los crimenes de la calle morgue

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Edgar Allan Poe

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  • el ultimo poe.p65 30/03/2007, 14:521

  • PRESIDENCIA DE LA NACIN

    Dr. Nstor Kirchner

    MINISTERIO DE EDUCACIN, CIENCIA Y TECNOLOGA

    Lic. Daniel Filmus

    SECRETARA DE EDUCACIN

    Lic. Juan Carlos Tedesco

    SECRETARA DE POLTICAS UNIVERSITARIAS

    Dr. Alberto Dibbern

    SUBSECRETARA DE EQUIDAD Y CALIDAD

    Lic. Alejandra Birgin

    SUBSECRETARA DE PLANEAMIENTO EDUCATIVO

    Lic. Osvaldo Devries

    DIRECCIN NACIONAL DE GESTIN CURRICULAR

    Y FORMACIN DOCENTE

    Lic. Laura Pitman

    DIRECCIN NACIONAL DE INFORMACIN

    Y EVALUACIN DE LA CALIDAD EDUCATIVA

    Lic. Marta Kisilevsky

    COORDINACIN DE REAS CURRICULARES

    Lic. Cecilia Cresta

    COORDINACIN DEL PROGRAMA DE

    APOYO AL LTIMO AO DEL NIVEL SECUNDARIO

    PARA LA ARTICULACIN CON EL NIVEL SUPERIOR

    Lic. Vanesa Cristaldi

    COORDINACIN DEL PLAN NACIONAL DE LECTURA

    Dr. Gustavo Bombini

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  • EDGAR ALLAN POE

    LOS CRMENES DE LACALLE MORGUE Y OTROS

    CUENTOS

    MINISTERIO DE EDUCACIN, CIENCIAY TECNOLOGA DE LA NACIN

    MATERIAL PARA EL PROGRAMA APOYO ALLTIMO AO DE LA SECUNDARIA PARA LAARTICULACIN CON EL NIVEL SUPERIOR

    PLAN NACIONAL DE LECTURA

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  • Poe, Edgar AllanLos crmenes de la calle morgue y otros cuentos - 1a ed. -

    Buenos Aires : Eudeba, 2007.160 p. ; 20x14 cm. (Libros para siempre)Traducido por: Marcela A. TestadiferroISBN 978-950-23-1349-81. Narrativa Estadounidense. I. Marcela A. Testadiferro,

    trad. II. Ttulo

    CDD 813

    2006, Ministerio de Educacin, Ciencia y Tecnologa de la Nacin

    Realizacin editorial:Editorial Universitaria de Buenos AiresSociedad de Economa MixtaAv. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos AiresTel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2022www.eudeba.com.ar

    Seleccin biografa y prlogo: Pablo CastilloTraduccin: Marcela Testadiferro

    Diseo de interior: Vernica ChamorroDiseo de tapa: Estudio mtresFoto de tapa: Silvina Piaggio

    ISBN 978-950-23-1349-8Impreso en la ArgentinaHecho el depsito que establece la ley 11.723

    No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni sualmacenamiento en un sistema informtico, ni su transmisin en cual-quier forma o por cualquier medio, electrnico, mecnico, fotocopias

    u otros mtodos, sin el permiso previo del editor.

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 5

    BIOGRAFA

    Hijo de un matrimonio de actores ambulantes, Edgar Poenace en Boston el 19 de enero de 1809. Poco se sabe del padre:muere o lo abandona a los pocos meses; por su parte, lamadre lo deja definitivamente hurfano un par de aos des-pus. La decisin de la familia de John Allan, un rico comer-ciante de Richmond (Virginia), de recibirlo en su hogar lo rescatade un inevitable recorrido por orfanatos, aunque le reservauna larga serie de humillaciones y pesares. De hecho, Poe nun-ca fue adoptado legalmente y en definitiva slo hered de sututor el apellido. Su condicin familiar no fue su nica ambi-gedad: toda su vida, aun en las largas pocas de miseria ex-trema, se consider un conservador, elitista y partidario de laesclavitud, es decir, un perfecto caballero sureo; pero al mis-mo tiempo el folklore negro, abundante en muertos vivos, fan-tasmas y ritos, lo dotaron tempranamente de un importantematerial que desarrollar en algunos de sus mejores cuentos.

    Entre 1815 y 1820 viaj con su familia por Escocia patria deJohn Allan e Inglaterra. Apenas retorna a Richmond, comien-za a escribir poemas, la mayora de ellos dedicados al primereslabn de una larga cadena de amores malogrados: HelenStanard que enloquece y muere al poco tiempo.

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  • Edgar Allan Poe6

    A los dieciocho aos ingresa a la universidad de Virginia,donde se destaca como excelente alumno, psimo tahr yprometedor bebedor. Allan se niega a sufragar el tren de vidaque pretende llevar Edgar que, por cierto, era el habitual de loshijos de la aristocracia que frecuentaban esa universidad y, comoresultado de este conflicto que se repetira hasta el hartazgo, eljoven abandona los estudios. En 1827 publica annimamentesu primer libro: Tamerln y otros poemas. Dos aos despus,la muerte de su amada madre adoptiva, Frances Allan, acentael distanciamiento con su padrastro que alcanzar el grado deruptura cuando ste vuelva a casarse. Las inditas urgenciaseconmicas lo obligan a enrolarse en el ejrcito con un nombrefalso y durante algn tiempo vegeta en esa atmsfera dereconocida mediocridad hasta que ingresa a la academia militarde West Point de donde es puntualmente expulsado porincumplimiento del deber. De esos aos es su segundo libro AlAaraaf que comparte con su antecesor la inclinacin por loromntico y su nula repercusin.

    En Baltimore se encuentra con su ta Mara Clemm, queocupar hasta su muerte el rol de madre y protectora a pesarde la pobreza en que vive. En ese ambiente redacta en 1832su primer cuento: Metzengerstein y los poemas Israfel, AHelena y Lenore.

    Un premio, obtenido en 1833 por Manuscrito hallado en unabotella, le permite relacionarse con varias revistas literarias deFiladelfia y Nueva York que no tardan en solicitarle colaboracio-nes, bastantes mal pagas, en donde va perfilando sus innovadorasconcepciones acerca de la estructura del cuento y la poesa almismo tiempo que practica una cida labor de crtico literario conla que conquist alguna fama y demasiados enemigos.

    En 1836 se casa con su joven prima Virginia Clemm, y, juntoa su inseparable ta y flamante suegra, vivirn un srdido pere-

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 7

    grinaje por distintas ciudades, alternando la redaccin de susmejores obras y el consiguiente crecimiento de su notoriedadcon etapas de depresin, borracheras y consumo de opio. Bajoel ttulo Cuentos de lo grotesco y de lo arabesco, rene en 1840alguno de sus relatos ms logrados como La cada de la casaUsher, William Wilson, Ligeia. Un par de aos antes, habapublicado su nica novela, Las aventuras de Arthur Gordon Pym.Su talento como editor literario, tarea que desempea entre 1841y 1842, convierte a la revista Grahams Ladys and GentlemansMagazine en la ms vendida de todo el sur estadounidense y leotorga, adems, el privilegio de ver publicado en sus pginasLos crmenes de la calle Morgue, considerado el primer expo-nente del relato policial moderno y analtico. Este perodo deextraordinaria de fecundidad alcanza su cima con la publicacinde El Cuervo (1845), extenso y melanclico poema que vio laluz luego de obsesivas reescrituras.

    La muerte de su esposa en 1847 lo aleja de una ficticia vidanormal y lo aproximan definitivamente al alcohol y las subs-tancias alucingenas: comienza a transitar el ltimo y ms pe-noso acto de su vida que, sin embargo, no le impide escribir yalcanzar a ver publicado Eureka (1848), extrao ensayo en elque, sin fundamento cientfico alguno, ofrece al lector su parti-cular cosmovisin y en el que algunos creen ver ciertas asom-brosas intuiciones como la del Big Bang como origen delUniverso en expansin.

    Lo que resta de su vida es territorio ms propio de la leyendaque de la certeza: al parecer tuvo dos intentos de casamiento yuno de suicidio, se multiplican las borracheras, escribe su ltimogran cuento, Hop-Frog, realiza varios viajes y finalmente recalaen Baltimore donde, se dice, es obligado a participar en unavieja prctica de vida electoral yanqui que consiste en reclutarebrios y adictos para forzarlos a que voten varias veces a un

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    mismo partido. Es encontrado inconsciente en un tugurio,trasladado a un hospital y, tras cinco das de agona en los queclama por Reynolds, el explorador que le haba inspiradoalgunos pasajes de Arthur Gordon Pym, muere el siete deoctubre de 1849 a los cuarenta aos.

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    PRLOGO DE LA OBRA

    Hasta la tercera dcada del siglo XIX, la literatura norte-americana era una desvada mezcla de puritanismo,pragmatismo y panfleto poltico. Sin embargo, el creciente po-dero econmico y la poltica expansionista de los EstadosUnidos, en constante aumento desde la Declaracin de Inde-pendencia en 1776, necesita de un correlato en el terreno cul-tural que le permita contar con una identidad unificadora quela distinga de la vieja metrpoli britnica. El auge de las revistasliterarias contribuirn en gran medida al desarrollo de esteproyecto y hacia 1830 se verifica un llamativo desarrollo de laindustria editorial. Una de ellas, la revista Saturday Courier,publica en 1832 el relato Metzengerstein de un tal Edgar AllanPoe. La pequea suma que cobra el joven autor es un modali-dad recientemente establecida por estas publicaciones para res-ponder a la creciente demanda de un pblico vido por conocera los autores nacionales. No obstante, es oportuno sealaruna de las abundantes singularidades de Edgar Allan Poe: sibien se erigi en el primer escritor norteamericano de alcancenacional, su obra contiene una clara impronta europea y noes casual que uno de sus primeros exegetas haya sido el poe-ta francs Charles Baudelaire.

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    Aunque es bien sabido que Poe siempre se consider antetodo un poeta, su reconocimiento y, debemos aclarar, su prin-cipal fuente de subsistencia, se debe a lo que en ingls se de-nomina short stories y que en espaol traducimos como cuento.Poe tal vez sea el primero de los escritores modernos que sepermite reflexionar sobre la elaboracin consciente de la escri-tura. En una clebre resea, aparecida en 1842, dedicada a sucompatriota Nathaniel Hawthorne, consuma un verdadero tra-tado sobre las rasgos caractersticos que, a su entender, debeposeer un cuento. El concepto principal es el de la unidad deefecto; nos dice: Un hbil artista literario ha construido unrelato. Si es prudente, no habr elaborado sus pensamientospara ubicar los incidentes, sino que, despus de concebir cui-dadosamente cierto efecto nico y singular, inventar los inci-dentes, combinndolos de la manera que mejor lo ayuden alograr el efecto preconcebido. Esa unidad de efecto slo eseficaz cuando logra fundirse con la brevedad del relato y de aha que caracterice a la novela como un gnero inconvenientepuesto que como no puede ser leda de una sola vez, se veprivada de la inmensa fuerza que se deriva de la totalidad.Poe ubica al cuento en un escaln apenas ms bajo que el de lapoesa y afirma que cumple el mismo papel pero en su propiocampo, el de la prosa.

    Poe parece ser uno de esos genios que, muy a su pesar, dantestimonio del desarreglo del mundo; sus relatos son la mejorprueba: formalmente impecables, casi diramos matemticos,su sustancia es la sinrazn y el desorden de la condicin huma-na. En la mayora de sus mejores cuentos escribi casi seten-ta podemos observar algunos denominadores comunes: elhombre arrastrado a un destino trgico, la incapacidad de rebe-larse ante fuerzas superiores (Manuscrito hallado en una

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    botella), los procesos de degradacin personal que inevita-blemente terminan en el hundimiento y la locura (El gato ne-gro, El corazn delator), la obsesin con la muerte al puntode convertirla, en sus distintas modalidades accidental, natu-ral, asesinato en un eje de su produccin (La mscara de laMuerte Roja, Los hechos del caso de M. Valdemar, El barrilde amontillado). En sus narraciones analticas (Los crme-nes de la calle Morgue, La carta robada), que comparten conlas dems una implacable razn del horror, encontramos, sinembargo, elementos distintivos el suspenso, la invencin declimas, la razn instrumento para arribar a la solucin del enig-ma que sentarn los cimientos para uno de los gneros mspopulares del siglo XIX y XX: la novela policial.

    Lovecraft, Kafka, Verne, Baudelaire son slo algunos de losescritores que admiten su deuda con Poe y esta enumeracin,aunque incompleta, alcanza, no obstante, para verificar la fe-cunda influencia del autor de El cuervo en diversos territo-rios de la literatura moderna.

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  • ANTOLOGA

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos

    Los crimenes de la calle

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    MANUSCRITO HALLADOEN UNA BOTELLA

    De mi pas y de mi familia tengo poco que decir. Los malostratos y el paso de los aos me han apartado de uno y hechoextrao del otro. La riqueza hereditaria me proporcion unaeducacin fuera de lo comn y un sesgo contemplativo de mimente me permiti ordenar lo que haba almacenado muy dili-gentemente en mis primeros estudios. Sobre todas las cosas, elestudio de los moralistas alemanes me proporcionaba mayordeleite, no porque admirara equivocadamente su elocuente lo-cura, sino por la facilidad con que mis hbitos de pensamientoriguroso me permitieron detectar sus falsedades. A menudo seme ha reprochado la aridez de mi genio; se me ha imputadouna imaginacin deficiente como si fuera un crimen, y el es-cepticismo de mis opiniones me ha hecho notorio siempre. Enverdad, un gusto potente por la filosofa fsica ha teido, metemo, mi mente con un error muy comn de esta poca; estoyhablando del hbito de relacionar lo que ocurre, incluso lo

    Qui na plus quun moment vivreNa plus rien dissimuler1

    (Quinault, Atys)

    1. Quien no tiene ms que un momento para vivir no tiene nada que disimular.

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  • 16 Edgar Allan Poe

    menos susceptible de tal relacin, con los principios de esaciencia. Por todo esto, nadie puede ser menos susceptible queyo a salirse de los recintos de la verdad a causa de los ignesfatui.2 He credo conveniente presentar esto como premisa, paraque el cuento increble que debo contar no sea consideradoms el delirio de una cruda imaginacin, que la experienciapositiva de una mente para la cual los ensueos de la fantasahan sido una letra muerta y una nulidad.

    Despus de muchos aos pasados en un viaje por el ex-tranjero, zarp en el ao 18... del puerto de Batavia, en la islarica y populosa de Java para hacer una travesa por el archi-pilago de las islas Sunda. Fui como pasajero, sin tener otromotivo que una suerte de desasosiego nervioso que me per-segua como un demonio.

    Nuestro buque era un barco hermoso de casi cuatrocientastoneladas, recubierto de cobre, y construido en Bombay conteca de Malabar. Estaba cargado de algodn en rama, y aceitede las islas Laquedivas. Tenamos tambin a bordo fibra decoco, azcar de palma, aceite de manteca clarificada, cocos yalgunas cajas de opio. El almacenaje se haba hecho torpemen-te, y el buque, en consecuencia, iba mal lastrado.

    Nos pusimos en camino con un simple soplo de viento ydurante muchos das estuvimos en la costa oriental de Java, sinotro incidente para entretener la monotona de nuestro rumboque el encuentro ocasional con pequeos atracaderos del ar-chipilago al cual estbamos limitados.

    Una tarde, apoyado sobre el coronamiento, observ una nubemuy singular, aislada, hacia el noroeste. Era notable tanto porsu color como por ser la primera que haba visto desde nuestrapartida de Batavia. La vigil atentamente hasta la cada del sol,

    2. Ignes fatui: fuegos fatuos.

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    momento en que de pronto se extendi de este a oeste,cindose en el horizonte como una tira angosta de vapor, ysemejando una larga lnea de costa baja. Mi atencin prontofue atrada por la apariencia morada de la luna y el aspectopeculiar del mar. Este ltimo estaba experimentando un cam-bio sbito, y el agua pareca ms transparente que lo habitual.Aunque poda distinguir claramente el fondo, cuando levantla sonda descubr que el barco estaba a quince brazas. Enton-ces el aire se hizo intolerablemente caliente y se llen de hu-mos espiralados, similares a los que despide el hierro candente.Cuando lleg la noche, cada soplo de viento feneci, y es im-posible concebir una calma ms completa. La llama de la bujaarda en la popa sin el menor movimiento perceptible, y uncabello largo, sostenido entre el ndice y el pulgar, colgaba sinposibilidad de detectar ninguna vibracin. Sin embargo, comoel capitn dijo que no poda percibir ninguna indicacin depeligro, y como estbamos siendo arrastrados hacia la costapor el peso, orden que aferraran las velas y echaran el ancla.No se dispuso ninguna custodia, y la tripulacin, que princi-palmente estaba compuesta por malayos, se tendi sobre lacubierta. Baj, no sin un presentimiento de algo malo. En ver-dad, todas las apariencias me garantizaban la malicia de unsimn.3 Le cont al capitn mis miedos, pero no prest aten-cin a lo que dije y me dej sin dignarse a darme una respues-ta. Sin embargo, mi intranquilidad me impeda dormir, y casi amedianoche fui a cubierta. Cuando puse mi pie sobre el ltimopeldao de la escala de toldilla, fui sorprendido por un sonidofuerte y zumbador, parecido al que es ocasionado por la revo-lucin veloz de una rueda de molino, y antes de que pudiera

    3. En realidad, el simn es un viento abrasador propio de los desiertos de Arabia yfrica. Poe lo utiliza como sinnimo de huracn.

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  • 18 Edgar Allan Poe

    averiguar su significado, descubr al barco estremecindose ensu centro. Al instante siguiente, una inmensidad de agua yespuma nos hizo ladear y, pasando sobre nosotros de una puntaa la otra, barri todas las cubiertas desde la proa hasta la popa.

    La furia extrema de la rfaga fue en gran medida la salvacindel barco. Aunque se llen de agua por completo, y aun cuandosus mstiles se haban ido por la borda, despus de un minuto,se levant pesadamente del mar y, tambalendose un poco bajola presin inmensa de la tempestad, finalmente se enderez.

    Imposible me sera decir por qu milagro escap de la muer-te. Sacudido por el golpe del agua, me hall, al recobrarme,atorado entre el codaste4 y el timn. Con gran dificultad conse-gu ponerme de pie y al mirar vertiginosamente a mi alrededor,en principio fui asaltado por la idea de que estbamos entrerompientes por el carcter terrorfico, que exceda la imagina-cin ms salvaje, de la vorgine de ocano montaoso y espu-moso dentro del cual estbamos atrapados. Despus de un rato,o la voz de un viejo sueco que haba embarcado con nosotrosen el momento de zarpar del puerto. Lo llam con toda mi fuer-za y vino entonces tambalendose desde la popa. Pronto des-cubrimos que ramos los nicos sobrevivientes del accidente.Todos los que estaban en cubierta, con excepcin de nosotros,haban cado por la borda; el capitn y los pilotos debieronhaber perecido mientras dorman porque sus camarotes esta-ban inundados. Sin ayuda, poco podamos esperar hacer porla seguridad del barco, y al principio nuestros esfuerzos fueronparalizados por la expectativa momentnea de que bamos ahundirnos. Por supuesto, nuestras amarras se haban partidocomo hilo de empaque con el primer soplo del huracn, ya que

    4. Codaste: Madero grueso puesto vertical que se ubica sobre el extremo dela quilla inmediato a la popa.

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 19

    de no ser as, instantneamente nos hubiramos sumergidos.Nos deslizbamos por el mar con pavorosa velocidad y el aguahaca oleaje sobre nosotros. La estructura de la popa estabamuy destrozada y, aunque en casi todas partes habamos teni-do daos considerables, descubrimos, con alborozo, que lasbombas no estaban ahogadas y que nuestro lastre no se habamovido demasiado. La furia principal de la rfaga ya haba so-plado y temamos pocos peligros de la violencia del viento;pero preveamos con desesperacin su cese total, porque crea-mos que en nuestra condicin ruinosa, inevitablemente pere-ceramos en una marejada que sobreviniera. Pero esta aprensinno pareca pronta a verificarse de ningn modo. Durante cincodas y noches completos, en los cuales nuestra subsistenciadependi de una pequea cantidad de azcar de palma quenos procuramos con gran dificultad del castillo de proa, el cas-co se desliz a una velocidad que desafiaba todo clculo, antelas sucesivas oleadas de viento, que sin igualar la violenciaprimera del simn, eran incluso ms terrorficas que cualquiertempestad con la que me hubiese topado antes. Durante losprimeros cuatro das nuestro rumbo fue, con insignificantesvariaciones, sudeste hacia el sur; y debimos haber estado nave-gando hacia la costa de Nueva Holanda. Al quinto da el fro sehizo extremo, aunque el viento se haba variado un punto mshacia el norte. El sol sali con un brillo amarillo mrbido, ytrep muy pocos grados sobre el horizonte, sin emitir una luzdecisiva. No haba nubes visibles, aunque el viento estaba au-mentando y soplaba con una furia espasmdica e inestable. Cercade lo que suponamos era el medioda, nuestra atencin otravez fue captada por la apariencia del sol. No emita luz propia-mente dicha sino un brillo opaco y sombro sin reflejo, como sisus rayos estuvieran polarizados. Justo antes de hundirse en elmar turgente, sus fuegos centrales de pronto desaparecieron,

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  • 20 Edgar Allan Poe

    como extinguidos por algn poder inexplicable. Era un aro bo-rroso y plateado cuando se hundi en el ocano impenetrable.

    Esperamos en vano la llegada del sexto da, que para m noha llegado an, y para el sueco no lleg nunca. De ah en ade-lante estuvimos amortajados en una oscuridad tan negra queno podramos haber visto un objeto a veinte pasos del barco.La noche eterna continu envolvindonos, sin el alivio de labrillantez fosforescente del mar a la que estbamos acostum-brados en los trpicos. Observamos tambin que, aunque latempestad continuaba bramando con imbatible violencia, yano se poda descubrir la presencia habitual de oleaje o espu-ma, que hasta entonces nos acompaaba. Todo alrededor erahorror, densa lobreguez y un desierto negro y sofocante debano. El terror supersticioso invadi gradualmente el espritudel viejo sueco y mi propia alma estaba envuelta en una mudaperplejidad. Desdeamos todo cuidado del barco, por conside-rarlo intil, y nos afirmamos lo mejor posible al palo de lamesana, mirando amargamente el mundo del ocano. No te-namos medios de calcular el tiempo, ni podamos formarnosninguna conjetura de nuestra ubicacin. Sin embargo, estba-mos seguros de haber avanzado ms al sur que cualquier nave-gante previo, y nos sentamos muy asombrados de noencontrarnos con los impedimentos usuales del hielo. Mien-tras tanto, cada momento amenazaba con ser el ltimo, cadaoleada montaosa se precipitaba a hundirnos. La marejadasobrepasaba lo imaginable, y es un milagro el hecho de queno estuviramos sepultados instantneamente. Mi compaerohablaba de la liviandad de nuestra carga y me recordaba lasexcelentes cualidades de nuestro barco; pero yo no poda evi-tar sentir la completa inutilidad de la esperanza misma, y meprepar ttricamente para la muerte que pens que no podadiferirse ms de una hora, porque con cada avance que el bar-

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 21

    co haca, la creciente de las aguas negras y estupendas se hacams funestamente aterradora. A veces jadebamos para respi-rar a una altura mayor a la del albatros, a veces sentamos vr-tigo por la velocidad de nuestro descenso a algn infierno deagua, donde el aire se estancaba y ningn sonido molestaba eldormitar del kraken.5

    Estbamos en el fondo de uno de esos abismos, cuando unsbito grito de mi compaero estall temiblemente en la noche.

    Mire! Mire! grit chillando en mis odos Dios Todo-poderoso! Mire! Mire!

    Mientras hablaba, vi que el resplandor opaco y sombro deuna luz roja, que emerga por los costados de la vasta grieta endonde yacamos, arrojaba su brillantez incierta sobre la cubierta.Echando una ojeada hacia arriba, contempl un espectculo quehel mi corriente sangunea. A una altura terrorfica directamen-te sobre nosotros, y sobre el preciso borde del descenso precipi-toso, estaba suspendido un barco gigantesco de cuatro miltoneladas quizs. Aunque se alzaba sobre la cumbre de una olacien veces mayor a su propia altura, su tamao visible exceda elde cualquier barco de lnea o de la Compaa de Indias existen-te. Su inmenso casco era de un negro oscuro y sin brillo, sin lasentalladuras acostumbradas en los barcos. Una sola hilera decaones de bronce sobresala por sus portillas abiertas, y desdesus superficies pulidas se lanzaban los fuegos de una batera deluces interminables, que iban hacia adelante y hacia atrs res-pecto de su jarcia. Pero lo que principalmente me inspiraba ho-rror y sorpresa era que se sostena a fuerza de vela a despechode ese mar sobrenatural y de ese huracn ingobernable. Alprincipio cuando lo descubrimos, slo se vean sus amuras,6

    5. Kraken: monstruo marino del folclore nrdico, similar a un calamar gigante.6.Amuras: costados del buque donde ste empieza a estrecharse para formarla proa.

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  • 22 Edgar Allan Poe

    mientras se elevaba lentamente de la vorgine horrible y turbiaque estaba ms all. Durante un momento de terror intenso sedetuvo sobre una cumbre voluble, como si contemplara su pro-pia sublimidad, y luego se tambale, vacil y se vino abajo.

    En ese instante, no s qu repentino dominio de mi mismosobrevino en mi espritu. Trastabillando hacia la popa lo msrpido posible, esper sin temor la ruina que iba a hundirnos.Nuestro propio buque haba cesado finalmente sus forcejeos yse hunda de cabeza en el mar. El golpe de la masa que descen-da le peg por ende en la parte de su estructura que ya estababajo el agua y el resultado inevitable fue arrojarme, con violen-cia irresistible, sobre la jarcia del barco extrao.

    Cuando ca, el barco se sostuvo y vir; y a la confusinque sobrevino atribu el hecho de no ser notado por la tripu-lacin. Poco trabajo me cost escabullirme sin ser percibidohasta la escotilla principal, que estaba abierta parcialmente, ypronto hall oportunidad de esconderme en la bodega. Nopuedo decir por qu hice eso. Una sensacin indefinible depavor, que apres mi mente desde la primera visin de losnavegantes del barco, fue quizs el motivo de que me oculta-ra. No tena voluntad de confiarme a una raza de personasque me haban ofrecido, en la mirada precipitada que les ha-ba dado, tantos puntos de novedad, duda y aprensin incier-tas. Por ende, consider apropiado urdir un escondite en labodega. Esto lo logr sacando una pequea parte del falsobordaje, de manera tal de hacerme un refugio convenienteentre las cuadernas7 inmensas del barco.

    7. Cuadernas: piezas curvas cuya base encaja en la quilla del buque y desdeall arrancan a derecha e izquierda, formando como las costillas del casco delbarco.

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    Apenas haba completado mi labor, cuando unos pasos enla bodega me obligaron a usarlo. Un hombre pas junto allugar donde me esconda con paso dbil e inestable. No pudever su rostro pero tuve oportunidad de observar su aparienciageneral. Haba en ella evidencia de vejez y enfermedad. Susrodillas se tambaleaban con el peso de los aos y su estructurantegra temblaba debajo de esa carga. Murmuraba para s, enun tono bajo y quebrado, algunas palabras de un idioma queno pude comprender y buscaba a tientas en un rincn entre uncmulo de instrumentos de aspecto muy singular y decrpitascartas de navegacin. Su gesto era una mezcla salvaje entre elmalhumor de la segunda infancia y la dignidad solemne de unDios. Finalmente se fue a la cubierta y no lo vi ms.

    *Un sentimiento imposible de nombrar ha tomado posesin

    de mi alma. Una sensacin que no admitira anlisis, para lacual los saberes de los tiempos pasados son inadecuados, ypor la que temo, el futuro mismo no me dar ninguna pista.Para una mente constituida como la ma, esta ltima considera-cin es una perversidad. Nunca, s que nunca estar satisfechorespecto de la naturaleza de mis concepciones. Aunque no esnada maravilloso que tales concepciones sean indefinibles,porque tienen origen en fuentes completamente nuevas. Unnuevo sentido, una nueva entidad se ha sumado a mi alma.

    *Hace mucho que pis por primera vez la cubierta de este bar-

    co terrible y los rayos de mi destino, creo, estn congregndoseen un foco. Hombres incomprensibles! Envueltos en meditacio-nes que no puedo adivinar, pasan a mi lado sin notarme. Ocul-

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  • 24 Edgar Allan Poe

    tarme es perfectamente tonto de mi parte, porque las personasno me vern. Hace apenas un instante pas directamente antelos ojos del piloto, no hace mucho que me aventur a ingresaren el camarote privado del capitn, y tom de all los materia-les con los cuales escribo y he escrito. Continuar de vez encuando este diario. Es verdad que puedo no tener la oportuni-dad de transmitirlo al mundo, pero no dejar de hacer el es-fuerzo. En el momento final pondr el manuscrito en una botellay lo echar al mar.

    *

    Ha ocurrido un incidente que me ha dado una nueva opor-tunidad para meditar. Esas cosas son obra de un azar ingober-nable? Me atrev a ir a cubierta y me he tirado al suelo, sinllamar la atencin, entre un cmulo de rebenques y velas vie-jas, en el fondo de un bote. Mientras meditaba sobre la singula-ridad de mi destino, inconscientemente untaba con una brochade brea los bordes de una arrastradera8 primorosamente plega-da que yaca a mi lado sobre un barril. La arrastradera ahora seinclina sobre el barco y los toques irreflexivos de la brocha hanformado la palabra DESCUBRIMIENTO.

    ltimamente he hecho muchas observaciones sobre la es-tructura de este buque. Aunque est bien armado, no es unbarco de guerra, segn creo. Su jarcia, su construccin y suequipamiento general niegan una suposicin de este tipo. Loque no es, puedo percibirlo fcilmente; lo que es me resultaimposible decirlo. No s cmo pero, al examinar su extraomodelo y la forma singular de sus vergas, su inmenso tamao y

    8. Arrastradera: ala del trinquete.

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 25

    el abultado conjunto de velas, su proa alarmadoramente simpley su popa anticuada, ocasionalmente relampaguea en mi menteuna sensacin de cosas familiares, y siento siempre, mezcladacon sombras confusas del recuerdo, una remembranza inexpli-cable de las viejas crnicas extranjeras y de pocas remotas.

    *

    He estado mirando las cuadernas. Estn construidas de unmaterial que me es extrao. Hay un rasgo peculiar en la made-ra que me desconcierta por ser inapropiada para el propsitopara el cual ha sido aplicada. Me refiero a su porosidad extre-ma, considerada independientemente de su predisposicin paraser carcomida como consecuencia de la navegacin en estosmares, adems de la podredumbre debida a su vejez. Quizsparecer una observacin demasiado curiosa, pero esta made-ra tiene todas las caractersticas de la encina espaola, si laencina espaola fuera dilatada por medios artificiales.

    Leyendo la frase anterior vino a mi mente el recuerdo de uncurioso apotegma de un viejo navegante holands curtido porla intemperie. Esto es tan seguro estaba acostumbrado adecir cuando se albergaba alguna duda sobre su veracidad,como que hay un mar donde el barco mismo crecer en volu-men como el cuerpo viviente del marino.

    Hace casi una hora, tuve la osada de meterme entre un gru-po de tripulantes. No me prestaron atencin y, aunque me paren medio de ellos, parecan totalmente inconscientes de mi pre-sencia. Como el que haba visto por primera vez en la bodega,todos cargaban con las marcas de una vejez encanecida. Susrodillas temblaban por la enfermedad; sus hombros seencorvaban por la decrepitud; sus pieles marchitas rechinaban

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    con el viento; sus voces eran bajas, trmulas y quebradas; susojos brillaban por el reuma de los aos; y sus cabellos grisesflotaban terriblemente en la tempestad. Alrededor de ellos, encada parte de la cubierta, haba instrumentos matemticos dis-persos de la ms obsoleta y arcaica construccin.

    *

    Mencion hace un tiempo la inclinacin de una arrastrade-ra. Desde ese momento, el barco, empujado por el viento, hacontinuado su curso terrorfico rumbo al sur, con todos los lien-zos empaquetados desde los vertellos9 y botavaras10 hasta lasarrastraderas de botaln ms bajas, mientras que a cada mo-mento los penoles11 de sus juanetes12 se enrollaban en el msaterrador infierno de agua que pueda imaginarse la mente deun hombre. Recin he dejado la cubierta, donde me resultimposible mantenerme en pie, aunque la tripulacin parecetener pocos inconvenientes. Me parece un milagro de milagrosque nuestro enorme bulto no sea tragado de una vez y parasiempre. Seguramente estamos condenados a revolotear conti-nuamente sobre el borde de la Eternidad, sin tener una zambu-llida final en el abismo. Entre oleadas mil veces ms estupendasque cualquiera que he visto, nos deslizamos con la facilidadde la gaviota; y las aguas colosales alzan sus cabezas sobrenosotros como demonios de la profundidad, pero como demo-nios limitados a simples amenazas porque tienen la prohibi-cin de destruir. Me veo llevado a atribuir esta continua

    9. Vertello: bola de madera que ensartada con otras forman el racamento.10. Botavara: palo horizontal apoyado en el coronamiento de la popa.11. Penoles: extremos de las vergas.12. Juanetes: nombre del mastelero y de las velas que van sobre las gavias.

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    sobrevivencia a la nica causa natural que puede explicar talefecto. Debo suponer que el barco est bajo la influencia dealguna poderosa corriente, o una impetuosa resaca.

    *

    He visto al capitn cara a cara, en su propio camarote, pero,como lo esperaba, no me prest atencin. Aunque en aparien-cia y para un observador casual, no haba nada en l que nopueda decirse ms o menos de un hombre, lo mir con unsentimiento de reverencia y temor irreprimibles mezclados conuna sensacin de sorpresa. Su estatura es casi como la ma, esdecir, cinco pies y ocho pulgadas. Tiene una buena contexturafsica, que no es robusta ni llamativa por otra causa. Pero es lasingularidad de la expresin que impera en su rostro, es laevidencia intensa, maravillosa, aterradora de su vejez, tan com-pleta y tan extrema, lo que despierta ese sentimiento en miespritu, un sentimiento inefable. Su frente, aunque tiene po-cas arrugas, parece cargar con el sello de una mirada de aos.Sus cabellos grises son crnicas del pasado y sus ojos an msgrises son sibilas del futuro. El piso del camarote estabaprofusamente sembrado de extraos folios enganchados conhierro, instrumentos cientficos desgastados y cartas obsoletasy olvidadas. l apoyaba la cabeza sobre las manos y estudiabacon ojos inquietos y vehementes un papel que supuse era unamisin y que, de todas formas, llevaba la firma de un monarca.Murmur algo para s mismo, como hizo el primer marino quevi en la bodega, unas slabas bajas y malhumoradas de unalengua extranjera, y aunque de m estaba muy cerca, su vozpareci llegar a mis odos desde una milla de distancia.

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    *

    El barco y todo lo que hay en l estn imbuidos por elespritu de lo Antiguo. La tripulacin se desliza de un lado aotro como fantasmas de siglos sepultados; sus ojos tienenun significado ansioso e inquieto; y cuando sus dedos seatraviesan en mi camino recortados contra el brillo salvajede la batera de luces, me siento como nunca me he sentido,aunque toda mi vida he sido un traficante de antigedades yhe absorbido las sombras de las columnas cadas de Balbec,Tadmor y Perspolis, hasta que mi propia alma se ha con-vertido en una ruina.

    *

    Cuando miro alrededor me siento avergonzado de mis pri-meras aprensiones. Si temblaba por la rfaga que hasta aqunos acompa, he de horrorizarme ante una guerra de vientoy ocano, para los cuales las palabras tornado y simn sontriviales e intiles? Toda la vecindad inmediata del barco es laoscuridad de la noche eterna y un caos de agua sin espuma;pero casi a una legua a cada lado de nosotros, se pueden verindistinta y alternadamente estupendos terraplenes de hielo,estirndose hasta el cielo desolado y semejando ser las pare-des del universo.

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    *

    Como imagin, el barco est en una corriente; si puede darseapropiadamente ese apelativo a un flujo que, rugiendo y chi-llando junto al hielo blanco, truena hacia el sur con una veloci-dad semejante a la de las aguas que descienden en una catarata.

    *

    Presumo que concebir el horror de mis sensaciones estotalmente imposible; aunque la curiosidad de penetrar losmisterios de esas regiones espantosas predomina sobre midesesperacin y me reconciliar con el aspecto ms ominosode la muerte. Es evidente que nos precipitamos hacia unconocimiento excitante, un secreto que jams ser comunicadoy cuya obtencin implica la destruccin. Quizs esta corrientenos conduce al mismo Polo Sur. Es menester confesar que unasuposicin aparentemente tan descabellada tiene todas lasprobabilidades a su favor.

    *

    La tripulacin camina por la cubierta con paso inquieto ytrmulo; pero hay en sus semblantes una expresin ms biende esperanza ansiosa que de apata de la desesperacin.

    Mientras tanto, el viento sigue en popa y como tenemosuna multitud de velas, a veces el barco se eleva sobre el mar.Ah, horror de horrores! El hielo se abre de pronto a la dere-cha y a la izquierda, y estamos girando vertiginosamente, en

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    inmensos crculos concntricos, circundando una vez y otralos bordes de un anfiteatro gigantesco, cuyas paredes se pier-den en la oscuridad y en la distancia. Pero me queda pocotiempo para reflexionar sobre mi destino, los crculos rpida-mente se empequeecen, nos estamos sumergiendodemencialmente en las garras de una vorgine y, entre el ru-gido y el bramido, y el trueno del ocano y de la tempestad,el barco se estremece, oh Dios!, y se hunde.*

    * El Manuscrito hallado en una botella fue publicado originalmente en1831, y slo muchos aos despus conoc los mapas de Mercator, donde elocano es representado como una precipitacin en el Golfo Polar (nrdico)por cuatro desembocaduras, para ser absorbido en las entraas de la tierra; elmismo Polo est representado por una roca negra, que se alza a una alturaprodigiosa (nota del autor).

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    EL GATO NEGRO

    No espero ni solicito crdito para el salvaje aunque simplerelato que me dispongo a escribir. Estara verdaderamente locosi lo esperara, cuando mis propios sentidos rechazan su evi-dencia. Sin embargo, loco no estoy, y, muy ciertamente, noestoy soando. Pero maana puedo morir y hoy quisieradescomprimir mi alma. Mi propsito inmediato es mostrar anteel mundo, llana, sucintamente y sin comentarios, una serie desimples eventos hogareos. En sus consecuencias, estos even-tos me han aterrorizado, me han torturado, me han destrozado.Sin embargo, no tratar de explicarlos. Si para m han sidohorribles; a otros les parecern menos terribles que barrocos.En el futuro, quizs, podr hallarse alguna mente que reduzcami fantasma a lugares comunes; alguna mente ms calma, mslgica y bastante menos excitable que la ma, que percibir enlas circunstancias que yo detallo con pavor, nada ms que unasucesin ordinaria de causas y efectos muy naturales.

    Desde mi infancia, me destaqu por la docilidad y humanidadde carcter. La ternura de mi corazn era tan ilustre que lleg aconvertirme en objeto de burla de mis compaeros. Yo era espe-cialmente aficionado a los animales, y mis padres me permitantener una gran variedad de mascotas. Con ellas yo pasaba la mayor

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    parte de mi tiempo, y nunca era tan feliz como cuando lasalimentaba y acariciaba. Esta particularidad de carcter creci conmi desarrollo, y, en mi adultez, yo obtena de eso, una de misprincipales fuentes de placer. A quienes han disfrutado el afectode un perro fiel y sagaz, casi no necesito explicarles la naturalezao la intensidad de gratificacin que de all se desprende. Hay algoen el amor desinteresado y abnegado de un animal que llegadirectamente al corazn de quien ha probado con frecuencia lafalsa amistad y la voluble fidelidad del hombre.

    Me cas tempranamente, y fui feliz de hallar en mi esposauna disposicin que no contrariaba la ma. Observando midebilidad hacia las mascotas domsticas, ella no perdi opor-tunidad de procurrmelas de las mejores especies. Tuvimospjaros, peces dorados, un perro fino, conejos, un mono pe-queo y un gato.

    Este ltimo era un animal notablemente grande y hermoso,totalmente negro, y de una sagacidad sorprendente. Hablandode su inteligencia, mi esposa, que en el fondo era algo supers-ticiosa, hizo frecuentes alusiones a una antigua nocin popularque consideraba a todos los gatos negros como brujas disfraza-das. No quiero decir que lo creyera seriamente, lo mencionosolamente por la simple razn de que, justo ahora, lo recuerdo.

    Plutn se era el nombre del gato era mi mascota favoritay mi compaero de juegos. Yo solo lo alimentaba y l me se-gua a cualquier lugar al que yo fuese de la casa. Incluso meresultaba difcil poder disuadirlo de que no me siguiese a tra-vs de las calles.

    Nuestra amistad dur, de este modo, varios aos, durantelos cuales mi temperamento general y mi carcter a travs de laintemperancia del demonio hubo experimentado me sonrojoal confesarlo una alteracin radical hacia lo peor. Me hice, daa da, ms taciturno, ms irritable, menos considerado de los

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    sentimientos de los otros. Me permit usar un lenguaje violentohacia mi esposa. Finalmente, incluso le ofrec violencia perso-nal. Mis mascotas, por supuesto, sintieron el cambio de mi dis-posicin. No slo las descuidaba, sino que las maltrataba. ParaPlutn, sin embargo, yo todava conservaba consideracin su-ficiente como para reprimirme de maltratarlo, en tanto que notena escrpulos para maltratar a los conejos, al mono, o inclu-so al perro, cuando, por accidente, o por afecto, se cruzaban enmi camino. Pero mi enfermedad se agrav porque qu enfer-medad es el alcohol! y finalmente incluso Plutn, que ahoraestaba envejeciendo, y consecuentemente estaba algo malhu-morado, comenz a experimentar los efectos de mi tempera-mento enfermo.

    Una noche, cuando regresaba a casa, de uno de mis rodeospor la ciudad, me pareci que el gato evitaba mi presencia. Loagarr; al temer mi violencia, infligi una delgada herida sobremi mano con sus dientes. La furia de un demonio instantnea-mente me posey. Ya no me conoc. Mi alma originaria, pare-ci, enseguida, tomar vuelo de mi cuerpo; y una maldad msque diablica, nutrida de gin, hizo estremecer cada fibra de miestructura. Tom del bolsillo de mi chaleco una navaja, la abr,apres a la pobre bestia por la garganta, y deliberadamente lesaqu uno de sus ojos de la cuenca! Me sonrojo, ardo, me estre-mezco, mientras escribo esta atrocidad infame.

    Cuando la razn regres con la maana cuando el sueohaba disipado los vahos de la lujuria de la noche experimen-t un sentimiento mitad de horror y mitad de remordimientopor el crimen del cual haba sido culpable; pero fue, en el mejorcaso, un sentimiento endeble y equvoco, y el alma permane-ci intacta. Otra vez me sumerg en el exceso, y pronto ahoguen el vino toda memoria del hecho.

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    Mientras tanto el gato lentamente se recuper. La cuenca delojo perdido presentaba, es cierto, una apariencia amedrentadora,pero pareca no sufrir ms ningn dolor. Iba por la casa usual-mente, pero, como era esperable, hua con extremo terror antemi proximidad. Me quedaba an bastante de mi antigua manerade ser, como para sentirme agraviado por la antipata evidentepor parte de la criatura que una vez me haba amado. Pero estesentimiento pronto dio lugar a la irritacin. Y luego vino, comopara mi ruina final e irrevocable, el espritu de la PERVERSI-DAD. La filosofa no toma en cuenta este espritu. Pero estoytan seguro de que mi alma vive, como lo estoy de que la perver-sidad es uno de los impulsos primitivos del corazn humano una de las facultades primarias indivisibles, o sentimientos, quedan direccin al carcter del hombre. Quin no se ha encon-trado a s mismo cometiendo una accin vil o necia, sin otrarazn que el saber que no debera hacerla? No tenemos unainclinacin perpetua, a despecho de nuestro mejor razonamien-to, de violar aquello que es Ley, simplemente porque lo enten-demos como tal? Este espritu de perversidad, como digo, trajomi ruina final. Fue este insondable anhelo del alma por vejarse,de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por el malmismo solamente, lo que me urgi a continuar y finalmenteconsumar la injuria que haba infligido a la inofensiva bestia.Una maana, a sangre fra, deslic un lazo alrededor de su cue-llo y lo colgu en la rama de un rbol; lo colgu con las lgrimasbrotando de mis ojos, y con el remordimiento ms amargo enmi corazn; lo colgu porque saba que me haba amado, y por-que senta que no me haba dado razn de ofensa; lo colguporque saba que haciendo eso estaba cometiendo un pecado un pecado mortal que arriesgara mi alma inmortal ponindola,si tal cosa fuera posible, incluso ms all del alcance de la infi-nita misericordia del ms misericordioso y terrible Dios.

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    La noche del da en que este hecho cruel fue cometido, fuidespertado del sueo por el crepitar del fuego. Las cortinas demi cama estaban en llamas. Toda la casa estaba ardiendo. Fuecon gran dificultad que mi esposa, un sirviente y yo mismohicimos nuestro escape de la conflagracin. La destruccin fuecompleta. Toda mi fortuna mundana fue devorada, y me resig-n desde entonces a la desesperacin. Estoy por encima de ladebilidad de buscar establecer una secuencia de causa y efectoentre el desastre y la atrocidad. Pero estoy detallando una ca-dena de hechos, y no deseo dejar incompleto ningn eslabn.Al da siguiente del incendio, visit las ruinas. Las paredes, conuna sola excepcin, se haban desmoronado. Esta excepcinera un bloque de pared, no muy grueso, que se eriga en lamitad de la casa, y contra el cual haba descansado la cabecerade mi cama. El revoque all haba resistido, en gran medida, laaccin del fuego, hecho que atribu a que recientemente habasido extendido. Alrededor de esa pared una densa multitudestaba reunida, y muchas personas parecan estar examinandouna porcin particular de ella con atencin minuciosa y vehe-mente. Las palabras extrao, singular y otras expresionessimilares excitaron mi curiosidad. Me acerqu y vi, como siestuviera grabado un bajorrelieve sobre la superficie blanca, lafigura de un gato gigante. La impresin estaba dada con unaexactitud verdaderamente maravillosa. Haba una soga alrede-dor del cuello del animal.

    Cuando en un principio contempl esta aparicin, porqueno poda considerarla otra cosa, mi sorpresa y mi terror fueronextremos. Pero finalmente la reflexin vino en mi auxilio. Elgato, record, haba sido colgado en el jardn adyacente a lacasa. Luego de la alarma de fuego, este jardn haba sido inme-diatamente cubierto por la multitud, por alguien que deberahaber sacado al animal del rbol y haberlo tirado a travs de

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    mi ventana abierta, dentro de mi cuarto. Probablemente esto sehaba hecho con vistas a despertar mi sueo. La cada de lasotras paredes haba comprimido a la vctima de mi crueldaddentro de la sustancia del revoque recin extendido; cuya cal,junto con las llamas y el amonaco del cadver, haba efectuadoluego el retrato que acababa de ver.

    Aunque de este modo prontamente rend cuentas a mi razn,no as a mi conciencia, porque el pasmoso hecho recin detalla-do no dej de hacer una profunda impresin en mi imagina-cin. Por meses no pude desembarazarme del fantasma del gato;y, durante este perodo, volvi a mi espritu esa mitad de senti-miento que pareca, pero no era, remordimiento. Incluso lamen-t la prdida del animal y me busqu, en los rodeos viles queahora habitualmente daba, otra mascota de la misma especie, yde apariencia un tanto similar, con la cual reemplazar su lugar.

    Una noche cuando me sent, medio estupefacto, en unaguarida algo ms que infame, mi atencin fue sbitamente cap-tada por un objeto negro, reposando sobre la parte superior deuno de los inmensos toneles de gin o de ron que constituanlos muebles principales del departamento. Yo haba estadomirando firmemente la cima de este tonel por algunos minutos,y lo que ahora me causaba sorpresa era el hecho de no haberpercibido antes el objeto que haba all arriba. Me acerqu y lotoqu con mi mano. Era un gato negro uno muy grande, tangrande como Plutn, e ntimamente semejante a l en todos losaspectos menos en uno. Plutn no tena pelo blanco sobreninguna porcin de su cuerpo; pero este gato tena una gran,aunque indefinida mancha de color blanco, cubriendo casi todala regin del pecho.

    Con mi contacto, l inmediatamente se levant, ronronesonoramente, se frot contra mi mano, y pareci deleitado conmi atencin. Entonces, sta era la criatura que haba estado

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    buscando. Enseguida ofrec comprrselo al dueo; pero estapersona me contest que ese gato no era suyo: no saba nadade l, ni nunca lo haba visto antes.

    Continu con mis caricias, y cuando me prepar para volvera casa, el animal revel disposicin para acompaarme. Le per-mit que as lo hiciera; ocasionalmente detenindome ypalmendolo cuando avanzaba. Cuando llegamos a casa lodomestiqu enseguida, y se convirti inmediatamente en el granpreferido de mi mujer.

    Por mi parte, pronto sent cierto desagrado hacia aquel ani-mal. Esto era justo lo contrario de lo que yo haba anticipado;pero sin saber cmo ni por qu su afecto evidente hacia mme disgustaba y me irritaba. Con lentos progresos, estos senti-mientos de disgusto e irritacin se elevaron hasta la amarguradel odio. Evitaba a la criatura; cierto sentido de vergenza yremembranza de mi primer hecho de crueldad, me prevena deabusar fsicamente de l. No lo golpe por algunas semanas nius otra clase de violencia con l; pero gradualmente muygradualmente llegu a mirarlo con una aversin inexpresabley huir silenciosamente de su odiosa presencia, como de unaliento de pestilencia.

    Lo que acrecent, sin duda, mi odio hacia la bestia, fue eldescubrimiento, la maana posterior a que lo traje a casa, deque, como Plutn, tambin haba sido privado de uno de susojos. Esta circunstancia, sin embargo, slo hizo que mi espo-sa quien como ya he dicho, posea en un alto grado esossentimientos humanitarios que una vez haba sido mi tratodistintivo, y la fuente de muchos de los placeres ms puros ysimples lo quisiese ms.

    Junto con mi aversin hacia el gato, sin embargo, su debili-dad hacia m pareca crecer. Segua mis pasos con una pertina-cia que sera difcil hacrsela comprender al lector. Dondequiera

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    que me sentara, l se agazapaba debajo de mi silla, o saltabasobre mis rodillas, cubrindome con sus odiosas caricias. Si yome incorporaba para caminar, l se meta entre mis pies y, deeste modo, casi me tiraba, o fijando sus largas y arqueadasuas en mi ropa, escalaba, de este modo, hasta mi pecho. Entales ocasiones, aunque deseaba destruirlo con un golpe, mereprima de hacerlo, en parte por la memoria de mi primer cri-men, pero principalmente permtanme confesarlo enseguidapor un pavor absoluto hacia la bestia.

    Este pavor no era exactamente pavor a la maldad fsica, aun-que debera estar perplejo al definirlo de otro modo. Estoy casiavergonzado s, incluso en esta celda de criminal, estoy casiavergonzado de que el terror y el horror que el animal me ins-piraba se hayan avivado por una de las quimeras ms purasque se puedan concebir. Mi esposa me haba llamado la aten-cin, ms de una vez, sobre el carcter de la mancha de peloblanco, la cual, como he dicho, constitua la nica diferenciavisible entre la extraa bestia y la que yo haba destruido. Ellector recordar que esta mancha, aunque larga, haba sidooriginalmente muy indefinida; pero, a travs de lentos progre-sos progresos casi imperceptibles, y por los cuales por un tiem-po prolongado mi razn luch por rechazarla como ilusoriahaba, finalmente asumido una distincin rigurosa de su con-torno. Era la representacin de un objeto que me estremezco alnombrarlo y por esto, por encima de todo, odi y tem, y mehubiera desembarazado del monstruo, si me hubiera atrevido;era ahora, como digo, la imagen de una cosa espantosa, de unacosa horrible, de la HORCA! Oh, funesta y terrible mquina delhorror y del crimen, de la agona y la muerte!

    Y entonces yo era verdaderamente desventurado, ms allde la desventura de la propia humanidad. Pensar que una bes-tia, cuyo semejante haba yo destruido desdeosamente, una

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 39

    bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en unhombre creado a imagen y semejanza de Dios! Cunta calami-dad intolerable! Ay! Ni un da ni una noche ms conoc labendicin del descanso! Durante el comienzo, la criatura nome dejaba ni un momento solo; y, ms tarde, sala yo a cadahora de sueos de pavor inexpresable para encontrar el alien-to caliente de la cosa sobre mi cara, y su vasto peso una encar-nada pesadilla que no tuve el poder de alejar inmersoeternamente sobre mi corazn!

    Bajo la presin de tormentos como stos, el dbil vestigiode bondad dentro de m sucumbi. Pensamientos malvadosconvirtieron a los mos ms ntimos en los ms oscuros y msmalvados de los pensamientos. La irritabilidad de mitemperamento usual creci hasta ser odio hacia todas las cosasy hacia toda la humanidad; mientras tanto, de las explosionessbitas, frecuentes e ingobernables de la furia a la cual ahora meabandonaba ciegamente, mi esposa, que jams protestaba, ay!,fue la ms usual y paciente de las vctimas.

    Un da ella me acompa, en una diligencia de la casa, alstano del viejo edificio que nuestra pobreza nos obligaba ahabitar. El gato me sigui escaleras abajo, y a punto estuvo detirarme cabeza a abajo, por lo cual me exasper hasta la locura.Levantando mi hacha, y olvidando, en mi clera, el pavor in-fantil que hasta ahora haba detenido mi mano, dirig un golpehacia el animal que, por supuesto, hubiera resultado instant-neamente fatal si hubiera descendido como yo lo deseaba. Peroeste golpe fue apresado por la mano de mi esposa. Incitado,por la interferencia, dentro de un furor ms que demonaco,retir mi brazo de su puo y sepult el hacha en su cerebro.Ella cay muerta al instante, sin un gemido.

    Cumplido este horrible asesinato me entregu inmediata-mente a la tarea de ocultar el cuerpo. Saba que no podra

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  • 40 Edgar Allan Poe

    sacarlo de la casa, ni de da ni de noche, sin el riesgo de serobservado por los vecinos. Muchos planes entraron en mi mente.En un momento, pens en cortar el cadver en fragmentos di-minutos, y destruirlos con fuego. En otro, resolv cavar unatumba en el piso del stano. Otra vez, deliber sobre tirarlo enel pozo del patio, o empaquetarlo en una caja, como si fueramercanca, con los preparativos usuales, y as conseguir unmandadero que se lo llevara de la casa. Finalmente, di con loque consider sobradamente el mejor recurso de cualquiera destos. Determin emparedarlo en el stano, tal como se diceque los monjes emparedaban a sus vctimas.

    Para un propsito como ste, el stano estaba bien adapta-do. Sus paredes estaban construidas flojamente, y recientementehaban sido revocadas en toda su extensin, con un revoquemal acabado, que la humedad de la atmsfera haba impedidoendurecer. Adems, en una de las paredes haba un saliente,causado por una falsa chimenea que haba sido rellenada, paraasemejarse al resto del stano. No dud que prontamente po-dra remover los ladrillos en ese lugar, introducir el cadver, yemparedar todo como antes, de modo que ningn ojo pudieradetectar nada sospechoso.

    Y en este clculo no me enga. Por medio de una palancafcilmente disloqu los ladrillos, y, habiendo depositado cui-dadosamente el cuerpo contra la pared interior, lo sostuve enesa posicin, mientras que, con alguna dificultad, recolocabala estructura total como se extenda originalmente. Habiendoobtenido argamasa, arena y fibras, con todas las precaucionesposibles, prepar un revoque que no poda distinguirse delantiguo, y con l muy cuidadosamente cubr el nuevo emplaza-miento de ladrillos. Cuando termin, me sent satisfecho deque todo estuviera en orden. La pared no presentaba la msleve apariencia de haber sido alterada. La basura del piso fue

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 41

    recogida con cuidado minucioso. Mir alrededor triunfalmente,y me dije Aqu, al menos, mi labor no ha sido en vano.

    Mi prximo paso fue buscar a la bestia que haba sido lacausa de tanta desdicha; porque, finalmente, haba resueltoexponerla a la muerte. Si hubiera sido capaz de encontrarla, enese momento, no podra haber existido duda de su destino;pero pareca que el ladino animal se haba alarmado por laviolencia de mi clera previa, y evitaba presentarse ante mihumor actual. Es imposible describir, o imaginar, el profundo,el dichoso sentimiento de alivio que la ausencia de la criaturadetestada ocasion en mi pecho. No apareci durante la no-che, y, de este modo, por una noche al menos desde su llegadaa la casa, dorm profunda y tranquilamente; ay, dorm inclusocon la carga del asesinato sobre mi alma!

    Pas el segundo y el tercer da, y todava mi atormentadorno vino. Otra vez respir como un hombre libre. El monstruo,lleno de terror, haba huido de las dependencias para siempre!No debera contemplarlo ms! Mi felicidad era suprema! Laculpa de mi oscuro hecho me perturbaba, pero poco. Algunaspocas averiguaciones se haban hecho, pero stas haban sidoprontamente respondidas. Incluso se haba instituido una pes-quisa, pero, por supuesto, no se haba descubierto nada. Yoestimaba mi felicidad futura como algo seguro.

    El cuarto da despus del asesinato, una brigada de poli-cas vino, inesperadamente, a la casa, y procedi otra vez ahacer una inspeccin rigurosa de las dependencias. Seguro,sin embargo, de la inescrutabilidad del lugar de mi escondite,no sent ninguna turbacin. Los oficiales me ofrecieron acom-paarlos en su bsqueda. No dejaron escondrijo o rincn sinexplorar. Finalmente, por tercera o cuarta vez, bajaron al stano.No se me estremeci un msculo. Mi corazn lata calmadamentecomo el de quien dormita en la inocencia. Recorr el stano de

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  • 42 Edgar Allan Poe

    una punta a la otra. Cruc mis brazos sobre el pecho, y vagusencillamente hacia adelante y hacia atrs. La polica estabaenteramente satisfecha y se preparaba para partir. El gozo demi corazn era demasiado fuerte para reprimirse. Arda pordecir una palabra, como forma de triunfo, y hacer doblementesegura su certeza de mi inculpabilidad.

    Caballeros dije finalmente cuando la brigada ascendalos escalones, me deleita haber apaciguado sus sospechas.Les deseo salud y un poco ms de cortesa. De paso, caballe-ros, les aseguro que sta, sta es una casa muy bien construida.(En el deseo rabioso por decir algo prontamente, apenas supeque estaba revelando todo.) Puedo decir que es una casa excelen-temente bien construida. Estas paredes se estn yendo, caba-lleros?, estas paredes estn slidamente ensambladas.

    Y entonces, arrastrado por mi propia jactancia, golpe pesa-damente con un bastn que sostena en mi mano, sobre el lu-gar exacto del emplazamiento de ladrillos detrs del cual seeriga el cadver de la esposa de mi corazn.

    Pero pueda Dios resguardarme y librarme de las fauces delarchidemonio! Tan pronto como el eco de mis golpes se hun-di en el silencio, una voz proveniente de la tumba me respon-di! Un llanto, al principio quebrado y sordo, como el sollozode un nio, y luego, rpidamente creciendo en un gran, sonoroy continuo alarido, totalmente anmalo e inhumano un aulli-do, un chillido de lamentacin, mitad de horror y mitad detriunfo, tal como si hubiera emanado del infierno, conjunta-mente de las gargantas de los condenados en su agona y delos demonios que se regocijan en la condena.

    Hablar de mis pensamientos es una tontera. Desvanecin-dome, me tambale hacia la pared opuesta. Por un instante, labrigada permaneci paralizada por el terror, inmvil sobre lospeldaos. Enseguida, una docena de brazos corpulentos esta-

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 43

    ba trabajando en la pared. El cadver, ya mayormente deterio-rado y con cogulos de sangre, se sostena erecto ante los ojosde los espectadores. Sobre su cabeza, con la boca roja extendi-da y el solitario ojo de fuego, estaba sentada la horrible bestiacuyo arte me haba seducido para el asesinato, y cuya voz in-forme me haba entregado al verdugo. Yo haba emparedadoal monstruo dentro de la tumba!

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    Los crimenes de la calle

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    LOS HECHOS DEL CASO DE M. VALDEMAR

    Por supuesto, no me parece sorprendente que el extraordina-rio caso de M.1 Valdemar haya despertado tantas discusiones. Hu-biera sido un milagro que no sucediera, especialmente en talescircunstancias. Por el deseo de todas las partes interesadas demantener lejos del pblico el asunto, al menos por el presente, ohasta que tuviramos ms adelante oportunidades de investiga-cin; por nuestros esfuerzos por efectuar esto, un relato perverti-do o exagerado se hizo paso entre la sociedad, y se convirti enla fuente de muchas desagradables representaciones equvocasy, muy naturalmente, de una gran cantidad de descreimiento.

    Ha llegado el momento de que ofrezca los hechos, hasta don-de yo mismo los comprendo. Sucintamente, son stos:

    Mi atencin, en los ltimos tres aos, haba sido repetida-mente atrada por el tema del mesmerismo;2 y, hace alrededorde nueve meses, se me ocurri sbitamente que en las series de

    1. Abreviatura de Monsieur, esto es, Seor'.2. Mesmerismo: Franz Anton Mesmer (1734-1815) mdico alemn. Desarrollun mtodo de curacin llamado mesmerismo, que se basa en la suposicin dela existencia de un fluido magntico fsico interconectado con cada elementodel universo, incluidos los cuerpos humanos. Afirmaba que las enfermedades

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  • 46 Edgar Allan Poe

    experimentos hechos hasta entonces, haba habido una omi-sin muy notable y aun ms inexplicable: ninguna persona ha-ba sido an mesmerizada in articulo mortis.3 Quedaba por verse,primero, si en tal condicin, exista en el paciente alguna sus-ceptibilidad a la influencia magntica; en segundo lugar, en casode que existiese alguna, si era perjudicada o incrementada porsu condicin; en tercer lugar, a qu extensin, o por qu tanlargo tiempo, las intrusiones de la muerte podan ser detenidaspor el proceso. Haba otros puntos a ser determinados, perostos excitaban ms mi curiosidad, el ltimo en especial, por elcarcter inmensamente importante de sus consecuencias.

    Buscando a mi alrededor algn sujeto por cuyos medios yopudiera corroborar estas cuestiones, pens en mi amigo, M. ErnestValdemar, el conocido compilador de la Bibliotheca Forensica, yautor (bajo el nom de plume 4 de Issachar Marx) de las versionespolacas de Wallenstein y Garganta. M. Valdemar, quien ha resididoprincipalmente en Harlem, Nueva York, desde el ao 1839, es (oera) particularmente notable por su extraordinaria delgadez susmiembros inferiores se parecan mucho a los de John Randolph; y, tambin, por la blancura de sus barbas, en contraste violentocon la negrura de su cabello, el ltimo, en consecuencia,generalmente confundido con una peluca. Su temperamento eramarcadamente nervioso, y lo converta en un buen sujeto para elexperimento mesmrico. En dos o tres ocasiones, lo haba hechodormir con poca dificultad, pero me desilusion con otrosresultados que su constitucin peculiar me haba llevado

    se producan por el desequilibrio de este fluido en el cuerpo y su curacindependa de la reconduccin del fluido a travs de la intervencin del mdico.En la actualidad se considera el mesmerismo como sinnimo de hipnosis.3. In articulo mortis: en el instante de la muerte'.4. Nom de plume: nombre de pluma', esto es, seudnimo.

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 47

    naturalmente a anticipar. Su voluntad en ningn perodo estuvopositivamente o cabalmente bajo mi control y, en consideracinde la clairvoyance,5 no pude lograr nada confiable con l. Atribuami falla en estos aspectos al estado desordenado de su salud.Porque algunos meses antes de que me convirtiera en conocidode l, sus mdicos le haban decretado una tisis confirmada. Erasu costumbre, en verdad, hablar con calma de su muerte prxima,como algo que no cabe evitar ni lamentar.

    Cuando las ideas a las que he aludido se me ocurrieron porprimera vez, por supuesto fue muy natural que yo pensara en M.Valdemar. Yo conoca demasiado bien la filosofa firme del hombrepara temer escrpulos por parte de l; y no tena parientes enAmrica que estuvieran aptos para interferir. Le habl francamentesobre el asunto; y, para mi sorpresa, su inters pareci vivamenteexcitado. Digo para mi sorpresa porque, aunque siempre habacedido libremente su persona a mis experimentos, nunca me habadado antes seales de simpata por lo que yo haca. Su enfermedadera de ese carcter que admite un clculo exacto respecto de lapoca de su culminacin en la muerte; y finalmente fue convenidoentre nosotros que l me llamara alrededor de veinticuatro horasantes del perodo anunciado por sus mdicos como el de su muerte.

    Ahora hace algo ms de siete meses que recib, del propio M.Valdemar, la nota adjunta:

    MI QUERIDO P...:

    Usted bien puede venir ahora. D. y F. estn de acuerdo enque no puedo resistir ms all de maana a la medianoche;y pienso que han acertado la hora muy aproximadamente.

    Valdemar

    5. clairvoyance: Clarividencia, perspicacia.

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  • 48 Edgar Allan Poe

    Recib esta nota dentro de la media hora posterior al momentode ser escrita, y en quince minutos ms yo estaba en la recmaradel hombre agonizante. Yo no lo haba visto por diez das, y meespant con la alteracin horrenda que este breve intervalo habaforjado en l. Su rostro mostraba un tinte plomizo; los ojos estabantotalmente sin lustre; y la demacracin era tan extrema que la pielhaba sido resquebrajada por los pmulos. Su expectoracin eraexcesiva. El pulso apenas era perceptible. Conservaba, sin embargo,de un modo muy remarcable, tanto su poder mental como uncierto grado de fuerza fsica. Hablaba con claridad tomabamedicinas paliativas sin ayuda y, cuando entr en la habitacin,estaba ocupado en escribir notas en su agenda. Estaba sostenidoen la cama con almohadas. Los doctores D. y F. lo atendan.

    Despus de estrechar la mano de Valdemar, me sent al ladode estos caballeros y obtuve de ellos un relato minucioso de lascondiciones del paciente. El pulmn izquierdo haba estadodurante dieciocho meses en un estado semi-seo o cartilaginoso,y era, por supuesto, completamente intil para cualquier propsitovital. El derecho, en la regin superior, estaba tambin parcialmente,sino totalmente, osificado, mientras que la regin ms baja erasimplemente una masa de tubrculos purulentos, penetrndoseunos dentro de otros. Existan varias perforaciones extensas; y,en un punto, se haba producido una adhesin permanente a lascostillas. Estas apariciones en el lbulo derecho eran de una fechacomparativamente reciente. La osificacin haba proseguido conuna rapidez muy inusual; no se haba descubierto ningn signode ella un mes antes, y la adhesin slo se haba observado tresdas atrs. Independientemente de la tisis, se sospechaba que elpaciente tena un aneurisma en la aorta; pero respecto de estepunto los sntomas seos hacan imposible un diagnstico exacto.La opinin de ambos mdicos era que M. Valdemar morira alre-dedor de la medianoche del da siguiente (domingo). Eran enton-ces las siete en punto del sbado a la tarde.

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 49

    Al dejar su lugar junto al lecho del invlido para conversarconmigo, los doctores D. y F. se haban despedido de l. Suintencin era no regresar; pero, ante mi pedido, estuvieron deacuerdo en examinar al paciente alrededor de las diez de lanoche siguiente.

    Cuando ellos se fueron, habl francamente con M. Valdemarsobre el tema de su muerte prxima, y, ms particularmente, delexperimento propuesto. l todava aparentaba estar completamen-te deseoso, e incluso ansioso, por hacerlo, y me inst a quecomenzara enseguida. Lo atendan una enfermera y un enferme-ro; pero yo no me senta en completa libertad de comprometer-me en una tarea de este carcter sin testigos ms confiables queestas personas, por si algn accidente repentino ocurra. Por lotanto, pospuse las operaciones hasta alrededor de las ocho de lanoche siguiente, momento en que la llegada de un estudiante demedicina con quien tena cierta relacin (el Sr. Teodoro L.) mealiviara de tal perturbacin. Mi plan, originalmente, haba sidoesperar a los mdicos; pero fui inducido a proceder, primero, porlos ruegos apremiantes de M. Valdemar, y en segundo lugar, pormi conviccin de que no tena tiempo que perder, porqueevidentemente l se estaba debilitando rpido.

    El Sr. L. fue tan amable que accedi a mi deseo de tomarnotas de todo lo que ocurra; y extraje de sus notas lo que ahorahe de relatar, en su mayor parte, condensado o copiado verbatim.6

    Eran alrededor de las ocho menos cinco cuando, tomando lamano de Valdemar, le ped al Sr. L. que lo hiciera declarar, tan clara-mente como pudiera, que estaba completamente deseoso de queyo hiciera el experimento de mesmerizarlo en su estado actual.

    l respondi dbilmente, aunque en forma completamenteaudible:

    6. Verbatim: literalmente' (latn).

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  • 50 Edgar Allan Poe

    S, deseo ser mesmerizado agregando inmediatamentedespus: Temo que lo haya diferido demasiado.

    Mientras hablaba de este modo, comenc los pases que yahaba descubierto como los ms efectivos para someterlo. Evi-dentemente fue influenciado con el primer golpe lateral de mimano sobre su frente; pero aunque empe todos mis poderes,ningn efecto perceptible se produjo hasta algunos minutosdespus de las diez, momento en que vinieron los doctores D.y F., de acuerdo con la cita. Les expliqu, en pocas palabras, loque planeaba, y como no pusieron ninguna objecin, diciendoque el paciente estaba ya en la agona de la muerte, proced sindudar, cambiando, no obstante, los pases laterales pordescendentes, y dirigiendo mi mirada completamente al ojoderecho del agonizante.

    Para este momento, su pulso era imperceptible y su respira-cin estentrea, con intervalos de medio minuto.

    Esta condicin se mantuvo inalterada por casi un cuarto dehora. Cuando expir este perodo, sin embargo, un suspiro na-tural aunque muy profundo escap del pecho del hombre ago-nizante, y la respiracin estentrea ces, es decir, que su carcterde estentrea ya no se not; los intervalos no disminuyeron. Lasextremidades del paciente tenan una frialdad de hielo.

    Cinco minutos antes de las once percib signos inequvocosde la influencia mesmrica. El girar vidrioso del ojo haba cam-biado por aquella expresin de inquieto examen interior quenunca se ve sino en casos de sonambulismo, y que es imposi-ble confundir. Con unos pocos y rpidos pases laterales hicepalpitar los prpados, como en un sueo incipiente, y, conotros pocos ms, los cerr totalmente. Sin embargo, yo no es-taba satisfecho con esto, y continu vigorosamente las mani-pulaciones, con el esfuerzo ms pleno de la voluntad, hastaque endurec completamente los miembros del adormecido,

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 51

    despus de colocarlos en una posicin aparentemente sencilla.Las piernas estaban extendidas en todo su largo; los brazosreposaban sobre la cama a una distancia moderada de la espalda.La cabeza estaba elevada muy levemente.

    Cuando efectu esto, era ya la medianoche, y ped a loscaballeros presentes que examinaran la condicin de M. Valdemar.Despus de unos pocos experimentos, admitieron que l estabaen un estado inusualmente perfecto de trance mesmrico. Lacuriosidad de ambos mdicos se excit enormemente. El Dr. D.resolvi enseguida permanecer con el paciente toda la noche,mientras que el Dr. F. se fue con la promesa de regresar alamanecer. El Sr. L. y los enfermeros se quedaron.

    Dejamos a M. Valdemar enteramente tranquilo hasta alrededorde las tres de la maana, cuando me acerqu a l y lo hallprecisamente en la misma condicin que en el momento en queparti el Dr. F., es decir, yaca en la misma posicin; el pulso eraimperceptible; la respiracin era tenue (apenas notable, a no serpor la aplicacin de un espejo frente a sus labios); los ojos estabancerrados naturalmente; y los miembros estaban tan rgidos y tanfros como el mrmol. Todava, la apariencia general no eraciertamente de muerte.

    Cuando me acerqu a M. Valdemar hice un leve esfuerzo parainfluir sobre su brazo derecho en pos del mo, mientras pasabaeste ltimo suavemente de un lado a otro sobre su persona. Yonunca haba tenido un xito perfecto en tales experimentos coneste paciente, y ciertamente poco crea que lo tendra ahora;pero para mi sorpresa, su brazo muy pronto, aunque dbil-mente, sigui cada direccin que yo le asignaba al mo. Resolvarriesgar algunas palabras de conversacin.

    M. Valdemar dije, est dormido?No respondi, pero percib un temblor en sus labios, y de

    este modo fui inducido a repetir la pregunta, una y otra vez. En

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  • 52 Edgar Allan Poe

    la tercera repeticin, toda su estructura fue agitada por un leveestremecimiento; los prpados se abrieron lo suficiente comopara mostrar una lnea blanca del globo; los labios se movie-ron lentamente y de entre ellos, en un susurro apenas audible,brotaron las palabras:

    S, ahora duermo. No me despierten! Djenme morir as!Aqu toqu sus miembros y los encontr tan rgidos como

    siempre. El brazo derecho, como antes, obedeci la direccinde mi mano. Interrogu al sonmbulo otra vez:

    Todava siente dolor en el pecho, M. Valdemar?La respuesta ahora fue inmediata, pero menos audible que

    antes:Ningn dolor. Estoy muriendo.No cre aconsejable molestarlo ms entonces, y nada ms se

    dijo o hizo hasta la llegada del Dr. F., quien vino un poco antesde la salida del sol, y expres ilimitada sorpresa al encontrar alpaciente vivo todava. Despus de sentir el pulso y aplicar unespejo frente a sus labios, me pidi que hablara con el sonm-bulo otra vez. As lo hice, diciendo:

    M. Valdemar, duerme todava?Como antes, transcurrieron unos minutos antes de que se

    produjera alguna respuesta; y durante el intervalo el hombreagonizante pareca estar juntando sus energas para hablar. Enmi cuarta repeticin de la pregunta, dijo muy lnguida, casiinaudiblemente:

    S, todava estoy dormido, muriendo.Ahora, la opinin, o mejor, el deseo de los mdicos fue que

    M. Valdemar permaneciera en su aparente condicin presentede tranquilidad, hasta que la muerte sobreviniera, y sta, seconcord en general, deba tener lugar en unos pocos minutos.Sin embargo, decid hablarle una vez ms, y simplemente repe-t mi pregunta previa.

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  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 53

    Mientras yo hablaba, se produjo un cambio marcado en elsemblante del sonmbulo. Los ojos giraron sobre s mismoslentamente abrindose; las pupilas desaparecieron hacia arri-ba; la piel asumi un tinte cadavrico general, semejando notanto un pergamino como un papel blanco; y las manchas tsi-cas circulares que antes estaban fuertemente definidas en elcentro de cada mejilla, se apagaron enseguida. Uso esta expre-sin porque el carcter sbito de su partida, trajo a mi mente laimagen de una buja que se apaga de un soplo. El labio supe-rior, al mismo tiempo, se retorci apartndose de los dientes,que previamente haba cubierto por completo; mientras que lamandbula inferior cay con una sacudida audible, dejando laboca ampliamente abierta, y a pleno descubierto la lengua en-tumecida y ennegrecida. Presumo que ningn miembro delgrupo presente estaba desacostumbrado a los horrores dellecho de muerte, pero tan horrible ms all de todo conceptoera la apariencia de M. Valdemar en este momento que hubouna retirada general de la regin de la cama.

    Siento que he alcanzado un punto en esta narracin en quetodos los lectores estarn espantados hasta un descreimientoverdadero. Sin embargo, mi labor es simplemente proseguir.

    No exista el signo ms lnguido de vitalidad en M.Valdemar; y, concluyendo que estaba muerto, estbamos po-nindolo a cargo de los enfermeros, cuando un fuerte movi-miento vibratorio pudo observarse en su lengua. Esto continuquizs por un minuto. Cuando termin este perodo, brot desus mandbulas extendidas e inmviles una voz sera unalocura para m intentar describirla. En verdad, hay dos o treseptetos que pueden considerarse aplicables a ella, en parte;puedo decir, por ejemplo, que el sonido era spero, y quebradoy hueco; pero la horrible totalidad es indescriptible, por la simplerazn de que no hay sonidos similares que hayan hecho vibrar

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  • 54 Edgar Allan Poe

    el odo de la humanidad. Hay dos particularidades, no obstante,que pens entonces, y todava pienso, pueden claramente es-tablecerse como caractersticas de la entonacin. En primer lu-gar, la voz pareca llegar a nuestros odos al menos al modesde una vasta distancia, o de alguna profunda caverna dentrode la tierra. En segundo lugar, me impresion (temo, verdadera-mente, que es imposible que se comprenda) como las materiasgelatinosas o glutinosas impresionan el sentido del tacto.

    He hablado tanto de sonido como de voz. Quiero decirque el sonido era de una clara, e incluso maravillosa, aterrori-zadoramente clara, pronunciacin. M. Valdemar hablaba, ob-viamente en respuesta a la pregunta que yo le haba propuestounos minutos antes. Yo le haba preguntado, como se recorda-r, si todava dorma. l dijo ahora:

    S; no. Yo he estado durmiendo, y ahora, ahora estoy muerto.Ninguna de las personas presentes fingi negar ni incluso

    intent reprimir el horror impronunciable, estremecedor, queestas pocas palabras, pronunciadas as, acarrearon. El Sr. L.(el estudiante) se desmay. Los enfermeros inmediatamenteabandonaron la recmara y no se los pudo convencer de re-gresar. No pretendera hacer inteligible mis propias impresio-nes al lector. Durante casi una hora, estuvimos ocupados,silenciosamente, sin pronunciar una palabra, en los esfuerzospor revivir al Sr. L. Cuando volvi en s, nos dirigimos otravez a la investigacin de la condicin de M. Valdemar.

    Permaneca en todos los aspectos como la ltima vez que lohe descrito, con la excepcin de que el espejo no brindaba msevidencia de respiracin. Fall un intento de extraer sangre desu brazo. Debera mencionar, tambin, que este miembro noestuvo ms sujeto a mi voluntad. Me esforc en vano por hacer-lo seguir la direccin de mi mano. La nica indicacin real,verdaderamente, de la influencia mesmrica estaba ahora en el

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    movimiento vibratorio de la lengua, siempre que yo diriga unapregunta a M. Valdemar. Pareca estar haciendo un esfuerzopor responder, pero no tena ya volicin suficiente. A las pre-guntas que le hiciera cualquier otra persona que no fuera yomismo pareca totalmente insensible, aunque me esforc porsituar a cada miembro de la compaa en armona mesmricacon l. Creo que no he relatado todo lo que es necesario paraentender el estado del sonmbulo en este momento. Se consi-guieron otros enfermeros; y a las diez en punto dej la casa encompaa de los dos mdicos y el Sr. L.

    En la tarde todos vinimos otra vez para ver al paciente. Sucondicin continuaba siendo exactamente la misma. Tuvimosuna discusin sobre la correccin y factibilidad de despertar-lo; pero tuvimos poca dificultad en acordar que ningn buenpropsito se alcanzara hacindolo. Era evidente que, hastaahora, la muerte (o lo que usualmente denominamos muerte)haba sido detenida por el proceso mesmrico. Pareca claropara todos nosotros que despertar a M. Valdemar sera simple-mente asegurar su instantnea, o al menos veloz, muerte.

    Desde ese perodo hasta el fin de la semana pasada unintervalo de casi siete meses continuamos haciendo visitas dia-rias a la casa de M. Valdemar, acompaados, ahora y entonces,por mdicos y otros amigos. Todo este tiempo el sonmbulopermaneci exactamente como lo he descrito la ltima vez. Lasatenciones de los enfermeros fueron continuas.

    Fue el ltimo viernes que finalmente resolvimos hacer el ex-perimento de despertarlo, o intentar despertarlo; y es (quizs) eldesafortunado resultado de este ltimo experimento el que haocasionado tantas discusiones en los crculos privados, tantas queno puedo evitar creer injustificado el sentimiento popular.

    Con el propsito de vivificar a M. Valdemar de su trancemesmrico, hice uso de los pases acostumbrados. stos, por

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  • 56 Edgar Allan Poe

    un tiempo, no tuvieron xito. La primera indicacin dereavivacin fue brindada por un descenso parcial del iris. Seobserv, como algo especialmente remarcable, que este des-censo de la pupila estaba acompaado por un flujo profuso deicor amarillento (desde abajo de los prpados) de un aromaacre y altamente desagradable.

    Ahora, se sugiri que yo deba intentar influenciar el brazodel paciente, como en otro tiempo. Hice el intento y fall. El Dr.F. entonces insinu el deseo de que yo hiciera una pregunta.As lo hice, del modo siguiente:

    M. Valdemar, puede explicarnos cules son sus sentimien-tos o deseos ahora?

    Hubo un instantneo retorno de los crculos tsicos a lasmejillas; la lengua se estremeci, o mejor, gir violentamentedentro de la boca (aunque las mandbulas y los labios perma-necan rgidos como antes) y al final la misma voz horrible queya he descrito prorrumpi:

    Por el amor de Dios! Rpido! Rpido! Hganme dormiro... Rpido! Despirtenme! Les digo que estoy muerto!

    Yo estaba totalmente desalentado, y por un instante per-manec indeciso sobre qu hacer. Primero hice un esfuerzopor recomponer al paciente, pero fallando en esto por lainaccin total de su voluntad, volv atrs en mis pasos yseriamente luch por despertarlo. Pronto vi que tendra xito,o al menos, pronto imagin que mi xito sera completo, yestoy seguro de que todos en la habitacin estaban preparadospara ver al paciente despierto.

    Porque para lo que verdaderamente ocurri es completamen-te imposible que pudiera estar preparado ningn ser humano.

    Mientras yo haca rpidamente los pases mesmricos, entreexclamaciones de muerto, muerto, prorrumpiendo abso-lutamente de la lengua y no de los labios del agonizante,

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    toda su estructura, dentro del espacio de un slo minuto, oincluso menos, se encogi, se desmenuz, absolutamentepodrida debajo de mis manos. Sobre la cama, ante toda lacompaa, yaca una masa casi lquida de aborrecible, dedetestable putrefaccin.

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    Los crimenes de la calle

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    EL CORAZN DELATOR

    Es verdad! He sido y soy terriblemente nervioso; pero porqu afirman que estoy loco? La enfermedad ha aguzado missentidos, no los ha destrozado, no los ha entorpecido. Por so-bre todos estaba el agudo sentido del odo. Yo escuchaba to-das las cosas del cielo y de la tierra. Escuch muchas cosas delinfierno. Cmo, entonces, estoy loco? Escuchen con atencin!,y observen cuan saludablemente, cuan tranquilamente puedocontarles la historia completa.

    Es imposible decir cmo en un principio la idea entr en micerebro; pero una vez concebida, me persegua da y noche.Objeto no haba ninguno. Pasin no haba ninguna. Yo amabaal anciano. l nunca me haba agraviado. l nunca me habainsultado. Yo no deseaba su oro. Pienso que fue su ojo! S, fueeso! Tena el ojo de un buitre, un ojo azul plido con una mem-brana sobre l. Dondequiera que ese ojo cayera sobre m, lasangre se me helaba; y as, gradualmente, muy gradualmente,resolv quitarle la vida al anciano, y, de ese modo, librarmepara siempre de ese ojo.

    Ahora, ste es el punto. Me imaginan loco. Los locos nosaben nada. Pero deberan haberme visto. Deberan habervisto qu sabiamente proced, con qu precaucin, con qu

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  • 60 Edgar Allan Poe

    previsin, con qu disimulo me dispuse a trabajar! Nunca fuims amable con el anciano que durante la semana previa amatarlo. Y cada noche, cerca de la medianoche, corra el cerro-jo de su puerta y la abra oh, tan suavemente! Y entonces,cuando haba hecho una apertura suficiente para mi cabeza,pona una linterna oscura, cerrada, bien cerrada, para que nin-guna luz brillase, y luego meta mi cabeza. Oh, se reiran dever qu astutamente la meta! La mova lentamente, muy, muylentamente, de manera tal que no pudiera molestar el sueodel anciano. Me tomaba una hora ubicar la cabeza completadentro de la apertura para poder ver cmo yaca sobre su cama.Ah! Habra sido un loco tan sabio como para hacer esto? Yluego, cuando mi cabeza estaba bien adentro en la habitacin,abra la linterna cuidadosamente oh, tan cuidadosamente!,cuidadosamente (porque los goznes rechinaban). La abra slolo suficiente para que un nico rayo delgado cayera sobre suojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches, cadanoche justo a la medianoche, pero hall el ojo siempre cerrado;y as fue imposible realizar el trabajo, porque no era el ancianoquien me hostigaba, sino su ojo perverso. Y cada maana, cuan-do rompa el da, iba osadamente a su recmara, hablaba anima-damente con l, llamndolo por su nombre en un tono sincero,y le preguntaba cmo haba pasado la noche. As, vern que ldebera haber sido un anciano muy profundo, verdaderamente,para sospechar que cada noche, justo a la medianoche, yo loobservaba mientras l dorma.

    La octava noche fui ms cuidadoso que lo usual en abrir lapuerta. La manecilla de los minutos del reloj se mueve msrpidamente de lo que yo lo hice. Nunca antes de esa nochehaba sentido el alcance de mis poderes, de mi sagacidad. Ape-nas poda contener mis sentimientos de triunfo. Pensar que allestaba, abriendo la puerta, poco a poco, y l ni siquiera soaba

    el ultimo poe.p65 30/03/2007, 14:5260

  • Los crmenes de la calle Morgue y otros cuentos 61

    mis actos o pensamientos secretos. Honestamente yo me reaentre dientes por la idea; y quizs l me escuch, porque sbi-tamente se movi en la cama, como si se asustara. Pensarnque me ech atrs, pero no fue as. Su habitacin era tan negracomo el alquitrn, con espesa oscuridad (porque las persianasestaban firmemente cerradas, por miedo a los ladrones), asque yo saba que l no poda ver la apertura de la puerta, ycontinu empujndola constantemente, constantemente.

    Tena mi cabeza adentro, y estaba por abrir la linterna, cuan-do mi pulgar resbal sobre la traba de estao, y el ancianosalt en la cama gritando: Quin est ah?.

    Permanec quieto y no dije nada. Durante una hora comple-ta no mov un msculo, y mientras tanto no lo escuch acostar-se. Estaba todava sentado en la cama escuchando tal comoyo haba hecho noche tras noche, prestando atencin a loscentinelas de la muerte en la ventana.

    Luego escuch un leve gemido, y supe que era el gemido deun terror mortal. No era un gemido de dolor o de afliccin, oh,no! Era el leve sonido ahogado que sube desde el fondo delalma cuando est sobrecargada de pavor. Cono