guerreros del desierto

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guerreros del desierto Mixteca oaxaqueña

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Mixteca oaxaqueña

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Page 1: Guerreros del Desierto

g u e r r e r o sd e l d e s i e r t o

M i x t e c a o a x a q u e ñ a

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II (Altiplano potosino)

Temporada de serpientes

“¡Párate ahí”! –me dijo Rodolfo con voz tajante.

Estábamos ascendiendo una pequeña colina cerca de

“Los Pames”, una majada en los límites de Zacatecas

y San Luis Potosí.

“¡La miras, la miras!” – me preguntaba señalando

con su mano hacia un punto de la vereda. Yo no al-

canzaba a distinguir nada entre el terreno pedregoso

que estaba frente a nosotros. “¡Ahí ésta junto a esas

piedras!” –insistía. Pero por más que agudizaba mi

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sostenían en alto sus afilados cuchillos. Detrás de ellos

venía un grupo de mujeres con cubetas y recipientes de

plástico, pues es la costumbre que se les regale la sangre

de los chivos, la cual guisan de diferentes maneras. A las

tres de la tarde soltaron el primer grupo de chivos y todo

fue un caos; las mujeres se abalanzaban sobre ellos para

sostenérselos a los matanceros, quienes con sorprendente

habilidad, de un certero tajo segaban la vida del animal.

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mirada, yo no podía distinguir nada. “No te

muevas” –me dijo con voz tajante mientras

sacaba su resortera y caminaba lentamente.

Después de dar unos pasos hacia delante, ten-

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so arma y disparó. El golpe fue certero y pude ver como

una pequeña serpiente giraba sobre sí al recibir el im-

pacto. Rodolfo se acerco rápidamente y con su cuchillo

traspaso la cabeza del reptil, rematándolo de esta mane-

ra. “Estas son las víboras más peligrosas” -me explicaba

mientras la sostenía en su mano y comenzaba a quitarle

la piel. “Las víboras más jóvenes son las más peligrosas

porque no saben medir su veneno. ¡Te muerden y te in-

yectan toda la ponzoña! Las víboras adultas solo utili-

zan una parte del veneno”.

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abrirlos y cortarles la cabeza y las patas. Otros como el “Puma”, tiene

que quitarles la piel introduciendo su pie entre el animal y jalando el

cuero.

Después vienen los que les quitan la panza y los intestinos, y al final los

que cortan la carne del animal en las piezas comerciales.

XVIII (Sahara Occidental)

El Sahara Occidental

El pastoreo en el Sahara Occidental tiene mucha similitud con el que

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La mordedura de cascabel es algo frecuente entre el ga-

nado durante los meses de mayo a julio, cuando comienza

el calor y llegan las lluvias. Al sentir que la humedad

desciende bajo la tierra, salen las serpientes a la super-

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ficie. Cuando una chiva es mordida por una cascabel, el

pastor pincha con una espina de la yuca (palma china)

la herida durante varios días. De esta manera la sangre se

va drenando y por lo general la chiva se recupera. Pero

debe ser con una espina de la yuca, porque su sábila tiene

propiedades curativas que contrarrestan el veneno de la

serpiente. Aunque para Rodolfo también la espina de

maguey es curativa. –“Dicen de más antes, dice mi papá

que cuando te muerde una víbora lo mejor era ligarte y

picarte con una espina de maguey para sangrarte. Ese

es el secreto, sangrarte con una espina de maguey. Si te

sangras con una puya si camina la hinchazón. Andan-

do en el monte uno se tiene que cuidar mucho y cuidar

a sus chivitas. El coyote es también uno de los peligros

que tienen las chivas, pero a lo que más le temo son a los

rayos, porque no avisan, no puedes prevenir de cuando te

van a caer. Los demás peligros si los puedes conocer, como

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la mordedura de una víbora, a menos que sea una coralillo,

que si es letal. ¡Pero los rayos te agarran en el monte y

solo hay que esperar que no te caiga uno!”.

VII (Altiplano Potosino)

La lluvia seca

Primero se fue obscureciendo el cielo a pesar que era me-

diodía. Después comenzó a sentirse una brisa extraña. Yo

veía un poco inquieto a Leoncio juntando el ganado que

andaba esparcido comiendo por el monte. Leoncio ha sido

pastor desde los siete años, pasó mucho tiempo con su pa-

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dre en las montañas del desierto del Altiplano Potosino

viviendo en las cuevas . Ahí tenían su majada y su padre

solía dejarlo muchas veces solo al cuidado de las chivas,

sin más compañía que dos perros y una vieja escopeta.

Eso le fue forjando el carácter desde temprana edad, y

un conocimiento pleno de estas tierras. Ahora supera los

cincuenta años y vive con su familia en un pequeño ejido.

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Por eso me inquiete también al verlo así, imaginé que no

era bueno lo que avecinaba. Una obscura y larga nube sobre

las montañas ensombrecía más el panorama. “Es una cul-

ebra de agua” –me dijo Leoncio –“y por el pico que tiene

parece que es hembra”.

Los pastores dicen que estas culebras de agua, que es una

espesa nube alargada, pueden ser hembras o machos. Se

identifican por la forma y las hembras son más peligro-

sas. Entonces Leoncio saco su machete y trazo con él tres

cruces en la tierra; la primera fue en el nombre del padre,

la segunda en el nombre del hijo y la tercera en el del

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Espíritu Santo. Esto fue para intentar desviar la “culebra”.

Aún no terminaba su oración cuando el cielo se estremeció. Primero fue un resplandor que

iluminó el horizonte y después un estruendo ensordecedor. Y tras de él primero vinieron

muchos más. “Es una tormenta seca” –me dijo Leoncio –“es una lluvia de rayos”. Y aunque

ya me habían contado sobre este fenómeno meteorológico, jamás imagine lo impresionante y

atemorizante que es.

El cielo se iluminaba y la tierra se cimbraba sucesivamente. Yo me sentía totalmente im-

potente en un inmenso campo abierto, donde no hay un lugar seguro para protegerse. “Ar-

rímese para acá” -me dijo Leoncio que ya había terminado de juntar a las chivas y borregas.

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Espíritu Santo. Esto fue para intentar desviar la “culebra”.

Aún no terminaba su oración cuando el cielo se estremeció. Primero fue un resplandor que

iluminó el horizonte y después un estruendo ensordecedor. Y tras de él primero vinieron

muchos más. “Es una tormenta seca” –me dijo Leoncio –“es una lluvia de rayos”. Y aunque

ya me habían contado sobre este fenómeno meteorológico, jamás imagine lo impresionante y

atemorizante que es.

El cielo se iluminaba y la tierra se cimbraba sucesivamente. Yo me sentía totalmente im-

potente en un inmenso campo abierto, donde no hay un lugar seguro para protegerse. “Ar-

rímese para acá” -me dijo Leoncio que ya había terminado de juntar a las chivas y borregas.

–“Póngase a aquí a mi lado, jun-

to a estas borregas negras. Dicen

que los rayos nunca le caen a las

borregas negras” –Afortunada-

mente la tormenta seca estaba

lejos de nosotros. Pero aún así,

el temor que sentía no termino

hasta que ceso este impresion-

ante fenómeno. Entonces Leoncio

comenzó a arriar el ganado de re-

greso a la majada. Para avanzar

más rápidamente caminábamos

por la parte de baja de los cer-

ros, en una especie de acantila-

do. Así avanzamos durante un

tiempo hasta que Leoncio me

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grito –“!hay que sacar los

animales de aquí! ¡Tenemos

que trepar al cerro!”.- Yo no

entendía claramente porque

debíamos subir a los cerros si

por la vereda avanzábamos

más rápido.

Leoncio me lo explico más

tarde. Él observo que las ra-

tas estaban trepando a los

mezquites con sus crías y eso

significaba que pronto lle-

garía una corriente de agua.

Aunque no había llovido

aquí, de hecho no habíamos

visto llover, la culebra de

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agua se había descargado en lo alto de las montañas y no-

sotros estábamos en el lecho del arroyo, un declive natural

por donde bajaría el agua de las montañas. Y así sucedió,

en menos de una hora una fuerte corriente de agua inundó

rápidamente las partes bajas del acantilado llevándose

consigo todo lo que encontraba a su paso.

Poco antes de las cuatro de la tarde comenzamos a divisar

la majada. Ya para entonces estaba yo más tranquilo.

X (Mixteca Oaxaqueña)

El Sombra, El Viento y el Tigre.

“¡Pobrecitas! están durmiendo tan tranquilas y ni se

imaginan que mañana van a morir!”- exclamo José Luis

Sánchez “El Viento”, mientras avivaba con leña la fogata.

Pasaba de la medianoche y el frío cada vez era más inten-

so; ¡calaba hasta los huesos!

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Era la última noche de la jornada que comenzó en los

primeros días de mayo, muchos kilómetros atrás. Por

esos días, con los primeros calores, el patrón Chon Maza,

le entrego a José Luis -y a sus hermanos “El Sombra” y

“ El Tigre”-un “trozo” de 600 cabezas de chivos. Ahora es-

tábamos a unos tres kilómetros de Santa María Xochis-

tlapilco tomando café y divagando sobre el triste destino

del ganado que dormía plácidamente sobre el arrollo seco

del acantilado. Yo me había unido al grupo hace apenas

unos días. Pero en ese tiempo pude conocer íntimamente

a los hermanos Sánchez Salazar. Moisés “El Sombra” es

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el mayor de los tres. ¡Y es el más atrabancado! Tal solo

basta ver una enorme cicatriz que traza de lado a lado su

mejilla izquierda. José Luis es sereno, frío, conciliador,

y es el único de los tres que no bebe una sola gota de al-

cohol. Aunque esto es reciente, pues fue en un tiempo la

“oveja negra” de la familia. En cambio Martín ,“El Ti-

gre”, es muy introvertido, serio, parco. Más que por su

nombre de pila, los tres son conocidos por este apodo en la

monta de cebús y reses bravas en jaripeos y rodeos. Pero

Martín se gano su mote desde el nacimiento. El vino al

mundo como los chivos.

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Así lo cuenta su padre, Don Marcos, que andando en el

pastoreo en la sierra, su mujer sintió que pronto daría a

luz y fue a anidar en una barranca, al igual que las cabras.

Ahí nació Martín, solo, sin ayuda de nadie. Y se aferró

al a vida como un tigre. De ahí su apodo.

Y esta noche, “Viento”, “Sombra”, “Tigre” y yo, nos aferrá-

bamos a esta fogata como si fuera la vida.

En octubre las noches son limpias y se pueden ver cla-

ramente las estrellas y una enorme luna que dicen es la

más bella del año. Aquí esta noche todo era bello, ¡hasta

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los lamentos de dos zorros que nos habías estado siguiendo

desde dos días antes! Entre risas y bromas se fue consu-

miendo el fuego. Era como una especie de catarsis de cinco

meses de andar en los cerros como chivos. Mañana termi-

naría todo esto. Ya cerca de la madrugada fue que dormi-

mos. Solo dejamos de platicar.

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XIV (Mixteca Oaxaqueña)

El olor a muerte.

Cuando llegamos con el “trozo” de los hermanos Sánchez,

la matanza ya llevaba cerca de dos semanas. Por eso, aun-

que se lava diariamente el piso donde se realiza la ma-

tanza, el olor a la sangre permanece. Eso fue lo que puso

inquietos a los chivos. Sus temores se confirmaron cuando

se abrió la puerta que comunica al patio y apareció Chon

Maza seguido por la primer cuadrilla de matanceros que

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Entonces brotaba la sangre que inmediatamente -y antes

de que cayera sobre la tierra- era recogida por las mujeres.

Los animales iban quedando tendidos en el suelo y rápi-

damente en carretilla, o cargados sobre los hombros, eran

llevados al patio trasero para ser destazados. Este caos

duró tan solo 15 minutos en donde fueron sacrificados los

primeros 300 animales. Después entró la segunda cuadri-

lla y la historia se repitió nuevamente.

Las cuadrillas de matanceros vienen de dos pueblos veci-

nos; San Gabriel Chilac y Santiago Cacaloxtepec. Mu-

chos de ellos trabajan como albañiles en Puebla y la

Ciudad de México, pero durante el tiempo que dura la

matanza piden permiso en sus trabajos. Hay también

ex militares que se reconocen fácilmente por mantener la

costumbre de cortarse el pelo a “rape”. Existe una especie

de hermandad entre los matanceros, quienes van heredan-

do esta práctica a sus hijos, como una herencia atesorada

por años.

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XV (Mixteca Oaxaqueña)

Los matanceros

El “Sargento”, el “Puma” y el “Rambo”

han sido matanceros desde niños. Se conocen

desde entonces cuando acompañaban a sus

padres a destazar chivos en la Hacienda

de Tehuacán, Puebla. Los tres son de San

Gabriel Chilac, una comunidad mixteca

que se encuentra al norte de Tehuacán.

Cada uno de ellos tiene su especialidad, el

“Sargento” es bueno para matar al chivo

sin que sufra. Lo pica directamente en la

yugular con un afilado cuchillo y puede

llegar a matar hasta cincuenta chivos en

unos minutos. El “Rambo” es uno de los

mejores “cargadores”. Él no pica chivos, su

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función es únicamente cargarlos rápidamente y llevar-

los hasta donde serán destazados. Hay quienes utilizan

carretillas, pero el “Rambo” prefiere cargar dos chivos

sobre sus espaldas. Todos se preguntan cuantos años más

será así. Él simplemente dice que no usara nunca carre-

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tilla, el día que ya no pueda cargarlos en su espalda, ese

día dejara de ir a la matanza. Ese día también dejara de

ser el “Rambo”.

Y del “Puma”, se dice que es el mejor destazando chivos

en la cuadrilla. Su apodo viene precisamente de ahí, pa-

rece un depredador cuando esta trabajando. También es

fanático del equipo de futbol Pumas.

Como los matanceros ganan a destajo, es importante

organizarse para poder destazar el mayor numero de

animales. Por eso hay quienes se encargan solamente de

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se realiza en el Altiplano Potosino. Es también un pas-

toreo de crianza y los pastores llevan una vida nómada

que se ha ido modificando con los años. Aquí además del

cambio climático, la guerra ha sido un factor determinan-

te en los desplazamientos de los pastores, y los peligros

que deben enfrentar no son únicamente las serpientes y

las tormentas como sucede en el Altiplano Potosino, en

este desierto abundan los piratas y los campos minados.

Guiarse por la naturaleza y las “cabañuelas” es otra se-

mejanza que guardan con los pastores potosinos, así como

la gran cantidad de mitos y leyendas que giran en torno

a esta actividad.

Los saharauis han sido pastores toda su vida, sin embar-

go, el problema bélico que enfrentan con Marruecos en

defensa de su tierra, ha obligado a las familias a mudarse

al sur de Argelia y establecerse en campamentos impro-

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visados.

Además del ganado caprino, el pastoreo de camellos es la activi-

dad principal de este pueblo. Utilizan su carne como alimento

cotidiano y la leche es una fuente básica de proteínas.

Los pastores saharauis se convirtieron desde inicio de los años se-

tenta en otro tipo de guerreros, quienes a pesar de vivir en una

constante amenaza de guerra, han conservado su dignidad, su cul-

tura y su tradicional forma de vida.

XIX (Sahara occidental)

La vida es como el té

Apenas comenzaba a amanecer y el olor del carbón encendido me

despertó de inmediato. Nahamed Alí estaba preparando la

primera ronda de té dentro de la jaima, como se le llama a las

tienda de lona que usan los beduinos del Sahara occidental para

dormir. Tomar té entre los saharauis es como un especie de ritual

que se repite varias veces durante el día. Cada sesión de té se com-

pone de tres rondas, y se dice que “el primer té debe ser amargo

como la vida, el segundo debe ser dulce como el amor y el tercero

suave como la muerte”.

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La noche había sido fría, quizás fue una de esas noches

a los que los saharauis le llaman “noches blancas”, fre-

cuente durante los primeros días del invierno. En ellas

la temperatura baja considerablemente en poco tiempo

y se enfría el cuerpo desde adentro. Tal vez por ello Na-

hamed preparaba el té desde temprano.

Afuera de la jaima, Sidati, el otro pastor, encendía nue-

vamente la fogata. Esta mañana había en el ambiente un

poco de humedad y se notaba que había caído rocío duran-

te la madrugada. En esta parte del Sahara Occidental,

la temporada de lluvia se da durante el invierno. Sin em-

bargo, Nahamed me aseguro que no llovería.

Salí de la jaima para acompañar a Sidati, que envuelto

en humo calentaba la leche que se había ordeñado la no-

che anterior. Los beduinos saharauis tienen la costumbre

de ordenar a las cabras en la noche, al regresar del pasto-

reo, y nuevamente por la mañana, antes de salir a pasto-

rear. Lo mismo sucede con la manera de comer del ganado,

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pues durante los primeros meses del invierno, el ganado

también come por la noche. Por eso aproveche el momen-

to del té, para preguntarle a Nahamed el porque se ha-

bía despertado el ganado durante la noche y ellos habían

salido de la jaima. Durante la primera fase de la lluvia

–me explicaba Nahamed- la hierba que crece no tiene

mucha consistencia y no llena completamente al gana-

do. Por eso tiene que comer también durante la noche y

ellos deben vigilar al ganado, pues es principal peligro

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son los lobos y las hienas. La tempora-

da de lluvias va de septiembre a abril

y durante los dos primeros meses la

hierba no llena al ganado. Marzo es el

mes determinante, pues si llega una

buena lluvia, se garantiza tener hierba

durante todo el año, pero si viene débil,

tendrán que moverse a otro sitio para

alimentar al ganado.

Al terminar el té ordeñaron al gana-

do, primero son las cabras por ser más

inquietas y después las borregas. Para

atraerlas, utilizan una bandeja con

lentejas crudas y con este especie de

cebo, se facilita la ordeña.

Cuando salimos a pastorear aún había

una densa neblina que apenas nos per-

mitía ver pocos metros adelante. Sin

embargo los beduinos saharauis conocen

el desierto como si tuviesen un mapa en

su cabeza y los puntos de referencia en

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este interminable

horizonte, son a ve-

ces imperceptibles,

pero vitales

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