Óbito paco de lucía especial fin de semana

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sábado del Gente La otra pasión de Paco de Lucía Focos apagados. La guitarra reposa en una esquina. Francisco Sánchez, el hombre sencillo, se abre paso tras el genio, aunque como aquel sabe que el amor también tiene su armonía. Y hay que trabajarla. Entregarle su tiempo. Gabriela, su actual compañera, le dio la posibilidad de perfeccionar esos ritmos del corazón que a veces se le resistían. «Tenían una relación como la de dos niños primerizos» Noelia Molanes - Madrid F lamenco. Solemos creer que lo que tiene de especial es el sentimiento, pero su verdadera e indudable esencia son los ritmos: a veces lle- nos de júbilo y viveza como en una alegría, a veces íntimos y melancólicos, como una soleá. Melodías acompasadas, llenas de golpes bajos, de corcheas y palmeos precipita- dos, como esa inercia de las cosas que nunca se detienen, de punteos que se elevan como una sonrisa sobre la nostalgia, que resumen, así, en un fragmento de pentagrama, una his- toria, una vida. No es idílico, lo que tiene de perfecto es ese batir acompasado de notas tristes y graves, de agudas intensas y alegres, de silencios escogidos y necesarios. Así, de esa misma manera en la que el flamenco discurría entre sus dedos, vivía Paco de Lucía el amor. Sin histrionismos, sin impostadas florituras. Con esa misma obstinación con la que sentía la música, dedicándole incasables horas de trabajo, sabía que también las relaciones, la familia, necesitaban su tiempo y llevaban su propio compás. Ése que le costó dominar du- rante su juventud, cuando las giras intermina- bles le robaban horas al corazón. Cuando el genio eclipsaba a Fran- cisco Sánchez, el hombre que era sin guitarra, sin luces ni populari- dad. Ese hombre que es quizá el gran desconocido a la sombra del maestro. El Paco que se arrancaba a bailar en medio de la calle para sacar- le los colores a su hija Antonia –capeando esa adolescencia que deja tan a flor de piel la ver- güenza y el sentido del ridículo–, el que era capaz de adoptar un loro con las alas rotas, el que buscaba el chiste en cada momento, el que no se perdía un partido del Real Madrid, el obsesionado con el cáncer de pulmón al que le sorprendió la muerte, siempre traicionera, atacándole por donde menos se lo esperaba. El Paco que amó a Casilda Varela, la hija del gene- ral con la que huyó a Ámsterdam en 1977 para poder darle un «sí quiero» libre y deseado, y el que amaba a Gabriela Canseco, «Gaby», con la que disfrutó de esa madurez pausada. Se conocieron hace quince años, cuando Paco de Lucía viajaba con frecuencia a México para tomarse un respiro al borde de ese mar que tanto añoraba. Y así, poco a poco, esta li- cenciada en Bellas Artes –estudió en la Escuela Nacional de Conservación Restauración y Museografía (Encrym) y en Liceo Franco Mexi- cano de México D. F.– dibujó su paleta de co- lores sobre el corazón del artista. «Es una gran mujer. Ha vivido para Paco 24 horas al día, siempre pendiente de sus hijos y de todos los detalles. Se trata de una persona increíble, con un corazón muy grande, que sabía darle su espacio y manejar cada situación». Así la des- cribe Juan D’Anyelica, músico y amigo íntimo del artista algecireño, frente al que se desplomó en aquella sala del hospital de Playa del Carmen en el que fallecería. Con él formó «una man- cuerna [en México se utiliza esta expresión para hablar de una pareja de aliados] tan natural... Yo soy también introvertido, muy precavido, pero poco a poco, sin forzar las cosas, nos uni- mos muchísimo», recuerda. Como en una película El último tema en el que trabajaron juntos fue el bolero «Me extraña, mi amor, que no me extra- ñes», título elevado hoy a metáfora para su viuda y sus seres queridos. En su despedida de México, antes de subirse al avión para acompañar al fé- retro del artista a España, Gabriela lloraba sobre el hombro de su amigo aquella felicidad perdida que el recuerdo le traía colmada de dolor. «Su vida junto a Paco pasó por sus ojos como en una película. Es algo desolador. Está destrozada», afirma D’Anyelica. «Tenían una relación como la de dos niños primerizos, eran compañeros, se apoyaban... Fue un yerno maravi- lloso», aseguraba ayer la madre de Gabriela en el Auditorio Nacio- nal, durante la ca- pilla ardiente del maestro. «Como en todas la pare- jas, tuvieron sus discusiones, han pasado de todo, pero él siempre tenía esa nobleza y ella sabía entenderlo», comenta su amigo. Porque no era fácil digerir las frustraciones de Francisco Sánchez, siempre empeñado en subrayar las imperfecciones de Paco de Lucía. «Había que vivir a su rumbo. Él sabía darle tiempo a su esposa y a sus hijos, pero en el aspecto artístico también era su peor juez, se trataba de algo innato en él, un compromiso íntimo con su música, a la que le dedicaba horas y horas. Tenía esa inquietud dentro que nunca le dejaba», explica. Pero también había otro Paco, menos solemne, al que le encanta- ba bromear, el de la media sonrisa sarcástica al que le gustaba quitarle hierro a todo, inclu- so a las metáforas, incluso a la poesía, incluso al flamenco. «Cuando acabábamos el bolero en diciembre me dijo: ‘‘Juan, ¿por qué no le cambiamos el título a la canción? Deberíamos llamarle ¡‘‘Me estriñe, amor, que no me extra- ñes’’!». Sólo el genio podía burlarse de su obra. Sólo el genio podría dibujar aún sonrisas des- de el cielo. Así es Gabriela, la mujer que «ha vivido para el genio 24 horas al día» DUROS MOMENTOS «Gabriela está destrozada. Es una gran mujer, siempre pendiente de sus hijos y de todos los detalles», asegura Juan D’Anyelica UN AMOR INCONDICIONAL «Eran compañeros, se apoyaban. Fue un yerno estupendo», aseguraba ayer la madre de Gabriela Canseco 58 Sábado. 1 de marzo de 2014 LA RAZÓN

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Reportaje especial fin de semana tras el fallecimiento del maestro Paco de Lucía

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Page 1: Óbito Paco de Lucía Especial Fin de Semana

sábadodelGente

La otra

pasión dePacodeLucíaFocos apagados. La guitarra reposa en una esquina. Francisco Sánchez, el hombre sencillo, se abre paso tras el genio, aunque como aquel sabe que el amor también tiene su armonía. Y hay que trabajarla. Entregarle su tiempo. Gabriela, su actual compañera, le dio la posibilidad de perfeccionar esos ritmos del corazón que a veces se le resistían. «Tenían una relación como la de dos niños primerizos»

Noelia Molanes - Madrid

Flamenco. Solemos creer que lo que tiene de especial es el sentimiento, pero su verdadera e indudable esencia son los ritmos: a veces lle-nos de júbilo y viveza como en una

alegría, a veces íntimos y melancólicos, como una soleá. Melodías acompasadas, llenas de golpes bajos, de corcheas y palmeos precipita-dos, como esa inercia de las cosas que nunca se detienen, de punteos que se elevan como una sonrisa sobre la nostalgia, que resumen, así, en un fragmento de pentagrama, una his-toria, una vida. No es idílico, lo que tiene de perfecto es ese batir acompasado de notas tristes y graves, de agudas intensas y alegres, de silencios escogidos y necesarios. Así, de esa misma manera en la que el fl amenco discurría entre sus dedos, vivía Paco de Lucía el amor. Sin histrionismos, sin impostadas fl orituras. Con esa misma obstinación con la que sentía la música, dedicándole incasables horas de trabajo, sabía que también las relaciones, la familia, necesitaban su tiempo y llevaban su propio compás. Ése que le costó dominar du-rante su juventud, cuando las giras intermina-bles le robaban horas al corazón. Cuando el genio eclipsaba a Fran-cisco Sánchez, el hombre que era sin guitarra, sin luces ni populari-dad. Ese hombre que es quizá el gran desconocido a la sombra del maestro. El Paco que se arrancaba a bailar en medio de la calle para sacar-le los colores a su hija Antonia –capeando esa adolescencia que deja tan a fl or de piel la ver-güenza y el sentido del ridículo–, el que era capaz de adoptar un loro con las alas rotas, el que buscaba el chiste en cada momento, el que no se perdía un partido del Real Madrid, el obsesionado con el cáncer de pulmón al que le sorprendió la muerte, siempre traicionera, atacándole por donde menos se lo esperaba. El Paco que amó a Casilda Varela, la hija del gene-ral con la que huyó a Ámsterdam en 1977 para poder darle un «sí quiero» libre y deseado, y el que amaba a Gabriela Canseco, «Gaby», con la que disfrutó de esa madurez pausada.

Se conocieron hace quince años, cuando Paco de Lucía viajaba con frecuencia a México para tomarse un respiro al borde de ese mar que tanto añoraba. Y así, poco a poco, esta li-cenciada en Bellas Artes –estudió en la Escuela Nacional de Conservación Restauración y Museografía (Encrym) y en Liceo Franco Mexi-cano de México D. F.– dibujó su paleta de co-lores sobre el corazón del artista. «Es una gran

mujer. Ha vivido para Paco 24 horas al día, siempre pendiente de sus hijos y de todos los detalles. Se trata de una persona increíble, con un corazón muy grande, que sabía darle su espacio y manejar cada situación». Así la des-cribe Juan D’Anyelica, músico y amigo íntimo del artista algecireño, frente al que se desplomó en aquella sala del hospital de Playa del Carmen en el que fallecería. Con él formó «una man-cuerna [en México se utiliza esta expresión para hablar de una pareja de aliados] tan natural... Yo soy también introvertido, muy precavido, pero poco a poco, sin forzar las cosas, nos uni-mos muchísimo», recuerda.

Como en una películaEl último tema en el que trabajaron juntos fue el bolero «Me extraña, mi amor, que no me extra-ñes», título elevado hoy a metáfora para su viuda y sus seres queridos. En su despedida de México, antes de subirse al avión para acompañar al fé-retro del artista a España, Gabriela lloraba sobre el hombro de su amigo aquella felicidad perdida que el recuerdo le traía colmada de dolor. «Su vida junto a Paco pasó por sus ojos como en una película. Es algo desolador. Está destrozada», afi rma D’Anyelica. «Tenían una relación como

la de dos niños primerizos, eran compañeros, se apoyaban... Fue un yerno maravi-lloso», aseguraba ayer la madre de Gabriela en el Auditorio Nacio-nal, durante la ca-pilla ardiente del maestro. «Como en todas la pare-jas, tuvieron sus discusiones, han pasado de todo,

pero él siempre tenía esa nobleza y ella sabía entenderlo», comenta su amigo.

Porque no era fácil digerir las frustraciones de Francisco Sánchez, siempre empeñado en subrayar las imperfecciones de Paco de Lucía. «Había que vivir a su rumbo. Él sabía darle tiempo a su esposa y a sus hijos, pero en el aspecto artístico también era su peor juez, se trataba de algo innato en él, un compromiso íntimo con su música, a la que le dedicaba horas y horas. Tenía esa inquietud dentro que nunca le dejaba», explica. Pero también había otro Paco, menos solemne, al que le encanta-ba bromear, el de la media sonrisa sarcástica al que le gustaba quitarle hierro a todo, inclu-so a las metáforas, incluso a la poesía, incluso al fl amenco. «Cuando acabábamos el bolero en diciembre me dijo: ‘‘Juan, ¿por qué no le cambiamos el título a la canción? Deberíamos llamarle ¡‘‘Me estriñe, amor, que no me extra-ñes’’!». Sólo el genio podía burlarse de su obra. Sólo el genio podría dibujar aún sonrisas des-de el cielo.

Así es Gabriela, la mujer que «ha vivido para el genio 24 horas al día»

DUROS MOMENTOS

«Gabriela está destrozada. Es una gran

mujer, siempre pendiente de sus hijos y de

todos los detalles», asegura Juan D’Anyelica

UN AMOR INCONDICIONAL

«Eran compañeros, se apoyaban. Fue un

yerno estupendo», aseguraba ayer la

madre de Gabriela Canseco

58 Sábado. 1 de marzo de 2014 • LA RAZÓN

Page 2: Óbito Paco de Lucía Especial Fin de Semana

«Me extraña, mi amor, que

no me extrañes»Título del último y premonitorio bolero en el que trabajó Paco de

Lucía en México con su amigo Juan D’Anyelica

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