el príncipe feliz.pdf

29
El príncipe feliz Oscar Wilde Obra reproducida sin responsabilidad editorial

Upload: truongnhu

Post on 06-Jan-2017

278 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: El príncipe feliz.pdf

El príncipe feliz

Oscar Wilde

Obr

a re

prod

ucid

a si

n re

spon

sabi

lidad

edi

toria

l

Page 2: El príncipe feliz.pdf

Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

www.luarna.com

Page 3: El príncipe feliz.pdf

La estatua del Príncipe Feliz se alzabasobre una alta columna, desde donde se domi-naba toda la ciudad. Era dorada y estaba recu-bierta por finas láminas de oro; sus ojos erandos brillantes zafiros y en el puño de la espadacentelleaba un enorme rubí púrpura. El res-plandor del oro y las piedras preciosas hacíanque los habitantes de la ciudad admirasen alPríncipe Feliz más que a cualquier otra cosa.

—Es tan bonito como una veleta —comentaba uno de los regidores de la ciudad, aquien le interesaba ganar reputación de hombrede gustos artísticos—; claro que en realidad noes tan práctico —agregaba, porque al mismotiempo temía que lo consideraran demasiadoidealista, lo que por supuesto no era.

—¿Por qué no eres como el Príncipe Fe-liz —le decía una madre afligida a su pequeñohijo, que lloraba porque quería tener la luna—.El Príncipe Feliz no llora por nada.

Page 4: El príncipe feliz.pdf

—Mucho me consuela el ver que al-guien en el mundo sea completamente feliz —murmuraba un hombre infortunado al contem-plar la bella estatua.

—De verdad parece que fuese un ángel—comentaban entre ellos los niños del orfelina-to al salir de la catedral, vestidos con brillantescapas rojas y albos delantalcitos.

—¿Y cómo saben qué aspecto tiene unángel? —les refutaba el profesor de matemáti-cas— ¿Cuándo han visto un ángel?

—Los hemos visto, señor. ¡Claro que loshemos visto, en sueños! —le respondían losniños, y el profesor de matemáticas fruncía elceño y adoptaba su aire más severo. Le parecíamuy reprobable que los niños soñaran.

Una noche llegó volando a la ciudaduna pequeña golondrina. Sus compañeras hab-ían partido para Egipto seis semanas antes,pero ella se había quedado atrás, porque estaba

Page 5: El príncipe feliz.pdf

enamorada de un junco, el más hermoso detodos los juncos de la orilla del río. Lo encontróa comienzos de la primavera, cuando revolo-teaba sobre el río detrás de una gran mariposaamarilla, y el talle esbelto del junco la cautivóde tal manera, que se detuvo para meterle con-versación.

—¿Puedo amarte? —le preguntó la go-londrina, a quien no le gustaba andarse conrodeos.

El junco le hizo una amplia reverencia.

La golondrina entonces revoloteó alre-dedor, rozando el agua con las alas y trazandosurcos de plata en la superficie. Era su manerade demostrar su amor. Y así pasó todo el vera-no.

—Es un ridículo enamoramiento —comentaban las demás golondrinas—; ese juncoes desoladoramente hueco, no tiene un centavoy su familia es terriblemente numerosa—. Efec-

Page 6: El príncipe feliz.pdf

tivamente toda la ribera del río estaba cubiertade juncos.

A la llegada del otoño, las demás go-londrinas emprendieron el vuelo, y entonces laenamorada del junco se sintió muy sola y co-menzó a cansarse de su amante.

—No dice nunca nada —se dijo—, y de-be ser bastante infiel, porque siempre coqueteacon la brisa.

Y realmente, cada vez que corría un po-co de viento, el junco realizaba sus más gracio-sas reverencias.

—Además es demasiado sedentario —pensó también la golondrina—; y a mí me gustaviajar. Por eso el que me quiera debería tam-bién amar los viajes.

—¿Vas a venirte conmigo? —le pre-guntó al fin un día. Pero el junco se negó con lacabeza, le tenía mucho apego a su hogar.

Page 7: El príncipe feliz.pdf

—¡Eso quiere decir que sólo has estadojugando con mis sentimientos! —se quejó lagolondrina—. Yo me voy a las pirámides deEgipto. ¡Adiós!

Y diciendo esto, se echó a volar.

Voló durante todo el día y, cuando yacaía la noche, llegó hasta la ciudad.

—¿Dónde podré dormir? —se pre-guntó—. Espero que en esta ciudad hay algúnalbergue donde pueda pernoctar.

En ese mismo instante descubrió la esta-tua del Príncipe Feliz sobre su columna.

—Voy a refugiarme ahí —se dijo—. Ellugar es bonito y bien ventilado.

Y así diciendo, se posó entre los pies delPríncipe Feliz.

—Tengo una alcoba de oro —se dijosuavemente la golondrina mirando alrededor.

Page 8: El príncipe feliz.pdf

En seguida se preparó para dormir. Mascuando aún no ponía la cabecita debajo de suala, le cayó encima un grueso goterón.

—¡Qué cosa más curiosa! —exclamó—.No hay ni una nube en el cielo, las estrellas re-lucen claras y brillantes, y sin embargo llueve.En realidad este clima del norte de Europa esespantoso. Al junco le encantaba la lluvia, peroera de puro egoísta.

En ese mismo momento cayó otra gota.

—¿Pero para qué sirve este monumentosi ni siquiera puede protegerme de la lluvia? —dijo—. Mejor voy a buscar una buena chime-nea.

Y se preparó a levantar nuevamente elvuelo.

Sin embargo, antes de que alcanzara aabrir las alas, una tercera gota le cayó encima, yal mirar hacia arriba la golondrina vio... ¡Ah, loque vio!

Page 9: El príncipe feliz.pdf

Los ojos del Príncipe Feliz estaban lle-nos de lágrimas, y las lágrimas le corrían porlas áureas mejillas. Y tan bello se veía el rostrodel Príncipe a la luz de la luna, que la golon-drina se llenó de compasión.

—¿Quién eres? —preguntó.

—Soy el Príncipe Feliz.

—Pero si eres el Príncipe Feliz, ¿por quélloras? Casi me has empapado.

—Cuando yo vivía, tenía un corazónhumano —contesto la estatua—, pero no sabíalo que eran las lágrimas, porque vivía en laMansión de la Despreocupación, donde no estápermitida la entrada del dolor. Así, todos losdías jugaba en el jardín con mis compañeros, ypor las noches bailábamos en el gran salón.Alrededor del jardín del Palacio se elevaba unmuro muy alto, pero nunca me dio curiosidadalguna por conocer lo que había más allá... ¡Eratan hermoso todo lo que me rodeaba! Mis cor-

Page 10: El príncipe feliz.pdf

tesanos me decían el Príncipe Feliz, y de verdadera feliz, si es que el placer es lo mismo que ladicha. Viví así, y así morí. Y ahora que estoymuerto, me han puesto aquí arriba, tan alto quepuedo ver toda la fealdad y toda la miseria demi ciudad, y, aunque ahora mi corazón es deplomo, lo único que hago es llorar.

—¿Cómo? —se preguntó para sí la go-londrina—, ¿no es oro de ley?

Era un avecita muy bien educada yjamás hacia comentarios en voz alta sobre lagente.

—Allá abajo —siguió hablando la esta-tua con voz baja y musical—... allá abajo, enuna callejuela, hay una casa miserable, perouna de sus ventanas está abierta y dentro de lahabitación hay una mujer sentada detrás de lamesa. Tiene el rostro demacrado y lleno dearrugas, y sus manos, ásperas y rojas, estánacribilladas de pinchazos, porque es costurera.En este momento está bordando flores de la

Page 11: El príncipe feliz.pdf

pasión en un traje de seda que vestirá la máshermosa de las damas de la reina en el próximobaile del Palacio. En un rincón de la habitación,acostado en la cama, está su hijito enfermo. Elniño tiene fiebre y pide naranjas. Pero la mujersólo puede darle agua del río, y el niño llora.Golondrina, golondrina, pequeña golondrina...¡hazme un favor! Llévale a la mujer el rubí delpuño de mi espada, ¿quieres? Yo no puedomoverme, ¿lo ves?... tengo los pies clavados eneste pedestal.

—Los míos están esperándome en Egip-to —contestó la golondrina—. Mis amigas yadeben estar revoloteando sobre el Nilo, y es-tarán charlando con los grandes lotos nubios. Ypronto irán a dormir a la tumba del gran Rey,donde se encuentra el propio faraón, en suataúd pintado, envuelto en vendas amarillas, yembalsamado con especias olorosas. Alrededordel cuello lleva una cadena de jade verde, y susmanos son como hojas secas.

Page 12: El príncipe feliz.pdf

—Golondrina, golondrina, pequeña go-londrina —dijo el Príncipe—, ¿por qué no tequedas una noche conmigo y eres mi mensaje-ra? ¡El niño tiene tanta sed, y su madre, la cos-turera, está tan triste!

—Es que no me gustan mucho los niños—contesto— la golondrina—. El verano pasa-do, cuando estábamos viviendo a orillas del río,había dos muchachos, hijos del molinero, yeran tan mal educados que no se cansaban detirarme piedras. ¡Claro que no acertaban nunca!Las golondrinas volamos demasiado bien, yademás yo pertenezco a una familia célebre porsu rapidez; pero, de todas maneras, era unaimpertinencia y una grosería.

Pero la mirada del Príncipe Feliz era tantriste, que finalmente la golondrina se enterne-ció.

—Ya está haciendo mucho frío —dijo—,pero me quedaré una noche contigo y seré tumensajera.

Page 13: El príncipe feliz.pdf

—Gracias, golondrinita —dijo el Prínci-pe.

La golondrina arrancó entonces el granrubí de la espada del Príncipe y, teniéndolo enel pico, voló por sobre los tejados. Pasó junto ala torre de la catedral, que tenía ángeles demármol blanco. Pasó junto al Palacio, donde seoía música de baile y una hermosa muchachasalió al balcón con su pretendiente.

—¡Qué lindas son las estrellas —dijo elnovio— y qué maravilloso es el poder delamor!

—Ojalá que mi traje esté listo para elbaile de gala —contestó ella—. Mandé a bordaren la tela unas flores de la pasión. ¡Pero las cos-tureras son tan flojas!

La golondrina voló sobre el río y vio laslámparas colgadas en los mástiles de los barcos.Pasó sobre el barrio de los judíos, donde vio alos viejos mercaderes hacer sus negocios y pe-

Page 14: El príncipe feliz.pdf

sar monedas de oro en balanzas de cobre. Al finllegó a la pobre casa, y se asomó por la ventana.El niño, en su cama, se agitaba de fiebre, y lamadre se había dormido de cansancio. Enton-ces, la golondrina entró a la habitación y dejó elenorme rubí encima de la mesa, junto al dedalde la costurera. Después revoloteó dulcementealrededor del niño enfermo, abanicándole lafrente con las alas.

—¡Qué brisa tan deliciosa! —murmuróel niño—. Debo estar mejor.

Y se quedó dormido deslizándose en unsueño maravilloso.

Entonces la golondrina volvió hastadonde el Príncipe Feliz y le contó lo que habíahecho.

—¡Qué raro! —agrego—, pero ahora ca-si tengo calor; y sin embargo la verdad es quehace muchísimo frío.

Page 15: El príncipe feliz.pdf

—Es porque has hecho una obra deamor —le explicó el Príncipe.

La golondrina se puso a pensar en esaspalabras y pronto se quedó dormida. Siempreque pensaba mucho se quedaba dormida.

Al amanecer voló hacia el río para ba-ñarse.

—¡Qué fenómeno extraordinario! —exclamó un profesor de ornitología que pasabapor el puente—. ¡Una golondrina en pleno in-vierno!

Y escribió sobre el asunto una larga car-ta al periódico de la ciudad. Todo el mundohabló del comentario, tal vez porque conteníamuchas palabras que no se entendían.

—Esta noche partiré para Egipto —sedecía la golondrina y la idea la hacía sentirsemuy contenta.

Page 16: El príncipe feliz.pdf

Luego visitó todos los monumentospúblicos de la ciudad y descansó largo rato enel campanario de la iglesia. Los gorriones quela veían pasar comentaban entre ellos: "¡Quéextranjera tan distinguida!". Cosa que a la go-londrina la hacía feliz.

Cuando salió la luna volvió donde esta-ba a la estatua del Príncipe.

—¿Tienes algunos encargos que darmepara Egipto? —le gritó—. Voy a partir ahora.

—Golondrina, golondrina, pequeña go-londrina —dijo el Príncipe—, ¿no te quedaríasconmigo una noche más?

—Los míos me están esperando en Egip-to —contesto la golondrina—. Mañana, misamigas van a volar seguramente hasta la se-gunda catarata del Nilo. Allí, entre las cañas,duerme el hipopótamo, y sobre una gran rocade granito se levanta el Dios Memnón. Durantetodas las noches, él mira las estrellas toda la

Page 17: El príncipe feliz.pdf

noche, y cuando brilla el lucero de la mañana,lanza un grito de alegría. Después se queda ensilencio. Al mediodía, los leones bajan a beber ala orilla del río. Tienen los ojos verdes, y susrugidos son más fuertes que el ruido de la cata-rata.

—Golondrina, golondrina, pequeña go-londrina —dijo el Príncipe—, allá abajo justo alotro lado de la ciudad, hay un muchacho enuna buhardilla. Está inclinado sobre una mesallena de papeles, y a su derecha, en un vaso,unas violetas están marchitándose. Tiene elpelo largo, castaño y rizado, y sus labios sonrojos como granos de granada, y tiene los ojosanchos y soñadores. Está empeñado en termi-nar de escribir una obra para el director delteatro, pero tiene demasiado frío. No hay fuegoen la chimenea y el hambre lo tiene extenuado.

—Bueno, me quedaré otra noche aquícontigo —dijo la golondrina que de verdad

Page 18: El príncipe feliz.pdf

tenía buen corazón—. ¿Hay que llevarle otrorubí?

—¡Ay, no tengo más rubíes! —se la-mentó el Príncipe—. Sin embargo aún me que-dan mis ojos. Son dos rarísimos zafiros, traídosde la India hace mil años. Sácame uno de ellosy llévaselo. Lo venderá a un joyero, comprarápan y leña y podrá terminar de escribir su obra.

—Pero mi Príncipe querido —dijo la go-londrina—, eso yo no lo puedo hacer.

Y se puso a llorar.

—Golondrina, golondrina, pequeña go-londrina —le rogó el Príncipe—, por favor, hazlo que te pido.

Entonces la golondrina arrancó uno delos ojos del Príncipe y voló hasta la buhardilladel escritor. No era difícil entrar allí, porquehabía un agujero en el techo y por ahí entró lagolondrina como una flecha. El joven tenía lacabeza hundida entre las manos, así que no

Page 19: El príncipe feliz.pdf

sintió el rumor de las alas, y cuando al fin le-vantó los ojos, vio el hermoso zafiro encima delas violetas marchitas.

—¿Será que el público comienza a reco-nocerme? —se dijo— Porque esta piedra pre-ciosa ha de habérmela enviado algún rico ad-mirador. ¡Ahora podré acabar mi obra!

Y se le notaba muy contento.

Al día siguiente la golondrina voló haciael puerto, se posó sobre el mástil de una grannave y se entretuvo mirando los marineros queizaban con maromas unas enormes cajas de lasentina del barco.

—¡Me voy a Egipto! —les gritó la go-londrina. Pero nadie le hizo caso.

Al salir la luna, la golondrina volvióhacia el Príncipe Feliz.

—Vengo a decirte adiós—le dijo.

Page 20: El príncipe feliz.pdf

—Golondrina, golondrina, pequeña go-londrina —le dijo el Príncipe—. ¿No te que-darás conmigo otra noche?

—Ya es pleno invierno —respondió lagolondrina—, y muy pronto caerá la nievehelada. En Egipto, en cambio, el sol calienta laspalmeras verdes y los cocodrilos, medio hun-didos en el fango, miran indolentes alrededor.Por estos días mis compañeras están constru-yendo sus nidos en el templo de Baalbeck, y laspalomas rosadas y blancas las miran mientrasse arrullan entre sí. Querido Príncipe, tengoque dejarte, pero nunca te olvidaré. La próximaprimavera te traeré de Egipto dos piedras bellí-simas para reemplazar las que regalaste. El rubíserá más rojo que una rosa roja, y el zafiro seráazul como el mar profundo.

—Allá abajo en la plaza —dijo el Prínci-pe Feliz—, hay una niñita que vende fósforos ycerillas. Y se le han caído los fósforos en el ba-rro y se han echado a perder. Su padre le va a

Page 21: El príncipe feliz.pdf

pegar si no lleva dinero a su casa y por eso aho-ra está llorando. No tiene zapatos ni medias, ysu cabecita va sin sombrero. Arranca mi otroojo y llévaselo, así su padre no le pegará.

—Pasaré otra noche contigo —dijo lagolondrina—, pero no puedo arrancarte el otroojo. Te vas a quedar ciego.

—Golondrina, golondrina, pequeña go-londrina —le rogó el Príncipe—, haz lo que tepido, te lo suplico.

La golondrina entonces extrajo el otroojo del Príncipe y se echó a volar. Se posó sobreel hombro de la niña y deslizó la joya en susmanos.

—¡Qué bonito pedazo de vidrio! —exclamó la niña, y corrió riendo hacia su casa.

Después la golondrina regresó hastadonde estaba el Príncipe.

Page 22: El príncipe feliz.pdf

—Ahora que estás ciego —le dijo—, voya quedarme a tu lado para siempre.

—No, golondrinita —dijo el pobrePríncipe—. Ahora tienes que irte a Egipto.

—Me quedaré a tu lado para siempre —repitió la golondrina, durmiéndose entre lospies de la estatua.

Al otro día ella se posó en el hombro delPríncipe para contarle las cosas que había vistoen los extraños países que visitaba durante susmigraciones.

Le describió los ibis rojos, que se posanen largas filas a orillas del Nilo y pescan pecesdorados con sus picos; le habló de la esfinge,que es tan vieja como el mundo, y vive en eldesierto, y lo sabe todo; le contó de los merca-deres que caminan lentamente al lado de suscamellos y llevan en sus manos rosarios deámbar; le contó del Rey de las Montañas de laLuna, que es negro como el ébano y adora un

Page 23: El príncipe feliz.pdf

gran cristal; le refirió acerca de la gran serpienteverde que duerme en una palmera y veintesacerdotes la alimentan con pasteles de miel; yle contó también de los pigmeos que navegansobre un gran lago en anchas hojas lisas y quesiempre están en guerra con las mariposas.

—Querida golondrina —dijo el Prínci-pe—, me cuentas cosas maravillosas, pero esmás maravilloso todavía lo que pueden sufrirlos hombres. No hay misterio más grande quela miseria. Vuela sobre mi ciudad, y vuelve acontarme todo lo que veas.

Entonces la golondrina voló sobre lagran ciudad, y vio a los ricos que se regocijabanen sus soberbios palacios, mientras los mendi-gos se sentaban a sus puertas. Voló por las ca-llejuelas sombrías, y vio los rostros pálidos delos niños que mueren de hambre, mientras mi-ran con indiferencia las calles oscuras.

Page 24: El príncipe feliz.pdf

Bajo los arcos de un puente había dosmuchachos acurrucados, uno en los brazos delotro para darse calor.

—¡Qué hambre tenemos! —decían.

—¡Fuera de ahí! les gritó un guardia, ylos muchachos tuvieron que levantarse, y ale-jarse caminando bajo la lluvia.

Entonces la golondrina volvió donde elPríncipe, y le contó lo que había visto.

—Mi estatua esta recubierta de oro fino—le indicó el Príncipe—; sácalo lámina porlámina, y llévaselo a los pobres. Los hombressiempre creen que el oro podrá darles la felici-dad.

Así, lámina a lámina, la golondrina fuesacando el oro, hasta que el Príncipe quedóoscuro. Y lámina a lámina fue distribuyendo eloro fino entre los pobres, y los rostros de algu-nos niños se pusieron sonrosados, y riendojugaron por las calles de la ciudad.

Page 25: El príncipe feliz.pdf

—¡Ya, ahora tenemos pan! —gritaban.

Llegó la nieve, y después de la nievellegó el hielo. Las calles brillaban de escarcha yparecían ríos de plata. Los carámbanos, comopuñales, colgaban de las casas. Todo el mundose cubría con pieles y los niños llevaban gorrosrojos y patinaban sobre el río.

La pequeña golondrina tenía cada vezmás frío pero no quería abandonar al Príncipe,lo quería demasiado. Vivía de las migajas delpanadero, y trataba de abrigarse batiendo susalitas sin cesar.

Una tarde comprendió que iba a morir,pero aún encontró fuerzas para volar hasta elhombro del Príncipe.

—¡Adiós, mi querido Príncipe! —lemurmuró al oído—. ¿Me dejas que te bese lamano?

—Me alegro que por fin te vayas a Egip-to, golondrinita —le dijo el Príncipe—. Has

Page 26: El príncipe feliz.pdf

pasado aquí demasiado tiempo. Pero no mebeses en la mano, bésame en los labios porquete quiero mucho.

—No es a Egipto donde voy —repuso lagolondrina—. Voy a la casa de la muerte. Lamuerte es hermana del sueño, ¿verdad?

El avecita besó al Príncipe Feliz en loslabios y cayó muerta a sus pies. En ese mismoinstante se escuchó un crujido ronco en el inter-ior de la estatua, fue un ruido singular como sialgo se hubiese hecho trizas. El caso es que elcorazón de plomo se había partido en dos. Cier-tamente hacía un frío terrible.

A la mañana siguiente, el alcalde se pa-seaba por la plaza con algunos de los regidoresde la ciudad. Al pasar junto a la columna le-vantó los ojos para admirar la estatua.

—¡Pero qué es esto! —dijo— ¡El PríncipeFeliz parece ahora un desharrapado!

Page 27: El príncipe feliz.pdf

—¡Completamente desharrapado! —reiteraron los regidores; y subieron todos aexaminarlo.

—El rubí de la espada se le ha caído, losojos desaparecieron y ya no es dorado —dijo elalcalde—. En una palabra se ha transformadoen un verdadero mendigo.

—¡Un verdadero mendigo! —repitieronlos regidores.

—Y hay un pájaro muerto entre sus pies—siguió el alcalde—. Será necesario promulgarun decreto municipal que prohiba a los pájarosvenirse a morir aquí.

El secretario municipal tomó nota de-jando constancia de la idea.

Entonces mandaron a derribar la estatuadel Príncipe Feliz.

Page 28: El príncipe feliz.pdf

—Como ya no es hermoso, no sirve paranada —explicó el profesor de Estética de laUniversidad.

Entonces fundieron la estatua, y el Al-calde reunió al Municipio para decidir que har-ían con el metal.

—Podemos —propuso— hacer otra es-tatua. La mía, por ejemplo.

—Claro, la mía —dijeron los regidorescada uno a su vez.

Y se pusieron a discutir. La última vezque supe de ellos seguían discutiendo.

—¡Qué cosa más rara! —dijo el encarga-do de la fundición—. Este corazón de plomo noquiere fundirse; habrá que tirarlo a la basura.

Y lo tiraron al basurero donde tambiényacía el cuerpo de la golondrina muerta.

Page 29: El príncipe feliz.pdf

—Tráeme las dos cosas más hermosasque encuentres en esa ciudad —dijo Dios a unode sus ángeles.

Y el ángel le llevó el corazón de plomo yel pájaro muerto.

—Has elegido bien —sonrió Dios—.Porque en mi jardín del Paraíso esta avecillacantará eternamente, y el Príncipe Feliz me ala-bará para siempre en mi Aurea Ciudad.

FIN