iván oñate
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“Cuando morí (en el pabellón de incurables)”TRANSCRIPT
SOBREMORIR
LA VIVIFICANTE POESÍA DE IVÁN OÑATE
Leticia Luna
La poesía, esa eterna expresión entre el mundo real y el mundo imaginario, una
construcción del yo que nombra a los objetos, a los sucesos visibles e invisibles y en cuya
acción comunicativa se debate, se hiere, nace y vuelve a morir, como aquellos personajes
míticos de la pantalla cinematográfica. Tiempo y espacio, percibidos en una dimensión
compleja, que diluye las fronteras de aquello que se nombra, el límite entre la vida y la
muerte, “el límite de todo”, escribe el poeta ecuatoriano Iván Oñate en Cuando morí (en el
pabellón de incurables), libro de poemas que lleva ya dos ediciones, la primera en
Ediciones sin nombre, México, 2012 y la segunda en Mayor Books, Quito, 2013, y que
recientemente se presentó en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
Con “La frontera”, la primera de siete partes, el autor asienta los temas que va a
desarrollar a lo largo del libro: la muerte, el desamor, el dolor de todo lo que amamos y que
ya no existe.
Al límite donde acaba todo
……………........... Al vértigo, donde mis huesos
acobardados se retiran un poco de mi piel al presentir las cercanías del vacío.
Desde esta frontera, recurre a Dios en la espera de una religión creada para él solo, cine y
recuerdos de Marilyn Monroe o Marlon Brando, haciendo alusión a la muerte mediante el
suicidio a través de una magnum 44: Bastó mi dedo índice. / Mi dedo índice apuntando mi
sien. / Fue un suicidio / íntimo, discreto. / Silencioso.
En el umbral de la vida (ese lado que languidece y zigzaguea al filo de los
claroscuros del alma y coquetea con el umbral perverso de la muerte), el poeta se da a la
tarea de darle voz a ese ocaso que inevitablemente sobrevendrá. Quizá su ironía frente ese
último destino sea toparse con pequeñas muertes, instantes de desfallecimiento entre el
inicio de la conciencia vital y el advenimiento de lo ultraterrenal cuando la experiencia se
hace verbo.
De múltiples formas y como todo ser humano, pero quizá con mayor intermitencia
sensible, conmiserándose a veces más que el resto de los mortales, el poeta avizora
instantes de magnificencia que constatan nuestra presencia en la Tierra, esfera en donde la
existencia no necesariamente corresponde con su gravedad. El espejismo inverso de lo
oscuro que reside en las páginas abiertas de la experiencia humana, no perdona la escasa
luz que nos toca vivir, su mínima latencia, su expiración anticipada ante la gloria que
deseamos alcanzar en la ruta hacia el fin de todo lo visible.
Iván Oñate nos lo hace saber a través de la contundencia de sus versos, y en la
revelación de su crudeza: Al fin y al cabo / la esperanza vuelve al tercer trago /…/ Tan
sucia y desdentada como una prostituta vieja.
Y en la desesperación de lo que no llega a ser o fue y ya se ha ido: Te escogí como
mi espejo. /Allí vería todos mis pecados, todas mis culpas / todos mis sueños no cumplidos
y / todas mis canciones no cantadas.
El poeta experimenta en los atisbos con los que nos hace acceder a lo luminoso de la
palabras, entrañables hallazgos del alma, el tiempo, la naturaleza humana, así como los
instantes gloriosos de amor, virtud y aspiración, todos ellos tan efímeros, tan abismales, aún
cuando para vivirlos sea preciso sobremorir, pues la sobrevivencia ordinaria nos extravía
con sus ataduras indiferentes e inútiles, insignificantes.
Todo acabará,
todo será destruido
menos el recuerdo
de aquellas sombras
que se amaron
Es en las catástrofes de la vida misma, sus anticlímax, vados, atropellos, lo que va
sumando como un álgebra negativa, una tras otras circunstancias que impregnan la
conciencia de lo que hay que lamentar, de lo perdido. El amor y su traslado al desamor, así
como la doliente vida y su giro inevitable hacia la muerte.
Estaba muerto.
Muerto.
Mentía el electrocardiograma.
Mentía mi alma.
El mismísimo dolor
de mi corazón
mentía.
Mentía
asquerosamente.
Iván Oñate ha encontrado diversos motivos para sobremorir: su libro es la carta de
navegación de un náufrago moribundo en su travesía hacia esos tornasoles del vaivén de las
enfermedades, de las locuras y los desahucios. Poeta que rememora el paisaje del alma en
el escenario que espera el suspiro último:
Ya no sabía cuál era la gloria
y cuál el infierno.
Menos todavía
si había alguna diferencia entre el mar y el cielo.
Como advenimiento, premonición, sospecha dolorosa de que el morir resuelve, el poeta
traza en Cuando morí, un ultimátum de lo que no muere: él mismo. Irlo dejando sin vida,
incluso acercarle los medios para quedar extinto, matarlo, exterminarlo simbólicamente, es
el acto mismo de intentarlo, de resolver, lo que nombra el suicidio íntimo, discreto,
silencioso.
Ese acto mortecino renace en nosotros, se nos presenta intempestivo cada vez que
llega la inconexión, la falla y su condena, quizá entre sus más temibles consecuencias se
encuentre una vida moribunda, su inútil latencia en la prisión del alma, alguna cama de
hospital, que acrecienta los dolores con una agudeza innombrable, y que sin embargo el
poeta es capaz de balbucear para develarnos esos secretos humanos en el Pabellón de los
incurables:
Los perros ladran
De una forma enfermiza.
Demencial. Chocante.
Esas horas espantosas
donde sabía que nadie,
absolutamente nadie,
vendría a absolverme y
menos yo mismo
De mi propia debilidad.
Saludo la presencia de un poemario espléndidamente escrito, y hermosamente publicado
por Ediciones sin Nombre, intenso, absorto, contundente e inquietante: el testimonio
innegable de un tránsfuga de los heraldos negros, que sobremurió para dejarnos un
testamento de más de Un renglón / donde se posaba / el verso sin palabras del amor.
Encuentro en Iván Oñate y en su poemario a un gran poeta y amigo, en ambos
(testamentario y legado), la unión indisoluble que se entreabraza para permanecer unidos al
fenecer, resucitar en sincronía convulsionada y así mostrar los respiros vitales de un poeta
que ha transformado un posible obituario en epitafio versado: Vida, vida / qué tarde has
llegado / y sin embargo / qué temprana es la muerte, y que al final, nos hace escuchar:
voces / ecos /de tu (nuestra) propia desesperación.
LA FRONTERA
Otra vez la frontera.
Otra vez
este despertar en un ruinoso hotel
levantado al borde del abismo,
Al límite
donde acaba todo:
La patria, el sueño,
la casita propia,
la evolución de las especies,
la seguridad social,
la familia.
Al vértigo,
donde mis huesos
acobardados
se retiran un poco de mi piel
al presentir las cercanías del vacío.
Piénsalo bien me dicen,
piénsalo,
y se anudan en el centro del miedo.
La frontera.
2
Abajo,
a cien metros de mi ventana,
dos hombres discuten y se amenazan con disparos.
Un poco más allá,
en la autopista abandonada de este país en ruinas,
esquivando postes caídos,
caballos destripados
y la niebla sin mañana
que se desprende del lomo de los perros,
un motociclista desquisiado
juega a aplazar su suicidio.
¡Pum!
En este momento alguien se apiadó de él.
Puedo percibir en el aire
el alivio de su alma
mezclándose con el olor de la gasolina.
3
¿Por qué vine a dar acá?
Tal vez
para aceptar
que lo único de lo que se puede huir
es de lo amado,
Porque los enemigos
siempre estarán contigo.
Nunca te abandonan.
Es lo único que traes
cuando llegas a la frontera.
En medio de los muertos,
En medio del espantoso silencio
que prosigue a las batallas,
Su odio
y su rencor
es lo único que vive.
4
En lupanares galácticos,
en medio de rufianes
que parecen haber escapado de todo,
te darás cuenta que tampoco pudieron huir
de sus enemigos.
Es con ellos
que discuten y hablan a solas
en la madrugada.
Tal vez,
por eso,
todos nos enrumbamos hacia la frontera.
Al límite de todo.
Sin atrevernos
a levantar la cara del lavabo,
Deteniéndonos
a contemplar en sus grietas,
los restos del dentífrico, los pelos,
la mugre
que dejaron otros viajeros.
5
Otros como yo
que tampoco se animaron
a levantar la cara
y mirar de frente en el espejo:
Al enemigo.
Cuando morí
Para levantarme la tapa de los sesos
no hizo falta una mágnum 44
o la Lugger
que portaba Marlon Brando
en El baile de los malditos
Bastó
mi dedo índice
Mi dedo índice apuntando mi sien
Fue un suicidio
íntimo, discreto,
Silencioso.
Lista de vencidos
Criaturas mal dormidas, Desolladas por la amenaza del futuro. Arrastrando los pies, Con los tobillos atenazados por grilletes. Portando loncheras, mamaderas y manzanas, llegábamos hasta los patios del colegio, Mirábamos a los enemigos emblemas que jurábamos amar hasta la muerte y nos aprestábamos a leer en las paredes los carteles pegados con crueldad. Los pegaban en lo alto. Lo suficientemente alto. Como para obligarnos a que nos paremos en las puntas de los pies y estiremos el cuello hasta que se hinche la vena, Ésa, que se ha de reventar algún día. La posición perfecta. Perfecta. Hasta que los ojos encuentren nuestro nombre, marcado con rojo, en la lista de los vencidos.
LA CASA DE LAS GHEISHAS VIEJAS
Geishas viejas
desdentadas
Muñecas de porcelana
trizada
Belleza hecha añicos contra la pared
de la vida
por la implacable mano del tiempo
Muñecas
que en su día
fueron las criaturas más hermosas de la tierra
y por cuyo arte
suspiraron en secreto
los príncipes y los imperios
Ahora
reían a carcajadas
con sus caras enharinadas
Reían
mostrando sin ningún pudor
los huecos de los dientes caídos
Reían
mientras por sus mejillas
rodaba el tizne de las pestañas
hasta mezclarse
con el rojo violento de los labios
Reían
mientras sus manos
abrían la bragueta de algún mozalbete
entregado
a cambio de una sopa
por el abuelo
Reían
mientras sorbían el semen
con la esperanza
de rejuvenecer
como flores de una prodigiosa
primavera
Sorbían
con la misma fruición que el viejo
sentado en un rincón de la cocina
chupaba la médula
del joven hueso de una paloma
imaginaria
Sorbían
hasta sentir
que el cerebro del muchacho
bajaba alegremente
por las cañerías del espinazo asombrado
Viejas gheishas
que eructaban con lascivia
el fin de la vida.
Soga de muelle
La sirena del auto policial me erizó la piel
Vi mis manos
y las acerqué hasta mi cara
En ellas
aún perduraba el perfume, el olor
de esa huyente carne que amé
hasta la locura
El olor de su cuello
me hizo recordar la madera de un árbol
a través de cuyas ramas
podía contemplar el cielo.
Cabizbajo,
me limpié el sudor
y puede
que alguna lágrima.
En mis manos,
como las marcas veteadas de una soga de muelle
Quedaban las pruebas
de mi juventud
destrozada.
Poema
Una música
suena en las zonas
más lastimadas del alma.
Nada existe,
sólo el dolor.
Iván Oñate
Ambato, Ecuador 1948.
Su obra ha sido traducida al alemán, francés, inglés, portugués, griego, polaco e italiano. Ha publicado: Estadía Poética (Argentina, 1968); En Casa del Ahorcado (1977); El Angel Ajeno (1983); El hacha enterrada (1987, cuentos, ocho ediciones); Anatomía del Vacío (1988); El Fulgor de los Desollados (1992); La canción de mi compañero de celda (cuento, 1995). La nada sagrada (1998, 2010); La frontera (Colombia, 2006); El país de las tinieblas (México, 2008); Cuando morí (Ediciones sin nombre, México 2012, 2da Edición Editorial Mayor Books – Ediciones sin nombre, Ecuador- México, 2013)
Escritor invitado por: Westminster University y el Kings College de Londres. A&M Texas University. George Mason University, Washington. Florida State University. U de Lieja. U de Lille. U de Lovaina. U de Austin. Universidad Autónoma de México. Conferencista magistral en la Universidad de Lovaina (Bélgica), Universidad de Guanajuato, Universidad de Nuevo León (México).
Alfred Hitchcock Mystery Magazine publicó su cuento “La fiel literatura” que también fue llevado al cine por el director Diego Arteaga, su poema “Lluvia Bastarda” fue grabado por la banda de rock “El delicado sonido del trueno”.