rafael masada obras

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El reencuentro El lugar estaba lleno de luz; era amplio, tan amplio como un país vacío, desierto, sin vida pero agradable y dulce. Una llanura sin horizonte ni frontera. - Viejo, ¿hemos perdido? La pregunta le salió disparada en un improviso, fue lo primero que pensó y como tal la soltó. No sabía dónde estaba. Mucho menos entendía por qué estaba delante del Viejo ni cómo habían llegado hasta aquel lugar. - Así dicen, hijo, así dicen. Le respondió sin aspavientos; lo decía con pausa, sin convicción ni resignación, sólo como quien adelanta un chisme que, de tanto ser contado y repetirse de boca en boca, florece a destiempo, sus frutos se desploman antes de madurar y da en tierra con su despropósito. Al recién llegado le brillaban dos ojos oscuros, negros y pequeños, en el fondo de la cara; boquiabierto e inquieto lanzó una mirada a su alrededor tratando de comprender algo, cualquier cosa. De pronto, un ligero temblor recorrió su cuerpo al darse cuenta que hacía muchísimos años que nada sabía del Viejo, que no lo había visto; lo daba por muerto y sin embargo, sin alerta ni aviso, lo tenía delante de sus narices, a un palmo de ella. - ¿Qué hacemos ahora? - No tengo ni idea. –respondió el Viejo. > Ambos giraron en redondo tratando de encontrar alguna señal. Nada. En contraste con la blancura del lugar, llamaba la atención y resaltaba la vestimenta de los lugareños; aunque vestimenta y lugareños era mucho decir puesto que no se podía distinguir quiénes eran ni qué llevaban encima, en el mejor de los casos parecían sombras, sí, eso, eran sombras. Sombras agrupadas por decenas, centenas o millares, difícil saberlo; tan sólo algunas caras conocidas estaban dentro de aquella multitud. Conformaban grupos por aquí y por allá, todos conversando; a la distancia no se oía nada, pero por los gestos y ajetreos se podría decir con convicción que discutían, que intercambiaban opiniones con gran fogosidad. - Hola cumpas, ¿qué tal? Al girar, se toparon con Felipe y una sonrisa de oreja a oreja. - ¡Venancio! ¡Pero si estás hecho todo un hoombre, ya no eres el niño de antes! - ¿Así? ¡Pero tú y el Viejo están tan añejoss como siempre! –replicó Venancio rascándose la nuca y ahogando una sonrisa en la comisura de los labios. - Las apariencias, las apariencias engañan. –dijo el Viejo mirando de reojo y haciendo un gesto sombrío como quien empieza a comprender algo allí, en el fin del mundo, al borde del desierto. Una impresión. Casi como un suspiro. - Pero, ¿qué está pasando? ¿Dónde estamos? ––Venancio se inquietaba cada vez más. Felipe, tan práctico como siempre, le puso las manos sobre los hombros, lo miró fijamente y le preguntó si recordaba algo que hubiera pasado antes de llegar a este lugar. - No, no lo sé... Estaba con mi mujer... Choolita, Cholita, corre...corre... –Al niño convertido en adulto le flaquearon las piernas, se le enturbiaron los ojos y empezó a sollozar. Difícil sería contar o tratar de manifestar cómo, pero ante ellos se abría ligeramente lo que de

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  • El reencuentro

    El lugar estaba lleno de luz; era amplio, tan amplio como un pas vaco, desierto, sin vida pero agradable y dulce. Una llanura sin horizonte ni frontera.- Viejo, hemos perdido?La pregunta le sali disparada en un improviso, fue lo primero que pens y como tal la solt. No saba dnde estaba. Mucho menos entenda por qu estaba delante del Viejo ni cmo haban llegado hasta aquel lugar.- As dicen, hijo, as dicen.Le respondi sin aspavientos; lo deca con pausa, sin conviccin ni resignacin, slo como quien adelanta un chisme que, de tanto ser contado y repetirse de boca en boca, florece a destiempo, sus frutos se desploman antes de madurar y da en tierra con su despropsito.Al recin llegado le brillaban dos ojos oscuros, negros y pequeos, en el fondo de la cara; boquiabierto e inquieto lanz una mirada a su alrededor tratando de comprender algo, cualquier cosa. De pronto, un ligero temblor recorri su cuerpo al darse cuenta que haca muchsimos aos que nada saba del Viejo, que no lo haba visto; lo daba por muerto y sin embargo, sin alerta ni aviso, lo tena delante de sus narices, a un palmo de ella.- Qu hacemos ahora?- No tengo ni idea. respondi el Viejo.> Ambos giraron en redondo tratando de encontrar alguna seal. Nada.En contraste con la blancura del lugar, llamaba la atencin y resaltaba la vestimenta de los lugareos; aunque vestimenta y lugareos era mucho decir puesto que no se poda distinguir quines eran ni qu llevaban encima, en el mejor de los casos parecan sombras, s, eso, eran sombras.Sombras agrupadas por decenas, centenas o millares, difcil saberlo; tan slo algunas caras conocidas estaban dentro de aquella multitud. Conformaban grupos por aqu y por all, todos conversando; a la distancia no se oa nada, pero por los gestos y ajetreos se podra decir con conviccin que discutan, que intercambiaban opiniones con gran fogosidad.- Hola cumpas, qu tal?Al girar, se toparon con Felipe y una sonrisa de oreja a oreja.- Venancio! Pero si ests hecho todo un hoombre, ya no eres el nio de antes!- As? Pero t y el Viejo estn tan aejoss como siempre! replic Venancio rascndose la nuca y ahogando una sonrisa en la comisura de los labios.- Las apariencias, las apariencias engaan. dijo el Viejo mirando de reojo y haciendo un gesto sombro como quien empieza a comprender algo all, en el fin del mundo, al borde del desierto. Una impresin. Casi como un suspiro.- Pero, qu est pasando? Dnde estamos? Venancio se inquietaba cada vez ms.Felipe, tan prctico como siempre, le puso las manos sobre los hombros, lo mir fijamente y le pregunt si recordaba algo que hubiera pasado antes de llegar a este lugar.- No, no lo s... Estaba con mi mujer... Choolita, Cholita, corre...corre... Al nio convertido en adulto le flaquearon las piernas, se le enturbiaron los ojos y empez a sollozar.

    Difcil sera contar o tratar de manifestar cmo, pero ante ellos se abra ligeramente lo que de

  • suelo les serva y los tres con asombro lo vean.Cuatro cuerpos yacan sobre dos mesas rodeadas de muchsimas velas encendidas y gente ataviada con ponchos y polleras de oscuros colores; gente buena, con el rostro curtido y quemado por el estriado fro; gente piadosa, gimiendo, llorando, lamentando, maldiciendo, condenando. Por dnde trajinas, tayta dios? A qu te dedicas? De qu lado ests y qu te propones? Por qu nos has abandonado, desgraciado? Le interpelaban como si existiera; se lo reclamaban por si l no saba lo que haca.Dos de los cuerpos eran an pequeitos; amarillitos como la flor de retama se estaban. Venancio con mucha atencin los observ y sin prisa ni precipitacin los reconoci. No haba duda. S, eran sus hijos. Macho y hembra los cre.Sobre la otra mesa reposaba el cuerpo impoluto de su mujer; era menuda, fuerte y fogueada pero por una sola vez no pudo correr.Venancio, hacia un costado sealaba y desolado con la mirada afirmaba. Se reconoci amortajado.- Ese soy yo! Ya me mataron, carajo! y enntonces todo lo record.

    Estaba en su choza en la cima de la colina, y entre sueos le llegaba el murmullo del arroyo que por detrs y hacia abajo corra. Acostumbrado a or dormido y a distinguir los difanos sonidos de la naturaleza de los por el hombre producido, el pisar de sigilosas botas descubri. Se arranc la manta que lo abrigaba de un manotazo y de un salto se levant, cogi al vuelo a sus hijos y grit a su mujer para que despierte, que se levante y corra. Lo que aconteci fue fulminante. Los soldados tenan rodeado el pequeo pueblo, y la chocita que cobijaba a Venancio y su familia era pasto de las llamas; su cholita fue derribada al octavo paso y los dos soldados que la golpearon se le fueron encima. A Venancio le quitaron los hijos. A la nia le abrieron el vientre de un solo tajo y con sus dos aitos, ayer recin cumplidos, abandon este valle de lgrimas sin tiempo para quejarse. Al varn recin nacido lo lanzaron al aire con tanta violencia que ya no respiraba cuando cay entre las rocas. Venancio ya tena varias costillas rotas a patadas cuando a rastras lo llevaron cerca de su cholita para que vea cmo la violaban; uno de tras de otro, como fieras desbocadas la golpeaban, impotentes trataban de someterla profiriendo maldiciones contra todos los terrucos de mierda que pueblan la sierra. Te vamos a reventar puta maldita! Toma, conchatumadre, para que aprendas t y todos los muy hijoeputa a no meterse con la autoridad! Trataban de penetrarla. Y le daban con la culata del fusil. Una lucha desigual. Ellos tenan los pantalones cados y la verga presta; ella se defenda con uas y dientes, araando, mordiendo, escupiendo, pateando, maldiciendo y gritando sin pedir clemencia, dispuesta a luchar hasta el ltimo hlito de vida. Morira de pie aunque ya estaba tendida. Alguien dispar. Venancio logr incorporarse a medias pero un rodillazo en la cara lo derrib por ensima vez, qued tumbado de espaldas viendo el cielo abierto; con lo ltimo que le quedaba de fuerza catapult el pie hacia arriba y le dio de lleno en los cojones al soldado que delante tena. Varios brutos se le fueron encima y a punta de culatazos empezaron a partirlo. Ya no senta nada, el dolor y la misericordia lo haba abandonado; trat de tomar la mano yerta de su cholita cuando todo se torn oscuro, silencioso, apacible y descendi a la ms profunda y oscura de las noche con un te quiero a flor de labios.

  • Los tres suspiraron y guardaron un silencio largo.- Dnde estamos? volvi a preguntar Venanccio- Este no puede ser el reino de los cielos reservado para nosotros.Rieron.

    Felipe se adelant a la pregunta que vea llegar y cont que su columna se desplazaba de Ayacucho a Huanta, salieron de noche y poco antes del amanecer deberan llegar al punto sealado para unirse a la III Compaa y continuar con direccin a Huancavelica. A la hora del oscuro mand detener al grupo porque haba algo que le quitaba el sosiego y quera mandar un gua por delante para que viera si el camino estaba despejado. Dar la vuelta a la loma y bajar era lo poco que por andar les quedaba.Mientras daba las instrucciones necesarias para preparar el descenso, les cay una lluvia de balas que los tom desprevenidos. Haban cado en medio de una emboscada. Se defendieron lo mejor que pudieron pero no tenan forma de ganar ni escapar. En menos de media hora ya estaban vencidos. No tena sentido seguir luchando, a la orden cesaron los disparos y empezaron a gritar que se rendan. Dejaron las armas en el suelo y se pararon con las manos en alto. Slo cinco lo pudieron hacer, sus heridas eran leves. Los otros doce estaban muertos o mal heridos. Los soldados los rodearon. Se acercaron a los tendidos, y a bocajarro volvieron a matar a los muertos y asesinar a los heridos. Nadie protest. Uno haba pedido clemencia y respeto en nombre de su viejita, una rfaga le destroz la boca. Calla hijoeputa! ladraron.- Nos llevaron a la altura que estaba por ahh, al frente de nosotros... hizo con la mano izquierda una seal difusa hacia adelante y despus de una breve pausa, que pareci eterna, movi la cabeza como para sacudir errores y malos recuerdos, continu- y nos hicieron poner en fila con las manos por detrs de la nuca.- No tuvimos tiempo para mirarnos ni de reojjo, tampoco para cantar, gritar o cualquier otra cosa parecida. carraspe y afligido continu- Sent varias punzadas, como la picadura de una avispa en pata calata, y di de espaldas contra la loma; me golpe la cabeza con una piedra saliente, ca y qued sobre la grava mirando el firmamento, estaba repleto de estrellas. Carajo, despus de una semanaza de lluvias, por fin estaba despejado el cielo y el Sol amenazaba con salir! Y yo all, tirado sin morir! Tena sed pero no poda hablar, tena los ojos abiertos y los huesos me dolan, haca fro. No s cunto tiempo pas as, pero en algn momento alguien me agarr por las manos y empez a arrastrarme hacia un lugar donde ola a sangre, meados, cal, crematorio, incienso y cagada; quien me jalaba me coloc al lado de otros cuerpos fros, y cuando, por esas malas pasadas de la vida, nuestros ojos se cruzaron, no s qu me habr mirado l, pero vomit; lo que yo le vi fue una cara de imberbe recin inaugurada en faena para hombres de uniforme, sin miedo, con valor y coraje para defender su patria.Hizo un silencio, baj la cabeza y levant los hombros, solt un bufido y sigui:- Luego, vinieron otros, nos cargaron y tiraaron a un hueco profundo; estaba casi lleno cuando me lleg el turno, al parecer tambin haban trado cadveres de otros lugares. Ya no haba estrellas, el Sol brillaba en algn lugar que no poda ver. Segua teniendo sed. Echaron tierra y nos escondieron bajo algunas piedras. Quera gritar, avisar que an estaba vivo; pero no pude, me fui asfixiando y muriendo de a poco. Vaya mierda!

  • - Y t, Viejo?- Yo? Muy bien, gracias.Una sonrisa y se sintieron relajados. No les resultaba fcil abrir el alma y mostrar los pesares.- Estuve en un caf discutiendo con algunos dirigentes indecisos que no saban si persistir o no. Todos habamos ledo los peridicos que publicaban la primera carta que solicitaba conversaciones que conduzcan a un acuerdo de paz y cuya aplicacin llevase a concluir la guerra. Tambin la segunda y el borrador de la tercera. En poco tiempo esas cartas haban causado un despelote tremendo al interior de nuestras filas; los capituladores tenan la sartn por el mango en las prisiones, y la mayora, de los que quedbamos afuera, se decantaba por soar con que es bodrio era una patraa; no comprendan la urgente necesidad de desenmascarar al renegado pues no crean, ilusos de ellos, que fuera capaz de tamaa traicin, as que en nada qued la discusin. Estaban ciegos! Sordos y ciegos! Lo ltimo que recuerdo, si la memoria no me falla, es que conversbamos con pasin y buen humor cuando notamos que la duea de la cafetera hablaba por telfono mientras nos miraba con suspicacia, as que por precaucin decidimos retirarnos. Al parecer la decisin fue tarda. Ya en la calle, sent que por atrs me golpe en la cabeza algo muy caliente. Y de all para aqu, slo un quejido.

    -Estamos en el limbo?Venancio segua preocupado por saber dnde se encontraban.- Ni que fueras santo o patriarca. le respoondi Felipe y el Viejo ri con ganas.- No estamos en ninguna parte, esto no existte y nosotros tampoco. Suspir, carraspe y lentamente continu- Al parecer hay quienes estn pensando en nosotros y nos mantienen vivos en sus mentes y corazones. S, eso debe ser.El Viejo hizo un silencio para saborear su descubrimiento.En ese momento notaron un resquicio en lo que de suelo les serva; por ah les llegaba un rumor, algo parecido a un ro que rueda canto con direccin a la brava mar. Un arrullo grato que da seguridad e ilumina el alma. Se acercaron, a gachas, los tres metieron simultneamente los dedos entre la pequea abertura y jalaron hacia los lados. Miraron. Abajo, el terreno se encorvaba levantndose majestuoso, de entre las cordilleras, por la caada de la izquierda, se vea un hilo rojo que discurra hacia delante. Pusieron los ojos en rendija y aguzaron la vista. La imagen se hacia ms clara al acercarse hacia ellos; eran banderas, rojas, tremolantes al viento sealaban el nuevo amanecer. El susurro se hizo ms cercano y profundo; antes de ser definitivamente claro, ya lo haban reconocido. Cmo qu no! Cuntas veces lo haban cantado! Si lo llevan bien metido en la conciencia!- Por los valles y los andes...!Se quedaron oteando un rato largo.Venancio haba cambiado de aspecto, el rostro se le ilumin con una sonrisa infantil; tal vez le vinieron a la memoria algunas imgenes, algunos recuerdos de los primeros aos.Se incorporaron, sonrean. Miraron a un lado y al otro para comprobar que no estaban solos.- Cumplimos lo prometido! fue un pensamiennto al unsono.

    Felipe not una mancha oscura, la nica que se levantaba sobre alguien.- Miren, dijo- ese hombre, en su jaula, toddava se envuelve en su propia sombra y se pregunta

  • por qu anda a oscuras.Sonrieron. Se alejaron de all fundidos en un abrazo flotando sin prisa; un abrazo como aqul que se dieron cuando se despidieron en la resaca de la vida. El Viejo los apret contra su pecho y reiter lo que les haba dicho hace veintids aos:- Seamos humildes y nos mantendremos eternoos!

    Rafael Masada3 de diciembre de 2007

    Con profundo reconocimientoa todos aquellos hombres ymujeres que dieron la vidaen la heroica e inacabadalucha por la liberacinde nuestra patria.

    "Eppur si muove"(Galileo Galilei ante la Inquisicin)

    RESACAPero qu calor senta en pleno invierno! Estbamos en Las Piedrecitas, que con sus doscientos metros de ancho es la nica playa de piedras en cincuenta kilmetros de costa. La visitaba a menudo, sobre todo en invierno. Unas veces iba solo, otras acompaado de mi mujer, en ocasiones me escoltaba alguno de mis hijos, o bamos todos juntos. Aquel da, los seis, la pasbamos de lo lindo. Siempre me atrajo el ruido que produce el movimiento de retroceso de las olas tras romper en la orilla de piedras.

    El sonido de la resaca es espectacular, meloda brava, valiente y pendenciera. Toda la familia estaba junta, mi mujer, mis cuatro hijos y yo. El Sol, inmenso, anaranjado, brillaba, en invierno, cosa extraa, colgado de un cielo despejado, incendiando el horizonte, listo a clavarse, cual pualada, en la mar serena. Nosotros lanzbamos piedras contra las olas para medir nuestras fuerzas; era mejor quien ms lejos las haca llegar y quien ms veces las haca rebotar sobre el agua. Mi ltima piedra dio cinco magistrales brincos. La ola se haba levantado arrogante y esper a que reventara sobre las piedrecitas de la playa; a una milsima de segundo, antes de que inicie su retirada en hermosa sinfona quejosa, lanc la piedrecilla ms plana que pude encontrar en la ltima media hora, vol a ras del agua un largo trecho, dio un tremendo bote, y otro, y otro ms, hasta cinco; todos saltbamos de alegra; aunque la competencia no haba terminado, me senta el ganador. Fue de locura, bullicio, risas, risotadas, correteos... - Tramposo...! -me gritaron cinco voces.... De pronto, sin explicacin ni permiso, las olas se encresparon, el sonido de la resaca se torn ensordecedor, ululante como el de un inmenso cordel que corta furioso el aire; el mar empez a devolvernos, una detrs de otra, las piedras que le habamos arrojado en los ltimos ocho aos, todas juntas. Nos abrazamos, no podamos movernos. El Sol estall en

  • mil pedazos: una bola de fuego que quem el cielo, tiendo de negro oscuro el atardecer ms alegre de mis das.

    Despert sudando a mares y enredado con otros cuerpos; alguien que tropez con su espalda, al tratar de huir, arrastr en su cada a otras sombras espantadas. Una vez librado del amasijo de brazos y piernas, buscaba, como los dems, a rastras. No podan ver, estaba oscuro, muy oscuro. Fogueados en humo y polvareda se orientaban por instinto. Pedazos de techo caan sobre sus cabezas, piedras de todos los tamaos volaban en diferentes direcciones, gente que corra, gritos en todos los tonos, rdenes de quienes no deban darlas, tropezones, cadas, levantarse para volver a caer, maldiciones, palabrotas, de todo un poco, menos serenidad, un completo caos. A duras penas, tras unos segundos, encontr sus botas, su fusil, una mochila y sali detrs de todos, el ltimo. Un instante despus, en medio de las llamas, los treinticinco hombres y mujeres, que ese amanecer dorman el cansancio de tres semanas, corran en distintas direcciones. En medio de las explosiones todos alcanzaron a escuchar la voz de Ral que sin terminar de despertarse haba ordenado correr hacia la quebrada, y todos enrumbaron hacia el norte.

    Cruz el patio, salt la acequia y se fue de cara contra los matorrales, se le cay el fusil; y las botas, que no tuvo tiempo de calzarse, fueron a dar en medio de un charco. Margarita, Felipe y Ramn disparaban desde la acequia cubriendo la retirada de los dems, ellos fueron los primeros en reaccionar ante el ataque. Ral recogi su fusil, se puso las botas rpidamente, acomod la mochila en su espalda, orden a los tres que sigan a los dems y abri fuego hasta que vaci la cacerina, se levant y ech a correr; pas cerca de lo que quedaba de la cocina, que si algo quedaba era mucho decir, tan slo unas cuantas piedras chamuscadas y el agradable olor a mondonguito, inconfundible en medio del olor a plvora.

    - Mondonguito...! Nos arruinaron el desayuno! El primero en tres semanas..., mierda! Y qu ser de Rosita Luna y Ciro? -pensaba mientras alcanzaba a los ltimos del pelotn, quiso decir algo pero no pudo porque la onda expansiva de un cohete que explot bastante cerca los ech de cara al suelo y les cay una lluvia de piedras. Pregunt si estaban bien. - S! -dijeron y arrancaron. Faltaban cien metros para alcanzar la quebrada; all los esperaba Venancio con una sonrisa de oreja a oreja en medio de explosiones, una lluvia de piedras y tierra, gritos y maldiciones, olor a plvora y a meados.

    - Y t, de qu te res? -le pregunt Ral.

    - Todos completos, compaero, todos completos!

    Y antes de salir a la carrera, grit:

    - Tengo que alcanzar a los de la punta, a quinientos metros despus de la entrada hay que tomar el corte de la derecha, los otros dos son peligrosos, no quiero que se me pierdan los compaeros! -y desapareci entre la polvareda.

    Ese Venancio se pasa...! Empez a evocar cmo su abuelo lo entreg hace un ao... alguito ms les hemos trado... No alcanz a recapitular ms porque una pedrada disparada por una nueva y cercana explosin se estrell contra la mochila que colgaba en su espalda.

  • - Hierba mala nunca muere, hijos de puta! -grit a los del helicptero como si lo pudieran or, y se levant por milsima vez, escupi la tierra que no trag y unas cuantas piedrecitas, que pens eran sus dientes.

    - Si estos cabrones no me matan, por lo menos me van a dejar destrozadas las rodillas! Estos tipos quieren desaparecernos de la faz de la Tierra porque dicen que crecemos como la hierba mala en el campo; lo que todava no se dan cuenta es que somos la mejor semilla, que cay en buen surco, que comienza a germinar y que finalmente sern ellos los barridos del planeta! -le dijo a Felipe, quien le alcanzaba el fusil que haba rodado por los suelos.

    * * *

    En el corte de la derecha me esperaba Venancio.

    - Todos completos? -pregunt.

    - Todos! -contest, y me sonri con sus ojos oscuros.

    - Heridos? -deba escupir entre palabra y palabra, tena la garganta totalmente seca, sin saliva, el pauelo mojado con orines no me protega casi nada, mi nariz estaba taconeada de polvo convertido en barro por el sudor.

    - Todos!, pero nada grave -contest haciendo ademanes con las manos-, rasguos, golpes, varios han perdido los zapatos y las mochilas, pero no hemos perdido ningn arma. Rosita Luna y Ciro estn bien, despus te cuento -me palme el hombro, y se alej.

    - Ah...! A Ciro un balazo le sac un pedazo de oreja pero est bien, slo dice que se ver ms feo de lo que es -gritaba sin mirar hacia atrs.

    Entre despertar, levantarse, salir a la carrera y alcanzar la quebrada transcurrieron unos cinco minutos largos. Estbamos cruzando el infierno: nos haba llovido plomo por todos lados; ese maldito helicptero nos haba regalado una tonelada de piedras reventadas por sus cohetes; no era fcil respirar por la polvareda que se levantaba con cada explosin; el corazn lo tenamos a punto de salirse del pecho de puro susto. Y en medio de todo eso, los compaeros se daban tiempo para pensar en si se veran bonitos o feos...! Cuando ni siquiera sabamos si saldramos de all con vida! Fue una gran suerte para nosotros la mala puntera del artillero y del piloto.

    * * *

    Se encontraban en una quebrada profunda, por donde no podan caminar ms de dos personas codo a codo. Por primera vez en los ltimos minutos, desde que Ciro haba dado la voz de alerta, estaban todos juntos en fila india, no podan correr pero la marcha era bastante rpida. A la orden de Ral, fueron dando sus nombres de combate.

    -Todos completos...! -pensaba mientras avanzaba a colocarse hacia el frente de la columna.

    Estaban casi a salvo de los helicpteros. Sobre sus cabezas se oan los motores de hasta tres de esos pajarracos de fierro, como los llamaba Mara. Seguan disparando sus cohetes, pero reventaban en la parte alta de la garganta, y los balazos de sus fusiles pesados no lograban entrar en las profundidades de la montaa; les caa de vez en cuando piedras y tierra, pero comparado con lo que haban vivido ese amanecer, no era ms que un juego de nios.

    Las ltimas explosiones se oan ahogadas por la distancia, los pilotos perdieron el blanco.

  • Con el alba, el cielo comenz a clarear. Los pajarracos de fierro haban emprendido el retorno a su base despus de agotar su municin... Lleg el silencio.

    - Parece que hemos cruzado a salvo la primera puerta del infierno! -dijo Domingo despus de acomodarse de espalda sobre el suelo.

    Ral haba ordenado cinco minutos de descanso y a todos les caa bien. En los ltimos veinte minutos haban pasado por una pesadilla que los haba envejecido y marcado con fuego en plena flor de juventud.

    * * *

    Luego de descansar un poco y conversar con Venancio, empec a saludar a cada uno de los combatientes: les daba la mano, los abrazaba, llorbamos de alegra. Todos completos...! - Como si esos cobardes nos pudieran partir, matar s, pero partir, jams, compaero, jams...! -ese Venancio tiene unas frases silvestres pero contundentes. En verdad, nuestra moral siempre fue alta, el enemigo jams lograra quebrantarnos, jams lograra partirnos.

    Al escapar del bombardeo, muchos no pudieron ponerse los zapatos, ni siquiera se preocuparon de buscarlos, slo hubo tiempo para tomar el arma y salir a la carrera. Los que durmieron con los zapatos puestos y los que tuvimos la suerte de encontrar nuestras botas tenamos menos heridas que los dems. Pero los otros, los otros, hermanito, tenan los pies hechos una desgracia; varios haban perdido una o ms uas y hasta dos compaeros tenan la planta de los pies casi en carne viva, y a pesar de eso no se quejaban; con lo que les quedaba de orines se los lavaron, se los envolvieron con las mangas arrancadas de sus camisas y despus de un corto descanso se echaron a andar.

    Todos estbamos hechos una porquera: nuestras ropas rasgadas por las piedras o por los arbustos y matorrales; marrones casi negros por el polvo, la plvora y la sangre; chamuscados por las bombas y las llamas; con los pantalones meados...

    - Qu quiere, maestro, si ni tiempo hubo para detenerse en cojudeces, y si tenas alguno, entre cada y cada y vuelta a correr, era para disparar, aunque las ms de las veces no sabas hacia dnde, entonces pues, qu quiere, al final ni te acuerdas dnde te measte, si todo era explosiones y gritos, que ni se sabe si fueron de furor o de miedo... Total...? Todos apestamos igual, unos ms, otros menos; pero todos vivitos y coleando, listos para reventar a esos hijoeputas cuando los pesquemos...!

    Cuando le dije: - Qu tal bocaza, compaero!-, Julin dej de sonrer, dirigi una mirada perdida al cielo, luego la baj lentamente hacia el suelo, me mir de reojo y volvi a sonrer, escupi, aclar su ronca voz de criollo curtido y, como si fuera a cantar, resumiendo lentamente sus pensamientos y arrastrando algunas palabras con verdadero afecto, dijo:

    - Mire, com-pa-e-ro res-pon-sa-ble mi-li-tar, con toiiii-ti-tiiiiii-to mi ress-pe-to, no vamos a esperar el triunfo de la revolucin para jaranearnos con todas las cojudeces que nos pasan...! As que no moje que no hay quien planche!

    Y mientras todos soltbamos una risotada, despus de un largo tiempo, que debe haber retumbado hasta en la Capital, se nos tranquilizaron los nervios y los msculos se nos relajaron.

  • Nos abrazamos efusivamente y, al palmearnos mutuamente las espaldas, se levant una polvareda de los mil demonios que hizo que todos nos volviramos a carcajear estrepitosamente.

    A Ciro lo encontr abrazado por Rosita Luna, que muy cariosa le haba puesto un pauelo en la oreja y se lo aseguraba con otro alrededor de la cabeza; un hilito de sangre an le corra por el costado del cuello para ir a perderse debajo de la chompa. Los abrac a los dos juntos y les di las gracias.

    La noche anterior les haba encargado a ellos el turno de la cocina y deban preparar el mondonguito para el desayuno de ese fatdico amanecer.

    Fjate, hermano, que todo ese jaleo empez un mes antes. Habamos tomado Alejadito, la ltima hacienda del valle, repartido las tierras, y las habamos preparado para la siembra. Por ser una de las ltimas, entrbamos un poco tarde a la siembra y adems el perodo de lluvias se adelantaba en un par de semanas; pero a pesar de ello, no nos preocupamos mucho ya que sabamos que saldran adelante con el apoyo de los dems Comits Populares.

    En los seis meses que dur la primera campaa de batir el campo, habamos limpiado las alturas; no qued en pie un solo puesto policial; los gamonales haban huido a la Capital; un viejo hacendado entreg sus tierras de buen grado y prest toda la colaboracin del caso, recibiendo a cambio el derecho a participar en el trabajo colectivo y el uso en comn de los productos.

    Estbamos concluyendo con la segunda campaa de batir consolidando nuestras posiciones; fueron cuatro meses de arduo trabajo casi sin tomar descanso. El territorio era bastante amplio pero lo dejbamos bien organizado, con gente ideolgicamente firme, y capaz para dirigir el Comit Popular. Fuimos el grupo ms activo en toda la regin, actuamos en conjunto tres compaas: doce pelotones, 380 combatientes.

    El ingreso del ejrcito enemigo haba sido previsto por la Direccin del Partido desde el inicio de la lucha armada, haca tres aos; lo que no se saba, era la fecha. En los ltimos meses se rumoreaba mucho al respecto, creo que esa fue la razn por la cual los mandos de los otros once pelotones decidieran dar por acabada la campaa un mes y medio antes de lo fijado...

    Si bien es cierto que la mayora de los objetivos trazados ya se haban cumplido, es decir: se haba dado un tremendo impulso al desarrollo de la guerra de guerrillas abriendo amplias zonas guerrilleras; se haban conquistado armas y medios para combatir; se remova el campo con acciones guerrilleras y se batallaba para conquistar ms Bases de Apoyo, an nos faltaba el remate en el valle; eso significaba barrer con el ltimo puesto donde el enemigo haba replegado el resto de sus fuerzas menores, y la toma de tres haciendas al pie de las montaas. Nuestro pelotn cumpli exitosamente esas tareas finales. Hasta all lo hicimos todo bastante bien. Lo que los mandos no calculamos a tiempo fue la entrada en combate de las fuerzas armadas de la reaccin...

    Cuando celebrbamos el final exitoso de la segunda campaa de batir el campo, que coincidi con el trmino de la preparacin de la tierra para la siembra en Alejadito, vieja y prspera hacienda en el valle de Rincones, nos lleg por radio la noticia del inicio de la contracampaa; y que algunos de los pelotones, que se haban retirado hace mes y medio, haban sido diezmados. Sin pensarlo dos veces, orden la retirada inmediata hacia las alturas. Habamos golpeado fuerte y parejo; estbamos en lo alto de la cresta, les camos encima con todas nuestras fuerzas y los

  • hicimos pedazos. Recuperamos lo que nos pertenece desde hace cientos de aos: nuestras queridas tierras y la toma de decisiones en nuestras propias manos. Habamos cumplido y era hora de la resaca, hora de emprender la retirada, una retirada ordenada hacia nuestra Base de Apoyo; las fuerzas locales y las milicias se haran cargo del resto.

    Debamos subir ms de dos mil metros para volver a bajar mil. Y eso que nos encontrbamos ya a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar! La primera semana nos dio el tiempo necesario para planificar la retirada mientras avanzbamos describiendo un semicrculo para cruzar la cordillera y empezar el descenso. El trabajo de Venancio en el reconocimiento del terreno fue altamente valioso.

    Pero a la segunda semana el enemigo nos cay por detrs ocasionndonos numerosas bajas. Las semanas siguientes fueron bastante feas; incluso tenamos que planificar ataques para poder recuperar armas y municiones, porque casi no nos quedaba con qu defendernos. En la ltima semana, en medio de combates, llegamos a caminar ms de trescientos kilmetros. En los dos das anteriores a nuestra llegada a El Rosario, no tuvimos enfrentamiento alguno; casi habamos alcanzado la cumbre, una vez all emprenderamos la bajada. Tres das ms y entraramos victoriosos a nuestra Base; all estaramos a salvo. As concluimos todos en la asamblea general. El balance era: Salimos 50 de Alejadito y llegamos 35 a El Rosario; el enemigo se haba desviado de nuestra huella, al menos por el momento, y estbamos al lmite de nuestras fuerzas. Venancio conoca el terreno mejor que la palma de su mano, me haba explicado la ruta a seguir al da siguiente y nos podramos desplazar de da sin problemas.

    Esa noche comet dos errores. El primero, suspender la guardia; era un poco ms de medianoche y en algunas horas estaramos tomando desayuno antes de partir hacia el norte, alcanzar la cumbre y empezar a descender hacia nuestra salvacin, adems todos estbamos medio muertos de cansancio y hambre; en las tres ltimas semanas nadie durmi ms de dos horas una detrs de otra, ni ms de cuatro horas por da. El segundo error fue permitir, y con ello permitirme, que aquellos que lo crean necesario se saquen las botas, pues casi todos, y yo el que ms, tenamos los pies hinchados; mejor suerte tuvieron los que, acostumbrados a la orden de dormir con los zapatos puestos, estaban listos para actuar rpido en caso de emergencia.

    Rosita Luna y Ciro fueron a dormir a la cocina para encargarse de nuestro bendito mondonguito. Nuestro primer desayuno en tres semanas...! Adems, deban despertarnos al amanecer. Y fue eso precisamente lo que nos salv. Ciro, que siempre tuvo un odo de primera calidad, se despert cuando oy los helicpteros a lo lejos, fueron unos segundos de ventaja lo que le permiti despertar a Rosita Luna, salir corriendo y dar la voz de alerta; Margarita, Felipe y Ramn reaccionaron de inmediato. Los primeros cohetes fueron a reventar en la cocina, que estaba iluminada por las llamas del fogn; la explosin dej un reguero de piedras chamuscadas y desparram el olor de nuestro mondonguito por los aires.

    Los siguientes bombazos me sacaron de mi sueo, de la playa, de mi familia... mi familia... verdad... Qu ser de mi familia...?

    Gracias a Ciro estbamos all an con vida, marrones casi negros, molidos pero contentos.

    * * *

  • No bien Ral orden el descanso, se le acerc Venancio; le palme el hombro, como era su costumbre, como si fueran viejsimos amigos que se encontraban despus de largo tiempo; le sonri con esos ojazos oscuros que se le saltaban de su pequea cara redonda, triguea y quemada por el fro de la puna.

    - Toma...! -le susurr mientras sacuda el polvo de una mochila.

    - Y eso...? -pregunt descolgndose la que llevaba en la espalda.

    - Tu mochila, la reconoc en la espalda de Lupe y ella encontr la suya en la espalda de Ramn. Y t, a quin le has transportado la carga? -pregunt tosiendo de risa.

    - No tengo la menor idea -y se sent sintindose muy cansado.

    - Trae -dijo con su voz de nio-, yo me encargo.

    Intercambiaron mochilas al mismo tiempo que Venancio le informaba el asunto de Ciro y Rosita Luna; y mientras le alcanzaba una de las dos papas sancochadas que traa en uno de sus bolsillos, se meti la otra entera a la boca y empez a masticar con verdadero placer.

    - Mi mam me deca que la cscara de la papa es buena para tirar las piedras de los riones, as que no la pele, compaero, adems ya est lavada.

    - Y cmo la has lavado? -pregunt mirando la papa tan asombrado de tener una entre las manos despus de tanto jaleo, como si se tratara de haber encontrado un oasis en el ms condenado de los desiertos.

    - Come noms, ya despus te cuento. Tengo que encontrar a quin le pertenece este bultazo -y se par gimiendo como si le pesaran los aos de todo el grupo junto.

    - Eh...! Venancio...! Cuntos aos tienes? -pregunt Felipe, que haba estado todo el tiempo cerca de Ral sin que l lo notase.

    - Trein-ta-i-uno -dijo arrastrando los pies y, simulando ser un viejito que camina con ayuda de un bastn, avanz as unos metros, se enderez, ech a correr y, sin voltear a ver a los que se rean de su imitacin, grit: - Pero ayer tena trece...! -y desapareci en medio de cabriolas, zapateos y risotadas.

    - El abuelo de este muchacho debe sentirse orgulloso de tremendo nieto -dijo Ral mientras se incorporaba para ir a saludar a los dems.

    - Y su mam tambin -dijo Felipe, que luego de una pausa para escupir con rabia, aadi: - si esos perros con uniforme no la hubiesen matado...

    * * *

    Nunca estuve muy seguro del por qu, pero siempre tena como cola a Venancio y como sombra a Felipe. Uno no haba cumplido an los trece y el otro, con sus cuarenticuatro aos, era el nico mayor que yo; sin embargo era a m a quien llamaban el abuelo...

    Recuerdo que cuando llegu a la zona, hace dos aos, el que me salud con ms afecto fue Felipe. Vena a hacerme cargo del pelotn reemplazando al anterior mando militar del Regional, que fue bajado a bases por cometer serios errores; el ms grave fue que le aplic la ley de fuga a un uniformado despus de la toma del retn de Lcuma, que era un puesto de control en plena

  • carretera central y que abre o cierra el ingreso al valle central. Esa accin fue muy importante, pues luego nos permiti el progresivo control de las zonas bajas; demoramos dos aos pero lo logramos. Luego del anlisis de la accin y del posterior descontento de los dems combatientes, que prcticamente repudiaban a su mando militar, se decidi que yo emprenda viaje y asuma la responsabilidad del pelotn principal.

    Llegu con tres das de atraso, por problemas de transporte y seguridad que finalmente fueron resueltos con audacia por Lupe, mando poltico del Regional. Yo haba vivido parte de mi niez y de mi juventud en la capital del departamento, primer lugar donde debamos tomar contacto con los enlaces, y era bastante conocido por la poblacin. A pesar de todos los cuidados que se tomaron, como el de dar un rodeo por los extramuros de la ciudad para ir a parar cerca del aeropuerto; esperar en casa de un profesor; esperar el anochecer para luego emprender el viaje hacia las alturas, a pesar de todo ello, un viejo amigo de colegio, y que trabajaba como taxista, me reconoci, se baj de su taxi, me llam por mi nombre aumentndole el diminutivo carioso de ito, me ofreci llevarme gratis adonde quisiera, y se fue triste despus de mostrarme dolorosamente fro ante su ofrecimiento. Una semana despus toda la ciudad saba que yo andaba por las alturas.

    Como te deca, hermano, cuando entr a la Base se me acerc Felipe, yo no lo conoca, me dio la mano, me abraz, tom mi mochila en sus manos y me present a los dems; eran nueve muchachitos que en su mayora an no haban cumplido los diecisiete aos. Una hora despus Lupe llam a reunin del pelotn, explic el motivo de mi presencia y los nuevos planes y campaas a efectuar. Entre otras cosas, Lupe explic el trato para con los prisioneros.

    - A pesar de que algunos de nuestros familiares -grit con la voz quebrada- hayan sido asesinados por la polica, y en esta guerra todos hemos perdido a alguien, no es motivo para venganzas, no podemos rebajarnos al nivel de ellos, nosotros combatimos para liberar nuestra patria y no para actuar como esos criminales. Tras un juicio justo, un castigo justo, esa es la nica manera correcta de actuar. Otra cosa es en medio del combate, all no se puede estar pidiendo permiso al enemigo para dispararle; si no acabas con l, l acaba contigo y punto.

    - Por otro lado -dijo ya calmada-, a partir de ahora ningn mando tendr privilegio alguno; deber hacer guardia igual que todos, le tocar turno en la cocina, y ser el primero en ensear con el ejemplo a los dems...

    Yo saba que era una indirecta que me aluda; totalmente innecesaria, puesto que yo recin haba llegado... En lo referente a ella, lo not con el tiempo, las cosas no cambiaron en nada; cuando haba que escoger entre colchn y pellejo, el colchn era para ella; cuando haba que escoger entre pellejo y suelo, el pellejo era para ella; cuando haba que escoger entre suelo y suelo, el mejor pedazo de suelo era para ella. En el pelotn casi el cincuenta por ciento eran mujeres, pero ella siempre tena lo mejor, incluyendo el mejor pedazo de carne en la sopa, el choclo ms grande, la papa ms grande y, a veces, la soledad ms grande le tocaba a ella. Pero a pesar de esas pequeeces era buena persona, casi siempre alegre y muy responsable, cuando se lo propona.

    Un mes despus tomamos una hacienda, la accin fue a la hora del oscuro; as le llamaban. Un segundo antes del amanecer, la noche se torna terriblemente negra de toda negrura, pero luego

  • empieza un lento camino en el que se disipan las sombras de la noche y ceden el paso al nuevo da; precisamente en ese mismo lugar del tiempo nos sorprendieron los helicpteros...

    Pero te contaba, hermano, que un mes despus de mi incorporacin al pelotn tomamos la hacienda de los Contreras; haca tiempo que los campesinos de la hacienda y de los alrededores se quejaban y buscaban a los compaeros para que pongan las cosas en el correcto lugar y establezcan el nuevo Poder.

    Matilde Contreras era una mujer de ochenta aos que haba recibido las tierras de manos de sus padres y stos, de los suyos. Era una mujer, segn contaban, que manejaba la hacienda desde haca ms de cincuenta aos; tena un carcter fuerte, endiablado; una mano rpida y hbil para el ltigo; y una lengua tan salvaje y rudimentaria como su cerebro. El marido se le haba muerto unos quince aos atrs, cuando, borracho como siempre, se desbarranc con su mulo despus de una ronda de violaciones, tambin como siempre; era viejo pero no manco, decan algunos. La vieja tena tres hijos, dos radicaban en la Capital, y uno viva en la capital de la provincia; este ltimo vena de vez en cuando a la hacienda para pasar unos das. Cuando nos hicimos con la hacienda, los pescamos durmiendo, no se dispar un solo tiro. Los tres hermanos y cuatro de sus hijos dorman la borrachera de la noche anterior; el capataz y su mujer, al igual que sus dos peones de confianza, tambin apestaban a trago barato. Ninguno dijo nada de nada, despus de una hora recin se dieron cuenta que estaban prisioneros en uno de los tantos cuartos de la casa hacienda. Cuando entramos a la habitacin, todos se pusieron de pie como impulsados por un resorte; el ms viejo, que era taxista en la Capital, se me acerc, se arrodill, me tom de la mano, me la bes y luego se la llev hacia la frente. - Perdn, mi comandante! -dijo con lgrimas en los ojos desorbitados y babeando de miedo-. Perdn! -eructaba las palabras en medio de escupitajos-. No crea en nada de lo que le digan estos indios, que slo son un atado de ignorantes! Perdn, mi comandante, perdn...! Y se fue lloriqueando hacia un rincn. Te juro, hermanito, que sent un tremendo asco por ese tipo. Hasta ayer, seor todopoderoso que poda decidir sobre la vida de sus siervos y hoy, un miserable sin honor ni orgullo, que se revuelca en su propia mierda implorando perdn, sin saber que hasta ese momento, nadie, absolutamente nadie, lo haba mencionado para nada. Fue su propia conciencia que lo traicionaba.

    El segundo de los hermanos, el que vive en la capital de la provincia y tiene un pequeo negocio en el mercado, nos cont, una vez que se tranquiliz su hermano mayor, que la seora Matilde haba fallecido de muerte natural tres das antes; que el resto de la familia haba llevado el cuerpo a la ciudad la noche anterior; que ellos se haban quedado para repartir la herencia; que su hermano mayor y el menor haban llegado, despus de diez aos de ausencia, con sus hijos, cuando se enteraron de que su mam estaba enferma y morira en cualquier momento; nos refiri que l nunca haba hecho nada malo y esperaba justicia. Uno de los nietos de la vieja se me acerc, con sus costumbres de costeo y su acento capitalino, pidindome un cigarrillo. - Aqu slo fumamos Inca -le dije-, no tenemos cigarrillos con filtro. - No tiene importancia, mi comandante, yo tambin soy tan serrano como todos aqu -replic con una sonrisa temblorosa. Eso del yo tambin no lo entend sino hasta el juicio, horas ms tarde. Le dej una cajetilla de Inca para que la comparta con los dems y sal.

    Mientras tombamos el desayuno observ que Felipe dejaba su metralleta recostada a una pared, y que iba y vena por aqu y por all admirndose de las cosas que haba en la casa: cuadros,

  • adornos, muebles, vajilla, ropa... En uno de los bales encontr toda la ropa del cura que vena a dar misa cuatro veces al ao, y los ojos casi se le caen de la cara cuando descubri una hermosa custodia de oro de ms de sesenta centmetros de alto y con algunas piedras preciosas incrustadas. - Estos hijos de puta se han robado todo lo de la iglesia! -gritaba mientras me llamaba. Efectivamente, a medida que se sacaban las cosas del bal, iban apareciendo objetos de oro y plata que al parecer haban sido robados, en los ltimos doscientos aos, de las diferentes iglesias que existan en la zona, o que haban sido comprados con los pagos que hacan los campesinos por recibir misa, bautismo, casamiento, entierro y otras muchas trafas de curas y patrones.

    Despus de seleccionar y ordenar todo lo encontrado, y de distribuir las tareas para reunir a los campesinos de la zona para el reparto de las propiedades, de las herramientas, y formar el Comit Popular que se encargue de dirigir los destinos del nuevo Poder establecido en El Milagro, me acerqu a Felipe y en la forma ms amable que pude le dije que estaba cometiendo un grave error, que ese error le poda costar la vida si las circunstancias fueran otras; peg un salto hacia atrs y frotndose las manos de nerviosismo me pregunt cul era ese grave error que estaba cometiendo. Le expliqu que haca diez minutos l haba dejado su arma abandonada y que si se produca un ataque enemigo tendra dificultades para defenderse. Fue en busca de la metralleta y regres con la cara colorada de vergenza. Me pregunt si mereca algn castigo por ello. Despus de pensarlo, mirndole a los ojos, le dije: - Por supuesto que s!-. Levant la cabeza y dijo con aplomo: - Estoy dispuesto a hacer lo que sea para corregir mi error! - Bien -respond-, quedas condenado a no separarte nunca ms de tu chica!-. Todos los que nos rodeaban se rieron y Felipe pudo calmarse, le gui un ojo y nos fuimos a reunir a los campesinos para el reparto.

    Supongo que ese incidente peg a Felipe a mis espaldas; siempre est al tanto de dnde pongo mi fusil y no pierde la oportunidad de alcanzrmelo, aunque yo no lo haya dejado olvidado. Sonre, me mira como a un hijo, pero no me reprocha nada. Su expresin favorita es: - Uno siempre aprende algo nuevo!

    Camino a los campos de cultivo, Felipe me cont que l fue propietario; que la Ley Agraria, del gobierno militar y de facto del general Juan Velazco Alvarado, lo haba jodido; que nunca tuvo mucho dinero; que trabajaba la tierra en forma familiar; que siempre haba trabajo para otros campesinos; que pagaba en dinero; que daba de comer a todo aquel que se lo peda, cuando tena; que en aquellos tiempos no era campesino pobre, pero tampoco rico; que se haba unido a la guerrilla, dejando su chacra, porque nuestros planteamientos eran los suyos desde muchos aos atrs, antes de que ustedes los formulen, deca orgulloso; me explicaba que se haba dado cuenta que no era posible hacer nada si el pueblo no se levantaba en armas y formaba su ejrcito, un ejrcito del pueblo, un Ejrcito Guerrillero Popular bajo la direccin del Partido, tal como el que hoy tenemos, para tomar el Poder y hacer respetar los derechos de las mayoras. - Porque este pas es nuestro desde hace miles de aos, carajo -dijo levantando la voz-, pero siempre est en manos de unos cuantos ladrones, aunque los que trabajan como burros somos nosotros. Por eso estoy aqu, y s que vamos a triunfar...! -mientras hablaba agitaba su puo al aire y sus ojos se iluminaban de alegra como si estuviera viendo el futuro hecho realidad bajo sus pies.

  • Esa fue la nica vez que habl largo y tendido, despus no dice ms que lo preciso y necesario, sonre todo el tiempo y tiene cara de andar pensando en algo serio, pero a la hora de actuar es el primero en todo, absolutamente nadie osa dudar de l.

    Con el tiempo, desarrollamos un slido compaerismo. Desde que llegu, l se haba autoproclamado algo as como mi protector. Estaba pendiente, en los primeros tiempos, de si poda caminar o no; en cada cuesta se pona a mi lado y quera cargar, primero mi fusil, despus mi mochila; claro que yo pona cara de pocos amigos y me finga ofendido, me negaba hasta no poder ms, pero l slo esperaba; al final, la prdida de la buena costumbre de darse una caminata, las subidas y el cansancio me vencan; l saba que no me quedaba otra cosa que entregarle todo lo que me peda, y no slo entregaba arma y mochila, sino que me dejaba arrastrar de la mano hasta la cumbre. Al igual que a muchos compaeros, que haban solicitado ser trasladados de la ciudad al campo, largos aos de trabajo poltico, a otro ritmo, en la Capital, a nivel del mar, me haban deshabituado a las alturas, pero un mes despus caminaba y trepaba cerros a la misma velocidad de los dems; mi cuerpo se haba acostumbrado prcticamente a todo, pero Felipe se mantuvo siempre a mi lado.

    * * *

    Hacia la mitad de la maana se haba logrado reunir a casi la totalidad de campesinos de la hacienda y de las comunidades cercanas, el jbilo era grande. El patio principal de la casa hacienda se miraba festivo con los ponchos y polleras multicolores, los rostros curtidos y quemados por el fro lanzaban al aire una sonrisa de felicidad, haba llegado la hora de la libertad, la hora de la justicia, la hora de los tiempos nuevos; los concurrentes se sentaban, se paraban, se frotaban las manos con ansiedad, algunos tenan lgrimas en los ojos, pero no de pena sino de felicidad, una felicidad reprimida a fuerza de costumbre; no vaya a ser que el patrn se enoje y les eche ltigo, como era su costumbre, como siempre lo padecieron ellos, sus padres, los padres de sus padres y hasta el Inca Atahualpa, al que ahorcaron los parientes del patrn. Sus voces pasaban lentamente de un ligero murmullo a gritos de libertad, por fin podan gritar sin que les peguen, sin que los azoten, sin que las violen, sin que les quemen las ruinas que usan por casas, sin que los traten como a burros, sin que los pateen ni les llamen ignorantes. La incansable lucha de siglos cristalizaba por fin. Desde la poca de los conquistadores espaoles las masas campesinas ofrecen resistencia y luchan por la tierra; esa tierra que han desposado y que con sus manos y su aliento labran y fecundan. Las grandes revueltas campesinas hicieron estremecer todo tipo de gobierno pero fracasaron por falta de una direccin justa y correcta; esta vez no se quedaban en la lucha reivindicativa sino, dando un paso gigante hacia adelante junto a sus hermanos de clase, se lanzaban a la lucha por el Poder con las armas en las manos.

    Cuando los prisioneros fueron sacados al patio con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, ms de cuatrocientas almas se levantaron con los puos en alto y los ponchos se lanzaron al aire tiendo de colores el cielo azul despejado en pleno noviembre; el Sol baaba con sus rayos inclinados a esa masa jubilosa proyectando sobre el descampado largas sombras, convirtindola en un gigante presto a devorar el mundo entero.

    Los once estaban en fila frente a la masa de campesinos de todas las edades, los combatientes se acomodaron en los alrededores y Ral, desarmado, se puso al frente, esper en silencio a que la rugiente masa tomara su tiempo y se calmara, se acerc a los prisioneros y fue quitndoles las

  • vendas uno a uno; lentamente fue llegando el silencio. Algunas mujeres viejas con el rostro martirizado por las arrugas cayeron de rodillas y con las palmas de las manos juntas delante del rostro clavaban la mirada en algn punto del infinito cielo y daban las gracias: - Gracias, taita Dios, por acordarte de nosotros y mandarnos a los compaeros...! Gracias, taitita, porque ahora descansar en paz el alma de mi Juana, de mi Ernesto, de mi Cirilo, de mi Marmita, de mi Coti, de mi...! -y cada quien tena alguien a quien mencionar rezando por la salvacin de su alma. Los hombres viejos, apoyados en sus bastones de molle quemado miraban al cielo y lloraban sin lgrimas, pues se les haban agotado. Los nios se limpiaban los mocos con los trapos que traan por camisa, sentados en el suelo esperaban algo que no saban lo que era, preguntaban al que ms cerca tenan y reciban un espera! por respuesta. Los bebs eran amamantados por los pechos secos de sus madres, y para que no llorasen les decan: - Mira, mira, los compaeros estn aqu..., trajeron el sol esta maana...! -y sealaban hacia el inmenso cielo que empezaba a cubrirse de copos de nubes blancas de toda blancura.

    Cuando cay la venda del rostro del viejo, el silencio ya era total, se poda or el cantar de lejanos pajarillos y el rumor del ro que corra detrs de la casa, all abajo en la quebrada. El sol hiri los ojos del viejo, que demor unos segundos en ver lo que tena al frente, palideci, empez a sudar fro, un temblor recorra su cuerpo pestilente.

    El juicio se inici con el capataz, su mujer y los dos peones de confianza. Los campesinos empezaron ordenadamente a pedir la palabra, a expresar sus opiniones y relatar sus experiencias: El capataz no era ni buena ni mala gente, a pesar de que cuando se emborrachaba les gritaba, nunca les pona la mano encima y a las mujeres las dejaba en paz.

    - Que pida perdn por tratarnos mal de palabra -sentenciaron- y que diga si quiere quedarse con nosotros, l sabe hacer su trabajo, pero si se queda es uno igual que nosotros!-. El hombre pidi perdn de rodillas, solicit que le permitan quedarse con ellos pues no tena adnde ir, y prometi que se portara bien. A su mujer no le fue muy bien que digamos. Era una vieja avara que tena una pequea tienda y les daba productos al fiado a los campesinos, pero a la hora de cobrarles siempre lo haca en demasa y como no podan pagarle le deban entregar gallinas, papas, o cualquier otra cosa siempre de mayor valor que lo que haban recibido. - Que le corten el pelo para su vergenza, y si su marido se responsabiliza por ella se puede quedar, si no los dos se van!-. Y la sentencia se cumpli, el marido cort las largas trenzas de la mujer y se comprometi a educarla en el servicio a la comunidad. Los dos peones de confianza de la vieja Matilde eran tan basuras como la misma vieja. Fueron azotados y expulsados; prohibidos de establecerse en cualquiera de las comunidades que se encontraban en un radio de cien kilmetros a la redonda; si los volvan a ver, y no deban olvidar que el Partido tiene mil ojos y mil odos, seran capturados y fusilados sin nuevo juicio. Y se fueron con la cabeza gacha despus de jurar no levantar la mano en contra de las masas populares y enmendarse en algn lugar lejano.

    El juicio a los parientes de la hacendada fue ms lento y cargado de tensin, todos esperaban el turno del viejo, pero Ral lo haba dejado para el final, presenta que en este caso tendra mucho que aprender y siendo comisionado de la justicia popular no poda cometer errores. Deba reflexionar lentamente pero seguro, un paso en falso y perderan lo ganado en mucho aos de trabajo, porque la verdad era que toda esa zona haba sido trabajada polticamente por el Partido desde haca ms de quince aos, y por varias generaciones comprometidas en lograr una nacin

  • libre y soberana, muchos dejaron en el empeo sus mejores tiempos, juventud, familia, trabajo, prcticamente todo para contribuir a forjar esa fuerza que hoy crece y se desarrolla como un huracn que barrer con todo lo caduco... Se encontraba sumergido en esas reflexiones al mismo tiempo que escuchaba la expresin de agravios de los campesinos.

    A tres de los nietos de la vieja no los conocan, si alguna vez pasaron por la hacienda nadie los recordaba, -por lo tanto no han hecho nada malo -dijeron-, que se vayan en paz-. Fueron desatados y se les permiti quedarse hasta el final, esperaban ver qu pasaba con el viejo.

    Al de los cigarrillos, al que recibi la cajetilla de Inca de manos de Ral, lo reconocieron todos. Era buena gente. Cuando era un chiquillo jugaba ftbol con ellos, y siempre que regresaba de la Capital les traa una pelota de cuero para que jueguen. Algunos recordaban los carritos de metal y las chapas de cocacola, con muecos dibujados dentro, que les traa de regalo. Tambin recordaban los chocolates que les traa del convento de las monjas; y las revistas ilustradas que, aunque no saban leer, las miraban miles de veces, y no falt quien fue corriendo a su choza para traer una de esas revistas: Una sobre la flora y fauna de la selva, que tena guardada desde haca diez aos, hasta cuando sus hijos aprendan a leer y le lean lo que en ella estaba escrito. Otro record la paliza que les meti la vieja cuando los sorprendi juntos, trepados al rbol de nsperos. Muerto de risa, el campesino empez a contar cmo la vieja le peg duro a su nieto, diciendo: - Toma por burro, por andar mezclndote con estos cholos de mierda...!, y paf...! le meta un correazo por el lomo, y paf...! le meta un correazo por el culo, y el borrico ste saltaba gritando: Vieja bruja, le voy a contar a mi pap...! y despus la vieja le meta un manazo al pap, y el pap le volva a pegar a este burro... y este burrazo me iba a buscar al otro da cagndose de risa a mi casa, y el pap nos pescaba a los dos y nos volva a reventar las carnes a patada limpia, pero este zopenco no senta nada y siempre estaba con nosotros-. Mientras esto contaba, el campesino iba contorsionndose y dando patadas al suelo, agitaba los brazos como si tuviera una correa en las manos y pegaba chicotazos al aire, o haca el ademn de cubrirse la cabeza con ambos brazos y se acurrucaba para terminar tumbado en el suelo y luego pataleaba gritando: - Mam, mam...!-. El grupo de campesinos haba hecho un semicrculo y seguan sus movimientos rindose, bromeando, aplaudiendo, imitndolo. El desbarajuste hubiera seguido de no ser por una viejita que se le acerc y le encaj un bastonazo entre las costillas y le increp: - Para qu me llamas por gusto, pedazo de borrico, si ya sabes que cuando te pega el patrn yo tambin te tengo que pegar...!-. Todos rieron y el orden volvi a establecerse. Pero no dur mucho porque todos empezaron a gritar: - Djenlo libre...! l no ha hecho nada malo!

    Ral se le acerc y mientras le desataba las manos, escuch que le deca: - Ya ve, mi comandante, yo soy un serrano igual que todos aqu!-. Lentamente se frot las muecas, se le haban adormecido. Aspirando profundo y pausadamente, dijo: - Vali la pena haber pasado por este juicio...! No tena idea de la capacidad de memoria de los campesinos, tampoco de la capacidad de querer o de odiar que tienen...! Carajo, a pesar de haber vivido entre ellos muchos aos, la Capital se haba encargado de borrarme tan gratos recuerdos...!-. Sac de su casaca la cajetilla de Inca y le ofreci uno a Ral, pero l no acept, guard la cajetilla otra vez en su casaca y se dirigi hacia los campesinos mientras deca mirando de reojo a su to: - Saba que fumar no era mi ltimo deseo, guardar esta cajetilla como un buen recuerdo...!-. Los campesinos lo acogieron y se sent al lado de ellos.

  • A dos de los hijos de doa Matilde no les fue mal. Al que vena de la Capital lo liberaron casi de inmediato, nadie le recordaba una culpa. El que tena un puesto en el mercado de la capital de la provincia fue puesto en libertad ni bien declararon que obraba en forma justa con ellos; que cuando vena de la ciudad les traa hojas de coca, caazo y se los venda barato, no tenan nada que reclamarle. El hombre haba esperado justicia, como se lo hizo saber a Ral, y recibi justicia. Una vez liberado de sus amarras se apoy contra la pared que tena a sus espaldas, y clav la mirada en el suelo pedregoso y polvoriento del patio de la hacienda, esperando el final del proceso con un presentimiento que le apretaba el corazn; saba que su hermano mayor tena demasiadas culpas que pagar.

    Fueron unos minutos de tenso silencio, nadie se atreva a hablar. El Sol refulga suspendido en el centro del cielo y sobre el descampado ya no se dibujaba sombra alguna, corra un ligero viento helado que bajaba de la cordillera de enfrente. Todo empez lentamente, tom la palabra el ms anciano de los ancianos. Sus palabras eran pausadas, llevaban una carga pesada dentro y las iba dejando salir poco a poco, era una necesidad imperiosa que de no satisfacerse terminara por aplastarlo, por devorarlo, por consumirlo en las brasas del infierno.

    - El seor don Gastn, nuestro patrn, hijo de nuestra patrona doa Matilde, que en el infierno se pudra y pague sus deudas hasta que el Sol deje de brillar, que los mares se sequen y los desiertos se inunden, es el ms malo de los patrones que he tenido; los he tenido fieros, borrachos, rencorosos, alegres, malos con las mujeres, malos con los nios, malos con los viejos, de todo tipo he conocido. Pero como mi patrn don Gastn nunca lo he sufrido, ni me lo han contado mis padres, ni mis abuelos. l es muy bruto, para ser malo hay que estudiar, porque hay que saber ser malo para que tu siervo te quiera aunque le pegues, porque sabes que aunque te muela el lomo a palos no te faltar qu comer, ni qu beber, y aunque te abuse tu mujer no puedes hacer nada porque el Cristo, nuestro seor, as lo orden por la culpa de la Mara de la Magdalena. El seor cura as nos ilustraba, y despus deca: Yo puedo arreglar el mal de tu mujer! Porque el seor cura era el mensajero de nuestro Seor Jesuscristo. Pero don Gastn no quera que el seor cura se quede; cuando llegaba, daba la misa y se tena que regresar por donde haba venido.

    El hombre ms viejo de la comunidad se sumergi en un profundo silencio, como queriendo reprocharle al hacendado el que su mujer se haya ido de entre los vivos sin que el seor cura le haya purificado el cuerpo. La masa acongojada de campesinos escuchaba el relato con la cabeza gacha, perdonando al anciano por tener una ingenuidad ms grande que la de ellos. Al mismo tiempo, muchos se imaginaban prendiendo la fogata donde ardera el cuerpo de aquel cura que les rob el alma para convertirlos en borregos obedientes del ltigo del patrn.

    - Cuando llova -continu entre llantos- nos obligaba a recogerle lea, y cuando se la llevbamos nos botaba a patadas gritando: Quiero lea seca, para qu quiero lea mojada! Y cuando le decamos que estaba lloviendo, l nos responda que eso no le interesaba y que nosotros no tenamos que pensar porque ramos unos indios de mierda y debamos obedecer callados noms. As que le traamos lea seca de nuestras casas y ni las gracias nos daba, tampoco nos invitaba un traguito para el fro, ni coca para el cansancio, y todava nos deca: Calienta tu cama que ya voy a visitar a tu mujer! Y despus se rea.

    El anciano no pudo hablar ms porque se le doblaba el alma por el peso de los recuerdos; en ese mismo instante todos empezaron a exigir a gritos que fusilen a don Gastn..., basta de juicios!

  • Ral pidi silencio a la masa y pregunt si alguien tena algo ms que decir. Todos protestaron diciendo que no haba ms que decir y que ya haban escuchado suficiente, el alboroto se torn grande hasta que una viejita empez a gritar que se callaran porque quera hablar.

    El respeto por los ancianos en las comunidades es algo admirable. El silencio se hizo.

    - Mi hija pastaba las ovejas de la hacienda y este maldito iba a caballo y la persegua por el campo hasta que ella no poda correr ms; as se diverta primero y despus se diverta encima de ella y la obligaba a un montn de cosas que slo poda pasar en las casas con foco rojo de la ciudad, donde el pap del seor Gastn viva borracho toda una semana. Y cuando a mi hija se le hinchaba la barriga iba este diablo y a patadas noms le sacaba el hijo de adentro. Pero cuando mi hija estaba bien, otra vez la correteaba; y as pas cinco veces desde que tena doce aitos noms. Hasta que un da su pap de mi hija se cans y quiso defender a su hija, pero este mal hombre lo mat con un machete y cuando vino la polica, stos se fueron borrachos escribiendo en un papel que se trataba de un accidente. Por eso mi hija se escap, pero a la semana me la trajeron los guardias diciendo que se haba cado a un barranco, pero su cadver hablaba de que la haban matado con patadas y con piedras. As debe morir este hijo del diablo para que el alma de mi hija descanse en paz. He dicho mi verdad! -termin la anciana sin dejar de mirar a don Gastn, quien temblaba cada vez ms convulsivamente como si le fuera a dar un ataque de epilepsia.

    Fueron dos horas, dos largas horas en las que uno tras otro se escuchaban los relatos de los campesinos que haban padecido en carne propia o en la de alguno de sus familiares todas las desgracias del mundo a manos de este miserable individuo, que tras diez aos de ausencia haba regresado para recoger una parte de la herencia que dejara su madre. Evidentemente recogera no slo la herencia dejada por su malvada madre, sino la dejada por todos sus antepasados.

    Don Gastn fue condenado al fusilamiento. Se lo llevaron casi a rastras al cuarto que usaban como calabozo, le desamarraron las manos y le dieron una silla, Ral lo miraba preguntndose cmo un solo hombre podra ser capaz de tantas maldades juntas, le dio la espalda y orden que echaran candado al cuarto; que pusieran dos guardias, uno en la puerta y otro en la ventana que da al patio trasero, y si quera escapar, o si alguien quera sacarlo de all, que dispararan a matar. Dio media vuelta y ech a andar hacia el descampado, all esperaban los campesinos, deban organizar el reparto.

    * * *

    En la maana de la toma de la hacienda El Milagro, antes del desayuno, hice un recorrido por la casa hacienda y los alrededores. En el patio trasero encontr una tabla con cuatro patas, una mesa bastante rstica, ploma y mohosa, seguramente haba soportado muchsimas lluvias y muchos maltratos, tena cortes en toda su superficie; en uno de sus cantos estaba clavada una, tambin antigua, mquina de moler carne o maz, se la vea muy antigua y algo oxidada, pero se notaba, y as lo comprob, que an funcionaba, tal vez con algunos ajustes y un poco de aceite estara en perfectas condiciones para volver a moler cualquier cosa molible. Mientras daba vueltas a la manivela pensaba en los acontecimientos de la maana, y trataba de precisar las tareas del da; de improviso sent una mano sobre mi hombro, gir bruscamente llevando la mano a la cacha del revlver, cuando estuve a punto de desenfundarlo choqu con el rostro milenario de un viejo

  • campesino, muy viejo, demasiado viejo para estar en pie y sin embargo lo estaba; ligeramente encorvado, caminaba con relativa agilidad y se lo vea ms fuerte que un roble. Pasado el susto de ambos, nos miramos y nos sonremos; le ped que no vuelva a hacer eso, pues podra ser peligroso en estos tiempos de guerra en que todos, a pesar de la costumbre, andamos un poco nerviosos; a l le tena eso sin cuidado, deca que ya haba vivido bastante y que si segua sobre la tierra era de yapa. Lo que s le interesaba y mucho, era la moledora. Encarecidamente me peda que se la entregue, casi suplicante, con las manos juntas pegadas al rostro. Un rostro cruzado por todos los surcos y las penas de la tierra, un rostro que llevaba hundidos unos ojos claros medio transparentes, nublados y llorosos permanentes, capaces de ver dentro del alma de las personas porque no le quedaba nada por ver sobre la faz de la Tierra; todo lo haba vivido, todo lo haba visto, todo lo haba sufrido y padecido. Y ante ese rostro milenario estaban unas gruesas manos invadidas por callos y cicatrices de siglos de trabajo rudo, miserable e impago. Unas manos que haban arado todas las tierras del mundo, que haban cambiado de lugar montaas de piedra y tierra, que haban amasado barro y paja para hacer casuchas donde ir murindose de a pocos en los ltimos siglos. Esas manos que todo lo haban tocado, esos ojos que todo lo haban visto, no podan dejar de tocar ni de ver esa moledora, una moledora que haba estado ante sus ojos y al alcance de sus manos durante dcadas, pero que nunca pudo tocar, porque la ltima vez que lo intent, hace veinte aos, un latigazo le parti la espalda y lo dej marcado para siempre. Hoy era el da, hoy podra disfrutar del sueo que haba acariciado tantas dcadas. -Por favor, niucha -dijo con la voz quebrada y suplicante-, entrgame esa maquinita para moler el maicito para mi viejita que est muy enfermita. Por favor, niucha; despus morir en paz-. Qu haba dentro de ese hombre? Qu ilusin? Qu recuerdo? Nunca lo supe, pregunt a muchos, pero nadie supo darme una respuesta.

    Le expliqu que no poda entregrsela porque todo se deba resolver en asamblea, no le interes. - Pero si t mandas, niucha...! Para qu quieres preguntar...? -me grit como quien regaa a su hijo menor por no querer tomar la sopa o algo por el estilo. Cuando se calm le di una explicacin de media hora sobre principios, normas, reglas, necesidades, polticas, prioridades, y en especial de que los tiempos son otros; que los patrones ya estn dejando de existir y que por lo tanto las decisiones se toman en conjunto, por la comunidad, en asambleas, etc., etc. Mi rollo no le interes para nada, me escuchaba como quien oye caer la lluvia, a cada momento deca: - Ya, ya...! Claro, hijo...! Tienes razn...! S pues, as es, niucha, como si yo no supiera...! Ya, ya...!-. Slo le faltaba decir: - Ya compadre, acbala y dame la moledora!-. No, hermanito, de verdad que el viejito estaba obsesionado por la moledora, pero yo no se la poda entregar as noms. As que le dije que espere a la asamblea. Y as lo hizo, durante ms de diez horas estuvo pegado a mis zapatos; paso que yo daba, paso que daba l. Te juro, hermano, que algn da escribir sobre l.

    * * *

    Una vez terminado el juicio a los ex dueos de la hacienda se convoc a una asamblea general. All se nombr a las nuevas autoridades que regiran los destinos de la comunidad y se encargaran del trabajo colectivo, as como del reparto equitativo de lo producido, viendo en especial el mantenimiento de los ancianos y de los nios, as como de las mujeres y los jvenes. Tambin se cre la milicia de defensa y se la arm lo mejor que se pudo. Los objetos de la iglesia

  • pasaron a ser propiedad de la comunidad para que le den el uso que consideraran ms conveniente, incluyendo el de restablecer el templo y la misa si lo creyeran necesario; pero eso s, ningn cura podra llevrselos y tampoco estar en contra del nuevo orden establecido, tenan las puertas abiertas pero no para robar. Los nuevos dirigentes deban saber diferenciar, cuando ello sea necesario, a las personas de las instituciones. Se les record que como personas, existen eximios sacerdotes y monjas; que incluso algunos de ellos han abandonado los hbitos para empuar las armas al lado del pueblo; y que otros, estando an bajo rdenes eclesisticas, prestan ayuda a los combatientes enfermos, heridos, prisioneros o perseguidos. Pero no deban olvidar las experiencias pasadas en los ltimos quinientos aos, no deban olvidar la muerte de Atahualpa a manos de los espaoles, de la Iglesia como institucin y de los traidores que se pusieron bajo sus rdenes.

    Los aperos y todas las herramientas pasaron a ser propiedad comunitaria, ms todo lo que haba dentro de la casa, desde la vajilla hasta los cuadros, podan pasar a propiedad individual, as que se hizo una suerte de subasta: Quin quiere esto? Se levantaba el objeto y alguien lo peda; si eran varios los solicitantes, se someta a una corta discusin y pasaba a manos de quien ms lo necesitaba y aunque cada quien tena los mejores, y a veces los ms graciosos, argumentos, siempre se llegaba a un acuerdo satisfactorio para las partes en disputa.

    Mientras todo esto suceda, Ral sinti nuevamente una mano apoyarse sobre su hombro; esta vez no se sobresalt pues por el peso reconoci la mano del viejito de ojos claros transparentes, nublados, llorosos y cansados de tanto ver la desgracia. Ral gir y le dijo: - No me he olvidado, taita, ahora la traigo...!-. Y se fue a desclavarla. El abuelo estaba a su espalda, de un salto se puso delante de l y le tendi las manos para recibir la moledora, pero no se la entreg. - Espera, abuelo -le dijo con cario, con un cario que crea olvidado pero que le brotaba de lo ms profundo del alma-. Te pareces a mi abuelo, eres ms terco que una mula...-. Rode los anchos y macizos hombros del anciano con un brazo, mientras que con el otro sostena la moledora contra su pecho, y se echaron a andar. En el camino, Ral le cont que su abuelo haba sido boxeador, judoka, esgrimista, perseguidor de abigeos, nieto de un hroe provincial que aparece en los libros de historia, coleccionador de estampillas y un montn de cosas ms. El campesino lo miraba pero no entenda el significado de muchas palabras. Cuando Ral silenci sus pensamientos, y mientras buscaba con la mirada clavada al suelo algn otro recuerdo perdido, el viejito le pregunt: Dime, hijo, tu abuelo tena una moledora? - S! -respondi Ral sorprendido por tal preguunta- Y yo? -Volvi a preguntar el anciano arrugando an ms su cansado rostro. La risa de ambos deambula hasta hoy en medio de ese alboroto de quebradas y montaas, con sus cuevas profundas, con sus milenarios caminos de herradura trajinados por seres hasta ayer ignorados por la historia y el destino, caminos recorridos por la felicidad y el sufrimiento tomados de la mano, una risa que espera ser rescatada del olvido.

    El viejo sonri jovialmente por primera vez en todo el da, rode con su curtido brazo el cuello de Ral, lo atrajo hacia su pecho y lo retuvo apretado por unos segundos. As llegaron al centro de la casa, abrazados como abuelo y nieto, como padre e hijo, como hermanos, como amigos, como compaeros, como camaradas.

    Casi al final de la asamblea de reparto, Ral, despus de conversar con los dirigentes, pidi la palabra. -Pedimos -dijo con un nudo en la garganta- la moledora...-. La asamblea en pleno

  • enmudeci. Trag saliva y todos escucharon el ruido. El anciano le tir con fuerza de la manga de su casaca, como queriendo hacerle recordar que l la haba visto primero hace treinta aos! Ral no le hizo caso y prosigui: - La necesitamos para hacer un regalo a nombre del Comit Popular. Esta mquina de moler tiene un significado especial para don Toribio...-. No pudo decir ms porque todos empezaron a aplaudir y gritar que se la entregue. En verdad esa alharaca lo salv pues no poda decir nada ms; una sensacin extraa lo embargaba. Sentimientos personales se mezclaban con lo colectivo y lo turbaban. Haca mucho que haba dejado de pensar en lo suyo y sin embargo haba momentos en los que recordaba a su familia. De su corazn brotaba una tarda muestra de cario hacia su abuelo, representado en aquel anciano, y un pedirle perdn por no haberlo acompaado en sus ltimos das. Y al mismo tiempo, ver en aquel sufrido campesino a toda una clase agraviada, pisoteada, sometida a la ms grande de las ignominias, y que hoy por fin sonrea sin temor a ser latigueado o pateado, y lanzaba al aire el ms grande de los desafos, pues nada es imposible para quien se atreve a escalar la montaa ms alta, y los pobres ya se haban echado a andar... Sali de sus cavilaciones cuando sinti otro tirn de la manga de su casaca. Entreg al anciano la moledora, ste la tom en sus manos, la bes y se la llev a la frente, la envolvi en su poncho, mir a Ral con sus ojos nublados, dio media vuelta, cruz el patio, cruz el descampado, empez a subir la cuesta, gir en un recodo de la montaa y se perdi en silencio. Ral lo segua con la mirada desde el descampado; a sus espaldas, en la casa, empezaban a sacar todo lo que poda ser til, puertas y sus marcos, ventanas y sus marcos y todo aquello que se pudiera arrancar de paredes, pisos y techos. De la casa qued slo el cascarn. Ral cerr su mente al pasado, dio media vuelta y se uni a sus hombres.

    Antes de abandonar la zona decidieron prender fuego a lo que quedaba de la casa hacienda, no vaya ser que el enemigo la tome, al quedar abandonada, como cuartel de operaciones. En pocos segundos el fuego invadi el techo y largas lenguas de fuego se levantaban hacia el firmamento. En medio de la algaraba general, Ral se sobresalt al recordar que el viejo taxista venido de la Capital a recoger su herencia estaba dentro de uno de los cuartos, el nico que se salv de perder puerta y ventana porque estaba custodiado por Felipe y Domingo, que no dejaban que nadie se acerque a menos de dos metros, cumpliendo las ordenes de Ral. Cuando empez el incendio, Felipe dej su puesto y se olvid del por qu estaba delante de esa puerta y fue a festejar junto con los dems las llamas devoradoras de lo antiguo y purificadoras del futuro. Felipe sinti el mismo sobresalto, ambos se miraron y sin decir palabra alguna arrancaron hacia la casa. A medio camino los sobrecogi una serie de explosiones. Era la dinamita y las municiones que los hacendados haban escondido entre los techos de las habitaciones y reventaban por el calor del fuego. Repuestos del susto y a rastras por precaucin, llegaron al cuarto que haca las veces de prisin para don Gastn. Rompieron la puerta de una patada, no tenan llave. En el interior el espectculo era muy extrao. El cuarto estaba lleno de humo, don Gastn se haba envuelto en una frazada y permaneca acurrucado, clavado de pnico, sobre la silla. Lo sacaron casi a rastras, sus piernas se negaban a obedecerle. En medio del patio, casi repuesto por el aire fresco, pero an tosiendo y tembloroso, se le acerc a Ral. -Mi comandante -dijo tartamudeando-, no me ir a hacer dao no? Lo que estos indios le han dicho es pura mentira, la verdad es que mi pap era as como ellos dicen, pero yo no. Fjese, mi general -Ral haba logrado un ascenso vertiginoso por obra de la sobonera de un casi cadver-, tengo mucho dinero en la capital de la provincia -le dijo quedo al odo como para que los dems no escuchen- y adems tengo varias

  • armas que las puedo entregar si me deja ir...-. Hizo una pausa, respir profundo y volvi a la carga. - No tiene un cigarrito, mi mariscal?-. Quera aparentar como si nada pasase, como si todo fuera una broma, qu va, ni siquiera una pesadilla, sino una pendejada de unos cuantos mocosos insolentes que no se daban cuenta que l era el patrn, y que pronto pasara el mal rato.

    Ral, haciendo un gran esfuerzo para contener el enfado, sac su cajetilla de Inca sin filtro y le ofreci un cigarrillo. Le acerc el fuego de una cerilla y tomndose su tiempo le explic:

    - Mire, seor, yo no soy comandante, aqu no tenemos grados de ningn tipo...

    - Pero se nota que usted es el que manda aqu -grit el ex patrn enrojecido de impotencia, con los ojos brillosos, saltones y amenazantes-. Y se le nota inteligente...! -tiraba su ltimo as de oros el astuto viejo zorro vestido con piel de cordero-. Usted puede dar una orden y se acab el asunto...!

    - Aqu quien da las rdenes es el pueblo! -replic pausado pero enrgico- y usted ya fue sentenciado por todas las maldades que ha hecho, a fin de cuentas usted mismo ha cavado su propia tumba.

    Se hizo el silencio.

    Los combatientes haban terminado de arreglar sus cosas. La poblacin de varias comunidades y de la ex hacienda El Milagro llenaban las faldas de los cerros cercanos, no queran marcharse sin antes ver que se cumpla la voluntad popular.

    Felipe se acerc y comunic que todos estaban listos para partir. Ral encendi su ltimo cigarrillo y dio la orden para que se lleven al reo. Don Gastn qued petrificado, convertido en estatua de sal, luego de verse obligado a mirar hacia atrs, a revivir el recuerdo de sus fechoras, y no se movi para nada. Mara se le puso delante, le coloc lentamente el can de su metralleta a la altura del corazn y apret el gatillo. A don Gastn se le escuch un quedo y corto quejido, cay de espalda, y qued inmvil. Ral se acerc al cuerpo inerte del ex gamonal que haba venido por una herencia pero a cambio cosech lo que con sus maldades haba sembrado en varias dcadas; le palp el costado del cuello... la sentencia se haba cumplido. Un rumor de alivio recorri las faldas de los cerros. Las primeras estrellas hacan su aparicin en un cielo nublado a medias, desde el sur galopaban oscuros nubarrones que presagiaban noche de lluvia.

    Ral, sumergido en reflexiones sobre las malas pasadas que a uno le puede jugar el destino, suspendi sus pensamientos cuando a su espalda oy la voz de Felipe que con un timbre de emocin en la voz le deca: Compaero, hemos cumplido bien nuestra jornada!

    La columna emprendi la marcha entre cnticos de guerra, los campesinos la despedan agitando las manos y lanzando vivas al viento, los ponchos de oscuros colores iban confundindose con el atardecer. La columna de combatientes, con Ral a la cabeza, se mimetiz entre la quebrada y el estruendo del ro arrastrando piedras hacia la costa.

    * * *

    Venancio se incorpor a nosotros de una forma que no te puedes imaginar, hermanito. Un da soleado, el viga dio la voz de alerta. Un grupo como de veinte personas vena subiendo por la falda oeste de la montaa. Nos encontrbamos descansando, creo que tenamos tres o cuatro das metidos en una choza en la parte alta de una cumbre, desde donde tenamos una visin

  • esplendorosa del paisaje y podamos divisar a cualquiera que pasara a dos das de distancia. Eran ms que nosotros, pero ya habamos recuperado nuestras fuerzas; y con los ataques a varios puestos de retn que habamos realizado en el ltimo mes, conseguimos un par de buenos fusiles de largo alcance con los que podramos mantenerlos a raya en caso de necesidad antes de emprender la retirada.

    Cuando me avisaron de la presencia del grupo, estaba leyendo 7 Ensayos, tirado boca abajo disfrutando de la lectura y del calor del Sol, tan escaso por esos das. Llegu al puesto de viga con el largavista colgando del cuello, ote entre rboles, arbustos y peas. Efectivamente, suban a darnos el encuentro campesinos, hombres y mujeres, casi todos de edad avanzada. Se vean pacficos y no traan armas. Por seguridad, ms que por desconfianza, orden a Felipe que escogiera dos hombres, que se adelantara unos cien metros de la posicin de vigilancia y que se ubicara a un costado del sendero que conduca hasta nosotros; entre los dems distribu los lugares y las tareas para la defensa, en el supuesto de que sean policas disfrazados de campesinos y pretendan sorprendernos. Nuestras mochilas estaban siempre listas para ser tomadas al vuelo y emprender la carrera en caso de un ataque sorpresivo. No me senta preocupado, al contrario, tom mi puesto avanzado junto al viga de turno, revis las cacerinas de mi fusil por puro capricho, pues saba que las tres estaban cargadas al tope; esa misma maana, antes del desayuno, haba limpiado y engrasado el fusil y renovado los sesenta tiros de los cargadores, tambin de pura costumbre. Demoraran una media hora hasta llegar al lugar donde se encontraba Felipe. Abr el libro en la pgina marcada y me puse a leer.

    "El rgimen de trabajo -haba escrito Jos Carlos Maritegui- est determinado principalmente, en la agricultura, por el rgimen de propiedad. No es posible, por tanto, sorprenderse de que en la misma medida en que sobrevive en el Per el latifundio feudal, sobreviva tambin, bajo diversas formas y con distintos nombres, la servidumbre... Se explica adems por la mentalidad colonial de esta casta de propietarios, acostumbrados a considerar el trabajo con el criterio de esclavistas y negreros..." Dej de leer cuando Felipe me avis que una comisin de la comunidad quera conversar con nosotros.

    * * *

    Ral se acerc al grupo y estall un tronar de voces que reclamaban de todo, hablaban todos al mismo tiempo, levantaban o bajaban el tono de la voz segn sus demandas y la urgencia para resolverlas; pero igual no entenda nada de nada hasta que el ms viejo los mand callar con un par de palabrotas y pidi disculpas por el alboroto.

    - No importa -dijo Ral mientras echaba el fusil a su espalda-. En qu podemos servirles? -pregunt acercndose ms al anciano.

    - Fjate, taitita -habl despus de guardar silencio un par de segundos-, a nuestra comunidad ha regresado, como licenciado, uno de nuestros hijos que hace muchos aos se fue para la Capital, para hacer el servicio militar. Comete ahora fechoras, se emborracha, abusa de las mujeres, roba el ganado y lo vende a otras comunidades, no trabaja y se hace servir donde mejor se le antoja, y si no le sirves te patea o pisa tus cultivos; no podemos hacer nada porque tiene una pistola que lleva siempre bajo el poncho, y adems otros dos vagos se le han juntado desde hace unas dos semanas.

  • - Los ancianos -continu ya con ms confianza- se han reunido y nos han encargado buscarlos a ustedes para pedirles que limpien nuestra comunidad. Los ancianos piensan, y nosotros tambin, que los de la tropa han mandado a este licenciado, que ya no lo consideramos como de nuestra comunidad, para que nos desjunte y acusemos a los compaeros, pero no lograrn eso porque los de la tropa nos han robado varias veces y matado. He dicho mi verdad!

    Al tiempo que terminaba extenda su mano derecha alcanzndole a Ral una cachipa, queso serrano muy agradable, y orden a las ancianas que entreguen su carga. Traan choclos calientitos, papas sancochadas, huevos duros, cuy chactado, y otras cosas deliciosas que no saboreaban haca mucho tiempo.

    Dio las gracias, y haciendo una reverencia se comprometi a estudiar el caso y darle solucin rpida.

    - Alguito ms les hemos trado, taitita -dijo el anciano con el rostro compungido. Y detrs de su poncho sali un muchachito de ojos oscuros, que brillaban desafiantes en el fondo de una cara pequea, redonda y quemada por el fro de la puna.

    - Y esto? -pregunt Ral sonriendo desconcertado.

    - Les va a ser muy til, taitita, conoce cada piedra del camino de aqu a mil leguas en redondo, camina bien rapidito, no se cansa, no come mucho, sabe bien el castellano pero no quiere hablar mucho desde que los de la tropa mataron a su mam... que era mujer de un compaero diciendo.

    Ral lo mir largo y record que tambin tena hijos...

    - Y cuntos aos tienes? -pregunt sin or ms que el silencio por respuesta.

    - T quieres venir con nosotros?

    Unos ojazos se movan de arriba para abajo y de abajo para arriba cada vez a mayor velocidad.

    - Bien, vienes con nosotros si me dices cuntos aos tienes -dijo Ral escondido tras una falsa voz de padrastro enojado.

    - Quince...! -y estall una estruendosa carcajada.

    - Yo me llamo Ral, y t, cmo te llamas? -volvi a preguntar en medio de la generalizada hilaridad.

    - Venancio! -grit el chiquillo mientras arrancaba hacia la choza sin despedirse de su abuelo, ni de los de su comunidad, ni preguntando nada a nadie, antes de que Ral se desanime, pens al vuelo.

    Diez das despus la comunidad fue limpiada, los cuerpos sin vida del licenciado y sus secuaces fueron arrojados a la quebrada, cerca del puente de madera que es paso obligatorio para quienes se comunican entre la capital de la provincia y las comunidades de las alturas. Un letrero adverta con tinta roja lo que les podra pasar a todos aquellos que se atrevan a levantar la mano contra sus hermanos de clase.

    * * *

    Ese Venancio es genial, hermano! Camina igual de noche como de da, realmente conoce cada piedra, cada camino, cada cueva, cada escondite, no se le pasa nada por alto, y si hay algo que no

  • conoce, da la impresin de que con slo desparramar una mirada por el horizonte puede descubrir nuevos caminos, nuevos escondites, nuevos atajos y cualquier otra cosa que nos favorezca.

    Desde que lleg a nosotros, pudimos duplicar nuestro rendimiento en el desplazamiento; acortando distancias entre un punto y otro, alejndonos, en las persecuciones, del enemigo con gran rapidez para caerles encima por la espalda sin que lo esperasen, y adems con gran eficacia, hacindonos humo cuando las cosas se ponan feas y tenamos todas las de perder. Te puedo jurar, hermanito, que gracias a l podamos atacar dos veces, en puntos distintos, en un solo da y estar a veinte kilmetros de distancia para la noche aunque nosotros habamos caminado slo diez, porque Venancio nos conduca por trochas, atajos entre cerros, cruzbamos ros por el nico lugar que se poda vadear en quince kilmetros de largo y que nadie conoca; slo as podamos sacar una ventaja increble y desbocar la imaginacin del enemigo que supona, con esos ataques y rpidos desplazamientos, que ramos varios cientos y no los casi cuatro gatos que ramos al principio. Ese Venancio es medio silvestre, habla ciertamente poco, pero cuando lo hace, es lapidario y contundente, nada se le escapa. Me cost mucho trabajo hacerle comprender que el ritmo del desplazamiento tena que darlo yo de acuerdo a los planes a corto, mediano y largo plazo. Si por l fuera, nos pasaramos caminando toda la noche y combatiendo todo el da; as que fcilmente te puedes imaginar que en el primer mes, desde que l lleg a nosotros, todos andbamos con la lengua afuera de tanto subir y bajar; medio muertos de tanto cruzar ros helados a medianoche, para seguir caminando hasta el amanecer... Ah...! Y dicho sea de paso una cosa increble: En plena puna, a varios miles de metros sobre el nivel del mar, con un espantoso fro que te corroe los huesos, de tanto caminar, el cuerpo se te calienta y casi se te seca la ropa; tan cierto es, que uno se pone las medias mojadas en el pecho y al da siguiente estn secas. Cosa de locos, pero as es y eso lo aprend de ese chiquillo, que contribuye como un verdadero gigante.

    As fue cmo conoc a Felipe y a Venancio.

    * * *

    Ral termin de saludar a los combatientes, se haba detenido un poco en cada uno para preguntarle por su salud, por su estado de nimo, qu pensaba de las cosas que estaban pasando y cmo vea la salida de este enredo. Los cinco minutos de descanso se haban convertido en ms de media hora. Los mandos se reunieron con los responsables que se haran cargo de los grupos del pelotn y con Venancio. Reorganizaron el contingente de los grupos de ataque, apoyo y contencin; los que tenan peores heridas iban al grupo de contencin y los ms sanos, al de ataque. Venancio explic la ruta a seguir y calcul el tiempo que les llevara llegar a la Base de Apoyo: un da y medio, mximo dos. Llegaron a la conclusin de que eran varios los helicpteros que haban participado en el ataque, aunque uno de ellos llev la parte principal del mismo, lo que significaba, al entender de Ral, que los otros helicpteros haban desembarcado personal y que a estas alturas se encontraban posiblemente dentro de un cerco que haba que romper a toda costa, de lo contrario sera el fin para todos. Se distribuyeron las tareas y cada quien fue a reunir su grupo y explicar el plan a seguir.

    Cuando despertaron a Domingo, ste sali disparado y fue a estrellarse contra una pared del cerro, rebot y cay otra vez de espalda contra el suelo.

  • - Domingo, don Sata te cerr la segunda puerta del infierno o qu? -pregunt Julin a la vez que todos rompan a rer estrepitosamente.

    - Carajo! -grit Domingo todava medio dormido-. Estaba soando que me caa un helicptero encima! No pueden despertarlo a uno con un beso en lugar de zarandearlo?

    - Ni que fueras la bella durmiente -le replic Julin-. Aunque feo no eres, de repente te da un besito la Mara, pero con la boca de su metraca para afeitarte esos cuatro pelos que tienes por barba.

    Y nuevas risotadas se lanzaron al aire fro de la maana, que empezaba a vestirse de plomo oscuro.

    Ral se le acerc a Domingo y le extendi una mano para ayudarle a pararse.

    - Gracias, compaero -sonri entre avergonzado y alegre llevndose la mano libre a la frente, que empezaba a tersele de rojo sangre.

    La marcha se reanud cuando todos tenan claro que les esperaba una jornada bastante agitada; en ese momento nadie senta miedo, al contrario, todos queran cobrarse la prdida del mondonguito.

    El ascenso por la vertiente izquierda de la garganta result bastante penoso, en especial para aquellos que caminaban sin zapatos; a pesar de tener los pie