la gorda de jeannette miller

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La Gorda Jeannette Miller INFANTIL Y JUVENIL REPÚBLICA DOMINICANA BIBLIOTECA V I C E P R E S I D E N C I A D E L A R E P Ú B L I C A D O M I N I C A N A

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Tercera ronda

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La GordaJeannette Miller

INFANTIL Y JUVENILR E P Ú B L I C A D O M I N I C A N A

BIBLIOTECA

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La Gorda Jeannette Miller

A las dos de la tarde la campanilla del dulcero rompía el muro de sol cegador y yo corría a

empinarme en el banquito en el manguito para alcanzar la moneda que guardaba Tete,

colocadas expresamente en el segundo tramo del armario para que las corriera a la hora que

fuera comparara uno, dos, tres, éste también, masitas con azúcar verde, empanadillas de

guayabas, enormes pedazos de bizcochos borrachos en almíbar roja con una tajo en el medio

lleno de mermelada, suspiritos, bolitas de batata con piña, y ya no me cabían en la boca, hasta

que el entusiasmo se me apagaba con un jadeo de llenura en que me faltaba la respiración.

Era gorda, muy gorda; los vestidos se me levantaban por el frente como a las embarazadas,

producto de una petaca que se abultada desde el pecho para ir a morir encima del pubis. De

tan gorda me decían vaca marina, armario de tres puertas, albóndigas, y otras sutilezas que a

los grandes les parecían graciosas, pero que a mí me llenaban los ojos de lágrimas; con todo, al

rato se me olvidaba. Me comía lo mío y lo ajeno. Antes de las doce los olores a arroz con

habichuelas y carne guisada con papas acompañados de fritos de plátano maduro, se

completaban con la ensalada de tayota jugosa que siempre traía su caldito de vinagre y aceite

saliéndose del plato. Comía y repetía y a la una y media, con un perro guardián esperaba celosa

la llegaba de mi prima que trabajaba en el banco y a la que le guardaban la comida muy

primorosamente colocada en platillos para que ella escogiera una cucharadita o dos de cada

cosa y la ingiriera masticando nueve veces, como lo exigía una buena digestión con cara de que

la estaban obligando. Era una mística decían las tías en tono despectivo pues también les

encantaba comer yo no me quitada de la puerta hasta que Gloria llegaba, y antes que ella me

sentaba a la mesa, en la silla al lado de su puesto, para devorar lo que la mística no se comía.

Gloria era delgada y bonita. Yo también era bonita: blanca con dos largas trenzas negras y ojos

castaños y brillantes, boquita gruesa y naricita respingada; los dientes medianos y perfectos se

abrían en una sonrisa que me ganaba el cariño de todo el mundo. Encima de eso era

inteligente, simpática y bailaba mucho mambo al estilo de María Antonieta Pons, con el ritmo

caliente de Pérez Prado. Caballo neeeegro , Caballo neeegro… y la gente se admirada de cómo

era esa gorda tan ágil e incansable cundo sonaba la música. Así decía mi tía Clarissa que era

soprano, también mi abuela era soprano, pero como había casado con un General, ya no

aparecía en público. Clarissa, en cambio, participaba todos viernes en una hora lirica en la HIN e

interpretaba canciones como Estrellita, ataviada con un traje de gasa negra que resaltaba su

belleza de virgen de cera y sus curvas todavía apetecibles. Cuando cumplí los once años estaba

reventado, era la moda de talle bajo y las cretonas, y nos hacían vestidos de organdí con

mangas abuchadas y enormes drapeados de tafeta o raso de rodeaba las caderas para ir a morir

en la espalda en un gran lazo debajo del zíper. A mi abuela le gustaba vestirnos iguales: la

misma tela, la misma moda…lo único que variaba era el color: Mary de azul, Sussy de amarillo y

yo, rosado. Nos llenaban las cabezas de rizos y nos recogían la parte delantera con bonches de

cintas y flores que combinaban con el traje. Éramos tres muñecas. Mi abuela vivía orgullosa de

nosotras pues todo el mundo nos piropeaba, hasta que aquél 6 de enero, cuando estábamos

lista para ir al baile de reyes en el casino de Guibia, no se pudo aguantar y me dijo: -Pareces un

tanque de guerra, ya no te cabe una libra más, casi no te entra el vestido nuevo. ¡Tienes que

rebajar! –Me miré al espejo y vi una figura inflada que apenas cabía en un precioso vestido de

tafeta color aqua, las mejillas parecían dos aletas de pescado; los ojos casi ni se notaban por lo

abofado del rostro. Del cuerpo ni hablar, había cambiado su forma de cilindro para semejarse a

una pelota cada vez más ancha en el medio, no tenía pescuezo y las manitas parecían de

muñeca de goma.

Mis dos hermanas estaban espléndidas. La mayor era delgada y ya comenzaba a mostrar forma

de mujer; la moda le favorecía. La pequeña era rubia y lucía como una princesita de cuentos

con su traje rosado y sus ojos color miel. Al llegar a la fiesta, los muchachos comenzaron a

sacarlas a bailar, mientras yo miraba con amargura la mesa llena de pastelitos, dulces y

refrescos. Al rato me fui alejando del bullicio hacia una terraza que daba al mar. Me senté en el

borde de cemento sin importar que la tela de mi vestido nuevo se maltratara, solo miraba la

espuma de las olas cuando rompían en las rocas. Casi al anochecer un amigo por el que

suspiraba vino a conversar conmigo. El corazón se me salía esperando la invitación para entrar

a la pista ritmo de mambo, que rico el mambo; mambo, que rico eh, eh, eh… sentía que los

pies me ardían por las ganas de bailar. Pero dieron las siete y el sol enorme se ocultó. En medio

de la penumbra roja oí al abuelo que nos llamaba para irnos a casa. Durante el trayecto ni abrí

la boca. Mis hermanas no callaron a lo largo del ritual de los vestidos y las perchas, de los

pinchos y los moños, de las cretonas, los zapatos, las medias y las pijamas para dormir. Cuando

mi abuela apagó la luz, sus voces se tornaron lentas y entrecortadas. Yo me apretaba la boca

con la sábana para que no oyeran mis sollozos. Esa noche tuve un sueño que nunca he

olvidado. Tengo quince años, uso zapatos de tacón y mi cuerpo de guitarra se destaca dentro

de un vestido de gasa negra. En la fiesta que estoy, los muchachos se agolpan alrededor de mí y

los pies me duelen, pues no he parado de bailar…

Jeannette Miller

Jeannette Miller nacida en Santo Domingo, el 2 de agosto de 1944. H Poeta, ensayista, periodista, educadora y crítica de arte.

Cursó su educación primaria y secundaria en Santo Domingo en los colegios Apostolado y María Auxiliadora, respectivamente. Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fue profesora de esa misma universidad, asi mismo de la Universidad Central del Este y de la Escuela Nacional de Bellas Artes.

Es una figura sobresaliente de la Generación del 60. Ha dirigido numerosos talleres y seminarios sobre Gramática Española y Redacción en diferentes instituciones públicas y privadas. Ha sido jurado de los más importantes concursos de Literatura y Artes Plásticas celebrados en el país. Lleva muchos años dedicada a la crítica de Arte a través de la prensa nacional, especialmente en los periódicos El Caribe y Hoy. Es miembro del Patronato del Museo de Arte Moderno de Santo Domingo y de la Casa del Escritor Dominicano.

Entre los reconocimientos recibidos por su aporte a la Literatura y a las Artes Plásticas dominicanas, figuran: Premio de Investigación Teatro Nacional, Premio a la Crónica y Crítica de Arte y Supremo de Plata Jaycees.

Obra

El Viaje (poesía). Fórmulas para Combatir el Miedo (poesía) . Fichas de identidad/Estadías (poesía). Historia de la pintura dominicana (ensayo). Cuentos de Mujeres (cuentos). Arte dominicano: 1844-2000 -2 tomos. La vida es otra cosa (novela). A mí no me gustan los boleros (Cuentos).