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Belva Nueva Orlens

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NUEVA ORLENSBELVA PLAIN

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Ttulo original: Crescent City Traduccin de : Ana M de la Fuente Portada de: Iborra & Ass 1 Edicin: junio 1985 1984,BarNan Creations, Inc Reservados todos los derechos Copyright de la traduccin espaola: 1985, PLAZA & JANS EDITORES, S.A. Virgen de Guadalupe, 2133, Esplugues de Llobregat (Barcelona) ISBN: 0385293542. Delacorte Press, New York, Ed. Original. Printed in Spain Impreso en Espaa ISBN: 8401321204Depsito Legal: B.237681985

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A la memoria de mi esposo, compaero de toda una vida

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NOTA DE LA AUTORA En esta novela se citan los nombres de muchos personajes reales. stos, adems de personalidades de relevancia histrica, como Lincoln y Davis, son los siguientes: Valcour Aime; Judah P. Benjamin; Dyson, el maestro de escuela; rab Einhorn; Manuel Garcia; Louis Moreau Gottschalk; Jesse Grant, padre del general; Rebecca Gratz; rab Gutheim; Henry Hyams; rab Lilienthal; Rowley Marks; Penina Moise; padre Moni; Eugenia Philips; baronesa de Pontalba; rab Raphall; Ernestine Rose; Seignouret; rab Seixas; Slidell; Pierre Soul; Judah Touro; rab Wise; doctor Zacharie. Los restantes personajes son imaginarios.

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1Al anochecer de un sbado de la primavera de 1835, una berlina apareci de pronto en lo alto de una cuesta situada sobre el pueblo de Gruenwald, a mitad de camino entre los Alpes de Baviera y la ciudad de Wurzburgo, en la provincia de Franconia. Sus ruedas amarillas estaban cubiertas de una capa de polvo gris y los cuatro robustos caballos que la arrastraban avanzaban con aire cansino. Era evidente que el viaje haba sido largo. Los campesinos, que se disponan a terminar su da de labor, enderezaban la espalda y contemplaban el carruaje con bovina extraeza, ya que pocos eran los visitantes que llegaban al pueblo, y aun esos pocos lo hacan a pie o en grandes carros cargados de mercaderas. La berlina se detuvo un momento en el altozano, recortando su achaparrada silueta sobre un cielo ventoso, embadurnado de nubes carmeses, inmvil en lo alto de la cuesta como si, antes de iniciar el descenso, el viajero quisiera contemplar el panorama del pueblo que se extenda a sus pies. Luego, bambolendose y haciendo crujir los arreos, el coche desapareci bajo el ramaje de unos tilos cubiertos de hojas nuevas. Minutos despus reapareca al pie de la cuesta, recorra la corta calle principal y torca por la calle de los Judos. Los campesinos movan la cabeza. Bueno, qu te parece? El nico ocupante de la berlina tambin mova la cabeza con expresin de asombro. Era un hombre fornido, de unos treinta aos, abundante cabello negro, cara jovial, ojos brillantes e inquisitivos y boca grande y carnosa. Judengasse murmur para s casi con incredulidad. No ha cambiado nada. Aunque tampoco hubiera podido decir por qu tena que cambiar en los ocho aos que l llevaba ausente. Las mismas casas estrechas, que haban sido nuevas haca trescientos aos, se apretujaban a uno y otro lado de la calle encarndose, encorvadas, como viejos cascarrabias. La ltima luz de la tarde se reflejaba en sus pequeas ventanas, ojos que brillaban bajo las cejas de sus saledizos medievales, y haca relucir las vigas de las paredes, cual arrugas de sus caras decrepitas. Entre la carnicera y la posada de "El oso de Oro", ah mismo, a mitad de la calle, de un momento a otro, aparecera la casa. Y el hombre sinti un nudo en la garganta. Otra vez aquel portal oscuro,6

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los gritos de terror, las risotadas crueles s; tambin hubo risas, las carreras y la sangre de su joven esposa sobre los escalones Con un gran esfuerzo, consigui dominar la nusea. Amrica dijo en voz alta sin darse cuenta. La liturgia del sbado haba terminado; las grandes puertas de la vieja sinagoga de madera estaban cerradas y la escalinata, desierta. Cuando la berlina se detuvo en el patio del "Oso de Oro", los ltimos fieles, con sus mejores galas, iban camino de sus casas. A la puerta de la posada, se form un grupito de curiosos. Al ir a apearse, el hombre distingui unas caras borrosas, todas con la misma expresin de sorpresa y expectacin, propia del que va al circo o al teatro. Y es que all nunca pasaba nada descontando los peridicos desastres. Consciente de ser el centro de la atencin de aquella gente y deseoso de evitar que lo reconocieran, puesto que tena prisa, el hombre baj la cabeza. Lo que vieron los curiosos fue, ante todo, un par de botas de piel que asomaban por la puerta del carruaje, despus, un bastn de paseo con puo de plata, y por ltimo, un abrigo de fino pao color canela con cuello de terciopelo y una chistera a juego: una estampa inslita, por ms que enseguida distrajo la atencin de la concurrencia la aparicin de dos criaturas negras como el carbn que bajaban del pescante, donde hasta aquel momento las ocultara casi por completo el voluminoso capote del cochero. Eran dos adolescentes vestidos con calzn corto y chaleco azul celeste y puos de encaje dorado. El viajero, de espaldas a los curiosos, dio instrucciones al cochero: Encarga habitacin para esta noche. Y ocpate de que atiendan bien a esta pareja. No hablan la lengua de aqu. Dio sendas palmadas en los hombros a los dos muchachos negros. Maxim! Chanute! Siguieron unas palabras en francs a las que los chicos respondieron con vivos movimientos de cabeza. Luego, sin mirar a derecha ni izquierda, el viajero sali del patio de la posada y baj por la calle hasta la casa de Reuben Nathansohn. Llam a la puerta. Cuando sta se abri, l desapareci en el interior. Varios pares de ojos contemplaban ahora aquella puerta con asombro. Vaya, quin crees t que puede ser y qu buscar en casa del viejo Nathansohn? Es extranjero. Francs, ya le habrs odo. Un dignatario? Dignatario! En un coche de alquiler? Pues un banquero. Un banquero o un comerciante. Es judo. No te has dado cuenta? Es judo. Y eso quin puede saberlo? Un extranjero rico slo parece un extranjero rico. O es que va a llevar una marca: "Yo soy judo", "Yo

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no soy judo"? Los extranjeros no tienen que ponerse distintivos como nosotros. Una anciana dijo entonces con voz chillona y despectiva haciendo tremolar sus pendientes de oro al mover la cabeza con excitacin: Pero, no sabis quin es? Es que no lo habis reconocido? Es Ferdinand Raphael. Ferdinand el Francs! Se alz una algaraba de voces. No era francs, que era alsaciano. Acababa de llegar de Alsacia cuando se cas con Hannah Nathansohn. Me acuerdo de la noche en que No puede ser! March a Amrica despus de la desgracia. Y qu iba a impedirle volver? Habr venido a buscar a sus hijos. Es natural. T crees? Pues ya era hora. La nia tiene ocho aos. Nueve. Miriam tiene nueve aos. La anciana que haba hablado la primera se adelant. Miriam tiene ocho aos dijo categricamente. Yo estaba presente cuando naci y vi a su madre dar a luz y morir en el mismo minuto. Alz la voz salmodiando: Oh, y qu milagro! Qu milagro, que la criatura pudiera vivir Se hizo un silencio respetuoso y afligido. Luego, una mujer joven dijo: No muri cuando los estudiantes? Fue antes de que llegaras t, Hilda. S, fue cuando los seoritos cruzaron el pueblo como locos, galopando en sus magnficos caballos y cayeron sobre la Judengasse La voz era ahora un sonsonete montono, como si su dueo se resistiera a repetir aquellos horribles sucesos, pero no pudiera callar. Ventanas rotas, puertas derribadas y nosotros, corriendo Y las piedras que traan! Eran tan grandes que tenan que lanzarlas a dos manos. Yo estaba con Hannah, dos pasos delante de ella, cuando la alcanzaron. Le dieron en la cabeza. Hannah, la chica de Nathansohn, la esposa de Raphael. Cay en la puerta de su casa, esa misma puerta. Nosotros la llevamos dentro. La nia empez a respirar en el mismo instante en que expiraba la madre. Volvi a hacerse el silencio. El espantoso recuerdo hermanaba al pequeo grupo. Alguien dijo despus: l se march al poco tiempo. Amrica. Es natural que el hombre quisiera irse de aqu. Y cuanto ms lejos, mejor. Bueno, parece haber hecho fortuna en Amrica. Ahora querr llevarse a sus hijos.

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Pues lo que es con el chico no han de faltarle quebraderos de cabeza. Por qu? A m me parece un muchacho noble e inteligente. Oh, listo s es, pero ms tozudo que una mula. Y ya no es un nio. Debe de tener quince aos. Se quedaron esperando en la calle, reacios a perderse aquellos extraordinarios acontecimientos. Se hizo de noche. El grupo mengu. Unos cuantos fueron en busca de faroles y siguieron esperando. Pero, en realidad, no haba nada que ver, como no fueran las ancas de la vaca que coma en el establo contiguo a la casa de los Nathansohn. Al cabo de un rato, hasta los ms remolones optaron por irse a casa. Un friso de cigeas verdes circundaba la panza de la estufa de cermica del rincn. A medida que refrescaba la noche, los presentes iban arrimndose a ella. Cuando Ferdinand extendi los brazos hacia el calor, un zafiro reluci en su mano. Ya no estoy acostumbrado a este clima del norte dijo con su meloso acento francs. Levant la cara sonriendo. As que te acordabas un poco de tu padre, eh, David? El chico le miraba sin pestaear. Haba una expresin ligeramente especulativa en sus ojos un tanto sombros. S dijo. Hablaba seca y escuetamente, como el que no lo hace por el placer de escucharse. Tambin me acuerdo de mi madre. Me acuerdo de todo. Naturalmente. Eras un nio muy listo. Y por qu no? A los de nuestra familia nunca nos falt cerebro. Nunca. Y Ferdinand volvi a sonrer. Su carcter afable le haca acompaar de sonrisas sus observaciones. Pero no recibi alguna de su interlocutor; slo una mirada inmvil de aquellos ojos pensativos. Se sinti incomodo. Acarici ligeramente la suave pelusa de su sombrero de castor que an tena sobre las rodillas, quiz maquinalmente o quiz buscando en aquel contacto cierta seguridad en s mismo. Aquella habitacin oscura alguna vez vivi l all? Era lbrega y destartalada en cualquier estacin del ao. La estufa y el gran armario de roble, situado en el ngulo opuesto, agazapado como una fiera salvaje, eran las nicas piezas de importancia. La mesa y las sillas eran poco ms que cuatro maderas toscas, unas astillas para el fuego. El suelo estaba desnudo y fro. Ferdinand se estremeci. Siempre la maldita pobreza. Aqu, en este rincn, uno poda olvidarse de que el vino era fragante y la fruta, dulce, de que la risa era msica y la msica hacia danzar los pies. Aqu casi no se conceba que un hombre pudiera adquirir los medios para saborear estos bienes y dormir plcidamente toda la noche. Todos le miraban esperando que acabara de explicar su presencia, como si fueran hostiles a ella. Deba de parecerles un9

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extrao. Era un extrao. Y Dinah tena, adems, su propia frustracin personal. Ya era una solterona marchita y amargada cuando l se cas con la dulce Hannah, su hermana pequea. Ahora estaba an ms ajada, con la piel amarilla, cuarenta aos y una mancha en su vestido del sbado, sin nada que esperar, como no fuera la muerte del viejo, que, a juzgar por su semblante, no tardara en llegar. El abuelo, en el catre, tosa y tiritaba cindose la toquilla al cuello descarnado. Envejecer, morir en aquel lugar tan sombro Ferdinand sinti una viva compasin. En la habitacin aquella, slo el rostro de Miriam responda al suyo dndole lo que l deseaba recibir. La nia tena los ojos de su madre, color de palo, ligeramente rasgados y de mirada alegre, incluso cuando su duea estaba seria, como ahora. De su madre tambin haba sacado aquel labio superior corto y delicadamente hendido, que apenas llegaba a cerrar sobre el inferior. Una boca tierna pens l con un profundo remordimiento; era demasiado tierna para aquella casa, para el pobre grun, para la ta, adusta y dominante. Ferdinand se senta profundamente conmovido por aquella hija recin hallada, por la elegancia de sus pies delgados, que ahora mantena cruzados a la altura del tobillo y la gracia de los finos dedos con los que acariciaba el pelo largo y sedoso de la perrita que descansaba en su regazo. Tengo cosas muy bonitas para ti, Miriam dijo Ferdinand. Sinti un nudo en la garganta y trag saliva. Deseaba dar, dar con todo el amor y el dolor acumulados durante todos aquellos aos perdidos. Las compr en Pars y las dej all para que las mandaran a casa en barco. Y Ferdinand pens en las maravillas que ya iban camino de Nueva Orlens: un piano "Pleyel", cajas de porcelana de Svres azul y oro, metros de encaje de Alenon, chales bordados, sombrillas de volantes, abanicos pintados y buenos libros encuadernados en piel para el chico. Pero se le ocurri que sera cruel hablar de estas cosas en la Judengasse. Ya tendra tiempo de demostrar a sus hijos lo que poda hacer por ellos, cuando estuvieran en casa. Y dijo nicamente: Te he trado una mueca rubia. Est en la maleta que dej en la posada. Te la dar por la maana. Y al momento aadi, sin poder contenerse: tambin un traje para ti, David, y un vestido de viaje para ti, Miriam. Estn en esta caja. Tenis que ponroslos maana, para estar elegantes durante el viaje. Y ahora vas a llevarte a mis nietos dijo el anciano en tono de reproche y acusacin. Abuelo, imagino lo que esto supone para usted. Pero puede venir con nosotros, si lo desea. Y t tambin, Dinah. Ferdinand se arrepinti enseguida de la invitacin. Y si la aceptaban? Bien, no tendra ms remedio que llevrselos. Tengo esposa, una excelente mujer. Se llama Emma. Viuda y con dos hijas. Una se cas el invierno

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pasado. Pelagie, una muchacha muy bonita. Y poseo una casa muy grande y tan elegante como cualquiera de las de Wurzburgo. Naturalmente dijo Dinah. Todos sabemos que en Amrica se encuentra el oro por las calles. Tan sarcstica como siempre. Su cuada tena que hacerle comprender que a ella no la impresionaban ni su magnificencia ni su generosidad. La lengua afilada de la solterona, la menospreciada, pens l, compadecindola tambin. Porque su condicin, haba que reconocerlo, slo en parte poda atribuirse a su falta de encanto. Los judos jvenes, o no tenan un cuarto, o se marchaban a Amrica. Adems, haba que contar con la maldita matrikel, la autorizacin del Estado que slo se conceda a unos pocos. No; no era culpa suya estar soltera. Yo no lo encontr en la calle dijo l suavemente. Tuve que trabajar mucho para ganarlo. El anciano tosa fatigosamente, escupiendo sangre. David llev agua en una taza a su abuelo y con solcita paciencia le ayud a sostenerla. Bruscamente, casi con violencia, como si se obligara a s mismo a romper su propio silencio, el chico dijo a su padre: Hblanos de Amrica. Cuntanos qu ocurri cuando te fuiste. Aunque lo haba contado ms de cien veces, a Ferdinand le era grato repetirla ahora. Bien, cuando muri vuestra madre, yo llevaba ya algn tiempo pensando en Amrica y entonces me decid a marchar. Como sabis, no era dueo de muchas cosas, as que met cuanto posea en una bolsa de lona y me march andando en direccin al oeste. Antes de llegar al Rin, ya haba roto los zapatos, de manera que estuve dos das recolectando manzanas a cambio de un par de botas viejas. Menos mal que eran de mi medida. Luego, hice una parte del viaje en una barca por el Rin. En Estrasburgo tena unos primos lejanos que me permitieron descansar en su casa varios das y me dieron bien de comer. Todos le escuchaban con atencin esa actitud silenciosa e inmvil que invita a la narracin. El chico estaba absorto. Tambin entre est ansioso por marchar, pens Ferdinand. Y continu: Llegu a Pars en un carro que iba cargado de algodn El Pars de entonces y el Pars de ahora. Calles srdidas y hediondas. Castaos en flor y anchas avenidas. Dos ciudades diferentes segn el dinero que lleves en la bolsa. Por fin llegu a El Havre, donde embarqu. El viaje dur dos meses y me cost setenta dlares americanos, cuanto posea en el mundo El mar es como montaas que se abalanzan hacia ti. No podis imaginarlo. Yo iba abajo, con los emigrantes. Y qu mareo. Hubo gente que se muri del mareo. Les mir y por su cara volvi a extenderse aquella sonrisa afable. Pero no tengis miedo, que11

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vosotros no tendris que viajar as. Iris en buenos camarotes, muy arriba, con mucho aire marino. Y qu camarotes. Madera de teca, metales relucientes, buenas colchas y sbanas finas. Bueno, como os deca, cruc el ocano, desembarqu en Baltimore y me puse a trabajar. Fue muy duro. A veces no me explico cmo lo hice, cmo alguien puede resistirlo. Pero se resiste. Y al fin consegu llegar a Nueva Orlens. Est muy lejos? pregunt David. Se tarda mucho desde ese sitio, Baltimore, hasta Nueva Orlens? Que si est lejos? A miles de kilmetros, y aos de distancia. Aunque, a decir verdad, a m me cost pocos aos. Empec trabajando en una granja de Maryland. Vosotros sabis que yo nunca haba hecho de granjero, pero cuando se tiene salud, y fuerza de voluntad, se puede hacer cualquier cosa. Aprend el ingls muy deprisa. Yo tengo facilidad para las lenguas. Eran buenas personas mis patronos, un matrimonio, los dos gordos, callados y trabajadores. Durante las comidas, slo se oa masticar y golpear el plato con la cuchara. No se puede negar que all coma bien, pero eran tacaos con el dinero. Cuando lleg el momento de pagarme el sueldo, l me dio slo la mitad de lo convenido, diciendo que haba sido un mal ao, y no era verdad, porque la cosecha fue buena y tuvimos un tiempo ideal, con bastante sol y bastante lluvia, y yo fui con l al mercado y le vi vender el grano. Era slo que no quera soltar el dinero. Muy bien, me dije, yo promet quedarme dos aos pero l prometi pagarme. l haba faltado a su promesa, por lo que yo no tuve escrpulos en faltar a la ma. Yo dorma en el granero, y una maana me levant muy temprano y me fui sin despedirme. Otoo. Caan las hojas. Hojas doradas y bermejas. Manzanas agridulces pudrindose en el suelo. La maana era fra; horas despus, el sol caldeara el aire y zumbaran los insectos sobre las manzanas. Sin embargo, para entonces yo estara lejos, habra andado un buen trecho del camino, cualquier camino que fuera al Oeste. Yo tena mis planes. Haba un buhonero que pasaba cada dos o tres meses vendiendo por las granjas. Llevaba percales, hilos, agujas y cepillos para los dientes. Era evidente que haca negocio. Con que a eso me dediqu. Con lo que me haba dado el granjero, compr mercanca y fui vendindola de granja en granja hasta que llegu al ro Ohio. No era mala vida aqulla. Caminabas por el pas mientras ibas llenando la bolsa de monedas. O viajabas en balsa por el ro, siempre preguntndote qu habr tras el prximo recodo Despus de dejar atrs infinidad de valles y colinas, recuerda el desembarco en el lugar en el que el Ohio se precipita en el Mississippi; despuntaban los brotes de la primavera apenas iniciada, el olor a hierba y aquel ancho espacio, y el profundo silencio. Recuerda cmo lanzaste el sombrero al aire, y solo y donde no poda nadie verte, te pusiste a bailar, porque eras libre, porque no tenas12

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que dar cuenta a nadie, Petty eras joven y fuerte, porque ya no tenas que temer a nadie. Al poco tiempo, pude comprarme un caballo, que estaba flaco, enfermo y llagado. Poda haber comprado algo mejor, pero me dio pena el pobre animal. Con que antes de continuar viaje lo dej descansar unos das para que se repusiera. Nos hicimos buenos amigos l y yo y juntos bamos de un lado al otro, arriba y abajo, nos adentrbamos en los almacenes de las ciudades. A veces, volva a embarcar y haca quince o veinte kilmetros hasta el prximo punto de atraque. Mientras hablaba, Ferdinand reviva aquella poca, y ahora hablaba casi tanto para s como para sus oyentes. Vi grandes plantaciones en las mrgenes del ro, y hermosas mansiones con columnas, y cientos de esclavos negros, y kilmetros y kilmetros de campos de algodn. Tambin vi pequeos poblados en los bosques, tres o cuatro casas de troncos. En Europa no hay bosques como aqullos, no No encontraba las palabras. No podis imaginar las distancias, lo agreste de aquellos bosques. A veces, te sobrecoge pensar cun pocas veces los ha pisado alguien antes que t. Hay horas y horas de camino de un poblado a otro. Ves a hombres con trajes de piel de gamo, mujeres y nios con ropas de lana harapientas. Te preguntas qu les ha trado hasta aqu, qu les hace arrastrar una existencia tan dura y primitiva. Bosques, pantanos, sendero. Anochece bajo los pinos, y los espinosos matorrales invaden el camino arandote la cara y tienes que apartarlos con la mano. Las ramas crujen bajo tus pies. Y sientes miedo, los viejos terrores de la niez, comunes a todos. Algo te sigue. Dentro de un instante, saltar sobre ti y te agarrar. T procuras serenarte, pensar con sensatez. Haces un esfuerzo para no mirar atrs. La soledad, el vaco Y los indios? David estaba tenso, absorto. Tena la cabeza apoyada en la palma de la mano y se retorca un rizo de la sien. Ah, s, los indios! Las tribus choctaw. Y los lobos. Pero fue por los lobos por lo que me compr el rifle, no por los indios. Los indios nunca se metieron conmigo. Un rifle repiti el chico. Ferdinand adverta que el nio que an haba en su hijo estaba embelesado. Era casi un hombre. Tena tres cuartas partes de hombre, tal vez ms; el resto era todava nio. Y, con estas aventuras, el padre conectaba con aquel nio. S asinti Ferdinand; pero por fortuna, slo tuve que usarlo para matar conejos. Al poco tiempo, pude comprar un carro. Me acuerdo muy bien de mi primera carga. Llevaba diez bales llenos de telas de todas clases: popeln, percal, etamn relojes de sobremesa de bronce y relojes de bolsillo de oro, medias de algodn, chales de lana, guantes de cabritilla, bisutera de todo, para los amos y para los criados. Pero, una vez tuve el carro, no poda salirme de los13

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caminos transitados. Se ech a rer. Transitados! Eso es mucho decir. A veces, estabas un da entero sin ver a un ser humano. De vez en cuando, me tropezaba con otro buhonero como yo, las ms de las veces, judo europeo. Al cabo de algn tiempo, empez a pesarme la soledad de aquella vida. Sin embargo, si tienes una idea en la cabeza, un pensamiento que no te deja, no ests solo del todo. Yo quera abrir un almacn, establecerme en algn sitio, sa era mi idea. Al fin y al cabo, yo entenda de comercio; mi padre compraba grano para los ejrcitos de Napolen. Bien, al cabo de unos dos aos, haba ahorrado lo suficiente y abr un almacn. En realidad, no era ms que una gran nave cuadrada con estanteras todo alrededor. Pero estaba en buen sitio, en la ruta de Chihuahua y abasteca las caravanas que iban a Mxico. Todo el que pasaba por all, colono o indio, tena que comprarme a m. Y las cosas iban deprisa. Todo va muy deprisa en Amrica. Las velas se haban consumido. Dinah se levant y encendi velas nuevas. Gastar tanta cera segua siendo un despilfarro, eso lo saba bien Ferdinand, siempre fue as y siempre sera as en esa tierra. Aqu, en estos pueblos de Europa, las cosas no iban deprisa; las cosas no se movan. Por dnde iba? Ah, s. Veris, prosper muy pronto, porque en un abrir y cerrar de ojos, en torno a mi almacn, surgi una comunidad. Al cabo de un ao, vend mi propiedad por el triple de lo que me haba costado y me march ro abajo. Y qu ro! Uno de los ms grandes del mundo. Tan ancho es que, en algunos puntos, desde una orilla no puedes ver la otra. Siguiendo su curso, encuentras ciudades bulliciosas y pujantes: Memphis, el gran mercado algodonero del interior; Baton Rouge, ms al sur, siempre rumbo al sur, hacia las tierras clidas. Desde el principio, yo haba puesto la mira en Nueva Orlens. La Ciudad Reina, llamada tambin Ciudad Creciente por la curva que describe el ro en su desembocadura. Ah, Nueva Orlens! La perla del ro, con sus aguas verdes y tranquilas, sus tardes soolientas, sus noches centelleantes Me enamor de ella como se enamora uno iba a decir: como se enamora uno de una mujer, pero un hombre no puede decir estas cosas delante de su hija como se enamora uno de un lugar de ensueo. Casi enseguida, me hice amigo de un hombre excelente. Se llamaba Michael Myers. Era un judo del norte, de los alrededores de Nueva York. Su padre haba servido a las rdenes de George Washington en la Guerra de la Independencia. Sabes algo de eso, David? He odo hablar de ello. Fue una lucha por la libertad, contra Inglaterra. Exactamente. Ya veo que has ledo libros. Volviendo a lo que os deca, este Michael Myers llevaba veinte aos en Nueva Orlens y tena un prspero negocio de importacin y exportacin. Pero ya no era joven y estaba buscando un socio, un hombre fuerte y14

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emprendedor que entendiera el negocio o que, por lo menos, fuera capaz de aprender a manejarlo y en quien se pudiera confiar. Y me eligi a m. Puedo decir que nunca le di motivo para que tuviera que lamentar su decisin. No slo me familiaric pronto con el negocio, sino que, adems, hice algunas innovaciones. Por ejemplo, trab amistad (hago amigos con facilidad), pues, con varios capitanes de los barcos del ro que frecuentan los cafs del puerto. Y, gracias a estos contactos, me asegur el suministro de las mercancas que tienen ms demanda entre las seoras: joyas, calzado, lencera, etc. Artculos de lujo y objetos de fantasa. Siempre tuve buen ojo para las cosas bonitas. S; mi socio poda estar contento de mi aportacin a la empresa. Durante el poco tiempo que trabajamos juntos, no tuvo que arrepentirse. El abuelo escuchaba con gran atencin. Poco tiempo? S. Por desgracia, mi socio muri de fiebre amarilla hace un ao. La mayora de la gente se va de la ciudad durante el verano. Por una vez, l no lo hizo y contrajo la fiebre. Fue terrible. Y ahora t eres el dueo del negocio? S; me lo dej a m. Su viuda y su hija tienen otros bienes y viven en una hermosa casa en Shreveport. Yo le promet ocuparme de ellas si era necesario. La nia, MarieClaire, es un poco mayor que Miriam. MarieClaire observ Dinah. Extrao nombre para una juda. Veras, en Nueva Orlens las costumbres son distintas. S; muy distintas, pensaba l, deseando estar ya de regreso y consciente por primera vez de lo lejos que se hallaba. Mi empresa ser pronto una de las ms importantes de la ciudad, si no lo es ya. El ao pasado me terminaron la casa. Toda de ladrillo, construida alrededor de un patio. Abri los brazos en un amplio ademn. Diez veces ms grande que toda esta casa, con establos y cobertizos en la parte de atrs, formando un cuadro. Todas las casas se construyen as. Es un estilo mediterrneo. Segn el modelo del atrium romano dijo David. No haces ms que sorprenderme, David! La cascada voz del anciano dijo en tono desdeoso: Este chico tiene la cabeza llena de cosas que en nada conciernen a un judo. Un atrium romano! Abuelo dijo David en tono de resignacin, abuelo, t no lo entiendes. La gente ya no se conforma con vivir encerrada en casa. Lo que pasa fuera, en el mundo, nos interesa. Eso no significa que tengamos que perder nuestra fe. El abuelo se incorpor apoyndose en un codo. Le habis odo? Ah, tal vez no se conformen. Pero ms les valdra conformarse. Poseo la experiencia suficiente como para no dejarme engatusar otra vez. Vino Napolen, y todos fuimos libres.15

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Napolen cay y nosotros, otra vez detrs del muro. Junt sus manos esquelticas formando una pared. Aqu es donde estamos nosotros. Ellos estn al otro lado. Y yo no necesito saber lo que pasa al otro lado del muro, porque yo nunca vivir al otro lado. Y esto nunca cambiar. Si viene una guerra, un pnico financiero o lo que Dios disponga, siempre ser culpa nuestra. Ferdinand dijo con suavidad: Con todo el respeto que me merece, abuelo, creo que David tiene razn. Si pudierais ver cmo se vive en Amrica! En mi ciudad, nadie te pregunta cul es tu religin, ni tan slo si tienes religin. Cualquiera que disponga de los medios suficientes puede frecuentar las ms altas esferas de la sociedad. Creo recordar que lo mismo nos decas de Francia cuando Napolen era emperador observ Dinah. Cierto. Aqullos fueron buenos tiempos. Si Napolen hubiera durado, las cosas habran sido muy distintas en toda Europa. Pero no dur dijo el anciano. Eso es lo que yo digo. Es necesario que te repita, a ti precisamente, lo que ocurri cuando ese hatajo de Hep Hep hizo estragos por la mitad de los pueblos y ciudades de Franconia? Matanzas en Darmstadt, en Karlsruhe, en Bayreuth Hep Hep dijo amargamente. Siempre se me olvida lo que eso quera decir, algo acerca de Jerusaln Hierosolyma perdita est, Jerusaln ha sido destruida. Es latn. Pues para nosotros, ese latn significa sangre. La sangre de Hannah. Se hizo un silencio lgubre. Ferdinand baj la cabeza. No poda sostener las miradas de sus hijos. Sus ojos eran como los de Hannah, aquellos ojos dulces que l casi haba olvidado ya. S insisti el anciano. El recuerdo de la tragedia pareca haberle infundido nueva energa. Volvemos a estar como antes. Sin derechos de ciudadana. Sin poder ocupar cargos pblicos. Obligados a llevar una seal para que los alemanes sepan quin eres cuando te ven por la calle. Obligados a pagar unos impuestos que se llevan todos tus ahorros. Y sujetos otra vez a la matrikel Ferdinand estaba abrumado. Volva a ahogarle el peso de todas aquellas afrentas que l crea haber dejado atrs para siempre. Trat de sobreponerse adoptando un tono ligero. Ya lo sabes, David, aqu tendras que pagar para poder casarte. Yo no quiero casarme. Ya cambiars de idea. Una cara bonita te har pensar de otro modo. Puedes tratar de tomarlo a la ligera si quieres dijo el anciano , pero no puedes cerrar los ojos a la realidad. En aquellos momentos de horror, trat alguien de ayudarnos? El clero, por ejemplo? No. Nadie hizo nada y nadie lo har. Es cierto dijo Ferdinand en voz baja. Entonces, por qu discutir?16

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En realidad, no s cmo ha empezado la discusin, abuelo. T has dicho que en Amrica todo es diferente le record David. S dijo el abuelo. Y yo he dicho que all pasar lo mismo que aqu. No insisti Ferdinand. Imposible. Qu sabis vosotros de Amrica? S, de acuerdo, en Europa ya no hay esperanza. Pues adis a Europa. Por lo que a m respecta, que se quede con su maldito fanatismo religioso y sus malditas guerras. Aqu no hay futuro para los jvenes. Por lo menos, para los nuestros. La habitacin pareca empequeecerse. A medida que avanzaba la oscuridad iba menguando el espacio, y su contraccin haca que el mundo exterior creciera. Estaban confinados en una pequea isla rodeada de un ocano amenazador. De pronto, Ferdinand se sinti exhausto. La tristeza y el miedo le agotaban de modo insospechado. Todos aquellos aos de la vida de sus hijos, perdidos! Los dos lo miraban con actitud paciente: la nia, casi vencida por el sueo y el chico, contemplando nuevas perspectivas. De pronto, David dijo: Muchas veces, he deseado Titube, mir al abuelo y luego, a su padre. Muchas veces, he pensado que me gustara ser mdico. Aqu, no podra. Abri las manos con las palmas hacia arriba en un ademn que expresaba la penuria de aquella casa. En Amrica podras serlo dijo Ferdinand. El chico su hijo! tena un aspecto pattico con aquella chaqueta que se le haba quedado pequea. La gente siempre resulta pattica cuando la ropa no es de su medida. En Luisiana se fund la Facultad de Medicina, ahora hace un ao. Podras estudiar all o donde quisieras. Y no me olvido de ti, Miriam. Hay muy buenos colegios para nias. Yo ir contigo dijo ella. Pero slo si puedo llevar a Gretel. Gretel? Y Ferdinand comprendi que se refera a la perra. Claro que s. Es una belleza, y muy aristocrtica. Una "spaniel" del rey Carlos. De dnde la sacaste? La encontr en el camino cuando era un cachorro. Ta Dinah dijo que no tena ms que unas semanas. Debi de caerse de algn carruaje. La nia apretaba al animal contra su pecho. Esa raza tiene historia dijo Ferdinand. Le gustaban las historias Cuentan que Mara Antonieta llevaba un "spaniel" del rey Carlos escondido entre los pliegues del vestido cuando subi a la guillotina. Tal vez sea verdad y tal vez no. El anciano se resista a dejarse distraer. Y ahora te llevars a los nios insisti. Al final de mi vida, vais a dejarme solo. Ferdinand se senta abrumado por aquel egosmo. El abuelo quera retener a los nios a su lado aun a costa de arruinar su futuro. Ferdinand tuvo entonces una repentina visin de aquel futuro: David, convertido en un mdico de renombre y Miriam bien casada y17

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viviendo en una hermosa casa, tal vez casada con un gran terrateniente. Pero, entonces, pens: Quin sabe lo que har yo cuando me vea viejo y desvalido? Por lo que respondi amablemente: Tenga en cuenta, abuelo, que se trata de un chico que tiene toda la vida por delante y de una nia que dentro de pocos aos ser una mujer. Qu vida les espera aqu? Nueva Orlens, aun a pesar de la fiebre amarilla, es mucho mejor que esto. Qu clase de vida religiosa van a tener en ese sitio adonde los llevas? pregunt el anciano. La verdad, no tan intensa como aqu respondi Ferdinand titubeando. Bueno, eso a ti nunca te import que yo sepa. Pero me duele que los hijos de Hannah olviden lo que son. No tienen por qu olvidarlo, abuelo. En esta casa se les ha enseado a observar las leyes de nuestra religin. Son judos devotos, como su madre. Ferdinand mir a sus hijos. Para lo que le haba servido a su madre! Se puso en pie y sac del bolsillo un reloj de oro. Os he hecho trasnochar. Es casi medianoche, pero estuve haciendo tiempo por el camino, para no llegar antes del anochecer del sbado. De todos modos, has viajado en sbado dijo Dinah. Ah, s. Lo siento. Me he vuelto muy descuidado en esas cosas. Las costumbres de Nueva Orlens. Tendr que enmendarme aadi, en tono conciliador. Mucho antes del amanecer, las dos personas que iban a abandonar la casa, saltaron de la cama en sus habitaciones de la buhardilla. La excitacin, un cierto temor y tambin un poco de tristeza les impedan seguir durmiendo. Cada uno desde su ventana, contemplaron cmo el cielo pasaba del negro al gris, al lavanda plido y se inflamaba en una sbita apoteosis de plata sobre el arco del sol naciente. David, apoyado en el alfeizar, cerr los ojos ante el fulgor. Pap se pavonea pens. Quiere darse importancia. Estuve hosco con l? Al principio, no saba qu decir. Ser porque me duele que nos dejara. Pero no es justo. Qu habra hecho l con un mocoso y una nia de pecho? Adems, era muy joven. Cuando se cas con mam, no tena muchos ms aos que yo ahora. Lo curioso es que an parece muy joven, mientras que yo me siento mayor que l. Aunque eso es ridculo. De todos modos, yo siempre me he sentido viejo. Ser por esa imagen que tengo grabada en la cabeza y que no consigo borrar por ms que lo intente. Unas palabras escritas con tiza en una puerta: Jude verreck, Judo revienta. Risas y carreras. Una mujer con el vientre hinchado cae hacia atrs gritando. Hep Hep. S,18

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s eso fue. Vuelo de faldas y un portazo. Detrs de la puerta, algo horrible. Luego, llantos y un crculo de faldas y caras de mujer mirndome desde arriba: pobre nio sin madre, pobre nio. La sangre le daba nuseas. Pero un mdico no debe impresionarse por la sangre. Aunque esa sangre era diferente. Era la sangre derramada por la violencia la que le pona enfermo. Haca un par de aos, estuvo un tiempo sin poder comer carne. Se le atragantaba. Un trozo de pollo que tuviera en el plato recobraba la vida, aleteaba, erizaba las plumas, chillaba y corra con sus delgadas patas para escapar del matarife. Pero aquello pas. l se oblig a reaccionar con energa, la misma energa con que ahora deseaba ser mdico. Abajo, alguien se mova y una silla rasc el suelo. Pobre abuelo, grun y bondadoso. Sin duda deba de saber que se mora. Qu tristeza, ser viejo, no tener fuerza, vivir da a da sabiendo que te vas muriendo. Pap, por el contrario, pap era fuerte, eso tena uno que reconocerlo, y admirarle por ello. Hacer lo que l hizo, marcharse por el mundo y crearse una situacin. S; tena fuerza de voluntad y tesn, y poda sentirse orgulloso. Colgaba de la pared un espejo resquebrajado que David haba rescatado de entre los desechos de un vecino. Ahora se contempl en l. No; no exista el menor parecido entre su habitual expresin huraa y el rostro afable de su padre. l slo haba heredado de Ferdinand el cabello negro y rizado. Y su energa. Eso lo tengo, lo s. Qu suerte para Miriam poder escapar de la compaa de la amargada ta Dinah. Pap haba dicho que la mandara a un colegio. Era una nia lista y despierta. David le haba enseado a leer y ella a veces se atreva incluso con los libros que su hermano traa de casa del rabino, el rabino moderno de quien echaba pestes el abuelo. Ella no los entenda, desde luego, pero lo intentaba y, sorprendentemente, aqu y all captaba alguna frase. Era muy curiosa. Y tena la risa pronta, lo mismo que el llanto. Haba momentos en los que David se senta casi como un padre. Bueno, ahora ya tena a su verdadero padre que cuidara de ella. David cerr los ojos, balanceando el cuerpo como para rezar. Luego los abri, tratando de aprehender con la vista y el odo aquel lugar que ahora iba a abandonar, deseoso de recordar aquella luz matinal, el sonido de una voz lejana y el bronco retumbar del carro de un granjero. En la habitacin contigua, la nia acariciaba la falda de su vestido nuevo. Ella sola describirse lo que vea comparndolo con imgenes de la naturaleza: as, la tela era suave como la hierba nueva, el color era azul mariposa y el tacto clido y suave como plumn de ganso. No haba esperado en su cuarto, por lo que slo doblando el cuello hacia atrs poda ver cmo la falda ondeaba y el grueso jaretn le bailaba sobre el tobillo. Levant el brazo y el puo fruncido se desliz hacia abajo, dejando al descubierto la fina mueca. Qu preciosidad19

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de vestido. Mucho mejor que el que se pona la ta Dinah para ir a la sinagoga. Y mucho ms bonito que cualquiera que hubiera visto en su vida. Y de ahora en adelante tendra muchos ms, le haba dicho pap. Lstima que tuvieran que marcharse tan pronto; le habra gustado pasearse por la calle para que todos la vieran con aquel vestido. Miriam se asom a la ventana. An no andaba nadie por la calle. No haba ms signo de vida que el aleteo del pjaro que estaba en la jaula colocada al lado de la puerta de la tienda de enfrente. Aquel pjaro siempre le dio pena. La jaula era pequea y el pobre animal apenas tena espacio para desplegar las alas. Tendra que estar all, quieto y callado, todos los das y todas las noches de su vida? El abuelo le dijo una vez: Tu madre tampoco poda ver sufrir a un pjaro enjaulado. Tu madre. Miriam saba lo que le haba ocurrido a su madre, lo supo mucho antes de que los dems sospecharan que ella estaba enterada, porque les oa decir: Cmo se parece a Hannah. Hay que ver, qu cosas, una vida que se acaba y otra que empieza al mismo tiempo. Horrible. Horrible. Y, a fuerza de orlo, empez a sentirse distinta, ms importante que los que haban nacido de un modo corriente. Pero este conocimiento tambin le daba pesadillas. Algunos opinaban que no deberan habrselo dicho. Pero ya era tarde. Al igual que su hermano, Miriam, se haba pintado mentalmente un cuadro que nada podra borrar. En aquel cuadro, su madre llevaba un chal a cuadros. Por qu? Nadie habl nunca de un chal. Y el pelo recogido en un moo alto. Eso tampoco se lo haban dicho, ni ella lo pregunt. Ahora se anud las negras y sedosas trenzas en lo alto de la cabeza y hundi las mejillas lo que dio a su cara infantil una expresin grave de persona mayor y se ech a rer, se recogi la falda y alz del suelo a la perrita que la miraba con ojos de perplejidad. Gretel, nos vamos a Amrica. T tambin. Creas que iba a dejarte? Se puso seria otra vez. Echar de menos a la ta Dinah. Cuando no est regaona es muy cariosa. Me parece que va a encontrarse muy sola sin m. Y a mis amigas, Lore y Ruth Pero el viaje en barco ser fantstico. Y David estar all, de manera que no me sentir tan extraa. Adems, me gusta pap, ya le quiero. Tiene una sonrisa tan dulce. Dice que la mueca es rubia. Y a la nia le pareca que el sol nunca haba salido con un brillo tan resplandeciente como el que tena aquella maana. Se despidieron abajo. Ferdinand sac una bolsa. Gruesos florines de oro cayeron sobre la mesa en un montn. Esto bastar por ahora dijo. Di instrucciones a mi banquero de Estrasburgo para que todos los meses os enve la misma cantidad

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mientras viva uno de vosotros dos. Y esta bolsa un donativo para la sinagoga. Dadlo en mi nombre, en memoria de Hannah. El anciano y la mujer le miraban impresionados. En su mudo agradecimiento, en el brillo hmedo de su mirada, haba algo que avergonzaba a David. Que un ser humano tuviera que estar tan agradecido a otro ser humano no poda ser bueno. Era humillante. Y no os preocupis por los nios. En mi casa estarn perfectamente atendidos. Emma, mi esposa, es una mujer muy dulce. Est esperndolos con ilusin. La ta Dinah se enjug los ojos. David es muy atrevido, y eso puede costarle disgustos. Atrevido e irreflexivo. Y terco. Cuando se le mete una cosa en la cabeza, no hay manera de hacerle desistir. Es un testarudo. Pero es muy bueno. David la mir asombrado. Que l recordara, su ta nunca, nunca, haba dicho de l que fuera bueno. S prosigui Dinah; l sabe cmo tendra que ser el mundo y cree poder cambiarlo. Cuando aprendas a pensar lo que dices, David, ser mucho mejor para ti. El anciano tena algo que aadir. El ao pasado nos caus un problema con los vecinos. El padre estaba azotando al hijo pequeo por robar patatas, y David le grit: sa no es manera de educar a un nio. Debera usted saberlo. La Tor dice que a los nios hay que ensearles, no pegarles. Imagina, un mozalbete recin confirmado tratando de dar lecciones a un hombre mayor sobre la manera de educar a su hijo. Ya puedes figurarte cmo se enfureci el otro. Pero David tena razn dijo Miriam impulsivamente. Es su sombra dijo Dinah abrazando a la nia. Es la sombra de su hermano. Para ella, todo lo que hace David est bien hecho, verdad, Miriam? Ya veo que de ahora en adelante, mi vida va a ser mucho ms interesante ri Ferdinand. Haba llegado el momento, lo ms difcil, el momento final, cuando ya no queda nada que decir ms que adis, y hay que decirlo con mesura y dignidad, para que no quede un recuerdo de total afliccin. La despedida ha de ser una separacin, no un desgarro. David tom la mano de Dinah y la del abuelo, las bes y, sin decir palabra, dio media vuelta. Conmovido por la intuicin del muchacho, que se haba dado cuenta de que el anciano estaba a punto de echarse a llorar, Ferdinand estrech a su vez aquellas manos. Luego, apoyando cariosamente los brazos en los hombros de sus hijos, consciente de que los dos que quedaban en la casa les miraban atentamente y que aquel carioso ademn haba de ser un consuelo para ellos, los llev calle abajo hacia el patio del "Oso de Oro", donde les esperaba el coche en el que haran la primera parte del largo viaje hasta el hogar.

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2A las cinco semanas de partir de El Havre, el bergantn Mirabelle, que transportaba artculos de algodn, vino y pasaje, haba dejado atrs las aguas grises del Atlntico Norte y, despus de aprovisionarse en las Azores, avanzaba rumbo al Suroeste, hacia el verano. El buque navegaba entre azul y azul, y la cpula del firmamento se dilua en las olas color turquesa, lapislzuli y cobalto que parecan empeadas en una carrera con el barco. En la plida estela bailaban reflejos metlicos. Crujan las altas velas, hinchadas por los alisios y el Mirabelle avanzaba veloz. Sus gallardetes ondeaban alegremente y la elegante dama esculpida en la proa tenda el cuello hacia el hemisferio occidental, como si tambin ella estuviera impaciente por llegar. Para Miriam, que nunca haba viajado ms que unos cuantos kilmetros en carro entre pueblos idnticos, contemplado nada ms imponente que la mediocre residencia de verano del conde Von Weisshausen y aun del lejos, al fondo de una larga avenida de cipreses, ni visto nada ms extico que el carruaje en el que llegara su padre, aquella travesa era un verdadero prodigio, y habra sido ya un fin en s misma, aunque no hubiera llevado a parte alguna.

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Para David, que haba recorrido el mundo en los libros, tambin era un prodigio, pero diferente. Nada se escapaba a su atencin. l estaba siempre ojo avizor. Expectante e ilusionado. Cuando David se enter que en Nueva Orlens se hablaba francs, decidi que l y su hermana tenan que aprenderlo, y empezaron inmediatamente. Entre el pequeo grupo de pasajeros un par de banqueros de Pars con sus vivarachas esposas y un grupo de monjas que iban a su convento de Nueva Orlens haba un caballero y su hijo que regresaban a su casa de Charleston despus de hacer un viaje por Europa. El caballero se llamaba Simon Carvalho y era mdico. Gabriel, el hijo, tena la misma edad que David. Era un chico bien parecido y callado. A diferencia de David, se mova reposadamente. A pesar de su reserva, se ofreci para ensear francs a los hermanos Raphael. David le respetaba mucho por su seriedad y sus conocimientos. l sabe tanto de todo. Yo nunca podr ponerme a su altura, con tanto latn y tantas ciencias. Y tiene seis meses menos que yo se lament David a su padre. Bueno, con las dificultades que l ha tenido, eso no es de extraar. Pero estoy seguro de que lo alcanzars. Ya lo vers. Ferdinand se haba informado de quines eran aquellos pasajeros el primer da de la travesa, casi antes de que salieran del puerto. Son sefarditas. Llegaron a Carolina del Sur procedentes de Espaa va Brasil hace varias generaciones. En 1697 creo que dijo el doctor. Tiene una hija, Rosa, que vive en Nueva Orlens, casada con un tal Henry de Rivera. Son gente de buena posicin. De gustos sobrios, pero acostumbrados a lo mejor termin en tono satisfecho. David observ que a su padre le gustaba tratar con gente importante. Esto le preocupaba. Lo consideraba seal de debilidad, y l no deseaba ver debilidad en su padre. Al mismo tiempo, se avergonzaba de su propia deslealtad por tener semejantes pensamientos. Tengo entendido que progresas mucho con Gabriel dijo el doctor Carvalho a David un da. Muy pronto ya no tendr que hablarte en alemn. Al parecer, entiendes casi todo lo que digo en francs. Tal vez puedas convencer a Gabriel para que tambin te ensee ingls. Oh, no necesitarn el ingls en Nueva Orlens dijo Ferdinand . Las dos terceras partes de la poblacin hablan francs. Se considera de mal tono hablar en ingls aunque uno lo sepa. Eso cambiar respondi el doctor Carvalho. Ya est cambiando. Dice mi hija que la ciudad se est llenando rpidamente de americanos. Yo cre que all todos eran americanos dijo David. Es slo una expresin convencional le explic Ferdinand. Se llama americanos a los de otras partes de los Estados Unidos. Los criollos descienden de franceses o espaoles y son la flor y nata de la23

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sociedad. Uno de los llamados "americanos" me dijo una vez que su madre no se haba sentido tan orgullosa en toda su vida como el da en que la invitaron a una casa criolla. En serio? pregunt cortsmente el doctor Carvalho. S; la invitaron a caf noir una tarde, y ella lo tom como un gran honor. Los criollos no suelen mezclarse con la otra gente. Diferencias artificiales sonri el doctor. David volvi a sentirse violento, como si la observacin de Simon Carvalho, pese a su aparente suavidad, fuera un reproche para Ferdinand. Avergonzado, David desvo la mirada hacia las placidas aguas del mar, que en aquel momento apenas se movan, ocultndose slo ligeramente, como el lquido contenido en una taza. Era un espectculo que serenaba el espritu. Los aparejos zumbaban al viento, vibrando como un violn. Ferdinand se frot las manos. Muy pronto estarn ustedes en Charleston, doctor. Y, despus, nosotros, costeando por el Golfo hasta casa. Respir profundamente, de manera audible. Ah!, soberbio. Soberbio. Esta libertad que siente uno en el ocano. Quin dira que salimos de Europa hace slo unas semanas? Cuesta trabajo hasta imaginar que exista Europa. De abajo lleg un murmullo de voces. Todos miraron al grupo de gente que acababa de salir a la cubierta inferior. Predominaban los hombres jvenes, inmigrantes, y aqu y all se vea alguna que otra familia: nios revoltosos, padres con ropas de campesinos, mujeres con criaturas en brazos. Los de arriba miraban con silenciosa curiosidad. Los de abajo no levantaban la mirada. Pobre gente dijo el doctor. Espero que no cometan imprudencias con el fuego al cocinar. Es algo que me preocupa. Ah abajo hace fro dijo David. O, si no, un calor horrible. El otro da no se poda ni respirar. T has bajado ah? pregunt speramente Ferdinand. Y qu fuiste a hacer? Les llev comida. Comida. Ellos tienen comida. No es comestible, pap. Hasta el agua huele mal. La semana pasada, tuvieron que tirar la carne al mar porque estaba podrida. Y no es justo, sabes? El capitn les prometi comida decente, pero les obliga a comprarle las patatas a l cuando se les terminan. Pasan hambre y sed. Y nosotros, aqu arriba, tenemos carne fresca y naranjas de las Azores. No es justo. En este mundo hay muchas cosas que no lo son murmur suavemente el doctor Carvalho. Y siempre las habr. El muchacho frunci el entrecejo con una expresin de viva protesta: No tiene por qu haberlas! exclam. Pregunt a un marinero cuntas personas haba ah abajo. Cuatrocientas! Estn24

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amontonados. Hay dos hileras de literas de dos pisos, separadas por un pasillo estrecho. Casi no queda sitio para pasar. Y el techo est a ocho palmos del suelo. Yo no poda ponerme derecho. No bajes nunca ms, me has odo? dijo Ferdinand. Hay ratas y disentera. Sabe Dios las enfermedades que podas haber pillado o habernos contagiado a los dems. Tiene razn tu padre dijo el doctor Carvalho. En el aire ftido, los grmenes se multiplican. Eso es seguro. David estaba consternado. Es que les promet llevarles naranjas. Yo las como todos los das. Puedo compartirlas con ellos, no? Haz el favor de no levantar la voz, o vas a ponernos en evidencia dijo Ferdinand, porque David haba protestado con vehemencia y los banqueros franceses y sus esposas los miraban. No he dicho nada malo. Slo que no me parece justo. Con evidente tacto, el doctor Carvalho se apart, y Ferdinand prosigui: Tendrs que mejorar esos modales. Nosotros, los judos, tenemos que observar una conducta intachable. Ya es hora de que lo comprendas, David. Se enfrentaban airadamente. El padre miraba a su hijo con la cara colorada y los labios temblorosos y el muchacho sostena la mirada con gesto de rebelda. Los judos? Por qu hemos de ser serviles los judos? No te pido que seas servil, como t dices. Slo te pido que no des un espectculo. David no cejaba. Aunque no deseaba irritar a su padre, algo le impulsaba a porfiar en su actitud. Pero, por qu? Por qu los judos tienen que comportarse mejor que los dems? An no me has contestado a eso. Porque a los judos se nos mira siempre con prevencin dijo Ferdinand en voz baja y tensa. Siempre somos las vctimas. Heine T has ledo a Heine? S; he ledo sus poesas. Bien. El mismo Heine dijo que ser judo es una desgracia. Lo dijo Heine. Puedes leerlo. Y t ests de acuerdo con l, pap? Desde luego. Mira lo que ocurre a tu alrededor. Salta a la vista. El muchacho se senta como si le hubieran golpeado. Pero en Alemania t diste dinero para la sinagoga. Ferdinand se encogi de hombros. Fue en recuerdo de los viejos tiempos. En memoria de tu madre. Yo no voy a la sinagoga. Es que eres cristiano? Claro que no. Yo jams me convertira. Por quin me tomas? Es, simplemente, que es slo que, esas cosas no significan nada para m. Ninguna de ellas. Y, menos an, esa simpleza de los25

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preceptos dietticos. A ti te parece que a Dios le importa lo que uno se eche al estmago? Que todo el que come cerdo es un malvado? Yo no lo creo, pap. Pero yo sigo esos preceptos porque sirven para recordarme lo que soy. Es difcil de explicar... Est bien, pues no lo intentes gru Ferdinand. David, con gesto de contrariedad, volvi la cara hacia el sol poniente. Se qued largo rato en la proa. Una bandada de gaviotas, que estaban siguiendo al barco desde las Bermudas, planeaban sobre el mar fosforescente. Salt un pez volador que describi un arco plateado y volvi a zambullirse en el agua. Dios es una gran fuerza pensaba el muchacho. Nosotros nos movemos con l. Las gaviotas se mueven por el aire y los peces, por el agua, pero nosotros nos movemos con l. Y entonces nos sentimos grandes; nos sentimos orgullosos. Pero su padre le haba hecho sentirse pequeo y avergonzado. Las lgrimas acudieron a sus ojos. Comprendi que entre l y su padre se haba abierto un abismo. Miriam, a su manera infantil, tambin estaba afligida. Lo haba odo todo. Oh, cmo se enfadara el abuelo si supiera lo que acababa de decir pap! A pesar de todo, por qu discuta David con pap? Saba que no poda ganar; entonces, por qu rebelarse? Aquello era como estar en casa, con la ta Dinah lamentndose y el abuelo mandndole callar con un gruido. Se les oa discutir hasta con una pared por medio. Y a Miriam le daban horror las disputas. Cuando haba peleas en casa, ella se abrazaba a Gretel. Aquella lengua suave y cariosa y aquella bolita de pelo caliente eran un gran consuelo. Ahora, apoyada en la borda, Miriam oprima a la perra contra su pecho. Ah, Gretel, bonita! Mi Gretel! T y yo Gretel! Gretel! Oh Ay, Dios mo! chill. El grito rasg el aire. Todos la miraron, corrieron a su lado, sin saber, sin comprender, hasta que ella seal con la mano. Abajo, muy abajo, en el agua, asomaba la cabeza de la perrita. David! Era a l y no a su padre a quien recurra. Se revolvi y se me escurri entre las manos. Oh, David! Santo Dios! exclam Ferdinand. Ese chico se ha vuelto loco. Porque, al momento, David se haba quitado la chaqueta, se haba encaramado a la borda y haba saltado al agua con los pies por delante. Los marineros gritaron desde las jarcias mientras el muchacho agitaba los brazos desmaadamente entre el oleaje. Y, comprendiendo sbitamente, Ferdinand grit horrorizado: Si no sabe nadar! Dos marineros se acercaron corriendo con una escala de cuerda y empezaron a bajar, pero antes de que llegaran a la cuarta parte del recorrido, el joven Gabriel, con un salto impecable, se zambulla a poca distancia del lugar en el que ya haba desaparecido la cabeza de26

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David. Los sobrecogidos espectadores observaron, entre gritos de nimo, cmo Gabriel agarraba a David por el cuello de la camisa, cmo los marineros le suban por la escala y cmo Gabriel rescataba a la perra. Todo ocurri en menos de cinco minutos. Pero pareca una eternidad. David estaba tendido en cubierta, tosiendo y jadeando. Al saltar, su cuerpo haba girado en el aire y chocado de vientre contra el agua. Ahora lo tena dolorido. No hablaba. Nadie esperaba que lo hiciera. Desde el suelo, vea a Miriam abrazada a la empapada perra. A su lado se alzaban las piernas de su padre y las del doctor Carvalho, y las faldas de las monjas se deslizaban a ras del suelo como si ni siquiera llevaran piernas dentro. Las seoras francesas felicitaban a Gabriel, el hroe. La nica diferencia que hay entre l y yo es que l sabe nadar. Yo he hecho el idiota. Por fin pudo incorporarse y Ferdinand, con inmenso alivio le atac de inmediato: David, eres un insensato! Qu pretendas? Este mar tan clido est infestado de tiburones. Es que t nunca piensas antes de hacer o decir las cosas? Nunca piensas? Ella quiere mucho a ese animal murmur David sin rendirse. Por mucho que lo quiera, tenas que arriesgar la vida por un perro? No lo entiendo. Y tu amigo, el chico Carvalho, ha tenido que saltar para sacarte del agua. Por lo menos, l sabe nadar y se ha arriesgado para salvar a un ser humano, no a un perro. David callaba. Ferdinand se puso a pasear. Cuando volvi a hablarle, ya se haba calmado. S, estuvo bien que pensaras en tu hermana. Tratar de verlo as. Un impulso generoso que denota tu buen corazn. Se esforz por sonrer. Pero, por amor de Dios, si no es por Gabriel, te ahogas. Los marineros no hubieran llegado a tiempo, y Maxime y Chanute viajan abajo. El incidente ensombreci la tarde. Los pasajeros, callados, miraban hacia el Oeste como la dama esculpida en la proa. Alguien puso un taburete a Miriam y la nia se sent, cara al Oeste como los dems, con Gretel a su lado, sujeta por una cadena. La impresin la haba traumatizado. David haba estado a punto de morir. Y el otro muchacho, tambin. Qu valientes, los dos! Y Gabriel, casi un extrao. El joven Carvalho se haba sentado al lado de David. Cuando su mirada se cruz con la de Miriam, la salud agitando una mano. Le haba dado las gracias debidamente? Cmo agradecrselo bastante? Estaba tan simptico con los brazos alrededor de las rodillas y el pelo revuelto por el viento. Le gustara que David fuera tan reposado como l. Y no es que David no fuera dulce y, a veces, callado; pero cuando se le meta una idea en la cabeza, no poda contenerse y27

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discuta sin parar. As lo haca en casa, con el abuelo, y estaba claro que lo mismo hara ahora con pap. Tu padre no se enfada contigo, como el mo deca David a Gabriel. Te refieres a lo de hoy? Bueno, en el camarote, mientras me cambiaba, me ech un rapapolvo; pero estaba orgulloso de m. Gabriel hablaba casi con timidez. Reconozco que hice mal. Pero eso a l nunca se lo dira. Nunca. Y sabes por qu? Por qu? Porque no me gusta la forma en que me habla de de las cosas. Y es que no comprende. El qu? David titube. Es muy distinto a m. Y yo, distinto a l. Casi no os conocis. Por qu no esperas a saber algo ms? David se inclin hacia su amigo y susurr: Por las maanas, cuando saco la filacteria para rezar, l se marcha con un gesto de desdn. A ti te parece bien? Pues no respondi Gabriel vacilando. Pero yo no estoy muy enterado de Se me olvidaba. T tampoco te pones la filacteria. Pero nosotros somos tan judos como vosotros. Es slo que tenemos unas costumbres ms nuevas, nada ms. David pens: Las "costumbres", como l llama a la Ley, fueron establecidas de una vez y para siempre. Est absolutamente prohibido cambiarlas. Y se sinti hervir de indignacin. Ms nuevas? Entonces las viejas te parecern ridculas. Nada de eso. Si crees en algo, tienes que observarlo con toda conviccin. Ante la franca actitud de Gabriel, David se avergonz de su momentnea irritacin. Reconozco que me falta paciencia, Gabriel, y eso es malo. Pero lo que ahora importa es que te debo la vida. Y mi hermano, la de su perrita. Es muy bonita tu hermana. Crees t? Tiene la nariz muy grande dijo David cariosamente. Dice mi padre que parece una aristcrata. Oh! A veces se pone muy pesada, como todas las hermanas pequeas. No s lo que son las hermanas pequeas. La ma es mucho mayor que yo. Seguramente la conocers cuando lleguis a Nueva Orlens. Nueva Orlens es tan maravillosa como dice mi padre? Naturalmente. Lo dudas?28

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Es que l siempre exagera. Oh, David, tienes que acostumbrarte a no desconfiar de tu padre. Sabes? Me parece que t ejerces una buena influencia sobre m. Me gustara que vivieras en Nueva Orlens. Pero nos veremos a menudo. Seguiremos siendo amigos. Yo voy a visitar a mi hermana de vez en cuando. Y tambin podemos escribirnos. T me escribes en francs y yo te corregir las cartas ri Gabriel. Tambin te escribir en ingls. A pesar de lo que diga mi padre, pienso aprender ingls. Y siguieron hablando con la sinceridad y la confianza de los jvenes que an no han aprendido a elegir a los amigos por inters, esnobismo ni otra razn que la pura simpata. Desde el lado opuesto de la cubierta, Ferdinand observaba a sus hijos. La nia estaba callada con su perrita en brazos. Pobre criatura! l comprenda que para ella aquel animal era el eslabn entre lo desconocido todo lo que hasta entonces constituyera su vida. Pero era animosa y alegre. No le causara problemas sino muchas alegras; de eso estaba seguro. S pens. Miriam ser la alegra de la casa, en la que an no ha habido nios. Pero David, ah, David es otra cosa. Tan virtuoso, con esos ojos penetrantes, que parecen querer taladrarme para ver qu tengo dentro de la cabeza. Si tuviera que juzgarle por su manera de hablar, dira que es un pequeo pedante antiptico. Pero un pedante no hara lo que hace l. Un pedante no bajara a las bodegas para llevar comida a los emigrantes y compartir sus penalidades, y bien sabe Dios, como lo s yo, lo que ah se sufre. S, un muchacho compasivo; pero no tiene por qu entrometerse. Nosotros nada podemos hacer por esa pobre gente, nada Unas cuantas naranjas no les alivian los sufrimientos; al contrario, pueden hacer que les parezcan todava mayores. Pero l no lo comprendera. Tiene dentro una indignacin tal que se dira que va a estallar de un momento a otro. Y ese ceo, esos dos pliegues profundos en la frente, y la nuez temblndole en el cuello tan flaco. Tiene bozo en el labio y ya debe de creerse todo un hombre, sin duda. No resultar fcil vivir con l. Confo en que no trastorne demasiado nuestra existencia, pobre muchacho! Y confo tambin en que no le hable a mi esposa en ese tono. A ella no le gustara. Tampoco tiene un aspecto muy agradable. Con toda la ropa que le compr antes de zarpar y siempre est desaliado, como si hubiera dormido vestido. Ah, deb llevarlo conmigo cuando muri su madre, y ensearle a vivir a mi modo. Pero era muy pequeo. Yo no hubiera podido sobrevivir ni hacer lo que hice, de haber tenido que cuidar de l. Tena que dejarlo en lugar seguro hasta haber conseguido algo que ofrecerle, no?29

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Bien, ya tengo algo que ofrecerle. Qu sera de l en Europa? Un vendedor ambulante, probablemente. Un vendedor ambulante, hasta que fuera demasiado viejo para seguir yendo de pueblo en pueblo. En Europa los vendedores ambulantes no se convierten en comerciantes al por mayor. Ahora podr ser mdico o lo que l quiera. Tendr todo lo que tiene el chico Carvalho. Y Ferdinand esboz una sonrisa de satisfaccin. Tambin David sonrea ah, mientras hablaba con su amigo, el aristcrata sefardita. Mi hijo tiene una bonita sonrisa. Si aprendiera a usarla ms a menudo Una cosa es segura: no es como los dems. El viento vespertino levantaba oleaje y refrescaba el ambiente. Ferdinand se apart de la borda y busc refugio en el interior del barco. Siempre recordara aquel da. Por aos que pasaran, aquel da quedara grabado en su memoria. Siempre ocurre as. De entre los aos que se olvidan, aqu y all, se destaca un da con un brillo especial, un da en el que se da una seal trascendental, que acaso pase inadvertida al principio pero que, al cabo de los aos, al mirar atrs, se distingue con perfecta nitidez. El aire tropical se adhera a la piel como una seda hmeda. En el Golfo, reaparecieron los delfines, haciendo carreras con el barco y brincando sobre las olas en un vigoroso juego acutico. El ocaso era rpido en aquellas latitudes; de un brusco brochazo oscuro, se borraron del cielo las rosas, los oros y los violetas y se hizo la noche. Ahora, cuando la travesa tocaba a su fin, los pasajeros, divididos entre la ansiedad por llegar y la aoranza de los das de placida inactividad, empezaban a dar muestras de desasosiego. Los Carvalho haban desembarcado en Charleston, y Miriam y David, rodeados nicamente por personas mayores, se contagiaron de aquella desazn. Las monjas, que durante todo el viaje apenas levantaban la mirada del suelo mientras paseaban rezando el rosario, ahora escrutaban el horizonte del Oeste, como si tambin ellas estuvieran impacientes por averiguar lo que les aguardaba. Hasta los banqueros y sus vivarachas esposas se mostraban ms taciturnos y reservados. Pero Ferdinand estaba eufrico. El hogar! exclamaba todas las maanas al salir al cubierta. Ya estamos llegando a casa! Hasta que por fin una maana avistaron la desembocadura del gran ro. Todos salieron a cubierta muy temprano. Mirad ah dijo Ferdinand. Mirad cmo el agua cambia de color. Es el ro que se mezcla con las aguas del Golfo. Era una larga cinta ocre que se ondulaba y dilua en el azul. En la ancha boca del ro emergan un centenar de islotes, y el Mirabelle, sortendolos uno a uno, empez a remontar la corriente. Meandros y ensenadas se perdan en las sombras de la espesura. Grandes rboles arrancados se pudran en los pantanos y de los enhiestos cipreses colgaban jirones de musgo. El agua estaba quieta,30

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y reinaba un profundo y lgubre silencio. David aguzaba la vista y el odo. S; era como lo haba descrito su padre, virgen y exuberante. Ni en el ms remoto rincn de la campia europea haba algo que pudiera compararse a esto. Oh, mira, mira! susurr Miriam. En una mancha de sol entre los rboles haba un gran pjaro blanco con el cuello de cisne, descansando sobre una larga pata. Es una garza dijo su padre. Qu bonito! Pasaron lagos y una playa de arena plida. Entre los cipreses del pantano, un ibis estaba pescando con su rojo pico en forma de cimitarra. Ms remansos, ms lagos y, por fin, una ancha franja de ro. Mira, un nido de pelicanos. Ah est el macho Ahora entramos en el bajo de Barataria dijo Ferdinand. Rode con el brazo los hombros de David, hablando deprisa por la excitacin. Esa isla se llama Grande Terre. Ya slo nos quedan noventa millas. Ah en esa cala Desde aqu no puede verse Hay toda una ciudad. Una vez fui a verla por curiosidad. Casitas limpias y jardines floridos. Nadie dira que fue un nido de piratas. Piratas! exclam David conteniendo el aliento. Otra vez el nio, pens Ferdinand, encantado de verle manifestar entusiasmo por las cosas que normalmente interesan a los nios. S. Jean Lafitte fue uno de los piratas ms feroces del Golfo y de todas las Antillas. Viva en una suntuosa mansin, amueblada con las piezas que robaba de los barcos que apresaba. Pero voy a decirte algo que nunca podras imaginar. Hace veinticinco aos, los Estados Unidos estaban en guerra contra Inglaterra, y los ingleses enviaron una flota de cincuenta buques para capturar a Nueva Orlens. Ofrecieron a Lafitte treinta mil libras, que es la moneda inglesa y una suma enorme de dinero, para que guiara sus tropas a la ciudad. Y Ferdinand sealaba los pantanos. Como comprenders, se necesita un gua para andar por ah. Pues bien, Lafitte fingi aceptar la oferta, pero se pas al otro bando y lo que hizo fue guiar a los americanos para que sorprendieran a los ingleses. Entonces el Presidente de los Estados Unidos le otorg el perdn. David le escuchaba fascinado. Y qu hizo despus? Oh, abri una tienda muy elegante en Roya Street. Pero no creo que abandonara la piratera termin Ferdinand echndose a rer. Hora tras hora, el barco avanzaba hacia el Norte, deslizndose entre pantanos de la selva acutica. Ms all empezaban grandes campos moteados de blanco. Algodn dijo Ferdinand. Parece nieve dijo Miriam. Al cabo de un rato, Ferdinand les dio instrucciones:31

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Id a cambiaros. Pronto llegaremos y quiero que causis buena impresin. Mir a su hija con ternura. Ponte el vestido color lavanda con cuello de encaje y coge una sombrilla a juego. Har calor en el puerto. All no llega la brisa del ro. Tendrs que acostumbrarte a llevar sombrilla. Todas las seoras la usan. El Mirabelle fue acercndose a la ciudad, entre el trfico de vapores y barcos cargados de algodn que arribaban o partan. La ciudad est a un metro y medio por debajo del nivel del mar. Los diques tienen nueve metros de alto. Todas esas balas que hay en el dique son de algodn. Habrais imaginado que pudiera haber tanto? Kilmetros y kilmetros de algodn, suficiente para abastecer a todo el mundo y eso es casi lo que hacemos coment con orgullo . Y ah, en esos barriles, azcar. Tambin para casi todo el mundo. Bueno, todo no. Pero podramos producir para todo el mundo si fuera necesario. Veis esos muelles? Y esos mercantes? Por aqu pasan mercancas para todo el mundo: tabaco, whisky, camo, de todo. Slo hay una ciudad en Amrica que tenga un comercio martimo ms importante, y es Nueva York. Veis ese bergantn? Es el Gloucester Breeze, del capitn Ramsay. Seguramente trae carga para m. Viene de Liverpool dos veces al ao David oprimi la mano de Miriam. El largo ensueo del viaje haba terminado. Ahora iban a poner los pies en tierra. David pens que haba llegado el momento de volver a la realidad, y este pensamiento enfri su entusiasmo. Su padre tena que forzar la voz para hacerse or entre la creciente algaraba de silbidos y campanas. Mirad, un cargamento de pieles llegado por el ro para la exportacin. Ah, a la derecha, est el pueblo de Algiers, frente al Mercado Francs. Ah, qu dicha estar otra vez en casa! exclam, alzndose sobre las puntas de los pies, sin dejar de agitar los brazos, sealando a uno y otro lado. Eso es el Cabildo, construido por los espaoles. Ah, al otro lado de la catedral, est el Presbitre, una residencia de sacerdotes. Hace ms de cien aos, los franceses construyeron la catedral de San Luis, pero un incendio la destruy y tuvieron que edificarla de nuevo La ves, Miriam? Quieres que te levante en brazos? Bonita, verdad? La consagraron a San Luis, rey de Francia, su patrn Dnde est la sinagoga? pregunt David suavemente. Oh, en Franklin Street. Es muy pequea. Desde aqu no se ve. Ferdinand aspir profundamente. Qu aire ms dulce! Siempre me parece que huele a azcar, y, seguramente no es as. Yo soy hombre de ciudad. Aunque tambin he vivido mucho tiempo en los bosques y creo que podra acostumbrarme a cualquier sitio, en el fondo soy un hombre de ciudad. Irgui los hombros. No era alto, pero pareca crecerse. Un hombre de ciudad. Un ciudadano de Nueva Orlens.

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El barco atrac con un temblor y un golpe sordo, entre chasquidos de cuerdas y gritos lanzados desde el muelle. Se tendi la pasarela, que retumb en el embarcadero. Desde la proa, los pasajeros vean una escena movida y bulliciosa: caballos de tiro, carros, carretillas, cajones, cajas, perros vagabundos, nios, obreros, jinetes, carruajes, cocheros, sombrillas y chisteras movindose entre una gran masa de caras negras. Ferdinand escudriaba la multitud. All estn! grit. Mirad ah enfrente en la acera, al lado de los dos caballos blancos. Los veis? Yo s los veo. La acera? pregunt David. La plataforma por donde anda la gente, al lado de la calle. La del vestido amarillo es Emma y con ella est Pelagie. Su marido tambin ha venido. Qu amable. Sylvian es muy atento. Y all est Ya nos han visto! Ferdinand agit el sombrero. Ya han puesto la pasarela. Vamos a desembarcar.

3De haber encontrado la casa en otro planeta, o girando en el abismo de un sueo, no le habra parecido ms extraa a David Raphael el da en que lleg a ella. Ahora, al cabo de una semana, resultaba apenas ms comprensible. Las grandes puertas del comedor estaban abiertas de par en par. Sobre el dintel de caoba colgaba un crucifijo dorado. David tena que hacer un esfuerzo para apartar la mirada, pero sus ojos volvan a l una y otra vez. Todas las habitaciones de la casa estaban presididas por la torturada figura del Crucificado, con la cabeza inerte sobre un hombro y los pies atravesados por un clavo. Tambin haba uno en el dormitorio de David, pero lo retiraron por consideracin.33

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Un hogar catlico. La casa de mi padre. Tu esposa esta familia, es catlica, pap? S, hijo, catlica. Pero, qu pensarn de m? De mi hermana y de m? Ya te he dicho que eso no tiene importancia. Aqu no es como en Europa, comprendes? Aqu puedes hacer lo que quieras. A nadie le importa lo que uno sea. Las piedras, en Europa. Los ltigos, en Europa. Aqu no. Cmo poda uno estar seguro? All, en el pueblo, nunca se saba. Cuando un campesino quera saludarte, l te hablaba primero; si no, haca como si no existieras, y pasaba por tu lado como si formaras parte del paisaje. Eso, si no le daba la ventolera saba Dios por qu causa y mataba a tu madre en la puerta de su casa Y su pensamiento retroceda hasta la vieja casa, con sus habitaciones oscuras, de techo bajo, y aquel olor a rancio, y evocaba el recuerdo de la muerte, fulminante, y volva a sentir el temor, para saltar, luego al presente, tratando de establecer una asociacin lcida y plausible. David removi con el tenedor la comida que tena en el plato. Nunca haba tenido tal cantidad de alimentos, excesiva incluso para el buen apetito de un adolescente. De todos modos, la mayor parte eran cosas prohibidas. Aunque da haba lechn, que l reconoci en cuanto lo sacaron a la mesa, desde luego, con la piel dorada y crujiente. Le haban puesto una pipa en el morro. Pobre animalito inmundo, con sus pestaas claras y sus ojos sin vida. Luego, le sirvieron un cosa que se llamaba volauvent, una especie de pastel relleno de ostras cocidas. David lo prob, antes de saber lo que era, y lo encontr muy sabroso. Pero cuando le dijeron de qu estaba hecho, solt el tenedor. Menos mal que haba gran cantidad de verduras. Poda uno vivir slo de eso y del riqusimo pan caliente que nunca faltaba en la mesa. Tambin haba vino. Hasta con el desayuno, pero haba que ser prudente, especialmente con aquel calor asfixiantes. Un judo nunca debe emborracharse. Miriam coma langostinos con una salsa roja picante. David haba rehusado tambin aquel plato. Pero ya no tena autoridad sobre su hermana, que ahora dependa de su padre y de la esposa de su padre. Era la hija de la casa. Ellos eran quienes en lo sucesivo le concederan o le negaran el permiso. Observ cmo la nia rebaaba el plato y se lama los dedos cuando crea que nadie la miraba. Le conmova verla tan pequea en aquella silla de alto respaldo labrado, con su canes de encaje fruncido que casi sepultaba su frgil cuello infantil. David pase la mirada alrededor de la mesa sin que se le escapara detalle y advirti que todas las mujeres llevaban encajes y puntillas en el vestido. Las tersas y sonrosadas mejillas de la ta Emma tenan que llamar "ta" a la esposa de su padre resplandecan sobre una nube de blonda negra. David se admiraba de34

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que ya estuviera repitiendo pese a que no haba parado de hablar desde que se sentaron a la mesa. El encaje le tremolaba bajo la barbilla. Porque Sisyphus es un caballero, todo un caballero. Si fue l quien ense los buenos modales a todos mis hermanos cuando apenas empezaban a andar Sisyphus, un negro de mediana edad, con el pelo como un casco de lana gris, estaba junto al aparador, con una servilleta al brazo, dirigiendo a las jvenes criadas. No se puede negar que Sisyphus es un fiel servidor prosigui la ta Emma, como si el hombre no estuviera all. Mucho ms que un mayordomo. Tiene verdadero talento para el diseo de jardines. Fue l quien hizo la rosaleda de la casa de mi padre. No te lo haba dicho, Ferdinand? Mi hermano Joseph quera llevrselo a Texas, pero yo no pienso cedrselo. Joseph puede tener cincuenta mil acres de algodn, pero nunca tendr a Sisyphus. La voz profunda y sonora segua hablando sin que nadie la interrumpiera. David cerr los odos ante aquel torrente de palabras. Volvi a recorrer la mesa con la mirada, como si quisiera grabar en la memoria todas las fuentes de plata labrada llenas de frutos secos y de dulces, los candelabros, las flores, tan frescas que an tenan gotas de agua en los tallos. Pero, sobre todo, como siempre, observaba la cara de las personas. Nunca se haba sentado a la mesa con tanta gente. En aquella casa, el comedor siempre estaba lleno. Haba invitados hasta a la hora del desayuno. Frente a David se sentaba Pelagie, una joven dulce, con una perenne sonrisa tmida, una abundante cabellera peinada hacia atrs y los ojos fijos en su marido, que se sentaba a su lado. No era as, Sylvain?, deca despus de cada observacin, por nimia que fuera. No es verdad, Sylvain? A lo que Sylvain, un hombre joven, de facciones acusadas y severa expresin, que luca una corbata de ltima moda y una camisa impecable, asenta con gesto de aprobacin. Pero es que ella nunca dice nada con lo que uno no pueda estar de acuerdo, pens David. Sigui observando a sus compaeros de mesa. Era para l una diversin silenciosa. Por ejemplo, el caballero con cara de aburrimiento pareca simptico. Pestaeaba continuamente. La mujer del vestido azul daba la impresin de haber estado llorando. Su marido deba de tener muy mal genio; se le notaba en la cara. En cuanto a Eulalie, la hija mayor de la ta Emma, no me gusta nada. Tena una mirada muy dura. Sus ojos eran como dos pedruscos negros, bajo una frente muy ancha, abombada como una cpula. Y el vestido que llevaba era fesimo. David no entenda nada de vestidos, ni le interesaba el tema, pero tena el sentido del color, y el verde rabioso del traje de aquella mujer era atroz. Un abultado collar descansaba sobre su clavcula. Al notar su mirada fija en ella, Eulalie le mir a su vez hoscamente y l35

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tuvo que desviar los ojos, yendo a posarlos en sus dedos huesudos y blancos. No le gusto, ni ella a m pens. Pero la culpa es suya. Yo podra intentar ser amable, si ella demostrara un poco de buena voluntad, pero no quiere. l lo supo desde el primer da, desde la hora en que lleg a la casa. Y no saba por qu. No haba hecho nada malo. Era porque a ella no le gustaban los judos? Naturalmente, eso era lo primero que la experiencia te enseaba a pensar. Era asombroso: nunca haba estado en compaa de tantas personas que no fueran judas. Ms an, nunca, ni una sola vez, se haba sentado a la mesa con alguien que no fuera judo. En el pueblo, los campesinos no te invitaban a su casa, y l no conoca a nadie ms. El hombre y la mujer entre los que ahora se sentaba eran los nicos judos entre los invitados. Eran Henry y Rosa de Riviera. Ella era hermana de su amigo Gabriel, su compaero de viaje a bordo del Mirabelle. Pap los haba invitado a cenar aquel domingo. En un murmullo casi ahogado por la voz de Emma, Rosa de Rivera dijo a David: T te pareces a mi hermano, creo yo. Eres un muchacho serio y muy reflexivo para tu edad. Aunque no s, hace tres aos que no veo a Gabriel. Tena una expresin vivaz y risuea y ojos de gruesos prpados y mirada afable que recordaban a David los de su familia. En sus orejas y sus brazos relucan alhajas de mbar. Te veo muy pensativo. Querras decirme qu ests pensando en este momento? En lo extrao que es todo esto. No s qu decir a esta gente, ni lo que ellos esperan de m. Esperar? T no tienes ms que sonrer y cuidar tus modales. No esperan nada ms que eso. Es que balbuce David. Yo he vivido siempre en un mundo muy diferente, tan pequeo y aislado Entonces el cambio ser bueno para ti. S t mismo. Eres muy perspicaz. Saldrs adelante. Usted y su esposo son los nicos judos que hay aqu Tambin est Marie Claire Myers, esa nia que est sentada al lado de su madre. Viven en Shreveport y estn aqu de visita. Esa seora es su madre? Si lleva un crucifijo! La madre es catlica. Entonces la hija no puede ser juda. Es juda. Imposible! La ley dice que los hijos deben tener la religin de la madre. Ha sido as desde los tiempos de Moiss. Ya lo s. Pero aqu es distinto. Cuntas veces tendra que or an que all las cosas eran distintas? Su padre, aunque se cas en la catedral, quiso que su hija fuera educada en la religin juda.

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David mir a la nia. Tena tres o cuatro aos ms que Miriam, la cara alargada y pecosa y una gran mata de pelo rubio y rizado. Se sinti desconcertado. Una nia juda cuya madre llevaba un crucifijo! Nosotros hemos tenido que hacer nuestras propias leyes explic Henry de Rivera. Nuestra sinagoga no tiene ms que diez aos. Shanarai Chasset, "Puertas de la Misericordia". La fundamos entre treinta y cuatro hombres de la comunidad. Manis Jacobs, nuestro primer presidente, estaba casado con una catlica, pero no quiso que sus hijos quedaran fuera, por lo que mand incluir en la constitucin de la sinagoga una clausula que dice que ningn israelita podr ser excluido a causa de la religin de su madre. Y todos aceptaron, ya que la mayora estaban casados con catlicas. Es extrao dijo David moviendo la cabeza. No tanto como al principio. No tenamos rabino, ni lo tenemos an. Estamos a ms de mil quinientos kilmetros de cualquier ncleo judo importante, como los de Charleston o Filadelfia. No podemos compararnos a ellos. Con decir que slo necesitbamos cinco mil dlares para el edificio y no tienes ni idea de lo que nos cost reunirnos. Y es que ramos muy pocos. A David le acudi una pregunta a los labios. Trat de reprimirla, pero al fin dijo: Mi padre, contribuy? Contribuy dijo Henry de Rivera sonriendo. Y ms generosamente que muchos. Aunque debo hacer constar que no ha puesto los pies en la sinagoga. Claro que eso es asunto suyo. Y en esta ciudad son muchos los que no van a la sinagoga. No quiere opinar pens David. Como abogado prudente, no desea comprometerse ni exponerse a ofender a alguien. Nueva Orlens tampoco es una ciudad de cristianos fervorosos sonri Rosa. Las mujeres van a la iglesia, s, pero los hombres no demuestran mucho inters. Como dice Henry, aqu hay mucha indolencia en las cuestiones de espritu. Se vive alegremente. El dinero se gana deprisa y se gasta deprisa Se encogi de hombros . Pero t tienes que visitarnos y puedes ir a la sinagoga con nosotros, si quieres. Y que venga Miriam tambin. Tenemos dos chiquitines, y a las nias les gustan los bebs. No comes nada, David. La voz de Emma, haciendo un inciso en su monlogo, reson de uno a otro extremo de la mesa. Estoy comiendo muy bien, gracias respondi el muchacho, recordando que deba ser amable. Es el calor. No comes por el calor. Monroe, acrcate a M'sieu David con ese abanico. Un muchacho negro, descalzo, se acerc a David con un gran abanico de palma. David trat de esquivarlo. No, gracias Yo no lo necesito.

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Durante un momento, Emma pareci incomodada, pero enseguida se borr de su cara la expresin de desagrado. No le gusta alterarse, pens David. La voz pastosa de Emma, voz de mujer gruesa, continu: M'sieu Ferdinand ya ha terminado, Sisyphus. Pueden traer el caf. Miriam, cario, prueba los pastelitos de Serafina. Se llaman langues de chat, lenguas de gato. Qu nombre tan ridculo par una cosa tan deliciosa. Emma silabe la palabra "deliciosa" con deleite, con lengua de gato. Acrcate con ese abanico, Monroe. Estoy muerta de calor. Efectivamente, sus mejillas haban pasado del rosa al grana y, al levantar los brazos para alisarse el cuello de blonda, dej al descubierto unos crculos ms oscuros en la tela del vestido. Muerta de calor repiti, aunque sin enojo. No te apures la consol Ferdinand. Pronto estaris en Pass Christian. Es nuestro lugar de veraneo explic a Miriam y David. Est en la playa. All podris disfrutar de una maravillosa brisa del mar, tomar baos y navegar. Este ao hemos tenido que retrasar el veraneo por mi viaje a Europa. All va lo mejor de la sociedad. Conoceris a los hijos de las familias ms distinguidas dijo Emma dirigindose a Miriam y David . No le parece, Mr. Raphael, que David debera hacer buenas amistades? Y sin esperar la respuesta de Ferdinand, prosigui: La casa es una preciosidad. La construy hace muchos aos el padre de mi primer marido, Mr. Leclerc. Claro que, comparada con otras que veris, es una insignificancia, pero de todos modos es muy agradable. Rosa susurr a David: Los Leclerc eran riqusimos. El abuelo lleg antes de la compra de Luisiana a los franceses e hizo una gran fortuna. l sola ir a Pars todos los aos deca Emma. Todos los aos! Y traa cosas preciosas: tapices, vajillas de oro y Hay quien dice que andaba mezclado en asuntos de piratera interrumpi Sylvain en un tono malicioso que contrastaba con su correcto porte. Emma desech la observacin sin inmutarse: Bah! Eso se dice de la mitad de la poblacin de la ciudad. Y probablemente con razn replic Sylvain. Debe de ser muy rico pens David, admirado de su propia clarividencia. De lo contrario, no se atrevera a hablar en ese tono a la madre de su mujer. Desde muy nio, David observaba la vida y sacaba sus propias deducciones. Una de las primeras cosas que aprendi era que la posesin de riquezas permite ciertas libertades que estn vedadas al comn de las gentes. Pero a David le gustaba Emma. Era vanidosa y un poco tonta, pero tambin amable. Sylvain, por el contrario, le haca sentirse incmodo sin saber por qu.38

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Bueno dijo Emma, yo no puedo responder de los antepasados de los dems, pero s muy bien que entre los mos no hubo piratas, sino nicamente honrados campesinos alemanes. Vivan en la Costa Alemana, un poco al norte de aqu. Eran campesinos y bien pobres, por cierto. No tenan ni una vaca. Pero cmo trabajaban! Luego se casaron con franceses y su casta se extingui. Y es que la sangre francesa es muy fuerte, saben? Hasta modificaron el apellido, para que sonara francs. S, ha pasado mucho tiempo desde el colchn de salvado y la granja de Acadia. Pero Sisyphus lo recuerda, verdad? Era un nio cuando vino aqu con mi madre y otros dos o tres criados, todo lo que ella trajo cuando se cas con mi padre. Porque mi madre proceda de una casa mucho ms austera. Austera pero refinada, la mejor de las castas. De la fine fleur des pois, la flor y nata, vamos. As nos consideramos nosotros, los viejos criollos. La sangre ms pura. Porque es lo que yo digo: la sangre siempre se acusa. La sangre pens David. La sangre y el dinero. No han hablado de otra cosa desde que nos sentamos a la mesa. Estaba quieto mirando al vaco y deseando levantarse. Miriam bostezaba. Tena la mueca rubia en el regazo y manoseaba una fina pulsera de oro, regalo de bienvenida de Emma. La nia estara bien en aquella casa. Segura, bien atendida, mimada. Por fin se retiraron las sillas y todos se levantaron. Hacemos un poco de msica? propuso Emma animadamente. Se pasaba del primer saln al segundo por unas puertas plegables. Las persianas del primer saln estaban siempre cerradas, para que no entrara el sol. Ahora, al anochecer, una luz azulada se filtraba por las rendijas, reflejndose en las sillas doradas, la seda amarilla de la tapicera, los adornos de cristal y los espejos, realzando su exquisita elegancia. En el segundo saln, el piano, el arpa y las libreras creaban un ambiente ms alegre. Querras acompaarla, Pelagie? Marie Claire tiene una voz preciosa explic Ferdinand, ufano y jovial. Me han dicho que su maestro de canto tiene grandes esperanzas puestas en ella Ah, mira, David, no s si ya te he mostrado ese retrato de Emma. Lo pint Salazar, el famoso retratista. En un entrepao, entre dos puertas, en un marco ovalado, se vea el retrato de una esbelta muchacha, con una fina tnica blanca recogida bajo su pequeo busto, contemplando con aire pensativo un gran ramo de lilas. Oh, qu ridculo era la moda Imperio, pero tengo que reconocer que una se senta muy cmoda, casi desnuda. Y es un buen parecido, no crees? pregunt Emma ansiosamente. Oh, s dijo David, sin advertir ni la ms leve semejanza entre el retrato y la dama que tena a su lado.

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Bien, bien dijo Ferdinand restregndose las manos. Empezamos? Pelagie se haba sentado al piano y Marie Claire estaba de pie, junto a la curva de la caja. Empezaremos por unas canciones irlandesas. Kathleen Mavourneen. Es nueva y muy popular. Sus manos se movieron sobre el teclado con ademn acariciador y las notas vibraron en el aire como sollozos. Era un sonido sentimental, como la propia Pelagie. Pero la pequea Marie Claire cantaba sin sentimiento. Su ejecucin, pura y sin adornos, conmovi a David. l no entenda de msica ni de voces, pero estaba seguro de que aqulla era una voz de mujer en un cuerpo de nia. Estaba totalmente absorto en el sonido y en la transformacin que se observaba en la carita insignificante de Marie Claire, cuando Emma se inclin para decirle al odo: Fjate en lo que est haciendo Eulalie. Se llama macram. Eulalie es muy hbil con las labores. Esas portires las hizo ella. Obediente, David volvi la mirada hacia el lugar en que la Huraa as llamaba mentalmente a Eulalie haca complicadas filigranas con un cordn. Muy bonito murmur, sonriendo interiormente por su recin adquirida diplomacia. Estoy aprendiendo, pens, volviendo a la msica. Al poco rato, su atencin empez a divagar. Sus ojos pasaron de la voluminosa falda de Pelagie a los arabescos de la alfombra, y despus, a las cortinas de seda roja en las que las velas ponan tornasoles rosados. Las puertas del vestbulo estaban abiertas y al fondo, a lo lejos, se vea el comedor, donde los criados estaban quitando el servicio de mesa. Ms all, David saba que haba un porche por el que se sala a la terraza y al jardn, al fondo del cual estaban los establos, y la cocina, donde se encontraba el centro de la vida de la gran casa. All estaban tambin las bodegas, los lavaderos y las dependencias de los criados. Su habitacin estaba orientada hacia aquella direccin y por la noche oa hablar a los criados; voces chillonas de mujer y el murmullo bronco de voces masculinas. Y tambin se oa cantar; eran unos cantos cadenciosos y apasionados, totalmente distintos de todo lo que l conoca, que le conmovan de un modo extrao, hacindole sentir una viva nostalgia. Pero nostalgia, de qu? Desde luego, no del hogar. l no tena el menor deseo de volver a "casa". Ah, qu confusin la suya! Que la comodidad de aquel saln, con sus asientos tan mullidos, su luz suave, su dulce fragancia que l perciba con el estmago bien repleto pudieran parecer tan poco edificantes Y es que haba un exceso de todo, una superabundancia que te dejaba ahto. Demasiada comida, demasiada seda, demasiadas flores

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Sisyphus haba