mussolini sin máscara. raquel mussolini (viuda de benito mussolini)

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Raquel Mussolini, viuda del Duce de Italia, Benito Mussolini, ha decidido revelar los grandes y pequeños secretos del fascismo y del que fue su jefe. Con realismo, pero también con humor, explica acontecimientos que extrañaron al mundo entero. Raquel Mussolini, que permaneció siempre en la sombra, cediendo muy a menudo la primera línea a las amantes de su marido, se revela sin embargo como un testigo de peso. Cuenta lo que ha visto, lo que ha vivido, sencilla e inteligentemente.

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Mussolini sin mscara Raquel Mussolini

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Mussolini sin mscara Raquel Mussolini

RAQUEL MUSSOLINI ALBERT ZARCA

MUSSOLINI SIN MSCARA1976

Raquel Mussolini, viuda del Duce de Italia, Benito Mussolini, ha decidido revelar los grandes y pequeos secretos del fascismo y del que fue su jefe. Con realismo, pero tambin con humor, explica acontecimientos que extraaron al mundo entero. Raquel Mussolini, que permaneci siempre en la sombra, cediendo muy a menudo la primera lnea a las amantes de su marido, se revela sin embargo como un testigo de peso. Cuenta lo que ha visto, lo que ha vivido, sencilla e inteligentemente.

Digitalizado por Triplecruz (15 de diciembre de 2011)

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NDICE1. MUSSOLINI, ROOSEVELT Y EL RAYO DE LA MUERTE. ...............................................................................4 2. MUSSOLINI OBTIENE MI MANO A PUNTA DE REVOLVER........................................................................12 3. ME PROHIBE DAR A LUZ EN SU AUSENCIA ...................................................................................................19 4. COMO MUSSOLINI SE HIZO FASCISTA ...........................................................................................................23 5. COMO MUSSOLINI LLEGO AL PODER.............................................................................................................28 6. LOS PRIMEROS PASOS DEL DICTADOR MUSSOLINI ..................................................................................39 7. MUSSOLINI Y LAS MUJERES...............................................................................................................................46 8. MUSSOLNI Y EL DINERO ....................................................................................................................................54 9. LOS PEQUEOS SECRETOS DE UN DICTADOR .............................................................................................59 10. NUNCA TRECE A LA MESA ................................................................................................................................65 11. MUSSOLINI Y GANDHI........................................................................................................................................68 12. LOS SECRETOS DE LOS ACUERDOS DE LETRAN.......................................................................................75 13. MUSSOLINI Y HITLER.........................................................................................................................................82 14. MUSSOLINI Y EL REY DE ITALIA....................................................................................................................89 15. LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL PUDO SER EVITADA ...........................................................................95 16. POR QUE MUSSOLINI SE ALI A HITLER...................................................................................................100 17. POR QUE MUSSOLINI ATAC A FRANCIA..................................................................................................104 18. YO ERA EL AGENTE SECRETO DEL DUCE .................................................................................................112 19. EL DICTADOR SIN MASCARA .........................................................................................................................120 20. LA ERA DE LOS COMPLOTS............................................................................................................................127 21. COMO MUSSOLINI FUE APARTADO DEL PODER.....................................................................................136 22. DIEZ MINUTOS PARA BORRAR VEINTE AOS DE PODER ....................................................................142 23. LA INCREBLE LIBERACIN DE MUSSOLINI CONTADA POR L MISMO ........................................146 24. EL SUEO SECRETO DE MI MARIDO ...........................................................................................................151 25. LA HORA DEL SACRIFICIO .............................................................................................................................157

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1. MUSSOLINI, ROOSEVELT Y EL RAYO DE LA MUERTE.Acurdate de Napolen, Benito, t que tanto le admiras. Era poderoso; reinaba como dueo absoluto sobre Europa e incluso ms all. Pero qu hizo? Tras las victorias, busc ms victorias. Tras las conquistas, quiso extender su imperio. Y qu es lo que le ocurri, Benito? Lo perdi todo. Todo se derrumb bajo sus pies. No hagas como l. Recuerdas aquella cancin que cantbamos cuando ramos jvenes:? Napolen, con toda su gloria... ha terminado en la isla de Elba. Y qu quieres que haga? Que dimita? Que me dedique a la cra de gallinas en la Romagna? No hablas en serio, Raquel! No, no quiero que cres gallinas en la Romagna; quiero que te detengas a tiempo; que entres en la historia, pero en vida! Quiero tambin que consagres a tu mujer y tus hijos diez o quince aos de tu vida, despus de haberle dado treinta a la poltica. La poltica es demasiado baja como para no tener ms que buenos aspectos. T has tenido la suerte de conocerlos todos hasta ahora, pero atencin a lo que viene despus. Estas palabras se las dije a Benito Mussolini, mi marido, en mayo de 1936, en Rocca delle Caminate, en nuestra casa de la Romagna. Algunos das antes, desde el balcn del Palacio Venecia, l haba anunciado a la masa delirante la creacin del Imperio, despus de la conquista de Abisinia. Estbamos solos y ningn testigo haba asistido a esta conversacin, en el curso de la cual le haba pedido que dejara el poder. De hecho, nada justificaba tal actitud. En esta poca Benito, que an no haba cumplido los cincuenta y tres aos haba nacido el 29 de julio de 1883 gozaba de una salud perfecta. Polticamente, nunca haba tenido una posicin tan slida, tanto en Italia como en el extranjero. La guerra de Abisinia haba acabado con la victoria total de nuestros ejrcitos. La lira, floreciente, era una de las monedas ms slidas en Europa, y las sanciones decididas por la Sociedad de Naciones como consecuencia de la conquista de Abisinia haban acabado en fracaso. Los italianos, en un gran impulso patritico haban contribuido a ello dando su oro para ayudar al gobierno. En Roma, por ejemplo, la reina y yo misma nos encontramos entre las doscientas cincuenta mil romanas que arrojaron su alianza en una hoguera, sobre la plataforma de mrmol del monumento al soldado desconocido. Millones de italianos instalados en los Estados Unidos haban enviado, gracias a una hbil estratagema, toneladas de cobre, necesario a Italia: se inventaron una carta postal original, hecha de una hoja de cobre con su felicitacin grabada para la Navidad de 1935. Millones de cartas de este gnero llegaron a Italia. Incluso adversarios clebres, como el filsofo Benedetto Croce o el antiguo presidente del Consejo Vittorio Emmanuele Orlando, se alinearon del lado de mi marido. El Duce mismo era considerado, segn los pases extranjeros, como un jefe de gobierno realista, prestigioso o genial. Ninguna sombra, pues, ensombreca el horizonte, pero ms que nunca senta la necesidad de intentar convencer a mi marido para que se retirase de la vida poltica, gracias al clima eufrico de vacaciones en el que pasbamos estos pocos das en familia, en Rocca della Camnate. Eramos tanto ms felices cuanto que dos de mis hijos, Vittorio y Bruno, que eran pilotos, haban vuelto sanos y salvos de los combates en Etiopa. La ocasin la tuve una tarde, a la vuelta de un largo paseo en automvil por la campaa romana. Habamos salido, nada ms comer, en nuestro spider Alfa-Romeo. Nadie nos acompaaba: ni secretario, ni prefecto, ni policas del servicio de seguridad. El, con una boina hundida hasta las orejas, y yo, con un pauelo anudado en torno a la cabeza, nos divertamos como jvenes de veinte aos. Por el camino nos habamos detenido en varias ocasiones delante de las casas de algunos campesinos, como a Benito le gustaba hacer cada vez que se encontraba en la Romagna. Y como siempre, pasados los primeros instantes de sorpresa y emocin, Benito y las gentes del lugar haban hablado de todo: de la cosecha, de las vacas, de la casa y de los hijos. Para los

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romagnoles no era entonces ms que el Musln Mussolini en patois 1 , el hijo de Alejandro, el fabbroferraio, es decir, el herrero. Yo haba tenido que tirarle de la manga para recordarle la hora. En aquel momento, l estaba conmigo en el jardn y, brazos arremangados, cortaba lea. Yo me ocupaba de un macizo de rosas. De cuando en cuando le observaba y, vindole as, moreno, con un no s qu de ternura en la mirada, adquirido con la edad, casi llegaba a comprender a las mujeres que se echaban al cuello, a sus pies o al agua cuando se baaba. Una vez cortada la lea, Benito me llam: Oye, Raquel, sabes lo que me ha propuesto el rey hace dos das? Ha querido hacerme prncipe. Espero que no habrs aceptado! T me imaginas llegando a algn sitio y con el ordenanza anunciando: Su Excelencia, el Prncipe Mussolini? Y yo, princesa Raquel Mussolini! Virgen Santa! Qu ocurrencia!.. No te preocupes. Yo me he contenido, porque me daban ganas de rer nada ms que de imaginarme disfrazado de prncipe, y le he respondido: Majestad, agradezco muchsimo este gesto, pero no puedo aceptarlo. Nac Mussolini y morir Mussolini, sin el menor aadido... Y el rey no te ha dicho nada? S! Me ha dicho: Aceptad por lo menos el ttulo de duque. Pero tambin lo he rechazado. Entonces, adoptando un aire como de embarazo, Benito aadi: T no sers ni princesa Mussolini, ni duquesa de Rocca delle Camnate. Seguirs siendo Raquel Mussolini... Y dicho esto, nos echamos a rer. Me costaba creer lo que me acababa de decir sobre los ttulos y le fu preciso jurarme que era verdad. Pero aadi: Conozco a uno al que le hubiera gustado que le hicieran duque, tu primo, el marqus de Sabotino. Badoglio? Es que no tiene bastante con tener el cordn de la Anunciada y ser marqus? Pues no. Para nosotros ya es mucho el cordn de la Anunciata , pero hay quien quiere siempre ms. Debo sealar que el cordn de la Anunciata era la condecoracin real suprema. Mi marido la haba recibido desde haca varios aos y nos otorgaba el ttulo de primos del rey. De forma que ramos tambin primos del, mariscal Badoglio, titular igualmente del cordn de la Anunciata. Esta conversacin tan franca con Benito era una oportunidad tendida por el azar. La agarr inmediatamente: Oye, Benito. Y si hicieras an mejor? Si le dijeras al rey: Majestad, me llamasteis al gobierno cuando Italia estaba en el caos, he restablecido la paz y la prosperidad en el interior, la he hecho grande y poderosa hacia el exterior. Ahora, los italianos no son ya Macaroni; se sienten orgullosos de su pas. Antes de m, erais el rey de Italia, hoy sois el emperador. Todo est en orden. Vuelvo a poner Italia en vuestras manos y me voy... En fin, que quieres hacer de m un jubilado. No, Benito. Escribirs artculos, tus memorias. Tienes un peridico en Miln. Marcha muy bien. Puede darnos incluso para vivir. No te pido que te jubiles. Pero piensa en todo lo que has hecho ya por Italia. Qu ms quieres hacer? Jams nuestro pas ha sido tan grande ni tan respetado. Mira quince aos atrs. Era la guerra civil. Y ahora? Mi marido no deca nada. El ceo fruncido, me escuchaba ms extraado que irritado por1

N. del T.: dialecto italiano.5

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esta andanada. Debo decir que en ese momento estuve a punto de pararme, frenada por el temor de haber ido demasiado lejos. Pero la prediccin que me haba hecho una gitana, cuando yo tena diecisis aos, me vino a la mente. Conocers los honores ms grandes me haba dicho. Sers la igual de la reina. Despus, todo se derrumbar a tus pies y habr duelos... Me daba cuenta, de pronto, que la primera parte de esta prediccin se haba realizado. Estaba llena de honores y era la prima de la reina... Qu iba a ocurrir con la segunda parte? Reflexiona, Benito. Nuestros hijos son ya mayores. Nosotros somos felices, pero podemos serlo an ms. Ya s! Soy egosta! Pero pienso tambin en ti. Cuando saliste para el palacio real en 1922 y me telefoneaste para contarme todo lo que haba pasado, qu te dije yo? Te dije que desde entonces ibas a ser servidor de los italianos, mientras que hasta entonces t eras tu propio dueo y seor. Hoy te digo: Benito, puedes volver a ser lo que eras antes, ahora adems, con el peso del xito. Podrs ser el rbitro a quien se consulte cuando un problema se plantee al pas. Entrars vivo en la Historia. Se acabaron las decisiones, las firmas, las trampas a evitar, esta vida de tensiones y recelos para ti y para los nios. Corta la hierba bajo los pies de aquellos que esperan tu primer paso en falso para mofarse diciendo: Mussolini se ha equivocado... Me detuve, sofocada. Lo haba puesto todo en este ruego; el peso de veintisis aos de inquietudes, de lgrimas, de alegras, pero tambin de amor. Por primera vez, haba dejado que hablara mi corazn. Benito me tom por el brazo, afectuosamente, como para protegerme. Su mirada se haba hecho lejana, midiendo quizs el camino recorrido. Tuve el sentimiento de que poda ganar, de que mi sueo tena al menos una pequea posibilidad de concretizarse. En aquel momento, puse mi mano sobre la suya y le murmur: Intntalo, Benito, por favor! Ya veremos me respondi con el mismo tono de voz que le o nueve aos ms tarde, a la hora de la tragedia final, cuando, por telfono, me pidi que cuidara de los hijos: una voz ensordecida por la emocin. Pensar en ello. No te preocupes, Raquel. Luego regresamos a la casa. En los peldaos de la escalinata me volv. El olor de la lea que arda se mezclaba a los perfumes de los pinos y de las flores del parque; el campo se preparaba a dormir. Nunca me haba parecido tan bella la puesta de sol sobre las colinas brumosas de nuestra Romagna natal... Algunos das despus, mi marido parti para Roma. No habamos vuelto a hablar de esta dimisin. Yo aguardaba a las vacaciones de verano, en Riccione, para hacerlo. Saba adems que estaba muy ocupado y hubiera sido una mala tctica apresurarle. Pero esta vez el tiempo jug contra m, y fui vctima del xito de mi gestin. Desde su llegada a Roma, Benito habl de ello a Achule Starace, secretario del partido nacional fascista, pidindole incluso que estudiara las modalidades prcticas de su marcha. Starace, loco con la sola idea de ver a Mussolini abandonar el poder, alert a ciertos dignatarios del rgimen. Para l mismo, como para varios otros feles puristas, el Duce no haba terminado su obra; deba continuar dirigiendo el pas. Pero tambin estaban los oportunistas, aquellos a los que Mussolini haba sacado de las tinieblas, que confundan el inters del pas con el de su cartera, y que, en el momento de la prueba, fueron los primeros en traicionarle. En fin, todos fueron de la misma opinin: haba que impedir a toda costa que Mussolini partiera. Los argumentos, lo reconozco, no faltaban, y entre ellos, la penetracin del comunismo en Espaa, que haba, por otra parte, motivado la decisin del Duce de enviar ayuda al general Franco. Finalmente mi marido se dej convencer y renunci a abandonar el poder. Adems de las razones polticas, varios elementos actuaron contra m. Primeramente el hecho de que el proyecto hubiera sido desvelado tan rpidamente por Benito: yo no estaba all y no poda ya aadir el peso de mi intervencin sobre el otro platillo de la balanza. Por si fuera poco, haba olvidado que un hombre renuncia difcilmente a lo que ha conseguido con duro esfuerzo. Pasados los aos de adversidad, Benito Mussolini saboreaba ahora las delicias del triunfo y se dejaba mecer por la gloria. Das antes, sobre el balcn del Palacio Venecia, haba contemplado a la muchedumbre

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enardecida, vociferando a pleno pulmn: Duce! Duce!, en testimonio del apoyo sin reservas del pueblo italiano. Cmo haba podido olvidarlo si yo misma, llevando cogidos de la mano a mis dos hijos, Romano y Ana Mara, haba escuchado, annima y perdida entre la masa, su discurso retransmitido por los altavoces? Con un nudo en la garganta por causa de la emocin, me haba dejado invadir por la dicha dicindome simplemente: Si todas estas gentes supieran que t eres la esposa del mismo que habla y al que ellos aclaman... Que esta noche, en el hogar, te preguntar: Bueno, y t qu piensas de mi discurso?.. Hacia fines de junio del mismo ao, Benito Mussolini tuvo de nuevo la posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos: el clebre fsico italiano Guillermo Marconi haba puesto a punto un invento revolucionario. Sirvindose de un rayo, poda interrumpir el circuito elctrico de los motores de todos los tipos de vehculos que funcionaban con una magneto. En una palabra, poda detener a distancia los automviles, las motocicletas e incluso abatir aviones. Una experiencia realizada algunas semanas despus de la aventura que viv personalmente haba permitido incendiar dos aparatos que volaban a dos mil metros de altura. A propsito he escrito la aventura que viv personalmente porque, sin quererlo, asist a una prueba de ese rayo estando en mi automvil. Aquel da, durante la comida, le haba dicho a Benito que por la tarde ira a Ostia, la clebre playa de los alrededores de Roma, para controlar los trabajos que habamos hecho realizar en una pequea propiedad rural. Mi marido haba sonredo y me haba respondido: Procurar estar entre las quince y las quince treinta horas en la carretera Roma-Ostia. Vers algo sorprendente. Hacia las quince horas, como estaba previsto, abandonaba la Villa Torlonia, nuestra residencia en la capital para ir en coche hasta Ostia. Iba sola con mi chfer, un polica civil de los servicios de seguridad. Durante la primera parte del recorrido todo fue bien. En la carretera, en servicio ya desde haca varios aos 1929 1930, creo, no haba mucha circulacin; los coches no estaban an al alcance de todos. A mitad de camino aproximadamente, entre Roma y Ostia, el motor se detuvo. Gruendo, el chfer descendi y desapareci bajo el capot. Removi, atornill, desatornill, reatornill; sopl en los tubos como si nada. El motor no quera volver a arrancar. De pronto, un automvil que rodaba en el mismo sentido se detuvo un poco ms lejos. Su conductor se zambull tambin en su motor. Despus, como ocurre en todas partes en una situacin semejante, cambi impresiones con su compaero de infortunio, es decir, mi chfer. A centenares de metros, pero ms adelante y en sentido contrario, se vean otros coches y motocicletas detenidos. Estaba tanto ms intrigada cuanto que volva a pensar en lo que me haba dicho mi marido en la comida. Mir la hora: eran las 15,10 horas. Benito me haba dicho: Procura estar entre las 15 y las 15,30 en la carretera, vers algo sorprendente... A decir verdad, no entenda nada, pero algo era indudable: todo a nuestro alrededor en los dos sentidos de la autopista Roma-Ostia, en un permetro de algunos centenares de metros, todo lo que funcionaba con un motor estaba averiado. Haba cerca de treinta vehculos de todas clases. Llam a mi chfer y le dije: Vamos a esperar hasta las 15,30 horas. Si el coche no quiere ponerse en marcha, pediremos ayuda. Pero, excelencia, son apenas las 15,15 horas. Por qu debemos esperar hasta las 15,30 si yo puedo encontrar antes la causa de la avera? Bueno, bueno... A las 15,35, le ped $ue lo intentara de nuevo. Por supuesto, el motor arranc al primer golpe de acelerador. Los otros conductores que estaban cerca de nosotros nos imitaron al or nuestro coche. Todo iba como si no hubiera ocurrido absolutamente nada. Por qu me ha dicho que esperase hasta las 15,30? me pregunt, intrigado, mi chfer. Porque s...

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No insist, pero not cmo se haca muchas preguntas. Despus de todo, un polica est hecho para hacerlas a los dems habitualmente. Por una vez, sera distinto. Sin embargo, no era el nico. Yo tambin tena ganas de saber. Decid someter a Benito a un interrogatorio en toda regla. Al regreso, el chfer me dijo mientras sujetaba la puerta del coche: Voy a hacer un informe. Esta historia de coches parados en seco y que vuelven a arrancar de golpe es muy extraa. Hablar al Duce de ello, excelencia? Desde luego! Por la noche, durante la cena, las cosas no se hicieron esperar. Tan pronto como estuve sentada, not que mi marido me observaba con una pequea sonrisa maliciosa: Dime, Benito le ataqu en seguida Sabas lo que iba a ocurrir esta tarde? Hemos sufrido una avera durante media hora en la autopista desde las 15 horas hasta las 15,30. Y no ramos los nicos. Haba una treintena de vehculos en ambos sentidos de la carretera. De todos los rincones de la mesa llovieron las preguntas. Vittorio y Bruno, al ser pilotos, reflexionaban como tcnicos, sobre todo Vittorio, que era experto en motores. Pero para Romano y Ana Mara, yo haba soado o les contaba historietas. Nadie encontraba explicacin al misterio. Por fin, el Duce dijo: Es cierto. Mam tiene razn. Esta tarde ha tenido lugar un experimento en las cercanas de la autopista Roma-Ostia. Ella misma ha podido apreciar los resultados. Creo que han sido muy interesantes. Dicho esto, se call y no quiso responder a ninguna cuestin. Despus de la cena asistimos, como casi todas las noches, a la proyeccin de los noticiarios de actualidad y de una pelcula en el saln principal, en la planta baja de la Villa Torlonia. Como otras veces, despus de haber visto el comienzo de la pelcula, mi marido abandon discretamente el saln hacindome signos para que le siguiese. Subimos juntos a su despacho. Cuando no tena trabajo, tenamos la costumbre de pasar all una media hora antes de ir a acostarnos. Benito me hablaba de su jornada, de las gentes que haba recibido, de los problemas que le preocupaban. En cuanto a m, yo le contaba las ltimas tonteras de los nios, que se apresuraba a disculpar, y algunas veces le refera los ltimos ecos de la calle sobre la situacin, sobre los ministros e incluso sobre l mismo. Aquella noche mi marido no abord ninguna de estas cuestiones. En cuanto nos hallamos solos me dijo: Sabes, Raquel? Lo que has presenciado esta tarde era una experiencia ultrasecreta. Es un invento de Marconi que puede dar a Italia una potencia militar superior a la de todos los pases del mundo. Y me cont, a grosso modo, en qu consista este rayo que algunos, aadi Benito, haban llamado el rayo de la muerte. Sin embargo precis, este rayo no est todava ms que en su fase experimental. Marconi va a continuar sus investigaciones, y se pregunta si no puede ser eficaz sobre el hombre. Si, en suma, no se podra paralizar a seres vivos momentneamente gracias a este invento. Lo que hace aadi que en caso de guerra Italia dispondr de un arma secreta para ese da, que podra permitirle bloquear al enemigo, ahorrando millares de vidas humanas. Te imaginas la potencia que podramos tener? Estaba sofocada porque me imaginaba de todo lo que era capaz Guillermo Marconi. Edda, mi hija mayor, haba asistido, e incluso participado, a dos de sus experiencias. Me haba contado lo que haba visto. Una primera vez, desde su barco-laboratorio, el Electra, Marconi haba encendido las luces de la ciudad de Sidney con la ayuda de una impulsin elctrica. En otra ocasin, encontrndose ella en Shanghai, haba podido conversar con su padre, que se encontraba a bordo del Electra, estableciendo as la primera comunicacin de radio a gran distancia. Marconi va a construir muy pronto en serie los aparatos para emitir este rayo aadi mi

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marido, y entonces Italia ser casi invencible, por lo menos hasta que otro invento venga a oponerse al nuestro... Cuatro aos ms tarde, Italia estaba en guerra. El rayo de la muerte, segn mi marido, hubiera podido cambiar la faz de los acontecimientos... si mi pas hubiera dispuesto de l. Pero el Papa Po XI, aterrorizado por este descubrimiento y por el alcance que poda tener, pidi a Marconi que no lo divulgara, que suspendiera sus investigaciones y destruyera los resultados adquiridos. El sabio, que estaba muy unido a Benito, haba venido fielmente a referirle la entrevista que haba mantenido con el Papa, y a preguntarle lo que deba hacer ante el caso de conciencia que se le planteaba. Benito no quiso en absoluto comprometer a un hombre que vena a confiarse a l, y sus escrpulos ganaron sobre la razn de Estado: autoriz a Marconi a abandonar sus investigaciones sobre el rayo de la muerte. Al ao siguiente mora el sabio, y sus colaboradores no se volvieron a ocupar de este invento. Incluso los alemanes intentaron saber a continuacin lo que era el rayo de la muerte. No lo consiguieron nunca. Todas las huellas de los trabajos haban desaparecido. Un da pregunt al Duce por qu Guillermo Marconi haba ido a contar su historia a Po XI. Me respondi que el fsico mantena relaciones muy estrechas con el Vaticano. No solamente haba instalado la estacin de radio de la Santa Sede, sino que tambin haba obtenido de la Santa Rota, en 1929, la anulacin de su matrimonio. La decisin haba causado sensacin en la poca, pues Marconi tena hijos. Desde entonces, haba quedado muy receptivo a todo lo que le era sugerido por el Papa. Creo que si el Duce le hubiera pedido que escogiera entre el inters de Italia y sus relaciones con la Santa Sede, no habra dudado. Pero Benito Mussolini quiso demostrar su grandeza de alma. Aproximadamente un ao despus de las historias de la demisin y del rayo de la muerte, mi marido tuvo, por tercera vez, la posibilidad de cambiar su destino y el de Italia. Fue en octubre de 1937. Por aquella poca mi hijo Vittorio era productor de pelculas y estimaba que el mercado americano, el ms importante del mundo, segn explic a su padre, era una salida muy interesante para la industria cinematogrfica italiana. Por otro lado, capitales que provenan de la explotacin en Italia de filmes americanos estaban bloqueados en los bancos italianos. Su proyecto era con esos capitales realizar en Italia pelculas sobre temas lricos, por ejemplo, y despus difundirlos por los Estados Unidos. Cosa que hubiera permitido a las firmas americanas el recuperar sus fondos, exportando, al mismo tiempo, la cultura italiana y desarrollando la industria cinematogrfica de nuestro pas. Como resultado de los contactos preliminares con los americanos, fue proyectado un viaje a los Estados Unidos. Vittorio tema que su padre se opusiera, pues el clima entre los dos pases no era el ms adecuado. Italia ayudaba al general Franco a combatir a los comunistas en Espaa, y los americanos, por lo menos su gobierno, lo criticaba muy duramente. Benito se mostr, sin embargo, encantado por el proyecto; dio su acuerdo a mi hijo y ste se embarc para Amrica. Una vez all mantuvo entrevistas, visit estudios, en fin, hizo su trabajo. Poco antes de su vuelta a Italia fue informado de que el presidente de los Estados Unidos y la seora Roosevelt deseaban recibirle en la Casa Blanca. En s, la invitacin de Roosevelt no era sorprendente, pues algunos meses antes mi marido haba recibido en el Palacio Venecia a su hijo John, de paso por Roma. Vittorio pensaba que el presidente americano haca lo mismo por cortesa. La entrevista tuvo lugar el 13 de octubre de 1937. Tambin asistan a ella Fulvio Sulvich, el embajador de Italia en Washington, y Philips, su homlogo americano en Roma. Mi hijo fue recibido en el saln de la Chimenea, clebre porque me cont Roosevelt se diriga desde all por radio al pueblo americano para hablarle de la situacin del pas. La seora Eleonor Roosevelt sirvi el t, y la conversacin, banal y muy corts, transcurri sobre el viaje de Vittorio a los Estados Unidos y el de su hijo a Italia. Despus vino a participar en ella Roosevelt que, segn mi hijo, estuvo muy cordial. Le pidi que prolongara su estancia en Amrica y habl bien de Italia.

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En un momento dado, declinando todas sus cortesas, declaro a Vittorio: Le ruego transmita al premier de Italia mi mejor recuerdo y le diga que deseara vivamente saludarle personalmente. Me gustara tener con l una entrevista con el fin de conocer mejor los problemas de nuestros dos pases. Italia es el nico pas con el que, sin faltar a sus tradiciones democrticas, los Estados Unidos pueden mantener las mejores relaciones. Y esto en razn de su historia, de su posicin geogrfica y de la sede de la Iglesia catlica que est en su territorio. Mster Mussolini prosigui Roosevelt es el nico que puede mantener el equilibrio europeo. Alemania y Rusia se sitan en los polos extremos a Amrica, y nada puede hacerse con estos dos pases. Para terminar el presidente americano aadi a Vittorio: S que mster Mussolini no puede ausentarse largo tiempo de su pas. Podra decirle tambin que le propongo que nos encontremos en aguas neutrales, sobre una embarcacin en alta mar, por ejemplo. Y me gustara tener este encuentro lo ms tarde en la primavera prxima. Una vez en Roma, Vittorio habl la misma noche de su llegada a Villa Torlonia de esta sorprendente conversacin que haba tenido lugar en Washington. Precis incluso que Roosevelt le haba dicho que haba preferido utilizar vas menos tradicionales para encaminar su proposicin porque estimaba que era mejor as, pero que, una vez de acuerdo, los diplomticos podran encargarse de los detalles. Mi marido hubiera querido dar continuidad a este proyecto de encuentro, aun a pesar de encontrarle cierto perfume de aventura a la americana. Sin embargo, dijo que no crea del todo en la sinceridad de Roosevelt, y que hubiera preferido entrevistarse con otro presidente americano. A sus ojos, Roosevelt, bajo apariencias de democracia, ejerca de hecho una verdadera dictadura. Por otro lado, siempre segn Benito, cometa los mismos errores que su predecesor a propsito de Europa. Recuerdo que en 1919, cuando regresaba de un banquete ofrecido a Wilson, en Miln, al que haba sido invitado como director de El Pueblo de Italia, Benito me haba dicho que se haba sentido muy decepcionado por el presidente de los Estados Unidos y por su poltica egosta. Por si fuera poco, esta invitacin llegaba con un mes de retraso, puesto que Benito haba vuelto, al final de septiembre, de un viaje triunfal de cinco das en Alemania y las relaciones con el Fhrer eran ahora demasiado estrechas como para volverle la espalda. Sin embargo, si Roosevelt no hubiera atacado tan violentamente a Italia por su ayuda a Franco, si no hubiera situado en un mismo plano tres azotes, es decir, el comunismo, el nazismo y el fascismo, rechazando as todo papel moderador de Mussolini, quizs se hubiera conseguido algo. Con mayor razn, puesto que Benito mantena excelentes relaciones con la prensa americana y era muy apreciado en los Estados Unidos. Un da, incluso mucho antes, en 1910, un semanario socialista le haba pedido que se instalara en los Estados Unidos para dirigir la edicin diaria del peridico. Estuvimos a punto de partir, pero Benito renunci al viaje porque yo esperaba a Edda. Tuvo miedo de que yo cayera enferma. Estando en un campo de concentracin al final de la guerra contaba a un oficial americano que mi marido haba tenido la posibilidad de vivir en Amrica. Os dais cuenta, excelencia; hubiramos podido tener a Benito Mussolini como presidente me haba dicho entonces aquel oficial. De hecho, Benito Mussolini ha tenido otras ocasiones de cambiar el curso de los acontecimientos, de modificar quizs la Historia. Pero a menudo, como ocurri ms tarde, su destino estuvo ligado a la suerte de las armas, al azar. En cambio, en los tres casos que acabo de citar mi marido tena todas las cartas en la mano; poda tomar su decisin sin depender de nadie. Y en ese momento, el jefe de gobierno desapareci ante el hombre. Son las cualidades y defectos del hombre las que primaron sobre las consideraciones polticas. Obrando as, Mussolini se habr equivocado o no, yo no voy a entrar en juicios, pero he

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pensado que mereca la pena que se diera a conocer. Y si debiera referir otro acontecimiento en el que el hombre, en una hora particularmente crucial de su vida, ha obrado en perfecta armona consigo mismo, es decir, pensando primero en los dems, dira simplemente que el 25 de abril de 1945, tres das antes de su muerte, mi marido tuvo la posibilidad de salvarse refugindose en Espaa, y as quizs hubiera conocido un destino diferente al que fue el suyo. Es Vittorio quien me ha contado esto varios aos despus de acabada la guerra. Y es l quien haba concebido el proyecto al que no le faltaba ms que un detalle, pero de importancia: la conformidad de su padre. El 25 abril Vittorio haba tenido una larga entrevista con el general de aviacin Bonomi. Le haba expuesto su idea de hacer huir a su marido a Espaa. El general Bonomi se haba informado y le haba asegurado que sobre el aerdromo de Ghedi, cerca de Brescia, haba aparatos trimotores en estado de volar. Aseguraba que poda hacer partir a Benito a bordo de uno de ellos hasta Espaa, pero que haba que obrar rpidamente. Benito se encontraba ese 25 de abril en Miln. Se haba instalado en la prefectura y las reuniones se sucedan unas a otras para decidir el cambio a seguir. Volver ms tarde sobre esos acontecimientos; pero, por el momento, subrayar, como me lo ha confirmado mi hijo, que mi marido mostraba la indiferencia ms grande en cuanto a su propia suerte. Vittorio lleg, pues, por la maana al despacho de mi marido. Este se encontraba solo. Fuera, en el patio, en los pasillos, haba un alboroto inaudito; a todo el mundo se le ocurra algo, todo el mundo buscaba una solucin inencontrable. Benito pregunt a Vittorio qu quera. Mi hijo le expuso entonces su proyecto a toda velocidad, por puro temor a verse interrumpido. Le afirm que una vez a salvo poda negociar, tratar con los aliados, ya que poda resultar un interlocutor vlido y, as, ayudar a Italia a pasar este punto difcil. Intent en fin, mostrarse tan convincente como le era posible, como cuando yo le haba aconsejado que dimitiera durante el tiempo de gloria. Benito le escuch sin la ms mnima reaccin hasta el final. Cuando Vittorio hubo acabado, sonri y, tendiendo los brazos hacia la puerta a travs de la cual pasaban los murmullos, le pregunt: T crees que es la mejor solucin? Muy bien. Entonces, en que avin pondrs a todos esos fascistas que estn fuera? Y a los que se encuentran por todo el Norte?... Y como quiera que haba prometido nueve aos atrs que seguira en el poder porque pensaba que convena a Italia, al final, fiel a s mismo, en la hora en la que el destino le haba marcado ya, crea que no deba abandonar a aquellos a los que haba arrastrado con l. No creo que pensara nunca en herosmo, pero habamos hablado de ello algunos das antes l encontraba que su Romagna sencillamente lgica.

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2. MUSSOLINI OBTIENE MI MANO A PUNTA DE REVOLVERCuando se supo que yo iba a escribir Mussolini sin mscara, tanto en Italia como en el extranjero las reacciones fueron numerosas. Algunos han dicho y escrito que no dejara de presentar a Mussolini bajo un aspecto favorable, intentar justificar sus errores, hacerle perdonar. Esas gentes no me conocen. La prueba de mi reputacin como particularmente objetiva y no marcada por la poltica la dio en 1945, cuando mi marido estaba ya muerto y yo en prisin, un partisano que vino a encontrarme y me dijo secretamente: Doa Raquel, no tenga inquietud ninguna. Hemos recibido rdenes formales de Mosc de no tocar ni uno solo de sus cabellos... Mientras Benito estaba en el poder, no dud en amenazarle con ir sola hasta la Plaza Venecia y empezar a gritar, bajo sus ventanas: Abajo Mussolini, porque yo no admita que se pudiera confiar en colaboradores de los cuales tena las pruebas de su traicin. o, nunca he pretendido hacer perdonar a Mussolini, pues no veo qu es lo que hay que perdonarle. Ha hecho la guerra! Acaso es el nico jefe de gobierno que la ha hecho? La nica cosa que se le puede reprochar es haberla perdido. Pero sobre ese punto, que ciertos jefes militares de esta poca, ministros, todava vivos, hagan su examen de conciencia. Vern si en un momento dado no pecaron Su alianza con Hitler? Que se saquen los archivos secretos y se ver si Mussolini no lo hizo todo para salvar la paz. As, pues, no pido perdn ni piedad, ni para l ni para m. Se ha dicho que yo era una pobre mujer abandonada, engaada, sumisa y resignada. A los ochenta y tres aos puedo afirmar que no he sido nada de todas esas cosas. He llevado la vida que he querido, nunca estuve sometida o resignada. Incluso he sido la esposa mejor informada de Italia. Ms al corriente que ciertas policas oficiales, gracias a mis servicios particulares de informacin. En cuanto a las conquistas femeninas de mi marido, era problema mo. Reconozco que tres de ellas me han hecho dao: Ida Dalser, Margarita Sarfati y Clara Petacci. Pero qu hombre no ha engaado un da u otro a su esposa? Mussolini era el Duce. Era lgico que se le prestara an mayor atencin... Pero si me dejara llevar por un acceso de orgullo, dira que de todas las mujeres que ha tenido Benito en sus brazos soy la nica que le ha conocido realmente. La nica que puede hablar de Mussolini sin mscara, porque yo le he descubierto a la edad de siete aos. Fue en 1900. Yo tena diez aos y Benito diecisiete. Era el mayor de los tres hijos de la familia Mussolini. En la misma medida en que su madre, mi maestra, Rosa Maltoni, era dulce y discreta, su padre, Alejandro Mussolini, era un personaje clebre en la Romagne e incluso en el extranjero. La familia Mussolini viva en Dovia, una aldea dependiente de la comuna de Predappio, en plena Romagna, en donde Alejandro tena una herrera. Sin embargo, era sobre todo como socialista revolucionario como era conocido Alejandro, y el relato de sus hazaas alimentaba las veladas de la campia romagna. Se contaba, por ejemplo, que no haba nadie como l para saquear los despachos electorales, y que era el terror de los guardias reales, quienes, por su parte, no perdan ocasin de conducirle a prisin, bien encadenado y escoltado por guardias a caballo. Desde su ms tierna infancia, Benito haba empezado a dar preocupaciones a su madre: habl muy tarde. Un da lo hizo examinar por el mdico, quien la tranquiliz en seguida: No se preocupe. Hablar e incluso demasiado. Alejandro haba educado a su hijo de manera dura, no vacilando en unir el gesto a la palabra cuando quera convencerle. Y Benito descubri las realidades de la vida tanto en la forja como escuchando las conversaciones de su padre, de las que no comprenda gran cosa todava. Al mismo tiempo que le inculcaba desde una temprana edad los rudimentos de la revolucin socialista incluso le haban dado los nombre de Benito, Amlcar, Andrea, en memoria de los hroes revolucionarios el mejicano Benito Jurez y los italianos Amlcar Cipriano y Andrea Costa, Alejandro no quera hacer de l un palurdo. Benito fue, pues, enviado a la escuela primaria de Predappio, en la que dej recuerdos' indelebles sobre la cara de sus cornpaeros que no queran aceptarle.12

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Despus, a los nueve aos, sus padres le ingresaron interno en Faenza, con los padres salesianos. All, segn lo que me cont ms tarde mi marido, el resultado fue deplorable, pues no admiti ser colocado, en el refectorio, en la parte correspondiente a la clase inferior, la de 30 liras, mientras que haba otra reservada a la clase media, a 45 liras, y la primera para los nobles, a 60 liras. Su temperamento de luchador no hizo ms que afirmarse. Por cada golpe devolva dos, y el director del colegio se vio obligado a enviarle a su casa. En octubre de 1895 tuvo una nueva experiencia, esta vez en la Escuela Normal Real de Forlimpopoli. All todo fue bien, a excepcin de algunas extravagancias. En el transcurso de los ltimos aos en la Escuela Normal Superior comenz a mantener algunas reuniones polticas con cierto xito. Escribi incluso a los diecisiete aos artculos para peridicos de Forli y de Rvena. Como tambin tena una buena voz, el director le encarg un da que hablara en el teatro municipal con ocasin de la conmemoracin de la obra de Verdi. Ante la sorpresa general, pronunci un discurso sobre la situacin social de la poca y Avanti, el peridico socialista, que dirigira doce o trece aos ms tarde, le consagr algunas lneas. En cuanto a m, yo estaba en esta poca en el segundo ao de la escuela primaria, en Dovia. Aunque la tierra fuera soleada y frtil, los campesinos romagnos se rebelaban sin cesar contra el orden establecido, es decir, entre otros, la realeza y la Iglesia; y no era extrao ver a un conductor de tren detener un convoy en el momento en que vea montar a un sacerdote. En conjunto, a excepcin de los grandes propietarios de tierras, los campesinos no eran ricos. Mis padres trabajaban en uno de esos grandes dominios cuyas tierras, cortadas a pico, se extendan desde Salto, donde vivamos, hasta las primeras casas de Predappio Alto. Eramos cinco hermanas en la familia, tan vivarachas unas como las otras. Yo era, creo, la ms despierta de todas. Pequeita, con cabellos de un rubio muy plido y pequeos ojos azules, vivos y maliciosos. Me llamaban la sin miedo. No tena igual en cuestin de subir a los rboles o atrapar pajarillos. Pero cuando lleg la vuelta a la escuela, la nica de todas que decidi ir a clase fui yo. Quera aprender, instruirme, saberlo todo. Mis padres, que hubieran preferido guardarme con ellos, debieron ceder ante mi obstinacin y mis llantos. Ni los ocho kilmetros que deba hacer cada da para ir a la escuela me echaron atrs. Como quiera que Rosa Maltoni, su madre, que era mi maestra, estuviera un da enferma, Benito vino a reemplazarla. Desde el primer da me vio. No por las mismas razones que le impulsaron diez aos ms tarde a amenazarme con tirarse bajo un tranva, sino porque yo era insoportable en clase y no cesaba de agitarme: un verdadero rabo de lagartija. Estando ocupada en hacer no s qu diablura, no vi venir el regletazo sobre mis dedos. Setenta y cinco aos ms tarde, si ya no siento el dolor, s recuerdo que me hizo dao. Dudando entre las lgrimas y la clera, me llev la mano a la boca, y fue en ese momento cuando reclamaron mi atencin dos ojos negros, inmensos, profundos, de los que emanaba una tal voluntad que, sin comprender lo que me deca el maestro, me calm de inmediato. Acto seguido encontr un adjetivo para esos ojos: eran fosforescentes. Despus de esta demostracin de fuerza, perd de vista a Benito durante cerca de nueve aos. Sin embargo, o siempre hablar de Mussolini. Era de su padre de quien se trataba, y a la larga, una especie de aureola envolvi en mi espritu el nombre de Mussolini. En 1903, mi padre muri bruscamente. Entonces conocimos la miseria y tuvimos, mi madre, mis dos hermanas y yo que mudarnos a Forli. No tenamos ni un real. La familia se dispers: mi madre se hizo contratar como criada y nosotras fuimos colocadas en casas de patronos. A los ocho aos ganaba mi primer sueldo: tres liras por mes. Pero fue un calvario. Mis patrones, comerciantes de frutos, eran odiosos. Me haban dado, a manera de cama, un saco de paja, viejo y desfondado, tirado en un cuartito en el que se guardaban las botellas de vino por causa de su humedad. Antes que yo, haba dormido sobre ese saco una joven tuberculosa. Pero lo que ms me apen era ver a los dems nios de la familia, alrededor de una misma mesa, comiendo en medio del regocijo general, mientras que yo era rechazada a un terrazo, con un plato roto y una cuchara de latn: no era ms que la criada. Con lgrimas contenidas a menudo, descubr, siendo an

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nia, la injusticia social. Despus de los comerciantes de legumbres, que abandon con gusto, tuve por patrono un profesor de esgrima. Su hija y yo nos divertamos mucho siguiendo las sesiones, y en ms de una ocasin, con bastones, habamos intentado hacer de mosqueteros. Sin embargo, tuve que marcharme en seguida, pues su mujer, de costumbres ligeras, daba, ella tambin, lecciones particulares. Mis nuevos amos, los Chiedini, fueron los mejores. Incluso sin dejar de ser unos conservadores, como llambamos a los ricos en la Romagna, se mostraban muy amables y me trataban bien. El futuro me pareca entonces menos sombro. Mi madre haba finalmente encontrado un empleo estable en el pequeo casero de Alejandro Mussolini, que haba abandonado > -su anterior oficio de herrero despus de la muerte de su mujer en 1905. Adems, yo tena diecisis aos y a esta edad se tiene tendencia a ver la vida de color de rosa, tanto ms cuanto que yo era bonita y que los cumplidos no me faltaban. Tena demasiado sentido comn como para perder la cabeza, pero me gustaba. Incluso fui pedida en matrimonio por un guapo joven, hijo de un vecino de los Chiedini. De paso por sus tierras, me jur que hara mi felicidad si aceptaba casarme con l. Para convencerme aadi que yo era demasiado hermosa para ser criada; deba ser princesa. Yo en las vias y l a caballo, esperaba que me izara hasta l, pero no lo hizo. Entonces rechac su mano. Das ms tarde una gitana me hizo una extraa prediccin que ya he evocado que qued impresa en mi memoria. Se la recordara a Benito, aunque mucho ms tarde, cuando le ped que dimitiera. Viendo mi emocin, ella me haba puesto una piedrecita en la mano y haba aadido: Gurdala, y dame un saco de harina No pude por menos que drselo. Se lo di y me hice tirar de las orejas por mis patrones... Pero me daba igual: haba sido casi princesa y un da sera la igual de la reina... Estbamos en 1908. Un domingo, al salir de la iglesia de Forli, con la pequea de mis seores, o que me llamaban. Era Benito Mussplini. Llevaba bigote y barbita, un traje negro rado, una corbata y un sombrero igualmente negro, calado sobre la cabeza. De sus bolsillos sobresalan los peridicos. Pero me fij sobre todo en sus ojos, todava ms grandes, me pareci, pero con los mismos fulgores atravesndolos. Para ser el orador que llegara a ser ms tarde, la entrada en materia no fue muy original que digamos: Hola, Chiletta era el diminutivo de Raquel, has crecido. Ya eres una seorita. Deb responder con no importa qu otra memez del mismo gnero. Pero yo, al menos, tena la excusa de estar turbada por su mirada. Haca un buen da; la plaza del Domo estaba inundada de sol; caminbamos. Estaba muy contenta de ver cmo las gentes saludaban a Benito con una cierta deferencia. Tena la impresin que este respeto resbalaba un poco sobre m. Benito me acompa hasta la casa de los Chiedini. Me guard muy bien de hablarles de este encuentro, pues recordaba la satisfaccin que haba mostrado M. Chiedini algunos das antes describiendo la detencin una entre otras muchas de Benito Mussolini, las manos esposadas, escoltado por guardias a caballo. Por qu no vienes nunca a ver a tu madre en el casero de mi padre? me dijo Benito antes de marcharse. Porque los Chiedini me prohiben frecuentar la casa de un revolucionario. Pero voy a pedir la autorizacin a la seora Chiedini le respond. Nos vimos varios domingos despus de esto; nuestras relaciones se hacan cada vez ms ntimas. No es que Benito hiciera prueba de un romanticismo exagerado, pero su sola presencia me bastaba. bamos a pasearmos por el campo, caminando largo tiempo en silencio. De vez en cuando daba un puntapi a una piedra, como para librarse de una idea o de un adversario. Despus, tomndome de las manos, Benito pona sus ojos en los mos y me deca: Raquel, acabaremos por echar fuera a esos burgueses, esos ricos que viven en la molicie y en la indolencia de sus tierras, sin ni siquiera darse el trabajo de cultivarlas...

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Yo escuchaba ya medio revolucionaria, pero inquieta an ante semejante ardor. Te metern en la crcel, Benito; lo han hecho en otras ocasiones. Y qu? responda. No me da vergenza ir a la crcel por semejantes motivos. Me sentira orgulloso. No he matado ni robado. Un domingo, la seora Chiedini me dio permiso para ir al casero de los Mussolini. Pas all la maana entera, ayud a la mesa y, despus de comer, Benito y yo fuimos a bailar antes de que yo regresara a la granja. Qu bien bailaba! Por qu sigues en casa de los Chiedini? ^-me dijo al dejarme. Tu sitio no est all, sino entre tu madre y mi padre. Escucha, Raquel; dentro de ocho das me voy a Trento. Voy a trabajar en el peridico de Cesare Battisti. Me gustara que te instalaras en el casero antes de mi marcha. Ya ver le respond. Pero ya estaba todo visto. Tres das ms tarde llamaba a la puerta del restaurante. Alejandro Mussolini tena una nueva criada. No se arrepinti, pues muy pronto los clientes no quisieron ser servidos ms que por la rubita. El da antes de la marcha de Benito para Trento su padre abri algunas botellas de vino para celebrar el acontecimiento. Benito toc el violn y nosotros danzamos. Descubr con este motivo que era un excelente msico. Cuando se hubieron ido los amigos, me cogi aparte y me dijo: Cuando vuelva nos casaremos, Raquel. Esto no era una peticin, un proyecto o idea para el que solicitaba acuerdo; era una decisin tomada por los dos. No era cuestin de responder nada: en su nimo estaba ya hecho. Pero id a pedir a una jovencita de diecisis aos que espere. Habla, habla me dije. De momento t te vas, despus ya veremos... Y en cuanto apoy la cabeza sobre la almohada, ya ni me acordaba de estos proyectos matrimoniales. Los aspirantes reanudaron su ballet a mi alrededor, mientras que, ms despreocupada que nunca, me consagraba al albergue de Alejandro Mussolini. Sobresala, segn me decan, en servir con destreza inmensos platos de pescado del Adritico. Una vez ms fui pedida en matrimonio: por un joven matemtico de Rvena, un tal Oliveri, creo. Era la tercera proposicin de este gnero en algunos meses, despus de las del hijo del terrateniente y de Mussolini. Rechac, con gran fastidio de mi madre y sobre todo de Alejandro Mussolini, que se haba dado cuenta de que yo tena una inclinacin marcada por su hijo. Tanto ms preocupado por mis disposiciones sentimentales cuanto que conoca bien a Benito, habindole formado polticamente, y saba que yo no sera feliz. Dos meses ms tarde, una postal lleg de Trento. Bajo la firma, Benito haba aadido para su padre: Transmite mi mejor recuerdo para Raquel y recurdale que no olvide lo que le he dicho. Era pertinaz en las ideas! El mismo Alejandro me desaconsej de esperar. Mi propia mujer ha sido ya una vctima de la poltica me confes. Benito no Nte har feliz, Raquel; no le esperes. En cuanto encuentres tu media naranja, no lo dudes ms. Yo me acordaba de Rosa Maltoni y de sus ojos llenos de lgrimas cuando su marido haba sido aherrojado en prisin. Semejante vida no me atraa, pero no llegaba a decidirme. Ocho meses despus de su partida, Mussolini volvi a Forli, expulsado de Trento por las autoridades austracas, nos dijo, por haber querido despertar el nacionalismo italiano y escrito, en un violento artculo publicado en El Popolo, el diario de Cesare Battisti, que la frontera italiana no se detena en Ala, una pequea ciudad situada en los confnes de Austria y de Italia. Nos cont, muy orgulloso, que los socialistas trentinos haban desencadenado una huelga general para protestar contra su expulsin. Haba conservado el bigote, pero haba perdido la barbita. Llevaba, como siempre, los bolsillos llenos de peridicos, y su eterno violn bajo el brazo. La fama que se haba ganado en Trento le haba seguido a Forli. Fue inmediatamente nombrado secretario de la federacin local del partido socialista.

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Paralelamente a sus actividades polticas, Benito emprendi el poner orden a su vida ntima. Primero hizo cuenta nueva; habindose enterado de que yo tena un amigo, me oblig a quemar todas las cartas. An ms, en una nota muy seca le inst a dejarme en paz, porque l, Benito, haba ocupado su lugar. Todo esto no me llenaba de alegra, precisamente. La verdad era que senta una inclinacin clara hacia Benito, pero de ah a encontrarme bajo secuestro... Reaccion comenzando en principio por rechazar el casarme con Mussolini. El nico argumento que yo tena era la poltica. Le repeta sin cesar que no aceptara nunca por marido a un hombre que reparta su tiempo entre manifestaciones y estancias en la crcel. Chiletta tiene razn rezongaba Alejandro, su padre. Djala tranquila. No son precisamente mujeres lo que falta. De momento, yo estaba internada en el albergue. Ni hablar de ir a bailar cosa que no me gustaba ni de atender a los clientes lo que me atraa an menos, porque estaba condenada a quedarme en mi habitacin. En cuanto a Benito, no dudaba en reemplazarme en la sala del restaurante antes de irse a dormir a la habitacin que ocupaba en Forli, pues l no viva con sus padres. Lavaba los platos y serva a los clientes. Estos no se sentan muy felices que digamos: una rubita es ms agradable de ver que un seor con bigotes, pero lo que perdan en gracia conmigo lo ganaban en msica con Benito, que les tocaba el violn en el saln. En su cocina, su padre se quejaba: Qu lstima! Un profesor que atiende a un restaurante ! Pero el tal profesor no tena remedio. Ningn oficio es despreciable le responda l. Su temperamento acaparador le hubiera empujado a hacer no importa qu por aislarme de la gente. Los acontecimientos se precipitaron a causa de un baile. Era durante el otoo de 1909. Alejandro me dijo una tarde: Benito anima una reunin socialista. Quieres venir conmigo? Le oiremos y despus te llevar a bailar. Me senta muy tentada, pero inquieta tambin, pues de un solo golpe iba a infringir dos prohibiciones de Benito: ir al baile y asistir a una reunin poltica. El pretenda que mi presencia le paralizaba. No puedo seguir hablando cuando s que ests ah me haba explicado un da. Acept, sin embargo, la invitacin y conseguimos escuchar a Mussolini sin hacernos ver. Estaba orgullosa de or a los socialistas aplaudirle y gritar Viva Benito!, Viva Musln! Llegamos al saln de baile en el mismo momento en que Bandeira Rosa (Bandera Roja), el himno socialista, abra la sesin de la tarde. La primera meloda era un vals; un joven me invit rpidamente. Y ah sobrevino la catstrofe. Apenas habamos esbozado algunos pasos, fui a dar de bruces contra Benito. Me fulmin con la mirada. Con un gesto rabioso me arranc de los brazos de mi pareja. Me tom en los suyos y me hizo terminar el vals de una forma endiablada, comindome con los ojos. Despus me arrastr fuera, llam a un cochero y regresamos al albergue de su padre. Este, por otra parte, no se haba dado cuenta de nada y no tuvo ni siquiera el tiempo de intervenir. Durante el regreso, ni una sola palabra. Yo trataba de hacerme diminuta en mi rincn, y l no cesaba de martirizarme el brazo. Uno de sus amigos, el abogado Gino Giommi, que iba con nosotros en el coche, intent calmarle un poco, pero le hizo callar speramente. Una vez ya en el albergue fue el gran nmero* Benito reproch a mi madre y a su padre, que se haba reunido con nosotros ya, el haberme dejado ir al baile y no quiso or ninguna explicacin. Desde haca algunas semanas ya haba cambiado de mtodo y haba pasado de las escenas de persuasin por la simpata y la suavidad a las amenazas con bravatas del gnero de: Si no quieres saber de m, me tiro bajo un tranva. O Si me rechazas, te arrastro conmigo bajo las

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ruedas de un tranva. Esta vez mi madre, mujer dulce y paciente, decidi intervenir. Estbamos en la cocina y, recuerdo que yo estaba cerca de mi madre, a un lado de la mesa. Benito estaba sentado frente a nosotras del otro lado. Se lo advierto; Raquel an es menor de edad. Si no la deja tranquila, presentar una denuncia, y ser usted encarcelado dijo mi madre. Bien respondi Benito, y sali. Volvi instantes ms tarde, puso el revlver de su padre bajo las narices de mi madre y dej caer framente: Pues yo tambin la prevengo. Ve usted este revlver, seora Guidi? Guarda seis balas. Si Raquel me rechaza todava, habr una bala para ella y cinco para m. Escoja! En dos minutos se decidi todo: yo acept prometerme a Benito. Y debo decir que era feliz, pues desde que tena diez aos creo que estaba enamorada de l. Simplemente me haca falta un pequeo empujn para superar mis indecisiones. Visto lo cual, Benito nos dej y regres a la habitacin que tena en el centro de Forli. Pero desde el da siguiente volvi al albergue y nos anunci su decisin: me exiliaba en casa de mi hermana Pina, en Villa Carpena, a ocho kilmetros de Forli aproximadamente, con orden de no moverme. Vena a verme cada noche. Los diecisis kilmetros que se haca, unas veces a pie y otras en bicicleta, le permitan meditar, me deca. Cuando llegaba, sacaba de sus bolsillos un paquete de diarios y hojas emborronadas con su escritura nerviosa. Despus de haber ledo los artculos del da siguiente al suegro de mi hermana, Chinchn, un simptico campesino romagno, salamos a pasear por el campo. Desde luego que nos cogamos de la mano y nos besbamos, pero estbamos lejos de ser los enamorados traspuestos que se miran a los ojos durante horas, o esos otros que ruedan por la hierba, como yo misma vi hacerlo el otro da, no lejos de mi casa. Y adems, aunque hubiramos querido, no hubiramos podido hacerlo, porque estbamos en diciembre. Haca fro y verdaderas trombas de agua caan del cielo. Dotado de un temperamento muy prctico, Benito se dio cuenta rpidamente de que esta situacin no poda durar. As, una tarde de enero de 1910 vino ms temprano que de costumbre. A mi hermana Pina, que sali a recibirle, le anunci tranquilamente: He encontrado un apartamento para Raquel. Quiero que venga a vivir conmigo y que sea la madre de mis hijos... Dile que aligere porque tengo otras cosas que hacer... Y mientras que Pina toda llorosa suba a mi habitacin a anunciarme la catstrofe, Benito, bien seguro de s, esperaba pacientemente leyendo al suegro de mi hermana el artculo que publicara al da siguiente. En cuestin de cinco minutos tom una decisin. Vamos all dije. Mi ajuar era un pobre hatillo que contena un par de zapatos viejos de haca tres aos, dos pauelos, una camisa, un delantal y tres reales. Bajo una lluvia de diluvio recorrimos los ocho kilmetros a pie, por supuesto, y los perros nos acompaaron ladrando como reprochndonos por lo que hacamos. En Forli, Benito me haba preparado una agradable sorpresa: haba reservado dos habitaciones comunicantes en el mejor hotel, y al recepcionista le lanz en gran seor: Que preparen un bao para la seora. Cre que ya lo haba tomado respondi ste, recogiendo el agua del charco que se extenda a mis pies. Al da siguiente, Benito me llev ante un viejo inmueble de la va Merenda, en Forli, que en otro tiempo haba debido ser hermoso. Es ah me dijo.

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Nuestro apartamento se encontraba en el ltimo piso, al fondo de un oscuro pasillo. Para llegar a l, haba que subir por una escalera tan estrecha que difcilmente pude pasar cuando estuve embarazada de Edda, nuestro primer hijo, meses ms tarde. Benito haba ya puesto algunos muebles: una cama, una mesa, dos sillas y un hornillo de carbn. Me procur el resto en casa de mi madre, y as empezamos nuestros treinta y seis aos de vida en comn. Debo precisar antes de nada que no fuimos de inmediato y ante los ojos de la ley el seor y la seora Mussolini. Oficialmente, no estbamos unidos por los lazos del matrimonio, pues la doctrina socialista prohiba en aquella poca el conformarse a las reglas establecidas y a las costumbres burguesas. Todo miembro del partido socialista que se casaba civil o religiosamente era muy mal visto. Benito y yo no pasamos ni ante el seor alcalde ni ante el cura prroco. No lo hicimos hasta mucho ms tarde, por causa de los acontecimientos. El matrimonio civil tuvo lugar al cabo de cinco aos de vida comn, en 1915, porque una amante vindicativa de Benito, Ida Dalser, se haca pasar por m y me causaba desaires. Esperamos quince aos para la ceremonia religiosa, que tuvo lugar el 29 diciembre de 1925 en Miln, esta vez, para dar gusto al Papa Po XI. Y no hicimos nuestro viaje de novios hasta veinte aos ms tarde.

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3. ME PROHIBE DAR A LUZ EN SU AUSENCIADurante el tiempo que estuvo en el poder, Benito prob apenas los vasos de vino que se hallaban ante l. A veces humedeca los labios, pues hubiera sido inconcebible que el jefe de gobierno de un pas que produca vino no apreciara la bebida nacional. As naci la leyenda de la sobriedad del Duce. Era sobrio, es cierto, pero lo que se conoce menos es que esta cualidad, hecha clebre, tuvo por origen un episodio que todas las familias han conocido por lo menos una vez: una borrachera memorable. Era en 1911. Vivamos juntos desde haca un ao y no ramos ricos. Disponamos de ciento veinte liras al mes que ganaba Benito como secretario de la federacin local del partido socialista y despus como responsable del semanario del partido Lotta di Classe, que haba creado en enero del mismo ao. De su retribucin daba veinte liras al partido y me devolva ntegramente el resto. Despus de haber separado quince para el alquiler, no nos quedaba gran cosa para vivir. Nuestros bienes se limitaban a algunos muebles que l haba comprado, y Benito tena por todo guardarropa un traje negro que yo le conoca desde haca dos aos, un sombrero de ala ancha a la usanza romagna y una corbata negra muy rada, dos camisas que perdan su blancura con el paso de los aos y un par de zapatos. En cuanto a m, posea lo que haba llevado conmigo en mi hatillo. Desde los primeros das Benito haba adquirido costumbres fijas. Por la maana se levantaba temprano, se lavaba, se afeitaba, tomaba su desayuno caf con leche y pan y sala. Todo ello le ocupaba apenas de quince a veinte minutos. Una vez fuera haca una primera parada en el quiosco de peridicos que se encontraba en la plaza Saffi. A velocidad de vrtigo recorra los artculos de todos los peridicos. El dueo del quiosco no le haca pagar, no solamente porque le conoca, sino porque cada maana contemplaba este maratn. Acto seguido, Benito se trasladaba a la sede del diario, o mantena largas conversaciones, con abundante gesticulacin, en la misma plaza. Hacia medioda, volva para comer, cosa que despachaba en pocos minutos. Un diario apoyado contra una botella, lo lea entero mientras coma; pero pronto perdi esta costumbre. Benito no prestaba atencin a lo que tena en su plato: tagliatelli pastas anchas como se hacen en la Romagna, verduras que le gustaban mucho, y fruta. Cuando le animaba a comer ms, me responda que en su niez no le haban acostumbrado a hacer grandes comidas. En casa tejamos sopa para comer y achicoria por las noches, durante la semana. Y el domingo mi madre haca un caldo con una libra de carne para cinco: mi padre, mi madre, mi hermano Arnaldo, mi hermana Eduvigis y yo. A veces, por la tarde, escriba sus artculos en casa. Con una escritura fina y rpida, llenaba hojas y hojas de papel. Cuando ciertos trozos no le gustaban, arrugaba bruscamente la pgina y la tiraba al suelo, o bien se levantaba y recorra la habitacin hasta que le volva la inspiracin. Por la noche, su cuartel general se desplazaba al Macaron, el principal caf de Forli, en la esquina del inmueble Serrughi, en la plaza Aurelio Saff. All se reunan los socialistas, los amigos de mi marido, y a veces tambin la polica, que se dejaba caer para hacer pesquisas o detenciones. A menudo venan jvenes a pedirle ayuda para sus deberes de clase, pues a los ojos de todos haba quedado como el profesor. Tena un diploma de maestro y otro de francs. Benito se instalaba entonces ante una mesa, coga un lpiz y, sobre el mismo mrmol, anotaba las explicaciones. Luego, cuando la superficie de la mesa estaba repleta de trazos, cambiaba de mesa para seguir. Estas reuniones terminaban muy entrada la noche, sobre todo los lunes y viernes. En el curso de esos dos das de feria, la tensin suba, y no era raro ver a los carabineros cargar a caballo y porra en mano, pues Benito dispona de un auditorio importante e improvisaba discursos que enardecan a los campesinos venidos de las comunas vecinas. Yo le vea regresar con las ropas destrozadas, manchado de barro, con hematomas por todas partes. Resplandeca de felicidad. jCmo nos hemos puesto, Raquel! exclamaba. Cuando no era con las fuerzas del orden, los encontronazos tenan lugar contra los miembros

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del partido republicano o incluso entre socialistas de otras ciudades, pues las federaciones del partido socialista de las otras ciudades, ms moderadas, no apreciaban las posiciones extremistas de Benito, que quera abolirlo todo: la monarqua, la Iglesia y el orden establecido. Los dos aos que vivimos en Forli fueron frtiles en acontecimientos, y no sent pasar el tiempo. No contaba las horas ms que durante la noche, cuando, aguzando el odo trataba de percibir el ruido de sus pasos el sonido de su voz. Estaba convencida de que acabaran trayndomelo ensangrentado o que no volvera a verle. Es justamente lo que cre una noche: le haba esperado hasta el alba. La cabeza entre las manos, yo sollozaba, segura de que ya estara en la crcel o en la morgue, cuando o un estrpito en la escalera. Temblando abr la puerta y vi el espectculo: dos desconocidos sostenan a mi marido, plido, los ojos extraviados. No se inquiete, seora, no es nada. Ha hablado mucho esta noche y sin darse cuenta la bebido una cantidad increble de vasos de caf y coac. Dicho esto, me lo entregaron y volvieron a partir. Intent desnudar a Benito, cuya mirada vaca se posaba sobre m sin reconocerme. Y de golpe fue el estallido. Se puso a destrozarlo todo como un loco: los muebles, la escasa vajilla..., hasta el espejo. Asustada, despert a una vecina y llamamos al mdico, el doctor Boffondi, cuyo hijo fue, hacia 1940, prefecto de Forli (todava lo era en 1943 cuando mi marido fue detenido). Este nos ayud a atarle sobre la cama y poco a poco se calm. Por la tarde, cuando se despert, estaba asustado. Benito no quera creer lo que le haba ocurrido. Mira! le grit, empujando hacia l un montn de escombros. Lo has roto todo. Me costar una fortuna comprarlo otra vez. El no deca nada; miraba fijamente los trozos de madera, de vidrio y de porcelana. Mtete bien en la cabeza una cosa conclu. Nunca aceptar tener un alcohlico por marido. He tenido ya una ta que beba, cuando era nia, y ya he sufrido bastante. Yo s que tienes grandes cualidades y estoy incluso dispuesta a pasar por alto el asunto de otras mujeres, pero si vuelves a regresar una vez ms en este estado, te mato. Benito me escuch sin despegar los labios. Finalmente, me cogi la mano y me llev hasta la cama, en la que Edda, que tena apenas un ao, dorma. Te juro sobre su cabeza que no volver ocurrir. Saba que respetara su juramento, puesto que Edda lo era todo para l. La meca, la miraba dormir durante horas y a veces, para despertarla, tocaba el violn sobre su cama. Y de hecho, salvo en algunas ocasiones en las que debi mojar los labios en un vaso de vino porque no poda hacer de otra manera, Benito no volvi jams a beber alcohol. Esa noche memorable fue el origen de la legendaria sobriedad del Duce. El efecto que mi marido ha manifestado siempre por los nios admir incluso a su propio padre, que nunca hubiera credo que su hijo se sentira un da animado por semejantes sentimientos. Con Edda, la primognita, era terrible. Cuando naci, quiso comprar l mismo su camita, mientras que habitual-mente no se ocupaba tanto de los problemas domsticos. Y una vez que la hubo pagado, quiso llevarla a hombros. Por la noche, como todos los bebs, Edda se despertaba a veces y lloraba. Entonces fuera cual fuera la hora, coga su violn y tocaba. No se detena hasta que ella volva a dormirse. Ms tarde, desde que tuvo apenas tres aos, la llevaba con l incluso hasta en el peridico, lo que hizo que ya a los cuatro aos ella conociera el alfabeto y escribiera, muy orgullosa, con un trozo de tiza en el suelo de la cocina. Benito, no menos orgulloso, no quera borrarlo... En esta poca tambin a Benito se le haba metido en la cabeza que los cabellos cortados al rape volvan a crecer con ms fuerza y ms hermosos. Hizo cortar los de Edda. Pero desde la primera noche fue la catstrofe, pues la pequea tena la costumbre de retorcer una mecha de sus cabellos alrededor de un dedo en el momento de ir a dormirse. A falta de mecha, se acab el sueo, y ms llantos. Ni el violn hizo efecto. Entonces, tan prctico como siempre, Benito compr

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al da siguiente una madeja de hilo de lino. Los desentram y los at a la cama, tras de su cabeza. As, cuando ella tena sueo, no tena ms que coger la pelota de lino. Despus, cuando naci Vittorio, fue la misma vida en Miln. Los vecinos tenan concierto cada vez que se despertaba por la noche. A propsito de nacimiento, cuando fueron ya mayores, mis hijos se divertan comparando las fechas en que haban nacido; excepto Bruno, nacido un 22 de abril, todos haban visto la luz en septiembre: Edda, Vittorio, Romano y Ana Mara. Y cada vez que volvan a hablar de ello me ganaba la misma pregunta insidiosa que me sacaba fuera de m: Mam, di, no es verdad que somos los hijos de la Navidad? Para Edda y Vittorio fue la fiesta, pero para Bruno fue peor. Vivamos en Miln y Benito diriga El Pueblo de Italia, un diario de su creacin que se venda muy bien. El 22 de abril de 1918, Benito deba ir a Genova. Antes de coger el tren me dijo, poniendo cara de enfado: Espero que no aproveches mi ausencia para dar a luz al pequeo (pues en su nimo se trataba ya de un nio). Estoy harto de ser el ltimo que se entera del nacimiento de mis hijos, como ocurri con Vittorio. No te preocupes, puedes irte tranquilo le respond, mientras fregaba el suelo de la casa . Estars presente cuando nazca. La misma noche, al recibirle en la estacin, Morgagni, que era el administrador de El Pueblo de Italia, le dijo con una gran sonrisa: Es un nio! Raquel est bien. Benito salt a un taxi, trep por la escalera a toda velocidad y antes incluso de mirar a la criatura, me dijo severamente,: Te dije que me esperases. Por qu no lo has hecho? Los hombres son as. Quieren ser los dueos las veinticuatro horas del da. Para participar en este nacimiento quiso a toda costa reemplazar a mi madre en los das siguientes y hacerme la comida. Desde la alcoba, que comunicaba con la cocina, yo le daba consejos, pero rpidamente me di cuenta de que era intil: Benito haba quemado todos los utensilios y no poda incluso ni cocer un huevo. Por otra parte, en dos das haba gastado todo el dinero que guardaba para el mes. As que al cabo de cuarenta y ocho horas me levant para impedir mayores prdidas. Poco ms de nueve aos ms tarde para el nacimiento de Romano, el 26 septiembre de 1927 rozamos la catstrofe. Paso por alto las precauciones que rodearon este parto, pues yo era esta vez la esposa del jefe de gobierno. Se me impuso una comadrona y un gineclogo clebre que me sacaba de quicio con sus nuevos mtodos recordndome que yo era la mujer del Duce, hasta el punto de que un da estall: Sabe usted? Cuando una mujer trae al mundo una criatura, los dolores no son distintos segn la categora social. Una mujer de origen modesto o una reina los sienten igual. Un da, pues, mi marido, que estaba en Roma, fue informado de que yo estaba a punto de dar a luz. Como l estaba seguro una vez ms de que sera un nio, dej publicar la informacin por la agencia de prensa Stefani, segn la cual yo haba trado al mundo un nio, al que se le haba dado el nombre de Romano, en honor de Roma. Pero llegando a Villa Carpena, donde vivo actualmente, hacia las diecisiete horas, despus de un viaje ultrarrpido en coche, Benito descubri con estupor que yo no haba alumbrado todava. Entonces, qu vamos a hacer? me dijo. La agencia Stefani ha anunciado ya el nacimiento con todos los detalles. Y yo qu quieres que haga? Vete a dormir le dije. Ya te avisar. No estaba orgulloso precisamente! Hacia medianoche, Cia, nuestra ama de llaves, llam a su puerta: Duce, ya est! Es un nio!

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Mi marido se puso una camisa al revs y se lanz hacia la habitacin. Cogi al nio en sus brazos, me bes y despus se puso a gritar, l que hablaba siempre suavemente: Bien, Raquel! Muy bien! Esta vez has hecho lo que yo quera! Nunca supe si estuvo ms feliz por haber tenido un nio o por haber tenido la confirmacin de la informacin difundida demasiado pronto por el mundo. Para el nacimiento de mi ltimo hijo, Ana Mara, el 3 de septiembre de 1929 otro hijo de la Navidad nos llevamos sorpresa los dos, Benito y yo. Escarmentada por la experiencia de Romano, le dije que el parto estaba previsto para ms tarde que para la fecha real. As, sin el gineclogo, que haba suplicado que apareciera su nombre en el comunicado de prensa, sin la comadrona, que haba pedido lo mismo porque estimaba que deba ser as despus de haber participado en el alumbramiento, me hice todo el trabajo yo sola, y despus llam a Benito a Roma: Ha nacido ya le dije tranquilamente. Quin? Pues la pequea. Qu pequea? La nuestra. Ahora bscale nombre. Y le colgu el telfono, muy contenta de haberle hecho esta jugada. Yo esperaba que me llamara otra vez para decirme cmo quera que la llamramos. Al da siguiente abr los peridicos y me enter que haba hecho nacer a una pequea Ana Mara. Benito me haba cogido la vez, pero me gust: Ana Mara era el nombre de mi madre... Cuando fuimos abuelo y abuela, Benito fue feliz jugando con los nios. La nica cosa que les peda era no hacer ruido porque esto le daba dolor de cabeza. Pero, qu juegos con los chicos! Duce o no, mi marido yaca sobre la alfombra haciendo de caballo o armando alboroto por el suelo. Se conduca, en fin, como todos los padres y abuelos. Un da que habamos sido invitados a comer en casa de Edda y Galeazzo Ciano, Benito haba desaparecido con los nios antes de sentarse a la mesa. De pronto, una sirvienta oy gritos tras la puerta del saln. Abri y, asombrada, vio al Duce en el suelo. Pens que estaba enfermo o que se haba herido. No se trataba ms que de un juego con Dindina y Cicino, los dos hijos de Edda, que se llamaban en realidad Fabrizio y Raimonda. Una de sus preocupaciones con respecto a los nios era la de la eleccin de sus zapatos. Exiga que fueran de un nmero superior a la talla normal. Comprendes? me deca. Yo he sufrido mucho cuando era pequeo. Tena que llevar mis zapatos, aunque no me sirvieran ya, porque mis padres no podan comprarme otros. Y despus yo mismo no poda pagrmelos. Ahora, pues, no quiero que mis hijos sufran los mismos tormentos. Que estn a gusto en sus zapatos. A propsito de los nios, siempre recuerdo una ancdota: Benito tena en la cabeza, a la altura de la nuca, una verruga. Un mdico amigo nuestro, el conde Pulle, quiso un da convencerle para que se la quitase. Si no es nada, Duce; es slo cuestin de algunos minutos. No es esttico, hgasela quitar. Esttico o no, me da igual. Porque esta verruga es la alegra de mis hijos y de mis nietos. Mis bisnietos la encontrarn tambin porque se quedar donde est. Efectivamente, el juego favorito de los nios, y sobre todo de Guido, el hijo mayor de Vittorio, consista en montar sobre los hombros de mi marido y apretar la verruga con el dedo ndice. Entonces, con una voz de falsete, el Duce hacia dring-dring y rompa a rer, como un nio.

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4. COMO MUSSOLINI SE HIZO FASCISTAVivamos en Miln desde haca dos aos ya, es decir, desde diciembre de 1912, cuando mi marido haba sido nombrado director de Avanti, el principal diario del partido socialista italiano. Una noche del mes de octubre de 1914 creo que era el 19 Benito regresaba de Bolonia, amargado y deprimido: Raquel, tenemos que volver a empezar desde cero. Me han echado a la calle los del peridico. Pero qu ha pasado? El partido socialista no est en absoluto de acuerdo con mi campaa a favor de la intervencin de Italia al lado de los aliados en la guerra actual; han estimado en el comit ejecutivo que la toma de posicin del peridico era contraria a la poltica del partido. As que me han despedido. Y qu vamos a hacer ahora? Primero nos va a hacer falta encontrar dinero para vivir, despus, para crear otro peridico. Soy hombre perdido si no puedo expresarme. Tengo que tener mi propio peridico. Pero te pagarn una indemnizacin, lo que te deben. S, claro, pero lo he rechazado todo. No quiero nada de esa gente. Les he dicho que me hara obrero si era preciso, pero que no aceptara su dinero. Estaba hundida. Primero por Benito, que se haba matado trabajando durante estos dos ltimos aos. Cuando sucedi a Claudio Travs como director de Avanti, el peridico no venda ms de veinte mil ejemplares por da. En menos de dos aos haban hecho subir la cifra a cien mil ejemplares. Yo le haba visto escribir sus artculos, sus editoriales hasta avanzadas horas de la noche. A veces, esperando las galeradas, para poder controlar las copias, bamos al teatro y a la vuelta Benito pasaba varias horas en el peridico. Yo era tanto ms infeliz cuanto que con su desinters habitual se haba negado a percibir su salario completo cuando cogi la direccin del peridico. Haba quienes tenan un salario mensual de mil liras y l , por no sobrecargar los gastos de Avanti, no haba querido ms de quinientas. Por otra parte, esto me haba encolerizado cuando vino a decrmelo en Forli. Yo haba estallado: Y por qu vas a dejar a otros lo que es mrito tuyo? Quin eres t para juzgar si te es bastante o no? Quin hace las compras y quin conoce los precios? A Benito le fue difcil calmarme y nos fuimos a Miln, despus de vender todo lo que tenamos para poder pagar el viaje y los primeros das de pensin. Pero con el paso de los meses la situacin pareci que se arreglaba. Habamos arreglado nuestro apartamento, 19, va Castel Morrone, en un barrio popular de Miln, y yo pensaba que los das sombros haban desaparecido para siempre. No quera agravar las preocupaciones de mi marido, pero me preguntaba tambin cmo bamos a pagar las ochenta liras de alquiler del mes, y cmo bamos a comer, pues no nos quedaba ni un real. Benito, que siempre tuvo el reflejo maravilloso de pensar primero en nosotros, incluso en los ltimos momentos de su vida, se haba dado cuenta de ello. Pidi un prstamo para que pudiramos, al menos, vivir. Nos quedaba el encontrar fondos para crear un peridico. Benito reuni en casa un consejo de guerra con algunos amigos polticos y gentes que estaban interesadas en la creacin de un diario con Mussolini como director. Entre ellos, se encontraba Filoppo Naldi, el director de Resto de Canino, de Bolonia. Nicols Bonservizi, Sandro Giuliani, Lido Caiani, Gino Rocca, Giacomo Di Belsito. Fillipo Naldi tena doscientas liras en el bolsillo y se fue el primer capital del peridico. Morgagni logr encontrar un primer contrato de publicidad que se hizo pagar con antelacin, lo que signific cuatro mil liras ms. Seguidamente, se lanz una suscripcin y yo tuve el papel de tesorero, pues era yo quien guardaba las cantidades que llegaban y quien extenda los recibos. Adems, Benito y sus amigos se pusieron a recorrer Italia para encontrar fondos y gracias a la

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ayuda de Naldi se constituy un equipo de un tcnico para la tirada y dos redactores. Conseguimos descuento de dinero con letras avaladas en contrapartida. Los Messageria italiana deban asegurar el lanzamiento y la venta del peridico. Posteriormente, una nueva agencia se consider feliz de poder tomar a su cargo el diario para la publicidad. Mi marido por fin lleg a sacar el primer nmero de El Pueblo de Italia. Para l creo que fue una victoria inmensa sobre los socialistas reformistas, que estaban en mayora, sobre aquellos que haban intentado hundirle y sobre l mismo, que haba dudado de su triunfo. El 15 noviembre de 1914 fue un gran da para l y durante toda la noche anterior no vi a Benito. Haba permanecido en la imprenta, comprobando lnea por lnea, palabra por palabra, todo el peridico. Bajo el ttulo haba hecho poner, para mostrar claramente que segua siendo socialista: diario socialista. Lvido, sin afeitar, agotado, era, sin embargo, feliz. Pero l saba que lo ms duro quedaba por hacer, pues los socialistas lo intentaran todo para destruir el diario El Pueblo de Italia. De manera que todas: mi madre, yo, amigas mas, fuimos requeridas para hacer diariamente una ronda por los quioscos y ver si El Pueblo de Italia estaba bien a la vista y si se venda bien. En casa era un no parar permanente. Entraban y salan sin cesar gentes que yo no conoca ni siquiera de vista. Procedentes de todos los rincones de Italia llegaban pequeas aportaciones, de cuatro o cinco liras algunas veces. Los italianos se suscriban como podan, pero recibamos tambin sumas de quinientas o mil liras. Pronto Morgagni asumi la direccin de la publicidad del peridico y los contratos empezaron a llover. Un domingo, Benito y yo pasebamos a Edda. Nos paramos ante un quiosco de peridicos y mi marido, como si tal cosa, pergunt: Qu tal va este peridico? No va mal respondi el vendedor, pero si El Pueblo de Italia llevara cada da un artculo de este cerebro, de Mussolini, se vendera an cien veces mejor. Mi marido continu impasible. Se han dicho muchas cosas sobre Benito y el nacimiento de El Pueblo de Italia. Se ha dicho que haba recibido dinero del extranjero, que se haba hecho subvencionar para empujar al gobierno y al pueblo italiano a entrar en guerra al lado de los aliados, contra Alemania y Austria. Puedo precisar que Mussolini me ha afirmado siempre que al principio de la Primera Guerra Mundial l crea que Italia deba permanecer en la neutralidad. Pero despus de la batalla del Mame juzg que quedar fuera del conflicto no aportara nada a Italia y que a la hora del reparto, al desenlace de la guerra, no conseguira ningn adelanto. Mi marido me explic que no haba olvidado nunca las razones por las que fue expulsado de Trento en 1908. Y que no haba que perder la oportunidad de rectificar las fronteras italianas comunes con la Austria de los Habsburgo. Adems Benito estaba convencido de que le haca falta una guerra al pueblo italiano para que tomara conciencia de la necesidad de una gran transformacin social. Para l, la guerra era una puerta entreabierta a la revolucin social. Es, por otra parte, lo que ocurri ms tarde. Poco despus, en el curso de una reunin tumultuosa en Miln, mi marido expuso a los socialistas de la ciudad y de la regin los motivos de su cambio de actitud con respecto a la guerra. Les dijo que no haba tomado su decisin en un arrebato, sino despus de haber reflexionado largamente y constatado que no haba otra eleccin. Me acuerdo de haber retenido dos frases que me cit de regreso en casa: Me odian porque an me aprecian. No es slo rompiendo mi carnet como van a privarme de mi fe socialista, y no me impedirn luchar por la causa del socialismo y de la revolucin. En cuanto a esos capitales venidos del extranjero puedo asegurar que no los he visto jams, tanto ms cuanto que era yo quien tena que guardarlos en casa durante una cierta poca. Aadir tambin que si hubiramos dispuesto de semejantes fondos, los colaboradores y la imprenta hubieran sido pagados ms a menudo, los pobres. Ms tarde, en 1915, Marcel Cachin, que era un comunista francs, vino efectiva mente a casa, en Miln. Me acuerdo bien de l, pues ni comprenda ni hablaba el italiano, y era todo un nmero el entendernos cuando Benito no

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estaba all. Cachin tuvo varias conversaciones con mi marido, pero que yo sepa no trajo dinero como se ha dejado insinuar. Adems, Cachin no fue el nico socialista y comunista extranjero que mantuvo contactos con Mussolini. Haba conocido varios ms y Lenin en persona vino a verle a Miln. Esto ocurri poco tiempo despus de la creacin de El Pueblo de Italia. Lenin, que haba llegado procedente de Suiza, quera convencerle de que se reintegrara a las filas del partido socialista. Pero Benito no quiso ni or hablar de ello. Y, sin embargo, le era muy simptico Lenin, a quien haba conocido en Suiza cuando trabajaba y estudiaba all. Yo le encontr muy amable y gentil con su barbita y sus gafas de profesor. Permaneci algunas horas en Miln, y despus regres a Suiza. Mucho ms tarde, mi marido me dijo: Lenin ha tenido una gran suerte en su vida: ha muerto antes de que lo hiciera asesinar Stalin. Despus de la experiencia apasionante de la creacin de un peridico, que yo viv, vino la de los duelos. Viviendo con Benito Mussolini las sorpresas no se terminaban nunca. Cuando prepar su primer combate, durante toda una noche cre morir de miedo, y cuando le vi partir, de madrugada, acompaado de sus testigos, estaba convencida de que no volvera a verle vivo, habida cuenta de que su adversario era un oficial, el coronel Cristbal Baseggio, desviacionista del partido, pero que deba saber manejar la espada. Benito, por su parte, estaba tranquilo y seguro de s: No te inquietes, Raquel; he tomado algunas lecciones con Camilo Ridolfi me dijo para tranquilizarme. Pero estaba segura de que no bastaran ni para evitar lo peor, incluso aunque Rodolf fuera un excelente profesor. El da antes me haba dado orden de comprarle una camisa, y una buena parte de la noche les haba odo a l y a su profesor de armas y los testigos discutir en voz baja en la habitacin de al lado. El entrechocar de las espadas era tan siniestro que me tapaba los odos, convencida de que Benito viva sus ltimas horas. De madrugada los vi desaparecer, como si fueran enterradores, vestidos todo de negro, con la chistera en la mano. A su vuelta crea encontrarme frente a un hombre baado en sangre, pero no hubo nada de esto. Benito regresaba entero, con un gatito en los brazos. Le he encontrado sobre la carretera al ir. Me ha dado suerte. Lo guardaremos. Creo que este gatito debi tener trabajo a partir de entonces, pues los duelos se multiplicaron: cada vez que Benito no estaba de acuerdo con alguien adversario poltico o incluso amigo lo solucionaba sobre el campo de honor, segn las reglas ms estrictas. Mi marido se bati una docena de veces, entre otras contra un socialista, un anarquista e incluso contra Claudio Treves, su antecesor en la direccin de Avanti. Este duelo fue, por otra parte, de los ms duros, pues Benito volvi con un trozo de oreja menos y la camisa ensangrentada. Treves estaba peor que l, con una herida profunda en el sobaco. Fue este duelo el que provoc una reaccin en m. Como quiera que empezaba a estar habituada a verle regresar a casa sano y salvo, las inquietudes que me daba por su vida haban dado paso a una irritacin creciente ante el coste de estos combates. Benito deba pagar el juez de armas, el mdico que le acompaaba, y tena que indemnizar a los testigos que asistan aunque fuera con un simple regalo; todo eran gastos. Sin olvidar a los centinelas, cuya misin consista en vigilar los alrededores para sealar la llegada de la polica, pues los decretos reales repriman severamente los duelos. Mi marido tuvo, por otra parte, varios procesos por este motivo. Vindole llegar, pues, con una camisa nueva empapada de sangre, mont en clera ante la idea de verle sacrificar, de una sola vez, esta camisa. Intent lavarla, quitar las manchas de sangre, pero en vano. Entonces le dije a Benito: Esta vez se acab. Esta camisa quedar como est y ser reservada para los duelos. O es que te figuras que voy a tirar el dinero por la ventana cada vez que el seor Mussolini no est

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de acuerdo con alguien? O dejas de batirte en duelo, o vas con esta misma camisa... Mi marido opt por la segunda solucin y conserv la camisa. A la larga, los duelos se convirtieron hasta tal punto en moneda corriente que adoptamos un cdigo para no inquietar ms a mi madre. Ella no se acostumbr jams. Por la maana al despertar, Benito me deca: Hoy hacemos spaghetti. Y acto seguido yo pona sus cosas en un maletn. Despus del combate me telefoneaba, y para anunciarme que todo iba bien me lanzaba: Puedes echar los spaghetti. Por la noche, para festejar el acontecimiento, bamos a ver las marionetas, espectculo que le complaca particularmente. Mi marido me contaba a menudo sus duelos y debo decir que yo me distraa mucho, tanto ms cuanto que no le faltaba el humor y tena un modo de contar las peripecias que daba a la aventura todo su sabor. Un da, por ejemplo, Benito y su adversario estaban por completo entregados al combate, cuando oyeron gritos. Se trataba de algunas mujeres que haban ido a lavar su ropa al ro, encontrndose, sin esperarlo, con un duelo. Asustadas echaron a correr gritando: Socorro, socorro, se matan! Tuvieron que detenerse y cambiar de lugar. Creo que fueron bajo un puente. En otra ocasin haban alquilado una habitacin y se haban cerrado bajo llave para estar tranquilos. Haban empujado los muebles a un rincn y haban empezado. En lo ms encarnizado del combate', su centinela les avis de que se acercaba la polica. La chistera en una mano y la espada en la otra, se haban precipitado fuera para encontrar otro sitio. Pero los policas les siguieron, y entonces, como en los filmes de gangsters, haban saltado sobre un tren de mercancas para terminar en un pueblecito este duelo empezado en una habitacin. Mucho ms tarde me acordaba de que utilizbamos un lenguaje en cdigo para hablar de duelos y quise hacer lo mismo cuando Benito fue detenido el 25 de julio de 1943. Poda escribirle, pero como ignoraba el lugar en que se encontraba, deba entregar mis cartas a los carabineros que se las transmitan. Yo saba que mi correspondencia estaba controlada, y un da, para hacerle comprender que todo el mundo esperaba su regreso a la Romagna, le escrib: Aqu todos esperan que el agua venga al ro. El me respondi: Siento, Raquel, que la Romagna sufra sequa... Desde entonces no volv a utilizar ms el cdigo... De nuestra estancia en Miln he guardado tambin recuerdos divertidos, como los de nuestra