nicolás esgerra

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Nicolás esgerra Julian esteban hernandez suazo 4/03/16 Página 1 3:24 Si el presidente Santos persigue la paz definitiva, estable y consolidada, asentada sobre el territorio y hay buenas razones para creer que sí la quiere y se ha propuesto alcanzarla- la estrategia diseñada no se agota ciertamente en lo que han puesto sus negociadores sobre la mesa en La Habana, ni sobre lo que sus áulicos dejan trascender a través de la prensa. El presidente Santos tan avezado conocedor como lo es del conflicto armado- no puede sino tener entre sus movimientos próximos al menos estos dos temas de impacto: el descontado inicio inminente de negociaciones formales y directas con el Eln sobre lo cual suficiente material hallamos a diario en los medios- y la aproximación mucho menos descontada pero previsiblemente ya delineada y transversal con la cuestión que aquí denominaremos ‘Ralito’. Sobre el Eln a estas alturas no hay nada que no se haya dicho, y solo cabe esperar que el asunto caiga por su propio peso y nos desayunemos así con el inicio de la fase pública de las negociaciones. La cuestión ‘Ralito’ tiene tanto de largo como de ancho y profundo. El hermético silencio que encapsula este asunto revela que todo conflicto armado dura hasta que termina, y mucho más si nada está acordado hasta que todo esté acordado. No solo fue la izquierda la que extremó su sensibilidad hacia lo que se negociaba en ‘Ralito’ y se ocupó de sumar y sumar condicionamientos a lo que se negaron a reconocer como un proceso de paz tan legítimo como el de hoy en La Habana. Fue sobre todo la

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Nicolás esgerra

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Si el presidente Santos persigue la paz definitiva, estable y consolidada, asentada sobre el territorio –y hay buenas razones para creer que sí la quiere y se ha propuesto alcanzarla- la estrategia diseñada no se agota ciertamente en lo que han puesto sus negociadores sobre la mesa en La Habana, ni sobre lo que sus áulicos dejan trascender a través de la prensa. El presidente Santos –tan avezado conocedor como lo es del conflicto armado- no puede sino tener entre sus movimientos próximos al menos estos dos temas de impacto: el descontado inicio inminente de negociaciones formales y directas con el Eln –sobre lo cual suficiente material hallamos a diario en los medios- y la aproximación mucho menos descontada pero previsiblemente ya delineada y transversal con la cuestión que aquí denominaremos ‘Ralito’. Sobre el Eln a estas alturas no hay nada que no se haya dicho, y solo cabe esperar que el asunto caiga por su propio peso y nos desayunemos así con el inicio de la fase pública de las negociaciones. La cuestión ‘Ralito’ tiene tanto de largo como de ancho y profundo. El hermético silencio que encapsula este asunto revela que todo conflicto armado dura hasta que termina, y mucho más si nada está acordado hasta que todo esté acordado. No solo fue la izquierda la que extremó su sensibilidad hacia lo que se negociaba en ‘Ralito’ y se ocupó de sumar y sumar condicionamientos a lo que se negaron a reconocer como un proceso de paz tan legítimo como el de hoy en La Habana. Fue sobre todo la

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derecha, la derecha en el Gobierno de entonces, pero también y sobre todo la derecha por fuera de aquel gobierno la que puso su grito en el cielo ante el más mínimo intento de quitar del escenario del conflicto armado la maquinaria de guerra que proveían las ex AUC. Por los desaguisados a izquierda y derecha aquel proceso naufragó pero sus sobrevivientes, sus desertores y sus amigos son piezas del rompecabezas que el presidente Santos ha de resolver si quiere dar principio de solución a la famosa cuestión del paramilitarismo tan meneada por las Frac en estos últimos meses. Y esto porque donde abundaron las zonas de influencia de los actores armados del conflicto necesariamente ha de asentarse la paz territorial si Colombia quiere hacer viable y sostenible el posconflicto que se habrá sabido ganar. Para ello el realismo ha de primar sobre las ideologías, y la inclusión derrotar el sectarismo y la exclusión. Los desmovilizados ex jefes máximos de las autodefensas han comenzado a salir de las cárceles –tras ocho y más años de reclusión- y en los Estados Unidos sus penas comienzan a ser pagadas en su totalidad, o lo serán en tiempos no muy largos, o acaso aún lejanos según los casos. Justicia y Paz se ha constituido en la pionera piedra basal de la justicia transicional en Colombia, y no solo la CPI ha sabido validar positivamente su necesidad histórica y su antecedente insoslayable a tener en cuenta por su vigencia y resultados a la vista. Colombia no ha logrado aún desentrañar ni política ni judicialmente la madeja de lo que constituyó el paramilitarismo de Estado, por un lado, y el fenómeno de las autodefensas, por otro. Intereses políticos de todo tipo y prejuicios ideológicos tan extendidos como falaces en ocasiones han logrado confundir las percepciones y alterar el equilibrio de las representaciones que se han establecido sobre los actores del conflicto. Hay quienes sostienen la existencia de dos actores, Estado y guerrillas; mientras que no faltan

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quienes han visto y considerado a las autodefensas como un tercer actor autónomo, independiente del Estado y obviamente enemigo declarado de las guerrillas. Si a todo esto tan de por sí complejo e inextricable le sumamos el abismo político que en cuestiones de La Habana separan la visión del presidente Santos –negociador en La Habana- con la visión del ex presidente Uribe –negociador en Ralito- comprendemos mejor por qué la cuestión ‘Ralito’ ha permanecido al margen de toda discusión en los años recientes, a pesar de ser uno de los elementos de la trama de la guerra y de la paz que urgen ser desentrañados, resueltos y puestos a trabajar en aras del posconflicto y el asentamiento de la paz territorial en los vastos ámbitos geográficos donde el conflicto armado tuvo lugar y sigue hoy generando contradicciones y animadversión que contaminan el tejido social y enrarecen el clima de la paz y la reconciliación. Está por verse si antes de acometer el último round de la lucha -¿o más bien disuasión?- contra el narcotráfico –combustible financiero que lo fue de todos los actores ilegales del conflicto armado, rebeldes y contrainsurgentes- el presidente Santos querrá ‘darse la pela’ de sentar a manteles sobre el ajedrez de la paz a las cabezas visibles de los fenómenos guerrilleros y de autodefensas con el único y loable propósito de hacer las paces entre ellos de una vez y para siempre, con las debidas e incondicionales garantías que solo un Estado auténticamente democrático, libre de paramilitarismo y de veleidades revolucionarias puede dar a toda su población, piense como piense en términos políticos e ideológicos. Es un lugar común en los mentideros políticos colombianos de estos días argumentar sobre cómo se logrará finalmente reunir las posiciones de Santos y de Uribe para darle a la paz con las Frac un sustento popular del que hoy carece.

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Por razones que fuera de Colombia son difíciles de comprender no se ha puesto el mismo empeño en acercar las posiciones de quienes se enfrentaron con dureza y trágicas consecuencias sobre la población civil, asumiendo unos su condición de guerrilleros y otros –a contrario sensu- su condición de autodefensas. Hasta hoy, y esto resulta cada día más fuera de lugar “de eso no se habla” parece ser la consigna –implícita y compartida- del gobierno y de las Frac. Sin embargo, no dudo que el presidente Santos –siempre que el Tío Sam dé su venia- también para esto de ‘güerillos y paras’ tiene su táctica y su estrategia de distensión. Al modo de Mario Benedetti, “construir con palabras un puente indestructible”. Un puente de generosa calzada por donde, y es solo un ejemplo, asomen codo con codo, “Trinidad” y Mancuso, o si quieren “Trinidad” y “40”. Sería solo un comienzo, pero qué comienzo...