presencia apostólica 58

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Presencia Apostólica 1

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Presencia Apostólica 58

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Page 1: Presencia Apostólica 58

Presencia Apostólica 1

Page 2: Presencia Apostólica 58

2 Presencia Apostólica

realizando labores de evangelizacióny promoción social en:

Ven a vivir la alegría de servir

n Xochitepec, Montaña Alta de Guerrero n El Ciruelo y Lo de Soto, Costa Chica de Oaxaca

n Ciudad Juárez n Nuevo Laredon Torreón n León n Morelian Guadalajara n D.F. n Tolucan Cuauhtenco, Estado de México

n Y en más de 60 países

MISIONEROS CLARETIANOS

Te invitamos a formar parte de nuestra red de Distribuidores de Agua San Judas [email protected] 01 722 321 28 28 www.aguasanjudastadeo.com

(55) 5521 3889 (55) 5536 2328 04455 4505 5810

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Presencia Apostólica 1

MISIONEROS CLARETIANOS

Te invitamos a formar parte de nuestra red de Distribuidores de Agua San Judas [email protected] 01 722 321 28 28 www.aguasanjudastadeo.com

(55) 5521 3889 (55) 5536 2328 04455 4505 5810

2 Editorial

3 Actitudes para re-pensar

4 Aventuras de un misionero

6 Benedicto XVI: Coherente, sabio, valiente y humilde

7 El martirio de san Judas Tadeo

8 El camino a la paz interior

10 Las emociones y la salud

1 2 El miedo a morir

1 4 El burro Lucio

1 6 ¡Escuchemos a los jóvenes!

19 De la Palabra a la acción

CONTENIDO

DirectorErnesto Mejía Mejía, CMF

Consejo EditorialAlejandro Cerón Rossainz, CMFJosé Juan Tapia, CMFAlejandro Quezada Hermosillo, CMFEnrique Mascorro López, CMFRené Pérez Díaz, CMFErnesto Bañuelos C.

EditoraMarisol Núñez Cruz

Arte y DiseñoMirta Valdés Bello

ColaboradoresEnrique A. Eguiarte Bendímez, OARJesús García Vázquez, CMFJuan Carlos Martos, CMFEnrique Marroquín Zaleta, CMF

DistribuciónLiga Nacional de San Judas Tadeo

PRESENCIA APOSTÓLICA, La voz de San Judas Tadeo, es una publicación bimestral. Editor respon sable: José Juan Tapia Tapia. Edi-tada por la Liga Nacional de San Judas Tadeo, A.C. Registro No. 04-2008-041014062100-102. Número ISSN 1665-8914 Distribuida por el Templo Claretiano de San Hipólito y San Ca-siano, A.R., Zarco 12, Col. Guerrero, C.P. 06300, México, D.F. Publicación Claretiana. El material contenido en Presencia Apostólica puede ser reproducido parcialmen te, citando la fuente y sin fines comerciales.Tel: (55) 55 18 79 50 Fax: (55) 55 21 38 89mail: [email protected]úmero suelto: $15.00 M.N. / $2.50 US.Suscripción anual: $150.00 M.N. / $25.00 US.(Incluye gastos de envío).

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EDITORIAL

Podemos ver la Cuaresma como un entrena-miento para fortalecer nuestro espíritu. Es un tiempo para trabajar en nuestro interior que es de donde puede venir la fuerza y los recursos necesarios para ir avanzando en nuestra pro-

pia vida, buscando el bien y la paz para nosotros mismos y para todo el mundo.

Para comenzar a realizar el trabajo que se requiere, o para continuarlo, recordemos que la realidad primaria que nos mueve y determina el sentido de nuestra vida viene siempre de adentro, de nuestro interior, y por tanto, hay que trabajar de adentro hacia afuera. Con esta perspectiva somos más fuertes ante las circunstancias externas que, si bien siempre van a variar y pueden llegar a ser extremada-mente difíciles, siempre serán secundarias.

En este número ofrecemos artículos que nos pueden ayudar a permanecer más cerca de nuestra interioridad y a establecer –desde ahí– fuertes vínculos de hermandad con los demás.

Vivamos la Pascua con esta determinación de seguir fortaleciéndonos espiritualmente y expresemos con nuestra propia vida la alegría de la Resurrección.

¡Felices pascuas de Resurrección!

Trabajar de adentro hacia afuera

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Presencia Apostólica 3

Un teólogo suizo decía que el cristiano es un hombre en constante conver-sión. Esto me parece muy acertado, pues una sentencia bíblica nos dice, nada menos, que debemos ser perfec-

tos como el Padre celestial. De manera que la con-versión es tarea de todos los días. Para que ésta sea auténtica comenzará por un remordimiento –sensa-ción de que hicimos algo mal– que pronto pasará a ser sentimiento de culpa –reconocimiento de nues-tro error–, siguiendo luego un proceso, que desem-bocará en la experiencia que Pablo de Tarso comu-nica con la frase: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.” (Gál 2,20).

UNA ACTITUD A COMBATIR: LA DISCULPALa disculpa parece ser que ha acompañado al hom-bre a lo largo de toda la Historia. En el Génesis, cuan-do Dios pregunta a Adán y Eva por qué le han des-obedecido, ninguno dice sentirse culpable. La culpa es del otro o de las circunstancias. Cualquiera que analice la Historia caerá en la cuenta de que la dirección de la humanidad sería muy distinta si los actores no hubieran sucumbido tan frecuentemen-te ante la “diabólica” tentación de la disculpa, de la auto-justificación.

A medida que las sociedades han creado orga-nismos especializados para resolver necesidades, el hombre parece encontrar más pretextos para discul-parse ante su conciencia y ante los demás respecto a los males sociales. Por ejemplo, qué pasa si pregunta-mos a cualquiera sobre dos temas, tan influyentes en la sociedad como son la educación y la economía.

En el tema de la EDUCACIÓN, todos coincidi-mos en que ésta es imprescindible para que el ser humano pase de regir su vida por el verbo apetecer a regirla por el verbo deber; en definitiva, para pasar de una sociedad de egoístas a una de corresponsa-bles. Sin duda, estamos también de acuerdo en que la educación exige tiempo y esfuerzo. Sin embargo, ante los fracasos evidentes en muchas de nuestras estructuras, ¿quién asume la responsabilidad de esta noble tarea? Los padres contestarán que necesitan trabajar mucho y no tienen tiempo. Los maestros di-rán que los programas les vienen impuestos “desde arriba”… Y, si preguntamos a un tercer agente, el ambiente social, la TV, internet, la sociedad hedo-nista, pobre en valores humanos, etc… Ni siquiera nos contestarán.

En cuanto a la ECONOMÍA, nadie duda de su importancia para el desarrollo de las estructuras sociales que intentan hacer al individuo más huma-no y, por ende, más feliz. Casi cualquier ciudadano es capaz de enumerar a grosso modo los males y su-frimientos causados por la mala gestión de los bie-nes del planeta, a través de la historia. Los conflictos bélicos, e incluso las reyertas familiares, tienen en el fondo algún componente económico.

La economía es un tema del que todos queremos opinar o, más bien, disculparnos de los males que acarrea la mala gestión de los bienes… En este cam-po la disculpa parece más justificada. De la mala gestión solemos culpar a diversos agentes: el siste-ma, las políticas liberales, la sociedad competitiva, una educación egocéntrica y con muy poca respon-sabilidad social, etc.

También los textos literarios nos muestran las su-tiles argucias del ser humano para distanciarse de la culpa (disculparse), para no asumir responsabilidad en sus acciones. Citemos dos ejemplos. El prime-ro es la respuesta a la pregunta sobre la muerte del Comendador en Fuenteovejuna de Lope de Vega: “¿Quién mató al Comendador? –Fuenteovejuna, se-ñor. –Y ¿Quién es Fuenteovejuna? –Todos a una.” El segundo ejemplo es “La indagación” de Peter Weiss, una pieza teatral sobre el proceso de Auschwitz. La mayoría de los procesados dicen no sentirse res-ponsables de las torturas y asesinatos realizados. La responsabilidad de sus horrendos crímenes la hacen recaer en los dirigentes, en la educación recibida, en la propaganda, etc.

Podríamos concluir diciendo que la actitud de la disculpa, tan anticristiana, ha sido uno de los lastres que más ha retardado la edificación del Reino de Dios en la Historia.

LA ACTITUD A ASUMIR: ESCUCHAR A JESÚS

Estoy convencido de que a nosotros los cristianos, y a la mayoría de nuestros contemporáneos, nos vendría bien detenernos a escuchar, sin tapones en los oídos, al gran profeta de Galilea que sigue inter-pelando al mundo desde hace dos mil años. Pero, ¡atención!, hablo de escuchar, no de oír. Hemos oído innumerables veces las lecturas, que finaliza-mos aclamando como Palabra del Señor, pero la ma-yoría hemos escuchado poco a Jesús, a diferencia de quienes le escucharon bien, como Zaqueo o como María de Magdala.

P. Epi Diez

Reflexión de Cuaresma

Presencia Apostólica 3

ACTITUDES PARA RE-PENSAR

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4 Presencia Apostólica

Está próxima la fiesta de san Miguel y mis lectores están invita-dos a la montaña, al pueblo que, a mucha

honra, lleva su nombre. ¿Vamos? La Sierra alta de Guerrero está for-mada por un batallón de monta-ñas, unas más altas que otras pero todas muy altas. Sólo recuerdo el nombre de la más alta de todas donde ya les platiqué que me per-dí. Es el Cerro del Gachupín, lla-mado así porque se dice que allí tuvo lugar una batalla entre espa-ñoles e insurgentes. Aún están ahí unas piedras donde se supone que fueron derrotados los españoles.

Tlacoapa (pueblo entre ríos)La cabecera de lo que fue nuestra gran misión se mece, cuando hay movimientos telúricos, entre los brazos de dos colosales montañas, unidas por un río que canta melo-diosamente noche y día, y ruge de coraje cuando recibe tormentas que lo ponen inquieto, cuando los riscos que se desprenden del ce-rro y ruedan sobre él despiertan a cuanto ser viviente duerme en sus aposentos. Al frente, donde los ce-rros se hacen a un lado para dejar ver el horizonte, se mira, como un

ave que quiere posarse en las pun-tas del árbol más alto, San Miguel, un pequeño pueblo dispuesto a celebrar su fiesta con mucha de-voción. Un pueblito lleno de amor a Dios, a la Virgen de Guadalupe y, por supuesto, a su gran patrón, san Miguel.

Ellos ven cómo le hacen, por-que es una verdadera hazaña lle-var en caravana, sobre las espal-das, horas y horas a pie, durante casi dos días de camino, entre va-rios hombres y mujeres, lo nece-sario para la fiesta: los fuegos arti-ficiales, toritos, cohetes y castillo. Nunca faltan las danzas y la ban-da de música, comida para todo el pueblo y los invitados, tanto en la víspera, como el mero día.

Con gran alegría recibo por par-te de mi superior la orden de ir a celebrar la fiesta. Cuatro días antes de la fiesta, muy temprano por la mañana, cuando aún se escucha-ba la competencia del kikirikí de los gallos, ya estaban en casa dos fiscales, enviados por la autoridad, para acompañar al misionero.

Al clarear el alba, la Coqueta, (la mula que siempre me acompa-ñaba), estaba siendo ensillada para ponerle encima lo necesario

para la fiesta: ornamentos y demás utensilios para la santa misa, un botiquín con medicamentos bási-cos, que siempre llevaba conmi-go, y un litro de miel, pues, des-de que llegué a Tlacoapa, dejé a un lado el azúcar que tanto daño hace, especialmente la refinada; desde entonces, la miel es uno de mis alimentos favoritos.

Mientras los fiscales arreaban mi mula, yo corría como gamo por el camino, entre los árboles, bebiendo el aroma de los mon-tes y comiendo tacos de aire puro, emanado del bosque. De postre, de vez en cuando, me detenía a de-leitarme con los gorjeos de los jil-gueros y cenzontles que parecía que sabían a dónde iba y querían acompañarme. Sentía que Dios me cantaba en sus trinos.

Al llegar a la ribera del río Toto, donde se tiene que pasar de una montaña a otra por un puente col-gante hecho de cuerdas y palos que se mueve tanto, que no queda otra que descargar buenas dosis de adrenalina, sentí tanta hambre que me sentía capaz de comerme un conejo entero.

Y, vean qué grande es Dios con sus hijos, al otro lado del río, ha-

Aventuras de un misionero

Misioneroy cazador

Jesús García Vázquez, CMF

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Presencia Apostólica 5

bía unos guayabos que, satisfechos con la oportunidad de cumplir con su misión, me ofrecían gratis sus dulces frutos que parecían decir-me: “¡Cómenos!” Entonces me acuerdo que traía miel, pero ha-bía que esperar a los fiscales con la mula, así que me dije: “Mientras llegan, bajo las guayabas.” Y, como los guayabos estaban muy altos, me di a la tarea de practicar mi punte-ría y, ¡a tumbar guayabas!

En esas estaba cuando llegan los fiscales. “Muchachos, vamos a almorzar guayabas con miel. Sa-quen el frasco.” les grité con ansias de que se apuraran. “¡Que bueno padrecito! Porque nosotros ni tor-tilla con chile traemos y ya tene-mos mucha hambre.” Me contesta-ron con ganas de empezar luego. ¡Qué banquetazo nos ofreció el Señor! Esa mañana, fácil nos co-mimos unas tres docenas de gua-yabas entre los tres, bueno, entre los cuatro, porque hasta a la mula le tocaron.

Con la energía que agarré de aquel potaje, casi subí volando a San Miguel.

Y ahí fue donde comimos unos ricos frijolitos con gorgojos… El delegado nos esperaba a almor-zar. Yo sentí náuseas, pero tuve que comerlos sin decir nada. Por esa razón, decidimos ir a buscar carnita de venado.

Uno de los principales del pue-blo era un gran cazador. Por cier-to, su nombre era Miguel.

“Padre, ¿quiere ir de cace-ría esta tarde?” Me preguntó con ánimo alegre.

“¡Con todo gusto, Miguel!” Le respondí a la de ya. Le dije que des-de niño me ha gustado la cacería y le conté como, una vez que no teníamos qué comer, le prometí a mi mamá traer carne para comer al día siguiente, que era domin-go. Salí al campo con una esco-peta de municiones que mi padre

me enseñó a usar y volví con va-rias güilotas (palomas silvestres más o menos del tamaño de las codornices) que nos dimos el lujo de banquetear en la comida y la cena, ¡gracias a Dios! y a mi bue-na puntería.

El señor Miguel preparó un ri-fle calibre 22. “Usted va a ca-zar al venado, padre, al parecer sabe disparar y tiene muy bue-na puntería.” Me dijo, seguro de que para mí sería un placer cazar mi primer venado.

“¡Con todo gusto!” Le respondí ansioso de ir a buscar al animal. Salimos del pueblito y como a me-dio kilómetro, debajo de un ár-bol me dijo: “Mire, padre, aquí van las pisadas, falta como media hora para que pase por aquí el ve-nado, como ya se está metiendo el sol, va a beber agua y se regresa a su guarida. Para que no nos vea ni nos ventee, subamos al árbol.” Cuando estábamos arriba, me mos-tró cómo acomodarme para poder apuntarle al animalito.

“Apúntele a la cabeza, es la única forma de que no se nos es-cape”. Me dijo muy enfáticamente. Yo estaba admirado de tanto cono-cimiento de don Miguel como ca-zador. Sólo hubo un imprevisto. El venado llegó puntual, lo malo fue que nos llegó por la retaguardia, no por el frente, como esperábamos. “¡Nunca me hagas eso!” Le dije desesperado y en secreto al vena-dito. No debíamos hacer ruido y yo no podía apuntar para atrás por miedo a caerme. Así que el vena-do llegó tranquilamente y, como si sospechara algo, levantó un poco su cabeza adornada con bellísimos cuernos. Era una hermosa estampa. Con mucha parsimonia miró a un lado y a otro, como si se burlara de nosotros y nos dijera: “Esto no se lo esperaban, ¿verdad?”, y siguió su camino muy tranquilo y majestuo-so. Y yo, nervioso, frustrado y eno-

jado por no poderle disparar, no acababa de entender la inteligen-cia del venado que nos cambió la jugada. Lo malo para él, fue que no tomó en cuenta que don Miguel era más astuto.

Cuando desapareció el vena-do, don Miguel me dijo: “Deme el rifle padrecito y ahí bájese como pueda, ahorita regreso”. Como a los diez minutos, escuché un dispa-ro; en otros cinco, ya estaba don Miguel por mí para ir a recoger el animalito ya muerto. Yo apenas estaba raspándome la panza en el tronco del árbol, para poder bajar, cuando vi al venado, bien quieto. Como dijo don Miguel, el tiro fue en la mera frente así que, no tuvo tiempo de correr el pobre animal.

En esos días comimos carnita preparada de distintas maneras, gracias a Dios y a la buena punte-ría de don Miguel.

¡Gracias, Señor, por acompa-ñarnos en estas aventuras!

Los que quieran ser misioneros, deben tomar en cuenta que: deben ser buenos cazadores y con muy buena puntería para tumbar vi-cios como la envidia, el egoísmo, la mentira, la avaricia, la codicia, la pe-reza, ansias de poder y tantas otras formas de destruir al prójimo.

¡QUÉ PADRE ES SER MISIO-NERO! ¡Hasta la próxima!

Aventuras de un misionero

La escena de caza que se presenta en este rela-to se da en una comuni-dad que vive en armonía con el medio ambiente. Este tipo de comunidades completan su alimenta-ción cultivando la tierra, recolectando y cazando. Recordemos que ellos no tienen rastros como los que tenemos en las grandes ciudades.

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6 Presencia Apostólica

No voy a inventar ni a imaginar. Sólo voy a escribir lo que el mismo Joseph Ratzin-ger, siendo cardenal, expresó en otras cir-cunstancias y que lo consignó por escrito un periodista. También voy a reflexionar en lo que somos los seres humanos.

En noviembre de 1992Cuenta el periodista Peter Seewald: “Mi primera impre-sión era que tenía ante mí a una persona muy sensible y amigable: alguien a quien le gusta comunicarse, que sabe escuchar pacientemente… Ni traducía la autori-dad de su importante cargo en presencia física, ni do-minaba a la persona con la que conversaba…

No tenía la sensación que este príncipe de la Igle-sia, supuestamente ávido de poder, se sintiera feliz y cómodo en este ambiente… Más tarde me di cuen-ta de que habíamos encontrado al Cardenal en una situación personal muy difícil. No se quejaba, pero los ataques de varios años iban haciendo mella en él. Nunca había querido el cargo; ahora, el bávaro sen-sible al servicio de la Iglesia llevaba más de diez años enfrentándose contra los incesantes ataques de tropas enemigas. Esa lucha le había robado fuerzas… Al fi-nal de nuestra conversación reconoció que se sentía cansado y agotado, que estaba viejo y consumido. En realidad se trataba de una sensación: el guardián máximo de la fe católica reconocía sin tapujo alguno que no quería seguir: Ya estoy mayor; al límite –dijo el Cardenal–l. Físicamente me siento cada vez menos en condiciones de continuar, y me siento extenuado.”

Abril de 2005“Esa historia de mi primer encuentro con el Cardenal Ratzinger había sucedido bastante tiempo atrás: más de doce años después vuelvo a estar sentado sobre la fría piedra de la columnata de San Pedro… No menos impresión me causó saber que era esa misma perso-na, que se mostró tan cansada en nuestro primer en-cuentro, la que se disponía a dirigir como poderoso moderador el organismo del que todo el mundo es-peraba las nuevas palabras redentoras.”

Cómo lo han percibidoYa desde antes de ser el Papa Benedicto XVI, siendo solamente catedrático, “acostumbraba a dar clases en aulas llenas a rebosar, hasta con 1,000 estudiantes; y como Arzobispo de Munich eran miles y miles de per-sonas escuchándole… en cuanto comienza a predicar,

los que le escuchan se sienten como en un estado hip-nótico, como si de sus palabras fluyera un aroma que cautiva los corazones…

Cuando dice: “Dios es más fuerte; quien cree, no tiembla”, no causa una impresión cómica –teniendo en cuenta la delgadez del que lo dice– sino impresión fidedigna y grande.”

“Esta es la mirada de Ratzinger: Nada estudiado, sino más bien natural. Una postura que ya se puede observar en las fotos de niño. Distancia y cercanía, concentración y nostalgia, todo lo contradictorio se encuentra en esa mirada.”

Mi reflexiónCuando nos enteramos de la noticia de la renuncia de Benedicto XVI al pontificado, qué duda cabe que a todos nos impactó. Pero, ¿qué pensar de los moti-vos? Una lectura atenta al texto de su renuncia y sabe-dores de su manera de pensar al respecto es evidente que debió pensarlo bastante delante de Dios y vio con claridad que el bien del Pueblo de Dios, la Iglesia, tie-ne necesidad de alguien con mayor vigor físico para impulsar las decisiones que lo necesiten, de alguien sabio como él para discernir y allí, cerca del Señor, encontró el valor para tomar la decisión y la suficiente humildad para aceptar el golpeteo no sólo de quienes no quieren el advenimiento del Reino, sino incluso de las críticas de entre nosotros.

[email protected]

Actualidad

Benedicto XVI: Coherente, sabio,valiente y humilde

6 Presencia Apostólica

Ernesto Bañuelos C.

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Nuestra devoción

Presencia Apostólica 7

El martirio de san Judas TadeoRelato de la beata

Anna Catalina EmmerickAnna Catalina Emmerick1 relata así el martirio y muerte de san Judas Tadeo y san Simón: “Los apósto-les salieron de allí y fueron a otra ciudad y se hospedaron en la casa de un cristiano. He visto levantar-se un tumulto en la ciudad, y los dos apóstoles, juntamente con el cristiano, fueron conducidos a un templo donde había varios ídolos montados sobre ruedas. Se había reunido una muchedumbre tumul-tuosa, dentro y fuera del templo. Re-cuerdo haber visto que los ídolos se desplomaron destruidos y que del templo caían escombros. A conse-cuencia de esto fueron los apósto-les maltratados por el pueblo, que con toda clase de armas y con la ayuda de los sacerdotes idólatras, hirieron a los santos apóstoles, has-ta dejarlos muertos. He visto como al apóstol Tadeo le partieron la ca-beza en dos partes, por en medio de la cara, con el hacha que tenía un hombre en el cinto. Apareció una claridad y visión celestial sobre el santo mártir. Los cuerpos de ambos apóstoles descansaron en la iglesia de San Pedro en Roma”.

Muerte de san Judas Tadeoy san Simón, retomado

de Abdías“Según el relato, después de predi-car y obrar milagros, convirtieron al cristianismo al rey Acab de Babilo-nia. Luego, su tránsito por Persia ha-bría sido más tortuoso y difícil. En su peregrinaje junto con Simón el Ca-naneo, recorrieron todo el territorio predicando, convirtiendo y bauti-zando a sus habitantes. Al entrar a la ciudad de Suamir, habrían sido sor-prendidos por los sacerdotes paga-nos del lugar y, al negarse a adorar a sus dioses, sentenciados a muerte.”

Los restos de los santosJudas Tadeo y Simón el zelote

“Al conocer la noticia de la muer-te de estos apóstoles, el rey Acab de Babilonia habría invadido el lu-gar con sus soldados, recogido los cuerpos de Judas Tadeo y Simón el cananeo y llevado los mismos a la ciudad de Babilonia. Cuando los mahometanos invadieron Babilo-nia, los restos habrían sido saca-dos secretamente y llevados a Roma. En el año 800, el papa León III le presentó a Carlomagno un conjun-to de restos óseos, declarando que eran las reliquias de ambos santos. Carlomagno habría conducido una parte donada de esas reliquias a Francia. Hoy, parte de las reliquias

se veneran en una cripta de la Basí-lica de San Pedro y otra parte en la Basílica de San Saturnino de Tolo-sa, en Toulouse (Francia).” (Revista Cristiandad.org, op. Cit.)

La tradición Además de retomar los relatos an-teriores, la tradición asocia el mar-tirio de san Judas Tadeo con otros instrumentos, como son: la maza, la espada y la alabarda –un arma con una asta y una punta de lanza–; de ahí que en las diversas imáge-nes el apóstol aparezca representa-do con dichos instrumentos.

1 En: Revista Cristiandad.org se dispone del texto de Brentano, Clemens. Overgerg, Bernardo E. y Wesener, Guillermo. Visiones y revelaciones de la venerable Ana Catalina Emmerick. Tomo XIII. Ed. Surgite!

4Martirio de San Judas Tadeo. Pocetti (hacia 1585). Museo del Prado. (Coloreado para fines didácticos.)

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8 Presencia Apostólica

Crecimiento personal

En diversas tradiciones, religiosas, místicas, fi-losóficas y hasta psico-lógicas, se habla de la paz interior. Muchas

veces se habla de ella a través de metáforas, imágenes y relatos, pero estos recursos no pueden transmi-tir la totalidad de la experiencia a la que hacen alusión, pues ¿cómo transmitir a qué sabe una manzana a quien nunca la ha comido? La paz interior puede resultar un es-tado lejano e incomprensible para quien está inmerso en una socie-dad en la que lo más valioso son la tecnología, las novedades, lo exte-

rior y lo que puede lucirse. ¿Cómo acercar al hombre a su

interioridad cuando ha aprendido a vivir con miedo, desconectado y enajenado de lo que realmente es? Estamos lejos de visualizarnos como un ave que vuela en el horizonte plácidamente o de identificarnos con esas imágenes serenas del hombre profundo que se ha encon-trado consigo mismo, con la vida y, a fin de cuentas, con Dios. ¿En-tonces qué es la paz interior y qué se necesita para alcanzarla? ¿Será que el estado al que hacemos referencia es tan anhelado como mal entendido?

Comencemos afirmando que lograr la paz interior requiere lle-gar a lo más central y esencial de lo que cada uno somos y que lo más importante es comenzar a buscar-la. En este artículo comenzaré con tres puntos que nos pueden ayu-dar en este objetivo: disfrutar cada momento, dejar de juzgar a los otros y a uno mismo, y perder el interés en interpretar a los demás. Encontrar la paz interior implica estar en paz con nosotros mismos y es lo que finalmente nos permi-te estar conectados o hermanados con los demás.

DISFRUTAR CADA MOMENTOUno de los aprendizajes más ne-gativos que solemos tener es el de estar continuamente en el pasado, generalmente con malos sabores y sentimientos negativos, como la culpa, el resentimiento, el arre-pentimiento y la amargura; o en el futuro, con su gran potencial para generar temores e inseguridades basados en puras suposiciones de lo que no está y que, en ausencia de verdades experienciales, genera las mayores angustias. Lo que no se ve, pero se fantasea, se termina volviendo un monstruo al revestir-se de los peores temores. También, por otro lado, el pasado que ya no se vive, sino que está únicamente en nuestros recuerdos e historias, se mantiene vigente al cargarse de emociones que, además de defor-marlo, nos mantienen unidos a él, obstaculizando así la experiencia del presente. El enorme problema es que no aprendemos a vivir el momento presente, pues hemos aprendido a estar continuamente en el atrás o el adelante, pero no en el aquí y ahora. Es así como nos enajena-mos y nos alejamos del momento que vivimos y de nosotros mismos. Vivir el momento presente –lo único real–, sin agregarle fantasías ni racionalizaciones, nos lleva na-turalmente al disfrute. Por supuesto

El caminoa la paz interior

Dinko Alfredo Trujillo Gutiérrez

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Presencia Apostólica 9

que también existen los malos mo-mentos, pero el dolor también está de paso. Lo que hace que perma-nezca en forma de sufrimiento es muchas veces la carga emocional y las fantasías que depositamos so-bre él. Muchas veces no sufrimos por algo que el presente significa, sino, por el contrario, por algo que está ausente: el pasado o el futuro. Entonces, lograr estar en el aquí y ahora nos puede llevar al disfrute más auténtico; gratuito en cierto sentido, pero que requiere un alto grado de conciencia. Estar en el presente es estar conectado con todo el movimiento y la creativi-dad que la misma VIDA implica. Así, la verdadera paz interior sólo se logra viviendo en el presente; buscarla en el futuro o recordarla es no tenerla. De manera que la paz no significa lo quieto, inmovible y lejano, sino algo que se logra en el presente, con todo lo cambiante y problemático que pueda ser. La paz fluye con la vida, aunque no haya quietud y en medio de las dificultades. La paz implica estar bien con lo que está: aceptar lo que es. Cuando la paz se ausenta se vuelve anhelo y cuando la recupe-ramos descubrimos que puede fluir constantemente y que está más cerca de lo que creemos; está en nosotros mismos cuando somos capaces de estar aquí y ahora.

DEJAR DE JUZGAR AOTROS Y A UNO MISMO

Una de las características del ser humano es la razón y el juicio es uno de los elementos de ésta. Sin embargo, cuando en una persona predomina la acción de juzgar, esta pierde humanidad, ya que el juicio se convierte en el princi-pal cuchillo que nos separará de los otros y hasta de nosotros mis-mos. Entre más se juzga menos se entiende, pues para alcanzar la comprensión no necesitamos úni-camente pensar, se requiere sen-

tir, intuir y tener empatía; saber ponernos en el lugar del otro. A veces ese otro somos nosotros mis-mos y entre más severos somos en nuestros juicios, menos integrados y menos en paz estamos. Cuando nos enjuiciamos nos dividimos, una parte de nosotros enjuicia a la otra, es como una forma de ale-jarnos de nosotros mismos. Pero, además, generalmente detrás del enjuiciamiento está la soberbia de alguien que se siente tan libre de culpa que puede arrojar piedras sobre el otro. Las guerras se hacen generalmente a partir de un juicio prejuicioso: yo o nosotros estamos bien y el otro está mal y hay que emprender acciones que van des-de corregirlo con nuestra verdad –reprimirlo– hasta, en nombre de dicha “verdad”, matar al que pien-sa distinto a nosotros, siente o vive de alguna manera que no entende-mos. De hecho entre más severo es el juicio, más participa un compo-nente emocional: la ira. Es una ira que busca destruir al objeto que se opone a nuestra perspectiva. El que juzga no toma en cuenta al cora-zón, sino únicamente a la seca y árida razón, lo cual puede llevar a una ceguera y, en ocasiones, en nombre de la justicia se hacen mu-chas injusticias; por lo que el jui-cio, en nuestra relación con los de-más y con nosotros mismos tiene un componente destructivo. Quien opera desde fuera del corazón no alcanza la paz, pues ésta sólo pue-de emanar de lo profundo del co-razón. Y cuando hablo del corazón no me estoy refiriendo ni al órgano que nos permite estar vivos bio-lógicamente ni a los sentimientos que son cambiantes y pueden ser superficiales. Me refiero al alma, a lo profundo y esencial que nos co-necta y unifica. Sólo de ahí puede provenir la paz interior. Si se logra superar el juicio, viene la herman-dad, el encuentro y el perdón au-

téntico al otro y a uno mismo y, a fin de cuentas, la apertura al mismo Amor, así con mayúscula. Por lo que a más paz interior menos inte-rés en juzgar. La paz interior quita juicios, razones, distancias y emo-ciones negativas. No quiere decir lo anterior que en muchas ocasio-nes no sea necesario el juicio, pero el punto central es que éste esté al servicio de nosotros y de la huma-nidad y no que, por el contrario, estemos al servicio de él.

PERDIDA DE INTERÉS ENINTERPRETAR LAS ACCIONES

DE LOS DEMÁSLos juicios que hacemos de los otros se basan en cómo interpre-tamos sus acciones. Muchos de los problemas que se dan entre las personas provienen no tanto de la acción de alguna persona, como de la interpretación que hacemos de ella. Ver la paja en el ojo ajeno es tan atractivo porque permite no vernos a nosotros mismos. Quién está siempre al pendiente de los demás es quien menos sabe de sí mismo y no se responsabiliza de sus acciones.

Con frecuencia los juicios que hacemos sobre los demás nos im-piden acceder a su verdadera ri-queza interna y no nos permiten estar en paz con ellos. Permitirnos conocer quién es el otro y descu-brir que somos tan iguales es lo que nos hermana.

Habitar en la paz interior no es sólo quedarse pasivamente en la contemplación, pues no se trata de ser un sepulcro blanqueado. Es trabajar sobre lo que está adentro, barrer la basura emocional para acceder a lo profundo del cora-zón, de donde emana la paz y el amor más auténtico por los otros y por uno mismo.

El autor es licenciado en psicología y filo-sofía con maestrías en terapia familiar y de pareja. Terapeuta, catedrático universitario y conferencista.

Crecimiento personal

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10 Presencia Apostólica

Desarrollo humano

En el número anterior de esta publicación tratamos el tema de la inteligencia emocional y enfatizamos la im-

portancia de tomar conciencia de nuestras emociones, ya que éstas tienen gran poder sobre nuestra vida. Hablamos de desarrollar una inteli-gencia emocional que nos permi-ta reconocer –no negar– nuestras emociones y promover las que son más favorables para nuestra vida.

Ahora volvemos al mismo tema para reflexionar sobre la relación de las emociones con la salud. En el tema de la inteligencia emocio-nal habíamos tomado como pun-to de partida a Daniel Goleman, quien fue su principal difusor. Este autor señala algo que por experien-cia de vida todos sabemos, pero que conviene recordar porque a menudo actuamos como si lo ig-noráramos y es que hay pruebas crecientes que demuestran que los estados emocionales de las perso-nas pueden jugar un papel signifi-cativo en su vulnerabilidad ante la enfermedad, así como en el curso de su recuperación.

La Organización Mundial de la Salud define la salud como: “Un estado de completo bienestar físi-co, mental y social; y no solamente la ausencia de afecciones o enfer-medades.” La definición de la OMS puede hacer que pensemos que la salud es algo muy di fícil de alcanzar, pues ¿quién tiene completo bienes-tar en todos esos aspectos?, pero lo interesante es notar su perspectiva integral que toma en cuenta todos los aspectos, incluso lo social.

Es importante señalar también que ante la enfermedad podemos tener una perspectiva diferente que no sea la de “la víctima”. Podemos verla como un área de oportunidad, como un camino de autoconoci-miento y crecimiento, ya que cada enfermedad nos avisa de asuntos no resueltos, ciclos inconclusos, ex-periencias pasadas que nos convie-ne superar, así como de emociones no reconocidas ni expresadas.

Las emociones son fundamen-tales para el estado de salud. Algu-nos estudios determinan que el sis-tema nervioso central y el sistema inmunológico se comunican; esto quiere decir que las emociones y

el cuerpo no están separados, sino muy interrelacionados.

Nuestras emociones implican costos o beneficios sobre

nuestra saludDebemos estar conscientes de que nuestras emociones tienen efec-tos sobre nuestra salud, ya sean costos o beneficios. Las emociones negativas como la ira, el estrés, la depresión, el pesimismo y la ansie-dad tienen un alto costo y tarde o temprano “nos pasan la cuenta”. Pueden provocarnos desde un ac-cidente, como caerse o chocar por estar enojado o deprimido, has-ta los efectos en nuestro sistema cardiovascular –como la hiperten-sión– o en nuestro sistema digesti-vo –como la gastritis y las úlceras– entre otros problemas.

Las creencias negativas –como “el mundo se va a acabar”, “la si-tuación económica no va a mejo-rar”, “los hombres son malos” etc.– producen emociones negativas que afectan la vulnerabilidad de la per-sona a contraer enfermedades, ya que debilitan la eficacia de las célu-las inmunológicas, aunque esto no significa que todos aquellos que tengan estas emociones serán con seguridad más vulnerables a una enfermedad.

Entre las emociones perturbado-ras más estudiadas se encuentran la ira, el estrés, la depresión y la ansiedad. Estas emociones surgen como procesos adaptativos o me-canismos de defensa necesarios, ante la adversidad extrema de las circunstancias, pero en un momen-to dado ya no resultan funcionales y generan daños secundarios.

La IRA fundamentalmente ge-nera problemas en el sistema car-diovascular. Esta emoción varía en intensidad, yendo de la irrita-ción leve hasta la furia intensa. La manera instintiva de expresarla es responder agresivamente, esto nos permite luchar y defendernos

¿Por qué elijoperdonar?

Lasemociones y la salud

Gylda Valadez Lazcano

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Presencia Apostólica 11

Desarrollo humano

cuando somos atacados o nos sen-timos amenazados. Podemos expre-sar la ira de manera “ecológica”, ya que suprimirla tiene un riesgo personal y es que puede provocar, hipertensión o depresión, o provo-car deseos de venganza, en lugar de enfrentarse directamente a la persona, también puede provocar actitudes permanentes de hostili-dad y cinismo.

El ESTRÉS es la respuesta del cuerpo a condiciones externas que perturban el equilibrio emocional de la persona. Esto provoca unas reacciones en el cuerpo que a cor-to plazo no son dañinas pero que si persisten pueden provocar, de-presión, enfermedades cardíacas, etc. Un estrés moderado puede in -cluso mejorar la memoria y la inte -ligencia ya que normalmente algo que nos estresó mucho lo recorda-mos durante mucho tiempo. Algu-nos tratamientos naturales y positi-vos se han mostrado eficaces para mejorar el estrés, como son los ma-sajes, cuidar la alimentación, dormir y recurrir a técnicas de relajación.

La DEPRESIÓN es una emoción que afecta al estado anímico, a la manera de pensar y de concebir la realidad. Afecta al ciclo normal de sueño-vigilia, provoca pérdida de apetito y también se altera la auto-estima. La depresión no es lo mismo que un estado pasajero de tristeza. Está provocada por el resultado de la acción combinada de factores predisponentes y de factores del entorno, así como de la forma de en-frentar los problemas.

La ANSIEDAD está asociada a preocupaciones excesivas. Sus sín-tomas más frecuentes son nervio-sismo, fatiga, irritabilidad, incapa-cidad para relajarse, alteración del sueño. Estos síntomas provocan a su vez un deterioro en las relacio-nes familiares, sociales y laborales. Es un trastorno de larga duración, puede durar por ejemplo más de

seis meses. Se puede reducir tra-bajando el comportamiento, con técnicas de respiración y buscan-do el origen de la ansiedad.

Es importante aclarar que las emociones son para vivirse y no debemos someterlas a censura ni a negación. Al decir que son para vivirse me refiero a reconocerlas y expresarlas físicamente. Aprender a validar las emociones es una ta-rea personal y social que muchos de nosotros tenemos pendiente, ya que hemos aprendido a negar nuestras emociones.

Las creencias positivas, que pro-ducen emociones positivas, son be-néficas a la hora de la recuperación en caso de enfermedad. La persona que tiene una actitud positiva es más capaz de resistir en circunstan-cias penosas. Los beneficios que tienen las emociones favorables, como el optimismo y la esperanza son innu-merables. Por ejemplo, la reacción emocional de una persona ante un problema que requiere rehabilita-ción física, que por supuesto implica esfuerzo y constancia, obviamente hace toda la diferencia en cuanto a la evolución que tendrá y los logros que alcanzará en los aspectos de la funcionalidad y productividad que se van a traducir en una mayor ca-lidad de vida.

El optimismo y la esperanza provocan que las personas luchen y se mantengan con mejores há-bitos alimenticios, actividad física más saludable y que eviten más exitosamente las adicciones. Ob-viamente las emociones positivas facilitan el proceso, tanto para el enfermo, como para las personas que lo apoyan.

Cada persona construye su pro-pia realidad, de acuerdo con sus percepciones que tienen que ver

con su propia historia personal, y a partir de ahí genera algún tipo de emoción. El papel de las emociones no se limita solo a provocar o ser cau-sante de la enfermedad, sino que también influye en su desarrollo, agravamiento y cronicidad.

¿Qué podemos hacer? Existen siete tips de un afamado médico brasileño, llamado Drauzio Varela, que son ampliamente di-fundidos bajo el título de “El arte de no enfermarse”. Los enumero a continuación:

Hable de sus sentimientos Tome decisiones Busque soluciones No viva de apariencias Acéptese Confíe No viva siempre tristeSon consejos útiles para con-

servar la salud que nos hablan de la innegable relación entre ésta y las emociones.

Es interesante constatar que, por fin, la ciencia médica occiden-tal está enfocando su atención en las emociones, las actitudes y los pensamientos. Hace falta que la medicina occidental se libere de la obsesión por el uso de medica-mentos para todo y comience a in-corporar otras formas de curación que no requieran siempre y única-mente de sustancias químicas.

Concluyamos diciendo que ac-tualmente ya no es justificable ig-norar el impacto de nuestras emo-ciones sobre nuestra salud y que esa es una buena razón, además de otras de las que hablamos en el artículo anterior para desarrollar nuestra inteligencia emocional y, en pocas palabras, vivir mejor.

Aprender a validar las emociones es una tarea personal y social.

La autora es psicoterapeuta corporal y tera-peuta sistémica de pareja y [email protected]

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12 Presencia Apostólica

Tanatología

Todos sabemos que al-gún día vamos a morir, pero nos gusta creer que eso va a suceder cuando seamos muy mayores. Los

avances de la medicina han alarga-do nuestra esperanza de vida, pero también algunas enfermedades, los ac-cidentes, la violencia y nuestros modos de vida llenos de estrés nos ponen muchas veces en riesgo de morir pre-maturamente. Sin embargo, nos cuesta trabajo vernos como simples morta-les. No nos gusta pensarnos muertos, y, si bien es cierto que todos los se-res humanos tenemos ese miedo, muy pocas veces nos ponemos a re-flexionar porqué.

Miedo al cambioEl temor a la muerte tiene que ver con el temor al cambio. La muerte es el máximo cambio que vamos a vivir. Muchos seres humanos desean que nada cambie, ni el florero de la mesita ni el color de las paredes. A veces no aceptamos ni los cambios que implica nuestro desarrollo na-tural: crecer, madurar, soltar. Y a ve-ces incluso las cosas que nos hacen

daño tampoco queremos que cam-bien. Entonces, ¿cómo podríamos aceptar el cambio más radical?, un cambio que implica dejar el mun-do, nuestra gente y nuestras cosas. El miedo a la muerte, como todos los demás miedos, puede llegar a limi-tar nuestra vida, puede hacer que la dejemos de vivir plenamente.

Miedo a la soledadJunto con el miedo a la muerte va-mos a encontrarnos con el miedo a la soledad. Nuestra fe en Dios nos ha enseñado que allá donde Él está no estaremos solos. Sin embargo, a pesar de eso, seguimos teniendo miedo a que no sea verdad.

Morir implica soledad. Nos cues-ta aceptar la posibilidad de irnos y dejar a los demás y todo lo que te-nemos. Nos asusta quedarnos solos. Pero también el abandono y el aisla-miento son formas de muerte social. Cuando estamos solos, cuando na-die se acuerda de nosotros, nos sen-timos como muertos en vida. Nos asusta la posibilidad de estar solos al morir, así como de que nuestros se-res queridos, nos olviden.

Miedo al dolorEl proceso de morir también despier-ta otros temores. A veces el asun-to al que nos resistimos es que la muerte vaya suceder después de una enfermedad o una agonía dolorosas o tememos que el mismo momento de morir vaya a ser doloroso.

El miedo a morir puede limitar nuestra vida, puede llevarnos a no hacer muchas cosas por el “qué tal si me pasa algo”, y si bien es cierto que podemos tener un accidente en un avión, o en un auto, o caminan-do en la calle, en realidad nada nos garantiza que dejar de hacer estas cosas va a evitar que algún día va-yamos a morir. De todas maneras si nos cuidamos en exceso o nos des-cuidamos, el hecho es que todos, tarde o temprano, vamos a morir. Claro está que cuidar nuestra salud, hacer ejercicio, alimentarnos bien, puede asegurarnos una vida de me-jor calidad, incluso más larga, pero ninguna de estas cosas va a evitar que suceda la muerte.

Tener miedo de ir al doctor por pensar que a lo mejor nos dicen que estamos muy enfermos o tener miedo de morir en un quirófano, cuando necesitamos ser operados, lo único que consigue es que las en-fermedades avancen a un grado en el que ya no se puede hacer nada.

La muerte es la única certeza que tenemos. Todo lo demás es incierto. Y es precisamente ante nuestra úni-ca certeza donde más tememos... De ahí la importancia de preparar-nos, de reconocer nuestros temores y de buscar la manera de que estos no entorpezcan nuestra vida, mien-tras la tenemos.

El duelo por nuestra propia muer-te es un duelo anticipado y radical. Se trata de una pérdida que aún no ha tenido lugar, donde el objeto a perder es la propia vida, dejar de ser, dejar de existir, es lo que está en jue-go. Nuestra propia identidad y la pro-pia persona son puestas a prueba.

“Dejamos de temer aquello que se

ha aprendidoa entender.”

Marie Curie

El miedoa morirAna Laura Rosas Bucio

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Presencia Apostólica 13

¿Qué podemos hacer?Prepararnos para nuestra propia muerte nunca va a ser un proceso sencillo, pero no debemos olvidar que lo más difícil es vivir la vida, enfrentarnos a todas las situaciones que nos toca vivir. Aunque si recor-damos ese proceso veremos que no siempre ha sido difícil y es más, me atrevería a afirmar que la mayor parte del tiempo ha sido sencillo y divertido, pero de verdad vivir es lo más difícil, porque involucra cam-bios, retos, luchas, enfrentamientos, dificultades, y si estamos leyendo esto es porque, a pesar de todo, he-mos podido hacerlo. Aquí estamos, vivos, tal vez sanos, algunos otros enfermos o en situaciones en don-de la muerte está más cercana. Pero aún con todo eso, seguimos vivos.

Lo mejor que podemos hacer, no importa el tiempo que nos quede, es realizar actividades que nos gusten y que nos den ilusión, porque así po-demos llegar al final, sintiendo y sa-biendo que nuestra vida ha sido ple-na y ha valido la pena. Andar por el mundo con miedo a morir es como vivir a medias, es llevar una vida a la mitad, ni gozosa ni dolorosa.

Me gusta pensar que la vida es como la muestra el trazo de un elec-trocardiograma: un subir y bajar. Vivir implica a veces estar arriba, gozando, otras veces es estar abajo, resolviendo o enfrentando. Pero de arriba a abajo hay puntos interme-dios que nos permiten tomar aire y poder continuar.

No sirve de nada dejar de hacer cosas por temor a morir, porque la muerte llega cuando tiene que llegar, ni antes ni después. Hay un cuento que dice que un hombre se en-cuentra a la muerte en la cuidad y huye de ella, corriendo hasta llegar al desierto, hasta llegar a una cueva donde decide esconderse para que no lo encuentre, pensando que si no vuelve a salir no se encontrará nun-ca más a la muerte. Cuando llega

la noche de ese mismo día en que huyó, se le presenta la muerte y le dice: “Me sorprendió verte esta mañana en la cuidad, pues yo sabía que ibas a morir en una cueva en el desierto.”

Hay cosas que podemos hacer para hacer menos difícil el proceso de la muerte.

1Empezar a hacer planes mientras todavía tenemos salud: pensar

qué queremos hacer con nuestra vida. La planificación es la mejor manera de llegar al final. Las co-sas son más sencillas si tenemos un plan. Hasta hacer una fiesta requie-re de un plan, no importa que tan improvisada sea.

2 Dejar que los demás sepan qué es lo que desearíamos al final

de la vida: nuestros últimos deseos, dónde queremos morir, qué quere-mos que suceda en nuestro final, etc. Esto da a los demás la posibili-dad de complacernos, de preparar-se, y a nosotros también nos permite prepararnos mejor.

3Hablar con nuestras personas im-portantes del cariño que tenemos

hacia ellos, así como de aquellas cosas que entorpecen las relaciones y no nos dejan vivir en paz. Empezar a vivir nuestras relaciones con los demás con más autenticidad.

4Si alguien no está de acuerdo, decirle que no importa, que respe-

tamos su decisión, pero que respete la nuestra. El respeto entre los huma-nos facilita nuestra vida y también nuestra muerte.

5Si se tratara de una enfermedad terminal, enterarnos del diagnós-

tico es un impacto muy fuerte pero nos permite:

a) Elegir un tratamiento.b) Tomar el control de la fase fi-nal de nuestra vida.c) No dejarle todas las decisio-nes al médico o a la familia ya que ellos tomarían el control de nuestro final.d) Hay que comprender lo más

posible la enfermedad y su pronóstico.e) Arreglar nuestros asuntos pendientes.

Estrategias para morir en paz:

6Inculcar buenos recuerdos: eso asegura que no nos olviden, ni en

vida ni después de nuestra muerte.

7Mantener el control al final: no-sotros somos los únicos que sa-

bemos lo que necesitamos y nadie tiene que decidir por nosotros.

8Evitar el sufrimiento: el dolor a veces no lo podemos evitar,

pero el sufrimiento es opcional. Sufrir no es una necesidad huma-na. Sufrir a veces implica tomar la decisión de atormentarnos de más con nuestros dolores.

9Despedirse de los seres queridos: irse nunca será un proceso senci-

llo. Pero la despedida nos da siem-pre la posibilidad de cerrar un ciclo, en este caso el ciclo de nuestra vida. Pero recordemos siempre que al ce-rrar algo se nos crea la oportunidad de abrir otro ciclo más.

10Asumir nuestra soledad: na-cemos solos, la vida es un pro-

ceso que empezó así, y moriremos solos. Nadie puede morir la muerte de alguien más. La soledad es intrín-seca al ser humano. Pero aunque somos seres solitarios, también pode mos llenar esa soledad con grandes y amadas personas que aunque dejen de estar, su presen-cia, su amor, las experiencias vivi-das, se quedaran a acompañarnos siempre en nuestro corazón. Y no hay que olvidar que en realidad no estamos tan solos, estamos con Dios y con nosotros mismos. Y que allá, a donde vamos al morir, tam-bién están los nuestros... los que se adelantaron en el camino.

Tanatología

La autora es psicóloga clínica, experta en intervención en crisis, tanatóloga, logotera-peuta y conferencista. Directora académica del Instituto de Formación y Atención en Psicología IFAPS. [email protected]

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14 Presencia Apostólica

No se distinguía de otros burros por nin-guna característica exterior. Era más bien pequeño, de color gris oscuro y, como a todos los burros, le gustaba rebuznar con fuerza al salir el sol o para quejarse del

trabajo que tenía que realizar. No obstante, en alguna ocasión que su amo lo había usado para acudir a la lejana capilla en donde se celebraba la misa todos los domingos, mientras esperaba en la puerta había alcan-zado a escuchar que la misma Biblia hablaba de una burra que había logrado hablar, y de este modo había librado a su amo de una muerte segura (Nm 22,20-35).

Después de haber escuchado esa lectura, el bu-rro se sintió animado a hacer un esfuerzo y entablar conversación con su amo. De hecho siempre había soñado con poder hablar, pues eran muchas las ideas que se le ocurrían y deseaba compartirlas con alguien, ya que siempre que hay luz en el interior, lo primero que se quiere hacer es compartirla con aquellos que nos rodean. De este modo un día cuando su amo lo llevaba de camino hacia un poblado lejano, hizo su primer esfuerzo, pero fue en vano, pues mientras in-

tentaba pronunciar una palabra, lo único que salió fue un sonoro y ronco rebuzno que resonó en todo aquel valle y que su amo había castigado con un buen golpe sobre sus costillas, mientras le decía:

—Lucio, que te quejas de todo, no ves que ahora vamos de camino y que no llevas ninguna otra carga sino mi propia persona. Anda, sigue caminando, que para eso te he dado hoy tu cebada, ya te pareces a mis hijos a los que cuido y alimento, y no hacen más que rebuznar y quejarse, como tú...

Y en vista de que el camino era largo y que el amo del burro llevaba mucho tiempo solo, se animó a se-guir hablando y le siguió diciendo al burro:

—Mira Lucio, yo sí que tengo problemas. ¿Has vis-to cuántas deudas tenemos en la familia? Por ellas en un momento determinado llegué a pensar en venderte para poder liquidar alguna, pero también he pensado que sin tu ayuda la siembra va a ser más difícil y estos caminos se me van a hacer más largos si los tengo que hacer yo solo a pie. Y suspiró profundamente el campe-sino mientras seguía diciendo:

—Realmente son muchos los problemas que tengo. ¿Has visto cómo me he peleado con mi esposa? Ya viste que el otro día nos dijimos de todo, y yo con el acaloramiento de la discusión le dije cosas que en realidad no sentía, pero que salie-ron de mis labios movido por el enojo. Y, ¿has visto los problemas que tengo con mis hijos? Yo intento inculcarles los mejores valores, pero veo que los muchachos son rebeldes y que no siempre van por un buen camino y yo quisiera que fueran hombres y mujeres de bien. Por todo ello puedes ver, Lucio, que soy muy desgracia-do y que he tenido siempre muy mala suerte.

A todo esto el burro le quería decir a su amo que es verdad que tenía problemas, pero que su esposa no era cómo él pensaba, pues era una buena mujer, y sus hijos no eran unos muchachos viciosos y depravados, sino que hacían lo que podían por buscar lo mejor para ellos y para toda la familia. Por eso hizo un segundo esfuerzo arriesgándose a que en lugar de palabras volviera a salir un ronco rebuzno y así, de pronto de su hocico de burro salieron las primeras palabras:

—Amo, no es verdad que seas tan desdicha-do y que tengas tan mala suerte.

El amo del burro, como lo hubiéramos hecho cualquiera de nosotros, se quedó estupefacto. Y se detuvo para mirar quién era el que hablaba, pues pensaba que cerca de él estaba algu-na persona. Al no ver a nadie pensó que había

Historia para meditar

Ilust

raci

ón: L

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Asp

rón

El burro Lucio(Una fábula de Apuleyo)

Enrique A. Eguiarte, OAR

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Presencia Apostólica 15

Historia para meditar

tenido una alucinación. Volvió a retomar el camino y de pronto el burro volvió a hablar:

—Sí amo, yo creo que no eres tan desdichado como tú lo crees.

El dueño del burro, al escuchar de nuevo estas pala-bras, se volvió a detener. Y una vez más miró a su alrededor. Ahora sí había escuchado con claridad las palabras y estaba seguro de que no era ninguna alucinación. Miró a un lado y a otro y no podía descubrir a nadie. Mien-tras miraba alrededor, el burro siguió hablando:

—Amo, no te asustes, pues soy yo, tu viejo burro, quien te habla.

En esta ocasión, el amo sintió como retumbaban las palabras del burro debajo de sus piernas y se convenció de que quién hablaba era el mismo burro. Lleno de te-mor, se bajó de un salto del burro y se puso delante de él, esgrimiendo con las dos manos el palo que llevaba con la clara intención de golpearlo, mientras le decía:

—Tú no eres un burro, sino un demonio, pues los burros no hablan.

El burro, viendo a su amo en esa actitud, le dijo, intentando modular su ronca voz:

—No, amo, no soy un demonio, soy tu burro, el de todos los días.

—Y entonces, ¿por qué hablas? Los burros no ha-blan, sino sólo rebuznan y cuando hablan deben tener un demonio dentro.

—No, amo, escúchame, yo no soy ningún demo-nio, sino que soy tu burro de todos los días, el viejo Lucio que te ha acompañado en muchos de tus ca-minos, y que, escuchando las conversaciones con tus vecinos, he aprendido a hablar. Mientras no me veías, he estado haciendo prácticas en el corral, hasta que he aprendido a modular un poco la voz.

—No, señor demonio, usted no me va a engañar. Los burros no hablan; así que lo voy a apalear hasta que deje de hablar y salga de mi burro Lucio.

—Pero, mi amo, no soy ningún demonio. Yo que-ría decirte que eres un hombre muy afortunado, que tu mujer te ama más de lo que tú te imaginas, que tus hijos no son unos gandules, sino que son buenos muchachos que a su manera se esfuerzan por trabajar y hacer me-jor la vida de toda la familia.

—Calla, demonio, calla que no me vas a conven-cer con tus palabras. Yo soy un hombre desgraciado y me rodean muchas cosas malas y desdichadas.

—No, amo eso no. Eres un hombre afortunado y tan afortunado que tienes un burro muy distinto a los demás, pues puedo hablar. ¿Sabes el dinero que po-drías tener si me llevas a las ferias y cobras por verme y oírme hablar? Te convertirías en el hombre más rico no solo del pueblo, sino en uno de los hombres más

ricos del mundo. Yo soy tu mina de oro con la que Dios te ha bendecido.

—Calla, demonio, que eres un demonio. Como te dije, te voy a dar de palos hasta que salgas de mi bu-rrito y dejes de hablar. Así que tú eliges: o sales de mi burro o te muelo a palos.

Todavía el burro intentó una vez más convencer al campesino:

—Pero amo, ¿no ves lo afortunado que eres? ¿No has escuchado el pasaje de la Biblia en donde se dice que una burra habló y salvó a su dueño de una muerte segura?

—Ahora sí que estoy convencido que eres un demo-nio, pues conoces hasta la Biblia y todo. Esta es la última vez que te lo digo, demonio inmundo, sal de mi burrito o te rompo las costillas a palos hasta que salgas.

Y de pronto sin decir más, el hombre se abalanzó sobre el pobre burro, golpeándolo con el palo a dies-tra y siniestra. El burro se dio cuenta de que no debía seguir hablando si quería salvar la vida, pues el amo lo estaba golpeando con una terrible furia, como si ver-daderamente tuviera un demonio dentro. Su salvación era volver a rebuznar. Por ello, en medio de una lluvia de palos, el burro hizo salir de su golpeado vientre un profundo y sonoro rebuzno.

Al oírlo, su amo dejó de golpearlo y dijo en voz alta:—Finalmente ha salido el demonio y mi burrito ha

vuelto a ser el mismo, y yo sigo siendo un desdichado.El hombre volvió a montarse en su burro y, tomando

las riendas, le dio orden de seguir caminando. El burro, aunque llevaba las costillas molidas, supo que debía ca-minar, mientras en su interior pensaba que hay personas que son más burras y necias que los mismos burros, que no son capaces de dialogar con nadie ni de aceptar cambiar su propio punto de vista. Pensó también que hay seres humanos que son extraños, pues encuentran un morboso placer en compadecerse a sí mismos y en creer que son víctima de todo y de todos. Pensó también que hay seres humanos que viven tan encerrados en sus propios pensamientos que no ven pasar a la fortuna a su lado y la dejan irse sin asirse a ella, por seguir afe-rrados a sus propias ideas. Pensó que su amo podría ha-berse convertido en un hombre sumamente rico, pero que había dejado pasar la ocasión por estar siempre pensando en sus propias cosas.

Y así, el dueño del burro llegó al lugar adonde iba tan pobre como había salido, y el burro se decidió a nunca volver a hablar, o por lo menos a no hacerlo con ese dueño. No obstante, el burro no era tan burro como para no saber que en alguna ocasión podría escaparse y cambiar de amo, aunque no descartaba, y por eso no era tan burro, que el nuevo amo pudiera ser tan burro como el primero.

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16 Presencia Apostólica

k Fe y vida

Cada etapa de la vida tiene sus encantos y sus demonios. La ju­ventud es una edad maravillosa. Tiene a su

favor: vigor, belleza, enamoramien­to propio, gozo de vivir, sentido de libertad, espíritu de aventura, pa­sión por los ideales, rebeldía con­tra convencionalismos formales y contra la hipocresía, etc. La juven­tud, más que una edad, es “una estética de la vida cotidiana”. Por eso, dejar de ser joven es objeto de añoranza e ilusión, de ahí que el consumismo privilegie la juven­tud como recurso publicitario.

La adolescencia es también una etapa de transición y, por tanto, es difícil y con conflictos internos. Jesús mismo la vivió así. Cuando a los 12 años se quedó en la clase de catecismo del templo, mientras sus papás cumplían con las cos­tumbres rituales de los peregrinos. Interesado por la enseñanza que un escriba impartía a los niños, Jesús se sorprendía de que las interpre­taciones que este hacía acerca del esperado Mesías fuesen tan dife­rentes de la que su madre le hacía. Primero, preguntaba y cuestio­naba tímidamente. Ese escriba ha­bría llamado entonces a otros más sabios, y el adolescente pensó que era importante quedarse a la dis­cusión, en tanto que sus padres se integraban a la caravana a la hora convenida: los hombres por delan­te, entonando himnos religiosos, luego los jóvenes con los came­llos. Atrás venían las mujeres con la comida y los enseres, y los niños, correteando de uno a otro grupo. Cuando al anochecer montaron las tiendas, José y María notaron la

ausencia del hijo y tan pronto ama­neció, regresaron en su búsqueda, encontrándolo finalmente en la clase. Entonces eran los escribas mismos quienes preguntaban al niño. Esto complació a María; pero al menos podría haberles avisado, y para colmo, Jesús les responde en una forma típica de un adoles­cente: “¡Para qué me buscaban!” San Lucas añade una frase reve­ladora para relacionarnos con los jóvenes. Esta frase nos habla de escuchar: “María conservaba estas cosas en su corazón.”1

La Iglesia ahora está muy pre­ocupada por el alejamiento de los jóvenes de las iglesias. No sólo se lamenta por la falta de vocaciones sacerdotales, que de esto se deriva, sino porque ya ahora, una Iglesia sin jóvenes es una Iglesia envejecida y decadente. La Iglesia reconoce que más bien es ella la que se ha alejado de los jóvenes, por lo que la Arqui­diócesis organiza la “Misión Juvenil 2013”, aconsejando una pastoral juvenil que comience por escuchar a los jóvenes. Pese a que las situa­ciones históricas condicionan cada edad que las personas viven, ha ha­bido pocos estudios de la juventud en el ámbito latinoamericano, donde los jóvenes entre 10 y 19 años, re­presentan un tercio de la población (es decir, unos 150 millones).2

Habría que comenzar elabo­rando una tipología, ya que care­cemos del ella. Es importante, por ejemplo, distinguir cómo se vive esta etapa en el ambiente rural (dónde prácticamente no existe la etapa de juventud), de cómo se vive en el ambiente urbano; lo mis­mo, las diferencias relacionadas con los estratos sociales a los que

se pertenece. En otras latitudes distinguen estos tipos de jóvenes: a) El “libre disfrutador”, hedonis­

ta, amante de las fiestas y de los excesos.

b) El “antiinstitucional”, proclive al vandalismo y a los desórdenes callejeros.

c) El “institucional ilustrado”, es­tudioso, que se prepara para el éxito en la vida.

d) “El “altruista comprometido”, minoritario, preocupado por la transformación de la sociedad, por la ecología, la justicia, la paz, la democracia y la libertad (no necesariamente por vía de la política partidista).

e) El “retraído social”, apático, ho­gareño, de poca vida social.3 En México, según el censo

del 2000, el 33,6% muchachos y muchachas entre los 12 y 29 años (14 millones) no asistía a la escue­la. El 64.7% había trabajado algu­na vez: de chicos no se les dificul­ta tanto conseguir algún trabajillo, pero conforme van creciendo, el desempleo aumenta. Actualmen­te hay 8 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan4. Hay que prestar especial atención a los jó­venes de los sectores populares, que son la mayoría. En cuanto a la conducta sexual, el 50% de los jó­venes del subcontinente tuvieron su primera relación antes de los 20 años, un número considerable quedó infectado por el VIH/SIDA, y el 38% de las adolescentes ya se habrán embarazado.5

¡ESCUCHEMOS A LOS JÓVENES!MISIÓN JUVENIL 2013

Enrique Marroquín, CMF

1 Lc 2, 41-512 Plan de Acción Regional sobre Salud de Adolescentes, San Salvador, mayo 1997. 3 Fundación Santa María, España, 1999.4 Encuesta Nacional de la Juventud 2000, INEGI, 30 de noviembre 2000.5 Organización Panamericana de la Salud (La Jornada, 10 de julio de 2005, núm. 7404).

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Presencia Apostólica 17

Fe y vida k

La falta de oportunidades y de futuro los inclinará hacia la delin­cuencia, siendo presa fácil del cri­men organizado. A pesar de (o “debido a”) la estrategia de comba­te al narcotráfico, quienes proba­ron drogas ilícitas, pasaron de 3.5 millones de mexicanos en el 2002 (jóvenes en su mayoría), a 5 millo­nes en el 2008 y a 6 millones en el 2009, y los adictos a ellas pasaron en ese mismo período, de 203,000 a 361,300 en 2008.6 La violencia juvenil es uno de los mayores pro­blemas de salud pública en el con­tinente americano. En la Ciudad de México, en 1997 se contabilizaron 1,500 pandillas. Y en sólo el primer semestre de 2009 fueron consig­nados 2,787 menores infractores, 41% más que en 2007.7 Pero los jóvenes no son sólo agresores, sino también víctimas: el 80% de los homicidios de Ciudad Juárez en los últimos años, son jóvenes me­nores de 39 años.8

Son frecuentes las actitudes condenatorias a estas genera­ciones, pero es necesario com­prenderlas y saber que el proble­ma no se resuelve aumentando el número de cárceles (los jóvenes que caen en éstas son coopta­dos por los cárteles de la droga y salen convertidos en sicarios). La falta de posibilidades y el bom­bardeo constante de la publicidad

consumista, que les enseña que no son nadie si no tienen el último modelo del celular, de los zapatos tenis o de la música… los empuja a delinquir. Con todo esto, mu­chos jóvenes viven al borde de la crisis de ansiedad, la depresión y las adicciones. Con miedo a la violencia y a embarazos no de­seados, sin instituciones que se ocupen de ellos, con escasa oferta educativa, conflictos familiares y restricciones económicas; final­mente, con la situación doméstica en crisis (familias desintegradas, la salida de la mujer a trabajar y la pequeñez de las viviendas),9 ha­cen que se queden solos y que busquen la compañía de otros jóvenes solitarios, como ellos, que les proporcionan, al menos, com­pañía, aunque sea al precio del sometimiento al líder de la pandilla. En otros grupos sociales, sus pa­dres no quisieron ser autoritarios (como lo fueron los padres de és­tos) y pasan al otro extremo: son consecuentes, les dan todo y los vuelven arrogantes, impositivos, chantajistas, individualistas, hedo­nistas y materialistas.

Escuchar a los jóvenes no es fácil, entre otras cosas, por el pro­blema lingüístico que afrontan. Las generaciones actuales manifiestan una marcada pérdida de vocabula­rio. En una investigación realizada

en Italia, se constataba que si en 1976 un joven utilizaba unos 1,400 vocablos, en el año 2,000 éstos se habían reducido a 600. De ahí la angustia, pues con pocas pala­bras resulta más difícil pensar.10 Esto se manifiesta, por ejemplo, en los graffitti que los “chavos ban­da” pintan en los muros.11 Algunos de estos son realmente artísticos; pero se puede notar que no con­tienen palabras legibles, sino sig­nos de acotamiento territorial, de identidad de las pandillas o de ex­presión de graffittero, una manera de decir: “Aquí estoy, existo, tengo derechos.” También son mane­ras de afirmar lo mismo: el cabello a rape con cresta o pintado de co­lores, el “piercing”, los tatuajes o el rock agresivo. Con estos sím­bolos, los “modernos primitivos”12 se deslindan de los convenciona­lismos de los adultos, pretendien­do diferenciarse de ellos y “ser ellos mismos”; pero terminando por clonar la apariencia de sus coetá­neos, lo que no es sino otro tipo de convencionalismo. Intentan ex­presar horror, no tanto para provo­car agresivamente, sino más bien para ocultar su miedo, pareciendo peligrosos. Sustituyen su falta de vocabulario con imágenes, como puede constatarse, en otros estra­tos, por los facebooks juveniles, en los que el discurso verbal es míni­mo, compensado por la profusión de imágenes. Aparentemente los jóvenes de hoy no tienen nada qué decir; pero en realidad nos están gritando su palabra, demandando ser escuchados.

6 Encuesta Nacional de Adicciones 2008, de la Secretaría de Salud Federal.

7 Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (Notimex, 12 de julio 2009).

8 Revista Proceso 7 febrero 2010. 9 Periódico La Jornada, 29 de enero de 2013, p. 2: Guillermina Mejía, directora de la Clínica Adolescentes.

10 Ugo Galimberti, citado por Communitá Via Gaggio 2000.11 Los bandos son los decretos fronterizos para protege el mercado del territorio nacional, acotado con banderas. Los contrabandistas burlan esos bandos; pero las bandas de bandidos les despojan de sus mercancías.

12 Ya existían estas prácticas en sociedades primitivas, incluso desde hace 60,000 años.

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18 Presencia Apostólica

Misión social

La misión social deManantial San Judas Tadeo

Manantial San Judas Tadeo, empresa 100% mexicana, ubicada en Santa Cruz Cuauhtenco, Estado de México,

tiene sus comienzos en noviembre de 2010. La planta purificadora fue fundada por los Misio-neros Claretianos y tiene el objetivo de apoyar causas sociales y ayudar a la población en si-tuaciones de desventaja.

Manantial San Judas Tadeo es una empre-sa dedicada al proceso y distribución de agua purificada, de la más alta calidad. Nuestro manantial proviene de los mantos acuíferos del volcán Xinantecatl, mejor conocido como Nevado de Toluca, esto significa que el agua que ofrecemos es la más pura, ligera y delicio-sa del mercado.

Como sabemos, tomar agua beneficia el fun-cionamiento de nuestro organismo, lo que se traduce en mejor salud y mejor aspecto, pero tam-bién, tomar Agua San Judas Tadeo es apoyar a sectores necesitados de nuestra sociedad, ya que nuestra empresa tiene una misión social.

La misión social de Manantial San Judas Tadeo es posible gracias a la mediación de aso-ciaciones civiles, cuyo objetivo es apoyar a causas sociales en beneficio del pueblo mexi-cano, proporcionando fondos para:

Personas con discapacidad auditiva (Escuela para sordos) Niños en situación de calle Migrantes en Cd. Juárez Indígenas de la montaña alta de Guerrero Atención médica a personas de bajos recursos

Por eso, cada que compras un pro-ducto estas ayudando a alguien más.

Agua San Judas Tadeo ¡Como caída del cielo!

www.aguasanjudastadeo.com

¡El agua que ayuda!

Agua del Nevado de Toluca¡Como caída del cielo!

Judith Sánchez

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Presencia Apostólica 19

De la Palabra a la acción

LaPalabra

marzo-abril

Marzo 33er Domingo de CuaresmaLc 13,1-9

(…) Algunos hombres fueron a ver a Jesús y le con-taron que Pilato había mandado matar a unos ga-lileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten perecerán de manera semejante. Y aquellos diecio-cho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante.”

Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: «Mira, durante tres años seguidos he ve-nido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inú-tilmente?» El viñador le contestó: «Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré.»”

Un tema esencial en la Cuaresma es el de la con-versión. Convertirse quiere decir transformarse en algo distinto de lo que se era y la autenticidad de esta transformación queda de manifiesto cuando se producen frutos que beneficien a uno mismo y a los demás.

A quienes interpretan los fenómenos naturales y la muerte desafortunada de aquellos galileos como un castigo divino, Jesús les deja en claro que no hay relación entre los pecados y las calamidades que puedan ocurrir, pues su Padre no es un Dios venga-

dor, sino un Dios de misericordia, “porque es eterna su misericordia”.

Aunque el pecado es causa de desequilibrios per-sonales y sociales, éste no tiene la última palabra. El viñador de la parábola pide que se dé a la higuera una nueva oportunidad y se propone abonarla y ro-dearla de cuidados, en espera del fruto deseado.

La Cuaresma es mucho más que una propuesta de penitencia; es un tiempo de gracia en el que Dios nos habla de lo que se espera de todos noso-tros, no sólo durante cuarenta días, sino a lo largo de toda nuestra vida: frutos de conversión.

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20 Presencia Apostólica

De la Palabra a la acción

Marzo 104o Domingo de CuaresmaLc 15,1-3.11-32

(…) Se acercaban a Jesús los publicanos y los pe-cadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos.”

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hom-bre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me toca.» Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. En-tonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: «¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levan-taré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.»

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de be-sos. El muchacho le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.» Pero el padre les dijo a sus criados: «¡Pron-to!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encon-trado.» Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuan-do se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. En-tonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo.» El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: «¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que

despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo.»

El padre repuso: «Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fies-ta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.»”

El libro del Génesis nos habla de la satisfacción que produce una obra bien realizada; siete veces resue-na en él la expresión “¡Y vio Dios que era bueno!” De manera semejante, las tres parábolas del capí-tulo 15 del evangelio según san Lucas expresan lo que es bueno y alegra el corazón de Dios: el en-cuentro de lo perdido y el regreso de quien se ha extraviado; ambas son analogías que nos hablan de nuestra propia conversión.

“Corrió hacia él, y echándole los brazos al cue-llo, lo cubrió de besos.” Y ni una sola palabra de reproche… En la conversión un abrazo de Dios lo purifica todo. Después viene la fiesta y la alegría que provoca la conversión sincera de quien se sabe hijo y confía en el corazón de su padre.

“Me levantaré, volveré a mi padre…”

Ilustraciones: Cerezo Barredo • www.servicioskoinonia.org

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Presencia Apostólica 21

Marzo 175o Domingo de CuaresmaJn 8,1-11

(…) Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorpren-dida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?”

Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a es-cribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.” Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comen-zaron a escabullirse, uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha conde-nado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor.” Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.”

Jesús parece estar siempre ahí donde más se le nece-sita. En este caso lo vemos frente a una mujer que ha pecado y cuya vida está en peligro inminente. Pero reparemos en que la mujer del relato estaba acusa-da de un delito que obviamente no había cometido ella sola; es el caso de todas las mujeres “lapidadas” o “apedreadas” de la historia. La mujer del relato tuvo la fortuna de encontrarse con Jesús, precisamente con quien “vino a salvar lo que estaba perdido”. Frente a Él, se recupera siempre la dignidad perdida.

Jesús le habla a la mujer con especial respeto y comprensión, enseñándonos el modo como debe-mos comportarnos con los demás, aun cuando es-tén siendo acusados, y nos recuerda que no esta-mos en posición de juzgar a los otros: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.”

Marzo 24Domingo de RamosLc 22,14-23,56

Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus dis-cípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios.”

Luego tomó en sus manos una copa de vino, pro-nunció la acción de gracias y dijo:

“Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios.”

Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.”

Después de cenar hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, se-llada con mi sangre, que se derrama por ustedes.”

(…) Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: “Oren, para no caer en la tentación.”

Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de ro-dillas, diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (…)*

Ni meditando fragmento por fragmento to-dos los relatos de la Pasión podríamos llegar a

comprender la hondura del amor de Dios que se manifiesta en la muerte y resurrección de Jesús. Pero acercarnos a estos relatos nos permite ir descubriendo su sentido y adentrarnos en ese amor. La Eucaristía proviene de la celebración de aquella Pascua que nos narra el relato de la Pasión según san Lucas. Tomemos como tema para nuestra reflexión el fragmento que dice: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con us-tedes, antes de padecer…” Cuando participemos en la Eucaristía, recordemos las palabras amorosas de Jesús y respondamos desde lo más profundo de nuestro co-razón, casi gritando nuestra fe: “Anunciamos tu muer-te y proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús.” Una buena tarea en este año de la fe sería entender, cada vez mejor, lo que celebramos en la Eucaristía.

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22 Presencia Apostólica

Marzo 28Jueves SantoJn 13,1-15

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

En el transcurso de la cena, cuando ya el dia-blo había puesto en el corazón de Judas Iscario-te, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había sa-lido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “¿Se-ñor, me vas a lavar tú a mí los pies? Jesús le re-plicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.” Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás.” Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmi-go.” Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso,

Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.” Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos.” Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios.”

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con uste-des? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maes-tro y el Señor, les he lavado los pies, también us-tedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he he-cho con ustedes, también ustedes lo hagan.”

¡Qué hermosa es la escena de un ser humano, la-vando los pies, curando las heridas o atendiendo las necesidades de otro ser humano! Pues elevado al infinito es hermoso ese mismo gesto en Jesús, quien nos enseña a “amar hasta el extremo” y nos invita a hacer lo que él hace.

Con su ejemplo, Jesús nos enseña que el amor se demuestra en el servicio y que no debemos bus-car ser servidos, sino servir.

Marzo 29Viernes SantoJn 18,1-19,42

(…) Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la herma-na de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo.” Lue-go dijo al discípulo: “Ahí está tu madre.” Y desde aquella hora el discípulo se la llevó a vivir con él. (…)*

Tomemos para nuestra reflexión este fragmento del relato de la Pasión según san Juan.

La maternidad fue para la virgen María vocación y tarea bien comprendida. Por eso no

le causaría sorpresa la enco-mienda que le hace su hijo desde la cruz: “Mujer, ahí está tu hijo.” Luego le dijo al discípulo: “Ahí está tu ma-dre” y desde aquella hora la recibió en su casa.

En compañía de este dis-cípulo y de sus mejores ami-gas, la virgen María com-partiría el gozo del anuncio de la resurrección de Jesús.

En la Iglesia nosotros tenemos a María como ma-dre e intercesora y le pedi-mos con confianza: “Ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nues-tra muerte…”

La compañía de María nos llena de esperanza y hace menos triste el Vier-nes Santo.

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Presencia Apostólica 23

De la Palabra a la acción

Marzo 31Domingo de PascuaJn 20,1-9

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio re-movida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, lle-gó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto.”

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del se-pulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lien-zos puestos en el suelo y el sudario, que había estado

sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llega-do primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no había entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los domingos de pascua son siete; siete diferentes escenarios a través de los cuales contemplamos un acontecimiento que es único: la Pascua del Señor. Todos estos escenarios tienen como fondo la frase acuñada por Pablo como expresión de nuestra fe: “Jesús ha muerto, Jesús ha resucitado.” Durante es-tas semanas la Palabra de Dios nos invitará conti-nuamente a avivar la esperanza que proclamamos en el credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida perdurable.”

La resurrección de Jesús nos invita a fortalecer nuestra fe y a dar testimonio de ella a los demás.

Abril 72o Domingo de PascuaJn 20,19-31

Al anochecer del día de la resurrección, estando ce-rradas las puertas de la casa donde se hallaban los dis-cípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes.” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.”

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Ge-melo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.” Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los cla-vos y no meto mi mano en su costado, no creeré.”

Ocho días después, estaban reunidos los discípu-los a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La

paz esté con ustedes.” Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree.” Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto.” (…)

Al atardecer del mismo domingo de Resurrección los discípulos se encuentran reunidos y así, en co-munidad, experimentan la presencia de Jesús resu-citado, quien les comunica su paz que, junto con la alegría, viene a remplazar el miedo que predomina-ba al principio del relato.

El apóstol Tomás representa aquí nuestro propio pro-ceso de fe: Primero “ver para creer” y, tiempo después, confesar con admiración: ¡Señor mío y Dios mío!

La duda y la confesión de fe de Tomás es motivo para que Jesús pronuncie una bienaventuranza que nos alcanza a nosotros: «Dichosos los que creen sin haber visto.»

En la vida necesitamos más que cosas; necesi-tamos la presencia de personas para no sentirnos solos. A través de la experiencia de la resurrección de Jesús, al igual que los discípulos, comenzamos a sentir que Él nos acompaña siempre con su paz y que la vida tiene sentido y, sobre todo, esperanza.

* Cuando no se reproduce el texto de la lectura (por razones de espacio),se invita a leerlo en la cita bíblica.

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24 Presencia Apostólica

Abril 143er Domingo de Pascua Jn 21,1-19

(…) Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:

Estaban Juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar.” Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo.” Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No” Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor.” Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la tú-nica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. (…)

Después de almorzar le preguntó Jesús a Si-món Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hu-biera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.” (…) Después le dijo: “Sígueme.”

Las imágenes de este relato, la barca la pesca y las redes, nos remiten a la Iglesia y el apostolado. La analogía nos da mucho que pensar… Por ejemplo, si más de una vez hemos sentido frustrados nues-tros esfuerzos, ¿no será porque hemos echado las re-des sin escucharlo a Él, que conoce dónde y cuándo echarlas para que la pesca sea abundante? Laicos, pastores y consagrados, cometemos muchas veces el error de trabajar por nuestra cuenta. Sólo cuan-do se echan las redes en su nombre la pesca se vuel-ve abundante, entonces nosotros también exclama-mos “es el Señor”, comemos con él y escuchamos su invitación: “Sígueme.”

Abril 214o Domingo de Pascua Jn 10,27-30

(…) Jesús dijo a los judíos: Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arreba-tará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno.”

Este pasaje nos da una lección profundamente ma-ravillosa. Veamos. Nos dice Jesús, siempre en pri-mera persona, que él es el pastor y que él conoce a cada una de sus ovejas, en particular y les da la vida eterna… para luego afirmar que Él y su Pa-dre son una misma cosa. Es decir que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, –la Trinidad– me pastorea, me conoce, vela por mí y me ofrece la vida eterna. ¡Todo un Dios pendiente de mí! Y sólo me pide a cambio aprender a distinguir su voz –su Pala-bra–, en medio de tantas voces, y seguirle. Sólo Dios que es amor ofrece tanto y pide tan poco. El mejor de los tratos ¿no te parece?

Abril 285o Domingo de PascuaJn 13,31-33.34-35

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Aho-ra ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por éste amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos.”

Jesús reservó para el momento de la despedida la mejor de las herencias. Nos dejó un mandamien-to de amor destinado a ser el sello distintivo de los cristianos. Suena sencillo, pero este mandamiento tiene sus dificultades para nosotros… porque amar como él amo es humanamente imposible sin su asis-tencia. Pero Jesús lo tenía todo preparado y para ello nos dejó la fuerza de su Espíritu.

Comentarios elaborados por Domingo Vázquez, CMF

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