la españa que nos conquisto rodolfo puiggrós

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Este libro es uno de los mejores ensayos de interpretación que se ha escrito sobre el tema del descubrimiento y la conquista de América. Publicado por primera vez en 1964, cuando su autor vivía exiliado en México, influyó de manera decisiva en el pensamiento social hispanoamericano y se convirtió en un texto que, además de ofrecer al lector un relato fascinante, amplia la perspectiva de uno de los acontecimientos más trascendentales y paradójicos- de la era moderna. La paradoja estriba en que hace quinientos años, cuando las naves de Cristóbal Colón anclaron en las Indias Orientales, la península ibérica era una de las regiones de Europa en donde más se habla desarrollado la economía mercantil- manufacturera, lo que equivale a decir que era también el escenario de agudas contradicciones entre el viejo régimen feudal y los primeros brotes del capitalismo. El descubrimiento de América fue una empresa de comerciantes mediterráneos deseosos de abrir nuevos mercados, pero su conquista colonizadora fue obra de guerreros, sacerdotes e hidalgos castellanos que trasladaron al Nuevo Mundo, junto con la espada y la cruz, las formas de producción, las relaciones de clase y el sistema de ideas y valores que hablan enarbolado contra los moros durante ocho siglos de guerras ininterrumpidas. La incorporación de América a Occidente, por otra parte, no tuvo las mismas consecuencias para España y par« el festo de Europa. “América —dice Puiggrós en eí prólogofue la gran presa de la acumulación primitiva del capital, pero fuera de España, fuera de la parte de América unida a España, en naciones donde al amanecer siguió el mediodía y siglos después el crepúsculo del capitalismo al completar su ciclo. Y en tal amanecer nacieron también las colonias anglosajonas de América del Norte, en con» traste con las hispanoportuguesas del Centro y del Sur, que recibieron los reflejos del atardecer a la hora de los cambios que anuncian el nuevo día**.

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Este libro es uno de los mejores ensayos de interpretación que se ha escrito sobre el tema del descubrimiento y la conquista de América.

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Page 1: La España Que Nos Conquisto Rodolfo Puiggrós

Este libro es uno de los mejores ensayos de interpretación que se ha escrito sobre el tema del descubrimiento y la conquista de América. Publicado por primera vez en 1964, cuando su autor vivía exiliado en México, influyó de manera decisiva en el pensamiento social hispanoamericano y se convirtió en un texto que, además de ofrecer al lector un relato fascinante, amplia la

perspectiva de uno de los acontecimientos más trascendentales —y paradójicos—- de la era moderna.

La paradoja estriba en que hace quinientos años, cuando las naves de Cristóbal Colón anclaron en las Indias Orientales, la península ibérica era una de las regiones de Europa en donde más se habla desarrollado la economía mercantil-manufacturera, lo que equivale a decir que era también el escenario de agudas contradicciones entre el viejo régimen feudal y los primeros brotes del capitalismo. El descubrimiento de América fue una empresa de comerciantes mediterráneos deseosos de abrir nuevos mercados, pero su conquista colonizadora fue obra de guerreros, sacerdotes e hidalgos castellanos que trasladaron al Nuevo Mundo, junto con la espada y la cruz, las formas de producción, las relaciones de clase y el sistema de ideas y valores que hablan enarbolado contra los moros durante ocho siglos de guerras ininterrumpidas.

La incorporación de América a Occidente, por otra parte, no tuvo las mismas consecuencias para España y par« el festo de Europa. “América —dice Puiggrós en eí prólogo— fue la gran presa de la acumulación primitiva del capital, pero fuera de España, fuera de la parte de América unida a España, en naciones donde al amanecer siguió el mediodía y siglos después el crepúsculo del capitalismo al completar su ciclo. Y en tal amanecer nacieron también las colonias anglosajonas de América del Norte, en con» traste con las hispanoportuguesas del Centro y del Sur, que recibieron los reflejos del atardecer a la hora de los cambios que anuncian el nuevo día**.

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Rodolfo Puiggrós

ÁNCORA" EDITORES

La España 1 que conquistó el Nuevo Mundo

Page 4: La España Que Nos Conquisto Rodolfo Puiggrós

Primera edición: Ediciones Siglo Veinte Buenos Aires, 1963. Quinta edición: El Ancora Editores Bogotá, 1989. ISBN: 938-9012-43-9

Portada: diseño de Felipe Valencia Ilustración: Atlas catalán de 137S (Museo Marítimo de Barcelona)

• Derechos reservados: 1989. Adriana Puiggrós El Ancora Editores Apartado 033832 Bogotá, Colombia

Composición y artes: Servigraphic Ltda., Bogotá Fotomecánica: Fotolito Villalobos Impreso en los talleres de Editorial Presencia Printed in Colombia

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CONTENIDO

Prólogo a la segunda edición 7

1. LA UNIDAD NACIONAL ESPAÑOLA 11

Expansión y estancamiento {3 Absolutismo monárquico y economía mercantil 17 El feudalismo en España 26 Régimen señorial, régimen servil y régimen municipal 31 Burgueses y siervos en Castilla 33 La nobleza castellanoleonesa 37 El comienzo de la unificación nacional 41 Feudales y burgueses en Cataluña 44 Grandeza y decadencia de Aragón 52 Sometimiento de los señores 38 Política unificadora 63 La Inquisición 66 El antisemitismo 71 La recuperación de los señores 76

1 ARAGON Y EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA 79

El conocimiento del mundo material 81 La idea del Nuevo Continente 84 La burguesía del Mediterráneo en los viajes colombinos 88

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La soberanía de España y Portugal en el Nuevo Mundo 93

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América, propiedad de la corona de Castilla 97 La Casa de la Contratación 102 Los aragoneses eran extranjeros para las Leyes de Indias 107

3. CARLOS V Y EL FRACASO DE LA BURGUESIA ESPAÑOLA 111

La nobleza de Castilla y el Estado nacional 113 Coalición de las casas de Castilla y Habsburgo 117 Los grandes de Castilla coronan a un Habsburgo 120 España gobernada por extranjeros 124 Resistencias de las ciudades 126 El “emperador del mundo” 131 Los comuneros y la derrota de Villalar 137 El abanderado de la reacción europea 143 Insurrecciones en Valencia vías Baleares 145

América o la horca 147

4. EL IMPERIO DE LA DECADENCIA 153

El emperador y el hereje 155

Las insurrecciones de campesinos y artesanos 161

El emperador encarcela aJ papa 165

El usurero y el emperador 169

Los banqueros alemanes 172

Los Fugger 175

América repartida entre los banqueros alemanes 179

Carlos V hizo de España un país asiático 186

Despoblación y miseria 190

La España borbónica en un callejón sin salida 195

Bibliografia 201

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PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION

Algunos comentaristas han cuestionado la tesis vertebral de

este libro. Creemos indispensable insistir en ella por su

importancia reflejada en la interpretación de la conquista

colonizadora que dio origen a las sociedades iberoamericanas.

Partimos de la siguiente separación no meramente formal, sino

de contenido: el descubrimiento del Nuevo Mundo fue empresa

comercial y mediterránea, originada en el lugar de Europa del

siglo XV con el máximo desarrollo de la economía mercantil-

manufacturera, mientras que su conquista colonizadora trasladó

las formas de producción, las relaciones de clase y el sistema de

creencias, ideas y costumbres del feudalismo ibérico en

decadencia. España era entonces escenario de las más agudas

contradicciones entre el viejo orden feudal y los primeros brotes

de capitalismo.

La incorporación de América a Occidente tuvo consecuencias

antagónicas, según se tratara de la península ibérica o de aquellas

regiones europeas que no se gastaron en la conquista colonizadora

y obtuvieron indirectamente las ventajas de la promoción

económica fomenta-

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Prologo

da por los metales preciosos, las materias primas y los mercados del Nuevo Mundo. América dio oxígeno al agónico feudalismo y asfixió al naciente capitalismo de la península ibérica, pero fue un poderoso factor externo de desarrollo del capitalismo en general del Occidente europeo.

De la vasta literatura dedicada al tema, nos referiremos sólo a la obra del historiador chileno Volodia Teitelboim {El amanecer del capitalismo y la conquista de América), cuya segunda edición apareció este año (Editorial Futuro, Buenos Aires). Las modificaciones de fondo y forma introducidas por el autor no trasgreden la tesis sustentada por él mismo veinte años atrás. Y como reclama para sí la concepción marxista, y expone sus ideas con lucidez de estilo poco común en estudios de esta naturaleza, nos sentimos obligados a expresar nuestra discrepancia.

Nada habría de objetable a la relación entre “el amanecer del capitalismo y la conquista de América” si se concretara a la perspectiva histórica en sus términos latos. Pero Volodia Teitelboim particulariza la conquista de América por España cuando “la burguesía entra en escena”. Es cierto que el parto de una nueva sociedad en Europa preparó el descubrimiento del Nuevo Mundo más allá de los mares, mientras la conciencia del hombre moderno salía de las tinieblas del espíritu teológico y se anunciaba el racionalismo, el naturalismo y el empirismo. También es exacto que Cristóbal Colón resumía en su persona las ambiciones de la burguesía enclaustrada en el ángulo noroccidental del Mediterráneo. “Era todo una alianza monstruosa de lo antagónico, el fanatismo sin tasa se fundió a la avidez loca, bajo el signo del Señor”, lo retrata Teitelboim con propiedad (ps. 89-90). Pertenecía el Descubridor, sin duda, a dos órdenes sociales que se entrecruzaban, igual que el comerciante tendido hacia el ancho mercado y enajenado todavía al feudo.

Pero esa ambigüedad explica el fracaso de la burguesía comercial en su empresa. No buscó el dominio territorial, ni el imperio directo sobre los hombres, sino la ganancia por la ganancia, el oro para atesorarlo. Al comprobar que el emporio fabuloso del Gran Kihan se trocaba en un inmenso continente a conquistar por la violencia, la gi-gantesca operación superaba la naturaleza de clase de la

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burguesía comercial, pronto obligada a ceder su lugar al guerrero y al sacerdote, a la espada y a la cruz.

Teitelboim presta muy escasa atención a los cambios internos en la sociedad española generados por el descu-brimiento de América y a la substitución de los mercaderes mediterráneos por los hidalgos de Castilla en la empresa de la conquista colonizadora. Apenas si les dedica poco más de diez líneas (ps. 151-152). Sin embargo, la génesis de las naciones iberoamericanas se aprecia en función del carácter feudal que le imprimieron los señores castellanos y no de los contratos o de las inversiones del “capitalismo primitivo europeo”. Los Cortés y Piza- rro, no los Fugger y Welser, marcaron con su impronta de atraso y servidumbre a las sociedades nacientes.

La relación establecida por Teitelboim entre “el amanecer del capitalismo” y “la conquista de América” conduce a erróneas interpretaciones. ¿Amanecía, en verdad, el capitalismo con los famosos banqueros Fugger y Welser, prestamistas de emperadores, reyes y papas, o culminaban las formas más parasitarias del capital comercial y usurario acoplado al feudalismo europeo? Resulta en alto grado significativo que la conquista colonizadora de América por España haya coincidido con el exterminio de los brotes de capitalismo en las regiones más prósperas de la península ibérica. Si los banqueros alemanes chupaban las riquezas de España y América, su eterno deudor, el rey Carlos V, mataba las manufacturas y aniquilaba los movimientos que expresaban las aspiraciones antifeudales del pueblo español.

La conquista de América trajo la violenta interrupción del amanecer del capitalismo en España. América fue la gran presa de la acumulación primitiva del capital, pero fuera de España, fuera de la parte de América unida a España, en naciones donde al amanecer siguió el mediodía y siglos después el crepúsculo del capitalismo al completar su ciclo. Y en tal amanecer nacieron también las colonias anglosajonas de América del Norte, en contraste con Jas hispanoportuguesas del Centro y el Sur que recibieron los reflejos del atardecer a la hora de los cambios que anuncian el nuevo día.

En este libro hemos hecho hincapié en la decadencia del feudalismo y la conquista de América. La segunda edición

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Prologo

conserva sin cambios el texto de la primera.

Rodolfo Puiggrós

México, 1964.

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La unidad nacional española

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Dos veces en su historia causas externas desviaron el

autodesarrollo de la sociedad hispánica de su curso natural:

en el siglo VIII la invasión islámica y en el siglo XV la

conquista colonizadora de un continente cuatro veces más

extenso que el antiguo. La primera no le dejó ser

plenamente feudal; la segunda frustró su avance hacia el

capitalismo1. Cuando desapareció aquélla comenzó a

actuar ésta. Entre una y otra, España fue cabeza de la larga

cruzada contra los islamitas por el occidente de Europa, al

mismo tiempo que teatro de intensas luchas de los siervos

por su emancipación, de las ciudades y de 1

1 La tesis que sustentamos en este libro, acerca de la frustración

del embrionario capitalismo y de la balbuciente burguesía en la región más progresista de Espafla como resultado de la conquista colonizadora del Nuevo Mundo, corresponde s un aspecto contradictorio de la tesis general expuesta hace más de un siglo por Marx y Engals en el Mant/ltsto Comunista, referente a la importancia que tuvo el descubrimiento da América, como cauta externa promotora dtl florecimiento del capital lamo en el occidente de Europa y de la formación del mercado mundial de

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la burguesía.

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los nobles en torno del poder real, y de cristianos, maho-metanos y hebreos por el predominio de los dogmas religiosos.

El 2 de enero de 1492, nueve meses antes de cumplirse la hazaña colombina, el ejército de Castilla ponía punto final, con la toma de Granada, al dominio del Islam en la península ibérica. A los ojos de la cristiandad —que acababa de perder Constantinopla (1453), detenía a los invasores en Belgrado (1456) y Rodas (1480) y no conseguía recuperar Jerusalén—, la monarquía castellana se erigía, con la expulsión de los infieles, en abanderada de una fe que, al comenzar a desintegrarse el feudalismo, presentaba graves síntomas de división cismática. Ni los aragoneses, ni los venecianos y genoveses, ni los caballeros de Rodas y luego de Malta, ni los papas Calixto III (1455-1458) y Pío 11(1458-1464) ganaron en la guerra por el triunfo de la Iglesia los laureles de los castellanos.

La conquista de América prolongó las cruzadas a un escenario de magnitud y características desconocidas al soldado europeo.

(...) la Conquista fue la última cruzada (...)Su carácter de cruzada define a la Conquista como empresa esencial-mente militar y religiosa. (José Carlos Mariátegui, p. 146)2.

Ninguno estaba habilitado como el español para tarea tan gigantesca. Casi tres siglos antes (1212), en la gran batalla de las Navas de Tolosa que deshizo al ejército musulmán, los cincuenta mil caballeros y peones franceses, provenzales, bretones,.italianos, alemanes e ingleses defeccionaron y los ibéricos afrontaron solos (soli hispa- ni) la pelea y obtuvieron la victoria. Desde entonces guerrearon contra el Islam sin ayuda extranjera y se

distinguieron entre los mejores de Europa en campos tan

2 En la* citas prescindimos de los títulos de los libros y nos

remitimos a la bibliografía del final, salvo que sean de autor de más de una obra.

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La unidad nacional española 17

dispares como Italia, Francia y América. El piquero español compartió la celebridad del tercio español.

De no aparecer en su camino el Nuevo Mundo es seguro que los castellanos hubiesen perseguido a los súbditos del Islam más allá del estrecho de Gibraltar. El ambicioso sueño de exterminarlos y reconstruir a lo largo del litoral surmediterráneo los dominios de los primeros cristianos no fue abandonado mientras América no absorbió las energías de España hasta dejarla exhausta. Isabel la Católica legó a los castellanos el compromiso de proseguir en Africa la campaña antimahometana y el cardenal Cisneros convenció a Femando el Católico de que emprendiera, junto con sus yernos Manuel de Portugal y Enrique de Inglaterra, la conquista de Tierra Santa, incluidos Egipto y los Balcanes, como paso previo a la unificación cristiana del mundo, de acuerdo con el mandato evangélico: unum o vi le et unus pastor. No obstante la negativa de los principes extranjeros a secundar la empresa, Cisneros la organizó y dirigió con la única colaboración del genovés Girolamo Vianello y se apoderó de Mazalquivir y Orán (1509)J. La aspiración a la monarquía universal cristiana alentó a Carlos V y Felipe II, pero 3

3 A. J. Toynbee (II, ps. 204-206, 363) invierte los términos del

problema cuando atribuye la expansión ibérica (castellana, seria apropiado decir) hacia el Nuevo Mundo a la Syriocpressure. En este punto, como en muchos otros, la verdad está en la vereda de enfrente de míster Toynbee, pues ¿cómo puede hablarse de Syriac pressure si precisamente al imciar Colón su primer viaje los islamitas acababan de ser expulsados de la península y a los castellanos a la ofensiva se les abría la posibilidad de expandirse por el norte de Africa?

Por lo demás, la Syriac pressure no afectó en la medida que cree el historiador inglés —y, en general, la mayoría de los historiadores— los intercambios comerciales al nivel existente entre el Mediterráneo y Asia oriental, pues la ruta acuática no era la única. Había dos rutas terrestres —secundarias, pero rutas utilizadas, al Tin y al cabo—: una, al norte, desembocaba en el Mar Negro por Siberia, y otra llegaba al Golfo Pérsico por Asia Central, Turquestán e Irán.

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el impulso inicial se debilitó y las guerras sostenidas frente

al turco, dssde el noroeste de Africa al Mediterráneo

oriental, tuvieron finalmente carácter defensivo. AI siglo

siguiente el matemático y filósofo alemán Leibniz (1646-

1716) intentó resucitar la idea, sin lograr entusiasmar a

Luis XIV de Francia con su plan de imperio mundial de la

cruz.

España volcó en el Nuevo Mundo su sentido misional

cristiano que, formado en la guerra antiislamita y en las

persecuciones a los hebreos, dominó la política exterior de

los Reyes Católicos. Inyectó a las sociedades que creó del

otro lado del océano el trascendentalismo religioso que en las

postrimerías del feudalismo sobrevivía a los grandes

cambios sociales en marcha en el Viejo Mundo. Al dilatarse

en el espacio se estancó en el tiempo y paralizó un proceso

interno que en los siglos posteriores condujo a Inglaterra y

Francia a la revolución democrática de la burguesía. Esta

contradicción determinó las formas socioeconómicas y la

superestructura político-religiosa que impuso la

colonización española y el carácter de las relaciones de la

metrópoli con sus dependencias ultramarinas.

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ABSOLUTISMO MONARQUICO Y ECONOMIA MERCANTIL

Los reinos hispánicos se encaminaban a fines del siglo XV, bajo el cetro de Fernando e Isabel y al cabo de ementas luchas de la burguesía con la nobleza y dentro de la nobleza, hacia la unidad nacional y la monarquía absoluta, adelantándose al resto de Europa. Los conflictos entre las distintas clases sociales asumían las formas mistificadas de conflictos religiosos o raciales.

En general, la monarquía absoluta, como forma política de un estado de transición del feudalismo al capitalismo, colocaba a los reyes por encima de la nobleza de la que habían surgido y por encima de los burgueses que los sostenían financieramente. El Estado absolutista monár-quico no rompía sus vínculos originarios con los señores feudales, ni se entregaba a la incipiente burguesía; el poder real, en un comienzo electivo, luego compartido o controlado por tos nobles y finalmente hereditario, se metamorf oseaba en absoluto y actuaba de mediador en la intensa lucha de clases que libraban feudales y burgueses, erigiéndose en árbitro y único beneficiario del equilibrio social. Luis XIV dio la conocida fórmula de la monarquía absoluta: L’Etat c'est mol.

Sin embargo, el Estado absolutista no se encarnaba en el

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20 Rodolfo Puiggrós

rey más que como forma sublimada del poder del dinero que crecía a expensas del poder de la sangre y de la tierra, esto es, como instrumento político de la burguesía, aún no segura de sí misma, necesitada de un monarca absoluto para crear el mercado nacional y prevalecer sobre los nobles, superando la dispersión y los antagonismos entre los dominios feudales.

En España se pasó del jefe militar designado por la comunidad visigoda al rey elegido por la nobleza y el clero, y luego a la monarquía hereditaria como tránsito a la monarquía absoluta. La monarquía fue electiva, aunque con fuertes tendencias a la hereditaria, durante el período anterior a la invasión musulmana. A partir del primer rey astur, don Pelayo (718-737), coincidiendo con el comienzo de la Reconquista, se afirmó progresivamente la transmisión hereditaria de los reinos y condados, de acuerdo con las normas del feudalismo. Así se crearon las condiciones sociopolíticas que prepararon el tipo especí-ficamente español de unificación nacional bajo un solo cetro con los Reyes Católicos.

El influjo del dinero como disolvente de la economía natural de los dominios feudales y, por lo tanto, como unificador por arriba de los reinos hispánicos, se hizo sentir a medida que se reconquistaban las tierras hacia el sur. Como ese influjo resultaría incomprensible si pres-cindiéramos del papel importantísimo desempeñado por israelitas y mahometanos en la prosperidad de la economía española, nos remontaremos brevemente a los orígenes de tal papel histórico.

Una de las causas determinantes de la facilidad y la rapidez con que los súbditos del Islam se apoderaron de la península ibérica al iniciarse el siglo VIII fue la colabo-ración que desde el interior de ésta les prestaron los judíos —a la sazón el sector más numeroso de la sociedad hispánica, al punto de constituir un Estado dentro del Estado—, descontentos por las crecientes expropiaciones y persecuciones que sufrían de los reyes y señores visigo-

dos, pese a que la Iglesia las reprobara por la autorizada voz

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La uaidad nacional española 21

de San Isidoro de Sevilla y otros obispos. La trascendencia de la alianza antivisigótica judeomahometana se pone de manifiesto si se tiene en cuenta que en España residía entonces la mayor, más rica y más culta comunidad israelita del mundo y que ella se incorporó íntegramente, liberándose de la opresión del Estado visigodo, al naciente Estado musulmán, también como un Estado dentro del Estado, y para aportarle una gran contribución a su florecimiento agrícola, manufacturero, científico y literario de los siglos IX al XII.

Al iniciarse la Reconquista, los mahometanos e israeli-tas de las regiones que iban ocupando los cristianos eran expropiados por éstos de sus tierras y bienes; los que se salvaban de la muerte o de la esclavitud tenían que vivir en los intersticios de la sociedad, no quedándoles otro recurso que refugiarse en la economía mercantil, que desarrollaron como comerciantes, usureros y manufactureros. Así se vengaban de la exclusión de que habían sido víctimas, pues la mercadería y el dinero corrían los cimientos de la economía natural de los dominios y obligaban no solamente a los señores cristianos, sino a toda la sociedad, a rendir pleitesía al vil metal. Si por necesidad los señores cristianos caían bajo la dependencia económico-financiera de hebreos y mahometanos enriquecidos, por su posición social rechazaban tal subordinación y procuraban deshacerse de ella mediante procedimientos extraeconómicos violentos. De ahí que saltaran bruscamente de la amistad con los prestamistas, mercaderes y productores de mercaderías —en su casi totalidad de las dos religiones no cristianas— a los terribles progroms, en los que sus huestes y clientelas pasaban a degüello a millares de infieles, no por infieles, sino por representantes de pueblos engastados en el Estado hispanocristiano que, por su posición antagónica en la sociedad, eran impulsados a generar formas y relaciones de la economía mercantil-manufacturera, a costa de la atrasada economía de autoabastecimiento de los dominios se-

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ESPAÑA A COMIENZOS

DE 1492

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noriales. El doble carácter de la relación entre los señores cristianos i los mercaderes judeomahometanos confunde a los autores que ignoran las contradicciones del proceso histórico. Unos subrayan la tolerancia y otros la intolerancia de la España cristiana con los no cristianos. En verdad ambas tesis se fundan en argumentos y datos incontrovertibles, pues el Estado tanto como los señores fueron en la España cristiana de los siglos de la Reconquista sucesiva y hasta contemporáneamente tolerantes e intolerantes, siempre en grado extremo, con israelitas y

mahometanos, a veces con ambos y a veces con unos contra otros, según el cariz de la competencia entre ios tres sectores religiosos y el carácter de la lucha entre explotadores y explotados dentro de cada uno de ellos.

Hubo coincidencia y colaboración entre mahometanos e israelitas, pero nunca fusión cultural, social o económica. Al quebrarse la pacífica convivencia de ambos pueblos en la zona mahometana con la disolución del califato (a partir del 1031) y las invasiones de los almorávides (1084) y ios almohades (1146), los judíos buscaron la protección de los monarcas visigodos, quienes se la brindaron ampliamente por serles de suma utilidad su contribución tanto financiera como política a la guerra contra los musulmanes y a la contención de los turbulentos y ambiciosos señores cristianos. Los reyes se rodearon de funcionarios y administradores hebreos y emplearon tropas hebreas en sus ataques al Islam. Es menester distinguir, pues, la actitud de ios señores cristianos, determinada por los factores de atracción y repulsión que hemos mencionado, de la actitud de los reyes, siempre interesados en independizarse de los nobles y marchar hacia el poder absoluto. Esta tendencia al absolutismo monárquico se manifestó en reyes como Alfonso VI de Castilla y Aragón (1073-1109), reconquistador de Toledo, que se proclamó emperador de las dos religiones (cristiana e islamita), y Fernando III el Santo (1244-1252), también de Castilla y León,

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titulado rey de las tres religiones. Igual política de armonización religiosa siguió el Cid Campea-dor después de la toma de Valencia.

Pero el papado, a la sazón en plena lucha por el absolu-tismo apostólico y la unificación católica de Europa, no podía ver con buenos ojos que en España, a cuya posesión territorial aspiraba, la monarquía se consolidara sobre la base de la conciliación del cristianismo con el islamismo y el judaismo. El famoso monje cluniacense Hildebrando—Gregorio VII en el sofio papal— acusó a Alfonso VI de haber entregado la Iglesia de Jesús a la Sinagoga y lo conminó a expulsar a los judíos de los puestos públicos, a la vez que consideraba al clero español disidente y casi herético por emplear el rito mozárabe, distinto del romano, y por declararse el obispo de Com- postela vicario de Cristo; otro papa, Gregorio IX, ordenó a Fernando III que excluyera el Talmud. Ninguno délos requerimientos tuvo efecto. A pesar de los concilios de Letrán (1123 y 1139), Zamora (1313) y Valladolid (1322), que prohibieron a los judíos y a los mahometanos cohabitar con los cristianos y les impusieron trajes especiales, pudo decirse que:

Castilla era entonces el centro de la civilización judía.

Pero al robustecerse el poder político de los reyes, mediante el sostén económico-financiero de los hebreos, y al adquirir éstos tal preponderancia que trascendía de la esfera mercantil y penetraba en los dominios territoriales, estallaron conflictos tan violentos e irreductibles entre los señores cristianos y las comunidades israelitas que ios reyes se vieron constreñidos a tomar partido del lado de los primeros. Con Pedro el Cruel (1350-1369) comenzaron las expropiaciones de la corona a los judíos. El antisemitismo que, como en el resto de Europa, se extendió por España a partir de la segunda mitad del siglo XIV, era un medio de autodefensa del feudalismo. Sin embargo, mientras en Francia e Inglaterra la ‘monarquía feudal procedió, en esa misma época, a la expulsión de los

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26 Rodolfo Pyiggrós

hebreos, en España el feudalismo era demasiado débil y el

poder de las comunidades israelitas demasiado grande como para que el Estado monárquico se decidiera por una medida drástica. Los judíos siguieron siendo, hasta fines del siglo XV, agraviados y desagraviados de acuerdo con ios intereses en juego y con la relación de fuerzas.

Entretanto, la penetración de la economía mercantil y monetaria en la economía natural de las grandes, medianas y pequeñas propiedades rurales desarticulaba a un régimen fundado en la entrega de tributos, el trueque de bienes y la prestación de servicios personales. Los mercados locales y regionales, a los que acudían los judíos y musulmanes de la España islamita y judíos de Francia y otras comarcas, estimulaban el proceso que el Arcipreste de Hita reflejó en estos versos conocidos:

Sea un orne nescio et rudo labrador, Los dineros le fasen hidalgo e sabidor, Quanto mas algo tiene, tanto es mas de valor,

El que non ha dineros non es de si señor.

A la inversa, los siervos y colonos cristianos (mozárabes) de la zona ocupada por los musulmanes se metamor- foseaban en campesinos libres al ser recuperadas las tierras por los hispanos, y aunque pronto se tendía a hacerlos tributarios o siervos de nuevos señores, estas relaciones de dependencia directa se deterioraban con el auge de la economía mercantil. La economía rural y la economía mercantil coexistían, como afirman algunos autores, pero coexistían en calidad de términos antagónicos del proceso socioeconómico, es decir, en mutua oposición.

En las matanzas de 1341 (en toda Castilla), 1391 (Bar-celona y otras ciudades de Aragón), 1467 (Toledo) y 1473 (Córdoba) cayeron por igual judíos, conversos y moros, pues el odio tenía un evidente fondo clasista de defensa del feudalismo amenazado por la economía mercantil. La burguesía española se originó en la población musulma-

na e israelita, lo que explica que el aniquilamiento del inicial desarrollo capitalista se consumara en función del

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La unidad nacional española 27

exterminio de esos sectores sociales. De ningún modo tal comprobación autoriza a pensar, con Antonio Ramos- Oliveira (II, ps. 42-44), que no habiendo en las ciudades españolas burguesía cristiana (tesis inadmisible por absoluta) tampoco existía burguesía en general, o que siendo de judíos y mahometanos no podía impulsar el desarrollo capitalista de la península. En España, lo mismo que en Francia, Inglaterra, Alemania e Italia, el problema se planteaba en otros términos, a saber: si la burguesía, como clase integrada a la estructura socioeconómica, estaba o no en condiciones (favorable relación de fuerzas, conquista del poder político, descomposición del régimen dominal, ideología revolucionaria) de destruir los fundamentos de la economía doméstica feudal y expandir nuevas relaciones de producción e intercambio. La cobertura racista y religiosa que adoptó la reacción española no debe engañarnos acerca del contenido clasista de la represión que desencadenó contra sectores sociales que amenazaban sus privilegios y creaban estructuras y relaciones precapitalistas.

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EL FEUDALISMO EN ESPAÑA

Según algunos historiadores, en Castilla y León existió un

régimen sui gèneris y no el feudalismo propiamente dicho,

mientras que el feudalismo catalán, oriundo de las Galias, se

habría introducido desde el norte. Claudio Sánchez Albornoz ha

puesto las cosas en su lugar al hablar de un desarrollo tardío,

demorado o no organizado del todo del sistema señorial. Quedan

por precisar, sin embargo, dos puntos que no aparecen claros

tanto en ios escritos del autor de Orígenes de la nación española como en los de sus discípulos.

El primer punto se refiere a la noción en sí de feudalismo. Luis G. de Valdeavellano (1, segunda parte, ps. 28 y sigts.),

inspirado por su maestro Sánchez Albornoz, lo define de la

siguiente manera:

(...) con el nombre de Feudalismo designamos la forma característica de la Sociedad medieval del Occidente europeo, organizada sobre tos fundamentos básicos del régimen señorial y del régimen feudal (...) El sistema de vasallaje y del beneficio, y más tarde el de ambas institu-ciones fundidas en el feudo, llegó a informar toda la

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organización política, la estructura social, el régimen económico, las formas de vida y aun el espíritu de la Sociedad medieval.

En la Historia social y económica de España y América

dirigida por J. Vicens Vives se define el vasallaje como:

el verdadero armazón de la sociedad medieval (I, página 219).

Es innegable que el vasallaje y el beneficio fueron insti-tuciones típicas del feudalismo, pero intermedias o de enlace dentro de la escala jerárquica cuya raíz era la servidumbre. Los autores de la escuela que comentamos mencionan de pasada a los siervos como categoría secundaria o anexa del sistema y no como su base de sustentación. Con tal interpretación desaparece del feudalismo su carácter de régimen explotador de una clase por otra y queda, en plano destacado, el vasallo qué recibía beneficios de un señor en remuneración por los servicios prestados, particularmente como soldado, poco importa si a pie o a caballo. El siervo que arrancaba a la tierra sus productos y los transformaba para consumo del señor, el hombre que sostenía con su trabajo todo el edificio feudal, no tiene papel protagónico en un esquema que presenta como figuras principales al guerrero y al dispensador de beneficios.

El segundo punto se refiere a la evolución áe\ feudalismo en España. Sobre esto las investigaciones de Sánchez Albornoz llevan a la conclusión definitiva de que, demorado o poco organizado, al feudalismo tendía la sociedad española al ser avasallada y desarticulada por los islamitas, y hacia él volvió a orientarse durante la lenta y ardua Reconquista. Algunos de los discípulos del mencionado medievalista son reacios a admitir la tesis e insisten en proclamar una originalidad del desarrollo histórico- social de España que no aciertan a definir.

La fulminante invasión islamita destruyó el Estado hispa no-visigodo y traspasó a los conquistadores el dominio de

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tierras, vasallos y siervos. Entre la estrecha franja cantábrica a que quedaron reducidos los cristianos y el pais árabe de al-Andalus, se extendía la desolada tierra de nadie.

En el reino asturleonés no puede citarse un solo caso de una ciudad romano-visigoda, de algún relieve, que continuase más o menos poblada, sin que jamás se interrumpiera en ella la vida, desde la época inmediata a la invasión musulmana hasta los días de su ocupación y restauración por los cristianos. Todas las ciudades, de los montes al Duero, hubieron de ser repobladas y colonizadas de nuevo desde la segunda mitad del siglo IX en adelante (...) El corte fue completo; la interrupción de la vida en la meseta, absoluta. Fue precisa restaurar o alzar otra vez ciudades, castillos y villas; poblar el país y colonizar la tierra yerma. (C. Sánchez Albornoz y Menduiña: Ruina (...) ps. 122 a 124).

Cae de maduro que la repoblación de la meseta caste- llanoleonesa, iniciada con fines militares y económicos en el valle del Duero, sólo fue viable distribuyendo tierras —al principio por medio de presuras, o colonización individual o colectiva de los particulares, y después directamente por los reyes— entre los combatientes del lado español y entre los siervos y colonos (mozárabes) que inmigraron del lado musulmán. Ninguno de ellos hubiera peleado contra el moro o huido de al-Andalus para recibir de recompensa la servidumbre. Si bien los siervos rurales y personales, en su mayoría cautivos musulmanes que se salvaron de la muerte o de la esclavitud, no desaparecieron, la nota descollante del comienzo de la Reconquista la daba el gran número de agricultores independientes que no reconocían otra autoridad que la del rey, jefe militar en la permanente contienda con el infiel. Pero a medida que la zona recuperada se consolidaba y ampliaba hacia el sur, se formaba una nobleza que sometía a

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aquellos agricultores a relaciones de vasallaje o de servi-dumbre, según fuera su categoría social derivada de los antiguos linajes tribales. Los campesinos soldados ocupantes de las nuevas tierras se veían constreñidos a agruparse bajo el patrocinio de un señor para defenderse tanto de las invasiones islamitas cuanto de los atropellos de los otros señores con sus respectivas huestes también de campesinos soldados. Dentro de tal viraje hacia el feudalismo se produjo la llegada a España de los monjes de Cluny, benedictinos borgoñeses que a principios del siglo XI implantaron, por iniciativa de Sancho el Mayor de Navarra, las reglas de su orden en algunos monasterios (San Juan de la Peña, Leire, Oña, Santa María de Irache, San Martín de Albelda, San Millán, San Pedro de Carde- ña), y años después fundaron, invitados por Alfonso VI de León y Castilla, el famoso monasterio de Sahagún, con tierras diseminadas por León y Portugal y modelo de rigurosa explotación feudal, en torno del cual se establecieron colonos de allende los Pirineos que crearon islotes del régimen señorial franco.

El feudalismo se desarrolló en León y Castilla con atraso en relación a Francia y Cataluña, pero al fin de cuentas se desarrolló. Al desaparecer las causas inmediatas que determinaban la formación de una clase de agricultores libres, éstos pasaban a depender de los señores en calidad de encomendados, o de los conventos como oblatos, sin poder abandonar la tierra y obligados a prestar servicios y pagar tributos. Los tan mentados propietarios libres gozaban, a veces, de libertad para elegir un señor de mar a mar o de linaje a linaje, pero perdían con la obligada elección toda libertad.

La expansión de la economía mercantil (mercados, comerciantes ambulantes, negocios), a partir de la toma de Toledo por Alfonso VI (1085), encontró al feudalismo castellano-leonés en plena formación: la intensa ofensiva de los señores por extender la servidumbre desataba la enérgica resistencia de los campesinos a perder su libertad y la lucha de los siervos por recuperarla. Elcrecimien- to de los grandes dominios iba acompañado del aumento del número de siervos.

Sacudían al feudalismo castellanoleonés del siglo XI las siguientes contradicciones:

— tendia a desarrollarse y expandirse, mientras lo ?oco- vaba

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la economía mercantil monetaria; — ambicionaba someter a la totalidad de la población

trabajadora al régimen de la servidumbre, mientras la burguesía de las ciudades apoyaba la liberación de los siervos;

— quería hacer de cada señorío un reducto autárquico y soberano, mientras se fortalecían las corrientes favorables a la unidad económica y política de las regiones liberadas.

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REGIMEN SEÑORIAL, REGIMEN SERVIL Y REGIMEN MUNICIPAL

Desde comienzos del siglo XII la situación social de los siervos mejoró, como premio a sus luchas e imperativo del progreso del comercio y la artesanía, pero no obtuvieron, ni obtendrían en el futuro, aquello que, a fines del siglo XIV, liberó a gran parte de los siervos de Inglaterra: la propiedad de la tierra, su metamorfosis en campesinos libres. Por medio de los fueros o estatutos que arrancaron a los señores quebraron muchas de sus cadenas. Ya podían contraer matrimonio sin el consentimiento del amo, fijar los servicios y prestaciones y no se los vendía junto con la tierra a que pertenecían según las normas del puro derecho feudal. Estos siervos manumitidos a medias se denominaban solariegos en León y Castilla, y culverts en Navarra. Otros huían del campo y se refugiaban en la ciudad, que por entonces representaba para ellos un ideal de libertad o, por lo menos, la posibilidad de mayor bienestar como comerciantes o artesanos.

Desde muy temprano los municipios tuvieron en los territorios reconquistados vida administrativa autónoma. Sus libertades y derechos se consignaban en cartas

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pueblas y cartas de franquicias, que inicialmente concedieron ios reyes, condes y señores para atraer pobladores, pero que luego eran celosamente defendidas por el Concilium o concejo vecinal, que a veces se convertía en concejo abierto con la participación de los vednos más importantes. En un prinripio el jefe político y judicial del Concejo era nombrado por el rey o el señor; después fue designado por la misma institución con el nombre de juez y con varios alcaldes a sus órdenes. A tos primitivos habitantes de los munidpios (repobladores} se agregaron los cristianos {mozárabes), judíos y moros procedentes de la zona musulmana de ai-Andalus y los siervos que abandonaban los feudos, formando en su conjunto una pobla- ción de artesanos, comerciantes, funcionarios y letrados.

La tensión bélica, sostenida durante varios siglos, obli-gaba a los reyes, como jefes militares, a acceder § los reclamos de los diversos sectores sociales, incluidos aquellos que por ser los más explotados cargaban con el mayor peso de la guerra contra el infiel, sin figurar sus nombres en romances y crónicas. Así se explica la coexistencia del régimen señorial que se ampliaba al dilatarse la jurisdicdón feudal de los señores sobre las tierras conquistadas a los moros; del régimen servil, atenuado, protegido y reglamentado por disposiciones reales y comunales, al extremo de otorgar derecho de asilo y declarar libres a los siervos que huían de la casa de sus amos; y del régimen municipal, nacido en el valle del Duero, que se extendió hacia el sur y ganaba franquicias, libertades y autonomías a través de la legislación feral, iniciada en el siglo X por el conde Sancho Garda y mejorada sucesivamente hasta el siglo XIII.

En León y Castilla menudearon, desde fines del siglo XI, los levantamientos de burgueses que disputaban sus privilegios a monasterios y señores y arrastraban a la lucha a los siervos rurales y a la plebe urbana. Tales fueron, entre otros, los de Sahagún (1096, 1110, 1117, 1152 y varias veces más hasta terminar el siglo Xin) contra los monjes de Cluny, que imponían tributos, servicios y monopolios tan gra vosos que reducían al hambre a la población; y los numerosos de

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BURGUESES Y SIERVOS EN CASTILLA

Santiago de Composte- la: en 1087-1088, de la plebe y los burgueses que proyectaron separarse de la monarquía castellano-leonesa y reconocer la soberanía de Guillermo el Conquistador de Inglaterra, y en 1110-1117, en los cuales los burgueses reclamaban la plena autonomía de su ciudad y la plebe urbana y rural destruyó castillos e incendió la iglesia con el obispo y señor de la localidad Diego Gelmírez dentro, que a duras penas se salvó de ser quemado vivo, mientras a la reina Urraca se la golpeaba y abandonaba desnuda en el campo.

En el curso de esas luchas se organizaron las célebres hermandades, instituciones que desempeñarían un deseo-

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liante papel en el proceso revolucionario español, consti-tuidas por artesanos, labradores y siervos manumitidos, a las cuales se incorporaron siervos efectivos. Las hermandades obligaron a no pocos señores a mejorar la condición de los siervos

ya concediéndoles la libertad, ya dándoles en enfiteusis las tierras que labraban o reduciendo y fijando sus tributos y prestaciones personales (...) Muchas veces—dice un autor— llegaron a dar a sus solariegos y vasallos los mismos privilegios de que gozaban los vecinos de las villas reales, incluso el municipio (Rafael Altamira, I, p. 421, n° 277).

Va de suyo que tales privilegios eran arrancados por la fuerza a señores que en pleno siglo XIV reclamaban el cumplimiento de la siguiente ley del Fuero Viejo de Castilla:

A todo solariego puede el señor tomarle el cuerpo e cuanto en el mundo ovier.

Como salta a la vista, la substitución de la palabra siervo por la palabra solariego no autoriza a suponer la manumisión absoluta.

La plebe urbana y los siervos rebeldes solían depositar sus esperanzas en el rey. Esto se explica. El monarca, acosado por la nobleza individualista y despótica, trataba de ganarse la simpatía de los explotados y oprimidos. Pedro I de Castilla (1350-1369) era llamado el cruel por los señores y el justiciero por el pueblo. Pedro IV de Aragón (1335-1387) combatió a la nobleza y protegió a los humildes.

Bajo distintos nombres (serví, servos, homines, manci- pios, pueri, puellae, ancillae) la clase social de los siervos fue la más numerosa antes de y durante La ocupación de la península por los islamitas. Los campesinos independientes constituían la excepción; en las zonas recientemente

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reconquistadas representaban una situación precaria y no tardaban en ser reducidos a servidumbre. Pero tanto las luchas de los siervos por su libertad como la expansión de la economía mercantil y el progreso de las ciudades trajeron el relajamiento de los vínculos de dependencia.

El ordenamiento de Valladolid de 1325, repuesto luego de haber sido suplantado por el reaccionario de Alcalá de 1348, estabilizó la condición legal del siervo a un nivel que no fue superado.

AI cabo confirmóse la libertad en el sentido indicado por el Ordenamiento de Valladolid, desligando el tributo de la tierra, haciendo a ésta libre y convirtiendo aquél en personal; y como al propio tiempo se iba mudando la antigua relación servil o semiservil en un verdadero arrendamiento o usufructo mediante pago de un canon o censo y algunos servicios, los cultivadores alcanzaron una situación muy inmediata a la de plena libertad (Ibidem, II, p. 17, n2 431).

La servidumbre casi desapareció, pero no desapareció. No se dio el paso cualitativo de una clase social a otra. El status del siervo cambió, como en el resto de Europa occidental: dejó de ser siervo de la gleba, pegado de por vida a la tierra, sin dejar de ser siervo de un señor por la gracia de Dios, obligado a prestarle servicios. No se produjo el gran salto revolucionario, mediante la expropiación de ios señoríos y el reparto de las tierras entre productores directos e independientes, que hubiese sido el camino para llegar a la destrucción definitiva del régimen de explotación feudal. El poder de los señores se prolongó al asegurar al siervo una

situación muy inmediata a la de plena libertad. Tal petrificación de las relaciones feudales agrarias en las

formas rígidas del siglo XIV paralizó el desarrollo de conjunto de la economía castellanoleonesa. La burguesía resultó altamente perjudicada por la persistencia de la servidumbre y del señorío en el campo. Para completar la

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metamorfosis de la sociedad antigua en la nueva no bastaba que la ciudad burguesa se opusiera al castillo señorial; era imprescindible que la ciudad burguesa quebrara el círculo de hierro que la aislaba y se proyectara a la vida rural para transformarla.

Fácil es comprender el interés de la burguesía formada en los municipios en fomentar y apañar las insurrecciones de los siervos y en impulsar la unidad nacional y el absolutismo monárquico para poner término a la disgre-gación feudal. Era el principal sostén Financiero del Esta-do, a través de las contribuciones de las villas francas (tributarias del rey) y de las villa nuevas (tributarias de los señores). No tenía acceso a la tierra, monopolizada por nobles, iglesias y monasterios.

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LA NOBLEZA CASTELLANOLEONESA

La nobleza castellanoleonesa se formó, como su congénere de otras partes de España y de Europa, en la guerra, el saqueo, el despojo, el aherrojamiento de las comunidades vencidas y la servidumbre de los miembros de su propia comunidad. Cubría con el sentido del honor y la jactancia del coraje su podredumbre moral, su desprecio del trabajo, su parasitismo y su incapacidad de crear algo.

Todas las categorías de nobles —desde los de servicio, dueños de inmensos dominios territoriales, hasta los infanzones y otros desprovistos de bienes— gozaban de inmunidades, no pagaban tributos ni gravámenes y recibían del monarca diversos tipos de prebendas y beneficios. Integraban el séquito real y disponían de sus propios séquitos. Estaban rodeados de numerosos servidores y clientes. Si no los frenaba la fuerza de las hermandades y de los concejos municipales o el temor a las sublevaciones, se sentían con plena libertad para usurpar las rentas, robar y asesinar a los burgueses, matar de hambre y torturar a los siervos y aniquilar a los judíos para borrar deudas contraídas con ellos. No tenían empacho en aliar-

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se a los moros para destrozarse entre sí por odios y

ambiciones, ni en desconocer la autoridad real cuando no

satisfacía sus apetitos.

En una sociedad donde convivían esclavos (moros),

siervos (cristianos), jornaleros, menestrales, artesanos,

burgueses (comerciantes, manufactureros), infanzones

(nobles de segunda categoría) y grandes señores, el Estado

sufría muy dispares presiones. Durante los siglos de la

Reconquista, los reyes castellanos oscilaron entre la

burguesía y la nobleza. Fernando el Santo abolió el título de

conde y puso en vereda a los nobles, mientras elevaba en

dignidad a los burgueses más destacados, pero su hijo Alfonso

el Sabio devolvió a los señores sus privilegios y rentas.

El heroísmo y la salud moral de la plebe salvaron a Castilla y

le aseguraron la victoria sobre el moro en un medio de familias

nobiliarias saturado de reyertas, crímenes, envenenamientos,

adulterios, matrimonios entre consanguíneos y depredaciones de

toda índole. A veces el sacrificio de las clases oprimidas recibía

en pago avances del poder de los nobles sobre los fueros

municipales o el desconocimiento de las libertades ganadas por

los siervos; a veces sucedía lo contrario: los municipios y los

siervos adelantaban sus posiciones. El fiel de la balanza se

inclinaba del lado del más fuerte en esta intensa lucha de clases.

Sin embargo, los tira y afloja no podían ser eternos I y los

progresos del poder popular llegaban a un límite más allá del cual

se abrían las puertas de la revolución transformadora o se caía en

peligrosas aguas estancadas. I

A principios del siglo XV las cosas se planteaban en I esos

dos extremos. En las célebres Cortes de Toledo, convocadas en

1406 por Enrique el Doliente antes de morir, se pidió al estado

llano un extraordinario sacrificio en hombres, armas y dinero

para combatir al moro ya I la vez se pisotearon los fueros

municipales. Juan II, su I sucesor, buscó un remedio a la crítica

situación, al oponer I i la antigua nobleza una nueva, mediante

el reparto de dignidades, títulos y tierras entre la gente del

común, con lo que consiguió generalizar la corrupción y agravar los odios y divisiones. Ennobleciendo a unos y degradando a otros no se modificaba el antiguo orden social.

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La política de crear una nueva nobleza de tipo cortesano para anular o contrabalancear el poder independiente de la antigua se acentuó durante el reinado de Enrique IV el Impotente, y aunque fue neutralizada por la iniciativa de los nobles tradicionales, éstos, después de ser vencidos en los campos de Olmedo (1467), comprendieron que para salvar sus privilegios lo mejor que podían hacer era rodear al rey, hacerse cortesanos e impedir que otros los suplantaran.

Con la formación de una nobleza cortesana se reconocía de hecho y tomaba mayores bríos el absolutismo monárquico —o poderío real absoluto, como se io llamaba entonces—, concretado en el principio jurídico:

Es ley lo que el príncipe quiere.

La marcha en dirección al absolutismo monárquico planteaba naturalmente la unidad dinástica de Castilla y León (incluidas Asturias y Galicia) con Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia y los dominios de Nápoles, Sicilia, Cerdeña y las Baleares). Hacia tal objetivo evolucionaban los reinos hispánicos a mediados del siglo XV.

En general, la sociedad española estaba escindida en dos grandes sectores políticos: el estado llano (desde la burguesía hasta los siervos) impulsaba con la espontanei-dad de su movimiento el desarrollo de la monarquía absoluta y la unidad nacional, y los nobles, altos dignata-rios eclesiásticos y monasterios se negaban a renunciar a sus privilegios y poderes locales. Los reyes se esforzaban en atraer a la corte a los nobles, aislándolos de sus castillos y feudos, ofreciéndoles honores, cargos, privilegios y remuneraciones con el propósito de tenerlos a su lado, vigilarlos y someterlos. Pero por cortesana que se hiciera la nobleza siempre conservaba como base de su poder el dominio de tierras y siervos, y acompañaba a la monarquía en la medida en que respetara la autonomía de los señoríos.

Las tendencias a la unión dinástica de Castilla y Ara-gón —generadas por el autodesarrollo de las condiciones de la unidad nacional y del mercado único— cuajaron al casarse Femando e Isabel (1469),

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venciendo la firme oposición de los grandes señores. Castilla, enclavada entre Aragón, Portugal y el reino

árabe de Granada, con su pueblo sumido en la negra miseria y sus castillos convertidos en guaridas de nobles despóticos y asaltantes de caminos, estaba entonces go-bernada por el crápula Enrique el Impotente, hermanastro de Isabel. Los nobles, y el rey con ellos, hicieron todo lo posible por desviar a la princesa de la inclinación que sentía, según cuenta la historia romántica, por el aragonés Femando. Barajaron los nombres del rey de Portugal, del heredero al trono de Navarra y de los hermanos de los reyes de Francia e Inglaterra como candidatos a desposarla. La elección por ella del heredero al trono de Aragón cobra excepcional importancia si se la relaciona con acontecimientos posteriores de la magnitud del desc-ubrimiento de América y del carácter de la conquista colonizadora española. A ello se debe este paréntesis, casi anecdótico, dentro de nuestro estudio ceñido a las líneas generales de desarrollo. EL COMIENZO DE LA UNIFICACION NACIONAL

El juego de las contradicciones internas de la sociedad española durante los ocho siglos transcurridos desde la invasión islámica hasta el fin de la guerra de la Reconquista condujo al desarrollo desigual de dos

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grandes regiones: Castilla y León, por una parte, y Aragón (Aragón, Cataluña y Valencia), por la otra.

Para desentrañar las causas de las divergencias y convergencias de tas dos líneas de la evolución social hispánica es menester remontarse al reinado, en Navarra (1000- 1035), de Sancho Garcés III el Mayor. Este príncipe, enérgico y sagaz hombre de Estado, dio un golpe de timón a la política de sus antecesores y congéneres del resto de España cristiana hasta entonces orientada principalmente a recuperar tos territorios dominados por los islamitas e inflamada de un intenso sentimiento localista. Lo guió la idea de unir bajo el mismo cetro a los reinos hispanocristianos y conectarlos al proceso de enfeudación que maduraba en Cataluña: y Francia. Rubricaron este último propósito la introducción en monasterios de Aragón, Navarra y Castilla de las normas de la orden francesa de Cluny —prototipos de organización feudal,

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según dijimos, implantados desde un siglo antes en el monasterio catalán de Ripoll— y la apertura del camino de

Santiago, o camino francés, que conducía al sepulcro del apóstol, cuyo descubrimiento en el siglo IX conmovió a la cristiandad e hizo del templo allí edificado el centro de resistencia al poder del Islam. Esa ruta facilitó el acceso al venerado santuario cosmopolita de Composte- la de miles de peregrinos de Europa, en su mayoría franceses, quienes fundaron municipios y ampliaron los existentes con hosterías, mercados, manufacturas, iglesias y hospitales que difundieron los usos y costumbres de otros países cristianos. Monarcas, príncipes y obispos, con nutrida compañía de parientes, soldados, artesanos y siervos, sin faltar el alegre estímulo de los trovadores, recorrieron muchas veces, bajo la dirección de los monjes de Cluny, el camino de Santiago, en el que se gastaron

millones de zapatos y salieron ampollas en infinitos pies. El nieto de Sancho, Alfonso VI, concedió privilegios espe-ciales a un ermitaño —Santo Domingo de la Calzada— por los trabajos que realizó en ese camino o calzada, y estableció en Logroño, Belorado, Burgos y Sahagún ba-

rrios franceses destinados a los peregrinos. Sancho impuso la supremacía de Pamplona sobre la

mayor parte de los territorios reconquistados. Reunió Navarra, Aragón, Castilla, la zona vasca y lugares de Asturias y León y ejerció el protectorado político en Cataluña y Gasconia, a ambos lados de los Pirineos. Dentro de ese conglomerado de reinos —con exclusión del viejo reino asturleonés iniciador de la Reconquista, si bien el reino navarro intervenía a menudo en sus asuntos internos— se perfilaban dos políticas: una que todo lo subordinaba a la extensión de los dominios cristianos hacia el sur islámico y otra, representada por el monarca, que trataba de amalgamar toda la tierra española recupe-rada en un solo Estado feudal. Las reformas religiosas, culturales, sociales y económicas de Sancho tendían a feudalizar la península.

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A su muerte se acentuaron las diferencias entre las dos políticas. Mientras García Sánchez, su primogénito, he-redó el reino de Pamplona, y Gonzalo, el segundo de sus hijos, se hacía cargo de los condados de Sobrarbe y Ribagorza, los otros dos descendientes, Fernando y el bastardo Ramiro, recibían respectivamente los condados de Castilla y Aragón, dando así nacimiento a dos nuevos reinos en los cuales se desenvolverían las líneas divergen-tes de las dos políticas. De la tentativa de unificar la España cristiana no quedaría más que la figura simbólica del conquistador del reino de Valencia, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, que combinó en su persona el sentido terrateniente misional de la guerra contra el infiel con la idea de organizar feudalmente a la península.

Un siglo después, Ramón Berenguer III el Grande (1096-1131), conde de Barcelona, incorporaba a sus do-minios varios territorios adyacentes, extendía su so-beranía a la Provenza e iniciaba, con la famosa expedición a las Baleares (1115-1117), la política expansionista de Cataluña por el Mediterráneo. Cataluña inauguró bajo aquel monarca un doble desarrollo que se prolongaría siglos: feudal al ampliarse territorialmente hasta fusionarse con Aragón, y marítimo-comercial al extender sus empresas mercantiles por las costas mediterráneas.

Nuevos parentescos dinásticos reagruparon en Ramón Berenguer IV (1131-1162), hijo del anterior, los títulos de conde de Barcelona, Vic, Gerona, Besalú y Cerdaña con el de príncipe de Aragón; la toma de Tortosa (1148), exce-lente puerto y también, lo mismo que Lérida, reconquistada al año siguiente, centro de la más importante región del nordeste de España, completó la formación independiente de Cataluña. Su hijo, otro Ramón Berenguer (1162-1196), fue el primer rey único de Aragón y Cataluña, con el nombre de Alfonso II.

España quedó dividida en dos partes: una mirando hacia el sur (Castilla y León) y otra mirando hacia el norte y el este (Aragón). Cataluña fue el eje de esta última.

FEUDALES Y BURGUESES EN CATALUÑA

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En la sociedad catalana tas formas de producción y tai relacionas da dase típicas del feudalismo — regidas por los Usflífes, recopilación del derecho consuetudinario realizada en 1058 al 1069 en reemplazo de la superada Lex Vijifothica o Líber Judicum— alcanzaron un grado de madurez que no tuvieron en el resto de España. Cataluña era un conglomerado de condados desprendidos del im- peno carotingio sobre los cuales se impuso el de Barcelona, mientras el comercio centralizado en sus puertos se extendía por todo el Mediterráneo. Tal contraste entre la introversión del proceso feudal y la extrovertido del desarrollo comercial dio a la sociedad catalana un intenso dinamismo durante los siglos transcurridos desde su in-dependencia del imperto caroltngio basta su dependencia de la corona da Castilla.

En Cataluña adquirieron rasgos clasistas igualmente pronunciados los señores feudales y los burgueses. Era la región de los siervos más oprimidos y de los jornaleros más explotados. A partir de los tres Ramón Berengucr que hemos mencionado, su influencia contribuyó • moldear el conjunto de le sociedad aragonesa y a marcar la

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orientación política de aua reyes. Preparó el poderlo marttimo-comercial y la expansión territorial de toa Cata- doa del ñor deate de Capaila.

A diferencia de la reconquista del resto de la peni sula del dominio de los islamitas iniciada en Covadonga por loa visigodoa, la reconquista catalana partió de la acción de los francos de Carlomagno. de cuyo imperio pasó a formar parte el nordeste de España a comienzos del siglo IX con el nombre de Marca Hispánica. Esta circunstancia determinó que se emancipara de la antigua cultura visigoda para adoptar la escritura, la liturgia y el arte carolingios, pero que a la vez fuera el puente a través del cual se introdujeron en España las formas sociales y las construcciones ideológicas del feudalismo y se exportaron de España al norte y al este de Europa las ideas neoaristotélicas de los pensadores islamitas y hebreos que tanto contribuyeron a despertar en el imperio de la teología medieval la concepción empironaturaltaa del mundo4 .

Con la reconquista del nordeste de España por Luis el Piadoso, rey de Aquitania e hijo de Carlomagno, y la organización de ios condados de Barcelona, Gerona, Ausona, Ampurias, Rosellón, UrgeII y Cerdañas princi-pio del siglo IX, seguidas de la independencia de la Marca Hispánica (874-888) en tiempos de Wifredo el Velloso (Ouifré El Pilón)*, el régimen feudal se estructuró

4 Gerberto de Aurillac, o Silvestre II en el trono de San Pedro

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y extendió en lo que seria Cataluña sobre la base de tres clases sociales principales: proceres (también llamados magnates o barones, incluidos desde el conde y el vizconde, en la cumbre, hasta el córndor y el varvasor), vasallos Iempar ais, bornes de paratge, milites) y siervos (payeses, derivado de pagus o campo). Había también una categoría de pequeños cultivadores de tierras propias o ajenas, descendientes de los primitivos pobladores independientes, que encomendaban sus personas o bienes, o ambos a la vez, incluidos los de sus descendientes, a un señor para que los protegiera, a cambio de prestarle homenaje y pagarle un censo anual. Este tipo de relación feudal variaba desde el simple vasallaje hasta la servidumbre total.

El siervo estaba sujeto a múltiples formas de explotación: la jova (arar), la tirada (sembrar), la segada (segar) y la batuda (trillar), jornadas consagradas exclusivamente al señor, la fermada (abono de la tierra laborable) también del señor; la alberga, obligación de dar a éste y a su comitiva hospedaje gratuito; la guana, cuidado del castillo, etc. Además tenía que pagar al señor un rescate para poder abandonar su predio (remensa personal); le dejaba al morir la mitad de sus bienes (intestia), más la tercera parte si carecía de hijos (exarquia)'; le entregaba todos los bienes de su mujer en caso de adulterio de ésta (cagueta)’, le traspasaba la tercera parte de sus bienes si se incendiaba su predio (arda)], le pagaba una contribución por el derecho a hipotecar sus tierras para dotar a su esposa (firma de espoli)] su mujer estaba obligada a amamantar a los hijos del señor antes que a los propios (dida)\ y el señor ejercía, simbólica o efectivamente, el jus prima noctis o j derecho de pernada la noche de bodas de sus siervos.

francos— hasta dos siglos después. Fue durante el reinado de Ramón

Berenguer III gj Grande que ii región comenzó a ser conocida, por Que se ignoran

ramo Gatainña _______________________________________________________

La población de los municipios (cives, la de la misma ciudad, y burgueses, la de los alrededores)» formados en tos territorios ganados a los moros y en los puertos, se dividía en tres manos: má majar (propietarios, médicos, jurisconsultos y otros profesionales honráis)', má mitjana (comerciantes, manufactureros) y má menor (artesanos,

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La unidad nacional española 49

menestrales, jornaleros). En Cataluña se entrelazaban los desarrollos feudal y

burgués, en permanente interacción y en permanente conflicto, expandiéndose el primero territorialmente y trascendiendo el segundo en emporios comerciales y ma-nufactureros de la costa y en empresas marítimas y mer-cantiles a lo largo y lo ancho del Mediterráneo y aun del Atlántico. Los burgueses catalanes encontraron en el mar la salida que el feudalismo les cerraba en el orden interno.

Contemplada desde el exterior, Cataluña presentaba la fisonomía de una república marítima, manufacturera y comercial, gobernada por la fuerte autoridad del Consell de Cent. Sus barras se paseaban victoriosas por las costas del Mare Nostrum. Hacia Oriente, se internaban por Egipto, Siria y Persia, donde en 1300 el rey de Aragón envió agentes diplomáticos; y, con rumbo opuesto, atravesaban las columnas de Hércules para recorrerlos puertos de las costas occidentales de Europa. La colonización comercial catalana estableció firmes bases en Alejandría, Rodas, Constantinopla, Atenas, Nauplia y el mar Negro; mientras que la colonización pobladora catalana se asentaba en Mallorca, Cerdeña, Sicilia y Africa del Norte.

Mercaderes catalanes inauguraron en Brujas (Flan- des), en 1389, una Bolsa de Comercio, a imitación de las lonjas de Barcelona, Palma de Mallorca, Valencia, Zaragoza, Perpiñán, Tortosa y Alcañiz, fundadas con anterioridad. Los piratas cataianes-mallorquinos combatían con franceses, sicilianos, napolitanos, sardos, romanos, árabes, griegos y castellanos; asaltaban barcos, conquistaban tierras, exigían vasallaje. E3 siciliano catalanizado Roger de Lauria decía:

Los peces del Mediterráneo no se atreven a aparecer sobre el agua sin llevar sobre el lomo las barras de Aragón.

Y las barras de Aragón eran de Cataluña. De la actividad marinera de los catalanes da una idea la labor

de sus cartógrafos, instruidos por los judíos, o judíos ellos mismos, que se radicaron en Barcelona y Palma a comienzos del siglo XIII y transmitieron los conocimientos geográficos y astronómicos de los árabes. A ellos se debe el primer croquis de la península dinamarquesa y el perfeccionamiento del dibujo del litoral de Suecia, Noruega y el mar Báltico. Los mapamundis y cartas de catalanes y mallorquinos (Soler, Mecía de Vila- destes,

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50 Rodolfo Puiggrós

Gabriel de Vallseca, Rosell, Angelino Dulcert, Prunes y numerosos anónimos) eran superiores a los italianos y muy solicitados por los navegantes y comerciantes de toda Europa. Raimundo Lulio (1236-1315), el enciclopédico monje mallorquín, mencionó en uno de sus trabajos las cartas de navegar entre los instrumentos usados por sus compatriotas; Pedro de Aragón (1354) ordenó que cada galera tuviera dos de ellas para orientarse.

El atlas catalán de 1375, obra maestra del judío mallorquín Abraham Cresques, es el más antiguo que se conoce y abrió nuevos horizontes no sólo a la técnica cartográfica, sino también a los conocimientos del mundo. Cresques, que sirvió a la política expansionista aragonesa, estaba convencido de la esfericidad del planeta, con base en los informes de los viajeros —como el del catalán Ja- come Ferrer, que en 1345 recorrió el Africa— y en las difundidas descripciones de Marco Polo y Jean de Man- deville. Discípulos de Cresques fueron invitados por Enrique el Navegante a radicarse en Lisboa, donde contribuyeron con su saber cartográfico a la expansión portuguesa por el Atlántico.

Desde el siglo XI, Barcelona tuvo cónsules en el exterior y en 1347 recopiló en el Llibre del Consolat de Mar las leyes marítimas ya iniciadas con las Ordenaciones de la rivera (1258). En 1401 se fundó en la ciudad condal el primer banco de España —la Taula de Canvi—, al que siguieron establecimientos similares en Perpiñán, Lérida, Gerona, Manresa y Vich. La letra de cambio más antigua fue girada el 26 de octubre de 1392 por un comerciante mallorquín a otro de Barcelona.

Tan activo tráfico mercantil tenía por basamento las manufacturas de Barcelona, Ampurdán y Lérida, que producían tejidos, telas de algodón, cueros, paños, vidrios, alfarería, tonelería, cordelería, etc., y eran amparadas y estimuladas por tratados de comercio y una política proteccionista. Por ordenanza de 1422 el Consell de Cent prohibió la entrada de ropas extranjeras y tejidos de toda clase y obligó a los catalanes a vestir ropas del país. Cuando en 1491 el mismo Consell de Cent pretendió levantar la prohibición, la Generalitat —gobierno autó-nomo de Cataluña compuesto de tres diputados que se renovaban cada año: uno eclesiástico, otro noble y otro de la comunidad— se opuso por el descontento que provocó la medida y el desastre económico que traería.

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La unidad nacional española 51

La preponderancia de Barcelona y el progreso de la manufactura, el comercio y la navegación agravaron las contradicciones entre los sectores feudal y burgués de la sociedad catalana. Desde la costa hacia el interior presionaba la burguesía para eliminar los vasallajes y tributos que imponían los señores y para penetrar con sus productos en los cotos cerrados de éstos con el objeto de crear una economía de mercado lo más amplia posible. Esta tendencia expansiva burguesa difundía gérmenes de descomposición en la estructura feudal y desencadenaba dentro de ella la latente lucha de clases.

Con la sublevación de los payases de remensa (siervos del campo), iniciada en 1462, se pusieron al desnudo los agudos antagonismos sociales. Los insurrectos se quejaban de ios altos tributos que les exi^a el rey de Aragón y de la horrible explotación a que los sometían los señores feudales. No obstante atraérsela burguesía a un sector de los payeses con la promesa de condonarles las deudas e intervenir a su favor en los pleitos con los señores, la traición del caudillo de los payeses de la montaña, Vemta- üat, pagada con tierras, castillos, el título de vizconde y el derecho a oprimir a sus antiguos compañeros de infortunio, amortiguó el movimiento revolucionario sin apagar-lo del todo. Años más tarde Femando el Católico se vio obligado a conceder a los payeses varias de sus reivindicaciones por medio de la sentencia de Guadalupe (1486).

La unión de Cataluña y Aragón trajo a la larga el predominio de la corona aragonesa sobre la burguesía catalana. El médico, geógrafo y astrónomo alemán Jerónimo Münzer, que visitó España en 1494-1495, nos ha dejado el siguiente testimonio en su Relación de Viaje:

Ha cuarenta años estaba Barcelona en el apogeo de su florecimiento por haber logrado en su comercio un de-sarrollo considerable; pero los reyes de Aragón, por causa de las continuas guerras, fueron sucesivamente dando en garantía del pago de sus deudas todas las ciudades del condado de Cataluña. No obstante, andando el tiempo, Barcelona rescató los censos y derechos con que los monarcas gravaron el condado de Rosellón, Gerona y Tortosa, y ahora vive completamente líbre (...) Hace cuarenta y cuatro años (durante el gobierno del principe Carlos de Viana) que, movida de soberbia y de otras malas

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52 Rodolfo Puiggrós

pasiones, la gente popular se rebeló contra los señores de la ciudad, lo cual fue causa de que huyesen de ella los más ricos y de que el comercio derivase hacia Valencia, que es al presente el lugar más próspero de España, y así, Barcelona parece ahora casi muerta comparándola con lo que antes fue (...) Hace unos cincuenta años, el centro principal de la negociación en España era Barcelona, como el de Alemania lo es Nuremberg; pero, por causa de las contiendas intestinas de aquella ciudad, los mercaderes se trasladaron a Valencia, que es hoy la cabeza comercial del reino5.

Otro viajero, el noble bohemio León de Rosmithaly de Blatna, que estuvo en 1465-1467, decía:

En fin, con ayuda de Dios llegamos a Parsalaun (Barce-lona), bella y gran ciudad, capital de Cataluña, situada a orillas del mar. Tiene gran comercio con todo el mundo y gran tráfico por mar. Se cree que los de Parsalaun (Barce-lona) poseen tantos buques como los venecianos, y hay en la ciudad gentes muy ricas y poderosas. Es opinión común que Parsalaun (Barcelona) posee tanta riqueza como todo el reino de Aragón y Cataluña6.

La opulenta Barcelona, como la llamaba el poeta latino del

siglo IV Rufo Festo Avieno en su Ora Marítima, fue hasta

mediados del siglo XV el principal centro comercial y

manufacturero de la España cristiana y uno de los más

importantes de Europa, pero entonces dejó de serlo casi de golpe

por los tributos, exacciones y saqueos de que la hicieron víctima

los reyes de Aragón, combinados con las sublevaciones de los

payeses y de la plebe de la ciudad, astutamente desviada por ios

señores feudales y los monarcas de sus objetivos originarios

hacia luchas religiosas contra los judíos, conversos y árabes que

formaban el núcleo fundamental de la burguesía barcelonesa y

que tuvieron que emigrar. Un viajero de la misma época, el si-

lesiano Nicolás de Popielovo, documentó al final de su Relación

5 Jerónimo Münzer, t. L, ps. 330-339. 6 Fragmentos de ia Relación del Viaje de León de Rosmithaly

Blatna por Tetzel, en ibídem, p. 304.

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La unidad nacional española 53

(1484-1486) el nexo existente entre los movimientos

campesinos, la política antibarcelonesa del soberano aragonés y

las expulsiones y destierros de los burgueses no cristianos7.

7 Ibídem, I, p. 325.

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GRANDEZA Y DECADENCIA DE ARAGON

Nos queda por analizar la sociedad aragonesa que se formó, como la castellana, en el curso de la guerra antiis-lámica. Ocupaban la cumbre los ricos-hombres, descen-dientes de los primeros conquistadores, que agrandaron sus dominios a medida quearrojaban a los árabes hacia el sur y, desde las postrimerías del siglo XII, adoptaron los Usatges de Cataluña como normas legales de las relaciones del feudalismo. Seguían en jerarquía los caballeros, los cuales a cambio de vasallaje, recibían tierras y beneficios de los ricos-hombres: los caballeros vasallos del rey se denominaban mesnaderos. Por último estaban los infan-

zones y caballeros de conquista. Debajo se dilataba el ancho mundo anónimo de los siervos o mezquinos, a quienes los señores tenían el derecho de matar o dejar morir de hambre, sed o frío, de acuerdo con lo resuelto por las cortes de Huesca de 1245 8 ; de los esclavos moros o exaricos; de los colonos libres, y de los villanos.

AI organizarse los municipios se destacaron dos clases principales: los burgueses (comerciantes, manufactureros, profesiones liberales), integrados por considerable

8 Las cortes de Huesca, cuyo origen se remonta al siglo XI, son

consideradas la primera forma conocida de Parlamento, institución propagada

luego hacia el norte de los Pirineos e instalada en Inglaterra a fines del siglo

XIU.

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La unidad nacional española 55

número de judíos, conversos y moros, y los hombres de condición (artesanos, jornaleros, etc.), en su inmensa ma-yoría cristianos.

Si bien en las tempranas cortes de Borja (1134), tres años antes de la unión con Cataluña, estuvieron presentes, junto con los ricos-hombres, caballeros y mesnade- ros, los procuradores de los municipios, y todos deliberaron acerca de los asuntos comunes, las luchas entre los ricos-hombres y los municipios no cesaron y se reflejaron en la política de la realeza.

Para frenar las pretensiones de los ricos-hombres, los reyes transaban con los municipios. A principios del siglo XIII, Pedro II de Aragón y I de Cataluña, llamado el Católico (1196-1213), acordó a la ciudad de Zaragoza una autonomía prácticamente absoluta. Por esos tiempos se instituyó el justicia, funcionario elegido por el rey entre los caballeros como guardián de los derechos de todos, pero que, en realidad, salvaguardaba el poder del trono y por eso era mal visto por los ricos-hombres. Estos organi-zaron la Unión, verdadero Estado dentro del Estado, y obtuvieron, a mediados del siglo XIII, su reconocimiento por Jaime el Conquistador. En 1283 exigieron a Pedro el Grande, primero en las cortes de Tarazona y luego en las de Zaragoza, la confirmación de sus antiguas prerrogati-vas a través de la sanción del Privilegio General de la Unión, calificado, con benevolencia para los ricos- hombres y con desprecio de los derechos de la burguesía y de las clases oprimidas, de base de las libertades civiles de Aragón. El documento ha sido comparado con la Carta Magna que los barones ingleses arrancaron por la fuerza a Juan Sin Tierra a principios del mismo siglo (1215), y, en efecto, ambos tienen en común el hecho de que son el fruto de la presión sobre los reyes por parte de la nobleza abroquelada en sus privilegios. Tanto la Carta Magna como el Privilegio General de la Unión ignoraban la

existencia del estado llano, salvo en oscuras cláusulas semejantes a las que introdujo en la primera el arzobispo Lagnton: que los villanos sólo serian multados en proporción a sus recursos y a los siervos no se les mataría o mutilaría por comerse una perdiz o cualquier otro producto de caza.

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56 Rodolfo Puiggrós

Celosos los ricos-hombres de la conservación de sus prerrogativas, obligaron a Alfonso el Franco, hijo de Pedro el Grande, a jurar fidelidad a los compromisos sellados por su padre y lucharon cinco años hasta lograr que las cortes de Zaragoza (1288) aprobaran el Privilegio de la Unión, por el cual la autoridad real quedaba aún más debilitada que en el Privilegio General de la Unión, al punto que pudo decirse, para gloria de los liberales de nuestros dias, que

en Aragón hay tantos reyes cuantos son los ricos- hombres.

Los conflictos entre los ricos-hombres y la corona se prolongaron durante los reinados de Jaime el Justiciero y Pedro el Ceremonioso hasta que este último derrotó a los ejércitos de la Unión aragonesa valenciana en la batalla de Epila (1348) y abolió el Privilegio de la Unión. En las cortes de Zaragoza del mismo año se puso punto final a la larga contienda y se dio al Estado una organización política que favorecía el absolutismo monárquico con base en el respeto de los derechos de la burguesía de los municipios. Esta tendencia se acentuó en los reinados siguientes.

Al entrar en el siglo XV, la monarquía aragonesa tenia sometida a la nobleza de los ricos-hombres y estaba asociada a las empresas de la burguesía catalana que le abrían el camino de un imperio marítimo y comercial. El proceso se había iniciado a principios del siglo XIII, una vez que Jaime el Conquistador (1213-1279) completó la reconquista de las tierras hasta entonces ocupadas por los islamitas dentro de la jurisdicción aragonesa y, junto con la burguesía catalana, se propuso engrandecer su reino

mediante conquistas en el exterior. Tuvo en contra a los ricos-hombres aragoneses y a los barones catalanes que le negaron ayuda y a quienes» sin embargo, favoreció en los repartos de tierras.

Con naves y milicias catalanas, Jaime el Conquistador sé apoderó en medio siglo (1229 a 1273) de Mallorca, Menorca, Ibiza, Morella, Valencia y Murcia. Con una armada íntegramente catalana atacó a Marruecos y desembarcó en

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La unidad nacional española 57

Ceuta, y con otra armada, también catalana, intentó una cruzada a Palestina, frustrada por una tempestad. Su hijo, Pedro el Grande, estableció el protectorado aragonés en Túnez, imponiéndole tributos y una contribución en vino, además de un alcalde catalán o aragonés, cónsules catalanes en Túnez y Bugía y la obligación de rendir honores a la bandera de las cuatro barras, a igual título que a la propia. Luego conquistó Sicilia y Cerdeña.

De aquella época data la expedición del célebre Roger de Flor, que al mando de soldados catalanes y aragoneses corrió en ayuda del emperador Andrónico de Constanti- nopla, a punto de ser destronado por los turcos. Tal fue el éxito obtenido por Roger que se le dio el título de César, se lo casó con la hija del rey de Bulgaria y se le cedió la Anatolia con sus islas. Hubo otras expediciones de gran resonancia, como las de Berenguer de Rocafort, Beren- guer de Entenza y, por último, la enviada por don Fadri- que de Sicilia, quien constituyó en Atenas un ducado catalán-aragonés desde 1326 a 1388, al cual el rey de Aragón otorgó iguales privilegios que a Barcelona. El período expansivo concluyó a mediados del siglo XV con la incorporación del reino de Nápoles, conquistado por Alfonso el Magnánimo.

Entonces comenzó, como hemos visto, la decadencia económica de Barcelona, precedida por la de Mallorca y seguida por la de Valencia, después de un breve florecimiento de esta última por la inmigración de burgueses provenientes de las dos primeras. Dos causas externas influyeron en esa decadencia: la conquista del Mediterráneo oriental por los turcos, que clausuró para los comerciantes catalanes y mallorquinos las escalas de Levante, y más tarde el descubrimiento de América, cuyas nefastas consecuencias en la economía de los reinos del nordeste de España no tardaremos en puntualizar.

La causa interna determinante de la caída casi vertical de la vida económica de esas regiones fue el desplazamiento de la burguesía del poder. A partir de 1455, con la reforma de Juan II el Grande, rey de Aragón, los burgueses (ciudadanos honrados) quedaron en el Consell de Cent, cuya hegemonía tenían desde siglos antes, subordinados a los ciudadanos del común. Los cinco concellers que hasta entonces se elegían de la clase

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burguesa se distribuyeron así: el primero (en cap) designado por el rey, el segundo representante de los ciudadanos comunes, el tercero de los mercaderes, el cuarto de los artistas y el quinto de los menestrales. La aparente democratización del gobierno de Barcelona, acentuada en 1493 por decreto de Femando el Católico, no destruyó del todo el poder de la burguesía (sobre ciento catorce miembros del Consell había treinta y dos grandes comerciantes y navieros, y de los cinco consellers uno era mercader), pero expresaba políticamente la nueva relación entre las clases sociales derivada del descenso de la manufactura y del comercio barceloneses. Como remate al proceso de subordinación de Barcelona al gobierno de Aragón, el rey Femando destituyó en 1479 a los corredores de la Lonja y nombró a su consejero y copero Guillermo Sánchez como una especie de interventor de la institución, cuyas operaciones llega-ron I paralizarse al extremo.

La crisis económico-política trajo el estallido de una vasta insurrección, especialmente campesina, en Aragón, Valencia, Navarra, Cataluña, Sicilia y Cerdeña contra el rey Juan II y encabezada por su hijo Carlos de Viana. Muertos éste y su padre correspondió a su hermanastro Fernando, esposo de Isabel de Castilla, desarrollar la política iniciada en sus últimos años por Juan II. Para apaciguar a Cataluña no solamente reformó el Consell y destituyó a los longistas, como acabamos de indicarlo, sino que engañó a los payeses de remensa, fanáticos partidarios de Carlos de Viana, mediante la Sentencia Arbitral de Guadalupe, por la cual, si bien abolió abusos de los señores y concedió derechos a los payeses, lo hizo a costa de imponer a éstos un tributo y una indemnización por los daños causados a aquéllos, además de confiscar los bienes de Pedro Juan Sala y demás cabecillas del movimiento. El descontento campesino no terminó —hubo nuevos levantamientos y una tentativa de asesinato del rey Fernando por el payés Juan—; a través de la lucha se constituyó una clase de campesinos independientes, lla-mados payeses libres o menestrales, que desempeñarían un importante papel en la decadente sociedad catalana de los siglos siguientes, sometida a Aragón y, en consecuencia, a Castilla.

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SOMETIMIENTO DE LOS SEÑORES

Al ascender al trono Fernando, el soberano aragonés era el más poderoso monarca de Italia y su reino el más próspero de Europa, no obstante haber entrado en un rápido proceso de decaimiento, pronto acelerado por los cambios que promovió en la vida interna de España el descubrimiento de América 9 . Castilla, todavía compro-metida en la guerra contra los islamitas, continuaba em-bargada por problemas territoriales y su horizonte termi-naba en la frontera del reino árabe de Granada. Más de una vez se emparentaron ambas monarquías por matrimonios entre sus casas reinantes, pero en ninguna de esas oportunidades el enlace tuvo las consecuencias que el de Isabel y Femando, contraído en secreto y en casa de unos arrieros, con los novios disfrazados de labriegos.

La nobleza castellana se oponía al matrimonio, pues no deseaba la unidad de España bajo un poder fuerte, a

9 Integraban el reino de Fernando: Aragón, Cataluña, Conflent,

Vallespir, Roscilón, Provenza, Valencia, Baleares, Sicilia, Córcega,

Cerdeña, Nápoles, Atenas y Neopatria.

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60 RodOlIo n

costa del debilitamiento o la desaparición de los poderes señoriales. Llamaba a Fernando con desprecio el catala- note, como queriendo significar el burgués. Para evitar que la pareja asumiera el gobierno, los grandes de España y el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, fundaron el partido de la Beltraneja, hija adulterina de Juana, esposa del impotente Enrique IV, quien también se sumó a los antiisabelinos.

Cuando murió Enrique y se proclamó a Isabel reina de Castilla, una parte de la nobleza se amotinó, se alió con el rey Alfonso de Portugal, lo casó con la Beltraneja, consagró a los cónyuges reyes de Castilla pro fórmula y selló una alianza con el rey de Francia bajo el compromiso de darle las tierras que conquistara si invadía los dominios castellanos. Desde entonces la nobleza española, casta sin espíritu nacional, recurrió a la ayuda extranjera cada vez que corrieron peligro sus privilegios y encumbró y acató, durante cuatro siglos, a monarcas de casas no hispánicas (los Austria y los Borbones).

No vamos a entrar en los pormenores de una guerra que terminó con el triunfo de Isabel en las batallas del Toro y Albuera. Importa más a nuestro análisis destacar las contradicciones implícitas en la pareja real, unión de contrarios que reflejaba la tendencia hacia el reino único del desarrollo social español. Según la leyenda, Colón obtuvo el consentimiento de Isabel para emprender su viaje cuando aludió a los millones de almas que se salvarían para el cielo, y el apoyo de Femando al mencionar los millones de riquezas que se ganarían para la corona11. Si bien podría decirse que en tal contraste hacían acto de presencia don Quijote y Sancho Panza, desde un punto de vista no alegórico separaba las dos actitudes la distancia 10 que media entre feudalismo y capitalismo, disyuntiva en la que

10 Unió también las dos series de argumentos al prometer con el

descubrimiento de la ruta occidental hacia el Oriente asiático aportar a la

cristiandad los medios para la reconquista del sepulcro de Cristo, con la cual

culminarían las cruzadas.

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La unidad nacional española 61

España yació durante siglos, pues aunque inauguró el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, se estancó en un feudalismo no realizado plenamente después de iniciar el capitalismo que estranguló a poco de nacer.

El monarca aragonés que intervino el Consell de Cent y la Lonja de Barcelona, destruyendo la dictadura que ejercía la burguesía en ese y otros municipios, y que aplastó el movimiento de los payeses de remansaf no fue inmune a la presión de una burguesía que siguió haciendo valer sus derechos y de unos payeses que, no obstante ser víctimas de una feroz represión, se metamorfoseaban en menestrales o campesinos libres. La tendencia al absolutismo monárquico, más evidente en la polí tica fémandina que en la isabelina, requería un equilibrio entre las clases sociales, de tal modo que no podía romper con la burguesía ni entregarse a la nobleza. Tal tendencia a colocarse por encima de la lucha de clases se vio al imponer Femando, por la reforma de 1498, el sistema de insaculación o sorteo de los cargos municipales en Barcelona, Figueras y otras ciudades, por el cual si se le cerraba a la burguesía la posibilidad de poseer una autoridad omnímoda, se le aseguraba su participación en un régimen de colaboración con la nobleza y el artesanado que trajo años de paz pública junto con la petrificación de la sociedad a un nivel de decadencia. Tarea imposible resultaba la de destruir de raíz las relaciones y formas del incipiente capitalismo del nordeste de España, pero estaba al alcance de la política centralizadora del monarca aragonés embutir esas formas y relaciones en un Estado que, al asociarse a Castilla i con los cambie« internos ocasionados por el descubrimiento de América, paralizó y deterioró el desarrollo socioeconómico de tas regiones más adelantadas de la península.

Mucha tinta se ha gastado en el intento de probar si predominó la devota Isabel sobre el interesado Femando o viceversa. No cabe duda de que la castellana fue tan

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Ld UlUUdU UdUUU

; resistida en Aragón corno el aragonés en Castilla, y de que la política unificadora tropezó con la oposición de los sectores interesados en conservar la autonomía de cada uno de tos dos reinos. La política unificadora exigía, como he-mos dicho, un equilibrio entre las ciases sociales incom-patible con el predominio exclusivo de una de ellas en el Estado, esto es, la subordinación de todas a la autoridad monárquica única. Apuntaba a someter a la burguesía (Cataluña) y a la nobleza (Castilla).

Los señores fueron derrotados por el poder real centra-lizado. Castillos y palacios se destruyeron, tierras se ex-propiaron y repartieron, privilegios se anularon, nobles se apresaron o deportaron y se organizó un ejército nacional con soldados reclutados e instruidos por el Estado, con base en el servicio militar obligatorio (pragmáticadel 22 de febrero de 1496), en reemplazo de las antiguas mesnadas de los señores.

La toma de Granada y la liberación Final de la península del dominio islamita no fue hazaña de héroes de caballería, sino empresa del poder nacional, por más que todavía participaran en la guerra mesnaderos señoriales, milicias municipales y algunos caballeros sueltos en número inferior a las tropas reales. Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, ya no era Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, que actuaba por su cuenta (soldado sin señor, exido, salido), se asociaba a los moros, atacaba a los aragoneses y asesinaba a los catalanes. El Gran Capitán era el jefe de las fuerzas armadas del Estado, a cuyo servicio se consagró desde cuando Isabel tuvo que enfrentar al partido de la Beltraneja, es decir, a los nobles coligados para impedir la constitución del absolutismo monárquico. Gonzalo de Córdoba, Gonzalo de Ayora y Francisco Ramírez, el artillero, revolucionaron el arte de la guerra al combinar las antiguas formas de combate (dardos, lanzas, espadas) con el empleo de la pólvora (arcabuces, cañones, minas, lombardas, cerbatanas, etcétera), darle mayor importancia a la infantería y aligerar las operaciones mediante la formación de compañías (capitanías) y

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escuadrones (coronelías). Con la creación del ejército

nacional y la incorporación a la corona de las tres grandes

órdenes militares o maestrazgos de Santiago, Alcántara y Cafatrava, la nobleza recibió golpes demoledores.

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POLITICA UNIFICADO R A

Una vez borradas las fronteras entre Castilla y Aragón ge adoptó una política tendiente a establecer el mercado único: unidad de pesas, medidas y monedas, conitruc* ción de carreteras de los puertos al interior y entre las ciudades comerciales, proteccionismo aduanero a la manufactura textil que todavía contaba numerosos telares en Oranada, Valencia, Mallorca, Barcelona, Zaragoza y Sevilla, prohibición de exportar metales. Informa De* maschke en su Historia da la Economía que con la unión de Castilla y Aragón las rentas nacionales subieron un 60 por ciento entre 1472 y 1483,

En las cortes de Madrigal de 1476, Isabel y Fernando restablecieron la Santa Hermandad en León, Castilla y Asturias —y en 1488 en Aragón—», con el objeto de reprimir al bandidaje protegido o encabezado por los Robles y servir de nexo de la corona con tos municipios que financiaban la nueva institución. A medida que avanzaba hacia el absolutismo, la monarquía hipertrofiaba las funciones del Estado, con el resultado de que la Santa Hermandad se convirtió en cueva de rapaces burócratas, ridiculizados por Cervantes en la figura de un

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65 Rodolfo Puiggrós

cuadrillero con su media vara y la caja de lata de sus títulos. Las burguesías municipales se vieron obligadas a sostener, como autodefensa, a sus propias hermandades, independientes del trono.

A la vez que no dejaban levantar cabeza a los nobles, los Reyes Católicos atacaban la autonomía de los dos organismos representativos de las ciudades: las cortes y ios concejos municipales. Convocaron a las primeras en escasas ocasiones —ninguna desde 1482 a 1498, período durante el cual se puso fin al dominio islamita en España, se descubrió América, se estableció la Inquisición y se expulsó a los judíos— y los procuradores o diputados de las ciudades eran, a menudo, designados a dedo por los reyes, lo mismo que los concejales de tos municipios.

Para completarse y afianzarse como poder absoluto general, la monarquía necesitaba unificar religiosamente a una España en la que convivían cristianos, judíos, mahometanos y conversos. Unificarla sobre la base del exterminio de todas las creencias al margen de la Iglesia romana y no de esa conciliación que había fracasado en el siglo XI con Alfonso VI y en el siglo XIII con Fernando III. Estaba en la naturaleza del proceso sociopolítico, tal cual iba desenvolviéndose, que los Reyes Católicos se valieran de la intolerancia dogmática, llevada ai último extremo del fanatismo, para proceder a soldar la superficie de una nación dividida vertical y horizontalmente en ciases y regiones. Soldaron la superficie y dejaron intactas las hondas rajaduras internas. No podían confiar en la nobleza, enemiga de una España unida en lo nacional y de una monarquía que no fuese su instrumento. No podían confiaren la burguesía, partidaria de una unidad nacional que modificara las antiguas relaciones de clase y, por consiguiente, peligrosa para la estabilidad del trono. No podían confiar en ta plebe por razones obvias.

Podían confiar sí en la Iglesia, que con su absolutismo metafísico y fideísta les proporcionaba el elemento ideal para unir violentamente desde arriba a todos los españoles, pero en una Iglesia adaptada a tales finalidades, en una Iglesia españolizada, como la concibió el cardenal

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LA INQUISICION

Francisco Ximénez de Cisneros, quien en materia ecle-

siástica hizo lo que Gonzalo Fernández de Córdoba en

cuestiones militares: servir al Estado monárquico absolu-

tista único.

Cisneros colocó a los eclesiásticos bajo mayor depen-

dencia de la corona, subrayó los limites entre los poderes

espiritual y temporal y reservó al trono el derecho a

desconocer las bulas papales. Con la renovación de las

costumbres y el restablecimiento de la disciplina en mo-

nasterios e iglesias, salvó a la cristiandad española tanto del

cisma como del contagio del luteranismo, calvinismo y anghcanismo y la habilitó para ser más tarde la vanguardia

de la Contrarreforma organizada por el Concilio de

Trento. Si bien los Reyes Católicos tuvieron conflictos

políticos, jurisdiccionales y rentísticos con la Silla Apos-

tólica, España no llegó a implantar como Inglaterra una

Iglesia nacional independiente de Roma, ni a tolerar como

Francia el protestantismo, equilibrando el trono I - con el

altar y deificando al monarca. Permaneció en el seno de la

Iglesia de San Pedro gracias a la reforma eclesiástica

cisneriense que renovó a la Iglesia española y la preparó

para enfrentar, desde el ángulo de la ortodoxia clerical

romana, al sacudón cismático del siglo XVI. La Reforma

de Cisneros fue una reforma de las costumbres para

conservar lo esencial del viejo orden establecido; no

alcanzó a la dogmática, a la relación del hombre con Dios

■ y con la Iglesia, como en Lutero.

Page 67: La España Que Nos Conquisto Rodolfo Puiggrós

La unidad nacional española 67

La Inquisición fue la herramienta que los Reyes Católicos emplearon para homogeneizar exteriormente a España. Su origen se remonta a principios del siglo XIII, cuando el papa Inocencio III la creó para reprimir a los albigenses, cátaros o patarinos, calificados de maniqueos, y a los insabattatos, pobres de Lyon y otros herejes muy populares entonces en el mediodía de Francia y norte de España e Italia (Provenza, Cataluña, Lombardía). Según referencias del padre Mariana actuó en Italia, Francia, Alemania y Aragón, pero no se estableció en Castilla hasta el 27 de septiembre de 1480, por bula papal del Ia de noviembre de 1478 y para exterminar a judíos y mahometanos. La iniciativa partió del cardenal Cisneros11. El papa Sixto IV pronto se alarmó del formidable poder que con ese tribunal había puesto en manos de los monarcas españoles; sus intentos de restringirlo tropezaron con la enérgica resistencia de éstos y del cardenal valenciano Rodrigo Borja, futuro papa Alejadro VI. Desde entonces el pontífice romano sólo fue formalmente jefe supremo del Santo Oficio; no se recuerdan más que tres oportunidades en que decidió en la última instancia (en los procesos a Bartolomé Carranza del siglo XVI, a Jerónimo Villanueva del siglo XVII

11 Jerónimo Zurita (foi. 323) atribuye directamente a los Reyes

Católicos la iniciativa: “Entendieron el Rey, y la Reyna, qera este (...) necessario remedio para ci beneficio de sus reynos”.

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LA INQUISICION

y a José Fernández del Toro del siglo XVIII). El monarca español dictaminó en la casi totalidad de los casos, muchos de ellos extraños a la religión.

No obstante haberse desencadenado en tiempos anteriores

muchos progroms contra los judíos, éstos pudieron

desenvolver sus actividades económicas y culturales, como lo

hemos anotado, y gozar a menudo de la protección de los

reyes, con quienes colaboraban como consejeros,

administradores y prestamistas. El padre Mariana da la

siguiente explicación del cambio:

El principal autor y instrumento deste acuerdo muy saludable (?) fue el Cardenal de España (Cisneros), por ver que á causa de la grande libertad de los años pasados, y por andar Moros y Judíos mezclados con los Christianos en todo género de conversación y trato, muchas cosas andaban en el reyno estragadas. Era forzoso con aquella libertad que algunos Christianos quedasen inficionados; muchos más, dexada la Religión Christiana que de su voluntad abrazaran convertidos del Judaismo, de nuevo apostataban y se tornaban á su antigua superstición, daño que en Sevilla mas que en otra parte prevaleció; así en aquella ciudad primeramente se hicieron pesquisas secre-tas y penáron gravemente á los que halláron culpables. Si los delitos eran de mayor cuantía, después de estar largo tiempo presos y después de atormentados los quemaban; si ligeros, penaban á los culpados con afrenta perpetua de toda su familia (t. XII, cap. XVI, ps. 339 y sigts.).

Un testigo de los sucesos, Andrés Bernáldez (1450- 1513), dice en su Historia de los Reyes Católicos que en cuanto se conoció la bula papal

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en muy pocos días (...) prendieron algunos de los mas honrados e de los mas ricos veinte y cuatro e Jurados, e Bachilleres, e Letrados e a hombres de mucho fabor, e a estos prendia el Asistente (..Recomenzaronde sentanciar para quemar la primera vez a Tablada seis hombres e mujeres que quemaron (I, ps. 100-101).

Las persecuciones se extendieron a todos los sectores sociales, pues los inquisidores hallaron judíos, marranos (judíos conversos) y judaizantes (marranos que practica-ban el judaismo en secreto) principalmente entre los bur-gueses y plebeyos, pero también en el alto clero y la nobleza, entroncados con familias de conversos. Fácil es comprender lo arbitrario de la discriminación racial o religiosa que se hacía en una sociedad integrada dwante largos siglos por gentes de distintas religiones y razas y donde aun en Cataluña había grupos de herejes cataros, no exterminados por las persecuciones iniciadas en el siglo XIO. Salvo que se crea en la existencia del diablo y en la eficacia de sus maleficios —cosa muy rara hasta en los monjes de nuestros días—, resulta imposible precisar el criterio que aplicaban los inquisidores —algunos de ascendencia judía— para calificar el delito si no salimos del terreno de la dogmática religiosa. Contra esa dificultad se estrellan los autores que tratan el tema sin ubicar a la Inquisición no solamente dentro de la política de unidad nacional practicada por los Reyes Católicos, sino también de la hicha de clases implícita en esa política.

Desde los 31.912 quemados en persona, 17.659 en estatua y 291.450 sentenciados que para todo el período inquisitorial (1481 a 1808) da Juan Antonio Llórente en su Historia crítica de la Inquisición en España, hasta las cifras mucho más modestas que proporcionan los aboga-dos del Santo Oficio, y desde los 80.000judíos que según Mariana fueron expulsados de España únicamente por el edicto del 31 de marzo de 1492 hasta el número menor que asignan historiadores benignos, la fantasía interesada en imponer una u otra tesis puede elegir cualquier

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70 Rodolfo Puiggrós

La unidad nacional española

cantidad, a falta de pruebas fidedignas. La magnitud de la represión tiene para caracterizar al Santo Oficio una importancia subordinada a la calidad —a las causas y los efectos— de una política atrozmente reaccionaria que sumió a España en la miseria y el atraso.

Los millares de hombres y mujeres condenados a cade-na perpetua y los que recorrían pueblos y campos, entre el miedo o el desprecio de los buenos cristianos, cubiertos de un gran escapulario color amarillo a manera de capa y con una gran cruz roja que llevaba el nombre hecho clásico de sambenito, purgaban la pretensión de una España que había querido ser democrático-burguesa antes de recorrer hasta el fin los caminos trillados del feudalismo. Un autor tan devoto de la Inquisición, no obstante haber sido condenado y encarcelado mucho tiempo por ella, como el padre Mariana, nos ha dejado el siguiente cuadro de lo

que la experiencia ha mostrado ser muy saludable, magüer que al principio pareció muy pesada a los naturales. Lo que sobre todo estrañaba era que los hijos pagasen por los delitos de tos padres; que no se supiese ni manifestase el que acusaba, ni le confrontasen con el reo, ni hobiese publicación de testigos; todo contrario á k> que de antiguo se acostumbraba en los otros tribunales. Demas desto les parecía cosa nueva que semejantes pecados se castigasen con pena de muerte, y lo más grave, que por aquellas pesquisas secretas les quitaban la libertad de oir y hablar entre si-, por tener en las ciudades, pueblos y aldeas personas á propósito para dar aviso de io que pasaba: cosa que algunos tenían en figura de una servidumbre gravísima y a par de muerte (t. XII, ps. 340-341).

Ni los creyentes ni los ateos han probado que ese espantoso terror introducido en los hogares españoles por la monarquía a través de la Inquisición respondiera a motivos religiosos. La religión fue el instrumento de una política de unidad nacional que en España, por causas externas a su desarrollo, condujo a la esclerosis de la

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sociedad. Los cristianos eran, según los textos sagrados, los mártires, los perseguidos, los calumniados, pero hacía siglos que los papeles estaban invertidos. Por un tardío Raimundo Lulio lapidado por los islamitas, decenas de Juan Huss perecían en las hogueras encendidas por el clero. Las víctimas de la burocracia eclesiástica carecían de Iglesia que los canonizara y de historiadores que les atribuyeran milagros. No morían para salvar una fe que ya no se imponía por sí misma, que ya no confiaba en su verdad inmanente, que apelaba al terror y al fuego y no al verbo, a la resignación, al ejemplo. Morían para amedrentar y escarmentar a quienes osaran la menor audacia de pensamiento. Importaba al inquisidor sumergir a toda España en el terror, inmovilizarla y aislarla de los cambios revolucionarios.

De paso los cancerberos de la fe se repartían entre ellos los bienes de los condenados y aumentaban las penas para acrecentar el botín. El escándalo llegó a tal punto que por instrucción del 25 de mayo de 1488 se les ordenó que

por respeto de ser pagados sus salarios, no impongan mayores penas ni penitencia que de justicia fuere.

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EL ANTISEMITISMO

Los concelleres se opusieron en 1484 a la instalación del Tribunal del Santo Oficio en Barcelona. Alegaban que

hallábase todo el mundo espantado con la fama que corría de las ejecuciones y procedimientos que se dice hácense en Castilla (...) que la poca vida que tiene la ciudad (Barcelona) se debe al escaso comercio que hacen los llamados conversos, en cuyas manos está hoy la mayor substancia de pecunia de esta ciudad, así como por la negociación que hacen con los corales, telas, cueros y otras mercaderías se sostienen y viven muchos menestrales; y de pocos días a esta parte, temiendo que la Inquisición se porte en la dicha ciudad tan rigurosamente como lo ha hecho en Valencia, Zaragoza y otros puntos, los más y los principales de ellos han pensado irse y muchos se han ido ya a Perpiñán, a Aviñón_y a otros sitios, la partida de los cuales trae la total destrucción y exterminio de esta ciudad.

En 1492 insistieron en denunciar

cómo por causa de la Inquisición que en lo pasado se introdujo en la ciudad, se han seguido muchos tropiezos

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La unidad nacional española 73

en la negociación mercantil, despoblación de la dicha ciudad y muchos otros daños e inconvenientes irreparables en la cosa pública y cómo se seguirán muchos más en adelante si no se provee con algún saludable remedio.

La resistencia a la Inquisición abarcó a todos los barceloneses, incluso al jefe de la antigua Inquisición, ta fundada siglos antes para combatir a los cátaros-albigenses, quien declaró nulos los poderes de los nuevos inquisidores. Al cabo de cuatro años, el tribunal pudo instalarse en la ciudad condal merced a la intervención del papa y a la movilización de los payeses en favor de la medida, pero los concelleres se negaron a prestarle juramento y no permitieron que el inquisidor general ocupara en la catedral el trono del rey o del virrey. A pesar del descontento general, entre 1488 y 1492 se quemaron vivas en Barcelona quince personas y en estatua 243, y se condenaron a prisión perpetua 71, sin contar las expropiaciones y otras condenas menores; y en 1489-1490 fueron arrojados a la hoguera en Tarragona un hombre y cinco mujeres.

De poco valieron los movimientos antiinquisitoriales que estallaron en 1481 en Sevilla (conjuración de Diego Susán), en 1485 en Toledo (el día del Corpus), en el mismo año en Aragón (asesinato del inquisidor Pedro de Arbués) y en otras partes de la península. Los autos de fe se sucedieron durante los reinados de los Reyes Católicos y de los Austria.

Antes de 1492 los Reyes Católicos y las hermandades dictaron varias providencias destinadas a amparar a los judíos de los robos y vejámenes. Esta dualidad de criterio se explica no solamente por la estrecha relación del sector dominante de los judíos con las burguesías municipales, sino también por el papel que desempeñaban desde comienzos del siglo XI como proveedores, administradores y financistas de la guerra contra los moros. Fueron los abastecedores del ejército castellano durante los cercos de Málaga, Baxza y Granada. Escribe Amador de los Ríos que

causaban por cierto admiración, el orden y la abun-dancia con que eran abastecidos la ciudad y el campo de todo linaje de artículos de vestir, de comer y de guerrear (Historia... III, p. 301).

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74 Rodolfo Puiggrós

Mientras hubo en España un Estado islamita no pudie-ron los monarcas castellanos prescindir de la ayuda eco-nómica de los judíos y éstos se esforzaron en servir al Estado español para no ser maltratados ni expulsados, pero menos de tres meses después de la toma de Granada, o sea del final de la secular contienda, los Reyes Católicos dictaron el edicto del 31 de marzo de 1492 de expulsión de todos ellos de Castilla y Aragón, edicto que debía cumplirse antes del 31 de julio. No logró el doctor Isaac Abravanel evitar o dilatar el cumplimiento de la orden con la oferta de 300.000 ducados que el rey Fernando estuvo a punto de aceptar, pues el inquisidor Torquema- da se presentó inesperadamente ante los dos monarcas católicos con un crucifijo y exclamó:

¡He aquí el Crucificado a quien el malvado Judas vendió por treinta monedas de plata! Si elogiáis este hecho, vendelle a mayor precio.

El precio que se cobró por la expulsión de los judíos fue, en verdad, mayor que el que ellos hubieran pagado para quedarse. Los bienes que se repartieron los inquisidores importaban seguramente bastante más que 300.000 ducados, por mucho que llevaran consigo los expulsados.

De tal modo culminó el movimiento antisemita iniciado por la nobleza castellana en 1460, ai exigir a Enrique el Impotente que echase de su servicio y de sus reinos a los judíos, como condición para deponer las armas y aceptar la autoridad del monarca; intensificado luego con el esta-blecimiento de la Inquisición y concretado en la resolución de las cortes de Toledo de 1489 que encerraba en juderías o ghettos a los judíos de las ciudades, villas y lugares de Castilla y Aragón.

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75 Rodolfo Puiggrós

Hemos dicho que no hay coincidencia en los autores acerca del número de judíos expulsados de España a raíz del edicto: el padre Mariana lo hace variar, de acuerdo con distintos cálculos, de 160.000 a 800.000, pero otros lo elevan a 2.000.000. Hay consenso general, en cambio, sobre los enormes perjuicios que la medida ocasionó a la economía española. Escribía el cronista Zurita:

Fueron de parecer muchos que el rey hacía yerro en querer echar de sus tierras gente tan provechosa y grange- ra, estando tan acrecentada en sus reinos, así en el número y crédito, como en la industria de enriquecerse. Y decían también que más esperanza se podía tener de su conver-sión dejándolos estar, que echándolos, principalmente de los que fueron a vivir entre los infieles (t. II, líb. I, cap. VII).

Los comercios, manufacturas y bienes muebles que dejaron en España pronto se dilapidaron en manos de personas que los recogieron como si fueran botín de guerra. Bernáldez vio cómo los judíos

vendieron, e malvarataron cuanto pudieron de sus ha-ciendas (...) e en todo ovieron siniestras venturas; ca ovieron los christianos sus faciendas mui muchas e mui ricas casas, e heredamientos por pocos dineros, e andaban rogando con ellas, e no hallaban quien se las comprase: e daban una casa por un asno, e una viña por poco paño ó lienzo, porque no podían sacar oro ni plata (I, p. 254).

No obstante prohibirles el edicto del 31 de enero de 1492 sacar

de la península oro y plata moneda, valiéndose de intermediarios

consiguieron burlar al fisco y transferir | plazas extranjeras gran

cantidad de metales en bruto y amonedados. A Lyon, Venecia y

otros centros comerciales de Francia e Italia fueron a parar esos

capitales.

Bernáldez nos ha dejado una vivida descripción de los judíos

que salían rumbo a Africa o a Italia partiendo de las tierras de su nacimiento, chicos, e grandes, viejos

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e niños, a pié e caballeros en asnos, e en otras vestías, e en carreteras, e continuaron sus viajes, cada uno á los puertos que havian de ir, e iban por los caminos, e campos (...) con muchos trabajos e fortunas, unos cayendo, otros levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfer-mando (...) en el viaje, eran robados por diversas maneras, e les tomaban las mozas, e las mugeres e los lios de la hacienda (...) faciéndoles mil plagas, y mil desventuras (los sobrevivientes andaban) descalzos, e llenos de piojos, muertos de hambre, e muy mal aventurados, que era dolor de los ver (I, 257-260).

La economía española sufrió daños irreparables, pues los expulsados

todos eran mercaderes, vendedores, e arrendadores de alcavalas, e rentas de achaques, e hacedores de señoríos, tundidores, sastres, e zapateros, curtidores, zurradores, sederos, especieros, bujoneros, texedores, plateros, e de otros semejantes oficios (...) Eran entre sí muy caritativos (...) havia entre ellos muy ricos hombres, que tenían mui grandes riquezas e faciendas que valían un cuento, e dos cuentos, e tres. Persona de diez cuentos donde era así, como Abraham, señor que arrendaba la más de Castilla (I, 256).

Durante un tiempo la agricultura se reanimó con la incorporación de los contingentes de moros que quedaron después de la toma de Granada, pero el cardenal Cisneros ordenó su conversión en masa y luego, por edictos de 1501 y 1502, prohibió su entrada en Granada y los expulsó de Castilla. El rey Fernando no se adhirió a esa política represiva y prometió a los moros de Aragón respetarlos mientras viviese, no obstante lo cual las masacres de moros y judíos prosiguieron hasta alcanzar su máxima gravedad bajo el reinado de los Austria.

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La unidad nacional española 77

LA RECUPERACION DE LOS SEÑORES

A menudo se arguye como disculpa de los crueles procedimientos de la Inquisición española (el tormento, las mutilaciones, la hoguera, los sambenitos) y de la red de espías y soplones que distribuyó por toda la península, que los luteranos, calvinistas, anglicanos y deipás secta- ríos emplearon medios no menos sanguinarios contra las correspondientes herejías. Ninguna de las Iglesias del siglo XVI está exenta de culpa, sin duda alguna. Eran tiempos de brujas y demonios, en los que creían por igual católicos y protestantes. En la bula Summis Desiderantes (1484), el papa Inocencio VIII expuso la doctrina teológi-ca sobre la magia y la demoniomanía, declaró al mundo repleto de brujas y dio plenos poderes a la Inquisición para exterminarlas. Lutero no odiaba menos a los judíos que el cardenal Cisneros; los hizo expulsar de Sajonia y escribió contra ellos varios libros. Calvino competía con Enrique VIII en el refinamiento sádico con que mandaba a sus enemigos al suplicio. Erasmo escribía:

Los ingleses viven hoy como si un escorpión estuviese oculto bajo cada piedra,

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juicio que podía extenderse a toda Europa occidental. Al comenzar el tránsito del feudalismo al capitalismo la

violencia actuaba como partera de la historia en dos senti-dos: para alumbrar lo que nacía y también para evitar que naciera lo nuevo y eternizar lo antiguo. La similitud de las formas de terror y la intolerancia de las distintas corrientes religiosas ocultaban la diversidad de los fines y contenidos. En España protegieron y prolongaron la vida del viejo orden sociopolítico en decadencia parasitaria.

La política unificadora iniciada por Fernando e Isabel traicionó sus propósitos originarios y sirvió a los grandes señores, que recobraron sus apagados bríos gracias a las imprevistas proyecciones que les abrió la posesión del Nuevo Mundo para seguir medrando, mientras España se empobrecía y creaba el mayor imperio del planeta, recibía inmensas riquezas y se endeudaba a banqueros y comerciantes extranjeros. En nombre de la fe se ahogó, en última instancia, cualquier brote de burguesía, cualquier tendencia al capitalismo, cualquier movimiento del estado llano hacia la transformación social. Muchas de las reformas de los Reyes Católicos respondieron a las necesidades de renovación interna de la sociedad española patentes en las luchas de las burguesías municipales y de los siervos. La interferencia de un factor descongestionante de la importancia de América modificó bruscamente el rumbo en ese recodo de la historia hispánica y salvó a los señores castellanos de la definitiva pérdida del poder económico y político.

La lucha de clases había alcanzado en España a fines del siglo XV gran intensidad. Aun después de malograrse el desarrollo capitalista del nordeste de la península y de instalada la Inquisición, la relación de fuerzas entre bur-guesía y grandes señores no favorecía decididamente ni a una ni a otros, pero la conquista de un continente cuatro veces más extenso que el antiguo fue una sangría que alejó a España del camino de la revolución democrática de la burguesía.

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La unidad nacional española 79

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Aragón y ei descubrimiento de América

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LA RECUPERACION DE LOS SEÑORES

A menudo se arguye como disculpa de los crueles procedimientos de la inquisición española (el tormento, las mutilaciones, la hoguera, los sambenitos) y de la red de espías y soplones que distribuyó por toda la península, que los luteranos, calvinistas, anglicanos y dexpás secta-rios emplearon medios no menos sanguinarios contra las correspondientes herejías. Ninguna de las Iglesias del siglo XVI está exenta de culpa, sin duda alguna. Eran tiempos de brujas y demonios, en los que creían por igual católicos y protestantes. En la bula Summis Desiderantes

(1484), el papa Inocencio VIII expuso la doctrina teológi-ca sobre la magia y la demoniomanía, declaró al mundo repleto de brujas y dio plenos poderes a la Inquisición para exterminarlas. Lutero no odiaba menos a los judíos que el cardenal Cisneros; los hizo expulsar de Sajonia y escribió contra ellos varios libros. Calvino competía con Enrique VIII en el refinamiento sádico con que mandaba a sus enemigos al suplicio. Erasmo escribía:

Los ingleses viven hoy como si un escorpión estuviese oculto bajo cada piedra,

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La unidad nacional española

juicio que podía extenderse a toda Europa occidental. Al comenzar el tránsito del feudalismo al

capitalismo la violencia actuaba como partera de la historia en dos sentidos: para alumbrar lo que nacía y también para evitar que naciera lo nuevo y eternizar lo antiguo. La similitud de las formas de terror y la intolerancia de las distintas corrientes religiosas ocultaban la diversidad de los fines y contenidos. En España protegieron y prolongaron la vida del viejo orden sociopolítico en decadencia parasitaria.

La política unificadora iniciada por Fernando e Isabel traicionó sus propósitos originarios y sirvió a los grandes señores, que recobraron sus apagados bríos gracias a las imprevistas proyecciones que les abrió la posesión del Nuevo Mundo para seguir medrando, mientras España se empobrecía y creaba el mayor imperio del planeta, recibía inmensas riquezas y se endeudaba a banqueros y comerciantes extranjeros. En nombre de la fe se ahogó, en última instancia, cualquier brote de burguesía, cualquier tendencia al capitalismo, cualquier movimiento del estado llano hacia la transformación social. Muchas de las reformas de los Reyes Católicos respondieron a las necesidades de renovación interna de la sociedad española patentes en las luchas de las burguesías municipales y de los siervos. La interferencia de un factor descongestionante de la importancia de América modificó bruscamente el rumbo en ese recodo de la historia hispánica y salvó a los señores castellanos de la definitiva pérdida del poder económico y político.

La lucha de clases había alcanzado en España a fines del siglo XV gran intensidad. Aun después de malograrse el desarrollo capitalista del nordeste de la península y de instalada la Inquisición, la relación de fuerzas entre bur-guesía y grandes señores no favorecía decididamente ni a una ni a otros, pero la conquista de un continente cuatro veces más extenso que el antiguo fue una sangría que alejó a España del camino de la revolución democrática

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de la burguesía.

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EL CONOCIMIENTO DEL MUNDO MATERIAL

No movieron a Colón a proyectar su viaje a Occidente dogmas teológicos, ni hay testimonio que autorice a pensar que su triunfo se deba más al consentimiento de la beata Isabel que ai interés del utilitario Fernando, pese a que los autores castellanistas otorgan caballerosamente a aquélla todos los laureles de la empresa. Cuesta creer que católica tan fanática como la reina se atreviera a desafiar la categórica oposición de las autoridades eclesiásticas a una idea que juzgaban en contravención con las enseñanzas de los libros sagrados y se aviniera a apadrinar un viaje que, al decir de dichos autores, se proponía salvar a millone s de almas para la bienaventuranza eterna sin que a bordo de las naves descubridoras hubiera, según invariable costumbre de la época, sacerdote alguno.

Es sabido que los teólogos y altos dignatarios eclesiásticos, reunidos en junta especial en el convento de Salamanca, rechazaron el proyecto colombino por estar reñido con textos de la Biblia, de San Agustín y de otros padres de la Iglesia que niegan la redondez de la tierra y la existencia de las antípodas. Tildaban de demoniaca la descripción de la verdadera forma de nuestro planeta

LA IDEA DEL NUEVO CONTINENTE

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Isabel tuvo que inclinarse ante la inexorable necesidad. En el siglo XV, ni el trono ni el altar se sostenían, como en la alta Edad Media, de los tributos directos de la economía natural de los feudos: la monarquía y el papado dependían cada día más del dinero contante y sonante. La economía monetaria avanzaba triunfalmente y penetraba en todas partes. Tal fue la tarjeta de presentación de Cristóbal Colón. Los aragoneses de la corte bicéfala, y tras ellos los mercaderes del Mediterráneo, negociaron con el trono de Castilla el descubrimiento del camino a las islas y costas del oriente asiático.

¿Por qué a fines del siglo XV Colón encontró en España el apoyo que necesitaba para llevar a la práctica su proyecto? Un auténtico representante de los mercaderes- piratas que se disputaban el dominio de las aguas y tierras adyacentes del Mediterráneo no podía ser bien acogido por los señores castellanos, pero cuando Castilla se unió a Aragón los comerciantes y navegantes de la costa oriental española consiguieron que uno de los suyos fuera oído y patrocinado por la reina. Recordemos que el horizonte de la burguesía catalanoaragonesa se había empequeñecido

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Aragón y el descubrimiento de América 85

con los avances de los islamitas por el Mediterráneo oriental y central, mientras que a los grandes de Castilla se les ofrecía, después de la toma de Granada, la dilatada costa norafricana como campo de conquista y usufructo. Las causas externas favorecían en esos momentos la expansión feudal y debilitaban el desarrollo capitalista. La burguesía catalanoaragonesa, lo mismo que toda la burguesía de la cuenca occidental del Mediterráneo, había perdido mercados y poder económico-político a partir de la ocupación de Constantinopla por los islamitas (1453), y por eso mismo sentía creciente apremio por romper su embotellamiento en el Mediterráneo y saltar hacia otros mercados.

No olvidemos que la competencia comercial y los saqueos y asaltos de los piratas no excluían tratos e intercambios pacíficos entre los mercaderes italianos y aragoneses. Los genoveses, beneficiados de antiguo en España por concesiones de los árabes y en un tiempo tributarios de los catalanes, poseían bancos en Cartagena, Alicante y Valencia, disponían de un establecimiento comercial en Mallorca, exportaban gran parte de la producción de Andalucía y gozaban del derecho a traficar libremente en Barcelona; los florentinos compraban en España lana fina para confeccionar sus famosos tejidos y uno de ellos, el banquero Juanoto Berardi, residente en Sevilla, alojó en su casa a Colón y le facilitó los primeros contactos con la corte española.

Todo indica que la idea de viajar hacia occidente en busca del continente asiático se barajaba en los medios mercantiles y navieros de España, Italia y Portugal, en los cuales el incremento del comercio y la sed de riquezas generaban tendencias a la expansión más allá de los límites conocidos del mundo feudal deteriorado interiormente por la economía mercantil y arrinconado desde afuera por los avances del Islam. Como además de las relaciones comerciales existían entre las dos penínsulas relaciones políticas, siendo el rey de Aragón también de Sicilia y Nápoles y el monarca de mayor poder en Italia,

podemos inferir que el proyecto colombino fue algo más que el fruto de una inspiración personal; estaba latente desde muchos anos antes en los puertos del Mediterráneo occidental y se hizo viable cuando Castilla expulsó a los islamitas de España y

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clausuró la guerra de liberación nacional. Entonces se le abrieron dos caminos: proseguir la lucha en el norte de Africa o intentar la conquista de las lejanas comarcas del Extremo Oriente. Aquél era el concreto y éste no pasaba de una posibilidad, de un sueño. El descubrimiento del Nuevo Mundo metamorfoseó el sueño en realidad.

Los marinos y geógrafos no dudaban de la redondez de la tierra y de la posibilidad de llegar al Asia viajando hacia occidente. Faltaban datos experimentales y se carecía de una base firme para el cálculo de las distancias, pero en medio de tanta inseguridad y combinando y cotejando informes aislados se hilvanaron hipótesis sobre la presencia de islas entre Asia y Europa.

Mapas como el. catalán de 1375 o la manzana terrestre de Martín Behaim, diseñada a pedido del Consejo de Nuremberg dos años antes del viaje colombino; las frecuentes menciones de Antilia, Brandán, BrasiL, Roylo y otros hipotéticos archipiélagos atlánticos; los marinos y geógrafos que deí norte de Europa se trasladaron a Portugal para colaborar en expediciones cuyos objetivos tenían un alcance más ambicioso que el que por lo general se supone; la gran difusión de los relatos de Marco Polo (el Millón, escrito en el siglo XIII) y de Jean de Mandeville (el Libro de las Maravillas, conocido desde el siglo XIV); intuiciones como la del monje inglés Rogerio Bacon, que en el siglo XIII expuso en su obra O pus Majus la teoría de la circunnavegación del globo terráqueo; el recuerdo de los viajes de los escandinavos a la costa norte de nuestro continente en el siglo XI, estos y otros hechos de elocuente coincidencia no permiten seguir creyendo en la ocurrencia genial de Colón. Puso genialidad en la constancia con que encaró su empresa hasta conducirla a la victoria, no en la esperanza compartida por la gente marinera desde remotas edades y estampada, ai comenzar la era cristiana, en estos versos del español Séneca:

En el curso de los siglos vendrán años en que el Océano abrirá sus barreras y dejará ver una inmensa extensión, un mundo nuevo en los dominios de

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Tethis, y la última Thule no será el límite del universo.

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LA BURGUESIA DEL MEDITERRANEO EN LOS VIAJES COLOMBINOS

La teología de los siglos tenebrosos condenaba la creencia

en la inmensa extensión entrevista por los filósofos-científicos

de la antigüedad clásica, pero ella permanecía objetiva e

indestructible para que tarde o temprano la encontrara el hombre

occidental al retomar la abandonada concepción naturalista del

cosmos. A disipar las nubes que cubrían esa realidad material

contribuyeron en gran medida con sus mapamundis los car-

tógrafos de la ya centenaria escuela catalana (Ferrer de Blanes,

Gabriel de Vallseca, Ramón Pon$).

Tenían que ser gentes de mar, convencidas de que avanzaban

hacia una meta segura, las que acompañaron al Descubridor en

el viaje inaugural. La tripulación se componía de unas cien

personas divididas en tres grupos de las correspondientes

carabelas: el de la Santa María, nave capitana de la que era

dueño y maestro el gran cartógrafo y navegante Juan de la Cosa

y transportaba a unos treinta cantábricos como él; el de la Pinta, al mando de su propietario Martin Alonso Pinzón, armador y

rico vecino del puerto de Palos, a quien secundaban sus dos

hermanos, sobrinos, otros parientes y amigos; y el de la

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Niña, con su dueño Juan Niño, su piloto PeralonsoNiño, seis miembros de la misma familia con igual apellido y varios marineros por ellos reclutados. Iban, además, un médico, un escribano y el especialista en lenguas orientales Luis de Torres, así como algún personal de servicio. En contraste con una vieja leyenda destinada a desprestigiar a los descubridores, está probado que entre los tripulantes solamente había uno condenado a muerte por homicidio y otros tres complicados con él por haberlo ayudado a huir de la cárcel, y que los cuatro fueron indultados antes de embarcarse.

En la segunda expedición el origen clasista de los tripulantes experimentó una notable variante. Ya no eran únicamente burgueses y plebeyos, ni se prescindió de sacerdotes. Viajaron mil quinientos hombres en diecisiete barcos. Según Fernando Colón,

en breve tiempo se aprestaron 17 navios (...) y habían concurrido tantos caballeros y otra gente honrada á la fama del oro y de las otras cosas nuevas de aquellas tierras, que fue necesario reformar el número y no dar licencia á que tanta gente se embarcara (1, ps. 197-198).

Presidía el sector civil el catalán Pedro Margarit, allegado al

rey Fernando; y el sector eclesiástico el célebre benedictino,

también catalán, Bernardo Boyl, de descollante actuación

posterior en España y llamado el descubridor espiritual de América. Partió también el cosmógrafo franciscano Antonio de

Marchena, ferviente admirador de Colón y una de las personas

que intervino para obtener el visto bueno de los Reyes Católicos

al viaje inicial. Pero también se alistaron numerosos nobles con

la intención de seguir guerreando en Asia por la fe de Cristo y

conquistar tierras y siervos.

Algunos autores hablan con marcado desprecio del primer

viaje colombino, como si fuera una mancha negra de la historia

y el Nuevo Mundo naciera para España con la segunda

expedición, cuyo carácter colonizador deriva-

ría de la preeminencia en su tripulación de nobles y sacerdotes. No cabe duda de que con esta última empresa se inició el desplazamiento de la burguesía portuaria por la nobleza y de Aragón por Castilla, desplazamiento que luego se acentuaría

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hasta la total exclusión de los aragoneses de los tratos con las Indias. La colonización no tuvo igual carácter clasista que el descubrimiento. Contra Colón conspiró la nobleza desde que aquél regresó triunfante de su primer viaje.

Está definitivamente comprobada, y la reconocen his-toriadores castellanistas, la participación de los aragoneses y catalanes en las gestiones, preparativos y financiación del descubrimiento de América. El cosmógrafo catalán Jaime Ferrer de Blanes indicó a Colón el itinerario | seguir y el tesorero de la corona de Aragón, Luis de Santángel, descendiente del rabino Azarías Ginisllo,convenció a la reina de que llamara de nuevo al futuro Descubridor cuando éste se alejaba desilusionado por la negativa de la corte a aceptar su plan. El mismo Santángel con otro aragonés prominente, Juan de Coloma, intervinieron en la redacción de las capitulaciones de Santa Fe (17 de abril de 1492) y pusieron la firma al pie del documento, registrado después en el archivo de la corona catalanoaragonesa. Por esas capitulaciones, y las del 30 del mismo mes, Colón obtuvo, con derecho hereditario, los títulos de virrey, almirante, gobernador y capitán general. Igualmente, cuarenta mil maravedises destinados a financiar el viaje colombino que, a interés y con garantía del arrendamiento de los censos de Valencia, aportaron las ciudades españolas e italianas, las primeras por intermedio de la Santa Hermandad, fueron recolectados por el infatigable Santángel, amigo y confidente de don Cristóbal, del cual dice Oviedo:

porque avia nescessidad de dineros (...) los prestó para facer esta primera armada de las Indias y su descubri-miento. el escribano de ración. Luis de Sanct Angel (l, p. 20).

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Los comerciantes y marinos de los puertos mediterráneos presionaron sobre los Reyes Católicos, con la colaboración de funcionarios y sacerdotes afínes, hasta vencer las resistencias que oponían al proyecto los grandes señores y el alto clero de Castilla. La familia del Descubridor no estaba sola en sus diligencias ante la república de Génova y las cortes de Portugal, Inglaterra, Francia y Castilla; representaba la tendencia expansiva y la ambición de grandeza política y económica de la joven burguesía de las ciudades portuarias del sudoeste de Europa.

Aragón carecía de libertad de acción y de autoridad política para propiciar por su cuenta el proyecto de Colón, no obstante ser un imperio comercial y marítimo. La parte de España en cuyas entrañas más se agitaban los embriones de la revolución burguesa estaba sometida jurídica y políticamente a la parte de España que era el principal baluarte del señorío feudal. Tal dependencia solamente podía quebrarse por vía revolucionaria. Era necesaria la insurrección triunfante de la burguesía —hubiera sido la primera de Europa— para que el poder político pasara a manos de una clase social que emanci-para a los reinos aragoneses e impulsara el desarrollo de las formas de producción y de las relaciones clasistas del capitalismo. La revolución española, desviada y malograda por contar el feudalismo con la ayuda de causas externas que lo salvaron de la muerte y prolongaron su decadencia, constituye uno de los hechos más significativos y menos comprendidos de la historia europea.

Al iniciarse el año 1492 los ojos de Europa estaban puestos en España y, dentro de España, en Castilla, vencedora del moro y abanderada de la cruz. Podía esperarse que de allí saliera un torrente de guerreros a dilatar los dominios de la cristiandad por tierras de infieles o que maduraran hasta alumbrar un nuevo orden social las causas internas del autodesarrollo económico. Dentro de los heterogéneos reinos hispánicos la lucha de clases se tornaba progresivamente intensa sin que todavía el fiel de la balanza se inclinara del todo del lado de la revolución o

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del lado de la reacción. Como los procesos sociales trans-curren a través de contradicciones, de avances y retrocesos, en forma de espiral, sería equivocado suponer que a la burguesía de Barcelona, Valencia, Mallorca y otros lugares españoles la hubieran desalojado de la historia los golpes recibidos durante el medio siglo anterior al descubrimiento de América. Estaba en repliegue y, por eso mismo, en situación de dar el salto hacia adelante a que la empujaba el movimiento objetivo de las fuerzas socioeconómicas, pues era una clase con porvenir. Y, sin embar- o, no pudo levantar cabeza de nuevo. Este es el

enigma indescifrable de los historiadores. Para nosotros tiene una explicación: América.

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LA SOBERANIA DE ESPAÑA Y PORTUGAL EN EL NUEVO MUNDO

Toda Europa occidental era al concluir la décimoquin- ta centuria teatro de las peripecias de la gran lucha histórica.

Los Países Bajos, que en el temprano siglo IX abolieron la servidumbre y promovieron intensamente el comercio y la manufactura, entraron en decadencia desde cuando se extinguió la casa reinante de Borgofta(1477)y se incorporaron a los dominios feudales del emperador austríaco.

La Liga Hanseática, gran esfera comercial del Viejo Mundo en tiempos de las cruzadas, se disolvió por la discordia entre sus ciudades, y a partir de 1474 abrió las aguas del Báltico a las naves inglesas.

Inglaterra, debilitada por la lucha contra Francia (1328-1453) y la Guerra de las Dos Rosas (1454-1485), encerrada en sus contradicciones internas y sin proyectarlas más allá de sus fronteras, creaba los requisitos de la revolución burguesa que estallaría a mediados del siglo XVII. Era todavía un país atrasado y bárbaro, fundamentalmente agrario, que en 1406 se lanzó a la conquista de los mares Báltico y del Norte con la famosa Compañía de Aventureros, agrupación de piratas de la peor ralea.

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Avanzaba por el camino de la violencia hacia la monarquía absoluta y la unidad nacional con retardo en relación con España, pero ese retardo y la larga introversión de su desarrollo le permitieron acumular una formidable fuerza expansiva y completar el paso al capitalismo.

Durante el reinado del despótico e inescrupuloso Luis XT (1461-1483), Francia vio debilitarse el poder de la nobleza y elevarse a la burguesía, junto con el fortalecimiento de la unidad nacional (mercado interno, carreteras, pesas y medidas comunes, etcétera). A la inversa de lo sucedido en Barcelona y Valencia, cuyas burguesías sufrieron las consecuencias de la reacción feudal excitada por la unión de Aragón y Castilla, Marsella se benefició económicamente con su subordinación a la corona fran-cesa.

Para Europa occidental la resonante toma de Granada por los castellanos significaba la rehabilitación delfeuda- lismo, un tanto eclipsado por el florecimiento mercantil de las ricas ciudades portuarias. A éstas poco importaba la expulsión de los islamitas de España mientras los cristianos no recuperaran su perdida hegemonía en el Mediterráneo oriental y se ampliara su esfera económica. Pero el capital comercial no podía, por su propia naturaleza, resolver el problema de la expansión de la cristiandad, tarea que correspondía a productores, guerreros y sacerdotes, tríada que se realizaba entonces en el feudalismo. He ahí la contradicción intrínseca del descubrimiento de América: los comerciantes y marinos unieron a ambos continentes para que soldados, colonos y misioneros conquistaran y poblaran las tierras trasatlánticas. Ninguno de los puertos del Mediterráneo sacó el menor provecho de los viajes de Colón y de sus consecuencias. Ai contrario: los centros mercantiles de Europa se desplazaron al Atlántico.

Fuera de Castilla y Portugal ningún otro reino europeo poseía títulos legales sobre las tierras a descubrir. No obstante haber ocupado los catalanes y mallorquinos las islas Canarias a fines del siglo XIV para colonizarlas como feudo del rey de Aragón, poco después el noble normando Juan de Bethencourt se apoderó de ellas y las donó al rey de Castilla. Desde entonces Portugal y Castilla se consideraron con derechos históricos de soberanía sobre las islas y tierra firme que descubriesen.

Por el tratado de Alca^ovas (1479), que aseguraba a Castilla

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las Canarias y a Portugal el resto de los lugares conocidos de la costa africana, se sobreentendía que el mar libre y los espacios hacia occidente que se encontraran en el futuro pertenecían a esos dos reinos, sin especificar en qué medida y cuáles a cada uno de ellos. De acuerdo con el derecho feudal, referido al papa como tribunal supremo, cualquier reino, salvo Castilla y Portugal, que ocupara tierras descubiertas o a descubrir hacia el Atlántico sur cometía acto de usurpación y corría peligro de que el pontífice romano le desconociera sus derechos. A reforzar tales privilegios vinieron, después del primer viaje de Colón, las dos bulas del papa Alejandro VI del 4 de mayo y del 25 de septiembre de 1493. La posesión de cada una de las tierras descubiertas por Portugal a lo largo de la costa occidental de Africa fue legalizada por la correspondiente bula papal. Asimismo por bula del papa Sixto ÉV, del 18 de junio de 1481, se le otorgaban a Portugal derechos de posesión de las Indias orientales12.

Ni Francia ni Inglaterra se atrevieron a discutir a españoles y portugueses los títulos sobre tierras conocidas i

desconocidas dentro de la zona designada. Tanto es así que Enrique VIII de Inglaterra autorizó a Caboto y sus tres hijos, al enterarse del descubrimiento de Colón,

para que saliesen hacia el oriente, el norte o el occiden-te en cinco barcos y descubriesen islas, países, regiones o provincias de paganos en cualquier parte del mundo13.

Deliberadamente excluía el monarca la mención de hacia el sur por respeto al orden internacional establecido y temor a conflictos tanto con Portugal y Castilla como con la Silla

12 Fue, ya en su época, muy discutido el derecho del papa a distribuir

las tierras del Nuevo Mundo. Bartolomé de Las Casas decia que “ni los Reyes ni el Papa que les dio poder para entrar {en las Indias), no los pudieron despojar (a los indios) de sus señoríos públicos y particulares, estados y libertad, porque no eran moros o turcos que tuviesen nuestras tierras usurpadas ó trabajasen de destruir la religión cristiana ó en guerras injustas nos fatigasen e infestasen'* {(. p. 386). Esta crítica del padre de los indias suponía una concepción del derecho más avanzada que la teológico-feudal, de acuerdo con la cual el papa, como Vicario de Cristo, ejercía et dominio espiritual y material del universo y sus habitantes {doctrina de las dos espadas).

13 Harrisse: Jean et Sebastian Cabot. París, 1882, p. 322.

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Apostólica. Es todavía más significativo que Enrique VIII

renunciara a sus proyectos de conquista aun cuando, según los cronistas, los Cabotos descubrieron la tierra de Catay o la isla de las Siete Ciudades, lugares al parecer comprendidos entre las penínsulas del Labrador y Florida.

Inglaterra era todavía, aunque por poco tiempo, hija fiel de la Iglesia romana y acataba sin discusión el reparto territorial respaldado por la autoridad del trono de San Pedro. No muchos años después, al separarse de Roma, Enrique VIII se emancipaba de compromisos internacionales y colocaba a su país en condiciones de suplantar a Castilla en el dominio de mares y tierras. Por lo demás, en los siglos XV y XVT los ingleses no estaban en condiciones de desplegar en los amplísimos horizontes del Nuevo Mundo los equipos militares que se desprendieron de Castilla en esa época. Tuvieron que esperar y la espera los recompensó, pues su conquista fue mercantil y su colonización tomó el tipo capitalista agrario.

Sin embargo, el respeto formal a la soberanía española no excluía la acción de los piratas, inaugurada por los franceses en 1506 y perfeccionada por los ingleses. La piratería tenía la ventaja para los monarcas que la estimulaban y protegían de no comprometerlos en las tropelías de los bandoleros que abrían los caminos del mar al comercio de sus países.

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AMERICA, PROPIEDAD DE LA CORONA DE CASTILLA

Las razones legales que acabamos de mencionar explican que los comerciantes aragoneses, genoveses y florentinos no dieran un solo maravedí a Colón para su viaje sin la previa firma de las capitulaciones de Santa Fe entre él y los Reyes Católicos. Este contrato otorgaba a los inversionistas la única garantía posible, aunque indirecta, de sus derechos. Los comerciantes de los tiempos feudales no subsistían mientras no se refugiaran bajo el ala protectora de un gran príncipe. La necesidad de tal amparo era aun mayor tratándose de tierras a descubrir. De todos modos, si los marinos y mercaderes del Mediterráneo tenían motivos para suponer que nada había de quimérico en los planes de Colón, podían desconfiar, en cambio, de los resultados materiales a su favor de una empresa no avalada por una poderosa corona asociada a ella. De ahí la preocupación de Colón por firmar un contrato con la reina de Castilla. Aun así, dado que la palabra empeñada o el compromiso escrito de un monarca siempre estaba sujeto a las alternativas de su conveniencia personal y corría el peligro de ser desconocido sin apelación, se comprende que, por medio de capitulaciones, el navegan-

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te se asegurara títulos y derechos típicamente feudales. No fue por avaricia o ambición desenfrenada que se mantuvo fírme en sus exigencias y discutió cada palabra de los documentos que al fin firmaron los Reyes Católicos. Tampoco se sintieron movidos por pruritos morales los señores y altos funcionarios de Castilla que llevaron al Descubridor al banquillo de los acusados: buscaban nada más que un pretexto para quitarle los privilegios concedidos por dichas capitulaciones.

Las suspicacias, hijas de la experiencia, no tardaron en justificarse. Ningún beneficio sacaron los burgueses españoles e italianos del dinero invertido en los viajes iniciales. Los historiadores inventaron después para uso de los textos escolares la leyenda de la venta o del empeño de las alhajas de la reina Isabel y no dijeron que los tesoros de las Indias occidentales enriquecieron a los señores de Castilla y a los banqueros alemanes que no habían tenido arte ni parte en el descubrimiento, mientras se acentuaba la desorganización de la decadente vida económica de los puertos del Mediterráneo. Frente a la muerte, Colón dejó en su testamento para la posteridad la acusación lapidaria del burgués defraudado:

No gastaron (los Reyes Católicos) ni quisieron gastar para ello (para el descubrimiento) salvo un cuento de maravedís, e a mí fue necesario de gastar el resto.

La incorporación del Nuevo Mundo a los dominios de Castilla agravó la lucha de nobles y burgueses en torno del poder real. El descubrimiento había sido hazaña de marinos y mercaderes; la conquista tendría que serlo de misioneros, soldados e hijosdalgos asaltantes de caminos. Faltaba al prematuro desarrollo capitalista de España la energía interna que posibilitó un siglo después al de Inglaterra el traslado al otro lado del océano de relaciones de producción y fuerzas productivas en plena eclosión revolucionaria.

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La burguesía de los puertos mediterráneos quedó excluida del comercio y de la colonización de América. Los nuevos territorios quedaron vinculados exclusivamente a la corona de Castilla y sólo a los súbditos castellanos se autorizó a pasar a ellos y ejercer actividades comerciales. Al regresar Colón de su primer viaje con la noticia del histórico hallazgo, la nobleza despertó de su letargo i rodeó a la corona para exigirle que no dejara a la burguesía que capitalizara a su favor las tierras descubiertas. El Nuevo Mundo debía ser de Castilla y nada más que de Castilla, del rey feudal y no del rey burgués.

Algunas cifras, tomadas de los catálogos de los pasajeros a Indias, son definitivamente esclareced oras14. Entre los años 1509 y 1538 el 85.12 por ciento de los españoles que pasaron a América provenían de Castilla, León, Extremadura, Albacete y Andalucía; el 5.5 por ciento de Galicia, Asturias, Santander y Vasconia; el 2.1 por ciento del Ebro (Navarra, Logroño, Aragón), y sólo el 1.1 por ciento del Mediterráneo (Cataluña, Valencia, Murcia, Baleares), correspondiendo el 0.10 por ciento restante a los oriundos de las Canarias. Hubo el deliberado propósito de sustraer a las gentes del Mediterráneo de las empresas de conquista y colonización del Nuevo Mundo. De otro modo sería inexplicable que partiendo de allí la iniciativa del descubrimiento, siendo sus comerciantes los principales financistas del mismo y poseyendo los más importantes centros mercantiles de la península, no hayan prácticamente intervenido en la gestación y la organización del coloniaje. Los historiadores catalanes han demostrado que sus compatriotas fueron obstaculizados en forma sistemática por la corona de Castilla en los asuntos de América15. En la Recopilación de las leyes de Indias está la prueba de que por lo menos hasta 1596 los castellanos gozaban de privilegios legales para emigrar al Nuevo Mundo que se negaba al resto de los españoles. Oviedo informa que

no se admitían ni dexaban pasar a las Indias sino a los propios súbditos e vasallos de los señoríos del patrimonio

14 J. Rodríguez Arzúa, ps. 696 a 748.

15 V. Antonio Bofarull y Broca, p. 407; Rumeu, ps. 36-37; Josep Pineda í Fargas. ps. 62 y sigts.

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de la Reyna (...) e no aragoneses, ni catalanes, ni valencia-nos o vasallos del Rey Cathóiico16.

Por cédula real del 3 de mayo de 1509 se ordenó a Nicolás de Ovando que en el caso de entrar extranjeros en las Indias ejecutase

en las tales personas e en sus bienes, lo que fuera xustycia.

Un historiador hispanista anglosajón juzga que la tajante

discriminación tuvo por causa el temor de los soberanos de

Castilla

de que los nuevos territorios se contaminaran al tomar contacto con las libertades aragonesas que no habían podido desarraigar por completo17.

Deja de desear la explicación, no obstante tocar un aspecto

subsidiario del problema. La política excluyente de Castilla

respondía a motivos más generales y profundos, derivados de la

lucha entablada entre la nobleza y la burguesía, lucha que decidió

el porvenir de España por varios siglos. Si la nobleza dejaba a la

burguesía abrirse paso en América no solamente perdía América,

sino también sus propias posiciones en España. Idéntico origen

tuvo la estricta prohibición a judíos, moros y conversos de viajar

a las Indias occidentales y radicarse en ellas, la que no evitó que

muchos de estos últimos lo hicieran clandestinamente18.

16 Gonzalo Fernández de Oviedo, lib. til, cap. VII. 17 Roger Bigelow Merriman: The Rice of the Spanish Empire

in the Old World and in the New, ps. 221-222. 18 Esta segregación en provecho de los naturales de Castilla se

prolongó en el Nuevo Mundo en perjuicio de los criollos, excluidos sistemáticamente hasta la Independencia de puestos públicos, dignidades eclesiásticas y políticas, privilegios económicos.

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LA CASA DE LA CONTRATACION

En un comienzo, mientras siguió en pie el compromiso de los Reyes Católicos con el Almirante, se permitió a los particulares traficar con el Nuevo Mundo sin mayores restricciones; pero en 1503, cuando ya el Descubridor estaba de capa caída y a pocos meses de su muerte, la reina Isabel fundó en Sevilla la Casa de la Contratación, que regiría en adelante las relaciones mercantiles de la metrópoli con las colonias, y sería, a partir de 1517, dependencia directa de Carlos V para apropiarse de las rentas americanas y distribuirlas entre sus acreedores.

Desde el punto de vista económico dicha fundación no podía ser más disparatada. Sevilla se levanta a orillas del río Guadalquivir y a ochenta y siete kilómetros del mar. La obligación de registrar la carga de los barcos en la Casa de la Contratación creaba al comercio dificultades a menudo insalvables. La estrechez fluvial conspiraba contra el progreso de la industria naval, que dejaba atrás las naves ligeras —la carabela, la galera, la galeaza— y se orientaba a construir embarcaciones de mayor calado y

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tonelaje19. He aquí la descripción que hace C. H. Haring de tamaños contratiempos:

En la desembocadura del Gaudalquivir los grandes barcos solían enredarse unos con otros, y a menudo perdían cables y anclas y eran impelidos contra las rocas. Los bancos de arena constituían otro riesgo, de tal modo que a veces los capitanes tenían que aguardar semanas para que se presentase un conjunto favorable de mareas, vientos y luz solar, hasta que al fin, ya desesperados, se abandonaban a la ventura y con frecuencia perdían sus bajeles20.

En las cortes de Santiago-Coruña de 1520, convocadas por Carlos V y en las cuales las ciudades no hicieron oir su

voz y los procuradores traicionaron sus mandatos, se resolvió que por ningún motivo la Casa de la Contratación saliera de Sevilla y se prohibió designar para ella funcionarios que no fuesen oriundos de Castilla. La reiteración de la medida el año siguiente —coincidiendo con la insurrección de los comuneros— y el rechazo sistemático de las solicitudes de permiso elevadas por comerciantes de otros puertos son pruebas categóricas del carácter monopolista de la política económica impuesta por Castilla, en perjuicio de las restantes regiones hispánicas y de ella misma, pues mataba el desarrollo general de las fuerzas productivas y el florecimiento capitalista21.

19 El tonelaje de las naves de la carrera Sevilla-América pasó

de 80 a 110 toneladas en 1525, a 130-150 en 1540. a 120-300 en 1555. V. Chaunu, Huguette et Pierre, I, p. XIV, prólogo de Lucren Febvre.

20 C. H. Haring: El comercio y la navegación entre España y las Indias en la época de los Habsburgas, ps. 11-12.

21 El tráfico entre España y América fue en gran medida, y hasta 1650, el más importante del mundo. Ocupaba el segundo lugar en el tráfico entre Europa y Extremo Oriente por Lisboa y el cabo de Buena Esperanza, y más tarde por Amsterdam, Londres y los pequeños

puertos de la costa atlántica francesa. V. Ibidem. ps. 11-14.

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¿Por qué se centralizó en un puerto fluvial el tráfico con el Nuevo Mundo y se reprimió severamente el que podía realizarse, en vasta escala y mejores condiciones, por Barcelona, Valencia y Málaga, ciudades poseedoras de buenas flotas con excelentes marineros, o por Bilbao y otros magníficos puertos del norte? ¿No era cosa de locos que cuando un barco se veía obligado a recalar en un puerto que no fuera Sevilla para evitar a los piratas o a una tempestad, tuviera necesariamente que enviar por tierra su cargamento a la Casa de la Contratación? Tan graves y artificiales inconvenientes hacían que, en ciertos momentos y porque Sevilla era innaccesible, se autorizara a descargar en la amplia y profunda bahía de Cádiz, puerto atlántico ubicado algo al sur de Sevilla; pero a condición de que el oro, la plata y las restantes mercaderías se transportasen a Sevilla para su registro. Por lo demás, Cádiz estaba sometida a los funcionarios de la Casa de la Contratación. Esta situación se prolongó hasta 1771, esto es, durante más de dos siglos y medio. Al mismo propósito restrictivo obedeció la centralización del comercio interno de España en la castellana ciudad de Burgos a partir de 1493, en que se organizó allí un consulado. Burgos monopolizó el comercio con el norte de Europa en perjuicio de Barcelona, Valencia y Bilbao.

Razones de política interna inspiraron la real cédula constitutiva de la Casa de la Contratación, lo mismo que el monopolio mercantil de Castilla. Los grandes señores castellanos consideraban a su reino, con exclusión de los demás de España, dueño absoluto del Nuevo Mundo y se declaraban a sí mismos únicos usufructuarios de las rentas americanas por intermedio de la corona; pero tras ellos pronto asomaron los prestamistas extranjeros para lucrar con el despilfarro y quedarse con el santo y la limosna. Resultó así que, después de expulsar a judíos y moros y de ahogar las manufacturas y el comercio peninsular, la explotación de América fue el mejor negocio de los usureros de otros países, que nada arriesgaban, y una empresa deficitaria y ruinosa para España, que se desangraba. Durante el reinado de Felipe II el noventa por ciento de las materias primas importadas por la Casa de la Contratación se reexportaban a los países manufactureros de Europa Occidental, y una parte de las mercaderías con ellas elaboradas se reimportaba a España, desde donde lo que en ésta no se consumía regresaba bajo sus nuevas formas al Nuevo Mundo. No hace falta conocer las intrincadas

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leyes del proceso económico para sacar las cuentas del balance de ese largo viaje de ida y vuelta: los productos indianos que volvían a la tierra natal lo hadan vestidos a la europea y encorvados bajo la tremenda carga de precios que se habían ido multiplicando varias veces, durante el doble trayecto, para pagar con creces el obligado turismo y la permanencia eterna de los que quedaban en el Viejo Mundo. A la España imperial le corresponde la torpe gloria de una iniciativa que otros imperios, más prácticos e interesados, continúan para su provecho hasta nuestros días. Y si proseguimos las cuentas arribaremos a la humillante comprobadón de que las colonias hispanoamericanas regalaron a las nacientes manufacturas de Europa Occidental los renombrados metales preciosos que sólo aparentemente tributaban a la corona de Castilla.

La abundancia de oro y plata provenientes del Nuevo Mundo originó el alza general de los precios de las mercaderías europeas (alimentos, materias primas, manufacturas), alza que benefició a los países exportadores de productos elaborados a costa de los países que importaban todo o casi todo lo que consumían11. España, una vez que automutiló sus fuerzas productivas, quedó reducida a la condición de país consumidor-importador; a partir de 22 23 1496 los talleres ingleses, franceses, italianos, holandeses y alemanes reemplazaron los destruidos o abandonados de Segovia, Toledo, Valladolid, Barcelona, Valencia y otras ciudades hispánicas en el abastecimiento interno de la península. La familia real y los grandes señores dieron el ejemplo al proveerse en el extranjero e introducir modas extrañas. No imaginaba la arrumbada mentalidad del aristócrata que al dilapidar los tesoros de las Indias sumía en la ruina a la economía y en el hambre al pueblo de España; pero de pensarlo tampoco habría cambiado su actitud de

11. “Siendo España el centro de una inflación que llegó a

propagarse por toda Europa, no es de extrañar que el nivel general de precios haya sido persistentemente más elevado en ese país que en sus vecinos, 23 cual necesariamente tenía que provocar un aumento de importaciones y una disminución de exportaciones” (Celso Furtado: Formación económica del Brasil. F. C. E„ México, 1962, p. 21).

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clase divorciada de los destinos nacionales. Al ensancharse considerablemente el mercado español con la incorporación de los consumidores americanos, se agravó al máximo la dependencia económico-financiera de la metrópoli con respecto a las manufacturas de Europa Occidental. Cuanto mayores eran las riquezas metálicas extraídas de los dominios, mayores eran el abatimiento de la economía peninsular y su subordinación a economías en desarrollo24. Los monopolios, el mercado único, las persecuciones al comercio directo de las colonias con países extranjeros y el aislamiento político e ideológico remacharon, prolongaron y solidificaron tal relación de dependencia.

Y así se dio el caso, rompecabezas indescifrable de los historiadores idealistas, de que la monarquía más poderosa del universo, brazo derecho de la Iglesia católica y espejo y refugio de príncipes y señores, tuviese que mendigar dinero a oscuros prestamistas sin amor a la gloria y estafar a sus súbditos con adulteraciones de vil metal al valor declarado de la moneda.

24 “La lucha por la conquista del mercado español pasó a ser un

objetivo común de los demás países europeos. Colbert mismo escribió

«plus chacun Etat a commerce avec les Espagnoles plus il a d’argent-”

(Ibid., 22, nota).

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LOS ARAGONESES ERAN EXTRANJEROS PARA LAS LEYES DE INDIAS

Los derechos exclusivos de Castilla sobre América se legalizaron mediante el escamoteo de los derechos de los descubridores y de una mentira histórica.

El primer paso se dio con el desconocimiento de las capitulaciones de Santa Fe, al apartar a Colón del gobierno de las tierras descubiertas, so pretexto de deshonestidad, incapacidad administrativa y otros argumentos fáciles de esgrimir cuando se dispone del poder político. La nobleza castellana se hizo fuerte en el Nuevo Mundo a partir del procesamiento y prisión del Almirante. Sin embargo, no bastó enterrar el compromiso sellado por la corona de Castilla con gentes de otros reinos y present^| los descubridores como un hato de delincuentes; había que crear el mito isabelino e idealizar el papel de la reina en los trámites y en la ejecución misma del viaje inicial.

Los legisladores de Indias —Solórzano, en primer lugar— citaban en abono de su tesis a favor de la soberanía de Castilla en América las siguientes frases del historiador Gomara;

Puso Cristóbal Colón alrededor del escudo de armas que le concedieron esta letra:

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108 Rodolfo Puiggrós

Por Castilla y por León Nuevo mundo halló Colón.

De donde sospecho que la reina favoreció más que no el rey el descubrimiento de las Indias; y también porque no consentía pasar a ellas sino a castellanos; y si algún aragonés allá iba, era con su licencia y expreso manda-miento. Muchos de los que habían acompañado a Colón en este descubrimiento pidieron mercedes, mas los reyes no las hicieron a todos11.

A mentes feudales parecía natural e inobjetable que Colón

hubiera descubierto el Nuevo Mundo por gracia de Isabel la

Católica y no por un impulso que partía de los conocimientos

geográficos, las conquistas técnicas y las ambiciones comerciales

de un sector social muy distinto del de las testas coronadas y la

nobleza; y que esa gracia autorizaba a la reina a no permitir que

súbditos de la corona de su marido (aragoneses, valencianos,

catalanes, mallorquinos) pasaran a América, además de negarles

mercedes a los que compartieron la proeza colombina25 26.

Tal principio del derecho feudal (donación, merced, gracia)

hacia decir ai jurista Juan de Hevia Bolaños que los súbditos de

Aragón eran

Estrangeros para todo lo tocante i las Indias, y pasar, estar y comerciar en ellas.

Los aragoneses, catalanes, valencianos y mallorquinos

quedaban incluidos, por consiguiente, en las siguientes leyes: El Estrangero que lleva licencia para comerciar en las

Indias no puede pasar de los Puertos sino que allí debe vender las mercancías que llevare. L. 4 y 5, trt. 27, lib. 9, Recopil.

Los que en las Indias y Puertos de ellas comerciaran con Estrangeros tienen pena de la vida y perdimiento de

25 Francisco López de Gomara, Tomo I, p. 47; Juan de Solórzano y

Pereyra: Política Indiana, Tomo III, libro IV, cap. XIX, núm 34 p 300. 26 El jesuíta Juan Nuix{p. 4) dice “forse, tra que’famosi Venturieri

delle Conquiste, non vi fu neppure un Catalano”. Aunque escribió en

italiano, Nuix era catalán, y aunque era catalán, no ocultaba su admiración

por los castellanos. Su testimonio posee, pues, doble valor.

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Aragón y el descubrimiento de América 109

bienes, aplicados por terceras partes, Cámara, Juez y Denunciador. L. 8, tít. 13, lib. 3 y L. 7, tít. 27, lib. 9.

Al Estrangero en las Indias no le vale la exención de ser Soldado, Marinero ó Artillero, sino que debe ser expelido. L. 11, tít. 27, lib. 9.

I Ningún Estrangero puede vepder mercaderías al fiado á pagar en Indias, ni de las Indias se puede traer Oro, Plata, Perlas, ni otra cosa en cabeza de Estrangero; y si lo contrario se executa, se comisa, y se aplica por terceras partes, Cámara, Juez y Denunciador. L. 30, tít. 27, lib. 9.

A cualquier Estrangero que se halle en las Indias sin licencia se le debe remitir preso con sus bienes á la Casa de Contratación y dár cuenta con autos al Consejo. L. 25, tít. 27, lib. 9.

Al Estrangero no le es lícito tratar ni contratar en las Indias por sí ni por interpósitas personas, pena de perdi-miento de los bienes que comerciare y que tuviere asi el Estrangero como la persona interpósita, aplicados por terceras partes, Cámara, Juez y Denunciador. L. 1 y 7, tít. 27, lib. 9.

Colón y sus compañeros dei viaje inicial fueron las primeras

víctimas de un criterio jurídico que los clasificaba como

extranjeros.

A principios del siglo XVII, Solárzano disculpaba las

prohibiciones con estas palabras:

Aunque Yo nunca vi que esto último se executase, ni que sobre ello se le moviese pleyto á ningún Aragonés é le obligasen á componerse por Estrangero,

pero a renglón seguido explicaba que al recopilarse en esos días

las Leyes de Indias se había resuelto no innovar y

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LA NOBLEZA DE CASTILLA Y EL ESTADO NACIONAL

La marcha de la monarquía hispánica hacia el absolutismo nacional sufrió brusco cambio de contenido con la conquista de América. Luego de impulsar el descubrimiento con el único propósito de extender el comercio a nuevas tierras, la burguesía española, predominantemente aragonesa, no tuvo energías para afrontar tareas tan gigantescas como las de derrumbar imperios, expropiar inmensas riquezas y dominar a millones de seres humanos por la espada y la cruz. Fracasó tanto en América como en España. No imaginó al gestar la empresa colombina que labraba su propia ruina. Los grandes señores de Castilla sacaron, sin moverse de su reino, todas las ventajas de la conquista, llevada adelante, a sangre y fuego, por sus compatriotas hidalgos o plebeyos, y completada por los misioneros de la fe católica.

En Fernando de Aragón se personificó el fracaso y la decadencia de la economía del Mediterráneo. Nunca lo aceptaron los grandes señores de Castilla, que levantaron la figura de la Beltraneja para oponerla a Isabel, cuando ésta decidió casarse con el príncipe aragonés y rechazar los candidatos que ellos le proponían; pero la reina no se

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114 Rodolfo Puiggrós

sustrajo al influjo de sus coterráneos y puso en situación bastante deslucida a su consorte al no darle coparticipación en el gobierno del Nuevo Mundo. Ella firmaba sola los documentos relativos a América, en los que nunca faltaba la aclaración de que pertenecía a estos nuestros reinos de Castilla y León, con exclusión implícita, cuando no explícita, del resto de España. Expresó en su testamento:

Por cuanto las Islas é Tierra firme del Mar Océano, é islas de Canaria, fueron descubiertas, é conquistadas á costo destos mis Reinos (sic), é con los naturales dellos, y por esto es razón que el trato é provecho dellas se aya, é trate, é negocie destos mis Reynos de Castilla y de León, y en ellos, y a ellos venga todo lo que dellas se traxera: por ende ordeno, é mando que assi se cumpla assi en las que fasta aqui sean descubiertas, como en las que se descubrirán de aqui en adelante en otra parte alguna.

Era no solamente el desconocimiento de las capitula-ciones de Santa Fe (que el hijo de Colón siempre defendió como prueba de que el Nuevo Mundo se había descubierto para los reinos de Castilla y de Aragón), sino también la violación del Tratado de Tordesillas, que establecía con claridad el dominio de las tierras descubiertas al oeste de la línea trazada para el rey y la reina de Castilla y Aragón y sus herederos. Los reinos de Aragón quedaban despojados de una herencia a la que tenían el mayor derecho por haber partido de ellos la iniciativa del apoyo al primer viaje colombino. El testamento de Isabel certificaba algo más que el triunfo de Castilla sobre Aragón; sellaba la derrota de la burguesía catalanoaragonesa por la nobleza castellana.

El reavivamiento de los sectores internos, encadenados al sistema socioeconómico feudal, ante la inmensa perspectiva de disfrute de riquezas, tierras y siervos, determinó un histórico viraje de la sociedad española. Al feudalismo se le ofreció en España una posibilidad de subsistencia que no tenía en otras partes de Europa: la de una nueva cruzada en territorios de infieles, la de un continente gigantesco donde la espada y la cruz encontrarían todavía ancho campo de

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acción. A Isabel le hicieron dar el grito de guerra de un feudalismo débil salvado contradictoriamente de la tumba por el descubrimiento de Colón: América nada más que para

Castilla. Para que América fuese monopolio de Castilla, reino

donde se aglutinó el feudalismo de toda España, había que ahogar la voz de su pueblo, había que hacer de ella la trinchera de la Contrarreforma, había que aniquilar los brotes revolucionarios burgueses. Esto no lo hizo Isabel, pero sí su nieto Carlos, con visión ecuménica de un orden social agónico. Antes debía pasar España por algunas peripecias.

Pese a las apariencias, los señores castellanos nunca se sintieron plenamente representados por Isabel, la esposa del catalanote. La aguantaron por no poder hacer otra cosa y, a la vez, la rodearon para inclinarla de su lado o arrancarle ventajas. Así consiguieron que conservara América para Castilla y se abandonara a sutiles confesores y consejeros que le dictaron una línea política y los términos de su mentado testamento, pero quien los desafió al unir su destino al del monarca catalanoaragonés tampoco podía renunciar a la responsabilidad que asumió con su matrimonio: la de monarca absoluto superior a la nobleza.

Sabían los grandes de Castilla que el absolutismo mo-nárquico sobre bases nacionales traía su definitivo des-plazamiento y su irremediable ruina. Era imposible, por otra parte, retornar al régimen de autonomía de ios señoríos. El Estado nacional organizado por los Reyes Católicos redujo a la mayoría de los nobles a la condición de cortesanos. Sin embargo, esta nueva nobleza, despojada o aislada de su tradicional fundamento de poder propio, constituía una fuerza política que se movía en dirección contraria a la revolución burguesa y al pueblo español, pero dentro de los límites del Estado y no, como antes, desde fuera del Estado, en lucha contra la corona. Su táctica no podía ser otra que la de la intriga, la obsecuencia, las combinaciones dinásticas. Dejó de atacar a la monarquía de frente y se dio por objetivo desviar al Estado nacional hacia un pantano, donde permanecería siglos enteros sin renovarse.

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COALICION DE LAS CASAS DE CASTILLA Y HABSBURGO

La sagrada institución del matrimonio se raetamorfo- seó entonces en categoría casi metafísica de incalculables alcances históricos. En el tránsito de la monarquía hereditaria feudal a la monarquía hereditaria absoluta cobró mayor relieve político que antes el matrimonio de las testas coronadas. Pobres infelices alienados desde la cuna a su condición real, los príncipes estaban condenados a reproducir su frecuente imbecilidad en sucesivos entronques que, por lo común, agregaban a las taras congénitas las provenientes de la consanguinidad.

Si bien en tiempos pretéritos varios principes españoles se unieron a sus congéneres extranjeros, ninguno de esos matrimonios tuvo la trascendencia de los que se contrajeron a fines del siglo XV e influyeron decididamente en el sesgo que tomaba la lucha entre la nobleza y la burguesía. Elegir para los miembros de la realeza maridos o mujeres exclusivamente dentro de las casas reinantes en Europa, despreciando a la nobleza de la que habían surgido los monarcas de cada país, implicaba ya un absolutismo que podía tornarse favorable a los intereses de la burgue-

sía o ser el puntal conservador de la misma nobleza, según la

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1J8 Rodolfo Puiggrós

relación de fuerzas creada por la lucha de clases. De este modo se explica el cambio que trajo a España el

matrimonio de la heredera de los Reyes Católicos con el heredero de los tronos de Austria y Borgoña.

Fernando e Isabel tuvieron un hijo y cuatro hijas. El hijo, Juan, se casó con Margarita, hija del emperador Maximiliano y hermana de Felipe el Hermoso, y murió poco después. Felipe el Hermoso, casado con Juana la Loca, hija de los monarcas españoles, recibió de su madre, Catalina de Borgoña, los Países Bajos, además de ser el heredero de Maximiliano de Austria. El doble entronque de la casa de Austria con la corona de Castilla y Aragón marcó una tendencia política hacia la organización de la monarquía absoluta europea.

No era la primera vez que eso sucedía. En el siglo XIII,

Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y descendiente de los duques de Suabia, fue propuesto por la República de Pisa para ocupar el trono vacante del imperio austroalemán que le correspondía por derecho hereditario. Al cabo de dieciocho años de gestiones e intrigas, durante los cuales Alfonso añadió a sus títulos el de emperador electo y gastó enormes sumas de dinero en la compra de los príncipes alemanes para que lo votaran en contra del príncipe inglés Ricardo de Comualles, eipapa vetó su candidatura y lo obligó a retirarla so pena de excomunión. Por indicación del pontífice romano, interesado en que no se orga-nizara un poder fuerte en Europa, se designó emperador de Alemania a Rodolfo de Habsburgo (1273), antepasado directo de Felipe el Hermoso. El ambicioso sueño de Alfonso el Sabio se materializaría dos siglos y medio después en Carlos V, vástago de las casas de Castilla y Habsburgo, rey de España y las Indias y emperador de Alemania.

Con el enlace de Juana y Felipe se preparó una formidable coalición dinástica, base de operaciones de la reacción europea, que empuñaría las banderas de la Contrarreforma y del exterminio del menor brote de poder

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popular. Vencer a Francia e Inglaterra y aniquilar las insurrecciones internas (comuneros españoles, campesinos alemanes) serían los objetivos de tal coalición una vez en marcha.

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LOS GRANDES DE CASTILLA CORONAN A UN HABSBURGO

Al morir Isabel (1504), los grandes señores castellanos creyeron que había llegado el momento de recuperar las rentas, mercedes y tierras que usufructuaban en otros tiempos y que los Reyes Católicos reintegraron al patrimonio estatal. Antes tenían que sacar del medio a Fernando de Aragón, regente del trono de Castilla y continuador de una política absolutista que siempre resistieron. Con tal propósito alentaron las pretensiones del habsburgo Felipe, a la vez que inhabilitaron a Juana, la heredera directa, declarándola loca.

Mucho se ha escrito acerca de la demencia de la hija de los Reyes Católicos. Sus partidarios acusaban a los grandes señores castellanos de haberla secuestrado para evitar que reinara. Hubo varias tentativas de rescatarla del encierro y los comuneros se proponían coronarla. Sin entrar en el problema psicológico, motivo de discrepancias entre los autores, nos limitaremos a recordar que Juana rehusó el juramento de las cortes por considerar que era indigna de reinar en Castilla la mujer de un extranjero, condición que no provocó escrúpulos en su marido para aceptar la corona.

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Felipe murió a los dos meses. Su corto reinado anunció lo que sería diez años después el comienzo del de su hijo Carlos: los rapaces consejeros flamencos y borgoñeses que lo acompañaban y los rencorosos señores castellanos que lo introdujeron se arrojaron como langostas sobre los bienes del Estado español. El autor del Segundo viaje de Felipe el Hermoso a España en 150627 nos ha dejado un vivido relato del saqueo consumado por los señores de los Países Bajos durante esos dos meses y en las horas posteriores al fallecimiento del Habsburgo; huyeron a sus patrias con cuanto hallaron a mano, desde joyas y tapices hasta pieles y ropas.

La desaparición de Felipe salvó a España de la disolución nacional, pero su suegro, al retomar el gobierno como regente de Castilla en nombre de Juana, no pudo vencer la confabulación de los grandes señores con poderosos intereses extranjeros.

Hasta el Fin de sus días se opuso a declarar heredero a su nieto Carlos, nacido en Gante y educado fuera de España, cifrando sus esperanzas en su nieto Fernando, nacido y educado a su lado, preferencia compartida por el pueblo español, incluido el de Castilla, hasta el punto de que en cuanto se anunció la muerte de Felipe los vecinos de Valladolid asaltaron el castillo de Simancas y se llevaron al infante Fernando con el propósito de protegerlo del secuestro planeado por la nobleza.

El rey católico testó en 1512 a favor de su hija Juana y, aunque por derecho de progenitura le correspondía i Carlos la regencia, por incapacidad de su madre, el abuelo hizo todo lo posible para que la desempeñara su tocayo, tratando de que su nieto mayor postergara sine die el viaje al país que desconocía. No faltan testimonios, como el del almirante Fadrique Enriquez a la Junta de Tordesillas en octubre de 1520J, que

aseguran que el aragonés nombró en su lecho de muerte heredero

a Femando y no a Carlos, pero otras opiniones se inclinan a creer

que a último momento, bajo no identificadas influencias, traspasó

27 En A nóni mo: Viajes de extranjeros por España y Portugal, 1.1, ps.

583-584.

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122 Rodolfo Puiggrós

el trono de Castilla y Aragón al de Gante28 29. 1.a resistencia de Femando el Católico a entregar España al

nieto instrumentado por los grandes de Castilla y sus socios

extranjeros se unía a su reivindicación de los derechos del reino

aragonés-catalán al dominio del Nuevo Mundo. Después de morir

Isabel, declaraba su cónyuge al Capítulo General de la orden

franciscana

haber sido yo la principal causa que aquellas islas se hayan descubierto e pueblen.

En el acta de concordia firmada en Burgos el 8 de mayo de

1512 entre él, como rey de Aragón, su hija Juana, como reina de

Castilla, y los obispos de América, dejó claramente establecido

que cada uno de los dos monarcas actuaba

por la mitad que respectiva le pertenece de las Islas

Indias y tierra firme del mar océano, por vigor de las Bulas

apostólicas a sus reales Majestades, por el papa Alejandro

VI de felice recordación concedidas (...),

y su mencionado testamento dice al enumerar los dominios de la

corona aragonesa-catalana:

(...) la pane a Nos perteneciente en las Indias del Mar Océano.

El florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527), apologista del

Estado nacional centralizado, juzgaba al rey católico un modelo de monarca. Tenia razón desde su punto de vista. El aragonés luchó doce años por evitar que el trono español cayera en manos extranjeras. Sus errores, vicios e intrigas cuentan poco comparados con su resuelta defensa de la soberanía de su patria. Fue el último rey de la línea genealógica de los godos introducida en España doce siglos antes. Su cínica astucia —como el rey de Francia lo acusara de haberlo engañado dos veces, le respondió: Miente, le engañé tres veces— no le sirvió

28 V. Danvila: Memorial Histórico Español, vol. XXXVI, p. 337. 29 Gaiindez Carvajal. XVIII, p. 344. Roger Bigelow Merriman: Carlos V el

emperador y el imperio españolen el Viejo v el Nuevo Mundo, p. !9.

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para cerrar paso a la casa de Austria. Desde su muerte la legalidad del poder, siempre postergada, descansa potencialmente en el pueblo español que aguarda su hora a través de los fogonazos de sus revoluciones sin aceptar nunca la derrota.

Los grandes señores de Castilla se propusieron coronar a Carlos, o al emperador de Austria, o al rey de Portugal, o al de Navarra, o al príncipe extranjero que garantizara sus privilegios económicos y su preeminencia política. Hubo agrias discusiones en la corte borgoñesa del primero acerca del problema de la sucesión: los aragoneses defendieron los derechos del infante Femando —derechos no legales según el concepto dinástico, pero amparados por la voluntad popular— y los castellanos impusieron, por último, al hijo mayor de Felipe el Hermoso, aquel muchacho de Gante a quien su abuelo Maximiliano inculcara desde la infancia el lema de la familia: Austria erit in orbit ultima (El universo obedecerá a Austria).

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ESPAÑA GOBERNADA POR EXTRANJEROS

Desaparecidos Fernando de Aragón y el cardenal Cisneros, los dos mayores obstáculos al desenfreno de la nobleza, Carlos de Gante entró no muy triunfalmente en los reinos de sus abuelos maternos, acompañado de mil cuatrocientos soldados y dos mil marineros alemanes, ponderable respaldo militar que el precavido Maximiliano de Austria puso a su disposición para resguardarlo del descontento del pueblo español. El Habsburgo sería desde entonces Carlos I de España y el dueño de América a poco más de diez años de su descubrimiento.

Rodeado de los mismos consejeros flamencos y borgo- ñeses que saquearon a Castilla durante el breve reinado de su padre, manejado por ellos como títere, aclamado por los grandes señores y sostenido financieramente por los banqueros Fugger y Welser de Augsburgo, el joven monarca, que a duras penas se hada entender en español y tenía costumbres y modales extranjeros, se encontró en un medio hostil a su persona. Ricardo Pace, enviado de Enrique VIII de Inglaterra, declaraba:

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Carlos es sencillamente un idiota30.

No faltarían después historiadores que descubrirían hasta en su característico belfo blanco baboso pruebas de inteligencia.

A largas y escabrosas jornadas se dirigió el recién llegado al castillo de Tordesillas, donde estaba enclaustrada su madre. Más que el amor filial lo movían razones de alta poUrica. Asi lo patentiza el relato de Lorenzo Vital, su ayuda de cámara 31 . Antes de producirse el frío y triste encuentro, el señor de Chiévres, ayo borgoñés de Carlos, cumplió la tarea de convencer a la desdichada Juana de que consintiera en apartarse definitivamente del trono. Vital dice que ella actuó como la razón lo quiere y enseña, pues Dios y el mundo quedaron satisfechos con el traspaso de la soberanía maquinado a muchas leguas de España.

Acto seguido el flamante monarca nombró respectiva-mente gran canciller de Castilla y arzobispo de Toledo a dos miembros de su cortejo flamenco-borgoñés. Eran los cargos más importantes del Estado y hasta poco tiempo antes los había ocupado el cardenal Cisneros. Al principio ios consejeros Feales, seguramente con el acuerdo del emperador Maximiliano, ofrecieron esas funciones al filósofo Erasmo de Rotterdam, pero éste prefirió seguir cobrando de Carlos su pensión vitalicia de consejero a la distancia y ejercer una influencia ideológica que pronto alarmaría a los esbirros de la Santa Inquisición32. De todos modos la frustrada elección del rotterdamense señala una línea política inicial no muy ortodoxa en materia de fe y una tendencia a independizar al Estado español del trono romano

30 Letters and Papers, Foreign and Domestic of the Reign of Henry

Imi, II, Ram. 3.248.

31 Lorenzo Vital, ps. 699-700. 32 V. Marcel Batailion. I, ps. 94-95.

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RESISTENCIAS DE LAS CIUDADES

La respuesta del pueblo fue instantánea. En Castilla, Aragón,

Cataluña, Valencia, en toda España cundió la rebelión. Los

procuradores de las ciudades entregaron a Carlos ochenta o ocho peticiones, de las cuales extractamos las más significativas33:

—Que se reconociese a Juana señora de estos reinos. Así se explica el apresuramiento del Habsburgo en obtener la renuncia de su madre al trono y el interés de la nobleza en mantenerla secuestrada.

—Que no saliera de España el infante Fernando. “Des-graciada de ti, Castilla, si aguantas que el infante Fernando sea llevado fuera (...) Maldición. Maldición. A ti, reino de Castilla, que permites y sufres que tus hijos, amigos y vecinos sean diariamente matados y asesinados por ex-tranjeros, sin hacer justicia de ellos (...) Cierto, Castilla, que eres cobarde y desgraciada, cuando sufres, por sobornos, engaños y astucias, que la segunda persona (Fernando) que

en ti ha sido alimentada y educada, sea

33 Sandoval. p. 25.

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las funciones públicas; las rentas y bienes estatales se repartieron entre los paniaguados de Carlos. Mientras España se lanzaba al asalto de América, aves de rapiña de media Europa se lanzaban al asalto de España. Los fla-mencos y borgoñeses vendían los empleos y cedían en arriendo las rentas del Estado español a los propios españoles, a la vez que ordenaban allanamientos de casas y ocupación de templos con cualquier pretexto para que-darse con los frutos del despojo. Actuaban convencidos de que pronto se les acabaría la ganga. El canciller borgo- ñés Juan de Sauvage ganó en dos meses medio millón de ducados; trajo de Flandes decretos, firmados por Carlos antes de ser coronado, que le concedían el tráfico de esclavos negros de Africa a América. Y el cardenal Wol- sey, canciller de Enrique VIII de Inglaterra y aspirante a papa, envió a la península a Thomas Spinelly en procura de una rica prebenda episcopal34.

Verdadero rey, el alter rex se lo llamaba, era el borgo- ñés Chiévres, ayo y consejero íntimo de Carlos. Ya lo vimos obtener de Juana la renuncia al trono a favor de su hijo. Gobernaba a España, sentado a la derecha del Habsburgo y aislándolo de toda influencia peligrosa para los-intereses que representaba.

Carlos tuvo que aceptar, si bien pro fórmula y sin intención de cumplirlas, las ochenta y ocho proposiciones de las ciudades. Logró con ese acto de suprema hipocresía que las cortes castellanas reunidas en Vallado- lid (1518) le juraran fidelidad y evitó que se desencadenara la guerra civil. El procurador de la ciudad de Burgos, Juan Zumel, le planteó claramente que si Juana recobraba la lucidez, él debía abandonar el trono y entregárselo a ella, lo que equivalía a tratarlo de usurpador e intruso, tolerado por la fuerza35.

separada de tu país, con gran pena de los villanos y de todo

el pueblo, para llegar a ser rey de los dos países (...) Porque

34 Letters and Papers, II, núm. 3.605. Prólogo de Juan Amonio

Llórente a Colección de las obras del Venerable obispo de Chiapa. don

Bartolomé de Las Casas, ÍL, p. 21 | 10. Alonso de Santa Cruz, 1. ps. 167 y sigts.

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128 Rodolfo Puiggrós

así lo quieren, no forzado, deben en breve ir a Aragón, allí

donde, de todas estas cosas y de otros atropellos, esperamos

vernos vengados (...) Aunque sepa que somos tan cobardes

y desgraciados de sufrir estas cosas, conocemos también a

los aragoneses, tan virtuosos, francos y enteros, que no

consentirían tales insolencias sin castigarlas”. Estas

leyendas aparecieron colgadas de los portales de las iglesias

de Valladolid*. El infante Fernando se erigió en símbolo de

una monarquía absoluta sobre bases nacionales como

continuador de la línea genealógica de los godos. Los nobles

consiguieron, finalmente, sacarlo de España y ponerlo en el

gobierno de los Países Bajos, de tal modo que el español

reinaría sobre los flamencos y el flamenco sobre los

españoles.

—Que no se dieran cargos ni prebendas a los extranjeros.

—Que no se enajenase el patrimonio estatal.

—Que se respetaran los derechos de las ciudades.

—Que no se exportasen metales ni equinos. Los corte-

sanos flamencos y borgoñeses extrajeron de España en

pocas semanas y sin pagar derechos aduaneros centenares

de acémilas cargadas de incalculables riquezas, productos

de los más descarados robos y saqueos.

—Que no se llevase moneda de España. Solamente para

los gastos de la coronación imperial de Carlos en Alemania

salieron por Barcelona y Coruña 2.400 millones.

—Que el rey aprendiera a hablar castellano.

Esta última petición encerraba una cruel ironía. Los españoles difundían el idioma de Castilla por el Nuevo Mundo para gloria de un rey que lo ignoraba.

No obstante las enconadas resistencias populares, los grandes señores y los consejeros extranjeros no vacilaron en saquear a España. La corrupción se extendió a todas 36

Mayor fue el desaire que sufrió en las cortes aragonesas, reunidas en Zaragoza poco tiempo después. Allí los procuradores de las ciudades defendieron los derechos de Juana y del infante Fernando, y aunque al fin juraron fidelidad a regañadientes y con múltiples reservas, no se

36 Lorenzo Vital, 1 ps. 751-752. Roger Bigelow Merriman, p. 25.

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Carlos V y el fracaso de la burguesía española 129

pudo evitar que las gentes del pueblo apedrearan a los grandes de Castilla.

En las cortes catalanas, abiertas en Barcelona en octubre del mismo año, tanto la nobleza y el clero como el tercer estado se negaron, al principio, a prestar fidelidad a Carlos mientras viviese su madre, pero en última instancia transaron, no sin obligar a la mayoría de los consejeros flamencos a abandonar al rey y huir a los Países Bajos.

En Barcelona le llegó al Habsburgo la noticia de la muerte de su abuelo Maximiliano. El imperio del mundo se ponía al alcance de su mano. Por previsto que fuera el suceso no dejaba de ocasionarle graves inconvenientes: el descontento popular se exacerbó al anunciar que iría a Alemania a recibir la corona imperial y al pedir a las ciudades hispánicas que le pagaran el viaje. Nada podía esperar de los alemanes: los burgueses le ofrecían a lo sumo préstamos usurarios y los príncipes se cotizaban al mejor postor para elegirlo, al punto que uno de ellos vendió su voto tres veces a Carlos y otras tantas a Fran-cisco I de Francia. Las cortes castellanas, aragonesas y catalanas se rehusaron a cargar con el santo y la limosna.

El pretendiente al trono universal no conseguía domar la ira del pueblo español, ni reunir el dinero para comprar ios votos de los electores que habrían de ungirlo emperador de Alemania. Más preocupado de lo segundo que de lo primero, y apremiado por sus acreedores alemanes e italianos (Fugger, Welser, Grímaldi, Fumaryo, Ballacy, Martini), a cargo de quienes había girado letras de cambio por centenares de miles de florines y coronas, al eterno deudor no le alcazaban los ingresos de la fiscalía española, procedentes de los diezmos y contribuciones normales, ni los metales preciosos y dineros de Indias que

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130 Rodolfo Puiggrós

le entregaba la Casa de la Contratación. Desde 1520, cuando Hernán Cortés le hizo llegar la primera remesa, el

oro americano fue a pagar deudas contraídas con los Fugger,

lo que no impidió al embajador polaco decir de ¿1:

Pero no paga a nadie, y empeña los oficios y cuanto

puede".

Su grandioso sueño de monarquía cristiana universal

corría peligro de naufragar por menudas cuestiones de

dinero. 37

37 Juan Da mineo, 1 p. 803.

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EL “EMPERADOR DEL MUNDO“

Mientras se desataba la furiosa rebelión de las gemianías valencianas —artesanos y siervos contra los ricos- hombres— los consejeros de Carlos maquinaron la convocatoria de las

cortes castellanas en Santiago de Compostela, lejos de los focos revolucionarios y en una comarca carente de ciudades con representación ante la asamblea nacional.

El traslado de Barcelona a Santiago fue una verdadera odisea

para el rey in pártibus infidélium. Al pasar por Valladolid seis mil hombres armados salieron a las calles a exigir que no abandonase España; el pobre amo del mundo pudo franquear las puertas de la ciudad, en su disparada, gracias a las espadas de sus acompañantes.

Ya en Santiago la maniobra del circulo áulico quedó a la vista: quería obligar a las ciudades a otorgar poderes omnímodos a sus representantes con el propósito de manejar a éstos a su antojo, pero aquéllas, conscientes de lo que se tramaba, prohibieron secretamente a sus enviados que algo aprobasen a no ser a cambio de concesiones. Los diputados de Salamanca fueron expulsados de las cortes por su permanente hostilidad ai monarca y los de

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132 Rodolfo Putggrós

Toledo se retiraron a preparar la insurrección armada. A los de

Cuenca y a uno de los de Valladolid los compró el rey con dinero

en pago del que esperaba recibir por las contribuciones que ellos

se obligaban a sancionar con sus votos.

Trasladadas las cortes a Coruña, Carlos volvió a aceptar

solemnemente las exigencias de las ciudades —del tenor de las

ochenta y ocho peticiones citadas— y logró que los procuradores

mercenarios aprobaran contribuciones por tres años. Podía

escapar a la furia popularen procura del imperto universal.

Del grupo cortesano nació la idea, antes de la partida de

Carlos, de hacer del rey que figuraba, del rey abstracto, la

cabeza de una monarquía católica universal. Asi, en medio de

una orfandad casi total, odiado y escarnecido por el pueblo, el

Habsburgo fue proclamado, por su mandato y en las cortes de

Suntiago-Coruña, emperador del mundo, La ceremonia estuvo a

cargo del obispo de Badajoz, Pedro Ruiz de la Mota, quien

declaró:

Agora es vuelta a España la gloría de España que muchos años pasados estovo adormida. Dicen los que escribieron en loor de ella, que cuando las otras naciones enviaban tributos a Ruma, España enviaba emperadores: envió a Trajano, a Adriano, a Teodosio (...) y agora vino el Imperio a buscar el emperador a España y nuestro rey es fecho rey de Romanos y emperador del mundo.

A nadie podía ocultársele al oir semejante exaltación

histórica que el obispo y limosnero mayor de Carlos se dejaba

en el pecho lo principal: las cortes habian sido convocadas para

arrancar a España tributos destinados a saldar deudas con

banqueros alemanes y comprar votos de electores también

alemanes. España no enviaba a Alemania un nuevo Trajano: a

España le hacían el regalo de un emperador que debía mantener

con el sacrificio de sus hijos y el oro de América.

Quien más andaba detrás de esos temejantes era el nuevo

canciller, sucesor de Le Sauvage, muerto de peste, el

piamontés Mercurino Gattinara, admirador de Eras- mo y

hombre de gran influencia sobre el monarca Los

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Carlos V y el fracaso de la burguesía española 133

maquinadores de la teoría imperial, orientados por Gattinara

y De la Mota, dedan que Carlos no podía ser considerado un

rey igual a tos otros reyes, sino un rey excepcional, un

auténtico rey de los reyes, tanto por su ascendencia

genealógica cuanto por la extensión de los territorios y la

cantidad de súbditos que le tocaba gober- nar. Agregaban que

Castilla constituía el centro o eje de sus dominios y llegaban a

la conclusión de que para extirpar la herejía que apuntaba en

Alemania y someterá los indígenas de América, el dedo de

Dios señalaba al hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso

para instaurar el imperio del mundo. Las ideas erasmistas de

Gattinara —ministro adecuado para un imperio

heterogéneo—IJ compaginaban perfectamente con la

concepción de un trono ecuménico.

Mientras tales pensamientos ambiciosos bailaban en las

cabezas de los bien forrados consejeros de Carlos, he aquí la

descripción que nos dejó su modesto ayuda de cámara:

(...) es cosa verdadera haber visto niños recién nacidos, que han sido hallados, en el tiempo más frió del invierno, echados en el suelo, abandonados de padre y madre y en peligro de ser devorados por las bestias, los cuales de hambre y de frío gritaban lastimeramente, de tal modo que era como cosa intolerable, por demasiado lamentable, el

verlos tendidos sobre la tierra; y no sé pensar cómo la Naturaleza podía permitir, principalmente a la madre, el abandonar asi su sangre y dejarla en tal ruina y mise- ría1*. 38 39

El fiel servidor no imaginaba que la responsabilidad de esos espantosos cuadros correspondía íntegramente a la banda de asaltantes que había saqueado a España y a los grandes señores que no la dejaban levantarse del marasmo en que había caído por su culpa.

La pintura que hizo el sacerdote Juan Maldonado para

38 Konrad Háblen Oeschichle Spanieiu under den

Habibur/fen, I, ps. 52-33. 39 Lorenzo Vital, p. 723.

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134 Rodolfo Puiggrós

poner en evidencia la corrupción del clero, en su obra Pastor bonus, no es menos impresionante:

Pillaje de los soldados: exacciones de los colectores de impuestos: acaparamiento de granos, cuyos precios se encargan de mantener elevados los arrendatarios de los diezmos; escandalosas fortunas de los prósperos mercaderes importadores de productos exóticos, que trafican en las plazas de Flandes, Inglaterra o Alemania, que tienen la vanidad de ennoblecer a sus hijos y de mandar esculpir escudos de armas nuevecitos en suntuosas capillas; engañifas de toda naturaleza en la cómplice media luz de las trastiendas en que se venden los brocados de oro, las sedas, los damascos, los paños o las telas; sisas de los sastres, zapateros, merceros, carniceros, panaderos y taberneros; avaricia sórdida y tramposa de esos matrimonios de tenderos unidos por su afán desorbitado de lucro; supercherías

de los médicos para prolongar indefinidamente las enfermedades; medicinas adulteradas que llenan los

tarros de los boticarios; trampas inicuas de los chalanes; imposturas de los correderos de toda clase que se interponen entre compradores y vendedores, so capa de hacer las transacciones más fáciles y seguras (...) En Burgos pueden verse desde los magnates del negocio internacional hasta los campesinos oprimidos y hasta tos artesanos reducidos, por la decadencia de los oficios, a la mendicidad o al suicidio40.

Tal era el estado social de España en los días iniciales de la conquista de América y cuando Carlos se aprestaba

a apoderarse del mundo. Veamos ahora lo que pasaba en el

polo opuesto de la sociedad española.

Gaspar Contarini, futuro cardenal y embajador de la

República de Venecia ante Carlos V, a quien acompañó en su

viaje a Alemania, decía en la Relación de su estancia en España

que las rentas de los cuatro arzobispados y veintisiete

obispados de Castilla ascendían a trescientos mil ducados y las

40 Cit. Marcel Batuillon. I. p*. 390-393.

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de diez ducados, once marquesados y cuarenta y dos

condados, también de Castilla, a un millón cien mil ducados,

siendo esta última cifra igual a las entradas del reino, incluido

el oro de las Indias, lo que da una idea cabal de las cargas que

pesaban sobre los trabajadores de la tierra y los artesanos de

las ciudades. Acerca de la forma de recaudar la renta

extraordinaria, o de cruzada y bula, decía Vicente Quirini:

(...) se usa en esto una grandísima crueldad y tiranía con los pobres aldeanos y el pueblo bajo, ya que, cuando se predican estas bulas, todos se ven obligados a ir a la predicación; y aquellos que por las buenas no quieren ir, los obligan tanto a ir, que los pobres hombres, para no perder del todo el poder atender a sus oficios y a vivir, lo hacen por fuerza, y asi se recaudan estos dineros11.

Las enormes rentas de la corona, de la nobleza y del clero,

que consumían las riquezas de España y tas Indias, se

repartían entre numerosos hijos legítimos, naturales,

bastardos y allegados que vivían sin trabajar y disponían de

sus propios séquitos. Juana la Loca mantenía, según el

embajador Quirini, siete mil hombres armados que le

costaban ciento cuarenta mil ducados. Los camareros,

maestresalas, escuderos, sumilleres, aposentadores, con-

fesores, capellanes, secretarios, heraldos, maceros, trom-

peteros, rompones, pífanos, alabarderos, etcétera, que servían

al rey, a la reina, a los altos dignatarios eclesiásti- 41 eos y a los grandes señores se contaban por centenares y hasta por millares en cada casa. El rey tenía a su servicio personal tanta o más gente que un gran hotel de nuestros días: veinticuatro camareros, cinco criados, doscientos treinta escuderos (veinte para la bebida, setenta para la mesa, setenta para trinchar carne y setenta para cuidarle los caballos cuando cabalgaba), cuarenta y cinco jóvenes para ayudarlo a vestirse y hacer compras, dos sumilleres para guardarle la ropa, veinticuatro cantores, seis secretarios, etcétera.

41 Vicente Quirini, l, p, 607.

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136 Rodolfo Puiggrós

Los grandes señores castellanos, descontentos de la política centralizadora de los Reyes Católicos, que cercenaba sus privilegios, aclamaron a Carlos desde antes que el de Gante conociera España, pues

confiaban en que el príncipe don Carlos, al ser rey de Castilla, obraría a la borgoñesa, y daría pensiones a todos los grandes del reino, cerca de 800 títulos, hasta unos 100.000 ducados“.

Como las rentas de toda España y de toda América no alcanzaban para hacer frente a tan gigantesca dilapidación, el rey nombraba inquisidores e inquisidores con la misión de apoderarse de los bienes de los judíos, de los marranos y aun de los sospechosos de herejía. A pesar de los expeditivos procedimientos financieros, Carlos cerraba cada año con elevados déficit, por lo que se veía obligado a recurrir a contribuciones extraordinarias de las ciudades y a préstamos usurarios de los banqueros alemanes e italianos. 42

42 Ibidem, í, p. 608.

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LOS COMUNEROS Y LA DERROTA DE VILLALAR

La tremenda succión de las fuentes cada día más secas de! trabajo español tenía necesariamente que levantar una ola de descontento. Para colmo de males, Carlos dio antes de partir una nueva prueba de su política felona: impuso como regente de España, violando el juramento de no designar funcionarios extranjeros, al futuro papa, el cardenal Adriano de Utrecht.

El dinero de los Fugger y las ambiciones de sus consejeros le hicieron olvidar la angustia y la protesta de su amada Castilla. Tuvo la dicha de tener a su lado durante el viaje al alemán Jorge Sauermann, que combatió el mareo volcando su internacionalismo de cepa erasmista en la redacción de Hispaniae Consolado, tratado en el cual proclamaba la necesidad de crear un superestado hispanogermánico e invitaba a los españoles a reflexionar sobre lo que para ellos significaría ser substancia de tal imperio universal. Bajo tan excelentes auspicios el nuevo César marchó a Aix-la-Chapelle (o Aquisgrán, Aquis Granum, agua fértil) a recibir la primera corona imperial, pues allí, siete siglos antes, Carlomagno centralizó la unidad feudal europea cristiana. Una vez en sus dominios

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138 Rodolfo Puiggrós

germánicos, y preocupado de ganar el cielo después de ganar la tierra, convocó a la dieta de Worms (1521) para que el cismático Lutero explicara democráticamente la razón de sus herejías, se retractara de ellas y, como no lo hizo, fulminarlo con el anatema de la Iglesia y proscribirlo de sus Estados. Los cardenales premiaron tantos méritos acumulados declarando en el consistorio del 6 de julio de 1530 que

el emperador Carlos es el ángel enviado del cielo para la salvación de la Cristiandad.

No creemos pecar de maliciosos si relacionamos la apologética definición de los purpurados con el saqueo de Roma y la prisión del papa consumados por los soldados del ángel enviado del cielo sólo tres años antes.

Pero no nos adelantemos a los sucesos. Al alejarse de Coruña las naves que conducian al rey de los reyes a su imperial destino, el pueblo de Castilla respondió a los atropellos y al nombramiento del flamenco Adriano con la insurrección de los comuneros, iniciada por el Cabildo de Toledo para oponerse al avasallamiento de los fueros comunales, agitando en su comienzo, más que una bandera de republicanismo o gobierno democrático, la reivindicación de la monarquía nacional, tal como la quería el último de los reyes godos y los revolucionarios la proyectaban en su hija Juana, de cuya insania siempre dudaron.

Al levantamiento de las comunidades castellanas —que por los sectores sociales que abarcaban, por la participación directa de la plebe y por su gran combatividad superaban a las antiguas hermandades, organizadas por la burguesía de las ciudades para defenderse de la opresión de la nobleza— se plegó, al comienzo, la parte descontenta de los nobles que se mantenía fiel a la tradición nacionalista de los Reyes Católicos y era partidaria de Juana y su hijo Fernando. El conde de Benavente rechazó la orden borgoñesa del Toisón de Oro. Dijo:

Soy castellano. No deseo más honores que los de mi patria, que es. en mi opinión, superior a cualquier otra.

El marqués de los Vélez declaró que

no quería servir al rey mientras el ladrón de monsieur de Chiévres entendiese en el gobierno.

También la mayoría del clero, y con particular ardor el

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Carlos V y el fracaso de la burguesía española 139

clero bajo, estuvo con los comuneros en oposición a los altos

dignatarios de la Iglesia que rodeaban al cardenal Adriano.

El pueblo español empuñó las armas, imbuido de un

fuerte sentimiento nacionalista, para defenderse del hambre y

la humillación a que lo condenaban un rey que tartamudeaba

un castellano de cocoliche, y sus consejeros y prestamistas,

que saqueaban las riquezas de Españay las Indias, al mismo

tiempo que acariciaban la idea de unir el Viejo y el Nuevo

Mundo, el mundo entero, en un imperio universal cristiano

que en la práctica iba adquiriendo la forma de

universalización de la miseria y centralización del poder y del

dinero.

La ira popular se cebó, ante todo, en los procuradores que

en las cortes de Santiago-Coruña traicionaron sus mandatos y

se vendieron al monarca; varios de ellos fueron ahorcados y los

demás se escondieron para salvar sus vidas.

Segovia se sublevó con Juan Bravo al frente y preparó en la

plaza una horca reservada al alcalde Ronquillo,siniestro

personaje designado por el regente para aplicar la más cruel

represión. Corrieron en socorro de los segovianos con fuerzas

populares el famoso Juan de Padilla desde Toledo y el valiente

Juan Zapata desde Madrid. El curtidor Víllorio acaudilló el

levantamiento de Salamanca. En León capitaneó a los

insurrectos el prior del convento de Santo Domingo y los apoyó

la noble familia de los Guz- mán. La rebelión se inició en Murcia

con la horca para el corregidor y los alguaciles. Los comerciantes

de Medina

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140 Rodolfo Puíggfói

del Campo se batieron heroicamente junto al pueblo, y una ve/ derrotados por lo* mercenario* de Alonso Fonseca, este servidor del regente hizo arrojar alquitrán sobre la ciudad y, además de novecientas casas, quedaron reducidos á cenizas los depósitos de mercadería* mayores de España, en torno de los cuales se realizaban tres ferias al año de renombre en toda Europa.

El incendio de Medina del Campo intensificó el movi-miento y lo extendió a otras regiones de la península. A propuesta de la ciudad de Toledo y con centro en Avila se formó entonces la Junta Santa, elegida en una asamblea integrada con representantes de toda* las clases sociales, desde los nobles hasta los más humildes labriegos y artesa nos. I.os limitados objetivos que se asignó se concretaron en

la siguiente carta enviada por Toledo a las demás ciudades

En aquella Santa Junta no se ha de tratar sino el servicio de Dios. LO primero, la fidelidad del rey nuestro señor, Lo segundo, la paz y el reino Lo tercero, el remedio del patrimonio real. Lo cuarto, los agravios hechos a lo* naturales. Lo quinto, los desafueros que han hecho los extrañaros. Lo sexto, las tiranias que han intentado algunos de los nuestros. Lo séptimo, las imposiciones y cargas intole rabies que han padecido estos reinos, De manera que para destruir estos siete pecados de España se inventasen siete remedios de aquella Santa Junta.

Como primera providencia la Junta Santa declaró caduca la autoridad del cardenal-regente y se proclamó a i¡ misma autoridad suprema. Las masas plebeya# no se conformaron con este paso y, menos aún, con el espíritu contemporizador que inyectaba la nobleza §1 movimiento La lucha de clase* se agravaba y no admitía componendas ni renunciamientos. Desde los sectores desposeído* de la sociedad surgieron otros organismos que imprimieron al levantamiento uncontenido popular-revolucionario la Junta Je la Comunidad, que expulsó a Adrta no de Valladolid y te

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Carlos V y el fracaso de la burguesía española 141

hizo cargo del gobierno, y la Junta dt

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Carie« V y si fracaso de la burguesía espadóla 142

las Cuadrillas, o comando del pueblo en armas que coordi-naba la acción de loa guerrilleros.

Al comenzar la segunda mitad de 1320 el movimiento parecía avanzar resueltamente arrasando todos los obs-táculos, Ronquillo y Fonseca, los dos principales jefes de la represión, huyeron a Portugal; a Adriano se le permitió permanecer en libertad por su condición de cardenal. Solamente faltaba una base legal para que Carlos dejase de ser rey de España. Juana podía darla, puescorrió la noticia de que habla recobrado la razón —o de que nunca la perdió— y de que simpatizaba con los revoluciónanos.

El 29 de agosto, coincidiendo con el levantamiento de Valladolid, Juan de Padilla y sus guerrilleros se apodera-ron de Tordcsitlas, en cuyo castillo la reina madre ocultaba su presunta insania. Juana recibió a los revolucionarios con cordial majestuosidad. Lea confesó sus cuitas, les habió de los malos tratos de que la hacían victima, se declaró dispuesta a ayudarlos, pero cuando se la invitó a firmar las resoluciones de la Junta Santa y a asumir el trono, rehusó categóricamente. En ese instante el poder de Carlos pendía de un hilo. Adriano le escribía:

Tan sólo con que ella (Juana) hubiera firmado un sencillo documento se acababa tu remado en España,

La negativa de la reina fue fatal al movimiento comunero

hasta entonces triunfante. Después que Carlos hizo saber que

no estaba dispuesto a deshacerse de sus conseje • ros para

gobernar con la Junta Santa, la posible coronación de su

madre era el único vinculo entre los dos sectores antagónicos que integrubun aquel organismo, Desaparecida tal esperanza,

el ala revolucionaria plebeya exigió a los nobles la devolución

de villas, vasallos, rentas, mtnuv etcétera, de que se hablan

apropiado en los tres años anteriores y se lanzó a la toma del poder De inmediato estallaron las hostilidades entre ambos

bando«.

El mando militar se dividió: Juan de Padiltu, el héroe popular, asumió el mando de las fuerzas guerrilleras a

instancias de la Junta de las Cuadrillasi y Pedro Girón,

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143 Rodolfo Puiggrós

hijo del conde de Ureña, se hizo cargo del ejército de la Junta Santa, pero no tardó en pasarse con armas y bagajes al frente realista. También Lasso de la Vega, presidente de la Junta Santa, se entregó al enemigo. La traición de la nobleza fue total.

Siguió un breve período de anarquía. La nobleza unida intrigó activamente para provocar conflictos entre las ciudades y regiones e introducir el desaliento en las filas comuneras. Nada valió que Antonio Acuña —el demonio de obispo, según el cardenal Adriano—saliera de su sede de Zamora y, rodeado de unos cuantos sacerdotes revolucionarios | de algunos centenares de guerrilleros, recorriera Castilla en defensa del poder popular. La situación se había agravado al extremo de que, mientras el papa declaraba a Acuña el segundo Lulero, el pueblo de Toledo lo llevaba en andas hasta la catedral y, el día de viernes santo, lo ungía obispo.

Tampoco bastó la victoria que los guerrilleros de Padilla obtuvieron en Torrelobatón. Las fuerzas realistas, reorga-nizadas y dirigidas por la flor de la nobleza castellana, derrotaron a las de Padilla, Bravo y Maldonado en los campos de Villalar el 23 abril de 1521. Los tres murieron degollados: sus cabezas se exhibieron en la picota para escarmiento. La heroica esposa del primero, María de Pacheco, gran animadora de la insurrección, salvó la vida huyendo a Portugal disfrazada.

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EL ABANDERADO DE LA REACCION EUROPEA

Con la derrota de Villalar se cerró el primer ciclo de las luchas del pueblo español por la transformación revolucionaria del orden social. En las condiciones socioeconómicas de la España de la decimosexta centuria esas luchas expresaban espontáneamente las tendencias al desarrollo burgués democrático en proceso de maduración en Europa occidental, pero ni en España ni en Europa existía entonces un cuerpo de ideas o ideología que interpretara esas tendencias y les iluminara el camino del poder. Fue el de los comuneros un levantamiento ciego, instintivo, desesperado, destinado a desembocar en un callejón sin salida. La conocida frase de Lenin,

Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco mo-vimiento revolucionario,

vale para todos los cambios revolucionarios de la historia. Solamente las clases con una ideología propia unlversalizada,

esto es, que sea abrazada por el conjunto de la sociedad en un determinado grado de desarrollo, pueden promover los saltos cualitativos de un orden social a otro

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144 Rodolfo Puiggrós

superior. No era ese el caso de la burguesía española del 1500. No acompañó al ardiente movimiento de masas de \oscomunerosun pensamiento filosófico-polí tico que rom-piera el cascarón teológico y pusiese, siquiera en forma embrionaria, los cimientos de las tesis materialistas,empi- ristas e individualistas del capitalismo, como sucedió en Inglaterra y Francia durante el largo periodo de prepara-ción ideológica de sus grandes revoluciones. La batalla de Villalar no definió una alternativa histórica. Es absurdo cavilar acerca de las consecuencias que hubiera traído a España la victoria imposible de los comuneros. No podían triunfar y tenían que disgregarse por carecer de una ideolo-gía transformadora. Por ausencia de ésta el pensamiento español se enquistó en dogmas teológicos y la omnipresen-te Inquisición arrancó todo brote de conciencia revolu-cionaria. La sociedad española se sumió en el parasitismo medieval al entrar en la Edad Moderna que tanto había contribuido a preparar.

Carlos V se erigió en abanderado de la reacción europea. Por esos mismos días de Villalar, la dieta de Worms, convocada por él, proscribía de la Iglesia de Alemania a Martín Lutero, y el monje cismático iniciaba la rebelión contra el papado y el imperio. Entretanto, en lejanas comarcas trasoceánicas los descubridores y conquistadores seguían labrando las columnas del soñado reinouniver- salcristiano : Juan Díaz de Solís entraba en el Río de la Plata (1516), Hernán Cortés conquistaba México (1521) y Juan Sebastián Elcano, completando el viaje de Magallanes, daba por primera vez la vuelta al mundo (1521).

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INSURRECCIONES EN VALENCIA Y

LAS BALEARES

El análisis de la insurrección castellana quedaría incon-cluso si no buscáramos respuesta al aparente desacuerdo entre ella y las diferencias de desarrollo que hemos señalado de Castilla con Aragón. En efecto: si en el litoral mediterráneo de España las relaciones capitalistas de producción e intercambio y la burguesía como clase eran superiores a las de Castilla, ¿cómo se explica que aquí y no allá haya estallado el levantamiento de los comuneros?

En la pregunta está implícita la respuesta: la insurrección tuvo su principal foco en Castilla, entre otras causas, por el atraso feudal del reino en una región geopolítica de Europa que se orientaba hacia el capitalismo. Cataluña no solamente no experimentó entonces ninguna conmoción interna, sino que se manifestó reacia a prestar apoyo al levantamiento. Lo mismo sucedió en el resto de Aragón, con excepción de Valencia y Mallorca, que merecen capítulo aparte.

En Valencia y Mallorca la lucha enfrentó, directamente y desde el comienzo, a la nobleza con los artesanos. Las germanías comenzaron casi al mismo tiempo que las comu-nidades, pero, salvo en Murcia, no hubo relación entre unas

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y otras, y con la derrota deOrihueIa(30deagostode 1521), los comuneros murcianos quedaron desvinculados de las germanías del resto de Valencia. Estas últimas, apoyadas por los gremios y ai mando del pañero Vicente Peris, dominaron la mayor parte del reino y desencadenaron una violenta agresión contra la población morisca —dedicada preferentemente a la agricultura—, obligándola a ponerse bajo la protección de la nobleza. Peris sufrió finalmente varias derrotas hasta concluir descuartizado junto con otros dirigentes del movimiento. Su sucesor, el misterioso rey encubierto, no corrió mejor suerte.

La lucha de clases tuvo características más netas en Mallorca: de un lado los asalariados, artesanos y campesinos, del otro los nobles, burgueses y funcionarios reales. El 29 de julio de 1522 los rebeldes, acaudillados por los menestrales Juan Colom, Juan Crespi y Rafael Ripoll, mataron a la mayoría de los nobles de la isla; los sobrevivientes se refugiaron primero en Ibiza y luego en Alcudia. Allí se hicieron fuertes y aguardaron la ayuda de Carlos V. Este mandó un ejército que sitió Palma, redujo a los insurrectos y torturó y ejecutó a los jefes.

También Sicilia fue teatro de sangrienta insurrección que tuvo doble carácter; de la nobleza, encabezada por el aristócrata Squarcialupo, contra las exacciones del virrey Hugo de Moneada y por el establecimiento de un régimen republicano independiente, y de los siervos hambrientos. El palacio de la Inquisición fue incendiado, pero al fin, asesinado Squarcialupo, Carlos V pudo celebrar su victoria en Palermo (1535). Con el desplazamiento al Atlántico del comercio europeo, esa zona del Mediterráneo occidental entró rápidamente en decadencia. Se formó una nueva casta de nobles —favorecidos por la corona castellana con la posesión de la tierra— que se impuso sobre una población famélica.

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AMERICA O LA HORCA

Después de Villalar podía regresar sin peligro el rey de los reyes a la tierra de la rama materna de sus mayores. Traía la corona de emperador romano, la de Augusto, Carlomagno y Otón el Grande. Sus antiguos consejeros flamencos y borgoñeses lo habían dejado, unos por muerte, otros envueltos en su propio asco para disfrutar de las riquezas robadas a España. El más importante de todos, Adriano de Utrecht, renunció a la regencia para sentarse en el trono de San Pedro. Carlos le pidió audiencia al saberlo, pero Adriano VI estaba muy ocupado y era demasiado importante para atenderlo.

No regresó solo, sin embargo, el rey-emperador. Lo acompañaban tres mil disciplinados lansquenetes alemanes con setenta y cuatro piezas de artillería, armamento formidable para la época. Quería asegurarse el amor de su amada Castilla. Tales refuerzos lo animaron a proclamar, con la solemnidad del caso yen Valladolid (1Q de noviembre de 1522), el fin déla insurrección e imponer el destierro y la confiscación de bienes a los doscientos noventa y tres jefes revolucionarios que aún conservaban la cabeza sobre los hombros. Quedaba únicamente en pie el proceso al

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iracundo Antonio Acuña, obispo de Zaragoza, que jamás claudicó. Carlos ordenó que le aplicaran la pena del garrote y, una vez cumplida la sentencia, pidió la absolución papal a su ex ayo y no comulgó hasta obtenerla. No cabe duda que ganó el cielo con su sublime gesto, mientras el obispo-comunero debe estar eternamente devorado por las llamas del infierno. Según uno de sus apologistas, después de Villalar, Carlos

comenzó a comprender sus deberes para con España (...) Tenían los sacrificados de Villalar que ver el fracaso de su republicanismo, pero nunca un martirio de idealidad queda infecundo, y tenían que triunfaren algo muy importante, en su exigencia de nacionalizar y moralizar el gobierno de Carlos V43.

Por supuesto que el saqueo a mansalva nunca dura cien años: o termina con el país o provoca sanas reacciones populares. Es evidente, de todos modos, que después de la dieta de Worms y de la confesión de Augsburgo,enlasque los anatemas de la Silla Apostólica se deslizaron sin producir efecto sobre la fe fanática de los cada día más numerosos discípulos de Lutero, Carlos descubrió en una España encadenada y amordazada por el decrépito feudalismo su verdadero hogar y consagró a ella sus desvelos de representante de un orden social que comenzaba a descomponerse en Europa.

Napoleón apuntó sagazmente que para llegar a ser verdadero soberano de Alemania le faltó a Carlos V convertirse al protestantismo. Quedándose en el catolicismo no fue más que el rey postizo de una España raquítica, dueña de América sin ser dueña de su propio destino.

Una vez aniquiladas las últimas germanías a principios de 1524 y aplastada la postrer insurrección de los moros valencianos en 1525, España se congeló en el empobrecimiento y la decadencia social. Las ciudades perdieron uno a uno todos sus fueros y los cargos antes electivos de los Concejos Municipales se vendieron públicamente o se otorgaron por gracia del monarca. Los elementos que daban vida al comercio y a la manufactura

43 Ramón Víenéndez Pida!: El P. Las Casas y Vitoria con otros

temas de los siglos XVI y XVII, ps. 97-98.

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Carlos V y el fracaso de la burguesía española 149

fueron cruelmente perseguidos. Un millón de moros, en su mayoría dedicados a la tejeduría y a la agricultura, abandonaron la península en menos de una centuria. Para ingresar a los gremios se exigió certificado de pureza de sangre, lo que cerraba sus puertas a moros, judíos y marranos. Los campesinos endeudados abandonaban las tierras o se los arrojaba de ellas por la fuerza pública. La pequeña nobleza se empobreció rápidamente y emigró a América. El latifundio se extendió por doquier. Secas las fuentes de producción nacional, el mercado interno pasó a depender de la industria extranjera. Expulsados judíos y moros, esterilizadas la agricultura y la manufactura, la conquista de América, a la vez que traía riquezas al rey, a su nobleza cortesana y a sus usureros, prolongaba un feudalismo parasitario que mataba en flor al capitalismo naciente en la península. Las esperanzas puestas por la burguesía española en el descubrimiento de Colón perecieron aplastadas por los cargamentosde metales y piedras preciosas saqueados a Atahualpa y Moctezuma. España sería el canal a través del cual esas inmensas riquezas se derramarían por los países con desarrollo manufacturero de Europa occidental. Un médico y filósofo francés que vivió en el Oriente asiático desde 1657 a 1669 informaba al ministro Colbert que el oro y la plata de América iban a sepultarse —vía España y luego de recorrer Europa, Turquía, Persia y Arabia— en los gigantescos tesoros del Gran Mogol 44 . Sin los metales preciosos americanos los comerciantes europeos no hubieran podido acrecentar sus compras en especias, sedas, porcela ñas y otros artículos de lujo del Extremo

Oriente, de tal modo que el tráfico entre Europa y América

contribuyó a intensificare! tráficoentre Europay el Oriente

asiático. Entre los dos extremos de su periplo monetario los

metales preciosos americanos dieron formidable impulso a la

economía mercantil y estimularon su paso a la economía

capitalista en las comarcas europeas preparadas para emplearlos

como medios de circulación y medidas de los valores de

economías en desarrollo. El despilfarro de España y el

atesoramiento de Mogolia les desconocía la substancia social

44 Viajes de Francisco Bernier, I, ps. 156 y sigts.

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de mercaderías, la forma dinero dentro de la que se ocultaba el carácter social del trabajo que adquirían mientras giraban en el círculo de la producción, de la distribución y del consumo del sistema capitalista naciente.

El oponer a los metales preciosos introducidos del Nuevo

Mundo una economía en decadencia y no una economía en

desarrollo, hizo de España el paraíso de la usura, cuyas

consecuencias ya habían sido advertidas por el papa Inocencio

IV (1243-1254) en su encíclica De Usu- ris, al decir que la

generalización de la usura haría que

los hombres no pensaran en el cultivo de la tierra, salvo cuando no pudiesen hacer otra cosa, y, por consiguiente, vendría el hambre y todos los pobres se morirían, porque aun cuando encontrasen tierras para cultivarlas, no podrían disponer de bestias y útiles de cultivo, ya que los pobres no los poseen, y los ricos, por amor a las ganancias y a la seguridad, pondrían su dinero al servicio de la usura, en vez de dedicarlo a más pequeñas y arriesgadas inversiones.

A esa España, que dejó atrás como una pesadilla el exterminio de hebreos e islamitas y la masacre de los comuneros, se alineó CarlosV. Al regresar a ella el César, cuyo escudo ostentaba la orgullosa leyenda non plus ultra, comenzó a sentirse español de una España que había dejado de vivir para sí misma o, de acuerdo con Menéndez Pidal, comenzó a comprender sus deberes para con España, para con una España que perdió su destino histórico. Y puso a los revolucionarios que representaban a la España auténtica ante la disyuntiva: América o la horca. Tuvieron que abandonar a España en doble sentido; pues no solamente se alejaban físicamente de ella, sino que renunciaban a luchar por su transformación interna y dejaban de ser revolucionarios españoles para emprender en el Nuevo Mundo la más extraordinaria de las aventuras. ¿No lo comprendió así Carlos al convertir por provisión del 26 de julio de 1529 en hidalgos a todos los plebeyos que acompa-ñaron a Pizarro a la conquista del Perú? ¿No lo advirtió genialmente Cervantes al llamar a América “refugio y amparo de los desesperados de España”?

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Puede conjeturarse que alguna vez el fanático que admiraba a Erasmo y encarceló al papa estuvo a punto de ocupar en la historia el lugar de Enrique VIII, pero la España de los grandes señores de Castilla que quedó después de derramar lo mejor de su sangre le jugó una broma trágica y lo arrojó a una celda del monasterio de Yuste, desde donde sus atemorizados súbditos recibieron el último destello de su delirio místico de una monarquía universal cristiana:

Ninguna cosa bastaría a sacarme del monasterio, sino esta de los hereges, quando fuesse necessario: mas por unos piojosos como estos no es menester. Ya yo tengo escrito a Juan de Vega (presidente de Castilla) que dé todo el valor possible a su castigo, y a los Inquisidores, que pongan toda diligencia en ello, y que trabajassen, porque muriessen reducidos a la Fé: pero que de ninguna manera ios dexassen de quemar porque no avia que esperar que ninguno de ellos fuesse adelante verdadero Católico, y se erraría en dexarlos de quemar, lo que vo erré en no matar a Lutero, y si bien yo lo dexé por no quebrar el salvoconducto, y palabra que le tenía dada, pensando remediar sus herejías por otro camino, con todo esso erré, porque yo no era obligado a guardarle la palabra, por ser la culpa del herege contra otro mayor Señor, que era Dios, y antes tuve obligación a vengar esta injuria. (Prudencio de Sandoval, p. 475).

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El imperio de la decadencia

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4 El Imperio en Decadencia

EL EMPERADOR Y EL HEREJE

El estrangulamiento del imperio mari timo-comercial de Aragón y la derrota de los movimientos populares en Castilla, Valencia y las Baleares prepararon la decadencia socioeconómica de España. Una causa externa la precipitó: la conquista colonizadora del Nuevo Mundo, que desvió a la sociedad hispánica de su inicial desarrollo capitalista y determinó, a la vez paradójicamente, su empobrecimiento y su expansión imperial.

Si juzgamos a España por sus exterioridad» diremos que con Carlos de Habsburgo se engrandeció e hizo dueña de gran parte del mundo; si la juzgamos por su substancia convendremos en que postergó su progreso por varios siglos. Tal contradicción inherente a su paso por la historia moderna trasciende en las grandes figuras del Siglo de Oro de la talla universal de Cervantes y Que vedo.

El César ambicionaba reconstruir el mundo entero a imagen y semejanza de esa España que en poco tiempo dividió en dos partes al intermitir su evolución natural: una aparente y otra real, una superficie y otra profundidad, una cara y otra conciencia. No le importaban más que las formas o, si se quiere, el alma, que es la forma más evanescente.

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*

Al sofocar por medio de la horca, el suplicio y el terror las llamas revolucionarias de las comunidades y germa- nlas, Carlos era fiel al sueño de monarquía universal cristiana que guió los pasos de Carlomagno y Otón el Grande. Debajo de la bóveda celestial que cubrió al feudalismo durante un milenio yacía la relación entre señores, vasallos y siervos que el Habsburgo defendía como único orden posible y espejo en la tierra del reino que el Señor prometía a los justos después de la muerte. Si detrás de los insurrectos que exterminó en Villalar supuso su mente atormentada por una escalofriante alienación religiosa la presencia del Diablo, la guerra de los campesinos alemanes que siguió al levantamiento español no le dejó la menor duda acerca de la actuación del Angel Maldito con el negro propósito de malograr la misión ecuménica a que se sentía predestinado. Pero los campe* sinos alemanes pensaban de Carlos lo mismo que Carlos de ellos. Lo creían el Diablo y declaraban en un articulo de su programa de 152S:

Que los hombres retengan nuestras propiedades es muy lamentable, considerando que Cristo nos ha liberado y redimido a todos por igual, a los hombres tanto como | los grandes, sin excepción, mediante el derramamiento de su preciosa sangre. Por lo tanto, concuerda con las Escrituras que seamos todos libres. (J. S. Schapiro, ps. 137-142).

Como Carlos no podía reinar sin subordinarse a la economía mercantil-monetaria que lo aprisionaba por todos lados, sus enemigos no estaban solamente del lado de los campesinos y artesanos insurrectos, sino también entre aquellos cristianos descontentos de la merca ntiliza- ción de la Iglesia romana, representados por Martín Lu- tero, que denunciaban los vicios del trono y del altar y pretendían volver a un pasado de economía natural pa-

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El imperio de la decadencia

triarcal, sin usureros ni especuladores, para quienes pedían que se les negaran los sacramentos, la absolución de los pecados y el entierro cristiano.

Sin embargo, Lutero veía, lo mismo que Carlos, al Diablo encarnado en el exclérigo Tomás Münzer, cabecilla de las masas campesinas alemanas que reclamaban la expropiación de las tierras, la anulación de la servidumbre, la supresión de los diezmos y tributos y otras medidas revolucionarias, en nombre de la doctrina de Cristo. Decía el padre de la Reforma:

Este artículo (el del programa de 1525 que acabamos de reproducir) haría iguales a todos los hombres y trocaría el reino espiritual de Cristo en un reino mundano y externo. ¡Imposible) No puede existir un mundo terrenal sin desigualdades personales. Debe haber hombres libres, siervos, gobernantes y súbditos.

Y en una famosa proclama llamaba a la más feroz de las represiones contra los campesinos rebeldes con estas palabras:

No solamente los principes y magistrados deben acabar con ellos. Todo hombre honrado tiene derecho a ser juez y ejecutor de bribones semejantes y a matarlos como se mata a perros rabiosos.

El cismático protestante resultaba, a fin de cuentas, tan expeditivo como el ortodoxo emperador en la aplicación de una criminal política de terror dictada por el odio y el miedo a la plebe. Ambos estaban dispuestos a cubrir Europa de cadalsos y hogueras con tal de salvar las desigualdades sociales en su calidad de cimientos sagrados del orden eterno emanado del divino Creador. Pero la coincidencia reaccionaria no excluía diferencias en puntos fundamentales.

Lutero no limitaba sus ataques a los campesinos que luchaban por dejar de ser siervos; los extendía a ios

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banquero* del tipo de loe Fuggir, prestamista* de Cirloi |

de la iglesia, Sus violentas críticas del comercio, las finanzas, los bancos, la manufactura mercantil y, en general, del

naciente capitalismo, esto es, de cuanto con tribuía |

apresurar la descomposición del régimen feudal —concebido como sociedad de productores pegados a la tierra bajo una

estricta e inconmovible jerarquía—, gol* pea bao a un clero

y a un emperador sometidos a la economía mercantil y a sus monopolios precapitalista*. Sentenciaba:

La mayor desgracia de la nación germana es, con mucho, la cuestión del interés (...) Fue inventada por el demonio, y el Papa, si sancionarla, irrogó males incalcu-lables al mundo (,,,) no debitra permitirse el comercio «straniero que trae de Calicut y de la India y otroelugares coati como metalas preciosos, joyas y especias (...) y dejan aquellas tierras y gentes sin dinero (...) Mucho debiera decirse de las combinaciones; paro el asunto no tiene ni Tin nt fondo y esté lien» i de avaricia y maldad (...) ¿Quién ee tan estúpido que no vea que las combinaciones ion simples monopolios que hasta las leyes paganas —por no decir nada del derecho divino y las leyes ensila ñas— condenan como claramente perjudiciales al mun* do?",

Podrán sorprender las palabras transcritas al lector que se

guie por la conocida caracterización de Martín Lulero como

uno de loe padres ideológicos de las revoluciones burguesas El asombro desaparecerá si abandonemos todo criterio mecánico y simplista y analizamos el pensamiento del gran

cismático dialécticamente, a lu luz de sus contradicciones

intrínsecas. Comprobaremos entonces que al enjuiciar g una

sociedad mercantilizada, como corrupción del orden feudal

en su idílica pureza, se 45

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151 Rodolfo Pulggrói

colocaba en el plano de la núhíl burguesía manufacturera« para

la cual la usura, loe monopolios, las ganancias parasitarias de los intermediarios, la especulación con los precios y los saqueos de

metales preciosos en otros continentes apartaban a la humanidad

del camino de la virtud (del trabajo, de la ética del oficio, del

ahorro, del precio licito, de la ganancia como premio del esfuerzo,

del cumplimiento de la palabra empeñada, de la honradez

comer« cía!) y la volcaban hacia pecaminosos desenfrenos. En sus

furibundos sermones hacia responsables al papa y al emperador

de la difusión de la vagancia y de la codicia, pecados que no

perdonaba.

La alienación al trabajo por el trabajo mismo y a la ganancia

para reinvertirla y extender la posibilidad de trabajo -

»fundamento del ascetismo del hombre en el capitalismo—

estaba presente en el ascetismo que predi* ceban I,útero y Cal

vi no frente al sensualismo disolvente del orden feudal. El protestantismo, bajo sus diversas formas, declaró al trabajo por el trabajo y a la producción por la producción no un goce, sino un sacrificio impuesto por mandato divino. Este sacrificio encierra une doble alienación: la alienación del obrero el trabajo ilimitado e infinito, y la alienación del capitalista a la

obtención de plusvalía también ilimitada e infinita. 1,útero, igual que ia burguesía, estuvo con los movimientos

campesinos «»los alentó al comienzo-», mientras no pusieron en

peligro el orden basado en la desigualdad social, y fue su verdugo cuando amenazaron te propiedad privada. Nunca

repudió a los señores leúdales oomo tales. Al contrario: los defendió y • saltó en ia medida que se atetaban de la sociedad mercan tí It zade y conservaban las costumbres patriarcales de ia economía natural, Su reivindicación del pasado, como antítesis de un trono y de un altar encadenados ai dinero, dio

ideal y argumentos ■ loe revolucionarios burgueses. Por eso ha

podido decirse que abrió nuevos caminos al proponer antiguas metas,

gl imparto de la decsdsnela 159

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Tampoco Carlos limitó su represión a los movimientos de campesinos y artesanos, aunque a la inversa de Lutero la extendió a los brotes de burguesía manufacturera, rodeándose de prestamistas extranjeros que succionaron las rentas de España y la dejaron macilenta. Fue el monarca representativo de la decadencia feudal en una sociedad mercantilizada que no quería ser capitalista.

El César católico y el cismático protestante no cabían en el mismo mundo.

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LAS INSURRECCIONES DE CAMPESINOS Y ARTESANOS

Vencido y decapitado Tomás Münzer en los campos de Franzenhausen (15 de mayo de 1525), pasados a degüello cien mil campesinos, la unidad nacional y el progreso económico de Alemania se retrasaron varios siglos. Con esa victoria y la de Villalar, el poder de los feudales se afianzó en España y Alemania, pero las consecuencias variaron en los dos países, como veremos en seguida.

En los últimos años de la llamada Edad Media la producción feudal había llegado a tal grado de desenvolvimiento en el centro-oeste de Europa que no daba lugar a la absorción de nuevos brazos para el trabajo, ni dejaba sobrantes disponibles de tierra. El feudalismo embotellado, sin posibilidades de expandirse territorialmente hacia regiones vecinas, era sacudido por violentos antagonismos entre las fuerzas productivas en desarrollo y las relaciones de producción estancadas. Dichos antagonismos estallaron en luchas de los campesinos contra la nobleza feudal por el reparto y la posesión de las tierras, luchas que condujeron a la abolición de la servidumbre.

Durante el siglo XIV, Francia fue teatro de largas y sangrientas rebeliones campesinas, la más importante de

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las cuales, la Jacquerie, coincidió con el levantamiento de los artesanos y mercaderes de París, acaudillados por el preboste Etienne Marcel; explotó en Inglaterra la insurrección conjunta de campesinos y artesanos, dirigidos por Wat Tyler, que quemaron castillos, arrasaron tierras, saquearon dominios feudales y mataron nobles; conmovió a Italia la guerra de los flacos (pequeños artesanos) contra los gordos (ricos mercaderes y artesanos de las corporaciones); y dividieron a Flandes las grescas entre las manos cornudas y las manos ociosas.

Esos movimientos terminaron con la derrota de los campesinos y artesanos —por lo común debido a la defección de parte o de la totalidad de estos últimos— y la ejecución de sus cabecillas. Sin embargo, dejaron profundas huellas y acentuaron la descomposición del feudalismo, así como favorecieron el proceso de acumulación primitiva preparatorio del capitalismo. La burguesía sacó provecho de ello al arrancar concesiones a la nobleza y a la monarquía y encontrar mejores condiciones de incremento de la producción manufacturera.

Hasta un siglo y medio más tarde no estallaron en España y Alemania insurrecciones semejantes a aquéllas: el levan tamiento

de tos comuneros y la guerra de los campesinos. Prescindiendo del grado de madurez y de las características específicas del feudalismo en cada uno de los dos países, quedan como causas de su retardo las posibilidades de expansión que aún existían en ambos. Hubo que entrar en el siglo XV para que la marcha hacia el este de la colonización feudal alemana se viera detenida por la resistencia de los husitas y la caída del poder alemán en Polonia46, y para que la marcha hacia el sur de la coloníza ción feudal española concluyera en la expulsión del dominio árabe de la península, de tal modo que a principios del siglo XVI el feudalismo estaba tan comprimido en España y Alemania como en el resto de Europa.

Para sofocar la guerra de campesinos y conservar su posición

lo. Ei movimiento religioso nacionalista encabezado por Juan Hus en

Bohemia fue derrotado, no obstante lo cual puso término al dominio alemán en esa región. De todas partes de Europa acudieron señores feudales a invitación del papa para emprender una cruzada contra los husitas y someterlos al emperador.

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El imperio de la decadencia 163

de clase dominante, la nobleza alemana tuvo necesariamente que someterse al creciente poder del Estado y obtener ayuda del imperio de Carlos V mediante tal subordinación, a la vez que comenzar a producir mercaderías en reemplazo de la antigua producción natural de la servidumbre, pero sin anularla y creando así una singular mezcla de capitalismo y feudalismo que prolongó su vigencia por varios siglos.

En España, a la inversa, el feudalismo encontró, a costa de la parálisis del capitalismo que germinó prematuramente en su suelo, una nueva e inesperada expansión con el descubrimiento de América. También en la península la nobleza feudal se sometió al Estado de Carlos V con el fin de aplastar la insurrección de los comuneros, pero su victoria fue más rotunda que la de su congénere alemana y, por supuesto, que la de la francesa y la inglesa. No necesitó transar con la burguesía, ni dedicarse a la producción mercantil a través de un sistema híbrido de feudalismo y capitalismo. Le bastó usufructuar parasitariamente las rentas de América. Si el 25 de abril de 1521 festejaba su victoria sobre los comuneros en Villalar, el 15 de agosto del mismo año se le abría el camino de la riqueza fácil con la entrada de Hernán Cortés en la capital del imperio azteca y pronto se haría a la vela Francisco Pizarro para brindarle los tesoros de los Incas que fortalecerían la posición política de Carlos V en el Viejo Mundo.

La nobleza española logró de golpe dos objetivos: desviar hacia América —con la emigración de una muchedumbre de hidalgos empobrecidos, campesinos sin tierras y artesanos sin trabajo— el peligroso fermento revolucionario para que se disolviera en la ilusión del

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Vellocino de Oro, i incrustarse como sanguijuela en el Estado para vivir de los monopolios que la corona le entregaba y que ella, a su vez, traspasaba lucrando a los proveedores y prestamistas extranjeros.

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EL EMPERADOR ENCARCELA AL PAPA

Resueltos por la horca los problemas internos de España y

cortada el ala revolucionaria del movimiento opositor en

Alemania, el César podía descansar en compañía de sus grandes

aliados: la Inquisición y la miseria. Sus apologistas declaran que

a partir de entonces se olvidó de que había nacido en Gante en la

cuna de los Habsburgo y se identificó plenamente con su amada

Castilla.

Pero su misión providencial no admitía pausa y quedaba

inconclusa si no se deshacía de sus mayores enemigos: el monje

Lutero y el rey de Francia. Para enfrentarlos se asoció a Enrique

VIII —todavía defensor de la fe y autor de una curiosa obra

antiluterana titulada Assertio septem sacramentorum contra

Martinunm Lutherum—, a quien visitó en dos oportunidades

durante su ausencia de España. En esos momentos no se preveía

el espectacular vuelco cismático del monarca inglés. Enrique era

tan fiel como Carlos al romano pontífice. Con la alianza de ambos

se esperaba poner coto a la ambición del rey francés y apagar el

incendio de la Reforma.

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Después de la victoria de Pavía (24 de febrero de 1525), en

la que tomó prisionero a Francisco I de Francia, Carlos creyó

que se le abrían de par en par las puertas del universo. Sus

secretarios describieron así las perspectivas que ofrecía ese

triunfo de las armas imperiales:

Parece que Dios milagrosamente ha dado esta victoria al Emperador para que pueda no solamente defender la cristiandad e resistir a la potencia del turco, si osare acometerla; mas asosegadas estas guerras civiles (que así se deben llamar, pues son entre cristianos), ir a buscarlos turcos y moros en sus tierras, y ensalzando nuestra sancta fe católica, como sus pasados hicieron, cobrar el imperio de Constantinopla e la casa sancta de Jerusalem que por nuestros pecados tiene ocupada. Para que como de muchos está profetizado, debajo deste cristianísimo principe todo el mundo reciba nuestra sancta fe católica, y se cumplan las palabras de nuestro Redemptor: Fiet unitm oviie et unus pastor.

La ambición del César, azuzada por sus cortesanos y hábilmente administrada por el canciller Gattinara, desbordó todos los diques y, adelantándose en grande a lo que haría pronto Enrique VIII dentro de Inglaterra, se propuso arrojar al

papa de Roma, ser él el Sumo Pontífice no de España, no del imperio, sino del universo. Durante dos años, alienado a la visión apocalíptica de un cosmos final arrojado a sus pies, el humilde pecador arrepentido que terminaría sus días en un convento olvidó votos y juramentos y no pensó más que en apoderarse de la Ciudad Eterna. Antes de sofrenar al turco —que ya estaba a orillas del Danubio, había derrotado y dado muerte al rey Luis XI de Baviera en la batalla de Mohacz (1526) y asolaba con sus barcos las costas de España e Italia— quiso destronar al representante de Dios sobre la tierra.

El saqueo de Roma consumado por sus soldados durante siete

días de mayo de 1527 lo devolvió a la realidad. Pocos hechos tan

atroces registra la historia. Fue una histérica fiesta dionisíaca de

los españoles comprimidos en su patria por las tenazas de la Inquisición que de golpe dieron rienda suelta a sus más bajos instintos. Impresiona el

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El imperio de la decadencia 167

tremendo contraste entre el fanatismo religioso que los poseía en España y el odio que estalló en ellos contra la Iglesia y el clero. Un autor hace 1a siguiente descripción:

Se ató a muchos cardenales, obispos y prelados, las manos a la espalda, y se los paseó por las calles hasta que pagaran su rescate. Los templos y conventos fueron saqueados, se robó los vasos sagrados, los ornamentos de las iglesias, etc. Todos los conventos fueron violentamente abiertos y despojados, las tumbas violadas, y se quitó al cadáver del papa Julio II un anillo de OTO47.

Otro autor afirma que

los excesos, las matanzas ejecutadas por el ejército de Carlos V, hicieron olvidar a los romanos la rapacidad de los bárbaros que la habían despojado48.

Los apologistas de Carlos cargan sobre la degradación

moral del papado la responsabilidad de lo sucedido, pero

aunque con ello confirman las acusaciones de Lutero, siempre

queda en pie la ambición misional del emperador que atropelló

el trono de San Pedro no para salvar al catolicismo de la

corrupción, sino para imponerse como soberano universal y

unir en su persona las espadas temporal y espiritual, máxima

aspiración de los reyes y papas medievales.

Imposible le era a Carlos emplear los argumentos que diera

San Agustín para explicar el saqueo y destrucción de Roma

por los bárbaros. No podía argüir que se debía a la corrupción

pues llevaría agua al molino de Lutero, ni a

47 Rodríguez Villa: Memorias para la historia del asalto y

saqueo de Roma, p. 15. 48 Rosseew Saint-Hílaire: Historia de España, lib. XXI, cap. IV; en

Modesto Lafuente, VIII, p. 209, nota.

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un culto falso porque renegaría de su propio credo. Su duplicidad se manifestó en las procesiones, misas y cere-monias que ordenó para rogar a Dios por la libertad del papa que él mismo mantenía prisionero y utilizaba como rehén para sacar ventajas políticas. La contradicción entre la religión y la realidad, fuente de la alienación religiosa que saca al hombre de sí mismo y lo proyecta hacia el más allá, expresada de otro modo en la contradicción entre la Iglesia y el Estado —o también entre la Iglesia como cuerpo de

Cristo y la Iglesia como Estado, entre el Estado como cristiano y el Estado como poder material—, culminó en la tormentosa política del Habs- burgo y explica que los cardenales lo llamaran el ángel caído del cielo para la

salvación de la cristiandad tres años después del saqueo de Roma y de la prisión del papa. Porque la Silla Apostólica cantaba aleluyas por el arrepentimiento del príncipe que la hiciera víctima de robos, violaciones y asesinatos sin apartarse de la dogmática ortodoxa, mientras condenaba al apóstata que se atrevió a negar la necesidad del sacerdocio, oponía a la Iglesia visible la Iglesia invisible y no admitía más justificación que la fe, aunque no fuera responsable del carnaval de los cardenales paseados como monigotes y del latrocinio de los conventos y templos. De esa época puede decirse que Carlos era tan candidato como su hermano Fernando, o como Enrique de Inglaterra y Francisco de Francia, a encabezar el gran asalto a la Roma de los papas, pero la relación de fuerzas y el juego de la política hicieron que unos se convirtieran en fanáticos de la fe eclesiástica administrada por el soberano pontífice y otros proclamaran la libertad de la fe en la conciencia individual. El factor determinante del rumbo a seguir no estaba en la idiosincrasia del monarca, sino en las condiciones socioeconómicas del país donde reinaba. Todos ellos obraban como débiles juguetes del flujo y reflujo de la historia.

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EL USURERO Y EL EMPERADOR

Carlos había tenido presos al rey de Francia y al pontífice romano, después de aplastar las dos grandes insurrecciones del siglo XVI para que dos continentes lo reconocieran su soberano. Sin embargo, mendigaba dinero a los burgueses españoles y vivía permanentemente endeudado a ios usureros alemanes e italianos.

Desde aquellas mercenarias de Santiago-Coruña sólo se acordó de convocar a las cortes cuando necesitaba dinero. Como el honor no permitía a los nobles, fueran o no cortesanos, mantener al rey, sino que el rey tenía el deber de mantenerlos, la perseguida burguesía de las ciudades cargaba con los gastos. En las cortes toledanas de 1525, reunidas poco después de la batalla de Pavía y de la prisión de Francisco I, logró que se votara un empréstito extraordinario de ciento cincuenta millones de maravedíes, mientras se realizaba allí mismo una reunión y asamblea de magnates de magnífica apariencia por cuenta de las ciudades49. Los burgueses pagaban y ios embajado

49 Francisco López de Gomara: Anales de Carlos Quinto, p. 72.

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170 Rodolfo Puiggrós

res de Francia, Inglaterra, Portugal, Rusia y las repúbli-cas italianas, el legado papal, el gran maestre de Rodas y los enviados del sha de Persia deliberaban sobre los destinos del imperio cristiano universal.

No tuvo tanta suerte con las cortes que reunió en Valladolid en 1527. Las ciudades se rehusaron a darle subsidios por la sencilla razón de que no tenían de dónde sacarlos. El clero secular también se negó a

desembolsar dineros que habrían de gastarse contra cristianos, y principalmente contra el Soberano Pontífi-ce, pues en el estado de las cosas se veía muy bien en contra de quién iba a emplearse ese dinero so pretexto de los turcos. (Francisco de Laiglesia, ps. 50-56).

Después de golpear en vano a todas las puertas, el emperador congregó a los benedictinos, cartujos, bernardos y jerónimos, órdenes famosas por sus riquezas, pero los monjes le respondieron muy respetuosamente que su misión era orar por la victoria y no dar dinero. Los nobles le declararon en tono solemne estar dispuestos a dar la vida por él y a la vez sentirse ofendidos por haber sido comparados con vulgares pecheros o burgueses al pedirles contribuciones.

Con el corazón atribulado, Carlos se retiró al monasterio del Abrojo, sin duda a rogar al Altísimo que le indicara los medios de obtener dinero para pagar al ejército con que en Italia se disponía a asaltar Roma y apoderarse del pontífice romano.

Los usureros lo sacaron, como siempre, del apuro. No podía contentarse con las escasas sumas que le votaron los aragoneses, valencianos y catalanes en las cortes de Monzón a cambio del respeto a sus fueros. Desde que nació hasta que murió los banqueros alemanes fueron sus auténticos ángeles de la guarda. Ramón Caranda dice que Carlos empeñó su país, no su honra, dando a entender que el monarca presentado por sus apologistas como la encamación de España no empeñaba su honra ai empe- ñar a España. El criterio no deja de ser muy feudal. La

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verdad es que al pisar por primera vez la tierra de su madre para ceñir la corona, el hijo de Juana la Loca figuraba no solamente entre los principales herederos de todos los tiempos, sino también entre los mayores deudo* res de la historia, y, como declaraba papá Bobseck, el usurero de la comedia humana de Balzac,

Si el rey me debe, señora, y no me paga, lo demandaré más rápidamente que a cualquier otro deudor.

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LOS BANQUEROS ALEMANES

El desarrollo del capital comercial y usurario —que acompañó la decadencia del feudalismo en su forma pura de molde rígido de economía natural para el propio consumo— tuvo lugar al margen, desde afuera, de las relaciones internas de clase y de las formas productivas del orden social imperante, pero penetró en ellas, las desarticuló y terminó por deshacerlas. Tal acción disol-vente del comercio y la usura sobre el sistema feudal se intensificó en el siglo XVI debido a la abundancia de metales y especias traídos de América y Asia, y provocó una crisis que sacudió a toda la sociedad, desde la religión hasta el feudo y el burgo. La causa última determinante de los conflictos entre el trono y el altar, entre los señores y los reyes, entre los burgueses y los señores, así como de los grandes movimientos de masas de dicha centuria, hay que buscarla en la quiebra del ordenamiento feudal de la Europa de los tiempos medios originada por el auge del comercio, la especulacióh y la usura.

En tal sentido cobra singular relieve para comprender el papel en la historia del flamenco Carlos V el lugar

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LOS BANQUEROS ALEMANES

donde nació, se educó y le proveyeron los consejeros que

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lo iniciaron en el gobierno de España. Gante y Amberes eran en el siglo XVI las dos plazas mercantiles más importantes de Europa. El nieto de Maximiliano de Austria vio la luz en la primera y tuvo en la segunda la capital comercial de su imperio.

Con los descubrimientos de América y del camino a la India por el cabo de Buena Esperanza y las conquistas turcas de Egipto, Siria, Asia Menor, Constantinopla y el este europeo hasta el Danubio, los grandes centros mercantiles del Mediterráneo occidental (Venecia, Génova, Barcelona) perdieron la hegemonía del comercio del Viejo Mundo y se paralizaron las rutas de intercambio que dependían de ellos, así como la que durante varios siglos seguía a lo largo del Danubio el camino de los cruzados. Numerosas ciudades (Ulm, Ratisbona, Linz, Passau, Vie- na), vinculadas a ese tráfico, languidecieron.

Al desplazarse el comercio europeo del Mediterráneo al Atlántico, Sevilla y Lisboa se erigieron en puertos de entrada de los metales y especias de las dos Indias, hacia los cuales volvieron sus miradas los mercaderes súdale- manes que antes operaban a través de Venecia, Génova o Barcelona. Pero la carencia de una fuerte burguesía comercial propia y el sistema de monopolios acordados por la corona a sus favoritos hicieron que el centro mercantil del continente se alejara de aquellos dos puertos y se estableciera en Amberes. Esta ciudad flamenca de orillas del Escalda fue el depósito de especiería del reino portugués y, como acabamos de decirlo, la capital comercial del imperio de Carlos V, la sede de los mejores impresores del mundo (entre ellos, el famoso francés Christophe Planti, editor de la Biblia Políglota), el refugio de judíos y marranos expulsados de España y Portugal, la cátedra del humanismo erasmita y el campo de batalla de católicos, luteranos y calvinistas.

A Amberes confluían, a comienzos del siglo XVI, las tres grandes corrientes comerciales: la del Mediterráneo, la del Báltico y la del Atlántico. Era el principal mercado de las especias reexpedidas desde Lisboa por intermedio

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de los comerciantes alemanes que compraban los monopolios a los favoritos del rey de Portugal y el puerto franco de exportación al norte de Europa de los paños que Inglaterra comenzó a producir en vasta escala bajo el reinado de los Tudor. Había reemplazado a Venecia en la venta de la plata y el cobre de las minas del Tirol. Las lanas y telas de Valenciennes y Tournai, los tapices de Bruselas y Audenarde, el hierro de Namur, las municiones de Lieja y los productos de su propia industria (armas, tapicería, brocados de oro y plata, cristales, lino, artículos de cuero) se comerciaban en la cosmopolita ciudad, hogar común a todas las naciones, administrada por una burguesía mercantil que supo utilizar para sus propios fines a la monarquía borgoñesa y luego a la casa de los Habsburgo. Su Bolsa centralizaba los cambios monetarios de Europa y los giros sobre ella constituían una de las formas corrientes de los pagos y cobros internacionales. Las operaciones de crédito alcanzaron el mayor volumen del continente, merced a la intervención de los banqueros alemanes e italianos que trasladaron a Amberes sus casas centrales y a las demandas de dinero de los principes, obligados a suscribir empréstitos para hacer frente a las necesidades de una economía en creciente mercantilización.

Los banqueros alemanes que actuaban en la ciudad flamenca (Imhofs, Meutings, Haugs, Welser, Fugger, Hochstetters) formaban dinastías financieras que movían los hilos de la política europea, de la que eran simples títeres las casas reinantes (Habsburgo, Tudor, Valois).

Entre los prestamistas a que recurría Carlos V se destacaron los banqueros sudalemanes Fugger, a quienes la familia de los Habsburgo estaba endeudada de antiguo. Muchas veces salvaron de situaciones desesperadas a Federico III y Maximiliano I, emperadores de Austria, y al archiduque Segismundo I del Tirol, bisabuelo, abuelo y tío abuelo de Carlos, respectivamente, en premio de lo cual se posesionaron de las minas de plata tirolesas, disfrutaron de exenciones y privilegios económicos y ejercieron una bien remunerada tutela sobre las finanzas del imperio austríaco. Sus operaciones comerciales y usurarias abarcaban una numerosa clientela distribuida por toda Europa y prestigiada por la inclusión en ella del imperio y del papado. Entre 1511 y 1527 sus ganancias anuales fueron del 54 por ciento.

Ocuparon el lugar de los Médicis de Florencia en el intercambio de mercaderías y giros de monedas de Roma a

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LOS FUGGER

Escandinavia y de Inglaterra a Hungría. Perfeccionaron la contabilidad por partida doble, la letra de cambio y el sistema bancario que habían aprendido de los venecianos y reemplazaron a los florentinos como banqueros de

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176 Rodolfo Puiggrós

la curia romana y prestamistas de los altos dignatarios de la Iglesia. Disponían de un servicio propio de correos e informaciones superior al de cualquier Estado, al que recurrían principes y eclesiásticos tantoen la pazcomo en la guerra, lo que permitía a los astutos banqueros ser árbitros en los conflictos y agentes diplomáticos del que mejor pagara. La casa de los Habsburgo los ennobleció, después de traspasarles vastos feudos en pago de deudas. El emperador Maximiliano pudo exhibir en el Congreso de Viena de 1515 su vajilla de oro y plata gracias a la generosidad de los Fugger, a quienes se la había empeñado. Intervenían en la elección de papas, emperadores y reyes y financiaron la construcción de la basílica de San Pedro.

En la sociedad feudal mercantilizada del siglo XVI, los Fugger elevaron el dinero a la categoría de desnuda medida de las cosas divinas y humanas, y probaron en la práctica lo que encerraban de hipocresía los sucesivos repudios de la Iglesia a la usura y la teoría tomista del precio justo. Como católicos ortodoxos y fanáticos, antisemitas y antiluteranos, obtuvieron de los canonistas de las Universidades de París y Bolonia fallos aprobatorios del negocio de los cambios especulativos y del cobro de interés en las transacciones entre mercaderes. Tenían a su servicio al famoso teólogo alemán Johann Eck, que se ocupaba de esos menesteres, a semejanza de los abogados de las grandes empresas de nuestros días.

El mayor negocio de los Fugger, el negocio que unió su suerte al papado en una especie de solidaridad de la espada espiritual y la espada temporal sobre la base del vil metal, fue el de las indulgencias. Estas, cuya invención se atribuye a Santo Tomás de Aquino, dispensaban a los fieles de penitencias y los salvaban del purgatorio y del infierno mediante pagos en dinero. Metamorfoseaban los pecados en mercaderías y los ponían en circulación, al darles valor de cambio. Los Fugger las cobraban y contabilizaban, por medio de sus numerosos agentes distribui-dos por Europa, para luego girarlas a la Silla Apostólica,

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El imperio de la decadencia 17'

previo descuento de comisiones, gastos y deudas. Contra ese tráfico levantó su bandera reformista Martín Lutero. En sus sermones de violenta crítica a la usura decía que había llegado la hora

de poner freno en la boca de la santa compañía de los Fugger.

Sobraban, pues, las razones para que los católicos banqueros fueran los financistas de la Contrarreforma y de la represión del poder municipal que crecía al amparo de la lucha antifeudal y antipapal.

Carlos V recibió de ellos los fondos para aplastar la insurrección de los comuneros españoles y el levantamiento de los campesinos alemanes e ir tras el sueño de monarquía universal cristiana en las guerrascontra Francisco I de Francia, contra el papa y contra el pirata Barbarroja, secuaz del sultán de Túnez, a quien el Habs- burgo le arrebató esta región africana, liberando a veinte mil cristianos esclavizados por los islamitas en sus correrías por agua y costas del Mediterráneo.

Tenía viejos motivos el hijo de Juana la Loca para estar agradecido a los Fugger y creer en su capacidad milagrosa de resolver su crónica angustia financiera. Su abuelo Maximiliano pudo guerrear con los franceses y turcos y afirmar su soberanía en Borgoña y los Países Bajos merced al dinero de dichos banqueros, y su padre Felipe el Hermoso les pidió un préstamo antes de viajar a hacerse cargo del reino de Castilla. El mismo debía el trono del Sacro Imperio Romano Germánico a los millares de florines y ducados que los Fugger invirtieron en la compra de los votos de los siete electores (de Sajonia, Maguncia, Colonia, Bohemia, Tréveris, Brandeburgo y el Pala tinado) y para cambiar la opinión desfavorable de la Santa Sede, derrotando así a los otros pretendientes: Ennque VIII de Inglaterra y Francisco I de Francia. Jacobo Fugger, cabeza de la familia, refrescó la memoria del augustísimo y poderosísimo Emperador Romano, un tanto remiso

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178 Rodolfo Puiggrós

en pagar sus deudas, por medio de una famosa carta en la que le decía:

(...) es sabido y manifiesto que su Majestad Cesárea no hubiera podido conseguir la corona romana sin mi ayuda y lo tengo atestiguado de letra y puño de los comisarios de Su Majestad. Conste, pues, que no he buscado en este asunto mi propio interés (sic). Porque si hubiera querido abandonar la casa de Austria y favorecer a Francia, podría haber ganado grandes bienes y dinero, como en efecto me habían ofrecido. Dejo al alto juicio de Su Majestad el apreciar cuánto menoscabo hubiera resultado de ellos para Su Majestad y la casa de Austria. Entretanto, Su Majestad me debe, hasta fines de agosto de 1521, 152.000 ducados, más los intereses, lo cual representa el resto el adeudado que Su Majestad estableció conmigo en la Dieta de Worms, en dos contratos, remitiéndome al condado de Tirol. (Ernesto Hering, p. 207).

Quedaba así documentado para la historia, de puño y letra de Jacobo el Rico, el secreto financiero de la coronación imperial de Carlos y se revelaba un entretelón de la dieta de Worms en un aspecto algo más material que la condena del alborotador Lutero. De paso el prestamista insinuaba malignamente que en sus manos estuvo hacer emperador de Alemania a Francisco de Valois, rey de Francia, en lugar de Carlos de Habsburgo. Este último respondió a la carta con imperial generosidad: el primer cargamento de oro que le envió Hernán Cortés pasó a las arcas de sus acreedores, sin que los aztecas se enteraran que su derrota posibilitó el pago de la elección del soberano del mundo, quien, por añadidura, arrendó a los Fugger los ingresos de los maestrazgos de las órdenes militares de Santiago, Alcántara y Calatrava, incluida la posesión de las minas de mercurio de Almadén, además del monopolio de la venta de este métal, con las consecuencias que tuvo para América, como pronto veremos.

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AMERICA REPARTIDA

ENTRE LOS BANQUEROS ALEMANES

Los Fugger y Welser (castellanizados Fúcar y Belzares) no se limitaron a prestar dinero a Carlos; también participaron del comercio con América, poniendo en movimiento para tal empeño su amplia red de sucursales y agentes distribuidos por Europa. Al autorizarles ese tráfico no violaba el emperador la palabra empeñada de excluir de la Casa de la Contratación y del comercio con el Nuevo Mundo a quienes no fuesen naturales de Castilla, pues refería el compromiso a los oriundos de otros lugares de España y no a los banqueros más importantes de Europa. La ordenanza de 1526 sobre abolición de las restricciones impuestas a los súbditos no castellanos para comerciar con América solamente se aplicó a favor de los alemanes, mientras los aragoneses, catalanes y valencianos siguieron tan excluidos como antes. Felipe II la declaró nula a poco de ascender al trono, lo que, por lo demás, nada modificó lo consagrado por la costumbre.

En la Casa de la Contratación tenían los banqueros alemanes sus almacenes y factores para la carga y el despacho de sus barcos, incorporados a las expediciones españolas. Por capitulación de 1522 se autorizó a los

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180 Rodolfo Puiggrós

Fugger a intervenir en el comercio de especiería con las islas

Molucas, a iniciarse a través del estrecho descubierto tiempo

antes por Magallanes. Su agente Jorge Wandler viajó en la

flota de García de Loaisa que partió de Coraña en julio de

1525 y otro agente suyo, Juan Prunbechar, acompañó a la de

Sebastián Caboto que el mismo año salió de Sevilla y fundó

a orillas del río Paraná el fuerte Sancti Spiritu. Como ambas

expediciones fracasaron —de la flota de Loaisa no regresó

ningún barco y de la de Caboto sólo uno sin tesoro alguno—

, los Fugger exigieron judicialmente a la corona española el

pago de indemnización y, por supuesto, ganaron el pleito.

Por otra capitulación de 1525 se equiparó a los Welser con

ios comerciantes castellanos autorizados a traficar con

América, lo que les hizo posible abrir factorías en Sevilla y

Santo Domingo y realizar importantes operaciones

mercantiles. El bávaro Ulrich Schmidel, primer cronista del

Río de la Plata, refiere en su difundido relato de viaje que de

Amberes, donde se desempeñaba como empleado de una

casa de comercio (¿de los Welser?), pasó a Sevilla y allí se

sumó a los

dos mil quinientos españoles y ciento cincuenta entre altoalemanes, neerlandeses y austríacos o sajones

que integraban la expedición de catorce barcos, al mando de don Pedro de Mendoza y fundadora de Buenos Aires por primera vez.

Entre esos catorce barcos —explica—, uno pertenecía al señor Sebastián Neithart y al señor Jacobo Welser, de Nuremberg, quienes enviaban a un factor, Enrique Paine, al Río de la Plata, con mercaderías: en ese buque de los dichos señores Sebastián Neithart y Jacobo Welser he-mos navegado hacia Río de la Plata yo y otros altoalema-nes y neerlandeses, unos ochenta hombres, bien pertre-chados con armas de fuego y otras clases.

Todo obliga a pensar que Schmidel era algo más que un mancebo ingenuo y varonil a quien contagiaba aquella

general leyenda de las Indias. (Ricardo Rojas, I p. 114).

No podía un extranjero introducirse con tanta facilidad en

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E! imperio de la decadencia 181

Sevilla y a bordo de una expedición sin contar con poderosas influencias. Seguramente los tripulantes del barco de Welser y Neithart pertenecían al personal de la firma fletadora. Por lo demás, Schmidel refiere en su Derrotero y viaje a España y las Indias (cap. L) que solicitó a un factor de los Fugger en Sevilla, llamado Raizer o Raisser, ayuda para regresar de América a Amberes.

Por intermedio del Consejo de Indias, organizado defi-nitivamente el 1Q de agosto de 1524 para atender los asuntos relacionados con el Nuevo Mundo, Carlos V cumplía los compromisos con sus acreedores. Estos se valían del emperador, sin descender a instancias inferiores, para cobrar sus cuentas, seguros de no encontrar deudor con garantías comparables a las dadas por él. Sus agentes se agregaban a cuanta expedición partía de España, o de los tugares ya descubiertos de América, en busca de nuevas fuentes de riqueza. De los cinco jefes que salieron de Tierra Firme en pos de la ilusoria Culúa, Cíbola o Meta, dos estaban al servicio de los Welser.

Los Welser obtuvieron del emperador en 1527 una concesión que se extendía desde la costa de Maracapana, descubierta por Colón, hasta el Cabo de la Vela en la península de Guajira (más o menos en los actuales límites de Colombia y Venezuela), con el título de adelantados y el derecho a designar herederos. Los Fugger ajustaron en 1531 un acuerdo con la corona, por el cual se comprometían a conquistar la parte sur del continente y se les otorgaba el gobierno de todo lo que descubrieran durante ocho años desde el estrecho de Magallanes hasta el Perú, a contar hacia el interior doscientas leguas partiendo de la costa del Pacífico e incluyendo las islas. Antón Fugger recibió el título de adelantado a perpetuidad y la posesión de la quinta parte de las tierras, además de derechos

tan significativos como el de patronato eclesiástico, salvo la designación de obispos.

América del Sur quedaba de tal modo repartida entre las dos firmas bancarias alemanas, pero éstas fracasaron totalmente en sus proyectos de explotación debido a su incapacidad para asimilar al indio a un sistema colonial y a la resistencia de los conquistadores españoles a ser suplantados en una empresa para cuyo cumplimiento estaban mejor dotados.

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182 Rodolfo Pujggrós

El capital puramente comercial y usurario —que es la forma más antigua del capital y no debe confundirse con el capitalismo propiamente dicho, que aparece cuando la producción se mercantiliza de raíz (agricultura e industria), la industria domina al comercio y hasta la fuerza de trabajo se metamorfosea en mercadería— no puede por sí mismo crear un orden social, cualquiera sea su naturaleza. Le es imposible sustraerse a su carácter intermediario. Como tal, destruye los antiguos órdenes sociales en medida inversa a la resistencia que éstos le oponen, pero la aparición del orden nuevo depende del grado de madurez de las causas internas de desarrollo existentes en la sociedad.

La impotencia del comercio y la usura para generar vida social desata en sus agentes tos instintos de crueldad y destrucción. Tal cosa sucedió en Venezuela, donde Eihinguer, Federmann, Hohermith y otros socios y em-pleados de los Welser dejaron el recuerdo de crímenes horribles, hasta que un español, el capitán Juan de Carvajal, ordenó, por su cuenta y riesgo, la prisión y ejecución de Bartolomé Welser y su secuaz Felipe de Hutten.

Los Fugger se aprestaron a enviar una flota en cumpli-miento del convenio de 1531, pero a último momento renunciaron a la empresa, al comprender, sin duda, el peligro que correrían sus inversiones en un terreno para ellos desconocido y que debían enfrentar a los conquistadores españoles ya duchos en el sometimiento y la explotación de los indios y resueltos a no dejarse arrebatar lo que poseían y las posibilidades de agrandarlo. El poder

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El imperio de la decadencia 183

de los Habsburgo había sido hasta entonces el más seguro respaldo de las operaciones Financieras de los Fugger en Europa. En América tal poder solamente les ofrecía garantías inciertas, porque los conquistadores se consideraban con títulos propios para actuar y disponer de lo conocido y lo desconocido del continente, y más de una vez le demostraron al soberano que estaban dispuestos a defender sus derechos sobre tierras e indios. Es seguro que el desembarco de los Fugger en el Río de la Plata, Chile o Perú hubiese desencadenado un conflicto de mayores proporciones que el provocado por los Wel- ser en Venezuela. La explotación de América por medio de la conquista directa les estaba vedada a los más pode- resoso banqueros de Europa.

Pero el César era agradecido y no dejó en la estancada a los viejos prestamistas de su familia. ¿No había garantizado por medio de una caria de Majestad que los herederos de Jacobo Fugger jamás serian perseguidos por la justicia ni molestados por nadie a causa de monopolios pasados o futuros? Empero, no bastaba tan generosa e increíble garantía, pues sin concederles antes los monopolios carecía de valor Para ello les aseguró, durante los dos siglos de reinado de la casa de los Habsburgo en España, la parte leonina de la explotación de las minas del Nuevo Mundo. Veamos cómo lo hizo.

La relación de los Fugger con los Habsburgo se inició en 1487-88, cuando el archiduque Segismundo delTirol, tío abuelo de Carlos, les entregó las minas de plata de Idria en los Alpes austríacos, a cambio del traspaso de sus deudas con la República de Venecia. Esas minas proveían de plata al Viejo Mundo. Pero el progreso de la manufactura y el comercio requería cada día mayor cantidad de metálico, y la producción de Idria, sobre la que ejercían monopolio los Fugger, resultaba insuficiente. La separación del cobre de la plata en las fundiciones de Neusohl, Hochkirch y Fuggerau dio también a los Fugger el monopolio de la producción y comercio cuprífero. De todos modos, faltaban minas y una técnica que permitiera la

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184 Rodolfo Putggrós

mejor amalgama de las gangas de plata. Escribía Federi- co Engels:

El descubrimiento de América se debió a la sed de oro que anteriormente había lanzado a los portugueses al Africa, porque la industria europea enormemente des-arrollada en los siglos XIV y XV. y el comercio correspon-diente. reclamaban más medios de cambio que los que podía proveer Alemania, la gran productora de plata de 1450 a 1550. (Correspondencia de Marx y Engels, p. 490).

Carlos traspasó a sus banqueros la propiedad de las minas españolas de Almadén —conocidas y explotadas desde la época de los fenicios—.junto con el arriendo de los tres maestrazgos mencionados. Los Fugger ampliaron, de ese modo, su monopolio europeo y obtuvieron una de las llaves fundamentales de la economía colonial española, pues las minas de Almadén producían mercurio (azogue), metal indispensable para la amalgama de las gangas de plata. También la rica mina argentífera de Guadalcanal, descubierta cerca de Sevilla en 1555, fue entregada a los Fugger y, con el canon que pagaron, Felipe II construyó el palacio de El Escorial.

Hacia 1550, los banqueros alemanes abandonaron la explotación de las minas de Almadén por haberse quemado las instalaciones, pero pronto se les despertó un nuevo interés: el minero sevillano Bartolomé de Medina inventó en Pachuca (México), en 1555, una técnica superior de amalgama de las gangas auríferas (el beneficio de patio en reemplazo del beneficio de fuego) que hizo posible la explotación más intensa de las minas, aun las de baja ley. ; ú n icamente en Zacatecas (México), trein ta y cinco haciendas que empleaban dicho método, de inmediato aplicado también a tas minas del Perú. Ese mismo año, los Fugger volvieron a hacerse cargo de las minas de Almadén, pues con el procedimiento de Medina aumentó la demanda de mercurio. Previamente el gobierno español declaró monopolio de Estado el comercio de este metal, lo que equivalía a otorgárselo a los antiguos

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El imperto de la decadencia 185

prestamistas. Desde entonces los depósitos de la Casa de la Contratación se utilizaron, casi exclusivamente, para el almacenaje del mercurio destinado a América.

En 1550, los Fugger quedaron amos absolutos del mercado financiero español por haberse retirado de la península las otras casas alemanas. Cinco años después, Carlos abdicaba al trono y se recogía en el monasterio de Yuste a terminar sus días. Con él se desvaneció el último sueño cesaropapista. Por herencia se dividió el imperio nacido de varias herencias.

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CARLOS V HIZO DE ESPAÑA UN PAIS ASIATICO

Una apreciación de conjunto da las finansas durante los casi

ocho lustros que Carlos de Habsburgo reinó en España conduce a las siguientes conclusiones:

> Los Ingresos de la corona aumentaron trae vece a y te componían de los siguientes rubros:

a) el oro y la plata de América que los cálculos mas fidedignos hacen ascender hasta 1560 a 101.345.000 ducados, equivalentes a 139.720.000 pesos reales.

b) Las contribuciones aprobadas por los procuradores y amenazas, a pesar de las protestas de la

24 . Datos recogidos de Roger Bigelow Merriman, ep. eit C:H Haring American Gold and Silver Production in the Firt Half of the Sixteenth Century, en Quarterly Journal of Economic, XXIX, Mayo 1915. Biblioteca de Occidente , Madrid, 1936.

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El imperio de In decadencia

burguesía de las ciudades, y cobradas mediante compulsiones de 1a pequeña burguesía y de los campesinos, año tras año más esquilmados y a empobrecidos,

c) las retas de los mayorazgos de las tres órdenes militares que, junto con las minas de Almadén,

fueron traspasadas a los banqueros Fugger en

pago de préstamos; d) el décimo de los Ingresos da la Iglesia, elevado

al cuarto en 1532 y a la mitad (medios frutos) en 1540;

a) loa impuestos a las materias primas, los alimentos, las

manufacturas, el traslado de ganado (La Mesta))

y el intercambio de marcancias, que aumentaron hasta arruinar definitivamente ramas enteras de la producción y cuyo cobro también se arrendó a los Fugger; y

f) la venta de derechos, privilegios y servicios (legitimación de Hijos naturales, otorgamiento de titulos nobiliarios, nombramientos de funcionarios y empleados, etc,), además de los préstamos obtenidos

con garantía hipotecaria que gravaba los bienes del Estado (furos).

De las mencionadas cargas, y de cualquier otra, estaban

excluidos los nobles el clero En la ùnica oportunidad que

Carlos intentó aplicarlas sisas, ellos rebelaron y el

emperador renunció a pedirles dinero.

Al abdicar Carlos el gobierno español debía a los Fugger dos millonee de ducados y a otros prestamistas cinco millones más, paro las deudas totales del emperador

ascendían a 52.800.000 ducados.

Ni una sola vez en el curso de los ocho lustros los

sueldos de soldados y funcionarios se pagaron puntualmente y hubo épocas en las que los servidores dei Estado no cobraron años enteros.

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Los predios de todos los ARTICULOS subieron sin cesar por el aumento de los impuestos, la baja productividad, la quiebra de muchas manufacturas, el

encarecimiento de las materias primas, etc , la miseria popular alcansó espantosas características.

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188 Rodolfo Puiggrós

— El único sector económico que conservó cierta pros-peridad fue el de la Mesía o ganadería trashumante, mientras la agricultura se arruinaba al extremo de importarse grano del extranjero.

— Las manufacturas extranjeras fueron favorecidas, mientras las del país decayeron en cantidad y calidad; los paños, géneros de lana y sedas españolas, conside-rados los mejores de Europa, perdieron su prestigio y su mercado, al punto de ser reemplazados dentro de la península por los de otros países.

En el siglo XVI la producción textil daba la medida del desarrollo económico de cada región de Europa occidental. La

política adoptada por los distintos Estados respecto a ella

definía el rumbo por el cual se encaminaban hacia un porvenir de acumulación capitalista o hacia el estancamiento social. Durante ese siglo se completó el aniquilamiento de los

gérmenes de capitalismo que aparecieron en los dos siglos

anteriores en las ciudades del Mediterráneo occidental. Mientras en Inglaterra y Francia se iniciaba la legislación protectora de la manufactura nacional, en España

no sólo permitió Carlos la importación de sedas ex-tranjeras, contra los deseos expresados por las cortes, sino que en 1546 revisó y aumentó en tal forma las tarifas sobre la exportación de seda cruda y géneros manufacturados desde Granada a Castilla y a países extranjeros, que la seda cruda pudo entonces obtenerse más barata por los comerciantes genoveses que por los propios españoles. En 1557 el embajador veneciano informaba que Granada estaba atestada de comerciantes extranjeros que hacían grandes fortunas con el comercio de la seda; en el siguiente año, Luis Ortiz, en un informe a Felipe II, declara que Toledo ha perdido la mayor parte de sus establecimientos de manufactura de seda.

En otras ramas de la vida económica, hay pruebas de un estado similar de los asuntos. En 1537, las Cortes se quejan de la mala calidad de los zapatos, y del resultado contraproducente de exportar mineral de hierro a Francia (que estaba en guerra con España). En 1548 declaran que comerciantes extranjeros están comprando toda la lana, seda, hierro, acero y otros productos españoles, hasta el punto de que las industrias del país están arruinadas, y todos los beneficios son llevados a otros países; gráficamente es

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El imperio de la decadencia 189

descripta España como unas «Indias para los extranjeros», y diez años más tarde se afirmó que debido a su pobreza «otras naciones consideran a sus habitantes como a bárbaros y los tratan peor que a los indios». (Roger Bigelow Merriman, ps. 130-131. L. Ber- nays, ps. 403,413,414 y 415, nota ps. 412-413).

Desde 1524 eí rey de Francia costeaba gran parte de los

gastos de su ejército en guerra contra España con el oro que le

llegaba de las tierras hispánicas. Como de éstas salia el dinero

con que Carlos mantenía el enorme aparato burocrático-militar

de su imperio, resultó que la falta de moneda ocasionó en

España una verdadera parálisis del comercio nacional, no

obstante las enormes cantidades de metales preciosos que

fluían del Nuevo Mundo. La política económico-financiera del

César habsburgués puede resumirse así; redujo a España a la

condición de un país asiático de entonces (esquilmado,

estancado,aislado del progreso) e hizo de España la

abastecedora —con desventaja para ella, pues su economía se

hundió en el más absoluto parasitismo— de los medios de

circulación y pago que tanto contribuyeron a acelerar el

gigantesco avance de la manufactura en otras partes del Viejo

Mundo,

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DESPOBLACION Y MISERIA

Los Fugger representaban el verdadero poder tras el trono, compartido por los grandes señores castellanos y los altos dignatarios eclesiásticos. La aversión del César a la manufactura nacional y su predilección por la Mesta se expresaban, entre otras formas, en el odio y las persecu-ciones a judíos y moros. Los préstamos que lo ayudaron a reprimir las sublevaciones de los comuneros españoles y de los campesinos alemanes y a combatir a los luteranos siguieron manteniendo los tronos de los tres Felipes que le sucedieron. Antón Fugger escribía:

Los ingresos de la corona están empeñados por mucho tiempo.

Las riquezas de América se distribuyeron por Europa, a través de la disciplinada organización contable de los Fugger, para engrosar el patrimonio del capitalismo na-ciente y estimular la manufactura y el comercio, mientras en España la grandeza artificial de los nobles y la miseria efectiva del pueblo con industrias decadentes tenían que

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El imperio de la decadencia 191

conformarse con ostentar los laureles no remunerados de la conquista del Nuevo Mundo.

La palabra Fúcar (Fugger) se incorporó al habla popular en esos años de declinación de la economía española bajo el falso brillo de la monarquía de los Habsburgo. Don Quijote decía a la amiga de su Dulcinea (parte II, cap. XXIII):

Decid, amiga mía, a vuestra señora que a mí me pesa en el alma de sus trabajos, y que quisiera ser un Fúcar para remediarlos.

Quevedo insertó el substantivo más de una vez en sus sonetos:

Ser Fúcar de esperanzas sin ventura.

Aún hoy se lee en el Diccionario de la Real Academia Española:

Fúcar. (Con alusión a los banqueros alemanes de la familia de Fugger, famosos' por sus riquezas), m. fig. Hombre muy rico y hacendado.

Entre los suavos, la palabra fuggern, derivado de Fugger,

significa negociante usurario y fraudulento: fuggerei es

sinónimo de usura.

Hering destaca la importancia de esos banqueros en la

siguiente síntesis:

El que hacia mediados del siglo XVI deseara emprender un viaje a España solía servirse del banco de los Fúcar, llevando consigo todo su dinero en forma de cartas de crédito pagaderas por la casa Fúcar. Y es que durante aquellos decenios la compañía Fúcar desempeñaba, de manera general, un papel muy parecido al de una institu-ción de crédito moderno del tipo de los bancos públicos. Los funcionarios de Estado cobraban por los Fúcar las pensiones recibidas de príncipes extranjeros; los grandes señores terratenientes se servían de la casa Fúcar para la administración de sus ingresos; y los capitanes, al especular con sus fondos, solían invertirlos en empresas de los Fúcar o

bien en negocios domésticos o extranjeros,en los que los

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192 Rodolfo Puiggrós

Fúcar actuaban en su nombre. Estos príncipes de la banca de

más prestigio en Europa continuaban manteniendo su

brillante posición de primer banco en todas las bolsas del

continente, (ps. 339-340).

La ilusión de la riqueza fácil fue funesta para España y le trajo la realidad de su miseria. Ella paralizó el inicial desarrollo manufacturero y comercial de sus ciudades y, en la lucha de clases, dio alas a la decrépita nobleza para imponerse a la burguesía y reducir a la indigencia a los trabajadores rurales y urbanos. Como abanderada de la Contrarreforma y dueña del Nuevo Mundo, España era, durante el siglo XVI, árbitro de la política europea, pero su fuerza internacional descansaba sobre una ficción nacional, la ficción de una grandeza aparatosa que cubría la miseria de labriegos y artesanos agobiados por gabelas e impuestos, el parasitismo de la nobleza que se negaba a abandonar la corte para hacer producir los campos, sumado al de centenares de miles de clérigos que consumían sin crear riqueza, y la podredumbre de una monarquía de imbéciles, queridas y favoritos.

No hay que buscar en la pérdida de la Armada Invencible (1588), y con ella del dominio de los mares, ni en el creciente poderío de Francia e Inglaterra, las causas decisivas de la decadencia de la sociedad hispánica. El hispanismo fariseo opone hoy a la falsificación de la historia por los liberales la visión de una España abstracta, colocada fuera de la historia, eternamente alienada al trono romano, cuya miseria física y atraso social nada valen frente a la sublimidad de su fe en la dogmática católica. Es la España del siglo XVI, gobernada por reyes extranjeros y cortesanos sin espíritu patrio, que no dejó a su pueblo avanzar hacia la libertad y el progreso —palabras condenadas con la hoguera— e invirtió para su desgracia, en una especie de suicidio nacional, las inmensas perspectivas de desarrollo que le ofrecían las riquezas y tierras del continente colombino hasta meta- morfosearse en uno de los países más retrógrados del mundo. Es la España de la soberbia mentalidad fanática patentizada en la respuesta de Felipe II al duque de Medina Sidonia cuando éste se rehusaba a comandar la Armada Invencible por ignorar todo lo referente al mar.

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El imperio de la decadencia 193

El almirante de verdad es Dios Nuestro Señor.

Y durante el resto de sus días quedó el segundo de los Habsburgo aprisionado por un complejo de pecado que le nació al enterarse de la pérdida de sus 160 naves, 8.000 marineros y 22.000 soldados, al mando de tan singular almirante celestial.

La conquista de América arruinó a España al salvar de la desaparición a los grandes señores castellanos y trastrocar la riqueza obtenida con el trabajo en la riqueza arrebatada por la especulación y la aventura. Su población descendió de 11 millones de habitantes en 1500 a 8,2 millones al morir Felipe II y a 5,7 millones al concluir en 1700 el régimen de los Habsburgo. En 1600 había en Salamanca 800.384 labradores con 11.745 yuntas de bueyes que sembraban 14.000 fanegas, y en 1619 sólo 14.135 labradores con 4.822 yuntas de bueyes y más de 80 luga-res despobaldos. Estos datos, índice de la situación general de España, pertenecen al clérigo Gil González Dávila, autor de una Historia de Felipe IIJ y su contemporáneo, que decía:

Sacerdote soy, pero confieso que somos más de los que son menester.

Un siglo después de la derrota de Villalar, los campesinos y artesanos se levantaron contra el trono y los grandes de Castilla. Alentados y dirigidos por los catalanes libraron en 1640 combates con los ejércitos realistas, y si bien no fueron vencidos por la reacción interna, Barcelo-

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ftüdulfo Pulggfái

NA SE vio ocupada por los franceses, cuyo jefe. al mariscal de la Motte, prestó juramento como virrey de Luis XIII, A mediados del ligio XVII los Fugger se alejaron de España. Ya no quedaba alimento para los buitres. En sus libros figuraban créditos por veinte miliones de ducados concedidos a la corona española desde el ascendo el trono de Felipe II y pagos de diermos al tesoro real entre 1564 y 1641 por cincuenta miliones de ducados, correspon-dientes a las minas de mercurio, cifras astronómicas de acuerdo con el movimiento comercial y financiero de la época.

Los miembros de la otrora poderosa dinastia financiera clausuraron o dejaron funcionar burocráticamente sus oficinas de otros paises y se conformaron con ser tranquílos rentisitas. terratenientes ennoblecidos o dignatarios de la iglesia. Su alejamiento de España se anticipò medio siglò a la extinción de la rama española de los Habsburgo —que despues de despedazar él imperio español en Europa terminò en 1700 con la muerte de Carlos II, el Hechizado, un dejar descedencia— y coincidió con la decadencia de le rama austriaca de la misma casa, al final de la Guerra de Treinta Años. Su suerte permaneció ligada, desde cuando hicieron su primer negocio con Segismundo del Tirol, a la suerte de los monarcas habsburgueses y declinó con ella. El rey y el prestamista se necesitaban y depen-dían uno del otro pero España ya no era en 1650 lo que un siglo antes; la proveedora de metalales preciosos americanos en e1 mercado europeo.

LA ESPAÑA BORBONICA EN UN CALLEJON SIN SALIDA

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De la Guerra da Treinta Años (1611*1648) —iniciada como lucha entra católicos y luteranos dentro del imperio austríaco y derivada en competencia entre las casas de Habsburgo y Borbón por al dominio de Europa coatnental, Alemania salió dividida en mas de trescientos cincuenta Estados independientes y la autoridad imperial quedó

seriamente quebrantada El triunfo de los Bornones, reinantes en Francia, trajo el equilibrio entre protestantes y católicos, es decir, el debilitamiento de la tensión de los conflictos religiosos, España dejó de contar en la política mundial, salvo para ser disputada, como bien mostrenco, entre Austria, Francia e Inglaterra en la guerra de sucesión por el trono vacante del último de los descendiente! de Felipe el Hermoso.

23, Entre los argumentos esgrimados por los criollos de la Nuena España de Rio de la Platay , en general, de las colonias americanas para desconocer la abdicacion ante Napoleon de Carlos IV y de su hijo, el futuro Fernando VII, figuraba, en primer lugar, la equivocada afirmacion, fruto de la idealizacion de la monarquia, de que la familia de los Borbones habia sido elegida y llamada por el pueblo para

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196 Rodolfo Pulggrús

Un Borbón, Felipe de Anjou. nieto de Luis XIV, recibió el

cetro de los Reyes Católicos al iniciarse el siglo XVIII. Para conservarlo cedió, después de la paz de Utrecht (1713), los

Países Bajos, Cerdeña, Nápoles, el Milanesado, Sicilia, Gibraltar

y Menorca, junto con concesiones a ingleses y franceses en

América (asientos, trata de negros, permisos a barcos

mercantes, etcétera). Aunque

la Iglesia fue atropellada en sus inmunidades por los

servidores del duque de Anjou.

los grandes señores de Castilla y los altos dignatarios eclesiásticos

abrieron las puertas del poder al hijo del delfín de Francia, como

doscientos años antes lo hicieron al nieto del emperador de

Austria y saltaron de cortesanos del Habsburgo a cortesanos del

Borbón sin el menor remordimiento de conciencia.

Escribe Menéndez y Pelayo:

Generales extranjeros guiaban siempre nuestros ejércitos,

y una plaga de aventureros, arbitristas, aba tes,cortesanos y

lacayos franceses, irlandeses e italianos cafan sobre España,

como nube de langostas, para acabarnos de saquear y

empobrecer, en son de reformar nuestra Hacienda y

civilizarnos. (VI, p. 36).

EJ Borbón se apoderó del trono por contar, como en su época

el Habsburgo, con la complicidad de los grandes señores y del alto

clero que vivían de las arcas del Estado y estaban dispuestos a

vender su alma al diablo con tal de salvar sus privilegios. Barcelona,

reducida a escombros por los bombardeos de las fuerzas

angloholandesas, que- reirwr Ver. entre btrSí fuentes, Hernández y Cávalos, I, 199, p» 475*476 í.rs. de todos modos, un argumento

subversivo que oponía ti origen divino de It monarquía su origen

popular.

dó como símbolo de la resistencia del pueblo español á

cualquier dominación extranjera.

El monopolio mercantil español sobre América no era,

en 1700, más que una superchería jurídica. Tras los nom-

bres de los grandes señores de Castilla, titulares de las

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El Imperio de la decadencia 197

concesiones distribuidas por la corona, actuaban efecti-

vamente los comerciantes extranjeros radicados en Sevi-

lla: ingleses, franceses, tlamencos, genoveses (que se hi-

cieron cargo de las minas de Almadén) y hamburgueses.

España exportaba productos propios en Infima cantidad

en relación al conjunto de sus remesas a América. Solamente

ejercía el monopolio fiscal. Su lucha por evitar que sus

colonias comerciaran con otros países tenia por objeto

obtener el máximo de rentas aduaneras y no la defensa de

manufacturas que no poseía o si poseía estaban en

decadencia. Era un interés burocrático, sin relación con el

desarrollo de las fuerzas productivas. Su política fiscal no

umparaba a la economía interna, y si alguna vez intentó

hacerlo, lo hizo prohibiendo en América ciertos cultivos (vid,

olivo, etcétera), no estimulando la producción

manufacturera metropolitana para que surtiera u sus

colonias de las mercaderías que les mandaban de otros países

por via legal o, principalmente, por el contrabando.

Practicaba una forma abstracta del mercantilismo, mientras

Inglaterra y Francia practicaban el mercantilismo concreto,

con base en la protección y el estimulo a sus manufacturas y

comercio nacientes.

L os Rorbones -—y de modo especial Carlos III (1759-

1788)— proyectaron modernizar a España, arrancarla del

siglo XVI y ponerla a la altura de Francia, pero como estaban

hipotecados a los intereses creados que los sostenían en el

trono y como temían a la revolución burguesa tanto como sus

parientes del otro lado de los Pirineos, no podían ir más allá

de ciertas reformas superficiales que no modificaron el

antiguo orden de cosas, El progresismo de los ministros

carlistas, las sociedades económicas, la difusión de las

doctrinas de los enciclopedistas, fisiócratas y economistas, y,

en fin, las ideas de la Ilustración rozaban

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a la sociedad Española muy por afuera, sin lograr lo que solamente era posible desencadenando él movimiento revolucionario de masas. Pero en España nunca una teoria revolucionaria se adueñó de las masas para conducirlas a la victoria. Las ideas de renovación social venían del extranjero y se presentaban con ropaje extranjero. Y las veces que el pueblo se levantó en armas para arrojar de su país a un invasor se encontró con que sus conductores intelectuales no le ofrecían más que constituciones y planea traídos del exterior, a los que creían capaces de transformar la realidad por sus virtudes intrinsecas, A ellos puede aplicarseles esta expresión de Marx en La Ideologia Alemana;

Su filosofia y el estudio de lo real están entre si en la relación del onanismo y el amor sexual.

Unos pretenden eternizar une España empantanada en

el siglo XVI; otros quieren una España desarraigada de su pasado, Unos y otros se ubican fuera de la sociedad, que no es inmutable y no modifica prescindiendo da sus

causas internas de desarrollo. Tal huida de la realidad origina la alienación mas mística que filosófica —el sentimiento tragico de la vida —, característica de los pensadores Españoles por oposición, si eclecticismo y la creencia de que deben buscarse modelos del otro lado de las fronteros, pues alli siempre está lo mejor También en nuestra América las opiniones se dividen en torno del dilema de ser o no ser hijos de España, como si fuese

posible en este materia una opción de tipo subjetivo.

Queda al margen de toda preocupación analítica seria el

JUICIO moral que califica de buena o de mala la conquista colonizadora espanola, Partimos de ella como de un hecho intergiversable, y si con ella nos incorporamos al sector de los pueblos postergados de los últimos siglos, solamente sin renegar de ella nos incorporaremos a los

pueblos de avanzada de los siglos que vendrán, a la

humanidad unida del mañana. Por los pronto convega

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fi itnpKflo da la dasadanaia iaa

mes en que una metròpoli gobernada por principe* es-tranierò», enajenado» a usurero» y comerciantes l«u»|. mente extranjeros, no podía crear una comunidad estable de intereses entre ella y sus colonias, ni entre sus coloma» mismas, y que la única comunidad verdadera que tenemos con r »parta es la que se concreta en la lucha histórica de su pueblo y de loe nuestros por idénticos objetivo« de liberación y superación,

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Zumataci rragut, Leopoldo: I M I ordenante* de I S S I para la Cata de ContrataeMn, an Penna de Indiai, VI H . N* V), del u bre->d I de m bre I947 nR 749.712,

Zurita, Jerónimo di: Anale* de la tornea de Arapón, Za rag ou. Impresor Uranio dt KobiM. 1610*21, «litt tomo».

(999*1003), «El papa del año 1000, el papa filosofo» a q u i e n Europa debe el conocimiento del astrolabio para medir la altura de los astros sobre« «obra si el horizonte, de la esfera solida destinada a estudiar los movimientos celeste« y del primer relog mecanico accionado a pesas y que al entender la dialectica como manifestacion del movimiento de lo real y no como recurso retorico subjetivo inicio la gran corriente del pensamiento filosofico medieval precursora del materialismo, ese gran pontifice asimilo las ideas empironaturistas de los islamitas y ebreos en los conventos catalanes de Ripoll y Vieh y en contacto con Guari, abad de Cuixa en los Pirineos. 5. Prosiguio llamandose Marca Hispanica- los cristianos e islamitas del resto de España continuaron denominando a sus habitantes

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