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Entertainment & Humor


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Staff Moderadora

Mir

Traductoras

agus901

Aria

Cereziito24

laurence15

Malu-12

Mir

Mona

Nayelii

nELshIA

Pachi15

ShariBo

Vettina

Correctoras

Curitiba

Elena Ashb

laurence15

maggiih

Nayelii

Neige

Pachi15

Recopilación y Revisión

Curitiba

Diseño

Móninik

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Índice Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Epílogo

Sobre la Autora

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SinopsisAnton Robinson es un estudiante negro de último año que se encuentra a seis

semanas de la graduación. Seis semanas de conseguir la libertad. Y seis semanas de

estar a un paso de no volver a ver a la chica de sus sueños otra vez. Se ha resignado

a ello, aunque de mala gana y con un peso en el corazón, porque sabe que no tiene

ninguna razón legítima para iniciar una amistad con ella. Su interés amoroso,

Emma Chapman, quien se mueve en círculos diferentes, es claramente de un

mundo de ventajas económicas, y simplemente sucede que es blanca. No puede

imaginar que ella podría estar interesada en un chico negro del ghetto. Pero su

suerte cambia cuando es puesto en pareja con ella para una asignación de inglés de

fin de curso, y espera coquetear su camino hacia su corazón.

Emma nunca notó a Anton antes de que iniciaran su proyecto, pero pronto

desarrolla una atracción por él que es innegable. Pasando casi todos los días juntos,

descubren sorprendentes similitudes y marcadas diferencias entre sí que los excita

y los acerca hasta que se embarcan en un romance secreto. Tienen miedo de cómo

reaccionarán sus amigos y familiares, pero reconocen la imposibilidad de mantener

en secreto su amor. Cuando finalmente hacen pública su relación, las

consecuencias son alarmantes, y rápidamente les cambia la vida.

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Capítulo 1Miércoles, 15 de abril

Emma observó a su compañero desde el extremo opuesto del salón de clase.

Él estaba encorvado en su asiento, con sus largas piernas separadas a cada lado de

la mesa frente a él y los brazos cruzados sobre su pecho a la defensiva. Se veía como

si tuviera una actitud, y ella se preguntó si debía hablarle en absoluto.

Estaba molesta de observarlo. Al parecer, a él le importaba muy poco el

proyecto, y mientras ella sentía su irritación creciendo de manera exponencial,

decidió no expresarla. Después de todo, no quería ser responsable de un comienzo

incómodo en su relación de trabajo. Así que forzó una sonrisa, caminó hacia él, y se

sentó en el escritorio vacío frente al suyo sólo después de que él moviera su pierna a

un lado para ella. Hizo todo lo posible para parecer amable, pero su lenguaje

corporal la traicionó. Él se dio cuenta de su postura rígida, cómo se sentó tiesa y

recta con las piernas cruzadas firmemente. Se sentía incómoda cerca de él, él lo

notó y eso lo enojó.

—Soy Emma —dijo trabajando duro por mantener la sonrisa dolorosamente

plasmada en su rostro.

—Sé quién eres —respondió Anton. Él la estudió. Parecía que había un aire de

soberbia sobre ella, una actitud de superioridad, aunque tal vez él lo estaba

imaginando.

Emma no supo cómo responder. Anton no dijo nada mientras alcanzaba su

mochila de libros por su teléfono celular.

—¿Cuál es tu número? —le preguntó con indiferencia.

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—Aquí tienes —dijo ella, entregándole un pequeño trozo de papel con su

nombre completo, dirección, y los números de teléfonos de su casa y celular y las

mejores horas para localizarla, escritos en una impecable letra cursiva inclinada.

Anton se rió.

—Eres esa estudiante. —Observó, moviendo la cabeza mientras miraba por

encima de su información—. Pero eso ya lo sabía. Tienes todo resuelto. Siempre

precisa. Haciendo todo tipo de preguntas en clase todo el tiempo. Haciendo

comentarios. Tratando de impresionarnos con tus percepciones literarias.

—¿Perdón? —respondió ella. La sonrisa se desvaneció.

—Percepciones literarias —repitió—. Oh, ya veo. Pensabas que no conocería

palabras como “percepciones” y “literarias” porque soy negro.

Emma lo miró fijamente con la boca ligeramente abierta cerrándola sólo

cuando él indiscretamente le informó que estaba abierta.

Entonces movió sus ojos sobre ella, absorbiendo los largos rizos castaños que

enmarcaban su rostro, sus ojos color azul claro con la cantidad justa de delineador

y rímel, las suaves mejillas amelocotonadas y labios brillantes, y su camisa que

abrazaba sus pechos perfectamente. Tenía la manicura meticulosamente cuidada,

pensó, como un cuadro con brocha en la parte delantera de una revista. No, más

como una estatua de porcelana de una persona real, decidió. Tenía miedo que si la

tocaba ella se haría añicos.

Abrió el bloc de notas en su escritorio y garabateó su información. Arrancó la

hoja y la sostuvo hacia ella, mirándola a la cara. Parecía incómoda, y eso le gustaba.

Ella le arrebató el papel de la mano, y él la observó mientras leía para sí misma:

Anton Jamal Robinson. Los Proyectos. Celular: 919-555-4621. Llamar por

disponibilidad. Ella lo miró y vio una leve sonrisa en su rostro. Guardó el papel en

su carpeta y salió de la habitación antes de que sonara la campana.

Ella no podía concentrarse en Sociología. No podía concentrarse en nada

desde la clase de inglés. No podía pensar en nada en todo el día, excepto la

asignación y su compañero quien ya no le gustaba, y parecía que ella a él tampoco.

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Estaba confundida y enojada. ¿Qué había hecho para merecer tal recepción de él?

Fue grosero sin causa, y la enfadaba la idea de pasar seis semanas trabajando con

él. Se preguntó sobre el proceso de pensamiento de su maestro en la elección de las

parejas. Podía oír su voz en pleno auge en el pequeño salón de clases, y frunció el

ceño.

—¡Siéntense y cállense! —gritó el Dr. Thompson desde detrás de su escritorio,

empujando sus gafas torcidas más arriba de la nariz.

Un gruñido bajo por toda la habitación reemplazó el alboroto mientras los

estudiantes se arrastraban a regañadientes a sus asientos. El Dr. Thompson esperó

el silencio absoluto antes de continuar.

—Está bien. Así que han llegado sus cartas de aceptación —dijo—. Bueno,

probablemente para la mayoría. Y bien por ustedes. Estamos muy impresionados

de que van a tomar el siguiente paso en sus carreras académicas, yendo a la

universidad. —Su tono destilaba sarcasmo—. Se sienten cómodos y felices y no

podrían importarles menos las próximas seis semanas de sus vidas aquí en la

escuela —continuó—. Entonces, ¿dónde me deja eso como su educador? ―Echó un

vistazo a la habitación llena de rostros medio interesados a completamente

indiferentes y puso sus ojos en blanco—. Eso me deja en la lamentable posición de

tener que enseñar a un grupo de estudiantes ensimismados a los que les importa

una mierda, cuando preferiría estar jugando al golf. ―Algunos estudiantes se

animaron ante eso.

—¿Dr. Thompson, se le permite hablar con nosotros de esa manera? —dijo la

voz de una chica de la mitad del salón. Ella a menudo hacía esta pregunta porque el

Dr. Thompson a menudo les hablaba de esa manera, pero él nunca le había

respondido en todo el año escolar. Sin embargo, tuvo que responderle al director en

algunas ocasiones en que sus padres se quejaron de la falta de profesionalismo.

—Así que después de una amplia discusión con los otros profesores de inglés y

la mayor parte de la administración en esta escuela, finalmente logré obtener la

aprobación para mi proyecto de fin de año para esta clase.

Hubo un gemido audible en toda la habitación, y el Dr. Thompson esperó

pacientemente el silencio una vez más.

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—No tendrán un examen final —dijo, y los gemidos de inmediato se

convirtieron en aplausos—. Lo que habrán es un trabajo de curso que tendrán que

entregarme el día que está programado la prueba final. —Y los vítores se

extinguieron―. El trabajo de curso contará como el sesenta por ciento de su

calificación. Así que si hacen un pésimo trabajo, lo más probable es que reciban

una calificación reprobatoria en el proyecto y reprobarán la clase. Si no pasan mi

clase, no se graduarán. Así que adiós vacaciones sin preocupaciones y hola a la

escuela de verano. Trabajarán con un compañero para explorar cada uno de sus

orígenes culturales usando lo que han aprendido para analizar nuestro libro más

reciente. Piensen en ello de esta manera: ¿Cómo interpretarían la trama, los

personajes y temas en nuestra novela, basados en su cultura? —preguntó.

La mayoría de los estudiantes lo miraron sin comprender. Algunos

garabateaban furiosamente, Emma era uno de ellos.

—Dr. Thompson, hombre, esto suena como una mierda de nivel universitario

—ofreció un estudiante de la parte posterior del salón.

—Bueno, por suerte para usted, Señor Robinson, y bájese esa capucha de la

cabeza, tengo mi doctorado, así que estoy más que calificado para enseñarle a nivel

universitario.

Unos pocos estudiantes se rieron.

—Gente —continuó el Dr. Thompson—, actúan como si esta fuera la primera

vez que estudian una novela. Lo han estado haciendo durante todo el año.

—Sí, pero no de esta forma. ¿Qué tiene que ver nuestra cultura con este libro?

—se quejó un estudiante de la parte delantera del salón.

Y entonces las preguntas y los comentarios se vertieron como si una presa se

hubiera roto repentinamente.

—Ni siquiera sé lo que es cultura.

—¿Por qué nos hace hacer esto? ¿No podemos tener una prueba?

—¿Tenemos que trabajar en un encargo tan grande con alguien que no

conocemos?

—Eso no está bien, Dr. Thompson. ¿Qué pasa si la otra persona no hace nada?

El Dr. Thompson escuchó pacientemente los comentarios e inquietudes,

pasándose una mano por su cabello envejecido.

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—Dr. Thompson, ¿por qué es gran cosa conseguir aprobar esta tarea?

Él decidió abordar la última pregunta.

—Debido a que la mayoría de los maestros y el personal de esta escuela

piensan que son demasiado inmaduros para manejar tal asignación. Ellos no creen

que puedan tratar con pasar el rato con una persona que es totalmente diferente de

ustedes y luego escribir un trabajo en conjunto por encima de eso. —Hizo una

pausa por un momento, como si considerara algo—. Ellos piensan que es

demasiado difícil —admitió y oyó un murmullo de acuerdo en todo el salón de

clases—. Yo lo veo como una experiencia de aprendizaje, una oportunidad para que

ustedes puedan intentarlo y romper con el molde de la escuela secundaria.

—¿Cuál es el molde de la escuela secundaria? —preguntó un chico alto en la

última fila.

—Voy a esforzarme por ser elegante, señor Andrews. Grupillos. Grupillos que

se crean dentro de las mentes tan estrechas de los jóvenes que no tienen la

capacidad de ver más allá de sí mismos al mundo que les rodea. Se esconden dentro

de la seguridad de los de su propia clase, con miedo a salir y tratar de entender algo

nuevo. ¿Eso responde su pregunta?

—Vea, Dr. Thompson, me ofende eso. Sólo porque nos aferramos a nuestra

propia clase no nos hace estrechos de mente. Está en nuestra naturaleza el querer

estar con gente como nosotros. —Era el chico que el Dr. Thompson llamó señor

Robinson quien hablaba. Recibió varios guiños de aprobación y gruñidos de

reconocimiento.

—Entonces, tal vez es hora de cuestionar su naturaleza, señor Robinson —

replicó el Dr. Thompson. Muchos de los estudiantes se volvieron para mirar al

chico llamado señor Robinson a la espera de su respuesta. Pero él no tenía ninguna,

así que el Dr. Thompson continuó—. Les voy a dar un folleto que explica esta

asignación en detalle. Léanlo para ustedes mismos. Son estudiantes de último año.

Pueden hacer eso.

Caminó a través del frente del salón repartiendo pilas de papeles a los

primeros estudiantes de las filas para que las pasaran hacia atrás.

—Ahora escuchen con atención por el nombre de su compañero —dijo—. Les

voy a dar el tiempo de la clase de hoy para que se conozcan e intercambien

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información de contacto. Hablen sobre la tarea juntos también. No vengan a mí.

Intenten tener una idea de lo que se les pide por su cuenta. Una vez más, son

estudiantes de último año. Pueden hacer eso.

—¿Pero si hay algo que realmente no entendemos? —preguntó Emma.

—Pueden hacerme todas las preguntas que deseen mañana, señorita

Chapman. Vamos a tener un día de debate para la asignación, entonces.

El anuncio de los compañeros fue más tedioso y lento de lo que el Dr.

Thompson pensó. Se preparó para unas pocas quejas y protestas, pero en su lugar

obtuvo total confusión. Mientras él decía nombres, los estudiantes paseaban por el

salón sin rumbo. Se le ocurrió que no se conocían entre sí. ¿Cómo era posible, que

los estudiantes que habían pasado un año académico entero juntos en su aula no

tuvieran idea de quiénes eran sus compañeros de clase? se preguntó.

Emma se sentó pacientemente esperando a que Anton se acercara a ella e

intercambiara la información, pero él nunca lo hizo. Ella se dio la vuelta para verlo

tumbado en su asiento, mirando al frente, al parecer indiferente a las instrucciones

del Dr. Thompson. Su corazón se cayó. Consideró al instante la posibilidad de estar

atrapada con un mal compañero, alguien que haría muy poco o nada de la

designación en absoluto dejándola escribir todo el trabajo de curso sola por el que

recibiría el mismo crédito. Odiaba el trabajo en grupo, y sintiendo que su cara se

apretaba, se levantó de su asiento para ir a él.

—Idiota —murmuró Emma mientras pensaba en Anton. Unos pocos

estudiantes que se sentaban cerca se volvieron en su dirección.

—¿Quién es un idiota? —susurró un chico a su izquierda.

Emma levantó la vista de su cuaderno y miró al chico que se dirigió a ella. No

lo reconoció y estaba segura de que nunca antes había hablado con él. Ella le sonrió

tímidamente mientras la campana final sonaba. Él le regresó la sonrisa y saltó de su

escritorio para unirse a los otros estudiantes que salían del salón de clases. Ella

siguió detrás de él navegando por el pasillo lleno de gente a la clase del Dr.

Thompson. Tenía algunas preocupaciones que necesitaba expresar.

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El Dr. Thompson escuchó pacientemente mientras Emma terminaba. Tenía la

esperanza de salir de la escuela justo después de la campana final y apenas había

cerrado su escritorio cuando ella entró en el salón de clases. Pasó diez minutos

enlistando las razones por las que sentía que era apropiado que se le asignara un

compañero diferente para el trabajo. Intentó interrumpirla dos veces, pero ella

parecía haber memorizado su discurso y no dejaba espacio ni para un nanosegundo

entre las respiraciones y las palabras. Era impecable; sus entonaciones y las

fluctuaciones de voz eran muy acertadas también, y estuvo tentado de preguntarle

cuando encontró tiempo durante el día escolar para escribir, editar y practicar su

discurso.

Cuando estuvo seguro de que ella terminó, notando una mirada de victoria

prematura en su rostro, él respondió:

—Lo siento, Emma. No va a suceder. Los compañeros se quedan tal cual

están. Y de todos modos, es sólo el primer día. ¿Cómo podrías ya tener estos

problemas con Anton?

Antes de que Emma pudiera responder, oyó que la puerta del salón de clases

se abría.

—¿Olvidó algo, señor Robinson? —preguntó el Dr. Thompson, mirando

alrededor del cuerpo de Emma.

Ella se tensó inmediatamente.

—Tal vez —dijo él.

—Escucha, ¿tienes un minuto? —preguntó el Dr. Thompson.

—Supongo —respondió, paseando hasta el escritorio del profesor.

Se quedó cerca de Emma, su brazo rozando el de ella, sabiendo muy bien que

eso la pondría terriblemente incómoda.

—Vamos a resolver esto ahora —continuó el Dr. Thompson—. Emma está

preocupada por hacer el trabajo contigo.

Emma no sabía dónde mirar. No podía mirar al Dr. Thompson. Quería volar a

través del escritorio y sacarle los ojos. No se atrevía a mirar a Anton. Sólo podía

imaginar los pensamientos yendo a través de su cabeza, llamándola una

innumerable cantidad de nombres impronunciables.

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Antón miró a Emma con una expresión de sorpresa fingida.

—¡Me dijiste que no podías esperar para empezar! Dijiste que estabas tan

contenta que éramos compañeros, que secretamente rogabas porque el Dr.

Thompson nos emparejara. ¡Dijiste que estabas enamorada de mí! ¿Ahora estoy

escuchando esto? Dr. Thompson, no sé ni qué pensar en estos momentos. Mis

sentimientos están tan heridos.

—Basta ya, Anton —dijo el Dr. Thompson rotundamente—. Ahora, a Emma le

preocupa que no tengas planes de tomar esta tarea en serio, y francamente, estoy

empezando a entender por qué. Esto no es una broma, hijo. Se trata del sesenta por

ciento de tu calificación. Así que deja de hacerte el payaso y averigua cómo van a

trabajar juntos por las próximas seis semanas. No voy a cambiar los compañeros.

Tienen que aprender a trabajar con personas que no necesariamente podrían

querer. Así es la vida.

Anton asintió mientras Emma no se movió.

—Y en cuanto a ti, Emma —continuó el Dr. Thompson—. Eres una estudiante

de último año. ¿Sabes lo que quiero decir? Es momento de crecer y lidiar con ello. Y

cuando digo “ello” quiero decir, bueno, todo.

Emma sintió el calor de la humillación en su rostro. No había nada más que

decir. Se dio la vuelta para salir del salón queriendo seguir detrás de Anton, pero él

esperó a que ella saliera primero, abriendo la puerta de la clase como un perfecto

caballero.

Una vez que estaban en el pasillo desierto, finalmente se obligó a mirarlo.

Abrió la boca para hablar, pero las palabras le fallaron.

Él la miró de arriba abajo y soltó un bufido.

—No eres más que una estirada perra blanca que está enojada porque tiene

que trabajar con un negro.

Las palabras escocían, y ella se quedó parada atónita mientras lo veía alejarse.

—Me llamó perra —dijo Emma en el teléfono.

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—Bueno, tienes que decirle al Dr. Thompson. ¿No es eso, como acoso o algo

así? —preguntó Morgan en el otro extremo.

Emma estaba sentada en su cama estudiando las puntas de su cabello.

Cortaba las hebras con un par de tijeras cuando encontraba divisiones en los

folículos. Tenía a su mejor amiga en altavoz.

—No, no puedo decírselo. ¿No escuchaste lo que acabo de te decirte de cómo

él me trató? —respondió Emma irritada—. Al parecer tengo que crecer y lidiar con

ello.

—Entonces, ve al director sobre él. Es un maestro. No puede hablar contigo

así. Se supone que nos debe ayudar —respondió Morgan.

—No haré eso, Morgan —contestó Emma. Ella encontró otro extremo partido

y lo cortó.

—Bueno, ¿qué vas a hacer entonces? —preguntó Morgan.

—Lidiar con ello, supongo. Pero ¿cómo voy a trabajar con alguien que me

llamó perra? —preguntó—. No soy una perra, ¿verdad?

—Chica, eres lo más lejos de ser una perra. Ahora, Alyssa, ella es una perra.

¿Beth? Una total perra y fea también. ¿Pero tú? Tú eres un ángel del cielo —dijo

Morgan dulcemente.

Emma sonrió.

—Gracias.

—Así que de todos modos, me tengo que ir. Es noche de juego en familia. ¿No

es la cosa más tonta que has escuchado? —dijo Morgan.

—No lo sé. Creo que suena agradable —respondió Emma cuya familia nunca

tenía noches de juego.

—Por supuesto que sí. Aunque no tienes hermanos o hermanas pequeños. Si

los tuvieras, creo que pensarías diferente.

Emma lanzó un gruñido.

—Está bien, te veré mañana. ¡Adiós! —Y Morgan colgó.

Emma cerró su teléfono y luego se recostó en su cama. Levantó la vista hacia

el techo repitiendo los eventos de nuevo en su cabeza. ¿Por qué era tan grosero con

ella? ¿Qué había hecho? , pensó, tratando de recordar algo en su comportamiento o

palabras que podrían haber sido ofensivas, pero estaba perdida. Era educada, por

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lo menos hasta el momento en que él la insultó sin razón, burlándose de la forma

en que ella actuaba en clase. ¿Desde cuándo era algo malo participar? pensó con

amargura. Él participaba en clase todo el tiempo, y no sólo para ser polémico.

Hacía observaciones acerca de los libros que leían. Así que ¿por qué burlarse de ella

por hacer lo mismo?

Y entonces se le ocurrió, una comprensión que la hizo entrar en pánico, que a

lo mejor no tenía nada que ver con ella personalmente. Tal vez a él no le gustaba la

gente blanca en general. Estrecho de mente de hecho, pensó, recordando las

palabras del Dr. Thompson a la clase. Sabía que podía permitir que el pánico le

ganara y creara en ella un miedo hacia él. Era fácil, y se sintió tentada. Se encogió

ante el pensamiento del día siguiente: tener que verlo y hablar con él. El pánico se

levantó, y ella lo amenizó, imaginando cómo él la trataría durante las próximas seis

semanas. Las cosas que diría. La forma en que la miraría.

Con gran esfuerzo, se centró en la sustitución de su miedo con ira. Ella lo

recordó llamándola perra. Dejó que eso se repitiera una y otra vez en su cabeza

hasta que el hundimiento en su corazón fue suplantado por un brillante odio

constante. Se acostó en su cama y se nutrió de ello, dejando que centelleara más

brillante, construyéndose en ella hasta que resolviera decirle algo. ¿Qué?, no lo

sabía, pero tenía que decir algo.

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Capítulo 2 Jueves, 16 de abril

Estaba firme con su decisión, incluso mientras sentía las gotas de sudor

aparecer debajo de sus brazos. Respiró hondo y se dirigió hacia él que estaba en su

casillero sacando libros.

—No soy una perra —dijo una vez que estaba cerca.

La miró con escepticismo. Sus amigos estaban de pie alrededor de él, y se

reían. Cuando él no dijo nada, la ira aumentó su burbujeo.

—¡No soy una maldita perra! —gritó, haciendo que se volvieran algunas

cabezas.

—No te he llamado una maldita perra. Te he llamado una estirada perra

blanca. ¿Es lo mismo? —preguntó, cerrando su casillero suavemente.

—No puedes hablarme de esa manera —respondió ella—. Yo... no me lo

merezco. ¡Ni siquiera me conoces!

—Sé que eres estirada —respondió.

Sus amigos la miraron de arriba abajo, podía sentirlo, aunque mantuvo sus

ojos en él.

—No soy estirada —dijo, pateando el suelo en señal de frustración.

Él se rió y alcanzó su collar.

—Sí lo eres —dijo tirando suavemente de las perlas.

—¡No me toques! —gritó, golpeando su mano. Ella oyó a sus amigos diciendo:

“¡Oh, no!” y “¡Es una fiera!”

—Relájate —respondió—. Que te toque no va a volverte negra.

—Yo... eso no… —empezó ella.

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La última campana sonó, y él se volvió para marcharse. Instintivamente, le

agarró del brazo y tiró de él. Él fingió tropezar y se derrumbó sobre ella, dejando

caer sus libros, empujándola contra los casilleros y fijándose a sí mismo contra ella.

Era alto: la parte superior de la cabeza de ella no llegaba a la clavícula de él. Olía a

algo que no podía determinar, pero no era desagradable. Tuvo el fugaz y horrible

pensamiento de que le gustaba la forma en que olía. Se quedó clavado contra ella

por un momento antes de disculparse en su oído por ser torpe. Sintió el roce de sus

labios.

Él estaba alejándose por el pasillo antes de que entendiera lo que pasó. Lo vio

riendo con sus amigos. Se reían de su acto de chica dura, y estaba humillada por

ello. Sintió las lágrimas rebosando, y maldijo su sensibilidad. Él se dio la vuelta

para ver si todavía estaba allí. La vio caminando rápidamente hacia el baño, con la

cabeza hacia abajo. Dejó de reír a pesar de que las risas a su alrededor eran

completas y fuertes.

El Dr. Thompson les dio a los estudiantes los últimos veinte minutos del

período para reunirse y discutir sus proyectos. Se dio cuenta de que Emma se

quedó en su asiento simulando escribir cosas en su cuaderno. Estaba tentado de

llamarla a su escritorio y preguntarle cómo iban las cosas con su compañero, pero

se contuvo. Ellos podrían resolverlo, decidió. Tendrían que hacerlo.

Anton la observaba. Pensó que lo mejor sería acercarse a ella y pedirle

disculpas. También ayudaba que sus amigos no estaban alrededor para darle

mierda al respecto. Su cabello colgaba ocultando la mayor parte de su rostro, pero

aún podía ver sus ojos. La vio mirando fijamente su página. Ella no estaba

escribiendo. Sus ojos se estarían moviendo si estuviera escribiendo.

Se lamió los labios en contemplación. Quería pedir disculpas. Él no hablaba

así con las mujeres. Su mamá lo golpearía como la mierda si supiera que llamó

perra a una chica. Fue criado para ser respetuoso. Pero estaba tan enojado. Ella

había decidido que no le gustaba incluso antes de llegar a conocerlo. Podía sentirlo

en su lenguaje corporal cuando se acercó a su escritorio ayer. Era arrogante,

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decidió él. Estaba seguro de ello, haciendo caso omiso de la posibilidad de que la

malinterpretó por completo.

La verdad era que no se sentía cómodo a su alrededor. Pensaba que era

hermosa, y no le gustaba eso. Ella no era de su mundo, como era evidente por la

dirección en la hoja de papel que le dio. Resopló ligeramente. Avondale Drive 560,

pensó. Chica de culo ricachón. Y no negro. No quería sentirse atraído por ella.

Sabía que nunca podría salir con ella o de lo contrario tendría que explicárselo a

sus amigos, a su mamá. Tal vez a mamá no le importaría, pero a sus amigos sí. Y le

molestaba que no pudiera controlar su atracción. Había un montón de buenas

chicas negras en la escuela, pero sólo quería mirarla a ella. ¿Cuándo sucedió eso?

Fue el año pasado. Podía ver claramente el momento a pesar de que no estaba

seguro de si sucedió antes o más tarde en el año. Ella dijo algo inteligente en clase,

y todos se rieron. La vio encogerse de hombros y sonreír, y desde entonces, lo único

que quería hacer era seguir mirándola.

Tal vez era completamente culpable de la creación de la animosidad entre

ellos. Pero entonces, ella fue a su maestro como una mocosa llorona. Tal vez eso era

su culpa. Después de todo, él actuó como si no le importara. Y no podía entender

eso. ¿Estaba tratando de lucir relajado frente a ella? ¿Pensaba que haría que le

gustara? Negó.

Pensaba que nunca tendría la oportunidad de hablar con ella, pero la

oportunidad finalmente se había presentado sola. No podía creer su suerte al ser

emparejado con ella. Tuvo su oportunidad, pero la jugó toda mal, y por si fuera

poco la llamó perra. ¿Cómo podría alguna vez recuperarse de eso? Y entonces ella

pidió una disculpa. Bueno, a su manera. Estaba tratando de ser una chica dura. Se

rió de su acto porque sabía que no era ella. Pero debería haberse disculpado. Le

habría pedido disculpas si no fuera por sus estúpidos amigos. ¿Por qué le

importaba tanto lo que pensaban?

No tendría que haberla arrinconado contra esos casilleros. Sabía que estaba

mal. Quería humillarla. No sabía por qué quería hacerlo cuando eso probablemente

la haría llorar. No quería hacerla llorar.

—¿Anton? Sal de mi clase. —El Dr. Thompson estaba de pie sobre él—. Tengo

otra clase que debe entrar.

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No dijo una palabra, pero se fue a toda prisa. ¿Cuando sonó la campana?

Caminó por el pasillo buscándola. Decidido a pedir disculpas y tratar de

empezar las cosas de cero independientemente de lo que sus amigos pensaran. Ella

no estaba en su casillero. Sabía que tenía Cálculo; la había visto entrar en el salón

de la Sra. Hartsford al otro lado del salón del Dr. Thompson. Echó un vistazo

dentro de la habitación y la vio sentada junto a la ventana. Respiró hondo y entró.

Justo en ese momento sonó la campana y la Sra. Hartsford se levantó detrás de su

escritorio. Notó a Anton caminando hacia las ventanas.

—Um, perdón, ¿señor? Usted no está en esta clase —dijo, mirándolo caminar

hacia Emma.

—Lo sé. Esto sólo tomará un segundo —contestó Anton.

—Um, no. Dejará mi clase ahora, por favor —dijo la Sra. Hartsford con

firmeza.

—Mire, necesito hablar con ella por un minuto, ¿de acuerdo? —dijo señalando

a Emma.

—Es por eso que hay tiempo entre clases. Ahora, le pediré de nuevo que por

favor se vaya.

Anton no le hizo caso y se volvió hacia Emma.

—Lo siento. ¿De acuerdo? No debería de haberte llamado perra. No eres una

perra. Por lo menos no lo sé. Tal vez eres una perra. Tal vez no. ¿Cómo puedo

saber? Quiero decir, no te conozco. ¿Cómo voy a llamarte perra cuando ni siquiera

te conozco?

Emma lo miró con los ojos muy abiertos, y la boca apretada.

—Así que, ¿estamos bien? —preguntó Anton.

—Uh, sí —susurró Emma—. Ahora vete.

—No puedo decir si realmente aceptas mis disculpas. Mira, tenemos seis

semanas de trabajo, ¿sabes lo que estoy diciendo? No puedo estar lidiando con toda

esta hostilidad. ¿Me perdonas? —preguntó.

Él estaba en cuclillas a su lado mirándole suplicante. La Sra. Hartsford estaba

hablando por teléfono pidiendo por asistencia del personal de la oficina para

escoltar a un chico fuera de su salón que no pertenecía allí y no se iba.

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—¿Podemos hablar de esto más tarde? Ya estás en problemas —susurró

Emma aunque no sabía por qué. La clase estaba completamente en silencio

observando la escena. Ellos escuchaban cada palabra.

—Está bien, está bien. ¿Me perdonas sin embargo?

—Sí —respondió ella, y vio una ola de alivio en su rostro.

—Muy bien, ¿entonces me encuentras después de la escuela?

—Sí —dijo con inquietud.

—¡Anton! —Era el subdirector. Su voz sonaba cansada, derrotada, como si

hubiera estado tratando con estudiantes revoltosos durante todo el día y ya no

tuviera la energía para importarle. Él no se parecía en nada al partidario de

disciplina de pie en la puerta viendo a Anton salir.

—¿No puedes estar donde se supone que estés? —Emma oyó mientras la

puerta se cerraba lentamente.

—Era importante, señor McCullum. No estoy tratando de ser malo. Usted

sabe eso.

El pasillo se estaba despejando mientras lo veía cargar su mochila con libros

de texto y carpetas. ¿De verdad hacía algo de trabajo al llegar a casa?, pensó. No

parecía del tipo estudioso. Anton echó la mochila sobre su hombro y caminó hacia

ella. Se sintió poniéndose nerviosa, sabiendo que se manifestaría en su cara en

forma de mejillas de color rojo brillante.

Cuando llegó a su lado, dejó caer su mochila y bajó la mirada hacia ella. No

dijo nada, claramente invitándola a que hablara primero.

—Me empujaste contra los casilleros a propósito —dijo Emma

repentinamente. No tenía intención de abrir la conversación con eso.

—Lo sé —dijo sacudiendo la cabeza—. No sé por qué lo hice. Sólo estaba

tratando de mostrarme frente a mis amigos.

—Fue humillante —respondió Emma, su voz temblaba ligeramente.

—Se suponía que lo fuera —dijo Anton.

No estaba preparada para esa respuesta.

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—¿Por qué querrías hacer eso? ¿Por qué quieres hacerme daño? —preguntó

Emma, creciendo su mal genio.

—Estaba tratando de ponerte en tu lugar.

—Ni siquiera sé lo que eso significa —respondió ella.

—Eres creída. Crees que eres mejor que yo —explicó Anton.

—Estás tan fuera de tema con eso —dijo Emma. Sacudió la cabeza con

incredulidad.

—Ah, ¿sí? Vi la forma en que me estabas mirando en clase. Me mirabas como

si yo fuera una gran pérdida de tu tiempo.

—Estaba irritada contigo. Actuaste como si no te importara en absoluto este

proyecto, encorvado en tu escritorio como si fueras demasiado bueno para…

—¿Por qué te disgusto tanto? —interrumpió Anton—. No me conoces más de

lo que yo te conozco a ti.

—No me disgustas —respondió Emma—. Tú no me diste la oportunidad de

siquiera ser amable contigo. Actuaste como un idiota en clase cuando se suponía

que debíamos estar conociéndonos uno al otro. Te burlaste de mí.

—¿Me burlé de ti? —preguntó.

—No pretendas que no te estabas burlando de mí cuando anotaste tu

información de contacto para mí —dijo Emma.

Anton resopló.

—Oh, eso. Estaba haciendo el tonto. Te tomas la mierda demasiado personal.

—Sí, supongo que tomo personal que se burlen de mí. La mayoría de la gente

lo hace —espetó Emma.

Antón miró al suelo, mientras arrastraba los pies.

—Tienes razón. No debería haber hecho eso antes de llegar a conocerte. Sólo

hago payasadas. Se suponía que iba a ser juguetón —dijo sin dejar de mirar al

suelo.

Emma no dijo nada. Se volvió instintivamente al oír que las puertas al final

del pasillo se abrían. El último de los estudiantes restantes se iba, y cuando las

puertas se cerraron de nuevo, el pasillo se sentía incómodamente silencioso.

—Sí me importa —dijo Anton.

Ella se volvió para mirarlo.

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—¿Eh?

—El proyecto. Sí me importa —dijo.

—¿Entonces por qué actuaste como si no lo hiciera? —preguntó Emma.

—Hombre, no sé —contestó Anton, rascándose la parte posterior de la cabeza.

Hizo una pausa por un momento antes de añadir en voz baja—: Me siento

incómodo a tu alrededor.

—¿Por qué?

—No lo sé —respondió sin convicción.

La verdad era que sí lo sabía. Incluso ahora mientras permanecía de pie ante

ella obligándose a parecer relajado, incluso un poco distante, sus entrañas se

retorcían con entusiasmo ante la idea de su cuerpo estando tan cerca del de él.

—Bueno, no puedo ayudarte con eso —dijo Emma—. Pero tienes que ser

amable conmigo. Tenemos que trabajar juntos.

—¿Me estás diciendo que no soy amable, que no te doy una oportunidad? Tú

tampoco me diste ninguna oportunidad. ¿Por qué fuiste corriendo al Dr. Thompson

sobre mí? —preguntó Anton—. Eso fue débil.

—Sí, y muy embarazoso. Y lo siento. Pero creo que te vengaste cuando me

llamaste perra estirada.

—Perra blanca estirada —la corrigió con una sonrisa. Ella pensó alarmante

que su sonrisa era linda.

—Bueno, creo que soy un poco estirada —admitió—. Y blanca.

—Pero no una perra. Y siento haber dicho eso. Si mi mamá supiera que dije

eso, me pegaría mucho —dijo él.

—Hmm, tal vez voy a tener que decirle —dijo Emma—. Eso sería muy

divertido de ver.

Ella se echó a reír, y eso le sorprendió.

—Oh, crees que es gracioso, ¿eh? ¿Imaginar a mi mamá golpeándome?

Ella asintió riendo. Estaba agradecido por ello, y no quería que el momento

amistoso terminara, buscado algo más que decir que la mantuviera riendo.

—Está bien, así que, ¿recuerdas cuando eras más joven y tu mamá o papá

venía detrás de ti a azotarte, y tú corrías sosteniendo tu culo y empujando tus

caderas hacia adelante como podías, luciendo como un retardado?

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Él lo demostró corriendo por el pasillo gritando.

—¡Mama no! —Y sosteniendo su trasero.

Emma se dobló de risa. Oyó la puerta del aula abriéndose y trató de recuperar

su compostura.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —Era el Dr. Thompson mirando hacia el

pasillo con su habitual cabello revuelto y gafas torcidas. Vio a Anton y luego miró a

Emma. Ella se encogió de hombros.

—Lo sentimos, Dr. Thompson —dijo Anton, caminando de vuelta hacia

Emma—. Sólo le estaba mostrando a mi chica aquí cómo solía…

—Ahórratelo. Y váyanse a casa. No sé por qué ustedes se quedan alrededor de

la escuela cuando no tienen que hacerlo —dijo el Dr. Thompson. Trató de sonar

molesto, pero había un claro sentido de alivio en sus palabras. Ellos finalmente se

estaban llevando bien. Ahora tal vez no tendría que escuchar de los insoportables

padres de Emma.

—Lo siento —ofreció Emma, recogiendo su bolso. Anton hizo lo mismo y

comenzaron a caminar por el pasillo.

—Ahora me tienes que mostrar cómo intentaste sortear aquellos azotes —dijo

él mientras caminaban.

—Sí, claro —respondió Emma.

—Ahora es sólo justo. Yo te mostré —dijo él. Y antes de que ella pudiera

responder, sintió un golpe juguetón en su trasero.

¡Él no podía creer que lo hizo! Acababan de llegar a ser amable uno con otro.

Pero se sintió tan fácil y natural. Estaba seguro de que ella no se opondría.

—¡Anton! —chilló, cubriéndose instintivamente su trasero con las manos.

—Será mejor que corras, chica. Eso es todo lo que puedo decir —dijo,

sonriendo. Sus ojos brillaron con picardía.

Y así lo hizo. Corrió hacia la salida sintiéndolo muy cerca, sabiendo que podía

tomarla en dos zancadas. Ella emergió por las puertas y se volvió hacia él de

repente, su bolsa se cayó de su hombro. Él se detuvo en seco, esta vez

atropellándola sin querer. Ella se tambaleó hacia atrás, pero la atrapó alrededor de

su cintura.

—Gracias —dijo, mientras todavía la sostenía.

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—De nada —dijo, golpeando su trasero de nuevo. Tuvo cuidado de ver su

reacción.

Ella sonrió, dándole un empujón en broma mientras fingía indignación.

—No me puedes hacer eso, Anton —dijo, y él sintió que podría ponerse en el

suelo y besar sus pies para oírla pronunciar su nombre otra vez.

—Relájate. Sólo estoy jugando contigo —dijo casualmente.

Ella sintió que rompió la magia y se maldijo por haber dicho algo. Pero no lo

había hecho. La magia estaba corriendo a través de él, y él sabía que tenía que

conseguir subirse a su bicicleta y alejarse de ella o la magia podría estallar. No

quería ser responsable de lo que ocurriría cuando la magia explotara.

—¿Quieres un aventón a casa? —preguntó ella.

—¿Qué? Oh, ya veo. Vivo en los proyectos, y no puedo permitirme un auto —

dijo él.

—No fue mi intención insinuar eso —dijo Emma. Se sentía avergonzada.

—No, está bien. Tienes razón de todos modos. No tengo ningún auto —dijo,

tratando de sonar indiferente—. Pero lo que sí tengo es esta elegante bicicleta.

Señaló el estante de las bicicletas, pero no había ninguna bicicleta.

—Está bien, bueno, tenía una maldita bicicleta —dijo.

Emma no estaba segura de cómo responder.

—¿Cómo alguien se va a robar la bicicleta de alguien más? —se preguntó—. Ni

siquiera era una buena bicicleta tampoco. Pedazo de mierda.

Emma estaba al borde de la risa, y se sentía mortificada. Trató de mantenerla

dentro. No era para reírse. Su propiedad había sido robada. No quería parecer

insensible, y ciertamente no quería parecer una mocosa mimada. Pero fue la forma

en que él reaccionó, como falsa sorpresa, pensó ella. Cómo si lo esperaba y sólo

estaba haciendo un espectáculo de ello porque ella estaba de pie allí. Lo intentó,

pero la risa se abrió paso.

—¿Qué? ¿Cómo te vas a reír porque alguien robó mi bicicleta? —preguntó

Anton, con el rostro lleno de fingida incredulidad.

—Lo siento mucho —dijo Emma entre risas.

—Ese pequeño punk finalmente la tomó de vuelta —se dijo Anton a sí mismo

cuando la realización entró.

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—¿Qué? —preguntó Emma.

Anton negó y luego la colgó vergonzosamente.

—Robé esa cosa. Ni siquiera era mía, para empezar.

—¿Robaste la bicicleta de alguien? —preguntó Emma.

—No es como si siquiera fuera una buena bicicleta. Si la hubieras visto, lo

entenderías.

—¿Esto es algo que haces mucho? ¿Robarle cosas a la gente?

—Tómalo con calma. Era de un punk perro que estaba hablando mierda sobre

mí y mis amigos, y de los perdedores que éramos por no tener bici. Como si él

tuviera una bici. Mierda. Andar alrededor en ese pedazo de mierda, que se caía a

pedazos, con los manubrios rotos, con la cadena colgando en el suelo. Así que lo

llevé fuera y luego tomé su bicicleta. Eso lo calló.

Emma lo miró perpleja.

—¿Por qué le robaste si era tan mala?

—Para demostrar un punto. —Anton siguió mirando en dirección del

portabicicletas. Tenía miedo de mirar a Emma. No tenía la menor idea de por qué

le reveló ese incidente. Ahora tenía miedo que la duramente ganada cortesía e

incluso los leves coqueteos entre ellos desaparecieran completamente y no

regresaran jamás.

Finalmente se volvió para mirarla. Ella estaba caminando hacia el

estacionamiento.

—¡Hey! —la llamó—. ¿A dónde vas? ¿Puedo conseguir un aventón?

—No lo creo —le respondió ella, y vio un atisbo de sonrisa en su rostro.

—Oh está bien. Veo cómo es. Me vas a enseñar una lección sobre las

consecuencias o alguna mierda. Sí, está bien. Bueno, ni siquiera es gran cosa. Sólo

vivo a la vuelta de la esquina. Una caminata de cinco minutos como máximo. Sí,

adelante y ve a tu auto. Ignora lo que estoy diciendo.

La vio saludándolo con la mano mientras se retiraba de la playa de

estacionamiento y pensó por un instante que le gustaría inmovilizarla contra los

casilleros de nuevo. Negó y comenzó su camino a casa de casi diez kilómetros.

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Capítulo 3 Sábado, 17 de abril

—Hey, ¿ocupada? —dijo Anton en el teléfono, acostado tendido sobre su

cama. Eran las once de la mañana del sábado, y acababa de despertar.

—¿Quién es? —dijo una voz en el otro extremo de la línea.

—Chica, sabes quién soy. Soy Anton.

—Lo siento, no conozco un Anton. —Fue la respuesta.

Confundido, Anton apartó el teléfono de su oreja y miró la pantalla. Comparó

el número que marcó con el número de la hoja de papel que Emma le había dado.

Los números coincidían. Fue entonces cuando oyó una risita ahogada.

—Oh, divertida —dijo, con su latido cardíaco acelerándose.

—Sólo estoy bromeando —dijo Emma—. ¿Qué te propones?

—Estoy llamando para preguntarte sobre juntarnos hoy —contestó Anton—.

¿Estás ocupada?

—Para nada —dijo. Ella también estaba en la cama, pero no porque acababa

de despertar. Había ido a una larga carrera en horas tempranas de la mañana,

había vuelto a casa a ducharse, y luego se había arrastrado de vuelta a la cama una

vez que la deliciosa lánguida sensación de agotamiento total se apoderó de su

cuerpo.

—Entonces, ¿qué quieres hacer? —preguntó Anton.

—Bueno, esa es una buena pregunta. Supongo que lo primero es aprender

acerca de la cultura del otro —dijo Emma—. ¿Pero cómo hacemos eso?

—No lo sé. ¿Supongo que tal vez tenemos que pasar el rato con el otro? —

ofreció Anton.

—Hmm. Supongo —dijo Emma, pensativa.

—Bueno, no suenas muy emocionada por ello —respondió Anton riendo.

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—Lo siento. Sólo estaba pensando —dijo Emma—. ¿Quieres encontrarme en la

biblioteca?

—¿Para qué?

—Para trabajar.

—¿Cómo vamos a aprender el uno del otro en una biblioteca? —preguntó

Anton.

—Sí, supongo que tienes razón —dijo Emma—. ¿Quieres venir aquí?

—¿A tu casa? Por favor. Me arrestarían.

Emma se echó a reír.

—Ven aquí —decidió Anton. No estaba seguro, pero pensó que eventualmente

ella vería dónde vivía de todos modos.

—¿A tu casa? —preguntó Emma dubitativa.

—No te preocupes. Nadie va a tratar de venderte drogas o algo así. Por lo

menos no lo creo.

—No estoy segura —dijo Emma.

—¿Qué quieres decir? ¿Me ofreciste un aventón a mi casa el otro día? —le

recordó Anton.

—Sí. Sólo estaba siendo amable —admitió Emma.

—Chica, me estás matando. Mira, ¿vamos a hacer esto o no? Es el sesenta por

ciento de nuestra nota, ¿recuerdas?

—Lo sé.

Hubo una breve pausa.

—Mi mamá va a estar aquí. ¿Eso te hace sentir mejor? —preguntó.

Esperó, imaginando que podía escuchar los pensamientos corriendo

salvajemente alrededor de su cabeza. Ella estaba asustada, lo sabía, y él no sabía

qué le molestaba más: el hecho de que ella tenía miedo de dónde vivía o el hecho de

que él estaba asustado de realmente mostrarle dónde vivía. Constantemente se

sentía atrapado entre los sentimientos de lealtad a su barrio y los sentimientos de

vergüenza. Se preguntaba si otros negros pensaban lo mismo, y si eso era sólo una

condición de vivir en el gueto. Fue sacudido fuera de su contemplación por el

sonido de su voz.

—¿Cuál es tu dirección?

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Él estaba sentado sobre la escalera de entrada esperando por ella. Pensaba

que ya debería haber estado allí para ahora y se preguntó si había cambiado de

opinión. Miró a su alrededor y soltó un bufido. Ella no tenía ni idea de lo que estaba

a punto de conocer, pensó.

Después de colgar con ella antes, él salió de la casa para limpiar la basura de

su dúplex. No era de él o de su madre. Ella siempre se quejaba de la basura, pero

vivían al lado de los peores inquilinos imaginables, y nunca se hacía nada al

respecto. Botellas de cerveza, envoltorios de hamburguesas, servilletas de

restaurantes de comida rápida, e incluso condones usados estaban esparcidos por

todas partes. Él no tocaba los condones, pero aun así los quería fuera de la vista. Ya

era bastante embarazoso hacerla ver los edificios de su proyecto de vivienda sin

estar decorados con anticonceptivos usados. Bueno, al menos están practicando

sexo seguro, pensó divertido.

Encontró guantes de látex en la casa y se armó para el trabajo delante. Su

madre lo observaba desde la ventana de la sala de estar caminando lenta y

metódicamente, recogiendo la basura, y pasándola a una bolsa de plástico. Le dio

una patada al suelo para empujar tierra y hojas sobre los condones. Sonrió para sí

misma, incluso mientras su corazón se endurecía. Nos sacaré de aquí, bebé, pensó.

Y lo haría. Ella iba a la escuela para ser enfermera y estaba a unos pocos meses de

graduarse. Trabajaba constantemente, a menudo los turnos de noche en el hospital

local, y cuando no estaba trabajando estaba estudiando. Le tomó muchos años

llegar a donde estaba, pero lo hizo, y ella estaba casi terminando. Estaban casi

fuera.

Él entró después de un rato y vio a su madre en el fregadero. Ella estaba

lavando platos. Se volvió hacia él y sonrió.

—Desempolvé un poco —dijo—. ¿Quieres pasar la aspiradora rápido?

—Sí.

—¿Hiciste tu cama? ¿Guardaste tu ropa? Siempre estoy gritándote sobre tu

ropa —dijo. Ella puso los platos restantes en el escurridor y restregó las encimeras.

—Sí, mamá.

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Finalizaron las tareas en silencio. Luego Anton salió otra vez a esperar a

Emma.

Ella ya tenía quince minutos de retraso. No sabía si se sentía enojado porque

ella no estaba allí o aliviado. Cuando la vio detenerse, su corazón se cayó. Deseó por

un momento que nunca hubiera llegado. Pero ya era demasiado tarde. Se puso de

pie y caminó hacia su auto, tratando de ser casual incluso mientras sus nervios

saltaban.

—Lo siento mucho —dijo Emma saliendo de su coche. Se veía cansada—. Me

perdí.

Cerró la puerta del coche con frustración y lo miró.

—Maldito GPS, ¿verdad? Estoy en Tierra de Nadie. ¡Me está llevando por

caminos que no existen! ¿Qué demonios?

Toda la tensión que sentía se desvaneció de inmediato. Él esperaba que ella

saliera de su coche con una apariencia asustada en su rostro. Esperaba que mirara

a su casa y luego a él con lástima en sus ojos. Esperaba que se esforzara demasiado

en actuar como si no se sintiera incómoda en un barrio tan claramente ajeno a ella.

Pero no hizo ninguna de esas cosas. En ese momento, él se alegró de que su GPS no

funcionara bien.

—Vamos. Mi mamá está dentro. Quiere conocerte antes de tener que irse a

clase —dijo Anton.

Emma le siguió por las escaleras hasta su apartamento y fue recibida por una

mujer bajita y robusta. Llevaba el cabello recortado y complementaba sus orejas

con grandes aros ovalados. Cuando sonreía, las copas de sus mejillas casi ocultaban

sus ojos, que brillaban con amabilidad.

—Soy la Sra. Robinson —dijo ella, extendiendo la mano.

—Encantada de conocerla. Soy Emma, compañera de clase de Anton —

respondió Emma educadamente, sacudiendo la mano de la Sra. Robinson. Ella

esperaba a alguien mucho más alta, tanto como Anton, pero al parecer heredó su

altura de su padre.

—Lo siento por llegar tarde —continuó Emma—. Nunca llego tarde para nada.

—Está bien —dijo la Sra. Robinson—. ¿Te gustaría algo de beber? ¿Té helado?

—Sí, gracias —respondió Emma.

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Ella miró alrededor de la sala de estar. Estaba limpia y ordenada, con muebles

con fundas amarillas y un viejo televisor Magnavox cuadrado. Nunca había visto

una televisión similar en la casa de alguien. En viejos programas de televisión sí,

pero no en la casa de alguien. Pensó en su propia televisión de pantalla plana frente

a su cama y se sonrojó. Esperaba que Anton no lo viera.

La cocina estaba justo al lado de la sala de estar, lo suficientemente grande

para una pequeña mesa y sillas. No había comedor, se dio cuenta. Un corto pasillo

conducía a lo que ella creía que eran dos dormitorios y un baño. Todo el

apartamento no podría tener más de 85 metros cuadrados. Ese era el tamaño de su

garaje, pensó vergonzosamente.

—¿Quieres sentarte? —preguntó Anton, notando que miraba alrededor. No

quería saber lo que ella estaba pensando. Ya tenía una idea bastante buena de todos

modos.

—Sí, gracias —respondió ella haciendo su camino hacia el sofá. Se sentó junto

a una mesa esquinera desbordante de fotografías enmarcadas. Ella recogió una.

—¿Este es el pequeño Anton? —preguntó ella sonriéndole.

—Chica, deja eso. Mamá, ¿por qué tienes que tener esas fotos todo el tiempo?

¡Son vergonzosas! —llamó a su madre, que estaba en la cocina sirviendo tres vasos

de té helado.

—Oh cállate —le respondió ella—. Eras un lindo bebé.

—Lo eras —aceptó Emma, estudiando el resto de las fotos.

Anton se sonrojó mientras se sentaba en una silla frente a ella.

—¿Luego, qué pasó? —preguntó ella juguetonamente.

—Oh, graciosa. —Se dio la vuelta para mirar a su madre en la cocina. Estaba

sacando algo fuera del refrigerador y probablemente no lo escucharía si hablaba en

voz baja.

—Por favor, chica, tú sabes que soy sexy. No puedo evitar que quieras

mirarme todo el tiempo.

Ahora Emma se sonrojó. Tocó el marco de la foto para tener algo que hacer

hasta que su madre volvió a la sala de estar con una bandeja de sándwiches y té

helado. Puso la bandeja sobre la mesita de café y se sentó junto a Emma en el sofá.

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—No sé cuánto tiempo vas a estar aquí hoy, Emma —dijo ella entregándole un

vaso de té—, así que he hecho algunos bocadillos para ti y Anton. Si eres como yo,

te dará hambre al hacer tareas escolares.

—Sí —respondió Emma—. Y gracias.

—Mamá va a la escuela para ser enfermera —dijo Anton. Había una nota de

orgullo en su voz—. Ella casi ha terminado, ¿no?

—Sí —respondió su madre—. Y gracias a Dios. Estoy tan cansada de trabajar

todo el tiempo e ir a la escuela. Me desgasta.

—Hablando de trabajar —dijo Anton—, tengo trabajo.

—¿En serio? ¿Dónde? —le preguntó su madre. Y luego añadió más

emocionada—: ¿Conseguiste ese trabajo en UPS?

—Ya sabes —contestó. Él esbozó una enorme sonrisa e hizo un pequeño baile

con la parte superior del cuerpo moviendo la cabeza y los hombros—. Estaré

cargando sus cajas todo el día.

—Bebé, estoy tan orgullosa de ti —dijo la Sra. Robinson—. Pero no quiero que

trabajes demasiado. Todavía tienes la escuela, incluso después de que te gradúes.

—Lo sé, mamá —dijo Anton.

—¿Tienes trabajo, Emma? —preguntó la Sra. Robinson.

—Soy socorrista durante el verano —respondió Emma—. Mis padres no me

dejan trabajar durante el año escolar.

—Bueno, quieren que te concentres en tus calificaciones —dijo la Sra.

Robinson—. Y eso es lo más importante cuando estás en la escuela.

Emma sonrió y tomó un sorbo de su té helado. Era deliciosamente dulce. Se

deslizó en una amena conversación con su madre, mientras que Anton intercalaba

comentarios aquí y allá, a la vez que ella robaba miradas en su dirección de vez en

cuando. Ella quería juzgar por sí misma cuán “sexy” pensaba que era. Y se dio

cuenta de que él no estaba bromeando.

Era alto, por lo menos un metro noventa y cinco, juzgaba ella, con largas

piernas y grandes manos. Pensó que podía esconder su mano completa en la de él,

haciéndola desaparecer de la vista. Era delgado, musculoso y tenía la piel oscura

más sedosa y perfecta que había visto nunca. Le sorprendió. ¿No debería estar

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tratando con el acné como cualquier otro chico de último año, pensó? Tal vez había

recibido eso antes en su vida.

No podía dejar de notar sus labios. Eran esponjosos con un tinte rosado; muy

besables, pensó. Entonces rápidamente lo ignoró. Sus labios eran fascinantes, pero

sus ojos eran cautivadores. Ella nunca había visto ojos de ese color y no sabía muy

bien cómo describirlos. Se veían como la miel: una oscura y rica miel cerca de sus

pupilas y un color ámbar más ligero alrededor de los bordes. Ella tenía miedo de

dejarlo mirarla con esos ojos creyendo que podría extraer con ellos sus secretos en

contra de su voluntad.

La Sra. Robinson estaba comentando sobre los pantalones cortos de Anton

cuando ella salió de su meditación.

—Bebé, te dije una y otra vez que te levantes esos pantalones cortos. No

entiendo por qué ustedes, muchachos, pasean todo el tiempo viéndose como si se

hubieran cagado en los pantalones.

Anton había llevado su vaso vacío a la cocina.

—Mamá, ¿qué quieres que te diga? Es el estilo —dijo.

—¿El estilo de quién? —preguntó.

Anton no le hizo caso.

—Emma, fue muy bueno conocerte, y me hubiera gustado quedarme más

tiempo, pero tengo clase —dijo la Sra. Robinson.

—No, lo entiendo. Fue agradable conocerla, también —respondió Emma. Y lo

decía en serio. No estaba segura de qué esperar antes de conocer a la madre de

Anton, pero se dio cuenta que le gustó de inmediato. La Sra. Robinson era cálida,

divertida y cómoda.

La madre de Anton recogió sus bolsos en la puerta principal y besó a su hijo

para despedirse. Se volvió hacia Emma de nuevo y dijo:

—Estoy segura de que voy a verte de nuevo.

Cuando se fue, Emma miró a Anton que todavía estaba de pie en la cocina.

—Tu madre es tan agradable —dijo.

—Lo sé —contestó—. Mi mamá es la mejor del mundo.

—Sabes, creo que podrías tener razón en eso —dijo Emma con toda

sinceridad, y él encontró eso como una declaración peculiar.

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—Así que dime lo que realmente piensas de este lugar —dijo.

—¿Qué quieres decir?

—Chica, por favor. Sé dónde vives. Este apartamento probablemente sea del

tamaño de tu dormitorio —dijo.

—¿Qué quieres que diga?

—Nada. Olvídalo. No estoy tratando de hacer que te sientas incómoda.

Vamos. Te voy a dar el gran tour.

Ella lo siguió por el pasillo y asomó la cabeza en el interior cuando él señaló la

habitación su madre. Notaba mucha lavanda. Justo al otro lado de la habitación de

su madre estaba su dormitorio, y él abrió la puerta para que entrara. Ella vaciló en

el umbral.

—¿Qué? Nada va a saltar y morderte —dijo. Cuando ella aún no se movía, le

preguntó—: ¿Nunca has estado en la habitación de un chico antes?

—En realidad no, nunca —respondió ella.

—Crees que estás a punto de hacer algo malo al entrar en mi habitación, ¿eh?

Tu mamá y papá te enseñaron que nunca debes ir a la habitación de un chico, ¿no?

—Él miró hacia abajo a su cabello brillante y sabía que estaba en lo cierto.

Ella no le hizo caso, levantó la cabeza con desafío, y entró. Parecía como la

habitación típica de un chico. Tenía varios carteles de artistas de rap en la pared.

Ella pensó reconocer a uno de ellos. Su cama torpemente hecha estaba cubierta con

un edredón azul oscuro. Podía ver una pizca de sábanas a cuadros debajo. No había

cabecera ni piecero. No sabía por qué pensaba que eso era extraño. Un escritorio al

lado de la cama sostenía pilas de CDs y libros junto con papeles desorganizados y

unas cuantas fotos. Un mueble con cajones enfrente al escritorio tenía apilada una

alta parafernalia también. Tenía curiosidad de ver a través de ella.

—Bueno, eso es todo —dijo él.

Se puso de pie en medio de la habitación mirando a su alrededor. Fue

entonces cuando se dio cuenta de varias pilas de libros apilados en la esquina,

tantos libros, de hecho, que ponían la pequeña colección de ella en vergüenza. No

estaba preparada para ver algo así en su dormitorio y se oyó dirigirse a él un poco

pretenciosamente.

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—No me digas que realmente has leído todos esos —dijo señalando las pilas

tambaleantes.

—¿Por qué crees que no lo he hecho? —preguntó él—. ¿Crees que no puedo

leer o algo así?

—No he dicho que no pudieras leer —contestó ella. Se acercó a los libros y

tomó una desgastada copia de Huckleberry Finn. Ella se rió y se lo mostró Anton.

—¿Por qué crees que es tan gracioso? No hay nada malo en ser bien leído —

argumentó—. Y de todos modos, esa mierda es buena.

Emma volvió a colocar el libro en su lugar y recogió otro.

—¿Miedo y Asco en Las Vegas? —preguntó.

—Chica, sólo lee ese libro y nunca querrás tener nada que ver con las drogas

duras —contestó Anton—. Puedes tomarlo prestado.

Emma asintió y buscó otro libro.

—Crees que porque soy negro no leo. O tal vez piensas que sólo leo mierda

negra como Una Pasa en el Sol. Chica, he leído cien veces más que tú. Leí todo. Al

igual que Frankenstein —dijo Anton señalando el libro en la mano de Emma.

—Tuvimos que leer esto para la escuela —le recordó Emma.

—Chica, leí esa cosa años antes de que se suponía que lo leyera —respondió él.

Emma se quedó estupefacta.

—¿Por qué? —preguntó volviéndose hacia él.

—Porque me gusta leer.

—¿Por qué?

—Chica, ¿has visto el lugar donde vivo? Estás parada justo en él. ¿Qué más se

supone que debo hacer?

Emma se volvió hacia la montaña de libros para ocultar su rostro. Necesitaba

un momento de recomponerse. El concepto era extraño para ella; que algunas

personas leyeran para imaginarse lejos de sus brutales realidades. Ella nunca

consideró la idea de la lectura como un escape de una existencia dura y cruel.

Nunca tuvo que hacerlo.

Se dio la vuelta para ver a Anton mirándola. La hizo sentir incómoda, y buscó

algo que decir.

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—¿Escuchas a Tupac? —preguntó ella después de un tiempo, apuntando a uno

de los carteles en su pared.

—¿Sabes quién es? —dijo Anton sorprendido.

—¿No lo hace todo el mundo? —preguntó ella.

—Sólo sorprendido es todo —dijo—. ¿Alguna vez escuchaste sus cosas?

—No.

—No, supuse que no lo harías. Su música es más vieja. Él murió en el '96.

Éramos bebés entonces —respondió Anton. Pensó por un momento—. ¿Quieres?

—¿Quieres qué? —Emma parecía desconcertada.

Anton lo pensó mejor.

—Bueno, iba a ver si querías escuchar algunas de sus cosas, pero no. Aún no

estás lista para todo eso. Olvidé que acabas de llegar. No quiero ser avasallador con

toda mi negritud.

—He escuchado música rap antes —señaló Emma.

—¿Esa mierda en la radio? —preguntó Anton—. Chica, eso no es rap. No ha

habido buen rap desde los años ‘90. Bueno, en mi opinión de todos modos.

—Los 90, ¿no? Así que escuchabas rap cuando eras un bebé —preguntó Emma

sarcásticamente.

—Chica, ¿por qué crees que no conozco personas mayores que me

introdujeran a esa música? No sólo personas jóvenes viven en el gueto —respondió

Anton.

Se dejó caer en la cama, dejándola de pie en el centro de la habitación. Ella no

estaba segura de qué hacer.

—Chica, siéntate —dijo, y luego murmuró—: Luces como un pez fuera del

agua.

Él se inclinó y tiró de la silla de debajo de su escritorio para ofrecérsela. Ella

se sentó tentativamente frente a él, con las rodillas casi tocándose. De repente

estaba nerviosa. No se había sentido de esa manera cuando estaba hablando con su

madre. Pero ahora, al estar en su habitación y rodeada de sus cosas, sólo la

intimidad de ver a sus pertenencias personales, la ponían ansiosa.

—Eres tan divertida —dijo, mirándola suavizar su falda sobre sus muslos.

—¿Por qué dices eso? —preguntó ella.

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—Estás toda nerviosa y mierda. No es nada del otro mundo estar en mi

habitación. Si alguien debe sentirse nervioso, soy yo.

—¿Por qué?

—No puedo imaginar lo que está pasando a través de tu mente ahora mismo.

Estoy seguro de que piensas que esta casa es un basurero. Probablemente estás

contando los minutos hasta que te salgas de aquí —dijo. Él no podía creer su

honestidad y ni siquiera estaba avergonzado por ello.

Emma, sin embargo, estaba extremadamente incómoda. Ella se movió en su

asiento.

—No pienso eso en absoluto.

—Claro —dijo poco convencido.

—¿Qué puedo decir a eso? —preguntó—. ¿Qué quieres que diga? Te dije que

no me importa, y no me crees. ¿Quieres que me sienta incómoda de estar aquí?

¿Eso te hará sentir mejor?

Anton se sintió ligeramente avergonzado. No debería haberle dicho esas

cosas. No era justo. Era una barrera que intentaba erigir para proteger su corazón

de lo que creía que eran sus impresiones de su casa. Él quería que estuviera bien

con ella. Quería que ella se sintiera cómoda. Pero también era realista.

—¿Tienes hambre? —preguntó decidiendo cambiar de tema.

Se dio cuenta de que ella tenía hambre. No esperó una respuesta y fue a la sala

para obtener la bandeja de bocadillos que hizo su madre. Él se quedó frente a la

mesa de café por un momento mirándolos. Se dio cuenta de cómo su madre los

había colocado con cuidado, cortándolos en triángulos y ubicándolos en la bandeja

en forma de perfecto abanico. Sonrió pensando que realmente tenía la mejor mamá

del mundo.

Oyó el sonido de una canción viniendo de su dormitorio y abandonó todo

pensamiento de su madre maravillosa. Se acercó rápidamente a su habitación y

descubrió a Emma encorvada escuchando su reproductor de CD. Tuvo la repentina

necesidad de preguntarle donde aprendió cómo hacer funcionar un reproductor de

CD, una unidad sin duda extinguida en su mundo, pero decidió no hacerlo. Ella

había encontrado un CD de Tupac, y acababa de darse cuenta que estaba

escuchando “Hit 'Em Up”. Él corrió hacia el estéreo y lo apagó. Estaba mortificado.

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Quería lucir de cierta manera para ella. Sólo quería que ella viera ciertas cosas.

¿Qué pensaría de él después de eso?

—¿Perdón? —preguntó irritada.

—No creo que necesites escuchar eso —dijo él.

De pronto sintió la necesidad de protegerla de ciertos aspectos de su mundo.

Miró salvajemente sobre otras cosas que podrían ser controversiales, que podrían

traicionar su naturaleza malvada, revelar que él era una persona que nunca podría

gustarle. Los artistas en sus carteles le mostraban el dedo medio. ¿Por qué no

pensó en sacarlos antes de que ella viniera?

—No soy una niña pequeña —argumentó—. Estaba escuchando eso.

—Sí, lo sé. Pero no vamos a ir allí todavía —dijo.

—¡Tú me preguntaste si quería escuchar algunas de sus cosas! —dijo

exasperada.

—Sí, bueno, no iba a hacerte escuchar eso —dijo, riendo suavemente.

—Oh, ya veo. Ibas a mostrarme un lado de él. Ibas a mostrarme un lado de ti

—respondió ella. Y luego, después de un momento añadió cínicamente—:

Probablemente nunca haces tu cama.

Se echó a reír de verdad.

—Tienes razón. Sólo la hago cuando mi mamá me grita.

Ella no pudo evitar sonreír.

—Está bien, está bien. Lo escucharemos. Pero déjame explicar primero —dijo.

Ella tomó un bocadillo y comenzó a comer.

—Bueno, Tupac tenía pica con este otro rapero, Biggie Smalls. —Anton señaló

otro poster colgado en la puerta de su armario—. Ese es Biggie. Así que de todos

modos, comenzó después de que él pensó que Biggie Smalls y su equipo tuvo algo

que ver con que le dispararan. Bueno, que le dispararan por primera vez de todos

modos. La segunda vez que fue baleado, murió. Pero de todos modos, la primera

vez le dispararon cinco veces y sobrevivió. Después de eso, una rivalidad estalló

entre Oriente y Occidente.

Emma lucía confundida.

—Los raperos de la Costa Este y los raperos de la Costa Oeste —aclaró él.

Ella asintió comprendiendo.

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—Bueno, esa es la versión más popular de ello. La rivalidad en realidad

comenzó antes de Pac y Biggie y no tenía nada que ver con ellos. Pero supongo que

se puede decir que se intensificó cuando Tupac afirmó que Biggie trató de matarlo.

¿Me sigues? —preguntó Anton.

Emma asintió pensando en lo sabroso estaba su sándwich.

—De todos modos, fue un gran tema en los años 90 —continuó Anton—.

Básicamente, le dispararon a todo el mundo. Muchos raperos murieron. Pero

después de que murieron Tupac y Biggie, la gente comenzó a pensar que a lo mejor

no deberían estar matándose unos a otros. Así que eso ya no pasa más en el hip

hop.

Emma estaba intrigada.

—Así que de todos modos, en esta canción básicamente Tupac está todo

cabreado y hablando mierda a Biggie y su equipo. Es muy explícita y yo todavía no

creo que debas escucharla.

—¿Quién eres? ¿Mi papá? —preguntó Emma.

Anton la miró secamente. Pulsó PLAY y continuó la canción. Se sentaron en

silencio escuchando a Tupac explicando cómo él era un “millonario artífice de su

éxito” y un “Chico malo número uno” todo el rato comiendo sándwiches y bebiendo

té helado. Anton observó el rostro de Emma durante toda la canción. Este

permanecía concentrado, como si estuviera tomando notas mentales. Él imaginó

que tendría una gran cantidad de preguntas. Cuando la canción terminó, ella apagó

el reproductor de CD y miró a Anton.

—¿Qué es una glock? —preguntó.

—Un tipo de arma —respondió él.

—¿Qué es un fo fo?

—Oh, bueno, es un cuatro por cuatro. Él sólo lo pronuncia fo-fo porque es

negro —respondió Anton—. Es otro tipo de arma.

—Hmm. Al parecer le gustan las armas —dijo Emma.

Ella guardó silencio por un momento. Anton se mordió el labio para hacer

algo.

—¿Escuchas mucho esto? —preguntó.

—No, generalmente cuando estoy enojado o algo así —dijo él.

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—No puedo imaginar que te ponga de mejor humor —observó ella.

—No quiero que lo haga.

—Oh.

—No toda su música es así —explicó Anton—. Algunas son más juguetonas.

Muchas de ellas son acerca de problemas sociales. Crecer en la pobreza del gueto y

esas cosas. Él escribe sobre su mamá. Eso es realmente poderoso.

—Pero su música es tan vieja —dijo mirando a la parte trasera de la caja de

CD. Señaló la fecha de copyright.

—No importa —respondió Anton tomando la caja de joya de su mano—.

Algunas músicas son eternas, ¿sabes? Simplemente siguen y siguen. Siempre son

relevantes, siempre hacen un punto.

Emma se sentó en silencio, pensando. Ella tenía dificultades para comprender

cómo la mujer que acaba de conocer permitía que su hijo escuchara este tipo de

música. Sin embargo, ella tal vez no lo sabía, pero Emma negó ante eso. Sus

habitaciones estaban justo una enfrente de la otra, y estaba segura de que en una

casa como esta, las puertas y las paredes no eran bien aisladas. Ella recorrió su

escritorio con la mirada y notó una Biblia.

—¿Vas a la iglesia? —preguntó Emma.

—Por supuesto que sí —contestó Anton—. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—Estoy confundida. ¿Escuchas eso y luego vas a la iglesia? —preguntó ella,

levantando su Biblia.

—¿Cuál es tu punto? —preguntó Anton.

Emma colocó la Biblia de nuevo sobre el escritorio y sonrió.

—Eres extraño —dijo ella.

—Bueno, entonces. Supongo que tenemos algo en común.

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Capítulo 4 Lunes, 19 de abril

Anton se situó frente al espejo del baño inspeccionándose a sí mismo. Él

realmente se había levantado temprano esta mañana para ir a la escuela, algo que

nunca hacía, y se tomó su tiempo para prepararse. Era importante que luciera bien.

Hizo una nueva amiga durante el fin de semana y quería impresionarla. Quería que

ella lo encontrara atractivo. Quería que fueran más que amigos, pensó. Sonrió al

espejo examinando sus dientes, disfrutando de la sensación de la profunda y

brillante bola de emoción dentro de su vientre.

—Hombre, tengo buenos dientes —le dijo a su reflejo—. ¿Cómo no le va a

gustar eso?

Miró la gorra de béisbol en su cabeza. Era color celeste con el emblema de

UNC Tar Heels1

—Y luzco tan bien con sombrero. ¿Cómo no le voy a gustar con un sombrero?

Se mordió el labio inferior mientras continuaba su examen. Flexionó el brazo

derecho y silbó por lo bajo.

—Maldición negro, tienes algunas armas. ¿Cómo ella va a mantener sus

manos fuera de tus “armas”?

Él se rió entre dientes.

—No puede suceder. Simplemente no puede —decidió.

Inhaló profundamente.

1- UNC Tar Heels: Así se los llama a los equipos de atletas de la Universidad de Carolina del

Norte.

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—Y hueles tan bien —continuó—. Ella va a estar arrastrándose sobre ti

porque hueles tan bien. ¿A qué chica no le gusta un chico que use algo de colonia?

Decidió usar colonia hoy. Era una de marca cara que su madre le compró el

año pasado para Navidad cuando comenzó a hacer un poco más de dinero. Fue una

buena Navidad, pensó, recordando lo feliz que estaba ella al empezar a ver cómo se

materializaba todo su duro trabajo. Y él había sido cuidadoso con esa colonia desde

que la había recibido, sólo la usaba en ocasiones especiales. Pensó que hoy era una

de ellas.

Él levantó su camisa polo azul y estudió su estómago.

—Tal vez si ella tiene suerte, la dejaré poner sus manos sobre estos

abdominales duros como roca —dijo y luego escuchó un golpe enojado en la puerta

del baño.

—¡Anton! ¡Saca tu culo de ese baño! —gritó su madre—. ¡Has estado allí una

eternidad! ¿Qué estás haciendo?

Anton abrió la puerta para encontrar a su madre de pie en el pasillo envuelta

en una bata de baño, con una expresión de intensa irritación plasmada en su

rostro.

—Lo siento, mamá —dijo, besando la parte superior de su cabeza.

—¿Qué estabas haciendo ahí? ¿Y por qué siquiera estás levantado? —

preguntó ella—. Nunca te levantas tan temprano para ir a la escuela.

—Claro que sí —dijo y luego le dijo que se iba a recoger el autobús temprano.

Su madre se quedó mirándolo perpleja.

Él esperó junto a su casillero. Estaba impaciente y molesto porque había

llegado a la escuela tan temprano. ¿En qué estaba pensando? Esta hora era cuando

todos los nerds llegaban a la escuela para poder tener más tiempo para estudiar

antes de un examen o ir a visitar a los maestros porque eran unos completos

perdedores, pensó. De pronto, se preguntó si ella podría pensar que él era un

perdedor. Tendría que mentir cuando le preguntara y decir que acababa de llegar.

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Caminó por el pasillo hasta la máquina de refrescos y compró una Coca-Cola.

Se estaba quedando sin cosas que hacer y estaba ansioso. Justo entonces llegó ella,

y el corazón le saltó a la garganta. Llevaba el cabello recogido en una cola de

caballo, fue lo primero que él observó. Y le gustaba. Le gustaba la forma en que se

balanceaba de un lado a otro mientras caminaba. En sus orejas lucían adornos de

diamantes, diamantes verdaderos, pensó, y llevaba una camisa de cuello color rosa

pálido con pantalones cortos marrones.

Sus pantalones cortos eran de la longitud perfecta, decidió. No eran

demasiado cortos como los que llevaban algunas de las otras chicas. Pensaba que

esas chicas no eran más que putas dejando salir sus culos, sin dejar nada a la

imaginación. A él le gustaba imaginar, era parte de la diversión. Pero sus

pantalones cortos no eran demasiado largos tampoco, por lo que no se parecía a ese

otro tipo de chicas en la escuela: las idiotas despistadas. Un delgado cinturón color

rosa abrazaba su cintura, y se sintió celoso de él deseando poder envolver sus

brazos alrededor de ella en lugar del cinturón. Sus sandalias brillaban con

lentejuelas y joyas. Eran lindas y delicadas como ella, pensó.

Él observó mientras ella caminaba hacia su casillero y guardaba sus libros.

Ella estaba completamente inconsciente de su presencia, y le gustaba ser capaz de

observarla en secreto. Ella se inclinó para rascarse la rodilla. Comprobó su cara en

el espejo de su casillero, tocó un punto debajo de su ojo y frunció el ceño. Fijó su

cola de caballo. Pensó que ahora era un buen momento para ir a saludar. Sus

amigos no estaban todavía en la escuela, así que sabía que era seguro. Caminó

hacia ella mirando a su alrededor por cualquiera de sus amigos. No había nadie a la

vista.

—Hola —dijo acercándose a su casillero.

—Oh, hola —dijo ella. Le pareció ver su rostro más brillante—. ¿Qué estás

haciendo aquí ya?

—Oh, acabo de llegar —dijo casualmente. Se apoyó en los casilleros para

parecer más relajado a pesar de que su corazón estaba corriendo.

—Me divertí mucho el sábado —dijo ella, cerrando su casillero—. Gracias por

invitarme.

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—De nada —dijo él. Quería decirle que también la había pasado bien, pero

quería parecer relajado—. ¿Alguna vez has estado en ese parque en la calle

Gordon? —le preguntó.

—Muchas veces. Me encanta ese parque —respondió ella.

Él deseaba que ella le preguntara si le gustaría ir hoy después de la escuela.

Eso es lo que él quería hacer, pero que no quería parecer demasiado ansioso por

pasar el rato con ella.

—Tal vez podríamos ir allí algún día a trabajar —ofreció ella.

—Sí, eso suena bien —dijo él, alegrándose internamente. Ahora todo lo que

tenía que hacer ella era preguntar si quería ir hoy.

—¿Qué piensas sobre esta tarde? Estoy libre —dijo ella.

Dios, amaba a esta chica. Ella estaba haciendo que fuera tan fácil para él.

—Sí, creo que eso va a funcionar —dijo él.

—Te ves bien con sombrero —observó ella, golpeando ligeramente la aleta.

—¡Oye, cuidado! —dijo, y oyó una voz familiar en el otro extremo de la sala.

—¡Emma! —gritó Morgan caminando hacia su amiga.

—Me tengo que ir —respondió Emma—. Te veré después de la escuela en mi

auto, ¿de acuerdo?

—Está bien —dijo, y su corazón se puso tenso de celos.

Él había llegado allí primero. ¿Cómo podría su estúpida amiga entrar y

robársela así como así? Sabía que no tendría ninguna otra oportunidad de hablar

con ella ese día a menos que el Dr. Thompson les diera tiempo de clase para

trabajar en sus proyectos prácticos. Y tenía la sensación de que eso no iba a

suceder. Caminó hacia el otro lado del pasillo, de nuevo a su casillero. No estaba

lejos del de ella, de hecho, estaba muy cerca, así que se contentó con por lo menos

ser capaz de verla entre clases. Y sabía que la tendría toda para él esa tarde. De

pronto, no le importaba que la amiga de Emma se la hubiera robado. Ella era suya

en siete horas.

—¿Tienes una manta en tu auto? —le preguntó ayudándola a sacarla del

maletero. Era grande y voluminosa.

—Te dije que vengo mucho al parque —respondió ella.

—¿Y cómo llevas esto tú sola? —le preguntó—. Se ve más pesado que tú.

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Emma puso los ojos en blanco.

—Aquí, yo me encargo —dijo él, enrollándola lo mejor que pudo. No pesaba

nada para él, pero era difícil de manejar.

Emma se ofreció a llevar su bolso por él, y él se echó a reír.

—No, yo puedo manejarlo. De hecho, ¿por qué no me das tu bolso? —dijo él,

y antes de que ella pudiera negarse, lo tomó de su hombro.

Caminaron hacia un lugar con sombra debajo de un gran roble cerca de la

orilla del lago del parque. Ella tenía los brazos vacíos mientras Anton llevaba

ambos bolsos de libros y la manta difícil de manejar. Lo miró y sonrió. Como un

chico, pensó. Tienen que ser los héroes. Ella le ayudó a estirar la manta y luego se

quitó sus zapatos antes de sentarse. Renuentemente él se quitó los zapatos, pero se

dejó puestos sus calcetines. Exponer sus pies se sentía demasiado vulnerable.

—Me encanta trabajar fuera —dijo ella—. Bueno, me encanta hacer cualquier

cosa fuera, en realidad.

La vio sacar una carpeta de su bolso y abrirla en una página llena de

anotaciones sobre su trabajo.

—Tienes linda letra —dijo él—. ¿Escribes en cursiva todo el tiempo? —le

preguntó recordando el agradable pedazo de papel que ella le dio con su

información de contacto.

—Sí, ¿tú no?

—Chica, no sé escribir en letra cursiva —dijo.

—¿Nunca aprendiste? —preguntó desconcertada.

—Bueno, seguro. Quiero decir que recuerdo hacer algo de eso en cuarto

grado. Nunca lo recordé sin embargo. Es más fácil escribir en letra imprenta.

—En realidad una vez que aprendes la cursiva, es más fácil y más rápido

escribir de esa manera —dijo ella.

—Sí, supongo que tienes razón. Siempre estás garabateando tan rápido en la

clase, tomando notas —observó él—. Probablemente escribes cada palabra que dice

el Señor Cantinori.

Ella lo miró con extrañeza y de repente se sintió cohibido. ¿Cómo pudo meter

la pata de esa manera? Ahora sabía que la miraba, la observaba cuando ella estaba

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completamente ajena a ello. Rezó en silencio para que no lo dijera en voz alta, que

no le preguntara por qué la observaba en clase.

—¿Quieres que te enseñe cómo escribir tu nombre? —ofreció ella después de

un momento.

Él estaba más que agradecido. Casi pensó que podía besarla por no decir

nada.

—Uh, está bien.

Se acercó más a él, y él observó mientras ella escribía “Anton” en la página en

una prolija e inclinada caligrafía. Estudió su nombre, la forma en que aparecía en la

página, y decidió que le gustaba. Le gustaba mucho. Él quería que escribiera su

nombre otra vez. Y otra vez.

—Está bien, ¿viste cómo formé las letras? —le preguntó ella.

—Sí.

—Bueno, ahora inténtalo tú —dijo, y le ofreció su pluma.

—Pero tú eres zurda. Yo soy diestro. ¿No será diferente para mí? —le

preguntó.

Emma pensó por un momento.

—Bueno, las letras lucen igual, pero tienes razón. Tu mano se va a mover de

manera diferente. No pensé en eso —dijo ella, sobre todo para sí misma.

Anton sostuvo la pluma suspendida sobre el papel. No estaba seguro de qué

hacer y se sentía ligeramente ridículo como si estuviera de vuelta en jardín de

infantes aprendiendo a escribir por primera vez.

Emma se veía como si estuviera decidiendo algo.

—Bueno, supongo que puedo intentarlo —se dijo, y luego puso su mano

derecha sobre la de él.

Su corazón saltó ante la sensación de su mano. Era tan pequeña y cálida,

cubriendo sólo una parte de la suya. Ella comenzó a guiar la mano para formar los

bucles de su nombre. Ella se rió cuando terminaron. Parecía el rasguño de un pollo.

—Está bien, no puedo escribir con mi mano derecha —dijo, escrutando el

nombre que ambos habían escrito.

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Ella no se dio cuenta de que su mano aún estaba cubriendo la de él. Estaba

tan concentrada en estudiar el nombre. Pero él sí se dio cuenta, y no dijo nada. Ella

podía mantener su mano allí tanto tiempo como quisiera.

—Vamos a intentarlo una vez más —dijo decidida.

Él dejó que lo guiara una vez más, formando los bucles inciertos de su

nombre, sintiendo la suavidad de su mano mientras trataba de ganar control. Ella

retiró la mano de repente y se quedó mirando la página.

—Me doy por vencida —dijo—. Alguien más tendrá que mostrarte cómo

escribir en letra cursiva. Alguien diestro.

Pero Anton pensó que él no quería una persona diestra, y casi lo expresó en

voz alta.

—No es nada del otro mundo —dijo casualmente, tratando de ocultar la

decepción que sintió porque su mano se había ido.

Se dio cuenta de que ella no se alejó a donde estaba sentada en un principio.

Se quedó cerca, al lado de él. Estaba seguro de que simplemente no era consciente

de dónde se había quedado, pero se sentía emocionado de todos modos. Podía

imaginar que ella se quedó cerca de él a propósito, y eso lo puso atolondrado.

—Hueles bien —dijo ella después de un momento.

Pensó que iba a morir. Ella seguía notando todo. La gorra más temprano.

Ahora su colonia. Estaba tentado a flexionar su brazo y mostrarle sus músculos. Tal

vez eso la pondría de espaldas para él. Negó. Saca la cabeza de la alcantarilla, pensó

frustrado.

—Gracias —se las arregló para decir.

Ella inmediatamente se adentró en su proyecto, haciéndole preguntas acerca

de ciertos capítulos del libro, contemplando los personajes, haciendo conexiones

con lo que habían aprendido ya de las vidas de uno y del otro. Su corazón se cayó.

No podía entenderla. ¿Cómo en un minuto podía decirle que olía bien y luego en la

siguiente respiración preguntar su opinión sobre Carrie Meeber? Me importa una

mierda la puta buscadora de oro, pensó. ¿Por qué no colocaba su mano de nuevo

sobre la suya y trataba una tercera vez con su nombre?

Fingió importarle. Así es como podía tenerla allí con él. Si él la escuchaba y

contestaba sus preguntas con la más mínima consideración, podía mantenerla en la

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manta toda la tarde. Tal vez incluso hasta puesto el sol. Tal vez hasta que salieran

las estrellas. Tal vez para siempre. La observó morderse el labio inferior en

concentración. De vez en cuando ella distraídamente tocaba el brillante en el lóbulo

de su oreja, acariciándolo y girándolo lentamente.

Trabajaron durante una hora antes de que ella cerrara su carpeta. Tenía

miedo de que quisiera irse. No habían estado allí tanto tiempo, pensó. ¿Cómo podía

hacer que se quedara? Pero ella no quería irse, simplemente estaba cansada de

escribir y necesitaba un descanso.

—Hay un chico en la entrada del parque que vende pan —dijo ella—. Para

alimentar a los patos. Cobra demasiado, pero es conveniente. Y podríamos

alimentar a los patos. Si quieres.

Él estuvo de acuerdo, y dejaron su manta bajo el árbol. Ella tomó su bolso y

carpeta, y él pensó que era divertido que considerara la idea de que alguien pudiera

robar sus notas del trabajo de inglés.

—Nunca se sabe —dijo ella, golpeando su brazo mientras él se reía de ella.

Ella tenía razón. Las viejas barras de pan eran caras, pero ella pagó por una de

todos modos y caminaron con él de vuelta a la orilla del agua, dejando caer su bolso

y carpeta en la manta a su paso. Los patos podían sentir la comida, nadando a toda

prisa a la orilla del lago y luego contoneándose tan rápidamente como podían hacia

ella. Había más patos que de costumbre, notó ella, acurrucados alrededor de ellos y

graznando sus demandas. Los más cercanos a Emma y Anton los empujaban

impacientes con sus picos. Emma podía sentir el creciente malestar de Anton. No

era posible que tuviera miedo de los patos, pensó. Sonriendo, ella le arrojó el pan y

él instintivamente corrió.

Los patos le persiguieron por la orilla del lago mientras él arrancaba pedazos

de la barra de pan, y los arrojaba detrás de sí. Ella notó la expresión en su rostro

cuando él se volvió para ver si aún estaban pisándole los talones. Parecía un

personaje de dibujos animados, pensó riendo en voz alta, tenía los ojos muy

abiertos por el miedo, y agitaba los brazos mientras caminaba por la orilla.

Por un tiempo estuvo fuera de la vista hasta que lo vio volver corriendo,

todavía seguido por un par de patos que no habían conseguido nada de pan. Arrojó

el resto del pan a Emma y se escondió detrás de ella. Escuchó mientras ella

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regañaba a los patos por ser malos y entonces les dio el resto de la barra de pan.

Cuando descubrieron que Emma y Anton no tenían nada más para ellos,

caminaron de nuevo al agua y continuaron su lento nadar.

—Hiciste eso a propósito —dijo Anton, todavía respirando con dificultad por

su carrera.

—Nunca haría tal cosa —dijo ella afectada de shock por su acusación.

—Sabías exactamente lo que estabas haciendo —prosiguió—. Ni siquiera

puedo creer lo asustado que estaba debido a los patos.

Emma se rió con ganas y luego gritó cuando Anton la tomó en brazos y la

acunó como a un bebé. Ella olió la mezcla de leve sudor y colonia en él, y le gustó.

—Crees que eres divertida —dijo él haciendo su camino hasta el borde del

lago.

—¡Oh, Dios mío, no! —chilló, aferrándose a sus hombros.

Él no le hizo caso.

—¿Pero qué tan divertido piensas que sería si yo te arrojara al agua?

—Anton, no te atrevas —advirtió. No pudo evitar reírse.

—Bueno, creo que es justo. Hiciste que esos patos feroces me persiguieran.

Ahora tienes que ir al agua —dijo él, sintiendo que ella lo apretaba con fuerza y

enterraba su cara en su hombro.

Él nunca la tiraría. No podía soportar la idea de que lo dejara. Quería sus

brazos a su alrededor para siempre, que su rostro acariciara su cuello por toda la

eternidad. No, no iba a tirarla. Pero se burlaría de ella. Él se acercó más hasta que

estuvo a centímetros de agua.

—¿Qué tal sólo un poco? —le preguntó—. No te voy a arrojar completa.

Él la soltó ligeramente y ella gritó.

—¿Podríamos llamarlo empate? —continuó él sintiéndola aferrarse a él con

desesperación.

Comenzó a bajarla hacia el agua.

—¡Detente! —exclamó entre risas—. ¡Te estoy rogando!

—Bueno, si no te pongo en el agua, entonces no estamos empatados. ¿Qué se

supone que voy a hacer contigo? —preguntó él.

—No lo sé —dijo frenéticamente—. Ya se me ocurrirá algo.

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Él le sonrió y se volvió hacia la manta. Pudo haberla puesto de pie entonces,

pero quería prolongar el éxtasis de sostenerla, así que la llevó de vuelta a la manta

antes de bajarla suavemente. Era difícil para él soltarla sin saber cuándo iba a ser

capaz de tocarla de nuevo. Sólo lo hizo cuando se presentó la oportunidad. Nunca

había sido forzada. Él nunca la tocaría sin saber que era seguro.

Anton se sentó junto a ella y la observó reabrir su cuaderno. Se obligó a seguir

centrado, pero lo único que podía pensar era en la sensación de sus pequeños

brazos alrededor de su cuello, apretándolo hasta que estuvo seguro que tenía que

besarla. Volvieron a su trabajo, y él demostró interés en ello aunque su mente

estaba muy lejos.

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Capítulo 5 Martes, 20 de abril

—No puedo creer que tengas que trabajar con él —dijo Morgan, frunciendo el

ceño mientras observaba a Anton cambiar libros en su casillero—. Es un matón.

—Él no es un matón, Morgan —respondió Emma divertida.

Miró su rostro en el espejo fijado en el interior de la puerta de su casillero, y

decidiendo que necesitaba un retoque, sacó un brillo labial del interior de su bolso.

Deslizó el aplicador suavemente sobre sus labios, presionándolos junto y luego se

estudió a sí misma de nuevo.

—Oh, Dios mío. Te está mirando —observó Morgan.

Emma miró en dirección a Anton, y él volvió rápidamente su rostro cuando

sus ojos se encontraron.

—No, no lo estaba —dijo ella. Su corazón dio un pequeño salto.

—Sí que lo estaba haciendo. Estoy tan asqueada en este momento —respondió

Morgan.

Emma vio a Anton bromeando con sus amigos. Había cuatro de ellos. Él dijo

algo y ellos rieron, uno de ellos golpeándolo en la parte posterior de la cabeza. Él

respondió con un golpe ligero en el brazo. Ella los observó caminar por el pasillo, y

doblar la esquina hasta que se perdieron de vista.

—¿Estás escuchándome? —preguntó Morgan.

—Sí. Has dicho que tienes que ir al dentista esta tarde —dijo Emma. Le sonrió

a su mejor amiga.

—No, en realidad no he dicho eso en absoluto —respondió Morgan—.

¡Escúchame, Emma!

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—Está bien, está bien. Lo siento —dijo Emma, cerrando su casillero y

tomando el ritmo de Morgan mientras caminaban por el pasillo.

—¿Qué voy a hacer con Brian? —preguntó Morgan—. Está empezando a

actuar todo celoso sobre mí, como si no quisiera que fuera a ninguna parte sin él.

—¿Quieres mi opinión sincera? —preguntó Emma. No esperó una respuesta—

. Creo que es un perdedor.

—¡Hey! ¡Es mi novio del que estás hablando!

—Morgan, tú misma dijiste que era un perdedor —señaló Emma.

—Bueno, lo sé —dijo ella, pensativa—. Dios mío, es un maldito perdedor.

Emma se rió entre dientes.

—Sabes, todos lo soportamos porque te queremos.

—¿Qué? ¿Aubrey y Sarah también piensan que es un perdedor? —preguntó

Morgan.

—Umm, sí —dijo Emma desconcertada. ¿Cómo podía no saber eso?—.

Escucha, eres tan bonita, inteligente y divertida. ¿Por qué estás con él?

—No lo sé —dijo Morgan encogiéndose de hombros—. ¿Por qué él está ahí?

Emma se rió mientras se abrían camino a la clase de historia, la única otra

clase que compartía con Anton. Ella tuvo la precaución de no mirarlo. Él compartía

esta clase con dos de sus amigos, y mientras que en el pasado ella nunca le había

dado a ninguno de ellos ni un solo pensamiento, ahora se sentía un poco nerviosa

de estar en una habitación con ellos. Incluso había decidido evitar hablar en clase,

para no llamar la atención sobre sí misma o dar a sus amigos motivo para burlarse

de ella. La risa que siguió después de su enfrentamiento con Anton unos días atrás

todavía estaba fresca en su mente.

Pasó junto a ellos y escuchó a uno de ellos preguntando en broma:

—¿Cómo está yendo tu proyecto, Anton?

—Está bien —contestó Anton. Él sabía que ella podía oírlos.

—¿Ella está siendo amable contigo? —preguntó el otro.

—Hombre, todo está bien. Ella está bien —dijo Anton. Él se movió

nerviosamente en su asiento en la parte trasera de la clase.

—¿Estás haciendo que ella haga todo el trabajo? Mierda, me gustaría hacer

que ella hiciera todo el trabajo. Es tan jodidamente inteligente y todo eso.

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—¿Te quieres callar, hombre? —dijo Anton.

Sus amigos se movieron a otro tema de conversación mientras él observaba a

Emma tomar su asiento en el lado opuesto del salón de clases. Ella estaba ocupada

en una conversación con su amiga, y Anton se dio cuenta de que su amiga era

realmente una perra estirada. Él la atrapó dándole miradas sucias de vez en cuando

en el pasillo entre las clases, y trató de entender que era su forma de ser protectora

con su amiga. Aun así, le molestaba pensar en todas las cosas que le estaba

diciendo a Emma sobre él, alimentando su mente con odiosos prejuicios. Él frunció

el ceño al verla jugar con su largo cabello rubio, mientras escuchaba hablar a

Emma. ¿Cómo podía Emma ser su amiga? se preguntaba.

La campana sonó por fin, y él se sentó para una soporífera lección de

cincuenta minutos sobre la ley de EE.UU. Robó miradas en dirección a Emma,

viéndola tomar sus notas. Ella siempre era muy diligente en clase. Estaba

sorprendido por su fervor. Ella actuaba como si verdaderamente se preocupara

acerca de la escuela. Él sólo trabajaba tan duro como tenía que hacerlo. Sabía las

notas que necesitaba para entrar en una universidad pública. Se daba cuenta de

que tendría que empezar por ahí y no en una universidad de cuatro años. Había

arruinado esas posibilidades en noveno grado. Una vez que reconoció que era

necesario para obtener su acto todo junto, ya era demasiado tarde. Pero pensaba

que no había nada malo con la universidad pública. Conocía muchos otros

estudiantes que empezaban allí antes de ir a una gran universidad.

Vio a Emma mirando en su dirección. Ella le sonrió, y él no sabía qué hacer.

Se dio la vuelta, sintiendo su cara cayendo por la decepción. ¿Por qué simplemente

no le devolvió la sonrisa? No podía arriesgarse a que sus amigos lo vieran. Querrían

saber por qué le sonreía, si le gustaba, y luego le darían un infierno inimaginable

sobre ello. No, él tenía razón en mirar hacia otro lado. Si ella tenía a sus

sentimientos heridos por eso, entonces era demasiado sensible, pensó.

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Sonó el timbre. Otros cincuenta minutos de su vida en vano. Se preguntó cuán

sin importancia podía ser la escuela secundaria, cómo cuatro años de su vida

podrían ser tan aburridos y sin importancia. Se sentía como si estuviera en una

prisión y estaba seguro de que muchos otros estudiantes sentían lo mismo,

arrastrando los pies como zombis de una habitación a la otra ante el sonido de una

campana. ¿Qué demonios era eso?

Emma pasó junto a él al salir de la habitación. Ella no lo miró, y él estaba

seguro de que estaba enojada. Por una sonrisa, pensó, y se echó a reír. Él la siguió

perezosamente por el pasillo hacia su casillero. Sus amigos habían desaparecido

dejándole solo para mirarla desapercibido todo lo que quisiera, sin molestar. Su

amiga no estaba con ella, y se armó de valor para hablarle. Era seguro, pensó.

Se acercó a su casillero mientras ella lo estaba cerrando.

—Hola —dijo.

—Hola —respondió ella, distante.

—¿Cuándo quieres que nos juntemos de nuevo? —le preguntó.

—No lo sé. Estoy un poco ocupada esta semana —respondió ella.

—¿Estás enojada conmigo por algo? —Mejor simplemente afrontarla, pensó.

—¿Por qué estaría enojada contigo? —respondió ella.

—No lo sé.

Odiaba cuando las chicas hacían eso. Y eran tan buenas en hacerlo,

demostrando indiferencia cuando estaban realmente cabreadas. ¿Por qué

simplemente no decían lo que sentían? Eso haría la vida de los hombres mucho

más fácil.

Se miraron el uno al otro. Ella parecía estar decidiéndose por algo.

—Creo que podemos encontrarnos en algún lugar mañana después de la

escuela —dijo finalmente.

Así que ella iba a dejarlo pasar, pensó aliviado.

—¿Quieres venir a mi casa? —preguntó Anton.

—¿Qué? ¿Para que puedas conseguir un aventón a tu casa? —Ella le sonrió.

—Bueno, eso también —admitió—. No sabes lo que es andar en ese autobús a

casa. Es horrible.

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—Tienes razón. No sé lo que es. Nunca he montado un autobús a la escuela —

dijo.

—Imagina eso —dijo él con sarcasmo, y ella juguetonamente le golpeó el

brazo.

—Eres un cabeza de chorlito —dijo ella.

Anton se rió con fuerza.

—¿Qué? —preguntó ella sonriendo.

—Nada. No sé. Eres la primera persona que me llama cabeza de chorlito —dijo

sin dejar de reír.

—Estoy segura de que no seré la última —ofreció ella.

Él la miró y sonrió. Sus amigos tenían razón. Ella era peleona. Una enana

peleona, pensó. Ella no sabía lo que pasaba por su mente mientras la miraba, pero

sabía que le gustaba que él la mirara de esa manera.

—Supongo que podría ir hoy, también —dijo ella—. Quiero decir, si no estás

ocupado. Sé que has conseguido ese nuevo trabajo.

—No empiezo a hasta la próxima semana —dijo.

Un pensamiento se le ocurrió.

—¿Cómo vas a llegar al trabajo? Quiero decir, ya que no tienes un auto.

Anton se rió.

—Chica, ¿alguna vez has oído de transporte público? Hombre, ¿qué estoy

diciendo? Por supuesto que no. La línea de autobús no va a ninguna parte cerca de

tu casa.

—Lo que sea —respondió ella, tratando de sacudirse. ¿Cómo iba a hacer una

pregunta tan estúpida?

—Sólo estoy jugando contigo. Sabes eso.

—¿Quieres que vaya a tu casa hoy o no? —preguntó ella.

—Claro. Quiero decir, lo que sea. Si quieres —dijo tratando de sonar casual.

Emma puso las manos en sus caderas y lo miró. Su ceja estaba elevada en una

pregunta, y él sabía que no estaría satisfecho hasta que le oyera decirlo.

—Sí, Emma, quiero que vengas hoy —dijo.

Ella se volvió para irse y él la siguió.

—¿Me vas a dar un aventón a casa, ¿no?

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—Sí, sí —respondió ella, aumentando su velocidad para superar a la campana

de tardanza.

Anton dejó de seguirla y la vio desaparecer en un salón de clases al final del

pasillo. Justo entonces sonó el timbre, y no podía recordar en qué clase se suponía

que debía estar adentro.

Habían estado trabajando durante casi una hora compartiendo historias de la

infancia y tratando de decidir si algo valía la pena de incluir en su trabajo práctico

cuando un golpe sonó en la puerta principal. Anton se excusó y salió de la

habitación.

Emma volvió a su trabajo, escuchando el murmullo de las voces en la sala de

estar. De repente, una cabeza apareció en la puerta del dormitorio.

—Oh, no estabas bromeando —dijo un chico. Llevaba un pañuelo rojo

alrededor de su cabeza y lucía una pequeña argolla de oro en la fosa nasal

izquierda.

Anton pasó junto a él y entró en la habitación.

—Emma, él es Nate —dijo, volviendo a sentarse en el suelo. Nate se quedó en

el umbral.

—Hola —dijo Emma, colocando la novela en el suelo.

—Hola —respondió Nate desinteresado. Miró por encima los papeles y las

carpetas que rodeaban a Anton y a Emma—. ¿Así que no vendrás, entonces? —

dirigió la pregunta a Anton.

—Hombre, te dije que no puedo —contestó Anton—. Y de todos modos, es

noche de escuela.

Nate se echó a reír.

—¿Desde cuándo eso hace alguna diferencia?

—Mira, ni siquiera estoy tratando de arruinar nada hasta ahora. Estoy a punto

de graduarme, hombre. Y también lo estás tú, por cierto —dijo Anton.

—Eres tan tonto, Anton. ¡Habrá chicas universitarias allí! —dijo Nate—. Y

licor. Licor gratis. Y si tenemos suerte, tal vez un poco de hierba.

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—No me importa. Tengo trabajo que hacer.

—Hombre, vete a la mierda. ¿Cómo vas a preocuparte tanto por la escuela? Te

estás convirtiendo en un maldito santurrón —respondió Nate mirando a Emma.

—No me vengas con mierda, Nate. Nadie está diciendo que no puedes ir. Ve.

No me necesitas allí —dijo Anton.

Él levantó el libro y comenzó a leer. Era un claro mensaje de que la

conversación había terminado.

—Está bien hombre. Lo que sea —dijo Nate y caminó fuera de la habitación.

Anton esperó a que la puerta principal se cerrara antes de hablar.

—Perdón por eso —dijo sacudiendo la cabeza ligeramente.

—¿Quieres terminar con esto? Quiero decir, si quieres ir a la fiesta o lo que sea

que fuera —ofreció Emma.

—Chica, estás loca. Acabamos de empezar. Y no, no quiero ir a una estúpida

fiesta. Sé dónde es la fiesta y sé quién la está montando, y déjame decirte algo: no

va a haber ninguna chica universitaria allí o nada de hierba tampoco. Y el único

licor que va a haber será una mierda barata que te pondrá enfermo después de un

trago. Sigo tratando de decirle eso, pero no escucha. Estúpido negro.

Emma se sorprendió. Era la segunda vez que lo escuchaba usar esa palabra.

La primera vez que la dijo él se refería a sí mismo y estaba terriblemente enojado.

Ahora la decía con indiferencia.

Él la miró.

—¿Qué?

—¿Qué? Nada.

Hubo un momento de silencio en el que ambos fingieron leer. Anton usó el

tiempo para encontrar la mejor manera de abordar el tema delicado de la palabra

“n” con Emma.

—Mira, soy negro si no te habías dado cuenta —dijo finalmente.

—¿De dónde vino eso? —preguntó Emma.

—Tienes que dejar de abrir grandes los ojos cada vez que me oigas decir cosas

como “negro”. Luces como un ciervo frente a unos faros, todo el tiempo.

—Lo siento. Es simplemente difícil de escuchar. Me pone incómoda.

—¿Por qué? No eres a la que llamo negro —señaló Anton.

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Emma se encogió.

—¡Ves! Ahí estás otra vez —dijo.

—Me siento incómoda porque no estoy segura de cómo se supone que debo

reaccionar ante ella. Quiero decir, no la entiendo. Fue utilizada como un

comentario despectivo. No entiendo por qué se llaman unos a otros con la palabra

que la gente blanca racista usaba para llamarlos —dijo ella, y luego, después de un

pensamiento añadió—. En realidad, algunos todavía los llaman así.

Anton consideró sus comentarios.

—Bueno, la cosa es así. Bien podríamos dejar que los blancos racistas la

utilizaran de una manera despectiva, o podríamos sacarles la palabra. Así que la

tomamos y la convertimos en algo diferente. Ahora la usamos para mostrar

solidaridad.

Las cejas de Emma se dispararon hacia arriba.

—Oh, piensas que porque soy pobre y negro no sé palabras como

“solidaridad” —preguntó Anton en broma.

—No pensaba eso. Pensaba que tú como Anton no sabrías palabras como

“solidaridad” —contestó ella. Y sonrió ante su astucia.

—Oh, divertida —dijo pasando su dedo índice por la planta del pie desnudo de

ella que se había sacado sus sandalias en la puerta principal cuando llegó y ahora

estaba sentada al estilo indio en el suelo de su dormitorio. Alejó su pie.

—No te atrevas —advirtió.

—Oh, ¿eres cosquillosa? —preguntó, bajando su novela y moviéndose hacia

ella.

Emma levantó las rodillas hasta el pecho plantando sus pies firmemente en el

suelo.

—No va a ser mi culpa si te haces daño —dijo—. Lo digo en serio. No me hagas

cosquillas.

Él la ignoró, envolviendo su gran mano alrededor de su pantorrilla derecha y

tirando suavemente de la pierna. Ella permaneció rígida, utilizando todas sus

fuerzas para mantener su pie plantado.

—Así que te gusta bromear —dijo Anton—. Pero no te gusta cuando la broma

es sobre ti.

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—Eso no es cierto —argumentó.

Renunció a tirar de su pierna y en su lugar puso un brazo bajo sus rodillas y el

otro alrededor de su espalda recogiéndola rápidamente y depositándola

cuidadosamente en su cama. Atrapó sus pies en el hueco de su brazo y la vio

retorcerse violentamente. Sus uñas estaban pintadas de un brillante color cereza,

observó, y sus pies eran suaves y libres de callos.

—¿Cómo es que tienes pies tan bonitos? ¿No haces nada como ejercicio,

correr o otro deporte?

—Acabo hacerme la pedicura —dijo ella, tratando de liberarse de su agarre.

—Por supuesto. ¿Por qué no pensé en eso? —dijo divertido.

Él le dirigió una sonrisa diabólica.

—Por favor, haré lo que sea. No me hagas cosquillas en los pies. Me voy a

morir. Voy a morir —suplicó.

—¿Harás lo que sea? —preguntó Anton, incapaz de ocultar la excitación sexual

en su voz. La tenía atrapada en su cama, vulnerable a él, y sabía que el juego se

estaba volviendo un poco demasiado peligroso.

—Lo que sea —dijo ella, sin darse cuenta de la lujuria en su tono—. Sólo por

favor no lo hagas.

Le pasó los dedos suavemente sobre su planta y escuchó con deleite mientras

ella gritaba.

—Quiero que digas que estoy bien —dijo—. Que yo soy el hermano más

inteligente que alguna vez has visto.

—¡No voy a decir eso! —dijo ella, y luego chilló cuando asaltó el pie una vez

más—. ¡Está bien, bien! ¡Eres el tipo más inteligente que he visto!

—Ves, ahora no te creo —bromeó—. Quiero que me mires a la cara y me digas

eso.

—Está bien —dijo ella derrotada. Lo miró a los ojos—. Anton, eres el chico

más inteligente que he visto.

Él le sonrió, sintiendo la emoción de algo caliente y eléctrico en su corazón, y

soltó su pie. Ella le dio un puñetazo en el estómago con uno, y él se dobló.

—¡Mierda, chica! ¡Eso dolió!

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—Te lo mereces, cabeza de chorlito —le espetó, saliendo de la cama y

volviendo al suelo.

—Tienes razón, tienes razón.

Se frotó el estómago, mientras la observaba reanudar su trabajo.

—Cabeza de chorlito —murmuró riendo entre dientes, y fue a sentarse a su

lado.

Ellos trabajaron durante varias horas antes de que ella se fuera. Nunca pensó

que pudiera divertirse tanto haciendo una asignación de la escuela. No había

pensado en la hora, sus amigos, ni lo que estaría haciendo si no hubiera estado allí.

Era como si el mundo fuera de su habitación hubiera desaparecido. Nada era

importante, aparte de estar sentado en el suelo con ella, hablando de una novela,

conociéndose uno a otro, burlándose de ella.

No podía creer con qué facilidad estaba empezando a abrirse a ella,

compartiendo todo lo relacionado con él, todo, desde su música favorita hasta su

espiritualidad. Ella encontraba sus creencias sorprendentemente incongruentes

con la forma en que él actuaba. Describió su dieta para ella, la mayoría eran

alimentos que ella nunca había probado. No podía creer que ella nunca había

probado gumbo frito. Tendría que remediar eso. Ella se quedaría a cenar una

noche, y él haría que su mamá lo hiciera. Estaba seguro de que nunca querría

comer otra cosa en su vida después de probar el gumbo frito de su mamá.

El sol se estaba poniendo, y él se mostró reacio a verla partir. Se preguntaba a

qué tipo de habitación iba ella cuando fuera a casa. Se imaginaba que era muy

grande. Estaba seguro de que ella probablemente tenía su propia TV y ordenador.

Eso era un hecho. Se preguntaba si ella la mantenía organizada, o si simplemente

tiraba sus bragas donde fuera. Él sacudió la cabeza para librarse del pensamiento,

pero una vez que la imagen entró en su mente, no podía pensar en nada más. La vio

salir de la plaza de aparcamiento pensando todo el tiempo en las bragas que llevaba

puestas, dónde se las sacaría y arrojaría cuando llegara a casa. Volvió a su

dormitorio y cerró la puerta.

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Capítulo 6Jueves, 22 de abril

Anton la observó durante historia. Había dejado de preocuparse por esa clase

hacía meses. Ella parecía estar escuchando. Escribía cosas en su cuaderno.

¿Realmente se preocupa por esta mierda? pensaba él. Su amigo se inclinó y le

susurró algo al oído. Ahogó una risa, y eso le llamó la atención. Ella lo miró y luego

a su amigo. Ambos le sonrieron, enormes sonrisas, y se quedó en duda si la broma

era sobre ella. Se alisó el cabello y miró hacia abajo para asegurarse de que ninguno

de los botones de su camisa se hubiera desabrochado. Se limpió la cara pensando

que tal vez tenía algo en ella.

Se rieron de nuevo, y esta vez el profesor habló:

—No tenía idea de que el sistema judicial fuera tan gracioso, chicos —dijo el

señor Cantinori—. Compartan. Todos queremos ser parte de la broma.

—Lo siento señor Cantinori. No se trata de la clase —respondió el amigo de

Anton—. Estábamos recordando sobre los viejos tiempos, ¿sabe? Siendo del último

año y todo eso, acabamos de darnos cuenta de lo mucho que vamos a extrañar este

lugar.

Emma no podía dejar de pensar en cuán lleno de mierda era lo que estaba

diciendo.

—Bueno, Kareem, no se ha graduado todavía —señaló el señor Cantinori.

—Tiene razón, tiene razón. Siento lo que está diciendo.

—¿Lo hace? —respondió el señor Cantinori—. Entonces cállese. —Y él reanudó

su lección.

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Kareem cerró la boca y se hundió en su asiento. No parecía afectado por ser

corregido delante de toda la clase, ya que por lo general era reprendido de esa

manera.

Emma sonrió, su cara enterrada en su cuaderno, pero Anton lo vio. Se

preguntó cómo había llegado a ser tan buena chica. Probablemente nunca se metió

en problemas en su vida, al menos no en la escuela. Imaginó lo que haría si un

profesor la regañara delante de toda la clase, y llegó a la conclusión de que

probablemente se fundiría en el piso de pura vergüenza y desaparecería para

siempre. Sonrió para sí mismo. Por ser tan buena, pensó.

La clase terminó y él caminó con Kareem hasta su casillero. Era la hora del

almuerzo, y los estudiantes se movían lentamente a lo largo del pasillo, tomándose

su tiempo en sus casilleros. Quería preguntarle a Emma si todavía estaba en pie el

viernes por la tarde, pero justo cuando estaba a punto de acercarse, notó un chico

conversando con ella. Su corazón se apretó de celos. Fue instantáneo e inquietante,

y trató de ignorarlo. Pero no podía, y se quedó observando la mirada del muchacho

hacia Emma como si supiera algo reservado acerca de ella que nadie más sabía.

¿Quién era este tipo? Emma nunca lo mencionó.

Pensó que era absurdo esperar saber todo sobre ella en menos de una semana.

Independientemente de la cantidad de tiempo que ya habían pasado juntos y la

cantidad que había compartido con él acerca de su vida, todavía sabía muy poco.

Evidentemente, ella tenía novio, y él se sentía como un idiota. ¿Qué pensaba que en

realidad pasaría entre ellos? Ella era amable con él, incluso le seguía la corriente

con su coqueteo, porque sabía que tenía que trabajar con él. Ella sólo estaba siendo

amable, pensó con amargura. Nunca hubo nada más y nunca podía haber nada

más.

La miseria invadió su cuerpo, y pensó en lo fácil que sería caminar hasta el

chico y darle un puñetazo en la cara. Un buen gancho fuerte de derecha, pensó.

Romper un diente de su maldita boca. Llevarlo al suelo y hacerlo sangrar. Hacerle

jurar que nunca hablaría con Emma de nuevo o lo mataría. Los pensamientos lo

tranquilizaron, y sintió que la ira dentro de él se disipaba.

—Uf, me pone de los nervios. —Oyó decir a Emma después de que el chico se

alejó. Ella estaba hablando con su amiga del largo cabello rubio.

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—Eso es cruel, Emma —respondió Morgan.

—Lo sé, y me siento muy mal por sentirme de esa manera. ¿Cómo se puede

salir con alguien en el pasado y sentir como que lo has amado, y luego rompes y no

quieres estar cerca de él? ¿Cómo si te repugnara? Es una sensación horrible, y me

siento como una persona horrible —dijo Emma.

Al corazón de Anton le salieron alas.

—Bueno, supongo que no deberías haberlo dejado ir encima de tu camisa —

contestó Morgan con total naturalidad.

Anton frunció el ceño.

—Gracias, Morgan. Eres de mucha ayuda.

Él sonrió ante el sarcasmo de Emma. Podía imaginarse su cara para hacer

juego.

—Sabes que quiere volver a estar contigo. Se muere por hacerlo —señaló

Morgan.

Anton curvó sus manos en puños.

—Eso no está sucediendo. Tan cruel como suena, él simplemente no es para

mí —respondió Emma.

Yo puedo ser para ti, pensó Anton.

—¿En serio? ¿Ya no te sientes atraída por él en lo más mínimo? —preguntó

Morgan.

¿Qué estaba tratando de hacer esta chica? Pensó. ¿Arruinar sus posibilidades?

—No, no realmente. Fue en décimo grado. Se ha acabado. Ya he terminado

con él —dijo Emma.

Así es, chica, sigue adelante. Directo hacia mí, pensó Anton.

—Entonces, ¿quién te atrae? —preguntó Morgan—. ¿Alguien? No has

mencionado a un chico en un largo tiempo.

Él sabía que nunca lo diría, pero se quedó allí con la esperanza de que lo

hiciera.

—No sé —contestó Emma—. No estoy segura de que quiera quedar atada a

nadie antes de comenzar la universidad.

Su corazón se astilló en mil pedazos.

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—Esa no era mi pregunta. Te pregunté si pensabas que alguien por aquí era

lindo —dijo Morgan.

Dilo Emma. Dilo, pensó él desesperadamente.

—No lo sé —dijo Emma sonrojándose.

—¡Oh, Dios mío, te gusta alguien! ¡Suéltalo! —chilló Morgan.

Anton comenzó a reconstruir su corazón tentativamente.

—Nunca dije eso, Morgan —contestó Emma, pero su rostro sonrojado la

traicionó.

—Bueno, creo que conozco a alguien que le gustas —dijo Morgan.

Su corazón se vino abajo de nuevo.

—¿Quién? —preguntó Emma.

—Tu compañero —dijo Morgan audazmente, y podía sentir sus ojos en él.

Él empujó su cara más adentro de su casillero.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Emma en voz baja, mirando en la

dirección de Anton.

—Ese chico con el que estás trabajando en ese estúpido trabajo de inglés. Creo

que le gustas. Lo he estado observando durante los últimos días. Él siempre te está

mirando —dijo Morgan.

Que alguien me empuje dentro del casillero y cierre la puerta, pensó Anton. Y

nunca más me deje salir.

—Estás loca —dijo Emma.

No, no lo está, pensó él sombríamente.

—No, tú estás loca. O lo estarías si hicieras algo con él —dijo Morgan. Su tono

contenía una nota de advertencia.

Maldita perra, pensó Anton. Cierra tu puta boca.

—Morgan, no hay nada entre nosotros así. Ni siquiera creo que seamos

amigos. Ya ves que no hablamos en la escuela —argumentó Emma.

El cuerpo de Anton se puso rígido. Su corazón ya había muerto, por lo que se

preguntaba cómo todavía podía sentirlo doler.

—Bien —respondió Morgan—. ¿Vamos a comer?

—Sí —dijo Emma en voz baja.

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Miró en dirección a Anton una vez más. Su cabeza estaba oculta detrás de la

puerta del casillero. Ella había contemplado la idea por un momento de que en

realidad le gustaba. Era ridículo, pensó. Flirteaba con ella, sí, pero había llegado a

descubrir que él era un tipo que coqueteaba por naturaleza. Ella sabía que no debía

leer demasiado en ello. Pero no podía negar como la hacía sentir cuando se burlaba

de ella y la miraba de ciertas formas; como si fuera la única persona en el planeta,

la única persona en su mundo. Como si él construyera su mundo alrededor de ella,

y ella era la estatua de oro en el centro que él adoraba cada día.

Se preguntaba cómo algunas personas tenían la capacidad de hacer eso, de

hacer que otros se sientan como si fueran únicos. Sanguíneos, pensó sonriendo,

recordando haber aprendido sobre los cuatro temperamentos en psicología. Los

sanguíneos tenían el don especial. Y entonces su corazón se puso rígido. Recordó

algo más sobre los Sanguíneos. Cuando terminan contigo, terminan.

Ella siguió a su amiga a la cafetería.

Él estaba esperando para subir en el autobús a casa cuando ella se acercó a él.

Ella se aseguró de que sus amigos no estuvieran alrededor, de lo contrario, no

habría extendido la invitación.

—¿Quieres un aventón a casa? —ofreció acercándose a él mientras estaba

sentado en un banco de metal.

—No teníamos pensado trabajar en nuestro proyecto hoy, ¿no? —preguntó él.

—No.

—Así que, ¿por qué quieres llevarme a casa?

—Para ser amigable —dijo ella. Movió la bolsa de la escuela para el otro

hombro—. ¿Vienes o no?

Ella comenzó a caminar hacia el estacionamiento, y por mucho que él no

quería seguirla, sabía no tenía otra opción. Le molestaba saber que haría cualquier

cosa para pasar un poco de tiempo con ella, incluso si eso significaba subir en su

coche por sólo cinco minutos.

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Emma charló alegremente mientras se abrían camino a West Highland Park.

Quería estar en un estado de ánimo hosco; después de espiar la conversación con

Morgan él se sentía absolutamente desesperanzado sobre cualquier futuro

romántico con ella. Pero la alegría de ella le afectó a pesar de su voluntad de

permanecer sombrío.

—¿Qué estamos escuchando? —preguntó después de un tiempo.

—Oye. Escuché tu música —respondió Emma, mirando su cara. Estaba

atornillada como si acabara de comer algo amargo.

—Sé que lo hiciste. No estoy diciendo nada malo de la música —respondió.

—Bueno, parece que la odiaras.

—¿Cómo vas a saber cómo me veo? ¿Me estás mirando? Tienes que estar ojo

con la carretera.

Emma lo ignoró y subió el volumen en el estéreo. La melodía melancólica

llenó el auto.

—Esto me va a hacer llorar. Tenemos que cambiarlo —dijo él, tratando de

alcanzar el dial en el estéreo.

—No lo toques —ordenó ella.

—¿Por qué estás escuchando algo tan triste?

—Me gusta. Me ayuda a pensar acerca de las cosas —respondió ella.

—¿Qué cosas tienes que estar pensando con un tema como éste? Nada bueno,

me imagino.

Emma no le hizo caso.

—Y de todos modos —continuó él—. Has estado hablando desde que entramos

en este coche. Ni siquiera la estás escuchando.

—Dios mío —dijo ella, y apagó el estéreo—. ¿Feliz?

Ella se detuvo en el lugar habitual en el frente de su casa y estacionó el auto.

—Puedes entrar si quieres —dijo Anton, abriendo la puerta. Su tono era

casual, pero su corazón estaba suplicando.

—Está bien. Sólo puedo quedarme un poco, sin embargo. Tengo ballet esta

noche —dijo ella, y fue con él a la casa.

Iba a besarla hoy, resolvió. Recordó su conversación con Morgan y decidió

que no le importaba. Si ella lo rechazaba, entonces no la miraría ni hablaría nunca

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más con ella de nuevo. Ellos podían trabajar en sus respectivas partes del trabajo

por separado, y él le haría encontrar la forma de juntarlo todo. Le enviaría su parte

por correo; ella podría hacer el resto.

La vio caminar por su habitación, tocando objetos en su armario y escritorio.

Le gustaba que ella tocara sus cosas. Parecía interesada en lo que veía y eso le daba

esperanzas.

—Así que es por eso que siempre estás parada con la espalda recta todo el

tiempo —dijo él.

—¿Qué?

—Dijiste que tenías ballet esta noche. Es por eso que tienes tan buena postura

—contestó él.

—Oh. Sí, supongo.

—¿Te gusta? —le preguntó, sentándose en su cama. Quería invitarla a unirse a

él, pero las palabras se atascaron en su garganta. Fue tan fácil ayer, pensó, cuando

él la levantó y la arrojó sobre la funda de edredón para hacerle cosquillas a sus pies.

—Sí, me gusta —dijo ella, pensativa—. Es lo único que mi madre y yo

compartimos.

Emma no sabía por qué había expresado eso. Su relación impersonal con su

madre sin duda no era de su incumbencia. ¿Y por qué debería importarle? Pero ella

sentía que podía decirle y él la miraría como si fuera una pobre niña rica, cuyos

padres la ignoraban, pero le daban cosas caras. Ese no era el caso de todos modos.

Ella era muy cercana a su padre.

Anton no estaba seguro de cómo debía responder. ¿Ella quería decir eso en

voz alta? se preguntó.

—¿Quieres sentarte? —preguntó.

Ella miró a su alrededor, notando un gran montón de desorden en la silla del

escritorio, y se dirigió a su cama. Se sentó tentativamente y tan lejos de él como

pudo.

—No todo el mundo tiene buenas relaciones con sus padres —dijo él al fin.

—Supongo que no —respondió ella—. Es extraño, sin embargo, porque no es

como una acérrima hostilidad entre nosotras. Y sólo estoy hablando de mi madre

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aquí. Mi padre y yo tenemos una relación muy buena. Pero mi mamá. Ella sólo

espera mucho. Tengo que ser perfecta todo el tiempo, y es agotador.

Él escuchaba.

—Ella me puso en ballet. Iba a hacerlo, me gustara o no. Así que aprendí a que

me gustara. Y sé que ahora realmente lo hago. Pero sólo siendo forzada. Y levanté el

infierno sobre piano. Mi profesora de piano le dijo a mi mamá que estaba

perdiendo el dinero. Nunca practicaba. No me importaba. Así que salí de eso.

Anton asintió.

Estaba fluyendo fuera de ella, y no podía detenerlo. Una vez que las puertas se

abrieron, se sentía como si pudiera hablar durante horas, sacar todo de su corazón

y hacia él. Dejar que tratara con ello, llevar el peso de ello, porque estaba

demasiado cansada.

—Es que es tan estúpido y típico, supongo. Ser rico e infeliz. Quiero decir, no

debería decir que soy infeliz. No soy infeliz. Sólo solitaria, supongo. Sólo desearía

tener una hermana o un hermano —dijo Emma.

Ella se sentó en silencio pensando en cómo su estado de ánimo podía cambiar

tan de repente. Ella estaba bien en el auto antes, feliz, incluso. Anton estaba

pensando lo mismo y decidió que él sabía lo que necesitaba.

—Vamos —dijo, y le agarró la mano.

—¿A dónde vamos?

—Ya verás —dijo, y la llevó fuera de su casa a un edificio en el lado opuesto de

su complejo.

Subieron las escaleras a otro apartamento, y Anton llamó a la puerta. Una

mujer grande contestó. Su cabello estaba envuelto en un pañuelo amarillo mostaza,

y llevaba un vestido de entre casa.

—¡Anton, bebé! —gritó y lo envolvió en un fuerte abrazo.

—Hola señora Williams —contestó Anton.

—¿Dónde has estado? ¡Estos bebés me están volviendo loca! —dijo ella al

soltarlo.

—He estado ocupado con la escuela. Estoy trabajando en esta gran tarea

escolar. Ella es mi compañera, Emma —dijo, y se apartó para presentarla.

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La señora Williams le sonrió a Emma y les invitó a entrar. Tan pronto como

Anton entró en el salón, tres niños pequeños se lanzaron hacia él envolviendo sus

brazos alrededor de sus piernas. Ellos chillaban su nombre una y otra vez, saltando

arriba y abajo todo el tiempo aferrándose a sus rodillas y muslos.

Él se rió y alzó a uno, lanzándolo en el aire y moviéndolo de un tirón al revés

haciéndole gritar de alegría.

—¡Me toca a mí! —gritó otro, y Antón hizo lo mismo con ella.

—¡¿Y yo?! —Era la voz de otro niño, lucía idéntico al primero, y Anton lo

arrojó en el aire, como si pesara tan poco como un pájaro.

Una vez que todos habían sido arrojados, él los alineó en una fila, los hizo

ponerse de pie rectos, y se inclinó para abordarlos como un sargento.

—¿Escuchan a su mamá? —preguntó.

Ellos asintieron.

—¿Están siendo buenos en la escuela?

Ellos asintieron.

—No se meten en peleas con otros niños por los juguetes o nada de eso

¿verdad?

Comenzaron a asentir, pero luego negaron vigorosamente. Emma sonrió.

—Bien, porque traje una amiga a jugar hoy. Y si me entero que están

portándose mal, entonces ella no va a jugar.

Antón miró a Emma y le hizo un gesto de que se acercara.

—Esta es mi amiga, Emma —dijo—. Ahora muéstrenle sus modales.

—Hola Emma —dijo la niña, y se acercó a darle un abrazo.

Emma se puso en cuclillas y dejó que la pequeña envolviera sus delgados

brazos alrededor de su cuello. Olía como al aire libre, esa maravillosa niña olía a

tierra, hierba y horas de nada más que diversión.

Los chicos dijeron hola, pero eran tímidos e inciertos. Ellos se quedaron atrás,

sintiéndose más seguros estando más cerca de Anton.

—Emma, ella es Aesha, TaShawn y LaMarcus —dijo Anton—. Estoy seguro de

que puedes decir que estos chicos son gemelos.

La señora Williams se acercó a LaMarcus y limpió una mancha en su rostro.

—Es un placer conocerlos a todos —dijo Emma con dulzura.

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—Anton, bebé, ¿cuánto tiempo crees que estarás aquí? —preguntó la señora

Williams—. Tengo que limpiar ese cuarto de baño y llevar una carga de ropa a la

planta baja.

—Está bien, señora Williams. Haga lo que tenga que hacer. Nosotros los

cuidaremos —respondió Anton, haciéndole cosquillas a TaShawn que luchaba

ferozmente por escapar de su agarre.

—Gracias, cariño —dijo; el alivio era evidente en su tono. Ella agarró un cesto

con ropa derramándose por encima y desapareció por la puerta.

—Está bien, así que ¿qué vamos a jugar? —preguntó Anton. Él fue respondido

con los nombres de decenas de juegos diferentes.

—¡Alto! —dijo—. ¿Dónde están nuestros modales? Tenemos una invitada

aquí. ¿Por qué no le dejamos escoger?

Los niños dudaron por un momento antes de aceptar. Miraron a Emma y

esperaron. Ella se sintió instantáneamente nerviosa. No sabía qué juegos jugaban

los niños. No podía recordar cuando dejó de jugarlos, pero pensaba que era muy

pequeña.

Anton se acercó a ella.

—A ellos realmente les gustan Las Escondidas en este momento —le susurró

al oído.

Ella le dirigió una mirada de gratitud.

—Creo que tengo el juego perfecto —dijo emocionada. Sus rostros se

iluminaron, con ojos brillantes, y sonrieron ampliamente con anticipación—. ¿Qué

tal si jugamos a las escondidas?

Los niños chillaron y se lanzaron por la habitación, en busca de sus escondites

antes de que tuvieran siquiera previsto un buscador. Al parecer Emma sería el

buscador.

Se puso de pie en la esquina de la sala y comenzó a contar en voz alta. Todo el

rato que ella contaba escuchaba los gritos alegres de los niños mientras corrían por

el apartamento en busca del lugar perfecto para ocultarse. Era como los niños se

delataban sin saberlo, pensó ella. ¿Cuándo comenzó a darse cuenta? ¿Qué edad

tenía cuando el conocimiento vino a apagar la magia?

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—¡Aquí vengo! —gritó después de contar hasta treinta. Se dio la vuelta y vio a

dos de ellos inmediatamente. Ellos estaban sonriendo y dándose codazos para estar

callados, escondidos debajo de una mesa en el rincón opuesto de la habitación.

Ella fingió no verlos.

—¿Dónde, oh dónde podrían estar? —dijo en voz alta, y se rió más.

Se arrastró por toda la sala y luego desapareció por el pasillo. Ella les percibió

detrás suyo. La estaban siguiendo para ver qué iba a hacer. Querían que los

atrapara, pensó ella, y se preguntó si debía recogerlos como Anton lo hizo y

abrazarlos fuerte cuando los atrapara.

Miró el interior de un dormitorio y encontró al otro. Estaba escondido debajo

de la cama. Corrió hacia él y cayó de rodillas por el borde de la cama. Se retorció

para salir por el otro lado, pero ella agarró su mano.

—¡Te tengo! —gritó, y él gritó.

No perdió el tiempo girando para hacerle frente a los otros que estaban cerca

de ella. Gritaron y empezaron a correr hacia otra habitación, pero era demasiado

rápida. Los tomó de sus brazos y los puso a su lado.

—Ahora están en mi lado —dijo, dirigiéndose a los tres—. Así que vamos a

trabajar juntos para encontrar a Anton.

Ellos estuvieron de acuerdo y discutieron qué direcciones debían tomar para

encontrarlo. Se separaron y se escabulleron por todo el apartamento. Ella estaba de

espaldas a la puerta del armario cuando se abrió, y dejó escapar un grito ahogado

cuando sintió un gran brazo deslizarse alrededor de su cintura y una mano tapando

su boca. Él la metió en el armario, cerrando la puerta. La abrazó aún sintiendo su

estómago subir y bajar por debajo de su brazo.

Podía hacerlo, pensó. Ahora mismo. Antes de que los niños llegaran a

encontrarla. Deben haber escuchado su grito ahogado. Podía besarla ahora si

quería. Ella no podría luchar contra él. Era demasiado pequeña. La apretó con

fuerza contra él sintiendo sus manos tirando de su brazo. No se movía, así que ella

intentó tirar de la mano que le cubría la boca. Él podía hacerlo. Podía mover la

mano y presionar sus labios con los suyos en un mero segundo.

Pero su valor falló. Puso sus labios en su oído en su lugar y la sintió temblar.

—No digas una sola palabra —susurró.

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Él sintió su sonrisa bajo su mano.

—¡Tengo a su princesa! —gritó—. ¿Qué van a hacer?

Era un desafío, y tan pronto como lo había gritado, la puerta del armario se

abrió y seis ojos determinados lo miraban. El juego había cambiado tan rápido,

pensó ella.

—¡Danos a nuestra princesa! —gritó Aesha.

Ella corrió hacia Anton y los chicos la siguieron. Llovieron golpes en las

piernas y la espalda, sus pequeños puñetazos y patadas en las piernas con toda

seriedad. Anton fingió estar herido, liberando a Emma y cayendo al suelo. Aesha

tomó la mano de Emma y la llevó hasta el otro lado de la habitación.

—¡Date prisa, princesa Emma! —exclamó, y señaló un punto en el piso donde

Emma estaría a salvo—. Quédate aquí —le ordenó, y Emma obedeció.

Los chicos continuaron su ataque a Anton, saltando sobre él y salpicándolo

con suaves golpes de sus puños. Le guiñó un ojo a Emma antes de fingir una

muerte tortuosamente lenta. Su cabeza rodó de lado a lado, y dejó que su lengua

colgara fuera de la esquina de su boca.

Los niños saltaban arriba y abajo gritando en triunfo, y Emma se sorprendió

cuando los chicos corrieron hacia ella y le dieron un abrazo. Con la misma rapidez,

la soltaron y corrieron de regreso a Anton.

—¡Levántate, Anton! —gritaban—. ¡Vamos a jugar de nuevo!

Y lo hicieron. Jugaron toda la tarde, y Emma se olvidó completamente de su

lección de ballet.

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Capítulo 7 Viernes, 23 de abril

Ella puso sus manos sobre la pelota, con los dedos hacia adentro, y la tiró tan

fuerte como pudo hacia la canasta.

—Oh Dios mío, estás matándome —dijo Anton mirando la bola rebotar en la

cesta. Él fue lo suficientemente rápido para recuperarla antes de que rodara por la

colina.

—¿Qué? ¿Parezco cómo si supiera lanzar una pelota de baloncesto? —

preguntó Emma.

—Infiernos, no —respondió—. Pero te voy a mostrar.

Era viernes por la tarde, y estaban en el parque. Anton había rechazado el

pedido de sus amigos de pasar el rato a favor de pasar tiempo con Emma. Explicó

que tenía que trabajar en su proyecto, y ellos se burlaron de él por ser un

santurrón. Tomó los insultos juguetones con calma, centrándose en su lugar en las

sensaciones tipo mariposa en su estómago al pensar en estar con ella toda la tarde.

—Creo que prefiero simplemente ir a trabajar en nuestra tarea —dijo Emma.

—Lo estamos haciendo —contestó Anton—. El baloncesto es una parte de mi

cultura, ¿ves? Así que ahora te voy a enseñar sobre él.

Emma parecía incierta.

—Creo que un par de chicos blancos inventaron el juego, en realidad.

—¿Y? ¿Quién es mejor en él ahora? —argumentó.

—No lo sé. No veo baloncesto —respondió ella.

Anton lucía profundamente ofendido.

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—¿Hablas en serio? Espera, entonces vas a decirme que tipos blancos

inventaron el juego, ¿pero tú ni siquiera lo miras? En primer lugar, ¿cómo sabes

que los tipos blancos inventaron el juego si no sabes nada sobre baloncesto?

—No lo sé. Supongo que lo he escuchado en alguna parte.

—¿No miras nada? ¿Nada de torneos universitarios, la Locura de Marzo2,

nada?

—Lo sé. Es pecado —dijo Emma pacientemente.

—Chica, lo es —contestó Anton—. Primero te enseñaré el juego. Luego te

llevaré a la iglesia para que te arrepientas de tus pecados por no amar el juego.

—Soy una chica blanca —explicó.

—Absolutamente ninguna excusa —dijo Anton.

—Por Dios —respondió Emma, poniendo los ojos en blanco—. Y por cierto, no

voy a la iglesia.

En esta declaración, Anton se aferró a su pecho fingiendo un ataque al

corazón.

—¡No vas a la iglesia! —dijo—. Chica, no sé ni qué pensar de tu cultura

todavía. Pero no puedo lidiar con eso ahora mismo. Tengo que tomar un paso a la

vez contigo. Así que trataré de ignorar el hecho de que eres una pagana, y me

enfocaré en enseñarte este juego. Nos encargaremos de Jesús más tarde.

Emma se limitó a mirarlo.

—Ven aquí —dijo.

Suspirando con fuerza, ella se acercó a él tan despacio como pudo.

—Sí, arrastra tus pies al respecto —murmuró.

Ella puso una mano en su cadera y la otra la estiró hacia él para que le diera la

pelota.

—No, verás, no va a ser así. No vengas aquí con tu actitud. Tienes que respetar

la pelota. Respetar el juego. Ahora cambia esa mirada en tu cara.

—Eres mandón —dijo Emma.

2 La Locura de Marzo: March Madness, es un torneo donde 65 equipos de básquet de

universidades compiten a muerte súbita. El ganador es el Campeón.

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—Estoy siendo mandón porque esto es una cosa seria lo que estamos haciendo

—explicó Anton.

Emma no entendía cómo iba a respetar una pelota de baloncesto, pero sintió

que era necesario intentarlo. La expresión en la cara de él le decía que tenía que

intentarlo.

—Está bien, entonces —dijo ella, poniéndose de pie derecha y retirando la

mano de la cadera—. ¿Cómo lo hago?

El rostro de Anton se iluminó ante la pregunta, y él se acercó a ella y le dio la

pelota.

—Bueno, primero tienes que saber cómo sostener el balón —dijo. Mientras

hablaba, colocó la mano izquierda de ella en la parte inferior del balón, la mano

derecha en el medio y luego se detuvo.

—Espera. Tú eres zurda —dijo.

Ella asintió.

—Tenemos que cambiarlo. —Y con eso movió su mano izquierda hacia el

centro de la pelota y la derecha en la parte de abajo.

Anton estaba detrás de ella y puso sus manos sobre las suyas. Ella se tensó

ligeramente ante la cercanía de su cuerpo, sus brazos alrededor de ella sosteniendo

sus manos sobre la pelota.

—Hombre, esto se siente extraño para mí —dijo.

—Para mí también —dijo ella, aunque no creía que fuera a causa de la forma

en que sostenía la pelota.

—Chica, ¿cómo sabes que se siente extraño para ti? Nunca has lanzado un tiro

de baloncesto con la derecha en tu vida.

—Está bien, lo que sea —dijo Emma—. Sólo dime qué hacer.

—No, yo te mostraré —dijo él.

—Está bien.

—De acuerdo, así que un buen tiro tiene que ver con la buena forma. Tienes

que tener la forma. Sin ella, no tienes nada. Tienes que tener las manos bien, los

brazos rectos, los pies bien. Todo tiene que estar bien. Así que ahora, vas a pararte

con tus pies separados y alineados con tus hombros.

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Anton golpeó el interior de los pies de ella con los suyos indicándole que tenía

que separarlos más. Él la observaba mientras se colocaba con los pies ligeramente

torcidos hacia afuera.

—Chica, cuadra los pies. No los voltees hacia afuera de esa manera. Eso luce

retrasado —dijo.

Emma volvió a reposicionar sus pies y se aseguró de apuntar los dedos del pie

hacia adelante hasta que Anton le dio un gruñido de satisfacción.

—Está bien, volveremos a las piernas en un minuto. Así que tu mano

izquierda va a empujar el balón. Tu mano derecha está allí para darle estabilidad.

Ya sabes, como para ayudarte a guiarla. Vas a empujarla, no tirarla como lo hiciste

antes. Y vas a usar tus piernas para empujar. Eso es realmente importante. Así es

como se obtiene el ángulo. Ves, un buen tiro viene a través de las piernas hacia las

manos. No sólo de las manos. Así que adelante, dobla tus piernas. Vamos a

practicar subiendo y bajando.

Emma se sentía tonta, doblándose hacia arriba y abajo, arriba y abajo, con

Anton detrás de ella haciendo lo mismo.

—Bueno. Ahora vamos a practicar un poco de acción del brazo. Vamos a hacer

todo junto al mismo tiempo —dijo.

—Sabes, soy bailarina —dijo Emma. No podía ver su rostro, pero imaginó que

se vería confundido.

—Lo sé —contestó.

—Lo que quiero decir es que he sido bailarina de ballet desde hace once años.

Tengo un profesor que se sienta al frente al estudio y nos dice lo que quiere que

hagamos. Él nunca demuestra nada, pero aun así podemos hacerlo. Soy bastante

rápida para entender las cosas con sólo escucharlas. Podrías sólo decirme qué

hacer.

—Bueno, esto no es ballet ¿o sí, señorita Yo Me Paro Sobre Las Puntas De Mis

Pies?

Emma volvió el rostro hacia él. Estaba sonriéndole de vuelta. Ella suspiró y

accedió a su instrucción con un ligero movimiento de cabeza.

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—Está bien, así que ahora vamos a practicar moviendo los brazos y las piernas

a la vez —continuó Anton—. Escuadra tus hombros y asegúrate que tu mano

izquierda está guiando tu tiro. Tu mano derecha está ahí para ayudar.

Él levantó la pelota hacia arriba y hacia adelante, guiándola con sus manos

sobre las de ella. Lo hizo un par de veces antes de añadir las piernas, doblándolas

hacia arriba y hacia abajo. Ella hizo lo mismo, tan concentrada en conseguir que

todo estuviera bien que no se dio cuenta cuando él se alejó de ella, dejándola frente

a la canasta sola.

—Bien, ahora lanza —dijo.

Ella lo hizo, la bola golpeó el tablero un poco a la izquierda de la canasta y

rebotó de nuevo hacia ella.

—Mi objetivo es una mierda —dijo decepcionada.

—No, es mi culpa. Me olvidé de decirte que sigas adelante con tu tiro. Mantén

la mano izquierda arriba hasta que la pelota pasa a través de la canasta —dijo

Anton.

—¿Cómo va a hacer alguna diferencia? —preguntó Emma.

—Sólo hazlo —le ordenó.

Emma se posicionó de nuevo y esta vez sostuvo la mano izquierda en alto

después de lanzar la pelota. Esta se deslizó a través de la canasta sin esfuerzo, sin

tocar nada más que la red. Ella aplaudió y vitoreó para sí misma.

—Ahí tienes —dijo complacido Anton, caminando hasta pararse a su lado—.

¿No te lo dije todo sobre la forma?

—Uh huh —contestó Emma. Pensó que este era un momento tan bueno como

cualquier otro.

—¿Anton?

—¿Sí?

—Mis padres quieren que vengas a cenar —dijo rápidamente y se detuvo por

su respuesta.

—¿De dónde salió eso? —preguntó mirando a su alrededor—. Chica, ¿estás

loca?

—Lo siento. Es que después de que se enteraron de esta asignación,

decidieron que querían conocerte.

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—¿Tus padres han tenido a un negro en su casa antes? —preguntó.

Ella lo miró perplejo.

—Está bien, eso significa que no —dijo.

—Sé que es mucho pedir —continuó Emma sin hacerle caso—. Pero si

pudieras hacerlo sólo esta vez, creo que dejarían de estar sobre mí por ti.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Tienen un problema conmigo?

—No. No es así. Ellos simplemente no te conocen. Ellos conocen a todas las

personas con las que paso el rato. Son mis padres. Es su trabajo. Pero no te

conocen.

—¿Saben que has estado a mi casa? —le preguntó.

Emma miró al suelo.

—No exactamente —admitió.

—Mierda. ¿Qué has estado diciéndoles acerca de dónde trabajamos?

—Les digo que vamos a la biblioteca o a la casa de mi amiga Morgan —dijo

Emma. Se sentía avergonzada.

—Hmm. Probablemente sea mejor así de todos modos. Una vez que me vean

probablemente querrán unirse a nosotros cuando trabajemos para que puedan

mantener un ojo en mí.

—Eso es ridículo —dijo Emma.

—Ni siquiera sé lo que tengo que usar —dijo Anton. Estaba empezando a

sentirse preocupado.

—Lo que usas normalmente —dijo Emma—. Bueno, probablemente podrías

subirte los pantalones un poco.

—Hombre, Emma. Esto es una mierda —dijo sacudiendo la cabeza.

—Lo sé, lo sé —respondió ella.

—¿Cuándo quieren que vaya? —preguntó.

Emma le dirigió una mirada de disculpa.

—¡¿Esta noche?! ¡¿Mierda, ni siquiera me das ninguna oportunidad de

prepararme?!

—Lo sé. Me siento muy mal. Es sólo que he estado queriendo preguntarte.

—En la última semana hemos estado pasando el rato, ¿has estado tratando de

preguntarme? ¿No podías encontrar cualquier momento en esos siete días para

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preguntarme sobre la cena? ¿Ahora simplemente lo tiras sobre mí de esta manera?

—Él le arrebató la pelota de sus manos y lo condujo hacia la canasta para una

entrada fácil—. ¿Ellos me están esperando? —preguntó, volviéndose para mirarla.

—Sí.

—Hombre, Emma. ¿Qué pasa si ya tenía planes o algo así? —preguntó.

—Supuse que no los tenías —respondió ella.

—¿Por qué supones eso? Tengo una vida social —dijo él a la defensiva.

—Lo sé, pero dijiste que estaríamos trabajando en nuestro proyecto durante

todo el día.

—Sí, el día. No la noche. No voy a trabajar en ningún trabajo de la escuela un

viernes por la noche. Mierda.

Él driblaba el balón entre sus piernas, perdido en sus pensamientos.

—Te llevaré al cine después —ofreció Emma.

Anton resopló.

—Eso no hace que sea justo. Películas contra una noche entera con tus padres.

Vas a tener que hacerlo mejor que eso.

Se mordió el labio con concentración, pensando en lo que ella podía darle.

—Lo sé —dijo ella, caminando deliberadamente hacia él. Cuando estaba a

centímetros de él, puso sus manos sobre sus hombros tirando de él hacia ella

mientras se levantaba en puntillas tan alta como podía. Su beso apenas le llegó al

hueso de la mandíbula, y a él lo sorprendió y le encantó. Nunca esperó que hiciera

nada como eso.

Trató de ser casual.

—Bueno, supongo que eso es algo —dijo—. Pero creo que podría necesitar

otro.

Esta vez se inclinó más para darle un mejor acceso, y ella lo besó suavemente

en la mejilla. Estaba tentado de girar su cara rápidamente y engañarla para besar

sus labios, pero no quería estropear el momento. Ella dejó que sus labios

permanecieran por unos momentos, y cuando dejaron su rostro, él estaba seguro

de que toda la calidez se fue del mundo.

—¿Ahora vas a venir a cenar? —preguntó.

—¿Qué otra opción tengo después de eso? —respondió él.

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Se enderezó, elevándose sobre ella, luchando contra un fuerte impulso de

recogerla y apretarla en un abrazo de oso. No tenía idea de por qué quería hacer

eso.

—Gracias —dijo ella, sonriendo.

—Sí —respondió resignado.

—Te prometo que no será gran cosa —dijo Emma.

—Si tú lo dices.

Él dribleó hasta el borde exterior de la línea de tres puntos. Se posicionó y

lanzó la pelota en el aire. No golpeó la cesta, sino el borde y rebotó fuera de la vista.

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Capítulo 8Viernes, 23 de abril

—Mamá, necesito el auto —dijo Anton. Estaba de pie delante de ella con su

ropa de la iglesia luciendo terriblemente incómodo y visiblemente asustado.

—Claro bebé. ¿Por qué estás vestido así? —preguntó.

—Tengo una cena a la que debo ir —respondió Anton.

Tiró del cuello de su camisa. Se sentía como si lo estuviera asfixiando.

—¿Qué cena? —preguntó.

—Está bien, así que, ¿conoces a Emma y que estamos haciendo este proyecto

para la clase de Inglés? Bueno, sus padres quieren que vaya a cenar esta noche.

La Sra. Robinson se echó a reír.

—Por supuesto que sí —dijo entre risas.

—Lo sé, ¿verdad? No sé lo que piensan que haré con su hija.

—Mucho, me imagino —respondió ella sin dejar de sonreír.

—Mamá —reprendió Anton.

—Cariño, está bien que pidan que vayas allí. Son sus padres. Tienen todo el

derecho del mundo de conocer con quien pasa el rato ya sea socialmente o

relacionado con la escuela. Sólo déjales saber que me gustaría que Emma venga a

cenar en algún momento. —Había un brillo en sus ojos.

—Bueno, voy a decirles —dijo Anton sonriendo—. Ahora, ¿cómo me veo?

—Como si tuvieras un miedo de muerte. Ven aquí —le ordenó—. No necesitas

una corbata, bebé. —Y se la quitó de su cuello. Le desabrochó el primer botón de su

camisa—. ¿Puedes respirar ahora? —le preguntó.

—No sé cómo voy a hacer esto —dijo Anton—. ¿Sabes dónde viven? Avondale

Drive, mamá.

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La señora Robinson lanzó un silbido.

—Tal vez deberíamos poner esa corbata de nuevo —dijo sonriendo.

—Mamá, en serio. Tengo miedo —declaró Anton.

—Cariño, ellos son personas como tú y yo.

—¡No, no lo son! ¡Ellos son ricos!

—¿Y qué? Tienes que dejar de pensar que no eres lo suficientemente bueno.

Eso es todo sobre lo que es, y francamente, no tiene nada que ver con una tarea de

la clase de Inglés. ¿No es por eso que quieren conocerte? ¿Estás haciendo esta tarea

con su hija?

—Sí, pero sé que van a darme una mirada y pensar que no quieren que su hija

pase el rato con un chico como yo —dijo Anton amargamente.

—Cariño, eres un buen chico. Y de todos modos, ¿por qué te preocupas tanto?

Ella sólo es una compañera para una tare…

Anton no miraba a su madre. Sabía que había caído en la cuenta. Mantuvo los

ojos fijos en el suelo de la cocina.

—Oh querido Señor del cielo —dijo suspirando.

—¿Estás molesta conmigo? —preguntó Anton en voz baja.

—¿Molesta contigo? —preguntó la señora Robinson—. ¿Por qué estaría

molesta contigo?

Era casi demasiado difícil de expresar en voz alta, pero se obligó a hacerlo.

—Porque es blanca, mamá.

La señora Robinson se quedó mirando a su hijo con incredulidad.

—Blanco, negro, rojo, verde, amarillo, azul. Cariño, no me importa.

Se acercó a él y le levantó la cara para mirarlo. Él le sonrió.

—¿De verdad no te importa o simplemente lo dices por decir?

—Cariño, si te gusta y ella es una buena chica. —La señora Robinson hizo una

pausa—. Ella es una buena chica, ¿verdad?

—Sí, mamá. Es una chica muy buena. ¿No pudiste darte cuenta cuando la

conociste?

La señora Robinson asintió.

—¿Están saliendo? —preguntó.

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—No. Ella ni siquiera sabe que me gusta. Por lo menos no creo que lo sepa —

dijo Anton.

Se dio cuenta de una gran sensación de alivio en el rostro de su madre.

—¿Por qué esa cara, mamá? ¿Esperas que a ella no le guste? ¡Mira, sabía que

tenías un problema conmigo porque me gusta una chica blanca!

—No es eso en absoluto —respondió ella.

—Entonces, ¿qué es? ¿Por qué esa mirada de alivio en tu cara? —presionó.

—Porque sé que no estás teniendo relaciones sexuales con ella —dijo la señora

Robinson.

—¡Oh Dios, mamá! —dijo Anton, rojo de vergüenza—. ¿Cómo vas a decirme

eso?

—Porque soy tu madre —dijo—. Y tengo derecho a hablar de eso contigo.

—¡Mamá, tengo dieciocho años! ¡Soy un adulto!

—Chico, no me importa si tienes cincuenta. Todavía eres mi bebé y tengo

derecho a saber lo que estás haciendo contigo mismo —respondió su madre—. Y

todavía vives bajo mi techo.

Él gruñó.

—¿Cuántos años tiene?

—¿Qué?

—¿Cuántos años tiene? —repitió la señora Robinson con énfasis.

—Creo que tiene diecisiete años —dijo Anton.

—Y será mejor que lo recuerdes —dijo la señora Robinson.

Él comprendió de inmediato, y no queriendo continuar con la incómoda

discusión, mintió y dijo que tenía que irse cuando, de hecho, no tenía necesidad de

hacerlo hasta dentro de otra media hora.

—Vas a estar bien, cariño —dijo la señora Robinson besando su mejilla—. Sólo

sé tú mismo. Sin todas las maldiciones que dices.

—Mamá, no maldigo —dijo Anton.

—Oh, ¿a quién quieres engañar? —preguntó su madre al verlo desaparecer

por la puerta principal.

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Se sentó en el auto de su madre delante de Avondale Drive 560 durante veinte

minutos estudiando la fachada. La casa se jactaba de tres plantas con un gran

porche cubierto. Aunque el crepúsculo se acercaba, él todavía podía distinguir cada

detalle del césped impecablemente cuidado. Nada parecía real; era demasiado

perfecto, y pensó por un momento que tal vez el cielo se vería así. Él negó al

instante, librando su mente de ese pensamiento. No quería que el cielo se viera así.

No era tentador.

Tomando una respiración profunda y temblorosa, él salió del Ford Escort y se

dirigió por el camino. Notó el auto de Emma y otros dos autos. Uno de ellos era un

caro SUV y el otro, un Porsche 911. Sonrió tristemente para sí mismo pensando que

iba a morir de total humillación esta noche. Llegó a la puerta y llamó al timbre

rápidamente. Sabía que si no lo hacía, iba a perder el coraje y correría hacia el auto.

Emma respondió.

—¿Estás bien? —le preguntó en voz baja, moviéndose a un lado para dejarlo

entrar.

—Sí, ¿por qué no habría de estarlo? —preguntó. Su voz sonaba tensa.

—Porque te ves como si hubieras visto un fantasma —respondió ella.

—Aw, no, eso sería el Porsche de tu papá afuera —dijo Anton.

—Porsche —lo corrigió Emma.

—Eso es lo que dije. Porsche.

—No, no, que se pronuncia Porsh-a —explicó Emma.

—¿Quieres que me vaya? —le preguntó con irritación.

Emma sonrió disculpándose. No había querido ser condescendiente.

—No. Lo siento. Entra.

Ella lo vio caminar dentro de la casa con temor.

—Estás arreglado —observó ella. Llevaba un vestido de primavera, pero ella

siempre vestía muy bien.

—Estoy cenando con tus padres —le recordó.

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—Sólo tienes que relajarte. No es como si les estuvieras pidiendo mi mano en

matrimonio —dijo Emma riendo.

Anton gruñó. Esa era la mejor respuesta que podía darle mientras lo conducía

a través de la puerta de entrada a la cocina. Estaba demasiado nervioso para darse

cuenta de nada a su alrededor a excepción de los techos altos. Hacían que todo el

lugar se viera cavernoso. Su madre estaba en el fregadero cuando entraron en la

cocina.

—Mamá, él es Anton —dijo Emma.

La madre de Emma se dio la vuelta y sonrió.

—Es un placer conocerte, Anton —dijo ella, pero no estaba seguro de creerle.

Ella era una copia idéntica de su hija, o mejor dicho, su hija era una copia de

ella. Largo cabello castaño rojizo enmarcaba su rostro. Los mismos ojos azules y tez

cremosa. Se veía tan joven como Emma. Él no pensó antes de hablar.

—Vaya, ustedes dos podrían ser hermanas —dijo.

—Bueno, me siento halagada —dijo la madre de Emma sonriendo. Ella no

perdió la oportunidad.

—Yo no —murmuró Emma.

—Lo siento, señora Chapman. ¿No debería haber dicho eso? —preguntó

Anton ansiosamente.

—¿Es una broma? —respondió la señora Chapman—. ¿Qué madre no quiere

que le digan que se ve tan joven como su hija?

Anton sonrió y se relajó.

—Y llámame Kay —agregó.

—Oh, no señora. No puedo hacer eso. De donde yo vengo, eso es una falta de

respeto —dijo Anton.

—Bien, entonces llámame señora Kay. ¿Así está mejor?

Antes de que pudiera responder, Emma interrumpió:

—Mamá, ¿querías que pusiéramos la mesa?

—No, quería que tú pusieras la mesa. Anton es nuestro invitado.

—Oh, está bien. Puedo ayudar —dijo Anton.

—Eso es muy amable de tu parte, Anton —respondió la señora Chapman.

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Ella le entregó a Emma una pila de platos con utensilios y servilletas de tela;

servilletas de tela, pensó incrédulo, y señaló los vasos colocados en la isla de la

cocina para que Anton los tomara. No dejes caer esos vasos, pensó él, recogiéndolos

cuidadosamente con manos temblorosas y siguiendo a Emma a la habitación del

comedor.

La vio a poner la mesa, sosteniendo los vasos todo el tiempo hasta que ella

señaló a donde ponerlos. Los colocó delicadamente sobre la mesa y dio un suspiro

de alivio.

—Llámame señora Kay —murmuró Emma en voz baja.

—¿Cómo? —preguntó Anton.

—Nada —dijo Emma—. Sólo es mi mamá siendo mi mamá.

Anton no sabía qué contestar.

—Vamos —le ordenó Emma, y él la siguió fuera de la habitación.

Caminaron por un largo pasillo decorado con fotografías de la familia. Los

techos parecían más altos en el pasillo, notó Anton, pensando que no podía ser

cierto. Cómo un pasillo se va a sentir más grande que una habitación normal,

pensó, y entonces recordó que eran ricos. El baño de visitas era probablemente del

tamaño de su dúplex.

Entraron en un gran estudio en el que el padre de Emma estaba sentado

detrás de un escritorio ejecutivo cereza oscuro. Parecía que estaba en medio de un

asunto importante, y Anton se preguntó por qué Emma no golpeó la puerta

primero. Se sintió incómodo inmediatamente de nuevo justo cuando estaba

empezando a relajarse después de haber colocado con éxito los vasos sobre la mesa.

—Niña —dijo su padre levantando la vista de su trabajo. Anton notó que él era

completamente ajeno a él una vez que vio a su hija.

—Hola papá —contestó Emma—. Él es Anton.

El señor Chapman se levantó y caminó alrededor del escritorio para estrechar

la mano de Anton. Tenía un agarre firme y autoritario, y Anton se esforzó para

coincidir con él.

—Encantado de conocerte, hijo —dijo el señor Chapman—. Estamos felices de

que hayas venido esta noche. Hemos oído hablar mucho acerca de este proyecto

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tuyo y de Emma. Es fascinante. Espero que esté siendo una buena compañera

contigo. —Él miró a Emma, que le sonrió.

—Oh, sí, señor. Ella me mantiene en el camino —dijo Anton, y luego se lo

pensó mejor—. No es que yo no haga algo, quiero decir, nada. Es que me cuesta

mantenerme organizado.

—¡Ja! A mí también —dijo el señor Chapman señalando su escritorio.

Estaba lleno de un montón de papeles, apilados a lo alto y tambaleándose al

borde del colapso. Había por lo menos una docena de viejas tazas de café colocadas

alrededor. Anton sólo podía imaginar cuánto tiempo habían estado allí. Carpetas y

carpetas de todo tipo estaban lanzadas al azar. Anton se preguntaba cómo este

hombre podría ser tan exitoso cuando trabajaba en un desastre. Un único marco

estaba apoyado en la esquina, y se imaginó que la imagen contenida en él era la

esposa del señor Chapman o la familia.

Chapman se acercó a la mesa y tomó el marco como si leyera la mente de

Anton.

—Esta es mi foto favorita —dijo, y se la mostró a Anton.

Para sorpresa de Anton, no era de su esposa o de toda la familia. Era de

Emma. Y ella era muy pequeña.

—Papá, ¿por qué tienes que mostrarle a todos esa imagen? —preguntó Emma.

Su padre le ofreció a Anton el marco, y él lo tomó. Estudió la niña de la

fotografía. Ella no podía tener más de cinco años. Llevaba un vestido a cuadros con

breteles que pasaban sobre sus hombros y se abotonaban en la parte delantera por

encima de su pecho. Debajo del vestido llevaba una camisa de cuello blanco

recortado en el mismo azul que su vestido. Ella estaba sentada con las manos

cruzadas de forma ordenada en el regazo, con el cabello castaño largo que fluía

pasando sus hombros y descansaba en la parte baja de la espalda. Sus ojos eran

grandes y luminosos. E inocentes, pensó. Ella sonreía dulcemente luciendo cada

trozo del epítome de una niña feliz. Era hermosa, y Anton pensó que tal vez podría

ser su imagen favorita, también.

Emma le arrebató la imagen y la devolvió a la mesa.

—Mi padre todavía no sabe que he crecido —dijo.

El señor Chapman rió y luego preguntó acerca de la cena.

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—Por eso hemos venido aquí a por ti —dijo Emma.

El señor Chapman puso su brazo alrededor de los hombros de su hija y la besó

en la frente. Ella rodó sus ojos e hizo señas para los dos la siguieran hasta el

comedor.

La madre de Emma había puesto la mesa, y se veía delicioso.

Desafortunadamente para Anton, sus nervios estaban dando demasiados saltos

como para apreciarlo realmente. Se dio cuenta de una botella de vino y cuatro vasos

más distribuidos que él no había puesto allí. Eso era peculiar, pensó.

Una vez que todos estuvieron sentados, Anton frente a Emma y sus padres

uno frente al otro, comenzaron a pasarse la comida.

—Voy a decir la bendición antes de que comamos —ofreció Anton, pasando el

puré de patatas a la señora Chapman. Todos se congelaron y luego la señora

Chapman recuperó la compostura.

—Eso sería maravilloso —dijo.

Anton notó la incomodidad provocada por su oferta. ¿Estas personas no

daban las gracias antes de la cena? Y entonces recordó que Emma había dicho que

ella no “iba a la iglesia”. Oh Dios, ¿por qué había abierto la boca?

—¿Anton? Estamos listos —dijo el señor Chapman.

—Oh, sí, señor —dijo rápidamente.

Miró alrededor de la mesa y juntó las manos. Ellos hicieron lo mismo. Él

inclinó la cabeza lentamente sin dejar de mirarlos, y ellos siguieron su ejemplo.

—Querido Padre Celestial —comenzó, cerrando los ojos. Tomó una

respiración profunda. Su mente se quedó en blanco. ¿A cerca de qué era que estaba

orando? Piensa, Anton, piensa. ¿Por qué estabas aquí? Oh, iba a matar a Emma.

Adiós adiós, dulce Emma. Vas a la tierra, chica. Ni siquiera puedo creer que estoy

aquí sentado en esta casa del millón de dólares a punto de comer con tus padres

quienes probablemente crean que soy un poco gamberro o algo así. ¿Por qué me

ofrecí a decir la bendición? ¿Qué clase de tonto hace eso en la casa de otra persona

que no conoce?

Emma le dio una patada por debajo de la mesa.

—Querido Padre Celestial —dijo, recordando que tenía que bendecir los

alimentos—. Gracias por esta comida maravillosa. Gracias por las manos que la

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prepararon. Por favor, que sea un alimento para nuestros cuerpos, como estoy

seguro de que lo será porque se ve muy bien. No puedo ni imaginar el tiempo que

tomó preparar tal preciosa comida.

Hizo una pausa por un momento sin saber qué más decir. ¿Debería dar

gracias a Dios de que él tuviera la oportunidad de trabajar con Emma en su

proyecto de la escuela? ¿A sus padres les gustaría eso? Decidió que no.

—Es una comida tan encantadora, Señor, y estamos muy agradecidos por la

oportunidad de comerla.

¿Cómo debo terminar esto?

—Es tal vez la comida más bonita que he visto en mi vida, Señor. Y sabemos

que la señora Chapman trabajó muy duro para prepararla. Y eso la hace una señora

maravillosa... uh, la señora más maravillosa en el mundo, tal vez. Gracias por

bendecirnos con esta comida. En el nombre de Jesús, Amén.

Miró entonces y fue recibido por dos caras ligeramente perplejas mirándolo.

Sabía que había sacrificado esa oración, y también sabía con quién se desquitaría

por eso más tarde.

—Eso fue tan encantador, Anton —dijo la señora Chapman—. Gracias.

—Oh, de nada —contestó Anton.

Miró a Emma cuya cabeza todavía estaba inclinada. Ella sonreía, podía

decirlo. Ella trataba de ocultarlo, pero él la vio. Sí, continúa y sonríe, chica. Ni

siquiera sabes lo que viene, pensó con amargura.

—¿Así que vas a la iglesia, hijo? —preguntó el señor Chapman.

—Uh, sí señor —contestó Anton—. Mount Zion Baptist.

Se dio cuenta de una mirada casi imperceptible de alivio en el rostro del señor

Chapman. Se volvió hacia la madre de Emma y se dio cuenta de que ella también

parecía más relajada. Sonrió para sí mismo. Así que ahora creen que estoy bien

porque voy a la iglesia, pensó. Ellos no van a la iglesia. Ellos son nada más que un

montón de paganos, pero siempre y cuando yo vaya. Quería estar enojado, pero el

delicioso aroma que emanaba del pollo le instó a cambiar de opinión. Respiró

hondo y se obligó a relajarse. Recordó lo mucho que le gustaba la comida y decidió

que iba a hacer todo lo posible para disfrutar.

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—Ahora Anton —comenzó el señor Chapman, recogiendo la botella de vino—.

Dejamos que la niña aquí tenga un vaso de vino en la cena a veces. Ciertamente tú

no tienes que tomar si no quieres, pero eres más que bienvenido si quieres.

Anton vio como el señor Chapman se levantó de la mesa para servirle un vaso

a su mujer y luego uno para Emma. ¿Es así como la gente blanca y rica lo hace?

pensó. ¿Dejar que los chicos menores de edad beban alcohol en la cena?

Probablemente era algún vino caro y extravagante. Esto debe ser lo que la gente

culta hace. ¿Y cómo iban a pensar que estaría bien con su mamá, que ellos le

ofrecieran vino? Bueno, tal vez no pensaban que él tuviera una mamá. Tal vez

pensaban que él estaba solo, pobre y negro, y trataban de darle una muestra de las

cosas buenas antes de que tuviera que volver a la calle.

—No tienes que tomar —dijo Emma en voz baja.

—No, voy a tomar una copa —dijo—. Gracias.

El señor Chapman le sirvió un vaso a Anton y él tomó un sorbo. No era como

el vino que había probado jamás, ciertamente no era de la materia barata abajo en

la esquina del tendero de Ellie, pensó. Tenía un sabor rico y oscuro. Y caro.

—Así que Anton, ¿dónde vives? —preguntó el señor Chapman, sentándose

una vez más.

—Uh, fuera de Greenbriar Road —contestó Anton. Adiós a disfrutar de su

comida y el vino.

—Greenbriar Road, Greenbriar Road —dijo el señor Chapman para sí

mismo—. Creo que no estoy familiarizado con ese camino. —Él estaba claramente

esperando que Anton especificara.

—West Highland Park —dijo Anton a regañadientes.

La señora Chapman se aclaró la garganta.

—Oh, sí —dijo el señor Chapman, aparentemente no desconcertado.

Hubo un silencio incómodo.

—Papá, deberías ver a Anton jugar básquetbol —dijo Emma. Ella sonrió a

Anton quien le devolvió a ella el ceño fruncido, empujando un rollo en su boca.

—Ah, ¿sí? Sabes, yo era armador en la escuela secundaria —respondió el señor

Chapman—. ¿En qué posición juegas?

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—Oh, yo juego en todas. No estoy en el equipo de la escuela. Sólo juego por

diversión —dijo Anton.

—Bueno, tal vez deberíamos disparar algunos tiros afuera después de la cena

—ofreció el señor Chapman.

—Eso suena divertido —dijo Emma.

¿Estaba tratando de hacérselo difícil? se preguntó Anton, ¿o creía que estaba

siendo realmente útil?

—Está bien —dijo Anton. Tomó otro sorbo de vino. Quería ahogarse en él.

La conversación progresó con mayor facilidad después de eso. El señor

Chapman habló mayormente de su trabajo. Era evidente que lo consumía, y su

esposa parecía aburrida durante la mayor parte de la cena. Ella se animó, sin

embargo, cuando el tema cambió a su trabajo como voluntaria y luego a Emma. Al

parecer Emma era la bailarina de ballet con más talento en el mundo, y estaban

muy decepcionados de que este fuera su último año actuando. Ahora Emma parecía

aburrida, notó Anton.

Los padres de Emma hicieron preguntas acerca de la asignación de la clase.

Parecían verdaderamente intrigados, y Anton hizo todo lo posible para aclarar el

propósito del trabajo y lo que él pensaba que el Dr. Thompson quería que los

estudiantes sacaran de ello. Él también hizo todo lo posible para mantener los

detalles de su mundo a un mínimo. Sabían donde vivía ahora, y eso era todo lo que

estaba dispuesto a compartir. Ni siquiera quería compartir eso, pensó con

amargura. Por suerte no le hicieron ninguna pregunta más personal.

Después de la cena, el señor Chapman se excusó a su oficina, estrechando la

mano de Anton y diciendo que lamentablemente tenía que trabajar en un caso.

Anton se sintió aliviado de que no tendría que tirar al aro con él, el señor Chapman

aparentemente se había olvidado del ofrecimiento. Él ayudó a Emma y a su madre

a limpiar la mesa, y dio las gracias a la señora Chapman, una vez más por la cena.

Ella le dijo que se alegraba de que hubiera ido y que era bienvenido de nuevo en

cualquier momento.

Emma lo acompañó a su auto.

—Bueno, eso no fue tan malo, ¿verdad? —preguntó ella.

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—Supongo que no —dijo Anton—. Bueno, aparte de mi estúpida bendición, de

tener que decirle a tus padres donde vivo y de ellos actuando como si no estuvieran

completamente avergonzados de mí. Oh sí, y ser ofrecido alcohol a los dieciocho

años y sentirme como que no soy sofisticado, como si no entendiera lo que la gente

culta hace: permitir que menores de edad beban alcohol en la mesa de la cena. A

excepción de todo eso, fue genial.

Emma se encogió de hombros.

—Mira, tengo que irme a casa. Quiero salir de esta ropa, acostarme en mi

cama y escuchar algo de música.

—Oh. De acuerdo. —Se preguntó si él escucharía “Hit 'Em Up”.

Él notó la mirada de decepción en su rostro.

—No estoy enojado, Emma. Sólo me siento como un idiota.

Anton abrió la puerta del auto y se subió.

—Por favor, no te sientas así —le suplicó.

—Oh está bien —dijo irritado, y chasqueó los dedos—. ¡Ya no me siento como

un idiota!

—No seas malo —dijo en voz baja.

—Lo siento —respondió y la miró—. Mira, me tengo que ir.

—Bueno, ¿cuándo quieres que nos juntemos? —preguntó esperanzada.

—No lo sé. Te llamo —dijo, y se alejó antes de que ella tuviera tiempo de

responder.

Emma vio como el Ford dobló la esquina y desapareció. Ella trató de ser

razonable, pero la opresión en el pecho era demasiado real. Ella no quería que se

fuera.

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Capítulo 9 Sábado, 24 de abril

Emma estaba sentada en el columpio observando a Anton.

—¿Sigues enfadado conmigo por la cena? —preguntó ella.

—Chica, nunca estuve enfadado contigo —contestó Anton. Él estaba en el

columpio a su lado. Sólo había dos, de los seis originales, que no estaban rotos. La

había llevado a la zona de juegos porque era un día cálido, encantador y la brisa

soplaba de vez en cuando, y no quería estar encerrado dentro.

—Parecía que lo estabas anoche —dijo Emma—. No pensé que me llamarías

hoy.

—Bueno, lo hice. ¿Está bien?

Emma no dijo nada. Anton de repente deseó no haberla llamado. Él todavía

estaba molesto por la noche anterior y quería castigarla por ello. Sabía que era

ridículo, como si no llamarla para pasar el rato fuera un castigo. La verdad era que

sólo lo castigaría a él. Estaba enojado que le gustara tanto y ella pareciera ajena a

todo. O tal vez sí lo sabía y simplemente no compartía sus sentimientos. No sabía

qué era peor.

—¿Alguna vez pensaste que podrías columpiarte tan alto que darías la vuelta?

—preguntó Emma, rompiendo su contemplación—. Ya sabes, ¿cuando eras

pequeño?

—Sí —respondió—. Lo intentaba con muchas fuerzas. Sin embargo, nunca

llegamos allí.

—Bueno, es la física —dijo.

—Sí, lo sé —dijo él, aunque no lo sabía.

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Emma escudriñó la arruinada zona de juegos. Había un viejo carrusel de

metal. Ella sólo los había visto en las películas. No sabía que todavía existían y se

preguntó cómo algo como eso podía. Se imaginó a un niño quedando atrapado

debajo de él. El pensamiento era horrible. Había un tobogán de metal también.

Estaba acribillado con grafitis y parecía que no había sido usado en años. ¿Dónde

jugaban los niños? Pensó. De hecho, ¿dónde estaban los niños? Era una perfecta

tarde de sábado, y ellos eran las únicas dos personas afuera.

—¿Anton? —preguntó.

—¿Hmm?

—¿Dónde están todos los niños?

Anton miró a su alrededor.

—No lo sé. Ellos probablemente estén dentro jugando videojuegos o en la

tienda. ¿Cómo voy a saberlo?

—Mira, si quieres que me vaya, sólo di la palabra. Has estado irritado desde

que llegué, y no necesito pasar el rato así —le espetó.

Él la miró y se rió por lo bajo.

—Mira lo que estás usando. ¿Quién usa eso un sábado? ¿Tienes ropa normal?

¿Ya sabes, camisetas, pantalones cortos de jean o lo que sea?

Emma salió del columpio y comenzó a caminar hacia su auto. Anton saltó

para seguirla.

—Emma, lo siento, ¿de acuerdo? No sé cuál es mi problema —dijo,

alcanzándola y agarrando su mano.

Ella se dio la vuelta.

—¡No puedes hablarme de esa manera! ¡No te he hecho nada!

Quería decir que lo había hecho. Ella le había hecho tener una cena con sus

padres.

—Tienes razón. Y lo siento.

Quería decirle lo que sentía por ella allí mismo, pero estaba demasiado

asustado. Se reiría de él, estaba seguro. O podría escabullirse y nunca hablar con él

de nuevo, diciendo que estaría feliz de hacer todo el proyecto sola y poner su

nombre en él. Las palabras estaban allí; estaban listas y cargadas. Pero él no podía.

—¿Podrías entrar? —le preguntó.

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Ella pensó por un momento y luego asintió a regañadientes.

—Sé lo que piensas —dijo Emma—. Crees que soy remilgada.

Anton sonrió mientras dejaba que sus ojos vagaran sobre su blusa y

pantalones. Estaba haciendo un gran esfuerzo para estar en un mejor estado de

ánimo para ella.

—Sí, eres remilgada.

Ella no tenía respuesta, pero se quedó en el centro de su habitación

observando los carteles de la pared. Ya conocía a la mayoría de los raperos.

Agitaban armas hacia ella y le mostraban el dedo medio. Pensó que debería sentirse

ofendida, pero se había acostumbrado a ellos.

Anton caminó hacia ella y se detuvo a pocos centímetros de su cuerpo.

Extendió la mano para sentir la suave tela abrazando su cintura. Ella saltó ante su

contacto, pero él lo ignoró.

—¿Por qué tienes que estar tan presentable todo el tiempo? —preguntó, sin

mirarla, sino estudiando la tela entre su pulgar y el índice.

—No lo sé.

Anton movió su mano hacia el collar de perlas alrededor de su garganta. Él

tocó tentativamente las perlas una por una, esta vez mirándola a la cara. Estaba

sonrojada y avergonzada, y él se alegró por ello. Pensó que si no podía expresar sus

sentimientos, podría tocarla su lugar. Tocar parecía más fácil.

—¿Estas son reales? —preguntó pasando su dedo índice sobre las perlas.

—Sí —respondió ella. No podía entender por qué había una nota de vergüenza

en su voz.

Anton se rió en voz alta otra vez.

—Por supuesto que lo son.

—Te estás burlando de mí —dijo indignada.

—Chica, no estoy tratando de burlarme. Es que es tan fácil —contestó Anton—

. ¿Cómo es que estás presentable así todo el tiempo?

—No es más que ropa. ¿Cuál es el problema?

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—Estás toda formal y tensa en esa mierda —dijo Anton.

Él se alejó hacia su cómoda. Ella observó mientras abría el cajón superior y

sacaba una gran sudadera con capucha azul cielo estampada con el logo UNC Tar

Heels en la parte delantera. Ella recordó que la llevaba el día que se presentó ante

él en la clase de inglés. Tiró la sudadera con capucha por encima de su hombro y se

volvió hacia ella.

—¿No te cansas de estar siempre tratando de ser perfecta y lucir perfecta?

—No estoy tratando de parecer perfecta.

—Oh, ¿a quién estás engañando? Mírate. —Y una vez más sus ojos miraban

con curiosidad su cuerpo.

Ella no dijo nada, pero se quedó allí decidida. Levantó la cara hacia él y deseó

que el suave rosado de sus mejillas sonrojadas desapareciera. Anton se le acercó

una vez más y bajó la vista hacia sus ojos. Estos eran azul hielo y estaban enojados,

asustados y emocionados. Él tomó una decisión. Si ella le daba un puñetazo en la

cara, se detendría.

Comenzó con la parte superior de la blusa, deshaciendo los botones de marfil,

uno por uno, sin apartar los ojos de los de ella. Sus manos llegaron a su cintura y

tiró suavemente de la camisa hasta que la liberó de sus pantalones. Él desabrochó

hasta el final la camisa dejando que sus ojos cayeran al sujetador de encaje

expuesto. Era de color blanco puro. Él deslizó sus manos por debajo de la tela de la

camisa sobre sus hombros y la empujó al suelo. Observó que su respiración era

rápida.

—Ahora lo que necesitamos es un cambio de imagen —dijo a la ligera, y tiró de

la sudadera con capucha fuera de su hombro—. Cabeza primero.

Ella le ayudó a tirar de la sudadera con capucha sobre su cabeza y luego

empujó sus brazos por las mangas. Eran demasiado largas. Ella se sentía tonta y se

rió mientras él le ponía la capucha sobre la cabeza. El material caía por encima de

sus cejas, y tenía que inclinar la cabeza hacia atrás para verle. Él le sonreía,

estudiándola.

—Ya casi llegamos —dijo, y buscó por la habitación hasta que encontró lo que

estaba buscando. Sacó un par de pantalones cortos negros deportivos de una pila

de ropa limpia y los arrojó sobre su hombro. Se acercó a ella una vez más, con una

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mirada de determinación en sus ojos, y el corazón de ella latió con fuerza al darse

cuenta de lo que él planeaba hacer a continuación.

Anton desabrochó sus pantalones y deslizó lentamente el material por sus

piernas. Eran suaves y delgadas; delgadas piernas de chica blanca. Ella colocó su

mano sobre su hombro para mantener el equilibrio mientras salía de los

pantalones. Él se arrodilló ante ella imaginando sus bragas, pero la sudadera con

capucha la cubría por completo. Las imaginó haciendo juego con su sujetador

blanco de encaje, abrazando sus caderas seductoramente.

Consideró lo fácil que sería perder el control. Dejó que sus manos se

deslizaran bruscamente por la longitud de sus piernas, dejando tenues marcas rojas

como el signo de su reclamo sobre ella. Era una necesidad primitiva que nunca

había sentido, y crecía en él tanto tiempo como ella se quedara allí sin ofrecer

resistencia, dejando que la desvistiera. ¿Por qué estaba dejando que lo hiciera?

Él luchó contra el impulso animal y colocó los pantalones cortos deportivos en

el suelo para que ella diera un paso dentro de ellos. Ella lo hizo y se agachó para

tirar de ellos por sí misma. Se sintió aliviado, no confiaba en sí mismo con los

pantalones cortos, sólo tiró del cordón tan fuerte como pudo, una vez que

estuvieron a salvo alrededor de su cintura. Se alegró, también, que él no

consiguiera un vistazo de sus bragas. Sintió que su corazón acelerado se calmaba

entonces, el instinto animal retrocedía a las profundidades de sus huesos para

mezclarse con la médula, y una calma retornó para centrarse en su tarea. Él se

apartó de ella y estudió su nueva imagen.

—Eso luce mejor —dijo pensativo, y luego encontrando su humor añadió—:

Te ves como una pequeña cualquiera ahora. Bueno, excepto que no eres ninguna

puta. —Hizo una pausa de consideración—. Así que supongo que no luces como una

cualquiera en absoluto.

—¿Qué es una cualquiera? —preguntó ella.

Anton le sonrió. Era juguetón e incrédulo.

—Eres tan divertida.

Pensó en ese momento que podía poseerla. Él la había transformado, le había

dado la imagen de alguien que entendía, y ahora quería poseerla como un niño

posee una muñeca, vestirla y mantenerla en su habitación para jugar y amarla.

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Emma miró a su nuevo equipo: la enorme sudadera con capucha y los

holgados pantalones cortos deportivos que colgaban más allá de sus rodillas. Se

sentía extrañamente cómoda de pie en su habitación, en su ropa, asimilando su

olor.

—Está bien, entonces, ¿cómo crees que deberíamos organizar nuestro

trabajo? —preguntó Anton, agarrando el anotador de su escritorio y sentándose en

su cama—. Tenemos todas estas notas con las que tenemos que hacer algo.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Nuestro trabajo práctico —dijo él.

—Yo… sólo…

—¿Sí?

—¿Se supone que debo quedarme con esta ropa? —preguntó Emma. Ella

levantó las manos en alto, las mangas de la sudadera las cubrían por completo y

colgaban flácidas.

—¿Por qué no? ¿Estás incómoda? —preguntó Anton.

—No.

—Está bien, entonces. ¿Estás lista para trabajar?

—Supongo —dijo Emma.

—Entonces deja de estar parada allí con esa mirada en la cara y ven aquí —

exigió. Ella caminó hacia la cama y se sentó.

Él la miró y se echó a reír. Parecía que había bebido una botella entera de

poción para encogerse, disminuyendo hasta el tamaño de un enano mientras que

su ropa no se había alterado.

—¿Por qué la UNC? —preguntó ella de repente, mirando el logotipo.

—Oh, esa sería la escuela en la que conseguiría una beca para jugar al

baloncesto —respondió—. Ya sabes, si yo hubiera hecho deportes en la escuela

secundaria.

—Eres así de bueno, ¿eh? ¿Por qué no juegas para la escuela? —preguntó.

—Chica, por favor —dijo, y le entregó varias hojas de papel. Ella se subió las

mangas de la sudadera para tomarlas.

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—¿Qué es esto? —preguntó, finalmente sacando de su mente el hecho de que

él la había desnudado unos pocos minutos antes para concentrarse en las páginas

escritas.

—Es mi resumen cultural —dijo.

Ella pasó las páginas. Había diez en total.

—Oh Dios mío —dijo.

—¿Qué?

—¿Hiciste todo esto? ¿Cuándo hiciste esto? —preguntó.

—Aquí y allá. Cuando un pensamiento me venía a la mente, lo escribía.

—Has tenido un montón de pensamientos últimamente —dijo Emma.

—Bueno, este proyecto es importante, ¿sabes? Quiero hacer un buen trabajo.

Y tampoco quiero defraudarte —dijo.

Ella le sonrió.

—Pensé que podrías revisarlo y decirme lo que piensas. Estoy seguro de que

tengo toda clase de errores de gramática y faltas de ortografía. Imaginé que me

podrías ayudar con eso.

—Sí, claro —dijo Emma distraída.

Ya había empezado a leer. Él observó su rostro, nerviosamente. No sabía si le

gustaba lo que estaba leyendo o si pensaba que era horrible. No podía soportar el

silencio mientras asimilaba sus palabras, sin saber lo que pasaba por su mente.

Él se levantó y le ofreció una bebida. Ella asintió preocupada. La dejó

sumergida en las páginas que había escrito, caminando a la cocina para tomar

algunos refrescos. Él pensó que ella podría odiarlo, y entonces habría sido un

montón de trabajo desperdiciado. Y había trabajado duro; no podía recordar la

última vez que se había preocupado tanto por una tarea escolar. Era ella. Era todo

lo que estaba sucediendo en su interior cada vez que la miraba y hablaba con ella.

Se quedó de pie junto a la encimera de la cocina meditando. No podía creer

que ella lo dejara desvestirla así. No podía creer su descaro. No vio nada, o al

menos no todo lo que quería. Y a la vez que le excitaba —sacarle sus ropas—, él

sabía que no era el momento adecuado para hacer un movimiento. El fuerte

impulso estaba allí, casi lo abrumaba, pero él luchó por aplacarlo recordando el

objetivo. No era besarla, tocar su cuerpo íntimamente y ser romántico con ella de

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cualquier manera. Necesitaba entenderla y transformarla en algo que encajara muy

bien en su mundo.

Quería seguir siendo casual al respecto cuando terminó. Sabía que ella estaba

confundida cuando él había seguido adelante con el tema de su trabajo práctico.

Ella quería hablar de ello, también, ¿pero qué dirían? Fue uno de esos momentos

de película, decidió. Algo que nunca sucedería en la vida real. Quería mantener viva

la memoria del recuerdo, no arruinar la magia de ello por hablar al respecto.

Él la dejó sola por un momento, guardando platos limpios y lavando unos

pocos sucios en el fregadero. Cuando entró en su habitación, ella estaba sentada

mirando a la pared opuesta. Todavía tenía los papeles en la mano, pero había

terminado la lectura.

—Realmente no tenía ni idea —dijo ella en voz baja.

—¿De qué estás hablando? —preguntó.

Se sentó a su lado en la cama y le ofreció una bebida. Ella la tomó de forma

automática, sin mirarlo, sin dejar de mirar a la pared.

—Realmente nunca entendí esta vida —dijo.

Se dio cuenta de un derrame de lágrimas. ¡Oh Dios! pensó él, ¡No tenía la

intención de hacerla llorar!

—Bueno, no es todo malo —dijo.

—Soy tan malcriada. Realmente lo soy —respondió ella, con lágrimas fluyendo

libremente.

—¿Qué?

Se sentía incómodo. No estaba preparado para su reacción. Pensó que

volvería a su habitación y ella estaría arreglando su trabajo con una pluma roja.

Ahora deseaba que lo estuviera haciendo, y pensó en ir a buscar una pluma roja.

—¿Cómo te vas a sentir mal por tener cosas? —continuó Anton—. No hay nada

malo en ello. Todo el mundo en todo el mundo quiere cosas. Nadie trabaja duro

para vivir en el gueto.

Emma colocó la lata de refresco sin abrir en su cama y enterró el rostro entre

las manos. Estaba sollozando.

—Oh, Dios mío. ¿Emma? No es nada del otro mundo —dijo Anton.

—Tu madre trabaja duro —chilló.

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—Bueno, sí. Y ella no va a estar aquí mucho tiempo —contestó Anton. Él

tentativamente puso una gran mano en su espalda y la frotó suavemente.

—¡Soy una niña mimada! —lamentó.

Anton luchó contra el impulso de reír. Ella estaba siendo irrazonable, llorando

incontrolablemente en sus manos. Pensó mucho antes de contestarle. Quería

asegurarse de decir lo correcto.

—No eres una niña mimada sólo porque tu familia es rica —dijo sonriendo. Se

alegró de que su cara continuara enterrada en sus manos—. Tus padres trabajan

duro por ese dinero. Quieren darte una buena vida. Eso es lo que hacen los buenos

padres. Es todo acerca de cómo manejas ese dinero. Y tú estás bien acerca de eso.

No eres arrogante o creída. Eres una buena chica, Emma. Y de todos modos, me

gusta que tengas coche. Esto significa que tengo un aventón a casa la mayoría de las

tardes.

Ella se rió de eso, limpiando sin cuidado sus ojos. Lo miró por fin, y él hizo

una cara incierta.

—¿Qué? —preguntó.

—Luces como un mapache, eso es todo —observó él.

—Oh Dios —dijo ella avergonzada, e hizo un movimiento para ir al cuarto de

baño. Él la tomó del brazo y la mantuvo sentada.

—Relájate. Como si nunca hubiera visto el maquillaje corrido en la cara de

una chica.

La verdad era que él no pensaba que hubiera visto el maquillaje corrido en el

rostro de una chica. Lucía cómico, y se preguntaba por qué se molestaban en usarlo

en absoluto. Ella no lo necesitaba, pensó. Buscó en su desordenado escritorio hasta

que encontró una caja de pañuelos. Tomó uno y se lo entregó.

—Sopla —le ordenó.

—No quiero sonarme la nariz delante de ti —dijo.

—Por Dios, Emma. ¿A quién le importa? ¿Quieres mocos corriendo por tu

cara en su lugar?

Ella vaciló y luego se sonó la nariz. Él tomó otro pañuelo y suavemente

comenzó a limpiar la máscara de pestañas debajo de sus ojos.

—Eres demasiado sensible, Emma. Ese es tu problema —decidió.

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—¿Eso crees? —preguntó ella, sintiéndose en absoluto incómoda que él

estuviera limpiando su cara. Se sentía extrañamente como una niña cuyo padre

estaba consolándola después de una caída de su bicicleta. Se sentía cálida y segura

con él.

—Sí. Pero tal vez no debería decir que eso es un problema —dijo pensativo—.

Tal vez el mundo necesita personas más sensibles en él. Tal vez entonces no

tendríamos toda esta gente matando, violando y esas cosas.

—Tal vez —concordó.

—Por otra parte, mi pastor siempre habla de cómo la gente es pecadora por

naturaleza. Nosotros nacimos en ello, por lo que tal vez no importa. Tal vez el

mundo sólo es un lugar malo, y tenemos que hacerlo lo mejor que podamos —dijo.

—Bueno, creo que las personas son básicamente buenas en el corazón —dijo

Emma, y Anton se echó a reír.

—Niña, estás tan loca —dijo, terminando su tarea y estudiando su rostro—.

Está bien, ya no te ves como un mapache.

—Gracias —dijo ella.

Él tomó los pañuelos y los tiró en el cuarto de baño. Cuando regresó, ella

estaba buscando su ropa en el piso.

—No creo que pueda aguantar más de esta tarea hoy —dijo ella, localizando

sus pantalones.

—¿Mi mente es demasiado intensa para ti? —preguntó Anton a la ligera.

—Algo así —respondió ella, sacándose sus pantalones cortos y

reemplazándolos por sus pantalones.

Antón volvió la cara para darle privacidad. Era absurdo, pensó, cuando él

acababa de desnudarla antes. Ella cambió la sudadera con capucha por su blusa y

se acercó para entregarle su ropa. Él las tomó de mala gana. Ella ya no era su

muñeca para vestir y tener en su habitación. Tenía que dejarla ir, y se preguntó de

repente qué haría por el resto del día. No se le ocurrió hasta que ella se había ido

que tenía amigos.

Se quedó de pie en la puerta observando el lugar de estacionamiento vacío

donde ella acababa de estar. Su ropa todavía estaba en sus manos, y él

instintivamente se las llevó a la cara para respirar su aroma. Su olor persistía en

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ellas, ligero y afrutado, como una isla tropical, pensó. Se quedó de pie inhalándola,

sintiendo como si hubiera sido transportado a un lugar cálido, arenoso y soleado.

Nunca había estado en un lugar así, pero podía verlo vívidamente. Había palmeras

como las que había visto en la televisión y hamacas meciéndose en la brisa. Y ella

estaba allí tumbada a su lado como una diosa de oro, su cuerpo acunado en la arena

caliente. Se pegaba a su piel desnuda. Era seductor. Su cabello brillaba bajo el sol, y

él pasaba los dedos a través de él. Y entonces la besaba, y ella se lo permitía.

La repentina aparición de su amigo en la puerta rompió la encantadora visión,

sacudiéndolo de vuelta a la realidad, y lanzando la ropa en el sofá, salió a fumar un

poco de hierba.

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Capítulo 10 Domingo, 25 de abril

Anton estaba en su casa a las tres como se lo había prometido. No se había

cambiado de su ropa de la iglesia, y pensó que sus padres podrían empezar a creer

que él siempre vestía bien. Pero sus padres no estaban allí. Su padre estaba jugando

al golf y su madre estaba visitando a sus amigas. ¿Sabrían que él estaba allí? Pero

ella le aseguró que les había dicho. Quería creerle, pero se mostró escéptico. Pensó

que tal vez debería irse, pero ella insistió en que estaba bien.

Lo condujo por una enorme escalera hacia su dormitorio. Quería mostrarle su

mundo, dijo. Su corazón latía con fuerza. Durante mucho tiempo se lo había

imaginado. Nunca pensó que en realidad iba a llegar a verlo. Y a pesar de que ella le

había contado cosas, descrito aspectos de su habitación para él, no era lo mismo

que realmente verla. Se sentía como si estuviera a punto de entrar en un santuario,

enterarse de los secretos de su mundo, y eso lo llenaba de intensa alegría.

Emma abrió la puerta y lo invitó a pasar.

—Esto es todo —dijo ella con indiferencia.

Tal como había esperado, su habitación era muy grande. Dormía en una cama

tamaño King, pensó increíblemente. La suya era una doble, una de esas camas

individuales de tamaño extra largas porque era muy alto. El edredón en la cama

estaba salpicado con pequeñas rosas bordadas de color rosado. Había mesas de

noche de color blanco cremoso a ambos lados de la cama que hacían juego con la

gran cómoda frente a ellas. Un mueble con cajones se alineaba a otra pared. Éste,

también, hacía juego con las mesas de noche y la cómoda. Había una pequeña sala

de estar que albergaba un escritorio sobre el que estaban colocados carpetas y

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libros perfectamente organizados. Todo hacía juego, se dio cuenta. Todo estaba

impecable. Tenía miedo de tocar cualquier cosa. No quería dejar una huella digital

en sus muebles altamente pulidos.

Fue sólo después de que ella se excusó para ir al baño que se dio cuenta de

que tenía uno en su habitación. La suite principal, pensó increíblemente, y la

siguió. La puerta estaba entreabierta y ella estaba lavando sus manos. Él entró y se

echó a reír cuando se dio cuenta de la bañera. Era enorme. Ella no podría

sumergirse en esa cosa, pensó. Se ahogaría.

—¿Qué es tan gracioso? —le preguntó, secándose las manos con una toalla de

mano y luego doblándola de nuevo en la forma en que estaba originalmente

colgada en el toallero.

—Eso —dijo señalando la toalla.

Ella parecía confundida.

—Espera. Déjame intentar algo —dijo, y agarrando la toalla del toallero, la

arrojó en el aire dejándola caer de cualquier forma. Aterrizó en el borde de la

bañera.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Voy a ver cuánto tiempo dejarás esa toalla allí —dijo.

Ella sonrió.

—Me gusta ser organizada.

—No chica, eso no organización —contestó Anton—. Eso se llama

mayormente ser Obsesivo Compulsivo.

—No, no lo es —dijo riendo.

Él la vio mirar la toalla.

—Quieres hacerlo, ¿no? Quieres colgarla toda bonita y perfecta, ¿no? Te está

matando.

—Cállate —dijo a la ligera.

—Bueno, no voy a dejarte. Al menos no mientras yo esté aquí —respondió y la

condujo fuera del cuarto de baño con su gran mano en la parte baja de su espalda.

Él notó sus zapatos de ballet colocados cerca de una mesa de noche. Se acercó

y recogió uno para examinarlo.

—¿Te paras sobre tus dedos en esto? —le preguntó.

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—Sí —respondió ella.

Él lo tocó por dentro.

—¡¿No hay ningún cojín ni nada?!

—Algunos bailarines van sin almohadillas o lana de cordero. Yo no —

respondió ella. Ella agarró la bolsa al lado de la mesita de noche y sacó un par de

almohadillas para los dedos para mostrarle.

—Aun así tiene que doler —dijo mirando las almohadillas para los dedos con

duda—. ¿Qué hay en esta cosa? ¿Lana? —Él golpeó con los nudillos el zapato.

—Capas y capas de tela pegadas juntas —dijo sonriendo.

—Estás loca. ¿En serio?

—No estoy bromeando —dijo, tomando suavemente el zapato de su mano.

—¿Cómo le llamas a estas cosas?

—Zapatillas de punta —dijo.

—Zapatillas de punta —repitió, como si tratara las palabras. Él nunca las

había dicho antes—. Así que, ¿cuándo es tu show?

—¿Mi show? —preguntó confundida—. Oh, ¿mi recital de baile?

—Mmmm.

—Sí, no lo creo —dijo.

—No quieres que te vea bailar —preguntó.

—Por supuesto que no.

Él sonrió.

Emma le invitó a tomar asiento en una silla al lado de su cómoda. Él se dejó

caer en su cama en su lugar. Él fue precavido de quitarse los zapatos antes estirarse

en su colcha.

—Ahora mira, esto es lo que necesito. Una gran cama agradable como esta —

dijo, acurrucándose en sus almohadas—. Tú eres como de un metro veinte. ¿Para

qué necesitas una cama gigante como esta?

—No lo sé. Venía con el conjunto —respondió Emma encogiéndose de

hombros. Se acercó a la silla que le había ofrecido a él.

—No tienes que sentarte allí —dijo Anton—. No muerdo.

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Ella no estaba segura de sentarse en su cama con un chico, pero no quería

verse como una mojigata. Él ya pensaba que tenía un Trastorno Obsesivo

Compulsivo. ¿Por qué limpió su habitación, tan a fondo antes de que él viniera?

—¿Vienes? —le preguntó.

Ella intentó usar el humor.

—¿Por qué? ¿Para que puedas meterme en la cama contigo?

Anton se rió.

—Sí, tengo planes de ponerme loco contigo en la casa de tus padres. Chica, sé

que no les dijiste que yo vendría.

—¡Sí lo hice! —dijo Emma, caminando hacia la cama y sentándose en el

borde.

—¿Cómo van a estar bien conmigo estando aquí solo contigo? —preguntó

Anton.

—Ellos piensan que estamos afuera —dijo Emma tímidamente.

—Oh, ya veo.

—Y ellos saben que vas a la iglesia —dijo Emma.

—Ustedes están locos. ¿Me dices que a ellos les parece bien que esté aquí

cuando no están en casa, porque voy a la iglesia? —preguntó Anton.

—Ellos pensaron que eso te hace a un chico decente, supongo —respondió

Emma.

—Bueno, soy un chico decente —dijo Anton.

—Lo sé.

—Y soy respetuoso —continuó.

—Lo sé.

—Y un caballero —agregó.

—Uh huh.

—Ahora déjame ver tus bragas —dijo él.

Él quiso decirlo de forma tonta y alegre, pero tuvo el efecto contrario. La

tensión que creó era palpable. Emma no sabía qué decir. Se inclinó hacia delante

para fijar la lámpara en la mesilla de noche que estaba ligeramente fuera del centro.

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—Ni siquiera puedo creer que haya dicho eso —dijo Anton después de un

tiempo—. Lo siento. Sólo estaba tratando de ser tonto. Ya sabes, después de que me

dijiste que yo era un tipo decente. Se suponía que iba a ser una broma.

Él se sentía avergonzado, y esperaba que ella le pidiera que se fuera. Tenía

una necesidad abrumadora de estar muy lejos de ella en ese momento, y si él nunca

volvía a verla, pensaría en ella con cariño.

Emma parecía haber decidido algo. Se levantó de la cama y se dirigió a su

cómoda. Abrió el cajón superior y sacó algo. Él no podía ver. Todavía estaba

reproduciendo dolorosamente los últimos momentos de su vida deseando no ser

tan idiota.

Algo cayó en su regazo, y le llevó un momento darse cuenta de lo que era. Lo

levantó, mirándolo, mirándola a ella, mirándolo de nuevo. Él no podía creerlo. Sus

bragas. Negras y sedosas, recortadas en cinta de color rosa y encaje. Las miró como

si tuviera un objeto de gran valor, una tarjeta de béisbol firmada por Babe Ruth o el

Hope Diamond. Eran todo lo que él no era, femeninas y suaves, sensuales y

delicadas.

Miró a Emma. Ella estaba en la puerta encantada. Ella le había estado

observando, viendo la forma en que respondía a sus bragas. Sus labios estaban

curvados en una sonrisa como diciendo “Que comience el juego”. Y entonces ella

desapareció de la habitación, haciéndole señas para que la siguiera.

Deseaba tanto ponerlas en su bolsillo. Tal vez ella quería que lo hiciera, pensó.

Sabía que estaba mal, sin embargo. Tal vez ella sólo le mostró sus bragas para que

se sintiera mejor por decir algo tan inapropiado. ¿Pero no era lo que ella hizo

totalmente inapropiado también? Él no entendía. ¿Ella le estaba dando una señal?

No se atrevía a esperar. Pero como quería, quería tener la esperanza.

Colocó las bragas en la cama. Y antes de salir de la habitación, se aseguró de

reordenar sus cosas, cambiando libros apilados y moviendo los objetos en su

cómoda a otros lugares como sus mesitas de noche y escritorio. Quería que todo

estuviera un poco torcido. Estaba a punto de irse antes de recordar su recital de

baile. Se acercó rápidamente a su escritorio mirando alrededor por un planificador

o calendario. Él no encontró ninguno, pero sí descubrió un bosquejo del programa

de baile. Sonrió diabólicamente notando la hora, fecha y lugar. Regresó a la puerta

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y estudió su obra. Su habitación estaba en perfecto desorden. Ella se volvería loca, y

él se echó a reír. Que comience el juego pequeño bombón, pensó, y se fue a

buscarla.

No mencionó nada acerca de las bragas cuando la encontró sentada en una

mesa al aire libre en el patio trasero. Se preguntó si esto era como el incidente de la

ropa cuando él la desnudó y le puso su sudadera y pantalones cortos deportivos. No

estaba destinado a ser discutido. Un momento de película, pensó.

Ella fingió completa ignorancia de lo que acababa de ocurrir, y él estaba

agradecido por ello. Se sentó junto a ella y arrojó su mochila en una silla vacía. Él

no estaba motivado para trabajar en el proyecto práctico hoy. Él quería volver al

piso de arriba y ver qué otras cosas ella sacaría de sus cajones. Se preguntaba

cuánto tiempo se abstendrían de hacer nada más que coquetear. Tenían muchas

más semanas juntos, y él no podía pensar en nada más que desnudarla y explorar

su cuerpo.

—¿Me estás escuchando? —preguntó ella.

—Uh, sí. Estabas diciendo cómo tenemos que reforzar ese tercer párrafo

porque, ya sabes, la sintaxis está toda mal redimida y, um, esas comas por todo el

lugar hacen que suene mal.

Él le sonrió.

—¡Presta atención! —le ordenó, y golpeó un trozo de papel delante de él.

—¿Qué tal si vamos hacer algo divertido hoy? ¿Cómo ir al parque y tirar al

aro?

—No.

—Bueno ¿qué tal ir a ver una película o algo así?

—No.

—¿Juego de cartas?

—No.

—Maldita sea, Emma. ¿Por qué tienes que ser toda estudiosa todo el tiempo?

Tenemos un montón de tiempo para este trabajo práctico. Ya hemos hecho la

mitad. ¿No puedes relajarte? —se quejó Anton.

Emma lo miró de manera uniforme.

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—Y de todos modos, es domingo. ¿Día de descanso? No podemos estar

haciendo todo este trabajo en el día del Señor. Eso es sólo una falta de respeto.

Emma cerró su carpeta.

—Está bien. ¿Qué quieres hacer?

—No lo sé. ¿Por qué no me enseñas algunos de esos movimientos de ballet en

los que eres tan buena? —ofreció él.

—No lo creo —dijo.

—Podrías enseñarme. Al igual que yo te enseñé a lanzar un balón —dijo.

—Estás loco —respondió ella riendo.

—Bueno, es un día bonito y no vamos desperdiciarlo haciendo tarea de la

escuela —dijo.

—Pensé que te gustaba este proyecto —dijo.

—Me gusta. Simplemente no puede concentrarme hoy.

Emma sabía por qué. Sabía que era a causa de sus bragas. Incluso ahora

cuando estaba sentada frente a él, ella sabía que él estaba pensando en ellas, la

forma en que se sentían en sus manos. Probablemente las había puesto en su

bolsillo para llevárselas a casa. Ella pasó por alto el pensamiento, y luego de

decidirse, se levantó de su asiento.

—Está bien. Quédate aquí —le ordenó.

Ella desapareció por unos momentos y luego regresó con un tablero de

ajedrez y piezas.

—Estás jodidamente bromeando, ¿verdad? —dijo él.

—Um, el lenguaje. Es el día del Señor, ¿recuerdas? —dijo.

Él le dirigió una seria mirada.

—¿Sabes cómo jugar? —le preguntó colocando el tablero.

—No.

—Entonces te voy a enseñar.

—No quiero aprender —dijo él.

—Es una lástima. No quieres trabajar, no tenemos que trabajar. Nos

sentaremos aquí y jugaremos un juego.

—Esto no es un juego —argumentó.

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—¿Cómo es que esto no es un juego?

—Porque no es divertido.

—¿Cómo lo sabes? Nunca has jugado antes —dijo ella, y él puso los ojos en

blanco.

Ella le explicó las piezas y la forma en que se movían en el tablero. Él pensó

que nunca lo dominaría, pero ella era paciente con él, explicándole y corrigiéndole

a lo largo de su partido de práctica. Para su sorpresa, él comenzó realmente a

disfrutarlo. Él pensó que era apropiado que la reina tuviera tanto poder sobre el

tablero, como era capaz de moverse hacia cualquier lugar, mientras que el rey sólo

podía mover uno o dos espacios por vez. No muy diferente de las relaciones

humanas, pensó. La mujer siempre tiene el poder, y él miró a Emma. Ella era tan

bonita sentada allí con el ceño fruncido en concentración, pretendiendo que él era

un oponente digno, y sonrió ante su bondad.

Ella le ganó. Eso era de esperar, y ella se sorprendió cuando él quiso volver a

jugar. Y cuando le ganó por segunda vez, él pidió otro juego. Ellos jugaron al

ajedrez toda la tarde, parando sólo para ir al baño y para hurgar en el refrigerador.

Jugaron hasta que se puso el sol y sus padres llegaron a casa. Ella ganó cada vez,

pero él nunca se frustró. Nunca se rindió. Con cada juego estaba estudiando la

forma en que ella se movía. Comenzó a darse cuenta de que ella tenía sus

movimientos predilectos, las mismas configuraciones. Simplemente había sido

demasiado aficionado para reconocerlos antes. Pero ahora los conocía; sabía lo que

haría. Y la próxima vez, estaría listo para ella. Él se anticiparía a sus movimientos, y

le ganaría.

Esa noche Anton tuvo un sueño inquietante. Ella estaba allí, una reina alta y

elegante en un tablero de ajedrez y él un peón en miniatura de pie frente a ella. Él

se movió al único espacio que podía, sabiendo su destino. Él la observó con ojos

suplicantes, pero ella sacó su espada de todos modos. Se acercó a él lentamente,

controlada. Él estaba listo para el golpe, probablemente en la garganta, pensó, y la

sentiría cortar su cabeza limpiamente de su cuello. Pero nunca sintió el dolor en su

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garganta. En cambio, sus ojos se abrieron de par en par con agonía e incredulidad

cuando lo cortó a través del pecho. Pensó que debía caer, pero estaba fijo en su

lugar. Él observó como ella hundía sus manos en su pecho, sacando su corazón que

latía rápidamente y lo sostenía con triunfo.

—No quería matarte —dijo ella—. Sólo quería esto.

Vio cómo se alejaba con gracia, como deslizándose sobre agua, sosteniendo

cuidadosamente el corazón en sus manos. Ella podría tenerlo, pensó, y luego sus

rodillas desaparecieron. Se desplomó en el suelo todavía mirándola, aunque su

visión era borrosa. Sus ojos nunca la dejaron hasta que ella se alejó del tablero de

ajedrez y desapareció en la noche. Luego cerró los ojos y murió en sus manos.

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Capítulo 11 Lunes, 26 de abril

—No vas a venir a mi recital —dijo Emma con firmeza.

—¿Por qué no? —preguntó Anton—. ¿Por qué no puedo verte bailar?

—Porque sólo quieres venir para burlarte de mí —dijo Emma.

—Eso no es verdad —argumentó Anton—. Sé que el ballet es importante para

ti. Es parte de lo que eres. Tu cultura y todo eso.

—Estoy tan harta de esta asignación —murmuró ella.

—Vaya. ¿De dónde salió eso? —preguntó Anton.

Estaban sentados en el suelo de su dormitorio después de la escuela esa noche

en medio de papeles esparcidos.

—No lo sé —dijo—. Supongo que me siento frustrada con él. Eres tan bueno en

articular de dónde vienes y lo que significa para ti. Yo ni siquiera sé cuál es mi

cultura. Vengo de una rica familia blanca. Eso es todo lo que tengo.

—Bueno, eso no es todo lo que hay de ti —señaló Anton.

Emma lanzó un gruñido.

—Me contaste todo sobre tu familia y cómo son exitosos en sus trabajos, y

esas cosas. ¿La educación no forma parte de tu cultura? ¿Algo que te ha dado

forma?

—Lo que sea —dijo con ligereza.

—Está bien —respondió Anton. Él estaba tratando de ayudar, pero ella parecía

distraída, irritable. Se preguntó si era por algo que él había hecho.

—¿Por qué no conozco a tus amigos? —preguntó ella de repente.

—¿Por qué no conozco a tus amigas?

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Silencio.

—Nunca me los has presentado —dijo Emma—. ¿Saben que estamos

trabajando en esta asignación juntos?

—Sabes que lo hacen.

—¿Y qué piensan? —empujó Emma.

—Ellos no piensan nada. No, corrección. Ellos piensan que el Dr. Thompson

es un lunático —dijo Anton riendo.

—¿Nunca dicen algo sobre mí? Se rieron de mí cuando te enfrenté aquella vez

—dijo Emma.

—¿Por qué tienes que sacar ese tema? ¿No podemos dejarlo pasar? —

preguntó Anton—. Y de todos modos, ¿por qué te preocupas por lo que piensan mis

amigos?

—No lo sé —dijo Emma—. Es raro para mí que hemos estado saliendo

mucho… Quiero decir, sé que es a causa de este proyecto, pero aun así. Hemos

estado saliendo mucho y ninguno de nosotros ha presentado a sus amigos.

—¿Y cómo crees que tus amigos reaccionarían al conocerme? —preguntó

Anton—. Sé realista, Emma. Ellas estarían como, ¿quién demonios es este tipo?

Emma no dijo nada. Ella se quedó mirando los papeles en el piso.

—¿Qué te está molestando realmente? —preguntó Anton—. Porque no creo

que se trate de conocer a los amigos del otro.

—No lo sé —murmuró. Pasó sin cuidado las hojas de la novela, cuidando de

no mirarlo—. ¿Somos amigos? —le preguntó en voz baja.

—¿Qué?

—Ya me has oído. ¿Somos amigos?

—Por supuesto que somos amigos —dijo Anton.

—Así que después de que este proyecto termine y después de graduarnos,

¿todavía vamos a ser amigos? —preguntó.

Anton pensó por un momento.

—Bueno, seguro, si tú quieres.

—Por favor —dijo Emma con frialdad. Ella sintió una ira injustificada

creciendo en su interior—. Nunca nos hablaremos después de esto. ¿Cuál es el

maldito punto de todo esto?

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—¿Quieres ser mi amiga después de este proyecto? —preguntó Anton. Estaba

confundido por su agrio estado de ánimo—. No es nada del otro mundo. Si quieres

que sigamos siendo amigos, podemos seguir siendo amigos. ¿Cuál es tu problema?

Ella no podía expresar su frustración. No estaba segura de cuál era

exactamente esa frustración. Estaba presa del pánico ante la idea de que el proyecto

finalizara, que la escuela finalizara, y la posibilidad muy real de que nunca lo

volvería a ver. Ella ni siquiera lo había conocido durante tanto tiempo, una semana

y media como mucho, pero habían pasado tanto tiempo juntos. Casi todos los días,

se dio cuenta. Y a ella le gustaba estar con él. Él la hacía reír constantemente. No

estaba segura de cómo es que alguna vez hicieran algo del trabajo. Parecían estar

siempre riendo. A ella le gustaba ir a su casa. Le gustaba usar su sudadera con

capucha. La llevaba puesta incluso ahora, porque su habitación era fría. Él la tenía

preparada para ella, le dijo que podría usarla cuando quisiera, y la ayudó a

ponérsela. Entonces la golpeó como la fuerza de un huracán. Ella estaba

enamorada de él. ¡Oh Dios, ella estaba enamorada de él! ¡Le había tomado menos

de dos semanas!

—¿Estás con tu período o algo así? —oyó que Anton le preguntaba.

—¡¿Qué?!

—Has estado histérica hoy. No puedo entenderlo. Mira, no quise ser

irrespetuoso cuando te pregunté eso.

Emma le lanzó una mirada desagradable.

—Está bien, supongo que estás con tu período —murmuró para sí mismo.

Ella se levantó para irse.

—Espera, sólo estaba bromeando. Vamos, Emma, no seas así —suplicó Anton.

—No estoy siendo nada —dijo ella, quitándose la sudadera con capucha y

tirándola lo más fuerte que pudo en su rostro.

—¿Qué demonios? —preguntó él detrás de la tela.

La sudadera cayó de su cara revelando una gran sonrisa. Él trató de reprimir

el impulso de reír. Ella quería golpearlo, sabiendo todo el tiempo que estaba siendo

ridícula. Él se había dado cuenta de que esta era la manera de las mujeres. Nunca

sabes lo que vas a conseguir, pensó. Ella va a ser todo sol y sonrisas mañana.

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—Me tengo que ir —dijo Emma, recogiendo sus papeles y libros—. Es tarde de

todos modos.

—Está bien entonces —dijo él.

Se disponía a abrir la puerta para ella, pero ella salió corriendo antes de que él

pudiera. No se molestó en decir adiós.

Ella no sabía por qué volvió. Acababa de salir. Se estaba haciendo tarde y

sabía que sus padres estarían enojados. Ella los llamó por su teléfono celular y les

explicó que tenía que quedarse un poco más. Ellos creían que estaba todavía en

casa de Morgan, y la culpa de mentirles hizo que su pecho se sintiera apretado.

Llamó a la puerta con suavidad. Al principio no hubo respuesta. Tal vez se

había ido a alguna parte, pensó con pánico. Rezó en silencio porque siguiera

estando en su casa, sabiendo que nunca tendría el valor para volver a intentarlo.

Llamó a la puerta por segunda vez más determinada. Él abrió la puerta entonces,

con las cejas fruncidas en pregunta.

—¿Te olvidaste algo? —le preguntó.

Ella pasó junto a él a la pequeña sala de estar.

—No lo sé. Creo… Creo que sí —mintió.

Él no dijo nada, pero la llevó a su habitación. Se quedó de pie en la puerta y la

observó mientras ella fingía mirar alrededor.

—¿Qué crees que se te olvidó? —preguntó él.

—No estoy segura —dijo incapaz de mirarlo a la cara. ¿Sabía él sus verdaderas

intenciones?

—No me di cuenta de nada —continuó él.

Él parecía no darse cuenta lo que sólo lo hacía más difícil para ella. Ella nunca

sería capaz de expresar en voz alta lo que quería. Tenía tanto miedo de que él la

rechazara.

—Tenía en una pulsera —mintió—. Estoy segura de que tenía en una pulsera y

ahora no la tengo.

—No, no la tenías —dijo él.

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—¡Sí, la tenía! —gritó inesperadamente. Ella lo miró entonces, con ojos

suplicantes, y los labios de él se curvaron en una sonrisa.

Él sabía.

—Ven aquí —dijo en voz baja.

—No sé lo que estoy haciendo —dijo ella desesperadamente.

—Ven aquí.

Ella obedeció y se dirigió hacia él. Estaba a centímetros de él y sentía como

que iba a morir si no lo podía tocar. Extendió su mano a su cara, necesitaba sentir

la seda de él, pero él se alejó.

—¿De verdad quieres ir allí? —le preguntó—. ¿Quieres meterte con un negro?

Él vio cómo su pecho subía y bajaba rápidamente.

—No hables así —susurró. Ella estaba luchando por el impulso de saltar sobre

él. Pero no sabía si quería abrazarlo o arremeter contra él. Pensó que tal vez

necesitaba hacer las dos cosas.

—¿Hablar cómo? ¿Negro? Soy un negro si no te habías dado cuenta —bromeó.

Él mostró sus dientes en una brillante sonrisa y luego se lamió los labios—.

Normalmente no me lío con chicas blancas. —Él continuó observando las

contorsiones de su cara. Sabía que ella estaba pensando rápido y duro. Ella estaba

en una agitación emocional, y era divertido observar—. No es que tenga nada en

contra de las chicas blancas. Están bien para pasar el rato, supongo.

—Olvídalo —dijo ella con amargura. Trató de pasar más allá de él por la

puerta principal, pero él la agarró del brazo.

—¿Con quién crees que estás jodiendo? —le preguntó él, con el fantasma de

una sonrisa en su voz. Se inclinó para susurrarle al oído—. No hay nada de malo en

desearlo. Ni siquiera voy a mentir. —Sus labios rozaron su oído, y ella se

estremeció—. Yo también lo deseo. Te deseo. Te he deseado desde el primer día.

Ella no sabía si quería decir desde el primer día que comenzaron el proyecto o

desde el primer día que la había visto. Francamente no le importaba, era todo lo

que necesitaba oír, y ella apretó su cuerpo contra él sintiendo sus brazos

envolviéndola. Eran fuertes y oscuros, contrastando fuertemente con su piel

blanca. Ella levantó el rostro hacia él y sólo entonces sintió la lágrima que se

deslizaba por su mejilla. Él se inclinó para besar la lágrima, pero evadió sus labios y

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cayó al suelo. Él miró su cara y sonrió. Estaba enloqueciendo por dentro. Él no

pudo evitar imaginar por un momento lo que ella le haría en la cama.

—Por favor, bésame —dijo ella con voz ronca.

—Lo haré —dijo él, y la soltó de su abrazo.

Ella se quedó allí confundida. El calor de su cuerpo aún permanecía en ella,

pero sentía que se desvanecía rápido y era reacia a dejarlo ir.

—¿Qué quieres? ¿Quieres que ruegue? —le preguntó con enojo, girando en

torno a mirarlo. Él estaba sentado en el borde de su cama mirándola.

—No. Quiero que vengas aquí y te sientes en mi regazo —dijo dándole

palmaditas a la parte superior de sus muslos.

Ella estaba pérdida en las palabras.

—¿Vienes?

—Tengo que estar en casa pronto —dijo.

—¿Esa es tu respuesta? —le preguntó.

Hizo una pausa por un momento antes de ir a él y sentarse en su pierna

izquierda. Tiró de su falda, tratando de tirar de ella sobre sus rodillas, pero sólo

cubría la mitad del muslo.

—Eres tan pequeña —dijo él en broma—. Probablemente pesas, ¿qué?

¿Treinta y cinco, cuarenta kilos?

Ella negó mientras la hacía rebotar ligeramente con la rodilla.

—No quiero sólo saltar a la cama contigo —dijo él. Le cepilló el cabello sobre

su hombro y le volvió la cara para que lo mirara.

—Debes pensar que soy una puta o algo así —dijo ella. Tenía la cara roja de

vergüenza.

—Por favor, chica. Tú eres lo más alejado de una puta. —Puso su mano en la

parte posterior de la cabeza tirando de ella suavemente hacia su rostro.

—Espera. Tienes que decir algo más.

—¿Eh?

—La última cosa que me dices antes que nos besamos por primera vez, no

puede ser “eres lo más alejado de una puta” —le suplicó.

Él se echó a reír.

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—Está bien. —Él frunció los labios y miró hacia el techo en consideración—.

Está bien. ¿Qué tal esto? Creo que eres un poco linda.

—¿Un poco linda? —preguntó.

—Está bien, muy linda —dijo—. En realidad, estás muy bien.

Ella no podía esperar a que él hiciera el primer movimiento. Sonrió y apretó

los labios con fuerza contra los de él. Eran suaves y regordetes, sedosos y extraños.

Ella se relajó y se suavizó, permitiéndole explorar suavemente sus labios con los

suyos. Ella abrió la boca para sentir su lengua buscando tímidamente la suya al

principio, luego con más fuerza. Su lengua se mezcló con la suya, sabiendo a miel, y

ella sintió el cosquilleo moviéndose por su garganta, a través de su pecho, girando a

través de su vientre para descansar entre sus piernas. Ella no podía entender su

incapacidad de contener su deseo. Era animal. No quería dormir con él. Quería

follar con él.

Él sabía que debía mantenerlo estrictamente en un beso. Ir más lejos sería

demasiado rápido, y no estaba seguro de qué era exactamente lo que ella quería.

Imaginó que quería más, y trató de justificar su propio deseo al convencerse de que

en realidad habían pasado más tiempo juntos, una cantidad excesiva de tiempo, en

la última semana y media que la mayoría de las parejas en su primer mes de

noviazgo. Sí, pensó, eso suena bien. No sería imprudente asumir que quiera sus

manos por encima de ella.

Movió la mano por el costado de su cuello para descansar suavemente sobre

su pecho. Era una pregunta, y ella respondió empujándose contra su mano,

invitándolo. No perdió el tiempo en ir por su camisa, buscando a tientas el cierre

del sujetador hasta que se deshizo con dulce éxito. Luchó por controlarse mientras

su mano empujaba por debajo de su sostén para recorrer sus pechos suaves,

sintiéndola temblar ligeramente, besándola más fuerte mientras él se obligaba a

bajar la velocidad.

Quería tomarse su tiempo con ella, pero no podía. Sentía la mezcla de poder y

vergüenza por su excitación sexual sin control. Debería parar. Sólo ha pasado una

semana y media, pensó. Sólo acabamos de besarnos. Sabía que debía enviarla a su

casa, incluso cuando su mano dejó sus pechos para tocarla entre las piernas.

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Ella abrió la boca, pero no se resistió. Sus dedos movieron sus bragas a un

lado y le acarició suavemente. Ellos se deslizaron dentro y fuera de ella con ternura,

y ella se oyó gemir en su boca, luchando contra el clímax en aumento. Se cernía

peligrosamente cerca del borde.

—Tienes que parar —dijo ella en su boca.

—¿Estás loca?

Él continuó su exploración con más urgencia sabiendo lo que estaba haciendo

con ella, sabiendo que no duraría mucho tiempo. Ella estaba cargada desde el

momento que entró por la puerta, y él sabía que su decisión era la correcta. Un

beso no era suficiente. Ella necesitaba liberarse.

—Por favor —susurró ella.

Trató de levantarse, pero él la sujetó firmemente en su regazo con su brazo

izquierdo alrededor de su cintura. Ella no podía hacer nada más que envolver sus

brazos alrededor de su cuello y enterrar su cara en su hombro. Sintió que sus

caderas se movían contra su mano, y los dedos de él la acariciaban al ritmo del hip

hop.

Su orgasmo llegó con violencia, y ella era impotente contra él. Todos los

cuerpos celestes estallaron, explotando en su estómago y corriendo como aguas

blancas a través de sus piernas. Ella se aferró a él, diciendo su nombre una y otra

vez mientras los rápidos la recorrían, golpeando contra sus huesos, destruyéndolos.

Él la convirtió en líquido. Ella gritó probando las lágrimas en las comisuras de su

boca. No podía controlarlas. Fluían libremente y en abundancia, y empujó su cara

con más fuerza contra su hombro tratando de ocultarse. Se sacudió con fuerza,

sollozando, y él la envolvió con sus brazos con firmeza, apretándola contra él,

acariciándole la espalda.

—¿Cómo me haces esto? —exclamó en voz baja en su hombro.

Él no contestó, pero siguió acariciando su espalda.

Su temblor finalmente cedió, pero ella tenía demasiado miedo de mirarlo.

Quería morir así: con su rostro enterrado en los músculos de su hombro. Pero él

suavemente la apartó obligándola a mirarlo a la cara. Estaba sonrojada y hermosa,

con los ojos vidriosos y transparentes, con el cabello en cascada alrededor de su

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cara en encantadores rizos indomables. Él le sonrió dulcemente, y ella le devolvió

una sonrisa suya.

—Estoy tan avergonzada —dijo.

—¿Por qué? —le preguntó.

—Porque estoy llorando y no sé por qué. ¿Por qué estoy llorando? —Ella se

limpió la cara y lo miró esperando una respuesta.

—No sé por qué las chicas hacen lo que hacen —dijo. Él ni siquiera lo intentó,

y la hizo reír.

—Yo tampoco —dijo ella.

Todavía respiraba con dificultad, y él observó el lento ascenso y descenso de la

parte superior de sus pechos. Quería tocarlos de nuevo. La quería desnuda en su

cama. Pero ya era tarde. Sabía que no podía ser esta noche.

—Será mejor que vayas a casa —dijo él a regañadientes—. No quiero que te

metas en problemas.

Ella abrió la boca para protestar.

—Tenemos tiempo —dijo—. Tenemos todo tipo de tiempo. ¿Por qué

apresurarse? —Pensaba que la pregunta era absurda. Apenas había pasado de

besarla por primera vez a tocarla íntimamente en el lapso de quince minutos.

—Pero soy la única que…

—¿Qué? ¿Que se corrió? —le preguntó.

—Lo pones tan elocuentemente —contestó ella.

—¿Crees que no he obtenido nada de esto? —preguntó—. Pude tocar todo tu

bonito cuerpo. Ni siquiera sabes cuánto tiempo estuve esperando para hacer eso.

Nunca pensé que tendría la oportunidad.

Ella puso sus manos sobre su cara con vergüenza, pero él las despegó. Alzó las

cejas en pregunta, y ella se rió.

—No te preocupes. Voy a tener lo mío —dijo él. La declaración hizo que un

escalofrío le recorriera la espalda. Él lo sintió y apretó su brazo alrededor de su

cintura a pesar de que sabía que debía dejarla ir. Él simplemente no podía. Quería

seguir diciéndole cosas que la pusieran nerviosa. Le gustaba la forma en que su

cuerpo respondía a ello, y quería seguir afectándola.

—No me quiero ir —dijo ella en voz baja.

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—¿Quieres tener problemas con tus padres?

—No —dijo ella.

Se puso de pie demasiado rápido y se tambaleó hacia un lado. Él la agarró y la

ayudó a recuperar el equilibrio.

—Hombre, yo nunca le hice eso a una chica antes —dijo—. Hacerla llorar,

temblar, caer por todo el lugar. Realmente te tengo.

Ella puso los ojos en blanco deseando que dejara de mirarla mientras

reubicaba su ropa.

—Realmente te tengo —repitió más pensativamente, poniendo sus manos en

las caderas y acercándola a él. Él apretó su cara contra su estómago y la besó. Él la

miró entonces, sus grandes ojos color ámbar buscaban su cara, y ella estaba segura

de que si no se apartaba en ese momento ella se fundiría en él.

—Me tengo que ir —dijo, soltándolo con cuidado.

—Entonces mejor vete.

Y se fue.

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Capítulo 12Miércoles, abril 28

Emma miró la bolsa una vez más, pero ella sabía que todo estaba allí. Había

hecho una lista, una lista de sexo, pensó, sonriendo como el gato de Cheshire. La

comprobó una docena de veces para tener algo que hacer mientras que esperaba su

llamada. Eligieron esta noche porque él no estaba trabajando y su madre estaba en

el hospital. La llamada llegó, y ella trató de sonar casual cuando contestó. Sintió

que él estaba haciendo lo mismo. Su madre había salido a trabajar, dijo, y ella

podía ir cuando quisiera. Entendió que él quería que fuera en ese instante, y no

perdió el tiempo. Colgó, tomó su bolso, lo arrojó sobre su hombro, y se miró en el

espejo antes de salir. Tenía las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes. Se

preguntó si se vería igual mañana.

Él la llevó a su habitación sin decir palabra. Se dio cuenta de que estaba

nervioso, y no sabía cómo calmarlo. Ella misma estaba nerviosa. Cuando abrió la

puerta, vio la luz de las velas. Lo miró, y él se encogió de hombros.

—Crees que soy cursi —dijo.

—En absoluto —respondió ella—. Creo que eres dulce.

Ella colocó su bolso en la silla del escritorio y se sentó en su cama. Había tres

velas encendidas en su escritorio emitiendo un suave brillo bajo. Se preguntó

dónde las obtuvo.

Se sentó junto a ella poniendo sus grandes manos sobre las rodillas. De

repente, él tenía demasiado miedo de tocarla. ¿Cómo había sido tan fácil el otro

día?

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—Sólo voy a decirlo —dijo ella—. Soy virgen.

Él no respondió al principio. Dejó que la información se asentara. No estaba

seguro de por qué él no estaba preparado para eso. Ella parecía una. Se vestía como

una. Pero desde el otro día, pensó, no actuaba como una.

—Entiendo si no quieres —dijo ella en voz baja.

—Yo también —dijo él suavemente.

—¿Qué?

—Dije yo también —repitió, todavía sin mirarla.

—Estás mintiendo —dijo ella. Podía oír la sonrisa en su voz y se relajó un

poco.

—No estoy mintiendo, ¿de acuerdo? ¿Me vas a dar mierda por ser virgen? —le

preguntó él.

—No, no en absoluto. Me encanta que seas virgen —dijo—. Estoy sorprendida

de que seas virgen. No actúas como si fueras virgen.

—¿Puedes dejar de decir “virgen”? —le preguntó—. Hombre, ya es lo

suficientemente duro tal como está. Ni siquiera sé cuál es mi problema. ¿Por qué

no vuelves a través de esa puerta como lo hiciste el otro día? Vienes aquí luciendo

toda dulce y santa. ¿Dónde está esa chica que vino aquí el otro día queriendo saltar

a mis huesos?

Ella tomó su mano entre las suyas.

—Así que como he dicho, soy virgen.

—Hemos establecido eso —dijo él.

Ella respiró hondo.

—Esto es tan vergonzoso.

—¿Qué es vergonzoso?

Se obligó a mirarlo a la cara cuando lo dijo.

—Podría sangrar. Quiero decir, probablemente voy a sangrar.

Él no dijo nada. Ella comenzó a sentirse ansiosa.

—Así que traje una toalla. No quería echar a perder tus sábanas.

Él pensó por un momento antes de responder.

—Sé todo eso —dijo—. No tienes que preocuparte por eso.

—¿Te hace sentir incómodo? —le preguntó en voz baja.

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Él se encogió de hombros. No estaba seguro. De repente sintió un gran peso

de responsabilidad por lo que estaba a punto de hacer, y se preguntó por un

momento si estaba preparado para ello. La miró, buscando en su cara por cualquier

señal de que ella sentía el mismo peso, peso de tomar algo de alguien que nunca

más podía ser devuelto.

—No tenemos que hacer esto —susurró ella. Necesitaba confirmación.

—Quiero hacerlo —contestó él decidido—. Si me dejas, quiero hacerlo. Estás

loca si crees que no quiero hacerlo.

Se sentaron en silencio por un tiempo, sosteniéndose de la mano, esperando a

que la otra persona hiciera un movimiento.

—Sé que hago el payaso y todo eso —dijo él—. Pero esto es importante para

mí. Si hacemos esto, no se trata sólo porque somos dos adolescentes en celo. Y lo

siento si eso es demasiado pesado para ti, pero es lo que siento. Si hacemos esto,

eres una parte de mí. Eres mía.

Él la miró de cerca, pero no podía leerla. Pensó que tal vez la había asustado.

No quería hacerlo.

—Quiero ser tuya —dijo ella, y lo besó suavemente en los labios.

Tomó gran esfuerzo controlarse a sí mismo. Ella era tan dulce y tierna. Él

quería destrozarla. Pero no lo hizo. Le quitó la ropa lentamente y luego la depositó

suavemente en su cama. Se quitó su propia ropa rápidamente, y se movió encima

de ella.

Dejó que la mirara a pesar de que la hacía sentir incómoda, expuesta. Él hizo

un sonido desde muy adentro de la garganta, y ella sabía que estaba luchando

fuerte para contenerse. Él la besó de nuevo.

—Espera, la toalla —dijo ella en su boca.

—A la mierda la toalla —respondió, y le besó los labios con más fuerza.

Había otras cosas en la bolsa, pensó ella absurdamente. ¿Qué había traído?

¿Por qué trajo esas cosas? ¿Estaba haciendo lo correcto? Se sentía tiesa y ansiosa.

—Está bien, tienes que relajarte —dijo él—. Estás tiesa como una tabla. No es

como si no hubieras besado antes. ¿Por qué actúas como si nunca te hubieran

besado siquiera?

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—Lo siento —dijo, mirando en dirección a su bolso—. No sé cuál es mi

problema. Puse todas estas cosas en mi bolsa específicamente para esto, y no puedo

recordar. No puedo recordar lo que hay en mi bolsa. —Su pecho subía y bajaba

rápidamente, y estaba segura de que estaba teniendo un ataque de ansiedad.

Él colocó una mano en cada lado de su cara, obligándola suavemente a que lo

mirara.

—Emma, no necesitamos nada de tu bolsa. ¿De acuerdo? Tengo un condón,

¿está bien?

—¿Vas a usar un condón? —preguntó ella.

Sus ojos se abrieron con sorpresa.

—Emma, ¿sabes de dónde vienen los bebés?

—¡Oh detente! —dijo ella, empujándolo fuera de ella y sentándose en la cama.

Puso sus rodillas contra su pecho abrazando sus piernas.

Él se incorporó, también, apoyándose en la pared. Ella estaba de espaldas a él,

y se preguntaba qué estaba pensando. Él estaba empezando a pensar que esto era

un error. Nada de esto parecía fácil, aunque no estaba seguro de por qué pensó que

lo sería.

—Quiero decir que tomo la píldora —dijo.

—Oh —respondió él. Estaba tan confundido—. ¿Por qué tomas la píldora si no

tienes relaciones sexuales?

—La píldora se usa para muchas cosas —dijo ella pacientemente.

—¿Entonces para qué la usas? —le preguntó.

Ella se dio la vuelta para enfrentarlo, sentándose al estilo indio, totalmente

expuesta a él. A él le gustaba lo que veía.

—Bueno, ya que quieres saber. La tomo para regular mi período. Y no, no voy

a explicarte eso —dijo ella cuando vio que abría la boca para hacer una pregunta. La

cerró y sonrió.

—No puedo evitar hacer un montón de preguntas. Sólo quiero saber todo de ti

—dijo.

—¿Quieres saber sobre mi ciclo menstrual? —preguntó ella sarcásticamente.

—Bueno, tal vez eso no —dijo riendo—. Simplemente no puedo entenderte.

¿Has venido aquí pensando que no usaría protección?

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—No —dijo ella—. He traído condones. Pero una vez que dijiste que eras

virgen, me imaginé, ¿cuál es el punto?

Él estaba desconcertado.

—Mira, ni siquiera estoy tratando de embarazar a una chica a los dieciocho

años.

—Y yo no estoy tratando de parecer irresponsable. Pero los hechos son los

hechos. Si yo nunca lo he hecho, y tú nunca lo has hecho, entonces obviamente no

tenemos ninguna ETS. Y si estoy tomando la píldora, entonces no voy a quedar

embarazada.

—Esa mierda no es cien por ciento efectiva, sin embargo —señaló él.

—¿Y los condones lo son? —preguntó ella.

Pensó por un momento.

—Bueno, no, pero tal vez el control de natalidad y los condones lo son juntos.

Ella sonrió ante eso.

—¿Por qué no quieres que me ponga un condón? —le preguntó.

—Oh, Dios mío, no importa. Usa el maldito condón. No se trata del condón —

dijo.

Él la miró. Ella se mordía las uñas.

—Sé que no se siente lo mismo —dijo él—. Quiero decir, nunca he tenido sexo,

pero sé que no se siente lo mismo.

—Yo sólo quiero que tengas tanto placer como yo —dijo en voz baja. Se detuvo

de morderse las uñas y trazó círculos en las sábanas de la cama con su dedo índice.

—Eres la chica más extraña que he conocido —dijo—. Ven aquí.

Ella ya no estaba tensa y ansiosa. Se relajó durante su conversación,

permitiendo que los ojos de él recorrieran su desnudez mientras hablaban.

Ella se movió sobre él, a horcajadas sobre sus caderas, y dejó que su cuerpo se

hundiera en él lentamente.

—Oh, Dios mío —susurró, y ella se echó a reír.

—Todavía no estás siquiera dentro de mí —señaló.

—Silencio. No digas una palabra. Sólo déjame absorber todo esto. —Él tomó

aire lentamente, moviendo sus manos por los lados de la cara hacia los hombros y

finalmente sus pechos. Ella suspiró suavemente mientras él jugaba con ellos.

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—Tienes los pechos más que perfectos —dijo él—. Pero probablemente sabías

eso, ¿no?

Ella le dio un beso muy fuerte de repente, y él no perdió el tiempo en acostarla

sobre la cama una vez más. Comenzó su tierno asalto, besándola en todas partes.

La besó en los labios y las mejillas, el cuello y los pechos. Dejó que su boca y su

lengua la probaran por todos lados. Ella se puso rígida cuando él le lamió la cadera,

moviendo su lengua por su muslo. Quería hacerlo, se estaba muriendo por hacerlo,

pero no estaba seguro. En cambio, dejó que sus dedos hicieran lo que él quería que

hiciera su boca. La acarició mientras la besaba en la boca, sintiendo que se relajaba

y se sometía a su toque.

Sus dedos eran torpes al ponerse el condón, y maldijo su torpeza. Antes de

que ella se diera cuenta él estaba entre sus piernas, a punto y listo. Sólo necesitaba

su señal de que estaba bien. Ella le tocó tentativamente, guiándolo hacia ella, y él

pensó que se correría justo ahí ante la sensación de su mano. Estaba decidido a ser

lento y controlado. No quería hacerle daño; pensó vagamente en recordar a alguien

que le dijo que a las chicas les dolía la primera vez. ¿Ella sabía eso? Debe saberlo,

pensó.

Él empujó lentamente, oyendo una aguda inhalación por aire.

—¿Estás bien? —le preguntó con voz ronca.

—Sí —respondió ella.

Él empujó más adentro, sintiendo que el cuerpo de ella le bloqueaba,

luchando contra él. Era tan apretada, y tomó cada gramo de su fuerza no tomarla

con fuerza y rapidez. Estaba empezando a sentirse atrapado dentro de sus propias

necesidades físicas, con ganas de complacerse a sí mismo, con ganas de escucharla

gritar, pensó vergonzosamente. Él no podía darle sentido a su deseo de poseerla

enérgicamente y amable a la vez.

—Está bien —susurró ella—. Sólo hazlo.

Ella apenas consiguió pronunciar las palabras. Él se introdujo en ella por

completo, al oír su grito bajito, ignorándolo mientras encontraba un ritmo suave.

Ella envolvió sus piernas alrededor de él, sus muslos apretados contra sus caderas,

y él estaba seguro de que ella estaba deseando que todo se acabara pronto. ¿Por qué

esto tenía que hacerle daño? ¿Por qué no podía sentir lo que él estaba sintiendo?

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Era éxtasis. Él se consumía con ello, sin importarle ya ser amable. Lo intentó, pero

no podía. Tan sólo tengo dieciocho años, pensó. No puedo ser perfecto. Y la penetró

con más fuerza.

Sintió sus uñas en su espalda. Deseaba desesperadamente que las quitara.

Ellas sólo le daban ganas de tomarla con más fuerza. Pero ella no las quitó. Le

arañó la espalda con ellas, alimentando dentro de él un deseo tan intenso que

estaba seguro de que la lastimaría más allá de una posible recuperación.

No pasó mucho tiempo. Él se corrió dentro de ella con fuerza, con su cuerpo

empapado de sudor por el esfuerzo físico y el caos mental. Quería derrumbarse

sobre ella, pero sabía que iba a aplastarla. Y era egoísta, pensó. Ya había tomado

demasiado. Se sintió avergonzado de su propia incapacidad de ser más suave con

ella. Rodó fuera de ella y la tomó en sus brazos, acunando su cabeza contra su

pecho.

—Lo siento —dijo—. Lo siento mucho.

—¿Por qué? —preguntó ella. Sonaba genuinamente confundida.

—Por ser tan brusco. —Le acarició el cabello y le besó la parte superior de la

cabeza.

—Está bien —dijo ella—. Comenzó a sentirse bien hacia el final.

Él se sorprendió.

—¿En serio? —le preguntó.

—Mmmm —dijo ella perezosamente.

—¿Por qué no dijiste nada? —preguntó con incredulidad.

—¿No sentiste mis uñas en tu espalda? —le preguntó ella.

No estaba seguro de qué decir.

—¿Se supone que eso me haría saber que lo estabas disfrutando? ¡Dios mío,

pensé que te estaba despedazando!

Ella no tenía respuesta. Simplemente se acurrucó más cerca de él, sintiendo

su pulso cardíaco reducir la velocidad hasta que pensó que había vuelto a la

normalidad.

—¿Estás bien con todo? —le preguntó él vacilante.

—Sí. ¿Y tú?

—Sí.

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Hubo un momento de silencio satisfecho. Él movió su mano hacia arriba y

abajo de su espalda sintiendo la suavidad de su piel. Le hizo un poco de cosquillas,

y ella se retorció.

—¿Quieres hacerlo de nuevo? —le preguntó en voz baja.

—¡¿Ahora?!

—No. —Se rió—. Más tarde. En el futuro. ¿Es algo que te gustaría hacer

conmigo otra vez?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—Una honesta —respondió ella.

La hizo rodar sobre su espalda y la miró.

—Chica, quiero hacer eso contigo todo el día, todos días, hasta el fin de los

tiempos.

Eran casi las nueve, y Emma sabía que tenía que estar en casa pronto. Salió

del baño vestida sólo con su sudadera. Él estaba sentado en la cama con un par de

calzoncillos. El fuerte deseo de hacerlo de nuevo brillaba en ella. La parte más

difícil había terminado, pensó. Ella quería ver cómo se sentía ahora.

Anton la miró de pie en el umbral.

—Sabes que no puedes usar eso en casa. Tu mamá y papá se van a

descomponer si te ven así.

Ella se acercó a él con un propósito, subiéndose encima suyo y sentándose a

horcadas sobre sus caderas.

—Emma, sabes que tienes que ir a casa —dijo él mientras ella besaba su

cuello.

—Oh, cállate —dijo, y lo besó en la boca con fuerza.

Ella buscó sus bóxers hasta que lo encontró, agarrándolo firmemente en su

mano. Estaba duro, pero él lo había estado toda la noche.

—Emma…

Ella no le hizo caso, guiándolo dentro de ella, hundiéndose en él lentamente.

Él no hizo nada para detenerla, sólo gimió de placer. Se olvidó por completo de un

condón.

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Ella movió sus caderas tímidamente al principio, sin saber lo que se suponía

que debía estar haciendo. Pensó que se estaba moviendo bien, podía sentir los

suaves golpes eléctricos viajando a lo largo de sus piernas y de su vientre. Él

observaba su rostro mientras se movía encima de él tomándolo para sí misma, sin

pensar en lo que él quería. Podía ver el placer de ello en sus ojos. Quería perderse

en ellos, pensaba que tal vez ya lo había hecho, hace mucho tiempo, la primera vez

que realmente la miró.

Él era vagamente consciente de la mano de ella ahí abajo, y se dio cuenta de

pronto de que estaba tocándose a sí misma. Quería levantar la sudadera y ver, pero

ella no se lo permitiría. Así que se contentó con ver sus ojos. Se estaban volviendo

más oscuros, de un azul tormentoso, y luego ella explotó de repente y sin

advertencia. Quería ocultar su rostro de él, pero la sostuvo para que se viera

obligada a mirarlo. Las olas de tormenta bailaban en sus ojos, estrellándose azules

alrededor de sus pupilas, y él sintió que su cuerpo se estremecía una y otra vez. No

había fin hasta que ella gritó por la liberación, y luego la soltó permitiéndole

enterrar su cara sobre su hombro, sintiendo su cuerpo temblar por las secuelas.

—¿Era eso lo que necesitabas? —le preguntó suavemente después de un

momento, acariciando su espalda por debajo de la sudadera con capucha. Estaba

resbaladiza por el sudor.

Ella asintió en su hombro, y él se echó a reír. Quería rodar sobre ella y tomar

de ella entonces, pero sabía que no sería correcto. Él ya había tomado demasiado.

Tenía que seguir recordándoselo.

—Tengo que ir a casa —gimió Emma en su hombro. Se incorporó entonces y

lo miró.

—Eso es lo que sigo tratando de decirte —contestó Anton.

—Sí, como si no querías que subiera sobre ti e hiciera eso —dijo Emma. Ella

sonrió.

—Podía tomarlo o dejarlo —respondió Anton, y ella le dio un puñetazo en el

brazo—. ¡Ay! Sabes que estoy jugando contigo.

Ella se bajó de su regazo y se vistió. Él la observó todo el tiempo consciente

del inquietante sentimiento extendiéndose por todo su pecho haciendo que su

frecuencia cardíaca aumentara a un ritmo incómodo, rápido. Se dio cuenta de que

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tal vez había sólo complicado su vida más allá de lo que podía manejar. Su futuro

con ella era tan incierto como el presente. Nadie sabía de ellos. No podía imaginar

lo que sus amigos dirían. Él no pudo siquiera pensar dónde ella iría a la

universidad. ¿Por qué nunca se había molestado en preguntar? Se podría estar

yendo al otro lado del país por todo lo que sabía. ¿Y honestamente creía que sus

padres lo aceptarían? Claro, fueron educados en la cena. Parecían estar bien con él,

pensó, pero sólo como un compañero para un proyecto escolar. Estaba seguro de

que se pondrían furiosos si se enteraban que él y ella estaban juntos

románticamente. De repente, todo empezó a cambiar, cada vez más serio, peligroso

incluso. Él debería haberlo mantenido como un leve coqueteo, pensó entrando en

pánico.

—¿Estás bien? —le preguntó Emma.

—Sí —mintió—. Estoy muy bien. —Y forzó una sonrisa.

—Porque parece que estás pensando en algo —continuó Emma—. ¿Estás

pensando que esto fue un gran error?

—¡Dios no! —Saltó de la cama y se acercó a ella.

¿Qué estaba pensando, entreteniendo la idea de que había cometido un error

estar con ella? Nunca, pensó. Nunca sería un error. Y le expresó eso a ella mientras

la sujetaba posesivamente.

Más tarde esa noche realmente oró de rodillas junto a la cama en reverencia,

con sus grandes manos dobladas en súplica. Y oró fervientemente, oró para que él

pudiera estar con ella para siempre, porque sabía que nunca podría amar a otra

mujer.

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Capítulo 13Jueves, 29 de abril

El Dr. Thompson les recordó a sus estudiantes por quinta vez que el tiempo

de la clase que tan generosamente les proporcionó debería utilizarse con el único

propósito de trabajar en sus proyectos académicos. Al parecer, la mayoría de los

estudiantes en realidad estaban trabajando, y sólo unos pocos eran indiferentes o

estaban distraídos por los detalles más importantes de ser un adolescente.

Emma y Anton se sentaron en un rincón de la habitación cerca de las

ventanas hablando en susurros.

—Esto es raro —dijo.

—Lo sé.

—No sé cómo se supone que debemos actuar, ¿sabes?

—Lo sé.

—Quiero decir, ¿se supone que debemos estar agarrándonos las manos o algo

así?

—No lo sé.

—Está bien, ¿Emma? no estás ayudando en absoluto —dijo Anton

impacientemente.

—Lo sé —contestó Emma, poniendo su rostro en sus manos—. Simplemente

no lo sé, ¡no lo sé!

—De acuerdo, tómalo con calma —dijo Anton suavemente. Miró a su

alrededor, pero nadie le prestaba atención.

Ella respiró profundamente y recuperó la compostura.

—Sólo no hay que preocuparnos por eso, ¿de acuerdo? —dijo Anton.

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No sabía lo que iban a hacer, y de repente la presión de decirles a sus amigos

sobre ella parecía mucho más aterradora que la primera vez que tuvieron sexo.

—Está bien —dijo en voz baja. Ella sabía que no era la solución, pero no tenía

ninguna. ¿Qué pensarían sus amigas? ¿Qué iban a decir?

Ellos trataron de continuar el trabajo en sus papeles, pero fue inútil. Fue muy

frustrante, de hecho, Anton se rindió y volvió a su asiento antes de que la clase

terminara. Emma estaba agradecida de que la dejara sola. Sintió una mezcla

explosiva de emociones dentro de ella que amenazaban con detonar. Quería reír,

llorar y gritar, todo al mismo tiempo. Fue triste estar atrapada dentro de esas

emociones, pero no podía hacer nada. Tuvo que hacerles frente hasta que pudiera

encontrar una manera de desactivar la bomba.

Ella no lo reconoció cuando pasó por la puerta después de que sonara la

campana. Se dirigió directamente a su casillero y comenzó a cambiar sus libros.

Pensó que él la seguiría y querría hablar un poco más, pero no lo hizo. Ella se dio la

vuelta para verle bromeando con sus amigos. La irritaba. Era un desastre en su

interior y él se estaba riendo. ¿Cómo podía estar tan tranquilo cuando ella se sentía

fuera de control? Pensó que tal vez se estaba poniendo en un show, pero él parecía

realmente a gusto. ¿Cómo los chicos hacen eso?, se preguntó. ¿Tienen emociones

limitadas, o son simplemente capaces de manejarlas mejor? De cualquier manera

sintió que las cartas fueron repartidas de manera injusta, y se hundió en el mal

humor detrás de la puerta de su casillero.

No vio gran parte de Anton por el resto del día. Era casi como si él no

estuviera en la escuela. Por lo general lo veía en los casilleros entre clases, pero se

mostró sólo un par de veces y siempre estaba flanqueado por sus amigos. Lo vio

charlar, reír y pelearse con ellos. Parecían muy cercanos, y su corazón se puso

rígido con envidia. ¿Qué estaba mal con ella?, pensó. Sintió que se transformaba en

esa chica, la chica celosa que quiere a su novio para ella sola todo el tiempo. Y

entonces se rió burlonamente, ocultando la cabeza en su casillero, pensando que

era una tonta por siquiera contemplar la idea de que él era su novio. Ellos nunca

dijeron nada sobre eso anoche.

Sabía que su ira no estaba justificada. Quería estar frustrada con él por su

manera casual, pero él sólo estaba haciendo lo que normalmente hacía en la

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escuela. Ella fue quien lo empujó con su comportamiento anterior en la clase de

inglés. ¿Esperaba que estuviera corriendo detrás de ella todo el día? Y no podía

evitar la sensación de que ella no quería que nadie lo supiera. Ciertamente no

Morgan, pensó. Por lo menos no todavía. Si lo que sea que estuvieran haciendo se

convertía en algo más, sabía que tendría que decirle. Pero parecía más fácil

mantener las cosas como estaban, sin embargo la hizo sentir confundida.

Se acercó a ella al final del día. Estaba caminando hacia su coche cuando se

encontró con ella.

—Tengo que trabajar hoy —dijo—. Así que supongo que no voy a verte luego.

—Está bien.

—Y tengo que trabajar mañana por la noche, también —agregó.

—Está bien.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Mmmm.

—Bueno, no te creo, pero no tengo tiempo para lidiar con eso —dijo—.

¿Todavía quieres que vaya el sábado?

—Si tú quieres. —Trató con indiferencia.

Él se rió entre dientes.

—Bien entonces. Te llamaré. —Y él se dirigió hacia el bus.

No podía entender por qué no le pidió que lo llevara a su casa. Lo habría

hecho con gusto, y luego vio a uno de sus amigos. Él estaba alrededor del autobús

viéndolos, esperando a Anton. Le dio una palmada en el brazo a Anton cuando se

acercó y le dijo algo a lo que los dos se rieron. Desaparecieron en el autobús, y ella

se quedó allí observando mientras se alejaba.

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Sábado, 1 de mayo

—No dejé nada en la habitación del doctor Thompson esa vez —dijo Anton

viéndola exprimir el jugo de un limón en su agua.

—¿De qué estás hablando? —preguntó.

Estaban sentados en la mesa de su patio trasero trabajando en su proyecto.

Ella había superado su mal humor de los últimos días en el momento en que su

timbre sonó. Fue instantáneo, sus emociones se levantaron y ella era una persona

diferente tan pronto como él estaba en su puerta principal.

—¿Recuerdas cuando todo esto empezó y cómo tuviste que ir a quejarte con el

Dr. Thompson acerca de mí no siendo lo suficientemente serio para ti?

—Oh, eso —dijo—. ¿Y qué?

—Bueno, estaba caminando por la habitación y te vi allí. Sabía lo que estabas

haciendo. Sabía que estabas molesta y estabas delatándome —dijo Anton.

Él agarró su agua y bebió un largo trago.

—¡Oye! ¡Hice el trabajo allí! La próxima vez tú corta y exprime los limones —

dijo ella, mirándolo drenar la mayor parte de su vaso—. Y de todos modos, no

estaba delatándote.

—Oh, ¿a quién quieres engañar? Estabas tan inmersa en esa habitación

quejándote porque no podías salirte con la tuya —respondió Anton entregándole el

vaso casi vacío.

—Lo que sea.

—Así que por eso me fui y actué como si me hubiese olvidado de algo. No

quería que te salieras con la tuya. Quería asegurarme de que todavía éramos

compañeros.

Emma lo miró mientras se daba cuenta de lo obvio.

—¿Te gustaba entonces? —preguntó en voz baja.

—Sí.

Se quedaron en silencio por un momento.

—Y ni siquiera sabías lo que era para mí. Toda la espera y esperanza de que te

gustara o que hicieras un movimiento o algo. Pensé que iba a morir cuando viniste

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a mi casa el lunes. Fue tan difícil actuar normal, y no sé cómo fui capaz de hacer eso

después de esperar tanto tiempo.

—¿Qué quieres decir?

—Quería agarrarte y besarte tan pronto como entraste por la puerta. Sabía lo

que estabas haciendo. Perdiendo tu pulsera. Por favor, chica. Nunca te he visto usar

pulsera.

Emma sonrió.

—Me hiciste pretender mirar alrededor por una pulsera y luego, cuando por

fin encontré el valor para pedirte que me besaras, ¿me hiciste esperar por ello?

—Sí. Eso fue muy difícil —contestó Anton.

—¿Difícil? ¿Difícil para quién? —preguntó ella.

—Difícil para mí.

—Oh, ¡eres imposible! —exclamó lanzando un limón a su cabeza. Rebotó en su

sien izquierda y cayó en el patio de piedra.

—¡Ay! ¡Eso me dolió! —dijo, saltando de su silla y llegando al otro lado de la

mesa por ella.

Ella evadió su agarre y corrió por el patio al centro del césped sintiéndolo a

sus espaldas.

Corrió hacia la izquierda y se escondió detrás de un banco oscilante. Él estaba

en el otro lado.

—¿A dónde crees que vas a ir? —preguntó.

Ella estaba respirando y pensando rápidamente. ¿Por dónde iría? ¿A la

derecha y hacia la casa para esconderse en su habitación? ¿O a la izquierda más

profundo en el patio trasero para esconderse detrás de los arbustos de color rosa?

¿Por dónde? Ella eligió la izquierda, y corrió con todas sus fuerzas. Estaba casi allí

cuando sintió su brazo alrededor de su cintura venir y tirar de ella hasta el suelo.

Ella gritó y se retorció para escapar, pero no era rival para su fuerza. Tenía por lo

menos cuarenta kilos sobre ella.

Anton le sujetó los brazos sobre la cabeza, decidiendo qué hacer con ella.

—Muy bien, así que me golpeaste con un limón —dijo—. ¿Qué es bueno a

cambio?

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Ella se retorció y luchó para liberar sus manos. Él tuvo que estrecharlas con

una mano.

—Podría hacerte cosquillas —dijo poniendo su mano libre en su caja torácica.

Los ojos de ella estaban abiertos por el miedo.

—Podría besarte —dijo.

Ella asintió.

—Pero eso no es ningún castigo —argumentó.

Ella luchó un poco más antes de renunciar por completo.

—Quiero besarte, sin embargo. —Decidió—. No es ningún castigo realmente,

pero todavía sería algo para mí. —Le soltó las manos y tomó su rostro suavemente,

asegurándose de poner la mayor parte de su peso sobre sus codos—. Eres tan

bonita —dijo con ternura mirándola a los ojos. Presionó sus labios en los de ella

sintiendo su cuerpo responder por debajo de él. Dejó sus labios permanecer en los

de ella antes de apartarse para mirarla de nuevo.

—Dios, tan linda —dijo cuando sintió que ella lo tiraba hacia sus labios una

vez más.

Ella estaba radiante y sus amigas lo vieron. Estaban sentadas alrededor de la

habitación de Morgan decidiendo qué hacer esa noche. Emma sabía lo que

preferiría estar haciendo, pero Anton tenía que trabajar. Fue probablemente una

buena cosa, pensó. Tener espacio de él le recordaría que ella todavía estaba

viviendo en el mundo real. Y tenía amigas por las que ella se preocupaba

profundamente. No quería convertirse en una de esas chicas que abandona a sus

amigas por un chico, no importa cuán dulce, pensó con una sonrisa.

—Está bien, escúpelo —dijo Sarah, sentada en el suelo pintando sus uñas.

—¿Escupir qué? —preguntó Emma.

—¿Qué pasa contigo? Has estado sonriendo toda la noche —respondió Sarah.

—¿Lo he hecho? No me di cuenta —dijo Emma, y volvió a pasar las páginas de

su revista.

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—¿Estás drogada? —preguntó Morgan—. Y ¿dónde podemos conseguir un

poco?

—Oh, Dios mío, ¡Morgan! No, ¡no estoy drogada! ¿No puedo sonreír y ser

feliz?

—¿Estás enamorada? —preguntó Aubrey.

Sí, quería decir. Dios mío, ¡sí! Pero no lo hizo.

—¿Me has visto con alguien? —preguntó Emma.

Aubrey y Sarah se encogieron de hombros, pero Morgan no estaba

convencida. Ella decidió atraparla para que confesara.

—¿Cómo va tu proyecto en marcha con el Señor Matón? —preguntó,

cepillando su cabello en el espejo.

—¿En serio lo estás llamándolo así? —preguntó Emma.

—Lo que sea. Háblanos de tu proyecto —respondió Morgan—. Has estado

pasando mucho tiempo con él.

—Va bien. Ya casi hemos terminado con eso —dijo. Esperaba que su rostro no

se hubiera sonrojado.

—¿Él realmente está trabajando, o espera que tú hagas todo —preguntó Sarah.

—Él trabaja. Yo trabajo. Los dos trabajamos.

—Emma, voy a ser honesta contigo acerca de algo. Y no quiero escuchar

ninguna mierda de ti, Morgan —comenzó Aubrey.

Aubrey, también, estaba en la cama con Emma hojeando revistas de moda y

chismes. Morgan hizo una mueca.

—Creo que es lindo —confesó Aubrey.

Emma se echó a reír.

—¿Qué? Sí, ya sé que es negro. Pero hay algo en él. Es como un buen chico

malo, o al menos eso es lo que me imagino. Cuando entró en la clase de Cálculo un

día y te pidió disculpas, pensé que iba a morir. ¡Tan dulce!

—Voy a vomitar —murmuró Morgan.

—Sabes, Morgan, no has conseguido tener un hueso romántico en tu cuerpo

—dijo Aubrey.

—¿Qué pasó en la clase de Cálculo? —preguntó Sarah.

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—Oh, ¿nunca te lo conté? —dijo Aubrey emocionada. Le encantaba la

oportunidad de contar historias.

Emma se obligó a permanecer separada mientras escuchaba. Sintió que

Morgan estaba mirándola y quería aplastar sus sospechas. No estaba lista para

decirles a sus amigas.

—Así que, él vino después de que la campana sonó —comenzó Aubrey—. Y la

señora Hartsford era como, ¿qué estás haciendo en mi clase? Y él era como, espera,

sólo necesito hablar con ella. Y señaló a Emma. Emma, ¿cómo se llama?

—Anton.

—Bueno, así que Anton apuntó hacia Emma y ella lucia petrificada. Y toda la

clase estaba escuchando como él le decía que lo sentía por llamarla perra —dijo

Aubrey.

—¿Él te llamo perra? —exclamó Sarah. Abanicó sus manos tratando de secar

sus uñas recién pintadas rápidamente—. ¿Dónde he estado?

—Fue un malentendido —dijo Emma sin convicción.

—¿Qué significa eso? —preguntó Morgan. Había dejado de cepillar su cabello

y estaba mirando aburrida hacia Emma.

Emma no había querido explicarlo, pero sentía que no tenía otra opción.

—Estaba enfadado —comenzó.

—Está bien. ¿Así que eso le da el derecho de llamarte perra? —preguntó

Morgan.

—¿Me dejas terminar?

Morgan gruñó lo que Emma tomó como una invitación a continuar.

—Había ido hacia el doctor Thompson para quejarme de él antes de que le

diera una oportunidad. Él me pilló haciéndolo —dijo Emma tímidamente.

Sarah sonrió.

—No es una buena manera de empezar las cosas.

—Dímelo a mí —respondió Emma.

—Um, ¿hola? ¿Puedo terminar mi historia ahora? —preguntó Aubrey.

—Sí, Aubrey. Lo siento —dijo Emma sonriendo.

—Está bien, así que de todos modos, la clase está escuchándolo decir que lo

sentía por llamarla perra. Entonces él no se fue hasta que ella se comprometió a

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reunirse con él después de la escuela para que pudieran hablar un poco más. Y

entonces la señora Hartsford arruinó todo llamando a alguien de la oficina a su

clase para sacar a... ¿cómo se llamaba?

—Anton

—Así es, Anton. Y así, el señor McCullum vino a buscarlo. Y él salió de la

habitación todo feliz porque Emma había aceptado su disculpa —dijo Aubrey—.

Fue muy lindo.

—¿Hemos terminado con este tema? —preguntó Morgan, pero Aubrey no le

hizo caso.

—Tú sacaste el tema. —Sarah le recordó a Morgan quien había pasado a

escrutar su rostro en el espejo.

—Como he dicho, Emma. Creo que es lindo, pero nunca saldría con él —dijo

Aubrey.

—¿Y por qué es eso? —preguntó Emma.

—Um, ¿hola? Es negro. Tal vez me acostaría con uno sólo para ver lo que se

siente, pero nunca en un millón de años saldría con uno. ¿Te imaginas?

Emma se quedó en silencio.

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Capítulo 14 Lunes, 3 de mayo

Ella sintió una rabia incontrolable muy profunda. Podía matar a alguien,

estaba segura de ello. Ella lo podía matar. Miraba mientras hablaba con la chica

juguetona. Él estaba tranquilo, luciendo más a gusto con esa chica de lo que nunca

lo hizo con ella. ¿Qué esperaba, sin embargo? Ella era blanca. Esa chica era negra.

Tarde o temprano la chica negra ganaría. Nunca podría competir con la gente que

entiende la mayoría.

Era casi el final del día, y ella tenía un fuerte deseo de dejar la habitación y

volver a casa. Nada había salido bien en la escuela desde que tuvieron sexo. No

sabían cómo actuar con los otros. Ninguno de sus amigos estaba al tanto de su

relación. No sabían cómo hacerlo público o incluso si han de hacerlo público. Tal

vez no era una relación en absoluto, sino simplemente sexo. Entró en pánico ante la

idea de una aventura de una noche. Pero ¿cómo puede ser después de las cosas que

él le confesó el sábado? Sonaba como que él quería más. Una relación.

Pero era un Anton diferente en la escuela, rara vez se aventuraba a hablar con

ella. En cambio robaba miradas en su dirección de vez en cuando, mientras estaba

con sus amigos para que ella no se diera cuenta. Trataba de sonreírle cuando sus

amigos no estaban cerca, pero nunca funcionó porque siempre estaba con sus

amigos. Él miraba a través de ella como si no tuviera idea de quién era. En las raras

ocasiones en que lo hicieron, se encontraban solos, y ambos fingieron que no se

habían ignorado mutuamente durante todo el día y que no estaban avergonzados

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por la forma en que se trataban. Fue hiriente e inmaduro, y era tan culpable como

él.

Y ahora ella se puso de pie y lo vio coquetear con otra chica. ¿Cómo pudo

hacer eso? Se sentía avergonzado de que ella le había dado su virginidad. ¿Cómo

pudo ser tan ingenua? ¿Cómo pudo dejarle atraparla así? Mostrándole un lado a

ella que nadie más vio, un lado dulce, un lado que la llevó hasta su cama. ¿Fue

simplemente un acto para ver cómo era? Tal vez sólo quería deshacerse de su

virginidad y ella pasó a ser disponible. Por mucho que le dolía, tenía que

enfrentarse a la posibilidad de que no era nada más que sexo.

Era una tonta, parcialmente oculta detrás de su puerta del casillero mientras

los observaba. La chica se abrazó a la cintura de Anton y lo apretó. Parecía feliz,

diciendo algo que era evidentemente divertido porque sus amigos se rieron. La

chica se echó a reír, dejando descansar la frente en su pecho mientras ella se rió con

deleite. Puta perra, pensó Emma, consciente de la lágrima deslizándose por su

mejilla. No lo limpio. Siguió mirando hasta que se movieron por el pasillo y fuera

de la vista, el brazo de la chica envuelto alrededor de la cintura de Anton y su brazo

caído cómodamente por encima de su hombro.

Se puso de pie en su habitación tan lejos de él como pudo. Ellos ya estaban

profundamente en la lucha. No podía creer las cosas que había dicho. Salieron de

ella sin control. Sabía que era una locura, pero no podía parar. Tenía que seguir

diciendo cosas horribles, cosas hirientes para librar el corazón de la ira.

—¿Puedes tratar de entender por un segundo de dónde vengo? —le preguntó,

tratando desesperadamente de controlar su temperamento.

—¿De dónde vienes? —gritó. Su voz sonaba extraña y estridente—. ¿Estás

jodidamente bromeando?

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—Tú no vienes del ghetto. No sabes lo que es ser negro. No sabes qué tipo de

presión, es decir, la forma en que tienes que actuar en torno a tus amigos y tener

familiaridad con la cultura y aún tratar de trabajar para salir de esta vida sin lucir

como que eres un traidor.

—¿Qué demonios tiene eso que ver con lo anterior? ¿Esa chica? —Emma

rompió.

Anton la ignoró mientras seguía.

—Por no hablar de salir con gente diferente a ti y cómo tus amigos van a

reaccionar frente eso. Porque ellos son importantes, ya sea que te guste o no.

Estaba furiosa, con la cara apretándose con una mezcla de ira y humillación.

¿Tenía la culpa de su coqueteo anterior delante de sus amigos?

—Y luego encima de toda esa mierda, tienes que tratar con no poder tener las

mismas oportunidades que los demás —concluyó.

—Dame un respiro. Esto no es 1963. Nadie está manteniendo el hombre negro

abajo —le espetó—. Supéralo.

Quería golpearla. No podía creer la emoción de rabia en ese breve segundo,

podría haber llevado su mano a su mejilla suave y golpearla violentamente como un

pobre enojado hombre negro que justifica el abuso porque él está sobrecargado. Se

alegró de que ella estuviera en el extremo opuesto de la habitación.

—Puede que desees comprobarte a ti misma —dijo con calma.

—Vete al infierno —dijo ella—. No veo cómo no tener las mismas

oportunidades que las demás personas tiene algo que ver con coquetear con ¡esa

chica!

Estaba exasperado.

—Ella es una amiga —dijo lentamente, enfatizando cada palabra—. La conozco

desde el primer grado. Solía vivir como dos puertas más abajo de mí. Y de todos

modos, ¿qué coño te importa con quién hablo? Cuando estas cerca de tus amigas,

actúas como si yo no existiera.

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—Eso no es cierto —argumentó.

Él se rió burlonamente.

—¿En serio? ¿Quieres decirme lo que pasó hoy en el almuerzo? Traté de

acercarme a ti desde que me di cuenta de que tenemos que empezar a ser un poco

más maduros y te encogiste en tu silla de mierda como si fuese una especie de hijo

de mala puta que iba a pegarte.

Ante esas palabras, dio un paso brusco hacia ella sólo para ver su cuerpo

saltar. Lo hizo.

—No me encogí —argumentó—. Me pillaste con la guardia baja.

—Chica, ¿qué carajos significa eso? —le preguntó—. Acéptalo. Estabas

avergonzada.

Ella abrió la boca para replicar, pero él la interrumpió.

—Y tus malditas perras estaban mirándome como, “¿Por qué diablos vas a

venir a nuestra mesa y hablar con nuestra chica?” —Escupió—. Es necesario que te

fijes con la gente que paras alrededor. Ellas no son nada más que unas malditas

hijas de perra.

—¡No hables de mis amigos de esa manera! —gritó—. Como si los tuyos fueran

mucho mejor. ¡Son tan irrespetuosos conmigo!

—Oh supéralo —dijo riendo. La risa era dura y fría—. Ellos no se preocupan

acerca de ti. Ellos no toman ningún momento para preocuparse en faltarte el

respeto.

—Esto fue un gran error —dijo de pronto.

—¿Qué? Estar juntos —le preguntó.

—Sí —dijo ella—. Tal vez deberías salir con tu pequeña Latasha o Shaquita o

como coño se llame. Es obvio que no podemos hacer esto.

Era vergonzosamente pasivo-agresivo, una forma de manipular con las

palabras. Ella esperaba que provocara la respuesta que quería, la seguridad que ella

necesitaba que él lo hiciera, de hecho, como ella y que quiera estar con ella.

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Se quedaron por unos momentos mirándose el uno al otro a través del cuarto.

Él finalmente rompió el silencio.

—Lo que sea —dijo encogiéndose de hombros—. No hace ninguna diferencia

para mí. Tengo lo que quería de todos modos.

Él estaba buscando una reacción por parte de ella, y ella lo sabía.

—¿En serio? —preguntó—. Porque yo no lo hice. De hecho, me quedé muy

insatisfecha.

Las palabras eran un desafío, y aunque él sabía que no hablaba en serio, no

podría hablar en serio, su orgullo estaba herido. Se había abierto a ella por

completo esa noche. Confesándose a sí mismo siendo igual de nuevo y sin

experiencia como ella, y feliz por ello. Feliz de que se compartió a sí mismo por

primera vez con ella, sabiendo que después él solamente iba a querer compartirse

con ella. Sus palabras lo hirieron en su núcleo, y su ira se intensificó.

—¿Es eso cierto? —le preguntó con dureza, moviéndose hacia ella con un

propósito.

Ella trató de eludir a la puerta, pero él era demasiado rápido, atrapándola

contra la pared con un brazo a cada lado de la cabeza, las manos apretadas

firmemente contra un cartel de Warren G.

—Bueno, yo no lo recuerdo exactamente así.

Ella se retorció para escapar, tratando de refugiarse debajo de uno de sus

brazos, pero él simplemente se movió más abajo, bloqueando su escape.

—Mira, me acuerdo de ti gimiendo en mi boca —dijo en voz baja, su rostro a

centímetros del de ella—. Y diciendo mi nombre una y otra vez mientras

malditamente te viniste en mi mano. Eso es lo que recuerdo. Ni siquiera había

puesto mi pene en ti y ya te estabas viniendo para mí.

Ella estaba desesperada por algo que decir, algo que lo hiriera. Odiaba el

control que ejercía sobre ella, atrapada contra la pared, escuchando a un recuento

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de cómo ella se cedió tan fácilmente, dejando al descubierto el lado más vulnerable

de sí misma.

—Sí, bueno era todo un espectáculo —respondió ella con voz temblorosa.

Se echó a reír de verdad entonces. Ella miró por los destellos de sus dientes

blancos mientras él resopló de risa, al mismo tiempo manteniendo los brazos a

ambos lados de ella. Quería pegarle.

—Chica, estás fuera de tu mente —dijo—. Si eso era un espectáculo, entonces

necesitas llevar tu trasero a Hollywood porque eres una verdadera gran estrella.

No estaba preparado para lo que vino después. Ella empujó contra su pecho

con todas sus fuerzas, haciendo que tropezara un poco hacia atrás, y antes de

recuperar el equilibrio, le dio una bofetada con fuerza en la cara. Fue una

quemadura al rojo vivo, una explosión de odio, y él podía sentir su corazón latiendo

en su mejilla.

Ella se quedó allí con una expresión de triunfo en su rostro, sarcástico y

petulante, verlo frotar su mandíbula lentamente. Estaba pensando en cómo iba a

tomar represalias, se dio cuenta y sabía que era hora de irse.

Se dirigió a la puerta, pero él saltó en frente de ella. Se movió hacia el otro

lado, pero él ya estaba allí. Se alejó de él, pero se movió hacia ella como si no

hubiera una cadena invisible que los conectara. Él no le quitaba los ojos de encima.

Se sintió por un momento como si fuera la presa y estuviera jugando antes de la

matanza.

Él vino a ella, entonces, empujándola violentamente contra la pared y

besándola furiosamente. Sus labios y dientes estaban en todas partes: la boca, las

mejillas, la barbilla, las orejas, el cuello. Cada lugar que sus labios tocaban

quemaba y picaban. Él estaba haciéndole daño, y trató desesperadamente de

deshacerse de él una vez más. Pero esta vez fue sabio. Se inclinó hacia ella, por lo

que era fácil sujetarla contra la pared con su peso.

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Le mordió el cuello duro y la escuchó gritar, haciendo caso omiso de sus

protestas mientras levantaba su falda, con las manos errantes sobre sus muslos y la

parte inferior. Maldición, él amaba cuando llevaba faldas. Rasgó sus bragas

limpiamente, y ella sintió vagamente flotar por sus piernas hasta el suelo. La

levantó obligándola a envolver sus piernas alrededor de sus caderas para apoyarse,

jugando con la cremallera de sus pantalones hasta que fue expuesto y listo para

tomarla. Protestó cuando lo sintió entrar en ella.

Estaba húmeda y lista para él. Un poco molesta, pensó riéndose. Él sostuvo su

cadera inmóvil, observando su rostro mientras se deslizaba dentro y fuera de ella.

Estaba atrapada entre la lujuria y la ira, era evidente por la expresión de sus ojos, y

eso la hacía mucho más deseable. No fue lentamente ni rápido con ella. Él sabía

que tenía que encontrar un equilibrio perfecto entre eso o él lo perdería antes de

hacer su rendimiento en ella. Y quería que se viniera para él. Quería probar un

punto, mostrarle su mentira, humillarla dulcemente. Él se centró en la lectura de

ella, apartando el pensamiento de sus propias sensaciones, mirándola fijamente. Su

rostro se tensó de furia y luego se relajó a la sumisión. Ella era el péndulo que oscila

entre dos emociones, y se preguntó cual ganaría.

La besó en la boca suavemente entonces, y para su sorpresa y deleite, le

devolvió el beso. Así que la sumisión iba a ganar, pensó, apartándose de sus labios

para sonreír a su victoria. Ella no le devolvió la sonrisa, tenía que aferrarse a algún

vestigio de orgullo aún así como él la había clavado, se abrió a él, sin posibilidad de

escape.

Sus ojos no se apartaban de ella mientras se acercaba. Estaba terriblemente

bella, atrapada en medio de la humillación de la derrota y el rapto de la satisfacción

física. Incluso cuando su orgasmo terminó, continuó acariciándole. Era de

amortización, lo sabía, y mientras ella le suplicó que se detuviera, lloraba porque

no podía soportar la idea de no sentirlo más, continuó impasible, mirando sus ojos,

cayendo en ellos mientras se acercaba a ella. Fue intenso, duro y rápido. Se sintió

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en ese momento como una estrella derrumbándose, colapsando dentro, escombros

y restos por todas partes dentro mientras que el exterior se mantuvo intacto.

Apoyó la frente contra la pared, sintiendo las gotas de sudor cayendo de su

rostro golpeando su hombro. Se sentía agotado de todo: su ira anterior, su voluntad

de luchar, incluso el persistente temor constante de su floreciente relación y lo que

eso significaba para él como un hombre negro y ella como una mujer blanca.

Encontró el poquito de fuerzas que le quedaba en su interior y la llevó a la cama,

por lo que la echo hacia abajo suavemente.

Se arrastró a su lado y sentía que podía dormir durante cien años, pensando

absurdamente en Rip Van Winkle y su destino. ¿Cuál sería el destino de Anton? ¿Se

despertaría cada cien años para verse todavía acostada junto a él, la cara enrojecida

y brillante, el cabello cayendo alrededor, siendo la hermosa joven de diecisiete años

de edad, cuyo amor le robó? ¿O sería vieja e ida, tal vez fuera el amante de alguien

más, y estaría en una búsqueda desesperada por el resto de su vida para

encontrarla y recuperar a su amor? Él se volvió hacia ella. Ella lo miraba fijamente.

¿Había estado mirándolo todo el tiempo?

—Te amo —dijo ella en voz baja—. Te amo y no sé cómo manejar eso.

—Te amo, también —dijo.

Era tan fácil de decir. Le encantaba oírlo. Nunca se lo había dicho a una chica,

no podía, porque nunca lo entendió hasta que la vio por primera vez, le tocó el

brazo, sintió su aliento sobre su hombro.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó.

—Vamos a parar de estar asustados —dijo—. Sólo estamos asustados de todo

el mundo y lo que piensan. Tenemos que dejar de preocuparnos por lo que piensan.

Ella asintió.

—Pero no quiero pensar en eso ahora —continuó. Suspiró profundamente y

con satisfacción—. Sólo quiero echarme contigo.

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Lo vio realmente vulnerable a continuación, observando el lento ascenso y la

caída de su pecho al respirar, el aleteo de sus pestañas mientras sus ojos se

movieron detrás de los párpados cerrados. Puso su mano en su pecho y él

instintivamente cerró su mano sobre la de ella. Era fuerte y cálida, ya no exigente.

Simplemente dándole las gracias por entregársele a él. No sabía hasta entonces de

lo mucho que la necesitaba.

Podía sentir el latido lento y constante de su corazón. El suyo latía

salvajemente todavía, pero ahora desde la realización de su intensa necesidad de

ella. Le daría todo, decidió. Cambiarse a sí misma dentro hacia fuera para él si

quería. Era un sentimiento peligroso, pero no tenía miedo de él. Fue su testimonio

de su amor para ella. Había conseguido su aseguramiento.

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Capítulo 15Miércoles, 5 de mayo

Emma se quedó inmóvil en la puerta mirando al grupo de chicos que se

reunieron en la habitación de Anton. Se estaban riendo de algo, pero dejaron de

hacerlo una vez que se dieron cuenta de que ella se encontraba allí. Ellos le

devolvieron la mirada, estudiándola como si fuera un espécimen alienígeno, algo

que nunca habían visto antes. Ella estaba incomoda y rápidamente se enojó. ¿Por

qué él la invitó de nuevo si sus amigos se encontraban allí?

―Está bien, así que los traje a todos juntos por una razón —dijo Anton. Nadie

dijo una palabra, por lo que continuó.

—Mi grupo ―dijo mirando a sus amigos—. Así que, quiero ser sincero con

ustedes acerca de lo que está pasando. No quiero pillarles con la guardia baja o

nada en la escuela. Y cómo se sienten es importante para mí, ¿saben lo que estoy

diciendo?

Sus amigos asintieron, inseguros.

Respiró hondo y miró a Emma.

―Así que, me gusta esta chica. Y sé que es blanca. La chica más blanca que he

conocido. Pero estoy trabajando en algunas cosas. Por lo menos ahora sabe cómo

lanzar bien una pelota. —Se encontraba nervioso, jugando con sus dedos mientras

miraba hacia atrás y adelante entre Emma y sus amigos.

«Pero es una buena chica. Es buena para mí. Es buena para mí. ¿Pueden

entender eso? —continuó. Hubo un momento de silencio antes de que uno de ellos

finalmente hablara.

―Hombre, no me importa quién es tu cita.

Y luego otro:

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―¿Es la misma chica que te gritó en los casilleros?

—Sí ―replicó Anton.

―¿Pensé que habías dicho que era una perra?

—Estaba equivocado. Lo supuse, y estaba equivocado ―dijo Anton.

Otro momento de silencio. Y luego, el mayor de los cuatro amigos salió de su

asiento y se acercó a Emma.

—Soy Kareem —dijo, extendiendo su mano. Ella la tomó vacilantemente. Era

grande, suave y cálida. Coincidía con el aspecto que tenía, como un oso de peluche

gigante.

―Oh mierda, yo ni siquiera los presenté —dijo Anton. Él miró a sus amigos―.

Así que esta es Emma.

Tomó su bolso del hombro y lo colocó en su cama.

—Emma, este es Kareem el Sueño, Johnny D en la camiseta blanca, Nate

Perro en la cama, ya lo conocías, y Lazy L en el escritorio. Su nombre es Lamar,

pero lo llamamos L de Lazy porque él nunca hace nada.

―Hombre, no es cierto. Hago cosas. Hago cosas importantes —sostuvo

Lamar. Hablaba con un acento de modo que incluso sus palabras sonaban

perezosas.

―Mierda, hombre. Eres tan malditamente perezoso. Ni siquiera te levantaste

hoy “hasta las tres” ―señaló Kareem. Se rieron—. ¿Cómo te vas a graduar, hombre?

Si ni siquiera puedes conseguir sacar tu culo de la cama ―continuó.

—Hombre, no te preocupes por mí. Tengo planes ―respondió Lamar,

inafectado por las burlas de Kareem—. ¿No te quedas nunca en la cama hasta tarde,

Emma? —le preguntó.

Emma comenzó a sentirse un poco más relajada escuchando la conversación a

su alrededor con curiosidad indiferente hasta que fue dirigida directamente a ella.

Sus nervios saltaban.

―Yo... seguro, supongo —respondió ella.

―Mira, ¿ahora vas a decir que ella es perezosa y le vas a dar un poco mierda

sobre no graduarse? —preguntó Lamar.

―En realidad, ella va a la escuela —dijo Johnny D―. Esa es la diferencia,

maldito idiota.

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—Jodete, hombre. No estoy ni siquiera tratando de estar molesto con

cualquiera de ustedes. Y no compartiré mi hierba después, tampoco ―dijo Lamar.

Los amigos se quejaron, argumentaron, engatusaron y rogaron hasta que

Lamar accedió a compartir su hierba por un pequeño precio. Cada uno tenía que

comprarle el almuerzo en algún momento de la semana siguiente. Emma se dio

cuenta de que uno de sus amigos se mantuvo en silencio durante la conversación:

Nate. Él la miró, evaluándola y frunciendo el ceño de vez en cuando mientras los

demás se burlaban de ella y le acribillaban con preguntas amablemente. Su silencio

era enervante.

―Chica, ¿de verdad nunca utilizaste hierba? ―preguntó Johnny D

desconcertado.

—No ―contestó Emma. Oh Dios, ¿iban a hacerla fumar hierba? Pensó con

pánico.

—Y ella no va a hacerlo —dijo Anton—. Ni siquiera está probándolo las drogas

o nada como eso.

—Relájate, papá, no estaba ofreciéndole. Es solo que nunca conocí a nadie que

no lo hubiera probado —dijo Johnny D―. Estoy realmente sorprendido.

Emma sonrió ante eso.

—De todos modos, ¿qué es lo que ves en este negro idiota de todos modos?

―preguntó Lamar, señalando a Anton.

—Um, no lo sé ―contestó Emma―. Veo mucho.

―Yo veo mucha mierda ―dijo Kareem, juguetonamente dándole un puñetazo

en el estómago a Anton.

—Lo que sea negro. ¿Estás enojado porque no tienes mis habilidades para

tener una novia? ―respondió Anton, forzando a Kareem en una llave de cabeza.

—¿A quién carajos le importa? Tengo locas habilidades en el micrófono

―sostuvo Kareem.

Su cabeza todavía se encontraba encerrada en el brazo de Anton mientras se

dirigía a Emma.

—Verás Emma, el porqué de mi nombre Kareem el Sueño. Fluyo en el

micrófono como Biggie. Tengo el flujo de ensueño, ¿ves?

—Creo que sí —respondió Emma.

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Finalmente Nate habló:

―¿Qué quieres decir con que lo ves? —preguntó agresivamente.

Emma no respondió.

―¿Sabes qué mierda acaba de decir?

—Oye, hombre, tómalo con calma ―dijo Kareem mientras Anton lo liberaba

de la llave de cabeza.

Todos los ojos se encontraban puestos en Nate.

―Estoy tomándolo con calma. Sólo estoy haciéndole aquí a nuestra pequeña

amiga una pregunta. —Miró a Emma―. ¿Sabes lo que quería decir con lo que dijo?

¿Has oído hablar de Biggie Smalls? ¿Sabes quién es? ¿Escuchaste antes música

rap? ¿Entiendes lo que significa fluir en un micrófono?

—Relájate Nate ―dijo Anton.

—No, hombre. Esto es una mierda —dijo Nate―. ¿Cómo vas a traer a esta

perra aquí hablando sobre que es tu cita? Luego ella va a quedarse alrededor

actuando como que sabe de qué infiernos hablamos.

―Dije que te relajes —dijo Anton uniformemente.

―Hombre, lo que sea —dijo Nate y salió de la habitación. Anton lo siguió,

teniendo cuidado de cerrar la puerta de la habitación detrás de él.

Emma, Kareem, Johnny, y Lamar podían oír la discusión con claridad.

Kareem intentó iniciar una conversación fresca para distraer a Emma, sabiendo

que, sin duda, escuchaba las palabras que la molestaban, pero ella puso su mano en

el brazo haciendo una señal de silencio.

―No llames a mi chica perra —dijo Anton.

―¡Hombre, tú la llamaste perra! ¿Recuerdas eso? —escupió Nate.

―Te lo dije, eso fue un error. ¿De cualquier manera, cuál es tu problema? Ella

no ha hecho nada —replicó Anton.

―Ella no es de nuestra clase, hombre. ¿Qué haces saliendo con una chica

blanca?

—Me gusta ―dijo Anton enfatizando.

―Negro, perdiste la mente —dijo Nate.

―Ella es una chica agradable. Una chica buena. Dale una oportunidad, Nate.

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—Al diablo con eso. No me importa si es agradable y buena. No se trata de

eso. Se trata de que estés rechazando de dónde vienes ―explicó Nate.

—Eso es una locura, hombre. ¿Estoy rechazando mi negrura porque tengo una

novia blanca? Te oyes cómo retrasado diciendo eso —dijo Anton riendo.

—No estoy bromeando, negro —contestó Nate―. Eres un hombre negro. Sales

con chicas negras. Eso es lo que es.

—Tal vez para ti —dijo Anton―. ¿Por qué siempre tiene que ser sobre el color

de todos modos?

―¡Porque es así! ¡Ese es el mundo en que vivimos! De dónde venimos,

hombre. Somos del gueto. Matones. Hierba y armas.

—¿Qué demonios, Nate? Nadie tiene una maldita AK-472 ―dijo Anton,

tratando de no reírse—. Negro loco.

—Vete a la mierda, hombre. ¿Sabes lo que quiero decir? ¿Cómo vas a hacer

cuando se encuentren tu mundo y su mundo? No puedes. A menos que estés

planeando ser un traidor.

―¿Qué demonios tiene ver con ser un traidor que salga con una chica blanca?

—preguntó Anton.

―Es el primer paso —dijo Nate con frialdad―. Luego te estás ofendiendo con

tus amigos por ella, queriendo sonar como un maldito blanco hijo de puta por ella,

obteniendo un gran trabajo de medio tiempo en la compañía de su papi.

—Negro, perdiste tu mente. Ni siquiera sé de qué demonios estás hablando

―dijo Anton—. Solo soy un estudiante de último año de la secundaria saliendo con

una chica blanca. No estoy viendo por un trabajo corporativo.

—Deja de restarle importancia a esta mierda, hombre. No estoy cómodo con

ello. No me gusta.

―Así que, ¿qué estás diciendo? —preguntó Anton.

―No quiero que salgas con ella —dijo Nate.

―Ahora, realmente perdiste tu maldita mente.

—Dijiste que nuestras opiniones son importantes para ti ―le recordó Nate.

—Lo son, Nate, pero vamos. ¿Realmente me estás diciendo con quién puedo

salir? ―preguntó Anton.

—No, estoy diciéndote con quién no puedes salir.

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Anton se enojó.

—Bueno, creo que tomaré esa decisión por mí mismo. Tengo dieciocho años,

Nate.

―Ella entra en tu vida, y yo salgo. Es así de simple, perro —dijo Nate.

Hubo un silencio.

―¿Realmente vas a hacer esto por una chica? —preguntó Anton―. Esto es

estúpido, hombre. Vamos. Sabes que es estúpido.

―Ella entra, yo salgo —repitió Nate.

Anton no dijo nada y Nate comprendió. Salió del apartamento, y Anton se le

quedó mirando, desconcertado y enojado. Él esperaba que Nate fuera el de menor

aceptación de los cuatro, pero no esperaba esa reacción. Volvió a entrar en el

dormitorio. Todo el mundo trató de actuar casualmente, como si estuvieran

pasando tiempo juntos y hablando mientras se produjo la discusión, pero sabía que

todos oyeron cada palabra. Por último, habló Kareem.

―Él volverá —dijo Kareem―. Ya sabes cómo es. Cabeza caliente.

—Sí ―dijo Anton en voz baja.

—Él sólo quería verse como un tipo duro delante de Emma ―ofreció Lamar, y

luego después de pensarlo, añadió—: Quizás celoso. Ella es linda.

—Infiernos, cállate, hombre —dijo Kareem―. No estás ayudando.

Emma no quería nada más que irse. Se sentía como un extranjero, incomoda,

aunque sus amigos hicieron un esfuerzo para llegar a conocerla. Bueno, la mayoría

de ellos. Ella no pertenecía allí, eso lo sentía muy adentro. Y no rompería una

amistad. No quería ser responsables por ello.

―Me voy —dijo.

―¿Por qué? —preguntó Anton.

―Tengo cosas que hacer —mintió. Era patético. Ni siquiera intentó hacerlo

sonar genuina. Anton asintió, pero no dijo nada.

―¿Seguro que no quieres quedarte y drogarte con nosotros? —ofreció Johnny

D. sonriéndole a Anton.

―Hombre, no estás fumando esa mierda en mi casa. Y no, no se drogará

contigo —dijo Anton.

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―Gracias, pero no. —Emma agarró su bolso de la cama―. Fue un placer

conocerlos a todos ustedes.

Los muchachos gruñeron en respuesta.

―Te acompaño afuera —dijo Anton.

―No. Quédate aquí con tus amigos. Está bien.

—¿Estás segura?

―Sí. Por favor, sólo déjame ir —dijo en voz baja y salió de la habitación antes

de que pudiera responder.

Nate se encontraba unas puertas abajo sentado en la escalera de su edificio de

apartamentos. Ella lo notó de inmediato cuando salió y trató de fingir que no

estaba allí. Sintió sus ojos clavados taladrándola y buscó a tientas sus llaves. No

podía escapar lo suficientemente rápido. Sintió pánico, su mano temblorosa

mientras buscaba el botón de desbloqueo en su llavero.

―Linda nave —dijo en voz alta Nate―. ¿Tu papi te compró eso?

Ella no respondió.

—Probablemente te compra lo que sea que quieras, ¿no lo hace?

―Emma, pon el dedo en el botón —dijo en voz baja, con la voz débil y

temblorosa.

―Nenita de papá —continuó Nate―. Tan buena y dulce. ¿Él sabe que estás

jodiendo con un negro?

Las puertas se desbloquearon. Dulce alivio. Emma subió a su auto y cerró la

puerta. Se encontraba temblando con fuerza. Tratando torpemente de iniciar el

contacto. No se había dado cuenta de que Nate se había acercado a su coche.

Golpeó con los nudillos en su ventana. Ella saltó violentamente.

—¿Tu papi sabe que estás jodiendo con un negro? ―le dijo en voz alta en su

ventana.

Salió rápidamente del estacionamiento, sin molestarse en mirar el tráfico

antes de tirarse a la carretera. Sintió las lágrimas corriendo, limpiándolas

torpemente mientras trataba de concentrarse en la conducción. Se sentía como una

tonta. ¿Cómo iba a pensar que esto iba a funcionar? ¿Por qué regresó esa noche? Si

nunca hubiera ido a esa noche, ¿serían las cosas diferentes? Todavía serían sólo

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compañeros en una tarea escolar que se entretuvieron con un coqueteo suave.

Entonces la escuela habría terminado y él se iría y ella no pensaría nada de ello.

Pero ahora estaba en algo terriblemente profundo, conectada a él de la

manera más íntima. Se entregó a él por completo, y no había manera de deshacer

eso. Ella gritó de miedo. Tenía miedo de Nate, miedo de lo que sus amigos dirían

cuando se enteraran. Se detuvo en el estacionamiento casi vacío de una estación de

gasolina y lloró mucho. Lloró hasta que el cansancio se apoderó de ella, apoyando

la cabeza contra el volante y cerrando los ojos al mundo.

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Capítulo 16 Jueves, 6 de mayo

Emma fue cuidadosa de evitar a Anton todo el día. Escabulléndose fuera y

dentro de salones, yendo frecuentemente al baño para esconderse entre clases,

llevando todos sus libros el día entero para evitar verlo en los casilleros, incluso

yendo fuera del campus para el almuerzo, un privilegio de ultimo año. Adquirió un

pase de enfermería para ser excusada de la clase de inglés y se sentó lejos de él en

historia, nunca dándole la oportunidad de hablar con ella porque se quedó cerca de

Morgan. Sabía que era infantil, pero no podía enfrentarlo aun. No sabía lo que

quería o necesitaba decirle. Sólo sabía que sentía que había arruinado todo para él

y quizás para ella misma.

Cuando la campana final sonó, se encontró a si misma de vuelta en el baño de

las chicas para esperar a la multitud despejarse. No notó a Morgan siguiéndola.

—¿Qué está pasando? —demandó Morgan autoritaria.

Emma giró alrededor para ver a su mejor amiga de pie, manos en sus caderas,

cejas elevadas en interrogación.

—¿Qué quieres decir?

—Por favor. No hagas la tonto. Has estado actuando extraña todo el día. Como

si te escondieras de alguien —presionó Morgan.

—No estoy ocultándome de nadie.

—¿Es ese chico con el que estás trabajando? ¿Esa pareja para la clase de

inglés? —El tono de Morgan se volvió más urgente—. ¿Te dijo algo? ¿Te hizo algo?

—No —dijo Emma—. No es nada.

Morgan inclinó su cabeza a un lado.

—¿Quieres intentar de nuevo?

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Emma dejó caer sus bolsas al suelo y caminó hacia la ventana. Pretendió

mirar afuera a pesar de que el cristal estaba congelado.

—¿Emma?

—Tuve sexo con él —Esperó una reacción inmediata pero recibió nada—. ¿Me

escuchaste? Tuve sexo…

—Te escuché —dijo Morgan.

Emma giró alrededor para mirar a su amiga.

Morgan se veía preocupada.

—¿Te obligó? —preguntó ella.

—¡Jesús, Morgan! ¡No! ¿Por qué dirías eso?

—Porque se ve de ese tipo —respondió Morgan.

—¿Se ve de ese tipo? ¿Qué demonios significa eso? ¿Qué? ¿Por qué es negro?

¿Asumes que me obligó a tener sexo con él porque es negro? —Emma sintió hervir

su enojo.

—Oh mi Dios. ¡¿Te gusta?! —preguntó Morgan.

—Estamos saliendo —Emma dijo en voz baja.

—Entonces, ¿tuviste sexo con él más de una vez?

Emma le dio una mirada exasperada a su amiga.

—Lo siento, Emma, esto es mucho que tomar. Mi mejor amiga ha estado

saliendo con un chico negro por cuánto tiempo y ¿ella no me ha dicho nada hasta

ahora?

—No ha sido tanto. Pero tienes razón, y lo siento. Te debería haber dicho en el

momento en que nos hicimos pareja —dijo Emma.

—¿Es esto sólo, cómo, un experimento o fase o algo? ¿Estás probando a los

chicos negros para ver si te gustan? —preguntó Morgan.

—No, Morgan. No lo estoy probando. En verdad me gusta. —Y agregó

suavemente—. Lo amo.

—Oh mi Dios.

—¿Por qué no puedo amarlo? —preguntó Emma a la defensiva.

—Porque él es del proyecto, por eso —dijo Morgan—. ¿Honestamente qué

piensas que saldrá de esto?

—¿De qué estás hablando?

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—¿Crees que los dos se quedaran juntos? ¿Crees que serás capaz de hacer que

toda esta cosa de blanco y negro funcione? —preguntó Morgan.

—No lo sé. No estoy pensando diez años en el camino.

—Bueno, quizás deberías. Quieres vivir en los proyectos con un nadie que no

tiene un trabajo porque no tiene motivación y es estúpido y…

—¡No es estúpido! No digas eso sobre él —dijo Emma bruscamente.

—Bien, ¿quién eres y dónde está mi mejor amiga? —preguntó Morgan.

—No puedo evitar que me haya enamorado de él —dijo Emma.

—¿Qué ves en él, Emma? Te llamó una estirada perra blanca ¿Recuerdas?

¿Ahora me dices que has tenido sexo con él? Perdóname si estoy un poco

confundida —dijo Morgan.

—Te dije que aclaramos la cosa de perra —dijo Emma débilmente.

—Oh, cierto. Aclaraste la cosa de perra. ¿Cómo podía olvidarlo?

—No seas así Morgan —suplicó Emma—. Lo amo. Me enamoré de él. He

estado pasando casi cada día con él, y he llegado a conocerlo. Es divertido e

inteligente y perspicaz. Esconde mucho de eso en la escuela, pero lo he visto. No

puedo evitarlo. Lo amo y no sé qué hacer.

Morgan observó una lagrima deslizarse abajo por la mejilla de su amiga.

Quería abrazarla, pero estaba demasiado enojada con ella, un enojo que sabía era

completamente injusto, pero estaba ahí a pesar de todo.

—¿Cómo crees que ustedes serán capaces de hacerlo funcionar? Son de

mundos completamente diferentes —señaló.

—Sólo lo haremos —dijo Emma, a pesar de que estaba dudosa.

—Estás viviendo en un cuento de hadas, Emma.

—¡No lo estoy!

—Si lo estás. Crees que puedes hacerlo funcionar, tu mundo, su mundo. No

pueden. Tarde o temprano uno de ustedes va a tener que elegir el mundo de la otra

persona, y francamente, me gustaría no ver a mi mejor amiga volverse del gueto.

Emma limpió su cara y no dijo nada.

—¿Alguno de ustedes tiene los mismo sueños?

—No lo sé —confesó Emma—. ¿Eso que tiene que ver…?

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—Exacto. Tú quieres ir a la universidad y lo harás. Quieres ser exitosa y lo

serás. ¿Siquiera ira él a la universidad? ¿Quiere incluso un trabajo, o está más

preocupado sobre comprar su próximo alijo de marihuana? —preguntó Morgan.

—¿Por qué estas siendo tan desagradable? —dijo Emma.

—Estoy siendo realista porque te amo.

—No fuma marihuana —dijo Emma.

Morgan dejó salir una risa despectiva.

—Estás viviendo en un cuento de hadas.

—Deja de decir eso —demandó Emma.

—Qué quieres que diga, ¿eh? ¿Quieres que te de mi bendición? No soy tus

padres, Emma.

—Quiero que estés bien con eso —suplicó Emma.

—Bueno, no lo estoy, ¿de acuerdo? Y estas poniéndome en una posición

bastante incómoda aquí. Quiero decir, vamos Emma, ¿has mirado alrededor de la

escuela últimamente? No es exactamente ese crisol que seguimos aprendiendo en

historia. Los negros se quedan con los negros. Los blancos se quedan con los

blancos. Los mexicanos se quedan con los mexicanos. ¿Estás viendo el patrón?

—No me importan las facciones en nuestra escuela, Morgan. Me importa tu

opinión. Y de todos modos, terminamos, como en, cuatro semanas. ¿A quién le

importa?

Morgan estuvo callada por un momento.

Quería continuar reprendiendo a Emma haciéndola sentir incomoda por las

elecciones que había hecho, haciéndole las difíciles preguntas que ella sabía Emma

no podía responder, pero la curiosidad sobre la nueva, potencialmente peligrosa

relación de su amiga, ganó.

—¿Es grande? —preguntó, su tono completamente cambiado.

—¿Qué?

—Tú sabes. ¿Tiene un pene grande? —preguntó Morgan.

—Oh mi Dios. No voy a responder eso —respondió Emma mortificada.

—Bueno, sigo escuchando sobre como los chicos negros tienen penes grandes

—dijo Morgan.

Emma soltó una sonrisa.

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—Entonces es grande —dijo Morgan. No pudo evitarlo cuando la sonrisa

rompió en su propio rostro.

—No dije una palabra —respondió Emma, y ambas chicas rieron.

—Esto es sólo tan raro, Emma —dijo Morgan intentando seriedad—. Lo siento

por ser mala sobre eso, en verdad. Pero tienes que ver de donde estoy viniendo. Mi

mejor amiga está viniéndose con un chico negro.

—No es sólo sobre sexo —dijo Emma.

—Lo sé, lo sé, pero eso es todo en lo que puedo pensar —confesó Morgan.

Las chicas estuvieron en silencio por un momento.

—¿De verdad crees que estoy viviendo en un cuento de hadas? —preguntó.

—Sí. Mira Emma, sólo voy a ser honesta contigo. Creo que vas a salir

lastimada. Y no estoy diciendo que necesariamente será él el que te lastime. Sólo

pienso que la situación no va a funcionar de la manera que quieres.

—No voy a salir lastimada —argumentó.

Morgan gruñó y caminó hacia una caseta de baño.

—No lo haré, Morgan —insistió Emma, pero la imagen de Nate de pie en la

puerta de su auto destelló en su mente haciéndola dudar de su decisión. ¿Tu papi

sabe que estás follándote a un negro? dijo él, y ella tembló involuntariamente.

—¿Aubrey o Sarah saben? —preguntó Morgan desde adentro de la caseta.

—No.

—Bien, porque estaría enojada si le dijeras a ellas antes de decirme a mí —dijo

Morgan—. ¿Qué hay de tus papás?

—¿Estás loca? —Emma se paró frente al espejo del baño y estudió su reflejo—.

Ellos creen que trabajamos el proyecto en tu casa —dijo finalmente—. Cuando no

estamos en la mía.

La puerta de la caseta de baño se abrió.

—¿Disculpa?

—Lo siento —respondió Emma—. En verdad. Pero no puedo decirles que he

ido a su casa.

Morgan estaba en shock.

—¡¿Has estado yendo a su casa?!

—Bueno, sí. ¿Dónde pensaste que hacíamos nuestro trabajo?

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—No lo sé. En la biblioteca. ¡En el maldito parque! —dijo Morgan,

restregando sus manos ferozmente—. ¿Su casa? Emma, no es eso, como, ¿peligroso

o algo? ¿Dónde vive exactamente?

Emma no respondió.

—¿Hola? Te estoy hablando. ¿Dónde vive? —insistió Morgan.

—West Highland Park —dijo Emma en voz baja.

Morgan rodó sus ojos.

—Dios nos ayude —murmuró secando sus manos con una toalla de papel y

lanzándola en el bote de basura.

—No es tan malo. Quiero decir, no es como que hay tiroteos al pasar o tratos

de drogas obvios sucediendo.

Morgan se encogió de hombros.

—Bueno, al menos no es uno de esos proyectos en Davison Parkway —

observó—. Aun el gueto, sin embargo. —Ella estudió a su amiga por un momento—.

¿Es ahí donde están teniendo sexo?

—Bueno, sí —dijo Emma, sintiendo su rostro sonrojarse—. ¿Dónde pensaste

que lo estábamos haciendo? ¿Mi casa?

—No. Supongo que pensé que estaban haciéndolo en un auto en algún lugar

como cada adolescente en América —respondió Morgan.

Emma no dijo nada.

—Tienes mucho que decirme, sabes —decidió Morgan.

—Lo sé.

—Pero justo ahora estoy retrasada para alguna basura del anuario —continuó

Morgan—. Llámame esta noche para que podamos hablar. ¿Sí?

—De acuerdo.

—Mejor que llames —gritó Morgan a su amiga mientras salía a través de la

puerta.

Emma la observó irse y entonces reunió sus bolsas. Cuando alcanzó el

estacionamiento de la escuela, Anton estaba apoyado contra su auto esperando. Su

corazón cayó. No estaba preparada para enfrentarlo, pero ahora no tenía opción.

Caminó hacia él, un hueco doloroso en su estómago que no podía irse.

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Ella los llevó al parque. Estuvieron todo el camino en silencio. Ella no sabía

que decir, y él estaba visiblemente enojado. No fue hasta que ella estacionó el auto

y lo apagó que él habló.

—¿Realmente estamos devuelta aquí? —preguntó—. ¿Ignorándonos en la

escuela? Te presenté a mis amigos, Emma. Pensé que ya habíamos superado todo

eso ahora.

Emma no podía mirarlo. No le diría a Anton lo que Nate le dijo cuando salió

de su casa. Sin importar lo cruel que fuera, casi sentía que Nate tenía razón al estar

enojado. Después de todo, ella era la forastera.

Ella era la persona que se había interpuesto entre dos mejores amigos. La

culpa que sentía era insoportable.

—¿Ni siquiera me hablaras? —dijo Anton.

—Anton, me gustas, pero…

—Oh Dios Mío. ¿Qué mierda es esto? ¿Estás terminando conmigo? ¿Después

de todo? —él estaba en pánico.

—No. No estoy terminando contigo —dijo mirándolo.

—¿Entonces por qué demonios dijiste eso? ¿Y cuándo te empecé a gustar? La

otra noche dijiste que me amabas —dijo, estaba molesto y a la defensiva.

—Sí te amo, ¡pero no puedo ser responsable del rompimiento de una amistad!

—¿De qué estás hablando? —preguntó.

—De Nate y de ti.

—Oh —Anton pensó por un momento—. Mira no es lo mejor ¿está bien? Pero

si Nate va estar enojado conmigo por con quién salgo, entonces eso será algo con lo

que él tendrá que vivir. No es mi problema.

—Pero él es tu mejor amigo —dijo Emma.

—Lo sé —replicó Anton, se removió en su asiento—. Está tan caliente como el

infierno aquí.

Se bajó del auto y ella lo siguió. Caminaron hacia el lago y se sentaron cerca

del borde mirando los patos nadar lánguidamente en el agua. Se ven felices, pensó

Emma.

—Hombre, necesito ser un maldito pato —observó Anton—. ¿Sabes cuánto

más fácil sería ser un pato?

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Emma sonrió.

—Me imagino que sería aburrido.

—Pero no tendría que estar lidiando con toda esta basura —dijo y luego

añadió rápidamente—. No tú. No me refería a ti. Me refería a Nate y lo otro.

—Sé que no te referías a mí —dijo Emma.

—Amo a Nate, ¿sabes? Él es mi amigo. Mi mejor amigo. Tenemos un largo

camino. Desde jardín de niños —Anton estaba en silencio, meditando.

Emma miró a los patos sumergir la cabeza bajo el agua, buscando comida,

enfriándose, no sabía. Ella se imaginaba cómo sería su vida si fuera un animal. La

simpleza del instinto. La ausencia de emociones era un pensamiento tentador, ser

un animal, pero no tenía magia.

—Está siempre tan enojado —dijo Anton después de un tiempo—. La verdad

es que últimamente me estoy cansando de su mierda. Está enojado por todo.

Quiero decir, sé que tiene razón algunas veces. Has visto donde vivimos. ¿Pero por

todo? Él no puede sólo relajarse y ser feliz. Esa ha sido siempre la diferencia entre

él y yo. Sé que mi situación no es la mejor. Me encantaría estar viviendo en tu casa.

Pero no seré un negro enojado por eso todo el tiempo.

Emma escuchó. Era consciente de que Anton necesitaba expresar sus

sentimientos sobre Nate, sacarlo, asegurarse de que ella no interrumpiera.

—Quiero decir, ¿cómo va a estar enojado conmigo por salir contigo? Él me

habla como si estuviese traicionando a los de mi tipo, como si nadie en el maldito

mundo saliera con alguien que no tuviera su mismo color. Me refiero a que,

entiendo que sea un gran problema en la secundaria porque la secundaria sólo es

estúpida, pero ¿en el mundo real? No es un gran problema con los adultos ¿lo es?

Veo ese tipo de relación todo el tiempo. No es gran cosa.

Emma asintió.

—¿Qué opinas de esto? —preguntó Anton mirándola.

—Oh, bueno, sólo te estaba dejando hablar —replicó Emma.

—Bueno, quiero que ahora hables tú.

—De acuerdo.

—De acuerdo.

—Está bien entonces —ella dijo.

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—¡Jesús, Emma! Dime lo que piensas.

—Oh, de acuerdo. Bueno pienso que tienes razón. Creo que las relaciones

inter raciales no son la gran cosa. En el mundo real es así. Pero creo que son un

gran problema en la escuela —replicó.

—¿Por qué piensas que es así? ¿Los chicos de secundaria son estúpidos o

algo? No pueden serlo todos, porque nosotros no lo somos.

—No lo sé. Creo que los estudiantes sólo están tratando de encajar en algún

lugar. Encuentras un grupo y te sientes seguro, ¿sabes? Y es fácil hacer grupos

según el color.

—Eso es estúpido.

—Muchas gracias, sólo estaba tratando de hacer un punto.

—No, no tu comentario. La verdad detrás de él. No puedo creer que solía

pensar de esa manera. Era tan jodidamente estúpido —dijo Anton—. No puedo

esperar a crecer y terminar con todo esto, ¿sabes?

—Sí —replicó Emma.

—Será diferente para nosotros entonces —dijo Anton.

El corazón de Emma dio un pequeño salto. ¿La estaba incluyendo en su

futuro? El pensamiento era estimulante, y de repente se inclinó y lo besó en el

cuello. Él le sonrió, no entendiendo la motivación detrás del beso pero gustándole.

—Le conté a Morgan sobre nosotros —dijo Emma. La sonrisa de Anton se

desvaneció.

—¿Si? Estoy seguro de que tenía algunas cosas para decir —replicó fríamente.

—Ella estaba sorprendida, eso es seguro —dijo Emma—, pero creo que está

bien con eso.

—¿Y si no lo estuviera? ¿No estarías conmigo?

—¡No seas ridículo! No hago cosas según lo que piensan mis amigos —dijo

Emma.

Anton gruñó.

«Sé que ella no te agrada —continuó Emma.

—Ella siempre me de esas miradas sucias. Nunca le he hecho nada —dijo a la

defensiva.

—Sólo me está cuidando —replicó Emma—, ella es una amiga cuidadosa.

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—Amiga cuidadosa —murmuró—, ella necesita sacar esa mierda en otro lado.

Emma se acercó, sus brazos uniéndose con los de él.

—Ella sólo quiere asegurarse de que me tratarás bien —dijo dulcemente.

—Sí, bueno, sólo necesita preocuparse acerca de sus malditos asuntos —

replicó Anton.

—No estés enojado con ella —dijo Emma, y besó su cuello.

—No estás haciendo esto. Todavía sigo enojado contigo por lo de la mañana.

Evitándome todo el día. ¿Ahora piensas que puedes hablarme todo dulce y besar mi

cuello y eso es todo?

—Lamento haberte evitado —dijo en su cuello.

Ella lo besó otra vez y escuchó el familiar gruñido bajo en su garganta. Estaba

peleando con la urgencia de responderle, pero ella era implacable, y lo empujó

sobre el pasto suave, trepó sobre él y se puso a horcajadas sobre su cadera.

—¡Hay gente allá afuera! —dijo.

—Sólo voy a besarte —dijo Emma inocentemente. El sol estaba a su espalda

enmarcando su cara con luz, y él estaba seguro de que ella se transformó en un

ángel.

Ella fue hacia abajo y lo besó, lento y largo. Entonces él le respondió; no tenía

opción. Nadaría con tiburones hambrientos o haría paracaidismo sin un paracaídas

si ella lo quisiera, pensó absurdamente. Haría cualquier cosa por esta chica. Él

pensó que incluso renunciaría a su fe en Dios, iría al infierno sólo para estar con

ella. Se quemaría por toda la eternidad para sentir la suavidad de sus labios.

Él la besó duro dándose cuenta de que quería más y no podía tenerlo. Su

madre estaba en casa. No tenían un lugar para ir. Tendría que contentarse con

simplemente besarla aquí al aire libre para que todos los que visitaran el parque los

vieran. Que se jodan, pensó, podían irse al infierno.

Él movió sus manos por sus muslos para descansar sobre su falda, apretando

juguetonamente y rompiendo la magia del beso mientras ella se sentaba

bruscamente y golpeaba sus manos fuera.

—¡Estamos en público! ¿Hola? —dijo, mirando salvajemente alrededor.

—Chica, tú besaste mi cuello, luego te subiste sobre mí y ahora ¿vas a darme

mierda por apretar tu culo? —preguntó Anton.

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Emma sonrió y se bajó de él.

—Sólo estás un poco molesta —dijo, sentándose—. Alguien necesita ensañarte

una lección sobre estar molesta.

—¿Sí? Y si ese alguien fueras tú, ¿qué harías? —preguntó.

—Te pondría sobre mi rodilla y levantaría esa falda tuya y...

—¡Alto! Es suficiente —dijo Emma. Su cara estaba de color remolacha.

—Sí, eso fue lo que pensé.

Cayeron en un cómodo silencio, mirando el lago, pasando sus manos por el

pasto, escuchando las conversaciones de los pájaros arriba de ellos.

—Sabes, no sé quién tiene a quien es esta relación —dijo Anton finalmente.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Emma

—Bueno, es como esto. Puedo hacerte venir sólo mirándote...

—¡Anton! —chilló Emma.

—Ahora espera, solo déjame terminar. Puedo hacerte eso, y me hace sentir

como si tuviera todo el poder del mundo sobre ti. Y luego tú dices algo o tocas mi

brazo o besas mi mejilla o algo simple como eso, y me siento como si fuera sobre

mis manos y rodillas y te adorara. Y luego tú tienes todo el poder. No puedo

entenderlo. En verdad no puedo.

Emma le sonrió. Miró su cara, sus cejas fruncidas en concentración.

—Tampoco yo lo entiendo —dijo finalmente.

—A pesar de que me gusta. Quiero decir, es raro y frustrante pero me gusta.

—A mí también.

—Así que ¿así es como es estar enamorado? Nunca sentí esto antes —dijo

Anton.

—Supongo que lo es —replicó suavemente Emma.

—Bueno, está bien entonces —dijo, tomando su mano en la suya y mirando de

vuelta hacia el agua.

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Capítulo 17Viernes, 17 de mayo

—¡Hola chicas! —dijo Emma alegremente, dejando caer su mochila y el bolso

de la comida en la mesa. Morgan, Aubrey y Sarah le devolvieron la mirada y se

volvieron entre ellas—. Traje algunos amigos conmigo hoy. ¿Les importa si se

sientan con nosotros?

Kareem no perdió el tiempo moviendo su enorme cuerpo en el medio de

Sarah y Aubrey. Instalándose, tomó nota de sus expresiones faciales y no podía

decidir cuál de ellas parecía más asustada. Johnny D y Lamar, que en realidad

aparecieran en la escuela ese día, actuaran como apoya libros, clavados los tres tan

estrechamente juntos como fuera posible.

—Entonces, estoy segura de que Morgan les informó a ustedes dos que estoy

saliendo con Anton —dijo Emma, abordando a las dos chicas asustadas en el otro

lado de la mesa. Ella se había sentado al lado de Morgan.

—Bueno, quería evitar cualquier incomodidad —dijo Morgan con sarcasmo.

Anton no podía evitarlo pero se rió.

—Kareem, no estés mirándola así. Es obvio que ella no te quiere cerca.

—Bebe, eso no es verdad, ¿no es así? Dime que no es verdad —le exigió

Kareem a Aubrey. Él le sonrió.

—Oh Dios mío. ¿Puedes deslizarte lejos por favor? —dijo Aubrey.

—Um, no, él no puede —dijo Sarah desde el otro lado de Kareem.

—Decía, ¿es ese un Louis Vuitton real? —le preguntó Lamar a Sarah

señalando su bolso.

—Sí, y por favor no lo toques —respondió, arrebatando su bolso lejos de él.

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—Hombre, Emma, ¿por qué tus amigas tienen que estar tan tensas?

Necesitan relajarse —dijo Lamar. Y luego mirando a Sarah, añadió—: Niña, no

quise asustarte tocando tu bolso. Es que es tan bonito. Al igual que tú. —Dejó que

sus dedos suavemente cepillaran la parte superior de su mano mientras él le guiñó

un ojo.

—Emma, estoy cambiando de mesa —dijo Sarah, parándose de repente.

—¿Qué? ¿Cómo en tercer grado? Vamos, Sarah, él sólo está jugando contigo.

Relájate —dijo Emma riendo. Sarah estrechó sus ojos hacia Emma y lentamente se

hundió de nuevo en su asiento.

—Está bien, presentaciones —dijo Emma—. Aubrey, Sarah, Morgan, este es

Johnny D, Kareem. —Él coloco sus brazos alrededor de las chicas que lo

flanqueaban cuando fue presentado—. Y Lamar. Y obviamente conocen a Anton.

—Hola —dijo Anton. Ni Aubrey ni Sarah respondieron mientras estaban

ocupadas tratando de hacer caso omiso al peso de los brazos de Kareem. Morgan

se volvió hacia Anton.

—Es un placer conocerte, Anton —dijo ella, y él se dio cuenta de que era la

primera vez que ella en realidad le sonreía. Era forzada, pero aun así una sonrisa.

Él tomaría lo que pudiera tomar—. Es un placer conocer al resto de ustedes,

también —añadió ella, mirando a los otros chicos.

Todos ellos sonrieron, y Emma empezó a sentirse esperanzada. Tal vez esto

podría funcionar, pensó.

—Aubrey, ¿es ese tu verdadero cabello? —preguntó Johnny D.

—¿Qué significa eso? —preguntó Aubrey ofendida.

—Quiero decir es tan espeso y brillante. ¿Es todo tuyo?

—Sí, es todo mío.

—Bueno, sé que ustedes chicas tienen esas extensiones o tejidos o lo que sea.

No sé lo que tú le haces a tu cabello la mitad del tiempo. Sólo se ve tan perfecto,

tenía que preguntar. ¿Fue algo desubicado? —preguntó Johnny D.

—Sí —espetó ella, y él soltó una risa.

—No, mira chico, las chicas negras, ellas se ponen tejidos —explicó Kareem—.

Las chicas blancas, ellas consiguen extensiones.

—No hombre. Es al revés —señaló Lamar.

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—Hombre, ¿eres estúpido? ¿Alguna vez viste a alguna chica blanca con un

maldito tejido? —preguntó Kareem. Lamar consideró la pregunta.

—Creo que es verdad lo que la gente dice. Tú sales con gente a la que le gustas

—dijo Johnny D—. Todas ustedes chicas tienen un perfecto, brillante cabello. Todas

se ven parecidas. Es como si hubiera algunas gemelas aquí.

Morgan rodó sus ojos.

—Excepto que hay 4 de nosotras —murmuró ella.

—Son todas bonitas —intervino Lamar—. Pero probablemente todas saben

que son bonitas.

Aubrey no podía evitar su sonrisa. Ella nunca había hablado de esta manera,

tan franca y honesta, y no estaba segura si no le gustaba. Era tonto y divertido.

—¿Entonces cuánto tiempo han sido amigas? —preguntó Johnny D.

—Un largo tiempo. Fuimos a la escuela privada juntas —respondió Sarah.

—¿Escuela privada? —preguntó Anton, mirando a Emma. Ella se encogió de

hombros—. Nunca me dijiste nada sobre una escuela privada.

—Bueno, tú sólo acabas de conocerla, ¿recuerdas? —dijo Morgan.

Instantáneamente se arrepintió de sus palabras. Anton decidió ignorarla. Emma le

destelló una mirada furiosa. Kareem estaba demasiado ocupado haciéndole ojos a

Aubrey. Y Lamar seguía tratando de tocar la mano de Sarah.

—Fuimos a una escuela privada hasta el sexto grado —señaló Emma.

—¿Entonces por qué no vas ahí ahora? —preguntó Kareem, direccionando la

pregunta a Aubrey.

—Cerró —respondió ella, sintiéndose más cómoda por un minuto.

—¿Y ellos no tienen otras escuelas privadas alrededor? —preguntó Johnny D.

—Lo siento, ¿quieres que vayamos a una escuela privada? —preguntó Morgan.

Mientras más trataba, no podía quedarse callada—. Sólo estoy confundida. ¿Por

qué todas las preguntas?

—Ellos sólo quieren saber sobre ti —respondió Anton. Su voz estaba

controlada aunque sentía su temperamento subiendo.

Morgan no dijo nada.

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—Mis padres no se decidían por una que les gustara —dijo Sarah, notando la

tensión entre Morgan y Anton—. Y una vez que se enteraron que las otras vendrían

aquí, pensaron que estaría bien enviarme aquí también.

—Ya veo —dijo Johnny D—. Entonces ustedes cuatro viajan alrededor como si

fueran un conjunto o algo.

—Matamos en conjunto, también —respondió Aubrey.

Los chicos rieron en voz alta.

—Está bien. Eres graciosa —decidió Kareem—. ¿Ahora qué tal si eres mi

chica?

Esta vez Aubrey estalló en risas.

—¿Qué? —preguntó Kareem, sintiéndose confundido.

—Entonces quien de ustedes finas señoritas, ¿va a ir al baile conmigo? —

preguntó Lamar.

Las chicas se miraron las unas a las otras sonriendo.

—El baile fue hace cuatro semanas —señaló Sarah.

—Hombre, no puedo ni siquiera hacer frente a mantenerme al día con este

calendario. Toda esta mierda de la escuela pasando todo el tiempo. No puedo

mantener nada recto —dijo Lamar.

—No hombre, se llama, no haber estado en la escuela desde marzo. ¿Por qué

estás siquiera hoy aquí? Sabes que tendrás que ir a la escuela de verano —dijo

Anton.

—Hombre, me estás disparando. Yo planeé ir a la escuela de verano todo el

tiempo, hombre —respondió Lamar.

La mesa entera estalló en risas. Nate miró desde la distancia, sólo con sus

pensamientos de celos y rabia. Allí estaban sus amigos sentados con extraños,

riendo, como si compartieran muchas cosas en común, como si pudieran tener

alguna esperanza de entenderse los unos a los otros. Su enojo intensificándose

cuando vio a Kareem abrazar a Aubrey, sin duda burlándose de ella por algo. Él la

vio tratando de alejarlo, y observó, también, que ella lo hizo con una sonrisa en su

cara. Jodida perra, pensó. ¿Qué infiernos estaba pasando en esta escuela? Maldita

fogata kumbayah de mierda, pensó. Él estaba seguro que todo el mundo se estaba

volviendo loco.

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—Sólo por un poco —le suplicó tirando de su cintura.

—No puedo, Anton —dijo ella—. Tengo ensayo esta tarde. —Aplastó sus

manos, pero la ignoró y la arrastro más cerca de él.

Había personas en todos lados, llenando sus mochilas y moviéndose

rápidamente por el vestíbulo hacia la salida, y él estaba tan feliz que no le

importara. El alivio de finalmente salir afuera era el elixir que había estado

esperando, y ahora lo único que él quería hacer era abrazarla y besarla, dejar que

todos los vean, y condenarlos al infierno si tenían un problema con él.

—Te prometo que no tomará mucho —arrulló él en su oreja.

—¿Para ti o para mí? —preguntó ella.

—Bueno, no soy un experto en el amor todavía, así que probablemente para

mí —dijo él verazmente, riendo ligeramente—. Ni siquiera voy a mentir. A veces es

difícil aguantarme contigo.

—Yo creo que eres un amante fantástico —respondió ella, tirando de su

hombro hasta que se agachó. Le dio un beso en la mejilla.

—Bien entonces. Vamos —dijo, tirando de su brazo.

—No puedo llegar tarde a mi ensayo, Anton —dijo ella.

—Emma, te prometo que no llegarás tarde al ensayo —dijo él.

Él la miró con desesperación. Tenía que tenerla o moriría. No podía pensar en

otra cosa, la imagen de su cuerpo desnudo lo consumía desde su primera vez. Y él

sabía que ella lo quería a él también.

Podía sentirlo en la forma en que su cuerpo se movía, cómo respondió a él

cuando se puso de pie junto a ella. Gritó en silencio, y estaba decidido a prestar

atención a su llamada.

—Está bien, pero lo prometiste —dijo ella.

Él tiró de ella con fuerza empujando a la gente que se interpusiera en su

camino a un lado. Les oyó maldecirlo y no le importaba. Tenía que salir del edificio,

llegar a casa a donde podía hacer con ella lo que quisiera. El deseo se intensificó

cuanto más se acercaban a su coche. Cogió las llaves en su mano y abrió la puerta

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para ella casi empujándola. Él estaba en una misión sin tiempo para retrasar. Los

llevó a su casa, tal vez más rápido de lo que debería. Y una vez allí, la agarró del

brazo, la sacó del vehículo y la obligó a subir las escaleras a su apartamento. Ella

tropezó en los escalones, pero él la levantó, agarrándola fuertemente como si

temiera que pudiera huir.

No hubo preludio. No eran más que sus manos por toda ella, despojando todo

de tela hasta dejarla en nada, empujándola sobre la cama. Le dijo que se callara

cuando ella trató de hablar. No quería hablar. Quería cogerla rápidamente. Y él no

perdió tiempo tomándola con fuerza, haciéndole retorcerse en el malestar cuando

tomó todo para sí mismo. Era egoísta y sin control y brusco. Y no le importaba.

Él salió de ella y respiró profundamente. Se dio cuenta de que ni siquiera

había sudado. Le había costado tan poco tiempo. Se sentía como un típico chico

adolescente, inexperto y egoísta. Ella no había tenido nada de eso, lo sabía. No era

más que el instrumento que usó para descargarse. La explotó tan descaradamente y

le molestó que no le importara eso.

Él escuchó su risita.

—¿Qué? —preguntó el, mirándola.

—Nada.

—No, no puedes hacer eso. Sólo dime —dijo él.

—¿Tuviste lo que necesitabas? —preguntó ella—. Sólo quiero estar segura de

que tienes todo lo que necesitabas.

Él sonrió.

—Lo siento, ¿está bien? Te dije que no tomaría demasiado.

—¿Podrías ser más egoísta? —preguntó ella sonriendo.

—Otra vez, lo siento. Pero tengo 18, ¿qué esperabas? —preguntó él.

Ella se encogió de hombros saliendo de la cama y vistiéndose. Él la miró.

—Sé que fui egoísta ahí. Lo sé. No seré egoísta la próxima vez —prometió él.

—¿La próxima vez? —preguntó ella, abotonando sus shorts.

—Oh, eres graciosa. Tú sabes que no puedes tener suficiente de mí —dijo él

estirando sus brazos sobre su cabeza y luego flexionando sus músculos. Sonrió y

movió las cejas. Ella rodó los ojos y agarró su bolso.

—¿Te vas tan rápido? —preguntó él—. ¿Tú no quieres un abrazo o algo?

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Ella rió brillantemente.

—¿Un abrazo?

—Sí, un abrazo. ¿Que está mal con eso?

—Nada. Sólo eres extraño. Me arrastras aquí todo el camino desde la escuela,

me arrancas la ropa, me dices que me calle, me jodes por dos minutos, ¿y ahora

quieres abrazarme?

—Sí —respondió Anton alcanzando uno de sus brazos.

—Bueno, simplemente tendrás que abrazarte a ti mismo, porque me tengo

que ir —respondió Emma. Ella se inclinó y besó sus labios, luchando contra sus

intentos de envolverlo en sus brazos.

—¿Emma? —dijo mientras se paraba en la puerta del dormitorio.

—¿Si?

—Te amo.

—Sé que lo haces —dijo ella sonriendo, y caminó fuera por la puerta.

Bailó con total abandono. Nunca se sintió tan ligera y libre. Podía estirar sus

brazos para siempre, tocar el cielo y tirar hacia abajo las estrellas. Le daría las

estrellas para mantenerlas en su bolsillo, pensó. Ellas le traerían buena suerte. Dio

un salto y se echó a reír y sacó risas de algunas de las otras chicas. Se sintió

volando, a pesar de que nunca antes había experimentado estar volando por

drogas. Pero entonces, ¿qué estaba pensando? Él era su droga, y se sintió en lo alto

de la rica miel oscura. La miel que hacía juego con el color de sus ojos. Ella podía

beber de él a rebosar y nunca estaría satisfecha. Estaba llena de la miel, incluso

ahora; corría por sus piernas, una poderosa, exótica, demandante poción que le

ordenaba bailar. Y así lo hizo. Bailó.

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Capítulo 18 Sábado, 8 de mayo

Su mamá también quería ir. Al principio estaba indeciso, seguro de que ella

tenía un motivo secreto para ir. Quería conocer a los padres de Emma, pensó, eso

simplemente no podía pasar. Ellos no tenían idea de que Emma estaba saliendo

con él. Y estaba bien con eso, estaba bien con Emma nunca diciéndoles, por lo

menos no hasta que se casaran y tuvieran su primer hijo. Se imaginó que con un

niño, ya no podrían deshacerse de él. Pero su mamá prometió que sólo quería ver el

baile. Tan simple como eso.

—¿Desde cuándo te gusta el ballet, mamá? —preguntó Anton, parándose en

frente de ella mientras le enderezaba la corbata.

—Siempre me ha gustado bailar, Anton —replicó su madre—. Sólo porque

nunca lo compartí contigo no significa que no sea verdad.

Anton gruñó.

—Y quiero conocerla mejor —agregó su madre tranquilamente.

—Ya te he contado todo —dijo Anton.

—Estoy segura de que no —replicó su madre, y él se rió entre dientes.

—Puedo decir que ella es importante para ti —dijo la señora Robinson—. Así

que, ¿está bien que le conozca un poquito más? ¿Estás bien con eso?

—Sí, mamá —dijo. Ella le pellizcó la mejilla y se echó hacia atrás frotándose la

cara.

—¿Por qué siempre tienes que hacer eso?

—Porque te amo —replicó.

Anton sonrió y agarró las llaves de la encimera de la cocina.

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—¿Sabe que irás a verla bailar? —preguntó de repente la señora Robinson.

—Um, no exactamente —replicó Anton.

—Bebé, ¿cómo sabes si ella te quiere ahí?

—Bueno, no lo sé. Pero mamá tengo curiosidad. No puedo evitarlo. Sus padres

han estado hablando de que es tan increíble.

—Así que, déjame entender esto. ¿Estás dejando a tus amigos un sábado en la

noche para ver bailar a Emma cuando ni siquiera sabes si te quiere ahí? —preguntó

la señora Robinson.

—Bastante —replicó Anton.

—Bueno, realmente te gusta mucho, ¿no? —preguntó sonriendo.

Anton esperó por un momento antes de responder.

—Creo que la amo, mamá —dijo tranquilamente.

—Bebé, ya sabía eso.

Dejaron el pequeño departamento por el centro comunitario cultural en el

otro lado de la ciudad.

—¡Luces hermosa! —dijo la madre de Emma—. ¿Cómo te sientes?

—Nerviosa —respondió Emma. Escaneando el vestidor.

Todos estaban correteando alrededor, dándose toques de último minuto en

sus trajes, asegurándose el cabello con pinzas, oscureciendo sus ojos con

delineador de ojos, una nube de spray para el cabello permanecía en el cuarto, y la

madre de Emma tosió mientras una nueva ola asaltaba su cara.

—Es mejor que te vayas ahora —dijo Emma. La llamarían en quince minutos.

Estaba en el primer y último número, era una tradición en la clase sénior.

Su madre se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

—Bueno suerte, cariño —dijo, y desapareció por la puerta.

Emma nunca se sintió nerviosa antes de un recital. Pero este era diferente.

Anton había descubierto la información del recital en su habitación. Él confesó

cuando le preguntó por la cara con la larga sonrisa que apareció en el panfleto. Y

ahora tenía pánico de que quizás apareciera. Trató de razonar consigo misma.

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Después de todo era sábado en la noche. Seguramente tenía planes con sus amigos.

Pero él dijo que quería verla bailar. Insistió hasta que le hizo prometer que no

vendría. Seguramente no rompería su promesa.

No pudo soportarlo más. Hizo su camino hasta la entrada del escenario y se

asomó a la audiencia. Las luces todavía no se habían oscurecido. Escaneó el

auditorio, su corazón empezaba a calmarse hasta que lo vio. ¡Con su madre! Sintió

como su pulso se aceleraba, segura de que su corazón explotaría luego no tendría

que preocuparse sobre actuar para nadie. ¿Cómo pudo hacerle esto?

—¡Psst! Emma. —La llamó un compañero de baile—. Regresa aquí. Es hora.

Emma se movió de su lugar, jurando controlar sus emociones. No le dejaría

distraerla. No cometería un error. Tomó una respiración profunda, escuchando la

música en señal. Y luego irrumpió en el escenario con el resto de su clase. Era un

baile alegre, un baile, y mientras se movía, con gracia, rebotando en el escenario, se

olvidó de Anton. Estaba haciendo este baile para ella.

Anton la encontró inmediatamente. Se acercó a su madre y la señaló en el mar

de bailarines. Se estaban moviendo tan rápido, abajo, abajo en sus pies. Recordó

que ella las llamaba zapatillas de punta. Sus brazos eran tan elegantes, pensó. Su

cuerpo musculoso y brillante. Observó su traje. Lucía cómo una pequeña criada

irlandesa, pensó. Luego se preguntó cómo sabía cómo lucía una criada Irlandesa.

La podría haber mirado para siempre, y lamentó verla irse por la salida del

escenario tan rápido como entró. La audiencia estalló en aplausos. Aparentemente

todos habían estado envueltos en la danza. Había una energía emitiéndose a su

alrededor. Y se preguntó como un baile podía ser tan poderoso.

Miró al programa y se dio cuenta que no la vería otra vez hasta el final del

show. Sintió que lo habían engañado, le habían dado una pequeña probada, y ahora

tendría que esperar una eternidad para probarla de nuevo. Él no se dio cuenta que

el ballet era tan excitante, o quizás sólo era ella.

La madre de Anton le susurró cometarios durante todo el programa. Ella

parecía embelesada. Estas chicas bailaban como profesionales, dijo. Él estaba

aburrido. El único ballet que quería ver era el de Emma y todavía tenía un montón

de bailes por los que pasar hasta que ella saliera otra vez. Cerró los ojos y escuchó

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la música, la mayoría clásica era perfecta para dormir, pensó, las cuerdas lo fueron

calmando hasta dormirlo.

Más tarde fue empujado duro. Se despertó sobresaltado. ¿Cuánto tiempo

había dormido? ¿Se la había perdido?

—Anton, el número de Emma está viniendo —susurró su madre.

Él se enderezo inmediatamente, frotando duramente su cara para

despertarse completamente.

Un bajo, lúgubre sonido de violín perforó el auditorio. El telón se levantó

gradualmente, y vio una docena de chicas acostadas en el piso. Sus cuerpos se

levantaron despacio, sus brazos levantándose encima de sus cabezas, alcanzando.

Alcanzando a Dios, pensó. Todas estaban vestidas de negro, y mientras se paraban

lentamente, Anton podía ver que sus faldas colgaban hasta el piso, apenas

rozándolo. Ellas estaban descalzas.

Encontró a Emma fácilmente. Estaba adelante, larga y delgada mientras

estiraba alto sus brazos, su cuerpo tan tenso que estaba seguro de que podía contar

cada costilla. Cuando pensó que iba a morir de estirarse tanto, dejó caer sus brazos

a los lados, siempre con elegancia, siempre controlado. Las chicas se movieron en

círculos, siguiéndose una a la otra como si fuera la procesión de un funeral. Eran

las personas más tristes que había visto nunca, pensó. Estas chicas, lo

suficientemente ricas como para pagar clases de ballet en el estudio más caro.

¿Cómo podían lucir tan tristes? Se preguntó.

Miró intensamente a Emma. Podía sentirla arrastrándolo a su baile como si él

fuera el único en la audiencia y ella la única en el escenario. Estaba bailando para

él, y no sabía qué hacer. Ella le estaba pidiendo algo que no entendía y se sintió

atrapado entre sentimientos de tristeza y lujuria. Ella necesitaba que hiciera algo, le

clamaba por algo, pero no podía ayudarla. Sus brazos se estiraron hacia él, y se

quedó inmóvil. Quería ir con ella, a pesar de la gente a su alrededor. Quería ir con

ella y rescatarla del escenario, acunarla entre sus brazos y mantenerla segura.

Quería hacerlo.

La música se detuvo y las chicas se congelaron en el escenario. Se sintió

incompleto, y pensó que quizás era el punto. Cayó el telón y el público estalló en

aplausos una vez más. Se pararon, y él y su madre siguieron a la multitud,

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aplaudiendo y pidiendo una repetición. El telón se levantó de repente, y las chicas

caminaron hacia adelante, haciendo una reverencia antes de salir del escenario.

Anton jugueteó con su corbata mientras esperaba en el vestíbulo del

auditorio. No estaba seguro de que debería quedarse, pero su madre dijo que era

grosero irse sin ver a Emma para felicitarla.

—Tú eras él que quería venir —le recordó.

Justo entonces la vio salir rodeada por sus padres. Llevaba un largo ramo de

rosas amarillas en sus brazos. Su corazón cayó, y se volvió a su madre.

—Quizás sólo deberíamos irnos —dijo. ¿Por qué no pensó que sus padres

estarían ahí? ¿Por qué no pensó en traerle flores?

—Absolutamente no —replicó su madre, y al mirar a Emma, se acercó

rápidamente a ella. Anton no tuvo otra opción que seguirla.

—Hola señora Robinson —dijo Emma. Sonó cansada y feliz.

—¡Emma, estuviste hermosa! —dijo la señora Robinson—. Anton, ¿no estaba

ella hermosa?

—Si —dijo Anton.

Emma se sonrojo.

—Gracias —dijo tímidamente—. Señora Robinson, estos son mis padres.

Sus padres se presentaron por turno y comentaron lo bonito que fue que la

señora Robinson y Anton vinieran esta noche. Hablaron educadamente por un

momento mientras Emma empujó a Anton aparte.

—Así que viniste de todas formas —dijo. No sonó enojada.

—Sí, y me sentí tonto. Ni siquiera te traje flores —dijo

—¿A quién le importa? De todos modos prefiero que me des otra cosa —dijo, y

él la miró impresionado.

—Tus padres están justo ahí —le recordó

Ella le sonrió y le guiñó.

—Luces como si tuvieras que usar un montón de maquillaje para estas cosas

—observó.

Sus ojos estaban pesados y oscuros con el delineador negro y la máscara. Sus

mejillas estaban cubiertas de rubor, y sus labios tenían un color rojo sangre.

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—Lo sé —dijo—. Luzco como un payaso de cerca. Pero de este modo pudiste

ver mi cara en el escenario.

Él asintió entendiendo.

—Estuviste muy bien esta noche. Realmente linda —dijo—. ¿Cómo nunca me

dijiste que podías bailar así?

—Bueno, no quería alardear —dijo con indiferencia.

—Era como si bailaras para mí —dijo—. En el último número. —Era más una

pregunta.

—Lo estaba —dijo. Todo el juego en su tono ido.

Anton miró hacia sus padres y luego hacia ella.

—Quiero que hagas eso para mí otra vez —dijo tranquilamente—. ¿Lo harás?

—Sí —dijo, y luego oyeron sus nombres.

Fueron por caminos separados, cada uno con la anticipación de su próximo

encuentro.

Anton la llamó tarde esa noche. Era casi medianoche, y estaba seguro de que

estaba durmiendo. Contestó el teléfono confundida, y se sintió medio culpable por

despertarla. La invitó a la iglesia, imaginando que diría que no y se sorprendió

cuando estuvo de acuerdo. Se disculpó por invitarla tan tarde, y le dijo que

estuviera en su casa a las diez treinta. La iglesia empezaba a las once. Ella preguntó

cuánto iba a durar, pero evadió la pregunta. Era obvio que ella no sabía nada sobre

iglesias de negros. Tendrían suerte de irse a las dos. Le dijo que su madre quería

que se quedara a almorzar, y ella aceptó. Fue una agradable y rápida conversación

colgó el teléfono pensando que ahora podría dormir bien.

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Capítulo 19

Los padres de Emma estaban sentados en el desayunador3 bebiendo su café

de la mañana y comiendo pan tostado.

Ella caminó hacia la mesa con resolución.

—Iré a la iglesia con Anton y su madre —dijo.

Ellos la miraron dudosamente.

—¿Dónde está su iglesia? —preguntó su madre.

—Cerca de su casa —respondió Emma. No había ninguna razón para mentir

sobre ello.

—¿Cerca de West Highland Park? —preguntó su padre. Él estaba buscando a

través del periódico del domingo la sección de negocios.

—Sí, papá. Justo en el camino.

—Hmm —respondió su padre.

—Bueno cariño, no sé cuán cómoda me siento contigo en ese lado de la ciudad

—confesó su madre. Tomó otro sorbo de su café.

—Ya he estado allí —dijo Emma audazmente.

La miraron, sus cejas levantadas en interrogación.

—Quiero decir, he llevado a Anton a su casa desde la escuela un par de veces –

aclaró.

—¿Él no tiene su propio auto? —preguntó su madre. Su tono tenía un atisbo

de arrogancia, y Emma odiaba eso.

—No sé, mamá. Él vive en West Highland Park. ¿Piensas que él tiene su

propio auto?

—¿Emma? —dijo su padre irritadamente.

—Lo siento —respondió Emma rápidamente.

3 Parte de una casa muy común en EEUU, la cual puede estar en una cocina espaciosa o fuera de

ésta. Consiste en una mesa y sillas para tomar desayuno.

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Hubo un breve momento de silencio antes de que su padre hablara.

—¿Y su madre irá contigo? —preguntó él.

—Sí.

—¿Esto es para tu proyecto de clase? —preguntó él.

Emma sonrió.

—No. Él me invitó a ir y dije que sí.

—Hmm —respondió su padre.

Emma comprobó su reloj. Realmente necesitaba irse en ese momento.

—¿Cuándo volverás a casa? —preguntó su madre.

—No sé. Almorzaré con ellos después —dijo Emma.

—¿Dónde? —su madre preguntó.

Jesús, pensó. Nunca antes le han preguntado tantas cosas. La mayor parte del

tiempo, no tenían idea de lo que ella estaba haciendo.

—En su casa —respondió—. Mamá, papá, realmente tengo que irme ahora. No

quiero llegar tarde.

—Muy bien —dijo su padre—. Ten cuidado y nos llamas después de la iglesia y

antes de que vengas a la casa.

Ten cuidado, pensó divertida. ¿No oyeron que les dijo que iba a la iglesia?

—Lo haré —dijo y se volvió para irse.

El impulso de decirlo se desbordó. Sólo quería ver sus reacciones, pero tenía

que asegurarse de que pudiera escapar antes de que la hicieran quedarse en casa.

Estaba de pie en la entrada y todavía podía ver el desayunador. Habían vuelto a

comer sus tostadas y leer el periódico del domingo. Era ahora o nunca.

—Oh sí, casi lo olvido —les gritó, y vio como ellos levantaban la mirada de sus

lecturas—. Estoy saliendo con él.

Ella estuvo fuera en la puerta principal en no más de tres zancadas. No podía

creer cuán ágil había sido llevando tacones. No se volvió cuando escuchó a sus

padres en la puerta. Nunca se movió tan rápido en su vida y estuvo dentro del auto

sacándolo de la entrada antes que se diera cuenta de que había empezado eso.

Levantó la mirada entonces y los vio parados en la puerta. No se veían enojados.

Parecían claramente perplejos, no tenían ni idea sobre esta chica que habían criado

durante diecisiete años.

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Emma vaciló antes de entrar en la Iglesia Bautista Monte Sión. Anton lo notó

y le dijo a su madre que ellos irían adentro. La señora Robinson fue adelante para

encontrar asientos.

—¿Estás bien? —le preguntó. Ella estaba usando un vestido de verano con una

chaqueta de manga corta. Tenía sus perlas como de costumbre y lucía la imagen

perfecta de un feligrés.

—Me da vergüenza decirlo —dijo ella ruborizándose.

—¿Qué?

—Nunca he estado dentro de una iglesia. Bueno, no en un culto o lo que sea.

Fui a un par de bodas. —Ella se movió nerviosamente—. No sé qué esperar. ¿Dios

me verá y sabrá que no voy a la iglesia? ¿Él me atacará con la rapidez de un rayo

como castigo?

Tomó todo dentro de él para no caer en el suelo riendo. Lucía realmente

asustada. Él mantuvo la compostura y apretó su mano.

—Dios no hace eso. Él sabe que no vas a la iglesia. Es Dios después de todo.

Pero no te acabará con ningún rayo —le aseguró Anton.

Parecía un poco aliviada y dejó que él la llevara dentro del santuario.

Estaba caluroso como el infierno. Ella pensó que eso no podía ser verdad.

¿Cómo iba una iglesia a sentirse como el infierno? ¿No debería sentirse celestial

dentro? ¿Dónde estaba el aire acondicionado? Ella notó a unas señoras con grandes

sombreros abanicándose a sí mismas. Había grandes sombreros. Eran fabulosos,

pensó. Plumas, amplias alas de sombrero, colores brillantes, incluso pedrería. Era

como si las mujeres estuvieran en una competencia para ver quién podía

impresionar más a Dios con su sombrero. De repente, Emma quería su propio

sombrero. Pensó que tal vez eso la pondría en mejor situación con el

Todopoderoso.

Encontraron a la madre de Anton cerca de la parte de atrás de la iglesia y

tenía un asiento. Sólo entonces Emma se dio cuenta que ella era una de las pocas

personas blancas en la congregación. Sabía qué esperar, pero aun así la puso

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incomoda. ¿Se preguntarían por qué ella estaba allí? ¿Estaban deseando que ella se

fuera, sabiendo que no pertenecía allí, que no era uno de ellos, que nunca podría

entender su fe o la manera en que ellos adoraban?

—Aquí Emma —dijo la señora Robinson, sosteniendo un abanico—. Puede

volverse realmente caluroso aquí. El aire acondicionado no funciona ahora mismo.

Emma aceptó el abanico con gratitud. Estaba segura que no sería capaz de

sobrevivir al servició sin él.

Empezó a abanicarse inmediatamente, sintiendo la ráfaga de frescor

golpeando su cara y cuello. Se sentía delicioso.

—Puedes abanicarme también si quieres —dijo Anton, su rostro reluciente. Él

estaba todo abotonado, envuelto en una corbata, luciendo acalorado y miserable.

—Tal vez más tarde —respondió. Él se rió tranquilamente.

El servicio comenzó poco después de que ellos habían tomado sus asientos.

Había música, la cual Emma nunca había oído antes. Era fuerte y poderosa,

instando a la congregación a aplaudir con alegría, levantar las manos al techo y

balancearlas, incluso gritar. Escuchó un montón de "Alabado seas Jesús" y "Gloria,

Aleluya." Era difícil no estar afectada por la emoción desbordante de los bancos y

bancos de personas, incluso si ella no lo entendía. Ellos creían en algo poderoso,

que ella entendió. Y pensó que quería sentir eso, creer en algo así, levantar sus

manos hacia el techo y dejar que la certeza la llenara. La emoción nunca se

desvaneció, incluso cuando el pastor ocupó su lugar detrás del púlpito para

predicar.

De hecho, Emma notó que parecía intensificada.

—Tenía un sermón preparado ―comenzó él.

—Mmhmm. —Provinieron un coro de voces.

—Pero Dios me habló esta mañana y me dio uno nuevo.

—¡Alabado sea Dios! —gritó la congregación.

—Ya ven, algunos de ustedes aquí están heridos. Y necesitan un mensaje de

esperanza. Conozco el dolor de vivir en este mundo. Porque que sea un pastor no

significa que no lo siento.

—Sí. —Provino el acuerdo.

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—Conozco el dolor de la adversidad. Cuando sientes que el mundo entero está

contra ti. Trabajas duro. Te esfuerzas. Pero el mundo te derriba. El mundo te hace

sentir como nada —continuó el pastor.

—Es cierto —dijo su congregación.

—¿Saben lo que Dios dice? —preguntó.

—¡Díganos!

—Él dice: ¡Levántense! ¡Ustedes mis guerreros! ¡Levántense a sí mismos

porque yo les doy la fuerza!

Hubo gritos por todas partes.

—¡Apóyense en mí! Y entonces pueden hacer algo. Pueden elevarse sobre sus

alas, como las águilas. Pueden correr y no se cansarán. Pueden caminar y no se

fatigarán —dijo el pastor.

—¡Alabado sea el señor!

—¡Gloria, Aleluya!

—¡Amén!

—Gracias, señor —dijo la señora Robinson en voz baja, abanicándose

rápidamente.

Emma no podía ignorar el nudo en su garganta. Éste había llegado de

sorpresa durante el canto y ahora asentado a la espera en la parte posterior de su

boca. Ella no sabía lo que significaba, pero se sentía como el nudo en la garganta

antes de que las lágrimas llegaran. No pudo entender por qué sentía ganas de

llorar. No tenía nada por lo que llorar. No experimentaba ninguna adversidad.

Todos lo hacían, pensó, mientras veía a su alrededor. Eran pobres y luchadores.

Eran de los barrios. Pero ella no lo era. El pastor posiblemente no pudo dirigirse a

ella, pensó. Pero entonces ¿por qué ella sentía que él lo estaba?

—Ya ven, cuando intentan hacer algo por su cuenta, van a fallar —dijo el

pastor—. Cada vez, van a fallar. Y entonces quedan atrapados en la adversidad.

Quedan como víctimas para este mundo. Pero cuando le das todo a Dios, y me

refiero a todo. No pueden retener nada. Tienen que darlo todo. Cuando hacen eso,

los bendice de sobremanera. Y entonces ven la fuerza de vuelta. Ven sus sonrisas

de vuelta. ¡Ven sus vidas de vuelta!

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Hubo un estallido de aplausos tan fuerte en todo el edificio que Emma temió

que las paredes se desplomarían y desmoronarían en el suelo. Ella se abanicó más

fuerte, tragando el nudo en su garganta hasta que sintió que sus emociones estaban

bajo control. El poder del mensaje, aunque ella entendió muy poco de él, infundió

su corazón. Tenía ganas de gritar como ellos lo hacían, pero no estaba segura de si

estaba permitido para ella. Era una invitada, después de todo, y blanca. Podría no

ser su lugar para gritar "Gloria, ¡Aleluya!" Y entonces ella se satisfizo a sí misma

con gritos en silencio en su corazón donde nadie excepto Dios podría oír.

Estuvo callada en el viaje en auto a su casa, reflexionando con profundidad

acerca de lo que acababa de ser testigo. No había sabido que ellos habían estado ahí

durante tres horas hasta que Anton se lo dijo. Sintió como si pudiera haberse

quedado ahí sentada todo el día escuchando al pastor gritándole con esperanza. Era

la esperanza la que le hacía creer que podía hacer esto, que podía estar con Anton,

que podía pelear con sus padres más adelante cuando se opusieran. Mientras el

pastor siguiera dándole esperanza, podía hacerlo.

La madre de Anton se puso a trabajar de inmediato una vez que llegaron a

casa. Emma se ofreció a ayudar, pero la señora Robinson dijo que lo tenía bajo

control. Que la mejor ayuda sería que ellos encontraran algo que hacer durante la

próxima media hora ya que Anton se estaba metiendo en su camino mientras

estaba en la cocina.

—¡Quítate de en medio! —le gritó mientras él picaba del plato de pollo frito

que ella había preparado con antelación—. ¡Y deja de picar del plato! —dijo

golpeando su mano para alejarla.

—No puedo evitarlo mamá —respondió Antón—. Tengo hambre. Estuvimos

en la iglesia como un millón de años. Me estoy muriendo de hambre. Emma, ¿no

has escuchado gruñir a mi estómago?

Emma sacudió su cabeza. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba junto a ella

durante el servicio.

—Bueno lo hacía —dijo, y su mano volvió al pollo.

—Si tocas ese pollo voy a gritarte muy fuerte —dijo la señora Robinson.

Anton miró a su madre y sonrió.

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—Mamá, no vas a gritar a un hombre adulto —dijo, su mano suspendida sobre

la suculenta carne. Emma deseó poder picar también. No se dio cuenta hasta que lo

vio que tenía hambre.

—Pruébame —dijo categóricamente.

Retiró la mano a regañadientes y salió de la cocina.

—Vete a Ellie's y consigue un poco de refresco. ¿Por qué no haces eso? —

preguntó ella, y girándose hacia el fuego, añadió—: Y sal de mi vista.

—Está bien —respondió Antón. Agarró la mano de Emma y la llevó fuera por

la puerta y por las escaleras.

Emma instintivamente caminó hacia el auto y Anton la detuvo.

—No vamos a conducir. Está justo al final de la carretera —dijo.

—Oh —respondió ella, insegura. Miró a sus tacones de Prada y se mordió el

labio.

—¿Qué? —preguntó él, viéndola mirarse los zapatos.

—Nada.

Antón sonrió.

—¿Quieres que te lleve a la tienda? ¿Para qué no estropees tus pequeños

zapatos ahí? ¿Qué crees? ¿Vamos a dar un paseo? La tienda está literalmente al

final de la carretera.

Ella le ignoró, levantando la barbilla con indignación, y empezó a caminar.

—Vas en la dirección equivocada —señaló.

Sin perder el ritmo, se volvió sobre sus tacones y empezó en la dirección

contraria. Anton la alcanzó y se mantuvo a su ritmo.

—¿Estás en una misión o algo? Más despacio —dijo, agarrando su mano.

Ella desaceleró su ritmo y le dejó entrelazar sus dedos con los suyos.

—De todas formas, ¿cuánto cuestan esos elegantes zapatos? —preguntó

mirando a sus pies.

—Seiscientos dólares —dijo, la cabeza todavía levantada en el aire. Sintió que

su cuerpo se sacudió cuando Antón se detuvo de golpe todavía sosteniendo su

mano.

Se volvió para enfrentarlo.

—¿Qué? —dijo—. Tú has preguntado.

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—Tal vez, debería estar llevándote entonces —respondió Antón.

Emma le miró equitativamente.

—¿Esto va a ser un problema? —preguntó—. Porque sabías que mi familia

tiene dinero. Y me dijiste que no tenía que sentirme mal por ello. Querías saber lo

que costaban mis zapatos y te lo he dicho. No todos mis zapatos cuestan seiscientos

dólares. Estos son un par especial, y me los he puesto hoy porque quería verme

bien para tu iglesia. —Miró al suelo mientras esperaba su respuesta.

Anton sonrió, liberando su mano.

—Nadie se preocupa de lo rica que eres. Sé que lo eres. Y aprecio que lleves

tus zapatos elegantes por mí, pero probablemente te tendría que haber dicho que

no lo hicieras. Estamos en el gueto, sabes. Alguien podría venir a robártelos justo

de tus pies.

—Bueno, es por eso que estás aquí, ¿no? —preguntó ella.

Antón sonrió.

—Cariño, soy un amante, no un luchador.

Vio cómo la expresión en el rostro de Emma cambiaba. Se iluminó

ligeramente.

—Nunca antes me habías llamado eso —dijo.

—¿Qué? ¿Cariño? Seguro que sí.

—No. Nunca. Siempre me llamas chica. A veces dices mi nombre.

—Chica, estás loca. Te he llamado cariño muchas veces.

Empezó a andar otra vez, tomando su mano y guiándola. Emma se sintió

crecer. Era su cariño, y le gustaba.

Ellie’s estaba literalmente justo al final de la carretera, no más de dos

manzanas. Era una pequeña tienda que hacía esquina de propiedad local. El

exterior estaba cubierto con carteles publicitarios de colores brillantes y viejas

colillas de cigarros. Había barras de metal en la puerta y las ventanas. Unos pocos

hombres estaban alrededor del edificio fumando y bebiendo de largas bolsas de

papel marrón. Emma notó el cuello de una botella asomando por una de las bolsas,

el contenido un líquido claro.

Anton abrió la puerta para ella. Entró vacilante y miró alrededor. Había un

fuerte olor a grasa procedente de la parte trasera y notó un mostrador de

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delicatesen en la parte delantera con cada alimento frito que podía imaginar.

Algunos alimentos no los reconocía. Un hombre grande estaba detrás del

mostrador contando el cambio para un cliente. Levantó la vista cuando se abrió la

puerta y le asintió a Anton. Aparentemente se conocían.

—Por supuesto que le conozco —dijo Anton cuando Emma se lo preguntó—.

Vengo aquí casi todos los días.

Tomó su mano y la condujo a las neveras que contenían los refrescos. Kareem,

Johnny D, y Lamar estaban ahí, con los rostros pegados a las puertas de la nevera

intentando decidirse por una bebida.

—¿En qué problema se han metido hoy? —preguntó Anton acercándose a

ellos.

—Hombre, es el día del Señor. No te metes en problemas el día del Señor —

respondió Lamar chocando el puño de Anton. El fuerte olor a marihuana emanaba

de él.

—¿Has traído a tu chica aquí? —preguntó Johnny D. mientras hacia un tipo

de estrechamiento de manos con Anton que involucraba chasquear los dedos y

chocar los puños. Emma hizo una nota para ella misma de pedirle que le enseñara

cómo se hacía eso.

—Sí. Acabamos de volver de la iglesia —respondió Anton.

—¿Le has llevado a tu iglesia? —le preguntó Kareem luego rompió a reír.

—¿Qué hay de malo con mi iglesia, negro? —preguntó Anton.

—Hombre, no es tu iglesia. Es cualquier iglesia de negros —respondió

Kareem, y luego dirigiéndose a Emma dijo—: Chica, no puedo creer que todavía

estés viva.

Emma sonrió tímidamente. No entendía lo que quería decir.

—Hombre, Emma, ¿tenías miedo ahí dentro? —preguntó Lamar.

—No —respondió—. ¿Por qué lo tendría?

—Simplemente es mucha gente negra con la que estar toda a la vez —dijo

Johnny D—. Y durante mucho tiempo, también.

—Sí, hombre. Es por eso que no puedo ir a la iglesia. Simplemente dura

mucho —dijo Lamar—. Sólo tengo que adorar al Señor a mi propia manera, ¿saben

lo que estoy diciendo?

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—¿Cómo es eso? ¿Fumando un porro? —preguntó Anton. Los chicos rieron.

—Hombre, lo que sea —murmuró Lamar.

—Chica, ¿no has tenido miedo cuando todo el mundo estaba chillando,

gritando cosas y cantando? ¿No te puso nerviosa ese canto? Pueden volverse

ruidosos cuando empieza ese canto —dijo Kareem.

Emma se encogió de hombros.

—Me ha gustado. Me ha gustado todo, en realidad. —Y luego después de un

momento añadió—: Realmente me han gustado los sombreros. —Todos la

miraron—. Ya saben. Los sombreros de las señoras. Eran preciosos. Me gustaría

tener un sombrero como los suyos.

Los chicos se miraron los unos a los otros y sonrieron.

Anton puso su brazo alrededor de su hombro.

—No cariño. No puedes tener un sombrero como los suyos.

Se echaron a reír después de eso. Emma estaba confundida. No encontraba el

chiste. ¿Por qué no podía tener un sombrero como los suyos?

—¿Han visto a Nate últimamente? —preguntó Anton.

—No hombre. Está haciendo lo suyo. Creo que pasa el rato con ese negro de

esos proyectos de Holly Springs. ¿Recuerdas a ese chico? Va a nuestra escuela —

respondió Johnny D.

—¿Ese pequeño punk? —preguntó Antón. Había una nota de irritación en su

voz—. Nate solía decirme siempre la mierda que era ese pequeño punk.

—Lo sé hombre, lo recuerdo. Pero al parecer tuvieron una buena conexión con

marihuana. Incluso he oído que Nate ha empezado a usar otras cosas —dijo

Kareem.

—¿Otras drogas? ¿Cómo cuál? —preguntó Anton. Estaba incrédulo. Nunca

pensó que Nate iría tan lejos. Fumaban hierba ocasionalmente, ni de cerca en la

cantidad que lo hacían Johnny D y Lamar, pero nunca pasaron de eso. Anton nunca

lo necesitó. Pensó que era igual para Nate.

—No sé. Crack tal vez —dijo Kareem encogiéndose de hombros—. Ese negro

necesita una intervención o algo. El otro día intenté hablarle en la escuela, y me

rechazó. No sé por qué está tan enfadado. No puedo creer que todavía pueda ser

por ti y por Emma.

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Emma se tensó ligeramente.

—No lo sé, hombre —respondió Anton. Pensó por un momento y luego

añadió—: Tal vez sólo deba ir a hablar con él.

—Bueno, más te vale encontrarlo un día que no esté alterado —dijo Johnny D.

—Sí —le respondió Antón, pensando.

Sacó un refresco de dos litros de la nevera y dijo adiós a sus amigos. Emma

hizo adiós con la mano mientras se dirigían al mostrador para pagar, Anton charló

con el dueño durante unos pocos minutos y luego estaban afuera rumo a casa.

Caminaron de la mano a un ritmo lento, aunque Anton estaba ansioso por volver a

la casa. El olor que impregnaba la pequeña tienda de comestibles le recordaba su

intensa hambre. No podía esperar a hundir sus dientes en el pollo frito de su

mamá. Pensó que Emma nunca probaría una comida tan rica. De repente todos los

pensamientos sobre Nate se desvanecieron.

—¿Por qué no puedo tener un sombrero como el que usan esas señoras? —

preguntó Emma, interrumpiendo sus pensamientos.

Antón la miró pacientemente.

—Emma, deja que te explique algo sobre sombreros. Hay sombreros para

gente blanca y sombreros para gente negra. Y no se ven igual. Ahora no puedo

explicarte cómo diferenciarlos. Pero sólo lo sabes cuando los miras, cuáles

pertenecen en la cabeza de una mujer blanca y cuáles en la cabeza de una mujer

negra. Y todos esos sombreros que has visto hoy pertenecen a la cabeza de una

mujer negra. Así que no, no puedes tener uno. Estarías ridícula.

Emma no tenía respuesta. De hecho, permaneció en silencio hasta que

llegaron hasta la puerta de su apartamento.

—¿Cómo sabes tanto sobre sombreros? —preguntó mientras entraban en la

casa.

—Simplemente lo sé —respondió él, pero ella no le estaba escuchando.

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Capítulo 20Domingo, 09 de mayo

Ella inmediatamente fue trasladada a otro lugar. No conocía el lugar. Nunca

antes había estado allí. Era un lugar con los olores más deliciosos, tan tentador que

hicieron que su estómago se quejará y dolerá en el momento en que se acercó al

umbral de la puerta principal. Ella vio la comida puesta sobre la mesa. No era el

pollo frito que Anton había asaltado temprano, una gran cazuela de macarrones

caseros y queso, un plato de cosas fritas que no pudo identificar, otro plato de

verduras de hojas verdes que estaba segura de que nunca había probado, y el pan

de maíz. Ella no podía creer su hambre inmediata y anhelaba sentarse y

amontonarla en su plato.

—Está bien, los dos —dijo la señora Robinson—. Vengan a comer. —Ella

estaba brillando por el sudor, y por una buena razón pensó Emma. ¡Había creado

un banquete en treinta minutos!

Anton sostuvo la silla para Emma, y ella le dio las gracias mientras se sentaba.

La señora Robinson sonrió ante los modales de su hijo. Le pidió que diera las

gracias cuando todos estuvieron sentados con vasos de té y refresco con hielo.

Emma escogió el té helado. Recordó su deliciosa dulzura de un tiempo atrás.

Después de que Anton pronunció la bendición, se dirigió a Emma.

—Está bien. Así que, ¿qué en esta mesa nunca has probado?

Emma miró a su alrededor.

—Bueno, ¿qué es eso? —preguntó señalando el cuenco con las verduras de

hoja verde.

—Esos son hojas de col —contestó la señora Robinson—. ¿Nunca tuviste col

rizada, cariño?

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Emma negó.

—No lo puedo creer —dijo Anton—. ¿No debería ser negligencia infantil o algo

así?

La señora Robinson lo ignoró cuando ella sirvió una pequeña porción en el

plato de Emma.

—Bueno, sigue y pruébalo —dijo Anton.

—Anton, ¿dónde están tus modales? No te vas a sentar aquí y verla comer.

Señor, niño, eres tan grosero a veces —dijo la señora Robinson.

—Sólo quiero ver cómo reacciona —dijo Anton—. Porque es tan buena.

—Emma, ¿te apetece un poco de quimbombó frito? —dijo la señora Robinson

ignorando a su hijo.

—Claro. Nunca lo he probado, así que… —contestó Emma.

—Ahora sí que podría ser considerado negligencia infantil —dijo la señora

Robinson guiñándole un ojo a Emma, y ella se echó a reír.

Cuando se llenaron sus platos, Emma lo removió. Saboreó las hojas verdes de

col primero y decidió que no había mejor plato en el mundo. Deseó que la señora

Robinson le hubiera dado más. El pollo frito era tan tierno y jugoso que deseaba

poder tener varias piezas más, aunque el que está en su plato era enorme. Pero

cuando se trasladó al quimbombó frito, su historia de amor con la comida de la

señora Robinson comenzó realmente. No podía describirlo. Se sentía como si

pudiera comer toda una pila de la misma, como palomitas de maíz. Cuando

terminó la primera ración, le pidió una segunda. Y a pesar de que sabía que sería

descortés pedir una tercera, lo hizo de todos modos. No podía evitarlo. El

interruptor en su cerebro que señaló que estaba llena tenía mal funcionamiento.

Estaba segura de poder sentarse ante la mesa todo el día y comer. Y comer.

No era sólo el sabor de la comida. Había algo en ella que no podía conseguir

suficiente. Pensó que tenía algo que ver con la señora Robinson. Se esforzó por

entender. Era como si toda la comida estaba mezclada con amor, trabajo duro y

sacrificio. Y podía saborear cada cosa en particular. Nunca había probado el amor

en la comida antes. No en la comida de su madre. No en la comida que preparaba

para sí misma. Y se preguntó cómo ponerlo. ¿Cuál era el secreto de la señora

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Robinson? ¿Era la forma en que sus manos se movían mientras preparaba los

platos? ¿Ella hablaba con la comida y por eso les pidió que fueran a la tienda?

¿Para darle privacidad, por lo que podría trabajar su magia? ¿Cómo lo hizo,

haciendo que Emma sienta como que comería para siempre y nunca estaría

satisfecha?

Charlaron gratamente, mientras Emma comió. Disfrutaba escuchar las

bromas entre Anton y su madre. Era tan fácil y natural, y deseó poder hablar con su

madre de esa manera. El suyo era un tipo especial de relación, pensó, desarrollando

una intensa lealtad y amor absoluto, a pesar de un padre ausente. Emma se dio

cuenta de que nunca le preguntó a Anton sobre su padre, y él nunca le ofreció

ninguna información sobre él. Tal vez no sabía nada de su padre, y eso la

entristecía.

—Chica, has comido tu peso en quimbombó frito —dijo Anton, sacándola de

su meditación.

—Estoy tan avergonzada —dijo en voz baja. Y luego, dirigiéndose a la señora

Robinson, añadió—: no tengo modales. En serio. No puedo creer que acabara de

comer así.

La señora Robinson se echó a reír.

—Emma, eres tan flaca que puedes comer tanto de este alimento como

quieras. ¿Qué tal si te envío a casa con el resto del quimbombó frito?

—Ahora aguanta por un minuto —dijo Anton.

—Oh silencio, Anton —dijo la señora Robinson.

Emma se sintió egoísta. Asintió mirando a Anton con el ceño fruncido

juguetonamente.

—Está bien, entonces. Ahora vamos a limpiar todo esto y luego voy a

prepararme para el trabajo —dijo la señora Robinson.

Emma se alegró de que estuviera esperando que ayude a limpiar la mesa y

lavar los platos. La hacía sentir como si fuera parte de su familia y no sólo la

huésped del domingo. Disfrutaba de su compañía y le gustaba la manera en que

Anton bromeaba con su madre y cómo ella juguetonamente le daba un manotazo

en la parte posterior de la cabeza. El corazón le saltó en la garganta cuando lo vio

estirar a su madre acercándola para besar la parte superior de su cabeza. Tanto

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amor, pensó ella, quería quedarse en su pequeño apartamento en un barrio

peligroso para siempre.

Anton le besó la mejilla de forma inesperada, y ella saltó.

—Anton —reprendiéndole en silencio, sintiéndose avergonzada.

—¿Qué? Mi mamá sabe que estamos saliendo —dijo y se inclinó para besarla

de nuevo. Ella se echó hacia atrás.

—Anton, deja de hacerla sentirse incómoda. Lo haces a propósito —le regañó

su madre. Ella acababa de terminar de limpiar la mesa de la cocina.

—No estoy tratando de hacer que se sienta incómoda —dijo Anton sonriendo.

La señora Robinson se veía como si quisiera decir algo, como si hubiera

estado en la punta de su lengua todo el tiempo que limpiaban los platos. Ella sólo

había reprendido Anton por hacer sentir incomoda a Emma, y ahora se dio cuenta

de que iba a hacer lo mismo.

—Vamos por aquí a la sala, los dos —dijo finalmente. Su corazón se aceleró,

pero ella era su madre, decidió. Iban a hablar.

Anton y Emma se encontraban sentados juntos en el sofá, y la señora

Robinson tomó asiento frente a ellos. Emma pensó que no hace tanto tiempo era

Anton quién se sentó frente a ella. Entonces apenas lo conocía, y se acordó de que

ella lo miró por encima ese día decidiendo si era tan lindo como él pensaba. Sonrió

para sí misma al recordar ese momento, cuando no hablaban de amor, pero se

movía por encima de ellos, listo para descender cuando terminaran de jugar su

juego de flirteo.

La señora Robinson se aclaró la garganta.

—Saben que tengo que ir a trabajar —comenzó.

—Mamá, no me vas a hacer que haga un montón de tareas para el día de hoy,

¿verdad? Tenía planes con Emma —se quejó Anton.

—¿Tenemos planes? —preguntó Emma repentinamente.

—Chica, cállate —contestó Anton.

—No voy a hacer que hagan las tareas domésticas. Sólo cállate y escucha, ¿de

acuerdo? —dijo su madre. Anton parecía aliviado, pero Emma empezó a sentirse

ligeramente incómoda.

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—Ni siquiera sé cómo decir esto, así que sólo lo voy a decir —dijo la señora

Robinson.

—Mamá, ¿qué es? —preguntó Anton impaciente.

Ahora Emma quería decirle que se callara. Ella lo sabía, y ella no quería oírlo

en voz alta.

—Es asunto mío y no lo es —dijo la señora Robinson. Se detuvo por un breve

momento—. Necesito saber si están teniendo relaciones sexuales y si están siendo

seguros.

—¡Oh, Dios mío, mamá! —gritó Anton, cubriéndose la cara con sus manos

grandes.

—Sé que es embarazoso hablar de ello, pero tenemos que hacerlo —respondió

ella.

—¡No lo haremos! ¡No lo haremos! —dijo Anton.

—Sí lo haremos —insistió la señora Robinson—. Estoy trabajando un montón

y haciendo cosas de la escuela. Y me molesta irme tanto. Siempre me ha molestado.

Pero ahora que ustedes dos están juntos, tengo otra serie de cosas de qué

preocuparme.

Emma quería meterse debajo del sofá y morir.

—Mamá, todo está bien. No tienes que estar preocupado sobre esas cosas, ¿de

acuerdo? —dijo Anton apresuradamente—. Puedes irte a trabajar ahora.

—Anton, para —dijo su madre—. Y es serio.

—Sí, estamos teniendo sexo. —Fue Emma quien habló. Se sentía mortificada,

pero quería acabar de una vez.

La señora Robinson la miró y luego a Anton. Su rostro se ensombreció un

poco, y estaba visiblemente preocupado.

—Y nosotros estamos siendo muy seguros —Emma continuó observando la

inquietud de la señora Robinson—. Estamos utilizando protección. Estoy en control

de natalidad.

La señora Robinson asintió. Parecía un poco más aliviada.

—¿Puedo ir a morir ahora? —preguntó Anton.

La señora Robinson no le hizo caso.

—Emma, cariño, ¿qué edad tienes?

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—Diecisiete. Tendré dieciocho en julio.

La señora Robinson se sentó en silencio durante un momento. Anton se

movió incómodo en su asiento.

—Realmente necesito que ambos estén seguros. Anton aquí es legalmente un

adulto, y tú no —dijo.

Emma nunca había pensado en ello. Había sido tratado como una adulta

durante toda su vida. Era la más madura de ellos dos. Pero los hechos eran hechos.

Todavía era considerada una niña a los ojos de la ley. Él no.

—¿Emma? ¿Tus padres saben que estás saliendo con mi hijo? —dijo la señora

Robinson.

—Sí —respondió Emma, y Antón la miró. Esto era nuevo para él.

—¿Y están de acuerdo con eso? —preguntó.

—Todavía no estoy segura —confesó Emma.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Anton.

Emma se mordió el labio.

—Bueno, como que les dije cuando me fui esta mañana.

—¿¡Qué!? ¿Lanzaste la bomba sobre ellos, y luego te fuiste corriendo afuera de

tu casa? —preguntó Anton perplejo.

—Más o menos —respondió Emma. Sentía su cara caliente de vergüenza.

—Querido Señor —dijo la señora Robinson en voz baja.

—Voy a sentarme y hablar con ellos esta noche —dijo Emma.

—Por supuesto que lo harás. No tienes opción. Tienes que ir a casa —dijo

Anton, y luego miró a su madre—. A menos que ella puede quedarse aquí esta

noche.

La señora Robinson respiró profundo.

—¿Quieres ser golpeado? Por qué estas cerca —dijo levantando su pulgar y el

índice un poco separados.

—Estaré bien. Mis padres estarán bien —dijo Emma, aunque no lo creía.

La señora Robinson miró el reloj que colgaba encima de ellos.

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—Me tengo que ir —dijo—. Y no quiero. No quiero dejarlos aquí solos. Todavía

estoy teniendo un tiempo difícil haciéndome a la idea sobre esto. —Se frotó la

frente y suspiró profundamente.

—Mamá, tengo dieciocho años —dijo Anton suavemente.

—Lo sé, bebé —contestó ella.

—Sabes que amo a esta chica, mamá —continuó Antón—. No lo voy a arruinar.

Sabes que estoy siendo serio.

La señora Robinson sonrió cansadamente recordando cuando tenía dieciocho

años y la certeza de que sus convicciones no podían ser alteradas. Recordó cuando

cumplió veinte años y esas convicciones se hundieron y desaparecieron junto con el

hombre que juró amarla para toda la vida. Él la dejó sola con un bebé pequeño en

sus brazos.

Se puso en pie de repente y se dirigió a la pareja humillada en el sofá.

—Vayan a hacer algo hoy. Vayan a ver una película o algo así. No los quiero

pasando el rato en esta casa. ¿Entendieron?

—Está bien mamá. Iremos a alguna parte —dijo Anton.

Vio a su madre caminar a regañadientes a su habitación para cambiarse a su

uniforme. Él y Emma se sentaron en silencio hasta que regresó recordándoles que

"fueran a hacer algo" antes de salir.

Cuando su madre había cerrado la puerta detrás de ella, Anton habló:

—Ni siquiera puedo creer que hayas hecho eso. Estoy tan avergonzado. No

puedo creer que mi mamá se sentó allí y preguntó si estábamos teniendo sexo.

¿Puedes creer eso? —se preguntó, volviéndose hacia Emma.

Ella se inclinó sobre su estómago sosteniéndolo.

—No me siento muy bien —dijo.

—Lo sé, ¿verdad? Mi mamá pensando que puede sólo meterse en nuestros

asuntos personales.

—No, realmente no me siento bien —dijo Emma, y se levantó del sofá.

Corrió hacia el baño, cerró la puerta detrás de ella, y se inclinó sobre el

inodoro. Vomitó violentamente, su cuerpo temblaba y las lágrimas caían de manera

involuntaria. Seguía viniendo, y tuvo que arrodillarse por la debilidad que sentía

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en sus rodillas. Pensó que, lamentablemente, vomitaba todo el amor que ella

acababa de comer, como si su cuerpo estuviera rechazando su madre, su hogar y su

familia.

Su malestar se detuvo, y se limpió la boca con un poco de papel higiénico. Oyó

a Anton llamando a la puerta y le prohibió entrar. Sintió una oleada viniendo, no

bien le habló, entonces su cabeza estaba de vuelta en la taza del baño, su estómago

se contraía para librarse de todo lo que había puesto en él. Todo el amor, pensó.

Todo el calor de la familia.

Se limpió la boca de nuevo, tiró de la cadena, y se recostó contra la pared.

Respiró profundamente y desigualmente, y dejó que las lágrimas se deslizaran por

sus mejillas. Nunca entendió por qué los vómitos inducían a las lágrimas. Oyó un

golpe tentativo, una vez más, y de mala gana lo invitó a pasar.

Anton entró al baño y dejó la puerta abierta. No mencionó el olor, pero sabía

lo que estaba pensando. Y quería estar avergonzada, pero se encontraba demasiado

débil para cuidarse.

—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.

—Vomité —dijo.

Anton trató de no reírse.

—Sé que vomitaste, nena.

—Vomité todo mi almuerzo —dijo ella, las lágrimas todavía caían.

Anton se acercó y se sentó a su lado. Le limpió las lágrimas.

—Nena, eso va a suceder cuando comes cincuenta libras de comida —dijo con

ternura. Ella se rió suavemente, saboreando el vómito en su boca.

—Tú no vomitaste —señaló—. Comiste tanto como yo.

Anton no pudo evitar reírse.

—Chica, ¿parecemos de lejos del mismo tamaño? Además, soy un hombre

negro. Estoy acostumbrado a comer ese alimento. Probablemente nunca habías

comido tanta comida frita en tu vida.

Emma asintió.

—Estaba muy buena.

—Lo sé —dijo, acercándola a él.

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Ella se resistió.

—Mi aliento es desagradable —dijo.

—Bueno, cepíllate los dientes —sugirió Anton.

—¿Cómo? No tengo un cepillo de dientes aquí.

—Usa el mío —ofreció.

—Hmm, no lo sé. Eso suena muy asqueroso —dijo.

—Lo es. Pero ¿qué otra cosa vamos a hacer? ¿Andarás todo el día con aliento

de dragón? Puedo obtener otro cepillo de dientes —dijo.

—No, me refería a mí, bruto.

Anton se echó a reír.

—Chica, me besas todo el tiempo. ¿Pones tu lengua en mi garganta, y vas a

estar asqueada por mi cepillo de dientes? Nena, estás loca —dijo abrazándola.

Ella dejó que la sostuviera sintiendo el amor filtrarse de nuevo en ella. Su

corazón se sentía mejor y el pánico se calmó. Estaba allí, el amor. Estaba allí en

muchas formas diferentes. Así que tal vez ella no podía comer tanto de él. Pero

podía permitir que la abrazara, dejar que fluyera en ella desde sus fuertes brazos

oscuros.

La ayudó a levantarse y le entregó su cepillo de dientes y pasta dental. Se

cepilló sus dientes, mientras él se sentaba en el inodoro y observaba. Él le dio un

vaso de papel lleno de enjuague bucal, y sintió la tentación de tragarlo. Él se rió

escuchando sus gárgaras. Pensó que debería darle vergüenza hacer eso delante de

él, pero se encontraba demasiado ocupada disfrutando de la sensación de una boca

limpia.

—Me siento como una mujer nueva —dijo después de escupir en el fregadero y

enjuagarse de nuevo. Miró a Anton que parecía estar pensando en algo.

—¿Qué? —preguntó nerviosamente—. No tienes que mirarme hacer eso. Sé

que no es atractivo, lavarse los dientes delante de alguien.

—No, no estoy pensando en eso —dijo—. Estoy pensando que esta es la única

vez que no he sentido que estoy queriendo tener sexo contigo.

Emma se sintió ligeramente irritada.

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—Mira, sé que vomité y lo oliste cuando entraste aquí, y luego te has sentado

allí viendo mientras me lavo los dientes.

—Chica, no. No se trata de eso. Es mi mamá. Ella me hizo sentir todo raro

sobre ello —dijo en voz baja.

—Oh —dijo Emma con un suspiro—. Lo sé.

Se puso de pie delante de él esperando la invitación. El movió sus brazos para

permitir que se sentara en su regazo. Se acomodó en sus brazos y los sintió

alrededor de su cintura.

—Es porque tengo diecisiete años —dijo.

Anton suspiró.

—Eres más madura que yo —dijo frustrado.

—Lo sé.

Él le hizo una mueca, y ella se rió.

—Es también porque ella es tu madre —señaló Emma.

—¡Tengo dieciocho años! ¿Qué esperaba?

—No importa. Sigue siendo tu madre. Ella está cuidándote como se supone

que lo hace una madre.

Anton se encogió de hombros.

—Tenía muchas ganas de tener sexo contigo hoy.

Emma se rió ante su tono decepcionado.

—Mira, yo no quiero tener sexo —dijo ella—. Acabo de lanzar todas mis

entrañas.

Anton le apretó suavemente y ella se estremeció.

—Es raro ahora, ¿sabes? Mi mamá sabe lo que estamos haciendo. Quiero

decir, creo que siempre supe que lo sabía. Pero ahora es abiertamente.

Emma hizo un ruido y se encogió de hombros.

—Por esta noche —dijo después de un tiempo.

El corazón de Emma cayó.

—Lo sé.

—No puedo creer que hicieras eso, Emma —dijo riéndose—. ¿En que estabas

pensando?

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—Sólo me estaban dando un mal rato por ir a la iglesia contigo. Tú sabes,

porque es en este lado de la ciudad. Me encontraba molesta. Era el camino

completamente equivocado para hacerlo, lo sé. Pero simplemente me pusieron

histérica.

Anton sonrió.

—Bueno, eso es porque eres escandalosa.

—Hmm…

—¿Y si te hacen alejarte de mí? —preguntó Anton después de un momento. Su

tono era repentinamente serio.

—Eso no va a suceder —respondió ella.

—Pero que sí ellos…

—Eso no va a suceder —dijo otra vez con más firmeza.

Anton asintió y no dijo nada.

—Entonces, ¿qué debemos hacer hoy? —preguntó Emma.

Él no tenía ni idea.

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Capítulo 21 Lunes, 10 de mayo

Anton se pavoneó por el pasillo sosteniendo la mano de Emma. Él asintió

educadamente a los estudiantes en sus casilleros y les preguntó cómo estaban. La

mayoría lo miraba en blanco. Unos pocos le dijeron dónde meterlo. Pero algunos de

hecho sonrieron y le respondieron.

—Deja de ser tan tonto —dijo Emma.

—No puedo evitarlo —respondió él—. ¿Sabes lo feliz que estoy? No puedo ni

siquiera creer que tus padres estén bien con nosotros estando juntos. Me siento

como si he renacido o algo.

Ella sonrío recordando su conversación telefónica con él la noche anterior.

Había ido a casa esa tarde para enfrentar la ira de sus padres. Sabía que ellos

objetarían, le ordenarían alejarse de él, discutirían que no era bueno para ella y que

nunca lo sería. Se preparó para la lucha, pero la lucha nunca vino.

Ellos le hicieron unas preguntas específicas sobre él y luego le preguntaron si

era feliz. Sus padres le preguntaron si era feliz, pensó con incredulidad. Ella nunca

pensó que eso era una preocupación para ellos, pero cuando lo dijeron, no pudo

hacer nada sino correr a los brazos de su madre y abrazarla apretadamente.

Entonces corrió a su padre e hizo lo mismo.

Ella le dijo a Anton en el teléfono, y él casi la deja sorda por su reacción.

Entonces insistió en que estaba mintiendo, pero ella le prometió que no lo estaba.

Era todo demasiado real, pero se sentía como que estaba viviendo en una fantasía.

El mundo a su alrededor haciéndose más grande mientras dejaba a los que amaba

entrar en su secreto. Le gustaba sentirse totalmente expuesta. Ahora nadie estaba

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en la oscuridad, y la esperanza de que ella y Anton pudieran ser felices crecía

dentro de ella. Posiblemente por siempre.

—Ahora eres oficialmente mi enana —dijo él.

—Oh Dios —respondió Emma. Él la escrudiñó.

—Hmm, realmente eres pequeña. Quizá tendré que llamarte mi pequeña

enana.

—Eres un tonto —dijo ella riendo y empujándolo.

—Dime, ¿cómo se ve el mundo desde allá abajo? —Se agachó hasta quedar al

nivel de los ojos con ella. Entonces miró alrededor, abajo a sus pies, y arriba.

Emma se paró mirándolo, las manos en sus caderas.

—Hombre, se siente raro acá abajo —dijo él—. Como que podría caminar

directo a un agujero de ratón sin problema.

Ella golpeó su brazo. Él empujó su cara a la suya, sus ojos igualados.

—Dame un beso —ordenó, y ella tuvo que obedecer.

Él se paró y enderezó su espalda.

—¿Cómo luce el mundo desde allá arriba? —preguntó Emma después de un

momento.

—Bueno, sube y te mostraré. —Se agachó otra vez y la dejó subir sobre su

espalda. Él aseguró sus brazos bajo sus rodillas y se enderezó.

—Wow. Así que esto es lo que consigues ver todos los días —dijo Emma

mirando alrededor.

Ella notó que miraba hacia abajo a la mayoría de las personas mientras

pasaban. Unos cuantos a nivel del ojo pero nadie pasó por ella más alto.

—¿No está mal, eh? Y puedo decirte cuando va a llover —dijo él.

Ella río brillantemente. Anton la llevó por el pasillo y de regreso antes de

bajarla. La campana iba a sonar, ella le recordó, y no podía llegar retrasada. A él no

le importaba si lo estaba. Ella lo besó en la mejilla antes de dirigirse a las escaleras.

Él quería ir con ella. ¿Podía él sentarse con ella en clase sin que el profesor supiera?

Sabía que eso no funcionaría.

—Ve a clases. —La escuchó decir a lo lejos. Suspiró y obedeció.

Ella empezó a subir las escaleras inconsciente de Nate bajando. Las escaleras

estaban tan llenas con estudiantes que ella sólo sintió su presencia después de que

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la pasó. Cuando se acercó al rellano, se dio la vuelta y miró hacia abajo. Él estaba

mirando hacia arriba a ella.

Se paró ahí mirándola como si considerara algo. No lucía amenazador; lucía

triste y derrotado. Ella nunca lo había visto de esa manera. Sólo lo había visto

indiferente o molesto. Levantó su mano para saludarlo, pensando absurdamente

que quizás él no luciría tan triste si ella lo reconocía. Fue como si su saludo lo

devolviera de golpe a la realidad. Su cara se enrojeció con resentimiento y se giró

para irse.

Anton encontró a Nate afuera pasando el rato con algunos amigos después de

la escuela. Nuevos amigos, pensó Anton amargamente. Él se acercó a Nate con

resolución. Iban a cortar la mierda, pensó decididamente. Él sabía por lo que Nate

estaba molesto. Sabía que estaba cayendo profundo en las drogas malas, pasando el

tiempo con individuos realmente peligrosos. Anton estaba asustado por su amigo y

lo extrañaba. No podía soportar no tenerlo siendo una parte de su vida. Ellos tenían

una historia demasiado larga para sólo dejar a Nate alejarse.

—Hey, hombre —dijo Anton—. ¿Tienes un segundo?

Nate lo miró confundido.

—¿Qué quieres? —preguntó.

—¿Puedo hablarte en algún otro lugar? —preguntó Anton mirando a los

amigos de Nate. Ellos son idiotas perdedores, pensó.

—Lo que sea —respondió Nate.

Se tomó su tiempo diciendo adiós a sus amigos antes de caminar con Anton

hacia el estacionamiento de estudiantes.

—¿Por qué vinimos aquí? —preguntó Nate—. ¿Conseguiste un auto o algo?

—No hombre. No hice tanto dinero —respondió Anton.

—Oh, eso es cierto. Olvidé que conseguiste ese empleo —respondió Nate.

—Sí. Estoy tratando de recoger la mayoría de turnos mientras me dejen.

Quiero un auto.

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—¿Para qué necesitas un auto? Tu chica te lleva a donde sea que necesites —

dijo Nate. Su tono era malhumorado.

—Ella no puede llevarme alrededor por el resto de mi vida —señaló Anton.

Nate se quedó callado. Él se paró con Anton en el borde del estacionamiento,

manos metidas en sus bolsillos tratando de aparentar desinterés. Anton decidió

que era tiempo de conseguir el punto.

—¿Qué va a pasar contigo después hombre? —preguntó.

—¿Qué quieres decir? —respondió Nate.

—Quiero decir, ¿quiénes son esos payasos con los que pasas el tiempo?

Odiamos a esos chicos, Nate.

—Son agradables —dijo Nate. Él se encogió de hombros y pateó una gran roca

en el pavimento.

—Vamos, Nate. ¿Dónde has estado? Kareem dice que nunca pasas el tiempo

ya —dijo Anton.

—¿Qué diablos te importa? —preguntó Nate de repente.

—Me importa porque eres mi amigo —dijo Anton—. Mi mejor amigo.

Nate se movió incómodo.

—Y estoy preocupado por ti —agregó Anton.

La mirada en la cara de Nate hizo a Anton desear no haber agregado esa

última parte.

—¿Esto es algún tipo de intervención o algo? Tu chica te puso en esto porque

sé que tú no lo pensarías —dijo Nate.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Anton.

—No necesito que vengas alrededor diciéndome que estás preocupado por mí,

tú condescendiente hijo de puta.

Anton sintió la rabia subir.

—No estoy tratando de ser condescendiente, Nate. Sólo sé que has estado en

drogas que no deberías.

Nate río burlonamente.

—¡Hombre, ella realmente limpió tu gordo trasero! Solías fumar hierba.

¿Qué? ¿Ya no lo haces más?

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—Hombre, no estoy hablando de hierba. Estoy hablando de crack y mierda

como ésa. ¿Por qué estás haciendo eso, Nate?

—No es tu asunto lo que hago —respondió Nate.

Anton se sintió frustrado, incapaz de encontrar las palabras que penetrarían

el corazón de su amigo y lo suavizarían. ¿Dónde estaba el niño que solía jugar con

él en el aterrador tobogán de metal y el carrusel en su vecindario? ¿Dónde estaba el

niño que solía sonreír?

—Nate, ¿no podemos sólo cortar esta mierda y estar en paz? —preguntó

Anton.

—No.

—¿Por qué no? —preguntó Anton.

—Porque eres un traidor, hombre. Y no paso el tiempo con traidores —

respondió Nate.

—¿Por qué no puedes sólo dejar eso ir, hombre? Nadie más aquí parece tener

un problema conmigo y Emma excepto tú —dijo Anton.

—Eso no es verdad. Conozco mucha gente que piensa que son tonterías. Tú

sólo no lo sabes porque has estado en tu mundo blanco últimamente.

—Todavía paso el tiempo con todos los chicos con que lo hacemos —discutió

Anton.

—¿Estás hablando de Kareem y Lamar? —preguntó Nate—. Mierda, esos hijos

de puta son traidores, también. Pasando el rato con tu chica, y esas pequeñas

perras blancas. Ellos no son nada sino unos comprados como tú.

Anton se sintió exasperado. No había manera de romper a través de la pared;

Nate la había sellado, fortificado con las impenetrables fuerzas del odio. Anton

podía golpear sus puños contra la pared con toda la fuerza de su cuerpo y nunca se

movería.

—¿Así que estás diciéndome que después de ser amigos por trece años, sólo

vas a dejarme así? —preguntó Anton.

Nate caminó hacia él, empujando su cara en la de Anton y señalando con un

dedo en su pecho.

—No hombre, no te dejé. Tú te alejaste de mí —dijo él acaloradamente—. Y no

lo olvides maldita sea.

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Él empujó pasando a Anton hacia el camino. Se perdió al autobús y tendría

que caminar a casa. Emma estaba sentada en su auto mirando al otro lado del

estacionamiento. Ella sintió por el lenguaje corporal de ambos chicos que su pelea

no estaba resuelta, y su corazón cayó. Ella vio a Anton caminar hacia ella y

encendió el auto.

Él subió murmurando para sí mismo. No dijo nada permitiéndole trabajar sus

frustrados sentimientos. Ella tomó su mano en la suya mientras conducía, y él la

dejó. Lo dejó así. Si él quería hablar de ello, ella lo dejaría. Pero no preguntaría. No

lo presionaría.

Esperó, esperanzada de que compartiera con ella y la dejara ayudarlo a

soportar el cargo del dolor sobre la pérdida de su amigo. Pero él guardó silencio, se

apartando. Ella no sabía qué más podía hacer sino llevarlo a casa y amarlo y

ayudarlo a olvidar por un rato. Esperaba que eso fuera suficiente.

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Capítulo 22Lunes, 26 de abril

Ella lo sintió mirándola. No lo vio, pero sabía que él estaba allí. Se sintió

nerviosa y se preguntó por qué Anton se tomaba tanto tiempo en llegar a su

casillero. ¿A dónde fue? Ella no podía recordar.

Trató de ignorar los ojos que ella no vio. Trató de imaginarse que él no estaba

allí y que ella estaba sola cambiando sus libros. ¿Dónde estaba Morgan? ¿Aubrey?

¿Dónde estaba Kareem? Nadie estaba cerca y sintió la ansiedad arrastrándose en su

corazón haciéndolo latir rápido e irregular.

Cerró la puerta de su casillero y giró. Él estaba allí tal como ella sospechó,

frunciendo el ceño mientras la miraba de arriba a abajo. Dejó que sus ojos la

recorrieran lentamente y se aseguró de que pudiera verlo hacerlo. Ella se movió

nerviosamente y pensó que tal vez debería ir al baño. Podría ocultarse allí, pensó, y

luego la ira se levantó ¿Por qué ella lo dejaría intimidarla así? Pero de todos modos

salió hacia el baño.

Él se quedó cerca detrás de ella, acechándola. Se asustó y aceleró su paso. Dio

la vuelta en una esquina del pasillo y él estaba justo allí en la entrada del baño de

mujeres cuando saltó enfrente a ella bloqueando su camino.

―Hey Emma ―dijo él burlándose. Ella permaneció callada, sus ojos

dirigiéndose a todas partes a su alrededor―. ¿Buscando a tu novio? ―preguntó.

―¿Qué quieres? ―contestó ella temblorosamente.

―No quiero nada ―dijo pretendiendo perplejidad―. Solamente venía para

decirte hola.

Ella hizo un movimiento para caminar alrededor de él, pero le bloqueó su

camino.

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―¿No quieres ser amigable conmigo? ―preguntó apoyándose contra la pared.

Ella no dijo nada.

―Eso lastima mis sentimientos. Eres amistosa con otros negros. ¿Por qué no

quieres ser amistosa conmigo?

Él se movió más cerca hacia ella. Emma contuvo su respiración bruscamente

cuando sintió su mano rozar su cadera. La gente pasaba en todas las direcciones.

¿Nadie vio lo que él le hacía? Quería gritar, pero tenía miedo de lo que él haría.

―Tú eres amistosa con otros negros ―dijo él sensualmente, mirando su

rostro―. Muy amistosa.

―Por favor vete ―susurró ella.

―¿No quieres ser muy amistosa conmigo?

Él habló tan suavemente que sus palabras eran apenas audibles encima de la

conmoción en el pasillo, pero ella las escuchó. También sintió su mano moverse

desde su cadera hasta su trasero, apretándola, y ella instintivamente lo apartó. Él se

rió con desprecio mientras ella corrió al baño.

―Maldita perra ―le escuchó decir mientras la puerta se cerraba detrás de

ella.

Anton empujó otra papa en su boca y la miró.

―¿Emma, qué diablos está pasando? Casi comí la bolsa entera de papas fritas

y tú sólo me dejaste. Amas las papas fritas y siempre me das un infierno por

comerlas. ¿Qué está pasando?

―Las comparto contigo ―contestó ella distraída.

Anton la miró poco convencido.

―No quiero hablar de ello ―dijo ella en voz baja.

Aubrey y Sarah lo notaron también y ellas trataron de sacarlo con delicadeza.

―¿Pasó algo con tus padres? ―preguntó Aubrey.

―No.

―¿Pasó algo en la clase hoy? ―intentó Sarah.

―No.

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―¿No te sientes bien? ―preguntó Aubrey.

―Solamente déjalo, ¿bien? ―espetó Emma. Ella se levantó de la mesa

bruscamente y fue al cubo de basura para deshacerse de su almuerzo no comido.

Anton les dijo a las chicas que se quedaran, que él iría y hablaría con ella.

―Nena, tienes que decirme qué está mal ―dijo Anton cuando la alcanzó. Ella

alzó la vista del cubo de la basura, y él vio las lágrimas nadando en sus ojos.

―Simplemente no puedo ―dijo ella.

―Sí puedes ―contestó él. Puso sus brazos alrededor de ella, y comenzó a

llorar en serio.

―Está bien ―dijo, tomando su mano y conduciéndola a un área más privada

del patio exterior.

―Él me dijo cosas —lloró Emma mientras ellos se sentaron sobre una pared

baja de ladrillos.

―¿Quién te dijo cosas? ―preguntó Anton. Él sintió la naturaleza protectora

como el de un oso hacerse cargo. Esta penetró sus miembros al instante. Estaba

listo para el ataque, todo que necesitaba era un nombre.

―Nate ―dijo ella en voz baja. El corazón de Anton se hundió. Sintió sus

manos ovillarse en puños.

―¿Qué te dijo? ―preguntó, intentando con dificultad controlar su carácter.

―No sé. Él dijo hola, pero no estaba siendo amable. Quería saber por qué no

era amistosa con él, como yo era amistosa con otros chicos negros. Aunque no dijo

chicos negros. Dijo la palabra "n". Él fue realmente desagradable en la manera en

que lo dijo. Y luego me tocó.

Anton ya estaba cruzando el patio en busca de Nate. Emma corrió y agarró su

brazo.

―Por favor Anton, no. Te lo ruego ―suplicó ella, jalándolo de su brazo.

―Emma, perdiste la cabeza si piensas que voy a dejar a ese pequeño perro

hablarte a ti así ―dijo Anton, deteniendo su búsqueda para mirar a su novia―.

¿Dónde te tocó?

―En ninguna parte ―dijo ella.

Se inclinó hacia abajo hasta que su rostro estuvo nivelado con el suyo. Él trató

de tener paciencia.

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―Emma, acabas de decir que él te tocó. ¿Ahora vas a decirme que él no hizo?

―Por favor Anton ―dijo Emma.

―¿Dónde te tocó? ―intentó Anton otra vez, esta vez su temperamento

sacando lo mejor de él.

―En mi cadera ―susurró ella.

―¿En otra parte? ―preguntó él. Pensaba que era una pregunta absurda. Nate

tocando la cadera de su novia era suficiente para volverlo loco. Lo mataría. Él sabía

que lo haría.

―No ―contestó Emma. Anton buscó en su rostro. Él sabía que estaba

mintiendo.

―¿Dónde más te tocó, Emma?

Las lágrimas se desbordaban. Ella no podía decirlo. Se sintió humillada y con

miedo de lo que Anton haría.

―¿Dónde más, Emma? ―preguntó él con impaciencia, y luego se le ocurrió

una idea horrible―. ¿Él tocó tu trasero?

Emma asintió.

―Maldito hijo de perra. Lo voy a matar ―dijo Anton, y siguió con su

búsqueda despiadada.

Emma siguió detrás de él, suplicándole que se detuviera, diciéndole que sólo

empeoraría las cosas. Ella le dijo que estaba bien, que esto no era gran cosa, que él

debería ser mejor hombre y dejarlo ir. Anton la ignoró. El mejor hombre, pensó

increíblemente. El mejor hombre iba a darle una paliza a Nate. Buscó en toda la

escuela hasta que vio a Nate al final de un pasillo en el piso superior. Nate lo vio y

sabía por qué había venido. Él se abrió paso entre las personas con las que estaba

hablando y se dirigió a la escalera. Anton desapareció en un instante, y Emma no

podía esperar para darle alcance.

―¿Por qué corres, negro? ―gritó Anton en lo alto de la escalera―. ¿Tienes

miedo de mí?

―No tengo miedo de ti maldito imbécil ―escupió Nate. Él estaba en el fondo

de la escalera mirando a Anton.

―Entonces ven aquí así podemos tener una pequeña charla ―ordenó.

―No tengo nada que decirte, maldito traidor ―contestó Nate.

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―Bueno, yo tengo mucho que decirte. ¿Cómo diablos crees que vas a tratar así

a mi chica? ―preguntó Anton. Sintió como si estuviera escupiendo las palabras.

―¿Entonces la perra te contó, huh? ―preguntó Nate mordazmente.

―No la llames perra, maldito estúpido―gritó Anton.

―A propósito, Anton, ella tiene un lindo trasero ―dijo Nate―. Gracias por

compartirlo.

Las personas se estaban reuniendo en la escalera, excitadas por una pelea.

Emma entró justamente cuando Anton se dirigía escaleras abajo. Ella observó

desde arriba cuando Nate se mantuvo firme cuando Anton alcanzó el rellano.

―¿Quieres decirlo otra vez? ―preguntó Anton avanzando sobre Nate.

Emma pensó que él había crecido otro metro. Lucía aterrador y amenazante

por la forma en que se elevó sobre Nate, dejando los puños listos para el asalto.

Su rostro retrataba puro odio y Emma estaba segura de que podía matar a

Nate con sus propias manos si quisiera.

―Te dije que tu pequeña perra tiene un lindo trasero. Nosotros deberíamos

tomar turnos con ella algún día.

El puño de Anton fue rápido y preciso. Este chocó contra la mandíbula de

Nate, enviándolo en espiral al piso. Él se quedó allí durante un momento,

masajeando su mejilla palpitante, luego saltó desde el piso y se encontró con Anton

envolviendo sus brazos alrededor de él en un abrazo de oso y lo estrelló contra la

pared. Retrocedió su puño para golpear a Anton, pero fue demasiado lento. Anton

lo pegó con fuerza en el estómago haciéndolo tropezar hacia atrás, luego otra vez en

su rostro haciéndole golpearse contra el hormigón aterrizando con un tremendo

golpe. Nate trató una vez más de levantarse, pero el dolor en su estómago era

demasiado fuerte. Se quedó respirando con dificultad, sabiendo que estaba muy

golpeado y humillado por ello.

―Así es, negro ―se burló Anton―. No te dirijas a Emma nunca más. No me

hables nunca más. Hemos acabado. Ni siquiera te conozco.

Volvió a subir los escalones, evitando las miradas de varios de los estudiantes

que se alineaban en las paredes de la escalera. Tomó la mano de Emma y la llevó

fuera.

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―Probablemente serás suspendido, sabes ―dijo Emma. Ella estaba sentada

en su escritorio esa tarde corrigiendo su tarea escolar. Estaba casi acabando y sólo

le faltaban algunas páginas por escribir.

―No había profesores allí ―indicó Anton. Él estaba acostado sobre su cama

mirando fijamente al techo.

―Hay cámaras por todas partes ―le recordó Emma. Ella hizo una nota en el

margen de una de las páginas mientras hablaba.

―¿Entonces? Alguien responsable tiene que verlo en persona ―discutió

Anton.

―No estoy segura de que eso funcione ―contestó Emma.

―¿Qué diablos, Emma? ¿Quieres que sea suspendido? Ya tengo suficientes

problemas. No hay manera de que mi madre no se entere de esto.

―¿Cómo lo averiguaría tu madre? ―preguntó Emma.

―Ella solamente lo hará. Tiene mágicas maneras de saber siempre lo que está

pasando conmigo. Ella sabía que nosotros estábamos teniendo sexo mucho antes

de esa conversación embarazosa. Sabía cuándo tomé el videojuego de aquel niño

aunque nunca le contó a nadie porque le dije que lo golpearía hasta el cansancio. Le

juré que él me lo dio. Ella sabía que estaba mintiendo intencionalmente. La mujer

sabe.

Emma sonrió.

―Eras un chico malo.

―Lo sé. Estoy tratando de ser mejor. Mira cuán bueno soy contigo. ¿Sabes

que ni siquiera estoy fumando desde que estamos juntos?

―No sabía que fumabas marihuana para empezar ―dijo Emma.

―Chica, eres tan ingenua ―dijo Anton―. ¿Conoces a mis amigos?

Emma gruñó.

―De todos modos, estoy tratando de ser bueno, ¿pero qué opción tenía? Ese

pequeño hijo de puta. No podía dejar que te hablara así, hacer lo que te hizo. ¿Qué

clase de novio sería si dejara que pequeños perros como Nate te hablen así?

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―Aprecio que quieras protegerme o luchar por mi honor o algo así, pero lo

puedo resolver por mí misma ―dijo Emma.

—Chica, por favor. Sabes que me necesitas. ―Él no lo dijo bromeando. Lo dijo

con toda la seriedad de un hombre negro que sabe que está saliendo con una mujer

blanca en el mundo incierto de la secundaria.

Emma se sentó silenciosamente durante un tiempo. Ella fingió corregir su

tarea cuando realmente las palabras que él dijo corrían una y otra vez en su mente.

¿Lo necesitaba ella?, se preguntó. Ella lo quería, eso lo sabía. ¿Pero lo necesitaba?

¿Y si ella lo hacía, eso la hacía débil? ¿La ponía esto en una posición vulnerable?

¿Que si un día él se marchaba? ¿A dónde iría su necesidad? ¿La transferiría a otro

chico, al siguiente en venir y decirle que la amaba y la amaría por siempre? Un

sentimiento alarmante se deslizó en su corazón, y ella se esforzó por ignorarlo.

―No puedo creer que nadie fuera a la administración. ¿Cómo lograste pasar

el resto del día sin haber llamado a la oficina? ―preguntó ella―. Quiero decir, ¿no

vio alguien a Nate?

―Ese pequeño mierda probablemente abandonó la escuela. Es lo que haría de

hecho si fuera humillado así ―contestó Anton.

―Pero de todos modos, ¿nadie fue a la oficina? ―dijo Emma.

―Jesús, Emma, ¿podemos hablar de otra cosa?

Emma se enfureció. Anton lo notó e hizo rodar sus ojos.

―Solamente estoy cansado de hablar de esto. Lo hecho, hecho está. Si llega el

martes por la mañana y me meto en problemas, entonces me meto en problemas.

No hay nada que pueda hacer acerca de algo de eso ahora mismo, así que no quiero

que te preocupes ―dijo él.

―Sólo no quiero que seas suspendido debido a mí. Quiero decir, los finales

comienzan la próxima semana ―dijo ella―. Y deberías preocuparte por eso.

―Nena, me preocupo. Ellos no pueden decirme que no puedo graduarme. No

quiero que te preocupes por mí ―dijo Anton levantando sus brazos hacia ella.

Ella dejó su pluma y fue hacia él. Le dejó acurrucarse contra su cuerpo,

pasando sus manos arriba y abajo de su espalda.

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―Ahora, esto me hace sentir mejor ―dijo él contento. Emma, sin embargo, no

se sintió mejor. Ella no podía yacer allí con él en silencio cuando un millón de

pensamientos y preguntas corrían por su mente. Ella se sentó bruscamente.

―Él vive en este barrio, Anton ―dijo ella.

―¿Quién vive aquí?

―Nate. Nate, Anton. Sabes de quién hablo ―espetó ella.

―¿Y?

―Solamente creo que afrontaste todo de manera equivocada. Ustedes dos

eran mejores amigos. Deberías haber tratado de hablar con él y…

―Emma, tienes que detenerte justo aquí ―interrumpió Anton―. ¿No te acosó

en la escuela? ¿No puso sus manos sobre ti?

―Bueno, sí pero…

―Suficiente. Nadie va a conseguir una charla sobre algo como eso. Van a

conseguir que los golpee sin misericordia. No puedo creer que estés sentada aquí

preocupándote por mi amistad con Nate. Él mató eso cuando te tocó.

―Sólo pensé que…

―Bueno, no pienses entonces ―interrumpió Anton.

―¿Perdón? ―preguntó ella.

―Emma, fuiste una víctima y saqué la cara por ti ―dijo él.

―Bueno, tal vez no quiero ser una víctima. Tal vez podría haberlo resuelto por

mí misma. Pero no tuve la oportunidad porque te encargaste de eso por mí. Sabes,

no puedes hacer eso todo el tiempo.

―Lo siento. ¿Dijiste que ibas a manejarlo? Porque te recuerdo llorando

completamente hacia mí en el patio ―dijo Anton―. Y de todos modos, ¿qué hay de

malo con golpear a un matón que se está metiendo con mi chica?

―¿Qué pasa si no estás ahí algún día? ¿Eh? Tengo que ser capaz de lidiar con

las cosas por mi cuenta ―dijo Emma.

―Estás actuando como si fuera a algún lugar. No estoy yendo a ninguna

parte.

―Sé eso, Anton. Lo sé. Simplemente me haces sentir débil y desvalida ―dijo

Emma en voz baja.

Anton pensó por un momento.

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―Emma, no quiero hacerte sentir así. Pero soy tu novio y es mi trabajo

protegerte. Y no digas que no lo es, porque lo es. Y yo quiero. ¿Y Nate? Él

solamente es un tipo miserable. Él está enloqueciendo, realmente creo que lo está.

Y no quiero que sientas que tienes que ir contra él sola. Está loco. No sé qué hace.

¿Comprendes que simplemente hacía lo que creía correcto?

Emma asintió.

―Todavía pienso que eres escandalosa ―dijo él buscando ligereza.

Ella sonrió y se inclinó para besar sus labios. Él la derribó encima de él y la

dejó besarlo a fondo.

―Eres tan pequeña ―dijo poniendo todo el peso de su cuerpo en el suyo. Ella

se sentía como una manta, caliente y ligera.

Ella sonrió en su cuello.

―Creo que podría ponerte en mi bolsillo y llevarte “todo el día” ―dijo

corriendo sus manos bajo su espalda y dejándolas descansar sobre su trasero.

—No sé cuánto me gustaría eso ―contestó ella.

―¿Por qué? Podrías asomar la cabeza hacia fuera y mirar alrededor. Y luego si

ves algo que no te gusta, simplemente te metes de regreso en mi bolsillo. Cuidaría

de ti.

―Sí, ¿pero qué pasa cuando tengas que ir al baño? ―preguntó ella.

Anton se rió.

―Supongo que no pensé en eso.

Besó su frente y la obligó a mirarlo.

―¿Estamos bien? ―preguntó.

―Sí ―dijo.

―Está bien, porque planeo conservarte. Así que quiero asegurarme de que

todo esté bien.

―Todo está bien ―dijo, y mientras yacía en sus brazos, ella sabía que lo

estaba.

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Capítulo 23 Sábado, 22 de mayo

—Tengo algo para ti —dijo Anton. Sacó una pequeña caja del interior de su

bolsillo del pantalón y se lo dio a ella. Parecía nervioso e inseguro.

—Eso mejor que no sea…

—¡Relájate, chica! Ni siquiera estoy listo para casarme todavía. Y de todos

modos, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos? ¿Cinco minutos? —preguntó.

Ella sonrió y tomó la caja.

—Sé que no ha sido por mucho tiempo —dijo—. Pero se siente así, ¿verdad?

—Sí —dijo él mirando a sus pies.

Estaban de pie a la orilla del agua, a punto de dar un paseo cuando Anton

recordó el regalo que tenía para ella. Pensó que se sentiría extraño estar de pie

cuando lo abriera, así que la invitó a sentarse con él.

Se instalaron en un parche de tierra suave, uno junto al otro. Emma abrió la

caja con cuidado y sacó una pulsera de plata fina. Tenía un solo dije en forma de

corazón. Lo sostuvo en alto para examinarlo y Anton se preocupó.

—Me dijeron que era oro blanco, pero no lo sé. Probablemente me estafaron,

pero pensé que era bonito. Pensé que te gustaría. —Buscó en su rostro una

respuesta.

—Me encanta —dijo en voz baja—. Es hermoso. Gracias.

Él dejó escapar un suspiro de alivio, luego se ofreció a ponérsela. Ella le dejó

fijarla en su muñeca y luego la estudió una vez más.

—Me he dado cuenta de que no usas nunca brazaletes. Espero que no sea

porque no te gustan —dijo, sintiendo la incertidumbre volver.

—Me encantan los brazaletes —respondió ella.

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—Así que ese puede ser el brazalete que estabas buscando en mi habitación

aquella vez —dijo sonriendo.

—¿Eh?

—Chica, siempre olvidas eso —dijo—. Cuando volviste por mí. Fingiste buscar

tu brazalete “perdido”.

—Lo recuerdo —dijo. Incluso ahora, después de todo lo que habían

compartido, pensar en esa noche todavía la hacía ruborizarse.

—Bueno, aquí está —dijo, tocándola con cuidado.

—Me encanta —dijo ella de nuevo.

Anton se sintió mareado. Él nunca había comprado un regalo para una chica

antes y no había estado seguro de qué conseguir para Emma.

Pero él sabía que quería regalarle algo. Decidió dedicar su primer sueldo en

ella, pero encontró el brazalete en una tienda de empeño local mucho antes del día

de pago, y quería hacerlo de inmediato. Tenía miedo de que alguien pudiera

arrebatárselo. Su madre le ofreció el dinero, y él se comprometió a devolvérselo.

Había sabido que era caro, y no le importaba. Él le daría todo lo que tenía y

quisiera porque la amaba.

Ella siguió mirándola, a la forma en que se iluminaba en su muñeca por el sol

de la tarde, y decidió algo.

—No voy a quitármelo nunca —dijo ella.

—Chica, tienes que quitárselo para la ducha y esas cosas —señaló Antón.

—No voy a quitármelo. Nunca —dijo con fiereza.

Él no respondió. Le tomó la mano y la llevó de vuelta al coche. De pronto, no

tenía ganas de ir a dar un paseo. La llevó a su casa, en lugar de eso.

—¿Cómo me haces esto? —preguntó, llevándola por el pequeño pasillo hasta

su dormitorio y cerrando la puerta tras de sí—. ¿Cómo haces que te quiera tanto?

Ella se encogió de hombros y se rió.

Caminó hacia ella y la envolvió en sus brazos, la besó larga y lentamente hasta

que sus labios se estremecieron y dolieron. Ella sintió que él quería más, pero tenía

otra cosa en mente.

—¿Podemos hablar? —preguntó.

—Siempre podemos hablar —respondió mirándola—. ¿De qué quieres hablar?

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—A veces tengo miedo —admitió ella en voz baja, luego se separó suavemente

de su abrazo y se sentó en la cama. Anton siguió su ejemplo—. ¿Qué haremos

cuando nos graduemos?

—¿Qué quieres decir? —preguntó—. Lo mismo que estamos haciendo ahora.

—Él sabía exactamente lo que quería decir. Ella se iría y sería más difícil para ellos.

Sin embargo, estaba decidido a quedarse con ella. Asumía que sus sentimientos

eran los mismos.

—Nunca esperé estar contigo —dijo. Ella tocó su nuevo brazalete—. Nunca

esperé enamorarme de ti. ¿Es real? No tiene mucho tiempo. Pero se siente real para

mí. Eso tiene que ser correcto, ¿no crees?

—Por supuesto que es correcto —respondió Anton—. Y es real, Emma. ¿Por

qué tienes miedo de que no lo sea? Tú me quieres, ¿no?

Ella asintió.

—Y yo te amo —él dijo—. Eso es real.

Ella sonrió.

—Nunca esperé que te enamoraras de mí, sin embargo —admitió Anton—.

Supe que te amaba desde el momento en que te vi el año pasado.

—¿Qué? —dijo Emma—. ¿El año pasado?

—Chica, eres tan despistada —respondió Anton recostado en su funda

nórdica. Ella hizo lo mismo.

—¿Tú me notaste el año pasado?

—Por supuesto que lo hice —respondió Anton mirando hacia el techo de la

habitación—. Teníamos historia juntos. ¿No te acuerdas?

—No me acuerdo —admitió Emma—. No recuerdo nada realmente hasta el día

en que te conocí en la clase de inglés.

—Bueno, eras tan linda entonces como ahora. Pensé que nunca tendría la

oportunidad de hablar contigo, así que traté de sacarlo de mi mente —contestó

Anton—. Pero yo sabía que te amaba de todos modos. Pensé que sólo tendría que

estar con otra chica, pero siempre te he amado. Y eso no era justo para nadie.

—Pero ni siquiera me conocías —dijo Emma.

—Sí, lo hacía —contestó Anton.

—¿Cómo?

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—Chica, ya sabes que no puedo explicarlo. Sólo te conocía, y sabía que si

alguna vez tenía la oportunidad de estar contigo, no la desperdiciaría.

—¿Crees que tuvimos relaciones sexuales demasiado pronto? —preguntó

Emma abruptamente. Lo vio girarse hacia ella en su visión periférica y mantuvo los

ojos clavados en el techo.

—No.

—¿Estás diciendo eso porque eres un muchacho de dieciocho años? —

preguntó.

—Sí.

Emma se echó a reír.

—En serio, Anton —insistió, y lo miró.

—Emma, eres mía para siempre. ¿Lo entiendes? Así que no importa si hice el

amor contigo ahora o esperamos tres meses o diez años. Eres mi chica y siempre

vas a ser mi chica —dijo Anton. Se sintió posesivo al instante y la tiró encima de él.

Ella no se resistió.

—No puedo imaginar estar algún día sin ti —dijo ella—. No me importa si eso

suena melodramático. Me da igual que hayan sido sólo un par de semanas. Te amo,

Anton.

—Lo sé —dijo—. Yo también te amo.

—Llámame “nena” —exigió ella.

—Nena, te amo —dijo.

Se agachó hasta que su cara estaba contra la suya y sonrió. Y entonces ella le

dio un beso y le dejó amarla a fondo toda la tarde, hasta que se sintió borracho y

mareado.

Anton sabía que su madre le gritaría si no terminaba las dos cargas de ropa

que le había dicho que hiciera antes de ir a trabajar. Hubiera preferido quedarse en

la cama con Emma, pero no le gustaba la idea de que su madre le gritara toda la

noche. Y para ser honesto, estaba agotado e incluso dolorido, notó de repente. No

se había dado cuenta de que podía hacerle el amor durante tanto tiempo. Y quería

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forzar a su cuerpo a seguir adelante, pero no pudo. Estaba completamente y

deliciosamente cansado, e imaginaba que ella también.

La vio irse pensando que estaría muy cansado en el trabajo esa noche. Y débil,

también. ¿Cómo iba a ser capaz de cargar cajas pesadas toda la noche? Lo único

que quería hacer era meterse en la cama y dormir por unos días, acumulando sus

fuerzas una vez más para poder amarla de nuevo. La idea era tan tentadora. Tal vez

podría tomar una pequeña siesta, pensó, pero justo cuando caminaba de regreso a

su habitación, vio la cesta de la ropa. Maldijo en voz baja y la recogió.

Se abrió camino hacia la planta baja y por todo el complejo hasta la lavandería

comunitaria. Abrió la puerta y se sintió aliviado al no ver a nadie en el interior. No

tendría que esperar por una máquina. Cargó dos tandas y estaba a punto de ir al

piso de arriba cuando oyó la puerta abrirse. Se dio la vuelta para ver quién era.

Nate estaba delante de él luciendo confundido, un poco aturdido. Anton se

tensó de inmediato, sin saber qué decir. Notó la larga herida que recubría la

mandíbula de Nate y se encogió ante el recuerdo de la pelea entre ellos.

Nate se acercó a él, y Anton pudo oler el alcohol y el fuerte hedor acre de la

marihuana.

Ocurrió tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar. El brazo de Nate se

disparó rígido e inflexible frente a Anton, sus dedos se cerraron con fuerza

alrededor de un objeto de metal brillante. Apuntó directamente hacia Anton,

avanzando con determinación hasta que la punta de su pistola se encontró con sus

ojos. Apretó la pistola con fuerza contra su rostro, y Anton instintivamente alzó las

manos en señal de rendición.

—Sí, eso es, negro. Lanza las manos arriba —se burló Nate. Él empujó su

pistola, obligando a la cabeza de Anton a tocar la pared.

—¿Qué demonios estás haciendo, Nate? —preguntó Anton. El miedo era

palpable en su voz, en su rostro, en todo su cuerpo—. ¿De dónde sacaste una

pistola, hombre?

—¡No me hables, joder! —gritó Nate, moviendo la pistola para dar énfasis—.

¡Amante de coños blancos! ¡Hijo de puta pedazo de mierda!

Anton no respondió. En su lugar, rezó en silencio por una salida, pero no se

presentó la oportunidad, y sabía que tenía que considerar la probabilidad de morir

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hoy. Lo absurdo de la situación, pensó, era que había hecho el amor toda la tarde y

sentido que el mundo era un lugar glorioso antes de morir en un lavadero sucio.

—¡Éramos como hermanos, hombre! —gritó Nate. Sólo entonces notó Anton

las rayas en la cara de su amigo, dejadas por las lágrimas—. ¡Entonces me jodiste!

¡Me jodiste delante de todos!

Apretó la pistola incluso con más fuerza contra sus ojos, y Anton sintió un

dolor sordo en los músculos que rodeaban la cuenca de uno de sus ojos.

—Hombre, ¿qué podía hacer? Dijiste todas esas cosas, Nate —dijo Anton

tratando de calmarlo—. Lo siento, hombre.

—¡¿Por un coño blanco?! —gritó Nate—. ¡¿Te pusiste en contra de tu hermano

por un coño blanco?!

Anton no sabía qué decir. Pero sabía que tenía que seguir hablando,

hablándole a Nate para que la bajara, hablándole al arma para que se alejara.

Él se sorprendió cuando Nate bajó el arma de repente. No se movió, sin

embargo. Sólo miró cómo Nate parecía luchar contra los pensamientos dentro de

su cabeza. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba drogado con algo más

que mala hierba. Anton temía a las drogas fuertes que impregnaban el cuerpo de

Nate, preguntándose cómo podría anticipar el siguiente movimiento de su amigo,

sabiendo que Nate era errático y capacitado para el arma.

Voy a morir, pensó, rompiendo en sudor frío.

La ira de Nate parecía disiparse mientras estudiaba la pistola en su mano.

—Hombre, ¿te acuerdas de la señora Wallace? —preguntó de repente.

—Sí —contestó Anton. Su cuerpo estaba tenso por la incertidumbre.

—¿Te acuerdas de cuando tomamos el periódico en su escalera de entrada

porque queríamos ver horarios de películas? —continuó Nate.

—Sí, hombre —contestó Anton.

Nate se echó a reír.

—¿Te acuerdas de que vino a mi casa y estábamos solos y ella vino como una

tormenta gritándonos?

—Nos asustó como la mierda —dijo Anton, moviendo la cabeza y sonriendo

con inquietud.

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—Hombre, ¡nunca lloré tan fuerte en toda mi vida! —dijo Nate. Su risa era

pura—. Sólo teníamos, ¿qué? ¿Ocho? ¿Nueve años? Dios, ¡esa perra estaba loca!

Anton forzó una risa, pero todo el tiempo estaba pensando en una manera de

sacar el arma de la mano de Nate.

—Mierda, tuvimos algunos momentos locos —dijo Nate. Las lágrimas fluyeron

libremente entonces. Se limpió la cara con torpeza.

—Bueno, no es como si hubieran acabado —señaló Antón.

—Éramos geniales —dijo Nate, ajeno a las palabras de su amigo. Se tambaleó

ligeramente—. ¿Sabes que ni siquiera me graduaré? —dijo. Miró a Anton con ojos

inyectados en sangre.

—¿De qué estás hablando? —dijo Anton.

—Ya me has oído. Yo no me graduaré. Seré como mi madre, hombre.

Teniendo tres trabajos de mierda para darme el lujo de vivir en este pedazo

abandonado de mierda. —Las lágrimas estaban cayendo de vuelta y él se las limpió

descuidadamente.

Anton pensó que tal vez esta era su oportunidad. Hizo un movimiento hacia

Nate, pero se detuvo en seco.

—La jodiste, hombre —dijo Nate, levantando la pistola al pecho de Anton.

—Dime cómo solucionarlo —dijo Anton, su corazón latía en sus oídos—. Yo lo

arreglaré.

—No hay arreglo para esto, hombre —respondió Nate—. He visto tu corazón,

hombre. He visto tus verdaderos sentimientos. —Movió el arma hacia un lado como

si estuviera probando algo. Probando la manera de retenerlo para un mejor control.

Probando la mejor manera de matar a su amigo.

—Jesucristo, Nate —dijo Anton. El pánico invadió su voz.

—Esa perra lo jodió todo. Nos iba bien. Estábamos haciendo lo nuestro. Ella

entró y yo salí.

Nate miró directamente a la cara de Anton.

La presión en el corazón de Anton se apretó. Quería alcanzar a su amigo,

abrazarlo y prometerle que todo iba a estar bien.

—No fue así —declaró Anton.

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—Ella entró y yo salí —repitió Nate. Bajó el arma de nuevo, era demasiado

pesada para que la sostuviera levantada por mucho tiempo. Se tambaleó.

—Eres mi mejor amigo, Nate —dijo Anton suavemente.

—¿Lo soy?

—Vamos, hombre. Sabes que lo eres. ¿Cómo no vas a saberlo?

—Dijiste que no me reconocías. Eso es lo que dijiste —gritó Nate.

—No quise decir eso, hombre. Estaba enojado. Me conoces, amigo, Nate —

dijo Anton.

Nate se quedó mirando a su amigo. Las lágrimas continuaron fluyendo. Es

una agonía verlo llorar, pensó Anton.

—No tengo nada, hombre —dijo Nate.

—Eso no es cierto, perro. Tienes un montón de cosas —dijo Anton.

—No tengo planes, no tengo futuro. Lo perdí todo, hombre. Te fuiste lejos de

mí. Kareem, todos ellos, ¡se alejaron de mí! —gritó Nate. Su grito provenía de las

partes más profundas. Cantaba una melodía de absoluta desesperanza.

—Nadie se alejó de ti, Nate. Nosotros siempre seremos tus amigos.

Nate miró a Anton como si no lo conociera.

—Ella entró, yo salí —dijo en voz baja.

Hubo una finalidad en sus palabras que Anton entendió. Cerró los ojos y rezó

por el perdón. Se preparó para la bala. Hubo un retraso, y abrió los ojos para ver a

Nate sosteniendo el arma contra su propia cabeza. Anton gritó y cogió el arma, pero

era demasiado tarde, la explosión sonó en la habitación vacía.

Anton vio con horror cómo su amigo caía al suelo con un ruido sordo, la

sangre rezumando con fuerza y rapidez fuera de los costados de su cabeza. Gritó,

un grito gutural que venía desde sus profundidades, cayendo de rodillas al lado de

su amigo.

—¡¿Qué mierda, hombre?! —gritó, sosteniendo la cabeza de Nate en su

regazo—. ¡Jesús!

La sangre estaba por todas partes, salpicada en las paredes y las lavadoras,

corriendo constantemente por los brazos y piernas de Anton, reuniéndose

rápidamente a su alrededor. Trató de detenerla presionando sus manos firmemente

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contra los lados de la cabeza de Nate, haciendo caso omiso de la sensación extraña

y aterradora de los orificios asimétricos en las sienes de Nate.

—¡Alguien ayúdeme! —gritó.

Alguien debía de haber oído el disparo y llamado a la policía. Anton oyó las

sirenas, aún bajas y distantes, pero llegando.

—Ya vienen —le susurró Anton a Nate—. Aguanta, hombre. Ya vienen.

Eran palabras vacías, lo sabía, pero las dijo que de todos modos. Se sentó en el

duro hormigón agarrando a su mejor amigo, sus lágrimas vertiéndose y cayendo al

suelo para mezclarse con la sangre, mintiéndose a sí mismo al decirse que los

paramédicos podrían hacer algo. Que harían un milagro. Que traerían a Nate Perro

de regreso. Que no estaba muerto y enterrado. No podía ser, porque Anton no

imaginaba un mundo sin su amigo. Ese mundo no existía.

La policía y la ambulancia llegaron entonces. Anton fue llevado, empujado a

un lado mientras los paramédicos trabajaban en su amigo.

No parecen moverse rápido, pensó. ¿Por qué no se mueven más rápido, con

más urgencia?

Cuando la sábana fue estirada sobre el rostro de Nate, Anton gritó. Fue un

sonido crudo, animal y con la más profunda angustia. Trató desesperadamente de

empujarse más allá de los oficiales. Tenía que llegar a su amigo. Pero lo detuvieron,

dejándolo mirar desde lejos cómo el cuerpo de Nate era cargado en la ambulancia.

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Capítulo 24Lunes, 24 de mayo

Ella no lo podía conseguirlo. Fue a su casa el domingo, pero él no estaba allí.

Llamó varias veces, pero no respondió. Le envió un mensaje pero no recibió

ninguna respuesta. Estaba frenética, corriendo en su mente a través de los

acontecimientos de la última vez que estuvieron juntos. ¿Hizo algo malo? ¿Dijo

algo mal? Lo único que podía recordar era una tarde de gloria. Él le había dado una

pulsera, la sujetó a su muñeca, y luego hizo el amor. ¿Cómo podría cualquiera de

eso estar mal?

Caminó por el pasillo deseando que él estuviera en su casillero. Él no estaba,

pero se dio cuenta de varios estudiantes reunidos al final del pasillo. Estaban

rondando alrededor del casillero de alguien, con la cabeza agachadas, hablando en

voz baja, y ella necesitaba saber por qué. Se dirigió hacia ellos, pasando varias

chicas que parecía que había estado llorando. Su corazón se aceleró. Algo andaba

mal, y se esforzó por ignorar el temor que sentía serpenteando a través de su

vientre.

—¿Qué pasa? —le preguntó a la primera persona que vio. Él era otro sénior

que ella recordaba haber visto en su clase de Cálculo. No sabía su nombre.

—Mierda loca, eso es lo que pasa. Este tío se pegó un tiro en la cabeza el fin de

semana —respondió el chico.

—¿Quién? ¿Quién se disparó? —preguntó ella con urgencia.

—No lo sé. Creo que su nombre es Nate o algo.

Ella no recordaba cuando se subió a su coche o manejó a casa de él. No se

recordaba estacionándose y subiendo los escalones de cemento. Recordó llamar a

la puerta, sin embargo. Ella envolvió sus nudillos con fuerza en la puerta, tocando

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luego golpeando. Él no respondió. Pero estaba decidida. Ella probó el pomo de la

puerta, y se giró. Abrió la puerta tentativamente y lo llamó. No hubo respuesta,

pero oyó la música que salía de su dormitorio.

Empujó la puerta de su habitación abierta. Estaba sentado en el borde de su

cama. Había estado llorando, ella podía decirlo, las manchas todavía estaban

frescas en su rostro. Parecía aturdido y cansado, con la mirada perdida al frente.

Ella caminó hacia él lentamente, oyendo la voz familiar de su rapero favorito a todo

volumen desde su reproductor de CD.

Emma apagó la música y dijo su nombre suavemente. Al principio, parecía

ajeno a todo. No fue hasta que se arrodilló delante de él y limpió con cuidado

debajo de uno de sus ojos que él se dio cuenta de su presencia. Él se apartó

mirándola como si fuera una extraña.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

¿Cómo iba a empezar a decirle que ella lo lamentaba? No podía imaginar la

pérdida de un amigo cercano tan atrozmente, y las palabras que tantas veces venían

tan fáciles para ella estaban perdidas.

—Regrese a la escuela —ordenó, y se inclinó para presionar PLAY en el equipo

de música.

Se trasladó a la cama y se sentó junto a él. Pensó que tal vez debería estar en

silencio por un tiempo y dejarlo escuchar su canción. Cruzó las manos sobre su

regazo y esperó pacientemente, escuchando las palabras de una canción que ella no

entendía. Deseó que Anton no las entendiera tampoco. Pero lo hizo, y vio sus

grandes ojos dorados llenarse de lágrimas frescas que se extendieron con las

palabras de pérdida y desesperanza.

Emma no pudo soportarlo más. Alargó la mano y apagó la música.

—Anton —comenzó. Él la miró esperando a que continuara. Cerró sus manos

sobre las de él, mirándolo—. Dime qué puedo hacer.

—Te dije que volviera a la escuela —dijo.

Ella no se movió. El dije del corazón en su pulsera rozó su muñeca y él jaló de

sus manos de un tirón.

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—No hay nada que puedas hacer, ¿de acuerdo? —dijo con dureza—. Mi amigo

está muerto. ¿Lo entiendes? Él no va a volver. ¿Sabes cómo lo sé? ¡Porque lo vi

volarse sus malditos sesos!

Emma sintió las lágrimas corriendo por su rostro. No podía comprender lo

que dijo. Él lo presenció. Fue testigo del suicidio.

—¿Por qué lloras? —preguntó—. Ni siquiera te gustaba.

—Estoy llorando porque te estás haciendo daño y no sé qué hacer. Quiero ser

una buena novia para ti, pero no sé cómo —dijo sollozando.

Él se estremeció al oír la palabra "novia", y ella lo vio.

—Emma, sal de mi cuarto. Vuelve a la escuela. No necesitas estar aquí —dijo

con firmeza.

—Por favor, Anton —dijo ella

Se puso en pie de repente y la agarró del brazo. La arrastró desde la

habitación hasta la puerta principal, donde la soltó. Ella no se rendiría. Envolvió

sus brazos alrededor de su cintura, sosteniéndolo cerca, intentando disminuir su

ira. Pero su abrazo forzado sólo la alimentó, y se quitó sus brazos de alrededor de

su cuerpo y la sujetó con el brazo extendido como si fuera venenosa.

Él la miró a los ojos, su voz baja y controlada.

—Vete a la mierda fuera de mi casa.

Ella salió corriendo y se resbaló en el último escalón, cayendo al pavimento de

hormigón después. Ella gritó cuando sintió instantáneo ardor en sus rodillas. Miró

hacia abajo y vio la sangre ya filtrándose de ella, corriendo por sus piernas en

profundos lazos rojos. Ella no tenía nada para detener la sangre y se volvió hacia la

puerta. Pero él ya había cerrado, ella no era bienvenida.

Cuidadosamente se metió en su coche, agradecida por la tarea de enfocarse en

sus rodillas para que no tuviera que pensar en lo que él le dijo. Trató de ser

cuidadosa, pero sabía que la sangre goteaba sobre sus alfombras del piso. Tendría

que limpiarlas, pensó. ¿Cómo logra uno sacar la sangre de la alfombra?

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Cuando ella estaba recién bañada y vendada, se sentó en su cama y lloró.

Lloró por sus palabras hirientes y las implicaciones detrás de ellas. La culpó. Ella

tenía la culpa de que Nate estuviera muerto. Ella lo robó lejos como una bruja,

lanzó un hechizo sobre él que le hizo abandonar la vida que conocía con amigos que

se preocupaban por él. Dejó a un amigo completamente solo, y el resultado fue una

bala en la cabeza.

Las lágrimas se derramaron al pensar en su soledad inminente. Él no la

quería nunca más. La odiaba por las molestias que le trajo, devastando su mundo y

haciéndole olvidar quién era. Era culpa de ella, y no podía deshacerlo. No podía

regresar a Nate de entre los muertos, sino ella lo haría. Ella viajaría al mundo del

más allá y lo buscaría, incluso si tomaba años. Ella lo encontraría y traería de

vuelta. Y lo amaría como el hermano que nunca tuvo.

Ella subió a la cama y tiró de sus rodillas a su pecho. Se meció adelante y atrás

sintiendo el pánico alzándose. Ella no tenía la fuerza para luchar contra ello. Sólo

pudo murmurarse palabras inútiles una y otra vez: “Todo estará bien. Todo estará

bien. Todo estará bien.” Pero sabía que no lo estaría. Nada podría estar bien otra

vez, y pensó en los tres niños que jugaban a las escondidas, deseando poder estar

con ellos ahora para que pudiera esconderse para siempre y nunca ser encontrada.

Jueves, 27 de mayo

La semana fue solitaria. Él nunca vino a la escuela, y mientras su corazón

sufría por él, se alegró por su ausencia. No sabría qué hacer si él estuviera allí. Sus

amigas trataron de consolarla.

La abrazaron y le dijeron una y otra vez que todo iba a estar bien, que iba a

superarlo y sería feliz de nuevo. Ella sintió la amargura entrar a hurtadillas y

curvarse alrededor de su corazón. Odiaba las palabras que le dijeron a ella. Eso es

lo que todos dicen cuando el corazón de alguien se rompe, pensó. Vas a seguir

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adelante. Lo superarás. Pero ellos no sienten su dolor, no podía esperar

comprenderlo. Ni siquiera ella podía comprenderlo.

Intentó varias veces durante la semana entrar en contacto. Ella lo llamó y le

dejó mensajes hasta que su buzón de mensajes se llenó y ya no pudo más hacerlo.

Era como un fantasma para ella, y entró en pánico ante la idea de que podría nunca

verlo otra vez. Los finales comenzaron hoy y duraran hasta la próxima semana. ¿Se

aparecería para ellos, se preguntó? Si no, entonces ella nunca lo vería de nuevo, al

menos no en la escuela. Ella dudaba que fuera a asistir a la graduación.

Vio a Kareem durante la mitad del día. Dudó al principio acercarse, tal vez él

compartía los sentimientos de Anton y estaba enfadado con ella, pero estaba

desesperada por noticias de su novio.

Él era todavía su novio, pensó resuelta. Caminó rápidamente hacia Kareem

antes de su coraje le fallara. Dio un golpecito en su hombro y él se dio la vuelta.

Sus ojos eran grandes y tristes. Se veía tan cansado como Anton lo había

estado el día en que lo encontró en su habitación.

—Hola Emma —dijo en voz baja.

—Kareem, lo siento —dijo, las lágrimas corriendo de nuevo. Se preguntó

cuánto podía llorar antes de que su cuerpo se secara y marchitara en nada.

—Lo sé —dijo, la niebla elevándose en sus propios ojos.

—No sé qué hacer. Anton no quiere hablar conmigo —dijo Emma.

—Él es un desastre, Emma —contestó Kareem, sacudiendo descuidadamente

hacia su cara regordeta.

—Siento que él me odia —dijo en voz baja.

—Él no te odia. Él no sabe lo que siente. Él sólo conoce el dolor.

—Pero ni siquiera habla conmigo —dijo Emma.

—Él no quiere hablar con nadie. Tuve que obligarlo a verme ayer. Su mamá

está toda preocupada por él. Ella teme que haya perdido la razón. Pero, quién

puede culparlo después de lo que vio.

Emma se secó los ojos.

—Estábamos abajo en la tienda consiguiendo algunos bocadillos. Todos

íbamos a jugar cartas y drogarnos. No vimos nada, pero otras personas dicen que

sostenía Nate y había sangre por todas partes. Todo sobre él. En todo el piso. —

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Kareem no pudo terminar. Él se echó a llorar, y Emma envolvió sus brazos

alrededor de él, abrazándolo a ella porque no sabía qué otra cosa hacer.

—Nadie debería ver eso, hombre. Nadie —dijo después de un tiempo. Ella lo

soltó y se limpió la cara.

«Nate, estaba tan enojado. Nunca entendí eso de él. ¿Por qué siempre estaba

tan enojado? Lo echo de menos, Emma, pero tal vez ahora está en paz, ¿sabes? Sólo

espero que en paz.

Emma asintió, pero no dijo nada.

—No puedo creer que esté aquí para tomar un examen. Mi profesora dice que

lo pospone, pero ¿cuál es el punto? No me voy a sentir mejor la próxima semana —

dijo.

Emma recordó el proyecto final en su bolso. Se obligó a completar durante

esta semana sin Anton. Nada de eso se sentía bien porque él no estaba con ella para

poner las últimas piezas juntas, para hacerlo de ellos. Se sentía como si hubiera

sido el penoso intento de ella al escribir por ellos dos. Eran las palabras de ella al

final. Simplemente puso el nombre de él.

—Me tengo que ir —dijo Kareem, y Emma lo abrazó despidiéndose. Ella lo vio

moverse pesadamente por el pasillo, cabeza abajo, hasta que desapareció rodeando

la esquina.

Se dirigió al cuarto de baño antes de entregar su proyecto final al Dr.

Thompson. Ella caminó lentamente por el pasillo, buscando a Anton. Tal vez él

aparecería al menos por un momento para que ella pudiera decirle que lo amaba.

Ella se olvidó de decirle cuando lo vio por última vez.

No se dio cuenta de que estaba siendo seguida dentro del baño. Ella se

encerró en la última caseta y se detuvo para sonarse la nariz en algo de papel

higiénico. Ella se secó los ojos y respiró hondo. El cuarto de baño estaba en

silencio, y se alegró por la paz temporal. Tuvo la tentación de esconderse en la

caseta durante el resto de la tarde, pero tenía un trabajo por entregar y un final que

tomar.

Abrió la puerta y salió sosteniendo su proyecto final. Ella fue recibida por tres

chicas, amigas de Nate, que reconoció al instante. La miraban, con sus cabezas

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inclinadas hacia un lado, decidiendo qué hacer con ella. El temor la consumió de

inmediato, y buscó en su mente una manera de escapar.

—Así que la perra blanca piensa que puede joder a un chico negro —dijo una

de las chicas.

Emma no dijo nada. Sus ojos se movían frenéticamente alrededor. ¿Qué podía

hacer para salir de allí?, pensó. Pero las chicas la habían atrapado contra la pared

del cuarto de baño, y sólo entonces notó una cuarta manteniendo guardia junto a la

puerta.

—Sí que tienes agallas, chica, pensando que puedes follar uno de los nuestros,

—continuó la chica. Ella parecía ser el líder de esta muy real, muy aterradora

pandilla.

Emma abrió la boca para decir algo. Siempre oyó que el hablar ayudaba. Tal

vez si ella sólo decía algo, la dejarían ir. Pero las palabras se atascaron en su

garganta.

—¿Sabes que eres responsable de matarlo? —preguntó otra de las chicas.

Emma negó.

—¿Oh no lo sabes? Bueno, lo eres. Verás, te metes con un negro y haces un lío

de su vida y lo haces ponerse en contra de su hermano. Lo haces humillar a su

hermano en frente de todos. Sí, yo estaba allí y lo vi todo. —Era la jefa de la banda

la que habló—. Luego él va y se mata de dolor. Y tú eres responsable de eso —

continuó—. Así que la pregunta es, ¿qué debería sucederte?

Emma sintió las lágrimas picando en sus ojos, su rostro inundado de ellas. Su

cuerpo se sacudió con violencia, el terror fluyendo a través de ella, haciéndola

sentir como que quisiera vomitar o derrumbarse.

—Supongo que vamos a tener que hacerte pagar —continuó la jefa de la

banda, y sacó un cuchillo de su bolso.

—Estoy suplicando —susurró Emma, sintiendo que iba a desmayarse—. Por

favor, no lo hagas.

Sus palabras fueron ignoradas mientras el cuchillo se hundía en su estómago

una y otra vez. Era un dolor eléctrico que la dejaba sin palabras. No podía hacer

nada más que doblarse y tratar duro de protegerse a sí misma, pero el cuchillo

encontró su camino entre sus brazos, cortando su piel y martillando sus entrañas.

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Las chicas huyeron dejándola sola para observar la sangre se filtrando en el

frente de su blusa. Ella colapsó en el suelo, la sangre manchando el proyecto final

todavía aferrado en su mano. No podía creer la cantidad de sangre.

Ella pensó que se podía bañar en ella, nadar en ella, dejar que la tragara

entera.

El dolor electrizante se calmó al sentir una nueva sensación. Ya no le dolía, y

eso la hizo marearse. Ella se rió mientras se aferraba al suelo sucio. Se estaba

moviendo, pensó. El suelo estaba moviéndose, y su corazón se aceleró al sentir la

sensación de mareo que viene antes de un desmayo. Ella pensó que tal vez le

gustara desmayarse, y sonrió débilmente mientras sus párpados se cerraban.

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Capítulo 25Martes, 02 de junio

Ella despertó de su sueño. Sintió una máscara en su cara y quería quitársela.

Dio la orden a sus manos para moverse, pero se mantuvieron congeladas a sus

costados. Pensó que se ahogaría con la máscara y se sentía desesperada por que

alguien se la quitara. Pero luego se dio cuenta de que estaba empujando algo en su

cuerpo que ella necesitaba. Casi podía oírlo, una canción suave de la vida que fluya

dentro de ella, ayudándola a hacerse fuerte de nuevo.

Pensó que sintió la mano de él en la suya. Sus dedos acariciando suavemente

su palma. Él estaba diciendo algo. Le pareció oírlo llorando, y quiso decirle que

todo iba a estar bien. Que ella estaba sintiéndose mejor. Sintió sus labios sobre su

frente y su mano dejar la suya. No te vayas, pensó. Quédate un rato. Te llevaré al

cine. Te llevaré al parque. Podemos sentarnos y ver los patos en el agua y hablar de

nuestro proyecto. Puedes decir algo divertido y me reiré, porque siempre me río.

Podemos hacer lo que quieras, pero por favor no te vayas.

Sentía la cabeza nublada y se deslizó de nuevo en su sueño.

Anton salió de la habitación de mala gana. Su tiempo se había terminado,

unos cortos quince minutos, y él vio cómo sus padres lo pasaban en su camino a su

habitación. Ellos lo reconocieron, pero no dijeron nada. Caminó hasta el vestíbulo y

se hundió profundamente en una silla. Se quedaría allí y esperaría hasta que

pudiera volver a verla. Dormiría en el hospital cada noche hasta que la liberaran.

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Él puso su rostro entre las manos y respiró profundamente. Fue casi

insoportable verla por primera vez. El respirador, los tubos por todas partes, la bata

de hospital delgada cubriendo sus heridas grotescas. Él sabía que estaban allí,

podía imaginar cómo se veían, y lloró cuando se imaginó lo que le debió haberle

sucedido a ella en ese sucio y solitario baño. Y él no estaba allí para protegerla. La

había echado de su casa, de su vida, porque él estaba consumido por su propia

pena. Él nunca pensó alguna vez cómo ella se debía haber sentido.

Cada día su mamá lo instaba a volver a casa. Se preocupaba constantemente,

él podía decirlo, y deseaba poder hacer algo para aliviar su angustia. Ella estaba allí

mucho, comprobando a Emma, dándole actualizaciones cuando no se le permitió

verla. Sabía que Emma no moriría porque era demasiado joven. Ella lucharía

porque tenía que creer que ella sabía que él aún la amaba. A pesar de su enojo y

palabras hirientes, la amaba. Y tan pronto como ella abriera los ojos, le diría eso.

Decirle que no volvería a hablarle de esa manera otra vez, que iba a acunarla contra

él por siempre susurrando sólo el lenguaje del amor en su oído, respirando la

dulzura de nuevo dentro de ella. El dolor desaparecería como si nunca hubiera

existido, y ellos encontrarían su camino de regreso al tiempo en que se besaron por

primera vez.

Levantó la vista cuando oyó a alguien aclararse la garganta. Era el padre de

Emma de pie sobre él viéndose preocupado. Se sentó frente a Anton, su rostro se

veía demacrado y cuando empezó a hablar, Anton oyó la tensión en su voz, como

cada palabra era una lucha.

—Esa es mi bebé en allí —dijo.

—Lo sé —contestó Anton.

—No, no creo que lo sepa —dijo Chapman. Su tono no era acusatorio—. Verás,

yo la hice. Y cuando tomé esa decisión, me hice cargo de la responsabilidad de

protegerla. No hasta que yo pensara que era lo suficientemente madura, sino para

siempre. Porque ella será siempre mi niña, incluso cuando tenga cien años.

Anton estaba en silencio, escuchando.

—La amo más que a nada. La amo más que a mi propia esposa —dijo

Chapman en voz baja.

Anton levantó las cejas ante eso.

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—Y tengo la sensación de que la amas también —continuó.

—Lo hago —dijo Anton. Su voz se quebró, y se aclaró—. Lo hago —dijo con

más firmeza.

—¿Y qué ha hecho tu amor por ella, hijo? —preguntó el señor Chapman.

Anton no tenía respuesta.

—Verás, mi amor sana y protege. Ese es el amor de un padre. Y nadie en el

mundo puede igualarlo. ¿Pero tu amor? Tu amor la ha roto y llenado de cicatrices.

Ese es tu amor. ¿Ves la diferencia?

Antón sintió que las lágrimas picaban en sus ojos. Él quería decir que su

padre estaba equivocado, que su amor podía sanar, también, pero no pudo.

—No puedo decirte que te mantengas alejado de mi hija —dijo el Sr.

Chapman—. Vas a hacer lo que quieras basado en lo que crees que es correcto. Pero

Anton, tienes que recordar algo. Ella va a sanar y salir de este lugar. Va a reanudar

su vida con normalidad. Pero, lo que ha pasado entre ustedes está roto y puede

nunca ser solucionado. Y si tratas de aferrarte a ella a causa de tu propio egoísmo,

la destruirás.

Anton enterró su cara una vez más en sus manos. No quería creerlo. Podrían

superar esto.

Ambos podían sanar y seguir adelante. Sabía que él quería eso, y sabía que

ella quería eso también.

El padre de Emma se puso de pie lentamente y puso su mano sobre el hombro

de Anton. Se quedó allí durante unos momentos y luego se alejó.

Era tarde y Anton estaba autorizado a verla durante cinco minutos. Las

enfermeras eran tercas y querían mantenerlo fuera por completo, pero su madre

persuadió a una de ellas para dejarlo entra. Ella fue firme en su límite de tiempo de

cinco minutos, diciéndole que no podría ver otra vez a Emma si se ponían difíciles,

él asintió comprendiendo. Ella estaba poco dispuesta a salir de la habitación, y sólo

lo hizo cuando le dijeron que fue fuera a comprobar a otro paciente. Cerró la puerta

silenciosamente tras ella.

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Él tomó la mano de Emma inmediatamente. Se inclinó para besarla,

pensando por un breve y emocionante momento sentirla moverse. Pero era sólo su

imaginación. Ella yacía inmóvil y muy lejos de él.

—Emma —dijo en voz suavemente—. No sé si puedes oírme, pero lo diré de

todos modos. Te amo.

Esperó, pero ella no se movió.

—Tienes que saber eso —continuó—. No puedo creer la forma en que te hablé

el otro día. Yo estaba fuera de mi mente, tienes que saberlo. Ni siquiera puedo

imaginar mi vida sin ti. Y sé que sólo tengo dieciocho años. Se supone que debo

tener el mundo entero abierto para mí, ¿correcto? No quiero nada de eso. Sólo te

quiero a ti. Tú, mi mundo, Emma, y yo sólo te quiero a ti.

Se limpió la cara y la miró con seriedad.

—Abre los ojos, Emma —exigió en voz baja. Ella se quedó inmóvil.

«Emma, ¿me oyes? —preguntó. Estaba llorando al instante, la tensión en su

voz insoportable a sus propios oídos. No se reconocía a sí mismo—.Te amo, —y él

inclinó la cabeza sobre su mano—. Te amo. ¿Me escuchas?

Te escucho, ella pensó. ¿No me has oído decirlo? Su boca nunca se movió,

pero ella pensó que lo hizo.

Jueves, 16 de julio

Se dirigieron al parque en silencio. No era un silencio enojado o un silencio

asustado. Era el silencio que se produce cuando dos personas no se han visto

durante mucho tiempo. Estaban tímidos e inciertos. El corazón de Anton colgaba

bajo en su pecho, como si se tratara de una estrella maltrecha colgando de una

simple cadena. Si la cadena se rompía, él sabía que la luz saldría de dentro de él

para siempre. El corazón de Emma estaba esperanzado, como el resplandor que

sigue a una poderosa tormenta. Las nubes se habían despejado y ahora sólo había

el brillo del sol. Extendió su mano sobre la de él y suavemente la tomó.

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Él quería preguntarle si le gustaban las flores que le envió. Se aseguró de que

estaban esperando por ella cuando fue dada de alta del hospital. Él había dejado de

ir a verla después de una semana porque era demasiado doloroso. Sus padres se

pusieron cada vez más incómodos con su presencia, y él quería ser respetuoso con

ellos. La condición de ella no mejoraba tampoco, y no podía soportar estar tan

cerca mientras ella estaba claramente tan lejos. En un país de sueños, pensó, y

deseó poder ir con ella. Cuando se despertó, él quería verla de inmediato. Pero ya

había tanto distanciamiento y tantas otras personas que necesitaban verla. Él no

quería estar en medio. Y después de todo, ¿qué creía que podría posiblemente

decirle a ella?

Anton aparcó el coche y le dijo que se quedara sentada. Dio la vuelta hacia su

lado y abrió la puerta.

La levantó con cuidado, acunándola como un bebé, y la llevó a una banca del

parque, cercana al lugar conocido que tan a menudo ocupaban en días anteriores.

Se sentó, sosteniéndola en su regazo, dejando caer su cabeza suavemente en su

hombro. No estaba seguro de que pudiera hablar en ese momento. Él no tenía las

palabras, así que le acarició la espalda en lugar y disfrutó de la sensación de su

rostro acariciando su cuello.

—¿Quieres verlas? —preguntó ella después de un tiempo.

Él no sabía cómo contestar. Sí, quería ver sus heridas. No sabía por qué. Él

sabía lo que iban a hacer a él, cómo iba a perderlo por completo al ver las

consecuencias de su falla. No podía librarse de la sensación de que era todo culpa

suya que ella fuera atacada. Su madre le dijo una y otra vez que no podía culparse a

sí mismo, que no era su culpa. Y sus palabras podrían confortarlo y empezar a

cambiar su opinión. Pero entonces él recordaría las palabras que le dijo a Emma

ese día que vino a su apartamento y cómo él la dejó sola toda la semana para que

creyera que él la odiaba y no le importaba lo que le pasaba con ella.

—No lo sé —dijo en voz baja.

—Está bien —dijo ella—. No están tan mal.

Su asentimiento fue casi imperceptible pero ella lo vio y levantó su camiseta

para mostrar un estómago muy vendado. Ella desprendió una de las vendas, y

Anton vio una pequeña y delgada herida púrpura cosida limpiamente. Sintió la

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tentación de correr su dedo sobre ella, pero lo pensó mejor. No quería poner

gérmenes en ella.

Emma colocó el vendaje sobre la herida de nuevo y bajó su camiseta.

—¿Ves? No está tan mal —dijo—. El doctor dijo que sanaran bien. Las

cicatrices no serán demasiado visibles.

Anton asintió, pero no dijo nada. Sintió un nudo en la garganta y se concentró

en empujarlo hacia abajo.

Su hermoso estómago, pensó. La blancura cremosa para siempre marcada por

su culpa.

—Tengo cicatrices de batalla —dijo a la ligera—. ¿Eso me hace una mafiosa?

Las lágrimas que se cernían sobre el borde de sus ojos se desbordaron, y él

sostuvo su cabeza debajo de su barbilla para que ella no lo viera. Le acarició el

cabello mientras buscaba su voz. Le estaba fallando.

—Sí —graznó suavemente—. Mafiosa.

—Bueno —respondió ella, empujando su cuerpo hacia él. Quiso envolverla por

completo, protegerla de todo en el exterior. Pero no podía. Era poco práctico

ocultarla por siempre. Él sabía que no podía, y de repente recordó que ella se iría

pronto a la universidad.

Se había acabado. Él lo sabía, pero ella no. Podía decirlo por la forma en que

lo acarició, cómo su cuerpo se relajó en su abrazo, cómo suspiró cuando él besó la

parte superior de su cabeza. Ella todavía tenía esperanzas, pensó, y eso la hacía

hermosa. De repente, no podía soportar imaginar una vida sin ella.

Podría intentarlo, pensó. Podía intentar duro para hacer que funcione. A

pesar de todo el dolor que sentía, la desesperanza, no podía renunciar a ella. Sabía

que debería, pero no era lo suficientemente fuerte. La necesitaba y decidió que

tenía que intentarlo. Tal vez simplemente ellos necesitaban más tiempo para sanar.

—Cuéntame una historia de cuando eras pequeño —dijo después de un rato.

Pensó que las había acabado. Estaba seguro de que ella sabía cada detalle

acerca de él a estas alturas, que incluso en las pocas semanas de su relación, él le

había dado todo, mostrándole todo sobre sí mismo, así que ahora hacía una

búsqueda vacía de una historia que ya sabía.

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—Bueno, vamos a ver. ¿Te dije sobre la vez que llegué a casa borracho? Y

mamá me riñó tan fuerte que pensé que iba a morir? ¿Te conté esa? —preguntó.

Ella se rió bajito.

—No —respondió, pero lo había hecho.

—Está bien, entonces. Así que Kareem, Johnny D y yo estábamos yendo a la

casa del hermano mayor de Kareem. Creo que yo tenía como doce más o menos. Así

que de todos modos, íbamos a pasar el rato y jugar juegos de video, ¿correcto? No

estaba buscando por ningún problema —empezó a decir, y ella se acomodó para la

historia.

Ella escuchó mientras él le acariciaba el cabello y la sostenía cerca.

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Epílogo

—Nena, sabes que odio los plátanos —gimió Anton mientras examinaba el

contenido de su bolsa de almuerzo.

—¿Cuántas esposas realmente le empacan el almuerzo a su marido? —

preguntó Emma.

Ella estaba de pie en el fregadero de la cocina con un vestido de algodón

ligero, su cabello largo clavado en un moño suelto en la nuca. Ella se volvió hacia él,

con la pregunta aún en su cara, y él sonrió mientras le miraba su vientre hinchado.

—Y de todos modos —continuó—, son buenos para ti.

—Tienes razón —dijo caminando hacia ella. Se inclinó y presionó sus labios

contra su estómago—. Tu mamá siempre tiene la razón —dijo en su vientre—. No te

olvides de eso.

Se enderezó y le besó la parte superior de la cabeza.

Un grito rasgó el momento de tranquilidad, y Emma desapareció hacia la

habitación. Ella regresó con una niña que se acurrucaba contra su cuello.

—Bueno, eso fue bueno —dijo Emma—. Logramos que fueran quince minutos.

—Niña, ¿por qué no duermes para tu mamá? —preguntó Anton a la pequeña

niña.

Tenía el cabello oscuro y rizado y los ojos de color azul claro. Ella sonrió a su

padre y se estiró hacia él. La tomó y la acunó en sus brazos.

—Vas a llegar tarde, Anton —advirtió Emma.

—Dices eso todos los días, y cada día llego justo a tiempo —dijo besando a su

hija en las mejillas, la frente, la nariz y la barbilla. Ella se reía y le agarraba los

labios.

Emma puso los ojos en blanco y comenzó a vaciar el lavavajillas.

—Ve a trabajar —le ordenó—. Eres el único con un trabajo que paga en este

momento, ¿recuerdas?

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—¿Oyes a tu mamá hablándome de esa manera? —le preguntó a la niña, y ella

gritó de alegría.

Él la colocó en el suelo de la cocina y buscó algo para distraerla. Sacó una

cuchara de madera del sostenedor de utensilios al lado de la estufa y se la dio. Él la

miró brevemente como ella la sostenía suspendida sobre el suelo antes de que la

acercara a los azulejos con un golpe repentino. Sonrió y se acercó a su mujer,

tomando el plato de su mano y arrojándolo descuidadamente sobre el mostrador.

—Anton —dijo Emma exasperada.

—Mmm, di mi nombre nuevo —susurró, tirando de ella hacia él.

Ella ladeó la cabeza con leve irritación, alzando las cejas en él.

—¿Sabes que eres la cosa más bonita del planeta? Quiero un trabajo donde me

paguen por sentarme y verte todo el día. ¿Cómo puedo conseguir un trabajo como

ese? —le preguntó, colocando una mano sobre su vientre frotándolo.

Ella se echó a reír.

—Sabes que quiero otro después de este —dijo él.

—¡Estás loco! —respondió ella—. ¡Si te salieras con la tuya, estaría

embarazada durante el resto de mi vida!

—Así es —estuvo de acuerdo, moviendo su mano más abajo.

—¡Anton! —chilló cuando su mano estaba entre sus piernas.

—Vamos. Vamos a practicar —dijo.

—Eres imposible —dijo golpeando su mano—. Ve a trabajar.

—Bien, pero tendré algo de eso cuando llegue a casa —dijo decididamente.

—Te amo —dijo ella poniéndose de puntillas para besarle la mejilla. Como de

costumbre, ella no pudo llegar y tuvo que tirar de él hasta sus labios.

—Te amo —respondió él, besando su frente.

—Te amo —ella dijo, mientras caminaban junto a la puerta principal, y la

rutina familiar comenzó.

—Te amo —dijo él descendiendo los escalones de la entrada de su pequeña

casa azul.

—Te amo —respondió ella cuando él llegó a la calzada.

—Te amo —gritó él desde el interior de su coche.

—Te amo.

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—Te amo.

Emma se despertó con un sobresalto. Estaba temblando y sudando de nuevo,

su lado de la cama estaba empapado. Era la tercera noche. El mismo sueño.

Instintivamente se llevó las manos al vientre. Era plano. Ella se levantó la camisa y

trazó con los dedos las líneas de sus cicatrices. Eran apenas visibles ahora, pero

todavía podía sentirlas, la piel sanada era más fina y parecía papel. Se volvió hacia

el hombre que yacía a su lado. Él roncaba sonoramente, rascándose la pálida

mejilla de vez en cuando. Miró el reloj. Era temprano, pero no demasiado

temprano para levantarse. Sabía que no podía volver a dormirse. No podía volver a

entrar en el sueño.

Se dio una ducha y se vistió. Tenía una reunión importante hoy y puso

especial cuidado en usar su traje de negocios de aspecto más serio. Iba a hacer un

montón de dinero, y el pensamiento estabilizó sus nervios.

Dinero. Ella lo hizo su enfoque. Y era buena en hacerlo su enfoque. Ella era

buena en hacerlo. Miró alrededor de su lavabo, a las cremas caras, productos para

el cabello y maquillaje, junto al caro mármol decorativo. Miró su imagen en el

espejo y vio la expensa sedosa de su traje de diseñador. Ella parpadeó y su imagen

cambió. Ahora ella estaba de pie delante del espejo llevando una sudadera con

capucha azul hecha jirones. Se miró por un momento pensando en la suavidad del

forro polar. Entonces se recordó a sí misma, parpadeando deliberadamente hasta

que su imagen volvió al presente y ella estaba de nuevo envuelta en su sofisticado

traje.

—Déjame en paz —le dijo a su reflejo, y lo vio a él a lo lejos, en lo profundo del

espejo, sonriéndole.

Estaba lista para irse horas antes de que tuviera que hacerlo y se sentó en la

mesa de la cocina mirando el reloj. La hora avanzaba lentamente, y no podía hacer

nada más que esperar. Jugó con su anillo de compromiso, torciendo el diamante de

cinco quilates fuera de la vista, y luego trayéndolo de vuelta alrededor de su dedo.

Su madre estaría tan orgullosa, pensó cínicamente. Ella miró el reloj de nuevo. Las

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agujas no se habían movido. Miró de nuevo hacia su anillo y giró el diamante fuera

de la vista. Eso está mejor, pensó, y esperó.

Ella caminó justo junto a él, consumida por sus propios pensamientos. Estaba

repasando los puntos importantes de su presentación a través de la cabeza,

asegurándose de que tenía el discurso perfecto. Lo oyó llamar.

—¿Emma? ¿Eres tú?

Se dio la vuelta, segura de haber escuchado su nombre, segura de reconocer la

voz.

Él estaba parado a unos metros de ella, sosteniendo una pequeña bolsa

marrón, vestido con una familiar sudadera con capucha, pálida por tiempo, pensó

ella, pero siendo la misma.

—¡Oh, Dios mío, eres tú! —dijo él.

—¿Anton? —Ella caminó hacia él, con el corazón latiendo salvajemente.

Habían sido, ¿qué? ¿Diez años?

Anton quería abrazarla, pero no estaba seguro. Ella se quedó atrás fuera de su

alcance, rígida e incómoda. Llevaba un traje gris a medida. Su cabello estaba más

corto ahora. Descansaba justo por encima de sus hombros. Ella lo había alisado;

era suave y brillante. Sus tacones le daban más altura, pero seguía siendo la enana

que recordaba, pensó sonriendo. Lucía poderosa, sin embargo, y tenía miedo de

tocarla. Notó un collar familiar escondido bajo el cuello de la camisa, un par de

perlas expuestas.

—Esto es una locura —dijo él—. Diez años o algo así. ¿Cómo has estado?

—He estado bien —respondió ella—. Muy ocupada.

—Así parece. ¿Dónde vas ahora? —le preguntó.

—Oh, tengo una reunión dentro de poco —respondió ella. Sus ojos seguían

cayendo en el emblema en su pecho; el símbolo familiar en una prenda de ropa

familiar que hace mucho tiempo adornaba su cuerpo. Ella se vio a sí misma

usándola en una pequeña habitación que albergaba los recuerdos de un amor

pasado, y el sudor estalló en sus manos.

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—¿Sí? ¿Qué estás haciendo ahora? —le preguntó.

—Soy representante de ventas de productos farmacéuticos —dijo, secándose

subrepticiamente sus manos sobre su falda.

Él dejó escapar un silbido.

—Eso suena importante.

Ella se encogió de hombros.

—Es un trabajo. Quiero decir, no me malinterpretes, me gusta, pero estoy

ocupada todo el tiempo.

—¿Demasiado ocupada para una vida personal? —le preguntó.

—No lo sé. —Ella quería cambiar de tema—. ¿Qué tienes ahí? —le preguntó,

señalando la bolsa en su mano.

—Bagels. Amamos los panecillos en nuestra casa —dijo—. Sólo los estoy

dejando antes de ir al trabajo. Todavía estoy trabajando en UPS después de todos

estos años. Me encanta. A tiempo completo ahora. Conseguí grandes ventajas. Y

estoy terminando una certificación para hacer los impuestos. ¿Puedes creerlo?

Además seré un CPA4.

—Eso es genial —dijo ella. No sabía qué más decir.

—¿Estás casada? —le preguntó de repente. Él necesitaba saber.

—Sí, hace tres años —respondió ella. No quería preguntarlo, pero sabía que

tenía que hacerlo—. ¿Qué hay de ti?

—Sí. He estado casado casi ocho años. ¿Puedes creerlo? —le preguntó.

Ella esbozó una sonrisa.

Buscó su rostro. Se dio cuenta de que estaba incómoda, y eso le molestó. Sabía

que era una tontería esperar tener una conversación fácil, pero era Emma.

—¿Tienes hijos? —prosiguió él.

—Nada de niños —contestó ella.

—Pensé que todas las mujeres querían bebés —dijo.

—Yo también.

4 -CPA: contador público autorizado

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Se produjo un silencio incómodo. Ella pasó una mano por su vientre y pensó

en decirle. Sería la cosa más cruel que jamás podría hacer, y se preguntó por qué

contempló la idea. Fue sólo por un segundo. Pero ella la contempló.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Emma finalmente. Ella sabía que lo correcto era

preguntar por mucho que no quería saber—. ¿Tienes hijos?

—Tengo uno. Un niño pequeño. Su nombre Jamal. Él es tan gracioso, Emma.

Deberías verlo. Ese niño me hace reír todo el tiempo —dijo Anton, su rostro se

iluminó ante la mención de su hijo—. Él tiene dos años ahora, y habla. Dios mío,

pensé que moriría cuando dijo “papi” por primera vez. Sé que me hace sonar como

un enorme blando.

—Eso es dulce —dijo Emma en voz baja.

—Jordan dice que soy un gran bebé llorón todo el tiempo. Dice que cada vez

que hace algo nuevo, me lo pierdo —dijo Anton, riendo entre dientes.

Emma no podía soportarlo. No quería oír hablar de su esposa o saber nada de

su hijo. Sabía que era tonto e inmaduro, pero dolía. No podía comprender el dolor

que sentía, haciendo que su pecho se apretara, y que le fuera difícil respirar. Estaba

segura de que si se quedaba allí mucho más tiempo, su corazón le fallaría. ¿Cómo

podía todavía sentir la madurez de un dolor pasado, después de tantos años?

¿Como si hubiera sucedido ayer y no hace diez años? Se sentía como una mujer

infiel, una mujer cobarde que escondía su debilidad detrás de cosas caras. Mientras

seguía pensando en el dinero, estaba a salvo. Pero no podía pensar en dinero ahora

mismo, no con él allí de pie mirándola. ¿Qué había aprendido en diez años, pensó?

—Hombre, parece como mucho que hablar —continuó Antón—. Pero tienes

que ir a trabajar. Yo tengo que ir a trabajar.

Ella asintió, pero no dijo nada.

Él sacó un teléfono celular del bolsillo de su pantalón.

—¿Cuál es tu número?

Rebuscó en su bolso por una de sus tarjetas de visita.

—Aquí tienes —dijo ella, entregándole una.

Él le sonrió.

—Siempre tienes todo preparado —dijo divertido—. Chica, no has cambiado ni

un poco.

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Ella rezó porque nunca la llamara. Estaba segura de que no lo haría. ¿Qué

podrían compartir realmente después de diez años? ¿Cómo se narra una década?

No querían saber los detalles de la vida del otro. Al menos ella no quería saber.

¿Cómo podía significar algo para alguno de los dos? Las historias no serían suyas,

no juntos. Sólo historias independientes con un estribillo de juego similar en el

fondo: ¿qué hubiera pasado si? Ella se sorprendió por su propia reacción al verlo,

tan cambiado por sus circunstancias, pero aún siendo el mismo chico que se

comprometió a amar para siempre. Ella estaba avergonzada.

—Será mejor que me vaya entonces —dijo Emma.

—Está bien. Te llamo en algún momento para que podamos sentarnos y

realmente ponernos al día —dijo Anton. Observó la incertidumbre en su rostro.

—Está bien —respondió ella.

Estaba visiblemente inquieta, y tuvo cuidado de no hacer ningún movimiento

hacia él, pero él la abrazó de todos modos. Era suave y alentador. Y se demoró más

allá del punto de conveniencia. Su corazón murió entonces, ella estaba segura;

mientras asimilaba su aroma familiar y los fuertes brazos la sujetaban. Ella no era

consciente de nada a su alrededor; los sonidos de la ciudad se habían detenido

cuando la tocó. Se sintió caer en la memoria de él, un lugar peligroso que enterró

hace mucho tiempo. La soltó, y ella respiró aliviada. Él vio que exhalaba, a

sabiendas de que estaba conteniendo la respiración todo el tiempo que la abrazaba.

No sabía por qué ella hizo eso, y lo puso triste.

Ella se alejó sin mirar atrás.

Su destino estaba un par de cuadras más adelante. Entró por la puerta

principal del edificio de oficinas y se dirigió directamente hacia el baño de mujeres.

Se obligó a contener las lágrimas hasta que estuvo en la seguridad del cuarto de

baño. Estaba vacío, y en voz baja le agradeció a Dios. Se encerró en el último

puesto, dejando caer su caro bolso en el suelo, y se hundió en el inodoro. No se

molestó en mirar si estaba limpio.

Lloró entonces, dejando que las crudas emociones la rebasaran. Lloró por la

pérdida de su juventud que se desangró en el piso de un baño hace muchos años.

Lloró por el cuento de hadas destrozado por la explosión de un arma. Lloró por

todas las cosas que no podía decirle, el pesar, el miedo a un futuro marcado por la

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desesperación de cosas que nunca podría tener. Lloró por los bebés que nunca

podría tener.

Ella le rogó a Dios que se llevara sus recuerdos de él, pero vinieron uno tras

otro, derramándose en su mente, reales como el momento que acababa de suceder.

Y ella tenía diecisiete años de nuevo, tumbada junto a él en su cama caliente,

acababa de amarlo y estaba embriagada con el amor que él había derramado en

ella.

—¿Vas a casarte conmigo? —le preguntó.

—¿Qué? ¿Ahora? —respondió ella.

—¡No! No ahora. En el futuro. ¿Vas a casarte conmigo en el futuro? —

preguntó, distraído haciendo girar un mechón de su cabello alrededor de su dedo.

Le encantaba su cabello, tan suave y brillante.

—Si tú quieres —dijo ella en voz baja.

—¿Qué clase de respuesta es esa? Sabes que quiero que te cases conmigo. Ni

siquiera trates de actuar toda indiferente al respecto.

Ella lo miró.

—Sí, sé palabras como “indiferente” —dijo, y se rió.

—Quiero casarme contigo —dijo ella, mirando su cara con toda seriedad.

—Bien —respondió, y la acercó a él envolviendo sus brazos alrededor de su

espalda desnuda—. ¿Me vas a dar bebés?

—¿Qué?

—Me has oído. ¿Vas a tener mis bebés? Porque quiero bebés. El mundo

necesita más cosas buenas, ¿no crees?

—No sé si quiero niños —dijo con sinceridad.

—Chica, estás loca. Vas a tener a mis bebés y eso es todo —dijo, apretándola

hasta que ella chilló—. Di que lo harás —exigió, no dejándola ir hasta que estuviera

de acuerdo.

—¡Está bien, está bien! Voy a tener tus bebés —dijo.

—Bien —dijo, relajando su agarre y besando la parte superior de la cabeza.

Él le dio la vuelta sobre su espalda y ella protestó.

—Seré suave —prometió—. Sé que estás cansada y dolorida, pero tengo que

tenerte de nuevo. —Él la miró suplicante.

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Ella asintió, y él la tomó, la envolvió en sus brazos, la besó tiernamente en los

labios mientras la llenaba por completo. Y cumplió su promesa. Fue suave.

Emma se limpió la cara. Se sentía vacía, vaciada de todo. Lentamente volvió a

la cáscara familiar, la cáscara de una mujer que llenaba su vida de cosas sin

importancia, porque no podía tener lo único que le importaba. Le fue robado hace

mucho tiempo, aprendiendo en ese momento que el mundo no era más que un

horrible lugar de miedo.

Se sentía bien volver a su normalidad. Era a lo que se había acostumbrado.

Era una sensación segura, una forma segura de ser. Ella tomó un largo suspiro y

salió del puesto de baño. Se quedó de pie en el lavabo y comenzó la tarea de fijar su

maquillaje, asegurándose de tener cada detalle perfecto. Recuperó el control de sí

misma, enderezando la chaqueta del traje y alisando el cabello. Se detuvo frente al

espejo sólo un momento más, comprobando que todo estaba en el lugar correcto. Y

se reconoció a sí misma de nuevo. Su rostro estaba en blanco, sus ojos azules vacíos

como si ella nunca tuviera una lucha en su vida. Como si ella nunca tuviera un

sentimiento. Como si ella no conociera el dolor de un corazón roto. Le gustó lo que

vio y salió del cuarto de baño hacia su reunión.

Lejos, al otro lado de la ciudad, un joven entró por la puerta principal de su

casa, tomó a su niño en brazos, le acunó cerca, y lloró.

FIN

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Sobre la AutoraS. Walder

Cuando era más joven, quería

ser cantante. Eso fue hasta

que tuve pánico escénico

alrededor de la edad de 14

años (que nunca se ha ido) y

decidí que mi única opción

era considerar otras carreras.

Así que empecé a escribir a los

14 en su lugar y descubrí que

realmente me gustaba. Tal vez

fue en parte debido a que la

escritura era un pasatiempo

solitario y terapéutico,

también. Nunca dejé de escribir

durante mi corta carrera como profesora de inglés, pero encontré que tenía poco

tiempo para dedicarme a ello. Así que tal vez fue providencial que después de

terminar la escuela de posgrado, no hubiera trabajos de enseñanza disponibles.

Cuando prácticamente no hay puertas abiertas para ti, eso hace las decisiones

mucho más fáciles. Y mi decisión fue la de hacer de la escritura mi nuevo trabajo a

tiempo completo.

Ahora mismo estoy muy metida en la escritura de ficción para Jóvenes

Adultos Maduros, probablemente debido a que mis propias experiencias en la

escuela secundaria y parte de la universidad fueron bastante mediocres. Me gusta

escribir historias de amor, porque ¿a quién no le gusta leerlas? Y la ficción realista

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es de lejos mi favorita para leer y escribir. Me gusta dejar a mis personajes en

historias arenosas que involucran temas sensibles. Y me gusta que mis personajes

tengan tanto cualidades redentoras como feas, todas las cosas que conforman lo

que somos como seres humanos. Una dimensión es aburrida, y también es poco

realista. Todo el mundo sangra bondad y maldad, y mis personajes no son la

excepción.

Yo era una adolescente en los años 90, pero no me gustaban las bandas como

The Smashing Pumpkins hasta hace unos años. Escuchaba Yes, Genesis y otras

bandas de rock progresivo gracias a los gustos musicales de mi padre. Sin embargo,

representaba el movimiento grunge de los 90 al usar ropa de franela. Tengo una

afinidad por Irlanda y tuve la suerte de visitarla siendo estudiante universitaria.

Podría comer torta para el desayuno, el almuerzo y la cena si no estuviera en un

estilo de vida baja en carbohidratos. No sé lo que pienso acerca de los niños

pequeños, así que tengo dos Westies en su lugar. Estoy casada con un hombre que

no lee ficción y no puede entender por qué mis personajes principales tienen que

tener defectos de personalidad. Vivo en Georgia, donde la tierra es roja. Buena para

la siembra, pero muy sucia cuando llueve.