en este ensayo Darío “se revela contra la copia política hispanoamericana de la Europa moderna. Más adelante la emprende contra el so-cialismo y el anarquismo. Se indigna con los filósofos anti-cristianos”. Y añade: “Su reacción antirrevolucionaria no es propiamente política, es la del artista, y como tal —él mismo lo explica— tiene principalmente un valor y un sentido estéticos; pero obedece indiscutiblemente a una convicción íntima de carácter cutural y religioso” (“La filosofía política de Rubén Darío”, en Lengua, núm. 11, marzo, 1996, pp. 20 y 21).2 Probablemente se refiera al ganadero argentino Leonardo Pereira, fallecido en 1899.3 Alude a la oleada de inmigrantes europeos que llegaron a Argentina, muchos de los cuales eran anarquistas y socialistas, constituyendo más del 50 por ciento de los trabajadores industriales de esa nación.4 Enrique IV de Francia (1553-1610), conocido como El Grande. Su biógrafo Har-douin de Péréfixe, en Historia de Enrique El Grande (1681), refiere que dicho rey, al preguntarle el duque de Saboya por sus sentimientos hacia su pueblo, contestó: “Del corazón de mi pueblo sé que conseguiré lo que quiera. En cuanto a mí, si Dios me concede la gracia de vivir unos años más, quiero que no haya un campesino en mi reino que no ponga cada domingo una gallina en su olla”.

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amenazada de una revolución social, cerca de la cual la sangrienta tra-gedia de 1793 será un inocente idilio”. Francia ha producido reciente-mente al artista exquisito de apellido Ravachol.5 Italia tiene dentro y fuera de casa propagandistas teóricos y prácticos. España y Portugal no se quedan atrás. ¿En Inglaterra? Se trata sencillamente de aniquilar al enemigo. ¿Quién es el enemigo? La respuesta es del asno de Lafontaine: Notre ennemi c’est notre maitre.6

Para Caín, el labrador, el enemigo es Abel, el estanciero. El enemigo es el trabajador, que tiene ahorros; el propietario, que tiene casas; el caballero, que tiene frac; la noble dama, que tiene diamantes; el juez, que tiene autoridad; el rey, que tiene corona; el creyente, que tiene a Dios. Los pseudos-anarquistas importados a esta tierra han escrito en sus papeles amenazantes con motivo de la peregrinación a Luján:7 “ni Dios, ni Patria”.8 Ya Engels9 había dicho en el país de Alemania: “Tiempo vendrá en que no habrá más religión que el socialismo”. Esos filósofos de última hora, tras un hartazgo de Darwin,10 de Strauss,11 de Büchner,12 de Feuerbach,13 predican a las masas populares cerradas

5 Pseudónimo de Francoise Claudius Koënigstein (1859-1892), anarquista francés muy conocido por sus atentados con dinamita. Se le evocaba como símbolo de la revuelta en numerosas canciones de la época y en escritos de los anarquistas.6 “Nuestro enemigo es nuestro maestro”. Se trata del verso penúltimo de la fábula VIII —titulada “Le Vieillard et l’Ane” (“El viejo y el asno”)— del libro VI de Las Fábulas del célebre poeta francés Jean de La Fontaine (1621-1695).7 La ciudad argentina de Luján, a orillas del río del mismo nombre. Importante como centro religioso y de peregrinaciones al santuario de la basílica de Nuestra señora de Luján.8 Dos de las consignas que hicieran famosas los anarquistas. La tercera: “Ni Amo”.9 Friedrich Engels (1820-1895), filósofo alemán, colaborador de Marx en la creación del marxismo.10 Charles Darwin (1809-1882), naturalista inglés, autor de la teoría de la evolución de las especies por selección natural; sin ser anarquista sirvió de fuente a las ideas libertarias de estos.11 David Friedrich Strauss (1808-1874), filósofo y teólogo alemán, autor de La vida de Jesús (1835), en donde explica los milagros de los evangelios como una serie enca-denada de mitos y, por tanto, sin valor histórico.12 Ludwing Büchner (1824-1899), médico y filósofo alemán, materialista, reduccio-nista y determinista, autor de Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales (1855). Difundió un darwinismo social.13 Ludwing Feuerbach (1804-1872), filósofo materialista alemán, autor de La esencia del cristianismo (1835), en donde formula un ateismo antropológico.

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e ignorantes la muerte de las creencias y de los ideales religiosos.14 La filosofía de los apetitos se esparce como el soplo de una peste.

“Venid a mí, exclamó Cristo, todos los que estáis trabajados y car-gados, que yo os haré descansar”. A lo cual se le contestó con Bakouni-ne:15 “El cristianismo ha sido tan funesto a las naciones occidentales como el opio a los chinos.” La religión que se ha de seguir es la que sa-tisfaga a la bestia atacada de bulimia. La divisa de las barrigas plebeyas es ésta: “¡Todo por el faisán!”.

El buen Juan no quiere ya pan y cebolla; y ha meditado que sus manazas pesadas deben encontrarse mejor entre los guantes del Señor marqués. Hay que ser ricos, a toda costa, y puesto que no podemos serlo, destruyamos la propiedad ajena, igualemos a fuego y sangre las cabezas de la humanidad. Procuremos engordar y ser felices en esta vida; que más allá no hay nada. O como está escrito en el cementerio de la Commune Libre, de Berlín: Schafft hier das Leben gut und schön / Kein Jenseit ist kein Auferstehn.16

[He de estar siempre contra la avenida cenagosa]

¡Dios me libre de que yo esté nunca en contra del dolor, de que yo ataque o escarnezca a la miseria! Tampoco he de ponerme del lado del rico avaro, que no paga el jornal justo; de los que dejan morir de hambre a sus obreros, de aquéllos a quienes San Pablo anuncia penas grandes a causa de sus riquezas podridas, de sus oros y platas llenos de orín. “He aquí, el jornal de los obreros que han segado vuestras garras (el cual por engaño no les ha sido pagado de vosotros) clama; y los clamores de los que habían segado han entrado en las orejas del señor

14 A fines del siglo XIX se consideró importante el estudio de la naturaleza como mo-delo de configuración de las sociedad humanas. Esta extrapolación de la evolución al pensamiento social influyó en Argentina. Anarquistas y socialistas la utilizaron como justificación de la idea de cambio gradual.15 Mikhaïl Bakounine (1814-1876), anarquista ruso, uno de los fundadores del so-cialismo libertario. Sostuvo que la revolución social era el acto que destruía a Dios, al Estado y al capitalismo, y permitía la construcción de una sociedad racional: el colectivismo anárquico, que se conquistaría por la violencia.16 Inscripción a la entrada del cementorio de la Commune Libre, de Berlín: “Tome esta vida muy bien. No hay otra vida, no hay resurrección”. El cementerio fue abierto en 1848.

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de los ejércitos”.17 Mas he de estar siempre contra la avenida cenagosa, contra la oscura onda en que hierven todas las espumas del populacho, contra el odio de abajo, contra la envidia de lo negro a lo blanco, de lo turbio a lo brillante, de lo basto a lo fino, de la fealdad a la hermosura, de la vulgaridad a la distinción. Más que la moral es la estética lo que me impulsa a combatir la rabia anárquica. Socialistas, anarquistas, co-munistas, todos son unos. El empleo de mayor o menor cantidad de agua y jabón es lo único que los distingue. Son los cainitas. No tienen corderos que ofrecer en el ara, y matan por eso. Son los que después del cautiverio del rey Juan, riegan la isla de Francia con sangre de sus se-ñores, son los jacques, son los que siempre piensan que madama Veto18 debe bailar; son los que ponen en las picas las cabezas de las princesas; los que odian al aristócrata por su aristocracia y a la bella Lamballe19 por su cabellera de oro. ¿Patria? No tienen.

Con los primeros turanios van caballeros del pillaje contra el Ar-yablanco. Parias furiosos se vengan de la suerte por la destrucción. En nuestros días su patria es el mundo. Carlos Marx fundando la Inter-nacional20 borra las fronteras, y en dondequiera que mira un burgués, un propietario, reconoce un tirano que hay que combatir. El francés, el inglés, como el yankee o el argentino, no es considerado como un Erbfeind,21 si profesa las mismas ideas. Terribles zíngaros, que en ha-blando la misma jerga exaltada se comprenden en todos los lugares,

17 Darío atribuye a San Pablo palabras correspondientes al capítulo V de la epístola del apóstol Santiago (5: 1-4), probablemente por la afinidad de los contenidos (San Pablo, Primera carta a Timoteo, 5: 18-19; 6: 9-10) y por citar de memoria.18 Apodo que el pueblo francés dio a María Antonieta de Austria (1755-1793). A su esposo, el rey Luis XVI de Francia, le decían “Monseiur Veto”, después que éste aplicara el derecho al veto otorgado por la constitución de 1790. En efecto, vetó la legislación de la nueva Asamblea Legislativa. Tras el derrocamiento de la monarquía en 1792, ambos fueron ejecutados.19 María Teresa Luisa de Saboya-Carignan (1749-1792), conocida como princesa de Lamballe, al casarse con Luis Alejandro de Borbón (1747-1768), príncipe de Lam-balle. Fue decapitada en 1792.20 Carlos Marx (1818-1883), filósofo, economista, historiador y periodista alemán. Es el autor político de mayor incidencia en el pensamiento social contemporáneo. La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) fue fundada por Marx en Londres en 1864 con el objetivo de unir a las organizaciones socialistas y comunistas del mundo. Prolongó su existencia hasta 1876.21 Enemigo mortal.

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como que son cabezas de una misma hidra! Klemich dice a Becker: “La nacionalidad es una ficción no solamente absurda sino peligrosa”. Y el come-ricos de Hamburgo o de Barcelona siente como si fuese en su propio pescuezo la soga que ahorca al anarquista de Chicago.22 Envídiase al potentado sus palacios, su lujo, su mesa, su mujer, y hasta su obesidad, y sus dispepsias. La moral no existe, las clases no existen, la propiedad no existe, la justicia no existe, Dios no existe. Y si existe, ¡dinamita con él!

[abundan los ojos torvos, las grandes mandíbulas]

Los escritores ateos y sus filósofos explosivos que están repletos de Darwin, no aplican seguramente a sus ejércitos de igualitarios la ley de la selección. “Qué es la selección», dirá la palabra protestante, «sino la herencia con todas sus consecuencias; desigualdades físicas, intelectuales, morales y sociales?”. Si mis lectores han visto alguna vez un congreso de socialistas, otros, ejusdem farinae,23 o junturas que los representen, ¿no se han fijado en la expresión fisonómica de cada uno de los ejemplares, o compañeros? Abundan los ojos torvos, las gran-des mandíbulas, los rasgos marcadamente zoológicos; las señales de los apetitos, los gestos codiciosos, las miradas reveladoras Acaba de ob-servarlo mejor que ya Frank Duperrt. “Viendo pasar los cortejos y las manifestaciones en favor de las reivindicaciones sociales, el pensador y el creyente no pueden dejar de sentirse conmovidos y entristecidos a la vez, de la poca inteligencia que reflejan casi todas las fisonomías, Las fases testarudas y abobadas, limitadas, forman muy a menudo la mayoría. Esos hombres pretenden que son la fuerza. Se engañan. No son sino el número.”

Son el número en efecto, engrosado cada día más por la predica-ción de los oradores de taberna que van a contagiar al obrero bueno y a beberle la mitad del jornal, haciéndole soñar en una Jauja anarquista24 que debe llegar con el absoluto triunfo del Mesías llamado Democracia.

22 Alude a los sucesos trágicos de Chicago en 1886, que condujeron a la horca a varios dirigentes anarquistas.23 “De la misma harina”. Frase empleada en sentido negativo para establecer compa-ración entre personas que tienen los mismos vicios y defectos. 24 Jauja, simbólicamente: sociedad paradísiaca, utópica; la sociedad libertaria aspira-da por los anarquistas.

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El herrero, el zapatero; el carpintero que va el domingo a su centro fa-vorito a divertirse, apura su aguardiente o su cerveza al propio tiempo que traga la prédica del haragán parlanchín, y es como si apurase pe-tróleo. De allí sale el hombre laborioso con la ira y el odio al capitalista, al que vive de otra cosa que la labor manual. En su mente aparecerá la perspectiva de una victoria, de un súbito engrandecimiento; y verá al Kobold de la leyenda germánica25 que como un Puck26 afiliado al so-cialismo, hace que el cobrador de contribuciones se rompa las piernas, o hila en la rueca de la pobre joven dormida, que al despertar halló hecho un trabajo.

[Los enanos se torearán enormes como gigantes]

Ese es el Kobold que se trasfigurará más tarde, cuando haga con las piedras preciosas de la tierra material y fecunda, el estandarte del pueblo, “negro como la miseria, amarillo como el oro, rojo como la sangre”. Los enanos se torearán enormes como gigantes y el jefe de ellos clavará la insignia popular sobre una roca tan alta, que toda la tierra la mirará. ¡Sueñan bien cuando así sueñan! Creen seguramente —por obra de los principios democráticos que dan la fuerza y la ley a la ma-yoría—, que, siendo el número, son la fuerza, olvidando que la fuerza está en la inteligencia.

Curiosos misioneros, en verdad, el marido y la mujer Klemich, que de ciudad en ciudad han predicado el evangelio de la materia y la buena nueva del socialismo en la tierra pensadora de Germanía; curiosa lógica la lógica acomodaticia de Figels que hace depender las leyes morales de las leyes económicas; curiosa utopía la del Vorwärts27que concentra y reúne la riqueza del mundo en un solo millonario al cual se despojaría

25 En la mitología germánica el Kobold es espíritu menor que vivía en cuadras, cuevas y casas, efectuando las labores domésticas cuando sus dueños se ausentaban de sus casas. A cambio de sus trabajos exigían un poco de leche y los restos de comida; pero si al dueño de la casa se olvidaba de alimentarlos, se vengaban haciéndole toda clase de maldades.26 Personaje de la comedia shakesperiana Sueño de una noche de verano. Es “un pícaro y bellaco duendecillo”.27 Vorwärts: Adelante, publicación socialista, órgano del partido Socialdemócrata Alemán (SPD), de la que fue director August Bebel (1849-1913), escritor y político socialista. Con el mismo nombre se formó en Buenos Aires un club alemán (1886), afín en filiación ideológica.

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de ella pura proceder al soñado universal repartimiento. Nada es ya la república modelo de Cabet;28 Pourier29 y Saint Simon30 tendrían que ir a la escuela. Lasalle,31 Bebel, 32 Marx, les enseñarían muchas cosas. El mismo petróleo es una sustancia pasada de moda. ¿De qué sirve ese pobre medio de incendio cuando se puede ravacholizar, cuando se han descubierto esas preciosas sustancias, dinamita, melinita, panclastita?

Ahora bien, en la leyenda del Kobold el mesías femenino que ha de llegar, la princesa cuyo perfil se grabará en los escudos que se hagan con el oro de las coronas, se llama Democracia. Y es ésta la divinidad que convertida en gorgona ha atizado por todas partes las hogueras. Cada vez que la canalla alza una bandera pronuncia esa palabra: Democra-cia. Democracia en el universo; puesto que la patria sabemos ya que no existe. Marx afirma: “Después del año 70, desde Tito, no tenemos patria; tenemos intereses.”

Y bien, digamos la verdad: todos los poetas, todos los utopistas, todos los oradores, todos los políticos que han halagado el espíritu del pueblo, todos los que poseídos de la fiebre democrática han dicho a su cochero o a su cocinero: “tú eres mi igual”, han agregado un fulminan-te a las bombas de la estupidez devastadora. Yo no me explico cómo en Europa hombres pensadores y plumas brillantes simpatizan con la más injustificable de las causas. Explícome sí que De Amicis33 dedique su bella prosa sensible al pobre que sufre, al minero enfermo y escaso, que Severine34 vaya personalmente a las minas a dejar pan y flores, que todos los escritores, en fin, tengan la justa compasión del infeliz

28 Étienne Cabet (1788-1856), reformista social francés, autor de El viaje a Icaria, donde describe su ideal del Estado perfecto. En 1849, Cabet y sus seguidores emigra-ron a Estados Unidos. Allí intentó poner en práctica su teoría fundando una comu-nidad icariana en Nauvoo (Illinois).29 Charles Pourier (1772-1837), filósofo francés, uno de los representantes del socia-lismo utópico.30 Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint Simon (1769-1825), filósofo francés. También representante del socialismo y utópico.31 Ferdinand Lasalle (1825-1864), entró en contacto con Marx, pero se distanció de sus ideas, abogando por una táctica evolucionista, sustentada en la legalidad. Fue uno de los teóricos de la socialdemocracia que el marxismo calificó de revisionista.32 August Bebel (1840-1913) fue uno de los directores de Vorwärts.33 Edmundo De Amicis (1846-1908), narrador y periodista italiano.34 Pseudónimo de Caroline Rémy (1855-1929), socialista francesa. Fue la primera mujer en ganarse la vida como periodista.

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y del necesitado. Mas cuando se ve al obrero exigente dejar el trabajo y alzar la bandera roja, cuando turbas de descamisados proclaman la destrucción y la muerte ¿quién que no pertenezca al crespo gremio de zapa y bomba no ha de mirar con poco amor esas bocas torcidas por la iracundia, esas manos alzadas y amenazantes?

Tipo extraño me parece aquel entre todos los propagandistas del socialismo europeo, Ernesto de Waldow.35 Su Catarina es de aquellas obras que deben haber penetrado en el corazón del obrero alemán con mayor profundidad, por lo mismo que la doctrina está expuesta con el encanto de la novela y sin el esfuerzo de la violencia. Si sus obras hiciesen en el pueblo muchos socialistas como el Steiner de su célebre libro, no sería tan grande el daño, pues por medio del razonamiento tranquilo no se vuelan casas ni se asesina a nadie. Mas muchos son los Salomones Friedman que prefieren el argumento químico y hacen dan-zar en el aire pedazos de pobres gentes, como acaba de ver Barcelona en su teatro del Liceo.36

[La semilla del anarquista feroz e incondicional]

Friedman, riega la semilla del anarquista feroz e incondicional. Para mí fue sorpresa grandísima saber por narración del popular novelista Gerstacker37 que Ernesto de Waldow era una mujer, “una joven muy bien hecha, ¡a fe mía!, muy elegantemente vestida, que levantaba gra-ciosamente con su manecita gordita y perfectamente inmaculada, la extremidad de su traje, mostrando un pie mignon, finamente calzado.”

35 Pseudónimo de la novelista alemana Lodoiska von Blum (1841-1827). Probable-mente la obra a la que Darío se refiere sea Die schwarze Käthe (1868).36 Se refiere al atentado que días antes, el 7 de noviembre de 1893, se produjo en el Teatro del Liceo de Barcelona, durante el segundo acto de la representación del Gui-llermo Tell de Rossini. El anarquista aragonés de 29 años, Santiago Salvador Franch, lanzó dos bombas “Orsini” en la platea del teatro, dando por saldo de 20 muertos y 27 heridos. Días antes, el 3 de noviembre, en el puerto de Santander había explotado el mercante Cabo-Machichaco que en sus bodegas cargaba dinamita de contrabando, causando 590 muertos y numerosos heridos. Difundidas en el mundo, incluyendo los periódicos anarquistas argentinos (El perseguido, 11 de noviembre de 1893, “La dinamita en acción - La gran noticia”), impactaron indudablemente en Darío al es-cribir este artículo.37 Probablemente Friedrich Wilhelm Christian Gerstacker (1816-1872), considerado uno de los más importantes novelistas de aventuras alemanas del siglo XIX. Escribió sobre sus viajes de América del Sur.

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Y vi claro entonces por qué razón el aristocrático Catulle Mendès38 ba-tía palmas al escritor socialista de Alemania. Ernesto de Waldow es el seudónimo de la baronesa Lodoiska von Blum. Más peligroso que este autor es todavía Hauptmann,39 el dramaturgo de Los Tejedores. Con-movió a Berlín la representación de su obra, y luego en París causó el mismo efecto cuando la dio en su teatro Antoine. Ciertamente que hay algo esquiliano en el drama del autor sajón. Es la visión de un pueblo hambriento llevado hasta el honor. Mas es seguro que antes de hacer obra de bien, antes que encender el alma de un Francisco de Asís o de un Tolstoi, aumentará la muchedumbre de los dinamiteros y de los huelguistas.

El héroe principal del drama es el trabajador —o los trabajado-res— pues en la obra, como lo hace notar Paul Schlenther,40 la heroína es la Miseria: no hay personaje principal sino la colectividad. Acto 1.°, el obrero encuentra trabajo con mal jornal: labor y hambre. Acto 2.°, Comprensión de su estado: protesta íntima: idea de levantamiento. Acto 3.°, Al son de su canto guerrero, se lanza contra su explotador: venganza y proyectos de pillaje. Acto 4.°, Pillaje: fuga de los propie-tarios. 5.°, Furor de la bestia humana: saqueos, incendios, hombres y mujeres en delirio. La autoridad interviene; combate, triunfo del pue-blo. ¿Moral? Ninguna. El viejo Hilse es creyente y eleva su oración a Dios. De seguro nadie imitará al viejo Hilse. A Bäcker sí 1e imitarán, y serán para él los mejores aplausos. Tres serpientes se alcanzan a ver en la cabeza de la Euménide;41 una se llama Desesperación, otra Alcohol, otra Venganza. Oh cuán lejos estamos de la consoladora canción del poeta ruso: “El pajarito dirá al buen Dios que el pobre sufre, que riega

38 Catulle Mendès (1841-1909), escritor francés del parnasianismo. Fue modelo de Darío en sus cuentos de Azul…39 Gerhart Hauptmann (1862-1946): dramaturgo, novelista y poeta alemán. Prin-cipal intérprete de la literatura naturalista alemana. Los tejedores (1892), su obra más importante, es un drama de protesta social que narra la insurrección de 1844 que protagonizaron los tejedores de lana de Silecia (Polonia).40 Paul Schlenther (1854-1916): escritor, crítico y director de teatro alemán. Uno de los pioneros del naturalismo.41 En la mitología griega, antiguos espíritus o diosas de la tierra, identificadas con las Erinnias, las tres diosas vengadoras del mundo inferior. Se les suele representar con cabellera de serpientes y ojos inyectados en sangre. Motivo de una de las obras dramáticas de Esquilo: Las Euménides.

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los campos con sudor de sangre, que para el labrador la primavera no es dulce como para el pájaro y no lleva ninguna alegría. Él también qui-siera saludar con un canto alegre el amanecer pero la carga de su pesada miseria le obliga a callar. Los cuidados son plomo sobre su corazón y, a su pesar, la canción no puede salir de sus labios. El pajarito rogará que la mano del buen Dios sostenga al labrador en su suerte amarga a fin de que tenga bastante fuerza para cargar su cruz y para llegar sin murmurar hasta la tumba...”

[“Ni Dios ni patria”]

Mas los socialistas no entienden ni quieren entender de las obras, leyes y bondades divinas. El anarquismo lo dice claro: “ni Dios ni pa-tria”; y ante el amenazante desborde de pasiones y de iras, empiezan los gobiernos y las sociedades a ponerse en guardia. Ya era tiempo. Entre nosotros no es de hoy la importación de la savia dañina. Desde el año de 1887, escribía un notable publicista, a este respecto: “La acción no se limita a Alemania; ella pasa las fronteras y ha ligado vínculos estre-chos con los países vecinos. Podría citar tal ciudad de la Alemania meri-dional donde se trabaja el hierro y se fabrican los bijoux de exportación, cuya hoguera irradia sobre Suiza, sobre Italia, sobre Francia y hasta en la América del Sur.” Como no estemos dispuestos a aplicar llegado el caso el proyecto que en el Banquete de los Eventualistas propuso el ilustre Tribulat Bonhomet del delicioso Villiers de L’Isle-Adam,42 ha-brá que recordarles a los inmigrantes dinamitófilos, en qué país están. Desde la metrópoli de la Frigia Pacatiana, Laodicea, escribió el fuerte apóstol a su hijo en la fe, Timoteo: “Porque los que quieren ser ricos caen en tentación y en lazo y en muchas cosas insensatas y dañosas que anegan a los hombres en perdición y muerte”43 y antes: “Así que tenien-

42 Auguste Villiers de L’Isle-Adam (1838-1889): escritor francés, precursos del simbo-lismo. Uno de los autores incluidos en Los Raros (1896) de Darío. El doctor Tribulat Bonhomet, personaje de La extraña historia del Dr. Tribulat Bonhomet (1887), repre-sentación del burgués positivista, “es un don Quijote trágico y maligno, perseguidor de la Dulcinea del utilitarismo”, escribió Darío. “El banquete de los eventualistas” es uno de los relatos de esta obra, publicado originalmente en Gil Bla; trata sobre la amenaza del anarquismo y la propuesta de una medida simple para neutralizarla, con la regulación de sitios nocturnos y expendios alcohólicos.43 San Pablo: Primera carta a Timoteo, 6: 9. En texto bíblico, “lazo del diablo”, va-riante debida a que cita de memoria.

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do sustento con que cubrirnos, seamos contentos con esto”.44 Por lo cual séame permitido manifestar mi admiración a ese viejo y profundo filósofo italiano que contestó al interrogatorio del comisario Obligado: “Signore mio, io sono amico del puchero”. He allí la base de la felicidad humana: ¡contentarse cada cual con su puchero, 45 más o menos gordo, más o menos flaco!

44 Ibid., 6: 845 Alimento diario y regular.

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JoHN bull foR eveR!1

EL CORRESPONSAL de La Nación en Londres ha comunicado, con fecha 20, que Lord Kimberley,2 el ministro de Relaciones Exteriores, puso personalmente en manos del Ministro de Nicaragua el ultimátum del Gobierno, pidiendo £ 15.000 de indemnización por la expulsión del cónsul inglés en “Bluefields”.

Creíamos que, como se había anunciado, el incidente recién pa-sado entre Inglaterra y Nicaragua, había tenido un fin satisfactorio: Nicaragua quedaba dueña de su territorio, sin pagar ningún bocado a las mandíbulas de John Bull. Mas lo que no fue por fas, fue por nefas.3 En su oportunidad pusimos a nuestros lectores al corriente del asunto Mosquito. Recordaráse que hablamos de un cónsul inglés, que en con-nivencia con cierto hotelero de Bluefields, fue el mayor instigador de las pasadas revueltas. El gobierno de Nicaragua canceló su patente al referido cónsul, y según parece, le expulsó del país. He aquí el motivo

1 La Nación, Buenos Aires, 23 de marzo, 1895, p. 3, col. 2-4. Su título completo es: “John Bull for ever / £ 15,000 de indemnización. Nicaragua, pez chico. La opinión norteamericana”. Rescatado por Erwin Mapes en Escritos inéditos de Rubén Darío… [New York, Instituto de las Españas, 1938, pp. 142-146]. John Bull es la personifi-cación y símbolo de Gran Bretaña. Apareció en 1712 en una serie de cinco folletos reunida el mismo año como History of John Bull, creado por el médico, humanista y erudito londinense, John Arbuthnot (1667-1735), difundiéndose desde entonces en la obra de impresores e ilustradores británicos y de otras nacionalidades, entre ellos el caricaturista político germano-estadounidense Thomas Nast (1840-1902), con quien se popularizó cuando éste trabajó como diseñador de la revista neoyorquina Harper’s Weekly.2 John Wodehouse (1826-1902), primer conde de Kimberley y político liberal inglés. Ocupó los cargos de Secretario de Estado para las colonias y Secretario de Relaciones Exteriores, este último entre el 11 de marzo de 1894 y el 25 de junio de 1895. El 26 de febrero de este año Lord Kimberley dirigió a Modesto Barrios, Ministro de Nica-ragua, el mencionado ultimátum. 3 Aplicación rubendiariana de la locución francesa “por fás o por nefás”: una alte-ración de la locución latina “fas atque nefas” o “fas nefas” (lo lícito y lo ilícito, lícita o ilícitamente, a todo trance). Por unas cosas o por otras, por las buenas o por las malas.

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por el cual Inglaterra exige ahora a aquella pequeña y no abundante en recursos república centroamericana, quince mil libras esterlinas.

[los escándalos de un matrimonio alemán]

No es esta la primera vez que aquel país de cuatrocientos mil ha-bitantes, pez chico, paga indemnizaciones de esta clase. Hace algunos años los escándalos de un matrimonio alemán, y la intervención de una policía primitiva, ocasionaron la salida de unos cuantos miles de pesos de las cajas nacionales, para el gobierno alemán.

Cuatro argumentos poderosos anclaron en la bahía de Corinto; la bandera nacional fue humillada, y los pesos embolsados. ¡Perfectamen-te!

Pocos días hace que la prensa argentina y en especial La Nación, se ha ocupado de los miramientos especiales que las naciones europeas tienen para con las naciones americanas que no hablan inglés. Pero entre todas las potencias europeas, ¡ninguna como esa sonrosada y ven-truda Inglaterra!

Respecto a la cuestión con Nicaragua, publicó en diciembre último el Harper’s Weekly4 un artículo en que predominaba un criterio comple-tamente inglés. Gran parte de la opinión norteamericana protestó. Mas la palabra de un distinguido publicista, William L. Scruggs,5 sobresalió entre todas. Merece poner en ella nuestra atención.

El Harper’s Weekly, de 23 de diciembre, decía, contiene una larga reseña del reciente incidente de Bluefields, que es muy a propósito para excitar sorpresas en el ánimo de todo ciudadano americano de inteligencia.

En suma, se asegura que la Reserva de Mosquitos, en la costa orien-tal de Nicaragua, había sido un estado independiente que gozó del protec-torado de la Gran Bretaña por casi dos siglos, antes que Inglaterra aban-donase su derecho a ella en 1850. Que cuando Nicaragua tomó por la fuerza posesión de Bluefields, en febrero último, el vapor británico

4 Revista neoyorquina de política estadounidense, publicada de 1857 a 1896, por la empresa Harpers & Brothers. Tuvo una amplia circulación.5 William Lindsay Scruggs (1836-1912), publicista, abogado y diplomático esta-dounidense. Escribió sobre la política exterior de los países de América del Sur y de América Central. Fue embajador de Estados Unidos en Colombia y Venezuela.

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Mohawk desembarcó sesenta hombres que acamparon en una propie-dad, cuyo uso fue ofrecido por sus dueños, que eran americanos. Que como el resultado de una conferencia entre el capitán del Mohawk y Clarence, jefe de los Mosquitos, Nicaragua convino en retirarse y reco-nocer la soberanía del rey de aquéllos.

Que posteriormente, a la llegada del vapor americano Marblehead, hubo una conferencia entre los dos capitanes, y su resultado fue que el americano también desembarcó sesenta hombres, según es de pre-sumirse, no para pelear con los marinos británicos ya desembarcados, sino para reforzarlos ¡contra los nicaragüenses! Que más tarde, cuando los últimos volvieron con fuerza considerable, y el Marblehead estaba a punto “de tomar medidas muy activas”, para lanzarlos, arribó el vapor americano Columbia, cuyo capitán ocupaba una jerarquía superior a la del capitán del Marblehead y no se tomaron las medidas activas.

Que el resultado final fue que Nicaragua “asumió plena autoridad” y los indios “fueron privados de sus derechos nativos y despojados de su independencia”. Su rey pasó a ser “huésped de la Gran Bretaña en Jamaica”, donde sé le proveyó de dinero el bolsillo, y ahora, dice el re-vistero “el agravio hecho a la Gran Bretaña, clama venganza”.

[se halla uno inclinado a pensar que se trata de una broma]

Esos son los puntos principales de ese notabilísimo papel. Si esto hubiera salido en alguna publicación provincial de las Antillas británi-cas, o siquiera en algún tardío órgano londinense de los tories,6 se ha-bría comprendido y apreciado; pero apareciendo como aparece, en uno de los periódicos de mayor circulación e influjo en los Estados Unidos, se halla uno inclinado a pensar que se trata de una broma.

Las usurpaciones de Inglaterra en la América Central comenzaron a principios del siglo dieciocho, y continuaron hasta mil setecientos ochenta y tres, tiempo en que, por el tratado de esa fecha con España, aquélla convino en retirarse y abandonar toda pretensión. Sin embar-go, se dio permiso a sus súbditos “para cortar caoba y maderas de tinte”

6 Tory es un término antiguo, originalmente despectivo —procede del irlandés thai-ride o tóraighe, bandolero— con el que se denominaba a quien pertenecía o apoyaba al partido conservador inglés; en el siglo XIX, pese a la renovación ideológica de éstos, el término continuó empleándose en la política inglesa.

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en una estrecha faja del país “entre los ríos de Beliza y Honda”. Mas estipulóse expresamente que este permiso de cortar madera de cons-trucción no debía interpretarse de ningún modo como derogación de la absoluta soberanía de España sobre el territorio nombrado, y para dar a eso mayor eficacia, el gobierno inglés se obligó a demoler cuales-quiera fortificaciones que los súbditos británicos hubiesen erigido y a prohibirles la creación de nuevas.

Difícil habría sido hacer más claro y explícito el lenguaje de este tratado. El fin manifiesto fue quitar de una vez y para siempre del medio cualquier derecho o apariencia de derecho que la Gran Bretaña hubiese tenido a la soberanía y dominio en cualquiera parte de la Amé-rica Central. Y así lo entendieron ambas partes. Pero a la vuelta de algu-nos meses, Inglaterra comenzó a alambicar los términos “Continente Hispano-Americano”, empleados en el tratado. Reclamó el derecho de interpretar a su modo estas palabras y “de determinar por considera-ciones prudenciales”, ¡si la costa de Mosquitos quedaba incluida en esa descripción general!

[El tratado de 1786]

Esto condujo al tratado supletorio de 1786, que declaró que “los súbditos de S. M. británica debían de una vez y sin excepción evacuar, no sólo todo el territorio de Mosquitos, sino también toda la América Central, inclusive hasta las islas adyacentes”. Se concedió todavía a los súbditos británicos el privilegio de cortar caoba, mas con la estipula-ción expresa de que el territorio para el cual se otorgaba este permiso, era “indisputablemente reconocido como perteneciente de derecho a la corona de España”. Y para reforzar esto, se prohibió a los súbdi-tos británicos, suministrar “armas y pertrechos de guerra” a los indios mosquitos o cualquiera otra tribu de aborígenes que se hallase en la América Central. Menos de ocho meses después, se llamó a discusión este último tratado en la cámara británica de los lores. Se propuso “des-convenir de los términos del tratado”, proposición que fue negada por 19 votos contra 5. Pendiente la discusión, que duró varios días, ambos partidos reconocieron francamente que el tratado, tal cual estaba, “re-quería que la Gran Bretaña de una vez y para siempre evacuase todo el territorio de Mosquitos”. Acerca de ese punto no hubo más leve dife-rencia de opinión, pero el tratado quedó sin mudanza.

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¿Cómo, pues, se dio Inglaterra traza de renovar su pretensión al protectorado de la costa de Mosquitos y a la soberanía de Belice? No fue ciertamente en 1801, en virtud del tratado de Amiens, por el cual adquirió toda la isla de Trinidad distante unas 3.000 millas, a la altura de la costa de Venezuela; porque la concesión se limitó explícitamente a esa isla.

No fue ciertamente en 1809, época en que Inglaterra y España celebraron un tratado de alianza ofensiva y defensiva, y cuyo declarado propósito fue reducido a resistir la tentativa del primer Napoleón de conquistar la monarquía española. No fue ciertamente en 1814 en que se renovaron los tratados comerciales entre Inglaterra y España, inclusi-ve los pactos de 1783 y 1786. No fue ciertamente en 1817 y 1819, en que el parlamento británico, por medio de estatuto público (57 y 49) de Jorge III, terminantemente reconoció que “el establecimiento bri-tánico de Beliza [sic]”, no estaba “dentro del territorio y dominio de la corona británica”. Demás de eso, fue en 1819 y 1820 cuando el capitán Bonnycastle, del cuerpo de ingenieros reales, empleado británico de alta jerarquía, publicó un libro en que describió la costa de Mosquitos, diciendo que era una “porción de terreno situada entre la costa septen-trional y oriental de Honduras” pretendida por la Gran Bretaña, pero que “abandonó en 1787”, cumpliendo con las obligaciones impuestas por los tratados de 1783 y 1786.

[la legítima propiedad de españa]

Consta, pues, que de 1787 a 1820, período, de 33 años, todo el país de los Mosquitos, y en realidad toda la América Central, inclusive las islas adyacentes, fueron reconocidas por Inglaterra como de la legí-tima propiedad de España. En 1821 todas las provincias españolas de la América Central, comprendiendo a Nicaragua y Honduras, reivin-dicaron y mantuvieron su independencia. ¿Cómo influyó eso sobre el derecho a la soberanía de aquellos países?

Seguramente que en ese período de la historia del mundo, sería supererogatorio probar que, tales provincias, mediante el buen éxito de la revolución y el reconocimiento de su independencia sucedieron, dentro de sus respectivos límites, en todos los derechos territoriales de soberanía y dominio que antes de la revolución tenía España. No hay principio de derecho internacional que esté más seguramente estableci-

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do que éste, ni gobierno civilizado de la tierra que esté más irrevocable-mente empeñado en su observación que el de la Gran Bretaña misma.

Superfluo sería citar numerosos ejemplos que se extienden a un lap-so de tiempo de más de cien años. Sólo citaré uno: Inglaterra registró su ilimitada adhesión a este principio en su tratado de 26 de diciem-bre de 1828 con México, que hasta poco antes había sido una colonia sublevada de España. En ese tratado la Gran Bretaña expresamente reconoció a México como sucesor del título de España y pidió y aceptó la continuación del “privilegio de cortar caoba y palos de tinte” conce-dido por el tratado de 1786. No importa inquirir si el distrito citado había pasado por reversión a México o a Guatemala; porque el recono-cimiento expreso hecho por Inglaterra de la legitimidad de la sucesión en el título de España, sería tan concluyente en un caso como en otro. Pero, si la Gran Bretaña no tenía ni sombra de derecho al territorio y dominio de la América Central en 1826, ¿cómo justificó la renovación de su pretensión en 1841 y 1848? La pregunta es muy pertinente y con buena fe se debe salir al encuentro y contestarla; sin embargo, en vano buscamos otra respuesta que la dada por el antiguo rey de los hebreos, cuando le preguntaron con qué título poseía la viña de Naboth: “La necesitaba, y la cogió”.

[una hermosa y fértil islita, llamada roatán]

A la altura de las costas de Honduras, y a la vista de Tierra Firme, está una hermosa y fértil islita, llamada Roatán. Ella domina la entrada de un bello puerto; había pertenecido a España por derecho de des-cubrimiento y ocupación, y pasó a Honduras, como estado libre, des-pués que ésta hubo alcanzado su independencia de España. En 1841 se apoderó violentamente de ella el capitán McDonald, de la real marina británica, que arrió la bandera de Honduras, y enarboló en su lugar la de Inglaterra. El pequeño Estado de Honduras, incapaz de resistir con buen éxito, hubo de someterse al robo, y de entonces acá la isla ha permanecido bajo el dominio de la Gran Bretaña.

La próxima agresión se cometió sobre el continente, en lo que se conoce con el nombre de costa nicaragüense de Mosquitos, en 1847 y 1848. Acababa entonces, la guerra norteamericana con México, y por el tratado de Guadalupe Hidalgo, entraron los Estados Unidos en posesión de la costa septentrional del Pacífico. El gran problema que

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se ofreció entonces fue cómo había de establecerse comunicación entre las costas del Atlántico y las del Pacífico. La única ruta utilizable era el istmo, por algún punto de la América Central; y la de Nicaragua, por vía del río San Juan y el lago de Nicaragua, parecía más provechosa que la mortífera de Chagres en Panamá. Fuera de eso, estaba mucho más cerca en muchos centenares de leguas; de modo que no bien se hubo firmado el tratado por el cual fue California pasada a los Estados Uni-dos, cuando la flota británica de Veracruz, se dio a la vela para la boca del río San Juan. El comandante británico tomó por fuerza posesión del pueblo de San Juan y le cambió este nombre por el de Greytown, estableció allí autoridad en nombre del rey de los indios Mosquitos, y comenzó a fortificar el lugar.

Para cohonestar ese extraordinario procedimiento, Inglaterra pre-tendió haber concluido con la tribu de los Mosquitos un tratado en que le prometía “protección”. Por supuesto que eso le ocurrió después de lo acontecido. Mas el cónsul británico, que debía su exequátur al gobierno de Nicaragua, era el hombre a propósito para el caso. Halló un muchacho mestizo, que consintió en ser rey. Fue llevado a Jamaica y pasó por una farsa de coronación; luego traído de nuevo y elegido como soberano, invistiéndose de la verdadera autoridad al cónsul de Inglaterra.

Y téngase presente que todo esto se efectuó cuando, según los tra-tados de 1783, 1786 y 1826, toda la comarca de los Mosquitos, y los mismos indios, estaban dentro de la soberanía legítima y reconocida y dentro del territorio del libre estado de Nicaragua.

[El miserable subterfugio que se llama “tratado de Clayton-Bulwer”]

Aquel era un momento oportuno para hacer efectiva la declaración de Monroe de 1823. Mas el gobierno americano estaba entonces en manos débiles e incompetentes y se adoptó el miserable subterfugio que se llama “tratado de Clayton-Bulwer”.7

7 Firmado el 19 de abril de 1850, establecía la neutralidad de los Estados Unidos e Inglaterra ante la comunicación interoceánica a través del istmo centroamericano. Ambas potencias renunciaban a ejercer derechos exclusivos sobre un futuro canal en el Río San Juan, y proponían no ocupar Nicaragua, ni Costa Rica ni la Mosquitia. El tratado ponía fin temporalmente a su rivalidad y encontrados intereses.

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Aun hoy mismo, los diplomáticos y estadistas de la Gran Bretaña no han cesado de maravillarse con el espectáculo de un senado ameri-cano que ratificó un pacto nulo, en virtud de recomendaciones y pro-mesas extraoficiales del ministro británico residente.

Según el capitán Bonnycastle, el geógrafo inglés, ya citado, la co-marca de Mosquitos, está “a lo largo de las costas orientales y septen-trionales” de Nicaragua y Honduras; y conforme el mapa que acompa-ña a su interesante obra, no se extiende por el sur más allá de la boca del Segovia, como a 12° de latitud septentrional. Él describe el pueblo de “San Juan de Nicaragua” que está en la boca del río de San Juan y dice que es el “principal puerto de Nicaragua en el mar Caribe”. Y añade: “hay tres portages entre el lago (de Nicaragua) y la boca del río. Estos lugares de acarreo están defendidos por treinta y seis cañones, montados con una batería pequeña. El todo por el lado de tierra está cercado de fosos y muros; su guarnición se compone de cien hombres de infantería, y dieciséis artilleros, unos sesenta milicianos”. Esto era en 1819.

Dice además “que la boca de San Juan se considera como la llave para las Américas, y que si ellos no la poseen y tampoco El Realejo, por el otro lado del lago, las colonias españolas podrían quedar paralizadas por el enemigo que se adueñase de los puertos de ambos océanos”.

[los antiguos españoles comprendieron de lleno la situación]

¡Sí, ciertamente! Los antiguos españoles comprendieron de lleno la situación y el capitán Bonnycastle pudiera haber añadido que ya desde el 26 de febrero de 1726, el rey de España declaró a San Juan del Norte puerto habilitado. En verdad, nadie se hubiera sorprendido más que los españoles mismos de que se les hubiese dicho que el propio puerto de San Juan era parte del soberano dominio de la insignificante tribu de indios salvajes que habitaban la costa a algunas millas de distancia, y que, por lo tanto, toda entrada en el Gran Lago, toda salida de él y toda comunicación de allí con la costa del Pacífico, era una concesión graciosa de su majestad roja, el rey de los Mosquitos.

Respecto a la pretendida monarquía de Mosquitos, erigida por la Gran Bretaña dentro del territorio de una república americana, hay algunas anécdotas muy ridículas, que de un modo u otro han hallado cabida en los archivos diplomáticos y oficiales.

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En una conversación que el ministro de los Estados Unidos en Lon-dres tuvo en 1851 con Lord Palmerston,8 este último le dijo, hablando de los indios mosquitos: “Ellos tenían lo que llamaban un rey; el cual, entre paréntesis, era tan rey como usted o como yo”. Como unos tres años después, es decir, en enero de 1853, Lord John Russell,9 en una nota oficial dirigida a Mr. Crampton,10 calificó “el llamado gobierno de Mosquitia, como “mera ficción” y al llamado rey de Mosquitia”, como un personaje mítico, cuyo título y poder eran, para expresarlo en términos favorables, “poco más que nominales”.

Aun cuando estos indios no hubieran nunca sido subyugados efec-tivamente por España, no tendrían título a figurar como estado inde-pendiente, y su reconocimiento en calidad de tal, sería una violación del principio y práctica de todas las potencias europeas que alguna vez han adquirido territorio en el continente americano.

Cada una de esas potencias, inclusive Inglaterra, ha reconocido el derecho de descubrimiento y el título de la nación descubridora para vastas áreas de territorio interior ocupado por tribus indígenas. Han concedido a los indios un derecho de mera ocupación que podría ser extinguida solamente por la autoridad de la nación en cuyos dominios se hallaban.

Todas las ventas y traspasos de territorio hechos por ellos, a terce-ros, eran absolutamente nulos e inválidos. No ha habido ni siquiera una excepción de esta regla en toda la historia del continente america-no desde que lo descubrieron los europeos.

¿Qué debemos, pues, decir de las reclamaciones de protectorado o de territorio suscitadas por la Gran Bretaña en Venezuela y Nicaragua, en virtud de pretensos tratados con algunas obscuras e insignificantes tribus de indios que se hallan dentro de jurisdicción reconocida de esas repúblicas?

8 Henry John Temple, tercer vizconde de Palmerston (1784-1865), estadista británi-co. Ocupó varios cargos en el gobierno de su país, incluyendo el de Primer Ministro en dos ocasiones.9 Lord John Russell (1792-1878), político liberal británico. Ejerció varios cargos, entre ellos Primer Ministro de 1846 a 1852.10 John Crampton (1805-1886), diplomático inglés, Ministro en Estados Unidos de 1852 a 1856. Firmante del tratado Webster-Crampton, entre Estados Unidos e Inglaterra, el 30 de abril de 1852.

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La palabra de Scruggs, como las de otros escritores que han dicho la verdad a Inglaterra con motivo de su manera de obrar para con las repúblicas de la América Latina, no llega a los oídos británicos, que no quieren oír, irremediablemente sordos.

[nicaragua debe ser para John Bull algo como la tierra de cetiwayo]

Las quince mil libras de Nicaragua serán pagadas porque sí. Pues si alguien se ha atrevido en el parlamento inglés a igualar a esta grande y rica República Argentina con Turquía y países berberiscos, lo que es Nicaragua debe ser para John Bull algo como la tierra de Cetiwayo.11

11 Cestshwayo o Cetewayo (c. 1832-1884), último rey independiente de los zulúes (Este de Sudáfrica). Se alió a los ingleses. En 1878, tras desobedecer la orden del Co-misionado Británico para Sudáfrica, Sir Henry Bartle Frere, de deshacer su ejército, fue invadido, depuesto y exilado en Londres. En un intento fallido por contener una guerra civil iniciada en 1882 entre las fracciones de los zulu, se le permitió regresar en 1883 como rey, pero con poca autoridad y sin ejército.

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el cRisto De los ultRaJes1

HAY UN maravilloso cuadro de Henry de Groux en el que el Rey de la Dulzura aparece en el más amargo de los suplicios de su pasión: la ola de la miseria humana, de la infamia humana, le escupe su espuma; la bestialidad humana le muestra los puños, le amenaza con sus gestos brutales, le inflige sus más insultantes muecas; y la divina fortaleza deja que hierva la obra del odio alrededor de ese pobre harapo de carne, viva que representa la verdad. Ese infeliz Dreyfus hace rememorar cierta-mente al Cristo de los ultrajes, no por el martirio continuo que ha sufri-do y sufre su fatigada armazón de hombre, sino porque en él, después de Pilatos, se ha vuelto a sacrificar la idea de justicia, se ha repetido a los ojos de la tierra el asesinato de la inocencia.

El resultado del proceso de Rennes da deseos de decir, con permiso de los teólogos: “Señores sionistas, podéis volver a Jerusalén. Podéis, después de esta obra de los cristianos, ir a levantar vuestra ciudad pie-dra sobre piedra”. ¡Ah, el Sanhedrín de obcecados ancianos, los inno-minables Caifases y el ridículo Barrabás petardista que aún explota su cinismo desde Londres!2 Y las masas populacheras, ciegamente estú-pidas, berreando marsellesas, guiadas por los “pére la Victoire” de la literatura, o por los sicofantes de la prensa. Y esto en el país del cual los intelectuales decimos: “Todo hombre tiene dos patrias: la suya y la Francia”; en el país de Víctor Hugo; en el país de L. I. F.;3 en el país en que se asienta la Ciudad Luz, la capital de la civilización... ¡Vive la France, monsieur!

1 Revista Nueva, Madrid, II, 1ª serie, número 22, 15 de septiembre, 1899, pp. 149-155. Descubierto y anotado por Noel Rivas Bravo, quien lo resume: “Primera pu-blicación no recogida en ninguno de sus libros ni en las colecciones de sus escritos dispersos. En este artículo, a pesar de su galofilia, manifiesta [Darío] su desencanto por el antisemitismo del pueblo francés en el affaire Dreyfus” (“Rubén Darío y la Re-vista Nueva”, en Boletín de la Dirección General de Bibliotecas, Hemerotecas y Archivos, núm. 6, 1996, p. 42.2 Ferdinand Esterhazy, el verdadero culpable, que se habla refugiado en Londres.3 Libertad, Igualdad, Fraternidad.

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Se habría podido creer que los mandarines del militarismo tendrían tan solamente a París de su parte, al París en el que se entroniza a Mer-cier,4 y Rochefort5 vocifera. El verdadero viril pueblo romano no era, por cierto, el de los prevaricadores del foro, de los jueces quos fames magis quam fama comovit, ni de los mercachifles de conciencia del Campo de Marte, como el verdadero pueblo francés no lo componen los seides del tartufismo, los hípicos gardenias, los estudiantes corrom-pidos y los abonados al teatro Deibler. Sin embargo, parece que toda Francia se hubiese regocijado con la nueva sentencia, sugestionada al punto de anteponer una moral militar especial, al concepto ético-cató-lico; en el sentido de universalidad.

Esa moral militar se basa claramente en una nueva comprensión de la vida nacional; no se trata ya de los bastantes ensangrentados “de-rechos del hombre”, de Libertad, Igualdad, Fraternidad y todos sus sonoros complementos; se trata de la sustitución de lo ideal por lo práctico. En épocas de menos panamaes,6 no se habría vacilado en ese antes generoso pueblo, en sacrificar algo de su fuerza material al inte-rés de la verdad; hoy la noble nación cree que lo primero que hay que guardar es el brillo y autoridad de sus hombres de cuartel, y ante la preponderancia de esos cuerpos de presa, sacrifica lo legítimo y lo justo. La Patria, ahí el ídolo. La Patria, es decir: que el alemán sepa que hay muchos cañones misteriosos, muchos soldados, un intachable Estado Mayor, y revistas vistosas el 14 de Julio. Ahí están también los adulado-res de la multitud, viejos como ese pobre Coppée que acaba de clamar su conversión a los cuatro vientos de catolicismo, y deja el rosario con que tan justa y corrosivamente le ha pintado Vallotón;7 para coger la pluma de Los Humildes,8 y con su conocido franc parlen azuzar a la

4 El general Auguste Mercier (1833-1920) quien calificó a Dreyfus de traidor y lo mandó a detener.5 Henry Rochefort (1831-1913), periodista, nacionalista, antidreyfus, fundador de L’Intransigeant.6 Se refiere al escándalo financiero de la construcción del canal de Panamá, que llevó a la cárcel y al suicidio a varios de sus protagonistas.7 Félix Vallotton (1865-1925), pintor y xilógrafo francés.8 Francois Coppée (1842-1908), poeta y escritor, nacionalista, católico, fundador de la Liga de la Patria Francesa. Nótese la ironía de Rubén al citar esta obra donde Coppée canta el amor y la piedad hacia los pobres, pero al mismo tiempo era un furibundo antidreyfus.

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canalla francesa contra el desventurado capitán judío; jóvenes como el esteta cultivador del Yo,9 vivisector espiritual de la víctima, ex diputado de la Psicología y seguramente en vísperas de presentar su Moi a sus electores...

En verdad, sería de abominar ese espíritu de Francia que tanto ha conquistado y encantado al mundo, si no se supiese, que hay un grupo intelectual que ha sostenido los prestigios de la justicia, que el alma no-ble de la Francia antigua no está entre esos farsantes y entre esos verdu-gos, y que la equidad ha tenido, entre otras inteligencias, a su servicio, con un Zola la fuerza; con un France,10 la sonrisa.

Estábamos acostumbrados a proferir a cada instante la clásica salu-tación: ¡Ave, Callia regina!, mirar en Bayardo un símbolo, a poner junto al hidalgo español al caballero francés, a toda una tradición de nobleza y de grandeza moral que daba a Francia entre las naciones un puesto de honor y de respeto. Conformémonos con lo que hoy nos queda a los galófilos, fuera del tesoro incontaminable de sus letras y de sus artes: el champaña y las cocottes. La Justicia, la Verdad y el mundo culto, es decir, los extranjeros, hemos perdido la partida, con el único objeto de que el ácido Mercier se muestre satisfecho y Coppée, el Hombre-del Pabellón, acompañe de un padrenuestro sus injurias a la caridad, virtud imperial en la tierra y en el cielo.

En cuanto al desgraciado israelita, si Bazaine,11 culpable o no cargó con los pecados de toda la Francia, según la palabra de Bloy,12 Dreyfus re-presenta en estos instantes su amargo papel de “Cristo de los ultrajes”, de chivo emisario, de víctima sacrificada a las bajas preocupaciones de una época en que su nombre recordará más tarde uno de los mayores crímenes colectivos de la historia, y el momento en que el brillo del espíritu francés ha palidecido ante el mundo.

9 Maurice Barrés (1862-1923) escritor y político, nacionalista defensor del ejército, autor del Culto al Yo.10 Anatole France (1844-1924) apoyó a Émile Zola en el caso Dreyfus y al día si-guiente de la publicación del J’Acusse, firmó la petición que pedía la revisión del proceso. Devolvió su Legión de Honor cuando le fue retirada a Zola. Según él Zola era el portavoz de la conciencia humana.11 Francois Bazaine (1811-1888), Comandante y Mariscal francés a quien se debió la derrota de la Guerra Francoprusiana y por la cual fue condenado a muerte.12 Léon Bloy (1846-1917), uno de Los Raros.

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maDRiD1

CON EL año entré a Madrid. Después de algunos años de ausencia, vuelvo a ver el “castillo famoso”2 poco es el cambio, al primer vistazo; y los único que no ha dejado de sorprenderme al pasar por la típica Puerta del Sol, es ver notar el río de las capas, el oleaje de características figuras, en el ombligo de la villa y corte, un tranvía eléctrico. Al llegar advertí el mismo ambiente ciudadano de siempre. Madrid es invariable en su espíritu, hoy como ayer, y aquellas caricaturas verbales con que don Francisco de Quevedo y Villegas3 significaba a las gentes madrile-ñas, serían, con corta diferencia, aplicables en esta sazón. Desde luego el buen humor tradicional de nuestros abuelos se denuncia inamovible por todas partes. El país da la bienvenida. Estamos en lo pleno del in-vierno y el sol halaga benévolo en un azul de lujo.

[Viñetas callejeras]

En la corte anda esparcida una de los milagros. Los mendigos, des-de que salto del tren, me asaltan bajo cien aspectos; resuena de nuevo en mis oídos la palabra “señorito”. Don César de Bazán me mide de una ojeada desde la esquina cercana.4 El cochero me dice: “pues, hom-bre…” dos pesetas, y mi baúl pasa sin registro; con el pañuelo que le cubre la cabeza, atadas las puntas bajo la barba, ceñido el mantón de lana, a garboso paso, va la mujer popular, la sucesora de Paca La Salada,

1 La Nación, Buenos Aires, 6 de febrero, 1899, con los títulos: “En Madrid. Viñetas callejeras. Risas y lágrimas. Buscando el buen camino. Relaciones hispanoamerica-nas. Homenaje a la verdad. ‘Saudades’ de Buenos Aires”. Incorporada por su autor a España contemporánea (París, Garnier Hermanos, 1901, pp. 21-31). Las notas se han tomado de la edición crítica de esta obra, preparada por Noel Rivas Bravo (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 1998).2 Con esta expresión, Leandro Fernández de Moratín bautizó a la Villa y Corte de Madrid en su famoso poema “Fiesta de toros”.3 Entre los clásicos españoles “el más fuerte de todos”, según Darío en “Palabras limi-nares” de Prosas profanas (1896).4 Darío confundió la estatua del almirante don Álvaro de Bazán, obra de Mariano Benlliure, ubicada en la Calle de la Villa, con don César de Bazán, personaje de Ruy Blas (1838) de Víctor Hugo.

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de Geroma la Castañeda, de María la Ribeteadora, de Pepa la Naranje-ra, de todas aquellas desaparecidas manolas que alcanzaron a ser dibu-jadas a través de los finos espejuelos del Curioso Parlante;5 una carreta tirada por bueyes, como en tiempo de Wamba,6 va entre los carruajes elegantes por una calle céntrica; los carteles anuncian con letras vistosas La Chavala y El baile de Luis Alonso;7 los cafés llenos de humo rebosan de desocupados, entre hermosos tipos de hombres y mujeres, las getas de Cilla, los monigotes de Xaudaró8 se presentan a cada instante, Sa-gasta Olímpico está enfermo, Castelar está enfermo. España ya sabéis en qué estado de salud se encuentra; y todo el mundo con el mundo al hombre o en el bolsillo, se divierte: ¡Viva mi España!.

Acaba de suceder el más espantoso de los desastres; pocos días han pasado desde que en París se firmó el tratado humillante en que la man-díbula del yankee quedó por el momento satisfecha después del bocado estupendo:9 pues aquí podría decirse que la caída no tuviera resonan-cia. Usada como una vieja “perra chica”10 está la frase de Shakespeare sobre el olor de Dinamarca,11 si no, que sería el momento de gastarla. Hay en la atmósfera una exhalación de organismo descompuesto. He buscado en el horizonte español las cimas que dejara no hace mucho tiempo, en todas las manifestaciones del alma nacional; Cánovas muer-to; Ruiz Zorrilla muerto; Castelar desilusionado y enfermo; Valera cie-go; Campoamor mudo; Menéndez Pelayo... No está por cierto España para literaturas, amputada, doliente, vencida; pero los políticos del día parece que para nada se diesen cuenta del menoscabo sufrido, y agotan sus energías en chicanas interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de partidos sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio al daño general, a las heridas en carne de la nación.

5 Seudónimo de Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), autor de Escenas ma-tritenses (1842).6 “Wamba” rey visigodo que reinó en España desde 672 hasta 680.7 Sainetes líricos de R. Chapí y J. Jiménez respectivamente. 8 “Cilla” y “Xaudaró”, caricaturistas de la revista Blanco y Negro.9 Se refiere al Tratado de París firmado el 10 de diciembre de 1898, que obligaba a España a conceder la independencia a Cuba y a ceder Puerto Rico y las Filipinas a Estados Unidos de Norteamérica.10 Moneda de escaso valor.11 Something in rotten in the state of Denmarke: verso del acto 1, escena IV, del Hamlet de Shakespeare.

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No se sabe lo que puede venir. La hermana Ana no divisa nada desde la torre.12 Mas en medio de estos nublados se oye un rumor extraño y vago que algo anuncia. Ni se cree que florezcan las boinas de don Carlos, y los republicanos que fueran esperanza de muchos, en esci-siones dentro de su organización misma, casi no alientan. Entretanto van llegando a los puertos de la patria los infelices soldados de Cuba y Filipinas. Quiénes a morir como uno que —parece caso escrito en la Biblia— fue a su pueblo natal ya moribundo, y como era de noche, sus padres no le abrieron su casa por no reconocerle la voz, y al día siguien-te le encontraron junto al quicio, muerto; otros no alcanzan la tierra y son echados al mar, y los que llegan, andan a semejanza de sombras; parecen, por cara y cuerpo, cadáveres. Y el madroño está florido y a su sombra se ríe y se bebe y se canta, y el oso danza sus pasos cerca de la casa de Trimalción. A Petronio no le veo.13 He pensado a veces en un senado macabro de las antiguas testas coronadas, como en el poema de Núñez de Arce, bajo la techumbre del monasterio

Que alzó Felipe Segundo Para admiración del mundoY ostentación de su imperio.14

¿Cómo hablarían ante el espectáculo de las amarguras actuales los grandes reyes de antaño, cómo el soberbio emperador,15 cómo los Fe-lipes, como los Carlos y los Alfonsos? Así cual ellos el imperio hecho polvo, las fuerzas agotadas, el esplendor opaco; la corona que sostuvie-ron tantas macizas cabezas, así fuesen las sacudidas por terribles neu-rosis, quizá próxima a caer de la frente de un niño débil, de infancia entristecida y apocada; y la buena austriaca,16 la pobre madre real en su hermoso oficio de sustentar al reyecito contra los amagos de la suerte,

12 Ana, hermana de la reina Dido, esperaba que la llegada de Eneas a Cartago propi-ciaría su florecimiento y grandeza. Darío utiliza esta referencia de la Eneida (Canto IV) de Virgilio, para ilustrar la situación conflictiva de España.13 Con esta construcción alegórica Darío señala la indiferencia del pueblo madrileño ante el desastre nacional. El oso y el madroño son las figuras del escudo de Madrid; Trimalción es el prototipo del advenedizo en la obra El satiricón de Petronio, autor conocido como el “árbitro de la elegancia” en la Corte imperial romana. 14 Versos pertenecientes al poema “Miserere”, incluido en la obra Gritos del Combate (1875) de Gaspar Núñez de Arce.15 Carlos I de España y V de Alemania.16 María Cristina de Habsburgo y Lorena, Reina Regente y madre de Alfonso XIII.

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contra la enfermedad, contra las obscuridades de lo porvenir; y que está pálida, delgada, y en su majestad gentilicia el orgullo porfirogénito tiene como una vaga y melancólica aureola de resignación.

El mal vino de arriba. No dejaron semilla los árboles robustos del gran cardenal, del fuerte duque,17 de los viejos caballeros férreos que hicieron mantenerse firme en las sienes de España la diadema de ciu-dades. Los estadistas de hoy, los directores de la vida del reino, pierden conquistas pasadas, dejan arrebatarse los territorios por miles de kiló-metros y los súbditos por millones. Ellos son lo que han encanijado al León simbólico de antes; ellos los que han influido en el estado de indigencia moral en que el espíritu público se encuentra; los que han preparado, por desidia o malicia, el terreno falso de los negocios colo-niales, por lo cual no podía venir en el momento de la rapiña anglo-sajona, sino la más inequívoca y formidable débâcle. Unos a otros se echan la culpa, mas ella es de todos.

Ahora es el tiempo de buscar soluciones, de ver cómo se pone al país siquiera en una progresiva convalecencia; pero todo hasta hoy no pasa de la palabrería sonora propia de la raza, y cada cual profetiza, discurre y arregla el país a su manera. En palacio, ya que no Cisneros o Richelieu, falta siquiera el Dubois que prepare para Alfonso XIII lo que el francés para Luis XV niño y débil: la política interior en caso de vida, la política exterior en caso de muerte.18 Cánovas no fue pur-purado, en la monarquía de S.M. Católica, pero quizás era el único, a pesar de sus defectos, que tuviese buena vista en sus ojos miopes, buena palabra de salvación o de guía en su lengua andaluza; más de los horrores inquisitoriales de Montjuich salió el rayo rojo para él.19 Entre las cabezas dirigentes, hay quienes reconocen y proclaman en alta voz,

17 El cardenal Francisco Jiménez de Cisneros y el conde duque de Olivares.18 El futuro y la educación del rey Alfonso XIII, que entonces era un niño enfermo y débil, fue motivo de preocupación entre los intelectuales de la época.(Véase más adelante el cap. “El Rey”). El cardenal Richelieu fue primer ministro de Luis XIII y el cardenal Dubois maestro y hombre de confianza de Luis XV.19 Cánovas del Castillo fue asesinado cuando ejercía de Presidente del Ministerio-Regencia(1897) por el anarquista Miguel Angiolillo, quien así vengaba las torturas de sus compañeros en la cárcel de Montjuich. Darío, que había cultivado su amistad, recodaría su intento de conseguirle trabajo y naturalizarlo español (Vida, cap. XXVI). También rememoró uno de sus encuentros en el art. “Cánovas del Castillo” incluido en Cab.

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que la causa principal de tanta decadencia y de tanta ruina estriba en el atraso general del pueblo español; reconocen que no se ha hecho nada por salir de la secular muralla que ha deformado el cuerpo nacional como el cántaro chino el de un enano; y si se ha dejado enmohecer la literatura, si ha habido estancamiento y retroceso en el profesorado, a punto de que de las célebres universidades lo que brilla como una joya antigua es el nombre; fuera de pocas excepciones para el juicio público, el oráculo de la ciencia se encierra en urnas como el comodín periodís-tico del señor Echegaray,20 el teatro que llaman chico atrae a las gentes con la representación de la vida chulesca y desastrada de los barrios bajos, mientras en el clásico Español, en las noches en que he asistido, María Guerrero representaba ante concurrencia escasísima, y eso que el paseo por Europa y sobre todo el beso de París, le han puesto un brillo nuevo en sus laureles de oro; la nobleza...

La otra noche, en un café-concert que se ha abierto recientemente y con un éxito que no se sospechaba, me han señalado en un palco a gastados y encanecidos grandes de España que se entretenían con la Rosario Guerrero, esa bailarina linda que ha regocijado a París después de la bella Otero;21 soy frecuentador de nuestro Casino de Buenos Aires y no me precio de pacato; pero el espectáculo de esos alegres marque-ses de Windsor, aficionados tan vistosamente a suripantas y señoritas locas de su cuerpo, me pareció propio para evocar un parlamento de Ruy Gómez de Silva, delante de los retratos, en bravos alejandrinos de Hugo, o una misión gráfica de Forain con sus incomparables pimientas de filosofía.22 En lo intelectual, he dicho ya que las figuras que antes se

20 Darío tuvo poca estimación por la obra de don José Echegaray (1882-1916) hasta el punto de firmar el famoso manifiesto de protesta por habérsele concedido el Pre-mio Nobel en 1904.21 Agustina Otero Iglesias (1868-1965), más conocida por Carolina Otero y La Bella Otero, fue una famosa artista, bailarina y cantante, que conquistó París y tuvo a sus pies a príncipes y emperadores. Darío, que la admiraba, escribió de ella: “Entre las bellezas de París, la española Otero se impone quizá demasiado imperiosamente; su grande y firme anatomía se fija en gestos duros; hay en ella rudeza y violencia; ver-dadera reina, se piensa que Teodora no pudo olvidar sus bajos aborígenes” en el art. Triné” recogido en Parisiana.22 En el acto III, escena VI del Hernani de Víctor F1ugo, Ruy Gómez de Silva, ante la galería de retratos de su familia, defiende ante el futuro Carlos 1, el honor de su linaje y el suyo propio. Jean-Louis Forain (1852-1931) es el caricaturista francés,

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imponían están decaídas, o a punto de desaparecer; y en la generación que se levanta, fuera de un soplo que se siente venir de fuera y que en-tra por la ventana que se han atrevido a abrir en el castillo feudal unos pocos valerosos, no hay sino la literatura de mesa de café, la mordida al compañero, el anhelo de la peseta del teatro por horas, o de la colabo-ración en tales o cuales hoyas que pagan regularmente; una producción enclenque y falsa, desconocimiento del progreso mental del mundo, iconoclasticismo infundado o ingenuidad increíble, subsistente fe en viejos y deshechos fetiches. Gracias a que escritores señaladísimos ha-cen lo que pueden para transfundir una sangre nueva, exponiéndose al fracaso, gracias a eso puede tenerse alguna esperanza en un próximo cambio favorable.

Mal o bien, por obra de nuestro cosmopolitismo, y, digámoslo, por la audacia de los que hemos perseverado, se ha logrado en el pen-samiento de América una transformación que ha producido, entre mucha broza, verdaderos oros finos, y la senda está abierta; aquí has-ta ahora se empieza, se empieza bien: no faltan almas sinceras, bocas osadas que digan la verdad, que demuestren lo pálida que está en las venas patrióticas la sangre en que se juntaran, como diría Barbey,23 la azul del godo con la negra del moro; quiénes llevan al teatro de las gastadas declamaciones el cuadro real demostrativo de la decadencia; quiénes quieren abrir los ojos al pueblo para enseñarle que la Tizona de Rodrigo de Vivar no corta ya más que el vacío y que dentro de las viejas armaduras no cabe hoy más que el aire.

[Buscando el buen camino]

Ahora uno que otro habla de regenerar24 el país por la agricultura, de mejorar las industrias, de buscar mercados a los vinos con motivo del tratado último franco-italiano, y hay quienes se acuerdan de que

que satirizaba amargamente a la burguesía de su tiempo. Sobre el lamentable papel de la nobleza y sus costumbres escandalosas véase más adelante el cap. “La joven aristocracia”.23 Jules Barbey D’Aurevilly (1808-1889). La primera parte del poema de Darío “Co-sas del Cid” (PP), escrito en estos días, es una versión libre del poema “Le Cid” del escritor francés. `Tizona” es el nombre de la famosa espada del Cid.24 Darío, partidario de las relaciones comerciales entre España y América, desconfiaba de los regeneracionistas porque consideraban que la nación debía construirse sobre la base de sus propios recursos.

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existimos unos cuantos millones de hombres de lengua castellana y de raza española en ese continente. Por cierto, la industria pecuaria, dicen, debe ser protegida. ¿Y la agricultura? ya en la instrucción de 30 de noviembre de 1833 se señalaban causas locales del atraso agrícola de España, como la intervención de la autoridad municipal en señalar la época de las vendimias, o la de la recolección de los frutos o esquilmos: la libertad de que en los rastrojos de uno pazcan los ganados de todos: los privilegios que no admiten al consumo de una ciudad más que los vinos que produce su término; los que no permiten entrar una carga de comestibles en un pueblo sin que se extraiga otra de los productos de su agricultura o de su industria, y otras mil anomalías; poco se ha adelantado desde entonces, y lo que os dará una idea del estado de estas campañas en lo relativo a agronomía, es que sepáis que las máquinas modernas son casi por completo desconocidas; que la siega se hace primitivamente con hoces, y la trilla por las patas del ganado; ¿qué pensarán de eso en la Argentina, donde nos damos el lujo de tener a lo yankee un Rey del trigo?25 Se trata ahora de la creación de un mi-nisterio de agricultura; de instruir al campesino, que como sabéis, ha permanecido hasta ahora impermeable a toda noción; pero ya se ha hablado, a propósito de la enseñanza agrícola, de aumentar, Dios mío, el número de los doctores: ¡hacer doctores en agricultura!

Hay felizmente quien en oportunidad ha combatido el plan de los dómines agrícolas y señalado un proyecto en que quedarían bien orga-nizadas las escuelas para capataces, peritos agrícolas e ingenieros agró-nomos, estudios prácticos, de utilidad y aplicación inmediata, sin borla ni capelo salamanquino. Las campañas están despobladas, y podrían, si hubiese hombres de empresa y de buen cálculo, repoblarlas; para hacer-lo la misma República Argentina estaría llamada a ser la proveedora de cabezas; las praderas andaluzas son excelentes para el engorde, y nuevas fuentes de negocios estarían abiertas para las actividades que a ello se dedicasen en la Península.

Así habría que entrar en arreglos especiales por las restricciones que existen en las leyes. Mucho podría ser el comercio hispano-argentino, y al objeto, según tengo entendido, no ha cesado de trabajar el señor ministro Quesada.26 Aquí podrían venir las carnes argentinas, ya que

25 El millonario de origen piamontés Guazzone.26 “Frecuenté la legación argentina, cuyo jefe era entonces un escritor eminente, el

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no en la común forma del tasajo, conservadas por los muchos proce-dimientos hoy en uso; y la mayoría de este pueblo que tiene casi como base principal de alimentación el bacalao, que importa de Suecia y Noruega, comería carne sana y nutritiva. Luego sería cuestión de ver si se adaptaba para el consumo del ejército y marina. Por lo pronto, la Sociedad Rural de Buenos Aires podría hacer el ensayo, enviando en limitadas cantidades la carne conservada, y por los resultados que se obtuvieran, se procedería en lo de adelante. España enviaría sus lien-zos, sus sederías, sus demás productos que allí tendrían colocación; no habría en ningún viaje el inconveniente del falso flete. Estas apunta-ciones pueden ser estudiadas detalladamente por aquellos a quienes corresponde la tarea. Tales formas de relación entre España y América serán seguramente más provechosas, duraderas y fundamentales que las mutuas zalemas pasadas de un iberoamericanismo de miembros co-rrespondientes de la Academia, de ministros que taquinan la musa, de poetas que “piden” la lira.

[Relaciones hispanoamericanas]

Nótase ahora una tendencia a conocer, siquiera, lo americano nues-tro —lo del Norte, ¡ay! lo tienen ya bien conocido!— y no hace mu-chos días, con motivo de un banquete a escritores y artistas ofrecido por el representante de Bolivia Sr. Ascarrunz,27 hubo declaraciones de parte de ciertos intelectuales, que son de tenerse muy en cuenta. “En cualquier otro momento, decía un escritor de los más diamantinos y pensadores —he nombrado a Julio Burell—28 en cualquier otro mo-mento la galantería del señor Ascarrunz habría sido digna de hidalga gratitud, pero en fin, numerosas han sido las fiestas hispanoamericanas a cuyo término apenas si ha quedado otra cosa que un poco de dulzor en la boca y otro poco de retórica en el aire; después, americanos y españoles han permanecido en sus desconfiadas soledades, colocados en actitud y con mirada recelosa, cada cual a un lado del gran abismo

doctor Vicente G. Quesada” en La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (cap. L).27 En este año Darío le dedicó un soneto al diplomático boliviano: “A Moisés Azca-rrunz. Y para sus hermanos muertos en el campo de batalla” (Madrid, 1899). En La vida de Rubén Darío escrita por él mismo le llama nuestro querido Ministro (cap. LI).28 Julio Burell (1859-1919) fue un famoso polemista que se caracterizó por su prosa enérgica, retórica y vibrante. Es el ministro que aparece en Luces de bohemia de Valle Inclán.

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de la historia...” Y más adelante: “No, la guerra no levantará ya entre España y América española sus fieras voces de muerte; lo que estaba escrito, escrito queda. Rebuscadores de la historia, curiosos y eruditos, podrán volver la mirada hacia los negros días de lucha; pero las almas que tienen alas, las almas que tienen luz, los hombres confesados a un ideal de paz y de amor, no descenderán al antro sombrío; volarán más alto y bañarán su espíritu en la claridad de una nueva aurora...”

Todo esto se pudo decir hace mucho tiempo; se pudo hace mucho tiempo combatir el alejamiento de la madre patria del coro de las diez y seis repúblicas hermanas; pero no se hizo, ni se paró mientes en ello.

Antes al contrario, apartando a un grupo escasísimo de hombres como Valera y Castelar, se nos procuró ignorar lo más posible, y, como lo he demostrado en La Nación de Buenos Aires y en la Revue Blanche de París,29 la culpa no fue del tiempo esta vez, sino de España. Gloríanse los ingleses de los triunfos conseguidos por la República norteamerica-na, hechura y flor colosal de su raza: España no se ha tomado hasta hoy el trabajo de tomar en cuenta nuestros adelantos, nuestras conquistas, que a otras naciones extranjeras han atraído atención cuidadosa y de ellas han sacado provecho.

En las mismas relaciones intelectuales ha habido siempre un desco-nocimiento desastroso. Los escritores que entre nosotros valen, se han cuidado poco del juicio de España y, con raras excepciones, no han enviado jamás sus libros a los críticos y hombres de letras peninsulares; en cambio, nuestras docenas de mediocres, nuestros vates de amojama-dos pegasos,30 nuestros prosistas imposibles, han sido pródigos de sus partos; de aquí que, en parte, se justifiquen los Clarines y Valbuenas31 de tiempos recién pasados. Mas, en las mismas redacciones de los dia-rios en que se dedica una columna a la tentativa inocente de cualquier imberbe Garcilaso, no se escribe una noticia, por criterio competente,

29 En el artículo “María Guerrero” publicado en La Nación el 12 de junio de 1897 y reproducido en francés con el título “Les lettres hispano-américaines. María Guerre-ro” en Revue Blanche, XVII, septiembre-diciembre, 1898.30 Pegasos de Pegaso: en la mitología griega el corcel de las Musas símbolo de la inspiración.31 Darío se refiere a los representantes de la crítica miope y academicista, quienes, como “Clarín” (seudónimo de Leopoldo Alas) y Antonio de Valbuena mantuvieron una actitud negativa en contra de las innovaciones modernistas.

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de obras americanas que en París, o Londres, o Roma, son fugadas por autoridades universales. Concretando un caso, diré que la legación ar-gentina se ha cansado de enviar las mejores y más serias producciones de nuestra vida mental, de las cuales no se ha hecho jamás e1 menor juicio. Cierto es que, fuera de lo que se produce en España —con al-gunas excepciones, es natural, de siempre, pues existen un Altamira;32 monsieur Pelayo, un Clarín, este amable cosmopolita de Benavente— fuera de lo que se produce en España, todo es desconocido.

[Homenaje a la verdad]

Antes de concluir estas líneas debo declarar que no creo sea yo sospechoso de falto de afectos a España. He probado mis simpatías de manera que no admite el caso discusión. Pero por lo mismo no he de engañar a los españoles de América, y a todos los que me lean. La Nación me ha enviado a Madrid a que diga la verdad, y no he de decir sino lo que en realidad observe y sienta. Por eso me informo por todas partes; por eso voy a todos los lugares y paso una noche del «saloncillo» del Español a las reuniones semibarriolatinescas de Fornos; en un mis-mo día he visto a un académico, a un militar llegado de Filipinas, a un actor, a Luis Taboada33 y a un torero. Y anoche, hasta última hora, he ido del Real al Music Hall, y mis interlocutores han sido, el joven con-de de O’Reily, Icaza, el diplomático escritor,34 Pepe Sabater, Pinedo, y un joven repórter... Ya veis que estoy en mi Madrid.

¡Buenos Aires! Hay que mirarlo de lejos para apreciarlo mejor. Aquí está la obra de los siglos y el encanto de un país de sol, amor y vino; París es París; las grandes capitales europeas nos atraen y nos encantan; pero J’aime mieux ma mie, ô gué!35

32 Rafael Altamira (1866- 1955) desarrolló una intensa actividad docente y literaria defendiendo a ultranza la unidad nacional por encima de regionalismos individua-listas.33 Luis Taboada (1848-1906) periodista que se destacó como autor de artículos cos-tumbristas humorísticos.34 Francisco A. de Icaza, escritor y secretario de la legación mexicana a quien Darío le dedicó en esta época el poema “Cosas de Cid”; “Fornos” fue un famoso café lugar de tertulia de los modernistas. 35 Verso de una famosa canción popular francesa recogida en El misántropo (Acto 1, escena II) de Moliére (1622-1673); de allí, seguramente, Darío lo tomó.

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uN meetiNg político1

4 de octubre de 1899

HE ASISTIDO hace pocas noches a un meeting republicano. Sabía que la concurrencia sería numerosa, y procuré llegar a tiempo, para no perder en ese acto ninguno de los hechos y gestos del “pueblo sobera-no”. Nuestro compañero Ladevese,2 uno de los organizadores, me ha-bía conseguido un puesto de prensa. Allí me senté, cerca de un francés y un ruso. Era enorme aquel hervor humano. Todo el circo de Colón lleno, y por las entradas, la aglomerada muchedumbre hacía imposible que penetrase la gente que todavía quedaba en las calles cercanas. No gusto mucho del contacto popular.

La muchedumbre me es poco grata con su rudeza y con su higiene. Me agrada tan solamente de lejos, como un mar; o mejor, en las com-parsas teatrales, florecida de trajes pintorescos, así sea coronada del fri-gio pimiento morrón. Esta gente republicana, debo declarar que estaba con compostura, a la espera de los discursos, y cuando la campanilla presidencial se hizo oír, el silencio fue profundo.

El presidente, hombre de años, y sin duda de respetabilidad, inicia su alocución de apertura, con cierta gravedad, y luego, a la bonne fran-quette, como habla con cierta dificultad, se explica: “Estos dientes no son los míos, y por eso...” El buen pueblo está contento. Se encarga a un pésimo lector las cartas recibidas de personajes extranjeros. El pobre hombre mutila a Goblet y le convierte en mumsiú René, y no hay me-dio de que oiga al soplón que al lado le corrige: Clemansó, Clemansó; él sigue impertérrito: Cle-men-ceau, Cle-men-ceau.3 El público protesta,

1 Publicada en La Nación el 20 de noviembre de 1899 con el título “Un meeting re-publicano”. Crónica del meeting celebrado el 29 de septiembre de 1899 a las 8 de la noche en el Circo Colón en conmemoración de la Revolución de septiembre de 1868 y con el objetivo de sellar los lazos de unión entre los republicanos españoles. 2 Erneste Lavedese, corresponsal de La Nación en Madrid y político republicano español.3 El tono irónico de esta crónica se justifica por el menosprecio que sintió Darío por la política y los politiqueros. Aquí se refiere a la ignorancia de los mismos incapaces de pronunciar correctamente el nombre y el apellido de los dos políticos de la izquier-

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no por el descuartizamiento de los apellidos franceses, portugueses e italianos, sino porque no se oye nada, y un varón de buena voluntad salta a la tribuna y se ofrece para leer. Al fin acaban las cartas, que Lade-vese oye descuartizar con impaciencia visible, pues gracias a sus buenas relaciones han venido, y él va a pronunciar su discurso.

[Ladevese: “Yo estoy seguro que este pueblo volverá a ser grande, fuerte y libre”]

Se sabe que el conocido corresponsal de La Nación y ex secretario de Ruiz Zorrilla4 es español, por consiguiente, demás está decir que es orador. Desde sus primeras palabras fue acogido con los más nutridos aplausos. Dijo a los partidarios de la república que es el momento de que el pueblo vuelva a ser lo que fue hace treinta y un años. Ahora que la patria está más abatida después de las recientes catástrofes, es hora de levantarse. “Yo estoy seguro de que este pueblo volverá a ser grande, fuerte y libre. Algunos al verte por la desdicha y el dolor postrado, se figuran que estás de rodillas... ¡No, no estás de rodillas! Levántate y cubrirás con tu sombra a los que hoy aparecen más altos.”

En este punto nuestro amigo recibe una sonora y larga ovación. “Pero si estas reuniones han de ser útiles a la idea que las inspiran, es preciso que salga de ellas algo práctico, y nada más práctico que señalar las causas de nuestra impotencia, para remediarlas. Una de las principales causas del estado en que nos vemos, es el funesto y antide-mocrático sistema de las jefaturas personales, Ruiz Zorrilla, a quien por cierto se le acusaba de querer ejercer una jefatura personal, quejábase amargamente de ese sistema funestísimo en una democracia, y muchas veces, allá en la emigración, nos decía: “Si me duele la cabeza, le duele la cabeza a todo el partido; si me duele el brazo, a todo el partido le duele el brazo”.

Con motivo de este meeting hemos tocado otra de las lamentables consecuencias de jefaturas personales. Hay republicanos que para venir a tomar parte en este fraternal abrazo, han ido a pedir permiso a un jefe... y luego no han venido. “El republicano que para abrazar a sus hermanos necesita el permiso de un jefe, ¡valiente republicano estará!”...

da francesa: René Goblet (1828-1905) y Georges Clemenceau (1841-1929).4 Manuel Ruiz Zorrilla (1833-1895), político español, fundador del Partido Repu-blicano Progresista. Ernesto García Ladevese fue su secretario.

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[una tormenta de interjecciones, de amenazas ]

Se oyó primero una voz de las filas laterales, luego cien voces, luego gritos de todos lados, dicterios, protestas, insultos. Unos contra otros; era una tormenta de interjecciones, de amenazas. Y nuestro buen La-devese se paseaba al ruido de aquella tempestad, esperando el silencio. Que al fin se hizo. Reconquistó su público el orador y prosiguió: “A las jefaturas personales deben reemplazar las direcciones democráticas. Verdad es que ya se ha hecho algo en ese sentido. Pero al hacerlo se ha incurrido siempre en el error de excluir sistemáticamente de esas direcciones a todos los elementos revolucionarios. Por eso no existe la estrecha armonía que debiera haber entre directores y dirigidos. Na-die ignora que mientras el pueblo quiere la lucha, hay hombres que quieren la república sin esfuerzo y sin peligro. Sin duda esperan que va a caer llovida de las nubes... y ya ven lo que cae de las nubes: ¡contri-buciones, jesuitas y epidemias!” Aquí, mientras el pueblo aplaude ra-biosamente, yo no puedo dejar de observar una guapísima muchacha, elegantemente vestida, que en uno de los palcos da muestras del más vivo entusiasmo. La republicana ostenta el par de ojos más librepensa-dores que os podáis imaginar, y, decididamente, manifiesta el propósito de romper sus guantes.

El orador hace ver la conveniencia de la unión. La república, una vez constituida, velará por la suerte de los que trabajan. Concluye con estas palabras:

En todo estamos conformes los republicanos. Y como lo estamos además en que nuestra fraternidad, que hoy vamos a sellar aquí, sea la fraternidad de la lucha, podemos darnos ese abrazo. La organización de la república, la decidirá la soberanía nacional, representada en Cortes constituyentes cuyo fallo todos acataremos. Y como la república que queremos no ha de ser sólo para los republicanos, sino que ha de ser, como el sol, para todos los españoles, yo tengo la esperanza de que este abrazo ha de extenderse a todos los patriotas de buena voluntad, que aunque no militan en nuestro campo, desean para España mejores días. También a ellos les abro mis brazos y a aquellos que hace treinta y un años estuvieron con nosotros, les digo: ¡Ya ha llegado la hora de pasar el puente! A pasarlo y estaremos en seguida unidos todos los españoles. Y no olvidéis que el río no se pasa sólo por el puente sino también por el vado. Si para pasar el río queréis nuestra mano, la mano del pueblo es fuerte; ¡nosotros os la daremos! ¡Arriba y adelante! Sólo viven los que luchan y sólo de los que luchan es la victoria. Si el que ayer hizo treinta

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y un años pasó el puente a la cabeza del ejército, el que hoy lo pase lo pasará al frente de un pueblo!

[No se trata más que de palabras, palabras y palabras]

Ladevese es rodeado y aclamado. Luego sube a la tribuna un joven zaragozano, que se descubre como un copiosísimo orador. Y luego va-rios más. Se habló con libertad completa. El representante de la autori-dad parece a veces querer protestar, cuando son ya demasiado violentos los golpes a la monarquía. Bien puede ser la tolerancia convencimiento de que no se trata más que de palabras, palabras y palabras...5

De pronto un hombre del campo solicita hablar. Él también quiere decir su discurso, y, a vuelta de varias observaciones del presidente, «Evaristo Jiménez habla en nombre del pueblo de Colmenar de Oreja». Y habla bien. Untado de periódicos, aborrecedor de los curas, proba-ble subscritor de El Motín,6 sus palabras brotan con una facilidad de fuente. Su retórica pasa de pronto a un color poco diplomático y de indudable irreverencia para con el congreso católico de Burgos. “Allí nos han arrojado el guante; nosotros debemos recogerlo y darles con él por los hocicos...”

El pueblo aplaude al temerario paleto. El presidente le llama al or-den; mi muchacha de los ojos soberbios continúa en su entusiasmo. El “orador” se retira, no sin protestar. Al pasar por mi lado le oigo decir: “¡Qué van a ser republicanos éstos!” La gente vocifera y la tempestad vuelve a estallar en el circo. Por fin se logra la tranquilidad, y el mee-ting sigue; se aprueban las conclusiones formuladas por la comisión iniciadora y se nombra una comisión ejecutiva encargada de realizar los acuerdos.

[El circo de Colón]

Persona informada me da los datos siguientes: El local en que solían celebrarse las grandes reuniones políticas de los partidos era el circo del Príncipe Alfonso, que estaba situado en el paseo de Recoletos, frente

5 Darío recuerda la irónica respuesta de Hamlet a Polonio en el acto II, escena II, del Hamlet de Shakespeare.6 El Motín, diario satírico ilustrado de José Nakens, que se caracterizaba por su “an-ticlericalismo de brocha gorda”.

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al palacio de la biblioteca y museos. Aquel circo, al que se le llamaba circo de Rivas por el nombre de su propietario, fue demolido hace algunos meses. Allí se celebró una reunión memorable en los últimos meses de 1868, en la cual se fundó el Partido Republicano español. Acababa el gobierno revolucionario de Serrano y de Prim de lanzar al país un manifiesto en favor de las instituciones monárquicas (redactado por Núñez de Arce, a quien el gobierno encargó de aquel trabajo) y entonces los republicanos contestaron a aquel manifiesto convocando al circo de Rivas a todos sus correligionarios de Madrid. Presidió la reunión el decano de la democracia española don José María Orense, y hablaron en ella Castelar, Pi y Margall, Figueroa, Salmerón y otros grandes oradores. Acordóse lanzar al país un manifiesto declarando que quedaba fundado desde aquel día el Partido Republicano. Todos los arriba citados —menos Salmerón— y una multitud de republicanos no tan conocidos, firmaron aquel manifiesto, que fue el principio de la propaganda republicana en España. A la reunión, donde el entusiasmo fue numeroso, acudieron 4.000 personas. Todas las que allí cabían. Desde entonces hubo en dicho circo numerosas reuniones políticas.

[Aquella reunión: un continuo tumulto]

Una de las últimas que se celebraron, pocos años antes de la de-molición, fue cuando los republicanos de Madrid emplazaron a los diputados y a los concejales del partido para que diesen al pueblo ex-plicaciones acerca de la conducta que seguían en el congreso y en el ayuntamiento, calificada de apática y tibia. Aquella reunión fue un continuo tumulto; el público insultó y maltrató despiadadamente a los diputados y a los concejales, y hasta volaron algunas sillas lanzadas con-tra los oradores. Estos abandonaron el local, y se suspendió la reunión entre silbidos. El 11 de febrero de 1897, habiéndose hecho la unión entre las fracciones que acaudillaban Salmerón, Muro, Ezquerdo, y los disidentes del partido de Pi y Margall, Menéndez Pallarés y Vallés y Ribot, convocaron, todos estos reunidos, a un meeting en el circo de Colón, local mucho más espacioso que el circo de Rivas. Tratábase de hacer una gran ostentación de fuerzas populares republicanas con motivo del aniversario de la proclamación de la república de 1873, y como todas las parcialidades republicanas —menos la federal pactista de Pi— estaban unidas, esperábase que el circo de Colón, en cuya sala caben 6.000 personas, se llenase.

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La concurrencia de público fue muy grande, pero el circo de Colón no se llenó. Asistirían unos 5.000 republicanos. Nunca hasta enton-ces se había visto a tantos republicanos juntos en un local cerrado. La reunión fue en extremo tumultuosa. El público silbó terriblemente a Salmerón y a Ezquerdo. Los discursos fueron sin cesar interrumpidos por las protestas y los gritos hostiles del auditorio. Salmerón se encaró con el público y empezó a insultarle; la lucha entre el público y Sal-merón se prolongó más de media hora, y, después de aquella reunión agitadísima, no habían vuelto los republicanos de Madrid a celebrar ninguna reunión pública. Los prohombres republicanos, a pesar de las circunstancias por que España ha pasado desde entonces, esquivaban presentarse ante el pueblo. Al meeting de “fraternidad republicana” del 29 de septiembre último, celebrado en el circo de Colón, han acudi-do 8.000 personas. Como ya he dicho, el circo estaba completamente lleno, comprendida la pista, y en la calle se quedaron cerca de 3.000 personas que no consiguieron entrar en el local.

De modo que ésta ha sido la reunión republicana más numerosa que ha habido en Madrid.

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coNgReso social y ecoNómico ibeRo-ameRicaNo1

21 de febrero de 1900LA SOCIEDAD Unión Ibero-Americana trabaja en estos momentos para que se celebre un Congreso, que denomina social y económico, y al cual concurrirían las repúblicas americanas y España con objeto de estrechar y aumentar las relaciones sociales comerciales. Con Congreso o sin Congreso, ya era tiempo de ocuparse en este asunto. La situación en que se encuentra la antigua Metrópoli con las que fueron en un tiempo sus colonias no puede ser más precaria. La caída fue colosal. Las causas están en la conciencia de todos. La expansión colonial de otras naciones contrasta, al fin de la centuria, con las absolutas pérdidas de la que fue señora de muchas colonias. Después del desastre, recogida en su propio hogar, piensa con cordura en la manera de volver a recuperar algo de lo perdido, ya que no en imposibles reconquistas territoriales, lo que pueda en el terreno de las simpatías nacionales y de los mercados para su producción. Reconocido está ya, que la culpa de la decadencia española en América no ha sido, como en verso, obra “del tiempo”.2

[“se derramó mucha sangre, se malgastó nuestra vida, y sólo suenan como un recuerdo los acentos de nuestra lengua”]

Ha sido culpa de España. En cuanto a los males interiores, cierto es que no pocos se los causó el descubrimiento del Nuevo Mundo. Esos 50 millones de habitantes; 24 millones de kilómetros cuadrados; 48 Españas en extensión, donde se derramó nuestra sangre, se malgastó nuestra vida, y sólo suenan como un recuerdo los acentos de nuestra lengua,

1 La Nación, Buenos Aires, 25 de marzo, 1900. Darío lo incorporó a su España contemporánea (París, Garnier Hermanos, 1901, pp. 366-375). Tomado de Rubén Darío: España contemporánea. Introducción, selección y notas de Noel Rivas Bravo. (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 1998, pp. 376-383).2 Rivas Bravo, a quien pertenecen las notas de esta crónica, observa que por el con-texto Darío podría aludir al verso 40 de la “Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos” de Quevedo.

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que dice el escritor andaluz señor Ledesma,3 les fueron perjudiciales al reino conquistador. No porque sin la obra de Colón hubiese comple-tado el gran Cardenal su empresa africana, sino porque aquel Klondike continental sería el cebo de aventureros ambiciosos, y envenenaría de oro fácil las fuentes industriales de la Península. El hidalgo conquerant de l’or4 no tendrá sino que procurarse peluca y espada, desdeñando oficios y comercio, como escribe en uno de sus libros Juan Agustín García,5 al citar a Gervanosi y una Célula real:

De las Indias he sido avisado que muchas personas que de acá pasan, puesto que en ésta solían trabajar e vivían e se mantenían con su traba-jo, después allá tienen algo, no quieren trabajar, sino folgar el tiempo que tienen, de manera que hay muchos; de cuya causa yo envío a mandar que el Gobernador apremie a los de esta calidad para que trabajen en sus faciendas.

Eso hacía España una vez realizada la conquista de oro: folgar el tiempo que tenía. Primero fue el tiempo del aumento del poderío, del sol en sus dominios; más ya con Felipe II empieza la carcoma y el de-caimiento. Esto, a pesar de la riqueza natural, tan copiosamente seña-lada por entusiastas como Mariano o Miñano.6 Weiss7 se embelesa en repetir la enumeración de tantos elementos de riqueza, en varios climas y en tierras fecundísimas.

Al par que los distintos productos ofrecen un copioso acervo para la exportación, ésta está favorecida por la extensión de las costas y la buena condición de los puertos mediterráneos y atlánticos. Todo esto era aprovechado en el siglo XVI. El movimiento fabril y el desarrollo comercial acrecían la riqueza. Los tejidos se fabricaban en numerosos establecimientos.

3 Francisco Navarro Ledesma (1869-1905), autor de una biografía de Cervantes editada el año de su fallecimientos. Darío le dedicó su “Letanía de Nuestro Señor Don Quijote”.4 “Les conquerant de l’or” (“Los conquistadores de oro”), título de una sección del poemario Les Trophées (1893) de José María de Heredia (1842-1905).5 Escritor argentino. Publicó El régimen colonial (1898)6 Darío se refiere a la obra de Juan de Mariana: Historia General de España. La conti-nuación de Miñano y el complemento hasta 1848 por Ortiz de la Vega (1847-48). 7 Charles Weisse, autor de España desde el reinado de Felipe II hasta el advenimiento de los Borbones (1846) obra citada ampliamente en esta crónica.

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[sevilla: capital de todos los comerciantes del mundo]

Solamente en Segovia, cuyos paños se tenían por los más bellos de Europa, trabajaban 34.000 obreros. Según de Jonnes,8 en 1519 se con-taban en Sevilla 6.000 telares de seda, y habría 130.000 obreros en la fabricación de sedería y tejidos de lana. Hay que leer a este respecto el estudio que sobre las industrias antiguas sevillanas ha publicado el eru-dito señor Gestoso y Pérez9 —que tiene inédito un “Ensayo de un Dic-cionario de artistas industriales que florecieron en Sevilla desde el siglo XIII hasta el siglo XVIII, inclusive”—, para darse cuenta del progreso alcanzado en aquella época y en aquella provincia, en lo referente a la producción industrial. Las marinas mercantes de Inglaterra y Francia eran inferiores a la española. El inflado Moncada10 puede escribir del puerto sevillano: es la capital de todos los comerciantes del mundo. Poco ha que la Andalucía estaba situada en las extremidades de la tierra, pero con el descubrimiento de las Indias ha llegado a estar en el centro.

[El descenso a nación de segundo orden]

La riqueza estaba en fruto; diríase que España era la nación de las naciones; solamente el ojo visionario de Campanella11 advertía peli-gros en lo oscuro del porvenir; y notaba que, como hoy a Inglaterra, tenían ojeriza todos los pueblos del mundo al pueblo fuerte y rico que dominaba. Ciertamente habían de cumplirse los temores del autor de la Monarquía Hispánica, y con los sucesores de Felipe II vendría el des-censo a nación de segundo orden, la pérdida en los distintos dominios, la decadencia militar y la mengua en el comercio. La escasez de barcos se acentuó tanto, que ya bajo Carlos el Hechizado se hacían servicios oficiales a Cuba y a las Canarias, por medio de buques genoveses. Los productos escaseaban, pues los cultivos fueron dejados, y los campos, un tiempo floreciente, estaban despoblados de trabajadores, apunto de que, no solamente en ambas Castillas, sino también en la productiva

8 Moreau de Jonnes: apellidos del escritor Alexandre César, autor de Estadística de España (1834).9 Las industrias artísticas antiguas de Sevilla (1899).10 Tomás Moncada, autor de la obra Suma de tratos y contratos.11 Tommaso Campanella (1568-1639), exégeta de la monarquía española por consi-derarla modelo de sus concepciones políticas. Su obra De la monarquía en España se publicó en 1608.

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región andaluza, el abandono era absoluto. Disminuyó a una cantidad mínima la exportación de la lana, en lugares como Cuenca. Los tela-res y sederías quedaban reducidos a señalado número. El movimiento comercial, con la renta de los productos del país, vino muy a menos; la exportación a las colonias de América fue nula, y España tuvo que empezar a proveerse en otros países manufactureros. De más está decir que otras naciones aprovecharon el caso para colocar sus mercaderías en las tierras americanas.

[Padecieron grandemente la agricultura y la industria]

Con la funesta expulsión de los moros padecieron grandemente la agricultura y la industria. Aquellas gentes laboriosas por religión y por necesidad, habían aumentado inmensamente la riqueza de la Penín-sula, no solamente con sus labores fabriles, sino con el cultivo de los campos, como esa maravillosa huerta de Valencia que les fue pingüe y que tanto hermosearon y aprovecharon. Una vez realizada la expulsión, claro es que el movimiento comercial e industrial, sostenido por ellos, mermó y luego concluyó. Ya en el reinado de Felipe III, a la decadencia en los trabajos del campo se juntó una baja de población notabilísima. En Cataluña misma estaban deshabitadas “las tres cuartas partes de los pueblos”.

En plenas Cortes, y bajo Felipe IV, se clamó contra la amenaza de una ruina segura. “Pues era llana y evidente, dice Céspedes y Meneses,12 que si este estado se aumentase, al paso mismo que hasta allí, habría de faltar a los lugares habitantes y vecinos, los labradores a los campos y los pilotos a la mar..., y desdeñando el casamiento, duraría el mundo un siglo sólo”. Weiss demuestra la decadencia de la agricultura, entre otros motivos, por la disminución progresiva de la población española desde el reinado de Felipe II hasta el advenimiento de los Borbones; —Mignet13 calcula, apoyado en Ustariz,14 en cinco millones setecien-tas mil almas la población de España bajo Carlos I—: la amortización eclesiástica —“los capitales quitados a la agricultura y a la industria para sepultarse para siempre en los conventos”—; los mayorazgos en

12 Gonzalo Céspedes y Meneses, autor de la obra Historia apologética.13 Alusión a la obra de Mignet: Negociaciones relativas a la sucesión de España. 14 Jerónimo de Ustariz, autor de Teoría y práctica de comercio y de marina.

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las familias nobles y las devastaciones anuales de las campiñas por los ganados trashumantes. Muchos daños se debieron al “honrado Conce-jo de la Mesta”.15

El oro americano, como antes he apuntado, fue ponzoñoso para el movimiento industrial peninsular. La baja de los metales fue de cuatro quintas partes en un siglo; y el aumento de la mano de obra causó el alza de valor en la producción fabril.

Se desdeñaron los productos naturales de las tierras americanas, dejando que se aprovecharan de ellos mercaderes de Inglaterra y Ho-landa, y fijos tan sólo en el codiciado producto de las minas.

A poco —dice Weiss— dejaron las fábricas de la Metrópoli de abaste-cer las necesidades de las colonias, porque eran pocos los obreros y escasea-ban las primeras materias. Las colonias —agrega— suministraban bastante oro para permitir a los fabricantes continuar sus trabajos, aunque lo caro de los jornales les impidiese introducir sus productos en Francia, Italia y otros puntos de Europa. Para esto hubiera sido necesario que procurase España satisfacer las demandas de las colonias e hiciese imposible el comercio de contrabando; pero, ¡quién había de creerlo!, los españoles tuvieron por una calamidad el trueque de los productos de la industria nacional por el oro del Nuevo Mundo, y le atribuyeron la repentina alza de todos los artículos de primera necesidad. Hubieran querido que América les remitiese sus metales preciosos sin llevarles en cambio los objetos fabricados en su país.

El comercio con América desde aquellos tiempos fue tratado con singular error; en los comienzos hubo libertad de tráfico entre España y sus dependencias. Carlos V puso algunas trabas y Felipe II ordenó un porcentaje de salida, el 5, y otro de llegada, el 10, a las mercancías para las Indias. El aumento del llamado almojarifazgo fue un golpe más. En América aumentaba el contrabando de otras naciones, y se dio el caso que cita Humboldt, de que los mineros de América comprasen de tres a cuatro mil quintales de pólvora anualmente en los almacenes del Reino, en tanto que la sola mina valenciana consumía de 19.500 a 19.600.

En tiempo de Felipe III, hasta 1612, bajaron tanto las rentas, que el quinto de las minas de Potosí, Perú y Nueva España, con otras en-tradas de América —2.272.000 ducados, fuera de gastos—, estuvieron

15 Congregación de pastores y dueños de ganado.

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empeñadas a los genoveses. Bajo el reinado de Isabel se hizo algo por la agricultura y la industria en las colonias americanas; pero luego los españoles que iban a establecerse no se cuidaban sino de engordar la hucha. Por lo que toca al Río de la Plata, basta leer las obras de J. A. García, hijo, para darse cuenta de la obra de los virreyes, y de los hidal-gos inmigrantes.

[los pobres indios eran inicuamente engañados y explotados]

Anualmente iban dos escuadras, a México y al Perú, con objeto de comercio. Esos eran los galeones que volvían cargados de oro. Ulloa narra pintorescamente la manera de comerciar entre los mercaderes americanos y españoles. Los pobres indios eran inicuamente engaña-dos y explotados por la misma codicia de los corregidores. El comercio disminuyó; y a mediados del siglo XVII ya España no podía abastecer sus colonias. Los extranjeros, en cambio, aumentaban su venta; de Por-tugal salían doscientos buques de trescientas a cuatrocientas toneladas con ricos cargamentos de telas, sedas, paños, tejidos de lana, de oro y de plata, artículos que compraban los portugueses a los flamencos franceses, ingleses y alemanes. Los embarcaban en Lisboa, Oporto, Mondigo, Viana, y en los puertecillos de Lagos, Villanova, Faro y Tavira, situados en el reino de los Algarbes. Llegados al Brasil, sus navíos subían al Río de la Plata, cuando cesaba de ser navegable, se desembarcaban las mercancías y se las conducía por tierra, atravesando el Paraguay y el reino de Tucumán, a Potosí y a Lima, de donde era fácil enviarlas a las principales ciudades del Perú. Los comerciantes españoles establecidos en aquellos puntos tenían sus corres-ponsales en el Brasil, lo mismo que en Sevilla y Cádiz, y como los derechos cobrados en Portugal de los géneros destinados al Brasil eran más bajos que los que se percibían en aquellas dos ciudades, los portugueses podían darlos más baratos que los españoles.

Puede verse a este respecto la Relación dirigida a Felipe III por Alonso de Cianca. Los empleados de la corona ya se sabe qué clase de obra realizaban, y qué clase de gente eran en su mayor parte.

El Consejo de Indias enviaba no varones de mérito, sino hábiles sa-cadores de dinero. Fuera de los virreyes de México y el Perú, grandes de España favorecidos, los demás eran duchos expoliadores. Los capitanes, generales y demás enviados a Cuba, al engorde proverbial, tenían sus antecesores entre los paniaguados de Indias. Comercio descuidado con

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la Metrópoli, aumento, por tanto, del contrabando extranjero. Los ho-landeses, ingleses y franceses introducían largamente sus mercaderías. Hamburgo no se quedaba atrás; y la China misma vendía manufactu-ras en puertos como Guayaquil y Acapulco. El mal estado comercial entre la Península y sus colonias continuó hasta el advenimiento de los Borbones. Algo hizo por mejorar las relaciones Felipe V. Carlos III transformó en 1764 el sistema comercial que se había empleado desde la conquista. De La Coruña salían fijamente una vez al mes para las Antillas y dos veces al mes para el Río de la Plata barcos que establecie-ron de modo regular el intercambio. La independencia vino. Y desde la paz hasta la época actual el comercio español en América ha pasado por diversas fluctuaciones, llegando por fin al más lamentable descenso.

[Hacen falta españoles de buena voluntad que digan a su patria la verdad]

Las Cámaras de Comercio poco han hecho, y la diplomacia ha sido nula en sus gestiones. También es cierto que la antigua Metrópoli no se ha acordado de que existíamos unos cuantos millones de hombres de lengua castellana en ese continente, hasta que las necesidades traídas por la pérdida de sus últimas posesiones americanas se lo han hecho percatar. El Congreso proyectado hará algo, como no se vaya todo en discursos. En lo social se podrán crear nuevos y más estrechos víncu-los, sobre todo ahora que la producción intelectual americana empieza, primeriza y todo, a imponerse. Pero hacen falta españoles de buena voluntad que digan a su patria la verdad, y que no la vayan a desacre-ditar en nuestras Repúblicas. Una docena de españoles como Carlos Malagarriga en cada una de las Repúblicas americanas harían más que los guitarristas de la Prensa y bailaores de la tribuna, que van a Améri-ca a hacer daño a su propia tierra. Sobran en España talentos, y entre nosotros, buenas voluntades que puedan realizar una unión proficua y mutuamente ventajosa. La influencia española, perdida ya en lo litera-rio, en lo social, en lo artístico, puede hacer algo en lo comercial, y esto será, a mi ver, el alma del futuro Congreso.

[españa ha perdido casi por entero sus mercados]

Es un hecho patente —dice un documento oficial—, traducido ade-más en cifras, que, a la infausta hora en que hubimos de abandonar nuestra soberanía en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, representaba nuestro comercio

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de exportación a esas posesiones, en los últimos tiempos en que pudo verifi-carse de un modo regular, la considerable suma de 241 millones de pesetas, o lo que es igual, el 25 por 100, aproximadamente, de la total exportación de la Península. Y otro: En el primer quinquenio de 1880 a 1884 exportába-mos un total de 62 millones a todos los mercados americanos; en cambio, en 1896 nuestra exportación quedaba reducida a 46 millones... Por ejemplo, en la República Argentina, donde en aquel período nuestra cifra de exporta-ción ascendía a 17 millones, ha bajado a 10. En la República del Uruguay, de 11 millones ha descendido a seis.

Es decir, de 62.564.000 pesetas del año de 1890 al 1898, se ha reducido a unos cuarenta millones y pico. En la Junta del Comercio de exportación, del Ministerio de Estado, demostró la gravedad de tal situación el señor Rodríguez Sampedro.

España —decía—, señora al principio del presente siglo de todos aque-llos territorios poblados por su raza, con comunidad de idioma, de hábitos y de costumbres, ha perdido casi por entero sus mercados de tal modo, que hoy se anteponen comúnmente a ella Inglaterra, Alemania, Francia, Austria, Italia y Bélgica, figurando nuestro comercio al principio del postrer quinquenio, tanto en la importación como en la exportación, el último de to-dos, y cifrando para la República Argentina el 2,20 por 100 de su comercio al de exportación; para México, el 8 por 100 en la primera y el 11,60 en la segunda; para el Perú, 2,50 por 100 y 0,60, respectivamente; y todavía, con parecer esta situación imposible de empeorar, sigue decreciendo mani-fiestamente, pues al concluir el quinquenio de 1897, los resultados son 1,40 por 100 para la importación y 3 por 100 para la exportación, respecto a la Argentina; 2 por 100 para la primera y 10,30 para la segunda, en México; 0,08 y 0,90, respectivamente, en cuanto al Brasil; y 01,10 y 0,50 en el comercio con el Perú, pudiendo decirse que en muchas partes de los citados países su comercio con España ha desaparecido, mientras el de Inglaterra, promediando los datos de su importación y de su exportación, es más del 33 por 100 del total; de un 20 por 100 el de Alemania; de un 23 el de Francia, y así sucesivamente.

[Una grupa de compadres intrigantes]

El Congreso, pues, vendrá, si se realiza, a tratar de ver cómo se mejoran las transacciones comerciales entre España y las Repúblicas americanas; pero no tendrán poco que modificar en las leyes actuales los legisladores, que quieren que el arreglo se lleve a buen término. ¿Ha sido acaso poco lo que ha trabajado el ministro argentino, señor

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Quesada, para la simple cuestión del tasajo y carnes conservadas? El Gobierno español parece que apoyará la labor del Congreso y se ha-rán invitaciones oficiales a los Gobiernos hispanoamericanos. Si los Gobiernos aceptan, es posible que una vez más se cometa el error de elección cuando se trate de los representantes. Al saberse la noticia del Congreso, en cada una de las pequeñas Repúblicas de América —Vi-llabravas, que dice Eduardo Pardo— habrá un grupa de compadres intrigantes que quieran venir a ver bailar el fandango y a conocer a la reina, y en cuyos labios pugna por salir la gran palabra “Señores”...

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el cueRpo Diplomático HispaNoameRicaNo1

Madrid, 10 de marzo de 1900NO ES preciso exuberar de modestia para confesar que la diplomacia hispanoamericana no es ante el mundo una de las manifestaciones de progreso social en ese continente. La República Argentina ha dado un tratadista universal como Calvo y señaladas y honrosas personalidades. Chile, Colombia, Perú, Venezuela, México, han podido enorgullecerse con hombres de reconocido valer en tales prácticas. Pero la diplomacia de carrera, no existe; y sin diplomacia de carrera, sin escuela prepara-toria, sin escalafón, sin orden en los ascensos y promociones, no puede esa rama del gobierno sino llevar una vida precaria y casi siempre da-ñosa para el mismo tronco sustentante. El nepotismo encuentra muy ancho espacio en qué empollar, los diplómatas ocasionales son, por lo común, hechura de un partido, servidores de un gobernante y no de la patria. En las repúblicas de segundo orden —en población y materiales adelantos— se ven casos de mayor peligro. Sea por influencias particu-lares, o por inexplicables economías, los gobiernos aceptan los sevicios gratis de un nabab indígena que suele hacer sonar el timbre del país en el extranjero, poniéndole una collera de cascabeles. La constitución de Bolivia, supongo que no reconoce los títulos nobiliarios. No obstante, el París de este fin de siglo ha visto el curioso espectáculo de un minis-tro boliviano “príncipe de la Glorieta”.

[Los presidentes… premian a sus favoritos]

Pero en esto, las repúblicas de la América Central mantienen el récord. Allá se nombra a extranjeros. Nicaragua tuvo por largo tiempo de representante en Roma a un excelente italiano provisto de su título

1 La Nación, 29 de abril, 1900. No fue incluido por su autor en España contempo-ránea. Lo rescató Noel Rivas Bravo en su edición crítica de esa obra, pero no pudo anotarla. Darío dedicó al tema otra crónica: “Diplomacia hispanoamericana en Euro-pa” (La Nación, 21 de julio, 1911), divulgada por Gilberto Bergman Padilla en Darío diplomático (Buenos Aires, Embajada de Nicaragua, 1997, pp. 93-99). En ambas, Rubén critica a ciertas representaciones hispanoamericanas en Europa.

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decorativo.2 Hay sucedidos más interesantes aún. A la república de El Salvador llega una vez un aventurero español de cierta audacia. Logra colocarse bien en la milicia y ayuda al “pronunciamiento” que eleva a la presidencia a un general. Este nombra al español enviado extraordina-rio y ministro plenipotenciario en México. Su Excelencia fue recibido por don Porfirio; pero a los pocos días tuvo que tomar el tren, a causa de estrepitosos escándalos que hicieron necesario su retiro. Fue susti-tuido por un chileno; pero esto no tiene nada de particular: ¿no prestó a Chile iguales y más hermosos servicios el centroamericano Irisarri?3 Los presidentes, casi siempre colocados por la violencia, premian, tam-bién a sus favoritos, con puestos diplomáticos, así sean los agraciados caciques rurales o urbanos mandarines. Cierto es que la mayor parte de las veces, antes de que un ministro haya sido recibido, llega la noticia de que su gobierno ha fracasado. Y en aquellas repúblicas no faltan los talentos. Baste con citar al señor M[anuel] M[aría] Peralta,4 de Costa Rica; a Galindo, de El Salvador, a Cruz,5 de Guatemala, para ver que el mal no está sino en arraigadas costumbres políticas de países en que una democracia aún informe se resiente por un lado de persistentes vicios coloniales y por otro, de atavismos locales primitivos.

[la diplomacia española en américa ha sido mala]

Las relaciones entre España y las que fueron sus colonias, han sido singularmente mal entendidas. Primero la inquina que quedó después de la independencia; luego la guerra con el Perú y Chile; luego las simpatías continentales para los cubanos en la primera insurrección o levantamiento, cuando hubo naciones como Bolivia y Guatemala que reconocieron oficialmente la independencia de la Isla; y sobre todo, la ignorancia peninsular respecto a la vida política, social e intelectual

2 El Marqués de Lorenzana.3 Antonio José de Irisarri (ciudad de Guatemala, 1786 – Nueva York, 1868), político, poeta, narrador y ensayista. Como diplomático representó a Chile en Inglaterra y a Guatemala, y El Salvador en Estados Unidos. 4 Manuel María de Peralta (Cartago, 1847 - París, 1930), diplomático e historiador costarricense. Representó a su país en Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Alema-nia y la Santa Sede. 5 Fernando Cruz (1845-1902), diplomático y político guatemalteco, además de ju-rista, crítico y poeta. Representó a su país en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra y Francia.

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de los países hispanoamericanos, fueron la causa de un progresivo y lamentable alejamiento. La diplomacia española en América tampoco se ha hecho notar por su excelencia o por su eficacia. Desde los inocuos hasta los grotescos, como cierto ministro famoso en el Ecuador y en Guatemala, los representantes que la “madre patria” ha enviado no se han cuidado gran cosa de sus verdaderos deberes. Un Arellano6 es un mirlo blanco en la historia diplomática de España en América. ¿Todo eso ha obedecido a desdén, o a infundadas prevenciones? Juzgo que no; aunque gente de cierto fuste cree todavía que en esos países se tiene odio a los españoles. Para citar un nombre: la otra noche, en una casa argentina, me decía el célebre Leopoldo Cano:7 “Lo mal que nos quie-ren por allá...” Me fue bastante difícil persuadirle de lo contrario.

Pero si la diplomacia española en América ha sido mala, la diplo-macia americana en España ha sido peor. No me refiero, naturalmente, a los casos aislados en que un Lynch, chileno, un Cané, argentino y algunos pocos americanos más han dejado el pabellón bien puesto, como dice el clisé. La mayoría de los países americanos no ha manteni-do legaciones en esta corte.

Cuando por razones de cortesía internacional ha habido que enviar un ministro, se ha aprovechado el viaje de un compadre, o se le ha hecho la maleta a un paniaguado: o si no, se han dado las credenciales al enemigo político que era conveniente alejar, y santas pascuas. Los señores ministros han venido a divertirse, a hacer versos algunas veces, y a oírlos siempre, y a que les den una encomienda o una cruz de Isabel la Católica. Por otra parte, han solido presentarse ejemplares poco de-corativos, que a las damas españolas han hecho muy relativa gracia. ¡El protocolo tiene que preverlo todo!

Actualmente, el cuerpo diplomático hispanoamericano en Ma-drid tiene escasa representación; fuera del ministro argentino, y del de México, que acaba de llegar, no suena, no se ve, no se sabe que existe. Cierto es que el ministro argentino hace corro con los embajadores: se siente europeo; lo cual no le hace muy simpático para los colegas del otro lado del mar.

6 Julio de Arellano y Arróspide, ministro de España en Costa Rica, amigo de Darío durante su estada en ese país. 7 Leopoldo Cano (1844-1934), poeta y dramaturgo español. Autor de Saetas (1887).

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El doctor Quesada, como otra vez os he dicho, da comidas famosas a la aristocracia bella de la corte. Nombre de dama que veáis en una crónica social referente a fiestas en la legación argentina, tened por seguro que es el de una linajuda buena moza. La legación es un lugar también en que se tiene el culto del Arte. Hay allí tapices y tallas de verdadero valor. Uno de los íntimos del ministro es el pintor Moreno Carbonero.

La legación de México tuvo un tiempo de auge y de cierta pre-eminencia, cuando era jefe de ella el general Riva Palacio. Aquel viejo soldado y poeta viejo, se hizo simpático a los madrileños. Medio ama-ble y medio impertinente, aficionado a las intérpretes del teatro chico, a las que iba a admirar embozado en una capa clásica, soneteándose con Manuel del Palacio, dándose la gran vida en su palacete de la calle Serrano, colaborando en los periódicos e invitando a comer a los ar-tistas, puso en buena luz el nombre de México y pasó agradablemente los últimos años de su vida. Cuando él murió, quedó a cargo de la legación, el secretario suyo, Francisco A. de Icaza. Éste ha prestado a su país durante el largo período en que ha estado encargado de negocios, positivos servicios. Lleva muchísimo tiempo de residencia en la corte; se ha casado con una española, sobrina del general Sabas Marín; y, ha sido secretario del Ateneo, pues es un notable literato y poeta. Se creía que sería nombrado ministro; pero lo fue el señor Manuel Iturbe, per-sona de muchos millones y muy conocido en París.

La señora de Iturbe es española, creo que hermana de la marquesa Ivanrey; y desde que se ha instalado en el palacio Xifré, da fiestas que tienen mucho atractivo en el mundo madrileño. El Sr. Iturbe es per-sona de pocas luces; pero sabrá gastar su dinero, y váyase lo uno por lo otro. Todo diplomático tiene la obligación de ser rico o al menos de parecerlo.

El ministro de Guatemala, don José Carrera, es español, y desem-peña su puesto desde el año 1883. No tiene resonancia social; y al mismo tiempo que la legación de aquel país centroamericano, tiene a su cargo la de Mónaco.

En París reside actualmente el ministro de Colombia en Madrid, Sr. Julio Betancour, pues ha sido encargado por su gobierno de la cues-tión de límites con Costa Rica, que debe resolver como árbitro, el pre-sidente de la república francesa. Por tanto, la legación colombiana está

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aquí por ahora acéfala. Lo propio pasa con la de Costa Rica cuyo jefe es el señor M[anuel] M[aría] de Peralta.

El señor de Peralta, hace mucho tiempo acreditado en Madrid, es persona grandemente relacionada en la corte, y su casa ha sido punto de reunión de la intelectualidad y de la diplomacia. El señor de Peralta es marqués; pero sólo por cierto mundo europeo. Jamás su corona ha sido vista por un latinoamericano... Es también casado con una dama de la alta nobleza francesa, una Gontaut-Birón.8 Dedicado a estudios históricos, ha publicado varios libros interesantes, memorias y colec-ciones de documentos (Costa Rica, Nicaragua, Panamá) copiados de los archivos de Indias y de Simancas.

La República Dominicana tiene por representante a un caballero de nacionalidad española, según entiendo; el señor J. L. de Escoriaza.

Ministro del Paraguay es el señor Eusebio Machain, el cual reside casi siempre en París. Bolivia tuvo hasta hace poco su legación a cargo del señor Moisés Ascarrunz.

Muchas simpatías dejó este caballero en el mundo de las letras y de las artes y es uno de los que han contribuido a deshacer, así sea en parte muy pequeña, la creencia general en antipatías y odio a los españoles de parte de los americanos.

Venezuela tiene un encargado de negocios, el señor Bernabé Planas. El Uruguay y demás repúblicas, no tienen hoy legaciones. Pero aún se recuerda al que fue ministro de la República Oriental, al señor Zorrilla de San Martín,9 afable, meridional, poeta, incansable para la oratoria; nuestro champión continental en las fiestas colombinas del 92.

[La expansión fuera del imperialismo anglosajón no es un sueño]

Era ya tiempo de que las naciones americanas de habla española se conociesen, se estimasen, se relacionasen y uniesen más entre sí, y que este vínculo se extendiese, con positivo interés, hasta la tierra española.

8 Jeanne de Clérembault, en cuyo album Darío había escrito su poema “Blasón”, incluido en Prosas profanas (1896). Ella poseía tres títulos nobiliarios: condesa de Clérembault, marquesa de Gontaut-Birón —el que más usaba— y duquesa de Cas-tellalara. 9 Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), poeta y escritor uruguayo. Se consagró con Tabaré (1888), obra culminante del romanticismo hispanoamericano.

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La expansión futura del imperialismo anglosajón no es un sueño; y la probabilidad de una lucha de razas tampoco. Los países débiles, que están cerca de la boca del boa —otro que el del Tigre, o’my!— se dejarán tragar, y hasta parece que hay ya quienes tienen deseos de ser comidos. Pero los estados respetables y fuertes pueden salvar la nacionalidad es-piritual del continente. España, moralmente, sería entonces solidaria.

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aZaRoff1

TENGO UN amigo que se llama Azaroff. Es estudiante; vivía en un cuartito estrecho y barato del barrio. ¿Es nihilista? No lo sé. Lo sospe-cho. Le conocí en una conferencia de Mecislas Golberg,2 una noche, en el Café Voltaire3. Es un hermoso gigante rubio, de frente pen sadora, ojos dulces, brazos fuertes, largos cabellos. Escribe sobre filosofía y so-

1 La Nación, 4 de marzo, 1905, pp. 4-5. Rescatado por Günther Schmigalle en Cró-nicas desconocidas. Op., cit, pp. 363-373. Las siguientes notas son de su autoría.2 Mieczyslaw Goldberg, conocido como Mécislas Golberg (1868-1907), escritor anarquista de ori gen polaco que, en sus libros poéticos (Lazare le Ressuscité, Lettres à Alexis, Prométhée repentant) y en sus textos teóri cos (Intuitions sociales, De l’esprit dialectique y La Morale des lignes) “anunció el reino de la paz de los contrarios, lla-mados a equilibrarse en un conflicto sin fin que se acepta como el indicio mis mo del ser humano, como principio de su vitalidad creadora”. Saint-Georges de Bou hélier lo describe de la siguiente manera: “Gol berg, un judío emigrado de Polonia que con su ca ra te rriblemente huesosa y cadavérica tenía el aspecto de un resucitado y hacía so-ñar con un Lá zaro sa lido de su tumba”. Apollinaire lo veía como “el hombre a quien le debemos al gunos de los libros más al tos y más emocionantes de nuestro tiempo”, mientras que su ex-com pañera Berthe Charrier, madre de su hijo Mécislas Charrier, que fue guillotinado en 1922 por haber parti cipado en un asalto a un tren, lo ha lla-mado “intelectuel apache” y “miserable im postor”. Darío co noció a Golberg casi por ca sualidad, según cuenta en una de las crónicas rescatadas por Barcia.3 En la Plaza del Odeón, París, donde Golberg impartió en 1901 conferencias so-bre pintura, poesía y teatro simbolistas. Darío asistió, por lo menos, a una de ellas, acompañado de un amigo israelita, como lo registra en su crónica “París / Hombres, Hechos, Ideas” fechado el 3 de abril de 1901 y aparecida en La Nación, Buenos Aires, 3 de mayo del mismo año. Vale la pena transcribir algunos de los quince párrafos que le dedica: “Monseiur Goldberg es un revolucionario, víctima de sus ideas, expulsado del país del Zar, estudioso y lleno de ciencia, a pesar de que está en lo más fuerte de la juventud. Sus Cahiers, son interesantísimos, personalmente, es un tipo distinguido y simpático, muy modesto, y alejado de los centros del bulevar y aún de las revistas independientes en donde sus ideas encontrarían vida (…) Goldberg es escuchado con el más absoluto silencio por un público que se cuida escasamente de las fórmulas. Unos fuman su pipa, otros con el sombrero puesto escuchan, saboreando de cuando en cuando sus bocks o sus cafés. / Goldberg, en un discurso agradable y nutrido de ideas, presenta rápidamente el espectáculo singular de la obra de [Gustave] Moreau, obra incomprensible y de excepción. Hace la psicología del artista y concluye con una bella síntesis”. (Escritos dispersos de Rubén Darío, II, Op., cit., pp. 94 y 95)

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bre poesía, y hace ver sos en su idioma. Es silencioso; mas en horas de amistad y expansión mental se des borda en su francés puro —le conoce admirablemente— y ese eslavo, ese bárbaro, pa rece un ardiente latino. ¡Cuántas noches hemos hablado de altas cosas, de nobles asuntos, re-corriendo las orillas del moroso Sena4! Ha sido amigo de Gorki5 y me ha contado curiosas anéc dotas de la vida de ese sincero y grande escri-tor. ¿He dicho ya que Azaroff es muy po bre? Con un escasísimo puña-do de rublos que recibe mensualmente de un pariente mos co vita logra todavía “proteger” a dos compañeros. Una de ellos es una joven que estudia medicina y que es de una belleza soberbia e imponente. Ahora, sabed bien esto que parece extraordinario a mi sangre meridional y a mi idea de la existencia: Azaroff no tiene el me nor interés sensual ni sentimental con esa cuerda y admirable amiga. Ella no le ama; él no la ama. Se quieren y se cuidan como dos camaradas buenos. Ella le hace el menage, le zurce la ropa, le pega el botón que falta; le va a buscar las patatas fritas, le calienta el sa mo var. Él le lleva flores y libros usados de los quais. Leen juntos sus novelistas y sus poe tas; van al concierto el do-mingo, una que otra vez al teatro. Después, se separan con un cordial apretón de manos. Y él es para mí maravilloso así; y ella es honrada, como lo pueden asegurar sus vestidos más que humildes y sus zapatos gastados. ¡Con ese par de ojos, con esa tez de rosa fresca, con ese cuerpo y en este París6!

4 Darío alude al verso “Roule, roule ton flot indolent, morne Seine” (“Nocturne parisien”, de Verlaine).5 Máximo Gorki (1868-1936), escritor ruso, naturalista y revolucionario. “Gorki, antes de cumplir los treinta años, era comparado a Tolstoi y a los más grandes litera-tos rusos, y sus obras se tra du cían a todos los idiomas, alcanzando tiradas envidiables. El antiguo vagabundo se había conver tido en un personaje, pero no abandonó del todo sus hábitos, lo que no dejó de censurársele, pues si bien para algunos esto era un rasgo de sinceridad, para otros no pasaba de ser una postura para aumentar su popu-laridad. Paralelamente a su actividad literaria, Gorki se dedicó también a la política, de fendiendo las ideas más radicales, las mismas que en sus obras, por lo que sufrió nume rosas per secuciones” (Enc. Univ., t. 26, p. 719). “He aquí un autor cuya boga es ciertamente justa; este ruso que viene después de Gogol, después de Turgueneff, después de Tolstoï, después de Dostoieuski. Su nombre, recién descubierto, resuena y va por toda la tierra civilizada, de otro modo que las re cientes importaciones polacas, ya en baja de moda y en las librerías. Este autor es un exótico y un sin cero” (Rubén Darío, “Máximo Gorki”, La Nación, 10 de febrero de 1902; luego incorporado en su libro Opiniones, 1906).6 “En París es innato le goût du vice; casi todos los hombres son el marqués de Priola,

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[“Me voy en el tren de esta noche”]

Esta mañana vino Azaroff a verme, muy temprano. Su visita era visita de despedida. —Me voy —me dijo—, me voy en el tren de esta noche. Blandía un diario. Tenía en los ojos, suaves y azules, relámpagos. Jamás le vi así. Recorría la habitación movido por sus nervios en tem-pestad. Comprendí lo que pasaba en su espíritu.

—Las noticias de su tierra... ¿no es así, mi querido amigo?...—Sí, me contestó, con una voz que yo le conocía. Sí, por fin des-

pierta Rusia, por fin despierta de un profundo sueño de siglos!Las noticias:7 el pueblo, por primera vez alzando su voz de protesta;

el zar ignorante y co mo acorralado en su palacio titubeando entre la oleada de afuera y la opresión de adentro;8 la sangre sobre la nieve en plena capital autocrática; las tropas fusilando y lanceando a la muche-dumbre;9 un pope que lleva la voz de los que protestan, y a su lado la

cuando no el marqués de Sade, y casi todas las mujeres la parisienne de Henri Becque, cuando no Manon Les caut” (Blanco-Fombona, Camino de imperfección, p. 219).7 Las noticias se refieren a la revolución rusa del año 1905: “En febrero de 1904 estalló la guerra ruso-japonesa. La derrota rusa tuvo un efecto revulsivo en la opi-nión pública. Tal como había sucedido medio siglo antes en ocasión de la guerra de Crimea, el sistema autocrático zarista quedó en entredicho, como claro culpable del retraso del país y de la ineficacia de sus ejércitos. Una ma nifestación pacífica fue duramente reprimida el 22 de enero (9 de enero según el calendario juliano) de 1905 en San Petersburgo y, como reacción, la ola de violencia y protestas se extendió por las zo nas industriales y las naciones oprimidas de occidente. Nicolás II se vio obligado a promulgar una constitución, que estableció una asamblea, o Duma” (Enc. Hisp., t. 13, p. 41).8 En realidad, el zar no estaba en el palacio de Invierno de San Petersburgo: “se había quedado en su palacio de Tsarskoe Selo, a media hora de viaje de la capital” (Ascher, The Revolution of 1905, t. 1, p. 92).9 El 22 de enero de 1905, una manifestación de decenas de millares de obreros, conducidos por el pope Gapon, se dirigió al palacio de Invierno (residencia del zar) en San Petersburgo. El objetivo era elevar una petición al zar solicitando mejoras en las condiciones de vida y unos embrionarios cambios políticos. El ejército disolvió violentamente la manifestación con un saldo de centenares de muertos. El llamado “domingo de sangre” desacreditó completamente el ré gimen zarista de Ru sia; este día murió la “leyenda del zar” (Volin, op. cit., t. 1, p. 91). Cf. “La crisis política y social de Rusia – Estado de sitio – Revolución en San Petersburgo – Los obreros en las calles – En marcha hacia el palacio del zar – Las tropas contienen al pueblo – Colisiones sangrientas – Muertos y heridos – Oradores populares – Levantamiento de barrica-das”, La Nación, 23 de enero de 1905.

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simpatía de toda la tierra;10 el comienzo de una tragedia que será la repetición histórica de la gran tragedia francesa de la Revolución, así el paisano ruso no esté a la altura del paisano de Francia, ni la monarquía del autócrata de San Petersburgo esté en iguales condiciones que la elegante y culta monarquía que tenía por flor suprema el lirio llamado María Anto nieta;11 el evan gelismo tolstoiano de Tasnaia [sic] Poliana12 transformándose en la acción violenta y la repre salia; el “padrecito” convertido en verdugo de su pueblo...

—El padrecito convertido en verdugo de su pueblo, quizá malgré lui! —dije a Azaroff.13

10 Georgij Aleksandrovič Gapon, o Gapony (1870-1906), sacerdote y revolucionario ruso, líder de los obreros de San Petersburgo y protagonista de la manifestación polí-ticorreligiosa del 22 de enero de 1905 (“do mingo de sangre”).11 María Antonieta (1755-1793), reina de Francia. Decimoquinta hija de los empe-radores de Austria, María Teresa y Francisco I. En 1770 contrajo matrimonio con el delfín de Francia, Luis, que subió al trono en 1774 con el nombre de Luis XVI. No obstante, la nueva soberana de Francia nunca tuvo a su marido en gran estima, y mu-cho menos estuvo enamorada de él. Mujer frívola y voluble, de gustos caros y rodeada de una camarilla intrigante, pronto se ganó fama de reaccionaria y despil farradora. Ejerció una fuerte influencia política sobre su marido y, en consecuencia, sobre todo el país. En 1781 tuvo a su primer hijo varón, y a partir de entonces residió en el pala-cio inde pendiente de Trianon. Dejó de recibir en audiencia a la nobleza, acentuando la animadversión de las clases altas hacia su persona. Ignoró la crisis financiera por la que atravesaba el país y desautorizó las reformas liberales de Turgot y Necker. No tuvo contemplaciones con las masas hambrientas que se concentraban ante el palacio de Versalles y envió contra ellas a sus tropas. El pueblo siempre pensó que su reina servía a los intereses austríacos. Puso al rey contra la Re volución, y fue apoyada en sus ideas monárquicas por Mirabeau y Barnave. Rechazó las posi bi lidades de acuerdo con los mode rados y procuró que el rey favoreciese a los extremistas para en co nar aún más la lucha. Al parecer, deseaba que estallase el conflicto bélico entre Francia y Austria, es-perando la derrota francesa. En 1792 fue detenida y encarcelada junto con Luis XVI en la prisión del Temple. La Convención ordenó la ejecución del soberano el 21 de enero de 1793, mientras ella era trasladada a la Con serjería y separada de sus cuatro hijos. Condenada a la pena capital, murió en la guillotina el 16 de octubre de 1793.12 Por “Yasnaia Poliana”, la finca en la cual nació León Tolstoi (1828-1910) y donde pasó la mayor parte de su vida.13 “Nicolás II no es malo, está lleno de buenas intenciones; pero es de mente estrecha y de carácter sumamente débil. Con sus buenas intenciones, no sostenidas por una energía suficiente, hará más mal a Rusia que su padre con su mezquina obstinación reaccionaria” (Guglielmo Ferrero, “Peque ños recuerdos de un viaje a Rusia —Los cosacos y los popes— Un juicio sobre el zar”, La Nación, 19 de mayo de 1901).

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—Sacha, el padre de este “padrecito”, fue despedazado por la di-namita14 —me contestó.— El fenómeno que hoy presencia es el de la transformación de la protesta individual o de asociación, en protesta colectiva y unánime, en el grito general del pueblo ruso. Se ha ca zado en las calles y sobre el Neva helado a las pobres gentes, como a patos. No sabe lo que hace el gobierno, no sabe lo que ha hecho. Las célebres palabras: C’est une émeute?

—No [sic]15, sire, c’est une révolution!16 tienen ahora aplicación justa. Se ha despertado a esa enorme nación, en verdad, de su sueño de siglos. Es cierto que en el fondo de las es te pas hay una pasividad casi de pie-dra y que se ignora todo; mas el mujick mismo oirá estos clamores; y la sangre tiene una elocuencia irresistible. Son los trabajadores los que se levantan y son los intelectuales; y hay los creyentes y hay los que no creen. Os aseguro: en el ejército mismo hay una buena parte que está con nosotros.

[sus palabras indignadas salían envueltas en humo]

Ha habido soldados, ha habido cosacos, que han arrojado sus fusi-les para no tirar sobre sus infelices hermanos. Hay quienes opinan que es menos peligrosa para la corona rusa la acción colectiva que la acción individual; yo digo que una no quita otra, y que no impide la obra revolucionaria el gesto anárquico y vengador de un Sasonoff.17 Hay

14 Alejandro II Nicolajewitch (1855-1881), el abuelo —no el padre— de Nicolás II, zar de Rusia que inició una po lítica de reformas. “Entre las importantes reformas de orden interior que realizó figuran la abolición de la servidumbre, puesta en vigor des-de 1862, la reforma en la administración de justicia y la nueva organización militar. ... En los momentos en que iba a dar una Constitución a Rusia y crear una Cámara consultiva, sucumbió víctima de un atentado nihilista en 13 (1.°) de marzo de 1881 al trasladarse desde el cuartel Miguel al Palacio de Invierno; cerca del canal Cata lina fue herido por una bomba de dinamita, y al cabo de hora y media murió en el Palacio de In vierno”.15 Por “Non”.16 Cuando Luis XVI, rey de Francia, volvía – como habitualmente – de la caza al atardecer del 14 de ju lio de 1789, anotó con su acostumbrada pedantería las piezas cobradas. Debajo de “otros suce sos” es cribió lacónicamente: “Sin novedad.” Poco después se presentó ante Su Majestad el duque François-Alexandre de La Roche-foucauld-Liancourt para darle un excitado parte de los aconte ci mientos de París: el pueblo había conquistado la ciudadela de la corona, la Bastilla. “¿Se trata, pues, de una rebelión?” preguntó el rey. El duque respondió: “No, sire: es una revolución”. 17 El 28 de julio de 1904, en San Petersburgo, una bomba arrojada por Egor S. Sa-

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quienes también censuran la oportunidad del movimiento, y dicen que no es de quienes buscan el bien de la patria el levantarse cuando el extranjero enemigo está venciendo al ejército nacional allá en Manchu-ria... A Manchuria debían haber ido a disparar sus rifles los asesinos de obreros, de mujeres y de viejos y de niños; a Manchuria debían haber ido a mostrarse valientes y no contra los trabajadores desarmados que no han ido sino a pedir justicia; que no han so li citado más que ver al emperador, el cual ha evitado la entrevista por malaconsejado ó por miedoso, a pesar de la tranquila actitud popular y de las advertencias del bravo pope Ga pón.18

Azaroff fumaba y sus palabras indignadas salían envueltas en humo.

—Ya veréis —continuó—, cómo renace en un momento la energía de los indomables de antaño. Se dice que el gobierno sabrá reprimir el movimiento. Sin embargo, el explosivo va como el grisú por lo subte-rráneo. Se agitará el pueblo en Varsovia, en Riga, en todas partes; los centros revolucionarios que trabajan en el extranjero, sobre todo, en Ginebra, Londres y París, activan su labor. No será extraño y será casi seguro, que los atentados aislados del nihilismo comiencen de nuevo. ¡Ah, pobre gigante ruso! Por un lado se hace destrozar por los hábiles japoneses, que ellos, sí, a pesar de ser el micado descendiente de dioses y a pesar de haber sido hasta ayer un pueblo bárbaro, tienen constitu-ción, tienen leyes que reglamentan el trabajo, tienen libertad de prensa;

sonov, miembro de la organización de combate del Partido Social Revolucionario, mató a Viaceslav Constantinovic Pleh we, ministro del Interior de Rusia, de quien se ha podido decir que “su gobierno se señaló por la matanza de los judíos en Kishinet, la expoliación de la Iglesia armenia, el destierro de nobles ru sos que profesaban ideas liberales, y una política de impía severidad hacia la clase obrera de los cam pos y de las ciudades. Persiguió sin descanso a los nihilistas, pero promovió las reformas en favor de la descentralización del poder público”.18 El 8 de enero de 1905, Gapón dirigió la siguiente advertencia al zar: “¡Mo narca! No creas que tus ministros te han dicho toda la verdad. Todo el pueblo confía en ti y decidió reunirse mañana a las 2 de la tarde frente al palacio de Invierno para exponer su miseria ante ti. Si, inconstante, no te pre sentas ante el pueblo, rompes el lazo moral que te une con él. La confianza entre tú y el pueblo desa parecerá, si corre la sangre inocente. Aparece mañana frente a tu pueblo, y con ánimo valiente recibe nuestra humilde petición. Yo, el representante de los trabajadores, y mis valientes compa ñe ros de trabajo te garantizarán la inviolabilidad de tu persona” (cit. en Gorki, Der 9. Januar, p. 11).

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y por otro, se hace fusilar por los seides19 de la más absurda tiranía en pleno siglo XX!

[la sangre derramada en la guerra y la sangre de los obreros se juntan para la conciencia rusa]

¡Y esa riqueza y ese robo y ese peculado de arriba ante la miseria y los sufrimientos de abajo; y esa ignorancia y ese fanatismo provechoso a quien no solamente es el monarca absoluto, sino también el papa, el jefe espiritual y sacrocesáreo de tantos millones de hombres! Y esos grandes duques borrachos, que vienen a hacer escándalos a casa de Ma-xim, a los hoteles de la Riviera, esos venturosos haraganes que desde que nacen tienen mi llo nadas de rublos, honores, consideraciones, respeto... ¿Cuántos de esos Vladimiros y Ci ri los andan a la cabeza de las tropas allá donde los infelices soldados están muriendo sin saber casi por qué, y a los que no se les da más consuelo que iconos y bendiciones?

La sangre derramada en la guerra y la sangre de los obreros se jun-tan para la conciencia rusa, que no ve más que una causa, la secular oligarquía que había de desaparecer al empuje de la Revolución rusa. Por más que murmuren los incrédulos, ya se verá en todo el mundo el resplandor que brotará de la ardiente hoguera de la Revolución rusa... Yo me voy; otros compañeros se van. Vamos exponiendo la vida; pero hay que cumplir con su deber. Aquí en París, en otras partes de Europa, en Estados Unidos, tenemos focos organizados que alentarán de dife-rentes guisas el impulso.

No ha de pasar mucho tiempo sin que grandes acontecimientos re-velen a la humanidad que el pueblo ruso no es un pueblo muerto. Allá serán capaces de matar a unos cuantos directores; matarán a Gorki, por

19 Seide (sustantivo masculino), “secuaz fanático, singularmente por opiniones de secta religiosa o política. Es voz que no figura en el Diccionario de la Academia, y es más bien neologismo. Según parece, la introdujo en la lengua francesa Voltaire, alu-diendo a Seid, esclavo de Mahoma, nombre que dió a un personaje de una tragedia histórica otomana, a quien caracteriza como tipo del asesino fa nático. Parece que en alguno de los dialectos árabes significa también partidario, seguidor ó adep to de una creencia determinada, heterodoxa generalmente”. Del sustantivo francés séide, “persona que manifiesta una entrega ciega y fanática hacia un maes tro, un jefe, un partido, una secta”. La tra ge dia aludida de Voltaire es Le fa natisme, ou Mahomet le prophète (1742), donde aparece el personaje de Zayd, inspirado por un per sonaje his-tórico, Zayd ibn Hārita, esclavo liberado e hijo adoptivo de Mahoma.

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ejemplo; pero hay muchos jacobinos que le reemplazarán. La protesta activa se hará también notar en otras partes, sobre todo en donde la policía del zar abunda, en donde somos los rusos de ideas libres vigila-dos y perseguidos. Y luego, repito que en el pueblo de allá no hay tanta igno ran cia de lo que pasa. Los proverbios son como sabéis, la sabiduría de las naciones. Y los proverbios nuestros dicen:

La Rusia es grande y el zar es ancho. – Si el zar nos da un huevo, nos toma una gallina. – La corona del zar no le libra del dolor de cabeza. – Cuando el zar muere, ni un mujick quisiera cambiarse por él. – Una lágrima del zar cuesta al país muchos pañuelos. – Un zar bien gordo no pesa más en las espaldas de la muerte que un mujick flaco. – La mano del zar no tiene más que cinco dedos, como las otras. – El zar mismo no puede apagar con su soplo el sol.

—¡Adiós! —me dijo Azaroff. ¡Quién sabe si volveremos a vernos!—¡Adiós, Azaroff, amigo mío, puesto que vas a tu tierra a trabajar

por la libertad de tu pueblo inmenso!Luego he visto a su amiga la hermosa estudianta. Le hablé del com-

pañero que partía, y vi en su rostro admirable, en el gesto de sus frescos labios, en lo hondo de sus brillantes ojos, más orgullo que pesar.

—¿Qué[,] no hay amor?... —le pregunté.—¡Sobre el amor, me dijo, está la libertad!

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la aNaRquía española1

Madrid, junio de 1905

LA NOCHE caía y volvíamos con [Alejandro] Sawa2 de la Bombilla. Seguía el más intenso de los escritores españoles —y uno, ¡hélas! de los más mordidos por la suerte—, hablándome de la influencia de los anarquistas, del pensamiento y de la acción, extranjeros en los espíritus de la península.

—Ha habido varios —me decía— pero, de todos los revoluciona-rios extranjeros, Proudhon3 desde el libro, y Bakunin4 desde la barri-cada o desde el meeting; son sin disputa, los que mayor influencia han tenido, soles mayores, en la expansión del movimiento anárquicomu-nista entre nosotros.

Desde mucho antes de estallar el movimiento revolucionario de 1868, que hizo del bajel monárquico lo que una boya en medio del mar, Proudhon era conocido en España, y no ya sólo de los intelectua-les puros, sino hasta de las clases medias de la inteligencia. La conquista de las almas libres de este país estaba grandemente hecha.

Sabido es que el arte del silogismo hacía de Proudhon una sirena. Ningún pensador de su época tan abroquelado como él en los hierros

1 La Nación, Buenos Aires, 28 de julio, 1905. Se reprodujo por primera vez, de acuerdo a copia fotográfica del Archivo General de la Nación, Managua, en Rubén Darío: Textos socio-políticos. (Presentación de Francisco Valle. Selección y notas de Jorge Eduardo Arellano. Managua, Biblioteca Nacional, 1980, pp. 41-44). Günther Schmigalle la ha incluido y anotado en Rubén Darío: Crónicas desconocidas, 1901-1906 (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua; Berlín, edition tranvía-Verlag Walter Frey, 2006, pp. 433-438).2 Alejandro Sawa (1862-1909), escritor español, representante de la bohemia finise-cular. Amigo de Darío a partir de 1893, cuando se conocieron en París. Murió ciego y en la miseria. 3 Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), considerado “el padre del anarquismo”. Au-tor de Qu’est-ce la propieté (1838) y de Avertisement aux propiétaires (1842)4 Mijaíl Alexándrovich Bakunin (1814-1876), fundador de la Hermandad interna-cional y de la Alianza democrática socialista. Principal adversario de Marx dentro de la primera Internacional.

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de la dialéctica. Era una fortaleza, y era también como un manantial fragoso de aguas impuras, mefíticas cuando menos. Pi y Margall,5 des-terrado por aquellos días anteriores a la revolución, en París, lo hizo potable. Sus traducciones de Proudhon corrían de mano en mano. Durán, el librero, llegó a vender decenas de miles de ejemplares. Se le discutía en el viejo Ateneo de la calle de la Montera, se le comentaba en las tertulias de los cafés literarios. Estaba en el ambiente, disuelto con la atmósfera respirable del pulmón español, disneico por el letal enrarecimiento del aire rancio que le obligaban a respirar.

Teobaldo Nieva, el más alto y el más vertical de entre los predeceso-res de la anarquía en España, era, por filiación directa, el hijo espiritual de Proudhon. Un hijo degenerado, si queréis, porque la ficha antropo-métrica del gran revolucionario francés era tan suya, que, muerto él, no se le ha podido aplicar a nadie todavía.

De Proudhon aprendió Nieva las trampas del silogismo, la estra-tegia del razonar inconsútil, los vistosos juegos pirotécnicos en que las palabras rutilan, para deshacerse después, bajo el vasto firmamento azul, en brillante lluvia de paradojas.

Y si Proudhon fue en lo espiritual, el aborigen de Nieva, Bakunin fue su tremendo profesor, en lo material y efectivo. Del uno admiraba el complicado sistema nervioso, del otro el potentísimo mecanismo muscular. Su ideal hubiera consistido, no hay que dudarlo, en vivir en la casa con Proudhon y en la calle con Bakunin, ver cómo platicaba el uno y cómo boxeaba el otro.

Yo sé de Teobaldo Nieva, por lo que de él me llevan hablado sus amigos, lo bastante para, siendo pintor, trazar a ojos cerrados su perfil y ganar por eso puesto de honor en una buena pinacoteca de la anarquía. Era el tipo del sublevado, era el sublevado. Su rebeldía era tal, que sin afán de reclamos ni extravagancias, había roto con la tradición del sas-

5 Francisco Pi y Margall (1824-1901), político e intelectual español. Al constituirse la primera República Española, fue designado presidente el 8 de junio de 1873; pero dimitió el 18 de julio a causa de las presiones del ala más intransigente de su partido. Al disolverse la República en 1874, se dedicó a escribir entre otros libros: La Repú-blica de 1873 (1874), Las Nacionalidades (1876), el primer volumen de una Historia general de América (1878), La Federación (1880), Las luchas de nuestros días (1884) y Observaciones sobre el carácter de don Juan Tenorio (1886).

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tre y del peluquero, y lució, siempre que pudo, indumentarias en que la nota personal no excluía el quid de una verdadera y originalísima elegancia. Intentó llevar a la práctica todas sus radicalísimas ideas hasta las más impracticables y predicar con el ejemplo.

[teobaldo de Nieva: existencia atormentada…hijo del azar y la aventura]

Así, ese ciudadano del planeta Sirio llevó una existencia atormen-tada entre nosotros. Fue, me dicen, un hijo del azar y la aventura. Su padre, que fue general y amigo de Espronceda, contrajo nupcias en Lisboa con la que fue madre del anarquista, sin otra poderosa razón de amor que la de ganar una apuesta entre amigos. Luego abandonó a la mujer. Pelo el nardo había dado su flor... y Teobaldo vino al mundo en Málaga, huérfano de padre sin haberlo perdido, gustando desde el primer vagido del nacer una leche agriada por la humillación y el dolo. Nunca su padre quiso sacrificarle un cordero en el hogar, de modo que, cuando quedó, a la muerte de la infortunada que en malhora le conci-bió, definitiva y totalmente huérfano, sólo pudo ver de la sociedad el puño que amenaza y nunca jamás el gesto que acaricia. Fue entonces esa cosa terrible que se llama un niño triste.

En Málaga creció y de Málaga datan sus primeras vociferaciones mentales. Y el rapaz demostró poseer una voz de energúmeno. Ahí está la colección del periódico Las Escobas (periódico que barrerá las inmundicias sociales) para probarlo.

De tal folículo era Teobaldo Nieva, redactor exclusivo y administra-dor y repetidor y voceador público. Con unas cuantas manos de papel impreso, lo gritaba, altanero, por las calles de la ciudad y lo proponía a la venta en las mesas de los cafés. Hambrientos y curiosos —toda la población— lo acogieron.

Fue un arma brutal y primitiva para lanzar piedras, tal una cata-pulta, o mejor, para derribar muros a fuerza de golpes, tal un ariete de las edades bárbaras. El periódico marchaba con rabia sobre las fábricas ciclópeas de la Propiedad, de la Autoridad y de la Familia. Predicaba el comunismo. Llegó a cantar las febricitantes estancias del Amor libre, de los epitalamios cabe las selvas. Se le rubricó de loco y se le dejó hacer. Pero cátate que un día se le ocurrió predicar contra los caseros la huel-ga de inquilinos, indicando los medios de que estos podrían servirse,

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para, al amparo de la ley, dejar incumplidos sus contratos, y entonces, por primera vez turbados y conturbados, se dieron cuenta de que el enemigo estaba dentro de la fortaleza los guardianes del Arca. Teobaldo conoció entonces la pesadilla eterna del éxodo forzado y la de la sed y el hambre, que no debían desvanecerse ya nunca jamás en el transcurrir doloroso de su vida.

Aquí en Madrid, y escribiendo muchas veces sobre las rodillas, por carecer de mesa, y a la luz de los reverberos públicos, por imposibilidad del hogar, publicó su obra predominante, Química de la cuestión social, que es una suerte de biblia de los libertarios de aquende el Pirineo.6 De tal libro me han contado historias curiosísimas. Díteme que el “com-pañero que se encargó de editarlo, se alzó con los fondos que había producido la venta del libro y que su autor no pudo disponer de un solo ejemplar que ofrecer a sus amigos”.

Cuentan que, habiendo sido denunciada la obra por el gobierno y dádose orden de prisión contra Teobaldo, éste fue denunciado por otro “compañero” también celoso del pobre autor, errabundo y perseguido, pero cuyo nombre había borrado ya los limbos de la ineditez y del silencio.

Y añaden los que me han servido de cronistas verbales de esta sin-gular aunque vulgarísima historia, que desde la publicación de su libro, Teobaldo fue considerado por los grandes primates —que también los tienen— de la anarquía española, como un correligionario díscolo, al que de cualquier manera era preciso aniquilar. ¿Que por qué? Ese se-creto sólo lo poseen las águilas y los predecesores.

Fue en suma, un hombre de buena fe, aunque se dispute que vivió en el error. Yo, es sabido, ¡y líbreme Dios de ello! no comulgo en esos altares. Pero mis simpatías alzan siempre su vuelo hacia las lontananzas del ensueño.

La buena fe irrebatible de Nieva libra su memoria de todo veredicto de grave culpabilidad, y además que como la pecadora legendaria, le será perdonado mucho, porque él también amó mucho.

6 Teobaldo de Nieva: Química de la cuestión social o sea organismo científico de la revo-lución: pruebas deducidas de la ley natural de las ideas anárquico-colectivistas (Madrid, Ulpiano Gómez, 1886).

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[oteiza: un curial en barraganía con el socialismo]

No así, según las noticias que tengo por fidedignas. Oteiza, el direc-tor y propietario de La Revista Social.7 En Oteiza el mercader primaba y ocultaba al apóstol.

Era Oteiza un curial en barraganía con el socialismo. De las ideas no veía sino su lado utilitario, mezquinamente utilitario, y de los hom-bres, el grado de explotación de que eran inmediatamente susceptibles. Pensó una vez, entre dos alegatos en papel de oficio, que también hay minas en lo Azul, en la región de las ideas, y para explotarlas como conviene, hizo la denuncia ante la ley de una gran demarcación de infinito. Fue el acaparador pantagruélico de cuantos bienes da de sí la lisonja de los apetitos de la muchedumbre. Y se atracó a dos carrillos y redondeó su vientre hasta el prodigio lineal de la esfera matemática. Fue el cortesano de una multitud, el gran chambelán de la oclocracia. En su periódico cebaba a las más bestiales multitudes de lisonja, y en su mesa, engullía trufas y capones, hasta llegar a la ahitez, precursora del cólico. Y de eso murió, de un cólico miserere, arrojando excrementos por la boca...

Pero así y todo, es forzoso reconocerlo, Gargantúa-Oteiza fue, aun-que por causas que nada tienen que ver con la ideología, uno de los más fuertes jalones de la historia del movimiento social moderno en España. Me habló también Sawa de Fermín Salvochea,8 a quien cono-ce mucho, pero esta carta se hace ya demasiado larga, y dejo el asunto para otra.

7 Se publicó en Manresa, cerca de Barcelona, el 16 de agosto de 1872 como portavoz de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). A partir del 11 de julio de 1881 comenzó a publicarse en Madrid, con el subtítulo Eco del proletariado, para defender las ideas federalistas y anarco-colectivistas.8 Fermín Salvochea (1842-1907), “el más misterioso” y “el más alto y preponderante de los anarquistas españoles” —según Darío en su crónica “La Anarquía Española. Intelectualidad y acción” (La Nación, 1° de octubre, 1905), rescatada por Günther Schmigalle en Crónicas desconocidas, Op. cit., pp. 445-451. La semblanza que traza de él se la debe a un “antiguo burócrata que ha tenido siempre ensueños republica-nos; mas en ciertos momentos, cuando habla de Salvochea, su espíritu flota en un reverie romántica…”. Periodista, políglota, conspirador, médico y filósofo, Salvochea se consagró a difundir sus ideas como “un indomable ácrata que ha sacrificado la posición social, la fortuna, todo lo que la mayoría de las gentes apetece, por seguir lo que él juzga digno de esos sacrificios: la utopía de la felicidad humana” (Crónicas desconocidas, Op. cit., p. 45)

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la comeDia De las uRNas1

EN EL momento en que escribo estas líneas Francia se prepara a nom-brar sus diputados, como sabéis, por un período de cuatro años. En todas las ciudades, en las más humildes aldeas de los campos más le-janos, los carteles electorales manchan los muros y los discursos de los candidatos desgranan sus rosarios de lugares comunes. Muy pronto el “pueblo soberano” designará por sus votos aquellos que deberán ejercer el mandato y conducir los destinos del país.

* * *Podréis, pues, creer que en un momento tan crítico hay en la at-

mósfera francesa como un olor a pólvora; que al acercarse el instante de la lucha los batallones se estremecen de impaciencia: que la nación entera está sacudida por un estremecimiento de espera y en la angustia de lo que resultará. Así debería ser, pero no es así.

La vida nacional, lejos de estar suspensa o turbada, sigue su curso normal. Los hombres y las cosas guardan su calma y su serenidad ordi-narias. ¿Es esto sangre fría, corrección o dignidad?

He interrogado sobre este punto a algunos franceses amigos míos, cuyo buen sentido y sinceridad conozco. Les he preguntado:

—¿Qué hará usted el próximo domingo 24 de abril?—¿Lo que haré? —me contestó uno— Si el tiempo está bueno, iré

a pasar el día por los alrededores de París: será mi fiesta de la primave-ra.

—El 24 de abril —me responde otro, con un aire cuidadoso y to-cándose la frente con el índice— es probable que mi mujer dé a luz, a menos que se equivoque en sus cálculos.

—El 24 de este mes—dice un tercero—alojaré y pasearé por la ca-pital a toda una familia de parientes del campo que han creído darme

1 La Nación, 3 de julio de 1910, p. 6, col. 3-5. Incorporado posteriormente a Todo al vuelo (Madrid, Renacimiento, 1912, pp. 183-193). Lo ha anotado Pablo Kraudy.

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un gran placer viniendo a visitarme.Nadie me ha respondido:—El 24 de abril próximo, como es el día de las elecciones, cumpliré

con mi deber de elector. Iré a depositar mi papeleta en la urna. El 24 de abril seré verdaderamente ciudadano y nada más que ciudadano.

Apostaría que a los millares de electores franceses, semejantes a esos amigos míos, les importa un comino el asunto de las elecciones. Por otra parte, las estadísticas lo demuestran. Veo, por ejemplo, que en 1906 hubo en ciertas circunscripciones hasta una tercera parte de elec-tores que no votaron, y que el promedio general de las abstenciones es de un cuarto o de un quinto del número de los inscritos.

Esos indiferentes son ordinariamente, nótese bien, hombres de ideas sanas, igualmente alejados de todo exceso reaccionario o revo-lucionario, y cuyo voto, sobre todo cuando los candidatos rivales tie-nen probabilidades más o menos iguales, podría modificar el resultado. Pero estiman más la libertad de hablar o de escribir que el derecho de elegir. Están convencidos de que un voto más o menos en uno de los platos de la balanza no podría inclinarse a tal o cual lado. Y creen tam-bién que la lucha es inútil y que hay que conformarse con lo inevitable, o que las cosas no irán ni mejor ni peor con el socialista Ribouldingue,2 que con el conservador Duriflard,3 tartampiones4 notorios.

Llevando un poco más adelante mi pequeña encuesta sobre la men-talidad de los lectores, he llegado a convencerme que no son sólo los abstencionistas los indiferentes. Podría afirmar que la masa de los fran-

2 Uno de los candidatos socialistas en las elecciones de diputados de 1910 en Francia. Desde la última década del siglo XIX, juzgándose dudosos los resultados de la vía insurreccional, al igual que los atentados anarquistas, los socialistas habían empezado a optar por la participación electoral y parlamentaria. Para entonces, el partido so-cialista se había convertido en un partido de masas de ámbito nacional y una opción gubernamental de izquierda. La Asamblea Nacional estaba compuesta por el Senado (300 miembros) y la Cámara de Diputados (597 miembros). La Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO), como se le conoció entonces, obtuvo 75 diputados en 1910; en 1906 había obtenido 52.3 Uno de los candidatos conservadores en las elecciones de diputados de 1910 en Francia.4 Probablemente una derivación que Darío efectúa del francés tartempion, término despectivo para aludir a alguien, fulano.

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ceses no concede mucha importancia a las elecciones. Las consideran como una simple formalidad administrativa que se efectúa periódica-mente, como los discursos de apertura, o los concursos en las Facul-tades. Votando, hacen un esfuerzo, un ademán; pero no tienen en el corazón, ni fe ni entusiasmo: no van a una batalla.

En verdad, este pueblo tiene, en su complicidad, algo de desconcer-tante. Está poseído, como ninguno, de ansia de novedad y de progreso, y ninguno se advierte, desde ciertos puntos de vista, más carneril.5

Tiene la pasión de la independencia; pero con tal que pueda burlar-se de la autoridad—desde el Guignol!— y gozar de libertad de espíritu, no se cura de la tiranía que le rodea. Se queja sonoramente y muy a me-nudo, no del régimen político mismo, sino de los politicastros que lo deforman, y no intenta echarlos del Palais Bourbon,6 en donde se han fijado cómo el Doctor de la Dulzura, una vez enojado, echó a los mer-caderes del templo.7 Deplora la ruina de la marina y vuelve a colocar en la cámara a los mismos hombres que han deteriorado la Armada. Se lamenta de la contaminación del Ejército, infectado por los sin patria, y no hará nada para reducir a la impotencia a los cultivadores de esos gérmenes mórbidos. Se encorva bajo el fardo cada vez más aplastante de los impuestos, y, con todo y que puja, queda como bajo la monar-quía, “taillable et corvéable a merci”.8

* * *

Esta indiferencia de la mayoría de los electores la conocen los can-didatos y la aprovechan.

La literatura ligera y los caricaturistas explotan el asunto. Diálogo entre un candidato y su mujer:

5 En Argentina, Paraguay y Uruguay, esquirol; en Chile, Cuba y Perú, persona que no tiene voluntad ni iniciativa propia.6 Edificio que alberga la Asamblea Nacional francesa; fue construido por Louise Françoise de Bourbon, entre 1722 y 1728.7 Pasaje bíblico referido en los Evangelios (Mateo 21: 12-13, Marcos 11:15-17, Lucas 19: 45-46 y Juan 2: 14-16): en Jerusalén, Jesús expulsa a los mercaderes del templo de Dios.8 Literalmente entera disposición y darle las gracias. Expresión medieval francesa que significa estar destinado a ser explotados. Los siervos estaban sometidos a grandes tributos, y tenían que estar agradecidos de sus señores.

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—He encontrado mis circulares electorales de hace cuatro años.—Pero ¿pueden servir todavía?—¡Ya lo creo! ¡Como prometo siempre las mismas cosas!...No querría que se creyese por esto que todos los candidatos son

farsantes. Pero juzgo que a la mayor parte les falta sinceridad. Pues yo llamo sincero a aquel que, dándose cuenta de lo que significa su mandato, no disfraza la verdad exagerando el bien, paliando y velando el mal; a aquel que no promete sino lo que puede cumplir y que no lo promete sino porque está resuelto a ponerlo en práctica en seguida; a aquel que lucha por un ideal. Llamo sincero, en fin, al candidato que habiendo buscado y encontrado en la rectitud de su conciencia la manera de hacer el bien verdadero al país en general y no sólo a su circunscripción, pone toda su voluntad, toda su alma, todo su ser, en transformar su programa en actos, y que si no ha hecho todo lo que ha querido, ha hecho, de todas maneras, lo que ha podido.

He seguido día por día, se puede decir, la vida parlamentaria fran-cesa en el curso de los últimos cuatro años. Y me he preguntado más de una vez, cómo los diputados de la mayoría, después de las numerosas y garrafales faltas que habían cometido, se presentarían y se justificarían ante sus electores al acabarse la legislatura. He leído en estos días mu-chos carteles y aun he asistido a algunas reuniones electorales. Y bien. Esos señores están completamente tranquilos. Fijaos. Se han votado las leyes complementarias de la separación de la Iglesia y del Estado. Se ha afirmado la defensa del Estado laico protegiendo la neutralidad escolar. Se ha proseguido la obra social poniendo en vigor la plausi-ble ley de asistencia a los ancianos, protegiendo la infancia, ayudando a la asistencia privada, mejorando la higiene. Las poblaciones rurales aprovechan una gran parte en la actividad reformadora de la última legislatura; se ha extendido y generalizado el sistema de la mutualidad agrícola. Se ha favorecido igualmente a las poblaciones marítimas, re-organizando el crédito marítimo y mejorando la suerte de los inscritos. ¿Qué decir de las leyes en favor de los obreros y empleados? Sobre todo, de la ley de 5 de abril de este año, sobre el retiro de los obreros y la-briegos, que quedará como la obra esencial y duradera de estos últimos años de república social. ¿Qué no se ha hecho también por el comercio y la industria?

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Se han perfeccionado correos y telégrafos. Se han rebajado las ta-rifas postales, se ha revisado la tarifa aduanera de modo que ha hecho prosperar un gran número de industrias francesas; se ha rescatado, en condiciones excepcionalmente favorables, la red ferroviaria del Oeste. Se han aumentado los sueldos de los funcionarios y se han dado garan-tías contra el favoritismo. Se ha democratizado el Jurado y se ha dila-tado la estrechez del viejo código napoleónico. No se ha descuidado la defensa nacional; se ha reorganizado la artillería; se han construido bar-cos de guerra; se ha mejorado la condición del soldado. La prosperidad financiera ha crecido. La política exterior se ha hecho el instrumento eficaz de la paz nacional. Y se ha hecho más. Y más. Y más.

Y diré como un candidato, recientemente, a sus electores: “No con-cluiría, mis queridos conciudadanos, si quisiera enumerar todo lo que se ha hecho de bueno, de bello y de grande, por la Francia”. En fin —tout à été pour le mieux dans le meilleur des mondes9— tal podría ser “cándidamente” hablando, la fórmula sintética y estereotípica que resume y fija lo que ha hecho la última legislatura. El difunto Alphon-se Aliáis10, de hilarante memoria, cuenta en una de sus “cosas” que durante un viaje por Egipto encontró una inscripción grabada sobre un bloque enorme de granito, del tamaño de los que sirvieron para construir las pirámides. La traducción para él fue la cosa más sencilla. Pero cuando llegó a la parte baja de la piedra, encontró escrito: “Tenga la bondad de dar vuelta a la página”.

Los carteles electorales se parecen un poco al famoso granito de Alphonse Aliáis: no se les puede dar vuelta para conocer el fin de la historia. Pero estad seguros, en todo caso, de que no es toda la verdad lo que contiene la parte que podéis leer. No he encontrado allí la píl-

9 tout à été pour le mieux dans le meilleur des mondes: todo era de lo mejor en lo mejor de ambos mundos. Se trata de una paráfrasis de François-Marie Arouet (1694-1778), escritor y filósofo francés, conocido como Voltaire (“Tout est pour le mieux dans le meilleur des mondes posibles”: todo es para el mejor en el mejor de los mundos posibles, Cándido, 1759), quien, asimismo, criticando el optimismo filosófico de Gottfried Whilhelm Leibniz (1646-1716), lo parafraseaba. Leibniz había acuñado la frase “le meilleur des mondes posibles” en Essais de Théodicée sur la Bonté de Dieu, la li-berté de l’homme et l’origine du mal (Ensayos sobre la teodicea, en relación con la bondad de Dios, la libertad del hombre, y el origen del mal, 1710).10 Alphonse Allais (1854-1905), popular escritor y periodista francés, de pluma mor-daz y humorística, famoso por sus ocurrencias.

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dora de los 15.000 francos por diputado, tan difícil de hacer tragar a los electores. No he leído que se amenacen las libertades y los derechos más sagrados; que se aumenten cada año, por la superchería y el de-rroche, los gastos, la deuda y el déficit; que por el abandono y por la incuria se desorganice la defensa nacional; que se tenga toda suerte de complacencias con los directores de huelgas y agitadores revoluciona-rios; que haya impotencia para reprimir en la administración el desor-den y la anarquía; que se va, por pretendidas reformas, contra todos los intereses, como si la prosperidad nacional, el comercio y la industria pudieran resistir por siempre a tan repetidos golpes.

En cuanto a los candidatos nuevos, a cualquier partido a que per-tenezcan, sus franquezas me son sospechosas. Los unos, en efecto, con-servadores o nacionalistas, exponen programas que radicales completos no desaprobarían. Llevados por una manera de respeto humano, hacen concesiones a aquéllos mismos cuyos principios rechazan, con tal de lograr los votos. Los otros, los del socialismo, prometen al pueblo, que en el fondo no pide tanto, una libertad tan completa, una justicia tan perfecta, una felicidad tan grande, que no se ve del todo, pues no saben los mismos parlanchines de esas verbales añagazas cómo van a edificar ese paraíso en donde los franceses de mañana van a danzar, en un placer sin límites, un delicioso perpetuo cake-walk.11

* * *

Esa falta de sinceridad de parte de los candidatos, no va, en último análisis, sin su falta de respeto para el elector. No os diré una novedad si os digo que el respeto no consiste en muestras exteriores de deferen-cia, o en la expresión de fórmulas de urbanidad. Respetar a alguien, es,

11 cake-walk: danza afroestadounidense que se puso de moda en París desde los días de la Exposición Universal en 1900. Surgió como una forma de entretenimiento entre los esclavos de las plantaciones del sur de Estados Unidos a mediados del si-glo XIX, llamándosele de esa manera porque se premiaba con un pastel (cake-walk, paseo del pastel) a la pareja que mejor la ejecutaba. Darío se refirió a esta danza en varios escritos, particularmente en “Cake walk” (La Nación, Suplemento Semanal Ilustrado, Buenos Aires, 19 de marzo de 1903), compilado por Alberto Ghiraldo y Andrés González-Blanco en Páginas de arte (vol. IV de las Obras completas de Rubén Darío) en donde, luego de considerarlo una de las manifestaciones de la “expansión universal” yanqui, indica: “”La cosa, que ya triunfa en Londres, pasó a París, y he ahí lo que hoy se baila en teatros y salones del país del minué…”.

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ante todo, suponerle un buen sentido, un juicio por lo menos cercano al nuestro. Es, en segundo lugar, tratarle como una personalidad moral a la que no se procura el engaño o el daño. De modo que no decir la verdad y nada más que la verdad, a los electores, es ya reconocer su falta de inteligencia. Pero decirles tonterías, es tomarles por incurables imbéciles.

Véase esta muestra, entre otras, de esas tonterías a que me refiero: 1°. Supresión de todos los impuestos y voto del presupuesto faculta-

tivo.2°. Jubilación a todo ciudadano de cincuenta años, con 60 francos

mensuales.3°. Aumento de sueldo de los empleados que no ganan 3.500 fran-

cos.4°. Respeto a la libertad de trabajo con aplicación radical.5°. Estímulo de la repoblación (prima de 500 francos por cada hijo

que nazca).6°. Supresión de los empleos inútiles.7°. Matrimonio obligatorio a los treinta años, para ambos sexos.8°. Derecho de elección para las mujeres que tengan cuatro hijos.9°. Supresión de los monopolios del Estado y de los impuestos sobre

el alcohol.10°. Libertad del Comercio y del ejercicio de la Medicina.

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Otro candidato, no menos faccioso, reclama en primer lugar la re-visión del tratado de Francfort. (¿Por qué no la confinación de Roose-velt en el polo Norte?)12

Yo no sé si esas gentes se forman alguna ilusión sobre las probabili-dades de triunfo de su candidatura; por mi parte, yo no tengo ninguna duda sobre su mentalidad. Es verdad que aquí se está en el país en que se ríe de todo, en que la exageración misma de los rasgos del programa nos advierte que hay que considerarlo como una charge13, como una caricatura.

La lucha electoral es únicamente una lucha de ideas. Un candidato tiene su temperamento, su carácter, su talento, su profesión. Mas el lector no puede juzgarlo, aparte la honradez, sino por sus ideas. Al comienzo, parece que es así. Sin embargo, a medida que el período avanza, y que el día fatídico se acerca, los candidatos llegan, o más bien descienden a una polémica indigna de ellos, y sobre todo de sus electo-res. Se escarba en la vida privada del adversario. De sus debilidades, si las tiene, se hacen tachas enormes. De su evolución política se hace una serie de contradicciones y de traiciones. De sus discursos se hacen ex-tractos, que, hábilmente aislados, presentan un sentido absolutamente

12 Otro candidato… Norte: ironía de Darío a candidatos que, con fines propagan-dísticos, formulan propuestas al margen de las posibilidades reales. El Tratado de Frankfurt, acuerdo firmado entre Francia y Alemania en Frankfort el 10 de mayo de 1871 mediante el cual se establece la paz tras la guerra franco-prusiana; los términos de dicho tratado resultaban pesados para Francia: perdió tres departamentos que formaban parte de Alsacia y del norte Lorena, pagó una indemnización de 5,000 millones de francos-oro y permitió que las tropas germanas desfilaran triunfalmente en París. Theodore Roosevelt (1858-1919), Presidente de Estados Unidos (1901-1909), Premio Nobel de la Paz en 1906; desarrollo una política exterior beligerante e intervencionista denominada Big Stick (Gran Garrote), aplicada en Panamá (1903) para adquirir el territorio del canal. El Corolario Roosevelt (1904), que llevó a la práctica, plantea que Estados Unidos actuaría como una fuerza policial internacional, particularmente en América Latina. 13 charge: en inglés sería carga; no obstante, el sentido empleado por Darío procede del portugués, que él mismo indica: caricatura política. Se denominó así cierta cari-catura escultórica cuyo precedente se encuentran hacia 1831 en Francia, y que atrajo la crítica hasta el Salón de 1840; representaban, con un sentido de crítica, a perso-najes del mundo de la política y el arte. Los charges tuvieron continuidad en Francia durante el primer tercio del siglo XX. Previo al escrito de Darío, en 1908, se había montado un Salón de Humoristas.

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distinto del pensamiento integral del autor. Se lanzan mentises inicuos, y se tiene cuidado de agregar: “Los electores juzgarán”. ¡Ah! si el lector juzgase convenientemente el ultraje hecho a su dignidad, enviaría a ambos contendientes con cajas destempladas.

Hay hombres contra los cuales nada pueden los adversarios. Su personalidad se impone tan sólidamente que los contrarios se quiebran en ella pico y uñas. Sin embargo, los atacan a pesar de todo. Ved este cartel:

Comité de concentración republicanaDos hombres

Monsieur Maurice Barrés Monsieur Paul Cloarec Novelista Economista Agitador Hombre de orden Sin programa Programa preciso

¡Electores, escoged!14

Los electores han escogido ya y pronto verá el insólito y excelente hombre de orden, M. Cloarec, cuál es el elegido. Pero, ¿qué me decís de este pistonudo paralelo?

* * *

Todo esto, en conclusión, es tan humano como francés, y no he de ir yo a revelar a mis lectores argentinos lo que son elecciones. La ambición, como el amor, es mala consejera, aun para las más firmes cabezas.

Ser diputado es para todos una honra; para algunos una honra y un provecho; para muchos, una agradable sinecura. ¿Cómo, habiéndolo probado no se va a querer repetir?

Ser candidato, aun derrotado, es haber gozado en su circunscrip-

14 Comité… escoged!: Darío ilustra una campaña en que, manipulando la información y descalificando la imagen del adversario, se pretende inducir al elector. En ese mo-mento, Maurice Barrés (1862-1923) era un novelista y político conocido, miembro de la Cámara de Diputados desde 1889, nacionalista y defensor de los intereses de Francia frente a los abusos de los países vecinos. Paul Cloarec, miembro de la Marina francesa, Director de la Ligue Maritime Française, escritor y político, publicó Idées modernes. Essai de politique positive (1912), La renaissance de notre marine marchande (1919).

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ción, durante el período electoral, de una celebridad capaz de inquie-tar a Rostand15 mismo. Y hay candidatos que aun de la derrota sacan provecho.

Así este épico, este incomparable M. Valantin Moyse “candidat malhereux dans le neuvieme arrondissement”,16 como dice una gace-ta. Este sujeto, que es filósofo, da las gracias a los 6.852 electores que no votaron por él, de la siguiente manera: “Vous m’avez éclairé, vous m’avez clairement fait voir que je n’avait rien à faire dans la politique. Je continuerai, donc, comme pour le passé, à m’occuper de la publicité des magasins de nouveautés”.17

¡Ni en Nueva York!

15 Rostand: Edmond Rostand (1868-1918), dramaturgo francés, famoso por su Cyra-no de Bergerac (1897). En 1910 una de sus obras, Chantecler, resultó un sonado fraca-so. Uno de los estudios de Opiniones (1906), Darío lo dedica a este autor.16 candidat malhereux dans le neuvieme arrondissement: desafortunado candidato del noveno distrito. De haber sido el señor Valantin Moyse candidato en las elecciones de 1910, esta crónica que Darío envió a La Nación habrá sido escrita en el transcurso de la campaña electoral, ya que inicia previo a las votaciones (la votaciones se realizarían el 24 de abril), concluye con una declaración de un candidato perdedor, y el artículo se publica el 3 de julio. 17 Vous… nouveautés: Usted me ha ilustrado, me ha indicado claramente que no tenía nada que hacer en la política. Yo, por lo tanto, como en el pasado, continuaré cuidando la publicidad de las novedades del almacén.

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coNteNiDo

Presentación / Antenor Rosales Bolaños ...................................... 5Nota explicativa / JEA ................................................................ 7Dos poemas políticos de Rubén Darío / Jorge Eduardo Arellano ..................................................... 17El pensamiento social y político de Rubén Darío / Pablo Kraudy .................................................................... 39

Preludios contextuales 1. ¿Por qué? ................................................................................992. El Hierro ............................................................................. 1023. Los Miserables / los “gueux” franceses, los “tramps” yanquis, y los “atorrantes” argentinos ............... 1044. Reflexiones de año nuevo parisense ...................................... 1155. La cuestión de los canales .................................................... 1236. La Guerra ............................................................................ 135

I. Nicaragua7. Un presidente que sube y otro que se va ............................. 1398. La obra de Zelaya y su caída ............................................... 1449. Los asuntos de Nicaragua .................................................... 15610. Refutación al Presidente Taft ............................................. 16611. El fin de Nicaragua ............................................................ 180

II. Centroamérica 12. La Unión Centroamericana ............................................... 18713. Páginas de La Unión .......................................................... 19214. Epílogo de la Historia Negra .............................................. 20015. Bronce al Soldado Juan ...................................................... 20716. [José María] Reina Barrios ................................................. 21117. Doctor [José María] Castro ............................................... 21418. Centroamérica ................................................................... 218

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III. Latinoamérica19. Elección, gobierno y caída de José Manuel Balmaceda ........22520. Prólogo a La Mercurial de Montalvo .................................. 23921. Él [Artigas] ........................................................................ 24322. La insurrección en Cuba .................................................... 247 23. La administración Gómez en Cuba ................................... 25724. De la influencia del pensamiento alemán en la América española ............................................................... 27425. Shakespeare en la política hispano-americana [Bernardo Reyes] ............................................................... 280

IV. Estados Unidos26. Por el lado del Norte ........................................................ 28727. El triunfo de Calibán ........................................................ 29028. La invasión de los bárbaros del Norte ............................... 29929. Los Estados Unidos y la América Latina ........................... 30930. La invasión anglosajona / Centro América yanqui ............ 31731. La fuerza yanqui ............................................................... 32432. El arte de ser Presidente de la República ........................... 33033. La antidiplomacia / Una nota de Mr. Knox ....................... 33534. Las palabras y los actos de Mr. Roosevelt .......................... 34235. Roosevelt en París ............................................................. 34536. Asuntos americanos / La intención yanqui ........................ 354

V. Europa37. El Nihilismo en Rusia........................................................ 36138. Dinamita ........................................................................... 36739. John Bull for ever! ............................................................. 37840. El Cristo de los ultrajes ...................................................... 38841. Madrid .............................................................................. 39142. Un meeting político .......................................................... 40143. Congreso social y económico ibero-americano ................... 40744. El cuerpo diplomático hispanoamericano .......................... 41645. Azaroff .............................................................................. 42246. La anarquía española ......................................................... 43047. La comedia de las urnas ..................................................... 435