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1 Publicado en inglés en Alejandro Haber & Nick Shepherd (eds.) After Ethics. Ancestral voices and post- disciplinary worlds in archaeology. Cape Town: University of Cape Town, 2013 (en imprenta). HOSPITALIDAD EXCESIVA. SEMIOPRAXIS CRÍTICA Y RIESGOS TEÓRICOS EN LA JUSTICIA POSCOLONIAL. Excess of Hospitality. Critical Semiopraxis and Theoretical Risks in Postcolonial Justice. José Luis Grosso Grupo de Investigación PIRKA Políticas, Culturas y Artes de Hacer Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Catamarca, Argentina Instituto de Estudos de Literatura Tradicional IELT, Faculdade de Ciências Sociais e Humanas, Universidade Nova de Lisboa, Portugal Centro de Investigación y Estudios Sociológicos CIES, Buenos Aires, Argentina CORPUS International Group for the Cultural Studies of Body Tumba-apacheta ch’allada de Rodolfo Kusch en el cementerio cristiano de Maimará, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, norte de Argentina. RESUMEN Para quien llega, las personas y comunidades americanas oscilan entre el silencio críptico y la recepción ingenua: al lado del silencio lúgubre, el gesto amable. Pero el extranjero vagamente percibe que en el acto de recepción esa gente le abre un sitio y le da un nuevo lugar que recrean a lo largo y ancho la constelación entera de relaciones. Allí, arcaicas matrices epistémico-prácticas de creación muestran su mayor flexibilidad a través y a lo largo de las

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    Publicado en ingls en Alejandro Haber & Nick Shepherd (eds.) After Ethics. Ancestral voices and post-

    disciplinary worlds in archaeology. Cape Town: University of Cape Town, 2013 (en imprenta).

    HOSPITALIDAD EXCESIVA.

    SEMIOPRAXIS CRTICA Y RIESGOS TERICOS EN LA JUSTICIA POSCOLONIAL.

    Excess of Hospitality.

    Critical Semiopraxis and Theoretical Risks in Postcolonial Justice.

    Jos Luis Grosso Grupo de Investigacin PIRKA Polticas, Culturas y Artes de Hacer

    Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Catamarca, Argentina Instituto de Estudos de Literatura Tradicional IELT, Faculdade de Cincias Sociais

    e Humanas, Universidade Nova de Lisboa, Portugal Centro de Investigacin y Estudios Sociolgicos CIES, Buenos Aires, Argentina

    CORPUS International Group for the Cultural Studies of Body

    Tumba-apacheta challada de Rodolfo Kusch en el cementerio cristiano de Maimar,

    Quebrada de Humahuaca, Jujuy, norte de Argentina.

    RESUMEN

    Para quien llega, las personas y comunidades americanas oscilan entre el silencio crptico y la

    recepcin ingenua: al lado del silencio lgubre, el gesto amable. Pero el extranjero vagamente

    percibe que en el acto de recepcin esa gente le abre un sitio y le da un nuevo lugar que

    recrean a lo largo y ancho la constelacin entera de relaciones. All, arcaicas matrices

    epistmico-prcticas de creacin muestran su mayor flexibilidad a travs y a lo largo de las

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    adversidades del colonialismo. Estas lenguas silenciosas son la semiopraxis del sacrificio en el

    que un don extremo desde otros espacio-tiempos introduce nuevos seres en relaciones

    rituales. En medio de ellos, nos transformamos, nos convertimos en otros. La tica colonial es

    invertida/investida por una excesiva hospitalidad. Silencio, demora y afecto abruptamente

    tocan los bordes del orden dominante que se disloca. Nosotros, en un primer momento (y tal

    vez permanentes) extraos, arrogantes, blindados advenedizos, hemos ignorado y despreciado

    esta justicia que proviene de los otros que no dominan, a pesar de que esta justicia intercultural

    postcolonial, en su praxis crtica, toma los ms grandes riesgos tericos en una revolucin no-

    ilustrada.

    ABSTRACT

    From the perspective of who arrives, American communities and persons range between

    cryptic taciturnity and naive reception: beside the grim silence, the friendly gesture. But the

    foreigner dimly perceives that in the act of receiving that people opens up a site and give a

    new place that recreate in large the entire constellation of relationships. There, archaic

    epistemic-practical matrixes of creation show their greatest flexibility through and along the

    adversities of colonialism. These silent languages are the semiopraxis of sacrifice in which an

    extreme gift from other space-times introduces new beings in ritual relationships. Amidst

    them, we are transformed, we become others. Colonial ethics is inverted/invested by an

    excessive hospitality. Silence, delay, and affection, abruptly touch the edges of the dominant

    order that is dislocated. We, as former (and perhaps permanent) strange, arrogant, armored

    upstarts, have ignored and despised this justice that comes from others who do not dominate.

    Although this intercultural postcolonial justice, its effectively working critical praxis, takes the

    largest theoretical risks in a non-illustrated revolution.

    El sospechoso topos de la hospitalidad.

    Europa ha transportado por el mundo entero, junto con sus discursos,

    compulsivamente, su voluntad imperativa de fundar: fundar-se a S Misma y fundar su

    otro contextual; fundar (antes que nada) los trminos de esa relacin (Grosso, 2005:

    42).

    Esta frase tomada de mi texto Las labores nocturnas. Hacia una semiologa de las

    prcticas en contextos interculturales poscoloniales, enuncia el miembro falogotrpico

    del discurso de la hospitalidad con el que Occidente se ha abierto espacio para ser

    acogido por todos aquellos pueblos de los cuales lo ha requerido. Tales fueron los

    argumentos de Francisco de Vitoria en la corte espaola en el siglo XVI. Anthony

    Pagden destaca el papel de Vitoria en su actividad acadmica vinculada al Consejo del

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    Rey (Pagden 1982): su evaluacin sobre las poblaciones indgenas establece como

    criterion la "ciudad" en su tradicin mediterrnea; ella es reconocible por la siembra de

    distancias: entre los distintos estados y castas sociales, entre los mesurados

    interactuantes en la palabra y la escucha, entre los mbitos de lo sagrado y de lo

    profano, entre las familias monogmicamente constituidas. En los protocolos de la

    hospitalidad, que era considerada el rgimen de interaccin adecuado para la relacin

    entre miembros de diferentes ciudades, el extranjero (que en este sentido ya era, al

    menos, no-extrao), haciendo ostentacin de su respeto de las distancias civiles

    (dentro de su propio grupo y ante los ojos vigilantes de sus anfitriones), distingua su

    inquietante presencia de una siempre temida invasin, o de la amenaza de corrupcin

    por valores o anti-valores forneos, y se haca merecedor, de ese modo, de una

    recepcin amistosa (Pagden 1982: 77).

    Las suertes corridas por los europeos entre los indios se transformaron en un gran

    tema de los encuentros coloniales para la discusin y justificacin de las polticas

    consecuentemente implementadas (Hulme, 1986: 249). El maltrato de los recin

    llegados, con el que se violaba las leyes ("universales") de la hospitalidad, era un signo

    claro de "pueblos brbaros" para el acendrado sentido comn europeo (Pagden, 1982:

    25). De hecho, en la argumentacin de Francisco de Vitoria era el nico motivo

    racional que tornaba la toma violenta de las nuevas tierras en legtima defensa propia

    (!!) para garantizar el libre acceso de los "hombres de ciudad" a todas las vas y a todos

    los sitios del mundo (Pagden, 1982: 77). La hospitalidad requerida y negada

    habilitaba racional y jurdicamente el derecho de conquista. Junto con la

    civilizacin y el evangelio venan la toma de posesin territorial, la extraccin del

    oro que financiaba aquellas empresas y el comercio. La hospitalidad estaba as

    tramada con el intercambio en la lgica mercantil, antes de la moralizante operacin

    maussiana que desliza imperceptiblemente el don ritual potlatch, kula como

    fundamento conmensurable con la pretendida universalidad de la lgica del mercado

    (Mauss, 2012).

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    La negativa a esclavizar al indgena forma parte del discurso de la hospitalidad en la

    medida que el indio, en cuanto tirana de la sensibilidad, de las pasiones, del cuerpo,

    es la base material sobre la que el espaol europeo va a edificar (como ya lo ha hecho

    sobre s y sobre otros con antelacin) su dominio ciudadano-civilizado de las

    distancias. Sobre el indio tiene que triunfar la "forma" europea, y, gracias a esa

    empresa, Europa se reconstituir a s misma, tomando nuevas fuerzas desde sus races

    griegas y hebreas: polticas (de la plis) y ednicas. Si el Paraso y la Barbarie son

    nuevamente encontrados, frente a frente, no es ms que para poner en marcha con

    nuevo vigor la tarea auto-constructiva. Esclavizar al indio sera no tener el espejo

    donde poder mirar la propia obra: la humanizacin del indgena interesa como

    europeizacin renovada de la totalidad; especialmente en el caso de Espaa, que

    hallaba en el dominio sobre las gentes (tal como enfatiza Patricia Seed; Seed, 1992) la

    indubitable bendicin de la incertidumbre moral y mala conciencia con que vena

    realizando la Reconquista peninsular expulsando a los moros (Bennassar, 1976).

    El discurso colonial de la "hospitalidad", dispositivo omnipresente en la relacin

    europea con los "otros", esconde una imagen previa del S Mismo frente a / por sobre

    el "otro", naturalizada y universalizada. El discurso de la "hospitalidad", cuerpo-del-

    lenguaje que anima las prcticas de civilizacin y modernidad, no es ms que la

    justificacin callada de una presencia europea universal, exclusiva en su

    necesariedad, excluyente en la pretendida necesidad que satisface. Todos los pueblos

    deben abrirle paso y acogerla, pero no slo por sus carencias e incompletitud, sino

    sobre todo y en primer lugar porque en realidad ella no es nada sin ellos: vive para su

    misin de "alterizarlos" y se alimenta de la percepcin de que ellos no son tan

    absolutamente diferentes, sino, en el fondo, tan solamente y sin embargo, sus

    "otros", esos que no tienen en ningn caso ms "S Mismo" que (providencialmente) la

    referencialidad europea fundante. Monotesmo que aplasta la relacin que habita: un

    Otro creador ex nihilo que no puede ser sino acogido, absoluto de un don nico y

    monoltico.

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    Europa ciertamente es una creacin retrica y mito-lgica que amalgama diversos,

    conflictivos y complejos procesos histricos que la constituyen. De igual modo su

    reduccin a dos vertientes culturales: hebrea y griega. As mismo Oriente

    (Clifford, 1988: Cap. 11. On Orientalism). Pero estos constructos retricos tampoco

    pueden ser negados en cuanto que constituyen ficciones operativas de gran

    efectividad en la construccin identitaria de las naciones europeas occidentales

    durante los siglos que siguieron a la cada del Imperio Romano de Occidente, a las

    invasiones de los pueblos del Norte y a la expansin islmica sobre el Mediterrneo, es

    decir, a lo largo de la Edad Media, especialmente a partir de los siglos VIII y IX. La

    ideologa tiene su fuerza especfica; su crtica es necesaria para descomponerla en sus

    elementos heterclitos silenciados, pero ello no puede llevarnos a desconocer su

    poder simblico en la estructuracin de la accin social y de las representaciones

    colectivas, porque, por ser hipercrticos, terminamos siendo ingenuos.

    La metfora de la hospitalidad es el topos colonial de la conciencia europea

    moderna, discursivamente constituida en cuanto tal (White, 1978). En ella, el gesto-

    lenguaje fundacional pone siempre la relacin con un "otro" representada bajo el

    movimiento potencial de una superioridad desplazable y una inferioridad absorbible.

    Metforas que hacen parte, por tanto, de una dramtica: "representacin" que no

    slo lo es en su carcter estricta(estrecha)mente lingstico, eidtico-referencial, sino

    en sentido discursivo lato sensu (sealado por Foucault en Las palabras y las cosas

    como episteme arqueolgica de los siglos XVI y XVII; Foucault 1996), en el despliegue

    escnico de su teatralidad literaria (Said 1979: 55), y an en la teatralidad ldica

    esttica radical, constitutiva del lenguaje y del conocimiento mismos (Gadamer, 1984:

    154-222). "Potica del otro" (analogada a las fenomenolgicas "poticas"

    bachelardianas por Said) que en su enraizamiento prctico va siempre unida a la

    "dramtica del otro" que la envuelve e intensifica.

    El as llamado, eurocntricamente, descubrimiento de Amrica puso en marcha y

    provey el combustible permanente al motor conquistador-colonizador europeo que

    cruz el Atlntico como por un "Nuevo Mediterrneo". La "invencin de Amrica"

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    sera, de este modo, una empresa peculiar del expansionismo europeo del siglo XVl en

    adelante, fundada, para OGorman, en el complejo de una conciencia excedida y en su

    defensivo podero tcnico sobre el espacio, vencedor de las distancias y transportable

    (OGorman, 1984). Europa coloniza el (su) Resto del Mundo (Pratt, 1992).

    Hayden White propone, como metforas fundacionales del "otro" en las dos

    tradiciones europeas ideolgicamente autopercibidas como constitutivas:

    en el horizonte hebreo, la distincin de la fe propia respecto de los "paganos",

    dramatizando una progresiva "diversificacin" fsica y cultural: podra decirse que

    la multiplicacin bablica de las lenguas y la lejana -lingstica, geogrfica,

    religiosa- respecto de los antecesores y de los lugares de la Revelacin otorgan al

    "otro" el rol secundario del "perdido";

    en el horizonte griego, la distincin de la civilizacin propia respecto de los

    "brbaros", dramatizando una marcada "divisin" moral y metafsica: podra

    decirse que la argumentacin poltica griega, frente a la tirana natural de las

    pasiones en la exterioridad no-griega, otorga al "otro" el rol secundario del

    "acrtico", que, por exceso o por defecto, en todo caso es siempre no-virtuoso

    (White, 1978).

    El "otro" y el "s mismo" imaginados son una carencia mutua constitutiva, un

    monadismo de opuestos simtricos, congruentes y complementarios: como para

    Platn, en El Banquete, la mtica del inquieto Eros, hijo de Poros y Pena, del Recurso y

    la Necesidad, es sometida a la reflexin filosfica en procura de definiciones esenciales

    en la coherencia lgico-lingstica; como en la mtica hebrea, la soledad adnica en el

    Paraso ante el nico Dios encuentra su contra-parte reproductora. En ambos casos,

    un "s mismo" prximo, masculino, central, hombre piadoso o ciudadano libre; una

    insatisfaccin de ese "s mismo" en su incompletitud; carencia convertida en abrazo

    del otro, en un nuevo poder resentido de conquista y misin. Lo que esa tarea sobre

    el "otro" no puede aceptar es la incompletitud, porque ha visto como "incompletitud"

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    su propia diferencia, su ser sobrevenido, secundario, alterizado, puesto

    originariamente en relacin, desde-el-otro, pero que, defensivamente, no es cualquier

    otro: desde otro concebido como monotestico, un Otro-SMismo, monolgico,

    monolingue, nico, aplastante, colonizador, que no deja respiro (Derrida 1997). La

    conciencia europea combate la diferencia porque la sufre, no la goza: le pesa el rigor

    de una nica apreciacin sobre S.

    Sera necesario destacar en el texto de Derrida el peso de este nico Dios en el monoligismo

    del Otro constitutivo, en cuanto experiencia especficamente judaica. En la experiencia

    religiosa popular de nuestros diversos contextos regionales latinoamericanos, el monotesmo

    cristiano-catlico sobrevenido con la Conquista y la Colonia hasta nuestros das nunca ha sido

    tan totalizante: tal vez por la teologa trinitaria en que ste se inscribe y que se desborda a su

    vez en infinidad de santos, tal vez por la compleja conjuncin de dioses cristianos y autctonos

    en que dicha experiencia se configura y que establece una poltica de agenciamientos

    relacionales-territoriales en el contexto ritual (Grosso 1994; 2007; 2008). La deconstruccin del

    monotesmo en nuestras ciencias sociales es una tarea pendiente. Asimismo el estudio del

    fenmeno religioso en nuestra interculturalidad poscolonial muestra una compleja

    multiangulacin prctica que implica rupturas de espacio-tiempos, de economas emotivas y de

    matrices de creacin (Grosso, 2009; 2010; 2011; 2012a; 2012b), y que es el motivo principal de

    este texto que escribo. Espacio-tiempos otros, que alteran el espacio-tiempo nico,

    lineal, continuo, vaco y homogneo del Estado-Nacin, el espacio-tiempo del

    progreso y del desarrollo (Benjamin, 2010; Comaroff & Comaroff, 1991; Guha,

    2002; Chatterjee, 2010; Grosso, 2012b), naturalizados como mero sentido de

    realidad en el estado-de-ser que opera su imposicin como violencia simblica

    (Bourdieu, 1997). Economas emotivas otras que la que domina en la ecuacin

    Razn/sensibilidad, Razn/emociones, Razn/pasiones bajo el rigor y la vigilancia

    disciplinarios del dominio de S, del constreimiento de la agresin y del control de

    los desbordes (Elias, 1993); economas emotivas que hacen otro juego de sentidos

    (Marx, 1985) en el elemento de gestos, movimientos y desplazamientos corporales,

    proxemia, olores, sabores, colores, cantos y msica, mitos y otros relatos, estilos de

    hablar, de vestir, de hacer y de estar en maneras de conocer interculturales (Grosso,

    2006; ). Otras estructuras del sentir (Williams, 2000) hacen su gesta all (Grosso,

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    2010a). Matrices de creacin otras como aprendizajes colectivos de los sometidos en

    las condiciones sociales ms desfavorables y que han ido sedimentando en la

    experiencia histrica, dando lugar a las llamadas malicia indgena, cimarronera

    negra, ladinera mestiza y viveza criolla (Grosso, 2009; 2010; 2011; 2012b), todas

    ellas desviaciones y fuerzas de estilo.

    La deconstruccin ha quedado ms atrs. Pertenece a la historia que critica como el

    revs de su trama. La deconstruccin, que abre el territorio proscripto de la

    "diferencia", ms que dejar en claro los mltiples procesos de la "mismidad", lo que

    hace es demorarse en la primera "diferencia", generadora de la propia fijeza e

    impotencia, a la vez como margen y anuncio de su perversin. Los gestos del don y la

    acogida se descomponen en fuerzas de sentido en este nivel primario, cumpliendo y

    transformando a la vez la relacin (Derrida, 1997). Una "rebelin triunfante de

    esclavos" (Nietzsche, 1986) slo puede ser revertida por el triunfo de la rebelin de los

    esclavizados: sta es la intuicin histrica del pensamiento crtico poshegeliano, que

    crece de Marx a Gramsci. Aunque Derrida piensa en mrgenes, y no en revolucin.

    Cunto de estos tropos totalizantes, contra(-para-)hegemnicos, tiene que ver con el

    Dios monotesta? Por qu deberamos estar condenados a lidiar eternamente con la

    hegemona (con la formacin hegemnica, cualquiera sea la figuracin que ella

    tome; Laclau, 2002; 2006), si hay matrices de creacin que alteran e irrumpen

    abruptamente desde la exterioridad indomesticable/indomable, resabiada, resentida,

    tenebrosa, barroca, y que hacen a otras relaciones de poder, no necesariamente

    hegemnicas; especficamente: a otros agenciamientos de la hospitalidad?

    Otros agenciamientos de la hospitalidad que no sean ni el requerido por parte de los

    otros para su salvacin va integracin (a lo que ya me he referido arriba), ni quede en

    los esquematismos del desencuentro simtrico que reproduce ad extra la mismsima

    historia intra-europea, con sus tiempos de antes y de ahora, autopercibida bajo el

    monismo de la dialctica superadora-conservadora. Es decir, que no sea la Historia de

    lo Mismo. Tal como, por ejemplo, propone percibir Tzvetan Todorov, en La Conquista

    de Amrica. La cuestin del Otro (Todorov, 1985), los primeros encuentros con las

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    comunidades americanas como un hecho comunicativo. Sin embargo, aquel mundo

    de equvocos y paradojas queda rpidamente encerrado en las antpodas pre-

    moderno y moderno de la propia historia europea. Tan es as, tanto se parece

    Moctezuma a Coln y se distingue de Corts, que tal vez si el que llegara a Tenochtitln

    hubiere sido Coln hasta se hubieran llegado a entender intercambiando smbolos y

    dioses. En verdad, la contraposicin todoroviana Moctezuma/Corts es un

    desplazamiento analgico va semejanzas de la contraposicin Coln/Corts. Todorov

    no est sino hablando siempre de lo Mismo. Lo apremia el sistema estructural de las

    diferencias. Moctezuma y los grupos de poder de su entorno son conceptualmente

    encerrados en un sistema de comunicacin que dirige sus signos al "mundo" como

    gran rea nebulosa de los dioses, de lo "sobrenatural", mientras Corts, como

    avanzada de los europeos modernos (incluso en Espaa), haba ya secularizado los

    signos frente a un "otro" de carne y hueso, entendible y manipulable. No entiende

    nada Todorov sobre el sentido de hospitalidad de Moctezuma y su pueblo; como no

    lo entiende tampoco Corts, que no es capaz de leer conjuntamente hospitalidad,

    combate y sacrificio.

    Inga Clendinnen, a travs de una lectura oblicua de las narrativas de la "segunda fase"

    de la conquista de Mxico (desde la Noche Triste hasta la cada de Tenochtitln), tales

    como las Cartas de Corts, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espaa de

    Bernal Daz del Castillo y la Historia general de las Cosas de Nueva Espaa (Cdice

    Florentino) de Bernardino de Sahagn, y las fuentes pictogrficas nativas, puede

    entrever aquella heterodoxa conjuncin intercultural en los contornos generales de la

    conducta de los nativos en el campo de batalla (Clendinnen, 1991: 78). Las notas

    principales de dicha conducta son: el lugar central del campo de batalla en la

    imaginacin de las sociedades guerreras del Mxico Central; el carcter sagrado de los

    enfrentamientos; la igualdad de fuerzas requerida en los oponentes; la simbolizacin

    de la conquista en el incendio del templo de los vencidos y en la captura de la imagen

    de su dios tutelar, que era trasladada a la "casa del dios cautivo" en Tenochtitln; un

    corto perodo de saqueo y destruccin antes de la imposicin del tributo al vencido; el

    carcter singular del guerrero: su preparacin por medio de cantos, de la pintura y el

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    atavo de su cuerpo, el carcter particular de la lucha, cuerpo a cuerpo, uno a uno, la

    potenciacin dramtica del encuentro; y finalmente, la captura de algunos prisioneros

    significativos del bando enemigo (Clendinnen, 1991: 78-79).

    En la comunicacin fallida entre espaoles y mexicanos, seala Clendinnen, los

    espaoles no entendan por qu (dignamente) los sitiados ms bien no se rendan;

    mientras los mexicanos, con sus guerreros individuales, entendan que los espaoles,

    atacando en masa y refugiados (vergonzosamente) tras el can, eran el signo, no de

    una derrota, sino de la destruccin total, definitiva e inevitable de la era del Imperio

    Azteca, la humillacin final de su derrumbe. La arremetida devastadora de los

    tlaxcalas, antes sometidos al dominio azteca y, al momento de la Conquista, aliados de

    los espaoles, su "ferocidad e innatural crueldad" contra los sitiados y su ciudad (tal

    como lo percibe y expresa Corts en su relato), que exceda con mucho la expectativa

    espaola, enrostra a stos con la ms absoluta "otredad". Corts queda perplejo ante

    el fracaso, en definitiva, de sus previsiones estratgicas (aunque haya triunfado

    militarmente): la "innatural" indiferencia ante el sufrimiento y frente a la muerte

    distancian a los nativos (tanto tlaxcalas cuanto aztecas) de todo sentido espaol de

    humanidad: una aterradora y definitiva demostracin de otredad, dice Clendinnen

    (Clendinnen, 1991: 94).

    En el contexto explcitamente ritual, la nueva alteridad ya vena siendo

    includa/invertida en la tradicin greco-europea del "salvaje" desde el escptico y

    paradjico De Cannibales de Michel de Montaigne. "Arqueolgicamente" remitida por

    la cita del Libro IV de las Historias de Herdoto, del modo ms general y abarcativo,

    hiperblico, dice Michel de Certeau en Heterologies, "lo que la ms refinada tradicin

    dorada del Mediterrneo tiene para ofrecer es usado por de Montaigne para forjar un

    halo sobre los canbales (de Certeau, 1986). De este modo, antiguos hroes guerreros

    alteran la valoracin cristiana moderna del "canibalismo" americano, ya que es el

    poder del cuerpo arrojado a la muerte con valenta y arrojo lo en verdad incorporado

    en la ingestin. Pero slo se realiza esta inversin escptica recurriendo (otra vez y de

    otro modo) a las propias fuentes europeas. Michel de Certeau marca cmo la

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    mediacin del propio mundo europeo en la construccin del "otro" deja en definitiva

    en una radical extraeza incomunicada la ritualidad nativa, porque la interpretacin

    crtica y su sentido slo hablan del Mismo.

    Peter Hulme (1986) ha mostrado cmo el paradjico "dilogo" de las narrativas

    coloniales con el "otro" se cumple, ya sea en el acuerdo o en el conflicto, siempre al

    interior de las propias tradiciones europeas: una inter-textualidad colonizadora,

    monolgica. Esta discusin interior que sucede en el texto acerca del "otro" acalla y

    se alza imperativamente, como lo sealaba de Certeau, sobre las confusas voces y

    oscuras seales indgenas. Y en las diversas figuras que reconstruye Hulme se dice de

    varias maneras el sospechoso topos colonial de la hospitalidad. Marcando el cierre

    ensimismado ante la exterioridad del "otro", Hulme muestra, navegando en aquella

    inter-textualidad monolgica, la diferenciacin en bloque de la escritura colonial

    frente a, y por encima de, la germinalidad nativa de sentidos. En el caso de The

    Tempest de Shakespeare, esto se evidencia en la contraposicin de la "narrativa de

    Prspero" con la potencial "historia propia de Calibn" (Hulme, 1986: 124-125). En el

    caso del "relato de Pocahontas (en sus diversas fuentes y versiones), la rplica

    prepotente de un discurso de privilegios socio-polticos (Pocahontas convertida en

    "princess") se impone sobre prcticas y palabras incompredidas emitidas dentro del

    contexto algonquino de "reciprocidad": desde las lgicas y los intereses nativos

    algonquinos, "los ingleses eran demasiado peligrosos para ser alejados: una alianza

    con ellos deba ser establecida, quizs con vistas a absorberlos en la confederacin

    (Hulme, 1986: 150); y los reproches de Pocahontas a John Smith, en Inglaterra, aos

    despus, slo seran comprensibles al ser remitidos a aquellas prcticas indgenas

    (Hulme, 1986: 152).

    Finalmente, Anthony Pagden tambin seala el recurso a "loci communes" de la

    tradicin europeo-mediterrnea en el "discurso colonial" espaol que operan al modo

    de "sub-textos" en la construccin de la "alteridad" (Pagden, 1982: 7). La teora

    aristotlico-escolstica de la esclavitud y de la barbarie fue reformulada en la medida

    de las necesidades para someter a los indgenas, potenciando a la vez (en proporcin

  • 12

    inversa) los ideales propios. Amrica, en el siglo XVI, fue vista como una extensin, en

    un nuevo espacio geogrfico, con las dimensiones familiares y fantsticas del mundo

    atlntico; as "lo nuevo poda ser siempre satisfactoriamente descripto por medio de

    alguna analoga simple y directa con lo viejo (Pagden, 1982: 11).

    Todas estas mimticas prcticas retricas reiteran la auto-potenciacin de Europa ante

    Amrica. Y entre ellas, especficamente, la cuestin espaola del ganar "honor"

    encuentra, como sealaba arriba, en la evitada declaracin de la "esclavitud natural"

    de los indios y en la inclinacin ms bien por su inerme "infancia", una poderosa

    cualificacin del mbito del auto-reconocimiento (Bennassar, 1976). Europa inventa su

    propia misin mundial: sa es la nica y devastadora hospitalidad que ella requiere y

    reconoce.

    Hospitalidad excesiva: don, gasto y sacrificio.

    Marcel Mauss, en su clsico Ensayo sobre el don, seala cmo, en el estudio de las

    formas de intercambio y contrato en sociedades primitivas o arcaicas, se mezclan

    instituciones econmicas, religiosas, jurdicas y morales, fenmenos estticos y

    morfolgicos, constituyendo fenmenos sociales totales (Mauss, 1991: 147 y 274-

    275). Dentro de esa temtica omniabarcadora, Mauss especficamente estudiar la

    cuestin sobre

    cul es la regla del derecho y del inters que, en las sociedades de tipo atrasado o

    arcaico, hace que el presente recibido sea obligatoriamente retribuido, qu fuerza

    hay en la cosa que se da que hace que el donatario la retribuya (148).

    Se tratara, enfatiza Mauss a los fines morales que persigue, de devolver el capitalismo

    a las fuentes originales del don; no de una ausencia del mercado en las sociedades

    primitivas, sino de otro tipo de mercado, con su economa y su moral, que est

    subyacente en las formas contemporneas de economa y sociedad (148). En aquel

    otro mercado, no son individuos los que se obligan mutuamente, intercambian y

    contratan, sino colectividades (directamente o por intermediarios) (150); intercambian

  • 13

    no slo bienes econmicos, sino fiestas, ayudas militares, rituales, etc.; y lo hacen de

    forma voluntaria y obligatoria a la vez: son dones contractuales. Todo esto

    constituye el sistema de prestaciones totales (151), colectivas y de mltiples bienes.

    Esta reciprocidad del don no es algo meramente primitivo sino arcaico: est en la

    base de toda economa y de toda vida social:

    Es sobre un sistema de obsequios ofrecidos y retribuidos en plazos que son

    edificados, por un lado, el trueque (acercando los tiempos del don y la retribucin) y,

    por otro, la compra y venta (a travs de la moneda) y tambin el precio (199).

    Mauss destaca en la expresin chinook potlatch, cuyo significado sera segn su

    propio nfasis -traduttore: traditore (traductor: traidor)- alimentar = dar, y lugar

    donde uno se sacia = recibir 1) el principio de rivalidad y antagonismo, que se vuelve

    hiperblico en la destruccin suntuaria para eclipsar al rival: el potlatch constituye una

    forma de prestaciones totales de tipo agonstico (152-153). Lo que est en juego en

    estas prestaciones es el mana o fuerza de autoridad y respeto (155): el espritu

    (maor hau: viento de reciprocidad) que circula en las prestaciones, intensificando

    los gestos mutuos y los objetos intercambiados, fuerza-intencionalidad-sentido que

    viene de la selva y est en la cosa misma, en su relacionalidad, en su originariedad de

    don (158-160).

    El nfasis de Mauss est en el carcter espiritual-sustitutivo del mana respecto de la

    mera cosa. En la materialidad de esa fuerza csmica, ese viento opera la fuerza

    relacional originaria del don: su fuerza de pliegue, de vuelta-sobre, de torsin plstica

    constitutiva de la cosa. En verdad no hay tal cosa, sino don 2, siempre sacrificial:

    nunca unilateral, monolgico, pues no sera en ese caso don sino negligencia: acto

    realizado en la indiferencia. As, los tres momentos del potlatch seran: 1. dar; 2.

    recibir; 3. retribuir lo recibido, los cuales ejercen su fuerza uno sobre otro en ambas

    direcciones.

    1 Franz Boas, quien hace los primeros registros del potlatch, seala que en chinook el trmino refiere a

    lo consumido por el fuego (Boas, 1966). 2 Como no hay cosa sin voz para Bajtin (Bajtin, 1999a: 383, nfasis en cursiva en el original); o no hay

    cosas sin palabras, o sin significacin para Appadurai (Appadurai, 1991: 19).

  • 14

    El potlatch, por tanto, no acta slo desde/sobre comunidades humanas y cosas (lo

    que sera un sociologismo reductivo, el que ha devenido por la racionalizacin de la

    semiologa moderna), sino tambin desde/sobre la naturaleza (164-165), porque son

    los dioses quienes hacen el don original (166-168). Pero el nfasis de Mauss no va a

    estar en estas relaciones extra-sociolgicas, sino en la evolucin antrpica que ha

    llevado al comercio, a la paz social, a la equidad (bajo la metfora de la Mesa Redonda

    del Rey Arturo), a la civilidad, al civismo, los cuales fundan una sociedad y una

    sociologa modernas (278-279). Le preocupa la reduccin de la vida social al

    individualismo de lo til: es necesario, como conclusin de moral y contra el

    utilitarismo de la economa moderna (266), volver a una nueva solidaridad

    (Durkheim), no tradicional, pero arcaica, como roca de toda vida social: la solidaridad

    del don(-recepcin-retribucin) (263-264). Pero el precio de esa fundamentacin es

    la proyeccin del sentido de realidad nico que aplana el don contra el

    intercambio. 3

    Veamos las crticas a esta disolucin del don en el intercambio:

    Dice Georges Bataille en El gasto (1933):

    La actividad humana no puede reducirse ntegramente a procesos de produccin y

    conservacin (Bataille, 2008: 113) Por terrible que fuera, la miseria humana nunca

    tuvo una influencia suficiente sobre las sociedades para que la preocupacin por la

    conservacin, que le da a la produccin la apariencia de un fin, prevaleciera sobre la

    del gasto improductivo. y los miserables no tienen otros medios para entrar en el

    crculo del poder que la destruccin revolucionaria de las clases que lo ocupan, es

    decir, un gasto social sangriento y absolutamente ilimitado (118).

    Acrticamente (o tal vez ms bien a contrario, en actitud defensiva),

    La economa clsica imagin que el intercambio primitivo se efectuaba en forma de

    trueque: en efecto, no haba razn alguna para suponer que un medio de adquisicin

    3 Lvi-Strauss har lo mismo con la lgica binaria que opera ya en El pensamiento salvaje (Lvi-Strauss,

    1975). Son pensamientos ms preocupados por salvar la arbitrariedad de la imposicin con una mitologa

    historizante, arcaizante; lo que les impide abrirse a las rupturas interculturales y fortalece su

    eurocentrismo.

  • 15

    como el intercambio no tuviera origen en la necesidad de adquirir que actualmente

    satisface, sino en la necesidad contraria de la destruccin y la prdida (119).

    As,

    en tanto juego, el potlatch es lo contrario a un principio de conservacin: pone fin a

    la estabilidad de las fortunas tal como exista dentro de la economa totmica, en la

    que la posesin era hereditaria 4 (122).

    Desde aquella perspectiva popular, Bataille reinterpreta el materialismo histrico,

    rascando la cscara del capital y dejando aparecer debajo el don (no integrado al

    intercambio), el gasto, el sacrificio:

    la conciencia popular se reduce a mantener en el fondo el principio del gasto

    (126); es una concepcin del gasto social agonstico: la lucha de clases se vuelve la

    forma ms grandiosa del gasto social cuando es asumida y desplegada, esta vez por

    parte de los obreros, con una amplitud que amenaza la existencia misma de los amos

    (129). En la agitacin histrica, slo la palabra Revolucin domina la confusin

    habitual y trae consigo unas promesas que responden a las exigencias ilimitadas de las

    masas Esa es la sangrienta esperanza que cada da se confunde con la existencia

    popular y que resume el contenido insubordinado de la lucha de clases (131).

    En su Teora de la religin, Bataille afirmar que el sacrificio es abandonar y dar

    (Bataille, 1998: 52): el sacrificio es la anttesis de la produccin, de su acumulacin y

    su duracin en un tiempo previsible; es el consumo que no tiene inters ms que por

    el instante mismo, y por eso suele metaforizarse en la combustin del fuego (53). 5 El

    4 La fijacin estatal de un nico sentido de realidad y un estado-de-ser, con su espacio-tiempo, sus

    identidades y sus epistemes, parece fundarse en afinidad electiva con la economa acumulativa del capital,

    que racionaliza el gasto (lo restringe) o lo excluye de la razn (el clculo y la medida racionales), una

    razn que lleva cuentas. 5 La guerra, en cambio, diferente al sacrificio, subordina la violencia a la ms completa reduccin de la

    humanidad al orden de las cosas (Bataille, 1998: 62); violencia-clculo, medio en relacin con un fin.

    Aquella red colonial de hospitalidad y guerra indica una lgica del sacrificio, o el sacrificio sometido a la

    continuidad argumentativa del lgos. As, sin la esclavitud, el mundo de las cosas no habra alcanzado su

    plenitud (de cosa) (62). La moral establece el dualismo sagrado/profano en trminos de puro/impuro, y

    la razn permite la duracin y la operacionalidad estableciendo el orden de las cosas a travs de la

    determinacin de la forma universal, siempre idntica a s misma, de la cosa y de la accin (73-75): lo

  • 16

    sacrificio cuestiona la acumulacin capitalista y la lgica militar de la guerra como

    instrumentacin de la violencia, tanto en la dominacin como en la revolucin

    domesticada.

    Jean Baudrillard, en las pginas introductorias de El intercambio simblico y la muerte,

    expresa la salida del encierro acumulativo del don y del contra-don en una violencia

    simblica ejercida como extremacin de la violencia estructural, que revoluciona la

    reversibilidad del trmino contra s mismo. Operacin del nihilismo nietzscheano como

    extremacin hiperblica que encuentra una apertura en la extenuacin, el absurdo y la

    contradiccin. Salida de todo sistema de diferencias a un afuera negativo:

    hay que interpretar a Mauss contra Mauss, a Saussure contra Saussure y a Freud

    contra Freud. Reversibilidad del don en el contra-don, reversibilidad del intercambio

    en el sacrificio, reversibilidad del tiempo en el ciclo, reversibilidad de la produccin en

    la destruccin, reversibilidad de la vida en la muerte, reversibilidad de cada trmino y

    valor de lengua en el anagrama: una sola gran forma, la misma en todos los dominios,

    de la reversibilidad, de la reversin cclica, de la anulacin; la que en todas partes pone

    fin a la linealidad del tiempo, a la del lenguaje, a la de los intercambios econmicos y

    de la acumulacin, a la del poder (Baudrillard, 1993: 6). 6

    Por eso, para Baudrillard,

    la nica estrategia es catastrfica, y en absoluto dialctica. Hay que llevar las cosas al

    lmite, donde naturalmente se invierten y se derrumban. tal es la nica violencia

    simblica equivalente y triunfante de la violencia estructural del cdigo (9, nfasis en

    cursiva en el original). No nos queda ms que la violencia terica. La especulacin a

    muerte, cuyo nico mtodo es la radicalizacin de todas las hiptesis (10).

    En el artculo La economa poltica y la muerte Baudrillard llama inhumana a esta

    exclusin, que escapa de la relacin recproca. Hay una secreta vinculacin entre

    sacrificio y comunidad ampliada de seres (animismo): un medio inhumano. El

    divino se hace racional y moral y rechaza lo sagrado nefasto (negro; que en la intimidad sacrificial

    arcaica estaba en polaridad con lo sagrado fasto, blanco) del lado profano (76). 6 Asimismo Arjun Appadurai seala: Sociologizar excesivamente las transacciones en cosas es una

    tendencia adjudicada a Mauss (Appadurai, 1991: 19).

  • 17

    sacrificio implica una relacin dialgica con animales, dioses, elementos csmicos

    (paradigmticamente el fuego) y objetos; mientras que el intercambio aplana la

    relacin a una topografa social de humanos con humanos:

    Y no solamente para con los nios y los canbales; nuestra cultura, al profundizar su

    racionalidad, ha extrado a lo inhumano sucesivamente a la naturaleza inanimada, a los

    animales, a las razas inferiores (Baudrillard, 1993: 144). Los salvajes, que no

    hipostasan el alma ni la especie, reconocen la tierra, el animal y los muertos como

    socius (144, nota 1). Los espritus y los dioses son tambin otros seres reales, vivos y

    diferentes, y no una esencia idealizada (163). 7

    Esta ruptura o restriccin de aquel extenso dilogo csmico que opera en la praxis

    sacrificial lleva a la comprensin en una nueva trama de creencias: la muerte como

    final, fuera de la vida, y la unilateralidad acumulativa de la verdad e imperativa del

    deber (incluso con los muertos y la muerte) en la soledad de la vida de humanos entre

    humanos. Una de sus obsesiones es la muerte; tal vez por su inquietante proximidad

    con la comunidad humana de los vivos que se aparta y cancela. Para Baudrillard,

    muerto como no-vivo, separado de toda vida, y la vida separada de todos los cuerpos

    muertos: la distincin vivo / no-vivo (muerto como no-vivo; donde impera la lgica de

    la vida es la vida la muerte es siempre la muerte, 170, nota 20), consolida una

    oposicin que slo nosotros (modernos) hacemos, y en la que fundamos nuestra

    ciencia y nuestra violencia operacional. Ciencia, tcnica, produccin, suponen ese

    corte de lo vivo y lo no-vivo (muerto como no-vivo), con privilegio de lo no-vivo, que es

    lo que funda la ciencia en todo su rigor: no hay objeto (cientfico) real sino muerto,

    es decir, relegado a la objetividad inerte e indiferente (153, nota 7). 8 El doble

    primitivo: sombra, espectro, reflejo, imagen, espritu material casi visible an, es

    sometido a una reduccin unilateral y unificante:

    7 As radicaliza Baudrillard su crtica del capitalismo que descansa en el habitus (en sentido bourdieuano)

    del intercambio: lo social mismo no existe en las sociedades primitivas. El trmino de primitivo

    est hoy da eliminado, pero habra que eliminar el trmino igualmente etnocntrico de sociedad

    (Baudrillard, 1993: 158, nota 13). 8 Tambin Bajtin, en Hacia una metodologa de las ciencias humanas, sealaba que las ciencias naturales, y haca la diferencia con las ciencias humanas, tratan con cosas y no conversan con ellas

    (Bajtin, 1999a).

  • 18

    el Dios nico tiene que ver en todo con la forma de un poder poltico unificado, y para

    nada con los dioses primitivos. Igualmente, el alma y la conciencia tienen que ver en

    todo con un principio de unificacin del sujeto, y para nada con el doble primitivo

    (162).

    El principio de subjetividad ideal que es el alma remite la proliferacin de los dobles

    y de los espritus a los

    corredores espectrales, larvarios, del folklore inconsciente, como los dioses antiguos

    transformados en demonios por el cristianismo, sombra asesina, imagen de todos los

    muertos rechazados y olvidados y quienes, es muy normal, no aceptan nunca no ser

    nada para los vivos (164); el doble hostil, el muerto hostil no encarna otra cosa que

    el fracaso del grupo en preservar su material de intercambio simblico (165, nota 16).

    Lo peligroso-poderoso se incentiva y desata fuera del ritual que pretende clausurar las

    reciprocidades calculadas y con cierre de balance (duelo), pero que no logran consumir

    las fuerzas de los espectros barrosos y ambulantes de vida-muerte en la sempiterna y

    alejada gloria fijada en lo alto (Arteaga, 2013).

    Como seala Baudrillard, en la forma acabada de lo universal religioso, como en la de

    lo universal econmico el capital cada cual vuelve a encontrarse solo; ambos

    universales destruyen las comunidades arcaicas e interiorizan la angustia de la

    muerte (168). Lo universal nico: Dios, Capital, Razn, Estado, Sujeto, cada uno en su

    encaje sobre el otro, individualiza, moviliza a cada uno con lo suyo, reflexivamente, lo

    saca de las refracciones infinitas de los otros (Bajtin, 1999b) y de las relaciones

    csmicas extensas. All

    La muerte real/imaginaria la nuestra (moderna, desde el siglo XVI) no puede sino

    rescatarse en un trabajo individual de duelo, que el sujeto cumple por la muerte de los

    otros y por l mismo desde su propia vida (171).

    La muerte-fuera-de-la-vida, individual, desvinculada, se anticipa como amenaza de

    prdida de lo acumulado y como angustia por s. No hay ya all fiesta, derroche,

    despilfarro, gasto, don, sacrificio, que en ningn caso son prdida angustiada y

    defensiva de lo acumulado: el sacrificio festivo que despilfarra/gasta el capital es

    semiopraxis crtica en manos de la comunidad local de seres (Grosso, 2012a). Contra

  • 19

    ello se instaura la economa poltica de la reciprocidad calculada y ajustada de los

    intercambios y el colonialismo del intercambio unilateralmente acumulativo.

    Un sentido comn del intercambio homogeneiza todo el amplio espectro de las

    relaciones; hace del don y el sacrificio meras contrapartes de un comercio

    universal. Como revela Baudrillard, la distorsin a que somete el psicoanlisis a las

    sociedades primitivas es del mismo orden -pero en sentido inverso- a la que las somete

    el anlisis marxista. Del modo siguiente:

    Para los antropomarxistas, la instancia de lo econmico est presente y es

    determinante tambin en este tipo de sociedades, simplemente est

    escondida, latente, mientras que entre nosotros se manifiesta; pero esta

    diferencia se considera secundaria, el anlisis no se detiene en ella y pasa sin

    ninguna dificultad a su discurso materialista.

    Para los antropopsicoanalistas, la instancia del inconsciente est presente y es

    determinante tambin en este tipo de sociedades, es manifestada,

    exteriorizada, simple y espontneamente, mientras que entre nosotros es

    latente, reprimida; pero esta diferencia no afecta lo esencial, y el anlisis

    contina imperturbable su discurso en trminos de inconsciente (Baudrillard,

    1993: 161-162).

    Entonces,

    Si los hay que sobreestiman su propios procesos psquicos al punto de exportar su

    teora, como lo hemos hecho con nuestra moral y con nuestra tcnica, al corazn de

    todas las culturas, se es Freud y toda nuestra cultura psicologista. La jurisdiccin del

    discurso psicolgico sobre todas la prcticas simblicas aquellas, deslumbrantes, de

    los salvajes, la muerte, el doble, la magia, pero tambin en las nuestras actuales es

    ms peligrosa an que la del discurso economista; es del mismo orden que la

    jurisdiccin represiva del alma o de la conciencia sobre todas las virtualidades

    simblicas del cuerpo. La reinterpretacin de lo simblico por lo psicoanaltico es una

    operacin reductora (165).

  • 20

    Lo cmico, la risa, conspiran contra la seriedad cotidiana de este sentido comn de

    todo don reducido a intercambio y sus instituciones (entre las que se cuentan las

    propias ciencias sociales y humanas). Jacques Derrida, en De la economa restringida a

    la economa general. Un hegelianismo sin reserva, retoma en este sentido la crtica de

    Bataille a la dialctica hegeliana (Derrida, 1989). El epgrafe inicial del texto, tomado de

    Bataille, Hegel, la muerte y el sacrificio: l (Hegel) no saba hasta qu punto tena

    razn (Derrida, 1989: 344), somete la seriedad de los alcances a la comicidad de sus

    lmites. El nihilismo, en el martilleo Nietzsche-Bataille-Derrida, lleva por su pendiente a

    la risa, desbarranca por exacerbacin del sentido en el ridculo, el absurdo, la

    carcajada. Dice Derrida:

    nicamente la risa excede la dialctica y al dialctico: slo estalla a partir de la

    renuncia absoluta al sentido, a partir del riesgo absoluto de la muerte, a partir de lo

    que Hegel llama negatividad abstracta (es decir, irreductible a positividad por cualquier

    trabajo serio de la negacin) (351). Lo cmico absoluto es la angustia ante el gasto

    a fondo perdido, ante el sacrificio absoluto del sentido, sin retorno y sin reserva (352).

    Bataille -enfatiza Derrida- no se toma en serio lo negativo:

    Llegar hasta el fondo del desgarramiento absoluto y de lo negativo, sin medida,

    sin reserva, no es proseguir su lgica consecuentemente hasta el punto en que, en el

    discurso, la Aufhebung el discurso mismo la haga colaborar en la constitucin y en la

    memoria interiorizada del sentido, (es decir) en la Erinnerung (356, nfasis en cursiva

    en el original).

    He aqu lo serio de Hegel, que tapa toda risa, todo azar, toda suerte:

    La necesidad de la continuidad lgica es la decisin o el medio de interpretacin de

    todas las interpretaciones hegelianas (356, nfasis en cursiva en el original).

    Es el sentido comn asumido. La lgica, la lgica dialctica, la Aufhebung, estn en la

    consciencia vulgar, y en ese sentido, en el tejido social de pertenencia, como dice

    Bataille en Mtodo de meditacin. 9 Por lo tanto,

    9 Como la necesidad social en Norbert Elias (Elias, 2000), y las condiciones materiales del pretendido a

    priori de la subjetividad trascendental en Alfred Sohn-Rethel (ver iek, 2003).

  • 21

    Lo que (el nosotros de la Fenomenologa del espritu de Hegel) no ve es el juego sin

    fondo en el que se levanta la historia del sentido. En esta medida, la filosofa, la

    especulacin hegeliana, el saber absoluto y todo lo que estos dominan y dominarn

    interminablemente en su clausura, siguen siendo determinaciones de la consciencia

    [as denominada y despreciada por Hegel] natural, servil y vulgar (Derrida, 1989: 381).

    La economa general del gasto es sometida a la economa restringida de la

    conservacin, la acumulacin y el intercambio.

    Tambin Jean Duvignaud, en El sacrificio intil, cuestiona la reduccin del don a la

    reciprocidad calculada, al intercambio: el don ha sido sometido al mercado, mientras

    el sacrificio va ms all, es don de nada, sacrificio intil:

    dar para que se devuelva, he ah un trmino que huele a su economa de mercado y

    a su negociante. No hemos, con los trminos de cambio, de derroche, de don y de

    contra-don, y de obligacin de devolver, proyectado nuestra imagen del valor?

    (Duvignaud, 1997: 139, nfasis en cursiva en el original)

    Una semiologa homologadora pasa por encima de alteridades y rupturas

    interculturales, impunemente, por el afn hermenetico que homogeneiza la

    diversidad del sentido a lgica. Esto campea en las ciencias sociales y humanas, y en

    la antropologa traductora.

    Se ha hecho de Dios un contador para invertir mejor el don en el sistema de los

    cambios, como se ha hecho del cambio una premeditacin salvaje de la economa de

    mercado (156).

    El don abre el suelo / otro suelo, no es el gesto suelto; es lo que nos abre la tierra en la

    intercorporalidad intercultural. Cul es el sentido en juego all y cmo? Qu sentido?

    Qu est-siendo (Kusch) sentido? All opera un universal-popular-intercultural como

    irrupcin antagnica, quebrada y relacional; un universal dialgico, crtico, dislocante

    (Grosso, 2012a). Luchas culturales (Gramsci), que son luchas simblicas (Bourdieu): las

    distintas figuras del don luchan por hacer valer su apreciacin de las cosas y la red de

  • 22

    relaciones que viene con ellas. Contiendas de valor, las llama Appadurai (Appadurai,

    1991: 37 ss.). 10

    10 Un motivo semejante, calcado sobre Mauss, es el que mueve a Appadurai: En el origen del capitalismo

    hay una narracin cultural en la que las cosas son usadas con un sentido retrico y poltico de

    diferenciacin y distincin social (Appadurai, 1991: 56), intensificando su virtuosismo semitico (el de

    la pimienta en la cocina, el de la seda en la moda, el de las joyas en la presentacin de s; como lo haba

    sido el de las reliquias en el culto cristiano antiguo y medieval) (57). El capitalismo es un sistema

    cultural complejo (68), que en la especulacin financiera como metafetichizacin de las mercancas

    (no slo las mercancas ocultan las relaciones sociales que las sustentan y producen, sino que el

    movimiento de los precios oculta las mercancas mismas al representarlas) se muestra en todo su

    esplendor agonstico, dramtico y ldico, retrico y semitico: como en el kula y el potlatch, la bolsa, la

    ria de gallos, el hipdromo, el casino... donde vale la apariencia, la confianza, el rumor (70-71) An

    as, las contiendas de valor no llegan a ser enunciadas como luchas simblicas, que seran pugnas ms

    radicales, de rupturas interculturales.

    Algo, no obstante lo aqu dicho, anlogo ocurre con el concepto de campo en Bourdieu, que resulta

    (cuasi)determinante. Bourdieu percibe en el campo econmico del management la generacin

    performativa de su propia realidad, teora entre positiva y normativa, que encara con brutalidad la lucha

    entre intereses comerciales y financieros, con un cinismo opuesto en todo a la denegacin y sublimacin

    que tienden a imponerse dentro de los universos de produccin simblica (Bourdieu, 2001a: 228). El

    objetivismo en el campo cientfico fue denunciado por Bourdieu como aquella posicin sumamente

    interesada en mostrar el mayor desinters, interesada en el propio desinters, tal como lo muestra en El

    sentido prctico, (Bourdieu, 1991). Aqu hay un objetivismo pragmtico operando en el campo

    econmico. Pero Bourdieu suaviza aqu la torsin simblica en el campo econmico y fortalece la fuerza

    determinante de las grandes empresas y first movers (primeros jugadores en la produccin y el mercado)

    en la definicin performativa de la realidad; as como simultneamente, en el campo cientfico, ir

    garantizando cada vez ms explcitamente la verdad Ilustrada de la crtica mutua entre cientficos como

    realismo de la Razn (ver Bourdieu, 2001b). De este modo, se pierde aquello que Bourdieu haba

    sealado como propio de la distorsin simblica (transfiguracin y desfiguracin): que las apuestas y las

    luchas, la inversin originaria y la creencia en el valor dominante en el campo, se naturalizan en el inters

    en el desinters (ver Bourdieu, 1998). La estructura econmica es precisamente simblica: impuesta

    como realidad, y es lo que hace aparecer la competencia entre los agentes del mercado como conflicto

    indirecto (segn la expresin de Simmel, citada por Bourdieu; Bourdieu, 2001a: 232). En el campo

    econmico (y en el campo cientfico socioanalizado), no operara ya la distorsin simblica; o

    estaramos ms bien ante sus operaciones ms consumadas como violencia simblica? El hecho de que

    Bourdieu vea como exteriores factores de cambio introducidos en el campo econmico tales como: los

    descubrimientos petrolferos del siglo XIX, las alteraciones demogrficas (como la baja de natalidad o la

    prolongacin en la duracin de la vida) o en los estilos de vida (como el trabajo femenino y sus nuevos

    mercados) (Bourdieu, 2001a: 232), es indicativo de la estabilidad con que Bourdieu ha investido el

    campo econmico, indica cun estrecha se ha vuelto la perspicacia de Bourdieu para (no) dar cuenta del

    biopoder como poltica del capitalismo de consumo; como si estos cambios no hubiesen sido generados

    por los propios agentes econmicos (por sus propias fuerzas internas en pugna competitiva, y saliendo al

    cruce a las luchas simblicas y ahogndolas en el realismo capitalista de la modernidad y el

    desarrollo) en su afn hegemnico, que siempre se desboca respecto de los mnimos de las instituciones

    estructurales porque si no se des-actualiza y perece. Lo econmico es cultural hasta donde no parece,

    hasta donde no muestra serlo para una crtica sociolgica, porque, ms que descansar en estructuras

    firmes, descansa en la slida roca de la confianza, en la grantica solidez fantica de las creencias

    populares, que poseen la misma energa que las fuerzas materiales, segn la expresin de Gramsci

    (Gramsci, 1998: 82). Y esto no debe (o, mejor, puede no) confundirse, a pesar de toda la rigidez de su

    realismo, con el objetivismo de las estructuras. En esas creencias, las luchas simblicas son

  • 23

    Pero,

    una cosa es tensionar el mercado desde el grado cero del clculo en

    contraposicin a la pregnante valoracin de la cultura (como lo hace

    Appadurai) 11;

    otra, es tensionarlo desde el triple movimiento sistmico y funcionalista del

    don / recepcin / retribucin (como lo hace Mauss; donde se enfatiza, con un

    propsito que algunos podran pensar como humanista, el valor de uso

    social radicalmente para-otro, que es la prenda social de toda mercanca y

    que la saca de su fetichismo de mera acumulacin, develando la desigualdad

    en la economa poltica del capitalismo y anunciando una complementariedad

    universal igualitaria por fuera de ella, como lo propuso Marx);

    otra, es tensionarlo desde los conceptos etnogrficos del don, el gasto y el

    sacrificio (como lo hace Bataille);

    y otra, es tensionarlo desde la gestualidad ritual que opera en matrices de

    creacin sedimentadas en la seminalidad colectiva del estar (como lo hace

    Kusch).

    incancelables bajo cualquier formacin de violencia simblica, porque no dependen de las voluntades

    concientes ni de las fuerzas objetivas (en este sentido, las opciones no son o el interaccionismo o las

    estructuras, ver Bourdieu, 2001a: 235, como en la vieja disputa entre fenomenologa y estructuralismo,

    que el mismo Bourdieu dijo haber superado ya hace tiempo, de un modo explcito y programado, en El

    sentido prctico; Bourdieu, 1991), sino que estn activas en la semiopraxis oblicua de los descontentos,

    en esa heteroglosia infinita del discurso de los cuerpos, siempre ya iniciada y de nunca acabar en sus

    rplicas (ant)agnicas. Retomo el concepto de luchas simblicas, en todo caso, y parafraseando a

    Baudrillard (1993), lo hago poniendo a Bourdieu contra Bourdieu. 11 Si todo es mercanca (de hecho o potencialmente); en trminos de Appadurai: si todo puede pasar por

    una fase de su trayectoria social como mercanca (Appadurai, 1991: 33), y si mercanca significa una

    sola cosa (opuesta a cultura y asociada al clculo: el tipo de intercambio calculado que, en mi

    opinin, se halla en el centro del intercambio mercantil, 35), entonces ya no hay luchas simblicas en

    torno a un mercado que se ha autonomizado. El mercado de Appadurai queda preso del realismo

    capitalista: la reificacin capitalista de la realidad hegemnica que vuelve a sus propios trminos la

    regla que mide todo y el universal hermenutico transcultural.

  • 24

    La crtica del intercambio y de la acumulacin por el don, el gasto y el sacrificio se

    sustenta en la experiencia existencial de sus crticos y los mapas conceptuales que

    producen. Pero lo que en justicia poscolonial opera como poltica intercultural y

    semiopraxis crtica es un hacer-sentido relacional y colectivo que envuelve en las

    matrices locales de creacin a travs de la gestualidad ritual (Kusch, 1976) y la

    economa emotiva (sus pausas, sus afectos, sus intuiciones, sus sensibilidades, sus

    estados de conciencia) que la anima. No constituye una estrategia de interpretacin,

    un esquema analtico nacido de una inmersin fenomenolgico-hermenutica, una

    traduccin intelectual, sino un saber semioprctico en medio del estar que hace

    devenir imperceptible (Deleuze y Guattari, 1994), desfondamiento de todo anclaje en

    el sujeto separado, muerte-en-vida y vida-en-la-muerte esquivamente cristianas, que

    anticipan as el conocimiento csmico material en el que sedimenta, pero que siempre

    se realiza en la masa de una dectica discursiva determinada, con sus narrativas de

    seres-en-relacin localmente orientados, que slo tarda y suplementariamente vienen

    a tener lenguas.

    Matrices de creacin y justicia poscolonial.

    El pensar popular evidentemente no tiene inters en concentrar

    entonces la verdad en la proposicin, sino de referir a una

    verdad que se instala en el existir mismo, con la cual

    se juega la ubicacin en el estar no ms.

    Rodolfo Kusch. La negacin en el pensamiento popular. p. 32.

    Siento que hemos sido tocados con Alejandro Haber por esas matrices locales de

    creacin y su comunidad de seres. Y esa vieja amistad nos volvi a unir ahora desde los

    lazos en que nos envolvieron las gentes de Antofalla (Haber, 2010), de Bombori

    (Grosso, 1994), de la mesopotamia santiaguea (Grosso, 2008a), con quienes

    decidimos hacer de la investigacin un estar-noms, una no-metodologa (Haber,

    2011).

  • 25

    Hay palabras, gestos, maneras, que quedan dando vueltas en torno nuestro mucho

    tiempo. Hace algunos aos que percibo el giro narrativo en la escritura y la expresin

    oral de Alejandro. Haba comprendido, hace algunos aos ms, lo que conlleva la

    semiopraxis del narrar en dilogo con Michel de Certeau (de Certeau, 2000; Grosso,

    2005b; 2007; 2008a; 2010b); ha sido el elemento mismo en que he elaborado el

    concepto de semiopraxis. Pero lo he sentido al escuchar y leer a Alejandro. Tomado

    por la narracin, termino este texto llegando a lo que al fin y al cabo de tanta

    hospitalidad quiero decir:

    En abril de 1993 sub por primera vez caminando desde Macha, en el Norte de Potos,

    hasta Santiago de Bombori, que se encuentra en el altiplano boliviano a 3.800 metros

    de altura. El trnsito vehicular automotor era, entre Macha y Kulta, muy espordico, y

    ascendiendo hacia Bombori, nulo. Slo en el mes de julio, fiesta del santo, patrono de

    los yatiris (shamanes), el flujo automotor se vuelve intenso, transportando

    contingentes de peregrinos que llegan con sus yatiris del amplio entorno, en un radio

    que va desde el Lago Titicaca y el norte de Chile a Santa Cruz de la Sierra y la zona

    limtrofe norte de Argentina. Camin solo desde las 6 de la maana, hasta que, pasado

    el medioda, al iniciar el ascenso del macizo donde se encuentra Bombori, me encontr

    en el camino con Tefilo Cabezas Estrada, que volva a su comunidad, Kayni, vecina de

    Bombori, con su rebao de llamas cargadas con arroz, papa, condimentos, maz, lana

    que haba recibido en los valles bajando hasta Sucre, a una semana de distancia, al

    entregar las habas y chuo (papa disecada) que haba ido transportando en el viaje de

    ida. Dos veces al ao haca ese viaje de 15 20 das. De ah en ms caminamos juntos

    el camino de Bombori, y fue su casa mi lugar de llegada a la zona todo ese ao. Tefilo

    asimismo me acompa en varios trechos de la investigacin. Yo estaba all invitado

    por Tristan Platt para realizar una investigacin para mi tesis de maestra en historia

    andina sobre adivinacin y mestizaje en torno a la imagen y al culto de Santiago de

    Bombori. 12

    12

    Vide in extenso Grosso, 1994.

  • 26

    Tefilo era un muchacho de unos 20 aos, hablaba quechua y algo de aymara como

    lengua materna, y haba aprendido espaol en la escuela, donde haba hecho la

    primaria. Desde aquel momento pasamos horas conversando. l se interes mucho en

    el tema de la tesis y yo encontr en l una mano que me guiara, unos pasos a seguir y

    una voz que traduca lo que con mi incipiente quechua apenas entresacaba en palabras

    sueltas del habla aymara-quechua de la regin. Fui introducido de este modo en la

    hospitalidad local desde que llegamos esa tarde a su casa, donde viva con sus padres y

    hermanos. Me recibieron para pasar la noche, cedindome Tefilo su cuarto, a unos 20

    metros de la casa de sus padres, junto a los corrales de llamas, donde l dorma

    habitualmente sobre un colchn de pajas entramadas.

    Como en todas las casas de la regin, la vida diaria pasa entre las tareas en el campo,

    el patio donde estn los corrales, y el lugar de estar y comer, donde se guarda un gran

    cesto con granos. En este espacio comimos maz molido y papa con algunas habas. En

    las paredes colgaban un gran mapamundi que ocupaba gran parte de la pared frente a

    la puerta y dos fotos: una de la ciudad de Frankfurt y otra de un paisaje de montaas,

    lagos y bosque. El padre de Tefilo me deca que les gustaba mucho saber de otros

    lugares, y me preguntaron aquel atardecer muchas cosas de Argentina y de Colombia

    (de donde yo vena en ese momento, donde conoc a Tristan y donde cursaba mis

    estudios de maestra). La apertura cotidiana al mundo que me manifestaban chocaba

    con mis prejuicios y expectativas, y no sala yo del asombro de hallar, en aquella

    pequea pieza, en medio de la aplastante extensin altiplnica, a 3.800 metros de

    altura, aquellas imgenes, aquellas personas, aquel inters, aquella conversacin. Fui

    acogido sencillamente desde aquel pequeo lugar en el mundo, que se abra y me

    daba un sitio en cada gesto de hospitalidad: la mano estrechada, el asiento, el dilogo,

    la comida, el cuarto para dormir, el lecho

    Tefilo era el hermano mayor y por tanto quien colaboraba todo el tiempo con su

    padre. En las seis horas de camino que habamos compartido el da anterior, mientras

    le comentaba a Tefilo sobre lo que me interesaba estudiar en Bombori, le pregunt si

    podra acompaarme en los das siguientes. Me dijo que le gustara y que deba hablar

  • 27

    de eso con su padre. Esa maana habl con su padre, quien le dio permiso para que

    durante todo ese da anduviera conmigo. Le haca gracia a Tefilo que cosas tan

    cotidianas para l pudieran interesarme tanto y las bordeara de preguntas, y que me

    hubiesen llevado a viajar tan lejos y a estar con l en Kayni y en Bombori. Yo llevaba

    conmigo una mquina de fotos y una grabadora pequea. Entonces me dijo: yo te

    acompao y t me sacas algunas fotos de mi familia y me grabas cantando algunas

    canciones con el charango. As acordamos, algo que no era un intercambio sino un

    encuentro de dones, inconmensurables, valiosos para ambos, pero sin moneda ni

    clculo mediador. Entraba yo as con lo que llevaba en m en una matriz ritual,

    sacrificial por el gasto sin medida que lo contuviera con el que pudiera reemplazarse o

    trocarse los bienes.

    Anduvimos ese da por Bombori, recorriendo, mirando los lugares, tocando piedras y el

    agua del ro, conversando (a travs de sus dilogos) con la gente del lugar. Tefilo me

    preguntaba sobre la investigacin porque quera saber qu era lo que me interesaba,

    intervena con sus opiniones y armaba las preguntas que le hara a sus vecinos. Luego,

    cuando conversbamos nuevamente entre casa y casa, me comentaba sorprendido

    aquellas cosa que l no saba y que la gente le iba contando. En algunas ocasiones nos

    encontramos con viejos que slo hablaban aymara, y alguien de la familia traduca al

    quichua para Tefilo, y l para m al espaol. Las lenguas eran parte de los dones

    inconmensurables que se vertan en el dilogo, con sus equvocos y ambigedades.

    Subimos esa tarde a uno de los cerros que rodean Bombori, visitamos un ingenio de

    mineral abandonado, as llamado de los espaoles, y levantamos cermicas rotas en

    ese lugar. Nos sentamos luego en la falda, alejndonos de las casas, a escuchar las

    historias que habamos registrado. Conversamos. Una historia hablaba de Bolvar

    cuando haba pasado por Bombori. Otra, del Tata Bombori (como llaman al Santiago) y

    del Tanka Tanka (cerro dominante en la regin, jorobado), de una lucha entre Tata

    Bombori y los diablus que haba ocurrido en la cima de ese cerro. Luego Tefilo tom

    su charango y me pidi que lo grabara cantando. Las canciones eran de l, sobre

  • 28

    cuestiones de amor. Grabamos una hora y me pidi escucharse cantar. Le resultaba

    muy divertido orse cantar: nunca haba tenido esa experiencia.

    En los das siguientes se dedic a las tareas del campo con su padre y yo anduve solo

    por Bombori. Me qued una semana, como estaba previsto, y al regresar dej al

    costado la comunidad de Kayni por no apartarme del camino, siendo que deba llegar

    en aquel da caminando hasta Macha, a unas 14 horas de marcha.

    A las tres semanas volv para quedarme otra semana en Bombori. Llegu primero a

    Kayni, a casa de Tefilo y sus padres. Yo llevaba impresas las fotografas que les haba

    sacado un mes atrs, en el patio, con las llamas en los corrales, a toda la familia. Fue

    inmensa su alegra. Ese da segu camino a Bombori, a menos de una hora, cruzando el

    ro. Quedamos con Tefilo en vernos all al da siguiente, una vez que conversara con

    su padre para que le permitiera acompaarme. En la maana lleg a la comunidad de

    Bombori, donde yo haba alquilado un cuarto. Anduvimos recorriendo juntos la zona

    todo aquel da. Yo llevaba los registros de audio de la visita anterior, que volvimos a

    escuchar y recolectamos otros nuevos. Al final de la tarde, Tefilo me pidi escuchar

    otra vez sus canciones. Se rea inconteniblemente al orse. Al llegar la noche, nos

    tiramos boca arriba sobre el pasto y hablamos un rato sobre las estrellas, de donde

    hace un ao me surgi este relato:

    Fue a 3.800 metros de altura, en el altiplano del norte del Potos, cuando gir una

    idea de la tierra al cielo hace diecinueve aos, en una noche tachonada de estrellas

    encima de las narices, que cubra con su manto la ancestral potencia del cerro tutelar,

    rebautizado San Cosme, dormido en la vecindad de Bombori. Y pens, como un

    programa an no cumplido pero largamente realizado por los seres que lo pueblan, en

    hacer la topografa nocturna trazando aquellas tramas de seales areas en la piedra

    viva, o, al revs, alzar los caminos y relaciones gestuales del suelo sobre el oscuro

    fondo del cielo de donde llega el don inconmensurable y sacrificial del rayo. As los

    circuitos rituales de Tata Bombori inundan de vida los ayllus en una agricultura

    invertida. Y entonces no cupe de saber junto a Tefilo, que imaginaba risueo la locura

    de decirlo, cuando era habitual para los seres del lugar contar con ello sin precisar el

  • 29

    nmero ni la figura ni la cartografa: slo lneas cruzadas en la comunidad de amores y

    desencuentros. Pero en m produjo un temblor y an siento en los pies esa desazn

    con la que traspas y cav all su suspenso la esperanza incontenible de lo que viene a

    guardarnos en su olvido, pleno de silencios y gratitudes. Y qued en m esa promesa

    segura, al tener su cumplimiento en quienes hacen da a da, noche a noche, esos

    pases, y quedo en ellos (Grosso, 2012c).

    Entrada la noche, Tefilo volvi a Kayni y yo segu solo toda esa semana en Bombori.

    Muchas veces volv ese ao, cada dos o tres semanas, a Kayni y a Bombori. En

    noviembre llegu a la casa y Tefilo estaba recin casado, haca unos 12 das, con una

    muchacha de la comunidad de Kulta. Igualmente me ofreci su cuarto para quedarse,

    y l se traslad a otro con su reciente esposa. Mis negativas no pudieron vencer su

    insistencia. Esa vez llev ms fotografas y algunos comestibles que escasean en el

    altiplano: yo vena desde Sucre, de los valles, donde resida.

    Cuando volv, a las semanas, quedamos en hacer una visita a un yatiri de Bombori que

    haca hablar a los cerros en un ritual llamado kawiltu (cabildo), la prctica

    adivinatoria y de consulta ms poderosa en la regin, que muy pocos saben hacer.

    Fuimos Tefilo, su hermano, Virginie Royer de Vricourt (colega investigadora con

    quien coincidimos esa vez) y yo. Aport los cigarrillos, el alcohol y la coca necesarios

    para el ritual. Tefilo traduca, porque el yatiri no hablaba espaol. Estbamos

    encerrados en una total oscuridad a pleno da en la casa del yatiri. Se avecinaba una

    tormenta, el cielo estaba cubierto y resonaban poderosos truenos. El Tanka Tanka

    est enojado, dijo el yatiri. Y comenz con sumo cuidado y prudencia el kawiltu.

    Tefilo consult sobre sus llamas, porque algunas se estaban muriendo, y recibi unas

    indicaciones de Santa Wara Wara (Santa Brbara), quien lleg con sus llamitas y

    ovejitas: Tefilo deba traer guano de Kulta y arrojar en su corral; es que Santa Wara

    Wara, patrona de Kulta, estaba enojada porque no haba casado con su mujer en

    Kulta, sino en Bombori, y entonces la fiesta se haba hecho all, olvidando las challas

    para ella. Nosotros, con Virginia, preguntamos si Tata Bombori estaba contento con

    nosotros, con nuestro estudio, y el turri mallku (la torre-cerro de la iglesia de Santiago

  • 30

    de Bombori) respondi que debamos estudiar con respeto, haciendo las challas y

    pidiendo permiso, que as bamos bien. Siempre con respeto, dijo el turri mallku, es

    decir, dejndonos tocar por la relacin con esa fuente poderosa que nos abra paso.

    En diciembre fue la ltima vez que nos encontramos con Tefilo, pas por su casa y yo

    estaba con poco tiempo. Fue un viaje rpido que armamos con Virginie, en su jeep,

    desde Sucre. Ella revisaba por ltima vez algunos tramos de su investigacin en Macha

    y yo haca lo propio en Bombori. Era diciembre, estaba prxima la Navidad y

    viajbamos a nuestros pases de origen. Mi padre estaba muy enfermo en Argentina,

    en la fase ya muy avanzada de una enfermedad terminal. Haba varias consultas que

    deba hacerle a Tefilo sobre las entrevistas que habamos realizado, algunas faltaban

    traducir. Tefilo habl con su padre y quedamos en que esa vez deba darle dinero (sin

    definir cunto) por ese da de trabajo. Fue una jornada, unas horas, de mucha presin.

    No se pareca en nada a las anteriores estadas. En un momento la comunicacin se

    volvi tensa, Tefilo se esforzaba por responder a mis preguntas que volvan sobre las

    mismas partes de las entrevistas o sobre un mismo tema. La violencia y el sacrificio se

    tornaron instrumentales, para sacar informacin. Pero siento que en ese momento yo

    no entenda nada y que todos los aprendizajes ya se haban dado antes, en las

    anteriores estancias. Con Virginie tenamos prisa por regresar a Sucre ese mismo da.

    Hicimos la tarea y le di a Tefilo un dinero del cual tom slo una parte, en billetes y

    monedas; no quiso recibir ms. Nos despedimos con tristeza. Me volv rpidamente en

    el jeep a Sucre con Virginie.

    An queda all una parte de m que no s cunto es y que ha sido tomada en

    encuentro de dones y sacrificio por las matrices de creacin de Kayni y Santiago de

    Bombori. Es lo que an me ata a aquellas fuerzas. Es tambin para m fuente de poder

    y proteccin. Me debo a aquellos lazos locales, pero no en el narcisismo de la deuda

    (es aquello que no pude pagar con dinero en el ltimo encuentro), sino por la

    disruptiva imantacin relacional de sus dones.

  • 31

    Supe desde entonces que una tesis, como cualquier investigacin, es un aprendizaje

    existencial que me/nos toca en terreno y que, por los protocolos de la academia, se

    escribe en pginas en blanco. Pero, como todo en la vida, lo que vale es lo que queda,

    lo que sigue estando.

    Para quien llega, las personas y comunidades americanas oscilan entre el silencio

    crptico y la recepcin ingenua: al lado del silencio lgubre, el gesto amable. Pero el

    extranjero vagamente percibe que en el acto de recepcin esa gente le abre un sitio y

    le da un nuevo lugar que recrean a lo largo y ancho la constelacin entera de

    relaciones. All, arcaicas matrices epistmico-prcticas de creacin muestran su mayor

    flexibilidad a travs y a lo largo de las adversidades del colonialismo. Estas lenguas

    silenciosas son la semiopraxis del sacrificio en el que un don extremo desde otros

    espacio-tiempos introduce nuevos seres en relaciones rituales. En medio de ellos, nos

    transformamos, nos convertimos en otros. La tica colonial es invertida/investida por

    una excesiva hospitalidad. Silencio, demora y afecto abruptamente tocan los bordes

    del orden dominante que se disloca. Nosotros, en un primer momento (y tal vez

    permanentes) extraos, arrogantes, blindados advenedizos, hemos ignorado y

    despreciado esta justicia que proviene de los otros que no dominan, a pesar de que

    esta justicia intercultural postcolonial, en su praxis crtica, toma los ms grandes

    riesgos tericos en una revolucin no-ilustrada.

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