fábula del buen bandido

39
1

Upload: nubarron

Post on 30-Mar-2016

237 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

Librillo de micro-relatos del escritor chileno Oscar Sanzana Silva, publicado en abril de 2013.

TRANSCRIPT

Page 1: Fábula del buen bandido

1

Page 2: Fábula del buen bandido

EDICIONES CARAJO autoriza la reproduccióntotal o parcial de esta obra, siempre que sea

para usos NO COMERCIALES y se cite a su autor.

2

Page 3: Fábula del buen bandido

Fábula del

3

Page 4: Fábula del buen bandido

buen bandido- Relatos -

Oscar Sanzana Silva

[email protected]

Concepción, abril de 2013.

Índice

Fábula del buen bandido 5

La puerta falsa 9

La trampa 10

4

Page 5: Fábula del buen bandido

Cuatro Cuerpos 14

La caída 16

El rapto 19

Billete falso 20

La visita 22

Transparencia 24

Seguimiento 25

¡Traición! 27

Fábula del buen bandido

Waldo se llamaba, y todo hacía pensar en que le resultaría imposible conquistar a Martina. Tenía cara de sardina, y desde pequeño, su vida había sido una gran burla. Su paso por el liceo se convirtió en la peor parte de ella, y tras una fiesta de graduación en la

5

Page 6: Fábula del buen bandido

que nuevamente fue dejado en ridículo por sus compañeros, de Martina no supo más.

Ya de grande, vivió con amargura cada una nueva y habitual frustración. Instintivamente, se marginó de cualquier actividad social que involucrara compartir con otros chicos o chicas. Y no pasó mucho tiempo antes de que su soledad y baja autoestima dieran lugar a una personalidad profundamente resentida y rabiosa. Así, y pese a su increíble inteligencia, Waldo decidió postergar indefinidamente su incipiente vida universitaria, y hacer de sus más nefastas cualidades una profesión. En cosa de un par de años vertiginosos inició una meteórica carrera en el mundo delictual, convirtiéndose en un reputado hampón.

Uno a uno, los jefes de diferentes bandas fueron entregándoles sus respetos y sometiéndose a su voluntad. Pusieron a sus respectivos hombres a su completa disposición. Waldo se convirtió así en un intocable, en un capo di capi.

Con algún poder político, montañas de dinero y una creciente fama de influyente mafioso, el único problema de Waldo seguían siendo las mujeres. Su cara de sardina lo atormentaba cada mañana cuando, frente a su espejo, repetía un curioso verso escrito en su adolescencia:

Que no te espante mi cara de pescado,ni lo poco venturoso de mi aspecto.

Tengo la mitad del mundo en una de mis manos,y la otra para andar conmigo te la ofrezco … ¡puaj!

Una noche, en medio de su baile anual, lo más selecto del hampa penquista se reunió en el Club Concepción. La velada contemplaba invitados de lujo: traficantes de elite, carteristas internacionales, sicarios a sueldo, dos o tres parlamentarios, y un alto funcionario policial.

Esa noche, Waldo no se encontraba bien. Pese a ser uno de los invitados de honor, su depresión había hecho crisis algunos días atrás. Se sentía tan triste y atormentado, que para evitar posibles comentarios insidiosos en su contra, por

parte de sus colegas y amigos, optó por la bebida. El tiempo que no dedicó a la filantropía, lo pasó sentado en la barra del bar, escuchando

6

Page 7: Fábula del buen bandido

con atención la divertida charla del barman. Así, la madrugada pronto lo sorprendió borracho y curiosamente alegre.

Para su propia sorpresa, su alegría pronto se transformó en ganas intensas de socializar. Tras conversar animadamente con un político retirado, hoy pujante empresario del tráfico de animales exóticos, decidió romper de una vez con su maldición, y declararle, al menos por esa noche, la guerra a sus fantasmas: se armaría de cojones y sacaría a bailar a una chica. Se acercó a una cuyo vestido de negro de encaje la volvía simplemente una diosa, en medio de aquella exclusiva reunión de criminales.

—Hola, te he observado desde hace un buen rato y veo que no tienes compañía. Esto me hace pensar en dos posibilidades: o tu belleza no se condice con tu simpatía, o estás esperando al elegido. Te propongo que lo conversemos mientras bailamos y tomamos algo.

La chica se sorprendió al comienzo, miró para todos lados, como esperando una misteriosa respuesta, y finalmente aceptó. La pareja se dirigió a uno de los numerosos garzones, tomaron sus respectivas copas de champagne y se dirigieron a la pista de baile.

El problema fue que Waldo eligió mal. Es verdad que El Tullido Fuentes y su mujer pasaban por un mal momento de su matrimonio. Verdadero era además el hecho de que ella decidiera concurrir sola a esa reunión, y que tiempo atrás hubiera abandonado junto a sus hijos la cómoda casona en Lonco de propiedad de El Tullido. Pero después de todo, ella seguía siendo la esposa de uno de los asesinos a sueldo más codiciados del mercado.

Después de bailar algunas cumbias y corridos rancheros, la pareja volvió a sentarse.

—No sabes las ganas que tengo de que esta noche no se termine nunca—le decía a la mujer, consciente de que en cuanto saliera de esa fiesta, como un extraño caperucito despojado de sus poderes, volvería a su mundo de sombras y soledades. Ella no comprendía mucho el asunto, y se limitaba a sonreír la mayoría de las veces. Eso sí, Waldo le parecía un tipo muy interesante y huelga decir que en algo más de dos horas, el hombre fue capaz de llegar a su corazón.

Si bien encontraba algo muy familiar en ella, los años de terribles historias y atroces silencios habían borrado buena parte de sus bellos recuerdos de infancia, y

7

Page 8: Fábula del buen bandido

eso incluía a sus amores, y a Martina. De allí a que Waldo casi se muriera de la impresión cuando ella lo tomó de la mano, instándolo a volver a la pista para un valsecito peruano que comenzó a sonar, diciéndole:

—Acompáñame, Waldo, que soy Martina, tu Martina, ¿es que no me recuerdas?

En el acto, por la mente de Waldo cruzaron decenas de imágenes, recordó poemas escritos entre lágrimas, burlas generalizadas que lo tuvieron a él como blanco, súplicas, indiferencias. El hombre se replegó dentro de sí por un instante, para luego volver a la realidad encontrándose con el beso de Martina, tan intenso como sufrido. El mágico momento fue abruptamente interrumpido por el sonido de un estruendo y algunos gritos, que hicieron que Waldo y Martina se despegaran.

Lo que vino luego fue casi de película. Los hombres enviados por El Tullido Fuentes rodearon a la pareja; a su vez, los hombres de Waldo rodearon a los hombres de El Tullido. Volaron copas, manteles, se giraron sillas. De cinturones y sobaqueras se extrajeron apresuradamente armas de fuego. Se produjo un gran silencio. De inmediato, un senador saltó de su asiento, ofreciéndose como mediador.

—Señores, no sería bueno para nuestra imagen que esta magnífica velada termine con uno o más disparos. Sugiero calma en primer lugar. Arreglemos esto con la grandeza humana que nos caracteriza.

Tras un áspero diálogo, que sacó a relucir lo mejor del código ético del hampa, tuvo que presentarse El Tullido Fuentes para conversar directamente y a solas con Waldo. Tras cuarenta y cinco minutos de gran expectación —ninguno de los invitados se movió siquiera, e incluso algunos apuraron sus bebidas, incluyendo a Martina—, los mafiosos se estrecharon la mano públicamente. El público rompió en aplausos y congratulaciones. Se descorcharon botellas de champaña.

Waldo había conseguido romper el hechizo. Se terminaban para siempre los años grises de su cara de sardina. Eso sí, a raíz del acuerdo al que llegaron, empezarín sus días de gángster segundón. Pero se sentía bien. El Tullido Fuentes apuraría el divorcio, y Waldo tomaría por esposa a Martina. Mientras tanto, podían dar inicio sin

8

Page 9: Fábula del buen bandido

problemas al noviazgo. A cambio, Waldo le cedería una parte importante de su negocio del rubro bancario.

Mientras estrechaba la mano del ahora nuevo número uno, del nuevo Padrino, Waldo pensó en que solo el tiempo determinaría la necesidad de romper con su palabra y traicionarlo más adelante. Por lo pronto, Martina –la vida- le sonreía: había derribado una puerta a cabezazos y legítimo era darse el derecho de cruzar su umbral.

9

Page 10: Fábula del buen bandido

La puerta falsa

De que había una puerta falsa en la picá de calle Galvarino con Heras, la había. Puedo afirmarlo pues vi escaparse por allí un par de veces a su dueño, que en los años duros fue perseguido por la policía. Lo más curioso es que años después un viejo que perteneció a la CNI comenzó a frecuentar el bar. Al parecer, se había criado en ese barrio, y después de deambular por todo Chile llevando los mil y un horrores, regresó a su lugar de infancia. Algunos abuelos que se sentaban a fumar en la Plaza Condell le hacían el quite cuando lo veían pasar.

El caso fue que esa puerta falsa también la usó un día la hija del viejo CNI. Para desgracia de su padre, la mozuela le salió punketa, y fue a parar una lluviosa noche al antro que frecuentaba su progenitor. Para serle honesto, venía raja de curá, y aparte, me atrevería a decir que despechada, porque se mandó los dos primeros pencazos como si fuera agua.

Era harto buena moza la tonta, para qué vamos a andar con cuentos, pero estaba más chiflada que el mismo diablo. No sé de dónde habrá sacado la plata, pero nos invitó a todos una ronda, a cada sorbo se quitó algo de ropa y el último brindis fue por la soledad. No se equivocó, si allá dentro no somos más que un montón de viejos culiados que nos juntamos a hacer convivir nuestros fantasmas. El caso fue que el viejo CNI venía en camino, y le puedo asegurar que ninguno de nosotros había tomado tanto como esa noche, porque ella era como un ángel allí en medio, y necesitábamos estimularnos para saber que seguíamos vivos y no era na’ un sueño.

Borrachos como estábamos, la ayudamos a salir por la puerta falsa. Incluso le devolvimos algún dinero para que comprara pan y té. Ella se despidió de un beso en la mejilla uno por uno. Cuando llegó su padre,

10

Page 11: Fábula del buen bandido

claro, nos hicimos los huevones e diciendo que el Viejo Charly estaba de cumpleaños para justificar nuestras inconfesables sonrisas.

La trampa

Don Anselmo Latorre salió del bar La Rueda dispuesto a encontrar a su hija. Así tuviese que cruzar de extremo a extremo la ciudad, y sacrificar con ello su incipiente borrachera, lo haría. Lo primero era saber si se trataba de otra broma cruel de Benavides, antiguo compañero de celda y desde hace unos meses, su compañero de trago.

—¡Estás loco, jamás te haría algo así!—fue la respuesta de Benavides al teléfono.

Desde luego, ir a la policía resultaba inútil y peligroso. Nadie le creería a un ex convicto alcohólico como él que, tras pasarse media tarde en La Rueda, se levantó al baño y al regresar encontró en su mesa estas palabras escritas en una servilleta:

Tenemos a tu hija, por un millón la tendrás de regreso limpia y sanita.Si te pones difícil, echa a correr tu imaginación, ella es todo un bombón

No nos busques, nosotros te encontraremos.

Podía tratarse de cualquiera de sus antiguos camaradas de armas, cansado del desempleo y la miseria. Pero por qué a él, era la pregunta. A él, que estaba ya lo suficientemente jodido como para resignarse a pasar los últimos días de su vida en una cantina, meditando acerca de lo que fue, de lo que dejó escapar, de lo que se desvaneció. Y claro, tenía a su hija que hasta hacía muy poco lo acompañaba en su casa,

11

Page 12: Fábula del buen bandido

pero que se había marchado al encontrar trabajo en una tienda, o al menos eso le dijo. Nunca se preguntó si la chica simplemente huyó por temor a sus constantes borracheras, o por el hastío de un hogar destrozado a temprana edad.

El asunto fue que Don Anselmo Latorre comenzó su búsqueda en un departamento ubicado frente a la Plaza Independencia, donde Samuelillo realizaba sus turbios negocios.

—Ni idea, Anselmo. Puedo ofrecerte un par de hombres para que te ayuden, si te ves en problemas. Las cosas están difíciles, pudo haber sido cualquiera de los otros. Debiste quedarte en el bar, hombre, cómo tan impulsivo ¿Ellos quedaron de contactarse contigo, no?

—Voy a encontrar a esos hijos de puta. Lo lamentarán.

—Bueno, si estás así de decidido, será mejor que lleves esto contigo.

Samuelillo abrió un cajón de su escritorio, extrajo un revólver y lo puso sobre la mesa. Latorre lo tomó y arrastrándolo por la mesa, se lo guardó al cinto.

—Gracias —dijo, y se largó de allí.

El siguiente lugar adonde llegó Don Anselmo Latorre fue a un puesto de comidas en el segundo piso del Mercado. Allí se encontró a Natividad, si bien era una vieja amiga de su hija, los años habían terminado por distanciarlas, cada una se dedicó a lo suyo y a Natividad no le fue tan bien como lo hubiese querido. Terminó trabajando de mesera en el local de otro de sus ex camaradas: El Silencioso.

—No, no se encuentra tío, salió bien temprano, no sé dónde iría, usted sabe lo inquieto que es. Pero mire, ayer me encontré con Paola en Almacenes El Globo, conversamos unos minutos y quedamos de tomarnos un café un día de estos. Parecía preocupada, no sé, no la veía hace tiempo, pero parecía como si alguien la anduviera siguiendo. A cada tanto miraba para todos lados, hasta que se despidió y se fue.

12

Page 13: Fábula del buen bandido

Don Anselmo hizo un ademán de despedida y justo al voltearse se encontró de frente con El Silencioso, que iba entrando al local.

—¿Y tú, qué haces aquí?—le preguntó a Latorre.

—Estoy buscando a mi hija, de otra forma no me metería en tu pocilga. Dime todo lo que sepas o eres hombre muerto. Estoy seguro que uno de ustedes está detrás de esto.

—Ja ja, a mí no me vienes con amenazas, además, ¿qué tengo que ver yo con tu hija?

—No me extrañaría que solo por joderme la vida me la hubiesen secuestrado. Ya, dime lo que sepas.

El Silencioso lo hizo pasar a su oficina, ubicada detrás de la minúscula barra, iluminada por tenues neones azules y rojos. Tras indicarle que se sentara, le sirvió un whisky, que Don Anselmo no resistió bebérselo de inmediato, de un trago. El

Silencioso le sirvió un segundo y un tercero. A Don Anselmo parecía no importarle el hecho de sentirse cada vez más ebrio. Así pasaron los diálogos más ásperos, y pronto se encontró cayendo liquidado por el licor, y quedando a merced de El Silencioso. Sólo entonces, éste disparó:

—Ya borrachín. Sí, es verdad, tenemos a tu hija, está aquí mismo, detrás de ti. Seguramente, si te hubieses mantenido sobrio, habrías podido hacer algo más que limpiarte esa saliva que te cae. Eres patético, Latorre, ¿en qué has terminado? ¡Mírate!, eras uno de nuestros mejores hombres y mira lo que estás hecho ahora: un borracho de mierda.

—Mi hija, mi hija… entrégamela, no te haré daño…—balbuceaba penosamente Don Anselmo.

—¡Cállate! Ahora no eres tú quién pone las reglas. Un millón y liberamos a esta zorra, de lo contrario, la mataremos, no sin antes hacerle pasar un buen rato junto a mis hombres…

13

Page 14: Fábula del buen bandido

Entonces, en un destello de sobriedad, Latorre miró a sus espaldas y vio a su hija de rodillas en el piso, gimiendo. A su lado, uno de los matones de El Silencioso aguardaba. En una fracción de segundo, pensó en que ninguno de los dos tenía un arma a su alcance. Rápidamente, extrajo el revólver que Samuelillo le había facilitado, se incorporó de golpe y los apuntó:

—¡Suelten a mi hija o los mato aquí mismo, infelices!—gritó.

El Silencioso y su hombre se miraron a los ojos, y entonces se oyeron pasos en la escalera, alguien venía subiendo.

— ¡Suéltenla mierda!—dijo Don Anselmo, al punto que apretó el gatillo, esperando que un disparo fuera suficiente para convencer a los captores de su determinación. Sin embargo, ninguna bala salió del revólver, y tras intentarlo por segunda vez sin éxito, comenzó a escuchar las risotadas de Samuelillo, que llegó a la habitación haciéndole una seña a El Silencioso, poniéndolo en conocimiento de la trampa.

—Este es un viejo zorro—indicó a los presentes Samuelillo, mientras se acomodaba en una silla—sí, un gran hampón. Pero ya lo ven, ahora no es más que un borracho con su cerebro triturado por el vino barato. Ya, no alarguemos este asunto, que de solo mirarlo me ha dado una sed espantosa ¡Eh, Silencioso, mátalo de una vez!

En aquel preciso instante apareció Natividad, que había subido la escalera en puntillas. El primero en caer bajo sus balas fue El Silencioso. De ahí, Don Anselmo se fue encima del matón, reduciéndolo rápidamente, mientras que Paola, la hija de Latorre, a duras penas se hizo con el arma del hampón abatido. Natividad apuntó a Samuelillo, quien pese a todo sonreía:

— ¡Bravo, Anselmo! Haces buenos trucos para ser un alcohólico.

Don Anselmo, que tenía agarrado al rufián, apuntó con el arma de éste a Samuelillo, descargándosela encima. Cuando el sordo ruido de las tronaduras se acalló, el matón sobreviviente echó a llorar como un crío, al tiempo que Don Anselmo lo ataba a una silla. En una rápida operación, Natividad, Paola y su padre emprendieron la huida por los

14

Page 15: Fábula del buen bandido

pasillos del Mercado de Concepción, cuando ya comenzaban a escucharse las primeras sirenas de la policía.

Cuatro cuerpos

Lo conocí en un asado al que me invitaron unos amigos. Estábamos todos allí, inaugurando la casa, instalados en el patio alrededor de una parrilla, vaso en la mano. Un tipo gordo que usaba una gorra de color rojo, al que no conocía, empezó a hablar en un tono más fuerte que los demás. Era como si se creyera dueño de una terrible verdad que necesitaba ser revelada. Había conocido a muchos tipos así, que se arrogan cierto aire de importancia, poseedores de algún secreto que los hacía únicos. Infelizmente, la mayor parte de las veces se trató

15

Page 16: Fábula del buen bandido

de charlatanes, cuenteros, sujetos despojados de suficiente materia gris y con enormes carencias afectivas. Su idiotez no tardaba mucho en quedar al desnudo. Los que necesitaban ser escuchados eran ellos y no sus historias. En fin, decidí darle una oportunidad al de la gorra. Me serví otro trago y escuché:

— Esto que les digo no es para asombrarse. Se hace normalmente en todas las grandes faenas. La historia de la construcción está llena de tipos que no han cumplido con las exigencias del trabajo, y de capataces encolerizados que se los han echado, y luego ordenado su lapidación y posterior emparedamiento. Trabajo con cemento, no solo sabría cómo hacerlo, ¡llevo cuatro cuerpos en mi currículum!

A algunos se nos escapó la risa. No me parecía tan irreal como cómico imaginar a un individuo como él en un trabajo tan desdichado como echarle cemento a un cadáver. Él continuó ignorando por completo nuestra incredulidad:

— A mí no me importa mientras me paguen. La mayor parte de las veces se trata de pobres mierdas por las que nadie daría un peso. Si no hubiesen ido a parar allí, seguro estarían debajo de un puente, quemando basura en un latón y tragando vino en caja. Esa gente no le aporta al mundo nada más que problemas. Llegaron a la vida cuando no quedaban vacantes.

Un par de idiotas que estaban a su lado asentían satisfechos con el retorcido razonamiento de sujeto de gorra. Yo no pude evitar vaciar mi vaso y mirarlo con mayor detenimiento. Entonces, poco a poco –podría decir sorbo a sorbo- su figura ya no me pareció tan insignificante. Lo vi llevarse una lata de cerveza a la boca y echar un largo trago, y aunque no podría asegurarlo, me pareció distinguir el tatuaje de una cruz gamada en su brazo derecho. Confieso que me quedé pensando en el asunto, mi mente divagó algunos segundos, tal vez un par de minutos. Cuando intenté volver a la realidad, la conversación era interrumpida por risas grotescas y versaba en este tono:

— ¡Malditos holgazanes, yo mismo ayudé a don Gerardo a deshacerse de un par de idiotas! Ja…ja…ja. Al primero le estampé una pala en la cabeza. Para el segundo me resultó más fácil hacer el trabajo con un martillo Ja… ja… ja. ¡Macabro secreto tienen los edificios de Andalué!

16

Page 17: Fábula del buen bandido

Solo en mi obra contabilicé cuatro cuerpos. Algunos le dan un sentido de ritual, como un sacrificio humano. Yo no le doy tantas vueltas, ¡para mí mientras menos de esos bastardos estén en circulación, tanto mejor!

No sé si podría atribuirlo al whisky o a lo que escuchaba, pero la cabeza me empezó a dar vueltas. Imaginé todos esos cuerpos debajo de fastuosos edificios, niños jugando sobre tumbas de desconocidos. Mis ojos volvieron una y otra vez al gordo parrillero nazi y a su risa monstruosa. Decidí largarme de allí lo antes posible, y borrar de mi lista de amigos a toda esa manga de enfermos. Llamé un radiotaxi, me serví una última copa, y regresé a casa para escribir todo esto.

La caída17

Page 18: Fábula del buen bandido

Lo esperaban en un departamento ubicado frente a la Plaza Independencia. Las elecciones serían en un par de semanas y Benito había hecho todo lo posible por sacarle alguna ventaja a Alonso, su contendor. La campaña había sido suficientemente álgida: declaraciones airadas, destrucción mutua de propaganda, trapitos sucios varios. La verdad, sin embargo, era que Benito y Alonso, al margen de su actividad política, cultivaban una gran amistad. Y como los buenos compadres que eran, acostumbraban a llevar a cabo todo tipo de andanzas. Eso sí, para evitar rumores, durante todo el período de campaña se mantuvieron alejados el uno del otro, hasta esa tarde.

Alonso le abrió la puerta con una amplia sonrisa en los labios. Mujeres en poca ropa, bebida a destajo y dudosas sustancias sobre la mesa de centro decoraban la escena:

— ¡Al fin llegaste, mi querido populista!

— No podía faltar a esta cita. Más te vale que tu jefe de campaña muera pollo no más. Si esta junta llega a oídos de la prensa, nos vamos a la mierda los dos.

— Descuida, Benito. Te dije que te esperaría con lo mejor. Mira a esa chiquilla de al fondo. Diecisiete compadre, ni un añito más. Toda tuya para que la inicies como dios manda.

— Me siento en deuda contigo. Ya, sírveme un whiscacho con harto hielo, pa’ ponerme a tono.

— ¿Viste la última encuesta? Estamos a dos puntos de distancia. Gente de mierda, no sé cómo cresta lo haces para que te compren el cuento.

— Les doy lo que quieren, pues, Alonso. No ando ofreciendo cinco lucas por bandera, como tú. Yo les prometo hasta el cielo, y además les miedo contigo. Honestamente, mi buen amigo, no cuesta mucho atemorizarlos con lo patanes que son tus camaradas.

Ambos se recostaron sobre sillones de cuero. Algunas chicas se les acercaron, sentándose en sus piernas. Entonces sonó el timbre.

— ¿Invitaste a alguien más, Alonso?

18

Page 19: Fábula del buen bandido

— No, Benito. Ni idea de quién pueda ser. Alguna de ustedes que abra, pero con precaución—le indicó Alonso a las muchachas que permanecían de pie.

Una mujer de edad madura fue quien se aproximó a la puerta. Dio instrucciones para que bajaran el volumen de la música, en caso de que fuera algún vecino un tanto molesto con la fiestoca. Grande fue su sorpresa cuando al abrir la puerta se encontró con un par de periodistas. La visión de las cámaras fotográficas y de video fue definitivamente lo que la hizo entrar en pánico:

— Escuche —dijo una periodista, que parecía la más joven de todo el montón—sabemos que los dos candidatos están aquí. Podemos hacerlo de dos maneras, salen a hablar con nosotros por las buenas, o este escándalo se sabrá hasta en China.

— ¡Váyanse de aquí o llamo a los carabineros! —gritó la mujer, cerrando de un portazo.

Adentro del departamento, Alonso y Benito se agarraron la cabeza al borde de la histeria.

— ¡Te dije que tuvieras cuidado con la gente de tu partido, son todos unos hocicones! ¡Hocicones! —gritó Alonso.

— Seguramente fue la estúpida de tu secretaria. Capaz que sean esos chascones de los medios ciudadanos, ¡son los peores!

— ¡Estamos perdidos!

El timbre siguió sonando, pero nadie pensó siquiera en abrir la puerta. En ese momento, la mujer madura se acercó a los candidatos, y casi temblando, les dijo:

— Todavía tienen una oportunidad de salir de aquí. Hay una escalera de emergencia a la que pueden llegar, pero implica pasarse al balcón de al lado, y sólo puede bajar uno a la vez, porque está que se manda abajo. El terremoto la dejó toda destartalada.

— ¿Y qué estás esperando? —le gritó Benito— ¡Llévanos a ella!

19

Page 20: Fábula del buen bandido

Ambos fueron conducidos hasta el lugar por la mujer. Efectivamente, había una escalera, pero al menos a simple vista, no ofrecía ninguna seguridad. Descolgarse por unas cuantas sábanas anudadas era sin duda mucho menos arriesgado. Pero bueno, ya sabemos cómo opera la desesperación en estos casos.

— ¡Yo primero! —vociferó Alonso— tú me llevas ventaja, de los dos, soy el que está más cagado. Además, que no se te olvide que soy del Opus Dei.

— ¡De eso ni hablar! Yo bajo primero porque soy más liviano, tú vas a mandar abajo esta mugre de escalera.

— ¡Ándate la mierda! —dijo finalmente Alonso, comenzando a descolgarse.

— ¡Miserable! —Benito lo siguió, en un acto verdaderamente suicida.

La escalera crujía cada vez más fuerte, a medida que descendían. Incluso, un cartonero que acostumbraba a dormir en uno de los intersticios del estacionamiento del edificio, llegó a despertarse con el ruido y los improperios que se lanzaban ambos candidatos. Cuando faltaban algo más de cuatro pisos por bajar, Alonso y Benito se encontraron pisando el mismo escalón. Al escuchar un grave crujido supieron enseguida que la escalera estaba cediendo. Se miraron a los ojos una última vez:

— Cagamos.

El descenso fue rápido. Ambos cuerpos cayeron más o menos en el mismo lugar: el depósito de cartones del hombre que vivía en el estacionamiento. Por esos entonces, estaba repleto de propaganda electoral que había quitado con sus propias manos de postes y veredas. Gracias a su venta, aquellas últimas semanas había vivido como un rey, según le confesó a un amigo, en una cantina suficientemente alejada de ese lugar.

20

Page 21: Fábula del buen bandido

El rapto

El problema fue que Francisco nunca pudo olvidar la imagen de Johanna –así la bautizó-fumando bajo la lluvia, tan empapada como inmutable, a la entrada de un barcito de calle Rengo. De allí que se echara a morir cuando supo que ella dejaría la ciudad. La primera semana de pena se dedicó fundamentalmente a beber de forma solitaria. Ni siquiera dejó que sus amigos más cercanos lo visitaran. Sus únicas salidas se limitaban a abastecerse cada dos o tres días en la botillería Viñas Viejas, para luego retornar al purgatorio en que había transformado su casa.

Con lo que no contaban sus amigos era que Francisco estaba tramando algo entre borrachera y resaca. Atormentado, decidió raptar a Johanna. ¡Nada podría ser más romántico!, gritaba mirándose la cara en el trizado espejo, para convencerse. Bien que sabría dónde hallarla sin que opusiera resistencia. Después de todo, el trabajo de Johanna consistía en dejarse ver, en fascinar a transeúntes desprevenidos como él.

Esa noche, Francisco se armó de valor y se dirigió al bar de Rengo, llamado Don Jorge. Tal como lo esperaba, allí encontró a Johanna, aunque su mirada lucía algo borrosa y perturbada, acaso por su presencia. Con toda seguridad cruzó la calle, la tomó en sus brazos y se echó a correr con ella al hombro. Escuchó los improperios del dueño del bar a sus espaldas, pero corrió ciegamente hasta sentirse a salvo. Al llegar al Parque Ecuador, dejó a Johanna a un lado y se dedicó a contemplarla. Era su silencio lo que a él más lo seducía. Comenzó a llover a cántaros, como durante su primer encuentro, y él la besó. Algunos miraban sorprendidos. Entonces, completamente seguro de haber completado el círculo, Francisco se alejó de Johanna, dejando atrás una hermosa paleta publicitaria de cerveza, que comenzaba a evidenciar los signos de una inevitable decoloración.

21

Page 22: Fábula del buen bandido

Billete falso

Voy de bolsillo en bolsillo. A los niños se les aconseja lavarse las manos después de tocarme, y que ojalá ni siquiera se les ocurra jugar conmigo. Quienes más dicen despreciarme normalmente están bien abastecidos de nosotros. Soy huérfano, lo sé. Pero he aprendido a purgar mis penas en el tránsito interminable. Bolsillo en bolsillo, billetera en billetera, mano en mano. Si somos tan importantes, alguien debería tomarse la molestia de escribir acerca de nuestra historia: la de los billetes usados. Es verdad, nacimos para ser segundones, para desear la vida fantástica de nuestros hermanos legales. Aunque ambos gastemos nuestras existencias de la misma forma, sería reconfortante que alguien se tomara un minuto de su tiempo para hablar de nosotros, que intentamos hacer igualmente bien la pega: con honor y dignidad.

Sé lo que dirán. Falso. ¿Siempre es así de estúpida la especie humana? Falso. Como si fuera un impostor. Como si todo el puto dinero tuviese algo de verdadero. Los billetes hemos cumplido a la perfección nuestra misión de ser la materia prima con la que el ser humano confecciona su horca. Aun así no faltan los imbéciles que me discriminan por mi naturaleza. Falso. Como si quienes más acumulan a mis hermanos legales fuesen personas tan verdaderas. Óiganlo bien: los billetes no podemos ser falsos. Falsas son las personas, que nos atribuyen más poder que a sí mismas.

Nuestra vida es dura. Comienza, por lo general, en un taller alejado del centro de las ciudades. Nacemos en la clandestinidad. La mayoría de nosotros somos ahorcados antes de ver la luz, por no

22

Page 23: Fábula del buen bandido

cumplir suficientemente bien con nuestro disfraz. Sí, el mismo disfraz que corona vuestra estupidez. Normalmente, somos implantados en billeteras vacías o semivacías de gente que sí sabría qué hacer con unos cuantos de nosotros, pero legales. En vez de eso, nuestra condena comienza cuando una mano temblorosa es la que nos destierra de nuestro sueño. Entonces somos separados y metidos dentro de una bolsa plástica, desde donde borrosamente contemplamos cómo nuestro portador o portadora es detenida por una sarta de tipejos uniformados en cuyos bolsillos igualmente escaseamos.

Pero he de confesar que soy de los rebeldes. La mayoría de mis hermanos se compra el cuento de la legalidad. Les pesa su condición de huérfanos. Yo, en cambio, me las arreglo para vivir lo mejor que puedo. Soy un billete afortunado, no lo niego. Pertenezco al bolsillo de una familia que, probablemente, jamás se vea en

la necesidad de usarme. Me siento acogido aquí dentro. Ya no voy en billetera, he llegado a una bóveda. Acá converso con los legales de igual a igual. Recibo, además, el mismo trato de parte de los banqueros. Una vez que llegas aquí dentro, se acabaron las jerarquías.

Soy uno más. De vez en cuando nos vamos de viaje dentro de unas bolsas estupendas y bien custodiados por guardias que visten de azul y de aspecto feroz: son nuestros lacayos, al igual que las tarjetas de crédito.

Nuestra rutina es algo aburrida, pero así es la vida de quienes han alcanzado el éxito. Incluso me ha alcanzado el tiempo para hacerme el lindo con una prima: una papeleta electoral. Por supuesto, he tenido que enfrentar valientemente las críticas de mis pares legales. Nos dicen que es una cualquiera, que se vende más fácilmente que nosotros. Que es peor. Que se presta para cosas verdaderamente atroces. Que un tipo como yo, un billete falso, es un ángel al lado de una papeleta electoral. Y si ya tiene la rayita puesta, peor todavía. No hay papeleta digna, me dicen. Pero yo hago oídos sordos. Asisto todos los domingos a la misa que ofrece un billete de cien dólares. Y su mensaje es que siempre debemos darnos una oportunidad como seres monetarios. Que la sagrada unión entre billetes y papeletas electorales es la única garantía de orden y prosperidad para nuestro mundo. Y yo, como el honrado billete falso que soy, le creo.

23

Page 24: Fábula del buen bandido

La visita

A Doña Irene le gustaba dar un paseo por la playa antes de abrir su pequeña cocinería, ubicada en el Barrio Chino de Lirquén. Algo contribuía el propio mar para menguar el dolor de haberle llevado a un hijo algunos años atrás. Esa mañana, por primera vez reparó en una pequeña animita instalada a pocos metros de la línea férrea. Tras comprobar que se trataba de una chiquilla fallecida hacía poco más de veinte años, le llamó la atención el lamentable estado de la animita, a todas luces olvidada por sus parientes.

Decidió abrir su local un par de horas más tarde de lo habitual. Empleó ese tiempo en limpiar y reparar la animita, a la que incluso dio otra capa de pintura y llenó de flores frescas. El recuerdo de su hijo igualmente devorado por el mar seguramente debió motivarla a entregarse con esmerada paciencia en aquella labor. Ese día recibió, como siempre, con una sonrisa a sus habituales clientes. Por la noche, mientras cerraba su local, se le apareció por primera vez ella, la chica de la animita:

24

Page 25: Fábula del buen bandido

—No se asuste. He venido a agradecerle. No lo hice mientras dormía, ya que no quiero que esto le parezca un simple sueño.

—No sé qué decirle, yo no creo en estas cosas…

—Escuche, necesito pedirle un favor. Mire, se trata de un cliente suyo, llamado Anastasio. El muy hijo de puta fue el responsable de mi desgracia. No entraré en detalles, sólo le diré que podría hacerme usted un gran favor si lo envenena un día de estos.

—No puedo hacerlo. Además, nadie me asegura que los fantasmas digan la verdad…

La chica, tras pensarlo un instante, estalló en llanto. Doña Irene fue detrás de la barra y sirvió dos copitas de pisco. Tras un par de sorbos, el fantasma se sintió mejor:

—Tiene razón, ¡soy estúpida y malvada! Sólo que lo extraño tanto que inventé esa mentira, a ver si se acriminaba… ya ve cómo sufrimos de igual forma vivos y muertos.

— ¿Y por qué no se le aparece a él? Se ve que sufre harto el caballero, aquí viene a puro tomar no más… incluso unos evangélicos que trataron de convertirlo, terminaron cayéndose al litro junto a él… ¡anímese y vaya a penarlo!

Tras una rápida despedida, la muchacha sonrió por primera vez, y le pidió a Doña Irene que se volteara, para no cometer la rotería de desaparecer frente a sus ojos. No volvió a verla después de aquello. Tampoco Anastasio volvió a aparecerse por su cocinería.

25

Page 26: Fábula del buen bandido

Transparencia

Recuerdo la mañana en que Carlos desapareció. Yo escuchaba a Charlie Parker, fumaba un cigarrillo tras otro e intentaba inútilmente dibujar el árbol y el paradero de micros desde mi ventana. Entonces me llegó su voz desde el teléfono, diciéndome con frialdad que lo nuestro había terminado. Siendo el fin, decidí comenzar a beber abundante vino.

Me sentí destrozada; no era tanto lo que lo extrañaría a él, sino que echaría de menos sus obsesiones. Por ejemplo, ya me había acostumbrado a despertar en mitad de la noche con sus espantosos gritos, seguramente acosado por pesadillas infernales. Visitó médicos y psicólogos y no hubo quién pudiera extirparle aquellos temores.

26

Page 27: Fábula del buen bandido

Desde luego, Carlos me culpaba a mí de todas sus angustias. De pronto se volvió injustamente celoso, no me dejaba en paz ni siquiera cuando me metía en el baño de algún bar. Siempre veía a otros como él merodeándome, aunque estuviera sola. Amenazaba con golpearme y no paraba de llamarme “asesina”. Sin embargo, no llegó a ponerme jamás una mano encima; y cuando lo intentaba era como si sus golpes fueran transparentes, pasaban de largo.

Bueno, en fin, volviendo a Charlie Parker, esa mañana me emborraché tempranamente y decidí encararlo. Fui hasta su departamento en Avenida Chacabuco, y enceguecida por el alcohol aproveché un descuido para atizarle con una figura de yeso, lo suficientemente filuda. Y allí lo dejé, mientras la sangre comenzaba a ensuciar poco a poco la alfombra.

Al cabo de pocas horas lo tenía de vuelta en mi casa, llorando y suplicándome cosas terribles, como que me entregara a la policía, asegurándome que no me guardaba rencor, aunque fuera una asesina, y otras barbaridades por el estilo. En fin, el asunto es que consiguió hacerme sentir mal su aspecto. Aún lo tengo allí enfrente, observándome mientras escribo esto. Sí, me hizo sentir mal. Por eso terminé de acomodar en mi cuello esta extraña cuerda que me trajo. A ver si así me dejará tranquila. Maldita sea, ¿quién entiende a los hombres?

Seguimiento

En cuanto vi salir a esos dos de aquel hotel de la Plaza Cruz supe que se trataba de ellos. Yo quería cobrar la recompensa a como diera lugar, pero sabía que si los entregaba a la policía, también me arrestarían a mí, considerando mis antecedentes. Lo único que podía hacer era esconderme y seguirlos, hasta que llegara mi cómplice. Helicópteros sobrevolaban la ciudad, y algunas cuadras más allá ardía un edificio. Comprobé que mi revólver se hallara en su sitio. Las cosas

27

Page 28: Fábula del buen bandido

podían ponerse difíciles, y era tanto lo que había esperado por tenerlos a la mano, que no los dejaría escapar.

Caminaban desprevenidos, como si no tuvieran a decenas de agentes tras ellos. Ella aún tenía su pelo húmedo. Yo los sigo a unos cien metros, y a medida que avanzan algunas cuadras, comienza a haber menos gente en las calles. Sé que no debo ponerme nervioso, pero me es imposible. Es como si viera un millón de dólares caminado frente a mí. De pronto, el tipo se voltea y camina hacia mí. No me deja ver sus manos. Sostengo mi arma, aunque sin sacarla:

— Hola amigo, ¿podría convidarme un cigarrillo? —me dice, mientras su amiga espera algunos metros más allá.

— No fumo — miento lo más seguro que puedo.

— ¡Vaya desgracia! Es una tarde tan fría y sin nada que quemar…

Comprendo que podría estar en problemas y en eso aparece una patrulla. El hombre se despide de mí con un rápido ademán y se da la vuelta, echando a caminar. No sé qué hacer, ni dónde ir, mientras el furgón policial se me acerca lentamente, deteniéndose a mi lado:

— ¿Algún problema, señor? — me pregunta un agente.

— Ninguno, mi cabo. Estoy estupendamente, ¿un cigarrillo?

— Estamos de servicio. No podemos.

— Claro, sí, lo olvidaba.

— ¿Le importaría facilitarnos su cédula de identidad? — me dice de pronto, mirándome fijamente.

Comprendí en ese momento que mi suerte está echada, desenfundé mi revólver y disparé primero a los neumáticos de la patrulla. Eché a correr en dirección contraria a la de la pareja que antes acechaba, mientras escuché cómo los policías abrían fuego contra mí. Escapé de milagro.

28

Page 29: Fábula del buen bandido

¡Traición!

Era lo más agradable de su vida. Estar con su chica desnuda a su lado, en ese cuarto algo pestilente, observando pasar los autos por la

29

Page 30: Fábula del buen bandido

Avenida Alonso de Ribera, echando mano a una lata de cerveza para mitigar en parte el calor de aquella tarde de sábado:

—Si me muero mañana —le decía a Antonia— moriré miserable pero feliz.

Por cierto, el sujeto era apodado El Vampiro. Ella nunca le exigía buscarse un trabajo estable. Con la venta de aquella droga se las arreglaban bastante bien. Es verdad que no había lujos, pero comían, bebían, se colocaban y se amaban. Bastaba con todo eso. Y a él le gustaba ese hotelucho ubicado cerca del Cerro La Pólvora, por la inmejorable vista de la ciudad que le ofrecía. Cada vez que miraba hacia la avenida, se sentía ajeno al destino de todos esos automovilistas, y aquello le agradaba. Un muchachito se encargaba de su seguridad, detrás de la puerta. El Vampiro no ignoraba que el pobre tipo no podía despegar su oído de la puerta, imaginándoselos mientras hacían el amor.

La chica se dio vuelta hacia él y encendió un porro:

—Si te dijera que algo terrible está por suceder, Vampiro ¿me creerías?

—Eres una de las pocas mujeres a las que le creo algo. Por favor dime qué va a pasar…

—Ese muchachito que está allá afuera es mi amante. En menos de un minuto entrará por esa puerta y te disparará un tiro en medio de los ojos.

—No lo hará, si puedo evitarlo —señaló buscando el revólver en el cajón del velador, donde siempre solía dejarlo.

—Es inútil. Mientras te limpiabas en el baño, me encargué de vaciarle el cargador. Has sido bueno conmigo, y te daré una oportunidad. Si escapas por esa ventana, uno de los senderos del cerro te conducirá hacia un automóvil que a estas alturas ya debería tener las llaves puestas…

Pasaron unos segundos y la puerta se abrió de golpe, pero el vigilante poco pudo hacer frente a las dos pistolas que lo apuntaban. Antonia decidió finalmente

30

Page 31: Fábula del buen bandido

traicionar a su amante, y escapar junto a El Vampiro. En medio del infernal tiroteo, el muchachito despechado reservó una última bala para Antonia. Desgraciadamente para él, erró su tiro, y comprendió, en aquella última fracción de segundo, que no tendría otra posibilidad que la de reconocer la exitosa traición en su contra.

31

Page 32: Fábula del buen bandido

32