la mandragora nº 5 - aÑo 1 #5

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I. E. S. León Felipe - Benavente 1 L a M aN d r ag o R a 5 Diciembre, 2.000

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Resvista del IES León Felipe de Benavente (Zamora)

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I. E. S. León Felipe - Benavente 1

La MaNdragoRa Nº 5 Diciembre, 2.000

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La Mandrago Ra

I. E. S. León Felipe - Benavente

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…Y dijo Dios: hágase la hipocresía, y la hipocresía se hizo, y vio Dios que necesitaba nombre y le puso Tierra… Mun-do… Planeta azul, vamos como ustedes prefieran. El caso es que así podría empezar perfec-tamente la Biblia. Tal vez sea una forma un poco rara de co-menzar, pero no se engañen, es verdad lo que les digo: el mundo y la hipocresía son sinó-nimos, aunque posiblemente esto pueda cambiar algún día,…pero, ¿cuándo?

Cuando a un ser humano de raza negra, le podamos llamar negro o simplemente por su nombre, y no como la forma políticamente correcta manda, es decir, persona de color…

Cuando una pareja de homo-sexuales pueda dase un beso en me-dio de la calle sin que nadie les mire con desprecio, porque una mirada puede hacer más daño que una pala-bra.

Cuando un emigrante no ten-ga que dar explicaciones sobre su na-cionalidad, cuando pueda trabajar y tener los mismos derechos que cual-quiera…

Cuando los niños no sufran violencia, ni los viejos desamparo, ni el árbol la hoja afilada del cuchillo…

Cuando la muerte venga muy acompañada de amigos…

Cuando la noche traiga paz, y no hambre, ni miedo, desolación o desiertos de amargura…

Cuando… ¿Cuándo? Mañana, hoy mis-

mo (el ayer sólo puede salvarse en el recuerdo), si las cosas no siguen siendo como siempre.

D. el M.P.

Baltasar Lobo,

Homenaje a León Felipe, 1983

Roy Lichtenstein

D. Hockney

Humo De Memoria A mi gata y a mí se nos ocurre a

veces profanar nuestros recuerdos. Siempre entramos de noche, apro-vechando que el sueño nos permite movernos con más confianza y que los limos de la consciencia aún no se mueven, nos paseamos entre pe-gajosas paredes de imágenes grises buscando, quizá, una explicación al porqué de nuestro estado. Es una sensación tan placentera que cual-quier descripción le es innecesaria; estando ella viva no conoció nada parecido, según me dijo la primera vez; y de seguro le creo. Hemos entrado aquí ya tantas veces, que la gata sabe tanto de mí que no le puedo ocultar nada.

Pero a mí, entrar en este lugar, me sigue sorprendiendo. Cada una de las cosas que hay aquí me sigue pareciendo asombrosa. Es un sitio oscuro, sin arboles, barrido apenas por las migajas providenciales que llegan después que el viento ha pa-sado. Y cada día aparecen recuerdos nuevos que no vi el día anterior, y que se hallan intermediando dos recuerdos inconexos. Eso es lo que me empuja a venir aquí cada vez que me duermo. Pero hoy la gata no vino, a veces bucea en los recuerdos de otras personas para jugar allí con los monstruos que el miedo de cada una de ellas creó alguna vez. Nadie está a salvo de que la gata hurgue en sus recuerdos.

El que nunca ha entrado aquí no ha visto el humo saliendo de los portales carcomidos y de los estre-chos zaguanes de la memoria; el fuego que lame las piedras una a una. Yo sí lo he visto. Y sé que nadie se va a salvar de su quemadura dul-ce que continuamente se aposenta para durar aliada al tiempo y al re-cuerdo, y que nos arderá dulcemen-te hasta calcinarnos.

Entonces es mejor pactar con un gato, o con las criaturas blanqueci-nas y sufrientes que acechan en los rincones; soportar la quemadura central, que avanza como la madu-rez progresiva en el cuerpo, y puede llevar a la muerte como a mí me lle-vó. Entonces sólo queda vagar por las noches de nuestra vida con la obediencia de la sangre en su circui-to ciego, en compañía de una gata que guarde celosamente los recuer-dos.

izel

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La Mandrago Ra C R E A C I Ó N L I T E R A R I A

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EL “ERUDITO”

En una vivienda de protección oficial, comprada con mil sudores y a trancas y barrancas, en aquellos años en los que no ganaba apenas para sus gastos menores y libros, pasaba la tercera par-te de las horas del día. El re-sto del tiempo estaba en el trabajo, o en bibliotecas y librerías.

Apenas tuvo en su poder las llaves de la vivien-da la llenó casi completa-mente de estanterías de me-tal compradas en oferta y que más tarde fueron susti-tuidas por muebles de ma-dera desde el suelo hasta el techo, con escalera para ac-ceder a los estantes superio-res. El proceso del cambio duró varios años y fue para-lelo a la evolución de sus compras. Ya no se trataba de libros de oferta, adquiridos en el rastrillo o de coleccio-nes baratas y de papel malo. Ahora, una vez pagada la hi-poteca del piso, se podía permitir comprar buenas en-cuadernaciones, incluso en algún caso se dio el lujo de hacerse con un ejemplar de coleccionista. Estos ejempla-res los colocaba en las dos únicas librerías que tenía en su dormitorio y que en tiem-pos pasados compartieron lugar con otros objetos de coleccionismo, que actual-mente se habían visto rele-gados a unas cajas de car-tón.

Los libros en ocasio-nes sufrían reestructuracio-nes y recolocaciones que lo tenían ocupado durante bas-tantes días, llegando incluso a ponerse de baja para poder dedicarse en exclusiva a su pasión de manejar libros. Alguna vez los había orde-nado por tamaño, color o “tipo de encuadernación”, pero había abandonado esa costumbre desde que un compañero de trabajo co-mentó durante la pausa del café que era una horterada. Por prudencia, y puesto que el comentario provenía de un licenciado en Derecho, deci-dió reordenar por orden al-fabético de autores, orden que le pareció inofensivo y no atentatorio o la cultura y buena educación.

Aunque tenía ya acumulada una gran canti-dad de libros, eran muy po-cos los que había leído. En

realidad sólo había leído al-guna “novela del oeste” cuando hacía la mili. Fue allí, en el ambiente cuartelero, donde comenzaron a llamar-le intelectual, “el libros” era su apodo, puesto por unos compañeros guasones a los que tomó por imbéciles cre-yendo que no sabían distin-guir un libro de una novelu-cha. Nadie lo sacó del error, y al igual que otros acababan la mili alcohólicos o con el carnet de conducir, él la terminó con un bagaje cultu-ral que creía suficiente para comenzar una nueva vida: la vida de un erudito. Lo que suponía que debía de ser es-ta vida no lo aprendió en los libros, sino a través de la te-levisión. Contemplaba pas-mado las entrevistas a per-sonajes importantes, sobre todo las realizadas en sus propios domicilios, en las que aparecían inexorable-mente en sus despachos con las paredes llenas de estan-terías repletas de todo tipo de libros de cualquier tama-ño, grosor y color, y con las mesas abarrotadas de pape-les y carpetas, muy desorde-nadas, y con claras desigual-dades de formato y caracte-rísticas (tenía razón, por tan-to, su compañero de traba-jo). En otras ocasiones las entrevistas se realizaban en un salón, en el que el perso-naje aparecía, antes de em-pezar a contestar y durante unos segundos, leyendo con gran concentración, absolu-tamente indiferente, en apa-riencia, a la presencia de la televisión, y, por supuesto, con estanterías ¡sin televi-sor!. Esto último, no obstan-te, le despertaba sospechas, suponiendo que en realidad sí había televisor, pero que no aparecía por una inade-cuada panorámica de la es-tancia, o porque el entrevis-tado previamente lo había escondido para resaltar su erudición.

Así comenzó su nueva vida. Este nuevo ‘aspecto’ le facilitó el comienzo de su ca-rrera administrativa ya que le permitió entrar con méritos extraordinarios en la Admi-nistración de Justicia y, a los dos años, sacar las oposicio-nes de oficial. Ya tenía la vi-da resuelta, podía dedicarse a ser un erudito. Comenzó a visitar bibliotecas de forma casual. La primera vez, con-fundiéndola con una librería, entró y comenzó a recorrer

estanterías de las que de vez en cuando tomaba un volu-men. ¡Cuál sería su pasmo al llegar al mostrador y pe-dir la cuenta!. Pero mayor fue el del bibliotecario que, en un principio, lo tomó por un gracioso, después por un chalado y, finalmente, por un intelectual con la cabeza en otra parte, al que trató con gran deferencia facilitándole los trámites para la obten-ción del carnet de lector, quedando en que le trajera dos fotografías “tamaño car-net” al día siguiente.

En cierta ocasión solicitó al bibliotecario un ejemplar de Amadís, sólo por curiosi-dad, puesto que lo había oí-do mencionar en unos dibu-jos animados sobre Don Qui-jote. Este fue el momento en que su fama cobró solidez entre los asiduos a la biblio-teca y, por supuesto, entre los escasos trabajadores de la misma.

La ayudante del bi-bliotecario, una chica menu-da y algo feúcha, ya se había fijado en él. Le llamaba la atención la lentitud con la que recorría los pasillos y la suavidad con que tocaba los libros. No le extrañó que nunca consultara la multitud de catálogos y ficheros dis-ponibles, “sabe lo que bus-ca”. Por las noches, mientras cenaba en soledad con la te-levisión encendida, pensaba en las agradables conversa-ciones que podría mantener con él, en cómo le explicaría y detallaría los autores clási-cos, el porqué de las cosas; y posiblemente pudiera llegar a comprender que estaba bien donde estaba, que no necesitaba nada más que su trabajo y esas charlas, que no tenía por qué salir a me-dianoche a buscar aventuras pasajeras, a las que debía ofrecer todo cuanto quisie-ran de forma apresurada, consciente de que su físico no aguantaría la dureza de un asalto a la luz del día. Pe-ro el hilo de los pensamien-tos la llevaba a la dura reali-dad, ella era quien era, y él seguramente un profesor o un investigador, con su vida ya hecha, su familia, un en-torno acogedor y, por su-puesto, sin tiempo para atenderla.

Pese a todas sus du-das y temores, un día en que sólo retiraba un libro de im-ponente aspecto, se atrevió a hablarle. Se dirigió a él dubi-

tativa, pero posteriormente perdió el temor. Dialogaron sobre temas banales, ella siempre risueña. Él la invitó a tomar algo, quizá por cor-tesía. Puesto que ya era la hora de cerrar aceptó sin ninguna duda. Pudo obser-var en las horas siguientes cómo llevaba el libro amoro-samente, de forma que pare-cía liviano pese a su grosor. Poco a poco fue compren-diendo que estaba tan solo como ella, que probablemen-te era muy infeliz y que ne-cesitaba tanta compañía co-mo ella misma. También comprendió que había susti-tuido todo el mundo por los libros, pero que éstos no le servían para saciar su sed de aventuras o de conocimien-tos, algo que suponía había sido la primera razón para rodearse de ellos. Ahora se daba cuenta de que ese hombre de casi cincuenta años estaba perdido en el laberinto que él mismo se había construido, y que no sabía salir de él.

Mientras estaba en la cama, insatisfecha porque no le había dado lo que ob-tiene de cualquier descono-cido, sopesa lo débil que es su compañía, lo mal amante que ha llegado a ser a falta de práctica, lo poco que le llenan sus caricias, e incluso sus palabras. Se da cuenta de que no será el hombre que la pueda salvar de su propia vida, muy al contra-rio, sería ella la que tendría que hacer todo el esfuerzo para intentar hacer de él un hombre que supiera dar y recibir cariño. Se levanta si-gilosamente y se viste. Re-coge el libro que había saca-do de la biblioteca y le deja una nota en su lugar: “no es necesario que vuelvas a reti-rarlo”. Cuando despierte y se encuentre solo, será ya de-masiado tarde, no podrá deshacerse de la inmensa máscara con que se cubre, tendrá que comenzar a leer y vivir una vida ficticia puesto que la suya no la ha vivido.

Eva Mª Fernández

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VIENTO DE OTOÑO

Caminando en soledad, la lluvia de otoño, sigilosa,

me susurra tu perdido mensaje que el dios del viento escondió

en la tierra del dolor.

Sigo el mágico sendero que has creado con tu mirada, que me llevará a tu morada,

rodeada de espíritus sedientos, de jóvenes almas sagradas.

Me miras, tus ojos me hablan,

susurro indescifrable que el viento reclama. Te alejas, tus huellas son rosas,

rosas teñidas de sangre donde se ahogan las serpientes de la ira,

que yo intento consagrarte.

Me despierto, el sueño muere, el rumor de la gélida brisa

alabará tu nombre hasta que el manto de rocío

cubra mi eterno llanto y el eco de tu cálida voz

regrese a mi olvidado corazón.

MIREIA

Llevo dentro de mí laberintos de estrechos pasadizos con entrantes absurdos y puertas que no dan a ningún sitio. Y sórdidas traseras de inmensos y modernos edificios con muros de cristal. Oscuros callejones retorcidos, cóncavos como túneles, de techos, más que vistos, presentidos, lucientes de humedad. Y calles de lugares conocidos que ineludiblemente conducen ante un templo antiquísimo, en sueños, familiar. Pero también poseo un mar tranquilo bajo una luna grande, un mar intensamente azul marino, suavemente ondulado, ante cuyo arrullante rumor íntimo me siento a descansar.

OFELIA

∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞ Tuve miedo una vez, jamás volverá a suceder. Te temía, sí: temía enamorarme de tu voz, de tu risa, de tus manos, de tu grandiosa mente, de todo tu potencial ser. Me aferré a los recuerdos dándole cataratas a mis ojos, tapias a mis oídos; cosí también mis labios y amordacé mis manos. Todo para no verte, ni escucharte, ni besarte, ni palparte. Llegué a cerciorarme de que era lo correcto pero fui egoísta y así acabé; te marchitaste, desapareciste, y yo, con mis escudos y barreras pereceré para siempre.

YOCASTA

∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞

RECORDÁNDOTE

Tan sólo la tibieza de una inge-nuidad intolerada

suministros de la nada, suministros de cariño y perpleji-

dad en una mirada inquieta; y esa esencia de saberte perdido, y saberte que aun así, te tengo. Tranquilidad y nervios, conversaciones inconexas, luna nueva, nubes negras… y al fin me cruzo con el fuego de

tus ojos. Se acerca la tormenta y queda entre una nube de humo un amor sincero y luces en la noche, en aquel ático ¿te acuerdas?… momentos virtuales entre dos

complicidades distintas y paralelas. La constatación de un reencuen-

tro, intensidad, y tu sonrisa abriendo alas… y eres tan tú y tan yo y te dejé escapar, pero no sabes cuánto lo siento, quisiera retenerte aún fuera del tiempo y del contexto, así, sin darme cuenta te perdí y aún lo siento tanto… tanto que me ahogo.

CARRIE

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Cierra los ojos, escucha el silencio, y una palabra: NAVIDAD ¿Qué imagen aparece en tu mente?…

Supongo que un regalo (un móvil quizá), o la resaca del primer día del año. Pero me juego la cabeza a que esa imagen no tiene nada que ver con los sentimientos propios de Navidad (que ahora no me voy a poner a contaros, porque ya estaréis hartos de oírlos).

Ayer, viendo lo que supuestamente es un programa serio (el telediario), oigo a la pre-sentadora que comentaba: «Ya está llegando la Navidad a nuestros… (¿a que parece que va a decir «a nuestros corazones», pues no, va y dice…) a nuestros Centros Comerciales».

Acompañada de una sonrisa dibujada en mis labios aparece una pregunta «¿Por qué seguimos celebrando la Navidad?». Pensándolo bien, hay dos razones para ello:

1ª.- Que las familias se reúnan y, entre risas de falsedad, luchas por saber de quién es el abrigo de piel más caro o qué niño es el más listo, se pase una velada ‘estupenda’.

2ª.- Otra razón podría ser la celebración de todos los ideales de nuestra actual socie-dad, es decir, la exaltación del consumismo, que ha sustituido a la exaltación del Cristia-nismo en la que fue una sociedad religiosa.

Todo ello, aderezado con el espacio vacío dejado por alguien que te importaba, hace que la Navidad sea la mejor época, o por lo menos la que más se emplea, para pasar a ‘me-jor vida’.

Reconozco que sí que puede haber familias que disfruten del sentimiento original de la Navidad, pero son tan pocas que podríamos considerarlas excepciones, y las excepciones no confirman la regla, sino que se salen de ella.

Clarisse

¿Qué cenará usted esa noche?

CARTA A S.S.M.M. los Reyes Magos de Oriente…

…o a Papá Noël, o a Santa Claus; vamos que ya no sabe uno

a quién remitir sus deseos para que se cumplan mejor. Y es que la Navidad es el culmen de la hipocresía humana; todos, por acuerdo universal, hemos decidido que estas son las mejores fechas para que todo el mundo sea feliz y desee felicidad a todo hijo de vecino. Pero vamos, que no venía yo a esto, y me voy por los cerros de Úbeda (que , por cierto, últimamente están muy concurridos). Yo venía para pedirle a quien se tercie, que esta hoja volandera, con la que tengo el honor de colaborar, siga teniendo el gran número de amigos que ha tenido hasta ahora. Aunque, la verdad, todo tiene su historia, y La Mandrágora no va a ser menos: el primer número fue el gran desconocido, el segundo comenzó a alzar el vuelo, el tercero se fue generali-zando e incluso nos sorprendió, y el cuarto hasta tuvo una ope-ración de estética (lo digo por la portada). Pero, la verdad es que tenemos mucho que agradecer: por ejemplo, es nuestro deber dar las gracias a Leandro, por esa publicidad gratuita que nos hace, gracias.

Pero esto no significa que no sigamos necesitando buenos amigos que nos echen una mano, y hablando de amigos voy a cambiar de tercio, que si no esto va a parecer un panfleto (y de eso ya estamos cansados). Pues bien, hablemos de la amistad; bonito término, además de una película de Steven S.; pero me centraré en el concepto entendido como lo que tus amigos te brindan. La verdad es que este año mi vida ha cambiado bas-tante, y en uno de los aspectos en los que ha cambiado es en mi forma de ver la amistad. Hasta no hace mucho yo tenía un gru-po de amigos y amigas “x” con los que me llevaba mejor o peor según el día, pero uno, que aunque no viejo va madurando, se da cuenta poco a poco y a base de zancadillas de que lo que tiene en abundancia son conocidos, es decir, gente con la que hablas de nada, a la que saludas, con la que sales de fiesta; pero en realidad amigos no tienes, o al menos en apariencia; pero, bueno, creo que esto no es nuevo para nadie. Entonces os preguntaréis ¿cómo se distinguen, si existen, los buenos ami-gos, los amigos de verdad?. Y me vuelvo a remitir a mi persona para explicarlo. El cambio que he experimentado en este año no ha venido sin problemas (como todos los cambios, que siempre traen algún problema “bajo el brazo”), y es entonces, cuando…

…realmente estás mal, cuando te das cuenta de que quien está a tu lado con el paquete de kleenex es real-mente tu amigo, aunque no entienda la metáfora del “precipicio”, o esté muy lejos (en Valencia, pongamos por caso), porque la verdadera amistad no es relativa, está por encima del tiempo y del espacio. Ahora sí, no nos confundamos, que como digo yo , “en este mundo no te puedes fiar ni de tu sombra” (evidente: no cesa de moverse, esconderse y seguirte a todos los sitios, ¿có-mo te ibas a fiar de ella?). Tal vez resulte un poco ácido (aunque esto no sea El Limón) pero las puñaladas por la espalda, amigos, es la peor muerte que en mi criterio cabe.

Por tanto, busquemos a nuestros verdaderos ami-gos, que pueden estar a nuestro lado en silencio, espe-rando. Amigos como vosotros que sois los lectores y colaboradores de La Mandrágora. Y espero que disfru-téis de esta felicidad enlatada llamada Navidad (no es plagio, que quede claro) y que disfrutéis de la vida como si cada segundo fuera el último. Carpe diem.

ALEJANDRO MARTÍN LÓPEZ P.D.: ya sé a quién escribiré mi carta este año… :a mis

mejores amigos, es una buena idea ¿no? Podéis probar.

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POESÍA: SOPHIA DE MELLO BREYNER Antología Poética (Texto bilingüe) Col. La Rama Dorada Editorial Huerga&Fierro, Madrid, 2000

«Hacía ocho días que relampagueaba… Mi abuelo se quedaba por las noches observando…

el rápido resplandor del relámpago… Y cuando se cansaba… le encargava a los negritos tal misión».

Crónica de una sociedad rural —el ingenio azucarero— afincada en los dominios extensos, en Dois Irmaos —entre Pernambuco y Piauí— , donde el abuelo ejerce de propietario, imparte (in)justicia, poder y autoridad.

Carlitos deja la ciudad tras la muertte de su madre y viene al ingenio, a vivir con el abuelo. Aquí descubre otra vida para él totalmente nueva hasta entonces. El niño se ambientó sin pro-blemas. Aquí oirá historias de negros, del bandolero Antonio Silvino; saboreará el amor: «Este niño ha hecho una pifia, no hay más que verlo —dijeron cunado llegué a la cocina». Acababa de dar un beso a María Clara y había huido despavorido para casa.

El novelista brasileño nos va viajando por los dominios del abuelo. La palabra y la voz la pone Carlitos. Nosotros sólo debemos seguirlo y escuchar lo que nos cuente.

TOMÁS N. MARTÍNEZ

Oliverio Girondo ríe de la estética y se ríe de los estetas; coloca su

espantapájaros y se sienta a escribir. OLIVERIO menipeo, surrealista, rompedor, burlón, cosmopolita,

absurdo, vanguardista, ecléctico, ultraísta, espantaburgués, malabaris-ta, libérrimo, monogamista, sublimado, enlunado, etéreo, incandes-cente, estentóreo, indeformable, ignífero, lunihemisférico GIRONDO. Oliverio «sonrisa de serrucho», Girondo «mirada de charol».

Y…constrúyase un libro como un reloj. ¡Sea vendido como un salchichón!

TOMÁS. N. MARTÍNEZ

CINE: LA REINA ISABEL EN PERSONA España, 2000 // Guión y Dirección: Rafael Gordón Género: Histórica // Intérpretes: Isabel Ordaz

Está clarísimo: una sola actriz, un monólogo en un escenario único y austero centrado en un per-

sonaje muerto hace cinco siglos, otorgan a esta película un cero en cuanto a valor comercial. Como ya ha dicho algún crítico, es carne de filmoteca, a no ser que, aprovechando los fastos del quinto centenario en el 2004, se rescate la producción para televisión e insisto en que no es nada televisiva.

Sin embargo, el ejercicio dramático de Isabel Ordaz («¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?») es intacha-

ble. Su interpretación recoge todos los registros de la escuela de teatro clásico español. Porque de eso se trata, de teatro iluminado, fotografiado y filmado para cine.

El autor despierta a una Isabel de Castilla (si se quiere «La Católica») que se enfrenta con ironía al recuerdo que de su

persona y de su figura histórica tenemos. Desde los acantilados del más allá, donde comparte eternidad con otras insignes colegas como Catalina «La Grande», Isabel Tudor, Mª Antonieta o la emperatriz Sisí, la reina-actriz en zapatillas de deporte (“Avia”) se asombra de la penicilina, del resplandor de Hiroshima que llegó a los acantilados y se duele de «ese autor de teatro italiano que me compara con Hitler y que ni fú ni fá» (Darío Fo), mientras repasa sus sentimientos hacia sus hijos, hacia Fernando… y sus decisiones como gobernante: Granada y Boabdil, Colón y el Descubrimiento, el Decreto de Expul-sión de los Judíos, Torquemada… y la Ley de Extranjería. YOLANDA TOQUERO

POESÍA: OLIVERIO GIRONDO Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías y otros poe-mas. Visor, Madrid, 1995, 194 págs.

NARRATIVA: JOSÉ LINS DO REGO El niño del ingenio de azúcar Edic. Celeste, Madrid, 2000, 126 págs.

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La MandragoRa A C E R T I J O S , H U M O R , A G E N D A

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A G E N D A

• La presentación pública de esta Revista será el Martes 19 de Diciembre en el Café Bar Blues de Benavente a las 19,30 horas. Habrá un ligero picoteo de viandas y bebiandas, música ambiental en directo (esperamos poder contar con un grupo; de lo contrario, siempre que-dan los cd’s), distendido parloteo y ambiente cultural sin demasiadas pretensiones, muy nuestro.

• Recordamos que las notas de esta 1ª Evaluación (ojalá que buenas para todos) las entregarán los tutores el Viernes 22 a las 11 horas en el aula del grupo.

• El escritor Andrés Trapiello estará hablando de su obra el viernes día 22 en la Biblioteca de Benavente (antigua casa de Solita) a las 19 horas. (Para asistir, hay que retirar previamente la invitación en la Biblioteca).

• Se recuerda a todos que la bondad de corazón y la voluntad buena serán recompensadas por los ‘Reyes Majos’ de la conciencia propia y, a veces, de la ajena.

• Se recuerda también que la Navidad no sólo son regalos.

• Se recuerda asimismo que el amor es obligatorio.

• Y el estudio, necesario: nos hace libres; luego humanos.

RESPUESTA AL PÓKER DE ASES

DEL Nº 4

PÓKER DE ASES Dos actrices con mucho temperamento

(una de ‘ahora’ y otra de ‘antes’), un actor de los duros y un estudioso del actuar humano. ¿Los reconoces? Si es así, ya sabes: el buzón de sugerencias de la bi-blioteca espera tus respuestas. Hay pre-mios.

Por cierto, la premiada del anterior póker

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Por el campo abierto, ése al que nadie ha puesto puertas, alguien iba diciendo: «Qué bello es el amor en invierno, cuando salta del pecho como pájaro nuevo que con ímpetu torpe comienza a volar…». Y en ese preciso momento, dos disparos secos como toses sonaron muy cerca. Poco después, el pájaro torpe colgaba del morral de un cazador también ‘enamorado’, pero de las aves. —A mí estas historias me ponen triste —osó decir uno quebrando el silencio. —A mí lo que me pone triste es ese campo tan abierto que, como no tiene puertas, produce unas corrientes de aire que te atacan el pecho y te hacen toser muy malamente —arguyó otro, demasiado hablador, aunque el silencio ni se dio por enterado.

El-del-fín