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El azar y la necesidad www.librosmaravillosos.com Jaques Monod Colaboración de Sergio Barros 1 Preparado por Patricio Barros

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Colaboración de Sergio Barros 1 Preparado por Patricio Barros

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Colaboración de Sergio Barros 2 Preparado por Patricio Barros

Reseña

Cuando El azar y la necesidad se publicó en Francia, en 1970,

hacía exactamente cinco años que su autor, Jacques Monod, había

recibido el Premio Nobel de Fisiología o Medicina. Pero su éxito

mundial se debió al escándalo que suscitó no sólo entre científicos,

sino también entre filósofos, pensadores y —fenómeno aún más

insospechado— políticos. Quizá la clave resida en las propias

palabras de Monod:

«Resulta hoy día imprudente, por parte de un hombre, el empleo

de la palabra filosofía. (…) Tengo una sola excusa que

considero, sin embargo, legítima: el deber que la actualidad

impone a los hombres de ciencia de pensar su disciplina en el

conjunto de la cultura moderna para enriquecerla así, no sólo

con importantes conocimientos técnicos, sino también con ideas

arraigadas en su ciencia particular que puedan considerarse

humanamente significativas. La misma ingenuidad de una

mirada virgen (y la de la ciencia lo es siempre) pueden alumbrar

con una luz nueva viejos problemas… (…) Asumo por entero la

plena responsabilidad de los desarrollos de orden ético, y hasta

tal vez político, que no he querido evitar por peligrosos que

fuesen, o ingenuos, o demasiado ambiciosos que pudiesen

parecer: la modestia conviene al sabio, pero no a las ideas que

lo habitan y que debe defender».

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Colaboración de Sergio Barros 3 Preparado por Patricio Barros

Este ensayo se elaboró a partir de una serie de conferencias

pronunciadas por Monod, en febrero de 1969, en el Pomona College,

California, y que fueron también motivo de un curso en el Collège de

France entre 1969 y 1970.

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Colaboración de Sergio Barros 4 Preparado por Patricio Barros

Presentación

Todo lo que existe en el Universo

es fruto del azar y de la necesidad

Demócrito

En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida,

Sísifo, regresando a su roca, contempla esa serie de actos

inconexos que devienen su destino, creado por él, unido bajo

la mirada de su memoria y en seguida sellado por su

muerte. Así, persuadido del origen completamente humano

de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe

que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca

todavía rueda. ¡Abandono a Sísifo al pie de la montaña!

Siempre toma a encontrar su fardo. Más Sísifo enseña la

fidelidad superior que niega los dioses y conmueve las rocas.

El mismo juzga que todo está bien. Ese universo, en adelante

sin dueño, no le parece ni estéril ni fútil. Cada grano de esa

roca, cada destello mineral de esa montaña, plena de noche,

para él forma un mundo. La propia lucha hacia la cumbre

basta para henchir el corazón de un hombre. Hay que

imaginar a Sísifo dichoso.

ALBERT CAMUS

Le mythe de Sisyphe

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Índice

Prefacio

1. Extraños objetos

2. Vitalismos y animismos

3. Los demonios de Maxwell

4. Cibernética microscópica

5. Ontogénesis molecular

6. Invariancia y perturbaciones

7. Evolución

8. Las fronteras

9. El reino y las tinieblas

Apéndices

Autor

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Colaboración de Sergio Barros 6 Preparado por Patricio Barros

Prefacio

La biología ocupa, entre las ciencias, un lugar a la vez marginal y

central. Marginal en cuanto que el mundo viviente no constituye

más que una parte ínfima y muy «especial» del universo conocido,

de suerte que el estudio de los seres vivos no parece poder lograr

jamás la revelación de unas leyes generales, aplicables fuera de la

biosfera. Pero si la ambición última de la ciencia entera es

fundamentalmente, como creo, dilucidar la relación del hombre con

el Universo, entonces es justo reconocer a la biología un lugar

central puesto que es, entre todas las disciplinas, la que intenta ir

más directamente al centro de los problemas que se deben haber

resuelto antes de poder proponer el de la «naturaleza humana», en

unos términos que no sean metafísicos.

Así, la biología es, para el hombre, la más significativa de todas las

ciencias; es la que ha contribuido ya, sin duda, más que ninguna

otra, a la formación del pensamiento moderno, profundamente

trastornado y definitivamente marcado en todos los terrenos:

filosófico, religioso y político, por el advenimiento de la teoría de la

evolución. Sin embargo, por segura que estuviese desde el fin del

siglo XIX de su validez fenomenológica, la teoría de la evolución,

aunque dominando la biología entera, permanecía como suspendida

mientras no se elaborara una teoría física de la herencia. La

esperanza de conseguirla rápidamente parecía casi quimérica hace

treinta años a pesar de los éxitos de la genética clásica. Sin

embargo, es esto lo que hoy aporta la teoría molecular del código

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Colaboración de Sergio Barros 7 Preparado por Patricio Barros

genético. Interpreto aquí la «teoría del código genético» en un sentido

amplio, para incluir no solamente las nociones relativas a la

estructura química del material hereditario y de la información de la

que es portador, sino también los mecanismos moleculares de

expresión, morfogenética y fisiológica de esta información. Definida

así, la teoría del código genético constituye la base fundamental de

la biología. Lo que no significa, desde luego, que las estructuras y

funciones complejas de los organismos puedan ser deducidas de la

teoría, ni siquiera que sean siempre analizables directamente a

escala molecular. (No se puede predecir ni resolver toda la química

con la ayuda de la teoría cuántica, que sin duda constituye, no

obstante, la base universal.)

Pero si la teoría molecular del código no puede hoy (y sin duda no

podrá jamás) predecir y resolver toda la biosfera, constituye desde

ahora una teoría general de los sistemas vivientes. No había nada

parecido en el conocimiento científico anterior al advenimiento de la

biología molecular. El «secreto de la vida» podía entonces parecer

inaccesible en su mismo principio. Hoy está en gran parte

desvelado. Este considerable acontecimiento parece debería influir

enormemente en el pensamiento contemporáneo desde el momento

en que la significación general y el alcance de la teoría fuesen

comprendidos y apreciados más allá del círculo de los especialistas

puros. Espero que el presente ensayo contribuya a ello. Antes que

las nociones mismas de la biología moderna, es su «forma» lo que he

intentado destacar, así como explicar sus relaciones lógicas con

otros terrenos del pensamiento.

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Colaboración de Sergio Barros 8 Preparado por Patricio Barros

Resulta imprudente hoy en día, por parte de un hombre de ciencia,

emplear la palabra «filosofía», aun siendo «natural» en el título (o

incluso en el subtítulo) de una obra. Se tiene la seguridad de que

será acogida con desconfianza por los científicos y, a lo mejor, con

condescendencia por los filósofos. No tengo más que una excusa,

pero la creo legítima: el deber que se impone, hoy más que nunca, a

los hombres de ciencia de considerar a su disciplina dentro del

conjunto de la cultura moderna, para enriquecerla no sólo de

conocimientos técnicos importantes, sino también de las ideas

salidas de su ciencia, que puedan considerarse humanamente

significativos. La ingenuidad misma de una visión nueva (la de la

ciencia siempre lo es) puede a veces iluminar con un nuevo día

antiguos problemas.

Desde luego hay que evitar toda confusión entre las ideas sugeridas

por la ciencia y la ciencia misma; pero hay que llevar hasta sus

límites las conclusiones que la ciencia autoriza, a fin de revelar su

plena significación. Ejercicio difícil. Yo no pretendo haber realizado

la empresa sin caer en errores. Digamos que la parte estrictamente

biológica de este ensayo no es en absoluto original. No he hecho

más que resumir nociones consideradas como establecidas por la

ciencia contemporánea. La importancia relativa atribuida a

diferentes desarrollos, como la elección de los ejemplos propuestos,

reflejan, es cierto, tendencias personales. Incluso capítulos

importantes de la biología no son mencionados. Repito otra vez que

este ensayo no pretende exponer toda la biología sino que intenta

extraer la quintaesencia de la teoría molecular del código.

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Colaboración de Sergio Barros 9 Preparado por Patricio Barros

Indudablemente, soy responsable de las generalizaciones ideológicas

que he creído poder deducir. Mas no creo equivocarme al decir que

estas interpretaciones, mientras no salgan del terreno de la

epistemología, encontrarán el asentimiento de la mayoría de los

modernos biólogos. Asumo la total responsabilidad de los

desarrollos de orden ético, si no político, que no he querido eludir,

por peligrosos que fuesen o por ingenuos o demasiado ambiciosos

que puedan, a pesar mío, parecer: la modestia conviene al sabio,

pero no a las ideas que posee y que debe defender. Y aquí tengo la

seguridad, tranquilizadora, de hallarme en total acuerdo con ciertos

biólogos contemporáneos cuya obra merece el mayor respeto.

He de solicitar la indulgencia de los biólogos, por ciertos

planteamientos que les parecerán fastidiosos, y la de los no biólogos

por la aridez de exposición de ciertas nociones «técnicas» inevitables.

Los apéndices podrán ayudar a algunos lectores a superar estas

dificultades. Más querría insistir sobre el hecho de que la lectura no

es de ningún modo indispensable para quien no tiene que afrontar

directamente las realidades químicas de la biología.

Este ensayo se basa en una serie de conferencias (las «Robbins

Lectures») pronunciadas en febrero de 1969 en el Pomona College,

en California. Agradezco a la dirección de este instituto por haberme

dado la posibilidad de desarrollar, ante un joven y ardiente público,

ciertos temas que, desde largo tiempo, son para mí objeto de

reflexión, mas no de enseñanza. Análogamente, he hecho de estos

temas el motivo de un curso en el Collège de France durante el año

escolar 1969-1970. Es una hermosa y preciada institución que

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Colaboración de Sergio Barros 10 Preparado por Patricio Barros

autoriza a sus miembros a rebasar, a veces, los estrictos límites de

la enseñanza que se le ha confiado. Gracias a Guillaume Budé y a

François I.

Clos Saint-Jacques

Abril 1970

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Capítulo 1

Extraños objetos

Contenido:

§. Lo natural y lo artificial

§. Las dificultades de un programa espacial

§. Objetos dotados de un proyecto

§. Máquinas que se construyen a sí mismas

§. Máquinas que se reproducen

§. Las propiedades extrañas: invariancia y teleonomía

§. La «paradoja» de la invariancia

§. La teleonomía y el principio de objetividad

§. Lo natural y lo artificial

La distinción entre objetos artificiales y objetos naturales nos parece

inmediata y sin ambigüedad. Un peñasco, una montaña, un río o

una nube son objetos naturales; un cuchillo, un pañuelo, un

automóvil son objetos artificiales, artefactos.1 Cuando se analicen

estos juicios, se verá, sin embargo, que no son inmediatos ni

estrictamente objetivos. Sabemos que el cuchillo ha sido

configurado por el hombre con vistas a una utilización, a una

performance2 considerada con anterioridad. El objeto materializa la

intención preexistente que lo ha creado y su forma se explica por la

1 En sentido propio, productos del arte, de la industria. 2 En general, el autor, da a performance un sentido próximo a logro, a ejecución conseguida. (N.

del T.)

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performance que era esperada incluso antes de que se cumpliera.

Nada de esto para el río o el peñasco que sabemos o pensamos han

sido configurados por el libre juego de fuerzas físicas a las que no

sabríamos atribuir ningún «proyecto». Todo ello suponiendo que

aceptamos el postulado base del método científico: la Naturaleza es

objetiva y no proyectiva.

Es, pues, por referencia a nuestra propia actividad, consciente y

proyectiva, por ser nosotros mismos fabricantes de artefactos, que

calibramos lo «natural» o lo «artificial» de un objeto cualquiera.

¿Sería entonces posible definir por criterios objetivos y generales las

características de los objetos artificiales, productos de una actividad

proyectiva consciente, por oposición a los objetos naturales,

resultantes del juego gratuito de las fuerzas físicas? Para asegurarse

de la entera objetividad de los criterios escogidos, lo mejor sería sin

duda preguntarse si, utilizándolos, se podría redactar un programa

que permitiera a una calculadora distinguir un artefacto de un

objeto natural.

Un programa así podría encontrar aplicaciones de sumo interés.

Supongamos que una nave espacial deba posarse próximamente en

Venus o en Marte; una cuestión importantísima sería el conocer si

estos planetas están o han sido habitados por seres inteligentes

capaces de una actividad proyectiva. Para descubrir tal actividad,

presente o pasada, son evidentemente sus productos lo que se

deberá reconocer, por diferentes que sean de los frutos de la

industria humana. Desconociéndolo todo de la naturaleza de tales

seres, y de los proyectos que podrían haber concebido, será

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Colaboración de Sergio Barros 13 Preparado por Patricio Barros

necesario que el programa no utilice más que criterios muy

generales, basados exclusivamente en la estructura y la forma de

los objetos examinados, prescindiendo de su función eventual.

Vemos que los criterios a emplear serán dos: 1°, regularidad; 2º,

repetición.

Mediante el criterio de regularidad se consideraría el hecho de que

los objetos naturales, configurados por el juego de las fuerzas

físicas, no presentan casi nunca estructuras geométricas simples:

superficies planas, aristas rectilíneas, ángulos rectos, simetrías

exactas por ejemplo; mientras que los artefactos presentarían en

general tales características, aunque sólo fuera de forma

aproximada y rudimentaria.

El criterio de repetición será sin duda el más decisivo.

Materializando un proyecto, artefactos homólogos, destinados al

mismo uso, reproducen renovadamente, de modo muy aproximado,

las intenciones constantes de su creador. Bajo este punto de vista,

el descubrimiento de numerosos objetos de formas bastante bien

definidas sería pues muy significativo.

Tales podrían ser, descritos brevemente, los criterios generales

utilizables. Debe precisarse, además, que los objetos a examinar

serían de dimensiones macroscópicas, pero no microscópicas. Por

«macroscópicas» hemos de entender las dimensiones medibles en

centímetros; por «microscópicas» las dimensiones que se expresan

normalmente en Angstrom (1 cm = 108 Angstrom). Esta precisión es

indispensable porque, a escala microscópica, se tendría acceso a

estructuras atómicas o moleculares cuyas geometrías simples y

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repetitivas no testimoniarían evidentemente una intención

consciente y racional, sino las leyes químicas.

§. Las dificultades de un programa espacial

Supongamos el programa escrito y la máquina realizada. Para

someter sus performances a la prueba, no habría nada mejor que

hacerla operar sobre objetos terrestres. Invirtamos nuestras

hipótesis, e imaginemos que la máquina ha sido construida por los

expertos de la NASA marciana, deseosos de detectar en la Tierra los

testimonios de una actividad organizada, creadora de artefactos. Y

supongamos que la primera nave marciana aterriza en el bosque de

Fontainebleau, por ejemplo cerca de Barbizon. La máquina examina

y compara las dos series de objetos más destacables de los

alrededores: las casas de Barbizon por un lado y las peñas de

Barbizon por otro. Utilizando los criterios de regularidad, de

simplicidad geométrica y de repetición, decidirá fácilmente que las

peñas son objetos naturales, mientras que las casas son artefactos.

Centrando ahora su atención sobre objetos de dimensiones más

reducidas, la máquina examina unos pequeños guijarros,

descubriendo al lado de ellos cristales, por ejemplo de cuarzo.

Siguiendo los mismos criterios, deberá evidentemente llegar a la

conclusión de que, si bien los guijarros son naturales, los cristales

de cuarzo son objetos artificiales. Juicio que parece justificar un

«error» en la estructura del programa. «Error» cuyo origen además es

interesante: si los cristales presentan formas geométricas

perfectamente definidas, es que su estructura macroscópica refleja

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Colaboración de Sergio Barros 15 Preparado por Patricio Barros

directamente la estructura microscópica, simple y repetitiva de los

átomos o moléculas que los constituyen. El cristal, en otros

términos, es la expresión macroscópica de una estructura

microscópica. Este «error» sería por otra parte fácil de eliminar ya

que todas las estructuras cristalinas posibles son conocidas.

Pero supongamos que la máquina estudia ahora otro tipo de objeto:

una colmena de abejas silvestres, por ejemplo. Encontraría

evidentemente todos los criterios de un origen artificial: estructuras

geométricas simples y repetitivas del panal y de las células

constituyentes, por lo que la colmena sería clasificada en la misma

categoría de objetos que las casas de Barbizon. ¿Qué pensar de este

juicio? Sabemos que la colmena es «artificial» en el sentido que

representa el producto de la actividad de las abejas. Más tenemos

buenas razones para creer que esta actividad es estrictamente

automática, actual pero no conscientemente proyectiva. Además,

como buenos naturalistas, consideramos a las abejas como seres

«naturales». ¿No hay pues una contradicción flagrante al considerar

como «artificial» el producto de la actividad automática de un ser

«natural»?

Prosiguiendo la encuesta pronto se vería que si hay contradicción

no es por culpa de un error de programación, sino de la ambigüedad

de nuestros juicios. Porque si la máquina examina ahora no la

colmena, sino las mismas abejas, no podrá ver más que objetos

artificiales altamente elaborados. El examen más superficial

revelará elementos de simetría simple: bilateral y traslacional.

Además y sobre todo, examinando abeja tras abeja, el programa

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Colaboración de Sergio Barros 16 Preparado por Patricio Barros

observará que la extrema complejidad de su estructura (número y

posición de los pelos abdominales, por ejemplo, o nerviaciones de

las alas) se encuentra reproducida en todos los individuos con una

extraordinaria fidelidad. Prueba segura de que estos seres son los

productos de una actividad deliberada, constructiva y del orden más

refinado. La máquina, sobre la base de tan decisivos documentos,

no podría más que señalar a los oficiales de la NASA marciana su

descubrimiento, en la Tierra, de una industria mucho más

evolucionada que la suya.

El rodeo que hemos efectuado a través de lo que sólo es en

pequeñísima parte ciencia ficción, estaba destinado a ilustrar la

dificultad de definir la distinción que, sin embargo, nos parece

intuitivamente evidente entre objetos «naturales» y «artificiales». En

efecto, sobre la base de criterios estructurales (macroscópicos) es

sin duda imposible llegar a una definición de lo artificial que,

incluyendo todos los «verdaderos» artefactos, como los productos de

la industria humana, excluya objetos tan evidentemente naturales

como las estructuras cristalinas, así como los seres vivientes

mismos, que no obstante querríamos igualmente clasificar entre los

sistemas naturales.

Reflexionando sobre la causa de las confusiones (¿aparentes?) a las

que conduce el programa, se pensará sin duda que ellas surgen por

la limitación a que hemos sometido el mismo al ceñirnos a las

consideraciones de forma, de estructura, de geometría, privando de

este modo a la noción de objeto artificial de su contenido esencial:

que un objeto de este tipo se define, se explicó al principio, por la

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Colaboración de Sergio Barros 17 Preparado por Patricio Barros

función que está destinado a cumplir, por la performance que espera

su inventor. Sin embargo se verá en seguida que programando en

adelante la máquina para que estudie no sólo la estructura, sino las

performances eventuales de los objetos examinados, se llegará a

resultados aún más engañosos.

§. Objetos dotados de un proyecto

Supongamos por ejemplo que este nuevo programa permite

efectivamente a la máquina analizar correctamente las estructuras y

las performances de dos series de objetos, tales como caballos

corriendo en un campo y automóviles circulando por una carretera.

El análisis llevará a la conclusión de que estos objetos son

comparables, en cuanto están concebidos unos y otros para ser

capaces de realizar desplazamientos rápidos, aunque sobre

superficies diferentes, lo que demuestra sus diferencias de

estructura. Y si, para tomar otro ejemplo, proponemos a la máquina

comparar las estructuras y las performances del ojo de un

vertebrado con las de un aparato fotográfico, el programa no podrá

más que reconocer las profundas analogías; lentes, diafragma,

obturador, pigmentos fotosensibles: los mismos componentes no

pueden haberse dispuesto, en los dos objetos, más que con vistas a

obtener performances muy parecidas.

He citado este ejemplo, clásico, de adaptación funcional en los seres

vivos, para subrayar lo estéril y arbitrario de querer negar que el

órgano natural, el ojo, representa el término de un «proyecto» (el de

captar imágenes) tan claro como el que llevó a la consecución del

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Colaboración de Sergio Barros 18 Preparado por Patricio Barros

aparato fotográfico. Por lo que sería absurdo no llegar, en un último

análisis, a la conclusión de que el proyecto que «explica» el aparato

no sea el mismo que dio al ojo su estructura. Todo artefacto es un

producto de la actividad de un ser vivo que expresa así, y de forma

particularmente evidente, una de las propiedades fundamentales

que caracterizan sin excepción a todos los seres vivos: la de ser

objetos dotados de un proyecto que a la vez representan en sus

estructuras y cumplen con sus performances (tales como, por

ejemplo, la creación de artefactos).

En vez de rehusar esta noción (como ciertos biólogos han intentado

hacer), es por el contrario indispensable reconocerla como esencial a

la definición misma de los seres vivos. Diremos que éstos se

distinguen de todas las demás estructuras de todos los sistemas

presentes en el universo por esta propiedad que llamaremos

teleonomía.

Se notará sin embargo que esta condición, aunque necesaria para la

definición de los seres vivos, no es suficiente ya que no propone

criterios objetivos que permitan distinguir los seres vivientes de los

artefactos, productos de su actividad.

No basta con señalar que el proyecto que da vida a un artefacto

pertenece al animal que lo ha creado, y no al objeto artificial. Esta

noción evidente es todavía demasiado subjetiva, y la prueba de ello

es que sería difícil de utilizar en el programa de una calculadora:

¿cómo sabría que el proyecto de captar imágenes —proyecto

representado por un aparato fotográfico— pertenece a un objeto

aparte del aparato mismo? Por el solo examen de la estructura

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Colaboración de Sergio Barros 19 Preparado por Patricio Barros

acabada y el análisis de sus performances, es posible identificar el

proyecto, pero no su autor.

Para lograrlo, es preciso un programa que estudie no sólo el objeto

actual, sino su origen, su historia y, para empezar, su modo de

construcción. Nada se opone, al menos en principio, a que un

programa así pueda ser formulado. Aunque incluso bastante

primitivo, este programa permitiría discernir, entre un artefacto por

perfeccionado que fuera y un ser vivo, una diferencia radical. La

máquina no podría en efecto dejar de constatar que la estructura

macroscópica de un artefacto (se trate de un panal, de una presa

erigida por castores, de un hacha paleolítica, o de un vehículo

espacial) es el resultado de la aplicación a los materiales que lo

constituyen, de fuerzas exteriores al mismo objeto. La estructura

macroscópica, una vez acabada, no atestigua las fuerzas de

cohesión internas entre átomos o moléculas que constituyen el

material (y no le confieren más que sus propiedades generales de

densidad, dureza, ductilidad, etc.), sino las fuerzas externas que lo

han configurado.

§. Máquinas que se construyen a sí mismas

El programa, en contrapartida, deberá registrar el hecho de que la

estructura de un ser vivo resulta de un proceso totalmente diferente

en cuanto no debe casi nada a la acción de las fuerzas exteriores, y

en cambio lo debe todo, desde la forma general al menor detalle, a

interacciones «morfogenéticas» internas al mismo objeto. Estructura

testimoniando pues un determinismo autónomo, preciso, riguroso,

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Colaboración de Sergio Barros 20 Preparado por Patricio Barros

implicando una «libertad» casi total con respecto a los agentes o a

las condiciones externas, capaces seguramente de trastornar este

desarrollo, pero incapaces de dirigirlo o de imponer al objeto viviente

su organización. Por el carácter autónomo y espontáneo de los

procesos morfogenéticos que construyen la estructura macroscópica

de los seres vivos, éstos se distinguen absolutamente de los

artefactos, así como también de la mayoría de los objetos naturales,

en los que la morfología macroscópica resulta en gran parte de la

acción de agentes externos. Esto tiene una excepción: los cristales,

cuya geometría característica refleja las interacciones microscópicas

internas al mismo objeto. Por este criterio tan sólo, los cristales

serian pues clasificados junto a los seres vivientes, mientras que

artefactos y objetos naturales, configurados unos y otros por

agentes externos, constituirían otra clase.

Que por este criterio, así como por el de la regularidad y el de la

repetición, sean agrupadas las estructuras cristalinas y las de los

seres vivos, podría hacerse meditar al programador, incluso

ignorando la moderna biología: debería preguntarse si las fuerzas

internas que confieren su estructura macroscópica a los seres vivos

no serían de la misma naturaleza que las interacciones

microscópicas responsables de las morfologías cristalinas. Ello es

realmente así y constituye uno de los principales temas

desarrollados en los siguientes capítulos del presente ensayo. Por el

momento, buscamos definir por criterios absolutamente generales

las propiedades macroscópicas que diferencian los seres vivos de

todos los demás objetos del universo.

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Habiendo «descubierto» que un determinismo interno, autónomo,

asegura la formación de las estructuras extremadamente complejas

de los seres vivientes, nuestro programador, ignorando la biología,

pero experto en informática, debería ver necesariamente que tales

estructuras representan una cantidad considerable de información

de la que falta identificar la fuente: porque toda información

expresada, o recibida, supone un emisor.

§. Máquinas que se reproducen

Admitamos que, prosiguiendo su encuesta, haga en fin su último

descubrimiento: que el emisor de la información expresada en la

estructura de un ser vivo es siempre otro objeto idéntico al primero.

Él ha identificado ahora la fuente y descubierto una tercera

propiedad destacable de estos objetos: el poder de reproducir y

transmitir ne varietur la información correspondiente a su propia

estructura. Información muy rica, ya que describe una organización

excesivamente compleja, pero integralmente conservada de una

generación a la otra. Designaremos esta propiedad con el nombre de

reproducción invariante, o simplemente invariancia.

Se verá aquí que, por la propiedad de la reproducción invariante, los

seres vivos y las estructuras cristalinas se encuentran una vez más

asociadas y opuestas a los demás objetos conocidos del universo. Se

sabe en efecto que ciertos cuerpos, en solución sobresaturada, no

cristalizan, a menos que no se hayan inoculado a la solución

gérmenes de cristales. Además, cuando se trata de un cuerpo capaz

de cristalizar en dos sistemas diferentes, la estructura de los

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cristales que aparecerán en la solución será determinada por la de

los gérmenes empleados. Sin embargo, las estructuras cristalinas

representan una cantidad de información muy inferior a la que se

transmite de generación en generación en los seres vivos más

simples que conocemos. Este criterio, puramente cuantitativo, es

necesario subrayarlo, permite distinguir a los seres vivientes de

todos los otros objetos, entre los que no se incluyen los cristales.

* * * *

Abandonamos ahora el programador marciano, sumido en sus

reflexiones y supuesto ignorante de la biología. Esta experiencia

imaginaria tenía por objeto el constreñirnos a «redescubrir» las

propiedades más generales que caracterizan a los seres vivos y que

los distinguen del resto del universo. Reconocemos ahora que

sabemos la suficiente biología (suponiendo que hoy se la pueda

conocer) para analizar de más cerca e intentar definir de forma más

precisa, si es posible cuantitativa, las propiedades en cuestión.

Hemos encontrado tres: teleonomía, morfogénesis autónoma,

invariancia reproductiva.

§. Las propiedades extrañas: invariancia y teleonomía

De estas tres propiedades, la invariancia reproductiva es la más fácil

de definir cuantitativamente. Ya que se trata de la capacidad de

reproducir una estructura de alto grado de orden, y ya que el grado

de orden de una estructura puede definirse en unidades de

información, diremos que el «contenido de invariancia» de una

especie dada es igual a la cantidad de información que, transmitida

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Colaboración de Sergio Barros 23 Preparado por Patricio Barros

de una generación a otra, asegura la conservación de la norma

estructural especifica. Veremos que es posible, mediante ciertas

hipótesis, llegar a una estimación de esta magnitud.

Supuesto que resultará más sencillo comprender más claramente la

noción que se impone con la más inmediata evidencia por el examen

de las estructuras y de las performances de los seres vivos: la de la

teleonomía. Noción que, sin embargo, se revela al análisis

profundamente ambigua, ya que implica la idea subjetiva de

«proyecto». Recordemos el ejemplo del aparato fotográfico: si

admitimos que la existencia de este objeto y su estructura realizan

el «proyecto» de captar imágenes, debemos evidentemente admitir

que un «proyecto» parecido se cumple en la emergencia del ojo de un

vertebrado.

Mas todo proyecto particular, sea cual sea, no tiene sentido sino

como parte de un proyecto más general. Todas las adaptaciones

funcionales de los seres vivos como también todos los artefactos

configurados por ellos cumplen proyectos particulares que es

posible considerar como aspectos o fragmentos de un proyecto

primitivo único, que es la conservación y la multiplicación de la

especie.

Para ser más precisos, escogeremos arbitrariamente definir el

proyecto teleonómico esencial como consistente en la transmisión,

de una generación a otra, del contenido de invariancia característico

de la especie. Todas las estructuras, todas las performances, todas

las actividades que contribuyen al éxito del proyecto esencial serán

llamadas «teleonómicas».

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Colaboración de Sergio Barros 24 Preparado por Patricio Barros

Esto permite proponer una definición de principio del «nivel»

teleonómico de una especie. Se puede, en efecto, considerar que

todas las estructuras y performances teleonómicas corresponden a

una cierta cantidad de información que debe ser transferida para

que estas estructuras sean realizadas y estas performances

cumplidas. Llamemos a esta cantidad «la información teleonómica».

Se puede entonces considerar que el «nivel teleonómico» de una

especie dada corresponde a la cantidad de información que debe ser

transferida, proporcionalmente, por individuo, para asegurar la

transmisión a la generación siguiente del contenido específico de

invariancia reproductiva.

Se verá fácilmente que el cumplimiento de un proyecto teleonómico

fundamental (es decir, la reproducción invariante) pone en marcha,

en diferentes especies y grados de la escala animal, estructuras y

performances variadas, más o menos elaboradas y complejas. Es

preciso insistir sobre el hecho de que no se trata sólo de las

actividades directamente ligadas a la reproducción propiamente

dicha, sino de todas las que contribuyen, aunque sea muy

indirectamente, a la sobrevivencia y a la multiplicación de la

especie. El juego, por ejemplo, en los jóvenes de mamíferos

superiores, es un elemento importante de desarrollo físico y de

inserción social. Hay pues un valor teleonómico como participante

en la cohesión del grupo, condición de su supervivencia y de la

expansión de la especie. Es el grado de complejidad de todas estas

estructuras o performances, concebidas para servir al proyecto

teleonómico, lo que se trata de averiguar.

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Colaboración de Sergio Barros 25 Preparado por Patricio Barros

Esta magnitud teóricamente definible no es medible en la práctica.

Permite al menos ordenar groseramente diferentes especies o grupos

sobre una «escala teleonómica». Para tomar un ejemplo extremo,

imaginemos un poeta enamorado y tímido que no osa declarar su

amor a la mujer que ama y sólo sabe expresar simbólicamente su

deseo en los poemas que le dedica. Supongamos que la dama, al fin

seducida por estos refinados homenajes, consiente en hacer el amor

con el poeta. Sus poemas habrán contribuido al éxito del proyecto

esencial y la información que contenían debe pues ser contabilizada

en la suma de las performances teleonómicas que aseguran la

transmisión de la invariancia genética.

Está claro que el éxito del proyecto no comporta ninguna

performance análoga en otras especies animales, en el ratón por

ejemplo. Pero, y este punto es importante, el contenido de

invariancia genética es casi el mismo en el ratón y en el hombre (y

en todos los mamíferos). Las dos magnitudes que hemos intentado

definir son pues totalmente distintas.

Esto nos conduce a considerar una cuestión muy importante que

concierne a las relaciones entre las tres propiedades que hemos

reconocido como características de los seres vivos: teleonomía,

morfogénesis autónoma e invariancia. El hecho de que el programa

utilizado las haya identificado sucesiva e independientemente no

prueba que no sean simplemente tres manifestaciones de la misma

y única propiedad fundamental y secreta, inaccesible a toda

observación directa. Si éste fuera el caso, distinguir entre estas

propiedades, buscar definiciones diferentes, podría ser ilusorio y

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Colaboración de Sergio Barros 26 Preparado por Patricio Barros

arbitrario. Lejos de dar luz sobre los verdaderos problemas, de

centrarse en el «secreto de la vida», de realmente disecarlo, no

estaríamos más que exorcizándolo.

Es absolutamente verdadero que estas tres propiedades están

estrechamente asociadas en todos los seres vivientes. La invariancia

genética no se expresa y no se revela más que a través y gracias a la

morfogénesis autónoma de la estructura que constituye el aparato

teleonómico.

Una primera observación se impone: el estatuto de estas tres

nociones no es el mismo. Si la invariancia y la teleonomía son

efectivamente «propiedades» características de los seres vivos, la

estructuración espontánea debe más bien ser considerada como un

mecanismo. Veremos además, en los capítulos siguientes, que este

mecanismo interviene tanto en la reproducción de la información

invariante como en la construcción de las estructuras teleonómicas.

Que este mecanismo en definitiva rinda cuenta de las dos

propiedades no implica sin embargo que deban ser confundidas. Es

posible, es de hecho metodológicamente indispensable, distinguirlas

y esto por varias razones.

1. Se puede al menos imaginar objetos capaces de reproducción

invariante, incluso desprovistos de todo aparato teleonómico.

Las estructuras cristalinas pueden ser un ejemplo, a un nivel

de complejidad muy inferior, por cierto, al de todos los seres

vivos conocidos.

2. La distinción entre teleonomía e invariancia no es una simple

abstracción lógica. Ella está justificada por consideraciones

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Colaboración de Sergio Barros 27 Preparado por Patricio Barros

químicas. En efecto, de las dos clases de macromoléculas

biológicas esenciales, una, la de las proteínas, es responsable

de casi todas las estructuras y performances teleonómicas,

mientras que la invariancia genética está ligada

exclusivamente a la otra clase, la de los ácidos nucleicos.

3. Como se verá en el capitulo siguiente, esta distinción es,

explícitamente o no, supuesta en todas las teorías, en todas las

construcciones ideológicas (religiosas, científicas o metafísicas)

relativas a la biosfera y a sus relaciones con el resto del

universo.

* * * *

Los seres vivos son objetos extraños. Los hombres, de todos los

tiempos, han debido más o menos confusamente saberlo. El

desarrollo de las ciencias de la naturaleza a partir del siglo XVII, su

expansión a partir del siglo XIX, lejos de borrar esta impresión de

extrañeza, la volvían aún más aguda. Respecto a las leyes físicas

que rigen los sistemas macroscópicos, la misma existencia de los

seres vivos parecía constituir una paradoja, violar ciertos principios

fundamentales sobre los que se basa la ciencia moderna. ¿Cuáles

exactamente? Esto no parece aún resuelto. Se trata pues de

analizar precisamente la naturaleza de esa o esas «paradojas». Ello

nos dará la ocasión de precisar el estatuto, respecto a las leyes

físicas, de las dos propiedades esenciales que caracterizan a los

seres vivos: la invariancia reproductiva y la teleonomía.

§. La «paradoja» de la invariancia

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Colaboración de Sergio Barros 28 Preparado por Patricio Barros

La invariancia parece, en efecto, desde el principio, constituir una

propiedad profundamente paradójica, ya que la conservación, la

reproducción, la multiplicación de las estructuras altamente

ordenadas parecen incompatibles con el segundo principio de la

termodinámica. Este principio impone, en efecto, que todo sistema

macroscópico no puede evolucionar más que en el sentido de la

degradación del orden que lo caracteriza.3

No obstante, esta predicción del segundo principio no es válida, y

verificable, sino considerando la evolución de conjunto de un

sistema energéticamente aislado. En el seno de un sistema así, en

una de sus fases, se podrá observar la formación y el crecimiento de

estructuras ordenadas sin que por tanto la evolución de conjunto

del sistema deje de obedecer al segundo principio. El mejor ejemplo

nos lo da la cristalización de una solución saturada. La

termodinámica de tal sistema es bien conocida. El crecimiento local

de orden que representa el ensamblaje de moléculas inicialmente

desordenadas en una red cristalina perfectamente definida es

«pagado» por una transferencia de energía térmica de la fase

cristalina a la solución: la entropía (el desorden) del sistema en su

conjunto aumenta en la cantidad prescrita por el segundo principio.

Este ejemplo muestra que un crecimiento local de orden, en el seno

de un sistema aislado, es compatible con el segundo principio.

Hemos subrayado, sin embargo, que el grado de orden que

representa un organismo, incluso el más simple, es

incomparablemente más elevado que el que define un cristal. Es

3 Ver Apéndice, 4. Sobre la significación del segundo principio de la termodinámica.

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Colaboración de Sergio Barros 29 Preparado por Patricio Barros

preciso preguntarse si la conservación y la multiplicación invariante

de tales estructuras es igualmente compatible con el segundo

principio. Es posible verificarlo por una experiencia en gran modo

comparable a la de la cristalización.

Tomemos un mililitro de agua conteniendo algunos miligramos de

azúcar simple, como la glucosa, así como sales minerales que

comprendan los elementos esenciales partícipes de la composición

de los constituyentes químicos de los seres vivos (nitrógeno, fósforo,

azufre, etc.). Sembremos en este medio una bacteria de la especie

Escherichia coli, por ejemplo (longitud 2 μ, peso 5 × 10-13 g

aproximadamente). En el espacio de 36 horas la solución contendrá

miles de millones. Constataremos que alrededor del 40% de azúcar

ha sido convertido en constituyentes celulares, mientras que el resto

ha sido oxidado a CO2 y H2O. Efectuando el experimento en un

calorímetro se puede determinar el balance termodinámico de la

operación y constatar que, como en el caso de la cristalización, la

entropía del conjunto del sistema (bacterias + medio) ha aumentado

un poco más que el mínimo prescrito por el segundo principio. Así,

mientras que la estructura extremadamente compleja que

representa la célula bacteriana ha sido no solamente conservada

sino multiplicada millares de millones de veces, la deuda

termodinámica que corresponde a la operación ha sido debidamente

regularizada.

No hay, pues, ninguna violación definible o mesurable del segundo

principio. Sin embargo, asistiendo a este fenómeno, nuestra

intuición física no puede dejar de turbarse y de percibir, todavía

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Colaboración de Sergio Barros 30 Preparado por Patricio Barros

más que antes del experimento, toda la rareza. ¿Por qué? Porque

vemos claramente que este proceso está desviado, orientado en una

dirección exclusiva: la multiplicación de las células. Éstas,

ciertamente, no violan las leyes de la termodinámica, todo lo

contrarío. No se contentan con obedecerlas; las utilizan, como lo

haría un buen ingeniero, para cumplir con la máxima eficacia el

proyecto, realizar «el sueño» (F. Jacob) de toda célula: devenir

células.

§. La teleonomía y el principio de objetividad

Se ensayará, en un próximo capítulo, dar una idea de la

complejidad, del refinamiento y de la eficacia de la maquinaria

química necesaria para la realización de este proyecto que exige la

síntesis de varias centenas de constituyentes orgánicos diferentes,

su ensamblaje en varios millares de especies macromoleculares, la

movilización y la utilización, allá donde sea necesario, del potencial

químico liberado por la oxidación del azúcar, la construcción de los

orgánulos celulares. No hay, sin embargo, ninguna paradoja física

en la reproducción invariante de estas estructuras: el precio

termodinámico de la invariancia está pagado, lo más exactamente

posible, gracias a la perfección del aparato teleonómico que, avaro

de calorías, alcanza en su tarea infinitamente compleja un

rendimiento raramente igualado por las máquinas humanas. Este

aparato es enteramente lógico, maravillosamente racional,

perfectamente adaptado a su proyecto: conservar y reproducir la

norma estructural. Y ello, no transgrediendo, sino explotando las

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Colaboración de Sergio Barros 31 Preparado por Patricio Barros

leyes físicas en beneficio exclusivo de su idiosincrasia personal. Es

la existencia misma de este proyecto, a la vez cumplido y proseguido

por el aparato teleonómico, lo que constituye el «milagro». ¿Milagro?

No, la verdadera cuestión se plantea a otro nivel, más profundo, que

el de las leyes físicas; es de nuestro entendimiento, de la intuición

que tenemos del fenómeno de lo que se trata. No hay en verdad

paradoja o milagro; simplemente una flagrante contradicción

epistemológica.

La piedra angular del método científico es el postulado de la

objetividad de la Naturaleza. Es decir, la negativa sistemática de

considerar capaz de conducir a un conocimiento «verdadero» toda

interpretación de los fenómenos dada en términos de causas finales,

es decir de «proyecto». Se puede datar exactamente el

descubrimiento de este principio. La formulación, por Galileo y

Descartes, del principio de inercia, no fundaba sólo la mecánica,

sino la epistemología de la ciencia moderna, aboliendo la física y la

cosmología de Aristóteles. Cierto; ni la razón, ni la lógica, ni la

experiencia, ni incluso la idea de su confrontación sistemática

habían faltado a los predecesores de Descartes. Pero la ciencia, tal

como la entendemos hoy, no podía constituirse sobre estas únicas

bases. Le faltaba todavía la austera censura planteada por el

postulado de objetividad. Postulado puro, por siempre

indemostrable, porque evidentemente es imposible imaginar una

experiencia que pudiera probar la no existencia de un proyecto, de

un fin perseguido, en cualquier parte de la naturaleza.

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Colaboración de Sergio Barros 32 Preparado por Patricio Barros

Mas el postulado de objetividad es consustancial a la ciencia, ha

guiado todo su prodigioso desarrollo desde hace tres siglos. Es

imposible desembarazarse de él, aunque sólo sea provisionalmente,

o en un ámbito limitado, sin salir del de la misma ciencia.

La objetividad, sin embargo, nos obliga a reconocer el carácter

teleonómico de los seres vivos, a admitir que en sus estructuras y

performances realizan y prosiguen un proyecto. Hay pues allí, al

menos en apariencia, una contradicción epistemológica profunda. El

problema central de la biología es esta contradicción, que se trata de

resolver si es que no es más que aparente, o de declararla

radicalmente insoluble si así verdaderamente resulta ser.

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Capítulo 2

Vitalismos y animismos

Contenido:

§. La relación de prioridad entre invariancia y teleonomía: dilema

fundamental

§. Vitalismo metafísico

§. Vitalismo cientista

§. La «proyección animista» y la «antigua alianza»

§. El progresismo cientista

§. La proyección animista en el materialismo dialéctico

§. Necesidad de una epistemología crítica

§. Quiebra epistemológica del materialismo dialéctico

§. La ilusión antropocentrista

§. La biosfera: acontecimiento singular no deducible de los

primeros principios

§. La relación de prioridad entre invariancia y teleonomía:

dilema fundamental

De la misma manera que las propiedades teleonómicas de los seres

vivos parecen someter a discusión uno de los postulados de base de

la teoría moderna del conocimiento, toda concepción del mundo,

filosófica, religiosa, científica, supone necesariamente una solución,

implícita o no, de este problema. Toda solución, a su vez, sea cual

sea además la motivación, implica de forma igualmente inevitable

una hipótesis en cuanto a la prioridad, causal y temporal, de las dos

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Colaboración de Sergio Barros 34 Preparado por Patricio Barros

propiedades características de los seres vivientes (invariancia y

teleonomía), la una respecto de la otra.

Reservamos para un capítulo ulterior la exposición y las

justificaciones de la hipótesis considerada como única aceptable a

los ojos de la ciencia moderna: que la invariancia precede

necesariamente la teleonomía. O, para ser más explícitos, la idea

darwiniana de que la aparición, la evolución, el refinamiento

progresivo de estructuras cada vez más intensamente teleonómicas,

es debido a perturbaciones sobrevenidas a una estructura

poseyendo ya la propiedad de invariancia, capaz por consecuencia

de «conservar el azar» y por ello de someter los efectos al juego de la

selección natural.

Evidentemente, la teoría que aquí esbozo, breve y dogmáticamente,

no es la del mismo Darwin, quien no podía, en su tiempo, tener idea

de los mecanismos químicos de la invariancia reproductiva, ni de la

naturaleza de las perturbaciones que estos mecanismos sufren. Más

con ello no se pretende quitar importancia a la obra de Darwin sino

constatar que la teoría selectiva de la evolución no ha podido tener

su completo sentido, toda su precisión y certidumbre, hasta

después, por lo menos, de una veintena de años.

Hasta el presente, la teoría selectiva es la única propuesta que,

haciendo de la teleonomía una propiedad secundaria, derivada de la

invariancia considerada como única primitiva, sea compatible con el

postulado de objetividad. Es igualmente la única en ser no sólo

compatible con la física moderna sino en estar fundamentada en

ella, sin restricciones ni adiciones. Es la teoría de la evolución

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Colaboración de Sergio Barros 35 Preparado por Patricio Barros

selectiva la que en definitiva asegura la coherencia epistemológica

de la biología y le da un lugar entre las ciencias de la «Naturaleza

objetiva». Poderoso argumento ciertamente en favor de la teoría,

pero que no bastaría para justificarla.

Todas las demás concepciones que han sido explícitamente

propuestas para rendir cuenta de la rareza de los seres vivientes, o

que están implícitamente arropadas por las ideologías religiosas y la

mayoría de los grandes sistemas filosóficos, suponen la hipótesis

inversa: que la invariancia es protegida, la ontogenia guiada, la

evolución orientada por un principio teleonómico inicial, del que

todos esos fenómenos serian manifestaciones. En el resto de este

capítulo analizaré esquemáticamente la lógica de estas

interpretaciones, muy diversas, en apariencia, pero que implican el

abandono, parcial o total, declarado o no, consciente o no, del

postulado de objetividad. Resultará cómodo, para ello, adoptar una

clasificación (algo arbitraria, es cierto) de estas concepciones, según

la naturaleza y extensión supuesta del principio teleonómico que les

corresponda.

Se puede así definir por una parte un primer grupo de teorías que

admiten un principio teleonómico que opera exclusivamente en el

seno de la biosfera, de la «materia viviente». Estas teorías, que

llamaré vitalistas, implican pues una distinción radical entre los

seres vivos y el universo inanimado.

Se puede agrupar por otro lado las condiciones que hacen referencia

a un principio teleonómico universal, responsable de la evolución

cósmica y también de la de la biosfera, en cuyo seno se expresaría

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Colaboración de Sergio Barros 36 Preparado por Patricio Barros

solamente de modo más preciso e intenso. Estas teorías ven a los

seres vivos como los productos más elaborados, más perfectos, de

una evolución universalmente orientada que ha desembocado,

porque debía hacerlo, en el hombre y en la humanidad. Estas

concepciones que llamaré «animistas» son bajo muchos puntos de

vista más interesantes que las teorías vitalistas a las que no

consagraré más que un breve resumen.4

§. Vitalismo metafísico

Entre las teorías vitalistas, se pueden discernir tendencias muy

diversas. Nos contentaremos aquí con distinguir entre lo que

llamaremos el «vitalismo metafísico» y el «vitalismo cientista».

El más ilustre promotor del vitalismo metafísico ha sido, sin duda,

Bergson. Es sabido que gracias a un estilo seductor, a una

dialéctica metafórica desprovista de lógica más no de poesía, esta

filosofía conoció un inmenso éxito. Hoy parece haber caído en un

casi total descrédito, pero antes, en mi juventud, no se podía

esperar tener éxito en el bachillerato sin haber leído La evolución

creadora. Es preciso anotar que esta filosofía se basa totalmente en

cierta idea de la vida concebida como un «impulso», una «corriente»

radicalmente distinta de la materia inanimada, pero luchando con

ella, dificultándola para obligarla a organizarse. Contrariamente a

casi todos los demás vitalismos o animismos, el de Bergson no es

finalista. Rehúsa encerrar la espontaneidad esencial de la vida en

4 Quizás haga falta subrayar que empleo aquí los calificativos «animista» y «vitalista» con una

acepción particular, algo diferente del uso corriente.

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Colaboración de Sergio Barros 37 Preparado por Patricio Barros

una determinación cualquiera. La evolución, que se identifica al

impulso vital, no puede tener ni causas finales ni causas eficientes.

El hombre es el estado supremo al que la evolución ha llegado, pero

sin haberlo buscado o previsto. Es más bien la manifestación y la

prueba de la total libertad del impulso creador.

A esta concepción está asociada otra, considerada por Bergson

como fundamental: la inteligencia racional es un instrumento de

conocimiento especialmente adaptado para el dominio de la materia

inerte, pero totalmente incapaz de aprehender los fenómenos de la

vida. Sólo el instinto, consustancial al impulso vital, puede dar una

intuición directa, global. Todo discurso analítico y racional sobre la

vida está pues desprovisto de sentido, o más bien fuera de lugar. El

alto desarrollo de la inteligencia racional en el Homo sapiens, ha

llevado consigo un grave y lamentable empobrecimiento de sus

poderes de intuición, de los que hoy hemos de intentar recobrar sus

riquezas.

No intentaré discutir (no se presta, además) esta filosofía. Encerrado

en la lógica y pobre en intuiciones globales, me siento incapaz de

hacerlo. Por lo tanto no considero la actitud de Bergson como

insignificante, sino todo lo contrario. La revuelta, consciente o no,

contra lo racional, el respeto concedido al Id a expendas del Ego son

signos de nuestro tiempo (sin hablar de la espontaneidad creadora).

Si Bergson hubiese empleado un lenguaje menos claro, un estilo

más «profundo», aún se leería.5

5 El pensamiento de Bergson no carece, desde luego, de oscuridades y contradicciones

aparentes. Parece que se pueda negar, por ejemplo, que el dualismo bergsoniano sea esencial:

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Colaboración de Sergio Barros 38 Preparado por Patricio Barros

§. Vitalismo cientista

Los vitalistas «científicos» han sido numerosos y entre ellos se

encuentran sabios muy considerados. Pero, mientras hace unos

cincuenta años los vitalistas se reclutaban entre los biólogos (de los

que el más conocido, Driesch, abandonó la embriología por la

filosofía), los contemporáneos proceden principalmente de las

ciencias físicas, como M. Elsässer y M. Polany. Es comprensible,

ciertamente, que los físicos hayan sido atraídos, más aún que los

biólogos, por la rareza de los seres vivos. Esquemáticamente

resumida, la actitud de M. Elsässer, por ejemplo, es la siguiente:

Sin duda las extrañas propiedades, invariancia y teleonomía, no

violan la física, pero no son enteramente explicables con la ayuda de

las fuerzas físicas e interacciones químicas reveladas por el estudio

de los sistemas no vivientes. Es pues indispensable admitir que

unos principios que vendrían a añadirse a los de la física, operan en

la materia viva más no en los sistemas no vivientes donde, por

consiguiente, estos principios electivamente vitales no podían ser

descubiertos. Son estos principios (o leyes biotónicas, empleando la

terminología de Elsässer) los que se tratan de elucidar.

El gran Niels Bohr no descartaba, parece, tales hipótesis.

Pero no pretendía aportar la prueba que confirmara que fuesen

necesarios. ¿Lo son? En definitiva, éste es el problema. Es lo que

afirman particularmente Elsässer y Polany. Lo mínimo que se puede

¿quizás haga falta considerarlo como derivado de un monismo más primitivo? (C. Blanchard,

comunicación personal).

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decir es que la argumentación de estos físicos carece singularmente

de rigor y firmeza.

Estos argumentos conciernen respectivamente a cada una de las

propiedades extrañas. En lo que concierne a la invariancia, el

mecanismo es hoy en día lo bastante bien conocido para que se

pueda afirmar que ningún principio no físico es necesario para su

interpretación (cf. capítulo VI).

Queda la teleonomía, o más exactamente los mecanismos

morfogenéticos que construyen las estructuras teleonómicas. Es

completamente cierto que el desarrollo embrionario es uno de los

fenómenos más milagrosos aparentemente de toda la biología. Es

cierto también que estos fenómenos, admirablemente descritos por

los embriólogos, escapan aún, en gran parte (por razones técnicas),

al análisis genético y bioquímico que sólo, evidentemente, podrían

rendir cuenta. La actitud de los vitalistas considerando que las leyes

físicas son o resultarán, en todo caso, insuficientes para explicar la

embriogénesis, no se basa pues en conocimientos precisos, en

observaciones acabadas, sino solamente en nuestra actual

ignorancia. Por el contrario, nuestros conocimientos relativos a los

mecanismos cibernéticos moleculares que regulan la actividad y el

crecimiento celulares, han hecho progresos considerables y

contribuirán sin duda en un próximo futuro a la interpretación del

desarrollo. Reservamos para el capítulo IV la discusión de estos

mecanismos, lo que nos dará la ocasión de volver sobre ciertos

argumentos vitalistas. El vitalismo necesita, para sobrevivir, que

subsistan en biología, si no verdaderas paradojas, al menos algunos

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Colaboración de Sergio Barros 40 Preparado por Patricio Barros

«misterios». Los avances de estos últimos veinte años en biología

molecular han reducido singularmente el ámbito de estos misterios,

dejando sólo abierto a las especulaciones vitalistas el campo de la

subjetividad: el de la conciencia. No se corre gran riesgo al prever

que, en este dominio por el momento aún «reservado», estas

especulaciones resultarán tan estériles como en todos donde han

actuado hasta el presente.

§. La «proyección animista» y la «antigua alianza»

Referidas a la infancia de la humanidad, anteriores quizás a la

aparición del Homo sapiens, las concepciones animistas tienen aún

profundas y vivaces raíces en el alma del hombre moderno.

Nuestros antepasados no podían, sin duda, más que percibir

confusamente la extrañeza de su condición. No tenían las razones

que hoy tenemos para sentirse extraños al universo en el que abrían

los ojos. ¿Qué veían primeramente? Animales, plantas; seres en los

que de golpe podían adivinar una naturaleza parecida a la suya. Las

plantas crecen, buscan el sol, mueren; los animales cazan su presa,

atacan a sus enemigos, alimentan y defienden a su prole; los

machos se baten por la posesión de una hembra. Plantas, animales,

como el mismo hombre, se explicaban fácilmente: estos seres tienen

un proyecto que es el de vivir y sobrevivir en su descendencia,

aunque el precio sea la muerte. El proyecto explica el ser y el ser no

tiene sentido más que por su proyecto.

Pero alrededor de ellos nuestros antepasados veían también otros

objetos sumamente misteriosos: rocas, ríos, montañas, tormentas,

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Colaboración de Sergio Barros 41 Preparado por Patricio Barros

lluvias, cuerpos celestes. Estos objetos, si existían, era preciso que

fuese también por un proyecto, y que tuviesen un alma para

alimentarlo. Así se resolvía para estos hombres la extrañeza del

universo: no existen, en realidad, objetos inanimados, esto sería

incomprensible. En el seno del río, en la cima de la montaña, almas

más secretas alimentaban proyectos más vastos y más

impenetrables que aquéllos, transparentes, de los hombres o de los

animales. Así nuestros antepasados sabían ver en las formas y los

acontecimientos de la naturaleza la acción de fuerzas benévolas u

hostiles, pero nunca indiferentes, nunca totalmente extrañas.

El paso esencial del animismo (tal como creo definirlo aquí) consiste

en una proyección a la naturaleza inanimada, de la conciencia que

posee el hombre del funcionamiento intensamente teleonómico de

su propio sistema nervioso central. Es, en otros términos, la

hipótesis de que los fenómenos naturales pueden y deben explicarse

en definitiva de la misma manera, por las mismas «leyes», que la

actividad humana subjetiva, consciente y proyectiva. El animismo

primitivo formulaba esta hipótesis con toda ingenuidad, franqueza y

precisión, poblando así la naturaleza de graciosos o temibles mitos

que, durante siglos, han alimentado el arte y la poesía.

Sería equivocado sonreír, incluso con la ternura y el respeto que

inspira la niñez. ¿Creemos acaso que la cultura moderna ha

renunciado verdaderamente a la interpretación subjetiva de la

naturaleza? El animismo establecía entre la Naturaleza y el Hombre

una profunda alianza fuera de la cual no se extiende más que una

horrible soledad. ¿Hace falta romper esta ligadura porque el

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Colaboración de Sergio Barros 42 Preparado por Patricio Barros

postulado de objetividad se impone? La historia de las ideas desde

el siglo XVII atestigua los esfuerzos prodigados por los más grandes

espíritus para evitar la ruptura, para forjar de nuevo el anillo de «la

antigua alianza». Piénsese en las grandes tentativas como la de

Leibniz, o en el enorme y grave monumento levantado por Hegel.

Pero el idealismo está lejos de haber sido el único refugio de un

animismo cósmico. En el mismo núcleo de ciertas ideologías, que

dicen y quieren estar fundadas sobre la ciencia, se encuentra, bajo

una forma más o menos velada, la proyección animista.

§. El progresismo cientista

La filosofía biológica de Teilhard de Chardin no merecería detenerse

en ella, a no ser por el sorprendente éxito que ha encontrado hasta

en los medios científicos. Éxito que testimonia la angustia, la

necesidad de renovar la alianza. Teilhard la renueva en efecto sin

rodeos. Su filosofía, como la de Bergson, está enteramente fundada

sobre un postulado evolucionista inicial. Pero, contrariamente a

Bergson, admite que la fuerza evolutiva opera en el universo entero,

de las partículas elementales a las galaxias; no hay materia «inerte»,

y por lo tanto ninguna distinción de esencia entre materia y vida. El

deseo de presentar esta concepción como «científica», lleva a

Teilhard a fundamentarla sobre una definición nueva de la energía.

Ésta estaría de algún modo distribuida según dos vectores, uno

seria (supongo) la energía «ordinaria» mientras que el otro

correspondería a la fuerza de ascendencia evolutiva. La biosfera y el

hombre son los productos actuales de esta ascendencia a lo largo

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Colaboración de Sergio Barros 43 Preparado por Patricio Barros

del vector espiritual de la energía. Esta evolución debe continuar

hasta que toda la energía sea concentrada según este vector: es el

punto ω.

Aunque la lógica de Teilhard sea incierta y su estilo laborioso,

algunos, incluso no aceptando enteramente su ideología, reconocen

una cierta grandeza poética. Por mi parte estoy sorprendido por la

falta de rigor y de austeridad intelectual de esta filosofía. Veo, sobre

todo, una sistemática complacencia en querer conciliar, transigir a

cualquier precio. Quizá, después de todo, Teilhard no deja de ser

miembro de una orden de la que, tres siglos antes, Pascal atacaba el

laxismo teológico.

La idea de reencontrar la antigua alianza animista con la

naturaleza, o de fundar una nueva, gracias a una teoría universal

según la cual la evolución de la biosfera hasta el hombre estaría en

la continuidad sin ruptura de la evolución cósmica, no ha sido,

desde luego, descubierta por Teilhard. Es, en realidad, la idea

central del progresismo cientista del siglo XIX. Se la encuentra en el

centro del positivismo de Spencer y del materialismo dialéctico de

Marx y Engels. La fuerza desconocida e incognoscible que, según

Spencer, opera en todo el universo para crear variedad, coherencia,

especialización, orden, juega exactamente el mismo papel, en

definitiva, que la energía «ascendente» de Teilhard: la historia

humana prolonga la evolución biológica, que forma parte de la

evolución cósmica. Gracias a este principio único, el hombre

encuentra al fin en el universo su lugar eminente y necesario, con la

certidumbre del progreso al cual está siempre entregado.

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Colaboración de Sergio Barros 44 Preparado por Patricio Barros

La fuerza diferenciante de Spencer (como la energía ascendente de

Teilhard) representa evidentemente la proyección animista. Para dar

un sentido a la naturaleza, para que el hombre no esté separado por

un insondable abismo, para volverla en fin descifrable e inteligente,

era preciso darle un proyecto. A falta de un alma que alimente este

proyecto, se inserta entonces en la naturaleza una «fuerza»

evolutiva, ascendente, de lo que resulta de hecho el abandono del

postulado de objetividad.

§. La proyección animista en el materialismo dialéctico

Entre las ideologías cientistas del siglo XIX, la más poderosa, la que

aún en nuestros días ejerce una profunda influencia, mucho más

allá del círculo sin embargo vasto de sus adeptos, es evidentemente

el marxismo. Así es particularmente revelador el constatar que,

queriendo fundar sobre las leyes de la misma naturaleza el edificio

de sus doctrinas sociales, Marx y Engels hayan recurrido, ellos

también, pero mucho más clara y deliberadamente que Spencer, a

la «proyección animista».

Me parece, en efecto, imposible interpretar de otro modo la famosa

«inversión» por la cual Marx sustituye el materialismo dialéctico a la

dialéctica idealista de Hegel.

El postulado de Hegel: que las leyes más generales que gobiernan el

universo en su evolución son de orden dialéctico, tiene valor en el

seno de un sistema que no reconoce como realidad permanente y

auténtica más que al espíritu. Si todos los acontecimientos, todos

los fenómenos, no son más que manifestaciones parciales de una

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Colaboración de Sergio Barros 45 Preparado por Patricio Barros

idea que se piensa, es legítimo buscar en la experiencia subjetiva del

movimiento del pensamiento la expresión más inmediata de las

leyes universales, y ya que el pensamiento procede dialécticamente,

está claro que las «leyes de la dialéctica» gobiernan la naturaleza

entera. Pero conservar intactas estas «leyes» subjetivas, para hacer

de ellas las de un universo puramente material, es efectuar la

proyección animista con toda claridad, con todas sus

consecuencias, comenzando por el abandono del postulado de

objetividad.

Ni Marx, ni Engels han analizado con detalle, para intentar

justificarla, la lógica de esta inversión de la dialéctica. Pero a partir

de los numerosos ejemplos de aplicación que da particularmente

Engels (en el Anti-Dühring y en la Dialéctica de la Naturaleza), se

puede intentar reconstruir el pensamiento profundo de los

fundadores del materialismo dialéctico. Las articulaciones

esenciales serían las siguientes:

1. El modo de existencia de la materia es el movimiento.

2. El universo, definido como la totalidad de la materia, única

existente, está en un estado de perpetua evolución.

3. Todo conocimiento verdadero del universo contribuye a la

inteligencia de esta evolución.

4. Pero este conocimiento no es obtenido más que en la

interacción, evolutiva y causa de evolución, entre el hombre y

la materia (o más exactamente el «resto» de la materia). Todo

conocimiento verdadero es pues «práctico».

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Colaboración de Sergio Barros 46 Preparado por Patricio Barros

5. La conciencia corresponde a esta interacción cognitiva. El

pensamiento consciente refleja por consecuencia el

movimiento del mismo universo.

6. Ya que, por lo tanto, el pensamiento es parte y reflejo del

movimiento universal, y ya que su movimiento es dialéctico, es

preciso que la ley de evolución del universo sea dialéctica. Lo

que explica y justifica el empleo de términos como

contradicción, afirmación, negación, a propósito de fenómenos

naturales.

7. La dialéctica es constructiva (gracias especialmente a la

tercera «ley»). La evolución del universo es pues ascendente y

constructiva. Su más alta expresión es la sociedad humana, la

conciencia, el pensamiento, productos necesarios de esta

evolución.

8. Por el nuevo enfoque de la esencia evolutiva de las estructuras

del universo, el materialismo dialéctico aventaja radicalmente

al materialismo del siglo XVIII que, fundado sobre la lógica

clásica, no sabía reconocer más que interacciones mecánicas

entre objetos supuestos invariantes y permanecía incapaz de

pensar la evolución.

Se puede seguramente contestar esta reconstitución, negar que

corresponde al pensamiento auténtico de Marx y Engels. Pero esto

es, en resumen, secundario. La influencia de una ideología reside en

la significación que permanece en el espíritu de sus adeptos y la que

de ella dan los epígonos. Innumerables textos prueban que la

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Colaboración de Sergio Barros 47 Preparado por Patricio Barros

reconstitución propuesta es legítima, como representando al menos

la «vulgata» del materialismo dialéctico. No citaré más que un texto,

muy significativo en cuanto su autor era un ilustre biólogo

moderno, J. B. S. Haldane. Escribe en su prefacio a la traducción

inglesa de la Dialéctica de la Naturaleza:

«El marxismo considera la ciencia bajo dos aspectos. En primer

lugar, los marxistas estudian la ciencia entre las otras actividades

humanas. Muestran cómo la actividad científica de una sociedad

depende de la evolución de sus necesidades, o sea de sus métodos

de producción que la ciencia a su vez modifica, así como la

evolución de sus necesidades. Pero, en segundo lugar, Marx y

Engels no se limitaban a analizar las modificaciones de la sociedad.

En la Dialéctica, descubren las leyes generales del cambio, no sólo

en la sociedad y en el pensamiento humano, sino en el mundo

exterior, proyectado por el pensamiento humano. Lo que viene a

decir que la dialéctica puede ser aplicada a problemas de ciencia

“pura” tanto como a las relaciones sociales de la ciencia.»

El mundo exterior «reflejado por el pensamiento humano»: todo

reside en eso, en efecto. La lógica de la inversión exige

evidentemente que este reflejo sea mucho mayor que una

transposición más o menos fiel del mundo exterior. Es

indispensable, para el materialismo dialéctico, que el «Ding an sich»,

la cosa o el fenómeno en sí, llegue hasta el nivel de la conciencia sin

alteración ni empobrecimiento, sin que ninguna selección haya

operado entre sus propiedades. Es preciso que el mundo exterior

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Colaboración de Sergio Barros 48 Preparado por Patricio Barros

esté literalmente presente en la conciencia de la integridad total de

sus estructuras y de su movimiento.6

A esta concepción se podrían oponer sin duda ciertos textos del

mismo Marx. Aunque esto no quite para considerarla indispensable

a la coherencia lógica del materialismo dialéctico, como los

epígonos, e incluso los mismos Marx y Engels, han reconocido. No

olvidemos, además, que el materialismo dialéctico es una adición

relativamente tardía al edificio socio-económico ya erigido por Marx.

Adición claramente destinada a hacer del materialismo histórico

una «ciencia» fundamentada sobre las leyes de la naturaleza.

§. Necesidad de una epistemología crítica

La radical exigencia del «espejo perfecto» explica el encarnizamiento

de los dialécticos materialistas en repudiar cualquier clase de

epistemología critica que será en adelante inmediatamente

calificada de «idealista» y de «kantiana». Se puede seguramente

comprender, en cierta medida, esta actitud, de los hombres del siglo

XIX, contemporáneos de la primera gran explosión científica. Puede

muy bien parecer entonces que el hombre, gracias a la ciencia,

estuvo dispuesto a apoderarse directamente de la naturaleza, de

6 Citemos también el siguiente texto de Henri Lefebvre (Le matérialisme dialectique. PUF, París,

1949, p. 92): «La dialéctica, lejos de ser un movimiento interior del espíritu, es real, antes que

en el espíritu, en el ser. Ella se impone al espíritu. Analicemos primeramente el movimiento

más simple y más abstracto: el del pensamiento más desnudo. Descubriremos así las

categorías más generales y su encadenamiento. Nos es preciso luego ligar este movimiento al

movimiento concreto, al contenido dado: tomamos conciencia entonces del hecho de que el

movimiento del contenido y del ser se elucida para nosotros en las leyes dialécticas. Las

contradicciones en el pensamiento no vienen solamente del pensamiento, de su impotencia o de

su incoherencia definitivas, vienen también del contenido. Su encadenamiento tiende hacia la

expresión del movimiento total del contenido y lo eleva al nivel de la conciencia y de la reflexión.»

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Colaboración de Sergio Barros 49 Preparado por Patricio Barros

apropiarse la substancia misma. Nadie, por ejemplo, dudaba que la

gravitación fuera una ley de la misma naturaleza, capturada en su

intimidad profunda.

Como se sabe, era por un retomo a las fuentes, a las mismas

fuentes del conocimiento, que la segunda etapa de la ciencia, la del

siglo XX, debía surgir. Desde el fin del siglo XIX, la necesidad

absoluta de una epistemología crítica se vuelve evidente como

condición misma de la objetividad del conocimiento. No son en

adelante los filósofos los únicos que se libran a esta crítica, sino

también los hombres de ciencia los que son llevados a incorporarla

en la misma trama teórica. Es gracias a esta condición que pueden

desarrollarse la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica.

Por otra parte, el progreso de la neurofisiología y de la psicología

experimental comienza a revelarnos al menos algunos de los

aspectos del funcionamiento del sistema nervioso. Lo bastante para

que sea evidente que el sistema nervioso central no puede, y sin

duda no debe, expedir a la conciencia más que una información

codificada, transpuesta, encuadrada en unas normas

preestablecidas: es decir asimilada y no simplemente restituida.

§. Quiebra epistemológica del materialismo dialéctico

La tesis del reflejo puro, del espejo perfecto que no invertiría incluso

la imagen, nos parece pues hoy en día más insostenible que nunca.

Pero a decir verdad no era necesario esperar los adelantos de la

ciencia del siglo XX para ver aparecer las confusiones y contra-

sentidos a los que esta ciencia no podía dejar de conducir. Para

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Colaboración de Sergio Barros 50 Preparado por Patricio Barros

iluminar la linterna del pobre Dühring que ya los denunciaba, el

mismo Engels propone numerosos ejemplos de la interpretación

dialéctica de los fenómenos naturales. Citemos el célebre ejemplo

del grano de cebada dado como ilustración de la tercera ley: «Si un

grano de cebada encuentra las condiciones que le son normales, se

opera en él una transformación específica y, bajo la influencia del

calor y de la humedad, germina: el grano desaparece como grano, es

negado, reemplazado por la planta nacida de él, negación del grano.

¿Más cuál es la carrera normal de esta planta? Crece, florece, se

fecunda y produce nuevos granos de cebada, y tan pronto como han

madurado, el tallo se debilita, la planta se niega por su parte. Como

resultado de esta negación de la negación, tenemos de nuevo el

grano de cebada del principio, no único, sino en número de diez,

veinte, treinta…» «Ocurre lo mismo, añade Engels un poco más

adelante, en matemáticas: tomemos una magnitud algebraica

cualquiera, por ejemplo a. Neguémosla, tenemos –a. Neguemos esta

negación multiplicando –a por –a, tenemos a2; es decir la magnitud

positiva primitiva, pero de un grado superior…», etc.

Estos ejemplos ilustran sobre todo la amplitud del desastre

epistemológico que resulta de la utilización «científica» de las

interpretaciones dialécticas. Los dialécticos materialistas modernos

evitan en general caer en parecidas tonterías. Pero hacer de la

contradicción dialéctica la «ley fundamental» de todo movimiento, de

toda evolución, no deja de ser un intento de sistematizar, en nombre

de la Dialéctica, dos de los más grandes descubrimientos de su

tiempo: el segundo principio de la termodinámica volverla, en fin,

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Colaboración de Sergio Barros 51 Preparado por Patricio Barros

descifrable, y moralmente significante. Es la «proyección animista»,

siempre reconocible, sean cuales sean los disfraces.

Interpretación no sólo extraña a la ciencia, sino incompatible con

ella, así ha resultado cada vez que los dialécticos materialistas,

saliendo de la pura verborrea «teórica», han querido esclarecer las

vías de la ciencia experimental con la ayuda de sus concepciones. El

mismo Engels (que sin embargo tenía de la ciencia de su tiempo un

profundo conocimiento) había llegado a rechazar, en nombre de la

Dialéctica, dos de los más grandes descubrimientos de su tiempo: el

segundo principio de la termodinámica y (pese a su admiración por

Darwin) la interpretación puramente selectiva de la evolución. Esto

en virtud de los mismos principios por los que Lenin atacaba, y con

qué violencia, la epistemología de Mach; con que Jdanov más tarde

ordenaba a los filósofos rusos combatir «a las diabluras kantianas

de la escuela de Copenhague», y por los que Lyssenko acusaba a los

genetistas de sostener una teoría radicalmente incompatible con el

materialismo dialéctico, o sea necesariamente falsa. Pese a las

denegaciones de los genetistas rusos, Lyssenko tenía razón. La

teoría del gen como determinante hereditaria invariante a través de

las generaciones, e incluso de las hibridaciones, es en efecto

totalmente inconciliable con los principios dialécticos. Es por

definición una teoría idealista, puesto que reposa sobre un

postulado de invariancia. El hecho de que se conozca hoy en día la

estructura del gen y el mecanismo de su reproducción invariante no

cambia nada, porque la descripción que da la biología moderna es

puramente mecanística. Se trata pues aún, de una concepción

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Colaboración de Sergio Barros 52 Preparado por Patricio Barros

relevante del «materialismo vulgar», mecanicista, y por consecuencia

«objetivamente idealista», como lo anotó Althusser en su severo

comentario de mi Lección inaugural en el Collège de France.

* * * *

He pasado revista brevemente, y muy incompletamente, a diversas

ideologías o teorías. Sé puede pensar que doy de ellas una imagen

deformada, por ser parcial. Intentaré justificarme subrayando que

en realidad no buscaba más que destacar lo que estas concepciones

admiten, o implican, en lo concerniente a la biología y, más

especialmente, la relación que suponen entre invariancia y

teleonomía. Se ha visto que todas, sin excepción, hacen de un

principio teleonómico inicial el motor de la evolución, sea de la

biosfera sola, sea del universo entero. A los ojos de la teoría

científica moderna todas estas concepciones son erróneas, y esto no

solamente por razones de hecho, que serán discutidas

concretamente en el capítulo VI.

§. La ilusión antropocentrista

En la base de estos errores hay con toda seguridad la ilusión

antropocentrista. La teoría heliocéntrica, la noción de inercia, el

principio de objetividad, no podían bastar para disipar este antiguo

espejismo. La teoría de la evolución, en vez de hacer desaparecer la

ilusión, parecía conferirle una nueva realidad haciendo del hombre

no el centro, sino el heredero por siempre esperado, natural, del

universo entero. Dios, en fin, podía morir, reemplazado por este

nuevo y grandioso espejismo. En adelante el último designio de la

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Colaboración de Sergio Barros 53 Preparado por Patricio Barros

Ciencia será formular una teoría unificada que, fundada sobre un

corto número de principios, darán cuenta de la realidad entera,

comprendida la biosfera y el hombre. Es en esta certidumbre

exaltante donde se nutre el progresismo cientista del siglo XIX.

Teoría unificada que los dialécticos materialistas creían haber ya

formulado.

Porque le parecía atentar a la certidumbre de que el hombre y el

pensamiento humano son los productos necesarios de una

ascendencia cósmica, Engels negó formalmente el segundo

principio. Es significativo que lo haga desde la introducción de la

Dialéctica de la Naturaleza y que asocie directamente este tema a

una predicación cosmológica apasionada por la que promete si no a

la especie humana, al menos al «cerebro pensante», un eterno

retorno. Retorno, en efecto, a uno de los más antiguos mitos de la

humanidad.7

7 «Llegamos pues a la conclusión de que, de una forma que pertenecerá a los sabios del futuro

darle luz, el calor irradiado en el espacio debe necesariamente tener la posibilidad de

convertirse en otra forma de movimiento, bajo la cual pueda de nuevo concentrarse y volver a

ser activa. Así cae la dificultad esencial que se oponía a la reconversión de soles muertos en

nebulosas incandescentes. (…)

»Pero, sea cual sea la frecuencia y el inexorable rigor con los que este ciclo se cumpla en el

tiempo y en el espacio: sea cual sea el número de millones de soles y de tierras que nazcan y

perezcan; por mucho que sea el tiempo que se necesite para que, en un sistema solar, las

condiciones de vida orgánica se establezcan, aunque sólo sea en un planeta; por innumerables

seres orgánicos que deban, en primer lugar, aparecer y perecer antes que salga de su seno un

animal con un cerebro capaz de pensar y que encuentre por un corto lapso de tiempo las

condiciones propias para la vida, para ser luego exterminado también sin piedad; tenemos la

certeza que, en todas estas transformaciones, la materia permanece eternamente siendo la

misma, que ninguno de sus atributos puede jamás perderse y que, en consecuencia, si ella

debe en la Tierra exterminarse algún día, como exigencia de una necesidad superior, su

floración suprema, el espíritu pensante, es preciso que por esa misma necesidad en otra parte y

en otra hora sea reproducido.» Engels, Dialéctica de la Naturaleza.

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Colaboración de Sergio Barros 54 Preparado por Patricio Barros

§. La biosfera: acontecimiento singular no deducible de los

primeros principios

Fue preciso esperar a la segunda mitad del siglo XX para que el

nuevo espejismo antropocentrista, incluido en la teoría de la

evolución, se desvaneciese. Hoy podemos, creo, afirmar que una

teoría universal, por completos que fueran sus éxitos en todos sus

puntos, no podría nunca contener a la biosfera, a su estructura, a

su evolución como fenómenos deducibles de los primeros principios.

Esta proposición puede parecer oscura. Busquemos una aclaración.

Una teoría universal debería evidentemente contener, a la vez, a la

relatividad, a la teoría cuántica, a una teoría de las partículas

elementales. Siempre que ciertas condiciones iniciales pudieran ser

formuladas, contendría igualmente una cosmología que prevería la

evolución general del Universo. Sabemos sin embargo que

(contrariamente a lo que creía Laplace, y, después de él, la ciencia y

la filosofía «materialista» del siglo XIX) estas previsiones no podrían

ser más que estadísticas. La teoría contendría, sin duda, la

clasificación periódica de los elementos, pero no podría determinar

más que la probabilidad de existencia de cada uno de ellos. Del

mismo modo prevería la aparición de objetos tales como las galaxias

o los sistemas planetarios, pero no podría en ningún caso deducir

de sus principios la existencia necesaria de tales objetos, de tal

acontecimiento, de tal fenómeno particular, trátese de la nebulosa

de Andrómeda, del planeta Venus, del monte Everest o de la

tormenta de ayer por la tarde. De una manera general, la teoría

prevería la existencia, las propiedades, las relaciones de ciertas

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clases de objetos o de acontecimientos, pero no podría

evidentemente prever la existencia, ni los caracteres distintivos de

ningún objeto, de ningún acontecimiento particular.

La tesis que aquí presentaré es que la biosfera no contiene una

clase previsible de objetos o de fenómenos, sino que constituye un

acontecimiento particular, compatible seguramente con los primeros

principios, pero no deducible de estos principios. Por lo tanto,

esencialmente imprevisible.

Espero que se me comprenda bien. Diciendo que los seres vivos, en

cuanto clase, no son previsibles a partir de los primeros principios,

no pretendo en ningún modo sugerir que no son explicables según

estos mismos principios, que en cierto modo transcienden, y que

otros principios, sólo aplicables a ellos, deban ser invocados. La

biosfera es, en mi opinión, imprevisible en el mismo grado que lo es

la configuración particular de los átomos que constituyen este

guijarro que tengo en mi mano. Nadie reprocharía a una teoría

universal el no afirmar y prever la existencia de esta configuración

particular de átomos; nos basta que este objeto actual, único y real,

sea compatible con la teoría. Este objeto no tiene, según la teoría, el

deber de existir, mas tiene el derecho.

Esto nos basta tratándose de un guijarro, pero no si se trata de

nosotros mismos. Nosotros nos queremos necesarios, inevitables,

ordenados desde siempre. Todas las religiones, casi todas las

filosofías, una parte de la ciencia, atestiguan el incansable, heroico

esfuerzo de la humanidad negando desesperadamente su propia

contingencia.

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Capítulo 3

Los demonios de Maxwell

Contenido:

§. Las proteínas como agentes moleculares de la teleonomía

estructural y funcional

§. Las proteínas-enzimas como catalizadores específicos

§. Uniones covalentes y no covalentes

§. El demonio de Maxwell

§. Las proteínas como agentes moleculares de la teleonomía

estructural y funcional

La noción de teleonomía implica la idea de una actividad orientada,

coherente y constructiva. Por estos criterios, las proteínas deben ser

consideradas como los agentes moleculares esenciales de las

performances teleonómicas de los seres vivos.

1. Los seres vivos son máquinas químicas. El crecimiento y la

multiplicación de todos los organismos exigen que sean

cumplidas millares de reacciones químicas, gracias a las

cuales son elaborados los constituyentes esenciales de las

células. Es lo que se llama el «metabolismo». Este metabolismo

está organizado en un gran número de «vías», divergentes,

convergentes o cíclicas, comprendiendo cada cual una

secuencia de reacciones. La orientación precisa y el

rendimiento elevado de esta enorme y microscópica actividad

química están asegurados por una cierta clase de proteínas,

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las enzimas, que representan el papel de catalizadores

específicos.

2. Como una máquina, todo organismo, incluido el más «simple»,

constituye una unidad funcional coherente e integrada.

Evidentemente, la coherencia funcional de una máquina

química tan compleja, y además autónoma, exige la

intervención de un sistema cibernético que gobierne y controle

la actividad química en numerosos puntos. Estamos lejos aún,

sobre todo en los organismos superiores, de haber elucidado la

estructura íntegra de estos sistemas. Hoy se conocen, sin

embargo, muchos elementos, y en todos estos casos se ha

comprobado que los agentes esenciales son proteínas llamadas

«reguladoras», que desempeñan, en suma, el papel de

detectores de señales químicas.

3. El organismo es una máquina que se construye a sí misma. Su

estructura macroscópica no le es impuesta por la intervención

de fuerzas exteriores. Se constituye de forma autónoma,

gracias a interacciones constructivas internas. Aunque

nuestros conocimientos concernientes a la mecánica del

desarrollo sean totalmente insuficientes, sin embargo se

puede, desde ahora, afirmar que las interacciones

constructivas son microscópicas, moleculares, y que las

moléculas en litigio son esencialmente, si no únicamente,

proteínas.

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Colaboración de Sergio Barros 59 Preparado por Patricio Barros

Son proteínas, por consecuencia, las que canalizan la actividad de

la máquina química, aseguran la coherencia de su funcionamiento y

la construyen. Todas estas performances teleonómicas de las

proteínas reposan en último lugar sobre las propiedades llamadas

«estéreo-específicas», es decir, su capacidad de «reconocer» a otras

moléculas (comprendidas otras proteínas) según su forma, que es

determinada por su estructura molecular. Se trata, literalmente, de

una propiedad discriminativa (si no «cognitiva») microscópica. Se

puede admitir que toda performance o estructura teleonómica de un

ser vivo, sea cual sea, puede en principio ser analizada en términos

de interacciones estéreo-específicas de una, de varias, o de

numerosas proteínas8.

Es de la estructura, de la forma de una proteína dada, de la que

depende la discriminación estéreo-específica particular que

constituye su función. En la medida en que se sabría describir el

origen y la evolución de esta estructura se rendiría cuenta también

del origen y de la evolución de la performance teleonómica a la que

esté entregada.

En el presente capítulo se discutirá la función catalítica específica

de las proteínas; en el siguiente, la función reguladora, y en el

capítulo V, la función constructora. El problema del origen de las

8 Hay una simplificación deliberada. Ciertas estructuras del ADN juegan un papel que es

preciso considerar como teleonómico. Además ciertos ARN (ácidos ribonucleicos) constituyen

piezas esenciales de la maquinaría que traduce del código genético (cf. Apéndice, 3. El código

genético). Sin embargo, proteínas específicas están igualmente implicadas en estos mecanismos

que, en casi todos los estados, ponen en juego interacciones entre proteínas y ácidos nucleicos.

La omisión de toda discusión de estos mecanismos no afecta al análisis de las interacciones

teleonómicas moleculares y su interpretación general.

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Colaboración de Sergio Barros 60 Preparado por Patricio Barros

estructuras funcionales será abordado en este capítulo y vuelto a

considerar en el siguiente.

Se puede, en efecto, estudiar las propiedades funcionales de una

proteína sin tener que referirse al detalle de su estructura

particular. (No se conoce todavía hoy, en todos sus detalles, la

estructura en el espacio más que de unas quince proteínas.) No

obstante es necesario el repaso de algunos datos generales.

Las proteínas son moléculas muy grandes, de peso molecular

variando entre 10.000 y 1.000.000 o más. Estas macromoléculas

están constituidas por la polimerización secuencial de compuestos

de peso molecular cercano a 100, pertenecientes a la clase de los

«aminoácidos». Toda proteína contiene pues de 100 a 10.000

radicales aminoácidos. Sin embargo, estos numerosísimos radicales

pertenecen a sólo 20 especies químicas diferentes9 que se

encuentran en todos los seres vivientes, desde las bacterias al

hombre. Esta monotonía de composición constituye una de las más

patentes ilustraciones del hecho de que la prodigiosa diversidad de

estructuras macroscópicas de los seres vivos reposa en realidad

sobre una profunda y no menos remarcable unidad de composición

y de estructura microscópica. Volveremos a ello.

Según su forma general, se pueden distinguir dos clases principales

de proteínas:

a) las proteínas llamadas «fibrosas»; son moléculas muy

alargadas que juegan en los seres vivos un papel

principalmente mecánico, a la manera del aparejo de un barco

9 Ver Apéndice, Tabla 1.

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de vela; aunque las propiedades de algunas de ellas (las del

músculo) sean muy interesantes, no las citaremos aquí;

b) las proteínas llamadas «globulares»; son, con mucho, las más

numerosas y, por sus funciones, las más importantes; en estas

proteínas las fibras constituidas por la polimerización

secuencial de los aminoácidos están replegadas sobre sí

mismas, de manera extremadamente compleja, confiriendo así

a estas moléculas una estructura compacta, pseudo globular.10

Los seres vivos, incluso los más simples, contienen un gran número

de proteínas diferentes. Se puede estimar este número en 2.500 ±

500, para la bacteria Escherichia coli (5 × 10−13 g de peso y 2 μ de

longitud, aproximadamente). Para los animales superiores, como

por ejemplo el hombre, se barajan cifras que rozan el millón.

§. Las proteínas-enzimas como catalizadores específicos

Entre los millares de reacciones químicas que contribuyen al

desarrollo y a las performances de un organismo, cada una es

provocada electivamente por una proteína-enzima particular. Se

puede, sin simplificar casi, admitir que cada enzima, en el

organismo, ejerce su actividad catalítica en un solo punto del

metabolismo. Es ante todo por su extraordinaria electividad de

acción que las enzimas se distinguen de los catalizadores no

biológicos empleados en laboratorio o en la industria. Entre estos

últimos los hay muy activos, es decir, capaces en muy pequeña

10 Ver Apéndice, fig. 5.

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cantidad de acelerar considerablemente diversas reacciones.

Ninguno de estos catalizadores, no obstante, se aproxima en

especificidad de acción a la enzima más «vulgar».

Esta especificidad es doble:

1. Cada enzima no cataliza más de un solo tipo de reacción.

2. Entre los cuerpos, a veces muy numerosos en el organismo,

susceptibles de sufrir este tipo de reacción, la enzima, por

regla general, no es activa más que con respecto a uno solo.

Algunos ejemplos permitirán aclarar estas proposiciones.

Existe una enzima (llamada fumarasa) que cataliza la hidratación

(adición de agua) del ácido fumárico en ácido málico:

Esta reacción es reversible y la misma enzima cataliza igualmente la

deshidratación del ácido málico en ácido fumárico.

Existe, sin embargo, un isómero geométrico del ácido fumárico, el

ácido maleico:

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Capaz químicamente de sufrir la misma hidratación. La enzima es

totalmente inactiva en contacto con el segundo.

Pero además existen dos isómeros ópticos del ácido málico, que

poseen un carbono asimétrico:11

Estos dos cuerpos, imágenes en un espejo el uno del otro, son

químicamente equivalentes y prácticamente inseparables por las

técnicas químicas clásicas. Entre los dos, sin embargo, la enzima

ejerce una discriminación absoluta. En efecto:

1. la enzima deshidrata exclusivamente al ácido L-málico para

producir exclusivamente ácido fumárico;

11 Los cuerpos que contienen un átomo de carbono unido a cuatro grupos diferentes están por

este hecho desprovistos de simetría. Se les llama «ópticamente activos» porque al ser

atravesados con la luz polarizada se verifica una rotación en el plano de polarización, hacia la

izquierda (cuerpos levógiros: L) o hacia la derecha (cuerpos dextrógiros: D).

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2. a partir de ácido fumárico, la enzima produce exclusivamente

ácido L-málico y no ácido D-málico.

La discriminación rigurosa ejercida por la enzima entre los isómeros

ópticos no constituye solamente una ilustración espectacular de la

especificidad estérica de las enzimas. En primer lugar se encuentra

aquí la explicación del hecho, durante largo tiempo misterioso, de

que entre los numerosos constituyentes químicos celulares que son

disimétricos (de hecho es el caso de la mayoría), uno solo de los dos

isómeros ópticos esté, por regla general, representado en la biosfera.

Pero, en segundo lugar, según el principio muy general de Curie

sobre la conservación de la simetría, el hecho de que a partir de un

cuerpo ópticamente simétrico (ácido fumárico) sea obtenido un

cuerpo disimétrico impone que:

1. la enzima constituya la «fuente» de disimetría; o sea, que ella

misma sea ópticamente activa, lo que sucede en este caso;

2. la simetría inicial del substrato se pierda en el curso de su

interacción con la proteína-enzima. Es preciso pues que la

reacción de hidratación tenga lugar en el seno de un

«complejo» formado por una asociación temporal entre la

enzima y el substrato; en un complejo así, la simetría inicial

del ácido fumárico sería efectivamente perdida.

La noción de «complejo estéreo-específico», como explicación de la

especificidad así como de la actividad catalítica de las enzimas, es

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Colaboración de Sergio Barros 65 Preparado por Patricio Barros

de una importancia capital. Volveremos sobre ello tras haber

discutido otros ejemplos.

Existe (en ciertas bacterias) otra enzima, llamada aspartasa que,

también, actúa exclusivamente sobre el ácido fumárico, a exclusión

de todo otro cuerpo, especialmente de su isómero geométrico, el

ácido maleico. La reacción de «adición sobre el doble enlace»

catalizada por esta enzima es casi análoga a la precedente. Esta vez,

no se trata de una molécula de agua, sino de amoniaco, la que es

condensada con el ácido fumárico, para dar un aminoácido, el

aspártico:

El ácido aspártico posee un carbono asimétrico; es pues

ópticamente activo. Como en el caso precedente, la reacción

enzimática produce exclusivamente uno de los isómeros, el de la

serie L, llamado isómero «natural» porque los aminoácidos entran en

la composición de las proteínas perteneciendo todos a la serie L.

Las dos enzimas, aspartasa y fumarasa, discriminan pues

estrictamente, no sólo entre los isómeros ópticos y geométricos de

sus substratos y productos, sino igualmente entre las moléculas de

agua y de amoniaco. Se tiende a admitir que estas últimas

moléculas entran, asimismo, en la composición del complejo

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Colaboración de Sergio Barros 66 Preparado por Patricio Barros

estéreo-específico en cuyo seno se produce la reacción de adición y

que, en este complejo, las moléculas están rigurosamente colocadas

las unas con respecto a las otras. Es de esta ordenación de lo que

depende el que resulte tanto la especificidad de acción como la

estéreo-especificidad de la reacción.

De los ejemplos precedentes, la existencia de un complejo estéreo-

específico como intermediario de la reacción enzimática no podía ser

deducida más que a título de hipótesis explicativa. En ciertos casos

favorables es posible demostrar directamente la existencia de este

complejo. Es el caso de la enzima llamada β-galactosidasa, que

cataliza específicamente la hidrólisis de los cuerpos que poseen la

estructura dada por la fórmula A:

(En estas fórmulas, R representa un radical cualquiera.)

Recordemos que existen numerosos isómeros de tales cuerpos. (16

isómeros geométricos, que difieren por la orientación relativa de los

grupos OH y H en los carbonos 1 al 5, más los antípodas ópticos de

cada uno de estos isómeros.)

La enzima, de hecho, discrimina rigurosamente entre todos estos

isómeros, y no hidroliza más que uno de ellos. Se puede, sin

embargo, «engañar» a la enzima sintetizando «análogos estéticos» de

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Colaboración de Sergio Barros 67 Preparado por Patricio Barros

los cuerpos de esta serie, en los cuales el oxígeno de la unión

hidrolizable es reemplazado por azufre (fórmula B). El átomo de

azufre, mayor que el de oxígeno, tiene la misma valencia, y la

orientación de las valencias es la misma en los dos átomos. La forma

tridimensional de estos derivados azufrados es pues prácticamente

la misma que la de sus homólogos de oxígeno. Pero la unión

formada por el azufre es mucho más estable que la del oxigeno.

Estos cuerpos no son pues hidrolizados por la enzima. Sin embargo,

se puede demostrar directamente que forman con la proteína un

complejo estéreo-específico.

Tales observaciones no solamente confirman la teoría del complejo,

sino demuestran que una reacción enzimática debe ser considerada

como comportando dos etapas distintas:

1. la formación de un complejo estéreo-específico entre proteína y

substrato;

2. la activación catalítica de una reacción en el seno del complejo;

reacción orientada y especificada por la estructura del mismo

complejo.

§. Uniones covalentes y no covalentes

Esta distinción es de una importancia capital y nos va a permitir

dar a luz una de las nociones más importantes de la biología

molecular. Pero antes hace falta recordar que, entre los diferentes

tipos de uniones que pueden contribuir a la estabilidad de un

edificio químico, es necesario distinguir dos clases:

a) las uniones llamadas covalentes;

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Colaboración de Sergio Barros 68 Preparado por Patricio Barros

b) las uniones no covalentes.

Las uniones covalentes (a las que se les reserva a menudo el

nombre de «unión química» sensu stricto) son debidas a la

compartición de orbitales electrónicos entre dos o más átomos. Las

uniones no covalentes son debidas a otros varios tipos de

interacciones (que no implican la compartición de orbitales

electrónicos).

No es necesario, para lo que aquí estamos tratando, especificar la

naturaleza de las fuerzas físicas que intervienen en estos diferentes

tipos de interacciones. Subrayemos primeramente que las dos

clases de uniones difieren las unas de las otras por la energía de las

asociaciones que aseguran. Simplificando un poco, y precisando que

sólo consideramos aquí reacciones que se producen en fase acuosa,

se puede en efecto admitir que la energía absorbida o liberada, por

término medio, por una reacción que implica uniones covalentes, es

del orden de 5 a 20 Kcal (por unión). Para una reacción que implica

únicamente uniones no covalentes, la energía media sería de 1 a 2

Kcal.12

Esta importante diferencia pone de manifiesto en parte la diferencia

de estabilidad entre edificios «covalentes» y «no covalentes». Lo

esencial, sin embargo, no está en eso, sino en la diferencia de las

energías llamadas de «activación» puestas en juego en los dos tipos

12 Recordemos que la energía de una unión es, por definición, la que es preciso suministrar

para romperla. Pero, de hecho, la mayoría de las reacciones, principalmente bioquímicas,

consisten en el intercambio de uniones, más que su ruptura pura y simple. La energía puesta

en juego en una reacción es la que corresponde a un intercambio del tipo:

AY + BX → AX + BY Ella es pues siempre inferior a la energía de ruptura.

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Colaboración de Sergio Barros 69 Preparado por Patricio Barros

de reacciones. Esta noción es de una extrema importancia. Para

precisarla, recordemos que una reacción que hace pasar una

población molecular de un estado estable dado a otro, debe ser

considerada incluyendo un estado intermediario de energía

potencial superior a la de los estados finales. Se representa a

menudo este proceso por una gráfica cuya abscisa representa la

progresión de la reacción y la ordenada la energía potencial (fig. 1).

Fig. 1. Diagrama de la variación de la energía potencial de las

moléculas en el curso de una reacción. A: estado estable inicial. B:

estado estable final. X: estado intermedio, de energía potencial

superior a la de los dos estados estables. Trazo continuo: reacción

covalente. Trazo discontinuo: reacción covalente en presencia de un

catalizador que disminuye la energía de activación. Trazo punteado:

reacción no covalente.

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Colaboración de Sergio Barros 70 Preparado por Patricio Barros

La diferencia de energía potencial entre los estados finales

corresponde a la energía liberada por la reacción. La diferencia entre

el estado inicial y el estado intermedio (llamado «activado») es la

energía de activación. Es la energía que las moléculas deben

transitoriamente adquirir para entrar en reacción. Esta energía,

adquirida en una primera etapa, liberada en la segunda, no figura

en el balance termodinámico final. Es de ella, sin embargo, que

depende la velocidad de la reacción, que será prácticamente nula, a

temperatura ordinaria, si la energía de activación es elevada. Para

provocarla, será preciso, pues, o bien aumentar considerablemente

la temperatura (de la que depende la fracción de moléculas que han

adquirido la energía suficiente), o bien emplear un catalizador, cuyo

papel es el de «estabilizar» el estado activado, o sea, reducir la

diferencia de potencial entre este estado y el estado inicial.

Por lo tanto, y éste es el punto importante, en general:

a) la energía de activación de las reacciones covalentes es

elevada; su velocidad es pues muy pequeña o nula a

temperatura baja y en ausencia de catalizadores;

b) la energía de activación de las reacciones no covalentes es muy

pequeña, si no nula; ellas se producen pues espontáneamente,

y muy rápidamente a temperatura baja, y en ausencia de

catalizadores.

De ello resulta que las estructuras definidas por interacciones no

covalentes no pueden alcanzar una cierta estabilidad más que

poniendo en juego interacciones múltiples. Además, las

interacciones no covalentes no adquieren una energía notable hasta

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Colaboración de Sergio Barros 71 Preparado por Patricio Barros

que los átomos están a distancias muy pequeñas, prácticamente «en

contacto» unos con otros. En consecuencia, dos moléculas (o

regiones de moléculas) no podrán contraer una asociación no

covalente a menos que las superficies de las dos moléculas

comprendan áreas complementarias que permitan a varios átomos

de una entrar en contacto con varios átomos de la otra.

§. La noción de complejo estéreo-específico no covalente

Si añadimos ahora que los complejos formados por enzima y

substrato son de naturaleza no covalente, se verá por qué estos

complejos son necesariamente estéreo-específicos: no se pueden

formar más que si la molécula de enzima comporta un área

exactamente «complementaria» de la forma de la molécula de

substrato. Se verá también que, en el complejo, la molécula de

substrato está necesariamente colocada de manera muy rigurosa

gracias a las múltiples interacciones que la asocian al área

receptora de la molécula de enzima.

Se verá, en fin, que según el número de interacciones no covalentes

que él pone en juego, la estabilidad de un complejo no covalente

podrá variar en una escala muy amplia. Es ésta una importante

propiedad de los complejos no covalentes: su estabilidad puede

estar exactamente adaptada a la función desempeñada. Los

complejos enzima-substrato deben poder hacerse y deshacerse muy

rápidamente; es la condición de una alta actividad catalítica. Estos

complejos son, en efecto, fácil y muy rápidamente disociables. Otros

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Colaboración de Sergio Barros 72 Preparado por Patricio Barros

complejos, cuya función es permanente, adquieren una estabilidad

del mismo orden que la de una asociación covalente.

Sólo hemos discutido hasta el presente sobre la primera etapa de

una reacción enzimática: la formación del complejo estéreo-

específico. La etapa catalítica en sí, que sigue a la formación del

complejo, no nos detendrá tanto, ya que no plantea problemas tan

profundamente significativos, desde un punto de vista biológico,

como la precedente. Se admite hoy en día que la catálisis enzimática

resulta de la acción inductora y polarizante de ciertos grupos

químicos, presentes en el «receptor específico» de la proteína.

Especificidad aparte (debida al posicionamiento muy preciso de la

molécula de substrato respecto a los grupos inductores), el efecto

catalítico se explica por esquemas parecidos a los que muestran la

acción de los catalizadores no biológicos (como, principalmente, los

iones H+ y OH−).

La formación del complejo estéreo-específico, como preludio al acto

catalítico, en sí puede pues ser considerada para el desempeño a la

vez de dos funciones:

1. La elección exclusiva de un substrato, determinada por su

estructura estérica;

2. La presentación del substrato según una orientación precisa

que limita y especifica el efecto catalítico de los grupos

inductores.

La noción de complejo estéreo-específico no covalente no se aplica

sólo a las enzimas ni incluso únicamente, como se verá, a las

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Colaboración de Sergio Barros 73 Preparado por Patricio Barros

proteínas. Es de una importancia central para la interpretación de

todos los fenómenos de elección, de discriminación electiva, que

caracterizan a los seres vivos y les dan la apariencia de escapar a la

suerte que prevé el segundo principio. Es interesante, a este

respecto, considerar de nuevo el ejemplo de la fumarasa.

Si se realiza la aminación del ácido fumárico por los medios de la

química orgánica, se obtiene una mezcla de los dos isómeros ópticos

del ácido aspártico. La enzima, al contrario, cataliza exclusivamente

la formación de ácido L-aspártico. De este modo, aporta una

información que corresponde con exactitud a una elección binaria

(ya que hay dos isómeros). Sé ve así, al nivel más elemental, cómo la

información estructural puede ser creada y distribuida en los seres

vivos. La enzima posee, desde luego, en la estructura de su receptor

estéreo-específico, la información correspondiente a esta elección.

Pero la energía necesaria para la amplificación de esta información

no viene de la enzima: para orientar la reacción exclusivamente

según uno de los dos caminos posibles, la enzima utiliza el potencial

químico constituido por la solución de ácido fumárico. Toda la

actividad de síntesis de las células, por compleja que sea, es, en

último lugar, interpretable en los mismos términos.

§. El demonio de Maxwell

Estos fenómenos, prodigiosos por su complejidad y su eficacia en la

realización de un programa fijado de antemano, imponen

evidentemente la hipótesis de que son guiados por el ejercicio de

funciones de algún modo «cognitivas». Es una función así la que

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Colaboración de Sergio Barros 74 Preparado por Patricio Barros

Maxwell atribuyó a su demonio microscópico. Se recuerda que este

demonio, apostado en el orificio de comunicación entre dos recintos

llenos de un gas cualquiera, se suponía que maniobraba sin

consumo de energía una trampa ideal que le permitía prohibir el

paso de ciertas moléculas de un recinto a otro. El demonio podía

pues «escoger» el no dejar pasar en un sentido más que a las

moléculas rápidas (de alta energía) y en el otro sólo las moléculas

lentas (de baja energía). El resultado era que, de los dos recintos

inicialmente a la misma temperatura, uno se calentaba mientras

que el otro se enfriaba, todo ello sin consumo aparente de energía.

Para imaginamos lo que fue esta experiencia habría que recordar el

revuelo que causó en los medios científicos, concretamente físicos:

parecía en efecto que, por el ejercicio de su función cognitiva, el

demonio tuviese el poder de violar el segundo principio. Y como esta

función cognitiva no parecía ni medible, ni incluso definible desde el

punto de vista físico, la «paradoja» de Maxwell parecía escapar a

todo análisis en términos operacionales.

La clave de la paradoja fue dada por Léon Brillouin, inspirándose en

un trabajo anterior de Szilard: demostró que el ejercicio de sus

funciones cognitivas por el demonio debía necesariamente consumir

una cierta cantidad de energía que, en el balance de la operación,

compensaba precisamente la disminución de entropía del sistema.

En efecto, para que el demonio cierre la trampa «con conocimiento

de causa», es preciso que antes haya medido la velocidad de cada

partícula de gas. Luego, toda medida, es decir toda adquisición de

información, supone una interacción, consumidora de energía.

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Este célebre teorema es una de las fuentes de concepciones

modernas relativas a la equivalencia entre la información y la

entropía negativa. Este teorema nos interesa en nuestro caso por el

hecho de que las enzimas ejercen precisamente, a escala

microscópica, una función creadora de orden. Pero esta creación de

orden, como hemos visto, no es gratuita; ella tiene lugar a expensas

de un consumo de potencial químico. Las enzimas, en definitiva,

funcionan exactamente a la manera del demonio de Maxwell

corregido por Szilard y Brillouin, drenando el potencial químico en

las vías escogidas por el programa del que ellos son los ejecutantes.

Retengamos la noción esencial desarrollada en este capítulo: es

gracias a su capacidad de formar, con otras moléculas, complejos

estéreo-específicos y no covalentes, por el que las proteínas ejercen

sus funciones «demoníacas». Los capítulos siguientes ilustrarán la

importancia central de esta noción clave, que se volverá a encontrar

como interpretación última de las propiedades más distintivas de

los seres vivos.

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Capítulo 4

Cibernética microscópica

Contenido:

§. Coherencia funcional de la maquinaria celular

§. Proteínas reguladoras y lógica de las regulaciones

§. Mecanismo de las interacciones alostéricas

§. Regulación de la síntesis de las enzimas

§. La noción de gratuidad

§. «Holismo» y reduccionismo

En virtud misma de su extrema especificidad, una enzima «clásica»

(como las que han sido tomadas como ejemplo en el capítulo

precedente) constituye una unidad funcional totalmente

independiente. La función «cognitiva» de estos «demonios» se reduce

al reconocimiento de su substrato específico, excluyendo todo otro

cuerpo y todo acontecimiento que pueda producirse en la

maquinaria química de la célula.

§. Coherencia funcional de la maquinaria celular

La simple inspección de un esquema que resuma los conocimientos

actuales sobre el metabolismo celular bastaría para hacemos

adivinar que si incluso, en cada etapa, la enzima que tiene la carga

cumple su tarea a la perfección, la suma total de estas actividades

no podría conducir más que a un caos si éstas no estuviesen, de

algún modo, sujetas las unas a las otras para formar un sistema

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Colaboración de Sergio Barros 77 Preparado por Patricio Barros

coherente. Así se tienen las pruebas más manifiestas de la eficacia

extrema de la maquinaria química de los seres vivos, de los más

«simples» a los más «complejos».

En los animales se conoce por descontado desde largo tiempo la

existencia de sistemas que aseguran la coordinación a gran escala

de las performances del organismo. Tales son las funciones del

sistema nervioso y del sistema endocrino. Estos sistemas aseguran

la coordinación entre órganos o tejidos, es decir, en definitiva, entre

células. Que en el seno de cada célula una red cibernética casi tan

compleja como ella (si no más aún) asegura la coherencia funcional

de la maquinaria química intracelular, donde se centran los

descubrimientos que datan, en su mayoría, de los veinte si no de los

cinco o diez últimos años.

§. Proteínas reguladoras y lógica de las regulaciones

Se está muy lejos aún de haber analizado en su integridad el

sistema que gobierna el metabolismo, el crecimiento y la división de

las células más simples que se conoce: las bacterias. Pero, gracias al

análisis detallado de ciertas partes de este sistema, se comprenden

hoy bastante bien los principios de su funcionamiento. Es de estos

principios que discutiremos en el presente capitulo. Veremos que

las operaciones cibernéticas elementales están aseguradas por

proteínas especializadas, que juegan el papel de detectores e

integradores de información química.

Entre estas proteínas reguladoras, las mejor conocidas en la

actualidad son enzimas llamadas «alostéricas». Estas enzimas

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Colaboración de Sergio Barros 78 Preparado por Patricio Barros

constituyen una clase particular, en razón de las propiedades que

las distinguen de las enzimas «clásicas». Como estas últimas, las

enzimas alostéricas reconocen y se asocian a un substrato

específico, y activan su conversión en productos. Pero además, estas

enzimas tienen la propiedad de reconocer electivamente uno o

varios otros compuestos cuya asociación (estéreo-específica) con la

proteína tiene por efecto modificar, es decir, según el caso,

acrecentar o inhibir su actividad con respecto al substrato.

La función reguladora, coordinadora, de las interacciones de este

tipo (llamadas interacciones alostéricas) está hoy en día probada por

numerosos ejemplos. Se pueden clasificar estas interacciones en un

cierto número de «modos regulatorios», según las relaciones que

existen entre la reacción considerada y el origen metabólico de los

«efectores alostéricos» que la controlan. Los principales modos

regulatorios son los siguientes (fig. 2).

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Colaboración de Sergio Barros 79 Preparado por Patricio Barros

Fig. 2. Diversos «modos regulatorios» asegurados por interacciones

alostéricas.

Las flechas en trazo grueso simbolizan reacciones produciendo

cuerpos intermediarios (A, B, etc.). La letra M representa el

metabolito terminal, resultado de la secuencia de reacciones. El

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Colaboración de Sergio Barros 80 Preparado por Patricio Barros

trazo punteado indica el origen y el punto de aplicación de un

metabolito actuando como efector alostérico, inhibidor o activador

de una reacción (ver texto página anterior).

1. Inhibición retroactiva: la enzima que cataliza la primera

reacción de una secuencia que finaliza en un metabolito

esencial (constituyente de las proteínas o de los ácidos

nucleicos, por ejemplo)13 es inhibida por el producto último de

la secuencia. La concentración intracelular de este metabolito

gobierna pues la velocidad de su propia síntesis.

2. Activación retroactiva: la enzima es activada por un producto

de degradación del último metabolito. Este caso es frecuente

en los metabolitos cuyo potencial químico elevado constituye

una moneda de cambio en el metabolismo. Este modo de

regulación contribuye pues a mantener a un nivel prescrito el

potencial químico disponible.

3. Activación en paralelo: la primera enzima de una secuencia

metabólica, que conduce a un metabolito esencial, es activada

por un metabolito sintetizado por una secuencia independiente

y paralela. Este modo de regulación contribuye a ajustar

recíprocamente las concentraciones de metabolitos

pertenecientes a una misma familia y destinados a reunirse en

una de las clases de macromoléculas.

4. Activación por un precursor: la enzima es activada por un

cuerpo que es un precursor más o menos lejano de su

13 Se llama «metabolito» a todo cuerpo producido por el metabolismo; «metabolitos esenciales» a

los cuerpos universalmente requeridos para el crecimiento y la multiplicación de las células.

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Colaboración de Sergio Barros 81 Preparado por Patricio Barros

substrato inmediato. Este modo de regulación subordina en

suma la «demanda» a la «oferta». Un caso particular,

extremadamente frecuente, de este modo regulatorio, es la

activación de la enzima por el substrato que desempeña a la

vez su papel «clásico» y el de efector alostérico con respecto a la

enzima.

Es raro que una enzima alostérica esté sujeta sólo a uno de estos

modos de regulación. Por regla general estas enzimas están

simultáneamente subordinadas a varios efectores alostéricos,

antagonistas o cooperativos. Una situación que se encuentra

frecuentemente es una regulación «ternaria» comprendiendo:

1. activación por el substrato (modo 4);

2. inhibición por el producto último de la secuencia (modo 1);

3. activación en paralelo por un metabolito de la misma familia

que el último producto (modo 3).

La enzima reconoce pues los tres efectores simultáneamente, «mide»

sus concentraciones relativas, y su actividad en todo instante

representa la adición de estas tres informaciones.

Con objeto de ilustrar el refinamiento de estos sistemas, se puede

mencionar, por ejemplo, los modos de regulación de las vías

metabólicas «ramificadas» que son numerosas (fig. 3). En ese caso,

en general, no sólo las reacciones iniciales, situadas en la

bifurcación metabólica, son regularizadas por inhibición retroactiva,

sino que la reacción inicial de la rama común es gobernada a la vez

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Colaboración de Sergio Barros 82 Preparado por Patricio Barros

por los dos (o los varios) metabolitos finales.14 El peligro de bloqueo

de la síntesis de uno de los metabolitos por un exceso del otro es

evitado, dependiendo de los casos, de dos formas diferentes:

1. sea asignando a esta reacción única dos enzimas alostéricas

distintas, cada una inhibida por uno de los metabolitos con

exclusión del otro;

2. sea con una sola enzima que no es inhibida más que de

manera «concertada» por los dos metabolitos a la vez, pero no

por uno solo de entre ellos.

Fig. 3. Regulación alostérica de las vías metabólicas ramificadas.

Iguales símbolos que en la figura 2 (ver texto).

Es preciso insistir en el hecho de que, substrato a parte, los

efectores que regulan la actividad de una enzima alostérica no

participan en nada en la reacción en sí. En general no forman con la

14 E. R. Stadtman, Advances in Enzymology, 28, 41-159 (1966). G. N. Cohen, Current Topics in

Cellular Regulation, I, 183-231 (1968).

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Colaboración de Sergio Barros 83 Preparado por Patricio Barros

enzima más que un complejo no covalente, entera e

instantáneamente reversible, de donde son liberados sin ninguna

modificación. El consumo de energía correspondiente a la

interacción reguladora es prácticamente nula: no representa más

que una fracción ínfima del potencial químico intracelular de los

efectores. Al contrario, la reacción catalítica gobernada por estas

interacciones muy débiles puede implicar transmisiones de energía

relativamente considerables. Estos sistemas son, pues, comparables

a los que se emplean en los circuitos electrónicos de automoción,

donde la energía muy débil consumida por un relé puede

desencadenar una operación considerable, como, por ejemplo, el

encendido de un cohete balístico.

* * * *

Igual que un relé electrónico puede estar subordinado

simultáneamente a varios potenciales eléctricos, igual, como se ha

visto, una enzima alostérica lo está, en general, a varios potenciales

químicos. Pero la analogía va más lejos todavía. Como se sabe,

interesa generalmente que la respuesta de un relé electrónico sea no

lineal respecto a las variaciones de potencial que lo gobiernan. Se

obtienen así efectos de umbral que aseguran una regulación más

precisa. Ello sucede igual en la mayoría de las enzimas alostéricas.

La gráfica, representando la variación de actividad de una enzima

de estas características en función de la concentración de un efector

(comprendido el substrato), es casi siempre «sigmoidal». En otros

términos, el efecto del ligando15 crece más deprisa que su

15 Se da el nombre de «ligando» a un cuerpo caracterizado como tendente a ligarse a otro.

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Colaboración de Sergio Barros 84 Preparado por Patricio Barros

concentración. Esta propiedad es tanto más notable al ser

característica de las enzimas alostéricas. En las enzimas ordinarias,

o «clásicas», el efecto crece siempre más lentamente que la

concentración.

No sé cuál podría ser el peso mínimo de un relé electrónico

presentando las mismas propiedades lógicas que una enzima

alostérica media (medida y suma de tres o cuatro potenciales,

solicitando una respuesta con efecto de umbral). Supongamos que

sea 10−2 gramos. El peso de una molécula de una enzima alostérica

capaz de las mismas performances es del orden de 10−17gramos. O

sea, mil millones de veces menor que el relé electrónico. Este

número astronómico da una ligera idea de la «potencia cibernética»

(es decir, teleonómica) de la que puede disponer una célula provista

de algunas centenas o millares de especies de estos seres

microscópicos, mucho más inteligentes aún que el demonio de

Maxwell-Szilard-Brillouin.

§. Mecanismo de las interacciones alostéricas

La cuestión es saber cómo estas performances complejas son

llevadas a cabo por este relé molecular que constituye una proteína

alostérica. Se admite hoy, sobre la base de un conjunto de hechos

experimentales, que las interacciones alostéricas son debidas a

transiciones discretas de estructura molecular de la misma

proteína. Veremos en el próximo capítulo que la estructura

complicada y compacta de una proteína globular está estabilizada

por muy numerosas uniones no covalentes que, reunidas, cooperan

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Colaboración de Sergio Barros 85 Preparado por Patricio Barros

al mantenimiento de la estructura Se concibe entonces que a ciertas

proteínas, dos (o varios) estados estructurales sean accesibles (igual

que ciertos cuerpos pueden existir en diferentes estados

alotrópicos). Se simbolizan a menudo los dos estados en cuestión, y

la «transmisión alostérica» que hace pasar la molécula

reversiblemente del uno al otro de la manera siguiente:

Sentado esto, se admite (y se demuestra directamente en los casos

favorables) que en razón de las estructuras estéticas diferentes de

los dos estados, las propiedades de reconocimiento estéreo-

específicas de la proteína son modificadas por la transición. Por

ejemplo, en el estado «R», la proteína podrá asociarse a un ligando α

pero no a otro ligando β que será reconocido (a exclusión de α) en el

estado «T». La presencia de uno de los ligandos tendrá pues por

efecto estabilizar uno de los estados a expensas del otro, y se ve que

α y β serán antagonistas uno del otro, ya que sus asociaciones

respectivas con la proteína son mutuamente exclusivas.

Supongamos ahora un tercer ligando γ (que podría ser el substrato)

asociándose exclusivamente con la forma R, en una región de la

molécula distinta a donde se fija α. Se ve que α y γ cooperarán a la

estabilización de la proteína en el estado activo (el que reconoce el

substrato). El ligando α y el substrato γ actuarán pues como

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Colaboración de Sergio Barros 86 Preparado por Patricio Barros

activadores, el ligando β, como inhibidor. La actividad de una

población de moléculas será proporcional a la fracción de ellas que

estarán en el estado R, fracción que depende evidentemente de la

concentración relativa de los tres ligandos, así como del valor del

equilibrio intrínseco entre R y T. Es así que la reacción catalítica se

encontrará subordinada a los valores de estos tres potenciales

químicos.

Insistamos ahora sobre la noción más importante que implica este

esquema: a saber, que las interacciones cooperativas o antagonistas

de los tres ligandos son totalmente indirectas. No hay, de hecho,

interacciones entre los ligandos, sino exclusivamente entre la proteína

y cada uno de ellos separadamente. Volveremos más adelante sobre

esta noción fundamental, fuera de la cual parece imposible

comprender el origen y el desarrollo de los sistemas cibernéticos en

los seres vivos.16

A partir de este esquema de interacciones indirectas, es posible

darse cuenta igualmente del sutil perfeccionamiento que representa

la respuesta «no lineal» de la proteína a las variaciones de

concentración de sus efectores. Todas las proteínas alostéricas

conocidas son en efecto «oligómeros», compuestos por la asociación

no covalente de subunidades (protómeros) químicamente idénticas,

en pequeño número (a menudo 2 o 4; más raramente 6, 8 o 12).

Cada protómero lleva un receptor para cada uno de los ligandos que

la proteína reconoce. Por el hecho de su asociación con uno o varios

16 J. Monod, J.-P. Changeux, y F. Jacob, «Journal of Molecular Biology», 6, págs. 306-329

(1963).

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Colaboración de Sergio Barros 87 Preparado por Patricio Barros

protómeros, la estructura estérica de cada uno es parcialmente

«constreñida» por sus vecinos. Pero la teoría, confirmada por la

experiencia de los cristalógrafos, demuestra que las proteínas

oligoméricas tienden a adoptar estructuras tales que todos los

protómeros son geométricamente equivalentes; los apremios que

sufren son pues distribuidos simétricamente entre los protómeros.

Tomemos ahora el caso más simple, el de un dímero: examinemos lo

que lleva consigo su disociación en dos monómeros; se ve que la

ruptura de la asociación va a permitir a los dos monómeros adoptar

un estado «relajado», estructuralmente diferente del «constreñido»

que poseían en el estado asociado.

Diremos que el cambio de estado de los dos protómeros está

«concertado». Es esta concertación la que prueba la no linealidad de

la respuesta; en efecto, la estabilización por una molécula de

ligando del estado disociado R en uno de los monómeros prohíbe el

retorno del otro al estado asociado, y sucede igual en sentido

inverso. El equilibrio entre los dos estados será una función

cuadrática de la concentración de los ligandos. Esto es, una función

de potencia cuatro para un tetrámero, y así consecutivamente17.

17 J. Monod, J. Wyman, y J.-P. Changeux, «Journal of Molecular Biology», 12, págs. 88-118

(1965).

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Colaboración de Sergio Barros 88 Preparado por Patricio Barros

He tratado voluntaria y únicamente el modelo más posible,

efectivamente realizado por ciertos sistemas que podemos

considerar como «primitivos». En los sistemas reales, la disociación

no es más que raramente completa: los protómeros permanecen

asociados en los dos estados, aunque de forma más laxa en uno de

ellos.

Numerosas variaciones son además posibles sobre este tema de

base, pero lo esencial era mostrar que mecanismos moleculares

extremadamente simples en sí mismos, permiten rendir cuenta de

las propiedades «integrativas» de las proteínas.

* * * *

Las enzimas alostéricas citadas hasta el presente constituyen a la

vez una unidad de función química y un elemento mediador de

interacciones reguladoras. Sus propiedades permiten comprender

cómo el estado homeostático del metabolismo celular es conservado

al máximo de eficacia y de coherencia.

§. Regulación de la síntesis de las enzimas

Se entiende por «metabolismo» esencialmente las transformaciones

de las pequeñas moléculas y la movilización del potencial químico.

La química celular comprende otro nivel de síntesis: el de las

macromoléculas, ácidos nucleicos y proteínas (comprendiendo

principalmente las mismas enzimas). Se sabe desde hace tiempo

que a este nivel funcionan igualmente sistemas reguladores. El

estudio es mucho más difícil que el de las enzimas alostéricas, y de

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Colaboración de Sergio Barros 89 Preparado por Patricio Barros

hecho uno solo de ellos ha podido, hasta el presente, ser casi

totalmente analizado. Lo tomaremos como ejemplo.

Este sistema (llamado «sistema lactosa») gobierna la síntesis de tres

proteínas en la bacteria Escherichia coli. Una de estas proteínas (la

galactósido-permeasa) permite a los galactósidos18 penetrar y

acumularse en el interior de las células, cuya membrana, en

ausencia de esta proteína, es impermeable a estos azúcares. Una

segunda proteína hidroliza los β-galactósidos (ver capítulo 3). La

función de la tercera proteína es sin duda menor; no está del todo

interpretada. Las dos primeras, por el contrario, son

simultáneamente indispensables para la utilización metabólica de la

lactosa (y otros galactósidos) por las bacterias.

Cuando éstas crecen en un medio desprovisto de galactósidos, las

tres proteínas son sintetizadas a un ritmo apenas mesurable,

correspondiendo a una molécula cinco generaciones por término

medio. Casi inmediatamente (en dos minutos aproximadamente)

después de la adición de un galactósido (llamado en esta

circunstancia «inductor») al medio, el ritmo de síntesis de las tres

proteínas aumenta en un factor 1000, y se mantiene a este valor

mientras que el inductor está presente. Si el inductor se retira, el

ritmo de síntesis vuelve a su valor inicial en el espacio de dos a tres

minutos.

18 Ver capitulo 3, Las proteínas-enzimas como catalizadores específicos.

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Colaboración de Sergio Barros 90 Preparado por Patricio Barros

Las conclusiones del análisis de este fenómeno, maravillosa y casi

milagrosamente teleonómico,19 están resumidas por el esquema de

la figura 4.

Fig. 4. Regulación de la síntesis de las enzimas del «sistema lactosa».

R: Proteína-represor, en el estado asociado al galactósido inductor,

representado por un hexágono. T: Proteína-represor en el estado

asociado al segmento operador (o) del ADN. I: «Gen regulador»

gobernando la síntesis del represor. p: Segmento «promotor», punto de

partida de la síntesis del RNA mensajero (mRNA).

G1, G2, G3: Gen de «estructura» que gobierna la síntesis de las tres

proteínas del sistema. P1, P2, P3. (Ver texto a continuación)

Se excluye aquí la discusión de la parte derecha del esquema que

representa las operaciones de síntesis del RNA «mensajero» y su

19 El investigador finés Karstrom, que había en los años 30 aportado contribuciones notables al

estudio de estos fenómenos, abandonó a continuación la investigación, parece ser que para

hacerse monje.

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Colaboración de Sergio Barros 91 Preparado por Patricio Barros

«traducción» en secuencias polipeptídicas. Retengamos solamente

que el mensajero, pese a tener una vida muy corta (del orden de

algunos minutos), determina por su ritmo de síntesis el ritmo de

síntesis de las tres proteínas. Nos interesamos esencialmente por

los componentes del sistema regulador. Éstos comprenden:

—el gen «regulador» (i)

—la proteína-represor (R)

—el segmento «operador» (o) del ADN

—el segmento «promotor» (p) del ADN

—una molécula de galactósido inductor (βG)

El funcionamiento es el siguiente:

a) el gen regulador dirige la síntesis, a ritmo constante y muy

débil, de la proteína-represor;

b) el represor reconoce específicamente el segmento operador al

cual se asocia en un complejo muy estable (correspondiente a

un ∆ F de cerca 15 Kcal);

c) en este estado la síntesis del mensajero (implicando la

intervención de la enzima RNA-polimerasa) está bloqueada,

verosímilmente por simple impedimento estérico, ya que el

inicio de esta síntesis tiene lugar obligatoriamente al nivel del

promotor;

d) el represor reconoce igualmente los β-galactósidos, pero no se

asocia firmemente más que en estado libre; en presencia de β-

galactósidos, por consecuencia, el complejo operador-represor

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Colaboración de Sergio Barros 92 Preparado por Patricio Barros

se disocia, permitiendo la síntesis del mensajero, o sea de las

proteínas.20

Es preciso subrayar que las dos interacciones del represor son

reversibles y no covalentes y que el inductor, particularmente, no es

modificado por su asociación con el represor. Así, la lógica de este

sistema es de una extrema simplicidad: el represor inactiva la

transcripción; él es a su vez inactivado por el inductor. De esta

doble negación resulta un efecto positivo, una «afirmación». Se

puede observar que la lógica de esta negación de la negación no es

dialéctica: no desemboca en una proposición nueva, sino en la

simple reiteración de la proposición original, escrita en la estructura

del ADN, en conformidad con el código genético. La lógica de los

sistemas biológicos de regulación no obedece a la de Hegel, sino al

álgebra de Boole, como la de las calculadoras.

Se conoce hoy (en las bacterias) un gran número de sistemas

análogos a éste. Ninguno de ellos ha sido, hasta el presente,

enteramente «desmontado». Parece muy probable, sin embargo, que

la lógica de algunos de estos sistemas sea más complicada que la

del sistema «lactosa», no comportando en especial y de forma

exclusiva interacciones negativas. Pero las nociones más generales y

más significantes que se pueden extraer del «sistema lactosa» son

válidas también para estos otros sistemas. Estas nociones son las

siguientes:

20 F. Jacob y J. Monod, «Journal of Molecular Biology», 8, págs. 318-356 (1961). Cf. igualmente

«The lactose operon», Cold Spring Harbour Monographv (1970), J. R. Beckwith y David Zipser,

Edit.

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Colaboración de Sergio Barros 93 Preparado por Patricio Barros

a) El represor, desprovisto por él mismo de toda actividad, es un

puro mediador (transductor) de señales químicas.

b) El efecto del galactósido sobre la síntesis de la enzima es

totalmente indirecto, debido exclusivamente a las propiedades

de reconocimiento del represor y al hecho que dos estados,

exclusivos uno del otro, le son accesibles. Se trata pues

claramente de una interacción alostérica en el sentido del

esquema general discutido más arriba.

c) No hay ninguna relación químicamente necesaria entre el

hecho de que la β-galactosidasa hidrolice los β-galactósidos, y

el hecho de que su biosíntesis sea inducida por los mismos

cuerpos. Fisiológicamente útil, «racional», esta relación es

químicamente arbitraria. Se puede llamar «gratuita».

§. La noción de gratuidad

Esta noción fundamental de gratuidad, es decir de independencia

química entre la misma función y la naturaleza de las señales

químicas a las que está subordinada, se aplica a las enzimas

alostéricas. En este caso, una única molécula de proteína

desempeña a la vez la función catalítica específica y la función

reguladora. Pero, como se ha visto, las interacciones alostéricas son

indirectas, debidas exclusivamente a las propiedades diferenciales

de reconocimiento estéreo-específico de la proteína en los dos (o

varios) estados que le son accesibles. Entre el substrato de una

enzima alostérica y los ligandos que activan o inhiben su actividad,

no existe ninguna relación químicamente necesaria de estructura o

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de reactividad. La especificidad de las interacciones es, en definitiva,

independiente de la estructura de los ligandos: es debida

enteramente a la de la proteína en los diversos estados que le son

accesibles, estructura a su vez, libremente, arbitrariamente dictada

por la de un gen.

Así resulta, y éste es el punto fundamental, que por lo que atañe a

la regulación por el intermediario de una proteína alostérica todo es

posible. Una proteína alostérica debe ser considerada como un

producto especializado de «ingeniería» molecular, permitiendo a una

interacción, positiva o negativa, establecerse entre cuerpos

desprovistos de afinidad química y así subordinar una reacción

cualquiera a la intervención de compuestos químicamente extraños

e indiferentes a esta reacción. El principio operatorio de las

interacciones alostéricas autoriza pues una entera libertad en la

«elección» de los subordinados que, escapando a todo apremio

químico, podrán obedecer exclusivamente a los apremios fisiológicos

en virtud de los que serán seleccionados según el aumento de

coherencia y de eficacia que confieren a la célula o al organismo. Es

en definitiva la gratuidad misma de estos sistemas que, abriendo a

la evolución molecular un campo prácticamente infinito de

exploración y de experiencias, le ha permitido construir la inmensa

red de interconexiones cibernéticas que hacen de un organismo una

unidad funcional autónoma, de la que las performances parecen

transcender las leyes de la química, sino incluso escapar de ellas.

De hecho, como se ha visto, cuando estas performances son

analizadas a escala microscópica, molecular, aparecen enteramente

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interpretables en términos de interacciones químicas específicas,

electivamente aseguradas, libremente escogidas y organizadas por

proteínas reguladoras; y es en la estructura de estas moléculas

donde es preciso ver la fuente última de la autonomía, o más

exactamente de la autodeterminación que caracteriza a los seres

vivos en sus performances.

Los sistemas que hemos estudiado hasta aquí son de los que

coordinan la actividad de la célula y hacen de ella una unidad

funcional. En los organismos pluricelulares, sistemas especializados

aseguran la coordinación entre células, tejidos u órganos: se trata

no sólo del sistema nervioso y del sistema endocrino, sino también

de las interacciones directas entre células. No abordaré aquí el

análisis del funcionamiento de estos sistemas que escapa aún, casi

enteramente, a la descripción microscópica. Admitiremos, sin

embargo, la hipótesis que, en estos sistemas, las interacciones

moleculares que aseguran la transmisión y la interpretación de las

señales químicas son debidas a proteínas dotadas de propiedades

de reconocimiento estéreo-específicas diferenciales, a las que se

aplica el principio esencial de gratuidad química, tal como se

desprende del estudio de las interacciones alostéricas propiamente

dichas.

§. «Holismo» y reduccionismo

Cabría quizá, para concluir este capítulo, volver de nuevo sobre la

antigua disputa entre «reduccionistas» y «organicistas». Se sabe que

ciertas escuelas del pensamiento (todas más o menos

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conscientemente o confusamente influenciadas por Hegel) niegan el

valor del acceso analítico cuando se trata de sistemas tan complejos

como los seres vivos. Según estas escuelas («organicistas» u

«holistas») que, como el fénix, renacen en cada generación,21 la

actitud analítica, calificada de «reduccionista», sería completamente

estéril, como pretendiendo recoger pura y simplemente las

propiedades de una organización muy compleja en la «suma» de sus

partes. Es una querella estúpida, que atestigua solamente, en los

«holistas», un profundo desconocimiento del método científico y del

papel esencial que en él juega el análisis. ¿Podemos acaso concebir

que un ingeniero marciano, queriendo interpretar el funcionamiento

de una calculadora terrestre, pueda llegar a algún resultado si

rehúsa, por principio, disecar los componentes electrónicos de base

que efectúan las operaciones de álgebra proposicional? Si hay un

dominio de la biología molecular que ilustre más que otros la

esterilidad de las tesis organicistas por oposición al poderío del

método científico, es desde luego el estudio de esta cibernética

microscópica brevemente entrevisto en el curso de este capítulo.

El análisis de las interacciones alostéricas muestra, para empezar,

que las performances teleonómicas no son el atributo exclusivo de

sistemas complejos, de componentes múltiples, ya que una

molécula de proteína se muestra ya capaz, no sólo de activar

electivamente una reacción, sino de regular su actividad en función

de varias informaciones químicas.

21 Cf. Beyond reductionism, Koestler y Smythies, Ed. Hutchinson, Londres, 1969.

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Colaboración de Sergio Barros 97 Preparado por Patricio Barros

Vemos, en segundo lugar, gracias a la noción de gratuidad, cómo y

por qué estas interacciones reguladoras moleculares, escapando a

los apremios químicos, han podido ser selectivamente escogidas en

razón exclusivamente de su participación en la coherencia del

sistema.

El estudio de estos sistemas microscópicos nos revela, en fin, que la

complejidad, la riqueza y la potencia de la red cibernética, en los

seres vivos, sobrepasan con mucho lo que el estudio de las solas

performances globales de los organismos podría jamás dejar

entrever. E incluso cuando esos análisis están lejos aún de

suministrar una descripción completa del sistema cibernético de la

célula más simple, revelan que todas las actividades, sin excepción,

que concurren al crecimiento y a la multiplicación de esta célula

están, directamente o no, subordinadas unas a otras.

Es sobre estas bases, y no sobre la de una vaga «teoría general de

los sistemas»,22 que nos es posible comprender en qué sentido, muy

real, el organismo trasciende, en efecto, aunque observándolas, las

leyes físicas para no ser más que persecución y cumplimiento de su

propio proyecto.

22 Von Bertalanfy, en Koestler, loc. cit.

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Capítulo 5

Ontogénesis molecular

Contenido:

§. La asociación espontánea de las subunidades en las proteínas

oligoméricas

§. Estructuración espontánea de partículas complejas

§. Morfogénesis microscópica y morfogénesis macroscópica

§. Formación de las estructuras globulares

§. La falsa paradoja del «enriquecimiento» epigenético

§. La ultima ratio de las estructuras teleonómicas

§. La interpretación del mensaje

Los seres vivos, tanto por sus estructuras macroscópicas como por

sus funciones, son, lo hemos visto, estrechamente comparables a

las máquinas. Difieren radicalmente, por el contrario, por su modo

de construcción. Una máquina, un artefacto cualquiera, debe su

estructura macroscópica a la acción de fuerzas exteriores, de útiles

que actúan sobre una materia para imponerle su forma. Es el cincel

del escultor el que arranca del mármol las formas de Afrodita; pero

la diosa, no su imagen, nació de la espuma de las olas (fecundadas

por el órgano sangrante de Urano) de donde su cuerpo creció de sí

mismo, por sí mismo.

Querría, en este capítulo, mostrar que este proceso de morfogénesis

espontánea y autónoma reposa, en último lugar, en las propiedades

de reconocimiento estéreo-específico de las proteínas, que es pues

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Colaboración de Sergio Barros 99 Preparado por Patricio Barros

de orden microscópico, antes de manifestarse en estructuras

macroscópicas. Buscaremos, en conclusión, en las estructuras

primarias de las proteínas el «secreto» de estas propiedades

cognitivas que convierten a los demonios de Maxwell en animadores

y constructores de los sistemas vivientes.

Es preciso subrayar, en primer lugar, que los problemas que ahora

abordamos, los de la mecánica del desarrollo, plantean aún a la

biología profundos enigmas. Porque si la embriología ha aportado

admirables descripciones del desarrollo, se está aún lejos de saber

analizar la ontogénesis de las estructuras macroscópicas en

términos de interacciones microscópicas. Por el contrario, la

construcción de ciertos edificios moleculares está hoy bastante bien

comprendida y me gustaría mostrar que se trata de un verdadero

proceso «de ontogénesis molecular» donde se revela la esencia física

del fenómeno.

He tenido ya ocasión de recordar que las proteínas globulares se

presentan a menudo bajo forma de agregados conteniendo un

número finito de subunidades químicamente idénticas. El número

de las subunidades constituyentes, siendo generalmente pequeño,

permite llamar a estas proteínas «oligómeros». En éstos oligómeros,

las subunidades (protómeros) están asociadas exclusivamente por

uniones no covalentes. Además, como ya se ha visto, el orden de los

protómeros en el seno de una molécula oligomérica es tal que cada

uno de ellos es equivalente, geométricamente, a cada uno de los

otros. Esto entraña necesariamente que cada protómero pueda ser

convertido en cualquiera de los otros por una operación de simetría,

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Colaboración de Sergio Barros 100 Preparado por Patricio Barros

de hecho por una rotación. Se demuestra fácilmente que los

oligómeros así constituidos poseen los elementos de simetría de uno

de los grupos puntuales de rotación.

Estas moléculas constituyen, pues, verdaderos cristales

microscópicos, pero pertenecientes a una clase particular que yo

llamaría la de los «cristales cerrados» porque, contrariamente a los

cristales propiamente dichos (construidos según uno de los grupos

de espacio), no pueden crecer sin adquirir nuevos elementos de

simetría, todo y perdiendo (en general) algunos de los que poseían.

§. La asociación espontánea de las subunidades en las

proteínas oligoméricas

Hemos visto ya, en fin, que ciertas propiedades funcionales de estas

proteínas están asociadas a su estado oligomérico y a su estructura

simétrica. La construcción de estos edificios microscópicos plantea

pues un problema biológicamente significante, al mismo tiempo que

físicamente interesante.

Como los protómeros, en una molécula oligomérica, no están

asociados más que por uniones no covalentes, es a menudo posible,

por tratamientos muy moderados (no implicando, por ejemplo, la

presencia de agentes químicos agresivos o el alcance de

temperaturas elevadas), disociarlos en unidades monoméricas. En

este estado, la proteína ha perdido en general todas sus propiedades

funcionales, catalíticas o reguladoras. Luego, y éste es el punto

importante, cuando las condiciones iniciales «normales» son

restituidas (por eliminación del agente disociante), se constata en

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Colaboración de Sergio Barros 101 Preparado por Patricio Barros

general que los agregados oligoméricos se reforman

espontáneamente, con restauración completa del estado «nativo»:

mismo número de protómeros, misma simetría, acompañada de la

reaparición integral de las propiedades funcionales.

Además, la re asociación de subunidades perteneciendo a una

misma especie proteínica no se produce sólo en una solución

conteniendo esta única proteína. Ella tiene lugar, igualmente, en

mezclas complejas conteniendo centenas, si no millares, de otras

proteínas. Prueba que hay, una vez más, un proceso de

reconocimiento de una extrema especificidad, evidentemente debido

a la formación de complejos estéticos no covalentes asociando los

protómeros entre sí. Proceso que es legítimo considerar como

epigenético,23 ya que a partir de una solución de moléculas

monoméricas, desprovistas de toda simetría, han aparecido

moléculas mayores y de un grado de orden superior que, del mismo

golpe, han adquirido propiedades funcionales, antes totalmente

ausentes.

Lo esencial, para lo que aquí nos interesa, es el carácter espontáneo

de este proceso de epigénesis molecular. Espontáneo en dos

sentidos.

23 Se sabe que la aparición de estructuras y de propiedades nuevas en el curso del desarrollo

embrionario ha sido a menudo calificada de proceso «epigenético», como testimoniando un

enriquecimiento gradual del organismo a partir de la pura entrega genética, representada por el

huevo inicial. El adjetivo es a menudo empleado en referencia a teorías, hoy superadas, que

oponían los «preformacionistas» (que creían que el huevo contenía una miniatura del animal

adulto) a los epigenetistas (que creían en un enriquecimiento real de la información inicial).

Empleo aquí este término para calificar, sin referencia a ninguna teoría, todo proceso de

desarrollo estructural y funcional.

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Colaboración de Sergio Barros 102 Preparado por Patricio Barros

1. El potencial químico necesario para la formación de los

oligómeros no ha de ser inyectado en el sistema: se debe

considerar que está presente en la solución de monómeros.

2. Termodinámicamente espontáneo, el proceso lo es de la misma

manera cinéticamente: ningún catalizador es requerido para

activarlo. Esto gracias, evidentemente, al hecho de que las

uniones empleadas son no covalentes. Hemos ya subrayado la

extrema importancia del hecho de que la formación, como la

ruptura, de tales uniones no pone en juego más que energías

de activación casi nulas.

§. Estructuración espontánea de partículas complejas

Un fenómeno así es estrechamente comparable a la formación de

cristales moleculares a partir de una solución de las moléculas

constituyentes. Aquí también hay constitución espontánea de

orden, por asociación entre ellas, de moléculas pertenecientes a una

misma especie química. La analogía es tanto más evidente ya que,

en los dos casos, se ven formarse estructuras ordenadas según

reglas geométricas simples y repetitivas. Pero se ha podido mostrar

recientemente que ciertos orgánulos celulares de estructura mucho

más compleja son igualmente los productos de un ensamblaje

espontáneo. Es el caso de las partículas llamadas ribosomas, que

son componentes esenciales del mecanismo de traducción del

código genético, es decir de la síntesis de las proteínas. Estas

partículas, cuyo peso molecular alcanza 10−6, están constituidas por

el ensamblaje de unas treinta proteínas distintas así como de tres

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Colaboración de Sergio Barros 103 Preparado por Patricio Barros

tipos diferentes de ácidos nucleicos. Aunque la disposición exacta

de estos diferentes constituyentes en el seno de un ribosoma no sea

conocida, es cierto que la organización es extremadamente precisa y

que la actividad funcional de la partícula depende de ella. Por lo

tanto, a partir de los constituyentes disociados de los ribosomas, se

asiste a la reconstitución espontánea, in vitro, de partículas de igual

composición, de igual peso molecular, poseyendo la misma actividad

funcional que el material «nativo» inicial.24

Sin duda, sin embargo, el ejemplo más espectacular que se conoce

hoy en día de construcción espontánea de un edificio molecular

complejo, es el de ciertos bacteriófagos.25 La estructura complicada

y muy precisa del bacteriófago T4 corresponde a la función de esta

partícula, que no es solamente proteger al genoma (es decir el ADN)

del virus, sino de adherirse a la pared de la célula huésped para

inyectar, a la manera de una jeringa, su contenido de ADN. Las

diferentes piezas de esta maquinaria microscópica de precisión

pueden ser obtenidas separadamente a partir de diferentes

mutantes del virus. Mezcladas in vitro, se ensamblan

espontáneamente para reconstituir partículas idénticas a las

normales, y plenamente capaces de ejercer su función de jeringa de

ADN.26

Todas estas observaciones son relativamente recientes, y se pueden

esperar progresos importantes en este dominio de la investigación,

24 M. Nomura, «Ribosomes», «Scientific American», 221, 28 (1969). 25 Se llaman «bacteriófagos» a los virus que atacan a las bacterias. 26 R. S. Edgar y W. B. Wood, «Morphogenesis of bacteriophage T. in extracts of mutant infected

cells», «Proceedings of the National Academy of Science», 55, 498 (1966).

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Colaboración de Sergio Barros 104 Preparado por Patricio Barros

desembocando en la reconstitución in vitro de orgánulos celulares

cada vez más complejos, tales como mitocondrias o membranas, por

ejemplo. Los casos a los que hemos pasado aquí revista bastan sin

embargo para ilustrar el proceso por el que estructuras complejas, a

las que están ligadas propiedades funcionales, son construidas por

el ensamblaje estéreo-específico, espontáneo, de sus constituyentes

proteínicos. Hay «aparición» de orden, diferenciación estructural,

adquisición de funciones a partir de una mezcla desordenada de

moléculas individualmente desprovistas de toda actividad, de toda

propiedad funcional intrínseca que no sea reconocer los compañeros

con los que van a constituir la estructura. Y si no se puede, para los

ribosomas o los bacteriófagos, hablar de cristalización, ya que estas

partículas son de un grado de complejidad, es decir de orden, muy

superior al que caracteriza un cristal, no deja de ser cierto que, en

el fondo, las interacciones químicas puestas en juego son de la

misma naturaleza que las que construyen un cristal molecular.

Como en un cristal, es la estructura misma de las moléculas

ensambladas lo que constituye la fuente de «información» para la

construcción del conjunto. La esencia de estos procesos

epigenéticos consiste pues en que la organización de conjunto de un

edificio multimolecular complejo está contenido en potencia en la

estructura de sus constituyentes, pero no se revela, ni deviene

actual más que por su ensamblaje.

Este análisis se ve reducido a una disputa verbal, desprovista de

todo interés: la antigua querella de los preformacionistas y de los

epigenistas. La estructura acabada no estaba en ninguna parte,

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Colaboración de Sergio Barros 105 Preparado por Patricio Barros

como tal, preformada. Pero el plan de la estructura estaba presente

en sus mismos constituyentes. Ella puede pues realizarse de forma

autónoma y espontánea, sin intervención exterior, sin inyección de

nueva información. La información estaba presente, pero sin

expresar, en los constituyentes. La construcción epigenética de una

estructura no es una creación, es una revelación.

§. Morfogénesis microscópica y morfogénesis macroscópica

Que esta concepción, directamente fundamentada sobre el estudio

de la formación de edificios microscópicos, pueda y deba igualmente

rendir cuenta de la epigénesis de las estructuras macroscópicas

(tejidos, órganos, miembros, etc.), es algo que los modernos biólogos

no dudan, aun reconociendo que se trata de una extrapolación a la

que faltan todavía las verificaciones directas. Estos problemas se

plantean en efecto a otra escala, no sólo en dimensiones, sino en

complejidad. Las interacciones constructivas más importantes en

esta escala tienen lugar no entre componentes moleculares, sino

entre células. Se ha podido ver que células aisladas de un mismo

tejido son efectivamente capaces de reconocerse entre ellas,

diferencialmente, y de juntarse. Sin embargo, se ignora todavía

cuáles son los componentes o las estructuras que identifican las

células unas respecto a otras. Todo lleva a creer que se trata de

estructuras características de las membranas celulares. Pero no se

sabe si estos elementos de reconocimiento son estructuras

moleculares tomadas individualmente o redes multimoleculares de

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Colaboración de Sergio Barros 106 Preparado por Patricio Barros

superficie.27 Sea lo que sea, e incluso si se trata de redes que no

están constituidas exclusivamente por proteínas, la estructura de

tales redes tendrá necesariamente, en último caso, que ser

determinada por las propiedades de reconocimiento de sus

constituyentes proteínicos, así como por las de las enzimas

responsables de la biosíntesis de los otros componentes de la red

(polisacáridos o lípidos, por ejemplo).

Por tanto, es posible que las propiedades «cognitivas» de las células

no sean la manifestación directa de las facultades discriminativas

de algunas proteínas, pero no expresan estas facultades más que

por vías muy apartadas. Lo que no impide que la construcción de

un tejido o la diferenciación de un órgano, fenómeno macroscópico,

deban ser considerados como la resultante integrada de

interacciones microscópicas múltiples debidas a proteínas, y

reposando sobre sus propiedades de reconocimiento estéreo-

específico, por formación espontánea de complejos no covalentes.

Mas es preciso reconocer que esta «reducción a lo microscópico» de

los fenómenos de la morfogénesis no constituye, por el momento,

una verdadera teoría de estos fenómenos. Se trata más bien de una

posición de principio que especifica solamente los términos en los

que una teoría así debería ser formulada para que se pueda

considerar como aportando más que una simple descripción

fenomenológica. Este principio define el fin a alcanzar, pero no

ilumina más que débilmente la vía a seguir para conseguirlo.

27 J.-P. Changeux, en «Symmetry and function in biological systems at the macromolecular

level», A. Engström y B. Strandberg, edit., «Nobel Symposium», N.º 11, págs. 235-256 (1969),

John Wiley y Sons Inc., Nueva York.

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Colaboración de Sergio Barros 107 Preparado por Patricio Barros

Piénsese en el formidable problema que representa la interpretación,

a escala molecular, del desarrollo de un aparato tan complejo como

el sistema nervioso central, en el que miles de millones de

interconexiones específicas entre células deben ser realizadas,

algunas a distancias relativamente considerables.

Este problema de las influencias, de las orientaciones a distancia,

es sin duda el más difícil y el más importante de la embriología. Los

embriólogos, para explicar con facilidad los fenómenos de

regeneración, han introducido la noción de «campo morfogenético» o

de «gradiente». Noción que parece al principio sobrepasar de lejos la

de interacción estéreo-específica a escala de algunos Angstrom.

Resulta, sin embargo, que esta última es la única en presentar un

sentido físico preciso, y que no es del todo inconcebible que tales

interacciones, multiplicadas y repetidas progresivamente, puedan

crear o definir una organización a escala milimétrica, o centimétrica

por ejemplo. Es en este sentido que se orienta la embriología

moderna. Es bastante verosímil que la noción de interacciones

estéreo-específicas puramente estáticas resulte insuficiente para la

interpretación del «campo» o de los gradientes morfogenéticos. Será

preciso enriquecerla de hipótesis cinéticas, análogas quizás a las

que permiten la interpretación de las interacciones alostéricas. Pero

yo sigo convencido, por mi parte, que sólo las propiedades

asociativas estéreo-específicas de las proteínas podrán, en último

lugar, dar la clave de estos fenómenos.

§. Estructura primaria y estructura globular de las proteínas

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Colaboración de Sergio Barros 108 Preparado por Patricio Barros

Cuando se analizan las funciones catalíticas o reguladoras o

epigenéticas de las proteínas, se es llevado a reconocer que todas, y

ante todo, reposan sobre las propiedades asociativas estéreo-

específicas de estas moléculas.

Según la concepción expuesta en este capítulo, como en los dos

precedentes, todas las performances y todas las estructuras

teleonómicas de los seres vivos son, al menos en principio,

analizables en estos términos. Si esta concepción es adecuada —y

no hay razón para dudar que lo sea— resta pues, para resolver la

paradoja de la teleonomía, explicar el modo de formación y los

mecanismos de evolución de las estructuras asociativas estéreo-

específicas de las proteínas. No examinaré aquí más que el modo de

formación de estas estructuras, reservando la cuestión de su

evolución para los próximos capítulos. Espero mostrar que el

análisis detallado de estas estructuras moleculares que, en suma,

guardan el «secreto» último de la teleonomía, conduce a

conclusiones profundamente significantes.

Para empezar, es necesario recordar que la estructura en el espacio

de una proteína globular (cf. Apéndice, 1. Estructura de las

proteínas) está determinada por dos tipos de uniones químicas.

1. La estructura llamada «primaria» está constituida por una

secuencia topológicamente lineal de radicales de aminoácidos

asociados por uniones covalentes. Estas uniones definen pues

una estructura fibrosa, extremadamente flexible, y capaz de

tomar, en teoría, una infinidad de conformaciones.

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Colaboración de Sergio Barros 109 Preparado por Patricio Barros

2. Pero la conformación llamada «nativa» de una proteína

globular, está además estabilizada por un gran número de

interacciones no covalentes que asocian entre ellas los

radicales de aminoácidos repartidos a lo largo de la secuencia

covalente topológicamente lineal. De ello resulta que la fibra

polipeptídica está plegada sobre ella misma de manera muy

compleja, en una pelota pseudo globular, compacta. Son, en

definitiva, estos pliegues complejos los que determinan la

estructura en el espacio de la molécula, comprendida la forma

precisa de las áreas de asociación estéreo-específica por la que

la molécula ejerce su función de reconocimiento. Es, pues,

como se ve, la suma, o mejor la cooperación de un gran

número de interacciones no covalentes que estabilizan la

estructura funcional, lo que permite a la proteína formar

electivamente complejos estéreo-específicos (igualmente no

covalentes) con otras moléculas.

La cuestión que aquí nos interesa es la ontogénesis, el modo de

formación de esta conformación particular, única, a la que está

ligada la función cognitiva de una proteína. Se ha podido creer,

durante mucho tiempo, que en razón de la complejidad misma de

estas estructuras y del hecho de que ellas están estabilizadas por

interacciones no covalentes, individualmente muy lábiles, un gran

número de conformaciones distintas serian accesibles a una misma

fibra polipeptídica. Pero todo un conjunto de observaciones debía

mostrar que de hecho una misma especie química (definida por la

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Colaboración de Sergio Barros 110 Preparado por Patricio Barros

estructura primaría) no existe en el estado nativo, en las

condiciones fisiológicamente normales, más que en una sola

conformación (o todo lo más, en un pequeñísimo número de estados

distintos, poco distantes unos de otros, como es el caso de las

proteínas alostéricas). Conformación muy precisamente definida,

como lo prueba el hecho de que los cristales de proteínas dan

excelentes imágenes de difracciones de rayos X, lo que significa que

la posición de la gran mayoría de los millares de átomos que

componen una molécula está fijada con un error de sólo algunas

fracciones de Angstrom. Señalemos, además, que esta uniformidad,

como esta precisión de estructura, son la condición misma de la

especificidad de asociación, propiedad biológicamente esencial de

las proteínas globulares.

§. Formación de las estructuras globulares

El mecanismo de formación de estas estructuras está, en el

presente, bastante bien conocido en su principio. Se sabe en efecto:

1. Que el determinismo genético de las estructuras de proteínas

especifica exclusivamente la secuencia de los radicales

aminoácidos que corresponden a una proteína dada;

2. Que la fibra polipeptídica así sintetizada se pliega

espontáneamente y de forma autónoma para concluir en la

conformación pseudo globular, funcional.

Así, entre los millares de conformaciones plegadas, en principio

accesibles a la fibra polipeptídica, una sola es de hecho escogida y

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realizada. Se trata, como se ve, de un verdadero proceso epigenético,

al nivel más simple posible: el de una macromolécula aislada. A la

fibra desplegada, le son accesibles millares de conformaciones. Ella

está, por otra parte, desprovista de toda actividad biológica,

especialmente de toda capacidad de reconocimiento estéreo-

específico. En la forma plegada, por el contrario, un solo estado le es

accesible, que corresponde por consecuencia a un nivel de orden

muy superior. Es en este estado, exclusivamente, que es conferida

la actividad funcional.

La explicación de este pequeño milagro de epigénesis molecular es

relativamente simple en su principio.

1. En el medio fisiológicamente normal, es decir, en fase acuosa,

las formas plegadas de la proteína son termodinámicamente

más estables que las formas desplegadas. La razón de esta

diferencia de estabilidad es muy interesante; es importante

precisarla. Entre los radicales aminoácidos que constituyen la

secuencia, la mitad aproximadamente son «hidrófobos», es

decir, se comportan como el aceite en el agua, tienden a

juntarse liberando las moléculas de agua inmovilizadas a su

contacto. Por este hecho, la proteína toma una estructura

compacta, inmovilizando, por contacto reciproco, los radicales

que componen la fibra, de donde, para las proteínas, una

ventaja de orden (o de entropía negativa) compensada por la

expulsión de moléculas de agua, que, liberadas, van a

acrecentar el desorden, es decir, la entropía del sistema.

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2. Entre las diferentes estructuras plegadas accesibles a una

secuencia polipeptídica dada, una sola, o un pequeñísimo

número de ellas, permiten la realización de la estructura más

compacta posible. Esta estructura será pues privilegiada a

expensas de todas las demás. Digamos, simplificando un poco,

que será «escogida» la que correspondía a la expulsión de un

máximo de moléculas de agua. Evidentemente, es de la

posición relativa, es decir de la secuencia de los radicales

aminoácidos en la fibra (comenzando por los radicales

hidrófobos) que dependerán las diferentes posibilidades de

realización de estructuras compactas. La conformación

globular particular en una proteína dada y de la que depende

su actividad funcional será pues de hecho impuesta por la

secuencia de los radicales en la fibra. Sin embargo, y éste es el

punto importante, la cantidad de información que sería

necesaria para especificar enteramente la estructura

tridimensional de una proteína es mucho más grande que la

información definida por la misma secuencia. Por ejemplo,

para un polipéptido de cien aminoácidos, la información (H)

necesaria para la definición de la secuencia, correspondería a

unos 2.000 bits (H = log2 20100), mientras que para definir la

estructura tridimensional sería preciso, a este número,

añadirle aún una gran cantidad de información, difícilmente

calculable además (digamos 1.000 a 2.000 bits, al menos).

§. La falsa paradoja del «enriquecimiento» epigenético

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Se puede ver, pues, una contradicción en el hecho de decir que el

genoma «define enteramente» la función de una proteína, mientras

que esta función está ligada a una estructura tridimensional cuyo

contenido informativo es más rico que la contribución directamente

aportada a esta estructura por el determinismo genético. Esta

contradicción no ha dejado de ser realzada por ciertos críticos de la

teoría biológica moderna. Especialmente Elsässer, quien ve

precisamente en el desarrollo epigenético de las estructuras

(macroscópicas) de los seres vivos un fenómeno físicamente

inexplicable, en razón del «enriquecimiento sin causa» que él parece

testimoniar.

Esta objeción desaparece cuando se examinan con detalle los

mecanismos de la epigénesis molecular, el enriquecimiento de

información, correspondiente a la formación de la estructura

tridimensional, proviene de lo que la información genética

(representada por la secuencia) expresa de hecho en condiciones

iniciales bien definidas (en fase acuosa, entre ciertos límites,

estrechos, de temperaturas, composición iónica, etc.), tales que,

entre todas las estructuras posibles, una sola de ellas es de hecho

realizable. Las condiciones iniciales, en consecuencia, contribuyen a

la información finalmente encerrada en la estructura globular, sin

por otra parte especificarla, sino solamente eliminando las demás

estructuras posibles, proponiendo así, o más bien imponiendo, una

interpretación unívoca de un mensaje a priori parcialmente

equivoco.

* * * *

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Colaboración de Sergio Barros 114 Preparado por Patricio Barros

En el proceso de estructuración de una proteína globular, se puede

ver, pues, a la vez, la imagen microscópica y la fuente del desarrollo

epigenético autónomo del organismo. Desarrollo en el que se pueden

reconocer varias etapas o niveles sucesivos.

1. Pliegue de las secuencias polipeptídicas para dar las

estructuras globulares, provistas de las propiedades

asociativas estéreo-específicas.

2. Interacciones asociativas entre proteínas (o entre proteínas y

algunos otros constituyentes) para formar los orgánulos

celulares.

3. Interacciones entre células, para constituir tejidos y órganos.

4. En todas estas etapas, coordinación y diferenciación de las

actividades químicas, por interacciones de tipo alostérico.

En cada una de estas etapas aparecen estructuras de orden

superior y funciones nuevas que, resultando de las interacciones

espontáneas entre productos de la etapa precedente, revelan, como

en un fuego de artificio de varios pisos, las potencialidades latentes

de los niveles anteriores. Todo el determinismo del fenómeno

encuentra su fuente, en definitiva, en la información genética

representada por la suma de las secuencias polipeptídicas

interpretadas, o más exactamente filtradas, por las condiciones

iniciales.

§. La ultima ratio de las estructuras teleonómicas

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Colaboración de Sergio Barros 115 Preparado por Patricio Barros

La ultima ratio de todas las estructuras y performances teleonómicas

de los seres vivos está, pues, encerrada en las secuencias de

radicales de las fibras polipeptídicas, «embriones» de estos demonios

biológicos de Maxwell que son las proteínas globulares. En un

sentido, muy real, es a este nivel de organización química donde

yace, si es que hay uno, el secreto de la vida. Y sabiendo no sólo

describir estas secuencias, sino enunciar la ley de ensamblaje a la

que ellas obedecen, se podría decir que el secreto ha sido penetrado,

la ultima ratio descubierta.

La primera secuencia completa de una proteína globular fue

descrita en 1952 por Sanger. Esto fue a la vez una revelación y una

decepción. En esta secuencia en la que se sabía definir la

estructura, o sea las propiedades electivas de una proteína

funcional (la insulina), ninguna regularidad, ninguna singularidad,

ninguna restricción se revelaba. Aunque, sin embargo, se puede

esperar que, a medida que se acumulen documentos de este tipo,

algunas leyes generales de ensamblaje, así como ciertas

correlaciones funcionales, se harán más claras. Se conocen hoy en

día centenares de secuencias, correspondientes a distintas

proteínas, extraídas de los organismos más diversos. De estas

secuencias, y de su comparación sistemática ayudada por los

modernos medios de análisis y de cálculo, se puede hoy deducir la

ley general: la del azar. Para ser precisos: estas estructuras están «al

azar» en el sentido que, conociendo exactamente el orden de 199

residuos en una proteína que comprende 200, es imposible formular

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ninguna regla, teórica o empírica, que permita prever la naturaleza

del único residuo no identificado aún por el análisis.

Decir de la secuencia de los aminoácidos en un polipéptido que está

«al azar» no agrega nada, hay que insistir sobre ello, a una

declaración de ignorancia; sino que expresa una constatación de

hecho: por ejemplo, la frecuencia media con la cual el residuo está

seguido de uno determinado en los polipéptidos es igual al producto

de las frecuencias medias de cada uno de los dos residuos en las

proteínas en general. Se puede ilustrar esto de otra forma.

Supongamos un juego de cartas en el que cada una lleva el nombre

de un aminoácido. Sea un paquete de doscientas cartas en el que la

proporción media de cada aminoácido sería respetada. Después de

haber barajado las cartas se obtendrían secuencias al azar, que

nada permitiría distinguir de las secuencias efectivamente

observadas en los polipéptidos naturales.

Pero si, en este sentido, toda estructura primaria de proteína nos

aparece como el puro producto de una elección hecha al azar, en

cada eslabón, entre los residuos disponibles, por el contrario en otro

sentido, también muy significativo, es preciso reconocer que esta

secuencia actual no ha sido sintetizada en modo alguno al azar, ya

que este mismo orden está reproducido, prácticamente sin error, en

todas las moléculas de la proteína considerada. No siendo así, sería

imposible, de hecho, establecer por el análisis químico la secuencia

de una población de moléculas.

Así, pues, es preciso admitir, que la secuencia «al azar» de cada

proteína está de hecho reproducida, millares o millones de veces, en

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cada organismo, en cada célula, en cada generación, por un

mecanismo de alta fidelidad que asegura la invariancia de las

estructuras.

§. La interpretación del mensaje

Se conocen hoy no sólo el principio, sino la mayoría de los

componentes de este mecanismo. Se volverá sobre ello en un

próximo capítulo. No es necesario conocer los detalles de este

mecanismo para comprender la significación profunda del

misterioso mensaje que constituye la secuencia de los radicales en

una fibra polipeptídica. Mensaje que, según todos los criterios

posibles, parece haber sido escrito al azar. Mensaje, sin embargo,

cargado de un sentido que se revela en las interacciones

discriminativas, funcionales, directamente teleonómicas, de la

estructura globular, traducción a tres dimensiones de la secuencia

lineal. Una proteína globular es ya, a escala molecular, una

verdadera máquina por sus propiedades funcionales, pero no, lo

vemos ahora, por su estructura fundamental, donde nada se

discierne más que el juego de combinaciones ciegas. Azar captado,

conservado, reproducido por la maquinaria de la invariancia y así

convertido en orden, regla, necesidad. De un juego totalmente ciego,

todo, por definición, puede salir, incluida la misma visión. En la

ontogénesis de una proteína funcional, el origen y la filiación de la

biosfera entera se reflejan, y la fuente última del proyecto que los

seres vivos representan, persiguen y cumplen, se revela en este

mensaje, en este texto preciso, fiel, pero esencialmente indescifrable

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Colaboración de Sergio Barros 118 Preparado por Patricio Barros

que constituye la estructura primaría. Indescifrable, ya que antes de

expresar la función fisiológicamente necesaria que él cumple

espontáneamente, no revela en su estructura más que el azar de su

origen. Pero tal es, justamente, el sentido más profundo de este

mensaje que nos llega del fondo de las edades.

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Capítulo 6

Invariancia y perturbaciones

Contenido:

§. Platón y Heráclito

§. Las invariantes anatómicas

§. Las invariantes químicas

§. El ADN como invariante fundamental

§. La traducción del código

§. Irreversibilidad de la traducción

§. Perturbaciones microscópicas

§. Incertidumbre operacional e incertidumbre esencial

§. La evolución: creación absoluta y no revelación

Desde su nacimiento, en las islas Jónicas, hace cerca de tres mil

años, el pensamiento occidental se ha repartido entre dos actitudes

en apariencia opuestas. Según una de esas filosofías, la realidad

auténtica y última del universo no puede residir más que en formas

perfectamente inmutables, invariantes por esencia. Según la otra, al

contrario, es en el movimiento y la evolución donde reside la única

realidad del universo.

§. Platón y Heráclito

De Platón a Whitehead, y de Heráclito a Hegel y Marx, es evidente

que estas epistemologías metafísicas han estado siempre

íntimamente asociadas a las ideas morales y políticas de sus

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autores. Estos edificios ideológicos, presentados como a priori, eran

en realidad construcciones a posteriori destinadas a justificar una

teoría ético-política preconcebida.28

El único a priori, para la ciencia, es el postulado de objetividad que

le ahorra, o más bien le prohíbe, tomar parte en este debate. La

ciencia estudia la evolución, sea la del universo o la de los sistemas

que contiene, como el de la biosfera, comprendido el hombre.

Sabemos que todo fenómeno, todo acontecimiento, todo

conocimiento, implica interacciones, por sí mismas generadoras de

modificaciones en los componentes del sistema. Esta noción, sin

embargo, no es en ningún modo incompatible con la idea que existe

de las entidades inmutables en la estructura del universo. Más bien

al contrario: la estrategia fundamental de la ciencia en el análisis de

los fenómenos es el descubrimiento de los invariantes. Toda ley

física, como además todo desarrollo matemático, especifica una

relación de invariancia; las proposiciones más fundamentales de la

ciencia son postulados universales de conservación. Es fácil ver, en

todo ejemplo que se quiera escoger, que es de hecho imposible

analizar un fenómeno cualquiera en otros términos que los de los

invariantes conservados por este fenómeno. El ejemplo más claro es

quizá la formulación de las leyes de la cinética, que exigió la

invención de las ecuaciones diferenciales, es decir, de un medio

para definir el cambio en términos de lo que permanece sin

cambiar.

28 Cf. Popper: The Open Society and its Enemies, Rutledge. Londres (1945).

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Colaboración de Sergio Barros 121 Preparado por Patricio Barros

Se puede ciertamente preguntar si todas las invariancias,

conservaciones y simetrías que constituyen la trama del discurso

científico no son ficciones que substituyen a la realidad para dar

una imagen operacional, vacía por una parte de substancia, pero

que se vuelve accesible a una lógica fundada sobre un principio de

identidad puramente abstracto, quizá «convencional». Convención

de la que, sin embargo, la razón humana parece incapaz de

abstenerse.

Menciono aquí este problema clásico para hacer notar que su

estatuto ha sido profundamente modificado por la revolución

cuántica. El principio de identidad no figura como postulado físico

en la ciencia clásica. No es empleado más que como operación

lógica, sin que sea necesario suponer que corresponde a una

realidad substancial. La diferencia es absoluta por lo que respecta a

la física moderna, de la que uno de los postulados fundamentales es

la identidad absoluta de dos átomos que se encuentren en el mismo

estado cuántico.29 De ello proviene, igualmente, el valor de

representación absoluta, no perfectible, otorgado a las simetrías

atómicas y moleculares en teoría cuántica. Parece, pues, que hoy no

se pueda restringir el principio de identidad al estatuto de simple

regla para la conducta del espíritu: es preciso admitir que al menos

a escala cuántica expresa una realidad substancial.

Sea cual sea, existe y existirá en la ciencia un elemento platónico

que no se podría extirpar sin arruinarla. En la diversidad infinita de

29 . Weisskopf, en Symmetry and Function in biological Systems al the macromolecular level,

Engström and Strandberg Ed., «Nobel Symposium» N.º 11, págs. 28, Wiley y Sons, Nueva York

(1969).

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Colaboración de Sergio Barros 122 Preparado por Patricio Barros

los fenómenos singulares, la ciencia no puede buscar más que las

invariantes.

§. Las invariantes anatómicas

Había una ambición «platónica» en la búsqueda sistemática de las

invariantes anatómicas a la que se consagraron los grandes

naturalistas del siglo XIX, tras Cuvier (y Goethe). Quizá los biólogos

modernos no siempre reconocen el genio de los hombres que, bajo

la estupefaciente variedad de las morfologías y de los modos de vida

de los seres vivos, supieron descubrir si no una «forma» única, al

menos un número finito de planos anatómicos, cada uno de ellos

invariante en el seno del grupo que él caracteriza. Sin duda no es

muy difícil ver que las focas son mamíferos muy próximos a los

carnívoros terrestres; pero lo es mucho más discernir un mismo

plano fundamental en la anatomía de los tunicados y de los

vertebrados, para agruparlos en la rama de los cordados. Y aún más

difícil el percibir las afinidades entre los cordados y los

equinodermos. Sin embargo, no hay duda alguna (la bioquímica lo

confirma), que los erizos de mar son parientes más próximos

nuestros, que los miembros de ciertos grupos más evolucionados,

tales como los cefalópodos, por ejemplo.

Es gracias a estos inmensos trabajos, a la búsqueda de los planos

fundamentales de organización, que ha sido levantado el edificio de

la zoología clásica y de la paleontología, cuya estructura reclama y

justifica a la vez la teoría de la evolución. La diversidad de los tipos,

sin embargo, permanecía, y era preciso reconocer que numerosos

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Colaboración de Sergio Barros 123 Preparado por Patricio Barros

planos de organizaciones macroscópicas, radicalmente diferentes

unos de otros, coexistían en la biosfera. Entre un alga azul, un

infusorio, un pulpo y el hombre, por ejemplo, ¿qué hay de común?

El descubrimiento de la célula y la teoría celular permitían entrever

una nueva unidad bajo esta diversidad. Sin embargo, fue preciso

esperar los avances de la bioquímica en el curso del segundo cuarto

del siglo XX, principalmente, para que se revelara enteramente la

profunda y rigurosa unidad, a escala microscópica, de todo el

mundo viviente. Se sabe hoy en día que, desde la bacteria al

hombre, la maquinaria química es esencialmente la misma, tanto

por sus estructuras como por su funcionamiento.

§. Las invariantes químicas

1. En su estructura: todos los seres vivos, sin excepción, están

constituidos de las mismas dos clases principales de

macromoléculas: proteínas y ácidos nucleicos. Además, estas

macromoléculas están formadas, en todos los seres vivos, por

el ensamblaje de los mismos radicales, en número finito: veinte

aminoácidos para las proteínas, cuatro tipos de nucleótidos

para los ácidos nucleicos.

2. Por su funcionamiento: las mismas reacciones, o más bien

secuencias de reacciones, son utilizadas en todos los

organismos para las operaciones químicas esenciales:

movilización y puesta en reserva del potencial químico,

biosíntesis de los constituyentes celulares.

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Colaboración de Sergio Barros 124 Preparado por Patricio Barros

Ciertamente, en este tema central del metabolismo se encuentran

numerosas variantes, que corresponden a diversas adaptaciones

funcionales. Casi siempre, sin embargo, consisten en utilizaciones

nuevas de secuencias metabólicas universales, primeramente

empleadas en otras funciones. Por ejemplo, la excreción del

nitrógeno se hace bajo formas diferentes en las aves y en los

mamíferos. Las aves excretan ácido úrico, los mamíferos urea. O sea

que la vía de síntesis del ácido úrico en las aves no es más que una

pequeña modificación de la secuencia de reacciones que, en todos

los organismos, sintetiza los nucleótidos llamados púricos

(constituyentes universales de los ácidos nucleicos). La síntesis de

la urea, en los mamíferos, es obtenida gracias a una modificación de

una vía metabólica igualmente universal: la que culmina en la

síntesis de la arginina, aminoácido presente en todas las proteínas.

Podríamos multiplicar sin dificultad los ejemplos. Es a los biólogos

de mi generación a los que les ha sido revelada la casi identidad de

la química celular en la biosfera entera. Desde 1950 la certidumbre

era plena, y cada publicación nueva aportaba la confirmación. Las

esperanzas de los «platónicos» más convencidos estaban más que

satisfechas.

Pero esta revelación, gradual, de la «forma» universal de la química

celular, parecía por otra parte hacer más agudo y más paradójico

aún el problema de la invariancia reproductiva. Si, químicamente,

los constituyentes son los mismos, y sintetizados por las mismas

vías en todos los seres vivos, ¿cuál es la fuente de su prodigiosa

diversidad morfológica y fisiológica? Y más aún, ¿cómo cada

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Colaboración de Sergio Barros 125 Preparado por Patricio Barros

especie, utilizando los mismos materiales y las mismas

transformaciones químicas que todas las demás, mantiene,

invariante a través de las generaciones, la norma estructural que la

caracteriza y la diferencia de cualquier otra?

Poseemos hoy la solución de este problema. Los constituyentes

universales que son por una parte los nucleótidos, y por otra los

aminoácidos, son el equivalente lógico de un alfabeto con el que

estaría la estructura, o sea las funciones asociativas específicas de

las proteínas. Con este alfabeto puede por lo tanto ser escrita toda

la diversidad de las estructuras de las performances que contiene la

biosfera. Además, es la reproducción, ne varietur, en cada

generación celular del texto escrito bajo forma de secuencia de

nucleótidos en el ADN, que asegura la invariancia de la especie.

§. El ADN como invariante fundamental

La invariante biológica fundamental es el ADN. Por ese motivo, la

definición, por Mendel, del gen como portador invariante de los

rasgos hereditarios, su identificación química por Avery (confirmada

por Hershey) y la elucidación, por Watson y Crick, de las bases

estructurales de su invariancia replicativa, constituyen sin ninguna

duda los descubrimientos más fundamentales que hayan sido

hechos jamás en biología. A los que es preciso añadir la teoría de la

evolución selectiva que, además, no podía encontrar toda su

significación y su certidumbre más que gracias a estos

descubrimientos.

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Colaboración de Sergio Barros 126 Preparado por Patricio Barros

La estructura del ADN, cómo esta estructura da cuenta de su

capacidad de dictar una copia exacta de la secuencia de nucleótidos

de un segmento de ADN en una secuencia de aminoácidos en una

proteína; todos estos hechos y nociones han sido amplia y

excelentemente expuestos por los no especialistas. No los

volveremos a tratar aquí en detalle30. El siguiente esquema, que

simboliza solamente la esencia de los dos procesos de replicación y

de traducción bastará básicamente para la presente discusión;

31

El primer punto que conviene aclarar, es que el «secreto» de la

replicación ne varietur del ADN reside en la complementariedad

estéreo-química del complejo no covalente que constituyen las dos

30 Ver Apéndice, 2. Ácidos nucleicos. 31 Replicación = Réplica, en el sentido de repetición, de copia. Igual sentido para replicativo,

replicado, etc. (N. del T.)

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Colaboración de Sergio Barros 127 Preparado por Patricio Barros

fibras asociadas en la molécula. Se ve, pues, que el principio

fundamental de estéreo-especificidad asociativa, que rinde cuenta

de las propiedades discriminativas de las proteínas, está igualmente

en la base de las propiedades replicativas del ADN. Pero en el ADN

la estructura topológica del complejo es mucho más simple que en

los complejos de proteínas, y esto es lo que permite funcionar a la

mecánica de la replicación. En efecto, la estructura estereoquímica

de una de las dos fibras está enteramente definida por la secuencia

(la sucesión) de los radicales que la componen, en virtud del hecho

de que cada uno de los cuatro radicales no es individualmente

apareable (en razón de las restricciones estéticas), más que con uno

solo de los otros tres. De ello resulta que:

1. la estructura estérica del complejo puede ser completamente

representada en dos dimensiones, de las que una, finita,

contiene en cada punto un par de nucleóticos mutuamente

complementarios, mientras que la otra contiene una secuencia

potencialmente infinita de estos pares;

2. teniendo una (cualquiera) de las dos fibras, podrá ser

reconstituida la secuencia complementaria progresivamente

por adiciones sucesivas de nucleótidos, siendo «elegido» cada

uno por su compañero estéricamente predestinado. Es así

como cada una de las dos fibras dicta la estructura de su

complementaria para reconstituir el complejo entero.

La estructura global de la molécula de ADN es la más simple y la

más probable que pueda adoptar una macromolécula constituida

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Colaboración de Sergio Barros 128 Preparado por Patricio Barros

por la polimerización lineal de radicales parecidos: la de una fibra

helicoidal, definida por dos operaciones de simetría, una traslación

y una rotación. Se la puede considerar, pues, como un cristal

fibrilar, en razón de la regularidad de la estructura de conjunto.

Pero si se observa la estructura fina se verá que se trata de un

cristal aperiódico, ya que la secuencia de los pares de bases no es

repetitiva. Es importante subrayar que la secuencia es totalmente

«libre», en el sentido que ninguna restricción es impuesta por la

estructura de conjunto, que puede acomodarse a todas las

secuencias posibles.

Como se acaba de ver, la formación de esta estructura es muy

comparable a la de un cristal. Cada elemento de secuencia en una

de las dos fibras representa el papel de un germen cristalino, que

elige y orienta las moléculas que vienen espontáneamente a

asociarse, asegurando el crecimiento del cristal. Dos fibras

complementarias, artificialmente disociadas, reforman

espontáneamente el complejo específico, escogiendo cada una, casi

sin errores, su compañera entre millares o millones de secuencias.

Sin embargo, el crecimiento de cada fibra implica la formación de

uniones covalentes que asocian secuencialmente los nucleótidos

entre sí. La formación de estas uniones no puede tener lugar

espontáneamente: le hace falta una fuente de potencial químico y

un catalizador. La fuente de potencial está representada por ciertas

uniones, presentes en los mismos nucleótidos, y que se rompen en

el curso de la reacción de condensación. Ésta viene catalizada por

una enzima, la ADN-polimerasa. Esta enzima es «indiferente» a la

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secuencia, especificada por la fibra preexistente. Ha sido probado,

además, que la condensación de mononucleótidos activada por

catalizadores no enzimáticos, es efectivamente dirigida por su

apareo espontáneo con un polinucleótido preexistente.32[ Es cierto,

sin embargo, que si la enzima no especifica la secuencia, contribuye

a la precisión de la copia complementaria, es decir a la fidelidad del

traspaso de información. Fidelidad extrema, como lo prueba la

experiencia pero que, tratándose de un proceso microscópico, no

puede ser absoluta. Volveremos pronto sobre este punto capital.

§. La traducción del código

El mecanismo de la traducción de la secuencia de nucleótidos en

secuencia de aminoácidos es mucho más complicado, en su

principio mismo, que el de la replicación. Este último proceso se

explica en definitiva, como se acaba de ver, por interacciones

estéreo-específicas directas entre una secuencia polinucleotídica

que sirve de matriz y los nucleótidos que vienen a asociarse.

Igualmente en la traducción, son interacciones estéreo-específicas

no covalentes las que aseguran la transferencia de información,

Pero estas interacciones directrices comprenden varias etapas

sucesivas, poniendo en juego varios constituyentes que reconocen

cada uno, exclusivamente, su compañero funcional inmediato. Los

constituyentes que intervienen al principio de esta cadena de

transporte de información ignoran totalmente «lo que sucede» en el

otro extremo. De suerte que, aunque es cierto que el código genético

32 L. Orgel «Journal of Molecular Biology», 38, págs, 381-393 (1968).

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está escrito en un lenguaje estéreo-químico, en el que cada letra

está constituida por una secuencia de tres nucleótidos (un triplete)

en el ADN, específicos para un aminoácido (entre veinte) en el

polipéptido, no existe ninguna relación estérica directa entre el

triplete codificante y el aminoácido codificado.

Esto entraña una conclusión muy importante: que este código,

universal en la biosfera, parece químicamente arbitrario, en el

sentido de que la transferencia de información podría perfectamente

tener lugar según otra convención.33 Se conocen además mutaciones

que, alterando la estructura de algunos componentes del

mecanismo de traducción, modifican la interpretación de algunos

tripletes y cometen, pues (en relación con la convención reinante),

errores muy perjudiciales al organismo.

El aspecto muy mecánico, e incluso «tecnológico», del proceso de

traducción merece ser subrayado. Las interacciones sucesivas de

los diferentes componentes que intervienen en cada etapa para

desembocar en un polipéptido en vía de ensamblaje, residuo a

residuo, en la superficie de un constituyente (el ribosoma)

comparable a una máquina herramienta que hace avanzar muesca

a muesca una pieza que va a ser conformada, hacen pensar

irresistiblemente en la cadena de producción de una fábrica de

mecánica.

En conjunto, en el organismo normal, esta mecánica microscópica

de precisión confiere al proceso de traducción una notable fidelidad.

Sin duda hay errores, pero tan poco probables que no se posee

33 Se volverá sobre este punto en el capítulo 8.

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sobre su frecuencia normal media ninguna estadística utilizable.

Suponiendo al código sin ambigüedad (para la traducción del ADN

en proteínas), se deduce que la secuencia de los nucleótidos en un

segmento de ADN define enteramente la secuencia de los

aminoácidos en el polipéptido correspondiente. Como además, y ya

se vio antes (capítulo 5), la secuencia del polipéptido especifica

enteramente (en condiciones iniciales normales) la estructura

doblada que adopta una vez constituido, la «interpretación»

estructural, o sea funcional, de la información genética es univoca,

rigurosa. Ningún aporte suplementario de información (que no sea

genético) es necesario, ni incluso parece posible; el mecanismo tal

como se le conoce no deja lugar para ello. Y en la medida en que

todas las estructuras y performances de los organismos son la

resultante de las estructuras y actividades de las proteínas que los

componen, se debe considerar que el organismo entero constituye la

expresión epigenética última del mismo mensaje genético.

§. Irreversibilidad de la traducción

Es preciso añadir, finalmente, y este punto es de una gran

importancia, que el mecanismo de la traducción es estrictamente

irreversible. Ni se ha observado, ni es concebible, que la

«información» sea jamás transferida en el sentido inverso, es decir

de proteína a ADN. Esta noción se apoya en un conjunto de

observaciones tan completas y tan seguras hoy en día, y sus

consecuencias en la teoría de la evolución, principalmente, son tan

importantes, que se la debe considerar como uno de los principios

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fundamentales de la moderna biología. De ello se deduce, en efecto,

que no hay mecanismo posible por el que la estructura y las

performances pudieran ser modificadas y estas modificaciones

transmitidas, aunque sólo fuera parcialmente, a la descendencia, si

no es como consecuencia de una alteración de las instrucciones

representadas por un segmento de secuencia del ADN. Mientras que

inversamente no existe ningún mecanismo concebible por el que

una instrucción o información cualquiera pudiera ser transferido al

ADN.

El sistema entero, por consecuencia, es totalmente, intensamente

conservador, cerrado sobre sí mismo, y absolutamente incapaz de

recibir cualquier instrucción del mundo exterior. Como se ve, este

sistema, por sus propiedades, por su funcionamiento de relojería

microscópica que establece entre ADN y proteína, como también

entre organismo y medio, relaciones de sentido único, desafía toda

descripción «dialéctica». Es profundamente cartesiano y no

hegeliano: la célula es una máquina.

Podría, pues, parecer que, por su misma estructura, este sistema

deba oponerse a todo cambio, a toda evolución. Nadie duda que no

sea exactamente así, y aquí tenemos la explicación34 de un hecho en

verdad más paradójico que la misma evolución, a saber, la

prodigiosa estabilidad de ciertas especies, que han sabido

reproducirse sin modificaciones apreciables desde hace centenas de

millones de años.

* * * *

34 Explicación parcial, v. cap. 7, «Paradoja» de la estabilidad de las especies.

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La física sin embargo no enseña que (salvo en el cero absoluto,

limite inaccesible) toda entidad microscópica puede sufrir

perturbaciones de orden cuántico, cuya acumulación, en el seno de

un sistema macroscópico, alterará la estructura, de forma gradual

pero infalible.

Los seres vivos, pese a la perfección conservadora de la maquinaria

que asegura la fidelidad de la traducción, no escapan a esta ley. El

envejecimiento y la muerte de los organismos pluricelulares se

explican, al menos en parte, por la acumulación de errores

accidentales de traducción que, alterando principalmente ciertos

componentes responsables de la fidelidad de la traducción,

acrecientan la frecuencia de estos errores, que degradan poco a

poco, inexorablemente, la estructura de estos organismos.35

§. Perturbaciones microscópicas

El mecanismo de la replicación no podría tampoco, sin violar las

leyes de la física, escapar a toda perturbación, a todo accidente. Al

menos, algunas de estas perturbaciones entrañarán modificaciones

más o menos discretas de ciertos elementos de secuencia. Errores

de transcripción que, en virtud de la fidelidad ciega del mecanismo,

serán, junto a otras perturbaciones, automáticamente re

transcritos. Serán fielmente traducidos en una alteración de la

secuencia de los aminoácidos en el polipéptido correspondiente al

segmento de ADN en el que se producirá la mutación. Mas hasta que

35 Orgel, L. E., Proceedings of the National Academy of Science, 49, pág. 517 (1963).

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Colaboración de Sergio Barros 134 Preparado por Patricio Barros

este polipéptido parcialmente nuevo se repliegue sobre sí mismo no

se revelará la «significación» funcional de la mutación.

Entre las modernas investigaciones en biología, algunas de las más

hermosas por su metodología, como también más profundamente

significativas, constituyen lo que se llama la genética molecular

(Benzer, Yanofsky, Brenner y Crick). Estas investigaciones han

permitido, en particular, analizar los diferentes tipos de alteraciones

accidentales discretas que puede sufrir una secuencia de

polinucleótidos en la doble fibra del ADN. Se han identificado así

diversas mutaciones como debidas a:

1. la sustitución de un solo par de nucleótidos por otro;

2. la supresión o la adición de uno o varios pares de nucleótidos;

3. diversos tipos de «mástiques» que alteran el texto genético por

inversión, repetición, transposición y fusión de segmentos de

secuencia más o menos largos.36

Decimos que estas alteraciones son accidentales, que tienen lugar al

azar. Y ya que constituyen la única fuente posible de modificaciones

del texto genético, único depositario, a su vez, de las estructuras

hereditarias del organismo, se deduce necesariamente que sólo el

azar está en el origen de toda novedad, de toda creación en la

biosfera. El puro azar, el único azar, libertad absoluta pero ciega, en

la raíz misma del prodigioso edificio de la evolución: esta noción

central de la biología moderna no es ya hoy en día una hipótesis,

entre otras posibles o al menos, concebibles. Es la sola concebible,

36 Cf. Apéndice, 2. Ácidos nucleicos.

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como única compatible con los hechos de observación y experiencia.

Y nada permite suponer (o esperar) que nuestras concepciones

sobre este punto deberán o incluso podrán ser revisadas.

Esta noción es, también, de todas las de todas las ciencias, la más

destructiva de todo antropocentrismo, la más inaceptable

intuitivamente para los seres intensamente teleonómicos que somos

nosotros. Es pues la noción, o más bien el espectro, que debe a toda

costa exorcizar todas las ideologías vitalistas y animistas. También

es muy importante precisar en qué sentido exacto puede y debe ser

empleada la palabra azar, tratándose de las mutaciones como

fuente de la evolución. El contenido de la noción de azar no es

simple, y la misma palabra se emplea en situaciones muy

diferentes. Lo mejor es tomar algunos ejemplos.

§. Incertidumbre operacional e incertidumbre esencial

Se emplea esta palabra, por ejemplo, a propósito del juego de dados,

o de la ruleta, y se utiliza el cálculo de probabilidades para prever el

resultado de una jugada. Pero estos juegos puramente mecánicos, y

macroscópicos, no son «de azar» más que en razón de la

imposibilidad práctica de gobernar con una precisión suficiente el

lanzamiento del dado o el de la bola. Es evidente que un mecanismo

de lanzamiento de muy alta precisión es concebible, y permitiría

eliminar en gran parte la incertidumbre del resultado. Digamos que,

en la ruleta, la incertidumbre es puramente operacional, pero no

esencial. Ocurre igual, como se verá fácilmente, en la teoría de

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numerosos fenómenos donde se emplea la noción de azar y el

cálculo de probabilidades por razones puramente metodológicas.

Pero, en otras situaciones, la noción de azar toma una significación

esencial y no ya simplemente operacional. Es el caso, por ejemplo,

de lo que se pueden llamar las «coincidencias absolutas», es decir,

las que resultan de la intersección de dos cadenas causales

totalmente independientes una de otra. Supongamos, por ejemplo,

que el Dr. Dupont sea llamado urgentemente para visitar a un

nuevo enfermo, mientras que el plomero Dubois trabaja en la

reparación urgente de la techumbre de un inmueble vecino. Cuando

el Dr. Dupont pasa por debajo del alero del inmueble, el plomero

suelta por inadvertencia su martillo, cuya trayectoria (determinista)

es interceptada por la del médico, que muere con el cráneo roto.

Decimos que no hubo suerte. ¿Qué otro término emplear para un

acontecimiento así, imprevisible por su misma naturaleza? El azar

aquí debe evidentemente ser considerado como esencial, inherente a

la independencia total de las dos series de acontecimientos cuyo

encuentro produjo el accidente.

De modo que entre los acontecimientos que pueden provocar o

permitir un error en la replicación del mensaje genético y sus

consecuencias funcionales, hay igualmente independencia total. El

efecto funcional depende de la estructura, del papel actual de la

proteína modificada, de las interacciones que asegura, de las

reacciones que cataliza. Cosas todas que no tienen nada que ver con

el acontecimiento mutacional, como con sus causas inmediatas o

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lejanas, y, además, con la naturaleza determinista o no de estas

«causas».

Existe, en fin, a escala microscópica, una fuente de incertidumbre

más radical aún, enraizada en la estructura cuántica de la misma

materia. Luego una mutación es en sí un acontecimiento

microscópico, cuántico, al que por consecuencia se aplica el

principio de incertidumbre. Acontecimiento pues esencialmente

imprevisible por su misma naturaleza.

Como se sabe, el principio de incertidumbre no ha sido jamás

enteramente aceptado por algunos de los más grandes físicos

modernos, empezando por Einstein que decía no poder admitir que

«Dios juegue a los dados». Ciertas escuelas han querido no ver más

que una noción puramente operacional, pero no esencial. Todos los

esfuerzos hechos para sustituir por una estructura más «fina» la

teoría cuántica, con lo que la incertidumbre habría desaparecido,

son sin embargo liquidados y muy pocos físicos parecen dispuestos

a creer hoy en día que este principio podrá desaparecer de su

disciplina.

Pase lo que pase es preciso subrayar que, aunque el principio de

incertidumbre deba un día ser abandonado, todo permanecerá de

modo que entre el determinismo, aunque sea total, de una mutación

de secuencia en el ADN y sus efectos funcionales a nivel de las

interacciones de la proteína, no se podrá ver más que una

«coincidencia absoluta», en el sentido definido más arriba por la

parábola del plomero y del doctor. El acontecimiento se quedará

pues en el dominio del azar «esencial». A menos, claro, de volver al

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universo de Laplace, donde el azar está excluido por definición y

donde el doctor, siempre, debía morir bajo el martillo del plomero.

§. La evolución: creación absoluta y no revelación

Bergson, acordémonos, veía en la evolución la expresión de una

fuerza creadora, absoluta en el sentido que no la suponía orientada

a otro fin que la creación misma y por sí misma. En esto difiere

radicalmente de los animistas (trátese de Engels, de Teilhard o de

los positivistas optimistas como Spencer), que ven en la evolución el

majestuoso desarrollo de un programa inscrito en la misma trama

del Universo. Para ellos, en consecuencia, la evolución no es

verdaderamente creación, sino únicamente «revelación» de las

intenciones, hasta entonces inexpresadas, de la naturaleza. De aquí

la tendencia a ver en el desarrollo embrionario una emergencia del

mismo orden que la emergencia evolutiva. Según la teoría moderna,

la noción de «revelación» se aplica al desarrollo epigenético, pero no,

desde luego, a la emergencia evolutiva que, gracias precisamente al

hecho de que su fuente está en lo imprevisible esencial, es creadora

de novedad absoluta. Esta convergencia aparente entre las vías de la

metafísica bergsoniana y las de la ciencia, ¿será también el efecto de

una pura coincidencia? Quizá no: Bergson, como artista y poeta que

era, muy bien informado además de las ciencias naturales de su

tiempo, no podía dejar de ser sensible a la deslumbrante riqueza de

la biosfera, a la variedad prodigiosa de las formas y de los

comportamientos que en ella se despliegan, y que parecen

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Colaboración de Sergio Barros 139 Preparado por Patricio Barros

testimoniar casi directamente, en efecto, una prodigalidad creadora

inagotable, libre de toda sujeción.

Pero allá donde Bergson veía la prueba más manifiesta de que el

«principio de la vida» es la misma evolución, la biología moderna

reconoce, al contrario, que todas las propiedades de los seres vivos

reposan sobre un mecanismo fundamental de conservación

molecular. Para la teoría moderna, la evolución no es de ningún modo

una propiedad de los seres vivos, ya que tiene su raíz en las

imperfecciones mismas del mecanismo conservador que constituye

su único privilegio. Es preciso, pues, decir que la misma fuente de

perturbaciones, de «ruido» que, en un sistema no vivo, es decir no

replicativo, aboliría poco a poco toda estructura, es el origen de la

evolución en la biosfera, y demuestra su total libertad creadora,

gracias a este conservatorio del azar, sordo al ruido tanto como a la

música: la estructura replicativa del ADN.

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Capítulo 7

Evolución

Contenido:

§. El azar y la necesidad

§. Riqueza de la fuente de azar

§. «Paradoja» de la estabilidad de las especies

§. La irreversibilidad de la evolución y el segundo principio

§. Origen de los anticuerpos

§. El comportamiento como orientando las presiones de selección

§. El lenguaje y la evolución del hombre

§. La adquisición primaria del lenguaje

§. La adquisición del lenguaje programado en el desarrollo

epigenético del cerebro

Los acontecimientos elementales iniciales que abren la vía de la

evolución a esos sistemas intensamente conservadores que son los

seres vivos, son microscópicos, fortuitos y sin ninguna relación con

los efectos que puedan entrañar en el funcionamiento teleonómico.

§. El azar y la necesidad

Pero, una vez inscrito en la estructura del ADN, el accidente

singular, y como tal esencialmente imprevisible, va a ser mecánica y

fielmente replicado y traducido, es decir a la vez multiplicado y

transpuesto a millones o a miles de millones de ejemplares. Sacado

del reino del puro azar, entra en el de la necesidad, de las

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certidumbres más implacables. Porque es a escala macroscópica, la

del organismo, a la que opera la selección.

Muchos espíritus distinguidos, aún hoy, parecen no poder aceptar,

ni incluso comprender, que de una fuente de ruido la selección haya

podido, ella sola, sacar todas las músicas de la biosfera. La

selección opera, en efecto, sobre los productos del azar y no puede

alimentarse de otra forma; pero opera en un dominio de exigencias

rigurosas donde el azar es desterrado. Es de estas exigencias, y no

del azar, de donde la evolución ha sacado sus orientaciones

generalmente ascendentes, sus conquistas sucesivas, el crecimiento

ordenado del que ella parece dar la imagen.

Algunos evolucionistas post-darwinianos han tenido, además, la

tendencia de propagar una idea empobrecida de la selección

natural, una idea ingenuamente feroz: la de la pura y simple «lucha

por la vida», expresión, además, que no es de Darwin, sino de

Spencer. Los neo-darwinianos de principio de siglo han propuesto,

al contrario, una concepción mucho más rica y han mostrado, sobre

la base de teorías cuantitativas, que el factor decisivo de la selección

no es la «lucha por la vida» sino, en el seno de una especie, la tasa

diferencial de reproducción.

Los datos de la biología contemporánea permiten aclarar y precisar

aún más la noción de selección. Tenemos, particularmente, de la

potencia, de la complejidad y de la coherencia de la red cibernética

intracelular (incluso en los organismos más simples) una idea

bastante clara, antes ignorada, que nos permite, mucho mejor que

antiguamente, comprender que toda «novedad», bajo la forma de

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una alteración de la estructura de una proteína, podrá o no ser

aceptada en función de su compatibilidad con el conjunto de un

sistema ya ligado por innumerables sujeciones que deciden la

ejecución del proyecto del organismo. Las únicas mutaciones

aceptables son, pues, las que, por lo menos, no reducen la

coherencia del aparato teleonómico, sino más bien lo confirman en

la orientación ya adoptada o, sin duda más raramente, lo

enriquecen de nuevas posibilidades.

El aparato teleonómico, tal como funciona cuando se expresa por

primera vez una mutación, es el que define las condiciones iniciales

esenciales de la admisión, temporal o definitiva, o del rechazo de la

tentativa nacida del azar. Es la performance teleonómica, expresión

global de las propiedades de la red de las interacciones

constructivas y reguladoras, la que es juzgada por la selección, y es

de este hecho que la evolución parece cumplir un «proyecto»: el de

prolongar y amplificar un «sueño» ancestral.

§. Riqueza de la fuente de azar

Gracias a la perfección conservadora del aparato replicativo, toda

mutación, considerada individualmente, es un acontecimiento muy

raro. En las bacterias, únicos organismos de los que se tienen

numerosos y precisos datos en esta materia, se puede admitir que la

probabilidad, para un gen dado, de sufrir una mutación que altere

sensiblemente las propiedades funcionales de la proteína

correspondiente, es del orden de 10−6 a 10−8 por generación celular.

Pero en algunos mililitros de agua una población de varios miles de

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millones de células puede desarrollarse. En una población así, se

tiene, pues, la certeza de que toda mutación dada está representada

por 10, 100 o 1.000 ejemplares. Se puede estimar igualmente que el

número total de mutantes de todas las especies de esta población es

del orden de 105 a 106.

A escala de la población, en consecuencia, la mutación no es en

ningún modo un fenómeno excepcional; es la regla. O sea que es en

el seno de la población, pero no en los individuos aislados, donde se

ejerce la presión de selección. Las poblaciones de organismos

superiores, es cierto, no alcanzan las dimensiones que las de las

bacterias, pero:

1. El genoma de un organismo superior, por ejemplo un

mamífero, contiene mil veces más genes que el de una

bacteria;

2. el número de generaciones celulares, o sea de probabilidades

de mutaciones, en la línea germinal de óvulo a óvulo o de

espermatozoide a espermatozoide es muy grande.

Es quizá lo que explica que la tasa de algunas mutaciones en el

hombre parezca relativamente elevada: del orden de 10−4 a 10−5 por

ejemplo, para un cierto número de mutaciones, que provocan

enfermedades genéticas fácilmente señalables. También es preciso

hacer notar que las cifras aquí dadas no tienen en cuenta las

mutaciones individualmente no descubribles, pero que, asociadas

por recombinación sexual, podrían tener sensibles efectos. Es

probable que tales mutaciones hayan tenido más importancia en la

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evolución que aquellas cuyos efectos individuales son más

marcados.

En total, se puede estimar que, en la población humana actual

(3×109) se producen, en cada generación, de unos cien a mil millares

de millones de mutaciones. No doy esta cifra más que para dar una

idea de las dimensiones del inmenso depósito de variabilidad

fortuita que constituye el genoma de una especie, pese, una vez

más, a las propiedades celosamente conservadoras del mecanismo

replicativo.

§. «Paradoja» de la estabilidad de las especies

Teniendo en cuenta las dimensiones de esta enorme lotería y la

velocidad a la que actúa la naturaleza, no es ya la evolución, sino al

contrario la estabilidad de las «formas» en la biosfera lo que podría

parecer difícilmente explicable, si no casi paradójico.

Se sabe que los planes de organización que corresponden a las

principales ramificaciones del reino animal estaban diferenciados

desde el fin del Cámbrico, o sea hace 500 millones de años. Se sabe

también que incluso ciertas especies no han evolucionado

sensiblemente desde centenas de millones de años. La lingula, por

ejemplo, desde hace 450 millones de años; en cuanto a la ostra de

hace 150 millones de años, debía tener la misma apariencia y el

mismo sabor que las que se sirven en los restaurantes.37 En fin, se

puede estimar que la célula «moderna», caracterizada por su plan de

organización química invariante (empezando por la estructura del

37 Simpson, The Meaning of Evolution. Yale University Press (1967).

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código genético y el mecanismo complicado de la traducción), existe

desde hace dos o tres miles de millones de años, ya provista sin

ninguna duda de potentes redes cibernéticas moleculares

asegurando su coherencia funcional.

La extraordinaria estabilidad de algunas especies, los miles de

millones de años que cubre la evolución, la invariancia del «plan»

químico fundamental de la célula no pueden evidentemente

explicarse más que por la extrema coherencia del sistema

teleonómico que, en la evolución, ha jugado pues el papel a la vez de

guía y de freno, y no ha retenido, amplificado, integrado más que

una ínfima fracción de las probabilidades que le ofrecía, en número

astronómico, la ruleta de la naturaleza.

El sistema replicativo, por su parte, lejos de poder eliminar las

perturbaciones microscópicas de las que es inevitablemente el

objeto, no sabe al contrario más que registrarlas y ofrecerlas, casi

siempre vanamente, al filtro teleonómico cuyas performances son

juzgadas, en último caso, por la selección.

* * * *

Una mutación simple, puntual, como la sustitución de una letra del

código por otra, en el ADN, es reversible. La teoría lo prevé, y la

experiencia lo prueba. Pero toda evolución sensible, como la

diferenciación de dos especies, incluso muy vecinas, resulta de un

gran número de mutaciones independientes, sucesivamente

acumuladas en la especie original, y después, siempre al azar,

recombinadas gracias al «flujo genético» promovido por la

sexualidad. Un fenómeno así, en razón del número de los

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acontecimientos independientes del que resulta, es estáticamente

irreversible.

§. La irreversibilidad de la evolución y el segundo principio

La evolución en la biosfera es pues un proceso necesariamente

irreversible, que define una dirección en el tiempo; dirección que es

la misma que la que impone la ley de crecimiento de la entropía, es

decir, el segundo principio de la termodinámica. Se trata de mucho

más que de una comparación. El segundo principio está fundado

sobre consideraciones estadísticas idénticas a las que establecen la

irreversibilidad de la evolución. De hecho, es legítimo considerar la

irreversibilidad de la evolución como una expresión del segundo

principio en la biosfera. El segundo principio, no formulando más

que una predicción estadística, no excluye, desde luego, que un

sistema macroscópico cualquiera no pueda, en un movimiento de

muy débil amplitud y con una duración muy corta, remontar la

cuesta de la entropía, es decir, en cierto modo remontar el tiempo.

En los seres vivos, son precisamente estos únicos y fugitivos

movimientos los que, captados y reproducidos por el mecanismo

replicativo, han sido retenidos por la selección. En este sentido la

evolución selectiva, fundada sobre la elección de los raros y

preciosos incidentes que también contiene, entre infinidad de otros,

el inmenso depósito del azar microscópico, constituye una especie

de máquina de remontar el tiempo.

No es sorprendente, sino al contrario muy natural, que los

resultados obtenidos por este mecanismo de remontar el tiempo: la

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tendencia general ascendente de la evolución, el perfeccionamiento

y el enriquecimiento del aparato teleonómico, hayan parecido

milagrosos a unos, paradójicos a otros y que la teoría moderna

«darwiniano-molecular» de la evolución sea hoy todavía considerada

con suspicacia por algunos pensadores, filósofos o incluso biólogos.

§. Origen de los anticuerpos

Esto resulta, al menos por una parte, de la extrema dificultad que

existe en concebir la inagotable riqueza de la fuente de azar donde

bebe la selección. Hay, sin embargo, un ejemplo destacable en el

sistema de defensa del organismo por los anticuerpos.

Los anticuerpos son proteínas dotadas de la propiedad de reconocer

por asociación estéreo-específica substancias extrañas al organismo

y que lo han invadido, bacterias o virus, por ejemplo. Pero, como

sabemos, el anticuerpo que reconoce electivamente una substancia

dada, por ejemplo un «motivo estérico» particular a una cierta

especie bacteriana, no aparece en el organismo (para habitarlo

durante un cierto tiempo) más que después que éste haya hecho, al

menos una vez, la «experiencia» (por la vacunación, espontánea o

artificial). Se ha demostrado, además, que el organismo es capaz de

formar anticuerpos adaptados prácticamente a no importa qué

motivo estérico, natural o sintético. Las potencialidades, en este

aspecto, parecen prácticamente infinitas.

Se ha supuesto, pues, durante largo tiempo, que la fuente de

información para la síntesis de la estructura asociativa específica

del anticuerpo era el mismo antígeno. Pero está establecido hoy que

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la estructura del anticuerpo no debe nada al antígeno: en el seno

del organismo células especializadas, producidas en gran número,

poseen la propiedad —única— de «jugar a la ruleta» en una parte,

bien definida, de los segmentos genéticos que determinan la

estructura de los anticuerpos. El funcionamiento exacto de esta

ruleta genética especializada y ultrarrápida no está aún

enteramente elucidado: es verosímil, sin embargo, que intervengan

tanto recombinaciones como mutaciones, unas y otras en todo caso

produciéndose al azar, en la ignorancia total de la estructura del

antígeno. Éste, por el contrario, juega el papel de selector,

favoreciendo diferencialmente la multiplicación de las células

capaces de producir un anticuerpo que pueda reconocerle.

Es muy notable encontrar, en la base de uno de los fenómenos de

adaptación molecular más exquisitamente precisos que se conoce,

una fuente al azar. Pero está claro (a posteriori) que sólo una fuente

así puede ser lo bastante rica para ofrecer al organismo medios de

defensa en cierto modo «acimutales».

§. El comportamiento como orientando las presiones de

selección

Otra dificultad para la teoría selectiva proviene de haber sido

demasiado a menudo comprendida o presentada como dependiente

de las solas condiciones del medio exterior como agentes de la

selección. Ésta es una concepción completamente errónea.

Porque las presiones de selección que ejercen sobre los organismos

las condiciones externas, no son en ningún caso independientes de

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las performances teleonómicas características de la especie.

Organismos diferentes viviendo en el mismo «nicho» ecológico,

tienen con las condiciones externas (comprendidos los demás

organismos), interacciones muy diferentes y especificas. Son estas

interacciones específicas, en parte «escogidas» por el mismo

organismo, las que determinan la naturaleza y la orientación de la

presión de selección que él sufre. Digamos que las «condiciones

iniciales» de selección que encuentra una mutación nueva,

comprenden a la vez, y de forma indisoluble, el medio exterior y el

conjunto de las estructuras y performances del aparato teleonómico.

Es evidente que el papel de las performances teleonómicas en la

orientación de la selección es cada vez mayor a medida que se eleva

el nivel de organización, es decir de autonomía del organismo

respecto al medio. Y esto, al extremo que se pueda considerar sin

duda este papel como decisivo en los organismos superiores, cuya

supervivencia y reproducción dependen ante todo de su

comportamiento.

Es, además, evidente que la elección inicial de uno y otro tipo de

comportamiento podrá a menudo tener una influencia de gran

duración, no sólo para la especie donde será manifestada por

primera vez, sino para toda su descendencia, aunque constituya un

grupo entero. Como se sabe, las grandes articulaciones de la

evolución han sido debidas a la invasión de nuevos espacios

ecológicos. Si los vertebrados tetrápodos han aparecido y han

podido dar la maravillosa expansión que representan los anfibios,

los reptiles, las aves y los mamíferos, es porque en el origen, un pez

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Colaboración de Sergio Barros 150 Preparado por Patricio Barros

primitivo «eligió» el ir a explorar la tierra donde no podía sin

embargo desplazarse más que saltando dificultosamente. Él creó

así, como consecuencia de una modificación de comportamiento, la

presión de selección que debía desarrollar los poderosos miembros

de los tetrápodos. Entre los descendientes de este explorador audaz,

este Magallanes de la evolución, algunos pueden correr a más de 70

km/h, otros trepan a los árboles con una sorprendente agilidad,

otros en fin han conquistado el aire, cumpliendo, prolongando,

amplificando de modo prodigioso el «sueño» del pez ancestral.

El hecho de que, en la evolución de algunos grupos, se observe una

tendencia general, sostenida durante millones de años, al desarrollo

aparentemente orientado de ciertos órganos, atestigua que la

elección inicial de un cierto tipo de comportamiento (ante la

agresión de un predador por ejemplo) compromete a la especie a

permanecer en la vía de un perfeccionamiento continuo de las

estructuras y performances que son el soporte de este

comportamiento. Debido a que los antecesores del caballo habían

escogido vivir en la llanura y huir al acercarse un predador (antes

que intentar defenderse o esconderse), la especie moderna, tras una

larga evolución que comprende múltiples estados de reducción,

anda hoy sobre el extremo de un solo dedo.

Se sabe que ciertos comportamientos muy precisos y complejos,

como las ceremonias prenupciales de las aves, están estrechamente

emparejados a ciertas características morfológicas particularmente

llamativas. Es cierto que la evolución de este comportamiento y la

del carácter anatómico sobre la que reposa van a la par, una

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Colaboración de Sergio Barros 151 Preparado por Patricio Barros

atrayendo y reforzando a la otra bajo la presión de la selección

sexual. Desde que ella comienza a desarrollarse en una especie,

todo adorno asociado al éxito del acoplamiento no hace más que

reforzar, confirmar en suma, la presión de selección inicial, y en

consecuencia favorecer todo perfeccionamiento de este mismo

adorno. Es pues legítimo decir que es el instinto sexual, en suma, el

deseo, el que ha creado las condiciones de selección de algunos

magníficos plumajes.38

Lamarck pensaba que la tensión de los esfuerzos desplegados por

un animal para «triunfar en la vida» actuaba en algún modo sobre

su patrimonio hereditario para incorporarse y modelar directamente

su descendencia. El inmenso cuello de la jirafa expresaba en suma

la voluntad constante que habían tenido sus antepasados de llegar

a las ramas más altas de los árboles. Hipótesis hoy en día

inaceptable, desde luego, pero que muestra que la pura selección,

operando sobre los elementos del comportamiento, desemboca en el

resultado que Lamarck quería expresar el estrecho emparejamiento

de las adaptaciones anatómicas y de las performances específicas.

§. El lenguaje y la evolución del hombre

Es en estos términos en los que es preciso considerar el problema

de las presiones de selección que han orientado la evolución del

hombre. Problema de un interés excepcional, independientemente

incluso del hecho de que se trate de nosotros, y que al discernir

mejor en su evolución las raíces de nuestro ser, pudiera llegarse a

38 Cf. N. Tinbergen, Social Behavior in Animals, Methuen, Londres (1953)

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Colaboración de Sergio Barros 152 Preparado por Patricio Barros

comprenderlo mejor en su actual naturaleza. Porque un observador

imparcial, un marciano por ejemplo, debería sin ninguna duda

reconocer que el desarrollo de la performance específica del hombre,

el lenguaje simbólico, acontecimiento único en la biosfera, abre el

camino a otra evolución, creadora de un nuevo reino, el de la

cultura, de las ideas, del conocimiento.

Acontecimiento único: los lingüistas modernos han insistido en el

hecho de que el lenguaje simbólico del hombre es absolutamente

irreductible a los medios de comunicación tan diversos (auditivos,

táctiles, visuales u otros) empleados por los animales. Actitud sin

ninguna duda justificada. Pero de aquí a afirmar que la

discontinuidad en la evolución ha sido absoluta, que el lenguaje

humano desde el origen no debía estrictamente nada, por ejemplo, a

un sistema de llamadas y avisos variados como los que

intercambian los grandes simios, me parece un paso difícil de

franquear, en todo caso una hipótesis inútil.

El cerebro de los animales es, sin duda alguna, capaz, no sólo de

registrar informaciones, sino también de asociarlas y

transformarlas, y de restituir el resultado de estas operaciones bajo

forma de una performance individual; pero no, y éste no es el punto

esencial, bajo una forma que permita comunicar a otro individuo

una asociación o transformación original, personal. Esto es,

contrariamente a lo que permite el lenguaje humano, lo que hace

que se le pueda considerar por definición como nacido el día en que

combinaciones creadoras, asociaciones nuevas, realizadas en un

individuo, pudieron, transmitidas a otros, no perecer con él.

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Colaboración de Sergio Barros 153 Preparado por Patricio Barros

No se conocen lenguas primitivas: en todas las razas de nuestra

única especie moderna, el instrumento simbólico ha llegado

sensiblemente al mismo nivel de complejidad y poder de

comunicación. Según Chomsky, además, la estructura profunda, la

«forma» de todas las lenguas humanas es la misma. Las

extraordinarias performances que la lengua a la vez representa y

autoriza, están evidentemente asociadas al desarrollo considerable

del sistema nervioso central en el Homo sapiens; desarrollo que

constituye además su rasgo anatómico más distintivo.

Se puede hoy afirmar que la evolución del hombre, desde sus más

antiguos antecesores conocidos, se ha centrado ante todo en el

desarrollo progresivo de la caja craneana, o sea del cerebro.

Ha sido necesario para ello una presión de selección orientada,

continuada, y sostenida desde más de dos millones de años. Presión

de selección considerable, porque esta duración es relativamente

corta, y específica porque no se ve nada parecido en ninguna otra

raza: la capacidad craneana de los simios antropomorfos modernos

no es más grande casi que la de sus antecesores de hace algunos

millones de años.

Es imposible no suponer que entre la evolución privilegiada del

sistema nervioso central del hombre y la de la performance única

que lo caracteriza, no hubiese habido un emparejamiento muy

estrecho, que hizo del lenguaje no sólo el producto, sino una de las

condiciones iniciales de esta evolución.

La hipótesis que me parece más verosímil es que, aparecida muy

prontamente en nuestra raza, la comunicación simbólica más

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Colaboración de Sergio Barros 154 Preparado por Patricio Barros

rudimentaria, por las posibilidades radicalmente nuevas que ofrecía,

constituyó una de estas «elecciones» iniciales que comprometen el

porvenir de la especie creando una presión de selección nueva; esta

selección debía favorecer el desarrollo de la performance lingüística y

por consecuencia la del órgano que la sirve, el cerebro. Hay, creo, a

favor de esta hipótesis, argumentos bastante poderosos.

Los hominianos auténticos más antiguos que se conocen hoy (los

Australopitecos, que Leroi-Gourhan, con razón prefiere llamar

Australántropos) poseían ya, lo que los definía además, las

características que distinguen al hombre de sus más próximos

parientes, los póngidos (es decir los simios antropoides). Los

Australántropos habían adoptado la posición erecta, asociada no

sólo a una especialización del pie, sino a numerosas modificaciones

del esqueleto y de la musculatura, principalmente de la columna

vertebral y de la posición del cráneo en relación a aquélla. Se ha

insistido a menudo sobre la importancia que ha debido tener, en la

evolución del hombre, la liberalización de las servidumbres de la

marcha a cuatro patas practicada por todos los antropoides, a

excepción sin embargo del gibón. Nadie duda que esta invención,

muy antigua (anterior a los Australántropos), haya tenido una

extrema importancia: sólo ella podía permitir a nuestros

antepasados convertirse en cazadores capaces, sin dejar de andar o

de correr, de utilizar sus miembros anteriores.

La capacidad craneana de estos hominianos primitivos era sin

embargo apenas superior a la de un chimpancé y ligeramente

inferior a la de un gorila. El peso del cerebro no es seguramente

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Colaboración de Sergio Barros 155 Preparado por Patricio Barros

proporcional a sus performances. Nadie duda, sin embargo, que le

impone un límite, y que el Homo sapiens no hubiese podido emerger

sino gracias al desarrollo de su caja craneana.

Sea lo que sea, parece establecido que si el cerebro del Zijántropo no

pesaba más que el del gorila, era, sin embargo capaz de

performances desconocidas para los póngidos: El Zijántropo, en

efecto, tenía una industria, tan primitiva a decir verdad que sus

«útiles» no son reconocibles como artefactos más que por la

repetición de las mismas estructuras, muy rudimentarias, y por su

agrupamiento alrededor de ciertos esqueletos fósiles. Los grandes

simios emplean «útiles» naturales, piedras o ramas de árboles,

cuando se presenta la ocasión, pero no producen nada comparable

a artefactos confeccionados según una norma reconocible.

Así el Zijántropo debe ser considerado como un Homo faber muy

primitivo. Luego, parece muy verosímil, que entre el desarrollo del

lenguaje y el de una industria testimoniando una actividad

proyectiva y disciplinada, deba haber una correlación muy

estrecha.39 Parece pues razonable suponer que los Australántropos

poseían un instrumento de comunicación simbólica a la medida de

su industria rudimentaria. Además, si es cierto como piensa Dart,40

que los Australántropos cazaban con éxito, como otros animales,

bestias poderosas y peligrosas como el rinoceronte, el hipopótamo y

la pantera, sería preciso que esto fuera una performance convenida

39 Leroi-Gourhan, Le geste et la parole, Albin-Michel (1964). R. L. Holloway, «Current

Anthropology», 10, 395 (1969) - J. Bronowsky, en To Honor Roman Jakobson, Mouton, París,

página 347 (1967). 40 Según Leroi-Gourhan, loc. cit.

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Colaboración de Sergio Barros 156 Preparado por Patricio Barros

de antemano por un grupo de cazadores. Proyecto cuya formulación

previa habría exigido el empleo de un lenguaje.

A esta hipótesis parecía oponerse el débil desarrollo en volumen del

cerebro de los Australántropos. Pero recientes experiencias con un

joven chimpancé parecen mostrar que, si los simios son incapaces

de aprender el lenguaje articulado, pueden asimilar y utilizar

algunos elementos del lenguaje simbólico de los sordomudos.41

Podemos entonces suponer que la adquisición del poder de

simbolización articulada ha podido depender de modificaciones

neuromotrices, no necesariamente muy complejas, en un animal

que era, en este estado, más inteligente que un chimpancé actual.

Pero es evidente que una vez franqueado este paso, el uso de un

lenguaje, por primitivo que sea, no puede dejar de acrecentar en

proporciones considerables el valor de supervivencia de la

inteligencia, y de crear en favor del desarrollo del cerebro una

precisión de selección poderosa y orientada, tal como ninguna

especie afásica podía jamás esperar. En el momento que existe un

sistema de comunicación simbólica, los individuos, o más bien los

grupos mejor dotados para su empleo, adquieren sobre los otros

una ventaja incomparablemente más grande que la que les habría

conferido una igual superioridad de inteligencia a individuos de una

especie desprovista de lenguaje. Vemos también que la presión de

selección debida al uso de un lenguaje debe favorecer especialmente

la evolución del sistema nervioso central en el sentido de una

41 B. T. Gardner y R. A. Gardner, en Behavior of nonhuman Primates, Schrier y Stolnitz, Edit.,

Academic Press, Nueva York (1970).

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inteligencia de un cierto tipo: el que es más apto para explotar esta

performance particular, específica, dueña de inmensos poderes.

§. La adquisición primaria del lenguaje

Esta hipótesis sólo seria atrayente y razonable si no hubiese además

adquirido singular importancia al haber sido reclamada por algunos

datos relativos al actual lenguaje. El estudio de la adquisición del

lenguaje por el niño sugiere de modo irresistible42 que si este

proceso nos parece milagroso se debe a que es, por naturaleza,

profundamente diferente del aprendizaje regular de un sistema de

reglas formales. El niño no aprende regla alguna, ni siquiera intenta

imitar el lenguaje de los adultos. Podría decirse que en cada estadio

de su desarrollo toma del lenguaje aquello que le conviene. En el

estadio primerísimo (hacia el decimoctavo mes), el niño puede

poseer un stock de diez palabras, que siempre usa aisladamente,

sin asociarlas jamás, ni por imitación. Más tarde asociará las

palabras de dos en dos, o de tres en tres, etc., de acuerdo con una

síntesis que tampoco es simple repetición o imitación del lenguaje

adulto. Este proceso parece que es universal y que su cronología es

idéntica para todas las lenguas. La facilidad con que, en dos o tres

años (después del primero), este juego del niño con la lengua le da

sobre ella un perfecto dominio parece siempre increíble al

observador adulto.

Por eso es difícil no ver el reflejo de un proceso embriológico,

epigenético, en el curso del cual se desarrollan las estructuras

42 E. Lenneberg, Biological Foundations of Language, Wiley, Nueva York (1976).

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neurales subyacentes a las performances lingüísticas. Esta hipótesis

se ve confirmada por las observaciones relativas a las afasias de

origen traumático. Cuando se dan en el niño, estas afasias

retroceden tanto más rápidamente y más completamente cuanto

más joven sea el pequeño. Estas lesiones son, al contrario,

irreversibles cuando ocurren en la pubertad o más tarde. Todo un

conjunto de observaciones, además de las aducidas, confirman que

existe una edad crítica para la adquisición espontánea del lenguaje.

Cada cual sabe perfectamente que aprender una segunda lengua en

la edad adulta exige un esfuerzo voluntario sistemático y sostenido.

El estatuto de la lengua aprendida en estas condiciones permanece

siempre prácticamente inferior al de la lengua natal, aprendida

espontáneamente.

§. La adquisición del lenguaje programado en el desarrollo

epigenético del cerebro

La idea de que la adquisición primaria del lenguaje está vinculada a

un proceso de desarrollo epigenético se ve confirmada por los datos

anatómicos. En efecto, se sabe que la maduración del cerebro

prosigue después del nacimiento para acabar en la pubertad. Este

desarrollo parece consistir esencialmente en un enriquecimiento

considerable de las intercomunicaciones de las neuronas corticales.

Este proceso, muy rápido durante los dos primeros años, se retrasa

después. No continúa (visiblemente) más allá de la pubertad y

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Colaboración de Sergio Barros 159 Preparado por Patricio Barros

cubre, por consiguiente, el «período crítico» durante el que la

adquisición primaria es posible.43

De esto a pensar que si, en el niño, la adquisición del lenguaje

parece tan milagrosamente espontánea es porque se inscribe en la

misma trama de desarrollo epigenético, una de cuyas funciones es

acogerle, entonces sólo hay un paso que, por mi parte, no dudo en

dar. Para intentar ser un poco más preciso: de este crecimiento

postnatal del córtex depende, sin duda alguna, el desarrollo de la

función cognitiva. Es la adquisición del lenguaje en el curso mismo

de esta epigénesis lo que permitiría asociarlo a la función cognitiva y

esto de un modo tan íntimo que es muy difícil para nosotros

disociar, por la introspección, la performance lingüística del

conocimiento que explícita.

Se admite en general que el lenguaje no constituye más que una

«superestructura», a lo que se llega, claro está, por la extrema

diversidad de las lenguas humanas, productos de la segunda

evolución, la de la cultura. Sin embargo, la amplitud y el

refinamiento en el Homo sapiens de las funciones cognitivas no

encuentran, evidentemente, su razón de ser más que y por el

lenguaje. Privadas de este instrumento, son, en su mayor parte,

inutilizables, paralizadas. En este sentido la capacidad lingüística

ya no puede ser considerada como una superestructura. Es preciso

admitir que entre las funciones cognitivas y el lenguaje simbólico,

que ellas reclaman y por las que se explicitan, hay en el hombre

43 Lenneberg, loc. Cit.

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Colaboración de Sergio Barros 160 Preparado por Patricio Barros

moderno una estrecha simbiosis, que no puede ser producto más

que de una larga evolución común.

Se sabe que, según Chomsky y su escuela, bajo la extrema

diversidad de las lenguas humanas, el análisis lingüístico en

profundidad revela una «forma» común a todas ellas. Esta forma

debe pues, según Chomsky, ser considerada como innata y

característica de la especie. Esta concepción ha escandalizado a

algunos filósofos o antropólogos que ven en ella un retomo a la

metafísica cartesiana. A condición de aceptar el contenido biológico

implícito, esta condición no me choca en absoluto. Ella me parece,

al contrario, natural, a partir del momento en que se admite que la

evolución de las estructuras corticales del hombre no ha podido

dejar de ser influenciada, en una parte importante, por una

capacidad lingüística adquirida de modo muy temprano en el

estadio más rudimentario. Lo que es lo mismo que admitir que el

lenguaje articulado, desde su aparición en el linaje humano, no ha

permitido solamente la evolución de la cultura, sino ha contribuido

de modo decisivo a la evolución física del hombre. Si ha sucedido

así, la capacidad lingüística que se revela en el curso del desarrollo

epigenético del cerebro forma parte actualmente de la «naturaleza

humana» definida en el seno del genoma en un lenguaje

radicalmente diferente del código genético. ¿Milagro? Ciertamente,

puesto que en última instancia se trata de un producto del azar.

Pero el día en que el Zijántropo, o cualquiera de sus compañeros,

usó por vez primera un símbolo articulado para representar una

categoría, aumentó por este hecho en proporciones inmensas la

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probabilidad de que un día emergiera un cerebro capaz de concebir

la Teoría darwiniana de la Evolución.

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Capítulo 8

Las fronteras

Contenido:

§. Las fronteras actuales del conocimiento biológico

§. El problema de los orígenes

§. El enigma del origen del código

§. La otra frontera: el sistema nervioso central

§. Funciones del sistema nervioso central

§. El análisis de las impresiones sensoriales

§. Innatismo y empirismo

§. La función de simulación

§. La ilusión dualista y la presencia del espíritu

Cuando se piensa en el inmenso camino recorrido por la evolución a

lo largo de tres mil millones de años, en la prodigiosa riqueza de las

estructuras que ha creado, en la milagrosa eficacia de las

performances de los seres vivos, de la bacteria al hombre, se puede

empezar a dudar que todo ello sea producto de una enorme lotería,

sacando números al azar, entre los cuales una selección ciega ha

designado los escasos ganadores.

§. Las fronteras actuales del conocimiento biológico

Al repasar en sus detalles las pruebas hoy acumuladas y ver que

esta concepción es la única compatible con los hechos

(principalmente con los mecanismos moleculares de la replicación,

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Colaboración de Sergio Barros 163 Preparado por Patricio Barros

de la mutación y de la traducción), se halla la certidumbre, pero no

sin embargo una comprensión inmediata, sintética e intuitiva, de la

evolución en su conjunto. El milagro está «explicado»: nos parece

aún milagroso. Como escribió Mauriac: «Lo que dice este profesor es

mucho más increíble aún que lo que nosotros, pobres cristianos,

creemos.»

Es cierto, como también lo es que no llegamos a formamos una

imagen mental satisfactoria de algunas abstracciones de la física

moderna. Pero sabemos también que tales dificultades no pueden

tomarse como argumento contra una teoría basada en las

certidumbres de la experiencia y de la lógica. Para la física,

microscópica o cosmológica, vemos la causa de la incomprensión

intuitiva: la escala de los fenómenos considerados trasciende las

categorías de nuestra experiencia inmediata. Sólo la abstracción

puede suplir esta incapacidad, sin curarla. Para la biología la

dificultad es de otro orden. Las interacciones elementales sobre las

que reposa toda la trama son relativamente fáciles de comprender

gracias a su carácter mecanístico. Es la fenomenal complejidad de

los sistemas vivientes lo que desafía toda representación intuitiva

global. En biología como en física, no hay, en estas dificultades

subjetivas, argumento contra la teoría.

Se puede decir hoy en día que los mecanismos elementales de la

evolución están no sólo comprendidos en principio, sino

identificados con precisión. La solución encontrada es tanto más

satisfactoria cuanto que se trata de los mecanismos que aseguran la

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Colaboración de Sergio Barros 164 Preparado por Patricio Barros

estabilidad de las especies: invariancia replicativa del ADN,

coherencia teleonómica de los organismos.

La evolución sigue siendo en biología la noción central, destinada a

enriquecerse y precisarse durante mucho tiempo aún. Sin embargo,

en lo esencial, el problema está resuelto y la evolución no figura ya

en las fronteras del conocimiento.

Por mi parte, veo estas fronteras situadas en los dos extremos de la

evolución: el origen de los primeros sistemas vivientes por un lado, y

por otro el funcionamiento del sistema más intensamente

teleonómico que jamás haya surgido; me refiero al sistema nervioso

central del hombre. En el presente capítulo, querría intentar

delimitar estas dos fronteras de lo desconocido.

§. El problema de los orígenes

Se podría pensar que el descubrimiento de los mecanismos

universales sobre los que reposan las propiedades esenciales de los

seres vivos ha facilitado la solución del problema de los orígenes. De

hecho, estos descubrimientos, renovando casi enteramente la

cuestión, planteada hoy en términos mucho más precisos, la han

revelado más difícil todavía de lo que antes parecía.

Se pueden a priori definir tres etapas en el proceso que ha podido

conducir a la aparición de los primeros organismos:

a) la formación en la tierra de los constituyentes químicos

esenciales de los seres vivos, nucleótidos y aminoácidos;

b) la formación, a partir de estos materiales, de las primeras

macromoléculas de replicación;

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c) la evolución que, alrededor de estas «estructuras replicativas»,

ha construido un aparato teleonómico, hasta llegar a la célula

primitiva.

Los problemas que plantea la interpretación de cada una de estas

etapas son diferentes.

La primera, llamada a menudo la fase «prebiótica», es ampliamente

accesible, no sólo en la teoría, sino en la experiencia. Si la

incertidumbre continúa, y continuará sin duda, en lo tocante a las

vías que ha seguido de hecho la evolución química prebiótica, el

cuadro de conjunto, por otra parte, parece bastante claro. Las

condiciones de la atmósfera y de la corteza terrestre, hace cuatro

mil millones de años, eran favorables a la acumulación de ciertos

compuestos simples del carbono, tales como el metano. Había

también agua y amoníaco. Y, de estos compuestos simples y en

presencia de catalizadores no biológicos, se obtienen bastante

fácilmente numerosos cuerpos más complejos, entre los que figuran

aminoácidos y precursores de los nucleótidos (bases nitrogenadas,

azúcares). El hecho notable es que, en ciertas condiciones, en que la

reunión parece muy plausible, el rendimiento de estas síntesis en

cuerpos idénticos o análogos a los constituyentes de la célula

moderna, es muy elevado.

Se puede considerar pues como probado que, en un momento dado,

sobre la Tierra, algunas extensiones de agua podrían contener en

solución concentraciones elevadas de los constituyentes esenciales

de las dos clases de macromoléculas biológicas, ácidos nucleicos y

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proteínas. En esta «sopa prebiótica» diversas macromoléculas

podían formarse por polimerización de sus precursores,

aminoácidos y nucleótidos. En efecto, se han obtenido en

laboratorio, en condiciones «plausibles», polipéptidos y

polinucleótidos parecidos por su estructura general a las

macromoléculas «modernas».

Hasta aquí, en consecuencia, no hay grandes dificultades. Pero la

primera etapa decisiva no está franqueada: la formación de

macromoléculas capaces, en las condiciones de la sopa primitiva, de

promover su propia replicación sin el auxilio de ningún aparato

teleonómico. Esta dificultad no parece invencible. Se ha mostrado

que una secuencia polinucleotídica puede efectivamente guiar, por

emparejamiento espontáneo, la formación de elementos de

secuencia complementaria. Está claro que un mecanismo así sería

muy ineficaz y sujeto a innumerables errores. Pero, desde el

momento en que entran en juego, los tres procesos fundamentales

de la evolución: replicación, mutación, selección, comienzan a

operar y dan una ventaja considerable a las macromoléculas más

aptas, por su estructura secuencial, para replicarse

espontáneamente.44

La tercera etapa es, por hipótesis, la emergencia gradual de los

sistemas teleonómicos que, alrededor de la estructura replicativa,

deben construir un organismo, una célula primitiva. Es aquí cuando

se llega verdaderamente a la «barrera del sonido», porque no

tenemos la más mínima idea de cómo podía ser la estructura de una

44 L. Orgel, loc. cit.

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Colaboración de Sergio Barros 167 Preparado por Patricio Barros

célula primitiva. El sistema viviente más simple que conocemos, la

célula bacteriana, pequeña maquinaria de una complejidad y una

eficacia extremas, alcanzó seguramente su presente estado de

perfección hace unos mil millones de años. El plan de conjunto de

la química de esta célula es el mismo que el de todos los demás

seres vivientes. Ella emplea el mismo código genético y la misma

mecánica de traducción que, por ejemplo, las células humanas.

Así, las células más simples que nos es posible estudiar, no tienen

nada de «primitivo». Son el producto de una selección que ha

podido, a través de quinientos o mil millares de millones de

generaciones, acumular un aparejo teleonómico tan poderoso que

los vestigios de las estructuras verdaderamente primitivas son

indiscernibles. Reconstruir, sin fósiles, semejante evolución es

imposible. De todos modos quería intentar sugerir una hipótesis

plausible en cuanto a la vía seguida por esta evolución, sobre todo

en su punto de arranque.

El desarrollo del sistema metabólico, que debió, a medida que se

empobrecía el caldo primitivo, «aprender» a movilizar el potencial

químico y a sintetizar los constituyentes celulares, plantea ingentes

problemas. Igual sucede para la emergencia de la membrana de

permeabilidad selectiva sin la que no puede haber célula viable.

Pero el mayor problema es el origen del código genético y del

mecanismo de su traducción. De hecho, no es de un «problema» de

lo que debería hablarse, sino más bien de un verdadero enigma.

§. El enigma del origen del código

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Colaboración de Sergio Barros 168 Preparado por Patricio Barros

El código no tiene sentido si no es traducido. La máquina traductora

de la célula moderna comporta al menos cincuenta constituyentes

macromoleculares que son ellos mismos codificados en el ADN: el

código no puede ser traducido más que por productos de traducción.

Es la expresión moderna de omne vivum ex ovo. ¿Cuándo y cómo se

cerró este anillo? Es demasiado difícil de imaginar. Pero el hecho de

que el código sea hoy descifrado y conocido por ser universal

permite al menos plantear el problema en términos precisos;

simplificando un poco bajo el aspecto de la siguiente alternativa:

a) la estructura del código se explica por razones químicas, o más

exactamente estereoquímicas; si un cierto código ha sido

«escogido» para representar un cierto aminoácido, es porque

existe entre ellos una cierta afinidad estereoquímica;

b) la estructura del código es químicamente arbitraria; el código,

tal como nosotros lo conocemos, resulta de una serie de

elecciones al azar que poco a poco lo han enriquecido.

La primera hipótesis parece con mucho la más seductora. En

primer lugar porque explicaría la universalidad del código. A

continuación porque permitiría imaginar un mecanismo primitivo de

traducción en el que el alineamiento secuencial de los aminoácidos

para formar un polipéptido sería debido a una interacción directa

entre los aminoácidos y la estructura replicativa. En fin, y

principalmente, porque esta hipótesis, si fuera verdadera, seria en

principio verificable. Pero de las numerosas tentativas de

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Colaboración de Sergio Barros 169 Preparado por Patricio Barros

verificación que han sido hechas, el balance, por el momento, debe

ser considerado como negativo. 45

Quizá la última palabra sobre este asunto aún no haya sido

pronunciada. Esperando una confirmación que parece improbable,

pasamos a la segunda hipótesis, desagradable por razones

metodológicas, lo que no significa en ningún modo que sea inexacta.

Desagradable por varias razones. No explica la universalidad del

código. Es preciso entonces admitir que, entre numerosas tentativas

de elaboración, una sola ha sobrevivido. Lo que, en sí, es muy

verosímil además, pero que no propone ningún modelo de

traducción primitiva. La especulación debe entonces suplirlo. Y no

faltan algunas muy ingeniosas: el campo está libre, demasiado libre.

El enigma sigue, y encubre también la respuesta a una pregunta de

profundo interés. La vida ha aparecido sobre la tierra: ¿cuál era

antes del acontecimiento la probabilidad de que apareciera? No

queda excluida, al contrario, por la estructura actual de la biosfera,

la hipótesis de que el acontecimiento decisivo no se haya producido

más que una sola vez. Lo que significaría que su probabilidad a

priori es casi nula.

Esta idea repugna a la mayoría de los hombres de ciencia. De un

acontecimiento único la ciencia no puede decir ni hacer nada. No

puede «discurrir», formando una clase, más que sobre

acontecimientos cuya probabilidad a priori, por débil que sea, es

finita. Además, por la universalidad misma de sus estructuras,

empezando por el código, la biosfera aparece como el producto de

45 Cf. F. Crick «Journal of Molecular Biology», 38, págs. 367-279 (1968).

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Colaboración de Sergio Barros 170 Preparado por Patricio Barros

un acontecimiento único. Es posible, desde luego, que este carácter

singular se deba a la eliminación, por la selección, de muchas otras

tentativas o variantes. Mas nada impone esta interpretación.

La probabilidad a priori de que se produzca un acontecimiento

particular entre todos los acontecimientos posibles en el universo,

está próxima a cero. No obstante el universo existe; es preciso que

se produzcan acontecimientos, cuya probabilidad (antes del

acontecimiento) sea ínfima. No tenemos, en la hora actual, el

derecho de afirmar, ni el de negar, que la vida haya aparecido una

sola vez sobre la Tierra, y que, por consecuencia, antes de que

existiera, sus posibilidades de ser fuesen casi nulas.

Esta idea no resulta desagradable sólo a los biólogos como hombres

de ciencia. Ella choca con nuestra tendencia humana de creer que

toda cosa real en el universo actual era necesaria, y desde siempre.

Nos es preciso estar siempre en guardia contra el sentimiento tan

poderoso del destino. La ciencia moderna ignora toda inmanencia.

El destino se escribe a medida que se cumple, no antes. El nuestro

no lo estaba antes de que emergiera la especie humana, única en la

biosfera en la utilización de un sentido lógico de comunicación

simbólica. Otro acontecimiento único que debería, por eso mismo,

prevenimos contra todo antropocentrismo. Si fue único, como quizá

lo fue la aparición de la misma vida, sus posibilidades, antes de

aparecer, eran casi nulas. El Universo no estaba preñado de la vida,

ni la biosfera del hombre. Nuestro número salió en el juego de

Montecarlo. ¿Qué hay de extraño en que, igual que quien acaba de

ganar mil millones, sintamos la rareza de nuestra condición?

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Colaboración de Sergio Barros 171 Preparado por Patricio Barros

§. La otra frontera: el sistema nervioso central

El lógico podría advertir al biólogo que sus esfuerzos para

«comprender» el entero funcionamiento del cerebro humano están

condenados al fracaso porque ningún sistema lógico sabe describir

integralmente su propia estructura. Esta advertencia estaría fuera

de lugar, tan lejos se está aún de esta frontera absoluta del

conocimiento. De todas maneras esta objeción lógica no se aplica al

análisis por el hombre del sistema nervioso central de un animal.

Sistema que se puede suponer menos complejo y menos potente que

el nuestro. Incluso en este caso, sin embargo, existe una dificultad

importante: la experiencia consciente de un animal nos resulta

impenetrable y sin duda siempre lo seguirá siendo. ¿Se puede

afirmar que una descripción exhaustiva del funcionamiento del

cerebro de una rana, por ejemplo, sería posible, en principio,

mientras que aquel dato permaneciera inaccesible? Se puede poner

en duda. De modo que la exploración del cerebro humano, pese a

las barreras opuestas a la experimentación, permanecerá siempre

irreemplazable, por la posibilidad que ofrece de comparar los datos

objetivos y subjetivos relativos a una experiencia.

Pase lo que pase, la estructura y el funcionamiento del cerebro

pueden y deben ser explotados simultáneamente en todos los

niveles accesibles con la esperanza de que estas investigaciones,

muy diferentes tanto por sus métodos como por su objeto

inmediato, convergerán un día. Por el momento ellas casi no

convergen más que por las dificultades que comportan.

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Colaboración de Sergio Barros 172 Preparado por Patricio Barros

Entre las más difíciles e importantes, están los problemas que

plantea el desarrollo epigenético de una estructura tan compleja

como el sistema nervioso central. En el hombre, comprende de 1012

a 1013 neuronas interconectadas por medio de unas 1014 a 1015

sinapsis, que asocian en algunos casos células nerviosas alejadas.

He mencionado ya el enigma que plantea la realización de

interacciones morfo-genéticas a distancia y no insistiré aquí sobre

ello. Al menos tales problemas pueden ser claramente planteados

gracias, indudablemente, a ciertas notables experiencias.46

No se puede comprender el funcionamiento del sistema nervioso

central a menos de conocer el del elemento lógico primario que

constituye la sinapsis. De todos los niveles de análisis es el más

accesible a la experiencia, y ciertas técnicas refinadas han aportado

una considerable masa de documentos. Se está lejos aún, sin

embargo, de una interpretación de la transmisión sináptica en

términos de interacciones moleculares. Problema esencial sin

embargo, ya que es aquí sin duda donde reside el último secreto de

la memoria. Se ha propuesto desde hace largo tiempo que éste sea

registrado en forma de una alteración más o menos irreversible de

las interacciones moleculares responsables de la transmisión del

influjo nervioso a nivel de un conjunto de sinapsis. Esta teoría tiene

mucha verosimilitud, pero no pruebas directas.47

46 Sperry, passim. 47 Una teoría según la cual la memoria estaría codificada en la secuencia de los radicales de

algunas macromoléculas (ácidos ribonucleicos) ha sido aceptada recientemente por algunos

fisiológicos. Éstos creen así aparentemente juntar y utilizar las concepciones sacadas del

estudio del código genético. Pero esta teoría es insostenible en relación, precisamente, con

nuestros conocimientos actuales sobre el código y los mecanismos de la traducción.

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Colaboración de Sergio Barros 173 Preparado por Patricio Barros

Pese a esta profunda ignorancia referente a los mecanismos

primarios del sistema nervioso central, la electrofisiología moderna

ha aportado resultados profundamente significantes sobre el

análisis y la integración de las señales nerviosas, principalmente en

ciertas vías sensoriales.

En primer lugar sobre las propiedades de la neurona como

integradora de las señales que puede recibir (por intermedio de las

sinapsis) de otras numerosas células. El análisis ha probado que la

neurona es estrechamente comparable, por sus performances, a los

componentes integrados de una calculadora electrónica. Es capaz

como éstos de efectuar, por ejemplo, todas las operaciones lógicas

del álgebra proposicional. Pero además puede adicionar o sustraer

diferentes señales teniendo en cuenta su coincidencia en el tiempo,

así como modificar la frecuencia de las señales que emite en función

de la amplitud de las que recibe. De hecho, parece que ningún

componente unitario, actualmente utilizado por las modernas

calculadoras, sea capaz de performances tan variadas y finamente

moduladas. Sin embargo la analogía entre las máquinas

cibernéticas y el sistema nervioso central es impresionante, y la

comparación fructuosa. Pero es preciso ver que se limita todavía a

los niveles inferiores de integración: primeros grados del análisis

sensorial por ejemplo. Las funciones superiores del córtex, en las

que el lenguaje es la expresión, parecen aún escaparse totalmente.

Nos podríamos preguntar si no habrá más que una diferencia

«cuantitativa» (grado de complejidad), o quizá se trate de una

diferencia «cualitativa». Esta pregunta para mí no tiene sentido.

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Colaboración de Sergio Barros 174 Preparado por Patricio Barros

Nada permite suponer que las interacciones elementales sean de

diferente naturaleza a diferentes niveles de integración. Si hay un

caso donde sea aplicable la primera ley de la dialéctica, con

seguridad es en éste.

§. Funciones del sistema nervioso central

El mismo refinamiento de las funciones cognitivas en el hombre, y

la propagación de las aplicaciones que de ellas hace, enmascaran

las funciones primordiales que llenan el cerebro de la serie animal

(comprendido el hombre). Quizá se pueda enumerar y definir estas

funciones primordiales de la manera siguiente:

1. asegurar el pedido y la coordinación central de la actividad

neuromotriz en función, principalmente, de las

correspondencias sensoriales;

2. contener, en forma de circuitos genéticamente determinados,

programas de acción más o menos complejos; liberarlos en

función de estímulos particulares;

3. analizar, filtrar e integrar las correspondencias sensoriales

para construir una representación del mundo exterior

adaptada a las performances específicas del animal;

4. registrar los acontecimientos que (teniendo en cuenta la gama

de performances específicas) son significativos, agruparlos en

clases, según sus analogías; asociar estas clases según las

relaciones (de coincidencia o de sucesión) de los

acontecimientos que las constituyen; enriquecer, refinar y

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Colaboración de Sergio Barros 175 Preparado por Patricio Barros

diversificar los programas innatos incluyendo estas

experiencias;

5. imaginar, es decir, representar y simular acontecimientos

exteriores, o programas de acción del mismo animal.

Las funciones definidas por los tres primeros apartados son

realizadas por el sistema nervioso central de animales que no se

califica generalmente de superiores: artrópodos, por ejemplo. Los

ejemplos más espectaculares que se conocen de programas de

acción innatos muy complejos se encuentran en los insectos. Es

dudoso que las funciones resumidas en el párrafo 4 desempeñen un

papel importante en estos animales.48 Por el contrario, contribuyen

de manera muy importante al comportamiento de los invertebrados

superiores, como el pulpo49 y todos los vertebrados.

En cuanto a las funciones del párrafo 5, que se podrían llamar

«proyectivas», son sin duda el privilegio de los vertebrados

superiores. Pero, aquí, la barrera de la conciencia se interpone, y

puede ser que no sepamos reconocer los signos exteriores de esta

actividad (el sueño, por ejemplo) más que en nuestros próximos

parientes, sin que otras especies estén sin embargo privadas.

Las funciones 4 y 5 son cognitivas, mientras que las de los párrafos

1, 2 y 3 son únicamente coordinadoras y representativas. Sólo las

funciones 5 pueden ser creadoras de experiencia subjetiva.

48 A excepción, quizá de las abejas. 49 J. Z. Young, A Model of the Brain, Oxford University Press (1964).

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Colaboración de Sergio Barros 176 Preparado por Patricio Barros

§. El análisis de las impresiones sensoriales

Según la proposición del párrafo 3, el análisis por el sistema

nervioso central de las impresiones sensoriales aporta una

representación empobrecida y orientada del mundo exterior. Una

especie de resumen donde no figura con claridad lo que

particularmente interesa al animal en función de su

comportamiento específico (es, en suma, un resumen «crítico»,

tomando la palabra en una acepción complementaria del sentido

kantiano). La experiencia demuestra abundantemente que así es

realmente. Por ejemplo, el analizador situado detrás del ojo de una

rana le permite ver una mosca (es decir, un punto negro) en

movimiento, pero no en reposo.50 De suerte que la rana atrapará a la

mosca sólo en vuelo. Es preciso insistir sobre el hecho, probado por

el análisis electro fisiológico, de que eso no es el resultado de un

comportamiento que haría desdeñar por la rana un punto negro

inmóvil, como no representativo, con certeza, de un alimento. La

imagen del punto inmóvil se imprime en la retina, pero no es

transmitida; el sistema no es excitado más que por un objeto en

movimiento.

Ciertas experiencias con el gato51 sugieren una interpretación del

hecho misterioso de que un campo reflejando a la vez todos los

colores del espectro sea visto como una playa blanca, mientras que

el blanco es subjetivamente interpretado como ausencia de todo

color. Los experimentadores han mostrado que, debido a unas

50 H. B. Barlow, «Journal of Physiology», 119, págs. 69-88 (1953). 51 T. N. Wiesel y D. H. Hubel «J. Neurophysiol.», 29, páginas 1115-1156 (1966).

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Colaboración de Sergio Barros 177 Preparado por Patricio Barros

inhibiciones cruzadas entre ciertas neuronas, que responden

respectivamente a las diversas longitudes de onda, éstas no mandan

señales cuando la retina está expuesta uniformemente a la gama

entera de las longitudes de onda visibles. Goethe, y no Newton,

tenía, en un sentido subjetivo, razón. Error eminentemente

perdonable a un poeta.

Que los animales sean capaces de clasificar objetos o relaciones

entre objetos según categorías abstractas, principalmente

geométricas, no puede tampoco dudarse: un pulpo o una rata

pueden aprender la noción de triángulo, de círculo o de cuadrado y

reconocer sin error estas figuras por sus propiedades geométricas,

independientemente de la dimensión, de la orientación o del color

que pueda tener el objeto real que se les presente.

El estudio de los circuitos, que analizan las figuras presentadas en

el campo de visión del gato, demuestra que estas hazañas

geométricas son debidas a la estructura misma de los circuitos que

filtran y recomponen, en definitiva, sus propias restricciones a la

imagen, de la que extraen ciertos elementos simples. Algunas

células nerviosas, por ejemplo, no responden más que a la figura de

una línea recta inclinada en sentido inverso. Las «nociones» de la

geometría elemental no están pues tan representadas en el objeto

como por el analizador sensorial, que lo percibe y recompone a

partir de sus elementos más simples.52[

§. Innatismo y empirismo

52 D. H. Hubel y T. N. Wiesel, «Journal of Physiology», 148, págs. 574-591 (1959).

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Colaboración de Sergio Barros 178 Preparado por Patricio Barros

Estos modernos descubrimientos dan pues la razón, en un sentido

nuevo, a Descartes y a Kant, y la niegan al empirismo radical que

sin embargo no ha cesado casi de reinar en la ciencia desde hace

doscientos años, sospechando de toda hipótesis que suponía la

«innatividad» de los cuadros del conocimiento. Aún en nuestros días

ciertos etólogos parecen ligados a la idea de que los elementos del

comportamiento, en el animal, son o bien innatos o bien

aprendidos, excluyendo cada modelo al otro. Esta concepción es

enteramente errónea como Lorenz ha demostrado enérgicamente.53

Cuando el comportamiento implica elementos adquiridos por la

experiencia, lo son según un programa que es innato, es decir

genéticamente determinado. La estructura del programa convoca y

guía el aprendizaje que se inscribirá pues en una cierta «forma»

preestablecida, definida en el patrimonio genético de la especie. Es

sin duda así cómo es preciso interpretar el proceso de aprendizaje

primario del lenguaje en el niño (cf. cap. 7). No hay ninguna razón

para suponer que no sea igual para las categorías fundamentales

del conocimiento en el hombre, y quizá también para el individuo y

la sociedad. Tales problemas son en principio accesibles a la

experiencia. Los etólogos tratan casos parecidos todos los días.

Experiencias crueles, que es inimaginable practicar en el hombre,

en el niño concretamente. De modo que, por respeto a sí mismo, el

hombre no puede más que prohibirse explorar ciertas estructuras

constitutivas de su ser.

53 K. Lorenz, Evolution and Modification of Behavior, University of Chicago Press, Chicago

(1965).

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Colaboración de Sergio Barros 179 Preparado por Patricio Barros

* * * *

La larga controversia sobre la innatividad cartesiana de las «ideas»,

negada por los empiristas, recuerda la que ha dividido a los biólogos

con motivo de la distinción entre fenotipo y genotipo. Distinción

fundamental, indispensable a la misma definición del patrimonio

hereditario para los genetistas que la habían introducido, pero muy

sospechosa a los ojos de muchos biólogos no genetistas que no

veían en ella más que un artificio destinado a salvar el postulado de

invariancia del gen. Se encuentra aquí, una vez más, la oposición

entre los que no quieren conocer más que el objeto actual, concreto,

en su entera presencia, y los que buscan discernir la representación

enmascarada de una forma ideal. No hay más que dos clases de

sabios, decía Alain: los que aman las ideas y los que las aborrecen.

Estas dos actitudes de espíritu se oponen todavía en la ciencia; y

son, una y otra, por su confrontación, necesarias a sus progresos.

No se puede más que lamentar, para los despreciadores de ideas,

que este progreso, al que contribuyen, invariablemente les

perjudique.

En un sentido muy importante, los grandes empiristas del siglo

XVIII no se equivocaban sin embargo. Es perfectamente verdadero

que todo, en los seres vivos, viene de la experiencia, comprendida la

innatividad genética, sea ésta la del comportamiento estereotípico

de las abejas o la de los cuadros innatos del conocimiento humano.

Pero no de la experiencia actual, renovada por cada individuo, en

cada generación: de la acumulada por la ascendencia entera de la

especie en el curso de la evolución. Sólo esta experiencia extraída al

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Colaboración de Sergio Barros 180 Preparado por Patricio Barros

azar, sólo estas tentativas innumerables, corregidas por la selección,

podían, como de todo otro órgano, hacer del sistema nervioso

central un sistema adaptado a su función particular. Para el

cerebro: dar del mundo sensible una representación adecuada a las

performances de la especie, suministrar el cuadro que permita

clasificar eficazmente los datos en sí mismos inutilizables de la

experiencia inmediata e incluso, en el hombre, simular

subjetivamente la experiencia para anticipar los resultados y

preparar la acción.

§. La función de simulación

Son el poderoso desarrollo y el uso intensivo de la función de

simulación los que me parecen caracterizar las propiedades únicas

del cerebro humano. Esto al nivel más profundo de las funciones

cognitivas, sobre el que reposa el lenguaje y que sin duda no

explícita sino en parte. Esta función sin embargo no es

exclusivamente humana. El perro, que manifiesta su alegría viendo

a su amo prepararse para el paseo, imagina evidentemente, es decir

simula por anticipación, los descubrimientos que hará, las

aventuras que le esperan, los espantos deliciosos que

experimentará, sin peligro, gracias a la tranquilizante presencia de

su protector. Más tarde, simulará todo ello de nuevo, confusamente

mezclado, en sueños. En el animal, como también en el niño

pequeño, la simulación subjetiva no parece más que parcialmente

disociada de la actividad neuromotriz. Su ejercicio se traduce por el

juego. Pero, en el hombre, la simulación subjetiva deviene la función

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Colaboración de Sergio Barros 181 Preparado por Patricio Barros

superior por excelencia, la función creadora. Es ella la que es

reflejada por la simbólica del lenguaje que la explícita transponiendo

y resumiendo sus operaciones. De ahí, el hecho, subrayado por

Chomsky, de que el lenguaje, incluso en sus más humildes empleos,

es casi siempre innovador: traduce una experiencia subjetiva, una

simulación particular, siempre nueva. Es en esto también en lo que

el lenguaje humano difiere radicalmente de la comunicación animal.

Ésta se reduce a llamadas y avisos que corresponden a un cierto

número de situaciones concretas estereotipadas. El animal más

inteligente, capaz sin duda de simulaciones subjetivas bastante

precisas, no dispone de ningún medio de «liberar su conciencia», si

no es indicando groseramente en qué sentido anda su imaginación.

El hombre sabe narrar sus experiencias subjetivas: la experiencia

nueva, el encuentro creador no perece ya con aquél en que ella

habrá sido, por primera vez, simulado.

Todos los hombres de ciencia han debido, pienso yo, darse cuenta

de que su reflexión, a nivel profundo, es verbal: es una experiencia

imaginaria, simulada con la ayuda de formas, de fuerzas, de

interacciones que no componen apenas una «imagen» en el sentido

visual del término. Yo mismo me he sorprendido, no teniendo, a

fuerza de atención centrada en la experiencia imaginaria, nada más

en el campo de la conciencia, al identificarme a una molécula de

proteína. Sin embargo no es en este momento cuando aparece la

significación de la experiencia simulada, sino solamente una vez

explicitada simbólicamente. No creo en efecto que haga falta

considerar las imágenes no visuales sobre las que opera la

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simulación como símbolos, sino más bien, si me atrevo a decirlo,

como la «realidad» subjetiva y abstracta, directamente ofrecida a la

experiencia imaginaria.

Sea cual sea, en el uso corriente, el proceso de simulación está

enteramente enmascarado por la palabra que le sigue casi

inmediatamente y parece confundirse con el mismo pensamiento.

Pero se sabe que numerosas observaciones objetivas prueban que

en el hombre las funciones cognitivas, incluso complejas, no están

inmediatamente ligadas a la palabra (o a cualquier otro medio de

expresión simbólica). Se pueden citar principalmente los estudios

hechos sobre diversos tipos de afasias. Quizá las experiencias más

impresionantes son las, recientes, de Sperry,54 sobre sujetos cuyos

dos hemisferios cerebrales habían sido separados por sección

quirúrgica del corpus callosum. El ojo derecho y la mano derecha, en

estos sujetos, no comunican información más que al hemisferio

izquierdo, y recíprocamente. Así, un objeto visto por el ojo izquierdo,

o palpado por la mano izquierda, es reconocido, sin que el sujeto

pueda nombrarlo. O en ciertos tests difíciles, donde se trataba de

emparejar la forma (tridimensional) de un objeto, tenido en una de

las dos manos, al desarrollo plano de esta forma, representado en

una pantalla, el hemisferio derecho (afásico) se mostraba, con

mucho, superior al hemisferio «dominante» (izquierdo), y más rápido

en la discriminación. Resulta tentador especular sobre la posibilidad

54 J. Levi-Agresti y R. W. Sperry, Proceedings of the National Academy of Sciences, 61, pág. 1151

(1968).

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de que una parte importante, quizá la más «profunda» de la

simulación objetiva, esté asegurada por el hemisferio derecho.

* * * *

Si es legítimo considerar que el pensamiento reposa sobre un

proceso de simulación subjetiva, es preciso admitir que el alto

desarrollo de esta facultad en el hombre es resultado de una

evolución en el curso de la cual es en la acción concreta, preparada

por la experiencia imaginaria, donde la eficacia de este proceso, su

valor de supervivencia, ha sido probado por la selección. Es pues

por su capacidad de representación adecuada y de previsión exacta,

confirmada por la experiencia concreta, por la que el poder de

simulación del sistema nervioso central, en nuestros antepasados,

ha sido empujado hasta el estado alcanzado en el Homo sapiens. El

simulador subjetivo no tenía derecho a equivocarse cuando se

trataba de organizar una cacería de panteras con las armas que

disponía el Australántropo, el Pitecántropo, o incluso el Homo

sapiens de Cromagnon. Por eso es por lo que el instrumento lógico

innato, heredado de nuestros antepasados, no nos engaña y nos

permite «comprender» los acontecimientos del universo, es decir,

describirnos en lenguaje simbólico y preverlo, con tal de que los

elementos de información necesarios sean suministrados al

simulador.

Instrumento de anticipación, enriqueciéndose sin cesar de los

resultados de sus propias experiencias, el simulador es el

instrumento del descubrimiento y de la creación. Es el análisis de la

lógica de su funcionamiento subjetivo el que ha permitido formular

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las reglas de la lógica objetiva y crear nuevos instrumentos

simbólicos, como las matemáticas. Grandes espíritus (Einstein) a

menudo se maravillan, con razón, del hecho de que los entes

matemáticos creados por el hombre puedan representar tan

fielmente a la naturaleza sin deberle ellos nada a la experiencia.

Nada, es cierto, a la experiencia individual y concreta, pero todo a

las virtudes del simulador forjado por la experiencia innumerable y

cruel de nuestros humildes antepasados. Confrontando

sistemáticamente la lógica y la experiencia, según el método

científico, es de hecho toda la experiencia de nuestros antepasados

la que confrontamos con la experiencia actual.

* * * *

Si podemos adivinar la existencia de este maravilloso instrumento,

si sabemos traducir, por el lenguaje, el resultado de sus

operaciones, no tenemos ninguna idea de su funcionamiento, de su

estructura. La experimentación fisiológica es, bajo este aspecto,

importante todavía. La introspección, con todos sus peligros, nos ha

dicho pese a todo un poco más. Queda el análisis del lenguaje que

sin embargo no revela el proceso de simulación más que a través de

transformaciones desconocidas y no aclara, sin duda, todas sus

operaciones.

§. La ilusión dualista y la presencia del espíritu

He aquí la frontera, casi tan infranqueable todavía para nosotros

como lo era para Descartes. En tanto no es franqueada, el dualismo

conserva en suma su verdad operacional. La noción de cerebro y la

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de espíritu no se confunden menos ahora que en el siglo XVII. El

análisis objetivo nos obliga a ver una ilusión en el dualismo

aparente del ser. Ilusión sin embargo tan íntimamente ligada al

mismo ser que sería sumamente vano esperar disiparla en la

aprehensión inmediata de la subjetividad, o aprender a vivir

afectivamente, moralmente, sin ella. Y además, ¿qué falta hace?

¿Quién podría dudar de la presencia del espíritu? Renunciar a la

ilusión que ve en el alma una «sustancia» inmaterial, no es negar su

existencia, sino al contrario comenzar a reconocer la complejidad, la

riqueza, la insondable profundidad de la herencia genética y

cultural, como de la experiencia personal, consciente o no, que en

conjunto constituyen el ser que somos, único e irrecusable testigo

de sí mismo.

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Capítulo 9

El reino y las tinieblas

Contenido:

§. Presiones de selección en la evolución del hombre

§. Peligros de degradación genética en las sociedades modernas

§. La selección de la ideas

§. La exigencia de explicación

§. Las ontogenias míticas y metafísicas

§. La ruptura de la «antigua alianza» animista y el mal del alma

moderna

§. Los valores y el conocimiento

§. La ética del conocimiento

§. La ética del conocimiento y el ideal socialista

§. Presiones de selección en la evolución del hombre

Como ya dijimos, el día en que el Australántropo, o alguno de sus

congéneres, llegó a comunicar, no sólo una experiencia concreta y

actual, sino el contenido de una experiencia subjetiva, de una

«simulación» personal, nació un nuevo reino: el de las ideas. Una

nueva evolución, la de la cultura, se hacía posible. La evolución

física del hombre debía proseguirse aún durante mucho tiempo,

estrechamente asociada en adelante a la del lenguaje, sufriendo

profundamente su influencia que trastornaba las condiciones de la

selección.

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Colaboración de Sergio Barros 187 Preparado por Patricio Barros

El hombre moderno es el producto de esta simbiosis evolutiva. Él es

incomprensible, indescifrable, en cualquier otra hipótesis. Todo ser

vivo es también un fósil. Lleva en sí, y hasta en la estructura

microscópica de sus proteínas, las huellas, si no los estigmas, de su

ascendencia. Esto es más cierto en el hombre que en cualquier otra

especie animal, en razón de la dualidad, física e «ideal», de la

evolución de la que él es el heredero.

Se puede pensar que, durante centenas de milenios, la evolución

ideal ha precedido muy de cerca a la evolución física que la

constreñía por el débil desarrollo de un córtex capaz solamente de

anticipar acontecimientos directamente ligados a la inmediata

supervivencia. De ahí, la intensa presión de selección que debía

empujar al desarrollo del poder de simulación y del lenguaje que

explícita las operaciones. Por ello también, la rapidez, sorprendente,

de esta evolución que testimonian los cráneos fósiles.

Pero a medida que proseguía esta evolución conjunta, su

componente ideal no podía más que independizarse respecto a los

apremios que iniciaban poco a poco el desarrollo del sistema

nervioso central. Debido a esta evolución, el hombre extendía su

dominio sobre el universo subhumano y sufría menos los peligros

que le acechaban. La presión de selección que había guiado la

primera fase de la evolución podía entonces aflojarse y, en todo

caso, tomar otro carácter. Dominando en adelante sus cercanías, el

hombre no tenía ya frente a sí más adversario serio que él mismo.

La lucha intraespecífica directa, la lucha a muerte, se convertía

desde entonces en uno de los principales factores de selección en la

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Colaboración de Sergio Barros 188 Preparado por Patricio Barros

especie humana. Fenómeno extremadamente raro en la evolución de

los animales. En el presente, la guerra intraespecífica, entre razas o

grupos distintos, es desconocida en las especies animales. En los

grandes mamíferos, incluso en el combate singular, frecuente entre

machos, es extremadamente rara la muerte del vencido. Todos los

especialistas están de acuerdo en pensar que la lucha directa, la

struggle for life de Spencer, no ha jugado más que un pequeño papel

en la evolución de las especies. No sucede igual en el hombre. A

partir al menos de un cierto grado de desarrollo y de expansión de

la especie, la guerra tribal o racial ha jugado evidentemente un

papel importante como factor de evolución. Es muy posible que la

brutal desaparición del hombre de Neanderthal fuera el resultado de

un genocidio cometido por nuestro antepasado Homo sapiens. Éste

no debía ser el último: se conocen bastantes genocidios históricos.

¿En qué sentido esta presión de selección debía empujar la

evolución humana? Desde luego pudo favorecer la expansión de las

razas mejor dotadas de inteligencia, de imaginación, de voluntad, de

ambición. Pero también debió favorecer la cohesión de la banda, la

agresividad del grupo más aún que el valor solitario, y el respeto de

las leyes de la tribu más que la iniciativa individual.

Acepto todas las críticas que se quieran hacer a este esquema

simplista. No pretendo dividir la evolución humana en dos fases

distintas. No he intentado más que enumerar las principales

presiones de selección que, ciertamente, han jugado un papel muy

importante en la evolución no sólo cultural, sino física del hombre.

El punto importante es que, durante centenares de miles de años, la

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Colaboración de Sergio Barros 189 Preparado por Patricio Barros

evolución cultural no podía dejar de influenciar la evolución física;

en el hombre, más aún que en cualquier otro animal, e incluso en

razón de su autonomía infinitamente superior, es el comportamiento

el que orienta la presión de selección, Y a partir del momento en que

el comportamiento cesa de ser principalmente automático para

hacerse cultural, los mismos rasgos culturales ejercen su presión

sobre la evolución del genoma.

Esto, sin embargo, hasta el momento en que la rapidez creciente de

la evolución cultural hace que ésta se disocie completamente de la

del genoma.

§. Peligros de degradación genética en las sociedades

modernas

Es evidente que, en el seno de las sociedades modernas, la

disociación es total. La selección ha sido suprimida. Al menos ya no

tiene nada de «natural» en el sentido darwiniano del término. En

nuestras sociedades, y en la medida en que rige todavía una

selección, ella no favorece la «supervivencia del más apto», es decir,

en términos más modernos, la supervivencia genética del «más

apto», por una expansión más grande de su descendencia. La

inteligencia, la ambición, el coraje, la imaginación, son siempre

factores de éxito en las sociedades modernas. Pero de éxito personal,

y no genético, que es el único que cuenta para la evolución. Como

todos sabemos, las estadísticas revelan una correlación negativa

entre el cociente de inteligencia (o el nivel de cultura) de los

matrimonios y el número medio de hijos. Estas mismas estadísticas

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Colaboración de Sergio Barros 190 Preparado por Patricio Barros

demuestran por el contrario que existe, para el cociente de

inteligencia, una fuerte correlación positiva entre esposos. Situación

peligrosa, que corre el riesgo de atraer poco a poco hacia una elite,

que tendería en valor relativo a restringirse, el más elevado potencial

genético.

Todavía hay más: en una época reciente, incluso en las sociedades

relativamente «avanzadas», la eliminación de los menos aptos, física

y también intelectualmente, era automática y cruel. La mayoría no

alcanzaba la pubertad. Hoy, muchos de estos enfermizos genéticos

sobreviven lo bastante como para reproducirse. Gracias a los

progresos del conocimiento y de la ética social, el mecanismo que

defendía a la especie contra la degradación, inevitable al abolirse la

selección natural, ya no funciona más que para las tareas muy

graves.

A estos peligros, a menudo señalados, se han opuesto a veces los

remedios alcanzados por los recientes progresos de la genética

molecular. Es preciso disipar esta ilusión, extendida por algunos

pseudocientíficos. Sin duda se podrían paliar ciertas taras

genéticas, pero solamente en el individuo que las padece, no en su

descendencia. No sólo la genética molecular moderna no nos

propone ningún medio de actuar en el patrimonio hereditario para

enriquecerle con nuevos rasgos, para crear un «superhombre»

genético, sino que revela la vanidad de una esperanza así: la escala

microscópica del genoma prohíbe por el momento, y sin duda para

siempre, tales manipulaciones. Aparte de las quimeras de ciencia

ficción, el único medio de «mejorar» la especie humana sería operar

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Colaboración de Sergio Barros 191 Preparado por Patricio Barros

una selección deliberada y severa. Pero, ¿quién querrá, quién osará

emplearla?

El peligro, para la especie, de las condiciones de no selección, o de

selección al revés, que reinan en las sociedades avanzadas, es

cierto. No llegará sin embargo a ser realmente serio más que a largo

plazo: digamos diez o quince generaciones, varios siglos. Pero, las

sociedades modernas están expuestas por otro lado a amenazas

más apremiantes y graves.

* * * *

No me refiero aquí a la explosión demográfica, a la destrucción de la

naturaleza, ni incluso a los megatones; sino a un mal mucho más

profundo y grave, a un mal del alma. Éste es el giro más grande de

la evolución ideal que la ha creado y sin cesar la agrava. El

prodigioso desarrollo del conocimiento desde hace tres siglos,

constriñe hoy al hombre a una revisión desgarradora de la

concepción, arraigada desde hace decenas de miles de años, que él

tenía de sí mismo y de su relación con el universo.

Todo esto, sin embargo, el mal del alma y la potencia de los

megatones, nos viene de una idea simple: la naturaleza es objetiva,

la verdad del conocimiento no puede tener otra fuente que la

confrontación sistemática de la lógica y de la experiencia. No se

acaba de comprender cómo no ha podido, en el reino de las ideas,

aquélla, tan simple y tan clara, aparecer con toda claridad más que

cien mil años después de la emergencia del Homo sapiens; cómo las

más elevadas civilizaciones, la china por ejemplo, la ignoran, para

tomarla luego de Occidente; cómo, en el mismo Occidente, han sido

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Colaboración de Sergio Barros 192 Preparado por Patricio Barros

precisos cerca de 2.500 años, de Tales y Pitágoras a Galileo,

Descartes, Bacon, para que, por fin, ella se desprenda de la ganga

que la encerraba en la pura práctica de las artes mecánicas.

§. La selección de la ideas

Es tentador, para un biólogo, comparar la evolución de las ideas a la

de la biosfera. Porque el reino abstracto trasciende la biosfera más

aún que ésta al universo no vivo, las ideas han conservado algunas

de las propiedades de los organismos. Como éstos tienden a

perpetuar su estructura y a multiplicarla, pueden fusionar,

recombinar, segregar su contenido y, en fin, evolucionar, y, en esta

evolución, la selección, sin ninguna duda, juega un gran papel. No

me aventuraría a proponer una teoría de la selección de las ideas.

Pero se puede al menos intentar definir algunos de los principales

factores que desempeñan un papel. Esta selección debe

necesariamente operar a dos niveles: el del espíritu y el de la

performance.

El valor de performance de una idea depende de la modificación de

comportamiento que aporta al individuo o al grupo que la adopta.

Aquélla que confiera al grupo humano que la hace suya, más

cohesión, ambición, confianza en sí, le dará de hecho un aumento

de poder de expansión que asegurará la promoción de la misma

idea. Este valor de promoción no tiene necesariamente relación con

la parte de verdad objetiva que la idea pueda comportar. La

poderosa armadura que para una sociedad constituye una ideología

religiosa no es debida a su estructura misma, sino al hecho de que

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esta estructura es aceptada, que se impone. Por ello resulta muy

difícil separar el poder de invasión de una idea como ésta y su poder

de performance.

El poder de invasión, en sí, es mucho más difícil de analizar.

Digamos que depende de las estructuras preexistentes del espíritu,

entre las que se hallan las ideas ya encaminadas por la cultura pero

también, sin ninguna duda, ciertas estructuras innatas que nos

son, por otra parte, muy difíciles de identificar. Pero se ve

claramente que las ideas dotadas del más alto poder de invasión son

las que explican el hombre asignándole su lugar en un destino

inmanente, en cuyo seno se disuelve su angustia.

§. La exigencia de explicación

Durante centenares de miles de años el destino de un hombre se

confundía con el de su grupo, de su tribu, fuera de la cual no podía

sobrevivir. La tribu, en sí, no podía sobrevivir ni defenderse más que

por su cohesión. De ahí, el extremo poder subjetivo de las leyes que

organizaban y garantizaban esta cohesión. Algún hombre podía a

veces infringirlas; ninguno sin duda habría soñado con negarlas.

Viendo así la inmensa importancia selectiva que necesariamente

asumieron tales estructuras sociales, y durante tan largo periodo de

tiempo, es difícil no pensar que ellas debieron influenciar la

evolución genética de las categorías innatas del cerebro humano.

Esta evolución debía no sólo facilitar la aceptación de la ley tribal,

sino crear la necesidad de la explicación mítica que la cimenta,

confiriéndole la soberanía. Nosotros somos los descendientes de

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Colaboración de Sergio Barros 194 Preparado por Patricio Barros

esos hombres. Es de ellos sin duda de quienes hemos heredado la

exigencia de una explicación, la angustia que nos constriñe a

buscar el sentido de la existencia. Angustia creadora de todos los

mitos, de todas las religiones, de todas las filosofías y de la ciencia

misma.

Que esta imperiosa necesidad sea innata, inscrita de algún modo en

el lenguaje del código genético, que se desarrolle espontáneamente,

no lo dudo por mi parte. Fuera de la especie humana, no se

encuentran en el reino animal organizaciones sociales tan altamente

diferenciadas, a no ser en algunos insectos: hormigas, termitas o

abejas. En los insectos sociales la estabilidad de las instituciones no

debe prácticamente nada a una herencia cultural, sino todo a la

transmisión genética. El comportamiento social es enteramente

innato, automático.

En el hombre, las instituciones sociales, puramente culturales, no

podrán jamás alcanzar una estabilidad así; además ¿quién la

desearía? La invención de los mitos y de las religiones, la

construcción de vastos sistemas filosóficos, son el precio que el

hombre debe pagar para sobrevivir como animal social sin caer en

un puro automatismo. Pero la herencia puramente cultural no sería

bastante segura, bastante poderosa por sí sola, para mantener las

estructuras sociales. Faltaba a esta herencia un soporte genético

que se convirtiera en el alimento exigido por el espíritu. Si ello no es

así, ¿cómo explicar la universalidad, en nuestra especie, del

fenómeno religioso en la base de la estructura social? ¿Cómo

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Colaboración de Sergio Barros 195 Preparado por Patricio Barros

explicar además que en la inmensa diversidad de mitos, religiones o

ideologías filosóficas, se encuentre la misma «forma» esencial?

§. Las ontogenias míticas y metafísicas

Es fácil ver que las «explicaciones», destinadas a fundar la ley

aplacando la angustia, son en su totalidad «historias» o, más

exactamente, ontogenias. Los mitos primitivos se refieren casi todos

a héroes más o menos divinos cuya gesta explica los orígenes del

grupo y funda su estructura social sobre tradiciones intocables: no

se rehace la historia. Las grandes religiones tienen la misma

configuración; basándose en la historia de la vida de un profeta

inspirado que, si no es él mismo el fundador de todas las cosas, le

representa, habla por él y cuenta la historia de los hombres así

como su destino. De todas las grandes religiones, la judeocristiana

es sin duda la más «primitiva» por su estructura historicista,

directamente ligada a la gesta de una tribu beduina, antes de ser

enriquecida por un profeta divino. El budismo, al contrario, más

altamente diferenciado, está ligado únicamente, en su forma

original, al karma, la ley transcendente que rige el destino

individual. Es una historia de almas, más que de hombres.

De Platón a Hegel y Marx, los grandes sistemas filosóficos proponen

en su totalidad ontogenias a la vez explicativas y normativas. En

Platón, es cierto, la ontogenia está al revés. En la historia él no ve

más que corrupción gradual de las formas ideales y, en la República,

es una máquina del tiempo lo que él, en suma, quiere poner en

marcha.

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Colaboración de Sergio Barros 196 Preparado por Patricio Barros

Para Marx, como para Hegel, la historia se desarrolla según un plan

inmanente, necesario y favorable. El inmenso poder sobre los

espíritus de la ideología marxista, no es debido solamente a su

promesa de una liberación del hombre, sino también, y sin duda

ante todo, a su estructura ontogénica, a la explicación que da,

entera y detallada, de la historia pasada, presente y futura. Sin

embargo, limitado a la historia humana e incluso adornado de las

certidumbres de la «ciencia», el materialismo histórico quedaba

incompleto. Era preciso añadirle el materialismo dialéctico, que

aporta la interpretación total que exige el espíritu: la historia

humana y la del cosmos están asociadas como obedeciendo a las

mismas leyes eternas.

§. La ruptura de la «antigua alianza» animista y el mal del

alma moderna

Si es cierto que la necesidad de una explicación entera es innata,

que su ausencia es causa de profunda angustia; si la única forma

de explicación, que sabe aplacar la angustia, es la de una historia

total que revele la significación del hombre asignándole en los

planes de la naturaleza un lugar necesario; si para parecer

verdadera, significante, apaciguante, la «explicación» debe fundarse

en la larga tradición animista,55 se comprende entonces por qué han

sido precisos tantos milenios para que aparezcan en el reino de las

55 Quizá sea preciso subrayar de nuevo que empleo este calificado en un sentido particular,

definido en el cap. 2 (cf.El progresismo cientista).

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Colaboración de Sergio Barros 197 Preparado por Patricio Barros

ideas las del conocimiento objetivo como única fuente de verdad

auténtica.

Esta idea austera y fría, que no propone ninguna explicación, pero

que impone un ascético renunciamiento a cualquier otro sustento

espiritual, no podía calmar la angustia innata; al contrario, la

exasperaba. Ella pretendía, de un trazo, borrar una tradición cien

veces milenaria, asimilada a la misma naturaleza humana;

denunciaba la antigua alianza animista del hombre con la

naturaleza, no dejando, en el lugar de este precioso nexo, más que

una búsqueda ansiosa en un universo helado de soledad. ¿Cómo

una idea así, que parecía estar revestida de una puritana

arrogancia, podía ser aceptada? No lo ha sido; no lo es aún. Y si a

pesar de todo se ha impuesto, es en razón, únicamente, de su

prodigioso poder de performance.

En tres siglos, la ciencia, fundada por el postulado de objetividad,

ha conquistado su lugar en la sociedad: en la práctica, mas no en

las almas. Las sociedades modernas están construidas sobre la

ciencia. Le deben su riqueza, su poderío y la certeza de que riquezas

y poderes, aun mucho mayores, serán mañana, si él lo quiere,

accesibles al hombre. Pero también, igual que una «elección» inicial

en la evolución biológica de una especie puede comprometer el

porvenir de toda su descendencia, igual la elección, inconsciente en

el origen, de una práctica científica ha lanzado la evolución de la

cultura por un camino de sentido único; trayecto que el progresismo

cientista del siglo XIX veía desembocar infaliblemente en una

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Colaboración de Sergio Barros 198 Preparado por Patricio Barros

expansión prodigiosa de la humanidad, mientras que hoy vemos

abrirse delante nuestro un abismo de tinieblas.

Las sociedades modernas han aceptado las riquezas y los poderes

que la ciencia les descubría. Pero no han aceptado, apenas han

entendido, el profundo mensaje de la ciencia: la definición de una

nueva y única fuente de verdad, la exigencia de una revisión total de

los fundamentos de la ética, de una radical ruptura con la tradición

animista, el abandono definitivo de la «antigua alianza», la

necesidad de forjar una nueva. Armadas de todos los poderes,

disfrutando de todas las riquezas que deben a la Ciencia, nuestras

sociedades intentan aún vivir y enseñar sistemas de valores ya

arruinados, en su raíz, por esta misma ciencia.

Ninguna sociedad, antes de la nuestra, ha conocido semejante

desgarramiento. En las culturas primitivas como en las clásicas, las

fuentes del conocimiento y las de los valores eran confundidas por

la tradición animista. Por primera vez en la historia, una civilización

intenta edificarse permaneciendo desesperadamente ligada, para

justificar sus valores, a la tradición animista, totalmente

abandonada como fuente de conocimiento, de verdad. Las

sociedades «liberales» de Occidente enseñan aún, con desdén, como

base de su moral, una repugnante mezcla de religiosidad

judeocristiana, de progresismo cientista, de creencia en los derechos

«naturales» del hombre y de pragmatismo utilitarista. Las

sociedades marxistas profesaron siempre la religión materialista y

dialéctica de la historia; cuadro moral más sólido en apariencia que

el de las sociedades liberales, pero más vulnerable quizás en razón

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de la misma rigidez que hasta ahora constituía su fuerza. Sea el que

sea, todos estos sistemas enraizados en el animismo están fuera del

conocimiento objetivo, fuera de la verdad, extraños y en definitiva

hostiles a la ciencia, que quieren utilizar, mas no respetar y servir.

El divorcio es tan grande, la mentira tan flagrante, que asedia y

desgarra la conciencia de todo hombre provisto de alguna cultura,

dotado de alguna inteligencia y habitado por esta ansiedad moral

que es la fuente de toda creación. Es decir de todos aquellos, entre

los hombres, que llevan o llevarán las responsabilidades de la

sociedad y de la cultura en su evolución.

El mal del alma moderna es esta mentira, en la raíz del ser moral y

social. Es este mal, más o menos confusamente diagnosticado, que

provoca el sentimiento de temor, si no de odio, en cualquier caso de

alienación, que hoy experimentan tantos hombres respecto a la

cultura científica. Lo más a menudo es hacia los subproductos

tecnológicos de la ciencia a los que se expresa abiertamente la

aversión: la bomba, la destrucción de la Naturaleza, la amenazadora

demografía. Es fácil, desde luego, replicar que la tecnología no es la

ciencia y que, además el empleo de la energía atómica será, pronto,

indispensable para la sobrevivencia de la humanidad; que la

destrucción de la naturaleza denuncia una tecnología insuficiente y

no precisamente demasiada tecnología; que la explosión

demográfica es debida a que millones de niños son salvados de la

muerte cada año: ¿es preciso de nuevo dejarlos morir?

Discurso superficial, que confunde los signos con las causas

profundas del mal. Es claramente al mensaje esencial de la ciencia

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al que se dirige la repulsa. El miedo está en el sacrilegio: en el

atentado a los valores. Miedo enteramente justificado. Es muy cierto

que la ciencia atenta contra los valores. No directamente, ya que no

es juez y debe ignorarlos; pero ella arruina todas las ontogenias

míticas o filosóficas sobre las que la tradición animista, de los

aborígenes australianos a los dialécticos materialistas, hace reposar

los valores, la moral, los deberes, los derechos, las prohibiciones.

Si acepta este mensaje en su entera significación, le es muy

necesario al hombre despertar de su sueño milenario para descubrir

su soledad total, su radical foraneidad. Él sabe ahora que, como un

zíngaro, está al margen del universo donde debe vivir. Universo

sordo a su música, indiferente a sus esperanzas, a sus sufrimientos

y a sus crímenes.

Pero entonces ¿quién define el crimen? ¿Quién el bien y el mal?

Todos los sistemas tradicionales colocan la ética y los valores fuera

del alcance del hombre. Los valores no le pertenecen: ellos se

imponen y es él quien les pertenece. Él sabe ahora que ellos son

sólo suyos y, al ser en fin el dueño, le parece que se disuelven en el

vacío indiferente del universo. Es entonces cuando el hombre

moderno se vuelve hacia, o mejor, contra la ciencia de la que calibra

ahora el terrible poder de destrucción, no sólo de los cuerpos, sino

de la misma alma.

§. Los valores y el conocimiento

¿Dónde está la solución? ¿Es preciso admitir definitivamente que la

verdad objetiva y la teoría de los valores constituyen para siempre

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terrenos opuestos, impenetrables uno por el otro? Es la actitud que

parecen tomar una gran parte de los pensadores modernos, sean

escritores, filósofos, o incluso hombres de ciencia. Yo la creo no sólo

inaceptable para la inmensa mayoría de los hombres, sino

absolutamente errónea, y ello por dos razones esenciales:

en primer lugar, desde luego, porque los valores y el

conocimiento están siempre y necesariamente asociados tanto

en la acción como en el discurso;

a continuación y principalmente, porque la definición misma

del conocimiento «verdadero» se basa, en último término, en un

postulado de orden ético.

Cada uno de estos dos puntos necesita un pequeño desarrollo. La

ética y el conocimiento están inevitablemente ligados en la acción y

por ella. La acción pone en juego, o en cuestión, a la vez el

conocimiento y los valores. Toda acción significa una ética, escoge o

rechaza ciertos valores; constituye unos valores escogidos, o lo

pretende. Pero, por otra parte, un conocimiento es necesariamente

supuesto en toda acción, mientras que, en compensación, la acción

es una de las dos fuentes necesarias del conocimiento.

En un sistema animista, la interpretación de la ética y del

conocimiento no plantea ningún conflicto, ya que el animismo evita

toda distinción radical entre estas dos categorías: las considera

como dos aspectos de una misma realidad. La idea de una ética

social fundada sobre los «derechos» supuestos «naturales» del

hombre expresa una actitud tal que se revela también, pero de

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Colaboración de Sergio Barros 202 Preparado por Patricio Barros

modo mucho más sistemático y afirmado, en las tentativas de

explicitación de la moral implícita del marxismo.

Desde el momento en que se propone el postulado de objetividad,

como condición necesaria de toda verdad en el conocimiento, una

distinción radical, indispensable en la búsqueda de la verdad, es

establecida entre el dominio de la ética y el del conocimiento. El

conocimiento en sí mismo es exclusivo de todo juicio de valor (en

tanto que «de valor epistemológico») mientras que la ética, por

esencia no objetiva, está por siempre excluida del campo del

conocimiento.

En definitiva es esta distinción radical, propuesta como un axioma,

la que ha creado a la ciencia. Estoy tentado aquí de hacer notar

que, si este acontecimiento único en la historia de la cultura se

produjo en el Occidente cristiano antes que en el seno de otra

civilización, es quizá, por una parte, gracias al hecho de que la

Iglesia reconocía una distinción fundamental entre el dominio de lo

sagrado y el de lo profano. Esta distinción no permitió a la ciencia

solamente buscar sus vías (a condición de no usurpar el dominio de

lo sagrado), sino que preparó al espíritu para la distinción mucho

más radical que proponía el principio de objetividad. Los

occidentales pueden sentir cierta pena al ver que para algunas

religiones no existe, no puede existir, ninguna distinción entre lo

sagrado y lo profano. Para el hinduismo todo pertenece al dominio

sagrado; la misma noción de «profano» es incomprensible.

Esto no era más que un paréntesis. Volvamos al asunto. El

postulado de objetividad, al denunciar la «antigua alianza», impide

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Colaboración de Sergio Barros 203 Preparado por Patricio Barros

al mismo tiempo toda confusión entre juicios de conocimiento y

juicios de valor. Pero sucede que estas dos categorías están

inevitablemente asociadas en la acción, comprendido el discurso.

Para permanecer fieles al principio, juzgaremos pues que todo

discurso (o acción) no debe ser considerado como significante, como

auténtico, más que si (o en la medida en que) explícita y conserva la

distinción de las dos categorías que él asocia. La noción de

autenticidad deviene, así definida, el dominio común donde se

reúnen la ética y el conocimiento; donde los valores y la verdad,

asociados pero no confundidos, revelan su entera significación al

hombre atento que experimenta la resonancia. Por el contrario, el

discurso inauténtico, en el que las dos categorías se amalgaman y

confunden, no puede conducir más que a los contrasentidos más

perniciosos, a las mentiras más criminales, aunque sean

inconscientes.

Se ve perfectamente que es en el discurso «político» (siempre

interpreto «discurso» en el sentido cartesiano) donde esta peligrosa

amalgama se practica de forma más constante y sistemática. Y ello

no sólo por los políticos de vocación. Los mismos hombres de

ciencia, fuera de su dominio, se revelan a menudo peligrosamente

incapaces de distinguir la categoría de valores de la del

conocimiento.

Pero esto era otro paréntesis. Volvamos a las fuentes del

conocimiento. El animismo, hemos dicho, no quiere ni puede, por

otra parte, establecer una discriminación absoluta entre

proposiciones de conocimiento y juicios de valor; ya que, si una

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Colaboración de Sergio Barros 204 Preparado por Patricio Barros

intención, por cuidadosamente disfrazada que esté, se supone

presente en el Universo, ¿qué sentido tendría una distinción así? En

un sistema objetivo, al contrario, toda confusión entre conocimiento

y valores está prohibida. Más (y éste es el punto esencial, la

articulación lógica que asocia, en la raíz, conocimiento y valores)

esta prohibición, este «primer mandamiento» que funda el

conocimiento objetivo, no es en sí mismo y no sabría ser objetivo: es

una regla moral, una disciplina. El conocimiento verdadero ignora

los valores, pero hace falta para fundamentarlo un juicio, o más

bien un axioma de valor. Es evidente que el plantear el postulado de

objetividad como condición del conocimiento verdadero constituye

una elección ética y no un juicio de conocimiento, ya que, según el

mismo postulado, no podía haber conocimiento «verdadero» con

anterioridad a esta elección arbitraria. El postulado de objetividad,

para establecer la norma del conocimiento, define un valor que es el

mismo conocimiento objetivo. Aceptar el postulado de objetividad, es

pues enunciar la proposición de base de una ética: la ética del

conocimiento.

§. La ética del conocimiento

En la ética del conocimiento, es la elección ética de un valor primitivo

la que funda el conocimiento. Por ello difiere radicalmente de las

éticas animistas que en su totalidad se consideran fundadas sobre

el «conocimiento» de leyes inmanentes, religiosas o «naturales», que

se impondrían al hombre. La ética del conocimiento no se impone al

hombre; es él, al contrario, quien se la impone haciendo de ella

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Colaboración de Sergio Barros 205 Preparado por Patricio Barros

axiomáticamente la condición de autenticidad de todo discurso o de

toda acción. El Discurso del Método propone una epistemología

normativa, pero es preciso leerlo también y, ante todo, como

meditación moral, como ascesis del espíritu.

El discurso auténtico funda a su vez la ciencia y entrega a las

manos de los hombres los inmensos poderes que, hoy, le enriquecen

y le amenazan, le liberan, pero podrían también esclavizarle. Las

sociedades modernas, tejidas por la ciencia, viven de sus productos,

han devenido dependientes como un toxicómano de su droga. Ellas

deben su poderío material a esta ética fundadora del conocimiento,

y su debilidad moral a los sistemas de valores, arruinados por el

mismo conocimiento, a los que intentan aún atenerse. Esta

contradicción es mortal. Es ella la que excava el abismo que vemos

abrirse a nuestro paso. La ética del conocimiento, creadora del

mundo moderno, es la única compatible con él, la única capaz, una

vez comprendida y aceptada, de guiar su evolución.

* * * *

Comprendida y aceptada, ¿podrá serlo? Si es cierto, como creo, que

la angustia de la sociedad y la exigencia de una explicación total,

apremiante, son innatas; que esta herencia venida del fondo de las

edades no es solamente cultural, sino sin duda genética, ¿podemos

pensar que esta ética austera, abstracta, orgullosa, pueda calmar la

angustia, saciar la exigencia? No lo sé. Mas quizá después de todo

no es totalmente imposible. ¿Puede ser que, más que una

«explicación» que la ética del conocimiento no sabría dar, el hombre

necesite superación y transcendencia? El poderío del gran sueño

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Colaboración de Sergio Barros 206 Preparado por Patricio Barros

socialista, siempre vivo en las almas, parece testimoniarlo a la

perfección. Ningún sistema de valores puede pretender constituir

una verdadera ética, a menos de proponer un ideal que trascienda

el individuo al punto de justificar la necesidad por la que él se

sacrifica.

Por la misma enjundia de su ambición, la ética del conocimiento

podría quizá satisfacer esta exigencia de superación. Ella define un

valor transcendente, el verdadero conocimiento, y propone al

hombre no sólo servirse de él, sino en adelante servirlo por una

elección deliberada y consciente. Sin embargo, ella es también un

humanismo, ya que respeta en el hombre al creador y depositario de

esta trascendencia.

La ética del conocimiento es, igualmente, en un sentido,

«conocimiento de la ética», de los impulsos, de las pasiones, de las

exigencias y de los límites del ser biológico. En el hombre, ella sabe

ver el animal, no sólo absurdo sino extraño, precioso por su

extrañeza misma, el ser que, perteneciendo simultáneamente a dos

reinos, la biosfera y el reino de las ideas, está a la vez torturado y

enriquecido por este dualismo desgarrador que se expresa tanto en

el arte y la poesía como en el amor humano.

La mayoría de los sistemas animistas, por el contrario, han querido

ignorar, envilecer o constreñir al hombre biológico, horrorizarle o

aterrorizarle con ciertos rasgos inherentes a su condición animal. La

ética del conocimiento, por el contrario, estimula al hombre a

respetar y a asumir esta herencia, sabiendo, cuando es necesario,

dominarla. En cuanto a las más altas cualidades humanas, el

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Colaboración de Sergio Barros 207 Preparado por Patricio Barros

ánimo, el altruismo, la generosidad, la ambición creadora, la ética

del conocimiento, aun y reconociendo su origen socio-biológico,

afirma también su valor transcendente al servicio del ideal que ella

define.

§. La ética del conocimiento y el ideal socialista

La ética del conocimiento, en fin, es, en mi opinión, la única actitud

a la vez racional y deliberadamente idealista sobre la que podría ser

edificado un verdadero socialismo. Este gran sueño del siglo XIX

vive perennemente, en las almas jóvenes, con una dolorosa

intensidad. Dolorosa a causa de las traiciones que este ideal ha

sufrido y de los crímenes cometidos en su nombre. Es trágico, pero

quizás inevitable, que esta profunda aspiración no haya encontrado

su doctrina filosófica más que bajo la forma de una ideología

animista. Es fácil ver que el profetismo historicista fundamentado

sobre el materialismo dialéctico estaba, desde su nacimiento,

cargado de todas las amenazas que han sido, en efecto, realizadas.

Más aún, quizá, que los demás animismos, el materialismo histórico

reposa sobre una confusión total de las categorías de valor y de

conocimiento. Es esta confusión la que le permite, con un discurso

profundamente inauténtico, proclamar que ha establecido

«científicamente» las leyes de la historia a las que el hombre no tiene

otro recurso ni otro deber que obedecer, si no quiere caer en la

nada.

Una vez por todas, es preciso renunciar a esta ilusión que no es

más que pueril cuando no es mortal. ¿Cómo un socialismo

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Colaboración de Sergio Barros 208 Preparado por Patricio Barros

auténtico podría construirse jamás sobre una ideología inauténtica

por esencia, burla de la ciencia sobre la que pretende sinceramente,

en el espíritu de sus adeptos, apoyarse? La sola esperanza en el

socialismo no está en una «revisión» de la ideología que lo domina

desde hace más de un siglo, sino en el abandono total de ella.

¿Dónde entonces encontrar la fuente de verdad y la inspiración

moral de un humanismo socialista realmente científico sino en las

fuentes de la misma ciencia, en la ética que funda el conocimiento,

haciendo de él, por libre elección, el valor supremo, medida y

garantía de todos los demás valores? Ética que funda la

responsabilidad moral sobre la libertad de esta elección axiomática.

Aceptada como base de las instituciones sociales y políticas, como

medida de su autenticidad, de su valor, únicamente la ética del

conocimiento podría conducir al socialismo. Ella impone

instituciones consagradas a la defensa, a la extensión, al

enriquecimiento del reino transcendente de las ideas, del

conocimiento, de la creación. Reino que habita el hombre y en

donde, cada vez más liberado de los apremios materiales y de las

servidumbres mentirosas del animismo, podría al fin vivir

auténticamente, protegido por instituciones que, viendo en él a la

vez al sujeto y al creador del reino, deberían servirle en su esencia

más única y más preciosa.

Esto es quizás una utopía. Pero no es un sueño incoherente. Es una

idea que se impone por la sola fuerza de su coherencia lógica. Es la

conclusión a la que lleva necesariamente la búsqueda de la

autenticidad. La antigua alianza ya está rota; el hombre sabe al fin

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Colaboración de Sergio Barros 209 Preparado por Patricio Barros

que está solo en la inmensidad indiferente del Universo de donde ha

emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en

ninguna parte. Puede escoger entre el reino y las tinieblas.

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Colaboración de Sergio Barros 210 Preparado por Patricio Barros

Apéndices

Contenido:

1. Estructura de las proteínas

2. Ácidos nucleico

3. El código genético

4. Sobre la significación del segundo principio de la termodinámica

1. Estructura de las proteínas

Las proteínas son macromoléculas constituidas por la

polimerización lineal de cuerpos llamados «aminoácidos». La

estructura general de la cadena «polipeptídica» que resulta de esta

polimerización es la siguiente:

En esta representación, los círculos blancos y negros y los

cuadrados blancos corresponden a diversos grupos de átomos ( =

CH; = CO; = NH), mientras que las letras R1, R2, etc.,

representan diferentes radicales orgánicos. Los 20 radicales de

aminoácidos que son constituyentes universales de las proteínas

están representados en la tabla 1.

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Colaboración de Sergio Barros 211 Preparado por Patricio Barros

Se ve que la cadena comprende tres tipos de unión entre átomos, o

grupos de átomos, a saber:

1º Entre círculo blanco y círculo negro (CH — CO).

2º Entre círculo blanco y cuadrado blanco (CH — NH).

3º Entre círculo negro y cuadrado blanco (CO — NH)

Tabla 1

Radicales aminoácidos

I) Hidrófobos

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Colaboración de Sergio Barros 212 Preparado por Patricio Barros

II) Hidrófilos

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Colaboración de Sergio Barros 213 Preparado por Patricio Barros

Esta última unión (llamada «peptídica») es rígida (trazo grueso en la

figura inicial de este apéndice): ella inmoviliza, uno respecto al otro,

los átomos que asocia. Al contrario, las otras dos uniones permiten

una libre rotación (flechas punteadas) de los átomos, uno respecto

al otro. Esto permite a la fibra polipeptídica plegarse sobre sí misma

de modo extremadamente complejo y variado. Sólo el impedimento

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Colaboración de Sergio Barros 214 Preparado por Patricio Barros

de los átomos (principalmente los que constituyen los radicales R1,

R2, etc.) limita, en principio, estas posibilidades de plegamiento.

Sin embargo (ver cap. 5, Estructura primaria y estructura globular de

las proteínas), en las proteínas globulares nativas, todas las

moléculas de una misma especie química (definida por la secuencia

de los radicales en la cadena) adoptan la misma configuración

plegada. La figura 5 da esquemáticamente el recorrido de la cadena

polipeptídica en una enzima, la papaína. Se ve lo muy complejo que

es este recorrido y, en apariencia, su incoherencia.

Fig. 5. Representación esquemática de los pliegues de la cadena

peptídica en la molécula de papaína. J. Drenth, J. N. Jansonius, R.

Koekoek, H. M. Swen y B. G. Wolthers, «Nature», 218, págs. 929-932

(1968).

2. Ácidos nucleicos

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Colaboración de Sergio Barros 215 Preparado por Patricio Barros

Los ácidos nucleicos son macromoléculas que resultan de la

polimerización lineal de cuerpos llamados «nucleótidos». Éstos están

constituidos por la asociación de un azúcar con una base

nitrogenada por una parte, y con un radical fosforilo por otra. La

polimerización tiene lugar por mediación de los grupos fosforilos que

asocian cada residuo de azúcar al precedente y al siguiente,

formando así una cadena «polinucleotídica».

En el ADN (ácido desoxirribonucleico) se encuentran cuatro

nucleótidos que difieren por la estructura de la base nitrogenada

constituyente. Estas cuatro bases, llamadas adenina, guanina,

citosina y timina, se nombran en general A, G, C y T. Son las letras

del alfabeto genético. Por razones estéricas, la adenina (A) en el ADN

tiende a formar espontáneamente una asociación no covalente (ver

cap. 3, Uniones covalentes y no covalentes) con la timina (T)

mientras que la guanina (G) se asocia con la citosina (C).

El ADN está constituido por dos fibras polinucleotídicas asociadas

por mediación de estas uniones no covalentes específicas. En la

doble fibra, A de una fibra está asociada a T de otra, G a C; T a A y

C a G. Las dos fibras son pues complementarias.

Esta estructura está esquemáticamente representada por la figura

que viene a continuación, donde los pentágonos simbolizan los

radicales de azúcar, los círculos negros los átomos de fósforo que

aseguran la continuidad de cada una de las dos cadenas, mientras

que los cuadrados A, T, G, C representan las bases emparejadas por

pares (A-T; G-C; T-A; C-G) gracias a interacciones no covalentes,

indicadas en punteado. La estructura puede componerse de todas

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Colaboración de Sergio Barros 216 Preparado por Patricio Barros

las secuencias posibles de pares. No está limitada en cuanto a su

longitud

La replicación de esta molécula procede por separación de las dos

fibras, seguida por la reconstitución, nucleótido a nucleótido, de las

dos complementarias, lo que se puede representar, con notación

simplificada y limitándonos a cuatro pares, del modo indicado en la

siguiente figura.

Cada una de las dos moléculas así sintetizadas contiene una de las

fibras de la molécula madre y una fibra nueva formada por

emparejamiento específico, nucleótido. Estas dos moléculas son

idénticas entre sí y también a la molécula madre. Así es el

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Colaboración de Sergio Barros 217 Preparado por Patricio Barros

mecanismo, muy simple en su principio, de la invariancia

replicativa.

Las mutaciones resultan de los diversos tipos de accidentes que

pueden afectar a este mecanismo microscópico. Hoy en día se

comprende bastante bien el mecanismo químico de algunos de ellos.

Por ejemplo, la sustitución de un par de nucleótidos por otro es

debida al hecho de que las bases nitrogenadas pueden, además de

su estado «normal», adoptar excepcional y transitoriamente una

forma tautomérica en la que la capacidad de emparejamiento

específico de la base está en cierto modo «invertido» (por ejemplo la

base C, en la forma «excepcional», se empareja con A y no con G). Se

conocen agentes químicos que aumentan considerablemente la

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Colaboración de Sergio Barros 218 Preparado por Patricio Barros

probabilidad, es decir la frecuencia, de estos emparejamientos

«ilícitos». Estos agentes son poderosos «mutágenos».

Otros agentes químicos, capaces de insertarse entre los nucleótidos

en la fibra de ADN, la deforman y favorecen así los accidentes tales

como la eliminación o la adición de uno o varios nucleótidos.

En fin, las radiaciones ionizantes (rayos X y rayos cósmicos)

provocan especialmente diversos tipos de eliminaciones o de

«mástiques».

3. El código genético

La estructura y las propiedades de una proteína están definidas por

la secuencia (el orden lineal) de los radicales aminoácidos en el

polipéptido (cf. cap. 5, Formación de las estructuras globulares). Esta

secuencia está determinada por la de los nucleótidos en un

segmento de fibra del ADN. El código genético (sensu stricto)es la

regla que asocia, a una secuencia polinucleotídica dada, una

secuencia polipeptídica.

Como hay 20 residuos aminoácidos a especificar y sólo 4 «letras» (4

nucleótidos) en el alfabeto del ADN, son precisos varios nucleótidos

para especificar un aminoácido. El código, de hecho, es a «tripletes»:

cada aminoácido está especificado por una secuencia de tres

nucleótidos. Las correspondencias están dadas en la tabla 2.

Es preciso notar en primer lugar que la maquinaria de la traducción

no utiliza directamente las secuencias nucleotídicas del ADN, sino

la «transcripción» de una de las dos fibras a un polinucleótido,

llamado «ácido ribonucleico mensajero» (ARN mensajero). Los

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Colaboración de Sergio Barros 219 Preparado por Patricio Barros

polinucleótidos del ARN difieren de los del ADN por algunos detalles

de estructura, principalmente por la sustitución de la base timina

(T) por la base uracilo (U). Como es el ARN mensajero el que sirve de

matriz para el ensamblaje secuencial de los aminoácidos destinados

a formar el polipéptido, el código figura en esta tabla con su

escritura en alfabeto ARN y no ADN.

En esta tabla, la primera letra de cada triplete es leída en la

columna vertical de la izquierda, la segunda en la hilera horizontal,

la tercera en la columna vertical de la derecha. Los nombres de los

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Colaboración de Sergio Barros 220 Preparado por Patricio Barros

radicales aminoácidos correspondientes están resumidos (cd. Tabla

de los radicales: Tabla 1, apéndice 1).

Se ve que, para la mayoría de los aminoácidos, existen varias

notaciones diferentes, bajo la forma de «tripletes» de nucleótidos. En

un alfabeto de cuatro letras se pueden en efecto formar 43 = 64

«palabras» de tres letras. Por ello no hay que especificar más que 20

residuos.

Por el contrario, tres tripletes (UAA, UAG, UGA) se nombran «NS»

(non-sens = sin sentido), porque no designan ningún aminoácido.

Juegan sin embargo un papel importante como signos de

puntuación en la lectura de la secuencia nucleotídica.

El mecanismo de la traducción propiamente dicho es complejo;

numerosos constituyentes macromoleculares intervienen. El

conocimiento de este mecanismo no es indispensable para la

inteligencia del texto. Basta con mencionar los intermediarios que

manejan en suma la clave de la traducción. Los ARN llamados de

«transferencia». Estas moléculas comportan en efecto:

1. Un grupo «aceptor» de aminoácidos; enzimas especiales

reconocen por una parte un aminoácido, por la otra un ARN de

transferencia particular, y catalizan la asociación (covalente)

del aminoácido con la molécula de ARN.

2. Una secuencia complementaria de cada uno de los tripletes del

código, lo que permite a cada ARN de transferencia

emparejarse al triplete correspondiente del ARN mensajero.

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Este emparejamiento tiene lugar en asociación con un constituyente

complejo (el ribosoma) que juega en suma el papel de «mesa de

taller» donde se ensamblan los diversos constituyentes del

mecanismo. El ARN mensajero es leído secuencialmente,

mecanismo aún mal comprendido, que permite al ribosoma

progresar, triplete a triplete, a lo largo de la cadena polinucleotídica.

Cada triplete a su vez se empareja en la superficie del ribosoma con

el ARN mensajero correspondiente, portador del aminoácido

especificado por este triplete. Una enzima cataliza en cada etapa la

formación de una unión peptídica entre el aminoácido que lleva el

ARN y el aminoácido precedente, en la extremidad de la cadena

polipeptídica ya formada, que aumenta así en una unidad. Después

de ello, el ribosoma progresa un triplete, y el proceso recomienza.

La figura anterior da un esquema de principio del mecanismo de

transferencia de la información correspondiente a una secuencia

(arbitrariamente escogida) en el ADN.

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El ARN mensajero, en esta figura, se supone transcrito a partir de la

fibra de ADN marcada por un asterisco. En la realidad, los ARN de

transferencia se emparejan uno tras otro al mensajero. Para que

resulte más claro, se los ha colocado aquí emparejados

simultáneamente.

4. Sobre la significación del segundo principio de la

termodinámica

Se ha escrito tanto sobre la significación del segundo principio,

sobre la entropía, sobre la «equivalencia» entre la entropía negativa y

la información, que parece inútil volver a abordar este tema. Un

repaso podrá sin embargo servir a algunos lectores.

En su primera forma, puramente termodinámica (enunciada por

Clausius en 1850, como generalización del Teorema de Carnot), el

segundo principio prevé que, en un recinto energéticamente aislado,

todas las diferencias de temperatura deben tender a anularse

espontáneamente. O, y esto supone lo mismo, el principio estipula

que, en el seno de un recinto así, donde la temperatura sería

uniforme, es imposible que aparezcan diferencias de potencial

térmico entre diferentes regiones del sistema. De donde proviene la

necesidad de gastar energía para enfriar una nevera, por ejemplo.

Entonces, en un recinto a temperatura uniforme, donde no subsiste

ninguna diferencia de potencial, no puede tener lugar ningún

fenómeno (macroscópico). El sistema es inerte. Es en este sentido

que se dice que el segundo principio prevé la degradación

ineluctable de la energía en el seno de un sistema aislado, como el

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Universo. La «entropía» es la cantidad termodinámica que mide el

nivel de degradación de la energía de un sistema. Según el segundo

principio, por consecuencia, todo fenómeno, sea cual sea, es

acompañado necesariamente de un aumento de entropía en el seno

del sistema donde acontece.

Es el desarrollo de la teoría cinética de la materia (o mecánica

estática) el que debía revelar la significación más profunda y más

general del segundo principio. La «degradación de la energía», o el

aumento de entropía, es una consecuencia estáticamente previsible

de los movimientos y colisiones al azar de las moléculas. Sean, por

ejemplo, dos recintos a temperaturas diferentes, puestos en

comunicación uno con el otro. Las moléculas «calientes» (es decir

rápidas) y las moléculas «frías» (es decir lentas) van a pasar, en el

azar de su recorrido, de un recinto al otro, lo que anulará

inevitablemente la diferencia de temperatura entre los dos recintos.

Se ve, gracias a este ejemplo, que el aumento de entropía, en un

sistema así, está ligado a un aumento de desorden: las moléculas

lentas y rápidas, primeramente separadas, están ahora mezcladas,

y la energía total del sistema se reparte estáticamente entre todas,

debido a sus colisiones; además, los dos recintos, al comienzo

discernibles (por su temperatura) se vuelven equivalentes. Antes de

la mezcla, el sistema podía realizar trabajo, ya que comportaba una

diferencia de potencial entre los dos recintos. Una vez alcanzado el

equilibrio estático, ningún fenómeno puede producirse ya en el seno

del sistema.

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Colaboración de Sergio Barros 224 Preparado por Patricio Barros

Si el aumento de entropía mide el aumento del desorden en un

sistema, un aumento de orden corresponde a una disminución de

entropía o, como se prefiere a veces decir, a un enriquecimiento de

entropía negativa. Sin embargo, el grado de orden de un sistema es

definible en otro lenguaje: el de la información. El orden de un

sistema, en este lenguaje, es igual a la cantidad de información

necesaria para la descripción de este sistema. De donde proviene la

idea, debida a Szilard y a Léon Brillouin, de una cierta equivalencia

entre «información» y «entropía negativa» (ver cap. 3, El demonio de

Maxwell). Idea extremadamente fecunda, pero que puede dar lugar a

generalizaciones o asimilaciones imprudentes. Es sin embargo

legítimo considerar que uno de los enunciados fundamentales de la

teoría de la información, a saber, que la transmisión de un mensaje

se acompaña necesariamente de una cierta disipación de la

información que contiene, es el equivalente, en informática, del

segundo principio en termodinámica.

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Autor

Jacques-Lucien Monod. Bioquímico francés nacido en París el 9 de

febrero de 1910. Estudió zoología en la Sorbona, París y en Estados

Unidos. Por sus servicios en la resistencia francesa durante la II

Guerra Mundial logró la Croix de Guerre. En

1954 fundó el Servicio de Bioquímica Celular en

el Institut Pasteur de París del que pasó a ser

director en 1971. Fue profesor de la facultad de

ciencias de París a partir de 1959 y catedrático

de biología molecular en el Collège de France

desde 1967. Junto con André Lwoff y François

Jacob estudió los mecanismos de la regulación genética en su

vertiente celular y demostró la existencia del ARN mensajero,

trabajos por los que se concedió en 1965 a los tres científicos el

Premio Nobel de Fisiología o Medicina. En 1970 publicó El azar y la

necesidad, su obra más conocida del gran público. Falleció en

Francia el 31 de mayo de 1976.