eslabón perdido el entenado en la obra de juan josé saer

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Presses Universitaires du Mirail El eslabón perdido: El entenado en la obra de Juan José Saer Author(s): Julio PREMAT Reviewed work(s): Source: Caravelle (1988-), No. 66 (1996), pp. 75-93 Published by: Presses Universitaires du Mirail Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40852529 . Accessed: 29/12/2011 22:26 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. Presses Universitaires du Mirail is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Caravelle (1988-). http://www.jstor.org

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Eslabón Perdido El Entenado en La Obra de Juan José Saer

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Presses Universitaires du Mirail

El eslabón perdido: El entenado en la obra de Juan José SaerAuthor(s): Julio PREMATReviewed work(s):Source: Caravelle (1988-), No. 66 (1996), pp. 75-93Published by: Presses Universitaires du MirailStable URL: http://www.jstor.org/stable/40852529 .Accessed: 29/12/2011 22:26

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C.MH.L.B. CARAVELLE n° 66y pp. 75-93, Toulouse, 1996

El eslabón perdido El entenado en la obra de Juan José Saer

PAR

Julio PREMAT Université de Lille III

Si la atención del Señor se desviara un solo segundo de mi derecha mano que escribe, ésta recaería en la nada como si la fulminara un fuego sin luz.

Jorge Luis BORGES, « Deutsches Requiem ».

Si para cualquier hombre el propio pasado es incierto y difícil de situar en un punto preciso del tiempo y del es- pacio, para mí, que vengo de la nada, su realidad es mucho más problemática.

Juan José SAER, El entenado.

m 7 / entenado es la historia de una escritura : la de las memorias del Ay narrador-protagonista, llevada a cabo, como corresponde, al final

Á-J de su vida. Quizás más claramente, o más simplemente que en otros textos de Saer, la memoria en movimiento y la actividad escrituraria son así exhibidas. Memoria y escritura que pretenden ser fundadoras : vemos al primer « inmigrante » en lo que será más tarde la Argentina, creando el primer relato sobre ese país, luego de un viaje que no se desa- rrolla solamente en el espacio (de España a América), sino también en el tiempo : del siglo XVI español a los albores de la historia humana. Más precisamente, se trata de una serie de niveles temporales : del presente de la verdadera escritura de la novela pasamos a la época de la enunciación

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(fin del siglo XVI), y luego a la época de una acción - primera mitad de ese siglo - situada en parte en un mundo primitivo fuera del tiempo.

Si recordamos que hasta entonces la obra de Saer se definía por una uniformidad casi completa del marco espacial pero también temporal (la célebre zona), y que por otro lado las preocupaciones mayores del escritor se concentraban en la percepción (la inmediatez del ser en el mundo y las apariencias de lo real) tanto como en las trampas sutiles de la memoria y por ende en la dificultad de narrar, percibimos claramente la conmoción que El entenado produce. Del relato imposible pasamos al tema más no- velesco que existe, las memorias de aventuras ; de la meticulosidad tempo- ral y de la exposición de lo instantáneo, a un pasado fabuloso ; de los inte-

rrogantes sobre lo cotidiano, a una construcción casi mitológica. En un obra que se exhibía cada vez más como discurso (lo que es sobre todo cierto a partir de « La mayor »), El entenado se afirma, más que nada y tajantemente, como imaginario.

Y es en tanto que construcción imaginaria que me interesa leer la no- vela, situándola por ese camino en el conjunto de la obra saeriana, sin que esta preferencia signifique ignorar la riqueza de las tomas de posición so- bre la escritura, del campo intertextual, o de los cuestionamientos meta- físicos que la atraviesan. Al contrario. Pero la literatura es al mismo tiempo un sueño (o un ensueño) ; por lo tanto es lícito abordar El entenado - y la fascinación que produce en los lectores - desde otro punto de vista que el del desciframiento intelectual o el de la identificación ideológica que ha suscitado o podría suscitar.

Historias de Historia, historias de indios

Para ese huérfano, que en el transcurso de la novela recorre un camino

que lo lleva de la confusión a la palabra, de la multiplicidad al sentido, de la falta de filiación a la paternidad, el capitán representa en un primer momento la - digamos - espiritualidad, o al menos el pensamiento, el saber y la duda. Frente a la juventud del protagonista, y a sus primeros pasos en un itinerario iniciático, el hombre se define como el contrapeso consciente del muchacho, como una figura clarividente ante lo indescifra- ble del destino. A pesar de ello, y significativamente, es el capitán el que, al desembarcar en América, no llega a enunciar el atributo - la carencia -

que lograría describir la tierra que acaba de « descubrir ». Su frase « Tierra es ésta sin. .. »l (p. 31) queda trunca ya que una flecha « salida de la nada »

1 Edición estudiada : Juan José Saer, El entenado, Barcelona : Destino, 1988. Los números de página entre paréntesis, en este caso como en el de los demás libros de Saer, remiten a las ediciones citadas en nota.

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(p. 32) le atraviesa la garganta antes de que logre terminarla. El tiempo que hasta ese instante dominaba la acción, un tiempo histórico pero li- neal, organizado, se esfuma en la circularidad de la existencia de los indios, que viven regidos por una repetición sin memoria, por el retorno cíclico de las estaciones y de las orgías, por un orden en el que se supone que todo es previsible y conocido de antemano ; los indios subsisten en un universo inmóvil y, hasta cierto punto, eterno. A partir de los puntos sus- pensivos de la frase del capitán la novela cambia de signo y de sentido, como si fuesen un trampolín que la propulsase hacia lo desconocido. El relato choca aquí con la barrera de lo indecible : la palabra para nombrar a América, para calificarla en tanto que realidad, no existe todavía. Pero, paradójicamente, el texto que leemos, las memorias del grumete, están completando a posteriori la frase trunca, están colmando el silencio forza- do del capitán en la medida en que son el primer relato inteligible sobre esa parte de América. Por eso los puntos suspensivos condensan y anun- cian imaginariamente la estadía del protagonista en la tribu, e inclusive la novela entera.

Pensándolo bien, vemos que el valor del relato del grumete como una elipsis colmada, o una página perdida y recobrada, se repite luego : du- rante sus diálogos con el padre Quesada, el protagonista contesta a todas las preguntas pero no se atreve, según afirma, a hablar de las cosas esen- ciales (p. 132) ; y algo similar sucede con la comedia que escribe más tarde, de la cual « toda verdad estaba excluida » (p. 138). El entenado, en tanto que relato autobiográfico del personaje, es algo así como el eslabón perdido, lo no dicho al fin enunciado, pero que se remite al discurso de una figura referencial, la del capitán. Esto último me lleva a señalar un paralelismo con, otro « silencio » significativo (aunque hablar de paralelis- mo sea quizás una extrapolación) : el cuento de Borges « El informe de Brodie », cuya relación con El entenado es conocida, trata de un pueblo primitivo que practica el canibalismo y habla una lengua tan compleja y ambigua como la de los colastinés. Ahora bien, en la presentación del relato, se informa al lector que la única omisión en la traducción realizada es la de un « curioso pasaje » sobre la vida sexual de la tribu...2 Si en la obra de Borges lo sexual es recluido en un mundo fantasmático que no accede a la palabra, en la de Saer el recorrido es inverso y simétrico : con maniática precisión, las prácticas sexuales son narradas.

2 Jorge Luis Borges, « El informe de Brodie » in El informe de Brodie, Barcelona : Plaza & Janes, 1985, p. 112. Sobre esta relación véase también : Cristina Iglesia, « Cautivos y entenados (Sobre El entenado de Juan José Saer) », in Actas XXIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, tomo III, Barcelona : PPU, 1994, pp. 339- 344.

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Esta suma de indicios tiende a definir El entenado como una obra in- concebible que viene a decir lo que fue alguna vez callado. La página que surge del regreso a los orígenes es el relato de un deseo inmenso y libera- do, deseo cuya formulación, explícita, abierta, casi exhibicionista, se arti- cula en un doble distanciamiento : el temporal - quiérase o no, todo su- cede « otrora » - y el cultural - son indios, a pesar de todo -. Pero, más allá de las orgías incestuosas y antropofagias, en el texto recobrado aparece constantemente una bipolaridad que desgarra a los personajes, bipolaridad reducible a la oposición entre lo determinado y lo indeterminado : el esla- bón perdido, no es sólo un deseo formulado, ni el esbozo de un mapa de olvidados orígenes, sino una situación de conflicto, un equilibrio inesta- ble. Si aceptamos, para abordar una lectura temática de la novela, la evi- dencia de que también en literatura la repetición revela la obsesión, hay que atribuir a esta oposición omnipresente un lugar privilegiado, lo que permite recorrer la obra a través de ella, y ver cómo interviene en varios niveles ; es fundamental, tanto en relación con la figura del padre, como en lo que concierne la escritura del narrador, e incluso, en última instan- cia, como cristalizadora de una problemática central en Saer, la del sentido.

El entenado comienza siendo el relato de una regresión : el espacio americano, tal cual las naves lo van descubriendo está sobredeterminado como un espacio arcaico, y la vida en la tribu tiene visos de una vida ante- rior. Esta regresión da lugar a una transformación del destino del protago- nista : el huérfano analfabeto se convierte en un anciano venerable, dotado de descendencia (adoptiva pero innegable) y del don de la escritura. Bio-

grafía maravillosa, durante la cual el grumete oscila entre la atracción del abismo de la nada y las figuras paternas que busca con obsesiva tenacidad, como si la cuestión de sus orígenes, omnipresente, sólo concerniese su filiación masculina. Así es cómo las imágenes paternas se suceden, fugaces o influyentes : el capitán o el padre Quesada son valorizados en ese sen- tido, y también, prueba de la trascendencia del motivo, los marinos que, aunque le imponen relaciones sexuales al grumete, tienen « algo de padre »

(p. 17) para un huérfano como él.

El punto de partida es un viaje : la travesía del océano, que parece de- sarrollarse no sólo en el espacio y el tiempo, sino también a través de un sutil peligro de insensatez ; llegar a América es dar « la bienvenida a la

contingencia » es « pasar de lo uniforme a la multiplicidad del acaecer », es encontrar un suelo firme donde los marinos pueden « plantar » su « delirio » (p. 17). El mundo no ha desaparecido durante el pasaje, por suerte, a pesar de que la tierra descubierta se sitúa en un pasado inmenso, próximo a la creación del universo (cfp. 27). En este contexto, el grumete debe habituarse a la vida en la tribu, lo que le hace perder hasta la con- . ciencia de sus orígenes españoles. El desembarco en América lo lleva a

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asistir, impávido, a la muerte de sus compañeros de expedición, a la larga cocción de sus cuerpos descuartizados, a la espera ansiosa de los colastinés, que se abalanzan sobre la carne y la devoran con pasión, y luego a una borrachera compulsiva y a una orgía sexual en la cual se excluye toda li- mitación de edad, de sexo, y sobre todo de nivel de parentesco. El festín, tal cual está descrito, representa lo que se podría llamar un fantasma pri- mordial, y sobre todo los elementos básicos de cierta ilusión caníbaP. Identificamos en ella la equivalencia entre comer y copular, la percepción del canibalismo como una anarquía que suprime la prohibición funda- mental - la del incesto - y una fantasía que atribuye a los primitivos un deseo que pondría en duda toda organización social y, más ampliamente, toda simbolización y todo lenguaje4. En un principio, los colastinés repre- sentan la Naturaleza pura, incestuosa y desatada, la que dormita en el fondo de todo hombre.

Sin embargo, apenas termina el desenfreno, la organización social se reconstruye, dejando de lado progresivamente el recuerdo de la orgía. Los indios se vuelven « los seres más castos, sobrios y equilibrados de todos los que me ha tocado encontrar en mi larga vida » (p. 85). La fiesta, que se repite cíclicamente al principio del verano, es explicada por la emergencia de un universo escondido, que no podemos sino llamar lo reprimido, por todo lo que lo une aparentemente al sentido psicoanalítico del término. El festín es un « fondo » o « agujero » negro (pp. 83 y 105), agujero que no deja recuerdos en la conciencia porque esos recuerdos, « de seguir presen- tes, hubiesen podido ser enloquecedores » (p. 106). A decir verdad, no sólo el olvido es protector. En cada ocasión, algunos indios (los que han matado a las víctimas), preparan el asado, sirven la bebida, y permanecen en todo ajenos va lo que sucede, como si en ellos residiese el principio de realidad que permite, luego, una vuelta a la normalidad. En el interior del pasaje al acto hay una distribución de roles y de prohibiciones : cierta regla subsiste.

De todos modos sería erróneo insistir en una lectura de la orgía de El entenado en términos de retorno de lo reprimido, ya que el psicoanálisis no es, en este nivel, una clave interpretativa. Saer, como proponía Barthes, parece atravesar el monumento psicoanalítico como admirables avenidas

3 Cf. Bernadette Bucher, « Les fantasmes du conquérant », in Raymond Bellour et Cathe- rine Clement (eds.), Claude Lévi-Strauss, Paris : Gallimard, 1979, pp. 324-5.

* De acuerdo al principio de que, para los que lo imaginan, el canibalismo es una figura del desorden. Cf. Jean Pouillon, « Manières de table, manières de lit, manières de lan- gage », Nouvelle revue de psychanalyse n° 6 : Destins du cannibalisme, Paris : Gallimard, otoño 1972, p. 16 por ejemplo.

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de una gran ciudad : como una ficción5. En todo caso la tribu aparenta ser una medalla en equilibrio entre dos universos : de un lado, la amenaza de lo indistinto ; del otro, la forma, el sentido, la lógica. Esos hombres están constantemente en conflicto entre la orgía y la Ley que les permite reco- brar una vida reglamentada y estructurada. Este tipo de oposiciones, constantes en relación con los indios, se vuelven obsesivas hacia el final de la novela, verdadero leitmotiv para describir una ambivalencia estructural y un combate que consiste en un intento de puesta en orden del universo, como paliativo a su anarquía latente. Para los colastinés el combate supera con creces los episodios de orgía, en la medida en que ocupa cada gesto de la vida cotidiana :

« Para ellos, a ese mundo que parecía tan sólido, había que actuali- zarlo a cada momento para que no se desvaneciese como un hilo de humo en el atardecer. » (p. 156) « Tenían, sobre sus cabezas, en equilibrio precario, perecederas, las co- sas. Al menor descuido, podían venirse abajo, arrastrándolos con ellas, *>(p. 164)

Esa « grieta al borde de la negrura » (p. 164) amenaza, y no es sorpren- dente, el lenguaje (en el idioma de los indios no hay « ninguna palabra que equivalga a ser o estar. La más cercana significa paretec » - p. 157 -), tanto como amenaza la percepción. Todo lo que se presenta a los sentidos era para ellos « informe, indistinto y pegajoso en el reverso contra el que se

agolpaba la oscuridad » (pp. 157-8). Pero los indios son también la representación de un conflicto que re-

mite, a cada momento, a la figura del narrador. Por ejemplo en el desdo- blamiento de su nacimiento, como si cualquier ocasión fuese propicia para efectuar, otra vez, la división de las aguas, la separación de la oscuridad y de la luz, y la puesta en marcha de una cronología. Nacer es un intento de arrancarse de la indiferenciación originaria, para pasar de lo informe a lo definido. El protagonista viene al mundo al llegar al caserío de los indios, renace en la canoa maternal con la que se aleja de allí y en la que se des-

pierta cabeza abajo como un recién nacido, para nacer otra vez al llegar a

España. En realidad la multiplicación del nacimiento se convierte en una

regla natural para cualquier humano, como forma de vida, como sinónimo de destino, o como combate contra invisibles enemigos de la

5 Cf. Roland Barthes, Plaisir du texte, París : Seuil, 1986, p. 91. Con palabras del propio Saer, se trataría de la « utilidad poética del pensamiento freudiano » (Juan José Saer, « Tierras de la memoria », in Alain Sicard -ed.-, Felisberto Hernández ante la critica oc- tuai Caracas : Monte Avila, 1977, p. 321).

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identidad {cf. p. 43). Al regresar y renacer así, hasta el infinito, se pone en escena un deseo ambivalente, el de recuperar y separarse de un paraíso perdido : el retorno a lo indistinto es pura ficción, ya que se vuelve para de nuevo partir, poniendo en cero los relojes después de haber dejado atrás un vacío interior.

La confrontación con ese vacío surge repetidamente en el discurso del narrador y se confunde con el proceso de cambio de edad que es también, en su caso, la superación de la orfandad, la creación de una filiación. La muerte del padre Quesada, por ejemplo, lo hunde nuevamente en esa nada siempre amenazante, en « ese caos lento, viscoso, indefenso, cuya lengua es balbuceo » (p. 136), perdido como está en el « limbo espeso y como ciego del desprecio de sí mismo y de los sueños de aniquilación » (p. 136). Aún al final de su vida, al cabo de un largo aprendizaje y en el mo- mento de narrar su biografía, al narrador lo persiguen los fantasmas de la multiplicidad que, en su torbellino, arrastran la organización de la memo- ria y de la escritura :

« El centro de cada recuerdo parece desplazarse en todas direcciones y como cada detalle va creciendo en el conjunto, y, a medida que ese de- talle crece otros detalles que estaban olvidados aparecen, se multiplican y se agrandan a su vez, muchas veces me digo que no solamente el mundo es infinito sino que cada una de sus partes, y por ende mis pro- pios recuerdos, también lo es. En esos días me sé decir que los indios, guardándome tanto tiempo con ellos, no supieron preservarme del mal que los roía. » (pp. 176-177)

Y sin embargo, si la estadía en la tribu ha podido tener un valor de aprendizaje, éste se refiere a la posibilidad de terminar ordenando frases y acontecimientos en forma de relato. A pesar del « contagio » del mal de los indios, el paso entre la confusión y la historia se lleva a cabo gracias a la intervención del padre Quesada. El hecho fundamental de la vi4a del grumete no es en sí la estadía en la tribu, sino el paso de la estadía al do- minio del saber y de la escritura (es decir a la posibilidad de repetir la experiencia a través de un proceso de representación). Este paso de la ex- periencia muda a su expresión discursiva es el contenido de un difícil aprendizaje :

« Tuve, por fin, un padre, que me fue sacando, despacio, de mi abismo gris (. . .) No fue fácil ; más que el latín, el griego, el hebreo y las cien- cias que me enseñó, fue dificultoso inculcarme su valor y su necesidad. Para él, eran como tenazas destinadas a manipular la incandescencia de lo sensible ; para mí, que estaba fascinado por el poder de la contin- gencia, era como salir a cazar una fiera que ya me había devorado

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(. . .) Después, mucho más tarde, cuando ya había muerto hacía años, comprendí que si el padre Quesada no me hubiese enseñado a leery es- cribir, el único acto que podía justificar mi vida hubiese estado juera de mi alcance. » (p. 127)

El grumete, por el hecho de ingresar en el universo de los indios, está trayendo consigo la destrucción ; su llegada no se integra en los ciclos que rigen la vida de la tribu ; su presencia, consecuentemente, prepara y su- giere los fundamentos de una cronología y de un relato. La imposibilidad de los colastinés de devolver el adolescente a su tribu de origen, y por ello, su larga estadía en el caserío, son los primeros índices de la ruptura de un tiempo hasta entonces inmutable. Por otro lado, cuando el regreso del grumete hacia sus « semejantes » es por fin realizado (cuando un barco atraca en los parajes), su contacto con los españoles produce la destrucción definitiva de ese mundo del cual el muchacho se aleja. Y lo que es todavía más grave : el grumete no produce solamente muerte y destrucción, sino también y sin saberlo, introduce en la circularidad las huellas de lo defini- tivo : es decir el relato que luego crea, y el medio usado para lograrlo, la escritura. A pesar de las incertidumbres que acompañan la narración de esta historia, a pesar de las hábiles dosis de ambivalencia y de apariencias que despliega como un biombo, en la medida en que lleva a cabo una enunciación límpida de los acontecimientos, el grumete destruye lo inde- terminado con el arma del sentido. Todo era posible, ya nada lo es : los recuerdos están escritos.

Historias de sentido

He partido de la hipótesis de un cambio producido por El entenado en el conjunto de la obra de Saer : antes de tratar de desarrollarla, cabe de- mostrar lo contrario, o al menos subrayar la continuidad. Sería superfluo señalar evidencias sobre una escritura coherente, autorreferencial, hecha de repeticiones y organizada en sistema. Con todo, hay que notar que en lo que se refiere al tema de lo indeterminado, una lectura del conjunto de los textos lleva a identificar una obsesión recurrente : la lucha entre lo indis- tinto y lo definido como uno de los ejes de lo que está en juego en las ficciones de Saer. Una lectura del imaginario material (en el sentido ba- chelardiano del término) concluiría, sin duda, atribuyendo al agua el papel nuclear de la representación del espacio ; a un agua espesa, barro primor- dial en el que se hunden las formas de las cosas y se ahoga el sentido de las

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palabras. Y en tanto que percepción, habría que hablar de lo viscoso6 : una viscosidad que nos remite constantemente a la muerte, a la descomposi- ción, a la anulación del ser, pero que se emparienta muchas veces con una descomposición regresiva, con una vuelta a la nada. Lo informe en Saer se refiere más a una inexistencia del yo en el pasado que a una muerte futu- ra ; terminar de nacer es el objetivo, y al hacerlo, afirmar la presencia de las cosas en un universo amenazado por la descomposición de la materia. « La infancia : construcción interna y errabundeo externo, convalescencia de la nada » leemos en Glosa? (p. 76). De muerte se trata entonces, pero de una muerte regresiva, de una muerte maternal. La salvación, para que el mundo siga existiendo, es lograr nombrarlo, tarea titánica hecha de triunfos y fracasos, y en la cual la presencia de una figura paterna como la del padre Quesada resulta primordial.

Algunos ejemplos, inevitablemente arbitrarios, de lo dicho. En Nadie nada nunca, casi todas las secuencias narrativas empiezan con la frase « No hay al principio nada. Nada », en un relato que gira alrededor del río, « medio inconexo, cambiante, precario, que flota a la deriva en el vacío »8

(p. 1 18). El juego constante con la homonímia entre el verbo conjugado y el substantivo « nada » (acción y materia), tiende a reducir todo acto a una anulación, a una desaparición en el líquido. Y en el mismo sentido, la solidez de lo real se desdibuja :

« A medida que va alejándose del lugar en el que se encuentra su cuerpo, el espacio va perdiendo precision, y que el horizonte lleno de cosas completas y nítidas que lo rodea, ha de ir sin duda transformán- dose, con la distancia, en una materia cada vez más blanda e indefini- da, hasta llegar a ser una masa incolora y viscosa. » (p. 175)

Al encierro del Gato y Elisa en la casa al borde del río se contrapone una doble amenaza explícita : la de la represión policial y la de los enig- máticos asesinatos de caballos. Pero más aun, la casa, los personaje^ y la ficción entera están rodeados y acosados por la dilución en lo indefinido.

Caso límite, junto con el de El limonero real, en donde el agua, el barro y la muerte ocupan funciones similares. Pero más allá o más acá de estas dos novelas, encontramos los mismos contenidos. María Teresa Gramu-

" Parafraseando así el tipo de substantivos utilizados por Jean-Pierre Richard en sus estu- dios temáticos centrados en el universo sensible. Cf por ejemplo Proust et le monde sen- sible, París : Seuil, 1974.

7 Edición estudiada : Juan José Saer, Glosa, Barcelona : Destino, 1988. ^ Edición estudiada : Juan José Saer, Nadie nada nunca, México : Siglo XXI, 1980.

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glio ha observado que la descripción del juego de punto y banca en Cica- trices sugiere una interrogación sobre el conflicto entre caos y orden9, ejemplo al que se le podrían agregar tantos otros, como las ecuaciones que, en Glosa, el Matemático aplica a sus razonamientos, intentando respetar una orden que se imparte él mismo : « Sustituir el éxtasis por la ecuación » (p. 170). En Argumentos, los « Pensamientos de un profano en pintura » consisten en valorizar al marco más que a la pintura, ya que « contiene la magia patética del sentido sin permitir que se derrame por los bordes ha- cia el mar de aceite de lo indeterminado »10 (p. 81). En lo que se refiere al episodio depresivo de Tomatis, narrado en dos novelas diferentes {Glosa - 1986 - y Lo imborrable - 1993 -), éste se anuncia en la primera de las dos con la irrupción de una « amenaza », en la cual naufragan las cosas y el universo entero, « chapoteo ciego en lo empírico hasta que sobreviene, inconcebible, el apagón » (p. 114), conciencia irónica pero dolorida de lo efímero (« si voy a. . . y el universo entero también va a. . . tarde o tem- prano va a. . . » piensa Tomatis - p. 1 19 -). En Lo imborrable, las alusiones al episodio depresivo vuelven como un refrán, episodio descrito con metáforas de descenso y de líquido pastoso : el « último escalón del sótano », « contra el que viene a golpear, chirle y pesada, el agua negra >>u (p. 12). De esta proximidad con la locura, o con la disgregación del yo, Tomatis logra salvarse, pero no así su amigo Mauricio, profesor - nada menos - de Estática en la Universidad, que termina en el manicomio como conse- cuencia de dudas sobre la « fijeza » de las cosas. La decadencia no se ma- nifiesta sólo en su discurso delirante, sino también en una obesidad (su cuerpo se vuelve pastoso) que se infiltra en los intersticios de su cerebro (p. 84-90).

Es decir que la. lucha entre el orden, la lógica y el sentido por un lado, y el abismo de lo indeterminado por el otro, que como hemos visto domi- na las memorias del grumete, no es para nada una novedad, sino una ma- nifestación más de una línea temática a partir de la cual se podría estructu- rar una lectura de conjunto de la obra. Pero dentro de esta dimensión imaginaria, El entenado introduce un cambio de nivel, una formulación diferente ; la aventura del muchacho en los albores de la historia ameri- cana implica una enunciación explícita, una exposición construida de contenidos que hasta entonces presionaban la escritura de otra manera : de

9 Cf. María Teresa Gramuglio, « El lugar de Saer » in Juan José Saer por Juan José Saer, Buenos Aires : Celtia, 1986, p. 285.

^ Argumentas, publicados junto con dos cuentos (« A medio borrar » y « La mayor ») en 1976. Edición estudiada : Juan José Saer, La mayor, Buenos Aires : CEAL, 1982.

1 1 Edición estudiada : Juan José Saer, Lo imborrable, Buenos Aires : Alianza, 1993.

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la presencia de un obstáculo que impide el desarrollo del relato pasamos a la transformación del obstáculo en motor de la ficción12*

Porque hay que recordar que esta novela, completada, formulada, fija- da, esos recuerdos organizados, racionalizados, y por ende poseídos, sirven de epílogo a un período de la obra de Saer en la cual los interrogantes sobre la representación y la memoria, la confusión entre el yo y el univer- so, la incapacidad de detener el flujo descriptivo o de reducir la infinitud de signos suministrados por la percepción, daban lugar a textos radicales. Acerca de « La mayor » (1972), El limonero real (1974) y Nadie nada nunca (1980), la crítica ha notado que ciertas constantes de la escritura saeriana se amplificaban hasta la hipertrofia, entorpeciendo la narración ordenada de una serie de acontecimientos o la representación unívoca de cualquier realidad o sensación. Además de las repeticiones que ponen trabas al avance de la ficción13, se constatan tentativas de desintegración del discurso, una utilización extrema de la suspensión narrativa (lo que crea a veces frases difícilmente comprensibles), una meticulosidad que termina desdibujando lo percibido y en general una expansión invasora de la duda que, de hecho, supone a veces una negación simple. Se trata, por supuesto, de un trabajo metódico sobre los límites del relato : en esa época (los años setenta), Saer afirmaba querer extirpar el acontecimiento de la obra narrativa14, y confesaba sentir cierta nostalgia por una « forma pura » desprovista de sentido como la de la música1 5. Este fenómeno fue leído, naturalmente, como parte de un air du temps que, de Barthes a Robbe- Grillet y del placer de los textos a las obras abiertas, había servido de herencia o de telón de fondo a la actividad de un creador.

Pero, a la luz de la resolución de este período {El entenado como novela « genesiaca » y como novela « novelesca ») habría que rever la disolución del sentido en las obras anteriores, aunque más no sea por la dimensión paradójica del cambio : la forma « pura », sin intriga, ha llevado a los acontecimientos más fuertes que el hombre puede concebir : el incesto y el canibalismo. Desde este punto de vista, en El limonero real hoy un pasaje

12 La última novela de Saer, La pesquisa (1994), reanuda con la ficcionalización explícita de un cruento fantasma (en este caso, una serie de violaciones, asesinatos y descuartiza- mientos de ancianas) que podíamos, en obras anteriores, descifrar entre líneas.

^ Por ejemplo en El limonero raz/donde se cuenta varias veces el mismo día, para termi- nar con las mismas palabras con las que se inicia la novela, o en Nadie nada nunca donde los escasos acontecimientos son repetidamente narrados desde puntos de vista diferentes.

14 C/rjuan José Saer, « Narrathon », Caravelle n° 25, 1975, Toulouse, pp. 16-1-170. 15 Qf Juan José Saer, Une littérature sans qualités, Paris : Arcane 17, 1985, p. 53. El título

« La mayor » parece remitir a ese proyecto estético.

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interesante : el protagonista, Wenceslao, durante un delirio producido por la insolación, pierde progresivamente la lógica de su discurso hasta hun- dirse en una mancha negra (las letras son reemplazadas por una mancha negra en la hoja) que ha sido interpretada como la negación en sí del re- lato y del lenguaje16. Lo que se acentúa con una serie de frases incoheren- tes, cuyo rasgo dominante es un sema identifiable de negación (« Nono, nonado. Enanan, nenadas nas nos nuna nene none nena nana na ona none nanina... » - p. 139 -17, lo que remite al título de Nadie nada nunca como rechazo previo de cualquier palabra afirmativa). La consecuencia de ese vacío, que después de todo se asemeja a la indeterminación que acosa a los colastinés, consiste en una recuperación del lenguaje (enunciación de la primera letra del alfabeto y balbuceo parecido al de los bebés cuando aprenden a hablar), y también una relación de la génesis de las islas en las que se desarrolla la acción18, o sea un regreso al inicio de los tiempos para recuperar la lógica de las palabras y el orden de los relatos. La pérdida del lenguaje recuerda un episodio de Nadie nada nunca, cuando el bañero, intentando batir el récord de permanencia en el agua, pasa inmerso en el río más de setenta y seis horas y, al salir, « ha perdido el habla », o al me- nos prefiere permanecer callado porque « lo que ha visto era difícil de explicar » (p. 118) ; pero sobre todo nos remite a El entenado, en donde el regreso a España del protagonista marca el inicio de un nuevo y arduo aprendizaje de la lengua materna. Es decir que esa caída en la locura y la confusión, y luego ese lento regreso al sentido que circunstancialmente se producen en El limonero real, son paralelos al itinerario realizado por el grumete, en la medida en que la mancha negra y sus consecuencias cons- tituyen también un proceso regresivo19. Proceso regresivo que sería un revelador de lo que está en juego, en el plano imaginario, en las dispersio- nes del relato a las que me refería antes. El entenado aparece como la fic- cionalización inteligible de una pulsión hacia la nada y de una confronta- ción con la muerte, ya presente en las obras que la preceden, en tanto que problemática afirmada, pero sobre todo bajo la forma de procedimientos de disolución de toda afirmación narrativa. A este respecto cabe recordar una de las enseñanzas del padre Quesada : según le explica al protagonista,

16 Cf.cn particular Mirta E. Stern, « Prólogo », in Juan José Saer, El limonero real, Buenos

Aires : CEAL, 1981, pp. I-XI ; María Teresa Gramuglio, « El lugar de Saer », op. cit., pp. 288-290 ; y Graciela Montaldo, El limonero real, Buenos Aires : Hachette, 1986, pp. 66-68.

17 Juan José Saer, El limonero real, op. cit. ^ Relación que ha sido llamada « cosmogonía criolla » por María Teresa Gramuglio (in

« El lugar de Saer », op. cit., p. 289). 19 Cf. Mirta Stern, op. cit., p. VIII.

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hay una clase de sufrimiento en el que no se sabe que se sufre, pero para el que lo atraviesa el mundo entero se presenta como un lugar desierto y calcinado. No hay sonda capaz de darle alcance ni exorcismo que logre destruirlo, dice, ya que para borrarlo del mundo hay, « al mismo tiempo, que aniquilar el mundo con él » (p. 135). La aniquilación de lo real « comprobable » en las obras anteriores de Saer parece ilustrar esta idea, en la medida en que, para protegerse del sufrimiento que estalla en El ente- nado, se ha hecho desaparecer el mundo, o al menos las certezas que le permitían existir en la órbita de la literatura.

El derrumbe de las apariencias que los indios temen, esa « desaparición » de la realidad, está en relación con una pérdida de la dis- tinción entre el yo y el universo, entre lo real y lo imaginario, entre lo presente y lo recordado : la amenaza es del orden del delirio, y se acom- paña de una metaforización omnipresente de lo que no tiene sentido como una muerte, o como un vacío simbólicamente peor que la muerte física : no es casual, entonces, que el rectángulo negro que reemplaza la palabra en El limonero realst* el fruto de un estado delirante. Esta suspen- sión del sentido (o más bien de toda afirmación coherente de un sentido) va a la par de una relación conflictiva con el tiempo ; El limonero reales el relato infinito de una fecha simbólica : el Año Nuevo, el momento de cambio de un hito temporal ; y « La mayor », que es el texto donde la eli- minación del acontecer alcanza su apogeo, empieza con una parodia de la

magdalena de Proust, es decir con una alusión a la capacidad de revivir el pasado gracias a la memoria, capacidad perdida por el narrador : « Otros, ellos, antes, podían » son las primeras palabras del texto (p. 11).

(Aquí quisiera abrir un paréntesis, o una digresión en forma de justifi- cación : la repetida afirmación de una dilución del sentido en las obras inmediatamente anteriores a El entenado no es más que una afirmación contextual y relativa : relativa con respecto a una visión tradicional del relato y de sus objetivos más corrientes, y contextual con respecto a lo que las precede -la novela Cicatrices- y a la novela que estoy analizando, sin que pretenda olvidar otras órbitas posibles de significado. Y afirmación relativa también con respecto a la noción de sentido en sí : hablando rá- pido, diría que me refiero a una resistencia -o a una imposibilidad- a dejar instalarse un sentido aparente. En realidad se podría, con toda razón, opinar que es lo contrario lo que sucede, es decir suponer que la suspen- sión del sentido aparente es una estrategia para camuflar un sentido la- tente. Los excesos de El entenado, y la compleja construcción puesta en juego para hacer aceptables los fantasmas en esa novela, tienden a confir- mar dicha hipótesis, si creemos que la violencia al fin afirmada ya estaba presente, sotto voce, en los textos anteriores. Avanzando en esta dirección,

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se desembocaría en una interpretación que tomaría como punto de parti- da la idea de una sofisticación narrativa al servicio de una ocultación).

Es cierto que asistimos en Saer a la paciente construcción de una histo- ria y de un lugar (la zona) y por consiguiente de una verdadera identidad y filiación (« soy eso, vengo de allí »), construcción reforzada por la repeti- ción, de relato en relato, de ciertos personajes y situaciones, lo que, quié- rase o no, acentúa su verosimilitud y credibilidad. Pero la incertidumbre, la evaporación del pasado, lo indeterminado, socavan constantemente esta impresionante construcción.

Quizas esto explique que la escritura de Saer quiera controlar su sen- tido, sus límites y ambivalencias, su saber, sus alusiones e interpretaciones, lo que es una quimera comparable al orden obsesivo que los indios inten- tan imponer al universo ; cuando en realidad ambos, orden y escritura, se encuentran suspendidos sobre un precipicio. La formidable carga imagina- ria que la intertextualidad posee en este escritor puede comprenderse como un patética confrontación con un texto infinito, pero también como la búsqueda de un control deseado y fuera de alcance. En este contexto hay que recordar las opiniones expresadas por Saer en un artículo sobre « Tierras de la memoria » de Felisberto Hernández, en el cual pone de relieve el uso de una simbologia evidentemente inspirada por el psicoa- nálisis, para luego rechazar una interpretación basada en ese sistema de pensamiento :

« Detenernos en el evidente sentido psicoanalítico clásico que el texto presenta a primera vista, sería caer en la trampa de concebir « Tierras de la memoria » como un texto enfermo, un texto del que la invención creadora de Felisberto sería escasamente responsable. . . »

« La elección deliberada de la simbologia psicoanalítica, lejos de agotar el contenido del inconsciente, o de dar una explicación rígida de la neurosis posible del narrador, contribuirá, más bien, poniendo enjuego toda una serie de dimensiones narrativas, a mostrar la infinitud y la irreducibilidad de la narración a un esquema interpretativo cual-

quiera. »20

Estas afirmaciones son significativas, aunque no sean opiniones defini- tivas de Saer21 ; pero si las tomamos al pie de la letra, significan que un saber sirve de instrumento para dominar el contenido de lo enunciado, y

2^ Juan José Saer, « Tierras de la memoria », op. cit., pp. 318 y 320.

21 En otros, textos expresa ideas mucho más matizadas sobre el tema, por ejemplo en « Razones »(in Juan José Saer por Juan José Saet ; op. cit.).

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por ende para prever - y evitar - cualquier interpretación organizada. Ex- trapolando estas declaraciones, y aplicándolas a su propia obra, se aclara el uso de la intertextualidad como búsqueda de un control de lo creado. He hecho ya referencia a la utilización de la noción de « retorno de lo repri- mido » en El entenado, utilización suficientemente explícita para que el lector comprenda que ha sido incorporada voluntariamente en el relato ; lo mismo sucede con la antropología22 o con la lingüística, en la descrip- ción de la lengua indígena, inspirada en el artículo de Freud : « Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas »23. Acosado por lo inaprensi- ble del sentido, el autor parece afirmar, contra viento y marea : « yo sé », y contestar de antemano « ya lo sabía ». Afirmación que no significa una negación de la polisemia de la literatura, sino más bien un esfuerzo por asumirla lúcidamente, hasta sus últimas consecuencias, defendiendo a todo precio la irreducibilidad de lo literario. Quimera a la cual se opone la conciencia de lo inútil del intento, lo que una cita del último párrafo de El entenado ilustra, cuando, sorprendido por el eclipse, el grumete escribe :

« Por venir de los puertos, en los que hay tantos hombres que dependen del cielo, yo sabía lo que era un eclipse. Pero saber no basta. El único justo, es el saber que reconoce que sabemos únicamente lo que condes- ciende a mostrarse. » (p. 201)

« Saber no basta », constatación que explica la ambivalencia de la rela- ción con el saber y el sentido en la escritura de Saer, y por ende la tensión y la carga imaginaria de la intertextualidad a la que me refería antes.

Dentro de esta lógica, el papel del discurso sobre la ficción incorpo- rado a la ficción misma es fundamental. Saer afirma que se trata de un recurso para informar al lector que el narrador no cree. « Por lo tanto es un gesto desesperado del narrador para salvaguardar su credibilidad » 24. Que el narrador no crea (en la posibilidad de comunicar a los otros su mundo por medio del lenguaje por ejemplo) o que el narrador sepa son aquí equivalentes. Pero al destruir la alucinación ficcional, al integrar du- das sobre la literatura y sobre el saber que la estudia, la escritura está re- constituyendo, más lejos, su poder de evocación, su fuerza imaginaria, su pacto afectivo (el escritor contemporáneo se encuentra, dice Saer, en la

22 Saer ha declarado que el sistema de lo crudo y lo cocido de Lévi-Strauss no funciona en su novela, como si debiese defender a sus indios de un estudio etnológico estricto, cuando en realidad un estudio de ese tipo sería, no sólo desacertado, sino imposible. Cf. « Entrevistas con Juan José Saer », Río de la Plata n° 7, París, 1988, p. 157.

23 Cf. ibidem. 2^ Juan José Saer, « Razones », op. cit., p. 17.

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obligación de crear « espejismos inéditos »)25. Al integrar la desconfianza inherente a las corrientes narrativas actuales, el narrador salvaguarda su credibilidad, es cierto, y en todo sentido : los personajes terminan adqui- riendo una presencia y un espesor indiscutibles, a pesar, o a causa, de que el narrador declara no querer jugar el juego26.

Pero volvamos a las memorias de grumete y a una trayectoria literaria. El entenado funciona como la vertiente simétrica de « A medio borrar », obra de transición (es de 1971, y se sitúa entonces entre Cicatrices- 1969 -

y « La mayor »), que narra los últimos días en la zona de Pichón Garay, antes de su partida a Francia. Al irse deja la zona convertida en un desierto de agua y también a su madre viuda y a su hermano gemelo, el Gato, con el cual la gente lo confunde a menudo. Buena parte del texto instaura una confrontación imaginaria del narrador con su hermano, buscado en vano

para la ceremonia de adioses, o percibido como una proyección del prota- gonista que se prolongará después de su partida de la ciudad. A medio borrar, porque su otra mitad se queda, y también porque, al deambular

por las calles y bares habitualmente frecuentados, ya se encuentra en otra

parte. La actitud de Pichón durante el relato es la de un duelo : todavía vivo, se enfrenta a la eventualidad, siempre difícil de concebir, de la per- duración del mundo sin el yo (sabiendo que su doble seguirá viviendo en el mismo lugar). Porque partir es morir27, y es también dejar el vientre materno :

« Y ahora, el colectivo iluminado por dentro arranca, despacio, va (. . .)

dejando atrás la estación, las calles del centro, (. . .) las casas parejas, monótonas, de una o dos plantas, (...) la ciudad que va cerrándose como un esfínter, como un círculo, despidiéndome, dejándome afuera, más exterior de ella que del vientre de mi madre. . . » (p. 77)

25 Ibidem. 26 Y es notable que, después de los personajes de los años setenta, construidos como entes

de pura percepción, sin más conciencia que una inmediatez fenomenològica, las últimas novelas de Saer retomen un funcionamiento más clásico, que incluye una fuerte causali- dad de los actos, una buena dosis de « psicologismo » y hasta la puerta en escena de pe- ripecias arguméntales muy utilizadas, como los celos conyugales (en La ocasión), las aventuras de una vida sexual y amorosa (en Lo imborrable), o una investigación policial (en La pesquisa) ; funcionamiento impensable dentro de la poética subyacente en « La

mayor », por ejemplo. 27 La partida, el exilio, son sinónimos de muerte y de anulación ; desde París, Pichón

Garay escribe : « La nada no ocupa mi pensamiento sino mi vida » (« En el extranjero », in

Argumentos, p. 147) ; lo que explícitamente Saer ha formulado al afirmar que el extran-

jero « puede ser la experiencia anticipada de la muerte » (in Razones, op. cit., p. 12).

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Pero si el borrado del título es un nacimiento y una muerte, vemos que, como en un cuento para niños, el narrador deja pistas para hallar el camino de regreso. Después de los pasos perdidos de « La mayor », El limonero real y Nadie nada nunca, y al precio de una regresión y de una espectacular puesta en escena imaginaria que vuelve verosímil ese viaje a la cuna del deseo, el grumete logra recorrer la ruta en el sentido contrario. Con ese viaje recupera al mismo tiempo las imágenes paternas que habían, también ellas, desaparecido. En esta perspectiva, « A medio borrar » y El entenado se sitúan frente a frente, como dos mojones simétricos de pérdida y recuperación. Es decir que El entenado, además de ser la novela del sen- tido recobrado, es, gracias a un nuevo trazado de lo que se había borrado a medias, la novela de la redefinición de una escritura28.

Terminaré este tema diciendo que si aceptamos que toda obra literaria pueda ser leída como una novela familiar, en tanto que creación de una genealogía imaginaria que permite resolver a la vez las desilusiones debidas a la edad y los primeros conflictos edípicos29, esta novela sería una novela familiar al cuadrado, en la medida en que toma como base a las otras obras, logrando así eludir las trampas de la memoria a través de la ficción de los orígenes. El festín de los indios repite, en forma de supuesta extro- version de contenidos, el asado de El limonero real, y los colastinés son los inventores o los precursores de la zona, en tanto que protagonistas de una ficción improbable que es susceptible de explicar, o de hacer existir, fic-

2° Otra ficción histórica, « Paramnesia » (1966, edición estudiada : Juan José Saer, Narra- ciones /, Buenos Aires : CEAL, 1983), puede ser considerada como un antecedente de El entenado. En « Paramnesia » (lo que significa, según María Moliner : « Trastorno mental que consiste en el olvido del significado de las palabras >), se describe un estado de casi lo- cura del que es víctima un español recién desembarcado en las orillas del Paraná, y al que acosan los indios, las privaciones, y sobre todo un desorden del sentido (del signifi- cado de las palabras), del que no es ajeno el retroceso imaginario en el tiempo. El prota- gonista, ansiosamente, pide a un soldado herido que le cuente cosas para hacerle creer que todo eso (los indios y las picas envenenadas, España y sus recuerdos) es real, como si frente a la pérdida de consistencia de la realidad los relatos fuesen protectores. Pérdida de consistencia que se manifiesta con pensamientos como éste : « Ahora me vuelvo y voy en dirección al bosquecito para sentir otra vez el recuerdo de haber estado en él antes de ha- ber entrado nunca » (p. 48). Lo que es casi una adivinanza, ya que el único lugar donde se puede estar sin haber « entrado nunca » es, por supuesto, el vientre materno'. En prin- cipio, para que haya recuerdo, y luego historia, tiene que haber primero un aconteci- miento, una experiencia ; pero la regresión desestabiliza ese orden indispensable, pertur- ba la cronología e impide, al fin de cuentas, todo relato. O lo impide al menos hasta que ella misma se vuelve ficción.

™ Cf. Marthe Robert, Roman des origines et origines du roman, Paris : Grasset, 1 972.

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ciones más verosímiles30. Y tomando otra vez la teoría psicoanalítica como una construcción ficcional, hasta podría suponerse que Saer parafrasea, dentro de su mundo, lo que Freud, escribiendo Totem y tabú, intentó hacer para rendir cuenta de la creación de la psiquis humana. Es quizás ésta la razón por la cual la novela es hasta tal punto marcante, definitiva, como si fijase una frontera entre un antes y un después. En el marco de la obra de su autor, las cosas están claras : aunque Glosa replantea interro- gantes sobre las potencialidades del relato, es para hablar del tema con geométrica limpidez ; las semejanzas con la minuciosidad de las ficciones anteriores no son más que aparentes : de un lado vemos dibujarse un plano en damero, del otro, nos perdemos en la confusión de posibilidades infinitas.

Esta transformación conlleva la introducción explícita, apasionada, de la Historia argentina -de la dictadura militar- en Glosa y Lo imborrable, nueva relación fluida con el referente en el que se sitúa la zona, y que se opone a las cifradas alusiones a la represión y a la violencia en Nadie nada nunca. Precisamente, me gustaría concluir en forma de interrogación so- bre la trascendencia de lo histórico-político en El entenado. Esta novela, publicada en 1983 (el año de la caída del régimen militar) y que pone en escena deseos primitivos, pasajes al acto, masacres y procesos de recupera- ción de una filiación y una palabra, insinúa una relación estrecha con la Historia contemporánea, lo que ha dado lugar a ciertas lecturas políticas ingenuas de la obra. En la lógica de mi lectura diría que poner en escena, en un país conservador y autoritario como la Argentina, un episodio de canibalismo y de incesto del cual surge progresivamente la Ley, la Palabra, la Cultura, supone también una puesta en duda de una sociedad crispada en sus principios morales y hundida en la arbitrariedad. El entenado sería, entonces, el cimiento de un mito que transpone, y por lo tanto cuestiona, los deseos y los pasajes al acto de una sociedad en crisis.

En todo caso, es notable el valor catártico de una construcción sobre el regreso al sentido, y más ampliamente, en un período de violencia política y de desorientación afectiva, la paradójica y huidiza potencialidad de ha- blar del tema que posee la novela. Esta ambigüedad permite no sorpren- derse que al final del texto el narrador (un español, huérfano, que ha pa- sado casi toda su vida en Europa), enuncie una frase inesperada sobre América : « Al fin podíamos percibir el color justo de nuestra patria »

(p. 200) (color que es « la pulpa brumosa de lo indistinto »). La reconcilia-

50 Cf. por ej. : « Ese lugar (el caserío) era, para ellos, la casa del mundo. Si algo podia existir, no podia hacerlo fuera de él. En realidad (. . .) ese lugar y el mundo eran, para ellos, una y la misma cosa. Dondequiera que fuesen, lo llevaban adentro. Ellos mismos eran ese lugar. »

(pp. 152-3)

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ción con los orígenes, con la historia y con el relato, no son ajenas, segu- ramente, a esta ilógica afirmación de lucidez y de pertenencia31.

RESUMEN.- El entenado (1983) se define como la historia de una escritura que, en el plano imaginario, desarrolla un mito de regreso a los orígenes, tanto de la zona saeriana como de la creación literaria. El aprendizaje de la lengua materna, de la cultura y de la escritura, son etapas de recuperación de un sentido, o del camino que lleva a la formulación posible de fantasmas de canibalismo e incesto. Desde este punto de vista El entenado representa más que un « retorno a lo nove- lesco » en la trayectoria de Juan José Saer : es el relato de un combate primordial con lo indeterminado, el que no sólo acosa a los colastinés, sino a toda expresión inteligible. Con respecto a las obras inmediatamente anteriores, El entenado pre- senta una ficcionalización lograda - y exorcizante - de los obstáculos que impedían la comunicación y que estancaban al relato en su propia enunciación. Se abre, a partir de esta novela, una nueva etapa en la saga saeriana y una nueva relación con la escritura.

RESUME.- El entenado (1983) se définit comme l'histoire d'une écriture qui, au niveau de l'imaginaire, développe un mythe de retour aux origines, à la fois de la zona saérienne et de la création littéraire. L'apprentissage de Ta langue mater- nelle, de la culture et de l'écriture, sont des étapes de récupération d'un sens, ou le chemin qui mène à la formulation possible des fantasmes de cannibalisme et d'inceste. De ce point de vue El entenado représente plus qu'un « retour au roma- nesque » dans la trajectoire de Juan José Saer : il s'agit du récit d'un combat pri- mordial contre l'indétermination, celle qui harcèle les Colastiné mais aussi toute expression intelligible. Par rapport aux oeuvres qui le précèdent directement, El entenado présente une fictionnalisation réussie - et exorcisante - des obstacles qui empêchent la communication et enlisent le récit dans sa propre énonciation. A partir de ce roman, une nouvelle étape de la saga saérienne s'est ouverte, ainsi qu'une nouvelle relation avec l'écriture.

31 En el momento de publicar este artículo, llega a mis manos un interesante trabajo de

Jorge Monteleone (« Eclipse del sentido : de Nadie nada nunca a El entenado de Juan José Saer » in Roland Spiller -ed-, La novela argentina de los años 80, Lateinamerika- Studien n° 29, Frankfurt : Vervuet Verlag, 1993, pp. 153-175), que analiza ciertos as-

pectos tratados en este texto -la relación de Nadie nada nunca con El entenado, el rol del

padre Quesada, la relación de la novela con la dictadura militar argentina, y en general la cuestión del sentido-, pero en el marco de una lectura diferente de la mía.