paul veyne como se escribe la historia

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Page 1: Paul Veyne Como Se Escribe La Historia
Page 2: Paul Veyne Como Se Escribe La Historia

Q Editions du Seuil, 1971 @> Ed cast. Alianza Edlrorial, S, A,, Madrid, 1984

611e Milin, 38: B 200 M) 45 ISBN: 83-20G240.1-7 Ucp6~1ta legal: M. 31 659.1984 (;ompuesro en Ferninda Ciudad. 5. L. 1rnpre.t) en l.avcl. Los Llanos. nave 6 Humanes (Madrid) Prlnrcd in Spa~n

Capitulo I . Un relato verfdico y nada m i s . . . . . . . . . . . . . . 13 Capitulo 2. Todo es histbrico, luego la historia no existe ... 20

Capitulo 7. Ni hechos ni geometral: tramas . . . . . . . . . . . . . . 33 Capitulo 4. Por pura curiosidad por lo especlfico . . . . . . . . . 42

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Gpitulo 5. Una actividad intelmtual 55

PAKE IT. Lo comprensidn .............................. 65

Capit1110 6. Comprender la trarna ........................ 67

Capftulo 7. Teorias, modelos, conceptos .................. 80 Capitulo 8. Causalidad y retrodicci6n ..................... 97 Capitulu 9. La acci6n no tiene su origen en la conciencia ... 119

Capitulo 10. La ampliaci6n del cuestionario . . . . . . . . . . . . 139

Capitulo 11. I n sublunar y las ciencias humanas ......... 155 Capitulo 12. Historia, sociologia e historia integral . . . . . . 179

........................ Foucoui/ revoluciono lo Historia 1 99

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iQu& es la historia? A juzgar por lo que hab i tuhen te ohos , parece indispensable volver a planteat la cuesti6n.

*En nuesrro siglo la historia ha comprendido que su verdadera tarea era ex~1icar.n aEse fen6meno no es explicable Gcamente me- &ante la sociologia; l no nos permitiria la explicaci6n hist6rica dar cuenta de 61 con mLs acierto?~ a ~ E s la historia una ciencia? iDrbate inhtil! {No es convenience acaso la colaboraci6n de todos 10s inves- tigadores y la h i c a fecunda?,, irtDcbc debcarst: el historiador a elaborar teorias?,

-No. No es ese tipo de historia el que hacen 10s historiadorm; en el

rnejor de 10s cams es el que creen hacer, o d que se les ha convencido que lamenten no hacer. No es vano el debate sobre el caricter cien- tifico de la historin, porque sciewiau no es un vocablo noble, sin0 un termino riguruso y la experiencia dernuestra que la indiferencia por las palabras suelc ir unida a la confusi6n en las ideas sobre Ia cosa ~nisma. La historia carece de metodo; pedid, si no, que os lo muestren. La historia no cxplica absolutamente nada, si es que la pa- labra explicar tiene a l g h sentido; en cuanto a 10 que en historia se llama tcorias, habrd quc rstudiarlo con mlis detenirniento.

Entenda'monos. No basta con afirmar una vez mas que la histo- r ia habla r<de lo que nunca se veri dos vecesn; tampoco se trata de sostener que la historia es subjetividad, perspectivas, que interre garnos el pasado a partir de nuestros valores, que 10s hcchos hist&

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rims no son cosas, que el hombre es comprendido y no ex~licado, que no es posible una dencia del hombre. En definitiva, no se uara de confundir el ser y el conocer; Ias ciencias humanas exis- ten realmcnce (0, a1 menos, aquellas que merecen con justicia el nom- bre de ciencia) y, asi como la fisica fue la espcranza del siglo XVII, la dc nuesrro siglo es una fisica del hombre. Pero la historia no es esa ciencia, nl lo seri nunca; si sabe aniesgarse tendrl ilimitadas posibilidades de desarrollo, si bien en otra direcci6n.

La historia no es una ciencia y apenas tiene nada que esperar de las ciencias; ni expljca ni tiene metodo; es mds, Ia historia de la que ranto se habla desde hace dos siglos, no existe,

Entonces, fqu6 es l a historia? <Qu& hacen reaimente 10s histc- riadores, desde Tucidides hasta Max Weber o Marc Bloch, una vez que, estudiados 10s docurnentos, proceden a r&ar la asintesis*? 8El estudio cientifico de las diversas actividades y de las variadas crea- ciones dc 10s hombres de nntaiio? {Seria, pues, la ciencia del hombre cn scrciedad, de las sociedades humanas? l3 mucho menos que todo eso: la respuesta sigue siendo la misma que la qve encoiltraron, hace dus mil doscientos afios, 10s sucemres de Arist6celes. hs historiado- res relatan acontecimientos verdaderos c u p actor es el hombre; la historia es una novela verdadera. Respuesta que, a primera vista, parece no serlo.. . ',

El autor debe mrrcho a la especialista en dnscrito HCl2ne Maceliire, a1 fil6sofo G. Granger, al hisroriador H. I. Marrou y a1 arquedlogo Georees Ville (1929-1967). Los crrorcs &lo sc deben a 8; habrian s~do mas nurnerosa, si J. Molino no huhiera accptado leer !as prucbas rnccanogrificas del l~bro, apor- rando su enclrlop6dico y asombroso mnocimiento. He hablado mucho de esre librv con J. Molino Por lo demL, d lector atcnto rtncontrard, en numerosos lugares dc esta obra, referencias implicitas y, sin duda tarnbit%, reminiscencias involunraria dc Lo Introdvrcidn a la FtIoso]ia de la Hhtoria, de Raymond Aror~, que jgue sicndo el libm fundamental en estn materia.

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Parte I

EL OBJETO DE ]in. HISTORIA

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Capido 1 i

UN RELATO VERIDICO Y NADA MAS

Acuntecimientos verdadms cuyo actor es el hombre. Pero la : palabra hombre no debe despenar fdciles enmiasmos. Ni la esencia

ni 10s fines de la historia dependen de la presencia de este p o n a j e , : sin0 de la 6ptica elegida; la historia es 10 que es, no como conbe-

cuencia de una esencia humana desconocida, sino por haber optado por un determinado modo de conocirnimto. 0 bien consideramos 10s hechos como individualiddes, o bien coma fendmenos detds de 10s males habrd que buscar uo invariante oculto. El i m h atrae sl hierro; 10s volcanes entran en erupci6n: hecho fisico en 10s que algo se repite. La erupci6n del Vesubio en 79: hecho ffsico tratado como acontecimiento. El gobierno Kerenski en 1917 : acontecimiento humano; el fendmeno del doble poder durante el period0 rwoluao. nario: fendmeno repetible. Si tomamos el hecho mmo un acorn6 cimiento, es que lo estamos juzgando interesante en s l mismo; si nos atenernos a su carkter repetible, lo estamos considetando sola- mente como pretext0 para descubrir una ley.

De ahi la distinci6n qur establece Coumot ' entre ciencias fisias, qur estudian las ]eyes dc la natllraleza, y ciencias cmrnol6&as, que, como la geologia o la historia del sistema solar, estudian la historia 1

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p~Jares del gdnero; dcsde Montaigne a Trisres Trdpicos o a la Hrs- torza de La tocura dc Foucault, la diversidad de valores, se&n las naciones y Ias gpocas, consrituye uno d r 10s temas claves de la sen- sibdidad occidental '. Por oponerse a nuestra natural tadencia al anacronismo posec tambign un valor heuristico. Pongamos un ejem- plo. El personaje del Safirrcdn, Trimalc~bn, despuds dc beber, habla largamente con orgullo y alegria de unn msgnifica sepultura que se ha mandado construir. En una inscrisi6n de la t p a helenistica, un benefactor pliblico a1 que el Estado quiere rendir homenaje, contempla la descripci6n detallada de las honras ftinebres que le concedeii la patria el dia de su aemaci6n. Comprenderemos el ver- dadero sentido de tales manifestaciones de involuntario caricter ma- cabro, cuando leamos en el padre Huc d que la actitud de 10s c h o s en esta materia es idCntica. uLas personas acomodadas, que pueden perrnitirse gastos superfluos y alg&n que otro capricho, no olvidan adquirir, mientras viven, un fPretro a su gusto y mcdida. En espera de que Ilegue la hara dc descansar en 61 para sicrnprc, lo guardan en casa como un mueble dc lujo, cuya agradable y consoladora pre- sencia no puede faltar en una vivienda decorada convenientemente. Para 10s hijos de buena farnilia el ata6d es, ante todo, un rnedio excelente de testimoniar a 10s autores de sus &as sincero amor fi- lial; para el coraz6n de un hijo es un duke y poderoso consuelo comprarlc un fktctro a un padre o a una rnadre ancianos y ofrecCr- selo en el rnomento mds inesperado., Al leer estas linens escritas en China, cornprendemos mejor que 10s nummsos ballazgos de ma- terial funerario en la arqueologia clisica no se debcn solamente al azar: la tumba era uno de 10s valores de la civilizaci6n helenistico- romana y 10s romanos eran tan ex6ticos como 10s chinos; no es 6 t a una revelaci6n tan importante como para que se puedan esaibir piginas trii~icas sobre la rnuerte y Occidente, sin0 mds bien un he- cho coridiano y cierto que da mayor relieve a la descripci6n que pueda hacerse de cualquier civilizaci6n. No es precisamente eI histo-

I riador quien aporta espectarulares reveladones capaces dc m d i f i c x nuesrra visi6n del mundo; la trivialidad del pasado esti formada por parricuiaridades insignificantes que, a1 multiplicarse, terminan

1 componiendo un madro verdaderamente insospechado.

Sobre cstc terna, que difiere basrante en el fondo de la antigua disrinci6n entre oan~raleza y convenci6n, physis y lerir, vdase Leo Strauss, Droif nature1 et Histoire, trad. franc., Plon, 1954, pigs. 2349; cncontramos cl tema en Nierz- scfe (ibid., &. 41).

' Souvenirs d'un voyage duns In Torrarie, Ie Thibet er la Chine, ed. de Ardcnnc dc Tbc, 1929, V O ~ . IV, p&. 27.

Sefialcrnos de pasada que, si escribikramos una historia de Roma destinada a lecrores chinos, no tendriarnos que cornentar la actitud romana en materia funeraria; bastaria con que epcribieramos como

t Herodoto: ctEn este aspect0 la opinidn Ce ese pueblo es bastante semejante a la nuestra., En consecuencia, si para estudiar una civi- liaci6n nos limitamos a leer lo que eIla rnisma dice, esto es, a leer las fuentes que se refieren exclusivamente a esa civiliaci611, en- ' tonces se nos hari rnls dificil la obligada extraiieza ante aqueuo que resdta evidente para la civilizaddn en cuestidn, Si el padre Huc nos hace percibir el exorismo chino en materia funeraria y el Safiricdn no nos provoca igud sorpresa respecto a 10s romanos, es porque I-Iuc no era chino, mientras que Petronio si era romano, Un histc- riador que se contentara con remedar en estilo indirect0 lo que sus hdroes dicen de si mismos, seria tan abunido como edificantr. Es- tudiar cualquier civilizaci6n enriquece nuesrros conocimientos de las demds, de suerte que no es posible leer el Viajc at Imperio Chino, de Huc, o el Viaje a Sirin, de Volney, sin aprender algo nuevo del Imperio Romano. Se puede generalizar el procedimiento y,

: quiera que sea la c-uesti6n en estudio, abordarla sistemiticamente desde una perspectiva soci016~ica, quiero decir, desde la perspectiva i de la historia comparada; la f6tmuIg es casi infalible para desente- \

, rrar cualquier terns hist6rico y la expresi6n uestudio comparado* de- A r i a estar por lo rnenos tan consagrada como la de abibliografia ex-

haustiva,,. Pues el acontecimiento es diferencia y ya sabemos que lo que caracteriza el oficio de historindor y le da su sabor es, pre- cisamente, extraiiarse ante b que parece evidmtc.

No obstante, resulta eclulvoco decir que el acontecimiento es individud; no es la mejor definici6n de historia la que sostiene que su objeto es aquello que nunca veremos dos veces. Puede ocurrit

. que una importante desviaci6n de la 6rbita de Mercurio, debida a una rara conjunci6n de planetas, no vuelva a producirse, y puede su- ceder tarnbikn que se vuelva a dar en un futuro remoro. Lo im- I. ,. portante es saber si nos limitamos a describirla en cuanto tal (lo que cquivaldria a hacer la historia del sistema solar) o si la consi- deramos como un problems que deba resolver la mecinica celeste. Si Juan Sin Tierra, como impulsado por un resorte, uvolviera a pa- snr por segunda vez por a q u i ~ , remedando el qemplo consagrado, el historiador nmaria ambos sucesos y no se sentiria par d o menos historiador. Una cosa es que dos acontecimientos se repitan, e in- I*,'

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- " - -. -- 18 Paul Vcyne

Corn0 se escrlbe lo h;scorra 19

cluso que sr repitan exactamente, y orra que sigan siendo dos. Y csro es lo ~ in ico que cuenta para el historiador. De igual manera un . ge6grafo que estudia geografia regional considerarli distintos dos circos glaciates, aunque se parezcan enorrnemente y aunque presen- rcn un mismo tipo de relieve. La individualizacirjn de 10s hechos geogrgficos o histbricos por raz6n del espacjo y del tiernpo no estd m conrradicci6n con su eventual inclusi6n en una especie, modelo il conccpro. Es un hecho que la historia se presta ma1 a una tipala- :' y quc es muy dificil describir rnodelos con caracteres bien defi-

:s cle revoluci6n o de culturas corno se haria con una variedad -~..-cc~os; p r o , aunque no fuera asi y existiera una variedad de

,.. ' ;. hl-: ..I dc la que pudiera hacerse una larga descripcidn de varias pC : : i ; : ;~s , el historiadar seguiria relatando ios casos individuales pertene- iicrltes a rsta variedad. Despuis de todo, podemos tomar como mo- delos tanto el impuesro directo como el indirecto; pero lo que es pertinente para la historia es que 10s romanos no tuvieran impuesto directo y cua'les fueron 10s impuestos que instituy6 el Directorio.

; Ahora bien, 6qui individualiza a 10s acontecimientos? No son j sin duda sus parricularidades, su urnateria*, Io que son en si mis- 1 mos, sino el hecho de que sucedan, es decir que sucedan en un j momento dado; jam& se reperiria la historia, aunque IIegara a i derir dos veces la misma cosa. Aunque nos interesernos pot un . aconrccirniento en si mismo, a1 margen del tiempo, como si se ,! tratara de una especie de bibelot, y por mds que nos deleiternos 1 como esteras del pasado en lo que tenga de inimitable, aun enton- i ces el acon~ecirniento' seguid siendo una ccmuestraa de historici- ! dad sin vincuios temparalcs. Las dos vices en que Juan Sin Tierra pasa no son un ejernplo de peregrinaci6n del que disponga el his- toriador por duplicado, pues no le seri indiferente que ese principe, a1 que tantas malas pasadas le ha jugado ya la metodoIogia hist6- rica, hayn tenido la desgracia suplernentaria de volver a pas= por donde ya lo habia hecho. A1 verb pasar por segunda vez, el histo- riador no diria aya lo d== como dice el naturalists nya Ib tengo* cuando se le entrega un insect0 que ya posee. Esta no implica que el historiador no piense mediantc mnccptos como todo el mundo (ha& claramerlte del upaso*), ni quc la explicaci6n hist6rica deba prescindir de modelos como .*el despotism0 ilustrado,, (se ha lle- gad0 a sostener tal cosa). Significa simplemenre que el historiador ve la realidad con el espiritu de un lecror de sucesos, que son siempre 10s misrnos y siernpre interesan, porque el perro atropellado hoy es distinto del que fue atropellado ayer y, dicho m h generalrnente, purque hoy no es ayer.

La historia es anecd6tica. Nos interesa porque releta, como la novela, y lin~camente se disringue de tsta en un punto esencial. Suponearnos que me relatan una revuelta y que yo s t qtle, en este

1 caso, el relato es hlsr6rico y que tal revuelta ocurrid redmente; lo escuchark como si hubiera ocurrido en un momento determinado y en cierto mi hkroe serQ ese antiguo pais del que un rninuto antes no tenia la menor noticia y ese pueblo se corivertiri en el cen- tro dd relato, o mejor, en su soporte imprescindibIe. Esto es lo que hace tarnbikn cualquier lector de novelas. Pero en este caso la novela es. cierta y esto la exime de cautivar nuestra atenci6n: la historia de la revuelra puede permitirse aburrirnos sin que por ello pierda valor. Probablemente como cansecuencia de lo anterior, la historia-ficci6n no ha Uegado a cuajar como gtnem literario (salvo para 10s esteras que leen Groal Fiibusre), como tampoco 10s sucews imaginnrios (ex- cepto para los estetas que leen a FeI i FknEon); m a historia que pretende cautivar huele de Iejos a falso y no puede ir mis alll del pastiche. Son de sobra conocidas las paradojas de la individualsdad y la autenticidad. Para un fanhtico de Proust Ia verdadera rellquia sera linicamente la phma con la que fue escrito En burca del tiem- pa perdido, y no otra pluma exactamente igual fabricada en serie. La apieza de museon es un concepro complejo que alina belleza, au- 9

tenticidad y rareza; ni un esteta ni un arque6logo ni un coleccio- nista podri ser, en cstado puro, un verdadero consemador de mu- seos. Aunque una falsificaci6n de Van Meegeren fuera tan bella como un Verrneer autintico (en surna, tomo un Vermeer de juven- tud, como un Vermeer antes de Vermeer), no seria un Verrneer. Pero el historiador no es un coleccionista ni un esreta; no Ie inte- resan la belleza ni Ia singularidad. S61o Ie interesa la verdad. I

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TODO ES HISTOKICO, LUEGO LA IllSTORIA NO EXISTE

Asi pues, el c a m p hist6rico es totalmente indeterminado, con una sola exception: todo lo que se encuentra dentro de t l tiene que haber acaecido realrnente. Aparte de ello, no importa que su entra- mado sea tupido o abierto, continuo o fragmentario. La urdimbre de una pa'gina de historia de la Revolucidn Francesa tiene la densi- dad suficiente para que pueda enccnderse casi totalmente la Ihgica de 10s acontecimientos, y un Maquiavelo o un Trotski podrian ex- tracr de eiIa todo un arte de la polftica. Pero tsmbiin es historia una piaina de l a del antiguo Orienre, que se reduce a aIgunos datos escucros y que es todo lo que se sabe sobre uno o dos impcrios de 10s que apenas queda otra cosa que el nombre. Uvi-Strauss' ha puesto bien de manifiesto la paradoja: *La historia es un conjunto discontinue formado dc dominios hisrdricos, cnda uno de 10s males es definido por una frecuencia propia. Hay Cpocas en Ias que nume- rosos acontecimientos ofrecen a 10s ojos del historiador Ias caracte- risticas de acontecimienros diferenciales; en otras, por cl contrario, han succdido para el historiador (aunque no, por supuesto, para 10s l-mn~bres que vi>.ieron en ellas) rnuy p a s cosas, y a veces nada. T d o s estos dates no forman una serie, Smo que pertenera a espc-

' pensic rauvdge. Plon. 1962, p;lgs. 340-348. Gtamos estns piginas muy

librtmcntc y stn Scnalar la scparaci6n dc 10s plrrafos.

I c i a dierentes. Codificados en el sisterna de Ia ptehistoria, 10s epi- sodtos m8s famosos de la historia moderna y conremporbea dejan

/ de ser pertinenrcs, salvo, quiz8 (y tadavis no sabernos nada & ello), atgunos aspectos masivos de la evoluci6n deaogri€ica considerada a escala global, la invenci6n de la rnhquina de vapor, la de la elec- rriddad y la de la enetgia nuclear.^, Se corresponde con esto una

, derta jerarquia de 10s maulos. aLa elecci6n relativa del historia- ) I

dot se da siempre enue una historia que idorma mds y explica menos ' y otra que explica mis e idorma menos. La historia biogrifica y ,

anerddrica, que ompa un lugar mup bajo en Ia escaln, es una his- toria de'bil que no contiene en sl misma su propia inccligibihdad, pues la alcanza solamente cuando se la transports, en blcque, a1 seno de una historia mds fuette que ella; sin embargo, nos cquivoca- rlamos si creybamos que esros ajustes reconstituyen progresivamente una historia total, pues, lo que se gana de un Iado, se pirrde de ouo. La historia biogrhfica y anccd6ticn es la menos explicativa, 1 per0 es la mL rica desde el punro de visra de la informaci6n, puesto j que considera a 10s individuos en su particularidad y deralla, para cada uno de ellos. 10s matices del caricter, 10s rodeos de sus rnoti- vos, las fases de sus deliberaciones. Esta informacidn s e esquematiza. llegando a desaparecer, cuando se pasa a historias cada vez mds

L juertes.,

I

I

I Para todo lector que tenga espiritu critic0 y para la mayor pane ! 1 de I a profesionales ', un libro de historia aparece bajo un aspect0 : i luuy diferente de lo que parece ser: no trata del Imperio Romano I I sino de lo que podemos saber t&via de ese impcrio. Bajo la super-

a Para ilustrar atgunas confusioncs. citernm las siguientes lineas de A. Toyn- bee: aNo estoy convencido dc.quc se dcba conceder una especie de privilegio a la historia politica. S.4 muy bicn que ~ 5 t h muy extrndido eFa prejuicio, que constituyr: un rasgo comljn tanto en la historiogrdia china como en la gricga. Sin embargo, cs tolalmentc inaplicable a fa histona de In India, por cjcmplo.

i La India tienc una historia de la religi6n y &l arte muy imporrante, per0 carccc de historia pollticam (L'llaroir~ er rer inlerpr!tations, entretrens aulour d'Amold Toynbee, Mouton. 1961, pig. 196). Ante un temp10 indio, nos encon- uamos en plena irnaginerfa dc Epind. (C6mo podria dffirse que no es grande une historia politica que, como la de la India, carccc de documentos y es ape- nas conwida) Y, sobre todo, ~ q u C quierc decir cxactamente ugrande~? La lec- tura dc Kautilya, d Mnquiavdo de La India, hace ver las cosas de modo di- fcmte.

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Paul Vrync

frlndada p r Marc Almh, se ha dedicado a roturar 1a.s mnas fronte- ruas a esa roza. SeGn estos pioneros, la histori~~rafia rradicronnl se cenh demasiado al estudio exclusive de los acontecimientos que slernpre se han considerado importantes; se cxupaba de la uhistoria- rratados-y-batdlasrr. per0 yucdaba por roturar una inmensa extens16n de ~~ncraco~tecimientosn de la que ni siquiera disr~ngurmos 105 liml- tes. En e x campo cstin lus acontecimientos que todavia no han sido reconacldos como tales: Ia hirtoria de las cornarcas, de Jas mentali- dades, de la Jocura, o de Id bdsqueda de la seguridd a travis de 10s Gglos. La historicrdad de 10s n~acontecirnientar r e d p ~ r tanto aqueila de a y a ex~stencia no tenernos conc~encia, y en ese sentido vamos a emplear 13 expresidn en erte libro. creemos que con justicia, pues re ha demosrrado suficienternente la fecundidad de la esmela y de sus ideas.

Los h~chnr no rrenen una dimensib absolu~n

Dentro de la roza que las concepciones o las convemiones de cada (poca abren en el c a m p de Ia historicidad, no existe una jerarquia constante entre las distintas provincias; no hay ninpna mna que se lmponaa a otra nl que, en todo caso, la absorba. A lo sumo, puedc pensatsr que algunvs hechos son ma's irnpananres que orros, p r o incfuio csa importancia dcpende totalrnentr dc 10s crituios urilirador pot cada histonador y no tiene caricter absolute. A veccs, un hdbil escm6grafo monta un ampl~o docorado: Lepanto, todo el siglo XVI, d Mediterrirteo eterno, y el desieno con Ali como linico habitante. Peru se trata de disponcr la cwenogra€ia en profundidad y yuxtaponer, al estilo de un artista barroco, dderentes ritmos temporales, y no d l disponrr en serie unus determinados Aun cuando, para un leftor de Koytg, la idea de qur el nacirnicnto de la fisica en el riglo MI pu- dicta aplir.rse por las neceridader tknicas de la burpucsia asccn- dcnte no fuuna inconsistcntr y absurd. ', no pur ello dwapreceria la historia de h c~encia. De hccho, cuando un historiador ins i r t~ 3 la dependencia de la historia de las cienrciar con respecto a la hirroria j soc~al, lo mis frecucnte es que tscriba una hlstoria general de todu un ! periodo, Y que obedezca a una norma ret6iica quc lc p r ~ r i l x csta- ' blecer norm entie bs capitulos dcdicadrn a la ciencia y 10s relatives 1 n la socicdad. i

' A Ko~r6, Etudes d'hrslorre dc i n pen,& srienrrlrqvp, p6gs 61. 148. 260, ". 1 . 352 y sig.;, kfudcs newtonunnes, p6g. 29; cfr. Oudes d'hntorrr d t L penfie phlls~ophr~ue, pjg. 307

.. . . .. . ~ . . ~

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C;6rno x escribc l a l,isroria 25

A pesar de todo, se sigue tenicndo la impresi6n de quc la guerra de 1914 es un acontecimiento rnis importante que el incendio del 13azar de la Caridad o el caso Landnj. Solarnente la guerra es hisroria, y c d o lo demis entra en el capitdo de sucesos, lo que no es mis que una ilusi6n derivada dc la confusibn enrre la serie de cada uno dc esos acontccirnicntos y su importancia relativa en la misma. Es cierto que el caso Landfi ha ocasionado menos muertos que la guerra, pero, iacasa no es equivalente a un d c t d e de la diplomacia de Luis XV o a una crisis ministerial de la 111 Repriblica? (Y qui decir del horror que la Aiemania hideriana arroj6 a la faz del mundo, del gigantesco suceso de Auschwitz? El caso LandrJ es de primera magnitud dentro de una historia deJ crimen, per0 taI vez cuente menos que la historia politica y ocupe un lugar mucho menos clestacado en la vida de la mayor parte de 1s personas. Ouo tmto cabe decir de la filosofia y de la ciencia anterior a1 siglo XVIII. {Han trnido Estas acaso mcnos repercusiones sobre el presente que la diplomacia de Luis XV?

Pero, seamos serios. Si un genio bondadoso nos concediera eI poder dc conocer d i e piginas del pasado de una civilizacibn desco- nocida hasta nuestros dias, tmdes elegin*amos? {Prefiririamos cono- cer 10s grandcs crfmencs, o saber si su saciedad era drl tipo tribal o dernncritica? Pero otra vez estamos confundiendo la importancia de 10s ~contccimientos con su serk . La historia del crimen es 5610 una pequeiia parte (aunque muy sugesriva, en manos de un histo- riador ha'bil) de Ia historia social, d d rnismo mod0 quc la institu- ci6n dc las embajadas permanentes, esa invenci6n de 10s venccianos, es una peqt~eiia parte de la historia politica. 0 bien habia que com- parsr la dimensi6n hist6rica de 10s criminales y la de 10s embaja- dores, o la de la historia social y la hisroria politica. Se trata dc decidir qu6 prcferin'amos saber sabre esa civilizaci6n daconocida: si era dernocritica o tribal, o si era una sociedad industrial o estaba todavfa en la cdad de la ~iedra talkla. Seguramente las dos cosas, a menos que prefirieramos enfnscarnos en una polkmica inrermi- nable sobre si Ic poIitico es mL importante que lo social, 5 si es mcjor veranear en la playa que en la montaiia ..., hasta que entre en escena un d e d g r a f o y asegure que es su disciplina la que se Ueva Ia palma.

Lo que cornpljca las ideas es el g6nero llamado historia general. A1 lado de libros tituldos Las closes peligroras o Historia diplo- rna'rica, en 10s que e\ propio titulo indica el criterio eIegido, misten otros, con rftulos tales como El riglo Dl, en 10s que no aparcce expIicitarnente el criterio seguido, aunque no por ello deje de haberlo o sea mBs objetivo. Durante mucho tiempo, d eje snbre el que han girado esss historias generales ha sido la historia politics, si bien

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acrualmente se ocupan cada v a menos de 10s acontecimientos para haccrlo de la economia, la sociedad, la c~viiizacibn. Pero no todo se resuelve con esto. Nuestro historiador razonara' sin duda de Ia si- guienre forrna: para que nuestra exposici6n sea equilibrada, hablemos de aqueIlo que era ma's importante para eI mayor nlirneros de fran- ceses bnio el rcinado de Enrique 111. En cuyo caso, no se atribuird a la hisroria polittca den~asrada importancia, porque la mayor parte ~ l e lo? sill~Jlto> JeJ rey solamente se relacionaba con el poder en c31idad de corrtribuyenres o delincuentes; hablaremos mis Lien de Ios trnbajos v Jos dias ciel hombre del cornlin y, aunque pueda dedi- c:lrse u n breve capitulo a esbzar la vida cultural, 10s h~srorladores hibiles hablarin sobre todo de 10s almanaques, 10s libros de cuentas de 10s buhoneros y las cuartetas morales de Pibrac *. Pero, (y la reli- p16n? Omir~rla, cuando se habla del siglo XVI seria grave. Sin em- bargo, hernos de decidirnos por descrlbir las lineas intermedias de l a vida cot~d~ana de la Cpoca o sus cumbres afectivas, intensas y breves a la vez. 0 rnejor dicho. (contaremos lo que el siglo XVI

tiene en cornh con 10s demis siplos, o sus diferencias con respecto al anrerior y a1 siguiente?

ji~ora bien, cuanto m5s se amplfa ante nuestros ojos el horiwnte a~nntccimientos, tanto mis indefimido se nos prescnta. Todo

%- constituye la vida cotidiana de todos 10s hombres, incluso ,.ic solarnente podrla descubrir un virtuoso del diario fntimo, es

,r.,~. ,Icrecho nna pieza a cobrar por el historiador, pues no se ve b ~ c i l cn quC otra rcgi6n podria reflejarse la historicidad si no es en la vitla diaria. Esto no quiere decir en absoluto que la historia deba convertirsc en historia de lo cotidiarlo y que la historia diplomktica de Luis XIV sea sustituida por la descripci6n de las emociorles del pueblo parisino cuando el rey entraba solemnemente en la ciudad, o qrre la historia de Ia tknica de 10s transportes se vea reemplazada por una fenornenologia del espacio y de sus intermediaries, sino sirn- plemente que un acontecirniento s61o se conoce a traves de las hueIlas que deb, y que cualquier hecho de Ia vida cotidiana es una huella de algljn arontccimiento (tanto si estai ya catalogado o si duerme todavia en el bosque de )o que no es a6n acontecimiento). Esta es 13 leccirin que nos ha ensefiado la historiografia desde Voltaire o --

* Goy de Faur, scrior de l'ibrac, msgistrado, diplomdtim y poeta de Pi- brat, autor dc Qrrafmins contemonr prkeples el enseignements, de ins~iraci6n estoica y crisrhna. (N. del T )

Rurckhardt. Balzac comenz6 p r hacer competencia a1 estado civil y, mis tarde, 10s historiadores Ie hicieron la competencia a Balzac, que les habia reprochado en el pr610go de 1842 a u i a Comedia Humana~ que descuidaran la historia de las costumbres. Los histo- riadores cornenzaron por rellenar 10s huecos mis visibles, describiendo 10s aspectos estadisticos de la wolucibn demografica y econ6mica. A1 mismo tiernpo, descubrieron las rnentalldades y 10s valores; se dreron cuenta de que, alin mAs interesante que dar detalles sobre la locura en la rel1gi6n gricga o 10s bosques en la Edad Media, era hacer comprender ccimo veian 10s de Ia tpoca la locura o 10s bos- ques, puesro que 170 existe una forma 6nica de verlos y cada 6poca tiene la suya. La experiencia profesional ha demostrado que la d e s cripci6n de esas visiones ofreua al investigador un material rico y sutil, a la medida de sus deseos. Y, sin embargo, todavia estarnos lejos de saber conceptualizar todas las pequerias percepciones que inte- gran el a'mbito de Ias vivencias. En el Journal d'un bourgeois de Park, fechado en marzo de 1414, pueden leerse piiginas tan id ie sincrisicas, que pueden considerarse corno la alegoria misma de la historia universal: aEn esa kpoca, 10s nifios cantaban d atardecer, cuando iban a buscar el vino o la mostaza:

Votre c.n o lo IOU%, commkre, V o h e c.n. a to toux, la toux. (Cornadre, c6mo te tose eI C.

El c. c6mo te tose y tose.)

En efecto, plugo n Dios que se abatiese sabre el rnundo un ma1 aire cofrurnpido que hizo que mis de den mil personas en Paris dejaran de beber, de comer y de dormir. La enfermedad producia una tos tan fuerte, que ya no se cantaba en ]as misas mayores. Nadie moria de ella, pero era muy dificil curarse.)> Quien solamente vea el lado gracioso de este relato, no tiene nada que hacer como his- roriador ; estas pocas h e a s constituyen un uhecho social total,, digno de Mauss. Quien haya Icido a Pierre Goubert reconoced en ellas d estado demogrifico norma1 dc las poblaciones preindusuiales, en las que con frecuencia las endemias veraniegas eran seguidas por epidemias de las que se asombraban de no morir, y que se acep taban con la misma resignaci6n que tenernos ahora ante 10s acciden- trs de carretera, aun cuando aqutllas causaran nluchas m6s muertes. Quien haya leido a Philippe Arik reconoceri en el lenguaje procaz de esos rnozalbetes 10s efectos de un siste~na de educaci6n prerrusa- niano (pero tambiCn puede suceder que haya leido a Kardiner y que crea en la personalidad de base...). Pmo, (par quC enviar a l a

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Gas a comprar precisamente vino y mosraza? Sin duda 10s dembs prdtlcros no sc iban a buscar a Ia tienda, sino que ~rocedian dc la granja, se habian preparado en casa (corn0 el pan), o se cum- paban por la maiiana en algun mercado de hortakas. Ahi esth la economia, la ciudad y , sus tierras, la aureola del cconomista Von Thunen.. . Quedaria rodavia por estudiar esa republics iniantil que parecr tencr sus cos~umbres propias, sus franquicias, sus boras. Admi- remos, a1 menos corno filologos, la forma original de su cancibn, con sus dos niveles de rrperici6n, y sus burias en segunda persona. Cual- quicra que se haya lnteresado por las solidaridades, 10s pseudoparea- rescos y 10s parentcscos fkgidos, admirari todas las connotaciones de la ~alabra acornadre)); quien haya leido a Van Gemep apreciarh el sabor de esta obra foJk10rica. Los lecrores de Bras sc encontrarh en terreno conocido en esas misas mayores que sirven de marco a un aconcecimienro. Renunciamos a hacer ningin comentario sobre ese <(sire corrornpido~ desde el punto de vista de la hiscoria de la medicina, sobre esas ccien mil personasn del Pads del tiempo de los Armagnac, desde el punto cle vista de la demografia, asi como de la conciencia demografica y, por dtimo, sobri el aplugo a D i o s ~ y el sentimiento de lorurn. En todo caso, (podria darse el nombre de historia de la civilizaci6n a una historia en que no se encontrara algo de esa riqucza, aunque su autor fuera 'Toynbee?

El enorme abisrno que separa la hi~rorio~rafia antigua, con su 6ptica estrechamente politics, de nuestra historia econ6mica y social no es mayor que el que existe entre la historia actual y la que podria hacerse maiiana, Un buen sistcma para apreciarlo es rratar de escri- bir una noveIa histhrica, lo mismo que la forma de p n e r a.prueba una gramatica descriptiva es tiacerla funcionar a1 rev& en una md- quina de traducir. Nuesua conceptualizaci6n deI pasado es tan redu- cida y sumaria, que la novela hist6rica mejor documentada pone descaradarnente a1 descubierto su falscdad desde el mismo mc- menro en que 10s personajes abren Ia boca o haccn un gato, cY c6mo podria ser de otro modo cuando ni siquiera sabemos decir d6nde reside evactamente la diferencia, perfecramente evidente, entre una conversaci6n francesa, inglesa o americana, ni podemos prever 10s astutos e intrincados meandros de una conversaci6n entre cam- pesinos provenzales? Por la actitud de dos personajes que charlan en Ia c a l k y myas palabras no oimos, sabemos que no son padre e hijo ni extraiios entre si, y que se trata seguramente de suegro y yerno. Por la forrna dc actuar de un segundo personaje, adivinamos si acaba de franquear el urnbral de su propia casa, el dc una iglesia, lugar pirblico o casa ajena. Y, sin embargo, basta con que ton~emos un avi6n y aterricemos en Bombay, para que searnos incapaces de

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percibir esas mismas cosas. A1 historiador le queda todavia mucho por hacer, antes de que podamos invertir el reloj dc arena del tiem- po, y 10s uatados de maiiana serirn, tal vez tan diferentes de 10s nucsuos, corno Cstos lo son de 10s de Froisart o del Breviorio de Eu-

la historiu cs unu idea limite

Este enunciado equivale a deck que no exisre la Historia con rnayliscula, la del Discours srrr Z'Histoi~e Uniuer~elle, la de las Le- p n s sur lu phidosophie de I'Hisfoire o la de A s ~ u d y in History, y que lo ljnjco que hay son uhistorias de,..v. Un aconttcimiento sola- menre tiene sentido dentro de una serie; esas series tienen un nlj- mero indefinido, no se ordenan jerirquicammte entre si ni convergen en un geometral que recoja todas las perspectivas, La idea de Hist* ria es un lirnite inaccesible o mis bien una idea transcendental. NO se puede cscribir wa Historia; Ias historiografias que se creen totaIes engaiian inconscientemcnte a1 lector sobre la mcrcancia que ofrecen y las filosofias de la histotia son un nonsenre product0 de la ilusi6n dogmicica, o mejor dicho, lo seria si la rnayoria de Ias veces no se tratara de fidosofias de auna historia de ... R, entle orras la histotia naciond.

Todo va bien mientras nos l i i temos a afirmar, como San Agus- tin, que la Providencia rige 10s imperios y las naciones, y que conquisra rornana se conformaba a1 plan divino; entonces si sabrernos de qu6 uhistoria de ...,, se habla. Pero las cosas se cornplican cuando la Historia deja de ser la historia de las naciones y se llena p o a poco de todo lo que vamos concibiendo del pasado. (Sed cierto que la Providenu* dirige la historia de las civilizaciones? CY qu6 quiere decir civilizaciones? ~Dirigiri acaso Dios un tlafus vocis? No esti dara la r a d n por la que el bicameralismo, eI coitlrx interrupfur, la mednica de las fuerzas centralcs, las conrribuciones directas, el he- cho de elevarse ligeramente sobre la punta de 10s pies cuando se pronuncia una frase aguda o contundente (corno hacia el Sr. Birot- teau), y otros acontecirnientos del siglo XIX deban evolucionar d mismo ritmo. Si no es as:, la impresi6n de que el continuo hist6 rico se divide en un cierto n6meto de civilizaciones, no seria rnhs que una ilusi6n 6ptica y el discutir sobre su ndmero no tendria mis inter6 que el hacerlo sobre el del agmpamiento de estrellas en cons telaciones.

Si la Providencia dirige la Historia y Csta es una totalidad, el plan divino es indiscernible. Como totalidad, la Histotia se nos es-

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cap y, mmo c n ~ m i e n t o d e series, e s un caos semejante a la irgiracion Je una gran ciudad visra desde u n avi6n. N historiador no Ic intcrcsa demasiado sabcr si la agiraci6n en cuesricin v a en dpna &rcccidr~, si obedece a alRuna ley, si existe u n a evoluci6n. Por otra partc, cs demasiado evidenrr q u e la ley no daria la c lave dc rrdo. 1)cscubrir que tln tren se dirige hacia O r l e i n s n o resume ni cxplica todo lo que puedan hacer Ios viajeros d e n t r o d e 10s vago- ncs. Si la ley de la cvoluci6n n o e s una clave mistica, so lamente puede scr un zndir.:n que permitiria a un observador procedente de Sirio lccr la hora en el reIoj d e la Historia y af irmar q u e taI m o m e n t o his[c;rico es posterior a o t ro ; el que esa ley sea Ia racionalizacibn, el progreso, el paso d e lo homogkneo a lo heterogdneo, el dcsarrol lo r k n i c o o el d e las libertades, permi tc saber si el siglo xx es poste- rior a1 IV, pro n o resumir i t d o lo q u e ocurra d e n t r o de esos siglos. E! obscrvador venido de Sirio q u e supiera q u e la l iber tad de prc11s3 o el n6mero d e autom6viles es un indicia cronoI6gico scguro, esrtidiaria cs tc nspecto de la realidad para fechar el especta'cuIo del planeta Tierra. pe ro huelgs decir q u e las te r r iqueos cont inuar ian hacicndo orras muchas cosas adema's de conducir au tom6vi lcs y cri- ticar a sus gobiernos en 10s peri6dicos. El sent ido de l a evoluci6n es u n problema bioldgico, teoIBgico, antropoldgico, socioI6gico o pa- taiisico, per0 n o hisrbrico, pues a1 historiador no Ie interesa sacri- ficar la historia a u n o solo de sus aspectos, po r muy significativo q u e &re sea. 'Tampoco la fisica, n i siquiera la termodin&mica, s e reduce 31 cstudio de l a en t ropia 5.

Lx fi!osofia dc la !libtoria es hoy dia un gtncro rnuerto o par lo tnenos i;rcvir.c rnis qile en algunos cpigonos de gusto bastanre popular, como

:..icr. I'or x r un falso ginero, a menm que se rrare J e una filosofia reve- [ I , : .

% , . ia filosafia de la hisroria seri una repetici611 de la explicacidn concreta

* : w, I,echos y rernitird a 10s rnecanismo~ y leyes que explican esos hechas. :;<~larne~ire 10s dos extrernos: el providencialisrno dc la Citi de Dieu y la c;tis[crnologia hist6rica son viables, y todo lo demds es espurio. Supongamos, crr efet-ro, que nos sca licit0 afirrnar que cl movirniento general de la historia se clirigc hacia el rcino de Dios fSan Agustin), o qur esti formado por ciclos temporales que vuelven en un eterno rctorno (Spengler), o que s i p e una uleyn de crcs csradim que cs, en realidad, un trasunto de lo real (A. Comte), o que rmnsidcrando cl j u e p dc las liberrades, sc d~cubr ie ra en t l un curso regular, un dcsarrolb continuo* (Kant). Una de dos: o cse ~novirnier~to es d simple rcsulrado dc las fucrzas quc dirigen [a hisroria o cstti causado por una rniste- riosa lucrza cxtcrior. En el primer0 de 10s casos, la filosofla de la historia es una rrperici6n de la historiografia, o rnis bicn una cornprobaci6n histtrica en gran escala. un k c h o que cxigc ser ~xplicado como todo hecho hist6rico; en cl segundo caw, o bicn csa fuerza misteriosa se conwe pot revelaci6n tSan Agustfn) y se ~ntcntara', ma1 quc bien. enconrrar sus hueUas en el detallc dc 10s acontecimientos a mcrlos que, con mayor prudencia, sc renuncie a adivinar 10s caminos de la Providencia, o bien (Spengler) se considera que el que la

h o r a bien, si esre impor tan te problema no inreresa aJ historia- dor, tqu4 es lo q u e le lnteresa entonces? L a p regun ta s e hace a menudo y la respuesta no es sencilla. El inter& del historiador de- pender i de l es tado de la docurnentaci611, de s u s ystos yersonales, de la idea q u e le haya asa ado por la cabeza, del encargo q u e le haya hecho u n ed i tor , erc. Sin embargo, si el senrido d e la pregunta e s por q u i debe irlteresarse el historiador, en tonces la respuesra es imposible. ~ P o r qu6 habria que reservar eI nombre de historia para un incidente diplomii~ico y negi rse lo a l a historia de 10s juegos y deportes? Es impasible f i jar u n a escala de importancia s in c a r t en el subjetivismo. V m o s a te rminar con u n a pggina de Popper, en --- hisroria se rcpita es un hecho curioso e inexplicado que se ha descubierro ob- servando la propia historia; pero entonces, en Iuyar de exrasiarse, convendria expIicar ese extrano descubrirnirnro y ver qui causas mncretas hacen que la humanidad d i vueltas sobre sf misrna. Quid no se enntentren esas cauuls y . enrorccs, cl descubrirnicnto de Spender serd un problems hisrbrico, ilrla p6- gina inacahada rlr hisroriogracia.

Volvamos a 10s fil6sofos de la historia que, como Kant, advierten que err su conjunro el rnovimienlo de la hurnanidad sigue, o tiende a seguir, par tal o c11a1 via y que esa aricntaci6n se debe a causas concrctas. Cierto es quc seme- janrc explirad6n no tienc m h que una signiGcaci6n empirica: es como si d conosimicnto parcial de las tierras y 10s mn~incntes fnera susrituido de pronro par un planisferio completo en el que apareciese en su totalidad el contorno de lor continents. El sabcr cuQ es la form del conjunto del continente en su totalidad no nos llevarl seguramente a modificda la descripci6n quc habia- mos hecho de la parte ya conocida; del mismo modo, saber cuil set6 el fururo de la hurnanidad, no nos llevari en modo alguno a rnodificar nuesrra foma de escribir la l~istoria del pasado, ni nos aporrarh ninguna revelacibn filos6fica. Las grandes Iheas de la historia de la hurnanidad no tienen un valor especial- mente didicrico; el que la humanidad se orienre cada vez mis hacia un p r o greso rknico, no quicrc dccir que sea esa 5u misi6n; puedc deberse asinrisnlo a triviales fen6menos de imitacidn, de ubola de nieve~, d azar de una cadena de Markov o a un proceso epidkmico. El mnocimiento Oel fururo de la hurna- nidad no ricne ninguli inter& por sf mismo; remiuria al estudio de 10s mcca- nismos de la causalidad hisrbrica, del mismo mod0 que la fdosofia de la h i s toria rernitc a la metodologia de la historia. Por ejernplo, la aley* de 10s rres tstadios de Co~nte rcmite a la cuestibn de saber por qu6 la humanidad arra- viesa tres estadios. Y eso es lo que ha hecho Kant, cuya Iucidfsirna filosofia de la historia se presenta como una opcidn y rcmite a una explicaci6n concreta. De hecho, Kanr no ocutta que el pfoyyto de una hiscoria filosdfica de la e+ pecic bumana no consiste en errrib~r flldficarnence toda la hisroria, sino en escribir la parte de esa historia que entra dentro d r Ia perspectiva elegida, la del progreso de la liberrad, y se esfuerza pot buscar las razones concreras quc haccn que la hornanidad x dirija hacia esp fin. Asf pucs, incluso cuando sc dan tetrocesos mornenrineos de barbarir, a1 menos en la prhctica, hay un ager- mm de IUZD que se transmite a las generaciones futures, y la naturalaa hu- mana hace que sea terreno apropiado para d desarrollo de ems gfrmenes. Pero ese hturo de la humanidad, aunque psibIe y probable, en mod0 nlguno e3 infalible. S e d n Kant, la Historia f i ld f ica se escribe precisamentc para favo- recer ese futuro, para hacer su llegada miis probable.

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Paul Veync

!A que llama a las cosas por su nombre'. *En mi opinibn, la 6nica rcanera de resolver el problcma es adoptar conscientcmcnre un punto dc vlsra preconcebido de seImci6n. El historicismo toma err6nea- mente las intqretacionrs por teorias. Se ~ u e d e , por ejemplo, inter-

: - pretar la "historia" como una historia de la lucha de clases, o de la lucha racial por la supremacia, o bien como la historia del prc- greso cienriiico e industrial. Todos esos punros de vista tienen su ulterks y son, si se tornan como tales, totalmente irreprod~ables- Yero 10s historicistas no 10s presentan asi y no ven que existe nece- sariamentc una pluraLdad de interpretaciones bisicarnente equiva- lentes (aun cuando algunas de ellas puedan distinguirse por su fecun- d~dad, aspect0 bastante importanre). En lugar de ello, las presentan como doctrinas o teorias y afirman que toda historia cs la historia de la Iucha de clascs, etc. Por su parte, 10s historiadores c1;isicos que se oponen con raz6n a seguir ese procedimiento, se exponen a caer cn un error rodavia mayor; en su illtento de ser objetivos, se sienten obligaJos a etudir cualquier punto de vista sclectivo pero, como esto es imposible, 10s adoptan sin que par Io general se den cuenta de ello.,,

Constanternenre esthn sucediendo acontecirnientos de todo t i p ; vivirnos en el mundo del devenir y seria falso crecr que algunos de esos succsos, por su caricter especial, fueran ahist6ricos~ y se iden- tificaran con la Historia. Ahora bien, la principal cucsti6n que ~ l a n - tea el hisroricismo es la siguiente: < Q u i es lo que distinguc a un acontecimiento hist6rico de otro que no lo es? A1 poncrse pronto de manifiesto que no era fkil estabIecer la distincibn, que no cabia adhenrse a una conciencis ingCnua o nacional para hacer la divisi6n, pero que a1 mismo tiempo no cabia orro procedimienro mejor y el objeto de1 debate se escapaba corno el agua de entre 10s dedos, el his- toricism~ lleg6 a la coric~usi6n de que la Historia es subjetiva, que es la proyecci6n de nuesttos valores y la respuesta a las preguntas que queranlos hacerle.

Sin embargo, basta con admrtrr quc todo es histdrico para que , - el problema se haga a la vez evidence e inkuo. Por supuesto, la

historia no es mas que la respuesta a nuestms interrogantes, puesto que es materialmente- imposibk forrnular todas las preguntas p des- cribir la toralidad deI devenir, y porque el progreso dcl cuestionatio hist6rico x sirca en el tiempo y es tan lento como el progreso de malquier ciencia. La historia es efectivamente subjetiva, pues no puede negarse que la elecci6n del tema de cualquier libro de historia es libre. ---

K Popper, M1~2re de I'hrstoricrrme, mad. Rousscau. Plon, 1956, pAg- nas 148150.

- - . , Capitulo 3

! NI HECHOS NI GEOMETKAL *: ! - r m s

Si todo lo que ha sucedido tiene el mismo valor para la historia, <no la estaremos convirtiendo en un caos? lC6mo hacer que un hccho sea mmis irnportante que otro? ~Acaso no es todo una nebu- losa griskea de acontecimientos singulares? No habria, en ese caso, diferencia entre la vida de un campesino del Neversado y la de Luis XIV, y el ruido del trdfico que oigo en este precis0 mornento tendria el misrno valor que una guerra rnundial ... <Podremos librar- nos de los intertogantes historicistas? La investigacibn hist6rica exige una elecci6n previa para que no se disperse en singularidades ni caiga en una indiferencia en la que todo es equivafente.

La respuesta es doble. En primer lugar, la historia no se inte- resa p r la singularidad de 10s acontecimientos individuales, sino, coma vcrernos cn el pr6xirno capitulo, pot su c d c t e r especffico. En segundo lugar, 10s hechos, segJn expondrernos a cantinuaci6n, no existen a la manera de 10s granos de arena.

Los hechos poseen una organizaci6n natutal, que le es dada d historiador una vez que ha elegido el objeto de su investigacicjn, Y que, ademis, es inalterable. La labor hisr6rica consiste, precisamente, en reconocer esa organizaci6n: causas de la Gucrra de 1914, obje- tivos militares de 10s beligcrantes, incidente de Sarajevo. La obje-

I * N del T.: Geometralr superfiric plana paralela d horizonre, colocada en i Ii carte inferior del cuadro, donde sc proyec-tan lm objetos, para consrnlir

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~ . Paul Vryx~r

tividad dc las cxp!icaciones hist6ricas depende, en parte, de que el historiador vayn mas o menos lejor en su explicacibn. Esta organi- zacion de 10s hechos, propia drl objeto de esr~dio elegido, Ies con- fi(trc una importancia relat~va: en ilna historia militar de la Guerra de 1914, tiene lnerlos importancia un golpe de niano contra 10s pilesros avanzados cnernipos quc una ofensiva que ocupd con coda razrjn :os grandes tirulares de los peri6dicos; en esta misma his:oria milirir, cuenra mis 17erdGn que la g r i p espafio!a. Desde luego, en una historia dcmogriiica ocurriria lo conrrario. Las dificultades em- pezarian a prcsentarse cuando tratiiramos de averiguar c i~ i l de arnbos hechos, Verdlin o la gripe espadola, ticne en sentido absoluto rnis importancia para 13 I-Iistoiin. Asi pues, 10s hechos no existen aisla- darnente, sinn cn mutllas rzlaciones objetivas; l a elecci6n de un tema de historia es libre, per0 en cada terna elegido 10s hechos y sus rela- cioncs son lo q u e son y nadie podri carnbiarlos; la vcrdad hist6rica no cs relativa rli inaccesihle, como si .w tratara dc una inefablc supc1aci6n de todos 10s purltos de vista, de ua ageomctral,,.

t o s hechos no existen aisladamente en el sentido de que el tejido dc I J hlstoria es lo que 1lam.1remor 11na trama, una mezcla muy hu- maria v muy poco iccientii~ca~ de azar, de causas rnateriales y de fines. En sums. la tram3 es un fragment0 de la vida real que el his- roriador despaia a su antojo y en el que 10s hechos mantienen rela- cianes objetivas y poseen tambiEn una importancia relativa: la g6ne- sis de la sociedad feudal, la pulitica mediterra'nea de Felipe I1 o n ~ d a m5s qr~e un aspect0 de esta politics, la revoluci6n de Galileo L3 palabra trama ticne In venraja dc recordar que lo que estrrdia el historiador es ran humano comv un drama o una novela, Guerm y Pa: o A~?fonio T Cleoputru. Est3 trama no sigue necesariamente un orllcn cronolrjpico: a? igual que un drsma interior, p u d e desarrw llarse en distiritos pianos. La trarna de la revolvci6n de Galileo le enfrentari con Ias coordenadas del pensamiento fisico a comienzos del riglo xvn, con 10s anllelos que el propio Gslileo sentia vaga- mcf:re, con 10s ~roblernas v puntos de referencia en bona -plate- nTi[;ln y arihtote~isrno-, etc. Asi pues, la trama pucde scr un corte

- ,.tversal de diferentes ritmos temporales o anilisis e s p ~ t r a l , pero r b siendo trama por ser humana y por no estar sometida a1

-:ninismo .n 1.i trarna no reina el tlererrninismo, qrlc hace que unos 610- !l:rnados ej6rcito prusiano derroten a otros itornos llamados

Grim se exribe la historis 35

ejCccito austriaco; 10s detalles adquiercn la irnportancia relativa que exige su propro desarroHo SI las tramas fueran pequefios drnbitos regidos por cl dererminismo, cuando Bismarck envla el despacho de Ems, habria que descrlbir con el mismo detalle y ob~etrvidad el funcionamlento del telCgrafo que la decisi6n del cancilier, y el hist@ riador habria empezado expilcindonos 10s procesos biologicos que trajeron a1 mundo a1 ptopio Bismarck. Si 10s detalles no adquirieran una ~rnportancia relatlva, el historiador, cada vez que Napoldn da una orden a sus tropas, dekr ia exphcarnos por quC 10s soldados le obedecen (recordernos que Tolstoj en Guerra y Par plantea el p r e blerna d r la hlstoria poco rnis o menos en estos tgrrninos). Bien cs cierto que, si 10s soldados hubieran desobedecido alguna v a , habria que citar el hecho por haber alterado el desarrollo deI drama. Asi pues, 2quC hechos merecen suscitar el inter& dcl historlador? Todo dcpende de la trama eleKida; el hecho en si ni tiem interts ni dcja de tenerlo. {Le ~lntcresa contar a un ntque6logo cl nlimero de plumas que tienen las alas de la Victoria de Samotracia? ~ D a r l pruebas con esto de un rigor digno de aIabanza o de un detallismo indtil? NO es posible responder, pues el hecho, aislado de su propia trama no es nada, y s6Io toma c ~ ~ e r p o cuando se convierte en el hkroe o en el figurante de un drama de historia deI arte en el que la tendencia clisica a no decorar con demasiadas plumas y a no retocar en exceso la obra, alterna con Ia tendencia barroca a recargar y a trabajar rninuciosamente 10s detalles, y con el gusto propio de artes bkbaras por acurnt~lar excesivos elementos decorativos.

Seiialemos que, si la trama antes mencionada no hubiera sido la politlca inrernacional de Napale6n, sino la Grande Arme'e, su moral y su actitud, entonces la obediencia habitual de 10s veteranos habria sido un acontccimiento perrinente cuyas causas habria que explicar. La dificultad estriba en sumar y totalizar las tramas: o bien nuestro heroe es Nercin y le bastati con dair: aGuardias, obedecedme,>, o bien lo es la guardia y estaremos escribiendo otra tragedia. Tanto en la historia conlo en el teatro, es imposible exponer todo, y no porque se necesitaran demasiadas psiginas, sjno porque no existe hecho hist6rico elemental, acontecimiento-itorno.

Es imposib1e describit una totalidad y cualquier descripci6n es selectiva; eI historiador nunca traza el mapa exhaustivo de 10s acon- tecirnientos; puede, a lo sumo, multiplicar 10s itineraries que lo cru- zan. Como mBs o menos escribe F. von Hayek', nos engaiia el len-

t Sc~ent i~me et Sciences sociafcr, trad. Barrc, PIon, 1953, pigs. 57-60 y 80: K. Popper, ,%iis&rr de f'hisroririrtne, trad. Rousseau, Plon, 1956, pigs. 79.80 y note 1.

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pa je , que habla de la Revoluci6n Francesa o de la Guerra de 10s Cien AAos como de unidades naturales, pues nos hace creer que el primer paso en el estudio de estos acontecimientos consiste en des- cubrir a qu6 se pareccn, tal y como hariamos si se nos hablara de una piedra o de un animal; el objeto de estudio no ES nunca la tota- Iidad de 10s fcncimenos observables en un t i e m p y espacio dados, sino 6nicamenre algunos aspectos que hayamos elegido; la misma situaci6n espacio-temporal puede conterler, seg6n la cuesti6n de que se trare, varios objetos de estudio diferentes. Hayek aiiade que, ude- pcndiendo de esas cuesriorles, lo que tenemos pot costumbre consi- dcrar acontecimiento histdrico Jnico pucdc transformarse en m61- tiples objcrns de con~irniento; la confusi6n sobre este liltirno punto h : ~ gcncradn, cn Luena medlda, la doctrina tan en boga hoy de que tcrdo conoclrniento hist6rico es necesariamente telativo, de que esti dcrerminado por nuestra "situaci6n" y abocado a1 cambio con el transcurso del tiempo; el n6cleo de verdad que contiene esta afirrna- ci6n acerca de la relarividad del conocimiento hist6rico es que 10s hlstoriadores se inrcresan en cada Ppoca por objetos discintos, pero no signiflca que sostengan opiniones diferentes sobre el misrno ob- jetoh. Agreguernos que si un aacontecirnienton puede estar presence en varias trarnas, tambih puede suceder, invirtiendo 10s tkrminos, que un acontecimiento 6nico estP irtregrado por datos pertenecientes a categorias heterogeneas (10 social, Io politico, lo religiose.:.), lo que, por otra parte, sucede muy a rncnudo. La mayoria de 10s acon- tecimienros son, en el sentido de Marcel Mauss, ahechos sociales tota- lesb; a decir verdad, la teoria del hecho social quiere decir sencilla- mente que nuestras categorias tradicionalcs mutilan la realidad.

Evidentemente, es imposible narrar la totalidad del devenir y hay que elegir; tampoco existe una categoria especial de aconteci- mientos (la historia politics, por ejemplo) que constimya propia- mente la Hisroria y que nos obligue a elegirla necesariamente, Es, pues, literalmenre cierto que, conlo dice Marrou, toda historiografia es subjetiva: la elecci6n del objero es libre y, en principio, todos 10s tenlss sinlen para el caso; no existe ni la Historia ni aeI sentido de la historiaw; la marcha de 10s acontecimientos (impulsados p r una locornotora de l a histotia verdaderamente cientifica) no transcurre por un camino ya hecho. El historiador puede elegir libremente el icinerario que va a seguir para describir el carnpo de acontecimientos, y todos 10s itirierarios son igualmente legitimos (aunque no igual- mente interesanres). Admitido esto, queda por decir que la confi- gurari6n del campo de acontecimientos tiene existencia propia y que dos historiadores que hayan tornado el misrno camir~o v e r b ese

I c a m p de igual manera o diwutirkn con objetividad acerca de sus discrepancias.

/ Esrrucrura del canrpo de oconfccirnienros

Los historiadores cuentan historias, que son como 10s itinerarios que han decidido seguir a trav6 del c a m p objetivo de aconteci- mientos [campo que es divisible hasta el infinito y que no estB com- puesto de acontecrmientos-itornos); nin&n historiador describe la rotalidad de este campo, pues a1 rener qrlt escoger un itinerario no puede recorrerlo en toda su amplitud; ninguno de esos itinerarios es el verdadero, ninguno es la Historia. For liltimo, en el campo de acontccimientos no hay parajes especiales que se visiten y que se pueda denorninar acontecimiento propiamente dicho: un aconte- cimiento no cs un ser, sin0 una encrucijada de itinerarios posibles. Tomemos el acontecimiento llarnado Guerra de 1914 o, por ser m6s precisos, las operaciones militares y la actividad diplornirica; es un itinerario que vale tdnt0 como cualquier otro. TambiCn podernos estudiarIo con rnss ampiitud e invadir zonas limitrofes: las necesi- dades militares ocasionaron la intervencidn d d Estado en la vida econ6mica, suscitaron problemas politicos y constitucionales, modi- ficaron las cosrumbres, multiplicaron el n l imer~ de enfermeras y de obreras y transformaron par ende la situaci6n de la mujer ... Esta- rnos, pues, en el camino deI feminismo, por el que podemos avanzar hasta llegar a un punto mds o menos lejano. Algunos itinerarios se agotan ripidarnente (la guerra, por lo que sabernos, ha tenido poca influencia en la evolucibn de la pintura); el mismo ichecho*, que es causa profunda en un itinerario determinado, ser6 en otro un episodio accidental, Cuanras relaciones se dan en el c a m p de 10s acontecimientos son absolutamente obietivas. ~ C u g l seri, pues, el acontecimiento llamado Guerra de 19142 Depender6 del alcance que libremente hayGs atribuido a1 concepto de guerra: las operaciones diplomhticas o militares, o bien un segrnento mayor o menor de 10s itinerarios que se cruzan con aquC1. Si el proyecto es suficientemente ambicioso, vuestrs guerra podria ser incluso un ahecho social total*.

Los acontrcimientos no son cosas ni objetos consistentes ni sus- tancias, sin0 un fragmento libremente desgajado de la realidad, un conglornerado de procesos, en el a a l cosas, hombres y sustancias en interacci6n se comportan como sujetos activos y pasivos. Los acon- tecimientos carecen de unidad natural; no podemos, como el mi- nero de FeJra, cortarlos por unas articulaciones naturales que no tienen. Aunque esta verdad es muy simple, no se nos ha hecho fami-

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35 Paul Veyne

ii,ir ilasra finales del s igh pasado y su desct~brirniento ha producido cn;? consitlrrablc conrnocirin. De ahi que se h a p hablado de subje- tivismo, de descon~posicidn de1 abjero hist6rico. Todo esto expIica que, hasta ei siglo xrx, la hisroria, de una gran esrrechez de miras, s r lirnitara a 10s acontecirnientos; habia una Historia con mafiscula, sobre rodo politics, y cxistian unos acontecirnientos aconsagrados*. La historia no ncontecimental fue una especie de telescopio que, a1 descub~irnos en el cielo millones de estrellas disrintas de las que conocinn 10s astrlinomos antieuos. nos haria comprender que la dlvi- si6n del ricIo en consrelaciones era subjetiva.

Los acontecirnientos no tienen la consistencia de una guitarra o de una sopera, g hay que aiiadir que, digase lo que se diga, rarnpoco exis~en 3 13 nlanera de un ugeomerraln. Suele afirmarse que existen en si corno si se tratara dc un cubo o J e una piri~rlide; nunca vemos a la vcz tod:rb las caras de un cubo, y s61o podemos tener unx visi6n p:~rcial pcro, cn ramt)io, prlemos ~ n u l t i ~ l i r a r nuesrros puntos de vistil. Ocurriria lo inismo con 10s acontecimienros: su inaccesible ver- dad estaria Iormada par nuesrros innumerables punros de vista y, a su vez, carla perspectiva seria verdad en su parcialidad. Nada rnds lcjos rie In rrididad; es engaiioso equiparar un aconrecimie'nto a un agcomerral~~ y restilta m i s peligroso quc dtil.

Si asi y todo se insiste m hablar de geornetral, habri' que rcser- var la cspresi6n para la percepd6n de un rnisrno acontecirniento por diferentcs testigos, por distintos individuos de carne y hueso: la batalla d e Waterloo vista por Iss m6nadas Fabricio, rnariscal Ney y una cantinera. El acontecimiento a batalla de Waterloo>>, tal como la escribiri un historiador, no ES el geornetral que forman estas vi- sioncs ~arciales, sino una elecciBn de aquello que 10s testigos han visco, y una eleccirjn critica. Pues, si el llistoriador, deslumbrado por la palabra geornetraf, se contentara con integrar 10s restimonios, nos erlcontrariarnos en esta extrafia batalla, y entre otras muchas cosas, con 10s arrebatos rlovelescos de un joven italiano y con la encanta- dora v juvenil silueta de una campesina que tendria el rnismo origen. EI historiador hnce resaltar en 10s testimonios y documentos el acon- tecimiento tal corno 61 ha elegido que sea; por esa razbn, un acon- tecirniento nunca coincide con el cogito de sus protagonistas y tes- tigos. Podriarnos encontrar, cn una batalla de Waterloo, hasta 10s reniegos y bostezos que provienen del cogito de un'veterano; esto s t deber:i a que el historiador habra' decidido yue c t s u ~ batalla de IVaterlm no se Iirnite a Ia estrategia g que incluya rambiCn la rnen- tnlidad de 10s combatientes.

En resumen, parece que en la historia no existe n l k que un au- tintico geometral: la flistoria, la historia total, la totalidad de cuan-

to ha sucedido. Pero no podernus alcanzar este geometral. S6Io Dios, si existiera, seria capaz de ver una ~ i r i m l d e desde todas las perspec- tivas a la vez y podria contemplar la historia acomo una misrna ciu- dad vista desde diferer~tes ladosn (segfin dice la Monadologia). Hay, en carnbio, pcquefios geometrales que el propio Dios rro contempla, porque s6l0 exisren corno palabras: d pntlatch, la Revoluci6n Fran- cesa, Ia Guerra de 1914. 2No set& enronces, la Primera Guerra Mun- dial mas que una palabra? Estud~amos <(la guerra de 1914 y la evolu- ci6n de las costumbres>>, <<la guerra de 19 14 y la economia dirigida.. {No es acaso la guerra la integral de estas perspectivas parciales? Precisamente, es una surna, un batiburriIlo, y eso no es un geome- tral: no puede petenderse que la creciente impartancia del femi- nismo de 191 4 a 1918 sea lo rr~isrno que la estrategia de 10s ataques frontales, 5610 quc visto por otro espectador. Ilablar de geometral es adoptar un punto de vista parcial (todos lo son, por otra parte) en Iugar de una perspectiva ck la totalldad. Ahora bien, 10s aacon- tecimientosn no son cotalidaJes, sino nudos de relaciones: las 6njcas totalidades son las palabras --c<guerravt o <(don- a las que con entcra libertad atribuimos mayor o menor alcancc.

~ M e r e c e la pena que gastemos la p6lvora en salvas, es decir, que nos preocupemos pot tan inofensiva forma de hablar? Evidente- mente, pues es la causa de tres ilusiones: la de profundidad de la histotia, la de historia general y la de renovacidn del objeto, La ex- presi6n upunto de vista,, ha provocado la resonancia, como si se trata- ra de sonidos arrn6nicos, de 10s tCrrninos ctsubjetividad~ y uverdad in- accesibie~: utodos Jos puntos de vista tienen el misrno valor y siempre se nos escapard la vetdad, que es siempre mAs ~ r o f u n d a ~ . En realidad, el mundo sublunar no posee profundidad en parte alguna, simple- mente es muy complejo; descubrimos numerosas verdades, pero son parciales (es Esta una de las diferencias que scpara a la historia de la cicncia: 6sra tambi6n descubre verdades pero, como mis adelante u)erernos, son provisionales). Dado que ning6n geomerral les confiere Gnidad, es puramente conventional la distinci6n enue <<historia de.. .n y la llarnada historia general: si la entendemos como actividad que conduce a resuttados especificos, la historia general no existe; se Ii- mita a ~ e u n i r historim especialcs bajo el mismo d t u l o y a dosificar el nlirnero de piginas que, seglin sus tmrias ~ersonales o 10s gustos de1 pGblico, hay que dedicar a cada una, trabajo que, cuando se hace bien, es el de un encidopedista. ~ Q u i i n tiene la menor duda de que sea convenientc a 12 colaboracion entre el ageneralista* y el espe- cialista? Mucho daiio no puede hacer, siempre que n o se trate d e

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lo coIahriraci6n entre el ~aral i t ico y el ciego. El generalista, como tcdo el mtlndo, puede tener una visi6n penetranre, que ayude a es- clarcccr una uhistoria de ... )> especializada, pero lo que no puede haccr es claborar un3 sintesis inconcebible.

La tcrcera ilusibn, 13 renovacicin del objeto, es In ~arado ja de ios origenes, cjue ranra tinra ha hecho correr. n h s origenes rara-. rnente son bellosl,, o mis bien llarnamos origenes, por definicibn, a lo que es anecddtico: la inuerte de Jeslis, simple anicdota en el rei- nado de Tiberio, estaba llarnada a convertirse ripidamente en gigan- tesco acontecimiento. Y quiin sabe si en este mismo momento ... 5610 nos inquierari esta paradoja si imaginarnos que existe una historia general y que un acontecimiento, en si, cs hist6rico o no lo , . - No cabe duda de que un historiador que hubiera muerto a fina-

dcl reinado d e Tiberio apenas habria haMado de la pasi6n de . !:it0 y 5610 la habria podido induir en la trama de la agitaci6n poli-

:!!:a y re!igiosa de1 puebIo judio, trarna en la que Cristo habria re- :,iesentado bajo su pluma, como para nosotros todavla lo represenra, c! papel de nn simple figurante, pues es en la historia del cristianismo donde Cristn tiene el papel El significado de su pasi6n no ha carnbiado con el tiempo, somos nosotros quienes carnbiamos la intriga a1 pasar de la historia judia a la del cristianismo. Todo es histhrico, per0 s610 hay historias parciales.

En conclusi6n, podemos estar de acuerdo con el sentido de Ia afirrnaci6n de Marrou cuando escribe que la historia es subjetiva y considerarla un Krema es aei de la epistemologia histhrica aunque, desde la perspectiva de Ja presente obra, la formularemos de manera distinta: puesto quc todo es histbrico, la historia seri aquello que nosotros elijamos. Pot liltirno, como recuerda Marrou, subjetivo no quierc decir arbitrario. Supongarnos que estamos conternplando des- de nuestra ventana (el historiador, en cuanto tal, no es un hombre de acci6n) una muchedumbre que se manifiesta por 10s Champs ElysCes o en la plaza de la Rkpublique. Primero, vetemos un espec- tlculo humano y no un comportamiento, divisible basta el infinito, de piernas y brazos: la historia no es una disciplina cientificista, sino sublunar. Srnundo, no habri hechos elernentales, porque cada hecho 5610 tiene sentido imbricado en su trarna y remite ademis a un nu- mero infinito de tramas: a una manifestacibn politics, a determinada forma de andar, a un episodio de la vida personal de cada manifes- tante, etc. Tercero, no podemos decretar que la mama ~tmanifesta-

(%mo sc esrrihc. la histuria 41

ci6n politicas sea la linica digna de la historia. Cuarto, ninglin gee metral ~ntegrarh todas las tramas que puedan elegirse en este c a m p de acontecimientos. En todos estos aspectos la historia es subjetiva, pero rcsulta que todo lo que haceu IPS sustancias hombres en la calle, cualquiern que sea la forrna de cons~derarlo, es perfecramente obje- tivo.

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POR P U M CURIOSIDAD POK LO ESPECIFICO

Si par hurnanismo entendemos el hecho de interesarnos p r Ia .vcrdad de la historia en la rnedida en quc Csta cornprende obras be- 1195, y por istas en la medrda en que ensefian el bien, entonces pode mas decir con entera certeza que la histuria no es un humanismo, !:a quc no entreme7xla conceptos trascendentales. Tnmpoco lo sed s~ por humanismo entendemos la convicci6n de que pnr hablar de 10s hombres, es decir, de nosotros mismos, dariamos a la historia un valor espec~al. Con esto no pretcndernos afirmar que la historia n o deba ser un humanism0 nj prohlb~r que cada cue1 di5frute con e i l a a su antajo (si bien, eI gozo quc puede proporclonar la historia ?s bastanre limitado cumdo la leernos buscando algo diferente de la propia historia), Jo 6nico qque dccimos es que, si nos atenemos a lo qrle haccn 10s h~storiadorrs, comprobarcmos que la historia no cs un hurnanismo en mayor medlda que las ciencias o la metafisica. (Por qu6 interesarnos, entonces, por la historia, y por qu6 escribirla? 0 meior didlo (ya que cl interds pue se pueda sentir es un asunto wrq~na l . ~incl1naci6n por lo pintoresco, patriotism0 . ), (quk clase de rnterCs trata de satisfacer por naturaleza el gbnero hist6ricu?

Un arqi1e6logo a1 que conozcn, buen historiador y apasioriado por su profesibn, os mirarL compasivamente si le felicirhis por haber

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desmbierto en una excavac16n una escultura que no esrd md; sc mega a explorar yacirnientos arqueologicos famosos y afirrna que krabirualmente es mis ins~ructrvo excavar un vertedero; no le gusta- iia descubrir una Venus de Rlilo, pues, claro, nu ensefigria nada nuevo, y el arte es nn placer aal margen del t rabajo~. Otros arque& logos concilian profesi6n y esr&tica, pero se uatu mas dc la uni6n de dos coronas en una persona que de una unidad de esencia. El adjetivo que prefiere mi arquebIogo, enmigo de la bellaa, es la expresi6n dave del gtnero histhrico: aes interesantefi. No se aplica este obje- tivo ni a un tesoro ni a las joyes de la Carona: seria estrafalario decirlo de la Acr6polis y estaria fuera de Iugat referirlo a una ba- taUa de las dos liltimas guerras. La historia de cada naci6n es sa- grada y no puede decirse ala historia de Francia es interesante, con ci mismo tono con quc. elogiamos el atrartivo de las antigiiedades mayas o de la etnogafia de 10s nuer, pero resulta que 10s mayas p 10s nuer tienen sus historiadores y sus etn6grafos. Existe una his- toria popular con un reperrorio acuiiado: grandes hombres, episv dios dlebres. Esta historia nos rodea pot todas partes, en 10s norn- bres de las calles, en 10s pedestales de las estatuas, en Ins escapara- tes de las librerias, en la memoria colecriva y en 10s planes de estu- dio, es la dimensi6n asociol6gica~ del genero hist6rico. Pero la his- toria de 10s historiadores y de sus lectores interpreta esre rcpertorio en otro tono, y nada mis ajeno a ella, por otra parte, que ceiiirse a 61. Hace mucho que se viene escribiendo una historia privileyiada: un poco de Grecia a travCs de Plutarco, sobre rodo Roma (la Re- pliblica mgs qne el Irnperio y mucho mis tdav ia que el Bajo Im- perio), algunos episodios de la Edad Media, la Edad Moderna. Pero. a derir verdad, 10s etuditos sc han venido interesando siempre por todo el pasado. Las civilizaciones antiguas y exbticas, asi como la Edad Media, los sumerios, 10s chinos, 10s ccprirnitivosn, no han tar- dado en despertar nuestro inter&, a nxedida que ss han ,do descu- briendo, y si 10s romanos aburren un poco a1 pGblico, es porque se les ha convertidn en un pueblo-valor, en lugar de presenrarlo como algo ex6tico. Dado que nuestro interis es universal, no podemos comprender ya que. Lace apenas sesenta afios, Max Weher explicara el inter6 que desprerta la historia por la dIebre atelaci6n con lo5 valoresx-.

Webcr: La historia como relucidn con lor vdores

Esta ex-prcsirin, que se vtlelve misteriosa a medida qur nos aleja- rnos de la 4poca dorada del historicismo alemin. quiere decir simple-

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mente que la Liiferencia entre cualquier acontecim~ento y 10s cjue juz,gamos dignos de la historia es el valor que attibuimos a bros. Sostendremob, cntonies, que una guerra entre europeos es parte de la hlstor~a, mlentras que no lo es una escaramuza entre t~ibus cafres o entre pleles rojas ' .

A1 pareccr, no nos interesamos tradicionalm~nte por todo cuanto ha sucedrdo, sino 5610 por ciertos pueblos, deterrninadas caregorias de acontecimientos o algunos problemas (con total independencia de 10s juiclos de valor, favorables o desfavorabIes, que nos merez- can); riuestra elecclon derermina las fronteras de la historia, elec- ci6n que varia de u n pueblo a otro y de siglo a siglo. Tomernos la historia de la rnkica. *El problema central de esta disciplina, desde el punto dr uistn de la cur~osrdud del europeo modern^ (iahi tene- mos la relaci6n con 10s valores!) estriba, sin duda algbna, en la cues- .-, ~ l o n siguienre. tpor que' la mrisica armbnica, quc surge en casi todas

partes de la polifonia popular, s t ha desarrollado linicamentc en Eu- r o p a ? ~ ; las cursivas, el pdrintesis y 10s sjgnos de exclamacidn son del proplo Vl'eber '. - .

Con esto prejuzga Weber la curiosidad de ese supuesto eutopeo .;r confunde la sociologia de la historia con su finalidad. No parece ..~crosirni! que un especialista en historia griega de la Ec01e de

~:rures Etudes sosrenga que su disciplina es de una esencia distinta ! a dc su colega que estudia a 10s piela rojas; si maiiana apareciera

:.in l~bro titulado *Historia del Imperio Iroqudsn (creo recordar que csisti6 ese imperio). nadie podria negar que el libro existe, y que es historia. A la inversa, basta con abrir una historia de Grecia para que Atenas deje de ser ese rdestacado lugar del asa ado^ que un ins- tante antes nos imaginhbamos y para que ya no haya diferencia entre la Liga iroquesa y la Liga ateniense, cuya histotia no es ni mis ni menos decepcionanre que el resto de Ia historia universal. Si cree- rnos que Weber ve las cosas de la misma manera, lcbmo puede sos- tener entonces la distinci6n que hace entre la ctraz6n de serp y la araz6n de conocers? Se&n esa distincidn, la historia de Atcnas nos interesaria por si misma, la de 10s iroqueses s61o seria material para llcgar a conocer problemas que guardan relad6n con 10s valores, por ejemplo eI problema del imp'erialismo o d del origen de la socie- dad '. Es evidente el dogmatismo de esta afirmaci6n. Si echamos una miradn a nucstro alrededor, cornnrobaremus que mientras algunos tratan a Ios iroqueses como material sociol6gic0, otros tratan a 10s

Max Wehcr, Essair sur la ~ b i o r k de &a science, rrad. I . E're~~nd, Plon. 1965, P&S. 1>2-172, 244-289, 298-302, 448. ' Ermis, pig. 448.

' Essoir. p8gs. 244-259.

atenienses de igual manera (asi lo hace Raymond Aron, bashdose en Tucidides, en su estudio sobre la guerra eterna), y que incluso hay quienes estudian tanto a 10s iroqueses como a 10s atenienses por el intere's mismo que despiertan ambos Pero sospechamos que el pensamienro de Weber es mds sutrl que todas estas objecic- nes. Aproximadarnente escribe lo sigui~nte: *El hecho de que Fede- rico Guilkrmo 1V haya renunciado a la corona imperial constituye un acontecirniento hist6ric0, mientras que es indiferente saber quk sa3tres confeccionaron su unifotme. Se responderd que es indiferente para la historia politics, per0 no para Ia de la moda o para la de la profesi6n de sastre; ciertamente, pero, incluso desde esa perspectiva, 10s sastres no serin personalmente importantes a no ser que hayan modificado el curso de la moda o el de su profesi6n; en caso con- trario, su biografia s6Io serB un,medio para conocer la historia de ambas realidades. D e igual manera puede suceder que un fragment0 de vasija con inscripciones nos perrnita conocer un rey o un imperio, y no por eso sc trata de un acontecirniento,> '. La objeci6n es de peso y la respuesta que vamos a intentar dar seri Iarga.

En primer lugar, la distinci6n entre hecho-valor y hccho-docu- menro depende del punto de vista, de la trarna elegida, y estd lejos de determinar la elccci6n de la trarna ni la distinci6n entre lo que seria hist6rico y lo que no lo seria. AdemQs, existe en todo esto una confusi6n entre la propia intriga y sus personajes y figurantes (por asi decir, entre la histnria y la biografia); tambiCn se confunde el acontecimiento con el documento. Ya se trate de restos de vasijas o de la biografia de un sastre, lo que llamamos fuente o documento es tambiCn y ante todo un acontecimiento, grande o pequeiio. Po- dria definirse eI docurnento corno todo acontecimiento que haya de- jado un vestigio I. La Biblia es, al mismo tiempo, un acontecimiento de la historia de Israel y su fuente, un docurnento de historia poli- tics y un acontecirniento de historia religiosa. Unos restos de vasijas con inscripciones. hallados en una antigua cantera del Sinai, que re- velan el nombre de un farah, constituyen un documento vdido para una historia de las dinastias egipcias y tambien uno de 10s numerosos g pequeiios acontecimientos que forman la historia de la utlizaci6n ritual de la escritura, y de las costumbres de erigir para la posteridad rnonumntos epigthficos o de malquier otro t i p . Pero, con esos restos de vasijas omrre como con cualquier otro amntecimiento: puede desempeiiar en Ia trama en la que figura como acontecimiento

' Esruis, pigs. 244. 247, 249. En cl capitulo IXX vimos que t d o ~acontecimitnto~ es la encrucijada de

un n h m inagotable dc inmgas posibln. Por cso rlos documentos son insg* tables*, mmo sc repitc mn toda r d n .

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un ~ a p e l lmporranlr o solamente secundario. S610 que, a pesar de lo que dicc Wcber, no hay diferencia sustancial entre 10s papeles destacsdos y 10s de figurantes, 10s separan simples matices, se pasa insensiblemente de unos a otros y , a1 final, nos percatnmos de qur el propio Federico Guillermo IV no es en el fondo miis que u11 comparsa. La hlstoria JeI carnpesinado durante el reinado de Luis XXV es 13 dc 10s campesinos, la vida de cada uno de ellos es la de un figr~ranre y el clocurnento propinrnente dicho serd, por ejern- plo, !a cr6nica de farnilia dr ese carnpesino. Ahora bien, rnientras que cuando se trata del campesinado cada individuo no es nada m6s que un elerncnto del conjunto, bastari con pasar a la historla de la gran burguesia para que el historiador designe por su nombre a las disnastias burguesas y para que abandone la estadistica por la proso- pografla, y cuando Ueguemos a Luis XIV, estaremos ante el hombre- valor, ante el hProe dc la trama politita, ante la historia hecha bom- bre. Pues bien, no es eso. Luis XIV no es mas que un figurante, aunque sea el ilnico personaie en escena. El tiistoriador hahia de 61 como jeie de Estada y no como amante plat6nico de la ValliPre a como paciente de Purgon; no es un hombre, sino url papel, el de morlarca, que por definicidn no implica rnds que un solo personaje; t.n carnbio, como paciente de Purgon es uno mls en la historia de la medicina, y la arm611 de conaerr es aqui el diario de Dangeau y 10s documenros referentes a la salud del rey. Si nuestra trama fuera la evo!uci6n de la rnoda, tsta se debcria tanto a 10s saatres que la revolucionan corno a 10s que la mantienen en sus cauces tradiciona- les; la irnprtancia del acontecimienro en esa seric depende del n6rnero de pfginas que el historiador le conceda, pero no de la elecci6n de la scrie, Luis XIV tiene ei papel de protagonista porque hemos escogido la trama politica, pero no hernos elegido necesaria- mente esa trarna para agregar una biografia m4s a la hagiografia de Luis XIV.

Por dtimo, para saber m i l es el objeto espccifico de la histo- ria, podemos formular la siguienre pregunta: (pot quC leemos osten- siblemenre L a Monde y nos sentimos rnolestos cuando se nos des- cubre con France-Dimonche en la niano? <Par qu6 Brigitte Bardot y Sorava son mis o menos dignas que Pompidou de que se las re- nlerde? Pompidou no tiene problema: desde que naci6 d gknero histdrico 10s jcfes de Estado e s i n inscritos p r derecho propio en 10s anales de la Historia. En cuanto a Brigitte Rardot, se conver- tirB en ohjeto digno de la ITistoria con rnayljscula si deja de ser mujcr-valor para transformars? en simple figurante en un gui6n de historia conternporinea sobre el srar syslem, 10s mass media o esa religi6n mderna de la estrella que predicd entre nosotros Edgar

Morin; se convertid entonces en sociologfa, como suele' decirse, y es en ese sentido corno habla Le Monde de Brigitte Bardot las raras veces que da en hacerlo.

Lo historia se ocupa de lo especifico

Se objetari, con alguna raz6n mLs aparente que real, que hay cierta diferencia entre el caso de Brigitte Bardot y el de Pompidou. Este es hist6rico por si ~nismo y aquil s610 sirve para ilustrar d star system, del mismo modo que 10s sastres de Federico C;,:'I~tmo setviarr para dustrar la historia del vestido. Ahi estd el quid de la cuesti6n que nos va a permitir descubrir la esencia del ggnero his- t6rico. La historia se interesa por acontecirnientos individualizados que tienen caracter irrepetible, pero no es su individualidad lo que le inte- resa. Trara de cornprenderlos, es decir, de hallar en ellos una espeue de generalidad o, dicho con mis precisi6n, de e~~ecificidad. Lo mis- mo ocurre con 13 hisroria natural; su curiosidad es inagorable y se ocupa de todas las especies sin despreciar ninguna, per0 su prop6- sito rro consiste en que gocemos de su singularidad a la manera dc Ios bestiarios medievales en 10s que encontramos la descripci6n de animals nobles, bellos, raros o crueles. Acabamos de ver que, lejos de depender de 10s valores, la historia comienza por una desvalo- rizaci6n general. Ni Brigitte Bardot ni Pompidou son individualida- des destacadas, admiradas o deseadas por sf mismas, sino represen- tantes de sus categorias respectivas: la primera es una estrella, e1 segundo participa de la especie de 10s profesores que sc dedican a la politica y de la de 10s jefes de Estado. Hemos pasado de la singu- laridad individual a la especifidad, esto es, al individuo en calidad de inteligible (ahl estriba la d n por la que ccespecifico* quiere decir a la v a ageneraln y ccparricular~), La seriedad de la historia radica en que se propone relatar 1as civilizaciones pasadas y no saI- var la mernoria de 10s individuos; no es una inmensa recopilaci6n de biografias. Las vidas de todos 10s sastres durante el reinado de Federico Guillermo se parefen rnucho, la histaria las relatar6 en conjunto porque no tiene rwhn alguna para apasionarse por una en particular. Se -pa de b s individuos, per0 solamentc de aqueIlos que le brindan la oportunidad de captar 10 especifico, por la p d e - rosa ra6n de que, como veremos, nada hay que decir de la singula- ridad individual, que Gnicamente puede servir de soporte: inefable en el que se encarnan 10s valores (aporque era 61, porque era yon). El individuo sdlo cuenta hist6ricamente por su especificidad, ya ten- ga el papel principal o el de m figurante entre millones.

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-18 Paul Veyne

El argument0 de Weber acerca de 10s sastres del rey y de la rela- c~6n con 10s valores nos ocultaba el verdadero ~Ianteamiento del r7rablerna, que cor~siste en establecer la distincibn entre lo singular y lo especif~co, distincibn innata que hacemos continuarnente en la v~da cotidiana (lo indifercnciado s61o existe como representante de su esprcie respectiva). Esa es la r a d n por Ia que nuestro arquerjlogo purlsca no queria descubrir una Venus J e Milo; no le reprochaba su bcllaa, sino que hiciera hablar de ella demasiado sin enseiiarnos nada; que tuviera valor, p r o no inter&. Le hubicra otorgado su aprecio a parrlr del momento en que, tras la singularidad J e la obra maestra, se pudiera ~ercibir su aportacibn a la historia de la escul- tura helenibtica, por slr estilo, su trabajo y su belleza misma. Es his- r6rico rodo lo que es especifico. En efecto, todo es inteligible, salvo la slngularidad que exige que Duponr no sea Durand y que 10s in&- wduos existan de uno en nno: es un hecho insoslayable, p r o , una vez que se ha enunciado, no se puede aiiadir nada mds. En cambio, (::la vcz esrablecida la exlsrencla smgular, roJo lo que puede enun- .-rye de un individuo posee una especie de generalldad.

Solo el hecho de que Durand y Dupont sean dos lrnpidc reducir rcal~clad a1 discursu intcligible sobre ella; todo lo demgs es espe-

-.::LO y, pot ende, todo es historico, como tuvirnos ocasi6n de com- :l:cbar en el segundo capirula. Veamos a nuestro arque6logo en su trabafo de campo; excava una vulgar casa rornana, un habidculo normal y corriente, y sc pregunta qu6 hay en esos restos de mum que mernca figurar en la historia. Lo que por lo tanto es, o bien acontecirnientos en el sentido vuIgar de la palabra -aunque la cons- ~ruccicjn de esa casa no fuera seguramente una noticia importante en su 4poca-, o bien usos, costumbres, lo ucolcctivo~, en una palabra, lo ccsocialb. h a casa de seis habltaciones es igual que miles de casas. tPodemos decir que es h1st6nca? La fachada no estii completamente rrazada a cordel, es 11n poco sinuosa, tiene sus buenos clnca cent& metros de pandeo, singularidades &stas debidas a1 azar y sin inter& hist6rico. Pero tal inter& existe y esa falta de cuidado en la cons- trucl6n revela una caracteristica especifica de la ticnica de entonces en lab construciones normales; entre nosotros 10s productos hechvs en serie destacan mis bien por su monotonla y por su implacaLle regularidad. Ides clnco centirnetros dc pandeo son especificos, po- seen un srntido ucolectivo~ y merccen que 10s tengarnos cn cuenta; todo es histhrico, except0 aquello cuyas ausas no hemos llegado a comprender. A1 acabar la excavaci6n, no habri quizi ninguna par- t idar idad de la casa quc no hayamos relacionado con su espede;

h i c o hecho irreductiMe serL que la casa en mesti6n es esa casa

49 :I I:!

I y no la de d lado, singularidad que, pua l a historia, carece de, im- 13 t i': / portancia '. :!I

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Historia del hombre e bistoria de La naturaleza /ii 4

1'1

Si la historia puede ser definida como el conocimiento de lo es- pecffico, resulrad ficil comparar esta historia -me refiero a la his- toria de 10s hechos humanof-- con la de 10s h ~ h o s fisicas. Nada humano es sjeno a1 historiador, sin duda, pero tarnpoco es ajeno cl bi610go a nada del reino animal. Buffon pensaba que la mosca no Jebia ocupar en las preacupaciones del naturalists mBs espacio que el que ocupa en la naturaleza; en carnbio, crefa que en el caso del caballo y del cisnc entraban en juego nuestros vdores; a su manera, era un weberiano. Pero la wologia ha cambiado mucho desde en- tonces y, despues de que Lamarck defendiera la causa de 10s ani-

La singulnridad (la individuaci6n gradas d espaciq, al riempo y a. la se- paraci6n de Ias concierrcias), a pesar de no tenex cablda en la historla que escribe el historiador, es el origen cle t d a la pcesia que encierra este oficio. El gran phblico, a1 que le gusta la arqutologia, no sc engana en esto. Esa sin-

gularidad es tambiCn lo que casi siempn: impulsa d historiador a elegir s~ oficio. Sabernos la emocibn que provtxa un texto o un objeto anriguos, no purque scan bellos, sino porque proceden de un tiempo ya ido y porque su

I ,:I

presencia es tan extraordinaria como la de un aerofito (salvo que 10s objetos . I

1 procedentes del pasado vienen de un aabismo~ que at6 a h mis evedado a nuestm sondasar que la esfera de las su&as fijas). Nos es rnmbih mnocida la emoci6n que provocan 10s esrudius de geowafia hist6rica, donde la p s i a del riempo se superpcne a la dcl espaao. A1 asombro que produce la exis- rencia d d lugar (un lug= no tiene raz6n alguna para esrar ahl en v a de estar en cldquier otra pate), sc aiiadr el asombto por el top6nimo (dondc adveru-

mos qw d carkter arbitrario d d sign0 iingiiisrico es de reyndo @do), lo qur hace que pocss Iccrures scan d s @uca que Is de un mapa. A esto, 5e une la idea de que cstc misma lugar quc csr6 aqul fuc antaio otra cosa, aicndo en aqueI momcnto el mismo lugar que ahora vemos nqui: murdas de Mar- sella asediadas por a a r ; ant ipa carretcra apor dondc pasamn 10s muerrma. que seguia el mismo trazado quc k que hoy terxmos bajo nuestros pies; h4bitat rnodemo que mupa el emplazamienro y manuene .el mismo nombre de un hlbitar antiguo. El patriousmo visceral de muchos arqudlogos (mmo el & ...L-

t -mi lk jullian) tenia seguramcnte a t e origen. La historia ocup, pucs, una . ,

posici6n gnoseol6gica intermedia cntre la universalidad cientifica y la singula- , ;,@ -, J i

ridad inefable; el historiador estudia el pasado por amor a a a singularidad ;::,_.,

que se le escapa por el hecho mismo de estudiarla, y porquc s61o puede srr motivo de suefios aal margrn dcl trabajos. NO por eso rca~lta menos sorpren- dente que nos hayamos pregunrado qui nccesidad uristencid podh cxplkar d inter& que auibuimos s la historia y que no se haye pensado que la respuesra mas simple u a que la historia cstudia d pafado, esc abismo v d o a nu- tras son&.

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50 . Paul Veyne

males inferiores, todos 10s organismos tienen el mismo valor para ella. Desde Iuego, lo que la zoologia no hace hoy es conceder irn- portar~cia especial a 10s primates para ir disminuyendo 1' lgerarnence su atenci6n cuando aparecen 10s tirsidos, y hacerla desaparecer casi pnr com;,lero en 1as inrnediaciones de 10s insectos. Weber se indig- r~aba al pcnsar que pudikralnos ocuparnos de la historia de 10s cafres en la misma mcdida que de la hisroria d r 10s griegos. No vamos a replicarle que 10s tiempos han cambiado, que el Tcrcer Mundo y su parriorisrno nacience ..., que el despertar de 10s pueblos africanos que se inretesan por su pasado ... Estaria bueno que consideraciones de orden patr16ttco iueran a prevalecer subre el inter& intr.lcctua1 Y que 10s atricanos tengan mls ramnes para despreciar la antigiiedad arieea quc las que tcnian 10s europcos para despreciar la antigutdad cafre; por lo d e m h , hoy contamos con rnuchos mdr africanistas de 10s que habia en tiempos de Weber y de Frobenio. Y (quiin se arreveria a sostener hay que el esti~dio de los nuer o de 10s trobian- deses nu es [an instructive como el dc 10s aienienser o el de 10s tebanos? Y lo es, siempre que conternos con la rnisrna documenta- ci6n. va que actfian iguales mecanismns. Agreguemos que, si el homo h r ~ r o n c u ~ cafre resultara ser un organism0 m h elemental que cl arcnjense, el interfs que nos despertaria seria a h rnsyor, por reve- lar un aspect0 rnenos conncido del plan de la naturaleza. EI conoci- miento es un fin en si rnismo y no depende de Ios valores. Pmeba de ello PS la forma en que est i escrita ia hisroria de Grecia. Si fuera una ingenuldad poner las escaramuzas de 10s cafres en el rnisrno plan0 que las guerras de 10s arenienses, 2quC rawn podriarnos aducir para explicar nuesrro inter& par la Guerra del Peioyoneso, a no ser que Tucidides estuviera all; para provocatlo? La influcncia de esta guerra en eI destino deI mundo ha sido pricticamente nula, mientras que las guerras entre 10s estados helenisticos, que s61o son cono- odas en Francia por cinco o reis especidistas, han desemperiado un papef decisivo en el destino de la dviIizaci6n hdenistica frentc a Asia y. por ende, en el destino de la civilizacidn occidental y mundial, El interis de Ia Guerra del Peloponeso es semejante a1 que tendria una guerra entre cafres si hubieta habido un Tucidides africano para con- rarla. De la misma maneta, 10s naturalistas rienten particular intergs par un insect0 determinado si ya hay escrita sobre 61 una mono- giafia de gran calidad. Si llarnamos a erto relacidn con 10s valores, Iiahrl que convenir que lor valores u, cuerri6n son excIusivamenre bib1iogr;ificos.

Vemos, pues, en qu6 consiste la irnparcialidad del historiador: trasciende la buena fe - q u t puede ser partidista y que se enmentra tan cxtendida- y estriba menos en el firmc ptop6sito de decir la

G m o se escribe la historia 3 I

verdad que en consegr~ir su obletivo, que consisre en n o proponerse ninglin f m balvo el dc saber por saber. La lmparcial~dad se confunde con la simple curiosid~d, curiosidad que provocla en Tucidides el CO-

nocldo dcsdoblarnienro entre e! patriots y el te6rlco7, de dande pro- viene la irnpresi61-1 de superioridad intelectual que produce s a libto. El vlrus del saber por el saber Ilega incluso a proporcionar a sus portadores una especie de goce a1 ver desmentidas algunas dc sus m l s intimas convrcciones. Tiene, pues, algo de inhurnano. A1 igual que la caridad, se dcsnrrolla por si rnisrno, yotenciando la voluntad de vivir biolhgica, quc pralonga en 10s valores! De ahi que nor- malmente provoque horror, y bistenos recordar el revuelo de escti- tos quc se produjo en defensa del Capitolio de 10s valores, quc J. Monod pareciri atacar cuando record6 la vieja verdad de que, como d ~ c e Santo Tornis, el conocimiento es la 6nica artividaJ que tiene sus fines en si mismag. Pero ien qu6 se convierre el horn- -

E~ra es la cx-ari6n de rendir homenajc a Annie Kriegel, Les Communistes --

/rdnqdrs, Seui\. 1968. " Schopenhancl., 13 mundo como oolunrad y reprrsenraci6n, libro 3, supl.,

cap. 30: -El conncirnien~o, aunque surge de la voluntad, est6 corrompido par csts rrusrna Voluncad, lo inismo quc la llama a t i oscurecida por la mareria cn cornhusriBn y por el humo qlre des~rende de clla. Por eso, no padcmos con- cebir la esencia puramente objetiva de las m s a s y Ias ideas presenres cn cllns. 3 menas que nos desintercmos por las cosas mismas, porque es enronces cuando no rienen ninguna relad6n con nuestra Voluntad. Para captar la idea en, medio dc In realidnd es precis0 elevarse de alguna marlera pot encima de su mterPs. haccr abstracci6n de su voluntad propia, lo cud exige una energrgfa particular de la inteligencia. ..r.

9 elacc~dn inauguralr. coll2n~ de Fronre, citedra de biolpgia rnolecul:r, 1967: ~ctualmnte 'Lay &a tendencia generalizada a defcnder la invcst~ganon pura, liberada de td.d contingencia inmediata, y eso justamenre en nombre de la praxis, en no~nbre de ptencias ahn desconmidas q11e sdlo la investigaci6n puede revelar y dorninar. Acuso a 10s hombres de cieclcia de haber alimentado a menudo, demasiado a menudo, esa confusi6n; de haber mentido acerca de su verdadero prop6dt0, invxando la potencia' para,, en realidad, alimentar el cw nocimienco que es lo hnico que les importa. La etlca del conwimiento es radi- calrncnte distinta de 10s sistemas religinsos o pragmaricos que ven en el cone drnienro no un fin en sf rnismo, sino un medio de alcanzarlo. La irnica meta, .I .,,In, c,,nrpmn el hien soberano en la Ctica del conrximicnto no cs, confe- LL -...-. --r.---.-. -- sirnoslo, la felicidad dr la humanidad, aljn menos su poder rem~oral o su b~cnesrar. n~ incluso el gnothi reaufon socritico, R el mnocirniento objctivo rnirmnrr Santo Tornis. .Turnma contra gentries, 3, 25, 2-06) (ed. Pm, val. 3, . , ..-.- . .> . . , - -. . - .

pig. 33, cf. 3, 2, 186s y 1876), opone-el mnocimicnto, al juego, quc no es un fin en si. Que el conari~rriento SSCH un Iin en sf no qutetc dmir quc no pueda utilizarse can ~ a s i 6 n de orros fines, l i t i t ~ o dcleirables, sino que, en todo caso, d fin que es en rnanto tal estd siempre prcsentc y es slernpre suficiente, y tambiCn que cl comimiento se cnnstituye en funcidn de ese ljnico fin, cs decir, 4nicarnente en funcicin de la verdad. Para Tucidides la hisroria, que revela verdades que s t r i n siempre ciertas, es un logro dcfinitivo en el orden del conocimicnto, pcro no en el de la aoci611, dondc x trara dc j q a r una

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bre con ~ o d o esto? Podemos ertar tranquilos: el hombre no deja de serIo por enlregarse a la contemplacidn, sigue corniendo, votando

profesando sanas doctrlnas. No hay peligro dc que el vicio, no siempre Irnpune, de la pura curiosidad llegue a ser tan contagioso corn0 el celo por mantener valores tan indispensables.

Lor dos principios de la historioljrojia

SI esto rs asi. la evolucicjn milenaris del conocirniento hlst6rico parece acornpasarse a la aparlci6n de dos principios, cada uno de 10s cuales ha supuesto un glro decisive. EI primero, que data dc 10s griegos, conslste en pensar que la historia es conocimiento desinte- resado, y no colecciones de recuerdos naoonales o dlnasticos; el se- gundo, qur ha rerrninado por aceptarse en nuestrar &as, es quc todo acontecim~ento es digno de la h~storia. Ambos princlpios se derivan el uno del otro; SI estudiamos el pasado por simple curioridad, el conocrmiento se centrari en lo especifico, ya que no tiene ninguna razon para preferir una individualidad a otra. Desde ese momenro Y tan pronto como el historiador dispongn de 10s concepros y las categoiias necesarios para pensarlo, todo orden de hecho sc convier- te en su presa: habra' una historia econdmica o religiosa desde el punto y hora en que se tengan 10s medios para corlcebir 10s hechos -~on6micos y religiosos.

Por otra parte, es probable que la aparici6n de la historia t~ I no haya prducido todavia todor sus dectos. esti Ilamada, sin

.!uda, a trandormar 13 estructuraci6n actual de Ias ciencias hu- :'.anas y a provocar, en particular, la crisis de la sociologia, como hemm de ver a1 final de este lihm, cuesti6n que, por lo menos, pademos plantear inmediatamente. Dado que todo hecho es his- t6ric0, podemos acotor el c a m p de 10s acontecimientos con en- tera libertad. ?Pot qu t entonces se Ie sigue acotando con tanta frecuencia de acuerdo con las cmrdenadas tradiciondes de erpacio y tiempo --chistoria de Franciau o eel siglo XVIIS-, atendiendo a las siogularidades mis que a la5 espccificidades? (Par qu6 son to- davia tan raros Iibros titulados uEl mesianismo rwoIucionario a ua-

sicuac16n singular, 10 cual hacc in6tiles ]as wtdadcr dernssiado gcaetales de1 kleya fr I, dc Romilly ha tesaltado con especial intensidad esre punto capital (parcicularmente olvldado pot Jaeger), oponicndo la historia de Tucidides a la quc p~ercnde semr dc gufa a la hombres de acci6n (Polibio, Maquiavelo).

mlrmo rnodo. se& una c6lebre f n u , Platdn M i b i d la Repibfica pan mcjorcs a las ciudadcr y Arisl6tdcs, en cambia, cscribi6 la Politico pare

hscer tmth mciot.

v&s de 1s historia),, aLas jerarquias sociales desde 1450 hasta nae* tros &as en Francia, China, el Tibrc y la URSSP o aGuerra y paz entre las naciones,, por paraftasear 10s titulos de tres libros re- cientes? (No re tratarh de una supemivencir del apego originai a la singularidad dc lor acontecimientos y a1 pasado naciond? (Par quC slgue predom~nando esta forma cronolbgica de acota, que parece como si continuara la tradici6n de las cr6nicas reales y de 10s anales nacionales? Pero la historia 110 es esa especie de biogafia dinktica o national. Podemos ir m8s lejos: el tiempo no es esencial en la his- toria, como tampoco lo es esa indivldualidad de 10s acon~ecimientos que sufre muy a su pesar. Cualquiera .a quien de verdad le @ste conocerv y quiera comprender la especificidad de 10s derechos no uenc especial inter& en mntcmplar cdmo a rrdcnde detris de 8, sm inrerm+6c. el m a j o t u w mpiz que le une s sus anrepasadas Im galas. d o oemsira un b m c ! a p & ckmp para mnrempkr cbmo se desarrolla una u m a cualquiera. Si, por el conuario, si- guiendo a Piguy, mantenemor que la hltoriografh cs umernoriax y no- ainrcripcibna, y que el historiador, de la misma ram carnal, espmtual, temporal y eterna que sus antepasador, debe limitarse sim- plemente a cvocarlos y a invocarios,. en ese caso no 5610 condenare- mos a Langlois y a Seignobos, sino a toda la historiografia seria desde Tucidides. Esxdeplorable que, desde PCguy a Sein un Zeir y a Sanre, la fundada critica del ciencifisrno en historia haya s w i d ~ de trampolin a todos 10s anti-intelectualismos. A decir verdad, no vemos c6mo la exigencia de Piguy podria traducirse en actos, ni culrl seda su resultado en histori~~rafia. La historia no es el pasado de la sraza*. Como tan profundamente seiiala CrocelO, puede pa- reccr paradbjico negar el tiempo en historin, pero no es mmos c iuto sue el concepto de tiempo no le es indispensable a1 histariador, qur $610 necesita el de proceso inteligible (nosornos diriarnos el de tra- ma). Ahora Lien, el nfimero de estos procesos es indefinido, pues es el pmramicnto quien 10s fija, 10 cud e s d en conrradicci6n con la sucesi6n cronol6gica que discurre por un Gnico carnino, No es sobre el tiempo, del pitecintropo hasta nuestros dias, sobre lo que versa la historia; el tiempo hist6rico es linicamente el medio en el que se desenvuelven con entera Libertad las tramas. (En qui se mn-

lo B. G-. Tbiorie el Hi~toite dc I'bi~torio~rapbie, uad. Dufour, h, 1968, pig. 206. Del misrno m d o , escribe iusrsmcntc J. Rabek, la pgrafia. digax lo que se dip, no es la ciencia del es~acio, es la ciencia de las rcgiones (quc para el gdgrafo son to que las tramas para el historiador). El citicter espadal de la rcgi6n cs evidenre, pero no ezcscial: saber. que tal ciudad este a1 no:tc de tat otra . no ----- cs gcogrdja, como mpoco w historla sber que Luis XI11 va antes que Luis XIV.

I

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vcrriria una historiografia qrie Iograra liberarse de 10s i d thos res- tos de Ia singularidad, que son Ias unidades dc cspacio y dc tiernp, para entrcgarse por entero y exclusivamente a !a unidad yue cons- riruye la rrama? De esto precisamente vamos a matar a lo largo de este Iibro.

Escribir historia es una actividad inrelectual. Hay que recont, cer, sin embargo, que esta afirmaci6n no es boy universalmente com- partida, y estl mis genera!izada la idea de que la hist~rio~rafia, por su fundamento o por sus fines, no es un conocimiento corno 10s de- mds. El hombre, por estar inmerso en la historicidad, parece tener por la historia un inter& especial y su relad6n con el conocimiento hist6rico es mis estrecha que con cualquier otro saber; el objeto v el sujeto del conocimiento son en este caso dificilmente separa- bles. Nuestra visi6n d d pasado expresari nuestra sitllaci6n actual y. a1 describir nuestra historia, cuya posibilidad depende de Ia tern- pordidad del Dasein, hunde sus raices en la esencia mds profunda del hombre. Tambitn se afirma que la idea de hombre ha sufrido en nuestra & p ~ a una mutaci6n radical: Ia idea de un hombre eterno ha sido sustituida pot la de un ser puramente hist6rico. En pocas palabras, w r r e como si, en la frase ula historia es conocida por un set que, a su vez, se encuentra en la historia,, se produjera un cor- tocircuito entre Ia primera y la segunda proposici6n, por incluir ambas la palabra historia, El conocimienro histdrico seria intdectuaf s61o a medlas; rendria algo radicaImente subjetivo, dependiente, en parte, dc la conciencia o de la existencia. Por extentlidas que e s th , todas estas ideas nos parecen falsas o, mejor dichc, una exageraci6n de algunas verdades bast ante menos espectaculares. No hay aeon- ciencia hist6ricau ni ade la his to ria^ y bastard suprimir la palabra

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conciencia, referida al conocimienro hist6rjc0, para qtie se disipe tanta confusi6n.

To conciencia no se ocupu de la historiir

La cor:riencia espontinea no recoge la idea dr historia, que exige una elaboracidn inrclectull. El conocimiento del ~a'sado no es t ~ n daro irlrnediato, la historia constituye un imbito en el que no puede haher intuici6n, sino Gaicarnen~e reconstrucc16n, y en el que la cer- tidumbre racional es sustiruida por un saber f4ctico coy0 origen es ajcno a la conciencia. Toda lo que esta lilrirna sabe es que el tiempo pasa; si un Dosein contempIa un aparador antiguo, podri decir que es un rnueble usado, que es viejo, r n i s viejo que 61 mismo; pero, a1 revis de lo clue pretende Weidegger, no decir que el snueble cs c<hist6ricos. La f~istoria es una idea erudira y n o un dato existen- ciaI, es la organizaci6n inteligentc de los Jatos relacionados con una temporalidad que no cs 11 del Dosein. Aunque el concepto de ahis- rArico,, presuponga ccviejo,,, no por eso deja de separarlos el abismo' del inrelecto; identilicar estos dos adierivos, equiparar el tiempo dcl yo y el de la historia es confundir la condicibn de posibilidades de 13 historia con su csencia, eludir lo esencial, escribir historias edifi- canrrs I. --

' Las exrcnsas pig~r~as que Heidcmer consagra a la hisroria a1 firla1 dr :,: und %&I licncn el miriro de expresar una conccpcidn muy generalizada . . el conocirnicnto hist6rico (Hisfor~o) hunde sus raices en Is hisroricidad i E0rei.q *de una forrna parricular y privikgiadau (pig. 392); ula seleccidn

' , , ;o que ha dc. cunverfirse cn objeto posible de la His:oria ya est6 presence ..I 13 clcccibn de la fac~icidad existencid del Dosein, donde la hisroria encuen- rra su origcn primem y donde s61o la historia puede existira. Rcconccernos el problema ccntraI del historicismo (y en citrto scr~tidv hasta el de Hegel en las Leeches): corno n.J rudo puede ser objeto de La historia, (quc' aconteci- mientos rnerccen ser elgdos? La concepci6n heiaeggcriana de la historia da cuenta del hcrho de qur cxistc el tiempo; tarnbien da cuenm de las vi- vencias [el hombre es Cura -SOI~P-. liene scmejantcs e incluso un Vdk), pero s61o en partc (el hombre heideggeriano, a diferencia del de Santo To- mds, se sientc mortal; en carnbio, no come ni se reproduce ni rrabaja); en fin. esta conccyci6n nos hace comprender que la hisroria puede con- vertirse en n~ito colectjvo. Pcro si la temporalidad del Dase~n y del Mitsein basmca para fundar Ia hiscoria. en tal caso la percepri6n del espacio como nlado de Guern~anresn y ulado dc Mistglisca scria rrl fundamento de cualquier nono~rafia ,e,eogrifica sobre el cant6n de Cornbray. Semjante escarnoteo dc la esencl en provetho de los fundamentos conduciria a una concepci6n de la historla quc, aunque no sea falsa, carecc de todo intere's. Justificaria, par ejem- plo, cualquier csrupidez colcctiva. Apunrernoz un detalle pare nuestra invesu- gaci6n: cn cl caw de que la rafz de la hisroria fuera el fururo del Darein, (po- rfriamos cxrihir la l~istoria contcmpara'nea? (Wnde haIlariarnos una raclona- lidad ceparr dc organizar Is hisroriografia &I presente? Si mi pais no ha to-

Tndo lo que la conciencia conwe de la historia se hn i t a a una estrecha franja del ass do, cuyo recuerdn es t i todavia vivo en la memoria colectiva de la generacibn actual '; tambitn sabe -Heideg- ger parece valclrarlo much- que su existencia es existencia con el otro, destino colectivo, Mitgercheben (ucon esta palabra desig- narnos la comunidad, el VoIk,), 10 que no basta para conocer la his- toria y otganizar su trarna. L3 conciencia, rnds allti dc la franja que cubre la memoria colectiva, se contenta con suponer que la duraciitn presente puedc prolongarse por recurreocia: mi abueln debi6 tener, a su v n , otro abuelo, e idintico razonamiento puede aplicarse a1 futuro; por b demis, no se piensa en esto muy a menudo '. Tambih tenernos conciencia -a1 menos, en principio- de que vivirnos en rnedio de cosas con historia que signilicaron ocras tantas conquis- tas. Un hombre que viva en In ciudad puede imaginarse que un pai- saje agrario, cuya creaci6n ha exigido e1 trabajo de dicz ggeneraciones, es un trozo de naturaleza; quien no sea gdgrafo ignorarii que el monte baju o el desierto tienen su origen en la aaividad destruc- tiva Jel hombre. Por el contrario, todo el mundo sabe que una ciu- dad, una herramienta o una f6rmula tkcnica tienen un pasado hu- mano; sabernos. decia Hiisserl, con un saber a priori, que las obras culturales son creaciones de1 hombre. En consecuencia, cuando la conciencia espontinea da en pensar el pasado, lo considera corno la historia de la construsci6n del mundo humano actual, a1 que tiene pot acabado, por terminado, igual que una casa ya edificada 0 un hombre hecho y derecho a1 que 5610 le aguarda Ia vejez '; y 6sta es

rnado codavia la decisibn de snexionarse una provincia deterrninada, <cdmb escribir la historia de esa provincis referida a un futuro que atin no se ha decidido? Ademis. Flcidcgger comienza adcscartando la cu~t i6n de la posibi- lidad de una historia del presente, para atribuir a la historiografia la tatea de desvelar el pasado*. La idea de que hay una diferencia esencial entre l a his- toria del pasado y la del presente, ha sido fi~entc de confusiones sin fin en la metodologfa de la historia: al final de este Libro veremos que td idea es ca- pital para una critica de la scciologia.

Sobre las enormes variaciones de esta franja, vCase M. Nilson. Oprcrcula Selects, vol. 2, pig. 816: hacia 1900, 10s campsinos de una aldea danesa mn- servaban el recuerdo exacro de nn episodio de la Gucrrn de 10s Treinta Arios reference a su aldea, aunque habian olvidado las circunstancias generaies del episodio, as1 como la fecha. ' El filt~sofo, por el contrario. sl piensa en ello: aPor todas part= se han

creado y dcstruido esrados, ha habido todo tipo de.msnlmbres, unas de acuer- do con el buen orclen y otrns opuestas a 61, hihitos culinarios dilrrentes, an- bins en la alimentaci6n y en la bebida; se han producido modificacionrs cli- miticas que hau transformado de mil maneras la naturdaa original & los seres vivosn. Platdri. Leyes. 782a. ' El mundo esti acabado; vaysmos mas all6: todos podemos cornprobar que

malquiu ticmpo passdo fuc mejor (d sudo se agota, d scr humam x envi-

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- - -- J 0 Paul Vcync

la concepci6n espontinea de la historia, que tan ma1 se conoce p r lo general.

Los Jines dei ronocinrirrrto bisfdrico

La historia no afscra a1 ser intimo del bo~nbrc y no cambia pro- fundnnlenre el scntimirnto que Psre tiene de si mismo. ~ P o r qu6 se

- tccc, y;l no I ~ n y ctacioncs, cl nivcl dc lus exdrncnes no deja de descender, la ~)icJsd, ci rcqx.tt> y la mtrralidad se picrdcn, 10s obreros de hoy ya no sun ;ryuclJ~,s quc ;~ntnilo ~orricab~n con tnnto arnor 10s barrotes J e una silla -om- parar csta piig~na de I'Gguy con Shakcspcare, A.r you like I!, ?, 3, 57-; hak que conclurr quc el rnttndo no 5610 csli entrado en aiios, sin0 que sc cn- cucnrra prbx~rno n su vcjez y a su fin. Los tcx ta sobrc el agotarniento del rnundo son irinumerables y con frecuencia ma1 cornprendidos. Cuando el em- perador ALejartdro Severo habla en un papiro de la decadencia del Xmperio Curanre su propi0 rcinado, na estamos an:e I;na confesidn de valor o torpeza adrnirables en boca de un jefe de Estado: se trata de un lugar comdn, tan normal en su tlcmpo como hoy rreulta para un jefe de Estado hablar del pe- ligro que la borrlba admica hacc mrrer a la humanidad. Cuando cn el siglo v 10s 6lriinos paganos describen Homa como una vicja de rmtro arrsgado, ciero vui'tu, y drccn quc cl Impcrio csrd en ruinas y prbxirno a su fin, no se crate de la confesi6n csponrdnea de una clase social condenada por la Historia y atormentada por el sentimiento de su propia desaparicidn, sin0 de un tema trasr~crbado; adcmds, si Roma es una vieja, es una vieja dama i~enerable que rraerece el respeto de sus hiios. Aubignh, que no era un esr.iprico decndente. al h ~ b l n r en LPS Tr~giques de 10s nlirtires de su partido, escribe: aLa rosa de orofio es la rnis tlelicada dc todas, voso[rol ha&is gozado del otono dc Ja 1pt'r.riam. Es conocida la idea aaustiniana de que la h~rrnanidad se asemeja a u n hombre quc, de siete edades quc ~iene, estuviera viviendo la sexta. (Vcr, por ejcrnplo, &I. D. Chenu, 'I'cologia en el ~lgl0 X I I , Vrin, 13T7, pzg. 75; Dante, Conuivlo, 2, 14, 13). [.a cr6nica J e Ot6n de Freisirlg tierre el siguienre Irir-mofiv: uNosoctos que hcmos nacido a1 final de los tiemposn; no saquemns por ello la conclusion de que el siglo xrl conwiera la angustia. Este sentinliento durari hasta el siglo x u , cuando la idea de progreso provm6 en la conciencia colccriva una de las transformacioncs rnis impresionmtes dc la historia de las ideas: el siglo xvrrr -consideraba aGn que el mundo estaba a punto de agotarse demogrlfica y ecori6micamente (pese a las protestas de 10s fisikraras, que o w nian Glumela a Lucrecio). El [exto mas sorprendente es de Hume, Errsoyo s o h e lor nrilagros; el fil6sofo inglts trata de opuner 10s hechos increibles a las cosas extrafias, pcro creibles: Supned que todos 10s autores de todas las epocas eruvieran de acuerdo en decii que el 1 de enero de 1600 coda la rierra qucd6 suoiergida en una oscuridsd total duran~e who dias: es cviden:e que nosotros, i i16~0f0~ de hay, en Jugar de poncr en duda cse hecho, debriamos considcrarlo cierro y buscar las causas a ]as que sc debe: la decadencia, lo cw "upci6n y la disnluci6n de la naturaleza consriluyen un acontecimiento que se ha hecho probable en virrud de tantas andogias, quc cualq~lier fen6meno que parezca tender e esa catbtrofe se inscribe en los Iimitrs del testimonio hunianou. Esta idea rle envejecimiento no es m5s que una variante de la idea fundamental dc que el mundo esth rnaduro. Nosotros rnisrnus contarnos la h i s toria de la especie hurnana, corno el paso del mono a1 hombre: d mono se ha

interesa enconces p r su pasado? La raz6n no es que 61 tambikn sea hlst6ric0, ya que no se ocupa menos de la naturalma; su intrrts time dos causas. En primer lugar, nuescra pertenencia a un grupo national, social, familiar ... puede hacer que el pasado de este gmpo nos a~raiga especiaimente; la segunda raz6n es la curiosidad, ya sea anecd6tica o vaya unida a una exigencia de inteligibilidad. General- merlte, se lnvoca sobre todo la t rim era raz6n: el sentimiento na- cional, la ~ r a d i c i h . La historia =ria la conciencia que 10s pueblos tienen dc si misnlos. ;Cuinta serieclad! Cuando un frands abre un llbro de un historiador griego o chino, cuando compramos una re- vista de historia de gran tirada, nuestro iinico fin es dlsrtaernos y saber. Los griegos del siglo v ya eran como nosotros; i qu t digo 10s griegos!, hasta 10s propios espartanos, a 10s que suponemos mPs nacionalistas. Cuando el sofista Hippias les iba a dar conferencias, !es gnstaba escuchar agenealogias heroicas o humanas, el origen de 10s distintos pueblos, la fundacibn de las ciudades en Cpocas prirni- tivas y, en general, cuanto se rcfiriera a la antigiiedad. Esto es lo que mis k s gustaba oir contar>>, ten suma. le responde Sbcrates, [U

rnaneta de cornplacer n 10s espartanos consiste en hacer que tu vasta erudicibn te perrnita desernpeiiar el mismo papel que las viejas con 10s crios: contarles historias que les diviertans'.

Para expbcarlo bastaria con afirmar que la historia es una acti- vidad cultural y la culturn como actividad gratuita es una dimen- si6n antr0~016~ica. Si no fuera asi, no ~om~renderiamos p o r qu6 dispotas ilustrados han potegido las artes y las letras, ni por quk vantisirnos turisras van a aburrirse a1 Louvre. La valoraci6n naciona- lisra del pasado no es un hecho universal; existen otras drogas:

convertido a1 el hombre actual, ya estd, el cuento se ha acabdo; hemos ex- plicado la genesis del animal humano. Ahora bien, exactamente asf es coma Lucrecio enfoca la hisroria de la civilitaddn d final d d Iibro V de De ndtufa Itrum. Se ha discurido mucho acerca de si en esos ceiebres versos que descri- hen el desarrollo politico y tecn016~ico de la humanidad, Lucrecio rcreia en el progresou, y tambih si aceptaba d progreso material o 10 consideraba intiti]. En primer lugar, hay qur ver con claridad cu61 es el prop6sito de ese quint0 libto. Lucrecio aspita a plasmar una experiu~cia del per~sarniento: probar que las teorias de Epicuro bastan para dar cuenra integramenre de la construccicfrn del mundo y de la civili7aci6n. Porque el mundo est5 consrmido y terminado, porque las rknicas que puedan inventarse ya han sido inventadas y prquc la marcha futura de la historir no lograria plantcar problemas filos6ficos,nue- vos. Esta idea de conclusi6n del mundo, que ya no pucde mis que envejecer. es la que se encuentra,ml extendida entre 10s f i ih fm de la historia, y p a r a rn6s natural; en cornparacibn, 1 s concepciones estudiadas por K. Liiwith (tiem- pos ciclicos y marcha en linea recta hacia una escatologia) son r n b sntelectua- les, menos naturales y generalizadas.

PlatBn, Hip~ar mayor, 285 e.

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- - - - ---- - - --- - - - . - - .- - - -.,u - Paul Vcynr Urno sc escntx Ia bsrona 61

'~Nuesrro pueblo va al encuentro de un porvenir luminoso~~, usornos 10s nuevos birbaros sin pasado que resucitarh la juventud del mun- do),. Tales borracheras colecrivas rienen algo de deliberado; hay que situarlas, pues no forman parte de manera narural de la rsencia de la historia. Proceden, adernis, de la logica invertida de las ideols gias; es el sentimiento nacional quien les da su justificaciiin histci- rica, y no a la inversa; ese sentimiento es el becbo capital, y la invc- caci6n a la rierra y a 10s muertas n o pasa de ser su orquestaci6n. Asi, pues, la historiografia mris parriorera puede aparenrar objetividad sin demnsiado esfuerzo, dado q u e para constituirse el patriotism0 no ticrrc necesidad de falsear la verdad; linicarnente se interesa por :\:i;rci!o que 10 justifica, y prescinde de todo lo demis, El conoci-

: ;-:I, 1 1 0 resulta afectado por 10s fines, pra'cricos o desinteresados, ..),I:: rlnO le asigne, y que se afiaden a 61 sin llegar a constituirlo.

Esta es la raz6n por la que 10s origcnes del genero hisr6rico plun- t a n un problcma puramenre fil016~ico y no cornpeten a la f~losoffa de la historia. Como siernpre ocurre en la historia, ei nacimiento de la hisroriografia es un accidenrr conringenre; no se deriva esencial- mente de la conciencia que tienen de si 10s grupos humanos, ni va unida como una sornbra a la aparici6n del Estado o de la conciencia polirica. ~Comenzaron 10s griegos a escribir la historia cuando se constituyeron en nacionaliciadb, o bien cuando la democracia hizo dc ellos ciudadanos activos? Ni lo st!, ni hace mucho a1 caso, pues se trata s~ l amcn tc de un tema de bistoria literaria. Puede ocurrir que, en cualquier otro ltrgar, el esplendor de la corte durante un reinado memorable sea lo que impulse a un poeta a perpetuar 5u recuerdo en una cr6nica '. No hagamos de la historia de las i d a s o dc 10s

' I1cgel. Le~ons sur la philo~opbie de I'hrsfoire, Trad. Gibelin, Vnn, 1946, pig. 63. - - ' (Unicarnente 10s ciodadanos podrin escribir historia? Ia dudo. ~IMnde mmienza d ciudadano, el hombre poliricarnenre sctivo? Los slibditos de las mo- narquias absoluras hacen la cr6nica de las glorias de sus reyes o de 10s asuntos Ji: olros principes extranjeros, v se inreresan p r las genealogias; la poli~ica ba sido siernpre el especticulo predilecto de mucha gente (ya lo dijo La Bruyire cuan- do hablaba de aautores de mvelitas,>, antes que David Riesman atribuyera id&- ricos gustm a 10s inside-dopesterr de las dernocrncias evolucionadas: soci6logos, isas son vuestras hazaiias). Una tribu de prirnitivoss ernprende una guerra n bien mantienc negociaciones, (no son acaso pliticarnente activos? Un siervo sumido en la pasividad apolitica no escribira' historia, per0 (no ser6 porque tarnhi& estf su- mido en la pasividad intelectud? Un contcmprhro de e x siewo, tan pasivo

gheros Literarim una fenornenologia del espiritu, no convirtarnos algunos resultados accidentaIes en el despliegur d e una esencia. En todas las 6pocas el conocimiento del pasado ha sustentado tanto la curiosidad como 10s sofismas ideol6gicos, en todas las epocas 10s hombres han sabido que la humanidad estaba en constanre devenir y que sus actos y pasiones forjaban su vida coIectiva. La timica no- vedad ha sido la utiljzaci6n, primero oral y luego escrita, de estos datos omnipresentes, con lo que se produjo el nacimiento del genero histbrico, pero no el de una conciencia de la historia.

La historiografia es un acoqtecimiento estrictamente cultural. que no imp1ica una nueva actitud ante la historicidad, ante la accidn. Para acabar de convencernos abrsmos un parentesis para examinar un mito etnogrifico bastante generalizado. Se dice que 10s primitivos no tenian la idea de devenir y que, para ellos, el tiempo es repeti- ci6n ciclica; su existencia, scglin 10s que esto afirman, n o hace mL que repetir a lo largo de 10s afios un arquetipo inmutable, una norma mitica o ancestral. Aparentemos creer por un momento en este gran- dilocuente melodrama -uno de tantos en la historia de las religiw I

ncs- y pregunrtrnonos solnmentc c6mo una idea, In de arquetipo, i: puede impedir que se forme otra. (Acaso las ideas no se sustituyen . .i ' unas a otras? Pero ahi est i precisamente el quid; como se trata de primitivos, no puede adrnitirse que el .arquetipo sea una idea, una teoria, una producci6n cultural sernejante a nuestras propias teorias;

1 ha dc ser mds visceral, ha de formar parte de la mentalidad, de la $. conciencia, de las vivencias. LQS primitivos se encuentran dernasia- do pr6ximos a la autencicidad originaria como para tener, en su visi6n del mundo, la sutil distancia y la pequciia dosis de mala fe que poseernos nosorros respecto a las teorias mejor demostradas. Y adernis, por supuesto, son incapaces de teorizar. Todas sus produc- ciones culturales y filoshficas se rebajan, p u g , al nivel de la con- ciencia, lo que acaba confiriendo a esta conciencia la consistencia opaca de una piedras. Aun cumdo no podemos dudar de que d

como PI en plftica, un cortesano por ejemplo, =cribid, sin embargo, la hiitoria del dkpota o la de su corte.

* Trasponer en tCrminos de conciencia las actividades culturdes dc 10s primi- tivos ha hecho estragos y quedard como un estilo caracterisrico de la etnologia y la historia de \as relig~ones de la primera mitad de nucsrro sigto; ~Ividando que el pcnsamiento esta' C~vidido en 3neros (un mento no es url teolob~ma, un tee logema no c5 la i e del carbonero, una bipk~bole devota no es una crencia, etc.), se ha reducido todo pensanliento a una msa mental de irrespirablc densidad. Ad ha nacido el mito de la mentalidad primitiva o el de una Weitanschoulrng surneria que parece el pensmienla de una termita en su termitero, o el mito del pcnsa- rniento rnitico: cc~smognnias sacerdotales aptas para aqueUos profesionales de lo s a p d o quc creen en el10 en la rmsma mcdida y manera quc un fil6mfo idcalista

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, - , -__ _. _ _ _ - _ -- - :~..vi,~.~sic- c a r n i ~ ~ i . i r > ~ i t i r r ~ i * ' ' 63 12

la politica aplicada. Dc igual manera, un primirivo verg que el ma- primirivo rre con sus propios ojos que un 60 na SP parece a1 ante- fiana no se parere al &a dr hcly y tudavia menos a la vispera, creerd rior. hahri qutl s c y n e r que , pese a todo, sigue viendo l d a s Ias que el m a t ha de planrarse de kina forma deter rn inada porque en c-sas a ;ra-.+s de 105 a r q u e r i p s y que no w limira solamente a creer el origen de 10s tiempos UII dios 10 plarlt6 asi, maldeciri a Ios j6venes en eljos. Dr hecho. un primirivo ve la realidad exactamenre cm-1-10 que pretendan plantarlo de otra manera y, por JItimo, relatad a nosotros: cuando siembra. se pregunta c6mo mi la cosecha; e M m a estos mjsmos jbvenes, que le cscucharin apasionadamente, ,-brno, en sdcrnis, a1 igual que nosorros, filosofias medianre ]as males intents de su abue]o, su tribu con' un vc,+,o gracias describir o j~isrificar la rcalidad, y el a r q u e t i p es una de ellas. Si a una estratagema de alta pulitica. Ninguna de estas ideas supone esisticra verc.ladcrarncr\tc un pctisalniento basado en arqueripos, rarda- nn obstBcuIo para las demis y n o vemos pur quC este primirivo no ria mucho tiempo en surpir un pensamicnto Iust6rico; cuando se tiene p d ~ a compilar la historia de las luchas de su uibu. Si nu lo hace.

c e r ~ b ; ~ const imido de c iena manera , no es iicil cambiarlo. Es, p~ ral va es sirnplemente porque todavia no ha oido que hay un g6nem el conzrarin, senciilo cambiar de idea, o mejnr. es inljtil, p~les las hisr6ric~. Corn0 selo esiste lo dererminado. el Froblerna de la ap=i- ide.15 mi5 cnnrradicrorias Fueden coevistir de la forma rnks ~acif ica. c!S: 2e .. . k>::::2.Lyk:i :Q :5-?---:e &! & &*: FT q2; r- -.,...-. C.ZI: ~ s = a se ws mas -tender ~LV rwria m k alla del - - - - - .. - ..-.- . ..-: --- A .. 3-s y-:- --.+ '-- . . - ----- - 4, L -.- : \ . a .- . . A. -- --,a <;;e j z - x x & &*& c- l r . : :r:z c?i +e ha :ick r p d i i m . t e da!mra&a. Em- una , . . .

.= .-~s;cSa ctj a--:: <.dace -vrna relaio in:1x~eiruxn~ito de acuerdo PY xn &iGoGo q:e certsideraba que 10s mchillos es~abul ehechos mII una sucesi6n rfmpord- la linica imaghable, ni siq"iera la para curtaru, q u e ncp,aba la finalidad en el c a m p de la filosofia bio- mrjor. Esta concepcibn de la historia e s t i tan arraigada que olvidamos lrjgica, qur creia en el seritido de la hiscoria mient ras que se tratara que h u b una Gpoca en que no era evidentc que fueca a irnpanerse. de teoria politica y quc se convertia en militante nada mis pasar a En sus comirnzos, en Jonia, lo que un dia habria de ser eI ginero

hist6rico vacil6 entre la historia y la geqrafia. Cnn ocasi6n de las rree, en su vido coridiana, que cl rnundo cxrrrior no cxistr, elucubracioncs in&- conquistas persas, HCIO~OLO d a t a 10s origenes de las guerras m d i - viduales como el cilebre D i r u d'ruu de Criaule, &tns piadoscx, cuentos para ~r cas C O ~ O si estuviera realizando observaciones de caricter geugri- oidos ~r las noches junto d fuego, caentos en 10s que no c re , coao 10s grle- gas no crcian en su propia rn i ro l~~ia ; se retine todo csro sln orden nl conclcrto,

fico de 10s pueblos cunquistados, evwando su pasado y su e t ne I. sr Ic da el ncrrnbre de miro (podcmos encontrar un anridoto en Mahowski, grafia actual. Fue Tucidides quien, dando un giro que Je aproxim6 I'rorr esjilir rur Ia vrz socidr u'es PrimitiJs, Payor. 1968, pigs. 95 y s1g.1. 'l'ras a1 critcrio de 10s fisicos, consider6 la trarna de una guerra corno una vanta hrgrbole se i r~ t rdr~cu , en nombre d d xntido religiose, coda la carga de la muestra que nos permitiria estudiar 10s mecanismos de la fe del carbonero; imaginemos un esrudio mbre Luis XIV quc triirara el tema del dando involuntariarnente la impresi6n de que la historia era e1 relato Key-Sol con tania serk-i.!d como se rrata el dc la naruraleza solar del cmperador rorLrano el ,jc la dlvin1dad fara6n (podemos con el contraveneno cn de 10s acontecilnientos acaecidos en una naci6n. A1 final de este G. Poxner, aDe la divinirk du pharaona, en Cohirrr de la s ~ i i r d osiatique, XV, libro veremus 10s motivos que le lkvaron a presentar 10s rcsultados f96C'). ( E n d e habrk vista o soiiado l r historia de ese joven e ~ n 6 ~ r d 0 , el Fabrido de su investigacidn como relato en lugar de hacerIo corn0 s o c i ~ del Dongo de la ccnogrofia. quc, cogido casi de sorpresa, tuvo motivos para pre- gtinrarx 31 habia nasistido de vrrdadr a una cscena de la vi$a de 10s primitives:

logia, o como una a t e c h n b de la pulitica. Finalmente, Jenofonte, con-

,.labia ido a e s r , l ~ ~ i a r una [ribu que, seglin s~ lc ]labia expllcado, rccreev que, s, tinuarldo de fornla mecinica CI relato de Tucidides, consolid6 la tra- s ~ s saccrdorcs dcjaran de locar un solo insrar:te un i~lsrrurnento musical, cl cosnlos dici6n de la hisroria occidental, surgida de un equivoco cometido por c-aeiir id pu~ltv on un esrado dc Ietargo mortal (csa rn6sica era urlo de tos ritos un continuador mediocre. Pero Ias cosas podrian haber acabado de dc I c e que la hisloria dc las rcligiones afirrna quc manlienen el ser del cosmos, I~rop~cian la prosperidad a>lecriva, c~c.). Nucslro ctndgrafo esperaba, p u e , en-

rnanera distinta y, en lugar de las historias nacionales, Herodoto

conlrar a unos sacerdocn-mhsicos KIII el aspecro de personas que dcrenran,el habria podido crew una historia semejante a la de 10s gedgrafos p d e r Je un dctonador de h m b a st6mica ... y se encontr6 con unos cclcs~as- a'rabes, o a1 esrilo de 10s Prolegdmenos de Ibn JaldGn, consiscentes rlcos que llevnban a calm una tarca sagrada y ~riviill con la aburrida mncicncla en observaciones de caricter geogr5fico-sociol6gico. Una vez que la prclicaiona! carsetcristica cie unos trabajadores eficicntes. Asinlismo, en 10s Updf l ishdJs Iccmos que, si no se oireciern el sacrificio marina], el sol no tC11-

historia-se transforma eri historia de u11 pueblo, se queda en eso,

dria lrlerzils pa,a -1,'; esta hiperbole sanrurrona es a )a fc &I carbonero 10 de suerte qne, si algfin dia un historiador inicia otra via y escribe, qur Eroulidc cs aI parriotismo, y solamente un ingenuo qur tome todo a1 pic co~no Weber, la historia de un item, el de la Ciudad a lo largo de dr la letra veri en ella Ia exprcsi6n de la v 5 6 n del mundu india Y un docu- 10s tiempos, se corlsidera sociologia o historia comparada. menru aot6nuco subre la mentalidad arcaica.

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~~ - paui .Veyn.e. . . - - . . - 44 j Parte I1 N o exisre relacidn entre el sabio y el politico

La historia es umo de 10s productos mis inofensivos que haya elaborado nunca la quimica mental; desapasiona y hace perder valor a los objetos, no por rescablecer la verdad frente a errores partidistas, sino porque su verdad es siemprc decepcionante y yorque en seguida descubrirnos que la hlstoria de nuestra patria es tan fastidiosa coma ia dc las dcmk naciones. Recordernos la impresidn que experiment6 Piguy a1 oir c6rno, en boca de un joven, unos sucesos dramdticos recientes se conver~ian en uhistoria),; la rnisma catarsis puede con- segulrre gracias a la actualidad mis candmte, y supongo que en ese placer agridulce estriba uno de 10s alicientes de la historia contem- porhnea. No se trata en absol~rto de que en su kpoca Ias pasiones iueran falsas o de que el paso del ticmpo haga esttril nuestra aiio- r a k a y nos Ilegue ia hora de perdonar: a menos que se trate de indifcrencia, tales sentimientos, m b que sentidos, suelen ser sirnu- lados. Sencillarnente, la actitud contemplativa no se confunde con la actitud prictica: podenlos contar la Guerra del Peloponeso con perfecta objetividad (alos atenienses hicieron esto y la Liga del Pel* poneso hizo aquellow] siendo ardientes patriotas, pero no la rclata- remos como patriotas, par la poderosa raz6n de que un patriota no puede sacar parrido alwno de este reIato. Por d contrario, las tra- gedias mis espantosas-de la historia conternporGnea, aquellas que siauen obsesionindonos. no DrOVWan en nosotros el refleio natural ., de apartar la mirada, de boirar su recuerdo. Nos parecen aintere- santess, por chocante que parezca La palabra y, de hecho, leernos y escribimos su historia. La impresi6n que sufri6 Piguy serfa la misma que la que sintiera Edipo a1 asistu a una representaci6n de su propia tragedia.

El tea:ro de la historia obliga a que el espectador experimente pasiones que, por el hecho de ser vividas intelectualmente, sufren una especie de purificacidn; su caricter gratuito hacc vano todo sentimiento politico. No es evidentemente una lecci6n de ccpruderi- cia*, puesto que escribir historia constituye una actividad intelec- nlal y no un arte de vivir; se trata de una miosa particularidad d d oficio de historiador, eso es codo.

LA COMPRENSION

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COMPRENDER LA TBA.lMA

Se afirma a menudo que la historia no se limita a ser un reIato; tamblPn expl~ca o, rnejor dicho, debe explicar. Esto es reconocer que, de hecho, no siempre explica y que puede perrnitirse no hacerlo sin dejar de ser historia como, por ejernplo, cuando se limita a dar a conoccr la existencia en el tercer rnilenio de a l g ~ n imperio orientaI del clue apenas conocemos el nombre. A esto se puede replicar que lo dificil para la historia es rnis bien no explicar. porque el menor hecho hist6rico tiene un sentido, ya se trate de un rry, un irnperio o una guerra. Si maiiana ernprendiiramos una excavaci6n en la capi- tal de Mitanni y logra'rarnos descifrar 10s archivos reales, nos bastaria rccorrerlcs para que fueran ordendndose en nuestra mente algunos aconrec~mientos que nos son familiares: el rey hizo la guerra y fue vencido. En efecto, son cosas que pasan. Profundicemos en la expli- cacibn: el rey emprendib la guetra por deseo de glaria, que es algo muy natural, y fue vencido a causs de su inferioridad numkrica, pues, salvo excepuones, es normal que un ejircito pequefio retroceda ante uno mayor. La historia no supera nunca este nivd de explicaci6n elemental; siRue siendo fundamentalmente un relato y lo que deno- minarnos explicaci6n no cs rnis que la forrna en que se organiza el rclatn en una trama comprensible. Y, sin ernbargo, a primera vista, la exp11caci6n parece a l ~ o muv distinto, pues ~ c 6 m o conciliar esta facilidad de la sintesis con la dificultad, tan real, que tenemos para realizarla. dificultad que no 5610 e s t r i b en la critica y en la otdena- cidn de 10s dncumentos? 3C6mo conciliarIa con la existencia de 10s

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probiemas, corno la hiptrtesis crMahoma y car lo mag no^>, o con la inrerpretaci6n de la Revolucicin Francesa como toma del p d e r or la burguesia? Hablm de explicaci6n es decir dernasiado o dema- siado poco.

a Ex-?Iiccn~ tiene Aos sentidos

En otros t6rminos, la palabra explicaci611 es tornada, ora en un serltido cstricto seg~in rl ma1 explicar equivale a aasignar un hecho a st1 principio o una teoria a otra ma's general,, tal y como hacen las ciencias o la filosoffa; ora en un ~en t ido amplio y peculiar, como nlando derimos adejadrne que os explique lo que ha sucedido y lo comptender6is*. De acuerdo con el primer sentido de la palabra, la expIicaci6n hist6rica constituirfa una ardua conquista cientifica, que hasra hoy s61o se ha logrado en algunos aspectos del campo d e 10s acontecimientos: por ejemplo, la explicaci6n de la Revolucibn Fran- cesa corno toma del poder por la burguesia. Si aceptamos el segundo serrtido de la palabra, habrd que pregurltarse quC pjgina de la histo- ria puede no ser explicstiva, a partir dd rnomento en que no sc reduce a puro galimatias o a una lista cronol6gica y tiene al&n sen- tido para el lector.

M5s adelante demostraremos que, a pesar de ciertas apariencias y de ciertas esperanzas, no existe explicaci6n hist6ricn en el sentido cicntifico de la pdabra, que estas explicaciones lo son s610 en el segundo senrido de la misma; la explicaci6n <familiar* es la verda- dcra, rnis bien la linica forma de explicaci6n histbrica, y vamos a estudiarla ahora. Todo el mundo sabe que basta abrir un libro d e historia para comprenderlo, como se comprende una novela o lo que hacen 10s vcuinos. Dicho de otra manera, explicar, para un his- toriador, quiere decir ccmosrrar el desarrollo de la trama, hacer que se cornprenda*. En esto consiste la explicrci6n hist6rica: comple- tamente sublunar y nada cientifica. Nosotros vamas a denominarla cornprensi6n.

El historiador hace que se comprendan las trarnas. Dado que sc trata d r tramas humanas y no, pot ejemplo, de dramas geol6gicos, 7.1 motor sera' humnno: Grouchy Ileg6 demasiado tarde; la produc- :I de rubia disrninuy6 como consecuencia de la fd ta de mercados;

!!n la seiial de alarn~a en el Quai d'Orsav, donde se s e p i a con 7.lictud la politica egoista, per0 hibit, de la rnonarquia bicCfala

< a ;t;rn una historia econ6mica como la del Frente Popular d e Sauvy, . !ye siendo una trama que escenifica teorelnas acerca de la produc- tividad, asi como las intenciones de 10s protagonistas, sus ilusiones.

sin que falre el inapreciable azar que cambia el mrso de las cosas (Blum ipnoraba la recuperaciljn econ6mica d e 1937, porque en las estadisticas aparecia corno una depresi6n coyuntural).

Kesi~lta dific~l imaginar que pueda existir un Iibro titulado uMa- nual de sintesis hist6ricau o ctMetodologia de la historian (no decimos de ula criticas). En caso de existir, se trataria de un compendia de demografia, de ciencia politica, o de sociologia, no de otra cosa. Porque, primero, <a quC capitulo de ese manual corresponderia el dato siguiente: aGrouchy llegi, dernasiado t a r d e ~ ? Y, en segundo lugar, ja qu6 otro perreneceria este: (<Juan Huss rnuri6 en la ho- guera,,? < A un tratado de f ~ s i o l o ~ i a hurnana sobre 10s efectos de !a cremaci6n2 Es cierto que la explicaci6n hist6rica utiliza 10s cono- cimientos profesronales del diplornilico, del militar, del elector; rne- jor dicho. el historiador repire el aprendizaie del diplornBtico o del rnilirar de antafio. Tambiin hace uso, cuando analiza 10s vestigios, de algunas verdades cientificas, principalmente en matcris eontimica v dcmogrifi ca. Pero, sobre todo, utiIiza verdades tan integradas en nuestro saber cotidiano, que no hay ninguna necesidad de mencie nsrlas o seiialarlas: el fuego quema, el apua corre. En cuanto a ~~Grouctrv Ilea6 demasiado tarden, estas palabras nos recuerdan que, ademis de causas, la histaria incluye tambie'n <<reflexionesa. y que hay que tener en cuenta las intenciones de 10s protagonistas. En el mundo, tal corno se presenta ante nuestros ojos, el futuro es con- tingente y, por consiguiente, tiene su raz6n de ser la acci6n medi- tada, o areflexihns. Grouchy puede, si asi lo desea, llegar sdema- siado tardeu. Asi es el mundu sublunar Je la historia en el que rei- nan juntos libertad, azar, causas y fines, en oposici6n a1 rnundo de la cicncia, que d o conoce Ieyes.

Puesto que Csta es la quintaesencia de la explicaci6n histbrica, habri que convenir en que no merece tantos elogios y en que apenas se diferencia del tip0 de explicaci6n usual en la vida cotidiana o en cualquier novela que relate esta vida. La explicaci6n histdrica no es m i s que la claridad que emana de un relato suficienternente docu- mentado. Surge espontineamente a lo largo de la narracicin y no es una operaci6n distinta de tsta, como tarnpoco 10 es para un nove- lista. Todo lo que se relata es comptensible, ya que se puede contar. No hav ~ rob lema en lirnitar a1 mundo de las vivencias, de las causas y de 10s fines la palabra comprensi611, tan del gusto de Dilthey. Esta comprensi6n es corno la prosa de M. Jourdain, la tenernos desde

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;'[I 2 Paul Vcync

*mi mornenro cn que abrinios 10s ojos y miratnos a1 n~undo y a nues- -*-:IS sernejanres. par^ Ilevarla a la prictica v ser un verdadero h i s te ::ic!or, o :11~o oprorimado, basta con ser hombre, es decir, con coIn-

ixlrtnrse dc forma cspontbnea. Dilthcy habria deseado que las cien- cins hunianas recurrieran tarnbit11 a la cornprensi6n, pero, con buen scnticlo, Las ciencias humanas (o, al rnenos, aquellas que, corno la teoria econ6rnica pura, no se constituye solo mediante palabras) se ncgaron a ello, a1 ser ciencias, es decir, sistemas hipotCrico-deducti- vos, preter~diari explicar de la misma Inanera clue las ciencias fisicas.

La hisrorin no csplica, en el sentido de que no puede deducir r ~ i prever iesto s61n puede hacerlo un sisterna hipotCtico-deductive); sus csplicaciones no rernitcn a un principio que haria a1 acontcci- miento inreligible, sino qile son el sentido que el historiador da al relato. A veces parece que la explicaci6n proviniera del cielo de las absrracciones: se esplica 11 Revoluci6r1 Frar~cesa por el ascenso de una burguesia capiralista [no entraremos en si esta burguesia no era m i s bien un grupo be tenderos y de goliHas); lo que sirnpleinente significa qcle la revolilci6n es el ascenso de una burguesia, que la narraci6n de 1:r revoluci6n rnuestra c6rno esta clase o sus represen- tantes sc apoderaron de 10s centros de podcr del Estado: la explica- ci6n de la Re\~ol~lci6n es su reslimen y nada mis.

Cuando buscarnos una interpretacihn de la Revoluci6n Francesa, no pedimos una ceoria de la revoluci6n en general, de la que se deduciria la de 1789, ni una explicaci6n del concept0 de revoluci6n, sino on ana'lisis de 10s acontecimientos que provocaron este estallido revolucinnario. La esplicaci6n 5610 consiste en el relato de esos ante- cedentes. q r ~ e rnuestra a continuacidr~ de qu6 acontecimientos se p;odujo el dc 1789. A1 hnblar de causas nos referimos a esos rnismos acontecirnientos: las causas son 10s distintos episodios de la trarna. Si en la vida cotidiana se me pregunta que <<par que' me he puesto hecho una furia>>. no enumerar6 10s motivos, sino que hare un breve relaro entrerejido de intenciones y de elerncntos fortuitos. Nos asom- bra. pues, que h a ~ a libros que se dcdiquen a estudiar la causaIidad cn la historin. tPo r qu6 en la historia especialrnente? <No setia rnis ficil centrar el cstudio en 1a vida cotidiana, cuando explicamos por quP se ha divorciado Dupont v por qub Durand ha ido a la playa en lupnr de ir a la rnontaiia? Tadavia seria mhs sencillo estudiar la causalidad en La Ed~rcocidn Sen~imentol: tendria el rrlismo inter& e~istemolcigico que IR causalidad en Pirenne o en Michelet. Es un prejuicio crrer que la historia es alRo distinto y que el historiador sc entrepa a misteriosas operaciones que conducen a la explicacidn llist6ric.a. El problerna de la causalidad en historia es una supervi- vencia de la era paleoepistemo16gi~a; se site suponiendo que el

historiador expone las causas d e las guerra entre Antonio y Octavio de la mlsma manera qlie el f is~co exyone las de la caida de 10s cuer- p s . La causa de la caida es la gravedad, que tumbiCn explica 10s rnovlrnlentos J e 10s planetas, y el fisico va del fencirneno a su prin- c ~ p ~ o ; de una teoria mi s general deduce el comportan~iento de un slsterna mis lirn~tado; e l proceso expllcativo va de arriba abajo. El h~atoriador, en carnbio, se llrnita al plano horizontal: alas causas* de la guerra enrre Ocravio y Antonio son 10s acon~ecimientos que la han prwedido, exactamente corrlo las causas de lo que ocurre en el act0 IV de Anfonro y Cleopatra son lo que hd ocurrido durante 10s rres primeros actos. Por otra parte, se emplea rnucho rnbs ld palabra causa en 10s libros sobre historia que en 10s libros de historia, en 10s que podrrnos leer quinientas pgginas sin encontrarla una sola vez.

El enlgma consiste en lo siguiente: <pot quP la historia, sin per- der su carhcter de tal, puede igualrnente averiguar las causas o poner poco celo en su busca; relatar las que son superficiales o dexubrir las profundas y , para un rnismo aconrecimiento, entrelazar a su antojo varias tramas, de explicaci6n paralela y contenido distinto: historia diplomirica, econ6mica, psicol6gica o prosopogrdfica de 10s origenes de la Gt~erra de 1914?

La soluci6n del enigma es muy simple. En el mundo, tal corno nosotros lo conocemos, 10s hombres son libres y reina el azar. El historiador puede en cada instante basar su explicaci6n en una liber- rad o un azar determinados, considerindolos corno otros tantos cen- tros de decisidn. iQu6 cosa rnis natural que Napoleirn perdiera la batalIa! Estas son desgracias que ocurren y no nos preguntamos nada rnis, sin que por ello exirta ninguna laguna en eI relato. Napo- Ie6n era demasiado ambicioso; cada uno es muy libre de serlo, en efecto, y con esto queda explicado eI Imperio. Pero, ?no habri sido la burguesia quien lo elev6 a1 trono? En ese caso, es ella la autkn- tka responsable de1 Tmperio; era libre, puesto que responsable. En- tonces, el historiedor que no se limita a hacer historia de aconteci- rnientos se indigna. Sabe que la historia se compone de endechomeno a l b s echein, de acosas que podrfan h a k r sido d e otra maneran, y quiere que se analiren las razanes de la Iibre decisi6n de la burgue- sia, que se ponga de rnanifiesto lo que en otro tiempo se habria denominado sus pr~ncipios de alta politica, v asi hasta el infinito. Es decir, que en historia explicar es hacer explicito. Cuando el hist* rindor se niepa a decidirse por la primera libertad o en el primer atar que se encuentra, no 10s sustituye par una explicacidn determi- nista. slno que Ios hare explicitos a1 de sn~br i r en ellos otras liber- tades v otros azares. Tal vez se recucrde la pole'mica entre Kruschev v Togliatti a proprisito de Stalin tras la publicaci6n del Informe

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Kruschev. A1 hombre de Estado soviEtico le hubiera gustado dar una explicaci6n de 10s crimenes de Stalin basindolos en la primera hbertad que se le presentase -la del propio secretario general- y en el primer azar -el que le convirc16 en secretario general. Pcro Togliatti, corno buen historiador que no se limita a 10s aconte- cimientos, argiiia que, para que esta libertad y este azar hubiernn Ilegado a scr y a causar tales esrragos, era precis0 tambien que la socicdad sovlCrlca estuviese de tal manera constituida que pudiera engendrar y tolerar ese tipo de hombre y de azar.

Resu~niendo: la explicacidn hist6ric.a puede profundizar mis o menos en la explicaci6n de 10s factores. Por otra parte, en este rnunJo sublunar tales factores son de tres clases. Uno es el azar, tam- b ~ e n llamado causas superfic~ales, incidente, genio u ocasi6n. A otro se le denornina causas, condiciones o datos objetivos; nosotros 10 llarnaremos causas mareriales. El Cltirno es la libertad, la reflexih, que dcnominarcrnos causas finales. El menor ahecho* histbrico, siernprc que sea humano, irnplica esos tres elementos. Cada hombre a1 nacer sc encuenrra con datos objetivos --el mundo td y corno exisle--- quc hacen de dl un proletario o un capitalista. Estc hombre sc sirve para sus fines de esos datos como si fueran causas materia- I r s , se sindica o rompe una huelga, invierte su capital o lo dilapida, lu nllsrno que el escultor utiliza un bloquc de rnirlr~ol para hacer un dios, una mesa o una pileta. Por iltimo, tenemos el azar, la nariz de Cleopatra o el pran hombre. Si se hace hincapik en el azar, tendremos la concepci6n clisica de la historia corno teatro en el que la Fortuna se divierte trastocando nuestro planes. Resaltar la causa final nos condr~ciri a la llamada concepc16n idealists de la historia: Droysen, por ejernplo, sostiene la idea, formulada en te'rminos pseu- dohegel~anos de que, en Cltima instancia, el pasado se explica rrpor Ids fuerzas o ideas moraless':

Puede optarse por poner el acento en la causa material. tacaso no emplea nuestra l~bertad 10s datos que le proporciona el medio? Esta es la concepci6n marxista. No merecc la pena perpetuar el con- f l i c t ~ entre estas c~nce+~ones; este problema se zanj6 hace dos mil afios; p r rnuy ingenioso o revolucionario que sea un historiador, siernpre encontrari las mismas causas matcriales y finales. Para optar por las causas materiales o por las finales no es en absoluto necesario - -

' 1. G. Droycen, Hisforik, 1857; ediri6n Hubner, 1937 [reeditsdo rn 1967, Munich Oldcnburg], p&. 180.

afanarse entre libros de historia; para elegir bastan 10s ejemplos coti- hanos. El historiador m8s penetrante no encontrari nada distinto a1 acabar su trabajo de lo que ya tenia a1 principio: amateria* y libertad. Si solar~lente hallara una de esras dos causas, se debcria a que subreprlciarncnte habfa alcanzado un mis alli patafisico. Es inlitil csperar que profundizando en el problerna de Max Weber (les el protestantisrno la causa del capicalismo?) por fin logremos, documeritos en mano, establecer cientificamente que, en dtirna ins- tancia, la materia derermina todo o que, por el contrario, es d espi- ritu lo determinante. Por mucho que profundice la explicaci6n hist6 rica no UegarQ nunca hasta el limite. No terminaria hallando miste- riosas luerzas de producci6n, sino Gnicamente hombres corno ustedes y corno yo, hombres que producen y que, precisamenre por eso, ponen las causas materiales a1 servicio de las causas finales, siempre que el azar no intervenga. La histotia no es una construcci6n csrra- uficada sobre cuyos cimientos mareriales y econdmicos se elevaria una primera plataforma, coronada por superestmcturas de indole cultural (estudio de pintor, sda de juegos, gabinete de historiador). La historia es un monolito en el que la distincibn entre azar, causas y fines constituye una abstracci6n.

Mientras haya hombres, no habd fines sin rnedios materiales, 10s medios sdlo serin medios en relacibn con 10s fines, y el azar no existiri mds que para la actividad hurnana. De ahi se sigue que debe-. rernos considerar incompleta la explicaci6n que se centre exclusiva- rnente en 10s fines, en la materia o en el azar. Ciertamente, en tanto que haya historiadores, todas sus explicaciones serin incompletas, pues 6stas nunca podrian retrotraerse hasta el infinito. En conse- mencia, 10s historiadores se referirin siempre a catisas superficiales, condiciones objetivas o mentalidades, o a otras expresiones similares, segtin la moda reinante, ya que, alli donde den por concluida la expli- caci6n de 1as causas, o cuando decidan no seguir penettando en el Qmbito de 10s no-acontecimientos, su decisi6n necesariamente recaed en uno de esos tres aspectos que conformarl toda acci6n humana. En cada Cpoca predomina una heuristics que hace que 10s historiadores destaquen un aspect0 u otro. Hoy parece que se tiende sobre todo a1 estudio de las mentalidades, sin haber desa~arecido por ello el prejuicio del hombre eterno y habikndosenos hecho farniliares las explicaciones materialistas. Lo impartante, mis all& del plano heu- ristic~, es no caer en el espejismo de que 10s tres aspectos de la acci6n hurnana son estratos o esenaas separadas. Como <(disciplina de la raz6n hist6rica~ vamos a estudiar el origen de tfes concepcio- nes de la historia que se corresponden con estos tres aspectos: la teoria materialista de la historia, la historia de las mentalidades, y

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In ciistincirjn rnrre causas profundas y superficiaIes. No prerendemos en .~bsoluto refutarlas, sinn mostrar su cardcrer relar~vo con respecto 3 la acci6n humana, que constituye una totalldad, y w car6cter pro- v~sional respccto a la explicacibn histbrica, que consiste en remitirse hasra el infiniro.

. . Carisas rnaferioler: d rnarxismo

Ct~ando se I~asa la explicaci6n hist6rica en causss rnateriales y se supone que c'sras son suficlentes, nos encontramos en el rerreno del ~imaterialisrnon marxista: 10s hombres son 10s que de eIlos hacen las cond~ciones objetivas. El marxismo tiene su origen en la fuerte 1rnpresi6n causada por la resistencia que lo real opone a nuestra ~~olunr :~d , en la lentitud de !a h~storla, quc trata de explicar con la pa!abra *rmareria,?. Es bien conocida la aporia a que conduce este de- rerrn~nismo: por una parte, es cierto que la realidad social es d e un pcsu lastant ante y que los hombres por lo general conforman su men- [.illdad de acuerdo con su condicibn, porque nadie se exilia voIunta- rlarncntc en la uropia, en la rebel16n o en la soledad; Ia infraes-

Ilcrura, se dice, deterrnina la superestructura. Pero, por otra parte, t lrop~a ~nfraestructura es hurnana: las fuerzas de producci6n en ,.c!o puro no existen, lo que existen son hombres que producen. '.:<t!e decirse acaso que el arado da lugar a Ia esclavitud y que 'molino de viento detcrmina la servidumbre? Ahora bien, 10s pro-

ti!~ctores eran Iibres de a d o ~ t a r el molino de viento para aumentar la productividad, o de rechazarlo por rutina; <seria, en consecuencia, su tlpo de mentalidad, emprendedora o rutinaria, la que determi- nara las fuerzas producrivas? A partir de este momento, el falso problerna empieza a dar vueltas en nuestras cabezas, en torno a un eje rrtarxista (la infraestructura determina la superestructura que, a su vez, determina a aqu6lla) o a un eje weberiano o pscudowebe- riano (<es el capitalism0 la causa del espiritu del protestantisrno, o viceversa') Podernos explayarnos en declaraciones de principio (el pensamiento refleja la realidad, o a la inversa) y dar alguna pincelada para salvar la explicaci6n (la realidad es un desafio al que el hombre responde). De hecho, no hay circulo vicioso, sino regresi6n a1 infi- nito. tHan rechazado 10s productores el molino de viento por rutina? Ma's adelante veremos que esta rutina no es una uitirna ratio, sino que, a su vez, tiene explicaci6n, que a su rnanera es una conducta racional ... La resistencia de lo real y la lentitud de la historia para cada ~ndividuo no depende de la inlraestructura, sino de 10s demis hombres. El marxismo intenta explicar mediante una metafisica perio-

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dis:ica un hecho muy sencillo qtre entra en el imbito de la com- prensi6n mas cotidiana. Considcrirrnos el drama que actualmente viven 10s paises subdesarrollados que no logran ctdespegara: la impo- sibilidad de invertir rentablemcnte en indusrrias moder:~as ~e rpe t l i a una mentalidad que se desenriende de la inversi6n y esa mentalidad, a su vez, perpetlja aquella imposibilidad. .En efecto, en ese pais un capitalists tienc poco inter& en invertir, puesto que la especulaci6n del suelo y el prkstamo usurario le producen beneficios igualrnente elevados, mi; seguros y con rnenos esfuerzo. Nadie tiene inter& en romper ese circulo. Pero supongarnos que lo rompe un traidor que trastoca las reglas del juego, empieza a invertir y modifica las con- diciones de la vida ecor16mica: todos 10s dernlis habrin de hacerle frente o dimitir. Esto quiere decir clue todos 10s hombres, llegado el momento, consideran que 10s dembs son un obstdculo insalvable y acthan en consecuencia, si bien esta acci6n s61o ser& eficaz si 10s demis se cifien a ella. La totalidad esri constituidn por un conjunto de actuaciones prudentes en el que todos son prisioneros de totlos Y que engendra una ley de bror~ce tan inflexible como todos 10s rna- rerialisrnos hist6ricos.

Arar y causos pro fundus

La distinci6n que establecemos entre causas superficiales y causas profundas puede tornarse, cuando menos, en tres sentidos. Una causa puede considerarse profunda si resulta mis dificil de descubrir, si 5610 aparece despuQ de un esfuerzo explicativo. En este caso la profundi- dad radica en el orden del conocimiento: diremos que la causa profun- da del evergetismo es el alma atcnicnse o el alma griega y, a1 decir esto, tendremos la impresi6n de alcanzar las profundidades de una civilizaci6n. En un segundo sent~du, la profundidad puede estar real- mente en el ser: se llarnari profunda a la causa que resurna en una palabra toda una trama. La RevoluciBn Francesa se explica, en el fondo, por el ascenso de la burguesia. Si se estudian 10s origenes de la Guerra de 1914, podremos, una v a perfilada la trama, echarle un vistam y concluir que, en el fondo, esa guerra se explica por causas puramenre diplomiticas y por la politica de las potencias, o por razones de psicologia colectiva, pero no por las causas econ6mi- cas en las que piensan los marxistas. La profundidad a t 6 en la tota- lidad.

Por 6ltim0, la idea J e catlsa profunda posee un tercer sentido. Se denominan superficiales a las causas ma's eficaces, a aquellas en ]as que es mayor la desproporcibn entre su efecto y su coste. Estamos

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anfc una idea rnuy rica, que implica todo un andisis de ilna estnlc- tura de acci6n dada dotada de urla significacidn estratkgica: hay que conoccr y valorar desde el pilnro de vista del estratega una situaci6n determinada para llegar a decir abast6 este incidente para que esta- llara el confIicton, afuc suficiente este azar para bloquear todo), o auna sencilla medida policiaca result6 muy eficaz y pus0 fin a1 des- ordcnu. L, pues, m a f1cci611 pretender, como Se~~nobos , que todas I:ts causas tiencn el mismo vaIor, ya que la ausencia de una sola de etlas privaria de eficacia a Ias restantes. Todas tendrian la misma importancia en un proceso objetivo y abstracto, y pdriamos ade- miis darnos por satisfcchos con enumerarIas exhaustivamente; pero en ral caso, ya no se trataria de causas, sino de leyes y sus ecuado nes, variables de las que dependerian las inc6gnitas y 10s parimetros que serian 10s datos del problems. Cuando se &ce que las descargas del boulevard de Capucines fueron mera ocasi6n de la caida de Luis Felipe, no se estd afirmando que Cste hahr-ia conservado necesaria- rnente el trono sin esos choques armadas, ni que lo perdiera a con- secuencia del descontento general. S61o se afirma que ese descon- tento buscaba medias de acci6n y que no es muy l f ic i l encontrar un2 ocasi6n cuando sc esc6 decidido a ello. A1 demonio de la historia le cuesta mcnos provocar un incidente que enfurecer a todo un pue- blo, y las dos causas, igualrnente indispensables, no tienen el mismo precio. La causa pofun'da es la menos econ6mica. De ahi las discu- siones, a1 gusto de 1900, sobre el papel de 10s <cagitadores~. 2Quign cs el responsahle de 10s disturbios sociales, un puiiado de agitadores o la espontaneidad de las masas? T)e acuerdo con la visi6n superfi- cial, aunque eficaz, de un prefecto de Policia, son 10s agitadores, ya que basta encarcelarlos para romper la huelga. Por el contrario, se neccsita todo el peso de la swiedad burguesa para convertir a un proietario en un t~volucionario. Como la historia es un juego de estrategia en el que tan pronto el adversario es un hombre como la naturaleza, puede suceder que el azar ocupe eI lugar del prefecto de Policia. Azar que dio esa nariz a Cleopatra y puso aquelIos cdlcuIos en la vejiga de Crornwell; pero tanto 10s cdlculos como la nariz cues- tan poco v estas causas, tan eficaces como econ6micas, s e r b consi- deradas superficiales.

aEcon6rnico~ no quiere decir <ifgcil de conseguir~, apoco irnpro- b:ible), (se considera por el contrario que cuanto mds improbable result3 un azar rn6s superficial es), sino que ccataca las defensas del adversario en su punto mAs dCbiI,>: la vejiga de CromweIl, el corazCn de Antonio, 10s dirigentes deI movirniento obrero, el nerviosismo de la muchedurnhre parisiense en febrero de 1848. Si el azar rnAs improbable basta para romper unas defensas, es porque presentaban

puntos dtbiles desconocidos hasta entonces. Fodemos afirmar que, sin necesidad de 10s disparos del boulevard, el rnenor incidente ha- bria ocasionado la caida def rey-ciudadano, pcro, naturalmente, no d e m o s jurar que tal ~ncidentr habtia llegado a ~roducirse nccesa- riamente. Tanto el azar como ef prefecto de Polida dejan pasar a veces las ocasiones de atacar el punto m6s dkbil, y las ocasiones n o suelen presentarse dos veces, Lenin debi6 pensado asi en 1917, p u e ~ era mucho rnis inteligente que Plejanov, y sus ideas sobre esa encar- naci6n deI azar que llamamos el gran hombre eran mlis acertadas. Piejanov, m k cientifico que estratega, comenzaba dirrnando que la historia tiene causas: desmenuzaba el sabio dispositivo de hatalla en el cual consiste una situaci6n histdrica y, como Seignobos, lo reduda a cierta cantidad de batallones que iba desgranando uno a uno con el nombre de causas. S610 que, a diferencia de Seignobos, mnside- raba que no todas ]as causas tenian la rnisma importancia, pues si rodas tuvieran el rnisrno valor, 2cbrno podria funcionar la locome rora de la histona? Examinernos su funcionamiento en 1799. La ausencia de un gran hombre frenaba 10s intereses de clase de la bur- guesia victoriosa, p r o el peso de esos intereses era tan grande que de todas formas habrian Ilegado a superar el obsticulo. Aunque Bonaparte no hubiera nacido, habria surgido otro espad6n en su lugar.

La distincidn entre ocasiones y causas profundas se basa en la idea de intervencibn. Trotski razonaba de la siguiente manera: con oficiales de pulicia decididos, no habria habido Revoluci6n de Fe- brero; sin un Lenin, la Revoluci6n de Octubre no habrla tenido !ugar '; si en su lugar hubiera estado Stalin, habriarnos tenido que esperar muchisirno tiempo hasta que la situaci6n hist6rica madurara, y hoy Rusia seria una sociedad de tipo sudamericano. Entre 1905, en que no rnovi6 un dedo, y 1917, Lenin p a d de Ia idea causal de maduraci6n a la idea estratkgica de ueslab6n dPbil de la cadena capi- talista*. Y ese es1aM11 ma's dkbil vino a romperse en el pais que, causalmente, estaba menos rnaduro. Dado que la historia comporta causas superficiales, esto es, eficaces, time carhcter estratCgico, es una sucesi6n de batallas integradas por diferentes dispositivos y que constituyen otras tantas coyunturas singulares. Por ello, La Revolu-

Rcspccto a 10s poIicfas, Trotski, RLvofuridn rusfe, pol. I, FCvrrer, capitdo aLcs cinq journCcsr (trad. Parijaninc, Scuil. 1950. pig. 122); cn lo que sc refiere a L n i n , ibid., p6~ . 299: ePcdemos preguntarnos, y la pregunta no cs ociosa, c6mo se habrla desarrollado Ia Rcvolucidn si Lcnin no hubiera pdido llcgar a Rusia en 1917 ... A este respecto, sc pone dc rnanificsto la funci6n gigantesca quc curnplc d individuo; lo h i m quc hay quc haccr cs cntenda csa funcibn considcrando d individuo curno un eslab6n de la cadcna hist6rica

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cidn Rusa de Trotski, anAlisis magistral de una gran bataUa histbri- ca, no tiene de marxista sino sus declaraciones te6ricas.

El azar en historia resmnde a la definici6n aue cia Poincar6 de ____ __.__I - --- - 10s fe&memos aleatorios, i u e son mecanlsmos cuios resuIra&sp~- den invertirse por variaciones imwcepZi61&ZGTlas co;lt_liicianes ini- ~ ~ s . Luando el mecanismo en cuesticin se encuentra en un c a m p (ya se Uame Antiguo Rggimen, Antonio o el zarismo) y el autor de la variacidn imperceptible estd en el campo opuesto (el dkficit, el azar o la naturaleza que dan su encanto a la nariz de Cleopatra y su genio a Lenin), la desproporcidn entre lo que experimenta el primer campo y la economia de esfuenos del segundo es tal que decimos que el segundo c m p o ha herido a1 primer0 en su punto mPs ddbil.

La hi~toria no tiene grandes Cineas

Como quiera qrlc causa superficial no significa causa menos eficaz que otra, no pueden descubrirse grandes lineas de evoluci611, del mismo mod0 que no podrian descubrirse en una partida de p6ker que durata mil aiios. Cuand~h_.blamp~dee_a_z_arJ~s~~co o de a l p n o de sus sin6nimos (agitadores, conjura madnica, gran hombre, vagcin p ~ d ~ ~ s i m p l e obsticulo en el camino~), hay que distingui~ entre un acontecimiento aislado la historia cG&kleraz-Ien su co?$ilnto. Es evidente que a f--Y------ gunos acontecimientos, la revoluci6n d m y la de 1917, tienen causas profundas. No ---- es cierto, . sin embargo, que la historia en ljltima instancia, estk gobernada exclu- sivamente por ' ~ - ~ ~ & s ~ ~ ~ ~ i i ~ ' s f ~ causas en %sceTG X l a a i i i - 5 t E a a d e pro etariaab: seria demasiado ficil. Compren- der la historia no consiste, pues, en'saher desc7i iF lac poderosas .-- corrlentes submarinas que fluyen bajo la ag1tac~6ndCIa siipeficie: en' ia hstoria no hay pro iund~da~&emos-qoe-SII realidad n5 es razonal, pero hay que darse cuenra tambiCrl de que tarnpoco acda

', de acuerdo con fa raz6n; no hay desenlaces que pudigrarnos conside-

(I rar normales, que dieran a la historia, a1 menos de vcz en cuando, el tranquilizador aspecto de una trarna perfectamente articulada en la que acabaria ocurriendo lo que tenfa que ocurrir Z,as g rades lineas de la historia no son d i d i c t i c a s ~ a k _ F p n ~ I ~ e l pasado adyer- tirnos que aigunos aspectos 7T--- cobran mayor relieve que otros:JIe?pa_n- si6n de la civilizaci6n helenisttca u occidGiiZI,Ia revoluc~on tecno- 16gica, la estabilidad milenaria de ciertos grupos nacionales, etc. Des- graciadarnente esas cadenas montaiiosas no ponen de manifiesto la acci6n de fuerzas, moderadas o progresistas, que respondan a un

esquema rational, sino que parecen mosttar que el hombre es un animal que imita y que conscrva (tambih es todo lo contraria, pero

I > ' en este cam 10s dectos tendrlin consecuencias tectdnicas diferentes). ~f El relieve de eras lineas carece de rcntrdo tanto como cvalquier epi- demia o cualauier costurnbre. '-w

Asl_.pues, es un prejuicio pensar que la historia de cada 4poca __ tiene s ~ i s tcproblernasb en virtud--Klos curiIes podcqo_s~explicarla. En-iw; -,a-.,-&...

-- - . - - -- . - - .- 'aoria est6 llena de posibi6da'des abortadas, de acontg~&ientos q ~ e no han tenido lugar. No puede, considiras his~riador a +en no perciba, en -.-- torno B la hgtnria aug.hif ocurrido realmente, un trope1 indefinido de histgoias simdt.beamente pa&- b1eS~de~ucosas que podian s.e_rFFdee otra min!Ia_~. A proptisito de Lo reuolucio'n rornann de Svrne, un critico escribia lo simiente: aNo . . puede reducirse la historia a la politica cotidiana ni a-la acci6n de 10s individuos; la historia de un pcriodo se explica par sus proble- mas*. Se trara de una talsa profundidad '. De esta manera, en 10s manuales de historia, cada kpoca se enfrenta a una serie de proble- mas que dan ol~gen a acontecimientos a 10s que se denornina su soluci6n. Pero esta lucida extrema y post euentum no es la de 10s contemporineos, quienes tienen ocasi6n de cornprobar cbmo pro- blemas angustiosos o revoluciones intensamente preparadas acaban convirtikndose silenciosamente en wlvo. en tanto aue estallan ines- peradas revoluciones que revelan retrospectivamente la existencia de ptoblemas insospechados '. El mCrito de un historiadot no con- -- - --.. .. . -. . ---.. -. siste -. en pasar por ~ profundo, ... sino . . .. en -.~ saber . -. .. a .~ quP ~. .. humdde ,n_~vel-fun- cioqa-, la . -histolia;-~o,. ... ~ . estriba en tener opiniones trascendentales, ,~ ni , siquiera . - . - ... uiciar acertadaketite . . . . lo mediocre. . . . . . . - - -

Th. Schieder, Geschichte als Wissenschaft, Munich, Oldenburg, 1968, pi- gina 53: *El mayor pligro que amenaza a1 historiador es el de mnsiderar la hstoria como jusrificacibn de lo que ha sidow.

' El critico aracs el mitodo pros~~ograticico de Syme, yue destacaba ante tad0 la ft~ncidn de 10s individuos. Pero la prosopcigrafia no ha sido nunca un mCtodo, sino un sisrema de cxposiciSn. Si Syrne hubiera querido presentat- 10s grandea problemas de la ipoca, ese sisterna no se b habria podido impedir. ?I' cdmo puede dcscrjbirse a ,los individuos y sus acciones sin dcscribir, al misrno tiempa, su rnundo m i a l y sus proWnnas?

Una sociedad no es una olla en la que los motivos de descontento, a fuerza de hervir, terminen haciendo A f a r la rapa, szno una olla en la que un desplazamienro nccidental de Ia tape desencedena la ebullici6n7 que acabari hacirindola sal~ar. Si no ocurre el accidenrc inicial, el descontento sigue siendo difuso, aunque visible para un espectador de bucila fe y no interesado cn ce- rrar lrxi ojos a la realidad (rauerdo con to& claridad el malestar de 10s mu- sulmanes argelinos cn agosto de 1953). Bien es derto que el espectador no puede predecir en absoluta d paso del estado difuso a1 de explosi6n.

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TEORIAS, MODELOS, CONCEPTUS

Para que la historia sea tal, tiene que haber en eUa compren- si6n. Pero, aparte de la cornprensibn, ten quC conslste Ia fascinaci6n, el poder y la clarivtdencia que a simple vista sc desprende de las zrandc-s teorias que tratan de explicar todo un movimlento h l s t6

-o i tPonen algo m6s que la comprensi6n usual? Rostowzew, por mplo , consideraba que la crisis pulitica por la que atraviesa el : perlo Rornar~o a comienzas del siglo 111, con el triunfo de la rn<marquia mititar*, se explicaba p r la pugna entre el ejCrcito, que

rcpresentaba a las rnasas campesinas y era fie1 a1 emperador, y la burguesia municipal y senatorial; se trataria en s u m de un con- fliito entre el campo y la ciudad, y 10s emperadores de la dinastia de 10s Severos tendrian menos simiIitud con RicheCeu que con Le- nin ... ~ C u h l es la naturalaa de una teoria de esta dase y en qu6 nos basaremos para considerar el ctconflicto camp dud ad^ como modelo? Vamos a ver c6m0, bajo su apariencia sociol6gica o cienti- fica, Ias teorias y 10s modelos se reducen simpIemente a1 eterno prcl blema deI corlcepto.

Un ejemplo de teoria 5 f El conflict0 camp-ciudad no explica la crisis del siglo 11 a la :

manera en que un acontecirniento explica a otru, sino qur consiste , en esa misrna crisis, interpretada de una manera determinada: 10s

soldados, mimados por la monarquia a la que sostienen, provenian del campesinado ~ o b r e y su acci6n politics estaba inspirada por la solidaridad con sus hermanos de miseria, La teoria de Rostowzew es, pues, la trama rnisma (o una forma de escribirla, sobre cuya verdad o falsedad no podemos pronunciarnos) a la que se designa con una f6rmula lapidaria, que suyiere que 10s conflictos campo- ciudad son un fen6meno ran corriente en la historia que no merecen tener nornbrc propio, y que no deberiamos sorprendernos por que se produzca un herho de esa misrna especie en eI siglo III de nuesrra era. Es, a la vez, resumen de la trama y clasi~icaci611, como cuando el mPdico dice: "La enfermedad cuyos sintomas me ha descrito usted, es una simple varicelau.

Una teoriu no cs mis que el reJumen dr unu trarna

Si la ctisis clel siglo III resultara ser efectivamente como Ros- towzew la presents, se trataria, enronces, de un conflicto ma's entre el carnpo y Ia ciudad: la teoria remite a una tipologia. Hacia 1925 se hablaba rnucho de este tipo de conflicto, que servia para inter- pretar la revoluci6n rusa y el fascismo itaiiano; podemos suponer que tal interpretacidn es legitima en comparaci6n con decenas de orras distintas, que tambiCn son parcialmente ciertas. (No es la his- toria una ciencia descriptiva, y no es toda descripci6n fatalrnente parcial? Seiialemos que uconflicto c a m p d u d a d s no es, en realidad, un modelo, pues 5610 sc trata, n su vez, del resumen comprensible de una trama. Cuando 10s que organizan y se benefician de la acti- vidad agrieola reinvierten Ias rentas de la ticrra en actividades urba- nas, provocan la animosidad d e 10s campesinos contra 10s ciudadanos y se produce, por asi decir, la proyecci6n geopolitica de un divorcio econ6mico. El lector adivina entonces lo que dcbi6 ocurrirIe a mis de un historiador cuando hablaba de una teoria o de un modelo determinado: cay6 en la trampa de la abstraccih. Cuando converti- mos una trama cn modelo y Ie damos un nombre, tenemos tendencia a oIvidar lo definido cifihdonos a la definicibn. Observamos que en un decerrninado momenta se produce un conflicto; sabemos que en Kusia, en Italia y en Roma coexisten el campo y la ciudad, parece entonces que la teoria surge por si misma, pues t3cas.a no nos produjo eI efecto de una revelaci6n sociol6gica la primera vez quc fue formu- lada en su forma general? En conxcuencia, creemos que la teoria puede explicar, olvidamos que es s6lo un rrsumen prefabricado de una trama, y la aplicamos a la crisis del siglo 1x1, lo que equivale a

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dar como explicaci6n de un acontecimienro un resumen de ese rnisrno acontecimiento.

Se comprende, por tanto, el prestigio que rodea a teorias h is t6 ricas como la de Rosromeur o la de Jaur6s sobre la Revoluci6n Fran- cesa: irn~lican una tipologia que riene alga de solemne. Grac~as a esas teorias la historla se hace inteligrble y misteriosa como un drama en el que se agitaran grandes fuerzas, a la vez familiares e invlsibles, que rlenen siempre el rnlsrno nombre: la Ciudad, la Bur- jiucsia. Se sumrrge al lector en una atrnbsfera aleg6rica, s~ entende- rnos por alegoria, corno dice Musil, un esrado de animo en el cual todas las cosas adquieren una significaci6n mayor de la que real- rnente les corresponde. No podernos por rnenos de sentir simpatia pot esra propens1611 dramatizar. Las poesia drarnhtica, dice Aristb- reles, es mis filos6fica y mas seria que Ia hisroria, pues se m p a de generalidades. De ahi que, desde siernpre, la historia que pretende scr profunda trate, ante todo, de dcspojarsc de su trivialidad imprr- visible !. anecd6rica para engalanarse con la seriedad y la majestad que constituye todo el atractivo de la tragedia. Queda por saber ahora sl a la hisroria le puede ser de alguna utiiidad e l ab ra r una tipologia.

Resulta siempre estimulante encontrar, en una descripciGn de la China dc la epoca Song, piginas sobre el paternalism0 en las rela- cior~es individuales o sobre fos colegios de artesanos, que podrian trasladarse sin modificscir!n alguna al i n ~ b i t o de la civilizacibn r e mana. La pdgina de historia de Roma esta ya escrita y, sobre todo, cl historiador de China nos habri sugerido ideas que nunca hubid ram05 llepado a percibir pot nosotroc ~ i s r n o s o nos habrB ayudado a descubrir una diferencia significativa. Y arin ma's: encontrar 10s mismos hechos separados por siglos jr por miles de Ieguas parece excluir cualqu~er azar y confirma que nuestra interprctaci6n d e 10s hechos de Rorna ha de scr cierta, pues est i de acuerdo con una mis- terinsa Ibpica de las cosas. ~HaTlaremos de esta manera muchos rr~odelos en la historia? Hay ciencias, como la medicina o la bota'nica, quc nwesitan varias piginas para describir un rnodelo: esra planta o aquella enferrnedad. 'I'ienen la suerte de gue dos amapolas, e inclux, de que do5 varicelas, se parecen rnucho mis entre si que dos guerras 0 que dos despotismor ilustrados. Pero si pudiera apli- cane tambiin una tipologia a la historia, vendria haciCndose desde hace rnucho tiernpo. Seguramente hay esquemas que se repiten, por-

que la cornbinatoria de las soluciones posibles de un problerna no es infinita, porque el hombre es un animal yue todo lo imita, y porque la arribn tiene tambibn su 16glca misteriosa (corno sucede en econo- rnia). Irnpuesro d i rec~o y n~onarqt~ia hereditaria son modelos cono- cidos; no se ha producido una rinica huelga, sino muchas, y el pro- fetismo judio cuenta con cuatro profetas mayores,.doce menores y una multitud de profetas desconocidos. Pero no lodo se a d e d a a un rnodelo, los acontecimientos no se reproducen a travks de las especies como las plantas y s61o tmdrcmos una tipologia acabada a condici6n de que sus elemenros sear] rnuy limirados y se teduzca a un inven- tario del lkxico hist6rico (eguerra: conflicto armado entre poten- ciasw), o dicho de orra manera, clue se reduzca a concepros, o in- cluso que se abandone a Ja inflacibn conceptual, en cuyo caso en- mntraremos por todas partes el barroco, el capitalismo y el homo Iudens, y el Plan Marshall no seria rn6s que una epifanla del eterno potlatch. En consecuencia, el modelo o la teoria 5610 pueden servir para abreviar una descripci6n; se hahla del conflicto campo-ciudad para resumir, dc la misrna manera que decimos uguerra* en Iugar de uconflicto armado entre potencias,>. Teorias, modelos y concep tos son una sola y la misma cosa: el resurnen de una trama dispuesto para ser urilizado. Es, pues, infitil prescr~blr a 10s historiadores la eIaboraci6n o el uso de teorias o modelos: eso es lo que vienen ha- ciendo desde siernpre, no podrian obrar de otra manera, a menos que no pronunciaran una sola palabra, y no puede decirse que hayan ptogresado m&s por ello.

La historia cornparada

Si esro es as!, ~ c u 6 l seri el lugar be una disciplina --la historia cornparada- tan en boga hoy y que, con toda raz6n, parece tener un gran porvenir, aunque la idea que tenemos de ella tliste rnucho de set clara? Hacer historia cornparada es reflexionar sobre las mo- narquias helenisticas y tener a1 rnisrno tiempo el tipo de monarca ilustrado que se describe en una historia sobre Federico 11. CEn qu6 consiste cntonces la historia com~arada? {Sc trata de una dase particular de historia? {De un mitodo? De ninguna de esss cosas: es una heuristics I .

Sobre la hisroria cornparada, quc consrituye una de las tcndencios .m6s iructiferas y prometedoras de la historiografia conten~poriinea (bien es cierto que no tanto en Francia curno en 10s paisel anglosafones), pero de la que tcr

I davfa no tcncmos una idea muy precisa, viase la bibliograHa de Th. Schieder, / Gerchiihfe als Wirtenscbafr, Munich, Oldenburg, 1968, pigs. 195.219; E. Rw

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Lo dificil es deterrninar d6nde acaba la historia sin adjetivos y d6nde com~enza la historia comparada. Si, para estudiar el rigimen senorial en el Forez, mencionamos paralelamente hechos que se re- iirren a seiiorios diferentes -y (c6mo podremos dejar de ha-cerlo?--, <csramos escribiendo una historia com~arada? Y l q u i ocurriria si zs~udiiramos el regimen sefiorial en toda la Europa medieval? Marc

' Bloch, en La roriedud lederal, compara el feudalismo franc& con d Jc Inglaterra, pe& sdlo habla de hisioria comparada cuando eslable- ce un paralelisrno cntre el feudalism0 occidental y el de lap6n. Hein- rich Mitreis, pnr el contrario, ha publicado una historia del Esrado medieval en el Jmperio, en Francia, Italia, Inglaterra y Espafia con el siguiente ritulo: El Esrado de Io Alra Ed& Media, esboxo de his- rorin cornparado. Cuando Rayrnond Aron analiza la vida politica de las sociedades industriaIes a ambos lados del tel6n de acero, habla de soriologia, sin duda porque se trata de sbciedades contcmpo- rheas . En cambia, se tiene por un clkico de historia cornparada el Libra de R. PaImer, que analiza la historia d e aIa era de la revoluci6n democritica en Europa y America, 1760-1800~. 2Se trata tal vez de qut. unos historiadores insistcn en Ias diferencias nacionales, en tanto que orros destacan 10s rasgos comunes? Pero, si las denlocra- cias industriales poseen tantos rasgos comunes, ( p r quP ha de ser sn hisroria rnis adecuada a la comparacibn que la de 10s diferentes sciiorios del Forez? 0 Ia historia de dos seirorios, d e dos naciones, de do's revoluciunes tiene tantos rasgos cornunes que ya no se puede hablar de historia comparada, o sus historias respectivas son suma- '

mente distintas, en c u ~ o caso agmparlas en un rnismo vvlumen y multiplicar sus similitudes y sus oposiciones posee, sobre codo, una virtud didktica para el lector, tras haberla temido heuristics para el auror. Mitteis consagra un capitulo a cada Estado europeo sucesiva- Gente y despubs, en un capitulo general que podriamos denominar . . . ;~!sroria europea, resume la evoluci6n de todos estos Estados to-

' ,r slobalmente, destacando las analogias y 10s contrastes. A juz- ,::rLlos rcsulcados, es casi inapreciable Ia diferencia entrc un libro

ikroria comparada y un libro de historia sin mls; la rinica dife- i;:::,.-ia .estriba en que eI iimbito gmgr3ico considerado sea ma's o nirnos amplio.

La verdad es que la historia comparada (y otro tanto podriamos deci: de la. literatura cornparada) es menos original p r sus resulta- dos, que son propios de la historia sin adjetivos, que por su elabw raci6n. Hablando con mayor precisihn, la expresi6n equivoca y falsa-

-- thacker. Die uerglrirhcnde Metbode in den Gkrrfeswirsebscba/ten, Zeitschrili

u c r a l ~ l r h ~ n d e Rechfrwissenscb~f:, M), 19n, &. 13-33.

menre cientifica de historia comparada (tan lejos, s i n embargo, d e Cuvier y de la gramgtica comparada) designa dos y hasta tres rasgos metodologicos diferentes: recurrir a la analogia para suplir las la- gunas de una docutnentacicin; cornparar con fines heurist~cos hechos procedentes de naciones o periodos disrintos, y, por d t imo , estudiar una categoda histbrica o un tiyo de awnteclmien~o a travks de la historla sin tener en cuenta las unidades de ticmpo y de Iugar. Re- currirrlos a la andogia para explicar el sentido o las causas de un acontecirntenro (lo que m6s adelante llamaremos retrodicci6n), cum- do el acontecimiento en cuesti6n reaparece en otro tiempo y en otro Iugar, en 10s cuales la documentaci6n correspondiente nos permite comprender sus causas. Asi se v ime haciendo desde Frazer en la historia de las religlones cuando explica hechos de Roma cuya sig- nlficaci6n qtieda oscurecida por su analogia con hechos indios o pa- pugs que ya ban sido explicados l. Se recurre tambikn a 1a analogia cuando la ausencia de documentos no nos permire conocer 10s amn- tecimlentos rnismos; apenas tenernos informaci6n de la demografia rornana, per0 el estudio demogrlfico de Ias sociedades preindustrides ha conocido tales progresos en 10s ljltimos decenios que, bashdose cn la analogia, es posible cscribir hoy piginas de validez incuestie nable acerca de la demografia de 10s romanos, y 10s escasus hechos de Roma que han llegado hasta nosotros constituyen en este caso un principio de prueba.

El segundo aspecto de la historia comparada, el estabIecer para- lelisrnos heuristicos, es propio de todo historiador que no tcnga an- teojeras y que no se encierre en u s ~ pe r iodo~ , sin0 que usea capaz de imaginarm el despotismo iIustrado cuando estudie una monarqtiia helenist~ca; 10s lnilenarismos revolucionarios de la Edad Media o del Tercer Mundo, cuando estudia las rebeliones de esclavos en el mundo helenistico, y de uencontrar ideas# por semejanza o por contraste, despuis de lo cual podrd, o bien guardar su informe comparative,

C f . Marc Bloch, M$langes bhisloriques, vol. I , pigs. 1640: para una his- toria comparada dc las sociedades curopeas*, en cspccial Is pig. 18. Hay que distinguir cuidadosamcnre esta historia cornparada dc Ias religiones a la rnanera dc Frazer, que es romparativa en el sentido de la historia de comparada (la comparaci6n sirve para completar un hecho), de la historia cornparada dc Ias religioncs a la rnanera de Dumezil, que es comparativa en el sentido de la gra- mitica compatada (la comparacidn pcrrnite reproducir un cstadio anterior de la religidn o dc la lengua, que ha dado origen a las diferentes lenguas y reli- giones estudiadas). En general, sobre el razonamiento hist6rico per ondogiam, vet J . G. Uroysen, Historik, edici6n Hiibner, p8gs. 156163; Th. Shicder, Ges- chichfe als Wissenschaj~, pigs. 201-204; R. Wittram, Dos lnfererse on dw Ges- chichre, Gottingcn, Vandenhoock und Ruprecht, 1368, pdgs. 50-54. Pero dcberia proseguirse el cstudio dentro dd cootexto de una tcoria dc In retroduccidn y de la inducri6o.

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el concepro en el que se les ha clasilicado. Este malestar es la seiial de alarma que anuncia el anacronisrno o el poco-rnds-o-menos, pero en ocasiones pasan mios antes de encontrar una soluci6n adccuada en torma de un nuevo concepto. <Acaso no es una parte de la his- torlogratia la de 10s anacronisrnos provocados por las ideas hereda- das? Las competiciones olimpicas no eran juegos, Ias sectas filoscificas antiguas no eran escuelas, el henottrismo no es el monoteismo, el prupo alternante de 10s libertos romanos no era una dase burguesa nacscnte, 10s caballeros rornanos no eran una clase, las asambleas provinciaIes no ersn nlis que colegios de las ciudades destinados a1 culto y autori7aJos par el emperador, pero 120 corporaciones inter- medias cntre fas provincias y el gobrerno ... Para solucionar este t i p de ecjuivocos cl hlstoriador forja modelos nd hoc que, a su vet, se convierten en otras tantas trampas. Una vez rmonocida esta cuasi- fatalidad que nos conduce a hacer interpretaciones errcineas, el ela- h r a r nuevos conceptos se converciri para el historiador en un act0 refleio. Cuando vemas que, mientras L, R. Taylor explica que 10s partidos politicos en Roma eran 5610 camarillas y clientelas, otros sosrienen que respondian a conflictos sociales o ideol6gicos, pcde- rnos tener rlc antemano la cer taa dc que un e ~ t u d i o minucioso dc las fuentes no nos haria avanzar en el debate ni siquiera un rnilimetro. De monkento p d e m o s afirmar que hay que superar el dilerna, que es necesario ocuparse de la asociologia)> d e 10s partidos politicos a lo largo de la historia y tratar de idear, gracias a1 mCtodo Tornpa- rativo heuristico, una usociologian acordr con 10s partidos politicos durante la Repliblica en Roma.

Los ires especies de conrepros

Asi, purrs, 10s conceptos histbricos son extraiias hernmientas. Permiten comprender por qtlC estjn cargados de un sentido que des- borda malquier definicibn posible y, par esa misma ra7.11, son una continua amenaza a incurrir en contrasentidos. Todo parece indi- car que contuvieran toda la riqueza concreta de 10s acontecimientos 2 117s que se reiieren, que la idea de nacionalisnia englobara cuanto

\.;hc de todos 10s nacionalismos. Y asi es. h s conceptos que se a1 a'rnbito de la experiencia sublunar, en especial aqcelIos

~s que se sirve la hiscoria, son muy diferentes de 10s de las cien- , sean 1 s ciencias deductivas, como la fisica o la economia - :.I, ya se trare de ciencias que se hallan en vias de elabotaci6n,

cnmo Is biologia, Hap, pues, conceptos y conceptos, y no hay que confundir todo (carno hace la sociologla general, que trata algunos

arno se escr~br la historia 89

conceptos propios del sentido c o m h , como 10s de funcidn social o 10s de control social, con igual gravedad que si se tratara de t6r- minos cientificos). Siguiendo una clasificaci6n que lleva carnino de imponerse, nos encontramos, en primer lugar, con ios conceptos de 1as ciencias deductivas: fuerza, campo magnetico, elasticidad de la demanda, energia cinetica, son abstracciones perfectarnente difinidas por una reoria que permite elaborarlas, y que s61o aparecen como conclusicin de largas explicaciones te6ricas. Otros conceptos, en las ciencias de la naturaieza, dan Iugar a url andisis empirico: todos sabemos intuitivamente lo que es un animal o un pez, pero el bib logo buscad criterios que permitan disringuir animales y plantas y explicari que la ballena no es un pez. E n definitiva, el pez del bidlogo ya no serL el de1 sentido comlin.

t o s conceptos hist6ricos pertenecen exclusivamenre a1 sentido corn511 (una ciudad, una revoluci6n), y seguirhn sitndolo, aunque su origen sea mis culto (despotisrno ilustrado). Son conceptos para- dbjicos, ya que intuitivamente sabemos que esto es una revoluci6n y aquello no es mis que una revuelta, pcro no sabriamos quC son exactamente una y otra. Hablamos de ellas sin conocerlas verdade- mmente, y definirlas serla arbitrario o irnposible. Seglin Littrh la revolucibn es un cambio brusco y violento en Ia politica y en la ad- ministraci6n del Estado, pero, esta definicidn ni analiza ni agora el concepto. En realidad, nuestro conocimiento del cnncepto de re- volucicin consiste en saber que, corrientemenre, denominamos asi a . . . - ..I .. un conjunto rico y confuso de hechos que figuran en 10s libros que

-I? . ,;@,

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se reLieren a 10s afios 1642 y 1789. Para nosotros, cirevoluci6n~ re- ~ * :.= :& presenta cuanto hemos Ieido, visto y oido acerca de las distintas revolr~ciones que conocernos, y este acervo de conocimientos es lo que determina nuestro empleo d e la palabra '. Por eso, el concepto carece de Iimites precisos; nuestro conocimiento de la revolucidn es mis profundo q u t el que 110s propotcionaria cualquiera de las defi- niciones posibles, per0 no sabemos aquello que conocernos, lo que a veces provoca desagradables sorpresas a1 advertir que la paIabra suena a falso o qtte, en ciertos USOS, resulta anacr6nica. No obs- tante, sabernos lo suficiente de ella, si no para definirla, a1 menos

R. Wittram, Was lnteresse an der Geschicbte, pig. 38: aEn la pdsbra *nacionaIidad,, resuena todo el siglo xrx y el lecror oyc 10s cafiones de S o h i n o , las trompetas de Vionville, la voz de Treicschke, ve uniformes de gala, piensa en Iss luchas nacionales de toda Europa ... u; el mkmo autor seiiala que la [rase que tan a rnenudo leernos hoy, sesa palabra no tiene el mismo sen~ido para las personas dc esa ipoca que para nosotros*, cs mk reciente de lo que sr: cree. Droysen, en la tradici6n hurnanista y bajo la influencia dc Hcgel, aJn vivia en un univcrso intelectual de mnceptos frjos.

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,>::ra clccir si on acontecimie~ito determinado es o no una revolu- ~cidn: uNo, scilor; csto no es una revuelta ...*. Como dice 1-Iume, <:no ssociamos ideas distintas y completas a todos 10s tCrrninos de los que nos servimos y, cuando hablarnos de gobierno, dc Iglcsia, de negociaciones, de conquista, raramenre desarrollamos en nuestra men- ce rodas las ideas simples que componen esas ideas complejas. Sin embargo, hay que senalar que, pese a ello, cviramos dccir cosas ab- surdas sobre esos temas y percibirnos las contradicciones que tales ideas pueden presentar, como si realmente las comprendi6ramos a la perfecci6n. Si, por ejernplo, en lugar de decirnos que en la guerra a1 verlcido s61o Ie cabe recurrir a1 ilrmisticio, se nos dijera que no tiene m6.s que recurrir a las conquistas, nos asombraria lo absurd0 de esras walabras~ '.

Un concept0 histdrico permite, por ejemplo, denominar revoiu- ci6n a un acontecimiento, pero no se sigue de ello que, por emplear cse concr-pto, scpamos *cquc' esr una revoluci6n. Esos conceptos no son prq~iamentc tales, es d e w , un conjunto de elementos unidos necesarlamente, sino mis bien representaciones compuestas que p r o vocan una iIusi6n ~ntelectiva, pero que en realidac! son linicamente imlgenes gengrlcas. La arevoIuci6n>> y la uciudad~ estin forrnadas por rodas las ciudades y revoluciones conocidas, e irrevocablemente abierras al enriquec~rniento que haya de deparamos nuestra expe- r~encia futura, En consecuencia, podemos vet c6mo un historiadm especialista en la historia de Inglaterra del siglo XVII, se lamenta de que sus colegas *<hayan hablado de clases sociales sin poner en duda ciertos aspectos diferenciales de ese siglo; a1 hablar de clases ascen- Jentes o en decadencia, re refieren evidentemente a conflictos de indole completdmente distintos,, '. De igual manera, la expresi6n clase media ofrcce cdemasiadas osocrociones etigo~osus cuando se aplica a la situac16n social de la Ppoca de 10s Estuardosn; <<tambiCn a veces (aunque no tan frecuentemente, a causa precisamente de la vaguedad de estc tipo de lenguaje) se ha llegado jncluso a confundir un grupo jerirquico con una clase social y se ha seguido el razona-

' Trcol i~e o / humcrn nolure, pdg. 3 1 (Everyman's Library). P. Lasictt, Iln monde que nour ovonr perdu: /orni/le, comn~unortri ef

.r/rrrr'lrirt snriole dans l 'Angie/erre pr!-indrrstriclle, ~ r a d . franc. Fiammnrion, 1369, pig. 31; vCansc tambifn pigs. 2627 [rcl capitalismo, una de csas nume- rosas palebras irnprccisas que forman parte del vocabulario de 10s hjs[oriade re%*): pig. 30 fees una desRraria que un estudio preliminar corrro el nuestro dcba muparse dc un conceplo !an dificil, con~rovertido y ttcnico como el dc clixse social*); pig. C'I (uasociacior\es dc itleasn).

Sobre la conccptualizaci6n y la teoria cn hisroria, ver R. Atun. Penser lo glderre: C~ausrw~lz , NRF, 1976, especislmenle pi@. 321-328 y 456-457 del torno I.

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Coxno se cscrrk la hisroria

miento mrno si tales grupos pudieran creccr, declinar, enfrentarse, ser conscientes de si y poseer una politics aut6noma>>.

Pcro el peligro rnis solapado cs el de ]as palabras capaces de suscitar en nuestra rnente faisas esencias y de poblar la h~storia de un~versales incxistcnres. El everget~srno antiguo, la caridad cristlana, la beneficencia ptiblicn moderna y la seguridad social no ticnen pdc- trcamente nada en comrin, ni redundan en beneficio de 10s mismos grupos de personas, ni remcdian las mismas nrcesidades, ni cucntan con las mismas instituciones, nl se deben a idinticos motivos, ni se justifican de igual manera. Sin embargo, no por ello dejarjn de estu- d~arse la 'beneficiencia y la caridad a trav6s de 10s tiempos, desde el Egipto faradnicn basta ias dernocracias escandinavas; habri que llegar a la conclusi6n de que la ayuda social es una categoria per- rnanente, que cumple una funci6n necesaria en toda sociedad human3 y que, en su permanencia, dcbe esconderse alguna mlsterinsa finali- dad integradora dc todo el cuerpo social y, de esta rnancra, habre- rnos aportado nucstro grano de arena a1 edificlo de una socloIogia fnncionallsta. Asi es como se forman en la historia continuldades en- ganosas. Cuandu pronunciamos palabras como ccayuda soc~aln, <<don>, usacrificios, alocurar o ccreIigi6nr, nos sentimos inclinados a crccr que lab distintas religiones poseell 10s suficientes rasgos en cornljn para que sea legitimo estudiar la religi6n a lo largo de la historia, que existe un ser llamado el don, o el potlatch, que debe tener propiedades cons- tantes y definidas, como, por ejcrnplo, la de provocar la recipro- cidad o la de conceder a1 donante prestigio y superioridad sobre 10s benef iciarios.

Resulta inquictante que se hayan escrito l~bros titulados Trurado de historia de los religioncs o Fcnome?iologia reiigiora, porque texis- te realmente alan religi6n? Nos rranquilizamos a1 cornprobar inme- diatameote que, a pesar de titulos tan genetales, 10s tratados cuym esquemas permiten abordar ]as religiones antiguas olvidan prkti- camente el cristianisrno, y viceversa. El olvido es comprensible. Cada religi6n es una amalgama de fenrimenos pertenecientes a categorias heterogheas y ninguno de esos conglomerados tiene la misma com- posjci6n. TaI religi6n lleva aparejados unos ritos, una magia y una mitologia propia; otra estB vinculada a la tedicea y en estrecho contact0 con instituciones politicas, culturaIes, deportivss, con fe- n6menos psicopatol6gicos, y ha dado origen a instituciones que tie- nen una dimensi6n econdmica (panegirias anriguas, monacato cris- tiano y budista); otra tercera ha acaptado~ este o aquel movimiento que, en otra civilizaciirn, se habria convertido en corriente politica o en curiosidad propia de Ia historia de las costumbres. Resulta algo simple afirmar que 10s hippies recuerdan lejanamente a1 primer fran-

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ciscanisrno, p r o at menos nos sirve para advertir c6mo un g m p ~ de caricter religiose puede captar una ~osibilidad psicusocid. Re- sultan i rnper~e~t ib les 10s matices que separan la religi6n del folklore, Je un movimienro de devocirin ~ o p u l a r o de una secca pol'tica, f i b s6fica o carismiitica. (U6rrde situar, por ejemplo, rl saint-simonisrno o el ceniculo de Stefan George? El budismo del Pequefio Vehicuio e s , en realidad, una reIigi6n atea. 1.0s historiadores de la Antigiie- dad saben cuin incierto puedc scr el limite entre lo religioso y 10 colcctivo (10s juegos olimpicos), y los reformadores consideraban tas peregrinaciones car6licas corno turismo pagano. La famosa frase <<en la Antigiiedad todo lo que es colectivo es religioso, no pretende sobreestimar c l elemento religioso de1 mundo antiguo otorghdole una intensidad que es propia del cristianismo, sino que significa qrle el conjunto de fendmenos que llamamos religi6n griega tenia rnucho de folklore.

El aplanon de una religi6n no se parece a1 de ninguna otra, lo mismo que el plano de cada conjunto urbano es diferente dc1 de 10s demis: uno incluye un palacio y un teatro; otro, fibricas; un tercero es una simple aldea. Es cuesti6n de gtados, y de una religibn a otra hay tantas diferencias corno para que, en la pi ict ica,no pue- drt escfibirse un manual de historia de las religiones sin empezar por una' tipologia, de iguaI mnnera que un Iibro de geografia &enera1 q u e se iitulara a1.a Ciudads tiene que comewar siempre Lmr hacer una disrinci6n entre 10s distintos t i p s de ciudad, y pot reconocer qur la linea divisoria enrre ciudad y ~ u e b l o es confusa. A pesar dc todo, debe haber -algu comlin a todas las religiones, algo que nos ha llevado a agniparlas bajo un misrno concepto. La dificultad esrriba en definir cse n6cJeo esencial; {se tratara' de 10 sagrado, del senti- rnirnto religiose, de lo trascendente? Dejemos que 10s fi6sofos se ocupen del problema de la esencia de lo religioso. Como historia- dores, nos bastard con no olvidar que eI nlicIeo esencial de ese con- ' junto de fenirmenos que llamamos religi6n no es mas que un nficleo, q u e no yodemos prejuzgar mil scri esc nlicleo en una religi6n de- tcrminada y que no se trata de un invariante, puesto que cambia dc una cuitura a otra (ni esagradon ni udiosn son terminos univo- m s ; cn cuantn a 10s sentimirntos rdigiosos, no tienen nada de espe- , :<:- : .LO en si ~nismo; el Cxrasis es un fen6rneno religiose cuando se

';-re a lo sagrado, y no a la poesia, como bien podrIa ocurrir con . . i;r:in poela conternpora'neo, ni al arrebato que provoca la astrc-

.$.-... .!,La, como en el caso de Ptolomeo). El conjunto resulta tan im- itic:ci~o g verbal que el propio concepto de religi6n es fluctuante y simplemente descriptive. Por lo tanto, el historiador deberh pro- ceder muy ernpiricamente y cuidarse de no conferir a la idea que

se hace d e una religibn deterrninada t d o lo que eI concepto de re- ligiBn conserva de las demiis,

Comprendemos ahora que el peligro radica en 10s conceptos cla- sificadores. Es posibIe, p r supuesto, encontrar palabras para des- cribir el bandidaje de Cerdeiia, el ganstcrisrno de Chicago, Ia reli- gi6n budisra o la Francia de 1453, pero no debernos hab1ar de <<la criminalidad*, de crla reIigi6nz ni de ahancia* desde CIodoveo a Pompidou. Podemos hablar de lo que 10s griegos Ilamaban locura o de 10s sintomas objetivos, en esa bpoca, de lo que nosotros califi- caremos de locum, pero no hablar de <<la>> locura ni de asus,, sinto- mas. El ser y la identidad existen s61o gracias a la absrraccicjn, mien- tras que Ia historia linicamente pretende conocer lo concrero. Si bien es irnposible cumplir plenamente esa condicicin, se habrii avanzado mucho si decidirnos no hablar nunca d e religi6n ni de revoluci6n, sino s61o de religi6n budista o de revolucidn de 2789, con el fin de que el mundo de la historia a t & exclusivamente habitado p r aronteci- rnientos 6nicos (que, por lo dernis, pueden parecerse m b o menos entre si) y nunca por objcros uniformes. Resulta, por lo tanto, que si arelini6n. es d l o el nombre conventional aue damos a un con- - -

junto de conglomerados muy difercntes entre si, las cacegorias de Ias qur se sirven 10s historiadores para inrroducir un cierto orden --la vida religiosa, la literatura, la vida politica-, no son coorde- nadas eternas y canlbian de una sociedad a otra. No ~610 variari la estructura interna de cada categoria, sino tambidn sus relaciones mu- tuas y su g a d 0 de participacidn en el c a m p de acontecimienros. Nos cncontramos con movimientos religiosos que podrian calificarse igual- rnente de sociales; con sectas filosjficas que mis bien son religiosas; con movirniencos politicos-ideol6gicos que son filos6fico-reIigiosos. Lo que en una determinada sociedad se inscribe generalmente en el or- den de ala vida politics,,, tiene en otra su equivalencia mis aproxi- mad3 en ciertos hechos que habitualmente corresponden a1 orden de +la vida religiosa>>. Esto quiere decir que, en cada ipoca, todas esas catcgorias tiepen una estructura deterrninada que varia Je una a otra. Pot ello, nos produce cierta inquictud encontrar en el indice de un libro de historia una serie de etiquetas -*la vida religiosas, ula vi- da lirerariau- romo si fueran categon'as eternas, receptdculos neu- tros, en 10s que no hubiera rnL que introducir enumeraciones de dioses y ritos, de autores y obras.

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dc un pr~ehlo a otro variaban 10s estados psiquicos calificados de Iocura, o mejor dicho, la marlera de rratarlos: s e ~ n 10s pueblos la misrna ps~cosis era dernencia, simpl~smo aldeano o delirio sagrado. Tamhiin dcscubrieron quc se producin una interaccibn y que, s e g h la mxnera de rratar una locura, se modificaban su frecuencia y sus sinromas. Sc dieron cuenta, por illtima, de que apenas habia base sufrciente para afirmar que existiera <(la, locura corno tal, y que stjlo par convencicin se habia establecldo una identidad entre todas sub form:~s hlst6ricas; miis all6 de eIlas no exis:e psicosis #en esta- do puroa. Y cnn razbn, porque nada existe en estado puro, a no ser las absrraccioncs; nada existe aislada e idtnticamente. Pero, el he- cho dc que el nlideo de la psicosis no exista de manera idhtica, no quiere dec~r que no exista. No puede dejar de plantearse el pro- blema dc la objetividad de la psicosis. El caso de la locura, lejos de constiruir un supuesto excepcional, es el pan nuestro de cada dia del historiadw. Todos 10s seres histdricos sin excepcidn -psicosis, clxses, nadones, religiones, hombres y animales- cambian en un mundo cambiante y cada ser puede provocar cambios en 10s dernis, y viceversa, ya que lo concreto es devenir e interaccibn. Surge asi el problemn del concepto, que se viene plantemdo sin cesar desde tiempos de 10s prlegos.

CAUSALIDAD Y RETRODICCION

La historia no es una ciencia y su forma de explicar consiste en cthacer comprendero, en relarar c6mo han sucedido Ias cosas; el re- sultado no es sustancialmente distinto de lo que viene haciendo, cads maiiana o cada tarde, nuestro diario habitual. Esto en cuanto a la sintesis; todo lo den~is corresponde a la critica, a la erudici6n. Pero entonces. Cpor qu6 resulta tan laboriosa la sintesis histdrica? ~ P o r quC se va haciendo progresiva y plCmicamente? pot q u i no se ponen de acuerdo 10s l~istoriadores sobrc las razones de la caida del Imper~o Romano, o las causas de la Guerra de Secesihn? Hay dos razones que explican esta dificultad. Una de ellas es que, corno acabamos de ver, es dificil reducir a conceptos la diversidad de Io concreto. La otra, que abordaremos ahora, es que el hisroriador no accede directamente rnbs que a una porci6n infima de lo concreto, la que le ofrecen Ins documentos de que puede disponer, y debe completar las lagunas restantes. Esta labor se rcaliza conscientemen- te en una medida muy escasa: la que se refiere a las teorias y a las hihtesis. En una Darte mucho mavor. se hace de forma incons- , ,

ciente, por evidente (lo cual no signitica que sea cierto). Lo rnismo ocurre en la vida cotidiana; si leo con todas las letras que el rey bebe, o si veo beber a un amigo, todavia me queda pot inferir que beben porque tienen sed, en lo cual Lien puedo engaiiarrne. La sin- tesis hist6rica no es otta cosa que esa operaci6n de rellenar lagunas, a la que llamaremos retrodicci6n utilizando un tirmino de esa t e e ria del conocimiento fragmentario que es la teoria de Ias probabili-

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Jades. Existc predicci6n cuando consideramos un acontecimiento c* rno ftiruro: tcuiintas probabilidadcs tcngo, o tenia, de quc me saIga, o salicr;l tin p6quer c!e ases? Por cl contrario, 10s problemas de la rctroc!iccitn se reiieren a la probabiiidad de ias causas o, mejor di- cho, J c las hip6tesis: dcual es la explicadcin acertada c ~ a n d o ya sc ha ~)roducido url :~iontecirniento? <Bebe el rcy porque tiene sed, o porque la etiqueta se lo exige? l,os problemas hisr6ricos, cuando no yertcriecen a In critica, son problemas de retrodicci6n. For esa raz6n es la palabra <cesplicaci6nu tan popular entre 10s historiadores, que consideran que explicar consiste en haliar la explicaci6n acertada; en llenar un vacio; en descubrir que hubo una rupmra de relaciones cntre el Oriente drahe y Occidente, lo que permite comprender la dccadencia econ6rnica subsigujente. Par consiguiente, toda retrodic- c16n hnce referencia a una explicaci6n causal (la sed hace beber a1 rey), e incluso (a1 menos asi ,x afirma) a una verdadera ley (el que tiene sed, si puccfr, beberi). Estudiar la sintesis histirrica, o retrodiccibn, cs ;~vcriguar quC papcl descrnpefia en historia la inducci6n y en quC consiste la ecausalidad hist6rica7, o, dicho de otra manera, puesto que la I-Ijstoria no esiste, la causalidad de nuestra vida coiidiana, dcl mundo sublunar.

Partarnos de la proposici6n hist6rica ma's sencilla: aLuis XZV se hizo impapular porque los impuestos eran exccsivos>~. Hay que tcncr prcsentc que, en la pricrics del historiador, una frase de estc tipo ~ t l e d e hahcr sido escrita con dos signiflcados muy diferentes (CS c\~rioso quc, salvo error por mi parte, nunca sc h a y mencionado esn <lunliclad; <se hnbrh olvidado que la historia es conocimiento a ~r.lvds dc documentos y, en consecuencia, conocimiento fragmenta- rio?). Los historiadores pasan incesantemente de un significado a otro sin ncI\~crtirnoslo, e incluso sin darse entera cuenta de cllo, y es pre- cisnmcnte con esas jdas y venidas como reconstruyen el pasado. La prollosici6n, en su primer significado, quiere decir que el historiador snbc mcdinnrc documentos que los impuestos han sido Ia causa de 1: inrpopularitlad real; por asi decir, lo ha oido con sus propios oi- ,; Scgiln el scgnndo significado, el historiador sabe linicamente - Ius irnl3ucstos eran escesivos y que, por otra parte, el rey se

lmpopt~lar al final de su reinado. Supone entonces, o cree evi- : [ c , quc la explicacicin rnis obvia de esa impopularidad es el peso

, r 10s rrnpuestos. En el primer caso, nos relata algo -una trama- quc ha leido en 10s docurnentos: el regimen tributario hizo impopular

a1 rcy. En J segundo, hace una retrodicci611, se rernonra de la i m p pularjdad a una slipuesta causa, a una hip6tesis exp!icativa.

La cauraiidad sublunar

Saber a ciencia cierta que el r6gimen tributario hizo impopular a1 rey quiere decir, por ejemplo, haber lcido mdnuscrlros del tiern- po dc Luis XIV cn 10s que hs pirrocos de las aldeas hicieran cons- tar clue el pobre pueblo se lamentaba de 10s tributos y nlaldecia a1 rey en secrcto. Se comprende erilonces inmediatamente el proceso causal y , si no fuese asi, no podriamos comenzar siquiera a dcsci- frar el mundo. A un niiio le basta hojear a Tucidiries para compren- dcrlo, srernpre que tenga edad suficiente para atribuir aiglin signifi- cado a tCrminos como aguerras, uciudad,, u ahombre politico,,. A ese niiio no se le ocurrira' csponta'neamente la idea de que cualquier ciu- dad preficre dominar a ser esclava: la aprendera' en Tucidides. Pero cornprender el origen de 10s efectos dc esas manera, no significa en sbsoluto que nosutros,tengamos que sentir lo misrno. No nos gustan 10s lmpuestns m6s: que a 10s slibditos de Luis XIV, pero, aunque 10s adorirarnos, n ~ * ~ o r ello dejariamos de comprender 10s rnotivos que tenian para aborrecerlos. Despue's de todu, no tenrrnos dificul- tad en comprender el entusiasmo que sentia un rico ateniense por esos impuestos suntuarios y aplastantes que prsaban sobre 10s ricos con el nombre de liturgjas, y c6mo el pagarlas con esplendidez era para rllos cuesti6n dc honor y de patriorismo.

Haber comproSado una vez que el reglmen tributario hizo i m p s puInr a un rcy nos induce o esperar que el proccso se repita ya que, por naturaleza, la relaci6n causal desborda eI caso individual; no es una coincidc~~cia fortuita y suponc cierta regularidad en Ias cosas, aunqur eIIo no srgnifica en absoluto que la regularidad llegue a ser constantc. Por eso no sabren~os nunca de quC estari hecho el rna- iiana. La causalidad es necesaria e irregular; el futuro es contingente, el rCgirnen tributarin puede hacer impcpular n un gobierno, pero tamhikn es posihle que no produzca ese efecto. Si el efecto se prc- duce, nada nos pareceri ma's natural que esa relaci6n causal, pero nu nos sorprenderernos demasiado si sucede de otro modo. E n pri- mer lugar sabemos que puede haber excepciones cornq, por ejemplo, cuando, ante una invasi6n extranjera, aumenta el patriotism0 de 10s contribuyentes. Cuando decirnos que 10s impuestos hicieron impc-

a Lujs XIV, esramos teniendo implicitamente en curnta la si- tuaci6n general de la Ppoca (guerras con otros paises, derrotas, men- ralidnd carnpesina. ..); sentimos que esa situaci6n es singular y que

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no podriarnos transponer sus ensefianzas a otra situaci6n sin correr el rlesgo de equivocarnos. Pero jequivale esto a decir que estamos slernpre cn condiciones de precisar en que casos podria hacerse la transposici6n o, por el contrario, podemos sefialar exactamente quC circunstancias la harian irnposible? Resulta evidente que, por m6s que nos esforcemos, nunca llegaremos a precisar con seguridad qud c~r~unstarlcias concretas harian que las enseiianzas de la historia fue- sen o no vdlidas. En caso de que lo intmrirarnos, no se nos oculta que pronto nos vcriamos o b l ~ ~ a d o s a invocar, por ejemplo, el mis- terioso carhcter nac1ona1 de 10s franceses, es decir, a reconocer nues- tra incapacrdad de ad~vlnar el porvenir y de explicar el pasado. Po r 10 tanto, reservamos siempre un rnargen para lo impreciso y para 10 alcatorio: la causalidad va siernpre unida a una resrricci6n men- tal. Pero no par eso deja de haber cierta constancia en nuestras accio- nes, sin Id cual no podriarnos hacer nada. Cuando descolgamos el reldfono para dar una orden a la cocinera, a1 conserje o a1 verdugo, no dudsmos de que se producirin 10s efectos previstos. Puede ocu- rrir, sin embargo, que el telifono no funcione o que no se nos obe- dezca. Esa invar~abilldad casi universal hace que una parte del curso de la hlstoria se reduzca a Ia aplicaci6n de esquemas, de 10s que el hlstoriador no habla, y n yue el acontecimienro irnplica diferencia. LOS aconteclmlentos forman una trama donde todo es explicable, pero cuya probabilidad de suceder no ha sido la misrna. Aunque 10s lmpuestos excesivos fueran causa de la revuelta, 6sta no se produjo necesariamente; 10s acontecirnientos tienen causas, pero &stas no siempre tienen consecucncias. En definitiva, no t d o s 10s aconteci- rnientos tiencn las mismas probabilidades dc Hegar a suceder. Pues- tos a ser mLs sutiles, podemos distinguir entre el riesgo, la incerti- durnbre, g lo desconocido. Hay riesgo cuando es posible calcular, a1 rnenos de bulto, el nt5mero de oportunidades que tienen las dis- tintas eventualidades; por ejernplo, cuando atravesamos un glaciar en el que una capa de nieve oculta las grietas y sabernos que en ese paraje hay muchas. Hay incertidumbre cuando no podernos aventu- r.ar las probbilidades relstivas que tienen las distintas eventualida- des; por ejemplo, cuando lgnoramos si la superficie nevada que atra- vesarnos oculta un pbrfido glaciar o un inocentc nevero. Estamos ante lo desconocido cuando no sabemos ni de qud eventualidades se trata ni qu6 tlpo de accidenre puede acaecer; por ejernplo, cuan- do ponernos p r primera vez el pie en un planeta desconocido. De hecho, el homo historicur prcfiere generalmente un gran riesgo a una liRera incertidumbre (es bastante rutinario) y aborrece lo des- conocido.

Existe una segunda raz6n para explicar la reserva mental que acompaiia siempre a cualquier prediccibn: lo que llamamos causa no es nunca ma's que una de las rnuchas que puede atribuirse a un pro- cao; su n6rnero es indefinido y s610 es posible distinguirlas dentro del orden del discurso. < U m o distinguiriarnos Ias cvusas d e las condiciones en asantiago no pudo coger el tren, porque iba aba- rrotado*? Habrfa que hacer una relaci6n de las mil y una rnaneras posibles que tene~nos d e contar esta ankdora. 2Y c6mo llegariamos a enumerar rodas las circunsrancias necesarias que le han impedido coger el tren, si hasra habria que mencionar que existen 10s trenes?

Dado que nuestro conocirniento del pasado es fragmentario, lo que norrnalmente ocurre es que el historiador se enfrenta con un problema rnuy disrinto: constata la irnpopularidad de un rey sin que haya documentos quc le permitan conocer la raz6nn, por lo que debe remontarse, mediante retrodiccibn, del efecto a su causa hipotCtica. Si decide que Ia causa debe ser el regimen tribucario, escribird la frase *Luis XTV se hizo irnpopular a causa de 10s impuestosu, dsn- dole el segundo sigrlif~cado que mds arriba hemos analizado. La di- ficultad consistiri entonces en saber si, a pesar de estar seguros deI efecto, hemos dado con la explicad6n acertada. (Cua'l es la causa: el regimen tributario, las derrotas, de 10s ejtrcitos reales o una ter- cera rawn en la que no se nos habia ocurrido pensar? La estadistica de las rnisas que 10s fieles encargaban por la salud deI rey muestra con toda cIaridad el desafecro que d final de su reinado les inspi- mba, Por orra parre, sabemos que habian aumentado 10s impuestos y tenemos presente que a nadie le gustan 10s impuestos, Y a1 decir esto nos referirnos a1 hombre eterno, es decir, a nosotros mismos y a nuestros prejuicios, por lo que convendria realizar un estudio de psicologia hist6rica. Ahora bien, sabemos que en el siglo XVII rnuchas revueltas tuvieron su origen en nuevos impuestos, en las alreraciones monetarias o en la carestia de 10s cereales. Ni este co- nncirniento es innato ni en el siglo xx hemos tenido oportunidad de ver rnuchas revueltas de ese genera: las huelgas tienen hoy otros rnotivos. Pero, corno hernos leido la historia de la Fronda, inmedia- tamente advertimos la reJaci6n que hay entre irnpuesto y revuelta y nos queda un conocirniento residual de cara'cter general de esa rela- ci6n causal. AsE, pues, 10s irnpuestos parecen ser una causa verosirnil del desconrento, pero (no puede haber tarnbier1 otras? {Estaba rnuy arraigado el patriotismo entre el campesinado? l N o habrian contri-

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t x ~ l c h las dcrror.>s militarcs en la misrna medida que el rPgimen rri- I~rir.~rlo :I la ~ l n ~ ~ u ~ ~ ~ l a r ~ r f a d del rey? I'ara yue la retrodicci6n sea v6- Id:,, 1mY que canocer a fondo Ia mentalidad de la kpoca. Podernos pwgunt:lrnos si otras siruaciones de descontcnto tienen causas dis- rintas a las d r los impuestos, pero normalmente no urilizaremos en nucsrro razonarnjento una induccidn tan caricaruresca, sino que nos pregunrarernos si, de acuerdo con todo lo que sabemos del clima dc la kpoca, cxislia una opini6n priblica, si el pueblo pensaba que In guerrn era asunto ptivado del rey, que dirigia con ayuda de 10s cspccialistas pat3 mayor gloria suya, y que s610 concernia a 10s s 6 b dltos, cuando rcnian que sufrirla material~nente.

L!rgsmos asi a conclusioncs ~ n i s o menos verosirniles: alas cau- saj dc esa revuelta, qtie son ma1 conocidas, probablemente eran 10s imp~:esros, camn siernpre ocurria en esa k p c a y en tales clrcunstan- CI , ISV Queda sohreentendtdo que habr6 sido asi, 5610 si Iar cosas llari $ u c c c i i c l o ric forrna normal. Con ello, la retrodiccibn se asemeja $11 r.wc>n:llnlento por analogia o a esa forma de profecia razonable, por scr condiciondI, que llarnarnos predicci6n. Pongarnos un ejemplo dc ruonamlenro por analogia: B ~ O S historiadores, escribe uno de ellos, gcncraliznn constantemente; si no fuera evidente que Ricardo hizo asesinar a 10s pequefios principes en 1a Torre de Londres, 10s histo- riarlores se przguntarian, sin duda mi s incorlsciente que consciente- mcnre, si era frccuente que 10s monarcas de esa +ma suprirnieran s los posibIes rivales a la corona y su conclusi6n esraria, con toda r:izcin, muy influida por csta illtima gencrafizacibn), '. Evidenremen- i f* . cl peligro de ese tazonarniento es que Ricardo haya sido en rea-

- i m i s cruel de lo que era normal serlo en su tiempo. Pongarnos ,,: un cjcrnplo de predicci6n hist6tica: pregunttmonos que ha-

. : :.uceciido si Espartaco hubiera derrotado a las lcgiones romanas y :.; lbubiese aduefiado del sur de Iralia. ~ H a b r i a llegado a su fir1 i.1 c~clavirud? <I-Iabtia sigtiificado un paso adelante en el desarrollo ;~sccrtdentc de las fuerzas productivas? Si establecernos un paralelis- rnn, tcndremos una respucsra mss acertada, avalada p r cuanto sa- bemos de la tpoca. DespuPs de saber que, una generacibn antes de I'spnrtaco, tuvo Iugar e n Sicilia una gran rebeli6n de esclavos y que 105 rebcldes eligieron un rey y una capital ', p d r e m o s pensar que, si Esl.'artaco hubiera ganado, habria fundado en Italia un reino hele- nistico mas, donde, seguramente, habria persistido la esclavitud c e mo en cualquier parte en esa tpoca'. Si no dispusie'rarnos de ese

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' E. H. Carr, b'i~lrf is Hiitorr? (Penguin Books, 1968), pdg. 63. ' L. Rohcrt. Anrrltairc ih Collite dc Frrrnre, 1962, pig. 342. ' ~~prerurC.mosnos a ahadir quc el tCrmino csdavitud es cquivoco; pucde

rcfcrirsr a1 vincul:~ iuridico arcaico, propio de la relaci6n de servidurnbre drr

elemento cornparativo, podriamos recurrir a otro menos ilustrativo: el de 10s mamelucos dc Egipto. Lo quc da mayor validez ai primer efernplo es que clesconocemos q u i razones especiales pudicron Im- pulsar a 10s esclavos de Sicilia a fundar un reino, razones que tam- poco habrian existido en el caso de Esparraco. La elecci6n del rC- gimcn rnonirquico no era en aquella 6poca algo distintivo; la monar- quia era la forma normal de constituirse todo Estado que no fuera una ciudad. Por otra parte, el mismo aura carismitico y miIenarista debia envolvcr a Espartaco y a1 rey de 10s reheldes sicilianos: es bien conocido el milcnarismo de las ctrchliones p r h i r i v a s ~ .

La retrodircidn es cc~intesis*

No es la primera vez, y no ser i la hlrirna, que consta que cl origen de 10s problernas propios del conocimiento histbrico se en- cucrltra en Ins docurnenros, en la critica y en la erudici6n. En epis- temologia hist6rica la tradici6n filos6fica apunta demasiado alto; se prgunta si la explicacidn hist6rica se basa en causas o en ]eyes, pero oIvid3 !a retrodicci6n, habia de induccidn hist6rica y omite la I a b r de ordenacitin. Ahora bien, la historia de una kpoca dada se va configurando por medio de seriaiizaciones, por una investigacihn pendular de 10s documentos a la retrodiccibn, y viceversa, p 10s he- chos rnejor fundados son, en realidad, conclusiones que en gran parre son fruto de la retrodicci6n. Cuando un historiador afirrna que el rhgimen tributario hizo impopular a Luis XIV, basgndose en un ma- nuscrito de un pirroco de aldea, realiza una retrodiccihn a1 admitir que ese testi~nonio es tambiCn vilido para las ddeas vecinas, lo que exigiria una amplia encuesta, si queremos que esa inducci6n estC s6- Iidamente fundada y que la muestra sea representativa. En realidad, la primera retrodicci6n ha consistido en retrotraer a tres siglos antes uri rnanuscrito, que existe realrnente en 1969, corno sensaci6n visual y tictil del historiador. Esta gran dosis rle retrodiccibn, de interpre- tacidn, hace que en cierros rerrenos quepa esperar todo g4nero de sorpresas; hace dos siglos terminamos reconociendo que R6mulo era

mistica, o a la esclavitud de pIantaci6n, cnmo Is que se dio en el sur dc 10s Estados Unidor hasra 1865. 1.a primera de r!las es, con mucho, la rnis extcn- dida. La esclavitud de plantacicin, que Glo afecta a ias furnas y releciones de produccicin, es una excepciSn yropia de ltal ia y de Sicilia en cl baio period0 helenistico, como tarnbikn lo era en el siglo XIX. En la Anrigiiedad, como ha sefialadn hi. Rodinson, lo normal en la agricultura era el campesinado libre o la servidumbrc. Aun cuando Espartaco hubiera acabado con el sislema econ6- mico basado en la esclavitud de plantaciones, habria admitido sin duda, como todos sus con temporrineos, la esclavitud domktica.

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una f i p r a legendaria. desde 1945 10s historiadores japneses pue- den escribir que la dinastia reinantc en el Jap6n tiene un origen mirico Hay, en efecto, muchas lagunas en la trama h~stbrica, debido a que son tambikn abundantes en esa clase tan especial de aconteci- mientos que conocemos con el nornbre de d m m e n t o s , y tambiPn a que Ia historia conslste crl un conocer a trate's de vescigios.

Ya Kern05 tenido ocas16n de cornprobar que en ning&n caso un documenro, aunquc sea la vida de RobinsBn Crusoe esui ta por CI ~nismo, coincide plennn~ente con un acontecimiento. Por consiguien- re, no podemos volver a rehacer ei curso de 10s acontecirnientos como si se tratara de un mosaico; por numerosos que sean, 10s dm cumentos son neccsariamente indirectos e incompletos; debcmos prrs yecrarlos sobre el plano que hayarnos elegido y relacionarlos entre si, Este fen6rneno, que es parriculsrrnente perceptible en Ja historia anrrgua, no es exctusivo de ella; tambi&n en historia conternpordnea esi>te una dosis importante de retrodicci6n y la diferencia estriba en que, en este GItimo caso, la retrodlcci61-1 es pricticamente cierta. Pero, aun cuando 10s documentos sean peri6dicos o archivos, hay que relacionarlos debidamenre cnrre si y no atribuir l a misma significa- ci6n a un nrticulo de L'Humanrt&, que a un editorial del Journal def De'barr, en funci6n de lo que conocemos de a m b s peri6dicos. Una octavilla de 1936 y algunos recortes de prensa conservan el recuerdo de una huelga en cierra fa'brica de las afueras; ahora bien, como n~nguna Cpoca hist6rica es testigo Je todo a la vez, como no se hacen al misrno tiempo rhuelgas de brazos caidosn, uhuelgas salva- j e s ~ y *huelaas de destructores de mfiquinasa, evidentemente esa huelga de 1936 seri objeto de una retrodicci6n que la hace seme- jante a las dernds huelgas de csc mismo aiio en ej contexto del Fren- te Popular, n~ejor dicho, en el contexto del conjunto de d o a m e n - tos que nos dan a conocer esas huelgas.

A rnedida que nos acercamos a la ipoca presente, 10s documen- tos se hacen menos fragrnentarios y permiten reproducir el contexto de una Cpoca (uno ase familiariza con su periodon) y esa repro- duci6n pcrmite, a su vez, rectificar la interpretacibn de otros docu- mentos mis fragmentarios, No se puede considerar que esto sea ning\in acirculo vjcioso de la sintes~s hist6ricaa; las inferencias se basan en 10s datos de 10s documentos y, aunque no progresen hasta el iniinito, vau lo suficientemente Iejos como para configwar en la mrnte de cada historiador urla pequeiia filosofia de la historia per- sonal, una experiencia profesional, en virtud de la cual atribuye ma- par n menor imporrancia a las causas econ6micas o a ias neccsida- des religiosas y piensa en una u otra hip6tesis interpretativa. Es csta esperierlcia (en el sentido en que SF habla de la experiencia en

medicina clinica o de la experiencia de un confesor) la que consti- tuye el famoso ume'todo~ de la historia.

EL lrmkrodou er uno experiencia ciinicn

Dc la misma manera que el mis minimo hecho implica una mul- tirud de retrodicciones, acaba tarnbien por llevar aparejadas rerrodic- ciones de alcance mas general que dan lugar a una concepci6n de la historia y del hombre. Esta experiencia profesional, que se adquie- re estudiando 10s acontecimientos a 10s que estd indisolublernente unida, es lo que Tucid~des denomina el Kterna es aei, las ensefian- zas de la historia vLlidas para siempre.

De esta manera, 10s historiadores acaban formiindose un juicio sobre el periodo que estudian o sobre tada Ia historia y adquiriendo to que Maritain ' llama auna sana filosofia del hombre, una justs apreciaci6n dc las rnGltiples actividades del ser humano y de su im- portancla reiativau. son las oleadas revolucionarias un fen6meno poco frecuente, que precisa una preparncidn social e ideol6gica muy especial, o bien suceden como 10s accidentes de circulaci6n, sin que el historiador deba p r m p a r s e de dar alambicadas explicaciones? iEs el descontento que provocan las privaciones y la dcsiguaMad m i a l un factor capital de la evoluci6n o 5610 desempeiia, en rea- lidad, un papel secundario? ~ E s t i i la fe intensa reservada a una Clite religiosa, o puede ser un fen6meno de rnasas? {QuC similitudes p demos hallar con la r f e del carbonero~? {Existid alguna vez una cristiandad como la imaginada por Bernanos (Le Bras lo pone se- riamentc en duda)? {La pasi6n colectiva que sentian 10s mmanos por 10s espectdcuIos, y la que hoy experimentan 10s sudamericanos por el f6tbol es s61o una apariencia que enmascara irnpulsos politi- cos, o es humanamente plausible que n o necesite una explicacidn ex- trinseca? No siempre 10s documentos crde su periodos dan respues- ta a preguntas de este tipo; por el contrario, estos documentos ten- d d n el sentido que les otorgue la respuesta que cada uno d& a tales preguntas y, a su vez, aquCllas tendrin su origen en otros periodos histdricos, si el investigador posee la suficiente cultura, o en sus prejuicios, es decir, en el espectiiculo de la historia contemporgnea. Par lo tanto, la experiencia histdrica se mmpone de todo lo que el historiador puede aprender a lo Iargo de su vida, en sus lecturas y en sus relaciones humanas. No rcsdta sorprendente, pues, que no

' J , Maritain, Pour une phaosophie dc I'bisloire, uad. Journet, Seuil, 1937, paB. 21.

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hsya dos historiadores o dos clinicos con la misma experiencia, ni que Sean frecuentes las interrninables dispuras a la cabecera del en- icrmo.

Si In t~istoria consiste en esa combinaci6n de datos y de expe- rirncia, si sc forma por el rnismo vaivCn de inferencias mediante el ca;ai un niiio canstruye paulatinamente la visi6n deI murldo que le rodcn, vemos entonccs que, en teoria, el limite de la objerividad hisrSrica esta' en la variedad de las experiencias,

I'orque el limite de la objetividad -aunque se trata menos de 11i1 limite defitiirivn quc de una contencidn o aplazamient- es la rn~~lriplicidad de las espericncias personales, de tan dificil transmi- si6n. No se pondrin de acuerdo dos historiadores de las religiones acerca del ~~sirnbolismo funerario romano,, porque, mientras que Ias experiencias de uno piran en torno a las inscripciones antiguas, las psregrinaciones bretonas, la devocicin napalitana y la lecrura de Le Bras, el otro ha formado su filosofia religiosa a partir de textos an- riruos, de su propia fe y de Santa Teresa; como las reglas del juego c~nsisten en no intentar nunca poner de rnanifiesto el contenido de las esperiencins qne son el fundamento de la retrodiccidn, no Ies qtlec!ar5 otra soluci6n que acusatse mutuamente de falta de sensibi- lidad religiosa, lo cual no quiere decir nada pero no se perdona fC cilmcnte. Cuando, para fundar su inrerpretacidn, un historiador re- curre a las enseiianzas del presente o de otro periodo de la historia, acosrumbra a hacerlo a titulo de ilustraci6n de su pensamiento y no como si se tratara de una demostraci6n, sin duda potque el p d o r le lleua a adivinar que, a un lbgico, la inducci6n histdtica le pareceria terribIemente imperfecra y la historia una pubre disciplina anal6 gica. Es Iicito, pues, suponer que la historia se escribe de a ~ v e r d o con la propia personalidad, es decir, en funciBn de un acervo de corlmirrlientos confuses. Si bien es cierto que esta experiencia es transrnisible y acurnulativa, sobre todo por ser libresca, no podernos considerarla un mitodo (cada uno adquiere la experiencia que puede y quiere), en primer lugar porque su existencia no esti. oficialmente reconncida, y n o se obtiene de forrna organizada; en segundo lugar porque, a pesar de ser transmisible, no es formulable: se adquiere a travks del conocimiento de situaciones concretas, de 1as que cada uno tendri que sacar Ias enseiianzas pc.rtinentes segrin su entender. I,a hisroria carece de m&todo, dado que n o puede formular su expe- T ~ C I I C ~ ~ en forma de definiciones, de leyes, ni de regIas. La discusibn sobre 13s difcrentes experiencias personales cs, pues, siempre indi-

..:: con 4 tjempo, las formas de apendizaje se cornunican entre :crminan coincidiendo, pero a la manera de una opini6n que

:? ?or prevalecer y no de una norma que se establece.

Causax o Zeyes, arte o ciencia

La historia es un arte que supcnt la adquisicijn de una expe- riencia. Lo que nos engalia a1 respecto y nos hace seguir esperando que un dia alcanzari un estudio verdaderamenre cientifico, es que est6 Ilena de ideas generales y de regularidades aproxlmativas, como ocurre en la vida cotidiana. Cuando digo que 10s impuestos hicieron odioso a Luis XIV, automiticamente estoy admitiendo que no me sorprenderia que a otro rey ie sucediern lo mismo por la misma raz6n De esta manera, abordamos lo que hoy constituye el problema central de la epistemologia hist6rica en 10s paises anglosajones: dex- plica Ia historia por medio de causas, o por medio de Ieyes? ~ E s posible afirmar que 10s irnpuestos han hecho aborrecer a Luis XIV, sin que tcngamos que recurrir a una covering law en la que se funde esa causalidad singular en virtud de la cual todo impuesto excesivo hace impop~llar a1 gobierno que lo exige? La problemitica, cuyo inter& es en apariencia bastante limitado, encierra en realidad la cuesti6n del carictcr cientifico o sublunar de Ia historia, e incluso la del cardcter del conocimiento cientifico. Consagraremas n ella el resto del presente capitulo. Todos sabernos que la ciencia versa sobre lo general y que la historia e s t i llena de generalidades, pero, dson generalidades avblidas*? Pasemos a exponer, en primer Iugar, la teoria de las covering laws, pues habri que recoger bastantes aspec- tos del anLlisis que hace de la explicaci6n hist6rica. Lo dnico que negamos es que, a pesar de ciertas a~ariencias. la mencionada exali- - " . . caci6n tenga la menor relaci6n con la que da la ciencia, porque, como cualquier lector de G. Granger ', lo linico que nos hace afirrnar la capacidad de formalizacibn que posee toda ciencia digna de tal nom- bre, es la oposicion existente entre el dmbito de las xvivencias,, (he- mos convenido en llamarlo sublunar) y el de lo <cformal~). (Hay alguna relacitin entre la fcirrnula de Newton y el hecho de que, scglin la sabiduria de 10s pueblos, atodo impuesto excesivo provoque la impopularidad del gobierno, salvo si no la p rovoca~? Y , si no la hubiera, (cud es la raz6n?

G. Granger, Penre'e lormelle ef Sciences del'homme, Aubier-Montnigne, 1960 y 1968; 6. ~Amntccirntento y estructura erl las dencias dcl hombrea, en Cohters de I'lnstrtuf de science iconomique appl iqu~e, nlim. 55, ma yo-d~ciernbte 1957 (47). Sobre teorias en flsica. sobre pseudoteorias en socioIogin y sabre las cier~cias hurnanas coma praxiologia, ver cl clarisrmo articulo de A. Rapport, uvatioils mening of thesoryr, en The Amerrcan Political Science Revrm, 32. 1958, pigs. 972-988.

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Lo explic8cidn segljn el empir i smo Idgico

La teoria de Ias cover ing lows en historia time su origen en d ---;?rnsrno IBgico 6, esmela d e pensamiento que propugna la unidad

:a r a~dn . De acuerdo con su analisis de la explicacibn cientifica, ;:I interpretaci6n.equivale a encontrar las leyes que rigen 10s acon-

!.::irnie~~:os. Para mayor precisibn, tomemos corno ejcmplo la inter- ;~:-cr;~ri6n de u n acontecirnienra cudquiera. Su explicacicjrl constari dc tlos partes: 10s datos o condiciones previas, que son acontecimien- tos situados en un riernpo y lugar determinados (por ejemplo, las condiciones iniciales o 10s limites fijados por lus flsicos) y, en segundo lugar, Ias leyes cienrificas. Toda cxplicaci6n de un acontecimiento (la Jifusi6n del calor a lo largo de esta varilla de acero, el descenso desproprcionado deI precio del trig" este afio) contiene a1 menos una ley (para el trigo, la ley de King). No cabe duda de que se trata de un ana'lisis irnpecable; apliquirnoslo a la historia. Sea, por ejem- plo, el conliicto entre el Papado y el Irnperio '. Para evitar una rcgresi6n hasta el infinito a lo largo de la cadena de acontecimientos, el historiarlor cornienza delimitendo Ins bases de las quc parte. E n el siglo XI existen un Papado y un Imperio que tienen tales canc- teristicas. Cada gcsto que en adelante haga malquiera de 10s pro- ragonistas del drama .se explicara' por una ley: todo poder, aunque sea. cspiritual, 'tiende a ser total; toda instiruci6n tiende a cristali- zarse, etc. Pero, aunque cada episodio concreto sc explique por una o varias leyes y por el episodio precedente, no hay que creer por e!lo que 10s episodios del conjunto tengan entre si una relaci6n cau- sal, aun a ~ a n d o la concatenaci6n de todos ellos sea previsible. Re- cordernos que no se trata de un sisterna cerrado, ya que mntinua- mente estin apareciendo en escena nuevos datos (el rey de Fr-ancia

El crabaio fundamental sobrc a t e terna dc C. G. Hempel, aThc hnc- tion of laws in hisrorys, 1942 (en Readings in p h ~ a s o p h k d andysis, dc H . Fcid y W. Sellars, Nueva York, Appleton Gntury Crofts, 1949; y en P. Gardiner Ied.1, Theories of history, Glencoc, Free Press, 1959); en el mismo sentido. I. Scheffler, Anaiomie de la science, ttrad. ThuiUier, Seuil, 1966, ca- pitulo VII; d, K. Popper, Mis2rc dc I'hisrwicisme, wad. Rousseau, Plon, 1956, pig. 142. Ver Ias psturas rnuy matiadas de P. Gardinu. The h'ufure oj hrs-

. :!oricd t-xplanailon, y de W. Dray, Lous nnd explanorion in hisfory, ya n'tados, asi c o w la5 dc A. C . Danto, Andytical philosophy o f bistoq, cap. X. Pero la mcjor erpdsici6n de la rcorta de Hempel es la de Stcmiiller, Probleme und Resdta~e der lVirrenchafis~heorie, vol. I , p6gs. 335-352. Sobre lss nnciones de causa y dc acontecimitnto, vtase G. Granger, gbgiqur et pramatiquc dc la causalid dans lcs scicnccs de l'hommo, cn Syst>rnes ~ymboliques, science ct phi- loropbic, Ed. CNRS, 1978. phgs. 131-137. ' h p a r a r Sregmiiller, p5gs. 334.358 y 119; respeao a la tarla de la cx;llic~i6n deducriv~nomol6gica, ibid. p&s. 82-90

y sus juristas, el temperamento del ernperador Enrique IV, la apa- rici6n de las rnonaryuias nacionales) que modifican las bases inicia- les. Dc esio se des~rende que, si bien cada eslaMn sea explicable, no lo es su concatenaci6n, pi~esto que la interpretacirjn de cada nuevo dato nos Ilrvaria demasiado leios m el estudio de las cadenas de acontecrmlentos de donde provienen.

Nos hemos permitido cornparar la historia a una trama drami- tica, pues asi lo quiere el empirismo Idgico. Los datos son corno 10s pcrsonaies J e un drama; aparecen tarnbikn mecanismos que lo impulsan a la acci6n y que son leyes eternas. A menudo, surgen de improvise nuevos actores en escena y su aparicidn, aunque expli- cable, no deja de sorprender a 10s espcctadores que nu ven lo que ocurre entre babtidores. Su aparici6n modifica sensiblemente el des- arrollo de ld trama que, comprensible escena por escena, no resulta previsible de principio a fin, aun cuando el desenIace sea a la vez inesperado y natural, puesto que cada episodio sc explicn por las leyes eternas del coraz6n humano, Se entiende entonces por quC no se repite la historia, por quC no es previsible el futuro; desde luego no es, corno tal vez sc cstarla tcntado a suponer, porquc una Icy dcl cstilo de atodo poder tiende a ser total* no sea lo bastante absoluta ni cientifica. La raz6n no es otra que, a1 no ser cerrado el sistema, no resulta enteramente explicable a partir de 10s datos iniciales. Nos encontramos ante un genera de indeterminaci6n que ni la concep ci6n cientifica mis rigurosa se negaria a admitir.

Pero, ~ q u i creemos haber hecho a1 exponer a t e esquema? Intro- ducir una met$fora. EntendLmonos8. No es que tengamos la menor nostalgia de la oposici6n que establecia Dilthey entre las ciencias de la naturalaa que aexplicanu y las ciencias humanas que se limitarian a acomprenders, oposici6n que constituye uno de 10s miis memora- b l e ~ callejones sin salida de la historia de las ciencias. Ya se trate de la caida dc 10s cuerpos o de la acci6n hurnana, la explicaci6n cien- tffica es la misma: deductiva y nornol6gica. Lo linico que negamos es quc la historia sea una ciencia. La frontera es t i situada entre la explicaci6n nomol6gica de las ciencias, Sean natutales o humanas, y la explicaci6n cotidiana e histbrica, que es casual y dernasiado con- fusa para poder set gencralizada en leyes.

StegrniiUer, p&. 360-375: uEI supuesto mCtodo de comprensibn~; vtare R. budon, Anafyse m~thlmafiquc des faits saciaux, Plon, 1967, p6g. 27.

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I20 ' I'aul Vepne I;brno sc esrrrk la h~storia 111

A dccir verdad, la dificultad cstriba en saber exactarnente qu6 enticndc cl ernyirismo lgico por esas (cleyes~ que el historiador uti- li~aria. <Son Jeyes cienrificas, en el scntido que todo el rnundo atri- buye a esa expresi6n, Ieyes coma las de la fisica o la economia? (0 son mis bien verdades rriviaies, del ripo de citodo impuesto exce- aivo ... n? Cornprobarnos que, en esto, segin 10s autores y 10s pasa- jes, hay cierras vacilaciones. En prirlcipio se trata dnicamente de lcves cienrificas, pero, si el esquerna del empirismo 16gico no fuera aplicab!e ma's que a las phginas de Ia historia en las que son apli- cables algunas cle esas Ieyes, nos encontrariamos con un material muy pobre. Nu cabe entonces mds que resignarse paulatinamente a con- siJerar como ]eyes 10s principios dc burn juicio politico de cualcjuier nacibn, hasta t a l punto es cQndida la convicci6n de que la historia constituye una disciplina seria, con mktodos y capacidad de sintesis cspccificoi que, a pesar de todo, da expticaciones distintas de las csplicaciones camunes y corrientes. Una vez que ha habido que llamar ]eyes a las afirmaciones m l s trivinles, el consuelo estd en la rsperanza de que, cn ese simple aeshom expl ica t i~o*~, inconi- pleto, impliciro o provisional, se irdn reernplazando estas verdades triviales por leyes rnds propiamente tales, a medida que la ciencia progrese. En surna, o bien se Cree que la historia se basa en sus exp!icaciones en verdaderas leyes, o se llama leyes a las verdades de Perogrul!~, o se cspera que tales perogrulladas Sean el esbozo de futuras leyes; las tres opiniones son err6neas lo.

Lg teoria de la explicaci6n histhrica, segjn el empirismo Ihgico, pcca ma's de poco instructiva que de falsa. Es cierto que existe una sernejanza entre la explicaci6n causaI de la historia y la explicaci6n nomolbgica de las ciencias; en ambos casos se recurre a datos (10s impuestos, Luis XIV) y a una relaci6n general (ley) o, a1 menos, generalizable salvo excepciones (causa). Gracias a esta sernejanza

Sobre 10s ~esbozos explicativosa, Stcgrniillcr, pigs. 110 y 346. 1' Vvlvcrcmos snbrc el aspecto general de la cucsti6n en el capitulo X, en .

cl itla1 se ahrjrii c ~ n dcbare complero. Nos parece que el punto crucial cstriba en que las acoracioncs quc efectuarnos cn el a'rnbito de las vivcncias (el feuda- limo. cl Islam, la Guerra de 10s Cien Aiios) no tiencn nada en comun con las abstrnccioncs formalcs (quanra, camp rnagnitico, cantidad de movimiento), qtrc cntrc la dora y la epislrrne hay un abismo, que la forma que tenemos de :~hcrJnr , el !mbitn dc In expcriencia no permite siquiera aplicar a la historia ::s.cs c~crrrificas, excepro en a t ~ u n s aspectos circunstanciales. Y precisamcnrc

lo 7,econoce en el fondo Stcgmiiller, mando destaca que en historia hay :,.;'o a, en la vida co~idiana: la teia quc da cn la cabcza de Pirro ohe- :~~iclcntcrncn~c a la ley de la cafda de 10s cuerpos), pcro quc no hay leyes iiisroria (pdg. 344); no existe una ley capaz dc cxplicar el desarrollo de

:,. , ;.. ;,:!a;:a Cruzada. Esramos de acu-do con C. Granger, Pensbe /ormelle el .';.::-;:zcs de l'hornrne, pigs. 205-212.

el histuriador puede utilizar a la vez causas y Ieyes, y asi, la caida de 10s preclos del t r i p se explicaria par-la ley J e King y por 10s habitos allrnenrarios del pueblo francis. 1.a diferencia estriba en que, sun siendo una relacijn causal repetihle, nunca podremos ase- gurar forlnalrnente c ~ ~ i n d o y en quC condiciones se producird de nuevo; la causalidad es confusa y global, y la historia $610 versa sobre casos Jnicos cuya causalidad no podriantos generalizar en for- ma de leyes: las cccnsciianzasn de la historia van siempre unidas a una restricci6n mental. De ahi que la e x p i e n c i a hist6rjca no sea formulable; que no podamos separar el Ktema es aei del caso linico en donde aparece. Tomemos uno de esos casos, traternos, .---*-a todo buen sentido, de generalizar en forma de ley esu ensehanza, y resignimonos de antemano a denominar ley a la verdad trivial. Pero no es tan simple obtenerla, porque la relaci6n causal es global y no tenemos ning6n criterio para analizarla: en consecuencia, el n6- mero de posibles subdivisiones es ~nfinito. Gonsideremos ahora el ejemplo a1 qrle nos venimos refiriendo: *Luis XIV se hizo impo- pular a causa de 10s impuestos~r. Parece ev~dente que la causa es el rigimen tributario y la consecuencia la impopularidad; en cuanto a la ley, el lector ya la sabe seguramente de memoria, Pero, {no habri miis bien dos efectos disr~ntos y dos causas diferentes, a saber, 10s impuestos que originaron el descontento y este desconientn que, a su vez, fue causa de la impopularidad? Este anIlisis mis sutil nos proporcionarh una cowring low ~u~lemen ta r i a , q u e nos permitird enunciar oue todo descontento remite a Ia causa del hecho aue le ha dado origen (si mi memoria no me cngaiia, esta Icy estg en Spi- noza). i'l'endremos, pues, dos leyes para una sola impopuIaridad? Tendrcmos nluchas mis si hacemos un escrutinio d e aimp~restos excesivosu y de ~ r e y f i , y si no advertimos a tiempo que nuestro supuesro milisis es, en redlidad, una descripcio'n de lo que ha suce- dido.

Ademhs, sea cual sea la formuTaci6n que hagamos, nuestra ley serd falsa, pues no la podremos aplicar ni en situaciones de fervor patri6tico ni en todas aquellas d e origen mis o menos inexplicable. Se ha dicho": uMultipliquernos las condiciones y 10s tirminos, y

I' 1. khefflcr, Anofomie de In rcrence, Ciudes phhilosophiques d e I'expL~ca- lion P: dc lo conjirma!ion, Scuil, 1966, phg. 94. nPodemoa reemplaznr (una gcnernlizaci6n incompleta) por otra generalizaci6n cierra que implique condi- cinnes sclplementnriasu. Hay que ailadir quc para un autor como Stegmuller este procedimiento 5610 conduce a una pseudoexplicaci6n (StegrnuHer, jGg. 102). del tipo. Char pas6 el Rubic6n en virtud de una Icy que afltma que todo individuo qne esr6 exactarnente en la pie1 dc Cesar y en i&ncicas circunscan- cias, inddccriblcmentc ha dc pasar todo rio ucactamente igual al Rubic6n.

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, E ' Paul Veyne CAmo se escnbe la hlstoria 113

.. acabara' por ser exacta.9 IntCntese. Se mmenzari por excluir :caclnnes de fervor patr16tic0, se multip11carLn 10s matices;

, 120 el enunciado de la ley tenga varias pa'ginas habremos recons- . - ,JIG un capitulo de la historia del reinado de Luis XIV, que ofre- cc i6 la curiosd particularidad de estar escrito en presente y en plural. U n r vez reconrtruido asi lo lrrepetible del acontecirmento, esrari rndavia por descubrir la ley.

Lo historia no es un esbozo de ciencia

En esro estriba la diferencia entre la causaIidad conneta e irre- gular de lo sublunar y 13s leyes abstractas y formales de las ciencias. Por mis prolija que sea una ley nunca podri preverlo todo; llamamos sorpresa, accidence, uzar impensable o rnanlobru de zilrimu hora a lo imprevisible que no cnrraba en nuestros ca'lculos. Un soci6logo no puede esperar razonablemente profetizar 10s resultados de unas elec- ciones con una exactitud superior a la del fisico cuando predice 10s resultados del experimento m6s elemental con el pe'ndulo. Ahora blen, e l fisico no esta' cornpletamente seguro de 10s resultados: sabe que el experimento puede fallar, que se puede romper el hilo del ~6ndul0 , aunque, por supuesto, no dejarS por eso de srr cierta la ley del ptndulo. Pero esre levc consuelo no puede satisfacer a nues- tro soci610go, que esperaba predecir un acontecimient~ sublunar, cnrno es el resultado efcctivo de las elccciones, pretensi6n a todas luces excesiva.

I.as leyes cientificas no profetizan que el Apolo XI vaya a p e sarse en el mar d e la Tranquilidad, que es lo que deseada conocer un hjstoriador. Sin embargo, predicen que IlegarC, en virtud de la rnecajlica newtoniana, y salvo averia o accidentcu. Fijan las condi- ciones y sdlo predicen en funcidn de ellas, ccsi se manrienen cons- tantes todas 1as demCs variabless, como dice la f6rmula tan del gusto de 10s economistas. Dichas leyes determinan la caida de 10s cuerpos, pero en el vacfo; 10s sistemas meca'nicos, per0 sin rma- miento: el equilibria del mercado, pero dCndose una cornpetencia perfects. %lo tendra'n Ia precisi6n de las matemiticas si hacemos abstracci6n de las situaciones concretas. Su generalidad es conse- cuencia de tal abstracci6n y no de la generalizaci6n de lo singular. Se~ur3mentr estas verdades no constituyen una revelacibn, pero nos implden seguir a Sregmiiller cuando, e n un libro a ~ y a importancia, -

la Es la difcrencia quc cstablecc K. Popper erlrre profecla y prcdiccidn: *Prediction and Prophecy in social sciences,, en Theories of hirtory, editadas wr P Gardincr, pig. 276.

claridad y concisi6n nos cornplace resaItar, sostiene que la diierencia entre explicaci6n hist6rica y explicaci6n cienll'fica es $610 de matiz. El que 10s hlstor~adores se resistan a admitir que expiican por mcdio d:: leyes sc deberia, o bien a que las emplean sin darse cuenta dr ello, o bien a qrle se limiran a ccesbozos explicarivos~ en 10s que la formulaci6n de leycs y datos es muy incomple~a y vaga. Este caric- ter incornpleto d e Ia explicaci6n hist6rica, continrja Stegmuller, riene vanas razones; las leyes pueden estar contenidas implicirarnente en la explicacih, que es lo que ocurre cuando explicamos las acciones de un personaje hist6rico mediante su caricter o sus m6viles. E n otros casos consideramos evidentes las generalizaciones, sobre todo cuando proceden de la psicologia de la vida cotidiana. Tambien puede suceder que el historiador crea que no es cometido suyo p r e fundizar en 10s aspectos t4cnicos o cientificos de una deterrninada parte de la historia. Pero, ante todo, casi siempre resulta imposible, en el estado actual d e la ciencia, forrnular leyes con precisi6n. as610 podremos llegar a una reprcsenraci6n aproximada de una rcgularidad subyacente, y ni siquiera podri formularse la ley, por raz6n de su c~m~le j idadr r la. Estamos enteramente de acuerdo con esta descrip- ci6n de Ia explicacicjn histdrica, salvo que no se nos alcanza qu6 genamos con calificarla de uesbozon de explicaci6n cientifica. Si asi fuera, todo lo que 10s hombres han pensado desde el origen de 10s ticmpos seria esbozo de ciencia. Entre Ia explicaci6n hist6rica y la cientifica no hay un matiz sino un abismo, puesto que, para pasar de una a otra, hay que dar un salto, la ciencia exige una conversi6n y sus leyes no proceden de 10s principios de nuestra vida cotidiana.

A1 no ser abstractas, las supuestas leyes de la historia, o de la sociologia, carecen de la impecable nitidez de una Mrmula fisica y, pot lo tanto, no tienen la validez necesaria. No existen por sf mis- mas, y s610 aparecen implicitarnente referidas a un context0 con- creto. Cada vez que enunciamos una, estamos dispuestos a aiiadir:

Stegrniiller, pig. 347. iC6mo no pensar en la critica que el propio Steg- rniiller hace de Hume!. pig. 443 (cf. 107): uEs unn crnpresa dcscsperada uri- lirar la forma de hablar cotidiana y, sin abandonar este nivel, p~etendn extraer de rlla una precisidn mayor que la que tienc de hechou. Citemos tambiCn sus restirnonios de las piginas 349 (un aesbozo de explicaci6ar incompleto suelc ser sustiturdo con mayor frecuencia que mmpletado con el propio progrew de la ciencia) y 350 (~Sustituir un esbam de cxplicac~6n W r una explicaci6n aca- bada cs casi siempre una txigcncie plathicap).

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1 1 4 Paul Vryne

uhdblaba en general, p r o evidentemenre hay que tencr en cuenta las poslbies excepclones y 10s imprcvisros que puedan surgir*. Ocu- rrc con ellas como con 10s conceptos sublunares de urevduci6n)> o ccburguesiaa, ya que sobre esas supuestas leyes grzvita tode el peso de lo concreto de donde proceden y con el que estrin vinculadas todavia Canceptos y ~Icyesn hist6rico-socioltigrcas s610 tienen sen- rido c ~nterCs por la refocidn r~brcptrcia quc conrinljan manteniendo con las s~ruacioncs concretas que siguen gobernando ". Y es precisa- Inencc en esa relaci6n donde descubrlmos que una cicncia no lo cs todavia.

St c;ucremos saber el espacio que recorre un cuerpo a1 caer en el vncio, apl~camos mecrinicamentc la 16rrnuia adecuada sin pregun- tarncis por Ids motivaciones qur, de acuerdo con nuestros conoci- rnlentos dc fas manzanas, puedan ~rnpulsar a una de ellas a caer a uaa velocidad ptoporcional a1 cuadrado deI tiempo. Si queremos saber, en cambia, lo que harin unos pecjueiio-burgueses amenazados por el elan capltal, no rccurriremos a la ley correspondientc, aunque tenga cara'cter rnaterialista, sino que linicamente la citaremos a tituIo de credo o de rccordatorio. Repetiremos Ias razones que impulsan a 10s pcqueiio-burgueses a buscar en sernejante situaci6n una alianza con el pmletarrado, comentaremos dichas razones en funci6n de lo que sabemos de esas gentes, comprenderemos lo que les impulsa a actuar asi, pero siempre tendremos que tener prcsente que, si son demasiado indrvidtralistas o ciegos para ver sus propios intereses o Dios sabc qug, no harin lo que se espera de ellos.

La explicaci6n blst6rica no es nornol6gica, sino causal, y, como ral, comprende 10 eeneral. Aquello que no constitr~ye una coinciden- cia forrulta tiende a reproducirse, pero no puede afirmarse con exac- ritud ni lo que se rcproducira ni en quC condiciones. Frente a la explicaci6n prc~pia de 1as ciencias, fisicas o humanas, la histnria apa- rece corno simple descripci6n '' de lo que ha sucrdido, Explica cdmo t~an ocurrido las cosas, permite comprenderlo. Relata c6mo se ha caido una aanzana del 6rLol: esa manzana estaba rnadura o sc levant6 el vlento v una rifaga azot6 eI manzano. La ciencia es la que revela por qu.6 se ha caido la manzana. Aunque hicieramos la historia rnis minuciosa de la caida de una rnanzana, nunca nos topariamos con la gravitaci6n. que es una ley oculta que ha sido precis0 dcscubrir; a 10 sumo Ilegariarnos a descubrir la evidencia de que 10s objetos que no son sostenidas por algo caen.

Tnmamos la eupresi6n y la idea dc J Molino en su brillante critica de R Rarthes, *La mmithode nitiquc de Roland Bartheslo, en lo Lingt&iqrrc, 1919, n6m. 2 ,

'' Accrra de la oposicidn explicnrdescribit, Stegmiillcr, p&s. 7681, 6, 343.

Pretender que la causalidad del irnbito de las vivencias y la causalidad cientifica tienen la misrna JBgica es afirmar una verdad demasiado pobre y equivale a desconocer el abismo que separa la doxn de la episteme. Bien es cierto que toda 16gica es deductiva y hay que reconocer que en I;na afirmaci6n referente a Luis XIV se sohreentiende ldgicarnente una premisa mayor: atodo impuesto pro- voca irnpopularidadu. Psicol6gicamente esta premisa es ajena al es- pectador de la historia, pero no conviene confundir 16gica y psico- logia del conocimicnro. Como tampoco conviene confundir la lrigica con la filosofia del conocimiento. Lo cierto es que uno de Ios rasgos constanres del ernpirismo consiste en sacrificar esta filosofia a la 16gica o a la psicologia.

Al rrnpirismo irigico se le puede objerar lo que a todo empirismo, que ignora el abisrno quc separa la doxa de la episteme, el hecho hist6rico quc acaece en el imbiro de las dwivencias~ (la caida de esta manzana o la de Napale6n) y el hecho abstract0 propio de la ciencia (la gravi.taci6n). Estamos ahora en co~idiciones de demostrar que la explicaci6n hist6rica no es un nesbozo'de explicacibn)i cientifica, aun imperfecta, y de exponer las razones .por las que la historia nunca s e d una ciencia. La historia se encuentra encadenada a la explica- ci6n causal de la que parte; aur? si en el frlturo las ciencias humanas descubrieran innun~erables leyes, la historia no sufriria modificacibn sustancial y squiria siendo lo que es.

Se p d r i a argiiir, sin embargo, que ya hoy la historia invoca leyes, verdades cientificas. Cuando decimos que un pueblo que cono- cia el hierro venci6 a otro que estaba todavia en la Edad del Bronce, (no nos estamos refiriendo a un conocimiento rnetallirgico capaz de explicar con .toda ~recisibn la superioridad de las armas de hierro? l N o podria recurrirse a la ciencia de la rneteorologia para explicar el desastre de la Armada? In. Puesto que 10s hechos a 10s quct se aplican las leyes cientificas tienen lugar en el lmbito de las viven- cias --den qut otro podrian existir?-, nada nos impide invocar esas leyes a la hora de narrarlos. A partir de ahi, y a rnedida que la ciencia progresc, bastarli con completar y rectificar 10s esbozos expli- cativos de 10s historiadores. Par desgracia, esta esperanza olvida el punto esencial. La historia aduce numerosas Ieyes, per0 no lo hace automiticamente por el mero hecho de que hayan sido descubiertas; Gnicamente se s i n e de ellas olli donde acr~ian como causos y se inser- tan en la trama sublunar. Por ejemylo, recurriremos a la energia cinitica para explicar la muerte de Pirro a consecuencia de la herida producida por la teja que Ie lanzrj una anciana. El historiador en cam-

l6 Son 10s dos ejernplos quc da Stegmucr, p&. 344.

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- - - 116 Paul V y n c

bio esr5 en su derecho a1 deck *El fracaso econ6mico del Frente Popular, que sus coela'neos no lograron evirar, y para 10s que cons- rituia un enigma, se explica por una ley macmecon6rnica entonces desconocida,> ::. La causaIidad rio es un sistema imperfect0 de Ieyes, sin0 un sisrema aut6norno y cornpleto; es nuestra vida. La historia sdlo recurre a leyes cuando istas se convierten en causas. E! mundo

.. qLle vemos es el de las vivencias, pero no par ello dejamos de em- plcar en 61 un saber cientifico en forma de esquemas r6cnicos; el . : 1 yue hace el historiador de las leyes para explicar el ilnbico de

cxpcriencias es del misrno orden: en arnbos casos el historiador i :Ccnico parten de lo sublunar para llegar a efeccos sublunares

..ii-ic!o por un saber cientifico. La historia, al igual que nuestra . , . (;:I, . procede de la tierra y a ella vuelve.

ricabo de ver un documental sobre el Frcnte Popujar, hc estado hojcando L'Histoire iconomique dr la France entre les deux gue- rrt.x dde A . Sauvy y la Theory of political coolitions de W . H. Ri- ker *. Intento relatar 10s txitos y 10s fracasos del Frente Popular; el aiio I936 ve formarse y triurlfar una coalici6n electoral, cuya poli- tics econtmica tetrninari siendo un fracaso. Las causas de esa coaii- ci6n son evidcntes: la presi6n de la derccha y el fascismo, la defla- citn; etc.'Agregar veinte p4ginas dc c~lculos matemiticos sobre 10s juwos -cstratPgicos que expliquen por qui 10s que integaban la

. coaiiciBn hacian lo que hacian, seria glosar lo evidentc. La teoria de Riker es inirtil para la hisroria o, a1 menos, para la trama que me interesa ahora. d G m o explicar, sin embargo, el fracaso ece ndmico? No Uego a percibir sus causas. Sauvy sostiene que hay que buscarlas en una ley macroecondmica desconocida en 1936; acep tando esta ley, un acont~imiento sublunar ( l a sernana de cuarenta horas) produce un efecto no menos sublunar.

Pero supongarnos que no he elegido el Frente Popular, sino un tema de historia cornparada como alas coaliciones a trav6s de 10s

'' Sobre la hisroria econdmica del Frente Popular, veax el segt~ndo volumen de la Hr~toire ironomique de la France enrre ler deux glrerrrs de A. Sauvy, Fayard. 1967; este lrbro magistral esclarece 1% relaciones que pueden mantener la historia y una ciencia hurnana

'g Ydc University Press, 1962 y 1965. En realidad, habl-s aqul meta- firi.icam~?te. pues cl libm de Rikcr. cuyo objeto es re6rtc0, sdlo trata dc juegos dc co;zl~ctones cuya suma es cero y no puedc nplicarse al Frcnte Popular, puesto que el Partido Kadical tenla interues contrapuestos, de suerte que el resultado no era cero. Pero cs bien mocido quc 10s juegos mya sume no es cero pre- senran d maremitico muchas dilicultades, y con mayor taz6n a un profano comn el auior de csras lineas. Se encontrara una aproxirnaci6n a1 problema diference Y conrplcrnenraria en H. Rosenrhal, olPolitical coalition: dements of a model, and the study of French lcgislarive elections*, en CaIcul et Forma- lisafion dons I t s rcrcncer de l'homme, Ediciunes d d C.N. R. S., 1968, p&. 270.

I ' uernposn. Tratari: de averiguar si las dianzas se corresponden o no 1 con el punro dptimo calculado por la teoria de lor juegos y, en tal 1 caso, el libro de Riker sera histdricamente pertinente. La energia 1 cinitica es adecuada para explicar el gran aconrecimiento hist6rlco

que supuso la adquis1~16n de la ticnica m4s antigua, la de 10s prc- 1 yectiles, que ya era conocida por el sindntrop e incluso por 10s

primates superiores. A1 elegk la trama se decide libremente quC I

causas serin o no pertinentes y, por muchos progresos que haga la ciencla, la historia seguiri ateniindose a su opci6n fundamental que hace que la causa sdlo exista en funci6n de la trama. Esta es la clave de la noci6n de causalidad. Supongarnos que debernos exponer la causa de un accidente de autorn6vil. Un coche patina a conse- cuencia de un frenazo y por estar la carrerera mojada y en ma1 estado. Para la Policia, la causa serd la velocidad excesiva o que 10s neumiticos estaban rnuy desgastados; para Obras PGblicas, el ma1 estado de la calzada; para un director de autoescucla, el descone cimiento por 10s alumnos del c6digo, que establece que el interval0 para frenar vaya aurnentando en funci6n de la vetmidad; para la familia ser4 la fatalidad, que hizo que ese dia lloviera o que existiera esa carretera para quc el conductor fuera a matarse allf.

2Per0, no consistit4 la verdad en creer simplemente que todas las causas son ciertas; que la explicacidn adecuada es la que tiene en cuenta a todas? En absoluto, y en esto radica el sofisma del empi- risrno, en creer que podemas reconstruir lo concreto medianre adi- ciones sucesivas de abstracciones cientfficas. El nlimero de causas que podernos tener presente es infinite, por la senciIla raz6n de que la comprensi6n de las causas sublunares - 4 s decir, la historia- consiste en una descripcidn, y porque el n6mero de descripciones posibles de un misrno acontecimiento es indefinido, En una trama determinada la causa seri la ausencia de Ia seiial aFirme deslizante~ en ese lugar; en otra, eI hecho de que 10s turisrnos no estCn dotados de un sistema de frenos mhs poderosos. Cuando buscarnos una expli- caci6n causal completa s610 hay dos dternativas: o nos atenemos a causas sublunares (no habia s&al y el conductor iba demasiado

1 deprisa) o a ]eyes (encrgia potencial y cinhtica, coeficiente h adhe- 1 rencia de 10s neurnhticos ...). En la primera hip6tesis, la explicaci6n / cornpleta es un rnito comparable a la geometral que integre todas

las tramas. En la segunda, la explicaci6n completa es un desidera- : tum, una idea reguIadora que esth emparentada con la de determi-

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I18 Paul Veync

nisrno univers~tl; no podemos llevarla a la prktica y, en el caso de qut: se pudicra, inn~c~iiaramcnrc la explicacibn dejaria de ser mane- jable. Pungarnos un ejemplo: ni siquiera podemos calcular 10s movi- n~ientos de la suspensilin de un coche en una carretera en ma1 estado, pues aunque hagamos integra!es dobtes y triples para resolver el problr[~~a, no se podria aplicar la teoria por las simplificaciones que habria que introducir (suponer que 10s amortig\~adores carecen de rriuelles y que 1as ruedas son completamente planas). Lo que hace que cxisra una barrera entrc la historia y la ciencia no i s su vincu- laciiln a 10 concrcto, ni su relaci6n con los valores, ni qcle Juan Sin . . Iicrra pase por segunda vez por el misrno sitio, sino el hecho de q t ~ e la doxn, el imbito de la experiencia, de lo sublunar, es una cosa y la ciencia otra, y que la historia forrna partc de la doxa.

Asi pucs, ante un acontecimiento hay dos soluciones extremas: o Sien ir~rerpretarlo corno un hecho concrete, hacer que cise com- picn<la>>; o bien cxplicar cientificamente s61o algunos aspectos pre- viamenre elegidos. En suma, explicar mucho, pero rnal, o explicai poco, per0 bien. Ambas cosas no pueden hacerse a la vez, porque l a ciencin Linicamente interprets una irlfirna parte de lo coocreto. P:irre de !as leyes descubiertas y s61o llega a cor~ocer 10s aspectos de lo corlcreto que corresponden a esas leyes: la fisica resuelve proble- mas de fisica. Por el contrario, la historia parte dc la trama que ha eIegidu y su tares consiste en llegar a comprenderla enreramente, y no en amaiiarsc un proLIcma a su medida. El cienrifim calcular4 aquellos aspectas del juego de coaliciones del Frenre Popular cuya suma no sea cero, rnientras que el historiador se limitara' a relatar c6mo se form6 d Frente Popular y no recurriri a teoremas ma's que en casos muy Iimitados, en 10s que Sean neccsarios para llegar a una comprensi6n mis comple:a.

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Capitulo 9

LA ACCTON NO TIEm SU ORIGEN EN LA CONCIENCIA

En el estudio de la causalidad que acabamos de realizar no hemos diferenciado causalidad material (un clavo saca otro clavo) y causa- lidad humana (Napole6n hizo la guerra porque era ambicioso, o para satisfacer su arnbici&n), pues, si 5610 tenemos en cuenta sus efectos, no es de gran utilidad establecer esa distinci6n: el hombre es tan coherente conlo las fuerzas de la naturaleza y, a 13 inversa, las fuerzas de la naturaleza son tan irregulares y caprichosas como 61. Algurms hombres son tan insensibles como el acero y otros tan imprevisibles como las olas. Como dice Hume, ccsf consideramos la exactitud con que se ajustan 10s fendmenos fisicos y morales para constituir una sola cadena causal, no tendrcmos ning6n reparo en conceder que ambos tipos de fen6rnenos son de igual naturaleza y que provienen de 10s rnisrnos principios; un condenado, camino deI patibulo, sabe que su muette es inevitable, tanto p r la firmeza de sus carceleros, como por la dureza del hachaa.

Pero hay una pofunda diferencia entre el hacha y 10s carceleras; al hacha no Ie atribuimos ninguna intencidn, a no ser quizi durante nuestra infancia, mientras que Ins hombres si tienen intenciones, fines, valores, pensamientos, objetivos, o como queramos Ilamarlo,

I 3 comprensiu'n de Ins demdr

Dado que sabernos que un hacha czrece de intenciones, p r o un hombre no, y nosatros sornos hombres, ?no habri que concluir que

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nuestro conmimiento del hombre y de sus obtas sigue el mismo curso que el que tenemos de la naturaleza y que, por lo tanto, la racionalidad es linira? aExplicarnos las cosas, pero comprcndemos a 10s hombres*, decia Dilthey, quien creia quc esta comprenslin era ufla inruici6n mi generis. Esa es la cuesti6n que vamm a examinar

con~rnrracibn. :'dernis de atraernos por su antropocentrismo, la teoria de la

.carion de Difthey debe su 6xito al car&-ter conrra&ctorio de i-etiuncia que tenemos de1 hombre, que no deja de causarnos

L ' 1 :?:as sorpresas, al t i c m p que nos parece absolutamente naru- Cuando tratamos de comprender una conducta ins6lita o una

cus:umbre exbtica, llcga un momento en que decimos: upor fk lo he comprendido; ya no tengo que seguir buscandoa. Aparentemente ocurre corno si tuv~Crarnos una cierta idea irmata del hombre y corno si no pudiCramos descansar hasta reconocerla en las conductas humanas. No adverrimos que nuestra actitud es idintica ante las cosas (pasado el primer momento de desconcierto, tomarnos la deci- sirjn de aceptar cuanto m r r a ) ; no pensamos que, pese a vanagle riatnos dc cornprender a1 hombre, s61o lo logramos a posteriori, al i g u ~ l que nos sucede con la naturaleza, y que toda nuestra supuesta intulci6n no nos permite ni prever, ni rerrodecir, ni decidir si esa costumbre (o aquella rnaravilla de la namraleza) cs o no imposible. A1 olvidar todo esto, nos sentimos orgullosos de comprender a 10s demas de una forma directa que no seria aplicable a la naturaleza: podemos ponernos en el lugar de nuestros semejantes, meternas en st1 pellejo, ccrcvivirs su pasado... Esta opini6n irrita a unos y parece evidentc a otros, lo que equivale a decir que mezda distintas ideas que debemos tratar de deslindar.

1) Los historiadores se enfrentan continuarnente a mentalida- des djferentes a la nuestra y saben de sobra que la introspecci6n no es un rnbtodo adecuado para escribir historia. Nuestra comprensi6n innata del otro (Ios niiios desdc que Iiacen saben lo que significa una sonrisa y responden con otra) es tan fimitada que una de las prirneras tareas de la iconografia consiste en descifrar eI sentido de 10s gestos p la representaci6n de Ias emocianes en una civilizaci6n dada, Es innegable que toda conducta hurnana nos produce una im- presi6n de evidencia a posreriori, pero no distinta de la que nos caman 10s fen6menos naturaIes. Cuarido se nos dice que una persona es org~illosa para compensar su timidez o que otra es timida corno reacci6n a sus arranques de orgullo o que el hambre es maIa con- seiera, no tenemos el menor problema en cornprenderlo, lo mismo que romprendernos 10 que ocurre cuando chocan dos boIas de bi-

C6mn se escribe la hisloria 121

Uar '. La comprensi6n psico16gica no permite ni adivinar ni criticar, consiste en recvrrir subrepticiamente al sentido c o m b o a1 hombre eterno, cuya validez no ha hecho m6s que desmentir un siglo largo de historia y de etnografia. El esfuerzo por ccrneterse en el pellejo del otro,, puede tener un valor heuristico; permitc haflar ideas o, mds a menudo, frases que traduzcan esas ideas de forma <<viva*, es decir que transformen irn sentirniento poco comrin en ot:o rnis fami- liar, pero no constituye ni un criterio ni un rnedio de verificaci6n '. No es cierto que, en el Bnlbito de Iss ciencias humanas, la verdad deba scr imdex sui ct Jalri. El m t r d o de comprensi6n de Dilthey no es m5s que nn disfraz de la psicologia vulgar o de nuestros prejuicios; en la vida cotidiana nos encunrramos muy a menudo con ese tip0 de personas torpes que traran de explicar el caricter del pr6jirno y terrninan revelando el suyo a1 atribuir a sus victimas sus propias motivaciones y, sobre todo, sus propios fantasmas y miedos,

Hay que reconocer qile la explicaci6n hist6rica mLs simple (el rey hizo la guerra por deseo de gloria) no es m b que una frase hueca para Ia rnayoria, y s610 la conocemos por habirnosla encon- trado en 10s libros; normahente no estamos en condiciones de expe- rimentar en nosotros mismos o de confirmar de uisu la redidad de ese drseo regio ni tarnpoco podemos saber si es real o s61a una frase de psicologia vulgar. Ckeeremos en su realidad, cuando hayamos leido documentos de Luis XIV en 10s que se trasluzca un sentimiento de sinceridad, cuando hayamos comprobado que, para algunns guerras, no hay otra explicaci6n posible. Nada encontrarnos en nosotros mis- mos que nos ayude a resolver el problema, a no ser atisbos de vani- dad y ambici6n a partir de 10s cuales habria que ser Shakespeare para inferir 10s sentimientos propios de la condici6n real. Pueden servir- nos para dar mis colorido a 10s hechos en un Iibro de divulgaci6n, pero no para ditucidar una cuesti6n histdrica. Afortunadarnenre, no necesitamos entrar dentro de 10s dernas para comprenderlos, y Santa Teresa hace comprender admirabLemente La experiencia rnistica a 10s que nunca la han experimentado, que son la mayoria. La idea de que el hombre comprende a1 hombre s6Io quiere decir que estamos dispuestos a creetlo todo de dl, a1 igual, por otra parte, que de la naturalma. Siernpre que aprendemos algo nuevo, dejamos constancia de ello: acn consecuencia, el matrirnonio espiritual de Ias Moradas Siptirnas existe, corno testimonia el Casriilo Interior, y tendremos

' Cf. R. Boudon, Analysr mathCmofiqlre der farfs sociaux, Plon, 1967, pig. 27. ' Stegmiiller, phg, 3-58.

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I ? ? Paul Vcync Cjmo se eacribc. ia h~s~orra 123

ocasi6n de recordal-lo en el transcurso de nrlestros trabajosw. La com- prensi6n es, pues, una ilusitn rerrospectiva.

2) {Se puede <(revivirv la vida de 10s derna's, su pasado? S610 son palabras o , mejor dicho, no es mi s que una experiencia ilusoria y deccpcionanrc. A1 escribir tln libro de historia de Ronla habria qucrilfo, nunclue s61o fuera por un insrnntc, susrituir n ~ i s ideas de profcsor rtc lat in pot Jas rle un liberro romano, per0 no me ha sido posible hacerlo. iC6rno revivir 10s sentimicntos de un cartagin& que sncrifica su primogCnito A los dioscs? Esrc sacrificio se explica pox 10s cjcrni>los que nucstro cartagin& veia a su alrededor y:por una picbad general ran intensa clue no retrocedia ante semciantes srro- cidzdes; Ins punicos estaban condicionados por el medio para sacri- ficar n sus primogkniros, a1 igual que nosotros lo estamos para utili- zar armas ar6micas. Si, para comprcnder aI cartaginks, recurrimas a 10s motivns que podrian impuIsarnos a nosotros ---que pertenecemos a otra civilizaci6n---- a comportarnos corn0 61, irnaginaremos intensos senrin-~ientos alli clonde para 61 5610 habia conformismo. Una de las iIusiones mi s freiuer~tes en cierta escuela dc historia de Ias religiones consiste en olvidar que tnda conducta se recorta sobre el f o~ ldo de normaIidad, de cotidianidad, de su epoca. No podemos evocar el estado de inimo del car:agin4s, porquc, eri definitiva, no hay apenas nada que cvocar. Si p~~dieramos penetrar en su pensamiento, sola- mentc encontrariamos un sentimiento intenso y mon6tono de horror sagrado, un terror oscurr, hasra la niusea, sordarnente unidos a ese impulse mec6nico quc hay en el rransfondo de casi todas nuestras acciones: ulas cosas se hacen a s i ~ o ~ 6 q u C otra cosa podriamos h e r ? s.

Sob~mos que los hombres fienen fznes. ..

3) El mnocirniento de 10s demis es rnediato; lo inferimos de su cornportamiento y de sus expresiones, teniendo presente nuestras propias experiencins y 1a de la sociedad en que vivimos. Pero &a no es toda la verdad, hay que afiadir que el tlombre no es para el hombre un objcto cualquiera. Los hombres, como todos 10s animales de la misrna cspccie, se reconmen enrre si, se consideran semrjantes; cnda cui~l sabe que su pr6jimo es, en su interior, scmcjante a 61. Y, espccialmcntc, sabe que su pr6jimo tienc, conlo 61, inlenciones, fines; por eso puede hacer cnmo si la conducta del otro frlera la suys. EI hombre, como dice Marrou, se ve a si mismo reflejado en todo lo hurnnno, sabe o prior1 que Ios comportamicntos que han tenido lugar en e! pasado renian el mislno horizonre que 10s suyos, y aunque

ignore el significado prcciso de un comportarniento deterrninado, sabe a1 rnenos dc antemano que tiene un sentido. De ahi nuestra tendcncia a antropomorfizar la naturalan y no a la inversa.

1 . . . Pero no sobrmos cun'ie.~ son

Aunquc sabemos o priori quc 10s hombres tienen fines, no pode- rnos adivinar cuiles. Cuando conocemos sus fines, podernos poner- nos en su lugar, comprender lo que pretendian hacer; teniendo en cuenta lo quc en e x ins~ante podian prever del futuro (podian espe- rar todavia que Grouchy llegara a tiernpo), podremos reconstruir sus areflexiones,>. Habr i que suponer, no obstante, que sus princi- pios eran racionales o, a1 menos, que conocemos su manera de ser irracionales.. . En cambio, si ignoramos sus fines, la introspeccibn nunca nos permi t~r i conocerlos, o nos dari u n falso conocirniento de eIlos; es una prueba o rontrario que ningiin fin humano p e d e ~o r~ rende rnos . Nada me p r e c e r i ma's comprensible que comprobar que Nayole6n trat6 de ganar todas las batallas rlue libr6, pero su- pongamos quc tengo noticia de una extraha civilizaci6n (imaginaria, por supuesto, per0 no mis extraiia que muchas otras civilizaciones o que la nuestra) en Ia que 1.1 costumbre es que, cuando un general se enfrcnta a1 enemrgo, haga todo lo posible por perder la batalla; tras unos momentos dc desconcierto, ripidamente dare con una h i p 6 tesis explicativa (aesto pucde explicarse en alguna medida corno una especie de potlarch; cn cualquier caso, seguranlente hay una expli- caci6n humanarnente cornprensiblen). En lugar de aplicar a esa civi- lizaci6n la ley de <<todo jcfe militar prefierc ganar la batallan, apli- caremos otra mAs generaI: utodo jcfe, o incluso todo hombre, hace lo que las costumbres de su grupo prescriben, por sorprendentes que puedan parecer>>.

Asi, pucs, la 6nica virtud de la comprensi6n consiste en rnostrar- nos eI sesgo bajo el cual toda conducta nos parecera' explicable y tri- vial, pero no nos permite indicar c u d es la explicaci6n acertada entre varias mi5 o menos triviales'. D e hecho, si dejamos de dar a la palabra <<cornprender> el valor ttcnico que le concede DiIthey y si nos arenemos a1 sentidn que tiene en la vida diaria, comprobamos que la comprensicjn puede ser una de las dos cosas siguientes: expli- car una acci6n a partir de lo que sabernos de 10s valores del otro (cnurand se ha enfrirecido a1 ver s u petulancia y lo cornpendo, porque picnso lo mismo que 61 a1 respecto, o a pesar de no compartir

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sus ideas,), o bien in/ormmsv sobre 10s fines del otro, rerurriendo a la reconstnlcci6n o a la retrodicci6n. Contemplo con asombro c6mo 10s polinesios arrojan placas de estaiio a la laguna que forma un atolhn, p r o clrsde eI mornento en que me dicen que ccesth compi- tiendo en la destrucci6n de sus riquaas para asi acrecentar su b u m nombre, de cnorme valor para elloss, empiezo a conocer sus fines y crltonces cornprendo su mentalidad.

Jimos, ~)ucs, que cl problema clave consiste en llegar a com- :)iicr 10s hnes y valores de 10s hombres, con objeto de descifrar

:rc:,nstruir su conducta, lo que quiere deck que en historia no ?c~lcmos eludir el p~oblerna dc 10s juicios de valor. El ~robIerna se plantea tanto en forma epistcrno16gica ( (forman parte 10s juicios de valor de la h i~ tor io~raf ia? ; t e s posibIe escribir historia sin emitir jureios?), como en forms deontol6gica ((tiene derecho el historiador a l u ~ g a r a sus hkroes?; tdebe ser de una impasibilidad flaubertiana?) Bajo este scR~rndo nspecto cl pr~bfema adquiere inmediatamenre resa- bios morafizanres: el historiador ha de hacerse abogado del pasado para cornprendedo; escribir, si es historiador de Roma, las loudes Rornoe, sentlr simparia, erc. Incluso se preguntari si tiene derecho a pertenecel a un partido, a uno conceder igual valor a lo que nace y a lo que muere*, corno le gusta, o le gustaba decir a1 aPartido>>, y a centrar sus trabajos hist6ricos en el proletariado en Iugar de hacerlo en el tercer estado, declarando que este enfoque es ei mis ucientlficoe. Si nos cefiimos a la primera formulaci6n del problema, la puramente cpisternoI6gica, a mi parecer, cabe distinguir en ella cuatro aspectos, siendo el cuarto de cUos tan delicado q u e de&care- !nos a tl lo que queda del presente capitulo.

1) *El hisroriador no puede j ~ g a r . s Asi es por definici6n, pues la historia consiste en decir 10 que ha sucedido y no en juzgar pla- t6nicarnente si lo que ha ocurrido esra' bien o mal. aLns atmienses hicieron esto y la Liga del Peloponeso hizo aquello.* Agregar que hicieron ma1 no aportaria nada nuevo y se saldrla del tema. La cosa es ran evidente que si en un libro de historia encontramos pasajes en 10s que se elogie o censure, harrmos abstracci6n de ellos, o rnejor dicho, es algo tan anodino que en otras ocasiones resultatfa artifi- cial evirar esos pirrafos y no decir que 10s aztaas o 10s naais cran crueles. En resumen, no se trata mas que de una cuesti6n de estilo. Por lo tanto, a1 escribir una historia militar, pur ejemplo, si estudia- mos ]as maniobras militares de un genera1 y constatamos que hizo

disparate tras disparate, daria lo rnismo que nos IimitPramos a hacer un relaro lriamente objetivo, o quc, mis caritativamente, califidra- mos sus hechos de disparates '.

Curno la historia se ocupa de lo que ha sido, y no de lo que hubiera debido ser, es completamcnte indiferenre a1 terrible y eterno problema de 10s juicios de valor, es decir, a la vieja cuestihn dde saber si la virtud es conocimienro y si puede haber una ciencia de 10s fines: ~podemos demostrar un fin sin basarnos en otro poste- rior? (No descanss acaso todo fin cn un puro querer que ni siquicra esti obligado a ser coherente consigo mismo o a desear su propia supervivencia? (No se puede polemizar sobre 10s fines 13lt~mos en mayor medida que sobrr gusros o colores, y no porque scan fines o valores, sino precisamente porque son dtimos; se los quiere o no se 10s quiere, y nada mis.)

. . . Son jlricios dc valor en estilo indirect0

2 ) rEl historiador no puede prescindir de 10s juicios de valor., Por supuesto; del mismo mod0 que no se puede escribir una novcia en la que 10s valores no desempe6en ningh papel en las acciones de 10s personajes. Pero esos valores no son 10s del historiador o 10s deI novelists, son 10s de su heroe. EI problema de 10s juicios de valor en historia no se pIantea entre 10s juicios de hecho y 10s jui- cios de valor; estriba e n tener que hablar de 10s juicios de valor en estilo indirecto.

Volvamos a nuestro torpe general. Lo linico que Ie importa a1 historiador es saber si lo que 61 tiene por disparates, lo eran tambiCn para sus conternporbneos: tesas maniobras eran absurdas segiin 10s criterios de 10s estados mayores de la Cpoca o, par el contrario, no desmerecian en nada de la ciencia estratPgica de su tiempo? De la respuesta qur se d6, depended la renonstrucci6n que hagamos de sus reflexiones y de sus fines. No podemos reprochar a Pornpeyo que no haya leido a Clausewitz. Por lo tanto, el historiador se limi- tars a constatar que en esa kpwa se pensaba de tal o cuaI manera, y podri agregar, en todo caso, que nosotros pensarnos de forma dis- tinta.

Lo importante consiste en no confundir 10s dos puntos de vista, corno se hace a1 afirmar que hay que ccjuzgar* a Ios hombres dc otras Cpocas de acuerdo con 10s valores de su tiempo, lo cual es

' Leo Strauss, Droit ndurel ef Histoire, trad. Nathan y Dampierre, Plon, 1914 y 1769, cap. 2.

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canrradicrorio. Lo liniro que podemos haccr es, o bien juzgar a par- rir dc nucstros va1orL.a ( : ~ ~ I I I ~ U C no es h a la misidn del hiscoriador), o Licri reicrir la n1allcr;l en clue 10s contemporineos de la ipoca que sc describe jilzgaban, a habrian juzgado, a partir de sus propios va- ,lorcs.

3) Pero las cosas no son tan simples. Nuestro general, como acabamos de exponer, ha decidido actuar a partir de principios estra- tegicos que en su Ppoca se consideraban v&lidos, lo cual no quiere decir que rales principios, que no eran adecuados, no hayan sido objcrivamente la causa de su derrota. N o podemas explicar esa d e rrora sin emitir sobre lo que es, o parece scr, un juicio de valor, que es mhs bien la apreciaci6n de una diferencia: para c~mprender esa derrota, d i r i ei hisroriador, hay que saber que la esrrategia de aquel tiempo no era igual que la nuesrra. Decir que Pompeyo fue dcrrorado en Farsalia porque su estrategia era la que era, es enun- ci;,r (In sim!~lc licc.ho, como 10 scrin decir quc fue vencido porque no tcr~ia :\viaciSn. Dc esrn forma, el hisloriador emite tres tipos de q':~rcntesjuicir>s de valor: reiicrc cuiles cran 10s valores de la 6poca; esplica las coi~ductas a partir de esos valores, y aiiade que eran di- fcrentes 3 10s nuestros. Pero nunca dice que no fueran adecuados

que hayamos renido raz6n en desecharlos. Exponer el sistema de valores de otras ipocas cs hacer la historia de 10s valores, pero ex- plicar una detrora o la atrocidad que supone el sacrificio de un niiio por ignorancia de 10s verdaderos principios estratigicos o morales, es tarnbikn un juicio de hecho; equivale a decir que la navegacibn an- terior al siglo XTV se explica porque no se conocia la br6jula o , lo que es lo mismo, por las particularidades de una navegaci6n que se guiaba por las estrellas. Consignar la diferencia que pueda haber entre unos valores y 10s nucstros no equivale a juzgarlos. Es cierto que las actividadcs que se desarrollan en carnpos como la moral, el arte, el derecho, etc., csrecen de sentido si no se les incluye dentro dcl context0 de una normatividad, y que nos encontranos nlii ante ~ n a situaci6n de hecho: en cualquier Ppoca, por ejemplo, 10s hom- bres ban distinguido entre un act0 acorde a lo ley y una acci6n vio- Icnta. Pero cl I~istoriador se contenta con relatar sus juicios norma- t j ~ o s como si se tratara de bechos, sin pretender confirmarios o re- rhazarlos. La cdistinci6n entre juicios de valor propiamente dichos y 10s juicios de valor qtje refiere el historiador, es muy importante para ncrsotros. Leo Srrauss, en su magnifico libro sobre Droit na- ttirrl el Histoire, riene clnramente presente que la existencia de una filosofia del derccho seria absurda si no implicara una referencia a un arquctipo de verdad, mis a114 de las distintas formas histdricas que v3 adoptando el derecho. El antihistoricismo de este autor nos

omo st. cs~rlbe la hi,mr~a 127

recuerda el de Husscrl en El origen de la geometria o en La jilosofio como rierrcia riguru.rrr: la labor del ge6rnetra seria absurda, s i no exis- ~iera una geometria p ~ r e ~ r n i s mis alli del psicologismo y del s~iologismo. N o es posible poner esto en duda. Hay que afiadir, sin embargo, que la actitud del historiador no es la misma que la del fil6solo o la del gebrrletra. EI historiado< dice Leo Strauss, tic- ne que formular juicios de valor si quicrt- escribir historia, aunque tendriamos que decir m i s bien que tiene qr~e referir juicios de valor, sin entrar a juzgarlos. La presencia de un modelo de verdad en al- y n o s campos de la actividad humana basta para justificar a1 fild- sofo que recurre a dicha presencia y trata de saber c~:;il cs esa verdad. El historiador se Iimita a constatar $a presencia de ;,;i.lo de conceptos trascendentales en el hombre. Esos conceptos traxc c .~~den- rales dan a la filosofia o a la geomerria ---o a la historia quc :.osce su arquetipo de vetdad-.- u r ~ a fisonomia particular, de la que c ! his- toriador, a la hora de escribir la historia de esas disciplinas, no Ilrrc- de prescindir para comprender lo que han querido hacer 10s que las cultivaron.

En consecuencia, podernos estar enterarnente de acuerdo con el principio de Weber de que el historiador nunca emite juicios de valor en nombre propio, Queriendo poner en contradicci6n a Weber consigo mismo, Strauss escribe lo siguiente: <<Weber se indignaba con Ins ignorantes que no percibian la difercncia clntre Margarita v una mujer fhcil, con 10s que eran insensibIes a Ia nobleza de es- piritu de la primera, inimaginable en la segunda, con lo que, a pesar suyo, emitia un juicio de valor*. Estoy en absoluto desacuerdo con Strauss; lo que hace 7tC'eber es emitir un juicio de hecho, el juicio de valor consistiria en decidir s i el amor libre estd bien o mal. La diferencia entre la amante de Fausto y una mujcr ficil era rnanifies- ta en todos los matices de su condllcta; tales rnatices pueden ser tan sutiles como se quiera y pasar inadvertidos a quien carezca de sensibilidad (a la inversa, recordemos que a Swann le p a d por la irnaginacidn la idea, sin llegar a formularla, de que Odette ern una rocor/e y no una mujer ligera), pero 10s n~atices han de ser discerni- b l e ~ y vrrificables de alguna manera, so pena de no existir, en cuyu caso el juicio de valor no podria recaer sobre ningGn hecho.

4 ) (Han acabado nuestras dificultades? 2Puede seguir eximiin- dose a1 historiador de pronunciarse sobre 10s juicios de vaIor? De ser asi, dice Leo Strauss, ael historiador deberia inclinarse sin te- chistar ante las interpretaciones oficiales de aquellos a quienes estu- dia; no podria hablar de moralidad, dc religidn, de arte ni de civi- lizaci6n cuando estuvjese interpretando el pensamienro de pueblos

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118 Paul Veync

o tribus qur no c o n m n estos concepros, y tendria que aceptar, sin ninglin tlpo de critica, todo lo que pretenda ser moralidad, arte, re- Ilgi6n, conocimiento y Estado; esa limitaci6n le haria correr el ries- go de ser victlma de rodo ggnero de irnpsturas de 10s hombres cuya hisroria escribiera, A la flora de estudiar un fendmeno, el sociBlogo n o puede contentarse con la interpretacidn que de i l hace el propio g m p en que rirne lugar el fenhnieno en cucstibn; no se le puede oblrgar a avalar unas ficciones legales, qoe dicho grupo nunca tuvo el valor dc considerar simples ficciones. Deberd distinguir, par el contrario, enrre la idea que se hace el g n l p de la autotidad que le gobierna y el verdadero caricter de Csta,, '. Estas pocas lineas en- cierran numerosos problemas, que nos parecen al menos de dos cla- ses. En primer lugar, junto a la historia propiamentc dicha, surge una historia axiol6gica, que comienza analizando lo que vcrdadera- mente merece el nombre de moralidad, de arte o de conocimiento, antes de ernprender su estudio hist6rico. La otra clase de problemas ya la examinamos superficialmente a1 ver que no debiamos fiarnos de Ia interpretaci6n que 10s propios interesados hacen de la saciedad en que viven; que no puede escribirse la historia de una civiJizaci6n bas.indonos en sus valores, y que 10s valores son unos acontecirnien- tos mis y no el reflejo del cuerpo social en la mente. Del cuerpo social y dc !a conciencia hist6rica puede decirse lo que Descartes escribi6 de la conciencia individual: para conocer la verdadera opi- ni6n de las personas, que ellas rnismas ignoran, hay que prestar mis atenci6n a lo que hacen que a lo que dicen, ya que el pensamiento rnerced a1 cual se Cree una cosa es distinto del pensamiento me- diante eI cual urlo conoce que la Cree. En suma, la acci6n no tiene su origen en la conciencia histbrica, que no es siempre un vestigio que permita reconstmir con certeza un comportamiento histbrico en tcda su integridad. Las piginas siguientes t r a t a rh de ese problema '- critica hist6rica y de casuistica.

' Iro Strauss, pig. 69. Gomo vimos a prop6sito de la hisroria axio16gica. el ..i.:orizdor puro sc limira, cum0 dice Weber, a percibir cn el objeto la insmidn c;: juicia; de va!or posibles. Percibe que en determinada religi6n anrigua es <f!fcrcnte la actitud de unos fieles que intcntan atraerse la benevolencia de lor dioscs por medio de magnificas ofrendas, de la de otros que le ofrcccn la pureza de su coraz6n. El historiador puedc dccir enconces; uorra religidn, coma por cjernplo el cristianisrno, percibiria cl abisrno que existe entre ambas ectitu- desn (tambibn puede, p r supuesro, advertir esa diferencia de hecho en form de juicio de valor y escribir: *en esa reIigi6n. que sc movta por inrereses bajos. apenas se distinguia entre actitud irnpura y actitud elevadaw; poco importa, es 56L0 un problema de csrilo: 'desde la pcrspectiva del historiador, en un cstudio hist6rico 5610 inlcresa b neturdaa dc esa rcligi6n y no dmo d e b juzghsclel.

i'hrno sr escribe la hisroria 129

El duali~rno ideologia-redidad.. . Comencernos por una anbcdota. En un pais ocupado, durante la

liltima guerra, se cnrri6 el rumor entre la poblaci6n de que una di- visibn blindada dcl orupantc 'habia sido aniquilada por un bombardeo aliado. La noticia suscjt6 una ola de aleRria y de esperama; pero era falsa, y 10s servicios de propaganda del invasor no tuvieron nin- guna dificultad en demostrarlo. Sin embargo, ni la poblaci6n se desanim6 por ello, ni se debilit6 su voluntad de resistencia: la des- truccibn de la divisihn biindada no era un motivo d e esperanza, sin0 un simbolo que, si resultaba intitil, podia scr sustituido por otro. La propaganda enerniga (guiada probablemente por un experto en psicologia de masas) no sac6 nada del dinero p r t a d o en carceles. Esta inversi6n LSgica dc1 razonamiento pasionsl parece hecha para confir- mar la sociologia de Pareto: 10s razonamlentos de las personas son norrnalmente vul~ares racionalizaciones de sus pasiones subyacentes y csos aresiduosrr subyacentes, a condici6n de que persistan, pueden rnostrLrsenos con la apariencia opuesta. Esto es cierto, per0 conviene aiiadir que no son subyacentes, sino visibles, que forman parte de nrlestras vivencias como cualquier otra cosa. Podr i supne r se que, cuando alguien trasrnitfa la buena noticia, su voz, su acritud y su apcesurarniento revelaban rnAs pasidn que si hubiera cornunicado una mala noticia o el descubrirniento de un nuevo ~ l a n e t a . Cualquier obscrvador un poco perspicaz habria adivinado la 16gica pasional que encerraba ese rumor y lo que sucederia si se desmentia.

La critica matxista de las ideologias' consiste en exagerar las . La critien de 10s enrnascararn~cntos idcol6gims (quc con tantn irnpropiedad

se restringe a la conc~cncia mlectiva, e induso a la conciencia de dase, conlo sl el terrnino clase no fuera una idea vaga, equivoca y sublunar) debe reducirse, en realidad, a dos filosofemas: a la teorla de 10s sofismas de jusrificaci6n (Etira a Nirdmuno, VII. 3. 8, 1147 a 17 sg.) y a la idea kantiana de un horizontc dc lar roncicncias, dc una comunidad cspiritud, porquc ~ q u € nccesidad tendrie el borracho o el burgub dc jusrificane ideol6gicamcnte y de deducir dc su conducta una prcmisa mayor universal, si no expcrimentara la muy idealists necesidad dc convcncer, al menos en tcorla, a 10s dernk seres racionales? Los hombres neccsitan una bandera: el sofjsma ideoldgico, la Ihica invertida de la pasi6n es un homenaje que In mala fe rinde a la Ciudad Ctica. Pcro jmr ello no debe suponerse que el cnrnascaramiento idml6gico time una funci6n v sirve para algo: para engaiiar a l mundo que Ie rcdca. En realidad, rcspnde, ante rod^, a una ncccsidad de justificaci6n ante el tribulial Ideal que forrnan 10s seres racionales. Rea~lta evidente que, por lo general, d encubrimiento id- 16gico no sinre para nada, pucsto que no engaFia a nadic; ni convene mis que a lm convencidos, ni cl homo butoricus se deja cunrnwer por 10s argurnentos idml6gicos dc su advcrsario, cuando sus intcrcses csdn cn juego.

La idea de quc la idcologln tcnga una fund6n d d m i v a cs una ficci6n ma- quiav6lic-a que ha conducido e la invcstigaci6n hsda un d c j b n sin salida.

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Paul Veyne

verdades pricticas, que siempre se han traducido en proverbios y que no exigen mis que un poco de discernimienro. Crcemos de buen grado en lo que favorece nuestros intereses y prejuicios, nos pare- ccn verdes las uvas qrle no podemos alcanzar, confundirnos la dc- fensa de nuestros intercses y la de nuestros valores, etc. Nadie pon- d d en duda que, si un vendedor de bebidas aIcoh6licas sosticrle que el dcohol no es nocivo, que eso es un cuento difundido perfida- rneote por el gobierno, su afirmaci6n esconde un intetes corporativo. Lo que nosotros decimos es que no hay que scr muy profundo para darse cuenta de esto y que no justifica la existencia de una filosofia de la historia, ni siquiera la de una socioIogia del conocimiento. Este k i p de enmascaramiento no es exclusivo de las ideas politicas y so- ciales. &POT quC los intereses de clase habrian de tener el inexpli- cable privilegio 3e falsear nuestro pensamiento mis que cualquier otro aspecro de la realidad? La sabiduria popular conoce desde siem- pre que esas menliras las dice todo el mundo: el borracho porque quiere beber, y el capiralista porque quiere vender. La idea de en- cubrimienro ideol6gico se encuentra ya en el libro VTI de la Efica o Nicdmano, donde aparece como teoria de !os sofismas de justifi- caci6n: el borracho que quiere b e e r parte del principio de que es saiudable refrescarse y esta premisa mayor del silogismo, universal como conviene, es su coberrura ideol6gica; de iguaI manera, el but- guis defiende sus rentas en nombre de principios universales, invo- cando a1 Hombre en la premisa mayor de su silogismo. Marx ha hecho el inmenso servicio a 10s historiadores de extender a las ideas politicas la critica de 10s sofismas de justificacibn, que Arist6teles dustraba con ejemplos tornados ~referentemente de la moral perso- nal; con ello ha incitado a los historiadores a aguzar su sentido cri- tico, a desconfiar de las intenciones aparentes de $us hbroes, a en- riquecer su experiencia de confesores del as ado y, en suma, a sus- tituir el dualism0 sectario de la teoria de 10s encubrimientos ideo16- gicos por la diversidad infinita de una experiencia pra'ctica.

... Se sustituye por uno pluralidad concretn

A partir de ese momento, todo sc Lace concreto y ya es sdlo cuesti6n de su tileza; el c a m p esta libre para 10s La Roci.lefoucauld de 13 conciencia hst6rica. (Eran las cruzadas taIes cruzadas, o sola- mente un imperialismo encubierto? Un cruzado va a la cmzada por- que pertenece a 13 pequeiia noblaa arruinada y tiene taIante aven- turero, o bien por exallaci6n religiosa o simple amor por la aventura: ambos t i p s humanos se den en todos 10s ejkrcitos de voluntarios.

El sacerdote predica la cruzada como guerra santa, o esto se conci- lia rnis ffscilmente en la vida cotidiana que en 10s conceptos. Si el cruzado respondiera a nuestra pregunta que parti6 para mayor doria de Dios, seria sincero: sentia necesidad de escapar de una situaci6n sin salida. De no haber existido crisis de la renta de la tierra, el predicador habria tenida rnenos Cx~to, pero sin el caricter sagrado de la cruzada, 5610 habria partido un puiiado de j6venes desorienta- dos. Cuando lIega la hora de ponerse en marcha, el cruzado siente deseos de partir y de entrar en mmbate, sabe que Ia cruzada es una guerra santa porque asi se le ha dicho y, como todo el mundo, se sirve de sus conocirnientos para expresar lo que sienre.

No hay un sistema universal de explicaci6r1, como seria la teoria de Ias superestructuras; el que afirmemos que las ideologias encie- rran un engaho esencial no nos exime en ningGn caso de explicar por quC vias concretas, diferentes en cada caso, el nacionallisrno o unos intereses econ6micos han podido conducir n la religi6n, pues hay que descartar que en ese proceso se dt una alquimia mental. S6lo dispnemos de explicaciones particulares, que pueden expre- sarse enteramente en tCrminos de psicologia cotidiana. {Se enfren- taron verdaderamente dos pueblos por saber si habia que comulgar bajo las J w especies? Ni siquiera 10s propios contemporineos se pronunciaban sobre ello, cuando actuaban de buena fe. Tenia raz6n Bacon cuando afirmaba que las aherejfas puramente especulativas~ (que oponia a 10s movirnientos politico-sociales que tuvieran un com- ponente religiose, como el de Thomas Mfinzer) s610 ocasionaban re- vueltas cuando se convertian en pretext0 para antagonismus politi- cos I . Unicamente 10s te6logos, preocupados por 10s intereses de la teologia, asf como 10s polemistas y 10s hombres de partido, mis aten- tos a no dejar ninguna salida a1 adversario ideoI6gico que a describir la verdad de 10s hechos, parecen reducir la auzada a un guerra de re- ligi6n. En cuanto a 10s combatientes, para luchar no les servfa de nada el confesarse las verdaderas razones que tuvieran para hacerlo, les bastaba con tenerlas; pero, como las reglas del juego exigen no luchar sin una bandera, dejamn que sus te6logos les ofrecieran coho tal la raz6n que menos les dividia, o aquella otra a la que un siglo tan piadoso como el suyo pudiera atribuir la dignidad de bandera. Asi ocurre que una minoria de uactivistas>z da la consigna de guerra a una multitud, que tenia sus propios motivos para combatir, y se arroga la funci6n de ep6nimo de la guerra, y nuestra tendencia a juzgar todo segtin su forma oficial hari que expliquemos las razones de la rnayoria que combate de acuerdo con Ias de la minorfa que

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las expresa. Habremos cddo enronces en un falso ddema: afirmar gue lus hombres no pucden luchar por vulgares pretextos te016~icos o af~rmar, pot el contrario, que una guerra de religi6n tiene nece- ssrinmente una ru6n reLgiosa.

Yodemos ~rnaginar muchisimas otras situaciones particulares. Com- probarnus, o creemos hacerlo, que en 10s Estados Unidos la campaia antiesclavista que precedi6 a la Guerra de Secesi6n coincldi6 con in decadencia econdmica de la esclavitud. thlistesiosa vinculaci6n de la econornia y del pensamiento? (Idealismo pequeiieburguts que o b jetivarnente esraba a1 servicio del capitalismo del Norre? <Ley de la historia que exige que *la humanidad no se plantee mis que 10s problemas que puede resolver* y que ula lechuza de Minerva s610 levanta el vuelo 21 anochecern? Si 10s hechos fueran ciertos, lo mL que ptobarian es que, para edrenrarse con una msrituci6n que estd en el auge de su poder, hay que ser un utdpico, y no un simple idea- Lsta, y que aqu6llos son todavia m b escasos que kstos y se habla menos de ellos. No obstante, es innegable que un grupo que de- fienda sus intereses mis materiales bar& gala normalmenre de la ret61ica mis idealists; tser6 el ideatism0 entonces m a mentira y un arma? Pero, en primer lugar, las justificaciones grmdocuentes no son las mbs generalizadas; igualmcnte frecuentes son la ira, la sober- bia o el reto. En s e w d o lugar, ese idcalismo no engaiia a nadie y no convence mis que a 10s convencidos; no es una mistificaci6n, sino un gesto de circunstandas: representa el papel de uadvertencia), des- tinada a comunicar a1 adversario y a sus posibles aliados que se estl dispuesto a recurrir a forrnas progresivas de violencia para defender una causa que se ha decidido que sea santa.

h conciencia no er lo claue de la acci6n

Es absolutamente evidente que cuanto decimos traiciona, en icl: dos sentidos de la palabra, nuestra praxis. Vivimos sin saber for-

'..? la 16gica de nuestros actos y actuamos sin que nosotros mir icpamos muy bien por quC: la praxiologia esti impLicita en el .c coirio las rcglas grarnaticales en el hablante. En consecuen-

. no seria honesto que exigieramos del comb de 10s cruzados, de . - Jonatistas o de 10s burgueses que supieran exponer, acerca de

1'1; cnrzadas, del e.srna y dcl capitalismo, una verdad que a1 histo- rlador Je seria ~ I I V diffcil formular. La distancia entre la paIabra y la acci6n es un fen6meno generalizado y, si hay engzo, esti en todas partes: en el artista que profesa una esdtica que no es exac- tarnente la de Lo Csitico del luicio y en eI investigador que carece

de la metodologia aprcpiada a su adtodo. Pot esa raz6n, 1os.intere- sados -artistas, investigadores o pequefio-burguese+ se sublc van cuando sc cririca el modo en que exponen sus razones. EUos, que use cornprendens, sabcn perfectamente que no mienten, aun mando no logren expresar con toda precisi6n el impenetrable y os- curo n6cleo que ellos mismos perciberl en su acci6n.

La accidn dei hombre supera con rnucho a la conciencia que tiene de ella; la mayoria de Ias cosas que hace no tienen contrapar- tids en su pensarniento ni en su afecrividad. De no ser asi, lo S c o auttntico quc habrd detrgs de institucioncs tan importantes como la religibn o la vida cultural estari constituido por algunos mornentos discontinues de ernoci6n en lo mis sensible del &a de una minu da sclecta.

De ahi que en la mayoria de 10s casos nuestra conducta se deba a matices de una realidad que no se reconwe como tal; decimos que hemos actuado instintivamente, p r desconfianza o repugnancia in- cxplicabIe o, aI contrario, que nos ha gustado eI aspect0 de ese indi- viduo. Con frecuencia estos matices hacen enorme la distancia que separa el marchamo oficial de un movimiento politico o religioso y la atm6sfera dominante en la realidad, &a en el que viven sus miernbros sir] k g a r a comprenderlo, que no es px ib ido por 10s soci6logos, cuyas premupaciones cientificas son m&s elevadas, y que apcnas deja huellas escritas. Una hora de conversacibn con un dona- tista. que hubiera ascendido desde la base, seria mucho mds Gti I que la lectura de Optat de Miley y de 10s tdlogos de la secta para quien deseara dcterminar en qu4 proprcihn se encontraban la religi6n, el oadonalismo y la rehiion social en el cisma donatista, siempre que tuviera igualmente en cuenta su entonaci6n y las palabras elegidas que el contenido de su discurso. Pero seria a h mb instructive ver a 10s circuncelanos ( " 1 en acci6n, pues se actlia de muy distinta forma mando se rnata por fanatisrno religiaso que por odio social.

Aunque casi nunca logremos dar forma conceptual a esos ma- tices, nuestra conducta sabe reaccionar an re ellos perfectamente. Por rnk que se quiera, la mentalidad de un seguidor de Thomas Miin- zer o la de un estudiante de Nanterre no seA la misma que la de un oyente de Lutero o la de un joven metallirgico; 10s tedlogos no tardarin en escrihir su Curfa a la nobleza alemana, y las cenuales sindicales romper& con 10s p p o s de estudiantes, no sin dar miI y

N. drl T . Circuncdono: jomalcros &colas cstaciondes, dc origm bcre Scrc, que trabajaban para 10s latifundistas romanos dc Africa dd Nonc. A prim npios del siglo IV. se rcbclaron por rnotivos econ6micos, uni6ndm mb wde I 10s donatlst~s, por Jo que suden cmplearse, s veces, indishtamentc 1s das rdjctivos.

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i Paul Vcyne

una evplicacianes teolljpicas o leninistas de la ruptura. <Simples pre- rcxros, vrilgares racionalizaciones, enmascaramiento ideol6gico? NO; creernos rn6s bicn que se rrata, en primer lugar, de incapacidad de forrnular Ias verdaderas razones sin0 a traves de shbo los ya con- sagrados; en segundo lugar, cierta tradici6n exige que la pol6mica politica adopre siempre formas folkl6ricas, estereoripadas, ran excra- namente rituales como el lenguaje mimico de ios animales cuando Iuchan, las disn~sioner rnatrimoniales, o las riiias de vecinos en d sur de IraGd '. Se trata, sin duda, de una demostracibn de fuena, cuya violencia esrilistica sirve para que, bajo las razones suprdiciales, cnrren en acci6n 10s rnlimlos. Pero, a1 mismo tien~po, es un deseo de no romper, por prudencia diplomdtica y para evitar que suceda Io peor, con unas pautas de conducta prefijadas.

Ahora bien, colno 10s textos son casi lo Cnico que subsiste de Ins conflictos dcl pasado, es de temer que la mayor parte de !a his- toria universal s61o sea para nosotros un puro esqueleto que ha per- tlido para siempre la carne que lo cubria. L o s propios protagonistas son 10s primcros en olvidar la verdad imonformista de lo que han hccho y en interpreter lo ocurrido a travds de la ret6rica de lo quc se supone que ha ocurrido; asi lo ha demostrado, en lo referente a 10s recuerdos que rienen 10s tesrigos de la Primera Guerra MundiaI, el libro de Norton Cru '. En situaciones de crisis hist6rica 10s que tienen la oportunidad y la indinaci6n de observarse se sienten des- bordados tanto por lo que hacen 10s demis, corno por lo que hacen ellos mismos y, si no se dejan engaiiar ni por las explicaciones oficia- lcs ni por las propias, lo b i c o que les ¶ueda despu.3 de pasados 10s

* En Rorna, por eiernplo, 10s enfrentn~nientos politicos a finales de Is Re- piblicil adquicrcn forma de invcctivas de m d gusto sobre la vi& privada y Ias cosrunjbres sexuales (filipicas dc Cicerdn, Salustio ...) ; mds que ante un ioxor, cstamos ante una conducta estermtipada y 10s enemigos de la vispera, despuCs dc habcrsc denostado, pueden reconciliarse mn la mayor facilidad. Aquellas acusaciones infarnantcs, que no engaiiaban a nadie, se olvidaban mu- cho mds ripidamenre quc si sc hubieta tratado de acusaciones politicas llenns de dignidad. Rctualrnentc, en la India. tienen lugar entre 1- parridos justas vcibales dd mismo t i p , cuya SIverrida desc~i~ci6o ha hecbo F. G. Rsilcy (Srroragems ond ~poils, a 10Cial anthropology of politic^^ Odord, Blackwell, 1969. pdg. US). Ej: indudablc que c1 tipo, el estilo y 10s arprnentos de nuestras nociones y pcticiones parlamcntarias responden mucho mis a una mnvenci6n que a las exigencias que impondria su finalidad.

J. Norton Cru, Du lhmoignage, Gallirnard, 1930. Vtase en particular su critica del topos del ataque a la bayoneta. Ese ropos aparcce en' casi tcdos 10s testimonies, pero, de creer a Norton Cru, nunca se practic6 el araque a la bayonera 0, por mejor decir, fuc abandonado casi dc inmediato; sin crnbargo, antcs de la guerra habia s i b un s h l o muy destacado dd valor mili~ar.

acontecimientos, es un sentimiento de perplejidnd por su actitud; lo mls corriente, sin embargo, es que todo lo que ellos mismos dicen y procIaman sus tedogos, en consecuenda, esa vcrsi6n tamizada por la memoria, se convierte en la verdad hist6rica de maiiana lo.

Los valores responden a una psicologia y a una sociologia igud- mente convencionales ". La moral dominante en una sociedad no nos permite conocer 10s motivos y razones de todas sus acciones, se trata de un sector delimitado que mantiene con 10s demis reIaciones que varian de una sociedad a otra. Nos encontramos con sistemas mora- les rnuy distintos: 10s que no van mis all6 de 10s pupitres de Ia em~ela o del lmbito electoral; 10s que pretenden cambiar la socie- dad; 10s que santifican la sociedad existente; 10s que Ie sirven dt consuelo por no set ya lo que era, y otros que son ~bovarisrnosa, como es el caso muy frecucnte de la moral aristocrAtics. Por ejern- plo, el iegendario adespilfarrou de 10s nobles msos del siglo pasa- do, tal vez fuera uno de 10s elementos de su conccpto de tren de vida digno, apero eran muy pocos 10s que p o d t n permitirselo. Esa idea se habia extendido entre Ia nobleza por mimetismo social, pem la mayoria de sus miembros debfa contentarse con irnitar 11 manera dc pensar, sin compartir la forma de vida. En cambio, en 10s rincones mis apartados de la provincia, podia soiiar, en privado o en pirblico,

lD Resulta asornbroso, por ejemplo, ver lo poco que aparecen en las memo. rias de 10s micmbros de la resistencia o de 10s militantes 10s conflictos de auro- tidad, cuando, sin embargo, son el azote de Ias oganizaciones clandestinas (o de Ins scctas rdigiosas) y su violencia absorbe a menudo mbs energias que la lucha contra el enernigo de clase, el colonizador o el ocupante. Estc olvido, sin duda de buerla fe, se cxplica evidentcn~ente par un pudor inconsciente y, sobrc todo, porque 10s implicados, en cl mornento rnisrno en que son victimas de rsas pasiones, no cornprenden lo que les sucede, ya que tales conflictos nacen rncnos dc sus prop6siws que dr la impcrfecci6n propia dc la organizacidn. Ahors bien, la memoria olvida ficilmente lo que no mmprende, aquello que no puede catdogar. Ver, no obstante. algunas piginas dc J. HumLert Droz, antiguo acrerario del Komitern (Oeil de Moscou d Paris, JuUiard, 1964, pdg. 19)- mn un desdoblamicnto digno de Tucfdides entre obscrvador y milirante.

" Una forma traditional de erudici6n, el estudio de Las palabras y de l a ideas, no nos permite, pues, conocer rnis que palabtar* e ideas, o consignas y racionalizaciones: no permite mmprender ni la conducra ni 10s fines de las personas. Si estudio la concordia o In libertad en Cicedn, llegar6 a saber lo que decia y pensaba al respecto, lo que prcrendia que se creyera, o iricluso lo que cteia que era su conducta en rcalidad, pero no llegart a conocer 10s verdaderos fines dc esa conducta. Cuando un espccialista en frands mcderno estudia d mabulario de Ios rnanifiestos electorales durante la 111 Repriblica, sabe, por cxperiencia de quC va H msa, pero un experto en historia anrigua no tiene esa cxperiencia y toda una tradici6n de erudici6n le impulsa a tornar al pie de la letra las intcrpretaciones que las socicdades antiwas, ma1 que bien, daban de sl misrnas, lo mismo quc hoy hacunos oosotros.

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con esa forma tan prestigiosa de vida que gozaban algunos miembros de su clase, para mayor gloria de todos 10s que ia componianw ". Oiros sistemas morales no son abovar~stasa, sin0 falsamente t e r r e risras, como, por ejemplo, ei puritanismo: ctLa tendencia de 10s pu- rl~anos a] autoritarismo en rnateria sexual se expiica porqne s6lo contaban con la persuasi6n y 13s amtnazas verbales, y carecian de las sanciones J e que puede disponer el clero cat6Iic0, n.

Cuando analizamos, p r ejemplo, la inercia social, podemos pre- guntarnos si es s610 eso Expondremos dos hechos, de poca impor- tancla pero ciertos, que nos permiten ponerlo en duda. Marc Bloch [que en el camino de Paris a Clertmont-Ferrand y a Lyon ya habia tornado la decisi6n que le llevaria a la tortnra y al pelot6n de ejecu- ci6n) escribia en un articulo que apareci6 en 1941: rEs evidente que, si bien entre 10s campesinos existe un fuerte apego a sus cos- turnbres, no trent Cste un car6cter abroluto; en rnuchos casos com- probarnos cbrno las sociedades campcsinas no ticnen ninguna dificul- tad en adoptar tCcnicas nuevas, mientras que en circunstancias dis- tintas esas mismas sociedades ha11 rechazado, p r el contrario, otras novedades que, a primera vista, parecian tenet idgntico inter&>,. Es un hecho probado que el centeno, desconocido por 10s rornanos, estaba ampiiamente difundido en eI c a m p franc6 a partir de Ja Alra Edad Media. Sin embargo, 10s campesinos del siglo xvrr~ se ne- garon a suprimir el barbecho, cerrando el paso con ello a la revolu- ci6n apricola. L,a r a d n de esta disparidad es muy simple: usustituir el trigo y ia cebada por el centeno no afectaba para nada a1 sistema social en el que estaba inserta la vida c m p e s i n a . ~ El pequelio cam- pesino no era sensible a la idea de incrementar Ias fuerzas produc- tivas de la naci6n. Tampoco sentia gran inter& por la perspectiva, a!go menos lejana, de aumentar su propia produccidn o, a1 rnenos, la parte de 6sta que destinaba a la venta, porque sentia que d met- cgdu era algo misterioso, que entrahaba un peligo. Su principal pre- ocupac~on consistia, m b bien, en conservar lo mhs intacta posible su ' * l r i ,~a de vida traditional. La creencia mis extendida era que su

* c estaba unida a1 mantenimiento de las antiguas servidurnbres +rvas que, a su vez, exigian el barbecho ".

" M. Confmo, Dornarncs cr Scrgneurs en Russie u r n L {rn du .Wl1° sr~clp, c:v.ies de structures agrazrer rr de mentdifis kcanomiques, Instituro de Estudios k l a v o s . 1963, p6g. 180.

P. Laslett. k Monde que nous ovons perdu, phg. 155. " M. Bloch, Les Caracfdres orrgrmrrx de I'hstorre rurdc f ran~a~se , A. cc-

lin. 1956, pig. 21.

Tomaremos el segundo ejemplo de la industria. Se ha compre bad0 '\~le la resistencia que oponen 10s obreros industriales a 10s cmbios que la direcci6n impone para modificar 10s rnetodos de ma- bajo es un comportamiento de grupo: el rendimiento de un obrero que acaba de integrarse en un grupo, disrninuye hasta ponerse a la misma altura que el de 10s dernis miembros, para no rebasar la nor- ma fijada in~plicitamente por el propio grupo e impuesta tdcitamente a todos sus miembros. En efecto. un obrero cuvo rendinliento sea demasiado elevado, puede ser el pretext0 para que la direcciirn au- mente las cadencias de todos; el problema que se le plantea al grupo es frenarlas, hasta producir la cantidad justa, por encima de la cuat se corre el riesgo de percibit menos por unidad. Se zrata de un pro- blema econ6mico rnuy complejo, debido al gran nrirnero de variables que hay que integrar, pero que 10s obreros de un mismo taller logran resolver intuitivamente bastante bien, frenando la producci6n por la tarde, si se dan cuenta que han trabajado demasiado por la mafiana, y viceversa. T m t o por sus medios como por sus fines este tipo de mtina tiene un alto grado de racionalidad.

Como el comportarniento rutinario, a1 igual sin duda que todo tip0 de conducta, responde m k a razones ocultas que a1 hibito, ha- b1-6 que resistirse a la tentaci6n de reducir Ia pluralidad de conducta a cierto habitus general, que seria como una segunda naturaleza y que daria lugar a una especie de caracteriologia Ilist6rica: el noble, el burgu6, se&n Sombart. Pero no existe tal unidad de caricter; ei que la antitesis de la mentalidad aristocritica sea la mentalidad racional del beneficio es pura psicologia conventional. Del hecho de que la nobIaa acostumbre a ser esplhdida en algunos aspectos, no se sigue que no pueda rnostrarse Bvida de ganancias en otros. Hay grandes seiiores que son muy corteses, salvo cuando se trata de di- nero, y ambiaosos banqueros que se comportan, ademis, como me- cenas. Nuestros valores entran en contradicci6n, se@n el carnpo de actividad de donde procedan, porque son la crprernisa mayor, que Ia 16nica invertida de las iustificaciones deduce de nuestras ct~nductas. " Ahora bien, estas diferentes conductas nos vienen irnpuestas por instintos, tradiciones, intereses y ptaxiologias que no tienen raz6n alguna para formar un sisterna coherente. En consecuencia, podemos creer, a fa V ~ Z , que Apolo profetiza y que su profeta es vendido a 10s persas, o desear uel Paraiso, per0 lo rnris tarde posible*. Tal vez un prestarnista hind6 tenga a h una metdidad un poco ccprimitiva~,

l5 Rdato 10s hechos de x y n d a mano, por no same acccsible la rtvistn fIuman Reii~tions, I , 1948, dondc sc hada la relaa6n dc ellos.

" Cantra la mentalidad como bobitus general, v& d doecucrdo dc M. Confino. Domaher st Seigneurs en Kurrir, pdg. 257.

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ns s?a 5 6 2 - -m nxrajib* ;lor .e& &Ie -1- LA AhLF'LIAClON DEL CUESTIONARIO - . . . . . .. .

-L . :--!zze+<t= r-zz-.-a, :xr& y r-d 2 -k-+, 44 : rnrr~or m e l caw at que se hagan exrensivas a su vida real sus id- !

religiosas o filosGficas], pero salvo esto, es corno cualquiera de nos- otros, en la prictica, debera esperar a que ase dersita el azricar,,. 1 Pcro scguramente esa visi6n Jel tiempo no le impediri en absoluto reciamar, a1 margen de su concepci6n cualitativa deI tiempo, el pago de 10s intereses cuando venza d prCstamo. i

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f ? i

El primer deber del historiador es fijar Ia verdad, y el segundo hacer inreligible la trama. Existe una critica histbrica, per0 no un

j mCrodo hist6ric0, ya que no hay un rn&todo para comprender. Por consiguiente, cualquiera puede hacer de historiador improvisado, o rnejor dicho, podria hacerlo, si no fuera porque la historia, a falta de mitodo, requiere poseer una determinada cultura. Esa cuhura hist6rica (a la que podriamos Uamar tambidn sociol6gica o etnogrri- fica) se ha ampliado sin cesar y ha adquirido una dimensitin consi- derable desde hace uno o dos siglos: el conocimiento que tenem05

i del homo historicus es mds rico que el que tuvieron Tucidides o Voltaire. Pero es una cultura, y no un saber: esuiba en la posibilidad de disponer de una teoria de Ias categorias generales y de ~Iantearse un n6rnero mayor de interrogantes sobre eI hombre, pero no en la de responder a esos interrogantes. Corno escribe Croce, la formaci6n

I del pensamiento histkico consiste precisamente en eso: la compren- I si6n de la historia se ha enriquecido desde 10s griegos hasta nues- 1 tros &as. No es quc conoxamor 10s principios o 10s fines dc lor ! i acontecirnientos humanos, sino que hemos adquirido una casuistica r rnucho mis arnplia de esos acontecimientos '. Tal es el k i c o p m I

i greso de que es susceptible la historiografia.

1 ' B. k, TbPorie ef Histoire de I'his:oriographie, trad. Drfour, Drz . 1 1968. p&. 53.

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Cuesta trabajo pensar que un contempoc&.neo de Santo Tomds o de NicoIds de Cusa hubiera ~ o d i d o escribir LA rociedad feudal o la I-listoria de la ecotlomio del Ocn'denre medteual, no 5610 porque Ios Illrhos economicos y las relaciones sociales no se hubieran estu- dlado nunm en el marco de referencia del gbnero hist6ric0, sin0 p r - que no existian 10s conceptos y las categorias irnprescindibles para hacerlo; nadie habia es~udiado 10s hechos con la profundidad sufi- ciente para que se le desvelasen 10s conceptos. En efccto, la obser- vacidn de lo vivido es el imbito de un progreso lento y acurnulari- vo de la observaci6n, anilogo a1 que el diario Intimo permite alcan- zar del conocimiento del sujcto, o a1 descubrimiento gradual de un paisaje cn el curso de una observaci6n acenta. Cuando Eginhardt, a x e s de cscribir !a vida de su protector Carlomagno, releia las bio- grafiss de 10s emperadores romanos escritas por Suetonio, advertia ante todo 13s similitudes entre el gran emperador y 10s cisares r e manos, y prestaba menor atenci6n a las cnormes diferencias que hoy petcibimos entre uno y otros. ~ S i ~ n i f i c a eso que su visi6n era arque- tipica, que en su conccpci6n dc la historia 10s acontecimientos eran una repetici6n de modclos? <O mis bien el motivo del arquetipismo de st1 concepcidn era su propia pobraa? Hace falta mucha pene- tracibn, conlo dice Pascal, para percibir hasta quC punto las pers* nas son originales. La percepsibn dc lo individual, la ampliacidn de las ptT~pectivas, exigen la capacidad de plantearse, respecto de un acontecimiento, un n6mero de interrogantes mayor que el que se plantearia el hombre corriente. Un critico de arre sabe ver en un cuadro muchas mis cosas que un simple turista, y con esa misma riqueza de visi6n a c e d Burkhardt a contemplar el Renacimiento italiano.

Sin duda, Eginhardt no ignoraba que Carlomagno era diferente de Augusta, y que ningGn acontecimiento se asemeja a otro, pero no era consciente de las diferencias o carecia de tCrminos para de- signar esos matices: no 10s concebia. La formacidn de nuevos con- ceptos es una operaci6n tnediante la cual se hace realidad la amplia- ci67 de !a visi6n, y , en la sociedad de su dpoca, Tucidides o Santo , . ..,.. '., .I.: no hubieran sido capaces de ver en la realidad todo lo que

-.; hernos aprendido a buscar en clla: las clases sociales, las t?e vida, 10s modos de pensar, las attitudes econbmicas, el :.

::ismo, cl paternalismo, el conrpicuous conrtlmption, 10s vincu- !f.,y ',..: .<,.?.cntes ..~. entre la riqueza de un lado y eI prestigio y el podcr ( 1 ~ Giro, 10s conflictos, la movilidad social, 10s capitalistas, 10s terra- fcnicntes, 1as estrategias de 10s p p o s . la promoci6n social por corto-

ciruito, la nobleza ciudadana y campesi~la, la riqueza mobiliaria, 10s bienes no productivos, la b ~ i s ~ u e d a de la seguridad, las dhastias burguesas. Vivian esos aspectos de la realidad como el campesino que apenas repara en la forma de su arado, de la muela de su molino o de su terrvfio, objeto de estudo y de comparacibn por parte de 10s ge6grafos. De esta forma, adquirimos pautatinamente una visi6n cada vez ma's detaIlada del rnundo humano, hasta que Uega un mo- mento en el quiz nos extraiia que nuestros predecesores no hayan wreparadur en aquello que estaba tan a1 alcance de su vista como de la nuestra '.

La historia cornienza siendo una visibn ingenua de las cosas, la del hombre corriente o la de 10s autores del Libro de lor Reyes o de las Grandes Crdnrcas de Francia. Poco a poco, a lo largo de un praceso aniIogo a am que experimentaton la ciencia o la philosophia perennir, y tan lento e irreguIar como ellos, se desarrolla la concep tualizaci6n de la experiencia. Ese proceso es menos perceptible que eI experimentado por la ciencia o la filosofia: no se traduce en teo- remas, tesis o teorias que se puedan formular, contraponer y discu- tir, y para darse cuenta dc tl es ncccsario comparar una pBgina de Weber o de Pirenne mn ntra de un cronista del Afio Mil. Esa eve luci6n, tan escasarnente discursiva como cualquier aprendizaje, no s61o constituye la raz611 de ser de las disciplinas hist6rico-filol6gicas y la justificaci6n de su autonornia, sin0 que forrna t a m b i k pane in- tegrante del descubrimiento de la cornpleiidad deI mundo. Cabria dccir que la hurnarlidad adquiere una conciencia cada v a mds exacta de si misma, si no fuera porquc se trata de un fen6meno rnucho m h rnodesto, del conmimiento cada vez mijs riguroso de la historia que adquieren 10s historiadores y sus lectores. Estanlos ante la rinica evolu~i6n que permite que hablemos de ingenuidad griega o de in- fanda del mundo: en el Imbito de la ciencia o dc la filosofia la ma- durez no esta en funci6n de la dimensi6n dcl corpus de conocimientos adquiridos, sin0 de c6mo sc han sentado sus bases. Los griegos son niiios geniales que carecieron de experienaa; en cambio, desrubri- ,

mos 10s Elementor de Euclides.. . D e la misma fonna, una historia de la historiografia que prctendiera Uegar a1 nlicleo de la cuesti6n deberia atender menos a1 f6ciI estudio de las ideas de cada historia- dor y dedicar mayor inreds a1 rcpertorio de su paleta: no basta elogiar la agudaa narrativa a e determinado historiador, o decit que otro apenas se ocupa de 10s factores sociales del period0 que estudia. En ta1 caso, Ia escala de valores podria experimentnr variacioncs:

i Encontramos un testimonio m q q r c s i v u dc esa auafieza cn P. Loslett,

. Un monde que nous amns perdu, pi&, 13.

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profesor en el aiio de gracia de 1925 a1 leer el texto de Rabelaisa '. La historia tiene la propiedad de desorientarnas; nos enfrenta sin cesar con realjdades ajenas ante las males la reacci6n mis inmediata es la dc no percibir. L j o s de darnos cuenta de que no disponernos de la Ilave, no advertimos siquiera que existe una puerta que es ne- cesario alrir.

I m reorias da la categorias gcnerales hisl6ricas

El enriquecirnienco del pensarniento hist6rico a travCs de 10s siglos se desarrolta por rnedio de una lucha contra nuestra tendencia espontinea a rriv~alizar el pasado, y se traduce en el aumento deJ nri- mero de conceptos de que dispone el historiador, y por consiguiente, en la ampliaci6n del catdogo de interrogantes que ser i capaz de plan- tear a sus docu~nentos. Cabe imaginar este cuestionario ideal como un catilogo de ulugarcs comunes,, o topoi y de uverosirnilitudes~ scmejanie a 10s que daboraba la ret6rica antigua para uso de 10s oradorrs. (Digamos de paso, sin la rnenor ironia, que la ret6rica tuvo gran importancia, y que su eficacia praxol6gica es, sin duda, consi- derable.] Gracias a ellos, el orador sabia en cada caso q u i aspectos del poblema debia apensar en plantearsea; tales catdogos no resol- vian dificultades, sino que enunciaban la totalidad de las posibles di- iicultades acerca de las que era necesario reflexionar. En la actuali- dad, 10s soci6logos e l ah ran a veces series de categorias generales de ese cipo bajo el epigrafe de check-lists'; el Manuel de Ekogmafia,

a E. Gilson, l a r idkes ef ler Lertre~., VVr, 1955, pdg. 230. Por cjcmplo, a1 final del esrudio de J. G. March y H. A. Simon, LPs or-

ganirafi(>n~, problhmes prycho-sociologiques, wad. al franc& de Dunod, 1964. E! capirulo I11 de la obra de Jean M i n sobre La MPfhode de I'histoire, trad. r i p Mcznard [Publicaciones de la Facultad de Lttras dc Argel, 1941), un gran

, . . ...ro que sigue mereciendo la pena consultar atentamcnrc, sc tituls e c h o

,ran cxacritud 1m lugarcs comunes o dbricas de la historia*. La usistunL- dc Droyssen consiste asimisrno en un cuadro de topoi: la5 razas, 10s o b

-7: humanm, la familia, el pueblo, el idiorna, lo sagrado (Histmik, pQs. 194- Vbase tarnbik la lista dc njbricas (a las quc se denomina intcligente-

x::-rire avariablesm) que clabura, S. N. Eixnsradt al find dc su voluminosa obra ?'he political rysrems of Empires, Glencoe, Free Press, 1967, pigs. 376-383. (El libro constituye un estudio dc historia mmpamda de la Administraci6n. d que st califica de sanilisis sociol6yico~: su objctivo es promover una usociologia histdrica~.) En rcslidad. hay pocas i d a s tan Jtiles y ran dcsdeiiadas cum0 la de la scric dc categorias gcnerdw quc constituyc una cspbcic dc rcpcnorio oricnrado a facilitar la invenci6n: ya Vico se quejaba dc quc cn su Cpoca 10s hisroriadom y 10s Fdhfos politicos desdeiiaban la teoria de las categorfas genc- raltr para prcstar atcnci6n exclusivamentc a la critica. En relaci6n con un fe- nac;micnto dc In tcorfa dc las catcgork gencrala en el camp dc Las cicnc~as

de Marcel Mauss, que instruye a 10s principiantes que van a iniciar sus trabajos pricticos sobrc 10s aspectos a 10s que ban de prestar atenci6n, canriene otra excelente lisra de lugares cornunes. Para d historiador, cumple idknrica funcibn la lectura de sus disicos (sobrc todo cuando Pstos no se refieren a C(SU ipocaa ya que, debido a las diferencias en materia de dmmentaci6n, las categorias generale~ de las distintas civilizaciones se complementan entre si). Cuanto m6s amplio sea su catdogo de categorias generales, mh posibilidad ten- dr i de enrontrar la llave ndecuada (o por lo menus, de darse cuenta de que existe una puerta que es necesariu abrir).

La utilidad de 10s ropoi h~stbricos no se limita a1 imbito de la shtesis. En el plano de la cririca permiren prevenirse del aspect0 m6s engaioso que implica la exister~cia de lagunas en la documents- ci6n: la distinta ubicacidn de esas lagunas. Deterrninada caracteris- tica com6n a diversas civilizaciones no aparece atestiguada, sino en una de ellas, y si nos atuvidramos a 10s docurnentos de esa dviliza- ci6n, no seria nunca p s i b I e extrapolarla a las demls. Supongarnos que el historiador estudia unn civilizad6n anterior a la tpoca indus- trial: dispondri de una serie de categorias generaits que le permite saber que a priori habri de interrogarse sobre la ausencia o la presen- cia de determinados rasgos, algunos de 10s males varnos a enumerar a conunuaci6n. Con frecuencia, In situacidn demogrrifica de esas so- ciedades, la mortalidad infanril, Is duraci6n de la vida humana y la incidencia de enferrnedades endtrnicas presentan rasgos en 10s que no se nos ocurriria pensar hoy. El precio relativo de 10s productos artesanales es tan elevado, que bastaria en la actualidad para incluir- 10s entre 10s objetos sernilujosos (las ropas, 10s muebles y 10s utensi-

humanas, vCase W. Hennis, Pohrrk und prakfucbe Ph;losophie, erne Studie zur Rekonstrukfron der polrtlsthen Wtssenscbaff, Berlin, Luchrerhand, 1963, capl- tulo VI: aPolitica y series tdpicas., asi como la dplica de H. Kuhn, aArjstoteIc und die Merhodc dcr polltischen Wissenschafta en Zeitsrhrift fiir Politik, XII, 1965, pigs. 109-120 (esta poldmlca a l m 6 un nivd y un inter& utcepciondes). La teoria de 1 s categon'as generales resufta liril en todos aquellos bbicos 10s quc las mas no se organizan more geometrrco Su finalidad es h ~ e r p siblc invcntar, cs dccir (rc)encontrar rodas lw considcraciones ncccsarias cn supuesto dado; no permlte descubrir nmvos elementos, per0 hace posible mo- vilizar un saber acumulativo, no pasar p o r alto la solucidn adecusda, o la pre- gunta percinente, y no ornitir n~nglin specto. Irnplica comprensi6n, prudencia. La sociologia tiene su origen en la idea de que hay aIgo que decir sobrc Im hechos sociales diferente de la historia de esos hechos. Dcsgraciadamente, mrno rendre~nos rxasibn de vet, tales bechos no se prestan ni a unu clasificad6n ni a una cxpl1caci6n que no tnlga carkter diacrbnico, es dedr hisr6rico. y no dm origen a una cicncia: todo lo que puede dccirsc sobre ellos perrmcct al Bmbito dc categorias gcneralcs: la sociologia es una tcorfa de Ins carcgarlas gcneralcs que no tiene mncicnda dc scrlo. h sociolos[s de Max Webcr puedc rcdudrsc a una teorIa dc las ca~cgdas gcncraIcs.

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Liirs de cmina figuran en 10s irlventarios heredirarios, y la ropa dc i,!. ~ o b r e s era ropa de segunda mano, lo mismo que en nuestra so-

!::d el cochc popular es un coche de segunda mano)" Referirse ::lni> nuestro de cada &a no es una metonimia. Por lo general,

.;,;a sigue el oficio de su padre. Hay tal ausencia de cualquier pers- ; : ~ i v a de progreso que esas souedadcs creen que el mundo es adul- i i l : clue esti wabado, y que viven en la v e j a deI universe. El Go- bierno central, a pesar de su autoritarismo, carece de poder: tan pronto se deja ntrLs la capital, sus decisiones chocan con la resistencia pasiva de la poblaci6n (el C,'ddigo Teodoriano cs m6s bien una obra de ernperadores ideologos que proclaman ideales en una cspecie de cricicIicas que de emperaciorcs dCbiles quc prornulgan infitiles ukases). La productividad marginal es menos importante que la productivi- dad media" La vida religiosa, cultural y cientifica, se articula a me- nudo en secras, fieles a una ortodoxia in verba m~gistri (por ejemplo, en China y en la filosofia helenistica). Una gran proprcibn de 10s rccursos procede de la agricultura y el n6cleo del poder se concentra generalmente en 10s propietarios de la tierta. 1.a vida econh ica res- ponde a criterios de autoridad mis bien que de racionalidad, y el termicniente es primordialrnentc un jefe que impnrte 6rdcnes a sus

' Viase un pasaie de Adam Smith que puede despettar el inter& de cud- quler arque6loyo que encuentre vestigios de mobiliario en una casa: .Las casas, 10s nuebles y 10s ~rajes de 10s ricos, a1 cabo de a l g h t i emp , pasan a ser ut~!irados pot Ias clases medias y bajas dc la poblacidn, que puedrn pcrmitirsc adquirirlos cuando la clase superior esth harta dc usarlos. AI enrrar cn las casas, 110s enconcrarnos frecuencenlenre con muebles ercclentes. aunque anti- cuados, que re hallan en perfecto esndo de uso, y que no han sido fabricados para aquellos que 10s utilizan* (Rschesse des Notions, trad. Garnicr-Blanqui, "01. I, pig. 435. .!=n e1 cantexto, Smith se refiere a mansiones nobles que se han dividido en apartamenros en Jos quc viven aiembros de las c lass PO. pulares ).

Cimo se sabc, la productividad media cs d rcndimicnto medio por unidad de pruducci6n, y la produccividad marginal, la productividad de la irltirna uni- dad de produccidn que sigue nvaliendo Is p n a * producir. Cuando la tknira es etrasada y la producci6n rcsuka insuficiente para stendcr l a necesidades fun darn en talc^, la subsistencia de la comunidad necerita incluso d d productor que sr, halla cn pear situaci6n, y no cs posible prescindit d e 61. eunque su rendimicnto sca muy inferior d medio;, d equiIibrio no viene dcrcrminado por el limitc inferior, y es d rendimienro rncdio el que dctermina 10s precios y 10s salaries, llcgando a darse el caso de que un productor quc no pu&_vivir de su crabajo, per0 cuya actividad es imprewindiblc para la exisrencia de la co- rnunidad, sea mantenido acudiendo a otros mrsos: Cf. K. WickscU, Lectures on po l~ t i cd economy, cd Robbins, Routledge y Kegan Paul, 1967, vol. I, p6- gins 1.13; N. Gcorgescu.Roegen, L Science Econornique, ses probUmrs ef ses dillirulris, trad. Hostand, Dunod, 1970, pdgs. 262 y 268; J. UUrno, ~Recherches sur l iqu ilibrc cconamiqucr, en hnaies de I'Institui Hcnri Poincad, tomo VIII, fa. 1, pdgs. 6 7 y 39-40.

hombres en el trabajo. EI hecho de estar excluido de la vida p6blica o vivir al rnargen dc la sociedad facilita sensiblemenre la inmersi6n en la vida econ6mica (es el caso de 10s emigrantes, 10s berejes, 10s miembros dc grupos ajerios a Ia cornunidad, 10s judios y 10s Lbertos griegos y romanos). En contrapartida, otros topoi tienen menor in- cidencia de lo que cabria pensar. Por ejelnplo, no es posible deter- minar a priori el volumen de la poblaci6n (junto a bormigueros hu- mmos, Ia Italia rornana contaba con siete millones de habitantes, ttprox~madamente), ni la existencia y la importancis de grandes ciu- dades, ni la intensidad de 10s intercambios interregionales (muy im- portantes en la China moderna y , sin duda, en el Imperio Romano). A veces, el nivel de vida es alto (el del Africa y el Asia romanas debe haber sido similar a1 de nuestro siglo xv~~r), a pesar de la in- existencia de instituciones que podria pensarse que son imprescin- dibles en una economia desarrollada, como 10s instrumentos de cri- diro, o a1 menos la letra de cambio. Tampoco cabe excluir la posibi- lidad de que se dE un p a d o considerable de alfabetizacibn de la blac16n (como en Jap6n antes de 10s Meiji). Esas sociedades no son rsencialrnente esthticas, y la moviiidad social puede tcner una im- portancia inesperada y adopt= formas sorprcndentcs, pasando por la esclavirud (Roma, el Imperio Turco). El fatalism0 y la laudafio temporis mti pueden ir unidos a la convicci6n individual de que cualquiera pucde mejorar de posici6n gracias a su espfritu de em- presa; la npobreza e s t ab le~ de tales sociedades hsce que nadie se avergiience de su posici6n social, pero no impide que todos intenten ascender. Su vida politica es a veces tan agitada como la de socie- dades mis prbsperas, per0 10s conflictos no se reducen siempre a lochas entre clases econ6micamente diferenciadas; con mayor frecuen- cia, se trata de simples rivalidades cara a la consecuci6n del poder entre grupos andogos (dos ejircitos, dos clanes aristocriticos, dos provincias), La agitaci6n d o p t a formas inesperadas: 10s apocalipsis y 10s falsos oricuIos ocupan eI lugar de 10s panffetos y de las consig- nas, y a menudo, convictos (Pugatchev) o simples aventureros su- blevan a las masas, hacikndose pasar por un emperador o por el hijo de un ernperador a 10s que aqu6llos creian muertos: tal es el caso del afalso Demetrio,,, que se repite en Roma, con el falso Nerdn, asi como en Rusia y e n China, y que reclamaria un estudio de historia comparada.. .

La elaboraci6n de series de categorias generales de ese tip0 no constituye un rnero ejercicio acad6mico: no se trata de forrnar un

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,icrt;:jn de un colectivo de cien millones de personas a una nueva ' c i ; g : o d E S r ~ m o s ante un problema de la sociologia de la conversi6n.

que y;t se han formado cierta idea 10s misioneros a parrir del siglo xva; es posible, por consiguiente, pensar que un historiador cornience estabieciendo una teoria de las categorias generales ( o una sociologia, o una historia comparada, si se prefiere! de la conversi6n en rnasa, y, a partir de ella, intenra mediante un cjercicio de im* ginacidn, la retrodiccidn de la historia antigua del cristianismo.

La llrcha contra la dpiica de Ias fuenter

Asi pues, lo que confiere su unidad a 10s distintos aspectos de la historia no acontecimental es su lucha contra la 6ptica impuesta p r las iuentes. La Escucla de Ins Anales ha dado lugar, por urla partc, a estudios de historin de 10s rnodos de pensar, de 10s valores, y , por otra, a obras de sociolagia histbrica. {QuC parentesco puede existir entre obras a primera vista tan heterbgeneas? entre la curva de la evoluci6n de 10s precios en la Baja Provenza en d siglo XVI y un estudio sobre la percepci6n de la temporalidad en esa tpoca? La unidad de esas distintas in~es t i~ac iones viene dada por la configuraci6n de la documentaci6n: la curva de 10s precios y la percepci6n del tiernpo de las gentes del siglo XVI tienen de co&n el hecho de que 6stos no eran conscientes n i de la una ni de la otra, v de que aquellos bistoriadores que se limiten a ver el siglo XVI con 10s ojos de 10s que vivieron en 41 no lograrh alcanzar mayor grad0 de conciencla que ellos.

Cuando Ia historia haya acabado por sustraerse a la cjptica de las fuentes, cuando la preocupaci6n por explicar todos los fen6menos a 10s que se refiere ( n ~ q u P era, por consiguiente, un v a l i d o ? ~ ) se haya convertido en un mecanismo reflejo, 10s manuales de historia serin rnuy diferentes a 10s de hay: describirrin detenidamente las aes t ruc t~ i ras~~ de una concreta monarqula del Antiguo Regimen, nos explicara'n que era un valido, por qu& razones y de q u t forrna se hacia la guerra, y hartin much0 menos hincapiC en las guerras de I.uis XTV y en la caida de 10s validos del joven Luis XIII. Pues la historia, ademls de ser una Iucha por la verdad, es una lucha contra nuestrs tendencia a pensar que todo cae de su peso. El dmbito en el que se desarrolla esta Iucha es el de la teoria de Ias categorias gene- rales: 10s inventarios de lugares comunes se arnplian y perfeccionan a 10 largo de las generaciones de historiadores, y Psta es la raz6n de que no sea posible hacer de historiador improvisado, de la rnisrna forma que no es ~ o s i b l e hacer de oradur improvisado. Es necesario

saber cuiles son 10s problemas que hay que plantease, y cudes 10s que estdn superado$; no se pueden cscribir obras de historia politica, social o religlosa contando corno h i c o bagaje con las oplniones res- petabtes, rcalistas o progresistas quc cada cual ~ u e d a tencr acerca de esas materias. Hay nntiguallas que es precis0 descartar, corno la psi- cologia de 10s pueblos o el recurso a1 espiritu national, y sobre todo, es necesario adquirlr una mdt i tud de ideas: n o es posible escribit la h~storla de una civilizaci6n antigua contando hicarnente con una cultura humanista. Aunque la historia c a r m a de mitodo (y por ello quepa la posihilidad de bacer de historiador improvisado), dispone de una teoria de Ias categorias eenerales (y pot eso no es aconsejable hacer dt historiador ~mprovisado). EI riesgo d e la historia es su aparente y engaiiosa facilidad, A nadie se le ocurre hacer de fisico improvisado, porque todos s a k n que se requiere una formaci6n maternht~ca; pero la necesidad que el historiador tienc de poseer experiencia hist6rica no es menor, aunque no sea tan Hamariva. La linica d~ferencia estriba en que, si sus conocimientos en ese Bmbito son insuficicntes, las consecuencias s e r h rnenos espectaculares, y no responderan a la Iey del todo o nada: la obra hisr6rica tendrs defec- tos (un anacronismo conceptual inconsciente, abstracciones no acu- kadas, falta de anaisis de determinados residuos acontecimentales) y sobre todo carencias. Pecari mis por lo que ha dcjado de plan- tearse que por lo que afirma. En efecto, la dificultad de la historio- grafia esrriba ma's bien en hallar 1~ preguntas que en encontrar res- puestas a ellas. El fisico es camo Edipo: es la esfinge quien pregunta, y 151 quien debe dar la respuesta acertada. En cambio, el historiador es corno Parsifal: el Grial estk ahi, delante de 61, ante sus ojos, per0 d l o le perteneced si se le ocurre plantear la pregunta.

Para que el bistoriador pueda dar respuesta a sus intecrogantes, In existcncia de documentos es condicibn necesaria, pero no suficiente: es posible relatar prolfjamente cuanto ocurri6 el 14 de julio, el 20 de junio y el 10 de agosto sin que entre en juego el rnecanismo explicativo y sin aclarar que el hecho de que la Revoluci6n adopte la forma de ajornadasn no es algo natural, sin0 que obedece necesa- riamente a deterrninadas causas. Si tomando al pie de la letra este ejempIo trivia1 el lector se siente tentado a pensar que el progreso de la teoda de las categorias generales es un inlitil ejercicio de redac- cidn, habria que recordale que I-Ierodoto y Tucidides disponfan de la totalidad de 10s hechos necesarios para fundar una historia social o religiosa (incluida la comparaci6n heuristics con 10s puebIos bir- baros) y que, sin embargo, no lo hicieron. Se nos objetari que care- clan de 10s uinstrumentos intelectualesn para esa tarea; pero eso es precisamente lo que intentamos decir.

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, -- - -- - - - -- .- Paul Vcync

El objerivo liItimo del esfueno de conceptualizaa6n es facilitar a rravis del discurso a1 lector profano todos 10s datos que le per- niran rcconsrruir el acontecimiento en su totalidad, induidos su urono* y su ctatm6sfera*. En efecto, iniciahente, cualquier hecho quc ocurre en una civihaci6n que nos es ajena, consta, a nuestro J I I I C ~ O , de dos partes: una se puede leer explicitamente en 10s deal- mentos y en nuesrros manuales, en tanto que la otra es.un aura de fa que el especialista se i~npregna en contact0 con 10s docu- mentos, pero que no es capaz de traducir a palabras (de ahi que se diga quc 10s documentos son inagotables); la famitiaridad con ese aura disungue a1 especialista dcl prafano y permite a1 primeto denun- ciar el anacronismo o el desconmimiento del modo de pensar de la

en tanto que el rjltimo, que se avcnmra a reconstruir un acontecimiento a partir del texto literal de 10s manuales, lo recons- m y e ma1 porque le falta una pieza fundamental del rompetahas.

El progreso del conocimiento his~driccz

El h i c o progreso que cabe a1 mnocimiento hist6rico es la am- 3liac16n de jos repertorios de lugares comunes: la historia no podr6 lunca darnos ma's lecciones de las que ya nos da, pero puede seguir nuJtiplicando 10s interrogantes. Es una disciplina decididamente na- .ratlva y se limita a relatarnos lo que hizo AIcibiades y lo que le xurri6. Lejos de abocar a una dencia o a una tipologia, corrobora ma y orra v a que el honlbre es un material dBctil sobre el que no s posible emitir un julcio permanente. La historia no es mis capaz toy qrle en sus origenes de decirnos de qu6 forma se articulan lo con6mico y lo social, e incluso es menos capaz que en la 6poca de llontesquleu de afirmar que, dado el acontecimiento A, se ptodu- irB indefectiblemente cI acontecimiento 3. Por consiguiente, a 1s ora Je evduar la obra de un historiador, son mucho m8s impor- mtes Ia riqu- de sus ideas o su capacidad para captar 10s matices ue su conccpci6n de Ia historia: carece dc importancia que el histo- ::i3cr crea o no en la intervenci6n de la Providencia en Ia historia,

. ' 7 astucia de la raz6n, ni que conciba la historia mmo una teo- 7.1 etiologia o una hermenPutica. Un Tucidides judio o cris- . . -:era sido capaz de revestir un relato admirable de una t e e

(,cua, sin que p r ello se resintiera la mmprensi6n de la .. . J a su vez, el inter& puramente hist6rico de la mayorfa de f ic.cufias de la historia es escaso. Con el curso del relato hist6rico

ccde como con Ia verdad de las tragedias: uno y otra admiten pocas dificaciones. En lo fundamental, el modo de relatar un aconteci-

miento no difiere en un autor moderno respecto de Hemdoto o Fmis- sart. Para hablar con mayor exactitud, la tinica diferencia quc 10s s~glos ban creado entre esos autores, radica mis quc en lo que dicen en lo que pretenden o no pretenden decir. Basta comparar a1 respecto la historia de David del Libro de Samuel y la de Renan. El relato biblico y el contenido en la Historia del pueblo de Issoel son bas- tante diferentes, pero inmediatamate puede advertirse que la m6s espectacular de las diferencias no decta a1 fondo e jnteresa mhs a1 fi1610go que a1 historiador; afecta a1 arte narrativo, a la concepcidn de1 relato, a las convenciones, a la elecci6n de 10s giras, a la riquea del vocabulario; se Jebe, en una palabra, a la evoluci6n de las formas, a esas eaones de la moda tan imperiosas quc un traje pasado de moda constiruye el simbolo mAs grlfico del paso del tiempo y que Ia extensihn de un texto griego o de la Epoca de Luis XIV que podrian atribuirse a1 siglo xrx pocas veces excede de algunas Lineas, aunque su contenido no haya cnveiecido en modo alguno.

Advertimos qui. es lo esencial si prescindirnos de esas diferen- cias, a fin de cuentas insignificantes, a pesar de ser tan llamativas (pues condicionan la vida Iiteraria e intelectual, en la que el factor de modernidad reviste gran importancia), y que siguen resistitindose a ser conceptuaIizadas por la filologia y la historia del arte, asi como de IS fiIosofIas de la histotia de Samuel y de Renan --que implican, respectivarnente, la admisi6n o la negaci6n de lo sobrenatural y de la explicaci6n teolbgica de la historia-, dejar~do asimismo de lado el asentido* quc puede atribuirse a la historia de David, s e ~ n se interprete en funci6n del nacionalismo judio, de la Resurrecabn, etcdtera.

A fii de cuentas, las diferencias de fondo obedecen a dos causas: una visi6n histrjrica mis o menos profunda, y eI hecho de que algu- nas cosas que para el historiador judo son evidentes no lo Sean para el moderno. La riqueza de ideas del histoi-iador antiguo no es exce- siva, y cuando David abandona Hebr6n y elige como capital Jebus, la futura Jerusaldn, no es capaz de plantearse todo lo que acierta a ver Renan: uNo.resulta fhcil decir qu-5 es lo -que decidi6 a David a abandonar Hebr6n, que gozaba de derechos tan antiguos y evidentes, eligiendo una aldea insipificante como Jebus. Es probable que pen- sara que Hebr6n era demasiado judaica, y no quisiera herir la SUS- cepribilidad de las dern6s tribus, sobre todo la de la tribu de Renja- min. I-Iacia falta una ciudad nueva, que careciera de tradici6n.s Y, 16gicamente, como el acontecimiento es diferencia y su cornprensi6n es fruto de la cornparaci6n, el historiador iudio no reparara en deter- minados aspectos que, en cambio, no escapan a la atcna6n de un exmnjero, ni puede escribir, como Renan: uDesde luego, una gran

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. . ,.-t;,:!;ai hubiera rcsultado inc6moda, dado el emplazamiento de jebus; IIcio las grandes ciudadcs no encajaban en las preferencias ni en la ncritud de aquellos pueblos, que buscaban ciudadelas cuya defensa fur& fici1:m Nacuralmerite, el historiador antiguo no podia disponer de esa cacegoria general de las capitales. Cuando decirnos que Renan, a rravCs del rclato biblico, ha descubierto la vcrdadera figma de David, no queremos decir que 10s rrlCrodos de sinresis hayan expe- riclentado progresos y que nuestra forrna de explicar 10s reyes y los pueblos haga adquirido carhcter cientifico, sin0 que Renan ha sido capaz, de url lado, de expresar lo que 10s israelitas pasaban pot alto por resultarles demasiado evidente, y de otro, de plantearse inte- rroganres en 10s que el hisroriador antiguo, dotadu de menot agudez plf t ica , no habia reparado. Prescindo, ya que no es el tema de la Dresenre obra, dc la difcrencia de mayor envergadura, que guarda relacicjn can la critica (en su forrna prirnaria y siempre mod6lica de :ririca biblical. Si liacemos abstraccihn de la critica, de las ideas .ilosrj;ficas y teol6gicas --que tienen escasa importancia desde el )unto de vista tCcnice- y de las modas filol6gicas e i d ~ d 6 ~ i c a s , y 10s atenemos a1 plano de la sintesis histbrica, el abismo que separa 11 SomwI y a Rer~an es el mismo que separa Ias relatos que harian le un mismo acontecimiento un nativo y un viajero, de un lado, y ?-hombre rorriente v el periodista politico, de otro: ese abisrno es- rjba en la distinta riqueza de sus repertories de ideas.

LO SUBLUNAR Y LAS CIENCIAS HUMANAS

Pero, tpor qu6 no seria posible elevar la historia a la altura de la5 ciencias cuando 10s hechos integrados en etla y en nuestra vida esta'n sujetos a las ciencias y a sus leyes? Porque en la historia hay leyes (un cuerpo que cae en el relato dc un historiador lo hace, por supuesto, de acuerdo con la ley de Galileo), pero no son rus leyes. El desarrollo de la Cuarta Cruzada no esti dererminado por una ley en mayor medlda que lo esti lo que sucede en mi despacbo, donde la luz solar cae en Bngulo cada vcz m6s oblicuo, el calor que despide el radiador tiende a estabilizarse de tal forrna que la suma de las derivadas parciales de segundo orden es iglial a cero, y el filament0 de la bombilla se hace incandescente. Un eievado n6mero de leyes fisicas y astron6micas que, sin embargo, no bastan para explicar un simple acontecimiento: a la caida de una tarde de invierno, he subido la calefacci6n central y he encmdido la la'rnpara de mi despacho. Las leyes y 10s acontecimientos hist6ricos no coinciden y la categorizacidn de 10s objetos segrin lo vivido n o cs la rnisrna que la de 10s objetos abstractos de la ciencia. El resultado es que, aun cuando la ciencia hubiera lIegado a la cumbre de su perfecci6n, no seria maneiable, y no se podria en la pra'ctica recomponer la historia con ella. Resulta asimisrno que, por muy perfeccionada que estuviese, 10s objetos de la ciencia no serian Ios nuestros, y seguiriamos refiriindonos a 10 vivido y escribiendo la histotia tal coma lo hacemos ahora. Y ello, no por una cierta apetencia de caIor hurnano; ya hemos visto que la historia no se interesa pot lo singular ni pot 10s vatores, sin0 que

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7 , s > - - Paul Vepne

trara de com~render y desdeiia lo anecd6tico. Si pudiera convertirse en clencia, lo vivido no seria para ella mis que una antcdota, pero en la prictica esa conversi6n es imposible y lo vivido conserva la densldad que le es propia.

l'ero tai s1tuaci6n no es exclusiva de la historia: la ciencia no expIica la naturaleza en rnayor medjda que explica la historla. No da mas cuenta de un accidente de coche o de un chaparr6n en Anti- bes, un doming0 de frbrero, que de la Cuarta Cruzada. 1.a ciencia fisica, o humana, explica cierios aspectos, cunformados a la medida de 5us leyes, las maIes abstrae de 10s acontecimientos naturales o h~stciricos, y un especiatista en histaria natural no tendria merlos raze nes que un hisroriador para quejarse de ella. Las esquen~atizaciones iniriales de la ciencia y de lo vivido son tan diferentes que es muy difica establecer una conexi6n entre ellas. L s limites de nuestra facuItad de CQnOCer son tan estrechos, Ias mndiciones en quc se puede ejercer tan difkiles, que ambos t i p de categorias se excluyen mriruamente. y no se puede hacer ciencia de 10 sublunar a menos que se renuncie a lo sublunar sustituyendo el arco iris pot 10s quanta p la ~oes i a de Baudelaire por una teoria del lcnguaje poCtico como jcrarquia de fuerzas con una convexidad 6ptima. Sdlo en la infini- tud del tiempo se uniran arnbas categorizaciones, cuando se recurra a la quimica, y no a1 cocinero, para conseguir un plato con un deter- minado saber. Para que la historia pudiera elevarse a la categoria de ciencia, seria precis0 que ista se correspondiera con el mundo de lo vivido (si bien con un caricter mis cientifico y en uaa versi6n en cierto modo modernizada) y que no constituyera una ruptura con la inmediatez, bastando escarbar un poco en 10 vivido para encontrar la ley subyacente. Vamos a mostrar por lo tanto en qu6 la historia no es una ciencia, aunque, corno si existe la ciencia del hombre, hcmos de vet tambiin qut relaciones puede haber entre ella y la historia, para lo cual ser& precis0 en primer lugar adoptar una pos- tura sobre la siruacibn actual de las ciencias humanas.

Si las categorizaciones cientifica y sublunar no coinciden, se debe : 13 ciencia no consiste en describjr lo que existc, sino en descu- -tortes oculros quc, a diferer~cia de 10s crbjetos sublunares, fun- - con todo rigor; mas all; de lo vivido, busca lo formal. La

. ,. ., ilo estiliza rluestro mundo, pero construye modelus a partir ;I nos da sus f6rmulas, la del 6xido carb6nico o la de la utilidad

marginal, tomando corn0 objetos 10s modelos cuya consrrucciSn des- cribe '. Constituye un discurso rlguroso a1 que 10s hechos obedecen formalmenre denrro de 10s limites de su abstraccicin y coincide, sobre todo, con In real en el caso de Ins cuerps celestes, planetas o coheres, aunque este caso privilegiado entrafta el riesgo de hacernos olvidar un tanto que, la mayor parte de las veces, la teoria cientifica se man- tiene a nivel rehrico, que explica lo real en'mayor medida de la que permite manejarlo, y que la tCcnica supera ampliarnente a la ciencia, la cual a su vez la dcsborda no menos ampliamente en otros extre- mas. La oposicidn entre lo sublunar y lo formal, entre la descripci6n y la formalizaci6r1, sigue siendo el criterio para juzgar a una ciencia autintica, que no consiste cn un programa de investigaci6n: no se programan 10s descubrimientos, que permiten, sin embargo. saber de qut lado puede esperarse ver abrirse paso a la inspiraci6n, y de quC lado e s t h las vias sin salida, especialmente las de vanpardia.

Ahora bien, 10s hechos que obedecen a un modelo nurlca s e r h 10s que inrrresen a1 historiador y ah; esti el quid de la cuesti6n La historia que se escribe y, antes de ello, la que se vive, esti compuesta de naciones, de cruzadas, de cIases sociales, del Islam y del Medite- rrineo: todas ellas nociones de la experiencia que bastan para actuar y padecer, p r o que no son ideas de la raz6n. Por el contrario, aque- Ilas ideas que pueden ser ordenadas por una ciencia del hombre for- mando modelos rigurosos son ajenes a esa experiencia: estrategia de 10s minimos, riesgo e incertidumbre, equilibria de la cornpetencia, 6ptimo de Pareto, transitividad de las elecciones. Pues si el mundo, tal como lo ven nuestros ojos, tuviera el rigor de las ecuaciones, Ia ciencia no seria otra cosa que esa visi6n. Ahora bien, como 10s hom- bres nunca dejarin de ver el mundo con 10s ojos que 10 ven ahora, las disciplinas hist6rico-fllos6ficas, que se atienen deliberadamente a lo vivido, rnantendrhn siempre su raz6n de ser.

Asi pues, la imposibibdad de una historia cientifica no se debe a1 ser del hornrno histon'cur, sin0 solamente a las condiciones limi- tadoras del conocer. Si la fisica fuera simple estilizacibn de la tota- lidad sensible, corno cuando especulaba sobre el Calor, lo Seco y el Fuego, todo lo que se dice ahora de Ia falta de objetividad de la historia podria volverse a decir de 10s objetos fisicos. El pesimismo

1 ontol6gico se reduce por lo tanto a un simple peimisrno gnoseo- I 16gico: el que la historia de 10s hisroriadores no pueda ser una cien- I cia, no quiirc decir quc sea imposible una ciencia de la vivencia

V., por ejemplo, J. Ullma, kz P m d e scientifique modcrne, Flammarion, 1958, caplrulos I y 2; id. aLcs mncepts dc la physique^ en la col. Encyde pedie dc la Pitiadc. hgique et C o n ~ i ~ r e n c e scirntijique, p&. 701.

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-i i ; l ' , pero se ve ficilmente a quk precio: lo que tenemos por :::l!,re considerar como un acontecimiento estallaria convirti6n-

f.:, . : .:n una rniriada de abstracciones diferentes. Pot ello, la idea de ,,.,,,I: ...! , .cdi. .... cicntificamente I ir revoJuci6n de 1917 o la obra de Balzac ~ r s a ! t a tan poco cientifica y descakllada como la idea de expIicar (-icntiiicarnertre el departamenro de Loir-et-Cher, y ello no porque 10s hechos humanos scan tocalidades (10s hechos fisicos tarnbiCn lo sor., para el caso), sino porque la ciencia nu conoce m6s que sus propios hechos.

SituaciAti acfuol rfe las ciencias h~rnunas

Solarnente en el campo del conocimiento se oponen entre si lo sublunar y lo cicntifico, lo vivido y lo formal. La distinci6n que hacia Arist6teles enrre las dos regiones del ser (la que se encuentra mas al!P del circulo de la Luna y la que est i mis ac6) st. traslad6 a1 clrden del conocer cuando naci6 la ciencia rnoderna y Gaiileo dernos- tr6 que lo suhl~tnat tenia sus leyes ocultas y que la Luna y el Sol crnn cuerpos semcjantes a 1s Ticrra, que tenfan sus imperfeccioncs *rnateriales*, sus manchas y sus montaiias. De ello resulta en primer lugar que es posible una ciencia del hombre y que las objeciones que a veces se le forrnulan todavia (<<el hombre es espontaneidad imprcvisiblev) son las rnisrnas que se hacian a Galileo cuando se le argiiia que la naturaleza era la Gran Madre, fuerza inagotable de crcaci6n espont6nea que no se deja reducir a cifras asi como asi. Resulra, asimismo, que una ciencia det hombre no merece en realidad el nombre de ciencia mas que mando no se reduce a una parditasis de )as cualidades de lo vivido y cuenta con abstracciones propias que tengan el rigor suficiente para ser expresadas en ese idioma tali bien construido que es el iilgebra. Resulta, por dt imo, que 10 sub- Iunar persiste como una segunda forma de conocimiento, el de las discjpfnas hist6rico~filol6gicas; la csencia de La cier~cia es no ser

a G. Barraclough, uscientific method and the work of the hltorian*, en LORIC, rncfhodolo~s and philosophy a/ scirnre, Proceedings of the 1960 Inter- natiorrd Cor~~rrrs, Slaoford university Press, 1962, pig. 590: aLa elrrci6n qrle rcaliza el historiador cntre la acritud idiogrdfica y Ja nornogrif ica y . especial- rncnrc. su ncgativo a p a a r de la narrzcibn descripriva a la consrrucci6n te6rica. no Ic vicne impuesta por la naturaleza de 10s hwhcs, como intcntaron demos- trar Dilrky v orros alltorcs. Se trata dc una decci6n cnteramentc librc. No resuI1t1 J~ficil dcmosrrar quc, dcsdc csrc punto de vista, no hay una diferencia chcncial cnrrc los hechos que utiliza cl historiador g 10s que ~ltiliza el fisico. 1.3 dlfcrencia reside excludvamcnrc cn cl hinrapit quc cl obxwndor haga sobre lo individual..

lnmediata y la de esas disciplinas el describir la inmediatez. Entre lo vivido y lo formal no hay nada, las dcncias humanas que no han sido todavia formalizadas son una retdrica, una teoria de las catego- rias generales extraida de la descripci6n de lo vivido; cuando, pru- dentcrnente, la sociologia no pretende ser la historia de la civilizaci6n contemporinea, cuando quiere ser general y teorLza sobre 10s roles, las actitudes, el control social, la Gemeinschuf~ o la Gesellshrrfr, cuando rnide 10s ind~ces del liberalismo, de la cohesi6n social o de la integrac~dn cultural, se asen~eja a la antigua fis~ca, que concep rualizaba el Calor y la Humedad y querfa hacer urla quimica con la Tierra y el Fueyo.

Es precis0 pur tanto renunciar a hacer de la historia una ciencia, considerar no cientificas a una gran parte de las ciencias humanas actuales, pero defender no obstante Ia posibilidad de una ciencia del hombre, basindose en las escasas piginas escritas basta ahora sobre esa ciencia del futuro y mantener, p r dtimo, que el saber hisr6rico conservard siempxe su legitirnidad, pues lo vivido y lo formal son dos esfetas coextensivas del conocimiento (y no dos iimbitos yuxta- puesros del ser: el de la natutaleza y el del ser humano); la ciencia no abarca todo cl conocimicnto. Estos cuatro ucases tiencn su ori- gen, convengamos en ello, en un cierto sectarismo, o rn6s bien cons- tituyen una apuesta, pues estarnos embarcados y no podemos dejar de apostar; todo es preier~blc a la politica dcI avestruz o a Ia afici6n excesiva e indiscr~mrnada por todas las novedades. La situaci6n actual de las ciencias humanas es la de la fisica a principios de la Edad Moderna. Una ipoca que ha visto establecer el teorema de 10s rn'hi- mos, el teorema de Arrow y la g r d t i c a generativa puede legitima- menre concebir las misrnas esperanzas que la generaci6n que precedi6 a Newton. Cuando se hojean 10s libros que tratan sobre la teoria de la decisidn, las relaciones en la organizacidn, la dinimica de grupos, Ias investigaciones operacionales, la economia del bienesrar, la teoria electors!, c time la sensaci6n de que algo estd a punto de nacer que va a alterar 10s viejos problemas de la conciencia, dc la libertad, del individuo y de lo social (pero que vuelve a encontrarse, sin duda, con el problema de la conducta qracional,,); que todos 10s datos estin dados y superados; que las matemiticas constituyen un instrumento bien corltrastado y q r ~ e lo linico que falta es la intuici6n que permiti6 a Newton rcconocer las tres o cuatro variables uinteresantes~. 0, para decixlo de otra forma, esos Iibros estin en el mismo estadio de evo- Iuci6n que estaba Adam Smith: son una mezcla de de~cri~ciones, de eshzos te6ricos, de lugares comunes que han venido a desembocar ahi, de ejemplos de sentido comlin, de ahstracciones inlitiles y de recetas prdcticas en las que queda por hacer todo el trabajo de sis-

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tematlaci6n que, sin embargo, sc ha convertido ya en factible. Con- tarnos can la l~ngiiistica, de la que no es i s te el lugar mis apropiado para hablar; tenemos la econom'a, ciencia humana c ~ m ~ l e t a m e n t e cvnsriruida y ciencia psiquica que no tlene nada que ver con la rnate- ria (en ei sentido manista del tirmino). Esta ciencia no se parece aperlas al marxismo, a la historia econ6mica o a la secci6n econhmica de 1,e Monde; no trata de toncladas de carb6n y de trigo, sino del arigen del valor y de la consecuci6n de 10s fines por 10s que hemos optado en un m~rndo en eI que 10s bienes son escasos, y es una ciencia deducciva en la cual las matematicas son mas bien un leng~laje sim- bilrco que la expresi6n de lo cuantitativo. Es la ciencia mis indicada para hacer cornprender a1 historiador en q u i sentido la historia no cs una ciencia y para conseguir que las ideas sobre la cuesti6n ocupen el Iugar que les cortesponde en la mente de aquil, que resalten 10s contrastes, que cornience a verse mas claro, que la palabra ciencia adquiera un seritido precis0 y que la afirmaci6n de que la historia no es una ciencia cese dc considerarse una blasfemia.

Posibiirdud de uno ciencia del hombre

Las mismas objecciones que se forrnulan a una dencia del hom- bre (10s hechos hurnarlos no son cosas; la ciencia es una mera abs- tracci6n) podrian hacersc a la fisica: como veremos, no habria nada ma's fa'cil que desacreditar a Gdileo. La ley de Galileo dice que el espacio recorrido por un cuerpo que cae, ya sea verticalmente o des- cribiendo una p a r i b l a , es directamente proporuonal aI cuadrado del tlernpo qrle dura la caida o sea, e = 112 gt', en la que t>xpresa d hecho dr: que el espacio recorrido tiene un gran efecto acumulativo. Se trata de una teoria que tiene el doble defccto de ser inverificable y dc ignorar la originalidad de 10s hechos naturales: no se corresponde ni con la experimentaci6n ni con la experiencia vivida. No nos ocu- paremos del famoso experimento de la Torre de Pisa: hoy sabernos quc Galileo no lo redizd (el siglo xv~r est i lleno de experimentos que 5610 se realiznron con la irnaginaci6n, como 10s de Pascal sobre ei vacio), o que no logr6 el objetivo pretendido (sus resultados son falsns de cabo a rabo). En cuanto a1 experimento del plano indinado, Galileo recurrib a CI a1 no poder hacer el vado en un espacio ce- rrado; pero, tcon q u t base cabe establecer una inferencia a partir de una bola que meda para aplicarla a una bola que cae? {Y por qu6 habria que desechar un determinado aspecto y fijarse exclusivarnente rn otro, despreciando la resistencia del aire y considerando esencial

:-cicrad6n? 2Y si hubicra que buscar la verdadera dave en la

creencia del sentido com6n s e d n la ma1 una bola cae deprisa o despacio seg6n sea de plomo a de plurnas? No cabe reprochar a Aristoteles que desprec~ara el aspecto cuantitativo del fm6men0, puesro que Galilco desprecia a su vez la naturaleza del cuerpo que cae. De hecho, su ley, l es verdaderamente cuantitaciva? No puede verificarse sin cron6metro (Galilro ~610 disponia de una clrpsidra), sin un espacio cerrado, y sin haber dcterminado el valor de g, y es tan lmprecisa como arbitraria (la f6rmula e = 1/2 gt' puede apli- carse !o rnismo a la aceleraci6n que imprime un auromovilista a su autom6vil medianre el acelerador que a cualquier cuerpo que cae). Esta ademis en contradiccidn con nuestra experiencia. Salvo Ia pala- bra acaida*, lqu6 hay de com6n entre la caida vertical de una bola de plomo, el vuelo planeado de una hoja o la trapectoria parakl ica del dardo lanzado intencionalmente por un tirador? Galiieo cay6 en una trampa deI lenguaje. Si hay algo evidente, es la diferencia que existe entre 10s movimientos naturales (el fuego que asciende, la pirdra que cae) y 10s inducidos (la llama que hacernos bajar soplando, la piedra que lanzamos hacia el cielo). h s iiltimos acaban siempre recobrando su direcci6n natural: !os hechos fisicos no son cosas. Si vamos alin mis lejos, a 1as cosas misrnas, podemos adverrir que ninguna caida se aserneja a otra, que &lo existen caidas concretas, que la perfecci61-1 casi abstracts de la caida de una bola de plorno constiruye un caso limite y no un ejemplo tipico, que se trata de una ficci6n ran excaivamente racionaI como la del homo oeconomrcus, y que en realidad nadie puede calcular ni prever una caida, sino sola- mente describirla i d i~~r i f i camen te , hacer su historia. La fisica no es materia de razdn, sin0 de comprensi61-1, de buen juicio: nadie puede decir exactamente cuinto tardari una hoja en caer, p r o puede de- cirse que hay algunas cosas imposibles y otras que no lo son. Una hoja no puede quedarse en el aire durante u n period0 indefinido, lo mismo que no puede nacer un caballo de una oveja. La natura- leza no tiene leyes cientificas, ya que es tan variable como el hombre, pero tiene sus foedera, sus limites constitucionales, como la historia (por ejemplo, sabernos a ciencia cierta que Ia escatologia revolucio- naria encierra una imposibilidad, que choca con las fuedero hirrorine, y que, pase lo qve pase, nunca podra' hacetse realidad. Pero en cusnto a q u i hechos concretos van a ocutrir ... Todo 10 m6s puede pensarse qrle un determinado acontecimiento ufavorece,, la aparici6n de otro). Asi pues, la naturaleza y la historia ~ienen sus limites; pero dentro de eltos la determinacidn es irnposible.

El lector advertiri que esas objeciones a Galileo habrian sido enteramente razonables, y que la ley de GaliIeo no eta evidmte: habria podido resultar fdsa. Pero se darri cuenta asimismo de que

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no dcben reyetirse hoy en dia algunas objeciones contra la5 ciencias humanas. Varios autores han insistido en el caricrer irreductible de 10s hechos humanos: esos hechos serian torales, libres, comprensi- 'ales, y la concicncia que de ellos st tuviera seria parte integrante dc 10s mismos. No cabe ninguna duda de elIo. Yero, zes Cse el verda- dero problema? No pretendernos relatar la historia, sino llegar a una rirncia del hornbre. Pero la evoluci6il de las ciencias muesrra con claridad quc las objeciones de principio que se les hicierorl en su @ p a en funci6n de la verdadera naiuraleza de las cosas y de la necesidad de abordar un objeto de conformidad con su esencia eran el sintoma de la existencia de una rnetodologia todavia arcaica. El eterno error consiste en pensar que la ciencia es la replica de lo vivido y est6 obligada a devolv6rnoslo en una vcrsi6n mis perfects. Ese error se dejri sentir tanto en 10s origenes de la ciencia fisica como en 10s de las ciencias hurnanas. [ Q u i irnportancia tiene la naturaleza concreta de los hcchos en las ciencias del hornbre, las cuales, como cualquier disciplina cientifica, no conocen rnis que 10s hechas que se asignan? 1.3s ciencias no pucden prejuzgar la naturaleza de 10s hechos que se verin abocadas a asignarse.

Asi pnes, una elecci6n de variables puede chocar con el sentido comljn. el cual puede deducir de este hecho que la ciencia intenta drskruir a1 hombre, lo q u e desde luego seria motivo de alarma. Un . . cstudio econ6rnico puede ignorar la ideologia de 10s agentcs, y orro snhre Lor Jlorrs del Mol, la poesia y el alma del poeta. En ese ,'-ir!;u caso, el objetivo del estudio no sera' comprender a Baude-

, sino descubrir una formulaci6n del lenguaje poPtico desde el : cit. vista de una programaci6n obligada. La ciencia no expIica 10s

: :,,s cxistenres, sin0 que busca sus propios objetos. Su linica obli- . , C. .ri:::l es acertar: a veces, una verdad obvia puede constitrlir la clave,

en ranto que en otras, Ias cosas aparentemente mis sencillas se resis- ter~ a cualquier formalizaci6n (las matemiticas no han conseguido a6n formular un a'lgebra de 10s nudos, en tanto que hace siglos que han logritdo reducir a ecuaciones 10s caprichos de la onda). La s e a l de haher acertado es que la formalizaci6n ado~ tada dC luear a de-

" ducciones que cundren con la rcalidad y que nos proporcionen nuevos elementos.

En el irnbito de la hidrodina'mica, se parte de algunas ideas muy sencillas: en una inpa de agua, el liquid0 es incomprensible y no se forma ya eI vacio; y si se traza imaginariamente un espacio dentro de la corriente, la cantidad de agua qne entra en 61 es igual a la que sale. A partir d e esas vcrdades obvias, se forman ecuaciones de deriradas parciales; y csas ecuaciones dan lugar a interesantes deduc- ciones, que hacen posible prever si el agua f lu id uniformemenre o

no. Respecto del hombre, cabe operar como respecto de la onda. Gracias a Ias matemiticas ha cornenzado a existir una sociologia for- mal, en la que sc han depositado tantas esperanzas como en la eco- aomia. A1 construir el rnodefo de funcionamiento de un grupo de admi~iistradores y su grade de actividad ', H. Simon, uno de esos matemiticos, ha clesido varjables y axiomas de gran sirnplicidad: el grado de actividsd de 10s miernbros deI grupo, la simpatia que sien- ten unos por otros, sus relaciones con d exterior; y el valor del modelo no puede enjuiciarse a partir de esas trivialidades, sino te- niendo en cucnta el hecho d r que la formalizaci6n abwd a deduc- ciones que serian inaccesibles a1 razonamiento verbal (determinar cua'les son 10s p i b l e s puntos de equilibria para la actividad del grupo, para el mantenirniento de la armonia interna, y para obtener la armonia con el rnedio, asi como si esos equilibrios son o no es tables).

En esos casos, el historiador est i en presencia de un talante muy distinto del suyo; ya no se trata de sentido critico y de compren- s i6q sino de una intuici6n te6rica que se aplica indistintamente a 10s comporramientos humanos y a 10s fendmenos naturales y quc permire presentir, tras una paradoja a veces trivial, una Gltirna ins- tancia oculta. Por ejemplo, ahora podemos darnos cuenta dt. que la microecor~omia marginalista hubiera podido set descubierta por una mente curiosa que hubiera analizado la siguiente paradoja: tc6m0 puede explicarsc el hecho de que una persona hambrienta no pague m k caro el prlmer bocadillo que come, y por el que habria sido capaz de dar una fortuna, que el cuarto bocadiuo, con el que acaba de saciar su hambre?

No hay que valorar una formaliz:ici6n por su ptlnto de ~ a r t i d a , sino por su naturaleza y por sus resultados. La fonnalizaci6n no consiste en escribir 10s conceptos en lenguaje simbblico, o dicho de otro modo, en abreviaturas: consiste en operirr con esos simbolos. Debe abocar segurdarnente a resultados verificables, a ccproposiciones susceptibles de comprobaci6na, como dicen 10s americanos. D e 10 contrario, para fundar una etotologia formalizada, bastaria que un arnante declarara a su amada: Todo el encanto que emana de ti es la integral de mis deseos, y la constancia de mi pasi6n tiene como medida eI valor absoluto de la derivada segunda .~

La intuici6n del te6rico estriba por consiguiente en percibir qu6 aspectos de la realidad son susceptibles de tradurirse a1 lenguaje

a H. A Simon, rrad del alemin. Einc formde Theorie der Interaktion m Sozialen G r u p p e n , en R~nate Mayntz (editor), Formalirre Modelle in der Sozio- logic, Berlin, Luchrerhand. 1967, pigs. 55-72; R. 'Uoudon, Analyse marbima- Irqlre des /arts sociuux, Pion. 1967, p&. 334.

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riguroso y fecund0 en deducciones de las matemiticas, quC clave conceprual podrd dar paso a algo, a veces insignificante y abstracto, .wro no por ello mcnos real y de evistencia menos insospechada.

Las cicncias hurnanas Jon praxologius

Las cjencias hurnanas son ciencias en toda la extensibn de la palahra, pucsro que son deductivas, y son rigurosarnente humanas, en cuanto que roman a1 hombre en su conjunto, con su cuerpo, su alrna v su libertad: son reorias de esa totalidad que constiruye la accibn, praxo!ogias. Las Ieyes econ6rnicas no tratan mbs de Ia repre- sentaci6n que de la materia, y no son ni psicoldgicas ni no psice 16gicas: son simplemente aon6micas. EI dmbito de lo propiamente ecun6mico comienza cuando se pasa de la productividad tkcnica a la producrividad analizada en terminos de valor, y la economfa es, en realidad, una tcoria del valor, que scrla asirnismo aplicable a1 valor dc 10s titulos universitarios, a pesar del caricter inmarerial de estos riltirnos, La ley de 10s rendirnientos decrecientes s61o tiene la apartencia dc una ley fisica, puesto que irnplica una elecci6n tecne 16gica y una valorizaci6n. A su vn, la ley de la utilidad decreciente no es en mayor medida una ley psic016~ica ': comu dice Schumpeter la teoria drl valor marginal no es una psicologia, sino una 16gica del valor I . Decimos que el valor es algo psiquico, aunque no psico16gic0, para resaltar que se asemeja mds a una representaci6n que a un objero inertel, ya que la economla es una ciencia de la acci6n: el valor es una abstraccidn, un objeto cientifico, que no se identifica

' J. khumpetcr, History of economic analysis, pdg. 27; Id., The fbeory o f eronomir deuelopmen!, Oxford University Press, 1961, pAg. 213. Sobre Ja ley dc re~~dlrnicnros dccrecierrres, quc expresa el hecho de que 10s factores no son plcnamentc irttercambiablcs, d. Joan Robinson, The Economics of imperfect cornpetifion (Macrnillan, Papcrmacs. 19691, p5g. 330. Coma dice F. Bourricaud (prdlogo a su 1raducci6n de los EZimmrs pour une rociologie dr I'action, de Parsons, pig. 95) c a b decir que la ecanomfa, como sistema de reglas que de- reminnn las opciones de ernpleo de 10s bienes exasos, es a nn tiempo sub jetivista (pucsro que existc una elecci6n) y bchaviorisre Ipuesto que hay una uprcfercncia manifcs~ada~ por cl cornportamunto del consumidor): wr orra parre. 10s economisras no tienen remebio, ya quc no pretcnden eiab;rar una reorfa dc ia totalidad de un camportmiento; su teorfa es abstrncta, es decir, dclibradamence parcia].

' Hlsrorv 01 economic onalpis, fig. 1.058. Sabre el cardcter psiquicw de La m n o f n i a , vCase ramblln I.. von Mises, Episfernological problems of economics, Vnn Nostrand. 1960, p&. 152-155; F. von Hayck, Scienrlrme e t Sciences so- cider. pig. 26.

L. Robbins, Esm; sur lo nature er la significn/ion de lo sciencc Pconomique, trad. fr. Librairic de M6dicis, 1947, p&. 87-93.

ni con 10s precios ni con un hecho psico16gico, como puede ser el deseo que tenemos de algo. Consideremos la teoria del inter& del capital scgGn Bohcm-Bawerk: el hecho de que el intercambio de bienes presentes por bienes futuros entraiie el descuento de un inte- 16s no es una necesidad objetiva, una institucibn o una reacci6n psicol6gica; significa que tal descuento vie~le irnpuesto por la l6gica de la acc16n. Su <ccondici6n~ radica en que a 10s bienes futuros se atribuye un valor subjetivo rnenor; el que esre valor sea menor quiere decir que se le represents como tal. Volvarnos, por lijtimo, a la farnosa paradoja del agua y el diamante: el in6cil diamante vale mu): caro, en tanto que el agua, que es indispensable, es gratuita: su valor de cambio es nulo, y su valor de uso, muy elevado. A1 ad- mitir, en el imbito de la economia, la distincibn entre la represen- taci6n y la funci6n, la diferencia de valor entre el agua y el diamante, atribuirle a primera vista a la representacibn, hubiera debido ser relegada a las tinieblas exteriores, lo que no impidi6 que 10s neocli- sicos, hace rln siglo, descubrieran su raz6n de ser. De la misma forma, en otro t i e m y , hubiera debido ser relegada a las ciencias dema- siado hurnanas la estrategia del rnercado, susceptible de set expli- cada con rerteza a rravbs de la manera en que 10s individuos o 10s grupos se represenran a la otra parte del intercarnbio, en tanto que la matemhira de 10s jue os ha emprendido la tarea de hacerla ob- jcto de reflexihn tebrica! La economia debe su valor ejemplar a1 hecho d e superar el dualism0 de la representacidn y de las condi- ciones objetivas: la distancia que instaura es la misma que impone cualquier ciencia; la que irnplica el espacio que media entre lo que es objeto de su rcflcxi6n te6rica y 10 que queda fuera de ella en virtud del proceso de abstracci6n, ya se trate de un fendmeno psi- col6gim (como una situaci6n de pdnico en la Balsa, o, de forrna m b generaI, cualquier fen6meno perteneciente a1 h b i t o de l o que se ha dado en Uamar psicologia econdmica) o no (como Ias institu- ciones econ6micas). Psicologia e instituciones son sin duda una con- dici611, pero no una condici6n del funcionamiento; pot el contrario, la tearia alcanza su funcionamiento 6ptimo cuando no estPn presen- tes: son la condicibn de la inserci6n de la teoria en lo concreto, de la misma manera aue Ia existencia de una luna. de un sol y de unos planetas era la condici6n de la mecinica newtoniana.

V & n s e las exposiciones, por otra parte rnuy difercntes enrre si, de R. D. ' Luce y H. Raiffa, Coma5 and decisions, Wiley, 1957, pig. 208; de G. Grangcr,

aEpistCrnologie &onumiqueu, en En~~clopkdie de la PICiade, Logique er con. nais~ance scitntifique, p&. 1,031; y de W. J. Baumot, TbPorie konomique d Annlyse ophrationnelle, tad . Patrel, Dunod, 1963, pig. 380.

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Paul V e ~ n e i G r n o se e s r i h ia historia 167

Conlo toda teoria, la teoria econ6mica tiene un cardcter re6ric0, Por ello, es cnmpletamente vano denunciar una y otra vez la ficci6n que entralia la existencia de un h o m o oeconomzcrrs movido exclusi- vamenre por sus instin~os egoistas '. La ficcibn, en este punro, n o reside en el egoismo, sin0 en la racionalidad. Si nos situamos en la pcrspecriva ncoclisica. hoy u n ranto anticuada, pero que conserva su valor ejemplar, el anilisis econdrnico no estudia lo que hacen 10s hombres, para lograr, con mayor o menor eficacia, sus fines eco- nbmicus, sino lo que Imrian si fueran hornines oeconomici mis rac ie nitlcs 3e lo que suelen serlo por lo comrin, p con independencia de Ics fines que hayan elegido y de 10s m6viles psicol6gicos de su elec- ci6n: lo mismo para un ap6stol (si se trata de una persona organi- zada) que para un tibur6n de Jas finamas, cinco ce'ncimos son cinco cinrimos. La economia configura la 16gica y una especie de b i t e de La acci6n: lo mismo que ocurre en la moral kantiana (en la que una acci6n moral, en la rnedida que tiene su origen en una inclina- ci6n del agente <<no tirnc aurCntico valor moral, por conforrne que sea at deber, por digna de e!o~io que pueda ser,,) cabe pensar que ccnillguna accidn realizada hasta la fechaa ha sido Ilevada a calm p r pura racionzlidad econGmica, lo que es tan cierto como que 10s cuer- poj ptiros de la quimica no se dan en la naturaleza. Pero eUo no impide a la moral kanriana, a la economia o a la quimica expiicar una parte pese a toda importante de lo concreto y separar clara- lnente de 61 nquella parre que escapa de su Ambito; si a1 a d e b e s ~ J e la racionalitlad econ6mica el hombre contesra: cutY si no lo hi- cicr.i?,r, !a ecor~omia puede replicar a su vez: *Los hechos me ven-

7 1 6 1 1 ~ De esta forma, la reoria es un instrumento de andisis y de 1 cr~cibn: con independencia de que el hombre responda o no

:!irerlos de la racionalidad, expl~ra lo que ocurriri y por quC Por ejemplo, dcmuesrra que la teoria deI interts del capital

I srendo cierta en un sistema comunista, en el que el capital ,, - pristarno con inrerCs corno instituciones econ6micas no existen: deJde 1889, Boehm-Bawerk lo ha demostrado con toda claridad'. En efecto, para poder elegir racionalrnente entre dos programas cuyos vencimientos Sean mis o menos fururos, el planificador habri de

- ~ n m n r r a m o s ejcmplos de ni t icas conrta el homo oeconomicus en B. Ma-

1inou.ski. Une Ihiorir sc;enri!ique de lo cullure, trad. fr. Maspero 1968, pig. 43, o E. Sitpit, Aurbropnlo~ie, trad. fr. Editions de Minnit, 1967, wl. 1. pig. 113. Contra L. Robbins, Essai sur lo nature ct In significa~ion dc la science kcon* "'4'"t'. pip. Yb; y por tiltirno. Ph. Wirkstccd, The Common Senre of political ccononrx (1910; rccd. 1957, Routledge and Kegart Paul), pies. 163 y 175.

I.. vnn khm-Bawerk. Posiriue Tbeorie drs Kapifals, edici6n de 1889, pigs. 390398; Pareto no Ila hecho ma$ que recoger La argumentaci6n.

crear sobre el papel, cualquiera que sea la denominacidn que le dL, un indice equivalente a la tasa de inter&, con el fin de cuantificar 10s costos conlparados de inmovillzaci6n de !os fondos priblicos. Los economistas soviPticos, para quienes ese problema constituye actual- merlte la principal preocupaci6n, han renido que adrnitir que aunque es cierto que 13 teoria no se rnancha [as manos, a1 nlcnos tiene manos.

Los economistas neoclBsicos no son ide610gos de La burguesia li- beral, de la misma forma que Clausewitz no es un tebrico rle la gue- rra 3 ultranza. Clnuscwi~z se limit3 a formular, crl el marco de Ia wviolencia absolutas abstracts de las ufrlcciones,, lo de la uguerra reala, la idgica y 10s limites de cualquler conflicto ~ rmado . Cada dm- bito de la accitn tierre su propia 16gica oculta, que orienta a 10s suje- tos con independencia de la conciencia que tengan de este hecho, de sus propias rnotivaciones o de las racionalizacinnes de ellas que les proporcione su sociedad: de esa manera, gradualmente, mds.al16 de la psicalogia y de Ia sociologfa, se construye, en un n o mon'~ land a6n sin nornbre, una ciencia de la accidn que consticuye en este mc- rnento la esperanza m i s lu~ninosa para las ciencias hurnsnas ".

1 1 Por quP aspira la hirtorirl a ser ciencia

Per0 <hay alguna esperanza para el histnriador? tQuC es lo que puede esperar de las ciencias hurnanas? El his~oriador desearia poder esperar mucho de ellas, porque vive en el malestar quc le produce Ia ausencia de una teoria. En la actualidad, podemos ver c6mo 10s in- tentos desesperados de huir de ese malestar se muItiplican en 10s escaparatts de las librerias: se denomina a ese fen6meno la ttmodan de las ciencias humanas. Cualquier pasaje histbrico, pot casto que sea (10s oprimidos se sublevan, o 10s oprimidos se conforman con su suerte), suscira una dable justificaci6n: la naturaleza humana conlleva la posibilidad del fen6meno llamado uopresi6n*, que implicarh o no (y esa disyuntiva requiere necesariamente un porqu6) una subleva- ci6n. No es posihle contentarse indefinidamente haciendo constar que, conforrne a la afixmaci6n de Weber, b opresi6n afavorecew Ia re-. beli6n.

i lo I,a meta'fora de las fricciones, que se encuentra cn Clausewin.. DP la perre, trad. Naville, Editions de M i ~ ~ u i t , 1955, pigs. 109 y 671, vuelve a 1 ~nmwawe en Walras, El irnmi~ d16conorn;e politiqxr pure, I: d., 1900 (+- 1 Uoz, 1952), pig. 45.

" G. Th. Guilbaud, ElCrnenfs de la tbeorie rnatb~mmique des jeu*, Dunod. j 1968, ~ a g . 22.

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- - - - - - - - 1 MA- Paul Vcyne .

A h hay :dgo mis: la observaci6n de un paisaje hist6rico se ase- meja a la de un paisaje geogrifico; las formas del relieve sun como el enunc~ado de un ~roblerna, per0 parecen tambikn sugerir solucie nes o indicar el emplazamiento de una futura ciencia, ya que, en defrnltiva, las manlanas podrian no caer a tierra o 10s hombres po- drian no -obedccer siernpre a algunos de ellos. Autoridad, religibn, economia y arte, rienen una l6gjca oculta, constituyen otras tancas esencias rcgionales. SL: relieve no es fruto del mar; sus pendientes no .se orientan hacia 41, y flay en ellas una abrupta exlgencia. La ca- racteristica mi s sorprendente de este paisaje sigue siendo su rnonu- menralidad: todo en 61 tiende a la institucionalizaci6n, a la diferen- clacl6n o a Ja difusi6n. todo (irnperios, religianes, sistemas de paren- tesco, econornias o empresas intelectuales) evoluciona y se hace mbs complejo. Ida historia tiene una curiosa propensi6n a erigu estruc- ruras gigantescas, a hacer que las obras del hombre resulten casi tan complejas como las de la naturaleza.

En resurnen, en historia no puede Uegarse nunca (y todos 10s i

historiadores han experimentado la exasperacibn que produce esa irnporcnc~a) a 10 que Wittgenstein ha Uamado el csqueIeto :6gico, cuya aprehensihn constituye la condition y el principio de toda cien- ria: por el contrario, lo vivido se escapa siempre de entre las manos. Y ello, en un doble sentido. En primer lugar, la causalidad no es constante ( m a causa no produce siempre su efecto; y, adernis, corno veremos en el ~r6xirno capitulo, no siempre son las rnisrnas causas, por ejemplo las econ6micas, Ias que tienen mayor eficacia). E n se- gundo lugar, no conseguimos pasar de la cualidad a la esencia: somos capaces de reconocer que una determinada conducta ~ u e d e ser cali- ficada d e rcligiosa, pero no podemos sin embargo decir qu4 es la religi6n; esa incapacidad se traduce en concreto en la existencia de zonas lirnftrofes confusas, por ejemplo entre lo religiose y l o politico, en las que nos vemos reducidos a la fomulaci6n de fugares cornunes (*el marxismo es una religi6n milenarista*), con 10s que no pode- mos contentarnos, pero a 10s que no podemos renunciar, porque 1

cncierrsn un algo de verdad; sin embargo, ese nlgo se escapa entre j las manos y se disuelve en disputas terminolhgicas apenas intentarnos ,

determinarlo. Esas imprecisiones, esas contradicciones, esa confusi6n nos impulsan a cstablecer, m6s alla de lo vivido, el orden dc lo for- 2 mal, de Io cientifico: la ciencia tiene su origen en la contradicci6n 1 >f en la confusidn de 10s fen6menos, tanto rnis par cuanto no se in- duce a partir de su semejanza. D e esta farrna se repite continua- mente el antiguo conflicto entre lo vivido de Arisr6teles y el forma- lismo platdnico; toda ciencia es en cicrta medida plat6nica. I

i

La historia, por su parte, se atiene a lo vivido. Tiene que resis- tirse continuamente a la tentaci6n de eliminar la confusi6n con el minirno esfuerzo por medio del reduccionismo. E n efecto, seria ex- ~rernadamente sencillo explicarlo todo remitiEndolo a alguna otra ins- tancia: las guerras de religi6n se remitirian a pasiones politicas; di- chas pasiones a un malestar del cuerpo social en cuanto tal, que 10s individuos experimentan y que les impide dormir de angustia o de humillaci6n, incluso en el caso de que no lo sufran en su vida pri- vada, y se reducirian a1 ambit0 de su inter& personal, el cud, a su vez, vendria formulado en reminos econ6micos. Este reduccionismo es rnaterialista, per0 10s reduccionisrnos idealistas no son rnucho me- jores. Conforme a algunos de ellos, la politica se reduciria a la reli- gi6n; en vez de pensar que el emperador romano o el rey de Francia gozaban de un aura carismitica (alto a1 emperador, de cardcter sa- grado, curaci6n de las escrofulosis) porque era el soberano, que el arnor que siente el pueblo hacia el soberano es un sentimiento que se da en tadas las & p a s y que cualquier autoridad presenta un as- pecto ma's que hurnano, se piensa que el culto rnonirquico constituye el f fund amen to* del poder real. De forma andloga, la economia se reduce a psicologla: 10s prirnitivos intercarnbian bienes en funciQ de una psicologia de la devoluci6n de regalos y de una blisqueda de prestigio. En el reduccionisrno, todo se remite a algo mds comdn: la costumbre de 10s emperadores de dejar monumentos de su reinado (arcos de triunfo o columnas de Trajano) no se explica por el deseo de dejar vestigios de su reinado ante 10s dioses y de proclamar su gloria, aun en el caso que no haya ninglin testigo, sin0 por el de hacer apropaganda imperial*. Puede sostenerse que, actualmente, la for- maci6n personal de un historiador, la adquisici6n de esa experiencia clinica de la que hablamos antes, pasa en gran rnedida por la liqui- daci6n de esas explicaciones reduccionistas, que todo Io impregnan, y pot el reencuentro de Ia originalidad de las diversas entidades, para abocar a una conclusi6n contradictoria y decepcionante: cada esencia se explica dnicarnente por sf misrna; la religi6n por 10s scntimicntos religiosos y 10s monumentos par el deseo de dejar monumentos.

La bistoria no debe esperar demasiudo de la ciencia

Pero, ~ q u t repercusiones tendri esa futura ciencia sobre la pro- fesi6n de hiscoriador? Serin escasas, porque, como sabernos, no hay Ieyes de la historia. De ahi quc el historiador deba asaber de todo* corno el orador ideal, o como el detective o el estafador, pero que, la mismo que ellos, puede contentarse con saberlo como aficionado. El detective o el estafador deben tener nociones de todo, porque no

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pueJcn prever adcjnde puede Llevarles la ejecuci6n o la reconstruc- cidn de unq trama criminal. Pero, aunque esa trama puede aplicar pricricamc~rre conocimientos cientificos, no hay una ciencia de la trama rnisma, puesto que su desarroUo no se halla sujeto a leyes. Hay nos parece ya Iejana l a ipoca , que dista 5610 medio siglo de nosotros, en 13 que Simiand aconscjaba Luscar en la historia leyes generales y regularidades para inierir de ellas una ciencia induc- riva de !as guerras y las revoluciones, y se esperabs que un dia se llegara a explicar el desarrollo y la evoluci6n de una sociedad dada.

No solamenre no hay ley que pueda batir en enfilada un aconte- cirnienro hist6rico cualquiera, sino que Ias leyes que vienen a inter- ferir en d curso de un acontecimiento nunca pod& explicar m i s que una pequefia parte de 61. La ilusidn espinosiana de una deter- minaci6n cornplcta de la historia es s610 un suefio; la ciencia nunca sera capaz de explicar la novela de la humanidad por capirulos en- teros, ni siquicra por apartados; s610 puede aspirar a explicar algu- 110s terrninos aislados de aquJlla, siempre 10s misrnos, que se repiten en rnuchas piginas d e l texto, y esas explicaciones a veces ayudan a comprender y a veces son 6nicamente glosas inlitiles.

La raz6n de ese divorcio cntre Ia historia y la ciencia estriba en que' la-historia parte de que cuanto ha existido, merece figurar en ella; no puede elegir y limitarse a lo que es susceptible de expIica- ci6n cien~ifica. Ik ahi que, comparada con la historia, la ciencia sea pob:e y se repita terriblemenre. Cualesquiera que Sean la KO- n 2 m i s o la sociedad que se describe, seguiri siendo cierta la teoria

.., .... .: 1 , 1 del L t a d o como plano de confrontaci6n y la economia como -io de mercado; para que las ecuacioncs de Walras se con-

cn acontecimiento serIa necesario que la tierra se trans- . . . : en nn edin en el que 10s bienes no fueran escasos, o en 1i:-+ :. ,::icde'n en el que todos pudieran ser sustituidos. lPara que' I:: :r:~:izIa a un hisroriador del Xrnperio Romano lina futura mate- rni~lca de la autoridad? Desde luego, no para explicar que se obe- decia a1 cmpcrador por las misrnas razones por las que se obedece a cualquier gobierno. La utilidad de esa teoria serla mb bien ne-

,gativa: le ayudarla a no capitular ante el reduccionismo, a nu hablar denlasiado de carisma; en suma, le prestaria el mismo senricio que -la posesi6n de una cultura. Con L. von hiises podemos concluir que cccuando la historia requiere algunos conocimientos cientificos, el hisroriador debe $610 adquirir un grad0 medio de conocimiento (a moderate degree of knowledge) de la ciencia de que se trate, que no sere mayor que ei que suele poseer una persona c u l t a ~ ". ----

" EpirtmoIogicd Problmr of Economics, p8g. 100.

Cuanto miis abstracts sea la ciencia, menos se sabe quL hacer con ella. La teoria d e 10s juegos de esrraregia es en la actualidad algo tan perfecto como inlitil, corno el cilculo de probabilidades en la 6poca de Pascal, y la cucstiitn estriba en poder Degar a apli- carla a algo. Basta observar las precauciones de 10s autores que in- tentan utilizarla, su forma de cogerla como con pimas.

Un ejetnplo: la teoria econbrnico y la hiatoria

Las ciencias humanas explican p c o s e!erilentos hisrdricos y si- guen siendo demasiado abstraccas para el historiador, como nos co- rrobora el ejernplo de una de las que existen ya, la teoria econbmica. Es conocido el dilerna que plantea: o bien tiene un cadcter deduc- rivo y puede enorgullecerse con raz6n de seguir siendo verdadera weternamenre,,, rnAs all6 de la variedad de las instituciones, en cuyo caso sus aplicaciones prricticas o hist6ricas son muy escasas; o bien es slisceptible de una aplicaci6n rnds o menos laboriosa o aproxi- mativa, a1 precio de referirse a un contenido institucional, delimi- tad0 ternporalmente, que la hace inutilizable para el historiador, quien no puede trasponerIa a ctsu periodou so pena de incurrir en anacronismo. La economia neoclisica encarna con bastante fidelidad la primera de esas opciones, y la rnacroeconomIa posterior a Keynes se aproxima rnis a la segunda; lo esencial es saber distinguir, y eso es lo que pretendernos hacer. Es cierto que muchos historiadores de la econornia no saben demasiada teoria econ6mica, y que, sin em- bargo, realizan bastante bien su tarea; la historia econ6rnica se dedica mucho m;is a describir 10s hechos econlirnicos que a explicarlos: reconstruye curvas de precios y salarios y cuantifica la distribuci6n de 10s bienes raices, describe las instituciones econ6micas, las diver- sas politicas comerciales o fiscales, asi como la psicologia econ6- mica, y, en surna, reconstruye Ie geografia econGrnica del pasado. Cuando especula sobre Ios problemas momtarios (como hace rna- gistralmente Ch. Wilson) se asemeja a una t6cnica y no a un saber te6rico: para un econornista puro, ese saber tEcnico se limitaria a proporcionar amaterialesu para elaborar una teoria cuantitativa del d' inem.

Valiindonos de una formulaci6n del ernpirismo Ibgico, diriarnos quc la masa de ctdatos>> de caricter institucional e hist6rico es mas importanre en el Bmbito de la historia econ6mica que la de ccIeyesu. La teoria tiene escasa utilidad para reconstruir 10s hechos: 10s gloss en vez de explicarlos; per0 a pesar de ello no vamos a volver a refe- rirnos a las aureolas de Von Thiinen cada v a que hable~nos de la

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distancia que separa a dos meudplis econ6micas. En contrapartida, la teoria curnple una funci6n negativa de la mayor imporrancia: lmp~de que incurramos en 10s prejuicios del senlido c o m b . A1 fin y al c a b , surgi6 como una respuesta a esos prejuicios en materia de economia monetaria y de proteccionismo arancelario. En la actuali- dad. la reoria puede explicar a un ktoriador de Rorna que la c 6 iehre afirmaclirn de PIinio slos larr~undia arruinaron a Italia* carece absolutamcnte cic valor para Ia historia econhmica (aunque lo tenga para las ideas vulgares sobre moral econdmica); que hay que pen- sirselo bien antes dc afirrnar que la Italia romana fue arruinada p a r Is cornpetencia del Imperio; que el problema de la inflacidn no es sencillo, y que no es absurd0 pensar que la moneda falsa del siglo 111 pudo favorecer a 10s pobres U. En suma, la teoria cumple la funci6n de una cultura: cxplica que alas cosas son mds complicadas de lo que parecen. Pero en cuanto a decir qutf es lo que son realrnentc ... El ixi to con el que nuestros gobiernos manejan la macroeconomia no debe inducirnos a error: una tecnica no es un saber. Del hecho de quc un rninistro de Economia disponga de soluci~nes para sanear l a n~oneda, no puede inferirse que la teoria cuantitativa d d dinero haya alcanzado su culminaci6n; pero, en consecuencia, el historiador no podra' trasladar a1 pasado las lecciones de la prdctica econ6mica actual, porque s6lo puede trasponerse con conocimiento dr causa aquello que se puede inferir; y si no se sabe cull es la r a z h de que una soIuci6n logre ixito, lc6rno podemos s a h r si en el pasado se daban 10s requisitos para que lo tuviera? El historiador que to- rnara 31 pie de la lctra, en Keynes, la expresidn <ley sobre la pro- pensi6; a1 consumop ( s e g h Ia ma1 el consumo aurnentaria ma's len- rarnente que 10s ingresos) se enfrentaria con graves dificultades, puesto que la supuesta u l e y ~ no es sino una constataci6n empirica, que ha sido frecuentemente desmentida por 10s hed~os, incluso en nuesrra rnisma 6poca.

Si s610 puede trasponerse con certeza aquelIo que puede infe- rirse, la patte de la ciencia econ6mica a la que pueden recurrir 10s historiadores se reduce enormemente. Ese sensible empobrecimien- to es el precio que hay que pagar para evitar el anacronismo. A nuestro iuicio, la economfa neodisica constituye la base cultural que

" La diiusi6n dc la moneda falsa favorecla n 10s pobres, que esraban llcnos dc dc?ldas: v6ansc las piginas rcalistac de Marc Blcch, E~quisse d'une hisforie monkratre de lrEurope, pigs. 63-66. Antcs dc criticar la tcorla dc S. Mazzarino en rirrud de prejuicios proverbiafcs accrca de lit moneda falsa y la inflaci6n, PS riecnaria leer a F. A. Hayek, Prire~ and Productron, Routledge end Kegan Paul, 1935 y 1960, obra que demucstra que las cansrmcnnas quc ticne sobrc 10s prccios una inyecci6n dc dincro depcnden dd punto d d sistcma en que

Ingar a t 8 inycad6n.

" A. Marshall, Prrndples 01 Economics, 8.' cdid6n. 1920 (Macmillan. Pa- pcrrnncs, 1966); J. Schumpctcr, Hirrory o/ cconomzc andysz~, Men and Unwin, 1954 y 1967; fd., The Theory oJ economic deueloprnenf, trad. Opie. Oxford. Galaxy Bwk, 1967 (posiblemcntc la rncjor obra dcl macstro y de toda su cs- cuela), dc la que hay tarnbikn una traducci6n franccsa); K. W~cksell, Lectures on polrticnl economy, trad. Chasxn. Rullcdgc and Kcgan Paul, 1934 y 1967.

Schurnpetcr, Economic Developmcnl, p&. 218, cf. 10 y 220-223. Los au- tares S U S ~ ~ B C O S distinguh entre los cmbios end6gcnos, quc tiencn su origcn cn cl interior ddc Im sisr-, y laa cunbios utcriorer a Ins hip6tcsis plantcadas.

mejor responde a las necesidades del historiador ", aunque no sea m6s que porque 10s neoclasicos tenian una acusada conciencia m e t e dol6gica y mantenian hasta sus dltlmas consecuencias la distincidn entre la teoria pura de un lado y 10s datos instirucionales y empiri- cos de otro, entre lo uque pertenece a la naturaleza del sistema econhico, en el sentido de que se derivan necrsariamente de la acci6n de 10s factores econ6micos abandonados a sf mismos* y lo que, aun perteneciendo a1 h b i t o de lo econ6mico (una instituci6n. o una situaci6n de pa'nico en Ia Bolsa) es rtajeno a1 h b i t o de la cc* nomia purau ". Distinci6n tanto ma's necesaria par cuanto que aun- que la teoria econ6mica sea teorla pura, toma como punto de par- tida la vida econ6mica contemporinea ( y de forma a6n m b con- creta, la economia nacional, la uriqueza de las nacioness).

De esta forma, reducida a su parte de teoria pura, la mnomia necxlisica no puede aclarar nada a1 hiitoria2or sobre dos aspectos que le interesan especialmente: el consumo y la distribuci6n socid de la riquaa. 0 mejor dicho, le deja acometer s610 la tarea, ya que, a su juicio, esos problemas tienen un caricter exdusivamente psicol6gico o instirucional, es decir, empirico, descriptivo, histbrico. Consideremos el caso dcl consumo de bienes, del crnpleo quc una sociedad deterrninada da n su riqueza, del hccho de que la invierta en hacer pantanos, autopistas, guerras, templos o potlaichs. La ecc- nornia no puede decirnos cud de esos destinos elegiri una sociedad ni 10s motivos de su eIecci6n: toclo lo que puede hacer un econo- mista es preguntar a las personas en qu6 piensan ernplear su riqueza, y una vez conocidos su escala de preferencias y 10s ingresos de cada uno, daborar curvas de indiferencia y, partiendo del supuesto de que cada consurnidor pretende sacar el mayor partido de sus re- cursos, indicarle cud es la combinaci6n 6ptima que le permiten sus ingresos, qui cantidad de caiiones o de rnantequilla puede adquirir de acuerdo con lo que se sepa sobre su preferencia por uno u otro de esos prductos. Por consiguiente, hay que distinguir, bajo el r6- tulo de teorfa del comportamiento del consumidor, lo que tiene un caricter realmente tedrico y lo que no es sino una descripci6n psico- social. El a ~ l i s i s propiarnentc econdmico se agota en la transiti-

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- .. ,,. _ . _I_.__ . _.. .- .. _ ..... . I . - -- .. i 7.8 Paul Veync

",dad de las opciones ", Ins curvas de indiferencia y el efecto sus- tiruvo ", y no Je comptte la explicac16n de las elecciones mismas: Ia economia no estudia Jos objetivos econ6micos, sin0 las consecuen- a a 5 ¶lie entraiian en un mundo en el que Ios brenes son escasos e irfiperfecramente sustituibles entre si. Una parre de 10s estudios sobre ja funci6n de consurno tiene un caricter ran poco econbmiio ramo cl q u e tendria un esrudio de 10s datos tecnol6gicos de la funcidn de produccibn; tales estudios, en realidad son swiol6gicos, y un his- turiador no puede esperar dernasiado de ellos, pues preferirl, sin duda, e l a b r a r Ia sociologia que necesita. Un smi6logo de la econo- mia puede aclararle que algunos consumidores compran un producto caro purque la es, a fin de demostrar a todos que son lo suficien- ternen:e ricos para adquirirlo, y que a este comportarniento se le denomina conspicuous consumption". A1 historiador no le basta con eso: el cansurno ostentoso puede revestir las mis distintas for- mas, y es precis0 saber quien es el sujeto de ese consurno, qu.4 for- mas adopta dicho consurno, por qud raz6n y a q u i h e s se pretendc impresionar. Ot ro econornista le explicara' que una clase o una na- ci6n experimentan un sentimiento de frustraci6n ante otra clase o naci6n mis ricas, que uumenta su inclinaci6n a1 consumo y que esta reacci6n recibe el nombre de demostration effect. Se trata de una denonlinaci6n demasiado pretenciosa, en caso que se limite a dar un nornbre a la mis corn5n de las reacciones: y es insufiriente, si se prcter~de entender esa reacci6n, es decir, aprehender su lunciona miento en un context0 hist6rico dererminado: cl de !a pequen'a bur- guesia que imita a la gran burguesia, o el del malestar que siente el Tercer Mundo ante la civilizaci6n americana. El soci610go de la economia se ha limitado a poner r6tulo a las verdades obvias, y el resto de la tarea le esti reservado a1 historiador.

Otro ejemplo: lo diztribucidn de los recursos

El caso de la distribuci6n de 10s recursos es diferente a1 del consurno. En esta ocasi6n, se trata de un problerna que pertenece

l6 'Jn consurnidor que prefiera 10s cafiones a la mantequilla y las bornbas .-r,i:r.icas a 10s cailones preferirl fonosamenrc las bombas at6micas a la man- , , :I. ,. so pens de incurtir en una inmhetencia que harla muy dificiles 10s

2:-ca dcl efccto de susiituci6n p de 10s ingresos, J. R. Hicks. Voler~r ~f xd. fr. Dunod. 1956, pigs. 23 y ss. . .. ..

;!.. Vcblcn, The Theory of Leisure elms, on economic study of instila- 1S99 (Ncw York, Thc Modern Liirary, 1934). VCanse, sin embargo,. 10s

i n ~ c n i t ~ o s comcntsrios dc R. Ruycr, Cahiers de l'lnsrirut dc sciencr iconomrquc a ~ p ~ ~ q u ~ ~ , n h . 55, mayodicicmbtc 1957.

enteramente al 6mbito interior de la e c o n o d a pura y de sus de- ducciones, Pero como esa economia pura es precisamente teoria pusa, no preteode dar raz6n de Ia distribuci6n real, histbrica, de 10s bienes entre 10s miernbros de una socicdad dada: su obietivo es estable- cer un modelo abstract0 que el historiador o el soci610go puedan con- frontar en todo mornento con la realidad; eUo pone de mandiesto la distancia que existe entre el objeto concreco y el objelo del c o n e cimienro. Dcsgraciadarnente, nada se desvanece con mayor facilidad que la concienc~a de que tal distancia existe. Cuando esto ocurre, llega a sorprender el hecho de que una teoria tenga caricter te6rico. Desde luego, a juicio de Schumpeter, en principio resulra ob\:- ;ue la teoria 5610 puede inferir la distribucicin te6rica 19. En cambio para otros autores, ese hecho constituye una constataci6n o incluso un descubrimiento que les produce eschdalo. Es evidente que nos ha- llamos en presencia de dos concepdones diferentes, de distinto grade de lucidez, acerca del carkcter de la economia.

En materia de distribuci6n como en cualquiera otra, la economia pura no es la descripci6n de lo q r ~ e ocurre, sino la inferencia de lo que ocurriria si se abandonars a su libre juego a 10s mecanisrnos cco- ndmicos aisl&ndolos del resto del sistema (hip6tesis, que, en el iapitalisrno liberal, est& algo menos alejada de la realidad que en otros sistemas econ6mlcos). Corresponde a1 historiador medir la dis- tancia existente entre esa ficci6n y la realidad, y si esa distancia resulta demasiado grande, explicarnos de q u t forrna se ha vengado la ldgica de la actividad econ6mica del hecho de haberla desprecia- do. Resulta evidente que, desgaciadamente, existe siernpre el pe- Iigro de confundir el punto de vista del tdrico con d del histc- riador. E n efecto, a partir de la revoluci6n que ha representado Ia macroeconomia, y desde que la intervencidn be1 Estado en la eccl- nomfa ha adquirido cada vez mhs importancia, se ha desarrollado una especie de neocameralismo, que ha convertido a 10s economistas en asesores gubernamentales o en constructores de modelos de creci- miento. Ahora bien, el econornista, cuando habla de distribuci6n. se&n sea carneralista o tedrico, se esta' refirimdo, empleando el misrno tdrmino, a cosas diferentes. El te6rico tiene en cuenta soh- mente 10s agentes econ6micos, sus rentas, sus salaries, sus rentas indirectas y sus posibles beneficios; el cameralista, a su vez, partc de la realidad del cuadro de ingresos de su pais, documento fundamen- tal para cualquier pUt ica econ6mica. En consecuencia, se verd for-

LD Economic Dcvrlo mcni, p4gs. 145-147. No he podjdo consultar cl csrudio dc Schurnpetcr aDas &rundprimip der Vcrtcilungstheorio en Arcbiv fiir So- ~idluissenssha/t und Soziolpolifik, XLII, 19161917.

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. -. -- - - - . . . - . . . . . . . -- .. . . . . .- - - - - -. -, . -.

i . < I Pad Veyne

:..: E tener cn cuenta fas retribucianes d i 10s funcionarios y 10s .;.it35 de 10s criados, que figuran en su cuadro, per0 que no eran

:. .:~:?c!os en consideracihn por ei teiirico (salvo que intentara redu- .:-:i j ~ , a t6rrninos tebricos) ".

En ulrimo rkrrnino, la distancia existente entre la distcibuci6n rccirica y la distribucibn histbrica es tan grande, que Ia teoria de ia disrribuci6n a dures penas puede ser objeto de un capitulo inde- pendiente: 10s ccsalarios), y las urentass no son ya autbricos sala- rios y renras, sino una especie de indices que miden la productivi- dad marginal del trabajo.y de la tierra, y el problema de la distri- buciijn es el contenido de un simple aphdice a1 capitdo dedicado a la producci6n. A ese nivel de generdizaci6n no results posible si- quiera diferenciar la esclavitud del trabajo asalariado. Se admite que, desde el punto de vista tebrico, el salario del trabajador es equiva- lente a la productividad marginal de su trabajosl; pero ese s2ario no e s rnis que una entidad racional que 5610 posee d minim0 de individualidad necesario para que sea posible la exposici6n; de he- cho, el salario del tr~bajador difiere bastante de esa productividad, por otsa parte dificii de roe& de forma exacts, y es fijado por 10s empresarios, 10s sindicatos y d gobierno. Pero el aaut6ntico~ salario sigue siendo el de la teoria, y en cse sentido esta utima se vengarl si la distancia entre uno y orro es excesiva. ~ Q u 6 ocurre entonces en un Estado esclavista, en el que el trabajador no per~ibe salario alguno? Se estima en tal cxso que el dueiio deI esclavo hace suyo ese saIario, a cambio be alirnentar a aqua =, lo que consti~uye una forma de calcular la renta del propietatio, y de determinar si la e+

* Como hace Ullmo, aRderchcs sur 1'Cquilibre Cconomiquew, en h a o l e s dr ~ I > J ~ I I I U I Hcnri Poincark, v01. VIII, fax. I, p&. 49-J4; cf. Scbumpetcr, Hlslory, pdgs. 929 n. y 630 n.

0 miIs exactarncnte, que si K dcjnra actuar libranentc n 10s h&os eco- nbmim, en situacidn de compctenda pcrfccta y una wr logrado el equilibria, la casa salarinl, a travhs de la ofcrra y la dcmanda dc trabajo, se estableceda a1 nivel de la utilidad margird, para el consumidor, de la pate del producro irnpu!abic al trabajadnr marghal dc cada cmprcsa. Otca formulaci6n, mucho rnis ~nstltucionai, cs la siguicnre: dicha tssa es ainstimdondlr y vicne dcrer- minada p r la cosrumbre o la lucha politics, inscribitndose en el eje de abxisas como una variable ~ndepndicnte, simdo el volumen de emplm una de las variables depcndientes. 1.a tau salarid escapa pnr m ~ s i ~ u i e n t e 3 mecmismo de la inlpurac~hn (para la escueIa austrlaca, el valor avuelvc a recorrern 1as etapas de la fabricaci611, desde cl producto acnbado haata las materias primas: no se explota una materia prima de la quc no sea posiblc urtraer algo quc ~ u e d a vendenel; en contrapartida, la maquiaaris, otra variable dcpcndiente, no escapa a1 rnccanisn~o dc la imnutacinn~ = - ------ " Schurnpeter, ~ c o n o m i c ~ ~ e u e t o ~ m e n t , p&. 151; n m c a de la dudosa ren- rabilidad dc la esclavitud +dt h phtsdoncs, v& Manhall, Principles, Pa- perma= edition, p@, 486,

clavjtud era rentable, o lo consrituiria si ese c6lculo fuera reahente p i b l e . Pero el sisterna de esclavitud en si escapa a la teoria o mejor le viene impuesto como un dato. Por consipiente, Ia distribuci6n reclama no una explicacidn cientifica, sino una descripci6n soci- histdrica, de la qtle sigue siendo un modelo clisico para el mundo contempordneo la Repnrti~ion du revenu notbnal de Marchal y LC- caiilon Fstarnos ante Ia separacidn de lo vivido y de lo formal, de lo sublunar y de lo cientifico, de la doxu y de la episterne.

Verdud hirtdrica y verdud cientifica

Las ciencias humanas pueden transformar la historia en la misma medida en que la tecnica puede transformat nuestra vida; dispe nemos de electricidad y de energia atbrnica, per0 nuestras tramas siguen componie'ndose de causas, de fines y de casualidades. La his- toria no pucde escribirse de forrna revoludonaria, del mismo modo que no p e d e dejar de set historia cotidiana, La lingiiistica no ayuda a entender mcjor 10s textos, de la misma forma que Ia luz no sirve para acostumbrar a1 ojo a distinguir Ios colores: la filologia no se reduce a una aplicaci6n de la liigiiistica, ya que la liltima, como cualquier teoria, carece de un fin distinto a1 de si misma. La semi@ logia quiz6 pueda explicarnos en el futuro que es lo bello, lo cud servir6 para satisfacer nuestra curiosidad, per0 no modificard nues- tra forma de percibir la bellcza. La mismo que la filologia r induso que la geografia, la historia es una eciencia concebida para nosotrosn que sirlo conoce la ciencia verdadera en la medida en que Esta inter- viene en lo vivido. Por otra parte, el atenerse a ese punto de vista no le depara ninguna cornplacencia estdtica o ant1opol6gica: si, de hecho, pudiera cambiar la doxa por la episteme, no vacilaria en rea- lizar el cambio. Desgraciadamente, es un rasgo aracteristico de nuestra facultad de conocer eI hmho de que 10s dos planos del sa- ber no lleguen nunca a confundirse, a pesar de algunas interacciones concretas. El ser es a un tiernp complejo y exacto: cabe, o bien in- tentar describir esa com~lejidad, sin acabar nunca, o bien buscar

J . Marchal y J. k a i l l o n , Lu Rkprtition du reuenu national, 3 vols. Li- brairie de Maicis, 1958; orro t i p de andisis soci~mn6rnim, de gran inter&. es el de J. Fericelli, Le Revenu des agricdrerrm, matPriaux pour una thhrie de la r6pmrrrion, Librairie de Mtdicis, 1960, p. ej.. pks. 102-122. El historicismo alemh, que ha side reemplazado a1 respecto por el cmpirism 16gim, continda su poltmica contra la teorla pura y p i g u e la Merhodenstreit en la rmente obra de Hans Albert Morktssoxio1ogic und Entscheidungslogik, iikonomische Probieme in ~oz io lo~ i~cher Pmpcktive, Berlh, Luchterhand, 1967, partic., p b *as 4F3461.

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Paul Veyne

ur? fragment0 de conocimiento exacto, sin aprchender nunca la com- plej~clad. El que se atiene a1 plano de lo vivido no sddri nunca de el; d que construye un objeto formal re embarca para o u o mundo, en el que descubriri cosas nuevas, per0 no volvcri a enconuar la d a w de lo visible. No alcanzamos lul conmimiento completo de nada; ni siquiera el acontecimiento en el que nos hallamos m t in- timmente implcados nos es conaido sdvo por vestjgios. No PO- demos rcsignarnos a no tener un conaimieoto completo, y a v e m ~eprducimos modeIos lirnitados de lo real; el conocimiento cienti- ~ K O . quc cs posible respccto dc todas ]as cosas, incluso respecto del hombre, nos veda el dc lo concrete, que no es nunca completo. Pero las cosrs no re nos dan plenamente. no re nos muestran sino de for- ma ~ ~ r c i a l u oblicua; nuestro espirih Uega a un conocimiento ri- guroso o amplio de lo real, per0 no contempla nmca d texto ori- ginal de la realidad.

La historia es un palacio cuya extensi6n nunca dcscubrimoa en- reramenre (pues no sabemos rodo d h b i t o nc-aconiecimenta1 que nos queda por historificar) y del cud no podemos divisar a la v a 'odor 10s ingulos, de sucrte que no nos aburrimor nunca en rsc paiacio, en d quc estamos encurados. Un crpiritu nbsoluto se abu- miria en 61, porque conaceria su geomtn l y no tendria nada que descubrir o describir. Ese palacio es para nosotros un autentico la- xrinro: la ciencia nos fnciiita f6rrnulas perfectamente elaboradas ~ u e nos ptrmiten erlcontrar sus salidas, per0 no nos enrrega el plano Iel Iugar.

HISTORIA, SOCIOLOGIA E HISTORIA INTEGRtSL

Pero, lno habremos picado demasiado alto? (Pox quC no habria de parecerse mis la historia a la geoIogia que a la fisica? Las ciencias formalizadas no agotan el imbito de la ciencia, y no se p e d e pre- tender que no haya nada entre las mathemato y la filologia; en efecto, existen ciencias que, a pesar de no ser hipotPtico-deductivas, no dejan de ser cientlficas, ya que explican lo concrero a partir de un orden de hechos cclncretos que estaba oculto y que han descubierto: la peologia explics el relieve actual de la tierra por la cstrucmia y la erosihn, la biologia, 10s mecaaismos de la herencia por cromosomas y la patologia, las enfemedader infecciosas pot 10s microbios. La pregunta sobre la posibilidad de una histotia o de una sociologia cientifica se plantearia entonces de la forma siguiente: ~exis te un orden de hechos al que, a1 menos de forrna general, obedercan 10s dernds hcchos? ~ P u e d e convertirse la historia en una geologia de la evoluci6n humana? Como veremos, encontrar ese orden de hechos es un antiguo sueiio; x le ha buscado sucesivamente en 10s climas, en 10s reghenes politicos (politeiai), en las leyes, en las costumbra y en la economia; el marxismo sigue siendo el intento mis notorio de constituir una geologia. Si se consiguiera consrituirla, la historia y la sociologia se convertirian en ciencias y permitirian intervenir en el acaecer de 10s hechos humanos, 0, a1 mcnos, prwerlos; se pa- recerian, respectivamente, a la historia de la Tierra y a la geologia general, a h historia de1 sistema solar y a la astrofisica, o a la fon6- tica de un idioma y a su fonologia. Pasarian de ser descripciones a

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ser cxpiicaciones, ya que la historia serfs la aplicaa6n de las teorfas de la sociologia. Pero, p r desgracia, sabemos que esa psibilidad no es m& que un suefio; no existe nin* orden de hechos, siemprc el rr~ibrno, a1 que obedezcan infaliblemente 10s demis hechos; la h~r:nr~a y la sociologia estin condenadas a seguir siendo descripcie .., . iomprel~sivas. 0, mds bien, en realidad, s61o existe la hibtoria,

7 - 1 soc~ologia s61o conslste en la iniltil tarea de codificar el krima cn ser una experiencia profesional que no conoce sino casos

'3s y no ticne principios constantes, que son 10s linicos que , - -: c-onvert~rla en ciencia.

,CzBI es Ia razdn, entonces, de que exista la sociologia y tenga m a utllldad mayor que In de m a fraseologia para use de historiado- res? La raz6n es que la historia no hace t d o lo que agota el ha- i t 0 que le es p r ~ p i o y deja a la sociologia que lo haga en su lugar lun a costa del riesgo de extralimitarse. Limitada par la visi6n de 0s acontecimientos de cada dia, la historra contempor&ea abandona I la soc~ologia la descripci6n no amntezimental de la civili7,aci6n .ontemplinea; Iimitada por la antigua tradici6n de la historia na- rativa y nacional, la historia del pasado se ciiie demasiado a la narra- ion ordenada de un conrznrrum espacio-temporal (aFrancia en el iglo mrrs); s610 en contadas uasiones se atreve a repudiar las uni- lades de tiempo y de espacio y a ser tambikn historia comparada

lo que asi se ba dado en llamar (*La Ciudad a travEs de 10s tiem- ass ) . Y, -in embargo, pdemos comprobar que si la historia se ecide a ser <integral*, a convertirse plenarnente en lo que es cn ialidad, hace inlid la sociologia.

h a importancia tendria, desde luego, que pane del c a m p ropio de la historia recibiera el nomhre de sociologia; el hecho ,ndria a lo sumo un inter& corporatiuo. De~~raciadamente, ese .ror de atribuddn acarrea consecuencias: la historia se queda corta AS unidades de tiernpo y dc lugar limitan su visi6n, incluso en el mpo que sicmpre se le ha raonocido) y la sbciologia va demasiado ios Por no haber reconocido que no es rnis que historia, con otro ,mbre, se Cree obligada a intentar hacer ciacia y lo mismo puede u rse de la etnoIogia. La sociologia es una pseudociencia, nacida de i convenciones acadtrnicas que lirnitm la lihertad de la historia;

critica no es siquicra una tarea epistem016~ica, sino que se ins- he mas bien en la historia de 10s gtncros y de la5 convenciones. ~ t r r urla historia que pnr fin fuera integral y una ciencia formal 1 hombre (que ahora se presenta como una praxologla), no queda :ar para ninguna otra ciencia. La verdadera vocaci6n de la historia convertirse en una historia integral, que tendria ante sl un c a m p

inagotable, puesto que la descripci6n de lo concreto es urla tarea infinita.

Condiciones de una historia cientificrl

I>a cxpresicin ahisrclria cientifical~ puede referirsc a dos tareas muy d~ferentes entre si: la de explicar cient&camente 10s aconteci- rnientos mediante las distintas leyes por las que se rige cada uno de ellos, o la de explicar la historia como un todo, la de descubrir sus claves y avtriguar que motor Ia hace avanzar en bloque, Acabamos de ver que la primera tarea resulta imposible, pues la explicaci6n, o bien seria en extremo incompleta, o no se prestaria a tratamiento. La segunda tarea es la que emprenden 10s marxistas concretamente. Ahora bien, tpuedc esplicarse un fragrnento de historia tornado en bloque o, si se prefiere, encontrar detris de cada acontecimiento, ya se trate de la Guerra de 1914, de la Revoluci6n Rusa, o de la pintura cubista, un misrno orden de causas, a saber, las relaciones de p r e ducci6n capitalistas? En vez de explicar las circunstancias, que res- ponden a causas de distinta naturalma, {no cabria descubrir una deterrninada categoria de hechos, siempre la misma que, a1 menos en tbrminos generales, cxplicara 10s restantes hechos de la hisroria? En este supuesto, se considerari que la historia opera segiin una es- tructura categorizada, que se articula en economia, relaciones socia- les, Jerecho, ideologia, etc. Siauiendo esta pauta, el siglo xvrrr se in- tertogaba acerca de cu61 de estas dos categosias, leyes o costumbres, explicaba a la otra.

En geologia, cuando se pretende explicar el relieve de una re- gi6n no se estudian 10s avatares concretes que ha seguido cada una de las piedras (ista se ha desprendido debido a la acci6n del hielo, aquCUa ha sido removida por un carnero que pasaba por alli); nos lirnitamos a estudiar la estmctura y el t i p de erosi6n, porque sabe- mos que con ello basta para dar raz6n de lo esencial; los efectos del clirna. de la flora y de la acci6n humana ya son bastante mis Iimi- tados, y raras veces llegan a adquirir importancia, De la misma for- ma, en la historia se estimar5 que una categoria de causas, las KC- n6rnicas. infIuven sobre 10s hechos mucho mis que las demh, que, si bien pueden quizis a su vez actuat sobre Ias causas econ6micas, lo hacen con un alcance limitado. Y, lo rnismo que un ge6logo adi- vina PI ripo de subsuelo que estB bajo la vegetaci6n que lo cubre, o si el hibitat se concentra en torno a unos escasos puntos en donde hay agua, el ge610go de la historia, 4 contemplar esas extraiias fIe

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Paul Veyne

r e j que sc llaman Don Quijote o Bdzac, preveria qu6 iafraestruc- ruras Ic sirvcn de sustraro.

E s ~ c ripo de marxismo no es mls que una hipbtesis, aunque ve- rosimil. Todo depende de un problems de fondo: lexiste una care- goria de causas que produzca de forma contmua unos efectos mds vls~lsies quc las demris? En geologia, como acabamos de ver, Ia res- puesta es aflrrnativa; en medicina, sin embargo, seria negativa; cum- do se lntenta explicar una cnfermedad no infecciosa, se nos rernite de la anatamis a la fisiologia, de la fisiologia a la hisrologia y de esta ciluma a la bioquimica, sin que ninguna de estas instancias resulte ser mis concluyentc que Ias otras I. Si en historia tuviera qne existir una lr?stancia determinante, seria 16gico pensar en la economia: es evldenre que, mds all6 de la batahola de 10s acontecimicntos impor- tanrcs y de la5 grandes personaIidades, la mayor parte de la vida de 10s llombres se reduce a trabajar para poder vivir.

Ahora bicn, la actividad econ6mica, que tanra importancia revlste en cornparaclon con otras actividades, (lo es hasta tal punto que gc+ b~ernc errs otms actividades, es decir, que las explique? Par otra rlarre, (qut signrfica explicar? 5610 hay expIicaci6n cuando se da de formr constante. Puedc crplicarx d g o cuando pucdc decinc qu6 causas, erl terminos generales, producirhn de forma reguIar un efec- TO determinado, o bicn quC efecto, en t6rminos generales, seia pro- ducldo de forma regalat por causas deterrninadas. Todo el problema radica en la expresi6n aen tetminos generales*, ya quc no cs nece- ""0 que el rnargen de apmximacidn uceda de una c iera ampli- tud '. Las leyes ile la fisica operan de tal suerte que, si p n g o a hervir una cacerola con agua, me basta con regular la cantidad de 3gua y de calor necesarios, en t6rminos gcnerales, para ~ roduc i r el tfecto que pretend0 y, si soy artiHero, la exactitud de la correcci6n jel tiro no evicarg que mis proyectiles se dispersen, si bien dcntro le unos limires claramenie esrabIecidos por el cilculo de probabili- Iades v, en consecuencia, acabarC dando en el blanco.

Si las relaciones emn6micas de produccidn heran, a1 rnenos ~rorimxlamcnte, una causa a la que pudiCramos atenemnos, o pro- ujeran, aunque fuera tambiCn aprorirnabmente, efecras que r e s

',F. Dagongnet, Pbilosophb bioiogiqve. P.U.F., 1955; d W. Ricx. L '*fee rmralt en mPdicine, P. U. F., 1950. ' D. h h m . Cauldiry and Chance in modern physus, Roudcdgc y Kcs.n

id, 1 9 n y 1967.

! pndieran a nuestras expectativas, el mancisrno tendria raz6n y la historia seria una tiencia. Seria necesario, por ejemplo, que antes o despuks ld revolucidn s r produjera sin Ealia, siempre clue sus causas (la actitud del proletariado, las circunstancias concretas de cada nacibn, la linea general del ~ a r t i d o ) variaran s61o denrro de mrirgenes prudenciales; que a una infraestructura determinada (el ca- pitalism~) correspndieran pot supuesto superestructuras distintas (novela realists, novela dr evasidn), +per0 no cualesquiera [no la epo- peya). Sabernos, por otra parte, quc no pasa nada de eso, que el marxismo nunca ha previsto ni ha expIicado nada, y no rnerece la pena detenernos mis en este punto. Pero es necesario entender en todo su alcance lo que su fracax, signifies para la epistemoIogia de la historia; no significa en absoluto, por ejemplo, que la poesia no purds ser explicada por la economia, sino linicamente que la ec* nornia no la explica canstan!emente y que en la historia de la litera- tura, como en 10s dernis campos de la historia, no existen mhs que explicaciones ocasionales. Es indiscurible que la poesia tiene su valor y su vida propios; pero tqu6 derecho nos asiste a profetizar que nunca p o d 4 explicarse un poema corno elect0 de causas primordial-

\ mente ccon6micas, o n sostener que la poesia no sc sienta a seme-

I jante mesa? Esa postura, o seria merarnente retb~ica, o la expresi6n de un prejuicio metafisico que entraria en contradiccihn con el prin-

I cipio de kteraccidn. La cultura, como la historia entera, se corn- pclne de acontecimientos conctetos y no puede prejuzgarse la estruc- tura explicativa que cada acontecimiento requiere. Por ello no cabe hacer teoria de la cultura o de la historia, ni convertir en categoria

( lo q se el senrido comlin, o mejor, lor idiomas r n o d m , llaman sla culturas. Constituye incluso un elemento caracterizador de la vida I social, g una fuente de ditmsioncr inagotables ere ertado semifluid0

1 en el que nada es constantmente verdad, en el que nada es deter- minante, en el que todo depende de todo, como expresan tantos 1 proverbios: uEl dinem no hare la Micidad, pero ayuda a con=-

] guirla,,; sel tema de una novela no es en si mismo ni bueno ni * malos, atodos somos mitad culpables y mitad vfctimas*, t la super-

,

estructura a c ~ a a su vez sobre la infraestructura,,. 13e esta forma, la politics, aun aquella que es consciente de 10s objetivos que per- sigue, queda reducida a la prictica de gobanar a bulto, y la historia a algo sin cardcter cientifico. Todo historiador sabe por experkncia 1 que, cuando intents generalizar un rsquema enplicativn, mnstruir con 61 una teoria, s t le deshace entre Ias rnanos. E n suma, la ex- ! plicadbn histdrica no siguc vias traradas de uns vez para sicrnprc;

1 la historia carece de anatomia. No puede encontrarse en ella 410 s6 Iido tras la aparienciao.

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- -- ---- ---- --- - I Y-i Pad Veync

No cs psible clasificar las causas ntendiendo a su importancia, r:i siquie1.a dc forma aproximada, y decidir que la econornia p r s Aucc, a pesnr dc todo, eferros rnis poderosos que 10s vagos borborig-

I!C la historia de las ideas; la importancia de una u ocra cat+ .-:';i cle causas difiere de un acontecimiento a otro; I-Iemos visto 'i7i0 una hrlrnillacicin nacional ha Ilevado a un pueblo, qrle habia

:,idi) duranrc siglo v medio la Atenas de Europa, a una situaci6n i-k barbarie hasta ahora no igualada y c6mo un pequeiio-burgds su- rnido en la bohemia ha desencadenado una y e r r a mundial con un doble abjctivo: aniquilar a 10s judios (que es una foma de la his- toria de Ias ideas) y conquistar para su pueblo tierras de cultivo en el Este ' (znrigua aspiraci6n heredada del pasado de )as sociedades agrarias, y de la vieja used de tierraw), lo que resulta sorprendente en un siglo industrial y keynesiano. La inexistencia de urn jerarqrlia constante de causas sc hace patente cuando intentarnos intervenir en e! curso de 10s acontecimientos: un grado de formaci6n obrera d e rnasiado bajo prlede dar a1 traste con 10s planes quinquenales y con la superioridad del socialismo. Las causas mis dispares adoptan alter- nativamente el liderazgo, y de ahi que la historia careca de sentido y de ciclos, que sea un sistema abierto, con todo lo que nuestra era cibernPtica permite ya predicar concretamente de ello '.

De ahi asimismo que no pueda existir ciencia de la historia, pues no hasta el determinism0 para que sea posible una ciencia: una ciencia ~610 es viable en 10s sectores en 10s que ei deteminismo universal (irnposible de seguir en sus inagotables potmenores en cualquier campo) presenta efectos de conjunto mhs totalizadores, y puede entonces descifrarse y ser sometido a tratamienco por un m4- todo sintitico que se aplica a esos efectos macrosc6picos, el rngrodo de 10s modelos o e I dc 10s efectos ~redominantes. Si en el sector exarninado el determinism0 no entraiia dichos efectos, resulta i m p sible descifrarlo y no es viable la ciencia en cuestidn. Pensemos en el caIeidoscopio: nada hay rnis determinado que las distintas figuras que forman 10s pequefios fragmentas de papel de colores. Cabe na- rrar la historia de la sucesi6n de esas fiwras, p r o Ces wsjble m a ciencia de tal sucesi6nZ Desde luego; pero siempre que concurra

' Pucs tsos cran Im principales objetivos de la guerra de Hider: la man- cha de Vtnallt=s no fuc m& que una etapa pteliminar; habfa que rcminar con Francis c In~laterra a fin dc tencr las maoos libres para intc~cnir en el Este. Veasc H. R. Trevor-Roper, Hrflcrs WcI~anschung, Enfrvurf einer Hev~cht#, Tublnga, Rainer Wundcrllch Vetlag, 1969.

' E. Tapitsch, ~Gesetzbc~ritf in des Sazialwissenshaften~, en R. mibanskg (editor), C0:on~empornry- Phrloropby (Internariond Institute of Pl~ilosophy), vrr lumcn 2, Pbiloropbie des rciencer, I-orencia, La nuova I d a , 19fr8, p4gs. 141 a 149.

! una de estas dos condiciones: o que el caleidoscopio este construido de taI forma que puedan encontrarse, tras la diversidad dc figuras, algunas estructuras que se repitan peri6dicamente y cuya repetici6n pueda preverse, o bien que, corno ocurre con 10s datos tnlcados, uno

I u otro movimiento de la mano dfsl espectador introduzca, con ma- yor o menor preclsi6n, una u otra figura, Si no se da ninguna de estas condiciones, lo 6nico que podti hacerse es narrar su historia.

' Cabri tarnbien, desde luego, emprender la tarea de trazar un plano de tales figuras, de enumerar 10s colores de 10s fragmentos de papel y 10s grandes tipos de figuras que forman; en una palabra, se podrg construir una sociologia general. Tarea bastante in~i t i l , ya que tales configuraciones y colores s61o tienen una existencia conceptual, y se han construido por lo tanto tan asubjetivamente, corno Ias conste- laciones que la tradici6n construye en la Mveda celeste.

A1 carecer la historia no ~610 de leyes propias, sin0 tambiin de anatnmra y de causas predominantes, hemos de renunciar a la idea comtiana de que se encuentra en la actualidad en un estadio pre- cientifico, a la espera de verse elevada a la categoria de ciencia,

: ciencia que seria la sociologia. Tal nombre no hacia alusi6n desde luego, para Comte, a esa ciencia formal de la actividad humana a la que se tiende actualrnente a denomimr m L bien praxologia; su sociologia era, sin duda, una ciencia de la historia *en su totalidad*, una ciencia de la historia, que debia establecer sus propias leyes corno, p r ejemplo, rla ley de 10s tres estadios~, que es la descrip ci6n del movimiento de la historia tomada en su conjunto. Ahora bien, esta ciencia dc la historia se ha revelado imposible (no por ra- zones metafisicas -1ibertad hwnana-, sino p r problemas ficticos, de tipo ccibern6tico~). Lo que en nuestros dias pretende ser socio- lagfa no es una ciencia: o bien es una descripcidn, una hisroria que no recibe ese nornbre, o una teorfa de las categorias generales de la historia o una fraseologia (corno sucede con la sociologia Ante tal confusi6n cabria preguntarse si tiene rnris sentido invitar

I a historiadores y socidlogos a una cooperacibn interdisciplinaria ca- ' da vez mis necesaria, o invitar a 10s historiadores y a 10s economistas

a servirse de 10s resultados de Ia sociologia actual (resultados que todavia estin p r ver). Parece m k urgente la clarificacibn que la cooperacidn, y a tal respecto, hay tantas cosas que aclarar en la his-

i toria corno en la sociologia.

Si es cierto que la Sociologia no Ira descubierto ning6n tip0 social, ningh orden predominante de hechos, y que para descubrir

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. ..-a ~ ~ iuu , - .... .. . - - ... . . - - -

"' I Paul Veync 1

las invariantes es necesario amdit a una praxologia matema'tica, no queda rn5s remedlo que admitlr que uel nominaiismo de los his- torradores~ era cierro y que la sociologia carece de objeto. Pero,

En 6lt1mo tbrmino, 10s llbros que se publican y qiie pretenden scr sociol6gicos puedcn claslficarse en tres grupos: una filosofia

puesto que hay sociologia, o a1 menos hay soci6logos, la activrdad . -que istos realizan con el nornbre de sociologia debe ser otra cosa.

iirlca inconfesada, una historia de las c~vihaclones conrempordneas y un genera literario seductor, deI que quizi la obra maestra sea Cacjrer Soczaux de la Memoire de Halbwachs, quc es sin saberlo hcredera de las de 10s tratadistas y nloralistas de 10s siglos XVI a XVIII. A este liltimo grupo percenece la mayor parte de las obras dc s ~ i o l o g i a general. En cuanto a1 primer grupo de obras, la soc ie l o g i ~ ~ e r m i t e exponer, como si de ciencia se tratara, opiniones p r e gresistas o conservadoras acerca de Ia politica, la educaci6n o el papcl del populacho en ]as revoluciones; se rrata, por consiguiente, de una filosofis politica. En contrapartida, eo las obras del segundo grupo, cuando un soci6logo realiza un estudio esradistico de la po- blaci6n escudiantii de Nanterre para abocar a una explicaci6n de colijunto de la rcbeli6n universitaria de mayo de 1968, escribe en realldad hisroria conternpordnea, y 10s hlstoriadores futuros habrdn de tener en cuenta su obra y estudiar su interpretaci6n; nosotros

, tambien hemos de pedir humildemence perd6n a ese soci6logo por todo lo malo que a primera vista decimos de la sociologia y rogarle que tenga en cuenta que discutimos la etiqueta y no el producto.

I Pasemos, por Gltimo, a la sociologia De la misma forma que una parte de la filosofia actual tiene como punto de partida la lite- xatura diddctica y las colecciones de serrnones que en 10s siglos XVI 1 a xvIrr consrituian una parte considerable de la producci6n biblio- grifica (cerca de la mltad de 10s libros publicados en algunos perio- das), la sociologia general e5 heredera deI arte de 10s moralistas. Nos dlce de qu t forma esti mmpuesta la sociedad, cua'les son 10s distintos ripos de grupos, las attitudes de 10s hombres, sus ritos, sus rendencias, del mismo modo que las mhirnas y tratados acerca del hombre o del espiriru describian Ia diversidad de Ias conductas, de 13s sociedades y de 10s prejuicios humanos; la sociologia general descrlbe la sociedad eterna, comn 10s moralistas describian a1 hom- brc eterno. Se trata de una socioIogia ccliterarian en el misrno sen- rido en el que se habla de una psicologa slireraria~ de moralistas Y novelislas. Puede, corno esta Gltima, producir obras maestras; en reaiidad, El Cortesono de Baltasar Gracian no es mis que una sacio-

(cscrita, como la obra dc Maquiavelo, en lenguaje normativo). ,Sin embargo, la mayor parte de esta literamra de 10s tratadistes no

conseguira' sobrcvivir, ni rnucho menos generari un proceso acumu- lativo, y s6lo p d d salvarse por sus cualidades iilos6ficas o artis- tlcas, En efecto, tanro en el caso de 10s moralistas como en el de 1:u obras de soc~olo~ia general, nos hallamos ante descr~~ciones de lo ya sabido; ahora bien, la ley de econornia del pensmiento se niegn a almacenar en su patrimonio una descripci6n, por verosimil que sea, si no es mis que una de las posibles entre otras muchas tambign verdaderas, y si cualquiera pudiera crear una en caso de necesidad; s61o retiene 10s acontenidos de la memoria, de la historia y la filologia, y 10s descubrimientos cientificos.

Asi, pues, la sociologia general s61o puede ser una sociologia aliterariarr, una seric de descripciones, una fraseologia, Ninguna de sus descripciones puede ser mas cierta o mis cientifica que las de- m6s. Funciona a base de descripciones y no de explicaciones: recor- demos a tal efecto con fines fundamentalmente didicticos 10s tres grados del saber. La Mrrnula de Newton describe las leyes keple- rianas que explican 10s movimientos de 10s planetas; la parologia microbiana explica la rabia; la magriitud de la carga impositiva ex- pl~ca la impopularidad de Luis XIV. En 10s dos primeros casos, se trata de explicaciones cientificas; en el lilrimo, de una descripci6n y de una comprensiSn. Los dos prirneros exigen descubrirnientos, en tanto que el tercero es fruto de la memoria. 1.0s dos primeros per- miten sacar deducciones, formular previsiones o realizar interven- ciones, el tercero es objeto de la prudencia (no es cuesti6n de po- litica, sino de entendimiento). A la primera de estas categorias co- responden conceptos de alto grad0 de abstraccibn, como atrabajo,, o ccatracci6n~; a la segunda, conceptos cientificos que son fruto de una depuraci6n de 10s conceptos del scntido comb (la apendiente, de 10s ge610gos es un tirmino mucho m6s preciso que cuando se ha- bla de pendiente en el lenguaje corntin, y sr: le contrapondri con- vencionalmenre el t6rmino cucrta*). A1 tercer tip0 de explicaciones corresponden conceptos sublnnares, que son propios de la historia. En cuanto a la sociologia, cuyo tipo de explicaci6n no corresponde a ninguna de las dos prirneras categorias. no puede ser mis que hisroria o gloss de la historia, Ahora bien, las descripciones hist& ricas stt mmponen de una serie de tirminos, de conceptos, de uni- versales; siempre cabri extraer una de estas series de uriivenales para construir una sociologia ~enera l ; v podremos tambiin utilizar siempre esos universales, lo que abriri camino a una sociologia de-

N. del T.: En espadol cn el original. T4rmino cientifico international qlre designa el rebarde de dtiplanicic en estructura sedimentaria monnclinaI en el que las capas rtsistentes estea supquestas sobre caps blandas.

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ductiva que, par serlo, no tendrd mls caracter cienrlfico que la Etica de Spinoza, el derecho o la teologia. El resultado seri sie~npre el rnismo: Ia sociologia general es una fraseologia y hay un niirnero iljmitado de sociologias posibles, como ha puesto de manifiesto el imbito de lo fenom6nico.

' dos sabernos tamhien que la sociolog1a experiments en la actua- un profundo malcstar y que la rnelior et melor pars de 10s

'egos linicamente toman en serio eel trabajo empirico>r, es decir, .,?toria de la sociedad contemporhnea Purs, ~ q u 6 cabe pensar de

1.: ocra sociologia, de la que no es una historia salvo por el nombre? cQuC. puede pensarse de una disciplina que, por una parte, cultivan pensadores in:eligentes, que ocupa miles de paginas, que da orlgen a proiundos dcbates y que, por la otra, es una falsa disciplina cuyos frutos sr saben de antemano condenados a1 fracaso, como 10s de Ia psicologia de I BOO? De hecho, nada se asemeja mis a Gurvitch o a Parsons que el TraifP des facultPr de I'dme de I*aromingui&re, como puede cornprobar el lector si lee la nota5 a pie de piyina. Volverd a encontrar el contenido y el espiritu de esas obras de sociologia cuyas pigmas nos esforzamos en hojear pugnando con el aburri- rnjenro que provoca lo sempiternamenre sabido, esa mezcla de per* grulladab, dproximariones, logomaquias y arnbigiiedades que leemos por encima con la esperanza de encontrar de vez en cuando un detalle interesante, una idea inteligente o un acierto estilistico; de esos volrj- meries, que en la mayor parte de 10s cams son meras colecciones de lugares comunes (Ease, por ejemplo, Erludio del Hombre, de Linton) y que, todo lo mas, hubieran tenido el inter& que presenta cualquier dcscripci6n hist6rica y etnogrifica si el autor, para desgracia nues- trap no se hub~era creido obligado a set dgo mds que un mero hisrc-

*El sistcnta dc las facultades del a h a se cornpone a su vez de orros dos sisternas: el. dc Ias farultades del entcndimiento y el de las facultades de la voluntad. EI primero cornprende tres famltndes particulates: la atencibn, la cornpaiacjbn y el razonarniento. El segundo cornprende ottas trcs: el dcseo, Ia prefcrencta y la lihertad. Mientras la atenc16n es la concentraci6n de la actividad del a h a en un objcto a fin de extraer dr i l la idea, el d e w es la conccn- tracidn dc esa misma actividad bobrc u n oli)eto a fin de ohtencr de &I el placer. La mmparaci6n es el acercamiento de dm objcros; la preferencia es la elemjbn enire dos obieros que se acaban de comprar. Sin embargo, no parme existit la mlsma andogfa entrc el rawnamiento y la libertad~, erc. Fragment0 citsdo par Taine en su admirable obra Pbiiasophcs cI~siqrrcs du XIX' ~iPclc en France, pig. 14.

riador, si no se hubiese empeiiado en parecer soci610go, y en hacer hincapii, no en lo que narra, sjno en 10s tgrrninos que utiliza para narrarlo, lo que le lleva a emplear un estilo carente de vigor, a d2uk y trivializar 10s perfiles por el gusto de repetir uni y otra vrz 10s mismos conceptos.

La sociologia (me refiero a la sociologia general) no existe. Hay una fisica, una economia (y $610 una), pero no hay una sociologia. Cada cual se construye su propia sociologia, de la rnisma forma que cada critic0 literario construye su propia fraseologia. La sociologia pretende ser una ciencia de la que esti todavia por escribir la primeta linea y cuyo balancc cientifico no registra ninglin activo. No ha des- cubierto nada que no se conociera ya; no ha revelado ninguna ana- tomia de la sociedad ni ninguna reiaci6n causal que no estuviera en el acervo del sentido comGn. En carnbio, la aportaci6n de la socic- !ogia a la experiencia histbrica, a Ia ampliaci6ri del cuestionario, es digna de tenerse en cuenta y lo seria alin m8s si la sutilaa fuera la cualidad mds gcneralizada del rnundo, y no se viera ahogada por las preocupaciones cienrificas. De hecho, todo el inter& de la sociologia radica en esa sutileza. La teoria de la personalidad de base de Kar- diner es tan arnbisua como verbalists, y Ias relaciones que prctendc establecer entre las uinstituciones primarias,, y esa personalidad de base resultan unas veces evidentes, orras arbitrarias y algunas incIuso ingenuas; pero su descripcibn deI espiritu de 10s indigenas de Ias islas Marquesas constituye una pigina hermosa y poco comiin de la his- toria contemporhea. De ahi que en una obra de sociologia las expo- siciones que 10s especialistas desdeiiarian por su carhcter lirerario o periodistico son las que presentan mayor inter&, en tanto que las exposiciones especializadas son el peso muerto. Los mis hLbiles rienen bien presente este fenhmeno, y cuando escriben sobre la mu- chedumbre solitaria o sobre la sociologia de la f o t ~ ~ r a f i a , mantienen un prudente equilibria entre lo que gusta a los dos t i p s de lectores posibles.

En resurnen, la socioIogia no es rnds que un tCrmino, una homo- nimia bajo la que se acumulan distintas actividades hetemgkneas: ftaseologla y serie t6pica de la historia, filosofia politics de la po- breza o historia deI rnundo conternporhneo. Constituye por lo tanto [In buen ciemplo de lo que antes llamibarnos ]as falsas continuidades: escribir la historia de la sociologia desde Comte y Durkheirn a We- ber, Parsons y Lazatsfeld, no seria escribir la historia de una disci- plina, sino la de un t6rrnino. Entre 10s autores citados no existe ninguna continuidad sustantiva, teleol6gica, intentional o met6dica; ulan sociologia no es una disciplina unitaria, sujera a evoluci6n; su ljnica continuidad es la del ttrrnino que se utiliza para denominarla,

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.:nosici6n sc encuentra en el origcn de dos pseuduciencias: 18 .,,$a y la etnografia, que se distribuyen la historia de las civili-

. , . '::; contcmporaneas, ocupindose una de la de 10s pueblos civi- . . ,;;:.!:!x, y la otra de la Lie 10s pueblos prirnitivos. (Herodoto, con :1;:!;11i. lucidez, describio conjuntamenre la civilizaci6n de 10s griegos y liis civilizaciones birbaras.) Al no estak afectadas por Ia se6aI hist& rica. ambas discinlinas evolucionan libremenre en un eterno aresente: e s rh i a r 10s arol'esu sin mis: No se rrata desde luego de inienuidad, sino de una convenciirn esrilistica. Por otra parte, vemos de vez en cusndv que un soci610go hace urla excursiiir~ a1 asa ado y vuelve de lj-I cur) un libro, cn cuyo prrilogo explica que ha prcrendido demostrar que la historia comparada puede aportar nuevos arnarerialesrr a la sociologia. Henos aqui en la reremonia de la confusi6n, en una de esas'situaciones de descornposici6n en las que se piensan las cosas a medias; lo suficiente para que no quepa la tacba de ingenuidad, y sin llcgar hasta el fondo para que no aparezca con claridad Io arbi- rrario de Ias convenciones y la falsedad de las consecuencias que @stas entraiian. En efecto. si la etnologia y la sociologia tienen dere- cho a razonar sobre el hpmbre, Cpor quP la historia no razona sobre i l ? Y si la historia no. tiene derecho a hacerIo, 2por q u t habria de asistir tal derecho a soci6logm y etn6grafos? Es cierto que la con- traposici6n exisrrncial encre presente y pasado configura rambie'n la geogralia y la economia tradicionales. Los gebgrafos describen fun- damentalmente la situaci6n actual de la superficie terrestre; cuando aulnenta en determinados paises la longitud de Ias vias fbrreas, se apresuran a actualizar las cifras qur enseiian en sus clases. Existe desde luego una geografia histbrica, pero es considerada una disci- plina de segunda fila (desgraciadarnente, ya que una ageografia hu- mana de Francis en 1 8 1 5 ~ seria a la vez inreresante y posible). En man to a la economia. wr alno 10s alemanes la llarnaron cueconomia . . ., nacional~ y Adam Smith rriqueza de las naciones~: aunque enuncie, conlo se sabe, leyes eternas, tiene espontineamente un caricter con- temporineo y nacionaI '.

La begunda convencibn, la de la unidad de tiempo y de espacio, vincula la historia a1 continuum y la convierte, ante todo, en la bio- grafia de una individualidad national. En distinta medida, la mayor parte de la historia que se escribe actualmente se circunscribe a la historia de una naci6n; rodo ID que se sustrae a la convenci6n del continuum recibc el nombre de historia comparada. La historia se encuentra en la situaci6n en la que se hallaria la geografia si tsta

I Robinson. Phrlosophre hconomiqne, trad. Stora, N. R. F.. 1967, pii- gina 199.

filtirna se redujera casi exclusivamente a la geografia regional y la gcografia general fuera considcrada una Jisciplina de segunda. fila o kina ticnica de tocalizacirin. Coma hemos visto antes, no es el tiernpo, sino la singularidad, lo que es consustancial a la historia. Ei rcspeto a la unidad de espacio y tiempo, la adhesi6n a la singu- laridad espacio-temporal, c o n s t i t ~ ~ ~ e n el 6ltirno residuo de los ori- genes de la historia en ruanto repertorio de la- mcrnoria de una na- cicin o de una dinasria. Si a partir dcl siglo XVII la geografia se ha con\,ertido en una discipiina integral y ha reconocido Ia absoluta Icgirirnidatl cle la gerrgrafia general, se tlcbe prohnhlemcnre artre todo a que, a tlifercncia de la historia qile comicnza sicndo historia nacio- nal, la geografia, por razones obvias, es ante todo geografia de 10s paises extranjeros, <<historia de v ia jes~ . A1 genio de Varenius se debe lo demis.

Pero 10s ge6grafos se atienen a un principio fundamentai en el q t ~ r 10s hisroriadores ~ienerl la obligaci6n absoluta de inspirarse: no estudiar nunca un fen6meno sin ponerlo en relaci6n con 10s fendme- nos anhlogos que se distribuyen a lo largo de 10s demds puntos de la Tierra. S i se estudia el glaciar de Talefre, en el macizo del Mont- B!anc, no se deja de traer a colac16n 10s dernis glaciares alpinos, e incluso todos 10s glscrares deI planeta. De la cornparaci6n surge la luz: el nprincipio de la geografia comparada* sirve de fundarnento a la geogralia general y anima la geografia regional '. Los ge6Erafos denominan, respectivamente. adirnensi6n horizontaI* y adimensi6n ~lerticals a estas dos uosibles orientaciones de cualsuier dcscriocion ', de las cuales una sigue un conli~uum, que es la regi6n, en tanto que otra procede por ifcms (gIaciar, erosi6n o hibitat). Los especialistas en epigrafia denominan a estas dos orientaciones clasificaci6n regional y clasificaci6n por series. Este dualism0 es tarnbihn el de la historia frente a la historia comparada y el de la historia de la literatura respecto de la literatr~ra comparada. En efecto, todas estas disci- plinas descriptivas tienen por objeto hechos que se suceden en ei tiernpo o en el espario, y que, estudiados desde un punto de vista adecuado, suelen presentar anaIogias entre ellos. Por consigniente,

' A. nonifi~cio en !a colecc16n Enciclopedia dcr la Pl&iadr, Hirlolr~ de rcien- CPI, pis. 1.146.

Snbre la d1511nci6n cntre la orlentaci6n *horizontal* y la ~verticalu, v6ase Schrn~lhennrr y Bohck en Zum Cegens~and und Merhvde drr Geographic, de W . Srorkcbaum. pigs. 192 y 295.

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~ ~-

r a u l vcync'

cabe, o bien describir un fragment0 de espacio o de tiempo con lac hechos que contiene, o bien describir una seric de hechos que prc- seatan alguna semejanza. Los hechos lirerarios p e d e n narrarse como una succsibn ordenadx (la novela en Francia, la Iiteratura y la socic- clad en el siglo XVIJI franc&, la literatura europea) o ur ihando carc- por;as: la itovela en primera persona, literatura y sociedad. Puede elcgirsr una u otra orientacibn: n inpna de ellas es mi s general o

' swiolcigica quc la orra. El ecamporr de 10s hechos hist6ricos o gee - 'p i f icos carece de proiundidad, se sirlia en el misrno piano; s61o - . c a b separar de 61 fragmentos de mayor o menor extensi6n, y que

pertenezcan o no a un rinico conjunto. Asi, se puede estudiar *la nilvela froricesa~ o alas novelas en primcra persona,, rIa ciudad griega, tes decir, [as ciudades griegas) o alas ciudades a trave's de Is historia*. Pero de hecho, cualq~liera que sea la orientacibn que se eliia. presupone el conocimiento de la otra. Si aiguien se atreviera a es~udiar el &ciar tie Talefre sin saber, por el estudio de 10s dernls glaciares, q c ~ C es un sis~ema ylaciar, no comprelideria nada de PI p no ~ercibir ia sino sus raspas mis aoecd6ticos; si alguien estudiara la novela antigua creyendo que la literatura comparada es una disci- plirla rnarKirlal que no le inreresa, no sacarfa ningljn fruto de su estutlio; si aiguien estudiara los validos de 1,uis XIII sin estudiar la ~cscrie), de 10s validos del Antiguo Rigimen no comprenderh lo

* que ha.significado el sistema de validos ni, por lo tanto, lo que -representaron lus validos de Luis XIII, y se limirari a hacer una historia meramrnte acontecirnental. Para cornprender a uno cual- quiera de 10s validos r. narrar su historia, es neccsario estudiar varios y, en consecuencia, cs preciso salir de su periodo, no tener en cuenta la unidad de tiempo y de espacio. Unicamente la histaria comparada permite eludir la 6ptica de las fuentes y expresar lo que no puede rrducirsc a acontecimientos.

El prcjuicio de la unidad de tiempo y espacio ha tenido por con- siguien~e dos consecrlencias neeativas: hasta hace poco, la historia cnmparada o general se ha sacrificado a la historia acontinua* o national, kf el resultado ha sido una historia incompleta; For faIta de clemcntos de comparaci6n, esta historia nacionai se ha mutilado a si rnlsma y ha quedado prisionera de una 6ptica excerivamente ape- gad. a lor acontecimicntos. (A quC hay que aspirar entonces? (A que la hisroria com~arada goce de plenos d e r ~ h o s de ciudadania? ( A que proliferen libros titulados Primirifr de ia re'volte, Messionir- 'nes f~uo~rr~ionnuirer du Tiers Monde '', The Culture of Cities o The

. - - ; , :.?r Prirni~its dc la rivalre, dc E. Hobshawm; Mer~ianimes, d~ W . E. t::~irnn: Culfure o/ cities. dc L. Mumford; S y r r ~ m ~ ' o/ Enrpires, de S. N .

Political Systemr o/ Empirer? Desde luego, puesto que las obras I dtadas son interesantes. Sin embargo, sigue s imdo posible hacer

historis comparada en el marc0 de la historia rnh tradiciond, mas acontinuau: basra con no narrar un solo hecho sin haberlo estudiado

I previamnte dcntro dc su swie. Estudiar de b r m a compvada varios 1 rnesianismos revolucionarios es tan 5610 escribrr la historia de cada , uno de ellos.

Hay que aspirar por consiguiente n que se elabore una historia que sea el correlate de la g ~ g r a f i a general y que revitdice la historia tcontinua, de la mlsma forma que la geografia general revitaliza la regional y le slrve de guia. El abandon0 de las unidades proporciorla a la historia unn libertad de categorizaci611, de haUazgo de nuevos items, que ~onst i tuye una fuente de renovaci6n ilimitada. Hay que aspirar incluso a que la historia continua llegue a ser la parte cuan- titativamente mis reducida de la historia, o se limite a proprcionar el marco de trabajo para las obras d e erudiciBn. En efecco, si se suprimen la unidad de tiempo y de espacio, la unidad de la trama se convierte en esencial. Sin embargo, no es frecumte que las esque- nratizaciones tradicionales. 110s ofrezcan tramas coherentes e intere- santcs. Los gdgrafos han renunciado desde hnct ye mucho t i e m p a tra7ar las regiones de conformidad con las frontetas ~ol i t icas , para perfilarlas en funci6n de criterios estrictamente geogrificos. Ida his- toria debe irnitarlos y dotarse de una total libertad de irinerario a travis del imbito de 10s acontecimientos, si se admite que la hiscoria es una obra de arte que se interesa purarnenre por lo especifico, y si se adrnite p o r liltimo que 10s ahechasn no existen mCs que en vixtud de una trama y quc la ordenacidrn de la qtramar, no estB sujeta a leyes, La primera obligacibn del historiador no consiste en ocuparse de un tema, sin0 en crearlo. A esla historia en libertad, que se ha desprendido de sus lirnitaciones tradicionales, es a la que denominamos historia integral.

IA obra hist6rica de Weber

En suma, la historia, para llegar a ser historia integral, debe s u p rat trcs linitacioncs: la contraposicihn entre lo cantempr6neo y 10

Eisenstadt. Nada pone mejor de manifiesto la distinci6n enae kGstoria y e r m ~ r a f i a que el libro de Miihlmann; aunque el ritulo franc& es rnis bien etno- grifico, el ritulo original (Cbilinsrnus und Notivisrnus) es m& bicn hist6rico; el autor declara en la pigina 347 que ha querido animar el estudio de 10s me- sinnisrnos revolucionarios quc se conocen m la historia. yyos darurnentos medievales y rnodernos s610 nos dan una idca pflida y desvirtuada, a u a v h de lo que puede oknrarse m Im subdesarmllados en nuesrros dias.

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histdrico, ia convenci6n del conlinuurn, y la dprica de 10s aconzeci- mialtc~s; la salvacibrl viene entonces de la usociologia~ y de la <demo- grafiav de las sociedades contemporineas, de la hisroria <(cornparadan, en dciinitiva, de una histuria que no sea historia de acontecimientus, con la consectlcnre desintcgraci6n de las eternporalidades en pmfun- cfidad*. Una hisroria que haya alcanzado ese grad0 de jil'tegridad rca!iza la verdad de la sociologia. La obra hist6rica n 6 s modilica de nuestro siglo cs la de Max Weber, que Lorra las ftorlteras enrre la historia tradicional, la sociologia y la historia comparada, de las que coma, respecrivarneete, el realismo, las aspiraciones y la amplitad. 1Y'cl)cr -para r1uit.n la historia remire a 10s valores- es tambib , ~.~;;:ir!iijicamen~c, cl qrle ha llevado la evoluci6n de! g6nero hasta sus

,!;.:;s consciuencias 16gieas: a una historia enteramente liberada s;:ngrllaridad espacioternporal y que, puesto que todo es historia, !.on entera Iibertacl sus temas. La obra de Weber --que en

. , . , . . .. .) sociologia acomprensivau no prerende formular [eyes- es, . .

3.1:: ;::<no derecho, historia. Su apariencia ialsamenre sistemitica o h - dccc iinicarnente a que se rrata en realidad de una historia cornparada en la que subyace una reoria de las categorias generaIcs: agrupa y c1:)sificit 10s casw cnncretos de un nlisrno ripo de acontecimienros a 10 largv dc 10s siglos. Lo Crudrid es un arnplio esrudio comparative del hibitat urbano a lo largo de todas las 6 p a s y civilizaciones. Weber no exrrae reglas de la comparaci6n; se limita todo lo mis a senalar que por razones comprensihles [que por lo ranto no pueden abstraerse de una situaci6n concreta hist6rica con la que la regla formal tiene rina interacci6n subrepticia), dererminado tip0 de acon- recimientos afavorecen otro ripo determinado. 1,as clases oprirnidas presentan naturalrnente una cierta afinidad por uno u otra tipo de creencia religinsa rational. Es comprensible humanamente quc ocurra asf e igualmenre comprensiblc que Ia regla tenga excepciones. Todo admire p,radaci6n, en mtis o rnenos, como siempre sucede en la his- totia; las proposiciones que revisten el aSpeCT0 de una formulaci6n general se lirriitan de hecho a enunciar apasibilidades objetivas mhs s rnenos tipicas, s e g n 10s casos, o incluso m b o menos pr6ximas a una causalidad adecuada o a una acci6n ligeramente favorable,, ". En suma, Weber, esboza una red. de variables: un poder carismi- tic0 -d ice , por ejernplo- puede mantenetse y convertirse e n here- ditnrio, o p r el contrario, desaparecer a la muerte del jefe bien- amado, por puro azar hist6rico. Por eso, no es sorprcndente que tales topoi const i tu~an la parte menor de su ohra: no dariarnos una ides

( .nln(r \I. I.<& r~bc Ir i11siorls -

exacra dcl aspecto que presentan las abras de Webet si no dijeramos que s6lo consrituyen, en su conjun~o, algunas trases dispersas a1 hilo de numcrosas piginas de descripcion histGrica, y quc la finalidad de sus obras estriba mis bien en tales descripciones hist6rrcas que cn la enunciacron de ese t i p de conclusiones. E n realidad, pueden ! encontrarse formulaciones de ese gCnero en todos ios historiadores, sobre todo sl adop;an un tono filos6fic0, y si se ha pensado que la obra d r Wrber era alga mas que una historia que no quiere w r

i denomlnada as:, no se debe a tales formulaciones. El hecho de que su obra no se asemeje a la historia en su versi6n tradicional se dcbe a tres factores: la ruptura con el conlintrum, ya que Weber busca sus recursos cn todos 10s terrenos, el tono desenvuelto de ese out-

) rrdrr que desdefia lor hibitos profesionales y d csrilo tradicional que sirve para reconocer a 10s especialtstas de uno u otro period0 y, por lift~mo, el hecho de que el m k t d o comparative le lleva a plan- tear problemas en 10s que 10s especialistas nunca hubieran pensado.

Par consiguiente, como escribe L. von Mises, la socioIogia de ! Weber es, en realidad, una historia que adopta una forma mis u i -

I versa1 y sumaria. Para Weher, ]a sociologla no podia ser sino una hisruria de esre tipo, ya quc, a su juicio, las cosas dc 10s hombres I

I no pueden obedecer a Ieyes universales y ilnicamente permiten formu- lar julcios hist6ricos, a 10s que se negaba a llamar hist6ricos 5610

I porque eran comparatives y no factuales. Tales juicios c o n s t i t u h I

para Weber la sociologia, la ciencia, porque no podia existir otra ciencia del hombre E n efecto, ya sabemos c u d fue la postura epis- t ~ m o l 6 ~ i c a de Weber, heredero de Dilthey y del historicismo en la ~d i spu ta acerca Je 10s rnCtodosn, en la que se enfrentaban 10s par-

i tidarios de Ja economia en cuanto reoria pura y 10s de la economia

I como disciplina histdrica y dexriptiva. Weber, para quicn la teoria

I econ6mica no constituh un conocimiento deductive, sino un tipo

I ideal de la economia del capitalismo liberal, y para quien las ciencias I humanas no se situaban en el mismo plano que las de la naturdeza, I podia tornar como ciencia del hombre su propia concepcicin arnplia I

de la historia, reservando el nombre de historia para la historia de acontecimientos. Desde hacc tres cuartos de siglo, ]as cosas se han aclarado un tanto, y actuaImente tendemos a considerar como his- toria Economio y Sacirdzd y Ln Ciudnd, tservando el nombre de ciencia para la teoria econ6mica, y de modo 6 para la praxologia ~natemgtica.

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I/ FOUCAULT REVOLUCIONA

A Irene

De sobra es conocido el nombre de Foucault para necesitar lntgas introducciones. Mejor seri que pasemos inmediatarnente a dar ejem- plos concretes de la aplicaci6n de su mCtodo para dernostrar su uti-

I iidad prBctica y tratar de disipar Ias recelos que pueden sentirse hacia i ese fiitrsofo: cabe, en efecto, pensnr que Foucault reifica una instan- ! cia que escapa a la acci6n hulnana y a la explicacilin hisrtirica, que i I hace prevalecer 10s cortes o Ias estructuras sobre Ia continuidad y la ! evoIuci6n, o que n c se interesa por el aspecta social de Ia historia.. . j Ademis, el empIeo por Foucault de H pnlabra adiscurso, ha dado

i lugar a muchas confusiones'; hay que recordar, en primer lugar, que Foucault no es Lacan N un es~ecialista en sem6ntica. sino uue usa

A

la palabra adiscurso, en un serltido muy particular, que no es el de a10 que se dice*. El titulo mismo de una de su obras, Las polo- bras y las cosru, tiene un significado irdnico '.

La culpa no es de los lextores. Lo Arqueologiu del Saber, e x libm torpc y genial en el que el auror ha tornado plena conciencia dc lo que hacia y ha llevado su reorfa a su descnlace 16gico (pig. 65: *En una palabra, lo que se quiere cs prescindir de las cosasr~; cJ. $8. 27 y lag autocriticas dc LA IIistoria de la Lmura y dcl Nacimienio de la Cllnica, pig. 64, n. 1, p&g. 74, n. I ) , fue escrito en plena fiebre estructuralista y li@istica. Adernds FoucauIt. como his~orindor, comcnz6 por cstudiar 10s discursos m&s que las prhc- ticas. o las prdcticas a trav& de 10s discurwx. La relaci6n del m4tdo de Fou- caulr con la tingiilstica sigue siendo solamente parcial, accidentd o circuns rancial. ' la Arquedogia def Saber, pdg. 66, dr. 6347.

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Si disipamos esos errores, pmbablemente inevitables ', descubri- mos, en ese pensamiento complejo, algo muy sencillo y muy nuevo gut no ~ u e d e menos de colmar de satisfaccidn a1 histotiador, el cual: se cnconrrad en seguida en c a m p conocido: es lo que esperaba y iacia ya de forma confusa. Foucault es el historiador completo, el final de Ja historia. Nadie pone en duda que ese fdBsofo es uno Je los mayores historiadores de nuestra 6 p a , pero tambiPn podria ser el autor de la revoluci6n cientifica que persep'an todos 10s his- :oriadores. Positivistas, nominalistas, pluralistas y enemigos de Ias ~a i ab ra s acabadas en uisrnos, lo somos todos: CI es el primer0 que Io es deI t d o . Es el primer historiador totaimente positivists.

Mi prirncra obligaci6n sera', p r tanto, hablat en calidad de his te iiador m6s que de fildsofo ..., g con motivo. La segtlnda y liltima 5eri la de hablar con ejernplos; elegirb uno del que deducirC :odes x i s rnzor~amientos, y que no es mio: sera la explicaci6n de la des- .$.,:::irihn dc 10s combates de gladiadores que descubri6 Georges Villc

:".iwto p d r i lecrse en su gran obra p6stuma sobre esa insti. . ~.>. , .r .... :.la.

,:icidn inicial de Foucault no es la estructura, ni el corte, . r::i.so: es la rarezn, en eI sentido latino de la palabra; 10s

: .,.., -t.,.~:! * :n~rnanos son raros, no estin instalados cn la plenitud de la

:.$;!:'::I. !lay un vacio a su alrededor debido a otros hechos que nuesrra sabiduria no incluye; porque lo que es podria ser distinto; 10s hechos humanos son arbitrarios, en el sentido que da Mauss a esa palabra. Yo son evidentes, aunquc asi lo parezcan a 10s contempordneos, e incluso a sus historiadores hasta el punto de que ni unos ni otros 10s pcrcihen siquiera. No sigamos pot ahora, y pasemos s 10s hechos. Es urla larga tlistoria la que, gracias a mi arnigo Georges ViIIe, vamos I escuchar ahora: la de la desaparici6n de 10s combates de gladia- dores.

Esos combates h e r o n desapareciendo poco a poco, o mds bien par etapas, a lo largo de1 siglo IV de nuestra era, en el que reinaban Ins emperadores crisrianos. <A quC se debe esa desaparici6n, y por quk se produjo en ese momento? La respuesta parece evidente: esas atrocidades desaparecieron por el cristianismo. Pues bien, no cs as:: 11 iguaJ que la esclavitud, 10s combates de glsdiadores no deben en absoluto su desaparici6n a 10s cristianos; Cstos s610 condenaban esos :ombates dentro de la condena general que formulaban contra todos

' AdcmBs, aen h r Pulahrar y lax Coros, la ausencia de sbaIizamiento me- dnl6gico pudo hnccr pensilt en anelisis forrnulados e n t&mrnos de totalidad u1ruraI-n (Id Arqueolo~fa del Saber, pdg. 27). Incltlm 10s fil6solos pr6xinos

Foucault ban pcnsado que su objecivo era csrablecer la exisrencia de una 3l.V~me comljn s toda una +-a.

10s especthculos, que distracn a1 aIma de pensar iln~camcnte en su salvac16n; entre 10s espect6culos, el teatro les parecr6 siemprc, por sus rn61tiples indeccncias, m i s condenable que las luchas de gladia- dores. Mientras el placer de vcr cocrer la sangre encuentra en si mismo su mlminaci6n, el placer de Ins indecencias de la escena indpce a 10s espectadores a Uevar despuCs una vida lasciva en la ciudad. ~ I L b r i que buscar entonces la expIicaci6n p r el lado del hurnanitarisrno que seria, rnis que cristiano, en buena parte humano, o pnr el lado de la sab~durfa pagana? Tampoco. El humanitarisrno no se da m8s que en una reducida minoria de personas con nervios frigilcs (en todas las ipocas, la muchedumbre se ha precipitad,. D '9s suplicios, y Nietzsche ha escrito frases propias de un pensador re- cluido en su torre de marfil sobre el sano salvajismo de 10s pueblos fuertes); ese hurnanitarisrno 5e confunde con excesiva facilidad con un sentimiento algo diferente, la prudencia; en efccto, antes de adoptar con entusiasrno las luchas romanas dr gladiadores, 10s grie- gos empezaron por temer su crueldad, que podia acostumbrar a la poblaci6n a la violencia, corno nosotros tenemos miedo de quc las escenas de violencia de la televisi6n aumenten el indice de crimina- lidad. Esto no es exactarnente lo mismo que compadecerse de la suerte de 10s gladiadotes mismos. En cuanto a 10s sabios, tanto 10s paganos corno 10s cristianos estimnn que el sangriento especticulo de 10s combates mancilla el a l~na de 10s cs~ectadores (dse es el autCn- tic0 significado de las famosisirnas condenas formuladas por Skneca y por San Agustin); pero no es lo mismo condenar las peliculas pornogrdicas porque son inrnorales y mancillan el a h a del priblico que hacerlo porque transforman en objetos a 10s sere5 hurnanos que las interpretan.

Prcrrisarneate, 10s giadiadores tenian en la Antigiiedad el prestigio ambivalente de las estrellas d e peIfculas pornogrificas: cuando no fascir~aban en su calidad de estrelias de la arena, daban horror, por- que esos valuntarios de la muerte lhdica eran a1 mismo tiempo ase- sinos, victirnas, candidates para el suicidio y fururos cadiveres ambu- lantes. Se les consideraba impuros por 10s mismos motivos que a las ptostitutas: unos y otras son focos de infaci6n en las ciudada, es inmoral frecuentarlos porque son sucios, y hay que tratarlos a distancia, La r a 6 n es obvia: en la mayor parte de la poblaci6n 10s gladiadores despertaban, como el verdugo, sentimiectos ambivalen- tes -atracci6n y pruder~te repulsi6n-; por una parte estaba d delcite de ver sufrir, la fascinaci6n de la muerre y el placer de ver cadiveres, y, por otra, la angustia de observar que, en el rednto mismo de la paz p~iblica, sc cometen asesinatos lcgales, y no de ene- migos ni de ctiminales, ya que la sociedad organizada ya no defiende

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- -- - - -- Paul Vcyn,

era la ley de la selva. En muchas civilizaciones, ese miedo polltico :aleciri sobre la atracci6n: a tl se debe la desaparicidn de 10s . r . pr~cios humaoos; en Rorna, en cambio, prwaleci6 la atraccidn y stabfecid esa instiacidn de 10s gladiadores, linica en fa historia ersal; la rnezcla de horror y de atracd6n Ilev6 a la soluci6n de uar a esos mismos gladiadores que se vitoreaban como estrelIas cansiderarlos impuros como la sangre, el esperma y 10s cad&

- ?so pernritia asistir a 10s corr~bates y a 10s suplidos de la :ton la mavor tranquilidad de conciencia: Ias escenas mds espan- que tenian lugar en ella eran uno de 10s motivos favoriios de

~bjetns de arten que dccoraban las casas de 10s particulares. ero lo mPs sorprendente no es esa falta inesperada de humani- no, sin0 que esa inwencia en la crueldad fuera legitima, e induso y hasta organizada por 10s poderes piiblicos; el propio soberano,

or Je la micdad organizada frente a1 estado de naturalma, era organizaba ctos asesinatos lridicos en paz pdblica y qnien, anfiteatro, 10s arbitraba y 10s presidia. I)e tal modo que 10s

s de la corte, para halagar a1 soberano, lo felicitaban por el io de 10s suplicios que habia organizado para regocijo (voluptas, a ) de todos. No es, p r tanto, el horror. ni siquicra el legal, c crea ?I problems, porque, en otros siglos, Ia gente se preci- 1 a 10s autos de fe, con frecuencia presididos por reyes cris- , sino el hecho de que ningirn pretext0 arnpare este horror p6- Los autos de fe no se organizaban para la divej-si6n; si un cor-

1 halagador hubiera felicitado a1 rey de Espaiia o al de Francia aber procurado esa voluptas a sus sCbditos, habria atentado

la majestad def rey y la dignidad de la justicia y de sus c a s

I esas cirmnstancias, Ia desaparici6n de 10s cornbates de gla- es erl la epoca de 10s emperadores cristianos parece un misterio zrrable. tQu6 acaM con la arnbivalencia e hizo prevdecer el sobre la atracci6r1;l No pudieron ser ni la sabiduria pagana ~

:rina cristiana, ni el hurnanitarismo. 2Ser6 que se h u m a n s o tianiz6 el poder politico? Pero 10s ernperadores cristianos no humanitatistas* profesionales, y sus ant-sores paganos no n absoluto inhumanos: prohibieron 10s sacrificios humanos a d i m s celtas ). carta~inescs, como 10s ingleses prohibieron la i6n dc las viudas en la India. El mismo Ner6n no era tan como sr:eIe creerse, y Vespasiano y Marco Aurelio no eran si fuc pox cristiarlislno por la que 10s emperador6 m'stimos

n pradualrnente fin a 10s cornbates de gbdiadores, hicieron o demasiado poco: 10s cristianor no pretendian tanto, y

dcscado subre todo la prohibicidn del teatro; y, sin embargo,

\,olUi,si; ch<;-iiuc' 3 2 ; ~ j ~ ~ l ) i ~ l h - - - - - - -- .. -..,

3 9 el teatro con todas sus indecencias se mantuvo como nunca, g llegarh a ser muy popular en Bizancio. &erP que la Roma pagana era una usociedad del especrLculow en la que el Poder daba circo y gIadia- dores a1 pueblo por razones de alta politica? Esa tautoIogia alam- bicada no es una explicacidn, tanto mhs cuanto que la Roma cristiana y Bizancio tambiCn serian sodedades con especticdos pliblicos. Y , sin embargo, se impone una verdad incuestionable: no conseguimos imaginarnos a un ernperador bizantino o a un rey cristiano dando gladiadores a su pueblo. Desde el find de la Antigiiedad, el d e r ya no mata para divertir.

Y can motivo: en el poder ptiblico es donde se ocutta ].a verda- dera explicaci6n de 10s combates de gladiadores y de 5u supresibn, y no en el humanitarismo ni en la religibn. S610 que hay que bus- carla en la parte sumergida del iceberg upoliticou, porque ahi es donde se ha producido un cambio que ha hecho impensables esos combates en Bizancio o en la Edad Media. Hay que apartarse de *Ian politica para observar una forma ram, un <<bibelot, politico de la epoca cuyos enrevesamientos i ne s~ rados constituyen la dave del

. .

. .

enigma. Dicho de otra forrna, hay que apartar la vista de 10s objetos I ! I

naturales para obscrvar cicrta prhctica, rnuy anticuada, que 10s ha ! : ; !

objetivado bajo un aspect0 tan anticuado como eUa; por ese motivo i !

existe lo que IlamE antes, utilizando una expresi6n popular, la uparte ! i ! i oculta del icebergr: porque olvidamos Ia prictica para no ver ya : I

: I

mds que 10s objetos que la cosifican ante nuestros ojos. Sigamos, .! i pues, el procedimiento inverso: mediante esa revoluci6n mpemicana,

. . : ' ! . .

ya no tendrernos que multiplicar, entre objetos naturales, 10s epici- ' j

clos ideolbgicos sin conseguir, a pesar de todo, engranarIos en 10s i i

rnovimientos reales. Ese fue eI mkrodo que sigui6 espontheamente ! 1

Georges Ville y que ilustra muy bien el pensamiento de Foucault, , I

poniendo de manifiesto su fecundidad. i

En Iugar de creer que existe una cosa. que se llama ulos gober- i

I I

nados*, en relaci6n con la cual uios gobernantes~ observan un deter- : i I

minado comportamiento, consideremos que puede tratarse a 610s : *

i

gobernadosw siguiendo prkticas tan dilerentes segiul las dpocas que , I . dichos gobernados casi no tienen en comb m;is que el nombre. Se

. . : i

les puede disciplinar, es deck, prescribirles lo que deben hacer (si no se prescribe nada, no deben muverse); se les puede tratar como

. . / i

sujetos juridicos: algunas cosas e s t h prohibidas p r o , dentro de esos limites, se mueven Iibremente; se les puede explotar, y eso es lo que han hecho muchas monarquias: el principe ha tornado posesi6n de un territorio pblado, como lo habrfa hecho de pastos o de un ,

lago lleno de peces y ha tornado, para vivir y ejercer su oficio de principe entre 10s demds prfncipes, una parte del product0 de la

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na htlmana que puebla ese doninio, siempre- que no mate Ia lina dc 10s huevos de oro. De esa fai~na se diri, en tkrminos sati- 15. q ~ c el principc la hunde en la incuria politica; en tCrminos de ;ago, rluc ahace), fcliz a su pueblo; en tCrrninos neutros, que deja I p~~cl>ln scr t'eliz y poner cwida, si las estaciones le dan 10s ingre- .rrcs; cn cualquier caso, no molcsra a sus stibditos, no pretende igarlos a la salvaci6n eterna ni conducirIos a ninguna gran em- $2: deja Actuar a las condiciones naturales, deja a sus sdbditos )ajar, reproducirse y prosperar mbs o menos segljn la calidad de cosechas, lo mismo que un ithacendador que no fuerza a la natu- 2s. Queda entendido quc el propietario y ellos misn~os no son : qrle una especie natural que vivc en la propiedad. Cr;bcn tarnbie'n otras pracricas como, por ejempIo, la de la agran 'ir:.;;t'> c!ue pa mencionamos: dejarnos al lector quc complete el

. i ) t t a s veces, ese objeto natural de iclos gobernados), no I ; ~ ~ l n a humana ni una colectividad a la que se lleva de

.-.w grado lracia una tierra prornedda, sino una ctpoblacicinn . .

, . 7

:. .it:r~c:e administrar, como un conservador del parrin~or~io , .., . .. : :i::c regula y encauza las corrientes naturales de las aguas y

2 :, ::i : l o :a , para que todo en la naturaleza marche ordenadarnente, I que 110 se rnarchite la flora; 61 no deja que la naturaleza siga :ur-,o: interviene, pero s61o para rnejorar eI estado de la natura- o, p r decirlo de otra manera, actrja como el agente de tra'fico itencauzau Ia circulaci6n espontinea de 10s autom6viles para

ar problemas, cumpliendo la tarea que se le ha atribuido. De modo, los autom6viIes puedcn ir scguros; eso es io que se llama Veffare Stare, y en 61 vivimos. ~QuC diferencia con el principe Antiguo RCgirnen que, de ver tra'nsito rodado en las carretetas, abria linlitsdo a imponer un derecho de peaje! Tampoco es todo ecto para rodos en la gesti6n de las corrientes, porque la espon- idaJ na:uraI no puede dirigirse a voluntad: hay qlle interrurnpir corrienre de circulaci6n para dejar pasar otra transversal, de

la que unos conductores, tal vez con mis prisa que otros, no an mis remedio que esprar a Ia luz verde del semdforo. qos haILamos ante uactitudes* rnuy diferentes hacia el objeto rat de alos pohernados*, v ante rnuchas formas'distintas de tratar ctivamenteu a 10s gobernados o, por decirlo de otra forma, ante {as aideolopias* difetentes de la relaci6n con 10s gobernados. rnos que hay rrluchas pricticas diferentes que objetivsn, una a poblacibn; otra a nna fauna; otra a un COICC~~VO, etc. Aparen- :rite, 5610 es una nlesticin sernBntica, una modalidad de las con- iones de vocabuJario; pero en realidad, en ese cambio de pala- se encierra una revolucidn cientifica: 1as apariencias se vuelven

del r e d s a1 rnodo de la manga de una prenda de vesrir y , de resultas de ello, 10s falsos problemas mueren por asfixia y el verdadero pro- blema 'dse pone de rnanifieston.

Apliquemos el mismo mitodo a 10s gladisdores; preguntirnonos en quC prictica politics se objetiva a las personas de farrna tal que, sl desean glad~adores, se les da con alegria, y en quC pract~ca es inimaginable que se les puedan dar. La respuesta es ficil.

Supongarnos que somos responsables de Iln rebaiio en movi- miento, que hernos aasurrrido), esa responsabilidad de pastores. NO sornos el propietario del rebafio: 61 se limitaria a rsquilarlo en su provecho y, por lo demis, abandonaria a 10s animales a su incuria natural; sornos nosotros 10s que debernos atender 4 la marcha del rebaiio, porque 6ste no esti en 10s pastizales, sino en la carretera; debemos irnpedir que se disperse, por su ptopio bien desde luego- icNo somos guias que conocen su rneta, que deciden conducit alli a 10s animaies y alli 10s IIevan: el rebaiio se desplaza por si solo 0,

rnrjor dicho, ;u calrlino se desplaza por El, porque est6 en la carre- tera de la Historia: nosotros hemos de velar por la supervivencia del rebaiio a pesar de 10s peligras del camino, de 10s malos insrintos de 10s animales, de su debilrdad y de su pusilanimidad A golpes, si es rjecesario, que ies daremos nosotros mismos: se pega a 10s anirnales sin tener en cuenta su dignidad. Ese rebaiio es el pueblo roman0 y nosotros somos sus senadores; no sornos sus propietarios, porque Roma no fue nunca una propiedad territorial con uoa fauna humans: naci6 corno colectividad de hombres, como ciudad; nos- otros hernos asurnido la direcci6n de ese rebaiio hurnano, porque sabemos mejor que 61 lo que necesita y, para cuniplir con nuestra misidn, llevaron a "lictores" p r delante que llevan "haces" de litigos para pegar a 10s animales que creen desvrden en el rebaiio o que se aparten de 61, Porque la soberania y 10s trabajos subalternos de policia no se disringuen p r ning6n grado de dignidad.,

itNuestra politica se reduce a mantener al r e b a ~ o en su camino hist6rico; en cuanto a lo d m i s , ya sabemos que 10s animaIes son animales. Procuramos no abandonar a demasiados anirnales ham- brientos por el camino, porque eso disminuiria el rebaiio: les Jamos de comer si hace falra. TarnbiCn les damos el Circo y 10s gladiadores que tanto Ies gustan. Porque 10s animales no son rnorales ni inmo- riles: son lo que son; no nos preocuparnos de negar ia sangre de 10s gladiadores a1 puebIo romano, en mayor medida que 10 que un pastor de un rebaiio de vacas o de ovejas se preocuparia de vigilar 10s coitos de sus animales para impedir uniones incestuosas. No sornos implacables rn6s que sobre un punto, que no es la moralidad de 10s anirnales, sin0 su enetgia: no queremos que el rcbafio se debilite,

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porque seria su perdici6n. y la nuestra; por ejemplo, le negamos un e ~ ~ e c t i c u l o debditante, la "pantomima", que 10s modernos llamarian 6pera. Pero cons~deramos, coma Cicerdn y el senador P h o , que 10s cornbates de gladiadores son la rnejor escuela de endurecimicnto para todos 10s espectadores. Desde luego, &nos no suportan ese especticulo y lo encuentran cruel; pero, instintivamente, nuesrra sim- pnria de pastores se dirlge a 10s anirnales duros, fuertes, insensibles: gracias a ellos aguanta el rebaiio. Por consiguiente, entre 10s dos polos def sentimiento ambivalente que suscitan las luchas de gladia- dores no dudamos en dar la victoria a la atracci6n sadlra sobre la repuls16n atemorizada, y hacernos de las luchas de gladiadores un es- pecticulo aprobado y organizado por el E s t a d o . ~

Esto es lo q l ~ e habria podido dedr un senador romano o un emperador de la 6poca pagana. Claro que si lc hubiera uido hablar antes, habria escrito de otra manera mi voluminoso Libro sobre el pan y el Circo: a1 rev&. Pero volvamos a nuestro rebaiio. Si, en lupar de ovejas, nos hubieran confiado niiios, si nuestra prdctica hubicra objerivado a un pueblo nifio y nos hubiera objetivado a nos- otros mismos corno reyes paternales, nuestra c o n d ~ c t a habria sido cornpletamente distlnta: habriamos tenido consideraci6n por la sen- 5:btlidad de esc pobre p e b l o y dado la raz6n a1 rechazo atemor~zado de 1as luchas de gladiadores; nos habriamos compadecido de su terror ante la visi6n del asesinato inmotivado instalkdose en el reclnto de la paz pGblica. *La swta cristiana*, habriarnos d i d o afiadir, <<hubiera querido que hicikrarnos a6n mls: que fu6ramos reyes sacerdotes y no reyes padres y que, lejos de mimar a nuestros hijos, consideriramos a nuestros slibditos como almas que hay que canducir enkrgicamente pot el sender0 de Ia virtud y que es pteciso salvar, aunque sea contra su valuntad; 10s cristianos querrian que prohibiiramos tarnbiin el teatro y todos 10s demis especticulos. Pero sabernos muy bien que 10s niijus tienen que divertirse. Para scccarios como 10s cristianos, la desnudez es mas ofensiva que la sangre de 10s gradiadores. Pero nosotros vernos la cosa desde un punto de vista mCs imperial y consideramos, de acuerdo con la mayoria de la gente sencilla y la opini6n de todos ios pueblos, que el asesinato gratuito es lo mCs grave,.

iQu6 forma de echar por tierra la filosofia poIfrica raciondiza- dora! jCudnto vacio alrededor de esos bibelots Taros y d e tpoca, cuinro Iugar entre euos para otras objetivaciones a h sin imaginar! Porquc la lista de Ias objetivaciones s i p e abierta, a diferencia de la de 10s objetos naturales. Pero tranquilicemos en seguida a1 lector, que se estari preguntando POP quP la prkt ica de la uguia del rebaiio* ha sido sustituida por Ia prktica de crmimar a 10s G o s ~ . Po t las

razones rnhs positivas, ma's hist6ricas y casi mas materialistas del mundo; por razones del misrno orden exactamente que las que expli- can cualquier acorlteoirnicl~to. Una de esas razones fue, en este caso, que en el siglo IV en que se hacen cristianos, 10s emperadores han dejado, por otra parte, de gobemar por medio de la clase senatorial; aclarcmos brevemente quc el Senado romano tenia poco parecido con nuestros Senados, Consejos y Asambleas; era alga de un tip0 que no conocernos: una Academia, pero de politica, un Conservatorio de las artes politicas. Para comprender la transformaci6n que repre- sent6 gobernar sin el Senado, imaginese una literatura que hubiera estado sometidn siempre a una Academia y que, de repente, dejara de estarlo, o que la vida intclectual o cientifica moderna deje el apoyo y la tutela de la Universidad, El Senada tenia el mismo empefio en conservar a 10s gladiadores que la Academia de la lengua en con- servar la ortografia, porque su inter& corporativo era ser conserva- dot. El emperador, despuks de deshacerse del Senado, gobernando por medio de un cuerpo d e simples Funcionarios, deja de curnplir el papel de jefe de 10s pastores del rebaiio: asume una de Ias funciones que corresponden a 10s verdaderos monarcas, la de sacerdore, etc6tera. Por ese misrno motivo se hace cris~iano. No es el cristia. nisrno el que ha hecho que 10s emperadores adoptaran una prictica paternal, ni quc prohibieran las luchas de gladiadores, sino que el conjunto de la historia (arrinconamiento del Senado, nueva &ica de ese cuerpo que ya ha dejado dc ser un juguete -tema sobre el que no puedo extenderme aqui-, etc.) ha acarreado un cambio de pric- tLa politica, con dos consemencias gemelas: 10s emperadores se vol- vieron, naturalrnente, cristianos, por ser paternnles, y pusieron fin a las luchas de gladiadores por esa misrna raz6n.

El rnttodo es el siguiente: describir, de forma muy empirica, l o que hace un emperador paternal, lo que hate un jefe guia, y no presu- pones- nuda mds; no p re supne r que hay un objetivo, un objeto, una causa material (10s eternos gobernados, la relaci6n de producci6n, el Estado eterno), un tipo de conducta (la politics, la despolitizaci6n). +

Juzgar a las personas por sus actos y eliminar 10s eternos fantasmas que suscita en nosotros el lenguaje. La pra'ctica no es una instancia misteriosa, un subsuelo de la historia, ni un motor oculto: es lo que hacen Ias personas (corno lo indica la propia palabra). Si. cn cierto sentido, esti ccocultau y podemos llamarla provisionalmente la aparte oculta del icebergn, es simplemente porque le ocurre lo mismo que a casi todas nuestras conductas y a la historia universal: con frccuen- cia somos conscientes de eHas, per0 no podemos conceptualizarlas. Al iPaI que cuando hablo, sC, por lo general, que hablo, y no estoy en estado de hipnosis: en camlio, no paro mientes en la grarnhtica,

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clue- aplico mecinicamente; creo expresarme naturalmente, diciendo !o que procecie, sin tener presence qrle aplico reglas irnperativas. Asi- rnismo, el gbOicrno qile da pan gratultamentc: a su rebsiio o le niega g!adiadores Cree que hace lo que debe Ilacer cualquier gobernante con respecto a sus gcbernados, por la naturaleza misina de la poliri- ca, no sabe quc si sc ~naiizara su prhcrica, se observaria que se ajus- ra a una cierta grarnitira, que ronsticuyc una determinada politica, a! igud quuc cuando creemos hablar sin presupuestos para decir lo .11:r proccde y lo que se piensa no se roInpe rl silencio mLs que

' n Ilahlar un idioma determinado, el espaiiol o el latin. [cl~kar a la gcnte par sus actos no es 10 mismo que hacerlo por ~c!cologias, ni en funci6n de grandes nociones eternas, como los

; ':,crnados, el Estado, la Iibertad o la esencia de la politica, que i.,~ccrl tr~vial y anacrbnica la originalidad de las prfcticas sucesivas. SI, en efrccto, tengo 1s desgracia de decir afrente d ernperador esta- ban 10s ~ohcrtlacloru, cuando observe que a esos gobernados el em- peratlor Ics ri;~ba pan p g!adiatlares, y me pregunte po; que', llcgar4 a !a conclusi6n de qrle era por una r a d n no nienos eterna: hacerse obedecer, d~s~oli t izarlos, o hacerse querer por ellos.

Solemos, en efecto, razonar en funci6n de un objetivo o a partir ' de una materia. Por ejemplo, he creido y he escrito, equivocada- meme, que el pan y eI Circo tenian el objeto de establecer una re!a- ci6n entre p,obernados y gobernanres o respondfan al rero objetivo que planteaban 10s gobernados. Pero, si 10s gobernados son siempre I . '0s mismos, si tirnen 10s reflejos naturales de todos 10s gobernados,

si riencn necesidad natural de pan o de Circo, o de que 10s despoli- ticen, o de sentirse amado por el Anlo, Cpor quP sdlo en Roma han recibido pan, Circo y arnor? Hay que invertir, por tanto, 10s t&rrni- nos dc la proporcihn: para que 10s gobernados s61o Sean percibidos por el Amo corno objetos que hay que despolitizar, darles amor, o llevar al Circo, es necesario que hayan sido objetivados como pueblo- rebaiio; para que el Amo haya sido percibido exclusivamente como al- guien ohligado n hacerse popular entre su rebaiio, es necesario que hay3 sido objetivado como @fa, y no como rey padre o rey sacerdote. Esns obietivacinnes, necesariamente relacionada con determinada. pric- t~ca politica. son las que explican el pan y el Circo, 10s cuales no se pd r i an crplicar nunca si se parte de 10s gobernados eternos, de 10s gobernantes eternos y de la relaci6n ererna de obediencia o de despolitizaci6n que 10s unr; porque esas llaves enrran en todas IJS certaduras, con unos Iimites ternporales tan concretos como el del pan v el Circo, a menos que se multipliquen Ias especificaciones, 10s accidentes histciricos v las influencias ideol6gica.s a costa de una enorme verborrea.

h s objctos parecen determinar nuestra conducts, pero nuestra pricrica determ~na antes sus objetos. Es preferible, p r tanro, partir de esa prictica rnisma, de forma quc el ob je~o a1 clue se apl~ca no

1 sea lo que es mis que por relaci6n a ella (como un abeneficiario* lo es en la rnedlda en que lo hago beneficiarse de algo, y que, si guio a alguien, se convierre en el guiado). La relac1611 determina el obleco, p s6Io rxlste lo determinado. El objeto del ugobernado>> es

1 dernas~ado vago, y no exlste; s61o existe un pueblo-rebafio, y luego un pueblo-niiio al que se rnima: es decir, simplernente, que cn una ipoca las prlcticas observahles eran guiar y, en otra, rnimar (asi co- mo ser guiado s610 es una forma de decir que alguien nos est i p i an - do: en tanto no exista un guia no hay un guiado). El objeto na es sirlo consecuencia de la prlctica; no existe, antes de ella, un gober- nado eta-110 a modo de blanco a1 que se acertaria o no y con res- pecto a1 cual quepa modificar el ingulo de tiro. El principc que trata a su pueblo como a un nifio no imagina siqulera qoe pudiera hacersc otra cosa: hace lo lbgico, dado que IPS cosas son como son. El gobernado ererno no es algo m8s que lo que se hace de 61, no existe

I fuera de la prictica que se Ie aplica, su existencia, de haberla, no se traduce por nada efectivo (el pueblo-rebaiio no tenia seguridad s e cial, y a nadie se le ocurri6 dirsela ni sentir remordimiento por no haccrlo). Una noci6n que no se traduce en nada rfectivo no es msis

1 que una palabra. Esa palabra s6Io tiene existencia ideoI6gica o, mejor dicho, idea-

lists. Considerernos, por ejemplo, a1 guia del rebaiio: da pan gratui- tamenre a 10s animales que tiene a su cargo, porque su misi6n es hacer llegar a todo el rebaiio a su destino y no dejar demasiados cadiveres de animales muertos de harnbre detris de 61: el rebafio diezmado ya no podria defenderse contra 10s lobos. Esa es la pric- tlca real, que se desprende de 10s hechos (y en particular drl hecho sigu~ente: el pan gratuito no se dala a 10s esclavos miserables, sino s61o a 10s ciudadanos). Pero la ideologia interpretaba de forma im- precisa y generosa esa prhctica de cruel precisicjn: se exaltaba a1

t Senado s roc lam an do que era el adr re del pueblo y que queria el bien de 10s gobernados. Pero el misrno t6pico ide016~ico se repite en pricticas muy diferentes: el soberano que se apodera & un lago con mucha pesca, que explnta en su provecho recaudando un

i impuesto, tarnbien se considera como un padre que hace felices a sus slibditos cuando, de hecho, 10s deja arreglirselas con la natu- raleza y las estaciones, buenas o malas. Y tambiCn es bienhechor de sus sdbditos el conservador del patrirnonio natural que administra las corrientes naturales, no por 10s benefrcios fiscales que le pueda reporrar, sino por la buena administraci6n de la naturdcza misma,

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cuyo mando ha tornado. Ernpezamos a comprendet qu6 es la ideolcs gia. un estllo irnpreciso y gcneroso, destinado a idealizar las prdcti- cas con el pretcrto de dexribirlas; un drapeado arnplio que disrmula 10s contornos cxtrafios y dlferentes de las pdcticas reales sucesivas.

Pero, tde d6nde procede cada un3 de esas pricticas con sus con- lornos inimitables? Pues de 10s camhios hist6ricos, simplcmente, de far mil transfornlaciones dc la realidad hstrjrica, e5 dcrit, del rcsto !e la hisroria, corno todo. Foucault no ha descubierto una nueva nsrancia llamada apra'ctica*, que fuera desconocida hasta entonces: "duema por ver la prdctic~ dc lar gentes con~o rr rcdmente; no 12b13 de nada dirtinto de lo que habla malquier hirtoriador, ei Iccir, de lo que hace la gente: lo dnico que hace cs Ilablar de ello on rrgor y describir sus perfiles isperas en lugar de hablar dc eUo n ["minos irnptecisos y gensrosos. No dice- rIle descvbierto upa specie de inconsciente de la hisroria, una insrancia preconceptual, in que llamo pta'ctica o discutso y que nos proprciona la vcdadera

~ p l i c a c i n de la historia. iAh, sl!, pcm, icdoro voy n explicar csa lstaocia misma y sus transformaciones?~. No: habla de lo mirmo ue riosotror, por ejemplo, de la conducta pdctica de un gobierno; i!o que nos la hace ver corn0 es de verdad, arrancando el drapeado. iada mis extniio que acusarle dc reducir nuestra historia a un -New intekctuaI, tan implacable como irresponsable. Sin embar- ), es fdcil cornprendet p o r qu6 nos resulta dilicil esa filosofia: no parere a la de Marx ni a la de Freud. La prictica no es una ins-

"cia (corn0 el EIlo freudiano) ni un primer motor (como las rela- mes d t producci6n) y, por otra parte, no hay en Foucault ni ins- 7ciz ni primer motor (pern si hay, en cambio, una rnateria, como rernos mis adelante). Por ese motivo no hay demasiado inconve- :rite en calificar provisionalmente a esta prktica de la aparte ]Ira del ~ceberg*, para decir que s61o se presenta a nuestra visidn nediata cubierta de ropajes ~~siado amplios y que es, en buena re, preconceptual. En efecto, la parte oculta de un iceberg no una inatancia distinta de la parte que emerge, es de hielo como >tra, per0 no es el motor que hace avanzar el iceberg; lo linico

ocurrc es que esd par debajo de la IInea de visibilidad, y se lica de la misma manera que el resto de1 iceberg. Lo linico qse - Foucaul~ a 10s historiadores es: rse p u d c seguir erpliirrdo listorla como se ha cxplicado siempre, per0 cuidado: si se mira nidamente, hrciendo abstraccib de 10s tdpicor, w adviertc que mis q ~ e explicar de lo que re pcnsaba; hay formas extratias que pasado inadvertidas*.

ihora b i n , si el historiador x ocupa, no ae lo quc hace la gente, de lo que dice, habrri de seguir el mismo m4tado; la palabra

disrvrso nos vicne con la misrna inmediatez para designar lo quc se dice qut: la palabra nprlctica,, para designar lo que se hace. Foucault no revela ningGn discnrso misterioso, distinto del que todos ofmos: solo nos invita A observar exactamerlte lo que se dice, Y esa obser- vaciOn demuestra que en el dmbito de b que se dice hay prejui- cios, resistencla, salicntes y entrantes inesperados, de 10s que 10s hablantes no son conscientes cn absoluto, Dicho de otra forma, hay bajo el discurso consciente una gramitica, determinada por las pric- ticas y las gramiticas vecinas, que revela una observacicjn atenta clel discuso, si se quitan 10s amplios ropajes llamados Ciencia, Filo- sofia, etc. Asirnismo, el principe cree que gobierna, que reina; en realidad, adrninisrra corrier~tes, mima a niiios, o guia un rebafio. Se ve, pues, lo que no es el discurso; ni sembtica, ni ideologia, ni nada implicito. Lejos de invicarnos a juzgar las cosas a partir de las palabras, Foucault muestra, por el contrario, que las palabras nos engaiian, quc nos hacen creer en la existencia de cosas, de objetos naturales, gobernados o Esrado, cuando esas cosas no son sino con- secuencia de las ~riicticas c~rres~ondientes, pues la semhtica es la mcarnaci6n de la ilusi6n idealisra. El discurso tampoco es ideologia; casi podria decirse que, por el contrario, es lo que se dice realmente, sin que la sepan 10s hablantes: 6 tos creen hablar amplia y libre- mcnte cuando, sin saberlo, dicen cosas limitadas, sujetas a una gra- m6t1ca incongruente. En cambio, la ideologia es mucho ma's libre y amplia, y tiene motivo para scrlo: es racionditacirin, idealizacibn: es un amplio ropaje. El principe quiere y cree hacer todo lo que hace falta, dada la situaci6n; en realidad, se cornporta sin saberlo como duefio de un lago lleno de yeces, y la ideologia lo engrandece haciendo de 61 un Buen Pastor. Por arimo, el discurso o su gra- rnktica oculta no son nada implicitamente; no e s t b Mgicmente con- tenidos en lo que se dice o se hace, ni son su axioma o su presupuesto, p o r la simple raz6n de que lo que se dice o se hace tiene una gramiti- ca de1 azar y no una gramitica 16gica, coherente, perfects. Son 10s am- res de la historia, 10s salientes y entrantes de las ~ricticas prbximas y de sus transformaciones 10s que hacen que la grama'tica poIitica de una & p a consisra en mirnar n ~ o s o en administrar corrientes: no es una Radn que ediiique un sisterna coherente. La historia no es la utopia: las politkas no desarrollan sistemiticamente grandes principios (<<a cada uno se&n sus neresidades~, atodo para el pue- blo, pero sin el son creaciones de la historia, y no de la conciencia ni de la raz6n.

(Qui es, entonces, esa gramitica sumergida que Foucault quiere que veamos? (Pot quC la ignoran nuestra consciencia y la de 10s propios agentes? (Accso poque la rechazan? No, sin0 porque es

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prcconceprual. El papel de Ia conscicncia n o es hacernos ver el mun- . do, sino perrnitir clue nos dirijamos a 61. Un rey no tiene por qu6 concebir lo que son 61 mismo y su prictica: basta con que existan; riene que rener conciencia de 10s acontecimientos que se producen :n s~ reino, y eso le bast3ri para comportarse con arreglo a lo que .s inccnscienremente. No tiene por qu6 saber conceptuaIrner~te que

8 .

,-'.,::rlr.;tra corrienrcs: 10 11;jrii de rodas forrnas; le hasta tener con- . (-!c ser el rev. sin miis prrcisioncs. EI le6n no necesita t a m p

'. q:~c es le6n para cornportarse corno tal; scjlo tiene que saber ,:xta' SLI pl-esa.

. .;t;1 ct !e6n mismo es tan eviderlte que es le6n que lo ignora; ,:I inisr;~o modo, el rey que mima a su Q el que administra )rricnres no snhen lo que son; por supuesto, t ienm conscicncia dr 1 que hnccn, no firman decretos en cstadu de sonambulismo: tie- :-n 12 <rrnentalidadb, q.ue corresponde a sus actos cmaterialesr>, aun- .lc, en rclidad, es ahs(~tdo establecer esa distinci6n, ya que cuan- '1 se observa un cornporramiento, se tiene por fuerza la mentali- ~d corrcspond;ente. Una \: otra cosa son inseparables y forman la alidird. corno el rener miedo y temblar, el alegrarse y reir a man- buls b:,ticnte; lar representaciones y 10s enunciados forman parte : l a prictica, y Pse es el motivo de que no exista la ideologia, enos para el senor Hornais, cklebrc materialists: para producir ccn ia-lta mjquinas, hacen falta hombres, hace falta que csos hom- es tengan conciencia de lo que hacen y no estCn adormilados, hace ta q ~ i e se den cuenta dc ciertas reglas tCcnicas o socides y que lgan la mentalidad o la ideolagia adecuadas, y todo eso forrna una ictica. 1.0 ljnico que orutre es que no saben Io que es csa pric- a: aCae de su peso), para ellos, corno para d rey y el Ie6n, que snben lo que son. Ma's exactamenre, no saben siquiera que no sabcn (6se es el sen- , de la expresicin ncaer de su peso*), igual que un autornovilista no re do cucnfa de que no ue, si se pone a llover cuando con-

:e de noche, p r q u e , en ese caso, no s610 no ve mis all& del al- ce dc sus faros, sino que, ademis, ya no distingue cIaramente la .a terminal de la zona alumbrada, 'de forrna que ya no ve hasta de ve ni qile conduce dernasiado de prisa en relaci6n con un

iturninado cuva amplitud ignora. Sin lugar a -dudas es cosa osa, muy dipna de intrigar a un filbsofo, esa capacidad que tienen hombres para ignorar sus lineas, su rarem, para 110 ver que hay u alrededor de ellos, para creerse siempre instalados en ia pleni- de la raz6n. Tal vez sea tx el significado de la idea de Nietzsche tque no mc precio de comprender a ese pensador dificil) dc la conciencia &lo es reactiva. El rcy descmpeiia, por nvoluntad

I de poder,,, el oficio de rey: acti~allza las virtualidades de su Ppoca

I h!st6rica, que le marcan con una linea de puntos la prictlca de guiar ( a1 rebario o, si desaparece el Senado, de mirnar a su ~ u e b l o : para

4 eso cae de su peso, y ni siquiera sospecha que tiene algo que 1 ver con elln, crcyendo que son ias cosas ias que le dicran dia a dia

I su comportamiento, sin sospechar siquiera que ]as cosas podrian ser de otra manera. Ip,nora su propia voluntad de poder, que ~ e r c i b e cosificada en objetos naturales, y 5610 tiene corlcicncia de su reac- ciones; es dear , que sabe lo que hace cuando reacciona ante 10s \ acontecirnienios adoptando decisiones, prro no sabe que esas drci-

I siones concretas estin en funci6n de una determined9 prsctica real, 1 de la rnisrna lorma que el le6n declde corno tal le6n.

Para Foucault, el mitodo consiste, pot tanto, en comprender 1 que las cosas no son m6s que objerivaciones de pra'cticas determi- 1 nadas, cuyas dcrerrninaciones hag que poner de man~fiesto, va que ; la corlrlencla no Ias concibe. Esa operacidn de poner de manifiesto, ' 1 como culminaci6n dc un esfuerzo de visidn, constituye una expe-

riencia original, e incluso atracriva, a lo quc podriamos llarnar con / cierto ironia ararefacci6ns. El product0 de esa operacibn intelectual

es absrracto, y no es de extraiiar: no es una imagen en que se vean / reyes, camperinoh y rnonnmentor, ni rampoco un esrereotipo a] que nuestra conciencia esti tan acosturnbrada que ya no percibe su abs-

I traccibn. Pero lo mis r-ractetistico es el instante en que se produce la ca-

refaccicin; no es algo que tome forma, sino, por el contrario, una espccie de ruptura, U n nlornento arites, no habia nada, slno una gran cosa plana que casi no se veia, por ser tan evidenre, y que se llarnaba ael, Poder o eel,, Estado; nosotros intenthbarnos hacer CO- herente un trozo de historia donde ese gran nlicleo transldcido des- empeiiaba un papel subalterno, junto a 10s nombres comunes y las conjuncione~; pcro no funcinnaba, alga no cuadraba y 10s falsos pro- blernas verbales, del tjpo de la aidmlogia* o las nrelaciones de pro- ' ducci6n*, planteaban a su vez grandes dificultades, De repente, nos adarnos cuentau de que todos 10s ~roblernas se debian a1 gran n6- cleo, con su falsa naturalidad, de que habia que dejar de creer que fuera evidente y reducirlo a la condici6n cornlin, hacerlo hist6rico.

I Y entonces, en el IuRar que ocupaba esa gran evidencia, aparece un extrafio y pequeiio objeto ccdc tpocas, raro, estrafalario y nunca visto. A( verlo, no podemos menos de dedicar un instante a suspirar melanc6licamente por la condicidn humana, por 10s pobres seres in- conscienres y absurdos que somos, por Ias racionalizaciones que nos inventamos y cuyo objeto parece hurlesco.

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- l l_ l__-p-_- l l _ - -

i l i Paul Vcync

En lo q u e dura esc suspiro, el fragmento de historia se ha or- denado solo, han huido 10s falsos problemas y las juntas encajan todas; y, sobre todo, el fragmento parcce haberse dado la vuelta corno un calcetin: hace un rato Crarnos como Blaise Pascal, asiamos con fuena 10s dos cabos rle la cadena hist6rica (la econornia y Ia sociedad, lo3 gobernantes y 10s gobernddos, 10s intereses y las idec- logias) Y en el medio era donde em~e taban 10s fallos: ccorno hacer que encajaran todos esos elementos? Ahora, lo raro seria que no en- c a j a r a n la aforma adecuadan esti en medio y va acercindose ripi- damenre a los extremos del cuadro. En efecto, desde que hemos he- cho hi~t6rico nuestro faIso objeto natural, ya no es objeto mis que para una prdctica que lo objetiva. Viene primero la prictica con el obreco que ella misma se da, y esa prictica es p r naturalaa una entidad unitaria: la infraestructura y la superestrucmra, el in ter6 y la idealogfa, etc., ya no son mis que camicerias inlitiles, efectuadas sobre una prdctica que funcionaba muy bien tal y como era y que vuelve a funcionar muy bien, harta el punto de que 10s ma'rgenes del cuadro se hacen inteligibles a partir de ello. Entonces, {por quk ranto ernpeiio en partirla en dos? Porque no veiarnos otra forma de salir de la falsa situaci6n en que nos habiamos metido; porque habiarnos a s~do el problema por sus dos extrernos y no por e1 cen- tro, como dice Deleuze. La falsedad consisria en considerar el o b jete de la prdctlca como un objeto natural, conocido, siempre el mis- n o , casi material: la colectividad, el Estado, la vena de loa~ra .

Esc objcto x nos daba primero (corno conviene a la materia), y la prictica reaccionaba: uaceptaba el reto*, conslruia sobre esa in- fraestrnctr~ca. No sabiamos que cada practica, como la hace ser la totalidad de la historia, engendra el objeto que le corresponde, igual cjue el peral da peras y el manzano manzanas; no hay objetos natura- les, no hay cosas. Las cosas, 10s objetos no son mis que el fruto de las prictlcas. La ilusi6n del objeto natural (alos gobernados en la h~storia,,) disimula el caricter heterogineo de las pricticas (mimar niiios no es lo mismo que administrat corrie~~tes); de ahi proccden totIos 10s falios de las explicaciones duaiistas, y tarnbien la Jusi6n dc una aelecci6n razonable*. Esa 6ltima 1lusi6n existe, como se ve r i mn's adelante, bajo dos formas que apenas se parecen a primera vista. %La historia de la sexualidad es la de una lucha eterna entre el desco Y la represi6n*, &a es la prirnera; y la segunda: *El sefior Foucault estB en contra de todo, considera iguales el espantaso su- pIicio de Darniens y el encarcelarniento, como si no se pudiera aflr- mar ratonablernente una preferencia,>. Nuestro autor cs demasiado positivists para apoyar csa doble ilusi6n.

En efecto, alos gobernados~ no son ni una entidad h i c a ni mmil- riple, a1 igual que *la represi6n~ (o rsus distlitas formasr*) o sel Estado,, (o asus farmas en la historian), por la sencih raz6n de que no existen: ~610 existen rnfiltiples objetivaciones (apoblaci6nu, ctfsu- nan, asujetos dc derechorr) que corresponden a prscticas heterogb- neas. Hay numerosas objetivaciones, y eso es todo: la relaci6n de esa multiplic~dad de prLticas con una unidad no se plantea rnis que si se intenta darles una unidad que no existe; un reloj de oro, una corteza de lim6n y un rnapache rarnbikn son una rnultiplicidad y no parecen resentirse p r no tener origen, objeto o principio cornunes. %lo la ilusi6n del obieto natural crea una vaga sensacidn de unidad; cuando la visi6n se vuelvc borrosa, se tiene Ia impresi6n de que todo se parcce; fauna, poblaci6n y sujetos de dcrecho parecen lo mismo, es decir, gobernados: se pierde de vista la multiplicidad de las prhc- ticas, que es la pane sumergida dei iceberg. For supuesto, no hay en elIo inconsciente, represibn, astucia ideol6gica ni politica del. avestniz, sino solarnente la eterna ilusi6n tele016~ica, la Idea del bier^: todo lo que hacemos habria de dirigirse hacia un blanco ideal.

'I'odo gira alrededor de esa paradoja, que es la tesis central de Foucault, y la rnss original: lo que re ha hecho, el objeto, se explica por lo que ha sido el 6acef en cada momento de la historia; es equi- vocada la idea que tenemos de que el Aaccr, la pra'ctica, se exylica a partir dc lo que se ha hecho. Mostremos primero, de forma un p o demasiado abstracts, c6mo depende todo de esa tesis central, g luego harernos lo posible por ver clara.

Todos nuestros males se deben a la ilusi6n pot la cual acosifi- carnos, las objetivaciones en un objeto natural: confundimos el re- sultado con la meta, tomamos eI lugar al que va a dar un pro~ectil por un blanco a1 que hemos apuntado intcncionadamente. En v a Je asir el problema par su verdadero centro, que es la prsctica, partirnos del extremo, que es el objeto, de f a m a que las prdcticas sucesivas parecen reacciones ante un mismo objeto, amaterialn 0

racionat, que preexistiria. Ahi empiezan 10s falsos problemas dua- listas, y los racinnalisrnos. Como se toma Ia prdctica par una res- puesta a slgo existente, nos encontramos con dos trozos de cadena que no conseguimos volver a soldar: la prLctica es respuesta a una dificultad, desde luego, pero la misma dificiultvd no provoca siempre la misma respnesta; la infraestn~ctura determina la superestructura, sin duda, per0 la superestmctura reacciona a su vez, y asi sucesiva- mente.. A falta be otra cosa, acabamos uniendo 10s dos extremos de la cadena con un trozo de cuerda liamado idealogfa. Pero hav algo rnis grave. Tomarnos 10s puntos de impact0 dc las practicas sucesivas por objetos prcexistentes a 10s que apuntdbamos, por blancos. La

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_ __ -__ I _ " _ : 1 1 Paul Veyr~c

I ~ u r a o el Bien PGblico a la largo de la listoria ]>an constimido, de d~srinta forma, el blanco de sociedades sucesivas, cuyas uactitu- dcsn no eran las mismas, y por consiguiente, esas sociedades han alcan~ado el blanco en purltos distinros. Pero no importa: podemos conservar nuesrro oprimismo y nuestro racionalismo, ya que esas ~lr;icriras, por diferenrcs que parezcan (0, mejar d~cho, por desigua- ICS que hayan b~do en un rnismo esfuerzo), no dejaban de tener una rarbn, o saber, el blanco, que no cambia (s6lo cambia la aactirudn del rirador). Si somos sumarnente optimistas, corno ya no lo es nadie desdc hace un siglo largo, llegaremos a :a condusi6n de que la hu- nianidad progresa y se acerca a la meta cada vez m&. Si nuestro oprimismo 5610 es indulgencia retrospectiva y no esperanza, diremos qur 10s hornhres van agotando poco a poco, a lo largo de su historia, Ia totalldad de la verdad, que cada sociedad consigue parte de la rneta y actualiza una potencialidad de la corldici6n humana.

Pcro, en la rnnyoria dc 10s casos, sornos optirnistas a pcsar nues- t r a salurnos myy bien que la indulgencia pocas veces es oportuna

quc Ias sociedadcs s6lo son lo que son hist6ricamente; por ejern- $0, szbemos que cada sociedad tjenc su lista propia de lo que Ila- marnos 10s cometidos del Ltado: unas quieren gladiadores y otras seplridad social; sabernos que las distintas civilizaciones tienen sac- tirudesn diversas con respecto a la ~cIocr~ra,. En suma, creemos a la vexr que ninpin EstaJo se parece a otro, pero que el Estado es el ' * ~ d o . 0, mejor dicho, no creernos en ese Estado rnis que de pala-

rn efecro. nos hernos hecho cautos, y ya no se nos ocurriria 1 ilna rclaci6n cornpleta o ideal de los comeridos deJ Estado.

; lasiado sabernos que Ja historia es ma's inventiva que nosatros ; 7,) excluin~os que a l h n dia se considere a1 Estado responsable de I-s penas de arnores. Evitamos, por tanto, harer una relaci6n te6rica y nos atenernos a un catilogo ernpirico y abierto, uregistrando>> 10s cometidos que se han esigido a1 Estado hasta ahora. En resumen, el E s t d o con sus tareas no es para nosotros ma's que una palabra, y la fe oprimista que tenemos en ese objeto natural no debe ser muy sincera, puesto que no a c ~ a . A pesar de todo, la palabra sigue ha- ciendonos rreer en una cosa llamada Estado, Por mucho que sepa- rnos que ese Estado no es un objeto que podriamos investigar te6ri- carnenre con antelaci6n o cuya evoluci6n nos permitiria hacer su descubrimiento progresivo, no dejarnos dc centrarnos en PI, en v n de intenrar descubrir bajo las aguas la prictica de la cuaI 61 es la mera proveccicin.

Esto no quiere decir en absoluto que nuestra equivocaci6n sea crecr en el Estado, cuando no existjrian rn8s que Estados: nuestra equivocaa6n es creer en el Estado o en 10s Estados y no estudiar las

pricticas que proyectan 1as objetivaciones que tomamos p r 'el Es- tado o por distintas rnodalidades del Estado. A lo largo del proceso surgen como explosiones pra'cticas politicas diferentes, unas que se proyectan hacia la seguridad social y otcas hacia 10s cornbates de gladiadores; pero nosotros tornamos ese campo, en el que estallan en todas las direcciones ar~efactos diferentes, por una espccic de concurso de tiro. En consecuencia, nos preocupa sobre manera la exagerada dispersi6n de 10s irnpuestos sobre el supuesto blanco; es lo que se llama el problerna de lo Uno y de lo M6ltiple: cc;Estin tap dispersas 10s irnpactos! Uno va a dar a 10s gladiadores y otro en la seguridad social. A parrir de semejante dispersibn, tseremos capaces alghn dia de determinar la posici6n exacta del blanco a1 que apunthbarnos? tY estarnos siquicra seguros de que todos 10s dis- paros apuntaran a ese rnismo blanco? iAy, quC dilicil es el problerna de lo M6ltiple; tal vcz sca insoluble!>>. Desde luego, puesto que no exisrc: desaparece cuando se dejan de tornar determinaciones exrrin- secas por modalidades del Estado; desaparece cuando se deja de creer en la existencia de ese blanco que es el objeto natural.

Sustittiyarnos esa filosofia del objeto tornado como fin o como causa, por una filosofia de la relaci6n y tomemos el problema por su centro, por la phctica o el discurso. Esa priccica lanza la5 objeti- vaciones que le corresponden y se asienta sobre las realidades del mornento, es decir, sobre Ias objetivaciones de las pra'cticas pr6xi- mas. 0, mejor dicho, llena activamente el vacio que dejan esas pric- ticas, actualiza las potencialidades que cstrin prefiguradas en hueco; si las pra'cticas pr6ximas se transforman, si los lirnites de 10s huecos se desplazan, si el Senado desaparece y la nueva ktica de cuerpo forma un saliente, la prictica actualizarA esas nuevas ~otencialidades y ya no set8 la misrna. No es, por tanto, por una conviccjtjn propia 0

por algljn capricho por lo que el emperador se convierte, de guia del rebaiio, en padre de un pueblo-niiio; en una palabra, no es por id- logia.

Esa actualizaci6n (el vccabulario escolistico resulta muy c6me do) es lo que San Agustin llamaba amor, haciendo de 61 una teleole gia; a1 igual que Espinosa, Deleuze no hace nada de eso, y la llama deseo, palabra que ha dado lugar a graciosos equfvocos entre 10s anue- vos fiI6sofos~ (Deleuze lo propicia). Ese deseo es lo miis obvio de1 rnundo, y por eso no se percibe: es la consecuencia de la cosifica- cibn; pasearse es un deseo, como mimar a un pueblo-niiio, v tambibn dorrnir o rnorir. El deseo es el hecho de que 10s mecanismus fun- cionen. de sue las disposiciones cumplan su cometido, de que las porencialidades. entre ellas la de dormir. se realicen en va de no realizarse; cctoda disposicidn expresa v abriga un deseo constmyendo

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cl plan que 10 l~ace posible* (Deleuze-Pamct, Dialogue$, pdg, 115). L'arnor che rnuove 11 sole c i'oftre stelie. Si, por el azat del naci- mrento, nace un nino en la alcoba del rey, y es heredero del trono, .e !nr~resar i automiricarnente por su oficio de rey, no lo dejaria

r nada drl rnur~do o, rnejor dicho, no se plantear5 siquiera Ia pre- v::ta de si tiene ganas de ser rey: lo es, y punto; eso es el deseo. '.into necesita el hombre ser rey? Vana pregunta: ei hombre tiene

L . . M avoluntad de poder),, de acrualizacibn, que es indeterminado. i i o anhela la felicidad, ni tiene una lista de necesidades determina- <!as que satisfacet, despu6 de lo cual se quedaria tranquil0 senrado en una silla de su habitaci6n; es un animal actuafizador y realiza las potencialidades de todo tipo que estBn a su alcance: son deficit ab acf~acione porenlia suae, dijo San~o Tomis'. De b contrario, ----

' En otras palabras. la noci6n de deseo significa quc no hay naturaleza humma, o m6s bien que esa naturdna es una forma sin otro contenido aparre del hisr6rico. Quicrr: decir tarnbiin que la oposici6n entre individuo y socie- dad constiruye iln falsu problcrna; si se concibc a1 hdividuo y a la socicdad mmo dos realidades exrcriores cnrre si, cabri pensar que la una es a u s a de la otra, ya que la causalidad supone cxterioridad. Per0 si sc ticnc en cuenta q11c 10 quc s r llamo socicdad implica yo Ia participaci6n cn ella dc los indi- viduos, dcsaparccc cl pmblema: In aredidad objetivaa social entrafia el hecho de que 10s individuos se interesan por ella y la hacen funcionar; o, si w pre- fiere, las Gnicas pntencialidadcs que un individuo puede hacer realidad son Iar que estin ya prefigursdas en el enrorno y que el individuo acrualiza por d hecho de inrcresarse por etlas; el individuo Uena los huecos que la asociedad, (es decir, 10s demas o 10s colectivos) dibujan en relieve. El capitdista no cons- r~tr~ir ia una urealidnd objetivaw si no encarnara una mentalidad capitalisra que lo hace funcianar, sin la ma1 ni siquiera existiria. Par lo tanto, la nociln de deseo qrlicre decir tambiCn que carece de senrido la oposiciln material-ideal, infraa-siructura-suyec~'~tructura. La idea de causa cficicnte por oposici6n n la dc artualizaci6n es ulra idea dualists, cs decir, tramochada. En srl interesante estudio sobrc la nocidn de personalidad de base en Kardiner, Claudc Lefort dernuesrra claramente las aporias a las que conduce la idea de que el individun y la socicdad son dos realidades distintas, a las que une una reIaci6n causd ( L e s Formes de Itbirrorre, Gallimard, 1978, pks. 67 y sig.). ~ P o r quC entoraces Uarnar - d e w * a1 hecho de que las personas se interesm por la armonizaciones ~mibles y las hagan tuncionar? Porque, a mi parecer, la afcctividad cs Ia seiial dc nuestra panicipaci6n interesada en las m a s : el dcseo ec ad conjunto de 10s afectos que x transforman y c i r d m en una dispsid6n simbi6tica caraae- rizada par el funcionamiento conjunto Je sus panes hetcr6genase (Deleuze- Parnct. Dido~ucs, phg. 85); este deseo, como la cupidita~ nstl Espinosa, es cl ~r inc ip io de todos 10s dcn& afectos. La afectividad, d cuerpo, sabe mks s o brc eUo que la condencia. El rey crce vcr pacer a su rebafio porque el hecho se !c Impone, a] ser las cosas mmo son; su conciencia cree percibit un mundo coslflcado; 5610 su afectividad demuestra que ese mundo solameote sc act~ializa porque el rcy 10 acnraliza: cs decir, p r q u e sc inrcresa por A. Evidenremente, las vrsunas pueden tarnblh no intercsarse por una ucosas, pero entonces di- cha cosa no exisre objetivamente; pot csa razdn, el capitalismo no llega a exis- rir en los p d x s d d Tcrccr Mundo de mentadidad feudal. La a p r d n urn&

nunca pasan'a nada. En efecco, tquC existencia fmtasmd seria la de una potencialidad sin realizar, de una virtualidad ccen estado sal- vaje*? 2QuP seria ccrnaterialmente~ l a locura, de no ser por una

; prdctica que la convierts en tal? Nadie se dice: aAsi que soy hijo de emperador y ya no hay Senado; pero dejcmos esto y preguntd monos m i s bien ccirno debcmos trarar a 10s gobernadores, para lo cual una creencia, la ideologia crisciana, me parece convenienteu; pero uno se encucntra siendo rey-padre sin haber tenido siquiera tiempo h pmsarlo; sc rr rey-padre y, por s rdo , re obra en canse- cuencia, udada la siruaci6n ex-isterlte>>.

Actualizaci6n y causalidad son dos cosas distintas, y por eso no hay ideologia ni creencia, La creencia en el carhcter paternal del p der reaI o en la ideologfa del Welfare State no pueden actuar sobre las condencias e irlfluir asi en la prkt ica puesto que, por el con- trario, es la prictica misrna 13 que objetiva a1 rey-padre en lugar de al rey-sacerdote o a1 guia; al pueblo niiio en lugar J e a1 pueblo al que hay que salvar o a1 rebaiio; ahora bien, un soberano que aes* rey-padre y se encuentra crobjetivamenten ante un puebleniiio no

' puede no saber lo que es €1 y lo que es su pueblo: tiene ]as ideas o fa mentalidad de su situaci6n uobjetivan, porque las personas, so- bre su prhctica, son mis o menos conscientes de lo que hacen. Su prhctica, reforzada en su caso por la conciencia que de ella tienen las personas, llena el hueco que dejan las pdcticas pr6ximas y se

1 explira, por mnsiguiente, a partir de Crras; no e r su conciencia la

! que explka su prktica y 1s que, a su vez, se ex~licaria por condi- ciones pr6ximas o corno ideologia, crecncia, o supersrici6n. uNo hace falta pasar par la instancia de una conciencia individual o colectiva para entender el lugar de articuIaci6n de una prkt ica y de una teo- ria; no hace falta buscar en q d medida esa conciencia puede, por una parte, expresar condiciones mudas y, por otra, mostrarse sensi- ble a verdades tebricas; no hay por qut plantearse el ~roblerna psi- ~ d 6 ~ i c o de una coma de conciencia, {LIArchtoiogie du Savoir, pC gina 254).

La nocidn de ideologia no es sin0 una confusi6n nacida de dos operaciones completamenre inlitiles: un despiece y una trividiza- ciijn. En nombre del materialismo, se separan la prhctica y la con-

! ciencia; en nombre del objeto natural, ya no se ve concretamente

1 ! un rey-padre, o una adrninistraci6n de corrientes, sino, mds trivial-

I nlentc, el sernpiterno gokrnante o el sernpiterno gobernado. A par- ; tir de ahi, nos vernas obligados a extraer de la ideologia toda la

i 1 quina deseante~ que aparcce a1 prinripio dcl Antiedip0 es muy espinaiana ! (nunlomoton upperens). i

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dc las tiansforrnaciones. El conjunto de la historia ha susrituido un bihelot extraiio, el pueblwrebaiio, por otro bibelot tambiCn extraiio pero dlferente, el pueblo-nifio; ese caleidoscopio no se parece dema- siado a las figuras suceslvas de una evoluci6n dialictica, no se ex- ?:ica por un progreso de la conciencia, ni tampocu por una deca- (!encia, ni pot la lucha de dos princip~os, el de Deseo y el de Re- pres16n: rada bibelot debe su forrna cxtraiia al espaciu que le han dcjado las prlcticas contempordneas entre las que se ha moldeado. Las perfiles de arnbos b~belots no tienen nada en mmlin: no se trata be j:~rgos de consrrucci6n, con mds p icas uno que otro, mBs liber- tadcs v menus represi61-1. 1.a sexualrdad antigua, por ejemplo, no rra ni rn6s ni rnenos represiva erl sus origenes que la de 10s cristia-

?.', :r:mclue se b;lsaba en otro principio, que no era el de la nor- . " c!c la reproducibn, sino el de la actividad frente a la pasi-

;.,or ranto, consideraba de forma distinta la hornofilia s e g h . 15, accprando la homosexualidad rnasculina activa, y conde- . .

, !a pasiv:l, asi como la hornofilia femenina, e incluyendo en la o,:nli.-na la bhsqueda heterosexual del placer fernenino.

Cuando Foucault parece colwnr en el mismo plano el espantoso suplicio de Damiens y las cLrceles, njds humanas, de 10s fildntropos del siglo XIX, no pretende que, si se nos diera a elegir un siglo para revivir, no tuviCramos nuestras preferencias, ya que cadn Cpoca tiene atractivos y riesgos tan diferentcs como desiguales se&n 10s p s t o s personales de cada uno; se limita a recordar cuatro verdades: que esa sucesicin de heterogeneidades no traza un vector de progreso; que cl motor del caleidoscopio no es la r a d n , el deseo ni la concien- cia; que, para hacer una elecci6n rational, habria, no que preferir, sin0 que p d e r comparar y, por tanto, sumar ( ~ s e & qu& Indice d e conversi6ni)) 10s airactivos y 1as desventajas, heterogb~eos y medi- dos en nuestra esrala subjetiva de valores; y, sobre todo, que no hay que elaborar racionalismos racionalbadores ni disimular lo hete- rogPneo bsjo las cusificacioncs; por r w n e s de prudencia, no hay que comparar dos icebergs sin tener en cuenta Ia parte oculta de uno de ellos a1 cvaluar las preferencias, ni hay tampoco que falsear la apreciacibn de lo posible manteniendo que alas casas son lo que son)>, porque, precisamente, no hay cosas: no hay ma's yue priicticas. Tal es la clave de esa nueva rnetodologia de la historia, y no el ~~discurso~> ni 10s cortes episternol6gicos, que han llamado mhs la atr11ci6n del p6blico; Ia Icrura s61o existe como objeto en y pot una prictica, pero esa rnisrna prictica no es la locura.

Esa idea ha hecho p n e r el grito en el cielo; sin embargo, la idea de que la lwura no existe es pura y simplemente positivists: la de una I ~ r a en si es 1a que es puramente mctdisica, aunque

sea familiar a1 sentido comun. Y, sin embargo ... Si dijera que al- guien que come carnc hurnana la come de manera muy real, es evi- dente que lendria raz6n; pero tambikn tendria razGn a1 afir~nar que ese comedor sdlo serd canibal para un cootexto cultural, para una yra'ctica que avaloran, objetiva ese modo de nurrici6n encontr-dndolo birbaro o, por el contraria, sagrado, y, en cualquier caso, haciendo algo de 61; en prdcticas pr6ximas, por otra parle, el mismo coinedor n o se objetivard corno canibal: tiene dos brazos y una capacidad de trnbajo, tiene un rey, y se le objetiva como miembro del pueblo nifio o como aninral del rebafio. MZs adelanre nos omparernos de ese tip0 de problemas, que hizo ya furor en 10s circulos parisinos de la orilla izquierda del Sena all6 por el siglo XIV. El dar ese paso deci- sivo, la negaci6n del objeto natural, & su estatura filos6fica a la obra de Foucault, en la medida en yue yo pueda ser juez en esa ma- teria.

Una frase como alas actitudes con respecto a lor locos han va- riado consicierablernente a lo largo de la historia, es metafisica; es verbal representarse urla lmura que aexistiria materialmenren fuera de una forrna que la informe como locura; todo lo mis existen m e llculas nerviosas dispuestas de cierta manera, frases o gesros de 10s que un obsewador procedente de Sirio comprobaria que son dife- rcntes dc 10s de otros seres humanos, a su v a distintos entre si. Pero 10 que existe aquf no es nada mds que formas naturales, tra- yectorias en el espacio, estructuras rnoleculares o bebaviour: son ma~eriu de una locura que no existe atin en esa fase. En resumidas cuentas, lo que ofrece resistencia en esa pol6mica es quc, con dema- siada frecuencia, creyendo discutir sobre el problema de la existencia material o formal de la locura, se piensa en otro problema, miis cornprornctido: {se tiene razdn a1 informar como Jocura la materia d e locura, o deberi renunciarse a un racionalisrno de la salud mental?

Decir que la l w r a no existe, no es afirmar que 10s locos son vfctimas de un prejuicio, ni tampoco ncgarlo: el sentido de la pro- posici6n es diferente; no afirma ni niega tarnpoco que hubiera que excluir a 10s locos, ni que la locura exista porque la produce la socie- dad, ni que sea rnodificada su positividad por la actitud de las dis- tintas sociedades hacia ella, ni que las distintas sociedades hayan conceptuaIizado la locura de formas muy diversas; la proposici6n no niepa tampoco que la lmlra tenga una materia brhoviourirla y tal vez otg8nica. Pero. aun cuando la locura tuviera esa materia, se- p i r i a sin ser locura. Un sillar no se convierte en piedra angular o en tizBn rnBs que en el momento en que m p a su lugar en una estructura. La nepaci6n de la locura no se si t~ia en el plano de las actitudes ante el objeto, sin0 en el de su objetivaci6n; no significa

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qile no haya rngs loco que aquel al que se considera loco, sin0 que en U R plan0 q u c no es el de la conciencia, es necesaria cierta pric- tics para que hava un solo objeto, *el locon, para juzgarlo en con- ciencia o para quc la sc~iedad pueda avolver loco^. Negar la obje- rividnd de la locura es cuestibn de distancjanliento hist6rico g no dc aalxrtura a 10s demis,,; la modificaci6n de la forma de tratat y de jJcnsar a 10s locos es una cosa y la desaparid6n dc la objetivaciOr~ eel ~ C K O ~ es otra, que no depende de nuestra intencidn por re\~olu- cionaria que sea, sino que supone evidentemenre una metamorfosis de Ins pdcticas en mya escala la palabra crrevoluci6n, se reduce a un intcnro desvaido. Los animales no tienen m& existencia que 10s locos, Y sc 10s puede tratar bien o mal; pero para que el animal c~npicce a ~ e r d c r su objetivaci6n, hacen falta por lo menos las pdc - ticas de un iglri de esquimales, durante e1 largo suefio invernal, en la simbiosis d e !os hombres y 10s perros que mezclan su calor. Pero en veinticinco siglos d e historia las snciedades han objetivado de forrnan tan distintas c1 fenlimeno llamado dementia, locura o sin- razbn, que no tcnemos derecho a presupner que detrds de ella se ocrilra un objero natural, p eslB ma's que fundado el dudar d e la racioniilidad de la salud mental. Bor otra parte, es mliy cierto que la sociedad pu+de volver loco y sin duda tenemos ejemplos de eHo: per" la frase @la locura no existerr no se refiere a ese t i p de casos. A pesar de lo que se repite o insinfia, esa frase de fil6sof0, cuyo sentido habrian comprendido instantdneamence Jos maestros parisinos del s igh xrv 6 , no traduce las opciones n i las obsesiones de su autor. - -

' Pur ciemplo, el mncstro Escoto, auror del rratado Re rerum prinripio, ~ 1 1 1 - ('11, arr. I , schol. 4: aEs prcriso saber al efccto que la materia es en acto pero que no es cl acto de nada (moteria P S I in actu, zed nulliur esl ncfus); la rnareria es en aclo porque es alga mis bieu que nada (ezt poddarn in acru, a// c 9 r i res yuoedum cxkro nihil), una rcalizaci6n de Dios, una creaci6n acaba- Ja. Sin embargo, no es el acto de nada, aunqnc s610 sea porque sirve de fun- d a m e n t ~ a todas las acrr~alizacionesw Icn les Opera de Duns hcoro. edici6n Wadding, vol. 111, pig. 38 B).

A c a b dc traducir en tCrnbinas escotistas, por pura diversi6n, lo que tal vez sea el problern:~ fandamcntal dc la historia -filomfia seg6n Foucault-: si sc trascicnde la problcmdtica del ma:erialisrno marxista a la que se atienen mu- chos historiadorcs Is; bicn un fil6sofo suficientemenre formado no podria, a rncnos dc sue s t trace dc una sconviccidnn, tomarlo en serio durance mucho ricrnw), serh prcciw negar la rcaiidad rranshistdrica dc 10s objetos naturaIcs, clcjando nr, ohsrante a esos objetos la suficienrc realidad objctiva para que siwn sicnrlo ohictos de explicaci6n y no fantasmas rubjetivos que snlamcnrc rc pucdan dcscrihir; cs prcciso quc 10s objetos naruralcs no cltistan y que la historia siga sicndo una rcalidad cxplicable. Para Duns Escoto, por lo tanto, la marcria no cs ni un cr~te de raz5n ni una rcalidad fisicamcnte separable. Para Foucauit (qilc lcv6 a Nietzsche cn 1954-1955 si no me faUa la memoria), una primera forma de resolvcr el problcma fuc la fenornenologfa: para Husserl las

Si un lector deduce triunfalrnente de todo esro que la locura si existe, salvo taI vez en el reino de la especulaci6n, y que siempre lo habia creido asi, es asunto suyo. Para Foucault, conlo para Duns Scoto, la materia de la locura (behaviorrr, microbiolngia nerviosa) existe realmente, pero no como locura; no cstar loco mis que rnate- rialmente, cs precisamcnte no estarlo todavia. Hace falta que un hombre sea objetivado corno loco para que e1 refercnte prediscursivo aparezca retrospecrivarnente corno materia dc In locrtra; en efecto, ipor qu6 el behouiour y las ct!lulas nerviosas, y no Ias huellas digi- tales?

Seria, pues, equivocado acusar a ese pensador, que Cree que la materia es en acto, de ser un idealista (en el sentido vulgar de la palabra). Cuando he enseiiado a Foucault estas piginas, me dijo m6s o menos: sPersonalrnence, no he escrito nunca la Iocurn no exisfc, pero se puede escribir; en efecto, para la fenomenologia, la locura existe, pero n o es una cosa; por el contrario, es preciso decir que la locura no existe, pero que no por ello deja de ser alpop. Tncluso puede decirse que no existe nada en la historia, puesto que en ella todo depende de todo, como se veri, es decir que las casas s61o tienen existencia material: una existencis sin rostro aGn no objeti- vado. Por ejernplo, el que la sexualidad sea prictica y <<discurso,, no significa que no existan 10s 6rganos scxuales, ni lo que antes de Freud se Ilamaba instinto sexual; esos <<ref erenres prediscursivosw (I-'Arrhklogie du Savos'r, pdgs. 64 y 65) sirven de apoyo a una prdc- tica, como la importancia o la decadencia del Senado romano. Pero no son pretextos para el racionalismo, y eso es lo que nos interesa. EI referente prediscursivo no es un objeto natural, blanco para teleo- logias: no hay vuelta de lo teprimjdo. No exisre el ~problema eter- no* de la locura, considerada corno objeto natural que, como reto,

acosasn no son res cxrramentales, pero rampoco son simples contenidus psiml& gicos: la fenomenologia no es un idealisno. Solamerite, las esencias asl con- cebidas constituian datos que podran describirse inmediatarnente y no pseudw objetos que tuvieran que explicarx cicntifica o hisrdricamente. La fenornelogia describe una Iranja de objetos antcriores a la cicncia; cuando se pasa a ex- plicar ews entes, la fen~menolo~ia cede deliberadamente $1: puesto a la cien- cia a pesar de que las esencias vuelvan a conver~rsc en cosas. Por lilrirno, Fou- cault tesolvi6 el problema rccurriendo a la idca nierzscheana de l a primacia dc la rclacidn: Ins cosus sd10 exisfen por relacidn a, como veremos mbs adelante, y lo dt.iermir~oci6rr de dicha relocidn ronsfhuye ru explrcocidn. En rcsumcn, todo es histbrico, todo dcpcndc de todo ( y no solarncnte dc las relaciones de producci6n). nada existc transhisr6ricarncntc y explicar cualquier objeto consistc cn scfialar dc quC confrxfo hist6rico depende. La Jnica diferericia entre esta ~oncepci6n y el marxisrno cs, en resumidas cuenras, que el marxisrno tiene una ldea ingenua de la causalidad (una cosa dcpendc de otra, el humo depende del fuego); shorn bicn, la noci6n dc causa determinante, Gnica, es precientifica.

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habria provocado a lo largo de 10s siglos respuestas variables. Unas diferencias rnolecularcs no son la locura, como tarnpoco lo son las dc Ias hucllas cligitalcs; unas diferencias de comportamiento y de razonarniento no lo son mis que nuestras diferencias de escritura o de opin~ones. Lo que, entre nosotros, es materia de la locura serB mareria de algo completarnente diferente en otra prictica. Puesto que !a locura no cs objeto natural, no se puede dixut ir <<razonable- nientcn sobre la cawdaderas actitud que debe ciadoptarsen con res- pecto a ella. En efecro, lo que se llama raz6n ( y de lo que se ocupa- b ~ n 10s fil6sofos) no se destaca sobre un fondo neutro y no se pro- nuncia sobre realidades: habla, a partir de sdiscursos,, que ignora, sobre ohjetivaciones que ignora (y de Ias que podrian ocuparse aque- 110s a 10s que 5e llamaba 10s historiadores). Esro despIaza las fron- teras de la iilosofia y dc l a historia porque transforma 10s contenidos de una y otra. Ese contenido se transforma porque lo que se enten- dia por verdad 5e ha rransforrnado. Se contrapone desde hace mis o n-rcnos riempo la naturaleza a la convenci6n, y la naturaleza a la cul- t t~ra , y se ha hablado mucho dc relarivismo hist6ric0, de lo arbitra- ria cultura1. Historia y verdad. Todo eso tenia que venirse abajo un dia u otru. La hisroria se convierte en historia de lo que los hombres han llarnado verdades y de sus luchas en torno a esas verdades.

Esramos, pucs, ante un universo completamente materiul, com- puesto de referentes prediscursivos que son potencialidades alin sin rostro; pricticas siempre diferentes engendrarl en ese universo en puntos diferentes objerivaciones siernpre distintas, rostros; cada prbc- tica depende de todas las dema's y de sus transformaciones, todo es his- t6rico y todo depende de todo; nada es inerte, nada es indeterminado y, como veremos, nada es inexplicable; lejos de estar suspendido de nuestra conciencia, ese mundo la determina. Primera consecuencia: tal referente no tiene vocaci6n de convertirse en tal o cud rostro, siempre el rnismo, de tiansformarse en tal objetivacidn, ya se tratr de escado, locura o religicin; es la famosa teoria de las discontinuida- des: no existe auna locum a lo largo de 10s tiempos,?, como tampoco una religi6n o una medicina a to largo de 10s tiernpos. La medicina anterior a la clinica s61o tiene en cornhn m n la medicina del siglo xrx el nombre; a la inversa, si se busca en el siglo xvrr algo que se pa- rezca un poco a lo que se enticnde por ciencia hstdrica en el si- glo xrx, se la cncontrari, no en eI ginero hist6ric0, sino en la con- troversia (dicho de otra forma, lo que se parece a lo que nosotros llamarnos Historia es la Histoire des variotionr, obra que sigue siendo admirable y que se lee de un tii-6n, y no el indigesto disc our^ sfir i'hi~toire uniuerselie). En resumen, en cierta Cpoca el conjunto dc 12s prhcticas engendra, sobre un determinado punto material, un

C6mo se escribe la historia 227

rostro hjst6r1cu concrcto en el que crtemos reconocer lo qoe se Uarna, con expresi6n a m b i p a , ciencia hist6rica o religi6n; pero, en otra ipoca, ser6 otro rostro rnuy diferente cl que se formati en el mismo punto, y, a la Inversa, en otro punto se forrnari un rostro vagamente semcjante a1 anterior. Ese es el sentido de la negacion de 10s objeros naturales: no h3y, a lo largo del tiempo, evoluci6n o modificaci6n de un mismo objeto quc ocupe siernpre el nlisnio lugar. CaIe~dos-

j copio y no sem~llero. Foucault no afirma: aPor mi parte, prefiero lo discontinuo, 10s tortes,, sino: ~Desconfiad de las talsas continuida- dew. Un falso objeto natural como la reIigi6n o una religi6n deter- minada reune elementos muy diferentes (ritualismo, libros sagados, seguridad, emociones diversas, etc.) que, en otras ipocas, se resuel- ven en pricticas muy diferentes y son objetivados por eIIas bajo rosuos muy distintos. Como diria Deleuze, no existen irboles: s6lo exisren rizomas.

Ca~lsecuencias scci~ndarias: ni funcionalismo ni institudonalismo. La historia es un d c ~ a ~ n p a d o y no un c a m p de tiro; a lo largo de los siglos, la institucibn de la circel no rcspondia a una funci6n que hays que cumplir y sus transformaciones no se explican por 10s dxitos o fracasos de esa funci6n. I lay que partir del punro de vista global, es decir, de las pricticas sucesivas ya que, seghn las ipocas, la mlsma insr1tuci6n desempefia funciones diferentes y a la invcrsa; adrmis, la funci6n s61o existe en virtud d e una prictica, y no es la prBctica la que responde a1 adesafio,, de la funci6n (la funci6n apan y circou s61o existe en la prictica * g u m el rebaiio,, y por ella; no hay una funci6n eterna de redistribucihn ni de despolitizaci6n a lo largo de 10s siglos).

Por consiguicnte, la oposici6n diacronia-sincronia, ginesis-estruc- tura, es un £also ~roblema. La genesis no es nada mds que la actua- lizaci6n de uria estructura (Deleuze, DijfPrence et Ripitition, pi- ginas 237-238); para que se pudiera contraponer la estructura <(me- dicina,, a su lenta genesis, seria necesario que hubiera continuidad, que <(la, rnedicina hubiera crecido como un Brbol milenario. La g4- nes~s no va de t6rmino a tirmino; no existen origenes o, como se dice, pocas veces son hermosos. La medicina del sigIo xrx no se explica a partir de H i p h a t e s y siguiendo el curso del tiempo, que no existe; se ha producido un movirniento del ca1eidoscopio y no la contirmaci6rl de un Jesarrollo; no exisre <(la>> medicina a lo largo de 10s tiernpos 5610 ha habido estructuras sucesivas (la medicina de la ipoca de Moliere, la clinica...), cada una de ellas con su genesis, que se explica en parte por las tras~sformaciones de la estmctura m d i c a anterior y en parte, rnuy probablemente, por las transforma- ciones del resto del mundo, ya que, tpor qu4 habria de explicarse

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enteramente una estructura por la exrructura anterior? ~ P o r qu6, por el conrrario, habria de serle cornpletarnente ajcna? Una vez rnis, nucsrro autur elirnina las ficciones metafisicas y 10s falsos problemas, c-m~o buen positivista. Es curioso que se haya tornado a veces por

. * I iijisra a cste enernigo de los Brholes. Foucault es un historiador :: lodo cs hist6rico. l a historia es entcramente explicable y hay rrprirnir rudos Ios rcirm,~, .

No ~ x i s ~ e n en historia sino consteIaciones individuales o incluso ::i.gulares y cada una de ellas es enteramente explicable con 10s me- Jim de qoe se dispone. sin recurrir a las ciencias humanas? Gomo toda prictica y todo discurso tienen sus puntos de sujeci6n y sus objetivaciones, parece dificil hablar de unas y de otros sin tener no- ciones, por ejemplo, de lingiiistica o de econornia, si se trata de puntos de sujeci6n econ6rnicos o lingiiisticos; Csa es una cuesti6n de la que no habla mucho Foucault, porque en cierco mod0 se sobreentiende, porque no Cree demasiado en ella, o porque no es eso lo clue le interesa. Es posible que a1 afirmar todo esto me ciegue el amor propio, ya que he mantenido en mi lecri6n inaugural que la historia debia escrihirse con ayuda de las ciencias humanas e in?plicaba invariantes. Una vez confesado esto, me parece que el prublmia que inreress a Foucault es el siguiente: aun cuando la historia fuera susceptible de explicaci6n cientifica, <SF' situaria esa ciencia en el plano de nuestros racionaIismos? ~ S e r i n lo mismo 10s invariantes de !a cxplicaddn hist6rica que 10s objetos *naturales)>?

Ese es, imagino, el verdadcro me0110 de la cuesti6n para Foucault. Poco le importa que 10s inevitables invariantes se organicen, a1 menos en aIgunos lugares, en un sistema de verdades cienrfficas, que no se pueda ir mas all; de una simple tipologia de coyunturas histdricas, o que las invariantes se reduzcan a proposiciones formales, a una antropologia filos6fica, como la del libro IIT de Espinosa, o de la Genealogia de la rnorul: 10 importante es qrie las ciencias humanas, si es que debe haber ciencia, na pueden ser una racionalizaci6n de lus objetos naturales, un saber para altos dipIomados; suponen, ante todo, un anilisis hist6rico de ese objeto, es decir, una genealogia, una actualizaci6n de la prictica o del discurso.

DespuPs de la intervenci6n del historiador, (son organiabies 10s invariantes en un sistema hipotitic~deductivo? Esa es una cuesri6n de hecho myo inter& es secundario: Ia dencia no remite a una acti- vidad constjtuycnte del espiritu, a una concordancia entre eI ser y el pensamicnto, a una Razlin, sino, mAs modestamcnte, al hecho de que, en algunos sectores, resulta que 10s rnovimientos del caleidos- copio, del reparto d e naipes, de la combinatoria dc Ias copunturas, forrnan sisternas relativammte aislados, una especie de servomeca-

nisrnos que, en calidad de tales, se repiten; eso mismo sucede con frecuencia con 10s fen6menos fisicos; en cuanto a si sucede lo mismo tambiin con Ia historia humana, a1 menos en algur~os lugares, es un problcrna interesante pero limitado por partida doble. Consiste en preguntarse c6mo son Ios fen6rnerlos,'y no cuiles so11 ]as ex~gencias de la Raz6n; no p e d e de ninguna forma llegar a desvaIorizar la erplicaci61i hisr6rica por no ser cientifica. La ciencia no es la forma superior def conocimienco: se aplica a umodelos de serie*, mientras que Ia explicaci6n hist6rica se ocupa, caso por caso, de aprocotiposn; por la naturaleza de los fenbmenos, la primera tiene por invariantes modelos formales; la segunda, verdades a h m L forrnales. Aunque sea enteramente coyuntural, la segunda no tiene menos rigor que la prirnera. Positivismo obiiga.

Desde luego, el positivismo no es mis que un programa rda- tivo y... negativo: siempre se es el positivista para alguien, cuyas racionalizaciones se niegan; despuis de diminar las ficciones meta- fisicas, hay que reconstruir un saber positive. El analisis hist6rico empieza por sentar que no hay Estado, ni siquiera Estado rornano, sino s610 correlatos (rebafio que guiar, corriente que administrar), priaicas con fechas determinadas, cada una de las males, en su tiernpo, parecia sobreentenderse y ser la politica misma. Pero, como no existe rnis que lo determinado, el historiador no explica la p l f tica misma, sino precisamente el rebaiio, las corrientes y otras derer- minaciones, porquc no existen ni Ia politica, ni e! Estado ni el Poder .

Pero entonces, lc6rllu explicar sin recurrir a instancias o inva- riantes? De ser as;, la explicaci6n seria sustituida por la intuicihn (no se explica el color azul, se cornprueba su existencia) o por la ilusi6n de la comprensi6n. Desde luego; pero la exigencia formal de las invariantes no prejuzga el nivel en que se encuentren esas inva- riantes; si bien la explicaci6n descubre en historia subsisremas rela- tivamente aisIables (un determinado proceso econ6mic0, determinada estructura de qrganizacidn], se limitari a aplicarles un modelo o , cuando rnenos, a referirles a un principio ( d a s puertas tienen que estar necesariamente abiertas o cerradas; la suma algebraica de 10s elementos de un mecanisrno de seguridad international ha de ser cero con independencia de que 10s interesados lo sepan o no; sino lo han sabido o han preferido otro fin, eso explica lo que les ha sucedidos). Si, por eI contrario, el acontecimiento hist6rico es ente- ramente coyuntural, la besqueda de la invariante no se detendri antes de Ilegar a proposiciones antrop016~icas.

Pero esas mismas proposiciones antropol15gicas son formales y s610 la historia les da contenido: no existe verdad transhistdrica

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230 . Paul vqlle

concreta, de c;lr;icrer humano material, de retorno de algo repri- rnido. Porque la idea de una naturdeza reprimida s610 tiene sentido en cf caso de un individuo que haya tenido su propia historia; en el casv de las socirdades, lo reprimido de una Epoca es en realidad la prdrrica diferente de otra Cpoca y el posible rerorno de lo .pretendi- d:tmcnte reprimido constiruye m realidad la gPnesis de una nueva prictica. Foucault no es el Marcuse francis. Hemos hablado antes del horror qur inspiraba a 10s romanos el mismo gladiador que a la vez consideraban personaje importance; ese horror, que no bast6 para que se ~rohibieran 10s combates de gladiadores antes del Bajo Imperio, (no era en reajidad un miedo reprimido a1 asesinato en situaci6n de pa7. civil? iSeria ese miedo a1 asesinato una exigencia transhisr6rica de la naturaIeza hurnana que 10s gobernantes de todas Ias epocas han de tener en cuenta porque, si se le cierra la puerta, entra por la venrana? No, porque, en primer lugar, no estaba repri- mido, sino rnodificado p r la reacrividad (esa reactividad de la que se habla en la Gc~ru log ia de La moral: he aqui una instancia inva- rianre de contenido filos6fico); era repugnancia farisaica ante ese prosritulo de la muerte que era el gladiador. Ademis, ese supuesto miedo transhistcirico a1 asesinato no es en absoluto transhistdrico: es ma:erial, concreto, y puarda relaci6n con una prdctica guberna- mental deterrninada; es cl n~iedo a ver morir a un ciudadano ino- cente, en el recinto de la paz civica, lo que implica cierto discurso politico-cultural, cierta prictica de Ia Ciudad. Ese supuesto miedo natural no puede enundarse en reminos puramente forrnafes, ni siquiera en un truismo; no existe forrnalmente; no es el rniedo a la muerte ni a1 asesinato (porque admite la rnuerre del criminal).

Para Foucault, el interis de la historia no reside en la elabora- ci6n de invariantes, ya Sean filosdficas o se organicen en ciencias humanas, sino en el empleo de las invariantes, cualesquiera que Pstas sean, pa12 disolver 10s racionalismos que reaparecen sin cesar. La historia es una genealogia nietzscheana. Por ese motivo, se Cree que la hisroria s e g h Foucault es filosofia (lo cud no es ni verda- dero ni faJso); estg rnuy lejos, en cualquier caso, de la vocaci6n ern- pirisra que se atribuye tradicionalmente a Ia historia. aNadie entre aqui si no es o sc hace filhofo., Historia escrita con palabras abs- tractas y no con una sernantica de la kpoca, alin cargada de color local; historia que parece encontrar en todas partes *analogias par- ciaics, esbzar tiplogias, puesto que una historia escrita con una - $.I 3.' ..:,. '..- paIabras abstractas presenta menos diversidad pintoresca que

',sic anecddtico. historia humoristica o ir6nica disudve las aparienciai, lo

,- . ::echo que se tomara n Foucault por un relativista (sverdad

CAmo sc cscribe la historia 23 1

hace mil afios, mentira hoy,); es una historia que niegn 10s objetos naturales y afirrna el caleido~co~io, por la que se ha tornado a nuestro autor por un esckptico, No es ni lo uno ni lo otro. Un relativista estima que 10s hombres, a lo largo de 10s siglos, han pensado cosas distintas del mismo objeto: aSobre el Hombre, sobre lo Bello, unos han ensa ado una cosa y , en otra kpoca, otrvs han pensado otra; jvaya usted a saber lo que es c icr to!~ Esto, para nuestro autor, son ganas de sufrir por nada, porque precisamente la cuesti6n que se debate no es la misma en una Cpoca u otra; y, sobre el aspect0 que resulta ser propio de cada tpoca, la verdad es perfectamente expli- cable y no tiene nada de vaguedad indeterminada. Apostariamos que Foucault suscribiria la frase de quc la humanidad s61o se propone aquellas tareas que puede resolver ': en todo momento, las prsicticas de la humanidad son Ias que decermina el conjunto de la historia de forma que, en todo mornento, la hurnanidad se adapta a sf misma, lo qur no es demasiado halagador para ella. La negaci6n del objeto natural tampoco lleva a1 escepticismo; nadie pone en duda que 10s cohetes dirigidos hacia Marte gracias a 10s cilculos de Newton lle- gucn a su objetivo con toda seguridad; Foucault tampoco duda, a mi juicio, de tener raz6n. Recuerda simplemente que 10s objetos de una ciencia y Ia noci6n rnisma de ciencia no son verdades eternas. Y , desde luego, el Hombre es un falso objeto: esto no significa que las ciencias humanas Sean imposibles, sin0 que tienen que cambiar de objeto, aventura que han vividn tambitn las ciencias fisicas.

En rcalidad, no estl ahi cl proliema: si no me equivoco, la noci6n de verdad se ha alterado parque, frente a las verdades, a 10s conocirnientos cientificos, la verdad filosdfica ha sido sustituida por la historia; toda ciencia era provisional y la filosofia lo sabia muy bien; toda ciencia es provisional y el ana'lisis histhrico lo demuestra constantemente. Un andisis similar, el de Ia clinica, el de la sexua- lidad moderna y el del Poder en Roma, es muy cxacto 0, por b menos, puede serln. Lo que, en cambio, no puede ser una verdad es el saber acerca de la esencia de #la,> sexualidad y a e l ~ poder, y ello no porque no sg puede alcanzar la verdad sobre esos grandes objetos, sino porque no cabe verdad ni error, ya que tales objetos no existen: los drboles no creccn en 10s caleidacopios. Otra cosa es que 10s hombres crean que crecen, que se les haga ueer, e

' Nieczsche, Ld Gayu Cienciu, n~jmero 196: aS6lo se camprenden aquellos problemas a 10s quc se pucdc encanttar respuesta., Man dice que la huma- nidsd $610 resuelve 10s problcmas que se plantea, y Nietzxhe que 5610 se plantca 10s problemns que puede resolver. Cf. Foucault. Ld Arquedogb del Saber, pdg. 61; Deleure, Difference el Ri!pPtilian, pdg. 205.

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? i 2 Paul Veync

I I ~ C ~ L ' I O luchen por ello. Pero en lo que ataiie a la sexualidad, a1 -'o :: r , al Estado, a la locura y a muchas otras cosas, no p d r i a dis-

c - 1 la vcrdad nl el error, puesto que en realldad no existen: hnber verdad nl error sobre la d~gestibn y la reproduccidn

: t1:to.

I~>C!O rnomento, este mundo es lo que es: el que sus prdcricas , I:,, ::a3 Sean rarar, que haya vacio alrededor de ellos, no quiere Z c c f i que en torno suyo exista la verdad, de la que no se hayan posesionado rodavia 10s hombres. Las figuras futuras del caleidos- copio no son ni mis verdaderas ni m i falsas que las anreriores. No hay en Foucault ningljn reprirnido ni retorno de lo reprirnido, no hay nada no dicho que llarne a la puerta; alas posirividades que he intentado establecer no deben entenderse como un conjunto dc deter- minaciones que se imponen desde fuera a1 pensarniento de 10s indi- v~duos o que habitan en ellos de antemano; constituyen rnis bien el conjunto de las condiciones s ~ & n las males se ejerce una pdctica: se trata rnenos de 10s limites inlpuesros a Ia iniciativa de 10s indivi- duos que del campo en que Csta se articula~ (L'Archiologie du Sa- voir, p6g. 272). La conciencia no puede rebelarse contra las condi-

. ciones de la historia, puesto que no es constituyente, sino consti- tuida: desde luego, se rebela constantemente, rechaza a 10s gladia- dores y descubre o inventa aI Pobre: esas rebeliones son la instab- ci6n de una nueva prictica y no una irmpci6n dc lo absaluto. uQue haya enrarecimiento no quiere decir que por debajo de 10s discursos o rna's all5 de ellos reine un gran discurso ilimitado, continuo p silen- cioso que se encontraria re~rirnido o inhibido por e!los y a1 que ten- driarnos que elevar devolvi~ndole por fin la palabra. NO hay que inlaginar, a1 tecorrer el mundo, algo no dicho o no pensado, que habria que articular y pensar por fin*. (L'Ordre du discours, pi- sins 54). Foucault no es ni un Malebranche inconsciente, ni el Lacan de la ]>Istoria. HablarC clam: no cs un hurnanista, porque, 2qui es un hunianista? Un hombre que cree en la seminrica ... Y el adis-

. curso* seria m6s bien su negaci6n. Pues, ;no! El lenguaje no revela lo real, y algunos marxistas deberkn saberlo mejor que nadie y man- tener en su lugar la historia de Ias palabras. No, el lenguaje no nace sobre un fondo de silencio: nace sobre el fondo de1 discurso. Un hurnanista interroga a Ios textos y a las gentes en el plano de lo que diccn, o mejor alin no sospecha siquiera que pueda existir otro plano.

La iilosofia de Foucault no es una filosofia del ad is cur so^, s i n o una filosofia de la relacidn, porque ctrelaci6ns es el nombre de 10 que se dcsigna como uestructuta,. En vez de un mundo formado de

C6mo se escribe In historis 233

sujetos, o bien de objetos o de su dialictica, de un mundo en que la conciencia conoce a sus objetos de anremano, tiende hacia ellos o es eLla misrna lo que 10s objetos hacen de ella, tenemos un mundo don& la relacidn es previa: son Ias estructuras las que dan rostros objetivos a la mareria. En ese mundo, no se juega a1 ajedrez con figuras eternas (el rey, el did): Ias figuras son lo que las configu- raciones sucesivas del tablero hacen de ellas. Asi, ahabria que inten- tar esrudiar el poder, no a partir de 10s terminos primitives de la relaci6n (sujeto de derecho, Estado, ley, soberano, etc.), sino a partir de la relacibn misrna, puesto que es ella la que determina a 10s ele- mentos a 10s que se refiere; mis que preguntar a slibditos ideales lo que han podido ceder de ellos mismos o de sus +ere5 para dajarse convertir en scbditos, hay que invesrigar de q d forma la5 relaciones de semidumbre pueden crear slibditos~ (Annuoire du Co- llege de France, 1976, pPg. 3 6 1 ) . Si alguien ontologiza el Poder u otra cosa, no es el fiI6sofo de la relaci6n, sino aquellos que no dejan de hablar del Estado para bendecirle, maldecirle, o definirle cccicnti- ficamenten, siendo asi que el Estado es el simple correlate de deter- minada pra'ctica de fecha rnuy concreta.

La locura no existe: s61o existe su relacibn con el resto del mundo. Si se quiere saber en qui se traduce una filosofia de la rela- ci611, hay que verla aplica'ndose a un problema celebre, el del enri- quecimiento del pasado y de sus obras en funci6n de las interpre- taciones que les darh el futuro a lo largo de 10s siglos; en una cCle- bre piigina de La Pensee c t le Mouvanr, Bergson estudia esa apa- rente acci6n del futuro sobre el pasado8; hablando de la noci6n de prerromanticisrno, escribe: asi no hubieran existido un Rousseau, un Chateaubriand, un Vigny, un Hugo, no s610 no hubidramos po- dido percibir nunca rornanticisrno en 10s dhicos del pasado, sino que no lo hubiera habido, puesto quc ese romanticismo de Ios cld- sicos no se hace realidad sin0 desgajando de sus obras un aspect0 determinado, y la forma concreta que adopca ese perfil no exiscia en la literatura clasica antes de la aparici6n del romanticismo, de la rnisrna forma que no existe en la nube que pasa d gracioso dibujo - que en ella percibe el artista, que arricula esa masa amorfa se&n su fantasia*. Esa paradoja se llama hoy paradoja de las ctlecturlsw mfiltiples de una misma obra. Ahi radica todo el problema de la relacidn y, sobre todo, el de lo individual.

La idca bcrgsoniana dc que el futuro c n r i q u ~ c d pasado sparem tambikn en Nietzschc. Lo Girya Gencia, nrirn. 94 (~Crecimicnto pfistumo). V. tam- b i h Opinions ef sentences (Hutnano dernaiudo humtino, XI), nGmm 216; Wiile rur Macb, n h . 974.

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Paul Vcync

hibaiz escribiab que el viajero a1 que, estando en la India, se le muere sin que &I lo sepa Ia esposa que habia perrnanecido en Eu- ropa, no deja pot ello de sufrir un verdadero cambio: se convierte

I en viudo. Desde Iuego, user viudo* no es n i s que una relaci6n (el misnn viajero puede ser a la vez viudo respecto de su difunta esposa, padre respecto de su hijo e hijo respecto de su padre); pero la rela- ci6ri reside en el individuo que la soporta (omne praedicutum inest sublecto): tener una xefaci6n dc viudedad es ser viudo. Se objetari que hay que optar por una de estas dos cosas: o bicn esa determi- naci6n Ie vienc ai rnarido dcl excerior, a1 igual que el recorte prerro- mintico no es, para algunas, sin0 una interpretacibn desde ei exterior de Ias obras clisicas, ajena a ellas, y, en e x caso, la verdad de vn texto seri lo que se diga de 6l y el individuo, padre, hijo, e s p s o y viudo, es 10 que el resto del mundo hace de 61; o bien la relaci6n es intema y surge del individuo mismo: desde el phcipio de 10s tiempos esraba insaito en la m6nada del viajero que seria viudo y Dios podia leer en esa m6nada su futura viudez (lo que supone, claro esta', que, por armonfa preestablecida, la m6nada con que se ha casada el viajero muera por su parre en eI momento conveniente, corno dos relojes bien ajustados sefialan a la v a la rnisma hora fatal); en e5e caso, todo lo que se diga de un texto seri verdad. En d primer caso, nada sera verdad respecto de una entidad individual, I sea viajero u obra; en el segundo cam, todo es verdad, y d texto, hinchado hasta explotar, conticne de antemano las interpretaciones m6s contradictorias. Es lo que Russell llama el problema de las relaciones externas y Ins relaciones internas lo. De hecho, es el pro- blerna de la individualidad.

tNo tiene una obra mis alcance que el que se le da? (Tiene todos Ios alcances que pueden descubrirse en d a ? (Y qut pasa con el 1

alcance que le daba el principal intcresado, el autor? Para que se plantee el problema, tiene que existir la obra, erigida como un monu- mento; tiene que set una entidad individual de pIeno derecho, con su propio sentido, con su alcance: s61o entonces podremas extraiiar-

I nos de que esa obra a la que no falta nada, ni el texto (impreso o rnanuscrito), ni el sentido, sea susceptible ademis de recibir en el futuro nuevos sentidos, o contenga tal vez ya t d o s 10s demk sen- tidos irnaginables. Pero, l y si no existiera la obra? (Y si su sentido le viniera dado 6nicamente pot rdaci6n? {Y si el alcance que podria-

' Leibnitz, i"hi[osophische .Tchnl~en, vol. VIII, pAg. 129, Gerhsrdt. cir. por Y . &lava], laibnitz crrriqrre dt Descarfes, pig. 112.

'O Russcil, Principles oJ Mafhcmatics, par. 214216; J . Paricnte. Le L n g o g e er l'individvel, Armand Colin, 1973, p4g. 139.

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mos considerar como autknticamente suyo fuera simplemente el al- cance que tenia por rclaci6n a su autor o a la dpoca en que se escri- bib? tY si, de forrna eniloga, 10s alcances futuros fueran no un enri- quecimiento de la obra, sino otros alcances, diferentes y no contra- dictorios? <Y si todos esos alcances, pasados y futuros, fueran indi- vidualizaciones diferentes de una materia que Ias recibe indiferente- mente? En ese caso, desapareceria el problema de la relacibn, al desaparecer la individualidad de la obra. La obra, como individuali- dad que conserva su fisonomia a lo largo del tiempo, no existe (~610 cxiste su relaci6n con cada uno de 10s interpretadores), pero no e s nada: esti determinada en cada relaci6n; la significacidn que tuvo en su tiempo, por ejempIo, puede ser objeto de discusiones positivas. Lo que existe, en cambio, es la mnicria de la obra, pero esa materia no i s nada hasta que la relaci6n la mnvierte en una u otra cosa, Como decia un maestro escotista, la materia es en acto, sin ser acto de nada. Esa materia es el texto manuscrito o impreso, siempre que ese text0 sea susceptible de adquirir un sentido, esr6 hecho para tener un sentido y no sea un galimatias rnecan~~rafiado a1 azar por un mono mecan6grafo. Existe una prirnacia de la relsci6n. Por ello el mCtodo de FoucauIt torna probablemente como punto de partida una reacci6n contra la ola fenomenol6gica que, en Francia, sigui6 inmcdiatarnente a la Liberaci6n. Tal vez el problema de Foucdult fuera el siguiente: tc6rno superar una filosoffa de la rnnciencia sin caer en las aporias del marxismo? 0, a la inversa, (c6mo escapar de una filosofia del sujeto sin caer en una filosofia del objeto?

La fenomenologia no tiene el defect0 de ser un ideaIismo*, sino el de set una filosofia del Cogito. Husserl no pone entre parhtesis Ia existencia de Dios y del diablo para volver a abrir el pardntesis solapadamente despugs, corno escribia Lukacs; cuando describe la esencia del centauro, deja a las ciencias que se pronuncien sobre la existencia, la inexistencia y las funciones fisioldgicas de ese animal. El error de la fenomenologia no es que no explique Ias cosas, puesto aue nunca ha metendido expIicarlas, sino describirlas a partir de la conciencia, considerada como constituyente y no como constituida. Toda explicaci6n de la lwura presupone que se la describa correcta- mente; para esa descripci6n, < podemos fiarnos de 10 que nos hace ver nuestra conciencia? Si, si es constituyente, si, como reza el dicho popu!ar, conoce la realidad ucomo si la hubiera par ido~; no, si es constituida sin saberlo, si n t i engaiiada por una prictica hist6rica constituyente. Y, efectivamente, est6 engaiiada pot ella: cree que la locura existe, aunque aiiada que no es una cosa, puesto que nuestra conciencia se encuentra tan bien en ella. con la Snicn condici6n de que sus descripciones se hagan lo suficientemente sutiles para desli-

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zarse en esa morada. Y hay que reconocer que la sutileza de Ls des- cripciones fenornenol6gicas susci~a la admiraci6n.

Pero, curiosamenre, 10s marxistas tienen la misma creencia en el objeto (y la misrna creencia en la conciencia; la ideologia acrda sobre lo real por intermedio de la conciencia de 10s agentes). La explicaci6n parte de un objeto determinado, las relaciones de pro- ducci6n, y se dirige s 10s demis objetos, No vamos a recordar por centksima vez las incongruencias a que lleva esa teoria: que en nin- glin caso un objeto histdrico, un acontecimiento, como las reIaciones de producci6n, puede cxplicar uen dtirna instancias, o ser un primer motor, puesto que es a su vez un acontecimiento condici* nado; si el, empleo deI molino de agua ha dado origen a la semi- dumbre, hay que preguntarse entonces por qu6 razones hist6ricas se ha ernpleado ese molino en vez de atenerse a la rutina, de forma que nuescro primer motor deja de serlo. No puede h a k r ningin cconiecirnieato en tiltima insrancia; la expresi6n encierra una con- :rn::iccirjn en 10s tCrminos, lo que cxplicaban 10s escolfisticos a su

, ~ ,.,.-,, . . . . ,. diciendo que un primer motor no puede tener potencia: si

KC a1 orden de lo potencial antes de existir, si es aconted- ;. ie hacen Falta causas para realizarse y ya no constituye una

i ~ s ~ a n c i a . Hagamos caso omiso de las disquisiciones subsi- C ! . . 0 1 . . ~ . . , .i::s, que no suscitan la adrniracidn: se terminark llamanclo rela- clc:~;s de producci6n a todo lo que es titil para explicar el mundo coclo es, incluso 10s bienes simMlicos, lo que equivale a salir d t M6laga p3ra entrar en Malag6n: lo que se suponc que cxplica las relaciones de ~roducci61-1 forma parte shora de ellas. La conciencia forma tambiin parte del objeto que se supone que la determina. Lo importante no es eso, sino que 10s objetos siguen existiendo: se sigue hablando de Estado, de p d e r , de economia, etc. De esa forma, no s610 se mantienen las teleologias espontdneas, sino que el objeto que hay que explicar se toma como explicaci6n y esa explicaci6n va de un objeto a otro. Hemos visto las dificultades que eso conlleva y hernos visto tambikn que perpetuaba la ilusi6n teitol6gica, el idea- Lismo en el sentido de Nietzschc, la aporfa uhistoria y verdads. Frente a ello, Foucault propone una opci6n positivists (elirninar 10s d t imos objetos no historificados, 10s 3ltimos vestigios de metaffsica) y ma- rerialisla (la explicaci6n no ird ya de un objeto a otro, sino de todo a todo, Y ello objetivarA objetos dc fecha mncreta sobre una mntcria sin ro s t~o l . Para que el molino sea percibido Gnicamcnte como medio d e prducci6n y su empleo revolucione el mundo, hace falta primero que t s t i objetivado gracias a una revoluci6n progresiva de las prhc- ticas clue 10 rodean, revoluci6n que, a su v n , ... y asf ad infiniturn. E n realidad, lo que carre es que, como el sefior Jourdain de Mo-

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liPre, nosotros 10s historiadores siempre hemos pensado basta el fando.

La historia-genealogia, a1 estilo de Foucault, abarca por tanto completamente el programa de la hisroria traditional; no deja de lado la sociedad, la economia, etc., pero estructura esa materia de otra rnanera: no se atiene a 10s siglos, 10s pueblos ni las civilizacio- nes, sino a las pricricas; las trarnas que relala son la bistoria de las prgcticas en que 10s hombres han visto verdades y de sus Juchas en torno a esas verdades ". Esa historia de nuevo c u b , esa ctarqueol* gian, como la llama su inventor, <<se despliega en la dimensidn de una historia general* (LJArcbiologie du Suuoir, pig. 215); no se especializa en la pricrica, el discurso, la parre oculta del iceberg, 0, mejor d ~ c h o , la parte oculta del discurso y de Ia prlctica no es sepa- rable de la parte que emerge. A ese respecto, no ha habido evoluci6n en Foucault, y la Historin de lo sexualidad, que relaciona el anilisis de una practica discursiva con la historia social de la burguesia, no innovb nada: e1 Nacimiento de la clinica sentaba ya una transforma- ci6n de1 discurso mtdico en las instiruciones, en la prictica politics, en el hospital, etc. Toda historia es aqueol6gica por naturaleza y no por eleccidn: explicar y hacer explicita la historia consiste en perci- b~r la primero en su conjunto, en relacionar 10s supuestos objetos naturates con las pricticas de fecha concreta y rara que los objetivan y en explicar esas pricticas no a partir de un motor linico, sino a partir de todas las pricticas pr6ximas en las que sc asientan, Este mbtodo pict6rico produce cuadros extraiios, en 10s que las relaciones sus t i tu~en a 10s objetos. Desde luego, esos cuadros son 10s del rnundo que conocemos: Foucault no hace pintura mas abstracta que la que

I' El mbtodo de Fo~~cault ha surgido probable~nente de una reflexi6n sobre la Genealogia de la Moral, segunda diserracih, 12. En tCrminos mas gcnera- rales el primado dc la reloci6n implica una ontologia de la voluntad de poder; la obra de Foucault podria llevar corno epigrafe dos texros de Nictzsche, Der Wille zur Mochre, nlirn. 70 (Krliner): aFrente a Ia teoria de la influencia del medio y de las causas externas: la fuema interior cs infinitamenre superior; mucho de lo que parece estar influido por el exterior no es m k que una adaptaci6n de origen enddgeno Je esa fuem. Dos rnedios rigurosamente iden- :ices podrian ser inrerpretados y explotados de forrna opuesra: 10s hechos no enisten (cs gibr keine Tatsdchen)~. Como x ve, los hechos no existen, no s610 en el plano del conocirnienta que inccrprera, sino en cl de la realldad, en la que se Ics ex Iota Eso nos lleva a uns critica de la idea dc verdnd, nlirn. 604 (Kr6ner): u;&( puedc rer el conoeirniento abandonado a sf mismo? Una in- terpretaci61-1, una atribucibn de significado, y no una explicaci6n ... La dispo- sici6n de las cosas no exlste (es ~ i b f keine Tafbesfond)~. Aqui el tirrnino ein- tcrpre1aci6na no designa solamenre d scntido que se e m e n f r o en algo, su in- trrpreracihn, sino tambiCn d h d o & intcrpretarlo, cs dccir, d scntido que w Ie urribuye.

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hncia CPzame; el paisaje de Aix sc puede recorlocer, 5610 que estri lleno dc una afectividad violenta, y parece surgir de un terremoto. Todos !os objrtos, incluso 10s hombres, estan transcritos en ellos en m a gama abstracts de relaciones coloreadas donde la pincelada borra su identidad pricr~ca y donde se dlfuminarl su individualidad y sus lirnites. DespuPs de estas cuarenta pa'ginas de positivisrno, sofiemos un instante con esre mundo donde nna rnateria sin rostro y perpe- ruamente agitada hace nacer en su superf~cie, en puntos siempre dife- renres, rostros siempre distintos quc no existen y dondr todo es individual, de forma que nada lo es.

Foucault no intenta revelar que existe un ~discurso*, ni siquiera una prictica: dice que no existe racionalidad. Mientras se crea que el a d i s c ~ r s o ~ es una instancia o urla infraestructura, mientras que se pregunte qui relacirjn de causalidad puede tener esa instancia con la evoluci6n social o econdmica, y si Foucault no hace historia aidea- listao, es que a6n no se ha entendido bien. La importancia de Fou- caulr consiste precisamentc en que no hace marxismo ni freudismo: no es duafista, no prrtende contraponer la realidad a la apariericia, como hace como liitirno recurso el racionalisrno, con un rerorno 61- timo de 10 reprimido. FoucauIt suprime las trivialidades reconfor- tanres, 10s objetos naturalcs m su horizonte d e racionalidad prorne- tedora, para devolver a la realidad, la linica verdadcra, la nuebtra, su origir~alidad irracional, urarau, inquietante, histdrica. Desnudar asi la realidad para dlsecaria y explicarla es una cosa; creer que se descubre detris de eIIa una segunda rcalidad que la rnanda a dis- iancia y la expiica es otra, mds ingenua. ~ S i g u e siendo historiador Foucault? No hay respuesta verdadera ni fa!sa a esa pregunta, puesto que la historia misma es uno de tantos falsos objetos naturales. La historia no es m k que lo que hacemos de ella; no ha dejado de cam- biar, pues su horizonte no es eterno. Ta que hace FoucauIt se Ila- mar4 hisroria --y por ende lo seri - si 10s historiadores aceptan eI regalo que se les hace sin rechazarlo por inalcanzable. afcctando que ~ c s r i n verdew. En todo caso, alguien aceptari la ganga, pues la capacidad natural de adaptaci6n (a la que podriamos llamar tambiin avoluntad de podera si la expresi6n no fuera tan eyuivoca ...) riene horror aI vacio.

Aix y Londres, obril de 1978

'I Kuth Badt, Die Kunrf CPz4nne1, phgs. 38, 121, 126, 129, 173.