historia reciente enzo traverso

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Espacios del Saber Últimos títulos publicados 32. D. Oubifia, Jcan-Luc Godard: el pensamiento del cine. 33. F. Monjcau, La invención musical. 34. P. Virno, El recuerdo del presente. 35. A. Negri y otros, Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argentina. 36. M. Jay, Campos de fuerza. 37. S. Amin, Más allá del capitalismo senil. 38. P. Virno, Palabras con palabras. 39. A. Negri, Job, la fuerza del esclavo. 40. I. Lewkowic/., Pensar sin Estado. 41. M. Jlardt, Gilíes Delenzc. Un aprendizaje filosófico. 42. S. Zizek, Violencia en acto. Conferenciasen Buenos Aires. 43. M. Plotkin y F. Neiburg (comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina. 44. P. Ricocur, Sobre la traducción. 45. E. Griincr, La cosa política o el acecho de lo Real. 46. S. Ziíck, El títere y el enano. 47. E. Garrió y D. Maffía (comps.), fíúsquedas de sentido pañi una nueva política. 48. P. Furbank, U?i placer inconfesable. 49. D. Wcchsler y Y. Aznar (comps.), La memoria compartida Espa- ña y la Argentina en la construcción de un imaginario cultural. 50. G. García, E! psicoanálisis y los debates culturales. 51. A. Giunta y L. Malosctti Gosta, Arte de posguerra. Jorge Romero Bresty la revista Ver y Estimar. 52. L. Arfuch (comp.), Pensar este tiempo. 53. A. Negri y G. Coceo, GlobAL. 54. II. Bhabha yJ.T. Mitcliell (comps.), Edward Said: Continuando la conversación 55 J. Gopjcc. El sexo y la eutanasia de la razón. 56. W. BongersyT. Olbrich (comps.), Literatura, cultura, enfermedad. 57. J. Butlcr, Vida precaria. 58. O. Mongin, La condición urbana. 59. M. Carinan, Las trampas de la cultura. 60. E. Morin, Breve historia de la barbarie en Occidente. 61. E. Giannnctti, ¿Vicios privados, beneficios públicos? 62. T. Todorov, Introducción a la literatura Janüíslica. 63. P. Enge! y R. Rorty, ¿Partí qué sirve la verdad? 64. D. Scavino, La filosofía actual. 65. M. Franco y F. Lcvín (comps.), Hitforid reciente. Marina Franco y Florencia Levín (compiladoras) Vera Carnovale Silvia Finocchio Elizabethjelin Alejandro Kaufman Daniel Lvovich Roberto Pittaluga Hilda Sabato Ludmila da Silva Cátela Enzo Traverso Sergio E. Visacovsky Historia reciente Perspectivas y desafíos para un campo en construcción PAIDÓS Buenos Aires - Barcelona - México

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Espacios del SaberÚltimos títulos publicados32. D. Oubifia, Jcan-Luc Godard: el pensamiento del cine.33. F. Monjcau, La invención musical.34. P. Virno, El recuerdo del presente.35. A. Negri y otros, Diálogo sobre la globalización, la multitud y la

experiencia argentina.36. M. Jay, Campos de fuerza.37. S. Amin, Más allá del capitalismo senil.38. P. Virno, Palabras con palabras.39. A. Negri, Job, la fuerza del esclavo.40. I. Lewkowic/., Pensar sin Estado.41. M. Jlardt, Gilíes Delenzc. Un aprendizaje filosófico.42. S. Zizek, Violencia en acto. Conferenciasen Buenos Aires.43. M. Plotkin y F. Neiburg (comps.), Intelectuales y expertos. La

constitución del conocimiento social en la Argentina.44. P. Ricocur, Sobre la traducción.45. E. Griincr, La cosa política o el acecho de lo Real.46. S. Ziíck, El títere y el enano.47. E. Garrió y D. Maffía (comps.), fíúsquedas de sentido pañi una nueva

política.48. P. Furbank, U?i placer inconfesable.49. D. Wcchsler y Y. Aznar (comps.), La memoria compartida Espa-

ña y la Argentina en la construcción de un imaginario cultural.50. G. García, E! psicoanálisis y los debates culturales.51. A. Giunta y L. Malosctti Gosta, Arte de posguerra. Jorge

Romero Bresty la revista Ver y Estimar.52. L. Arfuch (comp.), Pensar este tiempo.53. A. Negri y G. Coceo, GlobAL.54. II. Bhabha yJ.T. Mitcliell (comps.), Edward Said: Continuando

la conversación55 J. Gopjcc. El sexo y la eutanasia de la razón.56. W. BongersyT. Olbrich (comps.), Literatura, cultura, enfermedad.57. J. Butlcr, Vida precaria.58. O. Mongin, La condición urbana.59. M. Carinan, Las trampas de la cultura.60. E. Morin, Breve historia de la barbarie en Occidente.61. E. Giannnctti, ¿Vicios privados, beneficios públicos?62. T. Todorov, Introducción a la literatura Janüíslica.63. P. Enge! y R. Rorty, ¿Partí qué sirve la verdad?64. D. Scavino, La filosofía actual.65. M. Franco y F. Lcvín (comps.), Hitforid reciente.

Marina Franco y Florencia Levín(compiladoras)

Vera Carnovale • Silvia FinocchioElizabethjelin • Alejandro KaufmanDaniel Lvovich • Roberto Pittaluga

Hilda Sabato • Ludmila da Silva CátelaEnzo Traverso • Sergio E. Visacovsky

Historia recientePerspectivas y desafíos para

un campo en construcción

PAIDÓSBuenos Aires - Barcelona - México

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2. Historia y memoriaNotas sobre un debate

ENZO TRAVERSO

HISTORIA Y MEMORIA. LA INTERPRETACIÓN DEL PASADOCOMO DESAFÍO POLÍTICO

La memoria parece hoy invadir el espacio público de lassociedades occidentales, gracias a una proliferación de mu-seos, conmemoraciones, premios literarios, películas, seriestelevisivas y otras manifestaciones culturales, que desde dis-tintas perspectivas presentan esta temática. De esta manera,el pasado acompaña nuestro presente y se instala en el imagi-nario colectivo hasta suscitar lo que ciertos comentaristas hanllamado una "obsesión conmemorativa" poderosamente am-plificada por los medios de comunicación. La valorización,incluso la sacralización de los "lugares de la memoria" da lu-gar a una verdadera "topolatría" (Reichel, 1995). El pasado esconstantemente reelaborado según las sensibilidades éticas,culturales y políticas del presente. Esta memoria "sobreabun-dante" y "saturada" (Maier, 1993; Robin, 2003) marca el es-pacio. Hoy, todo se transforma en memoria, desde losestudios profesionales hasta las emisiones televisivas, desdelos testimonios en una sala de tribunal hasta los archivos pri-vados y los álbumes de fotos de familia. Institucionalizado,ordenado en los museos, transformado en espectáculo, ritua-lizado, reificado, el recuerdo del pasado se tranforma en me-

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moria colectiva una vez que ha sido seleccionado y re inter-pretado según las sensibilidades culturales, las interrogacio-nes éticas y las conveniencias políticas del presente. Así, tomaforma "el turismo de la memoria", con la transformación delos sitios históricos en museos, visitas guiadas, estructuras derecepción adecuadas (hoteles, restaurantes, negocios de re-cuerdos) y estrategias publicitarias específicas. Los centros deinvestigación y las asociaciones de historia local son incorpo-rados a los dispositivos de este turismo e incluso a veces ob-tienen de ello sus propios recursos de subsistencia. Por unlado, este fenómeno muestra indudablemente un proceso dereificadán del pasado que hace de la memoria un objeto de con-sumo, estetizado, neutralizado y rentable (un proceso parale-lo al de la apropiación de ciertos momentos del pasado por laindustria del espectáculo, especialmente el cine). Por otro,este fenómeno se parece, en varios sentidos, a lo que Hobs-bawm ha llamado "la invención de la tradición": un pasadoreal o mítico alrededor del cual se construyeron prácticas ri-tualizadas dirigidas a reforzar la cohesión social de un grupoo de una comunidad, a dar legitimidad a ciertas instituciones,a inculcar valores en el seno de la sociedad (1983: 9). Es muyevidente que esta construcción de la memoria conlleva unuso político del pasado,

¿De dónde viene esta obsesión por la memoria? Se podríaresponder invocando la distinción establecida por WalterBenjamín entre la "experiencia transmitida" (Erfabmng) y la"experiencia vivida" (Erlebnis). La primera se perpetúa casinaturalmente de una generación a otra y va forjando las iden-tidades de los grupos y de las sociedades en la larga duración;la segunda es un rasgo típico de la modernidad, es una viven-cia individual, frágil, volátil, efímera. En su libro de los Pasa-

jes, Benjamín relacionaba esta "experiencia vivida" con la vidaurbana, su ritmo y sus metamorfosis, con los electroshoclcs dela sociedad de masas y el caos caleidoscópico del universomercantil. La Erfabrnng sería típica de las sociedades tradi-cionales, la Erlebnis pertenecería a las sociedades indiviclualis-

tfistoria y •memoria 69

tas, como una marca antropológica del liberalismo moderno.La modernidad, según Benjamín, se caracterizaba precisa-mente por el declinamiento de la experiencia transmitida, de|a cual él consideraba a la Primera Guerra Mundial como elmomento culminante. Luego de ese traumatismo mayor deEuropa, varios millones de jóvenes campesinos que habíanaprendido de sus ancestros a vivir de acuerdo con los ritmosde la naturaleza y en el interior de los códigos del mundo ru-ral fueron repentinamente arrojados "en un paisaje donde na-da era ya reconocible, fuera de las nubes, y, en medio de uncampo de fuerzas atravesado por tensiones y explosiones des-tructivas, el minúsculo y frágil cuerpo humano" (Benjamín,1977: 386). Era la consumación de un proceso cuyos orígeneshan sido magistralmente estudiados por Edward P. Thomp-son (1991) en un ensayo sobre el advenimiento de! tiempomecánico, productivo y disciplinario de la sociedad industrial.Otros traumatismos caracterizan la "experiencia vivida" delsiglo XX, muchas veces bajo la forma de guerras, genocidiosy represiones políticas. Una primera respuesta a nuestra cues-tión inicial llevaría a esta constatación: la obsesión por lamemoria de nuestros días sería el producto de esa caída de laexperiencia transmitida, el resultado paradójico de una decli-nación de ia transmisión en un mundo sin referencias.

Pero es preciso interrogarse también sobre las formas deesta obsesión por la memoria. La memoria, entendida comolas representaciones colectivas del pasado tal como se forjanen el presente, estructura las identidades sociales, inscribién-dolas en una continuidad histórica y otorgándoles un senti-do, es decir, una significación y una dirección. En todaspartes y siempre, las sociedades humanas han poseído unamemoria colectiva y la han mantenido a través de ritos, cere-monias, incluso con políticas. Las estructuras elementales deesa memoria, se podría decir con Lévi-Strauss, residen en laconmemoración de los difuntos. Tradicionnlmente, los ritosy los monumentos funerarios celebraban la trascendenciacristiana -la muerte como pasaje al más alia'- y confirmaban

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70Enzi> 'l'ravrr'so Historia y memoria 11

las jerarquías sociales terrenales. En la modernidad, lus prác-ticas conmemorativas se metamorfosean. Por una parte, sedemocratizan al involucrar a la sociedad en su conjunto. Porotra parte, se secularizan y se funcionalizan al transportarmensajes dirigidos a los vivos. A partir del siglo XIX, los mo-numentos conmemorativos consagran valores laicos (la pa-tria), defienden principios éticos (el bien) y políticos (lalibertad), celebran acontecimientos fundadores (guerras, re-voluciones) y regímenes (la república, el fascismo, el comu-nismo). La memoria se transforma en una suerte de religióncivil. "La declinación de la interpretación cristiana de lamuerte -ha escrito sobre este tema Reinhart Kosellcclc- dejaasí el campo libre a interpretaciones puramente políticas ysociales" (1997:140). Desencadenado luego de las guerras na-poleónicas -esas primeras guerras democráticas del mundomoderno-, el fenómeno se profundizó después de la GranGuerra, cuando los monumentos erigidos a los muertos en-tre los años 1914 y 1918 comenzaron a marcar el espacio pú-blico en cada pueblo. Hoy el trabajo del duelo cambia deobjeto y de formas. En este cambio de siglo, en el inundo oc-cidental, Auschwitz deviene el zócalo de la memoria colecti-va. La política de la memoria —conmemoraciones oficiales,museos, películas, etc.- tiende a hacer de la Shoá la metáforadel siglo XX como una era de guerras, totalitarismos, geno-cidios y crímenes contra la humanidad. En el centro de esesistema de representaciones se instala una figura nueva, la deltestigo, el sobreviviente de los campos nazis, encarnación delpasado del cual es preciso mantener el recuerdo.

Retomando las palabras de Annette Wiewiorka (1998),hemos entrado en la "era del testigo", de ahora en adelanteemplazado sobre un pedestal, icono viviente de un pasado cu-yo recuerdo se prescribe como un deber cívico. Otro signo dela época: el testigo es cada vez más identificado con la figurade la víctima. Ignorados durante decenios, los sobrevivientesde los campos de concentración nazis hoy se transforman, sinquererlo y más allá de su voluntad, en iconos vivientes. Son

colocados en una posición que no eligieron y que no siemprese corresponde con su necesidad de transmitir su experiencia,tal como lo subrayaba Primo Levi en sus reflexiones sobre elsobreviviente como "mal" testigo (1986: 64). Otros testigosantes convertidos en héroes, como los europeos de laResistencia, que tomaron las armas para combatir el fascis-mo, han caído en el olvido, como consecuencia sobre tododel "fin del comunismo", eclipsado de la historia con sus mi-tos, pero también-con las utopías y las esperanzas que encar-nó. En una época de humanitarismo en la que ya no hay•vencidos sino solamente víctimas, esta memoria ya no interesaa mucha gente. Esta disimetría del recuerdo -la glorificaciónde vícrimas antes ignoradas y el olvido de héroes otrora idea-lizados- indica el anclaje profundo de la memoria colectivaen el presente. La memoria se declina siempre en presente yéste determina sus modalidades: la selección de aconteci-mientos que el recuerdo debe guardar (y los testigos a escu-char), su lectura, sus "lecciones", etc.

La memoria se torna una cuestión política y toma la formade un mandato ético -el deber de memoria-, que como lo haremarcado justamente Tzvetan Todorov (1995), se transformafrecuentemente en fuente de abuso. Los ejemplos no faltan.Todas las guerras de la última década, desde la guerra del Gol-fo a la de Afganistán, pasando por la de Kosovo, han sido tam-bién guerras de la memoria, en cuanto ellas han sidojustificadas por la evocación ritual del deber de memoria: Sad-dam Hussein y Milosevic han sido comparados con Hitler, elislamismo político con el fanatismo nazi, etc. Para JürgenHabermas y para el ministro alemán de Asuntos Exteriores,Joschka Fischer, la guerra de Kosovo era una primera tenta-tiva de aplicación del derecho cosmopolita kantiano y la oca-sión de la República Federal Alemana de redimir su pasado.Para los partidarios de la ocupación israelí de los territoriospalestinos, Arafat sería a su vez la reencarnación de Hitler.Como lo subraya el historiador israelí Tom Segev, MenahemBegin había vivido la invasión israelí del Líbano, en 1982, co-

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mo un acto reparador, como si un ejército judío hubiera de-rrotado a los nazis en Varsovia en 1943 (Segev, 1993). Los na-cionalistas serbios justificaban, ante sí mismos, las limpiezasétnicas contra los albaneses, en Kosovo, como una prueba defidelidad a la memoria de sus antepasados víctiimis de laopresión otomana, en tanto que los profesionales del antico-munismo, en Francia, veían en las bombas sobre Belgradouna defensa de la libertad contra la nueva cara del totalitaris-mo. La lista podría continuar. Esta presencia y mili/ación dela memoria colectiva en el espacio público no podía sinoplantear numerosos interrogantes a los historiadores. Aquísólo abordaré algunos de ellos.

HISTORIA Y .MEMORIA

Historia y memoria son dos esferas distintas que se entre-cruzan constantemente (Nora, 1984: xix). Esta distinción nodebe ser interpretada en un sentido radical, ontológico, puesellas nacen de una misma preocupación y comparten un mis-mo objeto: la elaboración del pasado. Se podría incluso, conPaul Ricoeur, atribuir a la memoria una condición -/iintricial(2000: 106). La historia es una puesta en relato, una escritu-ra del pasado según las modalidades y las reglas de un oficio-digamos incluso, con muchas comillas, de una "cicncia"-que constituye una parte, un desarrollo de la memoria. Perosi la historia nace de. la memoria, también se eniíincipa deella, al punto de hacer de la memoria uno de sus tenias de in-vestigación como lo prueba la historia contemporánea. Lahistoria del siglo XX, llamada también "historia (Je! tiempopresente", analiza el testimonio de los actores del pasado eintegra las fuentes orales tanto como los archivos y ios otrosdocumentos materiales o escritos. La historia viene ns í su na-cimiento en la memoria, de la cual es una dimensión, peroeso no impide de ningún modo que la memoria ( lcvoi i | ;n unobjeto de la historia

Historia y memoria 73

Tratemos de precisar esta distinción. En sus comentariost En busca del tiempo perdido, Walter Benjamín escribe quefroust "no ha descrito una vida tal como ella fue, sino una vi-da tal como ella permanece en la memoria de quien la ha vi-vido". Benjamín continúa su análisis comparando el trabajo¿e Proust "de memoración espontánea, donde el recuerdo esel envoltorio y el olvido el contenido", al "trabajo de Penélo-pe", donde "es el día el que deshace lo que ha hecho la no-che". Cada mañana, al despertar, "no tenemos a mano sinoalgunos trozos del tapiz de la vivencia que el olvido ha tejidoen nosotros" (Benjamín, 1977: 336). Dado que se apoya en laexperiencia vivida, la memoria es eminentemente subjetiva.Ella queda anclada a los hechos a los que hemos asistido, delos que hemos sido testigos, incluso actores, y a las impresio-nes que ellos han grabado en nosotros. La memoria es cuali-tativa, singular, poco cuidadosa de las comparaciones, de lacontextualización, de las generalizaciones; no tiene necesidadde pruebas para quien la transporta. La narración del pasadoofrecida por un testigo -mientras éste no sea un mentirosoconsciente- será siempre su verdad, es decir, una parte de! pa-sado depositada en él. Por su carácter subjetivo, la memoriajamás está fijada; se asemeja más bien a una cantera abierta, entransformación permanente. No solamente, según la metáfo-ra de Benjamín, "el lienzo de Penclope" se modifica cada díaa causa del olvido que nos amenaza, para reaparecer más tar-de, a veces mucho más tarde, tejido de una forma distinta aaquella del primer recuerdo. No es sólo el tiempo lo que ero-siona y debilita el recuerdo. La memoria es una construcción,está siempre "filtrada" por los conocimientos posteriormenteadquiridos, por la reflexión que sigue al acontecimiento, opor otras experiencias que se superponen a la primera y mo-difican el recuerdo. El ejemplo clásico es, una vez más, aquelde los sobrevivientes de los campos nazis. La narración de laexperiencia vivida en Auschwitz por un ex deportado judío ycomunista no es frecuentemente la misma según sea hechaantes o después de su ruptura con el Partido Comunista. An-

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14 Knzn Tnn leri° Historia y memoria

tes, durante los años sesenta, este sobreviviente ponía en pri-mer plano su identidad política al presentarse corno un depor-tado antifascista. Después, durante los años ochenta, él seconsideraba en principio como un deportado judío, persegui-do en tanto que judío y testigo del exterminio de los judíos deEuropa. Desde luego, entre esos dos testimonios realizadospor la misma persona en dos momentos diferentes de su vida,sería absurdo distinguir el verdadero del falso. Los dos sonverdaderos y auténticos, pero cada uno manifiesta una partede verdad filtrada por la sensibilidad, la cultura, y también, sepodría agregar, por las representaciones identitarins, inclusoideológicas, del presente. En resumen, la memoria, soa indivi-dual o colectiva, es una visión del pasado siempre mediada porel presente. En este sentido Benjamín definía el procedimien-to de Proustcomo una "presentíficación" (Vergejtemtiirtigimg)(1977: 345). Más recientemente, con un sentido similar, Fran-£ois Hartog acuñó la noción de "presentismo" para describiruna situación en la cual "el presente se transformó en hori-zonte", un presente que "sin futuro y sin pasado" engendraríaa ambos permanentemente según sus necesidades (2003: 126).

También la historia, que en el fondo no es sino una partede la memoria, como lo recordaba Ricoeur, se escribe siem-pre en presente, aunque pase por otras mediaciones. Paraexistir como campo del saber, sin embargo, ella debe eman-ciparse de la memoria, no rechazándola sino poniéndola adistancia. Un cortocircuito entre historia y memoria puedetener consecuencias perjudiciales sobre el trabajo histórico altransformar al historiador en un simple abogado de la memo-ria o al hacerle perder de vista el contexto más general con elcual esa memoria se vincula. Una buena ilustración de estefenómeno está dada por el debate de estos últimos años alre-dedor del problema de la "singularidad" del genocidio judío(Traverso, 1999).

La irrupción de esta controversia en el territorio del his-toriador conduce, inevitablemente, a los caminos < ! • : la me-moria judía, a su emergencia en el seno del espacio público y

a su interferencia con las prácticas tradicionales de la investi-gación (publicación de autobiografías, creación de archivosaudiovisuales que reúnen los testimonios de los sobrevivien-tes de los campos, etc.). Si tal "contaminación" de la historio-grafía por la memoria se ha revelado extremadamentefructífera, ello no debería sin embargo ocultar una constata-ción metodológica tan banal como esencial, a saber, que lamemoria singulariza la historia, en la medida en que ella esprofundamente subjetiva, selectiva, frecuentemente irrespe-tuosa de las distinciones cronológicas, indiferente a las re-construcciones de conjunto, a las racionalizaciones globales.Su percepción del pasado es irreductiblemente singular. Allídonde el historiador no ve más que una etapa dentro de unproceso, que un aspecto de un cuadro complejo y dinámico,el testigo puede capturar un acontecimiento crucial, el sacu-dimiento de una vida. El historiador puede descifrar, analizary explicar las fotos conservadas de Auschwitz. Sabe que sonjudíos los que descienden del tren, sabe que el SS que los ob-serva participará en una selección y que la gran mayoría delas figuras de esa foto no tienen ante sí más que algunas ho-ras de vida. A un testigo, esa foto le dirá mucho más; le re-cordará sensaciones, emociones, ruidos, voces, olores, elmiedo y el desconcierto del recién llegado al campo, la fatigade un largo viaje efectuado en condiciones horribles, quizás

i la visión de la chimenea de los crematorios. En otros térmi-nos, un conjunto de imágenes y recuerdos absolutamente sin-gulares y completamente inaccesibles al historiador si no es apartir de un relato a posterior!, fuente de una empatia incom-parable con la que pudo haber revivido el testigo. La foto deun Haftling muestra a los ojos del historiador una víctimaanónima; para un pariente, un amigo o un camarada de pri-sión, esa foto evoca todo un mundo absolutamente único. Pa-ra el observador exterior, esa imagen no representa -diríaSiegfricd Kracauer- sino una realidad no redimida (imerlosí)(Kracauer, 1977: 32 y 1960: 14). El conjunto de estos recuer-dos forma una parte de la memoria judía, una memoria que

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el historiador no puede ignorar (tanto más si él mismo es ju-dío) y que debe respetar, que debe, en tanto sea posible, ex-plorar y comprender, pero a la cual no debe someterse. Notiene el derecho de transformar la singularidad inevitable ylegítima de esa memoria en un prisma normativo de escritu-ra de la historia. Su tarea consiste más bien en inscribir esasingularidad de la experiencia vivida en un contexto históricoglobal, para intentar con ello esclarecer las causas, las condi-ciones, las estructuras, la dinámica de conjunto.

Esto significa aprender de la memoria, pero también pa-sarla por el tamiz de una verificación objetiva, empírica,documental y fáctica, señalando si es necesario sus contradic-ciones y sus trampas. Si hay una singularidad tibsoliitn de lamemoria, aquella de la historia será siempre rclativ/t (Chau-mont, 1994: 87). Para un judío polaco, Auschwitz significa al-go terriblemente único: la desaparición del universo humano,social y cultural en el cual ha nacido. Un historiador que nologre comprender esto no podrá jamás escribir un buen librosobre la Shoá, pero el resultado de su investigación no serápara nada mejor si extrae la conclusión -como lo hace, porejemplo, el historiador norteamericano Steven Katz (1996)-quc el genocidio judío sería el único de la historia.

Según Eríc J. Hobsbawm, el historiador no debe sustraer-se a un deber de universalismo: "Una historia destinada sólo alos judíos (o a los negros norteamericanos, a los griegos, a lasmujeres, a los proletarios, a los homosexuales, etc.) no sabríaser una buena historia, aunque pudiera reconfortar a quienesla practicasen" (1997: 277). Para los historiadores que traba-jan sobre fuentes orales, frecuentemente es muy difícil encon-trar el justo equilibrio entre empatia y distancia, entre elreconocimiento de las singularidades y la puesta en perspec- 'tiva general.

Historia y memoria 77

UNA PAREJA ANTINÓMICA

Evidentemente, no se trata de oponer de manera mecáni-ca, en la amplia gama de literatura sobre la materia, una me-moria "mítica" a la aproximación "científica" y racional delhistoriador como tendía a hacer, hace algunos años, MartínBroszat en su correspondencia con Saúl Friedlá'nder (1988).

El historiador no trabaja encerrado en la clásica torre demarfil, al abrigo del mundanal raido y tampoco vive en unacámara refrigerada, al abrigo de las pasiones del mundo. Su-fre los condicionamientos de un contexto social, cultural ynacional; no escapa a las influencias de sus recuerdos perso-nales ni a un saber heredado -condicionamientos e influen-cias de los cuales puede intentar liberarse a través de unesfuerzo de distanciamiento crítico, pero nunca a partir de lanegación-. Desde esta perspectiva, su tarea no consiste entratar de suprimir la memoria -personal, individual y colecti-va-, sino en inscribirla en un conjunto histórico más vasto.Por eso, en el trabajo del historiador hay, sin duda, una par-te de transferencia que orienta la elección, la aproximación, eltratamiento de su objeto de investigación y de lo cual el in-vestigador debe ser consciente (Friedlá'nder, 2000).

En su obra History. The Last Things befare the Last (1969),Siegfried Kracauer proponía dos metáforas del historiador.La primera, la del/W/'o eirante, remitía a la historiografía po-sitivista. Como ocurre en "Funes el memorioso", el héroe delcélebre relato de Borges, Ahasvérus, quien había atravesadolos continentes y las épocas, no podía olvidar nada y estabacondenado a desplazarse sin cesar, cargado de su fardo de re-cuerdos, memoria viva del pasado del cual era el guardián in-feliz. Objeto de compasión, no encarnaba sabiduría alguna,ninguna memoria virtuosa y educativa, sino solamente untiempo cronológico y vacío (1969: 157). La segunda metáfo-ra, la del exiliado -se podría decir también del extranjero, se-gún la definición de Georg Simmel—, remitía al historiadorcomo figura de extraterritorialidad. Como el exiliado que esta'

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tensionado entre dos países, su patria y la tierra de adopción,el historiador está dividido entre el pasado que explora y elpresente que vive. Así está obligado a adquirir la condición de"extraterritorial", en equilibrio entre el pasado y el presente(ibíd.: 83; Simmel, 1983). Como el exiliado, que es siempre unoiitsider en su país de recepción, también el historiador operauna intrusión en el pasado; pero del mismo modo que el exi-liado puede familiarizarse con el país receptor y tener sobre suvida una mirada particularmente aguda, a la vez interior y ex-terior, hecha simultáneamente de adhesión y distanciamicnto,el historiador puede -no es la norma, es una virtualidad- co-nocer en profundidad una época determinada y reconstituirde ella los caracteres con una claridad mayor que sus contem-poráneos. Su arte consiste en reducir al máximo las carenciasque produce la distancia y en extraer el mayor beneficio de lasventajas epistemológicas que de allí se derivan.

En tanto que "pasante" extraterritorial (Grenzganger), elhistoriador es deudor de la memoria pero actúa a su ver/, so-bre ella, porque contribuye a formarla y a orientarla. Preci-samente porque no vive encerrado en una torre sino queparticipa en la vida de la sociedad civil, el historiador contri-buye a la formación de una conciencia histórica, y entoncesde una memoria colectiva (una memoria no monolítica, plurale inevitablemente conflictiva, que recorre el conjunto delcuerpo social). Dicho de otro modo, este trabajo contribuyea forjar eso que Habermas (1986) denomina un "uso públicode la historia" (offene Gebramb der Geschicbte). Se trata de unaconstatación que no hay necesidad de subrayar: los debatesalemanes en torno del pasado nazi, los italianos alrededor delpasado fascista, los franceses sobre el pasado vichistn y colo-nial, los argentinos alrededor de la dictadura militar, .superanlargamente las fronteras de la investigación historie;). Inva-den los medios de comunicación, de la prensa a la televisión.La célebre fórmula que definía al nazismo como "un pasadoque no pasa" se refiere a la sociedad alemana en su uoi i j i invo,no solamente al trabajo de los historiadores.

Historia y memoria 19

El libro de Ludmila da Silva Cátela No habrá flores en latumba del pasado. La experiencia de reconstrucción del mundo defa-ntiliares desaparecidos (2001) me parece un buen ejemplo de in-vestigación histórica que hace de la memoria su objeto alinscribirse conscientemente en un contexto sensible donde,de manera inevitable, participa de un uso público de la histo-ria. Intentemos destacar los componentes de ello. Primero, lahistoria oral, pues la autora ha realizado una investigaciónentre familiares (padres, hijos, hermanos y hermanas) de de-saparecidos de La Plata, una ciudad donde la represión de ladictadura militar fue particularmente virulenta y extendida.Se trata del relato de los familiares de su miedo, su esperan-za y su espera, de su rabia, su coraje, su necesidad de actuary de su alivio luego de cada pequeña acción pública. Segun-do, la historia política: cómo los familiares comenzaron aorganizarse, cómo encontraron la fuerza para actuar pública-mente, para inventar formas de lucha (denuncia, contra-in-formación) y símbolos (el pañuelo, etc.). Cómo esas accionesrespondían a un imperativo moral, a una necesidad personaly cómo se transformaron en un movimiento político con unamplio impacto sobre el conjunto de la sociedad civil. Cómolas madres y a veces las abuelas, quienes eran amas de casa,se transformaron en las líderes de un movimiento de la so-ciedad civil contra la dictadura militar. Junto a la historia oraly la historia política, la antropología y la psicología: un estudiosobre el sufrimiento y sobre la imposibilidad del duelo liga-dos a la desaparición. Los familiares saben que los desapare-cidos están muertos, pero no pueden considerarlos comotales porque sus cuerpos jamás fueron recuperados, de don-de se derivan las especificidades, incluso la creatividad, deuna rememoración que acompaña ese duelo a la vez intermi-nable e imposible: las marchas de las Madres, la aparición delos pañuelos, las fotos de desaparecidos en la prensa, el "aco-so" a las autoridades, la apertura de archivos, los procesos ju-diciales, la búsqueda de los cuerpos de las víctimas, los"escraches" ante las casas de los torturadores, etc. Una reme-

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moración profundamente anclada en el presente, como loprueban las madres y los hijos que apoyan los piquetes de de-socupados pues la lucha de los piqueteros por la "dignidadhumana" es la misma que la de sus hijos y padres asesinadospor la dictadura. He aquí entonces un libro de historia don-de el objeto es la memoria individual y colectiva, un librotanto más logrado puesto que, incluso entrando en empatiacon los testigos, la autora no se identifica con ellos ni preten-de hablar en su nombre, sino que guarda siempre una distan-cia crítica.

TIEMPO HISTÓRICO Y TIEMPO DE LA MEMORIA

La historia y la memoria tienen sus propias temporalida-des que, repetimos, se entrechocan constantemente sin llegara identificarse. La memoria es portadora de una temporali-dad cualitativa que tiende a poner en cuestión el contimnnn dela historia. Benjamín nos ha dado una ilustración de ello ensus tesis "Sobre el concepto de historia". En la tesis Xy evo-ca un curioso episodio de la revolución de julio de 1830: du-rante la noche, luego de los combates, en muchos lugares deParís, simultáneamente, había gente que disparaba sobre losrelojes, como si quisiera detener el día (1977: 259). La tem-poralidad de la revolución -la de 1789 había introducido unnuevo calendario- no era aquella mecánica y vacía de los re-lojes, sino más bien, precisaba Benjamín, aquella del recor-dar, aquella de la revolución como acto redentor de lamemoria de los vencidos. En sus comentarios a las tesis deBenjamín, Michael Lówy muestra una imagen sorprendente-mente homologa a la de los insurgentes de 1830. Es 1111:1 fotofechada en abril de 2000 que muestra indígenas disparandosobre los relojes de las conmemoraciones oficiales di:IV Cen-tenario del descubrimiento del Brasil (2001: 105-IOS). Lamemoria de los oprimidos no se priva de protestar comra eltiempo lineal de la historia.

Historia y memoria SI

Para tomar impulso, la historiografía exige una toma dedistancia, una separación, incluso una ruptura con el pasado,al menos en la conciencia de sus contemporáneos, lo que es lacondición esencial que permite proceder a una historización,es decir, a una puesta en perspectiva histórica del pasado. Esosucede más por las fracturas simbólicas (por ejemplo, en Eu-ropa, 1914, 1917, 1933, 1945, etc.) que por un simple aleja-miento temporal. A esta distancia engendrada por unaruptura corresponde, normalmente, la acumulación de cier-tas premisas materiales de la investigación, entre las cuales,en primer lugar, se encuentra la constitución y la apertura dearchivos, privados y públicos. Ages of Extremes. The ShortXXth Century de Eric J. Hobsbawm (1994) o la obra colecti-va Le siccle des commnnismes (Dreyfus y Groppo, 2000) no ha-brían podido aparecer antes de la ruptura de 1989-1991 (enprincipio la caída del muro de Berlín, luego el desplome dela URSS). Un trabajo pionero como el Bréviaire de la hainede León Poliakov (1951) implicaba no solamente el fin de laguerra y la caída del nazismo, sino también la posibilidad deconsultar las actas de los procesos de Núremberg. Para es-cribir un libro de historia que no sea solamente un trabajoaislado de erudición, es necesario también una demanda so-cial, pública, lo cual reenvía a la intersección que conecta lainvestigación histórica con los recorridos de la memoria co-lectiva. Es por eso que The Destruction of Enropcan Jcws deRaúl Hilberg (1985) no tuvo sino un débil impacto y perma-neció casi inadvertido en el momento de su primera edición,en 1960, y devino en cambio una obra de referencia a partirde los años ochenta.

La memoria, por su parte, tiende a atravesar varias eta-pas, que de acuerdo con el modelo propuesto por HenryRousso en Le syndrome de Vicby (1990), podrían describirsede la siguiente manera: en principio hay un acontecimientosignificativo, con frecuencia un traumatismo; después unafase de represión (refouleinent) que será tarde o tempranoseguida de una inevitable anamnesis (el "retorno de lo re-

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primido"), que puede, quizás, convertirse en obsesión. l''.n elcaso del régimen de Vichy, ese esquema correspondí.: a la gue-rra y a la Liberación, a la represión de los años dncminta ysesenta, a la anamnesis a partir de los años setenta, en fin, a laobsesión actual.1 En el caso alemán: \zScbuUfrage (El problemade la culpa) de Jaspers en 1945, la represión de la era de Adc-naucr, en fin una obsesión del pasado que alcanza su puntoculminante con la Historikerstreit, el debate Goldhageu, la po-lémica Bubis-Walser y la exposición sobre los crímenes de laWehrmacht. La historiografía ha seguido, ¡yosso modo, <:l reco-rrido de la memoria. No sería difícil mostrar que la produc-ción histórica sobre Vichy y sobre el nazismo ha conocido unimpulso en el momento de la anamnesis y ha alcanzado un pi-co durante la fase de la obsesión. Ella ha sido alimentada poresas etapas y, a su vez, ha contribuido a conformarla:). Sin em-bargo, esa correspondencia no es lineal, la temporalidad his-tórica y la de la memoria pueden también entrar en colisión yproducir una especie de desincronización.

El caso más significativo y paradójico, me parece, es aquelde la recepción del ensayo de Hannah Arendt sobre el proce-so Eichmann en Jerusalén cuyo subtítulo, la "banalidad delmal" (1977), suscitó un escándalo. Ese proceso fue precisa-mente un punto de viraje que ponía fin a un largo período deocultamiento y de olvido del genocidio judío y comen/aba unretorno de lo reprimido. Por primera ve/., el judeocidio de-venía un tema de reflexión para la opinión pública interna-cional, mucho más allá del mundo judío. Fue también unmomento catártico de liberación de la palabra, cuando ungran número de sobrevivientes de la exterminación na/i sepresentaron en el proceso para testimoniar. Así, cu • . ! mo-mento en que el mundo tomaba conciencia de la amplitud delgenocidio judío, que aparecía entonces corno un > r imenmonstruoso sin precedentes, Hannah Arendt rocaliv.;i l>a sumirada sobre Eichmann, un representante típico di: la buro-

1. Sobre estas diferentes etapas, véase también Rieran-, 200(1:'>:'.¿,

cracia alemana que encarnaba, a sus ojos, la banalidad del mal.Arendt, cuyos escritos de los años cuarenta prueban que enmedio de un mundo ciego, ella estuvo entre los primeros enmensurar ese crimen, no ponía su atención en las víctimas, si-no en los verdugos. Su perspectiva y su cuestionamiento erande orden histórico; ella adoptaba lo que Raúl Hilberg (1996)debía definir, mucho más tarde, como la "perspectiva del eje-cutor", un ejecutor que ella podía finalmente mirar a la cara,en carne y hueso. Adoptando esa perspectiva, se encontrabaconfrontada a un crimen monstruoso perpetrado por ejecu-tores que no eran monstruos, sino personas ordinarias. Losobservadores y los comentadores del proceso, en cambio, ha-bían adoptado otra perspectiva: aquella de la memoria de lossobrevivientes que revivían su sufrimiento en el presente. Laherida estaba aún abierta y sangrante; había estado sólo ocul-ta y aparecía ahora a la luz del día. Su atención estaba reteni-da por los testimonios dramáticos dados en el proceso por lossobrevivientes, frente a los cuales Eichmann no era más queun símbolo. En tales circunstancias, la "banalidad del mal"evocada por Arendt no apareció como una noción suscepti-ble de aprehender los móviles y las categorías mentales de losejecutores sino, simplemente, como la tentativa de banalizarun crimen entre los peores de la historia de la humanidad(Diner, 2000).

Sin embargo, el esquema tomado de Rousso puede tenernumerosas variantes. En Turquía, por ejemplo, la memoria yla historia del genocidio de los armenios jamás pudieron serelaboradas ni inscriptas en el espacio público. Se han consti-tuido en otra parte, en la diáspora y en el exilio, con todas lasconsecuencias que ello comporta (Vidal-Naquet, 1991: 267-275). Por una parte, la memoria es erigida no solamente con-tra el olvido sino, sobre todo, contra un régimen político queoculta y niega el crimen en el presente; por otra parte, la es-critura de la historia ha sido trabada porque el ocultamientopasa por el cierre de los archivos y por la multiplicación deobstáculos a la investigación.

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En Italia, donde el consenso antifascista lia sido durantevarios decenios un pilar de las instituciones republicanas, larelectura histórica del fascismo, comenzada hacia fines de losaños setenta, ha precedido al "retorno de lo reprimido", quese produjo solamente en los años noventa, con el fin de lospartidos que habían constituido el sistema político despuésde 1945 y la legitimación de los herederos del fascismo comofuerza de gobierno. Esta anamnesis ha tomado una forma pa-radójica: por una parte, el fin del olvido de las víctimas delgenocidio judío y, por otra parte, la rehabilitación de las "víc-timas" fascistas, luego de la guerra civil que asoló el país en-tre 1943 y 1945. La crisis de los partidos y de las institucionesque encarnaban la memoria antifascista creó las condicionespara la emergencia de otra memoria, una memoria hasta esemomento silenciada. El fascismo es ahora reivindicado como ,un pedazo de la memoria nacional italiana y el antifascismorechazado como una posición ideológica "antinacional" (el 4de septiembre de 1943, fecha de la firma del Armisticio y delcomienzo de la Guerra Civil, se transforma en el símbolo de"muerte de la patria") (Galli della Logia, 1999). El resultadofue, en el otoño de 2001, un discurso oficial del presidente dela República, Cario Azeglio Ciampi, donde se conmemorabaa "todas" las víctimas de la guerra: los deportados resistentesy judíos y los "mártires" del fascismo ("/' ragnzzi di Sfilu").

En la Argentina, en cambio, la memoria de los crímenes dela dictadura militar ha comenzado a manifestarse en l;i escenapública antes del fin de la misma dictadura, a la que contribu-yó poderosamente a aislar y a deslegitimar (digo "memoria"pues las marchas con las fotos de desaparecidos eran yn for-mas de conmemoraciones). En lo que respecta a las modali-dades propias de la criminalidad del régimen -la desapariciónde decenas de millares de víctimas cuyos cuerpos no han sidojamás hallados-, la fase del duelo y de la aflicción se ha pe-rennizado, no ha habido olvido ni represión de la memoria delos crímenes, Al mismo tiempo, en lo que respecta a las For-mas propias de la transición hacia la democracia, sin rup tura

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radical, sin una verdadera depuración de las instituciones mili-tares, con algunos procesos seguidos por leyes de amnistía quedesembocaron en la impunidad de los verdugos, la memoriano ha podido hacer lugar a la historia.2 La dictadura militar nose derrumbó, como el fascismo europeo en 1945, sino que seretiró discretamente de la escena. En resumen, no se ha podi-do establecer una distancia respecto al pasado: ha habido unalejamiento cronológico, no una separación marcada por fuer-tes rupturas simbólicas (Groppo, 2001). Estamos confrontadosaquí, para retomar un concepto forjado por Dan Diner en otrocontexto, a un "tiempo comprimido" (gestante Zcit) que recha-za situarse como pasado (1993:123-140). Es por eso que una delas condiciones fundamentales para el nacimiento de una his-toriografía de las dictaduras del Cono Sur, tanto la chilena co-mo la argentina, no está aún constituida.

Esto nos conduce otra vez a Israel. Si el proceso Eich-mann es un ejemplo de choque entre la memoria y la escritu-ra de la historia, el itinerario del sionismo ofrece tambiénotros ejemplos de convergencia (tardía) entre ambas. Es elcaso reciente de la relectura de la guerra de 1948 por los nue-vos historiadores israelíes (Benny Morris, Han Pappé y otros)(Pappé, 2000; Warschawski, 2001:39-46). Sobre la base deuna investigación de archivos honesta y profunda -pero indi-ferente a las narraciones de los refugiados palestinos-, estoshistoriadores han puesto radicalmente en cuestión el viejomito sionista de la "fuga" palestina. Si bien no presentan laguerra de 1948 como una expulsión planificada, reconocenque este conflicto fue la ocasión para lograr el proyecto sio-nista de un Estado judío sin árabes y que, como consecuencia,

2. Debe tenerse en cuenta que recientemente, el 14 de junio de 2005,las leyes de Obediencia Debida y Punto Final fueron declaradas inválidase inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia de la Nación (en el2003 ya habían sido declaradas nulas por la Ley 25.779 del Congreso Na-cional). Esto abrió el camino a nuevos procesos judiciales c importantesdetenciones de militares implicados en la represión.

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tomó los rasgos de una guerra de depuración étnica. Esta his-toriografía confirma, en sustancia, las narraciones de la Nnqbíi,la "catástrofe", el recuerdo del éxodo cultivado por la memo-ria palestina. Hasta ahora este recuerdo estaba limitado al in-terior del mundo árabe a la vez que se enfrentaba a lanarrativa sionista (la historia como epopeya nacional judía) ya la conciencia histórica del mundo occidental. En la medidaen que el Estado de Israel había sido creado como reparaciónpor el genocidio sufrido por los judíos en Europa, era difícilde admitir que su nacimiento había coincidido con un acto deopresión. Esta convergencia entre la memoria palestina y lanueva historiografía israelí es una premisa indispensable paraque esas dos memorias nacionales puedan algún día coexistiren un mismo espacio público. De esta manera, hay una con-vergencia entre el "tiempo comprimido" de la memoria pa-lestina -la Naqba como eterno presente- y una anamnesisisraelí, impulsada por el trabajo de los historiadores.

MEMORIAS "FUERTES" Y MEMORIAS "DÉBILES"

La única diferencia que existe entre una lengua y un dia-lecto, escribió EricJ. Hobsbawm, reside en que la lengua es-tá protegida por la policía mientras que un dialecto no. Estaconstatación se podría extender a la memoria. Hay memoriasoficiales, mantenidas por instituciones, incluso por los Esta-dos, y memorias subterráneas, ocultas o prohibidas. La visibi-lidad y el reconocimiento de una memoria dependen tambiénde la fuerza de sus portadores. Dicho en otros términos, haymemorias "fuertes" y memorias "débiles". En Turquía, la me-moria armenia sigue estando prohibida y reprimida. En Amo-rica latina, durante las celebraciones de los 500 años deldescubrimiento, la memoria indígena se expresó como unamemoria antagonista directamente opuesta a la memoria of i -cial de los Estados surgidos de la colonización y del genocidiode las poblaciones indígenas. Sin embargo, la fuerza y el reco-

nocimiento no son datos fijos e inmutables, evolucionan, seconsolidan o se debilitan, contribuyen a redefinir permanen-temente el estatus de la memoria. En una época en que laURSS era una gran potencia y el movimiento obrero poseíauna fuerza social y política considerable, la memoria comunis-ta fue poderosa, sectaria y arrogante; luego se perpetuó comoel recuerdo de una comunidad de vencidos, estigmatizada,cuando no abiertamente criminalizada por el discurso oficial.La memoria armenia es débil porque sus negadores poseen unEstado con el cual los otros Estados deben pactar y en el cualtienen intereses que proteger. La memoria homosexual ape-nas comienza a expresarse públicamente. Durante décadas, lasasociaciones que representan a losgays deportados en los cam-pos nazis fueron expulsadas rápidamente y por la fuerza de lascelebraciones oficiales, como portadoras de un recuerdo ver-gonzoso e innombrable. Las leyes que permitieron su depor-tación -la n" 75 del código penal de Weimar- fueronsuprimidas tardíamente en la posguerra, incluso cuando unagran cantidad de ex deportados ya habían sido indemnizados.

La memoria de la Shoá, cuyo estatuto es hoy tan univer-sal y consensuado que funciona de religión civil del mundo oc-cidental, muestra bien este pasaje de una memoria débil í unamemoria/7/drfe. El historiador norteamericano Peter Novickestudió esta mutación en el seno de la sociedad estadouni-dense y concluyó que allí "la memoria del Holocausto es tanbanal, tan inconsecuente y no constituye una verdadera me-moria porque es consensual y está desconectada de las divi-siones reales de la sociedad norteamericana; por tanto es unamemoria apolítica" (1999: 279). Novick no es el primero enhacer esta constatación. Hace diez años, Arno Mayer denun-ciaba un "culto del recuerdo" rápidamente transformado en"sectarismo exagerado" y gracias al cual la masacre de los ju-díos fue separada de las circunstancias históricas totalmenteprofanas que la engendraron y fue aislada en una memoriaanestesiada "de la cual no puede desviarse y que se sustrae alpensamiento crítico y contextual" (1999: 35).

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Las manifestaciones exteriores de esta memoria Jiieric re-cuerdan el narcisismo compasivo denunciado por GilbertAchcar en relación con el ritual conmemorativo inagotablede las víctimas del 11 de setiembre de 2001. Una ve/, incor-poradas esas manifestaciones en el imaginario occidental ytransformadas en un elemento constitutivo de su propiaidentidad, Occidente puede autocelebrarse conmemorandoestas víctimas. Eso no hubiera sido posible inmediatamentedespués de la guerra, cuando lejos de aparecer como repre-sentantes del mundo occidental, las víctimas del Holocaustoeran percibidas ante todo como los "judíos del Este" o, en to-do caso, como las encarnaciones de una alteridad negativa ymal tolerada en el seno de las diferentes comunidades nacio-nales. El silencio de la cultura occidental sobre Ausdiwitz en1945 se inscribe en la misma lógica que hoy rige la indiferen-cia o la compasión distante con la cual esa misma culturareacciona ante las violencias que azotan el Sur del globo ocon la cual mira a las víctimas de sus propias guerras "huma-nitarias".

Dado que memoria e historia no están separadas por ba-rreras infranqueables, sino que interactúan en fon ñu perma-nente, inevitablemente se deriva una relación privilegiadaentre Iqs memorias "fuertes" y la escritura de la historia.Cuanto más fuerte es la memoria -en términos de reconoci-miento público e institucional-, el pasado del cual é.sia es unvector se torna más susceptible de ser explorado y transfor-mado en historia. Esta memoria produce una necesidad dereflexión, análisis y reconocimiento, y es por esto que los his-toriadores profesionales pueden aportar una respuest:;i a ello.Evidentemente, no se trata de establecer una relación mecá-nica de causa-efecto entre la fuerza de una memori:i (ic gru-po y la amplitud de la historización del pasado; pero aonqueesta relación no sea directa, porque se define en el seno decontextos diferentes y está sujeta a múltiples mcdiadmu:.1;, se-ría absurdo negarla.

Historia y fiteinoria

VERDAD Y JUSTICIA

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Una última cuestión en el centro de la relación entre his-toria y memoria reside en el lazo que ambas poseen con lanoción de verdad y de justicia. Se lia evocado, en ese sentido,la tendencia creciente a una "judicialización de la memoria"(Rousso, 2001: 43). Es una vieja cuestión, hoy puesta nueva-mente al orden del día por una serie de procesos durante loscuales numerosos historiadores, especialmente en Francia,han sido convocados en calidad de testigos. Difícilmente sepodrían comprender los procesos Touvier y Papón en Fran-cia,' el proceso Priebke en Italia o aun las tentativas de ins-trucción de un proceso a Pinochet, en Europa y en Chile, sinponerlos en relación con la emergencia, en e) seno de la so-ciedad civil de esos países y, más en general, de la opinión pú-blica mundial, de una memoria colectiva del fascismo y de lasdictaduras. Esos procesos dan buena cuenta de la anamnesisdescrita más arriba y han sido momentos extraordinarios deuna revisita pública de la historia donde el pasado ha sido,literalmente, revivido y juzgado en una sala de tribunal. Du-rante esos procesos, algunos historiadores han sido convoca-dos para "testimoniar", es decir, para esclarecer, gracias a suscompetencias, el contexto histórico de los hechos en cues-tión. Ante la corte, prestaron juramento declarando, siemprecomo testigos: "Juro decir la verdad, toda la verdad, y nadamás que la verdad" (Baruch, 1998). Ese "testimonio" sui ge-neris, al cual algunos se han sustraído, implicaba desde luegocuestiones de orden ético, pero renovaba también interro-gantes más antiguos de orden epistemológico concernientesa la relación del juez y el historiador, sus modalidades respec-tivas del tratamiento de las pruebas y el estatus diferente de

3. Pnul Touvier fue el responsable de la milicia del régimen de Viciiy.Mauricc Papón l\ic uno de los principales responsables de la deportaciónde los judíos de la zona cíe Uurdcaux durante la guerra. K\o Touvierse realizó en 1994 y el de Papón en 1998.

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la verdad producida por la investigación histórica o enuncia-da por el veredicto de un tribunal. Esta mezcla de génerosparecía exhumar la antigua metáfora hegeliana del "Tribunalde la historia" (Bensa'íd, 1999), contra la cual era inevitableoponer otra sentencia, compartida tanto por Marc Bloch(1974) como por Edward H. Carr (1961): el historiador no esun juez, su tarea no consiste en juzgar sino en comprender.Otros han replicado que en Une étrange défaite, Bloch no seabstenía de juzgar y que, liberados de alabar una visión gas-tada (e ilusoria) de la historiografía como ciencia positiva,"axiológicamente neutra", estamos obligados a reconocerque todo trabajo histórico supone también, implícitamente,un juicio sobre el pasado.

La contribución más lúcida para esclarecer esta espinosacuestión sigue siendo la de Cario Ginzburg (1997), en oca-sión del proceso Sofri en Italia. El historiador, subraya Ginz-burg, no debe erigirse en juez, no puede emitir sentencias; suverdad -el resultado de su investigación- no tiene un carác-ter normativo, sino que sigue siendo parcial y provisoria, ja-más definitiva. Sólo los regímenes totalitarios, donde loshistoriadores son reducidos al rango de ideólogos y de pro-pagandistas, poseen una verdad oficial. La historiografía ja-más está fijada, pues en cada época nuestra mirada sobre elpasado -interrogado a partir de cuestionamientos nuevos, ex-plorado con la ayuda de instrumentos y categorías de análisisdiferentes- se modifica. El historiador y el juez, sin embargo,comparten un mismo fin: la investigación de la verdad, y es-ta búsqueda de verdad necesita pruebas. La escritura de lahistoria, agrega Ginzburg, implica por otra parte un procedi-miento argumentativo -una selección de hechos y una orga-nización del relato- del cual el paradigma sigue siendo laretórica de base judicial. La retórica es "un arte de la persua-sión nacida ante los tribunales" (1997: 16); es allí que, delan-te un público, se ha codificado la reconstrucción de un hechopor las palabras. No es poco, pero allí se termina la afinidad.La verdad de la justicia es normativa, definitiva y obligatoria.

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Comparada con la verdad judicial, la del historiador no es so-lamente provisoria y precaria, sino que es también más pro-blemática. Resultado de una operación intelectual, la historiaes analítica y reflexiva, trata de mostrar las estructuras subya-centes a los acontecimientos, las relaciones sociales en lascuales están implicados los hombres y las motivaciones de susactos.4 En resumen, es otra verdad. No se limita a restablecerlos hechos sino que trata de contextualizarlos, de explicarlosformulando hipótesis e investigando causas (bien que en unsentido no determinista). Si el historiador adopta, para reto-mar la definición de Ginzburg, un "paradigma indiciado"(1986), su interpretación no posee la racionalidad implacable,medible e incontestable de las demostraciones de SherlockHolmes. Esto no quiere decir que la escritura de la historia seaun relato arbitrario perfectamente asimilable a una narraciónliteraria, pues la puesta en historia del pasado debe atenerse alos hechos y su argumentación no puede ir más allá de la ex-hibición de las pruebas. Si la escritura de la historia tomasiempre la forma de un relato, este último, contrariamente a loque piensan ciertos posmodernistas, es cualitativamente dife-rente de una ficción novelística. Se trata más bien, según las pa-labras de Reinhart Koselleck, de una "ficción de lo factual"(1997: 110). Digámoslo al pasar, allí reside toda la diferenciaentre los libros de historia sobre el genocidio judío y la litera-tura negacionista, pues las cámaras de gas son un hecho antesde transformarse en el objeto de una construcción discursivay de una "puesta en relato histórico" (historical emplotntent)(Friedlá'nder, 1992). Allí donde la justicia ha cumplido su mi-sión señalando o condenando el culpable de un crimen, la his-toria comienza su trabajo de búsqueda y de interpretacióntratando de explicar cómo éste llegó a ser un criminal, su re-

4. Lo que condujo a Gcorgcs Duby, tal vez de una manera un poco pre-coz, a escribir que "la noción de verdad histórica se modificó (...) porqueahora la historia se interesa menos en los hechos que cu las relaciones"(1991:78).

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lación con la víctima, el contexto en el cual ha actuado, así co-mo la actitud de los testigos que han asistido al crimen, que nosupieron impedirlo, que lo toleraron o aprobaron.

Estas consideraciones pueden reconfortar la decisión delos historiadores que no han aceptado "testimoniar" en oca-sión del proceso Papón en Francia. Pero entre los que se pre-sentaron a la convocatoria de los jueces, varios lo hicieronpara no sustraerse, en tanto que ciudadanos, a un deber cívi-co que su oficio hacía aun más imperativo. Por una parte, su"testimonio" ha contribuido a mezclar los géneros y a confe-rir a un veredicto judicial la condición de una verdad históri-ca oficial al transformar una corte en un "Tribunal de lahistoria". Por otra, ello ha podido esclarecer un contexto yrecordar hechos que de otro modo corrían el riesgo de que-dar ausentes tanto de las actas del proceso como de la refle-xión que lo ha acompañado en el seno de la opinión pública.Así, es necesario constatar que sin el "testimonio" del histo-riador Jean-Luc Einaudi, el rol de Maurice Papón en la ma-sacre de algunos centenares de argelinos, en París, el 17 deoctubre de 1961, no habría sido tan claramente puesto a laluz ni tan vigorosamente denunciado.

"Moralizar la historia": la exigencia puesta porjean Améry(1977) en sus sombrías meditaciones sobre el pasado nazi estáen el origen de los procesos aquí evocados. Las víctimas y susdescendientes los vivieron como actos simbólicos de repara-ción o luchan para que esos procesos tengan lugar, como lohacen hoy, en Chile, los sobrevivientes de la dictadura de Pi-nochety sus descendientes. No se trata de identificar justiciay memoria, sino que frecuentemente hacer justicia significatambién rendir justicia a la memoria. La justicia ha sido, a lolargo del siglo XX, al menos desde Núremberg, un momentoimportante en la elaboración de la memoria y en la formaciónde una conciencia histórica colectiva. La imbricación de Jahistoria, la memoria y la justicia está en el centro de la vida co-lectiva. El historiador puede operar las distinciones necesa-rias, pero no puede negar esta imbricación; debe asumirla, con

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3. Historia reciente de pasadostraumáticos

De los fascismos y colaboracionismos europeosa la historia de la última dictadura argentina

DANJKI, LVOVICH'

La comparación de los modos en que distintas sociedadesdan cuenta de sus pasados de naturaleza traumática permiteestablecer homologías -aunque no equiparaciones- entre losmismos, identificar los elementos comunes a los diversos ca-sos y las variables explicativas más relevantes, e i luminar losaspectos diferenciales que particularizan el impacto de cadauna de las trayectorias consideradas.

Al referirnos a los modos en que las sociedades dan cuentade su pasado abarcamos tanto el lugar que ocuparon las repre-sentaciones de aquel pasado en los debates intelectuales, comolas elaboraciones de las distintas memorias en pugna sobre él,y la producción historiográfica en sentido estricto.

En este capítulo consideraremos las formas en que en dis-tintos casos nacionales estas diversas instancias se vincularon.Un recorrido analítico por estas trayectorias permitirá echarluz sobre las peculiaridades, los límites y los dilemas que atra-viesa la construcción de una historia de la dictadura instaura-da en la Argentina en 1976, y contribuirá a delimitar la

1. Una parte importante cíe esta investigación se financió gracias a unabeca de la Fundación Antorchas.