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Tema 9. La monarquía francesa y las guerras de religión 1. La Francia de mediados del siglo XV y las primeras reformas: Luis XI, Carlos VIII y Luis XII A mediados del siglo XV, Francia era significativamente menor que en la Edad Contemporánea, y numerosas provincias fronterizas (como Rosellón, Cerdaña, Calais, Béarn, Baja Navarra, Condado de Foix, Condado de Flandes, Artois, Lorena, Alsacia, Trois-Évêchés, Franco Condado, Saboya, Bresse, Bugey, Gex, Niza, Provenza, el Delfinado, y Bretaña) eran autónomos o estaban bajo otras entidades políticas, como el Sacro Imperio o la Corona de Aragón. Había también enclaves extranjeros, como el Comtat Venaissin. Además, ciertas provincias dentro de Francia eran ostensiblemente estados nobiliarios de familias importantes, como el Bourbonnais, Marche, Forez y Auvergne, en manos de la Casa de Borbón, hasta que fueron integradas a la fuerza al dominio real en 1527 tras la caída de Carlos III de Borbón. Desde finales del XV hasta el siglo XVII, Francia se embarcó en una expansión territorial masiva, y en el intento de integrar sus provincias en un conjunto administrativo unido. LUIS X I (1423-1483) el Prudente Luis XI de Francia fue rey entre 1461 y 1483. Toda su acción política se encaminó a la afirmación de la autoridad del monarca frente a los derechos de la nobleza y el clero derivados de privilegios feudales; al tomar parte activa en la construcción de una monarquía autoritaria, centralista y absoluta, se granjeó la enemistad de parte de la nobleza tradicional. La política llevada a cabo por Luis XI permitió a la monarquía francesa recuperarse del desgaste producido por la Guerra de los Cien Años y anexionar una serie de territorios que ensancharon la monarquía (Anjou, la Provenza, Picardía y el ducado de Borgoña). Luis XI murió en 1483, sucediéndole en el trono su hijo Carlos VIII. CARLOS VIII (1470-1498) el Afable (hijo de Luis XI) El principal problema que heredó Carlos VIII fue el ducado de Bretaña. En 1488 murió el duque Francisco, dejando el ducado a su hija Ana. Carlos VIII invadió el territorio y sólo consintió retirar su ejército una vez que la heredera aceptara casarse con él. A cambio el monarca se comprometía a respetar la autonomía de Bretaña. Fue entonces cuando Carlos VIII inició su campaña de Nápoles, resucitando los derechos de los duques de Anjou al reino de las Dos Sicilias. Desde el comienzo, la expedición de Nápoles le supuso grandes sacrificios: para mantener en paz a Inglaterra pagó gruesas indemnizaciones, entregó el Rosellón y la Cerdaña a Fernando el Católico (Tratado de Barcelona) y el Franco Condado, Artois y Charolais al emperador Maximiliano, cediendo de esta manera buena parte de la herencia borgoñona. Tras quince años de reinado, murió sin descendencia en 1498. LUIS XII (1462-1515) “el padre del pueblo” (tío de Carlos VIII) Esta vez, la Corona recayó en su tío Luis, de la Casa Valois – Orléans. Nada más ser proclamado rey, Luis XII hizo anular su primer matrimonio con Juana, hija de Luis XI, e, inmediatamente después, se casó con Ana de Bretaña, viuda de Carlos VIII; de esta manera conservaba el ducado bretón y conseguía mantener unida Bretaña a la Monarquía francesa. Luis XII no cambió la política de su antecesor, y a las ambiciones por conquistar Nápoles unió también la de anexionarse el ducado de Milán; en Nápoles era vencido por los españoles en las batallas de Ceriñola y Garellano, por lo que en 1504 firmaba la paz de Blois, con la que pretendía contentar a todo el mundo: daba el reino de Nápoles a los españoles, el Milanesado se lo quedaban los franceses y prometía a su hija Claudia con el nieto de Maximiliano, Carlos de Gante. Los españoles no fueron los únicos enemigos de Luis XII en Italia. La obsesión del papa Julio II era la de imponer su dominio en Italia y expulsar de la península a los franceses. Para ello, propuso al emperador Maximiliano la formación de una liga contra Venecia, a la que quería arrebatar varias plazas. Se formó así la Liga de Cambrais de 1508, cuyo pretexto oficial fue el de la lucha contra los turcos. Florencia se adhirió, mientras que Francia puso tal celo que fue la que realizó todo el trabajo, derrotando a los venecianos en 1509. Poco después se formó otra vez la Liga (con Venecia, Aragón, los cantones suizos e Inglaterra), esta vez para expulsar a los franceses de Italia. A partir de entonces Luis XII entró en una dinámica de fracasos: finalmente fue vencido por los suizos en Novara (1513) perdiendo el Milanesado, los aragoneses conquistaron la alta Navarra mientras los ingleses vencían en Guinegatte. Carlos VIII y Luis XII dejaron fama entre sus súbditos de haber sido “reyes buenos”; es más, este último fue aclamado en la Asamblea de notables como “padre del pueblo”. Se pueden alegar numerosas razones para explicar el surgimiento de esta opinión, como el no exigir mayores tributos, dar posibilidad de triunfo a los ambiciosos, etc, aunque la más importante fue la integración que ambos llevaron a cabo de las élites dirigentes en los organismos de gobierno de la Monarquía. Los principales organismos e instituciones de gobierno de la monarquía francesa habían nacido durante el siglo XV y en su mayor parte eran organismos colegiados que respondían a la necesidad por parte del

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Tema 9. La monarquía francesa y las guerras de religión

1. La Francia de mediados del siglo XV y las primeras reformas: Luis XI, Carlos VIII y Luis XIIA mediados del siglo XV, Francia era significativamente menor que en la Edad Contemporánea, y numerosas provincias fronterizas (como Rosellón, Cerdaña, Calais, Béarn, Baja Navarra, Condado de Foix, Condado de Flandes, Artois, Lorena, Alsacia, Trois-Évêchés, Franco Condado, Saboya, Bresse, Bugey, Gex, Niza, Provenza, el Delfinado, y Bretaña) eran autónomos o estaban bajo otras entidades políticas, como el Sacro Imperio o la Corona de Aragón. Había también enclaves extranjeros, como el Comtat Venaissin. Además, ciertas provincias dentro de Francia eran ostensiblemente estados nobiliarios de familias importantes, como el Bourbonnais, Marche, Forez y Auvergne, en manos de la Casa de Borbón, hasta que fueron integradas a la fuerza al dominio real en 1527 tras la caída de Carlos III de Borbón. Desde finales del XV hasta el siglo XVII, Francia se embarcó en una expansión territorial masiva, y en el intento de integrar sus provincias en un conjunto administrativo unido. LUIS XI (1423-1483) el PrudenteLuis XI de Francia fue rey entre 1461 y 1483. Toda su acción política se encaminó a la afirmación de la autoridad del monarca frente a los derechos de la nobleza y el clero derivados de privilegios feudales; al tomar parte activa en la construcción de una monarquía autoritaria, centralista y absoluta, se granjeó la enemistad de parte de la nobleza tradicional. La política llevada a cabo por Luis XI permitió a la monarquía francesa recuperarse del desgaste producido por la Guerra de los Cien Años y anexionar una serie de territorios que ensancharon la monarquía (Anjou, la Provenza, Picardía y el ducado de Borgoña). Luis XI murió en 1483, sucediéndole en el trono su hijo Carlos VIII. CARLOS VIII (1470-1498) el Afable (hijo de Luis XI)El principal problema que heredó Carlos VIII fue el ducado de Bretaña. En 1488 murió el duque Francisco, dejando el ducado a su hija Ana. Carlos VIII invadió el territorio y sólo consintió retirar su ejército una vez que la heredera aceptara casarse con él. A cambio el monarca se comprometía a respetar la autonomía de Bretaña. Fue entonces cuando Carlos VIII inició su campaña de Nápoles, resucitando los derechos de los duques de Anjou al reino de las Dos Sicilias. Desde el comienzo, la expedición de Nápoles le supuso grandes sacrificios: para mantener en paz a Inglaterra pagó gruesas indemnizaciones, entregó el Rosellón y la Cerdaña a Fernando el Católico (Tratado de Barcelona) y el Franco Condado, Artois y Charolais al emperador Maximiliano, cediendo de esta manera buena parte de la herencia borgoñona. Tras quince años de reinado, murió sin descendencia en 1498. LUIS XII (1462-1515) “el padre del pueblo” (tío de Carlos VIII)Esta vez, la Corona recayó en su tío Luis, de la Casa Valois – Orléans. Nada más ser proclamado rey, Luis XII hizo anular su primer matrimonio con Juana, hija de Luis XI, e, inmediatamente después, se casó con Ana de Bretaña, viuda de Carlos VIII; de esta manera conservaba el ducado bretón y conseguía mantener unida Bretaña a la Monarquía francesa. Luis XII no cambió la política de su antecesor, y a las ambiciones por conquistar Nápoles unió también la de anexionarse el ducado de Milán; en Nápoles era vencido por los españoles en las batallas de Ceriñola y Garellano, por lo que en 1504 firmaba la paz de Blois, con la que pretendía contentar a todo el mundo: daba el reino de Nápoles a los españoles, el Milanesado se lo quedaban los franceses y prometía a su hija Claudia con el nieto de Maximiliano, Carlos de Gante. Los españoles no fueron los únicos enemigos de Luis XII en Italia. La obsesión del papa Julio II era la de imponer su dominio en Italia y expulsar de la península a los franceses. Para ello, propuso al emperador Maximiliano la formación de una liga contra Venecia, a la que quería arrebatar varias plazas. Se formó así la Liga de Cambrais de 1508, cuyo pretexto oficial fue el de la lucha contra los turcos. Florencia se adhirió, mientras que Francia puso tal celo que fue la que realizó todo el trabajo, derrotando a los venecianos en 1509. Poco después se formó otra vez la Liga (con Venecia, Aragón, los cantones suizos e Inglaterra), esta vez para expulsar a los franceses de Italia. A partir de entonces Luis XII entró en una dinámica de fracasos: finalmente fue vencido por los suizos en Novara (1513) perdiendo el Milanesado, los aragoneses conquistaron la alta Navarra mientras los ingleses vencían en Guinegatte.Carlos VIII y Luis XII dejaron fama entre sus súbditos de haber sido “reyes buenos”; es más, este último fue aclamado en la Asamblea de notables como “padre del pueblo”. Se pueden alegar numerosas razones para explicar el surgimiento de esta opinión, como el no exigir mayores tributos, dar posibilidad de triunfo a los ambiciosos, etc, aunque la más importante fue la integración que ambos llevaron a cabo de las élites dirigentes en los organismos de gobierno de la Monarquía.Los principales organismos e instituciones de gobierno de la monarquía francesa habían nacido durante el siglo XV y en su mayor parte eran organismos colegiados que respondían a la necesidad por parte del

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monarca de contar con las élites dirigentes del reino para poder gobernar. Los principales fueron:1. El Consejo Real, organismo con competencias universales. Sus componentes formaban una

oligarquía política entre los que había príncipes de sangre, grandes nobles, intelectuales y miembros del clero. A veces, para discutir asuntos específicos, el rey se reunía con un pequeño número de consejeros, sin que esto derivara en un organismo autónomo excepto en el caso de la justicia, donde una parte del Consejo se especializó desde los tiempos de Carlos VIII dando lugar al Grand Conseil.

2. Los tribunales, constituidos por un conjunto de oficiales del rey especializados en justicia o en finanzas:

a) Los Parlamentos: tribunales que juzgaban, en grado de apelación, los asuntos enviados por las jurisdicciones inferiores y en primera instancia ciertas causas particulares. Tenían también algunas competencias administrativas, registraban las Ordenanzas y las leyes reales y realizaban las críticas y quejas al rey bajo la forma de remontrances.

b) Los Tribunales de finanzas: las Cámaras de Cuentas verificaban las cuentas de los oficiales contables y juzgaba los litigios concernientes a ellos, registraban los edictos concernientes a impuestos, los que modificaban la situación fiscal, etc.

3. Las Asambleas representativas: Estados generales y provinciales, asambleas de notables; constituían los lugares por excelencia de diálogo entre el rey y los súbditos. La representación en ellas era cualitativa, por eso sus miembros pertenecían a las elites del reino. Los Estados generales estaban constituidos por los delegados de los tres órdenes o estamentos. Carlos VIII y Luis XII no quisieron reunirlos, sino que prefirieron consultar a sus súbditos a través de asambleas más reducidas y manejables, como la asamblea de notables. Los Estados provinciales estaban compuestos también por representantes de los tres estamentos y eran convocados por el rey, su principal función era la de votar impuestos.

Claudio Seyssel, que trabajó para los reyes de Francia en tareas administrativas, diplomáticas y episcopales, consideraba que la monarquía es la mejor forma de gobierno, si bien el poder real debe estar sujeto por tres frenos: las obligaciones de la conciencia del rey (carácter cristiano de la monarquía), los Parlamentos y las buenas leyes y costumbres.

2. Naturaleza sagrada y fortalecimiento del poder real: Francisco I y Enrique IILuis XII contrajo matrimonio por segunda vez en octubre de 1514 con María Tudor, hermana de Enrique VIII, para intentar tener sucesión masculina, pero moría en enero de 1515, con lo que la rama Valois-Orleans era sustituida en el trono por la de Valois-Angulema en la persona de Francisco I. FRANCISCO I (1494-1547) “Padre y Restaurador de las Letras, el Rey Caballero, el Rey Guerrero”Tenía 20 años cuando llegó al poder, iniciado con gloria tras la victoria en Mariñano. En el interior del reino hizo comprender de manera clara que sólo él quería gobernar, mostrando en la sesión del Parlamento de 1515 su intención de hacerlo sin tener en cuenta los órganos colegiados del reino. El primer enfrentamiento entre el monarca y dichos organismos surgió con motivo de registrar el Concordato de Bolonia, el cual suprimió la elección de obispos, de abades y priores conventuales y los atribuyó a la nominación del rey, dejando para el papa la investidura canónica. El Parlamento de París, que se consideraba con independencia dentro de la Iglesia de Francia, rehusó registrar el concordato, aunque finalmente lo registró en 1518. El enfrentamiento estalló de nuevo cuando en 1527 Francisco I reafirmó su autoridad tras el humillante cautiverio de Madrid (tras la batalla de Pavía); fue entonces cuando el presidente Carlos Guillart pronunció un célebre discurso en el que reconocía el poder absoluto del monarca, no ligado a las leyes, pero si a la razón. Cambio en la imagen del reyEsta práctica autoritaria del poder fue acompañada de una serie de cambios en la imagen de rey que traducían una concepción nueva de la autoridad monárquica reflejada en pinturas y esculturas; la imagen real fue interpretada según dos registros, profano y cristiano: la representación cristiana se tradujo en la figura del Buen Pastor, imagen reforzada con el tema del sacrificio y el sufrimiento, que se desarrolló paralelamente al de la cruzada; desde el punto de vista profano las imágenes del rey se insertaban en una tradición iniciada con Carlomagno que mostraba a los reyes como herederos de los césares. Esta evolución de la imagen monárquica reforzó la reflexión teórica de los juristas, que habían comenzado a diseñar los derechos que pertenecían al rey, llamados regalías o privilegios del rey. Las prerrogativas concernían a la independencia del rey de Francia y a su jurisdicción. Surgieron diversos tratados y enumeraciones de privilegios que contribuyeron a la construcción de la monarquía francesa en la medida en que los derechos enumerados comenzaron a ser llamados de “soberanía”. Transformación de las instituciones de la MonarquíaEl Consejo Real conservó su competencia universal, aunque la sección restringida del consejo se impuso

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lentamente. Francisco I y Enrique II recurrieron a esta forma de gobierno, aunque el Consejo Real siguió ocupándose eminentemente de funciones políticas. Funcionó también como tribunal para las demandas y asuntos judiciales presentados al rey por los particulares. Además existían sesiones especiales en las que se trataban las finanzas.ENRIQUE II (1519-1559) hijo de Francisco ITras la muerte de su padre heredó el trono de Francia (1547). Fue errático en la política de alianzas y, en un principio, un ferviente defensor de la fe católica frente a la Reforma protestante. Combatió con encono a los hugonotes pero luego los toleró y se alió con los calvinistas. Condenó los libros no cátolicos en 1551 prohibiendo su circulación y venta y mantuvo el enfrentamiento contra Carlos V con una singular alianza con el Imperio otomano. Tomó Metz a pesar del asedio del Rey español y defendió París frente al emperador, pero todos los esfuerzos bélicos llevaron a la quiebra a la corona. De 1526 a 1530, como garantía del cumplimiento del Tratado de Madrid, quedó como rehén en España en compañía de su hermano mayor Francisco, Delfín y duque de Bretaña. Tras la muerte de éste en 1536, Enrique le sucedió en ambos títulos sin llegar a gobernar en Bretaña, dado que su padre era el usufructuario. Enrique II, sin proponérselo, fue el generador de las Guerras de religión de Francia a causa de su defensa inquebrantable de la fe católica contra la Reforma protestante.

3. Calvinismo político y crisis del régimen Valois.De 1526 a 1540 el luteranismo se extendió rápidamente por Francia. El movimiento se propagó principalmente entre las clases populares, aunque muy raramente fue unido a movimientos sociales. Con todo, después de 1525 la acción luterana se camufló, no manifestándose más que en la difusión de libros prohibidos, destrucción de estatuas e imágenes sagradas y ataques aislados contra el ayuno. El movimiento se enardeció a partir de 1533. Hacia finales del reinado de Enrique II, la Reforma se organizó y se constituyó en partido político. Las clases superiores se sintieron atraídas por el prestigio de Calvino, y buena parte de la burguesía, por causas de orden económico y social. Esta ascensión del calvinismo en la escala social quedó confirmada hacia 1558 por la adhesión de varios grandes del reino (Antonio de Borbón …). En las provincias, los nobles que se pasaron al calvinismo se consideraron protectores de su iglesia y de sus fieles. Aprovechando el debilitamiento de la autoridad real en esta época, toda esta jerarquía de gentileshombres se constituyó no sólo en los cuadros de una iglesia, sino también de una facción política. El conflicto (guerra de las religiones) acabó con la extinción de la dinastía Valois-Angulema y el ascenso al poder de Enrique IV de Borbón, que tras su conversión al catolicismo promulgó el Edicto de Nantes en 1598, garantizando una cierta tolerancia religiosa hacia los protestantes

4. Las primeras guerras de religión. Causas, fases y desarrollo CAUSASEl detonante de las Guerras de Religión fueron las disputas religiosas entre católicos y protestantes calvinistas, conocidos como hugonotes, exacerbadas por las disputas entre las casas nobiliarias que abanderaron estas facciones religiosas, en especial los Borbón y los Guisa. Lo característico de este periodo de la historia es que la religión se convierte en un factor de fractura social y de inquietud política en el seno de cada Estado. Las contiendas religiosas no se limitan a los integrantes de los grupos sociales, sino que enfrentan al monarca con sus súbditos. Las políticas posibles eran, o la represión o la tolerancia; lo que por entonces empieza a llamarse libertad de conciencia tropezaba no sólo con la oposición de las iglesias dominantes, sino con el sentimiento popular y, sobre todo, con la voluntad de los monarcas, que opinaban que la unidad religiosa era una condición básica para la obediencia política. Tanto Isabel I de Inglaterra como Felipe II lo consideraron así y se inclinaron por la represión. Por ello, el avance de la tolerancia fue lento y limitado, aunque comenzó a producirse en este periodo, principalmente en Francia. Las circunstancias políticas de cada monarquía influyeron sobre la forma de manifestarse estas tensiones religiosas y sobre sus efectos, que serán muy distintos en cada una de ellas. Aunque el poder real se había fortalecido en la época anterior, en las tres monarquías más importantes (Inglaterra, España y Francia) se consideraba que el monarca debía contar con la participación de las instituciones representativas de la sociedad estamental. Su colaboración era imprescindible para obtener los crecientes ingresos que las monarquías necesitaban. En esta dualidad monarca-parlamento, el primero irá reforzando su autoridad. En este aspecto los últimos reyes franceses de la casa de Valois presentaron notables diferencias frente a Isabel I y Felipe II debido a las minorías de edad, la corta vida y los problemas de carácter de los hijos de Enrique II (Francisco II, Carlos IX y Enrique III). Francia pasó en este periodo por un cambio de dinastía, los Borbones sustituyeron a los Valois, pero el cambio se produjo de forma traumática y por medio de una guerra. Un rasgo común a las tres monarquías era que el gobierno en primera instancia de las masas campesinas estaba

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en manos de los nobles a través del régimen señorial, de ahí la importancia de saber controlar y equilibrar las diferentes facciones cortesanas. Mientras que Felipe II e Isabel de Inglaterra lo lograron casi siempre, los monarcas franceses estuvieron a merced de las grandes familias (los Guisa, los Borbón y los Montmorency), separadas por intereses políticos y por sus confesiones religiosas, y de las intrigas de los propios miembros de la familia real, la reina madre Catalina de Médicis y los hermanos del rey. Para ejercer el gobierno diario los instrumentos eran muy semejantes en las tres monarquías eran muy semejantes: las monarquías trataron de contrapesar el poder de los grandes nobles, que alegaban derechos feudales para participar en el gobierno, con el recurso a burócratas formados en las universidades, provenientes de la pequeña nobleza o de las clases medias. La monarquía francesa contaba con una amplia red administrativa que cubría el territorio; el problema con el que se enfrentaba era con el de la venalidad, la venta de cargos públicos como medio de obtener recursos fiscales, lo que provocaba que los cargos pasaran a considerarse patrimonio del comprador y que su obediencia a las órdenes reales disminuyera. En definitiva, en los años sesenta del siglo XVI la autoridad de los príncipes estaba siendo desafiada por una explosiva combinación de disidencia religiosa, malestar y conspiraciones nobiliarias y resistencias parlamentarias a sus constantes exigencias fiscales . En Francia el poder monárquico y la propia unidad territorial pasaron por momentos de colapso y disolución, aunque finalmente el fundador de la nueva dinastía, Enrique IV de Borbón, consiguiera restablecer ambos.

FASES Y DESARROLLO

1. Orígenes de las guerras de religión (1559-1562)En 1559 Francia se enfrentaba a una crisis que combinaba aspectos financieros, políticos y religiosos. La larga lucha con los Habsburgo había forzado un incremento de la presión fiscal, de la venta de oficios públicos y del endeudamiento. En 1558 Enrique II se vio obligado a suspender pagos y a recurrir a los Estados Generales. A la oposición parlamentaria se sumó el enfrentamiento entre facciones aristocráticas, que trataban de incrementar su influencia sobre la monarquía y colocar a sus miembros en los principales cargos. En este momento eran los Guisa los que parecían triunfar, pero Enrique II mantenía las disputas controladas. Sin embargo, el problema mayor y que junto con el financiero condujo a la paz de Cateau-Cambrésis, fue el religioso. En la segunda mitad de los años cincuenta habían surgido multitud de iglesias protestantes, de confesión calvinista. Recibieron especial fuerza gracias a la conversión de los líderes de dos familias principales: de los Borbón y de los Montmorency. A ellos se sumaron multitud de pequeños nobles y miembros de la alta magistratura y de la burguesía comercial. Enrique II sólo tuvo tiempo para reiniciar la represión, murió dejando como heredero a Francisco II, de 15 años y mala salud. El gobierno quedó bajo el control de sus tíos, los Guisa (Francisco, duque de Guisa, y Carlos, cardenal de Lorena), fervientes defensores del catolicismo, que continuaron la represión contra los protestantes. Como reacción, algunos hugonotes (calvinistas franceses) proyectaron un golpe para hacerse con la persona del rey y arrebatar el poder a los Guisa. El fracaso de la conspiración de Amboise tuvo como consecuencia el abandono de la causa de Antonio de Borbón y la captura del príncipe de Condé, que se salvó de la condena a muerte gracias al fallecimiento de Francisco II. Dado que el nuevo rey, Carlos IX, era menor de edad, la regencia correspondió a su madre Catalina de Médicis, que tendrá un papel clave en la primera etapa de las guerras de religión. Dispuesta a situar los intereses de la Corte por encima de las confesiones religiosas, pretendió solucionar el conflicto religioso por medios pacíficos para evitar el debilitamiento de la monarquía. Los Guisa perdieron el control del poder y vieron con malos ojos que Antonio de Borbón asumiera la lugartenencia del reino y se coaligaron en su contra. Catalina de Médicis intentó un acercamiento de las posturas entre católicos y protestantes, y para ello convocó en 1561 un coloquio religioso que acabó en fracaso ante la intransigencia mutua. Sólo quedaban como alternativas la represión o la tolerancia. Catalina se inclinó por la segunda, y por el edicto de Saint-Germain (1562) otorgaba a los hugonotes libertad de culto privado en las ciudades y público en los arrabales. La matanza por el duque de Guisa y sus seguidores de un grupo de hugonotes en una celebración religiosa ilegal (1562) condujo a la movilización calvinista y al nombramiento de Condé por los hugonotes como protector de la corona francesa. Los Guisa replicaron solicitando a Carlos IX la revocación del edicto de tolerancia. Las luchas entre las facciones iban a conducir a la guerra civil.

2. El apogeo del poder hugonote (1562-1572)El poder de los hugonotes alcanzó su apogeo en el decenio de 1562-1572 gracias al apoyo de las iglesias locales. El sistema de organización eclesiástica calvinista proporcionó unas tropas disciplinadas, entusiastas y encuadradas bajo la dirección de los nobles locales. Esto significó a la larga el control de los ministros por los nobles y la pérdida de independencia de las iglesias. Junto al respaldo interno, los hugonotes recibieron algunos apoyos externos, entre los que destaca el de Isabel I de Inglaterra. Sin embargo, la condición de ceder El Havre (tratado de Hampton Court) a los ingleses a cambio de ayuda militar y económica,

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desprestigió la causa calvinista entre los patriotas. Por último, se vieron favorecidos por el deseo de Catalina de Médicis de contrarrestar el influjo de los Guisa y de superponer el poder de la corona al de las facciones, lo que permitió a los hugonotes mantener un margen de tolerancia legal gracias a nuevos edictos reales, e incluso tener acceso a la Corte. A estos factores positivos se unieron algunas limitaciones: su falta de apoyo en las principales ciudades del reino, en particular en París y en las sedes de los parlamentos provinciales, y la falta de apoyo del campesinado, que permaneció siendo mayoritariamente católico. La causa hugonota pudo sobrevivir al resultado negativo de las tres primeras guerras gracias a la capacidad de movilización del almirante Coligny, que se hizo cargo de la dirección hugonote a la muerte de Condé, y que consiguió (Paz de Saint-Germain, 1570) no sólo recuperar la libertad de culto, sino cuatro plazas de seguridad en las que se autorizaba el establecimiento de guarniciones protestantes. Aprovechando la salida de los Guisa, consiguió entrar en la Corte en un momento en el que Catalina de Médicis preparaba ambiciosos planes matrimoniales: la clave era el matrimonio de su hija Margarita de Navarra con el protestante Enrique de Borbón. La ambición de Coligny le llevó demasiado lejos: logró ganarse la confianza del rey Carlos IX, desplazando a su madre, y le animó a intervenir en los Países Bajos en contra de Felipe II, en contra de la opinión de Catalina, contraria a un desafío tan directo al monarca español. El éxito de Coligny se iba a convertir en un agudo fracaso para la causa calvinista.

3. La matanza de San Bartolomé y sus consecuencias: el estado hugonoteLa matanza de la noche de San Bartolomé (agosto de 1572), donde fueron asesinados Coligny y otros líderes hugonotes, y la extensión posterior de la matanza a muchas partes de Francia provocó una transformación en el movimiento calvinista francés. La rivalidad política entre los católicos y los hugonotes provocó esta matanza. El rey Carlos IX de Francia y su madre, Catalina de Medici, temían que los hugonotes alcanzaran el poder. Por este motivo, promovieron el asesinato de miles de ellos a finales de agosto. La matanza comenzó en París el 24 de agosto y se extendió a las restantes provincias del país. Tuvo como efecto inmediato la deserción de muchos nobles, que volvieron al catolicismo o huyeron, de manera que el movimiento hugonote volvió a sus raíces populares y religiosas. Se produjo una radicalización tanto en la ideología como en la acción política. El complot de Catalina de Médicis contra Coligny y la aceptación de Carlos IX de la matanza llevó el resentimiento y la desesperanza a las filas hugonotes, e hizo surgir una serie de panfletos relatando la masacre e incitando a la revuelta. Más importantes fueron los escritos radicales defendiendo el derecho de resistencia contra el soberano. Si hasta entonces los hugonotes habían mantenido la ficción de que luchaban para proteger los intereses del rey frente a la influencia de los Guisa, ahora el enfrentamiento con la monarquía era innegable. En la práctica, el resultado inmediato de San Bartolomé fue la organización de un estado hugonote en el sur de Francia y su alianza con los políticos. Al fracasar en su intento de controlar la monarquía, los calvinistas optaron por afirmarse como grupo disidente, organizando su propio estado, que se caracterizó por la autonomía local y la descentralización, por la constitución de asambleas territoriales y una asamblea general federal formada por representantes provinciales y dotada de poderes hasta entonces atribuidos al rey. Tenían además un consejo permanente para controlar la actuación de la suprema autoridad, el protector general, cargo que se otorgó a Enrique de Navarra. Había surgido, pues, un estado que controlaba una parte de Francia arrebatada al poder real. A la debilidad de éste contribuyeron además las intrigas del hijo menor de Catalina, Francisco, duque de Alençon, contra los Guisa. De esta forma se constituyó el partido de los descontentos, cuyo representante más destacado fue un miembro de los Montmorency, que estableció una alianza entre el Languedoc, del que era gobernador, con el estado hugonote contribuyendo al hundimiento del poder real en el sur de Francia.

5. Enrique III, Felipe II y la Liga Católica.

ENRIQUE III (1574-1589)Enrique III fue el último de los hijos de Enrique II y Catalina de Médicis en acceder al trono. Antes de heredar la corona francesa había sido elegido rey de Polonia (1573), poniéndose muchas esperanzas en que el ejemplo polaco de tolerancia religiosa se extendiera a Francia, pero la experiencia polaca de Enrique de Anjou fue un fracaso del que escapó para hacerse cargo de una Francia dividida. Aunque despertaba los recelos de sus coetáneos al ser homosexual y sumamente afeminado, Enrique era un político experimentado que comenzó a gobernar con vigor, adoptando una política de represión contra los hugonotes, que, a ejemplo de La Rochelle, habían constituido un Estado independiente en el Languedoc. Con el reino al borde de la desintegración, no le quedó más remedio que aceptar las condiciones impuestas por los rebeldes en la paz de Monsieur (1576), en que se concedía amplia libertad de culto a los hugonotes, admisión a todos los cargos incluyendo los parlamentos y se les otorgaba ocho plazas de seguridad. La matanza de San Bartolomé fue condenada, y Coligny y los hugonotes muertos, indemnizados. También salieron favorecidos los

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descontentos, en especial Francisco de Alençon, que recibía varias regiones francesas con el título de duque de Anjou. Este notable éxito hugonote provocó la inmediata reacción católica. Como la monarquía se había mostrado incapaz de asegurar la unidad religiosa, se organizó un partido católico que acabaría convirtiéndose en un movimiento revolucionario y antirrealista: la Liga católica. La Liga católica tuvo una dimensión nacional bajo la dirección de Enrique, duque de Guisa. Pretendía limitar los poderes de la monarquía reforzando el papel de los Estados Generales. Enrique III intentó varias maniobras para contrarrestar el poder de la Liga: aceptó reunir los estados Generales (1576) pero sus concesiones a los católicos no impidieron que se atacara el centralismo monárquico y se defendiera una monarquía electiva. Tras los estados Generales, el rey Enrique III pasó a encabezar la Liga (en su condición de "Rey Cristianísimo) y a llevar a cabo una nueva guerra contra los hugonotes, que acabó con el edicto de Poitiers (1577), que restringía las concesiones a los protestantes. La prohibición de todas las ligas parecía abrir el camino hacia la tolerancia, pero las resistencias eran demasiado fuertes. Finalmente, intentó contrarrestar a los Guisa otorgando diferentes gobiernos provinciales a sus favoritos y configurar así su propio partido. La existencia de tres regímenes (protestante, católico y real) sumió a Francia en la anarquía, al tiempo que se agudizaba la crisis económica. En esta situación, la muerte en 1584 del menor de los Valois, Francisco de Alençon y de Anjou, planteaba abiertamente el problema de la sucesión, dado que la exclusión de las mujeres por la ley sálica convertía en heredero al hugonote Enrique de Navarra. Los Guisa reaccionaron inmediatamente, y con el apoyo financiero de Felipe II reconstruyeron la Liga católica sobre bases más amplias, ya que a los dos pilares anteriores (nobleza católica y clientela de los Guisa) se sumaron ahora las organizaciones urbanas que canalizaban el malestar popular. Bajo la presión de los Guisa, Enrique III revocó las concesiones hechas a los protestantes y anuló los derechos al trono de Enrique de Navarra. La posición de éste era difícil: no podía renunciar al apoyo hugonote, pero al mismo tiempo necesitaba atraerse a los católicos; jugó la carta patriótica: atacó a los Guisa por su alianza con España y, aprovechando su excomunión por Sixto V, denunció la intromisión papal en los asuntos franceses. Finalmente, tomó las armas con un limitado apoyo extranjero.La guerra de los tres Enriques (Enrique III, Enrique de Navarra y Enrique de Guisa, 1585-1588) tuvo su momento culminante en el Día de las Barricadas. Enrique III intentó hacerse con París y con los Guisa por medio de un golpe de fuerza, ocupando la capital, pero ante la sublevación de los parisinos el Rey se vio obligado a huir de la ciudad. En el verano siguiente tuvo que someterse a las exigencias de la Liga y de los Guisa, pero aprovechando la reunión de los Estados Generales en Blois mandó asesinar a sus rivales, Enrique, duque de Guisa y su hermano Luis. La reacción de París fue un levantamiento popular. La doctrina de la resistencia, elaborada inicialmente por los hugonotes, fue utilizada ahora por los católicos para oponerse al rey. Se produjo entonces un acercamiento entre el Rey y Enrique de Navarra. En París, un exaltado asesinó al monarca en agosto de 1589, pero antes de morir había reconocido como sucesor al de Navarra, con la condición de que se convirtiera al catolicismo. El jefe de los hugonotes, Enrique de Navarra, se convirtió así en rey de Francia con el nombre de Enrique IV. La Liga, por su parte, proclamaba rey al cardenal de Borbón, tío de Enrique de Navarra, con el título de Carlos X.

6. Enrique IV (Enrique de Navarra,, 1589-1610) y el edicto de tolerancia de Nantes (1598)Enrique de Borbón (Enrique el Grande o el Buen Rey), el primero de la Casa de Borbón en Francia, estaba dotado de una gran habilidad política, pero sus reiterados cambios de religión (había abjurado dos veces del catolicismo) creaban mucha desconfianza. Carecía además de dinero y se enfrentaba al poder de la Liga, dirigida por el superviviente de los Guisa Carlos, duque de Mayenne. Actuó con suma prudencia y en su declaración inicial, sin renunciar a su fe calvinista, prometió defender la fe católica y la independencia de la Iglesia francesa frente a la injerencia de Roma. La Liga, por su parte, padecía múltiples debilidades internas que acabarían por desintegrarla. Destacan su dependencia del apoyo español y su falta de respeto a la legitimidad monárquica, especialmente a la muerte del cardenal de Borbón. La defensa por Felipe II de la candidatura al trono de su hija Isabel Clara Eugenia, sobrina de Enrique III, despertó el orgullo nacional y chocó con la oposición de los Estados Generales y del Parlamento. Pero la principal debilidad de la Liga era su creciente división interna, al aumentar el radicalismo del sector urbano, que alejó a las clases medias de la Liga y las aproximó al rey. Enrique aprovechó para abjurar del calvinismo y la iglesia francesa permitió su coronación en Chartes. La guerra abierta contra Felipe II (1595-1598) contribuyó a reforzar el apoyo nacional al nuevo monarca, pero fue aprovechada por los hugonotes para presionar a favor de sus exigencias.El fin de la guerra y el Edicto de Nantes (1598). En 1598 Enrique IV buscó la paz tanto con España como con los hugonotes. Lo primero lo logró en Vervins; lo segundo con el edicto de Nantes, que suponía el triunfo del ideario de los políticos y el establecimiento de un marco de tolerancia para los calvinistas, aun reconociendo el catolicismo como la religión principal. Por su parte los calvinistas veían reconocida su

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libertad de conciencia y autorizado el culto público en una serie de localidades, y se les concedía el mantenimiento de dos plazas de seguridad con guarniciones propias, se les garantizaba la admisión a los cargos públicos y protección legal. Sin embargo, era el reconocimiento de una posición de inferioridad frente al auge del catolicismo, y no satisfizo a los más radicales de ambas confesiones. Además de restaurar la paz, Enrique IV restauró la autoridad monárquica y la economía francesa. Reorganizó el gobierno central, sustituyendo a los grandes nobles por hombres de su confianza; los gobernadores provinciales vieron limitados sus poderes por la presencia de comisarios. Los Estados Generales no volvieron a ser convocados, y los estados provinciales y los parlamentos fueron sometidos al poder central. No obstante, el poder de estas instituciones y de los nobles se mantuvo e incluso se reforzó por política de venta y transmisión hereditaria de los oficios. La vuelta a la paz favoreció la recuperación de la agricultura, la política mercantilista del gobierno estimuló las manufacturas y el comercio, al tiempo que se saneaba la hacienda estatal. Sin embargo las tensiones subsistían y la política belicosa de Enrique IV en contra de los Habsburgo y a favor de los protestantes alemanes provocó el malestar de los católicos más radicales. Uno de ellos asesinaba al rey el 14 de mayo de 1610, dejando como heredero a un niño, Luis XIII, bajo la tutela de María de Médicis, su segunda esposa.

Tema 10Inglaterra. Centralización política y Reforma

La Guerra de las dos rosas fue sobre todo una lucha entre bandos nobiliarios, desapareciendo varias familias alto aristocráticas. No afecto al resto de grupos sociales y no hubo grandes destrucciones materiales ni afectaciones económicas para Inglaterra. Enrique VI Lancaster consigue mantener el poder, a pesar de continuos intentos de golpe de estado de los York. Pero finalmente es destronado, ocupando el trono Eduardo IV York (1461-1483). Continuan las rebeliones de los Lancaster, llegando a destronarlo por breve tiempo. Ricardo III York, su hermano (1483-1484) sucederá a Eduardo IV York estableciendo un régimen de terror para mantenerse, pero debe enfrentarse a otro candidato al trono: Enrique Tudor (pariente de los York y los Lancaster). A los pocos años, la rebelión de Enrique Tudor tiene éxito y destrona a Ricardo III. Enrique VII Tudor (1485-1509) sube al trono y no tendrá graves dificultades para restaurar el orden interno. A partir de fin XV con los Tudor, Inglaterra vuelve a ser una potencia europea.

1. La guerra de las dos Rosas (1455-1485) y la cuestión dinásticaLa Guerra de las dos Rosas fue una guerra civil que enfrentó intermitentemente a los miembros y partidarios de la Casa de Lancaster (roja) contra los de la Casa de York (blanca) entre 1455 y 1485 (30 años). Provocó la extinción de los Plantagenet y debilitó enormemente las filas de la nobleza, además de generar gran descontento social. Este período marcó el declive de la influencia inglesa en el continente europeo, el debilitamiento de los poderes feudales de los nobles y, en contrapartida, el aumento de influencia por parte de los comerciantes, y el crecimiento y fortalecimiento de una monarquía centralizada bajo los Tudor. Esta guerra señala el fin de la Edad Media inglesa y el comienzo del renacimiento. Cuando muere Enrique V, la regencia corresponde a su hermano Juan de Lancaster (o Plantagenet), duque de Bedford, hasta la mayoría de edad de su sobrino, el rey Enrique VI de Lancaster. Sin embargo, una lucha implacable enfrenta a las dos ramas de la familia Lancaster: los Beaufort (abanderados por Enrique, obispo de Winchester), y Humphrey, (duque de Gloucester, tío de Enrique VI). Al ocupar el trono en su mayoría de edad, Enrique VI se mostró inteligente y piadoso, pero débil y desequilibrado. Ello supuso la ruptura del precario equilibrio existente entre las dos facciones. Durante el gobierno de Enrique VI se perdieron virtualmente todas las posesiones inglesas en el continente, incluidas las tierras ganadas por Enrique V. Muchos consideraban a Enrique incapaz de gobernar. La legalidad de la corta línea de reyes Lancaster pasó a estar plagada de dudas, y la Casa de York fortaleció su pretensión sobre la corona. El creciente descontento civil, sumado a la multiplicación de nobles con ejércitos privados, y a la incapacidad y corrupción de la corte de Enrique VI, formaron el clima político ideal para la guerra civil, produciéndose levantamientos (Kent). Ricardo Plantagenet, duque de York, se consideraba heredero del trono por ser descendiente de Eduardo III. El nacimiento de un príncipe heredero (Eduardo) de Enrique VI y Margarita de Anjou, sobrina del rey de Francia, coincidió con la primera gran crisis de locura de Enrique VI. Ante la posibilidad de que el poder pasara a manos de la reina Margarita de Anjou, Ricardo de York decidió tomar el poder por la fuerza. Ricardo de York se hizo nombrar protector del reino y presidente del Consejo Real, y encerró a sus enemigos en la Torre de Londres. La recuperación de Enrique, en 1455, frustró las ambiciones de Ricardo, quien fue

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despedido rápidamente de la corte por la esposa del rey, Margarita de Anjou, quien se convirtió en la máxima figura de la Casa de Lancaster. Comienza la guerra civil y los lancasterianos sufrieron una primera derrota, que devolvió el poder a Ricardo. La reina Margarita de Anjou hizo aprobar por el Parlamento la proscripción de los principales partidarios de los York. La victoria de éstos en Northampton permitió a Ricardo de York reclamar no ya la regencia, sino el trono. Mediante el Acta de Acuerdo , 1460, se reconoció el derecho de los York, pero lo declaraba sucesor de Enrique, desheredando al príncipe Eduardo. Pero Ricardo murió en batalla, lo cual no impidió a su hijo Eduardo obtener una completa victoria en Towton sobre el ejército real y se hizo coronar con el nombre de Eduardo IV, 1461. La reina Margarita y su hijo Eduardo tuvieron que huir a Francia, tomando el control de su causa el duque de Warwick, mientras Enrique VI permanecía encerrado en la Torre de Londres. Enrique fue liberado y reinstaurado en el trono. Ante el despertar de los lancasterianos, Eduardo IV de York buscó refugio en los dominios de su cuñado, Carlos el Temerario de Borgoña, hasta que, con la ayuda de la Hansa y de Borgoña, volvió a Inglaterra y derrotó al duque de Warwick y a Eduardo, príncipe de Gales, que murió. La derrota de los partidarios de la rosa roja (Láncaster) fue total y abrió una época de terribles represalias. Casi con toda seguridad, una de sus primeras víctimas fue el cautivo Enrique VI, muerto en 1471. Quedó finalmente como regente Eduardo IV de York. La nueva dinastía no arraigó sólidamente, ya que a su muerte Eduardo IV dejó como herederos a dos niños de 12 y 10 años de edad, planteando un grave problema de la regencia. El nuevo regente, Ricardo, duque de Gloucester, hermano del difunto Eduardo IV, fue un siniestro personaje que conspiró para usurpar el trono. Acusó falsamente de bastardos a los hijos de su hermano y los encerró en la Torre de Londres, donde fueron asesinados. Posteriormente fue coronado rey con el nombre de Ricardo III en 1483. Su reinado fue breve, ya que los familiares de las víctimas, entre ellos el propio duque de Buckingham y los antiguos yorkistas, pusieron sus esperanzas en Enrique Tudor, heredero de los Lancaster, y cuyo futuro matrimonio con Isabel de York, hija de Eduardo IV, podía poner fin a la disputa familiar. Enrique Tudor, sostenido por Francia y por legitimistas de ambos bandos, desembarcó en Gales y derrotó a Ricardo III (fin de los Plantagenet) en 1485, iniciándose de pleno derecho la construcción de un Estado moderno. Enrique Tudor sucedió a Ricardo, convirtiéndose en Enrique VII, intentando cimentar la sucesión casándose con la heredera yorkista, Isabel de York, hija de Eduardo IV y sobrina de Ricardo III y matando a todos los demás.

2. Las reformas políticas de Enrique VII (1485-1509)

Cambios institucionales A finales del siglo XV, la monarquía inglesa se estructuraba en torno a dos focos de poder:

– el Consejo : las cabezas de estos cuatro departamentos: Tesorero (Exchequer), Canciller, Lord del Sello Privado y Secretario, solían ser los miembros más importantes. No era una institución como tal, y su composición, tamaño y funciones variaron de un rey a otro. Este sistema tenía dos grandes defectos: poca especialización de los funcionarios en los departamentos, salvo en el caso del Exchequer, y no había maquinaria que coordinase la actuación del gobierno; sólo el rey. El Exchequer, controla las finanzas, y una compleja secretaría dividida en tres despachos según los tres sellos: Gran Sello, Sello Privado y el Sello. Las instrucciones del rey pasaban por cada uno de los sellos, que las repartían a los respectivos departamentos. A finales del XV, este sistema había sido desplazado por otro de autentificación de documentos más moderno y menos formalizado: la firma manual del rey. El Exchequer y el Canciller, que negociaban con el Gran Sello, tuvieron despachos propios permanentes. El Exchequer tenía residencia propia en Westminster. El Sello Privado y el Sello viajaban con el rey.

– la Casa Real : tenía su sede en Westminster, pero el rey no permanecía inmóvil sino que recorría todo el reino, por lo que durante varios meses se hallaba separado geográficamente de su Consejo, en cambio la Casa le acompañaba siempre. Los palacios reales se componían de dos grandes áreas separadas, que se unían en un gran vestíbulo. El vestíbulo y los servicios domésticos adyacentes, situados en la planta baja, formaban un área del palacio, mientras el estrado y el primer piso constituían el área privada del monarca. De la misma manera, la Casa Real constaba de dos departamentos: el Household, que agrupaba a los servidores de la planta baja, bajo las órdenes de un Mayordomo Mayor, y la Chamber, con los servidores del primer piso a cargo del Gran Chambelán.

La importancia de Consejo y Corte dependen en cada reinado de cada rey. Al llegar Enrique VII por la fuerza, nunca permitió delegarlo. El Consejo fue grande, de papel consultivo y sus diferentes comisiones fueron los principales instrumentos ejecutivos de sugobierno. La Casa no varió demasiado. El inicio de sus reformas comenzó con la estructura del propio palacio, que resumiendo, se cambia el servicio personal de

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tipo feudal a uno de príncipe italiano. 3. Enrique VIII (1491-1547). Reforma y EmpireLas cosas fueron muy diferentes durante el reinado de Enrique VIII. Famoso por haberse casado seis veces y por ejercer el poder más absoluto entre todos los monarcas ingleses, pronto estuvo claro que el Consejo y la Casa Real recobrarían su independencia y su protagonismo. A diferencia de su padre, Enrique VII, que favorecía las políticas pacíficas, durante todo su reinado destacó su inclinación bélica.Lo primero que cristalizó fue el papel del Consejo que consiguió mayor libertad e iniciativa debido al descuido del monarca para los negocios; además, su fracaso para actuar como coordinador del gobierno hizo emerger al cardenal Thomas Wolsey como ministro principal. Los asuntos de la Casa Real también fueron más fluidos y sus cambios no resultaron significativos hasta 1518, con la llegada de los “favoritos”. El armazón de la estructura política del reino quedó así establecido:

– el poder de la Casa Real fue concentrado en manos de la Cámara Privada (Cámara Real),– el poder del Consejo estaba en manos del cardenal Wolsey;

Hubo dos centros de poder concentrados en torno al monarca, que se vio sometido a su influencia y manipulación: los dos organismos quisieron dirigir la política e influir en la voluntad del monarca, por lo que sus luchas fueron continuas. Desde el principio de su gobierno, Enrique VIII estableció una separación entre los servidores de su padre y los suyos, ya que su idea de la monarquía no era compartida por los consejeros que heredó de su padre. En estas circunstancias surgió la figura de Thomas Wolsey, sobresaliendo por encima del resto de los consejeros reales. A partir de entonces, el control de la Corte por parte de Wolsey fue completo, aunque aun tuvo que vencer la voluntad de los jóvenes cortesanos en la voluntad real. Estos jóvenes, a los que les llamó los “favoritos”, fueron entrando paulatinamente en la Cámara Privada y cambiaron la imagen de la corte. El efecto no fue hacer una corte virtuosa, sino hacer de contrapeso al poder que ejercía Wolsey: mientras los favoritos estaban junto al rey y controlaban su Casa e influían en su voluntad, Wolsey dominaba el Consejo y la administración, y su mayor debilidad era la distancia que le separaba del monarca. En mayo de 1519, Wolsey maniobró para que los favoritos fueran despedidos de la corte, lo que dejó cuatro vacantes en la Cámara Privada que fueron ocupadas por personajes fieles a Wolsey. El modelo de gobierno impuesto por Wolsey se rompió en 1527 con la aparición de Ana Bolena (2ª) y el deseo del rey de divorciarse de Catalina de Aragón (1ª). Ana había recibido una educación enteramente francesa, en cuya corte residió buena parte de su juventud. En 1522 volvió a Inglaterra y, si bien la expulsión de los favoritos de la Corte fue un duro revés para sus aspiraciones al medro social, el deseo de Enrique VIII de tener un hijo, lo que era imposible con Catalina de Aragón, la iba a convertir en la nueva reina. En 1527, Enrique VIII manifestaba su intención de divorciarse. Este anuncio supuso la destrucción del sistema de Wolsey, ya que la Cámara y el Consejo se dividieron en facciones. Ana Bolena no sólo creó una facción, sino que introdujo una ideología, dado que ella era una convencida evangélica y una decidida protectora de la “nueva religión”. El efecto fue polarizar la corte, unos quisieron la reforma mientras que otros preferían mantenerse en la vieja fe. A partir de entonces, la política y la religión formaron parte de la facción. Con la aparición de las facciones, el estilo político de Enrique VIII maduró, el férreo control que Wolsey mantuvo sobre la Cámara Privada y sobre el Consejo se desmoronó. La división en la Cámara Privada fue aprovechada por Ana Bolena, que introdujo a su hermano y a su primo en dicha institución. La división llegó también al Consejo, donde Wolsey luchaba por su preeminencia, mientras el hermano de Ana y su padre eran partidarios de ella. La división del Consejo no era sólo por las personas, sino que cada uno de estos grupos llevaba una política: los dos grandes temas eran el divorcio y la continuidad de Wolsey como ministro. Dadas las complejidades diplomáticas que planteaba el caso del divorcio, Wolsey, temiendo el riesgo físico que correría si él mismo acordaba la nulidad, actuó lentamente frente a la petición real. Esta demora enojó al rey e hizo que Ana Bolena y sus amigos cortesanos lo consideraran un enemigo. No consiguió que Roma aceptase el divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. La crisis fue provocada por acontecimientos que Inglaterra no podía controlar. En 1529 los imperiales vencieron a los franceses en Italia y firmaban la paz de Cambrai (el emperador Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón, había hecho prisionero al papa Clemente VII). Esto acababa con cualquier esperanza de que el papa acordase el divorcio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, lo que hizo caer a Wolsey, ya que era lo que siempre había aspirado conseguir para mantenerse en el poder. Partidarios de Ana Bolena y de Catalina de Aragón se unieron contra él. Tras la caída de Wolsey, Enrique VIII determinó asumir el control directo del gobierno ayudado por una mezcla de adversarios y favoritos, lo que condujo a la confusión y la ineficacia. En estas circunstancias apareció Thomas Cromwell, de ideas evangélicas, que fue secretario de Estado y Primer Ministro. En 1529, desde el Parlamento, se había lanzado un ataque contra los abusos clericales que tocaban el bolsillo de las clases superiores, pero los intentos de reforma no tuvieron mucho éxito. El ataque fue retomado más tarde y la presión del Parlamento forzó el Acta de Sumisión del Clero y el Acta de Restricción de Annatas, que quitaban al clero la capacidad

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de resistirse al rey y cortaba al papa los ingresos que producían las rentas eclesiásticas, al mismo tiempo que rompía toda relación en el nombramiento de obispos y recursos a Roma. Thomas Cranmer, protegido de Ana Bolena, fue nombrado Arzobispo de Canterbury. El Parlamento gobernó a través del Acta de Restricción de Apelaciones, que permitió que el divorcio fuera sentenciado en Inglaterra sin posibilidad de recurrir a Roma. Entonces Cromwell se decidió a llevar a la práctica sus ideas: la creación de un reino autónomo que se bastara a sí mismo, un estado soberano que, aplicando el concepto de imperium , no reconociera autoridad superior. Este “imperio” podía ser representado por la legislación del rey en su parlamento, es decir, por las actas; liberaba así a las actas del parlamento de la limitación por la cual debían ser supeditadas a una ley reconocida universalmente (ley natural) y aseguraba que tenían jurisdicción sobre todas las causas y debían ser obedecidas. El Parlamento aprobó tres actas que produjeran la definitiva separación: a) Acta de Supremacía, mediante la cual el rey era nombrado “ Jefe Supremo de la Iglesia inglesa ” b) Acta que exigía a los adultos juramento de fidelidad al monarca. c) Acta que consideraba traidor a todo el que dijera que el rey era hereje o cismático.Aunque estas actas fueron juradas por la mayor parte de los dirigentes leales al monarca, hubo personajes que se negaron, siendo el caso más famoso el de Tomas Moro, que fue acusado de alta traición por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana, oponerse al divorcio con la reina Catalina de Aragón, ni aceptar el Acta de Supremacía. Moro, un pensador y humanista que había sido Lord Canciller e importante detractor de la Reforma Protestante, fue sentenciado a muerte. La cuestión del divorcio quedaba pues resuelta: Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, disolvía el matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón al mismo tiempo que lo casaba con Ana Bolena. El vencedor aparente fue Cromwell, pero tenía que compartir el poder con una hábil e inteligente reina, y ambos tenían que hacer frente a la oposición conservadora. Todas estas trabas fueron rotas en 1536 a causa del nuevo matrimonio del rey, momento aprovechado por los conservadores. El instrumento fue Juana Seymour (3ª), totalmente distinta de Ana Bolena, aconsejada por los conservadores en la Cámara Privada sobre la conducta que debía seguir. El complot contra Ana Bolena parecía que iba a tener éxito, y enfrentó a Cromwell a su mayor desafío político; aunque Cromwell estaba muy ligado a la reina, había dos puntos principales de tensión entre ambos: el control del patronazgo y la dirección de la política exterior (Ana era pro-francesa y Cromwell favorable al emperador). Así, Cromwell estaba feliz del hundimiento de Ana, pero no permitió triunfar a los conservadores: Ana no sería destronada por el derecho canónico, sino acusada de adulterio, considerado una de las clases de traición al rey. Y por lo tanto, eran también condenados por traición los que la habían aconsejado. Así Cromwell no sólo se libraba de la reina, sino también de sus partidarios. Habiendo usado a los conservadores para destruir a Ana y a sus amigos, Cromwell volvió con sus antiguos aliados y acusó a los conservadores de querer restaurar en el trono a María Tudor (única hija superviviente de Enrique VIII y Catalina de Aragón), a quien se le dijo que, a menos que reconociera la disolución del matrimonio de su madre y su propia bastardía, sus amigos estarían perdidos. Ella capituló, con lo que la vida de la sección conservadora estaba salvada, pero su influencia quedó rota. Dos años después Cromwell imputó por traición a los más altos cargos del grupo conservador. En conclusión, Cromwell erradicó completamente la facción cortesana de Ana Bolena y diezmó la de los conservadores, asegurándose un dominio casi completo sobre la Casa Real y sobre el Gobierno. La revolución de Cromwell también produjo un dramático cambio social: mientras los hombres a los que Cromwell había anulado políticamente eran cortesanos de nacimiento, los que puso en su lugar habían hecho carrera como mercaderes, letrados o preceptores. En 1539 Cromwell asumió la presidencia de la Cámara Privada y en 1540 tomó el cargo de Lord Gran Chambelán, convirtiéndose en jefe del cuerpo de servidores del rey, lo que explica que, a la muerte de Juana Seymour, se metiera en el lío de buscar nueva esposa al monarca. Después de que varias princesas de familias importantes quedaron descartadas, el camino quedó abierto para la Casa de Cleves, una dinastía de segunda fila. Pero el proyecto salió mal ya que el rey no pudo disimular su desagrado al conocer a Ana de Cleves (4ª) e intentó echar marcha atrás, pero Cromwell le empujó, viendo las ventajas que le podría reportar la boda en su proyección exterior. La boda se celebró en 1540, pero el monarca no podía soportar a su nueva esposa, así que como responsable del matrimonio, Cromwell debía deshacerlo. Le hubiese resultado sencillo si no fuera porque Cromwell no controlaba completamente el otro centro de poder de los Tudor, el Consejo, en el que Cromwell tenía poderosos enemigos, que se unieron para defenderse del ministro, denunciando el matrimonio del rey con la Cleves de fiasco y acusando a Cromwell de herejía sacramentaria. Cromwell no pudo evitar el golpe y el rey lo mandó ejecutar. A partir de entonces, Enrique gobernó solo. A los 50 años se casó por quinta vez con Catalina Howard (5ª), que llevó una vida licenciosa en la corte, por lo que fue denunciada por Thomas Cranmer (arzobispo de Canterbury), siendo ejecutada en 1542. Desde el punto de vista institucional, el Consejo fue puesto sobre unas bases más formales. Se fusionaron todos los Grandes Oficios dentro de una única categoría de rangos, y se hizo de todos ellos miembros del

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Consejo Privado. Así, el Consejo se ennobleció y politizó. Por lo demás, la Cámara Privada permaneció como Cromwell la dejó, como terreno propio de sus seguidores más radicales. El principal de ellos fue Anthony Denny. Como resultado de todo esto, durante los últimos años del reinado había dos fuerzas contrapuestas: un revitalizado y conservador Consejo Privado y una radical Cámara Privada. Los conflictos entre la Casa y el Consejo habían sido endémicos, por lo que surgieron las conspiraciones, que se iniciaron en 1540. Cromwell había encarcelado por traición a una pareja de conservadores que, a la muerte de Cromwell, presionaron ante el rey para que revisara su caso. Todos los servidores de Cromwell se encontraron bajo investigación, y en 1541 algunos fueron arrestados y ejecutados por ser partidarios de Cromwell y luteranos. En 1543 el mismo Cranmer era acusado de herejía, pero el rey no hizo caso de la acusación; frustrado su plan, los conservadores golpearon muy cerca del rey, anunciando el hallazgo de un “nido de herejes” entre los miembros de menor importancia de la Casa Real, pero cuyo rastro conducía a la Cámara Privada. Pero en el momento en que este asunto salía a la luz, el rey sorprendió anunciando su nuevo matrimonio con Catalina Parr (6ª). Después de la celebración del matrimonio los miembros sospechosos de la Cámara Privada fueron perdonados, lo que hizo fracasar la reacción conservadora. En esta época la situación cortesana era favorable para quienes fueran jóvenes, pues la mayor parte estaban pensando en hacer carrera en el reinado siguiente. Hubo una excepción, Henry Howard, que pasó rápidamente del servicio en la casa del hijo bastardo del rey a la del propio Enrique VIII, donde discutía abiertamente con los jóvenes radicales defendiendo que, en caso de muerte del rey, el gobierno de la regencia debería estar compuesto por una élite de acuerdo con la antigüedad del linaje, mientras que los jóvenes radicales apoyaban un gobierno corporativo minoritario elegido por el rey. La fuerza con la que contaba cada facción era diferente. Los conservadores carecían de un patrón eficaz en la lucha política cortesana, mientras que la facción de los jóvenes radicales aparecía mucho mejor organizada: contaba con Edward Seymour (hermano de de Juana Seymour), conde de Hertford, y John Dudley, que se unieron a varios miembros de la Cámara Privada para alzarse con el poder; pero para ello debían superar el mayor obstáculo, la mayoría conservadora en el Consejo Privado. Aunque los jóvenes eran fuertes en la Cámara Privada, no la controlaban completamente. En 1546, sir William Herbert, hermanastro de Catalina Parr, pasó a ocupar un cargo relevante dentro de la Cámara, y sobre éste establecerían su poder los jóvenes, que decidieron pasar al ataque haciendo caer en desgracia al obispo Gardiner y arrestando a Howard. El príncipe Eduardo pasó a ser custodiado por Hertford y Dudley. Enrique VIII murió en enero de 1547 . En el transcurso de la década posterior a su muerte sus tres hijos se sentaron sucesivamente en el trono de Inglaterra. En virtud de la Ley de Sucesión de 1544, la corona fue heredada por el único hijo varón, Eduardo, que se convirtió en Eduardo VI como primer monarca protestante de Inglaterra. Con sólo nueve años de edad, no podía ejercer por sí el poder, que recayó en un consejo de regencia formado por dieciséis miembros elegidos según el testamento de Enrique VIII. El consejo eligió a Edward Seymour, como lord protector del reino. En la eventualidad de que Eduardo no tuviera hijos, sería sucedido por la hija de Catalina de Aragón y Enrique VIII, María Tudor. Si ésta a su vez no tenía descendencia, la corona real la heredaría la hija de Ana Bolena, Isabel. Finalmente, si Isabel moría sin descendencia sería sucedida por los descendientes de María Estuardo, prima del rey Enrique VIII.

4. Eduardo VI y María Tudor: la ambivalencia confesional

EDUARDO VI (se impuso el protestantismo)A la muerte de Enrique VIII le sucedió en el trono su hijo Eduardo, de 9 años; por eso tuvo que gobernar su tío Edward Seymour, duque de Somerset, y John Dudley, duque de Warwick, como regentes. En este periodo se intentó superar la fase cismática por programas de reforma netamente protestantes, tendiendo la iglesia anglicana a identificarse con las corrientes calvinistas. Es preciso distinguir dos etapas en este reinado:

1. 1547-1549: periodo de Edward Seymour, duque de Somerset como regente: siguió la política religiosa de Enrique VIII. Su política fue moderada, pero se vio obligado a dimitir ante determinados levantamientos sociales católicos.

2. (1549-1553): periodo de de John Dudley, duque de Warwick. La Reforma tomó nuevos rumbos, más radicales. Coincidió con el declive del catolicismo romano en Inglaterra. Se impuso una nueva liturgia sobre la comunión, el Parlamento votó la quema de imágenes y libros litúrgicos antiguos, así como la condena de los disidentes religiosos (católicos romanos, anabaptistas y heterodoxos). Consiguió desprestigiar al duque de Somerset hasta que logró que lo ejecutaran . Esta radical reforma se vio cortada por la muerte del rey a los 15 años de edad el 6 de julio de 1553.

MARIA I TUDOR (se restauró el catolicismo)La sucesión recayó en su hermana María, hija de Catalina de Aragón. Aunque nada más entrar en Londres afirmó no tener intención de oprimir o forzar las conciencias de sus súbditos, resultaba clara la intención de

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la reina de implantar el catolicismo. Se derogaron las leyes dictadas en los reinados de Enrique VIII y Eduardo VI, si bien no se llevó a cabo ninguna persecución. Pero tras el matrimonio de María con Felipe II (1554) la imposición del catolicismo se realizó de manera intransigente: los altos cargos fueron ocupados por católicos y se persiguió con saña a los protestantes. Aunque Inglaterra era tan católica como antes de Enrique VIII, el régimen impuesto había destruido toda posibilidad de que Roma volviera a regir algún día la Iglesia de Inglaterra. El odio al catolicismo y el ascendiente de la Monarquía Hispánica se combinaron con la reacción contra la persecución para empujar a la sociedad inglesa a romper con su pasado inmediato. Murio en 1558.

5. El reinado de Isabel I (1558-1603): Anglicanismo y orden parlamentario.Isabel, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, subió al trono inglés a la muerte de su hermanastra María Tudor con 25 años. La situación estaba marcada por una crisis múltiple: religiosa, dinástica y bélica. Después del cisma religioso protagonizado por Enrique VIII, los reinados de sus hijos supusieron cambios radicales: en el reinado de Eduardo VI se impuso el protestantismo, mientras que en el de María se restauró el catolicismo, por lo que se dudaba de la política religiosa que seguiría la nueva reina. La situación dinástica tampoco era sencilla, Isabel era soltera y se planteaba como problema inmediato su matrimonio y sucesión. Además María, reina de Escocia, reclamaba el trono como descendiente de Enrique VII. La cuestión se complicaba con el enfrentamiento con Francia, dadas las estrechas relaciones entre Escocia y la corte francesa. Era difícil predecir que se iniciaba un largo y estable reinado. Esta estabilidad fue el resultado de la habilidad de la reina y del deseo de paz de la mayoría de la clase dirigente. Sólo una minoría de exaltados religiosos, tanto católicos como protestantes, se opondrían abiertamente a la política isabelina, caracterizada por el conservadurismo y el autoritarismo. La cuestión más urgente al inicio de su reinado era fijar la orientación religiosa del reino. Como no se consideraba conveniente el pluralismo religioso, debería proponerse un modelo de fe y de Iglesia que fuera aceptable para la mayoría de los ingleses.

– Sentimiento mayoritario del pueblo inglés: estaba en la línea dogmática y eclesial fijada por Enrique VIII (mantenimiento del dogma católico pero separación de la Iglesia anglicana de la obediencia a Roma).

– Postura de la reina: claramente protestante, por lo que el problema era cómo establecer el protestantismo sin provocar conflictos civiles graves.

AnglicanismoEn 1559 logró que el Parlamento, no sin la resistencia de los lores, aceptara las Actas de Supremacía y Uniformidad: Isabel era nombrada “gobernadora suprema” de la Iglesia de Inglaterra y debía ser expresamente reconocida como tal por todos los clérigos, oficiales reales y estudiantes universitarios. Era obligatorio asistir a misa los festivos, aunque fue más problemático fijar el marco litúrgico: Isabel era protestante moderada, pero se vio obligada a aceptar la postura litúrgica más radical de sus consejeros. No introdujo modificaciones en el modelo eclesial, que siguió siendo jerárquico y con obispos. Otro problema era el de la sucesión. El matrimonio de Isabel se convirtió en asunto de Estado y provocó grandes tensiones. Isabel consideraba que la decisión era prerrogativa regia y no debía estar sometida a la discusión parlamentaria. Temía perder poder, ya que si se casaba con un noble inglés las facciones rivales se sentirían agraviadas y si lo hacía con un príncipe extranjero vincularía la política inglesa a otra potencia. Su resistencia a designar sucesor se debía a la misma causa, ya que podría convertirse en un foco de tensiones cortesanas. Isabel gobernó de forma autoritaria ayudada por un consejo privado seleccionado por ella. El consejo proponía las líneas de acción política, pero era la Reina quien tenía la decisión final. La corte isabelina se caracterizó por un alto grado de consenso y bajo nivel de conflicto entre las facciones, tanto por la homogeneidad protestante de los cortesanos como por el deseo de evitar las tensiones del reinado de Enrique VIII. La estabilidad provino también de la continuidad en el control de los altos cargos por las mismas familias, a lo que contribuyó la separación entre la casa real y la Corte.El Parlamento, con sus dos cámaras (la de los Comunes y la de los Lores), era una pieza clave de la política inglesa. En época de Isabel I se consideraba que la soberanía residía en la unión del rey y el Parlamento. Los momentos de tensión de esta época se debieron al deseo del Parlamento de ser consultado sobre los temas importantes y por el celo con el que la reina defendía sus prerrogativas. Isabel distinguía entre materias de la commonwealth, que podían ser discutidas a propuesta de los parlamentarios, y materias de estado, que sólo podían tratarse con su aprobación (cuestiones religiosas, su matrimonio, su sucesión y la política exterior). Otra de las razones de intranquilidad se debió a la evolución de la política exterior. La principal amenaza a comienzos de su reinado se debió a los vínculos familiares entre Francia y Escocia, pero el mutuo temor a la hegemonía francesa aproximó inicialmente los intereses de Isabel y Felipe II. Su repugnancia ante la desobediencia contra la autoridad la hizo ser especialmente cauta en su apoyo a los rebeldes de los Países

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Bajos, a pesar de las simpatías confesionales de los ingleses. Pero finalmente su papel de defensora del protestantismo le sirvió de paraguas ante las críticas internas, siendo presentada como una heroica y virtuosa defensora de la verdadera fe frente al papismo. Esta exaltación final de Isabel contrasta con las críticas que recibió al modelo eclesial establecido a comienzos de su reinado. Los críticos fueron denominados “puritanos”, por querer purificar la iglesia de los residuos papistas. PuritanismoEl puritanismo no debe ser considerado como una doctrina contraria al anglicanismo, sino un movimiento dentro de la iglesia anglicana que quería una piedad y una organización eclesiástica más acordes con las directrices calvinistas. Las pretensiones básicas eran depurar la liturgia para adaptarla al modelo reformado e incrementar la instrucción doctrinal y la disciplina moral en las parroquias. Los más radicales, los presbiterianos, querían además abolir el episcopado y el sistema jerárquico e instaurar una organización con participación de los laicos que partiera de las parroquias (presbiteros). El desafío puritano se manifestó en diversos episodios. El primero (1565) fue la querella sobre las vestimentas eclesiásticas, al negarse algunos clérigos a llevar vestiduras distintivas, pero la reina mantuvo la obligación de llevar al menos el sobrepelliz y persiguió a los disidentes. La ofensiva presbiteriana en el parlamento arreció entre los años setenta y ochenta. Los presbiterianos reclamaban mejores ministros para instruir al pueblo, una reforma de la liturgia sacramental y una reorganización de la Iglesia. La Reina no estaba dispuesta a aceptar modificaciones sobre lo establecido y se opuso a las reformas, llegando incluso a obligar a retirarse al arzobispo de Canterbury; su sucesor, el arzobispo Whitgift, llevó a cabo una campaña obligando a los clérigos a manifestar su conformidad con el sistema religioso establecido. Las duras críticas a los obispos hicieron decaer las simpatías puritanas de las élites, al tiempo que se incrementaba la propaganda a favor de la iglesia oficial. CatólicosEl paso de un estado católico a uno protestante llevado a cabo por Isabel atravesó por algunos momentos difíciles. En los primeros años de su reinado la mayoría era católica, y muchos clérigos de esta confesión siguieron ejerciendo su ministerio bajo el amparo de los nobles conservadores. Fueron pocos los recusantes que se negaron a aceptar el Cata de Supremacía y a acudir a la iglesia anglicana, y en cualquier caso la reina no tuvo intención de perseguirlos, confiando en que el tiempo acabaría disolviendo los residuos del catolicismo. Un paso importante en el proceso fue la sustitución de los obispos católicos por los protestantes , lo que acabaría con el clero católico en Inglaterra. Para paliar esta carencia católica, se creó el seminario de Douai en los Países Bajos españoles, destinado a mantener la fe entre los ingleses. Otro desafío peligroso fue la presencia en Inglaterra de la reina de Escocia, María Estuardo, que había sido obligada a abandonar el trono. En torno a ella se van a centrar una serie de conspiraciones que aúnan las esperanzas de restauración del catolicismo con un cambio dinástico. En 1569 se produjo la rebelión de los señores del norte, encabezada por el duque de Norfolk, en la que participaron diversas facciones cortesanas descontentas; pero el plan fue descubierto y los conspiradores arrestados, pero los señores católicos se sublevaron en sus dominios del norte en defensa del catolicismo. La rebelión fue sofocada y sus cabecillas se refugiaron en Escocia. La tensión religiosa aumentó a raíz de la excomunión de la reina Isabel por Pío V en 1570; el papa la deponía del trono por hereje y ordenaba a los católicos a negarle obediencia. La Cámara de los Comunes quiso endurecer las penas contra los recusantes, pero la reina se negó, aceptando solo que se condenara como traidores a los que la tacharan de hereje, negaran su derecho al trono o tuvieran en su poder la bula papal o cualquier objeto de devoción católico, como el rosario. Es decir, la bula de excomunión empeoró la situación de los católicos ingleses, sin lograr el objetivo de promover una revolución contra la Reina. Sí se produjo un nuevo intento de restauración del catolicismo en el que estaban implicados Norfolk y María Estuardo, que fueron ejecutado y encarcelada, respectivamente. El efecto de los predicadores de Douai se dejó sentir, con un aumento de los recusantes. La actuación de los misioneros se vio dificultada por la presión política y militar de los líderes católicos, Felipe II y el Papa, en contra de Isabel. El Parlamento quiso acabar con los recusantes, pero una vez más Isabel orientó las medidas al ámbito político: se condenaría por traición a quien convirtiera a alguien al catolicismo, si éste negaba la obediencia a la Reina, y se endurecieron las penas contra los que no acudieran a las iglesias anglicanas. En la práctica sólo se podía ser católico de forma oculta y practicando exteriormente el anglicanismo. Las conspiraciones católicas continuaron tejiéndose en torno a María Estuardo y contando con el apoyo español, hasta que en 1587 Isabel tuvo que aceptar la ejecución de la reina de Escocia. Su desaparición, junto con el fracaso de la Armada Invencible (armada de Felipe II), hizo disminuir la presión católica, perdurando sólo lo que se conoce como “catolicismo señorial”.Los últimos años del reinado de Isabel I se caracterizaron por la lucha de las facciones de la corte, la oposición del parlamento y el malestar económico del reino (crecimiento demográfico + malas cosechas, desempleo, pobres y vagabundos). Se creó la Ley de Pobres, que sacaría sus fondos de una tasa obligatoria establecida con carácter general. El Parlamento desarrolló una política contraria a los monopolios

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comerciales con que la Reina favorecía a sus servidores, lo que la obligó a cancelar la mayoría de las concesiones. El problema mayor fue la lucha entre facciones, que culminaría con la rebelión de Essex en 1601. El conde de Essex se convirtió en el favorito de la reina en un momento de vacío político por la muerte de los dirigentes más ancianos. Essex quiso convertirse en cabeza indiscutible de la Corte, era partidario de una activa política en contra de España y participó en expediciones militares en Francia y en el asalto de Cádiz. Fue nombrado lugarteniente de Irlanda, pero el miedo a que su alejamiento de la corte favoreciera a sus rivales se presentó de improviso ante la reina, lo que le hizo caer en desgracia y perder sus concesiones comerciales. Agobiado por las deudas y ávido de poder, preparó un levantamiento para hacerse con la Corte, pero su complot fue descubierto; Essex fue ejecutado; su principal rival, Rober Cecil, logró entonces el control casi absoluto de la Corte. Isabel murió el 24 de marzo de 1603; le sucedió Jacobo, hijo de María de Escocia.

6. Economía y sociedad en la Inglaterra de la temprana Edad ModernaProgresos económicosGracias a la paz, Inglaterra realizó notables progresos económicos. El reino seguía estando poco poblado (4.000.000 de hab.), pero el desarrollo de la industria y el comercio desempeñó un papel estimulante. El auge de la pañería y de la demanda de lana fue responsable de la aparición de un fenómeno que iba a tener gran importancia en la historia inglesa: el de las enclosures (cercados). Los propietarios rodeaban sus tierras de cercas para dedicarlas al pasto para criar ovejas. El período isabelino se caracterizó por un notable auge económico del país. El enorme botín conseguido entonces gracias a la actividad pirática enriqueció a un pequeño número de empresarios y capitalistas, así como a los capitanes corsarios, pero estimuló la economía de todo el país, contribuyendo a una amplia difusión de la prosperidad. En cambio, después de 1593, la reacción de España, que disminuyó mucho las ganancias del corso, las tasas de guerra, las malas cosechas en cadena y la peste, se conjugaron para provocar una coyuntura adversa que se prolongó hasta la muerte de la reina. Pero el balance del reinado siguió siendo, en materia económica, ampliamente positivo. La Inglaterra isabelina seguía siendo, en lo esencial, un país rural, lo que no es sorprendente, pero las ciudades se desarrollaban y el crecimiento de Londres aparece como un fenómeno extraordinario. Esta época contempla una notable expansión de industrias, que, dispersas a través de los campos, no van más allá de las necesidades locales.Una nueva sociedadDesde el fin de la guerra de las Dos Rosas, la monarquía inglesa se había convertido en la mayor propietaria del reino gracias a las confiscaciones y a las tierras sin herederos a causa de la extinción de numerosas familias. Sus dominios crecieron desmesuradamente a causa de la confiscación de los bienes de los monasterios. Enrique VIII vendió o regaló aproximadamente los dos tercios de las tierras así recuperadas. Creó, pues, una nueva aristocracia, de alguna forma deudora suya y que le debía su elevación, pues, abstracción hecha de los simples regalos, las condiciones de venta fueron excepcionalmente ventajosas. Así se engrandecen las nuevas familias que van a componer la aristocracia Tudor, prolongada en muchos casos bajo los Estuardo. Los grandes señores del Norte, que habían seguido siendo católicos, desataron a su vez numerosas sublevaciones. La nueva aristocracia, mucho menos enraizada en la historia, y cuyas relaciones afectivas con el campesinado son débiles, depende mucho más del favor real y de los cargos públicos. No rechaza tampoco las empresas especulativas. Sin embargo, esta época favorece el ascenso de la gentry (caballeros, y, sobre todo, escuderos o squires y gentilhombres), nobleza rural que aprovecha la adquisición a buen precio de las tierras monásticas, las transformaciones de la economía agraria y que, a veces, tiene intereses en la industria textil o en el comercio de largo alcance. La orientación de la agricultura hacia la cría de ganado lanar para satisfacer la creciente demanda de lana, el auge de la industria textil rural, que escapa de los reglamentos de las corporaciones; la destrucción de los monasterios y de algunas de sus fundaciones de asistencia crean ciertas tensiones sociales después de 1530. Los artesanos de las ciudades, muy organizados en guildas o corporaciones, ven limitados sus beneficios por la competencia de las industrias rurales o de las compañías de monopolio. Un cierto número de campesinos es despojado de sus tierras a pesar del esfuerzo del gobierno para garantizar la seguridad, y los jornaleros de algunos condados de los Midlands pierden su trabajo a causa del movimiento, aún limitado, de las enclosures, precisamente en el momento en que los pobres pierden la ayuda de los conventos. No es, pues, extraño que estallen algunas revueltas, en las que a veces se mezclan motivos religiosos o políticos. El Estado intentó resolver estos problemas promulgando las primeras leyes de los pobres. A finales del s. XVI, Inglaterra conoce un verdadero auge urbano, cuyo principal protagonista fue Londres. Pero también se desarrollaron notablemente otras ciudades, como Bristol, York o Norwich. Además, determinado número de pueblos comenzaban a convertirse en pequeños centros industriales cuya población aumentaba y que se debatían entre los

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problemas de una primera revolución industria En las ciudades que tenían estatuto de villa el creciente poder de los comerciantes les permitió adueñarse de los consejos municipales, cuyas atribuciones eran considerables, ya que se situaban por encima de todos los funcionarios reales. Los aldermen o mayors se reclutaban casi únicamente entre estos comerciantes, entre los hombres de leyes y los terratenientes, excluyendo a los artesanos y trabajadores. Se produce por tanto en algunos sectores de la sociedad un gran enriqueciemto: donde se afirma el gusto por el lujo y los deseos de disfrutar, y que abarca también las diversiones. Esto conoce, sin embargo, la oposición de la pasión puritana de las clases trabajadoras de la nación: yeomen, artesanos, pequeños comerciantes, que predican el temor de Dios y la ascesis. Ahí se encuentra, sin duda, un poderoso germen de división para el futuro. Pero los progresos del país y su enriquecimiento desarrollaron también en Inglaterra una orgullosa conciencia del poder nacional. Después del desastre de la Armada Invencible se empezó a soñar con el hundimiento de España y el advenimiento de su país al “leadership” mundial. En este sentido, el puritanismo fue un incentivo más: concibió la predestinación en un plan nacional.

Tema 11 Otros estados europeos.

1. El imperio comercial y la crisis dinástica de Portugal.Portugal pasó a ser, hasta al menos 1530, el primer imperio de dimensiones planetarias, basado en una importante fuerza naval, que le proporcionó una potencia económica incluso superior a la de España y hasta 1550 a la de Inglaterra. Desde la segunda mitad del siglo XVI decayó, en gran parte por la aparición de competidores y la limitación que para el desarrollo de sus actividades militares, comerciales e industriales supuso disponer de escasos efectivos poblacionales. Portugal había escapado al régimen feudal, lo que permitió que el Estado se hiciera con todo el poder y el rey ejerciera la justicia suprema. Como gran propietario, pagaba los servicios militares de sus propietarios nobles, los fidalgos. De este modo, la autoridad real fue más precoz que en otros lugares de Europa. Asimismo se desarrolló una marcada conciencia nacional a raíz de las luchas contra los moros, la conciencia de su propia lengua y la victoria en Aljubarrota sobre Castilla en 1385. Desde este momento arrancó la dinastía Avís, que se mantendría hasta 1580 pero que alcanzó ya en su inicio un gran desarrollo y poder, especialmente con Juan I (1385-1433) y Juan II (1481-1495). Este poder se apoyó, además, en un fisco productivo en forma de sises, impuestos indirectos sobre todas las ventas y las compras. El Portugal del siglo XV era un pueblo de campesinos, marinos y soldados donde el déficit de cereales obligó a dirigir la mirada hacia el mar. Las empresas africanas portuguesas eran necesarias debido a la carencia de oro que sufría el reino; además, la insuficiencia monetaria y el aumento demográfico obligaban a la puesta en cultivo de nuevas tierras con las que satisfacer la demanda cerealista en el inmediato continente africano, de donde se podía obtener, además, la mano de obra esclava necesaria. El incremento de recursos pesqueros y la obtención de productos más o menos exóticos se sumaban a las razones anteriores para explicar estas empresas. El verdadero organizador e inspirador de los grandes descubrimientos lusitanos del s.XV fue el infante Enrique el Navegante (1394-1460). Fases:

– Inicio de la expansión lusitana, puede fijarse en la conquista de Ceuta (1415), lo que aseguraba la presencia portuguesa en el Magreb, incrementaba las tierras para uso agrícola y permitía el acceso a los mercados áureos del norte de África.

– Desde aquí, las expediciones lusitanas, investidas con el espíritu de la Cruzada, continuaron no sólo bordeando la costa africana hasta el Cabo Bojador (1434), sino estableciéndose en las islas atlánticas de la Madera (1420) y de los Azores (1437). El descubrimiento de “la Volta”, que permitía regresar a Portugal aprovechando el régimen de los alisios, permitió continuar más allá del Cabo Bojador y llegar hasta el Golfo de Guinea y Cabo Verde (1444), donde terminaría la segunda etapa de la expansión lusitana, cuyo logro más notable fue el establecimiento de la factoría de Arguín, enclave estratégico que permitiría a los portugueses entrar en contacto con los circuitos caravaneros que los relacionarían con Tombuctú, importante núcleo mercantil islámico.

– La tercera etapa llevaría la expansión africana desde Cabo Verde hasta el cabo de Santa Catalina (1475) en una serie de avances irregulares con frecuentes periodos de detención. En 1470 llegaron a la Costa de Oro (Ghana) donde levantaron la fortaleza de La Mina, emporio mercantil del oro que afluía de todo su entorno. En esta etapa se descubrieron también las islas de Santo Tomé, Anno Bom, San Antonio o del Príncipe y Fernando Poo.

La culminación del horizonte africano habría de esperar a la finalización del enfrentamiento bélico entre Castilla y Portugal debido a la guerra de sucesión a la corona de Castilla. Sólo tras la conclusión del Tratado

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de las Alcaçobas (1479) se reanudarían las expediciones que llevarían a los portugueses al océano Índico (1499). El primer hito de esta etapa se debe a Diogo Cao, que en viajes sucesivos entraría en contacto con el Imperio congolés y alcanzaría lo que actualmente es Ciudad del Cabo. El descubrimiento del paso hacia Oriente se debe a la expedición de Bartolomé Dias, que cruzó en 1487 el Cabo Tormentario; el camino hacia las Indias estaba expedito, pero pasarían aun ocho años hasta que la expedición de Vasco de Gama utilizara esa ruta. En 1498 Vasco de Gama alcanzó Calcuta. La rapidez con la que se llevó a cabo el descubrimiento del Océano Índico se debió a que aprovecharon las aportaciones de otras culturas, como pilotos árabes, guyeratos y malayos. El segundo viaje de Vasco de Gama tuvo como fin la conquista y organización de los territorios alcanzados, la construcción de factorías en la costa oriental de África (Sofola y Mozambique) y el control sobre las poblaciones rebeldes. En 1511, Alburquerque tomó Malaca, primera plaza del comercio del Índico y llegó a las Malucas, una zona con gran producción de especias. Al tiempo de alcanzarse la India, Cabral descubrió Brasil en 1500. En este caso, los portugueses necesitarán medio siglo para la exploración del continente americano y sus límites y convertir Brasil en la única colonia verdadera de población portuguesa.El imperio portugués fue eminentemente comercial. Al apropiarse de la ruta de las Indias dominaron las importaciones hacia Europa de productos como la seda, las piedras preciosas y sobre todo de las especias asiáticas. A cambio llevaron los productos manufacturados europeos, como armas y objetos de oro y plata. Además, reemplazaron a los árabes como intermediarios en la India. El hecho de que el rey de Portugal se convirtiera en el mayor capitalista de su imperio supuso la creación de factorías del Estado, las más importantes en Cochín, Kulam, Cannanore, Calicut, Calita y Mondadore. La construcción de importantes factorías especieras respondía a los inconvenientes derivados de la navegación desde Portugal, se trataba de desarrollar un mercado intermedio que acercase las especias al comprador occidental. En la segunda mitad del s. XVI los portugueses incrementarían notablemente las rutas comerciales en la zona, dando prioridad a la del golfo Pérsico sobre la del Mar Rojo. Estos beneficios explican bastante satisfactoriamente el apogeo portugués, que corresponde a los reinados de Manuel I el Afortunado (1495 – 1521) y de Juan III (1521 – 1557). Es la gran época del Estado portugués moderno, “imperial, mercantilista y emprendedor”. El soberano puede dedicarse al mecenazgo, actividad de la que procede la expresión “estilo manuelino”, aplicada a numerosos monumentos de Lisboa de esta época. El enfrentamiento entre las coronas española y portuguesa por la presencia de ambas en el Maluco alcanzó su punto álgido cuando una expedición lusa se estableció en la isla de Ternate, desalojando a los españoles. Compromisarios de ambos reinos se reunieron en Vitoria y en 1524 una comisión de expertos dictaminó acerca de la delimitación de territorios de España y Portugal en la Especiería. Esto no evitó diversos enfrentamientos entre las flotas de ambos países hasta que en 1529 Carlos I concertara una paz pública de una guerra secreta, cediendo los derechos españoles a Portugal a cambio de una compensación monetaria. En la segunda mitad del siglo XVI Portugal detentaría con relativa tranquilidad su posesión de la Especiería, pero tras su inclusión en la Monarquía Hispánica de Felipe II los holandeses decidieron desmantelar el monopolio especiero de Portugal, objetivo que lograrían en los primeros años del s. XVII. La crisis dinástica fue provocada por la muerte de Juan III, sin dejar ningún hijo vivo. Los matrimonios de diversas princesas con castellanos, aragoneses y, viceversa, fueron consecuencia de la anexión de Portugal por parte de Felipe II de España tras la prematura muerte del heredero de Juan, su nieto Sebastián, seguida de la muerte de su tío-abuelo el cardenal Enrique I, heredero de Sebastián. Sebastián era sobrino de Felipe II, su madre Juana de Austria era hermana de Felipe e hija de Carlos I.

2. El Acta de Abjuración y la génesis de la república holandesaEl Acta de abjuración del 26 de julio de 1581 es la declaración de independencia formal de las provincias del norte de los Países Bajos de su obediencia al rey Felipe II. Tras el estallido de la rebelión de los Países Bajos en 1564 y el inicio de la guerra de los Ochenta Años, el Acta de abjuración representa el punto de no retorno en la rebelión, tras el cual ya no hay acuerdo posible entre los rebeldes holandeses y la corona española. La Guerra de los Ochenta años o Guerra de Flandes fue una guerra que enfrentó a las 17 Provincias de los Países Bajos contra su soberano, el rey de España, con el fin de conseguir la independencia. La rebelión contra el monarca hispánico comenzó en 1568 y finalizó en 1648 con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas, hoy conocidas como Países Bajos. Las provincias de Brabante, Güeldres, Zutphen, Holanda, Zelanda, Frisia, Malinas y Utrech, anularon en los Estados Generales de los Países Bajos, su vinculación con el Rey de España Felipe II, mediante esta Acta, y eligieron como soberano a Francisco de Anjou. La asamblea determinó que el rey debía servir a sus súbditos y respetar sus leyes y tradiciones, y en caso contrario, el pueblo tenía derecho a elegir a otro gobernante. Pero Felipe II no renunció a esos territorios, y el gobernador de los Países Bajos Alejandro Farnesio, inició la contraofensiva y recuperó a la obediencia del rey de España Felipe II de gran parte del territorio, especialmente tras el asedio de Amberes,

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pero parte de ellos se volvieron a perder tras la campaña de Mauricio de Nassau. Antes de la muerte del Rey de España, el territorio de los Países Bajos, en teoría las diecisiete provincias, no pasó a su hijo Felipe III, sino conjuntamente a su hija Isabel Clara Eugenia y su yerno el archiduque Alberto de Austria por el Acta de Cesión de 6 de mayo de 1598. Los tratados de paz con Francia (1598) y con Inglaterra (1604) y el agotamiento por la guerra llevaron al establecimiento de la tregua de los doce años (1609-1621), que se firmó en Amberes entre la Monarquía de Felipe III, los archiduques y la República holandesa, que supuso un significativo paréntesis en la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), proceso de separación de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos entre las que se mantuvieron leales a la Casa de Austria y las que acabaron articulando su independencia en un régimen confederal y republicano. En 1621, murió el archiduque Alberto sin haber tenido descendencia, y por el Acta de Cesión de 1598, la pretendida soberanía sobre las 17 provincias (de hecho la parte sur solamente), pasó al rey de España y sobrino de Isabel Clara Eugenia, Felipe IV, lo que coincidió con el final de la tregua, y el comienzo de la Guerra de los Treinta Años. Finalmente, tras una guerra infructuosa, el 30 de enero de 1648, en el tratado de Münster, España reconoció la total independencia de la República de las Provincias Unidas y el Rey eliminó de su intitulación Conde de Holanda, Zelanda y Zutphen, Señor de Frisia y de las ciudades, pueblos y tierras de Utrech, Overijssel y Groninga. Con este acto España reconocía definitivamente la extinción de las Diecisiete Provincias.

3. Las monarquías nórdicas: El fin de la Unión de Kalmar y la reforma.Hasta comienzos del s. XVI, las coronas de Dinamarca, Noruega y Suecia formaban la Unión de Kalmar, aunque cada país tenía plena autonomía. Esta unión terminó violentamente en 1521. El reino nórdico no llegó a consolidarse, debido al recelo de la aristocracia sueca hacia Dinamarca, que ejercía de potencia dominante dentro de la Unión. Tras varias revueltas de los suecos (en 1444-1446, en 1464 y la definitiva revuelta de 1521), la Unión se disolvió en 1523, con la elección de Gustavo Vasa como rey de Suecia. Dinamarca y Noruega, por su parte, permanecieron unidas hasta 1814.El rey Cristián II pretendió romper las condiciones de Kalmar, lo que provocó una sublevación general y el fin de la unión. A partir de este momento se sucede una etapa de inestabilidad. Es elegido rey de Dinamarca Federico I en 1523. Al año siguiente fue reconocido por Noruega, pero, a su muerte, el rey destronado Cristián II y el hijo de Federico, Cristián III, se disputarán el trono danés. En 1537 fue coronado Cristián III que murió en 1559. Le sucedió Federico II. Durante este tiempo, Dinamarca conoció un notable desarrollo. Como en Polonia, la monarquía y la nobleza constituían las grandes fuerzas del país, especialmente tras la Reforma. El triunfo del luteranismo a partir de 1536 permitió el reparto de las tierras de la Iglesia, en torno al tercio del total, entre el rey y los nobles. Pero a diferencia de Polonia, la corona danesa disponía de muchos más recursos económicos lo que le daba un mayor poder. La nobleza formaba una sociedad cerrada. Monopolizaba los cargos administrativos y utilizaba su hegemónica posición para someter al campesino, que vio gravemente deteriorada su condición jurídica y su situación económica con nuevas y pesadas cargas, aunque no llegó al extremo de su homónimo polaco. La pequeña nobleza vivía al amparo de este sistema, que no dudaba en apoyar y defender, mientras que los burgueses permanecerán al margen del mismo hasta mediados del s. XVII. Dinamarca y especialmente su monarquía contarán con otro recurso económico excepcional: el peaje del Sund, que proporcionará ingresos cuantiosos. Todo ello permite a la monarquía disponer de un potencial excepcional que utilizará en crear una administración central y su funcionariado, en organizar la navegación creando un código marítimo y en engrandecer sus ciudades. Federico II pudo con sus barones controlar Noruega, cuya autonomía fue respetada. Noruega, diezmada por la peste negra y desprovista de nobleza, era un pueblo de marinos, pescadores y habitantes de los bosques sin pretensiones marítimas. En 1593, cuando Cristián IV empieza su reinado, Dinamarca se ha convertido en la primera potencia del norte. El auge del comercio por el Báltico permitió que el peaje del Sund proporcionara los dos tercios de los ingresos del Estado, y dio al monarca un extraordinario potencial. Suecia había protagonizado varias revueltas con el propósito de romper la Unión de Kalmar. De los tres socios, los suecos nunca se habían sentido identificados con la unión. La torpe política de Cristián II favoreció sus propósitos de romper con un statu quo con el que nunca habían estado de acuerdo. Independencia de SueciaEn 1523, la Dieta de Sneugnäss reconoció rey de Suecia a Gustavo I Vasa, uno de los responsables de la sublevación de Dalecarlia, aunque no pudo consolidarse en el poder hasta 1527. Durante unos años debió hacer frente a los partidarios de Cristián II y a otra serie de rebeliones protagonizadas por la aristocracia, el campesinado y el clero. Sólo después de 1532 pudo desarrollar su plan de gobierno. Creó una administración central mientras hacía sentir la presencia real en las provincias a través de representantes, con frecuencia burgueses, enviados desde la corte. Impulsó la Reforma protestante, que le permitió quedarse con las tierras de la Iglesia aproximadamente el 20 % del total, y con ellas gozar de unos recursos que le garantizaban un

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poder real fuerte. Durante el s. XVI Suecia experimentó un notable crecimiento económico y una presencia cada vez mayor en el comercio exterior con la exportación de hierro, cobre, mantequilla y pieles. Sin embargo, su desmedida presencia exterior y sus debilidades internas le impidieron desempeñar un papel importante en la región hasta el s. XVII. Los descendientes de Gustavo Vasa practicaron una política exterior ambiciosa que hipotecaron durante años el futuro de la monarquía y de la propia Suecia. Erik XIV se enfrentó a Dinamarca y Polonia en la llamada guerra de los Siete Años (1563 – 1570). Fue destronado por la nobleza, que nombró en su lugar a su hermano Juan, duque de Finlandia, que reinó como Juan III. El nuevo rey tuvo que recompensar a la nobleza confirmándole sus privilegios y liquidar la política de su hermano. En el interior, los avances de la Contrarreforma apoyada por Juan III provocaron la división del país a favor del monarca o de su hermano Carlos, quien acabó venciendo. Primero se enfrentó a su rey y más tarde a su sobrino Segismundo, que por entonces era rey de Polonia. Se proclamó regente en 1595 y rey en 1600.

4. La dinastía de los Jagellón (1444-1572): orden estamental e identidad religiosa en Polonia y el Gran Ducado de Lituania.Desde fines del s. XIV, tras la extinción de la dinastía nativa, la familia de los Jagellones, que eran duques de Lituania, ocuparán el trono polaco hasta 1572. Se puede fijar el inicio de la Edad Moderna en Polonia en 1492, con la muerte de Casimiro IV (1444-1492), que había conseguido reducir el poder de la Orden Teutónica y encontrar una salida al Báltico. Previa elección, le sucedieron sus hijos Alberto y Alejandro, Segismundo, hijo de Alejandro, y Segismundo II Augusto (1548-1572), hijo de Segismundo, con el que se extinguió la dinastía de los Jagellones. Los polacos buscaron un sucesor, que, después de numerosas intrigas, encontraron en Enrique de Anjou. Pero éste apenas había aceptado y tomado posesión del trono cuando lo abandonó por el de París. De nuevo se abría paso un interregno, pero ahora fue elegido Esteban Bathory (1576 – 1586). Polonia, Lituania y las tierras de la Orden Teutónica, que se extendían entre Polonia y el Báltico, apenas tenía otro lazo en común que la monarquía. Por el contrario, sus diferencias eran notables y se extendían al mundo de la cultura e, incluso, de algo tan importante para la época como la religión.

– Polonia era cristiano – romana, tenía universidades y el latín era manejado por las gentes cultas.– Lituania era ortodoxa, sin apenas influencia occidental y con una presencia urbana mínima. – Los caballeros teutónicos eran germanos. En 1525, Alberto de Hohenzollern – Anspach, su gran

maestre desde 1510, abrazó el luteranismo pero mantuvo su fidelidad al rey polaco, que era católico. Con la conversión al protestantismo del gran maestre, desapareció la vieja orden militar teutónica y emergió Prusia , que iba a tener un enorme protagonismo en la historia de Europa.

Con la fidelidad como único nexo, los dominios de la monarquía polaca eran impresionantes. Semejante territorio carecía de las condiciones necesarias para jugar en la Europa del s. XVI el papel que cabría atribuirle por su extensión. Con una débil presencia urbana y una insignificante burguesía, la sociedad polaca estaba dominada por una abrumadora presencia de la nobleza. El carácter electivo de la monarquía y el peso de la aristocracia, que utilizó los interregnos para incrementar sus prerrogativas políticas a costa de las del príncipe, debilitaron el poder real hasta convertir al monarca en una mera figura decorativa. Por eso, algunos historiadores han definido a Polonia como república aristocrática. Otros, más prudentes, hablan de equilibrio entre la monarquía y la nobleza durante el reinado de los Jagellones, para después hablar ya sin reparos de anarquía nobiliar. Limitada política y económicamente, el poder y la autoridad de la monarquía dependía del prestigio de sus titulares, como ocurrió con los Jagellones, quienes pudieron hacer frente con relativo éxito a los desafíos exteriores representados por los rusos y turcos, y fijar el rumbo de los destinos de la Europa oriental. Pero todo fue un espejismo. Sustentada sobre el caprichoso argumento de la personalidad, una vez que desaparecieron los Jagellones emergió en toda su intensidad la debilidad constitutiva de la monarquía. Los nuevos monarcas fueron incapaces de frenar el progresivo desmembramiento de sus dominios a manos de sus poderosos vecinos. La dinastía de los Jagellones conoció su máximo esplendor a la muerte de Casimiro [IV], cuando dos de sus hijos ocuparon los tronos magiar y polaco. En 1501, por la Unión Perpetua, cada territorio mantendrá su peculiaridad político – administrativa independiente. Los acuerdos hacían muy difícil sumar las fuerzas de los dos territorios en un objetivo común. Pero éste no era el único aspecto, ni el más importante, que limitaba el potencial de la monarquía. Todo el aparato institucional estaba monopolizado por la nobleza. El monarca contaba en un principio con un consejo formado por los principales cargos –canciller, tesorero, mariscal— y por los más importantes de los grandes señores. Este consejo dio paso al Senado, constituido por los grandes señores. Paralelamente, la pequeña nobleza fue incrementando su presencia en la vida política polaca hasta convertirse en una pieza fundamental en el futuro de Polonia y de su monarquía. Su voto era imprescindible para todo aquello que atentara contra sus privilegios, incluidos los fiscales. Sus delegados formaban la Cámara de los Nuncios. Senado y Cámara constituían la Dieta, que se ocupaba de discutir y aprobar, si así lo consideraba oportuno, los proyectos que el

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monarca pretendía poner en práctica. El poder real estaba tan fuertemente limitado y dependía tan estrechamente de la aristocracia, que ni siquiera podía contar con un ejército permanente al estilo de las monarquías occidentales. En este proceso de afirmación de la nobleza frente a la corona destacan como hitos más importantes los siguientes:

– Privilegio de Mielnik (1501), que acrecentó los poderes del Senado. El rey estaba obligado a seguir sus consejos y administrar justicia según su parecer; en caso contrario quedaba libre de mantener su juramento de fidelidad.

– Nihil Novi: paralelamente, la nobleza se hacía reafirmar sus privilegios y en 1505 Alejandro concedía este estatuto por el que “nada nuevo podrá ser decretado por nos ni por nuestros sucesores, en materia de derecho privado y de libertad pública, sin el consentimiento común de senadores y de los nuncios del país”.

– La constitución Laessae Maiestatis, bajo Segismundo I, aseguraba la inviolabilidad de los senadores y de los diputados de la Dieta. El Senado ejerce el poder real mientras se produce una verdadera abdicación del rey.

– Los Pacta conventa imponen a Enrique de Valois la condición de contar con el Senado para declarar la guerra y firmar la paz, y con la Dieta para disponer levas en masa. Además, debía rodearse de un Consejo de dieciséis senadores y convocar la Dieta cada dos años. Si el rey violaba estas condiciones, los polacos quedaban libres de toda obediencia.

– En 1592, una Dieta inquisitiva llegó incluso a someter los actos y la persona del rey a un severa encuesta.

Bajo tales condiciones, el futuro de la monarquía y de Polonia dependía de la capacidad del monarca y de su buen entendimiento con la nobleza. Esto ocurrió durante el mandato de los Jagellones debido al pasado de la monarquía y al prestigio de sus miembros, pero también por la prosperidad que el comercio de los cereales proporcionaba a los señores. Pero ni la paz ni la prosperidad fueron duraderas. Paralelamente, desde finales del s. XV, la aristocracia utilizó su poder político para eliminar a una emergente burguesía y erigirse así en dueña de Polonia. La nobleza se declara exenta de los derechos aduaneros y de las rentas al tesoro, y la burguesía, que se había enriquecido con el comercio de cereales, perdió su derecho a poseer tierras. El mercado de cereales quedó monopolizado por los señores, mientas que una serie de leyes, sometían a la servidumbre de la gleba a los campesinos que, hasta entonces, favorecidos por la colonización del territorio y por la crisis bajomedieval, habían conseguido eludir el vasallaje. En 1564 fue proclamado el principio de libre comercio, con lo que la industria nacional se arruina y los mercaderes, además de tener serias trabas para sus negocios, tienen prohibido salir al extranjero en busca de mercancías. La última oportunidad de incrementar su poder económico se la ofreció el protestantismo al permitirle quedarse con las tierras de la Iglesia, el único apoyo de la monarquía. Movida por razones económicas o atraída por la doctrina, la nobleza abrazó la Reforma, mientras la anarquía dominaba Polonia. Frente al desorden existente reaccionó Segismundo II Augusto, quien frenó la expansión del protestantismo mientras los jesuitas levantaban colegios en distintas ciudades polacas. También rompió con la Unión Perpetua. Por la paz de Lublin de 1569 obligó al Gran Ducado de Lituania a aceptar un régimen unitario con Polonia, unas mismas leyes y una misma capital en Cracovia. Desde 1577 el ducado de Prusia se ve obligado a aceptar una intervención más activa de Polonia. Pero esta labor terminó con la muerte de Segismundo II Augusto. Con ella se extinguieron los Jagellones, y, tras el efímero reinado del Valois Enrique de Anjou, fue elegido rey el vaivoda de Transilvania, Esteban Bathory un hombre excepcional que parece seguir los pasos del último Jagellón. Con él triunfó definitivamente la Reforma católica, persiguió enérgicamente a los sediciosos y buscó decididamente el fortalecimiento de la autoridad real. Todo esto terminó a su muerte con la nueva dinastía sueca de los Vasa, cuyo primer rey sería Segismundo III (1587 – 1632).

5. El Imperio bajo las previsiones de la Paz de Augsburgo: orden constitucional y tensiones confesionales.La paz de Augsburgo de 1555 dividía el Imperio de Carlos V en dos confesiones cristianas (luterana y católica) y otorgaba a los príncipes alemanes la capacidad de elegir la confesión a practicar en sus Estados (de entre las mencionadas, cualquier otra, como el calvinismo, estaba prohibida). Los súbditos del mencionado príncipe estaban obligados a profesar la religión que éste eligiera, pero tenían la alternativa de emigrar a otro principado (cuius regio, eius religio). Esta paz llegó pese a la victoria de Carlos V en la batalla de Mühlberg de 1547, pero ni esto ni el Concilio de Trento consiguieron acabar con el problema. También se establece el principio del reservatum ecclesiasticum (reserva eclesiástica), según la cual los príncipes eclesiásticos, arzobispos, obispos o abades que pasaran al luteranismo, no podían apropiarse los bienes del obispado o abadía y hacerlos hereditarios para la propia familia. Fueron reconocidas sólo las anteriores a 1552, mientras que los obispados y los bienes católicos secularizados después de 1552 debieron ser

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restituidos. Tal cláusula fue muy controvertida y considerada inaceptable por los príncipes luteranos, así que no fue votada en la Dieta, pero fue agregada con una deliberación del Emperador. El status ambiguo de esta cláusula fue una de las causas de la Guerra de los Treinta Años. Por su parte, los protestantes estaban muy inquietos por los progresos de la Contrarreforma, principalmente en el Sur del Imperio. Finalmente, en el último cuarto del s. XVI, la rápida extensión del calvinismo en Alemania plantea un arduo problema; a partir de 1562 el elector palatino lo convierte en religión oficial de sus Estados, y muy pronto le imitan otros príncipes y ciudades libres. Ahora bien, al ocuparse la paz de Augsburgo exclusivamente de los luteranos, los príncipes calvinistas (o reformados) no pueden invocar las ventajas que concede y, por tanto, sólo disponen de una tolerancia de hecho; asimismo, exigen una revisión del estatuto religioso del Imperio, pero al hacerlo no sólo chocan con la oposición de los católicos, sino también de los luteranos. Así, la paz, elaborada en 1555, se ve cada vez más amenazada. En los primeros años del s. XVII se multiplican los incidentes, y la formación de Ligas (la Unión evangélica, protestante, y la Liga Santa, católica: ambas con el compromiso de ayudar a sus miembros mediante el mantenimiento de un ejército y la búsqueda de ayuda exterior) por ambas partes parece presagiar una próxima continuación de las hostilidades.

6. Autocracia rusaDurante la Edad Media, el espacio, inmenso, que más tarde será conocido como Rusia, estaba constituido políticamente por varios principados sometidos a los khanes tártaros. Sobre esta realidad fue emergiendo lentamente Moscovia. A mediados del s. XV la autoridad de los grandes duques de Moscú quedó asentada definitivamente. Con los tártaros en decadencia y Lituania a la defensiva, Iván III el Grande (1462 – 1505) llevó a cabo una fecunda política que le ha valido la consideración de fundador del estado ruso y unificador de la tierra rusa. Su agresiva política exterior le permitió ampliar considerablemente sus dominios por medio de compras, anexiones, y conquistas, que le proporcionaron los territorios más importantes: Novgorod, Perm y otros principados menores. En 1480 se liberó definitivamente del yugo tártaro, y en 1503 reclamaba para sí todas las tierras que habían formado parte del antiguo territorio ruso, que ahora estaban en poder de Polonia – Lituania. Estaba fijado el camino a seguir por sus sucesores. La expansión territorial fue acompañada por una consciente política de afirmación de su autoridad. Iván III acentuó las tendencias autocráticas de las que habían dado buena muestra los duques de Moscú, avanzado la configuración de una monarquía que se diferencia tanto de sus vecinas húngara y polaca como de las occidentales. En esta afirmación de la autocracia influyeron los éxitos exteriores, pero quizás más el propio Iván, que, siguiendo los principios de gobierno que la tradición y su propio padre, Basilio II, le habían mostrado, se comportó como un autócrata, cuando para evitar problemas de desmembración, eliminó a sus cuatro hermanos e incorporó sus principados a sus estados. Tampoco tuvo ningún escrúpulo en permitir que, su nieto Demetrio, muriese en el calabozo. La doctrina política de la autocracia y su influencia es otro elemento a tener en cuenta. Tradicionalmente se ha considerado que su matrimonio en 1472 con Zoe (Sofía en ruso), sobrina de Constantino XI Paleólogo, último emperador bizantino, permitió a Iván reclamar su herencia: las ceremonias de corte, el águila bicéfala como signo de autoridad y el título de autócrata. Pero nada de eso parece cierto. La doctrina bizantina de la teocracia, que otorga al emperador el poder supremo del Estado y de la Iglesia, penetró en Rusia con los misioneros procedentes de Bizancio. Fue precisamente la Iglesia ortodoxa rusa quien apostó decididamente por hacer de los príncipes de Moscú los legítimos herederos de Bizancio, traspasando títulos, boato y justificaciones de los emperadores bizantinos a los portadores del nuevo imperio. Iván III recibió el título de autócrata a petición de la Iglesia. También la expresión de toda la Rus’ fue empleada por primera vez por la propia Iglesia. El metropolitano Zósimo, en 1492, formuló la idea de nombrar a Moscú la nueva Constantinopla. Más tarde el monje Filoteo de Pskov incorporó a esta idea la de considerar Moscú como la tercera Roma. Por estas mismas fechas, José de Volokolamsk formuló la doctrina teocrática en la que defendía el poder del emperador sobre el de la Iglesia. Toda esta teorización sobre el poder y la herencia bizantina tardó en calar entre los grandes duques. El primer zar que se mostró convencido de todo este discurso bizantino y eclesiástico y se sirvió del mismo, fue Iván IV (el Terrible). La propia realidad de Moscovia fue otro factor que favoreció la afirmación sin límites del príncipe: economía poco monetarizada, población escasa, muy dispersa y apegada a la agricultura, y una nobleza incondicional que, deslumbrada por sus éxitos, había puesto sus armas al servicio de los grandes duques en busca de gloria y mercedes. Los extranjeros, que dependían de la gracia del gran duque, mostraron sin reparos su apoyo. Quizás habría que añadir en último término la imposición, después de un largo proceso, del sistema pomest’e: bienes a cambio de servicios. La política expansiva de Iván III y de Basilio III exigía un ejército poderoso que no podía ser mercenario, como ocurría en Occidente, porque el retraso económico no permitía mantener un régimen fiscal que alimentase la hacienda del príncipe. Los duques acudieron a su único y gran recurso, la tierra, que convirtieron en sustento de su ejército. A tal objeto no escatimaron esfuerzos hasta conseguir que toda la

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tierra quedara sometida a este sistema. Desde el campesino más pequeño hasta el más alto príncipe, toda la sociedad está ligada al servicio. Mientras la servidumbre del campesinado se extendía por toda Rusia, el ejército ponía un testimonio más del retraso ruso respecto a Occidente. La expansión territorial y los contactos con el exterior dejaron obsoleto el viejo sistema de gobernar por delegación personal. Por eso, a finales del s. XV se crearon los fundamentos de lo que debía ser la administración del imperio. A mediados del s. XVI, este primer núcleo se había diferenciado notablemente en distintas secciones, que se ocupaban del ejército, del avituallamiento de los vasallos o de los asuntos diplomáticos. En 1497, el gran duque elaboró para todo el territorio un código de justicia que recopilaba el derecho consuetudinario. Contaba con la Duma, formada por los príncipes vasallos y los boyardos distinguidos por sus servicios. Era convocada por el príncipe y sus funciones eran simplemente consultivas. Fue perdiendo importancia ante el desarrollo de la burocracia imperial y de la autocracia. La nobleza intentó mantener la presencia de la Duma, pero, destrozada por las luchas internas y por el peso ideológico de la Iglesia, fue incapaz de articular una cierta resistencia. Basilio III (1505 – 1533) mantuvo una política exterior menos agresiva. Se limitó a terminar algunas de las empresas que su padre había dejado sin concluir. También en política interior continuó la labor de su predecesor, que terminaría su hijo, Iván IV. A la muerte de su padre, Iván IV el Terrible (1533 – 1584) tenía tres años. Su minoría fue utilizada por la nobleza para recuperar viejos poderes. Las reformas fueron frenadas mientras los regentes dilapidaban el tesoro real y las rivalidades entre los descontentos sembraban laanarquía. El zar fue objeto de grandes humillaciones que dejaron honda huella en su patológica personalidad. A partir de 1542, Macario, metropolitano de Moscú se ocupó de su educación. Por él fue coronado en 1547 y a él se debe que, además de tomar el título de zar, se identificara con las ideas que sobre la herencia de Bizancio y la autocracia habían sido vertidas desde fines del s. XV: Moscú como tercera Roma, y el zar elegido por Dios y sucesor del emperador bizantino. Con Iván IV se impusieron por primera vez la autocracia y un nuevo estilo de política en el interior y en el exterior. Tras su coronación, el nuevo y primer zar llevó a cabo una profunda reforma del Estado. Impuso orden, reformó la justicia, reglamentó la disciplina eclesiástica y reorganizó el ejército contando con técnicos extranjeros. En 1581 prohibió a los campesinos abandonar sus tierras, con el propósito de salvaguardar los servicios que los terratenientes tenían con el ejército. Su responsabilidad en la imposición de la segunda servidumbre de los campesinos parece incuestionable. Continuó la tarea de racionalización y centralización de la administración. Con este propósito creó los ministerios de Hacienda, de Asuntos Exteriores y del Ejército. Se hizo acreedor al sobrenombre de Terrible por las sangrientas represiones con que castigó las rebeliones de los boyardos (nobles terratenientes eslavos), sobre todo después de 1560. Empezó su reinado bajo el signo aparente de la reconciliación con la alta nobleza, pero esta política terminó cuando, en medio de una grave enfermedad, presintió de nuevo la traición. Cuando unos años después murieron su esposa Anastasia y Macario, que ejercían un influjo positivosobre él, ya nada pudo frenarle. A partir de aquí, tras dominar la asamblea de representantes, arremetió sin medida contra la alta aristocracia. Y se hizo acreedor al sobrenombre con que ha pasado a la historia. Con el propósito de prevenir toda conspiración, creó la oprichnina –policía política—, que impuso un verdadero terror. Liquidó de esta manera a la oposición pero dejó al imperio y a sus sucesores un negro futuro. En el exterior, y debido al potencial económico acumulado a lo largo de varias décadas de esplendor, practicó una política que ha sido calificada de “imperial”. Conquistó a los tártaros toda la cuenta del Volga con la toma de Kazán (1552) y Astrakán (1556), que aseguraba el acceso al Caspio. Dejó abierto el camino hacia Siberia. Una vez acabado el conflicto con los tártaros, buscó una salida al mar Báltico. Pero este frente no fue tan fácil. Iván IV tuvo que pelear durante años contra Suecia y Polonia, las dos potencias que quedaron implicadas en el conflicto. Más difícil lo tuvo en el sur, donde, para contener a los tártaros, empujados por los turcos, se vio forzado a fortificar la frontera para impedir sus penetraciones. Con la muerte de Iván en 1584, sus descendientes fueron de nuevo víctimas de las familias aristocráticas, que se disputaban el poder mientras retrocedían los límites de Moscovia a manos de sus enemigos exteriores, Polonia y Suecia. Cuando en 1598 se extinguió la dinastía de los Rurik con la muerte de Fedor I, Rusia entró en un período de total anarquía que se mezcló con epidemias, hambres, rebeliones y guerras civiles. Esta etapa de la historia rusa, que terminó con la elección de Miguel Romanov en 1613, es conocida como la época de las perturbaciones o la smuta.

Tema 12 La guerra de los Treinta Años: de la Pax Hispanica a la Paz de Westfalia

1. La Pax Hispanica (Felipe III)La Pax Hispánica hace referencia a la época o período de hegemonía española en el mundo (1598 – 1621),

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caracterizado por un progresivo estancamiento en la política agresiva, tendiendo a una línea pacifista. Su objetivo era frenar el acelerado desgaste de la Monarquía con una desastrosa participación en conflictos simultáneos de gran envergadura. Fue por tanto un periodo de política de paces que marca de manera singular los años 1598-1618 hasta el inicio de la Guerra de los Treinta Años y la posterior reanudación de las hostilidades en los Países Bajos a partir de 1621. Así, se firman varios tratados:

– La paz de Vervins de 1598, que termina con la participación española en las guerras de religión de Francia.

– El tratado de Londres de 1604, que pone fin a la guerra anglo-española de 1585-1604; El fracaso de las armadas enviadas por la Monarquía al Canal de la Mancha para forzar una solución al conflicto con Inglaterra después del desastre de la Armada Invencible (1588) dio lugar a un decisivo cambio en la estrategia de la guerra naval que se libraba contra ingleses y holandeses en el Atlántico. También se hallaban interesados en la paz los sectores mercantiles ingleses, afectados gravemente por los embargos españoles, el descenso de los beneficios obtenidos por la piratería y el elevado coste anual de los gastos militares. Este tratado privaría a las Provincias Unidas de una importante asistencia militar y financiera directa y favorecería las comunicaciones navales españolas con los Países Bajos a través del Canal de la Mancha.

– La tregua de los doce años(1609-1621), que acabaría (temporalmente) con la guerra de Flandes que España mantenía contra las Provincias Unidas de los Países Bajos. Se trataba a las Provincias Unidas como correspondía a un estado libre, pero no se incluían cláusulas que velasen por el culto católico, que levantasen el bloqueo del Escalda o que frenasen la expansión colonial de la recién creada Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Aunque fue aceptada a regañadientes por la corona española, se consideraba un mal menor que ofrecía la oportunidad de afrontar en mejores condiciones la recuperación y las reformas que necesitaba la Monarquía.

Durante este período, los valores socioculturales de la época imperial española que impregnan el ámbito europeo (ejemplo: lengua franca castellana), y la hegemonía política conformada tras la formación del Imperio español, configuran un período de predominancia de los valores españoles dentro de la escala europea. Pero la auténtica pax se encontraba en el interior de sus dominios, donde la estabilidad política, una organización administrativa organizada, y una intelectualidad propugnada a través de sus numerosas universidades por el imperio definían la constitución no sólo política, sino también cultural, de una sociedad caracterizada por la picaresca, que exportaba su forma de ser a los nuevos territorios americanos o filipinos, e influía de forma externa en clave de preponderancia política. La mejor manera de entenderla sería si se establece una analogía con el Imperio romano. Dentro de su territorio exportaba todos sus valores en cualquier ámbito pero, sin embargo, limitaba con otros estados como el Imperio Parto o con zonas tribales de constitución no totalmente determinada como los germanos. De igual modo España limitaba con estados (Francia, Inglaterra) y con zonas tribales no estatales (desierto de California, sur araucano). En aquellos territorios es donde el modelo español sería imitado en cualquier aspecto (sociedad picaresca, virreinatos, derecho castellano, entre otros). Las zonas europeas serían influidas de la misma manera que los romanos influyeron a los partos o armenios.

2. Los conflictos en Italia y la polarización confesional en el ImperioAunque el emperador tenga todavía algunos derechos, completamente teóricos, en el Norte de la península, lo que predomina en Italia es la influencia del rey de España. No sólo es dueño de Sicilia, de Nápoles y de Milán, sino que impone su tutela, más o menos abiertamente, a la mayor parte de los demás Estados italianos. Solamente dos Estados consiguen mantener más o menos su independencia: Venecia y Saboya. Larepública de Venecia, cuyas posesiones territoriales siguen siendo considerables, mira principalmente al Adriático y al Mediterráneo oriental. El duque de Saboya, cuyas tierras están a caballo entre las dos vertientes de los Alpes, trata de aprovechar esa importante situación estratégica: orientándose unas veces hacia París y otras hacia Madrid, está dispuesto a vender ventajosamente su alianza. Italia, fragmentada políticamente, posible presa de una eventual lucha entre las grandes potencias y despojada de su antigua supremacía económica por los Estados atlánticos, sigue siendo, a pesar de todo, “la madre de las letras y las artes” y conserva en toda Europa un enorme prestigio, que aumenta en los países católicos por el hecho de que Roma sea sede del papado.Los gobernadores españoles en Milán supieron mantener su control sobre el delicado equilibrio de poderes que existía en el norte de Italia. Su activa política de quietud también prestó especial atención al mantenimiento de las comunicaciones terrestres con Flandes a través de los pasos alpinos. Entre 1605 y 1607 la hegemonía española en Italia tuvo que hacer frente al conflicto jurisdiccional declarado entre el papa Paulo V y la república de Venecia. La alianza acordada por ésta con Francia y los cantones protestantes

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suizos podría representar una amenaza para el “orden español” de la Península. La corona española quería garantizar la observancia de la autoridad pontificia, asegurándose además la impermeabilidad de Italia frente a la penetración de cualquier culto protestante. Felipe III preparó una fuerza disuasoria al mando de Fuentes y se elaboraron planes de intervención contra Venecia, mientras se ejercía una fuerte presión diplomática. La corona española quería evitar a toda costa una guerra, pero la desconfianza veneciana hacia las intenciones de la Monarquía y la interesada actitud de Enrique IV permitieron a Francia asumir un notable protagonismo en la última fase de las negociaciones. La resolución de este conflicto se saldó con una nueva victoria para la diplomacia francesa, que vino a reforzar la imagen de pacificador que quería ofrecer Enrique IV, autor de la Pax Gallicana. El evitar un enfrentamiento bélico directo en esta época de las paces no impedía que se mantuviese una auténtica “guerra fría” entre ambas potencias, mediante conspiraciones, planes de desestabilización y una enconada contienda diplomática en todos los frentes. La conciencia de la debilidad financiera de la Monarquía contribuyó a impulsar diversas medidas de desempeño de las rentas reales y de reforma de los gastos militares, mientras se desarrollaba una política exterior que procuraba mejorar la seguridad de las posesiones de la Monarquía y conservar su posición hegemónica. Aunque continuaron las hostilidades con los holandeses en América y Asia, ambas partes trataron de respetar el alto el fuego en Europa. La inestabilidad en Italia se resolvió con la reanudación de las hostilidades en 1616, dirigidas por el marqués de Villafranca, que forzó la negociación del Tratado de Madrid de 1617, con el que se ponían fin a los conflictos existentes entre los ducados de Mantua y Saboya, y entre la república de Venecia y el Archiduque de Estiria. En su deseo de mantener a los venecianos en una comprometida situación por su alianza con Francia y Saboya, la Monarquía prestaba un activo respaldo político y militar al Archiduque Fernando de Estiria, hermano de Margarita de Austria. Los dominios del archiduque se habían convertido en el lugar de acogida de los uscoques, refugiados cristianos expulsados por la ocupación otomana de los Balcanes, cuya actividad comercial, corsaria y contrabandística representaba una amenaza para el control veneciano del Adriático. A sus continuas incursiones se sumó el despliegue de una poderosa armada de galeras por parte del Virrey de Nápoles. Por el acuerdo de paz, la Monarquía se comprometió a retirar su armada del Adriático, el archiduque Fernando acabó con la presencia armada de los uscoques en sus dominios y los venecianos tuvieron que contentarse con aceptar un costoso desarme para mantener sus propios dominios. La diplomacia española logró pues evitar una implicación más directa en la radicalización política y religiosa que agitaba el Sacro Imperio sin descuidar la colaboración dinástica con los Habsburgo austríacos.

3 Rebelión bohemia y orden absolutista: la guerra alemana (1618-1625) El gobierno de Bohemia fue trasladado a Viena, mientras que en el año 1617 la autonomía municipal de Praga era notablemente limitada. Pero fueron dos las circunstancias que impidieron cualquier otro tipo de salida que la militar. Por una parte, la violación de la Carta de Majestad al impedir la edificación de iglesias protestantes en determinados lugares. Y, sobre todo, la designación en 1618, de Fernando de Estiria (Fernando II), católico intransigente, como Emperador y rey de Bohemia, superando las aspiraciones de Felipe III de España y la candidatura de Maximiliano I de Baviera, más moderado. La reacción no tardó en llegar. Algunos nobles de la nobleza checa, encabezados por el conde de Thurn, aunque inicialmente no pretendieran la ruptura, dieron el 23 de mayo de 1618 un auténtico golpe de estado con el fin de salvar sus libertades políticas y religiosas, en lo que ha pasado a la historia como “defenestración de Praga”. Estos constituyeron un Directorio, integrado por 30 representantes equitativamente distribuidos entre nobleza, caballeros y villanos, que pronto sería desbordado por una facción nacional extremista que, tras aprestar su milicia y echar a los jesuitas, se dispuso a resistir cualquier pretensión de restablecer el orden establecido por parte del poder imperial. Acababa de empezar la guerra de los Treinta Años.Por tanto, la elección del católico Fernando II como emperador había puesto a la nobleza de Bohemia, de mayoría protestante, en una situación prácticamente de rebelión. Además, dado que la dignidad de rey de Bohemia se confería por elección, los bohemios eligieron como su líder al Elector Federico V del Palatinado del Rhin. Cuando Fernando II envió a dos consejeros católicos y sus representantes al castillo de Hradcany en Praga en mayo de 1618, para preparar el camino a su llegada, los calvinistas de Bohemia los secuestraron y los arrojaron por una ventana del palacio (aunque no sufrieron lesiones importantes). Este evento, conocido como la Segunda Defenestración de Praga se toma como punto de referencia del comienzo de la rebelión bohemia, aunque la rebelión ya estaba gestándose mucho tiempo antes. El conflicto bohemio se extendió pronto a la totalidad de los Países Checos (Bohemia, Silesia, Lusacia y Moravia), que ya estaban divididos por enfrentamientos entre católicos y protestantes. Esta confrontación iba a encontrar muchos ecos en todo el continente europeo, viéndose afectada Francia y Suecia. Si la rebelión bohemia hubiese permanecido limitada a un asunto puramente de la Europa central, la Guerra de los Treinta años podía

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haberse concluido en sólo 30 meses. Sin embargo, la debilidad tanto de Fernando II como de los propios bohemios llevó a la extensión de la guerra al oeste de Alemania. Fernando se vio obligado a reclamar la ayuda de su sobrino y yerno, el rey Felipe III de España. Los bohemios, desesperados por encontrar aliados frente al emperador, solicitaron ser admitidos en la Unión Protestante, liderada por el calvinista Federico V del Palatinado. Los bohemios acordaron que el Elector Palatino podría convertirse en rey de Bohemia si les permitía adherirse a la Unión y así quedar bajo su protección. Sin embargo, otros miembros de los estados bohemios hicieron ofertas similares al duque Carlos Manuel I de Saboya, al Elector de Juan Jorge I de Sajonia y al húngaro Gabriel Bethlen, soberano del Principado de Transilvania. Los austríacos (los Habsburgo, territorio de Fernando II), que parecían haber interceptado todas las cartas que abandonaban Praga, hicieron públicas estas duplicidades y desentrañaron gran parte de este apoyo a los bohemios, particularmente en la corte de Sajonia. La rebelión fue inicialmente favorable a los bohemios. Gran parte de Alta Austria, cuya nobleza era luterana y calvinista, se les unió (sin embargo, las simpatías religiosas de esta zona cambiarían en los siguientes años). La zona meridional de Austria se rebeló durante el año 1619. El conde de Thurn llegó a llevar un ejército hasta los mismos muros de Viena. En el este, el Príncipe protestante de Transilvania, Gabriel Bethlen, condujo una inspirada campaña en el interior de Hungría con las bendiciones del sultán turco Osman II. Rodolfo II se había convertido en 1618 en Rey de Hungría e intentó implementar en sus territorios húngaros las mismas medidas que aplicó en Bohemia contra los protestantes. Sintiéndose agraviados, los húngaros de Transilvania declararon la guerra contra Rodolfo aprovechando como excusa el asunto religioso, pues los Príncipes transilvanos tenían como objetivo desde hacía décadas liberar a Hungría del control de los Habsburgo y reunificar el reino. Así apelaron inclusive a la ayuda del sultán turco en muchas ocasiones, quien también deseaba ver al Sacro Imperio Romano Germánico de rodillas. El emperador, que estaba ocupado en la Guerra Uzkok, se apresuró a formar un ejército para detener a los bohemios y sus aliados, que anegaban completamente su país. El conde de Bucquoy , el comandante del ejército imperial, derrotó a las fuerzas de la Unión Protestante lideradas por el conde Ernesto de Mansfeld en la Batalla de Sablat ,(1619) . Esto cortó las comunicaciones del conde de Thurn con Praga, el cual abandonó inmediatamente el sitio de Viena. La derrota de los protestantes bohemios en Sablat también costó a los protestantes un importante aliado -Saboya-, que había sido durante mucho tiempo un oponente a la expansión de los Habsburgo. A pesar de la derrota de Sablat, el ejército del conde de Thurn continuó existiendo como fuerza efectiva, y Mansfeld consiguió reformar su ejército más al norte, en Bohemia. Los estados de Austria septentrional y meridional, todavía en rebelión, firmaron una alianza con los bohemios y Fernando fue depuesto oficialmente como rey de Bohemia y sustituido por el Elector Palatino Federico V. En Hungría, incluso a pesar de que los bohemios habían rechazado la oferta de su corona, los transilvanos continuaron haciendo progresos sorprendentes, obligando a los ejércitos del emperador a retirarse de ese país en 1620. Los españoles enviaron un ejército desde Bruselas bajo las órdenes de Ambrosio Spinola para dar apoyo al emperador, y el embajador español en Viena, don Íñigo Oñate, convenció a la Sajonia protestante para intervenir contra Bohemia a cambio de ofrecerles el control sobre Lusacia. Los sajones invadieron, y el ejército español en el oeste evitó que las fuerzas de la Unión Protestante pudieran prestar auxilio. Oñate conspiró para transferir el título electoral del Palatinado al duque de Baviera a cambio de su apoyo a la Liga Católica. Bajo el mando del general Tilly, el ejército de la Liga Católica pacificó la Austria Alta, mientras que las fuerzas del emperador pacificaban la Austria meridional. Una vez unidos los dos ejércitos, se desplazaron hacia el norte, dentro de Bohemia. Fernando II derrotó decisivamente a Federico V en la batalla de la Montaña Blanca cerca de Praga, en 1620. Bohemia permanecería en manos de los Habsburgo durante casi 300 años. Esta derrota provocó la disolución de la Liga de la Unión Evangélica y la confiscación de las posesiones de Federico V. El Palatinado renano fue entregado a nobles católicos, mientras que el título de Elector Palatino se le dio a su primo lejano, el duque Maximiliano I. Federico V, aunque ya sin territorios, se convirtió en un exiliado prominente en el extranjero, granjeándose simpatías y apoyo a su causa en las Provincias Unidas, Dinamarca y Suecia. Se trató de un golpe serio a las ambiciones protestantes en la región. La rebelión literalmente se hundió, y las amplias confiscaciones patrimoniales y supresiones de títulos nobiliarios bohemios preexistentes aseguraron que el país regresaría a la fe católica después de más de dos siglos de disidencias religiosas, que habían comenzado con la guerra husita. Los españoles, tratando de flanquear a los holandeses, en preparación para la inminente guerra provocada por el fin de la tregua tras la Guerra de los Ochenta Años, tomaron las tierras de Federico, el Palatinado de Renania. La primera fase de la guerra terminó completamente cuando Gabriel Bethlen de Transilvania firmó un tratado de paz con el emperador en diciembre de 1621, ganando algunos territorios en Hungría oriental. La catastrófica derrota del ejército protestante en la Montaña Blanca y la partida de Gabriel Bethlen significaron la pacificación del este de Alemania. La guerra en el oeste, concentrada en la ocupación del Palatinado, consistió en batallas mucho más pequeñas que las que vieron las campañas bohemia y húngara y con un uso mucho mayor del asedio.

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Finalmente el Palatinado cayó en manos del emperador en 1623. El resto del ejército protestante, guiado por Mansfeld, hizo un intento de alcanzar la frontera holandesa, pero perseguidos, sin suministros, ni recursos humanos, ni financiación, el ejército de Mansfeld se dispersó en 1624.

4. La intervención danesa y sueca y las libertades alemanas. La intervención danesa (1625-1629)El Periodo Danés comenzó cuando el rey Cristián IV de Dinamarca, un luterano convencido, temiendo que la soberanía de Dinamarca como nación protestante fuese amenazada, ayudó a los alemanes encabezando un ejército contra el Sacro Imperio. Cristián IV había sacado abundante provecho de sus políticas en el norte de Alemania (Hamburgo había sido forzada a aceptar el protectorado danés en 1621, y en 1623 el heredero de Dinamarca fue nombrado obispo de Bremen-Verden). Cristián IV se había desenvuelto francamente bien como administrador y había conseguido para su reino un nivel de estabilidad y riqueza que no había sido igualado en ninguna parte de Europa. Se había beneficiado también de las aportaciones económicas de las aduanas en el Skagerrak y de las extensas reparaciones de guerra pagadas por Suecia. El único país en Europa con una posición financiera comparablemente fuerte fue, irónicamente, Baviera. También ayudó a ello el que el regente francés, primer ministro del rey Luis XIII, el Cardenal Richelieu, deseaba fomentar y financiar una incursión danesa en Alemania. Cristián invadió al frente con un ejército de 20.000 mercenarios, pagado casi completamente con su fortuna personal. Para enfrentarse a esta fuerza danesa, Fernando II empleó la ayuda militar de Albrecht von Wallenstein , un noble bohemio. Wallenstein prometió a Fernando II un ejército de entre 30.000 y 100.000 soldados a cambio del derecho a saquear los territorios capturados. Cristian, que desconocía la existencia de Wallenstein cuando efectuó la invasión, fue forzado a retirarse antes de que su ejército fuese aniquilado por el ejército de Wallenstein y el de Tilly. La suerte de Cristián empeoró aún más cuando todos los aliados con los que pensaba que contaba se vieron forzados a abandonarle. Tanto Inglaterra como Francia pasaban por sendas guerras civiles. Suecia estaba en guerra con Polonia y ni Brandemburgo ni Sajonia parecían tener intenciones de hacer nada que alterase la tenue paz en Alemania oriental. Wallenstein derrotó al ejército de Mansfeld en la batalla del Puente de Dessau (1626) y el general Tilly derrotó a los daneses en la batalla de Lutter (1626). Mansfeld murió unos meses después de enfermedad, exhausto y avergonzado por la batalla que le había costado la mitad de su ejército. El ejército de Wallenstein entonces marchó hacia el norte, ocupando Mecklemburgo, Pomerania y finalmente la propia Jutlandia. Sin embargo fue incapaz de tomar la capital danesa en la isla de Seeland sin una flota y ni los puertos hanseáticos ni los polacos permitieron que se construyese una flota imperial en el Báltico. Por esto se llegó finalmente al tratado de Lübeck (1629), por el que Cristián IV renunció a su apoyo a los protestantes alemanes para poder mantener su control sobre Dinamarca. En los siguientes dos años se subyugaron más tierras a los poderes católicos. La Guerra de los Treinta Años podría haber terminado con el periodo danés, pero la Liga Católica persuadió a Fernando II de que intentase recuperar las posesiones luteranas que, en aplicación de los acuerdos de la Paz de Augsburgo, pertenecían por ley a las iglesias católicas. Estas posesiones estaban descritas en el Edicto de Restitución de 1629, e incluían dos arzobispados, dieciséis obispados y cientos de monasterios. El panorama para los protestantes era desolador. Los nobles y campesinos preferían abandonar sus tierras en Bohemia y Austria antes que convertirse al catolicismo. Mansfeld y Gabriel Bethlen, los primeros oficiales de la causa protestante, murieron en el mismo año. Sólo el puerto de Stralsund, abandonado por todos sus aliados, se mantenía frente a Wallenstein y el emperador.

La intervención sueca (1630-1635)El emperador Fernando II promulgó el Edicto de Restitución (1629), que imponía el restablecimiento de todas las tierras eclesiásticas (católicas) secularizadas desde 1552 y ampliaba la Reserva Eclesiástica de 1555, sin respetar la convivencia confesional existente en muchas ciudades imperiales. Estas medidas suscitaron pronto el rechazo de numerosos príncipes alemanes, como Juan Jorge de Sajonia, y del propio Wallenstein, que detentaba ya el título ducal de Mecklemburgo. Algunas personas en la corte de Fernando II creían que Wallenstein deseaba controlar a los príncipes alemanes y restaurar el poder del emperador en Alemania bajo su autoridad. Fernando II destituyó a Wallenstein en 1630. Más tarde lo volvería a llamar después de que los suecos, al mando del rey Gustavo II Adolfo de Suecia, atacasen el imperio y vencieran en unas cuantas batallas significativas. Gustavo II Adolfo, como previamente había hecho Cristián IV, acudió en ayuda de los luteranos alemanes para prevenir una posible agresión católica a su país y para obtener influencia económica en los Estados alemanes situados alrededor del mar Báltico. También, como Cristián IV, Gustavo II Adolfo fue subvencionado por Richelieu y por las Provincias Unidas. Desde 1630 hasta 1634 hizo retroceder a las fuerzas católicas y recuperó una gran parte de las tierras protestantes ocupadas, tomando Pomerania e invadiendo Magdeburgo. Fernando II dependía de la Liga Católica, ya que había cesado a

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Albrecht von Wallenstein. En la Batalla de Breitenfeld, Gustavo II Adolfo derrotó a la Liga Católica comandada por el general Tilly. Un año después se encontraron de nuevo, y esta vez el general Tilly resultó muerto en el río Lech (1632) mientras ofrecía resistencia a la invasión sueca del Palatinado. Esto obligó a Fernando II a volver a llamar a Wallenstein. Wallenstein y Gustavo II Adolfo chocaron en la batalla de Lützen, en 1632, donde los suecos salieron victoriosos, pero con la pérdida de su rey en Leipzig. Finalmente, en 1634 los suecos y sus aliados protestantes alemanes, al mando de Gustavo de Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar, fueron derrotados en la Batalla de Nördlingen por el Rey de los Romanos (heredero imperial), archiduque Fernando (hijo de Fernando II) y el general Matthias Gallas, al mando de los tropas católicas alemanas, y el cardenal-infante don Fernando de Habsburgo, al mando de tropas españolas que acudieron en ayuda de los católicos desde la posesión española de Milán. Las sospechas de Fernando II sobre Wallenstein volvieron a aparecer en 1633, cuando Wallenstein intentó arbitrar en las diferencias entre los bandos católico y protestante. Es posible que Fernando II temiese que Wallenstein cambiase de lado, y dispuso las cosas para arrestarlo tras retirarle de nuevo el mando. Uno de los soldados de Wallenstein, el capitán Devereux, le asesinó cuando intentaba contactar con los suecos en 1634. Después de aquello, ambos lados se encontraron para entablar negociaciones, y el periodo sueco terminó por medio de la Paz de Praga (1635), según la cual:

• Se restableció la fecha, 1555, que la Paz de Augsburgo había establecido como aquélla a partir de la cual las posesiones en tierras de los protestantes y católicos permanecerían sin cambios, lo cual anuló a todos los efectos el Edicto de Restitución.

• El ejército del emperador y los ejércitos de los Estados alemanes quedaron unidos como único ejército del Sacro Imperio Romano.

• Prohibió que los príncipes alemanes estableciesen alianzas entre ellos.• Se legalizó el calvinismo.• Resolvió las cuestiones religiosas de la Guerra de los Treinta años.

Este tratado, sin embargo, no satisfizo a los franceses, ya que los Habsburgos continuaban siendo muy poderosos. Los franceses entonces desencadenaron el último periodo de la Guerra de los Treinta Años, llamado el Periodo Francés.

5. 1635: La guerra civil europeaEn mayo de 1635, Francia declaró formalmente la guerra a la Monarquía Hispánica, aduciendo proteger a su aliado el Elector de Tréveris, que había sido apresado por las tropas españolas, y para hacer frente a la supuesta pretensión española de invadir Francia apoyando las aspiraciones al trono de Gastón de Orléans. Su declaración vino precedida por una amplia red de alianzas ofensivas orquestadas contra los Habsburgo, que incluían acuerdos con los ducados de Saboya y Parma, Suecia, y con las Provincias Unidas (Holanda). La guerra multiplica así sus frentes, abiertos en los Alpes y en la llanura del Po, en el Rosellón y en los Países Bajos, en el Atlántico, el Báltico y el Mediterráneo. La guerra se recrudecerá en todos los frentes acabaría sumiendo a los contendientes en profundas crisis políticas y económicas. España destruyó las provincias francesas de Champaña y Borgoña, e incluso amenazó París durante la campaña de Francia de 1636. Pese a que en los primeros años el ejército español y el imperial obtuvieron los mayores triunfos, en los Países Bajos y en Borgoña, desde 1637 la guerra se vuelve claramente en su contra, complicada con los levantamientos independentistas, en 1640, de Cataluña y Portugal, alentados por Francia. En 1642, muere el Cardenal Richelieu y un año después lo sigue el rey francés Luis XIII. Sube al trono Luis XIV, con tan sólo 5 años, mientras que su regente, el Cardenal Mazarino comienza a trabajar para restaurar la paz. En 1643 los tercios españoles de Felipe IV -que se enfrentaba en la península a la Sublevación de Cataluña- eran derrotados en la fortaleza de Rocroi, derrota de la que ya no volvieron a recuperarse, y dos años después, en 1645, el ejército sueco vencía a un ejército imperial en la Batalla de Jankau, cerca de Praga. Luis II de Borbón, Príncipe de Condé, derrotaba al ejército bávaro en la Nördlingen. Las rebeliones de Nápoles y Sicilia contra España (1647) y la derrota de Baviera en Züsmarshausen (1648) dejaron muy debilitados a los aliados del emperador Fernando III. Únicamente los territorios de la propia Austria permanecieron seguros en manos de los Habsburgos. Durante esta última fase de la guerra en el Sacro Imperio, se multiplicaron los brotes de epidemias y la escasez de cosechas. Los alojamientos de ejércitos de unas proporciones hasta entonces desconocidas hicieron inviable cualquier sistema racional de suministros, y sus desplazamientos a grandes distancias esquilmaron y asolaron atrozmente las tierras por donde pasaban. Por lo tanto se consideran los vencedores Francia y Suecia. Resulta muy difícil establecer un cálculo siquiera aproximado de las pérdidas globales de población por estos conflictos entre muertos, mutilados y exiliados, pero no cabe duda de que su incidencia final fue muy elevada y de que tuvieron consecuencias económicas a largo plazo. Las conversaciones de paz que se venían intentando desde comienzos de los años cuarenta se precipitaron, y

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en 1648 se firmó la paz de Westfalia.

6. La Paz de Westfalia: la constitución del Imperio y la ordenación del espacio políticoLos dos tratados de Westfalia (1648) alcanzados por los estados católicos en Münster y por los suecos y los príncipes protestantes en Osnabrück sentaron las bases del futuro sistema europeo de estados. La resolución de conflictos internacionales se realizaría a través de un mecanismo de conferencias multilaterales basado en los principios de soberanía, igualdad y equilibrio entre las potencias. Los múltiples tratados bilaterales cambiaron para siempre la estructura del Sacro Imperio y su organización política y religiosa, suprimiendo el tradicional ascendente político, jurídico y espiritual del papado y el emperador. La derrota de los Habsburgo acabó con la política centralizadora del Imperio y con los intentos de reunificar Alemania bajo un mismo credo. El poder soberano de los príncipes, tanto en asuntos religiosos como para establecer relaciones con otros estados, quedaría especialmente reforzado en perjuicio de la competencia de las dietas imperiales. Los Habsburgo vieneses recuperaron todas casi sus posesiones y reforzaron su autoridad en sus dominios patrimoniales, reconociéndose implícitamente el absolutismo confesional que habían impuesto. La gran perdedora de este prolongado conflicto fue Alemania en su conjunto, sometida a terribles devastaciones durante tres décadas —especialmente en regiones como Renania, que perdió dos tercios de su población— y afectada por pérdidas materiales que tardaron decenios en ser reparadas. Por su parte, Inglaterra y Holanda se afianzaron como potencias marítimas, condición que posibilitaría un gran desarrollo comercial y colonial futuro. Francia se confirmó como la nueva potencia europea, aunque todavía tenía que dirimir su conflicto con España. Ideas centrales:

– El Edicto de Restitución y la Paz de Praga quedaron sin efecto, y la Reserva Eclesiástica se aplicó sobre las tierras de señoríos eclesiásticos católicos y protestantes.

– Los calvinistas fueron reconocidos como reformados pertenecientes a la Confesión Protestante de Augsburgo, pero se excluyeron otras minorías religiosas.

– Varios artículos del tratado de Münster aspiraban a restablecer el libre comercio en el Sacro Imperio, pero en la práctica estas disposiciones sólo tendrían una aplicación lenta y parcial.

– A los estados alemanes (alrededor de 360), se les dio el derecho de ejercer su propia política exterior, pero no podían emprender guerras contra el emperador del Sacro Imperio Romano. El imperio, como totalidad, todavía podía emprender guerras y firmar tratados.

– Los Palatinados fueron divididos en Bajo Palatinado y Alto Palatinado lo que significaba la división entre protestantes y católicos.

– La independencia de la República de las Provincias Unidas (Holanda) y la Confederación Helvética (Suiza), formalmente incluidas en la redacción de los tratados, implicaba que, a partir de entonces, todo cambio en los límites fronterizos europeos y coloniales requeriría un reconocimiento internacional.

– Como potencias vencedoras, Francia y Suecia exigían una serie de compensaciones económicas y territoriales, así como un papel más activo en los asuntos del Sacro Imperio, al que ahora pertenecían como miembros de pleno derecho. Se erigieron como garantes de las libertades germánicas y de lo estipulado en estos tratados. Francia reforzaba su presencia en Alemania al reconocérsele una absoluta soberanía sobre una serie de episcopados y se aseguraba la neutralidad del emperador en la guerra que mantenía con la Monarquía Hispánica. Suecia se convertía en la principal potencia del Báltico, con una elevada compensación económica y la posesión de la parte occidental de Pomerania y diversos arzobispados. Su único rival en el norte de Alemania sería el Elector de Brandemburgo, compensado también con una serie de concesiones territoriales.

– En la parte meridional del Imperio, el ducado de Baviera se erigía en el único rival de los Habsburgo austriacos al retener el título electoral y anexionarse el Alto Palatinado. Se volvía a restaurar en sus dominios a aquellos príncipes que habían sido excluidos durante la Paz de Praga; de esta forma se ponía fin al enfrentamiento entre los príncipes protestantes y el emperador.

La secularización de la política internacional y la relativa estabilidad que se produjo entre las potencias firmantes ofrecían las condiciones necesarias para el desarrollo del derecho público europeo con un sistema dual, que seguía dominado por los principios de soberanía y el voluntarismo de los estados, pero que reconocía también la existencia de una sociedad internacional autónoma dotada de poder legislativo. Acuerdo bilateral firmando entre la Monarquía Hispánica y las Provincias Unidas

– Reconocimiento de las siete provincias septentrionales de los Países Bajos como estados libres, independientes y soberanos;

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– se renunciaba a toda pretensión sobre los territorios ocupados por los holandeses a lo largo del conflicto y

– se mantenían cerradas las bocas del Escalda para entorpecer la recuperación económica de Amberes,– seguía sin asegurarse la libertad de culto público para los católicos– se admitían los derechos neerlandeses sobre las colonias ocupadas a Portugal en Asia, África y

Brasil. – La Monarquía Hispánica renunciaba por primera vez a su teórico exclusivismo en el continente

americano al reconocer a las Provincias Unidas el derecho a navegar y comerciar en aquellas tierras que no estuvieran bajo control español.

La paz se extendía también a las áreas coloniales mediante un reparto de zonas de influencia y estableciendo los límites y derechos de ambas partes, un reparto del mundo que se explica con el mutuo deseo de estabilidad y por unos intereses compartidos frente a la posible injerencia francesa e inglesa.Con el propósito de facilitar el comercio hispano-holandés se dictó un artículo adicional que sería ampliado con el Tratado de Navegación y Comercio (1650). El tratado de Münster creó las bases para un progresivo acercamiento entre ambas potencias, avivado por sus mutuos intereses económicos y por la beligerancia de la Francia de Luis XIV. La Paz de los Pirineos (1659), que debe este nombre a la nueva delimitación fronteriza hispanofrancesa, reconoció para Francia la posesión de los condados catalanes del Rosellón y la Cerdaña, las provincias de Artois y Luxemburgo en los Países Bajos y una serie de plazas estratégicas en Flandes, dejando Dunquerque bajo dominio inglés. A cambio, los franceses no prestarían asistencia a los rebeldes portugueses. Cataluña experimentó un nuevo dinamismo facilitado por la libertad de comercio establecida con el tratado. El acuerdo quedó garantizado por el matrimonio entre Luis XIV y María Teresa de Austria.Consecuencias de la Guerra de los treinta años

– Consagración de una Alemania dividida entre muchos territorios, todos los cuales, a pesar de su continuidad en la pertenencia al imperio hasta la formal disolución de éste en 1806, tenían soberanía de facto.

– Reestructuró la distribución de poder previa. La decadencia de España se hizo claramente visible. Mientras España estuvo ocupada con Francia durante el periodo francés, Portugal declaró su independencia (había permanecido bajo dominio español desde que Felipe II tomó el control del país después de que el rey portugués muriese sin dejar herederos). La familia Braganza se convirtió en la casa gobernante de Portugal. Francia fue vista a partir de entonces como el poder dominante en Europa.

– El resultado favorable a Suecia de este conflicto y la conclusión de la guerra en Europa por medio de la Paz de Westfalia ayudaron a establecer a la Suecia post-bélica como un gran poder en Europa.

– Los edictos acordados durante la firma del Tratado de Westfalia fueron instrumentos para sentar los fundamentos de lo que todavía hoy son consideradas como las ideas centrales de la nación-estado soberana. Se acordó que los ciudadanos de las respectivas naciones debían atenerse primera y con más importancia a las leyes y designios de sus respectivos gobiernos en lugar de a las leyes y designios de los poderes vecinos, ya fuesen religiosos o seculares. Esta certidumbre contrastaba mucho con los tiempos precedentes, en los que el solapamiento de lealtades políticas y religiosas era un acontecimiento común.