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1 Manifiesto Abierto a la Estupidez Humana Ezio Flavio Bazzo ¡¡¡Todos ustedes están acusados!!! Levantáos... El orador sólo puede hablaros si estáis de pie. De pie como para la Marsellesa. De pie como para el Himno Ruso. De pie como para el God Save the King. De pie como ante la bandera. Por último, de pie ante DADA que representa la vida y os acusa de que os gustan las cosas por snobismo desde el momento que son caras. ¿Os volvéis a sentar? ... Mejor, así me escucharéis con más atención.

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Manifiesto Abierto a la Estupidez Humana

Ezio Flavio Bazzo

¡¡¡Todos ustedes están acusados!!!

Levantáos... El orador sólo puede hablaros si estáis de pie. De pie como para la Marsellesa. De pie como para el Himno Ruso. De pie como para el God Save the King. De pie como ante la bandera. Por último, de pie ante DADA que representa la vida y os acusa de que os gustan las cosas por snobismo desde el momento que son caras.

¿Os volvéis a sentar? ... Mejor, así me escucharéis con más atención.

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¿Que hacéis ahí arrimados unos a otros como ostras serias? Porque sois serios, ¿verdad? Serios, serios, serios hasta la muerte. La muerte es una cosa seria, ¿no? Cada cual muere como un héroe o como un idiota, lo cual viene a ser lo mismo. La única palabra que no es efímera es la palabra muerte. La muerte es una palabra seria, ¿no? Les gusta la muerte para los demás. Matádlos, matádlos, matádlos...

Sólo el dinero no se muere, se va de viaje. Es el dios, aquel a quien se respeta, el personaje serio. Dinero, respeto de las familias. Honor, honor, honor... ¡del dinero!

Quien tiene dinero es un hombre honroso. El honor se compra y se vende como el culo. El culo, el culo representa la vida, representa la vida como las patatas fritas y todos vosotros que sois serios oleréis peor que la mierda de vaca.

Dada sólo no huele a nada, no es nada, nada, nada, es como vuestras esperanzas: nada.

Como vuestros ídolos: nada.

Como vuestros políticos: nada.

Como vuestros héroes: nada.

Como vuestros artistas: nada.

Como vuestros cultos religiosos: nada.

Silbad, gritad, rompedme la cara, y ¿que? ... ¿que? ...

Seguire diciéndoos que sois unos primos. ¡¡¡Dentro de tres meses, mis amigos y yo os venderemos nuestras obras por unos cuantos francos!!! (*).

(*) Manifiesto Clarividente de Francis Picabia, leído en la noche Dadá del Theatre de la Maison de Louvre, Paris, el 27 de marzo de 1920.

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Dedicatoria

Este ensayo es dedicado a ti, ¡muchedumbre! ¡A ti, que mañana desearás vengarte de mí y me estrangularás en una calle desierta o en el silencio de la montaña!

¡A ti, que mañana desintegrarás los árboles, mancharás los ríos y tomarás insoportable el aire, el amor, el alimento y la vida!

¡A ti que robas y que violentas corazones!

¡A ti que siempre perseguiste el arte, la naturaleza y los vagabundos!

¡A ti, que eres esclavo y víctima de un cáncer llamado: Dinero, Sociedad, Vanidad, Soberbia y Cobardía!

¡A ti, Muchedumbre, para que antes de tu muerte, puedas tener un perfil de esa tu vida MISERABLE!

Ezio Flavio Bazzo

Tiempo de la muerte de Marcuse, del derrocamiento de Somoza y del nacimiento de nuestro hijo, Ericco. (Julio de 1979. México D. F.).

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Prólogo

Este manifiesto surge de la gran variedad, riqueza y amplitud de la experiencia humana, un vasto espectro que se nos muestra en la admirable capacidad racional del hombre por un lado y por el largo alcance de su conducta irracional por el otro, pero más importante aún surge de la propia experiencia y vivencias del autor quien toma una postura radical ante la vida. Es por esto que se podrá comprender que el valor de este escrito se encuentra más en su contenido que en su estilo literario que muestra una cierta singularidad.

La postura del autor se encuentra resumida en un sí y un no, una paradoja. El sí a la vida, que se obtiene a través de una actitud nihilista y de la plena conciencia de sus elementos negativos como es nuestra estupidez; es una aceptación de la vida a pesar de su inevitable dolor y corrupción.

“Sin embargo, este caos no sólo actúa como una fuerza negativa, sino que también funciona como fuerza creativa y contiene las semillas de una nueva visión, en donde uno puede liberarse a sí mismo mediante la expresión creativa de la propia individualidad. Así el hombre podría ser ya no el producto de una convención moral, sino poder ser lo que es a través de la conciencia de su propio valor y de su condición humana“.

Esta actitud se nos muestra ampliamente a lo largo del manifiesto, cuando el autor en un principio afirma detestar a la muchedumbre y al finalizar termina comprendiéndola y aceptándola. Por eso hacemos nuestras las palabras de S. Kierkegaard:

... No se debe pensar despreciativamente de lo paradójico. La paradoja es la fuente de la pasión del pensador y el pensador sin paradoja es como el amante sin sentimiento: una vil mediocridad.

Y así como me sorprendí retratada en muchas líneas de este manifiesto y empecé a cuestionar o volví a cuestionar mi vida, espero que para el lector tenga un impacto tal, que al finalizar su lectura sea capaz, al menos, de gritar:

¡He de liberar mi deseo de ser un INDIVIDUO! ...

Martha P. Romero Mendoza.

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Capítulo I

“Un manifiesto es una comunicación hecha al mundo entero, en la que no hay otra pretensión que el descubrimiento del medio de curar la sífilis política, astronómica, artística, parlamentaria, agronómica y literaria. Puede ser dulce, bonachón o agresivo como la plaga, tiene siempre razón; es fuerte, vigoroso y lógico“.

Tristan Tzara

¡Ora... Ora ...! ¡Yo te entiendo POPULACHO!

Te entiendo aun cuando tu quieres mutilarme, cuando no te conformas con mi paso, ni con mi postura, ¡ni con mi voz! No tienes culpa de eso y tan lejos estas de toda existencia real que no hay forma ni ley que te pueda ejecutar. Ejecutarte sería crimen, absolutismo, no entender nada de tu posición milenaria y tan poco envidiable. Tienes razón, motivos e ignorancia suficiente para verme como me ves. ¡Tienes secretos e insensibilidad bastante para invertir mis actos, corromper mis sueños y para acusarme de cosas que sólo los iguales a ti pueden hacer!

Tu vida fue siempre débil, tu cuerpo siempre enfermo, ¡tus pensamientos siempre llenos de chouvinismo! Nunca estuviste más allá de tu casa, de tu fría oficina, de tu iglesia y de tu grupo neurótico de amigos o de mujeres sumisas, esclavas tuyas, dependientes y reproductoras que jamás pudieron tomar una posición delante de una servidumbre tan desgraciada. Nunca visitaste una prisión, una cárcel o un sanatorio de viejos y por eso, no sabes nada de ti, ni tampoco de aquellos que pagan por ti con la vida. Nunca pensaste en la prostitución de las mujeres de la calle y de tu propia mujer, y siempre estas listo para hacer más y más prostitutas, sin saber que serás la víctima de tus propios crímenes. ¡Nunca te permitiste una palabra a un mendigo fantaseado de llagas o de sangre y eres siempre tú!

¡Siempre tu, Populacho, en tu porte de macho-doméstico, con ropas de la moda pagadas en prestaciones absurdas! Siempre tú, (embarcado) en tu sonrisa plástica y simpre rebajándote a superiores o a quien va a recomendarte mañana. Nunca observaste a la naturaleza en tu vuelta, ni nunca tuviste la osadía de dudar, investigar y renegar a valores que esclavizan y refrenan a millares de seres como tu. Nunca respetaste verdaderamente a una mujer y, cuando juras que lo haces, es por que tomas desinterés por respeto.

¡Siempre tu, Populacho dominador!

Siempre tu a colores en el (tape) de las novelas, en el trono de las embajadas, en las salas del Vaticano, en la puerta de los (burdeles), en la rectoría de las universidades, en el poder oligárquico de los Estados totalitarios (no hay Estado que no sea totalitario) y en la comedia humana siempre tus gestos duros a manejar cuchillos de oro que costaron la vida y la miseria de muchos. Pero, ¡yo te entiendo! ¡Te entiendo y te comprendo cuando regresas fatigado y con el signo del buitre en el pecho!

Para ti la filosofía es inútil y cuando repites axiomas estereotipados, lo haces apenas para justificar esa tu llaga incurable de ser Populacho, de no haber oído tus origenes que te llaman. ¡Te entiendo, Populacho! Te espío que comes con furia, que limpias los dientes como un Mono y que te sientas en el balcón de tu casa, para saludar doctores, políticos, secretarias, comerciantes, ladrones y otros representantes del fracaso humano. Te sigo en la multitud, y vas siempre mirándote en las vitrinas, pasando las manos por las nalgas, cuidando para no ensuciar los zapatos y compitiendo hasta mismo con los pobres guardias de un mercado. ¡Quieres que las mujeres te admiren y que los hombres te envidien y que los banqueros se quiten los sombreros cuando tu entras en sus casas de robo! (Los bancos son las casas donde los ladrones son llamados señores y donde el material del robo puede tener seguridad). En tu casa, te embriagas con una semana de vacaciones, exiges que tu hijo tenga miedo de ti, que tu esposa sea tu esclava y que tus vecinos te soporten en silencio. La poesía te repugna, la música, no la puedes diferenciar de otros ruidos, el arte tu lo confundes con técnica, los viajes tu los

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haces con cicerones y sólo vas al Louvre y al Lido, o al Phanteon, o a la playa de Ipanema, porque crees que van a darte Status.

Del amor, tu hiciste un acto exclusivista, donde todo se acaba en una triste eyaculada. Tu ciencia, son las órdenes militares que recibes y tu engrandecimiento tiene siempre influencia de la bolsa de valores. Como por ironía, cuanto más dinero acumulas más pobre te quedas y cada ves más eres robado y odiado por aquellos miserables que quieren ser como tu. Lo que te separa aun de ellos es apenas el dinero, apenas el tiempo, apenas la proyección paranóica, la defensa de tu auto-mutilamiento y tu presencia en un teatro de lujo o en una sociedad hermética.

¡Pobre Populacho!

Nunca tuviste el placer de conocer un hombre como Nordau, como Nietzsche e igualmente tampoco gozaste de estar acostado bajo un árbol. Sólo conoces el panfleto anual de la Cooperativa Pública, la Biblia, el Corán, el Bhagavad-Gita u otros montones de mentiras, que fueron haciendo de ti un mentiroso, un falso, un cobarde y un débil mental.

Comes el alimento que corruptos te venden, y envenenas tu cuerpo y te entregas sumiso a un consumo desenfrenado, y paseas por mercados enajenados, creyente de que la industria te tiene como un ser Biológico vivo. Pagas con honra la leche falsa, el pan falso, el azúcar falso, los huevos falsos... y después, ingieres otra vez (remedios) falsos, para curar tus riñones falsos, tus intestinos falsos, tu corazón falso y flaco de Populacho. Mueres todos los días por causas que no te dicen por respeto, y tu trabajo aun rinde al patrón mil veces más de lo que callado recibes. Y tu lo sabes... y tu lo aceptas... por eso eres Populacho, por eso eres la llaga del mundo, la escoria rastrera, el sumidero insoportable de las civilizaciones. Y, cuando ya cumpliste con las buenas maneras sociales y ya compraste una casa, un coche, un título en una sociedad campestre, entonces embarazas a tu mujer y defines: ¡El hijo será médico! O, si por desgracia fuera una hija, tendrá que ser pianista o cirujana plástica. Cueste lo que cueste, el pobre niño deberá trillar el camino que tu, frustrado, caduco y ganancioso deseas. Tu ignorancia aun te hace ver al médico como los bárbaros veían a los hechiceros. Quieres tener un hechicero en tu familia para que el hechizo salga de ti y no venga para ti. No te importa si ese hechicero ubica su sueño en dirección a la magia negra, pues bien lo sabes que el populacho no entiende nada en la esencia. “Vas así protegiéndote siempre más“. Compras más tarde un yate, sometes tu enfermedad a terapias, vas otra vez a Champs Eliseés, compras plata en Tunizia, reproducciones de Salvador Dalí y ¡tienes delirios de nobleza!

¡Ah, Populacho!

Fumas con gestos que no son tuyos, repites, una y otra vez, una frase germánica, y “haces intentos eternos para ocultar tu misería“. Si, tu vida es intentar ocultar tu ignorancia, tu historía de siervo y tu cuerpo enbalsamado que huele mal. Pero creo que el olvido no te llegará jamás, y que la bandera del odio no permitirá nunca el silencio de tus orígenes.

Tu hija ya habla idiomas; ya puede ejecutar Liszt porque tu la obligaste, y ya fue presentada al novio ríco y licenciado, sólo que impotente y atraído por la heroína. Pero tú no te preocupas con estas imperfecciones sociales, principalmente cuando hay mucho dinero en el juego. Si, Populacho, tu hija sólo tiene un camino a seguir: el de caer otra vez en los brazos del Populacho y generar otra vez Populacho, un Populacho cada vez más detestable, cada vez más perverso e insoportable. Pienso que todo en ti fue fundamentado en el miedo, y por eso tú cuelgas en tu pecho una cruz o un talismán. Por eso te identificas con un partido de golf o de futbol y engordas como un cerdo. “No tienes ningún deseo de pensar, no quieres ir más alla de nada y repites fantasías mediocres, gestos endurecidos y seducciónes mórbidas y llenas de hielo“. Para ti, los símbolos son más importantes que las cosas simbolizadas, y los fantasmas te hacen defecar en una calle o sentirte un Super-Hombre en una casa de Umbanda.

Eres -para mí- un perro encadenado y cuando se te escapan algunos ladridos, no lo haces por convicción y sí por sumisión. Te codeas en las universidades con miembros de la gran muchedumbre y estas siempre buscando erudición, nunca sabiduría. Antes, decías ser comunista e imitabas a Lenin; después, decías ser marxista y tenías crisis histéricas al hablar de Marx; más tarde en el día de tu licenciatura, hasta un ciego podía diagnosticarte como un fascista-imperialista. Abres casas filantrópicas, entidades para el bien de la humanidad, pero, luego te eliges presidente-director y exiges que tus órdenes sean cumplidas.

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Vas a los periódicos para ser fotografiado y extiendes tu brazo arrogante al que te implora ayuda. Estas triste y listo a poner fin a la vida en tu casa, pero basta un solo golpe en tu puerta, para que te perfumes y sonrías como un monje zen; pero el Zen no se puede comprender cuando lo alienamos en su propia categoría, separándolo de todo lo demás. Zen es más allá del mundo de los opuestos, construído por el discernimiento intelectual ... un mundo espiritual de indiscernimiento que implica un punto de vista absoluto, -como lo dice Suzuki- el absoluto no se distingue del mundo de la discriminación ... el absoluto esta en el mundo de los opuestos y no fuera de él.

Aunque la angustia de ser muchedumbre te queme, tu estas siempre intentando demostrar discernimiento, libertad y convicción; pero, sabes que no pasas de un hipócrita de las masas. Persigues a las hijas de los otros para copular con ellas; y a las tuyas las acusas de prostitutas y libertinas cuando tienen un orgasmo fuera del matrimonio...

Ayer, agrediste una vieja alemana, porque, decias: ¡era una puta agiotista! Hoy, tú eres intermediario, explotador y corrupto. Espías desde tu ventana a tipos como tu que fornican con perversión, olvidándote que tu y tu mujer lo hacen de manera semejante y despreciable. Quieres ser el más rico, el más famoso y renombrado, y para ello mientes, robas y escupes en la cara de la humanidad. “En los teatros tu aplaudes de pie, aun cuando no entendiste una palabra o aun cuando la música erudita te moleste“… Pero tú sabes que el Populacho te observa y te juzga por tus aplausos y por tu ropa de casimir. Incitas a tus amigos al matrimonio porque no quieres estar solo en el abismo donde bajaste y, después, vuelves a incitarlos a tener hijos, a viajar para Europa, a comprar una casa de campo, a pertenecer a la mafia y a seducir adolescentes.

¡La enfermedad es tu compañera de siempre! Vas entonces al médico que te recomienda todo aquello que la ignorancia médica permite y tú, pobre desgraciado, comes hasta excrementos si así te lo prescribe. ¡Ah, Populacho! Fuiste conquistando todo en el mundo y “hoy hasta los medios de información te pertenecen“. En tirajes cada vez más largos tus periódicos hablan de crímenes, de las oscilaciones de la bolsa, de promociones mediocres de técnicos que son confundidos con artistas y de toda la prostitución social. Tienen la libertad y la estupidéz de ahogar al pueblo en asaltos, en demagogias comerciales, en histerismos políticos y en informaciones falsas como tu mismo lo eres Populacho.

Vas otra vez a los teatros, con tu voz reprimida y te confundes con otros pederastas y homosexuales como tu ¡y sueñas estar haciendo la Revolución Social Sexual del siglo! Las calles, las escuelas, los clubes y las iglesias estan llenas de personas que no merecen que se les hable... Hombres de tu índole proliféran como las ratas y son los hospederos directos de la decadencia.

Tú, cuando perteneces a alguna aristocracia eres siempre un aristócrata de nacimiento o de dinero, jamás un aristócrata del espíritu, a pesar de que la aristocracia del espíritu es la única de la cual te podrías vanagloriar. Pero debo confesar: Tú venciste al mundo. En este mundito de reptiles, tu voz fue oída, tus leyes son estúpidas pero son leyes y tu bandera blande siempre al viento de la falsedad humana. Conseguiste confundirte a ti mismo, inutilizar el suelo, retrasar a viejos y niños, esquizofrenizar a la juventud y esquematizar una ruta suicida a la vida. Conseguiste crear los Estados, los países, la mafia, las patologías entre los hombres y entre las mujeres. Conseguiste generar las bombas y matar a través de la acupuntura, a través de la cicuta y a través de los divinos y mágicos venenos farmacológicos. Conseguiste violar el mundo de los locos, legalizar hospitales psiquiatricos y casas de prostitución femenina, también las inmobiliarias, el agiotismo, el alquiler y las profesiones más criminales, como la policía. ¡Ah, Populacho! Todos creen en tus accidentes, en tus infartos y en tus inexperados destinos... Pero, los más lúcidos no caen en tu trampa y te sorprenden cuando, planeada y cobardemente, estas diciendo adiós a la vida. Como un conejo australiano, te mueres psíquicamente mucho antes de tu muerte biológica. “Yo, sólo te espío“. Nada tengo que hacer, sino espiarte. En un momento, lloro con tu llanto. En otro momento, quiero carcajear con tu carcajada. Tú me impides vivir, y yo, por venganza, te impido morir. Permanecerás vivo y sensitivo hasta que se consuma en ti ese carbón húmedo y esa arrogancia nefasta que en ti habitan.

¡Ah, ralea humana! ¡Que infelicidad contemporanizarte!

¿Cuantas veces te sorprendí humillando, mintiendo y robando?

¿Cuántas veces asistí a tus charlas, a tus conferencias, a tus rituales y a tus acusaciones arbitrarias? ¿Cuántas veces te encontré bajo el efecto del alcohol o aplicándote heroína en las venas de los pies, o comiendo cabezas de hongos? ¿Cuántas veces te encontré vendiendo títulos falsos, asegurando cosas

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absurdas, arrastrando a tu hijo indefenso para la piscina, mientras él gritaba desesperado por tu imbecilidad desenfrenada? ¡Ignorante! Tus hijos son muertos inocentes y puros por tu barbarie. Eres un reproductor de 4a. categoría. Si por mí fuera, yo te prohibiría tener hijos. Antes, tendrías que comprobar que no eres un asno como esos que pasan la vida en el trabajo y que sepultan a los hijos en escuelas-prisiones, o en cárceles religiosas que tienen como función principal borrar la vida de los niños, tórnalos sumisos, esclavos e inútiles. Tendrías antes que mostrar tu discernimiento delante de la vida y tu serenidad delante de la muerte. Tendrías que decirme lo que comes y lo que bebes. Yo tendría que sentir tu pulso dentro del peligro, interrogarte después de una victoria y golpear a tu puerta despues de un fracaso.

¡Oh, Populacho!

Para conocerte estuve (y estoy…) sujeto a tus ideas, viví a tu lado, asistí a tus charlas y siempre mantuve los oídos atentos para tu debilidad mental. Te sigo por carreteras diversas, mirando pasmado para tus gestos, oyendo con atención tus mentiras e investigando todo tu ciclo vegetativo ... Muchas veces hablé de tus brazos rígidos, de tus espaldas curveadas y de tu vientre hinchado ... pero tu decías que yo te estaba envidiando y que para ti la estética y el cuerpo eran igual a la mierda.

¡Eres un enfermo, Populacho!

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Capítulo II

Para que salga fuera lo que está dentro, debemos abrir la concha, pues cuando tú quieres coger la pulpa no tienes más remedio que romper la envoltura. Y, por tanto, si deseas descubrir la desnudez de la naturaleza debes destruír sus símbolos, y cuanto más lejos llegues en esto, más cerca tendrás a su esencia. Cuando arribas al UNO que dentro de sí reúne todas las cosas, ahí te quedas.

Meister Eckhart

¡Eres un enfermo que ya estas con un pie en la tumba!

No permites que tu padre se acerque a ti, ni que tu madre te de acogida en sus senos, porque piensas haber llegado a la madurez y porque no sabes que eres un niño débil y con un rol de macho-doméstico...

Tú estabas adornado con una corbata roja en el parlamento inglés y levantabas tus brazos después, delante del espectáculo medieval del cambio de la guardia... Aquellos soldados idiotas eran para ti los defensores del pueblo y de la gran Bretaña. Estabas sucio e insoportable en un tren que iba a Estambul, y por una silla, agrediste a una mujer pura y delicada. En las islas de Grecia eras tu quien vendía narcóticos y heroína a la multitud de jóvenes suicidas que ahí estaban y que, por ser hijos y nietos del Populacho, creían en tus mentiras y en tu dialéctica de cerdo-vendedor. En Ibiza y Formentera, tú ibas en uniforme a prender o agredir a aquellos que allí estaban tocando violín al lado de las aguas verdes del Mediterráneo, y que no hacían parte de tu mundo caótico e irracional. (quiero decir: racional-obsesivo).

¡Ah, Populacho!

¡Pobre Populacho!

Siempre tu, dominante y heredero de todo el patrimonio humano. Siempre tú a devaluar la vida o a colgarse de una cuerda. Tienes miedo de tus propias manos, de tus propios pasos y de tus propios pensamientos, porque sabes que tu corazón siempre te invita al suicidio.

Estuve por casi todos los sumideros de la vida, vistiendo tu ropa, hibernando delante de tus novelas, rezando para tu dios, fingiendo tener epilepsia en tus ritos, y manteniéndome sobrio delante de tus delirios de grandeza y de mesianismo. ¡Pero tú nunca me engañaste! “Siempre te he visto más allá de tus máscaras, más allá de tus gestos estereotipados, más allá de tus farsas de pedante o de teórico insoportable“. Ustedes: maestros, curas, políticos, terapeutas, místicos y padres de familia, si fueran sometidos a un juicio real, se encontrarían más abajo que las prostitutas; más abajo que los delincuentes; más abajo que los perros hambrientos de las calles. Por ello desearía mearme sobre vuestros nombres, vuestros títulos, vuestras armas y vuestros deseos criminales.

Muchas veces me someti a tu voluntad, Populacho, y fue entonces cuando “descubrí que careces de todo“. Tu madre fue una desgraciada, tu padre un desgraciado y tu tragaste todo el tiempo el humo de la desgracia matrimonial. Nunca tuviste afecto, ni seguridad, ni alegría, ni un gran deseo. Por ser hijo, nieto y bisnieto de la muchedumbre, siempre fuiste rechazado e indeseable y siempre serás muchedumbre... “Muchas veces tanto tus preguntas como tus carcajadas maniacas me hicieron ruborizar“, y ello fue porque tuve temor de que mis hijos, un dia, llegaran a ser como tu: ¡representantes de la decadencia humana! “Siempre que quieres cautivar a alguien, aceptas su religión, su partido y su idiosincracia, por más estúpida que sea“. Eres capaz de hacer al mismo tiempo la apología de un Franco o de un Bakunin.

Para ti, todo es igual, una vez que puedas esconder tus llagas, que puedas discursear en banquetes, que tengas prostíbulos donde emborracharte a escondidas y hacerte pasar por un don Juan.

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¡Ah, Populacho! Todas las mujeres de los prostibulos fueron esclavizadas por tu dominio económico y por tu sexualidad reprimida, aunque tú no tienes inteligencia suficiente para percibir que ahora, después que tú te declaraste el macho-esclavizador, ellas crearon un lenguaje especial y una estrategia sutil para referirse a ti como un imbécil, payaso y tonto que tiene dinero y una impotencia crónica. “Después que supiste lo que pienso de ti, me odias y tienes fantasías de destruírme; pero tu vida no va más allá de fantasías“. Aun sabiendo todo eso (ambos tú y yo…), siempre te escuché silencioso, a ti que eres un comerciante, un industrial, un hijo de Maríá o de Jehová. A ti que quieres ser un doctor, un noble, un conquistador o un travesti. Siempre te escuche silencioso, porque sabía que tú desconoces la Desobediencia Civil de Thoreau, asi como no estudiaste jamás las palabras de Zaratustra, no asististe a una sola pieza de Ibsen ni a un manifiesto de Strinberg. ¡Tengo pena de ti, hombre de mi siglo y de mi tiempo! Tengo pena porque te encuentro que corres por las calles, que te tornas tartamudo por nada y porque molestas sirvientas en un autobús repleto. Tengo pena de ti cuando te observo en hileras públicas esperando por un número, por una consulta, por un aumento de sueldo o, quien sabe, por un internamiento en un desgraciado manicomio. Ah, me gustaría que tú conocieses la farsa de la ciencia y de la sociedad a la que inocente te entregas...

A veces te odio…

Te odio cuando quieres hacerte pasar por genio o cuando me saludas encogido, perfumado y con ropas de payaso. Te odio cuando me quieres exhibir una moneda de oro y cuando te ocultas bajo la estupidéz colectiva. Tengo asco de ti, Populacho, cuando veo que masacras a los más débiles y cuando me robas con una sonrisa cristiana en los labios. Cuando te alcoholizas para conmemorar una rebelión progresista, cuando hurtas libros de las bibliotecas, “y cuando no soportas la serenidad de los otros “. Tengo náuseas cuando finges vivir en permanente luna de miel con tu esposa sumisa y esclava, porque yo sé que en lo íntimo, tú la odias y eres odiado. En lo íntimo, quieres usarla, exhibirla como a una perra, no ser un solterón, “porque ser un solterón es dudar de toda ridicularidad social, es desafiar toda la debilidad gregaria y dependiente de los seres... ¡es ser filósofo! “.

¿Pero, porque te digo todo eso?

¿Por qué estoy hace dos días escribiéndote… Si se que para ti, nada de eso tiene valor, Si sé que tu quieres apenas marchar por el camino heredado, heredado y lleno de monumentos póstumos.

Tu, Populacho, ya te olvidaste de Sacco y Vanzetti.

No te acuerdas de esos dos hombres valerosos que tu llevaste para la silla eléctrica, y eran inocentes, y eran valerosos y eran italianos al mismo tiempo que no pertenecían a ningún chouvinismo, como tu. Tú, nunca llegarás a ser como Vanzetti ni tampoco tener el honor de un Sacco; pues eres un cobarde y estás ciego para los actos más vitales. Tú, muchedumbre, jamás podrás decir como Sacco, algunas horas antes de recibir una corriente de 2100 voltios en su cuerpo:

Mi convicción más profunda es de que yo he sufrido por otros crímenes de los que si soy culpable. Yo he sufrido por que soy un militante anarquista, y es cierto, lo soy; pero estoy tan convencido de estar en lo cierto, que si usted pudiera darme dos veces muerte, y yo pudiera nacer dos veces más, volvería a vivir como lo he hecho hasta ahora.

Tu, Populacho, jamás tendrás la valentía de decir lo que pronunció Vanzetti ante un juez criminal como Thayer:

Y usted nos ve, juez Thayer, hace siete años que estamos encerrados en la cárcel. Lo que ambos sufrimos en estos siete años no puede contarlo ninguna lengua humana; sin embargo, usted lo ve: ¡no tiemblo ante usted! Usted lo ve: ¡lo miro directamente en los ojos, no me ruborizo, no cambio de color, no me avergüenzo ni siento miedo!

Y esos hombres fueron asesinados inocentemente por otros hombres como tu, por tu silencio y por tu complicidad. Fueron muertos por hombres que jamás tuvieron el placer de bucear por la vida misma, por hombres que estan viviendo bajo la soberanía de las cuatro enfermedades milenarias: La Familia, La Escuela, La Iglesia y El Estado.

LA FAMILIA: A falta de dioses hemos tenido que inventar abstracciones potentes; ¡ninguna de ellas más poderosamente destructiva que la familia! (David Copper).

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LA ESCUELA: Las escuelas son lugares nefastos para los niños. La educación es algo que una persona consigue por si misma, y no algo que le otorga o pone a su disposición otra persona. El niño que se educa a sí mismo, y si no lo hace él no lo hará nadie, debe gozar de libertad, al igual que el adulto, para decidir cuándo, en qué medida y de qué forma debe utilizar cualesquiera recursos que pueda ofrecerle la escuela. Existe un número infinito de vías para la educación; cada discente debería y debe sentirse libre para elegir, encontrar y construirse la suya propia. (John Holt).

LA RELIGION: He aquí la fuente de todo lo que os proponen como más santo y más sagrado en todo lo que se os hace llamar piadosamente religión. He aquí la fuente y el origen de todas estas pretendidas leyes santas y divinas que se os quiere hacer observar como procedentes del mismo dios. La religión es la fuente y el origen de todas estas pomposas y ridículas ceremonias que nuestros sacerdotes simulan hacer con fastuosidad en la celebración de sus falsos misterios, de sus solemnidades y de su falso culto divino. He aquí el origen y la fuente de todos estos soberbios títulos de señor, de príncipe, de rey, de monarca y de potentado, en virtud de los cuales, todos, bajo pretexto de gobernaros, os oprimen como tiranos; en virtud de los cuales, bajo pretexto del bien y de la necesidad pública, os arrebatan todo cuanto tenéis de bello y mejor, y en virtud de los cuales, bajo pretexto de poseer su autoridad de alguna autoridad suprema, se hacen obedecer, temer y respetar a sí mismos al igual que dioses; y, en fin, he aquí la fuente y el origen de todos estos vanos nombres de noble y de nobleza, de conde, de duque y de marqués de los que la tierra es pródiga. Todas las religiones no son más que errores, ilusión e imposturas. (Jean Meslier).

EL ESTADO: Es el conjunto de todas las instituciones políticas, legislativas, jurídicas, militares, financieras, etc., por medio de los cuales se arrebata al pueblo la gerencia de sus propios asuntos, la dirección de su propia seguridad, confiándolas a algunos que, por usurpación o por delegación, hállanse investidos del derecho de legislar sobre todo y para todos y de forzar al pueblo a respetarlos, valiéndose del apoyo que les presta el poder de todos. En todos los tiempos y en todos los lugares, cualquiera que sea el nombre que tome el gobierno, cualquiera que sea su origen y su organización, su función es siempre oprimir, explotar y violentar la masa, para defender a los opresores y explotadores. Sus órganos principales, característicos, indispensables, son el policía y el recaudador de impuestos, el soldado y el carcelero, a los cuales se une espontáneamente el mercader de mentiras, sacerdote o profesor, pagado y protegido por el gobierno para educar los espíritus y hacerles dóciles al yugo gubernamental. (Ericco Malatesta).

Mientras tú no te deshagas de esas cuatro heridas humanas, de nada te valdrán los alimentos naturales, las vacaciones en el Caribe, las terapias más caras, la música de un Albinoni ni las raíces del Ginseng. Mientras te protejas bajo estos murciélagos nocturnos, tu vida será siempre una nada y te encontrarás siempre en llantos con tus fantasmas. ¡Ah, muchedumbre! Mientras tú rompes las vidrieras de tu casa, yo intento entenderte. Quizás te ame un día. Quizas te ame después que tú empieces a amarte. Sí, te amaré un día, aun sin olvidar que tú me negaste abrigo y comida cuando yo, hambriento, me atreví a golpear tu puerta, cuando necesitaba protegerme de la nieve y cuando estaba por un continente extraño en absoluta soledad.

¡Ah, eres el mismo en todos los rincones del mundo! En las calles de Amsterdam, en un hotel de Marrakech, en una prisión de San Salvador de Jujui, en el interior del Noreste miserable, en las salas del Vaticano, en las universidades y en los camping de vagabundos. ¡Siempre tu! Siempre tus juegos criminales, económicos, falsos y cubiertos por un altruismo estúpido. Siempre te encontré gordo, condicionado y con agua estancada en el vientre. “Siempre protegido por un escritorio, por una cuenta bancaria, con un paletó engomado y con una sonrisa hipócrita en la cara“. Ofrecíate mis escritos por casi nada, por míseros centavos, apenas para mantenerme vivo en el engranaje de tu máquina social, y tu, los examinabas con una expresión falsa y disimulabas, sin coraje para mirarme a los ojos o, entonces, me pasabas unos cuantos centavos, ¡como si yo fuera un mendigo con quien tu habías simpatizado! Siempre tú gesto de omnipotencia, aún cuando conoces tu impotencia... aun cuando sabes que eres impotente, no sólo para el amor, más para el arte, para la música y, lo peor, para la vida. Nunca te interesaste por la libertad, ni por la sabiduria, ni por una real emancipación humana. Siempre huíste de las cosas inmediatas y cuando hiciste algún sacrificio, lo hiciste siempre con la esperanza celeste, nunca para tornarte sencillo y útil (*).

¡Ah. Populacho! Ya no sabes caminar y tus músculos se atrofian aun cuando practicas deportes absurdos que, en el fondo, poseen un único sentido: desviar tu potencia sexual (**). A veces recurres a la Yoga, al Campo, a la esgrima o la meditación trascendental, pero lo haces siempre como un fanático y siempre como Populacho. No profundizas en nada, eres tan superficial como el brillo del mar... y, en el simbolismo de Jung, tu habitas el litoral de la isla; cualquier alteración de las aguas, y eres tragado,

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transformado, ¡y te pierdes en tus propios laberintos! “Haces con tus semejantes lo mismo“, que los Dinkas hacen con un hipopótamo abatido, porque quieres, al mismo tiempo, besar tu dios y abrazar tu diablo. Eres dualista, esclavo del bien y del mal, corrupto y sentimental, y por eso, estás atascado en un lodazal de creencias populistas y morbosas.

Cuando disminuyo el paso en una tentativa de oirte, mi alma herida te grita las mismas palabras de Mefistófeles:

Tu galanteador sensible y ultra sensible, una sencilla ramera te deshace. Eres hijo de la zombaria, hecho de lama y de fuego...

Ayer estuve delante de tí, y tu temblabas los dedos, limpiabas frecuentemente tu garganta y otra vez encendías un cigarrillo, como si yo te pudiera derretir con un toque o con una mirada. Tu miedo me pone triste y, cuanto más sencillo me presento delante de tí, más siento que me temes. Hablas en un torbellino, intentas contarme tu vida, tu dolor, tu deseo, pero no tienes tiempo para oírme, ni para relajarte, menos aun para mirarme a los ojos.

¿Por qué?

¿Por qué te dejas llevar así en ese paso triste de ave herida?

¡Ah, ahora yo siento que te quiero! ¡Siento que te puedo dar un abrazo fraternal, aun a sabiendas de que no sabrás interpretarlo correctamente, porque te orientas por una brújula del siglo XIII, porque eres muy vulnerable y porque cargas en tu seno una paradoja inaceptable!

¡Noches!

¡Madrugadas!

¡Mañanas claras de sol blando!

Amores en nuestras memorias eternas, crepúsculos lentos en medio del olor a ciprés... ¡Ah!; todo eso se escapa por las brechas de tu espíritu, desapercibida e inútilmente. Eres un rey, Populacho. Un rey con muchos esclavos, pero el tiempo te fue aprisionando en una bodega oscura de tu castillo y la oscuridad te fue tornando ciego, insensible y perverso.

Todos los días, de manera disfrazada, tú me interrogas sobre la vida, el matrimonio (***), la revolución, el alma humana, los hijos, el trabajo, y después, como un pobre mercenario, como un muerto que aun camina, como un espectro de la verdadera posición humana, concluyes: “eres un perverso, un vagabundo, un comunista y un endemoniado“. Tener la libertad de gritar durante el Orgasmo es para tí perversión. No estar esclavizado a ningún trabajo alienado es para tí vagabundeo. Haber superado la enfennedad de la propiedad privada es para tí comunismo. No creer en tu dios idiota e imposible es para ti estar endemoniado. Todo eso es porque estas enfermo.

Dormí propositivamente entre tus hijos y entre tus hijas por todos los palacios y mansardas de los continentes y puedo decirte: ¡ellos tienen por ti un odio irreparable! Tu, farsante, los rechazaste aun cuando estaban en el útero de la madre y sólo los generaste para adquirir seguridad, para dar muestras de tu virilidad, (los cerdos y los perros también pueden tener hijos) para que hereden tus riquezas y para que garantizen tu vejez. Tus vanidades fueron más allá de tu vida y ahora tu deliras con el deseo de eternidad, y te esclavizas a tí mismo con creencias fantásticas como la de dios y la del dinero, y no quieres admitir que tu cuerpo, ese mísero cuerpo de Populacho, termine mañana en el mundo de los gusanos y, que de él, nada se mantenga. El delirio te llevó al sueño de la reencarnación, del renacimiento y de la vida infinita.

¡Pobre Muchedumbre! Sacrificas el mundo real en la búsqueda de un mundo quimérico, en la búsqueda de un mundo que débiles mentales visitaron en las crisis de la enfermedad. ¡Levántate Muchedumbre! Libérate de todas estas trampas que te aniquilan y elévate como un águila por las cumbres de la existencia. “Camina descalzo por todos los caminos del mundo“. diagnosticando la fiebre de los pueblos, la nocturna melancolía de un barrio de negros y el desperdicio inhumano de la historia. Mira dentro de los ojos que se cruzan con los tuyos y haz el amor en un tren que va desde Viena hasta Estambul. Despierta de ese sueño letárgico en que estas sumido, y ve que la vida te espera

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con los brazos abiertos, y con la inocencia de los niños saludables... Al momento en que pudieres gritar ¡no! a todas las mierdas sociales y que dejares tu cuerpo correr liberto por los caminos que no hay, entonces tendrás otra visión de tí y del mundo.

¡Mira más allá!

¡Cree más en tu corazón que en tus ojos!

Cree más en el mundo primitivo que cargas dentro de tí y en aquello a que fuiste destinado a ser y no te sometas a dogmas idiotas de eunucos, ni a las imposiciones represivas de quien no ha buceado por “las cosas más agradables de la vida“.

Cuando te digo eso, tú me ironizas y me acusas de idealista-soñador y al mismo momento, te entregas a tu corrida de loco.

Entonces retírome cabizbajo y avergonzado (****) de mi mismo, intentando violar y profanar tu historia milenaria e intentando aceptarte para siempre como Populacho.

Notas

(*) Pronto llegará el día, en que sentiremos vergüenza y asco no ya de comer una comida de cinco platos, servidos por lacayos, sino una comida no preparada por nosotros mismos; dará vergüenza no ya montar caballos de carrera, sino ir en coche, cuando se puede ir caminando; usar entre semana vestidos, zapatos, guantes que no sirven para trabajar; será vergonzoso dar a los perros leche y pan blanco, cuando hay quien no tiene leche ni pan blanco, y utilizar lámparas y velas cuando no se trabaja y encender el horno cuando no se prepara la comida, mientras haya gente sin luz y sin calefacción. -Tolstoy, León.

(**) Las personas que no tienen orgasmo son caracterizadas por las mujeres que limpian diez veces por día la casa y por los hombres que nunca tienen tiempo para el ocio. Que quieren acumular dinero y títulos, obsesivamente. Reich llama a esta enfermedad: La Plaga Emocional.

(***) La institución del matrimonio convierte a la mujer en un parásito y la obliga a depender completamente de otra persona. La incapacita para la lucha por la vida, aniquila su conciencia social, paraliza su imaginación y le impone después graciosamente su protección, que es en realidad una trampa, una parodia del carácter humano.-Emma Goldman.

(****) Ahora consumo mis días en mi covacha, encalabriñándome con el consuelo maligno y vano de que el hombre inteligente jamás llegará a ser nada serio, que sólo el imbécil consigue algo. Si, señores, el hombre inteligente está moralmente obligado a ser una criatura sin carácter; el hombre de acción, suele ser mediocre. Esa es mi convicción de cuarenta años.-Dostoievski, Fiodor.

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Capítulo III

Crearemos un DADA cotidiano, una antiestética de la vida de todos los días. Lo que está más allá de la belleza será inventado por el acto revolucionario, creado por gestos sutiles, tus ojos cruzándose con los míos en la calle y viéndonos por primera vez, la imagen de una muchacha china agachándose para atarse el lazo de los zapatos, con la punta de su larga cabellera negra acariciando el pavimento, y será creado por el descubrimiento de la disciplina no ordenada o de nuestra auténtica Locura. (David Cooper)

Por algún tiempo hicimos el amor tu hija y yo, y lo hacíamos de la forma más animal y más pura posible, caminábamos bajo las noches estrelladas, oíamos música de Piazzola y estudiábamos a Schopenhauer... pero, tú le declaraste la guerra a nuestro amor y a nuestra realidad, simplemente porque nosotros no aceptamos tu obsesión maníaca por los valores medievales. Después entregaste tu hijo (*) a una clínica-manicomio, porque decías que él había penetrado en el mundo de la sin razón. Y ello porque él rechazó tu neurosis obsesiva, tu hipocresía delante de la sociedad y tu deseo de dominio; tu odio lo llevó al insoportable terreno de las cuatro paredes negras, de donde no saldrá nunca. Andre Breton ya decía inteligentemente: Sólo al acercarse a lo fantástico la razón humana pierde su control... tiene todas las posibilidades de traducirse como la emoción más profunda del ser, emoción que no tiene otra alternativa más que la de responder al eterno llamado de los símbolos y de los mitos.

Pero, ¿qué significa eso para un asno?

Te observo que discurseas en grupos de café y que miras sarcástico a una mujer que pasa fijando tu vista en sus órganos genitales buscando con eso hacerte reconocer como un macho delante del grupo de Monos iguales que tu (**). En tu cofre dormitan monedas ajenas que por ironía te hicieron esclavo y siervo. Cada vez que las tocas te tiemblan los dedos, y sólo tienes dos opciones: ¡Tornarte un libertino despreciable o un tirano insoportable! De monedas es tu moral. De remordimientos es tu historia y de mentiras es tu existencia. La altitud ilusoria que finges, es siempre una altitud catastrófica y, como lo sabes: el mal de las altituras sólo ataca a aquellos que no fueron hechos para ellas. Entonces, tienes que arrastrarte, fáltate el aire, las fuerzas, te domina la náusea y la debilidad inconfundible del Populacho. Pides ayuda a tus hechiceros, santos y dioses que, aun siendo sordos para tus gritos de abandono, son para ti los creadores y dominadores de todo.

Pero a ti sólo te interesa el dinero, el filantropismo y los clubes.

Quieres siempre estar en rebaños, ocultarte, confundirte, distorsionar tu esencia pura por una máscara de bárbaro. Yo sé que difícilmente podrás cambiar, que asesinarás otra vez a Trotski, que quemaras otras mil veces a Giordano, que nuevamente al Vietnam, que derramarás Napalm otras cien veces sobre niños hambrientos y que, finalmente, ¡recibirás el premio Nobel de paz!

¡Ora, ora! Tú que cargas preservativos de caucho en los bolsillos, jamás podrás creer en eso que te digo, ni tampoco en aquello que hago. Entre tú y yo se abrió un abismo profundo. Yo soy el vagabundo que se queda al sol delicado de la primavera; tú, eres el señor que pasa cercado de siervos. Yo, como cuando tengo hambre; tú, tienes hambre cuando no comes. Yo vivo; tú existes, las piedras y los caballos también existen.

¡Oh, Populacho! Nunca hiciste a una mujer llegar al orgasmo, y tu falsa sexualidad machista se revela siempre en tu eyaculación precóz, en tus celos y en tu exclusividad. Impides que tu mujer conozca otros hombres, ¡porque intuyes que te abandonaría pronto! ¡Pobre de tí! ¡Pobre de tu mujer! ¡Pobres de tus hijos y de tus hijas! Gastas la vida para ganar la vida, mientras tu sexualidad se va para la nada y tu te encaminas rápidamente hacia la neurosis; y tus hijos te temen y perviértense por tu culpa. Comes carne como una hiena, tienes que beber tequila para soportarte, y de tu cuerpo brotan las enfermedades que sustentas.

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Hace mucho que te miro con interés...

Interésome por tus gestos y por tu pantomima. A veces simulas reformas y entonces te tornas en un Hippie, un Hare Krisna, un orientador de novios o un polícía secreto; pero en los fines de semana te codeas en los estadios de futbol y aplaudes como un idiota por salvajes que tienen un C. I. abajo de 70. De vez en cuando te tormas en intelectual, y entonces eres atacado por la miopia, por la pedantería y por la manía libresca. Entre tu teoría y tu práctica hay un abismo inalterable. Escuchas las mentiras más degradantes y asientes con la cabeza en tu tradicional gesto afirmativo explayando tu sonrisa hipócrita y aplaudiendo; al mismo tiempo dejas que tus hijos sean domesticados en escuelas inútiles por profesores nevrópatas. Te fuiste tornando un organizado, un esclavo público y tienes obsesiones compulsivas por normas y reglas que sólo hacen ahogar tu mundo sano, tus valores reales, tu anarquismo latente y que “nunca te permiten expresar tu locura original“. El dinero es tu dios, tu diablo y tu querubÍn asexuado, sin él tu te consideras nada, no dudando ni un segundo en volarte los sesos. Tú tienes caparazas en esa cara gordinflona, en ese vientre retraído y en esa coreografía de paria.

Te estoy observando siempre, buscando en mí las cosas que más odio en ti, sintiéndote y oyéndote atentamente por donde andas. A veces diríjome a ti pero por lo general no me entiendes, y casi siempre tienes miedo, vives con angustia y con deseos de morir. Te la pasas tamborileando los dedos, encendiendo cigarrillo tras cigarrillo y evitando mirarme a los ojos. Tu voz cambia y siempre terminas inventando un motivo para huír de mí. Sufres y te percibes como un hombre acabado. ¡Y todo eso por nada! Cuando estoy en tu casa, siempre me induces a que coma o beba, para que así evitar que conversemos, que pensemos, que creamos. “Cuando hablas, sólo lo haces de tus aventuras o conquistas sexuales, de tu herencia patrimonial y de la valentía que jamás puedo percibir“. No sabes oir ni te interesan las vivencias ajenas, una vez que te consideras el centro de la Isla Terrestre. Tú eres una clase universal, explotadora, dominante y única. Pocos hombres y pocas mujeres no pertenecen a tus huestes y pocos somos los que te sorprendemos con nuestra actitud ante la vida.

Tú te tornaste importante visitando un templo budista, denunciando una organización Maoista o jurando amar a tu prójimo. En todos tus gestos descubro tu odio por ti mismo, y quien así actúa, imposibilitado está de amar a los demás. “Tú ignoras y no escuchas jamás al viejo sabio que habita tu corazón, ese viejo tan antiguo como el mundo, conocedor de todos tus dolores y de todas las alegrías y que podría elevarte en un dedo y tornarte íntegro“.

¿Por qué? ¿Por qué Populacho?

¿Por qué te mantienes así, en esta comedia sin fin, donde las cortinas son tus propios párpados y donde los personajes son tus propios verdugos inconcientes? ¿Por qué te sometes? ¿Qué fuerzas te conservan en pie, delante de tantas descargas de odio y de miedo?

Ayer tú estabas en un grupo de ciencia, pero ninguna de tus palabras eran dichas con imparcialidad, con sencillez. Tú siempre luchabas por valores tradicionales, por la existencia de una estabilidad humana y la envidia te traicionaba en público. Tú, para mí, tienes una visión corta, dirigida y fundamentada en una niñez de traumas no superados. Eres esclavo de las creencias, y lo peor es que tienes una necesidad enfermiza de hacerte pasar por sabio. Cuando alguién que estudió toda la vida (no en libros, sino en las fuentes inagotables de la vida que se vive todos los días) te revela algo relacionado con una visión global, con otra concepción de lo ya conocido, tu oculta neurosis se manifiesta de inmediato intentando negar el conocimiento real, y desesperadamente te prendes a valores morales, a crímenes históricos, intentando borrar todo aquello que te lacra en la conciencia como un slogan de desgracia. A veces te sorprendo mirándome con curiosidad, queriendo verme como deseas, nunca como soy. Porque no sacrifico mis mañanas, ni mis noches a cambio de un trabajo de esclavos, tú me acusas de subvertir el orden social. Porque no acepto tus divinidades eunucas, tú aumentas tus técnicas de tortura. Porque rechazo tu compañía, tú me dedicas un odio declarado. Yo quisiera hacerte conocer los orígenes de las reglas que eternizas, los orígenes de la familia, del capital, de las religiones, del Estado y de las ideologías por las cuales experimentas ataques histéricos (***). Todas las ideologías son una gran mierda si tú no te emancipas de ti mismo, si tú no vas más allá de ti mismo, más alla de esa conciencia insignificante que te elude y que te permitió edificar tu morada al lado del mundo de la magia. Si, ahora me doy cuenta de que tú eres un mago. Un mago que, cuando niño, fue obligado a ser responsable, a negarse a sí mismo y a seguir callado por la costumbre. Pero, debo decirte que tu magia es cíclica, débil y superficial, tan efímera como tu que necesitas, al igual que los carteros del Kenia, de unos buenos latigazos que te despiertes y abran tus ojos, esos ojos dormilones y esa mente obtusa de muchedumbre.

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Todo aquello que no tienes valentía para hacer, ordenas sea adicionado al código universal de la moral... y tus seguidores son siempre muchos.

En una carretera de Marruecos, tú me hablabas del Alcorón. En mi niñez, tuve que oler siempre el viejo papel de la biblia. En Munich, tu hija intentó seducirme para el mundo de los Hare-Krisnas. En un callejón de Viena, usabas una chistera negra y enseñabas el Talmud. Argumentas que la China siempre se dirigió a través de la sabiduría del I CHING y que los espíritus están siempre vigilantes sobre las cabezas anónimas del mundo... ¡Que novela cómica! Inventas millares de dogmas, siempre con la intención de esconderte y de olvidarte de tu rol real, como hombre y como ser.

Cuando por milagro no eres religioso, entonces eres marxista, o Musolinista, o Maoista, o fascista (casi siempre), o revendedor de automóviles... Siempre la misma visión miope y limitada del todo. Siempre intentando cubrirte con la chaqueta falsa del humanismo, del altruismo y de la productividad. Pero, yo sé muy bien lo que habita en tu intimidad. Sé muy bien lo que piensas cuando te despiertas, cuando saludas a un inferior o a un superior, cuando discurseas en público y cuando percibes que la multitud te aplaude frenéticamente.

Sé lo que piensas cuando te presento a la mujer con quien vivo, lo que piensas cuando regalas una moneda a un mendigo ciego y cuando atribuyes el mal del mundo a un determinismo causal. El determinismo causal es la manera más científica que inventaste para justificar tu miseria y tu enfermedad. Yo sé el significado de tus pestañeos, de tu posición de loto y de tu perfume francés. Juegas con tu niño delante de los otros, porque los curas siempre hablan de lo mismo, pero en tu casa lo abandonas en una cuna de palma y te arrepientes siempre de haberlo generado. Sólo lo soportas y sólo lo alimentas, con la condición de que él pueda venir a ser todo aquello que tú, por debilidad, no pudiste ser: Un noble. Un Dictador. Un Nerón. Sí, en tu intimidad piensas como el viejo criminal Stalin: Una muerte es una tragedia; millares de muertes es apenas un dato estadístico.

Tú, Populacho, reconstruirías otra vez el campo de concentración de Dachau y los trenes irían otra vez de Polonia y Austria, cargados de cadáveres, de mujeres violadas, de niños muertos de hambre y de inocencia. Cadáveres sin nombre, sin sangre y sin nada; apenas con una etiqueta en el corazón: Judío. Negro. Gitano. Libre Pensador. Individuo. Hombre de Valor. ¡Un ser que captó el sencillo secreto de la vida!

Yo se que no me entenderás, pues no hablo de tu conciencia de Mono, sino de tu inconciencia, que es mucho más responsable por tus actos. El mundo de la conciencia está acribillado de falsas imágenes, de máscaras incorporadas a la carne y al espíritu (****), mientras el mundo inconciente, contiene toda tu historia milenaria y te dirige del subterráneo donde jamás tuviste interés en penetrar.

Tu vida real está ahogada en lo más hondo de tu alma... mientras tú, como un perro servil y cobarde, levantas vuelos en las alas de tu vida artificial y falsa de lo cotidiano.

No se ha introducido en tí nada extraño; una parte de tu propia vida anímica se ha sustraído a tu conocimiento y a la soberanía de tu voluntad. Por eso es tan débil tu defensa; combates con una parte de tu fuerza contra la otra parte, y no puedes reunir, como lo harías contra un enemigo exterior, toda tu energía. Y ni siquiera es la parte peor, o la menos importante de tus fuerzas anímicas la que así te ha puesto enfrente de tí, y se ha hecho independiente de tí. ¡Pero toda la culpa es tuya! Has sobreestimado tus fuerzas, creyendo que podías hacer lo que quisieras con tus instintos sexuales, sin tener para nada en cuenta sus propias tendencias. Los instintos sexuales, se han rebelado entonces y han seguido sus propios oscuros caminos para sustraerse al sometimiento, y se han salido con la suya de un modo que no puede serte grato. De cómo lo han logrado y que caminos han seguido, no has tenido tu la menor noticia; sólo el resultado de tal proceso, el síntoma que tú tienes como un signo de enfermedad, ha llegado a tu conocimiento. Pero no lo reconoces como una derivación de tus propios instintos rechazados, ni sabes que es una satisfacción sustitutiva de los mismos.

Ahora bien: todo este proceso sólo se hace posible por el hecho de que también en otro punto importantísimo estas en un error. Confías en que todo lo que sucede en tu alma llega a tu conocimiento, por cuanto la conciencia se encarga de anunciártelo. Y cuando no has tenido noticia de algo, crees que no puede existir en tu alma. Llegas incluso a identificar lo anímico como lo consciente, esto es, con lo que te es conocido, a pesar de la evidencia de que a tu vida psíquica tiene que suceder de continuo mucho más de lo que llega a ser conocido a tu conciencia.

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Déjate instruir sobre este punto.

Lo anímico en ti no coincide con lo que te es consciente; una cosa es que algo sucede en tu alma, y otra que tú llegues a tener conocimiento de ello.

Concedemos, sí, que por lo general, el servicio de información de tu conciencia es suficiente para tus necesidades. Pero no debes acariciar la ilusión de que obtienes noticias de todo lo importante. En algunos casos el servicio de información falla, y tu voluntad no alcanza entonces más allá de tu conocimiento. Pero, además, en todos los casos, las noticias de tu conciencia son incompletas, y muchas veces nada fidedignas, sucediendo también con frecuencia que sólo llegas a tener noticia de los acontecimientos cuando los mismos se han cumplido ya, y en nada puedes modificarlos.

¿Quien puede estimar, aun no estando tu enfermo... todo lo que sucede en tu alma sin que tú recibas noticias de ello o sólo noticias incompletas y falsas?

Te conduces como un rey absoluto, (populacho) que se contenta con la información que le procuran sus altos dignatarios y que no desciende jamás hasta el pueblo para oir su voz. Adéntrate en ti, desciende a tus estratos más profundos y aprende a conocerte a ti mismo; sólo entonces podrás llegar a comprender por qué puedes enfermar y, acaso, también a evitar la enfermedad (*****).

En los domingos tú llenas las calles de París a procura de sellos usados y, con tu lente de aumento, buscas en papeles viejos como una polilla. ¡COLECCIONADOR!

Este es el más noble título que tú mereces. Todo coleccionador es un imbécil, un tonto, un caduco, un sentimental y agiotista frustrado. Y, cuando no procuras antigüallas, entonces vas al Louvre o a otro museo de arte primitivo, surrealista o clásico (esto última siempre te conmueve más) y sales con reproducciones de Van Gogh o de Dalí, o de Rubens, bien a muestra, para que la muchedumbre que te rodea puedate confundir con un hombre emancipado, para que la muchedumbre te pueda ver como un hombre que conoce el arte y que tiene como guión, la sensibilidad. Cuando vivos (los pintores), tu los (cognominas) de hipocandríacos y de pervertidos sexuales... luego, después de sus muertes, (prematuras siempre, por tu causa) vas encorbatado a los centros culturales para participar en las subastas con el dinero en las manos y con una cara de demencia precoz.

¡Compras todo!

¡Exhibes todo!

Y, como Tertuliano, tú piensas: Creo porque es absurdo.

Abres clínicas, hospitales, laboratorios, haces cirugías absurdas y violentas con tu bisturí o con tu estulticia a los ingenuos que a ti se entregan y, después, róbales la casa, los hijos, los libros, para cobrar tu trabajo. La humanidad está esclavizada por dos mafias que tienen que ser destruídas: La mafia verde y la mafia blanca. La mafia verde, no sabe lo que es la libertad, no sabe la que es un delito, no sabe lo que es un grito ni donde esta concentrado el origen de la agresividad. Por lo tanto es inútil y peligrosa. La mafia blanca, no sabe que es un organismo vivo y se llena de orgullo por ser especialista. No sabe que un órgano aislado no existe y que tampoco es posible creer en una fisiología fundamentada en cadáveres. Tu medicina, Populacho, es una gran mierda y todos ustedes que la practican tienen estreñimiento, cáncer y hemorroides y, lo peor: el delirio de pertenecer a la élite social. La prueba de tu incompetencia esta fundamentada en tus intestinos, en tus riñones y en tu hálito.

Eres la vergüenza de Hipócrates, el fantasma de blanco que puede violentar, matar y borrar vidas, siempre amparado por una de las mayores farsas, que se llama en todo mundo: ética. Pero, tienes mucha suerte. Estas siempre recibiendo aplausos, elogios en las iglesias e invitaciones para copular con mujeres desgraciadas. Y tú, no te niegas. Crees que todo el criminal que habita bajo tus ropas blancas es desconocido por toda la humanidad de chivos inútiles. Y tienes razón, pues somos pocos los que te sorprendemos en el momento del crímen. Eres el judas de las treinta monedas, (no importa si es moneda mexicana o libras esterlinas) y, como vendiste a tu maestro, eres capaz de vender a tus padres, tus hijos y tu misma alma, que en muchas ocasiones ya la vendiste por un trago de vino.

¡Pobre Populacho!

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¿Por qué tanto miedo habita en tu corazón?

¿Por qué dices sí eternamente, aun cuando en tu íntimidad tienes sólo repugnancia? ¿Por qué hiciste la Revolución Francesa? ¿Por qué callaste delante de Himmler? ¿Por qué masacraste tanto a los indianos? y ¿por qué te dejas conducir por el delirio de ser superior a una cucaracha?

Abriste una llaga profunda en el pecho de los negros, quieres exterminar a los gitanos, niegas la vida de los judíos, mantienes millares de vidas en el abismo del hambre y de la servidumbre más abyecta. Dices que el mar te pertenece, que los peces son tuyos, que el espacio es más abierto para ti que para las aves ... y entonces, yo no te entiendo. No consigo ir más alla de la barrera que existe entre él (Tu) real y el (Tu) irreal.

Procuré siempre entre tus cátedras, hombres razonables y libertos; hombres que ya estuvieran más alla del charlatanismo, de la moral morbosa de los negadores de la vida, pero encontré siempre a eruditos castrados, a doncellos y a viejos creados en departamentos y que estuvieron siempre al lado izquierdo de la vida. Decíanme que los exiliados eran hombres de genio y que lo eran, porque amenazaban los gobiernos fascistas... pero yo los encontré centenares de veces, como necios por la calle Pigalle persiguiendo una prostituta o por otras partes del mundo, y siempre llevaban bajo el brazo (bien visible), el libro rojo de Mao, o 20 años de Caviar (Ibrain Sued), o La manera de enriquecer rápido. ¡Pobre Populacho! Repatriásteme VarIas veces, sIempre cuando descubrías que yo no tenía dinero, que yo estaba haciendo el amor con tus mujeres, que yo dormía al sol de tu patria, que yo estaba escribiendo sobre tu estupidez crónica y sobre tu burocracia miserable. Siempre que descubrías que yo, aun comiendo una vez al día, estaba siempre con los ojos brillantes, con la percepción inalterada y con una salud perfecta. Odiábasme siempre que mi libertad era el signo de tu esclavitud, siempre que me encontrabas delante de un jardín, con todo el tiempo disponible para asistir al despertar de las flores y la fiesta de los pájaros. ¿Cuándo te tornarás gente?

Estuve atento por el Estado del Vaticano y tú, Populacho, estabas allí por millares, y en tu semblante yo veía siempre la lucha inútil para concebir un dios inconcebible. Delante del oro, de la riqueza y del lujo de los curas del Papa, tú te bajabas sumiso, despreciable y humildemente, con un Cristo violado y colgado al cuello. ¿No tienes vergüenza de ser un paria? ¿No tienes remordimiento por entregar a tus hijos una cobardía tan grande? ¿No tienes conciencia que tu mismo, estúpido como eres, tienes más valor que un cerdo? ¡Paradojas! ¡Paradojas! ¡Paradojas! Tu eres el más banal paradojo. Leo minuciosamente tu trabajo sobre el ateísmo y, aunque tengas mucha erudición, demuestras estar con la mente bloqueada en forma de pirámide. Adaptas todas tus debilidades inconcientes, tus necesidades místicas, tu historia arcaica de represiones a una dialéctica dogmática y escolástica, a unos sofismas ingenuos, para convencerte a tí mismo de la existencia de algo elevado, de un dios o de otro ser que no sea demasiado humano.

Para tí debe existir un dios Todopoderoso, debe existir un Jefe divino para garantizar tu existencia. Porque no entiendes una migaja del universo, tu ignorancia te hace bajar débil, de rodillas, a los pies de un fantasma imaginario. Como decía Jung: Dios, ni siquiera es una esencia fija en la idea. Mucho menos lo podría ser en la realidad.

¡Tú eres tu Dios, Muchedumbre!

Tu Dios es tu hambre, tu Sexo, tu Creatividad y tus manos de hombre o mujer que abren las cortinas azules en una mañana llena de sol de marzo. Tú eres el generador divino, tu propia mente es tu Dios. De ti dependen todos los días, todos los años y todos los sueños eternos. En ti está lo absoluto (si es que existe) y el más largo viaje tu la puedes hacer por dentro de ti mismo, de donde resultará tu victoria sobre la muerte o, mejor, tu reconciliación con el final de todas las cosas. Abandónate a la margen de la vergüenza en que vives y cree más en ti que en esos fragmentos diabólicos que te fueron inyectados en la cabeza aún cuando tu no tenías otra de opción. Observa los creyentes a tu lado, y vélos, siempre suspirando, con los ojos rojos, las manos juntas y una expresión de miseria estóica implorando perdón por pecados jamás practicados. ¿A quién? ¿A quién debes respeto sino a ti mismo? Tú lucha y tu vida tu la debes a la naturaleza y a la materia que te rodea, y la naturaleza a sí misma se pertenece. Si no sabes aun el origen de la vida, bucea al fondo de la propia vida y descubrirás... Pero, no te acomodes con una cruz colgada al cuello ni con esa voz débil de condenado. Ve a acostarte en una piedra de la selva y escucha el sonido ininterrumpido de las aguas, la inconstancia del viento y la respiración de una serpiente que quiere envenenarte. Ve, y pisa con cuidado por las piedras calientes y deja que los espinos penetren por primera vez en tu carne blanca y anémica y dejate quedar por primera vez abierto para las voces del mundo.

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¡Allí está tu Dios, tu Diablo y tu Mismo!

¡Allí está la Trinidad tan incomprensible! ¡Tu-Dios-Diablo!

Donde tu eres real, y los otros dos, apenas nombres vacíos y simbólicos que ya no valen nada, que sólo hablan de los temores universales, de la polaridad de la mente humana y no de ti, efímero, sensorial y pensante.

¡Ah, pobre Populacho!

Mira la noche por tu ventana abierta, y en el espacio verás las estrellas envidiosas que juegan en la infinitud de un espacio incognocible. Mira las manos de tu mujer que trabaja con la miel, el viejo borracho que carcajea bajo el árbol del futuro, el pene de tu hijo que quiere mearte en la cara y el ventarrón rebelde que derrumba las mariposas más astutas. ¡Ahí está la vida! ¡Ahí está tu esencia perdida y la esencia de este mundo alcohólico! ¡Rebélate! ¡Rebélate Populacho! Quiero oír tu grito en esta noche, tu grito que aclarará para ti mismo la duda acerca de si la debilidad está dentro o fuera.

Notas

(*) Los niños no son propiedad de nadie, no pertenecen a sus padres, ni siquiera a la sociedad. Pertenecen solarnente a su propia libertad futura.- Miguel Bakunin.

(**) El hombre medio, con su autosuficiencia, su ridículo aire de superioridad y su paternalismo hacia el sexo femenino, no puede servir al tipo de mujer descrito en Character Study de Laura Marholm. Tampoco puede servirle el hombre que no ve más que su mentalidad y su genio, y que no logra despertar su naturaleza femenina.- (Emma Goldman).

(***) La compulsión monótona solamente sirve para el adiestramiento falto de vida que asfixia todo intento de iniciativa vital y crea súbditos en lugar de hombres libres. La libertad es la esencia de la vida, la fuerza impelente de todo desarrollo intelectual y social, la que crea cualquier proyecto para el futuro de la humanidad. La liberación del hombre de la explotación económica y de la presión intelectual, social y política, que encuentra su expresión más cabal en la filosofía del anarquismo, es el primer requisito para el perfeccionamiento de una cultura social superior y de una nueva humanidad.- Rocker, Rudolf.

(**** No obstante, estoy firmemente convencido de que, no sólo una gran parte de la conciencia, sino toda la conciencia, es una enfermedad. ¡Lo sostengo! - Fedor Dostoievski.

(*****) Freud, Sigmund, Obras completas. pág. 2435-2436, Tomo III (tercera edición), Biblioteca Nueva.

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Capítulo IV

El pensamiento de esta lucha universal provoca tristes reflexiones, pero podemos consolarnos con la certeza de que la guerra no es incesante en la Naturaleza, que el miedo es desconocido en ella, que la muerte es generalmente rápida y que se multiplican sólo los vigorosos, los sanos y los felices.- (Charles Darwin)

Mira cara a cara tus temores y concientízate de que estás muy lejos de la naturaleza misma, y que por más que reclames, jamás podrás regresar a ella por el camino que buscas. Ella (la Naturaleza), sólo te permitirá regresar a su vientre, después de haberte castigado un poco. ¡Te lo mereces!

¡Ah, Populacho! Ha llegado el momento de abandonar tu carácter colectivista y de regresar al carácter individualista. Todo lo que es colectivo, es represión, sumisión de tu Yo, desvalorización de tus fortalezas personales. Mientras que en el individualismo puedes ir al fondo de ti mismo y estar libre de la presencia de seres despreciables. La humanidad sólo podrá emanciparse a través de la revolución personal, pues las revoluciones colectivas son siempre manifestaciones del deseo de poder, jamás una real destrucción de todas las máquinas generadoras de la miseria humana. Antes de aniquilar a los verdugos exteriores, (que son demasiados), necesitamos aniquilar los verdugos que habitan nuestras profundidades, para, a través de esta experiencia personal, poder comprender qué es la servidumbre humana, dónde es generada y cuáles son sus alimentos predilectos. Sólo así es posible lograr un cambio radical que hasta ahora, no ha sido posible.

Pero no pienso que eso sea posible, pues tú (que eres la mayoría) votas siempre a favor de la educación colectiva, siempre a favor de mentirosos, siempre a favor de una cultura general, de la destrucción de los primitivos, de la creación de sectas y de fanatismos cada vez más peligrosos y que borran de la tierra el universo personal de los seres.

¡Ah, Populacho! ¡Desenvuélvete a ti mismo! Sé tu mismo (*), vuela en las alas de tus propias vivencias y no destruyas tu propia forma, mezclándote con la masa amorfa de las calles. La alegría y el gozo de vivir tan sólo los podrás encontrar en el desarrollo de tus conocimientos y sentimientos personales. Cree en esto que te digo: A través de ejercicios corporales compulsivos, puedes conseguir cuerpos fortachones y atléticos, pero sólo a través de ejercicios de movimientos libres y placenteros de los miembros, accederás a la belleza. Y tu eres hermoso en tu interior. Sin la belleza nadie puede vivir, sin la belleza tu odias, agredes, haces la guerra y la muerte planeada. Lo bello es también saludable y sólo donde la belleza habita, duerme silenciosamente la comprensión dialéctica del proceso vital. La estética es la parte dinámica de tu mente, por lo tanto, explota la belleza que en ti duerme. Que tu imagen sea siempre el metal más caro. Perfúmate con la alegría de la aurora, con el silencio de un primitivo y con la sencillez de una orquídea que vive en una horquilla de la mata. Que tu presencia sea un útero para los corazones ajenos y que todos quieran acercarse a ti, y que te ames profundamente, muchedumbre.

Nunca se te ocurrió preguntar como Schiller: ¿Cuál es la razón para que seamos aun tan bárbaros? Bárbaros que despiertan con el temor del sueño, cabizbajos y con pasos de prisioneros. Miedo, desprecio por ti mismo y vanidad. Estos son los gigantes que atacan tu alma ¡y tu defecas en los pantalones cuando estás delante de ellos!

Un día, acampé cerca de ti, en una floresta encantadora, y tú me mirabas con odio porque deseabas tener todo el río, todos los árboles y toda la naturaleza para ti, aunque ellos no pertenecen a nadie. Personas como tu, siempre terminan convirtiéndose en grandes asesinos o en fanáticos religiosos. En la noche, cuando la luna iba de prisa sobre las cataratas del Itiquira, tu voz se te escapaba en la confusión de la sonrisa de tu mujer y de tu borrachera que olía a alcohol y a carne podrida. Necesitabas decir, en tus gestos y en tus palabras, que eras poseedor de la sexualidad de un Casanova, pero yo te conozco muy bien y se lo que hacías para disimular y olvidarte que nunca tuviste afecto materno, que tienes miedo de ser percibido como impotente u homosexual y para esconder que eres un ignorante y clase media despreciable. Vienes a hablarme después con tu mirada perdida, y me hablas de cosas que sólo interesan a débiles mentales como tu, como tu familia y como tu partido de futbol. Yo te escucho, entiéndote, y percibo el niño oprimido que fuiste y que eres, el niño que desea hacer del mundo (Externo) un palco de risa, para ocultar la tragedia amarga que heredaste.

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Ha llegado la hora de ser un hombre o un ciudadano; pues no se puede ser los dos al mismo tiempo (Rosseau). Tú, no eres ninguno de ellos, eres una nada, un falso, un payaso público. Me alejo de ti mientras tú continúas mintiendo y pavoneándote de cosas que jamás hiciste, mientras tu mujer está triste y pensativa sobre una piedra y sólo te soporta porque la alimentas y porque la convenciste de que todos los hombres machos son como tú. Tu fuiste quien hizo que las mujeres se tornasen psíquicamente prostitutas y sólo es necesario un momento de libertad, para que ellas asuman la prostitución en la práctica (**). La mujer con quien vivo, la mujer con quien tu vives, la de tus amigos, tios y abuelos, todas son víctimas de una prostitución milenaria. A los judíos, el mundo sólo les permitió el comercio, y ellos esclavizaron el mundo a través del comercio. A las mujeres, el mundo sólo les permitió la vagina, y ellas esclavizaron el mundo a través de la vagina. A mi me gustan todas las manifestaciones que preparan el caos contra ti, ¡Populacho idiota! Quiero que los gusanos se levanten de la tierra para impedir que tu tengas el derecho de dormir, para que con eso percibas las dimensiones de tus crímenes. Las mujeres que llevas para la alcoba a cambio de unas monedas, de un plato de comida o de un cigarrillo, son mujeres esclavizadas, necesitadas, mujeres que poseen en el hondo del corazón, mucho valor más que tu. Son mujeres que se acuestan contigo, abren las piernas para tu miembro sifilítico, apenas por necesidad de sobrevivir, pero alimentan dentro de sí mismas un deseo inconfundible de matarte. Un día, lo creo, podrán hacerlo (¡Tu lo mereces!) Tu, y todos los de tu clase, saltan de alegría después de haber copulado con la mujer de un amigo, de un hermano, de un siervo o con la propia mendiga que bate a tu puerta... pero cuando descubres que tus (conquistas) no fueron conquistas, sino que fuiste objeto de una (copulada), tu máscara te tapa totalmente la cara y tienes deseos de introyectarte una bala en la cabeza (pienso que debes hacerlo pronto). Yo pienso que debes hacerlo, pues el suicidio es el único acto de heroísmo que puedes llegar a practicar.

¡Pobre muchedumbre!

Siéntome al lado de este río, de este río que tu maculas con latas vacías, con tus vómitos de tequila y con tu presencia y te observo que miras impaciente para todos los lados en busca de personas como tu, que hablen sin parar, que disimulen toda realidad y que también piensen lo mismo que tu, con respecto a la vida. Te acercaste varias veces a mí y yo no te dirigí la palabra. Entonces, permaneciste distante y me mirabas con desconfianza. El día que descubrieres realmente mi individualidad, has de perseguirme y aprisionarme en el fondo de una cárcel, como ya hiciste otras veces. Pero eso poco me importa, pues existen vidas que se hacen deshaciéndose y hay gritos que son creados en el silencio de lo absoluto. Un sólo día de existencia íntegra, vale mucho más que una larga caminata de desgracias, cobardías y vanidades pervertidas.

Yo no me olvido de todo lo que eres capaz de hacer, y por eso quiero darte mi Manifiesto, quiero decir lo que pienso de ti, lo que eres y cuánto cuestas al mundo y a los pueblos. Quiero ver tus llagas desde todos los ángulos, configurarla de todas las formas, “ampliar tu sonrisa, tu llanto y tu máscara de animal bárbaro“. Quiero espiarte en todos los ambientes donde rastreas; en todos los templos, cabarets, prisiones, parlamentos, haciendas, callejones y palacios. Quiero oír a tu hija (otra vez), a tu esposa, a tu sirvienta, y a tu pobre alma de Populacho. Quiero hacer de tu vida y de tu historia una escena abierta, donde los pocos que no son como tu, podrán mirarte de cuerpo y mente pasmada.

No, no soy un soñador para querer cambiarte. Ni quiero que un nuevo Hitler te extermine... apenas quiero salvarme a mi mismo de tu estúpida compañía.

¡Ah, Populacho! Naciste, creciste y vegetaste y te entregarás con fatiga en el mismo lugar. Nunca levantaste anclas, nunca buceaste por las carreteras del mundo ni te interesan las tierras que están al otro lado, donde habitan las antipodas.

Te veo todas las mañanas y todas las noches en los mismos bares, bebiendo el mismo tequila, fumando el mismo cigarrillo y diciendo las mismas cosas. Después, te vas tambaleando para tu casa y regalas a tu mujer tu sonrisa de borracho, le pegas a tu hijo adolescente, tragas tu comida como un perro y el sueño te aparta de la vida y del mundo. ¿Por qué eres así? Si supieras del sol marroquino... ¡ah, que sol aquél sobre el Sahara! ¡Que mundo nuevo! ¡Que seres inéditos! Viejos centenarios con sus ropas rotas, con barbas árabes y con sus bastones heredados. Un hotel miserable donde el hachis quemado perfumaba las noches más inciertas. Mujeres inglesas, españolas... mujeres con la boca cubierta y con el cuerpo loco por una caricia que no fuera de manos mahometanas. Laberintos donde todo es posible. Un crimern abyecto, un coche de la policía, árboles milenarios en el centro de Marrakesh, un vendedor de agua, muchas y muchas moscas navegando en el aire ... ¡Ah, Marruecos! eres una escuela completa. Hambres, monedas, mariguana, encantadores de serpientes, contadores de tragedias, libros, flautistas, comidas exóticas y un cuarto sin puerta, donde la muerte siempre es posible. ¿No te interesas por nada

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de eso? ¿No tienes ganas de ir al Senegal, a la Polinesia, o de observar los gatos negros de Ibiza? No piensas vivir en Formentera, en Mikonos o en Calcuta, con una delicada española que hace viajes con LSD? ¡Ah, Populacho! ¡Entonces ya estás muerto, hace mucho! ¿No te alucina ver un negro que ejecuta un jazz en una noche de verano en una calle peligrosa del Harlen? ¿Nunca soñaste con los Andes, con los indígenas del Alto Xingú, ni con los misterios de un Dalai-Lama enjaulado en el Tibet? ¿Nunca caminaste por las calles del Phanteon, ni por la selva amazónica, ni conoces la geneología de la Moral? Ora... Ora ... Entonces, ¿para qué vale la vida? Un día te arrepentirás de todo eso... pero resulta que tu vida es un eterno arrepentirse.

En cada mañana sales corriendo de tu casa, lleno de esperanzas económicas y sociales, pero en cada tarde, te encuentras definido y apto a poner fin a la vida. Buscas tu esencia en los escombros de la sociedad, mientras ella duerme en tu inconciencia de narcoléptico. Tu ignorancia y tu deseo de agradar al mundo exterior no permiten que ella se manifieste. Y asi tú mueres todos los días frente al mundo y frente a ti mismo, buscando compensar tus debilidades en el Oro, en la Fama, en la Elocuencia y en la nobleza más ridícula: la nobleza del Populacho. Nada es más insoportable que personas como tú, que ayer no tenías lo necesario para comer y que hoy estas cercado de siervos. Ni el dinero te salva, sino por lo contrario, te hace más incoherente y más despreciable. En tu casa de nuevo-rico, veo cerámicas y mármoles, Rembrandt y Beethoven, cortinas hechas en Bombay, flores venidas del Himalaya y hasta... un perfil de Goethe. Veo tu diploma ampliado y colgado en la pared, muchos libros, cristales y plantas y, en medio de todo eso, tú, con una coreografía de payaso y de piernas cerradas para tapar los genitales y el culo. Obligas que tu hija ejecute un clásico en el piano y en los gestos de ella, ya se puede ver a una mujer reprimida y neurasténica. Técnica, técnica, Técnica. La Técnica es todo para ti. Los símbolos son siempre para ti más interesantes que aquello a lo que simbolizan.

Repito: Yo conocí profundamente tu vida, conviviendo con tus hijos y con tus hijas, por todos los ángulos y rincones del mundo, durmiendo con tus esposas en hoteles de lujo y también en pensiones de criminales. Viviendo en el mismo cuarto que tu y asistiendo tu sueño poblado de deseos insatisfechos. Te estudié por mucho tiempo, no en consultorios privados, (donde sólo es posible percibir la enfermedad, y yo pienso que la enfermedad no existe aislada de la salud), sino en la propia vida que llevas, en las 24 horas diarias de tus tormentos. Estuve contigo en todos los momentos y en todas las gestalts de los años. Fui a buscar tus partes perdidas en la historia y sentí tu llaga incurable de envidioso. Nunca me importaron mucho tus palabras, pues siempre quise ver tus gestos, tu malicia, tu mirada que tiembla, tu definición del orgasmo y tu forma de presentarte delante de los ingenuos, aunque la forma no me interesa tanto, pues el contenido es el que importa.

Cuando juras ser monista, es el momento cuando te percibo como un dualista fanático, y mientra luchas por captar la esencia del Ying- Yang, me muestras la incapacidad que tienes de armonizarlos en ti. La Astrología te fascina, sólo que los astros que rigen tu vida no te quisieron más que Populacho. Tu astro, debe ser una calabaza y tu ascendiente un pepino alongado. Quieres hacerte pasar por mago o hechicero y tienes un dios para cada estación, un maestro para cada momento y una mentira para cada ves que me encuentras. Tú, que no te suicidas, fuiste la causa del suicidio de hombres como José Ingenieros, Lucrecio, Cesare Pavese, Stefan Zweig, Raul Pompeia y muchos otros. Tú, tienes una magulladura crónica, un resentimiento peligroso contra los hombres valerosos, y por infelicidad de tu anonimato, tienes el poder de forzarlos al abandono de la vida.

¡Pobre hermano de Raza!

En una calle de San Salvador de Jujui, tú me aprisionaste, me separaste de mi compañera peruana y de mis amigos brasileños; me interrogaste con tu voz reprimida de policía y con tu falsa seguridad fundamentada en ametralladoras negras. Querías saber el origen de mi nombre, el origen de mi bagaje, el motivo de mi barba, cuál era mi religión y mi destino. Eres tan imbécil, tan ignorante, que me interrogaste a respecto de todo, menos de mí mismo.

Me conduciste después a tu sala de torturas; me fotografiaste desde todos los angulos, archivaste mis impresiones digitales y, todo eso, de una forma baja, burocratizada y de cerdos. Y yo, no te debía nada, ni a ti ni al mundo. Estaba llegando de Bolivia, oyendo la voz suave de Elena, observando los indígenas que llenaban los trenes bolivianos, comiendo pan negro y bebiendo tu vino. Nunca me interesé específicamente por tus crímenes, porque conozco el origen de ellos y, si alguna vez yo pensé en apuntarte con una pistola o en hacerte estallar con una granada, no fui yo, sino el criminal que en mi habita. ¡Pienso que tú lo mereces! De tanto que he vivido en tu mundo, has acabado por poseerme, y ahora solo tengo por ti un vago un interés científico, nada más. En otra ocasión, porque yo viajaba con un negro, tú cerrabas las puertas de tus hoteles y mentías con esa cara de cerdo chouvinista, diciendo

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que no había más camas. No sabes como te odiamos y cuanta piedad tuvimos de ti, pobre blanco, pobre bastardo, pobre hijo de puta, pobre y enfermo burgués. En el aeropuerto de Londres, aprehendiste a una negra y a mí, apenas porque eres un racista despreciable, pero, para esconderte delante del mundo, tuviste que acusarla de tráfico y porte de drogas, para después repatriarnos otra vez. Droga es todo lo que tú cargas en esa mente idiota, en esos ojos de conejo, droga es todo aquello que tú exportas para el mundo subdesarrollado, sumiso y ciego que te aplaude. Droga es tu sociedad de desgraciados, de familias paranóicas, de ex-verdugos de los indianos, de los chinos y de los negros. Pobre Reino Unido. Shakespeare ya escribió sobre ti en Timón de Atenas. Tú estás representado en el personaje de Ventídio: siempre hipócrita y fingido, amigo en la apariencia, pero falso y traicionero. Repito a ti las palabras de Timón, dirigidas a las dos amantes de Alcebiades, para que veas como son profundas las raíces de tu remordimiento:

Sembrad la consumación en los huesos agujereados de los hombres; herid las delgadas tibias y destruíd toda su energía. Eliminad la voz del abogado para que él no pueda hacer la defensa de títulos falsos. Roída sea la naríz del hombre, para que no pueda volver a oler la necesidad propia a los costos del trabajo público. Llevad el veneno a todos, y que de vuestra actividad, la prostitución, resulte el aniquilamiento y la muerte del origen de la erección. Exterminad a todos, y que eso, las lleve también al exterminio. Que sean fosas vuestras sepulturas.

También quiero repetirte las palbras de Timón para Apemanto:

Eres un esclavo que la fortuna nunca apretó en sus brazos, ya naciste como los perros. Si por el nacimiento no fueres el último de los hombres, serías un bribón y un adulalador.

Notas

(*) No sea otro, quien puede ser sí mismo. Paracelso.

(**) Ustedes mujeres, por infelicidad y por desgracia del mundo, son casi todas unas débiles mentales, unas pobres estúpidas, unas hembras muertas por dentro y unas prostitutas que tienen la libertad de destruir a los niños que de vuestras propias entrañas salieron.

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Capítulo V

Proclamo la oposición de todas las facultades cósmicas contra esta blenorragia de un sol podrido surgido de las fábricas del pensamiento filosófico; lucha encarnizada por todos los medios de la repugnancia Dadaísta.

Cualquier producto de la repugnancia susceptible de convertirse en negación de la familia, es DADA: protesta a puño limpio de todo el ser en acción destructiva: DADA; conocimiento de todos los medios hasta ahora rechazados por el sexo púdico de la tranza cómoda y de la cortesía: DADA; abolir toda jerarquía y ecuación social instalada para los valores de nuestros criados: DADA; abolición de la Arqueología, abolición de los profetas, abolición del futuro: DADA; fe absoluta e incuestionable en cualquier dios que sea producto inmediato de la espontaneidad: DADA; salto elegante y sin prejuicios desde una armonía hacia la otra esfera: DADA; salto elegante, trayectoria de una palabra lanzada como un disco sonoro grito, respetar todas las individualidades en su locura del momento.

(Tristan Tzara) Manifiesto Dadá de 1918

A través de ti, Populacho, los poderosos levantan fortalezas, crean axiomas, doctrinas y fórmulas mágicas que te mantendrán prisionero para siempre. Nunca te queda nada que no sean migajas de materia perecible, retratos cósmicos y tumbas de barro. Pero tú crees que así es tu destino y afirmas como un mono:

¡Este es mi Karma! Los humildes serán exaltados. Muchos son los llamados y pocos los escogidos.

Tórnate esclavo de filosofías estúpidas, sin tener el mínimo discernimiento y sin percibir que ellas, en el fondo, fueron fundamentadas también en la lógica de los peces...

Duda de todo, Populacho. Deja que tu ser diga No o Si, y no temas herir a fanáticos incompetentes. Ya que todo pasa, ya que la vida es efímera como un coco de chivo, ya que no restará nada de tu cuerpo ni de tus energías psíquicas, haz que todo pase de una forma más elevada. ¡Sé Tu! Revira las hojas que cubren tu camino y asi te tornarás superior a las trampas que te esperan... Así yo te amaré un día, marcharé a tu lado, no al paso de ganzo de los nazis, sino al paso de un hombre común, de un hombre que descubrió que no vale más que una calabaza verde, apenas liberto de temores y de creencias estúpidas. Asi recuperarás a tus hijos, regresarás al placer de vivir y tu mujer te deseará otra vez. Asi conocerás el ciclo de las flores, entenderás el canto de los pájaros y tu adulto se armonizará con tu niño. Tu trabajo será otra vez un juego placentero, un encuentro diario con el arte y con la combinación de colores y de formas. Readquirirás otra vez la salud y tu voz será confortable, tus gestos serán libres y abiertos y no necesitarás más de dioses, ni de religiones, ni tampoco de maestros eunucos. No temerás más la muerte, ni tendrás más obsesión por una eternidad que por sí sola existe, pero que tú jamás podrás alcanzar. Regresarás a tu primitivo Estadio de hombre, lleno de configuraciones, de sueños y de actos, donde el Bien y el Mal ya no existen para nada. Ahora eres un hombre nómada, un gitano (como a los que atormenta la burguesía de Sevilla), sin patria, sin filosofía, sin miedo y sin una piedra donde reposar la cabeza. Eres ahora, ya libre, un solitario, ¡el estadio más elevado de un hombre! Ahora podrás saber que tu mismo eres un poco hermafrodita y que te bastas a ti mismo, como el genio. Ahora podrás saber lo que eres; pues cuando se está entre el rebaño humano tenemos una inclinación cómplice de olvidarlo, de no aceptarlo en la integridad. Ahora respirarás otra vez la libertad de los montes, como dice Nietzsche, pues al final, no estás más intoxicado por el olor de los humanos.

¡Ah, Populacho! Sé que estoy perdiendo el tiempo en hablarte; pues aunque la vida este cargada de encantos y armonía, donde tu habitas, todo se impregna de tragedias mórbidas. No tienes la culpa. No tienes la culpa de haber nacido de una madre lujosa del siglo XX, ni de haber venido al mundo por una cesárea, ni de no haber sido amamantado. Tu gran culpa es no tener voluntad, no dar tu grito de guerra y no desear salvarte. Sigues escribiendo para periódicos mentirosos y corruptos, rezando para fantasmas, venerando cadáveres, cobrando 500 pesos por una consulta, llevando a tus hijos a escuelas convencionales-fascistas, trabajando para un progreso que no existe, peleando por un partido de futbol, por un boxeador o por un gallo. Sigues usando remedios para curar la angustia, transmitiendo tus rencores a tu hija, explotando al prójimo, mintiendo y exhibiéndote delante de noblezas

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falsificadas, y gastando la vida para ganar la vida (*). No conoces a Kiekegaard, tienes miedo de los comunistas, de los fascistas, de los anarquistas y hasta... ¡aún de tus intestinos que roncan! Aun eres celoso, envidioso, machista, o feminista, eyaculador precoz y un tonto que no piensas. Aun no aceptas mi libertad y prohíbes a tu mujer mirarme y acostarse conmigo, porque sabes cuán inferior e inseguro eres, y crees que si no amarras a tu perro, él te abandona. Tienes miedo de quedarte solo, abandonado como un cerdo, ironizado por las mujeres, calvo y con las nalgas al aire. Tienes miedo de ser un impotente, un afeminado... y por eso luchas eternamente para tomar una posición viril que, como por fatalidad, va a llevarte exactamente al lugar de donde querías huir. No te bastas a ti mismo, no te consideras hijo del mundo y necesitas comprar escudos, acumular dólares, nombres famosos y fortalezas de piedra para salvarte. Siempre cuando regreso de un viaje, tú, que nunca fuiste más alla de tu oficina o de tu iglesia, empiezas a desbaratar y a mentir por nada, pensando así aliviar tu sensación de nulidad. Ah, Populacho, te digo otra vez las palabras del genio alemán: Nosotros, los solitarios, contruimos nuestro nido en el árbol del futuro; las águilas nos traerán el alimento en el pico.

Tengo pena de ti cuando pienso que la felicidad humana, la alegría humana, son cosas que nunca experimentarás. Por el contrario, (como decía la diosa de Prometeo): rica será tu parte de aquello que llaman dolor de corazón en la tierra de los hombres. Privaciones, disgustos y el deseo insatisfecho y la angustia sofocante en el silencio de las noches. En eterna (danación) correrá tu vida, día tras día y año tras año y no habrá para ti reposo ni domingo y te parecerá feliz todo animal que se fatiga y duerme y que ama y muere según la ley de la naturaleza. Para ti, Populacho, nunca vendrá el gran día, el día de la gloria, el día de la volupia, cuando la diosa se desnudará a tus ojos y su cuerpo se abrirá a tus deseos y sus senos se entregarán a ti, pegados sus miembros a los tuyos, y su corazón al tuyo y sus ojos en los tuyos...

¡Ah, Populacho! Tú eres como el perro descrito por Spitteler que, mientras su dueño le estrangula a sus hijos, él lame sus manos y contempla su rostro con triste sumisión. La sumisión es la moral de los Asnos y por causa de ella, el mundo se atasca en las ciénagas. Tú ya naciste sumiso. Creciste sumiso. Estudiaste sumiso. Trabajas sumiso. Fuiste a fiestas, a la iglesia, a los cuarteles, al matrimonio y al bautismo de tu hijo, sumiso. Te sometes a terapias, temeroso como un carnero delante del verdugo y hablas cosas cotidianas como si fueran cosas terribles. La vida no es tan fácil, Populacho, pero tampoco es tan difícil como tu debilidad la hace. En la calle tu sigues actuando como un pequeño líder de la mafia y el secreto de la existencia esta en ser siempre el gran líder donde quiera que sea. Pero, tu sigues siempre con las piernas sueltas y arrastrándolas, con los ojos oscurecidos por una alimentación artificial, con las manos endurecidas y con las arterias del cuello con esclerosis. Vienes así por los siglos siempre con la esperanza de reposar, de recuperarte, de llegar al Status-Quo. ¿Qué mierda de determinación es ésta? ...

Eres esclavo de la tierra; porque la quisiste esclavizar y registrar a tu nombre. Pasas hambre, porque jamás te negaste a trabajar para quien come cinco veces al día. La enfermedad te ironiza, porque tú no respetas tu cuerpo. Los dioses, (en los que no creo) te abandonaron porque te presentabas delante de ellos siempre con una expresión de esclavo, de débil y de impotente y porque jamás te atreves a tener un poco de orgullo personal. ¿Dónde está tu orgullo, Populacho? ¡Sin orgullo un ser no puede existir! Sin orgullo tu pronto te transformas en siervo, en vendedor de títulos, en abogado o, cuando mucho, en un capitalista. Sin orgullo tu te contentas en rastrear bajo botas de hombres despreciables, tarados, psícopatas y peligrosos. Y tú sabes muy bien de qué orgullo hablo, pues existen hombres y mujeres que se enorgullecen por causas y por hechos que causarían vergüenza hasta a un reptil. Que tu orgullo sea por amarte a ti mismo, por poder caminar entre los hombres como si ellos fueran piramides y, fundamentalmente, por ser tu el único señor de tus actos. Quiero que te enorgullescas de no pertenecer a nada ni a nadie. A ninguna escuela, religión, filosofía, partido o patrulla de este mundo. Quiero encontrarte sonriente en el sol, siempre de pasaje, siempre deteniéndote por momentos delante de los hechos y los monumentos de los hombres. Tu idioma será el idioma no manifiesto de los pueblos y tu cuerpo jamás te negará el placer que en el habita.

¡Entonces yo te amaré, Populacho!

Te amaré en el momento que ya pudieres tocar delicadamente a tu mujer, oír la voz clara de tu hijo, y en el momento que ya te pueda ver en las calles, de brazos abiertos a los méndigos, a las putas, a los desgraciados y a los que manejan el mundo elevado de la Sin Razón. Entonces, serás ya un poco de aquello a que fuiste destinado. Y, si estos desgraciados se apegaren a ti como tu mismo estabas apegado a todas las futilidades de la vida, ordénales como lo hizo Zaratustra: Y ahora, os ordeno que me perdais y os encontreis a vosotros mismos; y sólo cuando todos me hubiereis renegado, entonces yo regresaré a vuestro encuentro y os amaré con un amor diferente.

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No creas en maestro alguno y escala solo tu jornada. No te dejes llevar por la sed de poder que siempre duerme en los miserables. Sálvate a ti mismo, la humanidad habita en ti y salvándote, tu la respetas. Salvándote, tu empezarás a creer que el hombre actual es apenas un medio y no un fin (**) y la lucha debe ser por el hombre del futuro. El futuro no es mañana, es exactamente el momento de tu próximo suspiro. ¡La vida es un momento! Es como el hierro que quema. Y por eso las aves nacen sin plumas, por eso las tortugas se pierden en el desierto, por eso los buitres bucean por los ojos de los caballos podridos.

¡Ah, Populacho! Por ironía eres tu quien diriges el mundo. De ti dependen los filósofos, los investigadores, los solitarios y los genios. En tus arcas reposan el alimento, las leyes y las armas que sustentan todos los imperios. En tu corazón duerme el futuro y el fracaso de la humanidad, en tus actos momentáneos se solidifica todo el dolor abismal del mundo. Tú eres el único culpable de tu esperanza y el único culpable de todas las llagas de la civilización. Mientras la vida está ahí, fácil y sencilla, tú te enfermas en las tramas de tus sueños. Cree Populacho: Aquello por lo cual tu luchas toda la vida, por lo cual sacrificas tus días, sufres y te desesperas, todo eso viene por sí solo al hombre liberto. Al hombre libre no le falta nada porque a él el mundo le pertenece. De él son los palacios los trigales, las flores y las raíces de lotos, que dormitan en las sombras de las ciénagas. De él son los riachuelos cristalinos y para él, son hechas las más valiosas obras de arte, de él son las más elevadas mujeres, los senos más puros y la sexualidad más placentera. De él es la vida, el sol, las mañanas radiantes y las lluvias de invierno. Es él el hombre que bebe té tibio en jicaras de barro y quien come las semillas pardas de los campos.

Si, Populacho, el mundo pertenece al hombre libre o, si prefieres, al vagabundo, al gitano errante, a los hijos del viento que, con sus bisturís fueron a los orígenes del todo.

¡HIJO DEL MUNDO! Tú debes ser un hijo del mundo, Populacho. Sepárate de los tuyos como lo hace el hijo de las águilas y pregunta: ¿Quién es mi padre? ¿Quién es mi madre? ¿Quien es mi amigo y quién es mi enemigo? Tengo convicción de que un silencio mortal caerá sobre tu pregunta.

Notas

(*) Nadie puede gastar más de lo que tiene, y eso se aplica tanto a los individuos como a los pueblos. Si alguien se gasta a sí mismo por poder, por puestos políticos más altos, por la posesión de un hogar propio, de un comercio, por intereses parlamentarios o militares (si se renuncia a esa porción de razón, buena fe, voluntad y autocontrol que constituye el verdadero yo, a cambio de algo), no le quedará nada.- Nietzsche, Frederich.

(**) El hombre real es un fin en si mismo, pero el hombre actual, el populacho, es aún un medio.

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Capítulo VI

No se puede exigir que nos traguemos con gusto el desagradable pastel de carne humana con que nos obsequian. No se puede exigir que nuestras temblorosas ventanas de la naríz aspiren con placer las emanaciones cadavéricas. No se puede esperar que es heroísmo la apatía y la frialdad de corazón que fatalmente se manifiestan cada día más. Un día se tendrá que admitir que reaccionamos de manera muy cortés, hasta conmovedora. Los panfletos más estridentes no bastaron para cubrir decentemente con lejía y desprecio la hipocresía general. (Del diario de Hugo Ball)

Un día observé que tú invadías una universidad, en nombre de una política fascista y represora. Ibas con tu fisonomía de odio y rompías ventanas, laboratorios, salas, cabezas y cuerpos humanos. Por donde pasabas ibas dejando tu rastro de sangre, de pavor y de desentendimiento. Adolescentes te tiraban piedras y te maldecían... y, todo por nada. Todo fundamentado en la enfermedad, en la vanidad, en el deseo de poder y en la fiera que está siempre hambrienta dentro de tu pecho. Banderas se levantan y son derrumbadas, gobiernos suben y gobiernos bajan, reinados, ejércitos, ideologías y dictaduras... todo cede al poder del tiempo y a la fuerza incontrolable de la naturaleza y del cambio. Todo es una expolición y todo es implicatorio; y tu sangre se gasta en vano. ¡Ah, Populacho! Tienes que auto-diagnosticar tu herida... Después, después que tu corazón deje de latir, seguramente irás a una fosa y ahí ya no necesitarás luchar, ni avergonzarte de nada.

Nunca más se marcarán las diferencias entre tú y un caballo, y tus cenizas se fundirán con el color y con la humedad de la tierra. Ahí será el final de todo, toda la humanidad tendrá su fin en una pequeña y oscura cueva de barro; pero, antes de eso, podremos conquistar la duración infinita del placer.

Yo pienso como Prometeo, cuando decía a su hermano: ¿Qué es para nosotros el cielo y la tierra? ¿Qué nos importa el juicio de Dios y de los hombres? Son extraños que nada pueden hacer para la bienaventuranza o sanación de nuestro mundo interior.

Es el momento de creer que nadie puede hacer algo para ti, ni por ti. Ni la Cibernética, ni la Psicología, ni la Sociología y mucho menos tu medicina sintomática. Tú estás solo desde el momento que saliste del útero de tu madre hacia la claridad del sol, y solo estarás para siempre. ¡Solo permanecerás siempre, aun cuando intentes engañarte con fantasías de comunidades, de familias, de una hermandad universal! Asimismo cuando tengas delirios de estar construyendo tú morada junto a la multitud, aun habrá un abismo entre tú y el otro.

¡Tú no escapas a ti mismo, Populacho!

Por ello construyes dentro de tu pecho tu morada. ¡Te habitas a ti mismo! ¡Despiertate a ti mismo o tírate al mar mañana! De nada valdrán tus descubrimientos, tus supuestas buenas acciones, tus discuros sobre la ciencia y tus fortunas acumuladas en bancas extranjeras. De nada te vale todo eso, si en todos los momentos te amenaza la desesperación delante de la vida. De nada valen tus supuestos avances si a cada momento regresas al vicio, a las religiones y al sufrimiento; si a cada momento bajas de rodillas y preguntas:

Señor, ¿por qué me abandonaste?

Todo es mecánico, Populacho. Veo tus mujeres rígidas, artificiales, enfermas y esclavas de la ignorancia y de todas las futilidades de la vida, y ello por tu culpa. Entre dos mujeres son (X), con la presencia de un hombre cambian para (Y). Luchan con sus reducidas energías para aprisionarte a ti, muchacho de familia; a ti, trabajador y payaso honesto; a ti, que te olvidas del mundo cuando estas delante de un espejo y que tienes delirios de ser tan bello como Apolo. A ti, ellas deben aprisionar para tener acceso al capital, al sexo y a la vida, pues de otra forma tú no les permites que se acerquen a eso, y ellas te dominan con una sutil y admirable trampa. Por más que te autoproclames erudito, por más que sueñes

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con ser un D. Juan, delante de una simple prostituta, no pasas de ser un Asno. Ellas saben donde dormita tu debilidad, tu temor, tu herida más delicada... y ¡tocan en ella con una precisión absoluta!

¡Ah, Populacho! Tengo náuseas en éste miércoles de sol, por tener que soportarte. Por saber que eres inmutable, intocable y que tienes el derecho a reproducirte. Y tú también me verás aun por muchos y muchos días. Marcharé siempre en el mismo paso que te desespera y seré siempre un no-creyente mientras tú vivas. Nunca tendré un gallo, ni un paraguas (*), ni un centímetro de tierra. La edad me encontrará sin novedades y seguiré marchando mi paso sin un paraguas ni un sombrero de palma. Seré para ti, el mismo vagabundo, el mismo viejo que te mira y sonríe, que te espía en tu velocidad infame, para atrazar tu llamada de muerte. Dormiré en la humedad nocturna y me entregaré al sol de las montañas limpias y aun podré leer poemas de Knut Hansun. Estaré sólo como hoy y como siempre estuve, pero llevaré bajo el brazo mi manifiesto. No moriré sin antes mostrarte a ti mismo, sin denunciarte al mundo, sin antes hacerte colorar la cara, esa cara que tanto tiempo permaneció con un bloque de hielo. Quiero hacerte mirar hacia atrás, mostrarte los crímenes que tú practicaste. Tendrás que mirar a los árboles destruídos, a los ríos envenenados, a los campos infecundos y al llanto de la ralea humana. Y tendrás que golpearte el pecho y asumir tus culpas.

Tus máscaras dominicales son la Teosofía, el Cristianismo, el Judaísmo, el Budismo, la Política, el Futbol y los Cabarets. Platón ya te decía:

Si la venganza no te alcanzara en la tierra, ella te alcanzará en el Hades, o en otro lugar aun más horrible. Habrás de pagar por tus caminos sospechosos, y la víctima no será otro sino tu mismo. Tú eres el acreedor y el deudor al mismo tiempo. La desestructuración es el precio de los hombres de tu tiempo. Tú has de deambular por los barrancos de las carreteras, quedarte en el desierto más árido y seco, con la cara entre las manos y con un cactus en la garganta. Has de despertar, has de percibir el tiempo infame que gastaste en el proceso de retrasar el proceso humano. Desde los ocho años te enseñaron a ser un mentiroso. A mentir delante de un cura, delante de un vendedor de pescado y delante de tus propios amigos de juego. Y hoy, tú crees en tus propias mentiras. Tu vida siempre estuvo insegura, sin saber para que lado optar: Idealismo o Materialismo. Determinismo o Dialéctica. Sensualismo o Intelectualismo... y yo, te afirmo: Todo eso no pasa de ser una visión imbécil de la vida. Mentiras, sofismas, cobardías escritas en una mesa de hotel o en una sala de castillo. Aun cuando eres niño ya recibiste en tu cuerpo saludable el virus social de las profesiones. Pasaste tu adolescencia luchando para saber lo que querías ser: Un Veterinario, un maestro, un arquitecto, un motorista, un médico o un rabino... Sé, yo sé que en tu interior, te gustaría no-ser-nada. No aceptar ninguna de estas trampas sociales. Pero, yo sé también que existe para el interior de los adolescentes, un narcótico que la sociedad bondadosa distribuye gratis y que se llama: Deseo de riqueza. Entonces, después de estar contaminado, te lanzas para el lado más lucrativo y más ventajoso y afirmas tener aptitud para eso.

Durante esta trayectoria oscura, pierdes toda la riqueza del alma, lo que para mi es la única riqueza que vale, todos los otros bienes son fecundos en dolores. Mientras tu trabajas, sufres, quieres matarte, reprimes tu sexualidad, tienes que someterte a patrones neurasténicos, eres obligado a mentir, a usar ropas de payaso ... mientras todo eso sucede, yo estoy frente al sol de esta mañana tibia como ninguna otra; estoy en una calle de Grecia comiendo melocotón griego, oyendo una música indiana y remontando la ilusión de un Sócrates; estoy en una carretera de Marruecos, hablando con los viejos mendigos o con los muchachos que quieren venderme hachís y las cabras me miran y me quieren oler. Mientras tú te preocupas por tu mausoléo en un cementerio de lujo, yo estoy en una isla del mediterráneo, abriendo los brazos para la muerte y caminando desnudo por los caminos que me llevan al mar... y el viento canta en las piedras; estoy dentro del sol, volando con tus mujeres sumisas y locas por tener un orgasmo; despertando todas las mañanas con el sonido de un barco o con el anarquismo de los pájaros. Flores, hongos, carneros, casas blancas, mujeres italianas, el pubis en caracol de una brasileña y pocos dólares en un bolsillo de cuero. Ah, ahí esta la vida... ¡Ahí está la razón de la existencia! Un día podrás también llevar a tus hijos para donde quieras, basta ahora que luches. Que rompas la barrera del tiempo y la barrera que te apartó de ti mismo.

En 1971, cuando Europa estaba bajo una nieve terrible, yo estaba hambriento por las calles y muchas veces golpeé en tu puerta para implorarte un trago o un plato de comida, pero tú, dentro de tus ropas grises ni me dirigías la mirada, esa tu mirada de cobarde y de perro doméstico. Tú estabas, después en el puerto de Alcántara, y el sol ya había regresado a la tierra, e ironizabas porque yo estaba mirando con envidia a las gaviotas comiendo. En el alentejo, dormí con tus mujeres, mientras tú estabas en San Francisco rastreando a los pies de bárbaros y explotadores capitalistas, porque deseabas acumular el metal diabólico. A cambio del oro, perdiste a tu esposa, a tus hijos y el respeto por ti mismo.

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¡Levántate Populacho! Levántate de este abismo donde habitas y concientízate de que los necios están sin defensa ahogándose en la lama de ilusiones efímeras. No seas un psícótico como Jó, que en las crestas de delirio gritaba: ¡Aunque me mates, en ti esperaré! ¡Salte de la carcel donde vives! ¡Despierta! Despierta y has de las palabras de Fichte, tu manifiesto:

Yo soy inmortal, imperecedero y eterno, desde el momento en que me decido a obedecer la ley de la razón. No necesito tornarme inmortal. El mundo supra-sensible no es un mundo futuro, sino actual, y no es más actual en un punto que en otro; aunque haya existido durante miríadas de generaciones, nunca es más presente que en este instante. Otros destinos de mi existencia sensible están en el futuro; pero, ni ellos, ni el destino actual suman la verdadera vida. Por medio de aquella resolución captó la eternidad, despréndome de esta vida en el polvo de la tierra y de todas mis vidas sensitivas que pueden esperarme, y me pongo mucho arriha de todas ellas. Yo me convierto en la única fuente de todo mí ser y de mis fenómenos; desde ahora poseo en mí la vida, independientemente de cualquier cosa fuera de mí. Mi voluntad (que yo mismo, y no otro extraño, encuadro en el orden de aquél mundo), es la fuente de la verdadera vida y de la eternidad.

Sé que todo lo que te digo lo olvidarás después del primer trago de tequila. Pero aun así, quiero estudiarte cada vez más. Quiero confundirme con tus castas, oírte en todas las conmemoraciones, diagnosticarte por tu respiración, por tu olor, por tu paso, por tu apretar de manos, por tu vientre, por tus ojos y por tu capacidad de estar solo.

Escribes ficción y pasas de un verano a otro inventando cuentos, fantasías, romances y novelas policíacas que una burguesía estúpida, que tiene tiempo y dinero, los consumirá después. Eres un tonto asalariado, un tonto pagado para hacer reír o llorar a quien no tiene nada dentro de sí. Tú haces como escritor, el mismo papel de las prostitutas, pero el mal que le causas al mundo es mucho más grande. En tus escritos, procuras hacerte pasar por genio, de una forma casi imperceptible y, lo peor, lo consigues. Eres en síntesis un prostituto que vende letras a otros neuróticos que no saben dormir sin tener una de tus obras a su lado. Tus lectores son aquellos que tanto lloran delante de un rey Lear, como carcajan delante de un Don Quijote (Papinni). Comerciantes, abogados, médicos, psicólogos, obreros, religiosos, ladrones, contrabandistas, en fin, toda la clase media. La clase que para mi es la más acribillada de farsas y dolores. Robespierre era clase media, Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, Trujillo, Pilatos, Herodes, Somoza, Fulgencio, la Inquisición... todos en lo íntimo, eran para mí clase media. ¡Todos estaban furiosos por la convicción de ser una Nada!

Y tú eres asi, escritor de clase media, o de clase alta, o de clase miserable. Tú te dejas crecer una barba, vistes una chaqueta francesa, cargas un libro de R. Luxemburgo bajo el brazo y piensas que eres el representante de la cultura más elevada. Pero, cuando estás solo en tu casa, tu mismo descubres que no pasas de ser un perro castrado. Que todo no pasa de ser una farsa, una farsa contra ti mismo.

¡Ah, Populacho! Aléjate de todas las sociedades secretas o públicas, de todos los vendedores, de todos los charlatanes y de todos aquellos que nunca se quedaron perplejos delante de una flor que nace en la roca. Aléjate de todas las mujeres que quieren hacerte un macho doméstico, de todas las nuevas mitologías y de todos los ataques políticos. Interpreta la voz del mendigo y dale una moneda o un golpe bajo, conforme lo merezcan. No te sometas a nada ni a nadie, pues sobre ti, ni aun el universo tiene nadie derecho. Aunque te destruyan el cuerpo, aun asi tu razón puede ser superior a todo. ¡Valorízate! ¡Levántate! Deja de sonreír a tus verdugos y de rastrear a los pies de desgraciados. Fija tu mirada, fija tu voz y abre tu grito al mundo. Ese mundo que a ti pertenece y que al mismo tiempo no pertenece a nadie. Tú no estás solo, contigo están millares de infelices y tu silencio es la vergüenza más abyecta y más degradante de la humanidad.

A veces temo que ya no tienes más sensibilidad y luego constato que lo que te hace falta es discernimiento, voluntad y sabiduría, y por lo tanto, eres un hombre acabado. Eres una sombra inútil en una tierra llena de encantos y de sorpresas. Estas atrancado en tu mansión de invierno y sólo no te cuelgas en una cuerda, porque marcaste un encuentro con tu contador. Tu gaveta esta llena de barbitúricos y de narcóticos y tu intestino ya no funciona hace mucho. Te confieso una particularidad: ¡Los grandes asesinos de la historia, todos sufrían de estreñimiento!

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Tú, Populacho, estás como dice mi compañera:

¡Podrido por dentro!

Pobre rata sana. Y tu estas simpre acusándome de generalizar, de estar exagerando, de descargar mi odio contra la humanidad, de ser un nihilista, de no tener ninguna utilidad para el progreso humano, de borrar toda la moral, de estar a favor del libertinaje, de ser un vagabundo, un apolítico, un individualista, un egoísta, un rebelde, un frustrado y un hombre que debe ser eliminado.

Pero yo te entiendo de manera íntegra. Entiendo todas tus estrategias para hacerte pasar por normal, por hacerte igual a la mayoría, por acusarme de cosas que tú, en tu esencia primitiva envidias. Te entiendo, cuando a traves de un psicologismo abyecto piensas justificar tu miseria y mi inutilidad. La Psicología, la Sociología, la Economía y todas estas nuevas miserias culturales son, en el fondo, (más alla del argumento que vas a usar para contestarme), formas de explicar y enseñar al hombre como vivir en la miseria, como aceptarse a sí mismo eunuco, asexuado, reprimido, esclavo. Todas estas miserias fueron creadas por eruditos de gabinete, como decía Engels-, hombres miserables que jamás estuvieron en contacto con la vida (**), que fundamentaron sus hipótesis en otros miserables que ya habían muerto hacía mucho. Levántate más allá de todo eso Populacho y cree únicamente en las cosas nacidas de la propia vida. Quien nunca buceo por el campo abierto de la locura, no tiene derecho a hablar de ella.

¡Ah, no sé como conseguiste dominar el mundo!

No sé como te mantienes como padre, como hijo y como un ser social. En el fondo de mi mismo existe un vacío profundo respecto de ti, de tu hija, de tu esposa y de todos los que sustentan esa mentira miserable de la sociedad. De esa sociedad que se sustenta apenas por el cambio ininterrumpido de personajes, de colores, de discursos y de tragedias. Una transmutación sin fin, de payasos en payasos, de mentirosos en mentirosos, de trágicos en trágicos... ¡Ora, Populacho! el ser humano es débil, pero no tanto... La culpa que más te ahoga, me parece es la culpa por haber destruído casi completamente a la mujer. Por tu culpa el amor fue proscrito de la tierra y, en su lugar, se quedo la indiferencia, el histerismo, el sexualismo, la competencia donde no hay perdedores ni ganadores. Toda la decadencia femenina, todo el rol que necesitan desempeñar ahora para sobrevivir, toda la sumisión a que están expuestas, todo eso lo deben a ti. A ti que sin saberlo, eres ironizado, ridiculizado, engañado y que estas con el pene marcado por el chancro, con la cabeza desprovista de cabellos y con una idiotez precoz. Y tu bien que lo mereces Populacho. Ahora ellas, las oprimidas durante siglos, te roban el sueño, el dinero, la paz para, en cambio, permitirte la introducción vaginal y la exposición delante de una sociedad esquizofrénica y de tartufos. Tartufos a quien tú necesitas decir que tienes una hembra donde eyacular. Después, engendras un hijo con ella, para probar tu masculinidad, y ese hijo será otra vez heredero de la muchedumbre. Hiciste de las mujeres (con pocas excepciones), seres vulgares e incompetentes... exactamente tú, que tanto necesitas de afecto, de orgasmo y de una compañera para que contigo haga la escalada de la existencia.

¡Ah, cuando podrás otra vez entregarte a tu mujer y tener con ella una relación abierta y real! Sé que muchas veces tú soñaste con una mujer saludable, delicada, naturalista, adoradora de un Bach o de un Mozart... Sé que muchas veces idealizaste una mujer superior, llena de sensualidad y sencilla... Una de aquellas mujeres que no parecen compartir con la vida despreciable y abyecta de las otras mujeres... Pero, ¿con qué derecho te permites fantasear una cosa asi? Tú, quien las odió duante años y años, que las explotó hasta ayer, que hizo de ellas máquinas de copular, ¿cómo quieres entregarte a una que se interese por Poe, por Bach o por Baudelaire?

¡Ah, Populacho abandonado! Tienes que emanciparte delante de la vida; no la emancipación que los políticos te obligan, ni la emancipación de los religiosos, ni la emancipación económica, ni la emancipación intelectual... pero ¡sí la emancipación de un Libre Pensador!

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Notas

(*) Realmente mío sólo es mi cuerpo; el derecho de mi propiedad sobre la esposa, el hijo, el esclavo, es una ficción que la realidad disipa y sólo hace sufrir a quien cree en ella, porque una esposa o un hijo nunca serán tan dóciles a mi voluntad como mi cuerpo, de la misma forma el dinero y toda clase de objetos externos nunca serán propiedad mía, sino un espejismo que originará padecimientos; así que de mi propiedad es mi cuerpo, que me obedece y está ligado a mi conciencia. Tolstoy, León.

(**) Todos los hombres espontáneos y de acción son activos, precisamente porque son estúpidos y limitados.- Dostoievski, Fiodor

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Capítulo VII

No más pintores, no más escritores, no más músicos, no más escultores, no más religiones, no más republicanos, no más monárquicos, no más imperialistas, no más socialistas, no más bolcheviques, no más políticos, no más proletarios, no más demócratas, no más ejércitos, no más policía, no más naciones, no más esas idioteces, no más, no más Nada, Nada. (Aragón)

Voy a la ventana para mirarte en las calles y confirmar que realmente tú eres como te describo y las nubes se desplazan por el cielo. Hay ruidos dispersos en una construcción y paisajes quemados. Martillos clavados en manos callosas, automóviles por las avenidas y grupos de extraños que permanecen callados, mientras que de una escuela, suben al cuarto piso los gritos de niños ingenuos... Niños; ahí duerme la energía más saludable y sólo de ella deberiamos esperar el cambio del mundo. Pero, esos niños que son hoy la semilla de la tierra, ya mañana serán iguales a carneros sumisos (*).

¡Pobre Populacho! -grito desde la ventana-. Corro los ojos en dirección al norte, por sobre la vegetación lejana y el azul del espacio me absorbe. En medio de la vegetación desértica tú construyes tus campos de tortura. Una vez, tú me llevaste para una prisión y me torturaste como si yo hubiera cometido un crimen o una gran violencia. Tus golpes me rompieron las carnes de los pies; pero, ¿qué son los pies en relación con los pensamientos? ¿En relación a las ideas? Mis gritos de dolor físico no habrían sido escuchados si me hubiera sido posible gritar con el dolor del espíritu. Y tú, con tus verdugos, estabas con tus rodillas clavadas en mi espalda, con mis brazos amarrados... Entre tus golpes y mis gritos de desesperanza pude mirarte a los ojos y confieso: Tu ya estabas esquizofrénico en esa época. Tu ya eras un débil mental en aquél tiempo, y la debilidad mental es progresiva.

Después tuve la calma de soportarte en las escuelas, en las pensiones, albergues y hoteles de todo el mundo. Tú siempre estabas por todos lados y siempre tu estupidez inmutable.

Sé todo lo que vas a decirme cuando te encuentro, cuando te aprieto las manos duras de esclavo, los dedos callosos de asesino o las manos frías de depresivo. Conozco tu programa diario, semanal, anual y de toda la vida: ¡Pasar el tiempo! El tiempo, ese monstruo que quiere tornarte soportable. Tu esencia ya la perdiste a los cinco años y en su lugar quedáronse las sabidurías de los maestros, las religiones, la represión sexual, la compulsión por el dinero, el rechazo por ti mismo y el temor paranóico de morir. Claro que no sabes nada de eso; pues tu alimento, tus creencias ciegas y tus origenes, te fueron tornando un tonto y tus puertas perceptivas se cerraron. Haces cirujía plástica en tu cara, reformas tu ropero y te sometes a terapias breves y prolongadas... pero no quieres dejar de ser Populacho. La vida para ti, resúmese en existir, pero hasta los caballos existen. Hasta las piedras y hasta los cadáveres existen. La lucha tiene que ser por la vida; pues existir es posible siempre, aunque sea como excremento. Tu tienes un placer exagerado en abrir llagas en el pecho de los otros, pervertir niños, fundar imperios, religiones absurdas, danzar carnavales o fingirte de místico o enviado divino...

Te miro de lejos, Populacho, y cambias de calle cuando me notas, porque sabes lo que pienso de ti y de los pueblos. Un día te hablé de Erasmo, también de Nietzsche y de Voltaire... Te hice la confesión de mis viajes por el mundo, del hambre y de la nieve de los Pirineos ... y tu me mirabas con tus ojos introyectados de sangre y tamborileabas con los dedos. Te hablé, después, de los desiertos marroquinos, de la plaza Djema Ef Fna, donde docenas de niños duermen todos los días con las narices obstruídas de moscas y tú te mantuviste indiferente porque tus hijos duermen en cunas de oro. Porque no vas a abrazar ametralladoras en el Sahara, nada de eso te interesa... ¡Ah, Populacho! En ese día las lágrimas me escurrieron y tú codeaste a tus amigos con ironía, porque para ti las lágrimas son síntoma de debilidad. Para ti, el hombre debe golpear, gritar, explotar granadas, matar muchachas, viejos y niños para defender una utopía social o política. Ah, tu eres un asesino y quizá yo te ame un día. Quizá te ame un día, aun después de haber asistido a tu violencia en las calles de Barcelona y en la frontera de Argelia. Vestido con seda o andrajoso, arrogante o servil, en un trueno o en una calzada, imposible confundirte. Tienes la marca de la enfermedad en esa mirada rápida y en estos gestos de esquizoide. Entras como Homero por las puertas abiertas de la sociedad y no descubres nunca que eres una nada. ¿Qué significas tu, tu Estado, tu país, tu continente? ... ¿Por qué eres un cerdo chouvinista? ¡Ah,

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Populacho! Levanta esa cara y ese perfil de perro domado y mira esta noche de otoño, mira la negritud de las tinieblas y palpa tu corazón incansable, ese corazón que sólo conoció los desencantos de la vida.

Vas caminando asi por tu mísera existencia, y la vejez te encuentra paranóico, enfermo e insoportable, pero lleno de riquezas, fortunas y esclavos. Entonces, ella, la vejez, tu única amiga, te mira en los ojos y te halaga con piedad. Tienes ahora un hechicero en la familia, y él te prescribe venenos farmacológicos porque quiere verse libre de ti.

Agonizas en una cama de plata y en las paredes están cuadros de tu juventud, y la mediocridad ya estaba clara en tu mirada servil. Tus familiares se acercan a ti, aun los que viven más lejos quieren verte cerrar los ojos, estos ojos fatigados que sólo encontraron el superfluo de la vida. Tienes una cruz en las manos, que compraste en las casas del Vaticano. En la cabecera de tu cama mortuaria, candelabros son encendidos, mientras tu ya estas podrido como una rata muerta.

Los buitres son tus hijos, tus esclavos, tus confesores y tus amantes que te reparten entre gruñidos.

En una iglesia de lujo, un cura empieza con un piano, la Tanhauser de Wagner, que en vida jamás tuviste deseo de escuchar. El mismo cura que recibía tu diezmo, dice las viejas palabras de siempre, las palabras que los difuntos ya no pueden oir y después ordena que te lleven, que te bajen para el cuerpo de la tierra; pues ya estás oliendo mal. Tu cadáver va en un coche tétrico y la hilera que te sigue va apenas por obligación, ironizando tus hechos de vivo.

Alcohólicos cavarán tu tumba y en ella te depositan con la misma indiferencia que ayer enterraron a un mendigo que encontraron abandonado en la calle. ¡No eres nada! ¡Nada más que un cadáver de Populacho! Nada más que un cuerpo podrido, con líquidos que te salen de las narices. ¡Ah, Muchedumbre! ¡No hiciste más que nacer, vivir como un perro y morir como Muchedumbre!

La tierra cubre tu máscara rígida, todos se van, libres de tu cuerpo y de tus exigencias... Discuten sobre la bolsa de valores de Chicago, sobre la importancia del diezmo, del matrimonio y de la sagrada comunión. Van a tener una casa de campo, un automóvil, un hijo de cesárea, otro viaje a Champs Elisées y un hechicero en la familia.

¡Pobre Populacho!

Tu mueres, pero consigues que tus herederos te perpetúen para siempre... eres como una plaga de ratas.

¡Ah, compañeros! Es necesario que nosotros seamos lucha, éxito, fin y contradicción de los fines. Es necesario que sembremos dentro de nosotros un gran orgullo personal, que cambiemos el auto-sentimiento de imbecibilidad (**), por el orgullo del águila o del artista. Como predicaba el viejo Russell: necesitamos conquistar el orgullo de un hombre que ha transformado un desierto en jardín o que ha llevado la felicidad donde, a no ser por él, hubiera reinado la miseria. Es necesario que nosotros nos acordemos siempre que no es posible crear un mundo saludable, libre y placentero haciendo que los hombres sigan idiotas, tímidos y serviles, ¡es necesario tornarlos anarquistas, aventureros, atrevidos, libertinos, valientes y dueños de sus corazones!

¡Viva la trasmutación de todos los valores!

Notas

(*) El individuo mismo es la realidad anulada por unos conceptos que son puras sombras.- Stirner, Max.

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(**) Escribió J. Martínez Ruiz en su trabajo: El Verdadero Cristo, en, La Voz del Pueblo, núm, 3. Terrasa, 1910: como sigue:

El Cristo descendió de su cruz y dijo a los creyentes que oraban de rodillas ante él:

- Hijos míos, sois unos imbéciles. Hace diecinueve siglos que predije la paz, y la paz no se ha hecho. Predije el amor, y continúa la guerra entre vosotros; abominé de los bienes terrenos y os afanáis por amontonar riquezas. Dije que todos sois hermanos y os tratais como enemigos.

Hay entre vosotros tiranos y hay gentes que se dedican a esclavizar. Los primeros son malvados; los segundos, idiotas. Sin la pasividad de éstos, no existirían aquéllos. Grande es la crueldad de los unos; mayor es la resignación de los otros.

¿Por qué suirir en silencio cuando se tiene la fuerza del número... del derecho? No fue este el espíritu de mis predicaciones; vosotros, los republicanos de la religión, la habéis falseado. Yo vi el origen del mal en la autoridad y en su órgano el Estado, y por eso me persiguieron. Desconocí el poder de los Césares, como atentatorio a la libertad humana, y por eso perecí en la cruz.

Uno de mis más amados discípulos, Ernest Renan ha dicho que yo fui un anarquista. Si ser anarquista es ser partidario del amor universal, destructor de todo poder, persiguiendo toda ley, declaro que fui anarquista.

No quiero que unos hombres gobiernen a otros hombres; quiero que todos seáis iguales. No quiero que trabajen unos y que otros, en la holganza, consuman lo producido; quiero que trabajéis todos. No quiero que haya Estados, ni Códigos, ni ejércitos, ni propiedad, ni familia; que todos os tengáis tan grande amor que no necesitéis ni verdugos ni jueces; que miréis como hijos vuestros a todos los niños y como esposas a todas las mujeres; que seáis una gran familia, sana y laboriosa.

¿Por qué no lo hacéis así, hijos míos? ¿Por qué sois tan malvados que os complacéis en destrozaros? La tierra es grande y fecunda; los campos producen lo necesario para que todos viváis; la mecánica ha llegado a tan maravilloso grado de perfección que aplicando sus descubrimientos y los de la higiene a las fábricas y a las minas, el trabajo trocaríase de penosa tarea en alegre entretenimiento. Entonces trabajaríais todos como hoy tenéis gusto de disfrutar los placeres de un deporte, y en tres horas de ese trabajo alegre y voluntario recibiríais los múltiples menesteres de la vida social, que hoy reciben unos cuantos. No habría entonces explotadores ni explotados, no habría señores ni vasallos, no habría monarcas y súbditos. Con la propiedad desaparecería la sed de la riqueza, el afán del lucro, la eterna rivalidad entre pueblos, el asesinato lento en el taller insalubre de millones de hombres.

No padecería la mujer, sin la autoridad del esposo, la tiranía que al presente padece. No sería el amor fórmula hipócrita sancionada por la Iglesia o el Estado; sería pasión espontánea o voluntaria. No sería esclavitud de la mujer al hombre, porque tan libre y dueña de la tierra como aquél sería ésta, y para nada tendría que preocuparse del porvenir de los hijos; no cometería tampoco nadie la ligereza de jurar amor eterno, como si el amor dependiese de la voluntad y de él se pudiese responder libremente.

No habría naciones diferentes; los ríos y las montañas no servirían de barrera para que los hombres dejasen de ser hermanos, las fronteras que hoy separan los pueblos no serían motivo para que se hiciesen cruda guerra. Lo que hoy reputáis injusto para unos y justo para otros, sería igualmente dañoso para todos. El asesinato sería un crimen y lo sería también la guerra; sería condenable la mentira de que usáis en los tratos de pueblo a pueblo, tanto como hoy es aplaudida. La moral sería la misma para todos y no se alteraría su esencia ni su forma con la diversidad de razas y de países.

No cometeríamos la inhumanidad de encerrar al delincuente en una prisión, como si con ello pudierais enmendar la falta que es imputable a vosotros y no a él. Al desgraciado que realizase un acto inmoral le trataríais como a un enfermo, y no agravaríais su mal privándole de la libertad, don el más preciado entre los hombres. Si desaparecieran las causas del crimen, ¿no desaparecería el criminal? ¿Habría rapiñas sin propiedad? ¿Habría celos sin el monopolio de una mujer? ¿Habría rencillas por el poder sin el poder?

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Hijos míos, ¿por qué sois tan imbéciles? ¿Por qué sois tiranos los unos y resignados los otros? Sacudid el yugo los que sufrís la tiranía; destruid la opresión los que vivís esclavizados. Con vosotros, los obreros, está la fuerza, vosotros sois el mayor número. Si agonizáis en las fábricas es porque no tenéis la entereza de hacer saber vuestro derecho.

Levántate, levántate, hijo mío. No es de los tiempos que corren la oración; no es de esta época de lucha la resignación mística. Me habéis injuriado gravemente, habéis disfrazado mis doctrinas. No legitiméis con mi nombre la explotación. Los que mantienen gobiernos y soldados no son mis discípulos.

¡Levántate y lucha!