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LA REVISTA DE LA ASOCIACIÓN CULTURAL HISPANIA ROMANA VII Verano 10 Aestas 10 ¡Crisis! ¡Crisis! Tiempos de cambios y turbulencias Descarga gratuitamente los números anteriores de Stilus en www.hispaniaromana.es ISSN 1989-9750

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LA REVISTA DE LA ASOCIACIÓN CULTURAL HISPANIA ROMANA

VIIVerano 10

Aestas 10

¡Crisis!¡Crisis!Tiempos de cambios y turbulencias

Descarga gratuitamente los números anteriores de Stilus en www.hispaniaromana.es

ISSN 1989-9750

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Hay conceptos que parecen llamados a la gloria y la fanfarria. Palabras cuya

mención concita sugerentes visio-nes de grandeza y prosperidad. Para muchos, la antigua Roma podría en-trar dentro de este grupo, quizá por sus estrechos lazos con el Imperio (otro término, por cierto, que pide a gritos relucientes letras de bronce). Sin embargo, si dejamos de lado lecturas simplistas, la Historia se muestra turbia y rica en matices. Por debajo del oropel, la conquista del mundo conocido deja de ser el desti-no inmanente de un pueblo elegido, como algunos autores clásicos se empeñaron en demostrar. Los éxi-tos militares, paradójicamente, son el origen de mayores desigualdades sociales y conflictos internos.

Hoy en día, cuando la persistente

melancolía económica nos recuerda que ningún sistema es imperece-dero, quizá sea un buen momento para estudiar cómo salieron nuestros antepasados de los apuros. En ese sentido, Roma es un buen banco de pruebas, dado que durante cientos de años la ciudad se enfrentó a situacio-nes extraordinarias.

De este vasto muestrario de de-sastres, el presente número de Stilus ha seleccionado algunos ejemplos y las reacciones que suscitaron entre los contemporáneos. Las experien-cias del pasado no son directamen-te transferibles al presente pero en-señan que el pavor al cambio suele conducir a respuestas fallidas. En tiempos remotos encontramos los mismos miedos e inercias que en la actualidad siguen impidiendo enfo-car los problemas desde perspecti-

vas novedosas. Negación, pasividad, irreflexión o la contumaz aplicación de fórmulas obsoletas son recursos con los que el ser humano ha creído poder dar esquinazo al cambio, como si este fuese un acreedor despistado.

Por encima del inmovilismo de ciertas gentes, el dinamismo de la Historia siempre acaba desplazando a los inadaptados. La misma Roma se sobrepuso a miopías circunstan-ciales para reinventarse durante si-glos. Más allá del abstracto término de “los romanos”, las enormes dife-rencias entre un patricio de la época monárquica, un lusitano recién ro-manizado o un liberto del siglo III constituyen el mejor ejemplo del vi-talismo de una civilización vigorosa.

[email protected]

CARTA DEL DIRECTOR

El mito de la quietud

Dirección: Roberto Pastrana.

Consejo Editorial: Alejandro Carneiro, Francesc Sánchez y Enrique Santamaría.

Corrector: Paco Gómez.

Maquetación: Roberto Pastrana.

Colaboran en este número Marco Almansa, Rosario Cebrián, Alberto Fuentevilla, Francisco José García Valadés, Fernando Jimeno, Óscar Madrid, Juan Antonio Martín Ruiz, Salvador Pacheco, Inés Sastre, David P. Sandoval, y Enrique Santamaría.

Correo: [email protected]

es una publicación de

la viñetaPor El Kuko.

Portada: Fotomontaje con moneda del siglo III. De fondo “La invasión de los bárbaros”, de Ulpiano Checa.

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en este número

las crónicas dicen... 4

mi aliado, mi enemigo. Por

Fernando Jimeno.

las crónicas dicen... 10

estalla la burbuja inmo-

biliaria. Por Enrique Santamaría.

la huella de las legiones 18

la república, en jirones.

Por Francisco J. García Valadés.

arte y cultura 22

los gustos del periodo

sombrío. Por Marco Almansa.

las crónicas dicen... 26

el dinero pierde su

valor. Por Juan Antonio Martín.

arqueología 30

carreras sobre las

lápidas. Por Rosario Cebrián.

el rincón de esculapio 34

¡dónde hay un médico!

Por Salvador Pacheco.

entrevista 38

maría cruz cardete. Por Ro-

berto Pastrana.

firma invitada 42

¿son rentables los

esclavos? Por Inés Sastre.

asentamientos hispanos 44

valentia. Por Gabriel Castelló.

arte y cultura 48

siglos de conocimiento se

desvanecen. Por Juan Antonio Martín

arqueología 52

un embalse disfrazado en

consabura. Por Roberto Pastrana.

entrevista 56

lindsey davis. Por A. Carneiro.

noticias hr 58

breviarium 64

ludoteca 68

república de roma. R. Pastrana.

roma victor. Por Alberto Fuentevilla.

la cinemateca de clío 70

gladiator. Por David P. Sandoval.

Sit tibi terra levisPACO GÓMEZ

Corrector de Stilus

E l pasado 17 de febrero, cerca de cumplir los 90, nos dijo adiós Hans Henning Ørberg. El maestro danés dedicó su vida a la enseñan-

za de idiomas. Padre de la renovación didáctica de la lengua latina, se ganó la admiración y cariño de profesores y estudiantes de latín en todo el mundo.

Se licenció en inglés, francés y latín. Ejerció la docencia en varios centros daneses. Pero fue en el Instituto para la Enseñanza de las Lenguas según el Método Natural, en Copenhague, donde cumplió su sueño de elaborar un nuevo Curso de Latín. Su método latino –posteriormente revisado y mejora-do– y su entusiasmo por la docencia son el genero-so legado del profesor a los herederos de la cultura romana y latina.

“Lingua latina per se illustrata” es, posiblemen-te, el mejor curso moderno de enseñanza del latín. Enteramente en lengua latina, el curso está basado en el método de aprendizaje inductivo-contextual. Esto permite al estudiante comprender los textos latinos, tanto el vocabulario como la gramática, de una forma natural, intuitiva y gradual. El pro-pio contexto y las ilustraciones permiten aprender la lengua sin necesidad de un diccionario, ni de la tediosa memorización sistemática que aburrió a los estudiantes de varias generaciones.

Desde las primeras lecciones, el alumno es aco-gido por una familia romana con la que comparte las travesuras de sus chicos en el colegio y la vida tal como era en el siglo segundo. Con el paso de los capítulos, el estudiante vive una inmersión en la cultura romana que le permite comprender los textos latinos, sin necesidad de traducirlos (!), y de aprender la morfología y la gramática como la aprende un niño, por el propio contexto de la histo-ria. Quienes hemos disfrutado de esta experiencia, estaremos eternamente agradecidos.

El maestro dedicó sus últimos años a la difusión de su método impartiendo conferencias por el mun-do, también en España. Y continuó trabajando de manera infatigable hasta publicar la última de sus ediciones didácticas, el “Ars Amatoria” de Ovidio, poco antes de fallecer. Fue su último esfuerzo por acercarnos la literatura latina de forma auténtica, en sus textos originales.

El catedrático José Manuel Roldán afirma que el mayor legado que hizo Roma a nuestro país es el idioma. Hans Ørberg pone ese tesoro incomparable a nuestro alcance. Gracias, maestro. Que la tierra te sea ligera. Sit tibi terra levis.

Para saber más sobre este método, se puede visitar la página de la Asociación Cultura Clásica, en la siguiente dirección: www.culturaclasica.com/lingualatina/index.htm

rostra

tema del número

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LASCRÓNICASDICEN...

Por Fernando Jimeno.

Algo fallaba en la relación entre las ciudades itálicas y Roma. Algunas de las primeras comunidades en en-trar en contacto con su fuerza emer-gente —y las más romanizadas— sentían una honda desafección por la metrópoli. Este sentimiento se podía

detectar incluso en algunas que mos-traron su adhesión inicialmente. Ya a finales del III a. C. Aníbal puso en evidencia esta falta de sintonía cuan-do, después de atravesar los Alpes, logró importantes apoyos en suelo itálico. El episodio cartaginés se re-solvió con muchísimo esfuerzo pero no sirvió para acometer reformas

políticas que suavizasen las relacio-nes de Roma con su entorno. Tiberio Graco en el 133 a. C., y posterior-mente su hermano Cayo, pretendie-ron solucionar las tensiones, pero sus respectivos intentos no sólo no fructificaron sino que acabaron con el asesinato de ambos.

La muerte de los Graco zanjó

A principios del siglo I a. C. Roma era ya el imperio más extenso del Mediterráneo. Sin embar-go, la República seguía anclada en los planteamientos de una ciudad-estado en la que las deci-siones emanadas de la metrópoli debían ser acatadas sin dilación en todos sus territorios. Los aliados no tenían ningún papel en los órganos decisorios. La frustración de las ciudades itálicas, acumulada durante siglos de dominación, estalló en 90 a. C.

Mi aliado, mi enemigoLA GUERRA SOCIAL

Encaramado en un risco de los Apeninos, Corfino fue elegida como capital del levantamiento itálico.

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cualquier posibilidad de reforma. Roma seguiría rigiéndose por un sis-tema político que se había mostrado adecuado para dirigir una potencia regional, pero que daba muestras de ineficacia a la hora de canalizar las aspiraciones locales de un imperio que se extendía por gran parte de las penínsulas ibérica e itálica, Grecia, parte de Asia Menor, Oriente Próxi-mo y el norte de África. El hecho de que las clases nobles romanas se hi-ciesen con la explotación de grandes latifundios en los nuevos dominios, soliviantaba el ánimo de sus gentes y tensaba las relaciones.

En la primera década del siglo I a. C., hizo su aparición un personaje fun-damental en el desarrollo de los acon-tecimientos. Su nombre, Marco Livio Druso. Procedente de una familia aristócrata (ya su padre había llegado a cónsul), el joven Druso fue elegido tribuno de la plebe en el 92 a. C. con el apoyo de diversos nobles, entre los que se encontraba el ilustre senador M. Emilio Escauro. Esta facción aspiraba a devolver al Senado su preeminencia de antaño, sirviéndose de la demagogia y entusiasmo del tribuno para atraerse a las clases más desfavorecidas.

Druso realizó una política muy

favorable para la plebe, repartien-do trigo a precios casi simbólicos y tierras para los más desfavorecidos. También propuso la creación de nue-vas colonias. Tal vez respondiera a una vieja aspiración de su padre, ya fallecido. Por otra parte, Druso se atrevió a lanzar proclamas en favor de la concesión de la ciudadanía a los itálicos, una aspiración largamente ansiada entre unas comunidades en las que la romanización era un hecho desde siglos atrás. Por fin, y después de tanto tiempo, las reivindicaciones de los aliados peninsulares parecían encontrar respuesta. Sin embargo, la inclusión de la cuestión itálica en el programa de Druso no se veía con buenos ojos en la metrópoli. Era un asunto que no admitía demoras, pero

la clase dirigente, o no quería ver, o miraba a otro lado.

Las posturas se radicalizanEn el año 91 a. C., un sector itálico in-tentó acabar con la vida de los cónsu-les de ese año, Lucio Marcio Filipo y Sexto Julio César. La amenaza que se cernía sobre ambos fue conjurada por el propio Druso al poner sobre aviso a Marcio Filipo. Asimismo, abortó la marcha de un ejército marso com-puesto por diez mil efectivos, al man-do de Popedio Silón, amigo de Druso.

Pese a que Druso desactivó las amenazas más inmediatas para la Re-pública, las grandes fortunas romanas con intereses económicos en toda Ita-lia empezaron a ver con preocupación los encendidos discursos del tribuno, en los que creían adivinar a un nue-vo Graco que amenazaba su posición. Con la concesión de la ciudadanía a los aliados, sus privilegios se verían amenazados por las grandes familias itálicas, con las que mantenían fuertes fricciones. Hasta ahora estas disputas acababan en un tribunal que fallaba invariablemente a favor de la noble-za romana. Las facciones senatoriales rivales aparcaron sus diferencias y se alinearon para hacer frente a la políti-ca de Druso.

En la vertiente política, las refor-mas de Druso tenían que vencer nu-merosas resistencias. Para las grandes familias senatoriales que podían ac-ceder a una magistratura, el elevado número de votantes representaría un gran montante para sobornos en las elecciones. En esta situación, el con-trol de los resortes políticos se volvía más dificultoso para las élites. A pesar de incrementar la relevancia política del pueblo, el descontento también llegó a la plebe romana, que no quería compartir sus privilegios por miedo a que se vieran disminuidos.

Aquella situación no podía durar. Amenazaba la estabilidad del sistema. Muchos creyeron que la propia Roma estaba en peligro. Algo tenían que ha-cer con rapidez, si querían que el Esta-do siguiera como hasta entonces.

Corría el año 91 a. C. cuando Dru-so fue asesinado a la entrada de su casa. No era la primera vez, ni sería

Los principales líderes populares de

finales del siglo II y principios del I a. C. sucumbieron en

desórdenes callejeros provocados por sus

adversarios. Grabado de M. Burghers sobre

la muerte de Tiberio Graco.

M. Livio Druso abanderó la extensión de la ciudadanía pero su postura le llevó a la muerte en 91 a. C.

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la última, que las facciones tomaban las calles y se desataba la violencia. Muerto Druso, los senadores contra-rios a sus propuestas pensaron que todo su programa quedaría olvidado. Más allá de olvidarse, despertaron un creciente odio hacia todo lo ro-mano entre las gentes itálicas. Tras la desaparición del tribuno, no exis-tía ningún vínculo con Roma. Sólo era cuestión de tiempo que estallara la guerra.

Un trágico episodio aceleró los acontecimientos. Un emisario en-viado por el Senado, el pretor Quin-to Servilio, llegó a Asculum (Ásco-li). Las palabras del pretor, llenas de prepotencia, pidiendo la sumisión, soliviantaron a los nobles locales. Quinto Servilio fue asesinado. El pueblo llano de la capital picena se lanzó a las calles asesinando a todo aquél que simpatizara o fuera ro-mano. Las noticias de este funesto hecho llegaron a Roma. Las gentes pasaron del horror inicial a la in-dignación, solicitando algún tipo de satisfacción, al tiempo que hacían responsable de los acontecimientos a todos los aliados. La marcha hacia la guerra era imparable.

Sin interés por rebajar la ten-sión política, el Senado endureció su postura. La política del desapa-recido Druso fue tomada como una sedición en contra del Estado. Se aprobó la Lex Varia, por la que los seguidores del tribuno fueron perse-guidos con ferocidad por traidores. Las denuncias comenzaron a llover en Roma. Nadie que hubiera tenido simpatía por Druso estaba a salvo de ser denunciado. Sin embargo, la nueva ley, para decepción de la clase dirigente, no cosechó los frutos es-perados puesto que muchos sectores, disconformes con este proceder, se apartaron de dichas prácticas.

La rebelión se generaliza Las medidas punitivas del Senado hicieron que la revuelta prendiese a lo largo de la Península. Toda la bahía de Nápoles se alzó en armas contra Roma: Sorrentum (Sorrento), Pompeia (Pompeya), Herculaneum (Herculano). Antiguas ciudades de

la Campania, Capua y Nola, tradi-cionalmente aliadas de Roma, no dudaron un instante en coger la espa-da para alinearse con sus hermanos itálicos. Los viejos agravios, nunca resueltos, estallaron a las puertas de la ciudad eterna. Toda Italia cen-tral ardía en la hoguera de la guerra. Otros pueblos ansiosos de deshacer-se del yugo romano se unieron a es-tos. En las zonas septentrionales se levantaron los marsos, vestinos, pi-cenos, marrucinos y pelignos. Sam-nitas, campanos, lucanos, en la parte meridional de la Península. Umbros y etruscos se unieron a la revuelta, pero fue sofocada con rapidez. A to-dos estos pueblos, se sumaron los ga-

los de la Traspadania. La conciencia nacional arraigó en el pensamiento colectivo itálico. En el transcurso de la guerra, las distintas zonas rebeldes se organizaron en un estado federal con el nombre de Italia, con capital en Corfinium (Corfino).

El ejército romano se enfrentaría a otro de sus mismas características. Los itálicos habían aprendido a combatir junto a los romanos. El equipamien-to de un soldado romano e itálico era prácticamente el mismo. Los mandos militares itálicos seguirían las tácticas romanas para intentar vencer a Roma. Muchos historiadores discuten si este conflicto es una guerra civil, por la si-militud de los ejércitos en liza.

Italia en el 100 a. C.

Territorio y colonias romanas

Aliados romanos

Colonias latinas

1000Millas

ROMA

Asculum

Corfinum

Aesernia

CapuaNola

NeapolisPompeia

Marsos

Sabino

s

Ecuos

Umbros

Picentin

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Etruscos

Galos traspadanos

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Marrucinos

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7 verano·2010

Al mismo tiempo, en Asia otra amenaza se alzaba contra Roma. Mi-tridates, rey del Ponto veía con sim-patía la revuelta que sacudía a su más enconado enemigo. Los rebeldes le pedieron ayuda, puesto que los comer-ciantes itálicos disponían de sólidos lazos comerciales con Asia. El Sena-do, conocedor de estas negociaciones, vio en ellas una excusa perfecta para acabar por fin con Mitridates y, por ende, restablecer la preeminencia en aquella parte del mundo. Pero antes de acometer la conquista del Ponto, la tarea primordial pasaba por acabar de una vez por todas con la guerra que arrasaba sus territorios.

La Península Itálica estaba parti-da en dos frentes. Los cónsules del año 90 a. C. se desplazaron al teatro de operaciones de inmediato. Rutilio Lupo marchó al frente marso. Popi-dio Silón comandaba a las fuerzas rebeldes. Entre los legados que Lupo tenía bajo sus órdenes se encontra-ban tanto Pompeyo Estrabón, padre de Pompeyo Magno, como el propio Mario y Servilio Cepión, enemigo irreconciliable de Livio Druso. Es-trabón, gran latifundista del Pice-no, fue enviado a esta región para someterla. Por su parte, el cónsul Lucio Julio César, marchó al sur, a territorio samnita. Contaba entre sus legados con Lucio Cornelio Sila, el futuro dictador. Ambos ejércitos consulares tenían como objetivo ais-lar a los alzados en los dos frentes abiertos y que no tomaran contacto. En caso contrario, la supervivencia de Roma estaría en grave peligro.

La muerte en combate de Rutilio Lupo en el 90 a. C. dejó a su colega Lucio Julio César como único cón-sul y por tanto, comandante en jefe de todos los ejércitos. No obstante, el mando en la zona norte recaía en los legados Mario y Servilio Cepión. Este último moriría en batalla, dejan-do el mando supremo a Mario, quien a pesar de ser romano, era observa-do desde las posiciones itálicas con simpatía. Con él al mando, podía vis-lumbrarse una solución pactada, algo imposible con Cepión.

El frente sur era una auténtica pe-sadilla, ya que el cónsul Lucio César

era incapaz de frenar las acometidas de los rebeldes que comandaba un sam-nita, Papio Mutilo. Una tras otra, las ciudades sureñas cayeron en sus ma-nos. Tras la toma de Aesernia (Isernia) por los itálicos, el tan temido contacto entre el frente norte y sur tuvo lugar. El camino entre una zona y otra estaba expedito y Roma parecía desahuciada a merced de la diosa Fortuna.

La solución política gana adeptosTras un año de guerra, el balance para la ciudad el Tíber era desola-dor. Las derrotas se sucedían y el

esfuerzo bélico parecía inútil. El cansancio de ambas partes y las enormes bajas sufridas por ambos ejércitos hacían urgente una solu-ción al conflicto que satisfaciera a todas las partes implicadas. En este sentido, Lucio César sólo veía una salida a la situación, y no era la gue-rra; sino política. La Lex Julia otor-gó la ciudadanía a todas las comuni-dades que no se habían levantado en armas contra Roma.

La avalancha de solicitudes de ciudadanía desbordó a la administra-ción romana. La ley había asestado

Una de las repercusiones de la Guerra Social fue la extensión a toda la Península Itálica de las instituciones políticas de Roma. A raíz del reconocimiento de las ciu-dades latinas e itálicas como mu-nicipia civium romanorum estas instauraron organismos similares a los de la metrópoli para desarro-llar sus derechos recientemente adquiridos. Se dotaron de magis-traturas locales (los quatuorviri, esto es, dos duumviri y dos duum-viri aediles), un senado o curia municipal y una asamblea popular (ver Stilus 3). Estas institucio-nes asumieron ciertos poderes y funciones jurisdiccionales antes reservados a la propia Roma. El

proceso fue complejo y los cam-bios que acarreó no se produjeron de inmediato ni se podrán consi-derar concluidos hasta que César abra en el 49 a. C. las puertas del Senado a un importante número de senadores provinciales.

La municipalización tendrá grandes repercusiones políticas y sociales. La ciudad se configurará como el marco imprescindible para ejercer los derechos propios del nuevo estatus de ciudadano. Asi-mismo, la Urbe será el escenario de la vida social y económica, en contraposición con el campo, rele-gado a su condición productiva y, en caso de las élites, de lugar de descanso y ocio.

El auge de las ciudades

Soldados en marcha. Detalle del Paisaje del Nilo, mosaico de principios del siglo I a. C.

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un duro golpe a los sublevados, que desde la distancia, veían con envidia como sus hermanos latinos conse-guían de forma pacífica algo por lo que ellos morían.

Fue el primer paso para desinte-grar la unidad de los itálicos. La paz estaba cerca, pero Roma quería dic-tarla desde una posición fuerte, in-contestable. Para ello el Senado pro-mulgó una nueva ley. La Lex Plautia Papiria permitía a los propios par-

ticulares, con independencia de la zona de residencia o de su postura en la guerra, acceder a la ciudadanía sólo con presentarse al pretor urba-no encargado. Se buscaba dividir a los rebeldes que continuaban con la guerra. Para muchos itálicos esto representó el final de la lucha. Sus aspiraciones estaban satisfechas. La guerra ya no tenía sentido.

A pesar de todo, la lucha continua-ba en diversos sectores por el temor

a la venganza de los romanos por los acontecimientos de Asculum. En el sur, los samnitas continuaban con las hostilidades. Su sociedad, muy atra-sada en comparación con otras zonas itálicas, y la poca penetración de la cultura romana hicieron que su lucha fuera más desesperada.

Los cónsules del año 89 a. C., Pompeyo Estrabón y Lucio Porcio Catón, promulgaron una nueva ley que otorgaba el derecho latino a to-

La Guerra Social supuso un paso más en la configuración del ejército como herramienta política. Supe-rado por las vicisitudes bélicas que amenazaban la ciudad, el Senado se vio obligado a dar un gran mar-gen de maniobra a sus generales. Algunos de ellos no tuvieron repa-ros en utilizar sus amplios poderes para ejecutar órdenes que forza-ban el marco legal. Sabemos, por ejemplo, que Cayo Mario, “hombre nuevo” (es decir, que no procedía de las grandes familias nobiliarias) y romano de tercera o cuarta ge-neración, no tenía reparos en con-ceder la ciudadanía a las tropas auxiliares itálicas o de cualquier procedencia que se distinguieran en el combate. Pompeyo Estrabón, junto a su consejo en el que se en-contraban su propio hijo Pompe-yo, Cicerón y Catilina, tampoco le iban a la zaga. El llamado Bronce de Áscoli, un documento legal ins-crito sobre metal, atestigua que el cónsul concedió la ciudadanía a un contingente de caballería de la Pe-nínsula Ibérica. Proveniente quizás de la Hispania Citerior este desta-camento se distinguió por su valor y determinación en la toma de la ciudad de Asculum.

La caída de la capital del Pice-no, en el 89 a. C., fue un hecho de

armas decisivo a la hora de cerrar el frente norte de la guerra. La vic-toria sobre los rebeldes supuso la concesión a Pompeyo Estrabón del derecho a celebrar el triunfo en Roma. Entre los cautivos que desfi-laron por las principales calles de la Urbe se encontraba un niño picen-tino llamado Publio Ventidio Baso que, aunque vencido, obtuvo su re-compensa: la ciudadanía romana.

Años después Ventidio reapare-ce en las crónicas como protegido de Julio César. Como tal, recibe los dardos de Cicerón, que le tilda de mulero de las legiones. Más que un mozo encargado de las mulas,

algunos historiadores creen que el cautivo picentino se había conver-tido en un contratista que suminis-traba animales de carga al ejército. Sea cual sea la versión correcta, el mote de mulero persiguió a Venti-dio durante todo su ascenso social. Legado de Julio César en la Galia y el más grande general con que contó el triunviro Marco Antonio en su aventura oriental, Publio Ven-tidio Baso personifica el caso del joven que se repone de un revés para cumplir su sueño: comandar legiones.

Pequeñas historias tras la caída de Áscoli

Bronce en el que aparece mencionada la turma salluitana,

los jinetes hispanos que se destacaron en la toma de Áscoli.

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• ROLDÁN J. M. (2007): Historia de Roma i, Editorial Cátedra.

• HOLLAND, T. (2005): Rubicón, auge y caída de la República romana, Círculo de lectores.

PARA SABER MÁS:

das las comunidades traspadanas. La ley llevaría el nombre de su va-ledor: la Lex Pompeia.

Las leyes promulgadas redujeron la resistencia a las áreas en torno a las ciudades de Nola y Aesernia. Para entonces, los dos líderes mili-tares rebeldes, Papio Mutilo y Po-pedio Silón, habían muerto. Des-cabezados sus ejércitos, la lucha se reducía a una desesperada supervi-vencia.

En el norte, Pompeyo Estrabón avanzó hacia el principal núcleo de resistencia, Asculum, cuya caída y posterior expolio disolvió el movi-miento rebelde septentrional. En el sur, Cornelio Sila llevaba a cabo una represión sangrienta contra los sam-nitas. Tal vez su actitud respondiera a la venganza, que por fin Roma se tomaba, por la vieja afrenta nunca olvidada de las Horcas Caudinas. Roma podría perdonar, ser generosa, pero nunca olvidaba.

El problema se cierra en falsoA finales del consulado del año 89 a. C. el problema bélico estaba prác-ticamente resuelto. Las concesiones políticas desmontaron la lucha ar-mada. Excepto el foco rebelde de Nola, que tardaría casi diez años en caer, los demás enclaves itálicos pasaban página y se aprestaban a dotarse de instituciones similares a las de Roma, con el objeto de en-cuadrarse en el esquema organiza-tivo de la metrópoli. Sin embargo, las élites senatoriales no estaban dispuestas a que la ampliación del censo (algunos historiadores calcu-lan que el número de ciudadanos se duplicó hasta llegar a los 900.000) revolucionase el entramado que sos-tenía su preeminencia.

Con un golpe de mano legal, el Senado decretó que los nuevos ciu-dadanos itálicos fuesen encuadrados en diez nuevas tribus que se añadi-rían a las 35 existentes. Esta medida suponía que las personas a las que se les acababa de reconocer su ciudada-nía, por muy numerosas que fueran, nunca podrían cambiar el reparto de poder preestablecido. En los comicia tributa, la asamblea popular en la

que cada tribu tenía un voto, seguía dominada por la oligarquía senato-rial, que sólo tenía que votar en un sentido para lograr que sus decisio-nes saliesen aprobadas.

De esta forma, las prerrogativas políticas hechas en el fragor de la batalla quedaban virtualmente inva-lidadas. Las ciudades itálicas, visto el escaso papel político que les re-servaba el nuevo sistema, acabaron reducidas a meros clientes que apo-yaban a su respectivo protector ro-mano. Por su parte, sus ciudadanos se desentendieron de los problemas de la República para atender a los beneficios económicos y sociales que les brindaba su nueva condición jurídica.

Las astutas maniobras políticas lograron, a la postre, salvar tempo-ralmente los privilegios de la noble-za senatorial, aunque fuese a costa de agravar la crisis institucional. Con el peligro presuntamente conjurado, las facciones senatoriales rompieron su tregua para luchar por las principales magistraturas del 88 a. C. El objeti-

vo era hacerse con el control de una lucrativa guerra contra el rey Mitri-dates VI del Ponto, ansiada por las principales fortunas de Roma para resarcirse de un año de conflicto ar-mado en suelo patrio. Pocos advirtie-ron que la propia República, herida de muerte, caminaba hacia el colap-so. En unos pocos meses, las intrigas en el Senado espolearon una nueva guerra, esta vez no social sino civil, que asolaría el Imperio durante déca-das, cobrándose decenas de miles de vidas. El propio sistema republicano se contará entre las víctimas de un conflicto que sus responsables polí-ticos no supieron evitar. ◙

El rey Mitridates fue durante 25 años una

amenaza para los inte-reses de Roma en Asia Menor. Las tensiones

por el control de la campaña de castigo

contra él derivaron en una cruenta guerra civil. A la derecha,

busto de Mitridates, caracterizado como

Hércules. Museo del Louvre (París).

Foto: Eric Gaba

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LASCRÓNICASDICEN...

Por Enrique Santamaría.

El año 33 es, según la tradición cris-tiana, el año de la muerte de Jesu-cristo. Si así fue realmente, no es de extrañar que su trágico final pasara completamente desapercibido fuera del estrecho círculo de sus fieles se-guidores. El mundo se encontraba in-merso en la primera crisis económica global conocida de la Historia.

Esta crisis no estuvo motivada, como hasta entonces, por guerras u otras catástrofes, sino que se produjo

en medio de un prolongado periodo de paz, seguridad y prosperidad. Sus causas fueron endógenas, motivadas por las propias deficiencias del sistema económico, y sus consecuencias glo-bales afectaron al todo el Imperio.

Un crecimiento sin precedentesPara comprender el origen de la de-presión económica es necesario vol-ver la vista unas décadas atrás. En el 30 a. C. Augusto ha eliminado a sus rivales por el poder, Sexto Pompeyo y Marco Antonio, e inicia una nueva

etapa. El Principado se caracterizará en lo político por la estabilidad y la renuncia a ciertas libertades en favor del poder imperial. En lo económico vendrá marcado por un desarrollo sin precedentes.

Tras las interminables guerras ci-viles, conquistas sangrientas y rapa-cidades republicanas, el régimen de Augusto trae paz, prosperidad y orden. La República, que había convertido a Roma en dueña de mundo, es rápida-mente arrojada a los libros de Historia. Incluso los que afirman desear la vuel-ta al régimen anterior lo hacen desde una postura puramente estética. Si al-guno va más allá, la discreta pero im-placable actuación de los agentes del imperator pone fin al problema antes de que nadie aparente enterarse.

Si esto es así en Roma, en las provin-cias el entusiasmo por el nuevo régimen es total, tras haber sufrido una conquis-ta brutal y la expoliación republicana. Augusto, nombrando gobernadores efi-caces y moderados, supuso tal cambio que no es extraño que algunos decidie-ran adorarlo como a un dios.

El año 33 un vertiginoso efecto dominó sembró el terror en los mercados financieros de Roma. Los compradores eran inca-paces de encontrar interesados en sus productos, cuyo precio empezó a caer en picado. Tras décadas de crecimiento el mun-do se enfrentaba a una de sus primeras depresiones globales.

RECESIÓN ECONÓMICA

Pasa a la página 12

burbuja inmobiliariala

«Una cosa vale lo que alguien está dispuesto a pagar por ella».Publio Siro

Siglo I a. C.

Estalla

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elementos de la crisiselementos de la crisis

La economía tradicional romana, la del pequeño agricultor que cul-tivaba sus tierras y vendía el pro-ducto en el mercado local hacía mucho que casi había desapare-cido. Sobrevivía en determinadas zonas básicamente para atender la demanda de productos frescos de las ciudades, pero su rentabilidad no era muy alta y las deudas aho-gaban a los propietarios.

Persistían los grandes latifundios cultivados por esclavos, la fuente de la riqueza de la oligarquía tradi-cional, pero ya no eran la base del poder económico. Las importacio-nes desde todo el Imperio, con re-giones especializadas en productos determinado (trigo egipcio, aceite de la Bética...) estaban mermando su rentabilidad. Para mantener su tren de vida los terratenientes no dudaban en recurrir al crédito, hi-potecando sus posesiones.

En cuanto a la industria, Roma estaba llena de pequeños talleres artesanales que formaban uno de los pilares de la economía de la

Urbe. Estos negocios adquirían materias primás para elaborarlas, por lo que solían adelantar canti-dades importantes de dinero que esperaban recuperar con las ven-tas futuras. La crisis se hará notar aquí con más rapidez, ya que la disminución de las ventas obliga-rá a sus propietarios a endeudarse al máximo.

También existían grandes in-dustrias esclavistas que tenían serias dificultades para competir con importaciones como las de la cerámica de la Galia, los sala-zones de Hispania, los encurtidos del norte, la ferrería de la Galia Transalpina… Sólo las industrias relacionadas con los tejidos (hila-turas, telares, batanes, confección) siguieron, por lo que sabemos, prosperando.

En lo que respecta al comercio, esta actividad parecía haberse con-vertido en la principal dedicación de los romanos, llegando a conta-minar incluso a la clase política. «En Roma todo está en venta», se

burlaba Yugurta al abandonar la capital. Si esto era así durante los últimos tiempos de la República, con el Principado la política había derivado en una pantomima que a nadie interesaba. Los romanos dedicaban el día a buscar oportu-nidades y regatear. El sobrio Foro republicano era ahora un lujoso centro comercial rodeado de des-pachos de abogados, oficinas ban-carias y agencias comerciales.

El pequeño comercio, que ape-nas en nada se diferenciaba del pequeño artesanado, convivía con grandes sociedades mercantiles que poseían intereses y represen-tantes por todo el Imperio. Dichas organizaciones se financiaban gra-cias a un próspero mercado de par-ticipaciones. Este sistema permitía a los capitalistas asegurarse el be-neficio diversificando los riesgos. También facilitaba inversiones bajo cuerda por parte de senadores y otros cargos públicos y adminis-trativos. La fusión de negocios y política fomentaba una peligrosa tendencia a la creación de cárteles y monopolios que perjudicaban a todo el sistema económico.

Un tejido económico lastrado

“Acerca de los negocios y pro-fesiones que pueden consi-derarse honorables y las que pueden reputarse viles, reinan en general las siguientes apre-ciaciones. Son reprobadas, en primer lugar, aquellas profesio-nes que traen sobre sí el odio de la gente, como las de publi-cano y prestamista. Así mismo es indecoroso y vil el oficio de jornalero, a quien se paga por el trabajo de su cuerpo y no por el de su espíritu, pues es como si por este salario se vendiera en esclavitud. Son también vi-

les los ropavejeros [...].Los artesanos ejercen todos

ellos oficios viles, pues nadie puede ser caballero en un ta-ller [...]. Hay que añadir tam-bién los tratantes de perfumes, los maestros de danza y todo el gremio de saltimbanquis.

En cambio, aquellas profesio-nes que requieren una elevada cultura y reportan crecidas ga-nancias, como son la medicina, la arquitectura o la enseñanza de materias decorosas, son ho-norables para aquellos cuya po-sición está acorde con ellas.

El comercio, si es al porme-nor es un oficio vil. Claro está que el gran comerciante que importa multitud de mercancías de gran número de países [...] no es, precisamente, digno de reprobación; más aún, si harto de ganancias (o mejor dicho, satisfecho con ellas) pasa del mar al puerto y del puerto a la propiedad de la tierra, es dig-no de alabarle. Pero de todas las profesiones, ninguna mejor, más fecunda, más placentera, más digna del hombre libre que la de propietario de la tierra”.

Marco Tulio Cicerón“Sobre los Oficios”

El desprestigio del trabajo

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Los rutas comerciales ahora son seguras. Los caminos han sido des-pejados de bandidos y los mares, de piratas. Por todas partes circulan mer-cancías. El flujo es especialmente in-tenso hacia Roma, a donde también converge el dinero recaudado con los impuestos. Desde alimentos de prime-ra necesidad hasta sedas y porcelanas de oriente, una misma caravana pue-den transportar perlas y esclavos.

El afán constructivo de AugustoEl emperador se ha apropiado de las rentas públicas, sin una distinción cla-ra entre su patrimonio y el del Esta-do (el riquísimo reino de Egipto, por ejemplo, era un dominio personal de el César). La nueva Administración del Imperio recauda con eficacia unos im-puestos que entran sin cesar en sus ar-cas. Los ingresos estimados en un año normal eran de unos 400 millones de denarios y los gastos fijos, de unos 290 millones. La diferencia, 110 millones, era el superávit medio del que el prín-cipe podía disponer a su antojo. Au-gusto lo usó para afianzar su régimen.

Actuó en varios frentes, por una parte se convirtió en la cúspide del sis-tema clientelar, entregando regalos y

premios a políticos y prohombres de la Administración, financiando carre-ras y ayudando a los nobles en apuros. También entregó donativos a la plebe y financió programas de asistencia, dejando siempre claro que era el ge-neroso y magnánimo el César el que empleaba su fortuna en auxiliar a su pueblo. Financió infinidad de espectá-culos y juegos sin reparar en gastos y mantuvo una platilla de intelectuales, un verdadero ministerio de propagan-da, dispuestos a ensalzar al nuevo amo, calumniar a sus enemigos y rescribir la Historia a su gusto.

Pero, sobre todo, se lanzó a un im-presionante programa de obras públi-cas —especialmente en Roma, pero también en todo el Imperio— que

mostraran al mundo la gloria del nue-vo régimen. Fue un éxito absoluto. El mismo Augusto, en su “Res Gestae” deja constancia de, al menos, 115 obras públicas, edificios, vías puentes, acueductos. «Encontré una ciudad de ladrillo —dijo— y la dejo de mármol».

En el 14 d. C. el primer emperador muere tras 40 años de reinado. Le su-cede su hijo adoptivo Tiberio. Hombre sobrio, de carácter introvertido y hos-co, rechaza todo el boato de la corte de su antecesor y decide administrar el Imperio de acuerdo a los paráme-tros de frugalidad y ahorro que los antiguos conservadores republicanos habían afirmado defender. Entre otras medidas se despide a toda la pléyade de propagandistas que tan bien habían servido a Augusto y que, a partir de entonces, dedicará su considerable ta-lento a socavar su administración, de-nigrarle y a inventar en su contra las más fantásticas barbaridades.

Veamos, precisamente, lo que de él nos cuenta Suetonio: «Tacaño y ava-riento, jamás asignó un sueldo a sus compañeros [...]. Una vez emperador no realizó ninguna construcción de en-vergadura [...] ni dio ningún espectá-culo [...]. Alivió la miseria de algunos senadores, pero luego, para no tener que prestar ayuda a más, declaró que sólo socorrería a aquellos que hubie-ran justificado su necesidad ante el Se-nado. Con esta condición hizo que la mayoría desistiera por modestia y por pudor». Una política económica que aún cuenta con la admiración de mu-chos historiadores.

Dinero fuera de circulaciónLa política de ahorro del nuevo César, al no ir acompañadade una reducción de impuestos, no dio la oportunidad a la sociedad de rempla-zar el gasto y la inversión pública por la privada. La economía se estancó. La situación era especialmente mala en Roma que, como capital del Im-perio, dependía más que ninguna otra del gasto del gobierno.

Tiberio, enfrentado permanentemen-te al Senado debido básicamente a su incapacidad para comprender el papel

La política expansiva de Augusto recalentó la economía con la afluencia de grandes riquezas a Roma

Augusto se enorgullecía de su ambicioso programa de embellecimiento de la capital. Una de los proyectos que han llegado hasta nosotros es el Ara Pacis. Pasa a la página 14

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Aunque prestar dinero con inte-reses estaba mal visto en Roma y desde antiguo existían leyes que pretendían limitar el ejercicio de la usura, un sistema financiero to-talmente libre asfixiaba a amplias capas de la población. No había normas sobre plazos, intereses u otras condiciones, ni nada pareci-do a una garantía sobre los depósi-tos. Libre mercado en estado puro.

La forma más eficaz de evitar las leyes sobre los intereses –y la que probablemente fuese la más usada en Roma– son los créditos efec-tuados al descuento. Este método funciona así: si el interés legal era, por ejemplo, del 4%, el deu-dor declaraba recibir del acreedor 100 denarios y se comprometía a

devolverle en el plazo acordado, por ejemplo un año, 104 denarios. La trampa era que no había forma de controlar cúal era el monto real del crédito. Si el verdadero inte-rés acordado era por ejemplo, del 13%, se firmaría el mismo docu-mento que antes, pero la cantidad entregada sería de sólo 92 dena-rios, sin que hubiese forma de de-mostrar el fraude.

Este tipo de préstamos tienden a ser, por naturaleza, a corto plazo ya que los intereses se pagan al venci-miento y a los acreedores no les gusta esperar mucho para cobrar por su di-nero. Al finalizar el periodo se podía renegociar la deuda en las mismas condiciones o en otras nuevas. Estas renovaciones continuas eran una es-

pada de Damocles que pendía perma-nentemente sobre los deudores, a los que casi se les podía exigir el pago en cualquier momento.

Los profesionales de la banca se dividían en grupos según su espe-cialidad. Los argentarii aceptaban depósitos de los clientes pagando por ello un interés, concedían présta-mos, adelantaban pagos, efectuaban transferencias de capital (bien como simple envío de remesas o como liquidación de operaciones comer-ciales) y, lógicamente, también cam-biaban moneda. Con frecuencia los argentarii tenían sucursales por todo el Imperio y representantes o socios fuera de él. Eran lo más parecido a la banca actual. Más especializados, los feneratori adelantaban dinero de forma rápida a un plazo breve, y los nummularii valoraban las monedas y cambiaban divisas.

elementos de la crisiselementos de la crisis

Una sociedad endeudada

La inmensa mayoría de los pro-fesionales de la banca eran liber-tos, lo que ha llevado a algunos autores a cantar la gloria de una sociedad tan abierta que permitía que sus antiguos esclavos alcan-zaran la misma cumbre del poder económico. La verdad es que los libertos estaban ligados moral y legalmente a sus antiguos amos, miembros ilustres de la clase diri-gente que los usaban como hom-bres de paja para ocultar su re-lación con todo tipo de negocios.

Pese a la subsistencia de cier-tos lazos, la desahogada situa-ción financiera que alcanzaban los libertos ricos actuaba como reclamo para las masas deshe-redadas. Cada día miles de pro-vincianos arribaban a la capital buscando su oportunidad. La de-manda de trabajadores por parte de la Administración y los nego-

cios se veía ampliamente satisfe-cha con estos recién llegados que en su momento vinieron a ocupar los huecos dejados por las purgas de las guerras civiles.

Sin embargo, los que encon-traban la estabilidad eran la ex-cepción. La mayoría de la gente malvivía con pequeños trabajos mal pagados y trapicheando con todo lo imaginable. El fin de las grandes conquistas del siglo an-terior disminuyó el brutal flujo de esclavos y dio alguna oportunidad a la población libre de conseguir empleo. Aun así, el reparto de grano a cuenta del Estado y el

clientelismo (por el que el cliente se comprometía a obedecer a su patrón a cambio de una presta-ción, normalmente un poco de di-nero) eran la base de la economía de pueblo romano.

Lo poco que se ganaba se destinaba sobre todo al pago del alquiler. La vivienda absorbía la mayoría de los ingresos de una familia romana.

Libertos enriquecidos

El píleo era el tocado caracte-rístico de los libertos, aunque también aparecía asociado a los Dioscuros, como en esta

escultura del Museo Arqueoló-gico de Nápoles.

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de este organismo y el suyo propio en el régimen diseñado por Augusto de-cidió tomar una medida que cuadraba perfectamente con su mentalidad ultra-aristocrática y que esperaba le congra-ciase con los nobles. Quitó al pueblo el derecho a elegir los cargos públicos y se lo dio a los senadores. Estos no se lo agradecieron demasiado, mientras que la plebe jamás le perdonó.

Las consecuencias de la reforma no fueron tanto políticas como económi-cas y sociales. Aunque bajo el Princi-pado las elecciones habían devenido en un mero reparto de las escasas par-celas del poder nobiliario, el proceso permitía a la plebe venderles su voto y lograr así una parte del pastel, bien directamente, bien a través del sistema clientelar. Cuando les quitaron ese po-der, perdieron la que para muchos de los ciudadanos de Roma era su princi-pal fuente de ingresos.

La relación patrón-cliente se vio muy afectada. El emperador ya no ac-tuaba como cúspide del sistema y no aportaba fondos. El pueblo, sin capa-

cidad de voto, no tenía nada tangible que ofrecer por lo que los donativos pasaron a ser, en la práctica, una forma de caridad. Juvenal lo explica de esta forma: «Pero, cuando los más altos cargos calculen [...] cuánto les renta la espórtula, ¿qué harán los clientes que de ella sacan la toga, de ella el calzado y el pan y la leña del hogar?».

Sin gasto público, con el sistema clientelar devaluado, sin poder, querer o saber trabajar, la pobreza se extendió rápidamente. El consumo bajó y los precios de muchos productos empeza-ron a caer: los de los bienes de primera necesidad, los de los alquileres... Inclu-so los artículos de lujo se abarataron al disminuir la demanda de la Corte.

Por si fuera poco, el antiguo gene-ral resultó ser un gobernante pacifista. No emprendió ninguna guerra de con-quista y se limitó a mantener la seguri-dad de las fronteras, lo que implicó la desaparición de uno de los principales motores de la economía romana du-rante toda su Historia, especialmente en la etapa final de la República: los botines. Por ejemplo, Suetonio confir-ma que «Cuando –Augusto– transpor-tó a Roma el tesoro real en su triunfo de Alejandría provocó, para empezar,

tal abundancia de numerario, que el interés del dinero disminuyó y au-mentó muchísimo el valor de las tierras».

A esto se unía otro factor aun más fundamental. Tiberio había reducido bruscamente el gasto, pero no los impuestos. Cada año la diferencia entre ingresos y gastos

se acumulaba en las arcas públicas. La política del César retiraba conti-

nuamente millones de esas monedas del mercado y las enterraba en los só-tanos del palacio y de los templos que

guardaban el tesoro público. Lógi-camente, las emisiones monetarias

disminuyeron drásticamente respecto a la etapa de Augusto.

Cuando un artículo escasea, vale más. Si el dinero se revaloriza los ar-tículos que se compran con él se de-precian. Si a esto unimos la caída del consumo provocada por la crisis, se explica que Roma entrara en una espi-ral deflacionista continua. El problema empezó en la propia ciudad, pero la globalización del mercado lo extendió al Imperio.

La producción y el comercio se vie-ron muy afectados, pero la peor parte se la llevó el sistema financiero. Con-fiando en una bonanza eterna se habían dado créditos con gran facilidad, sobre todo las hipotecas sobre bienes in-muebles «que no podían depreciarse». Pero ahora el dinero era escaso y por tanto más caro.

Los intereses, que en época de Au-gusto oscilaban entre el 4 % y el 6%, subieron al 8%, al 10, al 15... La es-calada era imparable. Se acumularon los impagados y muchos depositan-tes, necesitados de efectivo, acudían a retirar sus fondos. Para no quedarse sin liquidez se restringió más el cré-dito, esto hizo caer aun más el con-sumo y agudizó la crisis pero, sobre todo, afectó al valor de las fincas, que muy poca gente podía comprar sin endeudarse.

Los embargos se sucedían y con ellos las subastas de propiedades que no se conseguían vender. Primero fue-ron las granjas con unos precios en caída libre: las explotaciones rurales

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Tiberio, que mantuvo siempre una relación tensa con el Senado y con la plebe de Roma, mostró su faceta más expeditiva durante la crisis del año 33. Busto del British Museum.

«En Roma es caro un cuarto mi-

serable, [...] es cara una comida

frugal. Aquí vivimos todos en una

pretenciosa pobreza».

Juvenal

Sensación de pobreza

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En la ciudad de Roma se haci-naban más de un millón de per-sonas (cifra que no volvería a alcanzar una urbe hasta el siglo XVIII) en unas condiciones de salubridad y de seguridad pési-más. Junto a las mansiones de los ricos se amontonaban las in-sulae, casas de hasta seis plan-tas distribuidas en apartamentos (cenacula) donde los vecinos vi-vían en alquiler.

Había muchos tipos de insulae, desde las cómodas y espaciosas, con agua corriente y desagües, a las mugrientas, inseguras y abarrotadas de los más pobres donde se obtenía el agua de la fuente pública y se arrojaban los excrementos a la calle al eufe-místico grito de “¡Agua va!”.

La distribución de estos edificios era bastante similar. En la planta baja se situaban las tiendas, con una entreplanta que ocupaban sus propietarios o servía de alma-

cén. En el primer piso se hallaban las mejores y más amplias vivien-das, que no era raro ocupara el dueño del inmueble. Los niveles superiores estaban divididos en apartamentos cada vez más pe-queños y baratos, hasta llegar a la última planta, un altillo con buhardillas bajo las aguas del te-jado. La estima de las viviendas era inversamente proporcional a su altura, como ha venido ocu-rriendo hasta la reciente popula-rización del ascensor.

Al problema de la ascensión por tortuosas escaleras se su-maba otra desventaja frente a las plantas bajas: en caso de derrumbamiento o incendio eran más difíciles de desalojar. Este peligro no era infrecuente, pues las formas más habituales para iluminarse y ahuyentar el frío que se colaba por las ventanas torpemente tapadas por postigos eran las estufas, braseros, velas

y lámparas. Dado que el material básico para construir era la ma-dera y la argamasa, los incendios eran algo común.

Juvenal describe una esce-na muy verosímil: “[…]Ya está echando humo el tercer piso de-bajo de ti. [...] Si la alarma em-pieza por los pisos bajos, el último en arder será aquel al que solo las tejas protegen de la lluvia”. Tam-bién son bien conocidas las prác-ticas del equipo de bomberos de Craso, que negociaba fríamente con los dueños de los edificios en llamas y no actuaban hasta que le malvendían sus propiedades.

En “Bellum Alexandrinum“ po-demos leer que «Alejandría es una ciudad casi libre de incen-dios, ya que en la construcción de los edificios no se usan vigas de madera, sino que su estructu-ra es de obra y a base de arcos, y las cubiertas son de hormigón y ladrillo», así pues no era la falta de conocimientos lo que obligaba a usar estos materiales, sino el deseo de abaratar costes.

La vivienda del pueblo

elementos de la crisiselementos de la crisis

La burbuja inmobiliariaPese a los esfuerzos que requería asegurarse una vivienda en la capi-tal del Imperio, las moradas de la mayoría de las personas dejaban mucho que desear. Una especula-ción feroz atenazaba al sector de la construcción. Una abundante legis-lación para frenar los abusos e im-poner normas competía en eficacia con la aprobada contra la usura.

La ciudad crecía hacia arriba para aprovechar al máximo el caro suelo urbano. Las casas se levan-tan tan pegadas unas a otras que los incendios se extendían fácilmente. No era raro que los derrumbamien-tos afectasen a las casas colindan-tes. Juvenal afirma: «Habitamos en una ciudad sostenida en su mayor

parte por endebles puntales, pues así es como el casero sale al paso de los derrumbes […]. Nos invi-ta a dormir tranquilos mientras la ruina se precipita sobre nuestras cabezas».

Los pleitos inmobiliarios eran, junto con las herencias, la principal fuente de ingresos de los abogados. Los litigios iban desde puras esta-fas hasta conflictos entre vendedor y comprador o las diputas propias de una ciudad hacinada. Cicerón narra en sus “Diálogos del Orador” sendos casos de litigios por la venta de inmuebles sin advertir de las ser-vidumbres que conllevaban.

Los dueños de las insulae las alquilaban completas a una arren-

dador profesional o a una empresa especializada en alquileres. Estos, a su vez, las subarrendaban a los inquilinos, que si podían, subarren-daban alguna habitación. Así el pre-cio se iba inflando y el coste de la vivienda ahogaba a los ciudadanos.

El continuo incremento del valor de los bienes inmuebles –fueran in-sulae, domus, fincas rústicas o villas de recreo– los había convertido en una inversión segura que además daba prestigio y permitía el ascen-so a las clases sociales superiores, e incluso a la política. En esta carrera participaban todos hasta el punto de que la correspondencia privada de Cicerón parece la de un agente in-mobiliario que aprovechó sus ratos libres para ejercer como abogado y político. Compra ahora y venderás luego más caro, sin freno, sin límite.

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no producían lo bastante para pagar unos intereses en permanente incre-mento. Luego les llegó el turno a las fincas de recreo, un lujo que ya muy pocos podían permitirse. Por último, hasta las villas y los bloques de aparta-mentos en la propia Roma se quedaban sin comprador.

La crisis era muy grave, pero para que se convirtiera en una cataclismo a la ecuación le faltaba un elemento: que los políticos que habían provocado tal situación trataran de arreglarla.

Estalla la crisisEn el año 33 estallan violentos dis-turbios en Roma. Los granjeros arrui-nados se unen a los comerciantes y artesanos en una gran protesta contra los usureros. La misma población que dos años antes asistió impasible a las masacres que sucedieron a la caída de Sejano, el hombre fuerte de Tiberio —y que ayudaron a precipitar la cri-sis al confiscar y poner en venta gran número de propiedades— ha tomado ahora las calles. Tiberio, asustado, se ve obligado a volver a salir de su re-tiro.

Decidió calmar la situación con una medida que ya se había tomado con anterioridad: ordenar una quita parcial de las deudas y una prolongación de los plazos. Además volvió a poner en vigor las olvidadas leyes que limitaban los tipos de interés y las que obligaban a invertir en tierras de Italia, para hacer así fluir el dinero y reactivar el merca-do inmobiliario.

Sin embargo, la ligazón entre el po-der económico y el político era muy grande. El Senado, cuyos miembros tenían intereses bajo mano en las so-ciedades financieras, convenció al Cé-sar para que concediera una moratoria de año y medio a los prestamistas para adaptarse a las nuevas normas. Fue un terrible error. Una vez conseguido se lanzaron a una carrera desenfrena-da para ejecutar hipotecas y cobrar sus deudas antes de que la ley en-trara en vigor. El sistema colapsó.

El precio de las propiedades se hundió. Era imposible encontrar un comprador para fincas que hace unos meses habrían valido una fortuna. Las financieras no conseguían recuperar sus préstamos, mientras que sus de-positantes retiraban unos fondos que necesitaban con premura. Los bancos cerraron. Los fondos que custodiaban se esfumaron y el crédito desapareció.

El César pasa a la acciónTiberio fue, que sepamos, el primer gobernante en enfrentase a una crisis financiera global y la afrontó con su tradicional determinación. Furioso, hizo detener y ejecutar a los capita-listas que se resistían a invertir su di-nero. Sexto Mario, un propietario de minas en Sierra Morena y el hombre más rico de Hispania fue arrojado di-rectamente desde la roca Tarpeya y sus propiedades confiscadas. Le siguieron otros muchos. Suetonio nos cuenta que «confiscó sus bienes a personas princi-

pales de las Galias, de las Hispanias, de Grecia y de Siria bajo unas acusa-ciones de lo más fútil y desvergonza-das, llegando a imputarles como único delito tener en metálico parte de su patrimonio».

Por otro lado inyectó a los bancos 100 millones de sestercios para que restablecieran el crédito, prestándolo sin interés por un periodo de tres años siempre que el deudor aportara con sus propiedades un garantía del doble de su valor (¿cómo se determinaba el valor en esas circunstancias?). Aunque sólo los ricos podían acceder al dinero en esas circunstancias, al menos la me-dida sirvió para que se recuperase el sistema bancario. Tácito corrobora que «así se restableció el crédito y, poco a poco, se fueron encontrando acreedo-res privados».

Aun así, la economía no conseguía recuperase. Pese a que las elites, ate-rrorizadas, invertían su capital en tie-rras, «al principio, como casi siempre ocurre en tales casos, hubo rigor, pero luego se convirtió en descuido», dice Tácito. Pese a que el César, por fin, aportaba fondos todos retenían cada moneda cuanto les era posible, en la confianza de que lo que pensaban comprar valdría menos mañana que hoy. El dinero no circulaba.

El emperador se resistía a seguir va-ciando las arcas que tan morosamente había llenado y, para evitar la sangría, decidió emitir monedas con un menor contenido de oro y plata, es decir, de-valuó el valor intrínseco de las nuevas

El pánico inversor dejó sin compradores fincas que hasta entonces habían sido atractivas. A la derecha,

reconstrucción de una insula de Ostia.

Tiberio fue severo ante la escasez de crédito: ejecutó a los capitalistas que se resistían a invertir

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monedas. Al hacerlo también hizo caer su valor como elemento de cambio. La gente no tardó en detectar este dinero “malo” y , naturalmente, quiso desha-cerse de él. Con todo, la devaluación contribuyó a que el dinero volviera a moverse. Fuera de nuevo o viejo cuño –su valor legal era el mismo– la gente, poco a poco, dejó de retenerlo.

Los precios empezaron a repuntar, el capital salió de sus escondites para comprar antes de que subieran más y esto disparó el valor de todo tipo de bienes. La crisis fue pasando, aunque la recuperación completa no llegaría hasta la muerte de Tiberio y el relanza-miento del gasto estatal, que liberó los millones de monedas retenidas.

La puntilla para los republicanosAquellos con recursos para resistir la tormenta resultaron muy favorecidos.

Los grandes capitalistas que fueron obligados a comprar en el peor mo-mento, cuando los precios estaban más bajos, vieron como su inversión se centuplicaba y se hacían aún más in-mensamente ricos.

Las clases medias, la base sobre la que se asentó la República, el motor de todo cambio democrático, habían ido languideciendo con la creación del Im-perio militar y las guerras civiles, pero esta crisis las aniquiló. Los pequeños propietarios no volverían a tener rele-vancia política. Apostaron por los po-pulares y luego por el Principado para que les defendiese de la oligarquía, y perdieron.

La plebe, reducida a una masa sin poder que pululaba a la espera del re-parto de grano o de la limosna de los ricos, sólo se movilizaba en los juegos circenses para apoyar a sus respectivos

equipos. Sin embargo, la peor parte se la

llevaron las grandes familias de la era republicana, propietarias de enormes explotaciones agrícolas y endeudadas permanentemente. Mer-madas por las purgas del final de la República y por la represión de los césares –como sucedió con las pros-cripciones que se produjeron tras la caída de Sejano–, la crisis económi-ca supuso la puntilla. El hundimiento del precio de las tierras, la ejecución de garantías y la desaparición del crédito acabó con lo que quedaba de ellas. Basta con ver las listas de ma-gistrados para apreciar que, a partir de la etapa final del reinado de Tibe-rio, los viejos apellidos son cada vez más escasos. Una nueva clase de es-peculadores, comerciantes y funcio-narios imperiales surgió triunfante y se constituyó en la base socioeconó-mica del sistema imperial.

Tiberio murió cuatro años después sin comprender por qué los ricos a los que había masacrado y extorsionado y los pobres a los que había despoja-do coincidían en odiarle. Juvenal le describe «encaramado en su roca de Capri, rodeado de astrólogos». Dejó en el tesoro 2.700 millones de sester-cios, lo que entusiasmó a su sucesor, Calígula. ◙

• DUARTE, A: Los orígenes de Roma.Disponible en http://knol.google.com/k/la-economia-romana-en-tiempos-de-augusto#

• FUNDACIÓN LA CAIXA: El dinero en la Historia.Disponible en http://www.denarios.org/anexes/origen.html

• KOVALIOV, S. I. (2007): Histo-ria de Roma, Editorial Akal.

• MARTINO, F. (2006): Historia económica de Roma, Editorial Akal.

• MOMMSEN, T: El mundo de los Césares. Editorial Fondo de Cultura Económica.

• OLESTI, O. (2006): “El crack del 33 (d. C.)”, en Clío, n.º 43.

PARA SABER MÁS:

A la hora de aproximarnos a la crisis que sacudió el Imperio en tiempos de Tiberio es recomenda-ble conocer el sistema monetario que entonces operaba. El asunto es complejo, ya que es imposible encontrar dos estudios que coin-cidan en el valor de la moneda de esta época. Algunas fuentes esta-blecen sus cálculos sobre el peso de las piezas. Otras, sin embargo, introducen otros factores como la pureza del metal. A falta de con-senso podemos hacer un intento de aproximación aritmética de los valores. De acuerdo con esta premisa, se puede concluir que el sistema monetario establecido por Julio César —todavía vigente durante la crisis del 33— esta-blecía que 1 gramo de oro equi-valía a 12,25 gramos de plata.

La unidad contable mayor era el talento, que no era una mone-da realmente, sino un peso: 32,4 kilos. Este peso podía ser de oro o de plata. El áureo era la mone-da de más valor. Tenía 9,3 gramos de oro y equivalía a 25 denarios

de plata. Por su parte, un dena-rio tenía 4,55 gramos de plata, el mismo valor que 4 sestercios, que a su vez equivalían a 4 ases.

Con la devaluación de Tiberio el áureo pasó a tener 7,8 gra-mos de oro y el denario, 3,8 de plata, un 16,2% menos. El resto de las monedas sufrieron, lógica-mente, una merma proporcional.

La pérdida de valor continuó con los sucesores de Tiberio. Con Nerón, el áureo sólo tenía 7,4 gramos de oro, un 20,5% me-nos que en época de Augusto.

El impacto en la moneda

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Texto: F. J. García Valadés.

La Cabañeta se sitúa en la localidad de El Burgo de Ebro, sobre una terra-za en la margen derecha del río Ebro. El yacimiento ya era conocido desde el siglo XVIII pero fue en 1994 cuan-do se inició su prospección exhaustiva bajo la responsabilidad de los arqueólo-gos Antonio Ferreruela y José Antonio Mínguez. Estas campañas arqueológi-cas han permitido obtener información sobre su urbanismo y su datación.

Es un asentamiento rectangular con planimetría ortogonal, ubicado sobre llano. Su superficie abarca 21,4 hectá-reas. El lado enfrentado al Ebro se en-cuentra defendido por el talud natural de la primera terraza fluvial. Los otros tres lados se encuentran limitados por un gran foso con posible disposición

en W. Se pueden contemplar materia-les arqueológicos y restos de muros más allá del foso que flanquea el lado orientado al este. A falta de permisos de excavación los arqueólogos creen localizar en estos restos exteriores un segundo asentamiento anexo al prime-ro por su parte oriental. La superficie de este segundo recinto sería de unas 10 hectáreas.

Las campañas de excavación se han llevado a cabo sobre el recinto mayor y han sacado a la luz un gran comple-jo termal ubicado sobre el límite de la terraza fluvial. Constaba de un circui-to doble diferenciado para hombres y mujeres, cisternas, almacenes, letrinas y una gran palestra de unos 400 me-tros cuadrados, que denota una fuerte influencia griega. Las salas nobles del

LAShuELLASDELASLEGIoNES

Un aterrazamiento a escasos kilómetros de Zaragoza esconde una huella más de las luchas internas que desgarraron la República durante el siglo I a. C. Una colonia de grandes dimensio-nes desapareció en la vorágine de las Guerras Sertorianas, arrasada a sangre y fuego. Algunos autores sostienen que se trata del Castra Aelia, un importante baluarte de la insurrección.

La República, en jirones

uBICACIÓN

La Cabañeta, El Burgo del Ebro (Zaragoza).

CooRDENADAS

41º 33’ 53” N; 0º 42’ 45” O.

DESCRIPCIÓN

Se trata de un importante asentamiento urbano anexo a un cam-pamento legionario.

DATACIÓN

Entre el siglo II a. C. y la primera mitad del I a. C., siendo probable-mente destruido durante las Guerras Sertorianas.

Foto: Google Earth

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complejo tenían pavimentos de opus signinum decorados con teselas blancas esparcidas o con motivos en retícula de rombos. Este descubrimiento es de gran importancia dentro de la arqueología romana en España, dada la escasez de recintos termales localizados del perío-do republicano. Por su complejidad y dimensiones se lo puede comparar con los ejemplos de Fregellae en el Lacio o Musarna en Etruria.

Se ha identificado en una zona próxi-ma al corte del foso con la terraza flu-vial, un área de servicios, de pequeñas estancias cuadrangulares, con muros de tapial enlucidos con estuco blanco y suelos de cal, tierra apisonada o cantos rodados. También se localizó un com-plejo de transformación de alimentos, posiblemente de molienda de trigo y de decantación de líquidos. Todos estos restos estaban cubiertos por una capa de cenizas y carbones que evidencian una destrucción violenta del yacimiento.

El abundante material cerámico y metálico localizado ha permitido datar el conjunto entre el siglo II a. C. y las Guerras Sertorianas.

Se localizó una inscripción latina sobre un suelo de opus signinum den-tro de uno de los posibles horrea, que puso de manifiesto la presencia en el

yacimiento de población itálica. Se trata de una inscripción de carácter público elaborada con teselas blancas en la que se menciona a unos libertos que se iden-tifican como magistreis, que colocaron un ara y adecuaron la estancia destinada a albergarla, especificando su cuidado a la hora de pavimentarla y de revestirla de estuco. Los arqueólogos creen que pudiera tratarse de la sede de una cor-poración gremial, algo con muy escasos ejemplos constatados.

Otras de las singularidades encontra-das son: un gran vaso cerámico emplea-do para la elaboración de cerveza, restos de estucos rojos, una tabula lusoria o restos de una mesa de mármol decora-da con una cabeza de león. Igualmente

(en homenaje al nombre de esta publi-cación) se ha encontrado un ejemplar de stilus elaborado en hueso. Todo ello puede contemplarse en el centro de in-terpretación situado en el Burgo de Ebro.

Actualmente se tienen registrados en torno al medio centenar de grafitos sobre cerámica, la mayoría en lengua latina y otros en ibérica. A ello hay que añadir la aparición de numerosos ma-teriales de igual origen itálico, como abundante cerámica campaniense. Todo esto ha llevado a pensar que se trataba de una colonia poblada con contingen-tes procedentes de la Península Itálica.

La tipología del yacimiento y los restos localizados han llevado a los ar-queólogos a considerar su posible origen militar. Posteriormente desarrollaría una trama urbana propia de una ciudad colo-nial que es la que las campañas arqueo-lógicas están descubriendo.

El origen militar del recinto mayor se ve avalado por la extensión y forma del yacimiento. Se correspondería con las características habitualmente encon-tradas en campamentos para una legión junto con su caballería de auxilia. Sor-prende, eso sí, la enorme amplitud del foso de unos 30 metros de ancho y con forma de W. Esto le otorgaba un inusual poder defensivo comparándolo con otros

Una capa de cenizas y carbones señala la des-trucción violenta del asentamiento durante las Guerras Sertorianas

Quinto Sertorio representó la re-sistencia en Hispania del partido de Cayo Mario frente al conserva-durismo de la oligarquía senato-rial. Encarnó la última esperanza de los denominados populares contra la dictadura que Sila había impuesto por las armas tras ser el vencedor de la guerra civil contra Mario y sus partidarios. La Repú-blica, el sistema que había ga-rantizado la convivencia ciudada-na durante más de cuatrocientos años, estaba agonizando.

Sertorio se había fraguado una buena reputación militar a las ór-denes de Mario en la Guerra de Yugurta y en la posterior de los

cimbrios. Su primer contacto con Hispania fue en el 97 a. C., año en el que fue elegido tribuno militar y destinado a la Ulterior. Allí logró uno de los mayores méritos milita-res romanos, la corona gramínea, al someter en Castulo (Linares) un motín. Se trató prácticamente de una acción personal en la que con-siguió rehacer un contingente con huidos y atacar a los sublevados. En aquella campaña pudo conocer la península, la idiosincrasia de sus tribus y la peculiar orografía; conocimientos que más tarde pon-dría en práctica con maestría.

Su carrera política continuó como cuestor en la Galia Cisalpi-

na. Fue legado durante la Guerra Social (ver pág. 8 de este núme-ro). Tras el estallido de la guerra civil entre Mario y Sila tomó par-tido por su preceptor y tío, Cayo Mario. Fue elegido pretor en la Hispania Citerior durante el con-sulado de los populares Cinna y Carbón. Pero su cursus honorum finalizaría ahí. Fueron tiempos convulsos en los que tal vez se desaprovecharon las capacidades políticas de hombres como Quin-to Sertorio. Abandonó Roma ante la inminente llegada de Sila y la implantación de su dictadura. Su historia se vería definitivamente avocada a las armas.

La última esperanza de los populares

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campamentos romanos coetáneos como el de Castra Caecilia (ver Stilus 2), tam-bién asociado a las Guerras Sertorianas.

El hecho de encontrar asociados dos recintos militares permite abrir la hipóte-sis de que se tratase del oppidum de Cas-tra Aelia referido por Tito Livio en el libro XCI de su obra “Historia de Roma desde su fundación” menciona «secundum op-pidum quod Castra Aelia vocatur» para

referirse a los campamentos de invierno que las tropas sertorianas ocuparon tras tomar Contrebia Leukede y su posterior regreso al Ebro. Es decir, que fueron acantonadas al lado de Castra Aelia.

El oppidum de Castra Aelia, por su denominación, denota un origen militar de por sí. Por lo que se podría correspon-der con el recinto de mayor extensión localizado en La Cabañeta, en el que ha

quedado atestiguado su origen militar y su posterior uso colonial. El recinto me-nor anexo, sería el campamento referido por Tito Livio, en el que Sertorio acuar-teló sus tropas en el invierno del 77–76 a. C. Queda así la hipótesis reforzada por la cita histórica y los restos encontrados.

A pesar de la argumentación coheren-te, la dificultad de excavar por debajo de la ocupación urbana y el estado inicial

La proclamación de la dictadura de Sila, en 82 a. C., supuso la toma del poder por parte los conservadores. Una de las decisiones que tomaron los nuevos dueños de la República fue elegir un nuevo pretor para la provin-cia Citerior, que sustituyese al elegido por los populares. La elección recayó sobre Lucio Valerio Flaco. Sertorio, que ostentaría desde ese momento su cargo en rebeldía, no se plegó a los dictados del Senado sino que hizo uso de la diplomacia y la reducción de tributos para granjearse el apoyo de las tribus autóctonas.

La primera amenaza que tuvo que conjurar el gobernador rebelde fue la invasión de las tropas silanas coman-dadas por Valerio Flaco y Cayo Annio. Sertorio dispuso para la defensa de la península dos líneas. La primera, bajo su lugarteniente Livio Salinator, en los pasos pirenaicos, que fortificó. La segunda, en el Ebro, comandada por él mismo. Pero la defensa fue desar-ticulada con el asesinato de Salinator.

El ejército silano pudo entrar en Hispania sin que Sertorio tuviese fuerzas suficientes para hacerle fren-te, por lo que se replegó a Cartago Nova y desde allí pasó a Mauritania, en donde el partido anticonservador de los populares contaba con apo-yos aún. Las operaciones en África se orientaron a desestabilizar el área con hostigamientos navales y tomas de ciudades como Tingis, pero sobre todo a reclutar un ejército afín com-puesto por tropas romanas leales y mauritanas.

Regresó a Hispania en el 80 a. C con sus nuevas fuerzas, derrotando consecutivamente a dos propretores enviados por Sila para detener su avance dentro de la península. Con-siguió cruzar el Guadalquivir y tomar contacto con las tribus lusitanas que en adelante serían fundamentales en su ejército. Se hizo entonces acom-pañar por una cierva blanca a la que atribuía poderes premonitorios para cautivar aún más la devotio tribal.

Sila preocupado por la inestabili-dad en Hispania decidió acabar con la rebeldía definitivamente. Destinó a la Ulterior a Cecilio Metelo en calidad de procónsul con dos legiones que ascen-derían contra la Lusitania por una lí-nea de penetración que coincide con la actual Vía de La Plata. Castra Caecilia (ver Stilus 2) estaría adscrita a estas operaciones. Además se desplazaría hacia la Ulterior, bajando por el Tajo, el pretor de la Citerior y además, en auxilio, el procónsul de la Galia Narbo-nense. Sertorio debía impedir que se unieran las fuerzas silanas.

Mandó a su lugarteniente Lucio Hirtuleyo al encuentro del pretor Do-micio Calvino derrotándolo en Con-sabura (Consuegra) y cruzando el Ebro derrotó a continuación a las del procónsul Lucio Manlio. Por su parte, Sertorio pudo detener el avance de Cecilio Metelo en la Lusitania restrin-giéndolo al Guadiana. La rebelión es-taba en su apogeo y cobraban fuerza sus opciones.

Sertorio dominaba la práctica to-talidad de la Citerior y buena parte

de la Ulterior. El valle del Ebro era su centro de operaciones, que controla-ba con apoyo de las tribus íberas en su curso final y de las celtíberas en el alto. El apoyo celtíbero condicionó la defección de los vascones al ver-se perjudicados en su control del alto Ebro, por lo que tomaron partido por el bando silano.

En una de las operaciones de control del alto Ebro, Tito Livio nos cuenta que Sertorio asedió durante cuarenta y cuatro días la ciudad de Contrebia Leukede. La tomó con el apoyo de una torre de asalto y mi-nas que lograron el derrumbe de sus muros y el incendio de la ciudad. La población pidió la rendición y Sertorio se mostró indulgente. Las pérdidas fueron numerosas y optó por finalizar la campaña del 77 a. C. acampando junto a Castra Aelia, uno de sus bas-tiones en el curso medio del Ebro.

En Castra Aelia recibió la noticia de la llegada de refuerzos de la Península Itálica traídos por Marco Perpenna. Y allí pasaron el invierno en un reducto de su civilización, plenamente itálico, dotado de comodidades impensables más allá de sus muros. Probable-mente fuera allí donde organizó un senado rebelde con los exiliados itá-licos. Mientras la aristocracia tribal aportaba sus primogénitos para ser formados en Osca (Huesca), en una modalidad sutil de toma de rehenes. Las tropas indígenas eran formadas en táctica romana. Sila, el viejo rival, ya había muerto y la aventura parecía dejar de ser un sueño.

La rebelión arraiga en Hispania

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aún de las investigaciones obligan a la prudencia en tal interpretación. Otros au-tores postulan distintos emplazamientos para Castra Aelia, como los restos estu-diados por Serafín Olcoz Yanguas, que la situaría entre Fitero y Cintruénigo. Otra hipótesis, mantenida por J. A. Pérez Casas y F. Pina, considera que se ubica-ría en Valdeviñas-El Castellar (Torres de Berrellén). Lo que es indudable es que se localizaron numerosos campamentos

legionarios en el valle del Ebro durante este período de la República.

El yacimiento de La Cabañeta es, en todo caso, un ejemplo de un asenta-miento de origen militar que se convir-tió en una colonia pujante. Una autén-tica isla de civilización en medio de la barbarie y del colapso de un régimen. Por ello, su vida fue muy corta y tuvo un trágico final, quedando su destino li-gado al del mismo Sertorio. ◙

• FERRERUELA, A. y MÍNGUEZ, J. A. (2001):”El Burgo de Ebro recupera su pasado. El yacimien-to arqueológico de La Cabañeta”, Rolde 94-95, 26-35.

• FERRERUELA, A. y MÍNGUEZ, J. A. (2004):”Intervenciones arqueo-lógicas en el yacimiento de La

Cabañeta (El Burgo de Ebro, Zara-goza): años 1997-2003)”. Revista de la Escuela Taller de Restauración de Pintura Mural de Aragón II, 1, Zaragoza, 25-31.

• LIVIO, T. (1990): Historia de Roma desde su fundación. Editorial Gredos. Madrid.

PARA SABER MÁS:

En el año 78 a. C., Sila, el principal baluarte del Senado romano, fallecía sin haber podido resolver el problema hispano. Sertorio llevaba años cues-tionando el poderío de la Roma de los conservadores sin que estos pudiesen batirle definitivamente. Pese a la des-aparición del dictador uno de los gene-rales que se había educado a su som-bra, Cneo Pompeyo, pedía paso.

El Senado envió al joven general con un enorme ejército de 50.000 in-fantes y 1.000 jinetes para aplastar la sublevación en Hispania. Entró por los Pirineos orientales y descendió hasta Lauro (Liria) donde pretendía levantar el cerco con el que la tenía sometida Sertorio. Fracasó en el intento de for-ma estrepitosa y con graves pérdidas (ver pág. 49 de este número).

En el 75 a. C. los hechos se pre-cipitaron. Metelo y Pompeyo coordina-ron sus esfuerzos. Cecilio Metelo de-rrotó en dos ocasiones al lugarteniente sertoriano Hirtuleyo, que murió final-mente en combate junto al río Genil. Posteriormente sumaría sus tropas a las de Pompeyo, que a su vez había conseguido tomar la antigua Valencia,

desencadenándose unas batallas de resultado incierto. Finalizó la campaña retirándose Pompeyo a tierra de vasco-nes y fundando Pompaelo (Pamplona).

Durante el año siguiente los pro-cónsules hostigaron los apoyos tribales de Sertorio avanzando Pompeyo por el valle del Duero y Metelo por el valle del Jalón. Ambos se encontraron en Cala-gurris (Calahorra), en donde lograron cercar al propio Sertorio, que pudo mantener la plaza. En el 73 a. C. Cneo Pompeyo, ya sin el apoyo de Metelo, consiguió dominar la Celtiberia y caye-ron también importantes ciudades del bajo Ebro como Tarraco (Tarrago-na). Sertorio se hizo fuerte en Ilerda (Lérida), Calagurris y Osca.

El final ya estaba escrito. Las largas campañas habían debilitado las tropas y los apoyos sertorianos. Las dudas caían ahora sobre el mis-mo líder. Marco Perpenna acaudilló la traición que acabó con el asesinato de Sertorio en Osca. La aventura había acabado. Marco Perpenna lideró la re-sistencia por poco tiempo. Fue derrota-

do por Pompeyo y ejecutado. Tiermes, Uxama (Osma), Clunia y Calagurris resistieron por su independencia has-ta extremos insospechados. Los restos del desdichado ejército sertoriano hu-yeron a Mauritania. La rebelión pereció con su instigador, porque desde siem-pre fue fruto de las firmes conviccio-nes y capacidades de un solo hombre: Sertorio.

El final de la aventura

• Campaniense: Nombre que recibe la cerámica procedente de la región italiana de Campania.• Castra: Nombre genérico de los acuartelamientos legionarios romanos.• Contrebia Leukede: Ciudad cel-tibérica ubicada en el actual término municipal de Aguilar del Río Alhama que fue asediada por Sertorio.• Horrea: Edificaciones para alma-cén de los cereales.• Oppidum: Núcleo destacado de población dentro de un territorio generalmente fortificado.• Opus signinum: Técnica para la elaboración de pavimentos y para-mentos con mortero de cal, arena y fragmentos cerámicos compactados que se caracterizaba por su gran impermeabilidad.• Tabula lusoria: Juego de mesa romano.• Stilus: Utensilio de hueso o metal con el que se realizaban incisiones escritas.

Glosario

Cneo Pompeyo.

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Los gustos del periodo sombrío

CuLTuRAYARTES

LAS ARTES DE LOS TIEMPOS DUROS

Por Marco Almansa.

El periodo de cincuenta años que transcurre entre el final de la dinastía de los Severos (235) y Diocleciano (285) es el más turbulento y caótico de toda la historia romana. Las pro-vincias, los ejércitos, las guarnicio-nes, los estamentos nombraban, de-rribaban, desacataban a emperadores. En un momento dado, hubo hasta 30 monarcas, que eran llamados los “treinta tiranos”. Aun así, el Imperio recuperó la zona de Mesopotamia, en detrimento de la defensa del limes re-nano-danubiano, por el cual entraron los bárbaros hasta Hispania y el norte de África.

En medio de tantas convulsiones, Galieno (254-268) supo llevar la paz a Roma. Bajo su mandato las artes experimentaron un renacimiento bien perceptible en las distintas discipli-nas. Incluso la filosofía reverdeció sus glorias con el neoplatonismo del griego Plotino.

Galieno no fue el único en asen-tar nuevas bases artísticas. También contribuyó a ello Aureliano (270-275), excelente general de origen ilirio, al que cupo la gloria de ter-minar con el reino de Palmira, que la desidia de sus antecesores había dejado nacer y crecer. Por otro lado, en previsión de que las tribus ger-manas llegasen hasta la misma ca-pital del Imperio, este emperador reforzó las defensas de Roma con la conocida como Muralla Aureliana.

La falta de verdaderos historió-grafos y de monumentos bien fecha-dos hacen de este periodo uno de los más difíciles de conocer y estudiar. La época transcurrida entre la muer-te de Severo Alejandro y la subida al trono de Diocleciano es una de las más oscuras en la historia del Impe-rio Romano.

El arte de esta etapa de inesta-bilidad es especialmente austero, propio de una época agobiada por las fluctuaciones monetarias y po-

líticas. Tantas convulsiones dejaron su marca en la sociedad y en sus ma-nifestaciones. El arte no es capaz de sustraerse al militarismo de la épo-ca. Las armas deciden cuestiones tan importantes como quién ocupa el solio imperial. Esta impronta que-da reflejada en la escultura. Sin em-bargo, el resto de las artes también experimentarán profundos cambios. Así, el cristianismo marca una nue-va tendencia en la pintura, mientras que arquitectura, que nada tiene que envidiar a etapas anteriores, inten-ta compatibilizar la búsqueda de efectos estéticos en un momento en que la inestabilidad política obliga a construir con urgencia, ya sea mo-numentos o infraestructuras defen-sivas. Veamos con más profundidad cómo influyó el signo de los tiem-pos en el arte.

Avances arquitectónicosEl siglo III tiene verdadera predilec-ción por las construcciones de orga-

Inflación galopante, luchas inter-nas, la amenaza de los pueblos bárbaros... El siglo III no invitaba a la alegría en el Imperio Romano. La acumulación de problemas dejó una marca indeleble en la sociedad y en sus manifestaciones artísticas. Comenzaba una época de cambios que anuncian el mundo medieval.

Foto: R. Pastrana

Detalle de un retrato masculino (c. 240 d. C.). Gliptoteca de Munich.

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nización radial. Su origen nada tiene que ver con los templos circulares romanos o los tholoi griegos, pero dependen de las exigencias derivadas de la bóveda hemiesférica. La nove-dad respecto a anteriores siglos es una mayor utilización de exedras, nichos, hemiciclos u hornacinas. El uso de la planta ortogonal, combinada con co-ronamientos triangulares esféricos, solucionó muchos de los problemas arquitectónicos tradicionales. Eso ex-plica que en muchos de los edificios de esta época apreciemos salas con numerosas exedras, que ayudan a so-portar el peso de la cúpula en distintas direcciones.

Las plantas radiales ortogonales simulan una planta circular gracias a una cúpula radial. A diferencia del Panteón de Agripa, en Roma, que po-seía una cúpula que engloba todo el conjunto, los edificios que ahora se hagan se caracterizarán por la multi-plicación de exedras, cada una de las cuales poseerá una cúpula hemiesféri-ca propia. La suma de todas ellas da la sensación de una mayor.

Un ejemplo de la arquitectura de tiempos de la anarquía es el ninfeo de los Horti Liciniani. El edificio, surgi-do en el Esquilino, se ha interpretado como unas termas, pero los estudios recientes apuntan a que constituía un ninfeo de una familia adinerada que vivió en la zona entre los años 253 y 268. Es un edificio de planta decago-nal, de unos 24 metros de anchura, en cuyas paredes se abren grandes ni-chos semicirculares. A la planta origi-nal se le debió añadir posteriormente un vestíbulo de entrada y dos grandes exedras, muy amplias, a ambos lados del eje transversal. También se aña-dieron los contrafuertes.

La cúpula es una semiesfera de 33 metros de altura, en la que se aplica una doble capa horizontal de hormi-gón. El resultado es una bóveda reti-culada y alveolar, en la que las fajas horizontales de ladrillos bipedales y las costillas meridianas forman el es-queleto y el relleno de los alvéolos.

No era la primera vez que se usa-ban los contrafuertes externos –se sabe que los contrafuertes en forma de arco del Panteón están ocultos–

pero el ninfeo presenta por vez prime-ra una combinación de nichos y con-trafuertes externos que, aun siguiendo un concepto clásico, ya preludia la arquitectura medieval.

Otro claro ejemplo de la arquitec-tura de esta época son los Muros Au-relianos. Conservamos casi íntegro el recinto de estas murallas. Con la amenaza de los bárbaros sobre los Al-pes en el 270, Aureliano se vio obli-gado a levantar tal barrera. La obra

fue iniciada ese mismo año, pero era un proyecto demasiado grande para el poco tiempo que duró su mandato (270-275). No se acabó hasta el 279. El enorme recinto abarca un espacio de unos 19 kilómetros de longitud y ocupa una superficie de unas 1.386 hectáreas. Fueron remodeladas en el siglo V, doblando la altura –hasta 16 metros–, por orden del general Flavio Estilicón, hombre fuerte del Imperio en época de Honorio. Toda esta obra es de hormigón revestido de ladrillo. Técnica que, por otra parte, vamos a encontrar en numerosos edificios, tales como acueductos y demás cons-trucciones tanto militares como civi-les, y que nos dará debida cuenta de que en este periodo contaba más la practicidad que la estética.

La Muralla Aureliana cuenta con numerosas torres cuadradas de unos casi 30 metros de alto (100 pies roma-nos). Las puertas de ingreso ofrecen

El ninfeo de los Horti Lici-niani anticipa la arquitectura medieval con el uso de sus potentes contrafuertes que sostienen la cúpula.

El agotamiento de las arcas públicas impulsó el uso de materiales baratos como el ladrillo y el hormigón

Detalle de un retrato masculino (c. 240 d. C.). Gliptoteca de Munich.

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gran variedad de formas y plantas, por ser también de diferentes épocas y haber sufrido varias restauraciones. Sin embargo, todas iban flanquea-das por torreones semicirculares, tal como se puede observar en la actual Porta de San Sebastiano.

La prisa por levantar este recinto y la consecuente tendencia a ahorrar tiempo y trabajo, hizo que se incor-porasen algunos edificios periféricos que por su tamaño y volumen da-ban consistencia a las defensas de la ciudad. Así sucedió con los Castra Praetoria de Tiberio y el Mausoleo de Adriano, que fueron usados para reforzar las murallas.

La vuelta al realismoCon el retrato de la época severiana se da fin al periodo clasicista que da-taba desde la época adrianea. Se va a volver a los retratos fisiognómicos, escuetos y recios similares a los de la etapa republicana y trajanea. Se volverán a marcar los rasgos faciales, sin ocultación de ninguno de ellos; se vuelve a un realismo que desde época de Augusto se había olvidado inten-cionadamente en favor de una ideali-zación en la figura.

Respecto a la moda reflejada, aho-ra se llevará el corte de pelo rapado, al más puro estilo militar, preocupado por la comodidad y la higiene. Tam-bién prospera la barba de unos pocos días. El escultor ha de dar paso a un

tipo de busto de aire marcial, ejecutado de forma rápida y escueta, con golpes cor-tos y rápidos de cincel. Un ejemplo de ello es el busto de Gordiano III, en bronce, o los de Filipo el Árabe y Treboniano Galo.

Una particularidad que tiene la escultura de esta época, sobre todo la tocan-te a la imperial, es la mi-rada dirigida hacia el cielo con ojos que, ya marcado el iris, muestran el gran sentido religioso del em-perador (religiosissimus augustus). El cristianismo, aun no estando per-mitido oficialmente, ya se vislumbra-ba como un movimiento en auge que marcaba tendencias estéticas en la época de la anarquía militar.

Cristianismo pintadoPor estas mismas fechas, la pintura im-perante es de temática pagana –aunque ya existen los primeros testimonios de pintura cristiana–, que continúa el mo-delo clásico a la hora de explicar las

composiciones. Los modelos a seguir siguen siendo los mismos que en el comienzo del Imperio: cuerpos desnu-dos o con pocos complementos en su vestimenta —aunque algunos apare-cen vestidos— muestran una estética apolínea.

El más importante de los monu-mentos pictóricos conocidos para el periodo inicial del s. III (época de los Severos) está situado al pie del Palati-no, cerca del Circo Máximo. Se trata de una escena de banquete que podría haber formado parte de la fachada del palacio imperial. En la escena, de com-posición sencilla pero proporciones monumentales (cuatro metros de alto), aparecen varios servidores imperiales.

En cuanto a la pintura cristiana, sus muestras se encuentran principal-mente en las catacumbas. No existen muchos antecedentes, ya que antes del siglo III la doctrina fundada en el Antiguo Testamento renegaba de la imagen de la divinidad. Sin embargo, a lo largo de este siglo las manifes-taciones artísticas empiezan a flore-cer de forma similar en lugares muy lejanos. Esta homogeneidad se debió a una unificación de criterios, surgida de la petición de la propia feligresía de que aquello que se les revelaba pudiese reflejarse en imágenes. Mu-Porta de San Sebastiano, en las Murallas Aurelianas de Roma. Foto: Allie Caufield

El pelo corto, propio del peinado militar, y la mirada

grave a un punto indefinido del horizonte marcan los retratos

masculinos desde mediados del siglo III. A la derecha, busto de Gordiano III.

Foto: Marie-Lan Nguyen

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chos de estos miembros eran romanos cristianos que estaban acostumbrados a que se representaran las escenas re-feridas al paganismo.

Algunas de las primeras pinturas cristianas aparecen en las catacum-bas de Lucina, datadas sobre el año 220. En ellas, dibujados en el centro de una gran bóveda, aparecen dos cír-culos concéntricos rodeados de otros círculos de menor entidad que alber-gan figuras aisladas de tema religioso: Daniel entre los leones, la Orante, el Buen Pastor...

No menos famoso es el Hipogeo de los Aurelios, descubierto en la Via-le Manzoni, a pocos metros de la Por-ta Maggiore y dentro del área cerrada por los Muros Aurelianos (hecho que da al hipogeo una fecha anterior al 270, pues nunca se permitieron se-pelios dentro de la ciudad). Consta de dos cámaras decoradas con una pintura lineal característica del mo-mento. La temática es muy variada. Se representa a los doce apóstoles en tamaño real (puede reconocerse a Pablo, Pedro, Juan y Mateo); un pastor lector con su rebaño; un triun-fador con gente de una ciudad que le sale al encuentro.

Es muy conocida la escena de ban-quete en la que doce personajes se disponen en torno a una mesa. Junto a ellos, otro en pie, apoya la mano so-bre el que está sentado en el centro. Otros llevan a la mesa un gran pan, un pez y un vaso de vino. Es una pintura ciertamente rápida, sumaria podría-mos decir, aunque correcta.

De la primera pintura cristiana del área oriental del mundo romano no conocemos virtualmente nada en comparación con lo mucho que debió de haber. Puede servir de testigo lo encontrado en Doura-Eúropos, junto al río Éufrates, en Siria. En esta ciu-dad se ha encontrado una sinagoga judía en la que aparece, en una gran sala de unos ocho metros de altura, una gran composición pictórica inspi-rada en los libros sagrados judíos. Se representa la salvación del niño Moi-sés en presencia del faraón. El estilo narrativo de la pintura es algo inusual en el mundo romano, aunque no tanto para el ámbito oriental.

En la misma ciudad de Doura tam-bién encontramos ejemplos para la pin-tura cristiana que se realizaba en aquella zona del Imperio. En una casa privada, utilizada como iglesia, aparecen pin-turas parietales en una de sus salas que bien pudo haberse utilizado como baptisterio. Es una habitación pequeña y alargada, con una pila de inmersión situada frente a un arcosolio adornado con dos columnas dóricas pegadas a la pared. En dicho arcosolio aparece una pintura mural representando al Buen Pastor. A su lado, en menor tamaño, fi-guran Adán y Eva en el Paraíso.

En las paredes del baptisterio, mal conservadas, se pueden apreciar tam-bién las tres Marías ante el sepulcro; Cristo curando a un paralítico; Cris-to y San Pedro caminando sobre las aguas y finalmente la samaritana junto al pozo. Todos son temas del Nuevo Testamento, mientras que del Antiguo, aparte de los ya citados Adán y Eva, aparece David vencedor de Goliat.

La influencia judía en la pintura cristiana es muy notable. No sólo su-cede en la pequeña iglesia de Doura, situada cerca de la sinagoga local, sino que este fenómeno se puede extrapolar al resto del arte cristiano. En este sen-tido, la tradición israelita, firmemente arraigada, enseñará en los años venide-ros mucho al arte cristiano. ◙

• BENDALA GALÁN, M. (1998): El arte romano. Ed. Anaya.

• GARCÍA Y BELLIDO, A. (2005): Arte romano. CSIC.

• PIJOÁN, J. (1960): “El arte romano: hasta la muerte de Diocleciano. Arte etrusco y arte helenístico después de la toma de Corinto” para Summa Artis. Ed. Espasa-Calpe.

PARA SABER MÁS:

Arriba, episodio bíblico de la sinagoga de Doura. A la izquier-

da, baptisterio de esa misma ciudad. Sobre estas líneas, el

Buen Pastror de las catacumbas de Calixto, en Roma.

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LASCRÓNICASDICEN...

J. A. Martín Ruiz y J. R. García Carretero.

Las monedas acuñadas durante el siglo III son elocuentes testigos de las dificultades económicas y políti-cas por las que pasaba el Imperio en aquellas fechas. De hecho, su emisión está en relación con los sucesos polí-ticos de la época, como son la dinas-tía de los Severos (193-235), la Anar-quía Militar (235-284) y la Tetrarquía (284-305). Las vicisitudes políticas incidirán en las soluciones dadas al problema que podía suponer un even-tual desabastecimiento monetario, algo fatal para el desarrollo de toda la actividad económica.

Monedas con una larga vida útilUn aspecto muy importante a tener en cuenta es que desde esta centuria Hispania dejó de ser abastecida por las cecas oficiales imperiales, algo

que se ha explicado por tratarse de un territorio en el que la presencia militar era muy escasa, de manera que el abastecimiento debía produ-cirse a través de centros foráneos o mediante talleres provinciales. En realidad, este desabastecimiento no afectó a todas las zonas por igual, sino que su incidencia fue más acu-sada en el ámbito rural sin que tu-viera la misma repercusión en las ciudades.

La aparición contextualizada de algunos tesorillos ha permitido com-probar cómo la circulación de mu-chas de estas monedas se extendió en el tiempo hasta bien entrado el siglo IV e incluso a veces hasta comienzos de la siguiente centuria. Así pues, la existencia de este proceso de amor-tización ofrece importantes impli-caciones metodológicas, pues si tra-dicionalmente las monedas han sido

El siglo III d. C. fue una centuria convulsa que

marcó también el ámbito monetario. Los cambios que experimentó la eco-nomía representaron un

punto de inflexión del que el Imperio nunca podrá recuperarse, a pesar de

los denodados esfuerzos que se hicieron en este

sentido. El estudio de las acuñaciones de los muy

abundantes emperadores de estas décadas es un

fiel reflejo de las vicisitu-des que atravesaron tanto Roma como sus provincias.

El dinero pierde su valorSISTEMA MONETARIO

Depósito de antoninianos de finales del siglo III d. C. Fotos: Martín/García

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utilizadas como fósil guía cronológi-co, de manera que su aparición databa el lugar o fase en la que había sido encontrada, ahora contamos con sufi-cientes ejemplos que nos muestran lo equivocado de esa suposición.

La moneda de oro fue en este pe-ríodo escasa y con poca circulación como se observa en los ocultamientos y tesorillos recuperados. Aunque a fi-nes de siglo surja el “aureliano”, que llegó a contener hasta un 5% de pla-

ta, fue acuñada en muy poca cantidad por lo que siguieron circulando las piezas emitidas en siglos precedentes.

En cuanto a la moneda acuñada en plata, se pasa del denario al anto-niniano, pero a partir del año 256 la calidad de estas monedas disminuyó drásticamente, de manera que el an-toniniano terminará convirtiéndose en una moneda de cobre o bronce cubierta de plata hasta que termine siendo sólo de bronce.

Finalmente, la moneda de bronce –la más extendida sin duda– será la que domine este período, así como la de vellón, como la denominan algunos autores, que resulta ser un cobre aleado con muy escasa pro-porción de plata.

Un aspecto de gran interés es la existencia de amonedaciones póstu-mas, entre las que merecen destacar-se los llamados Divos Claudios por estar realizadas tras el fallecimiento

La existencia de las imitaciones es tan antigua como la propia moneda, aunque su proliferación va unida a ciertas circunstancias económicas y geopolíticas. Algunos ejemplos de la Roma altoimperial podrían ser los surgidos durante los reinados de Augusto, Calígula o Claudio, si bien su generalización tiene lugar en época bajoimperial.

El término más ampliamente uti-lizado para denominar a las copias acuñadas en la Antigüedad es el de “imitaciones” y se alude a las “fal-sificaciones” para designar las rea-lizadas en épocas más modernas, a pesar de su presencia en todas las épocas. Las falsificaciones, siempre con ánimo de lucro, pretendían en-gañar al usuario, como por ejemplo los denarios que conteniendo un núcleo de bronce eran forrados de plata. Las imitaciones, sin embargo, respondían a un vacío en el abaste-cimiento de numerario preciso para las pequeñas transacciones que las emisiones oficiales no atendían y que por tanto eran comúnmen-te aceptadas para tal fin. En estos casos se denominan “emisiones de necesidad”.

Encontramos un perfecto ejemplo de este fenómeno en las abundantí-simas acuñaciones imitativas de an-toninianos de la segunda mitad del siglo III d. C. documentadas en His-pania, Galia y Britania. Estas repro-ducen, con mayor o menor acierto,

prototipos de Galieno, Claudio II y de los usurpadores galos: Póstumo, Victorino, Tétrico I y Tétrico II. Los tipos más populares dentro de estas imitaciones fueron, sin que sepamos muy bien por qué, las acuñaciones de los Tétricos y la serie de numis-mas de consagración de Claudio II el Gótico, conocidos como Divo Claudio, con un altar en su reverso. También llamados radiados bárba-ros en la bibliografía anglosajona, o genéricamente emisiones irregu-lares o extraoficiales, se acuñaron en bronce sin contenido alguno de plata y llegaron a circular, pese a la prohibición promulgada por Aurelia-no tras su reforma monetaria, hasta bien entrado el siglo IV d. C. como demuestra su habitual presencia en depósitos y yacimientos de dicha centuria. La calidad técnica y artísti-ca de estos numismas dejaba por lo general mucho que desear, a pesar de que podemos encontrar desde copias aceptables hasta los exten-didos “minimi”, llamados así por su reducidísimo módulo, con iconogra-fías y epigrafías muy degeneradas y prácticamente irreconocibles.

El área de distribución de estas piezas abarcaría gran parte de la Península Ibérica, si bien la zona costera mediterránea presenta un volumen más intenso de hallazgos, de igual modo reflejados en el norte de África. Baste como ejemplo Baelo Claudia (Cádiz) en la Bética, donde

más de la mitad del circulante del siglo III d. C. corresponde a estas producciones. Conímbriga, ya al in-terior en la Lusitania, ofrece menor proporción de ellas. En la Galia, se han registrado evidencias de hasta tres talleres locales en el yacimiento de Châteaubleau (Seine-et-Marne) donde se producían antoninianos, bien acuñados o bien fundidos en molde de arcilla, durante la segunda mitad del siglo III d. C.

La interminable nómina de te-sorillos formados por imitaciones (barbarous radiates) desenterrados en Britania debe su frecuente apari-ción al uso de detectores de metales, amén de las excavaciones sistemáti-cas, y denota de nuevo la profusión de producciones locales que caracte-riza a estos tipos monetarios imita-tivos en toda su zona de influencia.

¿Falsificaciones, imitaciones o monedas de necesidad?

Imitación de Tétrico II.

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No conocemos el nombre que re-cibió esta moneda en su tiempo, así que se ha denominado antoni-niano en honor a su creador en el año 215 d. C., Marco Aurelio An-tonino Caracalla. Se acepta que equivalía a dos denarios aunque sus 5,10 gramos no alcanzaban los 6,30 gramos de dos denarios. Tras algunos altibajos en los momentos iniciales de su acuñación, es en 238 cuando Gordiano III, quien elimina prácticamente el denario de su sis-tema monetario, produce grandes cantidades, aunque ya al 40% de plata y con una reducción ponde-ral del 10%. Con Valeriano en 258 su contenido de plata baja al 20% y se establece la técnica de cubrir las piezas con un “baño” de plata, técnica que lo acompañaría hasta su desaparición. Ya en tiempos de Galieno, en 268, el porcentaje ar-gentífero desciende hasta el 4%.

El antoniniano de vellón había pasado de contener original-mente un 50% de plata a un 5% a lo sumo, y finalmente el resultado fue una pieza de bronce con una fina cobertu-ra de plata. Su valor frente al áureo pasó de 1/25 a la libra a 1/600 ya que el oro no sufrió un proceso inflacionario tan acusado y se mantuvo en un estándar más estable. El deterioro de esta mone-da corrió paralelo en lo que respec-ta a sus características estéticas y

artísticas. Otra grave consecuencia de la devaluación del antoniniano fue la desaparición de las denomi-naciones altoimperiales en bronce: el sestercio, el as y el dupondio. La necesidad de afrontar el pago de los gastos militares en campa-ñas dentro y fuera del Imperio fue minando la capacidad de respuesta de la economía romana y haciendo precisa una interminable serie de reducciones ponderales y del por-centaje de plata del antoniniano.

Aureliano acometió en 271 y so-bre todo con su reforma de 274 un serio intento de atajar la maltrecha situación del sistema monetario en general y más concretamente, la vertiginosa devaluación del an-toniniano como denominación en plata. El contenido argen-tífero de los numismas y los

aspectos burocráticos fueron dos de sus objetivos a controlar y ello le llevó a enfrentarse incluso a la revuelta de los trabajadores de una de las cecas imperiales. Su nuevo sistema produjo de nuevo dena-rios, ases y dupondios en un des-esperado intento de revitalizarlos y elevó el peso del antoniniano aun-que no su contenido argénteo que se mantuvo en torno al 5%. El nue-vo peso casi alcanzaba los cuatro gramos por lo que se ha tomado en ocasiones como una nueva deno-minación llamada “aureliano”.

de Claudio II el Gótico. Hasta el mo-mento se había propuesto que estas monedas pudieron ser elaboradas en el norte de África, si bien la aparición de cientos de monedas de este tipo en el ocultamiento de la villa de Acevedo (Mijas, Málaga), hace que no quepa descartar su posible acuñación en el mediodía peninsular.

Por regla general estas emisiones son menos cuidadas desde el punto de vista artístico y técnico que las ante-

riores, sobre todo en los reversos que se convierten ahora en un auténtico programa de propaganda política im-perial, con constantes alusiones a la Victoria, la Fidelidad del Ejército o las virtudes del Emperador.

Inestabilidad e inflaciónEste siglo se caracteriza por la cons-tante pérdida de valor de las monedas y los esfuerzos que se hicieron para evitarlo o al menos paliar sus efec-

tos, como reflejan las reformas que emprendieron Caracalla, Valeriano o Diocleciano. Aunque fueron varios los motivos que llevaron a esta situa-ción, quizás debamos mencionar dos hechos como los más destacados.

De un lado cabe recordar la cre-ciente tendencia inflacionista a la que la administración imperial tuvo que hacer frente, siendo notable la crisis sufrida entre los años 258 y 260, lo que provocó un gran incremento en

El progresivo declive de la moneda de Caracalla

Derecha, busto de Caracalla en el Museo de Nápoles. Arriba, el an-toniniano creado por él también

refleja sus rasgos fisionómicos.

Foto: Boris Doesborg

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el volumen de moneda circulante. Por otra parte no podemos olvidar la gran inestabilidad política provoca-da por la anarquía militar, que hizo que a partir del 235 el descenso en la calidad de los metales fuera muy acusado. En este sentido podemos recordar cómo a lo largo del siglo desaparecerán los ases, dupondios y sestercios que tanto abundaban en los siglos anteriores, al ser mayor su valor metálico que el facial.

La creciente necesidad de realizar emisiones masivas hizo que se incre-mentara notablemente el número de cecas y, dentro de estas, de oficinas, las cuales se ubicaron sobre todo en lugares donde había una alta presen-cia de tropas, algo que no sucedía en Hispania. En consecuencia, durante el gobierno de los emperadores ga-los el abastecimiento siguió siendo básicamente el proveniente de la Península Itálica y Oriente, siendo más bien escasos los numismas pro-venientes de la Galia como vemos en Baelo Claudia o Conímbriga. A partir del año 270 serán los aportes realizados por los talleres de imita-ción provinciales los que abastezcan dicha demanda, junto con la prolon-gación en el período de amortización de monedas acuñadas en fechas an-teriores, sobre todo si estas eran de oro o plata.

Aunque tradicionalmente se ha considerado que este siglo supuso una drástica decadencia en la vida de las ciudades, lo cierto es que los últimos estudios tienden a matizar esta creencia, puesto que no todas se vieron afectadas por igual por la crisis del siglo III d. C., siendo cada día más claro que el abastecimiento monetario no cesó en las ciudades, particularmente en las costeras.

Un sistema en quiebraComo se puede ver, el siglo III supu-so una verdadera quiebra del sistema monetario que había sustentado la ac-tividad económica durante todo el Alto Imperio. Las monedas de oro y plata experimentaron una gran restricción en la circulación hasta el punto de que quedaron relegadas prácticamente, y no sólo en Hispania, para el pago de

tributos, dada la inexistencia de fuertes contingentes militares cuyos salarios hubiera que sufragar. Por su parte, el bronce y el cobre son utilizados en los intercambios comerciales.

La disminución de monetario lle-gado de cecas situadas fuera de la Península Ibérica hizo que esta si-tuación se mitigase en buena medida

con el incremento de las monedas de imitación, lo que no deja de sig-nificar una cierta independencia ante un poder central que no era capaz de afrontar la situación. Este siglo mar-cará un punto de inflexión que sepa-rará dos amplias fases distintas en la historia monetaria de la Hispania imperial romana. ◙

• CARCEDO ROZADA, M.; GARCÍA CARRETERO, J. R.; MARTÍN RUIZ, J. A. (2007): Ocultamiento de mo-nedas del siglo III d. C. proceden-te del Cortijo de Acevedo (Mijas, Málaga), Mijas.

• MARTÍNEZ MIRRA, I., (1995-1997): “Tesorillos del siglo III d. C. en la Península Ibérica”, en Lucentum, XIV-XVI: 119-180.

• MARTÍNEZ MIRRA, I., (2000-2001): “Tesorillos del siglo III d. C. en la Península Ibérica (II)”, en Lucentum, XIX-XX: 5-46.

• MARTÍNEZ MIRRA, I., (2004-2005): “Tesorillos del siglo III d.

C. en la Península Ibérica (III)”, en Lucentum, XXIII-XXIV: 207-236.

• MARTÍNEZ MIRRA, I., (2007): “Tesorillos del siglo III d. C. en la Península Ibérica (IV)”, en Lucen-tum, XXVI: 285-293.

• RIPOLLÉS, P. P., (2002): “La moneda romana imperial y su circulación en Hispania”, en Archi-vo Español de Arqueología, 75: 195-214.

• SAN EUSTAQUIO, L. S. (1988): “Circulación monetaria de plata en la Hispania del siglo III d. C.”, en Espacio, Tiempo y Forma, I: 341-362.

PARA SABER MÁS:

Arriba, radiado posterior a la reforma de Aureliano. Abajo, el antoniniano póstumo de Claudio II el Gótico muestra un altar con guirnaldas en su reverso.

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Por Rosario Cebrián.

En la segunda mitad del siglo II d. C., Segobriga decidió acometer una nue-va obra pública: la construcción de un circo, en la que, tal vez, participó activamente el procurador minero, de origen griego, y de nombre C. Julio Silvano Melanio que tuvo casa en la ciudad entre los años 198 y 211.

El proyecto de construcción de un edificio para las carreras de carros determinó la búsqueda de un espa-cio lo suficientemente amplio para su emplazamiento. Las dimensiones del nuevo edificio previsto para es-pectáculos necesitaban de una franja de terreno de, al menos, 90 metros de anchura en sentido norte-sur y de una longitud cercana a los 400 metros. Sólo la planicie que se extendía al norte de la ciudad y más allá del an-

fiteatro presentaba las condiciones requeridas pero existía un problema: estaba ocupada desde épo-ca de Augusto por una ne-crópolis de incineración, que había ido creciendo en torno a una vía funeraria principal que discurría por una vaguada natural. Por tanto, la ejecución de la obra obli-gaba a la expropiación y el desmon-taje de una parte de la necrópolis y, además, al acondicionamiento de los terrenos mediante el terraplenado de aquella vaguada.

¿Cómo la ciudad podía eliminar un espacio sagrado destinado a albergar eternamente los restos de los difun-tos en sepulturas puestas bajo la pro-tección directa de los dioses Manes, garantes de su seguridad y su sagrada inviolabilidad? El derecho sepulcral

romano protegía los espacios funera-rios como lugares sagrados. La tumba era un locus religiosus y la condición esencial de la creación de un lugar re-ligioso era, según el derecho clásico, la presencia segura de un cuerpo. Una

Carreras sobre las lápidas

Foto

s: R

. Ceb

rián

ARquEoLoGíA

La ciudad más importante de la Celtiberia

se encontraba, en tiempos de los Antoni-

nos, en disposición de afrontar grandes

obras públicas que mostrasen el poderío

económico y político de la urbe. Así surgie-

ron el foro, la curia y la basílica. Sin embar-

go, a la hora de construir el circo una ne-

crópolis se interponía en los planes. Rosario

Cebrián, directora del parque arqueológico,

cuenta cómo se afrontó el problema.

URBANISMO

Parte superior de la estela funeraria de Jucunda, con representación de la difunta sentada y tañendo una cítara.

Esta es una de las lápidas que des-apareció bajo el circo de Segóbriga.

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sepultura romana reunía todas las condiciones legales establecidas por la jurisprudencia. Cuando existía presencia de un cuerpo, se poseía el jus sepulcri y la propiedad del te-rreno que contenía la tumba. Era entonces cuando se podía hablar de locus religiosus reconocido por el derecho.

Resquicio legalSin duda, las excavaciones ar-queológicas realizadas entre los años 2006 y 2008 en Segobriga han evidenciado la destrucción de más de un centenar de sepul-turas de la necrópolis de inci-neración situada bajo el solar del circo. Su desaparición sólo responde a las obras realizadas para conseguir regularizar la arena circense. Entonces, qué procedimientos se llevaron a cabo en el municipio para poder de-moler tumbas, volcar epitafios, utili-zar estelas en la construcción del nue-vo edificio y, en definitiva, enterrar todo un sector funerario bajo potentes vertidos de tierra y piedras.

Quedaba un resquicio legal que distinguía claramente el sepulcro donde yacían los restos del difunto como locus religiosus frente al monu-mentum o construcción funeraria que rodeaba la sepultura destinada a ase-

gurar la memoria del difunto, que po-día comprarse y venderse y también destruirse. En este sentido, en algunas tumbas excavadas en la necrópolis de Segobriga se localizó la fosa donde se colocó el recipiente cerámico que contuvo las cenizas del difunto. Sin embargo, no estaba la urna cineraria que, tal vez, fue trasladada por los

Son escasas las noticias sobre Se-gobriga en la Antigüedad. A inicios del siglo II a. C., la población de-bió de convertirse en un oppidum y tras las guerras de Sertorio, en torno al 70 a. C., pasó a controlar un amplio territorio. Plinio la con-sideró caput Celtiberiae o inicio de la Celtiberia. El desarrollo urbano debió de comenzar a mediados del siglo I a. C., coincidiendo con la pri-mera emisión monetaria de la ceca de Segobriga, que sustituye a la vecina ceca indígena de Contrebia Carbica. Además, una inscripción de Roma (CIL VI, 1446a) nos infor-

ma de que entre los años 50 y 27 a. C., la ciudad envió una legación a la Urbs para rendir homenaje a L. Livio Ocella, el abuelo del futuro emperador Galba, en su condición de quaestor provinciae Hispaniae citeriores y patrono de los segobri-genses.

En tiempos de Augusto, en tor-no al año 15 a. C., dejó de ser una ciudad estipendiaria, que pagaba tributo a Roma, y se convirtió en municipium o población de ciuda-danos romanos. Fue entonces cuan-do se produjo su auge económico como centro minero de explotación

del lapis specularis, un yeso trans-parente que podía cortarse en fi-nas láminas utilizado para cierre de ventanas y decoración de suelos y paredes, cuya explotación exclusiva en Hispania se producía en un radio de 100.000 pasos (casi 150 kilóme-tros), alrededor de Segobriga.

A partir de ese momento, se inicia en la ciudad un ambicioso programa urbanístico, que comienza con la construcción del foro, formado por una gran plaza enlosada rodeada de pórticos y de los edificios administra-tivos más significativos como la cu-ria y la basílica, y que finaliza hacia el 80 d. C. con la conclusión de las obras del teatro, el anfiteatro y las termas monumentales.

Tras las huellas de Segobriga

Fotos: R. Cebrián

La vía funeraria desde el sur y restos de estelas y materiales de construc-ción de los monumentos funerarios volcados o desplazados sobre ella du-rante los trabajos de construcción del circo. Al fondo de la foto se aprecia la base del graderío, que corta la vía funeraria primitiva.

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familiares a nuevos sepulcros tras el inicio del procedimiento público de la ciudad en el que informaba de la desaparición de la necrópolis para la construcción del circo y que abría el plazo para retirar del cementerio los restos de los difuntos.

En contextos urbanos, el desa-rrollo urbanístico de las ciudades romanas provocó el emplazamien-to de nuevas construcciones sobre áreas cementeriales. Por ejemplo, en Aventicum una necrópolis de princi-pios del siglo I d. C. fue abandonada y trasladada cuando la ciudad inició las obras de ampliación del área ur-bana sagrada, el pomerium, en el año 70 d. C. En la necrópolis de Mayen-ce-Weisenau (Germania Superior) se observa la destrucción de los monu-mentos funerarios más antiguos y su reutilización en la construcción de nuevas tumbas a partir del siglo II d. C. Además, la vía que conformaban las viejas sepulturas fue abandonada y una nueva calzada ocupó su papel con nuevas tumbas. Casos simila-res se observan en Corduba, donde uno de los dos mausoleos circulares de época de Tiberio fue desmontado

para la construcción de una villa suburbana o en Tarraco, donde la construcción del anfiteatro destruyó algunas incineraciones e inhumacio-nes anteriores.

Algo parecido debió de suceder en Segobriga. Las obras del nuevo edifi-cio para espectáculos con el que con-taría la ciudad a partir de finales del siglo II d. C. incluían el desmontaje previo de un sector de la necrópolis, que se limitó al derribo de aquellos monumentos que superaban la cota de nivelación requerida para la arena del circo. Simultáneamente a la des-trucción de la necrópolis, comenzó el vertido de tierras sobre la vía funera-ria a la vez que iban levantándose las

cimentaciones del graderío. Sabemos que la construcción del circo de la ciudad se inició en época de lluvias, ya que todas las estelas que fueron desplazadas de su posición original cayeron sobre el terreno mojado, por lo que dejaron el calco en negativo de sus textos o de los elementos decora-tivos sobre el lugar de caída.

Entre los monumentos funerarios que fueron desmantelados se encon-traba la estela funeraria de la escla-va Jucunda, muerta a los 16 años de edad. El día 16 de agosto de 2006 se localizaron los tres fragmentos en los que se rompió la pieza tras su derri-bo durante los trabajos de construc-ción del circo. La parte superior de la estela de cabecera semicircular con acróteras, contiene la representación escultórica en relieve de la difunta, sentada y tañendo una cítara. La ins-cripción funeraria se sitúa en el inte-rior de una cartela, limitada por mol-duras, en el que se encuentra un texto métrico dedicado a la difunta. La es-tela se fecha en las primeras décadas del siglo II d. C y, sin duda, sobresalió en el paisaje funerario de la necrópo-lis de Segobriga, no sólo por el elabo-

Vista aérea de Segobriga desde el oeste. A la derecha, la ciudad construi-da sobre el cerro de Cabeza de Griego. A la izquierda se sitúa el circo (con los carceres en primer término), excavado

entre los años 2004 y 2008.

Las obras comenzaron en época de lluvias. Las estelas caídas im-primieron su negativo en la tierra húmeda

Fotos: Parque Arqueológico de Segobriga

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radísimo trabajo que realizó el lapida-rio en el soporte sino también por su texto, que opone un antes infeliz de la difunta debido a una enfermedad irre-versible a un ahora apacible gracias a la muerte.

Otras estelas fueron desplazadas totalmente de su emplazamiento ori-ginal y volcadas hacia la vaguada du-rante el proceso de rellenado. Algunas fueron partidas intencionadamente manteniendo sus zócalos in situ y el resto de los fragmentos esparcidos por sus cercanías, mientras que otras, debido a su menor altura, se dejaron en su posición original, sepultadas en el interior de los rellenos de nivela-ción. Es el caso de las estelas fune-rarias de Caecilius Victor, hallada in situ en la propia necrópolis bajo la arena del circo en el año 2007, que presenta en su parte inferior, en bajo-rrelieve, la figura de un león de perfil derecho y con la cabeza afrontada al espectador y la de Matira, dedicada por aquel, según se puede ver en la imagen de esta página.

Acabada la parte más difícil de la construcción del circo, que había anu-lado la vía funeraria y destruido más de cien sepulturas, las obras no conti-nuaron y el edificio quedó inacabado. Las campañas de excavación realiza-das entre los años 2004 y 2008 han documentado algo más de dos tercios del circo, del que se conservan seis carceres o cuadras de salida y gran-des tramos de los graderíos laterales,

incluyendo dos tribunas principales realizadas en sillería situadas de for-ma canónica en ambos graderíos: la tribuna de autoridades en el graderío meridional y la tribuna de los jueces en el septentrional. Sin embargo, falta el hemiciclo de cabecera de cierre del edificio por el Este y los estanques del euripus o barrera central que delimitó el recorrido de ida y vuelta de la pista de carreras.

Que no se concluyera el edificio no significa que no pudieran celebrarse

carreras. En el circo de la ciudad de Segobriga pudieron tomar la salida si-multánea seis carros para competir en una pista de 400 metros de longitud y 74 metros de anchura Un amplio es-pacio abierto y una barrera central de longitud suficiente fueron los únicos elementos imprescindibles para reali-zar carreras de carros en la Antigüe-dad. El resto dependía de la capacidad económica de las familias adineradas responsables de su construcción y pos-teriores restauraciones. ◙

• ABASCAL, J. M., CEBRIÁN, R. (2006): “Segobriga, un mu-nicipio augusteo en tierras de Celtíberos”, en Rascón, S., y Sánchez, A. L. (eds.), Civiliza-ción. Un viaje a las ciudades de la España antigua, Alcalá de He-nares, Ayuntamiento, 161-167.

• ABASCAL, J. M., ALMAGRO GORBEA, M. y CEBRIÁN, R. (2007): “Parque Arqueológico de Segobriga. Últimos descu-brimientos”, en Actas de las I Jornadas (Cuenca 13-17 de di-ciembre de 2005). Cuenca. Págs. 385-397.

• ABASCAL, J. M., ALMAGRO GOR-BEA, M., y CEBRIÁN, R. (2007): Segobriga. Ciudad celtibérica y romana. Guía del Parque Arqueo-lógico. Toledo.

• ABASCAL, J. M., ALMAGRO GORBEA, M., HORTELANO, I., y CEBRIÁN, R. (2009): Segobriga 2008. Resumen de las intervencio-nes arqueológicas. Cuenca.

• RUIZ DE ARBULO, J., CEBRIÁN, R., y HORTELANO, I. (2009): El circo romano de Segobriga (Saelices, Cuenca). Arquitectura, estratigrafía y función. Cuenca.

PARA SABER MÁS:

Estelas funerarias halladas in situ en el costado occidental de la vía funeraria.

*YACIMIENTo DE SEGÓBRIGADatos prácticos

Dirección física:Ctra. Carrascosa de Campo a Villamayor de Santiago, s/n16340 - Saelices (Cuenca)Dirección web:www.segobrigavirtual.esContacto:Teléfono: 629 75 22 57Correo: [email protected]:Entrada general: 4 euros.Entrada reducida: 2 euros (carné joven, carné de estudiante y grupos de más de 15 personas con reserva previa).Entrada gratuita: jubilados y pensio-nistas, niños menores de 11 años y desempleados.

Fotos: R. Cebrián

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34 aestas·mmdcclxiii·auc

ELRINCÓNDEESCuLAPIo

MEDICINA MILITAR

Por Salvador Pacheco.

La medicina que se ejercía en la Anti-gua Roma no deja de ser una prolonga-ción de la medicina helenística. Llena de una admiración no exenta de rece-lo, la ciudad del Tíber acabó seducida por el saber griego. Los conocimientos médicos no fueron una excepción. La mentalidad romana se aprovechó de

ellos para mejorar la eficacia de sus ejércitos. La lenta penetración de estas ideas transformó el oficio militar, pero ¿cómo se gestionaba la salud en las le-giones antes de que se instituyera en ellas un servicio sanitario?

Remontándose a los tiempos mí-ticos, la primera referencia a la sani-dad militar romana menciona a Japi-ge, quien extrajo, ayudado por unas

simples tenazas, la flecha que había herido el muslo de Eneas (Virgilio, “La Eneida”). Buscando fuentes más fiables que las meramente literarias, se constata la escasez de noticias en época republicana. Su número es aun menor, por no decir nulo, durante la monarquía. El investigador se mue-ve por el resbaladizo campo de la conjetura. Quizá podamos concluir

La profesión de las armas depara un riesgo constante sobre la vida y la salud. Sin un sistema de asistencia sanitaria, los legionarios romanos –como otros gue-rreros de la Antigüedad– recurrieron a la solidaridad y también a las creencias mágicas para intentar sobrellevar los peligros que tenían que afrontar de forma cotidiana.Fo

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¡Dónde hay un médico!

Menelao sostiene el cuerpo exánime de Patroclo, en Loggia dei Lanzi (Flo-rencia). La asistencia entre compañeros era casi la única asistencia con que contaban los combatientes de la Antigüedad.

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que las legiones continuaron la tradi-ción helenística y no dispusieron de una mínima organización sanitaria hasta el final de la República, ya en el siglo I a. C.

Asumiendo este punto de partida es recomendable escudriñar en los textos clásicos griegos para conocer mejor la medicina castrense. Desde un punto de vista médico, “La Ilía-da” es un texto esencial para conocer la asistencia sanitaria en tiempos de guerra en el mundo griego antes del 800 a. C., especialmente en lo refe-rente a la cirugía.

Presenta Homero una medicina lejos de lo taúrgico y lo religioso. En este carácter empírico-práctico debió influir, independientemente de otras cuestiones culturales, la familiaridad con las lesiones traumáticas propias de la guerra, no en vano describe más de 150 heridas de este tipo. En estos casos la causa del mal es evidente, ajena a cualquier origen sobrenatural, y la res-puesta que pide es terapéutica, eviden-te y precisa.

Este carácter empírico que aleja lo sacerdotal de lo quirúrgico también está presente en otras culturas de la más remota Antigüedad. Ahí está, por ejemplo, el papiro de Edwin Smith, fechado hacia el XVII-XVI a. C. y que se trataría, a su vez, de la copia incompleta un documento egipcio del 3000 a. C., al que no podemos más que definir como un verdadero tratado qui-

rúrgico ajeno a la magia o la teúrgia. La convivencia entre una medicina mágico-religiosa y otra empírica debió de aparecer muy temprano en el desa-rrollo humano.

En la actualidad la medicina em-pírica sigue diferenciándose incluso a escala popular. Mientras el curandero o sanador es un ser dotado de poderes extraordinarios, supranaturales, mu-chas veces imbuidos por cierta proxi-midad a la divinidad, el “algebrista” o componedor de huesos, por el con-trario, es un individuo dotado de una gran habilidad debida a su experien-cia y al conocimiento de técnicas an-cestrales transmitidas desde antiguo por sus antepasados.

En cualquier caso, es interesante ver como en “La Ilíada” no aparece intención alguna, durante el acto qui-rúrgico, de invocar la ayuda de en-tes divinos. Se constata que son los compañeros más cercanos al herido

los que ejercen las curas con mayor o menor eficiencia, según su prepa-ración. Patroclo, el amigo querido de Aquiles, vendó sin tener ninguna cualificación especial a su compañero de armas Eurípilos. Aun aquellos que tenían conocimientos profundos en la materia, como era el caso de Macaón y Podalirio, médicos e hijos del mis-mo Asclepio, no acudían a la guerra más que como meros combatientes, aunque en caso de necesidad se usara de sus servicios y estos fueran espe-cialmente valorados. Este aprecio se constata al ver que se recurre a ellos para atender a los mandos, sea el caso de Macaón retirando la saeta que ha-bía herido a Menelao, o por su utili-dad en general para la tropa, como afirma Homero:

¡Oh Néstor, Nélida, gloria in-signe de los aqueos! Ea, sube al carro, póngase Macaón junto a ti y dirige presto a la nave los pia-fantes corceles. Pues un médico vale por muchos hombres, por su pericia en arrancar flechas y aplicar hierbas calmantes sobre las heridas. (“La Ilíada”, XI)

Es posible que en el mundo ro-mano, fuertemente influido por los etruscos, ocurriera de modo análogo. Ausente cualquier servicio sanitario, serían los compañeros del herido, los más próximos en el campo de batalla

Emilio y Bruto aban-donaron a los heridos y los enfermos para retirarse rápidamente del asedio de Palantia

Foto: R. Pastrana

“La Iliada” mencio-na 150 heridas de guerra. A la derecha, guerrero herido, del friso del templo de Afaia, (hoy en la Glip-toteca de Mucnich) que narra la primera Guerra de Troya.

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o por amistad, los que ejercieran las primeras curas en el propio campo de batalla y en los campamentos. La tropa debió de carecer de toda atención pro-fesional, quedando limitada a la que el propio legionario o sus compañeros pudieran prestar.

Cuenta Livio que durante la Se-gunda Guerra Samnita, en la batalla de Sutrium (309 a. C.), los heridos que perecieron, faltos de atención medica, fueron más que las bajas producidas durante la propia batalla. Resulta-do que tampoco nos puede extrañar, ante la baja cualificación de la posible ayuda, pues volviendo a la Ilíada, se comprueba que en la mayoría de los casos descritos las heridas llevaron a la muerte.

Una cuestión fundamental respecto al auxilio al herido era el resultado de la batalla. Si este era favorable cabría esperar el auxilio de los compañeros. Pero si la derrota era la consecuencia del choque entre los ejércitos, las posi-bilidades de recibir algún cuidado de-bieron de ser mínimas, dada la costum-bre frecuente de rematar al enemigo herido. Así, tras la batalla de Cannas (216 a. C.), durante la cruenta Segun-da Guerra Púnica, los heridos romanos hallaron la muerte a manos de los car-tagineses, según T. Livio.

Incluso fuera del campo de bata-lla, si los avatares de la guerra no eran propicios a un ejército, los heridos y enfermos recogidos en el campamen-to podían ser abandonados como nos narra Apiano durante las Guerras Nu-mantinas:

Al prolongarse el asedio de Pa-lantia, comenzaron a faltar los alimentos a los romanos y el hambre hizo presa en ellos, to-dos sus animales de carga pere-cieron y muchos hombres em-pezaron a morir de necesidad. Los generales Emilio y Bruto re-sistieron con paciencia durante mucho tiempo, pero, vencidos por la mala situación, dieron la orden de retirarse, de manera repentina, una noche alrededor de la última guardia. Los tribu-nos militares y los centuriones corrían de un lado a otro apre-miando a todos a hacer esto antes del amanecer. Y ellos, en medio del tumulto, lo abando-naron todo, incluso a los heridos y enfermos que se abrazaban a ellos y les suplicaban que no los abandonasen.

Pero, ¿qué ocurría con los heridos si la victoria había sido el resultado del enfrentamiento? Es de suponer que los propios legionarios, con el benepláci-to de los mandos, intentaran rescatar a sus compañeros. De esto tenemos constancia, aunque sean tardías, en los escritos de Julio César, Dionisio de Halicarnaso, Polibio y Plutarco. Los heridos leves curarían sus propias he-ridas, mientras los menos afortunados serían atendidos por sus camaradas. Si creemos a Livio, serían trasladados a los campamentos, donde quedarían en su propia tienda de campaña, según Horacio. Pasado el tiempo, al menos

El enemigo caído, muerto o herido

era tratado sin contemplación.

Grabado de Can-nas, realizado por

Heinrich Leute-mann a finales del

siglo XIX.

Espinas y cosas semejantes son extraídas del cuerpo con excremento de gato, también con el de cabra en vino y con cualquier cuajo, pero sobre todo con el de liebre, con polvo muy fino de incienso y aceite, con el mismo peso de muérda-go y o con propóleos.

(Plinio, 28, 76, 245)

El excremento fresco de cer-do o la harina del que está en conserva se aplica en linimento en las heridas ocasionadas por el hierro.

(Plinio, 28, 74, 241)

Para las luxaciones, excremen-to fresco de jabalí o de cerdo, así como de ternera, espuma fresca de verraco con vinagre, excremento de cabra con miel, carne de buey en cataplasma.

(Plinio, 28, 70, 234)

Las flechas, los proyectiles y cualquier objeto que haya que extraer del cuerpo contribuye a sacarlos un ratón abierto en canal y aplicado tópicamente, incluso puede utilizarse sólo su cabeza, machacada con sal.

(Plinio, 28, 52, 122)

Las inflamaciones oculares [se previenen] con saliva, como ungüento, todos los días por la mañana.

(Plinio, 28, 7, 37)

Unas píldoras de medicina empírica

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ya en el siglo I a. C., se fueron creando tiendas especiales en el campamento para atender a los heridos, afirma Ci-cerón.

Durante mucho tiempo esta sería la única ayuda que el herido podría espe-rar, pues los primeros médicos de los que tenemos constancia, ya en tiempos tardíos, fue el personal al servicio ex-clusivo de los altos mandos del ejérci-to y de sus allegados. Livio y Plutarco mencionan a estas personas, agregadas en cierto modo a la servidumbre del estado mayor del ejército. Debieron de ocupar una ínfima posición social, lejos del reconocimiento del que dis-frutaron en Grecia. Era habitual que fueran esclavos (servi medici) o liber-tos (liberti medici), en palabras de Plu-tarco y Suetonio. Muchos eran extran-jeros, especialmente tras las campañas en Macedonia y Grecia que tuvieron lugar en el siglo II a. C. y que permi-tieron “importar” este tipo de profesio-nales como botín de guerra.

Los mandos podían magnánima-mente ceder sus médicos para aten-der las situaciones más graves entre la tropa. Igualmente, si la gravedad lo precisaba, los heridos eran replegados hacia la retaguardia, bien a ciudades amigas o, si la distancia lo permitía, hacia la propia Roma, como aparece en la obra de Dionisio de Halicarnaso y Tito Livio. Por César sabemos que, en tales casos, el propio mando se pre-

ocupaba de acomodarlos en casas par-ticulares, cuyos habitantes eran recom-pensados por los esfuerzos y gastos sufridos. La misma fuente nos informa que cuando los heridos sanaban de sus heridas volvían a sus unidades, pero si estas habían desaparecido o estaban inoperantes se integraban en un des-tacamento (vexilatio), donde el mando considerase más oportuno.

Junto a la medicina de origen grie-go que poco a poco fue imponiéndose en Roma, debieron de pervivir viejas creencias mágico-religiosas y recetas de la medicina empírico-doméstica del mundo romano y etrusco, al que se irían añadiendo las de otros pueblos sometidos. Incluso personas suma-mente cultas y respetables no dejaron de estar influidas por estas creencias. La “Historia Natural” de Plinio nos permite saber que César, tras caer de un vehículo procuraba evitar el peligro recitando tres veces una formula má-gica. Por su parte, el tres veces cónsul Muciano, para librarse del mismo mal,

llevaba una mosca viva en un pequeño lienzo blanco. Igualmente, el cónsul del año 35 d. C., M. Servilio Nonis-no, por miedo a sufrir una inflamación ocular portaba como amuleto, atado con lino al cuello, un papiro con las letras griegas p y a.

Si esto ocurría entre las clases más privilegiadas no debe extrañarnos que los legionarios recurrieran a creencias y supersticiones para conservar o re-cuperar la salud. Cuenta Apiano que, durante las Guerras Numantinas, Esci-pión Emiliano se vio forzado a prohibir todo objeto superfluo a sus legionarios incluyendo las víctimas sacrifícales con propósitos adivinatorios. Asimis-mo expulsó de los campamentos a adi-vinos y sacrificadores. También Plinio nos refiere creencias muy arraigadas de forma que entre muchos enfermos existía la «costumbre en cualquier tipo de tratamiento de escupir repitiendo un conjuro tres veces para así favore-cer sus efectos». Análogamente, en el caso de las heridas, se creía que «atar las vendas de las heridas con el nudo de Hércules suponía –cuenta admirado el crédulo Plinio– una curación mas rápida».

Todos los testimonios que recoge la “Historia Natural” permiten suponer que los legionarios, y no solo los de los primeros tiempos, acudían a recetas tradicionales, prácticas “curanderiles” y amuletos para curar sus males. ◙

Protección sobrenatural• APIANO (1985): Historia ro-mana. Editorial Gredos.

• CICERÓN (2005): Disputacio-nes tusculanas. Editorial Gredos.

• DIONISIO DE HALICARNASO (1984): Historia antigua de Roma. Editorial Gredos.

• HERODOTO (1999): Historia. Colección de Letras Universales.

• PLUTARCO (2005): Vidas pa-ralelas. Editorial Gredos.

• TITO LIVIO (1994): Historia de Roma desde su fundación. Editorial Gredos.

PARA SABER MÁS:

A los niños los cuida Fascino, protector también de los gene-rales, divinidad cuyo culto es atendido por las vestales y que, médico del mal de ojo, ampara los carros de los triunfado-res, colgado debajo de estos.(Plinio, 28, 7, 39)

Un collar al cuello con repre-sentación fálica, en coral o ám-bar, como protección contra el mal de ojo, los encantamientos y maleficios.

(Plinio, 28, 42, 150)

Dicen que los que llevan una lengua de zorro

en un bra-zalete no

van a sufrir inflamaciones

oculares.(Plinio, 28, 47, 172)

Conscientes del pe-ligro que corría su vida, los soldados eran presa fácil para las supersticiones

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Por Roberto Pastrana.

— Al leer el libro de “La Antigüedad y sus mitos”, que usted coor-dina, me llamó la aten-

ción la frase inicial: «La Historia es una ciencia altamente subversiva».

—Yo creo firmemente que la Historia nos debe llevar a pensar de forma crítica. Sin embargo, esta

ciencia ha sido durante mucho tiempo una disci-plina muy tradicional al servicio del poder y ha dicho lo que se esperaba que dijese. Acabar con esa

trayectoria requiere mu-chos esfuerzos y aun hoy continúa vigente un pa-radigma basado en datos que parecen inamovibles. Recuerdo que en el institu-to y durante gran parte de

la carrera te decían que la Historia era así y así te la tenías que aprender. Nadie te decía que el discurso es así porque quizá se ha es-tudiado de cierta manera.

Y que, quizá, con otro mé-todo podría ser diferente. O no diferente pero sí más complejo. La educación que recibimos a veces no te hace plantearte las co-sas bajo otro prisma.

—¿Es una convenci-da de las nuevas tenden-cias en la aproximación histórica?

— Sí, por supuesto. De hecho, me presento así ante mis alumnos de la universidad. Me pare-ce una práctica correcta advertirles de entrada que yo pienso que la Historia se construye y que esa construcción no es ino-cente. Yo no soy de las que piensan “la verdad es ésta”, sino “esta verdad se ha construido así”.

—Estos planteamien-tos están cobrando im-portancia en los últimos años, pero siguen en-

La Historia se construye y esa construcción nunca es inocente

Lleva cinco años impartiendo clases en la Universidad Complutense de Madrid y alguno más en el estudio de los entramados ideoló-gicos que sostenían las sociedades clásicas.

Ha coordinado un libro (“La Antigüedad y sus mitos”, Editorial Siglo XXI) en el que repasa cómo la visión particular de cada época ha

contribuido a modelar conceptos tan afianza-dos hoy en día como la feliz Arcadia, los ecos misteriosos de Tartesos o la presunta moder-

nidad de la democracia griega.

M.ª CruzCardete

LAENTREVISTA

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contrando grandes re-sistencias por su carga ideológica.

— Existe carga ideoló-gica en todas las corrien-tes. Por eso es importante diferenciar entre manipu-lar e interpretar. Si fuer-zas los datos, si haces que los esquemas se adapten a lo que deseas, si usas téc-nicas pocos rigurosas, en-tonces estás manipulan-do. Pero si usas métodos contrastables para que otros vean cómo estás in-vestigando y por qué, es-tás interpretando. Luego podrán estar más o menos de acuerdo contigo, pero no te podrán acusar de manipulación.

No se puede usar la Historia para justificar un fin, pero tampoco pode-mos pretender estar fue-ra del mundo. Todos los historiadores tenemos un contexto que marca nues-tro trabajo.

—Esta idea me suena. En la introducción de su libro afirma que los his-toriadores actuales no son más objetivos que sus antecesores pero, al menos, deben intentar ser más conscientes de las influencias que pe-san sobre ellos y su tra-bajo.

—Así es. El positi-vismo, que pasa por ser la corriente más asépti-ca, tiene detrás una car-ga ideológica tan fuerte como cualquier tenden-cia actual. Aún hoy, los historiadores rehúyen posicionarse porque con-sideran que eso les resta objetividad. A mí me pa-rece que es al revés: lo que te resta objetividad es pensar que no tienes in-fluencias y que estás aquí

para descubrir la verdad. Desconfío de estos plan-teamientos, que al final son los que llevan a las grandes manipulaciones de la Historia. Yo opino lo contrario: dime cuáles son tus principios de tra-bajo y empezamos a ha-blar, aunque no estemos de acuerdo.

—Aunque estas nue-vas tendencias han inspirado ya algunos estudios históricos, su reconocimiento social es bastante escaso.

—Sí, es necesario hacer una extraordina-ria labor de divulgación en la educación y en los medios de comunicación. Pero esta difusión no hay que acometerla en clave de corrientes novedosas y corrientes obsoletas. No es necesario ser postmo-derno ni post-nada para ir más allá en Historia sino simplemente asumir cier-tos planteamientos de re-ciclaje personal.

—La renovación de la enseñanza de Historia es complicada, a tenor del escaso apoyo que tienen las Humanidades en nuestro sistema edu-cativo.

—Sí, el sistema tradi-cional basado en el co-nocimiento de datos está sólidamente asentado, so-bre todo en la enseñanza media. Con esto no quie-ro decir que ciertos datos no deban ser aprendidos, pero deberían combinarse con una forma diferente de contar la Historia, que promueva la forma crítica de pensar, la reflexión y el análisis. Sin embargo, los profesores sólo tienen unas pocas horas sema-

nales para evitar que los alumnos sean unos anal-fabetos históricos. En estas condiciones lo más fácil es seguir con el mé-todo de toda la vida, so-bre todo cuando este es el método en el que ellos se han educado. Sin embar-go yo creo que las nuevas líneas de investigación y las nuevas preguntas se irán haciendo un hueco en los planes de estudio. Al fin y al cabo ahora es-tán más asentadas líneas de investigación e insti-tuciones de estudio que hace 20 años no existían.

—Usted ha completa-do su formación en Gre-cia, Italia y Gran Bre-taña. ¿Ha visto en esas sociedades un conoci-miento histórico mayor que en España?

—No. En general hay un desconocimiento pro-fundo de la Historia como construcción y como dis-ciplina crítica. En Grecia hay muchas referencias a la Antigüedad porque tienen muy interiorizado que fueron grandes en

el pasado, pero parece más un adoctrinamiento que reciben en la escuela que la conclusión de una reflexión. En Italia pasa lo mismo con el Imperio Romano, sin detenerse mucho en lo que ello im-plicaba.

En Inglaterra estuve menos tiempo y me rela-cioné menos. Sí tuve la oportunidad de compro-bar que en reflexión aca-démica estamos a años luz de ellos, pero no me atrevería a aventurar qué conocimientos de Histo-ria tiene el inglés medio. Sólo sé que hay más gen-te buscando nuevos para-digmas y, aun así, todavía pesa mucho la metodolo-gía educativa tradicional.

—La tarea de difun-dir las bondades de la reflexión histórica pa-rece ardua, sobre todo cuando en los medios de comunicación, y en especial Internet, se im-pone lo inmediato y lo breve.

—No resulta fácil, pero es muy necesario. La Historia está práctica-mente desterrada de los medios de comunicación. En las páginas de cien-cias aparecen noticias de Biología, Astronomía, Zoología... Pocas veces verás algo de Historia y, cuando lo veas, será ge-neralmente de Arqueo-logía. ¿Qué otros cauces hay para acercarse a la sociedad? ¿Internet? Ahí tiene a la Wikipedia, que da la visión tradicional: sólo una serie de datos y datos. Y, a veces, mal he-cha incluso. Tenemos que llegar a la gente corriente para explicarle que más allá de los datos concre-

“La principal causa de los

clichés históricos es la

propia demanda social, que es

también la que los mantiene”

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tos hay unos procesos, unas implicaciones socia-les.

—También existe la divulgación científica a través de la industria editorial.

—Efectivamente. Y sin embargo, la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) recibe muchas peticiones de ayudas para divulgar proyectos de Ciencias Na-turales y pocos para Hu-manidades. Es un hecho para el que no encuentro explicación. No sé si pen-samos que está todo di-vulgado o que los libros académicos que se editan de vez en cuando se en-tienden perfectamente. El caso es que no trabajamos como otros investigadores que son conscientes de que sus trabajos y experi-mentos no son accesibles al público en general.

—¿Usted cree que no es de esta manera?

—No, la literatura científica de Historia tie-ne una complejidad que la hace sólo asequible para los profesionales que tienen cierta formación o para gente muy interesada en el asunto o ilustrada en él. Algo tan aparentemen-te simple como el concep-to de castro lleva apareja-das numerosas cuestiones sociales que escapan al lector medio.

Y luego están las in-terpretaciones erróneas de la Historia, como un simple relato de aconte-cimientos y reyes, pero no es así. La Historia es un conjunto de procesos sociales que se extienden durante siglos y alcanzan el presente. Es una dis-

ciplina tan complicada como el ser humano, que es el sujeto de estudio. Las grandes fórmulas de las ciencias puras se que-dan cortas para reflejar la complejidad del ser hu-mano. ¡Pero si incluso el lenguaje parece quedarse corto para describir cier-tas realidades!

Sin embargo no hay conciencia de esto. Pare-ce que la Historia es muy sencilla. Y quizá esta idea proceda de los que la han simplificado para hacerla comprensible. Pero ese no es el camino. No debemos simplificar la Historia, sino hacerla accesible. Desechar los términos técnicos y los conceptos de gran com-plejidad ha llevado a la trivialización de la disci-plina. También le ha dado más presencia social y un aura de cultura general, pero a la larga eso se ha vuelto contra la propia Historia, porque al fin y al cabo, si la Historia es cultura general, ¿dónde está la dificultad? Cual-quiera puede hacerlo.

—¿Por eso decidió us-ted lanzarse a la divulga-ción?

—Esas son las ideas de fondo que vertebran el li-bro de “La Antigüedad y sus mitos”, aunque el ob-jetivo más inmediato era el estudio de ciertos con-ceptos, relacionados con la Antigüedad, muy arrai-gados socialmente. Estos conceptos conforman una imagen del mundo que a veces no tiene nada que ver con la realidad.

—Me viene a la ca-beza la mala fama de la sociedad romana, a la que muchos consideran decadente porque creen que se dedicaban a los banquetes y el desenfre-no. ¿Por qué nacen es-tos tópicos tan alejados de la realidad? Y sobre todo, ¿por qué arraigan tan profundamente en la opinión pública?

—La Historia Antigua, por su lejanía en el tiem-po, es un caldo de cultivo muy aparente para los mi-tos, pero no cabe achacar su origen a una voluntad consciente ni a una cons-piración. De hecho, los in-tentos dirigidos de influir en la imagen de un ele-mento histórico son poco representativos y suelen acabar por disolverse rá-pidamente con el paso del tiempo.

Creo que la principal causante de los mitos es la propia demanda social, muchas veces manipulada, por supuesto, que también es la que los mantiene. En muchos ámbitos es frecuente comprobar una gran divergencia entre lo que se investiga y lo que conoce la sociedad, que sigue sosteniendo ideas

rechazadas tiempo atrás por los estudiosos. Dejan-do aparte los refuerzos que estos mitos obtienen de los medios de comunicación, yo creo que cada momento histórico mantiene vigen-tes unas imágenes que le resultan útiles.

—¿Cree que una for-ma más crítica de hacer Historia acabará con es-tos clichés?

—Pensar de forma crítica exige un esfuer-zo intelectual por parte del interesado. Es un reto personal que escapa al quehacer de los historia-dores. Nosotros podemos dedicarnos a la divulga-ción, pero si no hay cierto interés en el receptor cual-quier intento por hacer ac-cesible la Historia va a ser infructuoso. La sociedad en su conjunto debe empe-zar a valorar en su medida el esfuerzo personal que implica todo proceso de conocimiento. Esto lo he visto en las universidades de Oxford y Cambridge. Allí los alumnos no van a aprender datos sino a plan-tear cuestiones, a analizar implicaciones y a desarro-llar el análisis.

—Quizá algunos pien-sen que el esfuerzo no merece la pena, que el conocimiento adquirido no tendrá ningún valor en sus vidas. ¿Qué les diría a esas personas? ¿Qué nos puede intere-sar hoy en día el alza-miento de los sículos en el siglo V a. C., que usted ha estudiado?

—Yo estudio mecanis-mos ideológicos que se pueden detectar en muchos sitios. Que el poder utilice la religión para construir

“Frente al temor que la Antigüe-dad sentía ante lo discordante,

en Occidente he-mos aprendido a valorar la hete-

rogeneidad”

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un territorio determinado y lo reivindique como pro-pio no es algo que ocurra sólo en el mundo antiguo. De hecho enunciándolo así podría ser el titular de cualquier periódico actual.

El análisis de los fe-nómenos humanos te mueve a la reflexión y te permite entender mejor el presente. Obviamente, los mecanismos que ri-gen el funcionamiento de las sociedades nunca son iguales ni los contextos podrían equipararse. Tam-poco podemos extrapolar lo que pasó en la Historia a nuestro presente. Sin embargo, el estudio del pasado nos enseña cómo se desarrollan determina-das situaciones y cómo podrían hacerlo de otra manera, ya que la Historia educa sobre el valor de la diferencia. Por otra parte, muchos de los asuntos que hoy nos preocupan vienen de atrás. Por eso los histo-riadores volvemos nuestra vista hacia lo que ha veni-do antes: intentamos des-cubrir los nexos entre el pasado y el presente. Es-tudiamos el pasado por las cuestiones presentes.

—Usted se mueve en-tre el presente, que es su marco vital, y el Mundo Antiguo occidental, que es la rama en la que se ha especializado. Desde su perspectiva, ¿qué hemos ganado en este periodo de tiempo? ¿Cuál es el aspecto que más valora en nuestra evolución?

— Uf, es una pregunta difícil de responder de for-ma sumaria. Digamos que hemos adquirido concien-cia de la diferencia. Occi-dente es la única sociedad que concibe lo heterogé-

neo como un valor. Inclu-so se alienta la disidencia, siempre que no compro-meta la estabilidad del sistema. Eso nos distancia de la Antigüedad, cuyas sociedades consideraban peligroso lo discordante.

Es innegable que tam-bién hemos ganado en calidad material de vida. Los occidentales vivimos mejor que hace unos si-glos. Tener cubiertas nues-tras necesidades básicas también nos ha dado una mayor capacidad de re-flexión. Asegurados unos niveles que permiten una vida digna, mucha gente puede empezar a pensar en aspectos que van más allá del día a día. Aunque, claro, nosotros podemos dedicarnos a la reflexión porque hay millones de personas que no pueden hacerlo. Vivimos me-jor porque gran parte del mundo no vive mejor.

—Nuestra comodi-dad tiene un reverso oscuro. Supongo que lo mismo le pasará a nuestros avances. ¿Qué hemos perdido por el camino?

— La solidaridad se ha resentido mucho. Los lazos de solidari-dad se han debilitado. En el mundo grie-go la concepción de grupo era más fuer-te: la comunidad se defendía a sí misma. Eso no quiere decir que no hubiese po-bres y desamparados, que había muchos, pero a falta de una asistencia pú-blica los vínculos sociales eran más sólidos. El grupo estaba más cohesionado, aunque también había más rechazo a lo que venía de

fuera. Hoy esos lazos só-lidos se han reducido a la familia nuclear. Para los demás hemos delegado la labor asistencial en el Estado, que se encarga de dar cobijo a los más nece-sitados, lo que nos permite desentendernos en el pla-no personal de los que nos rodean. Este individualis-mo se ve en las ciudades, en las que apenas conoce-mos a nuestros vecinos ni tenemos conciencia más que de lo propio. Esto no sucedía en la Antigüedad.

—Acostumbrada a mirar el discurrir his-tórico en perspectiva, ¿cómo ve la situación ac-tual?

— Vivimos en un sis-tema capitalista basado en unas relaciones interna-cionales de dependencia que no son sostenibles. El sistema acabará fallando y desapareciendo, como le ha pasado a todos los

sistemas anteriores. Es un proceso natu-ral que lleva siglos. Uno no es consciente cuando lo vive, pero al estudiar la Historia ves que tu época tendrá un fin. Evidentemente yo no sé cuándo será, pero es inevitable que ocurra. Se transformará en otra cosa. ¿Mejor o peor? Eso lo juzgará el que lo vea.

—Puestos a elegir, ¿se subiría a la máqui-na del tiempo para irse a vivir a la Antigüedad?

—¿Convertirme en una griega del siglo V a. C.? No, creo que no. Pre-fiero el mundo actual con sus libertades individua-les. Y mucho más siendo mujer. ◙

El conocimiento del pasado se ve entorpecido a menudo por la rigidez de conceptos que ya nos vienen dados. ¿Quiénes los construye-ron? ¿Cómo? ¿Por qué? Di-versos autores analizan en este libro unos cuan-tos ejemplos. Stilus publica en las páginas siguiente un ex-tracto del capí-tulo dedicado a la esclavitud en Roma

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Por Inés Sastre.

La guerra, tal y como era concebida por el derecho romano, abría amplias posi-

bilidades de sumisión y depen-dencia capaces de generar be-

neficios muy variados. El derecho de guerra establecía que el vencido pasaba a ser propiedad del vencedor. A partir de aquí había dos posibili-dades: o convertirse definitivamente en esclavos, o que se les devolvie-ra la libertad a cambio de entrar en dependencia directa del vencedor. Aquí entra en juego la mentalidad del intercambio desigual de favores y servicios: el vencedor, el general y el Estado romano se ven obligados a respetar a las comunidades someti-das pero tienen el derecho de exigir-les su apoyo en el futuro. Este apoyo se materializa en recursos, dinero y hombres para el ejército. Esto permi-tió construir sistemas de explotación eficaces que no pasaban por la escla-vización y sin los cuales el Imperio no habría sido posible. Durante el período republicano estas comunida-

des sometidas sufrieron los excesos de una «economía de guerra» que hizo posible el trasvase a Italia de una cantidad ingente de recursos y riquezas (Ñaco, 2003). El Principado marcó una pauta algo diferente dado que el control y explotación raciona-les del Imperio por parte de un po-der autoritario y centralizado exigía un orden y una sistematización en la explotación. Se trataba de beneficiar-se del Imperio sin esquilmarlo. Esto favoreció la creación de un sistema tributario regular, basado en un co-nocimiento real de los recursos y las poblaciones que se obtuvo a través de la elaboración de censos perió-dicos (Nicolet, 1988). De este modo la explotación de las comunidades campesinas quedó sancionada y ra-cionalizada.

Este fenómeno afectó a todos los recursos del Imperio disponibles, tan-to agrarios como mineros. Merece la pena destacar el caso de las minas de oro. La minería es el escenario en el que el público general sitúa de una manera más clara y evidente a los es-clavos, sobre todo si se trata de minas

¿Son rentableslos esclavos?

FIRMAINVITADA

Placa identificativa conservada en el Museo Nacional de Roma. Posiblemente la llevaba al cuello un esclavo.

Aunque los romanos consideraban servil toda dependencia — ya fuese económica, política o mili-tar —, los modernos estudios tienden a marcar diferencias entre las situaciones englobadas bajo el amplio concepto de “esclavitud”. Estos análisis revelan las múltiples formas que la civilización romana adoptó en cada territorio conquistado. Inés Sastre, profesora del CSIC, hace un repaso al estado de la cuestión en “La Antigüedad y sus mitos”, del que publicamos un extracto relativo a los trabajadores de las minas hispanas.

Foto: Mary Harrsch

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relacionadas con oro, plata y piedras preciosas (no tanto con materiales menos prestigiosos como el hierro o el cobre). La imagen del pobre escla-vo trabajando hasta la muerte para ex-traer el vil metal destinado a adornar la odiosa persona del romano rico es, sin duda, cinematográfica y noveles-ca, romántica como pocas. En el caso hispano, la imagen está ampliamente difundida puesto que las provincias hispanas son “territorios mineros” por excelencia y, como todos sabemos por los libros de texto, las grandes civilizaciones del Mediterráneo (fe-nicios, griegos, cartagineses y roma-nos) vinieron a la Península en busca de metales.

El tópico del esclavo en las mi-nas ha ido creciendo en la actualidad conforme crecía el interés general por los restos arqueológicos de esa mi-nería antigua, algo relativamente re-ciente. Las grandes explotaciones de oro del noroeste peninsular son, para muchos, impensables sin un número considerable de esclavos trabajando bajo el látigo. Sin embargo, los es-tudios recientes, sobre todo aquellos arqueológicos con enfoques más ac-tuales, como los de Arqueología del Paisaje, han dado lugar a una visión diferente del trabajo en las minas (Sánchez-Palencia, 2000). Cada vez está más claro que la extracción del oro en minas como la de Las Médulas en León (la más conocida) la reali-zaban trabajadores libres, indígenas, que tributaban a Roma por medio de jornadas de trabajo en minas que eran propiedad del Estado.

Para entender esto hay que tener en cuenta, por supuesto, la falta de evidencias directas sobre esclavos, pero hay hechos también muy impor-tantes. Para empezar, la envergadura de las explotaciones. En el caso de Las Médulas se removieron más de noventa millones de metros cúbicos de tierra por medio de fuerza hidráu-lica, un material que fue convenien-temente lavado para extraer el oro. Para ello fue necesaria una red de canales que llega a tener más de 100 kilómetros de longitud. Esto exigía un control suprarregional del territorio que sólo tenía el Estado gracias a la

presencia de gobiernos locales leales y eficaces. Se estima que el total de oro obtenido durante los tres siglos de explotación de esta mina no superó las cincuenta toneladas. De las 190 toneladas de oro que pudo producir el noroeste peninsular en doscientos años de explotación, sólo unas 20,5 toneladas se obtendrían de yacimien-tos secundarios o placeres, como el de Las Médulas (Sánchez-Palencia y Mangas, 2000). ¿Hasta qué punto era rentable esta explotación en general, y la de los yacimientos secundarios en particular?

Tengamos en cuenta que, a excep-ción de ciertos casos muy puntuales, los yacimientos de oro hispanos no han resultado rentables para los es-tándares modernos, sobre todo tras ser puestas en explotación las minas africanas y americanas. De ahí su ex-cepcional conservación. Pero para los emperadores romanos sí lo fueron, por dos razones básicas. La primera es que se trataba de una producción “estratégica”, orientada no al consu-mo improductivo, sino fundamental-mente a la acuñación de monedas ne-cesaria para la estabilidad monetaria imperial. La segunda es que, una vez puesto en marcha el sistema tributa-rio, no era necesario realizar ningún tipo de gasto en mano de obra: las

comunidades locales estaban obliga-das a suministrar regularmente obre-ros a las explotaciones mineras, que posiblemente trabajaban allí estacio-nalmente, siendo su principal ocupa-ción, como la del resto de sus comu-nidades, la explotación agraria. Para dejar tranquilos a algunos escépticos tal vez conviene añadir que el trabajo era igual de penoso que si lo hubieran realizado esclavos, y no tenía nada de “voluntario” y posiblemente poco de “entusiasta”. Según describe Pli-nio (Historia Natural, 33, 66-78), los obreros pasaban jornadas enteras ex-cavando galerías sin ver la luz del sol (es un tópico literario la imagen del “pálido astur”), y tenían que descol-garse por riscos escarpados para po-der trazar los canales. El historiador Floro (II, 33, 60) dio plenamente en el clavo al afirmar que las poblacio-nes indígenas se dieron cuenta de la riqueza de su suelo cuando empeza-ron a extraerla para los romanos. Se trata de trabajadores que debían tra-bajar para Roma en las minas, esta-ban obligados a ello como forma de tributación, pero no eran esclavos. Y esto es importante si queremos com-prender bien cómo era la sociedad a la que pertenecían estas personas, es decir, la sociedad que surgió con el dominio romano en la zona. ◙

Galería de la explotación minera de Las Médulas (León).Foto: Senderismo Sermar

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Por Gabriel Castelló.

Valencia es hoy famosa por diversas razones. Por sus tradiciones renombra-das como las Fallas, unas festividades de origen pagano que se pierden en la noche de los tiempos; sus naranjas, la horchata... Pero todo ello es relativa-mente reciente en el tiempo.

El espacio físico que hoy ocupa la tercera ciudad de España ha estado ha-bitado desde el Neolítico. La antigua Edetania, territorio que comprendía las tierras controladas por la legenda-ria ciudad de Edeta (Tossal de Sant Miquel, Liria), se extendía desde las riberas del Udiva (el río Mijars) por el norte hasta las del Sucro (el río Júcar) por el sur, teniendo como eje principal el fértil valle del Tyris (el río Turia).

Ciudades antiguas e influyentes como la mencionada Edeta, Kelin (Caudete de las Fuentes), Kili (¿To-rís?) o Arse/Saguntum (Sagunto) con-formaban el territorio natural en el que estaba a punto de nacer una nueva ciu-dad romana.

Corría el año 138 a. C. cuando Dé-cimo Junio Bruto Galaico, cónsul de Roma y hombre de arrojo y valentía reconocida, acabó su consulado com-batiendo a las tribus celtas más dísco-las. No sabemos con certeza si el cón-sul les concedió tierras en el Levante hispano sólo a los veteranos de dichas guerras o incluyó también en el lote a tropas auxiliares, o incluso a los lusita-nos que lucharon junto al fiero Viriato.

Los nombres de los primeros va-lentinos censados son itálicos del sur,

de Campania y Apulia. Los nomines más antiguos de la ciudad son los de los Coranios, Numios, Lucienos, Ju-lios, Fabios o también los Antonios. En cambio, según Tito Livio, el primer historiador clásico en hablar de Valen-cia, parece que los destinatarios de es-tas tierras son los lusitanos:

Junio Bruto, cónsul en Hispa-nia, concedió a los que lucharon bajo Viriato campos y una ciu-dad llamada Valencia.

Fueran itálicos o lusitanos, o am-bos, el caso es que el año 138 a. C. se fecha la fundación de Valentia, la ciu-dad de los valientes, una nueva colonia de veteranos ubicada entre ciudades iberas de abolengo y presunta lealtad.

Una colonia asomada al Tyris

ASENTAMIENToShISPANoS

Baluarte de la romanización en terrotorio edetano, Valen-tia pronto se convirtió en un enclave esencial en el levante hispano. El novelista Gabriel Castelló repasa los primeros siglos de vida de la capital del Tyris (el río Turia). El recorri-do no está exento de violen-cias y dolores.

Foto: G. Castelló

VALENTIA

Reconstrucción virtual de la ciudad de Valencia durante la época republi-cana, poco antes de que estallasen las

guerras civiles.

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Quizá fue por casualidad, pero es más lógico pensar que la administración romana ubicase a sus tropas licencia-das, y con ellas una extensión del po-der gestor y recaudatorio de la Urbe, entre ciudades fieles pero indígenas. De hecho, las iberas Saiti (Játiva), Dianium (Denia), Edeta o Arse eran mucho más influyentes en aquel siglo II a. C. que la nueva ciudad del Turius.

Cruce de caminosEl lugar elegido por Junio Bruto, el cónsul de la Ulterior, para erigir la nueva colonia era estratégico. Valentia se ubicó sobre una pequeña isla fluvial en el penúltimo meandro del río Tu-ria, muy cerca de su desembocadura. Disfrutaba de un puerto fluvial, pero estaba suficientemente alejada de la por entonces insalubre costa levanti-na. Hoy vemos anchas playas de arena y altos bloques de apartamentos, pero en época romana espesos humedales ocupaban toda la franja costera desde Almenara a Cullera.

A pocas millas de la puerta sur se extendía la Amoenum Stagnum, La Albufera, que en aquellos tiempos era inmensa, casi veinte veces más grande de lo que es hoy, y que contaba con salida directa al mar (por lo tanto, era un fondeadero natural perfecto como demostró el hallazgo de un Apolo de

bronce frente a las arenas de El Saler). La isla fluvial del nuevo asenta-

miento constituía el mejor lugar para vadear el irregular y traicionero río Turius. Por ella ya pasaba el Camino de Aníbal, conocido también entonces como Vía Heraclea y que mudó su nombre a Vía Augusta a principios de nuestra Era, consolidándose como es-cala natural entre Saguntum y Sucrone (Alzira).

Después de realizar los ritos fun-dacionales necesarios, el banquete ceremonial y el posterior entierro de la loza utilizada y sus restos en un pozo ritual que aún puede visitarse en el Museo de L’Almoina, los agri-mensores licenciados de las legiones establecieron con su groma el trazado de las calles principales, el cardo y el decumano máximo, aprovisionaron de agua corriente el lugar, delimitaron el foro y el perímetro del foso que ce-

rraría la futura muralla. En muy pocos años aquel campamento de tiendas e ilusiones se convertiría en una prós-pera ciudad de veteranos al más puro estilo itálico colonial.

La ciudad republicana contaba con su basílica (sus restos están hoy bajo la catedral), su curia, el triple templo de Júpiter, Juno y Minerva, un silo, dos almacenes públicos, un merca-do, tres termas, un acueducto que suministraba agua potable desde los manantiales de la serranía edetana y un pequeño puerto fluvial utilizable cuando el caudal del río así lo permi-tía. Desde principios del siglo I a. C. la curia valentina acuñó cuadrantes y denarios en su propia ceca, mostran-do a la diosa Roma en el anverso y a la cornucopia de Fortuna y el haz de flechas, el símbolo de la ciudad, en su reverso.

El zarpazo de PompeyoValentia prosperó en sus primeros sesenta años de vida, consolidándose como el centro administrativo local en detrimento de las ciudades indígenas vecinas. Esta prosperidad se vio trun-cada durante las Guerras Sertorianas. La campiña valentina quedó seria-mente damnificada en la acción de apoyo a Edeta (también llamada Lau-ro en algunos textos) llevada a cabo

Foto: Rafael Gil

La belleza de La Albufera impre-sionó a los primeros mora-dores romanos, que la llamaron Amoenum Stagnum (laguna agradable).

La ciudad donde fue martirizado San Vicen-te se erigió en lugar de peregrinación hasta la conquista árabe

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por Pompeyo el Grande y fechada el 76 a. C. Durante la revuelta de Quinto Sertorio, la vieja ciudad ibera cambió de lealtades y se decantó por la facción senatorial. El general rebelde no podía permitirse que una ciudad influyente y muy bien posicionada se saliese con la suya y complicase sus suministros y alianzas. Le puso sitio.

Pompeyo el Grande acudió en su ayuda, pero el tuerto Sertorio fue mu-cho más listo que él y le tendió una trampa que le costó al nuevo talento de la República cerca de 10.000 legiona-rios y su primera y mayor humillación al tener que presenciar cómo el astuto Sertorio prendía fuego a Edeta ante sus propias narices.

Este pulso entre Quinto Sertorio y su nuevo rival, el impetuoso pupilo de Sila, sacudió bien fuerte el delicado equilibrio local. La afrenta de Edeta supuso un agravio de tal envergadura para Pompeyo que justo un año des-pués, en el 75 a. C., entró de nuevo en tierras edetanas y volvió a desafiar a sus adversarios, esta vez frente a la ciu-dad de Valentia, afiliada desde el ini-cio de la contienda a la causa rebelde. Sertorio se encontraba lejos, en tierras carpetanas, y la defensa de la ciudad quedó en manos de dos de sus lugar-tenientes, Cayo Herennio, hombre de honor y militar cualificado, y Marco Perpenna, un auténtico inepto cuya única acción exitosa en toda su carrera fue urdir el asesinato de Sertorio en su villa de Osca tres años después.

La batalla fue un completo desastre para los insurrectos. Más de una legión fue masacrada entre Mellaria (un lugar indeterminado de Horta Nord) y el cau-ce del Turia. Herennio fue abatido fren-

te a los muros de Valentia y Perpenna huyó de la confrontación. La muerte del primero y la fuga del segundo dejaron campo abierto a Pompeyo el Grande para asaltar la ciudad indefensa sin la más mínima contemplación.

Las tropas pompeyanas arrasaron la colonia y su territorio colindante, como la mansio de Catarroja. El joven impe-rator decidió realizar un escarmiento entre los cabecillas disidentes para di-suadir a los supervivientes de futuras revueltas. Once cuerpos torturados sal-vajemente fueron encontrados en las excavaciones del solar de La Almoina, muy cerca del lugar que presuponemos ocupó la primitiva curia republicana. En uno de ellos, sin pies, apareció un pilum, una lanza, incrustada allí donde la espalda pierde su nombre.

Cerca de cincuenta años de oscu-ridad cubren el tiempo que pasó entre las Guerras Sertorianas y la refunda-ción datada en tiempos de Augusto.

Probablemente, la reconstrucción de la calzada y la restauración del tráfico y el comercio conllevó la repoblación de la antigua colonia. Todo apunta a que Valentia no quedó completamente abandonada durante este tiempo.

Dos senados para la época doradaEl que fuera cónsul y legado de Pom-peyo en Hispania, Lucio Afranio, pudo ser el impulsor de su temprana reconstrucción a tenor de una lápida encontrada en su ciudad natal, Cupra Marittima, en el Piceno, y donada por el doble senado valentino. Sí, un do-ble senado. Es un caso original pero no único en la administración pro-vincial de la antigua Roma. La nueva Valentia, restaurada entre el 5 a. C. y el 5 d. C., contaba con dos cámaras legislativas, los veteres (los antiguos) y los veterani (los veteranos), clara alusión a los pobladores originales y los nuevos colonos.

La ciudad cambió su fisonomía du-rante la época dorada de la dominación romana. Desde los Julio-Claudios a los Antoninos la región afianzó su sólida economía, exportando lino setabense, vino y aceite por todo el Imperio como atestiguan los fragmentos de ánforas saguntinas encontrados desde Siria a Dinamarca. Ante la ausencia de agre-siones externas e internas, la muralla no se reconstruyó completamente y un hermoso ninfeo dedicado a las divini-dades acuáticas se levantó a espaldas del foro, empedrado con losas de gra-

Fotos: A. Pérez Vilariño

El hallazgo de varios cuerpos con signos evidentes de tortura da cuenta de los estragos de las Guerras Sertorianas en la capital del Turia.

Bajo la antigua Pla-za de la Almoina un centro arqueológico muestra los restos de unas termas.

Foto: G. Castelló

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nito azul de las canteras de Alcublas y embellecido con coloridas estatuas ta-lladas por Viria Acte, una afamada es-cultora local. En el lado este del recito urbano se erigió el circo, con capaci-dad para cinco mil localidades.

Llegan los bárbarosEsta situación de bienestar cambió drásticamente con el deterioro general de la estabilidad política en la segunda mitad del siglo III, teniendo su mo-mento más dramático el año 260 d. C.

La primera incur-sión bárbara en la Tarraconense provocó una pro-

funda conmoción en tierras valen-

cianas. Los viñedos y trigales fueron arra-

sados, las grandes villas residenciales que rodeaban

Valentia como la de Cecilio Rufo en El Puig, la de Sulio en

Sollana, o las fincas rústicas de Pater-na, Torrent o Cheste, fueron saqueadas a conciencia, al igual que la propia ciudad.

Sólo hay una aparente recuperación del orden imperial después del manda-to de Aureliano, allá por el 275 d. C. También se encontró en La Almoina un podio sufragado por los magistra-dos valentinos que diviniza a este be-licoso emperador. Seguramente fue él, o alguno de sus legados, quien expulsó definitivamente a los temidos francos de Hispania.

Durante el Bajo Imperio no hubo más situaciones críticas dignas de mención exceptuando el martirio de San Vicente, actual patrón de la ciu-dad. Tras el edicto de persecución de Diocleciano, Publio Daciano, praeses perfectissimus de la provincia Tarraco-nense, mandó arrestar a Valerio, obis-po cristiano de Caesaraugusta, y a su diácono Vicente.

Fueron trasladados a Valentia, pri-mera ciudad de la nueva provincia Carthaginensis, donde fueron juz-gados por divulgar sus ideas subver-sivas y contrarias al culto oficial del estado. Valerio, envejecido y con un grave defecto de dicción, sólo fue desterrado a las Galias, pero el joven Vicente encolerizó con sus alegatos de tal modo al gobernador durante su proceso en la basílica que fue conde-nado a martirio. Este hecho hizo que pocos años después, tras la libertad de culto promovida por el decreto del emperador Constantino, Valentia se convirtiese en el primer destino de peregrinaje cristiano de la antigua Hispania, reconvirtiendo los sótanos de la curia donde el diácono pade-ció martirio en una pequeña capilla frecuentada por peregrinos y devo-tos de todo el Imperio de Occidente. Este lugar siguió siendo frecuentado por penitentes hasta bien entrados los tiempos del califato. ◙

Reverso de un semis con una cornucopia sobre un haz de

flechas. En la parte inferior izquierda de la pieza, el

monograma VAL ubi-ca la ceca en Valentia.

• MOROTE BARBERA, G. (2002): La Vía Augusta y otras calzadas en la Comunidad Valenciana. Real Academia de Cultura Valen-ciana.

• PEREZ VILATELA, L. (2003): La Valencia Antigua. Historia General del Reino de Valencia, Tomo II. Real Academia de Cul-tura Valenciana.

• PLUTARCO (2002): Vidas Paralelas. Sertorio y Pompeyo (Comentarios de Luciano Pérez Vilatela) Editorial Akal Clásica.

• SHULTEN, A. (2004): Hispania. Geografía, Etnología e Historia. Editorial Renacimiento.

PARA SABER MÁS:VALENTIA /Gabriel CastellóEditorial Akrón, 2009 - 668 págs.

El hallazgo de varios esqueletos mutilados bajo la Plaza de la Almoi-na fueron un revulsivo poderoso para la imaginación de Gabriel Cas-telló, que se decidió a novelar los trágicos episodios que pasó la ciu-dad del Turia durante los años en los que Hispania se convirtió en el campo de batalla entre Sertorio y Pompeyo.

La novela, que cuenta las viven-cias de Cayo Antonio Naso, descen-diente de una de las primeras familias itálicas en instalarse en la colonia, se desarrolla en dos épocas muy diferentes dentro del periodo roma-no. La trama avanza y describe las grandes diferencias que separan dos

épocas antagónicas: los tiempos de ambición y conquista de la Repú-blica a principios del siglo I a. C. y los años de la decadencia imperial a finales del siglo III d. C.

N O V E L A H I S T Ó R I C A AKRÓN

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N O V E L A H I S T Ó R I C A AKRÓN

Valentia es, entre otras muchas cosas, una crónica de la primera guerra civil –precursora de tantas otras– en suelohispano. La novela está ambientada en dos épocas muydiferentes dentro de un período idealizado que para ellector profano es idéntico: una de romanos. Estoy seguro deque, después de haber leído este humilde homenaje a miValencia natal, el lector descubrirá las grandes diferenciasentre dos épocas antagónicas. En este viaje al pasadomuestro cómo cambiaron las cosas desde los tiempos deambición y conquista de la República a principios del siglo Ia.C. hasta los años de la decadencia imperial a finales delsiglo III d.C.

El narrador de esta historia, Caio Antonio Naso el Joven, un personaje ficticio pero verosímil inmerso en una situacióntotalmente real, nos muestra en primera persona a través desu ojo crítico su entorno, sus pasiones y temores además de la personalidad, vida y miseria de uno de los personajesmenos explotados por la literatura clásica, pero no por ellomenos interesante: el rebelde romántico Quinto Sertorio. La Historia siempre la escribe el que gana, quizá por ello adía de hoy nos presentan a César como a un héroe y aSertorio como un bandido cuando lo lógico sería al revés. La epopeya de la familia Antonia –apellido no elegido al azar pues Antonio es el nomen más común en lasinscripciones romanas valencianas–, constituye el hiloconductor de la novela, mezclada y enlazada con unarecreación novelesca de los sucesos reales que conmovieronel oriente hispano durante el turbulento siglo I a.C.

editorial akró[email protected]

AKRÓN

...Tito despertó súbitamente del forzosoletargo producido por el casi total abandono de sus fuerzas, exiguas y agotadas. Ya habíanpasado muchos días –pensó incluso, queposiblemente algunas semanas, pues la cuentadel tiempo en determinadas ocasiones carece de la más mínima importancia– desde aquelfatídico día en que su vida y la de muchos de sus familiares, amigos y conciudadanos sehabía trastocado drásticamente. CuandoMorfeo le liberó con brusquedad de su curativoabrazo, descubrió que seguía allí, en suincómodo puesto, con el viejo y rasposo pilum de su abuelo cubierto de robín en ladiestra, y la barbilla, entumecida y dolorida,apoyada en el borde mellado del cóncavo escudo reglamentario. Seguía allí, en sualmena, firme, incólume, con más hambre que las fieras del Colloseum en víspera de juegos y notando la presión de una de lasláminas de su loriga abollada y deteriorada que se le clavaba en los muslos. Una de lascinchas del abdomen había traspasado la andrajosa túnica de lino que hacía lasfunciones de quitón militar y se le habíamarcado en la pierna. Pero, a pesar de aquella improvisada y embarazosaimpedimenta, seguía totalmente decidido a no cejar en su empeño de defender con su última gota de sangre aquel romo,deteriorado y vetusto lienzo de muralla que el incombustible Calvisio, uno de los pocosoficiales licenciados de las legiones que habían sobrevivido a las masacres, le habíaencomendado proteger de alguna más queprobable nueva incursión bárbara...

Diseño de la cubierta: Carmen Borrego Muñoz [email protected]

GABRIEL CASTELLÓ ALONSO(Valencia, 1972)

GABRIEL CASTELLÓ ALONSO

Gabriel Castelló Alonso ha mantenido desde su infancia una tremenda afición a su Mediterráneo natal y las culturas que por él se han propagado. Esa es la base, junto a muchos años de investigación visitando vestigios y museos por todo el Mare Nostrum, que cimienta su primer trabajo literario ambientado en las tierras levantinas en los turbulentostiempos de la guerra civil durante los últimos años de la república de Roma.

El autor combina su pasión por la Arqueología y laHistoria con la vida familiar junto a su esposa e hijos y su dedicación profesional, en nada relacionada con el mundo clásico, pues gestiona el canal de distribución en una de las grandes multinacionales de las telecomunicaciones.

LAS MEMORIAS DE CAIVS ANTONIVS NASVS

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La desaparición de siglos de conocimiento

CuLTuRAYARTES

LAS GUERRAS PÚNICAS

Por Juan Antonio Martín.

El choque cultural que hace más de dos mil años enfrentó a Roma con Cartago a lo largo de varias con-tiendas tuvo, entre otras dramáticas consecuencias, la destrucción como colofón a la última de estas guerras en la primavera del año 146 a. C. de las bibliotecas existentes en la ciudad fundada por Dido y la pérdida de casi todos los libros que allí se custodia-ban. Aunque ciertamente nunca al-

canzaron la fama e importancia que tuvieron en la Antigüedad

las bibliotecas fundadas en Alejandría, Cartago tuvo

antes de su destruc-ción por las legio-

nes de Escipión el Africano

una biblioteca, o mejor deberíamos decir varias bibliotecas pues parece que fueron varios los emplazamien-tos donde se depositaron estos textos, mucho antes de que los Ptolomeos crearan la suya en el delta del Nilo.

Una vez finalizada la cruenta toma a que fue sometida Cartago, una par-te de estos libros fueron enterrados y más tarde sacados a hurtadillas de la ciudad tal vez por sacerdotes dado su contenido religioso. En tanto otra pudo ser confiscada por Escipión para engrosar con ella los nutridos fondos de su biblioteca familiar, y una últi-

ma, muy posiblemente la mayor, quedó por donación expresa

del Senado romano en manos de los reyes númidas y mauritanos aliados en aquella guerra.

Grandes incendios Las excavaciones llevadas a cabo a lo largo de los últimos años en la ciudad norteafricana han puesto al descubierto pruebas claras de esta destrucción. Lo ponen de manifiesto los restos exhumados de un templo dedicado conjuntamente a los dioses Baal y Tanit en los que se percibían signos evidentes de haber sufrido un fuerte incendio, cuya cronología se remonta cuando menos hasta las úl-timas décadas del siglo VI a. C. Esto lo convierte en uno de las más anti-guos de todo el Mediterráneo. Aquí se encontraron los restos de una antigua biblioteca que fue arrasada en el in-cendio a que fue sometida la ciudad tras su conquista. Como ha podido comprobarse este archivo responde a un modelo bien conocido tanto en Oriente Próximo como en Egipto, es decir, un espacio rectangular, por re-

Los documentos púnicos desapa-recidos lucían un lacrado parecido a los encontrados en la isla egipcia de Elefanti-na, del siglo V d. C. (izquierda).

Mucho antes de que los Ptolomeos reuniesen una espléndida colección de volúmenes en Alejandría, Cartago ya contaba con bibliotecas de gran riqueza. La conquista de la ciudad por par-te de Emiliano Escipión, a mediados del siglo II a. C., supuso la desaparición de este tesoro documental, diezmado por la destrucción y el expolio. Sólo unos pocos restos arqueológicos nos permiten acercarnos a aquellos templos del saber.

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gla general de reducidas dimensiones y que puede mostrar oquedades en sus lados, y en cuyos estantes de madera se depositaban los rollos de papiro, tal vez dentro de cajas o arcones que po-drían llevar algún texto indicativo de su contenido, rollos que eran sellados con bullae de arcilla que también han aparecido en la colina de Santa Móni-ca, alcanzado entre ambos hallazgos una cifra total que supera los 5100 ejemplares.

Estos papiros eran enrollados hasta conformar un tubo de forma longitu-dinal que era aplanado y envuelto con un hilo. Acto seguido se le añadía un sello de arcilla en el que se imprimía la imagen deseada, aun cuando en esta ocasión eran dos los sellos usa-dos, puesto que se trata de contratos privados. Estos muestran una icono-grafía en la que se entremezclan mo-tivos egipcios y griegos entre los que vemos rostros humanos, Górgonas, cuadrigas, atletas, diversos tipos de

recipientes como ánforas y cántaros, grifos, caballos, leones, etc., lo que no excluye que algunas carezcan por completo de imágenes. Tras este pro-ceso se volvía a rodear con otro hilo para fijar el sello, cuya impronta se ha detectado a veces sobre la arcilla, y eran doblados para que ocupasen me-nos espacio. De todas formas hemos de indicar que este sistema de doble sellado se empleaba, según parece, en documentos de carácter mercantil sin que sepamos bien cuántos sellos se

empleaban en aquellos de naturaleza más literaria.

Estos hallazgos nos hablan acerca de la posible existencia de distintas bibliotecas públicas, pues hasta el momento carecemos por completo de datos sobre otras privadas aun cuando lo más probable es que también exis-tieran. Por lo que sabemos, estaban asociadas a templos como afirman Plutarco y Elio Arístides cuando co-mentan la existencia de libros sagra-dos conservados en estos templos, ya que en esta sociedad existía una fuerte vinculación entre la religión y el es-tado. En estos edificios, además, los generales cartagineses tenían la cos-tumbre de depositar una copia de sus hazañas en un material mucho más re-sistente al paso del tiempo como era el bronce. De esta forma, se grababan las victorias en tablas o columnas he-chas con este metal, sin que tampo-co quepa descartar que, junto con el papiro, usaran los pergaminos y, en

Cerca del templo de Baal y Tanit se han hallado restos de un archivo similar a otros de Oriente Próximo

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mucha menor medida, pieles curti-das de animales y tablas de madera, dado que estos dos últimos soportes no son muy adecuados para una bi-blioteca. Se descarta por completo la utilización de tabletas de arcilla como vemos en los archivos orientales más antiguos.

Además de contratos entre parti-culares o entre estos y los templos, parece bastante probable que existie-ran otras obras de temática literaria mucho más variada como serían las

dedicadas a historia, biografía, geo-grafía, navegación, agricultura o re-ligión, siendo también aquí donde se custodiaban los documentos oficiales, tales como decretos y leyes, así como los tratados internacionales firmados por Cartago con otras potencias me-diterráneas de su tiempo.

Ciertamente no sabemos si estas bibliotecas prestaban sus obras a los lectores interesados como más tarde harán en el mundo romano, aunque lo más probable es que, al menos

hasta el período helenístico, esto no fuera así y su acceso estuviese res-tringido a ciertos grupos. En cuanto a la lengua empleada en estas obras podemos decir que, como es lógi-co, fue mayoritariamente el fenicio. A este respecto debemos recordar que, a pesar de haber sido los inven-tores del alfabeto, hasta la fecha no se conoce ninguna obra escrita en fenicio, si bien no hemos de olvidar que a partir de los siglos anteriores al cambio de Era comenzó a ponerse de moda el uso del griego, sin que en modo algunos debamos minusva-lorar en este sentido el hecho de que algunos autores, como pueden ser los historiadores que acompañaron a Aníbal, fuesen de origen heleno, siendo así que inclusive uno de ellos, Sosilos, fue su profesor de griego. Con posterioridad algunas de ellas, como acontece con la magna obra de Magón referente a la agricultura, fueron traducidas al latín y al griego.

Estas instalaciones contaban con un personal especializado encargado de su correcta custodia y la preser-vación de los textos, así como de su funcionamiento y organización inter-nos, como son los sacerdotes y, sobre todo, los escribas, quienes son bien conocidos en Oriente desde milenios antes de la fundación de la ciudad norteafricana. Era este un oficio de gran prestigio social que podía ha-cerse hereditario al ser transmitido de padres a hijos, lo que no es obs-táculo para que también conozcamos ejemplos de maestros que enseñan a sus discípulos ejerciendo de forma privada, pudiendo en cualquier caso constituir collegia profesionales como pone de manifiesto la epigrafía exhumada.

Ya varios siglos después de estos sucesos, en concreto a lo largo del siglo II d. C. cuando estaba ya plena-mente integrada en la estructura so-cial y política romana, Cartago dis-frutó de nuevo de bibliotecas como podemos deducir de lo escrito por Apuleyo y el poeta Luxorio, donde se alude a una de ellas cuya localiza-ción exacta aún sigue siendo objeto de discusión entre los investigado-res, aun cuando se piensa que debió

Una vez que Cartago fue conquis-tada, saqueada durante seis días con sus noches y destruidas sus bibliotecas, los libros que en ellas se guardaban se dispersaron. Tal como nos informa Plutarco, algu-nos, tal vez los menos, fueron es-condidos bajo tierra y más tarde sacados de la ciudad ocultos. Otros pasaron, según comenta Plinio el Viejo, a manos de los reyes númi-das aliados de Roma, muy posible-mente de Gulusa, puesto que fue el único rey númida que acompañó a Escipión el Africano en su campaña contra los cartagineses. Aun así, no debemos descartar que una parte de los libros pasaran a engrosar los fondos de las bibliotecas privadas del general victorioso como hicieron un elevado número de generales romanos con las ciudades que con-quistaron al ser una norma habitual en aquellos tiempos.

Tras la muerte de Gulusa estas obras pasarían a manos de Micipsa, quien gobernó entre los años 140 y 118 a. C., y más tarde a las de Yugur-ta I hasta su muerte el 105 a. C. para formar parte de los fondos atesora-dos por Gauda hasta el 88 a. C. Tras la posterior división de su reino en dos fue, como nos apunta de nuevo Salustio, Hiempsal II (88 a 60 a. C.) el que se hizo con ellos, algo que re-sultó muy útil para el romano ya que

al ser gobernador de esta provincia y, por tanto, disfrutar de un fluido acce-so a la corte, pudo consultarlos para redactar más tarde su Guerra de Yu-gurta entre los años 41 y 40 a. C.

A este le siguió Juba I que vivió hasta el año 46 a. C., siendo tras su fracasado enfrentamiento con Roma cuando el reino mauritano volvió a dividirse en dos, una parte para Boco II y otra para Bogud. Tras una encar-nizada lucha entre ambos, el primero de ellos terminó por anexionar am-bos territorios para en su testamen-to cederlos a los romanos. Fue de esta manera como Augusto otorgó el poder a Juba II, uno de los últimos personajes que con certeza sabemos conservó algunos de estos libros se-gún nos sugieren Amiano Marcelino y Ateneo.

A partir de entonces el más ab-soluto silencio se cierne sobre estas producciones escritas, aun cuando varios siglos más tarde, ya en las postrimerías del Imperio, San Agus-tín hace una alusión a algunos libros púnicos y Rufo Festo Avieno nos ha-ble de unos viejos anales en los que pudo consultar el periplo cartaginés de Himilcón que tan útil le resultó para elaborar su “Ora Maritima”. Con el fin del mundo romano jamás vol-veremos a tener ninguna alusión, por vaga y confusa que esta pueda resul-tar, acerca de qué fue de estos libros.

La dispersión del saber

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estar emplazada junto al foro, si bien nada sabemos sobre sus contenidos. Tan sólo cabe especular acerca de si alguno de los antiguos escritos de los que hemos hecho mención pudo vol-ver a consultarse en la misma ciudad en la que antaño se había custodiado.

Esperando un hallazgo afortunadoComo conclusión, podemos afirmar con toda seguridad que antes de su destrucción en el año 146 a. C. la ciu-dad de Cartago contaba con impor-tantes bibliotecas herederas de una amplia tradición oriental en las que, junto a registros contractuales entre particulares y/o instituciones, se guar-darían obras de temática muy variada que abarcaban distintas disciplinas. Estas obras fueron redactadas tanto en fenicio como en griego puesto que ningún indicio, por débil que este sea, apunta a la posible existencia de obras en númida u otra lengua.

A tenor de los datos de que dispo-nemos, parece que estas instalaciones estaban asociadas a templos y, muy posiblemente, tenían un carácter es-tatal, aunque es probable que existie-ran otras privadas. Sea como fuere, lo cierto es que, a pesar de no conocerse aún la fecha precisa de su origen, ofre-cen una elevada antigüedad puesto que, cuando menos, se remontan has-ta finales del siglo VI a. C. La llegada de las legiones romanas supuso –al igual que aconteció algo más tarde en Alejandría– su total destrucción y la irremisible pérdida de un número in-determinado, pero que sin duda hubo de ser elevado, de obras que posible-mente nunca conozcamos. A no ser que la diosa Fortuna nos ofrezca en el futuro algún sensacional e inesperado hallazgo como sería el descubrimiento de algún papiro en el que podamos leer al menos un breve fragmento de una de estas obras. ◙

Gracias a los estudios realizados en las últimas décadas podemos hacernos una idea, siquiera aproxi-mada, del contenido general de las obras custodiadas en las bibliotecas púnicas. Debieron de tocar numero-sos asuntos, si bien son muy pocos los títulos concretos que podemos intuir estaban depositados en estos templos, sin que tampoco quepa descartar otros edificios públicos estatales. En términos generales, y además de contratos de carác-ter privado que se custodiaban en ellos, sabemos que existían trata-dos agrícolas, filosóficos, históricos, religiosos y legislativos, así como los tratados internacionales firma-dos entre Cartago y otros estados, y libros vinculados con la navega-ción (periplos) y la geografía.

Entre los escritos agrícolas des-taca sobre todo la obra de Magón, de cuyos 28 libros originales se con-servan tan sólo 66 fragmentos. Este tratado tuvo gran influencia sobre

la agricultura romana y fue tradu-cida al latín por orden expresa del Senado romano para lo que se de-signó una comisión encabezada por Décimo Junio Pisón. En esta obra se trataban aspectos que abarcaban desde la viticultura, la apicultura y la arboristería hasta la veterinaria y la gestión de las propiedades.

Entre las obras púnicas también podemos citar las obras desgra-ciadamente desaparecidas de un tal Amílcar. Por su parte, entre los periplos náuticos y la geografía se encontraban los célebres viajes de Hannón e Himilcón, así como un tratado sobre las fuentes del Nilo. Entre las históricas habría alguna biografía de Aníbal redactada por Sosilos y Silenos de Caleacte, quie-nes incluso llegaron a acompañarle en su aventura italiana. Asimismo, en las bibliotecas púnicas se podían encontrar un volumen sobre Gadir y su santuario del dios Melqart, así como otro referente al origen del

poblamiento humano en el norte del continente africano.

Hablando de los tratados interna-cionales podemos suponer que de-bieron custodiarse los firmados con Roma, entre los que estaría el famo-so tratado del Ebro, tal y como sabe-mos que hizo la ciudad del Lacio en sus propios archivos, como nos re-cuerda Polibio. También podríamos consultar el que suscribió Aníbal con Filipo V de Macedonia o, quizá, la Constitución recogida por Aristóteles también estuviese guardada en uno de estos emplazamientos.

Aunque ninguna de las obras conservadas en estas bibliotecas cartaginesas ha llegado íntegra hasta nuestros días, sí se han pre-servado algunos fragmentos o re-tazos en un buen número de auto-res griegos o romanos, tal y como acontece con Polibio, Plinio el Viejo, Columela, Salustio, Casio Dioniso de Útica, Polión de Tralles, Plutarco o Diófanes de Bitinia.

¿Qué libros había en Cartago?

• BELMONTE, J. A. (2003): “Escribas y archivos en el mundo fenicio-púnico”, en De la Tablilla a la Inteligencia Artificial, Zaragoza, págs. 341-364.

• BERGES, D. (1998): “Los sellos de arcilla del archivo del templo cartaginés”, en Cartago fenicio-púnica. Las excavaciones ale-manas en Cartago, 1975-1997, Barcelona, págs. 111-132.

• MARTÍN RUIZ, J. A. (2007): “Los libros púnicos de Cartago: a la búsqueda de un saber perdi-do”, Byrsa. Rivista di Studi Punici, I-II, Roma, págs. 73-90.

• MORSTEIN-MARX, R. (2001): “The myth of numidian origins of Sallustio african excursus (Iugurtha, 17.7-18.12)”, en American Journal of Philology, 122, págs. 179-200.

PARA SABER MÁS:

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52 aestas·mmdcclxiii·auc

Por Roberto Pastrana.

El Amarguillo es un modesto río que nace cerca de uno de los picos más altos de la Sierra de la Calderina, en Toledo, y va a desembocar al Gigüe-la, afluente del Guadiana. Al poco de nacer en un paraje llamado La Mir-la, el río cruza el municipio de Urda y entra en un valle suave, la Vega de la Magdalena, donde un obstáculo le hace describir un violento meandro al norte. Se trata de la presa romana más larga de Europa y el Norte de Áfri-ca. Las aguas lamen la base del muro hasta encontrar una amplia abertura acondicionada recientemente por la que rebasan el antiguo embalse, que todavía mide cerca de 700 metros de longitud. Con 4 metros de alto y 1,60 de ancho, la construcción pasa por ser la obra hidráulica de carácter público más grande del Imperio Romano.

La presa se construyó con el obje-tivo de abastecer de agua al cercano núcleo de Consuegra (Consabura),

cuyas gentes parece que se mostra-ron afines a Roma desde los primeros contactos, a juzgar por las escasas menciones de esta comunidad en las crónicas bélicas del momento. Encas-tillados en el Cerro Calderico, a más de 800 metros de altitud, los consa-burenses se mantuvieron del lado de la ciudad del Tíber a lo largo de los convulsos siglos II y I a. C. Desde su atalaya privilegiada vigilaron el paso del Tajo hacia la llanura manchega.

En recompensa a su fidelidad, Roma respetó el estatus de una ciudad que, además, le permitía consolidar su dominio sobre una zona de impor-tantes recursos agropecuarios y mine-ros. No obstante, el emplazamiento se modificó. No se sabe si por consejo de los nuevos dueños de Hispania o por iniciativa propia, el núcleo originario abandonó su ubicación primigenia para instalarse en el llano. La nueva Consabura, erigida en la falda sur del cerro, se encontraba a la orilla de la vía que comunicaba Toletum (Toledo)

La presa rota deja ver al fondo el Cerro Calderico, a cuya sombra creció la Consabura romana a la que abastecía.

Un embalse disfrazado en Consabura

Fotos: R. Pastrana

ARquEoLoGíA

Hace 40 años España recupe-

raba uno de sus tesoros olvida-

dos. Los estudios de Francisco

Giles devolvían a Consuegra

(Toledo) una monumental presa

romana que durante siglos pasó

por puente “de tiempo de los

moros”. Las mediciones situaron

a la presa como la más larga

del Imperio Romano. Pese a sus

excepcionales características, la

construcción sigue esperando

un estudio en profundidad y la

protección efectiva de las autori-

dades, ya que los trabajos agrí-

colas han hecho desaparecer en

las últimas décadas el talud que

ayudó a aguantar el empuje del

río desde la Antigüedad.

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Fotos: R. Pastrana

con Laminium, zona de paso de co-merciantes y pastores.

Quizá la cercanía a la ruta comer-cial explique en parte el abandono de la escarpada situación anterior, que ya no era una ventaja en un ámbito pacificado por las legiones romanas. La creación de una ciudad ex novo permitió la aplicación de soluciones urbanísticas típicamente romanas, que incluían la construcción de ser-vicios municipales básicos. Todas es-tas obras, entre las que se encontraba la captación de agua desde los ríos próximos, se ejecutaron al parecer en-tre los siglos I y II d. C.

La vida de este enclave está en-vuelta en sombras durante los prime-ros siglos de la Era. No hay fuentes documentales que se refieran con am-plitud a Consabura. Tampoco existen estudios arqueológicos modernos que se ocupen con profundidad de este periodo. Los datos recopilados hace cerca de medio siglo por Francisco Giles parecen indicar que durante los primeros tiempos en el llano, la co-munidad se abasteció directamente de los manantiales que afloran en las es-tribaciones de los Montes de Toledo. El agua llegaba a la ciudad a través de un acueducto que alcanzaba los siete metros de altura en los tramos de más desnivel. Sus restos aún eran bien visibles en el siglo XVIII, como atestigua la crónica de Domingo de Aguirre. Esta dotación se vio comple-tada con un embalse que garantizaba el suministro de agua en los periodos secos.

Un millón de metros cúbicosLa ejecución de la presa debió de su-poner todo un alarde de ingenio. No en vano, los estudios interdisciplina-res coordinados por José García-Die-go a principios de los 80 calculaban que la balsa concentraba los recursos hídricos de una cuenca de 66 kilóme-tros cuadrados, una superficie mayor que los 50 kilómetros cuadrados de vertido directo que abastecían a Tole-tum. La capacidad del embalse se cal-culó en aproximadamente un millón de metros cúbicos.

La presión que ejercía una enorme balsa de agua requirió refuerzos espe-

ciales para el tramo más expuesto a los embates del río y las crecidas. En total, se construyeron 16 contrafuertes que apuntalaron un tramo de 86 metros de longitud. También se consolidó este segmento con una base de hormigón de 2,5 metros de ancho. Con todo, estas medidas son insuficientes para resistir el empuje del embalse, que se apuntaló con un talud de tierra, cuyos rastros han sucumbido probablemente con la introducción de los tractores en las explotaciones agrícolas que se ex-tienden a la sombra del muro.

El material utilizado para la cons-trucción de la presa procede de las proximidades de la obra. Se trata de piedras angulosas de pequeño tamaño que conforman los paramentos exte-riores. En el interior se puede apreciar un núcleo impermeable realizado con mortero de arena y cal (opus cae-menticum). Pese a su factura un tanto ruda, la técnica concuerda con otros ejemplos de presas del entorno.

Hacia la mitad de la presa se ha-lla una cámara adosada al muro, de la que parte una galería cubierta con una

La Península ibérica es una de las zonas donde el Imperio romano dejó más presas. Dejando de lado 22 casos cuyo estado de conserva-ción no permite hacer una datación precisa, existen 51 construcciones de este tipo datadas con seguri-dad. La mayor parte de las presas son obras de importancia erigidas a principios de nuestra Era y se ubi-can en zonas con una regulación fluvial baja o muy baja, insuficien-te para las poblaciones del entorno.

Un estudio de la situación ha permitido identificar tres núcleos en los que abundan estas cons-trucciones: el valle del Ebro, en el entorno de Zaragoza, especial-mente en la margen derecha del río principal; el valle del Guadiana, con centro en Mérida; y la margen izquierda del Tajo, con una con-centración llamativa en la provin-cia de Toledo.

A pesar de que estas zonas enfrentaban problemas de abas-tecimiento similares, es llamativo que las soluciones constructivas adoptadas fuesen tradicionalmen-te muy dispares en el Ebro y en la zona del centro-oeste peninsular. Las diferencias entre las presas de estas áreas son tan notables y tan persistentes en el tiempo que los arqueólogos intuyen la existencia

de sendas escuelas que parecen haberse desarrollado y consolida-do entre los siglos I y II d. C.

Las presas de la cuenca del Ebro, con las de Almonacid y Muel a la cabeza, son obras de fábri-ca, ya fuese con mampostería o sillería. Se trata de pantallas de planta recta que se solían cons-truir en cauces de cierta entidad. El lugar elegido para realizar el proyecto –habitualmente tramos medios del río– tampoco ha deja-do de sorprender a los estudiosos ya que se seleccionaron emplaza-mientos que implicaban notables dificultades para la construcción y mantenimiento.

Por el contrario, los construc-tores de Mérida y Toledo parecen haberse decantado por las panta-llas apoyadas en taludes de tierra. Esta solución se aplicó parcial-mente en la presa de Consuegra para fortalecer la parte más ex-puesta a la acción del río. Por otra parte, quizá buscando la pureza de las aguas, las obras en la zona centro-occidental se situaron en las zonas altas de los cauces y en ríos menores. Para aumentar las aportaciones de estos embalses se recurrió a trasvases desde cuen-cas adyacentes mediante azudes y canales de alimentación.

La tierra de las presas

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bóveda. Se supone que esta construc-ción fue una toma de agua, aunque ha sufrido tantas transformaciones a lo largo de los siglos que es difícil saber cómo funcionaba. Debajo de la bóve-da cegada por la acumulación de se-dimentos se cree que debe haber más restos. Durante los trabajos de Fran-cisco Giles, en 1965, los más viejos del lugar afirmaron que existe otro ca-nal soterrado, que el estudioso, a falta de estudios arqueológicos, atribuyó a una conducción anterior al embalse.

Cerca de esta toma de agua exis-te un hueco de metro y medio en el muro, cuya finalidad se desconoce. Se da la particularidad de que en este punto, los paramentos de ambos la-dos de la abertura no coinciden en el mismo plano. El ingeniero José García-Diego propuso en su día que aquí pudo haber un portillo, aunque no supo explicar la razón de este re-tranqueo.

Los ingenieros romanos realizaron proezas que seguramente causaron estupor a sus contemporáneos. Sin embargo, tal admiración que segura-mente despertaron no evitó que parte de su saber cayese en el olvido, hasta el punto de que la Humanidad hubo de esperar más de un milenio para volver a ver obras de regulación de una en-vergadura similar a las romanas.

Un oscuro finNo existen estudios sobre cuánto tiempo estuvo en uso una infraes-tructura tan notable como la presa de Consuegra. Probablemente el declive edilicio del siglo III pusiese a prueba la solidez de la obra, que finalmente acabó por sucumbir.

Los estudios geológicos sostienen que la rotura de la presa se produjo al ceder la base sobre la que se ha-bía construido. Una tercera parte del muro de contención se asienta sobre

Francisco Giles llegó a Consuegra a mediados de los 60 del pasado siglo para visitar a un amigo. Por aquel en-tonces, el joven historiador educado a la sombra de Martín Almagro Basch era un recién licenciado ansioso por aplicar todo lo que había aprendido. La oportunidad surgió al subir al cas-tillo, desde el que se divisaban diver-

sos restos arqueológicos: los lienzos de la muralla ibérica, restos de la ciudad romana y de su acueducto... La idea apareció de repente: ¿por qué no hallar el trazado de la antigua conducción de agua?

Los primeros estudios fueron se-guidos con prevención por la Guar-dia Civil, que no tenía muy claro que hacía ese forastero merodeando por los cultivos. Sin embargo, los rece-los desaparecieron cuando convenció a Francisco Gómez Tendero, cronis-ta oficial, y a un notable del pueblo para que dieran soporte logístico a la iniciativa, aunque este apoyo se redujese a lo imprescindible: manu-

tención y alojamiento en un viejo molino.

Siguiendo los tramos aún vi-sibles del acueducto, Giles y

el fotógrafo Eugenio Rodrí-guez fueron remontando

el curso del Amarguillo, en busca de su origen. Los lugareños les dirigen a Urda a través del puente viejo. Al llegar al puente, el arqueólogo repa-ra en la factura típicamente romana de la construcción. También percibe que el puente es demasiado largo y angosto. La forma no encaja con los puentes romanos, sino con otra in-fraestructura hidráulica.

Las sospechas del arqueólogo se estrellan contra el mutismo de las fuentes escritas. La ciudad de Con-sabura tenía grandes edificios públi-cos, pero no se menciona nada rela-tivo a la idea que le viene rondando. Sin embargo, los estudios de campo son claros: el puente no es puente, sino una presa. Y una presa de pro-porciones asombrosas, según publi-có, para conocimiento público, en el año 1971. Como confirmaron otros investigadores poco después, Fran-cisco Giles acababa de toparse con la presa romana más grande de todo el Occidente romano.

El puente desvela su verdadera identidad

Francisco Giles.

Durante siglos la presa sirvió de pasa-rela para cruzar el río Amarguillo.

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depósitos blandos. Probablemente las crecidas anuales y las riadas esporá-dicas aceleraron el deslizamiento de la grava sobre un sustrato inferior de pizarras y cuarcitas. El resultado es que la parte que se apoyaba en una de las laderas acabó por desmoronarse en algún momento entre el Bajo Im-perio y la Alta Edad Media. Dentro de la oscuridad de un periodo tan amplio y mal conocido, los historiadores se inclinan a pensar que la inestabilidad de la ocupación árabe y la posterior reconquista marcó el punto definitivo en el que la presa fue abandonada a su suerte. Tras la consolidación del dominio cristiano en la zona, a partir del siglo XII, el muro de Consuegra emerge en las crónicas convertido en un viejo puente que franquea las aguas del Amarguillo: no sólo ha per-dido su uso primigenio sino también la conciencia de lo que fue.

Los habitantes de la Consuegra medieval desecharon el Amargui-llo para abastecerse, sin advertir lo económico que hubiera sido reparar el sistema romano. Influidos por las prácticas árabes que revolucionaron los sistemas de regadío, tendieron a la utilización de pozos y norias, típicas todavía hoy en este paisaje. Probable-mente por aquel entonces la presa ya presentaba un aspecto muy similar al que Francisco Giles encontró en su campaña de excavaciones, a media-dos de los 60: el muro hacía de linde entre tierras de cultivo y, a la altura del segmento desmoronado, permitía al camino que va a Urda salvar la co-rriente a través de una estructura más o menos sólida de madera.

Sospechosa de una catástrofeA pesar de su estado de ruina, la pre-sa romana se vio envuelta en un úl-timo acontecimiento histórico. El 11 de septiembre de 1891 se desató una gran tormenta que desbordó el cauce del Amarguillo y arruinó muchas casas de Consuegra. A pesar de que la lluvia continuaba cayendo con fuerza, al caer la tarde la crecida pareció remitir y las gentes bajaron de las zonas altas para comprobar los daños. Fue entonces, empezando la noche, cuando se produ-jo la catástrofe.

Las crónicas cuentan que un ruido formidable anticipó el embate de una gran ola que se llevaba todo a su paso. El río Amarguillo cayó sobre Consue-gra. El cauce llegó en un instante hasta casi los seis metros de altura, a su paso por la localidad, sumergiendo en lodo las viviendas bajas. La mayor parte del caserío quedó destruido y murieron 359 personas. El suceso alcanzó gran noto-riedad mediática en su momento y por toda España se organizaron campañas de asistencia para ayudar a los supervi-vientes.

La presa de Consuegra estuvo en el punto de mira de los geólogos que in-vestigaron las causas de la ola devasta-dora. Más de un siglo después, en 1996, científicos privados y públicos estudia-ron el muro milenario para ver si su capacidad de embalse pudo multiplicar el efecto devastador de la crecida. Los análisis de los sedimentos del antiguo embalse y del perfil del segmento roto concluyeron que la inutilización de la

presa fue fruto de un lento y progresivo abandono más que por una rotura ca-tastrófica. Las sospechas se trasladaron hacia el arroyo Valdepuercos, que se in-copora al Amarguillo poco después de la presa, y a las construcciones contem-poráneas que se habían ubicado en su cauce. Sin embargo, los estudiosos aca-baron por afirmar que la causa principal de la mortal avenida fueron las tormen-tas que se sucedieron rápidamente en el marco de una época inusualmente húmeda que afectó a toda la Península entre 1885 y 1893. De hecho, las mis-mas precipitaciones que sembraron el caos en Consuegra produjeron de forma simultánea riadas –menos destructivas, eso sí– en Toledo, Valencia y Almería. Pese a la exoneración científica, siguió en pie la idea de que una acumulación de arrastres en la grieta de la presa pudo originar la tromba que arrasó el munici-pio. Hoy, la canalización del río en esta zona pretende evitar que se repita el ac-cidente de aquella noche. ◙

• ARANDA, F. et álii (2009): “El abastecimiento de agua a las ciu-dades en Hispania”, en el coloquio La transmisión del saber entre la Antiguedad y la Edad Media: el agua.

• ARENILLAS, M. (2002): Obras hidráulicas romanas en España.

• CASADO, F. (1961): Las presas romanas en España, en la Revista de Obras Públicas. Madrid.

• GARCÍA YAGÜE, M. y BLANC, L. (1983): Estudio Conjunto de la Presa Romana de Consuegra.

• GILES PACHECO, F. (2009): “Captación y traída de agua de la ciudad hispano-romana de Consabura”, para el Congreso internacional de captación, uso y administración del agua en las ciudades de la Bética y el Occiden-te romano.

• GONZÁLEZ TASCÓN (2000): “La ingeniería romana”, en Historia de las técnicas constructivas en España. Madrid.

• GONZÁLEZ TASCÓN (2002): Artifex. Ingeniería romana en España.

PARA SABER MÁS:

La presa (al fondo de la foto) poseía una toma de agua que asoma hoy entre viñedos, inutilizada por la acumulación de los arrastres del río.

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Por Alejandro Carneiro.

—¿Cuándo decide que quiere ser escritora?—Siempre me gustó la idea, pero realmente me puse manos a la obra cuan-

do tenía 35 años, después de abandonar mi anterior ca-rrera profesional “normal” como funcionaria. Enton-ces lo hice correctamente: me convertí en autónoma de mi “pequeño negocio” y

tomé todo el asunto muy en serio hasta que finalmente me publicaron.

—¿Qué escritores han influido en su carrera?

—No me gusta respon-der a esta pregunta porque

la gente puede pensar que tuve como modelos a otros escritores, mientras que yo siempre he llevado mi pro-pio camino. Nunca quise ser considerada como la continuadora de nadie, sino

siempre como yo misma.

— Sus libros son muy apreciados en España. ¿Podemos esperar ver más aventuras de Falco en Hispania? ¿Va a visitar

de nuevo nuestro país?— En este momento, mi

futura obra es bastante in-cierta. Mi próximo trabajo podría ser sobre cualquier cosa, y ni siquiera puedo decir con seguirdad que

vaya a seguir escribiendo historias de Falco. Ahora he pasado el hito del vigésimo libro de la serie (aún no pu-blicado) que puede ser un poco diferente. Decido cada nuevo libro en el momento en que me siento a teclear-lo, de modo que tendremos que ver.

—Cuando empezó a escribir sobre Falco, ¿te-nía usted un plan para él? ¿Sabía cómo Falco iba a crecer como personaje o se ha desarrollado por sí mismo?

—Cuando empecé no podía ni siquiera estar segu-ra de que el primer libro se publicará por lo que nunca tuve un plan definido. No me gusta pensar demasia-

Nunca he querido seguir la estela de nadie, llevo mi propio camino

El detective más famoso de la Antigua Roma, Marco Didio Falco, lleva 20 años deleitando a los aficionados a la novela policiaca con un punto de humor soca-

rrón (como marcan los cánones clásicos). A pesar de que la autora de la serie no

tiene planes a largo plazo, anda atareada en nuevas entregas en papel. Respecto al

celuloide, afirma que ningún director podrá plasmar al Didio que su imaginación ha

desarrollado a lo largo de los años.

Lindsey Davis

LAENTREVISTA

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do en el futuro. Me parece muy restrictivo. El carácter de Falco se ha desarrollado a partir de lo que le sucede. ¡Como en la vida real!

—¿Por qué escogió la época flavia para Falco?

—Antes de comenzar la serie de Falco, había escrito ya “La Carrera del Honor” que trataba sobre Vespa-siano y su amante Caenis. Estaba familiarizada con un periodo para el que, ade-más, ha sobrevivido buena literatura latina de la época y hay buenos estudios ar-queológicos. Por otra parte, me gustaba ubicar mis his-torias bajo un “buen empe-rador” que me permitiese retratar cómo es el buen gobierno.

—¿Existe algún pro-yecto para hacer una pe-lícula sobre las aventuras de Falco? ¿Le gustaría ver a Falco en la gran pantalla?

—Tengo suficiente ex-periencia para saber que ningún director de cine po-drá producir una versión de Falco que plasme mi obra de forma adecuada para mí y para mis verdaderos lecto-res. Al igual que las versio-nes radiofónicas que se han

realizado, todo se reduciría a la acción. Por otra parte, los productores de cine son muy arrogantes a la hora de aceptar cambios. Tengo sentimientos encontrados.

— ¿Cuál es la novela de la que se siente más orgullosa?

—Me debato entre “La Plata de Britania”, que fue mi primera obra publicada, y mis libros más serios: “La Carrera del Honor” y “Rebels and Traitors”, aún no traducido en España.

—“Rebels and traitors” es muy di-ferente de las nove-las de Falco. ¿Por qué el cambio?

—Siempre quise escribir sobre la Guerra Ci-vil Inglesa del siglo XVII. Los romanos llegaron por accidente.

—¿Está previsto lan-zar “Rebels and traitors” fuera del Reino Unido?

—Sí, en Estados Unidos y, eventualmente, en España. Aunque me han dicho que la traducción puede tardar mu-cho tiempo: el libro es largo.

—¿Va a escribir más

novelas históricas que no tengan nada que ver con la época romana?

—Espero que sí, aunque no hay planes firmes en este momento.

—¿Alguna vez pensó en escribir novelas que no fuesen históricas?

—Puedo hacerlo aun-que, como decía antes, no tengo planes firmes en la actualidad.

—Como escritora, ¿qué piensa usted de los libros electrónicos?

—No tengo una mala disposición hacia esta nueva fórmula de negocio siempre y cuando la situa-ción del escritor no se vea deteriorada. El mismo es-fuerzo y talento se necesita para escribir, sea cual sea el formato.

Como usuaria mi expe-riencia con los libros elec-trónicos no fue buena, pues probé un modelo en el que sólo se podía visualizar el texto de párrafo en párrafo. Esto puede decir algo acer-ca de mis hábitos como lectora.

—Más allá de su ca-rrera de escritora se ha

posicionado como una europeísta con-vencida. ¿Quiere una Unión Europea más fuerte?

— Sí, y me gustaría que Gran Bretaña tuvie-se un papel más impor-tante en el proyecto.

— Ha viajado a Es-paña en varias ocasio-nes. ¿Tiene algún lugar preferido para visitar?

—Me gustan todos los lugares en los que he esta-do, aunque me veo obliga-da a tener predilección por Barcelona porque mi editor español tiene su sede aquí. Tener amigos en un lugar siempre cuenta.

—Una última pregun-ta que nos tiene un poco preocupados. ¿Falco po-drá sobrevivir al reinado de Domiciano?

—Nunca he entendido por qué este tema preocu-pa tanto. Falco es un héroe. ¡Por supuesto que va a estar bien! ◙

Mordaz, mujeriego y corto de crédito, Marco Didio Falco pertenece a una casta de inves-tigadores privados bien conocida por los amantes de la novela negra. La habilidad de este personaje para moverse entre los ba-jos fondos y la buena sociedad proporciona memorables descrip-ciones de ambiente. En la última entrega, Falco nos acerca al Egipto romano

L. Davis conversa con algunos de sus personajes durante la pre-sentación de su última novela, en la Feria del Libro de Madrid.

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NoTICIAShR

La generación tuenti viaja al pasado

DIVULGACIÓN

Las charlas en los centros educativos son un pilar central de la estrategia de la Asociación Hispania Romana, ya que el conoci-miento de la cultura clásica es un requisito impres-cindible para asegurar la conservación de su legado. HR viajó hasta el Colegio Apóstol Santiago de Aran-juez (Madrid) para hablar a los alumnos acerca de la vida de los jóvenes hace dos milenios. ¿Qué se les pasa por la cabeza duran-te la charla? ¿Qué queda después de la conferencia? Ellos lo cuentan, a través de cuatro episodios comu-nes en la vida de los ado-lescentes romanos.

Por Roberto Pastrana.

Jueves 6 de mayo. Después de disfru-tar del recreo en una mañana soleada, los estudiantes de 3.º de la ESO del Colegio Apóstol Santiago vuelven al aula con cierta expectación: en vez de clase, hoy asistirán a una charla so-bre la civilización romana. Aunque el asunto no les desagrada, lo que más les atrae del plan es salir de la rutina y, sobre todo, la posibilidad de disfrutar de una clase ligera. La profesora les conoce bien. Pretende que la confe-rencia afiance los temas que han visto a lo largo del curso y, para que no se distraigan, les avisa: la información que van a recibir podría entrar en el

examen. Las perspectivas se ensom-brecen un poco y algunos chavales empiezan a sospechar que la mañana se va a hacer muy larga.

Tras este primer traspiés, llega la sorpresa: en el aula ya les espera un hombre ataviado con una túnica des-gastada y unas caligas. Es Lucio Pa-pirio Cursor, ingeniero de la Legión VIIII Hispana. Procedente de la An-tigüedad, les habla de su vida y de cómo su educación le encaminó hacia su profesión. La presencia de Cursor impone pero, tras el choque inicial, la vestimenta y sus palabras van creando un clima propicio para dar un salto en el tiempo y conocer cómo vivían los jóvenes en tiempos de Augusto.

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La vida comenzaba pronto en la Anti-gua Roma. Tan pronto que Francisco Javier echa de menos la ayuda del des-pertador. El alba marcaba el inicio del día y de las actividades para procurar-se el sustento. Antes de salir de casa, toman un desayuno frugal en el que Bárbara añora su zumo, las galletas y las tostadas.

La educación obligatoria ha mo-dificado las rutinas diarias de los jóvenes, cuya obligación pasa hoy por asistir a clase. A María le llama la atención que sólo las familias pu-dientes estuviesen en situación de garantizar la asistencia a clase de sus jóvenes. No es la única que reflexio-na sobre este hecho. En España, este derecho se fue consiguiendo de for-ma progresiva y dificultosa. A lo lar-go del siglo XX, la edad de escolari-zación obligatoria se fue ampliando desde los 12 años a los 16 que esta-blece la LOGSE en 1990. Este avan-

ce no es del agrado de Álvaro: “Pre-feriría aprender el oficio de mi padre en vez de ir a la escuela”. Aunque la escuela a veces reporta momentos ingratos, Rubén valora el derecho a recibir una educación básica gratui-ta. «Si fuera de clase baja y no pu-diese permitirme ir a la escuela me sentiría frustrado», declara.

Uno de los detalles que más llama la atención a los jóvenes actuales es el esclavo que acompañaba al infante y llevaba sus útiles de estudio. Bárbara se alegra de que la esclavitud haya des-aparecido. Jorge no puede evitar lanzar una mirada a la mochila en la que trae los libros a clase. «Yo tengo que hacer halterofilia todos los días», manifiesta.

Los primeros momentos del día

El día de los jóvenes romanos comenzaba antes de que saliese el sol. Ellos, como el resto de trabajadores, tenían que aprovechar al máximo las horas de luz. Los que procedían de familias humildes y no se podían permitir asistir a la escuela ayudaban a sostener la economía desde su infancia, ayudando en el negocio familiar o bien realizando pequeños tra-bajos, encargos o cualquier otra actividad que reportase algo de dinero.

En las familias que podían pagar la educación de los jóvenes, los mu-chachos también se despertaban al alba. Después de lavarse la cara y las manos en una palangana, tomaban un ligero desayuno a base de pan y queso. Los más golosos preferían comprar por unas monedas dulces re-cién hechos en los puestos callejeros, de camino a la escuela.

La calle bulle de gente, a pesar de la hora temprana. La actividad comercial ya ha comenzado y, por las calles, muchas personas se apre-suran a bajar al foro o se dirigen a las casas de sus patronos para recibir instrucciones. El joven va acompañado de un esclavo que le protege y le lleva el material de escritura. El joven permanecerá en clase hasta la hora del almuerzo.

El sistema educativo romano depara unas cuantas sorpresas a los estudiantes modernos. ¿Aulas sin mobiliario espe-cífico y en locales alquilados? «¡Vaya cuchitriles!», dice para sí David, mien-tras Rebeca no cree poder dar clase

en esas condiciones. La precariedad de medios lleva a Fernando a valorar más lo que hay a su alcance: «Tenemos todo lo que necesitamos en el colegio». Acostumbrados a tener cuadernos y bolígrafos, el material escolar llama la atención de los estudiantes actuales. Les atrae su rusticidad y su simplicidad.

«Las tablas enceradas son muy buena idea pero no permiten tomar apuntes», concluye Jorge.

Aunque la convivencia en un mismo aula de chavales de varias edades y di-ferente nivel educativo es un hecho que se daba en España hasta bien avanza-do el siglo XX, a la juventud actual les parece algo exótico. Hoy en casi todos los centros educativos del país todos los alumnos de una clase tienen la misma edad. «Excepto los repetidores», pun-tualiza Álvaro.

Las materias que se imparten en las escuelas romanas tienen un aspecto muy básico comparadas con la especificidad de las asignaturas actuales. «Nosotros tenemos que estudiar muchísimas más cosas”, afirma Jorge. Con todo, parece que la forma de enfrentarse a ellas no ha cambiado con el tiempo. «Antes y ahora se estudia memorizando», dice Fernan-do. Tampoco han cambiado los sofocos que experimentan los profesores cuando los alumnos no se esfuerzan. Afortuna-damente, recapacita Celia, «ahora no pegan; sólo nos regañan».

La escuela

La escuela está en un pequeño local alquilado de una calle secundaria. An-tes el maestro tenía la escuela en un altillo de una tintorería, pero frecuen-temente debía interrumpir las explicaciones por las voces de los clientes y el ruido de los trabajadores. Además, el olor de la tintorería era nauseabundo.

En el nuevo local, algo alejado de la zona comercial, el ambiente es más tranquilo y, por si fuera poco, disponen de una mesa desvencijada que dejó abandonada allí el anterior arrendatario. Gracias a esta dona-ción inesperada los alumnos ya no tienen que traer de casa una tabla que ponían sobre sus rodillas, a modo de pupitre.

La clase está compuesta por unos pocos jóvenes de edades diferen-tes. Los mayores aventajan en conocimiento a los recién llegados. En la clase de Historia el profesor pierde los nervios con un alumno que se ha vuelto a olvidar del nombre de los compañeros de viaje de Eneas, antecesor de Rómulo y Remo. Manda a uno de los estudiantes veteranos que recite de memoria el pasaje de la Eneida que trata este episodio. Luego obliga al estudiante olvidadizo a que lo repita una y otra vez hasta asegurarse de que lo ha aprendido.

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Sólo unos pocos alumnos del auditorio están cerca de la mayoría de edad. Aún les quedan tres o cuatro años para que se abra ante ellos un amplio campo de derechos y obligaciones. Sin embargo, muchos no quieren esperar para ganar en independencia. Reclaman más auto-nomía en diversas facetas de su vida, sin esperar a su 18.º cumpleaños, que parece un aniversario un poco más especial que los anteriores. Quizá esta desmitificación de la llegada a la mayoría de edad afecta a su forma de ver la ceremonia romana en la que se abandonaban las vestimen-tas propias de la juventud. A falta de una fiesta semejante, a algunos les viene a la cabeza la graduación en el instituto, por más que ambos eventos sean muy diferentes. La trascendencia de la cele-bración romana no deja de sorprender a unos chicos poco acostumbrados a so-lemnidades. «Deshacerse de los jugue-tes es muy drástico. Nosotros los vamos sustituyendo por cosas más sofisticadas y acordes con nuestra edad», dice Jorge.

Un aspecto que llama poderosamente la atención de los jóvenes estriba en las

diferencias sociales derivadas del sexo. Fernando se extraña de que la mujer ad-quiriese obligaciones y pocos derechos, al llegar a la juventud. «No compensa», concluye. Las chicas son especialmen-te sensibles a las múltiples limitaciones impuestas a la condición femenina. «No

me gustaría ser una mujer en la sociedad romana», opina Eva. La juventud con la que contraían matrimonio y, sobre todo, el papel secundario de la muchacha de familia acomodada en la decisión de su marido son pesadas cargas desde la pers-pectiva actual.

El fin de la adolescencia

La adolescencia en Roma acaba con una celebración que tenía lugar entre los 14 y 16 años, dependiendo de la capacidad económica familiar y su importan-cia social. Era costumbre entre las familias pudientes celebrar una fiesta para marcar el paso de la infancia a la juventud, un nuevo periodo vital marcado por la independencia respecto a la autoridad paterna.

Para los varones, sobre todo los de clase alta, la celebración se realizaba de forma muy ostentosa. Después de una breve ceremonia privada, en la que ofrecían su amuleto infantil a los dioses domésticos, se despojaban de sus ves-tiduras infantiles y se ponían la toga propia de los adultos. Con este atuendo visitaban el foro y mostraban a todo el mundo su nuevo papel social: a partir de este momento, podían disponer libremente de su patrimonio, casarse, en-tablar pleitos, hacer testamento o enrolarse en el ejército.

Las mujeres pasaban por una ceremonia privada con los familiares más allegados. Ellas también se deshacían de sus símbolos infantiles (ropas y ju-guetes), dejándolos en ofrenda a los dioses del hogar, y vestían la toga recta, propia de la edad adulta. Muchas veces, esta ceremonia se realizaba el día antes de la boda, en la cual las jóvenes pasaban de la autoridad paterna a la autoridad del esposo.

Las nuevas responsabilidades se veían equilibradas, en el caso de los chi-cos, con la adquisición de más libertad. Muchos de ellos aprovechaban su independencia para visitar lugares antes vedados. Asimismo, ingresaban en asociaciones deportivas, religiosas, políticas…

Acaban las obligaciones y llega, por fin, el momento del tiempo libre. Aunque los estudiosos no acaban de ponerse de acuerdo respecto al hora-rio escolar de la antigua Roma, los muchachos disponían de paréntesis para el entretenimiento y los juegos. Los adolescentes actuales sienten una adhesión inmediata hacia los jóve-nes de la Antigüedad al ver en ellos las misma predisposición a la risa y a la jovialidad. La competitividad de los chicos ya no tiene como marco el Campo de Marte, sino los polide-portivos en los que juegan al fútbol y al baloncesto. Sin conocer la gran variedad de juegos que practicaban en Roma, los jóvenes de hoy echan en falta sus deportes favoritos y, en cambio, sienten cierta prevención ha-cia las actividades más agresivas. «Si ellos se peleaban nosotros hacemos lo

mismo, pero en la PlayStation”, dice Álvaro. En muchos casos, las nuevas tecnologías reemplazan el contacto humano. «Normalmente no queda-mos por las tardes con los amigos porque tenemos que hacer deberes. Hablamos con ellos a través del orde-nador», apunta Sergio. Los juegos de

mesa les sorprenden por su variedad y por su similitud con muchos que aún se siguen practicando. Los propios chicos disputan alguna partida de ta-bas y de ludus latrunculorum. «Son muy divertidos», afirma Jorge, «pero no los cambiaría por mi consola». La electrónica gana la mano.

Momentos de ocio Al acabar las clases de la tarde los estudiantes dejan de lado sus obligaciones y se entretienen con sus amigos. Los más jóvenes pasan el tiempo con sus juguetes, inventándose historias con muñecos y figuritas de madera o barro. Otros prefieren actividades más movidas y juegan al escondite, se persiguen a la carrera por las calles o libran batallas a caballito. Los mayores suelen bajar al Campo de Marte, una gran explanada a la orilla del Tíber, para probar su resistencia física. Allí echan carreras, desafían la corriente del río o luchan entre sí para ver quién se proclama “rey”. El más fuerte podrá dar órdenes a los demás, mientras que el perdedor, el “asno”, recibirá las burlas de todos.

Había jóvenes a los que no les gustaba el ejercicio físico y prefe-rían simplemente quedar con los amigos para dar un paseo o reunir-se para jugar a juegos de mesa. Los juegos de azar estaban mal vistos, porque se pensaba que podían llevar a la ruina, pero no había nada cen-surable en juegos de estrategia parecidos al tres en raya o las damas.

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El horario escolar apremia en Aran-juez. La clase de Cultura Clásica está a punto de finalizar. El viaje a la Antigüedad tiene que acabar y los alumnos retornan a la solea-da mañana de primavera de 2010 con la sensación de que la charla ha pasado rápido. Las explicacio-nes, la presentación del proyector y, sobre todo, la posibilidad de ver y tocar objetos cotidianos como los empleados en la antigua Roma les ha permitido saltar hacia el pasa-do. «Me he imaginado vestido con una túnica ceñida con un cinturón, siempre con ganas de jugar con mis

amigos e intentando pasar lo menos posible por casa para estudiar la lección del grammaticus», reconoce Jorge. Muchos se sorprenden de las similitudes con gente que vivió hace miles de años y por encima de las diferencias surge la empatía hacia aquellas personas.

La faceta lúdica de la charla es muy apreciada por los alumnos, pero en paralelo al discurso verbal los jóvenes han podido experimen-tar de forma más personal un peda-zo de la vida cotidiana de hace dos mil años. «En un momento en el que se imponen las nuevas tecnologías

todavía se puede comprobar que la comunicación personal y directa es esencial en el proceso educativo”, reflexiona una de las profesoras de Cultura Clásica del colegio, Cha-ro Ruiz. «Recrear un instante de la Historia ha operado un cambio en la actitud de los alumnos», reflexiona la docente. Algunos de ellos inves-tigaron por su cuenta para profundi-zar en el conocimiento de la época. «No es una asignatura más; es algo tangible que les ha ayudado a cono-cer un poco más su pasado y a valo-rar este legado, tanto en los aspectos que permanecen como en aquellos que han cambiado», afirma. Tras conocer las condiciones de vida en la antigua Roma, a Teresa le resul-ta fácil ponerse en el papel de una adolescente de aquella época y opi-na que a aquellos jóvenes «les resul-taría extraño ver que tanto tiempo después estudiamos sus costumbres, su modo de vida, su ropa...». ◙

El diario de una joven romanaLas impresiones de los estudiantes que asistieron a la charla proceden de una serie de trabajos en clase, reali-zados a posteriori. Entre los trabajos tutelados por la profesora Charo Ruiz destaca el de una estudiante que no se limitó a contestar las cuestiones planteadas para la evaluación de la iniciativa. Bárbara Basurto amplió sus conocimientos por cuenta propia y redactó una composición en la que se mete en la piel de una joven ro-mana de buena familia. La publica-ción de este trabajo no sólo reconoce el esfuerzo de esta estudiante, sino que permite apreciar por un juego de contrastes las diferencias culturales y de opinión entre los jóvenes actuales y los romanos.

«Obedeciendo las decisiones del paterfamilias me encuentro ahora en-frentada a mi destino. Mi padre está concertando un matrimonio de con-veniencia para mí. He cumplido los catorce años. Conocía a mi prometido en una carrera de cuadrigas. Allí nos saludamos después de ser presen-tados por una amiga común.Ahora, pensativa, paseo cerca del templo de Vesta, en el Foro. Pienso en hacer voto de castidad como las sacerdotisas. Si no lo cumpliera, podrían condenarme a ser enterrada viva.Todos los preparativos están dispuestos. Estamos en la segunda quincena de junio, aproximándonos al día del enlace. Mi prometido me ha regalado un espléndido anillo y mi padre le ha correspondido con muchas tierras.Pienso en la noche que vestiré la tunica recta y me echaré a dormir. Al amanecer la peluquera me peinará y rizará el pelo con trenzas. Me co-locará una diadema, el velo (flammeum) y me ajustará el cinturón (cin-gulum). Con polvo de tiza me maquillaré. Me pintaré las mejillas y labios con posos de vino. Las cejas y las pestañas me ennegraceré y me pondré belladona en los ojos para dilatar mis pupilas y así resaltar mi belleza.Tras el sacrificio, la ceremonia y el banquete con música y baile no sé cómo me sentiré en mi nueva vida y en mi nuevo hogar. Pienso que todo esto pasará al olvido y que en el futuro ninguna patricia joven como yo tendrá que someterse a estas situaciones».

Dibujos: Teresa Pla

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NoTICIAShR

05/06/2010.- Distinto escenario pero similar reto. Este año la Legio VIIII Hispana trasladó el campa-mento de Numancia a Mérida pero mantuvo las actividades anuales de recreación. El calor estival no are-dró a los miembros del grupo de re-creación militar de Hispania Roma-na, que se aventuraron a una larga marcha desde la Quinta del Triario, en Don Álvaro, hasta el Anas (el río Guadiana), cuyas aguas vadearon los más arrojados.

Tras el recorrido, los legionarios volvieron al campamento a descan-sar en las tiendas de la asociación. Para completar la inmersión históri-ca, se organizaron turnos de guardia nocturna.

Despliegue de soldados en la villa de La olmeda

26/06/2010.- Una nutrida concu-rrencia legionaria de Hispania Romana (HR) se concentró a finales de junio en la villa de La Olmeda (Palencia) para impartir diversas charlas sobre las le-giones romanas. Los visitantes del ya-cimiento conocieron de cerca cómo era la vida campamental y apreciaron en vivo varios episodios relacionados con la vida de un soldado romano.

Una de las novedades que se presen-taron en las charlas dramatizadas fueron los ritos religiosos destinados a Marte. Un sacerdote, el flamen martialis, reali-zó los auspicios para conocer la predis-posición del dios de la guerra antes de la complicada campaña que les esperaba a los hombres de la Legio VIIII. Vistos los buenos augurios, los soldados de Hispania Romana afrontaron a pie firme las embestidas de un valeroso ejército

compuesto por diversos niños, equipa-dos con piezas a su escala, que demos-traron haber asimilado las charlas sobre organización y combate en las legiones, atacando con fiereza a los aguerridos componentes de la Legio VIIII Hispana.

La Asociación Hispania Romana

volverá a estar presente en los eventos culturales veraniegos organizados en La Olmeda. La Diputación de Palencia desarrollará nuevas charlas, esta vez de temática civil, a principios de septiem-bre (ver la sección de la agenda cultural, en la pág. 67).

Actividades campamentales en tierras lusitanas

Los jóvenes reclutas se preparan para embestir al enemigo.Foto: Marco Almansa

Los legionarios dispuestos a una marcha de varios kilómetros.Foto: Manuela López

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Estudio y recreación de mobiliario romano14/08/2010.- Salvador Pacheco, cola-borador habitual de Stilus en el área de medicina antigua, ha realizado una con-cienzuda labor de estudio para recrear con todo lujo de detalles numerosas piezas de mobiliario y objetos con los que crear un ambiente sugerente para las charlas divulgativas de Hispania Ro-mana. Fruto de estas investigaciones y

de su destreza manual, recientemente ha presentado diversas piezas entre las que sobresale un lecho. Construido de made-ra y bronce, la pieza se inspira en restos encontrados en yacimientos arqueoló-gicos de todo el Mediterráneo. El lecho se completa con un respaldo (fulcrum) adornado con apliques de bronce.

Otras creaciones recientes son un lucernario y una mesita de madera que

ambientarán las charlas sobre vida cotidiana y hábitos

domésticos.

Cuestiones sobre equipación militar03/03/2010.- En los últimos meses el foro de Hispania Romana ha albergado interesantes debates sobre equipación militar, en los que varios miembros in-teresados en el tema han intercambiado sus puntos de vista y conocimientos. Así por ejemplo, en febrero se abría un hilo referente al pilum, la lanza que lleva-ban las legiones. ¿Qué medidas tenían? ¿Cómo se utilizaban? ¿Qué efectividad real tenían? Los interesados en este asunto pueden seguir las conversaciones en la siguiente dirección:

http://legioviiii.foros.ws/t1656/pilum/

Por otra parte, la publicación en 2009 del libro “Arms and Armour of the Imperial Roman Soldier: From Marius to Commo-dus”, de Graham Sumner y Raffaele D’Amato ha despertado muchas pregun-tas entre los miembros de la Legio VIIII. Los autores de este libro sostienen tesis polémicas acerca de la existencia de cotas de cuero, hueso, bronce y otros materia-les poco ortodoxos. Apoyados en imáge-nes recientes, estudios de esculturas de época clásica y trabajos de revisión de restos ya estudiados, Sumner y D’Amato prometen al menos suscitar nuevos deba-tes sobre equipación militar romana. Más información en la siguiente dirección:

http://legioviiii.foros.ws/t1469/nuevo-libro-de-sumner-y-nuevasviejas-polemicas

Si quieres ver más fotos de los eventos citados en esta sección puedes asomarte a la sección “Galería” de nuestra página en Internet.

También puedes acceder a los vídeos grabados en nuestras activi-dades en el canal que la Asociación tiene en Youtube:

y más...

http://hispaniaromana.es

http://es.youtube.com/user/hispaniaRomana

Foto: Salvador Pacheco

Aspecto final del lecho reconstruido por Salvador Pacheco. A la

izquierda, detalle del respaldo adornado con

un erote y un rostro femenino.

Almedinilla recuerda su pasado romano e íbero14/08/2010.- La localidad cordobesa de Almedinilla celebró la tercera edición de Festum, las jornadas culturales que pretenden poner en valor su rico patrimo-nio histórico. El programa de las jornadas contó con varias charlas, algunas de las cuales estuvieron a cargo de la Asocia-ción Hispania Romana. Otras conferen-cias fueron las de “Ritual funerario de los guerreros en la antigüedad”, a cargo de Javier Moralejo, y la de “La destrucción del poblado íbero Cerro de la Cruz y la romanización de la bastetania”, a cargo de Eduardo Kavanagh (U.A.M).

Por su parte, el lado festivo contó con la celebración de un mercadillo de arte-

sanía, cenas romanas celebradas en un anfiteatro de nueva construcción, pasaca-lles y espectáculos. Asimismo, el grupo Sennsa Teatro puso en escena una inno-vadora versión de “Antigona”, el clásico de Sófocles.

Almedinilla cuenta con importantes restos arqueológicos que van desde la Antigüedad hasta la Guerra Civil. Des-taca un poblado íbero, cuyas últimos e impresionantes descubrimientos parecen señalar que fue destruido por Roma en el contexto del levantamiento de Viriato. Asimismo, existe una villa tardorroma-na en la que se encontró un excepcional bronce del dios Hipnos.

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BREVIARIuM

Aníbal (247-183 a. C.) es una de las figuras más fascinan-tes de la Antigüedad. Aunque su paso por la Historia es, en realidad, la crónica de una derrota frente a su rival Esci-pión, la audacia, la pasión y la grandeza desplegadas por el cartaginés siguen provocando admiración. Sus acciones —la marcha hacia Italia cruzando Hispania y atravesando los Alpes con elefantes y en duras condiciones— fueron tan inusuales y llamativas que no han caído en el olvido más de dos mil años des-pués. Su carácter irreductible y su decisión al desafiar a Roma, han mantenido despierto el interés por el gran estratega a través de los siglos.

El historiador Pedro Barceló dibuja el recorrido vi-tal de un personaje en extremo complejo y recrea al mismo tiempo las relaciones romano-cartaginesas en su lucha por el dominio del Mediterráneo. La derrota de Cartago y la victoria de Roma son dos hitos que dieron lugar al mundo que conocemos hoy.

Las recetas más destacadas de nuestro pasado culinario listas para ponerlas en práctica en las cocinas de hoy. “En la mesa del César” es un libro para los amantes de la buena mesa que quieran descubrir cuáles son los orígenes de la tradición gastro-nómica de la llamada alimen-tación mediterránea. En él ha-llarán desde las primeras recetas de cocina procedentes de las ciudades sumerias hasta los sofisticados recetarios de la Roma imperial, pasando por los secretos culinarios de los faraones egipcios o los platos cotidianos de los atletas y los filósofos grie-gos… En su recorrido por la Historia de la gastronomía alrededor del Mare Nostrum, Isabel Lugo nos invita a descubrir no sólo qué comían, sino también cómo cocinaban los habitantes de la Antigüedad. Y, a su vez, nos da pautas para poder interpretar las distintas recetas que se han conservado y para ponerlas en prác-tica en la actualidad. Obra recomendable para los amantes de la buena gastronomía, para todos los que disfrutan con el arte de los fogones y para aquellos que saben paladear una buena ración de la vertiente más doméstica de las grandes historias.

EN LA MESA DEL CÉSAR /Isabel LugoViena Ediciones, 2009 - 168 págs.

punto de lectura

Libro ilustrado que estudia la transformación de los personajes míticos e históricos de Grecia y Roma en su paso a los medios au-diovisuales actuales. La obra re-pasa un amplio recorrido que va desde los peplums clásicos hasta producciones actuales como “Es-partaco” y “Ulises”, “Gladiator”, “300” o “Furia de Titanes”. El li-bro incluye un índice onomástico de películas y series. Las ilustra-ciones de los carteles originales son de Sandra Delgado.

hÉRoES DE GRECIA Y RoMA EN LA PANTALLAFernando LilloEd. Evohé, 2010 - 336 págs.

ANíBAL /Pedro BarcelóLa esfera de los libros, 2010 - 336 págs.

¿Flavio Estilicón(359-408 d. C.)

Hijo de un comandante de caballería vándalo, Flavio Estilicón protagonizó una meteórica carrera militar al servicio de Roma que que-

da refrendada con su matrimonio con Serena (385), la sobrina de Teodosio, de quien llegó a ser lugarteniente.

A la muerte del emperador, el militar asumió el cargo de tutor de Honorio, llamado a ser el heredero de la parte occidental del Imperio. Como responsable del ejército, Estilicón obtuvo en 402 y 405 vibrantes victorias sobre los ostrogodos y los visigodos coman-dados por Alarico. Pese a sus éxitos, la instransigen-cia antibárbara fue socavando su posición en la corte,

amparándose en las creencias arrianas del vándalo y su política de acercamiento a los visigodos. Fue acusado de conspiración y ejecutado en 408, junto a miles de aliados bárbaros. Los supervivientes se unieron a Alarico, que dos años después saquearía Roma.

¿Quién era... ¡

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escenas romanasPor Óscar Madrid

Pero, doctor, ¿cómo sabe que han sido varias puñaladas las causantes de la muerte de mi amo?

No sé... A mí me parece elemental.

EN CONSTRUCCIÓN

escribe a

[email protected] Seguro que puedes echarnos una mano para hacer una revista mejor. Colabora en su realización.

¿Te gusta la Historia? ¿Disfrutas escribiendo?

¿Se te da bien el dibujo?

¡ ¿SABÍAS QUE...?¿SABÍAS QUE...?

¿Cuántas veces hemos visto ese sinuo-so símbolo tan usado en el mundo an-glosajón para sustituir a la conjunción copulativa “y”? Varias generaciones lo conocieron gracias a las películas del Oeste, en el que el misterioso garaba-to se interponía entre los creadores del servicio de diligencias Wells&Fargo. Muchas personas lo ven a diario y sin embargo pocos saben que se encuen-tran ante un fósil de la escritura cuyo nacimiento se achaca a un liberto de Ci-cerón llamado Marco Tulio Tirón.

Acostumbrado a seguir como una sombra al gran orador, tenía entre sus funciones la de escribir las notas rá-pidas que Cicerón necesitaba en su

atareado día a día. La labor de poner por escrito todas las ideas y recados de su amo debía de ser ardua, porque el buen Tiro ideó un sistema de abre-biaturas que ayudaba a que el estilo no quedase rezagado a la lengua del que dictaba.

Una de las creaciones del liberto fue un rápido trazo que unía indisoluble-mente las letras de “et” (y). La ligadura hizo fortuna y, al tiempo que se estili-

zaba, fue penetrando en varios idiomas. En ninguno encontró tan buena acogida como en el inglés, en la que recibió el calificativo de “and per se and” (y por sí misma), que fue derivando en el ac-tual “ampersand”. Su adopción en los lenguajes de programación supuso el lanzamiento estratosférico del atajo ingenioso de descendiente de esclavos.

Por Roberto Pastrana.

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66 aestas·mmdcclxiii·auc ¿Phalerae

Condecoración que reco-nocía el valor en la ba-talla. Tenemos muchas

representaciones de phalerae en monedas, relieves o lápidas funerarias, y hasta algún juego completo. Siempre son represen-tadas en juegos de ocho a doce unidades, unidas por medio de un entramado de cintas que supone-mos de cuero, en forma de arnés.

En ningún caso se han repre-sentado conjuntos de pocas pha-lerae por lo que se supone que se entregaban de una vez. No se iban ganando de una en una o quizás se guardaban hasta tener el número suficiente como para poder colgar-las del arnés. En las representacio-nes de lápidas de centuriones sue-len aparecer dos torques colocados en la parte superior del arnés.

Las phalerae que se han en-contrado son por lo general de metal, normalmente aleación de cobre, aunque se han encontrado algunos ejemplares de plata y e incluso de vidrio. Las de metal están trabajadas en algunos casos con una maestría sorprendente. Los motivos representados en ellas, a veces muy realistas, sue-len ser mitológicos, pero a juzgar por las que aparecen en relieves y lápidas, también podían lucir motivos geométricos, florales o decorativos.

El mejor conjunto de encon-trados es el de Lauersfort en Ale-mania, conservadas en el museo de Maguncia. Está formado por diez discos de bronce cubiertos por una fina plancha de plata cin-celada. Todos ellos tienen varios ganchos en la parte trasera para poder fijarlos al arnés de cuero.

Algunos autores consideran que las phalerae eran conce-didas a los legionarios hasta el rango de centurión, reserván-dose otro tipo de premios y ho-nores para tribunos, prefectos y legados.

Otros piensan que los arne-ses de phalerae eran más bien honores concedidos a una centu-ria, y que el centurión las usaba como representante de esta. Y que existían phalerae de mayor tamaño, que podían incluso col-garse de los estandartes (signa) de la centuria. Eso explicaría que cerca del conjunto de Lauersfort se encontrase un fragmento de una phalera mucho mayor que encontraría difícil encaje en el arnés de las otras menores.

Por Jorge Mambrilla.

¿Qué son...

PASIÓN POR ROMA• ¿A qué sabe el pollo numídico?

• ¿Cómo se maneja un gladio?

• ¿Qué dicen las inscripciones?

• ¿Cómo se pone una toga?

Si quieres saber la respuesta a estas preguntas y charlar con personas interesadas en la Historia y las costumbres romanas:

www.hispaniaromana.es

HISPANIA ROMANA

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67 verano·2010

PROPUESTAS

Entre los meses de octubre y diciem-bre la Diputación de Palencia orga-niza en la villa romana de La Olme-da una completa oferta cultural que incluye charlas, representaciones, talleres y proyección de películas re-lacionadas con la Antigüedad.

Los primeros en abrir la progra-mación serán los miembros de la Asociación Hispania Romana, que el 4 de septiembre representarán diversas escenas de la vida coti-diana en la antigua Roma: ceremo-nias religiosas, matrimonio, la ma-numisión de un esclavo y más. El espectáculo, gratuito, tendrá lugar en la propia villa.

Más información del resto de la programación cultural en la web www.villaromanalaolmeda.com.

oro y plata, lujo y distinción en la Antigüedad hispana Caja GranadaC/ Acera del CasinoTel.: 958 22 00 43

Cultura “a la romana”Villa de La OlmedaPedrosa de la Vega (Palencia)Tel.: 979 11 99 97

Los objetos de oro y plata fueron siempre entendidos como materiales prestigiosos que, en el seno de las so-ciedades que los crearon, estuvieron al alcance de muy pocos. Las joyas han sido símbolo de privilegio, de respeto y poder, en cualquier cultu-ra. En las vitrinas de esta exposición veremos piezas de todas las que tu-vieron carta de identidad en nuestro suelo: la orfebrería prehistórica, la de origen orientalizante; piezas fenicias y púnicas, ibéricas, vacceas y castre-ñas, para finalizar con otras pertene-cientes ya a la dominación romana.

Los relatos de la Antigüedad es-tán llenos de referencias a maravi-llosos tesoros que han espoleado la

imaginación de todos los que se han acercado a su estudio y han sido, en buena medida, uno de los primeros acicates de la arqueología y uno de los principales objetivos en la crea-ción de los museos.

Estas colecciones han salido del Museo Arqueológico en raras oca-

siones y, desde luego, nunca en su conjunto. Ahora, en el contexto de esta exposición itinerante, podrán verse en otros escenarios, mostrán-dose a través de un discurso más amplio. La muestra se podrá visitar en Granada desde el 7 de octubre al 8 de enero de 2011.

V Congreso de las obras públicas romanas/CórdobaTel.: 91 451 69 20

Entre el 7 y el 9 de octubre, la Fun-dación de la Ingeniería Técnica de Obras Públicas organiza una nueva edición de los congresos técnicos que lleva celebrando desde 2002. En el transcurso de este evento se impartirán diversas conferencias sobre el tratamiento arqueológico y otros aspectos especializados de los acueductos y las vías que han lle-

gado hasta nuestros días. De forma paralela a las charlas se podrá visitar del 4 al 8 de octubre una exposición fotográfica sobre topografía y maqui-naria hidráulica romana. El congreso se cerrará con una vista a Torrepare-dones (Baena), para apreciar in situ el urbanismo de este enclave. Más información en http://www.citop.es/vcongreso/presentacion.htm.

Retratos de Roma/Museo de Évora (Portugal)C/ Largo Conde de Vila Flor - Tel.: 266 702 604

El museo de Évora expone hasta el 3 de octubre “Retratos de Roma”, una exposición de esculturas originales de personajes públicos y privados de la Hispania Romana procedentes del Museo Arqueológico Nacional. La

muestra permite apreciar la importan-cia del retrato como elemento esen-cial de la cultura romana, tanto para mostrar la imagen del poder, como para transmitir el modo de vida y cos-tumbres de las clases adineradas.

Selección de piezas del tesoro prehistórico de Villena.Foto: Museo Arqueológico Nacional

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68 aestas·mmdcclxiii·auc

LuDoTECA

Por Alberto Fuentevilla.

Marco Aurelio ha muerto y el nue-vo emperador es su hijo, Cómodo. Las noticias llegan amortiguadas a uno de los lugares más conflictivos de Britania, el Muro de Adriano, en donde caledonios y romanos chocan frecuentemente en escaramuzas y emboscadas. Y en medio del conflic-to estamos nosotros. Podremos elegir ser parte del Imperio Romano y servir como legionario, auxiliar o artesano de muy variada procedencia (la canti-dad de etnias es impresionante: hispa-nos, griegos, egipcios, germanos...), o bien podemos ser un bárbaro caledo-nio que habita en una rústica aldea.

Si somos romanos empezaremos como un pobre esclavo que ahorra para comprar su libertad, mientras que como caledonio seremos un hom-bre libre desde el principio, pero del escalafón más bajo del clan.

“Roma Victor” en un juego de rol on line en el que interactuaremos con otros jugadores. Tendremos que comer y beber para mantenernos saludables, vestirnos para no pasar frío, y aprender a orientarnos para no perdernos en sus inmensos bosques. Si viajamos, deberemos armarnos y vigilar para evitar el ataque de ban-didos o lobos, o si disponemos de di-nero, podemos pagar una escolta de soldados.

Las habilidades que podemos ma-nejar son numerosas y muchas veces exigirán que las combinemos para determinadas acciones y para crear objetos o construcciones. El sistema de las habilidades permite personali-zar nuestro personaje, al tiempo abre una amplia gama de profesiones. En-tre los jugadores habituales de Roma Victor es común ver legionarios que completan su capacidad guerrera con habilidades artesanas (costurero, p e s c a -

dor, constructor...) que ayudan al res-to de su comunidad.

Uno de los puntos más importantes del título que nos ocupa es el apartado de creación. La idea de los diseñadores es que podamos hacer cualquier cosa, desde una túnica hasta un edificio pú-blico. Todos los objetos del juego pue-den ser creados por sus jugadores, lo único que variará será la calidad de los mismos, que dependerá de la habilidad de su creador y del desgaste del uso.

La posibilidad de crear casi cual-quier cosa posibilita que creemos co-munidades desde cero. En un territo-rio vacío puede asentarse un grupo de jugadores y crear su propio pueblo, levantando sus casas, sus edificios tanto lúdicos como públicos, esta-bleciendo campos de cultivo... Viajar por el mundo y encontrarte con un campamento legionario, una aldea de mineros o un mercado es uno de los

mayores atractivos.Con un poco de tesón

iremos progresando y re-uniendo dinero, que nos dará prestigio, seguido-res, facilidades y acceso a altos cargos. Un ca-ledonio podrá aspirar a convertirse en jefe de su tribu. Un romano podrá llegar a magis-trado.

Aunque Roma Vic-tor lleva dos años en el mercado, sus continuas mejoras

lo han convertido en una buena alternativa a los juegos de

rol online que pueblan el mercado. Tendremos que elegir bien nuestras habilidades, practicarlas para llegar a ser diestros y relacionarnos con otros jugadores.

Los inconvenientes de este título son sus gráficos anticuados y su re-ducida comunidad, unos pocos cien-tos de jugadores en todo el mundo.Esta última razón ha llevado a los responsables a anunciar el cierre del juego para 2011, aunque se propo-nen lanzar un “Roma Victor 2” en fecha aún no determinada. Ojalá se pueda recuperar esta buena idea y el público responda a la segunda opor-tunidad. ◙

RoMA VICToR

Sistema: Windows XP con Service Pack 2 o superior.Procesador a más de 2 GHz.Memoria: 1 GB de RAM.Tarjeta gráfica 3D con Shader Model 2.0 o superior.Conexión: 56 Kbit/s o superior.

Peligros en la hostil Caledonia

Los oscuros bosques del exterior del Muro de Adriano esconden desagrada-bles sorpresas para el viajero.

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69 verano·2010

LuDoTECA

Por Roberto Pastrana.

Los foros de Internet especializados en juegos de mesa están que arden. La noticia de que la española Edge Entertaiment lanza la versión en castellano del “Republic of Rome” ha encendido los ánimos de una le-gión de ávidos seguidores, que du-rante 20 años tuvieron que recurrir a sus conocimientos de inglés para sumergirse en un juego tan comple-jo como fascinante.

Abrimos la caja, desplegamos el ta-blero y nos trasladamos a mediados del siglo III a. C. Cada jugador en-carna al líder de una facción del Se-nado romano. Los próceres debaten cómo aumentar el poder de la Urbe y quiénes serán los encargados de llevar a cabo los planes. Cada turno las magistraturas van cambiando de manos en función de los pactos elec-torales entre los jugadores. El reparto del poder forja y destruye alianzas, a medida que determinadas facciones consiguen para sus senadores cargos que aumentan su prestigio. ¡Cuida-do!, todo rival esconde un tirano que aspira a hacerse tan popular que pue-da imponer sus designios al resto de facciones senatoriales.

Una de las principales virtudes del “República de Roma” radica en la combinación entre competitividad y colaboración, ya que los asuntos de gobierno obligarán a los jugadores

a superar sus reticencias y a trabajar unidos por la supervivencia de la Re-pública. Las amenazas extranjeras, las sequías y tormentas catastróficas, los malos augurios y otras desdichas circunstanciales se irán acumulando en el transcurso del tiempo, solivian-tando los ánimos de la plebe.

Las partidas del “República de Roma” están trufadas de disyun-tivas en las que el Senado tendrá que elegir entre aproximarse un poco más al abismo o conjurar los peligros eligiendo al senador mejor dotado para cada contingencia, pese a los réditos políticos que el éxito pueda reportar al candidato y a su facción. Sin embargo, ¿serán capa-ces los jugadores de aparcar sus di-ferencias para, por ejemplo, enviar al senador con mejores dotes milita-res a acabar con la amenaza púnica? Y sobre todo, ¿podemos esperar que el victorioso general licencie a sus tropas de vuelta de la guerra o pre-vemos que se puede convertir en un nuevo enemigo para Roma?

Cada turno está dividido en fases que marcan la evolución de aspectos tan diversos como la situación exte-rior, el clima político de la Urbe o incluso la muerte natural de senado-res. Las tiradas de dados se cotejan con los mercadores del tablero para saber qué regalos u obstáculos depa-ra la suerte a los padres conscriptos.

Pese a estas notas de azar, el plan-teamiento del juego minimiza la im-portancia de los dados en favor del factor humano. La interacción entre los propios jugadores resultará esen-cial para neutralizar las aspiraciones de los contrincantes y, al mismo tiem-po, alcanzar un poder omnímodo, ya sea mediante la elección como dic-tador perpetuo o tomando la propia

Roma al mando de legiones rebeldes.El dominio de los mecanismos de

juego requiere de cierto entrenamien-to. Será necesario que leamos con atención el reglamento (en cuya re-visión han participado habituales co-laboradores de Stilus: Paco Gómez, David P. Sandoval y el que firma esta reseña). Así lograremos familiari-zarnos con el entramado político del juego y trenzar estrategias de gran profundidad para encumbrarnos en futuras partidas de varios jugadores.

Dispondremos de infinidad de fórmulas para obstaculizar los pla-nes de los rivales, desde el uso de tribunos de la plebe que vetan ini-ciativas políticas, hasta la compra de voluntades, la intriga o incluso el asesinato. Todos los caminos están abiertos, si estás dispuesto a asumir las consecuencias... Los creadores del juego advierten que a menudo las estrategias más efectivas son las menos evidentes. Puro maquiavelis-mo; la política de la República, al fin y al cabo. ◙

REPÚBLICA DE RoMA

Edita: Edge Entertainment.Jugadores: de 1 a 6.Edad recomendada: a partir de 14 años.Tiempo de juego: de 3 horas a varios días.

Un nido de intrigantes

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Clíopresenta...

Por David P. Sandoval.

Si en el pasado número de Stilus hablá-bamos de “La caída del Imperio Roma-no”, no abandonaremos esa época histó-rica, aunque ahora la abordemos desde una perspectiva diferente. En “Gladia-tor” no estamos ante un Marco Aurelio reflexivo y estoico, sino ante un padre cansado, un político avejentado y un hombre harto de muchas cosas.

La primera imagen de la película, el ya famoso primer plano de la mano que acaricia las espigas de trigo, dice mucho de la mentalidad del filme. El protago-nista es el campesino ciudadano que quiere regresar a su campo, tras lu-char durante años por Roma, una ciudad que ni siquiera conoce. Pero antes de volver tendrá que combatir una última vez, en un asalto que cae en los fallos de siem-

pre: una fila ordenada de legionarios romanos, enfrentada a una turba de ger-manos, acaba en un choque desordenado y caótico.

El largometraje parte de un plantea-miento histórico incorrecto, ya Roma no estaba a una batalla de doblegar a los germanos. Tampoco Marco Aurelio te-nía intención de retornar al viejo orden republicano, asumido como ficción de gobierno desde el Principado de Augus-to. Con todo, el vibrante incio sirve de base a una clásica historia de aventuras: un hombre, en este caso un poderoso ge-neral (cuyo nombre, digámoslo de paso, ignora las reglas clásicas), se ve injusta-mente acusado, defenestrado y condena-

do a morir. Pese a lo apurado de la situa-ción, su motivación le permite sobrevivir a un encuentro con la guardia pretoriana (¡de malévolas armaduras negras!) y, en un alarde elíptico, cruzar media Eu-ropa para regresar a Emerita Augusta (Trujillo, en la versión original). Allí se encuentra con su familia asesinada, sus campos arrasados y su vida destrozada. A partir de este punto, hasta llegar a un final previsible, el protagonista sólo vivi-rá para la venganza.

La historia adolece de numerosos fallos, tanto históricos como de guión, que compensa con una puesta en esce-na espectacular, recuperando en gran medida las colosales producciones de los años 50 y 60 del siglo pasado. Repitiendo el esquema que parece que toda película de romanos debe desarrollar, nos encontramos con una intriga palaciega que, esta vez, se de-sarrolla especialmente en la arena del Coliseo. También hallamos personajes estereotipados como los senadores hi-pócritas o la heroína pasiva, buena y maternal; hazañas sin igual –la lucha en el circo representando un remedo de Zama–; y por supuesto, decorados magníficos e impresionantes, aunque se note en muchas ocasiones el exceso de tecnología digital.

Aunque distorsione y desfigure los hechos históricos que conocemos, “Gladiator” sigue siendo una historia interesante. Permite disfrutar de una imaginería visual conectada con los clá-sicos de antaño, y juega con pensamien-tos, ideas y percepciones de un mundo que, aunque lejos en el tiempo, no han cambiado tanto. Eso sí, los amantes del peplum clásico tendrán que ser indul-gentes con esta película, que, a pesar de tener pocos años y muchos medios, no supera en calidad artística o histórica a gran parte de las anteriores. ◙

Efectos especiales en la arenaGLADIAToR

Gladiator (2000)Director: Ridley Scott.Productor: David Franzoni.Actores: Russell Crowe, Joaquim Phoenix, Connie Nielsen, Richard Harris, Oliver Reed.

La cinemateca de