paraguay - el Ñanduti - josefina plá

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Page 1: Paraguay - El Ñanduti - Josefina Plá

el ñaiuliiií •k>s(^iiui Plá

cmíMleriies lie í!iviil€|acíiéii

Page 2: Paraguay - El Ñanduti - Josefina Plá

T A P A : Detalle de mantel realizado en hilo de algodón. Itauguá. Siglo X I X . Colección Olga Blinder.

Page 3: Paraguay - El Ñanduti - Josefina Plá

(3iia(lei*iu>s de diviil(|a(;ióii

La edición de los "Cuadernos de Divulgación" forma par­te de una iniciativa del Museo Paraguayo de Arte Contempo­ráneo dirigida a promover la difusión de conocimientos bási­cos acerca de las artes visuales paraguayas. Los cuadernos se dirigen esencialmente al público estudiantil y no especializa­do para ofrecer una visión sintética de ciertos aspectos fun­damentales de nuestra cultura.

Page 4: Paraguay - El Ñanduti - Josefina Plá

<!iici(l(*i*ii<>s ele clh'iil<|ii{;ióii Responsables: OLGA BLINDER

OSVALDO SALERNO TICIO ESCOBAR

Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo Directores: OLGA BLINDER

CARLOS COLOMBINO

Coordinador colección de artes populares OSVALDO SALERNO

Asesor: T ICIO ESCOBAR

Casilla de Correo 1402 - Asunción

el íuiiicliiii

textos: JOSEFINA PLA

GUSTAVO G O N Z A L E Z fotograf ía:

JOSE LUIS DE TONE GUSTAVO G O N Z A L E Z

diseño gráfico: O S V A L D O S A L E R N O

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Pañuelo de boda realizada en hilo de seda, I tauguá. Siglo X I X . Colección " C a r l o s Colonnbino"

Dentro de los objetivos generales de esta colección, este volumen reco­ge estudios de Josefina Plá y Gustavo González acerca del ñandut í , sus fuentes posibles, su desarrollo y sus formas. Basado en antiguos encajes españoles y adaptado a la cultura criol la con un sello propio, el ñandut í corresponde a una de las expresiones populares características del Paraguay; su origen incierto, sus esquemas complejos y su in interrumpida práctica desenvuelta en to rno a Itauguá plantean una serie de interrogantes y permiten a los autores fecundas interpretaciones. El registro gráfico del Dr. González, sobre el que se basa fundamental­mente la i lustración del tex to , const i tuye un documento indispensable para el conocimiento de las pautas básicas y tradicionales del ñandut í . Con la publicación conjunta del trabajo de Josefina Plá y del Dr. Gon­zález (publicación parcial en este caso) se pretende promover la d i fu ­sión de aportes valiosos para la comprensión de nuestra cul tura.

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PROSAPIA Y MAGIA D E L Ñ A N D U T I Por Josefina Plá

La inmigración canaria en el Paraguay, si juzgamos por los poquísimos datos reunidos no alcanzó en ningún momento las proporciones, ni aún porcentuales, que en otros países hispanoamericanos. No hay noticia de la llegada de canarios en grupo desde las islas, ni en los años heroicos (1537-1600) ni en los siguientes. Que llegaron gentes de esta proceden­cia, desde luego; uno de los primeros canarios en llegar fue el Padre Le­brón, compañero del Padre Mart ín Armenta en peripecias religiosas y profanas durante el gobierno de Cabeza de Vaca (aunque ellos llegaron temprano, con el veedor Cabrera, quedaron hasta 1542 en Santa Cata­lina) y entre los hombres de barco o de armas que vinieron en las prime­ras armadas, hay también noticia de algún canario; pero es muy dudoso que entre los expedicionarios se contase alguna mujer canaria.

Nada, en las costumbres coloniales, parece recordar —una af i rmación rotunda exigiría también un estudio a fondo, no realizado ni fáci lmente realizable ya— de los orígenes y cronología de muchos de los aspectos del material fo lk lór ico paraguayo, un aporte sensible de lo canario en ellas, a no ser el uso del maní tostado, pisado o mol ido , con leche, en forma que recuerda al " g o f i o " ; pero esto no puede asegurarse sea una práctica antigua, y podría también ser una coincidencia. Y , sin embar­go, por otra parte la huella canaria aparece profunda, indeleble, en algo tan suti l , como lo es el patrón de un encaje que por sus características podría calificarse de "nac iona l " .

En efecto, cuando se habla del Paraguay en el exter ior, en América en general y en la meridional en particular, surge de inmediato para caracte­rizar a este país —antes que sus grandes ríos, sus cataratas magníficas (de las cuales, la imponente Canendiyú quedará en seco en breve plazo, debido a las obras hidroeléctricas de Itaipú) sus selvas (hoy ya bastante raleadas) o su f lora increíble— el esquema solar del encaje t íp i co : el ñandutí.

Ñandutí es palabra guaraní. Significa " te la de araña". Este nombre re­velador alude a las líneas generales del patrón básico, que recuerdan el trabajo de la "epe i ra" , la huésped infaltable de los huertos y espesuras de todos los climas templados. Y quizá un poco a su técnica (a menos en sus fases iniciales).

Ninguno de los cronistas de los primeros siglos de la historia colonial paraguaya menciona para nada el origen o desarrollo de esta artesanía

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en el Paraguay. Los inventarios de las sucesiones en los siglos X V I y X V Í I nada nos dicen del ñandutí ; aunque sí dan patético test imonio de la lastimosa pobreza en que vivían los conquistadores, y que de por sí descarta la posibil idad de delicadezas y filigranas encajeras. Cuando terminando el siglo X V I o comenzando el X V I I Ruiz Díaz de Guzmán^ habla de la destreza de las mujeres paraguayas —criollas o mestizas— en labores de aguja, no menciona cuáles fuesen éstas; pero ahí están, apenas unos años después, las Anuas Jesuíticas primeras (1610) para informarnos de que se trataba de "paños de manos"; toa­llas "bordadas": una labor doméstica que se hizo tradicional y se pro­longó floreciente hasta pasado el medio siglo X I X ^ . De otras cosas prescindiría seguramente el conquistador: renunció pronto - a la fuer­za ahorcan— a las calzas acuchilladas; pero no renunció al servicio de "aguamanos" aunque fuese en rústicos utensilios de mano indígena: ya que otra cosa no, abundaba el servicio doméstico. Otras labores femeninas consti tuyen hasta hoy en el Paraguay caudal t radic ional , o por lo menos por tal tenido: el encaje—yú (malla o f i le t

•..así l lamado porque se hacía con aguja enhebrada a causa de la ausencia de navetas) de mallas o puntos sueltos; crochet corriente, crochet t u ­necino, y hasta encaje de boli l los (éste actualmente desaparecido). Estas formas de encaje es de notarse que aparecen centradas en pueblecitos que formaron parte de las Misiones, o aledaños. Y tanto es así, que al­gunas prendas de las trabajadas en esos lugares se l laman, por ejemplo, chales, ponchos o colchas "de Misiones", por el departamento de que proceden.

En cambio, no aparece en esos pueblos el ñandutí. Esto se explica, en parte al menos, porque esas otras labores habrían sido traídas por los emigrantes instalados en esas zonas en los años inmediatos a la guerra del 70 ; franceses, suizos, alemanes, italianos; en otras palabras, son de origen más moderno.

Tarea espinosa, sin que por el lo garantice éx i to , f i jar la fecha enque este encaje canario prendió, como la "hoja maravillosa"-^ y echó raíces en la colonia.

Dada la pobreza de la colonia, prolongada durante casi dos siglos, es lógico pensar, como ya se di jo, que ciertas formas de encaje de laborio­sa ejecución y no menos laborioso mantenimiento no tuviesen oportu­nidad de mucho uso, en los primeros lustros sobre todo; aunque las

LoTinSstsfdrn;::en afc ^ ^ ^ ^ ^ ^ A , res , 1962 , pa'gina 1 , 1 . env .ar lasa susfamil ias en Inglaterra ' '^^^^S^^V. ^ a c a n gran compra de ellas para

inm"ed Jt°amen:; iToTs. ''"^'^"^ ^ - ' - ' ^ arrancada v t.rada al suelo . arra,ga

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amplias disponibilidades de mano de obra (esclavas) pudieran por otro lado aligerar escrúpulos y preocupaciones respecto al t iempo perdido, con tal de satisfacer un prur i to de adorno o arreglo doméstico.

Es evidente que mucha más amplia oportunidad para el despliegue de estos lujos ornamentales la podían ofrecer las Reducciones; en las cua­les, si la vida comunitaria era en cierto modo ascética, en cambio nin­gún adorno era considerado excesivo para el cul to. Decimos las Reduc­ciones, y no las iglesias en general, porque los pueblos coloniales enco­mendados al patronazgo espiritual de clérigos y frailes (franciscanos y otros) participaron forzosamente de la pobreza de su área.

Sólo all í y en la magnificencia que en todo momento se asignó al cu l to divino, podían haber adquir ido vuelo estas labores, cuyo preciosismo y delicadeza las encomendaba de por sí para complemento de vestiduras y ornamentos sagrados. Y sin embargo, no poseemos por el momento datos, no digamos suficientes; apenas los iniciales, precisos para esa atr ibución, al menos en forma definit iva.

De haber nacido en las Misiones este encaje, en efecto, sus maestros tendrían que haber sido los propios misioneros: y aunque hay noticia de que a las Reducciones llegó algún Padre o Hermano canario (poquí­simos, por cierto, quizá no pasasen de dos o tres) no hay dato alguno que permita atribuirles la enseñanza de este encaje; el único encaje que mencionan los cronistas es el de Flandes.

En presencia —o en ausencia— de otros datos, algunos llegaron a supo­ner que el ñandutí pudo llegar al Paraguay interpósitamente desde el Brasil, aunque no explican cómo. Es verdad que hay una región de ese país donde el ñandutí es conocido y practicado con cierta ampl i tud : concretamente en el Estado de Santa Catalina, en Florianópolis, donde en una "Bolsa de Rendeiras" o "Bolsa de Encajeras", se vende ñandutí .

Pero es signif icativo: a) que este encaje sea al l í conocido como "encaje del Paraguay"; b) que en el mismo folk lore que se organiza en torno a esta artesanía en Santa Catalina, aparezca el encaje como proceden­te del Paraguay. Queda, pues, fuera de duda que el proceso fue inverso: el ñandutí brasileño —como el que podía practicarse en regiones cer­canas o fronterizas de la Argentina— es una trasculturación o simple extensión de la artesanía paraguaya. A su vez, y dada la contigi j idad geográfica, parecería esta difusión corroborar la existencia del ñandutí como objeto de cul t ivo en los talleres misioneros, ya que sólo de éstos podría haber pasado a esas otras regiones.

Esta hipótesis desde luego no sería aplicable a otras regiones de Amér i ­ca, el Perú y Bolivia, por ejemplo, donde el "encaje de soles" debió lle­gar por otras vías, y seguramente en fecha más antigua. Y a este propó­sito podría emitirse otra hipótesis, lista para retraerse, como antena de

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caracol, al más leve amago polémico; en el Paraguay hubo, en la primera mi tad del siglo X V I I I , un contacto con el A l t ip lano cuyas dimensiones y sentido no hemos podido aún discernir suficientemente, que dio lugar a la inf i l t ración de formas en la imaginería y escultura (pintura cuzque-ña, planos de la ornamentación de iglesias, como la de Tobat í ) . ¿Podría el "encaje de soles" haber formado parte de esta inf i l t ración? Pero dejando esta espinosa hipótesis, busquemos todavía en testimonios locales algún posible indicio.

Una de las primeras noticias de encajería en las Misiones se hallan en el Padre Sepp"*. "Seis o más indiecitas (muchachas) se ocupan de hacer encajes. Son tan hábiles, que pueden competir con las encajeras holan­desas... Mis nuevas albas, de las cuales tengo tres y me las pongo sola­mente en las más altas fiestas, están guarnecidas desde la cintura hasta el más ú l t imo ribete con los más finos y hermosos encajes, y es d i f íc i l decir si son de origen holandés o paracuario... Llevan a cabo este traba­jo sin maestro, solamente deben tener constantemente el modelo bajo los ojos. Si es complicado, lo deshacen" (se entiende, para analizar la forma en que está realizado)...

Como se ve, se refiere aquí el Padre Sepp al encaje holandés (a no ser que la comparación se aplique sólo a la perfección del acabado y no específicamente al encaje, pero el contexto no estimula esta interpre­tación). El encaje holandés, o sea el de Flandes, viene a ser el de bol i ­l los, cuyo predicamento parece haber terminado en el país con la Gue­rra Grande; y no el de Tenerife. Tanto más que el Padre Sepp no era español, y en sus actividades artísticas y docentes, según él mismo da a entender en sus libros, se inspiró más directamente en modelos de su patria o países cercanos (como, por ejemplo, al realizar la Virgen del retablo de la iglesia para la Misión de San Juan Bautista por él fundada, de acuerdo al modelo de una Virgen bávara: la Virgen de Al toet t ingen).

Podría, sin embargo, objetarse que nada se opone a suponer que el Pa­dre Sepp hallase ya inst i tu ido el ejercicio del encaje entre las indias de las Misiones, no las por él fundadas, sino las en funcionamiento ya, y que esas obreras continuasen bajo su adoctr inamiento dicho ejercicio.

Pero tampoco hay en el tex to nada que pueda apoyar objetivamente esta versión.

En las Anuas y algunos cronistas se encuentran, como ya se di jo, alu­siones al ejercicio de labores a mano - l a s únicas posibles en aquel t iem­po y lugar - en Asunción misma, cuando Guzmán se refiere a la habil i­dad de las doncellas de la tierra en labores de aguja o los Padres de las primeras Anuas a las toallas bordadas que se confeccionaban en Asun-

4 . Sepp , Padre A n t o n i o . T . II, págs. 2 6 1 - 2 6 2 (cap. X X X I I ) .

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ción. Pero esas toallas bordadas, cuya tradición se prolongó hasta la época de don Carlos, a la oril la de la Guerra Grande, no eran sino cala­das^ y bordadas (toallas de aopoi'). No con encajes, de ñandutí u otros.

En las listas artesanales misioneras que se dan en Anuas y cronistas ha­llamos entre los numerosos trabajadores enumerados el of ic io de "en-cajero" como el de bordador. No se habla de bordadoras ni encajeras, aunque es perfectamente posible que ello fuese un resultado de la for­ma misma en que se hace la enumeración; las noticias de Sepp no dejan duda acerca de que las mujeres también tejían encajes.

Uno de los aspectos notables misioneros fue el cambio que en la dis­t r ibución de oficios se realizó al estructurar el régimen laboral y distr i­bución de los trabajos: el hombre en Misiones debió adoptar actividades que en la vida tribal estaban reservadas a las mujeres, como el te j ido, la cerámica (aunque hay noticia de que las mujeres seguían part icipando domésticamente en este trabajo). Oficios como el de bordador y restau­rador de ropas de altar o de ornamentos estaban reservados a los varo­nes.

En suma, nada hallamos en la historia o la crónica que nos i lumine acer­ca de la manera en que llegó acá ese encaje, hasta que el Padre Sánchez Labrador, ya cercana la expulsión de los jesuítas, sin saber el bien que iba a hacer a los desesperados investigadores de dos siglos después, se decide a encendernos una tenue luz.

Al Padre Sánchez Labrador le tocó actuar en Belén (región llamada del Tarumá) sobre el r ío Ypané, catequizando a los mbayá-guaicurúes. Du­rante su tarea evangélioa viajó r ío abajo hasta Asunción, y pudo asistir en esta capital "a la escena de las señoras españolas que enseñaban a las indias de su Reducción —con fines prácticos enderezados a la sun­tuaria religiosa de la misma— a tejer encajes con soles y cribos (cala­dos ) "^ . Pero dado lo adelantado de la fecha, no podían ya actuar en ellas los contingentes femeninos que llegaron durante el siglo X V I ; ha­bría que buscar su origen en alguna famil ia canaria llegada a fines del X V I I (aunque tampoco ningún documento avala esta presunción) o a otras llegadas al pr incipio o durante la primera mitad del X V I I I . Ello concuerda además cronológicamente con las noticias del Padre Sepp; aunque, lo repetimos, éste no alude para nada al encaje Tenerife. Un detalle muy interesante —que encaja por lo demás perfectamente en el régimen misionero— es que las indias bajaron a la capital a recibir a l l í

5 Caladas al modo que aún ahora se ve en las camisas de aopoí : sacando hilos en una super­ficie previamente c i rcunscr ipta; no sacando hilos a lo ancho para luego urdir en los hilos de la t rama, desnudos, diseños diversos (geométricos, f lorales, e tc . ) .

6. Sánchez Labrador , Padre José: E l Paraguay Catól ico. T . I., C a p i t u l o C C C X X I I l , pág. 2 9 9 . E d . Universidad de la Plata. Buenos A i res , 1 9 1 0 . E l " c r i b o " t o m ó su nombre de su seme­janza con el tejido (de paja) de las " c r i b a s " o cernedores.

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M i s i o n e s ' " ' ' ""^^'^'^^ " ° ' ' ' ^ ^ admitidas en las

mtnín H^f'• expl ícitos no es de por sí un argu-veces i n t e n c l n n ^ r " '"^ '"^'^ documentos callan, unas veces mtenconadamente y otras porque no alcanzaron ios que los escri­

bieron a pensar que tal cual dato podía resultar necesario y precioso a los que después vendrían.

Que la mujer canaria, por escaso que fuese su número, y tal vez por esto mismo, trasladada de pronto a estas regiones tan diferentes de las suyas, solicitada por tantas dificultades y problemas como suponía la adapta-ción en aquellos t iempos, se diese a cult ivar su encaje t íp ico , es algo tan natural y lógico, que no precisa comentario. * .

Seguir realizando en país extraño una artesanía consustanciada con un modo regional, es una manera de continuar sentimental, nostálgica y subconscientemente unido a lo que se ha dejado. Así esas mujeres ca­narias —no se precisaba fuesen muchas, repetimos, bastaría incl.usive con sólo una— se encargarían de extenderlo localmente con su ejem­plo: la belleza del encaje es de por sí misma un desafío.

Su centro de producción preferente podrían, a pesar de todo el lo, ha­ber sido las Misiones. No hay, como se di jo, contradicción entre este hecho y el de la aparición primera del encaje en la colonia. El testimo­nio de Sánchez Labrador es, a este respecto, signif icativo.

En la colonia, como ya se indicó, el encaje hallaría menos fácil un cul­t ivo extenso, sin que ello quiera decir que no formase parte de los pe­queños lujos hogareños.

En cambio, en las Doctrinas, donde el cul to mantenía en constante alerta a los talleres para el mantenimiento y embellecimiento del tem­plo, el encaje era una artesanía indispensable. Los manteles de altar eran siempre numerosos y ricos; la lencería de sacristía, y sobre todo las albas, se cuajaban de encajes (como lo sabemos por testimonio del Pa­dre Sepp; las vestiduras sagradas se procuraba fuesen lo más vistosas y ricas para impresionar al neóf i to , aunque luego el mismo sacerdote lle­vase a diario una sotana hecha pedazos). Los encajeros eran así artesa­nos vinculados al cul to. Después de la expulsión, al decaer verticalmen-te la atención al cu l to , y por tanto carecer del estímulo de la exigencia inmediata, el encaje desapareció en las Misiones, cesó de ser necesario para cubrir las exigencias del ornato y dignidad cúlt icos;en cambio, ex-, perimentaría un acrecimiento en la colonia, ampliándose su uso en las prendas domésticas, a favor también del repunte económico a que dio lugar en la colonia la expulsión jesuítica, acompañada de otros factores. Como se ve, son escasos los indicios concretos acerca de la fecha y for­ma en que el ñandutí —el encaje de Tenerife— llegó al Paraguay.

Lo más interesante en esta artesanía, como ya se ha indicado, es la for­ma en que ella se ha consustanciado con el espíritu femenino local, que le dio la preferencia sobre otros encajes también realmente bellos.

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como el de boli l los, y de más fácil ejecución y más prácticos en su ma­nejo doméstico. La adaptabil idad del ñandutí a prendas destinadas al t ra j ín diario es sumamente dudosa. Es un adorno de uso excepcional. Pero es tan bello, que nadie resiste a la tentación de poseerlo y lucir lo en alguna ocasión.

Es cierto que últ imamente los typois o blusas de tradición indígena (en el nombre, no en su gálibo), usadas como prenda típica en los vestua­rios escénicos ("danzas folk lór icas") han adoptado las mangas de ñan­du t í , pero se trata de una sofisticación, excusable, si no desde el punto de vista del t ip ismo, sí de la vistosidad teatral. Los typois tradicionales^ llevaban las mangas de "encaje—yú", o sea f i le t , en el cual cada malla entera es acompañada por una malla suelta, que consti tuye su único complemento, ya que ese f i le t ya no se borda, pero luce a manera de un tu l con motas o nudos, que coplementa bien el carácter de la prenda.

La compenetración del ñandutí con el espíritu de la mujer indígena se manifiesta en varios hechos a cuál más signif icativo. El pr imero es el nombre.

Ninguna de las otras labores femeninas practicadas localmente desde la época colonial ha merecido una metamorfosis semejante. El famoso aopoí o tela bordada no lleva este nombre sino en razón de ser el aopoí el te j ido soporte; aopoí, "tela delgada" de algodón (tejida a mano) en oposición al te j ido grueso obtenido con fibras asimismo de algodón, y también de caraguatá; dist inción que hallamos desde los primeros t iem­pos coloniales. Y su bordado —técnica y motivos— no ha merecido un t í tu lo .

Esa transfiguración nominal ha dado lugar a que algunos hayan creído —segundo hecho interesante— en la efectiva existencia de ñandutí como creación indígena: cuestión que resultaría inane discutir, pero intere­sante como indicio psicológico. Se han creado leyendas en torno al or i ­gen del ñandut í ; ninguna otra labor de mujer, ni aún la cerámica (la otra ala espiritual femenina, y ésta sí de raíz prehispánica) ha merecido tam­poco preocupación alguna en ese sentido.

En esas leyendas algunas sitúan sus personajes en la época prehispáni­ca: hijos e hijas de caciques figuran en ellas, al lado del t igre, la fiera temida por excelencia, y de la araña, animal de difusión universal, y cuya vinculación con el encaje tiene ineluctable raíz analógica. Ninguna de esas leyendas alude al origen hispánico del encaje. Contadas en una u otra forma, en las leyendas aparece siempre una pareja enamorada, y el tigre y la araña son elementos constantes, como el asunto. El caza-

L a t radic ión, en este caso, es muy añeja; posiblemente no alcance más lejos del medio s i ­glo X V I I .

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Cuel lo y mangas de vestido realizadosen hi lo de algodón. I tauguá, Siglo X I X . Colección Car los

C o l o m b i n o .

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dor enamorado que sale en busca de la piel de t igre; sus restos más tar­de son hallados cubierto por una fina tela de araña, que la novia obsesa trata de reproducir^. En una leyenda menos di fundida, una india ence­rrada por la dueña o el dueño cruel en un sótano o cueva, entretiene sus penas imi tando la tela que una araña tej ió en un r incón.

Pero como se ha insinuado ya, es muy di f íc i l señalar época a estas le­yendas, así como el sit io del país en el cual se originaron. Las más han sido "recreadas"; pertenecen al acervo de lo que Bertoni llamó "un de­porte l i terar io" , en pleno auge durante las primeras décadas del siglo.

La tercera circunstancia notable es la extraordinaria vitalidad de esta artesanía, que atraviesa prácticamente sin menoscabo alguno el incen­dio, digámoslo así, en el cual desaparecieron tantos rastros del pasado cultural indohispánico: la llamada Guerra Grande.

Es cierto que merced a una simple proporción demográfica en los su­pervivientes —250.000 mujeres y niños contra 28.000 hombres— las artesanías femeninas sufrieron considerablemente menos que las propias del sexo masculino, que salieron del trance mutiladas o disminuidas en su repertorio de técnicas y motivos. Sin embargo, la difusión, prestigio y ampl io cul t ivo del ñandutí a partir de la guerra del 70, y sobre todo de 1950 acá, es una prueba fehaciente de ese arraigo, aunque él reco­noce además otros factores, muchos de los cuales no podemos analizar aquí.

El ú l t imo de ellos es el tur ismo, que absorbe un considerable volumen de la producción. Pero si el tur ismo explica que haya más bordadoras, sigue sin explicar el hecho de la consustanciación del ñandutí con el espíritu de la mujer paraguaya, y sobre todo su fidelidad a la tradición ante las mismas solicitudes fáciles de la copiosa demanda.

Ahora bien: cuando el ñandutí resurge, lo hace en una región de la cual ignoramos hasta qué punto fuese previamente asiento preferente antes de la guerra, pero resulta curiosa la neta delimitación del área en la cual esta artesanía reaparece, f irmemente arraigada, después de la guerra, en esa región cuyo centro es Itauguá. Son localidades que distan relativa­mente poco de la capital, apartadas del área misionera.

La explicación de este asiento, en disidencia con muchos de los indicios que acerca de su cult ivo preferencial se han expuesto, no es sin embar­go incompatible con ellos.

Itauguá parece haber sido —no se han hecho investigaciones específicas al respecto— uno de los lugares del interior del país en donde se concen-

E n alguna ocasión (excepcional l la tejedora obsesa es la madre. Sin embargo, cabe anotar que aunque los elementos de la leyenda son indígenas, las pautas de conducta de los per­sonajes no lo son sino muy parcialmente.

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tro (esta palabra tiene un sentido demográfico muy relativo dada la es­casa población del Paraguay en la colonia, cuando los censos de Misio­nes daban una cifra a veces doble de la del área de encomiendas) cierto número de familias patricias dueñas de estancias o comercios. Escrito­res de hoy^ afirman que aún actualmente, tras los azares de la devasta­dora guerra de 1864—1870, las mujeres de Itauguá conservan en su t i po rasgos que las caracterizan como de dominante ascendencia hispánica. La famil ia patricia suponía, al estilo patriarcal propio de la colonia, la concentración hogareña de una suma de actividades femeninas: hi lado, te j ido, bordado, encajería, confección de dulces, canastillas, etc., una preocupación por la comodidad del hogar, y a partir de la fecha varias veces mencionada (mediados del X V I I I ) , también una preocupación suntuaria creciente. En esas preocupaciones suntuarias no es aventurado suponer llegase a tener un papel el ñandutí , sobre todo en los chales y mantillas de abolengo español; las famosas mantil las "de b londa" , por

9. González , Gustavo: Ñ a n d u t í . C o l . Bibl ioteca del Centro de Estudios Antropológicos del

Ateneo Paraguayo, 1967 .

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ejemplo, podrían haber encontrado un sucedáneo en el ñandutí (la manti l la de ñandutí tuvo hace t iempo rango de prenda tradicional).

En 1868, la población de Itauguá, donde según esos indicios se practi­caba con cierta ampl i tud el ñandutí , se vio obligada a abandonar sus hogares y seguir como las demás por turno los pasos del ejército (fue la estrategia de tierra asolada, que dio lugar a la llamada Residenta). La artesanía se desintegró.

Pasada la guerra, afirman esas referencias orales, sólo una de todas las tejedoras de ñandutí itaugüeñas sobrevivió para regresar a su pueblo; pero la dedicación y entusiasmo puestos en el trabajo por esa única en­cajera bastaron para encender en to rno suyo el interés y el fervor —jus­t i f icado además por el estímulo económico—, que revitalizaron la arte­sanía, hasta hacer de ella ocupación y blasón de Itauguá y extenderse inclusive a poblaciones cercanas, como Al tos. En esa época, en la cual familias del más bril lante apell ido se vieron obligadas a subsistir median­te el trabajo manual, cuyos productos vendían ex esclavas fieles a esos antiguos dueños, el ñandut í halló rápido mercado en la población inmi­grante, consti tuida por gente de empresa y caudales, que acudió al país ya desde 1869. Es también entonces la época en la cual la fantasía y el capricho de la porción femenina de la población extranjera urge la apa­rición de prendas como sombrillas y abanicos de ñandutí .

Las interrogantes expuestas y otras relacionadas con esta artesanía se­guirán sin embargo siéndolo y quizá para siempre, ya que hay poca es­peranza de que aparezcan más datos sobre el particular.

Sólo podemos, en suma, afirmar, como hecho categórico y caracteri­zante, el arraigo profundo, entrañable, de esta artesanía barroca y sutil en la mujer paraguaya. Una artesanía que por esas mismas característi­cas pareciera poco afin a sus coordenadas espirituales. Su arraigo es algo paradójicamente idiosincrásico. Más de una vez al referirme a este encaje he señalado como el rasgo más interesante de su misma existen­cia y práctica ese hecho, digno de que en él se detengan psicólogos y antropólogos. La perfecta compenetración de estas formas artesanales con el espíritu de la mujer paraguaya, o viceversa, si se quiere.

Por un t iempo quizá esta predilección - e s una simple hipótesis, como otras ya enunciadas anteriormente— pudo ser compartida con el borda­do a (hilos contados, digno éste también de un estudio. Pero hoy, des­naturalizado este trabajo ante la invasión de los más heterogéneos di­seños, que desplazan ante la solicitación turíst ica, a los de abolengo tradicional, es el ñandutí , sin duda, el que más nít idamente refleja un temperamento, una sensibilidad y hasta quizá complejos sociológicos que atañen a la mujer paraguaya.

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Arr iba: Pañuelitos con bordes realizados en hi lo de algodón. I tauguá. Ac tua les . Colección Car los

C o l o m b i n o .

A b a j o : Carpetas con bordeireal izados en hilo de a lgodón. I tauguá. Actua les . Colección Car los

C o l o m b i n o .

El ñandutí —es algo fuera de discusión— es el encaje de Teneri fe; sus esquemas básicos, su logot ipo, son inconfundibles. Pero es al propio t iempo algo sustancialmente representativo de lo femenino paraguayo. La araña que teje su tela en perfecta soledad para amparar, proteger y alimentar su prole, halla en él su paradigma, y la propia mujer paragua­ya, "padre y madre de sus h i jos" , al decir de un poeta argentino, du­plica la imagen. Pocas mujeres hispanoamericanas podrán ofrecer mas copioso caudal de homenajes verbales —poesía y prosa— a ella dedica­do por el varón de su país. Pero tampoco quizá otra más sola que ella en los trances cruciales de la vida. Nunca estuvo esta mujer acompañada por el hombre (con todas las es­pirituales connotaciones que la palabra compañero supone) en el discu-

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rr ir de su existencia tr ibal o cristiana durante siglos: menos aún lo estu­vo quizá después de la guerra del 64 al 70, por las razones que se apun­taron. Una guerra en la cual, sin embargo, ella dio a la patria más aún que el hombre. Porque éste dio su vida, pero ella dio la de sus hijos y no regateó la propia. Y si la patria volvió a levantarse, fue en realidad por su esfuerzo y no por el del hombre; entretenido éste, escaso como era su número, en pelear entre sí y matarse en las "montoneras" los pocos que a la guerra habían sobrevivido.

El ñandutí es la geografía—laberinto de la perfecta soledad. El sol o rueda básica repite en el encaje, como en la vida, la ronda cotidiana, i luminando días iguales, que la mujer trata de diversificar, entretejien­do y engalanando sus radios, y dando origen —con el único recurso de la urdimbre— a infinitas figuras inevitablemente estilizadas, a veces en grado un tanto fantástico, pero que en el subconsciente de la tejedora diseñan su perfecta identidad.

Estos motivos configuran un mundo vivencial, y en él un panorama imagístico y psicológico femenino, donde halla su ámbi to la creativi­dad aherrojada o simplemente no solicitada o estimulada por otras mo­tivaciones extrínsecas. Un mundo de imágenes familiares e inmediatas que dan la medida patética y acariciada secretamente de sus experien­cias, de sus nostalgias, de su inmolación cotidiana. Intentemos una div i­sión de ellos según su naturaleza:

Mundo vegetal: Flor de maíz, margarita, f lor de guayabo, romero, ja­rrón de flores, palmera, cardo, pasionaria, f lor de jazmín, espiga de ce­bada.

Mundo animal: Pajarito, garza, pico de loro, huella de vaca, alacrán, pi­sada de buey, p iky (pececito), rebaño de ovejas, tela de araña, cola de cabra, cola de zorro, garrapata, caracol, abeja, golondrina, murciélago.

Mundo doméstico: Horno de chipa, chipa dulce, abanico, nicho, mor­tero, cepil lo, horno, pequeña arca o cajón, faro l i to , canastilla.

Mundo de leyenda: Leyenda de la cruz, leyenda del caraí vosá^°.

Puntos de remate o de relleno: Flor de guayaba, punto arroz, cadenilla, cañoto, f i lete, f i l igrana. Af i rman los conocedores que existen más motivos aún: no los hemos podido encontrar en las enumeraciones corrientes, pero el doctor Gus­tavo González, que dedicó mucho de su t iempo al estudio del ñandutí , menciona algunos más.

10. C a r a í - b o s 6 : hombre de la bolsa o saco: robaniños.

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A éstos hay que añadir algunos que configuran el mundo exter ior: tocón (raigón), tacurú (termitera) simple o doble.

Un mundo no sólo l imi tado, sino desolado. Pues el tocón o sea el raigón de árbol que se eleva como un pedestal arrasado sobre las tierras del rozado (devastadas para el cult ivo) señala la muti lación emocional, re­nuncia a todo lo que es l ibertad en florecer, para sujetarse a la dura ley de la siembra y la cosecha. Los tacurús o termiteras señalan la tierra inculta donde el arado no puede penetrar, porque lo impiden esos to­rreones duros como el granito construidos con arcilla y saliva de hormi­ga. El s ímbolo de la desesperanza. Sólo un símbolo se salva en esta serie desoladora: la palmera, oteadora de horizontes. Pero la palmera o el cocotero,que proporciona tantos elementos para la vida cot idiana, te­cho, paredes, frutas, comida para las vacas y hasta fibras para hilar, pue­de muy bien ser a la vez un símbolo de ella misma, de la tejedora, gene­rosa y sola siempre en sus múlt iples providencias. El mundo doméstico es tan reducido como el de los objetos, que son otras tantas letras del alfabeto de su servidumbre hogareña. El farolito parco para el alumbrado de las veladas breves; el nicho o vitr ina religio­sa famil iar, que ocupa sit io de privilegio en la casa con el Santo Patro­no más popular o querido: San Francisco, San Anton io , La Inmacula­da Concepción ("La L imp ia " ) , Santa Lucía, San Blas... Figuras entre cuya muchedumbre, reciente tajada a cortaplumas y pintada con pin­tura común, se encuentra a veces alguna pequeña imagen antigua, con el oro original intacto aún en el estofado; reliquia de familia salvada de peripecias innumerables. El ventalle, que acaricia con su ráfaga más la llama del fogón que los rostros encendidos de calor, porque abanicarse lleva consigo el lujo del t iempo vacío. El mortero, que repica ya tem­prano su tambor al imentario. El horno, que representa el más alto t r iun­fo del ama de casa, depositada de la receta tradicional del chipá^^.

El mundo animal es un mundo de humi ldad y de pequeñas compa­ñías: la huella que deja el buey —imagen susti tuto de la carreta que se va, llevándose al h o m b r e - , la cola del zorro o de la cabra, imágenes de fuga. El rebaño de-ovejas mansas, el pajarito que canta en el alero; la araña tejedora —una imagen iterante de ella misma—, el pico de loro (no el loro entero), aquella parte del ave en que se simboliza la nostal­gia de una compañía, la nostalgia de una voz, aunque nada diga, o quizá la irónica alusión a las palabras una vez y otra vacías del hombre que siempre les min t ió . El alacrán y el mbopí o murciélago, criaturas cada cual en su escala nada grata, pero con las cuales está acostumbrada a encontrarse a menudo: insertarlas en la lista de sus imágenes estilizadas

11. Bol los de harina de mandioca con queso y manteca .

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quizá tiene algo de liberación de una obsesiva presencia o de una pro­piciación. El mundo vegetal es también familiar y p róx imo. La margarita, devana­dora de sueños; el cardo, que pincha, pero cuya fibra también sirve para tejer (sirvió en la preconquista y sirvió después en épocas en las cuales fa l tó el algodón y quien lo cultivase); la pasionaria... No hay en la lista flores triunfales. Flor de guayabo, simétrica y modesta. Ascético —y también exótico— romero, que perfuma. Flor de maíz, fea y próvida.

Y el mundo de las leyendas... Tan conmovedor en su escasez. El milagro de la cruz..., algo a lo cual su fe humilde se prende para seguir luchando todos los días. Y el cuento del robaniños, que es el que puede llevarse lo único que tiene para ella sola y que el hombre, sin embargo, a veces viene a quitarle: el h i jo .

Tai vez estas interpretaciones de la raíz subconsciente o simplemente selectiva de los motivos suenen para muchos como fantasías románti­cas o simplemente traídas de los pelos. Pero no lo serán para quien conozca a esta mujer paraguaya y se haya aproximado a su mundo de soledad pronto encontrada y jamás perdida; a su t iempo repetido, has­ta calcar un día sobre o t ro ; a su vida girando en torno a una serie siem­pre igual de trabajos, como la sombra girando en torno a su rancho, y que de lo diverso y de la alegría sólo alcanza a captar casi siempre la va­ga estela: la " c o l a " fugit iva del animal fur t ivo o caprichoso, la pisada que se aleja.

El encaje, en su realización, tiene características operativas disconti­nuas —distintas de otros encajes, como el crochet o los boli l los. Cada elemento de él , aun los más contiguos, es decir, los soles, se ejecuta por separado, sobre un diseño elemental "dechado" , esbozado sobre un gé­nero f ino, que cubre una tela de fondo, perfectamente estirada en un bastidor, sobre el cual —ayudándose con alfileres— la encajera tiende una y otra vez las radios de sus "soles". (Alguna vez hemos visto ejecu­tar piezas pequeñas sobre almohadil las). Sobre los tensos hilos radiales de estos soles, que forman el contorno exterior de la prenda y sus even­tuales divisiones ornamentales internas, la encajera " t e j e " los diseños elegidos sobre la lista que se d io.

No por eso ofrece di f icul tad alguna al armaje de cualquier clase de prendas, desde pañuelos a sombril las, desde manteles a blusas y desde mantillas a sombreros, y hasta velos y trajes de novia. Un escritor para­guayo describió a López usando en París una capa forrada de ñandutíes; esto nos parece una fantasía del escritor, pero sería también un ejemplo de lo que con este encaje se puede hacer; como técnica, un fo r ro seme­jante o más compl icado, no plantearía d i f icu l tad alguna.

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Detalle de vestido realizado en hilo de a lgodón. I tauguá. Siglo X I X . Colección Car los Colonnbino.

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Detalle de mantel realizado en hilo de algodón. I tauguá. Siglo X I X . C o l e c c ó n Olga Bl inder.

Una vez establecidos los límites del diseño mediante un número dado de ruedas o soles, que tanto pueden ser todas iguales como combinadas simétricamente e inclusive distintas todas entre sí (este contorno pue­de también recibir el añadido de una punti l la o festón igualmente tej ido mediante los puntos de remate citados), se tiene la forma global de la prenda (o de cada una de sus piezas, que luego se unen como las corta­das en tela). Pero hay que rellenar los espacios vacíos así del imitados, y el lo se hace directamente con los puntos que reciben a su vez nombres diversos (estrella, f lo r de guayaba, f i l igrana), ya mencionados, y que son totalmente iguales a los empleados en los calados canarios o en el punto de Venecia, según los casos. Esto se realiza sin o t ro proceso inter­medio si la pieza es pequeña, pero si se trata de una pieza de cierto ta­maño, como un mantel de té, por ejemplo, en adelante, e inclusive pie­zas mayores (colchas), entonces se distr ibuyen las superficies, siempre

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mediante ruedas tejidas y organizadas en número y forma suficientes pa­ra que resulten los necesarios diseños o esquemas internos. Simétricos éstos, cuando la prenda lo es; pero cuando la prenda lo permite o exige por su tamaño, se echa mano de combinaciones inagotables en su núme­ro, disposición o conjugación de motivos.

Así, un mantel para té puede estar formado por un círculo central inser­to en un cuadrado, que a su vez aparece inscripto en un cí rculo, y éste a su vez en un cuadrado, etc. Ninguna forma geométrica ofrece dif iculta­des obviamente para su diseño, único o distr ibuido en superficies simé­tricas. Si eventualmente la realización de una pieza asimétrica o irregular puede ofrecer mayor atención o trabajo, no la hace por cierto imposible, como lo demuestra la realización de vestidos de novia, por ejemplo.

El resultado es un encaje de transparencia delicada a la vez que de una in­creíble riqueza en su visualidad (no simple vistosidad), riqueza en su ar­quitectura global, como en los detalles. Si hay un defecto de él, como ya se insinuó, es su misma delicadeza: es decir, sus limitaciones prácticas. Cada pieza de ñandutí es un noli me tangere. Aun tej ido con hilos grue­sos, no es para usar con frecuencia. Tej ido con hi lo f ino o seda es algo para ver y no tocar, es un encaje hecho con los cristales de la nieve. La­var el encaje y hacerlo regresar a su estado príst ino de exquisita tersura es labor de romanos. Claro que para ello existe una técnica, pero es una

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técnica que exige minuciosa atención, esmero y t iempo. Sin embargo, ¿no son las cosas que más empeño y trabajo cuestan las más codiciadas?

El tur ismo, con sus solicitaciones, ha ejercido su influencia deletérea en más de una de las artesanías locales. El ñandut í hasta ahora es uno de los menos afectados, aunque no ha dejado de experimentar esa inf luen­cia, sensible en varios aspectos. Uno de ellos es la mult ip l icación de las prendas u objetos a los cuales se aplica; esto no afecta al t ipismo de puntos o motivos, pero sí vulgariza un poco la labor. La influencia más sensible se pone en evidencia en la introducción - q u e ya data de algu­nos lus t ros- de los hilos ordinarios y sobre todo del color. El ñandut í de hilos de colores —a veces combinados- pierde jerarquía a todas luces. Afor tunadamente, el ñandutí en blanco o crudo y en hi lo f ino domina el panorama con su señorío.

El ñandutí, repitámoslo, es el encaje de Tenerife, que trasladado a estas latitudes, halla eco y resonancia sutil en el espíritu de la mujer del pue­blo. Esta lo adopta como un lenguaje por mucho t iempo esperado, en el cual expresar añoranzas, sueños, soledad. "Es el encaje de Canarias, que aquí sufre o experimenta las inevitables modificaciones técnicas y ecológicas", dicen los antropólogos. Pero los antropólogos no explican porqué la mujer paraguaya acoge ese encaje como un mensaje inagota­ble y en él deposita su ansia de transfiguración, de sublimación, que es la poesía. Son muchos los signos de la españolidad en esta tierra que se enorgullece de su carácter mestizo. Pero si hubiese que elegir uno que sea logot ipo de esa espiritual dualidad f loreciendo integrada, yo elegi­ría una manti l la de ñandutí .

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Ñ A N D U T I Gustavo González

H I S T O R I A DE UNA A C U L T U R A C I O N

Ñandutí , palabra guaraní que significa "b lanco de araña" es el nombre que se dio en el Paraguay a un encaje de agujas tej ido por las mujeres del pueblo.

No fue mucho lo que pude averiguar respecto a su origen. En libros y publicaciones periódicas que se ocupan del proceso de nuestra cultura no hallé referencias sustanciales. Cabe suponer empero su origen colo­nial. Ciertamente no ha sido un legado de la cultura guaraní—tupí pre­colombina pues la fina labor de agujas fue introducida por los espa­ñoles en el Paragaay y los portugueses en el Brasil. Los más antiguos cronistas e historiadores, Ulr ico SchmidI (31), Hans Staden (33), Alvar Núñez Cabeza de Vaca (7), D. Martínez de Irala (16), Jean de Lery (17), Thevet (34), Abevile (20), Soarez de Sousa (26), Lozano (18), Guevara (14), del Techo (10), Félix de Azara (5), Francisco Aguirre ( 1 - 2 , 3, 4 ) , Ruíz de Montoya ( 2 3 - 2 4 ) , Sánchez Labrador (30), Pera-más (25),... recuerdan solamente mallas, redes y tejidos toscos de Kara­guatá, Yvyra'í, Ysypó y amandyiú (algodón).

Los grabados que ilustran las obras de SchmidI, Staden, Thevet, Lery, Debry,... exhiben el nudismo completo de las mujeres guaran í - tup í . SchmidI dice explíci tamente que los carios guaraní de ambos sexos "an­dan completamente desnudos tal como Dios ios echó al m u n d o " y que sus mujeres llevan t ypo i , una camisa grande de algodón que no tiene mangas. Son, dice, "mujeres hermosas y no hacen más que coser para la casa y quedarse a l l í " .

En los grabados de Staden (33), Thevet (34), Debry (20) se ve la red " p o r t e - e n f a n t " en que la mujer desnuda carga al hi jo en la espalda. Y contrastando con esta ausencia absoluta de vestidos y adornos femeni­nos, el rico atuendo plumario de los hombres en las fiestas del Kauy, en las celebraciones de tr iunfos bélicos, en las ceremonias de antropofagia ritual y otras escenas guerreras y domésticas. La hamaca, Kyháva o Iní, y las mallas de fibras retorcidas de Karaguatá, las diademas de plumas abigarradas, akangará oYeguaká; las rosetas de pluma de avestruz que los guerreros llevan al dorso, ñanduapé; las ajorcas y pulseras, poapy ky'iá; los suntuosos mantos de plumas polícromas de tucanos, loros y garzas que a modo de casulla sacerdotal católica vestían los Pa'í avaré y Payé en las ceremonias mágico—religiosas, es todo cuanto fue inventa­riado y gráficamente representado por los cronistas de la primera cen-

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tur ia colonial . Los guaraní primit ivos del Paraguay actual ,Mby'á Yegua-ká, Ava chiripá y Yvypyté tampoco conocen el encaje ñandut í .

Los teiidos ordinarios de algodón se llamaban en la época misionera amandy—yú aó, ropa de algodón, palabra que recoge el Diccionario gua­raní de Montoya (1639—40). Parece que los primeros lienzos fueron fabricados por los españoles y sus mujeres indígenas poco t iempo des­pués del arr ibo de León Pancaldo al Río de la Plata (1538) entre cuyas mercancías venían gran cantidad de agujas de coser, agujetas de f i iadizo, agujas de cabeza y agujetas de medio armar (36).

Francisco Aguirre afirma que " n o tardaron los españoles en fabricar lienzo de a lgodón". Este sirvió para las velas de los bergantines de Irala en 1544 (2); y en 1556, el gobernador remit ió a los Oficiales Reales de Sevilla "como muestra de los productos de la t ie r ra" , 3.786 varas de lienzo (2).

Hasta aquel momento no se mencionan en las crónicas coloniales enca­jes bordados ni tejidos finos.

Desvanecida la quimera del oro que mantuvo a los primeros conquista­dores y sus meznadas guaraníes en constante traj ín hacia la Sierra de la Plata (Perú) comenzó la etapa fundacional de la colonia. Los enveje­cidos soldados—colonos y sus hijos mestizos de Asunción "mancebos de la t ie r ra" fundaron Santa Cruz de la Sierra (Bol ivia); Santa Fé de la Vera Cruz en la actual provincia argentina que conserva aquel nombre (1573); Buenos Aires (1580) y Corrientes (1588), como jalones de su camino al mar. Y siguiendo la polít ica del patriarca Irala, Ruidiaz de Melgarejo, Alonso Riquelme de Guzmán, Ruidiaz de Guzmán, Juan de Garay, fundaron Vil la Rica del Espíritu Santo (1577) en el actual esta­do brasileño de Paraná, Ciudad Real, Ontiveros y Jerez hacia el este y el norte del Guaira para detener la expansión "bandei rante" de Portu­gal en la ruta de Alvar Núñez.

Mientras tanto en todo el Paraguay se dormía con el arcabuz al alcance de la mano y el caballo en el piquete, en guardia permanente contra los asaltos indios que acechaban desde la ori l la derecha del Río Paraguay. Por entonces la población española y mestiza se di luye. La agricultura guaraní a cargo de mujeres y "cuñados" indios alimenta lejanas expe­diciones y no puede remediar la pobreza crónica del núcleo fundador. En aquella frontera bélica o marca mi l i tar de la conquista rioplatense que se debate en la indigencia desde su origen, no caben lujos del ves­t ido .

Fue significativa la recepción dispensada por los viejos héroes al primer grupo de españolas seleccionadas entre la pequeña hidalguía de España, que trajo la expedición de Doña Mencia Calderón viuda de Sanabria por orden del Rey, para que contrajeran enlace con los fundadores de

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la colonia del Paraguay (1550). Los veteranos de la Conquista lavarían sus harapos, bruñirían sus úl t imos botones de metal, peinarían sus bar­bas encanecidas, compondrían con afán de mozalbetes los airones de sus chapeos de Karanda'y. Y en el encuentro maravilloso quizá ensaya­ran viejas cortesanías olvidadas (1555). Es posible que en el séquito de las Sanabria vinieran varias señoras de rueca y agujas, más no se guarda memoria de este evento (12).

La Provincia con su población española algo acrecentada y aquel leve soplo civi l izador de la Metrópol i , siguió tan pobre como antes. Prácti­camente, sin importación de géneros europeos y mucho menos de ar­tículos suntuarios. Tan pobre que usaba a guisa de moneda hachitas de hierro enteras o fraccionadas (cuñas), varas de lienzo, azumbres de miel , fanegas de maíz o fri joles y otras mercaderías pesadas y medidas.

Los testamentos obrantes en el Archivo Nacional de Asunción mues­tran la indigencia franciscana de aquellos hombres que cruzaron sufr ien­do, combatiendo y muriendo, todas las lontananzas de la Provincia Gi­gante, a quienes el azar negó la plata y el oro, únicos valores que enton­ces movían a los hombres (13).

Chorreras, gorgueras, pañuelos de encaje eran lujos desconocidos en este sobrio pueblo descendiente de soldados hispanos y mujeres guara­níes. La industria doméstica seguía elaborando únicamente lienzos bur­dos teñidos con jugos vegetales, quizá en mayor escala y algo mejora­dos desde el arr ibo de las mujeres españolas.

Sergio Reinares en su l ibro "Santa Fé de la Vera Cruz" (27) dice que fue una tendencia sobresaliente, la labor femenina de tej idos, hilados y bordados que en la época colonial adquirieron celebridad principal­mente en Asunción y Santa Fé. Eran primorosos los tejidos y bordados a mano en los hogares de toda la región, según este autor.

No es probable que este auge del tej ido se produjera durante la prime­ra centuria de la colonización. Reinares no aclara este punto.

El inventario de tiendas y almacenes ordenado por el Cabildo de Asun­ción en 1597, para' imponer precios moderados a los géneros, no men­ciona encajes importados ni encajes de la t ierra, (4) de donde se colige que aún no se conocía el Ñandutí en el Paraguay.

El Padre Antonio Ruiz de Montoya cuando compuso su celebrado Dic­cionario de la Lengua guaraní ( 1639 -40 ) no conocía otro significado de la palabra Ñandutí que el de cierta especie de araña "el alguazil de las moscas" y la tela que elabora. Es evidente que si ya tejían ñandutí , Montoya lo hubiera consignado en el art ículo correspondiente donde leemos: ñandú = araña, ñandupé = araña chata, ñandykyháva = te la de araña, hamaca, lecho de araña, ñandy—yvy—kuára = tierra de cul t ivo

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abandonada pues sus oyos están cubiertos de tela de araña, Ñandu­

t í = alguazil de las moscas (24). Paramas en su descripción de las Misiones Jesuíticas ignora el ñandu­t í . Es imposible que lo omit iera si ya se lo tejía en las Misiones, desde 1755 hasta 1767, durante su misión en el Paraguay. Dedica varios párra­fos a la industria del hi lado y del te j ido en las Misiones jesuíticas sin ninguna referencia a encajes y labores ornamentales (25). Sánchez Labrador, autor del caudaloso l ibro Paraguay Católico (1770) habla de cierto encaje copiado por una india guaikurú, sin mencionar su especie ni su nombre"dos señoras hermanas del párroco labraban "una hermosa alba para el i lustrísimo obispo de aquella diócesis. La "obra era primorosa en "c r ibos" , "soles" y randas. Dije a una de las "guaikurú que cuándo haría otra para nuestra iglesia de Belén. No es "cosa dif icultosa me respondió. ¿Y te atreves a hacer lo que labran estas "señoras? Estas para la prueba le alargaron la aguja; cogió una la india " y siguió el d ibu jo tan ligeramente y con tanto acierto que protestó la "misma española que no tenía que enmendar nada en lo hecho por la "gua ikurú . Esta, vuelta a m í d i jo , ya ves como puedo hacer obras como "ésta. LLeva a nuestra Reducción lo necesario que yo haré una ropa "para que sirva en la Santa Misa". (30).

Del relato de Sánchez Labrador se infiere que los aborígenes de la Pro­vincia del Paraguay no tejían encajes antes de aprenderlo de las españo­las, que las pequeñas ciudades y pueblos dispersos en la vastedad de aquellos dominios eran ya centros de esta manufactura doméstica espa­ñola, y que los encajes como el ñandut í aún no se conocían en las Mi­siones Jesuíticas propiamente dichas. Diremos de paso, para ubicar la escena del relato, que Belén, donde el Padre Sánchez Labrador catequi-saba a Mbayá, guaikurú y guaraníes, al norte del Río Ypané, estaba en la diócesis de Asunción. Aquellos indios del Chaco Boreal concurrían hasta muy avanzada la era independiente a los mercados de Asunción, donde trocaban plumeros de avestruz, mallas y redes de karaguatá, ar­cos y flechas por anzuelos, géneros y otros abalorios europeos. Es inte­resante consignar que Sánchez Labrador habla de "soles" y " c r i bos " , y que las señoras españolas tejían para el alba del Señor Obispo, indicio de que en la segunda mitad del siglo X V I I I comenzaba la aculturación de los encajes con " c r i bos " y "soles" .

Félix de Azara, (1790) al describir las arañas, dice ..."existe otra que se "encuentra en el Paraguay hasta el grado 39; hace capullos esféricos de "una pulgada de diámetro de color anaranjado y que se hila porque el "co lo r es permanente; pero se nota que lloran abundantemente los ojos " y destila la nariz de las hilanderas mientras hilan sin que no obstante "sientan mal olor ni ninguna otra incomodidad, ni que experimenten

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"ninguna mala consecuencia" (6). Diríamos a la luz de los conocimien tos actuales, alergiaóculo nasal por seda de araña.

Parece pues evidente, que antes no se tej ía ñandutí en el Paraguay.

Es posible que luego, al nuclearse la población colonial en to rno a los pequeños centros urbanos de Asunción, Vi l larr ica, Kaasapá, Itauguá... libre ya de afanes y aprestos bélicos, la nueva clase de funcionarios, mi ­litares, comerciantes y ganaderos que emergía de la homogeneidad so­cial y económica de las primeras centurias, comenzara a sentir la nece­sidad burguesa de cierto boato en el vestido y en el mobi l iar io de sus casonas de adobe y tejas.

En un inventario de mercancías de Asunción hecho a ruego de Don Félix de Azara en 1784, que ya demuestra cierto anhelo de lujo en el mercado, no se incluyen aún ñandutíes ni otros encajes de fabricación local. (4)

Los hermosos grabados que ilustran libros de viajeros, escritos en el tránsito de los siglos X V I I I y X I X demuestran esta estratif icación de clases sociales y sus prendas de vestir. Las damas de la sociedad española y criolla no diferían por su atuendo de las de Buenos Aires. Hay un gra­bado que representa a un estanciero hispano—paraguayo de recia estam­pa, con sombrero karanday moldeado a la manera española de la época, chir ipá, calzoncil lo cribado con encajes y randas que se derraman sobre las botas, poncho cebrado de "cien l istas" o "poncho para ' í " que así se llama ahora, y en la mano un rebenque de mango plateado. Los en­cajes de su calzoncil lo cribado no son de ñandut í , pero sin duda, la ca­misa de pechera bordada era de aó po ' í que es una tela de algodón fina­mente hilada y bordada. (8) Hay ot ro grabado de la misma colección que representa a una criolla paraguaya de t ipo español, una raída po t í diríamos ahora, que luce typo i de escote bordado y amplia pollera con ruedos de encaje. Tampoco se ve el ñandutí en este vestido (9).

La primera noticia histórica clara y precisa se lee en una de las cartas de J. y P. Robertson escritas en Asunción y publicadas en Londres bajo el t í t u l o de Letters on Paraguay 1838. Cuenta el autor que Doña Juana de Esquivel, rica anciana que lo hospedó en su casa de Campo de T a p u ' a - m i , en el l inde de Campo Grande, no lejos de Asunción, le ha­bía regalado un encaje l lamado Ñandut í te j ido por las mujeres del pue­blo y famoso por su belleza y alto precio. (28).

En la "Descr ipción Histórica y Geográfica de la Ant igua Provincia del Paraguay" que el procer de la independencia Mariano An ton io Molas compuso en la cárcel francista en 1839, (21) ni en La Republique du Paraguay de A l f red Du Grat ty , editado en t iempos de Carlos An ton io López, no hay referencias al tema a pesar de la minuciosa descripción

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de la estructura económica y cultural del Paraguay que hacen ambos autores. (11) Hemos deslindado cinco etapas de la evolución de los tejidos en el Pa­raguay. El período precolonial indígena, con sus toscos tejidos de fibras de or t i ­ga, palmeras, karaguatá y algodón sin hilos finos ni agujas.

El período protocolonial que comienza cuando la nave de Pancaldo naufraga en el Río de la Plata y su cargamento de agujas e hi lo f ino es transferido con los españoles de Buenos Aires a la Asunción (1538). Los primeros lienzos de algodón fabricados en el país sirven para velas de los bergantines de Irala, y algunas piezas se envían a España como mues­tra de esta industria incipiente.

En 1550 llegan a la Asunción las mujeres de la expedición de las Sana­bria, entre las cuales cabe suponer, vendrían algunas señoras de rueca y agujas.

El período telecolonial de los tejidos, se iniciaría durante el ú l t imo ter­cio del siglo X V I , cuando algunas señoras españolas enseñan a mujeres indígenas el te j ido de encajes, "soles" y " c r i bos " destinados a vestidos ceremoniales religiosos. Es probable que la noticia del misionero jesuí­ta Sánchez Labrador fuese la primera de esta aculturación incipiente. Por f in en los albores de la época republicana, el obsequio de una valio­sa pieza de ñandutí que hace Doña Juana de Esquivel a uno de los her­manos Robertson, en Tapu'á mi cerca de Asunción, (1838), señala el t iempo de una aculturación consumada.

Jaime Molins, periodista argentino que cultivaba el "grand reportaje", supo reflejar con gracia y simpatía muchas modalidades paraguayas. Y en una de sus Crónicas Americanas, Paraguay, publicada en 1915 (22) imagina que el ñandutí nació en la mente de la mujer paraguaya como evocación de la "tela de un arácnido de las selvas, que ella f i jó en las líneas geométricas de esta preciosa lencería". " La "Epeira socialis", dice, es una araña que labra su hogar en los t ron-"cos viejos de la selva. En seda amarilla extendida sobre una ligera con-"cavidad de la corteza tira sus radios con una geometría impecable y "en el centro mismo cubre con una tupida filigrana la alcoba pudorosa "en que ha de eclosionar la prole fu tu ra" . . . " la mujer del país recogió "el modelo y como si ésto no fuera suficiente para perpetuar un arte "manual que envidiarían las manufacturas de Brujas y Malinas, combi-" n ó con una f lor silvestre, la del guayabo el mot ivo de aquel arte nue-"vo. . . que la sencillez popular designó en su lengua nativa " te j ido de "araña". La interpretación del nombre es exacta, aunque los orígenes "del ñandutí quedan en la sombra.

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Indicio sugestivo de que este encaje es una aculturación introducida por las españolas de la época colonial es el Punto de Tenerife de las islas Ca­narias, en que ciertamente los motivos decorativos son distintos. Recor­demos que en el "a lba " tejida para el señor obispo por las españolas a quienes se ref ir ió el Padre Sánchez Labrador (30) había "soles" y " c r i ­bos" como los hay en el Punto Tenerife y en nuestro ñandutí .

Según Hoyos Sainz y Hoyos Sancho, en su manual del fo lk lore (1947) "de encaje de agujas son también los "soles" cultivados en España du­rante los siglos X V I y X V I I , con foco peninsular en los "Soles Salman­t inos". . . " los encontramos en las camisas caladas de Huelva formando "la tireta con los soles de a real". . . " i rradian hasta el edénico archipié-" lago Canario en el "Encaje de Tener i fe" y llega a Sud América en " los encajes brasileños, bolivianos y del Paraguay". (15).

Mas en Bolivia no se cultiva el Ñandut í y tanto en Brasil como en la Ar­gentina es una inf i l t ración paraguaya como se verá después.

Berta Schweter en Renda de Tenerife o Nhandut í (1946) dice que éste se llamaba también "Encaje de so l " nombre que justif ica su diseño for­mado por " rayos" . Por más "variadas que sean las formas aisladas, re-"dondas, ovaladas, estrelladas o triangulares, ellas muestran siempre una "corona de rayos salidas del cen t ro " (32).

Al f red Toul lard (1949) repite las informaciones de Hoyos; que un tej i­do hecho en España allá por los siglos X V I y X V I I l lamado "soles" era muy parecido al Ñandutí . (37).

Hemos andado un largo camino de centurias para comprobar por f in evidencias del origen hispano de este arte popular, que con la canción guaraní acompañada de arpa y guitarras y la poesía en guaraní, consti­tuyen la más delicada expresión del alma paraguaya en trance de alum­brar belleza. Milagro fo lk lór ico de creación y factura femeninas, que destaca como tantos otros, el rango de la mujer, depositarla durante m i ­lenios del tesoro cultural de la humanidad. Mientras el hombre luchaba y mataba, construía ella para los suyos y la posteridad, inventando to­das las artes domésticas (19). He aquí el m i to griego de Arakné; la don­cella que compit iera con Palas Atenea y la venciera en el tej ido de las mallas y encajes a quien la diosa resentida convir t ió en araña y conde­nó a tejer eternamente.

I D E O G R A F I A D E L Ñ A N D U T I Este es un repertorio de la ideografía del ñandutí de Roquette Pinto, el pr imero que ha recogido y clasificado sus motivos elementales en un trabajo de campo desarrollado en Itauguá, patria de esta artesanía. Lo hemos ampliado con observaciones propias.

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Los nombres guaraníes apuntados por el ilustre antropólogo brasileño, son transcriptos con ortografía que más se aproxima a la propuesta por el penúl t imo Congreso de Lengua y Cultura guaraní, realizado en Mon­tevideo. Se ha respetado la clasificación de Roquette Pinto (29). La et imología de las voces guaraníes, cuando ella es asequible, se expo­ne en el glosario et imológico.

MOTIVOS F I T O M O R F O S Amambai: helécho (Roquette Pinto) Arasá poty: f lo r de guayabo (R. P.) Arroz, en su espiga (R. P.) Avatí poty: f lo r de ma íz. Avena: espiga. Guavirá: fruta de mirtácea y no guaira como apuntó Roquette Pinto que poco habituado al guaraní, probablemente oyó mal esta palabra de boca de las tejedoras. Yagua rová: raíz tuberosa de una planta de la Medicina fo lk lór ica, que así se llama por su parecido remoto a la cabeza del jaguar o del perro. Roquette Pinto t radujo: cara de perro e incluyó el "dechado" entre los motivos zoomorfos. Jasmín poty: f lor de . . . Kapiatf: un abrojo. (R. P.) Madreselva: f lor de. . . (R. P.) Mbokayá poty: f lor del coco mbocayá (R. P.) Mburukuyá poty: f lor de pasionaria. Poty kurú: p impol lo . Pensamiento: f lo r de. . . (R. P.) Yvira'í—ty—Yovai: una especie de bromelia (R. P.)

MOTIVOS Z O O M O R F O S

Alacrán: ( forf icul idae) (R. P.) Buey pyporé: huellas de buey. También se llama este mot ivo Vaká pysápé: pezuña de vaca. Roquette Pinto inc luyó este mot ivo entre los f i tomor fos , creyendo que representaba hojas de "pata de buey" un ar­busto medicinal y decorativo, especie de Bauhinia. Güyra'í: pajari l lo. Güyratf: garza. Guapy Yeká: sentada a horcajada o en cuclillas (R. P.) Yatevú apesá: sarta de garrapatas (R. P.) Yapeusá: cangrejo (R. P.) Karáu'í: una especie de ave de pantanos y esteros. Roquette Pinto lo designa Karáu. Karáu retymá: pata de Karáu. 36

Kavará ruguai: (Bilingüe) Cola de cabra. Kup i ' í ray t y : n ido de termitas (R. P.) Mbarakayá py'apé: uñas de gato, Roquette Pinto designa este mot ivo solamente pyapé: uña. Mbopí : murciélago. Mb iyu ' í : golondrina Ñandú o Ñandú guasú: araña (R. P.) y avestruz americano. Ovechá ruguai: (hispanismo) cola de oveja (R. P.) Panambí: mariposa. Piky: alevino. Pira costil la: (bilingüe) costilla de pescado (R. P.) Puru'á: ombl igo (R. P.) y puru'á karé: ombl igo obl icuo o torc ido (R.P.) y Puru'á vó: ombl igo hendido (R. P.) Py'apé: uña según R. P. En realidad mbaracayá pyapé: uña de gato. Takurú : termi tero (sinónimo de Kup i ' í ray t y ) (R.P.): n ido de termitas. Takurú—rama: (bilingüe) planta o rama enclavada en un termitero (R. P.) Takurú kurusú: (bilingüe) Cruci f i jo enclavado en termi tero (R. P.). T u ' í yu rú : pico de cotorra (R. P.) Tuká—yurú: pico de tukán (R. P.) Tyvy tá : eminencia superciliar y ceja (R. P.).

MOTIVOS ESKEIOMORFOS (Representan objetos manufacturados) Abanico. Al tar. Apy té : centro de un c i rcu lo del ñandutí (R. P.). Arapahó: un manjar dulce (R. P.) Cadenilla: parte conectiva de las labores de ñandutí (R. P.) Canastilla: Cañoto: parte conectiva de las labores de ñandutí . Farol: (R. P.) Filete: parte conectiva de la labor (R. P.) Filigrana: (R. P.) Kurusú: cruci f i jo Kurusú aó: estola de una cruz; aó: ropa, vestido, tela. Ladri l lo: (R. P.) Mart i l lo : (R. P.) Pan guapy ovapyvo: pan apoyado o sentado, al revés (R. P.) Tatakuá: horno (R. P.)

M ISCELANEA Aña y u r ú : boca del diablo (R. P.) Ysapy: rocío (R.P.)

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P I R A C O S T I L L A F O R M A N D O U N S O L

K A R E ' I

T A C U R U E N M A I S A L

N A N D U

Las fotos de las páginas 3 8 , 3 9 , 4 0 , 41 y 4 2 corresponden a patrones carácterrsticos de ñandutí' . I tauguá. A c t u a l .

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UN P R O B L E M A D E A C U L T U R A C I O N

Los antropólogos culturales suelen decir que la urdimbre es un patrón de la cultura autóctona y la trama producto de la cultura adventicia; que la urdimbre es f i ja, resistente a los cambios, porque configura un viejo producto cultural estereotipado; que la trama o "dechado" es ver­sáti l , muy variada y cambiante, porque representa el aluvión de la cul­tura nueva, de la "apos ic ión" que cubre lo antiguo.

En el caso del ñandutí el apyté o (centro) y la urdimbre, la red radiada o reticulada, representarían según esta tesis la cultura guaraní y la trama o "dechado" lo foráneo, lo adventicio, la cultura hispana.

Estos conceptos parécennos prejuicios lógicos, "étres de raissón" aprio-rísticos, siquiera se apliquen al ñandut í del Paraguay.

Dij imos ya que la cultura guaraní prehispánica no conoció la fina labor de agujas. Sus redes o mallas toscas de Karaguatá y Yvíra nunca tuvie­ron urdimbre radiada, "c í rcu los " o "soles" , que fueron una cont r ibu­ción de la cultura importada, de la aculturación o aposición cul tura l .

Los "puntos de Tener i fe" o "Soles de Canarias", "Soles de España" o "Soles Salmantinos" y remontándonos más aún en el t iempo, los enca­jes arábigos que pueden homologarse por su diseño pol icíc l ico a los ara­bescos de su arquitectura y de su mayólica vidriada, no son guaraníes.

El esquema del ñandutí evoca ciertamente la representación de un ara­besco morisco—andaluz.

En cuanto a la trama const i tu ida por los motivos ornamentales insertos en la urdimbre, casi todas son representaciones estilizadas y simples que a veces colindan con la pura abstracción, de animales y vegetales de la comarca. Hay en verdad algunos elementos extraños, no muchos, que representan productos culturales incorporados, crucif i jos, faroles, aba­nicos, nichos, rama de romero o espiga de cebada, espiga de arroz. Sin embargo predominan los elementos indígenas.

En síntesis aquí la urdimbre es la aculturación y la trama lo autóctono. El ñandut í es por tanto un producto cultural mestizo como toda la cul­tura rural del Paraguay. E. y H. Service en su precioso l ibro "Toba t í : Paraguayan T o w n " (35), han visto lúcidamente la subcultura hispánica de este país. Agregamos que es una cultura hispánica condicionada por circunstancias históricas y ecológicas.

En la etograf ía del Paraguay rural son más prominentes el rancho, el mobi l iar io, la cocina, la chacra, el caballo, la lechera, el corral que se guaraniza en Korá, la tranquera, el arado de madera y la azada de hierro (los guaraníes usaban para sembrar, el palo aguzado a fuego yvyrá ha-kuá y la espátula o sypé de animales grandes que usaban a guisa de pala)

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el vestido de t ipo europeo; el sombrero de fibras de karanda'y; la polle­ra amplia con blondas, de evocación gitana (sai, guaranización de saya); la peineta y los zarcillos de ramales; el mate y la bombil la de plata u hojalata; los collares de oro y coral que tomaron el nombre guaraní de mbo'y; las danzas polca-galopa y Santa Fé (nunca la danza ritual indí­gena que se baila en ronda o cadena); las canciones con acompañamiento de arpa, guitarra y v io l ín . . . ; el " t o r o cand i l " , la carrera de sorti ja, el yvyrá sy—in palo enjabonado o cucaña de las fiestas patronales, etc, etc. ... que evidentemente no son guaraníes sino europeos, españoles o mestizos.

En el ñandutí , pues, la trama o "dechado" representa generalmente, no siempre, lo vernáculo y la urdimbre la aculturación..

El encaje ñandutí contemplado como un todo , es similar al encaje de Tenerife modif icado por los factores ecológicos y etográficos del Pa­raguay.

ECONOMIA D E L Ñ A N D U T I

En la comarca de Itauguá, pueblo y circunscripción pol í t ica, se estima en 2.500 el número de tejedoras, entre una población de 12.000 habi­tantes. Las tierras esquilmadas por 400 años de cult ivo en mini fundios que nunca fueron preservados o restaurados en su fert i l idad primigenia, ya no pueden sustentar con holgura a la población que aferrada a su " va l l e " es renuente a la migración. En 1942 el Ingeniero Agrónomo Guerrero Insfrán de la Facultad de Agronomía y del Rotary Club de Asunción, levantó un censo agrícola y propuso a los agricultores de Itauguá el cambio de sus tierras por otras mejores y más extensas del Kaaguasú. Rechazaron amablemente la proposición alegando el perjui­cio eventual que sufrirían las tejedoras alejándose de la Capital de la República.

El ñandutí y los palmares de coco mbokayá que cubrieron espontánea­mente las viejas tierras labrantías, han complementado en alguna medi­da el défici t económico determinado por aquella mengua de fert i l idad del suelo.

Como industria doméstica y exclusivamente femenina, quizá tenga el ñandutí alguna relación con el régimen matriarcal que reina aún en sec­tores considerables de la población paraguaya.

El patriarcado poligámico español de los orígenes se convir t ió pronta-rnente en promiscuidad y desenfreno sexual denunciados por memoria­listas y sacerdotes. Fue causa de una expedición de mujeres españolas al Paraguay ordenada por el Rey de España y dirigida según convenio

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o "cap i tu lac ión" por Doña Mencia Calderón V. de Sanabria y Don Juan de Salazar de Espinosa fundador de la Asunción (1550—55).

Paso a paso la mujer rural y suburbana generalmente mestiza asumió la jefatura de la famil ia hispano—guaraní.

La movi l idad social del hombre, soldado, expedicionario, fundador de lejanos pueblos fronterizos, "encomendados" a los jefes militares de la conquista que lo mandaban a extraer yerba—mate lejos de sus comuni­dades, lo convi r t ió en un "a r r i beño" del pueblo, en un elemento fugaz y adventicio del hogar. En tales condiciones la única f i l iación incontro­vertible fue la uterina.

La Guerra de la Triple Alianza ( 1 8 6 5 - 7 0 ) reagravó el desequilibrio fa­mil iar con el exterminio de los varones en edad constructiva y respon­sable de la vida. La mujer, más que antes, fue madre, jefe de hogar y obrera laboriosa sustentadora de la famil ia.

Aunque esta desorganización social viene corrigiéndose lentamente, subsiste la primacía de la mujer en el hogar suburbano y campesino. Sin duda su labor, el ñandutí en este caso, soporta en proporción con­siderable los gastos familiares.

A R T E S A N I A D E L Ñ A N D U T I

Carecemos de conocimientos sistematizados que nos permitan describir la artesanía del ñandutí como lo haría un especialista en fo lk lore ma­terial. Apenas si podremos bosquejar en términos generales, lo que he­mos visto en algunos talleres del pueblo donde una patrona manda ha­cer por tejedoras asalariadas y bajo su dirección, labores parciales que luego ella ensambla para integrar manteles, blusas, mantil las, mantos, albas sacerdotales, etc.; y lo que vimos en casi todas las casitas del pue­blo y de la campiña circundante, donde las tejedoras independientes labran para ofrecer su obra al públ ico, a las revendedoras y a las "pat ro-nas" o mayoristas del pueblo.

Las tejedoras tienden un lienzo transparente de algodón a modo de ca­ñamazo en un bastidor cuadrilátero, redondeado u ovalado, al cual lo f i jan con una costura corrida de un grueso hi lo que llaman " l i ñ a " .

Los bastidores son de dimensiones variadas según la magnitud de la labor, de madera liviana y resistente, cedro sazonado y seco, para que no se tuerzan ni alabeen. Las varas del bastidor se unen en los ángulos mediante torni l los fijos o tuercas de mariposa. En los bastidores pequeños se tejen pañuelos, asientos de plato, de jarrones o vasos. Los bastidores grandes de dos a

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tres metros se destinan a la conjugación de las partes que han de compo­ner una pieza grande, manteles de altar o de una mesa grande de co­medor.

Sobre el l ienzo t irante en el cuadro del bastidor, se dibujan a punta de lápiz en lineamientos esquemáticos, los círculos aislados o tangentes que formarán el " c e n t r o " , las "cabeceras", las "esquinas" y "b londas" o contornos festoneados de las grandes piezas. Sus contactos tangencia­les encierran espacios triangulares o cuadrangulares curvilíneos. Estos espacios y aquellos "c í rcu los " serán colmados de urdimbre y de trama.

El esquema es similar por su forma a los arabescos policíclicos de la or­namentación arágibo—morisco—española. Sobre este diseño esquemá­t ico, la tejedora borda a vuelo de mano y aguja la urdimbre radiada de los círculos, los "soles" de España que llaman aquí " a p y t é " o "armaje" .

Y sobre esta urdimbre abstracta y más o menos tupida, inserta luego con el vaivén de sus puntadas perforantes la " t r a m a " de los antropólo­gos o "dechados" de las tejedoras. Estas dibujan a lápiz en un papel transparente sobrepuesto al lienzo los dechados, si la morfología es compleja o la tejedora inexperta. Las veteranas tejen de memoria.

El mariposeo de las manos sobre el bastidor es fascinante para quienes lo contemplan por primera vez.

La urdimbre que cubre el área de los " c í r cu los " es radiada y la que cu­bre los espacios intermedios es cuadriculada con retículo de líneas rec­tas simples o dobles entrecruzadas en ángulo recto, como en los caña­mazos prefabricados. Excepcional mente esta urdimbre cuadriculada se teje dentro de los círculos.

Casi todos los motivos ornamentales de la trama —"dechados"— se in­sertan dentro de los círculos: f lo r de maíz, f lor de cocotero, plantas de yvyra ' í , espigas de arroz, espigas de cebada, f lor de romero, costillas de pescado, garzas, pajarillos, alevinos, alacranes, huellas de buey o pezu­ñas de vaca, farol i tos, canastillas, altares, crucif i jos, etc. La urdimbre cuadriculada admite solamente flores de guayabo, pimpol los y la f inísi­ma fil igrana de la orfebrería. Las aves en vuelo, los abanicos, las ramas de romero y espigas rectilíneeas de arroz, son "dechados" que habitual-mente están en los ángulos y ribetes de soles y espacios tangenciales.

Se teje el encaje con h i lo de algodón, l ino o seda, blanco o negro, f ino en las labores de calidad superior y grueso en las ordinarias y baratas. En los úl t imos diez años se emplean hilos rojos, verdes, ro jo - l ad r i l l o , azu­les...

Esta pol icromía estridente es una excepción poco or todoxa que desluce la obra y amengua el relieve de las formas. El deseo de darle más atracti­vo y valor comercial ha determinado esta concesión al mal gusto.

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Soles con ta 'ú nde ra 'y;

Kavará ruguai; cruces con

estola; cejas; Tatacuá

(horno) en un ma iza l , e tc .

F l o r de pensamiento; f lor de jazmi'n, aves en vuelo; flor de guayaba; flor de coco mbocayá;

Isol (kuara jhy) .

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La parte muerta de la labor, el lienzo no transfigurado en encaje, se extrae a punta de tijerilla. Resta exclusivamente el encaje con el lienzo marginal fijado a las varas del bastidor. Ahora se lava el ñandutí aún tenso en su marco con agua jabonosa o cocimiento de taperyvá y un fino cepillo. Luego se lo moja con agua débilmente almidonada para que no se arrugue y se lo expone al sol del medio día.

Entonces esplende con albura de espuma en las claras aceras de Itauguá.

Sol con corona radiante de Yvyra' í ' ; fil igrana; Arasá poty (flor de guayabo) y p impol los; mbo­cayá poty (flor de c o c o ) , canasti l las; tacurú en un maizal en flor.

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Arapahó (alfajor); purú'á ( o m b l l g o - p r e ñ é z ) , e tc .

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Kuara jhy (sol); jazmi'n (flor); t yvy tá (cejas); takurú ( termitero); " c a ñ o t o " ; arasá poty (flores) y p impol los: guavirá.

Soles y estrellas.

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T a k u r ú y f lor de ma íz ; abanico; canasti l la; m b o k a y á (f lores); arasá (flores) y p impol los; t a k u r ú , karé'i', kurusú.

T a ' ú nde ra'y (me comeré

a tu h i jo ) ; co la de cabra;

cruci f i jo con estola; flor

de c o c o ; f lor de

guayaba, e tc .

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Pira costi l la (costil la de pescado ); maizal en f lor con termiteros.

Canast i l las: puru'á—vó.

Soles marginales o de ocaso; f lores de jazmi 'n; frutas de guavirá; cejas ( t y v y t á ) ; aves en vuelo; termiteros ( k u p i ' í rayty o t a k u r ú ) .

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Carpeta (ñandut í combinado con centro de tejido de a lgodón) .

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Karáu re tymá (patas de karáu) ; pira costi l la (costil la de pez) ; avaty poty (flor de m a í z ) , arasá poty (flor de guayabo) , e t c . e tc .

F lo r de pensamiento; arasá poty y p impol lo; mbokayá po ty ;ave en vuelo.

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R E F E R E N C I A S B I B L I O G R A F I C A S Y A P O S T I L L A S

1) A G U I R R E , J U A N FRANCISCO. Discurso histórico que compren­de el descubrimiento, conquista y establecimiento de los españoles en las Provincias de la Nueva Vizcaya generalmente conocidas por el nombre de Río de la Plata...1793. Biblioteca Nacional de B. A i ­res. T. I., N° 1, pág. 45 , Buenos Aires, 1937.

2) Discurso Hist. Bibl . Nac. Bs. Aires. T. I - N ° 2 - pág. 316: Irala y los primeros telares y tañerlas para fabricar lienzos y curtidos de cueros de ciervos y venados destinados al vestido de los conquistadores, pág. 3 4 1 : Las dos primeras naves construidas en Asunción durante la gobernación de Irala; con maderas, cordajes, velas de fibras de karaguatá y de algodón, estopas de karaguatá, breas de Ysy del Paraguay, pág. 376: Las muestras enviadas a Espa­ña de los productos de la tierra en la primera nave construida en Asunción —1556— entre ellos 3.786 varas de lienzo de algodón.

3) Discurso histórico. Bibl . Nac. Bs. Aires. T. I - N ° 3 -1937, pág. 535: "Só lo el reglón del vestuario fue generalmente po­bre, reducido a lencería de algodón y al uso de la peletería".. .

4) Discurso histórico. Bibl. Nac. de Bs. Aires. T. II - N ° 45 y N° 4 6 - 1° y 2° trimestre 1948 - p. 128: primera exportación de productos de la tierra a España, como muestrario. Entre otros productos - 1556. (3.786 varas de lienzo de algodón), pág. 138: Lencería de algodón y peletería en el vestuario, durante el gobierno de Irala. pág. 339: Estados del Comercio de la Real hacienda y Ra­mos municipales. Los géneros que había de venta en la Asunción, en 1537. Pág. 445: todos los pueblos saben tejer canastas, esteras, sombreros (probablemente en L impio, de fibras de karanday...) Pág. 435 : vestido y calzado, casaca, chupa, calzón.

El 14—X—1597, el Cabildo de Asunción realizó un inventario de géneros de las tiendas, para poner precios moderados. En la primera tienda revisada había, entre otras mercancías:

40 o 50 varas de paño pardo, blanco y frailesco y negro. 27 varas de cordellate amari l lo, pardo y blanco.

3 varas de damasco morado. 1 1/2 varas de terciopelo pardo para cuellos. 30 libras de galón de Castilla. Unas medias de galera de lana. Unos chapines dorados. 3 escofietas de Holanda, calzadas con seda. 6 docenas de botones vaciados.

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1 libra de pasamano de Alqu imia. 20 millares de chaquira.

8 docenas de botones de A lqu imia . 7 a 8 libras de seda aparnil la.

Declaró que tenía más géneros, que el paño era de Córdo­ba y que le costó 10 pesos la vara... no venda nada hasta que se le pongan precios.

En la segunda tienda revisada había:

28 varas de bayeta blanca. 5 varas de paño colorado. 9 sombreros pardos y negros, aforrados por dentro con

tafetán. 15 varas de paño pardo de Chile.

1 cuvija de la India bordada. 4 varas de caniguí. 6 varas de teli l la para jubones. 3 badanas coloradas.

2 1/2 varas de raso amari l lo. 1 faldel l ín de tameneta. 3 varas de bayeta azul.

3 cuellos de Holanda, llanos. 26 docenas de botones de alquimia dorados.

6 docenas de botones vaciados. 4 varas y 1 sesma de paño pardo de Chile.

Declaró que el paño y la bayeta vinieron de Chile.

En la tercera tienda había:

8 varas de reja de Mesilla. 6 sombreros abatidos pardos.

6 1/2 varas de raso de la China. 1 1/2 varas de tela. Declaró haber t raído del Perú.

En la cuarta tienda había:

Una partida de cinta (o cintal) . 1 partida de guantes de mujer.

Una partida de botones de alquimia, acero y peltre. Una partida de alfileres. Una partida de cuentas de Chaquira.

En ninguno de estos inventarios se mencionan los encajes de ñan­du t í .

En 1784 se toma razón del consumo general de la Provincia, donde se anotan entre otras mercaderías: bayetas paños, ponchos cordobe­ses, ropa de la tierra (bayeta de los obrajes), sargas, tripes, saredies, lilas, monfores, rasos de lana, gorros, medias, sombreros ordinarios, o sombreros de medio castor, paños, Bretañas, pontevies, cacerillos, bramante, ruanes, estopillas, cambrai, clarines, encajes, pañuelos, medias de sarasa, coletas, gasas, bayeti l la, telas para vestidos, cintas, l istonería, tafetán, seda de coser, gorros, ceñidores, tapetados y cor­dobanes, lienzo del país que se teje en pueblos de indios y misio­nes, de una calidad muy ordinaria y solo para negros y peones. En este inventario hecho en las postrimerías de la era hispánica, aún no figuran encajes de ñandutí. pág. 343 — T. I I . parte 1^ del Dis­curso.

5) A Z A R A , FEL IX DE: Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata. Escrita en Asunción (1720), impresa en Madrid (1874); reimpresa en Biblioteca paraguaya — Uribe — 1896 y en Biblioteca Histórica Cultural (pág. 78) Buenos Aires, 1953.

6) Viajes por la América Meridional. T. I. p.p. 2 0 1 , 202. Espasa Calpe. Madrid, 1934.

7) CABEZA DE V A C A , A L V A R NUÑEZ. . Naufragio y Comentarios. Espasa — Calpe, Buenos Aires — Méjico, 1942.

8) D 'HASTREL. Amerique N° 22 - Gaucho de la Republique du Pa­raguay. (Amerique du Sud). Moine Impre. de la Montagne Ste. Ge-nevieve. Ancienne Mon Aubert , 20, Rué Bergere.

9) Amerique 16. La Moza de l 'Assomptión. id . id . Esta es­tampa como la anterior, pertenece a una numerosa colección que dibujó el autor durante su viaje a la América. Estuvo en el Paraguay durante el gobierno de Carlos Anton io López. En ninguna hay en­cajes de ñandutí.

10) DEL TECHO, NICOLAS. Historia de la Provincia del Paraguay y de la Compañía de Jesús, con prólogo de Blas Garay, Biblioteca para-uaya. Edit. Uribe y Cía. Madrid — Asunción 1897.

11) DU G R A T T Y , A L F R E D . . La Republique du Paraguay. Londres 1862.

12) G A N D I A , ENRIQUE DE . Indios y conquistadores en el Paraguay. Una expedición de mujeres españolas al Río de la Plata en el siglo X V I , p.p. 1 1 7 - 1 4 7 - Libr. García Santos. Buenos Aires, 1932.

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13) Indios y Conquistadores. . El hogar del conquistador asunceño p.p. 5 8 - 7 1 B. Aires 1932.

"Dent ro de las humildes casas de los conquistadores de " la Asunción podía verse entre los zapatos rotos y los trapos sucios, "alguna capa de grana, una rica colcha, o un almuadón de seda, una "cor t ina de raso colgada ante una pequeña ventana, calzas de ter-"c iopelo, por lo común desparejas, trozos de telas preciosas. Y hasta "dagas de artística empuñadura. No eran restos de los ricos trajes " t raídos de España, que ya se habían perdido cien veces durante la "pr imera fundación de Buenos Aires y las expediciones por el r ío "Paraguay. Aquellos objetos de lujo, cuya presencia parecía inex-"pl icable entre las míseras ropas de los conquistadores, provenían "de la nave del genovés León Pancaldo cuyo rico carga-"men to se había vendido al plazo i lusorio del primer cargamento "de oro que conquistase y repartiese "Salvo algunas rarísimas excepciones, como por ejemplo la del Go-"bernador Alvar Núñez y muy pocos de sus allegados, los conquis-"tadores asunceños fuera de sus armas — una espada, un arcabuz y " u n o o dos cuchil los — y la ropa que llevaban puesta, no poseían " como for tuna a lo sumo más que la morada que habitaban, un te-" r reno en que sembrar, algunas pobres indias esclavas que se encar-"gaban de los sembrados, tejer, preparar la comida y dar hijos a sus "dueños, y alguna ropa de repuesto en pésimo grado de conserva-"c ión . Por medio de testamentos y otros escritos notariales, es fácil "darse una idea de la pobreza franciscana en que vivían los conquis-"tadores del Paraguay. Así por ejemplo, Hernando de Balbuena, "que según el inventario que se hizo de sus bienes, al entregarlos a "su heredero universal, Juan Pabón, debía ser uno de los poblado-"res más acomodados de la ciudad, sólo disponía como for tuna de "una serie de objetos cuyo valor hoy sería insignificante, pero que "entonces representaba una envidiable posesión. Constiía la heren-"cia en una vallesta con su aljaba e gafas a tres do-"cenas de zaras un capote de lienzo de algodón, unos "calzones de lienzos de algodón cortos una espada guar-"necida un pedazo de lienzo de algodón en que habrá "dos varas un cuero de venado un jubón de "algodón viejo un talabarte de lobo, diez a nueve zaras "encasquilladas y otros diez a nueve sin casquillos, un cuchi l lo de "cortar , unas tijeras de cortar e dos hierros de hacer cuerdas e un "escoplo paraencabar armas e ot ro e dos pares de zapatos "viejos cinco pares de verga de mandis, cinco ovillos pe-"queños de hi lo colorado de algodón e uno de hi lo azul que avrán "hasta una libra y media un cabo de machete e una talegui-" l la con un poco de sebo e piedra cofre dos cuñas que

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"pesarán cada una hasta siete u ocho onzas un cuero de "venado e hasta medio celemín de sal, una poca de manteca de "puerco e una boti ja hasta un azumbre cuatro ollas de podr i r , las "dos de ellas quebradas, un corral cerrado de varas ochenta "aves de manteca de pescado, hasta un quintal de algodón " e hasta dos fanegas y media de fr i joles, 4 ollas de po-"d r i r las dos de ellas quebradas, un corral cerrado de varas "ochenta aves grandes e chicas una puerca que andaba por "e l pueblo e ansi mismo un cochino que diz que tendría hasta ocho "meses e ocho cochini l los chicos que están encerrados, una rroca "que declaró estar en urna y plantada de rrama parte de-" l la e cierto maíz que está por cojer e una casa en el lo pequeña, de "tapias, con la tierra que pareciere pertenecerle tres esclavas "pequeñas e un muchacho, la una de ellas de la generación juacano "que será de veinte años poco más o menos, e la otra de la genera-"c ión paizano que será de edad de diez años poco más o menos, e, " la otra de la generación porotero que será de edad de siete años "poco más o menos, e el muchacho de la generación urececoja, que "será de diez años. Una engrijuela con dos lengüetas de hierro e un "cep i l lo de hierro, dos cuñas encabadas que será cada una de ellas "de hasta ocho onzas poco más o menos, doscientas enjertas de pa-" j a , tres cochinos que declaró que hay e que será cada uno de hasta "c inco meses. 2 9 - X I 1 - 1 5 4 9 " . (Archivo Nacional de Asunción -año II - N° X V I I - p p . 629 y siguientes). " E l inventario transcripto era el de uno de los ricos pobladores de "Asunc ión . Podemos por lo tanto imaginar cómo vivirían los con-"quistadores pobres". En general todos iban vestidos de cueros de animales o lienzos de algodón que tejían las indias.

14) G U E V A R A , JOSE. Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucu-mán. Buenos Aires. 1 9 0 8 - 1 9 1 0 .

15) HOYOS Z A I N Z Y HOYOS SANCHO. Manual de Folklore. Rev. de Occidente. Madrid, 1947.

16) L A FUENTE M A C H A I N , R. DE. El Gobernador Domingo Martínez de Irala. La Facultad. Buenos Aires, 1939.

17) LERY, J E A N DE. Histoire de um voyage faict en la terre de Brasil -P edición. París 1880. Citada por A. Metraux en "La Religión des Tupinambá et ees rapports avec celle des autres tr ibus tupí—guara­n í . Libraire E. Leroux. París 1928.

18) L O Z A N O , PEDRO. Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán. Buenos Aires 1874—75.

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19) MASSON, O. T. Womans share in pr imit ive cul ture. N. York 1894. Cit. por Ramos L. y A . en "Renda de Bi lro e seus aculturagao no Brasi l " en Soc. Brasileira de Anthrop . e Ethnología. N° 4 — oct. 1948, Río de Janeiro, 1948.

20) M E T R A U X , A L F R E D . La Religión des Tupi avec celle des autres tr ibus tupí—guaraní. Liv. Leroux, París 1928.

21) MOLAS, M A R I A N O A. Descripción histórica de la Antigua Provincia del Paraguay. 3* Edic. Nizza. Argentina - Paraguay. 1957.

22) MOLINS, J A I M E . Paraguay. Crónicas Americanas, pág. 17. Buenos Aires, 1915.

23) M O N T O Y A , A N T O N I O RUIZ DE. Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las Provincias del Para­guay, Paraná, Uruguay y Tape. Madrid 1639. Bilbao 1892.

24) Ar te , Vocabulario y Tesoro de la lengua guaraní o t up í . Edición y Prólogo del Vizconde de Porto Seguro, (F. A. de Vernha-gen) Viena - París 1876. Es una reedición en un cuerpo del Tesoro (1639) y del Ar te y Vocabulario (1640).

25) PERAMAS, J . M., S. I. La República de Platón y los Guaraníes. (1791) Reedición Emece. Prólogo del P. Guil lermo Furlong. S. I. -p.p. 95 y 145. Buenos Aires, 1946.

Peramás editó su l ibro en 1791. Dice que en cada pueblo de las Mi­siones Jesuíticas había gran número de tejedoras dedicadas a tejer telas que eran distribuidas en la comunidad para la confección de ropas. Las mujeres casadas hilaban en sus hogares el algodón que los jefes de familia cultivaban en sus campos. Cuando reunían una can­t idad apreciable lo entregaban ai ecónomo del pueblo quien anotaba en su registro el nombre de la portadora y la cantidad entregada.

Este hi lado se confiaba a uno de aquellos cuatro o seis tejedores mencionados. Eran lienzos de algodón. Peramás no menciona enca­jes ni bordados. Sánchez Labrador que actuó en el Paraguay desde 1746 hasta 1758 en la misma época, da la primera noticia respecto a la labor de encajes que cultivaban y enseñaban las señoras de Asunción a mujeres indígenas.

26) PUBLICACION DE L A CASA N H A N D U T I de Campo Grande, Ma-t t o Grosso, Brasil, Como nasceu no Paraguay a Nhandutí . Repro­ducción en Publicaciones del C. E. A. , de la Facultad de Filosofía y Letras de Asunción. V I I serie Docum. 7 - Asunción 2 8 - X - 1 9 5 0

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27) REINARES. SERGIO. Santa Fé de la Vera Cruz. Edic. Colmagna. Santa Fé - Argentina 1946.

En un acta del Cabildo de Santa Fé, del año 1575, consta que "en " los hogares se efectuaba un provechoso ensayo de rutinaria indus-" t r ia que las costumbres nativas del Paraguay estimuladas por la "vieja tradición de las familias castellanas, tansplantaron a esta re-"g ión del l i toral Fue una tendencia sobresaliente la labor " femenina de tejidos, hilados y bordados, principalmente en Asun-"c ión y en Santa Fé. Eran primorosos los tejidos y bordados a mano "en los hogares de la región Pero a falta de metal , traía " la moneda entre la trama, la f idel idad, el calor del sentimiento y la "gracia estampada en aquellas varas de lienzo (Cita de Car-"va lho Net to en "Fo lk lo re del Paraguay").

Santa Fé fue fundada en 1573 por Juan de Garay con mestizos his­pano—guaraníes que se trasladaron con su ganado bovino y equino desde Asunción, dos años antes del acta capitular mencionada por Reinares, y 18 años después del arribo de la expedición de mujeres españolas a la Asunción, que posiblemente incrementaron al l í la industria doméstica del hi lado y de los tejidos de lienzos. Es impro­bable que ya se tejieran entonces encajes de ñandut í , como sospe­cha Carvalho Net to.

28) ROBERTSON, J. P. y G. P. Letters on Paraguay. Londres 1838. Traducidas por Carlos Aldao bajo el t í t u l o " L a Argentina en la épo­ca de la Revolución", pág. 115 - Biblioteca de la Cultura Argenti­na. Buenos Aires, 1920.

29) ROQUETTE PINTO, E. Nota sobre o Ñandutí do Paraguai. Bolet. do Museu Nacional do Río de Janeiro. Vo l . I I I - N° 1 - Marzo 1927.

Nota de los compiladores Por razones de dif icultad en la consecución de caracteres tipográficos adecuados, uti l iza­mos en el texto la " y " en vez de la " i " latina mayúscula usada en el original.

30) SANCHEZ L A B R A D O R , JOSE. El Paraguay Católico. T. I. Cap. CCCXXI I l - pág. 299. Edic. Universidad La Plata. Imp. Coni Hnos. Buenos Aires 1910.

Este autor vivió en el Paraguay desde 1746 hasta 1776, cuando la expulsión de los Jesuítas. Entre 1746 y 1758 en las Reducciones guaraníes y desde 1760 en Belén, sobre el Río Ypané donde cate­quizaba a los Mbaia-guaikurú. Fue durante este ú l t imo período, que r ío abajo navegó hasta Asunción, donde asistió a la escena de las

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señoras españolas que enseñaban a las indias de su Reducción de Belén a tejer encajes con "soles" y "c r ibos" .

31) SCHMIDL, ULRICO. Derrotero y viaje a España y las Indias. Ma­nuscrito original de Stuttgar, Traducido por E. Weernicke. Espasa -Ca lpe . Buenos Aires - Méjico 1944.

32) SCHWETER, BERTA. Enciclopedia de travalhos manuais. Cap. Renda de Tenerife ou Ñandutí . pág. 342. Livr. de Globo - Porto Alegre 1946.

33) STADEN HANS. Viajes y Cautiverios entre los Caníbales, (traduc­ción de Verdadera Historia y descripción de un país de salvajes fe­roces, desnudos y caníbales situado en el Nuevo Mundo América Marburgo 1556) por María E. Fernández. Edit . Nova. Buenos Aires 1945.

34) THEVET , A N D R E . Les singularites de la France antarstique. Publ. por P. Gaffarel 1878 - París - Citado por A l f red Metraux. La reli­gión des Tupinambá...

35) SERVICE E., SERVICE H. Tobat í . Paraguayan Town . University of Chicago, pres. 1954.

36) PANCALDO, LEON. Registro de la nave Santa María piloteada por León Pancaldo y destinada al Perú, pero obligada a arribar al Río de la Plata por abril de 1538. Las primeras mercaderías llegadas al Río de la Plata. Rev. de I Biblioteca Nacional - T. I. N° 1 ( E n e r o -Marzo). Buenos Aires, 1937.

Entre dichas mercaderías se destacan: 4 mazos de agujas de coser, 5 mazos de hi lo negro de coser, 2 mazos de agujas de coser, 10 ma­zos de agujas de f i iadizo, 7 mazos de hi lo de coser, 7 mazos de h i lo blanco, 8 mazos de hi lo de coser, 20 mazos de hi lo de coser, 20 ma­zos de aguja de cabeza, 2 mazos de aguja de f i iadizo, 2 mazos de agujetas de medio armar (150 y 44 docenas), 2 mazos de agujas de seda, etc. etc. El naufragio de la nave fue causa de la desviación del cargamento hacia Buenos Aires y Asunción.

37) T U I L L A R D , A L F R E D . Tejidos y ponchos indígenas de Sud Amér i ­ca, pág. 131 . Edit. Gui l lermo Kfraf t - Buenos Aires, 1949.

Presentación PROSAPIA Y M A G I A DEL Ñ A N D U T I

Ñ A N D U T I : Gustavo González Historia de una aculturación , Ideografía del ñandutí Un problema de aculturación Economía del ñandutí Artesanía del ñandutí Referencias bibliográficas y apostillas

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señoras españolas que enseñaban a las indias de su Reducción de Belén a tejer encajes con "soles" y "c r ibos" .

31) SCHMIDL, ULRICO. Derrotero y viaje a España y las Indias. IVIa-nuscrito original de Stuttgar, Traducido por E. Weernicke. Espasa —Calpe. Buenos Aires — Méjico 1944.

32) SCHWETER, BERTA. Enciclopedia de travalhos manuais. Cap. Renda de Tenerife ou Ñandutí . pág. 342. Livr. de Globo - Porto Alegre 1946.

33) STADEN HANS. Viajes y Cautiverios entre los Caníbales, (traduc­ción de Verdadera Historia y descripción de un país de salvajes fe­roces, desnudos y caníbales situado en el Nuevo Mundo América Marburgo 1556) por María E. Fernández. Edit . Nova. Buenos Aires 1945.

34) THEVET , A N D R E . Les singularites de la France antarstique. Publ. por P. Gaffarel 1878 - París - Citado por A l f red Metraux. La reli­gión des Tupinambá...

35) SERVICE E., SERVICE H. Tobat í . Paraguayan Town . University of Chicago, pres. 1954.

36) PANCALDO, LEON. Registro de la nave Santa María piloteada por León Pancaldo y destinada al Perú, pero obligada a arribar al Río de la Plata por abril de 1538. Las primeras mercaderías llegadas al Río de la Plata. Rev. de I Biblioteca Nacional - T. I. N° 1 ( E n e r o -Marzo). Buenos Aires, 1937.

Entre dichas mercaderías se destacan: 4 mazos de agujas de coser, 5 mazos de hi lo negro de coser, 2 mazos de agujas de coser, 10 ma­zos de agujas de f i iadizo, 7 mazos de hi lo de coser, 7 mazos de h i lo blanco, 8 mazos de hi lo de coser, 20 mazos de hi lo de coser, 20 ma­zos de aguja de cabeza, 2 mazos de aguja de f i iadizo, 2 mazos de agujetas de medio armar (150 y 44 docenas), 2 mazos de agujas de seda, etc. etc. El naufragio de la nave fue causa de la desviación del cargamento hacia Buenos Aires y Asunción.

37) T U I L L A R D , A L F R E D . Tejidos y ponchos indígenas de Sud Amér i ­ca, pág. 131 . Edit. Guil lermo Kfraf t - Buenos Aires, 1949.

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I N D I C E

Presentación PROSAPIA Y M A G I A DEL Ñ A N D U T I : . Josefina Plá

Ñ A N D U T I : Gustavo González Historia de una aculturación 29 Ideografía del ñandutí ^5 Un problema de aculturación 43 Economía del ñandutí Artesan ía del ñandutí Referencias bibliográficas y apostillas ^9

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El 26 de abril de 1983 Se dio término a la impresión de este l ibro

en los Talleres Gráficos de la Editora Litocolor

Cap. Figari 1 1 1 5 - T e l . 203 741