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El Proyecto Memoria Literaria del Colegio Madrid lleva a estudiantes del bachillerato de la escuela a entrevistar a trabajadores de la misma para después producir ficciones literarias inspiradas en los testimonios. Nuestras Otras Voces es un boletín en el que se publican los cuentos y los fragmentos de las entrevistas en que están inspirados. Este primer número está dedicado a Carmen Paz, quien fue jefa de mantenimiento e intendencia durante décadas.

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mente sobre la identidad y destino de nuestra colecti-

vidad. Y es nuestra idea que para explorar y reconocer

esta contribución no basta con remitirse al mito funda-

cional de la escuela o hurgar en su archivo documental,

ni es suficiente con recurrir a la memoria de las figuras

más emblemáticas o visibles de la historia institucional.

Para aprehender la centralidad de estas personas en

este gran relato es necesario un método que los colo-

que, consecuentemente, en el centro de la indagación

y reconstrucción creativa. Y es por esto que recurri-

mos a la entrevista a profundidad, una técnica basada

en el diálogo y la reflexividad y que constituye, en sí

misma, un espacio de intercambio significativo entre

quien entrevista y quien es entrevistado.

Con esas preocupaciones y herramientas

hemos partido a explorar nuestra escuela. Elegimos

trabajadores, diseñamos guiones, efectuamos entrevis-

tas, realizamos transcripciones para después, partiendo

del material resultante, producir (con la aprobación de

la persona entrevistada) textos literarios y con esta

publicación, primera de una serie de tres números,

comenzamos a devolver a la comunidad ecos de sus

voces, de Nuestras Otras Voces.

La fundación del Colegio Madrid tuvo lugar hace más

de setenta años, tiempo suficiente para que cambiara

desde su constitución jurídica hasta su inmueble, pa-

sando por toda su planta laboral y cantidad de ele-

mentos de su entorno. No somos los mismos, pero,

de algún modo, seguimos siendo. El problema es

que, ante tantas transformaciones, la historia de los

republicanos españoles que crearon un segundo Ma-

drid para seguirlo defendiendo desde el exilio ya no

alcanza para explicar quiénes somos. Tantos y tan di-

versos hemos pasado por aquí, tantas historias han

quedado entretejidas con la de ese origen y entre sí,

que responder a la pregunta por la identidad nos exi-

ge un esfuerzo especial. Uno capaz de desentrañar el

nudo de la historia de esta escuela, observar cuidado-

samente sus hilos y el modo en que se entrelazan, y

luego tejerlos en forma creativa, de modo tal que en

el tapiz resultante todos puedan encontrar algo de sí

y, más importante, una imagen nítida de ese noso-

tros. En el TALLER MEMORIA LITERARIA DEL COLE-

GIO MADRID, integrado por estudiantes y un profesor

del CCH, nos propusimos contribuir a este esfuerzo.

En nuestro Taller nos preocupa la composi-

ción de ese “todos”, al que entendemos conformado

por alumnos, profesores, padres, gestores y directo-

res, pasados y actuales, pero también por todo el aba-

nico de trabajadores de intendencia, administración,

aseo y mantenimiento. Consideramos que el esfuerzo

cotidiano de estos últimos no sólo genera condiciones

para el funcionamiento académico del Colegio, sino

que, en formas diversas, se encuentra integrado al

entramado social del Madrid, es decir, incide activa-

PÁGINA 2 NUESTRAS OTRAS VOCES

EDITORIAL CONTENIDO:

EDITORIAL 2

SEMBLANZA DE CARMEN PAZ 3

H ISTORIA PARA EL GARCÍA LORCA PAULA MAULEN Y JAVIER YANKELEVICH

4-5

LA GRAN MUDANZA JAVIER YANKELEVICH

6

INCENDIO EN LA OFRENDA VALENTINA VILLA Y JIMENA GARCÍA

7

CARMEN LA TRAILERA AYAMEL FERNÁNDEZ

8-9

Portada: Ema Chomsky

Formación editorial: Javier Yankelevich

Page 3: Nuestras Otras Voces 1 - Carmen Paz - abr 2014

PÁGINA 3 NÚMERO 1

SEMBLANZA DE CARMEN PAZ

El presente número está dedicado a Carmen Paz Sandoval, quien

fue entrevistada por el Taller el 29 de abril de 2013 en el Jardín

Federico García Lorca de nuestro Colegio. Carmen nació en el

Distrito Federal el 21 de octubre de 1954. Su padre Ángel Paz

Martínez, ingeniero químico y oficial militar, combatió en la Gue-

rra Civil Española del lado republicano y, tras la victoria franquis-

ta, se exilió en México como tantos otros. Su compañero de armas

y de destierro fue Luis Castillo, abogado y maestro, quien dirigiría

el bachillerato del Colegio Madrid entre 1953 y 1971, y luego

ocuparía la dirección general del mismo hasta 1976. Fue en 1974

que Carmen, quien no había tenido oportunidad de estudiar en el

Madrid, se integró al mismo como secretaria del Maestro Castillo

y auxiliar contable, llevando el registro de colegiaturas. Fueron

estos los últimos años en que el Colegio estuvo en Mixcoac: tras la

expropiación gubernamental efectuada para construir el metro en

1979 vino la mudanza, y, ya en Tlalpan, Carmen trabajó apoyando

al equipo de administración general. Fue el 4 de octubre de 1984

que Nina Tort, administradora del Cole-

gio, la nombró Jefe de Mantenimiento,

puesto cuya complejidad y ámbitos de res-

ponsabilidad han variado al ritmo de la ex-

pansión del Colegio en las últimas décadas,

y que le representó un desafío especial por

ser la primera mujer en ocuparlo y hacerse

cargo de un área tradicionalmente masculi-

na. En distintos momentos han estado bajo

la responsabilidad de Carmen la gestión del

transporte escolar, la coordinación de los

equipos de aseo, mantenimiento, inten-

dencia y prefectura, la proveeduría, la pro-

ducción de eventos, y hasta la organización

de una colecta de fondos mediante la venta

de comida para apoyar la reconstrucción

del Colegio tras el terremoto de 1985.

Está encargada, desde 2013, del archivo

muerto de la institución. Este año, el 1 de

marzo, Carmen cumplió 40 años de servi-

cios ininterrumpidos al Colegio.

Carmen Paz. Fotografía: Rafael López

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PÁGINA 4 NUESTRAS OTRAS VOCES

Yo estudié para secretaria ejecutiva con contabilidad. Cuando salí del colegio, ya me consiguieron

trabajo. Bueno, me dieron opciones. Y llegué con un licenciado que trabajaba en Excélsior, él

quería alguien que le hiciera sus artículos, le llevara los artículos a los periódicos, hiciera cosas de

sus libros, le ayudara con su trabajo de la Afianzadora Insurgentes, que trabajaba él ahí. Y pues

nada, sin investigar quién era me metí a trabajar ahí. Y bueno, trabajaba en las tardes en su des-

pacho que estaba en su casa, y unos días en otro despacho que tenía en el centro, muy bonito.

Pero me salgo de ahí con un año, ya tenía un año, porque entré al Madrid… Al Madrid entré cuan-

do tenía seis meses con él. Me quedé con los dos trabajos. Pero un día me enteré que era fran-

quista. Un errorsote. Nunca investigué. Y el señor era franquista. De repente “que va a venir mi

familia, pon esta banderita”. Chihuahuas… Y de repente le pregunto y “sí, no, claro, mi cuñado de-

fendió con Franco”, “Sabe qué, me tengo que ir. En este momento renuncio”, “Ah, ¿pero por qué?”

“Porque mi padre era republicano, no puedo estar en el contrario, o sea, con permiso y adiós” Y

“No, no te puedes ir, no te puedes ir así” Pero sí me salí, ya no regresé. “No te voy a dar liquida-

ción”. Ni modo. Ni modo. Primero era la gente cómo piensa, ¿no? No puedes pasar sobre eso.

Bueno, yo pienso así.

H ISTORIA PARA EL GARCÍA LORCA—PAULA MAULEN Y JAVIER YANKELEVICH

Ya Sofía, con la gélida dulzura que la caracteriza, me había mandado al diablo. No sé qué historia de unos estudiantes que le habían hecho una entrevis-ta que la había metido en problemas, y no hubo forma de sacarla de allí: su recelo estaba instalado y me hizo temer que la torpeza de nuestros prede-cesores hubiera cerrado todas las puertas. ¿Terminaríamos entrevistándonos entre nosotros a falta de alguien que quisiera hablar de su experien-cia en la escuela?

Cuando abordé a Carmen en el estaciona-miento, con el mandato de convencerla para ser entrevistada, estaba casi seguro que se negaría. Si no por una mala experiencia previa con un entre-vistador, sería porque no tenía ganas de hablar de la escuela, o porque no tenía tiempo, o porque pensaba que no tenía cosas interesantes para con-tar, o porque estaba aún enojada conmigo por al-gunas rispideces que caracterizaron nuestra rela-ción cuando yo era estudiante. Tal vez por esto precedí mi petición de un largo prólogo, en el que expliqué la historia del taller, la identidad y perfil de los que participábamos, las expectativas, el tipo de trabajo que queríamos realizar, la situación ad-ministrativa, el marco de compromisos sobre el manejo de los materiales… al final, cuando vi que

Carmen se estaba impacientando con mis explicacio-nes, le dije que había sido seleccionada por todos para ser la primera entrevistada y le pregunté si accedería a hacerlo. Se hizo un silencio. Maldije para mis aden-tros.

-Pensé que me ibas a pedir un salón o algo así – dijo. Rayos, pensé yo. Y luego dijo que sí.

El día de la entrevista, encontré a Carmen un rato antes de la hora pactada y confirmé la cita. Lue-go fui a sentarme al jardín García Lorca y crucé los dedos para que los entrevistadores se presentaran antes que la entrevistada, pero no tuve suerte. Car-men se desafanó puntualmente, como había indicado, y pronto nos encontramos solos, en silencio y a la espera. Comencé a ponerme nervioso. No tenía nin-guna gana de realizar la entrevista por mi cuenta, y me asustaba que Carmen se llevara una mala impre-sión de nosotros, se corriera la voz y pronto nadie en la escuela quisiera darnos una entrevista. Jugueteé con la grabadora, volví a explicar a Carmen nuestras reglas para el manejo de los materiales mientras mira-ba por encima de su hombro, a través de la puerta corrediza de cristal, con la esperanza de ver aparecer a mi equipo. Cada vez más inquieto, recordé que al-gunas horas antes Ema me había mostrado las galletas

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PÁGINA 5 NÚMERO 1

que prometió aportar, y pensé que al menos ella se quedaría, aunque llegara tarde. ¿Pero qué tan tarde?

Finalmente, cuando estaba a punto de co-menzar por mi cuenta la entrevista, llegaron y traje-ron cafés y galletas con ellos. Vi el reloj. Verdadera-mente se hacen largos 10 minutos cuando uno debe entretener incómodamente a otro, caray. Repartimos las viandas, encendí la grabadora y comenzamos con nuestro guión. Pronto, la entrevista fluía maravillosa-mente. Bastó con preguntar a Carmen cómo había ingresado al Colegio, que no era en nuestro plan más que un prolegómeno, para detonar una historia que está en el corazón mismo de esta institución escolar. Tras contarnos de su primer puesto en la escuela y de las viejas instalaciones de Mixcoac, Carmen relató de su trabajo ante-rior, al que había ingresado seis meses an-tes de hacerlo al Colegio y en el que todavía permanecería un tiempo, y sobre todo de las condiciones en que lo aban-donó precipita-damente.

Llegué a mi trabajo unos quince minutos an-tes de mi hora de entrada, la oficina estaba vacía, to-do era silencio. Me senté, suspiré largamente para tomar fuerzas y lidiar con mi jefe. Me trataba bien, esa no era queja. Pero aguantar el sermón diario so-bre cómo la religión era necesaria en nuestra vida para salvar el alma humana era un tanto agotador. Puse la cafetera a funcionar, acomodé mi escritorio, terminé el trabajo que había dejado pendiente el día anterior y comencé el que tenía para terminar duran-te las siguientes 6 horas.

Llegó el Señor Lara y a modo de saludo me dijo, pon esto en la entrada. Yo sentí un hueco en el estómago. ¿Una bandera franquista? Él notó la sor-presa en mi rostro, creo que le sorprendió mi extra-ñeza y dijo, “Si, claro. Ponla, mi cuñado defendió con

Franco y viene mi familia para las vacaciones.” La sorpresa era demasiada, cómo podía haber sido tan tonta. Cómo podía haber estado en ambos bandos sin darme cuenta. Sentí como la sangre subía a mi cabeza y mis mejillas adoptaban un color rojo in-tenso.

-¿Está usted bien?-, preguntó el ahora defensor de los agresores de mi padre.

- Sabe qué, me tengo que ir.- estas palabras escapa-ron de mi boca sin mi consentimiento, aunque por supuesto eso era justo lo que yo quería decir.

-¿Pero por qué?

-Pues porque mi padre era un republicano, y yo no puedo trabajar para el contrario.- Me temblaba la voz, las piernas y las manos. Estaba confundida y fu-riosa conmigo misma, ¿cómo podía haber sido tan tonta? Al es-cuchar estas pala-bras, el señor Lara se sorpren-dió tanto o más

que yo.

-Espera Carmen, no te puedes ir así.

-Discúlpeme, pero no puedo.

-¡Si cruzas esa puerta no te voy a liquidar!

No pude contenerme, no soportaba estar más tiempo ahí adentro. La falta de liquidación no era tan importante como mis ideales, yo no podía estar en territorio fascista, haciéndole la vida más fácil a un enemigo de mi casa, de mi familia. Mis piernas se movían rápida y frenéticamente para ale-jarme de ahí. No lo podía creer, no parecía verdad. Cuando estuve a varios cientos de metros lejos, las lágrimas comenzaron a rodar por mi cara. Ay Car-men, cómo pudiste ser tan tonta.

Ilustración: Ayamel Fernández

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Iban a hacer el metro. Entonces llegaron a expropiar el Colegio. Y dieron tres o cuatro opciones para

que se viniera… La mudanza del Colegio fue tremenda. Muy simpática, pero muy, muy difícil. Se divi-

dió para que todos trabajáramos igual, porque era mucho para el personal de mantenimiento. Enton-

ces, haz de cuenta, yo era la dirección general, me encargaba de mi espacio, digamos, administrativo,

y todos los demás se encargaron de su sección. Las maestras, cada quién recogió lo de su salón, y

cada quien se hizo responsable de sus cosas. Y en los camiones cuidar sus cajas. Sobre todo sus certi-

ficados, calificaciones, para que estuvieran bien cuidaditos. Cuando llegamos aquí, el licenciado Jun-

co, que era el secretario administrativo, las puso a ellas con sus maletitas, y les dijo ‘de aquí no se

mueven, hasta que tengamos un lugar con llave para guardar todo lo importante’. Y ahí las dejó. Y

nosotros, que nos quedamos en el Colegio de Mixcoac, recogiendo todo y llenando los camiones.

Suena el radio y comienza el movimiento de la tro-pa. –Carmen, hacen falta colchonetas en preescolar. Y Carmen comanda el desplazamiento de la colum-na hacia las bodegas. –Se han fundido los focos del gimnasio, ¡no vemos nada! Y Carmen destaca al escuadrón que deberá asegurar la línea de suminis-tros–Carmen: ¡el salón de maestros se inunda! Y

Carmen sale bajo la lluvia y reúne a un improvisado desta-camento para refor-zar los techos. Esta guerra sí la gano, se dice. Es mi hogar y no me sacan. Aun-que nos expulsen, nos llevamos todo a cuestas. Guardamos lo importante y nos mudamos. Esta casa es portátil, no hay exilio posible por-que nos la traslada-mos entera. Si lo hicimos una vez, expropiado el casti-

llo de Mixcoac, ¿no podremos llevárnosla otra, mil veces más si hace falta?

Ese signo me queda mejor, piensa Carmen. La mudanza en lugar del exilio. Porque ya estoy cansada de esta herencia fragmentaria, llena de pe-

PÁGINA 6 NUESTRAS OTRAS VOCES

LA GRAN MUDANZA—JAVIER YANKELEVICH

dazos de vida tras las líneas enemigas, de llanto por las raíces que nadie puede llevarse, de caravanas hara-pientas que huyen en desorden arrastrando lo que pudieron salvar. Y la diferencia es muy sencilla: es una cuestión de orden. Al exilio se parte improvisa-damente, la mudanza hay que planearla hasta sus últi-mos detalles. Por un lado los certificados y las califi-caciones, cada maestro resguardando los suyos. Por el otro van los archivos, los de contabilidad lo han etiquetado para que nada falte. Más atrás las bancas, pizarrones, las sillas, mesas, sillones, caballetes: un detallado inventario, pulcramente mecanografiado, revela el orden oculto en medio de la maraña de pa-tas y tablas. Y el personal se divide por secciones, todos saben cuál es su función, no hay pánico, ni ca-os, ni desesperación. Es la retirada perfecta, elegante, el ejército que retrocede con calma pues tiene certe-za de que hay un lugar esperándole.

Y así cada día en el Colegio es como un montón de pequeñas mudanzas, de batallas por diri-gir el movimiento, de pequeños triunfos por ordenar esta casa. Tablas al patio central, estudiantes a las canchas, podadora en el preescolar, micrófonos y bocinas al jardín de la biblioteca, escaleras en la puer-ta de las letras, plomero a los baños, niños a los ca-miones. Todo, todo en movimiento, en un ir y venir permanente de personas y de objetos, una gran mi-gración en la que nadie tiene miedo. Porque saben a dónde ir, por dónde desplazarse, qué deben llevar consigo, qué instrucciones atender. Si algo hemos aprendido entre tanto exilio es a vivir en la mudanza.

Ilustración: Ayamel Fernández

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PÁGINA 7 NÚMERO 1

Se cuentan muchas cosas, yo nada más he vivido una que me consta. No sé qué pasó, estaba la

ofrenda de muertos, había un altar ahí, tenía muchas velas. Entonces las empezamos a apagar por-

que ya nos íbamos. Ya ves la… después de la ofrenda... es en la noche. Entonces ya nos íbamos y em-

pezamos a apagarlas y dije por si las moscas, vamos a echarle agüita. Le echamos agüita a todas las

velas, poquita agüita. Y nos fuimos. Y a las 11 me habla Cayetano: “¡Se está incendiando una de las

ofrendas!”, la que habíamos apagado nosotros, a la que le habíamos echado agua. ¿Qué pasó ahí?

No sabemos, se quemó. Y las de junto no, poquito, porque llegó Cayetano con agua y arena,. Esa es

una cosa rara, que nunca nos hemos explicado por qué se prendieron si le echamos agua..

Al cerrarse las puertas tras la salida del último em-pleado, la Unidad Cultural se sumió en una oscuridad total. Aquel día, como una vez cada año, la vistieron de colores para celebrar aquello que por un par de días es una fiesta y durante el resto del año es motivo de lágrimas. Año tras año las personas vienen a resu-citar a la memoria y como siempre al caer la noche se marchan. Al cerrar las puertas de cristal vuelven a guardar los recuerdos para que regresen a su habitual mutismo. Las ofrendas callan de nuevo. Pero no aquella noche, cuando el silencio se vio interrumpido por una voz, la voz del fuego, tímida al principio, con dificultades para hacer arder los pabilos húmedos, intimidada al asomarse a tanta oscuridad. Pero pronto tomó confianza, y gritó tan fuerte que arrinconó a la oscuridad en una esquina. Tal vez, si alguien hubiera estado cerca, habría escuchado a la par del rumor del fuego otra voz que quedo hablaba.

-¿Sigues vivo?

-Medio vivo. ¿Tú?

-Medio. A pesar de que hayan pasado más de 30 años desde mi renacimiento me siento más viva que la pri-mera vez. Es paradójico cómo un lugar puede verte crecer, morir y nacer. Sí, en ese orden. Es como si por primera vez el tiempo dejara de importar en un lugar que ni siquiera existe. El Colegio existe, es lo único de lo que tengo certeza. Mi vida transcurrió aquí, aquí me quise morir, y no va que se me dio. Y aquí mi vida sigue. Mírame. Ahora mira aquella foto que tiene plasmado lo que algún día fue mi cara. ¿Me oyes? El eco de lo que algún día fue mi voz retumba en los rincones de estas instalaciones. ¿Y para qué? Si

INCENDIO EN LA OFRENDA—VALENTINA V ILLA Y J IMENA GARCÍA

ahora soy parte de una colorida exposición que intenta hacer un homenaje a la vida. Un intento de acercarse de forma más amena a la muerte. No hay tal. La muerte es única y sólo se comienza a vivir realmente después de haber pasado por ella. Pero nadie lo entiende, se aferran al pasado guardando parte de nuestra esencia, un pan, agua, flores y cosas que en algún momento fueron de nuestro agrado. Pero no todos los recuerdos perduran, ni ninguna memoria vive por siempre. Nuestro momen-to es hoy, hoy que se acuerdan que algún día pisamos este mundo. Revivamos una vez más. Revivamos el día, el sol. El calor de abril. La multitud. El sonido de la música, los bailes. El sonido del zapateo sobre las tari-mas. El sabor de la tarde, el olor de la paella. La tran-quilidad de las horas, la alegría del día. La despreocupa-ción del viento rozando las verdes hojas de los árboles. El morado de las jacarandas. El amarillo de las lonas que cubrían nuestras cabezas. El rojo de los vestidos de fla-menco. El rojo. Sí, el rojo. El rojo no se olvida. Déjate morir. Déjate morir para que igual que a mí las paredes de este lugar te vean nacer y crecer nuevamente. Vuél-vete rojo una vez más y revivamos la memoria de aque-lla fiesta de despedida de una tarde de abril.

Y así de las cenizas y del agua nació una creciente llama roja que juraba a gritos que nadie olvidaría aquella noche que el Madrid reviviría en rojo.

Ilustración: Ayamel Fernández

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¿Proyecto? Terminar bien en el colegio, luchar para no regarla a última hora, hacer mi trabajo me-

jor que antes para tener… que tengan un buen recuerdo mío y no “esta viejita ya no podía”. Tratar

de, de dar lo máximo. Creo que en la verbena lo di, creo que fue de mis mejores verbenas porque

fue cuando quedó más ordenado y estuvo, funcionó mucho mejor esta verbena que otras, según

yo. Espero que sea cierto, este…no sé. Dejar una muy buena imagen y ya después irme y hacer lo

que me gusta hacer, leer, oír música, tengo planeado, tengo un hermano en Canadá, comprar un

tráiler e irme a Canadá. Ese es uno de mis sueños, pero igual se hace, igual no. ¿No se te antoja? A

mí sí. Sí soy camionera. Es de corazón. No, es bonito los tráilers. ¡No sé ni siquiera manejar! Pero

espérate, eso es otra parte, voy a salir y aprender a manejar.

—¿En un tráiler?— preguntó Juanita, como si nunca hubiese escuchado esa palabra.

—Sí, te lo juro— le respondió Mari, mientras seguía trapeando el baño.

—¿Y como pa´qué?

—¡Pos quién sabe! Dicen que era su gran sueño.

—No, pues está padre.— concluyó Juanita.

—¡Sí! ¡Pero apúrate que es hoy!

—¿Qué?

—¡Pues eso! Lo de Carmelita.

—¡Vámonos!

Las dos señoras dejaron abruptamente de trapear el baño; se quitaron la batita a cuadros con la que se uniforman mientras trabajan. Tomaron sus cu-betas y trapeadores, y se apresuraron para ir a ver la despedida. Llegaron corriendo al campo de fútbol de la escuela, ahí se encontraron con un uni-verso que se desparramaba sobre el verde pasto; un mundo de memorias se extendía frente a los ojos de todos. Todo el mobiliario, todos los maes-tros, los alumnos, padres de familia, ex-alumnos y alguna que otra alma sobreviviente del exilio, se acomodaban en montoncitos creados y organizados por el personal de mantenimiento. De alguna ma-nera, eran los ejecutores de esta nueva mudanza hacia el inalcanzable horizonte del origen.

Todo se ensalzaba con la presencia de un

PÁGINA 8 NUESTRAS OTRAS VOCES

CARMEN LA TRAILERA—AYAMEL FERNÁNDEZ

enorme y precioso tráiler morado con llamas fluo-rescentes pintadas a los costados. El tráiler, pesado e imponente, parecía de una sola pieza. Era como un enorme suspiro metálico en el que se contenía el silencio del momento y que desprendía el típico olor a final que flotaba alrededor del campo. Las dos señoras, que apenas llegaban, no dejaban de reír, aplaudir y comentar todo el vaivén. Los tra-bajadores traían cargando a los niños más pequeñi-tos, a los exalumnos más eminentes y a los que siguen siendo anónimos, a los padres y madres de familia; los libros, las computadoras, los escrito-rios, los proyectores, las mesas, los pupitres, las sillas, las bancas rojas, las mamparas, los focos, las impresoras, las fotocopiadoras, todo lo que hay dentro de la cafetería y todo lo que es o alguna vez fue el Colegio. Rápidamente, Mari y Juanita se pusieron a ayudar a sus compañeros. Mari co-menzó a apoyar en el área de exalumnos —que eran separados de los que, hasta el día de la mu-danza, fueron alumnos. Con un altavoz, iban nom-brando las generaciones, y la gente se iba forman-do detrás de alguno de sus compañeros que sosten-ía un letrero en el que se leía el año en el que egre-saron. Los trabajadores los registraban en una de las mil listas que habían impreso para aquel día. Aunque las personas que figuraban en la lista hubieran muerto, sus almas iban, firmaban y espe-raban la hora de abordar.

La tarde caía suavemente sobre el Colegio. Carmen se encontraba sola en su cubículo, desde ahí, apenas se escuchaba todo el tránsito de histo-

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PÁGINA 9 NÚMERO 1

rias que acontecía en las canchas. Se incorporó len-tamente de su silla y avanzó hacia la transparente puerta. Hay momentos en la vida de las personas en las que saben que es la última vez que harán algo, y, pensando en eso, Carmen salió de su ofici-na y se encontró con una calma incomparable. Sin-tió un pequeño escalofrío en los huesos y a su piel ponerse tibia, pero agarró el walkie-talkie como si fuese una granada que le lanzaría en la cara al tiem-po. Dijo un par de palabras, cual si estuviera re-zando.

Después de un par de horas los trabajado-res ya habían descuartizado la estructura física de la escuela y comenzaron a llenar el tráiler con todos los ladrillos antes integrados a las paredes del Co-legio. Los ladrillos, acompañados de todas las vo-ces de las que están rellenos, fueron los primeros en ingresar al vientre del remolque en el que pa-sarían el resto de sus días. Después se hizo una enorme cadena humana que trasladó todos los muebles que ya estaban organizados. Cada vez que un mueble pasaba de la mano de una persona a la de la otra, éste ganaba peso, pues servía de trans-porte para cualquier alma que mereciera viajar aunque no hubiera sido considerada en las listas.

Para que cupieran mejor, los trabajadores los acomodaban acostados. Entre las largas y metá-licas bancas rojas yacían todas las personas alguna

vez vinculadas al Colegio. Lo único que no se lleva-ron fueron las plantas, arbustos, flores y árboles, pues todavía les faltaba crecer.

Carmen llegó caminando y el sol se derra-maba en su semblante. Volteó a ver su tráiler y si-guió avanzando hacia éste. En cada paso, su voz se volvía eco y su existencia un inesperado futuro. Ca-da metro que recorría su figura, un castillo se de-molía y cada vez que se imaginaba en el tráiler, una carretera era dominada por ella. Los caminos más sinuosos y las autopistas más llanas esperaban ser acariciadas por el ronroneo del motor de aquel monstruo mecánico. Cuando estuvo lo suficiente-mente cerca para despedirse del último trabajador que subía al remolque, éste cerró las puertas tras de sí. Carmen sacó la llave de su bolsa y la empuñó como un fusil. Abrió la puerta del tráiler y prendió el motor. En ese instante, de alguna manera, el mundo terminó. El tiempo fue sobado con la inex-plicable transparencia del humo que salía del escape. Alrededor del tráiler, una tierra virgen se mantenía soleada. El acelerador sonó como un punto final y Carmen avanzó como si el horizonte fuese una línea de la palma de su mano.

Ilustración: Ayamel Fernández

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Presentación del taller

El antecedente directo de Memoria Literaria del Colegio Madrid fue

un taller vespertino de creación literaria gratuito para estudiantes del

CCH surgido en septiembre de 2012 a iniciativa de Javier Yankele-

vich, un profesor. En febrero de 2013 buscó incorporarse al esquema

de servicio social y para ello sus integrantes diseñaron un nuevo méto-

do: entrevistar a profundidad a trabajadores del Colegio en torno a su

experiencia con la institución y luego producir ficciones cortas a partir

de sus testimonios. Para agosto, el taller se encontraba incorporado

como proyecto al reciente Programa de Vinculación Social del CCH,

y en enero de 2014 ingresó al caudal de Proyectos Académicos Institu-

cionales, programa que le ha facilitado los recursos para realizar esta

publicación.

Nuestras Otras Voces, boletín que alcanzará tres números, es la modesta

devolución que hacemos a quienes han tenido la generosidad de com-

partir su testimonio con nosotros y sumarlo así a una memoria polifó-

nica del Colegio. A ellos, y a todos los que aún quedan por entrevis-

tar, están dedicados nuestros esfuerzos.

Ayamel Fernández, Paula Maulen, Jimena García, Valentina Villa,

Rafael López, Ema Chomsky y Javier Yankelevich.

Memoria Literaria del Colegio

Madrid

Taller Estudiantil de

Entrecruzamiento de Historia Oral y

Literatura

[email protected]

Carmen Paz. Fotografía: Rafael López

La historia cuenta lo que sucedió; la poesía lo que debía suceder.

Aristóteles

Nota aclaratoria: Los textos presentados en este número son de dos tipos: fragmentos editados de una entrevista (en cursivas) y productos de

ficción. Al igual que con cualquier ficción, los segundos se nutren de elementos de realidad, en este caso de un testimonio oral, pero la res-

ponsabilidad es de sus autores, que responden por el contenido, y de los lectores, que lo hacen por sus interpretaciones tras quedar debida-

mente advertidos de la naturaleza ficcional de los materiales.

El proyecto “Memoria e identidad del Colegio

Madrid” resguarda en su archivo documental una copia de la transcripción

de la entrevista cuyos fragmentos se citan en

esta publicación.