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Por cada cosa que sabemos, ignoramos infinidades. Y cuantas más cosas nos interesan, más desconocimiento nos acompaña. Ante las posibilidades de adquirir nuevos conocimientos, no hay actitud más estimulante y constructiva que la humildad. El conocimiento acumulado entre todos los humanos es tan extenso, profundo y potente que si cada uno pudiera pesar en una báscula la que se sabe y lo comparase con lo que desconoce, el resultado sería que todos, sin excepción, somos unos pobres ignorantes. La humildad es la levadura que hace crecer el conocimiento. En cualquier materia, los “sabelotodo” que se cierran ante cualquier aportación ajena y desprecian cuanto no proviene de sus propios criterios, lo único que consiguen es blindar su cerebro al aire fresco del exterior: han entrado en un proceso de oxidación y herrumbre de sus neuronas. Sin la menor duda, el mayor cambio al que estamos asistiendo y que configura en silencio un mundo definitivamente nuevo, es la democratización del conocimiento, un bien supremo que a lo largo de la historia siempre estuvo limitado a ciertas élites. Jamás en la historia de la humanidad ha habido tanta gente formándose en universidades y escuelas. La enciclopedia quedó sustituida por unas diminutas teclas conectadas a Google o Yahoo!, que ya podemos llevar en el bolsillo. El nivel del conocimiento medio no para de elevarse en cada una de las ramas del saber. Desde un punto de vista de elección de saber, sufrimos un exceso de información. Estamos viviendo la época más fascinante de extensión del saber. Para los que quieren participar activamente en la carrera del desarrollo, jamás han tenido enfrente tanta pista. Por eso es tan decisivo estar abiertos y absorbentes. Inteligente es aquel que cada vez desea aprender, toma una intensa conciencia de su ignorancia.

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Por cada cosa que sabemos, ignoramos infinidades.

Y cuantas más cosas nos interesan, más desconocimiento nos acompaña.

Ante las posibilidades de adquirir nuevos conocimientos, no hay actitud más estimulante y

constructiva que la humildad. El conocimiento acumulado entre todos los humanos es tan extenso,

profundo y potente que si cada uno pudiera pesar en una báscula la que se sabe y lo comparase

con lo que desconoce, el resultado sería que todos, sin excepción, somos unos pobres ignorantes.

La humildad es la levadura que hace crecer el conocimiento. En cualquier materia, los “sabelotodo”

que se cierran ante cualquier aportación ajena y desprecian cuanto no proviene de sus propios

criterios, lo único que consiguen es blindar su cerebro al aire fresco del exterior: han entrado en un

proceso de oxidación y herrumbre de sus neuronas.

Sin la menor duda, el mayor cambio al que estamos asistiendo y que configura en silencio un

mundo definitivamente nuevo, es la democratización del conocimiento, un bien supremo que a lo

largo de la historia siempre estuvo limitado a ciertas élites. Jamás en la historia de la humanidad ha

habido tanta gente formándose en universidades y escuelas. La enciclopedia quedó sustituida por

unas diminutas teclas conectadas a Google o Yahoo!, que ya podemos llevar en el bolsillo. El nivel

del conocimiento medio no para de elevarse en cada una de las ramas del saber. Desde un punto

de vista de elección de saber, sufrimos un exceso de información.

Estamos viviendo la época más fascinante de extensión del saber. Para los que quieren participar

activamente en la carrera del desarrollo, jamás han tenido enfrente tanta pista.

Por eso es tan decisivo estar abiertos y absorbentes. Inteligente es aquel que cada vez desea

aprender, toma una intensa conciencia de su ignorancia.

Joaquín Lorente, Piensa, es gratis, Planeta, Barcelona, 2009.