lorrie moore referencial

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Referencial: un cuento de Lorrie Moore en homenaje a Signos y símbolos de Vladimir Nabokov.

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  • LETRAS LIBRES JUNIO 2013

    50

    CUENTO

    Referencial

    P

    Lorrie Moore

    or tercera vez en tres aos, habla-ron de qu regalo de cumplea-os sera conveniente para su hijo perturbado. De hecho, era muy poco lo que les estaba per-mitido llevar: casi todo se poda transformar en arma, as que la

    mayora de las cosas deban dejarse en la recepcin para ser llevadas ms tarde, si as se solicitaba, por un asistente grande y rubio que revisara de antemano las posibilidades lacerantes de los objetos. Pete haba trado una cesta de mermeladas, pero en jarritas de vidrio y, por tanto, no permitidas. Olvid ese detalle, dijo. Las jarritas estaban organizadas por color, de la naranja ms viva a la ciruela Claudia y al higo, como si contuvieran las muestras de orina de una persona cada vez ms enferma. Las van a confiscar igual, pens ella. Ya encontraran otra cosa que llevar.

    Para cuando su hijo cumpli los doce, y empez con su quedo y confuso hablar entre dientes, renunciando de

    paso a cepillrselos, Pete ya llevaba seis aos en sus vidas, y ahora cuatro ms haban pasado. El amor que le tenan a Pete era largo y sinuoso, con curvas escondidas pero sin ninguna parada de verdad. Su hijo lo vea como una suerte de padrastro. Ella y Pete haban envejecido juntos, aunque en ella se notaba ms, con sus vestidos camiseros negros que llevaba para parecer ms delgada y su pelo, ya encaneciendo, sin teir y a menudo recogido con mecho-nes colgando como las ramas de un sauce llorn. Una vez que su hijo haba sido desvestido, encamisado e internado, ella, tambin, se despoj de collares, pendientes, pauelos todas sus prtesis, le dijo a Pete, tratando de divertir y los puso bajo su cama en una carpeta en forma de acor-den. No le estaba permitido llevarlas puestas en sus visi-tas, as que simplemente dej de usarlas, en una especie de solidaridad con su hijo, una nueva viudez por encima de la viudez que ya posea. A diferencia de otras mujeres de su edad (que tendan a esforzarse demasiado, con lencera llamativa y joyas estridentes), senta que ahora esa clase

    En mayo de 1948 la revista The New Yorker public por primera vez Signos y smbolos, que con el tiempo formara parte de varias antologas de cuentos de Vladimir Nabokov. Sesenta y cuatro aos despus en mayo de 2012 The New Yorker public este cuento que Lorrie Moore reconoce como tributo a Signos y smbolos. Al leer el cuento de Moore se evidencian las referencias que ella misma admite: la enfermedad del hijo, la visita al hospital psiquitrico, el insomnio de los hombres, las fotografas, las cartas, las mermeladas y la llamada telefnica momento inolvidable en el cuento de Nabokov. Al traducirlo, sin embargo, uno descubre que el homenaje va ms all de los temas compartidos y los detalles clave (que ya en s no es poco): Moore reacomoda frases enteras, parafrasea situaciones y mezcla referencias sin dar necesariamente la impresin de abusar. La pareja rusa de Signos y smbolos es el posible devenir de la de Referencial y, al mismo tiempo, estos son el futuro de los rusos. Pero queda la sospecha de que an hay algo ms. Maestros de la forma, tanto uno como la otra, habr contraintes no confesadas, mensajes sin descifrar en el homenaje de Moore? Como el joven personaje de Signos y smbolos, Moore parece aquejada de una mana referencial, no diagnosticada y sin embargo contagiosa, que nos har encontrar referencias veladas a su cuento en el de Nabokov. ~

    Daniela Franco

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    LETRAS LIBRES JUNIO 2013

    de la esquina, La Trenza Estresada, solo a que le lavaran el pelo. En las contadas ocasiones en que volaba a Bfa-lo para ver a su hermano y familia, al llegar a los contro-les de seguridad del aeropuerto escoga ser inspeccionada manualmente en lugar de pasar por el escner.

    Dnde est Pete? gritaba su hijo, cuando llegaba sola a visitarlo, con la cara prpura de acn, hinchada y ancha por los efectos de los medicamentos que ya le ha-ban cambiado, y luego cambiado otra vez, y ella deca que Pete estaba ocupado, pero que pronto, pronto, quiz la prxima semana, vendra. Un vrtigo maternal se apo-deraba de ella, el cuarto daba vueltas y las finas cicatrices en los brazos de su hijo parecan deletrear por momen-tos el nombre de Pete, la prdida de los padres grabada primitivamente en un lgebra de piel. Con las vueltas de carrusel del cuarto, esas lneas blancas entretejidas recor-daban al grafiti burdo de rboles y mesas de picnic en los parques, con las palabras rock o coo grabadas tor-pemente por los jvenes, con la C como tres cuartos de un cuadrado. La mutilacin era un lenguaje. Y vice-versa. A travs de los cortes su hijo se haca querer entre las chicas, muchas tambin se cortaban y rara vez vean a un chico hacerlo, y fue as que se hizo popular en las tera-pias de grupo, algo que no le importaba y que quiz ni no-taba. A veces, cuando nadie lo vea, se cortaba las plantas de los pies con el papel recin comprado para la clase de manualidades. En las reuniones de grupo, jugaba a leer las plantas de las chicas como si fueran palmas, anuncin-doles la llegada de extraos y el paso al idilio piedilios sola llamarlos y a veces vea su propio destino en los cor-tes que ellas se haban hecho.

    Ahora ambos fueron a ver a su hijo sin las mermela-das pero con un libro de pastas blandas y papel de bor-des barbados sobre Daniel Boone, escogido de su propia biblioteca, lo que estaba permitido, aunque su hijo pen-sara que el libro contena mensajes para l y creera que, aunque era la historia de una persona lejana, era tambin la historia de su propia afliccin y herosmo frente a toda suerte de yermo, derrota y rapto, que su propia vida podra posarse sobre el libro, que era simplemente un armazn noble para la revelacin de sus hazaas. Habra indicios en las palabras de pginas cuya suma correspondiera a su edad: 97, 88, 466. Habra otras referencias veladas a su existen-cia. Siempre las haba.

    Se sentaron todos juntos en la mesa para visitas, su hijo dej el libro a un lado e hizo un esfuerzo para sonrerles a ambos. An quedaba ternura en su mirada la ternura con la que haba nacido incluso si en ella llegaba a re-lampaguear una furia dispersa. Alguien haba cortado su cabello rojizo; o, por lo menos, lo haba intentado. Quiz

    de esfuerzo era ridcula, y enfrentaba el mundo como una mujer amish o quiz, an peor, cuando la implacable luz de primavera alcanzaba su rostro, un hombre amish. Si iba a ser una seora mayor, entonces sera una ciudadana del Viejo Mundo en toda regla! Para m, siempre te ves tan hermosa, ya no deca Pete.

    Haban despedido a Pete durante la ltima recesin. En algn momento estuvo a punto de mudarse con ella, pero al ver que los problemas del nio empeoraban, cam-bi de idea. Deca que la amaba pero que no poda encon-trar su lugar, ni en su vida ni en su casa. (No culpaba a su hijo. O s?) Vea con una codicia un tanto obvia y comen-tarios amargos el cuarto de estar en donde su hijo, cuan-do an estaba en casa, viva entre grandes mantas, litros de helado vacos, sus DvD y una Xbox.

    Dej de saber a dnde iba Pete, a veces durante sema-nas. Consideraba un acto de vigilancia y apego el hecho de no preguntarle, de intentar no preocuparse. Una vez tuvo tanta necesidad de contacto fsico que fue a la peluquera

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    Cuento

    LETRAS LIBRES JUNIO 2013

    Lorrie Moore

    algn empleado de la clnica, no queriendo dejar las tije-ras a su alcance por un tiempo prolongado, haba dado un tijeretazo rpido, luego un brinco atrs, se haba acercado de nuevo, cogido, cortado y retirado de un salto. Eso es lo que pareca. Su hijo tena un cabello ondulado que deba cortarse con cuidado. Ya no tena esa cada como de cas-cada, ahora era un casquete con remolinos saltones que posiblemente solo tenan importancia para una madre.

    Entonces, dnde andabas? pregunt el chico a Pete.Buena pregunta respondi Pete, como si al elogiar-

    la pudiera hacerla desaparecer. Cmo poda alguien se-guir cuerdo en un mundo as.

    Nos echas de menos? pregunt el nio.Pete no respondi.Piensas en m al mirar los rboles y sus negros capi-

    lares por la noche?Supongo que s Pete le devolvi fijamente la mira-

    da para evitar revolverse en la silla. Siempre espero que ests bien y que aqu te traten correctamente.

    Piensas en mi mam cuando observas las nubes y todo lo que abarcan?

    Pete guard silencio otra vez.Ya basta call a su hijo, que se volvi hacia ella cam-

    biando de expresin.Parece que esta tarde habr pastel para el cumplea-

    os de alguien dijo el chico.Qu bien! dijo ella, sonrindole.Sin velas, claro. Ni tenedores. Tendremos que coger

    la crema del pastel y embarrrnosla en los ojos para cegar-nos. Has pensado alguna vez en cmo, en ese momen-to de las velas, el tiempo se detiene, incluso mientras los instantes se llevan el humo? Como las llamas del amor ar-diente. Alguna vez te has preguntado por qu tanta gente tiene cosas que no merece y cmo, para empezar, son todas cosas tan absurdas? De verdad crees que un deseo puede hacerse realidad si nunca nunca nunca nunca nunca jams se lo cuentas a nadie?

    En el trayecto a casa, no intercambiaron palabra; y al fi-jarse en las envejecidas manos de Pete, cerradas artrtica-mente en torno al volante con esos pulgares que conoca tan bien, colgando de forma casi simiesca comprendi de nuevo la situacin desesperada en la que estaban, aunque sus desesperaciones eran independientes, no compartidas, y sus ojos sintieron la presin punzante de las lgrimas.

    La ltima vez que su hijo lo haba intentado, su mtodo haba sido, en palabras del mdico, de un ingenio macabro; lo podra haber conseguido, pero otra paciente, una chica del grupo, se lo haba impedido justo a tiempo. Hubo que limpiar mucha sangre. Al principio, su hijo deseaba solo

    un dolor de evasin, pero despus de un tiempo lo que quera era abrir un agujero en s mismo y huir por l. Para l la vida estaba llena de espas y de inquietante espionaje. Sin embargo, a veces los espas tambin huan y alguien tendra que perseguirlos por el campo ondulado de los sueos y las madrugadoras montaas del significado que amanece, para poder, paradjicamente, escapar de ellos.

    Acechaba una tormenta y los rayos zigzagueaban rpi-dos y resueltos entre las nubes. Ella no necesitaba un ejem-plo tan cruel de que los horizontes podan hacerse aicos, llenos de mensajes y cdigos descifrados, y, sin embargo, ah estaba. Entre los latigazos de los rayos comenz a caer una nieve primaveral y Pete encendi los limpiaparabrisas, que despejaban semicrculos por los que podan asomar-se al camino cada vez ms oscuro que les esperaba. Saba que el mundo no haba sido creado para hablarle solo a ella y, sin embargo, como a su hijo, algunas veces las cosas lo hacan. Los frutales haban florecido prematuramente, por ejemplo: los huertos que acababan de pasar eran ro-sados, pero el calor precoz exclua a las abejas por lo que habra poco fruto. La mayor parte de las flores de los r-boles caeran con esta misma tormenta.

    Cuando llegaron a su casa y entraron, Pete se mir de reojo en el espejo del vestbulo. Tal vez necesitaba con-firmar que era un ser vivo y no el fantasma que pareca.

    Quieres beber algo? pregunt con la esperanza de que Pete se quedara. Tengo vodka del bueno. Te puedo hacer un ruso blanco riqusimo!

    Slo vodka dijo de mala gana. Solo.Abri el congelador para sacar el vodka, y al cerrarlo

    se qued quieta un momento, mirando las fotos que haba pegado con imanes en la puerta del refrigerador. Cuando era todava un nio de pecho pareca ms feliz que el resto de los nios. Con seis aos an sonrea y haca el payaso, moviendo alocadamente sus brazos y piernas en todas di-recciones como destellos, exhibiendo sus dientes perfec-tamente separados, los bucles acaramelados de su pelo. A los diez tena esa expresin vagamente taciturna y temero-sa aunque haba luz en sus ojos y a sus encantadores pri-mos a su lado. Ah estaba, ya como adolescente regordete, abrazando a Pete. Y ah, en el rincn, era otra vez un nio, en brazos de su circunspecto y atractivo padre, a quien no recordaba, porque haba muerto hace tanto. Eso haba que aceptarlo. Vivir no era una alegra apilada sobre otra. Era apenas la esperanza de menos sufrimiento, la esperanza ju-gada como un naipe sobre otra esperanza, el deseo de que bondades y compasiones aparecieran como reyes y reinas en un giro inesperado de la partida. Podas tener o no las cartas en mano, no importaba: caeran de la misma forma. La ternura no entraba en el juego, excepto para perjudicar.

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    LETRAS LIBRES JUNIO 2013

    No quieres hielo?No respondi Pete. No, gracias.Coloc dos vasos de vodka en la mesa de la cocina. Se

    dej caer en la silla frente a l.Quiz esto te ayude a dormir dijo.No s si hay algo que pueda ayudarme respondi l,

    dando un trago. El insomnio era su peste.Voy a traerlo a casa esta semana dijo ella. Necesi-

    ta que le devuelvan su hogar, su casa, su cuarto. No es un peligro para nadie.

    Pete dio otro trago, sorbiendo ruidosamente. Se daba cuenta de que l no quera mezclarse en esto, pero sinti que no quedaba otra ms que proseguir. Quiz podras ayudar. l te admira.

    Ayudar cmo? pregunt Pete en un arranque de clera. Luego el choque suave de su vaso contra la mesa.

    Podramos pasar la noche con l por turnos dijo con cautela.

    Son el telfono. El Radio Shack de pared sola traer sobre todo malas noticias, as que su timbre, especialmen-te por las noches, la sobresaltaba siempre. Se contuvo para no estremecerse, pero aun as se encogi un poco, como anticipando un golpe. Se puso de pie.

    Diga? contest a la tercera vez que son el telfo-no, con el corazn latiendo fuerte. Pero la persona al otro lado de la lnea haba colgado. Volvi a sentarse. Nme-ro equivocado, supongo dijo y aadi: Tal vez quieras ms vodka.

    Solo un poco. Despus tengo que irme.Le sirvi un poco ms. Haba dicho lo que necesitaba

    decir y no quera tener que convencerlo. Esperara que l tomase la iniciativa, con las palabras que esperaba or. Sus amigos ms crueles no dejaban de alertarla, pero ella crea que en el fondo Pete tena un lado bueno y le era siempre paciente. Qu ms poda ser?

    El telfono volvi a sonar.Seguramente es telemarketing dijo l.Lo odio le respondi. Hola? grit al auricular.Esta vez, al colgar, ech un vistazo a la pequea pan-

    talla del telfono que deba mostrar el nmero de la per-sona que llamaba.

    Volvi a sentarse y se sirvi ms vodka. Alguien llama desde tu apartamento, dijo.

    Pete apur el resto de su bebida. Tengo que irme, dijo levantndose. Ella lo sigui. En la puerta, lo observ ce-rrar su mano sobre la perilla y girarla con firmeza. Abri la puerta por completo, bloqueando el espejo.

    Buenas noches dijo l. Su expresin se le haba ade-lantado a algn lugar lejano.

    Lo abraz con la intencin de besarlo, pero l gir la

    cabeza abruptamente y su boca acab en la oreja de Pete. Record que la haba evitado de la misma manera haca diez aos, cuando se conocieron y l se encontraba en un estado de traslape romntico.

    Gracias por acompaarme le dijo.De nada respondi Pete mientras bajaba apresura-

    damente hasta su coche, estacionado en la acera de enfren-te. Ni siquiera intent acompaarlo. Mientras cerraba con llave la puerta de la casa el telfono volvi a sonar.

    Entr en la cocina. En realidad no haba podido leer el identificador de llamadas sin sus anteojos y haba inven-tado lo de que era el telfono de Pete, aunque l lo haba convertido en verdad de todos modos, esa es la magia negra de mentiras y suposiciones, fintas bien ejecutadas. Esta vez respir hondo. Se plant.

    Diga? contest a la quinta vez que son el tel-fono. La pequea pantalla en la que el nmero deba verse estaba nublada, como por un velo, una pgina de papel cebolla que cubre una cebolla; o ms bien, la foto de una cebolla. Una representacin encima de otra.

    Buenas noches dijo casi gritando.Qu podra irrumpir? La pata de mono. Una dama.

    Un tigre.Pero no haba absolutamente nada. ~

    Traduccin de Daniela Franco

    http://letraslib.re/10Ydt8b

    BLO

    G D

    E C

    REAC

    IN