historia de un amor violento

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Es la historia de Juanito y Laurita, estudiantes, que viven un amor incomprensible.

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Page 1: Historia de Un Amor Violento

La historia que les voy a contar, sucedió cuando yo estaba en el colegio, cuando era adolescente. Y

esta es una historia de un amor violento, es una historia no apta para temblorosos.

Laurita era linda como ninguna. En las mañanas, cuando llegaba al colegio, los muchachitos perdían el

control: algunos se quedaban con la boca abierta viéndola pasar; a otros se les calentaba la piel y de a

pocos se iban poniendo rojos, hasta que quedaban del color de un Bom Bom Bum tradicional; otros

perdían el aliento y tenían que salir corriendo, lejos de ella, a buscarlo; y otros, para que no les pasara

nada, cerraban con fuerza los ojos hasta que ella ya no estaba por ahí. Al paso de laurita todo se

silenciaba, todo se conmovía. Era como si ella atrapara la atención de todo lo que la rodeaba, de todo lo

que encontraba a su camino. Incluso las niñas, las demás niñas del colegio, que a veces parecían morir

de envidia, en ocasiones, al paso de laurita, dejaban escapar uno que otro suspiro.

Pero laurita no sólo era linda como ninguna, sino que también era inteligente como ninguna: siempre

sacaba las mejores calificaciones del colegio; siempre que participaba en los intercolegiados de

matemáticas se los ganaba; y siempre, pero siempre siempre, izaba bandera.

Por supuesto tanta lindura e inteligencia juntas tenían sus enamorados. Los muchachitos del colegio,

por más que ella los descontrolara, se esforzaban insistentemente, de una u otra manera, por llamar su

atención, por arrancarle una sonrisa o tan siquiera una mirada… Por enamorarla. Algunos, los más

tímidos, le dejaban sobre el pupitre florecitas que arrancaban de los jardines del colegio, acompañadas

de carticas de amor. Los ricos no hacían más que darle regalos muy costosos. Y los otros, los apuestos

del colegio, no desaprovechaban oportunidad para pasearse delante de ella a ver si veía lo lindos que

eran y se enamoraba o, al menos, les cogía gusto. Y era tanta, tanta la obsesión de estos muchachitos

por laurita, que en los pocos días que ella faltaba al colegio se les veía vagar cabizbajos, tristes, como

perdidos sin saber qué hacer o qué decir. Simplemente iban por ahí, pateando piedras y tratando de

encontrar en cada lugar un recuerdo de laurita… Un recuerdo que les evitara la enorme soledad que les

producía su ausencia.

Pero lo trágico para estos muchachitos, era que a laurita le eran indiferentes todos sus esfuerzos, todas

sus flores, todas sus carticas de amor, todos sus regalos costosos y toda su belleza. Y no es que ella

fuera creída o algo así. No. Ella era linda e inteligente como ninguna, pero no era creída. Esto lo sé

porque ella misma me lo contó, un día en que estando yo en la biblioteca, ella llegó y se me sentó al

lado y me dijo que como yo era fanático de Andrés Caicedo, ella quería que yo le leyera los cuenticos

cortos de él… Y entre cuento y cuento ella me habló de porqué tanta indiferencia. Me dijo que quería

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un amor que no fuera pretencioso, sino más bien uno sencillo; que no le prometiera, que no le regalara

cosas, sino uno que se arriesgara por ella, que fuera osado.

[Y así el tiempo pasaba en aquel colegio. Niños desesperados haciendo cosas desesperadas por el amor

de una jovencita que dentro, muy dentro de su corazón, esperaba alguien y algo diferente.]

Sucedió entonces que un día llegó al colegio un nuevo estudiante. Su nombre era Juanito. No fue sino

que apareciera por la puerta del colegio para que llamara la atención de todas y todos. Pero no

imaginen que lo hizo porque fuera lindo o atlético o porque llegara en un carro lujoso. No. Juanito

llamó la atención porque era pequeñito y estaba medio deformado por una especie de joroba que lo

obligaba a caminar inclinado hacia delante, como si fuera Atlas llevando el mundo a cuestas. Y fue por

esta razón que, pasada la impresión inicial, el se convirtió en el objeto de las burlas del colegio. Ellas y

ellos no desaprovechaban ocasión para hacerle saber lo graciosa y ridícula que les resultaba su

apariencia: “¡Juanito! ¡Juanito!, le gritaban unos, ¿cuándo es que vas a encontrar lo que se te ha

perdido?”; “¡Ahí va! ¡Ahí va!, gritaban otros, Quasimodo es el que va”… Sí, en un universo lleno de

tanta belleza, Juanito era una extrañeza que causaba risa.

[Juanito] Él era silencioso y solitario. Sólo hablaba cuando le hacían preguntas en clase, y en los

descansos se sentaba en algún rincón, lejos de todos los demás, a escribir quién sabe qué cosas en unas

hojitas que siempre llevaba consigo. Y aunque las burlas nunca paraban, después de un tiempo todos y

todas se comenzaron a dar cuenta de algo en él que les extrañó mucho: al contrario de todos los demás,

a Juanito parecía no afectarle la presencia de laurita: no se quedaba viéndola con la boca abierta ni se

ponía rojo como un Bom Bom Bum tradicional ni perdía el aliento ni cerraba los ojos cuando ella

estaba por ahí. Daba la impresión, inclusive, de que a él ella le era indiferente.

Pero no era cierto. Esto lo sé, porque él mismo me lo contó, un día en que estando yo en la biblioteca,

él llegó y se me sentó al lado y me dijo que como yo era fanático de Mario Benedetti, él quería que yo

le leyera algunos poemitas de él… Y entre poema y poema el me habló de ella. Me dijo que la primera

vez que la vio fue el día que llegó al colegio, cuando entró con la coordinadora al salón, cuando lo iban

a presentar. Que ella estaba ahí, sentada en su pupitre, y que al verla él sintió como un viento fresco

que golpeaba su cuerpo y le traía una alegría que él nunca había tenido: que se había sentido

sobreviviente de un naufragio, vencedor de una gran batalla, conquistador de un enorme territorio.

El tiempo fue pasando en el colegio. Los muchachitos continuaban con sus esfuerzos inútiles por

llamar la atención de laurita; Juanito seguía, lejos de todos los demás, escribiendo quién sabe qué cosas

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en las hojitas que siempre llevaba consigo; y yo, sentado en la biblioteca, fanático de Andrés Caicedo y

de Mario Benedetti.

Pero un día sucedió una cosa extraña, extrañísima. Fue en la última izada de bandera de ese año. Como

siempre en esas ocasiones, todos en el colegio estábamos vestidos con el traje de gala. Los de la tuna y

los de teatro se alistaban para presentarse, mientras los demás tomábamos puesto en el teatro. Arriba,

en la tarima, los profesores y las directivas del colegio estaban listos para decirnos palabras bonitas

acerca de los valores y hablarnos de la importancia de educarnos bien y de hacer caso.

Luego de los himnos y de las palabras del rector, la profesora clarita, la de historia, se puso al frente del

micrófono para llamar a los estudiantes que izaban bandera. Uno a uno fueron pasando desde los más

chiquitos hacia arriba, hasta que le llegó el turno a laurita. Cuando la llamaron todos voltearon a ver el

lugar donde ella estaba sentada, y la siguieron con la mirada mientras caminaba por el pasillo y luego

cuando se subía a la tarima. Pasó por el lado del profesor de filosofía –que si no recuerdo mal tenía la

boca abierta- y por el de educación física –que se le veía medio ahogado-, hasta que llego junto al

rector que la esperaba para ponerle la medallita del colegio en donde dice que ella es de las buenas

estudiantes del período.

Justo en el momento en que el rector le iba a poner la medallita a laurita, por el mismo costado de la

tarima por donde subían los estudiantes, se vio a Juanito subiendo, con su paso lento y su cuerpo

inclinado hacia delante. Al notar su presencia allí, todo el auditorio comenzó a murmurar, y los que

estaban en la tarima, incluyendo a laurita, se quedaron como lelos, viendo al muchachito más extraño

del colegio caminar hacia donde estaba el micrófono. Pero en una reacción rápida, como de película de

acción, el profesor de educación física se le puso delante a Juanito y le preguntó que qué quería.

-Quiero decir unas palabras -, dijo juanito.

-No puedes, ¿no ves que estamos en la izada?

-Sí, pero es que tengo algo muy importante que decir.

-Pero no seas necio juanito, dijo el profe, no puedes hacer eso ahora; si sigues insistiendo vas a tener

problemas, hasta te pueden echar del colegio.

Juanito comenzó a rascarse la cabeza y a moverse inquieto, como indeciso entre dejar la tarima y seguir

hacia delante. Se le notaba que en realidad quería hablar, y le hizo cara de “por favor” al profe, pero

este no estaba dispuesto a permitir que el buen orden de la actividad se viera afectado por un

muchachito que, además, era bien feo.

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Por un instante parecía que Juanito se iba a bajar de la tarima, pero de pronto, en un acto sorpresa

porque él no parecía el tipo de persona capaz de hacer un movimiento así, le lanzo un puño al estomago

del profesor y cuando este se doblo por el dolor, lo agarró de la cabeza y le puso un rodillazo en la cara

que lo lanzó hacia atrás y lo tumbo al suelo.

Sin detenerse en lo que acababa de hacer, el muchachito continúo su marcha hacia el micrófono.

Avanzó un par de metros cuando a su encuentro le salió el de filosofía, que ya había cerrado la boca, y

hablándole suavecito –que es como hablan los filósofos-, le pidió que no hiciera más mal, que mirara

cómo había puesto al de física. Pero juanito estaba decidido a hablar, y sin decir nada esta vez, le puso

una patada en la entrepierna al de filosofía que inmediatamente, agarrándose ya saben qué, cayó al

suelo dando gritos de dolor.

Mientras esto sucedía todos los demás seguían en su lugar, quietos. Inclusive laurita seguía de pie junto

al rector, que se había quedado como congelado con la medallita que no le alcanzó a poner a laurita en

la mano, y miraba cómo Juanito tumbaba y tumbaba gente para llegar hasta el micrófono.

Cuando éste [Juanito] llegó al lado de clarita, ella, como intentando oponer una última resistencia a la

embestida del muchachito, apretó con fuercita el micrófono para no dejárselo quitar. Juanito la miro

serio, le hizo una mueca como de fiera salvaje y le puso una cachetadita –así, suavecita- y le quitó el

micrófono.

Para ese momento ya nadie murmuraba. El silencio del lugar sólo era interrumpido por los quejidos

leves que lanzaban el de educación física y el de filosofía. Todas las miradas estaban puestas sobre la

humanidad de juanito, que allí de pie, micrófono en mano, hacía un paneo del auditorio. Luego, alzó el

micrófono y habló:

“Me he dado cuenta que todos en este colegio se burlan de mí. Y en realidad no me importa, no me

afectan sus burlas, desde que soy niño siempre ha sido así. Sólo quería decírselos para que estén

tranquilos y no tengan remordimientos de conciencia, porque es que eso sí es muy jarto. Pero en todo

caso no es a ustedes a quienes quiero hablarles. Quien me impulsó hasta esta tarima, hasta este

micrófono y a ejercer un poquito de violencia, es ella, laurita.”

Juanito dirigió su mirada y su voz hacia laurita, que, aún de pie junto al rector, sintió por primera vez

en su vida que un muchachito la envolvía, la capturaba… la concentraba en él.

“Laurita, siguió diciendo Juanito, sé que soy pequeñito y jorobadito, pero quiero que sepas lo que pasó

la primera vez que te vi el día que llegué al salón con la coordinadora, el día que me iba a presentar.

Ese día todo era normal para mí hasta que te vi, hasta que me encontré con tu mirada. Cuando eso

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sucedió, no sé de dónde, pero entró al salón un viento fresco que me golpeó y me trajo una alegría que

nunca antes había tenido. Y como si eso fuera poco, me sentí como sobreviviente de un naufragio,

como vencedor de una gran batalla, como el conquistador de un gran territorio. Tú sabes que esas cosas

no se sienten todos los días; que eso de que uno va por ahí, dándole vueltas al mundo y a las cosas, y de

pronto ¡pluf! te llegan un viento y una alegría, es algo importante.”

“Laurita, tú eres la más linda y la más inteligente. Yo no. Yo soy feo, y además no me va muy bien en

matemáticas. Pero quiero decirte que, si es que es cierto que existe el amor, eso no es tan importante.

Yo me he pasado las horas en un rincón del colegio pensando en ti, y en cómo es que debo hacer para

hacerte caer en cuenta de que puedes confiar en mí y ser mi amiga y reírte cuando me tropiezo porque

no veo lo que está delante de mí y pasar tiempitos de silencio mirando hacia la esquina del colegio en

donde las palomas se juntan y luego salen volando, como enrolladas, hacia algún lugar del cielo.”

“Hoy me he tirado la izada y he golpeado a los profesores de física y filosofía porque no podía dejar

para mañana esto que te estoy diciendo. He llegado hasta aquí con miedo pero con resignación, porque

sé que luego que termine tendré que abandonar el colegio, y entonces mis papas van a estar tristes y de

pronto hasta resentidos conmigo. Pero eso no importa porque lo que yo digo lo digo para jugar a la

sinceridad y para ver si de pronto se me hace el milagrito del amor verdadero. Por eso quiero pedirte

que me des tu mano y salgas conmigo hacia algún lugar del mundo; que corras el riesgo como yo lo he

hecho, porque sólo así uno sabe con quién está tratando. Entonces te pregunto: ¿te vas conmigo o te

quedas acá con ellos?”

Cuando Juanito calló todos en el auditorio dirigieron sus miradas hacia la más linda, hacia la más

inteligente. Pasaron unos segundos que se hubieran podido contar como minutos u horas, luego de los

cuales Laurita caminó hacia Juanito, lo tomó de la mano y le dijo:

-¡Me voy contigo! A donde vayas.

-¿Así no más? ¿Sin miedo a la muerte?, pregunto él.

-Sí, así no más.

Tomados de la mano, como palomas que se enrollan y alzan el vuelo hacia algún lugar del cielo,

Laurita y Juanito salieron de allí. Mientras lo hacía, los demás los observábamos con la boca abierta

mientras nos preguntábamos, ¿cómo es posible que el niño más

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Desde entonces nadie sabe nada de ellos, nadie nunca los ha visto ni ha escuchado que alguien los haya

visto. Han pasado muchos desde aquello, y la historia de Laurita y Juanito es ya una leyenda que

algunos, como yo, cuentan de vez en cuando.

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