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m p c y

E C P in d la m

e e

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Hola querid@ amig@... En este nuevo número de Macedonia, encontraremosuchas alusiones al lema de este año “AMAR es perder,erder es GANAR”, esperamos que a lo largo de todo elurso tengamos oportunidad de profundizar en su significado llevarlo a nuestras vidas. Y para profundizar un poco en él, tuvimos un maravillosoncuentro de Jóvenes Dehonianos hace algunas semanas.on este encuentro comenzamos nuestras actividades deJV a nivel nacional, la siguiente: la Pascua Juvenil. Osvitamos a tener esta experiencia de oración yescubrimiento del tiempo más importante para el cristiano, Semana Santa y la Pascua de Resurrección. ¿Quéejor forma de celebrarlo que juntos?

¿AMAR?... ¿PERDER?... ¿GANAR?...

¿No son acaso las claves para ese tiempo? El próximo número de la revista te llegará en Mayo, no

speres a leer cómo fue la Pascua, ¡Ven a vivirla!. Tesperamos... ¡¡¡hasta pronto!!!.

Un abrazo.

Macedonia

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Desde mis dibujos me gustaría centrarme

en una parte del lema, no es que sea la más importante, ni de la que menos se habla, simplemente es de las cosas que, escuchando a la gente, me ha hecho pensar y así lo he plasmado.

Primero os explico el dibujo. El dibujo está basado en el primer domingo de cuaresma: es el evangelio de las tentaciones. Los cuadros marrones son el desierto. El color azul que hay en el hombre hace referencia al Jordán que corre entre las dos partes de nuestro corazón. A un lado queda la miseria y la soledad que genera el poder, el ansia de dominar sobre las personas, lo estéril, lo seco, la tentación del dinero y la cerrazón de los corazones. Al otro lado, las manos que se ofrecen, que generan vida, abiertas al mundo y a la trascendencia, las manos del trabajo y las que se dejan moldear por Dios.

Es la “coma” que hay entre amar es perder y perder es ganar, es aquel río Jordán que hace de puente en la vida de Jesús, de la

gran brecha que hay en nuestro corazón, de la tensión , de la tentación que existe continuamente en nosotros entre abrir nuestras manos a la vida y cerrar nuestras manos a lo posesivo. En definitiva, es el dilema que está en todos nosotros, es la eterna duda entre lo que nos apetece y lo que uno quiere, o lo que nos conviene.

Es lo que continuamente nos hace retroceder, el miedo a perder. Pero, si cedemos a este miedo, a la tentación, nos dejamos llevar por las ansias de apagar un deseo fugaz que no queda nunca colmado. Si huimos en otra dirección y maldecimos la tentación, tampoco solucionamos nada, porque la tensión sigue brotando como un fantasma violento. No queda otro remedio que aceptar la presencia de la tentación y quererla como tal, porque no nos queda otro remedio que cargar con este corazón en tensión y caminar como Jesús. Es el Espíritu quien nos lleva al desierto, y nos pone en el abismo. Mantener esta lucha interior es lo que realmente nos hace libres.

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del río Jordán, y el Espíritu lo llevó al desierto. Allí estuvo cuarenta días, y el diablo le puso a prueba. No comió nada durante aquellos días, y después sintió hambre. El diablo le dijo: Si de veras eres Hijo de Dios, ordena a esta piedra que se convierta en pan.

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Jesús le contestó: La Escritura dice: 'No solo de pan vivirá el hombre'

Luego el diablo lo llevó a un lugar alto, y mostrándole en un momento todos los países del mundo le dijo:

Yo te daré todo este poder y la grandeza de estos países, porque yo lo he recibido y se lo daré a quien quiera dárselo. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo.

Jesús le contestó: La Escritura dice: 'Adora al Señor tu Dios y sírvele solo a él.'

Después el diablo lo llevó a la ciudad de Jerusalén, lo subió al alero del templo y le dijo: Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque la Escritura dice:

'Dios mandará a sus ángeles para que cuiden de ti y te protejan. Te levantarán con sus manos para que no tropieces con piedra

alguna.' Jesús le contestó: También dice la Escritura: 'No pongas a prueba

al Señor tu Dios.' Cuando ya el diablo no encontró otra forma de poner a prueba a

Jesús, se alejó de él por algún tiempo. (Lc 4, 1-13)

Y una invitación, como siempre la música me sorprende y la Oreja

de Van Gogh también. En su canción “A diez centímetros de ti”, de su disco “Guapa”, nos habla precisamente de esto

"Esta canción trata sobre la eterna duda entre lo que a uno le

apetece y lo que uno quiere... la protagonista está en un bar debatiéndose entre la apetencia (la tentación) y la conveniencia. Está con alguien que le ha roto el corazón, pero que no le conviene..." (Oreja de Van Gogh )

25 y 26 de Noviembre, último fin de semana del mes.

Los chicos y chicas de la parroquia de San Francisco Javier nos preparábamos para irnos un par de días a Liria (Valencia). Habíamos quedado a las 8:00 de la mañana en la puerta de la parroquia. Unos llegaron antes, otros más tarde... pero conseguimos reunirnos todos. Sobre las 10:30 llegamos a la estación de trenes de Liria y allí esperamos a que los que venían en coche nos recogieran, para así poder llegar a La Salle, la casa donde íbamos a pasar el fin de semana.

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Nada mas llegar tuvimos que hacernos las camas, arreglar nuestros enseres, etc., y al poco comenzamos con las actividades de la mañana.

Dichas actividades son divertidas dinámicas que nos hacen pasar un buen rato, pero al mismo tiempo, nos enseñan algo fundamental en nuestra vida, ya sea cotidianamente o en algún momento en concreto. Poco a poco la mañana fue pasando y sin darnos cuanta llegamos a la hora de comer. Ese fue un buen momento para compartir conversaciones, alegrías, comidas y bebidas. La actividad que realizamos por la tarde fue muy intensa y la más valorada de toda la convivencia, fue algo asombroso; en más o menos dos horas pasamos ratos acompañados, compartiendo preguntas y respuestas según los folletos que nos repartían, y pasamos la mayoría de tiempo solos, o bien pensando, o bien realizando alguna actividad propuesta en dichos folletos. Estuvimos viendo y aceptando todos esos dones, esas cosas buenas que tenemos, y que muchas veces, pensando en el que dirán, no somos conscientes de que las tenemos, solo por mostrar una cara amable y una personalidad que no es la nuestra.

Esos ratos que pasamos solos en cualquier dinámica es lo que más se valora, ya que muchas veces, enfrascados en nuestros problemas, estudios, preocupaciones, etc., no nos damos cuenta que los necesitamos. Luego por la noche, subimos al comedor para cenar. Allí no estamos solos ya que muchos grupos de jóvenes y no tan jóvenes se reúnen algún fin de semana en aquella misma casa.

Más tarde nos esperaba un rato de oración en una sala adecuada para ello. Allí estuvimos un rato escuchando, pensando y escribiendo mientras el tiempo pasaba de nuevo sin darnos cuenta. Estuvimos viendo unas imágenes del mundo y concluimos en una especie de llamada de Dios. Se repartió una hoja y pusimos allí, todas las cosas a las que nosotros pensábamos que Dios nos estaba llamando aquí en la tierra... Algunos pusimos más, otros menos..., pero todos conseguimos captar el mensaje: todos estábamos llamados a algo.

Después de la oración, a algún catequista, con el frío que hacía y a oscuras como estábamos, se le ocurrió la idea de ponernos a jugar en las canchas de deporte de la casa.

Ya en la mañana del domingo, prontito, los catequistas (algunos) nos despertaron con música y nos dejaron tiempo para vestirnos y arreglarnos hasta la hora de desayunar. Una vez desayunados, hicimos otra actividad, que para esta vez nos dividieron en grupos fijos. Al finalizar dicha actividad, los

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catequistas, nos distribuyeron parte de la eucaristía a la que asistiríamos más tarde.

Tras la misa, nos fuimos a comer la deliciosa paella que nos tenían preparada a todos los que rondábamos por allí.

Sin apenas darnos cuenta, se nos había pasado el fin de semana y nada más comer, tuvimos que ir a recoger nuestras mochilas y cosas personales para salir con tiempo y no perder el tren que nos llevaría de vuelta a Valencia.

Pero, antes de salir de allí, nos hicimos la foto de grupo; algo de lo que luego miramos y recordamos bellos momentos de ese fin de semana.

El Postulantado, según lo que afirman los libros es: una etapa

formativa realizada en el último año del bachillerato, necesario para un discernimiento vocacional al finalizar esta etapa. El siguiente paso es el noviciado en Salamanca tras un segundo año de Postulantado con la tarea fundamental de formar adecuadamente a cada uno para el noviciado.

Mi experiencia es, desde dentro, en este primer año de Postulantado, la de comprometerme a iniciar una madurez personal en la que me voy a ir descubriendo a mi mismo. Para ello, tengo a mi lado a la comunidad de S. Jerónimo aquí en Alba de Tormes y a mi maestro, J. Antonio Casalé, haciéndonos crecer en nuestra vida tanto espiritual como intelectualmente.

Todas las noches nosotros, los postulantes, tenemos una oración con el Maestro, y vivimos unas experiencias noche tras noche, en las que intentamos con el corazón, poder llegar al corazón de los demás, de quienes nos escuchan.

Pero aquí no todo es oración, también compartimos momentos de diversión, sobremesas, encuentros con los postulantes de Puente la Reina, la Pascua y el encuentro de jóvenes. Cabe destacar la grata participación de los más de ciento cincuenta jóvenes y formadores haciendo posible un encuentro lleno de buenos recuerdos, reencuentros de amigos que solo coinciden en este tipo de actividades por su lejanía y nuevas amistades. Este encuentro nos ha servido para formarnos en este ciclo que poco a poco vamos recorriendo, sin pasos muy agigantados pero sin pausa.

Este encuentro me ha abierto una chispita de curiosidad, ¿cómo puede ser que hombres, mujeres y jóvenes puedan darnos todo lo que tienen, enseñándonos a ser felices en esta vida? “Desaprendiendo” todo

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puede funcionar con esa pequeña aportación de felicidad, siendo felices en esta vida, alcanzando nuestra felicidad y haciendo sentir a los que nos rodean esa cercanía que tanto nos gusta y nos han enseñado.

El Postulantado para mí es la etapa mediante la cual estoy viviendo de una manera distinta la relación con Dios, acercándome un poco más, rompiendo esas barreras pero sin sentirme angustiado por el qué dirán, puesto que es una experiencia única en la que tengo que vivir con intensidad, dándolo todo en cada momento, siendo yo mismo para y con los demás y Dios.

Yo os aconsejo, jóvenes estudiantes Dehonianos, que no dejéis pasar esta oportunidad que a mí y a otros muchos nos han propuesto y la aprovechéis al máximo. Decididos, sin miedos, sintiendo lo que hacéis, porque estar en un centro SCJ es una suerte, un privilegio que debemos aprovechar puesto que no solo crecemos en la vida académica sino que nos ayudan a crecer como personas en nuestro interior.

Yo ya me despido, pero con un epitafio que me llamó la atención y que me hace sentirme identificado:”SOMOS AQUELLO QUE NADIE NOS PUEDE ROBAR Y AQUELLO QUE NOSOTROS NO PODEMOS TRAICIONAR”.

Carta abierta a “E.”

“Al verse curado, uno de los leprosos se volvió hacia Jesús para darle gracias.

–¿Tan solo has vuelto tú para dar gracias? ¿Donde están los otros nueve?

(Lc17,18)

De entre todas las cosas maravillosas que me ocurrieron el fin de semana del Encuentro de Jóvenes Dehonianos en Salamanca, la más maravillosa sin duda la protagonizaste tú, querida E.

Me desperté el último día del encuentro, con el cansancio acumulado en los párpados y la satisfacción del deber cumplido sonriéndome en el alma. Tú te adelantaste en el desayuno, con esa determinación que los tímidos ponéis en las cosas importantes. Te acercaste a mi, como para contarme un secreto, y me dijiste simplemente: –“¡Gracias por todo! De verdad, muchísimas gracias”.

Tus ojos desbordaban agradecimiento y tus palabras parecían no llenar el contenido de lo que querías expresar. Por si fuera poco, me

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mandaste un mensaje al móvil diciéndome que lo que sentías no cabía en la palabra GRACIAS. Pero, querida: ¿cuánto cabe en la palabra “gracias”?

En nuestra cultura nos enseñan a medir, a pesar, a contabilizarlo todo, hasta lo que no hay manera de medir, como son los sentimientos. Por eso resbalamos, tan frecuentemente, por la ladera de la sospecha: “¿estaré queriéndole demasiado?”; “¿estaré dedicando tiempo de más?”; “¡para lo que me da, no sé si me compensa amarle!” Creemos que el amor, la entrega, la gratuidad se pueden medir y, por lo tanto, se pueden administrar; porque todo lo que se contabiliza corre el riesgo de agotarse. Y así nos va: racaneamos la generosidad, para no ser tontos; dosificamos la honradez, por si acaso; ahorramos ternura, para cuando no haya.

No es así. Gracias a Dios, los sentimientos son arroyos inagotables si están bien conectados a la fuente. La fuente del agradecimiento está en la capacidad de darse cuenta de que todo es puro don. Generalmente vivimos dando por supuesto todo: respiramos, ¡bah!, ¡por supuesto que respiramos!; vivimos, ¡bah, por supuesto que vivimos!; y no nos damos cuenta que, en la mayoría de las cosas buenas que nos suceden, no intervenimos nosotros para provocarlas: se nos regalan. Se nos regala el aire, la vida, la risa, el juego, la compañía. Cuando uno se siente desbordado por todo lo que recibe, cuando se siente apabullado por ser el centro de tanta generosidad derrochada, entonces, surge la gratitud.

Si hiciéramos una radiografía a la persona agradecida, lo primero que descubriríamos sería un gran signo de interrogación: ¿por qué yo?, ¿por qué a mi?, ¿qué he hecho yo para ser tan querido, tan regalado? Notaríamos que el corazón agradecido es pequeño y frágil porque se compara con la grandeza del don recibido y no puede menos que sentirse indigno. En

segundo lugar, el electrocardiograma de la persona agradecida revelaría una gran incapacidad para compensar el favor obtenido. De alguna manera, decimos “gracias”, cuando nos gustaría colmar de bienes a la persona de la que nos sentimos deudos, pero no podemos hacerlo, por incapacidad propia, o por propia indignidad.

Por eso el contenido de la palabra gracias es precisamente incalculable. No es la boca la que lo dice: es todo tu ser el que se pone en pié para pronunciar la palabra más excesiva que existe en el diccionario. Porque no se ha inventado un término que desborde tanto su propio significado: el agradecimiento rebosa constantemente las siete letras que lo contiene.

Es esto lo que la hace una palabra hermosa, quizá la más hermosa; más dulce que la palabra “ternura”, más intensa que la palabra “amor”, más arrebatadora que la palabra “pasión”. Porque “gracias” es un vocablo de una sola dirección: es pura gratuidad, puro don, pura oferta. Cuando amas, siempre esperas ser amado; cuando

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das, siempre esperas recibir; cuando agradeces, pones todo tu ser a disposición del otro, sin esperar nada a cambio.

Precisamente ese es su peso, la inconmensurable abundancia de lo que no se puede devolver, ni restituir, ni compensar…, porque la gratuidad, ¡qué ironía!, es gratis.

Y precisamente por eso, cuando alguien nos dice “gracias” por algo que hemos hecho por ella, en realidad, nos está diciendo algo más auténtico que no puede decir. Saber aceptar un “gracias” con todo su peso, es también un arte nada fácil, que acaba generando en el interior más gratuidad.

Ves, querida E., te parecía que tu “gracias” pesaba poco, y sin embargo, ¡qué lleno estaba!, ¡qué bien sabía!, ¡qué gran alma lo pronunció!, ¡qué cerca está tu corazón de lo importante!

Quizá pienses, ¡cómo se ha pasado este Luengo! Es posible. Pero ya sabes que las cosas cuando escasean multiplican su valor. Solo tú y otras dos personas más vinieron a dar las gracias por un fin de semana lleno de regalos. Solo con esos tres “gracias”, todos los que hemos estado cuidando cada detalle para que saliera bien el Encuentro de Salamanca nos sentimos tremendamente pagados… No obstante, me pregunto ¿y los demás 149? Seguramente, la mayoría sintieron lo mismo y no encontraron la oportunidad, o les pudo la timidez, o… simplemente se quedaron sin la incomparable oportunidad de saborear la felicidad intangible de un corazón agradecido.

Gracias E. Solo “gracias”. Todo un “gracias”.

Esta gran historia nuestra está basada en una HISTORIA mucho más grande e intensa, aquella que nos da vida; la HISTORIA de NUESTRAS VIDAS. Pero ésta sólo es posible si te dejas tocar, moldear, sorprender, si te entregas a la aventura yendo por un camino marcado de huellas y señales, acompañados siempre por la presencia de Dios.

Poco a poco los miedos nos tendrán que abandonar ¿No?, o ¿Es que la ingenuidad los hace constantes en nuestras vidas? Miedo a perder, a ganar, a amar… demasiados miedos que hacen pesado el equipaje.

Y es que lentamente vemos como a nosotras esos miedos nos abandonan y dan paso a la alegría de luchar, la alegría de amar, la verdadera razón de nuestra Felicidad; sintiendo a Dios como llama que arde y no quema.

Todo el peso de nuestra vida lo hemos apoyado en Él, en Dios, a través de una fe compartida con jóvenes como nosotros; es aquí donde

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nos damos cuenta de que no caminamos solas, estamos rodeadas de multitud de jóvenes promesas que al igual que nosotras luchan por una misma verdad. Y es esta fe la que hace posible, a pesar de la distancia y de los obstáculos, que nos impiden estar con gente como nosotras, la amistad forjada con ellos que durará para siempre y hará de estas personas pequeños tesoros muy especiales en nuestras vidas.

Es tanto lo que hemos recibido que no sabemos como dar las GRACIAS por todo el cariño que nos han dado esas personas que hacen posible que nuestras experiencias sigan avivando la llama de nuestro corazón y sean, por supuesto, inolvidables.

Ahora TÚ, JOVEN, haz como nosotras y no tengas miedo a gritar ¡que crees en DIOS! que es él, el que da sentido a tu vida, que la llena de ilusiones, sentimientos, y pasiones.

Déjate marcar por su presencia que seguro te hará sentir la emoción de vivir en un sueño del que no querrás despertar, lucha por lo que te mueve y reacciona; así, junto a otros como TÚ podrás crecer como nosotras, en la fe.

Atrévete a Perder y acabarás Ganando.

Mi experiencia en el encuentro de jóvenes que tuvo lugar en Salamanca ha sido espectacular. El poder compartir tus ideas y sentimientos con otra gente joven que siente y piensa de igual manera o al menos van en el mismo camino que tú, te hace sentir especial y acogido.

Respecto al tema de este año “Amar es perder, perder es ganar”, tiene muchísima razón: cuando tú amas a los demás y “pierdes” tu tiempo, tu paciencia, y ves a continuación el agradecimiento y amor que expresa esa persona hacia ti, todo el tiempo perdido lo ganas multiplicado por 1.000 y eso te hace sentir feliz. En este encuentro he aprendido a saber escuchar a los demás, entender y comprender sus ideales y respetarlos, a saber cómo reaccionar ante distintas realidades: disminuidos psíquicos o transeúntes, a entender sus diferentes situaciones e intentar ayudar en todo lo posible.

También hemos tenido ¡cómo no! ratos de fiesta, que ayuda mucho a soltarse y crear un vínculo más fuerte de amistad con los demás jóvenes. En definitiva, si uno quiere pasárselo bien dando y recibiendo, una de las maneras es esta: reunirse con gente que siente ese amor y compartirlo mutuamente.

Jesús Fraile Arellano

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En el Encuentro de Salamanca me lo he pasado muy bien, he conocido a mucha gente y he pensado en temas en los cuales, normalmente no pensaría. Este Encuentro se ha fundamentado en el lema: “Amar es perder, perder es ganar”. Yo fui al comedor de pobres y realicé talleres como el del juego del rol, viaje al Nuevo Mundo, y el taller del barro. Me llamó mucho la atención el concierto de Luis Guitarra y me pareció muy interesante la salida a Salamanca y las fiestas en el Seminario albense de San Jerónimo. La Eucaristía del domingo me dejó una grata impresión por la alegría que reflejábamos los jóvenes y los ancianos de la parroquia de Ntra. Sra. de los Dolores.

En general no puedo sacar nada malo de este Encuentro. Espero repetir para el próximo, y creo que los que fuimos desde Puente la Reina piensan como yo.

Jesús Beltrán Anso Al principio me sentí algo confuso ya

que había estado en otros encuentros de jóvenes y la experiencia no había sido muy gratificante. Cuando se nos invitó a participar no sentía demasiadas ganas de ir, pero más tarde me animaron y consiguieron convencerme, a pesar de que dos de mi grupo se retiraron. Yo me sentía ilusionado; algunos intentaban desmoralizarme pero no pudieron.

Cuando llegamos a Salamanca me maravillé de la preciosa ciudad, sin embargo, al llegar a la casa y ver a toda esa gente quedé más impresionado aún por el buen ambiente y la buena gente. Ya el primer día comenzamos con una charla bastante entretenida en la que visualizamos películas sobre el lema del encuentro: “Amar es perder, perder es ganar”. Lo más emocionante que recuerdo de ese día, sin embargo, fue el comedor de pobres. Por primera vez vi la pobreza de otra manera. Vi cómo sucios vagabundos tirados en la calle, hombres muertos de hambre, pasaban a ser amables y no sentían vergüenza de ser acogidos en un comedor rotulado con el nombre de “comedor de pobres”. Esa misma tarde, en la visita a Salamanca, disfruté mucho y recordé lo que tantas veces me dijeron familiares y amigos acerca de la belleza de la capital del Tormes. La verdad es que no estaban equivocados.

Después de la fiestuki vaquera, al día siguiente, tuvimos los talleres en los que descargué mi faceta más artística, al mismo tiempo que observaba que quizá no era para tanto. Los talleres que escogí fueron el de globoflexia y el de arcilla.

En conclusión, creo que ha sido un fin de semana muy bien aprovechado. Cuando ya nos despedíamos aún tenía ganas de más. Me fui sin derramar una sola lágrima, pero eso sí, con unas ganas increíbles de volver.

Miguel Hernández Jaso

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Sin necesidad de recurrir a Harry Potter ni a trucos de magia,

todos hemos experimentando alguna vez un gesto o una palabra, que en un momento determinado nos sacan, como un pisotón por las mañanas en el autobús, de la “empanada” de todos los días. Por desgracia, la mayor parte de las veces, lo que resulta ser un toque al corazón acaba por convertirse en un gruñido. ¿A quien le gusta que le incomoden?

Si escribiese que esta capacidad de despertarnos la tiene también la Palabra de Nuestro Dios, seguro que más de uno leerá este artículo con extrañeza. Permitidme un pequeño guiño recordando cómo alguien querido nos recordaba muchas veces que hemos perdido la capacidad de asombrarnos. Que Dios se haya hecho palabras y siga empeñándose en rascarnos por dentro para que no nos quedemos dormidos, nos deja, casi siempre, como si nada.

Con esas, la “casualidad” me ha puesto hace unos días, uno de esos textos del Evangelio que te mueven por dentro y te hacen pensar: “Uy, si de esto no me acordaba yo…” Os cuento. Todo sucede después de esos momentos de fama y de “flashes” que tuvo Jesús cuando aún era una novedad entretenida. Viéndolas venir, decide poner las cartas sobre la mesa: Dios no se ha hecho carne y barro para hacer unos milagritos y pasar el rato, sino para quedarse con el hombre hasta las últimas consecuencias, en la sencillez de un poco de pan y un poco de vino. Y eso pasa, como no podía ser menos, por la entrega de todo, hasta de la vida. ¡Ay, majo! lo que hasta entonces era un entretenimiento se vuelve más serio y “desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él”.

Y es aquí cuando Jesús, que empieza a darse cuenta de que sus palabras defraudan a los que se empeñan en ser miopes, se dirige a los suyos, a sus amigos, y les pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?”

¿Quién me iba a decir a mí que unas pocas palabras, pronunciadas en una esquina del mundo hace 2000 años, me resultan tan provocativas como entonces? Porque no se puede escuchar a Jesús, al Maestro, al Señor, hacer esta pregunta de nuevo y no dar una respuesta. No se puede uno quedar sin echarse la mano al corazón y tomarse la tensión para ver cómo vivo mi fe (sí, sí, esa palabra tan chiquita…).

No sé si será el paso del tiempo, pero la verdad es que desde aquel momento a la orilla de un lago, hemos terminado por hacer de nuestra fe casi un juego de niños y de gente mayor. No hace falta mucho: con ir a misa los domingos y algunos momentos de “subidón religioso” es suficiente. ¡Si hasta se

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puede seguir siendo cristiano sin compartir ni festejar la fe (¡vamos, eso de Jesús sí, Iglesia no!) Se nos ha olvidado ya que nuestro Maestro es un crucificado, un “tirao” entre los suyos, alguien que lo perdió todo. Así que, más pronto o más tarde, no queda otra que preguntarse: y yo, ¿estoy dispuesto a perder? Sí, ¿estoy dispuesto a cuestionar a los que me rodean, viviendo de forma diferente (que ser cristiano es ante todo vivir, no sólo andar con megáfono en mano)? ¿Y si me señalan con el dedo, y piensan de mi que soy un “carca”, un “fundamentalista” o un “estúpido”? ¿Y si perder significa dejar de estar todo el día mirando mi propio ombligo o la PSP2 y tener en cuenta en mis decisiones, en mi trabajo, en mis estudios también a Dios (sí, también a Dios)?

Con todo esto, no quiero decir que los cristianos tengamos que ser una especie de “amargados tristones” que caminan por la vida sin disfrutarla. Todo lo contrario. Quien pierde todo sin sentido es un estúpido. Pero quien arriesga por algo que merece la pena es seguro que no está lejos de eso que llaman felicidad, la de verdad, la buena, no la que te regalan en el Burguer King. Seguro que entonces eso de “Amar es perder… y bla, bla, bla” se traduce en un gracias por la cena hecha y puesta en el plato, una visita al abuelo aunque siempre te cuente las mismas historias, un poco de silencio para escuchar (que no siempre tengo que tener yo la razón), una oración espontánea por cada minuto de vida… Y quien quiera puede continuar.

“¿También vosotros queréis marcharos?” Hay que decidirse. Quizá este Jesús realmente pide demasiado y lo mejor es marcharse así, sin hacer ruido, sin que se me note. Pero… por otra parte… ¿cómo no fiarse de este Dios que nos ama a cada uno con locura? ¿Cómo no dejarse de miedos y vivir como discípulos y apóstoles, como seguidores y enviados, en medio de la realidad concretita que nos toca vivir? ¿No estamos en sus manos? ¿No merece la pena arriesgar por amor? Es posible que entonces, como aquellos hombres, un poco brutos, un poco creídos en que todo ya se lo sabían (casi como nosotros) nos atrevamos a decir: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Sólo tú tienes palabra de vida”.

Esta mañana, cuando iba en el autobús camino de clase, ha entrado una chica con prisa y, sin querer, me ha dado un pisotón. Rápidamente se ha puesto a pedirme perdón. Pero, adelantándome a ella, la he cortado con una sonrisa, he apagado el mp3 y le he respondido: “No te preocupes. También hoy necesitaba despertarme”.

¡Ah!, por cierto, siempre hay tiempo para sacar la Biblia del fondo de la estantería, quitarle un poco el polvo, y releer el final del capítulo 6 del Evangelio de Juan. Y dejarse sorprender.

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Nunca olvidaré aquellos momentos en los que totalmente desconcertado algo me decía que mi padre se alejaba de mí. Tras una llamada, nervioso, iba por el camino que me marcaban hasta llegar a un lugar desconocido. Allí estaba la respuesta de mi incertidumbre. Pero nadie respondía, nadie se atrevía a decirme la verdad. Todo se oscurecía al ver las lágrimas de gente querida que también estaba en ese lugar. Lágrimas derramadas sin cesar en aquel día frío en el que el cielo también lloraba. Jamás llegué a pensar que algo tan terrible pudiese estar pasando. Ahora sí conocía la realidad, nadie tenía que decírmela.

Abría y cerraba los ojos, intentando pensar que todo fuese una pesadilla. Esa mañana, cuando me despedí de él para ir a clase, sus palabras fueron “hasta la noche, Luisma”. Quizá se estaban convirtiendo en ese momento en un “hasta siempre, Luisma”. Una vez más, el tiempo congelado. Los segundos eran minutos, los minutos se convertían en horas; y la esperanza se negaba a desaparecer de mí.

Ver cómo una parte de mí se decidía por un sí o por un no, por vivir o por morir. Notaba que mi corazón empezaba a sangrar de dolor. Me envolví en una burbuja creada por Dios en la que sentía cada uno de sus abrazos, de sus consejos, de sus miradas, de sus palabras de padre. Dios hacía porque yo lo sintiera cerca: a Él y a mi padre. Los días pasaban y seguía sumergido en esa burbuja. Todo era distinto. Ella me daba paz, amor y sinceridad. Mis palabras sólo buscaban respuesta a un ¿por qué?, pregunta eterna sin contestar. Todo momento vivido junto a él permanecía en mi mente.

No era posible permanecer a su lado para darle toda mi fuerza. Sólo dos momentos al día, en el que tenía que recorrer un largo pasillo hasta llegar a aquel habitáculo donde residía soñando horas y horas. Mi corazón latía tan rápido que no tenía duda alguna de que él me sentía cerca; y fuerte quería ser para no derrumbarme a sus pies. No quería que despertara hasta que todo dentro de él no estuviese preparado para afrontar cada segundo de vida nueva a nuestro lado. Un movimiento de su débil cuerpo, un intento de pronunciar una simple palabra; fue algo tan esperado, deseado e increíble, que era la fuerza que nos daba con sus ganas de querer salir adelante.

Hoy, tras muchas horas de hospital y lucha diaria, está en casa. Todo es distinto, pero sus abrazos y mimos son los de siempre. Dice el beato Rafael: “El silencio es el refugio del afligido y desconsolado; es el recreo del que está alegre, y hace la felicidad del enamorado de Dios”. Tras vivir esta definición de silencio, yo quiero gritar: confía en Dios porque sólo Él ayuda.

Gracias a toda la gente que cada día pensabais y rezabais por él. Gracias a tod@s los que habéis estado cerca de mí. Después de dos años… mil gracias.

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Lo que hemos estado viviendo en este Encuentro de Jóvenes

Dehonianos en Salamanca nos ha marcada nuestra vida. Pero no me voy a centrar en todo lo que hemos experimentado, sino que os voy a hablar sobre el centro de todo el encuentro, lo esencial. Alguna vez, muchas mejor dicho, mi tutor en COU, nos decía que la mejor forma de hacerse entender y de transmitir algo esencial es por medio de un cuento. Y, esto es lo que voy a hacer ahora mismo. El cuento se titula: La Historia del Diamante Oculto:

“En un país muy lejano vivía un campesino. El era el dueño de un pequeño campo, donde cultivaba cereales y de un jardincito que hacía las veces de huerta. Un día, mientras trabajaba su campo vio algo que brillaba intensamente. Se sorprendió del brillo y comprendió que se trataba de una piedra preciosa y que debía tener un valor enorme.

Por un momento, su cabeza vagó soñando con todo lo que podría hacer si vendiera el brillante, pero enseguida pensó que ese diamante era un regalo de Dios y que él debía cuidarlo y usarlo solamente en caso de emergencia.

El campesino terminó su tarea y volvió a su casa llevando consigo el diamante....Le dio miedo guardar la joya en la casa, así que, hizo un pozo en la tierra entre los tomates y enterró allí el diamante. Para no olvidar dónde estaba enterrada la joya, puso justo sobre el lugar una roca amarillenta que encontró por allí.

A la mañana siguiente, el campesino llamó a su esposa, le mostró la roca y le pidió que por ninguna razón la moviera del lugar. La esposa le preguntó por qué tenía que estar esa extraña piedra entre sus tomates. El campesino no se animaba a contarle la verdad, temía preocuparla, así que le dijo:

—Esta es una piedra muy especial. Mientras esa piedra esté en ese lugar, entre los tomates, tendremos suerte.

El matrimonio tenía dos hijos, un varón y una niña. Un día, cuando la niña tenía diez años le preguntó a su madre por piedra del jardín.

—Trae suerte –dijo la madre y la niña se conformó. Una mañana, cuando la hija salía para el colegio, se acercó a

los tomates y tocó la roca amarillenta (ese día tenía que dar un examen muy difícil).

Sólo por casualidad o porque la niña fue más confiada a la escuela, el caso es que el examen salió muy bien y la niña confirmó “los poderes” de la piedra.

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Esa tarde cuando la niña volvió a la casa, trajo una pequeña piedra amarillenta que colocó al lado de la anterior.

—¿Y eso? –preguntó la madre. —Si una piedra trae suerte, dos nos traerán más suerte –

dijo la niña en una lógica indiscutible. A partir de ese día, cada vez que la niña encontraba una de

esas piedras, la acercaba a las anteriores. El hijo varón, en cambio, creció con el mito de las piedras

incorporado a su vida. Desde pequeño le habían enseñado a apilar piedras amarillentas al lado de las anteriores.

Un día, el niño preguntó a su padre: —Papá, ¿por qué las piedras amarillentas traen suerte? —Mira, hijo, hasta ahora no te conté esto porque creí que no

estabas preparado para conocer la verdad. Pero hoy me parece que has crecido, que ya eres un hombrecito y estás en condiciones de saber lo que sea y de guardar el secreto mientras sea necesario.

—¿Qué secreto papá? —Te diré. Todas esas piedras están entre los tomates sólo

para marcar un determinado lugar del jardín. Debajo de todas esas rocas está enterrado un valioso diamante, que es el tesoro de esta familia. Yo no quise que los demás supieran, porque me pareció que no se hubieran quedado tranquilos. Así como yo hoy comparto el secreto contigo, tuya será desde hoy la responsabilidad del secreto familiar... Algún día tendrás tus propios hijos, y algún día sabrás que alguno de ellos debe ser informado del secreto.

Guardar un secreto también consiste en saber cuándo es el momento y quién es la persona que puede ser digna del mismo.

—Puedes confiar en mí, papá –dijo el jovencito y se paró erguido, para parecer más grande.

...Pasaron los años. El viejo campesino murió y el jovencito se hizo hombre. Este tuvo sus hijos y de entre todos ellos, hubo uno solo que supo a su tiempo el secreto del brillante. Todos los demás creían en la suerte que traían las piedras amarillentas.

Durante años y años, generación tras generación, los miembros de esa familia acumularon piedras en el jardín de la casa. Se había formado allí una enorme montaña de piedras amarillentas, una montaña a la que la familia honraba como si fuera un enorme talismán infalible. Sólo un hombre o una mujer en cada generación era el portador de la verdad del diamante, todos los demás adoraban las piedras...

Hasta que un día, vaya a saber porqué, el secreto se perdió. Quizás un padre que murió súbitamente, quizás un hijo que

no creyó lo que le contaron. Lo cierto es que de allí en más, hubo quienes siguieron creyendo en el valor de las piedras y hubo también quienes cuestionaron esa vieja tradición. Pero nunca más, nadie se dio cuenta de la joya escondida...”

Macedonia 17

En este encuentro que hemos vivido en Salamanca ha ocurrido

igual que en el cuento: Todo son apenas algunas piedras. Hemos ido regalando piedras distintas a lo largo de estos tres días. Una piedra en cada encuentro, en cada oración, en cada taller, en cada fiesta, en cada juego, en cada reflexión, en cada compartir, en cada imagen. Os hemos ido ofreciendo una gran cantidad de piedras de diversos tamaños, valores. Todas ellas son diferentes e importantes.

Pero aunque las piedras hayan sido significativas, no son lo más importante. Éstas han sido entregadas sólo para señalar un lugar o un camino. Estas piedras señalan un auténtico tesoro, un diamante en bruto. Estás piedras nos marcan el tesoro, nos muestran a Jesús.

En este encuentro os hemos querido mostrar a Jesús, ya que él es lo esencial, el centro de toda la vida, de este encuentro de jóvenes.

El trabajo de buscar adentro, en lo profundo de cada experiencia vivida, el diamante que está escondido... es una tarea de cada uno de vosotros.

Esto es lo que os hemos querido mostrar en este encuentro

donde el centro de todo es Jesús. Buscadlo y veréis que es verdad.

EL BORDADO DE DIOS

Cuando yo era niño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella

tarde escuchaba la voz de mamá diciéndome:

y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando. Siendo yo pequeño, observaba el trabajo de mi mamá desde abajo, por eso siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos feos. Ella me sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía: “Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde arriba”. Me preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y porqué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba.

Más-“Hijo, ven y siéntate en mi regazo.”

Macedonia 18

Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver la hermosa flor o el bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo solo veía hilos enredados. Entonces mi mamá me decía:

-“Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo desde mi posición, que bello. ”

Muchas veces a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho: -“Padre, ¿qué estás haciendo?". Él responde: “Estoy bordando tu vida.” Entonces yo le replico: “Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos

parecen tan oscuros, ¿porqué no son más brillantes?” El Padre parecía decirme: “Mi niño, ocúpate de tu trabajo confiando en

Mí y un día te traeré al cielo y te pondré sobre mi regazo y verás el plan desde mi posición. Entonces entenderás...”

Tómate tu tiempo...

A veces, en nuestra vida, no vemos otra cosa que “hilos feos”, y no entendemos el por qué de los mismos.

Cuando esto nos ocurre reaccionamos con incomprensión, enfado, desconfianza…y buscamos continuamente una explicación. Quizá sea porque solo miramos el “bordado” desde abajo, y vemos los hilos enredados y no paramos de buscar una respuesta al porqué del enredo. Los que nos rodean a menudo ven el “bordado” desde otra perspectiva y son capaces de distinguir los hilos de colores vivos y Dios es capaz de crear un precioso bordado para ti contando con los hilos buenos y malos.

¿Serás capaz de caminar con la confianza en que algún día te sentará en su regazo y verás el plan que tiene para ti?

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