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METÁFORAS EN PSICOLOGÍA La metáfora del jardín (Wilson y Luciano). Imaginemos que tenemos un jardín y que somos los únicos responsables de cuidarlo. Somos el jardinero de nuestro jardín. Las plantas simbolizan lo que tenemos en la vida. Si observamos podremos ver las plantas que tenemos: la planta del trabajo, de la familia, de los amigos, de las aficiones, de nuestro cuerpo... Ante la visión de nuestro jardín podemos empezar a plantearnos muchas preguntas: – ¿Todas las plantas están igual de cuidadas? ¿Cuáles están más mustias y necesitan más nuestras atenciones? – ¿El número de plantas de nuestro jardín es el adecuado? Si tenemos demasiadas plantas quizá será imposible dedicarles el tiempo que necesitan, y si disponemos de pocas, y por inclemencias del tiempo se marchitan algunas, nos quedaremos con un jardín muy pobre. – Además de plantas, en nuestro jardín también se encuentran algunas semillas que nosotros mismos hemos plantado. Son nuestros objetivos. ¿Por qué hemos elegido estas semillas y no otras? Probablemente se deba a que queremos tener un jardín como el del vecino, quizá porque nos lo han sugerido con demasiado énfasis las personas que nos rodean, o tal vez porque realmente nosotros deseamos las plantas que brotarán de ellas. ¿Cuál es nuestro caso? – El crecimiento de las plantas requiere su tiempo. Muchos jardineros se impacientan, empiezan a plantar más semillas para comprobar si, al contrario de las ya sembradas, de ellas brotan plantas con más rapidez. Sin embargo, las semillas recién plantadas, como todas, requieren su tiempo para convertirse en plantas frondosas. Con su estrategia, fruto de la impaciencia, acaban con un jardín donde han sembrado muchas semillas, pero de las que no han obtenido 1

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METÁFORAS EN PSICOLOGÍA

La metáfora del jardín (Wilson y Luciano).

Imaginemos que tenemos un jardín y que somos los únicos responsables de cuidarlo. Somos el jardinero de nuestro jardín. Las plantas simbolizan lo que tenemos en la vida. Si observamos podremos ver las plantas que tenemos: la planta del trabajo, de la familia, de los amigos, de las aficiones, de nuestro cuerpo... Ante la visión de nuestro jardín podemos empezar a plantearnos muchas preguntas:

– ¿Todas las plantas están igual de cuidadas? ¿Cuáles están más mustias y necesitan más nuestras atenciones?

– ¿El número de plantas de nuestro jardín es el adecuado? Si tenemos demasiadas plantas quizá será imposible dedicarles el tiempo que necesitan, y si disponemos de pocas, y por inclemencias del tiempo se marchitan algunas, nos quedaremos con un jardín muy pobre.

– Además de plantas, en nuestro jardín también se encuentran algunas semillas que nosotros mismos hemos plantado. Son nuestros objetivos. ¿Por qué hemos elegido estas semillas y no otras? Probablemente se deba a que queremos tener un jardín como el del vecino, quizá porque nos lo han sugerido con demasiado énfasis las personas que nos rodean, o tal vez porque realmente nosotros deseamos las plantas que brotarán de ellas. ¿Cuál es nuestro caso?

– El crecimiento de las plantas requiere su tiempo. Muchos jardineros se impacientan, empiezan a plantar más semillas para comprobar si, al contrario de las ya sembradas, de ellas brotan plantas con más rapidez. Sin embargo, las semillas recién plantadas, como todas, requieren su tiempo para convertirse en plantas frondosas. Con su estrategia, fruto de la impaciencia, acaban con un jardín donde han sembrado muchas semillas, pero de las que no han obtenido ninguna planta porque no las han cuidado con paciencia. ¿Somos jardineros pacientes?

– Muchos jardineros, cuando plantan una semilla se imaginan todos los detalles de la planta que crecerá. Y cuando observan que la forma o el color de las flores o el número de hojas no son exactamente como habían previsto, empiezan a creer que han escogido la planta equivocada o que quizá no hayan realizado de forma correcta su labor. Otros, en cambio, observan sus plantas y aprecian y disfrutan de esas pequeñas sorpresas de la naturaleza. ¿Nos desespera lo que no se ajusta a nuestras expectativas?

– En nuestro jardín también habitan malas hierbas. Éstas simbolizan nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras dudas, nuestros complejos... Hay jardineros que se dedican todo el tiempo a intentar arrancar malas hierbas y descuidan el resto de sus plantas. Cuanto más se dedican a arrancarlas, peor está el resto de sus plantas. Todos los jardines tienen malas hierbas. Si no fuera así, sería tan artificial que lo veríamos irreal. ¿Dedicamos más tiempo obsesionados con las malas hierbas o a regar nuestras plantas?

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La metáfora de los mensajes en el ordenador (Wilson y Luciano)

"Dos mujeres se encontraban en su despacho compartido trabajando con sus respectivos ordenadores. A una de las mujeres mientras estaba escribiendo, le empezaron a aparecer mensajes en la pantalla de su ordenador. Mensajes que decían "nunca solucionarás tu problema" "eres una inútil" "la gente te ve mal" . Cuando leyó estos mensajes empezó a creérselos y a angustiarse, a sufrir terriblemente ¡¡¡Parecían tan ciertos!!! Entonces intentó borrarlos de la pantalla, pero no pudo. Así que continuó trabajando. De vez en cuando, volvían a aparecer pero como ella sabía que no podía eliminarlos, no intentó hacer nada y siguió trabajando. A pesar de los mensajes que a veces aparecían y le hacían sufrir, la mujer disfrutaba y se sentía bien consigo misma porque su trabajo estaba quedando tal y como ella quería.

A la otra mujer, le empezó a suceder lo mismo. Empezaron a aparecerle los mismos mensajes que a su compañera: "nunca solucionarás tu problema""eres una inútil"… Entonces intentó eliminarlos, pero no lo conseguía. Sufría muchísimo porque estaba totalmente convencida de que los mensajes eran ciertos. Y además sufría porque no conseguía eliminarlos. Así que dejó de trabajar para pensar qué métodos podía emplear para eliminar los mensajes. Estaba segura de que si no los borraba no podría continuar trabajando. Así que empezó a probar un método tras otro, pero no conseguía nada. Los mensajes seguían allí. Miraba a su compañera con rabia porque la veía trabajando e incluso parecía que estuviera disfrutando con su trabajo. Pensó que su compañera podía trabajar porque no recibía los mismos mensajes que ella. Así que siguió en su empeño por eliminarlos. Su sufrimiento iba en aumento: cada vez tenía más mensajes negativos, fracasaba en todos sus intentos por eliminarlos y encima no avanzaba en su trabajo. Se quedó encallada en esta situación."

La sopa

"Cuando la suegra fue a pasar una semana con ellos, los hijos se alegraron mucho. Cuando transcurrieron dos meses y no se iba, los hijos empezaron a lamentarse.

A los tres meses comenzaron a pensar cómo podían hacer para que se fuera.

- Esta noche, dijo la mujer a su marido, cuando yo sirva la sopa, nos ponemos a discutir. Tú dices que está muy salada y yo digo que está sosa. Si tu madre te da la razón, yo me pongo furiosa y si me la da a mi, entonces te pones furioso tu. De todas formas, así podremos decirle que se vaya a su casa..

Se sirvió la sopa, se armó la bronca y la mujer dijo a la madre:

- ¿A ti qué te parece, está sosa o está salada?

La buena señora hundió la cuchara en la sopa, se la llevó a los labios, la probó cuidadosamente, hizo una pausa y dijo:

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- A mí me gusta.

El río.

"Esta es la historia de Ice Smith, un muchacho que vivía con su familia en una pequeña ciudad. Su vida transcurría con normalidad; de chico fue a la escuela, cuando creció le toco ir al ejército y luego buscó un trabajo. Bueno, no todo era tan normal.

Su aspecto físico no era muy corriente, se asemejaba a una cámara acorazada a la que no le faltaba ningún detalle, incluso tenía apertura retardada y una larga y compleja relación de números y signos para poder abrirla."

Pero ¿era feliz?. El creía que sí, llevando una existencia sin altibajos, sin sentir demasiado la frialdad del invierno ni el calor riguroso del verano. No tenía grandes experiencias que le hubiesen marcado pero tampoco grandes desgracias, tan protegido estaba en su búnker, del que no asomaba la cabeza salvo en muy raras ocasiones.

Y una mañana de primavera, temprano, se dispuso hacer una pequeña excursión fuera de la ciudad en donde había transcurrido toda su existencia. Y en cuanto comenzó a andar empezó a sentir un poquito de calor y según caminaba y observaba el paisaje novedoso para él, los árboles, los pajarillos, las mariposas que revoloteaban alrededor de las coloridas margaritas y los rayos del sol caldeaban el exterior de su olla a presión, su interior también iba tomando más temperatura con riesgo de hacerle estallar obligándole abrir un pequeño resquicio por el que entro un agradable aire renovador.

"Y estando en estas lides tropezó con un venerable anciano de rostro surcado de arrugas, que contemplaba el paisaje que tenía delante con sus vivaces ojillos: la majestuosidad del monte y el alegre serpentear del río.

Y sin mediar saludo le increpó:

- ¿Qué te transmite el monte? ¿Y el bullicioso río?,Sin esperar respuesta continuó:"

- Un monte es compacto, duro, orgulloso; no importa que sople un fuerte viento, perderá alguna capa superficial pero le quedan muchas más, seguirá ahí inamovible durante mucho, mucho tiempo, pero sin haber conocido más horizonte que el que le rodea, con pocas sensaciones fuertes, si acaso, el leve cosquilleo que le produce el correteo juguetón de algún roedor travieso o el leve peso de la tenaz hormiga. Es muy seguro, pero yo creo que se aburre un poco. Sin embargo, el río es cambiante, ruidoso, sus aguas nunca están quietas, son intrépidas, les gusta conocer piedras y recovecos nuevos y adaptarse a ellos sin esfuerzo, llega a todos los inquilinos que lo pueblan y saluda a los nuevos, salpica las flores que decoran sus orillas, e incluso cuando está rebelde deja su camino y se lanza a la aventura de construirse uno nuevo que no sabe que le deparará. Vive. ¿A quién te quieres parecer?

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"El joven, al que con el relato le había subido la presión interior hasta límites insospechados, haciéndole imposible la respiración, abrió la portezuela de par en par no sin dificultad (tenía los goznes un poco atorados por el escaso uso), dejando entrar una bocanada de aire frío que le hizo temblar. Y en ese momento fue consciente de la felicidad. "

Don Rafael

Don Rafael solo vivía un día más, de más tristeza y soledad, sin otra compañía que sus recuerdos y sentimientos de añoranza de todos los años en que fue útil y tuvo la sensación que alguien lo estaba necesitando. Como hacia muchos días necesito hacer un gran esfuerzo para levantarse; pensando en ella, ROSARIO, su AMADA “Chayito”, tantos recuerdos, tantas vivencias, tan grande el vacío difícil de llenar y tan profundo el dolor... pero dando las gracias a la vida, así él también deseaba que la muerte lo encontrara dormido y en paz.

"No tengo nada de que arrepentirme, sé que hice todo para que ella fuera feliz y le di a nuestros hijos lo que sé los padres quieren dar para y por ellos, ¡me siento tan orgulloso!, Raúl un gran médico, Jorge un exitoso arquitecto y Chayito toda una triunfadora como administradora y excelente madre. Solo lamento no tengan un poco de tiempo para visitarme, por sus obligaciones claro".

Como todos los días Don Rafael se bañó y preparó su desayuno, se arregló para ir a misa "para darle las gracias a dios por tantas gracias recibidas, a pesar de todo". Después, por la tarde salió a dar unos pasos, "p´a no tullirse tan pronto", compró el pan y la leche para la merienda y se encaminó al jardín cercano a su casa pensando, "de aburrirme en la casa, mejor en el parque, donde veo jugar a los niños y pasar a la gente, aunque no los conozca", y sentarme en la banca que está por los columpios para escuchar las risas de los niños, que tanto me recuerdan a mis nietos.

Esta vez la banca no estaba sola, un joven leía atento un libro, al sentir cuando el anciano se sentó, levantó la mirada y le sonrió , el viejo se sintió muy bien con la sonrisa y se disculpó por interrumpir, el joven volvió a sonreírle, lo que a Don Rafael le invitó a platicarle lo mucho que disfrutaba del sol y el viento en sus visitas al parque y lo uno llevo a lo otro, le platico que era contador jubilado de una gran empresa metalúrgica, de cómo había empezado de mensajero y había estudiado y trabajado hasta recibirse de contador, de como se enamoró de la secretaria del gerente "una morenita tan linda y con sonrisa de ángel... no lo pude evitar", le platico también cómo durante meses guardo en silencio sus sentimientos por ser tan humilde y sentir temor que ella lo fuera a despreciar, y luego como ella con una gran sencillez le hizo saber que también algo sentía. Desde luego del noviazgo y las tardes de romance en el parque de la colonia donde vivía ella, del miedo que sentía de perder su gran amor, sin saber que era la felicidad de su vida y de los hijos que tuvieron, de como llenó de amor cada momento, hasta su muerte hacia apenas dos meses y como la extraña ahora.

El anciano se dio cuenta que ya era tarde y debía despedirse pues tenia aun que caminar mas de 10 cuadras a su pequeña casa y no le gustaba hacerlo después de las 8 de la

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noche.

Camino a su casa Don Rafael llevaba un agradable sentimiento de alegría y contento, solo con haber podido platicar con el joven desconocido,"mañana espero encontrarlo de nuevo" se dijo.

Al día siguiente por primera vez en mucho tiempo la mañana le parecía alegre, llena de luz y entusiasmo, hizo todas sus cosas lleno de optimismo, "casi" como cuando era joven.

Después de comer, se arregló y hasta ganas le dieron de ir al cine, al salir se dirigió a "su banca" en el parque. Ahí, como el día anterior, estaba el joven que al sentir que Don Rafael se sentaba levantó su rostro y dejó a un lado su lectura, el viejo le dijo cuanto le alegraba encontrarlo y empezó a platicar. Esta vez de sus hijos, de las satisfacciones que le dieron con su desempeño en la escuela, de su triunfos como profesionales y lo felicidad que le daban sus nietos.

Así transcurrió la tarde, casi sin sentir el hombre se fue a su casa feliz recordando como escuchaba con atención el joven... ¡y se sorprendió!, no sabia como se llamaba, "mañana se lo pregunto" se dijo y al día siguiente al llegar al jardín desde lo lejos vio que estaba su joven amigo y al llegar se disculpó y le pidió que le dijera su nombre; el joven con amistosa actitud sacó un cuaderno y le escribió:

ME LLAMO EDUARDO... soy sordomudo, PERO TU MERECÍAS SER ESCUCHADO Y LEI TUS LABIOS, una vez un maestro me enseñó que hay seres en este mundo que necesitan que alguien los valore, si tú puedes, no dejes de brindar a otros, por lo menos la oportunidad de ser escuchados.

¿Quién eres?

“¿Quién eres?”, dijo una Voz.

“Soy la mujer del alcalde”, respondió ella.

“Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada”.

“Soy la madre de cuatro hijos”.

“Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes”.

“Soy una maestra de escuela”.

“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión”.

Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía poder dar una respuesta satisfactoria a la pregunta “¿Quién eres?”.

“Soy una cristiana”.

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“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión”

“Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados”.

“Te he preguntado quién eres, no lo que hacías”.

Evidentemente no consiguió pasar el examen, porque fue enviada de nuevo a la Tierra.

La pulga y el elefante.

Una pulga decidió trasladarse con su familia a la oreja de un elefante. De modo que le dijo a éste: «Señor Elefante, mi familia y yo pensamos mudarnos a vivir a su oreja, y he pensado que debía de decírselo a usted y darle una semana para que lo piense y me haga saber si tiene alguna objeción que poner».

El elefante, que ni siquiera era consciente de la existencia de la pulga, no se dio por enterado; y la pulga, después de observar escrupulosamente el plazo establecido de una semana, dio por supuesto el consentimiento del elefante y se trasladó.

Un mes más tarde, la señora pulga decidió que la oreja del elefante no era un lugar saludable para vivir e hizo ver a su marido la conveniencia de una nueva mudanza. El señor pulga le pidió a su mujer que aguantara al menos otro mes para no herir los sentimientos del elefante.

Finalmente, se lo dijo con toda la diplomacia de que fue capaz: «Señor Elefante, hemos pensado cambiar de vivienda. Naturalmente, no tenemos ninguna queja de usted, porque su oreja es espaciosa y confortable. Lo único que ocurre es que mi esposa preferiría estar al lado de sus amigas, que viven en la pata del búfalo. Si tiene usted alguna objeción que hacer a nuestro traslado, hágamelo saber a lo largo de esta semana.».

El elefante no dijo ni palabra, y la pulga cambió de residencia con la conciencia tranquila.

El pescador.

Un banquero de inversión americano estaba en el muelle de un pueblito costero mexicano cuando llegó un botecito con un solo pescador. Dentro del bote había varios atunes amarillos de buen tamaño. El americano elogió al mexicano por la calidad del pescado y le pregunto: ¿Cuánto tiempo le tomó pescarlos?

El mexicano respondió: "Sólo un poco tiempo".

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El americano luego le preguntó: "¿Porqué no pescas más tiempo y sacas más pescado?"

El mexicano dijo que él tenía lo suficiente para satisfacer las necesidades inmediatas de su familia.

El americano luego preguntó: "Pero.. ¿qué haces con el resto de tu tiempo?"

El pescador mexicano dijo: "duermo hasta tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, me hecho una siesta con mi señora, María, voy todas las noches al pueblo donde tomo vino y toco guitarra con mis amigos. Como ves tengo una vida divertida y ocupada."

El americano replicó: "Soy un MBA (Maestria en Administracion de Negocios) de Harvard y podría ayudarte. Deja te explico... deberías gastar más tiempo en la pesca, con los ingresos comprar un bote más grande, con los ingresos del bote más grande podrías comprar varios botes, eventualmente tendrías una flota de botes pesqueros. En vez de vender el pescado a un intermediario lo podrías hacer directamente a un procesador, eventualmente abrir tu propia procesadora. Deberías controlar la producción, el procesamiento y la distribución. Deberías salir de este "pinche" pueblo e irte a Ciudad de México, luego a Los Angeles y eventualmente a Nueva York, donde manejarías tu empresa en expansión".

El pescador mexicano preguntó: "Pero, cuanto tiempo tarda todo eso?". A lo cual respondió el americano: "entre 15 y 20 años".

"¿Y luego qué?"

El americano se rió y dijo que esa era la mejor parte. "Cuando llegue la hora deberías anunciar un IPO (Oferta inicial de acciones) y vender las acciones de tu empresa al público. Te volverás rico, tendrás millones".

"Millones ...y luego qué?"

Dijo el americano, "Luego te puedes retirar. Te mueves a un pueblito en la costa donde puedes dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con tus hijos, echar una siesta con tu mujer, ir todas las noches al pueblo a tomar vino y tocar la guitarra con tus amigos".

MORALEJA: Cuantas vidas desperdiciadas buscando lograr una felicidad que ya se tiene pero que muchas veces no vemos. La verdadera felicidad consiste en amar lo que tenemos y no sentirnos tristes por aquello que no tenemos.

Parábola de vida.

Una vez, alguien, durante un alto en el camino, entró a almorzar en un moderno restaurante, en cuyo mostrador se veían deliciosas sopas, tentadores pollos al curry y toda clase de platos apetitosos.

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Pidió que le sirvieran una sopa.

— ¿Viene usted en autobús?, le preguntó la camarera.

El hombre asintió con la cabeza.

— No hay sopa.

— ¿Y pollo al curry con arroz hervido?, preguntó el hombre desconcertado.

— Si viene usted en autobús, tampoco hay pollo al curry. Puede tomar bocadillos. Me he pasado la mañana preparando esa comida y usted sólo tiene diez minutos para comerla. No voy a permitir que coma usted una comida que no va a tener tiempo de saborear.

Palabra de honor.

Alejandro el Grande, rey de macedonia, durante su expedición conquistadora a Asia, encontró una gran resistencia frente a la ciudad de Lampasco. Aquellos ciudadanos, aún conociendo la fuerza de los ejércitos del gran rey, detuvieron tesoneramente sus marchas triunfales.

Alejandro, humillado e indignado, decidió arrasar la ciudad. Un célebre historiador de Lampasco, llamado Anaxímenes, que había sido uno de los maestros de Alejandro, fue a verlo para conseguir la revocación de aquella terrible decisión.

Alejandro al verlo, adivinó lo que iba a pedirle y, sin vacilar, le dijo: Os juro, oh maestro, que por esta vez haré lo contrario de lo que me venís a pedir. Entonces Anaxímenes, seguro de que Alejandro cumpliría su palabra jurada, con astucia sagaz le dijo: Señor, vengo a rogaros que destruyáis a Lampasco.

Alejandro cumplió su juramento y Anaxímenes salvó así a su patria.

¿Me pagarás más?

Un director de empresa que acababa de asistir a un seminario sobre motivación llamó a un empleado a su despacho y le dijo: "De ahora en adelante, se le permitirá a usted planificar y controlar su propio trabajo. Estoy seguro de que eso hará que aumente considerablemente la productividad".

"¿Me pagarán más?", preguntó el empleado.

"De ningún modo. El dinero no es un elemento motivador, y usted no obtendría satisfacción de un simple aumento de salario".

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"Bueno, pero, si aumenta la productividad, ¿me pagarán más?"

"Mire usted", dijo el director. "Evidentemente, usted no entiende la teoría de la motivación. Llévese a casa este libro sobre motivación y léalo: en él se explica qué es lo que realmente le motiva a usted".

Cuando el empleado salía del despacho, se detuvo y dijo: "Y si leo este libro, ¿me pagará más?"

La oveja negra.

Érase un país donde todos eran ladrones.

Por la noche cada uno de sus habitantes salía con una ganzúa y una linterna sorda, para ir a saquear la casa de un vecino. Al regresar, al alba, cargado, encontraba su casa desvalijada. Y todos vivían en concordia y sin daño, porque uno robaba al otro y éste a otro y así sucesivamente, hasta llegar al último que robaba al primero.

En aquel país el comercio sólo se practicaba en forma de embrollo, tanto por parte del que vendía como del que compraba. El gobierno era una asociación creada para delinquir en perjuicio de los súbditos, y por su lado los súbditos sólo pensaban en defraudar al gobierno, la vida transcurría sin tropiezos, y no había ni ricos ni pobres.

Pero he aquí que, no se sabe cómo, apareció en el país un hombre honrado. Por la noche, en lugar de salir con la bolsa y la linterna, se quedaba en casa fumando y leyendo novelas. Llegaban los ladrones, veían la luz encendida y no subían. Esto duro un tiempo; después hubo que darle a entender que si el quería vivir sin hacer nada, no era una buena razón para no dejar hacer a los demás. Cada noche que pasaba en casa era una familia que no comía al día siguiente

Frente a estas razones el hombre honrado no podía oponerse. También empezó a salir por la noche para regresar al alba, pero no iba a robar. Era honrado, no había nada que hacer. Iba hasta el puente y se quedaba mirando pasar el agua. Volvía a casa y la encontraba saqueada.

En menos de una semana el hombre honrado se encontró sin un céntimo, sin tener que comer, con la casa vacía. Pero hasta ahí no había nada que decir, porque era culpa suya; lo malo era que de ese modo suyo de proceder nacía un gran desorden porque el se dejaba robar todo y entre tanto no robaba a nadie; de modo que había siempre alguien que al regresar al alba encontraba su casa intacta: la casa que él hubiera debido desvalijar.

El hecho es que al cabo de un tiempo los que no eran robados llegaron a ser más ricos que los otros y no quisieron seguir robando.

Y por otro lado, los que iban a robar a casa del hombre honrado la encontraban siempre vacía; de modo que se volvían pobres.

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Entretanto los que se habían vuelto ricos se acostumbraron a ir también al puente por la noche, a ver correr el agua. Esto aumentó la confusión, porque hubo muchos otros que se hicieron ricos y muchos otros que se volvieron pobres. Pero los ricos vieron que yendo de noche al puente, al cabo de un tiempo se volverían pobres. Y pensaron: "paguemos a los pobres para que vayan a robar de nuestra cuenta".

Se firmaron contratos, se establecieron los salarios, los porcentajes: naturalmente siempre eran ladrones y trataban de engañarse unos a otros.

Pero como suele suceder, los ricos se hacían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Había ricos tan ricos que ya no tenían necesidad de robar o de hacer robar para seguir siendo ricos. Pero si dejaban de robar se volvían pobres porque los pobres les robaban. Entonces pagaron a los más pobres de los pobres para defender de los otros pobres sus propias casas, y así fue como instituyeron la policía y construyeron las cárceles.

De esta manera, pocos años después del advenimiento del hombre honrado, ya no se hablaba de robar o de ser robados sino sólo de ricos o de pobres; y sin embargo todos seguían siendo ladrones. Honrado sólo había habido aquel fulano, y no tardó en morirse de hambre.

La oportunidad.

Un grupo religioso solía usar para sus numerosos congresos un hotel cuyo lema, escrito con grandes caracteres en las paredes del vestíbulo, decía: "NO HAY PROBLEMAS, SOLO HAY OPORTUNIDADES". Sin duda, el propietario del Hotel era un experto en PNL.

Un congresista se acercó al mostrador de recepción y dijo: "Usted perdone, pero tengo un problema..."

Con una sonrisa, el recepcionista, que había hecho varios cursos de PNL, le replicó: "Aquí no tenemos problemas, señor. Únicamente tenemos oportunidades"

"Llámelo como quiera", dijo el otro impaciente, "pero hay una mujer en la habitación que me han asignado"

Novia perfecta.

Un grupo de mujeres se habían reunido para celebrar la inminente boda de una amiga. Durante el curso de la velada la futura novia se dirigió a una vieja amiga que todavía seguía soltera y le preguntó: «¿Cómo es que nunca te has casado? ¿En alguna ocasión has encontrado al hombre adecuado?»

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— «¡Oh sí!», le contestó ella. «Ya encontré al hombre apropiado.»

— «Entonces, ¿qué sucedió? ¿Por qué no te casaste con él?», inquirió la prometida.

— «Las cosas sucedieron así», dijo la amiga. «Sabía exactamente a quién estaba buscando. Tenía que ser el hombre perfecto. Había confeccionado una lista con todas las cualidades que yo deseaba que tuviera un hombre, y empecé a viajar alrededor del mundo para encontrarlo. Tenía que estar en algún sitio. Y efectivamente estaba.»

— «Explícame entonces», preguntó la curiosa novia. «¿Qué sucedió?»

— «Bien, empecé buscando en Nueva York», explicó la amiga. «Allí encontré un hombre muy rico. Era generoso con el dinero, pero era retraído, introvertido y poco sociable. Esto hizo que lo sacara de la lista.»

«Entonces viajé a Los Ángeles, buscando en cada rincón entre Nueva York y la Costa Oeste. En Los Ángeles encontré un hombre que no sólo era rico, sino que también era divertido, de talante feliz y sociable. Gozaba de prosperidad económica y tenía todas las cualidades sociales que siempre había deseado en un hombre. Lamentablemente, no era demasiado guapo. Pensé durante mucho tiempo, “si me caso me tendré que despertar cada mañana junto a esa fea cara”. No, tampoco era Don Perfecto.»

«En Sidney sentí que me estaba acercando mucho. Allí conocí a un hombre independiente. Era amigable y extrovertido, e increíblemente guapo. Era alto, rubio y musculoso. Era surfista, solía acudir al gimnasio regularmente, y tenía un cuerpo de modelo de portada. Pero como todos los hombres que había encontrado tenía una faceta inaceptable. Con éste era su arrogante actitud machista. Era un chauvinista.»

«Así pues, viajé a Europa. En Londres encontré un hombre rico, sociable, guapo y liberado de prejuicios respecto a las mujeres. Estaba realmente muy cerca de mi objetivo.

Al principio pensé que finalmente lo había encontrado, pero faltaba la sensualidad y el romance que yo ansiaba. Está bien encontrar a un hombre que cocine y que lave los platos, pero a mí también me gusta que me regalen rosas rojas y cenar a la luz de la luna.»

«Viajé cruzando el Canal hasta llegar a París y allí lo encontré. Ya sabes lo que dicen de los franceses. Bien, lo tenía todo. Era rico, extrovertido, guapo, liberal y extremadamente sensual. Tenía la máxima puntuación en todos los aspectos contemplados en mi lista. No había duda. Era mi hombre perfecto.»

— «¿Entonces?», preguntó con curiosidad la novia, «¿por qué no te casaste con él?»

— «¡Oh!», respondió la amiga. «La razón fue simple. El estaba buscando la mujer perfecta”

La niña de los cuentos.

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Un padre leía todas las noches un cuento a su hijita. Habían comprado un precioso libro lleno de cuentos para niños.

Cada noche, antes de irse a dormir, la niñita pedía a su padre que le leyera un cuento. Pronto acabaron todos los cuentos del libro y empezaron desde el principio, algo que parecía no importar a la niña, disfrutaba del mismo modo del cuento por muchas veces que se lo leyera su padre.

El padre un día se cansó de leer repetidamente los mismos cuentos y tuvo una idea: grabó todos los cuentos del libro en una cinta magnetofónica. La niña aprendió enseguida a hacer funcionar el aparato y todo resultó estupendamente durante algunos días. Pero una noche, la niña puso el libro en las manos de su padre y le pidió que le leyera un cuento.

- Pero, tesoro, ahora ya sabes cómo se utiliza el magnetófono...

- Sí, respondió la niña, pero no puedo sentarme en tus rodillas.

Nasrudin.

Cuenta Ali Shah que Nasrudín era muy bueno cultivando y cuidando viñedos, y tenía cierta cantidad de viñas muy añosas y productivas.

En la casa de al lado, el vecino tenía algunas viñas y solía salir y podarlas a destiempo, y desmocharlas cuando le venía en gana, y tenía el viñedo hecho un asco.

Nasrudín pensó: "Dios mío, esto es horrible. Desearía que las podase en el momento oportuno y con el ángulo correcto; estarían mucho mejor. Le aconsejaré y le ayudaré un poco"

De modo que fue y se apoyó en la valla y miró hacia su vecino y dijo: «Hola», pero el vecino no le hizo ni caso.

Allí permaneció, apoyado en la valla, durante unos cuantos días y cuando el hombre salía a podar, Nasrudín gritaba: "iArrrrghhh!". Y el hombre seguía cortando como si nada.

Así es que pensó: "Va a la casa de té todas las tardes a charlar; iré y me sentaré y sacaré el tema de los viñedos y le daré algunas ideas".

Durante unos días fue y se sentó en la casa de té, y el vecino llegaba lo miraba y Nasrud,n decía: "¡Hola!", pero el hombre no le prestaba la menor atenci6n. Nasrudín pensó: "Está bien, no me daré por vencido,"

Nasrudín pensó: "Debe de haber algún experto en este fenómeno. Iré a la capital". Así es que fue a la ciudad, y había toda una calle llena de terapeutas con sus carteles: aromoterapeutas, odontoterapeutas, audioterapeutas, todos los terapeutas que puedan

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imaginar.

Justo al terminar de pasar junto a un gran cartel nuevo, vio a un terapeuta que era un programador neurolingüísta.

"Aja, éste es nuevo, muy moderno. Iré -y le consultaré,,. Entonces fue y explicó la situación al terapeuta neurolingüista, quien escuchó con mucha atención las palabras que había usado y la manera en que las había empleado, y le dijo: "Su vecino es un hombre visual. Son cinco dirhams"

Nasrudín pagó los cinco dirhams y se fue a casa. Entonces cogió un gran trozo de papel de unos tres metros de largo y escribió en él con grandes letras: "Hay un hombre a menos de cien millas de aquí que no sabe cómo podar sus viñedos". Y lo colocó en su jardín, sujeto con dos estacas, frente a su vecino.

Después de dos o tres días vino su vecino, llamó a la puerta y dijo: "Nasrudín, creo que intentas decirme algo".

Los nadadores.

Había una vez una pareja que había satisfecho muchas de sus ambiciones. Pero aún tenían pendiente uno de sus mayores sueños: querían nadar hasta el Japón. Pensaron mucho al respecto y por fin, un día iniciaron su aventura. No estaban muy acostumbrados a nadar, así que les resultó una tarea ardua. Pronto se dieron cuenta de lo pesadas que se habían vuelto sus extremidades. Les dolían por el esfuerzo constante, especialmente cuando nadaban contra corriente. Gradualmente, sin embargo, sus cuerpos se acostumbraron al ejercicio y desarrollaron un ritmo que exigía poco esfuerzo.

Empezaron a reparar en el agua que les rodeaba y en cómo cambiaba de color al cabo del día. Por las mañanas, era clara y azul, y cuando la luz se reflejaba, aparecían destellos de verde esmeralda. Cuando el sol se ponía, mostraba los ricos y cálidos colores del cielo al atardecer. Contemplaron el agua, los peces plateados que nadaban a su lado durante el día, las oscuras sombras que les rozaban desde las profundidades. Advirtieron cómo cambiaba el sonido de las olas cuando chocaban contra sus cuerpos y repararon en los sutiles cambios del tiempo, en cómo la brisa se transformaba en viento para volver de nuevo a brisa. Aprendieron a encontrar comida en el agua, a alimentarse y a utilizar sus cuerpos sin esfuerzo. Desarrollaron un aguzado sentido del olfato que les permitió detectar cambios en el entorno por la fragancia que la brisa transportaba.

Nadaron durante días y semanas sin rastro de tierra a la vista. Un día, vieron el perfil oscuro de la tierra en el horizonte. Continuaron nadando y reconocieron las costas del Japón. Conforme se aproximaban, se volvieron más silenciosos, hasta que, por fin, se miraron y en ese momento lo supieron. Se dieron la vuelta y continuaron nadando mar adentro.

El marinero.

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Hace muchos años existía un marinero que había recorrido muchos países del mundo. Había visitado cientos de lugares y había visto incontables maravillas. Un día, mientras navegaba por los mares se topó con una isla y decidió descansar en ella. Atracó el barco en la costa e inició su exploración. Por toda la isla, a modo de cinturón, se extendía una playa de arena blanca y el corazón estaba cubierto de un bosque tropical. Todo estaba tranquilo hasta que...

Pensó que había oído un ruido en la distancia y se detuvo a escuchar con atención. Le dio la impresión de que procedía de la jungla, así que se dirigió hacia allí. Ahora estaba seguro de que ese débil ruido procedía del interior del bosque. Comenzó a abrirse camino con un machete, y cuanto más se adentraba en el interior, más fuerte era el ruido. Continuó así hasta que, por fin, llegó a un claro del bosque en cuyo centro había un anciano sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

El anciano tenía los ojos cerrados y recitaba: «Mo, Mo, Mo» en un tono suave y pausado. El marinero se quedó allí de pie observándole y escuchando. «Mo, Mo, Mo» continuó el anciano. Por fin, el marinero se acercó a él y llamó su atención dándole una palmada en el hombro. El anciano, salió lentamente de su trance y le sonrió.

-Perdone, señor -dijo el marinero-. Pero creo que ha cometido un error y que lo que debería recitar es «Om, Om, Om». -¡Ah! -replicó el anciano-. Muchas gracias y comenzó a recitar «Om, Om, Om».

El marinero se sintió muy orgulloso de sí e inició su camino de regreso al barco. Lo puso en marcha, y cuando ya se había alejado de la costa, sintió una palmada en el hombro. Se volvió, y ante su sorpresa, allí estaba el anciano, quien le dijo:

-Perdone que le moleste, pero ¿podría recordarme cómo era lo que debía recitar? El marinero, estupefacto, dijo: -mo, mo, mo.

-Muchísimas gracias -respondió el anciano, que caminando sobre el agua, volvió a la isla.

Madre tranquila.

María era una madre que trabajaba. Durante el día se dedicaba a la enseñanza y por la noche tenía que enfrentarse a sus tres hijos, que estaban continuamente peleándose. Uno de ellos ponía el equipo de música a toda potencia, haciendo sonar su música favorita una y otra vez. Otro miraba la televisión, y subía el volumen continuamente para ahogar el sonido de la música, al tiempo que se quejaba del insoportable ruido que provocaba su hermano. El tercero jugaba con el ordenador y no se separaba del teclado para que sus hermanos pudieran participar cuando les tocaba el turno.

A Emma la llamaban para que resolviera las disputas, y suponían que debía ejercer de juez y de jurado, por lo menos hasta que emitía una decisión desfavorable. Entonces se enfrentaban a ella y la pelea volvía a iniciarse.

Llegaba a casa extenuada y con los nervios de punta de estar todo el día enseñando y

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deseaba un poco de tranquilidad. Exhausta, acudió a un terapeuta.

«¡No lo soporto más!», le dijo al terapeuta. «¡Estoy al límite! ¿Qué puedo hacer?»

«Lo que le voy a aconsejar», contestó el terapeuta, «tal vez le parezca una locura, y es posible que no lo quiera llevar a cabo, pero si quiere que la situación mejore esto es lo que tiene que hacer. Espere hasta el próximo período de vacaciones escolares. Invite al mayor número de familiares que se le ocurra para que pasen las vacaciones con usted. Pídales que traigan consigo a sus hijos y a sus animales domésticos. Póngalos a dormir en el sofá, en el suelo y en cualquier lugar donde pueda meterlos.»

Como es fácil intuir, cuando había transcurrido la mitad de la primera semana de las vacaciones, Emma solicitó una visita urgente con el terapeuta. «¿Qué es lo que me ha hecho?», le recriminó Emma. «Eso es una casa de locos. La situación es peor que nunca. Ahora, en lugar de tener a tres niños peleando, hay casi una docena de chiquillos riñendo los unos con los otros. No se ponen de acuerdo en nada. No hay ninguna habitación en la que se pueda entrar. La casa está completamente desordenada. El ruido es horroroso. Es peor que vivir en un campo de batalla. ¡Y los animales! ¡Es el colmo! ¡No puedo soportar a todos esos animales!»

«Lo siento», contestó tranquilamente el terapeuta. «Está usted en lo cierto, los animales ya son demasiado. Busque a alguien que los pueda cuidar durante el resto de las vacaciones.»

Emma regresó a su hogar sintiéndose ligeramente aliviada, pero a la semana siguiente tuvo que volver a la consulta del terapeuta. «¿Está usted intentando que me vuelva loca?», preguntó. «Me he librado de los animales, pero mi casa continúa siendo un infierno. Toda esa gente, todo ese ruido, los gritos, las peleas. Esto es eterno. Es caer en el más profundo de los abismos. No hay ni un momento de sosiego. No lo soporto. Me tropiezo con niños a cada paso que doy. Es imposible entrar en la cocina con todo el mundo metido allí. Todos quieren ver algo distinto en la televisión. Basta y sobra para plantearse buscar una horca o algún edificio alto para arrojarse desde él.»

«Lo siento», dijo el terapeuta una vez más. «Está usted en lo cierto. Envíe a todos sus parientes de regreso a sus casas.»

La mujer no pudo esperar a la siguiente visita e irrumpió en la consulta del terapeuta. «¡Esto es maravilloso!», exclamó. «Usted ha salvado a mi familia y a mi matrimonio. Ahora que todos mis parientes y sus animales se han ido la vida es tranquila y sosegada. La casa parece amplia y espaciosa. Es fantástico escuchar los ruidos que hacen mis hijos con sus actividades. Tengo tiempo para dedicarlo a mí misma y a mi marido, ahora valoro las oportunidades que tenemos para charlar. ¡Gracias!»

El jefe del negociado.

Antonio García era un funcionario ordenado y ejemplar. Su "buen hacer" profesional le había llevado a ostentar el cargo de Jefe del Negociado de su Empresa.

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Todos los días, cuando llegaba a la Oficina, se encontraba su mesa enterrada en un montón cada día mayor de papeles, que debía ordenar meticulosamente por tipos, colores y tamaños, haciendo montones para agrupar los formularios azules y blancos, las circulares verdes y amarillas, los altivos albaranes rosas y color salmón, las amenazantes facturas con sus diferentes e ineludibles fechas de pago, las comunicaciones internas, las cartas, notas, relaciones y otros documentos que denominaba "varios".

Luego iba dando a cada documento su pormenorizado tratamiento. Unos llevaban visé, otros firma, otros sello, otros sello y firma. Unos tenían una sola copia, otros dos, tres e incluso cuatro copias. Separaba a los que debía hacer fotocopias y luego los grapaba unos con otros y hacía dos, tres y hasta cuatro agujeros para archivar. Escribía los sobres con la dirección de los diferentes destinatarios y "por si acaso" les enviaba también copia a cada uno del resto de Negociados de la Empresa y todos ellos firmaban el correspondiente "recibí" que iba a engrosar el motón de "recibís" en la selva del eficaz Antonio García, que, casi con pena por el cariño que les cogía a sus papeles, pasaba finalmente a la fase de archivo que hacía en carpetas de diferentes tamaños, que eran apiladas como un disciplinado y orgulloso ejercito de legajos, en interminables filas de armarios ignífugos que ocupaban todas las paredes de la habitación.

Así transcurrieron más de veinte años de la vida laboral del ordenado Antonio García, hasta que un día, un fatal día, un fontanero que realizaba una reparación en su Negociado, descubrió, atrapado entre la mesa y la pared, un impreso de los de color sepia, que llevaba allí varios meses, polvoriento, arrugado y solo, olvidado por completo como un mendigo al que nadie echa de menos.

Este horrible hallazgo provocó en Antonio García un disgusto tal que solo su contratada profesionalidad le impidió presentar su dimisión irrevocable por asuntos personales, porque, además, no sabía dónde archivar el impreso color sepia extraviado.

Las noches siguientes fueron de insomnio llegando a tener incluso alucinaciones. Sus queridos impresos con cara de monstruo bailaban alrededor de su cama burlándose de él, escondiéndose detrás del armario y jugueteando con su ropa, que había dejado perfectamente doblada en la silla de su habitación. Llegó a ver cómo una insignificante Nota Interna se ponía de sombrero sus calzoncillos.

El perfecto funcionario creía que se volvía loco, pero gracias a la ayuda psicológica de un especialista, consiguió tranquilizarse algo y superar la fase aguda de estrés.

Entonces tuvo fuerzas para contarle lo sucedido al Director de la Empresa, quien, con tono autoritario, le ordenó que realizase un estudio de modernización de su Negociado y le sugirió que utilizase nuevas tecnologías.  "Le recomiendo, D. Antonio", le dijo, "que informatice su Negociado y utilice productos modernos relacionados con la Gestión del Conocimiento, Work Flow, Internet, Correo y formularios electrónicos, etc."

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Al cabo de unos días Antonio García le presentó a su Jefe un completo informe de la situación de su Negociado (incluyendo inventario de impresos), con la siguiente propuesta:  "Como conclusión y con el fin de reducir a la mitad el riesgo de pérdida de cualquier documento, propongo que se envíe a mi Negociado una copia más de cada uno de ellos, así, si por cualquier circunstancia se pierde uno, siempre quedará el otro."

"Bien Sr. García, pero no va a utilizar Vd. ningún producto moderno para mejorar la calidad de su trabajo y minimice aun más los riesgos de extravío?", le preguntó su Jefe.

"Sí Sr. Director, ya he puesto silicona alrededor de toda mi mesa para tapar todas las rendijas."

El inventor de estrellas.

En un pueblito alejado y desconocido dicen que dicen, que hace muchos años existió el hombre que inventó las estrellas. Según dicen fue un hombre llamado Eduardo Estrella.

Tenía fama de ser un hombre misterioso, frío, solitario, vago y silencioso.

Algunos decían que se había vuelto loco, otros pensaban que era un soñador y que por eso era tan misterioso.

Eduardo tenía intrigado a todo su pueblo. Siempre estaba encerrado en su casa, observando callado, mirando por la ventana, con su telescopio... el cielo pensativo.

Dentro de ese hombre frío, se escondía un alma preocupada. El pensaba que al cielo le faltaba algo siempre observaba atenta y detenidamente el cielo hacia dibujos y buscaba algo que le diera mas vida a ese cielo que a él tanto le intrigaba.

Dibujaba, pensaba, buscaba y nunca encontraba nada que embelleciera el cielo. Pero un día encontró lo que tanto había deseado un antiguo y valioso amuleto que le había dado su padre antes de morir, y le había dicho algo que Eduardo no había entendido hasta ese momento: Le había dicho que le serviría para inspirarse en un momento de su vida.

Y así ocurrió. Cada vez que miraba la joya recordaba el rostro de su querido padre, ese amuleto tenía forma de "estrella".

A Eduardo se le ocurrió llamarlo estrella en honor al apellido de su apreciado padre.

Cuando vio lo que tanto había buscado quedó fascinado. Hizo el diseño de las luminosas estrellas en una hoja, trató de imaginar como quedarían en el cielo, pero no encontró la manera de llevar esas estrellas allí. Durante mucho tiempo trató de encontrar la manera de estrellar el espacio.

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Pero desgraciadamente no consiguió ninguna. Hasta que un día se dio cuenta de que tenía la respuesta delante de sus narices, que no debía conseguir nada material y tampoco trabajar mucho y dedicarle demasiado tiempo.

La respuesta era muy simple. Lo único que debía hacer era imaginar, imaginar al cielo lleno de estrellas, como a él le gustase, como él quisiera...

Desde ese día la idea de imaginar un cielo estrellado. Se esparció por todo el mundo.

Y así fue como Eduardo Estrella hizo que todos nos imagináramos un cielo más lindo, más maravilloso y más encantador.

Ignoren esta señal.

Cuando Simplicio Orejudo acabó sus estudios primarios, sus padres lo pusieron a trabajar como aprendiz de carpintero. No es que la sierra y la gubia despertaran en él nuevas entendederas, pero hicieron que su adaptación al mundo de los adultos se produjera sin mayores quebrantos. Porque Simplicio, desde muy pequeño, tuvo grandes dificultades para comprender las cosas.

Por eso nadie se extrañó cuando, a los 40 años, Simplicio decidió que su pueblo se le quedaba pequeño y que quería visitar la capital, distante 400 kilómetros. Ir hasta la capital era toda una aventura, incluso para el Sr. Alcalde, que hacía el viaje, no sin grandes apuros, dos veces al año, cuando tenía que ir a dar cuentas y recoger instrucciones del Gobernador.

Así que, un día, Simplicio sacó un billete de bus y se embarcó en la mayor aventura de su vida. Cuando llegó a la capital, todo le pareció desproporcionado, las calles, los edificios, la multitud, el tráfico…. Especialmente el tráfico. Tanta circulación, tantos cláxones sonando, tanto humo y ruido, tantas señales de tráfico, tantos guardias dirigiéndolo en todos los cruces…. A Simplicio le pareció que aquello era la mayor maravilla del mundo, él que estaba acostumbrado a la tranquilidad de su pequeño pueblo.

Así que se pasó tres días en un cruce de calles especialmente conflictivo. Era muy divertido sobre todo cuando los semáforos se descoordinaban con los del cruce cercano y cientos, miles de automóviles se enfrascaban en un lío fenomenal. La adrenalina subía por sus venas y para Simplicio era casi como un orgasmo. Se dio cuenta que el espectáculo se repetía exactamente cada 17 minutos. Exactamente cada 17 minutos. Y cada 17 minutos los guardias de la circulación se desesperaban tratando de restablecer un orden imposible, los automovilistas tocaban frenéticamente sus bocinas, se insultaban unos a otros, mentaban a sus madres y, visto y no visto, en segundos todo volvía su cauce, se restablecía la normalidad y cada uno seguía su camino. Hasta que volvían a pasar otros 17 minutos y el caos se repetía.

Parecía mentira que nadie, excepto él, se diera cuenta de que todo dependía de un paso de peatones mal regulado. Bastaba con retrasar el verde durante 25 segundos y el caos

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desaparecería. Así que, muy respetuosamente, echándole un valor del que carecía, se acercó a un guardia y le dijo: "el semáforo está mal regulado". Entre el ruido y el agotamiento, el guardia no entendió palabra y le pitó con su silbato para que retrocediera y volviera a la acera, sólo faltaba que hubiera un atropello en su zona, estando él delante. Simplicio retrocedió hasta la acera y siguió contemplando el espectáculo. Y, de repente, se le ocurrió un método mucho mejor. Hizo un letrero y lo extendió bien visible ante los ojos de todo el mundo: "Ignoren esta señal".

Metáfora del hortelano.

Un hortelano tenía tres preciosas hijas a las que amaba como sólo un padre puede hacerlo. Se levantaba por las mañanas y con su azada cavaba grandes caballones de tierra en los que plantaba cebollas, tomates, frijoles, lechugas, puerros, calabacines….

Desde un río cercano traía agua abundante por un canal y regaba su huerta con esmero….. Sus productos eran los mejores del mercado, los más maduros, los más sabrosos, los más tiernos. Pero el hortelano estaba deseando acabar su trabajo para poder llegar a casa y jugar con sus hijas, bañarlas, darles de cenar y contarles un cuento antes de dormir. Cuando se quedaba a solas con su mujer, él le hablaba sobre su trabajo en la huerta y ella le ponía al corriente de todas las ocurrencias y anécdotas que habían tenido las niñas durante el día. Nuestro hortelano era feliz.

Tenía tanto éxito con su huerta que vendía todos los productos en cuanto los ponía en el mercado. Así, poco a poco fue haciendo dinero y comprando otras huertas cercanas. Pronto tuvo que contratar mano de obra. Dos, tres, cuatro peones le ayudaban en su cometido. También los beneficios aumentaron. Y tuvo la posibilidad de comprar más tierras y más huertas.

Cuando llegaba a casa por la noche, cansado, rendido, cenaba rápidamente y sólo tenía tiempo de meterse en la cama y quedarse dormido hasta el día siguiente. Cuando el hortelano se levantaba por las mañanas, las niñas estaban todavía en la cama dormidas y cuando volvía por la noche las niñas ya estaban dormidas de nuevo. Cada día el hortelano sólo tenía tiempo para mirarlas dormidas en sus camas y cada día se decía a sí mismo que todo su sacrificio merecía la pena por el futuro de sus hijas.

Fueron pasando los años y el hortelano, no sólo cultivaba los productos de su huerta, sino que también comenzó a comercializar los productos de otros hortelanos, que trabajaban para él. "Todo para mis hijas" pensaba cuando completamente exhausto se metía en la cama por las noches.

Un día, un amigo le preguntó "¿qué tal están tus hijas?, ya deben ser mayores…" Y el hortelano, en ese momento, se dio cuenta de que no sabía la edad de sus hijas y, lo peor, que se había perdido su infancia.

El vitral.

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—¡Eduardo tu proyecto fue el ganador!— le avisó su socio. Y él sintió doble emoción, por un lado por la alegría de saber que le llegaba la oportunidad de tener en sus manos tan enorme proyecto y confiaban en sus conocimientos y en su experiencia, y, por otro lado, porque sintió el peso de la responsabilidad que tenia con ello.

Su sueño de toda la vida, construir el templo principal de la capital de su estado, UNA CATEDRAL, que tantas veces imaginó, que había ido mejorando al plasmarla en papel, pensando desde los cimientos en cada lugar, cada espacio y nicho, la fachada los acabados y hasta el desarrollo paulatino de la construcción, era ahora una realidad. Quería que fuera la obra con la que le recordaran, por su calidad y belleza. Aun antes de que se liberara el dinero del presupuesto, Eduardo empezó a desmontar el terreno. Con esta obra sabia que podía trascender como sólo los grandes arquitectos lo logran, con proyectos y obras maestras.

Desde el primer día puso todo su ser en el trabajo. No le importaba desvelarse ni el cansancio lo vencía. Estaba decidido a no escatimar esfuerzo para que todo fuera de calidad y se hiciera con amor.

Para el arquitecto, cada avance del proyecto era motivo de orgullo y alegría, los mejores cimientos, materiales de calidad para la cimbra, el mayor cuidado de los detalles, los más sólidos muros, los más finos acabados, todo era cuidado con esmero por el constructor.

Un día, casi cuando sólo faltaban los acabados, se acercó tímidamente una joven y le dijo:

— Maestro, estoy enamorada de su obra y quiero pedirle modestamente que me permita poner un detalle a su arte. En el espacio del ventanal del frente imaginé pudiera estar este vitral—

Y desdoblando un pergamino le enseño el boceto del más hermoso vitral que en su carrera él había visto. El dibujo simbolizaba el amor, la esperanza y la alegría representados por una pareja bendecida por la mano del creador teniendo frente a ellos el más bello horizonte bañado con riqueza de colores y matices de luz. Indudablemente una hermosa obra de arte, que daría a su propia creación una maravillosa belleza y fina culminación.

El día de la inauguración de la catedral estaban presentes autoridades eclesiásticas, civiles y el público que quería admirarla ya concluida. Poco a poco el recinto se fue llenando y las felicitaciones de todos ellos hacían que Eduardo se sintiera satisfecho y orgulloso. Todo estaba perfecto, como él lo había proyectado y el vitral como lo imaginó, llenaba de luz y reafirmaba la magnificencia de la obra de arte que era el gran templo.

De entre el público surgió un hombre de edad madura, con andar seguro y gran presencia quien felicitó al arquitecto por su obra y le dijo

—Señor, este templo fue hecho con amor y dedicación, y es el vitral el que, dependiendo la hora del día, hace lucir de diferente manera la hermosura de su obra. El sol de la mañana, al cruzar los vidrios de colores, ilumina con alegría este lugar; la luz

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de la tarde, a través del vitral, crea en el recinto un ambiente de gran serenidad, que sólo es comparable con lo sagrado; y por la noche, se siente una gran paz que llena el espíritu... Justo como alguna vez llega una persona y su presencia enriquece nuestras vidas con su amor y confianza en nosotros, dando a nuestra vida diferentes matices y gran riqueza.

El viejo marinero.

Una joven pareja estaba paseando por la playa después de varios días de impresionantes tormentas. El mar se había agitado con frenesí. Las turbulentas olas y la subida de la marea habían llenado la orilla de desafortunadas criaturas marinas. Los desechos de vida marina eran tan abundantes que la pareja apenas tenia sitio para pasear. Medusas, caracolas y estrellas de mar y otros animales cubrían la playa como un manto de muerte.

Al avanzar en su paseo vieron en la costa a un anciano y curtido hombre de mar entrando y saliendo del agua. Se detuvieron a observar su curioso comportamiento. El hombre se agachó y cogió una de las criaturas marinas. La sostuvo suavemente entre sus manos, la depositó en el agua y la devolvió al mar.

La pareja empezó a reír. Cuando se acercaron al hombre le preguntaron: «¿Qué está usted haciendo, anciano? ¿No ve lo inútiles que resultan sus esfuerzos? La orilla está cubierta con miles de criaturas muertas o agónicas. Sus esfuerzos no cambiarán nada.»

El hombre recogió un pequeño pulpo que parecía estar muerto. Lo sostuvo cuidadosamente en sus manos y se volvió a introducir en el mar, como si ignorara a la pareja. Colocó el pulpo dentro del agua con ternura, quitándole la arena y las algas que lo cubrían y que se enredaban entre sus tentáculos. Lentamente, bajó sus manos y dejó que la pequeña criatura volviera a sentir la caricia del mar. El pulpo extendió sus extremidades al percibir el entorno familiar de su hogar. Con cuidado, el anciano sostuvo al pulpo hasta que éste tuvo fuerzas suficientes para impulsarse por sí solo y marchar. El hombre de mar permaneció de pie mirando; una leve sonrisa se esbozaba en su rostro ante el placer de ver otra criatura a salvo.

Sólo entonces se dio la vuelta y se dirigió hacia la orilla. Levantó la vista, miró a la pareja a los ojos y dijo: «¡Seguro que para éste sí que han cambiado las cosas!».

Los viajeros.

Había una vez un viajero que caminaba de un pueblo a otro. En el camino vio a un monje labrando uno de los campos vecinos. El monje le deseó buenos días y el viajero contestó con un leve movimiento de cabeza. Después se volvió hacia al monje y dijo:

-Perdone, ¿le importaría si le hago una pregunta?

-No, en absoluto -replicó el monje.

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-Vengo del pueblo de las montañas y me dirijo al del valle y me preguntaba si usted sabe cómo son las gentes del valle.

-Dígame -dijo el monje-. ¿Cuál fue su impresión del pueblo de la montaña?

-Terrible -replicó el viajero-. Si le soy sincero, me alegro de dejarlo atrás. La gente no es hospitalaria. Cuando llegué allí me saludaron con una actitud distante. Por mucho que lo intenté, nunca pude sentirme parte del pueblo. Los lugareños se mantuvieron distantes y reservados, no tratan a los extranjeros con bondad. Así pues, dígame, ¿qué puedo esperar encontrarme en el valle?

-Siento decirle -contestó el monje- que creo que su experiencia en el valle será muy parecida.

El viajero agachó la cabeza y con aire resignado continuó su camino.

Unos meses más tarde otro viajero estaba realizando el mismo viaje de la montaña al valle.

-Buenos días -le deseó el viajero al monje.

-Buenos días -respondió el monje.

-¿Cómo está usted? -preguntó el viajero.

-Bien -respondió el monje-, ¿Adónde se dirige usted?

-Voy al pueblo del valle -replicó el viajero-. ¿Sabe usted cómo es?

-Sí -respondió el monje-. Pero antes dígame, ¿de dónde viene usted?

-Vengo del pueblo de la montaña.

-¿Y cómo le fue por allí?

-Estupendamente. Me hubiera quedado de no ser por mi propósito de seguir viajando. Me sentí como un miembro más del pueblo. Los ancianos me dieron muchos consejos, los niños bromearon y se rieron conmigo y la gente en general se mostró muy generosa -y añadió:- Me entristeció dejarlos. Siempre guardaré un recuerdo muy especial de ellos. ¿Y qué me dice del pueblo del valle? -preguntó de nuevo el viajero.

-Creo que su experiencia en el valle será muy parecida -replicó el monje-. Que pase usted un buen día.

-Lo mismo le deseo y gracias -replicó el viajero con una sonrisa, y continuó su camino.  

Vendedora del año.

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Andrea, se puso en pié al oír su nombre y empezó a recorrer el angosto laberinto de mesas y sillas que conducía hasta el estrado, sorteando en su camino, con graciosos saltitos, los intentos de zancadilla de las incontroladas extremidades inferiores de más de un malintencionado comensal, y a un orondo camarero que, para facilitar su paso, a la vez que elevaba casi hasta el techo su repleta bandeja de licores y vasos relucientes, como si se tratase de una antorcha olímpica, encogía su prominente barriga, sin poder evitar que sus enormes posaderas impactasen en el delicado rostro de una señorita muy fina, que estaba sentada en una de las mesitas cercanas al pasillo.

Así, poco a poco, flotando en una nube de aplausos, seguramente falsos, Andrea fue avanzando por la complicada senda del Salón Princesa hasta llegar a su destino, procurando aumentar hasta la exageración el contoneo de su cuerpo, conforme iba sintiendo que el número de miradas y "cuchicheos" aumentaba a su espalda.

El Director General de la Editorial Phaladin pronunció un acertadísimo discurso de reconocimiento a los méritos de la empleada Andrea como la vendedora del año, seguido de una larga arenga dirigida al resto de empleados de la empresa, para que tomasen como ejemplo de productividad a la protagonista del acto.

La ceremonia termino con la entrega a la homenajeada de una medalla conmemorativa y un ramo de flores.

Al día siguiente, el Director General de la Editorial Phaladin, llamó a su despacho a la empleada Andrea. Esta, acudió apresurada al despacho de su Jefe. Se sentó enfrente de su mesa, cruzando sus largas piernas, mirándole con cara de interrogante, sin decir palabra, esperando que terminase su conversación telefónica.

Cuando éste terminó de hablar y colgó el auricular con la fuerza que caracteriza a los ejecutivos agresivos cuando cuelgan el teléfono, se percató de la presencia de la Sta. Andrea, cambiando, al instante, su cara de preocupación por la de un padre cariñoso, diciendo:

"Estoy muy orgulloso de ti, Andrea, porque has demostrado ser la vendedora más eficaz de la Empresa, sin necesidad de que nuestra íntima relación influyera en el resultado... "

"Sí, pero.. es que me da la impresión que mis compañeros de trabajo sospechan algo de nosotros....me miran con recelo...", empezó a decir ella.

"Yo creo en ti, pequeña Andrea y te quiero como a nadie", le interrumpió él, "pero debemos mantener vivo nuestro secreto, porque de lo contrario, nadie creería que tus éxitos profesionales se deben únicamente a tu propio esfuerzo. Y no debe preocuparte lo que tus compañeros piensen de nosotros, porque los humanos somos propensos a juzgar a los demás a la ligera basándonos en meras suposiciones, en apariencias, llegando frecuentemente a conclusiones equivocadas, pero, por favor, cariño mío, te ruego que el año que viene no te sientes en mis rodillas para recoger el premio."

"Lo tendré en cuenta, papá."

El valor de una ilusión.

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Desde pequeño, Juan sabía que le gustaban los automóviles. Su papá tenía uno muy pequeño, en el que toda la familia tenía que agolparse, porque no cabían ni amontonados. Pero es que al papá de Juan no le llegaba el dinero para otra cosa y, con cinco hijos, la suegra en casa y dos perros, había que hacer maravillas para llegar a final de mes. Juan soñaba que cuando fuera mayor tendría el mejor automóvil de su barrio.

El pequeño Juan se sabía todas las marcas de automóviles, todos los modelos, todas las características, que si 2000 cc, que si turbo, que si tracción a las cuatro ruedas. Pronto dejó los estudios y se puso a trabajar. Primero como mozo de unos grandes almacenes, después como dependiente de una carnicería. El automóvil que Juan se quería comprar valía tanto como su sueldo de cinco años de trabajo, por lo que cuando se casó y tuvo su primer hijo, todo su sueño se esfumó: tantos gastos eran incompatibles con su adorado automóvil. Juan se volvió huraño y protestón. Todo le sentaba mal. A todas horas con el ceño fruncido. Miraba a su hijo y no podía evitar ver esfumarse su automóvil.

Tres hijos más tarde, Juan seguía creyendo que todavía podía aspirar a su sueño. "Cuando los niños sean mayores, pensó, nadie me impedirá comprarme el automóvil de mis amores". El tiempo pasó, los niños crecieron y se independizaron. Y Juan comenzó a ahorrar con esmero, con sacrificio. Moneda a moneda, durante los últimos ocho años antes de jubilarse, Juan acumuló suficiente dinero como para comprar el automóvil y pagar los seguros.

Y el gran día llegó. Juan se vistió de domingo y, ya en el concesionario de automóviles, eligió el más bonito, el más grande, el técnicamente más perfecto. Sacó el dinero del bolsillo, pagó, se subió al automóvil, lo arrancó, salió a la calle, comenzó a recorrer calles, avenidas, salió a la carretera, hizo cuarenta kilómetros y regresó, llegó a su calle, aparcó, quitó la lleve del contacto y se quedó sentado mirando por el parabrisas. Y entonces, diez minutos más tarde, Juan miró dentro de sí mismo y pensó "¿Y ahora qué?"

El tren de las cinco.

"Hola Genaro, ¿qué haces aquí tan impaciente?", le preguntó un paisano al jubilado que paseaba a lo largo del andén de la estación de tren del pueblo.

"Estoy esperando a que pase el tren de las 5".

"¡Suerte, Genaro!, a ver si viene pronto".

"Pobre Genaro", pensaba el paisano, "todos los días esperando a que pase el tren de las 5 de la tarde, sin saber que hace tiempo la ruta fue desviada y ya no pasa ningún tren por nuestro pueblo. Alguien debería decirle la verdad al bueno de Genaro, pero nadie quiere quitarle su ilusión y su entretenimiento."

Y así un día tras otro, Genaro esperaba pacientemente al tren durante horas y los vecinos, que habían hecho del camino de la Estación su ruta preferida para pasear, le saludaban, le preguntaban por el tren y se volvían a sus casas tranquilamente.

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"Bueno días, Genaro. ¿Ha pasado ya el tren?

"Todavía no. Se conoce que viene con retraso", contestaba el jubilado.

Un día, una beata del pueblo, que vivía muy preocupada por todo lo que pasaba a su alrededor, quiso hacer su obra buena, así que, con el arrojo que proporciona el saberse poseedora de la verdad, fue al encuentro de su vecino Genaro.

"Siento mucho darte este disgusto", le dijo, "pero no puedo seguir siendo cómplice de la mentira colectiva de todo el pueblo, mi conciencia me obliga a decirte que tu espera es en vano. Ya no pasa el tren por la estación de nuestro pueblo, Genaro."

El la miró, y con la sonrisa de un niño travieso le dijo: "te agradezco tu información, vecina, pero te ruego que no le digas a nadie que me lo has contado, porque todavía falta que casi la mitad del pueblo venga a sacarme de mi error, y mientras haya alguien que crea que estoy esperando a un tren imaginario, vendrán a saludarme y a desearme que mis deseos se hagan realidad. Así me siento menos solo y más querido, además, nos sirve a todos de entretenimiento. Todos nos beneficiamos de la gran mentira...., pero ahora debo apresurarme, vecina, porque ya son casi las 5 de la tarde, el tren debe estar a punto de llegar y enseguida nuestros vecinos empezaran a desfilar para preguntarme por mi tren".

"¡Suerte, Genaro!, a ver si viene pronto", le dijo la beata.

Teatro de marionetas.

El joven Miguelito se lamentaba amargamente:

“Qué mal me trata la vida. No tengo amigos. Mi familia justamente me soporta y profesionalmente voy dando tumbos, de fracaso en fracaso. Esta es la tercera o cuarta empresa que prescinde de mis servicios alegando que mi carácter no sirve ni para las ventas, ni para el trabajo en equipo, ni para nada. Y no consigo que las chicas me hagan caso más de un día. Cuando les convenzo para salir al cine o a cenar, enseguida les entra la prisa y ponen tierra por medio.”

“Soy consciente de que físicamente no soy gran cosa”, pensaba, “no soy alto y tampoco muy guapo. Bueno, a decir verdad, soy bajito, regordete, un poco feucho, y reconozco que tengo el carácter bastante fuerte.”

El caso es que cuando el melancólico Miguelito conseguía estar con algún grupo de personas enseguida caía mal a todo el mundo.

“La cara es el espejo del alma”, decían unos, en cuanto abría la boca, “ es tan feo como desagradable”, añadían otras.

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Así las cosas, cada día con peores humos y más distante de todo el mundo, el único trabajo que encontró fue en un teatro ambulante de marionetas, donde representaba a Romeo en la obra Romeo y Julieta, cubriéndose el rostro con una careta de galán de cine de labios carnosos.

“Julieta..., Julieta...”

Y su actuación era tan dulce y tierna y sus ademanes tan galantes y educados que la obra tenía un gran éxito y cada día acudían más personas de todas las edades a verle, ganándose la admiración y el cariño de todos los espectadores que le premiaban con sus cálidos aplausos.

Y conforme Miguelito iba sintiendo el calor del público, mejor actuaba y más se identificaba con el educado y casi cursi personaje de Romeo, llegando a imitarlo incluso fuera de la escena.

“Con qué ternura trata a Julieta. Qué apuesto es y qué simpático”, decía la gente embelesada.

Al tiempo, dejó el trabajo como actor en el circo de marionetas y volvió al barrio donde siempre había vivido. Sorprendentemente encontró trabajo en una de las empresas que tiempo atrás le había despreciado. Además, se dio cuenta de que la gente ya no le trataba con desprecio y acritud como antes. Incluso caía bien a casi todo el mundo.

“Qué hombre tan interesante”, decían unos, en cuanto abría la boca, “es feo pero resultón”, añadían otras.

Todo el mundo quería estar con él y él cada día estaba más a gusto con todo el mundo.

“Parece mentira”, pensaba, “cómo ha cambiado la gente desde hace un tiempo..”

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